Maria Teresa Uribe
Maria Teresa Uribe
Maria Teresa Uribe
Uribe de Hincapié, María Teresa. Las palabras de la guerra. En publicacion: Estudios Políticos No. 25. IEP, Instituto
de Estudios Políticos, Universidad Antioquia, Medellín, Colombia: Colombia. julio-diciembre. 2004.
Acceso al texto completo: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/colombia/iep/25/1%20Maria%20Teresa.pdf
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* Este artículo es parte de los resultados de la investigación Las palabras de la guerra. Un estudio
sobre los lenguajes políticos de las guerras civiles del siglo XIX colombiano, financiada por
Colciencias y desarrollada en el Instituto de Estudios Políticos. Una versión inicial fue presentada
en el Seminario Internacional “Nación, ciudadano y soberano”, realizado por el Instituto de Estudios
Políticos de la Universidad de Antioquia en octubre de 2004. La autora agradece a Daniel Pécaut,
Francisco Colom, Fernán González, Francisco Gutiérrez, Jesús Martín-Barbero, William Restrepo e
Ingrid Bolívar, a sus compañeros del INER y del Instituto de Estudios Políticos, a sus estudiantes
y a sus amigos de las Ong por ayudarle a entender “aquellas cosas que no se ven desde las altas
cumbres de las teorías”.
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1 Asumimos para este trabajo lo que se ha dado en llamar el “giro invencionista de la nación”, a
partir de las tesis de Benedic Anderson. Véase: Benedic Anderson. Comunidades imaginadas.
México, Fondo de Cultura Económica, 1999.
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2 Paul Ricoeur. Tiempo y narración: configuración del tiempo histórico. México, Siglo XXI, 1995, tomo
1, pp. 241 y ss. Véase también: Paul Ricoeur. La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido.
Madrid, Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 1999.
3 Sobre estos aspectos véase: Alberto Rosa et al. “Representaciones del pasado, cultura personal
e identidad nacional”. En: Alberto Rosa et al. (compiladores). Memoria colectiva e identidad
nacional. Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, pp. 41-82.
4 Daniel Pécaut. Orden y violencia: Colombia 1930–1954. Bogotá, Siglo XXI, Cerec, 1987.
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5 Francisco Gutiérrez Sanín. “Democracia dubitativa” En: Instituto de Estudios Políticos y Relaciones
Internacionales de la Universidad Nacional. Colombia. Cambio de siglo. Balances y perspectivas.
Bogotá, Planeta, 2000. Comparto esta tesis y la presento bajo la forma de “negociación del
desorden”.
6 Fernán González et al. Violencia política en Colombia: de la nación fragmentada a la construcción
del Estado. Bogotá, Cinep, 2002.
7 María Teresa Uribe de Hincapié y Liliana López. Las palabras de la guerra. Las guerras narradas
del siglo XIX. Medellín, Universidad de Antioquia, Instituto de Estudios Políticos, 2003 (en imprenta).
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Las guerras civiles del siglo XIX colombiano fueron guerras entre ciudadanos,
guerras por la nación, por el establecimiento de poderes y dominios con capacidad
de dirección y de control político; guerras por la conformación del Estado moderno
y por la generalización y ampliación de sus referentes de orden: soberanía, derechos
y ciudadanía. En fin, fueron guerras por la política, y acciones políticas vividas como
si de una guerra se tratara.
No se agotan en los enfrentamientos armados y directos, en el choque de
ejércitos rivales, en la sangre derramada, en el humo de las batallas o en los cadáveres
esparcidos por campos y ciudades; no se circunscriben a la acción bélica propiamente
dicha, pues se desenvuelven también en contextos socio-políticos y en tramas de
relación de poder, dominio y control que coimplican al conjunto de la población o,
por lo menos, a sectores amplios o representativos de ella. Estas guerras se anudan
con acciones políticas e impregnan y redefinen sus prácticas, sus discursos, sus
manifestaciones colectivas; contribuyen a definir sus imaginarios y representaciones
y, como bien lo dice Fernando Escalante Gonzalbo, “conllevan una forma de hacer
política y de entender la política que no podría prescindir del Estado pero que nunca
se agota en él”. 8
Si las acciones políticas no pueden escindirse de las acciones bélicas cuando se
trata de guerras por la nación y por el Estado, esto quiere decir que no estamos frente
a guerras mudas, que son guerras con palabras, con relatos y narraciones, con
discursos y metáforas, con exposición de razones y con proyectos explícitos que
deben ser conocidos y acatados por las gentes y los pueblos como estrategia para
articularlos de manera orgánica con los grandes propósitos político-militares que se
dirimen por la vía armada.
De esta manera las palabras y los textos se convierten en mediadores entre el
acontecer humano y la recepción de la obra por el lector. En ese tránsito el texto
produce sentido, no copia la realidad sino que la transforma y la interpreta, en su
búsqueda de orientar el accionar de quien lo escucha o lo lee. Abordar las palabras
de la guerra como acción mimética implica reconocer la capacidad creativa del
lenguaje, en tanto que produce sentidos nuevos, imágenes evocadoras, formas de
nombrar, de ocultar o de desplazar eventos y acontecimientos a través de los cuales
se transforma la realidad y se inducen acciones políticas y bélicas de gran complejidad.
Las palabras forman parte de la realidad, no están por fuera de ella y contribuyen a
8 Fernando Escalante Gonzalbo. “Los crímenes de la patria: Las guerras de construcción nacional en
México”. Metapolítica, 5, México, enero-marzo, 1998, pp. 28 y ss.
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sino que conmueve, busca producir terror o compasión mediante relatos de héroes
y villanos, de sus desdichas inmerecidas, de sus destinos ineluctables; persigue
generar el miedo al enemigo o la compasión por el dolor y el sufrimiento de las
víctimas.
Tanto las retóricas como las poéticas requieren ser configuradas; es decir, exigen
una acción de mediación o mimesis13 entre el magma de los acontecimientos, sucesos,
eventos, proyectos e imágenes de la vida social y su presentación organizada ante los
públicos; o en palabras de Ricoeur, se requiere la configuración de una trama mediante
la cual los eventos episódicos, singulares, dispersos y diferenciados en los tiempos
y en los espacios (la prefiguración) adquieran categoría de historia, discurso o
narración (la configuración). La trama es la que le confiere unidad e inteligibilidad al
texto y, como toda puesta en escena, contiene una intriga, un interrogante, algo que
se debe aclarar en el relato y mediante las estrategias narrativas escogidas; también
diseña una espera, un desenlace, lo que debe ocurrir de acuerdo con la manera como
se construyeron los acontecimientos y la intriga. La espera es una suerte de conclu-
sión, un fin previsto y anunciado hacia el cual debe dirigirse la atención del auditorio
para convencerlo de lo que se argumenta, si el tono es retórico, o para conmoverlo
con lo que se dice, si el tono es poético.
El profesor Jesús Martín-Barbero ha advertido la necesidad de evitar caer en la
trampa de una interpretación elitista de lo comunicable, en la que solo los protago-
nistas, los intelectuales y los periodistas dominan el mundo simbólico y dialógico de
la narración, mientras que el común de la gente no es más que receptor o consumidor
de las retóricas y las poéticas. 14 La recepción de la obra por el lector o el oyente
constituye, para Ricoeur, el tercer momento de la mimesis (la refiguración). Es
indudable que existe un amplio margen de maniobra que le permite a las personas
incorporar esos discursos y relatos en sus sistemas de pensamiento, referentes
culturales, valores, ideas y tradiciones, resignificándolos y otorgándoles nuevos
sentidos, algunos de ellos no previstos e inesperados; y justamente en ese juego de
imágenes y contraimágenes es donde los discursos y los relatos van perfilando nuevos
sentidos o manteniendo otros a través de los avatares del tiempo, los lugares y las
circunstancias. Precisamente allí, el sentido común encuentra su razón de ser y quizá
13 En este texto seguimos las indicaciones de Paul Ricoeur sobre los tres momentos de la mimesis.
Véase: Ibíd., pp. 115-139.
14 Jesús Martín Barbero. El oficio de cartógrafo. Travesías latinoamericanas de la comunicación en
la cultura. Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2003.
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permita explicar por qué ciertas visiones de nación subsumen las otras o las sustituyen
sin que algún actor externo pueda controlar todo el proceso; esa es una de las facetas
más cautivantes de la magia de las palabras.
Las guerras del siglo XIX en Colombia se desenvolvieron en una trama
nutrida de retóricas y poéticas, y aunque no puede hacerse una separación
taxativa entre ellas, sí es posible establecer dominancias en los diferentes momen-
tos de esa trabazón entre guerra y política que ha marcado el devenir de la vida
colombiana.
15 Citado por: Gonzalo Sánchez. Guerras, memoria e historia. Bogotá, Icanh, 2003, p. 67.
16 Francisco Colom González. Razones de identidad. Pluralismo cultural e integración política. Barcelona,
Anthropos, 1998.
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17 Para configurar el lenguaje de la guerra, los actores político-bélicos del siglo XIX colombiano se
inspiraron en varios autores, pero los más estudiados fueron: Emmerich de Vattel. Derecho de
gentes o principios de la ley natural aplicados a la conducta y los negocios de las naciones. París,
Imprenta de Everat en casa de Leconte; y Andrés Bello. Principios del derecho de gentes. París,
Imprenta de Bruneau, 1840.
18 Como ejemplo de estos discursos véase: Julio Arboleda. “A los señores editores de El Neogranadino
y El Conservador”. Popayán, noviembre 4 de 1850, Biblioteca Nacional, Fondo Pineda.
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19 Como ejemplo de los lenguajes de la conspiración, véase: “Noticias del Sur”. Libertad y Orden.
Bogotá, junio 1 de 1840, pp. 18 y ss. Y las respuestas de los enemigos: “Reserva de los
procedimientos del ejecutivo y sus agentes respecto a los sucesos de Pasto”. El Correo. Bogotá,
octubre 10 de 1839.
20 Fernando Escalante Gonzalbo. Op. cit.
21 Como ejemplo, véanse las argumentaciones de Tomás Cipriano de Mosquera para levantarse en
armas contra el gobierno de Ospina Rodríguez, en: Felipe Pérez. Anales de la revolución. Bogotá,
Imprenta del Estado de Cundinamarca, 1862, pp. 5-47.
22 Como en la guerra de 1885 y en la de los Mil Días, entre otras.
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23 Es el caso de la Guerra de los Supremos, en la que un levantamiento de indios y curas, así como
el indulto otorgado a los rebeldes, se convierte en el espacio de debate donde se le imprime,
gracias a las palabras, dimensión política y nacional a eventos que en principio no la tenían.
Véase: María Teresa Uribe de Hincapié y Liliana López. La Guerra de los Supremos”.En: Las
Palabras de la Guerra. Las guerras narradas del siglo XIX. Op. cit.
24 Paul Ricoeur. Tiempo y narración. Op. cit., p. 130.
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25 Sobre estos conceptos véase: Enrique Serrano Gómez. Filosofía del conflicto político. Necesidad
y contingencia del orden social. México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2001, pp. 193 y ss.
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26 Esta diferencia la hace Clement Tibaud en su texto: En la búsqueda de un punto fijo para la
República. El Cesarismo Liberal (Venezuela – Colombia 1810-1830). Bogotá, Instituto Francés de
Estudios Andinos, 2002 (policopiado).
27 Gonzalo Sánchez. Op. cit., p. 66.
28 Véase: Mario Aguilera “Armisticios e indultos siglos XIX y XX”. Revista Credencial-Historia, 137,
Bogotá, mayo, 2001; véase también: María Teresa Uribe de Hincapié y Liliana López. Las palabras
de la guerra. Las guerras narradas en el siglo XIX. Op. cit.
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29 Estas prácticas operaron en la mayor parte de las posguerras; sobre todo, pero no exclusivamente,
entre los miembros de la élite. Como ejemplo véase: José María Quijano Otero. Diario de la Guerra
Civil de 1860 y otros sucesos políticos. Bogotá, Incunables, 1982.
30 Véase al respecto: Iván Orozco Abad. Combatientes, rebeldes y terroristas. Guerra y derecho en
Colombia. Bogotá, Temis, 1992.
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partido, y que con sus errores trágicos condujeron a la patria hacia la destrucción y
la barbarie.33
El encadenamiento de las escenas sigue un hilo argumental, una trama, una
intriga, una suerte de suspenso con un desenlace previsto de antemano, y es de
acuerdo con éste como se hace aparecer una verdad no sabida ni conocida por el
público que, al serle revelada, se conmueve y siente terror frente a los victimarios o
villanos, admiración y devoción por el héroe salvífico y compasión por las víctimas
inocentes. De nuevo, es necesario insistir en que las guerras narradas y sus dramaturgias
no se ajustan necesariamente a lo acontecido, sino que esas narraciones la interpre-
tan, la modifican, la transforman, le otorgan sentido con el propósito de conmover a
los auditorios. 34
Las poéticas y las dramáticas tampoco siguen el camino marcado por lo cronológico
o por relaciones causales entre los acontecimientos; por el contrario, se trastocan los
tiempos y los espacios, el pasado se trae al presente; lo que supuestamente estaba
olvidado y perdonado se recuerda y se adapta a una realidad distinta; lo sucedido en
otros países se trae a cuento, los contextos se desdibujan. En ese proceso narrativo,
el destino trágico vuele a jugar su papel para guiar el periplo de los personajes,
quienes pasan a ocupar el centro del escenario, pues son sus vidas azarosas las que
conducen el hilo de la historia; y las que otorgan luz a los diversos sucesos de la trama
y sentido a la dramaturgia de la guerra.
En estos relatos no faltan recursos escénicos muy conocidos, como la aparición
de los fantasmas del pasado pidiendo venganza, 35 la mimesis o comparación con
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antioqueños en la guerra, a pesar de haber presentado amplias reticencias con anterioridad). Sobre
la sangre derramada como el eslabón de las guerras sucesivas véase: María Teresa Uribe de
Hincapié. Las palabras de la guerra. Lenguajes políticos, narraciones y metáforas en las guerras
civiles. Op. cit.
36 Julio Arboleda comparaba a José Hilario López con Nerón, con Silas y con Atila; véase: Julio
Arboleda. Op. cit.
37 Véase lo que escribe Salvador Camacho Roldán sobre la mimesis que hicieron los conservadores
entre la elección de López y los asesinatos que habían ocurrido en el Congreso venezolano un año
antes. Salvador Camacho Roldán. Memorias. Medellín, Bedout, pp. 44-48.
38 Durante el siglo XIX los partidos tradicionales colombianos tuvieron su galería de héroes y villanos;
ni siquiera los fundadores de la nación, Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander, escaparon
a esta visión dicotómica.
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o aceptaran una rendición sin retaliaciones; además reaparecían con fuerza en las
posguerras cuando los perdones judiciales declaraban el olvido general. Estas
expresiones de tono poético tomaron muchas formas: artículos de prensa, en prosa
o en verso; hojas sueltas, folletos y boletines de guerra, entre otras.
39 Sobre estos dos conceptos tomados de Tomas Hobbes y Carl Schmitt, véase: María Teresa Uribe
de Hincapié. “Las soberanías en vilo en un contexto de guerra y paz”. Estudios Políticos, 13,
Medellín, junio-diciembre de 1998.
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40 Como ejemplo puede citarse un fragmento de la proclama de Reyes Patria a los tunjanos durante
la Guerra de los Supremos: “[…] los manes ilustres de los próceres de la independencia que rindieron
su último aliento en los campos de Gámeza, Vargas y Boyacá responden por vosotros, ellos os
contemplan desde la eternidad […], del seno de vuestras familias ha salido el mayor número de
los redentores de las libertades patrias, ¿cambiareis los muchos y hermosos títulos de patriotas y
hombres libres por las infames marcas de infames esclavos?”. En: Juan José Reyes Patria. “Cuartel
general de Tunja, 19 de septiembre de 1849”. Libertad y Orden, 23, Bogotá, 1840.
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plano los acontecimientos propios del conflicto, sus lógicas particulares y sus demandas
de defensa y ataque (muchas de ellas sin relación alguna con las supuestas causas
aducidas), que mantenían viva la hostilidad y prolongaban el conflicto, alimentándolo
con nuevas razones para seguir combatiendo. De esta manera, en el propio desenvol-
vimiento de la guerra se encontraban nuevas justificaciones y razones morales para
continuarla, profundizarla y también degradarla.
Es precisamente en esta nueva gramática de la guerra, en sus lógicas propias y
en el significado de las acciones y reacciones, donde entran en juego los lenguajes
vivos, la dramaturgia de la sangre derramada, los agravios, las vejaciones, los
atropellos y los despojos.
Los reclutamientos indiscriminados, los empréstitos —forzosos a los enemigos
y voluntarios a los amigos—, la incautación de caballos, ganado y víveres; el
encarcelamiento y las persecuciones a los civiles simpatizantes del enemigo o a
quienes se negaran a pagar las contribuciones impuestas, las quemas de haciendas
y poblados, los robos, las violaciones, los asesinatos fuera de combate, los muertos
por las balas enemigas y todas las tropelías cometidas por una soldadesca en
campaña, así como el incremento de la delincuencia común que siempre viene
asociado con las guerras, incidieron en los realinderamientos de las gentes del común
en el bando contrario a aquél que los agredía y convirtieron una guerra de pocos, una
confrontación entre élites, en una guerra de muchos. Sin embargo, estas adscripciones
no tenían mucho que ver con los principios ideológicos que enunciaban los protago-
nistas y, además, eran transitorias y podían cambiar de acuerdo con los vaivenes de
la guerra; casi se podría afirmar que el lema de los pobladores en las diversas
localidades era: “se obedece a quien mande”, sin importar la legalidad o ilegalidad
del poder dominante, y eran las personas del común quienes resultaba más afectadas
por las confrontaciones armadas.
Las gramáticas propias de la guerra le abrieron paso a las dramáticas y a los
relatos sobre el horror, y permitieron que el conflicto se expandiera también
transversalmente y que entrara en nuevas fases cada vez más degradadas. La dramá-
tica de la guerra apelaba al lenguaje de la sangre derramada en otra guerra o en un
evento fortuito. Se nombraban las sangres de la guerra actual pero, a veces, no parecía
ser suficiente y se recordaba las que el enemigo había derramado en el pasado, los
patíbulos que había levantado, los prisioneros de guerra que había asesinado con
sevicia y cómo había conspirado en otras épocas contra el orden establecido. Esas
sangres volvían al presente a pesar de que hubieran sido derramadas muchos años
antes, en circunstancias muy distintas a las de la coyuntura y ya hubieran recibido
perdones judiciales en forma de indultos y amnistías.
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41 Aunque estos lenguajes vivos se usaron en todas las guerras, en algunas se enfatizó más en unos
que en otros. Sobre los despojos véase: Manuel Ibáñez. “Contestación a la parte que le toca en
el mensaje dirigido por el poder ejecutivo de la Nueva Granada a las Cámaras legislativas el 13
de abril último”. Folletos Misceláneos, 311, Medellín, Colección Patrimonio Documental, Biblioteca
Central Universidad de Antioquia.
42 El lenguaje del victimismo fue particularmente significativo durante la Guerra Artesano-militar de
1854.
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