Firma Digital
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¿ACASO NO ES LA FIRMA DIGITAL UNA FIRMA CERTIFICADA? 03
POR ABDELNABE VILA, MARÍA CAROLINA
Abogada (UCA). Consejera en Pérez Alati, Grondona, Benites & Arntsen (PAGBAM). Especialista en defensa de la
competencia, derecho del consumidor, lealtad comercial, tecnología y datos personales. Magíster de la Université
Catholique de Lyon, Francia. Profesora en la Universidad del CEMA, UCES y Universidad Austral.
I. Introducción
Tal como el título de este artículo lo indica, el presente tiene como objeto reflexionar sobre la real
implicancia y fuerza que posee la firma digital en el derecho argentino. En particular, me centraré
en analizar la normativa aplicable a la firma digital, con sus recientes modificaciones referidas al
otorgamiento, y luego, casi de inmediato, al “desalojo” del carácter de firma certificada.
A este fin, propongo analizar al derecho como un todo armónico, el cual mal puede interpretarse de
manera parcelada, al tiempo que debe estudiarse sabiendo que las normas no pueden arbitrariamente
desprenderse de la realidad.
Así, la Ley de Firma Digital indica que se entiende por firma digital “al resultado de aplicar a un
documento digital un procedimiento matemático que requiere información de exclusivo conocimiento
del firmante, encontrándose esta bajo su absoluto control. La firma digital debe ser susceptible de
verificación por terceras partes, tal que dicha verificación simultáneamente permita identificar al
firmante y detectar cualquier alteración del documento digital posterior a su firma” (art. 2º).
Además, solo puede haber firma digital en la medida en que haya sido originada de un certificado
digital emitido por un certificador licenciado y, a su vez, el certificado debe estar vigente(3).
Los certificadores licenciados son entidades públicas o privadas que se encuentran habilitadas para
emitir certificados digitales, en el marco de la Ley de Firma Digital(4).
También existe la posibilidad de obtener la firma digital de una autoridad de registro(5), que son
entidades públicas o privadas que se encuentran habilitadas por el ente licenciante o la autoridad
certificante para emitir certificados digitales. Así, la autoridad de registro efectúa las funciones de
validación de identidad y de otros datos de los solicitantes y suscriptores de certificados, registrando
las presentaciones y trámites que les sean formulados. Esto es, las autoridades de registro verifican
la identidad, pero los certificados digitales los otorga el ente licenciante o la autoridad certificante.
Una vez obtenida la firma digital, la Ley de Firma Digital y el Cód. Civ. y Com. indican que esta tiene:
la misma validez jurídica que la firma manuscrita (arts. 2º y 3º de la Ley de Firma Digital y art.
288, Cód. Civ. y Com.);
presunción de autoría, pues —salvo prueba en contrario— se presume que pertenece al titular
del certificado digital que permite la verificación de dicha firma (art. 7º de la Ley de Firma Digital y
art. 288, Cód. Civ. y Com.); y
presunción de integridad, toda vez que se presume que el documento digital que lleve inserta
una firma digital no ha sido modificado desde la inclusión de la firma digital (art. 8º de la Ley de
Firma Digital y art. 288, Cód. Civ. y Com.).
Ahora bien, la Ley de Firma Digital se encuentra reglamentada desde el año 2002, y esa
reglamentación fue reemplazada y actualizada recientemente a través del dec. 182/2019 (6) (en
adelante, el “decreto reglamentario”), el cual originalmente estableció que “La firma digital de
un documento electrónico satisface el requisito de certificación de firma establecido para la firma
ológrafa” (7).
El Colegio de Escribanos de la Ciudad de Buenos Aíres argumenta, a grandes rasgos, que mientras
la firma digital otorgaría solamente una “presunción de autoría” equiparable a la firma ológrafa, la
certificación de firmas por parte de un escribano representa otro procedimiento de verificación de
identidad, en donde interviene una persona a la que el Estado delega la fe pública (el escriba), quien
da certeza de que quien firma un documento es quien dice ser. Asimismo, indica que el decreto
reglamentario sería inconstitucional, en tanto excede de lo que el Cód. Civ. y Com. y la Ley de Firma
Digital dicen, otorgándole a la firma digital efectos distintos a los que dichas normas le otorgarían.
Luego, el decreto reglamentario —tal vez como consecuencia de este fallo— se vio modificado en
este aspecto mediante el dec. 774/2019 (9), por lo que actualmente el art. 2º del anexo del decreto
reglamentario indica: “Certificación de firmas. La firma digital de un documento electrónico satisface
el requisito de certificación de firma establecido para la firma ológrafa en todo trámite efectuado
por el interesado ante la Administración Pública Nacional, centralizada y descentralizada”. Esto es,
la firma digital posee las características de una firma ológrafa certificada, pero únicamente en los
trámites efectuados ante la Administración Pública Nacional.
Conviene entonces analizar la real implicancia de esta modificación reglamentaria —tarea que se
aborda en los acápites siguientes— para poder “contestar” el interrogante referido a si no es acaso
la firma digital en su propia naturaleza una firma certificada.
III.1. El principio de no contradicción indica que la firma digital es una firma certificada
Una de las leyes clásicas de la lógica indica que “nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el
mismo sentido” (10). Sin embargo, la actual redacción del art. 2º del anexo del decreto reglamentario
pareciera caer en esta contradicción. Es que todo parecería indicar que una misma firma digital
sería firma certificada (en lo que se refiere a trámites ante la Administración Pública Nacional) y no
lo sería (para otros trámites, documentos, etc.).
De esta forma, cabe preguntarse: ¿Es una interpretación razonable de la normativa el entender que
la firma digital es firma certificada en un caso y no en otro? ¿Cuál sería el motivo por el cual, a la
firma digital, utilizada para realizar trámites ante la Administración Pública Nacional, se le otorga
La respuesta es sencilla: la firma digital es una firma certificada, pues no puede serlo y no serlo al
mismo tiempo y en el mismo sentido.
III.2. Los caracteres propios de la firma digital hacen que sea una firma certificada en esencia
Tal como fuera analizado en el apart. II del presente, solo puede haber firma digital en la medida
en que haya sido originada de un certificado digital emitido por un certificador licenciado con el
certificado vigente u originada a través de una autoridad de registro. Lo cierto es que en todos
los casos existe una validación de identidad y de otros datos de los solicitantes y suscriptores de
certificados y se registran las presentaciones y trámites.
Así, más allá de la validez jurídica (equiparable a la firma manuscrita) y a la integridad e identidad
de la firma digital (cualidades que exceden a la firma ológrafa), se indica que la firma digital posee
“seguridad”: “Garantizada por la criptografía asimétrica. Contamos con el respaldo de instalaciones
seguras y confiables para el almacenamiento de datos biométricos” (11).
Esto es, existe en toda firma digital una previa validación de la identidad del sujeto [con datos
biométricos (12)] al cual se le otorga la firma digital. Por ello, en los hechos, la firma digital es una
firma certificada.
La propia Ley de Firma Digital y el Cód. Civ. y Com. le otorgan este carácter, en tanto no solamente
tiene la misma validez jurídica que la firma manuscrita (arts. 2º y 3º de la Ley de Firma Digital y art.
288, Cód. Civ. y Com.), sino que, además, posee presunción de autoría (art. 7º de la Ley de Firma
Digital y art. 288, Cód. Civ. y Com.) y presunción de integridad (art. 8º de la Ley de Firma Digital y
art. 288, Cód. Civ. y Com.). Son todas cualidades propias de una firma certificada.
Es decir que la firma digital cuenta con la misma protección legal que la firma manuscrita, además
de que permite presumir la integridad del documento digital al que pertenece.
Así, se puede concluir que la firma digital es, por naturaleza, una firma certificada.
III.3. La falta de otorgamiento expreso y uniforme (para todos los casos) del carácter de firma
certificada a la firma digital
Ya se analizó que en la teoría puede sostenerse que la firma digital es, en rigor, una firma certificada;
ahora se analizará que la discusión carece de impacto en los hechos. Esto es, que no tiene relevancia
práctica.
En efecto, veamos. En lo que concierne al requisito de forma en los actos jurídicos, el Cód. Civ. y
Com. establece como regla general la libertad. Dicha regla aplica siempre que la ley no establezca
una formalidad determinada (art. 284), por lo que, en principio, no existe impacto si el documento
se encuentra firmado con firma digital o con una firma certificada (si quisiera hacerse una distinción
entre estos conceptos).
Es que el Cód. Civ. y Com. distingue entre: (i) instrumentos particulares no firmados, los cuales
pueden constar en cualquier soporte; (ii) instrumentos privados, que son aquellos que, si bien pueden
Conforme a lo hasta aquí analizado, un documento firmado con firma digital encuadra en los
denominados instrumentos privados (art. 288, Cód. Civ. y Com.), y en nada importa si a la firma
digital se le otorga o no el carácter de firma certificada.
Así, en lo que hace a la forma del documento no parece haber un impacto, ya sea que quiera o no
reconocérsele a la firma digital el carácter de firma certificada. Esto es, siempre un documento
firmado con firma digital sería un instrumento privado, quiera o no otorgársele además el carácter
de firma certificada.
Como principio general, existe libertad para probar los contratos en tanto “pueden ser probados
por todos los medios aptos para llegar a una razonable convicción según las reglas de la sana crítica,
y con arreglo a lo que disponen las leyes procesales, excepto disposición legal que establezca un
medio especial. Los contratos que sea de uso instrumentar no pueden ser probados exclusivamente
por testigos” (art. 1019). Y, es más, el Cód. Civ. y Com. indica: “Se considera principio de prueba
instrumental cualquier instrumento que emane de la otra parte, de su causante o de parte interesada
en el asunto, que haga verosímil la existencia del contrato” (art. 1020).
En relación con los instrumentos particulares no firmados, su valor probatorio debe ser
apreciado por el juez, ponderando, entre otras pautas: (i) la congruencia entre lo sucedido y narrado,
(ii) la precisión y claridad técnica del texto, (iii) los usos y prácticas del tráfico, (iv) las relaciones
precedentes, y (v) la confiabilidad de los soportes utilizados y de los procedimientos técnicos que se
apliquen (art. 319).
En los instrumentos privados, existe libertad para probar la firma, y “El reconocimiento de la
firma importa el reconocimiento del cuerpo del instrumento privado” (art. 314).
Ahora bien, tal como fuera indicado, la firma digital tiene:
la misma validez jurídica que la firma manuscrita (arts. 2º y 3º de la Ley de Firma Digital y art.
288, Cód. Civ. y Com.);
presunción de autoría, pues —salvo prueba en contrario— se presume que pertenece al titular
del certificado digital que permite la verificación de dicha firma (art. 7º de la Ley de Firma Digital y
art. 288, Cód. Civ. y Com.); y
presunción de integridad, toda vez que se presume que el documento digital que lleve inserta
una firma digital no ha sido modificado desde la inclusión de la firma digital (art. 8º de la Ley de
Firma Digital y art. 288, Cód. Civ. y Com.).
Por ello, cabe preguntarse: ¿acaso la firma certificada no hace presumir —salvo redargución de
falsedad— la identidad del firmante, y dicha presunción no se encuentra acaso en la naturaleza de
la firma digital? ¿Cuál es entonces la diferencia práctica que existe en otorgar o no a la firma digital
el carácter de firma certificada?
La respuesta es clara: la firma digital otorga en esencia presunción de identidad del firmante e
integridad del documento, cargando sobre la persona que quiera cuestionar esa presunción el
(13) Conf. art. 289 del Cód. Civ. y Com.: “Son instrumentos públicos: a) las escrituras públicas y sus copias o testimonios; b) los instrumentos que
extienden los escribanos o los funcionarios públicos con los requisitos que establecen las leyes; c) los títulos emitidos por el Estado Nacional, provincial
o la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, conforme a las leyes que autorizan su emisión”.
deber de probarlo (tarea no sencilla). Así, entiendo que tampoco existe contingencia probatoria en
otorgarle o no a la firma digital el carácter de firma certificada.
En los hechos, no existe ninguna diferencia práctica entre atribuirle o no a la firma digital la cualidad
de firma certificada.
IV. Conclusión
En el presente se analizaron los caracteres de la firma digital, la cual, una vez insertada en un
documento, hace que este sea de los denominados instrumentos privados (sin importar si además
se la considera certificada o no).
A su vez, se estudió que solo puede haber firma digital en la medida en que haya existido una previa
validación de la identidad de aquel que pretende insertar la firma digital en un documento (por
haber sido originada de un certificado digital emitido por un certificador licenciado con el certificado
vigente o a través de una autoridad de registro).
Por ello, conforme a la normativa aplicable, la firma digital otorga presunción de identidad del
firmante e integridad del documento. Todo aquel que quiera refutar que un documento firmado con
firma digital no se corresponde al supuesto firmante debe cargar con la prueba.
Así, y en respuesta a la pregunta con la que se comenzó este artículo, entiendo que la firma digital
es fáctica y jurídicamente una firma certificada. Pero, incluso cuando no quiera otorgársele este
carácter —discutiéndolo en un plano netamente teórico—, no existiría una consecuencia jurídica
práctica. Esto, en tanto no tendría ninguna diferencia: (i) en el tipo de documento: seguiría siendo
un instrumento privado; ni (ii) en la prueba: dada la presunción de autoría e integridad que otorga
la firma digital, que resulta muy difícil de derrocar.
En suma, como bien dice el adagio latino, necessitas non habet legem (la necesidad no tiene ley) (14);
si el derecho no atiende a la naturaleza real de las cosas, la realidad termina por prevalecer. Además,
las cosas son lo que son, con independencia del rótulo que se les imponga. Dadas las características
propias de la firma digital, resulta indistinto que quiera o no otorgársele expresamente y en forma
universal el carácter de firma certificada.
(14) Acuñada por Publilio Sirio, durante la época tardía de la República romana.
FIRMA DIGITAL PARA ABOGADOS DE LA
JURISDICCIÓN BONAERENSE
Por: Bielli, Gastón E.* - Ordoñez, Carlos J. **
(*) Abogado (UNLZ); presidente del Instituto Argentino de Derecho Procesal Informático (IADPI); miembro del Foro de
Derecho Procesal Electrónico (FDPE); secretario de la Comisión de Informática del Colegio de Abogados de la Provincia
de Buenos Aires (ColProBA); presidente de la Comisión de Derecho Informático del Colegio de Abogados de Lomas
de Zamora; docente universitario de grado y posgrado (UBA - UNLZ — Austral, entre otras); maestrando en Derecho
Procesal (UNR).
(**) Abogado (UNMDP); vicepresidente del Instituto Argentino de Derecho Procesal Informático (IADPI); miembro
académico del Foro de Derecho Procesal Electrónico (FDPE); secretario del Trib. Trab. Nº 4 de Mar del Plata; docente de
grado y posgrado; doctorando en Derecho (UNMDP).
I. Introducción
Mediante la disp. 7/2020 de la Subsecretaria de Innovación Administrativa dependiente de la Jefatura
de Gabinete de Ministros (Administración Pública Nacional), se dispuso a autorizar al Colegio de
Abogados de la Provincia de Buenos Aires a cumplir las funciones de autoridad de registro de la
autoridad certificante de la Oficina Nacional de Tecnologías de Información (1).
Ahora bien, es necesario que muchos de los sucesos virtuales que se ejecutan mediante estos
entornos cuenten con algún medio de individualización de su generador, vale decir, que permitan
determinar con un considerable grado de certeza de quién emanó el documento electrónico en
cuestión.
Francesco Carnelutti, eminente jurista italiano, señala que el documento debe plasmar una relación
consecuente entre el autor real y el supuesto, con el objeto de que exista una representación
estructurada de los hechos. Y para encuadrarlo con nuestra normativa nacional debemos establecer
que el hecho al que se hace mención tiene que ser idóneo para producir efectos jurídicos propios (4).
Pues bien, podemos señalar que se ha conceptualizado el documento electrónico como aquel que
ha sido creado sobre un ordenador, grabado en un soporte informático y que puede ser reproducido,
definiéndoselo —también— como un conjunto de campos magnéticos, aplicados a un soporte, de
acuerdo con un determinado código (5).
Tratándose del conjunto de impulsos eléctricos ordenados, que son la materialización de una
representación generada de forma ordenada, respetando un código y con la intervención de un
ordenador; conjunto de impulsos electrónicos que es —a su vez— almacenado en un soporte
óptico, magnético o electrónico que finalmente, gracias al mismo o a otro ordenador y al resto de
(1) BO 20/07/2020.
(2) Nobleza obliga, aunque la firma digital revista una eficacia jurídica aumentada, la firma electrónica sigue siendo la metodología de suscripción que
más se utiliza en lo que hace a intercambios comunicaciones y/o transaccionales en la actualidad.
(3) Para ahondar más en la cuestión de la prueba electrónica, ver: BIELLI, G. E. — ORDOÑEZ, C. J., “La prueba electrónica. Teoría y práctica”, Thomson
Reuters - La Ley, Buenos Aires, 2019.
(4) CARNELUTTI, F., “La prueba civil”, Ed. Olenik, p. 89.
(5) FALCÓN, E. M., “Tratado de derecho procesal civil y comercial”, Ed. Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2006, t. II, p. 897.
los componentes (software y hardware) es decodificado y traducido a un formato comprensible a
simple vista; así, habrá documento electrónico independientemente de que registre o no hechos
jurídicamente relevantes o de la posibilidad o no de su traducción al lenguaje natural (6).
Y podemos sostener que el documento digital es, en sí mismo, un modo de expresión de la voluntad
donde quedará plasmado uno o más actos jurídicos, entendiéndose por tales los hechos humanos,
voluntarios o conscientes y lícitos que tienen por fin inmediato establecer entre las personas
relaciones jurídicas, crear, modificar o extinguir derechos y obligaciones, con la salvedad de que su
concepción tiene lugar en un formato informático-digital (7).
Analizando de forma puntual el traslado de la información al sistema digital, este cada día se
profundiza, debido a la incorporación de la documentación digital en la normativa de nuestro país,
donde se ha podido observar que existe una amplia similitud y tiene el mismo efecto de validez
jurídica y probatoria que el sistema escriturario tradicional.
Los documentos electrónicos contienen la misma calidad y siguen las mismas pautas que los recursos
escritos. Es decir que, en su concepción, se establecen documentos con veracidad y efectividad,
debido a que se plasma el pensamiento del ser humano en su contenido, otorgándole validez jurídica
y probatoria, en vinculación con la ocurrencia o no de un acontecimiento o conjunto de estos (8).
Pues bien, aclaramos que la distinción y la relación entre documento electrónico y digital es una
correspondencia de género y especie, como ocurre en la firma electrónica y digital. Se emplean de
una forma diferente pero los dos tienden a reunir documentos creados mediante medios informáticos.
Entonces, mientras el documento electrónico es el género; el documento digital es la especie.
Iniciaremos con la respectiva fundamentación y análisis de la ley 25.506 de Firma Digital, que vino
a generar oportunamente un cambio tecnológico esencial en nuestra normativa.
Sancionada el 14 de noviembre del año 2001 y promulgada el 14 de diciembre de ese mismo año,
introdujo formalmente en nuestro país los conceptos de “firma digital”, “firma electrónica” y
(6) GINI, S. L., “Documentos y documento electrónico”, LA LEY, Sup. Act. 30/3/2010, 1.
(7) Es indispensable indicar que un documento digital es intangible, debido a que no se puede palpar, percibir con los sentidos como con el papel, pero
tiene el mismo valor probatorio y legal que un papel firmado de forma escrita (BIELLI, G. E. — ORDOÑEZ, C. J., “Contratos electrónicos. Teoría general
y cuestiones procesales”, Thomson Reuters - La Ley, Buenos Aires, 2020, t. I, p. 30).
(8) ESCUELA NACIONAL DE LA JUDICATURA DE REPÚBLICA DOMINICANA, “Seminario Valoración de la Prueba II - Jurisdicción Civil”, Santo Domingo,
2002, p. 45.
(9) BIELLI, G. E. — ORDOÑEZ, C. J., “Contratos electrónicos...”, ob. cit., p. 31
(10) CCiv., Com., Minas, Paz y Trib. Mendoza, 09/12/2004, “Pérez, Elizalde R. F. v. ASISMED SA s/cobro pesos”, AP 33/13471.
“certificado digital”, entre muchos otros que, a la fecha, tienen virtual injerencia en los intercambios
comunicacionales y transaccionales que se generan a diario.
Inicialmente fue reglamentada por el dec. 2628/2002; sin embargo, dicho decreto ha sido
reemplazado por el actual 182/2019.
La normativa inmiscuida en dicha ley da carácter de eficacia jurídica tanto a los documentos
electrónicos, como a la firma electrónica (género) y a la firma digital (especie) conforme explicaremos
más adelante.
Respecto del concepto de documento digital, este es definido en el art. 6º, al sostenerse que se
entiende por documento digital la representación digital de actos o hechos, con independencia del
soporte utilizado para su fijación, almacenamiento o archivo, siendo que, a su vez, un documento
digital también satisface el requerimiento de escritura. Volveremos sobre esta definición más
adelante.
Destacamos que las más recientes modificaciones normativas suscitadas sobre el régimen de firma
digital fueron generadas mediante la sanción de la ley 27.446 (12).
Para realizar un análisis normativo integral, es necesario abarcar en primer lugar el art. 284 del
Cód. Civ. y Com. En él señala que si la ley no exige una forma determinada para la exteriorización
de la voluntad de las partes, estas pueden utilizar la modalidad que estimen conveniente; por lo
general, se materializará a través de un documento.
Siguiendo con el recorrido del código nos encontramos con el art. 286, que reconoce que la expresión
escrita puede tener lugar por instrumentos públicos o por instrumentos particulares firmados o no
firmados, excepto en los casos en que determinada instrumentación sea impuesta. Puede hacerse
constar en cualquier soporte, siempre que su contenido sea representado con texto inteligible,
aunque su lectura exija medios técnicos.
Como sostiene Lorenzetti, este artículo introduce el concepto de soporte y, por ende, el de la grafía,
con un criterio muy amplio: todo aquel elemento que permita representar el contenido de modo
que los sujetos a los que va dirigido puedan enterarse de él, aun cuando para ello deban emplear
medios técnicos. De este modo se incluye en la categoría de instrumentos los llamados documentos
electrónicos (13).
Efectivamente y como surge al efectuarse un análisis integral, la expresión escrita tiene asidero
tanto en los instrumentos públicos como en los instrumentos particulares firmados o no firmados,
siendo que en la actualidad nos encontramos ante un nuevo soporte, el digital, ampliándose la
noción de escritos o documentos a aquellos generados en forma electrónica.
En resumidas cuentas, podemos decir que los registros o soportes electrónicos constituyen verdaderos
documentos porque en ellos se recogen expresiones del pensamiento humano o de un hecho y se
las incorpora a su contenido, que es lo que los hace capaces de acreditar la realidad de determinado
suceso (14).
(11) A fin de incorporar futuros avances tecnológicos.
(12) A través de dicho plexo normativo, se derogaron los arts. 4º, 18, 28, 35 y 36 de la ley 25.506. Se instituyó como autoridad de aplicación al Ministerio
de Modernización. Se instituyó como organismo auditante a la Sindicatura General de la Nación, entre muchas otras cuestiones, las cuales ya han
sido tratados por especialistas en la materia, a lo cual nos remitimos. Ver: MORA, S. J., “La reglamentación de la Ley de Firma Digital. Una especial
referencia a los “prestadores de servicios de confianza”, LA LEY, 2019-C, 757; AR/DOC/1605/2019.
(13) LORENZETTI, R. L., “Código Civil y Comercial de la Nación. Comentado”, Rubinzal-Culzoni, Buenos Aires, t. II, p. 114.
(14) BIELLI, G. E. — ORDOÑEZ, C. J., “Contratos electrónicos...”, ob. cit., p. 31.
Esta norma tiene su correlato con el art. 6º de la Ley de Firma Digital ya esbozado, que, luego de
brindarnos un concepto de documento digital, pone de relieve que este satisface el requerimiento
de escritura.
Por último, mencionamos que, en la actualidad, existen tres clases de documentos electrónicos o
digitales en lo que hace a la metodología de suscripción:
a) Los que tienen firma digital —conf. art. 2º, ley 25.506— y cuyos requisitos de validez son establecidos
por el art. 9º de dicha norma.
b) Los que tienen firma electrónica, que está definida en el art. 5º de la misma ley.
c) Los que carecen de cualquiera de estos elementos y que son llamados “mensajes no firmados”,
aunque, bajo nuestra mirada, esta última categoría es inexistente (15).
Es una herramienta que posee un conjunto de datos asociados a un mensaje digital que, a su vez,
permite garantizar eficazmente la identidad del firmante y la integridad del documento; como así
también avalar la eficacia y la validez de su contenido, al igual que uno elaborado en formato papel
(17).
Y la ley 25.506 nos otorga un concepto de firma digital en su art. 2º, manifestando que se entiende
por firma digital el resultado de aplicar a un documento digital un procedimiento matemático que
requiere información de exclusivo conocimiento del firmante, encontrándose ella bajo su absoluto
control. La firma digital debe ser susceptible de verificación por terceras partes de manera tal que
dicha verificación simultáneamente permita identificar al firmante y detectar cualquier alteración
del documento digital posterior a su firma.
A lo largo del entramado normativo argentino encontramos dos principios de equivalencia funcional
que se constituyen como pilar en lo que hace a la validez jurídica de los instrumentos generados por
medios electrónicos.
El primero de ellos se encuentra en el art. 2º de la ley 25.506, al sostener que cuando la ley requiera
una firma manuscrita, esa exigencia también queda satisfecha por una firma digital. El segundo, en
el art. 6º, última parte, de la misma ley, al sostenerse que un documento digital también satisface
el requerimiento de escritura (18).
Como sostiene Mora, en concreto, cada norma que exigiese como requisito de forma un documento
material o una firma ológrafa podía satisfacerse también con un documento digital y con una firma
digital (19).
Dicha metodología de suscripción es, en su génesis, un procedimiento matemático cifrado por medio
de dos claves (una pública y una privada) y que, mediante su incorporación, reviste de validez jurídica
sobre un documento digital al cumplimentar el requisito de firma.
(15) Para profundizar sobre dichas cuestiones ver: BIELLI, G. E., “Una nueva mirada acerca del valor probatorio del correo electrónico en procesos de
índole contractual. La cuestión de la firma”, Erreius, Supl. Esp. “Derecho Procesal Electrónico”, 2018 (dic.), p. 27.
(16) BIELLI, G. E. — ORDOÑEZ, C. J., “La prueba electrónica...”, ob. cit., p. 62.
(17) FERNÁNDEZ DELPECH, H., “Manual de derecho informático”, Ed. Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 2014, p. 329.
(18) Aclaramos que el principio de “equivalencia funcional”, como el de “no discriminación” o el de “neutralidad tecnológica”, es replicado, ya sea
expresa o tácitamente, en innumerables normativas del entramado argentino como, p. ej., la ley 26.685 de Expedientes Digitales en la órbita del Poder
Judicial de la Nación.
(19) MORA, S., “Documento digital, firma electrónica y digital”, LA LEY, 2014-A, 502; AR/DOC/3995/2013.
Mediante su empleo, se asegura con primaria certeza la identidad del firmante mediante su
vinculación con los datos insertos en el certificado digital, como así también, la inalterabilidad del
documento en el cual se ve incluida la voluntad del signatario.
A raíz del nexo que se produce al emplear tanto la clave privada para cifrar el contenido íntegro
del documento digital remitido, como así también la clave pública que utiliza el destinatario para
acceder a él y constatar que efectivamente fue firmado por el titular del certificado digital generador
del documento electrónico, es que se logra crear un ecosistema de seguridad extremadamente
efectivo, dentro del cual y en lo que a la praxis legal concierne, se llevaran a cabo la digitalización
de diversos actos que, al día de la fecha, son originados en el esquema papelizado.
Proseguimos al sostener que la ley nos brinda, en favor de la firma digital, la denominada presunción
de autoría en lo que respecta a la persona generadora del documento electrónico, como así también
una presunción de integridad acerca de que no fue modificado desde que se produjo el acto de
suscripción. Es decir, la voluntad plasmada en el soporte se encuentra salvaguardada por las
presunciones que la ley consagra en favor a esta metodología de firma (20).
Lo analizaremos a continuación.
III.2. Presunciones de la ley 25.506 acerca de la firma digital
III.2.a. Presunción de autoría
El art. 7º de la ley dispone que un documento firmado digitalmente goza de “la presunción de
autoría” respecto de la persona titular del certificado digital, es decir, existe una presunción iuris
tantum (que admite prueba en contrario) a su favor.
Cuando un documento digital es generado y suscripto digitalmente, hay que presumir que la firma
digital plasmada pertenece al titular del certificado digital por la cual se generó.
Como sostiene Fernández Delpech, el artículo mencionado hace referencia a la certificación digital
y la importancia que tiene esta en la validez de la firma digital; es decir, que no existe firma digital
sin aquel certificado oportunamente emitido (21).
Por otro lado, en el art. 8º de la ley encontramos la denominada presunción de integridad. Ella dice
que si el resultado de un procedimiento de verificación de una firma digital aplicado a un documento
digital es verdadero, se presume, salvo prueba en contrario, que este documento digital no ha sido
modificado desde el momento de su firma.
Y esta presunción establece que, si a través de un proceso de verificación, una firma digital es
verdadera, consecuentemente se determina que el documento digital no se ha modificado desde el
momento en el cual se integró y quedó plasmada dicha metodología de suscripción señalada, salvo
prueba en contrario.
Todo converge en demarcar claramente que la voluntad del signatario se ha mantenido inalterable
en el recorrido que realiza el documento digital hasta llegar a su destinatario.
Por último, como señala Molina Quiroga, ambas circunstancias constituyen la denominada “garantía
de no repudio” y otorgan una altísima seguridad documental (22).
El avance tecnológico y la introducción del formato electrónico a la vida diaria obliga a replantearnos
el concepto de firma que tradicionalmente conocimos y a comenzar a construir sus nuevos horizontes.
Aclarado lo anterior y, en lo específico, el art. 287 del Cód. Civ. y Com. establece que los instrumentos
particulares pueden estar firmados o no. Si lo están, se llaman instrumentos privados. Si no lo están,
se los denomina instrumentos particulares no firmados; esta categoría comprende todo escrito no
firmado, entre otros, los impresos, los registros visuales o auditivos de cosas o hechos y, cualquiera
que sea el medio empleado, los registros de la palabra y de información.
Luego, el art. 288 del Cód. Civ. y Com., al ocuparse de la forma y la prueba del acto jurídico, refiere que
la firma prueba la autoría de la declaración de voluntad expresada en el texto al cual corresponde.
Debe consistir en el nombre del firmante o en un signo. En los instrumentos generados por medios
electrónicos, el requisito de la firma de una persona queda satisfecho si se utiliza una firma digital
que asegure indubitablemente la autoría y la integridad del instrumento.
Como sostienen Ignacio y Francisco Alterini, si bien la firma estuvo clásicamente conectada con la
idea de la expresión “gráfica” de la voluntad del emisor para lograr su adecuada individualización,
los avances tecnológicos determinaron el nacimiento de firmas en las que la grafía ya no es relevante;
esto último acontece con las firmas calificadas como “digital” y “electrónica”. En efecto, en el régimen
vigente conviven tres clases de firma: 1) la ológrafa; 2) la digital; y 3) la electrónica (23).
Ahora bien, sin ánimos de inmiscuirnos nuevamente en la temática, ya tratada por estos autores
de forma previa (24), destacamos que el mencionado art. 288 ha traído una serie de problemas
que devienen en la valoración judicial de los documentos electrónicos o digitales conforme a la
importancia de metodología de suscripción utilizada en ellos, siendo que aún en la actualidad existe
una discusión doctrinaria acerca del carácter que revisten los que fueran rubricados mediante firma
electrónica.
Pero, de todas formas, existe univocidad en la doctrina en que cuando nos referimos a documentos
digitales suscriptos mediante la tecnología de firma digital, efectivamente estamos dentro del campo
de los instrumentos privados, con la consecuente validez y eficacia jurídica que dicha categoría
reviste.
V. La infraestructura PKI
No podemos proseguir con el tratamiento técnico-normativo de la firma digital, sin antes detenernos
en la infraestructura de clave pública argentina (o por sus siglas, PKI)
(23) ALTERINI, I. E. - ALTERINI, F. J., “El instrumento ante las nuevas tecnologías. Quid de la firma digitalizada”, LA LEY, 05/08/2020,
AR/DOC/2392/2020.
(24) BIELLI, G. E. — ORDOÑEZ, C. J., “Valoración probatoria de documentos suscriptos mediante la tecnología de firma electrónica”,
Erreius, “Temas de Derecho Procesal”, 2019 (sept.), p. 825.
Oportunamente, fue fundamental implementar esta construcción tecnológica para que se logre
poner en práctica las herramientas claves necesarias en lo que respecta a un esquema seguro de
suscripción de documentos electrónicos.
Conforme sostiene excelentemente Rivolta en un trabajo al cual nos remitimos, dicha infraestructura
fue fundada con la implementación de los siguientes puntos (25):
a) Una autoridad certificante (CA, por sus siglas en inglés), también denominada “entidad de
certificación o certificador”. La CA emite y garantiza la autenticidad de sus certificados digitales. Un
certificado digital incluye la clave pública u otra información respecto de la clave pública;
b) Una autoridad de registro (RA, por sus siglas en inglés), cuya función será validar los requerimientos
de certificados digitales. La autoridad de registro autoriza la emisión de certificados de clave pública
al solicitante por parte de la autoridad certificante;
f) Suscriptores: son las personas o entidades nombrados o identificados en los certificados de clave
pública, tenedores de las claves privadas correspondientes a las claves, públicas de los certificados
digitales;
g) Usuarios: son las personas que validan la integridad y la autenticidad de un documento digital o
mensaje de datos, con base en el certificado digital del firmante.
Por último, coincidimos con Mora en que de la Ley de Firma Digital surge que la firma digital no deriva
de cualquier sistema PKI sino de uno en el cual tanto los certificadores como los procedimientos y
los sistemas que implementen están especialmente autorizados por el Estado, porque el art. 2º
mencionado establece que los procedimientos de firma y verificación a ser utilizados para tales fines
serán los determinados por la autoridad de aplicación en consonancia con estándares tecnológicos
internacionales vigentes (26).
Como sostiene Fernández Delpech, para que el sistema de clave pública funcione en forma eficaz, es
necesario que exista un tercero, una entidad que certifique que la clave pública es de quien dice ser.
Esta tercera parte que interviene en la comunicación se denomina “tercera parte confiable” (trusted
third parties) o “autoridad certificante” (27).
(25) RIVOLTA, M., “Tesis de maestría en Administración Pública: Infraestructura de Firma Digital Argentina: Factores que explicarían su
escasa masividad a 10 años de implementación en el Estado”, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Económicas, 2011, p. 20.
(26) MORA, S., “Documento digital...”, ob. cit.
(27) FERNÁNDEZ DELPECH, H., ob. cit., p. 342.
V.2. La autoridad certificante raíz
En la Argentina, y al momento de escribirse estas palabras (28), cumple esta función la Jefatura
de Gabinete de Ministros por medio de la Subsecretaria de Innovación Administrativa, que además
de otorgar la licencia para funcionar como autoridad certificante licenciada, emite el certificado
digital a la autoridad certificante, en un esquema de autoridad certificante raíz centralizada en dicho
organismo público (29).
El valor jurídico que posea una firma digital está condicionado a que la autoridad certificante, que
emitió y vinculó un certificado digital a una determinada persona, se encuentre autorizada para
actuar por la Jefatura de Gabinete de Ministros en su carácter de autoridad certificante raíz.
Según sostiene con gran agudeza Provenzani Casares, es función de autoridad certificante raíz
emitir el certificado digital que utiliza el certificador licenciado para, a su turno, firmar digitalmente
el certificado digital que utiliza el emisor. Por tal motivo se la denomina “raíz”: de ella proviene y a
ella retorna la concatenación de personas intervinientes y procesos que culminan produciendo un
documento electrónico con firma digital válida (30).
Los certificadores licenciados son entidades públicas o privadas que se encuentran habilitados por
el ente licenciante para emitir certificados digitales, en el marco de la Ley 25.506 de Firma Digital
(31).
Relacionado con el esquema de criptografía asimétrica que trataremos más adelante, cuando una
autoridad certificante licenciada por el Estado emite un certificado, se generar el par de claves que
serán necesarias —técnicamente hablando— para que un individuo pueda plasmar su firma digital en
un determinado instrumento, efectuando las correspondientes asociaciones necesarias sobre ellas.
La CA inserta su nombre en cada certificado y lista que emite, las cuales son firmadas digitalmente
con la clave privada de la AC (32).
Las autoridades de registro son entidades públicas o privadas que tienen asignada la verificación de
información relativa a la identidad de las personas físicas y privadas (33).
Aclaramos que bajo este carácter es que se ha constituido al Colegio de Abogados de la Provincia
de Buenos Aires como autoridad de registro de la autoridad certificante de la Oficina Nacional de
Tecnologías de Información.
(28) Existe una dicotomía, por lo menos administrativa, dado que la reforma que la ley 27.446, art. 4º, estableció que la autoridad de aplicación es el
Ministerio de Modernización.
(29) Recuperado de https://www.argentina.gob.ar/jefatura/innovacion-publica/administrativa/firmadigital/acraiz.
(30) PROVENZANI CASARES, A. E., “La estructura de la firma digital y la redargución de falsedad”, Erreius. Supl. Esp. “Derecho procesal electrónico”,
2018 (dic.), p. 85.
(31) Recuperado de https://www.argentina.gob.ar/jefatura/innovacion-publica/administrativa/firmadigital/entelicenciante.
(32) RIVOLTA, M., ob. cit., p. 29.
(33) Recuperado de https://www.argentina.gob.ar/jefatura/innovacion-publica/administrativa/firmadigital/firmadigitalremota/
autoridadesderegistropfdr#:~:text=%C2%BFQu%C3%A9%20es%20la%20Autoridad%20de,marco%20de%20la%20normativa%20vigente.
VI. El esquema criptográfico
En nuestra infraestructura pública de firma digital, la seguridad se logra mediante la combinación
de algoritmos matemáticos cifrados mediante códigos informáticos que convergen en claves de
acceso. Es lo que se denomina “criptografía asimétrica”.
Pasando a un campo más terrenal, si un tercero quisiera violar el ecosistema no podrá lograrlo sin
antes obtener la clave de desencriptación necesaria y, asimismo, para el hipotético caso de que la
obtuviera y lograra penetrar la seguridad de un documento digital (p. ej., modificando su contenido),
dicha vulnerabilidad quedará plasmada y denunciada en el momento en que el destinatario del
documento lo desencripte a través de la clave pública del signatario generador, pudiendo constatar
que el original remitido no se condice con el que efectivamente arribó al receptor y que fue alterado
específicamente mediante la validación de hashes.
La suma de estas medidas de seguridad y recaudos confiere al sistema los caracteres indefectiblemente
necesarios para procurar la integridad y la inalterabilidad de los documentos digitales, logrando
que la voluntad plasmada del emisor se mantenga vigente e inalterable y elevando el principio
del animus signandi, es decir, el elemento intencional o intelectual de la firma que consiste en la
voluntad de asumir el contenido de un documento (34).
Es “simétrico”, cuando se utiliza una única clave, siendo esta respaldada por una autoridad certificante
generadora.
Como sostiene Provenzani Casares, cuando se utiliza el sistema de claves simétricas, el emisor y
el receptor del texto de que se trate utilizan la misma clave para cifrarlo y descifrarlo; dicho de
otro modo, comparten una misma clave y en esto reside su mayor debilidad, pues la necesidad de
comunicarse claves entre emisor y receptor hace necesario encontrar, además, un canal seguro para
hacerlo. El problema, claro está, se agrava cuando muchos emisores y muchos receptores deben
utilizar la misma clave para cifrar y descifrar documentos, ya que las posibilidades de que terceros
obtengan la clave se incrementan (35).
Es “asimétrico”, cuando se utilizan dos tipos de claves que conforman un par, una de las cuales es
pública y la otra es privada. Y ambas pertenecen al mismo autor (36).
La que reviste el carácter de pública (37), contenida en un certificado digital junto con la información
personal del firmante, se puede entregar a cualquier persona o interlocutor; la otra clave, que reviste
el carácter de privada, debe ser guardada diligentemente por el propietario, de modo que nadie
tenga acceso a ella.
Brevemente diremos que la persona que haga las veces de destinatario del documento digital
firmado y posea la clave pública del firmante remitente podrá acceder a los datos cifrados y de esta
forma confirmar con un enorme grado de certeza tanto la integridad del documento digital y su
voluntad plasmada como la conexidad entre el documento y el titular signatario que lo originó (38).
Se concluye que el sistema de criptografía asimétrica que aplica a la firma digital en nuestra
normativa se establece mediante el uso y la combinación de dos tipos de claves: una clave pública
y otra privada.
Las firmas digitales son creadas mediante el uso de un algoritmo matemático de clave pública
necesitando para ellos cifrar la información mediante el uso de una clave privada que posee
únicamente el titular del certificado digital y hace las veces de emisor.
El receptor del mensaje puede verificar la integridad, la inalterabilidad y el contenido del documento
digital, como así la correspondencia de la firma digital plasmada en él con el titular, mediante la
constatación por medio de la clave pública del remitente. La clave privada es de única propiedad del
titular signatario del documento, quien debe mantener los recaudos necesarios para conservarla,
evitando su difusión, si es que quiere mantener el grado de seguridad requerido para la celebración
de actos procesales a través del sistema.
Entonces, la clave pública será el instrumento de verificación que utilice el destinatario del mensaje
para constatar la integridad del acto jurídico producido, siendo que, al utilizar dicha clave pública
del generador del documento digital, se puede desencriptar este tornándolo visualizable y legible
en su contenido. Es en sí la llave de acceso que desbloquea el cifrado realizado por la clave privada
del signatario, permitiendo este juego de dualidad de claves que lo cifrado con clave privada pueda
desbloquearse y descifrarse mediante el ingreso de la clave pública del generador (39).
Es muy importante aclarar que todo este proceso se realiza en la esfera de control de la autoridad
certificante o “tercero de confianza”, quien, a través de procedimientos de intervención y examen,
valida la ejecución de todos los actos realizados por los intervinientes.
Conforme a la definición que ya esbozamos sobre documento digital, siendo que este es un modo de
expresión de la voluntad donde quedarán plasmado uno o más actos jurídicos, considerando esto
el hecho, humano, voluntario o consciente y lícito, que tiene por fin inmediato establecer entre las
personas relaciones jurídicas, crear, modificar o extinguir derechos y obligaciones, con la salvedad
de que su concepción es en un formato informático-digital, podemos sostener que un certificado
digital es un documento electrónico generado por una entidad certificante, que vincula la identidad
de una persona física o jurídica con la firma digital.
Y cuando el emisor de un documento digital lo firma digitalmente, la copia del certificado digital que
contiene su clave pública se adosa indisolublemente al documento electrónico y a su hash. De tal
modo, el receptor puede verificar la autoría y la integridad del documento recibido, constatándolo
contra los registros del tercero de confianza (40).
Acotamos brevemente que, en la actualidad, existe una discusión doctrinaria acerca de la naturaleza
jurídica del certificado digital emitido por una autoridad certificante licenciada para actuar por
el Estado, siendo que algunos autores los comprenden en la categoría de instrumentos públicos,
mientras que para otros son meramente instrumentos privados. En próximos trabajos nos abocaremos
a tratar dicha dicotomía.
Podemos aseverar que un certificado digital tiene como objetivo producir el efecto vinculante entre
su titular y la firma digital que plasma en un determinado documento o conjunto de estos, conforme
a la mencionada metodología de suscripción que garantiza la seguridad y la eficacia del sistema
tecnológico empleado.
Proseguimos al sostener que el certificado digital es adjuntado al documento digital como un sello
de confianza y es recepcionado por su destinatario para que por medio de la clave pública del emisor
pueda constatar la veracidad acabada del conjunto de datos remitidos.
Como sustenta Iriarte Ahon, se requiere de dos aspectos fundamentales para configurar el certificado
digital, proveyéndolo de la correspondiente validez legal (41):
1) Que se encuentre firmado digitalmente por una entidad que tenga potestades de autoridad
certificante.
2) Que a su vez el contenido de dicho documento digital sean los datos personales del titular, dándole
la aptitud de producir una firma digital.
1) El nombre del titular de la firma digital o sello digital, que deberá estar identificado de forma
inequívoca;
7) Información sobre las limitaciones que se hayan establecido para su utilización e información
relativa a certificados asociados.
Ya es sabido que el certificado digital goza de un periodo de vigencia o validez; una vez finalizado
este, debe procederse a su renovación.
(41) IRIARTE AHON, E., “Firma digital y certificado digital”, Rev. Ponencia, Id SAIJ: DACF000081.
Con el nacimiento de los documentos electrónicos, aunque los objetivos son los mismos, los
paradigmas, y por lo tanto los mecanismos, son muy distintos. Y existen varias causales de extinción
del certificado digital (42):
La caducidad.
Ella se produce cuando finaliza el plazo de validez operacional del certificado digital.
Como ya dijimos, el periodo de tiempo válido desde su inicio a su finalización es parte estructural de
este.
Una vez caduco, trae la consecuencia aparejada de tornar ineficaz la firma digital derivada de él,
requiriéndose la generación de un nuevo certificado antes que se configure el vencimiento para
poder continuar operando el sistema.
En la actualidad, el lapso de vigencia de un certificado digital es de dos años para personas físicas y
de tres años para personas jurídicas (43).
La revocación
Esta causal se produce por varios motivos. En primer grado de importancia, por la mera solicitud del
titular del certificado digital sin ser necesario expresar motivo o causal del requerimiento.
En otro orden, puede producirse mediante resolución fundada de autoridad judicial o administrativa
como también ante la vulneración de la base de datos generativa de estos o por cualquier otra
causal que se encontrase preestablecida en el marco regulatorio interno establecido por la autoridad
certificante (que es de público conocimiento).
En la actualidad, existen dos certificados de firma digital que son los principalmente empleados por
la Administración Pública y la población en general.
— Certificados CA - ONTI: refiere al empleo de firma digital por hardware (token). Funciona mediante
la utilización de un dispositivo criptográfico (token) que cumpla con determinados estándares
previamente estipulados por el órgano de contralor.
Estos deberán estar homologados por NIST (National Institute of Standards and Technology), de
acuerdo con lo establecido en la Política Única de Certificación de la Autoridad Certificante de la
Oficina Nacional de Tecnologías de Información (ONTI) (44).
Certificados CA - Modernización: refiere a la firma digital remota sin dispositivo criptográfico. Ella se
emplea a través de la plataforma de firma digital remota (45).
Requiere la interacción de un teléfono celular inteligente con una aplicación instalada para generar
una clave OTP (one time password) (46).
Y se ha esbozado supra que, para cumplir con el acto técnico jurídico de firmar digitalmente un
documento digital, es necesario emplear el esquema de criptografía asimétrica.
Es decir, el individuo que hace las veces de suscriptor de dicho instrumento empleará el par de
claves asociadas entre sí, siendo que ambas pertenecen al mismo autor.
La que reviste el carácter de pública se encuentra contenida dentro del certificado digital y es pasible
de ser entregada a cualquier persona dentro del ecosistema, conforme sirve para que el destinatario
pueda verificar la firma hecha por el autor originante del documento.
La otra clave, que reviste el carácter de privada, se encuentra protegida por una contraseña y solo es
conocida por el titular signatario. Debe ser custodiada diligentemente por el propietario, de modo
que nadie tenga acceso a ella e imiten su firma.
Podemos definir el hash como una cadena alfanumérica hexadecimal generada a partir de la
aplicación de un algoritmo que debe identificar de manera inequívoca un determinado documento
electrónico, de tal manera que el menor cambio realizado sobre él —aunque sea en un bit— sea
rápidamente detectado y visualizado (48).
La validación técnica de los documentos electrónicos, en lo que hace a la integridad, se logra utilizando
un algoritmo de hash que se aplica al contenido, conforme dicho actuar permite establecer que ese
instrumento no ha sufrido modificación alguna desde que fue firmado.
Entonces, aquí visualizamos que, en el esquema de firma digital argentino, criptografía asimétrica
y hash convergen entre sí.
Como sostienen Bender y Beltramo, en el procedimiento técnico de firma digital nunca se “firma” el
documento electrónico que se pretende firmar. Lo que se “firma” (encripta con la clave privada) es
un hash del documento, lo cual es equivalente a firmar el documento, justamente porque ese hash
representa inequívocamente al documento (49).
Ahora bien, el descifrado del instrumento (técnicamente, el ejercido sobre su firma digital) por parte
del destinatario se produce a través del empleo de la clave pública asociada al titular originante.
Mediante el cumplimiento técnico de dicho acto, se consigue el hash del documento que firmó
primariamente el generador.
En resumidas cuentas, como detalla pormenorizadamente Mora, que aquí transcribimos (51), cuando
una persona quiere utilizar un sistema PKI para firmar documentos digitales, en principio debe
proceder de la siguiente manera:
a) antes que nada, mediante un software determinado, esa persona genera un par de claves
asimétricas;
b) luego, dicha persona emite una solicitud a un certificador para que acredite su vinculación con la
clave pública generada;
d) finalmente, el certificador consigna dicho certificado en la web, en donde deberá indicar también
cualquier novedad al respecto (p. ej., si el certificado ha debido darse de baja).
Luego, para “firmar” efectivamente un documento digital, el titular del certificado procede
básicamente como se indica a continuación:
iii) finalmente, se arma un paquete de datos en el que se incluye el resultado de la codificación del
resumen referido, así como una copia del documento digital original (sin resumirse ni codificarse) y
una copia de su certificado.
En este contexto, el tercero que reciba o acceda al paquete de datos referido, por su parte, debe:
2) decodificar el resumen codificado, utilizando la clave pública indicada en el certificado (lo cual da
como resultado el resumen del documento original efectuado por el suscriptor);
4) corroborar que el resumen del documento digital que él generó sea igual al resumen del documento
original efectuado por el suscriptor.
(50) Provenzani Casares lo ejemplifica excelentemente al sostener que el receptor puede asumir con probabilidad rayana en la certeza que el texto
proviene del emisor, conforme el siguiente razonamiento retroductivo: “Dado que todo texto que ha podido descifrarse utilizando la clave pública del
emisor solo pudo ser cifrado utilizando su clave privada, el texto así descifrado debe, necesariamente, provenir del emisor” (PROVENZANI CASARES,
A. E., ob. cit.).
(51) MORA, S., “Documento digital...”, ob. cit.
Visualizamos entonces que el contexto de la definición de la firma electrónica es más amplio que el
de la firma digital. De todas formas, como ya hemos reiterado a lo largo del presente trabajo, existe
una conexión de género y especie debido a que la primera le otorga validez a la segunda respecto
de su marco normativo.
Es necesario destacar que el art. 3º de la Ley de Firma Digital señala que se reviste formalmente
de validez jurídica a los documentos electrónicos firmados digitalmente conforme los requisitos
establecidos en presente normativa, siendo que de esta manera se lo equipara análogamente a un
documento en formato papel suscripto ológrafamente; sin embargo, no hace referencia en ningún
apartado sobre la firma electrónica.
Como apreciará el lector, se nos brinda un concepto amplio y residual de la firma electrónica, donde
se destaca la existencia de un documento electrónico con determinadas características técnicas
tendientes a lograr su asociación con el emisor, pero que no llega a cumplir las exigencias de la firma
digital. De tal forma, quedan englobados dentro del concepto una enorme variedad de supuestos,
pues existen distintos mecanismos para lograr la identificación o individualización del emisor de un
documento electrónico, no todos con la misma efectividad y seguridad (52).
Mora señala que al ser firma electrónica básicamente todo lo que no es firma digital, mantiene
en la actualidad un contorno extremadamente amplio, reuniendo una variada gama de supuestos
técnicos y siendo también muy amplio su espectro de supuestos de seguridad y de resultados contra
el rechazo de autoría y rechazo de la integridad (53).
Sobran los ejemplos de la rutina tecnológica habitual de cualquier persona, donde se exige la
creación y la utilización de una firma de esta naturaleza, sobre todo en la red, por ejemplo, en
el correo electrónico (Outlook, Google), redes sociales (Facebook, Instagram, Twitter, SnapChat),
juegos en red (PlayStation Store, Microsoft Store), descarga de aplicaciones para celulares (App
Store, Google Play), mensajería instantánea (WhatsApp, Telegram), homebanking, facturación
electrónica, contratación electrónica (Mercado Libre), billetera virtual (MercadoPago, TodoPago),
entre muchísimos casos de aplicación.
Continuamos al sostener que la firma electrónica, al igual que la firma digital u ológrafa, permite
identificar a su emisor. Es así que cuando recibimos un correo electrónico o un mensaje multimedia
con estas características, sabemos quién fue el remitente, lo mismo acontece cuando ingresamos
un PIN en un cajero automático o en un sitio web, o usamos nuestra huella digital, ojo o rostro en
un dispositivo especialmente diseñado (reconocimiento de huella dactilar, iris y facial), el sistema
informático creado al efecto automáticamente asocia la operación a un usuario determinado.
Entonces, aseveramos que en los casos en que el signatario haya asociado algún dato al mensaje
que esté destinado inequívocamente a identificarlo, ello puede ser considerado firma electrónica
en los términos del art. 5º de la ley, siempre y cuando, o bien sea reconocida por él, o bien quien la
alega consiga acreditar su validez. Y siguiendo estas líneas, agregamos que la firma electrónica (o
la firma digital) son —en su génesis— una forma de identificar que bien puede utilizarse para formar
el consentimiento o expresar el pensamiento humano (55).
Según el art. 9º de la ley 25.506 para que se configure una firma digital es necesario que se den los
siguientes requisitos de manera concatenada:
a) Debe haber sido creada durante el período de vigencia del certificado digital válido del firmante.
b) Debe ser debidamente verificada por la referencia a los datos de verificación de firma digital
indicados en dicho certificado según el procedimiento de verificación correspondiente. Es así que
se debe permitir verificar la identidad del autor de los datos (lo que se denomina autenticación de
autoría).
c) Debe poder comprobarse que dichos datos insertos no han sufrido alteración desde que fueron
firmados (proporcionándose integridad al documento electrónico).
d) Por último, dicho certificado debe haber sido emitido o reconocido, según el art. 16 de la ley, por
un certificador licenciado. Es así como el certificado de firma digital debe haber sido emitido por
una entidad certificante licenciada por el Estado, obteniendo la correspondiente autorización por la
autoridad de aplicación nacional.
Conforme el punto d), visualizamos que la diferencia fundamental está dada por las exigencias
necesarias para la implementación, específicamente en lo que hace a los requisitos impuestos por
ley a la persona del certificador licenciado y al titular de un certificado de firma digital.
Altmark y Molina Quiroga señalan, con agudeza, que la ley argentina ha optado por la política de
registro estatal de los certificadores, en el sentido de que estos prestadores de servicios deben
obtener una licencia; este recaudo implica una dificultad para la utilización fuera del ámbito estatal.
Es así como, en nuestra legislación, una aplicación de criptografía asimétrica de clave pública en
la que los certificados digitales no sean emitidos por un certificador licenciado es considerada por
nuestra ley como firma electrónica (57).
En efecto, el art. 10 del Anexo del actual dec. 182/2019 establece que los certificados digitales
emitidos por certificadores no licenciados serán válidos para producir los efectos jurídicos que la ley
otorga a la firma electrónica.
Pues bien, a modo de resumen, si no se sucedieron los requisitos enunciados previamente, estaríamos
frente a una firma electrónica y no así ante una firma digital (todo conforme a nuestra normativa
rigente).
No obstante, es fundamental resaltar que el concepto de firma electrónica tiene una gran importancia
en el marco normativo nacional, dada la proyección que hizo el legislador de los posibles y continuos
avances tecnológicos que se suceden ininterrumpidamente con el paso del tiempo, ya que, como
dijimos, el concepto de firma electrónica es mucho más amplio que el de firma digital (58).
(56) JARA, M. L., “La ley de Firma Digital en Argentina. Análisis del marco normativo nacional y sus problemáticas”, Ratio Iuris, Rev. de Derecho
Privado, año VII, Nº 2, 2019, p. 168.
(57) ALTMARK, D. R. — MOLINA QUIROGA, E., “Tratado de derecho informático”, Ed. La Ley, Buenos Aires, 2012, p. 586.
(58) BIELLI, G. E. — ORDOÑEZ, C. J., “Contratos electrónicos....”, ob. cit., p. 45.
En segundo lugar, existe una diferencia desde el ámbito probatorio, siendo que la firma digital goza
de las presunciones legales consagradas por el legislador (59).
En consecuencia, para el caso de una mera firma electrónica, la ley 25.506 en su art. 5º es tajante
al disponer que “en caso de ser desconocida la firma electrónica, corresponde a quien la invoca
acreditar su validez”.
Aquí reside el talón de Aquiles de la firma electrónica en nuestro ordenamiento jurídico, ya que
la ley, por un lado, reconoce su existencia y virtualidad jurídica, y por otro, le otorga una eficacia
probatoria condicionada o disminuida, sujeta a la negación —o no— de ella (60).
Y yendo un poco más al plano material, dicha divergencia se aplica en igual sintonía con la firma
ológrafa.
Al respecto, se ha dicho que mientras que en la firma “ológrafa” es el tercero quien debe acreditar
que la firma es de quien se niega a reconocerla (art. 314, Cód. Civ. y Com.), en la firma digital se
presume iuris tantum la autoría del “titular del certificado digital”, lo que invierte la carga de la
prueba del reconocimiento: en esta última hipótesis será el “titular del certificado digital” quien
deba demostrar que la firma no es de su paternidad (art. 7º, ley 25.506) (61).
XI. Conclusiones
El empleo de la firma digital procura certeza en lo que hace a la imputación de autoría sobre la
generación, emisión, transmisión y recepción de documentos digitales. Asimismo, con relación a
los procedimientos técnicos que son aquí aplicados, se reviste a estos instrumentos de la necesaria
integridad provocando una mayor seguridad jurídica para todos los interlocutores.
Aclaramos que, al estado actual de las cosas, no consideramos que haya una analogía exacta entre el
soporte papel y el soporte electrónico. Es que el documento digital, al apartarse de las concepciones
y las cualidades tradicionalistas del mundo físico ha ido un poco más allá, siendo que, hoy por hoy,
este último goza de mayores protecciones, eficacia, eficiencia y seguridades tanto técnicas como
normativas.
A lo largo del presente trabajo, hemos querido, a modo fundacional, esbozar un análisis teórico-
normativo en lo que atañe el eventual empleo de la firma digital por parte de la colegiación
bonaerense, principalmente en lo que hace a la eficacia jurídica que rige sobre dichos documentos
y, así también, sobre cómo se produce el funcionamiento técnico de la herramienta. Consideramos
que dichas cuestiones, indefectiblemente, deben ser de conocimiento por todos aquellos letrados
que, en muy poco tiempo, comenzarán a recorrer el camino que dirige hacia su utilización práctica
(62).
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