Libro de Thenon

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SUSANA THÉNON

DE LUGARES EXTRAÑOS

editorial: Carmina

Home is where one starts from. As we groe older


the worls becomes stranger, the pattern more
complicated
Of dead and living.

Thomas Stearns Eliot


Para el que amó desde su encierro
las hojas últimas de un verano,
para el que solitario
se negaron los dias y las noches
no hay lugar en un círculo perfecto.

el que busca una fuente no prevista


da con la fuente de la sed, con sus blasones
y vigilias de arena.

Augura y late para nadie el amor


en fortines aislados y carrozas,
en literas sin viento,
en estrechas proas desgobernadas.

Para el que sólo sabe de absoluto,


caminos,
no hay lugar en un círculo perfecto.

He conocido parques
donde no hay más delirios que el recuerdo
bajo un árbol oscuro.
He visto un solo anochecer,
el del aire
que se inclina llorando
por la muerte de todos sus países

Galaxia de la sombra,
te he bebido hasta ahogarme,
fui los ojos de un muerto bajo el mar.

Puerta de salvación, yo te he sellado


con alcoholes y sangre,
cerré el paso a las aguas de tu día.

¿En qué es menos Aquiles que una rosa?


El hado los hizo crecer
con gloria,
les dio la inmortalidad, la ruina,
la caída y el rumoroso cielo.
Y sin prisa tomaron su minuto,
su luz, su espeso vino, su cólera.
Juntos se yerguen-alta sombre-
toda vez que labios humanos eligen.
Vengo de lugares extraños
con dos ojos vencidos de miseria y memoria.

Te encuentro y te acompaño
de negro y oro por caminos ajenos.

Me está dado mirarte con amor


en la ausencia:

déjate amar en tu rincón, en tu quietud


de muérdago silvestre.

En mis tierras germina lo imposible:


tú tienes para mi un país de reposo.

Yo respiro si quieren, si me dejan:


tú tienes para mi una bebida que ignoras.

Te encuentro y te acompaño
de negro y oro por caminos ajenos.

Soy dos ojos brillantes,


de miedo de no verte, ya ciegos.

Hay colmenares, fiestas.


Alguien canta cerca de las casas
y un aroma de pan joven
nos habla inutilmente de la vida.
Hay romeros, aljibes.

El mundo está despierto


como un enfermo cruel que se vigila
el caos, la sombra, la supuración.

Porque la memoria no tiene parques cerrados,


porque no es la memoria un pergamino, una lápida
o acero, un dorso transitable para buriles,
y también porque un dios ahora olvidado
tuvo una vez para la sed
un vaso, para el llanto un oído
y sin palabras
rebalsó los niveles, desorbitó los causes
e inundó todo lo ejido, toda miseria,
algo que llaman vida, soplo, barro,
supura o sangra, pero brilla,
enciende.

Volverá esa mujer de muchos nombres,


su mirada sin ojos.
Ella gritaba ya en los corredores
como un cardumen de violines rabiosos,
ya se nutrían las cornejas
de su hermosura
cuando avanzaba yo
por los puentes de mi madre,
desnuda y mínima,
para iniciar el gran error.

La mirada cae sobre las cosas


como un atardecer brillante, lento y seguro
de su fin que se acerca, de su dichosa sumersión
en las aguas oscuras
que de noche y de muerte se amalgaman.

La mirada se detiene en sí
como acaricia sus ojos el color palidísimo
de esta flor
que lentamente escapa entre cenizas.

La mirada tiene memoria


de espacios y de tiempos inexistentes
para el cristal, para el carbón
de la memoria del otro
y súbitamente, cristal, carbón,
se encuentran desvestidos en su sala
con rosas en el cuello,
con rosas de este mundo
cuyo aroma la alcanza todavía.

El pensamiento quiere desbocarse,


quiere llegar a dioses,
a los escándalos del trueno,
al nacimiento y muerte de un mar.
El pensamiento no puede.

El pensamiento trota bien uncido


a un carrito de ruedas pentagonales.
Entre alegres asesinos pasa la vida,
entre espinas romas y derrumbamiento.
Ni alma ni cuerpo: sólo minas holladas,
moribundas eternas, como rosas.
El vacío tiende al vacío y así llaman amor
a la atracción ciega de lo igual por lo igual
sin comprender que es muerte,
nada más que muerte y despojo.
Y en tanto que en la sangre, en sus cisternas,
algo se ha librado de los hilos
y libre se desliza a la nada,
otros cierran puertas, corren pasadores,
rebuscan en sus sueños
hasta encontrar desnuda a la locura,
sospechan del ave y de los ojos de los ratones,
muerden libros como cuerpos, a tambor,
a campana batiente, para mejor dormir
entre algodones sucios y pajaritas.

MEDEA

Mientras afuera, entre gemidos


las conjeturas más variadas
martillaban el corazón de las mujeres del pueblo,
ella miraba sus manos
y en silencio
leía la escritura indeleble.

Por la ventana entró el murmullo


de los niños de ojos claros,
entró en su pecho envejecido
y lo armó de fuerza más dura que una coraza.

Así se abalanzó hacia las puertas


con el cuchillo de suave lengua.

Entonces comenzó lo que todos saben.

Sólo conozco andenes


de los que todo parte, nada llega.
He nacido en un tiempo
de zumbidos de adiós,
largos ríos de manos y silencio.

La antorcha vacilante,
la puerta que se cierra,
la sonrisa marchita por el aire,
la inminencia del hueco
donde hace unos minutos
maduraba una rosa.

Ésta es mi parte del botín:


ser el vigía quieto, ignominioso,
de un lugar donde todo es despedida.
t

En lo imposible también hay casas.


El simple respirar, un latir,
van siendo el progresivo tesoro
que descubrimos.
En vano brila entonces
la fiesta de otras horas, los comensales
se han dormido en sus puestos,
herrumbre, sol ajado
en sus cuevas torna a salir.

Más alto andaba el mar


que sus murallas.

Fuera del hecho natural de sembrar,


sorprender los progresos del crecimiento nocturno,
toda flor es ilusoria.
Los nombres pasan de largo
y se interesan por los muros y por los muertos
y los llaman jardín, olor, pasionaria.
Pero la flor tiene su realidad, su casa,
su desesperación, su temblor sin niño.
Y por dentro es densa y triste.

Dame la libertad,
abre las puertas de mi jaula,
dame ser aire, espacio:
extraño el mar, tengo sed de su mirada,
tan alto es mi deseo
que como un techo él desciende sobre esta cárcel.
He arrojado la máscara sin saber que ella era el mundo
y que detrás del mundo, en derredor,
otro mundo de sombra se aprestaba a atacar,
que galeotes seremos de oscuras libertades.

No hay esperanza, ya lo sé: dame entonces el engaño


de ver estas cadenas como apretadas ramas
en la paz de tu selva.

Concédeme el error, la locura, el sueño


de que soy un estambre adormecido
sobre tu piedra, al sol.

Las zorras amarillas del alma


estrechan el cerco,
privan de arroz y miel
al fatigado corazón de las noches

pero los ojos de la sangre,


los desmantelados ojos del vino,
los ojos de la entraña -carne dulce para otro mar-
todos están despiertos, alerta en su redoma funérea.

Algún instante vuelve con sus palabras


llenas de sal, murmuradas,
indescifrables como entonces,
con su mismo latir: no son aquellas voces
lasque murieron, inundadas por sonidos extraños
bajo el hosco sol de una despedida.
El recuerdo no existe, sólo su ángel:
viene de un mar sin tiempo
con la urdimbre y el árbol de sus voces.

Fondeaste, poso, ancorado te veo,


respiro aún las savias últimas
de lo que fue tu aroma.
Pues te abrazabas a mi lengua,
oh saltimbanqui efímero:
a tu lado una rosa pudo soñarse eterna.

Asi me asomo a tus espejos borrosos


y en la quietud percibo
mi propia corrosión:
el párpado vencido,
la engañosa cobertura del hueso.

Mido mis años, tus segundos:


cae la medida como un pétalo en sombras.
Una rosa, al mirarnos, pudo soñarse eterna.

Despertará una vez


esta milicia de dioses disciplinados
por un orden de siglos y misterios
y volverá a su orden natural
que era el niño, la hogera, el hontanar
de nieves luminosas.

Despertará una vez


con el rumor huraño
de la hierba, al triunfar
de piedra o tumba.

EDIPO

Ella abrazó al hijo y lo recibió nuevamente


dentro del cuerpo. Sabían.
En el amor tan sabios
no hubo jamás.
Él anheló febril la ceguera y los gritos
que ocultaron al pueblo, a su pastor,
la imagen de la callada amante
maniatada entre besos,
su propio rostro de criatura,
dulcemente enredado
en el cabello y venas de la madre.
HEREDAD

a María Rosa Lida

En este mundo, en esta piedra oscura


¿no es un crimen invocarte,
rasgar tu párpado de luz
con amor, con despiadados anzuelos?
¿Somos pequeñas muertes en tu muerte?
¿O nos recibes como a sombras
en tu espalda de sombra,
en tu silencio acostumbrado al mar?
No: he aquí que llegas
con tu murmullo alrededor,
que nos amas, después de todo,
con la clara paciencia de un río,
tú, circuida de viento, rostro de alma.

Lluvia, tórtola, Vivaldi,


triángulo, cepa, buey, facistol,
Jerusalén, violeta, camino, globo
¿los oyes, te mojan, cantan para ti,
se callan, remontan desde tus ojos,
siembran y cosechan, rezan y tañen,
duermen a tu puerta, comen de tu mano,
velan jubilosos tu dormir?
¿O yacen? ¿o no te encuentran?
¿O se embriagan de negro, de muerta rosa?
Pastor, gacela, diapasón, naranja,
¿resucitan contigo como hierba,
como perdida y recobrada heredad?

No es fácil encontrar lo que se te parece:


hay que salir, hay que alejarse de los caminos
y llegar a la tierra; hay que buscar entre las hojas
y la arena, treparse con fervor a los abedules;

cuando el humo se aleja de las casas


y nadie grita lejos ni cerca
y nadie tiene sed, sino que el mundo
está en reposo y cada uno
sabe lo que le espera
en la oscuridad de su cuarto.
Onda fértil, flor del árbol de Dios:
por tu camino avanzamos, a tu mesa
doloridos de amor nos abastamos;
morada luminosa edificaste para tus hijos,
campos de eternosdía, en los que el sol no muere,
ni alegría;
aquí crece la vida sin temores,
sin gruta ni serpiente,
como jardín oculto,
almo sendero verde, jubiloso.

En ti, pais silvestre,


desencadenado puerto.

Al atardecer, las muchachas


salen por el mundo
a pasear su rosa y su desdicha.
El agua les asoma por los ojos
y los pañuelos,
son todas ellas grandes ventanales
de sombra, tiempo y muerte
Sus manos, como la arena
se mecen, dulces, ásperas,
y por la noche sus vestidos huecos
ciñen fantasmas, peces,
trebolares y espuma.
Todo pueblo tiene sus muchachas,
todo mar y todo valle salvaje:
unas corren bajo los árboles,
otras se sientan a cantar entre las piedras.
Sus voces vibran como serpientes azules,
se entrelazan y suben
y se disuelven como el humo.
Los demonios del agua, las flores engañosas
les ocultan aún
su dichosa muerte inminente:
la fina espada que avanza,
la diminuta estrella colérica

Tu camino pasa por ríos de muerte


y con cerrados ojos velan tus flores
el no pasar, el no volver de ruedas
que nadie empuja, ni los bueyes ni el viento.

De tu país llega un aroma


de ceniza y manzanas,
un dibujado y silencioso verdor
que anega el sol
con el furor de su sonrisa.

Es como suave flecha, como dios


tu latir,
tu clara y desgarrada
pasión, tu muerte adolescente, vivísima,
abierta siempre.

Ahora vivir entre escombros,


el buscar la más leve señal bajo las ruinas,
el quererse morir sin saber nada,
sin días, sin cabellos, sin arena en las manos.

Ahora es el morder en soledad


el hosco hueso de la ternura,
el amor que furiosamente gotea
de los ojos al vientre de la tierra.

Ahora es el gemir, el anudarse a sombras,


a recuerdos oscuros;
el saber que la muerte de los otros
es nuestra propia muerte adormecida.
Mordida playa, navegaste mis ojos
como un barco de arena entre abedules tiernos,
clavaste en mí tus rosas,
tu rumor, te erigiste
en mi fondo de sombra y tierra sumergida.

Me despertaste, luna, no volveré a dormir.


Me despertaste, luna agonizante.
No volveré a dormir.

El tiempo, llamarada oscura,


oquedad insufrible
que no hace mas que renovar tu ausencia,
los años malheridos en vagar,
en nombrarte.

Y tpu, transcurres, mientras tanto:


fluyes, pasas, te arrastras
por la noche insaciable,
bajo la tierra grávida de ojos y veneno.

Quieres ser olvidada y no quieres,


te anudamos con amor, con veranos,
con emboscadas torpes, con aullidos.
Quieres irte y no quieres, te resbalas
por atajos sin sueño, te atrapamos
de pronto y ya no estás.
¿Ya no estás?
No sabemos
La soledad conoce todos tus rostros:
amante positiva, inmortal,
ella no sabe de ternura;
sabe, sí, de fidelidad durísima,
de pasión inmóvil, como tu nombre
y tu rostro en arenales desconocidos.
Breve lumbre lejana, compañera del aire,
lejana entre relámpagos y signos,
buscadora nocturna de aquella luz perdida,
de aquella luz de los amaneceres
-la mañana fresca en los ojos-,
de aquellas lunas y de aquellas sombras,
de tanto puerto, su dulzura jadeante;
mástil sólo el mar
¿y qué manos te hicieron?
Prodigio lento, manso,
como entre la basura un angelote quebrado
y blanco, luminoso entre muertes.

La rosa que vivía,


la tarde innumerable
en soledad gozosa,
el sonido fugaz, grave y sereno
del aire,
la ciudad sin orillas -el agua de su rostro
como el mar-,
las arenas de muerte que anegaron
la poca luz,
el ala más oscura,
la primavera negra que reía
cuando todo lloraba
por el cielo

y hoy, recuerdo sonoro, sangre herida


de sol, que en su silencio sumergida
vaga y penetra y arde sin sosiego.

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