Pelea

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Leer para pensar en grande

Eruviel Ávila Villegas


Gobernador Constitucional

Raymundo Édgar Martínez Carbajal


Secretario de Educación

Consejo Editorial: Ernesto Javier Nemer Álvarez, Raymundo Édgar Martínez Carbajal,
Raúl Murrieta Cummings, Édgar Alfonso Hernández Muñoz,
Raúl Vargas Herrera

Comité Técnico: Alfonso Sánchez Arteche, Félix Suárez

Secretario Técnico: Agustín Gasca Pliego

Pelea por la vida


© Segunda edición. Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México

DR © Gobierno del Estado de México


Palacio del Poder Ejecutivo
Lerdo poniente no. 300,
colonia Centro, C.P. 50000,
Toluca de Lerdo, Estado de México.

ISBN: 978-607-495-181-3

© Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal. 2012


www.edomex.gob.mx/consejoeditorial

Número de autorización del Consejo Editorial de la Administración


Pública Estatal CE: 205/01/18/12

© Ricardo Guerrero Jiménez

Impreso en México.

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o
procedimiento, sin la autorización previa del Gobierno del Estado de México, a través
del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal.
R icardo G uerrero J iménez
Pelea, es la metáfora perfecta de
un descuido divino.
La sensibilidad de su espíritu ha sido
La sensibilidad de su espíritu ha sido extraviada en alguna parte

extraviada en alguna parte del pasado.


del pasado. Ahí, en el mismo lugar donde todo lo perdido no
Ahí, en el mismo lugar donde todo lo
corre con suerte y se está sentenciado, quizá, a nunca volver.
perdido no corre con suerte y se está

sentenciado, quizá, a nunca volver.


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Round 1

Las olas que pelean entre ellas, se unen después


para arrullarse bajo la luz de la luna.

La lluvia se mece entre las viejas láminas de cartón


de pequeñas casas escondidas entre cerros de basura,
de un lugar antes llamado Valle de Anáhuac. Formado
por cinco grandes lagos que hacían de aquel entrañable
horizonte un bello paisaje, puro y diáfano.

De ese hermoso oasis que aún vive en recuerdos


de canas blancas se añora el jugueteo de garzas,
peces, ajolotes y aquellos patos que migraban
desde Canadá para envolverse en el fantástico
mundo mexicano. Sus primeros pobladores re-
corrían el valle lacustre en pequeñas balsas para
pescar, comerciar sus productos o cultivar sus
chinampas. Pero de todo aquello sólo quedan
recuerdos. El relleno sanitario más grande de
América Latina se ha ido comiendo aquel paraíso
prehispánico día tras día, centímetro a centíme-
tro, hasta hacer de 472 hectáreas un tiradero
donde diariamente se depositan doce mil tone-
ladas de residuos. Aquí los sueños no cuestan.
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No existen. Las tres mil personas que habitan el


Pelea por la vida

lugar pareciera que dejaron de vivir desde hace


mucho sin que ellas lo supieran. No les importa
el día, la tarde, lo más resplandeciente de una
estrella, el coro de las aves o la fragancia de las
flores. Son como aquella lágrima del ser amado
que amenaza volcarse a la nada, pero antes de
hacerlo muestra su dolor sin que se pueda perci-
bir en gesto alguno. A esta gente sólo le interesa
comer. Comer hoy, a como dé lugar, sin importar
qué o dónde. El mañana no importa, ni la lluvia,
el frío o estar atrapados en el silencio de las tres
de la mañana, o ese olor penetrante que se des-
pabila en todo el lugar.
Estas familias encumbran sus miradas desde
los cerros de basura de hasta 21 metros de altura,
las impactan sobre una ciudad despiadada, ajena
e insensible que se consuela con sátiros conven-
cionalismos sociales. Quizá muchas de estas
personas no sepan por qué están en este lugar,
quizá sea la inexorable penuria de aferrarse a la
vida, o simplemente porque ya no son capaces de
distar entre un lugar de otro. Tal vez para algunos
sea porque aquí nacieron, heredaron el hogar.
Como es el caso del Chinito, un niño de apenas
12 años, que nació entre la basura más impúdica
y hedionda de un paraje olvidado de los ojos de
Dios y lejos de instrumentos médicos, de sábanas
blancas o de un diminuto guiño de alegría que
lo abrazara con ternura al abrir por primera vez
los ojos. Desde sus primeros pasos fue adiestrado
a pepenar trapos, huesos, papel, hierros, goma,
plásticos, cristal, balines, botes, latas de aluminio
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y todo aquello que pudiera traer implícito un valor.

Ricardo Guerrero Jiménez


Ese pequeño niño hace recordar a Fernandillo el
Colillero, un niño de corta edad que en época
de la posguerra madrileña recogía las colillas de
cigarros para acumular el tabaco y venderlo en
reutilizados cigarrillos, o en bolsitas de tabaco de
liar. El Chinito, mote dado por su familia, vive
al día, con lo que encuentra pepenando tras horas
de búsqueda entre los vertederos más impúdicos,
regido por el crujido de su apetito, por el silencio
de los cuervos y el llanto del alba. Reír es lo que
caracteriza a su minúscula, pero recia persona.
Su pelo ondulado y abultado, conjugado con sus
ojos semi rasgados fueron motivo para decirle
Chinito. Si fuese registrado oficialmente, sería
reconocido como Zarek Pérez Estrada, hijo de
Yanko Pérez Martínez y de la difunta María Estrada
Ramos, madre que perdió la vida en labores de
parto al traer a la vida al Chinito; sus hermanos
Lenin y Martha asimilaron vivir de la misma
forma en una pequeña casa de cartón envuelta
de plásticos con imágenes de campañas electora-
les. Usan los colchones viejos de camas y el papel
periódico como cobijas. Dentro de esa pocilga se
aprecia una llanta de coche que es utilizada como
ventana, igual una caja de huevo que funge como
refrigerador, y que está resguardada las 24 horas
por la que ahora es esposa del padre de ellos. Esta
mujer es el parecido más lejano que tiene un hijo
con una madre, pero el parecido más cercano a la
madre que ya no está con ellos.
Diariamente, apenas al salir el sol, cuando las
aves de negro plumaje picotean insistentemente
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entre los rimeros de basura, la gente del lugar se


Pelea por la vida

levanta rápida y esperanzadamente al escuchar


los grotescos motores de los camiones que lle-
gan a descargar sus inmundos desechos. Corren
presurosos. Sin disturbio alguno, como si fuera
la vida misma la que los esperara con los brazos
abiertos. Al llegar al lugar, rodean a los gigantes
monstruos de cuatro ruedas. Los acarician con
sus rasposas manos implorando que descarguen
prontamente; otros, más cautelosos, esperan en
la parte trasera mientras contemplan con ligeras
muecas, muertas de sensación alguna, cómo los
amortiguadores levantan lentamente el contenedor
para dar salida a la escondida riqueza.
La basura es la pobreza de unos, pero la
riqueza de otros.
Apenas, cuando los desechos tocan suelo, los
pepenadores sumergen sus veloces manos para
atrapar todo lo posible. Pareciera que sustraen
sueños, esperanzas, amor o la vida misma disfra-
zada de cartón, papel, plásticos…Ya posicionados
de la basura, la jalan hacia fuera extendiendo todo
a sus costados para poder observar y seleccionar
lo que les pueda servir. Al final de la pesquisa no
existen muecas de tristeza o alegría. La sensibi-
lidad de su espíritu ha sido extraviada en alguna
parte del pasado. Ahí, en el mismo lugar donde
todo lo perdido no corre con suerte y se está sen-
tenciado, quizá, a nunca volver. Pareciera que los
pepenadores, barrenderos, tamboreros, burreros
o romanos, fueran de clases sociales diferen-
tes, de un inframundo dentro de otro mundo,
en donde se ha pactado misteriosamente vivir en
13

conformidad. Cuando menos siempre ha sido así

Ricardo Guerrero Jiménez


para los tres hermanos, Zarek, Lenin y Martha,
quienes sin saberlo, han perdido el sentido de lo
cotidiano, de la vida misma como una balsa en
altamar que es conducida sólo por un soplo capri-
choso, y donde han embalsamado sus cuerpos
con aroma de dolor que no puede ser percibido por
su rancia, pero tierna piel.
El pesar y la pobreza purifican el corazón del
hombre, aunque nuestras mentes débiles no ven
nada de valor en el universo, salvo la comodidad
y la felicidad. Khalil Gibran.
—Zarek, vamos a buscar comida, traite a tu
perro—le pide Lenin, su hermano, acompañado
de Martha ya preparada con bolsas para cargar lo
que pudieran encontrar.
—No. Cada quien por su lado; yo siempre en-
cuentro y ustedes me quitan todo —contesta con
una ligera sonrisa, a la vez que acaricia a su perro
Papalote tratando de esquivar las miradas de sus
hermanos.
Un refrán dice que más vale sólo que mal
acompañado, sin embargo éste no es el caso del
Chinito, él sólo responde a un instinto de sobrevi-
vencia, en donde las relaciones sociales, a pesar
de los lazos de sangre, pasan a segundo término,
puesto que su necesidad involuntaria se remite
sólo a comer. Comer y ganar, aunque esto último
sea una utopía de la vida misma. Aquí nunca
se gana.
—Anda, vamos y cada quien lo suyo —le insis-
te Lenin, mientras trata de desenmarañar con
sus manos su áspero y enredado pelo.
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—No, cada quien por su lado, ya les dije, tú


Pelea por la vida

vete con Martha y yo con el Papalote.


—Está bien, pero si encontramos algo bueno,
no les vamos a dar —concluye Lenin.
Zarek, el Chinito, sin pena alguna sujeta con
una de sus pegajosas y acaracoladas manos un
par de bolsas, mientras que con la otra aprieta
un palo con un clavo en la punta y se destina a
caminar en sentido contrario que sus hermanos.
Sus experimentados doce años de edad le permi-
ten saber qué es aquello que puede comer, y tiene
en su mente el valor de las cosas que puede en-
contrar. Después de cuatro rancias horas no ha
encontrado algo de comida y regresa a casa sólo
con las bolsas de hule llenas de latas de alumi-
nio. El estómago vacío, sin consideración alguna
ni entendimiento que valga le recuerda median-
te golpes secos sobre sus intestinos, lo fallido del
día, de igual forma su perro Papalote no deja de
lamer las pequeñas pantorrillas del Chinito pi-
diendo amistosamente algo que tragar.
—Hoy no hay comida Papalote, mañana nos
paramos más temprano y comemos doble. Hoy
no —acaricia Zarek a su perro.
Dicen por ahí que antes de dar al pueblo, sol-
dados, maestros y doctores, sería bueno saber
si la gente no se está muriendo de hambre. JJ
Acosta.
Al finalizar el día los pepenadores hacen re-
cuento de lo conseguido: papel, cartón, plástico,
aluminio, fierro… Mientras, ya en casa, Yanko,
padre de Zarek, grita de alegría pues para él fue
un gran día de pepena, un par de bolsas de sucu-
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lentos desperdicios de comida, otra de ropa y una

Ricardo Guerrero Jiménez


botella de tequila que ya empezó a tomar, fue el
resultado de su pesquisa.
—Ahora sí, cabrones, ¿quién ganó?, ¿quién ga-
nó? ¡Su meritito padre! Comida, ropita y hasta
agüita de lumbre llenita, llenita de sudor de Adán.
¿Quién ganó? —presume Yanko a sus hijos y es-
posa.
Al entrar Zarek a la casa deja ver su tristeza en lo
vacío de sus bolsas, camina cabizbajo, escurriendo
sobre la tierra la incesante llovizna atrapada en sus
ropas, sus llorosos ojos se conjugan perfectamente
con los gimoteos del Papalote, por lo que Yanko y
compañía empiezan a reír desmesuradamente.
—Te dije que vinieras con nosotros, ni modo,
ahora te vas a quedar sin comer —le comenta bur-
lonamente Lenin.
El placer más malévolo que el hombre ha
practicado desde sus entrañas y que a su cami-
no humilla y maltrata, es el mismo que regresa
como verdugo de nuestra existencia. La Burla.
—No me importa. Mañana voy a encontrar co-
mida y aquí enfrente de ustedes, el Papalote y yo
vamos a comer, van a ver —contesta con una li-
gera sonrisa trenzada con tristeza y resignación.
Yanko toma las bolsas de comida y se acerca
impaciente a Zarek.
—Mira, Chinito, mira, mucha comida, carne y
sopa, ¿no quieres, no quieres?… Bueno, pero si
quieres, te la tienes que ganar.
Rápidamente Zarek levanta sus ojos y los fi-
ja directamente en la carne, mientras que el
Papalote empieza a ladrar con ferviente entusias-
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Pelea por la vida

mo exigiendo la comida que Yanko levanta con


sus manos.
—¿Qué tengo que hacer? —pregunta Zarek
mientras brinca para tomar las bolsas de comi-
da que Yanko mantiene fuera de su alcance.
—Ya sabes qué hacer. Sólo hay un trozo de car-
ne y no lo puedes compartir con el Papalote,
así que tienes que pelear con tu perro —sugiere
Yanko al momento que le muestra la carne al
Papalote.
—Pero el Papalote me puede morder, ya creció
y sus dientes están muy filosos —responde teme-
roso y chasqueado.
—No pasa nada. Cómo te va a morder, si tu perro
te quiere mucho, pero tú decides ¡pelos de algo-
dón!, si quieres comer hoy… —le dice Yanko,
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quien camina bailoteando sobre las pilas de papel

Ricardo Guerrero Jiménez


para después recostarse sobre ellas.
Al pequeño niño no le queda de otra que pe-
lear contra su perro, desafiarlo en su terreno, sin
lealtad que valga a cambio de un solo pedazo de
carne, carne que también puede saciar las burlas
de Lenin y Martha.
El hombre se vuelve él mismo problemático
cuando se siente solo en el mundo, perdido en
el universo. Sin embargo no es la soledad la que
complica la sociabilidad entre las personas, sino
las formas en que los hombres se relacionan, ya
que los individuos son absorbidos por la cultura
de su sociedad. Martin Buber.
Afuera, la lluvia vuelve perseverante. Cae
pesada sobre los montículos de basura, donde
simplemente muere. Fallece dejando su calidez
virtuosa en la deshonra de la tierra, pareciera
que desde el cielo un Dios piadoso les llora y con
sus lágrimas trata de humectar sus fallecidas al-
mas. Dentro de esas casas agobiadas por el llanto
asilenciado del cielo y por la supervivencia co-
tidiana del luto a la vida misma, sólo en una de
ellas se alcanza a escuchar una marea de risas
que se impactan y retachan entre los cartones
húmedos que vibran sin descanso. Dentro, las
miradas encontradas de sus habitantes se des-
mesuran desquiciadas. Mas de todas ellas, una
angustiosa sonrisa envuelta de ansia revolotea
de un lugar a otro, evitando mediante lo endure-
cido de su quijada, ser despojado de un pedazo
de carne que se disputa fuertemente contra un
montón de colmillos afilados que se han olvida-
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do de ser el mejor amigo del hombre. Es Zarek,


Pelea por la vida

sonrisa de luna blanca que se oculta tras un cielo


nublado, que ha decidido pelear contra su perro
para poder comer.
—No te dejes escuincle, gánale, si es necesa-
rio muérdelo tú también —grita eufóricamente
Yanko, quien funge como réferi de tan trastorna-
da pelea.
La cordura no existe cuando el hambre clama.
—Paren, paren —grita Yanko dirigiéndose a
Zarek y al perro tratándolos como igual— éste
fue un cáliz, sólo para ver si el Chinito tiene las
agallas para ganarle al Papalote.
—Le voy a ganar. Le voy a ganar. No le deja-
ré nada —anticipa Zarek aún con intermitentes
palpitaciones de su agitado corazón y con la cara
enrojecida por el esfuerzo. —Es mi perro, pero
si quiere pelea le voy a ganar —insiste, mientras
Martha seca con la sección de finanzas de un pe-
riódico viejo el sudor desbordado de la cabeza de
su hermano.
Eufóricamente Yanko se planta al centro del
lugar, se aprieta el mecate que usa como cinturón
y levanta con su mano derecha un trozo de carne
exclamando, como anunciador de la Arena Méxi-
co en función de box de viernes por la noche.
—Pelearán por un trozo de carne, a un round,
sin límite de tiempo, en la esquina azul de ape-
nas 23 kilos de hueso, originario de Nezahual-
cóyotl, Zarek el Chinito Pérez. En la esquina
roja con 15 peleas ganadas y cero pérdidas, el
campeón invicto, el Papalote, el perro más ham-
briento del basurero.
19

—Ya, papá, que empiece la pelea, se va a ir la

Ricardo Guerrero Jiménez


luz y ya no se van a pelear —exclama con moles-
tia Lenin.
—Pelea, pelea ni que nada, ya dejen en paz al
Chinito y a ese perro —menciona afligida la ma-
drastra Consuelo.
Sin hacerse esperar, Yanko acerca su rostro al
de Consuelo para decirle:
—Déjanos tranquilos, sigue poniendo los bo-
tes en las goteras o qué, prefieres que el chama-
co se quede sin comer, Dios sabe hasta cuándo.
—Ya déjenme pelear. Le voy a ganar al Papa-
lote  —grita Zarek respirando fuertemente sin
despegarle la vista a su contrincante. Le voy a
ganar…
Tres mordidas fue el resultado de esa pelea,
una en la quijada, otra en la pierna, pero sin duda
la que más dolió fue la que dejó sin comer al
Chinito. Sin embargo esa noche Yanko alcoholi-
zado por haberse terminado la botella de tequila
arremete contra Zarek, lo agrede y lo hace culpable
por la muerte de su esposa.
—Tú tienes la culpa de que mi vieja se haya
muerto, si no hubieras nacido, ella estuviera aquí
con nosotros —le grita Yanko.
Martha y Lenin, se acurrucan risueños en
un rincón y se disponen a observar la agresión,
pero Zarek no entiende el por qué de su culpa
y aún con el dolor de la mordida en su brazo
y el estómago vacío sale corriendo de la casa,
no obstante Consuelo lo sigue y le grita con el
afán de que el pequeño se detenga, pero él no
hace caso y continúa caminando hasta que de-
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cide detenerse en la cima de un cerro de basura.


Pelea por la vida

Después de unos segundos Consuelo logra llegar


a él y se sienta a su lado. La lluvia aún con-
tinúa y moja los fríos cuerpos que en silencio
escuchan el hurgar de las ratas que buscan por
debajo de ellos.
—Mira Zarek, lo que te guardé, toma —le
muestra un pedazo de carne.
La mujer, afligida por la injusta agresión, lo
mira benévola y sonriente mientras le coloca dos
trozos de cartón sobre la espalda para cubrirlo un
poco de la lluvia.
—¿Por qué mi papá siempre que está borra-
cho me dice esas cosas? —pregunta Zarek mien-
tras termina de comer su pedazo de carne.
—No hagas caso, está borracho —contesta tra-
tando de cambiar la plática.
Los ojos del triste niño se pierden aterrados
con las luces que se aprecian a lo lejos, como
cristales empañados por un celaje reflexivo, sin
embargo no pierde la oportunidad para pregun-
tarle a la mujer si ella conoció a su madre y
cómo fue que ella murió, pero la madrasta cierra
ligeramente sus ojos conmovida por la pregunta
al tiempo que observa cómo los pequeños ojos de
Zarek abanican el agua que gota a gota lentamente
caen insistentemente sobre ellos.
—Te voy a contar lo que yo sé, sólo con la con-
dición de que después que escuches me prometas
no volver a preguntar a nadie ¿Lo prometes?
Zarek trata de secar un poco su rostro y
sin mirar a Consuelo le contesta con un movi­
miento afirmativo.
21

—Cuando María aún estaba embarazada de ti

Ricardo Guerrero Jiménez


era muy trabajadora, juntaba los montones de
cartón, de plástico y aluminio, después los lle-
vaba a vender y guardaba su dinero para cuan-
do tú nacieras, pero tu padre le quitaba todo y
se emborrachaba. La noche que ibas a nacer tu
mamá se retorcía de unos dolores muy fuertes, y
cuando naciste, le dio una hemorragia que no se
le detenía y mi mamá que aún vivía fue la que le
ayudó a que nacieras, pero ella se puso muy gra-
ve y se la llevaron a un hospital para que la ayu-
daran. Cuando tu papá se enteró se enojó tanto
que trató de sacarla del hospital porque no tenía
dinero para pagar, pero no lo dejaron, los doc-
tores decían que tu mamá estaba muy mal, que
necesitaba medicamentos porque podía morir,
pero tu papá no les creyó, pensaba que ahí sólo le
querían quitar dinero. A pesar de que en el hos-
pital trataron de hacer todo lo posible por ayudar
a tu mamá, no lograron salvarle la vida. Cuando
tu papá se enteró que María había muerto fue al
hospital y trató de recuperar su cuerpo, le pedían
una cantidad de dinero que tu papá no tenía y ahí
dejó a tu mamá. Nunca supimos dónde la enterra-
ron. Después mi mamá le ayudó a tu papá conti-
go, hasta que un día la atropellaron y murió, yo
tenía como 25 años y también me había quedado
sola, no tenía a nadie, entonces tu papá y yo de-
cidimos vivir juntos; al principio tu papá lloraba
mucho por tu mamá, pero así aprendimos a vivir
todos juntos —concluye Consuelo.
—¿Mi mamá era bonita? —pregunta con tris­
teza Zarek.
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—Era muy bonita, tu hermana es igualita a


Pelea por la vida

ella: delgadita, morenita, de cara fina y tenía sus


ojos cafés como los tuyos —le contesta.
Nuevamente el silencio hace presencia y Zarek
no deja de apreciar las luces a lo lejos y las com-
para con las estrellas que apenas se alcanzan a
ver. La lluvia ha cesado un poco, quizá se detuvo
un momento para que Consuelo pudiera apreciar
la inmensidad que se apreciaba en la mirada del
pequeño niño. Por lo que la mujer decide contarle
el viejo cuento que su mamá le había narrado cuan-
do era niña, pues recordaba la ocasión cuando ella
era niña y también miraba las estrellas…
—Hace mucho tiempo cuando el bordoneo de
los caracoles dejó de ser el aviso de reunión de los
antiguos pobladores de este lugar, se podía  ob-
servar en el horizonte cuando el sol descendía
lentamente y se iba a descansar. La noche era
irradiada por una luna más grande y más blanca
que danzaba al ritmo del golpeteo del atabal, las
mariposas de coral lanzaban serpentinas al cielo
para escuchar el canto del cenzontle. Los inmensos
lagos de ese entonces se empezaron a evaporar en
forma de ruiseñores y, de la poca agua que quedó
sobre esta tierra salitrosa, se procrearon cientos
y cientos de sapos y ranas que todas las noches
salían a cantarle a la luna con voces de trans-
parentes colores para hacerla bailar. Entre todos
esos sapos había una rana que se llamaba Ana y
un sapo que se llamaba Napo, una noche, la rana
Ana y el sapo Napo, se dieron un beso tan grande
y refulgente que llamó la atención de todas las
demás ranas y sapos y de ese tórrido beso nació
23

un sapito al que llamaron Mumu. Era un sapo muy

Ricardo Guerrero Jiménez


pequeñito con unas zancas tan pequeñas, pero tan
pequeñas, que eran la burla de todos los sapos.
Al llegar las noches los sapos mayores empeza-
ban a brincar fuertemente y cantaban hermosas
canciones, pero cuando el sapito se acercaba y
trataba de saltar y cantar, todos comenzaban a
reír, por lo que un día Mumu, decidió irse de su
casa y llevó entre sus pequeñas zancas, dos rami-
tas de pasto verde para comer en el camino, pero
como era muy lenta su partida, tardó mucho en
salir del charco donde vivía. Mumu saltó y saltó
por muchos días sin acordarse que tenía que co-
mer, hasta que un día se encontró a su paso una
hermosa garza de plumaje blanco que venía de
Canadá y traía mucha hambre, cuando miró que
Mumu tenía dos ramitas de pasto se las pidió para
calmar un poco la enorme hambre. Mumu se las
dio sin pensar en que él tampoco había comido,
sin embargo antes de que la hermosa y blanca
garza emprendiera nuevamente su vuelo le dijo a
Mumu que regresara a su hogar porque su mamá
había enfermado y estaba muy triste… Aún no
terminaba de hablar la garza, Mumu dio vuelta y
empezó a dar tan grandes brincos que llegó a su
hogar de sólo dos enormes zancadas, al ver a su
mamá casi moribunda, Mumu le prometió bajarle
las estrellas para contentarla un poco. Al llegar
la noche, una cantinela de gro, gro, se dejó escu-
char y cuando apenas se asomaron las primeras
risas de las estrellas, Mumu empezó a saltar y a
saltar hasta alcanzarlas. Primero bajó diez estre-
llas y luego saltó nuevamente y bajo la luna, las
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unió con un suspiro y le hizo un collar de luna


Pelea por la vida

y estrellas a su mamá, sin embargo los sapos de-


jaron de cantar y saltar porque ya no había luna
ni estrellas a quien cantarle ni por quién brincar,
por lo que la mamá de Mumu al darse cuenta que
pronto iba a morir, le pidió a Mumu que regresa-
ra la luna y las estrellas a su lugar y que la llevara
con ellas hasta lo más alto del cielo para ver y
escuchar desde lejos a todos los sapos. A pesar
del enorme dolor que sintió en esos momentos,
Mumu le concedió a su mamá su último deseo y
desde aquel día todos los sapos del mundo can-
tan y brincan por las noches en honor a la rana
Ana y a su hijo Mumu por haberles regresado la
luna y las estrellas.
Cuando Consuelo terminó el cuento a Zarek
regresaron juntos a su casa ya sin importarles lo
que Yanko les pudiera decir. Quizá ese momento
fue el único de alegría que el pequeño pudo tener.

***

Al día siguiente lo cotidiano se hace presente como


un sádico que se viste de tortura y que arremete
gozoso lentamente sobre los prisioneros incautos
del relleno sanitario. Oír la llegada de los camio-
nes cada mañana. Buscar comida por todas partes.
Abrir los ojos al llegar el alba y cerrarlos al llegar
los coros de la oscuridad. Sin embargo, para las
familias que ahí viven todo cambia cuando se
enteran que el relleno será cerrado para construir
una Planta Recicladora de Basura y un enorme
Complejo Comercial donde los pepenadores ya
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no tendrán lugar. Será el fin de una vida sin vida,

Ricardo Guerrero Jiménez


de un dolor que se suma a otro dolor en busca de
consuelo. Yanko, al enterarse de esta posible si-
tuación sale a buscar a otros tiraderos un lugar
donde poder vivir, pero se encuentra con múlti-
ples grupos de pepenadores organizados y afiliados
a distintos partidos políticos que se lo impiden.
Fueron muchos días los que buscó sin encontrar
un espacio donde poder alojarse con su familia.
Primero los camiones dejaron de depositar
basura, luego les llegaron intermitentes avisos de
desalojo con posibles soluciones de vivienda. Sin
embargo, fue hasta que desapareció un mensajero
encargado de dar aviso del desalojo, cuando em-
pezó la rebelión.

***

Son las diez de la mañana y Arturo de 21 años se


introduce cautelosamente entre los montones de
basura con la intención de presentarse con los
habitantes del tiradero. Pantalón de mezclilla,
playera amarilla, una gorra verde, los pies tem-
blorosos y un aviso de desalojo en sus manos, son
las credenciales que porta. Antes de llegar a la zona
de viviendas le salen a su paso dos individuos de
apariencia delictiva que sin previo aviso lo suje-
tan por la espalda y lo tiran de cara al suelo.
—¿Qué haces aquí, cabrón, qué buscas? —le
grita interrogante el más alto de los individuos
que lo someten.
—Nada. No hago nada, sólo vine a dejarles es-
te aviso —contesta temeroso Arturo, mientras su
26
Pelea por la vida

cuerpo sucumbe ante el sometimiento.


—Ah. Tú eres uno de esos cabrones que quie-
ren sacarnos de aquí, pues ahorita te vamos a lle-
var con los demás para que les digas en su cara
que se tienen que salir.
Sin más, los grotescos sujetos levantan brus-
camente a Arturo, apretando con violencia su
cabellera al tiempo de propinarle repetidos gol-
pes en las ya sensibles costillas. Entre el lento
andar y un discurso alegórico de lenguaje, acom-
pañado de una feria de golpes sobre el cuerpo
del joven, llegan a la casa de lámina más grande
del lugar de donde sale un mal encarado anciano
de barba larga, sin camiseta y sujetando en su
mano una botella rota. Los individuos que suje-
tan a Arturo lo arrojan al suelo para amarrarlo
de las manos al polín que sirve como poste de
27

Ricardo Guerrero Jiménez


luz. Ya reunida toda la gente, el alebrestado an-
ciano se aproxima hoscamente y mira de reojo,
al ya ensangrentado Arturo. Lo toma de la bar-
billa, le levanta la cara para encontrarse con los
fallidos ojos del joven.
—Compañeros, este ojete es uno de los que
han venido a dejar esos papelitos que muchos de
nosotros no entendemos qué dicen, pero que nos
amenazan con sacarnos de nuestras casas. Uste-
des dicen qué hacemos con este hijo de puta.
Se guarda un efímero silencio. Silencio en el
que trascurren las penurias de una mocedad
mancillada estrujada. Adolescencia que mata,
adolescencia que pide, adolescencia que muere.
—¿Por qué nos quieres sacar de nuestras ca-
sas? ¿No ves que aquí vivimos? ¿Dónde quieres
que vayamos? —la gente reclama, y hace de Ar-
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turo el principal artífice de su desventurada si-


Pelea por la vida

tuación.
—Yo no los quiero sacar, yo también soy po-
bre como ustedes, yo trabajo en el gobierno y
me mandaron a entregar este aviso. Sólo soy un
mensajero. Yo no tengo nada que ver, sólo recibo
órdenes —contesta Arturo con palabras quebradas
que impiden sean bien entendidas.
Por consenso de los habitantes deciden dejarlo
ir, sin embargo Yanko percibe que algo se asoma
ligeramente en la bolsa trasera del pantalón de Ar-
turo y se propone para sacarlo del lugar. Lo toma
del brazo y en presencia de la demás gente suaviza
su lenguaje.
—Ya ves lo que te pasa por meterte en estas co-
sas, ¡estás chavo, búscate otra chamba!, no dejes
que te utilicen.
La gente ve que Yanko acompaña a Arturo de
forma amigable, nadie los sigue, nadie percibió las
intenciones del vetusto pepenador por apoderar-
se de la cartera del joven. Arturo no se percata
que Yanko, en lugar de acercarlo a la salida lo in-
troduce más y más al fondo del tiradero. La ava-
ricia se combina arteramente con la candente
sangre de Yanko que no aguanta más.
Mía. Esa cartera tiene que ser mía, piensa el
ambicioso hombre en silencio.
Pero la desquiciada ansiedad aturde la inmoral
alma del pepenador que no aguanta y estalla
haciendo revolotear la algarada de los cuervos y
deja únicamente a una jauría de perros hambrien-
tos como testigos.
—Agáchate —le ordena al joven.
29

Al momento que Arturo está con la vista pues-

Ricardo Guerrero Jiménez


ta en el suelo, Yanko clava despiadadamente una
varilla en su espalda. El inocente joven percibe
tras el impacto un trino de aves que lo arrullan
en brazos de su madre, pero el insaciable hom-
bre insiste e introduce por segunda vez la varilla
sobre los ya caídos pulmones. Arturo Gutiérrez
muere, ni un lamento ni una mueca de dolor dejó
ver. Execrablemente Yanko acomete sobre la car-
tera donde sólo encuentra 40 pesos y una creden-
cial que acreditaba a su víctima como trabajador
del ayuntamiento. No conforme con arrancarle la
vida, también lo despoja de pantalón y zapatos
para después arrastrarlo hasta la parte alta del
tiradero y arrojarlo al vacío. Fríamente desciende
para cubrir el cuerpo con montones de basura.
Cuando alguien muere, todos solemos lamen-
tarlo e incluso sollozar, y hasta dejamos de ver los
defectos que de seguro tenía la persona. Significa
que la queríamos, que la amábamos, a pesar de
no haber estado a su lado y aun cuando éste
pudo merecer su final, lamentamos la pérdida.
A pesar de que cuando uno muere lo primero
que se desea es vivir.
Días más tarde, una parvada de cuervos revo-
loteaba deseosa sobre las cabezas de cientos de
policías que se postran en la cúspide de los oteros
de basura con armas largas, escudos y toletes pa-
ra hacer efectivo el resolutivo de desalojo.
—Señores, tienen que salir de aquí. Fueron avisa-
dos oportunamente y deben desalojar este relleno.
Un par de máquinas esperan acuciosas la se-
ñal para empezar a derribar las casas de cartón.
30

Bastan unos minutos para que todos los pepe-


Pelea por la vida

nadores del lugar se aglutinen justo enfrente de


las amenazantes máquinas. Yanko y Consuelo
fueron los primeros en llegar y colocar a Lenin,
Martha y Zarek al frente de las enormes llantas
de los tractores que amenazan con arremeter en
contra de los hogares.
—Traigan al frente a sus niños, sobre de ellos
no van a pasar —grita Yanko, apelando a la cor-
dura de la autoridad, exponiendo la inocencia
de los infantes.
—Eso no es necesario, de cualquier forma
tienen que desalojar. Se les propuso un predio
donde ustedes pueden vivir, hacer una casa —se
escucha por el altavoz, sin que esas sonoras pala-
bras causen conciencia en los pepenadores.
—Esta es nuestra casa, si nos vamos de qué va-
mos a vivir, qué vamos a comer; de aquí no nos va-
mos, no nos van a sacar —gritan los pepenadores.
A dónde irán sus sueños si ya han muerto di-
sipados en la tierra,
la de sus padres, abuelos, la de sus muertos.
A dónde irán sus desconsuelos perfumados
de impureza,
su sangre, su silencio embalsamado por el
tiempo.
A dónde irá la penuria de su piel que reco-
noce los picos de los cuervos, como a ellos los
reconoce el cielo aun con su negro plumaje.
A dónde irán, a dónde irán…
Su mundo desaparece…
—Por favor desalojen, no compliquen más las
cosas —las voces se dejaron de escuchar por el
31

altavoz... Guardaron silencio.

Ricardo Guerrero Jiménez


Los pepenadores ya están armados de piedras,
palos y de todo aquello que pudieran utilizar co-
mo proyectil. Un poco más tarde se escuchan
golpes que retumban en los rimeros de basura.
Los cuervos entienden el peligro y se alejan del
lugar mientras los ecos hacen estremecer los an-
gustiosos pechos de los pepenadores. Ni un basta,
o paren, se aclama, instintivamente los alterados
cuerpos buscan, abrazan como enredaderas a sus
hijos. Pero ese golpe discontinuo, lacerante de
la autoridad no cesa, se hace sentir, se impone
y anuncia arremeter con todo el peso de la ley
resumido en un pedazo de palo llamado tolete.
Yanko entiende que no hay oportunidad de nada,
que esta batalla está perdida. De lo perdido, lo
que se encuentre es bueno, piensa el desfacha-
tado pepenador que sigilosamente toma la mano
de su esposa Consuelo y olvidándose de sus hijos
empieza a dar pasos hacia atrás, hasta perderse
en el tumulto en busca de los cuervos. Zarek, no
entiende qué pasa, su corta edad no le permite
distinguir la gravedad del problema, sólo fija su
mirada en los glamorosos cascos negros de los
policías que brillan con el débil sol.
—¿Quiénes son esos Martha, por qué tienen
cascos y palos en las manos? —pregunta Zarek
con el Papalote a sus pies.
—Son policías y vienen a sacarnos.
—¿Sacarnos, de dónde, para qué? —pregunta
de nuevo.
Lo primero que viene a la mente del desorien-
32

tado niño son las palabras de Yanko que le re-


Pelea por la vida

cuerdan ¡Nunca, por ninguna razón te atrevas a


salir de los montones de basura, no te acerques
a  la calle por donde pasan los coches! Palabras
que cobran vida y duda en ese momento.
—No preguntes, pero si vez que los policías se
bajan, corres muy fuerte como cuando llegan los
camiones —le aclara Martha.
—¿Y a dónde voy?
—A donde quieras, pero no pares, no pares
de correr, hasta que no puedas más, porque si te
agarran los polis, te van a pegar —concluye su
hermana.
Esa fue la última vez que Zarek vio a su padre
y hermanos. Escapar de ese mundo le permitió
quitarse la soga del cuello y conocer aquel mundo
que sólo de lejos podía ver.

***

Regularmente se puede pensar que la vida es un


absurdo, que no tiene explicación. Más aún cuando
la vida es un azar como lo es ahora para Zarek, el
Chinito. Pero tampoco tiene explicación el tiro al
blanco o la lotería ¿Por qué se piensa que es me-
jor una cosa que otra? ¿Por qué es mejor tener
que no tener? Acaso el estado natural del hom-
bre es nacer desnudo y sean lo distintos conven-
cionalismos sociales que nos dictan qué hacer y
pensar. Por supuesto que no es malo usar postu-
ras relativistas. Como tampoco es malo caminar
descalzo y andar desnudo. Pero si esto no es ma-
lo, justo es decir que tampoco sea bueno. Debe-
33

ríamos preguntarnos, bajo estas circunstancias,

Ricardo Guerrero Jiménez


si la vida tiene algún sentido. Cabe preguntarse si
eso es un problema de razón, muchos creen que
si la razón no nos puede dar una forma de deci-
dir todo racionalmente, entonces nuestra razón
fracasa. Es que el vivir sea siempre un ejercicio
que, en mayor o menor grado, implica orfandad.
Y esa orfandad lejos de ser una tragedia es la
posibilidad de poder vivir nuestra libertad, la
libertad Zarek, y así poder aprender que el
absurdo es el lugar donde termina la segu-
ridad y empieza la oportunidad de ver-
se a uno mismo, cara a cara, frente al
mundo, en sus más vitales y explícitas
formas de sobrevivencia…
Sin embargo, la soledad siempre ha sido
Sin embargo, la soledad siempre ha sido mi mayor pavor,

mi mayor pavor, me causa gran temor


me causa gran temor saber que existen millones
saber que existen millones de personas a mi
de personas a mi alrededor y no estar con
alrededor y no estar con alguien a mi lado.
alguien a mi lado.
35

Round 2

Las prostitutas son mujeres, madres, viudas,


solteras, locas y, como las monjas, también las
putas van al cielo.

M aya :

Un suspiro puede ser júbilo o llanto de la vida, hasta


de la misma muerte. Así ha sido mi vida, un instante
perpetuo.

Mi vida es como un gemido que se ha encarnado


en mis 20 años; he llorado, sufrido, pero también
he reído, sin saber hasta este momento si he lo-
grado ser feliz.
Las calles saben mi nombre y las esquinas
guardan mi esencia, reconocen mi sudor. Soy
una puta, una puta, pero no siempre lo he sido.
Como todas las mujeres, en un suspiro dejé volar
mis ilusiones, sueños y añoranzas, con la inten-
ción de que regresaran avenibles, pero de todo
aquello nada regresó, se extraviaron en alguna
parte del universo.
¿Desde cuándo soy una puta? No lo sé. Ya
lo he olvidado. Quizá sea desde aquella ocasión
36

cuando concedí mi primer beso y a cambio pude


Pelea por la vida

recibir una sonrisa, un rostro enrojecido y un


guiño de ojos; tal vez desde esa ocasión me gustó
recibir algo a cambio de mis besos, ¡porque eso
es la prostitución!, ¿o no? Es venderte por una u
otra cosa, dejar humillar tu cuerpo a cambio de
algo. Pero si se trata de venderte por dinero… Ah,
creo saber desde cuándo empecé a prostituirme.
Cuando cumplí quince años mis padres falle-
cieron en un accidente de carretera, por culpa
de un alcoholizado conductor. Así me quedé so-
la y no tuve problemas económicos puesto que
mis padres eran de posición acomodada y todo
su capital pasó a mis manos. Sin embargo, la
soledad siempre ha sido mi mayor pavor, me
causa gran temor saber que existen millones
de personas a mi alrededor y no estar con al-
guien a mi lado. Por esa razón consentí que mis
tíos vivieran en mi casa. Desde luego que ellos
se acercaron a mí sólo por interés, a pesar de
saber de sus cáusticas intenciones de quedar-
se con mis bienes, no me preocupé, a cambio
mantenía la soledad lejos de mí. Pronto dejé los
estudios y a todos aquellos que fueron mis novios
en la escuela.
Nunca me ha gustado que me impongan reglas
o someterme a todo aquello que considero no es
bueno para mí; tampoco me ha gustado sentir-
me encerrada, atrapada entre paredes, por lo
que decidí trabajar en una agencia de modelos
a pesar de no tener necesidades económicas. Me
gustó ese empleo ya que me permitía explotar mi
sensualidad, siempre me ha gustado verme y que
37

me vean bien, me agrada gustar a los hombres,

Ricardo Guerrero Jiménez


esto me permitió conocer distintos lugares de
México, de norte a sur, y algunos países de Europa,
como Italia donde me agradó la famosa bistecca a
la fiorentina, el vitelo tonato (ternera con atún y
anchoas), el Pane di Altamura, los vinos Brunello
di Montalcino y Chianti; de Francia me agradaron
los Jardines del Parque André Citroen, el recinto
Mont Saint Michel, el puente Passerelle des Arts,
que es un puente peatonal ubicado en París, la
Catedral de Rouen, el Museo de Louvre y, por su-
puesto, el Arco del Triunfo; de España sin duda la
Bahía de La Cocha, pero me enamoré de la ciu-
dad de Marbella que se ubica en la provincia de
Málaga, Andalucía, situada a orillas del mar Medi-
terráneo, entre Málaga y el estrecho de Gibraltar.
Conocí ese lugar gracias a un empresario que me
contrató como acompañante y en los tiempos en
que él me dejaba sola me la pasaba con su hijo
Roberto con el que pasé algunas noches en su yate
sobre el mar Mediterráneo.
Siempre he sido asediada por los hombres, sin
embargo nunca me interesé por alguien en espe-
cial, en los cinco años que llevo metida en este
mundo de lujuria. Ya cuando una vive de puta
no importa el amor, y te engañas diciendo a los
clientes ¡sin besos en la boca!, como si el beso
fuera la diferencia entre lo puro y lo impuro y,
la verdad, si a un hombre le ofreces darle un beso
o tener sexo, la respuesta es obvia, lo que los
hombres siempre quieren es placer y si es gratis
mejor. Sin embargo hay quienes siempre quieren
más, o se dicen enamorarse; al principio lo pien-
38

sas, pero después ya te la sabes, lo que quieren es


Pelea por la vida

hacerte lo que en sus casas no les dejan hacer, y


bueno, de eso se trata la chamba cuando te pros-
tituyes, pero hay quien se obsesiona, de ésos hay
que cuidarse, ésa es la razón por lo que una puta
busca la protección de un hombre. Al final siem-
pre de una u otra forma terminas pidiendo ayuda
hasta del que según te protege.
El amor es un amante venenoso… como una
prostituta que cobra caro. Es un mal chiste del
Dios de los hombres, el más entretenido, el más
turbio y oscuro; el más antiguo, el mejor elabo-
rado, el más pensado, la mofa mordaz de quien
nos ha transformado en casi bestias.
Quizá al inicio sí llegué a sentir algo, de eso
que dicen que es amor, pero fue muy efímero.
Fue de alguien que me metió en esta vida, se lla-
maba Miguel, pero le decíamos Micky. Yo lo cono-
cía y reconozco que me gustaba. En una ocasión
habló por teléfono a mi casa, eran como las diez
de la noche ya estaba recostada dormitando.
—Bueno, habla Miguel de la Agencia Intmo-
dels, quisiera hablar con Maya.
—Ella habla, Micky, qué pasó —contesté susu-
rrando.
—¿Qué crees?, hablé con un publicista de
Guadalajara, dice que vio tu catálogo en el por-
tal de la agencia y te quiere contratar para un
comercial —entusiasmado me contó Miguel.
—¿En serio? —pregunté incrédula.
—Claro que es en serio. La agencia ya me dio los
viáticos, tenemos la reunión mañana temprano.
—Entonces a qué hora nos vemos mañana.
39

—Mañana, no, nos vamos hoy. Prepara tus cosas

Ricardo Guerrero Jiménez


y nos vemos en una hora en el aeropuerto.
—¿Cómo, en una hora? Micky, lo siento pero
no llego.
—A ver cómo le haces. El avión sale a las 12:30
y sabes que tenemos que registrar el equipaje.
—Está bien, te hablo cuando llegue al aero-
puerto —concluí.
Así empezó todo, una llamada, un viaje y un
supuesto comercial en televisión. En esa ocasión
llegamos a Guadalajara a la una de la mañana,
pero al llegar al Hotel Centro Histórico Holiday
Inn, no encontramos habitaciones disponibles.
Nos sugirieron una habitación para los dos, por
lo que me negué inicialmente, sin embargo lo
acepté, al no tener alternativa. Al entrar a la ha-
bitación estaba dispuesta a decirle a Micky que
dormiríamos en lugares distintos, pero me quedé
muda al ver la belleza del decorado, sus paredes
en verde olivo, sus cortinas largas y blancas, un
par de lámparas con luz tenue a los costados de
la cama, sábanas y almohadas blancas con una
sutil flor de color naranja bordada, el piso cubierto
con una suave alfombra color crema, al fondo un
jacuzzi, a su costado tres velas de color naranja
encendidas que me provocaron suspiros.
—Oye, Micky, qué fregón está todo esto —le
dije aún suspirando, con la vista puesta en el ám-
bar de las velas encendidas.
—Sí, está hermoso, pero así cuesta — contestó.
—No seas tonto, cómo hablas de dinero cuan-
do ves todo esto, siente la tela de las sábanas, las
cortinas, esas velas, y tú sólo piensas en dinero,
40

además, ahora que lo dices ni pienses que vamos


Pelea por la vida

a dormir juntos —le aclaré.


—Por supuesto que no, yo duermo en la cama
y tú en la tina —me contestó entre risas.
—Sí, como no, si aquí la reina soy yo —le con-
testé sin mirarlo a los ojos.
En ese instante se acercó muy junto, me su-
jetó la cintura con una mano y besó con prisa
suavemente mis labios.
—Claro que eres una reina, preciosa, pero a mí
también se me antoja estar debajo de esas cobijas,
relajarme con un baño de tina. Te imaginas dentro
del agua con todas las luces apagadas, las velas en-
cendidas y con música de Ricardo Montaner.

Bésame la boca
con tu lágrima de risa
bésame la luna
tapa el sol con el pulgar
bésame el espacio
entre mi cuerpo y tu silueta
y al mar más profundo
bésame con tu humedad…

—Sí, se oye bien, hasta me pones nerviosa, pero


a poco no estaría mejor si fuese con alguien que
amas —mientras me alejo de él con la intención
de que me siga y me diga que siente algo por mí.
—Claro que sí —me contestó mientras se acer-
có nuevamente abrazándome por la espalda.
—Tu cuerpo no te pide caricias o besos —dijo
mientras su húmeda lengua empieza hacer de las
suyas sobre mi cuello.
41

Ricardo Guerrero Jiménez


Esa noche a pesar de sentir en mi cuerpo una
sensación de ansiedad que recorría mis muslos,
de excitarme con cada roce de aquellas sábanas
blancas e imaginarme ser poseída por tan atrac-
tivo varón, no tuve sexo. ¿Qué pasó?, no lo sé.
Yo deseaba que Micky me tomara por la fuerza,
que se atreviera. De verdad, a mis quince años
lo deseaba, sin embargo optó por no hacer nada,
dejarme exaltada y en silencio. Al día siguiente,
al término de la entrevista con el publicista, des-
pués de que firmamos un contrato de intención
por la participación en una serie de comerciales
para una empresa de cosméticos que lanzaría al
mercado una nueva crema, Carlos Uriarte el pu-
blicista nos invitó a desayunar, pero Micky re-
cibió una llamada en la que le pidieron dirigirse
42

a Colima para cerrar otro contrato de la agen-


Pelea por la vida

cia. Por mi parte fui al desayuno con Carlos, al


término de éste me dirigí al hotel a recoger mi
equipaje. El publicista se ofreció a acompañarme
y llevarme al aeropuerto. Pensé que alcanzaría a
Micky en el cuarto del hotel, pero él ya se había
ido, sin prisa alguna empaqué mis cosas y al mo-
mento de levantar mi equipaje sentí cómo Carlos
se apoderó bruscamente de mis caderas, besando
y mordiéndome sutilmente mi cuello, sus manos
oprimían mis pechos que embonaban casual-
mente entre sus manos. Como pude me alejé de
él y le dije.
—Usted me confunde.
Sin decir nada nuevamente se abalanzó recos-
tándome sobre la cama, a la vez que metía sus
manos en mi entrepierna, su impaciente boca
enrojecía mi cuello, pero el gemir de su aliento
acalambraba lo más profundo de mi ser. Ya no
sabía qué hacer, si parar de un golpe, o saciar mi
candente deseo permitiendo que Carlos hiciera
lo que Micky no se atrevió. Un instinto ajeno a
mis deseos me provocó gritar.
—Pare, por favor, pare —le insistí, una y otra
vez mientras mi cuerpo perdía fuerza.
Carlos sólo paró un instante para quitarse su
camisa y sacar de su cartera un puñado de bille-
tes que puso en mi mano, fue entonces cuando
ya no supe qué decir ni qué hacer, tener los bi-
lletes sobre mi mano fue un golpe de hielo sobre
mi cuerpo que se disipaba en gotas que parali-
zaban mis sentidos. Entre el deseo reprimido y
el deseo que buscaba saciar, sólo pude decirme
43

¡este cabrón piensa que soy una puta! Al final las

Ricardo Guerrero Jiménez


paredes en verde olivo se destiñeron con gritos de
dolor, las cortinas blancas atraparon mi pureza,
ese par de lámparas con luz tenue se convirtieron
en el luto de mi niñez, pero la suave alfombra, esa
alfombra de color crema guarda el eco del más
arrebatado placer que una mujer puede sentir.
Con el tiempo me enteré que fue Micky, el que
me había tendido una trampa para venderme con
Carlos, el trabajo, los comerciales, eran una farsa,
todo estaba planeado desde la misma agencia,
porque sus principales ganancias eran producto
de la prostitución de sus modelos.
Un viaje siempre implica un antes y un des-
pués, así sucedió conmigo. Después de un viaje
empecé a venderme, y aunque fue mi voluntad
seguir trabajando en Intmodels, nunca tuve rela-
ciones con Micky. Aun siendo menor de edad
mis familiares me despojaron de todo lo que mis
padres me habían dejado y fue como decidí viajar
de un lugar a otro.
¿Cómo terminé siendo una prostituta de es-
quina? Después de prostituirme en las grandes
esferas de este país, puedo decir que es fácil de-
ducir que este tipo de vida te va a dejar parada
en una esquina, sólo aquellas que se inician en la
prostitución se ilusionan y sueñan pensando que
su belleza les va a permitir encontrar su príncipe
anhelado, pero no saben que tarde o temprano,
sin importar la edad, o qué tan hermosa estés,
terminas abriendo las piernas en cualquier calle
oscura. Mi caso fue más que eso. Parecía que mi
relación con Roberto Del Campo, era más que
44

una simple aventura y por más que trataba de


Pelea por la vida

hacerle entender que lo nuestro era imposible, él


se aferraba cada vez más, hasta que en una oca-
sión Roberto le confesó a su padre lo que sentía
por mí, por lo que éste mandó llevarme a una de
sus casas de España. Ya suponía de qué se trata-
ba, sin embargo no sabía que el enojo del señor
Roberto era demasiado grande, por ello al entrar
a su oficina lo quise saludar como era costumbre,
sin embargo me recibió con un par de bofetadas
y me dijo que él me trajo a Europa para acom-
pañarlo y no para enamorar a su hijo. Enseguida
dio instrucciones para que me mandaran con
el Coreano; yo no sabía quién era, pero sólo me
quedaba obedecer. Me cubrieron los ojos y me
llevaron en coche a una casa donde, sin desta-
parme los ojos, me dejaron con el tal Coreano.
Era una casa grande de tres pisos, sótano, alberca
y jardines grandes. Al principio sentí que era un
castigo, pero nunca pensé que sería el tormento
de mi vida. La primera noche en ese lugar me
llevaron a la sala de la casa y me sentaron sobre
un sofá donde sobresalía frente a mí una ruleta
con la numeración del uno al nueve. El Coreano
me hizo girar la ruleta y ésta quedó en el nú-
mero cinco, enseguida mandó traer a cinco de
sus guaruras, quienes al entrar se me quedaron
viendo con sonrisas llenas de lujuria. El Coreano
me dio una libreta, una pluma y me pidió que
apuntara sobre ella los números que saldrían de
la ruleta, aclarándome que los guaruras no tenían
nombre, que les diera un número a cada uno de
ellos, por lo tanto cuando pasó el primero y en la
45

ruleta sacó el cuatro apunté 1-4, enseguida tiró

Ricardo Guerrero Jiménez


el segundo guarura y sacó 6, yo apunte 2-6, así
sucesivamente 3-7, 4-3, 5-8, sin embargo aún no
sabía de qué se trataba, pero después el Coreano
se me acercó muy junto y me aclaró que si no lle-
vaba la cuenta bien me iba a matar. Me asusté, no
sabía de qué se trataba. Apenas salió el Coreano
y el primer guarura que giró la ruleta se acercó y
me dijo que la ruleta era un juego de placer, que
yo había sacado el cinco, por eso ellos eran cinco,
y el número que ellos sacaron eran las veces que
me iban a violar. Justo ahí fue cuando el temor se
apoderó de mí al saber que iba a ser violada por
cinco lujuriosos y enormes guaruras. Fue la pri-
mera noche que pasé en ese lugar y fue una de las
más pavorosas experiencias de mi vida. Esa noche
me hicieron de todo, me violaron una y otra vez,
toda la noche, terminaba uno y empezaba otro
hasta completar 28 veces; la verdad es que en las
últimas ocasiones ya estaba casi inconsciente.
Esa fue como mi bienvenida.
El Coreano se dedicaba a la trata de blancas y
tenía a su cargo a más de cien mujeres de diferen-
tes edades y nacionalidades, incluyendo a menores
de edad. Ya en ese tiempo yo tenía casi 18 años,
pero me trataban igual que a todas. En ese lugar
sólo había de dos: morir o prostituirte a cambio
de nada; yo escogí lo segundo, pensé que así iba
a tener oportunidad de escapar. A unas mujeres
las amenazaban con matar a sus seres queridos, a
otras les decían que tenían que pagar hasta 10 mil
euros para entregarles su pasaporte y dejarlas ir y
a otras las golpeaban para obligarlas; conmigo no
46

había tanto problema, ya que había decidido co-


Pelea por la vida

operar a cambio de no volver a pasar la ruleta, pero


nada garantizaba que no pasaría algo peor, estaba
a disposición de los deseos de quienes pagaban,
a ellos los teníamos que tratar como reyes, sin
importar los más bajos deseos que tuvieran. Los
hombres que llegaban eran de distintos países,
desde gobernantes, políticos, actores, magnates,
de alta posición económica. Por otra parte Las
Mujeres del Coreano, como nos decían, éramos
las más buscadas, primeramente por la secrecía
que había en esta red de trata de blancas. Por otra
parte, la apariencia de las mujeres era glamorosa
e incluso había instructores de idiomas para que
pudiéramos relacionarnos con mayor facili­dad.
De lo más feo que me enteré en ese lugar, fue
que en una ocasión una persona muy rica de Ja-
pón tenía el deseo de matar en el acto a una mu-
jer, por lo que el Coreano le entregó a una chica
paraguaya que ya había intentado escaparse en
repetidas ocasiones. Yo estaba en un cuarto con
dos tailandesas, una francesa y otra nigeriana,
creo que nos acomodaban así para que no pu-
diéramos relacionarnos mucho. De los gustos de
los clientes los europeos buscaban a las latinas,
principalmente morenas, los americanos bus-
caban a las asiáticas y europeas, pero los asiá-
ticos buscaban más a las niñas, sin importar la
nacionalidad. Eso sí, nos daban absolutamente
todo para estar bien presentables: ropa, zapatos,
lencería, bolsos, carteras, lentes, perfumes de las
mejores marcas: Armani, Alexander McQueen,
Bvlgari, Brioni, Prada, Gucci, Christian Dior, Ver-
47

sace, xoxo, Givenchy, Hermes, Hugo Boss, iwc,

Ricardo Guerrero Jiménez


Chanel, Christian Dior, Escada, entre muchas
otras. Nunca supe cuánto cobraban por chica o
por evento, si fuese por la ropa y esos lujos nunca
hubiera escapado de ese lugar, pero cuando estás
sometida de tal forma, por más puta que una sea,
siempre existe un instinto de sobrevivencia que
te pide en todo instante escapar. Yo lo conseguí
cuando me llevaron a Argentina, recuerdo que la
red del Coreano tenía más presencia en países
donde las leyes no consideran grave el delito de
trata de blancas. Cuando llegué no sabía en qué
parte estaba, pero después de unos días y de es-
tar con distintos hombres me enteré que estaba
en una casa en Mar del Plata, Buenos Aires, de
donde logré escaparme, sin ropa y sin dinero.
Caminé por la avenida Vieytes y luego por Las
Heras, hasta llegar a Alvarado donde pedí ayuda
y fui a dar a una jefatura de la policía bonaerense
y, aunque no di ninguna información de lo que
me sucedía, me trataron como turista que había
perdido todas sus pertenencias y me ayudaron a
llegar a la embajada de México en Argentina, ahí
mismo en Buenos Aires en el Barrio de Belgrano.
Después de un tiempo de investigación y ya sien-
do mayor de edad me regresaron a México. Yo
nunca dije nada, pero las autoridades ya sabían
de qué se trataba por lo que al llegar no me de-
jaron libre, fui hospedada unos días en un hotel
de la ciudad de México sin que lograran sacarme
nada de información. Al dejarme libre me lleva-
ron a mi casa, la misma que mis familiares me
habían quitado. Mis tíos aceptaron el parentesco
48

con la condición de que yo no les peleara todo


Pelea por la vida

lo que me habían quitado. Pero me dejaron para


comprar un modesto departamento en la colonia
Balbuena del Distrito Federal, pero cuando se me
acabó el dinero y no pude encontrar trabajo tu-
ve la necesidad de prostituirme nuevamente. Así
terminé como una puta de esquina.
Las mujeres honradas se venden, las putas
sólo nos alquilamos.
La trata de blancas y la esclavitud sexual son
una realidad lacerante de nuestros días. Pocas
son las mujeres que logran escapar de las mafias
que las explotan, y menos aún las que se atreven
a contar su experiencia. Son mujeres y niñas
engañadas; secuestradas, vendidas, de alguna
manera forman la nueva esclavitud de este siglo.
La prostitución infantil, pornografía y tráfico de
niños en México es fuerte en Tapachula, donde
sucede la venta, luego las víctimas son redistri-
buidas a Oaxaca, Michoacán, Guerrero, Jalisco,
Nayarit, Sinaloa y el Distrito Federal. Más del 50
por ciento son guatemaltecas, el resto son salva-
doreñas, hondureñas y nicaragüenses, de entre
ocho y 14 años de edad. No hay registro de cuántas
redes de trata de blancas operan actualmente, sin
embargo se sabe que es el tercer negocio más
lucrativo a nivel mundial, detrás de las drogas
y armas. Cuatro millones de personas son pros-
tituidas contra su voluntad en todo el mundo.
De ellas se estima que más de dos millones son
menores de edad. A nivel mundial, Tailandia en-
cabeza la trata de personas con fines de explota-
ción sexual, seguida de China, Nigeria, Albania,
49

Bulgaria, Bielorrusia, Moldavia y Ucrania. En

Ricardo Guerrero Jiménez


México, se estima que 500 mil personas son
víctimas de explotación sexual. Esto signifi-
ca que una octava parte de los casos de to-
do el mundo suceden en este país. Y sólo
en Cancún y Acapulco, más de 16 mil
niños ejercen la prostitución forzada.
Me sueño como un ave sostenida en
Me sueño como un ave sostenida en el aire por los ojos del día.

el aire por los ojos del día. Me sueño


Me sueño espuma en los mares añiles... Me sueño en una galaxia
espuma en los mares añiles... Me sueño
remota, con estrellas proféticas... Me sueño lágrima y puente, mujer
en una galaxia remota, con estrellas
con alas y mujer de besos.
proféticas... Me sueño lágrima y puente...
51

Round 3

Pelear arriba del ring es como entrar a un quirófano,


no sabes si saldrás de ahí con vida.

Son las tres de la mañana y los inconsolables so-


llozos de Carlos, el Poeta Esquivel, no cesan en caer
sobre la foto que atesora la imagen de la mujer que
ama, Carmen. Sobre la cama, fiel testigo de las inde-
finidas noches oscuras que ha vivido el Poeta, se posa
una pequeña caja de roble que despide un aroma a
esperanza que guarda un racimo de palabras de amor
convertidas en cartas, de donde sobresale la primera
de Carmen en la que sentencia su despedida:

C a rl o s :

Sé que ninguna de las palabras que iré poniendo


en esta carta bastará para arrancarte este dolor.
Pero permíteme que me acerque a ti desde la
sinceridad de este papel. Con estas líneas tra-
taré de que este adiós no te deje tan lleno de
dudas. Sé lo hermoso que ha sido nuestro amor,
sé que vaciarás los días al irte de mi vida, sé que
me quedaré con el alma hecha trizas. Pero enten-
52

derás que nací en el mundo de manera diferente,


Pelea por la vida

puesta a perseguir una lejana esperanza que aca-


so sólo sea una utopía, inalcanzable como tal.
Ahora te veré atando cabos, relacionando cosas
que te dije con éstas que te digo ahora. Querrás
acaparar en tu desdicha la razón de nuestra se-
paración, y no podrás hallarle sentido a lo que te
digo: nos separa el infinito, nos separa tu oficio y
nos separa el amor.
No huyo de los compromisos, pero en cierta
forma no estoy de acuerdo en ceñir los senti-
mientos en esas formas más elaboradas de la
prisión que son las relaciones formales. No ne-
cesito para amarte que te sepas mi novio, o mi
esposo. No me veo en esos roles, porque la maldi-
ción de sentirme un espíritu libre y sin temores
me conduce inevitablemente a la soledad. Lo sé,
tercamente voy hacia lo desconocido, a un lugar
sin ti. Pero tus expectativas en el boxeo, son tales,
que no estoy de acuerdo, no concibo esta tortura
de amarte y depender de un golpe de tus rivales
para estar a tu lado. Una torre de promesas querrás
alzar para que no me vaya, me jurarás dejar todo
por mí y perder tu vocación, tu libertad, mas no
podrás retenerme porque es la muerte la que jala
sin piedad sobre mí. Apenas me deja en paz unas
horas, unos días, me lleno de sueños imposibles y
me imagino en esa casa soñada, siendo la madre
de tus hijos mientras tus manos sólo viven para
brindarme caricias.
Me sueño como un ave sostenida en el aire por
los ojos del día. Me sueño espuma en los mares
añiles que ningún barco acarició con estelas de
53

blancas y sacudones de proa. Me sueño mariposa

Ricardo Guerrero Jiménez


transparente en un jardín que se sosiega al cre-
púsculo, mientras se muere un poeta o un valiente.
Me sueño en una galaxia remota, con estrellas
proféticas anudando mis arterias a esos destinos
colosales que asocio con la palabra eternidad. Me
sueño lágrima y puente, mujer con alas y mujer
de besos. Hubo días en que me decías que andaba
muy callada, y es porque el ominoso silencio te-
nía sus dedos en mi garganta y hacía huecos en mi
ventrículo izquierdo, desde el cual una ventana y
un hilo carmesí hacían recatarme. Ahora mismo
sé que pensarás que deliro, y sin embargo, lo que
acabo de decirte es perfectamente comprensible
en el lenguaje que habitualmente manejo con los
míos. No. No tengas ese error: no te incluyo entre
los míos, tú eres prisionero de tus puños, y no es
porque no te ame, es porque me refiero a aquellos
que están ligados a la verificación de ese destino
de libertad del que te hablaba. Tú estás en otra
vereda, otro sendero, tus pies de tierra caminan
con alborozo los caminos de la inmortalidad, del
peligro; tu alma luminosa se estremece con la
simple alborada, tus manos poetas trabajan otro
mundo y lo hacen y deshacen sin mayores com-
plicaciones. Nosotros somos amorosos, forasteros,
estamos de paso, ninguna casa es la nuestra, nin-
gún árbol nos pertenece, sólo nos cobija el sol
y nos consuela la luna, somos hijos del tiempo,
somos errantes y nuestra sangre lleva lava, dia-
mantes y corales, lleva martirios, lleva un sueño
a cumplir, allí donde se rasga el velo del mundo y
en ese lugar no te veo.
54

Ayer trataba de explicarte un poco cómo era


Pelea por la vida

todo esto. Pero noté que se opacaba tu mirada


y preferías entretenerte tirando golpes. Me dolió,
pero lo sabía: un día llegaría el momento de se-
guir sin ti. A tu lado fui tan feliz que si pienso en
ello, se debilita la voluntad que tengo de alejar-
te, y demoraré indefinidamente algo que tarde o
temprano sucederá, insistiendo en herirnos y ha-
ciendo todo mucho más difícil. Simplemente te
dejo porque me quiero sentir sin temores, libre,
pero sin dejar de verte. Dirás que soy despiadada:
yo me enorgullecería de ello, aunque no conci-
bas lo que te digo. Y al hacerte daño, reviso mis
valores y reflexiono seriamente si quiero seguir
en este camino. Y sí, me respondo que sí. Que sí.
Seguiré porque acaso no tengamos nada más no-
ble que obedecer el grito del destino, esa inasible
fuerza que a veces, como vocación, nos lleva de
un lado para otro.
Creemos en el desapego. No significa que
siempre lo podamos ejercer con ligereza. Más
bien nuestro desapego está hecho de cierta cos-
tumbre que tenemos de despedirnos de todo en
todo momento. Eso le da un relieve insospechado
al presente, pero su precio es la ruptura que no
se detiene de todos los atavismos, que mal que
bien, y como seres humanos, nos dan seguridad.
Hay un saboteador en nuestra sangre que conti-
nuamente malogra nuestra dicha con su sermón:
pelea, pelea. Y esa misma palabra viene en nues-
tro auxilio cuando un dolor nos ha despedazado,
también pasará este dolor. Ahora veo pasar
nuestros días felices, nuestros besos, nuestras
55

confidencias, tus brazos que parecían hechos para

Ricardo Guerrero Jiménez


caber en mis manos y en mi cuerpo, la caricia
de tus ojos puestos en los míos y amándome sin
saber que un día te dejaría.
Carlos, te pido no me olvides. No me busques
físicamente, sígueme con tus ojos, yo haré lo mis-
mo, que sea este medio (las cartas), vínculo de
nuestro amor, que sea tan grande, pero tan sose-
gado, que sólo tú y yo lo sepamos. Quizá un día,
en un lugar que aún no existe, estemos los dos
juntos, y sea yo y no unos guantes de boxeo, la
única que pueda tocar tu rostro.
Carlos, sabes dónde escribirme, sé valiente co-
mo hasta hoy y no me busques, ya encontrarás la
forma de hacerme llegar tus cartas para saber de
ti. Por mi parte, ten la seguridad que guardaré con
profundo e inigualable amor cada palabra que es-
cribas sobre un papel; prefiero que nuestras vidas
terminen así y no mis lágrimas sobre tu cuerpo
inerte encima de un ring.
Tuya, pero libre, te ama
Carmen.

Fue la primera de muchas cartas guardadas por


Carlos, quizá la más punzante o la que más le cau-
sa nostalgia. Pero así es la vida, nada le pertenece
a nadie, y el amor no es la leontina que asegura
la posesión de las cosas, pero sí la de las almas. El
amor es el mercenario de los hombres, que arre-
mete sin piedad, es quimera inconclusa, es llanto
postergado, es susurro en el viento; pero también
es risa que adula, instante eterno, es vida, muer-
te, es todo. El amor se repite como la historia,
56

como ente errante entre personas, memorias y


Pelea por la vida

sensaciones, todas crueles, todas punzantes y


llenas de intenciones. El amor se presenta con
capota y poesía ante nosotros, ocultando lo que
es, tan sólo un sentir, una idea carente de he-
chos, poco precisa, ambigua, donde todo lo que
se hace por simple mito, es, pero no lo es a la
vez, y sólo vive porque nosotros así lo deseamos
o lo recordamos; lo extrañamos... no es el amor
sin cuerpo, no es un acto, el amor es tarea de
filósofos, románticos inconscientes y egoístas, es
tarea de palabras bellas, de sensaciones finitas y
absolutamente terminables, es tarea de la razón
en disputa con la pasión, en una guerra donde,
siempre, ambas partes perecen. Mas también es
la resignación que asumió Carlos, campeón por
el Consejo Mundial de Boxeo en la categoría de
las 147 libras (peso welter).
A tres meses de terminar su relación con
Carmen, el Poeta Esquivel se enfrentó al esta-
dounidense Antonio Sandoval, de ascendencia
mexicana, por el Campeonato Mundial de Boxeo
en la categoría welter, combate realizado en el Ho-
tel mgm Grand de la ciudad de Las Vegas, Nevada.
El campeón Sandoval, era amplio favorito para
defender su título por décima ocasión. Pero Car-
los, el Poeta consiguió su oportunidad después de
36 peleas ganadas, ninguna perdida. Sin embargo,
y aun con tal oportunidad, el Poeta no concilia
el dolor que le causó la separación de Carmen.
Era la oportunidad de encarar al destino, golpear
fuertemente a la vida misma, reclamándole, res-
tregándole con sangre el absurdo de vivir.
57

La Pelea

Ricardo Guerrero Jiménez


Suena la campana, y su eco hace retumbar la ex-
pectación de los presentes. El Poeta parece flo-
tar sobre la lona del ring, observa la guardia de
su oponente sin causarle temor alguno, pero su
mirada fija se siembra sobre el negro rostro de
Sandoval. Golpes van y vienen, logran su cometi-
do, los corazones se exaltan, y nada, nuevamen-
te aparece el glorioso sonido de la campana que
anuncia el fin del round.
—Camina Poeta, busca su distancia, cruza tus
golpes y sal de inmediato —recomienda el entre-
nador mientras seca el rostro y le coloca vaselina
para que resbalen los golpes.
La pelea continúa, vaya expectación. El Poeta
afianza su guardia mientras el campeón lanza un
golpe bajo, izquierda, otra izquierda contunden-
te, derecha, golpe abajo del cinturón, el réferi
amonesta de palabra. El campeón se lanza como
pantera, el Poeta trata de esquivar los golpes,
pero es imposible, un gancho arremete sobre
su ceja, el Poeta retrocede, parece acabar todo.
Suena la campana.
—¿Qué pasa, qué pasa? Tira golpes, te van a
parar la pelea —le grita el entrenador mientras
masajea los brazos del boxeador.
—Llevas dos round perdidos, te va a querer
noquear en éste. Camina a su derecha para com-
plicarle sus golpes. Él abre mucho su guardia
porque no siente tus golpes, entra con el gancho
y haz combinaciones —le recomienda desconcer-
tado el entrenador ante la apatía del Poeta.
58

Nuevamente ese fatídico ruido hace rugir a la


Pelea por la vida

concurrencia. El campeón Sandoval busca rápi-


damente al Poeta, baja su guardia y amenaza con
su derecha, anunciando que lo quiere acabar con
un sólo golpe, pero el Poeta únicamente cimienta
su guardia para que su cuerpo reciba todas sus
desdichas. Los guantes se agrian, se corroen, no
quieren golpear aunque lo deseen. El Poeta, el
invencible, sucumbe ante el boxeo del campeón.
La noche no le sonríe. El Poeta cae a la lona.
Parece ser todo.
—Espera, date tu tiempo, respira hondo —grita
el entrenador, mientras piensa que la pelea fue un
error, que no era momento del Poeta.
Sin embargo, Carlos no escucha, está ausente,
agobiado, atrapado en el silencio de su amor, sólo
recuerda la sonrisa de Carmen, la mirada de esa
mujer que mató su alma y ahora provoca que su
contrincante acabe con sus sueños, con el boxeo,
con su vida.
—Ahora, levántate —escucha que le gritan
desde su esquina.
El Poeta encarna los sueños de miles de migran-
tes que buscan en sus golpes la venganza a sus
humillaciones y maltratos, Buscan tan sólo un
suspiro de satisfacción, un momento de alegría.
El Poeta, arte del boxeo, impacienta al respeta-
ble. ¡Dale un upper, un cabezazo, un mordisco
como Tyson, pero defiéndete!, grita la gente.
—Throws blows or stop the match —dice el
réferi al Poeta mientras le limpia los guantes en
su camisa.
Es inútil, el Poeta se nota bastante agobiado
59

por los tumultuosos golpes del campeón. Suena

Ricardo Guerrero Jiménez


la campana.
—Ya, no sales —asegura su entrenador mien-
tras lo sostiene de la quijada.
Ya, no sales. Ya, no sales, esas palabras carco-
men el alma del Poeta, sacuden sus emociones,
pareciera que lo golpearan aún más que los im-
pactos del campeón Sandoval. ¡Perder sin pe-
lear, por no pelear perdí a Carmen! —piensa
Carlos, mientras agita bruscamente su cabeza y
hace chocar sus guantes.
—No pare la pelea, por favor no la pare. Voy a
pelear, déjeme un round más, sólo un round. Por
favor. Por favor.
—Está bien. Sólo un round, pero si no veo pe-
lea, la detengo.

Suena l a c a m pa n a

El cuadrilátero toma forma de papel donde se


puede escribir cualquier historia, la euforia de la
gente evoca alientos que armonizan con las pier-
nas del Poeta que nuevamente parecen agiles.
Ahora parece flotar, cimbra sus sueños sobre la
lona, perfila su mirada clavándola sobre el negro
rostro de Sandoval. Izquierda, izquierda sobre el
rostro del campeón. Camina a su izquierda y lan-
za sin piedad golpes a su contrincante, sus bra-
zos adquieren ritmo, empiezan a juguetear entre
combinaciones que acometen sobre la bruma
negra. El campeón retrocede, no sabe qué pasa,
creía tener el triunfo en sus manos, pero las po-
sibilidades del Poeta han cobrado nuevos bríos.
60

Poeta Poeta Poeta, gritan eufóricos cientos de


Pelea por la vida

gargantas. El público se pone de pie, su venganza


se pinta con la sangre de Sandoval, los golpes del
mexicano honran la raza, la sangre mestiza. Poe-
ta invencible, Poeta cruel, Poeta ídolo. Retrocede
y saca un gancho sobre el hígado del campeón,
éste se queja de dolor, sus pupilas se dilatan, un
par de upper más revientan las cejas del cam-
peón, nublan su mirada, las piernas tambalean,
parece caer. El Poeta no se detiene, lo cruza con
la derecha, como relámpago que impacta sobre
el rostro del campeón que lo hace caer desfalleci-
do a la lona, no se mueve, está inerte. El réferi no
hace conteo, llama al médico. El Poeta ha ganado
el combate, abraza a su entrenador. Sandoval no
se levanta... Poeta campeón, campeón, campeón.
Sandoval muere en la lona y se une a la muerte
de boxeadores que han perdido la vida a causa
de los golpes como los mexicanos Marco Texano
Nazareth, Daniel Aguillón, Francisco Kilo Beji-
nes, Rey Conejito Hernández, Crescencio Mer-
cado. Los estadounidenses Jimmy Doyle, Robert
Benson, David Moore, Beethaven Scottland. Los
indonesios Jack Ryan, Antonius Moses Seram. El
galés Johnny Owen. El colombiano Jimmy Gar-
cía. El panameño Pedro Rockero. El venezolano
Carlos Barreto. El cubano Benny Kid Paret. El
surcoreano Duk-Koo Kim. El japonés Yoshihiro
Irei. El filipino Manuel Zayas. El australiano Ah-
med Popal, entre muchos otros boxeadores, co-
mo McKay y Simon Byrne, que perdieron la vida
por derrame cerebral en el mismo encuentro,
cuando las peleas aún eran a puño limpio.
61

Ricardo Guerrero Jiménez


Pelea, pelea…
baña tu cuerpo de sudor.
Tu sangre te excita…
Pelea, perfuma tu alma,
no te rindas, golpea, daña,
afloja su cuerpo y caerá su cabeza…
No ceses prisionero de cuatro cuerdas,
no mires tu esquina, besa tus guantes.
Tu rival ha muerto.

Fue la última vez que Carlos, el Poeta Esquivel,


peleó. No pudo reponerse de la muerte de
Antonio Sandoval, a pesar de recibir in-
numerables ofertas, se negó una y otra
vez. Inicialmente se alejó de todo, del
boxeo, de los amigos, hasta de Car-
men, que al enterarse de lo sucedido
lo buscó sin encontrar respuesta.
...sin que te dieras cuenta pude apreciar
...sin que te dieras cuenta pude apreciar cómo tu sonrisa acari-

cómo tu sonrisa acariciaba a tu hijo,


ciaba a tu hijo, como las nubes cuando se unen al cielo, como
como las nubes cuando se unen al
el agua cálida de un río donde baja a beber un ruiseñor.
cielo, como el agua cálida de un

río donde baja a beber un ruiseñor.


63

Round 4

Dicen algunos que hay muchos dioses. Que los


boxeadores rezan al Dios de todos los cristianos y a la
Virgen María. Otros creen en Changó, Ochún y en Ba-
balú Ayé. También asumen la creencia en que el Dios
de los perros y el de los pobres como que es el mismo
cabrón que veneran los muchachitos del ring.

Jedrziewski, El duque

C a rl o s , E l P o e ta E s q u i v e l

No dormía bien desde aquella noche, apenas entre-


cerraba los ojos y la angustiosa imagen de Sandoval
sacudía mi inconsciente para despabilarme, miraba
cómo su abatido rostro se formaba en las traslucidas
cortinas de mi ventana, no concebía deambular con
la luz apagada, sentía terror, miedo. Miedo que se
encadenaba en mi piel al escuchar la voz de Sandoval
que imploraba ¡déjame vivir, para tus golpes!

Me tapaba los oídos para no escuchar los escalo-


friantes lamentos, pero era imposible, arremetían
contra mí, en todo instante, dormido, despierto,
de día o de noche. Alucinaba su cuerpo bañado
en sangre mientras Carmen lloraba sobre el inerte
cadáver postrado en la lona del ring. Miraba cómo
las lágrimas de la mujer que amo humedecían el
cuerpo de Sandoval, ¡no mueras, no mueras!, pro-
fiere Carmen en mis alucinaciones, como si fuera
64

yo ese fardel de huesos y de carne ya sin vida.


Pelea por la vida

Quizá esas alucinaciones no sean más que mis


deseos de morir, de sentirme culpable, de desear
regresarle la vida a Sandoval. Quizá haya sido mi
dolor vestido de luto, que germina de mi alma tra-
tando de alejarse de mí. Y nuevamente culpable,
culpable. Yo culpable por pelear, por defender mi
vida, por olvidarme de Carmen. Yo culpable.
No fue fácil. La verdadera pelea de mi vida inició
después de esa noche, desde entonces he tenido
que pelear conmigo mismo, con mi soledad, con
mis culpas. Aunque las miradas de la gente, sus
palabras, su amor, me gritan asilenciados por la
cordura inocente. Por todo eso traté de huir, es-
conderme de todo y de todos. Por esa razón dejé
el boxeo, ese maldito deporte que me arrebató a
Carmen y a mi tranquilidad, que me convirtió en
asesino. Pero también, bendito, bendito deporte
que me enseñó en esa noche a pelear, a pelear
con todas mis entrañas desde lo más hondo de
mi alma para defender mi vida, mi espíritu, y así
lograr sobrevivir del abandono de Carmen y de la
muerte de Sandoval. Cuando me recuperé de esa
caída, juré no volver a ponerle la mano encima a
ningún ser humano, pero el box me llamaba, no
me dejaba ir, me hacía sentir de su propiedad. Al
pasar por el gimnasio en el que me inicié como
boxeador, podía percibir ese olor a sudor, y cómo
se adhería rápidamente a mis poros, el golpeteo
de los saltos con la cuerda, el golpe continuo de
la pera y las manoplas que se conjugaban con mi
corazón. Mis manos me reclamaban, temblaban
impacientes, sudaban, querían pelear, pelear. El
65

boxear sin duda es mi vocación y quien rehúye

Ricardo Guerrero Jiménez


a su vocación no puede ser feliz. El absurdo de
mi vida, boxear para ser feliz, vaya dilema que
se contrapone entre recuperar algo de felicidad a
cambio de aquello que me lo dio y quitó todo. En
el boxeo no hay asesinos.
La cuestión más profunda, profesional no es
¿qué debo hacer con mi vida? Es el más ele-
mental y exigente ¿quién soy yo?, ¿cuál es mi
naturaleza? Parker J. Palmer.
Después de un tiempo, mis ojos se acostum-
braron a ver a Carmen pasear con la familia que
había formado. Al principio lamenté que el hijo
que cargaban sus brazos no fuera mío, pero me
conforté con su amor secreto. Atendí la postura
de aquella carta de despedida que me invitaba a
relacionarnos por medio de la escritura, escritos
que me dejaron parte de tranquilidad, esperanza
y sobriedad ante la vida.

C a r ta a Carmen:

Hola, amiga mía, y aunque ya no puedo decirte


amor mío, te digo amiga, con todo el amor que un
hombre puede sentir. Lamento tanto no haberte
entendido, pues es hasta ahora cuando vislumbro
tu partida. Lo siento. Perdón, pero ya he pagado
mi falta de sensibilidad ante tu dolor. Perdón y mil
veces perdón, por no entender el sufrimiento que
padecía tu amor cada que subía al ring y tú eras la
víctima. Ahora entiendo la libertad de la que me
hablabas en tu carta, carta que atesoro con tanto
cariño, no era más que respirar tranquilamente por
66

un instante. Quiero decirte que ya me siento bien.


Pelea por la vida

Un poco como antes ¿recuerdas?, nos recostába-


mos en el pasto en plena luna llena y ella nos arru-
llaba, parecía que éramos uno, dos miradas, dos
corazones, tu amor y el mío, dos emociones, pero
en esos momentos uno sólo, ¿recuerdas? Cuando
me enteré que te casaste con aquel amigo que te-
nías en la universidad, me dolió que lo hicieras
apenas nos separamos, sin embargo también me
dio mucha alegría porque tú lograbas levantar el
vuelo de la felicidad. Te lo mereces Carmen, y aun
cuando tuve momentos de agonía me consolaba al
verte cargar a tu hijo, ése era mi consuelo. Ah, có-
mo recuerdo aquella ocasión cuando tu hijo lanzó
la pelota por tu ventana y tú saliste por ella, yo
estaba ahí, te miraba desde el gimnasio y sin que
te dieras cuenta pude apreciar cómo tu sonri-
sa acariciaba a tu hijo, como las nubes cuando se
unen al cielo, como el agua cálida de un río donde
baja a beber un ruiseñor. Así se notaba, sangre de
tu sangre, alma de tu alma, carne de tu carne, amor
de tu amor. Cómo no ibas a pelear por esa libertad
a costa de tu propio amor, si te esperaba con tan-
to amor ese trocito de carne en ese trayecto de tu
camino. Sabes, compré el gimnasio, no volveré a
pelear, pero me dedicaré a entrenar a boxeadores,
tendré la oportunidad de seguirte viendo aunque
sea de lejos, pero no tan lejos como para sentirme
fuera de tu vida. Me despido, sólo me queda decirte
gracias por salvar mi vida y darme la oportunidad
de comunicarme contigo por este medio.
Siempre a tu lado
Carlos.
67

Ricardo Guerrero Jiménez


Carmen:

Hola, Carlos. Mi Poeta, con respecto a tu prime-


ra carta quiero decirte en estas líneas en blanco
sólo una cosa…
.
.
.
.
.
… Pude haber llenado este espacio en blanco de
tantas palabras que tengo atrapadas en el alma,
pero todas ellas se resumen en un te amo. Cuan-
do me enteré de lo sucedido en tu última pelea,
te busqué por todas partes, porque sabía los mo-
mentos tan difíciles por los que estarías pasando.
68

No te encontré. Perdón por no acompañarte, es-


Pelea por la vida

tar a tu lado y consolar tu padecimiento, perdón.


Me da gusto que no tomes a mal mi casamiento
con Alfredo, él es un buen hombre, lo sabes. Y con
respecto a mi hijo, tienes razón, él es mi vida, en
él renació mi sonrisa que en un momento pensé
había perdido para siempre, pero mira, Dios ya
tenía un plan para mí, y yo lo agradezco con todo
mi corazón. Sabes, mi hijo se llama Arturo (aquel
que es fuerte como una piedra o como una roca).
Como el rey Arturo, hijo del rey de Britania, co-
mo Arturo de Soria, Arthur Miller, Arthur Colley,
duque de Wellington, como ellos, pero sobre to-
do como él mismo que ha aligerado mi andar y
ha saciado esa ansiedad de origen desconocido
que habitaba dentro de mí. Quiero que sepas que
me da gusto saber que has dejado el boxeo, y me
da gusto porque encontraste a un hombre bueno
dentro de ti, sensible, humano, capaz de vencer
los obstáculos de la vida. Y también me da gusto
tu adquisición del gimnasio ¡ya lo sabía!, y sin
que tú lo supieras, atrás de esa cortina blanca de
mi ventana que miras de lejos, siempre te miro,
te veo cómo en ocasiones buscas inquieto un de-
talle de mí. Quiero que sepas que en esas oca-
siones, cuando más te observo, impaciente me
pongo aquellos aretes que me regalaste, aquellos
en los que gastaste el dinero de tus medicamen-
tos y que fueron la causa de nuestra primera dis-
cusión, no es casualidad que me los veas puestos,
pues los uso sólo para ti, mi Poeta.
Siempre a tu lado
Carmen
69

Ricardo Guerrero Jiménez


Somos lo prohibido, a pesar del viento, de las
flores, de la noche, del delirio que hierve en-
cendido en las reglas sagradas que no ve-
da el deseo y nos somete a la vida sin que
seas tú y sin ser yo.
...una rosa que continúa con su vida
Debe ser como una rosa que continúa con su vida cuando un

cuando un pétalo la abandona... debe


pétalo la abandona. Se debe saber perdonar al instante, antes de
saber perdonar al instante, antes de tirar
tirar el siguiente golpe, de no ser así el rival no tendrá piedad y todo
el siguiente golpe, de no ser así el rival no
estará perdido. El campeón será el rival.
tendrá piedad y todo estará perdido.
71

Round 5

Dejar de pelear no es válido aun con la vida lapidada.

Campana a campana…
Golpe a golpe…
Día a día…
Soledad a…

Huele a sueños, esperanzas, a deseos transpirados


por las carnes que reciben el uno, dos, el arriba y
abajo, el gancho, acuchillado por el viento; el jab,
encendido por el rayo del descuido, el crochet,
el hoot, el swing. Se puede oír el llanto de una ma-
dre, oler el hambre del boxeador que se impacta
en la pera, pa pa pa pa pa…, ¡para, para!, diría
la inocente pera, ¡detente!, inocente ramera que
surgió para ser golpeada. Es imposible, los impac-
tos continúan, no cesan, el penetrante olor que
se combina entre vaselina, linimento, adrenalina
y sangre ya reposa en los pisos, paredes, puertas
y ventanas. La soledad se apiada de esas almas y
ordena a los muros fungir de acompañantes en
aquellos solitarios rounds de sombra. Al centro,
72

el rey de universo, el único, el sobreviviente de


Pelea por la vida

todas las contiendas, el que atrapa, el que festeja,


el que llora. El anfitrión del suceso, su cuerpo de
seis por seis es la cita, sus cuatro gruesas cuerdas
la cárcel, su lona el sepulcro. El cuadrilátero es el
ganador, no hay otro, es el único que sale airoso
sin golpe alguno, el tercer peleador de una disputa
que pareciera ser sólo de dos, donde el tercero
sobre el ring es un entrometido, sólo un revoltoso.
El gimnasio de Carlos es el lugar que le ha per-
mitido mantenerse cerca de lo único que le que-
da: el boxeo. Carlos, se ha convertido en pocos
años en un gran forjador de campeones, hasta el
momento ha logrado colocar en el firmamento a
sus pupilos en diferentes categorías. Boxeadores
de piel morena, con el pelo casi a rape, sólo con
pantaloncillos cortos de variados colores que
provocan una bruma de incansable sudor en el
gimnasio, lugar casi sombrío, de paredes que se
tiñen de grises, sin brillo, de espejos opacos y
sudorosos, aparatos de boxeo de alta tecnología
y de sueños lejanos. Nadie habla, lacónicos entre
el agobiante cansancio y el fervor de la tarde, los
boxeadores muestran su apatía al tiempo perdido.
Brincan, tiran golpes, se quejan, gruñen, sin per-
cibir la humedad asfixiante y ese olor que penetra
en lo más hondo del olfato. Los boxeadores de
todos los tiempos han hecho que sus entrena-
mientos y peleas sean una simple muestra del
amor que sienten por el boxeo, han dejado a un
lado los lazos sentimentales y hasta a sus propias
familias por estar dentro de un ring. Quizá en
ocasiones ha sido por bienestar económico, por
73

hambre o por ese efímero mundo de fama que los

Ricardo Guerrero Jiménez


incita a buscar el triunfo, pero sin duda todo llega
tarde o temprano cuando hay calidad, esfuerzo y
se tiene sangre de campeón. Ser campeón es la
meta, es lo imprescindible para un boxeador, es
el premio a su sacrificio, si éste no se realiza, la
razón de ser está muerta.

Ser campeón

Para ser campeón hay que tener porte de com-


petencia, dentro y fuera del cuadrilátero. Se debe
tener descaro, descaro, pero de seguridad, ser
sensible de los errores, hacer las cosas con vista
al éxito, no debe haber cabida para la culpa al
fallar un golpe, o un mal movimiento, el conten-
diente debe controlar su enojo, la ira que traiga
consigo, cualquier forma de pensamiento que se
contraponga con la concentración arriba del ring.
Debe ser como una rosa que continúa con su
vida cuando un pétalo la abandona. Se debe sa-
ber perdonar al instante, antes de tirar el siguiente
golpe, de no ser así el rival no tendrá piedad y
todo estará perdido. El campeón será el rival.
La seguridad debe definir al boxeador, pero
no es fácil llevarla a la práctica, se necesita mucho
entrenamiento, mucha concentración, se debe
cimentar, golpe a golpe, en la forma del cami-
nado sobre el ring, en la distancia, en el ritmo
conjugado entre mente y cuerpo. El boxeador
que pretende ser campeón debe actuar ipso facto,
bajo el atesoramiento de los movimientos en la
mente, no debe confiar en la adivinación de los
74

golpes y combinaciones de su oponente, sino


Pelea por la vida

en el estudio y la fijación de la potencialidad y


estrategia que ejerce su rival justo en la pelea.
No debe haber lugar para la reflexión ajena al
combate, ni siquiera pensar en lo que se va a
ganar o perder. Un campeón ya está prepara-
do para la victoria desde antes de subir al ring,
y debe desconocer cualquier modalidad de la de-
rrota, esta palabra no existe en el vocabulario
de un campeón, como tampoco la duda, podrá
existir la caída a la lona, el descuido de un gol-
pe al recibirlo, o al enviarlo, pero jamás, jamás
la duda, que es la fuente de la inseguridad y la
derrota.
La bravata es una táctica fallida, inicia prin-
cipalmente el día del pesaje, donde se muestran
los cuerpos, unos altamente trabajados, donde no
hay golpes, pero los contrincantes fijan sus mira-
das, levantan las cejas y fruncen el ceño tratando
de mostrar su rudeza. El buen boxeador sabe que
los golpes no respetan a nada ni a nadie, ni el físico
o palabras bajo el ring, lo que vale es el talento y
la preparación con la que se llega al combate.

Las a p u e s ta s

Aunque el mundo actual del boxeo, no son las


peleas, sino la expectación que causan los boxea-
dores provocando cantidades millonarias y ofre-
cimientos inimaginables. En este escenario los
boxeadores han aprendido a venderse en el mer-
cado del box. Insultos, agresiones, difamaciones.
Se vale de todo con tal de causar expectación.
75

La pelea puede terminar en cualquier momento,

Ricardo Guerrero Jiménez


o puede ser una pelea sosa, con falta de emoti-
vidad, el cometido económico ya fue logrado. Al
final no importa quién ganó la pelea, sino el re-
sultado para las apuestas. Actualmente las nue-
vas tecnologías hacen posible apostar de una
forma fácil y sencilla. La apuesta hace vivir los
combates con más intensidad ante la posibilidad
de poder ganar dinero por el conocimiento o por
una corazonada. La mayoría apuestan normal-
mente por el ganador del combate, sin embargo
hay otras variedades que dan más ingresos como
apuestas por rounds, método de la victoria, asal-
tos totales, combinaciones con varios combates a
la vez. Pero sin duda también existe quien pierde
la vida por las apuestas. Así es el boxeo, arreba-
tador e imprevisible. El boxeador se prepara
fuertemente para una contienda y depende
de él el resultado; el apostador es impa-
ciente, apuesta lo que no tiene, hasta la
vida por tener tan sólo una corazonada
que lo pueda hacer ganar.
...dejó que el viento guiara su más
...dejó que el viento guiara su más dolorosa desventura, esa

dolorosa desventura, esa sensación de


sensación de vacío que sentía en el pecho, cuando el cansancio
vacío que sentía en el pecho, cuando
se apoderó de sus pies al caer la noche. No le preocupaba dónde
el cansancio se apoderó de sus pies al
quedarse, cualquier lugar era mejor...
caer la noche... cualquier lugar era...
77

Round 6

Mientras más arriba llegan, más feo es el golpe al caer.


Se estrellan solitos, obedeciendo a una ley de gravedad
social: salen de abajo, describen una parábola que los lleva
al elíseo y de pronto, frente a todos los espectadores que
están solamente esperando el conocido desenlace, entran
en caída libre.

Capriles

Caen las últimas gotas de la noche, sus intenciones


se reúnen en los cuerpos aferrándose a los ropajes,
acarician las ventanas, humedecen las viñas y cada
una de las hojas que aún no cae del árbol. Bañan todas
las callejuelas y persiguen aquel perro que duerme en
la fuente de la esquina. Es el adiós a esas nubes apasio-
nadas que se despiden entre brumas del nirvana.

Las últimas gotas de la temporada son impetuosas,


suaves, llenas de tranquilidad, tratan de aferrar-
se a la vida y se esconden bajo la tierra, tal vez
se sepultan ellas mismas, quizá lo hacen inten-
cionadamente para después nacer, para no morir
y dar frutos, para renacer como perfumes de las
flores. Quizá advierten que lo caído del cielo tam-
bién muere. Al llegar la luz, el viento vaga por el
oriente, la esencia de la lluvia se siente como un
disturbio diluido; pero la quietud vuelve, los ojos
no lloran y las callejuelas esperan deseosas los ra-
yos del sol. Este será su fin, tal vez no haya más
78

piedad. Las lluvias se han ido. Es 21 de septiem-


Pelea por la vida

bre, la nostalgia y la melancolía extienden sus


brazos al tan añorado otoño. Las temperaturas
bajan, el sol reposa un poco, apenas se hace sen-
tir; los días se hacen más cortos mientras la tierra
comienza a prepararse para enfrentar el duro in-
vierno. Las hojas verdes de los árboles se vuelven
amarillentas, luego cafés, hasta que secas caen al
suelo, para ser arrulladas por el viento que tam-
bién comienza a soplar con más fuerza para des-
plegarse entre las asfálticas calles de una ciudad
que pareciera morir entre las lágrimas y lamentos
de sus habitantes. En ocasiones el viento sopla
y acaricia, humecta y consuela, pero cuando el
viento arrecia no tiene consideración, no respeta
nada, arranca las flores, las hojas; apaga los suspi-
ros y separa a los horizontes. Los ocasos se ator-
mentan y las lunas pálidas dejan de sonreír. Dicen
que cuando los vientos son muy fuertes hasta las
promesas se rompen y las olas del mar cierran sus
ojos para no embriagarse en tan incesante arrullo.
Así llegó Zarek a la ciudad, intrépido, con las
prisas en sus pies, sin saber a dónde ir, a dónde
estar, sin su padre, sin aquella que fuese su fami-
lia y que había dejado atrás. Al salir del tiradero,
corrió sin descanso, pero después, cuando sintió
en su pecho la angustia de lo desconocido, regresó
para mirar desde lejos con el deseo de encontrar a
Lenin o a Martha. Quizá ese instinto de ser protegi-
do le hacía buscar a su padre. Se acercó cauteloso
a los pepenadores que estaban replegados al otro
lado de la avenida, sutilmente se introdujo entre
el tumulto sin perder de vista a la barricada de
79

granaderos que ya resguardaban el tiradero, sus

Ricardo Guerrero Jiménez


miradas intermitentes se encontraban.
—¿Han visto a mi papá?, ¿han visto a mis her-
manos, han visto a mi papá, han visto a mis her-
manos? —preguntaba Zarek por todas partes.
—No. No. No —un seco… No, era la respuesta
y en otras ocasiones la indiferencia.
Cansado por el agobio del día y al mirar que
las familias de los pepenadores se retiraban una
a una, internándose en las distintas calles de la
zona, el cansado infante decidió acercarse a los
granaderos, el temor de ser golpeado por ellos era
menor que ese dolor desconocido que ya habitaba
en su pecho.
—¿Me pueden dejar pasar a buscar a mi papá
y a mis hermanos? —pidió el pequeño a los grana-
deros sin mirar sus ojos.
De inmediato y sin palabra alguna, los recios
granaderos golpearon tres veces el tolete sobre
sus escudos, Zarek levantó temeroso la vista y
con rápidos pasos hacia atrás emprendió la reti-
rada. Los granaderos, asombrados por el temor
del infante empezaron a carcajearse desmesu-
radamente, no obstante al percibir el temor de
la huida, golpearon sus escudos nuevamente y
con mayor frecuencia para acelerar los pasos
del asustado niño.
—¡Corre Papalote, corre! —ordena a su perro,
sin mirar atrás.
Zarek dejó que el viento guiara su más doloro-
sa desventura, esa sensación de vacío que sentía
en el pecho, cuando el cansancio se apoderó de
sus pies al caer la noche. No le preocupaba dón-
80

de quedarse, cualquier lugar era mejor que su


Pelea por la vida

antiguo hogar, el miedo a lo desconocido hacía


consolarse con fuertes abrazos sobre su fiel Papa-
lote. La supervivencia lo llevó a internarse en la
recia selva de concreto de calles largas y muros
de cemento habitadas por personas indiferentes,
que al mirarlo ampliaban su distancia. Sus pasos
aventureros lo llevaron a conocer los comercios
sobre las calles y los mercados, estos últimos cau-
saron gran sorpresa, pues era sorprendente ver
comida por todos lados, sin comprender por qué
no la podía comer, aunque el fundamento prin-
cipal de la propiedad privada se marcaba en sus
manos. Pero él no sabía de reglas, ni de sociabi-
lidad entre personas, mucho menos entendía del
valor, del capital, ni el amasamiento de riquezas,
lo único que entendía era que tenía que alimen-
tarse. No obstante, se adaptó rápidamente a es-
ta abrumadora selva de concreto y entendió que
trabajando ganaría dinero para comer. Caminaba
de un lugar a otro con la esperanza de encontrar
a su familia, sin lograrlo. Dormía al encuentro de
la noche, principalmente debajo de los puentes.
Ese buscar continuo lo llevó a estacionarse por
un corto tiempo en la imponente ciudad más
grande del mundo. Sin embargo, esa angustia
que se mantenía prisionera en su ser, lo regresa-
ba una y otra vez a su tierra con la esperanza de
encontrar a su familia, miraba cómo en el que fue
su hogar se construían grandes muros de concre-
to con ventanas largas. Los recuerdos acudían a
la cita para dibujarse en el rostro de Zarek, sus
solitarias muecas de alegría lo trasladaban hasta
81

aquella ocasión cuando jugaba escondidillas entre

Ricardo Guerrero Jiménez


los cerros de basura con sus hermanos. ¡Una,
dos, tres por Martha que está debajo de las llantas!
Las imágenes jugueteaban en su mente. Luego, la
realidad apretaba el nudo de su garganta, y cuando
se sentía ajeno a lo que estaba frente a sus ojos,
iniciaba el camino sin rumbo alguno.
Lejos de ese mundo de nunca jamás donde
no existen hadas ni varitas mágicas, donde la
piel grita de dolor y se pelea por la vida a diario,
Zarek, el Chinito, camina en busca de comida;
pide, implora y trabaja para saciar su apetito.
Errante del destino sus aún pequeños pasos lo
hacen coincidir con los desgarradores lamentos
que se escuchaban fuera de una casa grande de
color naranja, su curiosidad lo lleva asomarse
por la ventana y se encuentra con la figura de
una mujer que se lamenta sobre su mesa. Es
Carmen, quien atrapada en su dolor lamenta la
desaparición de su hijo Arturo, su vida, su son-
risa, la razón con que logró soportar estar lejos
de Carlos. Su alma no puede más, intuye que su
hijo no regresará, pero ese deseo maternal de
aferrarse a la carne le hace mantener la esperan-
za viva, como si la esperanza tuviera ojos, piel y
pueda llamarse Arturo. Sin embargo el destino
ya ha lanzado los dados y ha decidido que Arturo
no será más la sonrisa de Carmen. El difunto no
podrá levantar esa losa de basura que Yanko pu-
so sobre él. Al percibir una silueta sobre la ven-
tana, Carmen corre apresurada hacia la puerta
con la esperanza que sea su hijo el que al fin
ha regresado, pero no es así, es tan sólo Zarek,
82

quien se sintió atrapado por los lamentos dentro


Pelea por la vida

de la casa.
—¿Quién eres tú, qué quieres? —le pregunta
Carmen, aún con los ojos llorosos.
—Soy el Chino —le responde temeroso mien-
tras se agacha para abrazar al Papalote.
—¿Por qué te asomas? —pregunta nuevamen-
te Carmen mientras su mirada recorre de pies a
cabeza, percibiendo la indigencia en las ropas del
flaco y travieso niño.
—Iba pasando y la escuché llorar —contesta
sin levantar la vista.
—¿Ya comiste? —le pregunta Carmen, al notar
sus pálidas mejillas.
Los ojos de Zarek cobran brillo, suelta a su perro
y de un movimiento se pone de pie, no sin antes
encumbrar su mirada sonriente sobre los ojos de
la gentil señora que parecen caudales después de
la lluvia.
—No… tiene días que no he comido —le con-
testa con voz quebrada.
Zarek humedece sus secos labios con su ágil
lengua, se traga una bocanada de esperanza sólo
por la sugestiva pregunta.
—Espera un momento, te voy a traer algo de
comer.
La boca del hambriento chaval empieza a sa-
livar, mientras la alegría hace una pausa en su
rostro, limpia su boca con su camisa que podría
dar cuenta del smog de la ciudad. El Papalote se
le enmaraña entre sus piernas, también con la
esperanza de alcanzar algo.
—Ya comimos Papalote, ya comimos —emo-
83

cionado Zarek acaricia al perro y se frota las pal-

Ricardo Guerrero Jiménez


mas de sus manos tratando que la suciedad no
sea causa de descontento de la señora.
Sus pizpiretos ojos se asoman nuevamente a
la ventana y observa que la mujer regresa soste-
niendo algo sobre sus manos. Rápidamente gira
su cuerpo y lo postra al pie de la puerta mientras
espera ansioso.
—Siéntate aquí, a mi lado, mientras tú comes
yo tomo un poco de aire —le dice Carmen.
Ya sentados al pie de la puerta Carmen se sor-
prende de las feroces mordidas que arremeten
sobre la insuficiente comida.
—Calma, calma, te vas a atragantar, come con
calma, si no te llenas te traigo más —sugiere Car-
men mientras palmea suavemente la espalda del
flacucho infante.
Pero el hambre no entiende de palabras y Zarek
sólo se detiene para decirle.
—Señora, no tendrá algo para mi perro, él tam-
poco ha comido y mire, si no le doy me va a
morder —argumenta Zarek mientras le aleja la
comida al Papalote.
—Está bien, deja, le traigo algo a tu perro, no
me vaya a morder a mí.
Después de que acabaron con la comida, Car-
men acaricia con su mano la cabeza de Zarek y
le pregunta:
—¿Cómo te llamas, Chino?
El inocente niño percibe algo extraño en las
palabras de Carmen que lo hacen girar su rostro
hacia ella.
—Creo que Zarek.
84
Pelea por la vida

—¿Cómo que crees? —pregunta Carmen.


—Sí. Creo que así me llamo, no estoy seguro.
Siempre me han dicho Zarek o Chino.
—¿Y qué pasó? ¿por qué estás aquí? ¿dónde
está tu papá, tus hermanos, no sé, tu familia? —le
pregunta con curiosidad.
—Los perdí, o me perdieron, tampoco lo sé, pe-
ro el día que nos sacaron de nuestra casa mi her-
mana Martha me dijo que corriera porque si nos
agarraban los policías nos iban a pegar, y cuando
vi que ya venían, pues corrí. Ya cuando regresé
no encontré a nadie. Pero he regresado muchas
veces y no los encuentro —comenta Zarek.
—¿Pero no tienes más familia, dónde vivías an-
tes? —pregunta Carmen interesada en la plática.
—No tengo a nadie, sólo a mi Papalote. Vivía
en un tiradero, en una casa de lámina, pero ya
la tiraron, quitaron la basura y ahora construyen
unas casas grandotas.
85

La mujer se sorprende de los comentarios del

Ricardo Guerrero Jiménez


infante, puesto que lo último que alguien supo de
su hijo fue justamente que entregaría unos docu-
mentos a un grupo de pepenadores.
—¿No sabes cómo se llama el tiradero, o la colo-
nia donde se encuentra? —le pregunta Carmen
mientras oprime con una de sus manos su pecho
para calmar un poco su angustia.
—No, pero sé dónde está, tengo que caminar
largo rato para llegar allá.
—A ver, Zarek, piensa, trata de acordarte cómo
se llama el tiradero —insiste impaciente, al tiempo
que se agita su cuerpo.
—No, de verdad no lo sé, pero si quiere la llevo
—le asegura a la señora.
—Sabes, mi hijo se perdió hace un tiempo, se
llama Arturo, en su trabajo lo mandaron a entre-
gar unos documentos y ya no regresó, nadie sabe
nada, trabajaba en el gobierno; por eso lloraba,
porque no lo encuentro, es mi único hijo.
Los sollozos de Carmen se reflejan ligeramente
sobre los ojos de Zarek, la luna pierde un poco de
luz y el viento hace de las suyas para llevarse algo
de ese dolor desconsolado que ha devastado a la
mortificada madre del desaparecido.
—No llore —le dice el niño y se acerca un poco
más a la mujer tratando de calmar su tristeza.
Pero si algo podía diferenciar a Zarek de su
padre y hermanos era la humanidad que nacía de
alguna parte de su corazón.
—Sabe señora, yo no conocí a mi madre, di-
cen que murió cuando nací y todos los de mi
familia siempre me trataron como si yo tuviera
86

la culpa que mi mamá se haya muerto. Pero yo


Pelea por la vida

sí los quería, por eso regreso a ese lugar con la


esperanza de encontrarlos y estar con ellos, aun-
que no me den de comer, y aunque ellos no me
quieran. Ya me cansé de caminar de un lugar a
otro, de pelear por comida, cuando menos en el
tiradero dormía entre la basura y sólo me tenía
que levantar temprano para ir a buscar qué co-
mer, ahora aquí en las calles, todos me ven feo,
hasta me avientan agua para que no me acerque,
y a pesar de que yo quiero trabajar para comer,
lo único que gano es que me insulten, por eso
no estoy en un sólo lugar. Usted es la única con
la que he hablado desde hace mucho tiempo, la
única que me ha regalado comida. Sabe, cuando
mi papá se emborrachaba nos decía que cuando
nos muriéramos todos nos íbamos ir al infierno;
decía que el infierno era un lugar donde había
mucho sufrimiento, mucho dolor, como cuando
a uno le duelen los dientes, por eso teníamos que
estar contentos con lo que encontrábamos en la
basura. Yo creía que todo eso era hasta que uno
muriera, pero no, este es el infierno, no me ima-
gino algo peor. Sabe, me he peleado con niños,
y con muchos al mismo tiempo, y a todos les he
ganado, me han dejado los ojos morados, en una
ocasión hasta ya no pude caminar de las patadas
que me dieron en las piernas, pero la verdad los
golpes no duelen tanto como que pidas de comer
y te avienten agua para que te retires.
Zarek se detiene un momento para respirar
profundamente, pero sus suspiros se vuelven más
discontinuos y sin desearlo empieza a llorar des-
87

consoladamente. Carmen se queda sin palabras

Ricardo Guerrero Jiménez


y abraza al lastimado niño para confortarlo. Al
sentir entre sus brazos ese pequeño cuerpo frío,
comprende que no importa el dolor que pueda
sentir en su alma ni cuánto pueda tardar a cam-
bio de seguir con la esperanza de abrazar nueva-
mente por un instante a su hijo. Cuando Zarek
se repone de su desaliento, se levanta apresurado
para decirle a Carmen:
—Venga, yo la llevo al que era el tiradero, yo la
ayudo a buscar a su hijo. Párese, vamos —emo-
cionado toma de la mano a Carmen y trata de
levantarla.
—Pero Chino, es casi media noche.
—La hora no importa, cuando me dan mucho
miedo las calles oscuras, imagino que mis herma-
nos me están buscando y se me olvida el frío, el
miedo y hasta el hambre. Usted imagine que su
hijo también la está buscando. Ande, vamos.
Cuántas noches de espera, con la ilusión de
sentir esa caricia anhelada. Tu recuerdo, tu
mirada, tu imagen arropada. Cuántas noches
de frío, de ausencia, de sólo percibir callada los
cantos de nostalgia. Cuántas noches de miedo,
sin tus ojos que me consuelan, sin tus manos
que me aman, sin tu pelo, sin tu vida que acari-
cia mi alma. Cuántas noches de espera, y yo
muero callada.
Un pedazo de luna blanca intenta, sin conse-
guirlo, iluminar las oscuras calles de la ciudad, el
ámbar de los semáforos parpadea a las presurosas
luciérnagas que viajan de par en par, el silencio
vigila, como campanazo fallido, el viento aprieta,
88

las aves se acurrucan y son sólo los pasos de Car-


Pelea por la vida

men y Zarek los que hacen eco sobre el asfalto.


La mujer temerosa camina mirando de un lado a
otro, empuña su abrigo para cerrarlo a la altura
del pecho, no deja de caminar temerosa al lado
del valiente niño, quien ya acostumbrado a las
calles vacías y oscuras, se conduce seguro con
la firme intención de llegar pronto y mostrarle a
Carmen el lugar donde antes era su casa.
—Ya falta poco señora, como una hora y ya
llegamos —comenta Zarek mientras señala con
sus manos.
—Creo saber a dónde vamos —le contesta
mientras traga su saliva apretando el llanto mudo
de sus ojos.
La agobiada madre sabe que la información
que tiene de la desaparición de su hijo se rela-
ciona con ese tiradero, sin embargo para dejar
de sollozar entabla plática con el infante.
—Hace rato me contaste que has peleado mu-
cho, ¿te gustan los golpes?
—No es que me gusten, lo que pasa, es que me
tengo que defender, pero la mayoría de las veces
que he peleado ha sido por comida —contesta Za-
rek.
—¿Cómo?, ¿por comida? No entiendo —pre-
gunta nuevamente.
—En ocasiones, cuando voy caminando y pi-
do de comer nunca me quieren dar, entonces me
paro donde venden comida y espero a que la gen-
te termine, para cuando se levantan, rápido me
lanzo sobre lo que quedó en el plato, pero eso
siempre molesta a los dueños de los negocios, y
89

cuando son atendidos por hombres hasta una pa-

Ricardo Guerrero Jiménez


tada me dan para que me aleje, y es cuando em-
pieza la pelea, no me importa que sean grandotes,
yo no me dejo.
—Ah, eres bravo, y sí te gustan los golpes. A
ver, si yo te dijera que mañana te invito a comer
qué te gustaría.
Zarek deja de caminar, mira al suelo y enseguida
levanta la cabeza para mirar a Carmen y empieza a
reír para seguir caminando.
—Ah, sí cómo no. Eso no existe —contesta son-
riente porque piensa que es una broma.
—¿Cómo que eso no existe? —pregunta aún
con más admiración.
—No, no existe, cuando uno come, come lo
que hay, lo que queda, si hay pan pues pan, si
hay sopa, pues sopa, lo que quede, al menos así le
hago yo. Ya me imagino a la gente diciendo ¡oiga,
señora, por qué no pide pollo, es que se me antojó,
ah, pero cuando termine de comer me deja un
poco! Si por esperar que dejen algo me pegan o
me avientan agua…
Carmen se detiene y se agacha tomando de los
hombros a Zarek para decirle.
—Júrame que es cierto lo que me cuentas.
—Es cierto. Cuando vivía en el tiradero, me
subía a los cerros de basura con mis hermanos
y ahí decíamos: ¡ojalá que mañana los camiones
traigan un pollo, o una tortita de ésas que tienen
carne!, pero nunca le atinábamos, la mayor de la
veces traían verdura. Ya cuando los camiones lle-
gaban con la basura separada, unos iban al con-
tenedor y otros esperábamos a que abrieran las
90

cajitas que tenían al costado, ahí venía de todo,


Pelea por la vida

naranjas, verduras, fruta, comida, de todo, y eso


era lo que comía…
A Carmen, se le empezaban a humedecer nue-
vamente los ojos y ya no sabe si seguir preguntan-
do, o callar y continuar caminando, sin embargo
Zarek toma la iniciativa de la plática.
—Sabe, en una ocasión me encontré un billete,
no sé de cuánto era y lo guardé por unos días,
pero en una ocasión pasé por un puesto donde
vendían sopes, me esperé con la intención de que
alguien dejara algo, sin embargo nadie dejaba na-
da. Después de un rato la dueña ya me empezaba
a ver feo, creo que le molestaba que sus sopes se
me antojaran tanto, es que eran unos sopes gran-
dotes con crema y salsa, quién sabe cómo hacía
la señora para hacer la tortilla en sus manos pero
le quedaba redondita, redondita y luego la aven-
taba al comal de aceite; no sé, pero olían muy
bien. Cuando casi ya no tenía gente, salió de su
puesto para correrme, no sé que me dio por ense-
ñarle el billete, pero al momento que lo vio, que
le cambia el semblante, me invitó a sentarme y a
cambio del billete me hizo dos sopes grandotes.
En esa ocasión hasta el Papalote terminó bien lle-
no. Después, cuando era de noche me pregunté
cómo es que a cambio de un pedacito de papel
me hayan dado dos sopesotes. No creo que exista
algo con más valor que la comida —concluye.
—¿Entonces, para ti lo más importante es co-
mer? —pregunta picaresca la señora.
—Claro que es lo más importante —contesta
91

Ricardo Guerrero Jiménez


con una ligera sonrisa.
—Pero hay peores cosas que dejar de comer
unos días, ¿no crees? —pregunta Carmen.
—No sé, pero cuando como siento que me va
bien y cuando no como siento que me va mal
— le responde.
—Pero a ti te ha ido más mal que bien, ¿no
es así? —continúa con el cuestionamiento.
—Creo que sí, no lo sé.
—¿Cómo que no lo sabes, después de todo lo
que me has dicho?.
—Es que no sé con quién compararme para sa-
ber si me ha ido mal o bien. Mire, hace dos días es-
taba esperando en un puesto de tortas que alguien
dejara un pedazo, esperaba, esperaba y nada, pero
de repente un señor con su esposa bajaron de un
coche grande y muy brilloso, pidieron dos tortas,
yo los miraba con atención desde lejos, y se las
empezaron a comer, antes de terminárselas, lle-
garon un par de tipos con pistola en mano y le pi-
dieron las llaves del coche, pero el dueño no se las
quería dar, por lo que el más grandote de los que
tenían pistola le pegó en la cabeza a la señora, en-
tonces el señor trató de defenderla y ahí en el mis-
mo puesto de tortas le dieron de balazos; la verdad
yo aproveché para comerme lo que quedó de las
tortas. Bueno, le cuento esto porque creo que a mí
me había ido mal hasta que comí, pero al señor le
fue mal cuando dejó de comer —concluye.
—Ay Chino qué cosas me cuentas, y tú como si
nada. Con tal de comer, que el mundo se acabe.
Son casi las tres de la mañana y al fin llegan
92

al tiradero, sin cruzar la avenida, Zarek muestra


Pelea por la vida

en qué parte del lugar vivía, mientras Carmen se


percata que es el mismo lugar al que mandaron
a su hijo a entregar la notificación. Comienza a
llorar recargándose en la pared de una casa, hasta
caer sentada sobre la banqueta.
—¿Qué le pasa?, ¿qué le pasa?, ¿por qué llor­a?
—Zarek se inclina para consolar a Carmen.
—¿Hijo, tú nunca viste que alguien le hiciera
algo malo a un joven? —pregunta con lágrimas en
sus ojos y la voz entrecortada.
—No señora, los que cuidaban el tiradero eran
los mayores. A veces nos desvelábamos con ellos,
pero nunca vi nada.
Carmen saca de su cartera una foto de su hijo
Arturo y se la muestra.
—Mira, él es mi hijo. Obsérvalo bien por favor. El
día que desapareció traía puesto un pantalón azul
de mezclilla y una camisa amarilla. Míralo, ¿no
lo llegaste a ver por el tiradero? —pregunta de
form­a insistente.
—No, nunca lo había visto; recuerdo que antes
de que nos sacaran del tiradero iban personas a
decirnos que nos teníamos que salir y toda la gen-
te se juntaba, pero yo nunca iba, prefería ir a bus-
car comida —contesta ya sentado en la banqueta
muy cerca de ella.
—Seguro aquí le pasó algo a mi hijo, estoy se-
gura —afirma Carmen.
—Si quiere nos esperamos a que amanezca y
nos metemos a buscar —sugiere Zarek, mientras
se junta aún más al cuerpo de ella para evitar un
poco el frío.
93

—No. Mira, está lleno de máquinas y no sabe-

Ricardo Guerrero Jiménez


mos ni dónde buscar, mejor voy a regresar a casa.
Vamos, te invito a desayunar en mi casa, te bañas,
y luego vemos qué hacemos contigo y tu perro Pa-
palote. Ah, por cierto, ¿por qué le pusiste Papalo-
te?
—Es que un día mis hermanos hicieron cada
uno un papalote de periódico y no me lo presta-
ron, yo sólo miraba cómo los papalotes se eleva-
ban en el cielo, pero por más que les decía que
me lo prestaran no quisieron, le pedí a mi papá
que me hiciera uno y tampoco quiso, me quedé
con las ganas. En esa ocasión, caminé por el tira-
dero y escuché en la parte alta unos ladridos de
perros, caminé poco a poco hasta que encontré
a una perra que había tenido como siete perri-
tos, al principio la perra me gruñía para que me
alejara, pero le di un poco de comida que había
encontrado y me dejó tocarlos, sin embargo no
se los quité, ahí deje que estuvieran, los visitaba
todos los días. Un día, uno de ellos me siguió sin
que me diera cuenta, al paso me encontré a mis
hermanos que iban a volar sus papalotes y me los
presumieron por lo que yo agarré al perrito y les
dije que él era mi papalote, ellos sólo se rieron, no
les dio envidia, ya que en el tiradero lo que sobra-
ban eran perros. Y así, sin querer, se le quedó el
nombre de Papalote —concluye.
—Qué bonito. Bueno, vienes conmigo a mi ca-
sa —insiste Carmen.
—Si me va a dar de comer voy a donde usted
quiera.
La obscuridad de la fría madrugada se desva-
94

nece para dar inicio a la nueva vida y nuevos ca-


Pelea por la vida

minos que Zarek tendrá que recorrer. Su rancio


cuerpo por fin encontraba ese vital líquido que le
permitía apreciar el verdadero color de su piel. Por
su parte, Carmen le brindó alojamiento por unos
días, pero los problemas con su esposo se agrava-
ron cuando le encontró todas las cartas que Carlos
le había enviado. La desaparición de Arturo ya ha-
bía tambaleado su relación. Carmen escribe una
última carta y en medio de ella coloca un arete de
aquel par que hace años Carlos le había regalado.
—Chino, como te has dado cuenta tengo mu-
chos problemas con mi esposo, y ya no puedes
estar aquí conmigo, pero no tengas miedo, le
vas a llevar esta carta a un amigo, estoy segura
que él te va a cuidar, que el Papalote se quede
aquí, luego regresas por él. Mira, cruzas la calle
y al final vas a encontrar un gimnasio, ahí pre-
guntas por el Poeta, no se la entregues a nadie
más, recuerda sólo a él, si no está espéralo, si
de plano no llega te regresas conmigo —le pide
Carmen mientras sus ojos se empiezan a notar
algo húmedos.
—Se la tengo que entregar a ese señor que mi-
ra tras la cortina de la ventana —contesta des-
preocupado Zarek.
Carmen suspira profundamente y se lleva la ma-
no a la boca, sorprendida del comentario del niño.
—¿Cuál señor? —pregunta.
Zarek percibe que ha cometido una impruden-
cia y se queda callado con la vista en el suelo.
—No te asustes, ¿dime cuál señor? —Insiste
Carmen tomándolo con suavidad de ambos bra-
95

zos para darle confianza.

Ricardo Guerrero Jiménez


Esas manos, y el rostro de tristeza de Carmen,
hacen decir lo que ha visto el infante a pesar del
cosquilleo que empieza a sentir en su estómago.
—Es que usted mira tras la cortina y la en-
treabre un poco para asomarse, como si busca-
ra algo y mientras usted no se daba cuenta yo
también me asomaba y sólo veía a un señor a lo le-
jos que miraba para esta ventana, pero también
cuando pasábamos enfrente de ese lugar usted
se ponía nerviosa, caminaba más lento y yo no
veía que volteara, pero sí sentía cómo su mano
tomaba mi hombro y lo apretaba un poco hasta
alejarse —comenta sintiendo un poco de pudor.
Carmen queda sorprendida y preocupada ante
las palabras de Zarek, sin esperar más, manda al
niño con la carta para Carlos. Cuando sale de la
casa el niño levanta rápidamente el teléfono para
comunicarse con su aún esposo Alfredo.
—Alfredo, soy yo Carmen, tengo que hablar
contigo.
—Hablar de qué, lo he intentado todo para ha-
blar contigo, y lo único que recibo de ti es silen-
cio —contesta Alfredo desinteresado.
—Ven, regresa un momento a la casa, tenemos
que hablar —insiste Carmen con cierta tristeza
que se percibe en sus palabras, aun por el teléfono.
—No. Ya no pienso regresar. Lo decidí cuando
encontré esas cartas sobre la cama…
—Son sólo cartas, papeles, sólo eso, simples
papeles —interrumpe Carmen.
—No es sólo eso, tú crees que nunca me di cuen-
ta que jamás pudiste olvidar a Carlos, sin embar-
96

go, notaba cómo te desvivías por nuestro hijo y


Pelea por la vida

por mí, por esa razón nunca te dije nada, pero


sabía que algo pasaba, y aunque nunca me dieron
celos aprendí a vivir con eso, por estar bien con
nuestro hijo, pero ahora que él no aparece es
diferente, quizá si él estuviera, lo de las cartas
no me importaría tanto, pero no, ya no tengo
motivos para soportar…
—Alfredo, por teléfono no, por favor… —nue-
vamente interrumpe a Carmen.
—Lo siento, ya está decidido. Ya habrá tiempo
de hablar, por ahora trata de salir adelante y bus-
quemos a nuestro hijo, pero cada quien por su
lado —concluyó Alfredo.

Qué difícil es,


cuando las cosas no van bien.
Tú no estás feliz,
y eso me pasa a mí también.
por qué hemos perdido la frescura del amor,
el respeto por los dos,
discutiendo a cada instante sin razón.
Qué difícil es,
hablarte y tú no comprender.
Conversar lo mismo y enfadarnos otra vez.
Por qué no me dejas que me vaya por un tiempo
sin decirme que al momento,
te vas a quitar la vida si me voy...
Alejandro Jaén

Nuevamente esa sombra de incertidumbre y


soledad se deja sentir y cae sobre el corazón de
Carmen, la agonía regresa, el corazón se con-
97

trae, los ojos se quedan sin brillo, se opacan, el

Ricardo Guerrero Jiménez


engaño muere y la ventana es la única salida.
Esta nueva pérdida hace titubear sus emociones,
ahora el desconsuelo pulsa, aprieta, como un
cuchillo sobre la yugular, como un ave que pier-
de la fuerza de sus alas en pleno vuelo y predice
lo que pasará. Porque no es lo mismo dejar, que
ser dejado, y ser dejado por quien más amas: el
amor de tus ojos, el de tu aliento, el de tus en-
trañas, hasta el del mismo destino. Es otra
dimensión, la otra cara de la vida. Donde
uno no sabe qué hacer, donde el dolor
hace nido y donde pareciera que el úni-
co camino es morir, morir cuando ya
no hay fuerzas para pelear.
... la esperanza no es más que un instante
... la esperanza no es más que un instante que no tiene cabida

que no tiene cabida en el tiempo, no


en el tiempo, no tiene color, olor ni forma... es tan sólo el deseo
tiene color, olor ni forma... es tan sólo el
interno, la tentación prohibida para avivar el sentir de lo amorfo.
deseo interno, la tentación prohibida

para avivar el sentir de lo amorfo.


99

Round 7

Pelear es un deporte donde la muerte está al ase-


cho, morir o matar puede llegar por un descuido. Es
contestar una agresión con técnica, gracia y estilo.

Julio C. Gómez Cruz,


el Tiburón Gómez, boxeador

Con pasos lentos Zarek se dirige al gimnasio que


está a una cuadra de la casa de Carmen, sus peque-
ñas manos abanican el blanco papel que guarda en-
tre líneas el amor que después de muchos años aún
siente Carmen por Carlos. Sin saberlo, el pequeño
es la flecha, el pábulo, el consuelo, la tinta con la
que se quedaron grabadas esas frases de amparo so-
bre un trozo de papel.

En el gimnasio aguarda Trébol, fiel amigo de


Carlos, socio, compañero, confidente de mu-
chos años. Sus tirantes que sujetan su pantalón
bombacho, los zapatos de charol tipo bostonia-
no, su peinado a la flat-top, un bombín gansteril
de ala corta, el gusto por el burlesque hacen
una fusión extraña entre el pachuco de los 40
y la picardía arrabal de nuestros días, con len-
guaje alburero, alegórico e ingenioso de la inte-
lectualidad del barrio mexicano. Trébol, en su
juventud, también fue pugilista amateur, pero
100

un accidente de carretera le negó la oportuni-


Pelea por la vida

dad de entrar al boxeo profesional, dedicándose


desde entonces a entrenar a boxeadores junto
a Carlos. Sus grandes virtudes son la lealtad, el
trabajo, la amistad, entre muchas otras que se
evaporan bajo el yugo de la debilidad de sus dos
grandes pasiones, las apuestas y las mujeres. Para
él, estas dos razones han sido amor y perdición,
alivio y castigo, consuelo y tortura, que lo han
acercado al cielo y al infierno. Trébol, siendo
adicto a las apuestas se crea un mundo irreal
basado en un deseo incontrolable por apostar.
La pérdida de control sobre su forma de jugar,
sobre su vida personal y empleo lo hacen segarse,
sometiéndose en todo instante a la incertidumbre
de su vida en las apuestas.
—¿Señor, no está el Poeta? —pregunta Zarek
mientras acaricia el misterioso papel en sus manos.
—¿Para qué lo quieres, chamaco? —contesta Tré-
bol mientras barre la banqueta fuera del gimnasio.
—Es que tengo que entregarle este papel —le
muestra la carta guardando su distancia.
—No está, pero entrégamelo a mí —contesta y
extiende su brazo en busca de la carta.
—No, se la tengo que entregar a él —Zarek da
un paso hacia atrás para proteger la carta, mien-
tras se dibuja en su frente la desconfianza por lo
que frunce el ceño para mostrar descontento.
—Cálmate chamaco. Si la quieres dejar, si no
espéralo sentado ahí donde el pajarito come su
alpiste —le alburea mientras continúa barriendo.
Zarek se aleja un poco y toma asiento a un
costado de la entrada, sin entender el albur.
101

Ricardo Guerrero Jiménez


Mientras susurra ¡está pendejo si cree que se la
voy a dejar! Pero Trébol alcanza a escuchar los
balbuceos del infante y se acerca a él amagándolo
con la escoba.
—¿Qué murmuras, pinche chamaco, te voy
hacer enojar.
Pero desde el suelo, el niño cubre su rostro con
su brazo y de un giro se incorpora para contestar.
—¿Qué, qué, tú también me quieres pegar?
Pues va, órale, pero no respondo eh.
Trébol empieza a reírse desmesuradamente y
sus risas confunden al pequeño niño que espera
la confrontación.
—¿Qué, no quieres pelea? —fanfarronea Za-
rek mientras deja de brincar.
—Ah, que chamaco, pareces chapulín. Si quie-
res pelear, se hace así, mira.
Trébol deja a un costado la escoba y camina so-
bre la banqueta mientras hace combinaciones de
102

golpes, cabecea y mueve la cintura para mostrarle


Pelea por la vida

a Zarek algo de boxeo, sin embargo el infante le-


vanta la cara y cruza los brazos para contestar.
—Sí, sí, mira al chapulín. Así echan lombrices
los guajolotes…
—Sóplame este ojo blanco que sacaste por
grosero.
Pero Carlos llega repentinamente a espaldas de
Trébol y lo saluda con un golpe sobre el hígado.
—¿Qué pasó, por qué tan bailarín mi Trébol?
¿Quién es el chavo?
—Ni idea. Te está esperando, mira te trae un
papelito. Oye ¿no será una más de ya sabes quién?
— Trébol de reojo muestra la casa de Carmen.
—Cálmate, mejor deja ver qué quiere el chavo…
Pero sin dar tiempo de nada, el aún excitado
niño se acerca a Carlos y con una ligera sonrisa
se dirige a él.
—Tenga…
Mediante un silencio casi pactado, Trébol se
introduce sin comentario alguno al gimnasio,
mientras Zarek no quita la sonrisa que aviva su
rostro esperando impaciente una respuesta. Car-
los empuña el papel entre sus manos al darse
cuenta que es la letra de Carmen, dirige su mira-
da hacia la casa de la mujer amada, sabedor que
ella se oculta tras la cortina blanca de la ventana
y guarda en su bolsa el arete, no sin antes besarlo.
—Espérame, deja leo la carta —pide al niño
con voz quebrada. Sus ojos se tornan llorosos,
mientras sus ásperos dedos desdoblan suave-
mente el dócil pliegue de la hoja de papel.
103

Ricardo Guerrero Jiménez


Hola Carlos, mi Poeta...
Ha pasado mucho tiempo desde la última car-
ta que te escribí, pero tú bien sabes las razones.
Agradezco por todo lo que has hecho por tratar
de encontrar a mi hijo, gracias. Sabes, siento que
estoy muerta en vida y la única razón que tengo
de vivir es poder encontrar a mi hijo, no pierdo
la esperanza. Creo que la historia de nuestras
cartas ha llegado a su fin, se ha acabado el papel
y la tinta, aunque mis lágrimas muestran que
tienen boca. La espera ha dejado de serlo y el
engaño ha cobrado vida en los sentimientos de
mi esposo Alfredo, los problemas con él han ido
progresando desde la desaparición de Arturo,
además encontró todas las cartas que enviaste.
Carlos, no lo quiero perder también, es lo único
104

que me queda de mi hijo, aunque presagio un


Pelea por la vida

mal final.
Quiero pedirte que me ayudes. Hace unos días
encontré al niño con quien mando esta carta, es
un niño estupendo, se llama Zarek y le dicen Chi-
no, está solo, ha perdido a su familia, ha sufri-
do más que tú y yo juntos. Ya habrá tiempo que
sepas de él. Por favor ayúdalo, dale tu amparo,
yo había decidido tenerlo aquí en mi casa, pero
ahora es imposible por todo lo que ya sabes. Es
un niño de muchos sueños y no encuentro a otra
persona mejor que tú para que lo cuide. Hazlo
por mí, te lo suplico. No habrá más cartas entre
nosotros, pero te prometo que aun sin letras de
por medio mis sentimientos siguen fieles al re-
cuerdo. Nuevamente me despido, pero ahora no
te digo adiós, sino hasta pronto.
Aunque lejos, pero siempre a tu lado...
Carmen.

Al terminar de leer la carta, Carlos suspira


profundamente tratando de impregnar su interior
de esa sensación de vida, de tranquilidad, de alegría
que la carta le había dejado, el destino lo sedu-
ce con una nueva esperanza, piensa. Pero la es-
peranza no es más que un instante que no tiene
cabida en el tiempo, no tiene color, olor ni forma
que brinde un parámetro de medición para poder
descifrar con exactitud sus intenciones, es tan
sólo el deseo interno, la tentación prohibida para
avivar el sentir de lo amorfo. Es como el suspiro
fallido de una lágrima que aún no existe.
El momento es inmenso, las paredes parecen
cobrar brillo, el viento matutino sostiene jugue-
105

teando a las primeras hojas que han caído del

Ricardo Guerrero Jiménez


árbol, las aves se entonan al mismo tiempo para
cantar y cantar, mientras desde lo alto, se re-
gocijan, porque sólo las aves pueden respirar la
felicidad del alma.
Inconscientemente empieza a silbar aquella
canción de Roberto Carlos que le recuerda en ese
momento tantas cosas:
Cuando era un chiquillo qué alegría; jugando
a la guerra noche y día, saltando una verja, verte
a ti, y así, en tus ojos algo nuevo descubrir. Las
rosas decían que eras mía y un gato me hacía
compañía, desde que me dejaste yo no sé por qué
la ventana es más grande sin tu amor. El gato
que está en nuestro cielo; no va a volver a casa
si no estás, lo sabes mi amor, que noche bella,
presiento que tú estás en esa estrella. El gato que
está triste y azul; nunca se olvida que fuiste mía,
mas sé que sabrá de mi sufrir, porque en mis
ojos, una lágrima hay...
Una lágrima que finalmente no se realiza por-
que del otro lado del mundo lo interrumpen.
—¿Qué le dice la señora? —pregunta Zarek.
Carlos se agacha y coloca sus manos sobre el
abultado pelo del niño, lo abraza para decirle.
—Vas a vivir aquí en el gimnasio, arriba hay
un cuarto, lo voy adaptar para ti. ¿Qué, te quedas
conmigo?
El pequeño no comprende y sólo baja la vista sin
saber qué contestar, por lo que Carlos le explica.
—Mira, este es un gimnasio, entrenamos a cha-
vos que quieren ser boxeadores, pero por el mo-
mento puedes vivir con Trébol y en unos días yo
106

vengo a vivir con ustedes, no es el mejor lugar,


Pelea por la vida

pero tenemos todo para estar bien y por la comi-


da ni te preocupes.
Zarek interrumpe enseguida, al oír la bendi-
ta palabra, razón de su existencia, aquella por la
que ha padecido en su corta vida.
—¿Comer? —pregunta y muestra sus ojos ju-
guetones.
—Sí, dije comer, y no sólo eso, aquí no te va a
faltar nada —le contesta sonriente.
—Lo demás no me importa, pero si me va a dar
de comer usted manda. Yo me quedo.
Carlos se incorpora ante la respuesta afirma-
tiva y busca la cartera en sus bolsillos, al tiempo
que llama a Trébol.
—Mira, voy a salir casi todo el día con el chavo,
necesito que arregles el cuarto que está al lado
de la oficina, hay que pintarlo porque el niño se
viene a vivir con nosotros, pídele a los cuates que
te ayuden, compra una cama y muebles, no esca-
times, eh cabrón. Voy a pelar al Chino, mira que
alambres tiene. Hay que comprarle ropa y zapa-
tos. Te encargo que todo quede listo en la noche.
Trébol siente un cosquilleo en el estómago al
ver por primera vez, después de muchos años, la
sonrisa que parecía muerta en el recio rostro de su
amigo, sin embargo no se detiene para idear:
—¿A poco es tu hijo ese mechudo?
—Sí cabrón, y tú serás su tío.
—¿A poco el guajolote va a ser mi tío? —bro-
mea también Zarek.
Pero el Trébol los despide a su manera:
—Si regresan muy tarde pasan a comprar te-
107

leras para la cena.

Ricardo Guerrero Jiménez


Un instante puede cambiar la vida de una
persona, no importa qué tanto se haya vivido,
ni qué tanto se haya reído o sufrido, sólo basta
estar vivo para dar oportunidad al momento. Se
debe estar dispuesto a perder y ganar todo, porque
también la vida es incertidumbre e inseguridad.
Nunca se sabe cuándo van a cambiar las cosas, a
pesar de que se haga lo imposible para mejorar,
sólo hay que estar atentos, precavidos, porque la
oportunidad es aquella que se aprovecha. Sin
embargo, también está lo opuesto, lo que lasti-
ma, hiere y mata. El dolor, acompañado de todas
sus variantes no tiene mesura, carcome todos
los sentimientos de tranquilidad, pero lo que es
peor, no da la posibilidad de ver si habrá toda-
vía algo peor. ¿Quién puede asegurar que des-
pués de un mal, no venga algo peor?… Nadie. El
dolor siempre está camuflado; observa, busca,
engaña, persuade, espera impertinentemente y
de pronto se adhiere a la piel como hedor con
deseos perpetuos. El dolor es la enseñanza don-
de se forja la compasión. Es el precepto que nos
brinda la oportunidad de aliviarnos un poco de
la ingratitud e inclinarnos un poco más hacia
lo humano. Nos hace apreciar la esencia de la
vida de una manera especial. El dolor nos lleva
a recapacitar todo lo que sucede a nuestro alre-
dedor, para advertirnos del error y de las formas
de vida fútiles. Ayuda al hombre a no alejarse de
los demás, a arroparse del calor humano. Nos
vuelve más comprensivos, más tolerantes; nos
va curando de nuestra obsesión, nos perfecciona.
108

La felicidad no nace de la ausencia del dolor,


Pelea por la vida

nace como acción implícita al ser humano. Lo


relativo no juega cuando se vive en carne pro-
pia, no existe interpretación; el sentir es único,
individual, quizá tenga comparación, pero es in-
terpretado sólo por uno mismo.
Zarek ha encontrado a esa mujer vestida de lu-
na, cubierta de sol llamada oportunidad, quizá sin
buscarla, quizá sin saber que existía, mas se deja
tentar por su tibios brazos, porque su espíritu de
lucha lo persuade, sus ganas instintivas de ven-
cer a ese enorme monstruo llamado hambre. Lo
alienta para alejarse del sufrimiento que ha carga-
do en toda su vida, dando paso a la gran señora.
Son las tres de la mañana y Zarek ya des-
cansa en el gimnasio, las estrellas murmuran,
el ignoto brillo que se aprecia en los ojos del in-
fante que muestra el desmán inentendible de la
vida, no comprende cómo pueden coexistir dos
mundos completamente disímiles en un mismo
espacio. Mira a su alrededor y observa los obje-
tos comunes de una casa convencional, pero su
corto entender no le permite definir su postura
ante esta realidad. Es su cuerpo y su alma los
que le explican las bondades del lugar, sin em-
bargo aún no siente la sensación que otorga esa
palabra llamada hogar, aun cuando ésta consig-
na en automático en la mente de Zarek, a basu-
ra, suciedad. El hogar no es un lugar físico, sino
un concepto al que pertenecemos. No obstante,
el espacio que ahora se le brinda es lo único a
lo que puede acceder. Solamente encontramos
dos placeres en nuestro hogar, el de salir y el de
109

entrar. Henri Becque.

Ricardo Guerrero Jiménez


Los primeros días fueron de adaptación, se
le encomendaron algunas tareas en el gimnasio,
además de imponerle que acudiera a la escuela.
Todas las mañanas, después de ayudar en el aseo
del gimnasio, corre a casa de Carmen para desa-
yunar con ella, además de jugar un rato con su
perro Papalote. De regreso se sienta debajo del
ring y mira cómo los pugilistas que ahí entrenan
se bañan de sudor con las distintas actividades
que tanto Carlos y Trébol les piden practicar. Así
nace la inquietud en Zarek, por boxear, miran-
do los entrenamientos e imitando movimientos y
ejercicios que ahí se realizan. Por la tarde se va a
la escuela en donde tiene que redoblar esfuerzos
para emparejarse con los niños de su edad. Así
crece, entre golpes, estudios y el cariño de todos
los que lo rodeaban. Cuando cumple 15 años au-
mentan las inquietudes por el box y no se con-
forma con sólo boxear en peleas de exhibición
y, aunque Carmen se opone a que boxee porque
sabe que tarde o temprano terminará lastimado
o peleando por dinero, insiste y convence a Car-
men por lo que inmediatamente empieza a ser
entrenado profesionalmente.

Los entrenamientos

—Mira, Chino, al lanzar un jab al estómago,


hay que doblar la cintura, y las rodillas avanzando
un paso con el pie que tienes adelante, tu brazo
al impactar el abdomen de tu contrincante tiene
que estar paralelo con el piso. Si logras impactar
110

con fuerza, lo desgastarás y él irremediablemente


Pelea por la vida

tendrá que bajar sus brazos —explica con movi-


mientos el Poeta.
Zarek parece ser otro arriba del ring, sus
ojo brillan, sus movimientos bañan de alegría
su cuerpo, disfruta cuando lanza golpes, cuan-
do con velocidad intenta hacer combinaciones.
Primero fija el golpe en su mente y enseguida lo
ejecuta con ligera lentitud.
—¿Tengo que repetirlo con fuerza?
—Cierra tus ojos —le pide Carlos, mientras lo pa-
ra al centro del ring, y él se recarga en las cuerdas.
Zarek, incrédulamente baja la guardia para se-
guir las recomendaciones con los ojos cerrados.
—Ahora, imagina que estás peleando. Camina
sobre la lona, siéntela, debe sentirse firme, segura
e imagina que tiras un jab al estómago, caminas
y haces lo mismo en dos ocasiones. Tu rival ya te
está estudiando. Trata de engañarlo con tu cuer-
po, dobla cintura y rodillas, mira a su estómago
para que piense que vas a repetir el jab, pero da
un paso con tu pie delantero y aplica arriba el
golpe y concluye con un derechazo... Ahora abre
tus ojos, dime, lo visualizaste.
—Creo que sí —contesta, mientras bailotea en
la lona.
—No olvides, lo importante es ver directamen-
te el estómago, no lo dejes de ver hasta que tu jab
haga impacto en su rostro. Si fintas bien, el golpe
no falla.
—¿Pero si él ya conoce ese golpe, me puede
contraatacar?
—Para eso lo tienes que trabajar con el jab de
111

diferentes formas, es decir: primero sugiere arri-

Ricardo Guerrero Jiménez


ba con un golpe débil, pero cuando veas que es el
momento aplica el golpe con fuerza abajo. El jab
al estómago es más efectivo en peleadores más
pequeños que tú.
Cuando te noquean con un buen golpe no sien-
tes dolor. Flotas. Es como si estuvieras borracho.
Sientes que quieres a todo el mundo. Floyd Pat-
terson.
Al inicio, Zarek le dedicaba mucho tiempo a
los entrenamientos y poco a la escuela. A pesar de
sentir cansancio excesivo, lo ignoraba, por lo que
Carlos y Trébol al apreciar el evidente desgaste le
cambiaron la rutina, haciéndolo correr únicamen-
te tres kilómetros por las mañanas, desayunar
fuertemente y entrenar sólo dos horas bajo la su-
pervisión de ellos, para que por la tarde acudiera
a la escuela y por las noches lo dedicara a tareas y
al descanso. Zarek, obedeció al pie de la letra esas
instrucciones. Estas medidas le otorgaron más
tiempo para socializarse y tener actitudes más pro-
pias de su edad; sin embargo, paralelamente que se
muestra en la escuela como un buen estudiante,
en su casa (el gimnasio), se aprecia el verdadero
interés que tiene por aprender bien el boxeo, por lo
que pone especial atención en los entrenamientos
cuando está acompañado de Carlos o Trébol.
—Imagina que tienes a un güey contra las
cuerdas bloqueando tus golpes, él aguanta con su
cuerpecito tus golpes para notar tu cansancio y
contraatacar. ¿Tú, qué haces? —pregunta Trébol
caminando sobre una esquina del ring.
—Pues, mientras él espera que me canse yo le
112
Pelea por la vida

sigo poniendo en su madre —contesta Zarek.


—Ah, cabrón. Comiste tejocotes a la campani-
lla. O sea, ¿para qué te explico, no? —se detiene
Trébol mofándose de la respuesta.
—Bueno, yo digo, si nada más espera a que me
canse… —insiste.
—Pinche Chinito, ponme atención. Los dos es-
tán tirando golpes rompiéndose su mascarita, así
en cortito, con los pies bien firmes en la lona, él
te pega, tú le pegas, pero sientes que él te impacta
con fuerza, pero tus golpes a su hígado son blo-
queados con su codo o antebrazo, ¿qué haces?
—pregunta Trébol levantando las cejas.
—No, pues, así ya cambia, si él también me
está pegando… No, pues… ¿Qué hago? —Zarek
confundido baja la guardia.
—Ah, verdad cabroncito, cuando te subes al
113

ring, no sólo madreas, también te madrean. ¡Eh!

Ricardo Guerrero Jiménez


Cuando estés en esas circunstancias vas a tirar
un hook, acá, suavecito a la zona hepática, tú,
ya sabes que ese güey te lo va a bloquear con
su antebrazo o su codo como lo hacía con tus
anteriores hooks. Pero se trata de que engañes
al cabrón, que hagas como si fueras a pegar con
fuerza, incluso exhala algún sonido como cuan-
do pegas fuerte, para que la finta parezca más
creíble, con esto ese cabrón se va a descubrir y
dará chance a tu segundo hook. Recuerda que
este segundo hook, debe ser con rapidez, en
chinga y sin meter el hombro, usando tan sólo
el brazo para que tengas tiempo de regresar tus
hombros y puedas impactar con fuerza.
Zarek fija su atención en las palabras, movi-
mientos y trata de imitar las posturas que Trébol
explica.
Rocky Marciano no empezó a tomarse el
boxeo en serio hasta que cumplió 22 años.
—Cuando vas aplicar esta finta das un paso
cortito hacia tu izquierda y lanzas tu golpe en
más o menos treinta grados. Después ¡pá!, lo ma-
dreas, sueltas tu segundo hook, a la zona hepática
y concluyes con otras combinaciones. Sale, va-
mos hacerlo. Extiende tu brazo derecho y coloca
la palma de tu peluda mano donde podría estar el
hígado de tu rival. Ahora, pega rápido con la finta
de un hook. Practica unos momentos y vas a es-
cuchar los sonidos producidos por el impacto de
los dos hooks en tu palma y el de tus dos pies en
la lona. El güey contra el que estás peleando po-
dría estar contra las cuerdas o en cualquier otra
114

parte del ring, pero con los pies bien plantados.


Pelea por la vida

Ve con atención pinche Chino, su pie delantero


se mantiene detrás, te va a mover su codo hacia
el interior para hacer el bloqueo, sus hombros y
su cintura los va a mover ligeramente mientras
que su talón derecho apenas se levanta.
Zarek cuida especialmente la postura de los
hombros, pero trata de pisar con fuerza a la hora
de lanzar su golpe. Mientras percibe que los golpes
llevan consigo un sonido que también memoriza
para perfeccionar su técnica. Cuando Trébol nota
que su pupilo aprende rápido continúa…
—Zarek, ahora vamos con el 1, 1, 2, como si
fueran chelas. Si tienes un cabrón más bajo que
tú camina hacia tu izquierda y a su alrededor.
Luego, conéctale con un jab, al mismo tiempo
que cruzas tu pie de atrás. En chinga, retorna tu
guante y pega con un segundo jab sobre su rostro
para bajarle los humos al güey. En menos de un
segundo de lanzar tu segundo jab, tu pie izquier-
do aterrizará para pegar con la derecha. Al inicio
de esta combinación debes acelerar tu movimien-
to circular. Baila sobre la punta de tus pies alre-
dedor de ese cabrón y empieza a cruzar tu pie de
atrás cuando tires el primer jab. Por el momento
Chinito, eso es todo, ahí le paramos, tengo que ir
a sacar unas cajas de cajeta, porque de día soy
manco y de noche cojo —concluye Trébol.
El box se encarna amistosamente a la piel
de Zarek, su semblante ha cambiado igual que
su apariencia, el corte a casquete sobre el rígi-
do hueso de su cabeza ha dejado atrás aquellos
filamentos embrollados que tenía como cabello,
115

pero sobre todo le ha perdido la pista a la maldita

Ricardo Guerrero Jiménez


hambre que lo tenía prisionero. Pero el cambio
verdadero llega cuando Carlos realiza los trámi-
tes necesarios para adoptar a Zarek, quien no da
muestra de molestia por ahora llamarse Zarek
Esquivel, no obstante en el ambiente en que con-
vive se le conoce como el Chino, apodo que lo
acompaña como cicatriz a todas partes y que ha
sido defendido por él como identidad propia.
Poco después de la adopción, Zarek va a desa-
yunar como era su costumbre a casa de Carmen,
sin embargo ella lo espera penosa debido a que
minutos antes había encontrado al Papalote
muerto por causas desconocidas. Cuando Zarek
se entera de lo sucedido no hace preguntas, só-
lo se limita a tirarse sobre el piso para abrazar
con sus manos a su perro. Así quedó por algunas
horas hasta que Carlos y Carmen lo consolaron,
aun así Zarek cae en depresión y deja de entrenar
por haber perdido a su fiel amigo, a su compa-
ñero inseparable de aquel infierno del pasado.
Pese a que intenta sobreponerse no logra evitar
que se le vea afligido y pasa gran parte del día
encerrado en su habitación. Después de unos
días Carlos habla con él y le hace comprender
que no puede encerrarse en cuatro paredes a
pesar del dolor que pueda sentir, hay que dar-
se su tiempo de duelo y luego seguir adelante,
le comentó. Además le contó algunas experien-
cias que vivió por el abandono de Carmen y la
muerte de Sandoval. Después de las palabras de
su padre adoptivo, Zarek se siente reconfortado,
pero es Trébol quien lo lleva arriba del ring y sin
116

dar explicaciones le dice:


Pelea por la vida

—Chino, vamos practicar el jab ascendente.


Es bastante efectivo si te enfrentas a uno de esos
cabrones más altos que tú y también puede ser
contra otros de tu estatura. Supongamos que pe-
leas con un güey más alto y que está distanciado
de ti, lo que tienes que hacer es buscar la pelea
acá, en cortito, avanza con tu pie delantero ha-
ciéndolo aterrizar primero sobre el talón y ve do-
blando un poco tus rodillas. Continúa doblando
las rodillas y deja que tu peso se acentúe hacia
adelante. Desde esa posición lánzate como decía
Echeverría, Arriba y adelante, con mucho poder
en tus piernas y pega con un fuerte jab. Una vez
que pegaste estarás adentro; acomódate y provo-
ca que ese cabrón pelee como a ti te conviene,
¿entiendes? —le pregunta después de explicarle.
—Sí, ¿pero cómo tengo que flexionar las piernas
para alcanzarlo, o es lo mismo? —pregunta Zarek.
—No es lo mismo un negro amanecer que
amanecer con un negro. Mira, primero asegúrate
de pisar con tu talón, que esté bien firme. Nada
más no le hagas como gay, punta y talón, punta
y talón. No. Pisa firme con tu talón, tus rodillas
deben estar bastante dobladas y listas con fuerza
para lanzar el jab. Tus pies deben estar en el aire
a la hora de pegar. Y fíjate que al regreso, el pie
que tienes atrás toca la lona primero —explica
Trébol con mucha paciencia.
Practicar lo hace olvidarse inmediatamente
de sus sentimientos y sólo piensa en las circuns-
tancias que pudieran ser adversas para él con
respecto a sus clases de boxeo.
117

—Trébol, ¿cómo aplico un derechazo si mi ri-

Ricardo Guerrero Jiménez


val es zurdo?
—Mira, tienes que seguir a tu rival hasta las
cuerdas. Si aplicas un derechazo, tu cuerpo se va
bastante hacia delante, gira sobre tu pie. Antes
de completar tu giro salta con tu pie izquierdo y
pega un hook, para distraer al contrario. Este golpe
te hace ver bien pero, no es fuerte, el cabrón con
quien peleas va a voltear hacia ti y también su
cabeza va a girar un poco. Eso es lo que se tiene
que hacer.
—¿Pero también puedo girar y lanzar un dere-
chazo? —pregunta Zarek mientras práctica.
—Claro, pero cuando el güey sólo tira golpes a
lo tonto. Pero mira, Chino, si estás parado en el
ring, lanza tu jab con un paso hacia la derecha
y gira, después, sobre tu pie delantero una vez
que haya aterrizado. Después puedes lanzar un
derechazo y concluyes con el jab, o bien puedes
pegar primero un upper cut. Pero hay muchas al-
ternativas, también puedes lanzar un volado así
de lejitos sin que tu rival lo espere. El güey qui-
zá está confiado en la distancia que los separa,
no le preocupa que su mano izquierda esté un
poco baja. Si eso pasa nada más míralo directa-
mente a los ojos y rápido cambia la dirección de
tu mirada hacia el cuerpo, da un paso con tu pie
delantero doblando bastante tus rodillas y deja
caer en curva tu golpe. Recuerda que tus piernas
deben ser como resortes, se deben doblar cuando
te agaches dando el paso. Todo esto es sólo técnica
de boxeo, debes ensayarlo ya en movimiento para
que veas los beneficios y las consecuencias de su
118

mala aplicación. Pero no basta con hacerlo bien,


Pelea por la vida

acuérdate que tu rival también te quiere madrear,


tiene las mismas intenciones que tú y va hacer
hasta lo imposible para ganarte. Quizá te puede
dar un cabezazo, o tal vez trate de enfadarte para
sacar ventaja. Debes estudiarlo, conocer sus debi-
lidades; tener una estrategia de combate es muy
importante y no hay mejor estrategia que cono-
cer las carencias de tu rival. Si eres más cabrón
que él y logras descifrar sus virtudes y carencias,
se te hará más fácil el combate.
—¿Pero cómo analizo a mi rival?, ¿qué tengo
que hacer? —pregunta Zarek.
—Debes ser paciente, invitarle un pulquito y le
preguntas si lo quiere en tarro o en vaso. Aguanta
al cabrón, no trates de madrearlo rápido. Recuerda
que siempre está acá, papá, en tu esquina para
ver lo que tú no logras ver por estar peleando.
Debes estar concentrado y atento a las indicacio-
nes de tu esquina, eso es sagrado. Hay que dejarse
dar unos golpes para medir su fuerza y tratar de
encontrar sus debilidades, pero no debes con-
fiarte, porque tu rival sabe que también lo estás
tentando y te puede sorprender. Ah, pinche Chino,
hay que acostumbrase al peso de los guantes, pero
hay que ponerse unos un poco más pesados. Por
cierto, ¿sabías que el pájaro más sagrado es el
pájaro dorado del sumo pontífice?
Cuando el Chino tiene casi los 16 años, siente
una enorme ansiedad por tirar golpes como pro-
fesional, sin embargo es hasta que Carlos ve en
él cierta maduración en su comportamiento cuan-
do le permite dejar de ser amateur. No obstante,
119

Ricardo Guerrero Jiménez


también le permite fungir de sparring y hacer
golpes con su amigo, Gonzalo, el Rey de Bastos,
quien entrena para pelear por el Campeonato
Mundial Juvenil Gallo. Permitir que Zarek
pelee profesionalmente es causa para que
después de muchos años Carlos se en-
cuentre con Carmen.
...miran conmovidas las dos almas que habían
miran conmovidas las dos almas que habían

permanecido separadas y ese diálogo de


permanecido separadas y ese diálogo de silencios,
silencios, tejidos por una filigrana de finos
tejidos por una filigrana de finos hilos que manejan
hilos que manejan sus cuerpos desde el cielo.
sus cuerpos desde el cielo.
121

Round 8

La paciencia es el mejor aliado de la ambición.

El fresco del invierno se hace sentir testaruda-


mente, las aves no cantan, muestran su displicencia
a tan cruel ambiente; abrigos, suéter, camisas sobre
camisas, lo que sea es bueno para no dejarse consu-
mir por el agobiante menos dos grados.

Carmen ya estaba enterada de que su hijo había


muerto, puesto que encontraron el cuerpo entre
montones de basura, su camisa amarilla, un lunar
en su espalda y el análisis de adn, fueron las prue-
bas que confirmaron el parentesco con Carmen,
mas no coincidieron con Alfredo, lo que ocasionó
atroces discusiones que finalizaron con su unión.
Pero la confundida mujer, por los resultados de
las pruebas decide guardar silencio, sabe que si
Alfredo no es el padre el único que puede serlo es
Carlos. A pesar de la pérdida de su hijo, Carmen
logra sobrellevar su vida en la soledad, sólo las vi-
sitas de Zarek se convierten en consuelo y alivio
para ella. Pero al enterarse que Carlos le permi-
122

tirá pelear, un enorme enojo le hierve la sangre y


Pelea por la vida

olvida todo aquello que le impedía ver a Carlos.


Furiosa se dirige al gimnasio, sus tambaleantes
pasos largos y rápidos acortan la distancia. Al lle-
gar empieza a buscar por todos lados, sus ojos
encendidos por el arrojo que la ciega la lleva por
indivisibles rincones sin encontrarlo. Camina en-
tre los boxeadores sin percibir los embrollados
ojos que la miran, a su paso se encuentra con
Trébol.
—¿Carmen, qué hace aquí?
Pero Carmen no responde, sólo continúa su
búsqueda. Trébol, sube de inmediato a la oficina
de Carlos para informarle lo que acontece; Carlos
baja con rapidez, pero disminuye su velocidad
al mirar cerca del ring a Carmen, ésta voltea y
se encuentra con la amorosa mirada de Carlos.
Más de 20 años habían pasado desde su último
encuentro y al fin el destino concede que estén
frente a frente. Los boxeadores que entrenan co-
mienzan a balbucear al no saber lo que sucede, sus
miradas se convierten en risas y éstas en impru-
dencia. Impudencia que es entendida por Trébol
quien comienza a desalojarlos uno a uno hasta
brindar privacidad a tan añorado encuentro. Los
ojos de Carlos y Carmen aún se contemplan, no
hay palabras, sus palpitantes cuerpos parecen
flotar, aquel sentimiento que estaba dormido
aflora desde las entrañas más recónditas de su
ser. Se acercan lentamente, el reclamo de Carmen
se ha evaporado ante la presencia de Carlos, sus
deseos reprimidos no soportan estar más distan-
ciados y sus alientos se entrelazan hasta abrazarse
123

fuertemente. Las manos de Carmen acarician

Ricardo Guerrero Jiménez


con devoción la espalda de Carlos, mientras se
recarga suavemente sobre el turbulento torso
del hombre, éste no se contiene y deja rodar sus
hostiles sollozos sobre las pálidas y frías mejillas
de Carmen, ambos se deslizan hasta quedar
de rodillas, ¡amor, amor!, exclaman, sin dejar
de abrazarse. El silencio es un perro que babea
caluroso por el frío del temporal, la pera aún se
columpia sutilmente exclamando agudos rechini-
dos, las paredes dejan de hacer reverberaciones.
Trébol y Zarek miran conmovidos las dos almas
que habían permanecido separadas y ese diálogo
de silencios, tejidos por una filigrana de finos hilos
que manejan sus cuerpos desde el cielo.
—¿Mi amor, qué haces aquí?, ¿qué te sucede?
—rompe el silencio Carlos.
Carmen se resiste a contestar y abraza con
más fuerza, oprime a Carlos y conduce sus hú-
medos y ávidos labios hacia los de él, se apodera
de ellos, los desgarra de placer, sus lágrimas in-
contenibles se unen a la cita, sus ansiosas manos
empiezan a retozar en el rostro de Carlos, pero
ella aguarda un segundo, se retira para mirar entre
la oscuridad el brillo de los ojos de su poeta. Su
vista no cesa de reencontrarse, de gozarlo una y
otra vez, hasta decirle:
—No tienes idea cuánto he deseado este mo-
mento, no sabes cuántas veces mis oraciones fue-
ron bañadas por mi llanto suplicando, un segundo,
un instante estar así contigo, y ahora me siento
nuevamente yo, sintiendo en el pecho una inmen-
sa gratitud hacia Dios y aun cuando mi soberbia
124

me ha provocado perderlo todo, tú has estado ahí


Pelea por la vida

a la espera, fiel, incondicionalmente, a cambio de


nada, sólo te conformabas con mirarme de lejos
—le recuerda Carmen sin dejar de mirarlo.
Carlos intenta articular palabras, pero Carmen
con un ademán lo detiene.
—No hables, déjame llenarme de esta hermosa
sensación de serenidad, de estar envuelta de ti,
abrazándote, como si el tiempo no hubiese pa-
sado. Deja que nuestros corazones se coordinen
y latan nuevamente al ritmo del tiempo. Envuél-
veme con tus poros, porque mi piel se estremece
cuando me rozas, cuando me miras; mi cuerpo
también te extraña. Arráncame el aroma que ha
dejado la despiadada distancia, bésame sin cor-
dura, que nadie ha saciado la sed de las auroras
oscuras, elévame en ese laberinto ardiente de
caricias perfumadas, de recuerdos inquietos, de
nocturnas batallas. Hazme sentir nuevamente
mujer, penetrando dentro de mi piel el fuego de
tus soledades y hogueras.
Las sombras del gimnasio se ocultan amiga-
blemente bajo el suelo, el aroma aún picante de
los sudorosos pugilistas conduce a Carlos que to-
ma entre sus vigorosos brazos a Carmen y la lle-
va con suavidad a su habitación para recostarla
sobre su cama. Carlos la observa detenidamente,
la recorre una y otra vez hasta estacionar sus de-
seos sobre el diminuto orificio que otorga un ojal
de su blusa, Carmen habla por los ojos y Carlos
la escucha sin oírla: ¡hazlo, hazlo, por favor no
esperes!, pero la sádica paciencia de Carlos sólo
roza su cuerpo con el dedo índice. El cuerpo ar-
125

diente de Carmen parece estallar, se estremece

Ricardo Guerrero Jiménez


hasta rizarse de deseo entre las ardientes sába-
nas blancas y la grosera paciencia de Carlos que
persiste, hasta que vuelve a escuchar sus deseos:
¡Hazlo, hazlo! Al fin Carlos concede y conduce
su índice hasta los deseosos labios, introducién-
dolo en la boca para bañarlo de saliva y después
deslizarlo pulsantemente para desabrochar uno
a uno los botones de la ya empapada blusa azul.
Pero el deseo se impone y hace a Carlos romper
con violencia el fino sostén traslucido que cubre
los pechos color arena. Carlos arremete con su
boca sedienta sobre ellos y desliza hacia abajo su
traviesa lengua hasta llegar al ombligo, ¡así, así,
no pares!, mientras sus anhelantes manos se en-
tretienen en la entrepierna de Carlos oprimiendo
con fuerza. Los poros de los fogosos cuerpos em-
piezan a transpirar placer, los vibrantes vidrios se
empañan y los incesantes gemidos hacen retum-
bar las paredes.
Ya de madrugada, Carlos y Carmen descansan
sucumbidos y entrelazados sobre la trinchera
destruida por el encuentro, el silencio aguarda
cauteloso, los cristales aún sudan, las yemas de
sus índices son un péndulo que se roza mediante
ligeros acercamientos. Los ojos que no son dos
ojos sino miles de ojos ávidos, infatigables, caballos
incansables sobre el rostro del otro, el cuerpo del
otro y la mirada del otro, permanecen tensos en
un disfrute sórdido y terso.
—¿Recuerdas aquella ocasión que gané mi
primera pelea? —pregunta Carlos a Carmen
mientras la mira a los ojos.
126
Pelea por la vida

—Sí, cómo olvidarlo, si fue la primera vez que


tuvimos relaciones —contesta Carmen mientras
deja asomar un gesto de alegría.
—Recuerdo que nadie pensó que podría ganar,
ni siquiera tú lo esperabas, pero cuando me alza-
ron la mano, yo sólo pensaba en ti, quería demos-
trarte que el box era lo mío, sin embargo al otro
día que fui a buscarte y viste mi rostro golpeado,
soltaste en llanto, y me pediste que no peleara
más, yo te cambié la plática de inmediato y te
invité a pasear. Esa ocasión llevabas un vestido
rojo y un suéter gris, tus zapatillas negras. Nos re-
cargamos en un árbol y pasamos las horas viendo
juguetear el agua de una fuente. Ahí decidimos
hacer el amor. ¿Sabes?, en una ocasión me sentí
muy mal, muy solo, te extrañaba tanto que deci-
127

Ricardo Guerrero Jiménez


dí visitar ese lugar, eran como las once de la ma-
ñana, pero cuando llegué, tú estabas recargada en
ese árbol y tu hijo Arturo jugaba con una pelota.
Me sorprendí cuando los vi. En esa ocasión traté
de acercarme, pero no sé cómo pude aguantarme
y conformarme con sólo mirar de lejos. Lo que
no puedo olvidar de ese día, fue que al llamar a
tu hijo que iba tras su pelota, gritaste Carlos en
lugar de Arturo.
El sigilo pasajero se apodera por unos segundos
de la habitación, hasta que Carmen da un giro
sobre la cama para quedar recostada sobre las
piernas de Carlos, al tiempo que aprieta y entre-
laza con fuerza una de sus manos.
—A ese lugar fui muchas veces, e igual que tú
cuando me sentía deprimida pasaba las horas re-
128

cordándote, ahí le confesé a mi hijo cuando tenía


Pelea por la vida

dos años el secreto de nuestras cartas —comen-


ta con tristeza Carmen.
—Eres una mujer de muchos secretos, siempre
lo has sido.
—Sí, lo de las cartas, secreto que sólo sabía
Trébol, el celestino de nuestro pecado. Pero hay
otro secreto que no quise compartir hasta ahora...
Hace poco me enteré de algo lamentable y decidí
callar, pero antes que lo sepas, déjame aclararte
que si lo hice fue por no causarte un dolor que
quizá ya no tenga razón de ser.
—No entiendo.
—Primero, explícame por qué si le has dado
educación y un hogar a Zarek, ahora permites
que pelee por dinero, él puede dedicarse a otra
cosa, es buen estudiante, ¿por qué a los malditos
golpes? No aprendiste nada en todo este tiempo —
comenta melancólica Carmen, pero sin despegar
la cabeza de las piernas de Carlos.
—No se trata de lo que yo quiera o de imponer
mi voluntad ante todo, sólo le permito que sea él
quien decida. Se ha esforzado tanto, ¡no lo has
visto cómo se trasforma arriba del ring!, parece
otro; ¿te has dado cuenta que casi no mira a na-
die a los ojos?, pues cuando está arriba del ring,
levanta la cara, siempre mira hacia adelante, su
cuerpo pareciera que cobra vida, se le nota sereno,
atento, pero lo que más me llama la atención es
que lo disfruta tanto. No seré yo quien le impida
boxear. Es un chavo que lo ha perdido todo, hay
que permitirle que se realice como él lo desee.
Yo también tengo miedo, me aterra pensar que le
129

pase algo, pero si algo he aprendido en esta vida

Ricardo Guerrero Jiménez


es a tomar decisiones y vivir sin temores.
Carmen respira profundamente y sus lágrimas
empiezan a brotar de sus rojizos ojos.
—Cuando venía hacia acá nunca pasó por mi
mente llegar a todo esto, venía enfurecida, sentía
que la sangre me quemaba, porque me enteré que
Zarek iba a pelear. Inmediatamente la imagen de
mi hijo Arturo llegó a mi mente, y pensé en todo
lo que hubiera sido capaz por defender a mi hijo,
por protegerlo, entonces miré el rostro de Zarek
y me di cuenta que lo quiero.
—Yo también lo quiero —interrumpe Carlos.
—Sí, pero ahora que estoy aquí, a tu lado, sin
importarme nada, me doy cuenta que no quiero
perderte otra vez y repetir el mismo error de ha-
ce muchos años, sin embargo, tengo que aceptar
que has tratado a Zarek como si fuera realmente
tu hijo, y no quiero sufrir ni verlos sufrir. Cuando
encontraron el cuerpo de mi hijo no podíamos re-
conocerlo, lo único que lo identificaba era la cami-
sa amarilla que le acababa de regalar, sin embargo
las autoridades decidieron hacer pruebas de adn
y dieron como resultado que yo era la madre de
Arturo, pero Alfredo no es su padre —recuerda
Carmen sin dejar de oprimir la mano de Carlos.
—No entiendo.
—Quiero decir que tú eras el padre de Artu-
ro, que él era nuestro hijo. Yo misma no lo sabía.
¿Por qué crees que ya no quiso regresar Alfredo a
mi lado? Se enteró que él no era el padre de Arturo.
Traté de buscarlo, de explicarle, pero hasta hoy
no ha querido hablar conmigo.
130
Pelea por la vida

Carlos se levanta de la cama y empieza a ca-


minar en la habitación, deja de mirar el femenino
rostro y empieza a susurrar palabras, pero ella
de igual forma se levanta de inmediato cuando él
empieza a lanzar golpes contra la pared.
—Carlos, cálmate, por favor cálmate —le dice
al tiempo que lo abraza fuertemente, mientras se
deslizan hasta caer al piso donde ambos empiezan
a llorar desconsoladamente.
—Mi hijo, mi hijo, no… —se lamenta Carlos.
—Lo siento, no lo sabía, perdóname, traté de
que no pasaras por esto, que es como morir en
vida, pero no pude callar más.
A pesar de la noticia que recibe Carlos, ambos
logran conciliar su dolor, porque también las ad-
versidades contribuyen a cimentar una relación
y tal vez también sean el motivo de la desunión;
sin embargo, cuando la adversidad se viste de
Cupido o eslabón, fortalece los corazones; las
131

trabas y las limitaciones colorean el interés y

Ricardo Guerrero Jiménez


entusiasmo, haciendo sentir que existe un su-
blime reto que vencer, para llegar a un estado
de pasión superior. Se deja a un lado el ego que
impide y castiga, para dar paso a la oportuni-
dad, a un nuevo momento, al sonido del alma.
No es únicamente el amor lo que une, sino el
buen entendimiento de una vida que castiga
y limita, porque sólo los que han sufrido pue-
den diferenciar entre dolor y dicha. Carlos
y Carmen lo entienden, lo asimilan per-
fectamente, no dudan en unir sus vidas
y deciden vivir en casa de ella. Entre
muchas discusiones, a Zarek se le
permite pelear profesionalmente.
A veces creo que estoy en cada uno
A veces creo que estoy en cada uno de los que han gozado

de los que han gozado de mi carne y


de mi carne y no de mi alma. Soy carne sin memoria, jugo sin
no de mi alma. Soy carne sin memoria,
placer, dinero sin compromiso. Aquí el recuerdo tiene muchos
jugo sin placer, dinero sin compromiso.
rostros y ninguno...
Aquí el recuerdo tiene muchos rostros...
133

Round 9

Pelear, es entregar todo lo que tienes, fuerza, corazón


y cuerpo, es entrenar día a día al máximo para llegar a
ser mejor. Amar lo que haces. No pensar en nada más.
Es pelear por mis sueños. No dejar que nadie pase sobre
mí. No detenerse por nada. Pelear por mis amigos y
familiares, todo mi empeño está en ellos.

Leslie Aline Cruz, la Choco Cruz, boxeadora

Amigos y enemigos están invitados a mi funeral


pa’que brinden por mí. Unos de tristeza y otros de
alegría pero todos juntos porque ya me fui…

Se escucha la música dentro del gimnasio, son las


ocho de la mañana y Zarek entrena solo sobre el
ring al ritmo de la canción, mientras tira el 1, 1, 2
y canta Amigos y enemigos. El fuerte sonido hace
retumbar puertas y ventanas, pero la música de
banda sigue, danza de un lado a otro, pareciera
no importarle cimbrar el imponente lugar, sin
embargo se dejan escuchar en la parte alta del
gimnasio los abruptos gritos de Trébol que exigen
a Zarek, quitar esa música.
—Chino, Chino, qué la changa mamá del
chango con esa pinche canción…
Pero Zarek no alcanza a percibir los ya conoci-
dos reclamos, continúa tirando golpes y caminando
sobre la lona, mientras las estrofas de la canción
se filtran gustosamente por sus oídos.
134

…yo quiero invitarlos a mi funeral antes que


Pelea por la vida

la muerte me venga a buscar, yo quiero invitar-


los a mi funeral no quiero que nadie me vaya a
faltar…
Trébol impone el silencio y se acerca al ring
para decirle a Zarek:
—No seas cabrón Chino, qué onda con esa
canción, nos vas a dejar sin boxeadores.
—¿Ahora, por qué, si todavía no llega nadie?
—Sí, pero ya deja esa pinche tonadita, cámbia-
le, por qué no te pones la del negrito sandía, o
de menos ponte audífonos, ya nos cansaste, nada
más no está el Poeta y sobres con la cancioncita.
Ya los compañeros se están quejando, cabrón
—insiste Trébol.
—Qué pueden decir si ellos ponen música para
viejas.
—Préstame atención, Chino. No seas necio, si
ya sabes que eso de que los invito a mi funeral de-
prime a los compañeros, se les caen los calzones
de bajo color cuando escuchan Mi funeral. Pon
algo más alegre, o mejor concéntrate en la pelea
del sábado.
—Pero a mí me gusta. Así entreno mejor.
—Bueno, si vamos a pelear bájate por los guan-
tes y sobres —concluye Trébol.
Eran las cotidianas discusiones, no obstante
el obediente joven terminaba cediendo siempre.
Los golpes han forjado la vida y la personalidad
de Zarek, el Chino Esquivel; la disciplina, la es-
cuela y la seriedad para practicar el boxeo, le
han permitido ser uno de los más sobresalientes
pugilistas de los últimos tiempos. Después de 25
135

peleas de amateur y de haber logrado su pri-

Ricardo Guerrero Jiménez


mera victoria como profesional al vencer a José
el Piolín Gutiérrez por decisión en cuatro asal-
tos, Zarek logra ganar 20 peleas consecutivas por
nocaut, en la categoría Súper Gallo, sin embargo
se estaciona en Peso Pluma, donde se percibe su
categoría natural, logrando mayor desempeño al
conseguir diez victorias más por nocaut. Récord
que llama la atención del mundo boxístico por la
potencia de sus golpes y por vencer a peleadores
de alta calidad.
Como en muchas ocasiones, Trébol y Zarek
salen a pasear y aprovechan para ir a una casa
de apuestas al norte de la ciudad llamada Money,
Money. Como ya es costumbre, el Chino se en-
tretiene viendo en las pantallas los resultados de
todo tipo de deportes, sin embargo Trébol, sin ha-
ber olvidado su viejo saco a cuadros que le llega
a la altura de las rodillas y vencido nuevamente
por su debilidad, apuesta en repetidas ocasiones;
desde las simples y combinadas hasta 2/3, entre
otras que se apoderan de su voluntad. La gente se
aglomera, el humo de los cigarros se respira por
todas partes a pesar de la restricción en las salas.
Al Money, Money asiste gente de todos los niveles
con la vaga esperanza de ganar o recuperar un
poco el dinero que han perdido. Es difícil apreciar
con claridad los resultados de los deportes debido
a que la gente se aglutina de un lugar a otro, mien-
tras en el sonido local anuncian dónde y cómo se
puede apostar. Gritos de alegría, frustración, tris-
teza y caras retorcidas por las pérdidas se aprecian
en todos los rincones y aunque es el momento en
136

que la suerte le sonríe a Trébol, Zarek se acerca a


Pelea por la vida

él para recordarle la hora, la arraigada adicción


de Trébol le contesta: ¡una más, una más y nos
vamos! No obstante, Zarek le recuerda que Carlos
los está esperando.
Un Trébol deshojado camina entre los tumul-
tos hasta llegar a la sala de apuestas en vivo, y
observa todo sin decidirse a quién apostarle el
dinero que le queda. Observa, analiza y al fin se
detiene frente a las pantallas de televisión que
transmiten las carreras de caballos que están por
efectuarse, revisa la lista y se decide por apos-
tar todo su dinero al caballo con el nombre Agua
que participa en la primera carrera con el nú-
mero cinco y que paga cinco a uno. Apunta los
datos y de prisa se dirige a la caja para efectuar
la apuesta. Ya con los comprobantes en mano re-
gresa sin mirar a ningún lado, enfoca su mirada
en las pantallas mientras talla con desesperación
los comprobantes de la apuesta.
—Mira, Zarek, me late que aquí ganamos —
afirma Trébol con cierta exaltación.
—Siempre dices lo mismo, y lo que ganas en
un lado lo pierdes en otro, pero siempre sales
trasquilado —contesta.
—No digas esa palabra, no la digas, porque
aunque no lo creas se asustan los chivos, me-
jor pégate tantito para que me des suerte —dice
con una ligera mueca de alegría, a la vez que
espera con ansia el inicio de las carreras.
—Ya deja de alburear y va.
Pero Trébol interrumpe a Zarek para escuchar
con atención el anuncio del sonido local que
137

informa del inicio de las carreras. Al final la for-

Ricardo Guerrero Jiménez


tuna termina por favorecerle a Trébol, que cual
glorioso vencedor se dirige a cobrar lo ganado en
su apuesta. La alegría por lo obtenido deja apre-
ciar cierta tranquilidad en su rostro, guarda su
dinero para después apostarlo como lo ha hecho
por muchos años.
Los días siguientes son de concentración total
por la pelea, ya no hay paseos ni salidas por la
noche, cero distracciones, son las instrucciones
del Poeta antes de que cualquiera de sus pupilos
suba al ring. Un buen resultado en la pelea puede
abrir las puertas para contender por el cinturón
de plata del Consejo Mundial de Boxeo.
El húmedo beso del cielo cae sobre la esperan-
zadora victoria que ha conseguido en el primer
round Zarek, quien se regocija de respeto hacia
él mismo. El triunfo es todo, es brindarle sumi-
sión a la vocación, no tiene comparación, es una
retribución de la vida, pero desde lo más egocén-
trico, el triunfo es lo único que terrenalmente se
puede presumir. En esa noche de laureles parece
ser que las estrellas brillan de forma diferente,
alumbran sonrientes para apreciar desde lejos la
justicia que oscila en el rostro, que refleja agrade-
cimiento hacia todos aquellos que le han brindado
protección, cobijo, como Carmen, que lo espera
ansiosa fuera del gimnasio para abrazarlo ahora
que ha logrado calmar un poco el dolor que aún
vive dentro de ella. También lo esperan los ami-
gos, compañeros de infinitos entrenamientos que
pueden apreciar en Zarek el nacimiento de un
nuevo ídolo de la afición mexicana, entre ellos
138

Raúl, que ha caído en el mundo de las drogas,


Pelea por la vida

Cañitas Álvarez, Ernesto Dalí de los puños, quien


aprovecha cualquier pretexto para irrumpir con
la bebida sus cualidades boxísticas, Gonzalo el
Rey de Bastos, entre otros, quienes al ver arribar
a Zarek al gimnasio, se lanzan en forma tumul-
tuosa sobre él. Aunque Trébol sugiere llevarlo a
festejar el triunfo, pese a que el silencio se hace
presente en las calles. Después de que el triun-
fante joven avisa de su victoria a Carmen, regresa
y con el consentimiento del Poeta, guarda en una
cartera algunos billetes. Ya dispuestos, se dirigen
al bar Las últimas caricias que se encuentra al
sur de la ciudad. Las luces nocturnas, el sonar
de las sirenas y el corazón lleno de satisfacción
acompañan al grupo de pugilistas hacia el cono-
cido lugar. Al llegar, un modesto anuncio dorado
bañado de luces rojas y azules, da la bienvenida.
Afuera, el cadenero no los hace esperar, les abre
paso para otorgarles una de las mesas principa-
les; a pesar de la oscuridad se logra apreciar a
hermosas jóvenes, con ropas provocadoras, que
bailan complacientes ante las caricias de los
clientes. Brinca el tequila, la cerveza se derrama
y las mujeres cachondean en las distintas mesas.
Las hermosas y complacientes jóvenes procuran
llenar de placer al grupo de pugilistas. ¡Dos más
de tequila!, pide Trébol y sale a bailar, los demás
hacen lo propio y dejan solo a Zarek, quien mira
desde su lugar cómo Trébol acaricia y aprieta
las vastas caderas de una exuberante pelirroja.
Cuántas historias de amor y de infidelidades po-
drán contar estas mesas, cuántas tragedias, cuánto
139

placer, cuánta soledad, piensa Zarek, mientras

Ricardo Guerrero Jiménez


mira a su alrededor, escucha la música en vivo
que desinhibe los ágiles cuerpos que pretextan
bajo ritmos románticos rozarse una y otra vez
hasta llegar al punto de la perdición. Nuevamente
juntos en la mesa, voltean socarrones por las
palabras de reproche de Zarek, ¡Órale, cabrones,
si el que ganó fui yo! Nadie responde, enseguida
Trébol levanta su mano y rápidamente una esplen-
dorosa rubia se acerca a la mesa.
—Hola preciosa. Aquí el chavo está solito, le
bailas un poco, para que sienta el rigor.
Los ojos de Zarek saltan alucinados al apre-
ciar a la voluptuosa mujer que no espera y se
sienta en las piernas del emocionado joven, de-
jándole caer encima los 90 centímetros de sus
candentes caderas al tiempo que se contonea.
Sus compañeros ríen, se separan un poco para
dejar hacer su trabajo a la rubia, Zarek parece
exaltarse, sus manos siguen el ardiente juego y
aprovecha para sujetar los siliconados pechos
descubiertos de la bella mujer. Trébol lo interrum-
pe para decirle:
—Porque ganaste te tenemos una chava espe-
cial que será como la bienvenida al grupo. Aquí
Cañitas, Dalí, el Rey y por supuesto yo, ya nos
hemos deleitado con lo fogoso de ese cuerpo.
Pero las delatoras risas no preocupan a Za-
rek, él continua acariciando la cabellera de la
rubia. Trébol lo desengaña cuando lo nota más
encendido:
—No te emociones Zarek, que no estamos ha-
blando de la güerita.
140
Pelea por la vida

Zarek relaja los brazos y la fogosa rubia se ale-


ja, no sin antes dejar sobre la mejilla el férvido
beso de sus suaves labios.
—No, Zarek, no es la rubia, estamos hablando
de la Pellejos —afirma Trébol.
Todos ríen porque saben que la Pellejos es una
prostituta de mayor edad que ya espera en un
cuarto. Cuando se calman un poco las risas todos
se acercan a Zarek para darle ánimos, entre bro-
mas y risas hacen que Zarek se ponga de pie, pe-
ro antes de que se retire el Dalí pide a Trébol que
le diga a Zarek de cuántas formas puede llamarle
a su pajarito, por lo que el alburero dice.
—Mira, pinche Chino, te voy a decir porque
me caes bien, pero siéntate porque va para largo:
Falo, polla, picha, pija, miembro, pilila, pistola,
rifle, sable, minga, chipote, minina, palo, vara,
mástil, macana, garrote, la del burro, la más
amiga, chóstomo, negro, pelón, pájaro, cabezón,
141

tranca, tubo, antena, percha, cangrejo, camarón,

Ricardo Guerrero Jiménez


salchicha, plátano, camote, chorizo, longaniza,
langosta, lancha, capullo, bálano, príapo, esta-
ca, la negra, manguera, pelona, asta, verdura,
verdolaga, vergüenza, vergonzoso, envergadura,
verenice, vergansito, bombero, ete, monstruo, el
grande, largo, delantero, ñonga, mastique, chile,
bicho, cabeza, el flaco, pirinola, pilín, leño, chile,
pepino, zanahoria, trompeta, corneta, el de hacer
chamacos, brocha, la prieta, el pirata chino, el
pirata Morgan, el tuerto, órgano, pepito, machete
y clavo... Después del recital y de las risas de los
que escuchaban, dos de las mujeres que los acom-
pañan conducen a Zarek a un cuarto al fondo del
negocio. Una de las dos mujeres se adelanta para
abrir la puerta y cuando entra a la habitación la
cierran con llave. Lo primero que percibe Zarek
es lo sombrío de la habitación y a una mujer que
presume un amplio escote que cae en su espalda,
un cigarro la delata y baja lentamente al costado
de la misteriosa mujer que no deja ver su rostro y
que dice con voz carraspeada:
—Ya llegaste… Al fin, tengo rato esperando,
como si fueras la muerte que retrasa su obliga-
ción. No viene ni me ronda las carnes, ha de pen-
sar que también le voy a cobrar —la mujer emite
un magro sonido como intento de risa.
Zarek no hace mucho caso de la queja y
se distrae revisando lo que hay en el sombrío
cuarto mientras pregunta a la mujer que aún
está de espaldas:
—¿Puedo encender este foco?
Pronto la mujer voltea y contesta.
142

—Ah… te gusta ver. Como quieras, yo ya me


Pelea por la vida

cansé de ver morir a muchos cuando se vienen.


Cuando la prostituta da la vuelta, Zarek per-
cibe con claridad su rostro y se sorprende al ver
los cansados ojos de la mujer. La reconoce y se
reconoce en Consuelo, la mujer de Yanko, aquella
que ocupó el lugar de la madre de Zarek cuan-
do era niño. Confundido baja la mirada, gracias
a las luces tenues logra ocultar el desconcierto
y se acerca lentamente a ella. La mujer piensa
que él ya quiere placer y se recuesta sobre la
cama invitándolo a subir, ella no reconoce que
es el Chino, aquel inocente niño al que terminó
por apreciar en aquellos tiempos. Pero Zarek
calla, se aproxima un poco más a Consuelo y
fija su vista en sus coloridos ojos. Ella se promue-
ve cadenciosa, muestra al sorprendido joven la
hostilidad de sus senos bronceados mientras
baja cautelosa las medias de sus piernas, pero
él retrocede un poco y se conduce al anunciado
umbral de la pequeña ventana para recargarse,
alza la vista para apreciar los cojines brillantes
tornasolados y la exuberante mata de cortinas
sucias que cuelgan. Consuelo apaga el cigarro
y ordena:
—Pon el dinero sobre la mesita y ya puedes venir.
Zarek saca unos billetes y atiende la orden
con sumisa timidez. Nuevamente se acerca para
sentarse en la orilla de la cama, pero Consuelo
abre sus secas y arqueadas piernas dejando sus
manos sobre sus muslos, mientras una expresión
bastante desgarradora emerge de su rostro. Pero
Zarek se quita la chamarra de piel que lleva puesta
143

y se la pone encima de las piernas, como si estu-

Ricardo Guerrero Jiménez


viera cubriendo un cadáver.
—No señora, yo no vengo a eso —afirma con
los ojos puestos en las cortinas sucias.
Ella, con su rostro blanco surcado de arrugas,
arquea las cejas asombrada por la acción del joven.
—¿Entonces a qué vienes? —pregunta sin salir
de su estupefacción.
Los ojos de Zarek viajan hasta el áspero ros-
tro de Consuelo, a la vez que recuerda aquellos
momentos que compartió con ella en la infancia.
—Únicamente vine a ofrecerle un trago de te-
quila y hablar sobre la vida.
Consuelo ríe, con estruendosas bocanadas. De
la risa gozosa pasó a la risa forzada y de forzada
a la histérica hasta llegar a los lamentos sofoca-
dos y, así, con un torrente desmedido, pequeñas
lágrimas fluyen desbocadas destiñendo el color
azul metálico de sus párpados.
—Mejor habla de la muerte… Nunca supe lo
que era la vida —Consuelo se pierde en un largo
silencio prolongado por la extensión de su mira-
da herida.
Pero Zarek se pone de pie de inmediato.
—¿Señora, quiere que me vaya? —pregunta
con seriedad.
—No… haz algo mejor, ve hasta ese anaquel y
saca unos cigarros; el tiempo es corto y total ya
pagaste —responde desavenida.
El silencio teje una densa nube. Zarek se
mueve, busca los claros de la bombilla para que
Consuelo vislumbre algún rasgo perdido en su
memoria. Pero la vetusta Consuelo nuevamente
144

prende un cigarro y le arroja el humo sobre el


Pelea por la vida

rostro. Zarek se mantiene pensativo, con la es-


peranza de que ella pueda reconocerlo, pero no
soporta y pregunta:
—¿No me reconoces?
Consuelo levanta la vista y con la mano le
sujeta la barbilla para contestarle.
—¿Reconocerte?, no. Aquí han venido tantos
y con tantos me he ido perdiendo. A veces creo
que estoy en cada uno de los que han gozado de
mi carne y no de mi alma. Soy carne sin memo-
ria, jugo sin placer, dinero sin compromiso. Aquí
el recuerdo tiene muchos rostros y ninguno...
Zarek se levanta de la cama y le dice con voz
infantil.
—Soy Mumu, el sapo de un viejo cuento.
De inmediato ella traga una bocanada de saliva
y fija su mirada en la sonrisa que fluye del rostro
de Zarek, los cosquilleos empiezan a recorrer su
seco cuerpo, el cigarro cae sobre las sábanas rojas
y ella termina sorprendida recargada en la cabecera
de la cama.
—¿Qué Mumu? Yo no conozco a ningún
Mumu…
—Tú eres Consuelo, la mujer de Yanko, mi pa-
pá. Soy Zarek, el Chino. Mírame a la cara, Con-
suelo, mírame bien.
Consuelo empieza a traspirar un aroma con
olor a vergüenza y se limita a cubrirse con la cha-
marra de piel que Zarek había puesto sobre ella.
Sin embargo, cuando él percibe que al fin ha sido
reconocido le pide que lo abrace, pero ella siente
pudor por las condiciones en las que se encuen-
145

tra y se rehúsa a mirarlo a la cara, no obstante él

Ricardo Guerrero Jiménez


se acerca y la abraza mientras recarga su cabeza
sobre el hombro de la mujer.
Hablar es inevitable, y a pesar que Consuelo se
mantiene reservada, después de un rato le cuenta
a Zarek.
—Entré a esta vida por culpa de Yanko, el día
que fuimos lanzados del tiradero él me llevó a vi-
vir a un hotel, pero cuando se nos acabó el dinero
me obligó a prostituirme. En una ocasión, mien-
tras estaba en un cuarto con un cliente, tu papá
entró a oscuras tratando de robar, pero al ser
descubierto el cliente le disparó en dos oca-
siones provocándole la muerte, después pasé
un año en la cárcel por ese problema, pero
al salir no tenía dónde vivir y sólo me que-
dó seguirme prostituyendo. De Lenin y
Martha no sé nada, no los he vuelto a
ver desde aquel día —concluye.
...sumados hacen uno, indivisible, fuerte,
...sumados hacen uno, indivisible, fuerte, portentoso, sublime,

portentoso, sublime, cálido como las


cálido como las lágrimas de la luna, como lo deslumbrante e
lágrimas de la luna, como lo deslumbrante
intrépido de un rayo en la tempestad, pero sobre todo, sagrado,
e intrépido de un rayo en la tempestad,...
como aquella oración secreta...
sagrado, como aquella oración secreta...
147

Round 10

Pelea es esfuerzo, dedicación, amor, honor, valor; es


agradecer a la vida por todo lo obtenido.

Benjamín Gómez Estrella, Guerrero de Sangre Azteca,


instructor de boxeo y ex boxeador

Esa noche Zarek regresó a casa con sentimientos


encontrados. Coraje, tristeza, impotencia envolvían
su llanto y a pesar de que intentó sacar de ese lugar
a Consuelo, ella se negó contundentemente, pero
la muerte de su padre arrancó de su alma la posibi-
lidad de estar nuevamente unido a aquella que fue
su familia.

Regresó en repetidas ocasiones al bar Las últi-


mas caricias para insistirle a Consuelo que se
fuera a vivir con él, hasta que en una ocasión
ya no la encontró. Nunca comentó nada, su
comportamiento empezó a ser hostil con todos
aquellos que se le acercaban, hasta que en una
ocasión, mientras estaba sentado afuera del gim-
nasio, observó que una joven era golpeada por
un hombre, él miró a lo lejos, pero al ver que el
sujeto arremetía con más violencia no resistió y
fue en defensa de la joven, a quien rescató de la
golpiza, sometiendo rápidamente al victimario
148

que al sentir la rudeza de los puños de Zarek,


Pelea por la vida

aprovechó un descuido para escapar, dejando a la


joven casi inconsciente y con el rostro sangran-
te. Rápidamente salieron todos del gimnasio, Car-
men también se enteró de lo sucedido y corrió de
inmediato al lugar donde se reponía la joven. El
Poeta sugirió llevarla a un hospital, pero la mujer,
un poco más repuesta se niega, ante la insisten-
cia acepta ser llevada a la casa de Carmen, por lo
que rápidamente Zarek la toma entre sus brazos
y percibe que la joven lo mira con agrado. El Poeta
le hace las primeras curaciones, limpia el rostro
bañado en sangre dejando al descubierto sólo un
ojo cerrado por la furia de los golpes que recibió.
Por su parte Zarek la observa detenidamente en
silencio y siente una sensación agradable en su
pecho cuando aprecia su belleza; ella al sentir
las miradas le regala una sonrisa que sin permiso
se filtra hasta su corazón. Pero la mujer intenta
incorporarse y desfallece sobre el sofá. Zarek se
acerca a ella, coloca su cabeza sobre sus piernas
invitándola a descansar, Carmen nota que él mira
a la joven con agrado desmedido y siente plena
satisfacción. Más tarde, cuando la joven se recu-
pera un poco de la golpiza abraza cariñosamente
a Carmen, quien le pregunta su nombre.
—Maya…Empieza a sentir una necesidad ur-
gente de salir cuando se siente atraída por las ac-
ciones de Zarek, pero Carmen le sugiere esperar y
pasar la noche en la casa. Recibir tanta gentileza
de todos y la limpieza con que la mira Zarek, la
hace sentirse sucia e incómoda, porque ellos no
saben que atrás de esa agradable figura de taco-
149

nes altos se encuentra una mujer de la calle, una

Ricardo Guerrero Jiménez


simple puta que había tratado de robar a su clien-
te cuando éste dormía. Ella piensa y calla, deja
que ese cariño de hogar roce su piel y le permita
recordar tan sólo un poco a sus padres muertos,
e imagina que ellos la miran llorosos al ver en lo
que su princesa se ha convertido, por lo que sus
encontradas emociones provocan un llanto re-
pentino. Se dice a ella misma ¡no más de esto, no
más de esta sucia vida, no más! Conmovida por el
llanto inesperado de la joven, Carmen se acerca y
la abraza maternalmente, a la vez que pide a los
demás que las dejen solas. El torrente de lágrimas
que brotan de los ojos de Maya hacen pensar a
Carmen que hay algo más grave que unos golpes,
por lo que sin dejar de abrazarla le pide que siga
llorando, que no pare, que saque con su llanto
todo aquello que la atormenta, pero Maya, cae en
un ataque de desconsuelo mientras exclama en
voz alta:
—¡Me odio, me odio, soy una basura, no merez-
co esta vida, soy una vulgar prostituta…!
Pero esas palabras alarman a Carmen quien tam-
bién llora y se dirige a ella con voz entrecortada.
—No sé quién seas ni qué hiciste, pero sea lo que
sea, mientras tengas vida tienes la oportunidad de
arrepentirte, de pedir perdón, de cambiar…
Carmen toma con sus amistosas manos el ros-
tro de Maya y al mirar sus ojos la lleva hasta un
pequeño altar que tiene en su sala, ahí señala la
foto de su hijo Arturo.
—Era mi hijo, se llamaba Arturo, me lo mata-
ron de la forma más vil e inhumana en la que
150

un joven puede morir. Fue bueno, trabajador y


Pelea por la vida

lo dejaron debajo de montones de basura donde


las ratas se saciaron de él. ¿Sabes qué se sien-
te cuando pierdes a un hijo? Cuando vives por
muchos años lejos del hombre que amas y que
éste no pueda dormir y se levante todas las no-
ches lleno de arrepentimiento porque sus puños
le quitaron la vida a un hombre en una pelea de
box. Nunca digas que no mereces esta vida, por-
que es ella un látigo con el que nos castigan nues-
tros errores. Es mentira que todo se paga en otra
vida, eso no es cierto, se paga aquí en la tierra,
en tu cuerpo, tu sangre, tus huesos, en tu alma.
Llora, llora profundamente, porque sólo lloran-
do podemos limpiar el alma. Cuando pares date
la oportunidad de vivir y nunca, nunca pienses
en lo que fuiste o en los errores que cometiste.
Viste los ojos de Zarek, el joven que te trajo aquí,
lo quiero como si fuera mi hijo, él nació y vivía en
un tiradero; perdió a toda su familia… y mira, se
abrió paso en la vida.
Maya pasó esa noche y muchas otras en la casa
de Carmen y Carlos, hasta que decidió vender su
departamento para vivir cerca del gimnasio de-
dicándose a la venta de perfumería. La cercanía
con Carmen le permite relacionarse con Zarek,
éste al sentirse atraído por ella, la colma de aten-
ciones hasta que un día le pide que sean novios;
ella guarda su distancia porque piensa que una
mujer con un pasado sucio no puede relacionar-
se ni pensar en amor. Es hasta que Zarek insiste
cuando Maya decide cortar la relación de amistad
con él, pero después de que el Chino la escuchó
151

detenidamente la tomó de la mano y le prome-

Ricardo Guerrero Jiménez


tió que si ella lo acompañaba a un lugar, él daba
su palabra de dejar de pretenderla. Maya aceptó
y sin saber a dónde se dirigía, caminó a su lado
hasta llegar a un costado de aquel tiradero donde
Zarek vivió. Sorprendida por el lugar donde se
encontraba pide a Zarek que le explique por qué
están en ese lugar, sin embargo él le pide esperar
y seguir adelante. Después de que él se acerca a
los que ahí habitan y les pide permiso para intro-
ducirse a la parte alta del tiradero, caminan hasta
llegar a la cima. A Maya le desagrada el lugar, se
cubre la boca para no respirar los fétidos olores.
—En un lugar como éste viví mi infancia, co-
mía lo que encontraba entre la basura, corrí por
todos lados sin saber que afuera de estos cerros
existía otro mundo. Por las noches, cuando me
sentía solo, subía hasta lo más alto para con-
templar las estrellas y las luces de las casas, no
entendía la diferencia entre ellas, sólo sabía que
alumbraban. Mi padre, a pesar de que no me tra-
taba del todo bien, me platicó que las luces en
el cielo eran sólo estrellas y las otras luces focos
que iluminaban las casas de las personas. En mi
inocencia llegué a pensar que las luces del cielo
también eran focos que iluminaban las casas de
los que allá vivían, entonces miraba a mi alrede-
dor y hacía arriba; me decía: ¡cómo puedo sentir-
me solo habiendo tanta gente en todos lados!, eso
me bastaba para no pensar en la soledad en la que
estaba por la muerte de mi madre, creo que ella
fue mi primera víctima al dejarme nacer. Lo úni-
co que deseaba en ese entonces era cumplir tre-
152

ce años y que mi papá me permitiera conocer la


Pelea por la vida

gente que vivía afuera de los montones de basura.


Maya, agobiada por lo que dice Zarek, le pre-
gunta:
—¿Por qué me cuentas todo esto?
Pero Zarek la interrumpe para decirle que Car-
men ya le ha contado todo sobre su pasado, por
lo que ella llora avergonzada de la vida que llevó.
Él se acerca para tomar sus manos y decirle.
—Te he traído a este lugar para decirte que yo
también tengo un pasado y a pesar de ello me es-
fuerzo para salir adelante; eso es lo que trato de
hacer, salir adelante, pelear por ti, porque desde
que te cargué entre mis brazos no he podido dejar
de pensarte. Me imagino que juntos hacemos una
familia como Carmen y Carlos, que tenemos un
hijo y que juntos logramos ser felices. Pero cuan-
do me rechazas, esa imagen de nosotros juntos se
desvanece poco a poco y no puedo hacer nada,
me tengo que conformar con sólo verte, pero no
puedo, no puedo dejarte, sin pelear por ti, porque
eso es lo que sé hacer: pelear, pelear porque si
dejo de hacerlo voy a regresar a este mundo de
miseria. ¿Sabes?, cuando estoy arriba del ring me
siento distinto, siento que nadie puede pisotearme
ni sobajarme, que soy alguien; me siento fuerte,
por eso soy boxeador, porque pelear me ha dado
lo que la vida me ha quitado y aunque sé que un
día me van a golpear como yo lo hago, créeme
que vale la pena seguir adelante. Pero a tu lado
me siento por fin completo, como si tu presencia
fuera ese algo que faltaba dentro de mí, y cuando
te veo o estoy así como ahora no necesito estar
153

arriba del ring para sentirme especial. Me haces

Ricardo Guerrero Jiménez


sentir tan fuerte, tan seguro…
—Zarek, detente, no sigas por favor, por favor
no me digas más —pide Maya con los ojos sacudi-
dos de tanto llanto.
Las aves de carroña revolotean en círculos so-
bre ellos, de lejos los cuidadores del lugar no han
perdido de vista a los jóvenes por lo que arro-
jan piedras para asustar a la parvada de aves.
Repentinamente Zarek se sienta sobre el rimero
de basura y observa alejarse a Maya lentamen-
te. A unos metros, ella mira de reojo cómo Zarek
aprieta fuertemente con sus manos la basura y
la restriega sobre su pantalón. No resiste alejarse
un centímetro más y regresa impaciente a su lado
embalándolo con sus brazos.
—Yo también te amo, te amo desde aquel mo-
mento en que tus manos me protegieron y luego
me cargaron haciéndome sentir como en muchos
años no me había sentido. Te amo porque tu ino-
cente mirada fue capaz de limpiar mi corazón y
me alejó de esa vida sucia en la que me encon-
traba. Te amo porque siento que tu amor dentro
de mí limpia mi pecado. No tienes idea lo que se
sufre cuando se piensa que una mujer como yo
no puede amar a nadie porque he sido peor que
esta basura, y sentir cómo mi pasado me ata fuer-
temente, como si desde el cielo le ordenaran qui-
tarme la respiración.
—Eso no importa, ya no pienses en eso, no
hay necesidad —pide Zarek, mientras la abraza
como aquella ocasión en que los brazos de Car-
men lo protegieron.
154
Pelea por la vida

Ambos entrelazan sus brazos para desahogar-


se, pero Maya continúa:
—No sabes lo que se siente cuando te gritan
puta por las calles, cuando regresas a casa con
tu cuerpo humillado, sucio, mancillado brutal-
mente, con el deseo de dejar de sentir que eres
una cualquiera; bañarte una y otra vez tratando
de quitar de tu cuerpo ese olor a sudor impuro
y quedarte dormida, tirada en el piso rezando
para ya no despertar. No sabes cuántas veces le
he pedido a Dios y a mis padres que están en el
cielo que me ayuden a tener a alguien, que por
la noche cuando siento una inmensa soledad, me
abrace, me proteja de todo, me duerma en sus
brazos cantándome una canción de amor, mien-
tras yo cierro mis ojos lentamente y guardo su
rostro dentro de mí. Que por la mañana me des-
pierte con un beso y un te amo y pueda compartir
con él un plato de sopa caliente, un beso limpio,
155

una caricia sincera, una mirada piadosa. Pero no

Ricardo Guerrero Jiménez


es posible después de una vida como la mía…
—Espera —la toma del rostro con las manos
y la obliga sutilmente a verlo—. Observa deteni-
damente dónde estás, porque ahora que salga-
mos de aquí, de este mundo maloliente, seremos
otros. Un par de personas que se aman, capaces
de pelear contra todo, hasta contra Dios si es
necesario, sólo por estar juntos, por amarnos,
por hacer frente a las adversidades. Yo, única-
mente te pido que seas tú, una mujer con virtudes
y defectos que mire al frente, que pelee por la
vida; y si mañana sólo quieres decir adiós, me
mires a los ojos y te despidas con un beso. Yo
no quiero poseerte ni atarte, quiero compartir
mi vida, mi corazón, mi aliento, mi tristeza, mis
miedos, pero también mi alegría. Tengo tantas
ganas de hacer mi propio destino.
Poco a poco llega la noche y los cantos de los
grillos se convierten en murallas que abren paso
a los amorosos, quienes con besos, lejos de flores
de colores, de promesas, de falsas adulaciones,
paraísos y cielos azules, sellan su amor, amor de
dos, que sumados hacen uno, indivisible, fuerte,
portentoso, sublime, cálido como las lágrimas de
la luna, como lo deslumbrante e intrépido de un
rayo en la tempestad, pero sobre todo, sagrado,
como aquella oración secreta que nace en las
entrañas de un recién nacido.
Ante la sorpresa de todos, a partir de esa noche
Zarek y Maya deciden vivir juntos. Al inicio para
Carlos fue complicado entenderlo, sin embargo
ante el amor que los jóvenes se profesan todos
156

terminan por respetar la relación. Meses después


Pelea por la vida

Zarek y Maya se casan por lo civil, él decide que


se realice la ceremonia en el gimnasio, ya que
desea compartir su dicha con Carlos, Carmen,
Trébol y sus demás compañeros que le han ayu-
dado a salir adelante.
El enlace civil se realiza arriba del ring, y des-
pués de que se consume, Zarek y Maya bailan
abrazados el tema Amor particular (T’estimo),
de Lluis Llach. …Que juntos hemos andado, en
la alegría juntos, en la pena juntos, y has llena-
do tan a menudo el vacío de mis palabras y en
nuestra partida siempre me has dado un buen
juego…
Al realizar el brindis, Zarek y Maya levantan
sus copas y toman de la mano a Carlos y Carmen,
estrechan sus copas para conjugar sus sentidos
con sus deseos, porque más allá de que el brindis
sea la antesala del discurso zalamero, es la acción
que evoca al sentido del olfato mediante el olor
del vino, el tacto que se aprecia en la frescura del
cristal de la copa, la vista que presencia el rito, el
oído que lanza el deseo anhelado al infinito cuan-
do se chocan las copas pero, sobre todo, el gusto
que se impregna en el paladar y la esperanza.
Después de que Zarek gana tres peleas conse-
cutivas se entera por medio de la televisión que
el actual Campeón Mundial de peso pluma, el
puertorriqueño Daniel Dany Herrera, le brinda la
oportunidad para contender por el campeonato.
El campeón trata de vender la pelea humillan-
do con palabras no sólo a Zarek sino a todos los
boxeadores mexicanos. El reto que hace el cam-
157

peón ocasiona desagrado por los insultos xenofó-

Ricardo Guerrero Jiménez


bicos hacia los mexicanos, sin embargo causa
tanta expectación que la bolsa asciende a más de
20 millones de dólares que el campeón condicio-
na otorgando 70 por ciento al ganador. Carlos
inicialmente se opone al encuentro porque
conoce la gran diferencia en experiencia y
poderío del campeón, pero ante la presión
de Zarek, firma el contrato aceptando la
pelea a doce rounds por el Campeona-
to Mundial de peso pluma del Consejo
Mundial de Boxeo.
...está cobrando los insultos del boricua, es
está cobrando los insultos del boricua, es el honor

el honor de los mexicanos, qué fajador es


de los mexicanos, qué fajador es Zarek, da vueltas,
Zarek, da vueltas, parece brindar la pelea a
parece brindar la pelea a todos los presentes,
todos los presentes, pero aún no ha ganado.
pero aún no ha ganado.
159

Round 11

El boxeo es la disciplina donde se sufre y se disfruta:


los errores se pagan caros.

José A. Sandoval H., Sandoval Kid, ex boxeador

Los cielos de Las Vegas parecen esperar con ansias


la más porfiada pelea de los últimos tiempos, el mgm
Grand Garden Arena, es el centro de atracción, cientos
de aficionados y apostadores se reúnen en la impre-
sionante ciudad llena de luces de colores las 24 horas.
Lugar donde no se duerme.

La vida se vive de forma diferente en este oasis


de entretenimiento y juegos de apuestas, en es-
te Sodoma disfrazado, breve resumen del ocio de
la humanidad; lugar donde en la llamada Strip,
o Las Vegas Boulevard, se puede encontrar una
pirámide de vidrio negro del Hotel Luxor, que se
eleva más de cien metros sobre la superficie del
desierto, con una réplica de la esfinge egipcia de
tamaño más grande que la verdadera, un castillo
enorme decorado con brillantes colores, un perfil
de los edificios de la ciudad de Nueva York, que
incluye el puente de Brooklyn y la Estatua de la
Libertad, una réplica de la Torre Eiffel a escala de
160

la mitad de la original, una réplica de tamaño casi


Pelea por la vida

real de la Piazza de San Marco de Venecia y un


gran volcán que hace erupción cada 30 minutos.
Jugadores de todas las partes del mundo encuen-
tran su propio paraíso terrenal en Strip, donde
también están 17 de los 20 hoteles más grandes
del mundo. En las capillas hay bodas cada cinco
minutos, mientras de igual forma Elvis Presley
canta Viva Las Vegas o se convierte en cura. El
entretenimiento como afrodisiaco se aprecia a ca-
da paso y en todo rincón, como contemplar el jue-
go de agua de las fuentes artificiales más grandes
del mundo en el hotel Bellagio o ganar dos mil
dólares la noche, como lo hacen algunas mujeres
latinas a las que se les coloca la propina en su
diminuta tanga. Lo que pasa en Las Vegas, se
queda en Las Vegas, dicen los que la conocen.
Porque el que visita este pequeño mundo de lu-
ces de colores en medio del desierto, puede com-
prar a las mujeres más hermosas del mundo, a
un pedazo de cielo de excentricidades, o hacer
que los días sean eternos con cocteles de sexo,
drogas, placer, música, sueños y engaños.
Zarek, Trébol y el Poeta llegan al Aeropuerto
Internacional Mc Carran, al extremo sur de la
Strip y se dirigen al mgm Grand Garden Arena
donde se realizará la pelea al siguiente día.

La pelea

Las luces brillan a todo lo que dan, horas antes


de la pelea la reventa agota los boletos bajo una
noche negra que parece guiñarle el ojo al con-
161

tendiente por el campeonato mundial. La hora ha

Ricardo Guerrero Jiménez


llegado y arriba en la arena Zarek, el Chino Es-
quivel, hijo en adopción del fabuloso ex campeón
mundial el Poeta Esquivel, toda una leyenda en
el pugilismo mexicano. La algarabía de los com-
patriotas lo incitan al triunfo, la música se deja
escuchar bajo las intrépidas notas de la canción
Mi funeral del grupo Tres de Copas, la comuni-
dad mexicana lo acompaña cantando: Amigos y
enemigos están invitados a mi funeral pa’ que
brinden por mí. Unos de tristeza y otros de ale-
gría pero todos juntos porque ya me fui…
Zarek sube al ring y saluda, se escuchan silbi-
dos. Nadie le da posibilidades ante Daniel Dany
Herrera, las apuesta están cinco a uno, a favor del
campeón que va a vencer en el cuarto round. Este
pleito ha ido más allá de una ordinaria pelea, el
campeón se ha encargado de insultar a los boxea-
dores mexicanos, los ha sobajado, mientras Zarek
se ha mantenido callado y sólo ha afirmado que el
campeón se tragará sus palabras.
Aparece el campeón, la gente se levanta, aplau-
de. Dany señala de lejos a Zarek, haciéndole señas
obscenas. La canción En mi viejo San Juan se es-
cucha, la mayor parte de los asistentes la entonan
y hacen retumbar el Grand Garden… Al fin sube
al ring y clava su mirada en la esquina de Zarek.
En el centro del ring se escucha a Michael Bu-
ffer que anuncia:
—Pelea a doce rounds. Con 33 peleas ganadas,
32 por nocaut y una por decisión, del Estado de
México, México, Zarek, el Chino Esquivel. En la
esquina contraria, con 46 peleas, dos empates, 34
162
Pelea por la vida

nocauts, diez ganadas por decisión, el dos veces


campeón invicto, de San Juan, Puerto Rico, Daniel
Dany Herrera.
Se desaloja el ring, el réferi Tony Weeks los
reúne al centro para decir mientras los toma del
hombro.
—Quiero una pelea limpia, no golpes bajos, ni
en los riñones, no en la nuca; cuando los separe,
no tiren golpes. Venga un saludo y cada quien a
su esquina.

N1: —Buenas noches a todos, desde el mgm Grand


Garden Arena de Las Vegas. Comienza la pelea en-
tre estos dos boxeadores y aquí tenemos a Zarek,
a la media distancia sabemos del alcance superior
del peleador mexicano, tendrá que trabajar de ma-
nera constante con la mano izquierda y golpear,
pero se encuentra con una guardia muy ceñida del
Dany. Sabemos la superioridad y el poderío de sus
puños, sin embargo el peleador mexicano tiene
contundencia para contrarrestar el ataque.
N2: —Los primeros rounds deben ser del mexi-
cano, tiene que intentar romper la muralla, tiene
mandíbula de hierro para soportar… adelante Za-
rek.
N1: —Y aquí está, justamente trabajando con la
mano izquierda en forma de recto para tratar de
abrir la grieta al golpe de gancho con la mano iz-
quierda. Vemos allí al Dany deslumbrante con su
primera combinación de golpes sobre la humani-
dad de Zarek, esto es un inicio prometedor.
N2: —Sí, ha empezado muy emocionante la pelea,
creo que Zarek tiene lo necesario para lograr algo
163

importante esta noche, porque es fuerte, coloca

Ricardo Guerrero Jiménez


bien sus golpes, abajo y arriba. Conecta al Dany
que abrió ligeramente la guardia, Zarek es conec-
tado también por Dany que está haciendo una
defensa activa, es cierto que retrocede, pero tira
golpes y la mayoría cumplen su cometido; nueva-
mente el campeón arremete con poderosa dere-
cha sobre la mandíbula de Zarek.
N1: —Dany pega y pronto se aleja. El objetivo del
retador es no darle respiro, hay que caminar ha-
cia adelante; Zarek se mete y también conecta de
gancho.
N2: —Sí, ahí le dolió, ahí le dolió al campeón, se
anima Zarek, pero un upper entra en la frente
del Chinito, pega y pone lona de por medio Dany.
Zarek tiene fortaleza, le pasa zumbando la mano
derecha al Dany, sin embargo él es un peleador
peligroso, es un peleador de poder y el mexicano
sabe que debe ir con todo desde el principio y lo
está haciendo. Dany sabe que está en problemas y
recibe un impacto poderoso, pero sale elegante y
también conecta a la región blanda. Estamos en-
trando al final de este primer capítulo que ha sido
de alarido y… suena la campana…
Marciano no sabe pelear. Si no le apaleo, bo-
rrad mi nombre de los libros de boxeo. Walcott
habla sobre el futuro campeón del mundo.

Round 2

N2: —Esto se está poniendo caliente y… suena la


campana, el primer round nos dejó calientitos a to-
dos, pero venga la pelea.
164

N1: —Sí, claro, creo que Zarek ganó el primer ca-


Pelea por la vida

pítulo. En el boxeo gana el que provoca un daño


mayor que el que recibe.
N2: —Definitivo. Suelta la derecha Zarek y recibe
al Dany de upper que le levanta el rostro y re-
trocede poco a poco, empieza a darse la pausa,
suelta gancho impresionante, Zarek lo absorbe y
retrocede, Dany camina, va con todo, busca, su
velocidad arremete con ráfagas que ponen mal a
Zarek, nuevamente el campeón manda con velo-
cidad sus combinaciones y sale airoso.
N1: —Sí, Zarek tiene que arriesgar, para no llevar-
se tantos golpes. Ataca, no le importa recibir con
tal de dar, pero Dany otra vez lo espera y con to-
do penetra un gancho poderoso; sonríe Zarek,
el boricua agacha el cuerpo, sabe que lo han gol-
peado. Entra Zarek, sacudiendo la humanidad del
campeón, vuelve Zarek, va con todo, suelta veloci-
dad y poder, lo tiene maniatado sobre las cuerdas,
el puertorriqueño trata de salir, pero Zarek no lo
deja, le avienta el cuerpo, Dany está en predica-
mentos, vaya momento, ¡vaya pelea que estamos
viviendo, qué poderío de golpes...! Se abrazan los
dos, conceden un momento de descanso, Tony
Weeks los separa, nuevamente toman su distancia.
Dany ya sangra de la ceja derecha y nuevamente
sujeta a Zarek, quien juega con las cuerdas para
zafarse y enseguida se lanza contra el campeón,
éste lo impacta con el uno dos sobre el rostro ya
enrojecido de Zarek, que se queja de un golpe bajo,
pero el tercero sobre el ring le pide pelea, ignora la
queja de retador, éste camina y persigue al Dany
que se hace de piernas, pero no evita los golpes,
165

juega con su cintura, esquiva algunos golpes, pero

Ricardo Guerrero Jiménez


Zarek tira abajo, pega en la zona blanda.
N2: —Zarek es un fajador elegante, pero no debe
dejar de tirar golpes porque el campeón puede
estar concediendo y sabemos de su pegada.
N1: —Viene Zarek, otra vez a velocidad, suelta gol-
pes, ahora Dany confronta, también lanza golpes,
su ceja sangra, parece ya no estar dispuesto a con-
ceder. ¡Qué episodio el que estamos viendo, tiene
poder, tiene fuerza...! Venga Chinito… la gente le
grita, lo alienta, pero se hace de cuerdas para salir,
Dany lanza un bolado de derecha bonito que im-
pacta el rostro de Zarek que cae a la lona. El réferi
inicia la cuenta de protección, pero Zarek se para
de inmediato y levanta las manos, el réferi limpia
los guantes y deja que siga la contienda. Dany se
lanza presuroso, quiere acabar la pelea. Zarek lo
enfrenta, lo recibe con un impacto sobre la ceja
que ya sangra, lo sigue, aplica el upper, parece no
haberlo lastimado la caída. Suena la campana…
Nunca pretendí ser boxeador, pero me obli-
garon a llegar a lo más alto. Max Baer.

Round 3

N1: —Si Zarek quiere ganar, tiene que hacer más


que eso, ya se dio cuenta que no basta con gol-
pear, tiene que esquivar los golpes del campeón
que ya mostró que tiene poder... campanazo que
indica el inicio del tercero.
N2: —Dany se llevó el round y Zarek se recuperó
y puso presión, pero tiene que ser más inteli-
gente. Hay alarma en ambas esquinas, Dany ya
166

tiene un tajo en el párpado izquierdo y además


Pelea por la vida

sangra de la nariz. Confianza, seguridad vemos


en el boxeo de Zarek, pero ya tocó la lona, nunca
lo habían mandado a la lona, ahora va para ade-
lante tratando de cerrar el camino, sin embargo
debe tener cuidado porque el campeón es muy
rápido y fuerte, por eso va invicto en el terreno
profesional, por eso es el campeón. Zarek debe
seguir haciendo su trabajo y cuando lo tiene
contra las cuerdas no dejar de tirar golpes, arriba
y abajo, tratando de lastimar.
N1: —Venga Zarek, le da respiro a su rival, pero
tiene que mantener golpes con continuidad, ahí
va hacia adelante. Esto es una pelea impresionante,
tal como se esperaba. Siguen presionando ambos
boxeadores. Dany trabaja la media distancia, se
está sintiendo cómodo, pareciera que esto le fa-
vorece a Zarek, que allí intenta ejercer presión, va
hacia adelante, lanza izquierda, Dany la absorbe y
combina dos golpes seguidos sobre la mandíbula
de Zarek, que muestra buena resistencia.
N2: —Quién va aguantar tantos golpes, apenas es
el tercer round y sus cuerpos ya están muy lasti-
mados, siguen golpeándose como locos, ahora es
Zarek, que le apedrea el rancho al campeón, se
cubre, se escucha el aviso de los diez segundos, y
nuevamente con todo golpea Zarek, arriba y abajo,
lo tiene contra las cuerdas, pero al Dany le pegan,
le pegan y no se rompe. Así termina el tercero…
Es muy difícil que un negro gane un combate
a los puntos, así que haz que tu puño derecho
sea el árbitro. Uno de los primeros consejos de
Jack Blackburn a Louis.
167

Round 4

Ricardo Guerrero Jiménez


N1: —Suena la campana.
N2: —Este round seguro lo ganó Zarek, venga, va-
mos Chinito, debe ser cuidadoso, porque lo que
está buscando Dany es combinar sus golpes con-
forme a su velocidad. Ahí impacta el campeón,
nuevamente va a la lona Zarek, pero parecen no
dolerle los golpes, el tercero en la lona le cuenta,
Zarek nuevamente se levanta, alza las manos,
brinca, quiere ir rápido sobre Dany, pero lo de-
tienen, le limpian los guantes. Tony Weeks pide
continuar, el campeón no espera, camina en busca
de Zarek, lo lleva a su esquina.
N1: —¿Qué pasa, qué pasa?, en la esquina le gri-
tan de todo a Zarek, su esquina ya se dio cuenta
y el Poeta y Trébol van a defender a su púgil, se
arma la trifulca, hay pelea arriba y abajo; el ter-
cero detiene la pelea, entra la seguridad, logran
separarlos, ni Zarek ni Dany saben qué sucede.
Pero parecen calmarse los ánimos abajo del ring.
El réferi se dirige a las esquinas con la amenaza
de parar la pelea. Convoca a los peladores al centro
del ring. Dany llega con fuerza y Zarek se cubre
bien, empieza a lanzar golpes, Dany sale por pier-
nas, se da un descanso, pero Zarek lo sigue, le
aplica un upper, pone mal al campeón, lo lleva
hacia las cuerdas, vuelve a atacarlo, Zarek tam-
bién demuestra que tiene pegada, le sacude la
cabeza al campeón. Aprovecha y busca el terreno
corto, le abre la boca de un gancho, el puertorri-
queño contesta, lanza un bolado de derecha, se
va en banda, el campeón le dice algo a Zarek, el
168

réferi interviene, le pide que se calle y que pelee,


Pelea por la vida

pero Dany empieza a desesperarse, la sangre ya


le cubre el rostro, le impide ver, pero se lanza con
todo, avienta el cuerpo, el tercero sobre el ring
los separa, amenaza con quitarle un punto si rein-
cide en llevar ese tipo de pelea. Zarek le sonríe de
lejos, baila sobre el ring, invita al campeón a ir
sobre él y Dany lo obedece, Zarek lo espera, saca
golpes de potencia, pero le entra la derecha y la
izquierda. La sangre ya también sale del párpado
derecho de Zarek, se anuncian los diez segundos,
el campeón se hace de piernas, se aleja de Zarek,
juega con su cintura, se quita los golpes, Dany
juega con las cuerdas. Aquí suena la campana…
¿Para qué quieres esto? ¿Para sujetarte los
pantalones? Cassius Clay a Sonny Liston, que lle-
vaba el cinturón de campeón antes del combate.

Round 5

N1: —Es increíble, un round para la historia,


de alarido, una pelea que no deja respirar a los
espectadores, le pueden detener la pelea a cual-
quiera de los dos.
N2: —Sin duda el round se lo lleva el campeón,
pero Zarek tiene posibilidades de lograr algo im-
portante y si quiere ganar en Las Vegas tiene que
noquear al Dany, porque sin duda, si hay deci-
sión se la van a dar al campeón. Inicia el quinto y
no hay quinto malo. Vamos Zarek, vamos. Viene
Zarek que ya tiene perfectamente estudiado al
campeón, lo observa a los ojos, pero Dany tiene
espíritu y confianza, aquí conecta Dany de dere-
169

cha, Zarek sale para después conectar hacia las

Ricardo Guerrero Jiménez


zonas blandas, empieza a golpear más el cuerpo
sin irse a la cabeza, conecta de upper, aplica
gancho y le marcan golpe abajo del cinturón.
Zarek debe tener cuidado porque otro golpe un
poco más abajo y le pueden quitar un punto; el
mexicano ataca abajo y lo levanta con upper,
ahora Dany sacude con dureza en dos ocasiones
la cabeza de Zarek y sale caminando hacia atrás,
casi resbalando.
N1: —Ojalá Zarek no pierda la noción de lo que
debe desarrollar durante la pelea, necesita tirar
muchos golpes al cuerpo y evitar los de Dany. Si
busca noquear con un solo golpe se le cuelan los
del adversario, y si se queda parado le van hacer
daño; acaba de soltar abajo, lastima al Dany y lo
deja parado, está sangrante, nuevamente le mete
la izquierda. Ya no puede salir por piernas.
N2: —Creo que Zarek debe utilizar más el dorso,
tirar con la derecha, luego meterse y salirse al
golpear.
N1: —Conecta en el rostro, Dany mete su upper
de izquierda y lo repite, el campeón se recarga
en las cuerdas, gira sorpresivamente y lanza un
bolado que impacta en la nuca del retador, lo
deja desorientado, se recarga en las cuerdas,
Tony sujeta al Dany, lo toma del brazo y le quita
un punto, pero Zarek ha quedado tocado, trata
de reponerse. La gente le aplaude al campeón
que ya no se le detiene el sangrado de la nariz.
El réferi pide pelea al retador que parece estar un
poco mejor, lo tiene en una esquina neutral. Si-
gue la pelea, Zarek tiene que atacarlo porque sale
170

caminando, se mueve sangrante, va por adentro


Pelea por la vida

violentamente, Dany lo toca con una derecha de-


vastadora, la absorbe el cuerpo de Zarek y lo salva
la campana…

Round 6

N2: —Ese golpe en la nuca le hizo daño al mexi-


cano, esperemos que se reponga.
N1: —Pero ya es la impotencia del campeón que
se siente exhibido por Zarek.
N2: —Sí, creo que Dany habló demasiado, no
sólo se metió con Zarek, sino con los mexicanos,
y ahora que siente los puños del Chino, es por
orgullo que el campeón quiere ganar la pelea, a
como dé lugar. Pero míralos, ya están muy cansa-
dos, ojalá ese golpe en la nuca no sea definitivo.
N1: —Mira los ojos de Zarek, tratan de buscar al
Dany... Suena la campana, inicia el sexto. Zarek
baja la guardia, bailotea sobre la lona, invita al
campeón, pero ya Dany parece más cauteloso.
El mexicano va, lo busca; el campeón lo abraza,
Tony Weeks interviene y los separa. Zarek lanza
golpes, hace combinaciones, arriba y abajo,
Dany se sube a la bicicleta, pero Zarek lo persi-
gue, lo encuentra, lanza derecha que sacude la
cabeza al campeón; se abrazan, Dany continua
pegando en los riñones de Zarek, Tony intervie-
ne, recomienda al campeón, la pelea sigue. El
retador cierra las salidas, lanza golpes, el cam-
peón no responde, Zarek lo somete, golpea al
cuerpo, pero recibe otra derecha del campeón,
salpica la sangre, Zarek camina hacia atrás,
171

Dany lo sigue, intercambian golpes. ¡Qué pelea,

Ricardo Guerrero Jiménez


qué pelea…!
N2: —Sí, es una pelea para la historia, no dan
tiempo de respirar, ya los asistentes ni toman
asiento. Ambos boxeadores se crecen al castigo,
los dos quieren la victoria.
N1: —Pero mira a Zarek cómo golpea, de pronto
el campeón parece desfallecer, pero sigue adelan-
te. Zarek lo sigue, también parece desorientado,
tira el uno, dos, camina a su derecha, conecta
a la zona hepática, el campeón está dolido, no
responde, sale por cuerdas, se duele… Suena
la campana… El campeón se salva. ¿Pero qué
pasa? El mexicano no va a su esquina, espera
parado al centro del ring, no deja de ver al cam-
peón, parece estarlo esperando, el réferi le reco-
mienda ir a su esquina, Zarek concede, pero no
llega, se queda parado, le dice al Poeta que está
bien; baila sobre la lona, Zarek se está cobrando
los insultos del boricua, es el honor de los mexi-
canos, qué fajador es Zarek, da vueltas, parece
brindar la pelea a todos los presentes, pero aún
no ha ganado.
Nada me da miedo. Salgo al ring a demoler y
destruir. Marvin Hagler.

Round 7

N2: —Comienza el séptimo. Camina el campeón,


Zarek lo recibe de derecha martillada, repite la
misma dosis, el campeón retrocede, las piernas
se le doblan, retrocede. Zarek lo sigue, la izquier-
da golpea el rostro del campeón, se abrazan, el
172

tercero interviene y el campeón nuevamente gol-


Pelea por la vida

pea en la nuca, Zarek parece desfallecer, se recarga


en las cuerdas, Tony Weeks sujeta al campeón,
le quita otro punto y amenaza con descalificarlo,
pero Zarek está mal. ¿Qué pasa?, Zarek aún no
se repone del golpe sucio y Tony permite que siga
la pelea.
N1: —Es increíble lo que pasa en Las Vegas. El
campeón se da cuenta que Zarek está mal y se
lanza contra él, Zarek responde como puede,
suelta la izquierda y manda a la lona al campeón.
Eres enorme Zarek, qué valor, qué resistencia,
así es el corazón de los mexicanos. El réferi le
cuenta al campeón, pero está mal, parece no
seguir. Zarek se recarga en las cuerdas, también
está mal, no se repone del golpe en la nuca; no
es posible, Tony Weeks pide que siga la pelea.
Zarek camina, va hacia el campeón, éste se re-
carga en las cuerdas, ya no puede, ya no puede,
pero Zarek le impacta el rostro nuevamente y
cae a la lona, qué caída, ya no se levanta. El cam-
peón ya no se levanta, se para la pelea, entran
los médicos. Increíble, increíble, Zarek, Zarek
es el nuevo campeón Pluma del cmb. Increíble,
qué pelea, Zarek, el Chino levanta las manos, lo
abrazan, lo llevan a su esquina... Pero sucede
algo raro, inquietante en la esquina del Chino.
Zarek parece desfallecer en la lona, ahora tam-
bién recibe atención médica; no responde, tiene
los ojos cerrados, el nuevo campeón Pluma parece
estar inconsciente, qué conmoción se vive en el
Grand Garden de Las Vegas, todos corren, Zarek,
el nuevo campeón mexicano es sacado de prisa
173

en camilla. Los rostros contrariados de los se-

Ricardo Guerrero Jiménez


conds y el silencio espectral en el mgm retra-
tan el momento.
Nunca hubiera sido lo que soy sin él,
y él no hubiera sido lo que es sin mí.
Alí habla sobre Frazier, después de la
Batalla de Manila.
...Vivir o morir no son elementos opuestos,
...Vivir o morir no son elementos opuestos, sino el resultado de uno

sino el resultado de uno del otro. Morir


del otro. Morir es considerado como un proceso, que se va cum-
es considerado como un proceso, que
pliendo a medida que vamos viviendo, donde empezamos a morir
se va cumpliendo a medida que vamos
desde el momento que se nos da la vida,...
viviendo, donde empezamos a morir ...
175

Round 12

Podrá mi cuerpo sucumbir por el dolor, mis párpados


como mi rostro no dejar de sangrar, mis brazos y mis piernas
no responder por el cansancio, pero aún con la vida destrozada
mi espíritu jamás se rendirá.

Zarek duerme, el sonido de la ambulancia lo arrulla;


la luna vigila y las esplendorosas luces de Las Vegas
abren paso. La llegada al hospital más cercano es ca-
si inmediata, las paredes de urgencias parecen cobrar
vida para dar la bienvenida; las batas blancas ya lo es-
peran, lo amparan, lo conducen de prisa, la camilla se
desliza entre pequeños pasillos causando expectación.

Empiezan los estudios, medicamentos, inyeccio-


nes, mientras el inmóvil cuerpo de Zarek sólo es-
pera, está quieto, su piloto está sumergido entre
quimeras de matices oscuros. La tomografía sen-
tencia: quirófano. ¿Quién firma? ¿Quién autori-
za? Se busca quién se haga responsable, pero el
Poeta habla por teléfono con Maya, ella también
conoce lo acontecido. El consuelo que brinda
Carlos es insuficiente, la sangre de ambos se exal-
ta, el llanto va y viene, recorre miles de kilóme-
tros entre suspiro y suspiro ¡No puedo esperar,
voy para allá!, resuelve Maya mientras Carlos,
176

después de informarle a Carmen, regresa en bus-


Pelea por la vida

ca de Zarek. Pero la operación no puede esperar,


las leyes de ese estado permiten que tres docto-
res decidan lo mejor para el paciente en caso de
que no haya un responsable, pero ni siquiera para
eso hay tiempo, el cuerpo de Zarek convulsiona,
impone sus condiciones. Se le introduce una in-
yección de fenitoína sódica, el cuerpo lo absorbe
con agradecimiento y se relaja, de pronto nueva-
mente una voz que ejecuta la sentencia: ¡quiró-
fano! Las ruedas de la camilla giran presurosas,
las paredes blancas cortejan el viaje, Carlos corre
tras la camilla, pero lo único que le dicen es que
tiene que ser intervenido o padecerá un derrame
cerebral, palabras que hacen eco en el hospital y
se pierden al final del corredor.
Zarek vive…
La aurora coquetea con las infinitas luces de
colores de la ciudad, las manda a descansar y
suavemente estalla en la frente de Carlos que
aún conmocionado por lo sucedido se mantiene
despierto acompañado de Trébol. Al final del
corredor se abre una puerta, ven un rostro cabiz-
bajo, se anuncia el parte médico:
—Hemos hecho lo que nos corresponde, su mu-
chacho ha sobrevivido a la operación, pero lamen-
to informarles que cayó en estado de coma, el
pronóstico no es alentador. Hay que esperar, las
primeras 24 horas serán definitivas.
Esperar, esperar, no hay opción, sólo queda
encadenarse a las sillas de una transitada sala
de espera con la incertidumbre del bienestar
de Zarek.
177

El ídolo descansa, vaga por senderos misterio-

Ricardo Guerrero Jiménez


sos, espacios oscuros de paredes, sin principio ni
fin, sus ojos resguardan el viaje, pero su cuerpo
no va más allá de un cuarto de terapia intensi-
va. Al pasar las horas, la expectación aumenta,
los fanáticos del boxeo de su país lo esperan,
quieren saber qué ha sucedido con el campeón,
su campeón. Sin embargo no hay mucho que
decir cuando el diagnóstico dicta: conmoción y
contusión cerebral, como resultado un coma
severo. Coma, el intermediario entre la gloria y
la muerte, un misterio médico de pronóstico
reservado, donde la amenaza es latente y la espera
es la reina del escenario.
Al salir de terapia intensiva el coma persiste,
a Zarek ya lo espera el amor de su vida, su mo-
tivo, ese par de ojos que lo mira con ternura,
su princesa, su esposa, su amante, su amiga, la
misma que le brindó todo aquello que la vida le
había arrebatado, su familia. Apenas los ojos de
Maya avistaron con cercanía el sensible cuerpo
del Chino, se lanza con ternura sobre él, lo abra-
za, lo besa y llena sus oídos de cálidas palabras
de aliento. Palabras que sirven de guía para el
oscuro camino.
—Mi amor, soy yo, Maya, te quiero, no te voy a
dejar, vas a salir adelante. Pelea, pelea… Carmen
y yo estamos contigo.
Pero el silencio nuevamente arremete, apode-
rándose de la habitación, las paredes murmuran
y el sonar de ese bendito sonido intermitente del
pulso insiste latente.
178

No pares, no pares, canta…


Pelea por la vida

retumba, hazte impertinente


pero no pares

En México, miles de aficionados esperan an-


siosos el regreso de su campeón, al ser que los
llenó de emoción y alegría, el mismo que col-
mó de dignidad y hombría los corazones de toda
una nación. Pero el ídolo querido depende de
respiración artificial para seguir viviendo, para
mantener vigente la esperanza. Cuando el coma
se sentencia indefinido y la vida del boxeador no
corre peligro, es repatriado, traído a su tierra, su
casa, donde es amado por muchos.
Los días siguen su curso, las muestras de
amor no cesan, aunque hasta el momento el co-
ma es el vencedor interino de la pelea y de la
vida de Zarek.
Coma que no sólo arremete contra la huma-
nidad del ídolo durmiente, sino contra un sin-
número de aficionados que claman su descanso
y otros que exigen mantenerlo con vida. Fuera
del hospital, justo donde se colocan fotos, flo-
res y velas, donde se llevan a diario serenatas,
con las notas ensayadas de la canción preferida
de Zarek, los aficionados esperan sentados días
y noches. Maya, Carmen, Trébol y Carlos fijan
sus posturas ante las condiciones que padece el
Chino.
—No importa cuánto tiempo pase, mientras
tenga vida existe esperanza y Zarek sabe pelear,
eso ha hecho toda su vida, pelear; sólo necesi-
ta tiempo. No aceptaré que nadie interrumpa la
179

pelea, esta pelea también es mía y no la vamos a

Ricardo Guerrero Jiménez


abandonar, tiene que saber que el hijo que tanto
deseaba está en camino —dice Maya con enojo a
Trébol, mientras sus manos acarician su vientre.
—Pero Maya, él ya merece descansar, los doc-
tores dicen que lo único que lo mantiene con vida
son los tubos, que ya no está con nosotros, que es
sólo su cuerpo lo que aún tiene vida; su hijo no
estará nunca sólo, nos tiene a nosotros —argu-
menta Trébol con tristeza.
—Nadie se va atrever a tocarlo mientras yo vi-
va —aclara Carmen.
—Nadie puede afirmar que en su estado no
pueda pensar, no hay pruebas, claro que los estu-
dios dictan que su cerebro ya está muerto, pero
mucha gente ha pasado por lo mismo y ha salido
adelante, por un milagro o por lo que sea, pero se
ha recuperado —insiste Maya mientras abraza a
Carmen.
—Mira, sus órganos pueden ayudar a vivir a
mucha gente. Es el momento en que le podemos
dar una despedida digna —insiste Trébol.
Los sentimientos de Maya no soportan más
y explota en llanto, de inmediato Carlos, que se
había mantenido distante de la plática, se acer-
ca a Maya y a Carmen para decirles:
—Zarek ha sido un peleador toda su vida, pero
en algún momento tenemos que ceder por el bien
de todos, y con pesar creo que Trébol tiene razón,
si los doctores afirman que ya no hay esperanzas,
aunque no creo que él pueda tener una muerte
digna —comenta cabizbajo y con voz entrecor-
tada.
180

No puede existir dignidad cuando uno muere,


Pelea por la vida

cualquiera que sea la forma, ni el dinero ni aten-


ciones pueden evitar que la muerte sea indigna,
por eso hay que pelear y hacer hasta lo imposi-
ble para conservar la vida. Qué dignidad puede
existir recostado en sábanas de seda, asistido por
aparatos de alta tecnología, si cuando te mueres
los ojos jamás se vuelven a abrir, la boca ya no
habla, las manos están quietas y la carne se pudre
poco a poco sin poder hacer nada; qué dignidad
puede haber, si la muerte te aleja de los seres
queridos, de los que amas, de los que te lloran, se
come tu alegría, tu aliento, tu espíritu. No existe
la muerte digna…
Al paso de los días, Maya y Carmen sólo acce-
den a retirar los tubos de oxigeno que ayudan a
Zarek, no obstante se reúnen todos a su lado para
brindarle una posible despedida. El silencio con
matiz a dolor se apodera de las pupilas, Carlos
y Carmen salen y se dirigen a una esquina pa-
ra perderse en llanto, igual que Trébol. Maya se
acerca de inmediato a un costado de Zarek, toma
su mano y sin decir nada le canta: ¡duerme ya mi
amor, duerme que el cielo lo pide, duerme que
tu sueño me arrulla, yo seré la luna para estar
junto a ti…! Maya se muestra serena, llena de
tranquilidad, llena de fuerza, pero con un dolor
que oprime sus entrañas.
—Zarek, sé que me escuchas, hay algo que que-
ría que supieras, pero nunca dije nada porque no
quise desviar tu concentración en la pelea, ahora
quiero que sepas que vas a ser padre, vamos a
tener un hijo; lo que tanto deseabas.
181

Maya coloca la mano de él sobre su vientre y

Ricardo Guerrero Jiménez


le susurra.
—Este es tu hijo, nuestro hijo, es esa estrella
que soñabas alcanzar y ahora es una realidad;
siente su corazón. ¿Sabes? Creo que será niño,
hombre, como tú y llevará tu nombre.
El misterio de la vida, de la existencia misma,
hace que Zarek, desde lo más profundo de su sue-
ño, pueda contestar.
—¿Maya, qué pasa, qué pasa?
Mientras, Maya continúa, platica ante los ojos
cerrados de Zarek algunos pasajes que vivieron
juntos. Pero él no sabe qué pasa, aún lo desorien-
tan infinitas paredes negras.
—¿Maya, qué pasa, por qué no me escuchas,
dónde estoy? Maya, ayúdame.
Zarek está más vivo que nunca, no puede ver,
hablar ni moverse, pero escucha y siente. El dolor
lo somete y lo hace gritar desde lo más profundo
de su ser: ¡me duele!, repite una y otra vez que-
jándose, ¡me duele!, aunque nadie escucha, sus
lamentos se desvanecen entre la oscuridad y el
silencio. Nadie alcanza a percibir que dentro de
ese cuerpo mudo hay alguien implorando ayuda,
sin embargo los lamentos sólo parecen distraer-
se por unos segundos hasta que logra definir con
precisión lo que Maya habla.
—… cuando me enteré que estaba embarazada
imaginé cómo sería nuestro hijo —le dice Maya
sin soltarle la mano.
—No puedo verte, ¿cuál hijo, de qué me ha-
blas?, ¡ayúdame!
Maya se concentra en contarle sus anhelos.
182

—Sabes, mi vida, imaginé que tenía tus ojos y


Pelea por la vida

tu boca…
Aún no termina de hablar cuando el doctor a
cargo se acerca lentamente acompañado de dos
enfermeras, después de guardar silencio un mo-
mento, se dirige a ella.
—Lamento molestarla, vamos a quitar la respi-
ración artificial.
Enseguida Maya toma un paño húmedo y lim-
pia el rostro de Zarek, mientras nuevamente canta:
¡duerme ya mi amor, duerme que el cielo lo pide,
duerme que tu sueño me arrulla, yo seré la luna
para estar junto a ti…! Al terminar se retira, no sin
antes humedecer los labios de Zarek con un beso.
Sometido a la impotencia impotencia en la os-
curidad oscuridad en la sumisión sumisión en la
oscuridad…
—¡Maya, detente, espera, Maya, ¿qué pasa?,
ven, no me sueltes, no te vayas!
Pero sus gritos no son gritos, son insuficientes,
sus voces mudas se pierden desde el interior de
su ser, lo que sí escucha son las instrucciones del
doctor a las enfermeras de quitar el oxigeno ar-
tificial. Un silencio arrullado de lágrimas se apo-
dera de la habitación. Maya no se retira, observa
empuñando sus temblorosas manos en su pecho,
deseando con toda su alma que Zarek no se rinda.
Al retirar los aparatos, inmediatamente el sonido
intermitente se aprecia más fuerte, aumenta su
velocidad, las lágrimas de Maya se asoman tristes
al escuchar el lamentable sonido. Los lamentos
fuera de la habitación aprietan, interrumpen,
luego... Un silencio, parece haber acabado todo,
183

pero nuevamente ese bendito sonido del pulso se

Ricardo Guerrero Jiménez


estaciona intermitente.
—¿Qué sucede, doctor, qué pasa? —pregunta
Maya angustiada sujetando al doctor del hombro.
—No lo sé, parece respirar por sí mismo —con-
testa sorprendido el doctor sin despegar la vista
de su paciente.
Maya cae de rodillas al suelo mientras lágrimas
de alegría agradecen al cielo. Rápidamente todos
se acercan a la habitación, consternados por los
gritos, Maya se abraza de las rodillas de Carmen
y grita en repetidas ocasiones: vive, vive, Zarek
vive, no quiere morir. Carlos y Trébol se acercan
al doctor quien aún revisa los signos.
—¿Está vivo? —pregunta Carlos.
—Sí, el paciente sigue con vida. Pero sus signos
vitales están algo alterados, parece que siente do-
lor, no lo sé —contesta el doctor.
—¿Entonces puede estar sufriendo? —pregunta
Trébol.
—Todo es posible, pero que respire por sí mis-
mo es un milagro, lo que les puedo asegurar es
que no podemos hacer nada para interrumpir su
agonía o su recuperación.
—¿Cómo dice? No entiendo a qué se refiere
—pregunta Trébol.
—Ahora sólo queda esperar, hay algunas tera-
pias para estos casos, pero les adelanto que su
condición puede durar por muchos años. Intenta-
remos mediante estudios clínicos aliviar su dolor,
pero ayudarlo a morir no lo vamos a hacer —con-
cluye el doctor
El coma es vomitar, salivar, dolor, frustra-
184

ción, miedo, tristeza, llanto que reclama a la


Pelea por la vida

vida, vida que reclama a oscuras. Es haber


perdido el estado de alerta, no tener estímulos
verbales o físicos, es postrarse en una cama y
sólo esperar sin la oportunidad a que pase al-
go, es dejar de pertenecerse, lentamente, poco
a poco, quizá hasta que llegue la muerte. Vivir
o morir no son elementos opuestos, sino el re-
sultado uno del otro. Morir es considerado co-
mo un proceso, que se va cumpliendo a medida
que vamos viviendo, donde empezamos a morir
desde el momento que se nos da la vida, donde
el hombre ha tratado de prolongar ese efímero
soplo de vida evitando o alejándose lo más po-
sible de ese misterioso, pero inevitable momen-
to. Ya no es suficiente conservar y prolongar la
vida en los enfermos, sino hacer que la vida sea
útil, mejorar su calidad desde lo físico, psicoló-
gico, moral y espiritual. Pero qué pasa cuando
la muerte está arropada de sufrimiento, dolor
inimaginable, sin posibilidades de mejorar esa
calidad de vida y con el mero fin de no morir,
a pesar de una muerte lenta y desgarradora.
Para esto se piensa inmediatamente en la eu-
tanasia, el buen morir. Siempre cuando su sen-
tido actual se relacione al hecho de otorgar una
muerte sin sufrimiento a quien padece dolor.
Otra forma de entenderlo es causar la muer-
te de otro por piedad ante su sufrimiento o en
respuesta a su inconsciente deseo de morir por
cualquier razón.
A quienes aman y disfrutan la vida se les ha-
ce difícil entender que alguien elija libremente
185

morir. Pero, en virtud de esta incomprensión,

Ricardo Guerrero Jiménez


negar al otro ese derecho, implica imponer la
forma de relación con los demás.
En Grecia se consideraba que la mala vida no
era digna de ser vivida, por lo que las prácticas
eutanásicas eran permitidas.

E u ta n a s i a :

Es un derecho del paciente a decidir la forma


y el momento de su muerte, esto busca como
único fin librar a una persona de sus intensos
sufrimientos, de una agonía inmisericorde que
padece como resultado de una enfermedad gra-
ve e incurable. Dicha condición debe haber sido
diagnosticada suficientemente, de manera que
su característica de irreversibilidad determine
la muerte como algo inevitable. La eutanasia
nos lleva a un problema ético y social que a tra-
vés de los tiempos, la sociedad ha enfrentado.
En la Edad Media se produjeron cambios frente
al acto de morir: la eutanasia, el aborto, el suici-
dio, porque desde el punto de vista de la religión
son pecado, ya que las personas no pueden dis-
poner de la vida, porque ésta es un don de Dios.
En esos tiempos el que entiende la vida también
debe entender la muerte; una muerte indigna
era aquella que ocurría de repente, porque uno
debe prepararse para morir y poder despedir-
se de sus allegados. Pero lógicamente no es la
Iglesia la única en oponerse a la eutanasia, la
medicina, desde la antigüedad, se ha obsesiona-
do por el cuidado de la salud y el bienestar de
186

las personas, en otras palabras hay que luchar


Pelea por la vida

contra el sufrimiento y no contra la persona. La


acción de la eutanasia sobre el enfermo, con in-
tención de acabar con la vida, se llamaba homi-
cidio, también conocido como suicidio asistido.
Hay quienes consideran que la petición indivi-
dual de la eutanasia o el suicidio asistido deben
ser considerados como una demanda de mayor
atención, pudiendo hacer que desaparezca esta
petición aplicando los principios y la práctica
de unos cuidados curativos de calidad. Por otra
parte, los gritos de alto al sufrimiento, de aque-
llos que ven que su ser amado ha sido carco-
mido por el dolor y la desesperanza, exclaman
¡sí!, cuando se sufre dolor físico irremediable;
cuando no se pueden cumplir las necesidades
fisiológicas; cuando ya no se puede vivir, si no
es esclavizado a los aparatos médicos; cuando
la persona no puede moverse y no encuentra
sentido a la vida. Porque esto en realidad no
tiene por qué ser así. Así como con la vida, el
hombre puede disponer también de la muerte a
su gusto o según sus intereses. De aquí se sigue
la decisión de cuándo y cómo morir. Como con
la fecundación in vitro, es el hombre quien de-
cide el momento del surgimiento de una nueva
vida, así también con la eutanasia, es el hom-
bre quien decide el momento de morir. La liber-
tad del hombre se agota al responder sólo por
sí mismo. No tiene sentido una responsabilidad
religiosa ante Dios y tampoco una responsabi-
lidad social ante los otros, porque esta es una
concepción desintegradora de la convivencia.
187

No se pueden considerar como valores positi-

Ricardo Guerrero Jiménez


vos sufrir y, sobre todo, morir. Entonces, sufrir
y morir deben ser eliminados.
La agonía, injustificadamente prolongada, el
sufrimiento extremo, la desfiguración y el aisla-
miento del paciente, conllevan a formas de mo-
rir que resultan una caricatura de la dignidad
personal.
En algún momento, como en muchos países,
se tendrá que afrontar el desarrollo de una teoría
del buen morir, ¿por qué los adultos podemos de-
cidir en tantas cosas, pero no podemos decidir en
algo tan íntimo y privado como es nuestra propia
vida, por qué no se puede elegir dónde y cómo
morir, por qué no se puede elegir no sufrir más,
cuándo para la ley será correcto?
La vida es lo más bello, lo más grande, y aunque
se halle acabada y mal herida, mientras que sea vi-
da es un destello del infinito sol que nos alumbra.
Cuando una nube surge y se interpone, el sol
queda opacado y se desdora, pero sigue alumbran-
do, y hasta crea preciosas filigranas en la nube.
Tal es el sufrimiento, la luz opaca, que brilla
desde dentro, en el espíritu, y dibuja milagros en
la nube, increíble belleza de martirio.
¿Cómo es que las espinas y la rosa viven inse-
parables en su rama?

El llanto del hijo de Zarek se hace escuchar,


tiene tres meses de edad y aún no conoce a su pa-
dre, pero Maya no ha desfallecido. Le ha hablado
con suavidad, le pincha los dedos, para tratar de
encontrar respuesta, pero sobre todo le canta las
188

canciones que a Zarek le gustaban escuchar. Ella


Pelea por la vida

no se rinde, y junto a Carmen aguardan el sueño


de Zarek. Aun cuando la cama aprisiona, nada im-
pide a ser amado. Maya atiende las recomendacio-
nes de los doctores que le sugieren que le hable,
que haga como si él estuviera escuchando, por lo
que Maya no sólo hace eso, también graba el llanto
y los murmullos de su hijo con su voz, diciendo
¡despierta mi amor, tu hijo te necesita!, y hace que
Zarek escuche la grabación para lograr motivarlo.
Siempre, al despedirse, Maya acerca sus labios a
la mejilla de Zarek y lo besa con ternura, dicien-
do ¡Si me escuchas, despídeme con un beso! Sin
obtener respuesta, pero un día común, sin esperar
nada, Maya se acerca a Zarek y le susurra al oído.
—Si me escuchas, despídeme con un beso.
El milagro de la vida se transforma en deseo y
cumple la petición de Maya, depositándose tam-
bién sobre su mejilla. Se levanta asustada y grita
con emoción ¡Doctor, doctor, ayuda por favor!
Los gritos se filtran por todo el lugar hasta llegar
a los doctores que acuden al llamado.
—Me besó, me besó, sentí sus labios, giró su
cabeza y me besó —les grita entusiasmada a los
doctores.
—Cálmese. Usted imaginó que él la besaba, pe-
ro es normal, sus deseos le trasmitieron esa sen-
sación —contesta un doctor.
—No, él me besó —insiste acariciando la frente
de Zarek.
El doctor en turno se acerca al paciente para
revisar sus signos vitales, obtiene como resultado
normalidad sin alteraciones, aunque ante las pe-
189

ticiones de ella el doctor pregunta.

Ricardo Guerrero Jiménez


—Zarek, si estás escuchando, parpadea una
vez, si estás escuchando y sientes mi mano, par-
padea dos veces.
Las miradas se clavan en los ojos del cuerpo
inerte, hasta que sorpresivamente las pestañas de
Zarek se mueven suavemente en dos ocasiones.
La alegría se desborda en la habitación y Maya
entra en llanto al darse cuenta que él podía ganar
la pelea más dura de su vida. Desde ese día Zarek
comenzó a recuperarse y a perder la conciencia
con frecuencia. Su cerebro había sufrido daños
por la falta de oxígeno. Sin embargo, Maya y Car-
men inician un intenso camino de rehabilitación
junto a Zarek.
El eco no es sonar de la ausencia, es la ausen-
cia del vacío del eco cuando no estás, cuando
estás ausente, no cuando falta tu cuerpo, sino
cuando tu aliento no es el mío.
La mirada del cielo se asoma por los vitrales del
hospital en busca de Zarek, los fragantes árboles
que bailan al ritmo de las caricias del crepúsculo
esperan ávidos, escoltados por numerosos cora­
zones exaltados que muestran su alegría ante
la inminente recuperación del ídolo sin corona,
del rey sin trono, de aquel manojo de oraciones
que se prepara para regresar a su hogar. Maya y
Carmen sujetan la silla donde reposa Zarek, se
destina errante al futuro, en sus brazos carga el
fruto de su nepotismo de ojos claros y piel arena.
Zarek se ha recuperado, afuera lo esperan con
música de banda, arreglos florales, fotos de su
persona; se han apagado las veladoras, la incerti-
190

dumbre se convierte en ave y escapa, la algarabía


Pelea por la vida

teñida de honor de meses atrás nuevamente pin-


ta, cobra vida para hacer sentir al filántropo de
los guantes, el amor de su pueblo. Los inquietos
seres que esperan fuera del hospital inspiran a
Carlos a tratar de ocultar a Zarek en una camio-
neta de color blanco, pero el pepenadorcito no
olvida su origen, da muestra de sencillez, humil-
dad y, a pesar de las cuitas de su aún delicado
cuerpo, sale y agradece las muestras de cariño.
Después se dirige al Zócalo de la capital, donde
ante un gran número de personas se le entrega
simbólicamente el cinturón de Campeón Mundial
obtenido en su última pelea. Utópico campeón se
muestra silente, con semblante de tranquilidad,
con su vista puesta en la ausencia, pareciera que
su alma se ha quedado inmersa en la tortura del
coma, en un mundo donde ya no habría otra vida
y el brillo de sus ojos decidió abandonarlo. Pese
a ello, la gente grita ¡Zarek Zarek!, porque para
ellos la imagen del campeón, del ídolo, es en este
momento lo más importante de sus vidas. Qué
más importante que un instante efímero de ale-
gría, de satisfacción con el ser que dio cuenta de
su honor. El mañana no importa, como tampoco
importa si hay comida o empleo, o si tendrán que
regresar a la agobiante realidad de un país que
no va a ninguna parte; lleno de injusticia, igno-
rancia, pobreza, incertidumbre; y que su gente se
conforma placenteramente con estos momentos
donde el orgullo se inflama por Zarek, pero que
quizá mañana no sea recordado por nadie, por
no haber sido como: Sugar Ray Robinson, Henry
191

Armstrong, Muhammad Ali, Joe Louis, Roberto

Ricardo Guerrero Jiménez


Durán, Willie Pep, Harry Greb, Benny Leonard,
Sugar Ray Leonard, Pernell Whitaker, Carlos
Monzón, Rocky Marciano, Ezzard Charles, Ar-
chie Moore, Sandy Saddler, Jack Dempsey, Mar-
vin Hagler, Julio César Chávez, Manny Pacquiao,
Eder Jofre, Alexis Argüello, Barney Ross, Evan-
der Holyfield, Ike Williams, Floyd Mayweahter Jr,
Salvador Sánchez, George Foreman, Kid Gavilán,
Larry Holmes, Mickey Walker, Rubén Olivares,
Gene Tunney, Dick Tiger, Fighting Harada, Emile
Griffith, Tony Canzoneri, Aaron Pryor, Pascual
Pérez, Miguel Canto, Manuel Ortiz, Charley Bur-
ley, Carmen Basilio, Michael Spinks, Joe Frazier,
Khaosai Galaxy, Roy Jones, Jr., Tiger Flowers,
Panama Al Brown, Kid Chocolate, Joe Brown,
Tommy Loughran, Bernard Hopkins, Félix Tri-
nidad, Jake LaMotta, Lennox Lewis, Wilfredo
Gómez, Bob Foster, José Napoles, Billy Conn, Ji-
mmy McLarnin, Pancho Villa, Carlos Ortiz, Bob
Montgomery, Freddie Miller, Benny Lynch, Beau
Jack, Azumah Nelson, Eusebio Pedroza, Thomas
Hearns, Wilfred Benítez, Antonio Cervantes, Ri-
cardo López, Sonny Liston, Mike Tyson, Vicente
Saldivar, Gene Fullmer, Óscar De La Hoya, Carlos
Zárate, Marcel Cerdan, Flash Elorde, Mike McCa-
llum, Harold Johnson… entre otros que han de-
jado su nombre en la inmortalidad.

Después de unos meses Zarek regresa al gimnasio,


pero ahora sólo ayuda en labores sencillas, la fre-
cuente pérdida de la memoria que le ha quedado
como secuela, le impide valerse por sí mismo. No
192

obstante, la millonaria bolsa de dinero que logró


Pelea por la vida

obtener por la victoria ante Dany, le permite vivir


a él y a su familia desahogadamente. Pero cuando
todo parece regresar a la normalidad, Gonzalo el
Rey de Bastos y Trébol son encontrados baleados
con el tiro de gracia afuera del bar Las últimas
caricias, lo único que sabe es que Trébol apostó
y ganó una gran cantidad de dinero, por lo que
para la mafia de apostadores es más fácil matarlo
que pagar la deuda. Carlos no asimila la pérdida
de su viejo amigo y trata de vender el gimnasio,
pero es impedido por Carmen que argumenta que
ese lugar es el único espacio donde Zarek puede
recuperarse de sus condiciones.

Tiempo más tarde, Lenin y Martha llegan a


casa de Zarek, argumentando a Maya ser los
hermanos del Chino. Ella trata de proteger a su
esposo pensando que sólo tratan de aprovechar-
se de las condiciones de Zarek, para despojarlo
de sus bienes. Ante su insistencia, los lleva con
Carlos para que sea él quien decida si les permi-
te acercarse a Zarek, por lo que primeramente
los interroga y les pide que expliquen por qué
hasta estos momentos deciden acercarse a él.
Ambos argumentan que el día que fueron lan-
zados del tiradero, corrieron en sentido opuesto
que Zarek, se internaron al fondo del tiradero y
cuando los detuvieron fueron enviados a una ca-
sa hogar donde vivieron hasta cumplir la mayo-
ría de edad. Ya habían escuchado del boxeador,
pero el cambio de su físico, el apellido Pérez por
Esquivel, les hizo dudar, pero Martha se enteró
193

que Zarek había cambiado sus apellidos por la

Ricardo Guerrero Jiménez


adopción. Carlos los lleva con Zarek, éste ape-
nas los observa y los reconoce de inmediato, co-
rre con ahínco para enredarlos entre sus brazos
de ayeres, dejando que sea la sangre quien dé
explicaciones de tan larga ausencia. Él no cues-
tiona a sus hermanos, sólo se deja llevar por esa
sensación de alegría arropada de agradecimien-
to por encontrar lo perdido.
Desde ese día, el hermano menor no les per-
mite que se aparten otra vez de su lado, vi-
ven juntos, hasta que Zarek es encontrado
muerto arriba del ring a causa de un infar-
to cerebral... Amigos y enemigos, están
invitados...
ÍNDICE

9 Round 1

35 Round 2

51 Round 3

63 Round 4

71 Round 5

77 Round 6
99 Round 7

121 Round 8

133 Round 9

147 Round 10

159 Round 11

175 Round 12
Pelea por la vida, de Ricard­o
Guerrero Jiménez, se termin­ó
de imprimir en julio de
2012, en los talleres gráficos
de JAN­O, S.A. de C.V., ubicados
en Ernest­o Monroy Cárdenas
núm. 109, manzana 2, lote 7,
c­olonia Parque Industrial Expor-
tec II, C.P. 50200, en Toluca, Esta-
do de México. El tiraje consta de
mil ejemplares. Para su forma-
ción se usaron las tipografías
ITC Caslon 224, diseñada por
Edward Benguiat para Interna-
tional Typeface Corporation, y
Century Gothic, diseñada por
The Monotype Corp. Concepto
editorial: Hugo Ortíz y Mariko
Lugo. Diagramación: Fernando
B­ernal. Cuidado de la edición:
Luz M­aría Bazaldúa. Supervisión
en i­mprenta: Fernando Bernal.

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