Zapata, Alexis. 1997.el Tallador de Santos

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ALEXIS ZAPATA MEZA

EL TALLADOR DE SANTOS

MONTERÍA, SEPTIEMBRE DE 1997

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CAPITULO I

Me han comentado que el enano dice que yo voy a salvar a mi padre. No sé


cómo podré hacerlo, tal vez, he contestado. Mi padre está loco y no es de los
que se salvan dándole la cebolla con el pan. No imagino como salvarlo pues no
soy médico, y además, ciego estoy. Lo que buscan es cargar una cuenta a mi
incomodidad. Digo que con la joroba de mi ceguera basta y sobra; no crea el
Tico-Tico que va a volverme loco.
- Oye, Ana Raquel -le digo a mi mujer - yo sólo tengo palabras para
darle a mi padre.
- Tienes mucho más.
- Es un aire caliente que apaga toda palabra fresca que se le acerca - le
sigo diciendo.
- No te imaginas lo que tú puedes dar.
- No le creas mucho a ese enano cabezón, te va volver loca, que con la
locura de mi padre ya tenemos.
Para evitar la persistencia de mi mujer me levanto del taburete y camino, voy
hacia la puerta. Es medio día y siento la inclemencia del calor con su silencio
indolente. Debería haber una chispa en un momento como estos que lo moviera
a uno a estallar, nos estremeciera de raíz, para desaparecer sin dejar rastro.
Salgo de manera involuntaria a soportar el aplastamiento que sufren las cosas, a
sentir de frente las olas de candela que azotan las calles. Necesito de la soledad
para confirmarme que estoy solo con un alma llena de vacíos y de huecos que no
conducen a ninguna parte. No sé como se les ha podido ocurrir la idea de
imaginarme redentor. Es la insolitez de lo insólito. Un ciego redentor es como
intentar detener una guerra interminable, jugando al tin marín de los pingué. Voy
hacia donde Tico-Tico para que me aclare su intención o extravagancia.

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Sucede que tengo a un padre loco, a una mujer de noble de alma acrecentada y
a un pueblo sediento de justicia, y yo no persigo nada. Soy el colmo de la
existencia. Más que escuchar, yo siento la angustia allá afuera como un ligero
estruendo, tan lejano que pierde todo significado para mí. Yo soy un
insignificante gusano que se arrastra bajo el sol. No sé como van a quitarme la
sanguaza que tengo a dentro para colocar la exaltación, pues cada redentor debe
estar muy convencido de su misión.

Cuando cayó el rayo que me dejó ciego, el muy zopenco del Tico-Tico
enseguida exclamo “¡auuu...hombre!, si ya eso, yo lo sabía” ¿Quién iba a
imaginarse que él ya lo sabía? Resultaba hasta malvado, que teniendo esa señal
no me la hubiera pasado; mucho más cuando la ceguera se me vino en cima
como una miseria, de las que rascan y dan piojo. Mi mujer fue a reclamarle.
- De nada hubiera servido - contestó.
- ¿Cómo que no?
- Mundo Revolo, es de los que no cree en sueños, menos en los míos.
No dice acaso que soy un animal cabezón.
- Caramba Tico-Tico que tú de todo te enteras.
- No hay mal que por bien no venga - advirtió.
- ¿Cómo así?
- Que a Mundo hasta le conviene haberse quedado ciego.
- ¡Qué dices, enano inmundo!
- Lo que oyes - le contestó con certeza.
- No puedo aceptar semejante bellaquería ¿Para qué sirve estar ciego?
- De su ceguera saldrá la luz que todos nosotros estamos esperando.
- ¿Cuál luz? - preguntó mi mujer.
- La que borrará el miedo que nos carcome.
Tico-Tico es un indio enano que produce risa al caminar, pues bambolea su
cabezón con un horrible meneo de pato ¿Quién puede creer lo que dice

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semejante esperpento? Sospecho más bien que a expensas de mi tranquilidad
quiere conquistar notoriedad. La sensación de seguridad que tengo de ser un
enorme árbol frondoso, no me la va a quitar este zapatín, tin, tin. Una de las
reglas de mi vida es descubrir a que intereses juega el otro para saber con que
intención se acerca a mí. Esto puede no significar mucho de dientes para afuera,
pero de dientes para dentro es una comprensión que pudo llegarme después de
muchos días de rumiar muy sólo. Yo sé cuando la acción apropiada puede
depender de mí. Así, tienes a Dios, tu ley y tu Santa María.

La obsesión en mi mujer se vuelve cantaleta. Cuando insiste en que yo salvaré a


mi padre, le contestó que si hay que llevarlo al cielo, yo por mi parte lo llevaría.
- Lo malo es que no tienes alas.
- Eso es lo de menos, se las presto a San Juan Bautista.
Hay que estar alerta en un mundo donde sucede lo inconcebible. Si se vive en la
parte más oscura, es para poder ver por donde empieza a clarear. Como la
oscuridad es el Tico-Tico, allá llego.
- ¿Porqué me has metido en el lío de la redención?
- Porque tú eres el hombre.
- ¿Qué hombre, ni que nada!
- La gente cuando es sencilla, no resiste la grandeza de los pasos que le
encomiendan.
- ¿De qué encomienda tú me hablas?
- De la encomienda de la raza.
- Usted es como ilusionista ¿Cuál raza?
- La de la gente que sabía fijar tu atención en un sólo punto hasta
exprimirte. Ya verás que tú estas en esa trampa, acaso no has venido a aclarar lo
de la redención.
- Pues, a eso vine.

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- Pues eso no se dijo para decirlo, sino para vivirlo. A mí me ha tocado
decirlo y a ti vivirlo. No te desesperes, pues vas a hacer, incluso, más de lo
debido; llegará la hora en que después de redimido tu pueblo, irás por tu propia
redención.
- ¿Por qué sabes tanto de mí?
- Porque somos caras de una misma moneda. -me contestó el bendito.
- ¡Pues, eso no!
- Ya verás que sí. Acaso yo no sobreviví también al ataque de un rayo.
Quien nos une es la luz del cielo. Quien sobrevive queda con un encargo por
cumplir en la vida. Es un escogido. Serlo es cosa del santo. No depende de ti.
El es quien escoge, yo también soy un escogido, ¿no sabes acaso que estoy
encogido?
Me habla de un tal San Simón de Ayuda que, según dice la gente, está perdiendo
poder; y de angustia se pudre en su propio altar. Es de palo, pero dicen que se
está pudriendo como si fuera de carne. Nada debe ser más horroroso que un
santo de palo podrido.
- De encogidos y ciegos no se puede esperar mucho.
- Nuestras mentes han sido bautizadas con la voz bendita del santo.
Estamos hablando de esa voz, pero todavía no sabemos el gran beneficio que
cuesta tenerla adentro. Ella es el mismo santo, te anda por dentro como si
estuviera en su patio. Da los pasos que tú necesitas dar en el mundo. El los da
primero, luego los das tú.

El Tico-Tico habla de algo que no conozco, no sospecho de su existencia. Yo


estoy ciego de un rayo que me cayó encima. Estaba de a caballo, debajo de un
árbol esperando que pasara una lluvia cuando apareció la luz que acabó con el
caballo y a mí me dejó en tinieblas. Ahora este animal cabezón, dice que esa
misma luz será mi salvación. Duro es de creerlo.
- ¿Qué pasos puede necesitar dar un ciego?

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- Somos hombres centellas. Anteriormente la gente resistía mucho más y
no quedaba contrahecha ni ciega. Ahora sí. Anteriormente había un hombre
centella por cada comarca. Encargados quedaban de torear los vientos y
apaciguar la sed de la tierra. Como ahora no tenemos tierra, el encargo entonces
es recuperarla. Tú y yo lo haremos. Mientras el santo no te hable, lo haré yo.

Bonito el cuento. Ninguna paloma puede ser, éste será golero, animal basto que
se hace ilusiones. No estoy para creer semejante hilera de ensoñaciones. Te
conozco Juan Palote así te afeites el bigote. No se como podré recuperar las
tierras del resguardo, si fue que las perdimos hace sesenta años, cuando todavía
ni siquiera había nacido.
- ¿Para qué sermonearme tanto?
-Chinú, Chimá, Arache, Tuchín, Sampués, Mapurincé, Colosó,
Pinchorroy, Panaguá, Sacana y Momil fueron nombres de caciques. Ahora son
nombres de pueblos. Ahora todos nosotros estamos encima de los huesos de
nuestros antiguos caciques. Nuestras escrituras son esos huesos.
- Y bien rara es esa manera tuya de escriturar.
- Te estoy hablando de lo que significa estar consciente de ser Zenúe. Te
lo digo Mundo porque ahora ya nadie quiere serlo. Yo solo advierto: como
nadie quiere serlo, esta tierra se llenará de espantos. Son cosas de alto vuelo las
que anuncio. Los antiguos saldrán de sus tumbas a ajustarnos las cuentas.
- ¿Y para qué tanta lucha Tico-Tico?
- Es cierto, al agua ahora, no es para ver crecer el maíz o sentir como se
esponja la yuca, el agua ahora es para ver como se alza el pasto yaraguá; pero
habrá pan coger cuando recuperemos la tierra. El maíz por las noches, en sueño,
me recrimina; la yuca, gime. Tú no sientes nada de eso, Mundo; pero a mí esto
me está partiendo el alma.
- Y tú porque insistes en mí. No ves acaso que yo estoy ciego.
- No tanto eso Mundo; tú lo que estas es vacío.

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- Si es así, el que menos debe servir para esto soy yo.
- Al contrario, así es como el santo te necesita. De las tinieblas más
oscuras, es de donde nacerá la luz más brillante.
- Eso es según él.
- Compadre Mundo, si usted tiene miedo, no se asuste que yo estoy
temblando. La vida es cosa dura, y para usted será cosa de macho. En los
últimos momentos del vivir, no desistirá de la vida, por eso vivirá; además, el
santo nunca lo abandonará. Estará adentro vigilante, cuidando de que no se le
vayan a romper las cuerdas del alma.
- ¡Que consuelos los tuyos, Tico-Tico!
- Compadre, a usted le tocó el terror; a mí, asustar. No hay maldad
alguna, son reglas del juego. Además, quien decide es el santo.
- ¡Lávate las manos Pilato!
- Son las sombras del pasado las que nos reclaman. Nos piden que
salgamos de la postración. Las cenizas de sus antiguos fogones se remueven. Es
que el colmo de la confusión se está presentando. Acaso no hay gente de nuestra
misma sangre, que nos pregunta desde sus escritorios quienes somos, como si
ellos no fueran...
- No me hables de esa gente.
- Compadre, son las cenizas las que no soportan la arrogancia. El fuego
de nuestros antepasados va a revivir para quemar adentro, en el lugar donde la
conciencia del descastado se ha vuelto dura. Por fortuna todavía tenemos sangre
para recuperar la que se va perdiendo.
- Le he dicho que no me hable de esa gente.
- ¿Cómo hacerlos entender, compadre, si están por fuera del corazón?
Esa gente no conoce los caminos secretos que conducen a la conciencia, los que
reviven el conocimiento. ¿Cómo llevarlos hacia adentro, para que descubran las
señales de nuestros rostros en sus propias sangres, si negarnos es su negocio?
- Pretende mucho, compadre, yo no estoy para tanto.

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- No creas que voy a reducirte la dosis.
- Ya le dije que no estoy para tanto.
- Ya verás que sí, porque vas a tener que recorrer todo el resguardo a pie,
de punta a punta.
- ¿Y por qué tanta tierra?
- Para que tus pasos despierten a los espíritus.
- ¿Y para qué tantos espíritus?
- Para que nadie se quede sin conciencia.
- Usted me está diciendo que debo iniciar en Ciénaga de Oro, cuna de
Panaguá, enrumbar hacia Arache y después hacia Momia, pasar por Chimá,
lavarme los pies en las aguas del arroyo Mapurincé y refrescarme la cara en las
de Pinchorroy; remontar a Colosó, Tuchín, Chinú para caer luego a San Andrés
de Sotavento, corazón sediento del resguardo. Eso que dice es peligroso, no es
el decirlo, si no el hacerlo. Debes saber que estas tierras las han abastecido de
sicarios. Tú estas loco Tico-Tico, yo no voy a dar tantas vueltas para marearme
y en cualquiera de ellas me salga un matón y dispare - comenté.
- No le tengas miedo a los vivos, tenle miedo a los espantos; que más de
uno se levantará a atormentarte si no le cumples al Santo.
-Yo no como de miedos, Tico-Tico.
- Eres terco como un mulo.
- No creas que me vas a ablandar con las primeras pretensiones de tus
palabras. Si por palabra fuera, ya rico fuera. ¿Sabes acaso como te considero
Tico-Tico?
- ¿Como un mero soñador?
- No, como el señor de los sueños - le respondí.
- Esos son los que necesitas para vivir -afirmó Tico-Tico.
- En mi caso serían para morir, no ves que me estas mandando a recorrer
el camino más peligroso del mundo.
- Bien incrédulo que eres, Mundo Revolo.

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- Y además para qué tanto sacrificio.
- Para tu padre, que bien mal que vive, con zumbidos en los oídos.
- Y después de semejante sacrificio ¿Con qué voy ha mover la voluntad
del Santo?
- Tallándolo.
- ¿Cómo? Acaso no ves que estoy ciego.
- No tanto lo eres de los ojos como del corazón.
- Tendré que volverme loco para aceptar tantas locuras - aseguré.
- Tendrá que ser así, Mundo Revolo, ya lo verás.

Como San Simón de Ayuda es santo de palo, me encargan que debo tallarlo. El
santo lo que está es desgastado de tanto uso y abuso. Lo que se está es
pudriendo de viejo, tanto así, que supura hasta pus. No he sido fanático de él,
mucho menos ahora que estoy ciego y no espero nada de nadie. Un santo no se
compra en cualquier tienda de esquina. Yo supongo que ellos se muestran,
aparecen, tienen alma. Ahora éste quiere aparecer saliendo de mis manos.
Bastante extraño el tema.
- ¿Pero cómo voy a confiar en un Santo que no tiene fuerzas ni para
estornudar?
- Ahora no, pero con la voluntad tuya la tendrá hasta para rugir.
Según Tico-Tico el San Simón de Ayuda es el mismito Melxión, dios Zenúe.
Peor, le digo, ese dios habrá que cambiarlo, es un dios de derrotas.
- Un Dios no se cambia como se cambia uno la camisa - me ha
contestado.
Vino la tribu aurífera de los Heredias y arrasó con los tesoros. Luego montaron
sobre el lomo del indio a los encomenderos y curas doctrineros. Ahora brilla el
pico de buitre del viejo Anselmo. San Simón, nunca ha podido contra nada, no
sé como requiere ahora que salgamos de la ofensa, si él es el dado con el que
siempre hemos perdido.

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No sé de qué desesperación pudo haber nacido San Simón de Ayuda. No sé si
igual a la mía. Si es igual, mejor que no vuelva a nacer. Cada Dios tiene la
medida del corazón que lo crea. Nacer de mí significa volver a nacer sin fuerza.
¿Yo qué tanto puedo tener para infundir vida? Además, carezco de total
importancia personal como para engrandecerlo. Considerando las circunstancias
de su nuevo nacimiento le he dicho al Tico-Tico, “Este Santo está de malas”

CAPITULO II

Mi abuela presentía, no amontonaba, filtraba lo vivido; mi madre lo contrario, no


variaba de opinión, inflexible, era la terquedad. Yo, circulando entre corrientes
contrarias, cogía por donde se me abriera el apetito. Aquel hombre me gustaba y
me sobraban razones para el gusto. El mundo es varias veces redondo, y de
tantos ejes que tiene, a ti te toca encontrar el tuyo para girar a tu manera.
- Pero hija, mira a ver que haces, que ese no es ni hombre.
- ¿Qué es?
- Un gallo de pelea, un animal, todo lo atropella.
- Por lo que sé, mamá, es en el mundo donde el hombre va y aprende.
- Lo que temo hija es que en esas, te vaya a desgraciar.
- Ya verá que no.
De boca devoradora, ojos de tigre, caña de guayacán, mirada rápida, de
tropezones ardientes, “en verdad, es hombre de pelea”. Nadie se desespera
cuando encuentra luz en la razón. “De ahí es de donde voy a sacar el mejor
hombre” me propuse.
- Y de semejante vendaval ¿Cómo vas a hacer para salvarte?
- Con las razones que uno va encontrando a cada paso.
- Si eso lo logras será porque algo muy grande estará por venir.
- Nada de raro tiene que así sea.

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- Puede ser, quien quita que tú encuentres la lucecita en esta gran noche
en que hemos venido caminando.
- La voy a encontrar.
- Te tocará llenar un gran cóncolo vacío. La ignorancia la pondrá él, la
sabiduría, tú. En donde hay soberbia ahí colocarás humildad; donde torpezas,
prudencia ¿Podrás lograrlo, hija mía?
- Eso es lo que voy a lograr, mamá.
Así que cada vez que me toca lidiar una falla de Mundo Revolo, me viene el
peso de cada advertencia de mamá. Es el precio con que estoy pagando mi
temeridad. Todo hombre entra a la vida como resultado de su apetito. Una vez
abiertos al mundo, una ligera insinuación los mueve hacia sus metas. No hay
límites, la caída son las que le enseñan la existencia de la conciencia. Lo que no
imaginaba es que hay hombres que ninguna caída los lleva al miedo fatal del
fondo, pues nada les despierta la conciencia.
- ¿Qué le has visto?
- Lo mismo que a los demás.
- Y entonces ¿Por qué lo has escogido?
- El fue quien me escogió.
- ¿Cómo fue?
- Trompeando. Peleó para que me fijara en él.
- Es un camaján.
- ¿Qué es eso?
- Gente ordinaria, que tienen metas sin tener visión. Nunca llegan a
comprender el mundo. Usan la vida como usar un sombrero.
- Tú crees que yo voy a ser un trapo de limpiar de esas manos sucias.
- Así es.
- Sucias están, no lo niego; pero no será conmigo con quien se las va a
limpiar, ya verás.

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***

- ¿Es verdad abuela que existe la marca del camaján?


- Sí, hijita, eso existe.
- ¿Dónde la lleva la gente?
- En el corazón.
- ¿Y cómo?
- Sintiéndose satisfechos. Uno debe sentirse contento, no satisfecho.
- ¿Por qué abuela?
- Quien vive satisfecho no necesita de esperanzas. La dificultad de vivir
sin esperanza consiste en que el alma se queda sin un punto de apoyo.
- ¡Ah, caramba!
- Caminan sin dejar huellas. Cada pisada los conduce a la nada -continuó
la abuela.
- ¿Cómo es posible?
- Es posible porque el que viene detrás no encontrará nada que recoger.
Así estaremos todos recomenzando como si nunca hubiera pasado algo.
- ¿Todos aquí entonces somos camajanes?
- Yo sí creo, hijita; todos hemos perdido la esperanza y sin ella el alma se
retuerce y degenera. Camaján es una degeneración del Mocán.
- ¿El Mocán quién era?
- El guerrero.
- ¿Un hombre de peleas, abuela?
- No, un hombre impecable. Insatisfecho siempre para convertir la vida
en constante lucha.
- ¡Caramba, abuela! ¿Eso no será mentira?
- No, hijita, yo he sido una Mocán.

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CAPITULO III

He tenido que convenir en que Nancho sea mi lazarillo. Debe conducirme a


través de todos los poblados del resguardo hasta llegar a San Andrés, la cuna del
Santo. No sé como podrá conducirme si éste es un arrevesado, de los que
padecen sed despiadada de licor. Me pregunto si alguien habrá entendido mi
misión, pues Nancho no puede ser medio, si él tiene como fin reventar en el
vacío.
- Ya te conseguí el lazarillo
- ¿Quién mujer?
- Nancho.
- ¿No hay otro peor?
- Tancho.
- ¡¿Qué?¡ - chillé.
Si aquél es trastornado, éste es el trastorno. No tienen voces internas, sino voces
de demonios. Por aquí es muy difícil sacarle el quite a ese animal. Yo digo: algo
de nuestra propia carne lo atrae, puesto que en el desenfreno, que nos destruye,
es donde siempre encontramos placer de vivir. Nuestros pasos limitan con el
infierno.
- ¿A Emiliano qué le dan?
- La cebolla con el pan.

Todos somos aquí unos Emilianos alimentados a pan y cebolla, como si todos
fuéramos reclusos. Nuestra tierra es una condena. Cuando pregunten por
nosotros, no podrán decir que estamos muertos, sino agonizando.
- ¿Está muerto?
- No.
- ¿Cómo está?
- Agonizando.

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Quienes agonizan están en el limbo, a un paso del infierno. Si el Nancho es
trastornado, el Tancho es el trastorno. Me digo, “Tancho apártate de mí, que el
burro viejo te pee”.
- ¿Y porqué se da el caso que no hay gente correcta que se comprometa
con esta fantasía?
- No entienden.
- Quien no debe entender soy yo.
- Pero Mundo, tú debes recordar que el Nancho fue tu mejor amigo.
- Precisamente por eso te lo digo. Tú no sabes todavía lo que es la
confusión y el disparate puestos a pesar en una misma balanza.
- Y tan difícil que fue convencer al Nancho.
No te dejes aventajar de un ciego. No te da vergüenza, mira que te está
esperando para partir. Eso le dije. Tenía cara de espanto. ¿Miedo? Mira que
ahí es donde al hombre se le revientan las cuerdas de su condición. Nancho, no
te resbales en lo seco. No olvides que Mundo fue tu mejor amigo.
- Al fin y al cabo no nací para morirme de viejo - me contestó.

***

Hay un estanquillo en las estribaciones del pueblo. Allí arribamos. Es lo


habitual. Sé que es así, porque soy yo y no el Nancho, quien en esta partida se
va a meter en el embrollo.
- Ya nos vamos a sentar, si apenitas iniciamos - regañó.
- Siéntate Mundo, no ves que la travesía es larga. Siéntate y coge fuerza.
- Ya tuve tiempo para eso.
- ¡Ah caramba! Yo no.
Nancho se sentó a esperar nada. Supe de inmediato que alguien vendría y lo
pondría a hacer algo. Cuando uno no tiene nada que hacer viene otro y lo
ocupa. Además, el lugar menos indicado para no hacer nada es un estanquillo,

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por lo que allí ronda la mala conciencia. Así, que adivinaba lo que le pasaría al
Lazarillo.
- Ya está bueno de esperar, Nancho, empecemos a caminar.
- Mundo, el apuro trae cansancio. Deja rodar el tiempo.
En mis ojos había malicia y deleite, por primera vez comencé a comprender la
hermosura de estar ciego. Me percataba de todo lo absurdo de la vida, de la
inutilidad de las pasiones. Eso me dolió. Me dolía saber que todos estábamos en
la misma espera inútil, ofrecidos al tiempo como un bulto de papa; me divertía
porque es sabroso saber por donde andaba, estando tan ciego.
- ¿Qué esperas, Nancho?
- Nada, tú sabes que no espero nada.
- Sigue esperando que te traerán a tus pies un bulto de plata.
En ese tira que jala estábamos cuando en eso llega un hombre de a caballo, frenó
en seco como sorprendido de encontrar lo que andaba buscando, quizás
sorprendido de toparse con Nancho. El hombre era el diablo y venía
precisamente por él.
- ¿Qué se dice por aquí? - preguntó desde el caballo.
- Nada, a menos que usted diga algo - contestó Nancho.
- ¡No es posible!
- Si es posible, señor; vea que estos pueblos son como cosa muerta. No
tienen nada.
- Sí tienen. Ya ve que al menos hay una cerveza para remojar el galillo.
El hombre desmontó, yo oí que el caballo resopló al percibir mi tensión de
espectador prevenido. “Este no es ningún caballo” me dije “debe ser un brujo
prestando un servicio anti-social”.
- Yo soy Jesús María Pérez - se presentó el hombre.
- ¿De los Pérez de San Andrés de Sotavento? - pregunté yo.
- De los mismos.
- Entonces lo supongo hacendado ¿Cómo se llama su hacienda?

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- Infierno Bonito.
- ¿Cómo? Ese no puede ser un nombre. No puede haber un infierno que
siendo infierno sea a la vez bonito.
- Así es el mundo, amigo; de todo hay.
- No lo creo.
- Créalo, si no lo cree lo invito a mi hacienda - dijo el hombre, cuando ya
estaba tomándose la cerveza. Nancho tomaba, yo no. Se entregaba sin ninguna
prevención al destino.
- ¿Y dónde es? - preguntó Nancho.
- Aquí al pie del reguardo. Si va camino a San Andrés no se desvían
mucho.
- Si es así yo voy, Mundo - me dijo Nancho.
- Si es así se puede ir - contesté.
El infierno de los hacendados lo hemos creado nosotros los indios. Es muy
hermoso según se quiera ver. Allí ellos llegan y se engordan con todas las carnes
que no le dejaron comer al prójimo. Se vuelven gordos y las caras se les ponen
panchas como la del buey. Inmensos y gordos apenas pueden entreabrir los ojos.
Terminan bramando. De ese hermosear de vida lo saca de vez en cuando un
matarife que degüella a uno de ellos. El matarife es la muerte.
- Hasta tengo trabajo - dijo el Jesús María.
Mi anhelo de trabajar era exactamente igual que el de Nancho. En un sitio donde
la plata es tan difícil conseguirla, trabajo significa mucho, casi todo. Hasta yo me
entusiasmé.
- ¿Qué clase de trabajo? - pregunté.
- Quítese la sed con su propia boca - me contestó.
- Tiene razón, y en qué nos vamos.
- A pie, no está lejos.
Caminamos unos cuatro pasos. Creo que brincamos un arroyo, y al brincar
llegamos. El asunto fue tan sencillo, que ni me asusté.

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CAPITULO IV

Infierno Bonito resultó ser una hacienda común y corriente. Tenía capataz y
peones, bramidos de ganado, relinchos de caballo y cacareos de gallina. Como
estuvimos muy pronto en ella, le pregunté a Jesús María.
- ¿Por qué llegamos tan rápido?
- Nada de preguntas a mí, lo que necesitan saber pregúntenselo al
capataz. Ven acá Jerónimo - llamó con voz agria y de mando - ven a ver, mira,
aquí traje gente para trabajar. Arregla cuenta con ellos.
El Jesús María cambió de cara apenas piso propiedad. Pasó de ser un hombre
amable en el trato a otro inaccesible, pedregoso, seco. Se fue, dejándonos en
manos del capataz.
- ¿Que se les ofrece? - dijo el bendito.
- Pues, señor, Jesús María nos trajo para trabajar - respondió Nancho.
- ¿Para trabajar? - si aquí lo que sobran son manos.
- Yo soy bueno para todo. Mi amigo para poco, pues está ciego.
- ¡Ah caramba! conque está ciego y busca trabajo.
- El no, yo respondo por él.
- Este bien, hasta trabajo tendrás.
La función del capataz es ser más duro que el patrón. Nos volvió difícil el inicio
para poder ablandarnos de entrada.
- ¿Qué hay que hacer? - preguntó Nancho.
- Beber ron - contestó el capataz.
- Si esa es la tarea yo me la saco sin persignarme.
- ¿Y usted? - me preguntó el Jerónimo.
- Yo no, usted sabe que estoy ciego y que cualquier trago me pondría
como un pollo loco a trastabillar.
- Por él respondo yo - alardeó Nancho.
- Entonces tendrá que tomárselos doble. - sentenció el capataz.

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- ¡Va que va! - Volvió alardear Nancho, que cuando se trata de
parrandear, se vuelve gallo fino.
Empezó la parranda con ron y un conjunto de gaitas y tambores. Andábamos en
el camino de Nancho, el mío no asomaba por ningún lado. La parranda era un
libro que yo había leído y releído. “Lo que hay que tener en la vida es galillo
para tragar ron”, decía yo. Ahora vuelvo a escuchar las mismas palabras necias
desde la boca de Nancho. Uno se repite en los otros. La necedad es inacabable.
Uno es un viento eterno.
Una parranda es cosa de una hora o de toda una vida. Estaba atrapado en los
callejones del infierno. Por parrandear se parrandea uno la vida. Creo que para
eso fue que nos contrataron.
- ¿Y porqué esta clase de trabajo tan raro? - pregunté al Jerónimo.
Cuando yo tenía ganado
cantaba mis vaquerías
ahora que no lo tengo
canto la vida mía.
Se desembarazó de mi pregunta con aquel canto de vaquería que era queja.
¿Aprende usted algo al oír una queja? Se aprende mucho o nada. Si lo que se
hace es intoxicar el alma porque está sucia de amargura, entonces no se aprende
sino que se desaprende.
¡ Anoche me mordió un perro
una mula me patio
mi mujer se fue con otro
vaya por el amor de Dios!
Cantó el Nancho. De estas quejas yo desecho tristezas y entro a la picardía. Las
gaitas y el tambor acompañaban. Entonces canté yo:
Pancho Carrancho
mató a su mujer
vendió las tripitas

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y compró otra mujer.
- Si cantó también debe tomar. - Rugió el Jerónimo.
- ¡ Va que va! - contesté yo. Me tomé un trago.
Amigo si usted es mi amigo
présteme su mujer
cuando yo tenga la mía
también se la prestaré.
Así fuimos moliendo temas. Con cada tema revisábamos la vida con lo que cada
uno sabía de ella. Poco a poco se ralla el coco y sin darnos cuenta entre canto y
canto y entre trago y trago se nos vino la tarde. En medio de tanto berroche cada
quien se quiso convertir en interminable. Estábamos atrapados por los vientos de
la borrachera que empujaban, animaban, le renovaban la fuerza al corazón.
Berrochábamos con nuestro propio cuerpo, con la sabiduría que habíamos
acumulado en la conciencia. Eso hacíamos. Se practicaba montado en el horno
de la vanidad. En eso estábamos cuando sentí que una cuadrilla de macheteros se
nos acercó macheteando, pujando fuerte en sus ganas de trabajar.
- ¿Qué es eso? - pregunté
- Peones macaneando monte.
- ¿Porqué trabajan con tantas ganas?
- Siempre tienen ganas.
- ¿Y eso?
- Endemoniados que están.
La aparición de los endemoniados no me produjo temor. Uno aprende de tanto
respirar dentro del fango. Nada ahoga, nada estropea el corazón, que sobrevive,
gracias al recelo moderado con que lo proteges.
- ¿En qué consisten sus condenas?
- En trabajar sin parar.
- ¡Ah, caramba!

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- Cada vez que dan un machetazo, el monte crece casi al instante y tienen
que devolverse a pelear con él, porque si no, el monte se los come.
- ¡ Ah, caramba!
- Fueron los macheteros que gracias a ellos se derribó la selva del Sinú.
Ahora los tenemos haciendo lo que les gusta.

“El infierno no está lejos, se tiene al lado de la casa, es nuestro vecino.


Cuando los pensamientos sobre la derrota aprietan duro el alma y uno desea
cambiar de aire, casi siempre nos vamos a respirar al centro del infierno. Nos
hundimos a la medida de la angustia. Así es como la pobreza se vuelve tenaz
cada vez que se es más pobre. El propósito es ahuyentarla como si fuera un
perro rabioso, pero la pobreza es persistente y no está afuera si no adentro,
aullando en cada palabra”

En un momento de auge en la parranda uno de los más endemoniados se acercó


y sin mediar permiso soltó la bellaquería más inmunda:
La mujer por conversona
le dieron un tapaboca;
y por eso le pusieron
quita cebo de la copa.
Yo ni respiré. Ya esto no era picardía, era la mera grosería. El hombre me
arrebató el trago de la mano.
- Si no hay gallo para mí, este trago me lo tomo.
Nadie contestó. El yugo del trabajo por fortuna lo reclamó. Se retiró de muy
mala gana. Amenazando, soltando improperios.
- Lo que buscan es pelea, alguien no le agradó - explicó el capataz.

“Como macheteros nadie los iguala. Husmean el monte con hambre de


desbaratarlo. Son una máquina imparable para trabajar, pelear, colear toros,

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guapirrear, parrandear y mujerear. Son una amenaza, todo lo hacen según su
capricho y sin reparo. Por fortuna tienen una obediencia de perros a la voz del
patrón; por muy agria que sea, esa voz es su dios”

Yo sé lo que son, ¿acaso no soy del Sinú? son hábiles y matreros. Siempre están
con inquina contra alguien. No pueden vivir en paz. Una broma que le hagan es
una ofensa que reciben. No entienden de chanzas. Son serios en sus
compromisos, una palabra en ellos es lo que es y nada más. Usted no puede
pensar y decir algo que se parezca al pensamiento, usted debe decir lo pensado.
No se preguntan si acaso hubo alguna equivocación al decir lo dicho, lo castigan
en su error. ¡Yo sé que este hombre con esa no se quedaba! No le contestamos
y eso es peor que haberlo ofendido.

CAPITULO V

Me relajo y pierdo contacto con quienes me rodean. Sus voces se convierten en


gotas que descienden con lentitud sobre una planicie concentrada en la inocencia.
Una nube de sonidos se viene andando y se suelta en la llovizna de un bum-bum
de bombo y unos chis-chis de platillos “Eso es una banda de porros” Me dije,
Epa, este otro lado del asunto tiene derivación puntiaguda, piel erizada de sabor,
relamer de boca, relinchar de caballo en verija. Es mediante la música que se cae
mi voluntad de nazareno a los pies del demonio. Me arrastro al límite donde
entrego mi vida a las emociones. Se han de hundir mis uñas de fiera amaestrada,
recién despierta, sobre el lomo de lo que eres tú, Nancho. He aquí tu destino.
Tú mismo te lo buscaste. Escuché la música y le dije a Nancho y a Jerónimo.
- Oigan eso.
- ¿Qué? - preguntaron.
- Una banda está tocando en alguna corraleja.
- ¡Ah, esas son las fiestas de Carrizal! - dice el capataz.

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- No puede ser -protesto- Carrizal está del otro lado de Montería y
nosotros estamos cerca a Carrillo.
- Sí puede ser, ésta es la fecha de Carrizal y no la de Carrillo. Así que
son las que yo digo.

“La música se enrosca encima de mi cabeza. Se amontona allí para lloviznarme


a todo gusto. El porro lo escucho nítido. Está muy cerca. Quiero discutirle al
capataz pero lo de las fechas me deja sin defensa. Además, la música cuando es
cosa de otro mundo, entre más lejana, más cerca está. Los oídos se vuelven
morichales que confunden al caminante, lo mejor es callar y oír”

- Yo no oigo nada - dijo Nancho.


- Venga acá y escuche - convidó el capataz.
Sentí que se levantaron y caminaron al punto que indicara el capataz. Allí a
Nancho se le metió la música en el cuerpo y al no poder soportarla tuvo que
soltar un guapirreo.
- Mundo, ven acá – me llamó.
Caminé hacia el punto donde estaban. Cuando entré en sus contornos sentí otro
aire. Estaba en la oscuridad intima del mundo.
- Escucha - dijo el Nancho.
Oí el clarinete, su aullido seco abriéndose paso entre mis carnes de abajo hacia
arriba, cortándome el aliento, dejándome entelerido. No pude soportar tanta
exquisitez agolpada entre mi sangre, unos dedos me abrieron la ventana cerrada
de mis gritos y necesité guapirrear, con un grito recio, roto pero intenso.
Cuando un grito se acurruca para crecer como un gigante, no hay decoro ni
pudor que lo detenga.
- Si gustan nos vamos para allá - convidó Jerónimo, el capataz.
No nos hicimos invitar dos veces. Veníamos caminando cuando oímos un tropel
de gente que salía de la tarde y se juntaba con nosotros.

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- ¿Para dónde van? - preguntó Nancho.
- Para donde van ustedes - nos respondieron.
- ¿Y para dónde creen ustedes que vamos? - pregunto yo.
- Buscando el rumbo a la música.
- ¿En dónde está?
- No lo sabemos - me contestaron.
- ¿Y qué es lo que habrá?
- A estas horas lo que debe haber es corraleja.
- Si es corraleja, aquí llevo mi mantero - dije refiriéndome al Nancho.
- No tengo presupuestado eso en mis acciones, Mundo; así que no te
adelantes a mi voluntad - contestó Nancho.

***

Estuvimos como sordos buscando el rumbo de la música. Alguien decía “por


aquí” y nos encaminábamos por allí. Habiendo caminado cierto trecho, otro
decía “no es por allí, es por acá” y volvíamos a encaminar por otro rumbo.
- ¿Qué es lo que está pasando, Jerónimo? - reprochó Nancho.
- ¡No sé que puede estar pasando! - contestó Jerónimo.
- Yo confiaba en usted. De capataz de Infierno Bonito está pasando a ser
capataz de Infierno bien feo.
- No se aproveche Nancho, que usted no sabe en que momento va a tener
que necesitar de mí, o si no que lo diga Mundo.
- Así es, Nancho, que el camino es largo y culebrero.
Cuando creímos que el sonido ya nos había abandonado, se nos vino encima a
taladrarnos. Nos sentimos de un momento a otro atrapados por una música
solemne y hermosa que nos volvió cosita de nada. Fuimos así devotos de
alguien, de quien fuera, aún de las pelotas que le deben también colgar al
demonio. Cosa deshecha nos sentimos, cáscara de plátano, hocico reventado.

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De pronto fuimos como doscientos hombres con doscientas mujeres, sin ponerle
ni quitarle, éramos como cuatrocientos bichos atrapados en la telaraña de una
música muy hermosa.

Nos amontonamos como perro con miedo y seguimos el rumbo. Desde este
momento las ganas que teníamos de llegar, nos sirvieron para avanzar más
rápido. Dimos dos o tres pasos más y nos encontramos con la algarabía de la
corraleja. Salimos de una tarde ya opaca, y nos topamos con una tarde llena de
luz y de calor.
- Estamos en Carrizal - me dijo Jerónimo.
- Aquí es donde yo quería estar - le contesté
- ¿Qué tanto interés? - me preguntó Nancho.
- El interés de ponerte a jugar a los toros.
- Eso no es tan así.
- Ya verás que sí. El santo lo tiene dispuesto.

***

Hay que releer en los detalles de la vida para no extraviarse en el mundo. Si


avanzas tropezando y no construyes las razones de cada tropiezo, avanzas
enloquecido: caes, te levantas, vuelves y andas como cualquier loco. Cuando
hablas, sueltas lo que no has pensado, sueltas lo que sientes en el instante. Eso
no eres tú. Si sientes odio no eres tú. Ruges, alardeas, eres insensato. Si estas
en el infierno es cuando más debes razonar, pues, es allí donde más te deben
arrastrar las pasiones. El Nancho no razona, yo sí. De aquí, del infierno, salgo
yo. El Nancho estará condenado por antelación.

24
Teniendo los oídos hambrientos de oír música busqué la banda y me senté a su
lado. Me hice conducir por Jerónimo al palco de la junta, que es donde toca la
banda. Allí me dejó instalado.
- Busque al Nancho y dígale que no se olvide del compromiso conmigo.
- ¿Cuál compromiso amigo?
- El de mantear esta tarde.
- No meta al Nancho en este lío, Mundo; que este ganado es de lo más
peligroso.
- Ante el peligro es cuando se mide al hombre. Así que me lo hecha para
acá apenas lo vea.
Estaba quieto escuchando los porros, por ser cosa del infierno, entre más cerquita
estaba, la música más lejana la sentía. Dulce y remota, se filtraba a mi sangre,
me sonaba como un arrullo de cristal; me llenaba de una luz vibrante.
- Tómese un trago - dijo una voz carraspelosa a mi lado.
- Como usted mande - dije y recibí la botella de ron. La empiné y bebí.
- La vida es una sola y hay que gozarla - volvió a decir la voz.
- Si usted lo dice - contesté.
Mientras tomaba ron perdía el conocimiento de los detalles. El ron me apartaba
de los reflejos, quitaba el peso, la dulzura, el amargo a los detalles: Van y vienen
sin orden; bajan, suben, se esconden, se explayan. Nada puedo hacer, pero, yo
tenía por anticipado los puntos claves que me salvarían. Yo despreciaba al
Nancho en secreto, y ahora en este infierno, mucho más.
- ¡Caramba, Mundo, al fin te encuentro!
- ¡Caramba, Nancho, al fin te apareces!
El Nancho cayó en la trampa. Sentarse al lado mío vino de la sumisión que le
ejerció el dueño de los toros, los que se jugaban en la plaza. En la corraleja es
cuando más se acentúa la jerarquía del patrón sobre el peón. Algo se altera en
ese vicho cuando está al lado del otro. Es como sentarse al lado de un Dios. Ese
deseo tonto, atrajo al Nancho. Al fin y el cabo el Nancho es más peón que yo.

25
Todo el que no tiene ganado en el Sinú, es peón, a menos que demuestre lo
contrario. Yo no los tengo, pero tengo pensamientos. Yo arreo pensares.
Según oí, en la plaza salió un toro que nadie había querido mantear. El animal
era tan bravo que no aceptaba a su lado ni a los otros toros. Se quedó solito.
Cuando eso sucede, es cuando el hacendado más se hincha de vanidad.
- Ni quien se atreva a torearlo - sentenció el animal.
- Oye Nancho - dije
- ¿Yo? - preguntó asustado.
- ¡Claro! ¿Y quién más? Acaso tú no eres el mejor mantero que he
conocido.
- No azuce -dijo el hacendado- no meta a su amigo en el peligro. Vea
que con ese toro nadie sale vivo.
- ¡Que toro ni que ocho cuartos! - contesté.
- ¡Ah, caramba! Tenga por seguro, que si su amigo mantea ese toro, yo
no vuelvo a dar un toro más en las corralejas.
El reto estaba hecho, nadie debía desdecir lo dicho. Esa es la ventaja de las
palabras, que comprometen. Cuando se habla entre machos las palabras son un
peligro de guerra.
- ¿Es su mejor toro?
- Así es.
- ¡Muy bien! Entonces ahora es cuando se va a entender con el mejor
mantero del mundo.
Nancho no era ningún mejor mantero, si acaso a mantero llegaba, pero no
importaba, pues podía llegar a serlo. Lo importante es que se apoderó de mí la
convicción de que el Nancho habría de derrotar al ganadero.
- Ahí lo tienes - le dije al Nancho.
- Ahí estará.
- No, ya verás que te lo vas a comer como carimañola, con ají o sin ají.
- Ese compromiso no lo asumo, Mundo.

26
- Ese es el que vas a sumir, Nancho, es contigo, porque vas con mi
bendición.
- ¿Y quien eres tú para bendecir?
- Yo soy -dije con plena convicción- San Simón de Ayuda; así que
encomiéndate a mí, y sal a enfrentar a ese animal que te espera allá abajo.
- ¡Denle un capote a este hombre, para que sepa lo que es un toro!
Trajeron el capote al Nancho, se lo pusieron frente a la nariz, a que lo oliera.
Estaba nuevecito, grueso; capote de mantero, rojo por una cara y amarillo por la
otra. Nancho sintió el peso del compromiso encima y rugió.
- ¡Va que va!
Yo lo imaginé bajando con cara de mantero encrespado, con aire de hombre
resuelto. Su suerte en ese momento estaba medida con la valentía que le pusiera
a cada paso, a cada gesto. Si tenía un trisito de miedo, la fe en el santo que le
había metido se le saldría del cuerpo. Con fe no había animal del infierno que le
resistiera. Sentí además que se hizo un gran silencio, que la gente de la corraleja
miraba tensionaba el encuentro de Nancho con el toro. Oía el aliento contenido.
Cuando el toro arrancó para arrasar al mantero, oí el crujir del gritico histérico en
las gargantas de las mujeres. El toro tuvo que pasar en blanco porque el gritico
se transformó en aliento de satisfacción.
- Dígame, señor cómo se la va componiendo el mantero; acaso no va
como yo le dije.
- ¡Cállese!
Tu valentía Nancho no se te va a quebrar; tus cojones tienen el molde de la
grandeza del Santo, que no se mancha ni se raya. Así que azótale la cara al toro
con tu capote. Oí las voces de alivio que en las gargantas iban saliendo cada vez
que Nancho sacaba un capotazo al animal. Por ellos sabía cómo iba.
- No me diga que el toro se está ablandando, porque no lo creo.
- ¡Cállese!
- ¡Primero se cae el mundo, que ese toro tumbe al Nancho!

27
Ahora oía la ira que ascendía de las tripas del hacendado. La oía que ascendía
con la intensión de volverle loco el corazón.
- Usted no me dice nada porque seguro que tiene ocupada la boca en
estar mordiendo piedras.
Ya el hombre no oía mi voz. Oía el crujir de su rabia. Así que aproveché y seguí
perturbando. No podía contestarme, pues la ira lo tenía encerrado en la
confusión. ¡Ajá caramba! así lo quería tener. Yo sabía cómo iba mi hombre,
eso lo sabía ¿Acaso la gente no era mi cómplice? Todos hasta retienen el aire en
los pulmones dejando al toro sin aire, para que muera de miedo ante el mantero.
- ¿De dónde es ese mantero? - oí que preguntó el ganadero.
- De la Cruz del Guayabo, de allá viene - le contesté.
- ¿Dónde aprendería a jugar ganado?
- En la calle, correteando de aquí para allá. Con eso se aprende hasta
mantear al toro más bravo.

“No es ningún aprender, es la sabiduría del Santo la que le orienta cada paso ante
la muerte”

- ¡Maldito mantero carajo que me está humillando el toro!


- ¡Bendito Nancho carajo que estás humillando al demonio!
El ganadero maldecía, yo bendecía. No hubo maldición que yo no contra
atacara. Sino repostaba el toro se comía al Nancho.
- ¿Quien ese hombre? - me preguntó.
- Un mantero - le contesté.
- Un muerto de hambre es lo que es. Lo que quiere ahora es venir a que
yo le pague por haber humillado al animal.
- Claro que vendrá muerto de hambre, y claro que vendrá a recibir su
plata, porque esa plata se la está ganando con el sudor de la frente; como Dios
manda - le dije.

28
CAPITULO VI

Después de la corraleja hay un momento de vacío en la fiesta que la gente ocupa


en regresar a su casa, bañarse, volver a vestirse, comer; mientras, otros se ocupan
de arreglar el escenario para el fandango. Se produce una invasión de vendedoras
a la plaza. Las fritangueras instalan sus mesas y encienden el carbón para hacer
hervir la manteca en el caldero. Las de pan montuno abren su mercancía sobre
una mesa, vendiendo el tinto o la chicha para que el comilón no se atragante.
Las cantineras sacan mesitas y sillas de palo frente a los bares que instalan debajo
de los palcos.

Llegan los músicos. Resoplan los instrumentos en el centro de la plaza y la gente


se arrima. El resoplido al principio es como la advertencia de un buey de que
pronto va a empezar a trabajar. Un momento más tarde la plaza es un
conglomerado. La gente deja en casa el rostro con que vino a ver la tragedia y
trae el de la comedia.

Jerónimo, Nancho y yo, circulamos entre el conglomerado. Andamos mohínos,


como quien no quiere la cosa, pero la cosa queriendo. Jerónimo nos acompaña
porque dice que un hombre vendrá, de entre los que están en la plaza, y le
buscará pelea al Nancho. Nos acompaña para evitarnos esa molestia.
- Deje ese asunto en manos nuestras -le digo yo al capataz- que si en
algo es bueno el Nancho, es en trompear.
- Vea Jerónimo, en este trabajo no me tienen ni que azuzar -aseguró el
Nancho.
- Nada de eso, la hospitalidad es completa o no la es, nadie tiene derecho
a venir a interrumpirla.
Estábamos conversando sobre la honorabilidad, el respeto y la dignidad del
hombre cuando Nancho sin querer tropieza a un hombre. Nancho es de

29
hombros anchos y tropezó con otro de las mismas proporciones. El re picón fue
como el de dos árboles inmensos.
- ¡Ah, caramba! -gritó el hombre- conque viene empujando gente.
- No, no, nada de eso; disculpe señor -dijo Nancho.
- Qué disculpe ni que ocho cuartos. No se ponga a cacarear y afronte lo
que ha hecho.
- Disculpe ya le dije.
Este es el tipo, me dije yo, no hay nada que hacer, el Nancho tendrá que pelear.
El hombre como que extendió los brazos buscando ruedo para las acciones. La
gente grito pelea, pelea, y el conglomerado abrió el ruedo.
- ¿Quién es el gallito? - saltó Jerónimo al escenario.
- Soy yo - contestó una voz grave.
- Venga para acá para darle una limpia - dijo el capataz.
- No es con usted el asunto, amigo; apártese porque también lleva.
- Ya le dije que vaya pelando las nalgas que le voy a dar azote limpio.
Hasta ahí fueron las palabras. El hombre comprendió que todo sería inútil en el
intento de apartar al otro del camino. Así que decidió enfrentarlo. Como
ninguno de los dos tenía motivos para trompearse la pelea inicialmente preludió
monotonía. En esas andaban cuando Jerónimo tropezó el caparazón macizo del
otro. El hombre abrió la boca como para expulsar el golpe, pero lo que sintió
fue la hiel que se le reventó por dentro.

Dicen que el hombre era membranoso, que los músculos eran unos látigos
macizos, compactados sobre los huesos; que los ojos ardían como candela. Eso
decían.
- De lo que se salvó - le dijo una voz al Nancho.
- Acaso yo soy mocho - contestó el aludido.
Las trompadas zumbaban. Ambos sabían esquivar. Eran expertos. El altanero
rió con dientes de mulo.

30
- ¡Cuidado Jerónimo! Que te come las orejas -gritó Nancho.
El capataz trompeó más ligero y lo empujó como quien va con presteza abriendo
trocha. La pelea caminaba y nosotros la seguíamos.
- De lo que se salvó su amigo - me dijo la misma voz.
- Otra vez con la misma cantaleta - le contesté.
- Si no fuera por el capataz de Infierno Bonito, su amigo ya estuviera
arrumado.
- Otra vez.
- Usted no sabe de lo que se ha salvado.
- Aclare y diga de una vez lo que tiene que decir.
- Yo digo lo que está oyendo.
- Dígalo.
- Es que su amigo se salvó de una paliza bien grande.
- ¿Se puede saber por qué se ha salvado?
- Es que ese hombre no es hombre.
- ¿Qué es lo que es?
- Es el mismo toro que su amigo manteó esta tarde.
- ¿Qué dice usted?
- Lo que oye.
¿Había ansiedad en la pelea? Ambos resollaban con hambre de trompear hasta lo
último, hasta cuando se acabara el mundo; pero el capataz buscaba apenas
incomodar, no tenía otra meta; el otro peleador sí la tenía, le urgía salir rápido de
la primera pelea para emplearse a fondo en una segunda. El capataz no urgió;
pero se animó, volvió a trompear como si estuviera abriendo trocha. El otro
bramó, embistió como toro y al pasar, Jerónimo le tropezó las costillas. Era
peleador o era toro, no podía jugar a dos cosas. Cuando quiso volver a pararse
como peleador, Jerónimo le conectó una trompada escandalosa en la quijada que
sonó a vajilla de loza estrellada contra el piso.

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La trompada lo paró en seco. No consiguió aire por ninguna parte. Se le
doblaron las rodillas y se fue abajo. No pudo evitar el derrumbe.
- Recójanlo - ordenó el capataz.
El Nancho se acercó conmigo hasta donde Jerónimo, con la idea de
agradecerle la hospitalidad puesta a prueba, Nancho tendió la mano.
- Perdone, amigo -dijo Jerónimo- que ahora no le de la mano.
- ¿Y eso? - preguntó Nancho.
- Todavía la tengo caliente -contestó.
Nancho observó y después me dijo que el hombre no pudo darle la mano,
porque así en caliente tenía como a mil niños en cruz que le hervían en la
sangre.
- De todas maneras le agradezco - dijo Nancho.
- De todas maneras ya usted había cumplido y no era justo que le
duplicaran la carga - contestó Jerónimo.

CAPITULO VII

Ese amor comprensivo por Mundo, tu marido, Ana Raquel era el que
necesitamos hacía muchos siglos. Con este amor usted está pagando una deuda
de quinientos años.
- No creo de una deuda tan antigua, suegro. Si es así no camine ligero y cuente
la historia.
Tú desciendes de Golociná, jefe guerrero de los Zenúes; y Mundo, de Chimá,
sacerdote de Zenúes, en tiempos de la conquista. Entre ellos había una amistad,
pero en una relación muy extraña, porque se entregaban a juegos peligrosos.
Pedro de Heredia pisoteó nuestra sangre por el juego de estos dos grandes
necios, que se distraían en sus chanzas cuando éste penetró a nuestro territorio.
Todo acá, se sabía, Pedro no era para sorpresas, aunque así fue. Acá se sabia
que Pedro venia con la india Catalina, que le servía de traductora, que su

32
verdadero rostro sanguinario lo escondía con la máscara de la amistad; pero que
ese rostro era el mismo que el de Cristóbal Colón y el de Pedro de Arias; ambos
exterminadores de indígenas. Pero también sabíamos que los Golociná eran los
antiguos descendientes de los Caribes y los Chimá de los Arawak, y que sólo
estaban reemplazando, con una amistad peligrosa, el rencor de una vieja
contienda.
- ¿Quién era Pedro de Arias?
- Una persona enloquecida que entró por Urabá a quitarnos lo nuestro. No le
fue bien, puesto que resistencia tuvo. Morindó, fue el jefe guerrero que lo
enfrentó. Morindó, maestro de Golociná.
- ¿Quiénes los Arawak?
Nuestros dulces abuelos indígenas, tenían rizas para aliviar el alma con los
vientos y con las aguas. Sabios de la vida porque la conciencia la veían como un
triunfo que se lograba ayudando al más angustiado, al más feo, triste, fastidiado.
Su tono dulce lo sueltan en las chuanas que vuelven nostálgicos los instantes.
- Aja ¿Y los Caribes?
Son los vientos del fuego que incendian la sangre cuando la paja está seca. Por
los Caribes sube la sangre de los alacranes a nuestros ojos para que podamos ver
con la ira de los tigres y oír con la suspicacia de las serpientes. Somos Caribe por
la voz ronca de los mares que nos los trajo el golfo de Zispatá. Por allí entraron.
Son una vara de premio, alta, desnuda, inflexible tanto en la franqueza como en
la rectitud. Mirando y sintiendo siempre en las alturas, aprendieron en la soledad
a estar apuntando hacia la luna, al sol, las estrellas, al cielo y sus nubes, para que
nadie los descubra sonriendo en medio de los pesares o llorando en medio de las
alegrías.
- ¿Y cuál es la deuda que tenemos con esa herencia?
¿La de la luz o la de la sombra? Si decides por la luz debes ser comprensiva con
quien te ha tocado en suerte, y si por la sombra, no hagas nada por mejorar la
confusión y la mala racha en que vives. Tu antecedente de maldad es Golociná,

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que le cortó la cabeza a Chimá; y la de Mundo, es la de Chimá que encarceló a
Golociná en la madre vieja de un rio seco cazando a un venado eterno de cachos
de oro.

Vigila el mundo y a Mundo porque de la persona más querida es de donde podrá


salir tu desgracia. El amor es un juego pero también una guerra. Témele a la
maldad de Mundo, que entre más pesada te haga la carga más apegada estarás
de él. El amor tiene de sorpresas y de torpezas.

Pedro de Heredia conquistó el Sinú con la máscara puesta de la amistad,


escondiendo ese otro rostro cruel de Colón, que en Guainía quemo vivos a siete
caciques Tainos, que luego se prolongó en Pedro Arias quien en Urabá soltó a
los Tikunas sus perros amaestrados en devorar indígenas. Sabíamos que era un
monstruo conciliador, que su aliento era la amargura y sus deseos quebranto,
pero nada se pudo hacer para evitar su avance, Golociná y Chimá, nuestros dos
ojos vigías estaban ciegos. Se sabía incluso que venía con la india Catalina, como
interprete de sus intenciones, quien con astucia sirvió para disfrazárselas. No se
pudo evitar los designios que andaban sueltos como huellas de tigre hambriento
en los vientos.

Los Golosinas eran los Caribes, que diez generaciones atrás habían llegado de
conquistadores y los Chimás eran los Arawak, que habían tenido que resistir la
arremetida con el poder de los dioses. Guerreros y sacerdotes lograron la
comunicación y la comunión. Desayunaron juntos a través de los nietos,
nosotros los Zenúes, que nos inclinamos por la sabiduría. Prácticamente se nos
olvido la guerra.

Golosina y Chimá venían siendo los tataranietos que trastearon las artimañas del
pasado al presente. Estaban como reinventando algo. Quien sabe que caminos

34
hubiese salido de esa necedad luminosa. Estaban experimentando. Para poder
descubrir lo nuevo había que buscarlo.

El corazón del oro era la templanza del alma de Melxión, nuestro primer padre,
y su brillo la lucidez de Manexca, nuestra primera madre. Cuando le
ofrendábamos una joya prometíamos ser como ellos, recios y astutos. Al saquear
Pedro nuestros santuarios, destrozaron las promesas de los dioses descuajando
nuestras almas. El daño no fue nada pequeño, fue como dejar sin sabia a los
árboles de toda una selva.

***

Los forajidos de Pedro de Arias aparecieron con sus voces de caimán


hambriento. Las huestes del cacique Morindó los atisbaron y supieron de
inmediato a que venían. Los dejaron merodear con la impaciencia del
vagabundo que desea robar. Los dejaron incluso penetrar a la selva. Cuando ya
habían intimado con el ruido de las serpientes y las guacharacas asustadas les
apareció la figura enemiga de Morindó.

Ellos creían que podían engañarlos con unas cuantas palabras amedrentadoras,
novatos, no estaban advertidos de que los Zenúes ya sabían de la capacidad de
destrucción que tenían sus entrañas de tigres.

Morindó retó al jefe de los vagabundos o asaltantes, pero Pedro Arias;


aristocrático aún contra su conveniencia, rechazó la confrontación y asignó a su
Alférez Real. Morindó aceptó, tenía templanza en la paciencia y lucidez en la
humildad. Allá ellos.

35
El Alférez avanzó al ruedo de la contienda con una espada azufrosa. Morindó ya
sabía que cortaba hasta una hebra de cabello. El alférez alzó la espada y
Morindó rió. La pelea fue más de gestos que de movimientos. El español,
orgulloso, con desgano buscaba el cuello del indígena para trozarlo de un solo
sablazo. Morindó merodeaba vigilante las intenciones. Una sola equivocación le
bastaba para arrumarlo. Morindó era el maestro de maestros de guerra. Jugaba
como el gato con el ratón. El alférez lanzó al fin el sablazo y en vez de trozar el
cuello sintió un manducazo arriba de la oreja, donde crecen los zumbidos, no
encontró tierra para posar su pie y antes de caer, volvió a sentir otro golpe
rotundo más arriba de la nuca.

Antes de que el Arias levantara la mano para ordenar el ataque masivo de sus
huestes, los indígenas iniciaron el ataque. Los guerreros de Morindó ya se
habían se pegado casi a los españoles, cerrándoles espacio. Que con mallas
metálicas, cascos y largas espadas, se volvieron torpes. Los indígenas dieron
cuenta de sus vidas con mucha facilidad. Macanas cortas y contundentes
golpeaban sin clemencia en las cabezas, que sangraban. Aturdidos, sin ninguna
estrategia prevista, huyeron hacia el mar de donde habían venido.

Se fue Pedro de Arias y volvió convertido en Pedro de Heredia. Hacen parte de


la tribu hambrienta de oro, que ofende a los dioses. Mientras tuvieran sed de oro
nunca dejarían de regresar.

Golosiná, tu abuelo Ana Raquel, fue el alumno preferido de Morindó. Lo hizo


maestro de maestros, lo que no le pudo pulir fue la locura de jugar al peligro con
el cacique Chimá. La tentación es la ruleta del destino, a la que todos estamos
lanzados, como pelusa en los vientos.

36
***

Mientras Pedro de Heredia con sus huestes asciende por un río de aguas
brillantes y escamosas como gusano erizado bajo el sol, Golosina corre corriente
abajo en un río seco de arenas cortantes persiguiendo a un venado con cuernos
de oro.

Sabe que este rio seco es asunto de Chimá, y no espera ser vencido mediante
semejante truco. Busca el instante certero para tirar del arco. Cuando los
Heredias van llegando a Orica, él siente el instante y tira un flechazo, hiere al
venado, que aun así sigue huyendo dejando rastros de sangre en la arena ya tibia.
Golosiná le da por fin alcance al animal, le corta la cabeza que guarda en la
mochila, y carga el cuerpo sobre su otro hombro. Vuelve a casa y organiza una
comilona con sus allegados. Le dan aviso incluso que los Heredias avanzan hacia
Cereté.
- Apenas termine de comerme la cabeza ahumada de este bendito
venado, me levanto y cumplo con mis obligaciones de mando, dijo.
La cabeza ahumada se la llevaron, sobre una bandeja de cedro patinado. Los
cuernos de oro seguían en su puesto.
- ¡Porqué no le han quitado los cuernos! - gritó.
Nadie observó los cuernos que sus ojos veían. La cabeza de animal, para
empeorar el momento, se transforma en la del cacique Chimá. Así supo que
había matado a su gran amigo.
- No voy a comerme la cabeza del infeliz Chimá - dijo y se puso en pie.
Reunió su gente y partió. Iba furioso. Ya era de noche. En los caminos de la
oscuridad a todos se les apareció la cabeza degollada de Chimá. Nunca pudieron
llegar, se quedaron extraviados en una noche que nunca quiso terminar.

37
***

- ¿Acaso yo desciendo de ese guerrero de la oscuridad? - preguntó Ana


Raquel.
- De allí vienes, hija.
- Pero su error fue un juego.
- Que se volvió deuda. Prometió que cumpliría con sus obligaciones
apenas terminara de comerse la cabeza ahumada del venado, y no cumplió.
Toda promesa es deuda. Tú ahora tienes tú que cumplirla.
- Esa deuda es grande, suegro.
- Es de siglos.
- ¿Y por qué yo?
- Por lo de Mundo.
- Explíqueme, viejo, que usted no está loco. No crea que usted esta
zurumbático, así que aclare.
- Mundo desciende de Chimá, el que encegueció de oscuridad al
guerrero. Hoy en día a él le toca la ceguera, y a ti te toca la luz, el encargo de
conducirlo.

***

El cacique central de los zenúes ubicado en Betancí, tuvo que dejar avanzar a los
Heredias por el río, no contaba con ejército. Betarú, sin Golosiná, no se podía
aventura a un ataque.

Venían avanzando con la India Catalina, intérprete de la conquista. Ya conocía


de la desvergüenza de la Cata que cateaba en la huevas de los Heredias, como
buscando tapar su conciencia con la esperma de los machos.

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-El cacique Carex, de las islas de Barú, le dejó llegar hasta él para
escupirle la cara - le informaron.
Betarú también la dejó llegar hasta él, pero no fue capaz de escupir ese rostro
desvergonzado, sus escrúpulos tenían los límites de la decencia. Sabía que había
aprendido del conquistador a utilizar las palabras falsas que sembraban mentiras.
Eso le bastaba.
- Dile a esa tribu de demonios que si quieren comer gente yo les ofrezco
niños de un año, cuya carne es más tierna.
- Ellos quieren es el oro -replicó ella.
- ¿Quieren comer oro?
- Ellos no comen eso.
- ¿Para qué lo pueden querer, si el oro es para los dioses?
- No se, pero necesitan mucho oro, todo el que usted no puede imaginar
ni en sueño.
- Acaso no lo sé. Diles que descabalguen de sus culebras de cuatro patas
y que estén por ahí.

***

El cacique Betarú se acercó a la caballería con la decisión de enfrentarse a esa


forma extraña del demonio. Los caballos al verlo cerca, recelosos resoplan la
humedad de la ciénaga de Betancí. Desnudo de la cintura para arriba su pecho
se tensiona de angustia. Avanza, una vocación de sacrificio lo empuja. Una
sonrisa aflora en su boca cuando comprueba que el resuello de estos animales no
le quema las manos.
- Arai, ven, acércate - llama a su lugarteniente.
El fornido guerrero titubea. Hubiera querido enterrarse vivo antes que
experimentar el terror de enfrentar a los monstruos que descansaban en los

39
patios. La obediencia, sin embargo, el cacique se la había ganado exponiéndose
con valentía.
- Hay que quitarse el miedo en las bocas de los propios demonios,
aconsejó Betarú.
- Así es, replicó Arai metiendo la mano. ¡Oh! ese humo no es caliente.
- La verdad es difícil conseguirla.
- Es la humedad de la ciénaga.
- No son monstruos, son unos animales de carga, capturados como
esclavos para que los transporten.

***

- Capitán -dijo el Alférez Real- más de un soldado tiene gripa.


- Con esta humedad que se levanta de la ciénaga ¿Quién no?
- ¿Qué hacemos?
- Nada.
Los soldados, recelaban metidos en el gran salón. Estaban preocupados y no
deseaban provocar más ira con su presencia a los indígenas, que desde un
principio los miraron con fiereza. Eran altos, con la complexión de árboles de
piedra. Lo mejor era evitar cualquier discrepancia. Puesto que cumplían la regla
de la hospitalidad y no les faltaba comida y bebida para calmar el hambre y la
sed.
- Capitán es bueno avisarle que algunos tienen fiebre.
- Mientras sea fiebre de gripa eso poco importa. Usted sabe mi querido
alférez que la gripa no mata a nadie.

40
***

El cacique Betarú permanecía vigilante en la puerta de su vivienda, celoso de la


libertad de su pueblo. Ve venir a su curandero, con cara de asustado.
- ¿Qué pasa ahora?
- Una fiebre de muerte nos ataca, cacique.
- ¿De qué estas hablando?
- De una sustancia asquerosa que le baja a la gente por la nariz.
- ¿Qué es eso?
- Tosen y le duelen los huesos.
- ¿Y tú qué has hecho, Botai?
- Todo. Nada me ha servido para combatirla.
- ¿Qué puede ser eso?
- Para la sonsera les he dado anamú, yanten para la fiebre y olleto para la
pérdida de la vista.
- ¿De dónde vino el mal?
- De los Heredias.
- ¿Y ellos con qué se lo quitan?
- Me han dicho que eso no se quita.
- ¡Malditos!

***

- Capitán, tenemos una buena nueva.


- ¿De qué se trata?
- De la gripa.
- ¿Y eso qué buena nueva puede ser?
- Le ha caído a los indios.
- Ya les pasará.

41
- No, no se les pasa; se mueren de la gripa.
- Entonces esto si es una buena noticia.
- Se pueden morir todos.
- Que se mueran.

***

Como animales hambrientos de la muerte los Heredias estuvieron atentos a que la


gripa fuera acabando la población de los Zenúes. Nuestros abuelos se morían de
miedo al verse atacados por la sarna y los escalofríos de la epidemia. La gente se
aturdió. Los estragos del miedo son más nocivos que los que hace un hombre
rudo presionando la garganta de un hombre débil.

El azote de la peste no fue más allá de un mes. Muerto el mohán Botaí, la


desesperación abrió las puertas a las garras insaciables de la muerte. Cuando los
Heredias se enteraron que la fiebre llegó al cacique, no aguantaron las ganas, y
sin recato se dedicaron a saquear el templo. Betarú, siempre vigilante en la
puerta de su casa, vio el asalto de la tribu aurífera a los tesoros de Melxión y de
Manexca, sus dioses tutelares. Murió de dolor, de pié, viendo como se producía
el sacrilegio.
***

Nuestros abuelos adoraban a Melxión, por ser la energía suprema que movía lo
que estaba vivo; y a Manexca, por ayudar a armonizar las energías en oposición.
En el primer parto le tuvo doce pares de hijos a Melxión, que fueron ofrendados,
los unos al dios Tofeme, y los otros al demonio Karú. Las cargas tenían que
distribuirse. Los unos se inclinaron a la reflexión, los otros a la locura. Los
contrastes darían motivo para fundar la historia.

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Los descendientes para hacerles la rogativa los tallaron en madera y los forraron
en oro, a la altura de dos hombres. De sus cuellos fueron guindadas las hamacas
donde los peregrinos de todas las federaciones de los Zenúes llegaban con sus
presentes de oro.

Esas hamacas que representan tantas esperanzas y sacrificios fueron vaciadas por
la soldadesca española en un revuelo de ensordecedor gruñido.

La persistencia del cacique de atarse a Golosiná, que nunca apareció, fue su


perdición. Hasta en el último resuello de su nariz, estuvo esperándolo. Otros
vientos hubiesen soplado, si su jefe guerrero hubiera cumplido.

Por eso, Ana Raquel, tu marido no es el tallador de mera casualidad. Algo


grande, una ley de compensación, ha dispuesto que necesite tallar para reparar la
espera inútil que sufrió el cacique Betarú.

CAPITULO VIII

Ahí está esa corraleja de ñipi-ñipi, por lo pegajosa y tramposa para los que les
gusten la confrontación como a mí. Allí me capturarán, ya lo dijo Mundo. Yo
también lo presiento. Hay un color de transparencias por donde anda la verdad.
Ya yo mantié y sudé la gota gorda en ese aparataje que llaman corraleja. Ahora
estoy dispuesto es a fandanguear.

Ahí está ella esperándome, respirando profundo como buey cansado pero
satisfecho. Sigo presintiendo que ésta es mi última noche, nadie me va ha enseñar
cuales son las señales de la vida o de la muerte en el Sinú, si yo lo he correteado
de punta a punta, y no con los ojos cerrados, sino con los oídos y ojos bien

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abiertos. Yo he guardado mucho entre pecho y espalda, ahora como que me toca
desembuchar.

Siempre habían creído que yo reventaba el mundo con el pecho como una bestia,
pero nunca fue así, no fui ni tan ciego, ni tan sin rumbo. Esa fue la mentira que
supe echar. Me decían, Nancho, así no es la vida. Yo me decía, hay es que vivir
para poder aprender del mundo, que es la sabiduría. Sin embargo, esta noche es
el límite esperado para que todos mis deseos se abran como un bulto descocido.
Todos aquí somos una concentrada agonía. Ahora me toca padecer la mía.

Cuando el fandango esté encendido, llegaré a la rueda de bailadores y escogeré a


mi pareja. Le ofreceré el manojo de espermas, la veré encenderlo y luego con
indiferencia la dejaré iniciar el baile. Yo me iré detrás de ella bamboleando mi
pecho, como si fuera de plomo, ella huirá tececita con pasos menuditos. Yo la
perseguiré. Eso haré cuando el fandango esté bien encendido y me haya bebido
más de un trago.

Los rostros pasan a mi lado, circulan, son rostros de fiestas, los mismos rostros
de siempre que he visto en todas los fandangos del mundo. Me gusta el río de
espermas que se enrosca, que se quema por su propia cola; así debe ser, uno
debe quemarse, reventar, enfrentarse a la vida para no dejar nada de nada.

La ceguera de Mundo me ha traído a esta noche donde por primera vez necesito
saber quien soy. Es asombroso que lo haga, que me guste como voy pensando.
Uno cree que no es capaz de alguna razón importante y vive engañado por
temor. Sólo falta romper la impotencia para que afloren todas las verdades
pequeñas que uno acumula en la vida.

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Un fuego, más otro fuego, rondan en la rueda del fandango; uno a uno se me
meten por la boca, los devoro, quieren calentar mis vísceras que necesitan que les
encienda la chimenea. Me bebo otro trago y ahí voy prendiendo la fábrica.
Dentro de poco me hundiré en ese chorro de candela y no me salvará nadie.

La ceguera de Mundo es más asunto del demonio que de santos. Ese digo yo.
Su devoción debe estar bien torcida. Quien dijo que un devoto de santos te va
azuzar para que mantees un toro emputado. Su ceguera me ha arrastrado a los
extremos del susto y del gusto. Pero ahora me toca el gusto, y nadie lo podrá
evitar.

Esto es Mundo Revolo: un recelo, un paso indeciso, una larga indiferencia que
forman un camino reseco y pedregoso. Yo soy lo contrario. De esa gran
diferencia es que yo he extraído mi conclusión. Vivimos en un mundo duro,
roñoso y para no gastarnos en el primer roce yo me vuelvo un viento. Somos un
aliento fuerte o débil, según nos acose el miedo.
- Si quieres saber en que desastre vives, hay que medir el miedo con que
lo estas viviendo - eso dice Mundo.
Eso lo dijo cuando estábamos en la parranda de Infierno Bonito. Yo no le
presté atención. Ahora sí. Lo que sucede Mundo es que uno vive entre dos
miedos cruzados, el miedo a Dios y el miedo al demonio. De parte y parte nos
disparan a matarnos. ¿Dónde acaba Dios y dónde empieza el demonio? Ni se
sabe. Nadie lo sabrá. Nuestra condena es atragantarnos de bendiciones o de
maldiciones. Lo que caiga. Uno es un lomo de mulo con mataduras.

Mantenerse al lado de Mundo Revolo que es demonio, es asunto difícil. Se le


encendió la fiebre del loco ahora que está ciego. El me sigue midiendo con las
medidas de cuando éramos compinches de nuestras primeras aventuras, de
cuando lo que necesitábamos eran días para parrandear, fandanguear, jugar

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gallos, correr a caballos, guapirrear, mujerear, tomar ron, trompear, hartarnos de
sabrosos sancochos de gallina. Eran días que no se arrugaban por nada.
Entonces éramos matemáticamente exactos, hechos con la misma pasión, desdén
o indisciplina. Huyeron esos días con la ceguera de Mundo. Ahora empiezan de
nuevo pero a la cuenta de mi pellejo, ahora que estamos en el infierno.
Caprichosa es la vida, una flor falsa que nos envenena con su aliento de
serpiente.

Me vine con la esperanza de manejar a mi antojo las situaciones y me ha


resultado lo contrario. Ahora me doy cuenta que Mundo fue siempre mucho
más demonio que yo. Pero yo tengo mi orgullo y en esta partida, mis cartas
serán las que van a ganar, claro, sí soy más temerario que Mundo. Tendré que
ser un hierro al rojo vivo dispuesto a clavarse en el corazón de cualquier bestia
enfurecida. Sumaré para mí, restaré para el otro. Uno necesita el orgullo para
poder respirar en el peligro. La impertinencia, el riesgo, serán mis armas para
confrontar el peligro. El orgullo te hace impenetrable en la última partícula de
vida que te pueda quedar.

Caminaba con Mundo por un mundo de fritangas, chichas de maíz, galletas de


limón, anafes encendidos, haciendo arder una carne; por fogones lentos, donde
los pasteles de pavo emanaban olores exquisitos.
- Ahora viene el fandango te vas a dar gusto - dijo Mundo.
- Este es el premio después de tantos tropeles - contesté.
- No lo creas tan fácil - me advirtió.
- Un fandango no es más que un baile, Mundo.
- Eso crees tú, pero en este es donde vas a peligrar.
- ¿En qué, si se puede saber?
- Si supiera te lo dijera. El caso Nancho, es que lo que viene te atrapará
con tu consentimiento y yo no podré hacer nada.

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Los músicos mientras afinaban los instrumentos de viento, el crepitar de un anafe
se me metió con todo su calor en el cuerpo. Me olvidé de la historia tonta que es
Mundo. El rebullir de una pollera de mujer me llegó a los oídos y me olvidé de
los presentimientos. La plaza con la luz de la noche me hizo íntimo, me sentí en
el patio trasero donde de niño, jugué con Carmelita a papá y mamá. Yo le pedía
la cebolla con el pan pues yo era Emiliano, que cuando estaba agonizando, había
una Carmelita que le daba la cebolla o el pan. No es acaso mejor estar en ese
patio.

Un porro con vibraciones de relincho, me encrespó el cuerpo. La plaza pasó a


ser el rincón acolchonado de eneas donde Carmelita era noche sin vestido que
respiraba humedad y daba de su fondo una oleada de olores. “¡Va que va!” me
dije ‘¡Esta noche es mi noche, y no se la presto a nadie!

¡Va que va! Es la fórmula de mi combate en la vida. Uno se muere por falta de
contienda. Naranja, piña, limón partido, si temes yo te aconsejo cangrejo, que
no salgas del hoyo que los demonios dicen que te van a comer con bollo. Sentí
un olor de hembra que latió cerca. Sentí que ese sexo estaba hambriento de mí.
La emanación tenía poder, me atraía cortándome la respiración, acelerando mi
sangre. Nunca antes había tenido tanta intimidad dentro de mí. El sentido
cotidiano de vivir desapareció y apareció el de la intensidad.
- Mundo, yo creo que esta noche va a ver revolcadero de verija.
- ¿Y eso?
- Porque lo que estoy oliendo es una crisca derramada.
- No creas que eras tú solo, que yo tengo también la bragueta encrespada.
Yo nunca había reparado en la tragedia del perro cuando huele el olor en celo de
la perra; uno no tiene porque reflexionar, uno vive. Ahora yo soy el perro.
Atisbaba con las aletas de mi nariz. Salí a buscar a la mujer que mandaba el
mensaje. La sed de ella me secaba la garganta. Veía las mujeres en la rueda del

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fandango. Las dejé que pasaran frente a mí con sus manojos de velas
encendidas. Estaba asomado a ellas con la punta de la nariz. Detrás del fogaje
buscaba encontrarla. Por maldad o picardía, pasaban candela por mis pupilas, y
yo ni sentía.

No estaba en el ruedo. La vi entre los que miraban. Cuando la percibí, ella


también me sintió. El eje de nuestras vidas vibró. No tuve ni miedo. Vi en sus
ojos la expresión del reto. Me gustó. Por ningún motivo se me ablandaron las
coyunturas del cuerpo. Aún sintiéndome liviano me acerqué a ella.
- Bailamos - le dije ofreciéndole el mazo de velas.
- Está bien - aceptó.
El aliento de su cuerpo me arropó la cara y se me fue adentro por la boca. Su
voz grave, de mujer madura, me alertó de la veteranía de sus largas noches de
fandangos. Un poco antes le había dicho a Mundo:
- Aquí se me van a acabar las penas.
- Qué penas, Nancho, puede tener un hombre que ha vivido de juego en
juego, de charada en charada, de fandango en fandango. ¿Dónde podrá
encontrar las penas?
- Es la soledad la que siento, Mundo; entre más gente me ha rodeado más
me he sentido solo. Tal vez tantas parrandas me han borrado el olfato de sentir
los buenos olores de la vida.
- Mejor.
- No, no puede ser, si tú no sientes los males del otro nadie sentirá
después los tuyos - afirmé.
- Mejor, acaso yo no padezco los males de todos ustedes, acaso por eso
ustedes podrán sentir lo que yo sufro. Esto no es nada rentable, Nancho, no te
engañes.
El porro con que empecé a bailar con ella, era su porro preferido. Los músicos
lo conocían, por eso, cuando iniciaba, le soltaron.

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- ¡Ahí va el tuyo!
Inició el baile con estudiada lentitud, ceremoniosa, pronto un aire solemne me
rodeó. Me vi bamboleando el pecho justamente como lo había hecho un año
atrás en la plaza de San Pelayo “Caramba, me dije, el bamboleo es casi como si
lo hubiera estudiado, como si diera los pasos contados y precisos para que el
baile no perdiera su significado original”

Me sentí imitando a un gran sapo parado en sus patas traseras, asediando a una
rana, también parada en sus dos patas traseras. Ella liviana de pecho, andaba
huyendo con paso ligero y menudo; yo, con el pecho cargado de plomo y orgullo
resoplaba dando tumbos, casi trastornado, detrás de ella. Nunca antes había
vivido ese sentido auténtico del porro. Supe con certeza que era un gran sapo
que andaba detrás de una rana para montarla y hacerla chillar de gusto, para que
sus chillidos atrajeran las nubes y hubiera agua en la siembra; pero tendría que
resoplar mucho detrás de ella para darme el gusto de montarla, pues se trataba
del acto más importante del universo.

Dominaba el mundo con cada paso que daba. La noche era mía, existía para que
yo propiciara la prosperidad. Cada bambolear de pecho tenía el valor de un
maizal o un yucal. Removía la vida.

En un movimiento de vientos, la trompeta relinchó y el redoblante con trote


corto, amarró el desorden. Yo abrí los brazos y me sostuve con equilibrio
dejando que el trote apaciguara. Me bajé y volví a subir como quien sale del
fondo de un estanco. La vi, su piel brillaba, escameaba, devolvía la luz en
fragmentos. Combatía con la luz. Lo que hacía era de tanta importancia como
los resoplidos de mi pecho. No éramos un par de animalejos sino más bien los
animales sagrados de la vida, que la hacíamos con cada gesto y cada paso que
dábamos.

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La embriaguez me absorbía, me importaba poco si la mujer era mujer o era rana,
dulce o amarga, santa o demonio. Ya yo era a la vez sapo, dulce, amargo, dios,
demonio. La embriaguez crecía, me elevaba, no la soportaba; arrastré los brazos
en el aire en gesto de abrir camino, me agaché y al subir, solté un grito hondo
que desamarró el nudo que me ahogaba.

Luego estaría toda la noche en esa lucha. Yo era fuego, ella agua. Trataba de
ahogarme dentro de mí con el peso de su dulzura, quería extinguirme; para
evitarlo yo saltaba, me encogía, gritaba y atacaba. La rueda del fandango se
reinició más de una vez y yo perdí la noción del tiempo. Honraba el momento y
no vi más allá de mi nariz, y sucede que siempre suceden cosas más allá de
donde podemos imaginar.

***

Yo sentí que Nancho resoplaba con mucha dificultad detrás de la bailadora. Se


debatía como un condenado.
- ¡Patadas de yegua arisca no matan a caballo sinvergüenza! -grité para
animarlo.
- ¡Va que va! - gritó el Nancho.
Y oí al instante un croar de rana que reclamó la presencia furiosa del aire. Un
viento rabioso, incontenible se vino contra el mundo. Yo me tendí en el suelo.
Invoqué a San Simón de Ayuda y me pegué a unas escobillas para que no me
arrasara. Algo golpeó mi cabeza. Perdí la conciencia y no sentí más nada.

***

Al día siguiente, después de muchas horas de sueño y con el sol azotándome en


la cara, alguien removió mi cuerpo.

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- Oye, oye - me dijo, despertándome.
- ¡Qué!
- ¡Levántate!
- Aja ¿Y por qué? - pregunté asustado.
- Porque estas durmiendo en un cementerio.
Ahora estoy frente al aliento caliente que es el reclamo de Ana Raquel.
- ¡Caramba! ¿Cómo vine a parar aquí? ¿Dónde fue a parar Nacho?
- Seguramente el cementerio te estuvo buscando para que durmieras tu
borrachera, y al Nancho los vientos.
- Sí, ahora que dices eso, creo que fue así como sucedió. El Nancho se
estuvo apoderándose de mi voz, que es la del Santo, y eso le costo.
- Eres un sinvergüenza que te apoyas en las primeras palabras que te
convienen. No es posible tu descaro.
- Lo que acontece, Ana Raquel, es que estoy quedando más ciego de
tanto mundo que existe.
- Muy por el contrario, estas acabando con nuestras vidas si no
encuentras el camino que en este mundo te corresponde andar.
- Dices bien, de andar por el camino, pero lo que no puedes negar, Ana
Raquel, es lo loco que es caminar por este infierno como si fueran tu patio
trasero.
- No es posible hablar contigo, Mundo, porque acabaste hasta con el
lazarillo.

CAPITULO IX

- ¿A quién le toca ahora servir de lazarillo?


- Al Chuchango.
- Con el Chuchango no voy ni a la esquina, si ese es hasta una mala
palabra.

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“Chuchanguear significa ir a robar ganado. La chuchangueada es la
jugada maestra de robar y vender hasta las pezuñas. La lecheringa es lo de
menos. Hay que despellejar para después descarnar y quedarse con la carne. El
cuero y los huesos para la víctima, la carne para el ladrón. Chuchanguean los
chuchangos hasta que se acabe la vida, esas son sus normas, convicciones;
porque son varios, no una pandilla, sino una familia de ladrones de ganado”

- Es el único que ha aceptado.


- No lo verá como oficio, sino como una manda para purgar quién sabe
qué penas.
- Por lo que sea, Mundo; este es el único que se atreve.
- Pero si...
- Con ese es con quien te vas a ir Mundo. Después de lo que le sucedió a
Nancho, nadie se atreve a servirte de Lazarillo, te tienen miedo.
- Cómo es posible que la gente le tenga miedo a un simple ciego, que no
puede matar ni una mosca.
- No es a tu ceguera a lo que le temen. La gente le teme a tu confusión.
No hay peor ceguera que el recelo, la incredulidad, la falta de fe.
- ¿Eso dicen? - pregunté con ira.
- Así dicen.
- Si así dicen, entonces me tocará salir con esa mala palabra.

***

-No solo nos han quitado la tierra sino el alma buena y serena que
teníamos. Nos quieren ver con un cuerpo desportillado, el corazón angustiado,
dando alaridos. Nos quieren romper de punta a punta.

52
- Ana Raquel, no te quejes tanto que el trago sólo hace perder la
conciencia por un momento.
- Pero en ese momento, mientras ella sale y regresa, vuelve convertida en
un pedazo de palo que solo te sirve para que te des de golpe contra el mundo,
Mundo.
- Por lo menos grito y se me salen las penas.
- Eso no es así, las penas se pegan más a los huesos.

“Todo es milagrosamente malo en este resguardo. No hay escapatoria, estamos


condenados a andar en un camino donde la maldad nos persigue sin descanso”

- ¿Pero qué maldad he hecho? - pregunto.


- Llamar más a la miseria.
- No es para tanto, Ana Raquel.
- Sí es para tanto, nuestra pobreza es de la brava, de la que te empujan
por el gaznate hasta ahogarte.
- Mientras se tenga la voluntad de vivir, eso basta - dije resignado.
- No es así.
- Sí es así.

“Lo apreciable de Ana Raquel es que sus ataques son como centellas, duros y
certeros. No es la cantaleta del cacarear de la gallina, que desespera. Yo siento
que ella se acerca como una boa a triturarme con sus razones. Yo la dejo y oigo
el traquear de mis necedades cuando pierden consistencia”

- Es que estamos marcados, Ana Raquel.


- Uno nunca está marcado, a la gente no la pueden marcar.

53
***

Lentamente, sin apuros, lo conduciré. Nada de lazarillos inútiles, nadie conduce a


otro si está más ciego que él. Seré yo la de los ojos. En medio de la pesadilla de
la ceguera estarán mis ojos buscando los caminos que conducen a sacudirnos del
desvanecimiento en la oscuridad. Mundo, reconoceré las señales que la sangre ha
metido en nuestros cuerpos.
- ¡No más chuchangos y Nanchos de los mil demonios!
- ¿Quién entonces me conducirá?
- Pues, yo.
- Pues, tú no; porque tú estas embarazada.
- Estoy embarazada pero no ciega.
- Ahora no sólo voy a estar preocupado por atravesar el purgatorio, sino
por atravesarlo contigo y con el hijo enmochilando.
- Mejor, Mundo.
- ¿Y eso?
- Entre más carga lleves en el camino, más comprenderás lo que estas
haciendo.
- Será menos.
- No. Cada paso que des, vale por el peso que llevas encima.
- ¿Para entender hay acaso que soportar tanto?
- La fuerza de cada empuje te librará de la indecisión. Para quién será
cada esfuerzo, sino para ti. Te sentirás resistente, alegre de tu fortaleza.

“Se confirmaría todos los reproches de mi madre si dejo caer el asunto de la talla
del santo en el fracaso. La redención mía está ahí. Nadie me desviará ni borrará
la dirección de este camino.”

54
***

- ¿Tú porqué lanzaste al Nancho a torear ese toro del demonio?


- Porque me ofendía la grandeza del dueño del toro.
- Te olvidaste del peligro.
- ¡Ah, caramba! y para qué cuento sirve la bendición del Santo.
- Algún día ese Santo borrará toda mancha de ignorancia que hay en ti.
De todas maneras no es tan fácil que espantes todos los demonios que viven en
tu sangre, sobre todo cuando aún no te han nacido las ganas de tallarlo.
- Lo de tallar es verdad. Todavía no me han roncado esas ganas. Voy
por ir. Voy como por no estar quieto aquí, en el lugar que me toca estar.

***

Yo sé que Chuchango está de visita en casa de Tico-Tico y no me


extraña. El Tico es un indiecito que dice sobre todo necedades, pobre como una
rata y vanidoso como un pavo.
Nadie lo visita. Mucho menos ahora que es ensoñador. Cuando llegan
las seis de la tarde, coge la mano pesada del pilón y golpeando la bonga del patio,
canta:
Con hombre pequeño y cabezón
cuidado de él has de tener.

Dice cualquier barbaridad. Parece que se quedó en la edad en que jugábamos


“patilla va, joroba viene, tú tripita, tú calagá, tú que la tienes dámela acá”.

Mi nuera y Mundo como quieren saber del Chuchango, llegan donde el Tico-
Tico.
- Entren, los estaba esperando - advierte.

55
Tiene aire de gran dignidad y tono de profeta, como diciendo que todo lo sabe,
que deberían consultarlo mucho más. Es un relumbrón de jactancia y confusión;
pero quien sabe aquí, soy yo. Sólo que ahora estoy loco.

Cuando atraviesan el patio, porque de atolondrado construyó la casa al final del


patio, perciben el resoplar fuerte de los pulmones del Chuchango, del animal
dañino y gigante que es él.
- Por aquí huele a carne fresca - dice Ana Raquel.
- Es el Chuchango que está desmayado del asombro porque le voy a
brindar un sancocho de pato - contestó el Tico.
- Es mejor llegar a tiempo que ser invitado - sentenció Mundo.
- ¡Claro! ni más faltaba, para ustedes también hay. Al fin y al cabo el
viaje que les espera es bien largo.
- Tico-Tico - dijo ella - Mundo viene por el Chuchango para que le sirva
de lazarillo.
- Ya verás que no, Ana Raquel, el Chuchango no va a salir de mi rancho.
Tiene una deuda conmigo y después del sancocho va ha tener que pagármela.
- El que es ladrón no paga deuda - advirtió Mundo.
- Conmigo es a otro precio.
El gigantón resoplaba desde un chinchorro donde dormitaba. El atontamiento
del calor del medio día lo tenía derrumbado. Sabrosas y discretas fueron las
presas de pato que les sirvieron. Todo el preserío suculento fue para la inmensa
panza de Chuchango.
- ¿Tú no quedaste de ir a mi casa? - preguntó mi nuera al indio gigante.
- Eso le dije y eso iba a hacer.
- Pero ahora lo que haces es despresarle el sancocho al Tico.
- Así es, pues mi compromiso necesita fuerza, mucho más si es para
acompañar a Mundo.

56
Después del sancocho los resoplidos del Chuchango eran un estruendo de
truenos y centellas. El aceite burbujeante del caldo llegó a su panza y se
encontró con vientos que barrían con alaridos los intestinos. Las gallinas y
guacharacas que merodeaban picoteando, se alejaron espantadas con sus
estruendosos vientos anales.
- ¿Y ese no es acaso quien te robó hace poco los horcones que tenías
dispuestos para mudar la casa hacia el centro del patio? - preguntó Mundo.
- Ese es - dijo Tico-Tico.
- No sabía que al ladrón se premia halagándolo con un sancocho
exquisito de pato.
- No lo estoy halagando. Sé que esto no se entiende de inmediato. Tú
mira ahora lo que voy a hacer.
El Tico se levantó y cambió el sombrero del Chuchango por el de él.
- ¿Y por qué cambiaste los sombreros?
- Ya verán que cuando ese ladrón se levante de ahí y se ponga mi
sombrero se va a acordar donde escondió los horcones. Por eso no va ha poder
acompañarte, Mundo; porque no sólo va a devolverme los horcones sino que va
hacer los huecos y los va a enterrar; luego amarrará crucetas y barandas para
tejer las palmas del caballete. Y es que lo voy a poner a hacer la casa.
- Eso del Chuchango no creo que lo puedas lograr - dijo Mundo.
- Sí puedo, Mundo; tú eres muy incrédulo, te toca tallar el santo y todavía
andas merodeando por aquí. Yo conozco bien tu historia, sé el motivo por el
cual te toca tallar el santo.
- Es mejor irnos, Mundo - advirtió Ana Raquel.

***

57
Según el Tico-Tico antes de su extraño sombrero vueltiao, no era nadie. Ahora
es cuando es todo. ¿Qué se aprende del suceso? Que nadie sabe cuando la
ruindad sale despavorida del cuerpo. El Tico es un indio enano, cabezón, que al
caminar produce gracia al verle bambolear su enorme cabeza. Ahora, después del
milagro, su estampa es mucho más soportable.

La historia dice que estuvo desvelado un Viernes Santo. Nadie sintió una
tormenta seca de truenos y rayos, él la vivió, y es que con la tormenta se vino
contra su rancho nada menos que el perro negro. Venía corriendo con sus
grandes uñas metálicas chasqueando la tierra, clip, clip, clip. Supo enseguida que
le tocaba actuar, la valentía de guerrero le surgió al instante. Buscó la macana
de mocán y salió del cuarto a enfrentar al demonio. La macana ya no se usaba,
por pura tradición la mantenía debajo de la cama.

El perro no lo percibió porque venía perseguido de los hermanos Canteros


durante toda la noche. Con su machete de guayacán trozó de un solo golpe el
cuello del animal. La cabeza rodó. Un rayo iluminó la escena. Desde sus ojos
asombrados el demonio lo miró.
- ¿Qué miras? - le preguntó - cierra los ojos y deja en paz a la gente.
Los ojos de inmediato obedecieron. Los Canteros que llegaron al instante son
quienes dan testimonio del suceso.
Al día siguiente donde dejó el cuerpo mutilado del perro, encontró un charco de
barro espeso y brillante. Descifró el mensaje. El barro le sirvió para teñir la cinta
negra de caña flecha para hacer el sombrero, el que ahora le ha dado esos
poderes insospechados.

La historia del sombrero hecho con las tripas del diablo va y viene. Va y asusta;
viene y mete miedo. La gente tiene mucha bondad y agrega el terror. El Tico ni
se inmuta.

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El mismo dice que era un indio roto. No tenía aliento ni para respirar las goticas
de aire que le traían los días. Cuando se colocó el sombrero fue rehecho, recién
nacido de vientre, acabado de bautizar, entrenador de bendiciones. Entonces fue
cuando se percató que el charco de tripas del diablo como una llaga, amenazaba
con devorar su casa. Sin darle tiempo a la intención perversa, fue al monte y
trajo ocho horcones de guayacán. Gruesos, redondos, bien tallados.
Semejantes horcones atrajeron la atención del Chuchango, que en un espabilar
de ojos en una noche oscura, se los sacó del patio.

***

Ahora el Tico quiere ser el profeta y Mundo su redentor. Y esa trama no es así.
De su sombrero quiere partir hacia todo. Mundo, mi hijo, va a ser redentor por
cuenta de San Simón de Ayuda y sólo por esa cuenta.

CAPITULO X

Podría decirte que Anselmo hace unos treinta años era seco y duro como tú, con
la diferencia que tú cuentas ahora con un padre atacado por el mal del zeta y con
una mujer dulce y comprensiva, y él solo ha contado con un hambre vieja de
dinero y de poder.

En nosotros no vio al congénere, vio tierra. Fuimos no más que la tierra de sus
deseos, y es que éramos el resguardo. No quería el maíz, la yuca, las gallinas,
mucho menos la gente; la quería sin nosotros para poder meter su ganado. Tenía
urgencia de pasto, como si de noche estuviera vomitando vacas y de día tuviera
que buscar donde meterlas.

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Yo soy tu voz y debo ponerte al tanto de lo que es nuestro, así que escucha:
- No puede haber un final feliz para el indio. Todo lo que consigue lo pierde,
nada de lo que da sentido, lo consigue; de sus manos se lo arrebatan. Hoy
que tú esta ciego puedes comprender esto. Tú que experimentas el vacío de
estar por ahí, eres el indicado para escuchar la voz del terruño.
El resguardo era la fuerza que teníamos para tejer el sueño de la vida. Ahora la
vida está departe del endemoniado Anselmo y los sueños ya no existen, lo que
queda es un zumbido dentro de la cabeza, un caminar sin saber a donde, una
lágrima sin dolor que no te estremece; ahora quedamos nosotros, la gente que
solo sabe de ofensas y humillaciones.

Como ahora estamos por recuperar el resguardo no puede quedar nada tapado,
así que escucha:
También tenemos culpa. Uno se engaña. El dinero lo creímos el Dios del
mundo. Después que nos quedamos sin una pizquita de oro, el dinero como un
fantasma se nos apareció en el alma. Cuando uno sucumbe a la tentación lo
demás es confusión. Por si quieres saberlo, yo te lo cuento:
Los hacendados del todos los puntos del Sinú comenzaron a mandar dinero de
avance. Nos avanzaron a todos. Uno recibía el dinero y quedaba comprometido
a pagarlo con trabajo. Lo que ellos deseaban era que desmontáramos la selva.
Mandaban la mitad del contrato, uno compraba ropa, se agrupaba en una cantina
y cuando el dinero se iba de las manos le nacía a uno la responsabilidad. No
éramos tránsfugas como para no cumplir, así que para espantar la resaca de la
embriaguez del cuerpo, tumbamos la selva.

La tentación es una fantasía muy grande, que nos tapa los ojos. No nos dimos
cuenta que el tal avance era para avanzarnos como animales de carga. El dinero
resultó ser una mera distracción. Lo que no fue sueño, fue la pujadera del indio
rompiendo montaña. Nada tuvo de alegría esas jornadas de macho bravo

60
envalentonado con los guayacanes duros y resistentes. En un reto sordo y ciego
despejamos todo el Sinú de la selva, que tanto amaron nuestros abuelos.

Cuando uno está empecinado no mira para atrás. Si acaso la mirada alcanza a
penetrar la maraña de monte más allá de un metro. No podíamos escaparnos de
ese infierno porque a él entrábamos con nuestro propio consentimiento.
Estuvimos capturados desde adentro.

El hacendado estaba protegido por el demonio y nosotros por nadie. Ellos tenían
la demencia de atragantarse de tierra, su obsesión; nosotros la amargura de
sacarnos un mal guayabo de ron. Teníamos la mirada perdida en el mundo, no
atacábamos a nada; nos atacaban. Cuando acabaron con todo lugar de selva que
había en el Sinú, se vinieron contra nuestras tierras. Aquí es donde aparece el
viejo Anselmo, nuestro rival.

Pero cuando uno está vencido lo acepta todo. La gente estaba acostumbrada a
tal avance y no le prestó atención al cabildo. Anselmo avanzaba, la gente
tomaba licor como teniendo sed. Anselmo entusiasmaba:
- Miren que indios de bonitos, que estos indios sí son trabajadores.
El cabildo quedó solo, sin medios de autoridad. Era una sombra donde nos
reuníamos unos pocos a rumiar el abandono. Nadie podía obedecernos. El que
está derrotado está solo. La gente dejó de saber sobre el resguardo. Ese olvido
nos costó muy caro. La gente perdió la ruta y con el ron chirrinche, mucho más.
Fue un ron hecho para embrutecer a nuestra gente.

Los viejos del cabildos advertíamos “Si ustedes dejan caer el cabildo vean lo que
les va a suceder; si no se ponen al día con la autoridad indígena, van a perder las
tierras” La gente, es la verdad, con la voluntad desparramada no estaba para

61
aguantarse la disciplina del cabildo. Habían perdido las ganas que es el punto de
apoyo desde donde se puede remendar el alma.

Anselmo comenzó a cobrar con tierra. Primero avanzó, luego prestó y como
nosotros éramos alentados para el licor, toda esa platica nos la pasamos por el
galillo. Después vino el pago.
- Si usted no tiene con que devolverme la plata, pague con tierra.
- Ah bueno, está bien.
Después se apoyó en una cuadrilla de pícaros que si tú no prestabas te metían el
ganado en el cultivo. Uno de ellos venía a ti cuando la desesperación te
asfixiaba.
- Yo le aconsejo que le venda al señor Anselmo.
- ¿Por qué?
- Para que se quite ese dolor de cabeza - aconsejaban.
Así fuimos perdiendo la tierra. De sesenta y cuatro mil hectáreas, nos quedamos
con cuatro; las otras sesenta mil son las de Anselmo.

Alguien dijo, no recuerdo quien, que por la tierra habría guerra, ya lo estamos
viendo. Quien tenga miedo, pierde. Habrá una lucha contra el demonio,
aparecerán todos los espantos, la gente sufrirá de un mal que lo llamarán el mal
de “Z”, le zumbarán los oídos, le dolerán los huesos y rabiarán como perros con
mal de rabia, todo esto lo estamos viendo, y hasta viviendo. No sé quien dijo
tantas cosas, los zumbidos dentro de la cabeza, me borran los nombres.

***

- Amigo, nosotros somos del gremio y debemos ayudarnos.


- ¿Cuál es su problema, compadre?

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- Los indios.
- ¿Todavía existen?
- Todavía.
- ¡Ah caramba!
Los vi llegar a tal o cual hacienda. Hombres fascinados con el trabajo. Le daban
duro. Tenían riñones de caballo. Esos indios son unos animales, si todavía
existen, compadre, no creo que sean un dolor de cabeza porque hasta ingenuos
son ¿Qué remedio está pensando en darles?
- Plomo, esa es la cura que quiero darles.
- Así de espinoso está el problema.
- ¡Cómo no! Se les da por el tema del resguardo.
- ¿Eso qué es? Si me aclara quizás cuente conmigo.
- Ni yo mismo sé. Dicen que el resguardo es un título real.
- Pero entonces es una escritura colonial.
- Eso es, una escritura expedida nada menos que por el rey Fernando
VIII, de España.
- No se preocupe por títulos otorgados por reyes.
- Es que cuentan porque el gobierno nacional se los reconoce.
- Qué gobierno tan badulaque ¿Y de cuánto es la disputa?
- De sesenta mil hectáreas.
- ¡Caramba! Usted es el hombre más extenso que he conocido. Un
hombre así no se puede dejar a un lado, si lo tumban a usted después se les abren
las agallas por las demás tierras. Hay que reaccionar contra esa locura de los
indios. Cualquier cosa que usted haga es justificable. Dígame no más ¿En qué
puedo servirle?
- En conseguirme gente que les eche plomo desde los pies hasta el cogote.
He oído decir que aquí en la capital hay de esas gentes.
- De que las hay las hay ¿Eso es todo?
- Eso es todo.

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- Si eso es todo lo que le urge, regrese tranquilo que el gremio lo apoya.
¿Necesita algún abogado?
- No, nada de papeleos, que para eso está la fuerza.
Es que les voy a demostrar a esos indios ladrones lo que cuesta una cabeza de
ganado ¡Va un cuero de ganado por un cuero de indio! Sobrevivir al robo y al
chantaje significa endurecer las vísceras. No han querido respetar a nadie, ni a
mis escrituras. No saben acaso que para eso existen las instituciones.

Además, Dónde voy a encontrar mejores tierras que las del resguardo. Bordean
totalmente la Ciénaga Grande, comienzan en Arache, siguen a Chinú, Momil,
Purísima y remontan a San Andrés de Sotavento. Son las tierras para el ganado.
En verano lo bajo a los playones de Purísima, Momil y Arache y en invierno lo
subo a las lomas del Chinú y San Andrés. Mejor tierra no puede haber.
Sembrarles maíz y yuca no es pensar en grande. Qué tanto puede fortalecer el
cuerpo el estar comiendo bollo y cazabe. No hay que caer en el engaño: una
presa de carne no se puede comparar con una torta de cazabe o con un bollo de
maíz. No se puede reemplazar lo que precisamente da vida.

***

Lo que sucede Mundo es que no hay que actuar con miedo, esperando a que un
hombre le ronque en el alma las ganas de permitirnos trabajar. Esto de cultivar
no lo va a impedir un fulano de tal. Prefiere que se enmarañe la tierra a que
nosotros le pongamos encima la mano. Piensa que nosotros vamos a dejar de
hacer lo que siempre hemos hecho. Desconoce a caso que con una sola cosecha
que dejemos de recoger estamos de inmediato con el hambre en la casa. Como
que la vida se puede despreciar sin saber que de cualquier manera la tierra es la
vida.

64
El tal Anselmo tiene la memoria cerrada desde que oyó mentar al cabildo. Nos
desconoce después de haber sido sus medianeros. Con él fue sucediendo que
debíamos entregarle la mitad de la cosecha y esto fue causando fastidio. Sin él,
significa recoger toda la cosecha para uno y en toda la tierra del resguardo, sin
limitaciones. La diferencia es grande, nosotros somos mil familias y él es uno
solo y sin familia. La necesidad de nosotros está por encima de la ambición de
su bolsillo. Su terquedad representa la negación de la conciencia. No sabe de las
fueteras que da la tristeza cuando no se tiene comida.

El hombre está endurecido, quiere echarnos a todo trance, nada de arreglos. La


desconsideración ha llegado al colmo de desconocer nuestros nombres, hasta la
de sus ahijados. El es tu padrino. Eso no quiere decir que ahora tengas que estar
recordando el olor del agua bendita en la frente.

***

- ¿Usted dirá en que soy imprescindible?


- En matar.
- ¿ En eso? diga entonces.
- Se trata de matar indios.
- ¿Y todavía existen? Diga no más.
- El trabajo consiste en proteger las tierras de un amigo que está en guerra
con ellos. Ya ustedes saben como es que se arreglan estos asuntos.
- Indio que pise la propiedad es indio muerto ¿Y dónde es la propiedad?
- En el municipio de San Andrés, parte de Purísima, Momil, Chinú y
Arache. Una verdadera hacienda.
- ¿Y cuál es la gracia del propietario?
- Anselmo Ortiz.

65
CAPITULO XI

Le digo, mija, vamos a montarnos en un campero yuquero y llegamos a San


Andrés en un santiamén.
Ana Raquel, contesta asustada:
- ¿Crees tú que puedes engañar al Santo? Tenemos que irnos a pie.
- ¡Que tanta matraca con el santo! Además, tú estas embarazada y el
viaje a pie te puede sentar muy mal.
- Nada de eso, Mundo, el viaje a pié es el que redime y será por el
camino de los tres golpes.
El camino de los tres golpes es un atajo por donde se va subiendo poco a poco.
Cada subida en firme recibe el nombre de un golpe. Son tres subidas y son tres
golpes. Siempre se sube hasta llegar al último golpe, desde allí se baja y se
encuentra la sabana. En estos cerros están los de Serranía Chiquita, primos
hermanos de los de Petrona y del cerro el Mohán. Más allá el cerro de los
Ceteados. Es tierra de sorpresa y espantos, que nadie puede aprenderse de
memoria.
- Meterse por ese camino es como andar escondido.
- No hay que llamar la atención, Mundo. Por aquí nos iremos venteando
los apuros para que el aliento nos alcance.

“Nos cayó acaso la ñoña del golero. Esto es como si todos los días Dios
necesitara de un Cristo en el calvario para aplazarnos la misericordia”

- ¿Por aquí quien podrá ventearnos serán los espantos?


- Ya verás que no.

“Todos los días del mundo se sube a los maderos de Cristo un Dimas o un
Barrabás. Se suben más los Dimas, porque los buenos son los más afectados.

66
Los malos están sueltos. De remate aceptamos la derrota como nuestra propia
culpa; de tal manera que no hay verdugo ni dios responsable de nada. El abuso
como que lo merecemos. Debemos aceptar que nuestros cojones como la
gelatina, se amolden al vacío donde nos han condenado a vivir. No tenemos pipí
para azotar al mundo. Yo lo que deseo es mostrarles a los Barrabás de que no
soy ningún Cristo, y quebrarles los huesos con los mismos temores del alma que
ahora estoy sufriendo”.

- A los espanto no les tengo tanto miedo sino a los matones que ha
debido soltar el Anselmo en estos cerros.

***

Todo aquel que destruye debe suponer que el otro también tiene en su corazón la
misma disposición, solo que hirviendo a fuego lento. La resignación total no
existe. En este mundo hay más miedo que bondad. Yo me digo “Vas a saber de
lo que Mundo es capaz cuando se le suba a la cabeza la maldad, porque es
horrible estar ciego viendo al otro sufrir”. No hay cosa más fea que la maldad y
sin embargo emborracha de satisfacción cuando se hace, y más a mí que no creo
en el mundo.

***

Cuando llegamos al primer golpe nos tropezamos con el zángano Manuel que
viene de retirada. Yo soy un burro choa, Mundo; la sabrosura de mi arte
consiste en llegar a tener mi estaca viroca tan grande como la de un burro que
preña yegua. Me di cuenta que el viejo Anselmo era y no era poderoso. La
debilidad nace y crece de lo que menos uno cree. Yo le descubrí el punto blando

67
de su poder. “¡Epa! Me dije, por aquí es que la guacharaca va a meter su pata y
el burro viejo su estaca”.
- Don Anselmo ¿Cómo amanece usted?
- Muy bien Mano Maño.
- Amaneciera mejor si al buey viejo le consiguieran pasto biche.
Le blanquearon los ojos de la tentación. No todo en la vida pueden ser bramidos
tiernos de ternero al pie de la vaca en el corral. Anselmo que ha envejecido, ha
tenido tiempo de darse cuenta de lo hermoso que es desapegarse de esas cosas,
desprenderse un poco y respirar el aire del mundo, puesto que no es de otra
manera que uno se puede escapar de la molienda de los días.
- Mano Maño, has dicho lo que necesito oír, ni que fueras brujo.
- Eso es lo que soy.
Sin darle tiempo a la reflexión, vuelvo a insistir; arañando con mi pata de
guacharaca.
- Si el burro está viejo necesita pasto biche para coger fuerza en los
riñones.
Esa le solté y el viejo babeo. El problema era que su poder se volvía baba,
cuando le llegaba el turno de macho de conquistar a una mujer. Un miedo
invencible se apoderaba de su corazón, irresistible, duro. Nada hacía,
contemplaba, babeaba.
- Yo le arreglo ese asunto - le dije.
Sus ojos titilaban de alegría. No le salía voz para este asunto. Sólo atinó a
ofrecer algo, cosas de cosas.
-Oye Venancio, ve a coger una mula para que se la des a Mano Maño.
Yo atajé. No quería complacencia con las cosas sino con mi bragueta.
- Nada de eso, nada para mí.
- ¿Entonces?
- Yo no tengo precio.
- ¿Con qué arreglamos?

68
- Deme tres vacas.
- Eso es mucho.
- No son para mí.
- ¿Para quién entonces?
- Para la agraciada que le voy a conseguir.
Yo sé que mi vida tenía significado mientras yo pudiera hacer por un lado y
deshacer por el otro. La gracia es tener un pié en algo firme y meter el otro en el
vacío. Este es el juego de la vida. Todo pierde sentido si permaneces aplastado.
Así que llegué a donde Cande, la mujer más apretada de carnes, de cánticos de
pájaros en la mirada.
- Cande tengo dos vacas y necesito un toro para empreñarlas ¿Tú tienes
uno?
- ¿Y dónde? - me respondió.
- Si no consigo el toro tendré que darte esas dos vacas.
Yo por la Cande daba más de dos vacas. La promesa fue el anzuelo. Cayó. Los
pájaros que tiene en sus ojos no cantaron sino que rieron cuando por primera vez
yo metí entre sus piernas mi berbiquí.
- Eso tan pequeño Mano Maño, no es nada ser grande, sino hablar de
grandeza - puntillo.
Después llegué con el pitón más grueso, apenas para no decepcionarla.
- ¡Caramba!, Mano Maño, no creo que usted va a venir solo a hacerme
cosquillas.
Yo dejaba y reservaba. Todos nacemos con el vicio de desear y mandar. Que
uno solo sea quien quiera mandar, es negar a los otros la satisfacción de ese vicio
que cree hacer más gente a la gente. Hay que compartir oportunidades. Yo a
Cande se lo di por puchitos, para que no se quedara en su vida con las ganas
empozadas. Así que las dimensiones de mi mandarria se las fui soltando de a
poquito, no se dio cuanta cuando ya no tenía ni fondo.
- Ya le tengo la mujer - le dije a don Anselmo.

69
- Eso estaba yo viendo que ya estaba pasando mucho tiempo.
- Es que es Cande don Anselmo, y una mujer así lo que necesita es
tiempo.
Después que tenía la luna sin miel, deshilachada, se la llevé al viejo. Quería
burlarme de la filosofía de su vida.

***

- Quien te tiene las vacas es el viejo Anselmo.


- ¿Cuáles vacas?
- Las que te prometí.
- ¡Ah! Las vacas ¿Cuántas son?
- Son dos, yo le prometí al viejo Anselmo que te daría dos vacas para que
tú te acostaras con él.
- Te advierto Mano Maño, que por esas vacas voy pero por ti.
Yo estoy por acá, huyendo. La Cande no es asunto de moderación, cuando el
viejo entró y estuvo aboyando como corcho en remolino, los pájaros de sus ojos
se encendieron de peligrosa picardía.
- ¿Qué es esto? - preguntó.
El viejo ni contestó. Despectiva puso los pies en el suelo, se sacudió y se
marchó.
- El viejo se quedó viendo un chispero - me dijo después.

***

Yo también estoy huyendo, Mundo; si supieras en la que me metí con ese señor
Anselmo. No es que yo intentara abusar de su mala suerte, parece más bien que
cuando alguien va para abajo no hay barranco que lo ataje. Todos los caminos

70
en el laberinto en que uno está metido se entrecruzan y no hay paso que se dé,
que no conduzca al abismo. ¡Vea si no!
Yo estaba sentado en la puerta de mi casa cuando veo venir al señor. Me dije:
“Esto es un negocio en grande”.
- Quiero que me recupere dos vacas.
Al hombre le habían robado una pizquita de su ganado y venía hacia mí para que
lo recuperara. Hice preguntas.
- ¿Aquí tiene la mano metida la guerrilla?
- Creo que no.
- ¿De qué banda es el ladrón?
- De la bellaquería.
Yo tenía el mapa de operación de todos esos bandos. Sé donde ponen las
garzas.
- El día que las encuentre yo le mando a avisar - así convenimos.
Hice algo indebido, cosa arriesgada, intenté dar con el mismo azote de quien
azota. Le secuestré dos hijos al ladrón de ganado.
- Está bien, usted gana -me contestó- venga por las dos vacas.
- No, no voy a ir por ellas, usted es quien debe traerlas.
- Está bien, usted manda.
- A más tardar mañana deben amanecer en los corrales de don Anselmo -
ordené.
El ladrón las trajo de a pie y las metió de noche en los corrales. Cuando terminó
su labor, yo solté los hijos.
- Gracias - gritó.
- No hay de qué - le contesté.
Después fui y levanté al señor. Esperé que tomara una taza de café y nos
dirigimos a los corrales. Cuando llegamos y yo iba a decirle: ”Aquí tiene el
mandado” No pude decir nada; en vez de dos cabezas de ganado, encontramos

71
a dos indios decapitados mirándonos con tristeza desde sus dos cabezas, que
sostenían entre las manos.
- ¿Qué es esto? - me preguntó.
Yo no contesté. No pude articular una palabra. Una tristeza me penetró, se hizo
tan grande, que me paralizó todas las partes del cuerpo. Uno de ellos se
adelantó, batuqueó entre las manos la cabeza y escuchamos un quejido profundo,
estremecedor; sin violencia, la tiró hacia los pies del señor. La cabeza llegó y se
nos quedó mirando. Una lágrima rodó por sus mejillas y yo no pude más,
desaparecí de aquello sin darme cuenta ni cómo.

Ahora que estoy huyendo, es que me entero que el Anselmo había mandado a
matar dos indios por dos vacas que le robaron. Cabeza de ganado por cabeza de
indio. Si yo hubiera sabido aquello, no me hubiera enredado con semejante
católico.

CAPITULO XII

Volvimos a caminar, ascendimos del primer golpe al segundo. Hay que subir,
nunca bajar. Cuando iniciamos la marcha oigo voces de niños, que juegan al
sapo ciego.
- Escucha Mundo - me dijo Ana Raquel.
- André
- ¿Qué fue?
- El billete de veinte que te entregué.
- De a dié.
- No fue.
- Sí fue.

72
En este inmenso corral de ganado -como llama mi padre al Sinú- el bramido de
un ternero es el único sonido tierno con que nos podemos despertar; lo demás
son voces duras. Ya veo que no, que mi padre solo escarbaba en esa herida vieja
que es el Sinú.

Caminamos como algo clandestino y especial. La gente sabe que por aquí vamos
y se nos acerca como un murmullo para ponernos al tanto de las novedades del
camino. Al llegar al segundo golpe, desde una casa nos llaman. Otro peregrino
cuenta su historia.
- Yo, me vine con Pola Berté.
- ¿Y hasta esa mujer está aquí?
- Ya te digo que sí.
- ¡Qué va!
- No se ponga dudoso amigo, que así nunca consigue algo.
- Lamento haberle cortado sus ganas de contar. Tómese un trago que de
pronto otra vez le vuelven las ganas.
- Mientras exista la voluntad, con mucho gusto.
- Diga no más.
- La verdad es muy grande para ser creída, pues lo de Pola Berté es tan
antiguo como para que sea de este tiempo.
- ¡Ah! entonces usted estuvo fue con un fantasma.
- No, al contrario, me salvó de un fantasma.
- Cuente, por favor.
Pola es el fantasma del fandango. El fastidio de tantos bailes acumulados la
condujo a la devoción de los santos. Los repasó a todos. Comenzó con San
Agatón. Lo paseó de vereda en vereda con los indios mapurincé que hipeaban la
borrachera, pisaban fuerte, pujaban y azotaban su caballo de palo. Luego se
pasó al Cristo de la Villa, allí pagaba mandas con ganado; aja, éste es el santo de
los ganaderos.

73
Ella era así: De día andaba hasta de rodillas detrás de un santo, con la devoción
apretándole el corazón y por la noche desamarrada de potestades se entrega
emocionada a la vida del fandango.

Por último cogió la devoción de San Simón de Ayuda. Lo prestó y en la


velación ya se estaba olvidando de los dueños del santo cuando se presentaron
estos con amenazas de corte de franela si no lo devolvía. Ella era de velaciones,
procesiones y fandango, no de guerra. Organizó la devolución del santo que
demoró casi un año. Por cada vereda que se fue tropezando, se fue haciendo
una velación en el día y un fandango por la noche. En esa devoción de Pola se
repicó con Pacha Pérez.
- ¿Quién es esta otra?
- Es un canto de vaquería, un viaje de ganado; Pacha Pérez le sale a
quien ambiciona ser ganadero.
- ¿Todavía sale?
- A mí me salió. Quien no le responde como a ella le acomoda, lo
convierte en vaca y lo encima a su viaje de ganado.
- ¿Cómo te salvaste, Pablito?
Me salvó la Pola Berté. Yo me vine a pie para darle más mérito al santo. Venía
cansado y me recosté debajo de un campano. Afiné los altos de mi acordeón y
soné unos porros. A lo lejos oí un canto de vaquería. Cuando el canto se
acercó, los oídos me zumbaron y la cabeza la sentí grande. No pude salir
corriendo. Alguien tocó mi hombro y dijo: no te asustes, soy Pola Berté. Vas a
ver que te la quito de encima: Cantó:

Llora la Pacha Pérez


porque no le dan café
no llores Pachita Pérez
que ya te lo van hacé.

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La otra contestó:
Saliendo de las majaguas
yo conocí a Pola Berté
tenía la cabellera larga
pero la fama se la quité.
Pachita Pérez era un canto de vaquería que golpeaba a la Pola en el cruce de los
recuerdos con el dolor.
¿Pacha Pérez cómo te llamas?
Pacha Pérez no tiene nombre
La Pacha no tiene puerta
pa’ fortuna de los hombres.
El viaje de ganado que era la Pacha Pérez, bramó y mugió como desde el fondo
de la tierra. El cuerpo no lo sentía recostado sobre ningún campano. Me dije:
“Esto es muy grande para mí, pero la ventaja está siempre junto a la desventaja”.
Bailando batea con cola
y batiendo el chocolate
si alborota el bate que bate
más lo hace la cola de Pola.
Pola era inquebrantable defendiendo a los músicos, mucho más si está
descoyuntado del miedo.
Pacha Pérez flor de auyama.
que florece por la noche
ella creció sin moruno
para que el hombre la goce. . .
Sin dar tiempo para respirar la otra voz repicó:
Cuando tú eras Polita
la gente te volteaba a ve
ahora que no lo eres
ya nadie te quiere ve.

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Llora papá, llora mamá
y también Pola Berté;
llora papá, llora mamá
ya lo ves Pola Berté.
Yo me dije: “Susto le dijo a talón, puya el burro sin jolón” pero las piernas no
me respondieron. Sospeché que yo era el café que pedía la Pacha:
Con esta yo te saludo
y con la cruz te lo niego.
A Dios Pachita, hasta luego
regrésate al otro mundo.
Lo que era canto o lo que era viaje de ganado, se fue bramando y mugiendo de
dolor. Después miré hacia atrás y me encontré con la Pola. Mi agradecimiento
no tuvo límites. Le toqué bajo el campano, con mi acordeón todos los porros y
puyas que eran de su agrado.
- ¿Sin un solo trago?
- Y que más trago que el olor a rosedal de su cuerpo.

CAPITULO XIII

Seguimos caminando y en el tercer golpe, otro peregrino se atraviesa en el


camino con una pregunta:
- ¿Alguien ha oído hablar de las Niñas Encantadas?
- No.
- Así debe ser, porque esto es un nuevo espanto que nació conmigo.
- No la componga mucho y suelte su historia - dije.
- ¿Usted no sabe que yo era un bulto de cuerdas resacándose sobre un
petate en un cuarto oscuro con un pájaro negro vigilándome desde un barandal?
- No, amigo.

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- Yo era un hilito de aire que entraba y salía de un cuerpo postrado y
atacado de fiebres sin nombres. La única chispa de vida, estaba en mis ojos, que
se abrían para mirar con ira el pajarraco negro que me vigilaba desde la baranda
del zarzo.
- ¿Cuál es su nombre amigo?
- Noé Navarro.
- ¡Ah, caramba! yo lo conozco, usted era un indio alto y pencudo que
andaba de a caballo.
- Ese era yo, mi vanidad era de pirata; al fandango que iba, me robaba
una muchacha. La mujer era para mí fiesta de carne y de suspiros; y el
fandango, mi barco de abordaje.
- Era lo que siempre quería.
- Pero mi casa es ahora un castillo de bahareque, descostrado como lomo
de burro maldito. Allí lo que hay es lobo tierrero y lagartijas. El pajarraco
reinaba, yo era el hilillo de aire en un cuerpo triste y solitario.
- ¿Y ese pajarraco de dónde salió?
- Ese era mi enemigo. Entre él yo había una lucha. Lo único que yo
tenía era el brillo de ira en los ojos con que lo retaba. Me llevaba ventaja. Por
locura hasta le decía: “Te vas a mamá un tatequieto, que te voy a hundir y vas a
tener que salir del otro lado de la bolita del mundo” pero a quien estaban
hundiendo era a mí.
- ¿No podías hacer nada contra el pájaro?
- Nada. Al principio le disparé y nunca le di. Después le contrapuse
brujos y nada. Al contrario, comenzaron a fallarme las tuqui-tuqui y no podía
estar de pie. El pájaro inició el ataque en la rama de un totumo, luego se vino
hasta la barbacoa de la cocina y después cuando caí en la cama, se metió al
propio cuarto.
- Ese espantajo era un espíritu bien terco.

77
- Yo le había pedido al santo, hambre y no comida; sueño y no cama, que
en estando con voluntad lo demás era una ventura.
Hasta el momento los cálculos me iban saliendo mal, pero no me aculillé, la
voluntad la mantuve intacta, de un mismo tamaño, ese fue mi mejor remedio.
Cuando me avisaron que el santo lo iban a tallar, se me templó el espíritu, hasta
con picardía miraba al pajarraco. So pichicato, uña de gato que te llega tu San
Martín. La mentira puede correr cien años, y la verdad la alcanzaba en un solo
día. El San Martín del pajarraco llegó con la verdad de las “Niñas Encantadas”.
- ¿Qué es eso?
- Una fuerza que viene del centro de la tierra. Son dos mujeres que salen
vestidas de blanco. Entraron en el cuerpo por la madrugada y me dijeron que no
temiera y esperaron conmigo hasta que apareciera el pajarraco. No oí más sus
voces, pero me hablaban en la mente.

“Nunca quisimos venir a interrumpir el destino de los hombres vivos,


mucho menos a los indígenas, de esa misma sangre que nosotros un día con
soberbia pisoteamos. Llamaron a nuestra puerta para decirnos que deseaban
ablandar las bolas duras de rencor que nos tiranizaban; que para eso nosotras
debíamos regresar para ayudarlos”

Quien nos llamó Noé Navarro fue tu San Simón de Ayuda, un indiecito
muy humilde que clamo por ti.
- Óiganme, nos dijo, ustedes que maltrataron tanto a esa gente, ahora les
llegó el momento para compadecerlos.
A pesar de la soberbia que nos volvía ciegas de la ira pudimos aceptar. Es que al
menos salíamos del fondo de la tierra.
- Francisca Batista ¿vas a ir?
- Sí, señor.
- Juana Vitola ¿vas a ir?

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- Sí, señor.
Es que Noé Navarro tu debes saber, que nosotras “las niñas encantadas” fuimos
en una época encomenderas y que ahora regresamos para ganar el perdón de
ustedes. Eso me dijeron mientras esperábamos al animal de mi mal. Nunca
imaginé que tuvieran tanto poder, apenas el pajarraco colocó sus patas sobre el
barandal, sintió las miradas secas y cortantes de las “Niñas Encantadas”. El
pájaro se alarmó. Sus ojillos me miraron con angustia y solo encontraron mi
burla. Desconcertado, medio graznó, luego trastabillo, racata chin chin y el
pájaro no pudo más, el poder de la ira le derritió la fuerza y ras. . . se desmadejó
hacia el suelo. ¡Plos! oí cuando cayó.
- Está muerto - me dijeron ellas- ya puedes levantarte.
Me levanté incrédulo, indeciso, trastrabillando. Cuando fui a darles las gracias se
habían esfumados.
- A sí que ¿Quién es quien, para decirme que no debo asistir a la
procesión del santo?

CAPITULO XIV

Después del último golpe del camino, caminamos al fin hacia el pueblo. La vida
es un viaje en que buscamos el paisaje que nos revele la verdad. Por eso cuando
llego percibo que recobro la vista. Me dije: “Mundo, tanto andar para venir a dar
a un pueblo de donde más bien hay que salir huyendo” Eso dije como un santo
y seña, porque de inmediato a parecieron dos policías al paso.
- ¡Epa! - me dijo uno.
- Epa ¿Qué? - reproché.
- A ti es a quien estamos esperando.
- No es a mí - contesté.
- ¿Entonces a quién?

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- A un ciego.
- Eso no importa, si tu no lo estás vas a estarlo porqué te vamos a sacar
los ojos.
- Vamos es mucha gente - dije e intenté huir.
Donde esperé encontrar la fuerza, lo que encontré fue el miedo que me agarrotó
los músculos. Sacaron sus pistolas y apuntaron con sus cañones a mi cara.
Reaccioné ganando por un instante al miedo, y salí disparado. Me vieron huir.
Reían. Una carrera de ciego me llevó dando tumbos a un cementerio. Caí boca
arriba sobre una tumba. Acalambrado de angustia, sintiéndolos llegar.
- ¡Ah! Conque ahora estas ciego - me dijo uno de ellos.
- Siempre lo he estado - respondí.
- Lo que es hoy se te acaba la burlita - dijo el otro.
- No me estoy burlando de nadie.
- Oye -me dijo- si haces lo que yo quiero, te pago ten con ten y si no
también.
- ¿Qué quieren?
- Nadita, que peles el chichirimico.
- ¿Para qué? - preguntó el otro.
- Para destaponarlo.
Horrorizado volví a intentar huir pero un disparo en las piernas me derrumbó.
Luego me llenaron el pecho de tantas balas que fue el olor a pólvora lo que
después me despertó.

***

Han dicho que dos matones están alerta en la entrada del pueblo para salirnos al
paso. Según lo dispuesto por la gente debemos entrar por detrás. Así que
desviamos. El nuevo rumbo nos llevó a un cementerio. “Es de aquí de la muerte
de donde saldrá la vida” me dije.

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- ¿Qué es esto? - me preguntó Mundo.
- Un cementerio - le contesté.
- Esto sí que está mal, Ana Raquel, venir a entrar a un pueblo por la
puerta falsa.
- No hay mal que por bien no venga - le respondí.
Entramos al cementerio y como veníamos cansados de tanto subir y bajar cerros,
nos acomodamos sobre una tumba y dormimos un buen rato. Coloqué a Mundo
al lado de la que me tocó a mí. Yo desperté primero y lo vi cuando despertó
agitado. Le acaricié la frente, el pecho, los brazos, buscando darle sosiego a ese
descanso tormentoso.
- Soñé que me mataban.
- No te mataron porque yo soñé que a ti no te entraban las balas.
- Ahora vas a decir que tú fuiste quien me salvó.
- Eso es lo que estoy diciendo, Mundo; si no crees vamos a ver.
Revísate la ropa. Encontramos chamusquina de pólvora quemada. Le acerqué
esos pedazos de la camisa a la nariz para que no dudara.

***

Yo estaba con Medrano que le gustaba medrar como perro peleonero.


Estábamos esperando a un hombre ciego que venía a tallar al santo de los indios.
Eran las seis de la tarde cuando vi aparecer un señor corpulento que avanzaba
con la cabeza en alto. El aspecto del señor era de una persona respetable. Miré
el rostro de Medrano y le vi sus asquerosas ganas de divertirse.
- ¡Epajé! ¡Para dónde vas gallo sin pluma! - le gritó.

“La verdad era que estábamos contratados para defender la hacienda de un tal
Anselmo y no para respetar lo que los indios llaman el resguardo. Hasta donde
yo conozco nunca he sabido que el resguardo es una institución. Nosotros

81
defendemos las instituciones que es la misma patria, según entiendo; lo demás es
robo, cuatrerismo”

El indio se detiene y oye nuestros pasos, presiente que vamos a capturarlo. Su


rostro dolorosamente se tensiona. Da media vuelta y huye. Nosotros lo
perseguimos sin carrera, sabemos que esta guerra es como la de Juan
Añingotado, que es más grande sentado que parado.
- Ay, perra flaca, si te alcanzo te voy a dar es una retreta de patadas - le
grita el Medrano.
El indio grandulón, corrió sin tropezarse, conocía el camino, hasta se metió por
un atajo oscuro y allí se nos perdió. Medrano se divertía de lo lindo y a mí me
dolía lo del ciego. Con burla le cantaba la adivinanza del pié y el zapato:
Lejos te estoy viendo
cerca te quiero tener
la cuarta que tengo
es la que te voy a meter.
Cuando salimos a un claro vimos el cementerio. Medrano apretó la marcha y
nos lo alcanzamos frente a una tumba donde quedó boca arriba.
- Así mansito te quiero tener, voltéate y pélame el chichirimico porque te
voy a enterrar la estaca viroca – le dijo
- ¿Qué vas hacer? - le pregunté.
- Ha deshonrarlo - me contestó.
El indio horrorizado, intentó huir pero Medrano no estaba con más ganas de
correr y le vació el tambor de la pistola. Luego me quitó la mía, volvió a
vaciarlo. Yo no dije nada, pero me dolió lo del ciego.

***

82
Sin resentimiento me levanté de un sillón y conduje a los policías al comedor.
Allí les reclamé.
- Los mandé a llamar para que me devuelvan la plata.
- ¿Y eso? - preguntó Medrano.
- Pues, por nada, resulta que el ciego está tallando el santo.
- ¿Dónde?
- En la capilla.
- Vea, señor Anselmo, nosotros somos gente seria y responsable. No
crea que estamos pintados en la pared, por algo nos encomendaron esta tarea.
- Así es, no estamos mintiendo, el indio fue ejecutado.
- Nos gastamos todos los cartuchos y fue en el pecho donde se los
dejamos.
- Pero ya ven que el ciego no está muerto.
- Esto lo tenemos que ver con nuestros propios ojos.
- Vayan a verlo y pasen después por acá a dejar lo que es ajeno.
- Devolverle lo que ya está ganado, eso nunca; si está vivo lo volvemos a
matar.

***

En la calle, camino a la capilla, Medrano me azuzó.


- Ni que estuviéramos alimentados con las tripas de gallo viejo -dijo.
- A menos que sean de gallo fino -contesté.
- No tengo miedo.
- ¡Jue, perra mierda seca, carajo, para adelante con la cruz, que el
muerto pesa!
Con el grito de ¡jue, perra mierda seca, carajo! Se me removió el ánimo. La
verdad es que la presencia de hombre concentrado en el silencio que tiene el

83
ciego me había impresionado y no me dejaba actuar con desenvoltura. Me dije,
si es verdad que el muerto pesa, pueda ser que este no me aplaste.
- Donde se saca y no se hecha, pronto se acaba la cosecha. Se lo digo a
usted, amigo, para que vaya pensándola. La vez pasada me tocó a mí, ahora le
toca a usted.
- Vea, mi cabo, no crea que yo no pujo.
- Lo de cabo eso sí, lo de pujar quien sabe.
- ¡Ah, caramba!, ya verá.
Cuando llegamos a la capilla vi al indio parado en la mitad de la puerta. Su
aspecto era de hombre dispuesto a enfrentarnos y esto me incitó:
Fuera bulto que no veo
si es negro, lo pateo
si es blanco
le hecho un peo.
- ¿Y si es indio? - me interrumpió con tono de burla el Medrano.
- Lo fueteo - contesté.
Sin pensarlo enfrenté al indio y le ordené que caminara hacia un algarrobo que
daba sombra en la plaza. No se inmutó. No contuve y lo llevé a empujones
hasta el pié del árbol. A la fuerza le hice quitar la camisa y lo obligué a que se
pusiera de cara contra el tronco. Vi la espalda desnuda y me provocó azotarle
hasta lo último. El Medrano me pasó su cinturón de campaña y con la chapa
hacia fuera me armé a golpearlo.
- ¡Dale que ese no es hijo tuyo! - me azuzó el cabo.
Descargué un fuetazo con todas las ganas y en vez de restallar, el cinturón paso
de largo entre el cuerpo. Armé de nuevo con más ganas, volví a descargar y
volvió el cinturón a pasar como si el cuerpo fuera de humo. Yo iba a cargar y a
descargar hasta que me cansara, pero el cabo me quitó de ahí.
- ¡Vámonos! - oí que dijo con terror.

84
***

Se puede andar sin temores en la vida cuando se aprende el verdadero valor de la


muerte. Yo que anidé la oscuridad en mi pecho como un peso incómodo pude
descubrir la verdad que ella esconde. Es inevitable el sacrificio para que salga la
luz. Nunca pensé que el santo pudiera demoler mi gran desesperanza. No
miento, me dejé arrastrar por mi tristeza. Ahora soy el convencido de que no fue
inútil la esperanza que los otros pusieron en cada paso que di. El verdadero
espíritu, el tuyo, a escondidas nunca deja de ser. A la vuelta de un recodo, allí lo
puedes reconocer. El no va, te espera. En una ocasión el fue a mí y yo lo
expulsé, por eso ahora me tocó verlo nacer de entre las garras de la muerte.

Considero un triunfo del alma lo que por fin pude conseguir en este inmenso
corral de ganado, el Sinú, donde el bramido de un ternero es lo que más se
parece al espíritu. Nos endurecemos y creemos que los santos son para que nos
comprendan y no para que nosotros los comprendamos. La gente aprende sólo a
pedir, es milagrera. A la primera cara de santo que ven se hincan a rogar. Como
si cada santo sellara la escritura de sus pasos en el mundo y no tuvieran la
opción de lo que pueden con su propio espíritu. Por eso yo no me entregué de
inmediato a San Simón. Ahora que sé quien soy pude saber quien es él. Nada
me separa ahora del camino. Sus humores son los mismos que yo he tenido.
Nada hay que se parezca más a él que yo.

***

Cuando entro a la capilla una congregación de fieles se santigua. Se colocan de


rodilla y ruegan para que yo pueda tallar. Inclino la cabeza y siento que las voces
me inundan por dentro.
- Compromételo San Simón.

85
“No lo dejes respirar” Oigo que dice una mujer. El compromiso fue la respuesta
que encontré entre mi confusión. Recuerdo que mascullé algunas palabras,
quizás “esperen no más” La gente obediente, calló.
- Ha dicho que necesita estar solo para comenzar. Así que desalojen la
capilla - repitió alguien.
- ¡Bendito sea el santo!
- ¡Lo va a tallar! ¡Lo va a tallar! - gritaron.
No supe al fin que dije, pero sentí luego un alivio en mi conciencia. El infierno
es la duda y el demonio es la indiferencia, que anula al otro y no nos deja verlo.
La falta de fe roe por dentro la fuerza, nos hace poner cara de santo para
escondernos más. La solución no es la capilla llena de esos rostros tontos; la
solución es el rostro del Santo, que es el mío.
***

El abandono en que me había refugiado era la sustancia que me aplastaba. Tuvo


la pólvora, la humillación de los fuetazos y la vergüenza que descarnar mi
corazón para que se despertara mi conciencia. Lo que tenía era una mirada vacía
con la que me asomaba todos los días al mundo, como conectado a un abismo.
Yo mismo me andaba negando.

Dios es un acto misericordioso y debemos acompañarlo a jugar a nuestro favor.


Dentro, muy adentro juega a dado con nuestros pasos. La indiferencia me tenía
engañado, restregándome en el fondo de una soledad muy sola que me untaba de
indio triste, a indio sin consuelo, en desamparo. Dios no sabía que hacer conmigo
con los dados en la mano.

El Santo es toda la aglomeración de peticiones y de ruegos que se acumulan en la


desgracia. Es también todos los pasos que he dado para venir a tallarlo, salió de

86
la charada de un sueño, ahora es el rostro, no las máscaras de los milagreros, es
mi rostro.

***

Cada golpe que yo dé para tallar el Santo será un paso que desandaré para
recuperar mi camino y será también un ruego que desanudaré en algún corazón
afligido. Solo, sin la perturbación de la vergüenza y del tedio, me concentraré
como una voluntad única. No dejaré rendijas para la mentira. Golpearé el cincel
y hundiré la garlopa con todo tipo de golpes y de movimientos. Daré golpes
secos, suaves, tramposos, verdaderos, tristes, alegres, rabiosos, bondadosos.
Tallar será la batalla que escogeré para vencer al demonio de mi mala conciencia.

***

- Dicen don Anselmo, que Mundo Revolo anduvo cuatro meses por los
caminos del resguardo antes de llegar al pueblo.
- Y anduvo arrodillado.
- Se le habrá roto al menos el pantalón - contestó con sorna a las
legionarias.
- Créalo don Anselmo, necesitaba del sacrificio.
- Sus manos no estaban limpias para tallarlo.
- ¿Ustedes son legionarias de María o son devotas del Santo?
- Somos legionarias de María.
- Pero respetamos al Santo.
- El pobre Mundo Revolo estaba muy asustado porque no sabía tallar el
Santo.
- Pero lo talló, señoras.

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- Lo talló con sufrimiento, muriéndose de temor.
- Dicen que se encerró anoche en la capilla y que hoy ya lo entregó. Así
que le rindió el sufrimiento, señoras.
- Si no lo tallaba se le tullían las manos.
- Y sin vista, tenía que tallarlo de noche, en la oscuridad.
- Dicen que los trescientos indios, atacados por el mal de “Z” han llegado
para participar en la procesión.
- Trescientos es poco, son más, si hasta el mismo tallador debe estar
tocado del mal del “Z”.
- El que sí está, don Anselmo, es su mismísimo padre.
- Ah, ya lo decía.
- ¿Qué decía?
- Que es muchísimo lo que tienen que espiar esos benditos. No pueden
con sus conciencias de ladrones. No tienen ningún mal de “Z”, lo que tienen es
ganas de quedarse con mi tierra. Si eso es lo que quieren, no lo van a conseguir
ni con camanduleras a bordo.
- Venimos a darle ánimo, don Anselmo, y usted nos está insultando.
- Vinieron fue a llenarme de miedo con sus caras de espantos.
- No sea mal pensado, don Anselmo.

***

- ¿Cómo pudiste tallar al Santo, Mundo?


- Con el alma, Ana Raquel.
- ¿Ya ves?
- No, no veo.
- ¿Cómo pudiste hacerlo? Salió perfecto.
- Mi máscara cayó cuando descubrí que mi rostro tenía una verdad que
mostrar.

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- ¿Cuál Mundo?
- La angustia.
- ¿La tuya?
- El santo fue poderoso por la insistencia de la tuya.
- ¿Sólo por la mía?
- Así es.
- ¿Por qué?
- Porque tu voluntad me llevó a que se despertara el rostro que tenía
dormido dentro de mí. Ahora, los que están locos, volverán a la cordura y quien
propuso la desesperanza se extraviará en la amargura. El viejo Anselmo tendrá
que recorrer sus pasos de vivo, porque se va a morir.

***

Las beatas que salieron de la casa del viejo Anselmo se encontraron con un
remedo de procesión que hacían los locos. Despavoridas corrieron hacia la
iglesia. Como un viento oscuro entraron para localizar al sacerdote.
- Por Dios ¿Qué les pasa?
- ¡Los locos! Padre.
- ¿Qué pasa con los locos?
- Están sueltos en la plaza.
- ¿Y eso qué importa?
- Es que nos dijeron que si el Santo no los cura nos arrancan las orejas.
- ¿Verdad, dijeron eso?
- Así como lo oye. En vez de orejas nos están viendo cuernos de oro.
- ¡Qué locura!
- Con locura o sin ella, los locos están en la calle.

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- Tiene que salir a calmarlos, señor cura.
- Sabemos que a usted lo respetan.
- Vamos a ver, las cosas últimamente han cambiado mucho.
El sacerdote salió con las legionarias a la puerta de la iglesia. La procesión de
inmediato se dirigió hacia ellos. Cuando estuvieron de frente clamaron la
misericordia. El cura no resistió y con un hisopo que le trajo el sacristán los
roció con agua bendita.
- Yo los bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
- Y en el de San Simón de Ayuda - gimieron todos.
- Y en el de San Simón de Ayuda - tuvo que agregar.
El alarido de alegría que lanzaron los locos fue tan intenso que se le erizó todo el
cuerpo. Por primera vez había sentido con fuerza la dimensión de la devoción.
Dios es un espíritu vivo, se dijo. El alarido se escuchó en todo el pueblo y desde
todos los puntos del resguardo replicaron. El aire se llenó de guapirreos.
- ¡Guepa je. . .!
- ¡Ah, caramba! - dijeron los que no gritaron.

***

- Dicen que Mundo salió de la capilla con el santo terminado.


- Así es, ya lo están vistiendo.
- Lo dejó perfecto.
- Es un verdadero tallador.
- El sí sabía tallar, pero sus manos no estaban muy limpias como para
hacer un santo, padre.
- Tuvo que purificarse.
- Fueron cuatro días de ayuno.
- Mucho más, Mundo demoró cuarenta días en ayuno para poder entrar
en contacto con el santo.

90
- Eso de tallar santos no es para descastados.
- Mucho menos para tallar a San Simón de Ayuda.
- ¿Qué diría el obispo si sabe que yo estoy impulsando el paganismo de
los indios?
- No se preocupe -replicó una beata- que esto es una devoción de gente
sencilla.
- Aquí le traigo una toma de agua de panela con anís estrellado para que
le baje la preocupación - dijo otra.
- Vean que a las cinco de la tarde tengo que estar de pié en el púlpito.
- Allí se desquita padre.
- ¡Desquítese! - dijeron todas.
Me refugié con mi carga de dudas en el oratorio. Hasta allí se filtró el escándalo
de la fiesta. Oía el rodar de la ola de gente que subía y bajaba por la calle. El
polvo que levantaban se colaba por las claraboyas, invadía la paz y la limpieza
del templo. Inicialmente preparé un sermón contra la práctica de las religiones
populares.

“Los pueblos hambreados no tienen alma, no quieren tener espíritu, se


entregan a la idolatría y Dios los castiga con más hambre; los hunde más en la
pobreza”

Pero el sacristán se atrevió a interrumpirme con un recado.


- Padre, don Anselmo le manda a decir, que de la misa le lleve la hostia
su casa.
- ¿Acaso está enfermo?
- No, señor.
- ¿Qué es lo que tiene entonces?
- Gadejo.
- ¿Qué es eso?

91
- Ganas de joder, padre.
La conciencia se me removió y comencé nuevamente a configurar el
sermón.

“El pueblo hambriento que no le dan la oportunidad de alimentarse con


los frutos que Dios dispuso para todos sus hijos, crean sus propios santos
misericordiosos; se alejan de la iglesia pero encuentra a Dios. La culpa no es de
ellos sino de quienes no le permiten disfrutar de lo que da la tierra”

***

Primero salió Mundo, con su encargo de tallar el santo, luego salí yo, su padre.
Me vine recogiendo locos. Loquero no soy, más que loquero soy su redentor.
- Levántate indio que te vas conmigo a la procesión.
- ¿Yo? - preguntaba asustado.
- Sí, tu.
- ¿Y los vientos?
- Qué ceca ni qué meca ni qué tuturumeca, vamos es a la procesión del
Santo Simón de Ayuda que nos está esperando.

***

Vi a Mundo parado en la puerta de la capilla. Lo vi con los ojos entreabiertos


como para no extraviarse ante el bullir de la gente. Atragantaba su cuerpo con
los murmullos, ruegos, alegrías o penas de los penitentes. Acumulaba la vida
que le tocaba recibir. Me le acerqué y de inmediato me percibió.
- ¿Eres tú, mi chuchurumeca? - me preguntó.
- Tal vez - le respondí.

92
Viró su rostro de vigía y me descubrió en el vaho húmedo de mi cuerpo. Algo
en él que estaba tenso, vibró. Me fui hacia su cuerpo y me deslicé por el costado
de su ternura. Me apreté a su carne dura.

Su cuerpo ronroneó. Sentí como él había encontrado, por fin, el lugar seguro
después de haber atravesado medio mundo con miedo y terror.

Estuvimos de pie en la puerta de la capilla apreciando el regocijo de nuestra


gente. Cuando la procesión se perdió de vista aproveché para volver a lo nuestro.
- Pregúntame cómo estoy - le dije.
- ¿Cómo estas? - me preguntó.
- Bien -le contesté-, porque te tengo una buena nueva.
- ¿Cuál, mujer?
- Qué acabo de parir. Mientras tú tallabas yo paría.
- ¿Dónde pariste?
- Sobre las virutas que dejaste de la talla del Santo.
Se acercó más y me abrazó, metió su nariz en mi pecho abultado y caliente, se
fue corazón adentro y aspiró.

CAPITULO XV

La procesión pasaría por el frente de mi casa, ya estaba en la calle. No me


asustaba, la esperaría. Los mantuve en la escasez para que aprendieran a respetar
el poder de quien tiene y puede. Los puse mansitos a comer en mi mano. Eran
mis pollitos corronconclones, sin alas para volar. Es que ni para el fanatismo les
dejé fuerza. No sé en qué pude fallar si en todo yo procuré mantenerlos a raya.
- ¡Uepa je. . .! ¡La mujer que no para que se muera! -gritaba en mi
borrachera.

93
Era solo asunto de meterles en la cabeza la idea de la proliferación. La familia
obliga.
- ¡Fuera, mujeres hediondas a bastón de loco!
Y es que el amor no solo obliga sino que ennoblece; vuelve muy delicada el alma
de la gente. La nobleza afina incluso la inteligencia. Así que para evitar
agregaba:
- En pelea de marido y mujer nadie se debe meter, ni el cura.
Yo no sé como se me salió la gente de las manos. Ahora vienen con su santo a
contradecir mi poder.
- ¡Sinforosa! Vaya a ver por donde vienen.
La mujer se paró en la puerta y advirtió con mucho susto.
- ¡Ay! Don Anselmo, vienen para acá.
- Déjalos venir, que no creo que se atrevan a tanto.
- Esa gente ahora mismo no cree en nadie.
- Qué santo ni que ocho cuartos. Quien manda aquí soy yo, ya verás.
Vi que la gente llegó a la puerta. Desde la hamaca donde estaba, vi sus rostros
angulosos con el brillo tembloroso de quien está tensionado. Irrespetar mi
morada era algo muy grande para ellos. Yo los miré con ironía.
- ¡El día de la quema se ve el humo! - me gritó uno que se hizo el
borracho.
Yo atiné a buscar en mi repertorio versos de mi jolgorio que me ayudaron a
fuetearlo.
- No crean que me asustan con su santo de palo en mitad de la puerta, yo
he visto mucho mundo. Sin mentirles, yo vi un cuervo peleando, moliendo y
haciendo bollo; yo vi poner a un perro y vi mamar a un pollo. Así que indiecitos
muertos de hambre, qué me van asustar ustedes.
- ¡El gavilán come es brincando por que la pelea es peleando! - gritó otro.
Entonces cedí el turno. Uno de ellos se plantó en medio de la sala y cantó con
acento de lamento:

94
En aquel playón inmenso
donde me he criado yo
que apenas lo cruza el sol
y algunas veces el viento
no hay un árbol que cortar
un palo donde descansar
los pisingos que salieron
de viejo se devolvieron
en la mitad del camino
renegando contra Dios.
- Pasando hambre devoro cualquier cosa -reproché con burla- hasta una
abarca atollada de barro me sirve de sancocho.
Entonces salió otro a defender su causa. Yo me sentía seguro. La osadía afila la
inteligencia, la escasez la entorpece.
No hay mal que dure cien años
ni cuerpo que lo resista
al que todo mi Dios le da
goza de muchos primores
y el que nace para pobre
no le vale mucho trabajar
no porque tengas y quieras
me vienes a despreciar
porque el que elevado sube
de un golpe se des papaya.
La algarabía que formaron, por la supuesta delicadeza con que el indio me deseó
la ruina, yo lo paré por otra menos fina, bien amañada. Estaba en vuelo alto y
sabía que no me alcanzarían.
Sembré un granito de arroz
por la virtud que he tenido

95
y conseguí un gran surtido
con la cosecha que dio.
Me dio por primera vez: ocho matas de tomate, nueve palos de aguacate, de
zapote fueron diez; en una espiga encontré: mamey, guandú y fríjol. Aquella
mata me dio muchas trojas hermosas. Hoy para lucrar mi roza sembré un granito
de arroz. Lo que el grano producía yo lo traduje a dinero. Compré dos mulas y
un freno, una silla y un pellón y de oro un jaquimón; siete leguas de terreno, más
de veinticinco potreros. Del dinero que quedó todavía me sobró plata; compré
mil quinientas vacas con la cosecha que me dio; aja, todo eso me lo ha dado
Dios.

Los tenía vencidos en su propio terreno. Los asfixiaba en el propio carnaval que
inventaron con su santo de palo. Viéndose machacados me lanzaron a un niño
con la intención de distraer mi agudeza.
Mi padre fue al mercado Ujumm. . .
Mi padre fue al mercado Ujumm. . .
compró una burra vieja
la rintintín la rintintán
purumpumpúm pumpúm
compró una burra vieja.
La gracia del muchachito no socavó mis ideas. Con una punta más hiriente les
largué mi testamento.
Este es mi testamento
nada será perdido
si acaso me hallaren muerto
éstos son los bienes míos.
Dejo un pedazo de bollo, bajo el encargo de un ratón. A custodia de un halcón,
una gallina con pollos. Dejo tres matas de repollo que sembré a orillas del río,

96
sino se la habrán comido, el grillo o la cucaracha. Entrego machete y hacha, que
estos son los bienes míos.

Los apabullaba, desconocían mis quilates. Incluso tan ensimismados y


sorprendidos estaban que habían penetrado a la sala y desbordaban hacia los
predios del comedor donde guindaba la hamaca. Me divertí viéndolos
derrotados, con las caras pálidas y embrutecidas. El sacerdote se presentó. Y yo
les grité:
- ¡Apártense, tigres de medio pelo! abran paso a mi Dios.
Había mandado a buscar al sacerdote a que me trajera la hostia para que ellos me
vieran comulgar acostado en la hamaca. Demostración de poder, eran latigazos al
vencido. El sacerdote sacó la hostia y la mostró a todos. Hubo tensión. Vi en
los ojos de Sinforoza un miedo terrible. Sin querer me asusté y el terror de la
india se me metió en el cuerpo. Cuando abrí la boca para recibirla vi que
brillaba, abrí más los ojos y vi la imagen del santo en su centro. Un miedo
intenso me rompió algo por dentro, agarré la mano del sacerdote y con ella me
metí a la fuerza la hostia en la boca, pero no pude tragarla. Se me paralizó el
cuerpo, sentí un frío que me subió a los labios y caí arrodillado a los pies de
Dios. Clamaron mis entrañas, pues no salió la voz.

***

Mi hijo talló a San Simón de Ayuda; yo tallé a Melxión. La procesión al santo


es muy distinta a la de Melxión. La del santo es siguiendo la ruta de la sangre
soñadora, la mía la del dolor. La de mi hijo fue la del frenesí, la mía será la de
la alucinación.

97
***

- ¿Qué tallaste? - me vino a preguntar el espíritu del viejo Anselmo.


- ¿A Dios? - le contesté.
- Necesito verlo.
- Tú te olvidaste por mucho tiempo de él.
- Quiero hablarle. No me dejó tomar la hostia ¿Dónde lo tienes?
- En muchas partes. Lo fui tallando de apoco. Habrá que recogerlo de
punto en punto para poderlo ver entero.
- No importa, lo recogemos.
- Habrá que hacer otra procesión.
- ¡Qué importa, la haremos!
- Te va a costar mucha vergüenza - le advertí.
El alma arrepentida del mismísimo viejo Anselmo fue la que vino a rogarme para
que tallara al antiguo dios Melxión, su pobre alma está recogiendo los pasos. Hay
que tener calma hasta con el verdugo.
- ¿Para qué quieres volver atrás? - le pregunté.
- Me duele el corazón.
- La conciencia - le aclaré.
- Quisiera saber lo que me pasó.
- Estabas confundido.
- Estoy triste, estoy muy indio.
- Y quieres estar más triste.
- Sí, hasta que mi alma me explique.
- Tendrás que espiar las penurias que provocaste - le advertí.

***

Tengo que hacer a un dios

98
no habrá como su boca
de bollo poloco la haré
con dientes de mazamorra
y cojones de mierda seca.

* * *

Tuve que agarrar la mano del cura párroco y acercarla a mi boca. Una fuerza la
retenía para que yo viera que la hostia reflejaba mi rostro angustiado. Cuando
logré forzar a esa mano, una frialdad me paralizó desde los pies a la cabeza. De
frente vi al ángel de la muerte. Pensé por el momento que podía ser el cura
párroco, qué va, dentro del hábito no había nadie.

El mismo terror me llevó a desprenderme del cuerpo. Huí. Vine a dar a la


puerta de la vivienda del viejo Esteban. Supe de inmediato que él podía
ayudarme.

***

Esta es la procesión pingué


unica, dosica, tresica
suelta el ron burguero pelelén
que eres mezquino como el diablo
pero amante a que te den.

El viejo Esteban no fue muy difícil. Mi gente es buena. Al saber que sufría,
apartando su amargura, se aprestó a ayudarme. “Tendrás que cargar con las
penas de tu gente” me advirtió. “Seré como un Cristo” le contesté.

99
Con Esteban caminé como una legua para venir a dar a la casa de un indio
hermético que no quería salir a recibirnos.
- ¿Qué venimos a buscar aquí? - pregunté al Esteban.
- Los brazos de Melxión - me contestó.
- ¿Por qué no abre?
- Está resentido. Esos son los corazones duros son los que tienes que
contender.
- ¿Y cómo?
- Yo te voy a ayudar.
El viejo Esteban sacó de su mochila un caracol de oro, pequeño, se lo puso en la
boca, lo hizo sonar. Primero fue ruido, después sonido. Inicialmente de
cucaracha, luego silbido de águila. Se agitó el aire. Hubo un resollar de la tierra
y al momento apareció un anciano. Apenas pisa el umbral de la casa, el que no
quería abrir la puerta, la abre de inmediato. Lo atormentó a preguntas.

- ¿Abuelo de dónde viene? ¿Viene de esa loma? ¿A qué viene? ¿Quién lo


llamó? ¿Lo invitó el hijo del tigre, o el del caimán, o el del águila? ¿El lo invitó a
bailar, a comer o a tabaquear? ¿Cómo se vino de tan lejos? ¿Cuántos años tiene?
¿Muchos? ¿Ya no se acuerda? ¿Cuántas esposas ha tenido? ¿Cuántos hijos?
Diga de una vez ¿A qué vino?

No contestó. Entonces chillé:


Este es un juego pingué
única, dosica, tresica
suelta el ron pelelín pelelén
que eres mezquino como el diablo
pero amante a que te den.
El indio recordó el compromiso, sacó la damajuana de ron. Apenas se vio el
licor en mitad de la sala, fue cuando de verdad se inició el juego pingué.

100
- Suelta ahora tu queja - mandó el abuelo al indio.
- Ya que quieren saberlo, se los diré:
Anselmo Ortíz había conformado un grupo de matones a sueldo, yo no lo sabía.
En la fiesta de San Simón de Ayuda hicieron su primera aparición, yo fui la
víctima. Fui a la fiesta de San Simón a ofrecer una manda por la enfermedad
que maltrataba a mi hijo. Era de tardecita y me encontraba en la plaza formando
un ruedo con otros hombres. Hablábamos. Estábamos añingotados. Siento que
por la espalda se acercan varias personas y giro. Me encuentro con los ojos
pícaros de varios hombres. Todavía creo que es cosa de fiesta y sonrío, una
cachetada se estrelló contra mi rostro. No me dieron tiempo a reaccionar.
Venían a maltratarme. Anselmo los había mandado a que salieran a demostrar
su poder. Yo fui la víctima.

Me dieron trompadas, patadas, codazos, garrotazos que me dejaron por muerto


tendido en la plaza. Alguien después de misericordia, me dio el agua que me
ayudó a revivir. Yo había ido por una manda y lo que recibí fue una paliza. La
fe, la devoción, desapareció de mí, me quedó solo el resentimiento. No fui a
donde el santo y mi hijo se murió.

***
El dolor del indio se me vino encima, a aplastarme. ¿Qué es esto? me dije, me
sacudí; pero el dolor era una sustancia que me oprimía o exprimía. ¡Ah. . . !
expiré muriéndome.
- ¿Estas arrepentido? - me preguntó Esteban.
- Tal vez . . . muchísimo - contesté.
- ¿A qué venimos?
- No sé, ni recuerdo.
- Por los brazos de Melxión. Reclámalos.

101
Vi que me escrutaban el rostro. Buscaban descubrir los verdaderos sentimientos
que albergaba. Decidí reclamar lo mío.
- He venido por los brazos de Melxión, Tráiganlos.
- Ya te recordé el gran daño que me hiciste -dijo el indio-. Te los
entrego, si en verdad esta arrepentido.
- Sí lo estoy.
- Confío en ti. Te los entregaré.
Sentí un gran alivio cuando salió con los brazos. Los tenía escondido. Me
entregó dos pedazos de balsa pulidos con desgano. Confundido, sentí vergüenza
de haberme dejado arrastrar por la compasión. Tuve deseos de abandonar ese
juego ridículo cuando unos vientos con fuerza se vinieron contra el rancho. Un
hedor de pantano nos azotó las caras. Sentí un fango muy cerca con algo
inmenso que se removía en sus entrañas.
- ¿Qué es esto? - pregunté
- Tu alma - me contestaron.
- Así de horrible.
- Así pues.
El fango se extendió hasta el propio frente de la casa y lo que se removió en su
fondo, asomó por un instante. Una cabeza enorme de serpiente miró hacia
nosotros. Supe de alguna manera que ese era el verdadero rostro que apareció
en la hostia. Me volvió a doler que el rostro que era yo, me rechazara.
Nuevamente me arrepentí.
El abuelo que descubrió lo que en mí pasaba. Me dio una palmadita de aliento.
“Ya verás” dijo, y sacó de su mochila una máscara de águila de oro. Se la colocó
y en un parpadear, vi delante de mí una enorme águila dorada. Casi quedo
ciego por el brillo de sus plumas. Chilló y levantó vuelo. La vimos remontar
bien alto y luego descender en picada en el instante que la serpiente asomó el
lomo.

102
Lo que vi fue un águila que remontó con una serpiente en sus garras. No vi la
captura. La serpiente al descender se volvió una lluvia de fango, que cayó en su
propio pantano. Estaba viendo como se retiraba el pantano y estaba sintiendo
una gran tristeza cuando volví a sentir una palmadita en el hombro. Viré y vi a
Esteban.
- Tómate el trago - me ofreció.
- Venga - le digo
Me lo tomé. Era ron de maíz. Volví nuevamente a mi gente. Vi al abuelo
sentado en un rincón mirándome con picardía.
- ¿Usted, otra vez por aquí?
- Otra vez.
- ¿A qué volvió?
- A fumar.
Tabaqueaba. Sentí odio. De alguna manera me había derrotado.
- ¿Por qué tuvo que convertirse en águila?
Me miraba con picardía. No contestó. El Esteban aprovechó el bache y me
preguntó:
- ¿Sabes quién es Perencho?
- No - contesté.
- Perencho eres tú.
El abuelo que había estado observándonos desde el rincón se puso en pie,
caminó hacia nosotros y se preparó como para contar una historia.
- Cuente no más - le dije.
Perencho es un indio inteligente pero muy malo, que le encanta criar gusanos.
La tierra hierve de sus excrementos. En ti ahora es cuando hierven.
- Cuente no más - me toca decir.
Le da poder sentirse malo. Todo esto te alegra, Perencho eres tú. No sé como
miras la vida, haciendo la maldad es como se te calienta el corazón, eso es lo que

103
le da cuerda. Adán antes, Perencho después, Anselmo ahora ¿Palabras de viejo
no más?
Perencho era un indio malo que le disputó la creación a Melxión. Sus labios
boquearon las palabras que no se podían decir. Vaya usted a saber cuales eran.
Su boca moldeó los murmullos del fango. Ningún agradecimiento tenemos de
eso. Maldita boca, tu boca.
- Cuente, ya le dije.
Perencho era un indio muy malo que le trajo muchos problemas a los indios
buenos. Era la temeridad de la misma sangre dentro de la sangre, la pisada que
borra el camino. ¿Quién entiende? Ah, ya lo veo. Perencho eres tú, que le
borras el camino a tus hermanos. Piensa sólo en eso, de cerca, muy lejos, de un
lado, del otro. Piensa no más.

Perencho es de los que te mecen pero para después voltearte la hamaca y que te
rompas la cabeza. Es un signo de angustia en un campo verde. ¿Quién lo
entiende? ni su madre, porque este indio nació sin ombligo. No podía amar la
tierra ni a su madre. Era un indio sin placenta enterrada en la tierra. Ah, yo lo
entiendo. Es de la gente que copula sin amor, de la que usa la vagina como
quien usa una totuma para lavarse las manos ¿En dónde demonios puede allí
caber el amor? Perencho no es ningún Dios, es un demonio. Quien no tiene
amor es una bestia. Perencho te mece en la hamaca para romperte la crisma.
Como nació sin ombligo es muy malo, malísimo. Lo juro. Hombre sin
disciplina, descuidado, descosido, tranquilamente de poca vergüenza.

Perencho se puso al lado de Melxión como quien no quiere la cosa pero la cosa
queriendo, se colocó con la intensión de llevarle la contraria. Dentro de
Perencho estaba está Dios patas para arriba.
- ¿Qué va hacer, compadre? - le preguntaba.
- La yuca.

104
- ¿Qué es eso?
- Va a ser un fruto harinoso que nacerá en la tierra.
- ¿Y eso?
- Para que lo coman los indios acompañado con migajón.
Dicho por Melxión de que le daría yuca a los indios para que se la comieran con
los residuos del chicharrón le supo a mucho para gente tan simplona. ¿Por qué
habrían de obtenerlo todo tan fácil?. . . El puerco zaino andaba por ahí. Pues no
andará como Pedro por su casa. Andará azorado, huyendo, espantadizo,
ariscado. . . ¡Chupundún! se hundió en la tierra. La fuerza de la envidia lo
empujaba. Buscaba una tiara de puercos manaos. Leía el ruido encima de la
tierra. Chac, chac, chac y ahí andan. Salió de improviso y le soltó a la manada
una lluvia de garrapatas. Los puercos al sentirse atacados, espantados huyen. La
mano que las soltó la vieron y se dieron cuenta que era mano de hombre. Ellos
también se echaron atrás y perdieron la confianza en el hombre, cada vez que lo
ven le huyen. Perencho dañó la armonía. Ahora el indio debe sudar para poder
comer yuca con migajón. Se trata del bocado más exquisito pero más esquivo.
La yuca sola es dura, casi pedregosa, nada untuosa, más bien atragantosa; pero
con chicharrón es suave, resbalosa, chorro de sabor en la garganta.
Yuca cocía, yuca sola
quien te arrancó
sigue durmiendo
si no hay migajón.
Perencho es un animal malo que volvió esquivos a los puercos para que los
indios tuvieran que internarse en el monte a buscarlos. Perencho nos dejó el
monte al menos, pero tú Anselmo ¿Qué nos has dejado?
- Cuente no más.
- Ya conté.
Yo estaba masacrado por el abuelo. Me había golpeado en todas las costuras
mal cocidas del alma. No encontré un aire, una sombra donde esconderme. Me

105
azotó a descampado. Esteban tenía el rostro suave, como compensado con mi
dolor.
- Ahora vamos a comer yuca con chicharrón - invitó.

***

Enrumbamos después en busca de las piernas de Melxión. Monteadentro fuimos


a dar al frente de otra choza. Bien trancada estaba su puerta y su ventana. El
abuelo continúo, modulando el juego:
- Está casi cerrada, casi congelada, Dios sabe porqué. Melxión no es
ciego, ni sordo, ni patitranco, ni mocho. No hay un solo aliento nuestro que no
sea intención en su corazón. Imaginación no le falta, ni bondad, ni misericordia,
sólo que nosotros somos sordos a su callada voz.
- ¡Qué bello! - dijo Esteban.
- Cuaj, cuaj, cuaj - reposté yo.
El abuelo, burlado sus sentimientos por mi remedo de carcajada, se contrajo.
Tronó sus dientes. Sacó de su mochila nuevamente su máscara de águila, se la
colocó y dando un salto tomó vuelo agitando sus brazos.
- Hasta luego -le dije- que te vaya bien, que te atropelle un tren y no
sepas quien.

***

- ¿Quién era ese viejo?


- Melxión.
- ¡Qué va! No te lo creo.
- Son los brazos de Melxión, los que ahora llevas en la mochila. No has
entendido el juego pingué. No has entendido que a ti en este juego te toca el
dolor.

106
- ¿Cómo así?
- Yo te lo dije desde un principio.
- ¿Qué dijiste?
- Que este juego puede ser lo que tú menos imaginas.
- ¿Cuándo me dijiste eso?
- Cuando viniste a decirme que recogiéramos las partes del Melxión.
- ¿Y para qué vamos a recoger las partes de Melxión?
- Para preguntarle porqué no te dejó disfrutar de la hostia en la boca.
- ¡Ah, sí! Ya lo recuerdo.
- Vea usted.
- Y yo que me porté tan mal.
- Ahora vendrá otro abuelo.
- ¿Y eso?
- Para que nos abran la puerta, no ves que te tienen miedo. No olvides
que allá adentro tienen escondidos los pies de Dios, se te olvidó que sin pies no
puede caminar.
- Y el indio que está allá dentro por qué no abre, qué es lo que se está
creyendo ese indio.
- Nada, los indios no tenemos de qué creernos, más bien de qué
dolernos.
- Y de qué puede dolerse ese indio.
- De lo que tú le hiciste.
- ¿Yo?
- Tú, ya verás, te tocará estar de parte de ellos. Una hectárea y una vaca
querrás repartirle a todos los indios del mundo. Te dolerá tanto la conciencia que
querrás gratificarlos a todos.
¿Qué es lo que estoy escuchando? ¿Oigo la voz más antigua de los indígenas?
¿Veo sus primeros rostros? ¿Qué tendré que hacer para evitar tanto pasado? En
la iglesia católica hay caminos para la evasión, interpretaciones, intérpretes,

107
escenificaciones, que te dan confianzas, pudiendo limpiarte del lastre que te unta
el trajín de la vida. Sin embargo, fue de allá me sacaron con la lengua afuera.
Me sacaron los indios.

***

- ¿Qué estamos esperando aquí?


- Esperando a que nos abran.
- Toquemos entonces.
- No te escucharan.
- ¿Entonces qué esperamos?
- ¡Al otro abuelo!

***

No pude lanzar una ojeada de reconocimiento al lugar como para entrar en


confianza y posesionarme de la situación cuando, sin previa disposición, veo el
rostro del abuelo. Tiene la misma jeta del otro. Ojos pequeños, rostro huesudo,
mirada lenta, de las que transmiten seriedad; piel aceitunada, cuerizada, ultrajada,
hija del tiempo.
- ¿De dónde viene?
- De allá, del monte, de adentro de esos morichales.
- ¿A qué viene?
- A que te abran la puerta, eso creo.
- ¿Quién lo llamó?
- Tú.
- ¿Yo?
- Sitúate.
- ¿Yo?

108
- Te atendí en razón a que te presentantes en forma de un niño
abandonado. Me moviste a consideración viendo la angustia. Te perdoné
porque a esa edad nadie tiene ambición. No tuve tiempo para la reflexión, un
enérgico movimiento me lanzó acá.
- ¿Yo lo llamé?
- Vuelvo y te digo, sitúate. Regresa a ti, llega a tus primeros deseos,
cuando todavía no tenías temores, vuelve para que te puedas salvar.
- ¿Yo?
- No puedes reflexionar con sentimiento porque le has perdido el respeto
a la gente. De los límites de la prudencia nunca has debido salir. Ahora eres un
conflicto, una inconsistencia, la desproporción.
- ¿Yo?
- Sí, tú, convérgete.
- ¡Cuaj, cuaj, cuaj!
El viejo con decisión pisó entonces el umbral de la puerta y de inmediato vinieron
a abrirla. Apareció como que un mismo indio. No los distinguía. Ah, mundo,
éste era mucha burla la que me tenían.

¿Envidia? Eso era lo que le tenía. Creo que sí. La pereza los muele, nos rumian
con ella, es totalmente racional. Adaptada a los indios es la espera inútil del
tiempo. A pleno sol sienten oscuridad. Pretensión no le faltan, apenas ven que
alguien camina reconociendo la luz se les sube la sangre de la envidia a los ojos.
Trajo el indio la damajuana de vino de corocito, pues yo chillé el canto del juego
pingué. Que eres mezquino como el diablo, pero amante a que te den, eh,
pelelín.
- Suelta tu queja - mandó el abuelo al indio.
- ¿La digo? - pregunta todavía.
- Suéltala, no más - le digo.
- Ya que insisten, la diré :

109
Nada hay más dañino en el mundo que una persona con ambición. Primero,
endurece el corazón; segundo, le hecha la culpa a los demás; tercero, sale a
vengarse de los demás, de todos, menos de su madre.

La tierra que le sobraba a este señor era mucha, pero se le metió poseer las mías.
En ellas siempre prosperaba un pasto veranero. Ah caramba, sus vacas tenían
más derecho que las mías. Tenía dos mil vacas pero no toleraba ver dos vacas
gordas en un corral que no fuera el suyo. Contrató ladrones y me despojó. Un
bien más, un bien menos, eso es lo de menos. Las sumas en su alma coagulan,
pero el problema estaba en la sangre en barbecho que retoñaba en mi hijo
todavía de brazos ¿Qué leche le iba a dar? Desafortunadamente la madre había
muerto. Yo era también la madre de mi hijo. Sin leche se le ablandaron los
huesos y de cosa creció para soportar su cabeza.
- Ah, ya recuerdo, usted es el padre del Tico-Tico.
- Así es.
-¡Cuando Cristo nació, viento no había, mueran los vientos y viva María!
Se agitó el aire. Mi burla no la soportaba el ambiente. Hubo un resollar
profundo de la tierra. Al momento oí una queja en gaita que trenzaba un encono
contra mí. Había que sonreír, se me atezo la boca, no podía sonreír. Las
válvulas de mi corazón estaban heladas.
- ¿Qué es esto que bajonea tan hondo?
- El alma del Tico-Tico.
- ¡Tanto dolor!
- ¿Tú acaso no sabes lo que ha sufrido ese enano cabezón? De todas
maneras tú eres hasta forastero entre los tuyos.
- No es para tanto.
- ¡Para ti nada es mucho que nos quiere enterrados vivos en un solo
camposanto, y de pie!
- ¿Por qué he de querer eso?

110
- Para que te quede más tierra para tus vacas.
- No exagere, abuelo.
Volví a oír la queja de la gaita pero saliendo de mí. Entonces, sintiéndola
arrastrarse en mis entrañas, comprendí que no podía mentir. Temí. El miedo
me llevó al arrepentimiento. Suspiré profundo, exhalé la pena.
- ¡Que vengan esas piernas! - gritó Esteban.
El indio fue al escondite y trajo los pies. ¿Y si de repente yo podía mentir? Una
mirada de reojo. Nadie me vigilaba. Yo andaba al desnudo con mi alma
flameando las penas.
- Tómalas -me dijo- y no vayas a creer que el Tico te perdona.
Recibí con gran alivio los dos pedazos de balsa que representaban las piernas de
Dios. Mis labios boquearon un agradecimiento a esos vientos que sentían mis
sentimientos.
- ¡Ea! Vamos - dije.
Acababa de hablar cuando otros vientos hambrientos, me buscaban para
tragarme.
- ¿Qué es eso? - pregunté.
- ¿Ya te olvidaste?
- ¡Ah, ya sé! Soy yo.
- Así es - me contestaron.
- Ya verán que no me trago a nadie - dije en tono de juego pingué.
Lo que era viento pasó a ser olor de fango que exhaló su gran serpiente.
Avanzaba hacia nosotros cuando el abuelo sacó de su mochila la máscara de un
tapir. El abuelo temerario que se volvió el mismo tapir. Se fue hacia la
anaconda que lo atrapó entre sus poderosos anillos para reducirlo a nada. Sentí
miedo por el abuelo, lo vi envuelto, sólo el hocico afuera.
- ¡No! - grité con horror.
El abuelo recogió el apoyo que mi instinto soltó y se acopió de fuerza. Lento
pero inflexible fue retomando su tamaño original. La anaconda no aflojó. Se

111
enfrentó a la vida que pugnaba por vivir. Las vértebras de las serpientes están
unidas por los músculos, al distensionarlos quedaron reventadas dentro de una
masa flácida.
- Tómate un trago - me convidó Esteban.
- Venga - le dije.
Lo empinó y lo dejó bajar por la garganta. Miro hacia un rincón y veo al abuelo
tabaqueando.
- Ya que está descansado, cuente la historia mía cuando todavía era el
indio sin ombligo. Cuente no más.

***

- Qué va hacer hoy, compadre.


- La hicotea, amigo.
- ¿Hicotea? ¿Para qué puede servir eso?
- Para que la coman los indios en Semana Santa.
- ¿Por qué en Semana Santa?
- Para que no me vayan a olvidar.
¡Juapata! Se hundió en la tierra y estuvo por allá abajo pensando en la maldad.
¡Ah, caramba! Se dijo “Si ese animal es de agua” Se fue donde estaban y
desde abajo le soltó un chorro de saliva que volvió fangoso el fondo por donde
andaban. Las volvió resbalosas, babosas, para que le diera al indio trabajo
sacarlas.

***

- ¿Ya cantó?
- Ya canté.
- Ahora vamos a comer hicotea - invitó el indio.

112
Parece que al abuelo le hubieran adivinado los deseos, porque eso esperaba que
tuvieran preparado.
- En quiso - dije yo.
- ¡Claro! En guiso de ají.
- ¿De ají?
- ¡Claro! en guiso de indio, el que sirve. Es todo santo porque te calienta
las vísceras de ese bicho tan frío.

***

Después de la comida, que llenaba el vacío de mis ansiedades y vergüenzas,


enrumbé en busca del tronco y la cabeza del muñeco. Era muy consciente de mi
irrefrenable ambición, la cual se me había acunado en el alma como fruto de lo
que cualquiera hace, al desear salir de la pobreza.

Mi virtud había consistido en un rechazo a los desafueros propios de la juventud,


para consagrarme a la tarea de amasar capital. Sabía de martingalas bien
pesadas, horrorosas que había tenido que hacer; me faltaba era memoria para
recordarlas. Buscando el cuerpo del Melxión me obligaban a regresar hacia ese
pasado casi tenebroso.

En un recodo del camino encontramos una gente velando un cadáver. Tuve la


impresión que ese muerto lo sumarían a mi conciencia y alerté a que siguiéramos.
Un pequeño ataúd se me vino encima como un destello. Lo esquivé. No grité.
Debía aguantar. Adelante como a cuatro pasos se vino contra mi un arrume de
ataúdes vacíos. Juraría que todos ellos tenían que ver conmigo. Apresuré el
paso. No bien me había desahogado, vi los entierros con los ataúdes ya
ocupados. Este caudal de inquietudes amenazaba con demolerme. No me
detuve, recuperaría el cuerpo de Melxión.

113
Mi salvación consistía en rogarle a Melxión para que me dejara tragar la hostia,
pues San Simón de Ayuda me lo impedía. La comprensión de un Dios indígena
debía ser más abierta que la de un santo de palo.

***

La comitiva estaba compuesta por el viejo Esteban, el abuelo y yo. Llegamos a


la otra vivienda indígena. Allí se nos acercó de inmediato otro abuelo.
- ¿A qué viene? - le pregunté.
- Ya lo verás - me contestó.
Tocó la puerta y se acercó a recibirnos otro indio. Trajo consigo la damajuana
de vino, de corozo de palma de vino, que es de donde sacan los indios su sabroso
ron, exquisito. Antes que debilitar, me robustece, me endurece los tendones y
pasma mis músculos.
- Suelta no más - le digo al indio.
- ¿Qué suelto? - me preguntó.
- Tu bendición - contesté sin burla, retándolo.
- Cuando la chicha se acabe, con vara de cimbreadora azotaré mi
corcoveo y pujaré mis penas hondas - dijo.
Pobre indio ¿Quien diría que no sentía? Modales poseía. No tenía cara de azotar
muy duro. Después de sentirme sacudido con tantos ataúdes, estar al frente de
un rostro amable era una bendición. Con la sangre ya encendida por el vino,
volví a insistir.
- Suelte no más.
- Yo soy Mundo Revolo, el tallador de santos.
- ¡¿Qué?!
Me estremecí al pensar que yo me fui metiendo con lo más representativo de la
gente del resguardo. Ahora debía prepararme a soportar otra de mis
desvergüenzas ¿Cuál sería?

114
- ¿Cuento?
- Cuente.

***

No tenía idea que el maligno se acercara a uno de la manera más natural, a


medio día. Lo creía amigo de la oscuridad. Estaba en casa escuchando el
silencio del día, cuando oigo el rebotar de unos cascos que se detuvieron frente a
la casa, salí a ver quien había llegado.
- ¿Qué se le ofrece señor? - pregunté.
- Nada que sea para mí – me contestó.
- ¿Para quién entonces?
- Para ti. Nadie se escapa que lo reclute el ejército. Un teniente acaba
agarrando al primero que encuentra. Quien no quiere irse con el teniente que se
vaya entonces conmigo.
El temor me invadió. No estaba preparado para tal noticia. Ante la autoridad,
uno es muy poco.
- Espere -le dije- ya salgo.
Entré y me despedí de mí. Mi mujer estaba dormida, no la quise despertar.
Tomé el sombrero, lo ajusté a mi cabeza y salí.
Anduve con usted largos trechos. Yo de pie, usted a caballo. Según me decía,
me llevaba a su campamento para asegurarme allá. Me metió por unos
morichales que nunca había visto y salimos a un claro de monte donde nos
esperaba alguien.
- Aquí se lo traigo, mi teniente.
- Este es el hombrecito que me toca este año.
- Ya cumplí, ahora mismo me voy.
En ese momento no tenía idea de que usted me entregaba al propio demonio.
Uno se deja engañar porque existe un engañador.

115
- ¿Así que tu eres el rebelde Mundo Revolo?
- ¿Yo, señor?
- Acaso no te sobran pelos en la lengua para reclamar el resguardo.
- Yo no reclamo nada.
- Todo indio reclama su resguardo.
- Eso es así porque hay que entender que el resguardo es nuestra patria.
- Ajá, con que tu madre es el resguardo. Ya mismo vas a ver a tu madre.
Toma, me dijo, y me entregó un canto de rejo de enlazar. Levanté la vista y vi
frente a mí una vaca con los ojos inyectados de ira ¡Arréala! me gritó el hombre,
sácala del campamento.

El animal se me vino encima a ensartarme con sus cachos afilados. Apenas tuve
aliento para esquivar. No entendía lo que sucedía, pero tuve la sensación que me
habían engañado para entregarme al demonio, por lo cual debía defenderme con
mucho recelo. Alcé la vista y vi la vaca erizada de rabia. Supe que debía
sacarla del campamento, solo así me dejarían libre, tuve que enlazarla.

Venía contra mí, yo la esquivaba, iba contra el viento, yo la jalaba. La seguía


cuando tironeaba bien fuerte, obligándola a seguirme cuando corría como un
loco delante de ella. Entre ir y venir, entre la verdad y el engaño, la saqué de los
corrales del campamento. Yo sabía que salvaba mi vida si lograba sacarla del
corral, que era la puerta del infierno.
- Aquí te la dejo, en el nombre de Dios - le dije.
Mi voz fue como una luz que chocó contra el mugir de la vaca. Del choque,
digo yo, se desprendieron rayos y relámpagos. Me había refugiado en el alar del
campamento. Fue en vano, allá me alcanzó una centella que me tumbó al suelo
dejándome ciego.
- ¿Eso fue todo?
- Sí señor, usted me vendió al demonio y ya vio lo costoso que me salió.

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No pude soportar su dolor y mi alma se quebrantó. En un instante nuevamente
azotaron los vientos y el ruido del agua espesa, sanguinolenta, se vino al pie de la
casa. Miramos y vimos el rostro malo de mi alma. Atacaría. Había que
defenderse. El abuelo esculcó la mochila y sacó una babillita de oro. La colocó
en el suelo. Luego le sopló el lomo y la babillita se fue a enfrentar a la enorme
serpiente. Pensé “Va a tragársela” pero no. Vi cuando la fiera enorme se asustó
con la fiera pequeña. La serpiente tenía miedo y yo también. Parecía como si
un solo mordisco de la babillita fuera el peligro más grande del mundo. La
serpiente huyó y yo me quedé en el vacío.
- Tómese un trago - volvió a invitarme Esteban.
Ya tenía los brazos, las piernas, el tronco y la cabeza de Melxión. Me tomé el
trago y me dispuse a reconstruir mi dios, cuando me alertaron.
- Todavía no.
- ¿Y eso?
- Falta la última revancha de Perencho.
- Cuál es, pues.

***

- ¿Qué va hacer compadre?


- El palmito, amigo.
- ¿Y eso?
- Para que los indios lo coman en mote o en ensalada.
“Vaya para el chorote” dijo Perencho y volvió a hundirse en la tierra. Se colocó
debajo de la palma de vino y el ñame que lo tenía abajo lo sopló para subirlo
arriba. Ahora los indios tienen el trabajo de tumbar la palma para extraerle su
corazón amargo.

***

117
- ¿Qué va a hacer amigo? - me preguntó Esteban.
- El muñeco de Melxión - le contesté.
- No puedes hacerlo - me replica.
- ¡Ah, no!, ¿entonces qué voy hacer con estos palos de balsa?
- A Perencho.
- No, señor.
- Sí, señor.
- ¿Y para qué voy a hacer un Perencho?
- Para que los indios se burlen de ti.
- ¿Esteban te llamas tú?
- Mal pago me llamó yo; el que mal pago me dé; mal pago le daré.

***

El señor Juan Barrigón dijo que quien no puje sus penas, se traga sus cien varas
de mojón.
Quien nunca ha tenido penas
y alguna llega a tener
le duele tan grande la pena
que no hay pena como la de él.
Este trabajito de pujar tristezas fue como conseguir el cielo por dentro. No en
vano mi hijo que anduvo ciego por esta tierra reseca y resentida, ahora es el
redentor, el que le dio vida a la esperanza. El Tico-Tico nunca fue su San Juan
Bautista. El monte tenía un gritón, que era yo. Ya nadie tiene nada que anunciar.
Ya yo lo anuncié.

118
CAPITULO XVI

- ¿Qué oportunidad quieres para él?


- Que vuelva a ser un indio como todos nosotros.
- ¿Eso para qué?
- Para ver si se arrepiente de verdad, sin asustarlo, ni presionarlo como
hizo mi padre. No hay porque asustarlo tanto si está en las puertas de la muerte.
Déjeme actuar.
- Inténtalo - advirtió.
Como yo lo tallé podía pedirle el milagro más difícil. Eso hice.

***

- Anselmo, levanta la cabeza.


Estaba destruido, a punto de partir, mi mandato le dio vida. Levantó la mirada
ciega.
- ¿Qué? - preguntó.
- Levántate y anda que tienes otra oportunidad. Habla, que ya puedes
hablar.
- ¿Y mi tierra? - fue lo primero que dijo.
- Ya no es tuya.
- ¿De quién es?
- De tus hermanos.
- ¿Cuáles hermanos?
- Los indios.
- ¡Ah!
- Tendrás derecho a ella tal como lo tienen los demás ¿Aceptas?
- Acepto.

119
***

- Dicen, Mundo Revolo, que el viejo Anselmo aprendió a ser uno más
dentro del reguardo.
- Eso dicen.
- Aprendió tanto, que es el más humilde de todos los indios.
- Así parece.
- ¿No se te hace extraño?
- No me parece extraño ¡Qué va! Si el muy bendito lo que hace de vera
es salir de visita a la hora de las comidas para vivir de los demás. Cuando se
sienta arrepentido, que me avisen.
- ¡Ah, caramba! Buena la gracia.
- Que sí buena. El viejo es maromero como ratón tierrero.

***

- ¿Tú? ¿Hijo mío? - no salía de su asombro.


- ¡Sí, taita, carajo!
- Hombre, quien lo iba a creer. La verdad es que no me acuerdo ni como
fue eso ¿Y como fue eso?
- Si no sabe usted, quién más lo podrá saber.
- ¿Y cómo lo supiste tú?
- Por mi madre, que en paz descanse.
- ¿Y quién era la difunta?
- Acuérdese.
- No será más bien una mamadera de gallo.
- No, nada de eso. Ella me dijo: tú tienes un padre que es indio, de los
indios Mapurinences descendientes de Melxión y Manexca.

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- Tuvo que haber sido cuando todavía era tropero y viajaba ganado a pie
desde Canalete a Magangué.
- De Canalete es de donde vengo.
- ¡Ah, caramba! tu madre no es ninguna mamadera de gallo, ya sé, ella
se llamaba Mercedes.
- Así es.
- Me alegro mucho de que seas mi hijo, yo ya pensaba que me iba del
mundo sin dejar retoño.
- Ya ve que no es así.
- Lástima que hubieras venido tarde, hijo, cuando dejé de tener fortuna.
- De eso ni hable, padre, que fortuna tengo yo. Si vine fue a buscarlo
para que me ayude a administrarla.
- ¡Ah, caramba! ¿Y de dónde sacaste eso?
- Herencia, padre.
- De tu madre no puede ser, yo a tu madre la conocí tan pobre como un
piojo.
- De ella no fue.
- ¿De quién, si se puede saber?
- De mi padrastro.
- Con que te impuso padrastro.
- ¿Y qué?
- Que si yo hubiese sabido que después no iba a tener más hijos, me
quedo con ella aunque hubiese sido en la pobreza. Yo te hubiese criado.
- Ya estoy criado y con herencia.
- ¿Son muchos los terrenos?
- Bastantes.
- ¿Cuántos?
- Seis mil hectáreas.
-¿Cuántas?

121
- ¿No cree que tengo mucho?
- No pregunte eso, hijo, ya verá que le van sobrar las ganas de tener más.
Si hueras tenido la sesenta mil que yo tuve, no estuvieras diciendo eso.

***

- Esto está muy montuno. Tú aquí tienes apenas las tierras, y ella sola,
sin la mano del indio no es nada. Aquí lo que te falta es indio para que puje su
zulicán en totuma.
- ¿Indios? ¿De dónde voy a sacarlos?
- Deben haber regados algunos por todas estas tierras, si yo mismo vine
de indio a desmontar tierras aquí. Si mal no recuerdo, había un punto llamado
“Sopla Viento”.
- Así es, padre.
- ¿Y qué haces que no los contratas?
- Ellos no trabajan en lo ajeno.
- ¡Ah, caramba! Con que tienen tierritas.
- Así es, padre.
- Ya veremos que se hace. Mientras me viene la idea a la cabeza voy a
verlos. Quiero saber en qué consisten sus trabajos. Tus tierras se tienen que
trabajar de alguna manera, ni más faltaba.

***

- ¿Qué haces, cultivando yuca, ñame, arroz, si no tienes una plaza de


mercado?.
- La plaza de mercado es mi buche, viejo.
- Y cuando se te acabe la rula ¿Con qué dinero la repones?
- La organización, viejo, la organización.

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- ¿Qué hace la organización?
- Que yo sepa reúnen los puños de arroz que sobran y encargan a alguien
que saque el producto al mercado.
- ¡Ah, caramba! Con que están organizados.
- Usted, viejo ¿Por qué pregunta tanto?
- Por conocer apenas, por conocer.
- Sepa usted, que de la boquilla no comen sino los músicos, y de ver, sólo
los ingenieros. Usted ve y pregunta o pregunta y luego ve. Acaso el viejo es
músico o ingeniero.
- ¡Qué tanta desconfianza, caramba! Ni que viniera con armas. Vea, no
traigo nada en el cinto. Unas cuantas preguntas no hacen daño.
- Tal vez.
- ¿No necesitan más tierra?
- ¿Y eso para qué?
- Bueno, para cultivar más.
- Eso no, viejo ¡Para qué tanta tierra, caramba! Usted como que es
ambicioso.
- Nada de eso. Son sólo preguntas.
- Pero que le nacen de la boca para adentro.
- No se imagine lo malo, amigo.

***

- ¿Cómo le fue?
- Bien.
-¿Bien?
- Sí, bien, no te asombres. El hueso es duro de roer, pero verás que te lo
voy a dejar blandito y molido.
- Hay que verlo.

123
- Esos indios de qué lado están ¿Del trapo rojo o del trapo azul?
- Del rojo, padre.
- Ajá, con que son problemáticos.
- ¿Cómo así?
- ¡Claro! No quieren trabajar, y además no respetan las instituciones.
- ¡Ah! ya entiendo.
- Es cosa de ir a la capital y ya verás.

***

Anselmo Ortíz fue a la capital y trajo un montón de policías. Su hijo se alarmó.


- ¿Qué es esto, padre?
- Usted vea y calle - respondió.
- Pero yo no quiero derramar una sola gota de sangre.
- Al contrario hijo, ya verás.
- Ni una gota - reafirmé.
- A mí me la hicieron. Abogado, policía, directorio ganadero, nada de eso
me sirvió.
- Ni una gota.
- Al contrario, ya verás.
En la casa estaba Anselmo Ortíz, el teniente y yo. Anselmo necesitaba ultimar
detalles. La noche estaba fresca y se oía el chirrido monótono de los grillos. El
camino entre la hacienda y el poblado estaba desierto. Los policías, cinco en
total, fumaban en silencio dentro del rancho, que les servía de dormitorio. El
teniente, que era altivo no quería aceptar las sugerencias del viejo.
- ¿Tiene miedo?
- No creo que tenga miedo, el caso es que yo vengo a detener a uno o
dos, no importa a quién.

124
- Cómo no va importar teniente, a quien vale la pena retener es al
cabecilla.
- ¿Y porqué? Si se puede saber.
- Por lo que sea, eso es lo de menos - respondió Anselmo.
Cuando amanecía, el pelotón salió encabezado por el teniente. La gente vio que
se acercaban y de inmediato le avisaron a la directiva de la liga indígena para que
diera las instrucciones. De lejos los vieron, y la orden fue de no aceptar ninguna
provocación.
- Ustedes tienen que desalojar la tierra - ordenó el teniente.
Así empezó la tramoya que planeó el viejo Anselmo. El teniente fue recibido por
la misma junta de la liga. Tres hombres adultos, dos que pasaban apenas de la
adolescencia y tres mujeres.
- Esta es nuestra ceniza - dijo una de ellas.
- ¿Cuál ceniza?
- La de los árboles que tumbamos para educar el suelo - contestó.
- Aquí está el sudor de nuestra frente - agregó uno de los jóvenes.
La madrugada estaba fría, presagiaba lluvia. La gente estaba en la entrada del
pueblo. El teniente, al oír la voz del joven se llenó de ira como si fuera causante
de una herejía, levantó el fusil para darle con la culata en la misma frente, cuando
se oyó un disparo desde los morichales.

***

- Ya te dije que ni una gota de sangre.


- Pero no fue de ellos.
- ¡Ah, caramba! Pero la hubo.
- Eso es lo de menos, hijo; ahora los tienes en tus manos.
- ¿Cómo así?
- Ahora viene una cuadrilla completa como de veinte policías.

125
- ¿A qué?
- A encarcelarlos.
- ¿Por qué?
- Porque ellos mataron al teniente.
- No fue así.
- Sí fue así, incluso está macheteado.
- Quien lo macheteó.
- Ellos.
- Ellos no fueron.
- No importa.
- ¿Qué es lo que importa, padre?
- La tierra de ellos. Sin tierras, tú le pones las condiciones.
- ¿Cuáles, padres?
- Que trabajen en tus tierras. Pasarán a ser unos terrazgueros.
- ¿Qué es eso?
- Trabajaran cuatro días para ti, a condición de quedarse en tus tierras; los
otros días de la semana, que lo trabajen para ellos.
- ¡Caramba! La administración suya anda por mal camino. La gente va a
quedar resentida.
- Eso es lo de menos. Para rematarlos, este año hacemos corraleja.
- Ellos tienen su diversión.
- ¿Cuál?
- El juego pingué, el del muñeco “Perencho”.
- Se suprime, yo consigo con el cura que lo prohíba, que para velar con
las instituciones están los curas.
Anselmo estaba en la sala, esperando reclamos. Yo, un tanto asustado o
avergonzado, me movía intranquilo en toda la casa. Desaparecía y volvía a
aparecer. Anselmo, tozudo, esperaba, estaba decidido a consolidar mi fortuna. Se
escuchó un perro que ladró a alguien que venía, luego se oyó una voz de mujer

126
que lo hizo callar. Vio con precisión lo que llegó, sólo cuando la mujer atravesó
la luz amarilla del porche. Era una mujer con un rostro macerado del dolor; venía
con un pujido que le quería reventar el pecho.
- ¿Qué se le ofrece señora? - preguntó el viejo.
- Un reclamo.
- Dígalo, no más.
- Vengo por “Perencho”.
- ¿Y yo qué tengo que ver con ese muñeco?
- El cura lo prohibió por usted.
- Así es.
- Qué mal estaba haciendo ese muñeco. Yo no salgo a caminar ese juego
pingué, pero me siento bien, sabiendo que la alegría y la vida están de mi lado.
- Yo no voy a suspender la alegría, señora, yo la voy a reemplazar por la
corraleja.
- ¡No! Eso sí que no.
- ¿Usted tiene algún hijo?
- No. Tengo una hija.
- Mucho menos se debe preocupar. Su hija no va a ir a mantear.
- Pero su marido sí.
- Si a él le ronca, que puedo yo hacer. Además, mantear no significa la
muerte.
- Lo que nunca significa la muerte es “Perencho”. Nada le hemos hecho
para que nos quite la vida y nos traiga la muerte.
- Vea, señora, para tener vida hay que luchar contra la muerte.
- No señor; en la vida lo que hay que luchar es para seguir viviendo.
- Pues verá. . . empezó a decir Anselmo y no encontró más ideas en la
cabeza. Se disgustó, casi rayaba el punto de la violencia y no quería llegar hasta
allá. Apoyó el mentón en su mano, se quedó mirando a la mujer con sumo
interés y al fin le dijo:

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- Señora voy a pensar en lo que me dijo; por ahora déjeme solo.
Cuando la mujer se retiró, llamó a su sirvienta y le advirtió:
- Que esa mujer no entre más aquí.
La cara huraña del viejo presagiaba que no les gustaba el rumbo de los
acontecimientos. Me llamó y se encerró conmigo para definir los términos de la
administración.
- Usted haga lo que desee hacer. Lo único que no quiero es sangre.
- La corraleja no es sangre, hijo, es diversión.
- Tendrá que convencer a esa gente.
- Es que es gente con mucho recurso, hijo, no sé de dónde sacan tanto
argumento ¿Cómo vino esta gente aquí?
- No sé, parece que son indios.
- No pueden ser, porque no reclaman resguardo.
- Ellos llegaron junto con mi padrastro. El cabildo de Montería les
concedió 50 hectáreas a cada uno, tenían tierra como yo.
- Sí, pero la titulación de ellos era provisional, ahora es tuya; eso lo
conseguí yo.
La casa de la hacienda no quedaba muy lejos del poblado, así que al momento
sintieron avanzar a otro de ellos por el camino de entrada; el perro volvió a ladrar
y una voz volvió a callarlo. Quien venía atravesó la luz amarilla del porche y
reveló su figura magra y envejecida ante Anselmo Ortiz; quien lo vio tan
rechauchido, que retomó la persistencia para soportar otro reclamo.
- Yo casi no puedo ni caminar, me he movido quizás por última vez - dijo
el anciano.
- Diga, no más viejo, que lo escucho.
Anselmo Ortiz se echó hacia atrás en la mecedora de mimbre y pensó que cada
vez se apropiaba mucho más de la situación. Se restregó las manos y se dispuso
a simular atención.

128
- Todavía están frescas las huellas de las estrellas que anoche vinieron a
conocerlo.
- ¿A mí, porqué?
- Porque la madre tierra vino a verte y tu no la escuchaste.
- Qué disparate me dice, viejo.
- La mujer que vino antes de mí fue la madre tierra.
- ¡Ah, caramba! Con que ustedes en vez de una Liga Indígena, lo que
tienen montado es una Liga de Lunáticos.
Anselmo Ortíz se quedó mirando el rostro del anciano, tratando de encontrar los
signos de la chochera y encontró un aire de serenidad intenso que lo circundaba.
Lo revisó con detenimiento y descubrió un collar de dientes en su pecho.
- ¿Para qué te guindas ese collar? - preguntó.
- Es la escritura de las tierras de la gente de Canalete.
- ¡Ah, caramba! Con que esto es una escritura.
- Son dientes de tigre - aclaró el anciano.
- ¿Y qué le hace que sean de tigre?
- Sí le hace.
- ¿Por qué?
- Son los dientes de los tigres que mi gente tuvo que matar descuajando
esta selva. De noche tenían que dormir con fuegos prendidos a los cuatro
costados del campamento, para evitar que los tigres los sorprendieran.
- Pero viejo, si yo no los voy a sacar de la tierra.
- Ya sé, tú quieres que trabajen más de la cuenta para agrandarle la
fortuna a tu hijo. Tú quieres que expriman un pedacito de tierra, mientras que el
resto, lo quieres tú para engordar el ganado.
- Ahora sí me convenzo, que ustedes son gente peligrosa y floja.
- Yo respeto la tierra y el sudor de la frente de los hombres.
- Usted es una persona envejecida. Si ya está chocho y no puede hacer
nada, deje al menos que los otros trabajen.

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El anciano con la agresión, pareció rechauchirse más, sus ojos lagrimearon de
vejez. En la semioscuridad de la sala parecía un trapo sucio y arrugado.
- ¿Qué? Está llorando por lo que dije.
Lo condujo casi en vilo hasta el porche de la puerta y lo echó de la hacienda sin
darle tiempo a replicar.
- Váyase y no vuelva más.

***

Nadie más volvió durante los días siguientes. Todo indicaba que la gente se
había resignado al terraje. El viejo Anselmo entusiasmado se halagó el mismo.
- Hijo, te resulté buen administrador.
- Los resultados son los que hablan, padre.
- Si resolví lo tuyo ¿Por qué no vuelvo a lo mío?
- ¿Qué dice, padre?
- Que mañana mismo me acompañas a mis tierras.
- ¿Para qué?
- Para reconquistar mí hacienda.
- No hago eso, que aquí sobra para usted.
- Mañana partimos.
- Vea que aquí se acomoda como usted quiera.
- Nada de eso, mañana partimos.
- Así sea padre, pero le advierto que no le van gustar los resultados.

***

Dos hombres, uno viejo y otro joven, emprendimos el viaje. En el camino nada
extraño sucedió. A la entrada de San Andrés va y dice el viejo con verdadero
entusiasmo:

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- Ahora, van a saber quien es la estaca viroca.
- ¿Qué va a hacer, señor Anselmo?
- ¿Qué que voy a hacer?
- Sí ¿Qué va a hacer, señor Anselmo?
- ¿Y ese trato de señor? ¿Acaso tu no eres mi hijo?
- No, señor.
- ¿Quién eres entonces?
- Yo soy Mundo Revolo, el tallador de santos.
- ¿Qué volviste hacer conmigo?
- Te volví a dar la última oportunidad, pero todas las bondades del
mundo no te sirven, seguirías condenándote por tu propia maldad.

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