1913 Roger Garaudy

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ROGER GARAUDY (1913) Francia

Los integrismos, generadores de violencias y de guerras, son una enfermedad mortal de


nuestro tiempo. Este libro forma parte de una trilogía dedicada a combatirlos: Grandeza y
decadencia del Islam, donde denuncio el epicentro del integrismo musulmán: Arabia
Saudita. Dos obras dedicadas al integrismo católico romano que, mientras pretende
“defender la vida”, disertando sobre el embrión, se calla cuando 13 millones y medio de
niños mueren cada año de malnutrición y de hambre, víctimas del “monoteísmo del
mercado” impuesto por la dominación americana. Estas obras se titulan: ¿Necesitamos a
Dios? Y ¿Hacia una guerra de religión? (contra el monoteísmo del mercado). La tercera
parte del tríptico: Mitos fundadores de la política israelí, denuncia la herejía del sionismo
político que consiste en sustituir al Dios de Israel por el Estado de Israel, portaaviones
nuclear e insumergible de los provisionales maestros del mundo: Los Estados Unidos, que
pretenden apropiarse del petróleo de Oriente Medio, nervio del crecimiento a la manera
occidental. (Modelo de “crecimiento” que, respaldado por el F.M.I., cuesta al Tercer Mundo
el equivalente en muertos de una Hiroshima cada dos días). Desde Lord Balfour, que
declaró, mientras entregaba a los sionistas un país que no le pertenecía: “Poco importa el
sistema puesto en marcha para que conservemos el petróleo de Oriente Medio.
Es esencial que este petróleo permanezca accesible.” hasta el secretario de
Estado americano Crodell Hull: “Es necesario entender que el petróleo de Arabia Saudita
constituye una de las más poderosas palancas del mundo”, una misma política asigna la
misma misión a los dirigentes sionistas israelíes: la que definió Joseph Luns, antiguo
secretario general de la O.T.A.N.: “Israel fue el mercenario más barato de nuestra época
moderna.” Un mercenario no obstante bien pagado como, por ejemplo, de 1951 a 1959,
dos millones de israelíes recibieron, cada uno, cien veces más que dos mil millones de
habitantes del Tercer Mundo; y sobretodo mercenario bien protegido: de 1972 a 1996, los
Estados Unidos han opuesto su veto treinta veces en las Naciones Unidas, contra toda
condenación de Israel, mientras que sus dirigentes aplicaban su programa de
desintegración de todos los Estados de Oriente Medio, programa expuesto por la revista
Kivounim (Orientaciones) nº4, febrero 1982, p.50-59, en la época de la invasión del
Líbano. Una política tan inconfesable en su fondo exige el camuflaje que mi libro tiene el
propósito de desvelar: En primer lugar, una pretendida justificación “teológica” de las
agresiones gracias a una lectura integrista de los textos revelados, que transforma el mito
en historia: el grandioso símbolo de la sumisión incondicional de Abraham a la voluntad de
Dios, y su bendición de “todas las familias de la tierra”, transformado en su contrario tribal:
la tierra conquistada convertida en “tierra prometida”, como para todos los pueblos del
Oriente Medio, desde Mesopotamia hasta los Hitítas y Egipto. Y además, una mitología
más moderna: la del Estado de Israel que sería “la respuesta de Dios al Holocausto”,
como si Israel fuese el único refugio de las víctimas de la barbarie de Hitler, mientras que
el propio Itzac Shamir (que ofrecía su alianza a Hitler hasta que le arrestaron los ingleses
por colaborar con el enemigo y por terrorismo) escribe: “Contrariamente a la opinión
común, la mayoría de los inmigrantes israelíes no eran los restos supervivientes del
Holocausto, sino judíos de países árabes, indígenas de la región.” Hacía falta pues inflar el
número de víctimas. Hacía falta hacer creer, con el mito de los seis millones, que la
humanidad había asistido “al genocidio más grande de la humanidad”, olvidándose de los
60 millones de indios de América del Norte, los 100 millones de Negros (10 muertos por
cada cautivo), olvidándose también de Hiroshima y Nagasaki, y de los cincuenta millones
de muertos de la Segunda Guerra Mundial, entre los cuales se cuentan 17 millones de
eslavos, como si el hitlerismo tan sólo hubiese sido un vasto pogromo y no un crimen
contra la humanidad entera. ¿Bajo el pretexto de que la televisión no habla más que de
unas víctimas y no de las otras, sería uno antisemita por decir que los judíos han sido muy
duramente golpeados, pero que no fueron los únicos? Nuestro libro sólo tiene por objeto
denunciar este camuflaje ideológico de una política, para impedir que se la confunda con
la gran tradición de los profetas de Israel.

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