Pedagogia Critica Epistemologia
Pedagogia Critica Epistemologia
Pedagogia Critica Epistemologia
ISSN: 0185-2698
[email protected]
Instituto de Investigaciones sobre la
Universidad y la Educación
México
Bartomeu Ferrando, Montserrrat; González y Lobo, Guadalupe; Juárez Hernández, Fernando; Juárez
Páez, Sara Irma; Santiago Alzueta, Héctor Luis
Transformar: un problema epistemológico para la ciencia educativa crítica.
Perfiles Educativos, núm. 82, octubre-di, 1998
Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación
Distrito Federal, México
-INTRODUCCIÓN
Desde los primeros días en que nos iniciamos en la investigación epistemológica sobre la
pedagogía, nuestra empresa fue cuestionada acerca de lo que buscábamos significar con la
expresión "epistemología regional". Hoy, ya muy adentrados en el proyecto, queremos
avanzar una primera idea sistematizada de lo que puede entenderse con dicha expresión,
esperando allanar así el camino a eventuales lectores y de paso clarificarnos el derrotero del
mismo.
Con esa intención vamos a aproximarnos a un ejemplo de epistemología regional (o
epistemología pedagógica), para ver en ella sus connotaciones más esenciales y mediante
ese recurso caracterizarla y distinguirla tanto de las epistemologías generales, como de las
que otros han dado en llamar internas. Este ejercicio lo haremos a partir de lo que ciertos
sectores juzgan una propuesta de teoría educativa, no sólo conocida sino reconocida en el
ambiente educativo de nuestro país, aunque en nuestro caso nos veamos más interesados
por su forma de presentación que por su universalidad y ascendencia, pues al conjugar en
ello la reflexión epistemológica con la sustantiva disciplinar, se tiene un campo idóneo para
el tipo de ejercicio que nos proponemos.
No está por demás advertir que para poder desarrollar esta propuesta de trabajo es necesario
instalarse en la línea del "como si", esto es, bajo el supuesto de que se trata de
conocimiento científicamente constituido, es decir post facto, tal como se lo entiende desde
la filosofía de la ciencia (ver Bartomeu et al., 1992). Con --la vigencia de ese supuesto es
que nos proponemos la tarea de someter a revisión, en la teoría a que recurrimos como
ejemplo, un término del que se presume ha ganado enorme terreno en el discurso
pedagógico. Se trata de un término siempre presente en toda propuesta de teoría pedagógica
que se precie de ser, o aspire a ser, de punta; por ejemplo, los casos de una pedagogía como
práctica de la liberación de marcada influencia frei- reana; la educación instrumentada
como lucha de clases y generadora de una conciencia de clase de los muy diversos
marxismos; una tecnología de la enseñanza, a partir de las innovaciones que avanzaron las
teorías skinnerianas de la conducta, en su idea de masificar la educación despojándola de
sus elementos axiológicos; o bien el vuelco hacia los aprendizajes significativos
constructivistas con que, desde Ausbel, se cree estar en posibilidades de garantizar
resultados realmente importantes y fructíferos en la educación. Debemos reiterar, sin
embargo, que esta tarea no pretende ser un análisis pensando en el objetivo de normar
condiciones para un eventual rechazo o aceptación de dicho término, o quizás sugerir que
los pedagogos lo hagan; no, simplemente buscamos realizar un ejercicio de epistemología
pedagógica para convalidar con él nuestra tesis de po- sibilidad acerca de las
epistemologías regionales.
"Transformación" para una ciencia educativa crítica
Dos cosas deben establecerse de entra- da, a saber: a) de qué término hablamos y b) cuál es
el o los problemas que a nuestro entender genera su uso. Sobre lo primero no parece
vislumbrarse mayor dificultad; se trata del término "transformación", si bien dudamos que
su simple explicitación diga a todo lector lo suficiente como para permitirle ir más allá de la
generación de una borrosa idea sobre él, especialmente cuando de lo que se trata es de
acercarse a la constitución de su estatuto. En otras palabras, y esto nos conduce a (b), no se
trata de adentrarse en un mero análisis lingüístico o semántico del término, sino de un
trabajo de distinta índole: el compromiso de análisis en el que deseamos involucrarnos se
centra en consideraciones acerca del peso epistemológico que juega, o se le quiere hacer
jugar, la idea de "transformación" en la estructuración de una teoría sustantiva pedagógica.
De (b), entonces, se desprenden diversas interrogantes a las cuales trataremos de responder.
Una elemental pero absolutamente pertinente es: ¿qué tiene que ver la "transformación" con
teorías educativas como las recién enlistadas? De manera rápida se puede contestar que
todas y cada una de ellas se caracterizan por la preocupación de dar un giro a la educación,
de tal modo que a su muy peculiar manera de ver las cosas se subvierta un statu quo que
detiene el progreso de la educación. Para todos los pedagogos que se guiaron, o lo hacen
aún, por una u otra de aquellas teorías, "transformar" por la vía de la "lucha de clases", la
"conciencia", etc., es una manera de hacer pedagogía nueva.
Pero, y ésta es una pregunta menos elemental, ¿por qué fijarse precisamente en
"transformar"? ¿De dónde concluimos que éste es un término importante para toda
pedagogía? ¿Cómo justificar tal afirmación? Ofrecer una respuesta es un reto menos rápido
y sencillo de salvar que el anterior; ahora estamos obligados a iden --tificar la fuente que
nutre nuestra indagación y analizarla en detalle para dar cuenta de las razones que avalan
nuestra hipótesis.
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Tratando de evitar toda especulación descalificadora, tenemos que darle nombre y apellido
a la que será nuestra referencia más clara, directa y contemporánea de teoría pedagógica
que conocemos, y para la cual la "transformación" adquiere esa importancia a que
aludimos. Antes de hacerlo, sin embargo, amerita otra justificación, epistemológica en este
caso, que juzgamos obligada. Según L. Laudan (1977), "Toda disciplina intelectual, sea
científica o no, tiene una historia plena de tradiciones de investigación: en la filosofía,
empirismo y nominalismo; en la teología, voluntarismo y obligatoriedad; en la psicología,
conductismo y freudismo; en la ética, utilitarismo e intuicionismo; en la economía,
marxismo y capitalismo; en la fisiología, mecanismo y vitalismo, por mencionar sólo
algunas" (p. 78; la versión al español es nuestra), opinión en la que nos sentimos tentados
de incluir, en cuanto disciplina intelectual, a la pedagogía, también con dos tradiciones de
investigación, a saber: pasividad y transformación. Pasemos ahora a la justificación
primera.
De acuerdo con la propuesta de una ciencia educativa crítica (que tal será nuestra referencia
explícita y a la que continuamente parafrasearemos, con ayuda de Carr y Kemmis, 1988),
se busca marcar un distanciamiento de aquellas teorías educativas caracterizadas por poner
el énfasis de su atención bien en explicar lo educativo (Carr y Kemmis remiten, aquí, a
autores como Lovell y Lawson, 1970, y O'Connor, 1957, entre otros), o en interpretarlo
(siendo en este caso algunas de sus referencias Keddie, 1971, y Cicourel y Kitsuse, 1963);
ocuparse de lo uno o lo otro, alegan Carr y Kemmis, es olvidar y dejar de lado tanto la
posibilidad como la necesidad de responder a los cambios en educación. Por ejemplo,
siempre que desde estas posiciones criticadas se ofrezca una explicación de por qué o cómo
es que se alcanzan conocimientos educativos, no se estará haciendo otra cosa que,
argumentan, situarse dentro de una lógica formal con la que simplemente se da cuenta de
esos conocimientos, pero nunca se encaran los problemas derivados del qué hacer si dichos
conocimientos quedan lejos de su aprehensión, o simplemente son distorsionados por algún
tipo de agentes o factores exógenos a las prácticas educativas, por mencionar sólo algunos
ejemplos de dificultades a resolver. Por otro lado, añaden, si uno se perfila por el sesgo de
la posición interpretacionista, las cosas no parecen tener un desarrollo cualitativamente
mejor, pues en ella sucede algo similar, si bien por distintas causas. En efecto, si en este
caso el enseñante se propone como tarea prioritaria de su práctica docente comprender el
significado de sus acciones educativas, las consecuencias serán descuidar el universo de
influencia e impacto al que su compromiso socioeducativo debería conducirlo, a saber,
aquellos ámbitos en los que, con su hacer, se debe convertir en un agente del cambio en la
educación.
De todo lo anterior, concluyen Carr y Kemmis, se desprende que las teorías pedagógicas
por ellos impugnadas acusan una carencia sólo explicable en función de sus posiciones
epistemológicas subyacentes que las obligan a ignorar o, en el mejor de los casos, rehuir su
reconocimiento, carencia que tiene que ver precisamente, de forma directa o indi --recta,
con el peso y las implicaciones que se le reconozca a la "transformación". Antes de pasar a
la explicitación de estas razones, juzgamos importante hacer un señalamiento a la posición
de Carr y Kemmis.
Hay que reconocer que actuar como lo hacen las teorías impugnadas es algo que éstas no
pueden evitar, dado el propio carácter de sus epistemologías subyacentes, que acusan una
marcada tendencia a lo general. De hecho, las teorías que se inclinan por la explicación
como tarea educativa fundamental, tienen como referente epistemológico inmediato las
ciencias naturales y experimentales; mientras las que muestran inclinación por la función
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nuevo cuño, cuenta con reconocidos antecedentes históricos; se trata de una visión
"transformadora" de la educación, caracterizada por el supuesto objetivo primario de toda
ciencia educativa crítica. Es decir, una manera de concebir la educación pensante y
actuante.
Estas explicitaciones que hacemos tienen la virtud de conducir a otras. Desde esta nueva
posición, por ejemplo, y conviene advertir que se trata de un ejemplo nodal, ¿qué es lo que
ha de verse sometido a ese proceso de "transformación"? Puesto que se trata, dicen Carr y
Kemmis, de una visión no pasiva de la educación, lo transformable tiene que ver con los
propios agentes educativos, es decir, los enseñantes. Pero a éstos no se les puede considerar
en abstracto porque no es en abstracto que ejercen sus prácticas educativas; es más, siendo
definibles por una gama de entornos de ese quehacer, es justamente a ese nivel al que habrá
que remitirse para identificar algunos criterios clave en la innovación "transformadora".
Según Carr y Kemmis ese entorno de los enseñantes está constituido por tres "sectores", en
donde de manera suficientemente clara y nítida debe darse la "transformación": sus
prácticas educativas concretas, los entendimientos que los practicantes tienen de ellas y, por
último, las situaciones concretas en que aquéllas se producen. Cómo y por qué rescatan los
autores precisamente estos "sectores" o si no existen otros aparte de ellos, es algo que
callan y habremos de asumir sin mayores cuestionamientos, pero no sin destacar el grande
y enorme peso que en ellos depositan para el análisis de la "transformación". Por la
frecuencia que de su uso hacen y al que igualmente habremos de remitirnos para nuestro
análisis, simplemente nos referiremos a ellas como prácticas, entendimientos y situaciones,
y para abreviar: PES.
Entendemos, pues, que para Carr y Kemmis todo se juega en "transformar" esos tres
sectores considerados clave en la educación, pues conducen a "mejoras reales" de tal tipo e
importancia que, dicen, habrán de desembocar en una forma novedosa de producir
conocimiento educativo. Pero, ¿qué son esas "mejoras rea --les"? ¿En que consisten?
¿Cómo se alcanzan? La ciencia educativa crítica traduce esto como un compromiso por
abandonar el universo de las prácticas viciadas y anquilosadas que sólo lastran o inhiben los
procesos innovadores, para superarlas y sustituirlas por prácticas distintas que faciliten las
condiciones de cambio. Significa, además, que el entendimiento forjado en los enseñantes
en torno a la ventajosa necesidad de esa superación de las prácticas les sea suficientemente
claro y definido como para hacerlos proclives a la "transformación" y, finalmente, significa
que el contexto de las situaciones actuales que impiden o dificultan el desarrollo de las
prácticas deseables sea igualmente alterado para estar en condiciones de permitir
suplantarlas por otras, generatrices de las que deben propiciar una mejora. Este proceso
innovador por la vía de la "transformación", al que llamaremos "optimización de las PES",
tiene la virtud de desembocar como efecto directo, dicen Carr y Kemmis, en una
transformación de la educación, produciendo con ello un conocimiento que se encuentra
cada vez más alejado del conocimiento desinteresado, pasivo y especulativo.
Saga de una bifurcación: línea pedagógica
Tenemos, hasta aquí, un intento de reconstrucción de lo que Carr y Kemmis proponen
como ciencia educativa crítica, y como alternativa viable a las teorías educativas que se han
olvidado del "transformar" como elemento crucial. Pero la reconstrucción de esta nueva
visión "transformadora" ofrece la oportunidad de reflexionar en un fenómeno que nos es
imposible ignorar. Se trata, tal como nosotros lo vemos, de una interesante bifurcación en el
camino emprendido y que abre la posibilidad de otra reflexión que, en lo hasta aquí
reconstruido de Carr y Kemmis, ellos no hacen. Se trata de una divergencia que trae
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aparejada, como corolario, una consideración a la que su propia idea de ciencia educativa
no hace frente y de la que se desprenden algunos problemas de los que tal vez no son
conscientes. No siendo nuestro propósito aglutinar de manera desordenada temática tras
temática, vamos a abordar primero una explicitación de ese corolario, para dejar muy claro
su sentido, su importancia y las consecuencias que derivarán de ello; acto seguido
podremos abordar algunos de los problemas anunciados.
Repetimos que hasta aquí no nos hemos concretado a hacer otra cosa que reconstruir, de
manera sucinta, la línea de argumento que Carr y Kemmis, con el beneplácito de pedagogos
y/o investigadores educativos defensores de una ciencia crítica de la educación, ofrecen
como soporte a su teorización. Juzgamos, además, que salvo errores no detectados la
nuestra es una reconstrucción fiel y correcta de la misma. Sostenemos, así, que la manera y
características con que esa comunidad aborda la "transformación" en la educación nos deja
en condiciones de concluir que el tipo, nivel y orientación de su análisis es esencialmente
diferente al que manifestarían otros sujetos igualmente interesados en el asunto de la
"transformación", pero con la circunstancia de no formar parte de la comu- nidad de
pedagogos. Lo que buscamos decir es que esa bifurcación de que hablamos apunta también
a otra comunidad claramente delimitada por sus actividades y la formación profesional de
sus --miembros quienes, sin ser pedagogos, pueden abordar los mismos problemas pero
desde otra perspectiva: nos refe- rimos a los filósofos. Sin embargo, para quienes no se
conforman con las simples declaraciones, y por cierto hacen bien en no hacerlo, trataremos
de poner en términos suficientemente claros cómo es que se produce y a dónde conduce la
bifurcación.
Concedamos, de entrada, que ambas comunidades manifiestan encontrarse interesadas o
preocupadas por dificultades de muy variado tipo que se generan a partir de la introducción
del término "transformar"; esto es, que tanto aquéllas como éstas reclaman un legítimo
interés por el estatuto que se esté dispuesto a concederle, el alcance de aplicación que se le
reconozca, las implicaciones derivadas que se esté consciente de aceptar, etc. Digamos que
se puede hablar de coincidencia de interés, pero yendo más allá de esa simple e ingenua
apreciación es pertinente preguntarse, con relación al interés del que hablamos, ¿en dónde
se genera éste? ¿Tiene acaso el mismo origen en una y otra comunidad? Y en todo caso, ¿se
genera de la misma manera? De entre las múltiples respuestas que pueden ensayarse a estas
interrogantes, hay una que nos parece particularmente significativa para los efectos que nos
motivan, pues de ella depende tanto la claridad de la bifurcación señalada como las
consecuencias epistemológicas, sub-yacentes a una comunidad, explícitas a la otra.
Tanto para los profesores Carr y Kemmis como para los pedagogos que suscriben una
ciencia educativa crítica, todo enfoque investigativo sobre educación que considere como
propósito prioritario o, peor aún, exclusivo, atender a la explicación o interpretación del
hecho educativo equivale, ya lo dijimos, a frenar el avance de la teoría sustantiva. Desde su
posición, seguir pensando en saberes educativos cuyo mérito sobresaliente se limite a
repetir los vicios de una pedagogía amordazada por el desinterés y despreocupada por los
compromisos sociohistóricos, no es otra cosa que anclarse en la caleta de un oropel
histórico, que si en su momento pudo ostentarse como avanzada, actualmente parece
olvidarse de un factor exigido por toda teoría científica que se precie de serlo y al que la
propia pedagogía no puede renunciar, en cuanto se suma a ese esfuerzo: nos referimos a la
idea de progreso, tópico de gran relevancia para el conocimiento científico.
Si en determinadas situaciones históricas el desarrollo teórico sustantivo de la pedagogía
enfrentó, como reto a su progreso, necesidades explicativas e interpretativas y, también en
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se ocupa son prácticos. O más enfáticamente y con sus propias palabras, "los problemas de
la educación jamás son teóricos" (p. 122).
Esta confesión permite detectar una falla en la teoría analizada: la errónea creencia de que
los problemas científicos educativos sólo son problemas prácticos, pues si bien con ella se
ataca el problema maximizador de soluciones, deja en cambio al descubierto el de la
minimización de las anomalías y los problemas conceptuales. Digamos algunas palabras
sobre esto.
Sin detenerse en el análisis de la solución de problemas prácticos y dando por supuesto que
ese cometido lo logra plenamente, ¿qué pasa con lo otro? Vayamos a los problemas
conceptuales. Supongamos que, como lo pretende la ciencia educativa crítica, se logra la
optimización de las PES por medio de su transformación; imaginemos que tanto educandos
como educadores, mediante el ejercicio constante y permanente de relacionar teoría y
práctica, son capaces de alcanzar un estatuto emancipatorio, con lo que se convierten en
actores, aun en pequeña escala, del cambio del mundo (p. 204).
Un primer punto por analizar de lo anterior es la aparición de algunos problemas
conceptuales no resueltos con la buscada optimización de las PES y que, apegándonos al
criterio de progreso científico manejado, no lo satisface.
El progreso y los problemas conceptuales internos
De acuerdo con Laudan (1977) hay dos maneras de que surjan problemas conceptuales en
una teoría: una interna y otra externa; la primera se manifiesta cuando la teoría muestra
inconsistencias o es sumamente ambigua en sus categorías básicas de análisis; la segunda
cuando entra en conflicto con otra teoría cuya aceptación se considera bien fundada (p. 49).
Atenderemos, por lo pronto, a la primera.
Por lo que respecta a los problemas conceptuales internos que enfrenta la propuesta de Carr
y Kemmis, encontramos una fuerte ambigüedad en tres dificultades que surgen ante una
categoría central para ellos: la "praxis", que reseñaremos de manera breve.
Entendemos que esta ciencia educativa crítica se autopropone como alternativa a una
tradición investigativa pasiva, ofreciendo una manera distinta de entender la relación
teoría/práctica y sosteniendo, bajo esta óptica, que los problemas edu --cativos sólo son
prácticos. Sin embargo, los autores introducen el concepto "praxis" con tan mala fortuna
que, lejos de reforzar su teoría, la debilita por la ambigüedad que conlleva. En efecto, en un
pasaje de su texto (p. 201), los autores se sienten obligados a distinguir entre "conocimiento
personal", "práctica" y "praxis", con lo que el peso teórico previamente concedido a la
"práctica" pierde importancia al reducirla a "su aceptación habitual y de sentido común de
acciones habituales o consuetudinarias"; "praxis", en cambio, remite a una "acción
informada, comprometida", que es una razón suficiente para distinguirlas claramente
(ibid.). Pero, entonces, ¿cómo queda la relación teoría/práctica? ¿Vale la argumentación
que construyen en los capítulos II y III en contra de los planteamientos naturalistas e
interpretativos a partir de la práctica? ¿Puede sustituirse en esos casos, sin más, una
(práctica) por la otra (praxis)? Y de concederlo, ¿qué debemos hacer con la distinción
pedida? ¿Significará allá, también, "acción informada, comprometida"? Ese es un problema
conceptual interno que no resuelve la ciencia educativa crítica. Pero hay más.
En otro momento (p. 202) afirman que "únicamente el practicante tiene acceso a los
entendimientos e intenciones que conforman la acción de la praxis y sólo él puede estudiar
la praxis" (el subrayado es nuestro). Si ello es así estamos frente al arduo y añejo problema
de los lenguajes privados. (Para una mínima referencia sobre este tópico, ver Wittgenstein,
1988; Passmore, 1981.) ¿Cómo saber que la acción es comprometida si ello es privado?
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¿No se trata más bien de un psicologismo y que en tal caso la praxis sea un proceso
psicoanalítico de preguntas sobre las intenciones de compromiso? ¿Se justificaría hablar de
una ciencia educativa (psicológica) crítica? ¿Qué ventaja reportaría ello por encima de las
teorías criticadas? La ambigüedad se mantiene.
Finalmente, una tercera dificultad interna se presenta cuando se nos dice (p. 203) que "El
estudio de la praxis [...] se realiza siempre por medio de la praxis [...] e incorpora a la
praxis en forma de un interés por mejorar a la praxis". Posiblemente hay varias maneras de
adjetivar esta dificultad, pero nosotros vamos a hacerlo filosóficamente: acusándola de una
circularidad. Si para justificar que la ciencia no es valorativamente neutra los autores se ven
orillados a manipular, de la manera en que lo hacen, esta categoría, el resultado no puede
ser otro que la circularidad acusada cuya obviedad, juzgamos, no requiere explicitación.
Ahora bien, dado que la praxis es un ingrediente fundamental para la optimización de las
PES, podemos preguntarnos si con esa ambigüedad es posible la transformación; es decir,
si una ciencia como la propuesta es capaz de un desarrollo progresivo en el sentido
laudeano que hemos propuesto. O, en otras palabras, si es capaz de resolver problemas
empíricos pero al mismo tiempo evitar la generación de problemas conceptuales. De ello
nos ocuparemos una vez que hayamos abordado la modalidad externa de los problemas
conceptuales.
El progreso y los problemas conceptuales externos
Para los profesores Carr y Kemmis sólo hay una manera de convalidar su propuesta de
ciencia educativa: recurrir a los fundamentos de una ciencia social crítica en los términos en
que la presenta J. Habermas (1989), por ser ésta la --que, como una derivación de la teoría
crítica de la escuela de Frankfurt, incorpora las condiciones requeridas por la nueva
relación teoría práctica y que, a su vez, se convierte en necesaria para la optimización de las
PES. Ciertamente la optimización requiere de un discurso práctico, proporcionado éste por
la posición habermasiana, y en el que los actores del fenómeno educativo "toman
decisiones acerca de las líneas de acción adecuadas, convenidas como sabias y prudentes"
(p. 170), hecho que se ilustra con cinco casos de investigación-acción (ver 1988, cap. IV).
Lamentablemente ésta resulta ser la parte más delgada por donde la cuerda se rompe; la
parte en donde la ciencia educativa crítica y la teoría de la acción comunicativa se colapsan,
dando con eso pie a lo que Laudan llama "problemas conceptuales externos". En lo que
sigue argumentaremos brevemente el porqué de ello.
No nos queda sombra de duda que para Carr y Kemmis la educación es un proceso
comunicativo, y por la importancia que le conceden a la práctica habrá de entenderse,
también, que se trata de una acción comunicativa. Reconocerlo, sin embargo, los obliga a
aceptar, en términos habermasianos, que la educación es una acción orientada al
entendimiento y, paralelamente, que el acceso a ello sólo puede ser por la vía del lenguaje,
más en concreto, mediante los actos de habla (entendidos éstos en la interpretación que
Habermas hace de Austin, 1971), exigencia que no puede satisfacer la ciencia educativa
crítica, so pena de contradecir a la acción comunicativa, sustrato teórico reconocido de
aquélla. Expliquémonos.
Aceptar, tal como se propone para la optimización de las PES, que la transformación sea
una acción conjunta de docentes y alumnos, es reconocer la intervención del lenguaje
ordinario, así como las condiciones de validez universal que Habermas señala, y Carr y
Kemmis recogen; pero estas condiciones, creemos, distan mucho de parecerse a la práctica,
y aún más de reconocer lo que ésta implica. La práctica es, en la ciencia educativa crí- tica
y omitiendo las observaciones ya vertidas (ver supra) "acción informada, comprometida",
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formulación que podemos traducir por "acciones casuísticas en una situación histórica con
consecuencias del mismo tipo". Las condiciones universales, por su lado, son condiciones
teóricas del lenguaje en su uso pragmáticamente intelectivo. Esto es, aun reconociendo al
lenguaje como vehículo de acciones educativas, a los ojos de Carr y Kemmis éstas se
encuentran comprometidas con la historia, lo que resalta más el compromiso social que el
intelectivo y se trai- ciona, así, la concepción original de "acción orientada al
entendimiento" que se proyectaba de la educación. En otras palabras: si la ciencia educativa
crítica quiere sostenerse bajo el cobijo teórico de una ciencia social crítica, debe mantener
una armonía entre "práctica" y "acción comunicativa", cosa que le resulta imposible de
alcanzar por ser éstas concep- tualmente excluyentes, ya que si se es "históricamente
comprometido" no se puede ser "históricamente pragmático", y si se es "teóricamente
pragmático" no se puede ser "teóricamente comprometido". En ambas situaciones
encontramos una contradicción, y no precisamente en términos.
Hasta ahí el bosquejo de una forma de ilustrar los problemas conceptuales externos, pero
existe otra, más comprometedora aún para la ciencia educativa crí --tica, la cual tiene que
ver con asuntos del criterio de verdad. Revisémosla rápidamente.
En su capítulo VII Carr y Kemmis, pasando revista a las características de una ciencia de la
educación como la que ellos avanzan, señalan en la quinta de ellas que la verdad se ha de
decidir por la peculiar forma en que la ciencia se relacione con la práctica. Y al final de
dicho capítulo destacan la misma idea en estos términos: "La quinta condición de una
ciencia educativa coherente era que la misma debía basarse en un reconocimiento explícito
de su propio carácter práctico, en el sentido de que el criterio de verdad se determina en
ella por la manera en que se relaciona con la práctica" (p. 220, subrayado nuestro). Dado
este reconocimiento explícito del asunto, resultará interesante preguntarse por la forma de
esa relación, para constatar si la misma coincide con la que se sostiene en la ciencia social
crítica.
Como de lo que se predica verdad, dice Habermas, es de los enunciados, no vamos a
cuestionar si en Carr y Kemmis hay ese reconocimiento y lo damos por asumido. Lo que sí
procede es ver casos de enunciados en la ciencia educativa crítica que se reputen como
verdaderos para ver, ahí, la manera en que se relaciona la verdad con la práctica. Según
ellos los procesos de investigación-acción son prácticas en que se puede obtener una
optimización de "la racionalidad y la justicia de sus propias prácticas, su entendimiento de
las mismas y las situaciones dentro de las cuales ellas tienen lugar", es decir la
optimización de las PES (p. 174). Un caso que corrobora esto puede ser cualquiera de los
cinco que ilustran el capítulo VI; tomemos uno para un fugaz análisis en función de lo que
aquí nos interesa, aunque tengamos que excusarnos por reproducirlo in extenso:
Durante varios años, John Henry ha trabajado en la Universidad Deakin con maestros
preocupados por explorar los problemas y los efectos del método de encuesta de una
manera científica. Mediante un análisis detallado de las transcripciones de sus propias
enseñanzas, los docentes que participaron en el estudio pudieron darse cuenta de cómo sus
prácticas normales de interacción en la clase, en cuanto que daban preferencia a la lección
magistral y al interrogatorio directo, en realidad funcionaban [en] el sentido de privar a los
estudiantes de la oportunidad de plantear preguntas y llegar a desarrollar una independencia
respecto del enseñante en su aprendizaje. En efecto, las prácticas usuales de los enseñantes
tendían a asegurar el control de la clase mediante el control del discurso en clase. Estos
maestros aprendieron a modificar el estilo de sus preguntas, así como a proporcionar
recursos que facilitasen el planteamiento de preguntas por parte de los alumnos dentro de
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este caso lo que la filosofía rescata de ellos es lo que han aportado a los sistemas racionales,
empiristas, idealistas etc., del conocimiento en general.
Si volcamos estas apreciaciones sobre Carr y Kemmis, por un lado, y Bartomeu et al. por
otro, sin duda confirmaremos esta suposición. En efecto, cuando aquéllos construyen y
proponen una teoría crítica de la enseñanza, están pensando como pedagogos y en la forma
en que su propuesta cobrará cuerpo en un progreso de la teoría sustantiva. Así, su intento de
optimización de las PES no se detiene en los problemas filosóficos que pueda suscitar
porque no es ése su interés en cuanto científicos de la pedagogía; importa que en cuanto
sistema de enseñanza el suyo sea innovador y desinhibidor de los potenciales de
aprendizaje que los educandos tienen, y en ello no tiene cabida la filosofía como disciplina
interesada en (y capacitada para) la optimización de las PES. Posiblemente Carr y Kemmis
sean conocedores de la filosofía y hasta formados profesionalmente en ella, pero resulta
claro que al construir su teoría lo hacen no como filósofos, porque de ahí resultaría una
teoría filosófica y no pedagógica, cosa que ellos mismos estarían dispuestos a aceptar.
Por lo que toca a los otros sujetos, las cosas suceden de manera semejante aunque vistas
desde el campo de la filosofía. En los planteamientos de Bartomeu et al. no aparecen
propuestas de teoría educativa porque no es ese su interés; ellos no se encuentran ganados
por la preocupación de hacer progresar a la pedagogía y lejos están también de hacer
sugerencias de teoría sustantiva. El núcleo de su actividad lo constituye el análisis
filosófico cuyos efectos obtenidos tienen el mismo carácter. En su caso dicen reflexionar
sobre las razones que esgrimen quienes desde la pedagogía afirman que ésta progresa bajo
tales y cuales condiciones. Reconociéndose filósofos actúan como tales y no como
pedagogos.
Considerar así las cosas, por ejemplo desde los sujetos, tiene implicaciones en otra
dimensión que en lo futuro será necesario tomar en cuenta para una caracterización más
acabada de esa epistemología regional. De momento sólo vamos a esbozar las
implicaciones de que se trata y cómo es que ellas mismas son un elemento útil e importante
para diferenciar las actividades intelectuales que realizan los distintos sujetos, ya
pedagogos, ya filósofos; esto es, Carr y Kemmis por un lado, y Bartomeu et al. por otro.
Hablar de los intereses que mueven a cada una de estas comunidades conduce a reconocer
que los mismos están íntimamente relacionados con un origen que los orienta, de lo
contrario se caería en la paradoja de justificar intereses desmotivados. El hecho de que Carr
y Kemmis se interesen por una optimización de las PES no puede entenderse sin un origen
motivante, como tampoco puede entenderse el de Bartomeu et al. respecto de la reflexión a
que someten la ciencia educativa crítica. El problema reside en identificar cuáles son esos
orígenes y establecer sus diferencias. Diremos algo breve, e igualmente provisional como
en el caso de los sujetos en torno a esto. --Ciertamente cuando los pedagogos generan
constructos teóricos disciplinarios pretenden legitimarlos dentro del contexto al que
pertenecen, proceso de legitimación que pasa más por el tamiz de la teoría sustantiva que de
la epistemológica, explicándose ello en el hecho de ser, antes que filósofos, pedagogos. ¿Y
de dónde ese interés? En principio el destinatario de sus haceres y objetos de
convencimiento sobre las posibilidades de su teoría es la comunidad pedagógica encargada
de dar cuenta de la adecuación o no de la propuesta, pero para ello se debe aclarar el porqué
de la necesidad del cambio, esto es, la razón de la urgencia de sustituir unos modelos
educativos en uso por otros.
Preguntémonos, pues, a qué obedece el apremio de Carr y Kemmis por un cambio de
estrategia en la enseñanza. ¿Es que las actuales ya no funcionan? Efectivamente, dicen, la
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pedagogía como ciencia enfrenta una crisis que ha hecho inoperantes los modelos
actuantes, pues éstos han llegado a ignorar las PES o, en el mejor de los casos, a descuidar
su optimización. Esa crisis, la imposibilidad de resolver problemas actuales con modelos
añejos, obliga a enfocar la situación de la educación desde una perspectiva diferente y
proponer la modificación de una teoría sustantiva, o sustituirlas completamente por un
corpus nuevo que haga frente, con mayores probabilidades de éxito, a los nuevos retos.
Todo ello queda muy claro a lo largo de los ocho capítulos de su texto en donde, luego de
pasar revista a las teorías educativas que manifiestan la crisis, se dedican a presentar su
alternativa que la resuelve.
El origen del que parte el interés de los filósofos, en cambio, nada tiene que ver con esa
crisis de la teoría sustantiva que acusa la pedagogía; en todo caso ellos retoman esa
declaración y reflexionan sobre la legitimidad argumentativa en que se sustenta la respuesta
a la crisis. Los filósofos no están interesados en la pertinencia de las PES y su optimización,
sino en revisar si ello se traduce en progreso científico y cómo es que el mismo se justifica
en una articulación sistemática. Y aquí encontramos una variante: los filósofos, a diferencia
de los pedagogos, no están interesados en convencer a su propia comunidad de la idoneidad
de sus argumentaciones; es a los pedagogos a quienes dirigen su reflexión y con los que
establecen un diálogo discursivo.
Regresando a Bartomeu et al., podemos constatar las reiteradas ocasiones en que se ha
manifestado la no injerencia en la teoría sustantiva de la pedagogía, así como el origen
filosófico de sus preguntas. Que las PES se encuentren abandonadas o no, que hay
necesidad de reforzarlas y optimizarlas, que ello se traduzca en un giro de progresividad en
la disciplina, son todas cuestiones que al filósofo no le incumben y sí, en cambio, qué es lo
que los pedagogos entienden por progreso científico, aunque no con el propósito de normar
pontificalmente sobre su uso sino para reflexionar, con herramientas filosóficas, sobre su
consistencia en Carr y Kemmis.
Para resumir esta otra posible dimensión de la caracterización que provisionalmente nos
ocupa, sostenemos que el origen del que surgen los intereses de cada comunidad se localiza
en el tipo de preguntas que éstas se hacen en torno a un mismo tópico; a los pedagogos los
mueve la crisis de su disciplina y de ella surgen las preguntas a que han de responder; las
preguntas de los filósofos se originan en las respuestas que --aportan los pedagogos y las
analizan desde el propio campo que configura su disciplina.
Finalmente, y como implicación derivada, nos encontramos ahora con la que atañe al
ámbito en que se dan las reflexiones. Aclarar cuál es éste permitirá ampliar las
posibilidades de alcanzar nuestro objetivo declarado de caracterizar las epistemologías
regionales o, en este caso concreto, una epistemología pedagógica. La primera y obvia
observación que cualquiera podría adelantar es que el referido ámbito es el mismo para
ambas comunidades, a saber, la ciencia de la educación o pedagogía, observación difícil de
objetar en la medida que, en los dos puntos anteriores, al hacer un análisis de los sujetos y
del origen de sus intereses, a ella nos hemos visto obligados a remitirnos.
Pero aparte de reconocerla como una observación no expuesta al cuestionamiento de su
obviedad, rescatamos de ella un matiz muy importante que planteamos con esta pregunta:
¿desde dónde se aproximan a la ciencia una y otra comunidad? Es verdad que Carr y
Kemmis, por su lado, y Bartomeu et al. por el suyo, se han acercado a la pedagogía, pero
¿lo hacen desde el mismo sitio? Si los unos la perciben con ojos de pedagogos y los otros lo
hacen como filósofos, el ámbito ¿realmente es el mismo? Al igual que en los casos
anteriores vamos a ofrecer una respuesta corta y provisional a la pregunta que, por lo
demás, se contiene en las anteriores.
Si Carr y Kemmis están interesados por la forma de optimizar las PES para alcanzar una
nueva ciencia educativa, no dudamos en reconocer que se encuentran inmersos en la teoría
sustantiva de su disciplina abordándola desde su interior.
Si actúan como científicos, y no tenemos razones para dudar que así lo hagan, es pertinente
asumir que no transgreden sus fronteras para, desde fuera, proponer la necesidad de una
optimización.
Cuando su reflexión los lleva a criticar aquellas teorías educativas que ya rindieron su
tributo al tiempo, lo hacen con herramientas que la propia comunidad considera propias
para ello; herramientas teóricas correspondientes al propio ámbito de reflexión, por más
que la misma comunidad pueda, según los casos, disentir sobre su uso, significado y otras
consideraciones de teoría sustantiva.
Sea como sea, queremos apuntar el hecho de que la inquietud respecto del ámbito, en el
caso de Carr y Kemmis, se resuelve por la vía de la interioridad de la ciencia, no siendo el
caso que desde el exterior de la pedagogía recomienden tales o cuales medidas para la
optimización. Si ellos son científicos y hacen ciencia, la ciencia se hace desde dentro, tal
como lo ilustran las historias particulares de la ciencia. Es desde dentro que consideran las
prácticas, entendimientos y situaciones del acto educativo; desde el interior contemplan la
racionalidad crítica como elemento necesario para el cambio; es como científicos de la
ciencia de la educación, y desde la teoría sustantiva, que consideran la praxis y su papel en
el proceso de optimización. Ése es el ámbito en que se da la reflexión sustantiva del
pedagogo como científico.
Con los filósofos sucede algo diferente, a pesar de tener también a la ciencia como su
objeto de reflexión, debiendo señalar cuál es esa diferencia. ¿Cuál puede ser esa forma de
aproximación distinta a la que desde dentro de la ciencia misma hacen los pedagogos? Ya
hemos --señalado que los filósofos, aun cuando tengan formación pedagógica, actúan con
una intencionalidad monista, esto es como lo uno a lo otro; cuando no poseen esa otra
formación sólo pueden actuar desde su disciplina.
Hemos reconocido también que su interés no se encuentra atado a tópicos de la teoría
sustantiva, pues de estarlo se ubicarían en un ámbito interior; ciertamente le preocupan las
PES y la praxis, pero no por lo que significan sustantivamente para la teoría de la
enseñanza, sino por el peso filosófico en que dicen sustentarse. Esto es, hablando de acceso
a la ciencia de la pedagogía, lo que en este caso hacen Bartomeu et al. es mirar desde el
exterior la justificación que una teoría de la verdad puede aportar a una ciencia educativa
crítica, en el caso concreto de Carr y Kemmis; o bien si el progreso científico, concebido al
modo en que lo hace algún filósofo de la ciencia, resulta aplicable a la pedagogía en el
ámbito de una teoría como la que Bartomeu et al. revisan.
La diferencia que deseamos sostener respecto al ámbito, tiene que ver con el interior y el
exterior de la ciencia. Nuestro intento es mostrar que hay al menos dos maneras de
acercarse a ella y se relacionan con la ubicación desde la que se parte; ubicación que,
además, está en función del sujeto que la ejerce y del origen que motive sus intereses en el
asedio a la ciencia. Así, Carr y Kemmis, pedagogos, no pueden sino abordarla desde dentro
y en ese ámbito desarrollar los intentos por construir una teoría educativa nueva. Bartomeu
et al., en cambio, como filósofos, sólo lo pueden hacer desde un ámbito exterior pues las
fronteras disciplinarias les cancelan la otra modalidad de acceso.
Epistemologías regionales: una caracterización preliminar
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En este último y breve apartado nos planteamos tres tareas que de momento sólo nos
limitamos a bosquejar, bajo el compromiso de desarrollarlas con mayor amplitud y
elementos en otro momento: 1) para el caso nuestro no se trata de una epistemología
general pues ésta, aparte de encontrarse en franco desuso, es diferente a las regionales; 2) la
epistemología con la que nos comprometemos, en cuanto constructo filosófico, se centra en
la pedagogía y por así hacerlo la identificamos como epistemología regional, y 3) lo que
Carr y Kemmis ejemplifican, en cuanto científicos, no es una epistemología interna o
especializada, como algunos sostendrían, pues a nuestro modo de ver ésta no existe.
Acerca de lo primero, estamos de acuerdo con la apreciación general (Carr y Kemmis,
1988; Larrosa, 1990; Blanché, 1973; Piaget, 1979; Feyerabend, 1990, por mencionar sólo
algunos de los autores que la suscriben) de que las epistemologías generales resultan ser
cada vez menos recurrentes, y están cediendo terreno ante las tendencias que la filosofía de
la ciencia contemporánea encausa, precisamente por la pretensión normativa que las ha
caracterizado desde siempre. Desde el momento en que se reconocen objetos, lógicas,
contextos, discursos y diversas circunstancias que tocan pertinentemente cada campo
disciplinar, es insostenible la pretensión de una epistemología omnipresente y con el
desmedido atributo de sancionar el estatuto de las disciplinas sometidas a su arbitrio. Si
bien el problema de la verdad es un problema epistemológico cuando las ciencias la
reclaman para sus afirmaciones, pare --ce clara la arbitrariedad de pensar en un sólo criterio
aplicable indiferenciadamente para la matemática, medicina, historia, física o pedagogía; y
menos que con ese criterio se sancione el estatuto de tales áreas de conocimiento.
Ello, sin embargo, no quiere decir que sea prohibitivo buscar y aplicar un criterio de verdad
para validar las teorías que se avanzan en tal o cual ciencia. Lo que en todo caso se busca es
que éstos no sean generales ni reclamen una ascendencia sobre la propia ciencia en
particular de que se trate. Y lo mismo se puede argumentar sobre otros problemas con
connotaciones epistemológicas, como la relación teoría-observación, objetividad, el papel
de los términos teóricos, validación, etcétera.
Pero resulta que éste no es el mayor de los problemas pues, como acabamos de reconocer,
existe una fuerte tendencia a rescatar la particularidad epistemológica de cada ciencia.
Nuestro problema reside, más bien, en justificar que el ejercicio epistemológico realizado
cae fuera de los límites de influencia de una epistemología general y corresponde atenderlo
a una epistemología pedagógica. Digamos algo al respecto.
Todo el intento de las páginas anteriores se vuelca en el propósito de argumentar en favor
de tres ejes: de quién se dice que hace epistemología, desde dónde y por qué la hace. Esto a
la larga será definitivo porque constituye un criterio para justificar que se trata de un
ejercicio general o particular de epistemología.
Nosotros sostenemos que hace epistemología quien desde fuera de una ciencia y armado de
un amplio y sólido bagaje filosófico, reflexiona sobre ella con el único propósito de
considerar las condiciones en que esa comunidad científica reclama verdad, objetividad,
progreso, etc. Así las cosas resulta difícil pensar en alguien en condiciones de acercarse con
esos propósitos de mira, ya no digamos sobre todas las ciencias particulares sino sobre la
ciencia en general, y pretender que la idea de "progreso", por ejemplo, sea la misma para la
economía y la pedagogía. Decimos, también, que quien la practica puede ser el mismo
científico, sólo que no en calidad de tal sino actuando como filósofo, metido a filósofo de la
ciencia, de donde se deduce que el sujeto epistemológico es el filósofo.
A este trabajo de reflexión post facto sobre los reclamos que erige una cien- cia, a esa
aproximación desde fuera que hace el epistemólogo es a lo que, siguiendo —aunque no en
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Referencias:
Austin, J. L. (1971), Palabras y acciones, Buenos Aires, Paidós.
Bartomeu, M. et al. (1992), Epistemología o fantasía. El drama de la pedagogía, México,
UPN.
Blanché, R. (1973), La epistemología, Barcelona, Oikos-Tau.
Carr, W. y S. Kemmis (1988), Teoría crítica de la enseñanza, Barcelona, Martínez Roca.
Cicourel, A. y J. Kitsuse (1963), The educational decision makers, Indiana, Bob-Merril.
Collingwood, R. G. (1977), La idea de la historia, México, FCE.
Habermas, J. (1989), Teoría de la acción comunicativa. Complementos y estudios previos,
Madrid, Cátedra.
Keddie, N. (1971), "Classroom knowledge", en M. Young, Knowledge and control,
Londres, Collier, Macmillan. --Larrosa, J. (1990), El trabajo epistemológico en pedagogía,
Barcelona, PPU.
Laudan, L. (1977), Progress and its problems, University of California.
Lowell, K. y K. Lawson (1970), Understanding research in education, Londres, University
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Mayer, F. (1978), Historia del pensamiento pedagógico, Buenos Aires, Kapelusz.
O'Connor, D. J. (1957), An introduction to the philosophy of education, Londres, Routledge
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Passmore, J. (1981), Cien años de filosofía, Madrid, Alianza.
Piaget, J. (1979), Los métodos de la epistemología, Buenos Aires, Paidós.
Wittgenstein, L. (1988), Investigaciones filosóficas, Barcelona, UNAM-Grijalbo.