Tener Coraje y Audacia Profética
Tener Coraje y Audacia Profética
Tener Coraje y Audacia Profética
El 24 de octubre de 2016 el Papa Francisco tuvo un encuentro con los jesuitas reunidos en su
Congregación General 36. Algunos minutos antes de las 9 am llegó a bordo de un sencillo
coche. Después de saludar al Padre General y a los otros que estaban esperándolo, se dirigió
al Aula de la Congregación, en la que fue recibido con un largo aplauso. Allí tuvo un discurso.
Tras una pausa, se abrió un espacio de diálogo franco y cordial con los delegados, que le
hicieron diversas preguntas espontáneas. El Papa no quiso que fueran seleccionadas antes ni
tampoco quiso conocerlas primero. Dio vida así a un encuentro muy familiar que duró cerca
de una hora y media. Al final, Francisco quiso saludar uno por uno a todos los presentes. A
continuación reproducimos las preguntas y respuestas. En el aula, por practicidad, las pre-
guntas se hicieron en grupos de tres. El texto que sigue reproduce las respuestas del Pontífice
en su integridad y, para comodidad de la lectura, separa las preguntas, que han sido reprodu-
cidas de manera esencial. El texto mantiene el tono y el significado de la conversación oral.
***
Santo Padre, Usted es un ejemplo viviente de audacia profética. Cómo hace para comunicarla
con tanta eficacia? ¿Cómo podemos hacerlo también nosotros?
El coraje no es solamente hacer ruido, sino saber hacerlo bien. Hace falta saber cuándo
hay que hacerlo y cómo hay que hacerlo. Y también antes que nada se debe discernir si se debe
hacer ruido o no. El coraje es constitutivo de toda acción apostólica. Y hoy hace falta más que
nunca tener coraje y audacia profética. Es necesaria una parresía aggiornada, la audacia pro-
fética de no tener miedo 1. Es notable que esta haya sido la primera cosa que dijo san Juan Pablo
II cuando fue elegido papa: “No tengan miedo”. Recordó todos los problemas de los países del
este y la audacia le llevó a enfrentarlos todos.
¿Cuál es la audacia profética que se nos pide hoy? Sobre esto hay que hacer un discer-
nimiento y preguntarse dónde se debe encauzar esa audacia profética. Es una actitud que nace
del magis 2. Y el magis es parresía. El magis se funda sobre el Dios siempre Mayor. Y entonces,
mirando a ese Dios siempre Mayor, el discernimiento se profundiza y busca los lugares donde
encauzar la audacia. Creo que este es el trabajo de Uds. en esta Congregación: discernir
“dónde” tiene que encauzarse el magis, la audacia profética, la parresía.
A veces, la audacia profética se une con la diplomacia, con un trabajo de convenci-
miento y al mismo tiempo con signos fuertes. Por ejemplo, la audacia profética está llamada a
combatir una corrupción muy difundida en algunos países, como es la de buscar la reforma de
la Constitución para permanecer en el poder, cuando terminan los períodos constitucionales de
un mandato. Creo que la Compañía, en su trabajo de enseñanza y de sensibilización social,
tiene que hacer un buen trabajo de audacia para convencer a todos de que un País no pude
1
Parresía es una palabra griega frecuente en el texto griego del Nuevo Testamento. Indica el coraje y la sinceri-
dad del testimonio. Es una palabra muy usada en la tradición cristiana, sobre todo a los comienzos, incluso como
contraria a la hipocresía.
2
El magis (el más, lo más grande) en la tradición ignaciana viene de la célebre máxima “ad maiorem Dei glo-
riam” (a la mayor gloria de Dios) y sintetiza un fuerte impulso espiritual. El obrar del jesuita se caracteriza por
este magis, tensión viva que nos recuerda cómo siempre es posible dar un paso adelante respecto a donde hemos
llegado, porque nuestro caminar está en consonancia con una manifestación siempre más explícita de la gloria
de Dios. Con el discernimiento de espíritus aprendemos a reconocer el bien que habita en cada situación y a ele-
gir lo que conduce al bien mayor.
1
crecer si no se respetan los fundamentos legales que el País mismo se ha dato para la propia
gobernabilidad futura.
Santo Padre, el modo en el que los colonizadores trataron a los pueblos indígenas ha sido un
problema serio. La apropiación de la tierra por parte de los colonizadores ha sido un hecho
grave cuyas repercusiones se sienten hoy. ¿Qué piensa al respecto?
En primer lugar, es necesario decir que hoy tenemos más conciencia de lo que significa
la riqueza de los pueblos indígenas, justo en la época en que, tanto política como culturalmente,
se los quiere anular siempre más, a través de la globalización concebida como una “esfera”,
una globalización donde todo se uniformiza. Entonces hoy, nuestra profecía, nuestra concien-
cia, tiene que ir por el lado de la inculturación. Y nuestra figura de globalización no tiene que
ser la esfera, sino el poliedro. Me gusta la figura geométrica del poliedro porque es una, pero
tiene caras diferentes. Expresa cómo la unidad se hace conservando las identidades de los pue-
blos, de las personas, de las culturas. Esa es la riqueza que hoy tendríamos que dar al proceso
de globalización, porque si no es uniformante y destructivo.
En el proceso de globalización uniformante y destructor entra la destrucción de las cul-
turas indígenas, que son en cambio lo que hay que recuperar. Y hay que recuperarlas con la
hermenéutica correcta, que nos facilita esta tarea. Una hermenéutica que no es la misma que
había en la época de la colonia. La hermenéutica de aquella época era la de buscar la conversión
de los pueblos, la de ensanchar la Iglesia…, y por lo tanto se anulaban las independencias
indígenas. Era una hermenéutica de tipo centralista, donde el imperio que dominaba era el que
de alguna manera imponía su fe y su cultura. Es comprensible que se pensara así en aquella
época, pero hoy es necesaria una hermenéutica radicalmente diferente. Tenemos que interpretar
las cosas de otra manera: valorando a cada pueblo, su cultura, su lengua. Nos tiene que ayudar
este proceso de inculturación, que fue cobrando cada vez mayor importancia a partir del Vati-
cano II.
De todos modos, quiero hacer referencia a conatos de inculturación que hubo en los
primeros tiempos de las misiones. Tentativas que nacen de una experiencia como la de Pablo
con los “gentiles”. El Espíritu Santo le inculcó muy claro cómo había que inculturar el Evan-
gelio en los pueblos gentiles. La misma cosa se repite en la época de la expansión misionera.
Pensemos, por ejemplo, en la experiencia de Mateo Ricci y de Roberto de Nobili 3. Fueron
pioneros, pero una concepción hegemónica del centralismo romano frenó esa experiencia, la
detuvo. Impidió un diálogo en el que las culturas se respetaran. Y esto ocurrió porque se inter-
pretaban con una hermenéutica religiosa lo que eran costumbres sociales. El respeto a los muer-
tos, por ejemplo, se confundía con una idolatría. Aquí, las hermenéuticas juegan un papel cen-
tral. En este momento creo que es importante, con esta mayor conciencia que tenemos respecto
de los pueblos indígenas, apoyar la expresión, la cultura de cada uno de ellos… y la misma
evangelización, que toca también a la liturgia y llega hasta las expresiones de culto. Y la Con-
gregación para el culto divino acepta esto.
Termino con un recuerdo que toca a la moral. Cuando era estudiante de teología se me
encargó ser bibliotecario. Revisando un texto mexicano de 1700 más o menos, sobre moral,
hecho con preguntas y respuestas, encontré que una de las preguntas era: “Si es pecado mortal
la unión sexual entre el español y la indígena”. Y la respuesta del moralista me hizo reir: “La
materia es grave, por lo tanto es pecado grave según la materia, pero dado que la consecuencia
3
Los jesuitas Mateo Ricci (1552-1610) y Roberto de Nobili (1577-1656) fueron verdaderos pioneros. Misione-
ros en China y en India, respectivamente, buscaron adecuar el anuncio del Evangelio a la cultura y a los cultos
locales. Pero esto causó preocupación en algunos y en la Iglesia se alzaron voces contrarias al espíritu de estos
comportamientos, como si fueran una contaminación del mensaje cristiano.
2
de esto traería un cristiano más para agrandar el reino de Dios, no es tan grave como si fuera
en Europa”.
4
El Papa hace referencia a teorías y debates de los inicios del 1600 en los que estaban implicados también jesui-
tas como Rodrigo de Arriaga.
5
Bernard Häring (1922-1998) religioso redentorista, fue un teólogo moralista alemán y uno de los fundadores
de la “Academia Alfonsiana”. Su obra tuvo un influjo significativo en la preparación y en el desarrollo del Con-
cilio Vaticano II.
3
por eso cambie el principio. Ese método escolástico tiene su validez. Es el método moral que
usó el “Catecismo de la Iglesia Católica”. Y es el método que se utilizó en la última exhortación
apostólica Amoris Laetitia, después del discernimiento hecho por toda la Iglesia a través de los
dos Sínodos. La moral usada en Amoris Laetitia es tomista, pero del gran santo Tomás, no del
autor de los “puncta inflata”.
Es evidente que en el campo moral hay que proceder con rigor científico, y con amor a
la Iglesia y discernimiento. Hay ciertos puntos de la moral sobre los cuales solo en la oración
se puede tener la luz suficiente para poder seguir reflexionando teológicamente. Y en esto, me
permito repetirlo, y lo digo para toda la teología, se debe hacer “teología de rodillas”. No se
puede hacer teología sin oración. Esto es un punto clave. Y se tiene que hacer así.
En torno a la Compañía hay muchas leyendas: positivas, de los que nos quieren bien, y una
leyenda un poco negra por parte de quien no nos quiere. A Ud. Que nos quiere y nos conoce
bien quiero preguntarle: ¿a qué cosas tendríamos que prestarle atención?
Para mí es un poco difícil responder, porque es necesario ver de dónde vienen las críti-
cas. Es un poco difícil porque, en mi situación y en el ambiente en que me muevo, las críticas
a la Compañía tienen prevalentemente un sabor de tipo restauracionista. O sea: son críticas que
sueñan una restauración, la de una Compañía que quizás ilusionó en un tiempo, porque ese era
su tiempo, pero que ya no ilusiona porque no es este el tiempo de Dios para la Compañía. Creo
que este tipo de argumentación es el que está detrás. Pero la Compañía en este punto a lo que
tiene que serle fiel es a lo que el Espíritu le dice.
Las críticas también dependen de quién las hace. Yo creo que a veces, hasta el más
malintencionado, puede hacer una crítica que me ayude. Creo que hay que escucharlas todas y
discernirlas. Y no cerrar la puerta a ninguna crítica, porque corremos el riesgo de habituarnos
a cerrar puertas. Y eso no es bueno. Después de un discernimiento se puede decir: esta crítica
no tiene ningún fundamento y descartarla. Pero tenemos que someter todo lo que vamos oyendo
de críticas a un discernimiento, yo diría, cotidiano, casero, pero siempre con buena voluntad,
con apertura de corazón y delante del Señor.
Vivimos en un mundo caracterizado por las polarizaciones políticas y religiosas. Ud. de hecho
ha vivido experiencias de signo diverso en su vida, como provincial y arzobispo de Buenos
Aires. A partir de su experiencia, ¿qué nos sugiere para afrontar estas situaciones de polari-
zación, especialmente cuando en ellas están involucrados hermanos nuestros?
Creo que la política en general, la gran política, se ha degradado cada vez más en la
pequeña política. No solo en la política partidista dentro de cada país, sino en las políticas
sectoriales dentro de un mismo continente. A este tema específico quise responder -porque se
me pidió- con los tres discursos sobre Europa, los dos de Estrasburgo y el del Premio “Carlo-
magno”. Los Obispos franceses acaban de sacar una comunicación sobre la política que retoma
o sigue una de hace unos quince o veinte años atrás, “Réhabiliter la politique” que era muy
importante. Aquella declaración hizo época: dio fuerza a la política, a la política como trabajo
artesanal para construir la unidad de los pueblos y la unidad de un pueblo en todas las diversi-
dades que hay dentro de ellos. En general, la opinión que escucho es que los políticos están de
capa caída. Faltan esos grandes políticos que eran capaces de jugarse en serio por sus ideales y
no le tenían miedo al diálogo ni a la pelea, sino que iban adelante, con inteligencia y con el
carisma propio de la política. La política es una de las formas más altas de la caridad. La gran
política. Y en eso creo que las polarizaciones no ayudan. Por el contrario, lo que ayuda en la
política es el diálogo.
4
¿Cuál es su experiencia con los hermanos en la Compañía, en cuanto a su rol y a cómo se
pueden atraer vocaciones de hermanos a la Compañía?
Mi experiencia con los hermanos ha sido siempre muy positiva. Los hermanos con que
me tocó convivir, en mi tiempo de estudiante, eran hombre de mucha sabiduría. Tenían una
sabiduría distinta a la de los escolares o de la de los sacerdotes. Incluso ahora, hermanos con
muchos estudios y que tienen puestos de dirigencia en las instituciones, tienen un “no sé qué”
de distinto a los sacerdotes. Y creo que esto hay que conservarlo. Esa sabiduría, ese algo sa-
piencial que da el ser hermano.
Es más, a mí me impresionaba en los hermanos mayores que conocí, el olfato que te-
nían, cuando decían, por ejemplo: “Mírelo mucho a aquel padre, me parece que necesita espe-
cial ayuda…”. Los hermanos que conocí a menudo tenían una discreción muy grande. Y ayu-
daban! El hermano se daba cuenta antes que otros compañeros de comunidad de lo que pasaba.
No sé cómo expresarlo, creo que hay aquí una gracia específica y hay que buscar cuál es la
voluntad de Dios sobre el hermano en este momento y también hay que buscar cómo expresar
esto.
Me gustaría oírle decir cuándo se cumplirá la profecía de Isaías: “De sus espadas se cons-
truirán arados…”. En mi continente, África, tenemos ya medios suficientes para matar diez
veces a cada uno de nosotros.
Trabajar por la paz es urgente. Dije, hace más de un año y medio, que estamos en la
tercera guerra mundial, a pedacitos. Ahora los pedacitos se están juntando cada vez más. Esta-
mos en guerra. No hay que ser ingenuos. El mundo está en guerra y las consecuencias las pagan
algunos países. Pensemos en Medio Oriente, en África: allí se da una situación de continuas
guerras. Guerras que se derivan de toda una historia de colonización y explotación. Es cierto
que hay países que tienen su independencia, pero muchas veces el país que les dio la indepen-
dencia se reservó el subsuelo para sí. África sigue siendo un objetivo de la explotación por las
riquezas que tiene. Incluso por parte de países que antes ni pensaban en este continente. A
África siempre se la mira desde la óptica de la explotación. Y claramente esto provoca guerras.
Además, en algunos países se agrega el problema de la ideologización, que provoca
fracturas mayores. Creo que trabajar por la paz en esta coyuntura, además de ser una de las
bienaventuranzas, es prioritario. Cuándo llegará la paz… No sé si llegará antes de la venida del
Hijo del Hombre, pero sí sé, en cambio, que tenemos que trabajar por la paz lo más posible, ya
sea través de la política, a través de la convivencia y de tantas otras formas. Se puede. Se puede.
Con las actitudes cristianas que el Señor nos marca en el Evangelio, se puede hacer mucho, y
se hace mucho y se va adelante. A veces esto se paga a precios muy caros en la propia vida.
Pero se va delante de todas maneras. El martirio forma parte de nuestra vocación.
¿Nos podemos salvar solo? ¿Qué relación hay entre salvación comunitaria y salvación perso-
nal?
Nadie se salva solo. Creo que este principio hay que mantenerlo muy claro: la salvación
es para el pueblo de Dios. Nadie se salva solo. El que pretende salvarse solo, a través de un
camino propio de cumplimiento, termina en ese adjetivo que Jesús usa tantas veces: hipócrita.
Termina en la hipocresía. Salvarse solo, pretender salvarse solo, en el sentido elitista de la
palabra, es una hipocresía. El Señor vino a salvar a todos.
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llevado a la oración. Debe haber estudio académico, contacto con realidades, no solo periféricas
sino limítrofes en la periferia, oración y discernimiento personal y comunitario. Si una comu-
nidad de estudiantes se hace todo esto, yo me quedo tranquilo. Cuando falta alguna de esas
cosas, me empiezo a preocupar. Si falta estudio, entonces se pueden decir tonterías o idealizar
a veces situaciones de modo simplista. Si falta contexto real y objetivo, acompañado por quien
conoce el ambiente, se pueden dar idealismos tontos. Si falta oración y discernimiento, eviden-
temente podemos ser muy buenos sociólogos o politólogos, pero no tendremos la audacia evan-
gélica y la cruz evangélica que debemos llevar, como dije al principio.
¿Desea el Papa Francisco una Compañía pobre para los pobres? ¿Qué consejo nos da para
caminar en esa dirección?
Creo que en este punto de la pobreza San Ignacio nos ha superado en grande. Cuando
uno lee cómo concebía la pobreza, ese voto que hace emitir de no cambiar la pobreza a no ser
para estrecharla más…, tenemos que reflexionar. Lo de San Ignacio no es solamente una acti-
tud ascética, como sería la de pellizcarme para que me duela más, sino que es un amor a la
pobreza como estilo de vida, como camino de salvación, camino eclesial, Porque para él, y
estas son dos palabras claves que usa, la pobreza es madre y muro. La pobreza engendra, es
madre, engendra vida espiritual, vida de santidad, vida apostólica. Y es muro, defiende. Cuán-
tos desastres eclesiales empezaron por falta de pobreza, incluso fuera de la Compañía, me re-
fiero a toda la Iglesia en general. Cuántos escándalos de los que lamentablemente me tengo
que enterar, por el lugar en que me encuentro, nacen del dinero. Creo que San Ignacio tuvo una
intuición muy grande. En la visión ignaciana de la pobreza tenemos una fuente de inspiración
para ayudarnos.
El clericalismo, que es uno de los males más serios que tiene la Iglesia, se aparta de la
pobreza. El clericalismo es rico. Y si no es rico en dinero, es rico en soberbia. Pero es rico: hay
en él un apego a la posesión. No se deja engendrar por la madre pobreza, no se deja custodiar
por el muro pobreza. El clericalismo es una de las formas de riqueza más graves que se sufre
hoy día en la Iglesia. Al menos en algunos lugares de la Iglesia. Hasta en las experiencias más
cotidianas. Una Iglesia pobre para los pobres es la del Evangelio, la del sermón de la montaña
del Evangelio de Mateo y la del sermón de la llanura del Evangelio de Lucas, como también
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del “protocolo” según el cual seremos juzgados: Mateo 25. Creo que sobre esto el Evangelio
es muy claro y es necesario caminar en esta dirección. Pero yo insistiría también sobre el hecho
de que sería lindo que la Compañía pudiera ayudar a profundizar la visión de Ignacio sobre la
pobreza, porque yo creo que es una visión para toda la Iglesia. Algo que nos puede ayudar a
todos.
Ud. habló muy bien de la importancia que tiene la consolación. Al reflexionar al final de cada
día, ¿qué cosas le dan consuelo, y qué cosas le quitan el consuelo?
Estoy hablando en familia, así que puedo decirlo: yo más bien soy pesimista, ¡siempre!
No digo que sea depresivo, porque no es verdad. Pero sí que siempre tiendo a mirar la parte
que no funcionó. Así que para mí la consolación es el mejor antidepresivo que he encontrado.
La encuentro cuando me pongo delante del Señor, y dejo que El manifieste lo que ha hecho
durante el día. Cuando al final del día me percato de que soy conducido, cuando me percato
que pese a mis resistencias, hubo una conducción ahí, como una ola que me llevó adelante: eso
me consuela. Es como sentir: “Él está aquí”. Con respecto a mi pontificado me consuela sentir
interiormente: “Está bien. No fue una convergencia de votos los que me metieron en esta baile
sino que está Él metido allí”. Esto me consuela mucho. Y cuando noto las veces en que han
ganado mis resistencias, eso me pone mal y me lleva a pedir perdón. Es bastante frecuente
esto… Y me hace bien. Darse cuenta de que, como dice San Ignacio, uno es “todo impedi-
mento”, reconocer que uno tiene sus resistencias y que todos los días las ejercita y que a veces
las vence y a veces no. Esta experiencia a uno lo mantiene en su lugar, quietito. Esto ayuda.
Esta es mi experiencia personal, en los términos más simples posibles.
La exhortación “Evangelii gaudium” es muy inspiradora y nos anima a conversar más sobre
el tema de la evangelización. ¿Qué quiere decir con las últimas palabras, en las que exhorta
a continuar el debate?
Uno de los peligros de los escritos del Papa es que crean un poco de entusiasmo pero
después llegan otros y los precedentes se archivan. Por eso pienso que es importante ese seguir
trabajando, esa indicación final en que se auspicia que se hagan reuniones y se profundice el
mensaje de Evangelii Gaudium: porque en ella se encuentra todo un modo de encarar diversos
problemas eclesiales y la evangelización misma de la vida cristiana. Creo que te refieres a una
exhortación que está al final y que proviene del documento de Aparecida. En ese pasaje hemos
querido recurrir a Evangelii Nuntiandi, que sigue teniendo la más fresca actualidad, la misma
que tenía cuando salió, y que para mí sigue siendo el documento pastoral más importante es-
crito después del Vaticano II. Sin embargo, no se la menciona, no se cita. Y bien, puede ocurrir
lo mismo con Evangelii Gaudium. Hace unos días leía que haría falta retomar de Evangelii
Gaudium el punto sobre la homilía, porque pasó en silencio. Allí se encuentra algo que la
Iglesia tiene que corregir en su predicación y que, además, la despoja de un aspecto clericalista.
Creo que la Evangelii Gaudium tiene que ser profundizada, debe ser trabajada en grupos de
laicos, de sacerdotes, en los seminarios, porque es el aire evangelizador que la Iglesia quiere
tener hoy. En eso hay que seguir adelante. No es algo terminado, como si dijéramos “pasó,
ahora viene Laudato Sí. Y luego, pasó, ahora está Amoris Laetitia…”. De ninguna manera. Les
recomiendo Evangelii Gaudium que es un marco. No es original, en esto quiero ser muy claro.
Pone juntas Evangelii Nuntiandi y el documento de Aparecida. Si bien vino después del Sínodo
sobre la Evangelización, la fuerza de Evangelii Gaudium fue retomar esos dos documentos y
refrescarlos para volverlos a ofrecer en un plato nuevo. Evangelii Gaudium es el marco apos-
tólico de la Iglesia de hoy.
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La Iglesia experimenta una caída de vocaciones, sobre todo en lugares en los que se ha sido
reticentes en promover las vocaciones locales
A mí me ha pasado en Buenos Aires, como Obispo, que curas muy buenos, más de una
vez, charlando decían: “En la parroquia tengo un laico que ‘vale oro’. Y me lo pintaban como
un laico de primera. Y luego me decían: “¿Qué le parece si lo hacemos diácono”? Este es el
problema: al laico que vale, lo hacemos diácono. Lo clericalizamos. En una carta que reciente-
mente envié al cardenal Ouellet, escribía que en América Latina, la única cosa que más o menos
se salvó del clericalismo es la piedad popular. Porque, como la piedad popular es una de esas
cosas “de la gente” en la que los curas no creían, los laicos fueron creativos. Quizás haya sido
necesario corregir algunas cosas, pero la piedad popular se salvó porque los curas no se metie-
ron. El clericalismo no deja crecer, no deja crecer la fuerza del bautismo. La gracia y la fuerza
evangelizadora de la expresión misionera la tiene la gracia del Bautismo. Y el clericalismo
disciplina mal esta gracia y da lugar a dependencias, que tienen a veces a pueblos enteros en
un estado de inmadurez muy grande. Me acuerdo de las peleas que hubo cuando, siendo yo
estudiante de teología o cura joven, aparecieron las comunidades eclesiales de base. ¿Por qué?
Porque allí los laicos empezaron a tener un protagonismo un poco fuerte y los primeros que se
sentían inseguros eran algunos curas. Estoy generalizando demasiado, pero lo hago a propósito:
si caricaturizo el problema es porque el problema del clericalismo es muy serio.
Con respecto a las vocaciones locales digo que la disminución vocacional se tratará en
el próximo Sínodo. Creo que las vocaciones existen, simplemente hay que saber cómo se las
propone y cómo se las atiende. Si el cura siempre está apurado, si está metido en mil cosas
administrativas, si no nos convencemos de que la dirección espiritual es un carisma no clerical
sino laical (que también puede desarrollar el cura), y si no metemos y convocamos a los laicos
en el discernimiento vocacional, es evidente que no vamos a tener vocaciones.
Los jóvenes necesitan ser escuchados; y los jóvenes cansan. Vienen siempre con las
mismas cosas y hay que escucharlos. Y claro, para eso hay que tener paciencia, estar sentados
y escuchar. Y también creatividad: para ponerlos a trabajar en cosas. Hoy, las “reuniones” de
siempre ya no tienen mucho sentido, no son fecundas. Hay que lanzar a los jóvenes a activida-
des de tipo misionero, catequético, o de tipo social, eso hace mucho bien.
Una vez llegué a una parroquia de la periferia, en una Villa Miseria. El cura me había
dicho que estaba construyendo un salón de encuentros. Y como este cura también daba clases
en la universidad estatal, como ayudante de cátedra, había suscitado en chicos y chicas entu-
siasmo y deseo de participar. Cuando yo les vi era un sábado y estaban trabajando de albañiles:
el ingeniero que dirigía todo era judío, una de las chicas era atea y el otro no sé qué cosa, pero
estaban unidos en un trabajo común. Eso va creando la pregunta: ¿Puedo hacer algo yo por los
demás y con los demás? A los jóvenes hay que ponerlos a trabajar y escucharlos. Son las dos
cosas que yo diría.
No promover vocaciones locales es un suicidio, es directamente esterilizar a una Iglesia,
la Iglesia es madre. No promover las vocaciones es una ligadura de trompas eclesial. Es no
dejar que esa madre tenga sus hijos. Y eso es grave.
La digitalización es el rasgo típico de esta época moderna. Crea velocidad, tensión, crisis.
¿Cuál es su impacto en la sociedad de hoy? ¿Cómo hacer para tener velocidad y profundidad?
Los holandeses, hace treinta años o más, inventaron una palabra: “rapidación”. Es decir,
la progresión geométrica en términos de velocidad; y es esta “rapidación” la que transforma el
mundo digital en una posible amenaza. No hablo aquí de sus aspectos positivos porque los
conocemos todos. Destaco, también el problema de la liquidez, que puede anular lo concreto.
Me contaba alguien hace un tiempo de un obispo europeo que fue a ver a un amigo empresario.
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Este le mostró cómo en diez minutos hacía una operación que daba cierta ganancia. Desde los
Ángeles vendió ganado a Hong Kong y en pocos minutos tuvo una ganancia que le fue inme-
diatamente acreditada. La liquidez de la economía, la liquidez del trabajo: todos esto provoca
desocupación. Y el mundo líquido. Se siente un reclamo, un grito de “volver”, aunque no me
gusta la palabra porque es medio nostálgica. Volver es el título de un tango argentino! Existe
el deseo de recuperar la dimensión concreta del trabajo. En Italia el 40% de los jóvenes de 25
años para abajo, están desocupados; en España el 50%; en Croacia el 47%. Es una señal de
alarma que muestra esta liquidez que crea desocupación.
Agradezco las preguntas y la fluidez, y perdón si se me fue un poco la lengua.
***
El P. Arturo Sosa S. I., Prepósito General de la Compañía de Jesús, al final del diálogo
saludó al Papa con estas palabras: “Santo Padre, al fin de estas dos sesiones, en nombre de
todos los compañeros reunidos en la 36ª Congregación General, quiero agradecerle de cora-
zón su fraterna presencia entre nosotros y sus jugosos aportes... ¡gracias a Dios porque se le
fue la lengua! Gracias por su aporte a nuestro discernimiento.
Agradecemos habernos confirmado la invitación a vivir a fondo nuestro carisma, ca-
minando junto a la Iglesia y a tantos hombres y mujeres de buena voluntad, movidos por la
compasión, empeñados en consolar reconciliando, sensibles a discernir los signos de los tiem-
pos.
Caminar sin ceder a la tentación de quedarnos en alguno de los muchos recodos boni-
tos que encontramos por el camino. Caminar movidos por la libertad de los hijos de Dios que
nos hace disponibles a ser enviados a cualquier parte, al encuentro de la humanidad sufriente,
siguiendo la dinámica de la encarnación del Señor Jesús, aliviando a tantos hermanos y her-
manas, como Él, puestos en cruz.
Caminaremos juntos, según el modo nuestro de proceder, sin disolver las tensiones entre fe y
justicia, diálogo y reconciliación, contemplación y acción… Camino que nos lleva al encuentro
profundo con la riqueza humana expresada en la variedad cultural. Seguiremos nuestros es-
fuerzos de inculturación para poder anunciar mejor el evangelio y para que resplandezca el
rostro intercultural de nuestro Padre común.
Seguiremos fielmente su consejo de unirnos a su oración incesante para recibir la con-
solación que haga de cada jesuita, y de todos los hombres y mujeres que compartimos la misión
de Cristo, servidores de la Alegre Noticia del Evangelio.
Con el corazón agradecido queremos ahora saludarlo personalmente.
(Original: italiano)