Punto-Contrapunto - Las Naciones Deben Adoptar Políticas Comerciales Estratégicas.

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Punto Contrapunto

¿Las naciones deben adoptar políticas comerciales


estratégicas?

Punto Sí, ¿por qué es importante adquirir ventaja competitiva en el comercio


mundial? Por un lado, si un país quiere competir en el entorno de negocios
globalizado de la actualidad (y no puede dejar de hacerlo), es evidente que tiene
que desarrollar y mantener algunas industrias que serán competitivas. Pero hay
más: dichas industrias también deben crecer y obtener ingresos suficientes para
mantener la economía interna funcionando tan bien como las economías de otros
países. ¿Qué función desempeña el gobierno en el proceso de globalización? Debe
ser central para todos los esfuerzos realizados; al final de cuentas, de lo que se trata
aquí es de economías nacionales.

Para empezar, la función de un gobierno rara vez es neutral. Un gobierno puede


decir que sus políticas económicas no afectan el desempeño de ciertas industrias
nacionales en el panorama mundial, pero no hay duda que muchas de esas políticas
tienen precisamente ese efecto. Por ejemplo, ¿quién va a discutir que los esfuerzos
del gobierno estadounidense para “mejorar la productividad agrícola” y “fortalecer
las capacidades de defensa” no tienen nada que ver con hecho de que Estados
Unidos tiene un negocio próspero en la exportación de productos agrícolas y
aeroespaciales?

Además, prácticamente todas las políticas gubernamentales destinadas a ayudar a


una industria tienen el efecto contrario en otra. Por ejemplo, las líneas de aviación
europeas se quejan (con cierta justificación) de que el apoyo gubernamental al
transporte por tren en Europa las priva de los ingresos que necesitan para competir
con las aerolíneas comerciales estadounidenses, que no tienen que preocuparse
demasiado por el transporte ferroviario de pasajeros en su país de origen. En otras
palabras, los responsables de las políticas nacionales en todas partes tienen que
hacer concesiones y establecer equilibrios. Por tanto, si cada política
gubernamental para ayudar a una parte perjudica de todos modos a otra, ¿por qué
el plan de juego de un país no debe prever que se brinde atención especial a los
participantes que dan al equipo de casa la mayor ventaja competitiva?

De hecho, la ejecución de un plan de juego de este tipo es muy sencilla. Primero,


se selecciona una industria en crecimiento y se definen los factores que la vuelven
competitiva (o potencialmente competitiva). En seguida se identifican las ventajas
comparativas del país de origen (y se comprueba que efectivamente existan). Por
último, se crea sinergia entre los puntos fuertes descubiertos durante los dos
procesos: se destinan los recursos necesarios para apoyar las industrias que
concuerdan mejor con las ventajas comparativas del país.

Este programa, que se conoce generalmente como política de comercio


estratégico, es particularmente eficaz en los países en vías de desarrollo. ¿Por qué?
Porque es probable que el país haya decidido que (1) necesita integrarse a la
economía global y que (2) es necesario idear la mejor forma de participar en el
juego internacional. Hasta el momento, todo va muy bien, pero hay que recordar
que simplemente abrir las fronteras a la competencia extranjera no
necesariamente significa que los productores nacionales vayan a competir con
facilidad, ya sea en el extranjero o incluso a nivel nacional.

Cuando se abren las fronteras de un país, las primeras empresas en aceptar la


invitación son los competidores extranjeros que tienen ventajas considerables
sobre las industrias nacionales que el país trata de desarrollar: llevan una delantera
que les ha permitido generar no sólo ciertas eficiencias internas, sino relaciones
cómodas con todo el mundo en el canal de distribución internacional.

Además, no importa lo prometedoras que puedan ser las industrias seleccionadas,


y tampoco importa el cuidado con el que se ha intentado que las industrias
concuerden con las ventajas competitivas, es probable que un país en vías de
desarrollo carezca de la tecnología y habilidades de marketing que se necesitan
para competir con jugadores más experimentados.

Lo que nos lleva de regreso a la razón por la que la política de comercio estratégico
(a diferencia de adoptar una política de laissez-faire y esperar que ocurra lo mejor)
es la mejor opción para un país en vías de desarrollo: el gobierno tiene que proteger
a las industrias locales; por ejemplo, ayudándolas a conseguir las destrezas y
tecnología que van a necesitar. También se podrían concentrar las campañas para
conseguir inversión extranjera en las empresas que cuentan con las capacidades
técnicas y de marketing que se necesitan; ésa es una buena forma de llevar a casa
el tipo de producción que se requiere. Y no estaría de más un poco de liberalidad
en el otorgamiento de crédito a las industrias con las que se está contando.

Si se busca alguna prueba de que la política de comercio estratégico es eficaz para


ayudar a las naciones en vías de desarrollo a globalizarse, sólo hay que ver el caso
de Singapur, que no sólo se las ingenió para atraer compañías con experiencia en
la fabricación de aparatos electrónicos de consumo, sino que se convirtió
finalmente en competidor global porque también tenía la ventaja comparativa de
pagar salarios bajos. De la misma manera, existen muchas pruebas de que el
laissez-faire no funciona a menudo en los países en vías de desarrollo. Por ejemplo,
en África subsahariana, las instituciones gubernamentales tienen raíces tan
profundas que es casi imposible para nadie, trátese de particulares o
conglomerados multinacionales, dar un solo paso sin quedar atrapados en la
maraña burocrática subterránea.

Más aún, debido a que ninguna institución cuenta con demasiados recursos, es
mejor centrarlos en su totalidad en esfuerzos colectivos en industrias específicas
que tienen cierto potencial de competitividad internacional; de lo contrario, todo
lo que se tiene es un montón de dependencias y ministerios con recursos limitados
dirigidos a mercados dispersos por todo el panorama económico.

Contrapunto No, ¿por qué alguien que preste atención estaría en


desacuerdo con la idea de que los países deben tratar de ser más competitivos en
las industrias que prometen los mejores rendimientos? ¿Y quién negaría que las
industrias emergentes en crecimiento son la apuesta más segura de un país que
desea globalizarse? Como es lógico, son las que tienen mayores probabilidades
de agregar valor (en la forma de utilidades altas y buenos salarios) a la producción
nacional.

Ningún observador sensato negaría tampoco el hecho manifiesto de que cuanto


antes se incorpore la industria al ámbito global, tanto más pronto adquirirá las
ventajas de marketing y producción que necesita para competir en el extranjero.
Éste es el problema que veo en el argumento a favor de instituir una política de
comercio estratégico: esta política no es la mejor forma de alcanzar los objetivos
en los que prácticamente todos coinciden.

Empezaré por hacer una concesión: en efecto, hay circunstancias (limitadas) en que
un programa de establecimiento de objetivos puede funcionar, en particular en
países pequeños. Por ejemplo, en 2006, el PIB de Costa Rica, que ascendía a 21,400
millones de dólares, representaba menos 10 por ciento del valor de las ventas
anuales de Wal-Mart. Lo que esto me indica es que un programa de objetivos es
factible, desde luego, cuando la escala de la toma de decisiones políticas es
manejable, esto es, cuando la mayoría de las partes interesadas han trabajado
juntas durante años y pueden contar con alcanzar acuerdos mutuamente
beneficiosos con un mínimo de frustración. Pero, ¿en una economía grande?
Imposible.

De hecho, incluso en un país pequeño como Costa Rica, resulta debatible cuánto
del éxito económico del país se debe a la política de comercio estratégico y cuánto
a condiciones que existían antes de que el gobierno pusiera en marcha el proceso
de seleccionar industrias y atraer inversionistas extranjeros en alta tecnología. Para
que no se nos vaya a olvidar, Costa Rica ya tenía una población trabajadora bien
educada, un nivel relativamente alto de libertad económica, una población grande
de trabajadores que hablaban inglés, una calidad de vida que tenía cierto atractivo
para el personal extranjero y, por último, pero no por ello lo menos importante,
mayor estabilidad política que el promedio en América Latina. Sí, Costa Rica
consiguió atraer a Intel, pero es justo señalar que Intel ya había decidido instalar
una fábrica en algún lugar de América Latina. Así pues, la labor de Costa Rica
consistió, en esencia, en convencer a Intel de que era una mejor opción que ciertos
países, como Brasil y Chile, cuya distancia geográfica representaba una desventaja
a la hora de mandar la producción a los Estados Unidos.

Además, la política de laissez-faire (sentarse a esperar que pase lo mejor) no es la


única alternativa a los planes de comercio estratégico: ¿qué pasaría si un país
optara por centrarse en las condiciones que afectan el atractivo que ofrece a las
empresas rentables en general, en lugar de industrias seleccionadas en particular?
No existe ninguna razón de peso por la que un gobierno no pueda modificar las
condiciones que afectan, por ejemplo, las proporciones de los factores, la eficiencia
y la innovación. ¿Por qué no podría enriquecer los factores de producción si
mejorara las competencias humanas, proporcionara la infraestructura suficiente,
estimulara a los consumidores a exigir productos de calidad superior y promoviera
un entorno competitivo en general para cualquier industria interesada en hacer
negocios dentro de sus fronteras?

No me sorprendería que, a pesar de la insuficiencia institucional que tan


indiscriminadamente se atribuye a la región, este enfoque funcionara incluso en el
África subsahariana. Incluso haré otra concesión: la inercia institucional es, en
efecto, una forma de vida en el área, y no hay razón para esperar que desaparezca
pronto.

Pero, ¿y si viéramos las cosas desde otra perspectiva? ¿No sería más fácil para todas
estas dependencias y ministerios burocráticos que revisaran (e hicieran cumplir)
sus propias leyes, adoptaran medidas para estabilizar sus poblaciones y rectificar
las desigualdades económicas, sociales y de género más palpables, y apoyaran la
actividad empresarial en los sectores informales de la economía, en lugar de tratar
de centrarse en una industria específica, por ejemplo, en el universo global de la
tecnología de vanguardia? ¿No sería más productivo (en todos los sentidos de la
palabra) fomentar un ambiente de confianza en el que, por ejemplo, el gobierno
ayudara a reducir los costos de transacción para que las empresas locales
estuvieran dispuestas a trabajar con otras compañías, nacionales o extranjeras,
para adquirir un poco del conocimiento y algunos de los recursos que necesitan
para llegar a ser competitivas?

Repito: en lugar de elegir (y regatear por) industrias especiales, ¿no sería más
conveniente que mejoraran el entorno de inversión en el que, a final de cuentas,
todos van a tener que operar tarde o temprano? En este punto, más vale que tome
una posición ofensiva en este debate. Déjenme señalar que, a decir verdad, las
políticas de comercio estratégico no producen por lo general más que pequeños
beneficios, sobre todo porque, como es de esperar, es difícil para la mayoría de los
gobiernos identificar y captar a las industrias correctas. ¿Qué pasa si un país trata
de captar una industria cuya demanda global nunca llega a estar a la altura de las
expectativas? Eso fue lo que ocurrió en el Reino Unido y Francia, países que
difícilmente puede decirse que sean novatos en el comercio internacional, cuando
se unieron para financiar aviones supersónicos de pasajeros.

¿O qué sucede cuando las empresas nacionales de una industria seleccionada


simplemente no pueden competir? Así ocurrió cuando Tailandia decidió
incursionar en el negocio del acero, aun cuando las empresas acereras locales
sufrían de desventajas considerables, como los altos costos de producción por
causa de gerentes mal capacitados y costos de mano obra superiores a los de
competidores vecinos con ideas parecidas.

¿Y si muchas naciones trataran de captar las mismas industrias globales, generando


así competencia excesiva y rendimientos insuficientes?38 ¿Qué pasaría si dos
países compitieran para apoyar a la misma industria, como ocurrió cuando Brasil y
Canadá decidieron producir jets regionales en el mismo hemisferio?39 Por último,
¿y si un país logra captar una industria y luego se presentan condiciones
inesperadas? ¿Debe mantener el rumbo pese al hecho de que probablemente esté
reaccionando a diversas presiones, como la de apoyar el empleo en una industria
con problemas?

Por último, incluso si un gobierno pudiera identificar una industria que crecerá en
el futuro y en la cual una empresa nacional tiene probabilidades de triunfar (una
interrogante muy grande, en mi opinión), no se desprende necesariamente de que
la empresa merezca recibir asistencia pública sólo porque da la casualidad que
opera en la industria elegida. La historia recomienda que los países permitan que
sus empresarios hagan lo que mejor hacen (y lo que es más apremiante dadas las
circunstancias): correr riesgos que no ponen en peligro sectores enteros de la
economía. El resultado será seguramente el de siempre: algunos fracasarán, pero
los que tengan éxito sobrevivirán y prosperarán en la competencia.

Fuente:
Daniels, J.D., Radebaugh, L.H & Sullivan, D.P. (2010) Negocios Internacionales: Ambientes
y Operaciones. México: Pearson Educación.

Facilitador:
Cristian Calcaño, MSc. EGF.

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