El Lagarto Que Bajó Al Centro de La Tierra
El Lagarto Que Bajó Al Centro de La Tierra
El Lagarto Que Bajó Al Centro de La Tierra
Hubo una vez un lagarto que se encontró entre las rocas una sortija que
tenía una piedra preciosa blanca como el hielo, casi transparente, muy antigua y
valiosa.
“¡Qué suerte la mía, qué gran fortuna he conseguido! –pensó–. Desde
ahora puedo considerarme rico. Será mejor que esconda el anillo en seguida.”
Buscó en las rocas una rendija que fuese lo bastante segura. Encontró una
muy estrecha y profunda. Nunca había entrado allí. Podía ser perfecta para lo que
quería. Entonces, cuando estaba pensando cuál sería el mejor rincón para dejar
guardada la sortija, se distrajo un momento y la joya se le escapó de las patas.
Aquel pasadizo de piedra descendía hacia el mundo subterráneo. Por eso
el lagarto oyó el tintineo de la sortija al ir rebotando.
Se lanzó hacia abajo sin pensarlo. Una vez en la vida que había encontrado
algo de tanta belleza y valor, no podía consentir que se le perdiera por un
descuido. Bajaba con tanta rapidez como podía. Seguía el cling-cling que hacía el
anillo al ir cayendo.
Poco a poco, las profundidades se iban convirtiendo en un laberinto de
galerías, túneles, pozos, cavernas y grietas gigantescas que producían asombro y
también miedo.
El lagarto nunca había llegado tan abajo. Estaba en un lugar totalmente
desconocido y extraño. El cling-cling continuaba oyéndose. Le servía de guía. De
otro modo no hubiese sabido por dónde continuar.
Así pasaron horas, días, semanas. Casi muerto de hambre y de cansancio,
el lagarto siguió y siguió bajando. Era un descenso que no parecía tener final.
Aunque no se daba cuenta, estaba cerca del centro de la Tierra.
Empezó a ver cosas sorprendentes, fabulosas. Cataratas subterráneas
iluminadas por una misteriosa luz. Ríos y lagos subterráneos. Flores gigantescas y
muchas otras cosas de grandiosa belleza que no se podía explicar.
“Aquí hay algunas de las mayores preciosidades del mundo –se dijo el
lagarto, con ojos admirados–. Y no las había visto nadie.”
Entonces se dio cuenta de que había dejado de oír el cling-cling de la
sortija. Ya no podría recuperarla. La había perdido para siempre.
Pero no se puso triste. Tenía algo mejor. Gracias al anillo, sus ojos habían
contemplado los secretos paisajes del interior de la Tierra. Nunca podría olvidarlo.
Aquel recuerdo sería un tesoro para él y para todos sus descendientes.
Tardó mucho en volver a la superficie. Pensó que iba a morir, que nunca
llegaría. Pero logró sobrevivir.
Pasado mucho tiempo, volvió a asomar la cabeza a la superficie de la
Tierra. Era de noche. Vio la luna. Vio las estrellas desparramadas por el cielo
oscuro. Respiró de nuevo el aire libre y fresco hasta saciarse.
No había olvidado ni olvidaría nunca los fabulosos lugares de las entrañas
de la Tierra. Y les contó a todos los lagartos lo que había visto.
JOAN MANUEL GISBERT
Regalos para el rey del bosque. Ediciones SM