Neoclasicismo en Francia
Neoclasicismo en Francia
Neoclasicismo en Francia
El estilo de Molière
Las sátiras de Molière, dirigidas contra las convenciones sociales y las
debilidades de la naturaleza humana, son, como retrato de la sociedad
francesa de la época, más fieles que los dramas de sus contemporáneos Pierre
Corneille y Jean Baptiste Racine. Pese a que sus estereotipos y argumentos se
inspiraron en tradiciones más antiguas —en las comedias de Aristófanes,
Terencio y Plauto, y en la commedia dell’arte italiana— Molière confirió
profundidad psicológica a sus demagogos, avaros, amantes, hipócritas,
cornudos y escaladores sociales.
Pese a ser un maestro de la bufonada, logró mantener un tono de patetismo. Al
igual que las compañías italianas que actuaban habitualmente en París en el
siglo XVII, la de Molière sabía extraer todo el potencial de los estereotipos que
retrataba. La interpretación incluía el estudio de las expresiones faciales, los
gestos y los chistes. Por ello, las comedias de Molière sólo se disfrutan
plenamente cuando son interpretadas por un elenco de actores y actrices
brillantes y disciplinados, como el de la famosa Comédie-Française, el teatro
nacional de Francia, que se creó en 1680 como resultado de la fusión del
Illustre Théâtre con otras compañías rivales, y que se conoce familiarmente
como el Teatro de Molière.
El misantropo (1666)
El misántropo introduce un nuevo tipo de necio: un hombre de elevados
principios morales, que critica constantemente la debilidad y estulticia de los
demás y, sin embargo, es incapaz de ver los defectos de Célimène, la
muchacha de la que se ha enamorado y que encarna a esa sociedad que él
condena.
En ella se despliega una comicidad más sutil y depurada que busca hacer “reír
el alma” mediante la técnica del contraste y la parodia. La primera,
precisamente, remite al tema central de la pieza: la contradicción que se
plantea no sólo en el propio individuo –entre la razón y el instinto– sino también
entre el individuo y la sociedad. La rígida y soberbia virtud y el afán de
descarnada honestidad de Alcestes se oponen tanto a la virtud más equilibrada
de su amigo Filinto, como a los convencionalismos, la hipocresía y la frivolidad
del medio social donde Filinto sí logra insertarse. Alcestes, cegado por la
pasión que le despierta la voluble y casquivana Celimene, procura justificar sus
defectos responsabilizando a la sociedad. Sus reiterados y frustrados intentos
por conquistarla y “purgar su alma” van dando cuenta in crescendo de su
drama interior, y explican el esquema reiterativo de la intriga y la densidad
conceptual de los diálogos.
Una persona obsesionada por la moral, que condena duramente a la sociedad
de su tiempo, despojada de los valores que él considera más elevados.
Vive en un mundo que acepta, pero no comparte, y del que pretende ocultarse
junto a su amada, sin comprender que ella pertenece a ese mundo que él
rechaza.
Es una crítica a las costumbres sociales de su época, y tal vez, de su propia y
difícil vida conyugal.