Autoestima
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Ello se debe a que, a lo largo del desarrollo, y a lo largo de la vida en sí, las personas
tienden a apartarse de la auto-conceptualización [y conceptualización] positiva, o bien a
no acercarse nunca a ellas; los motivos por los que esto ocurre son diversos, y pueden
encontrarse en la influencia negativa de otras personas, en un auto-castigo por haber
faltado a los valores propios [o a los valores de su grupo social], o en un déficit de
comprensión o de compasión por las acciones que uno realiza[5] [y, por extensión, de las
acciones que realizan los demás].
En la relación con sus compañeros pueden provocarse conflictos por miedo a dejar en
evidencia sus «pocas habilidades».
Sin duda, a través de la historia de cada uno, de forma dinámica como la propia vida. De
las interacciones con los demás: amigos, profesorado dando
la que se irá adecuando. Si tiene una buena relación afectiva con esas personas y las
valora, serán influyentes positivamente. Si, por el contrario, no las valora ni quiere, se
orientará en dirección opuesta a la imagen que de él transmiten. Así se formará el
conocimiento y la valoración de sí mismo, es decir, su autoestima.
¿Puede influir la autoestima en los conflictos escolares?
Es frecuente ver adolescentes con actitud de criticar cualquier cosa simplemente por
mostrarse críticos, aunque no se puedan basar en nada objetivo: negarse a cualquier
aportación a determinados trabajos, llevar a cabo actuaciones que pide el grupo al cual
quiere pertenecer, querer ser centro de atención para conseguir la seguridad personal que
les falta, aunque hayan de tener conductas agresivas y disonantes
OBJETIVOS EDUCATIVOS
* Que cada adolescente se sienta contento y seguro consigo mismo; que conozca y crea
en sus capacidades y se sienta protagonista de los resultados positivos.
* Posibilitarle una relación correcta con los demás que le lleve a un interés por los
problemas ajenos, y disposición de ayuda y colaboración.
* Permitirle integrarse en los diferentes grupos sociales a los cuales pertenece, de forma
crítica, pero constructiva.
Fundamentos de la autoestima
La capacidad de desarrollar una confianza y un respeto saludable por sí mismo es propia
de la naturaleza de los seres humanos, ya que el solo hecho de poder pensar constituye
la base de suficiencia, y el único hecho de estar vivos es la base de su derecho a
esforzarse por conseguir felicidad. Así pues, el estado natural del ser humano debería
corresponder a una autoestima alta. Sin embargo, la realidad es que existen muchas
personas que, lo reconozcan o no, lo admitan o no, tienen un nivel de autoestima inferior
al teóricamente natural.[5]
Ello se debe a que, a lo largo del desarrollo, y a lo largo de la vida en sí, las personas
tienden a apartarse de la auto-conceptualización [y conceptualización] positiva, o bien a
no acercarse nunca a ellas; los motivos por los que esto ocurre son diversos, y pueden
encontrarse en la influencia negativa de otras personas, en un auto-castigo por haber
faltado a los valores propios [o a los valores de su grupo social], o en un déficit de
comprensión o de compasión por las acciones que uno realiza[5] [y, por extensión, de las
acciones que realizan los demás].
John Powell, conocido divulgador de psicología,[6] confiesa en uno de sus libros que,
cuando alguien le alaba sinceramente, él, en lugar de atenuar sus propios méritos, como
suele hacerse, responde: «extiéndase, por favor, extiéndase». Respuesta que, por
insólita, suele hacer reír a la audiencia cuando se cuenta en público. Y también hace
pensar.[1]
José-Vicente Bonet
Grados de autoestima Editar
La autoestima es un concepto gradual. En virtud de ello, las personas pueden presentar
en esencia uno de tres estados:
Tener una autoestima alta equivale a sentirse confiadamente apto para la vida, o, usando
los términos de la definición inicial, sentirse capaz y valioso; o sentirse aceptado como
persona.[5]
Tener una autoestima baja es cuando la persona no se siente en disposición para la vida;
sentirse equivocado como persona.[5]
Tener un término medio de autoestima es oscilar entre los dos estados anteriores, es
decir, sentirse apto e inútil, acertado y equivocado como persona, y manifestar estas
incongruencias en la conducta —actuar, unas veces, con sensatez, otras, con irreflexión
—-, reforzando, así, la inseguridad.[5]
En la práctica, y según la experiencia de Nathaniel Branden, todas las personas son
capaces de desarrollar la autoestima positiva, al tiempo que nadie presenta una
autoestima totalmente sin desarrollar. Cuanto más flexible es la persona, tanto mejor
resiste todo aquello que, de otra forma, la haría caer en la derrota o la desesperación.[5]
Auto aceptación: Es la capacidad que tiene el ser humano de aceptarse tal como es, en lo
físico, psicológico y social; aceptar cómo es su conducta consigo mismo y con los otros.
Es admitir y reconocer todas las partes de sí mismo como un hecho, como forma de ser y
sentir.
Auto dignidad: seguridad de mi valor; una actitud afirmativa hacía mi derecho de vivir y
felicidad.
Auto eficacia y auto dignidad son los pilares duales de la autoestima. La falta de alguno
de ellos afecta enormemente; representan la esencia de la autoestima.
Permite que uno sea más ambicioso respecto a lo que espera experimentar emocional,
creativa y espiritualmente. Desarrollar la autoestima es ampliar la capacidad de ser
felices; la autoestima permite tener el convencimiento de merecer la felicidad.[5]
Cree con firmeza en ciertos valores y principios, y está dispuesta a defenderlos incluso
aunque encuentre oposición. Además, se siente lo suficientemente segura de sí misma
como para modificarlos si la experiencia le demuestra que estaba equivocada.
Es capaz de obrar según crea más acertado, confiando en su propio criterio, y sin sentirse
culpable cuando a otros no les parezca bien su proceder.
No pierde el tiempo preocupándose en exceso por lo que le haya ocurrido en el pasado ni
por lo que le pueda ocurrir en el futuro. Aprende del pasado y proyecta para el futuro, pero
vive con intensidad el presente.
Confía plenamente en su capacidad para resolver sus propios problemas, sin dejarse
acobardar fácilmente por fracasos y dificultades. Y, cuando realmente lo necesita, está
dispuesta a pedir la ayuda de otros.
Como persona, se considera y siente igual que cualquier otro; ni inferior, ni superior;
sencillamente, igual en dignidad; y reconoce diferencias en talentos específicos, prestigio
profesional o posición económica.
Da por sentado que es interesante y valiosa para otras personas, al menos para aquellos
con los que mantiene amistad.
No se deja manipular, aunque está dispuesta a colaborar si le parece apropiado y
conveniente.
Reconoce y acepta en sí misma diferentes sentimientos y pulsiones, tanto positivos como
negativos, y está dispuesta a revelárselos a otra persona, si le parece que vale la pena y
así lo desea.
Es capaz de disfrutar con una gran variedad de actividades.
Es sensible a los sentimientos y necesidades de los demás; respeta las normas sensatas
de convivencia generalmente aceptadas, y entiende que no tiene derecho —ni lo desea—
a medrar o divertirse a costa de otros.[cita requerida]
Indicios negativos de autoestima
La persona con autoestima deficiente suele manifestar algunos de los siguientes
síntomas:[1]
Trastornos psicológicos:
Ideas de suicidio.
Falta de apetito.
Pesadumbre.
Poco placer en las actividades (anhedonia).
Pérdida de la visión de un futuro.
Estado de ánimo triste, ansioso o vacío persistente.
Desesperanza y pesimismo.
Sentimientos de culpa, inutilidad y desamparo.
Dificultad para concentrarse, recordar y tomar decisiones.
Trastornos en el sueño.
Inquietud, irritabilidad.
Dolores de cabeza.
Trastornos digestivos y náuseas.
Trastornos afectivos:
Insomnio.
Inquietud en el sueño.
Anorexia.
Bulimia.
Vómitos o náuseas con mareos
Tensión en músculos de la nuca.
Enfermedades del estómago.
Alteraciones en la frecuencia del ritmo cardíaco.
Breve reseña histórica Editar
La autoestima, como vivencia psíquica, ha acompañado al ser humano desde sus
comienzos.[1]
El constructo psicológico de autoestima (o autoconcepto) se remonta a William James, a
finales del siglo XIX, quien, en su obra Los Principios de la Psicología, estudiaba el
desdoblamiento de nuestro «Yo-global» en un «Yo-conocedor» y un «Yo-conocido».
Según James, de este desdoblamiento, del cual todos somos conscientes en mayor o
menor grado, nace la autoestima.[1]
Ya entrado el siglo XX, la influencia inicial de la psicología conductista minimizó el estudio
introspectivo de los procesos mentales, las emociones y los sentimientos, reemplazándolo
por el estudio objetivo mediante métodos experimentales de los comportamientos
observados en relación con el medio. El conductismo situaba al ser humano como un
animal sujeto a reforzadores, y sugería situar a la propia psicología como una ciencia
experimental similar a la química o a la biología. Como consecuencia, se descuidó
durante bastante tiempo el estudio sistemático de la autoestima, que era considerada una
hipótesis poco susceptible de medición rigurosa.[1]
A mediados del siglo XX, y con la psicología fenomenológica y la psicoterapia humanista,
la autoestima volvió a cobrar protagonismo y tomó un lugar central en la autorrealización
personal y en el tratamiento de los trastornos psíquicos. Se empezó a contemplar la
satisfacción personal y el tratamiento psicoterapéutico, y se hizo posible la introducción de
nuevos elementos que ayudaban a comprender los motivos por los que las personas
tienden a sentirse poco valiosas, desmotivadas e incapaces de emprender por ellas
mismas desafíos.[1]
Carl Rogers, máximo exponente de la psicología humanista, expuso su teoría acerca de la
aceptación y autoaceptación incondicional como la mejor forma de mejorar la autoestima.
Robert B. Burns considera que la autoestima es el conjunto de las actitudes del individuo
hacia sí mismo. El ser humano se percibe a nivel sensorial; piensa sobre sí mismo y sobre
sus comportamientos; se evalúa y los evalúa. Consecuentemente, siente emociones
relacionadas consigo mismo. Todo ello evoca en él tendencias conductuales dirigidas
hacia sí mismo, hacia su forma de ser y de comportarse, y hacia los rasgos de su cuerpo
y de su carácter, y ello configura las actitudes que, globalmente, llamamos autoestima.
Por lo tanto, la autoestima, para Burns, es la percepción evaluativa de uno mismo. En sus
propias palabras: «la conducta del individuo es el resultado de la interpretación peculiar
de su medio, cuyo foco es el sí mismo».[1]
Investigadores como Coopersmith (1967), Brinkman et al. (1989), López y Schnitzler
(1983), Rosemberg y Collarte, si bien exponen conceptualizaciones de la autoestima
diferentes entre sí, coinciden en algunos puntos básicos, como que la autoestima es
relevante para la vida del ser humano y que constituye un factor importante para el ajuste
emocional, cognitivo y práctico de la persona.[7] Agrupando las aportaciones de los
autores citados, se obtendría una definición conjunta como la siguiente:
La autoestima es una competencia específica de carácter socio-afectivo que constituye
una de las bases mediante las cuales el sujeto realiza o modifica sus acciones. Se
expresa en el individuo a través de un proceso psicológico complejo que involucra a la
percepción, la imagen, la estima y el autoconcepto que este tiene de sí mismo. En este
proceso, la toma de conciencia de la valía personal se va construyendo y reconstruyendo
durante toda la vida, tanto a través de las experiencias vivenciales del sujeto, como de la
interacción que este tiene con los demás y con el ambiente.[7]
REFERENCIAS
José-Vicente Bonet. Sé amigo de ti mismo: manual de autoestima. 1997. Ed. Sal Terrae.
Maliaño (Cantabria, España). ISBN 978-84-293-1133-4.
Massenzana, FB (2017). «Autoconcepto y autoestima: ¿sinónimos o constructos
complementarios?». PSSOCIAL. Revista de investigación en psicología social.
Cheroky Mena Covarrubias. «Una óptica humanista y conductista de la sustentabilidad».
Chang, Larry (2006). «Happiness/Contentment». Wisdom for the Soul (en inglés) (1ª
edición). Gnosophia Publishers. P. 351. ISBN 0-9773391-0-6. Consultado el 25 de octubre
de 2012. «There is no way to happiness; happiness is the way.»
Nathaniel Branden. Cómo mejorar su autoestima. 1987. Versión traducida: 1990. 1.ª
edición en formato electrónico: enero de 2010. Ediciones Paidós Ibérica. ISBN 978-84-
493-2347-8.
Página web sobre John Powell
Miranda, Christian (2005). «La autoestima profesional: una competencia mediadora para
la innovación en las prácticas pedagógicas» (PDF). Revista Iberoamericana sobre
Calidad, Eficacia y Cambio en Educación 3 (1). Archivado desde el original el 22 de julio
de 2011.
«Página personal de José-Vicente Bonet». Archivado desde el original el 7 de febrero de
2010. Consultado el 21 de enero de 2011.
Góngora, Vanesa C. (1 de diciembre de 2008). «Valores personales y autoestima en
población general y clínica». Psicodebate 8 (0): 37. ISSN 2451-6600.
Doi:10.18682/pd.v8i0.415. Consultado el 4 de junio de 2020.
Pérez, M. (1992) Autoestima, Buenos Aires:Paidós.
Ovidio D’Angelo Hernández. Desarrollo de la autoestima y la conciencia moral en las
contradicciones de la sociedad contemporánea.
[1]
Chukwudozie, A., & White, H. (18 de diciembre de 2018). «Las intervenciones de
ejercicios físicos ayudan a mejorar la autoestima en niños y jóvenes en el corto plazo,
pero se requieren más investigaciones». Caracas: The Campbell Collaboration.
Consultado el 23 de enero de 2020.
Paul Wink. Two faces of narcissism.
Godfrey T. Barrett-Lennard. Carl Rogers’ helping system: journey and substance. P. 65..
Daniel Goleman. Healing emotions.
Paul Tillich. The Eternal Now.
M. Editor Kending. Alfred Korzybski: Collected Writings, 1920–1950. P. 425.
Paul Tillich. A History of Christian thought.
Ellis, A. (2001). Feeling better, getting better, staying better. Impact Publishers.
Ellis, A. y Blau, S. (comp.) (2000) Vivir en una sociedad irracional. Paidos.
Ellis, A. The Myth of Self-esteem. 2005.
Albert Ellis, Windy Dryden. The Practice of Rational Emotive Behavior Therapy.
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