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EMPRENDIMIENTOS ECONÓMICOS SOLIDARIOS

LUIZ INÁCIO GAIGER

1. Definición

Los emprendimientos económicos solidarios abarcan diversas


modalidades de organización económica, originadas en la libre aso-
ciación de los trabajadores, con base en principios de autogestión,
cooperación, eficiencia y viabilidad. Aglutinando a los individuos
excluidos del mercado de trabajo, o motivados por la fuerza de sus
convicciones, y en búsqueda de alternativas colectivas de supervi-
vencia, los emprendimientos económicos solidarios llevan a cabo
actividades en los sectores de la producción o de la oferta de servi-
cios, de la comercialización y del crédito. Se presentan en forma de
grupos de producción, asociaciones, cooperativas y empresas de au-
togestión y combinan sus actividades económicas con acciones de
índole educativa y cultural, valorando el sentido de la comunidad de
trabajo y el compromiso con la colectividad social en la cual se in-
sertan.
Las prácticas específicas de dichas empresas se inscriben en una
nueva racionalidad productiva, en la cual la solidaridad se convierte
en un sostén de las iniciativas, ya que generan resultados materiales
efectivos y ganancias extra-económicas. El trabajo en consorcio ac-
túa en pro de los propios productores y otorga una connotación bas-
tante más amplia a la noción de eficiencia, referida igualmente a la
calidad de vida de los trabajadores y a la satisfacción de objetivos
culturales y ético-morales. Ese espíritu se diferencia de la racionali-
dad capitalista –que no es ni solidaria ni tampoco inclusiva– y de la
solidaridad popular comunitaria –desprovista de los instrumentos
adecuados a un desempeño social y económico que no sea circuns-
crito y marginal–. Además de ello, dado el papel decisivo de un con-
junto creciente de organizaciones y agentes mediadores, los
emprendimientos solidarios suelen buscar o crear mecanismos e ins-

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tituciones de articulación, representación e intercambio, tanto en el


ámbito económico como en el político. Constituyen así la célula
propulsora básica, con sus vinculaciones y extensiones, de la econo-
mía solidaria.
Desde el siglo XIX, se registran intentos de instituir formas comu-
nitarias y democráticas de organizar la producción y el consumo, en
respuesta a las aspiraciones de igualdad económica y a la necesidad
de garantizar medios de subsistencia para la masa de trabajadores
despreciada por las empresas capitalistas. Según la reflexión teórica
que esa realidad emergente plantea, las empresas solidarias expresan
una proliferación de formas de economía alternativa, distintas a la
lógica mercantil capitalista, y de alternativas económicas, por tratar-
se de establecimientos viables, capaces de asegurar su reproducción
social. Ellos incrementan, de manera posiblemente duradera, la gama
de modos de producción no-capitalistas (Santos, 2002). No obstante,
esas virtudes no están determinadas, sino que constituyen tenden-
cias y posibilidades que se materializan con mayor o menor intensi-
dad, de acuerdo con las condiciones objetivas y subjetivas en las que
cada experiencia se desarrolla. Su éxito depende, además, no sólo
del escenario en el que actualmente se encuentran, sino de la inver-
sión que se hace en ellas. Así, al señalar los aspectos nuevos y pro-
metedores que las experiencias de la economía solidaria están
demostrando, el concepto debe ser entendido principalmente como
un instrumento para la verificación de casos concretos, según las
cuestiones y los ángulos de análisis que propone, al mismo tiempo
que evoca un direccionamiento histórico posible, bajo el prisma de la
actuación en la sociedad.

2. Génesis y desarrollo histórico

El término emprendimiento económico solidario usualmente ha


servido para referirse a los más variados tipos de experiencias de la
economía solidaria. A grandes rasgos, abarca modalidades de traba-
jo a las cuales recurren los individuos que viven ordinariamente del
empleo de su fuerza de trabajo y en las cuales encuentran refugio
categorías sociales puestas al margen de los sistemas convencionales
de ocupación y de distribución de la riqueza, dependientes del sector
privado y del Estado. Adoptan, en proporción variable, arreglos co-

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lectivos en la posesión de los medios de producción, en el proceso de


trabajo y en la gestión del emprendimiento, minimizando la presen-
cia de relaciones asalariadas. Dichas prácticas están ancladas en la
economía de los sectores populares, de la cual son una extensión y
donde encuentran primariamente su sustrato y su funcionalidad.
Expresan, así, una inflexión de la economía popular de base domés-
tica y familiar, o también, en algunos de sus segmentos, una
reconversión de la experiencia obrera del trabajo, a través de la so-
cialización de los medios de producción y de la democratización del
poder económico.
La actual expansión de esas iniciativas remite tanto a capítulos
anteriores de la historia de la lucha de los trabajadores como a co-
rrientes de pensamiento y acción política. Sus raíces más lejanas se
ubican en el siglo XIX europeo, cuando la proletarización del mundo
del trabajo provocó el surgimiento de un movimiento obrero asociativo
y de las primeras cooperativas autogestionadas de producción (Singer,
1999). Esa praxis estuvo íntimamente vinculada a la matriz intelec-
tual y política que, desde allí, evolucionó por caminos diversos: so-
cialistas utópicos (Saint-Simon, Fourier), anarquistas (Proudhon,
Kropotkin), cooperativistas (Owen, Gide), cristianos (Le Play,
Raiffeisen) y socialistas (Jaurés, Pannekoek). El enfrentamiento ope-
rado entre esas vertientes, a medida que surgían experiencias de au-
togestión en otros continentes y de episodios que marcan la historia
política del siglo XX, condujo a una abundancia de abordajes y a la
entrada en escena de nuevas referencias, particularmente en el área
del pensamiento cristiano (Teilhard de Chardin, teología de la libera-
ción) y del socialismo (Castoriadis, Mariátegui), hoy gradualmente
dirigidas hacia una confluencia.
El resurgimiento de prácticas económicas asociativas, en la últi-
ma década, responde a contextos tan diversos como los de Nicara-
gua o de Québec. En el primero, hay una situación de baja penetración
del sector capitalista y de enorme fragilidad institucional, donde se
reactivan organizaciones comunitarias y movimientos sociales for-
talecidos durante la revolución sandinista (Nuñez, 1997); en el se-
gundo, la crisis del modelo tradicional del Estado de Bienestar y los
efectos de la reconversión del capitalismo tardío favorecen al surgi-
miento de nuevas prácticas ancladas en la sociedad civil. La econo-
mía solidaria, en ese escenario, aparece en la agenda de los
movimientos sociales, a través de un nuevo frente de militancia eco-

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nómica, y del propio gobierno, que la asume en sus políticas y en su


papel de promover la integración entre los diversos actores
(Vaillancourt y Favreau, 2000).
De un modo general, el surgimiento de emprendimientos solida-
rios parte de la conjunción de cinco circunstancias: (a) la presen-
cia, en los medios populares, de prácticas y tradición asociativa,
comunitaria o de clase, motivando un sentimiento de pertenencia a
un pasado común y de reconocimiento mutuo, particularmente una
identidad de trabajo; (b) la existencia de organizaciones populares
y de movilizaciones colectivas, dotadas de liderazgos populares le-
gítimos y activos; (c) la reducción de las modalidades convencio-
nales de subsistencia, tanto debido a la regresión o mayor
selectividad del mercado de trabajo, como a la ineficacia de las
políticas públicas destinadas a generar oportunidades económicas
o a compensar momentáneamente su insuficiencia; (d) la media-
ción de organismos representativos o de apoyo, capaces de canali-
zar la demanda social hacia alternativas asociativas. Principalmente,
cuando dotados de los instrumentos pedagógicos y materiales que
impulsen las experiencias populares para que pasen desde una ló-
gica de preservación y defensa de las condiciones de existencia
(presente en una valoración de la recomposición de las formas de
vida económica ya practicadas) hacia una lógica de crecimiento y
expansión, dictada por una estrategia de remodelación o aun de
ruptura gradual de aquellos niveles de subsistencia y de reproduc-
ción simple (Gaiger, 1996); (e) la formación de un escenario políti-
co e ideológico que reconozca como relevante esas demandas sociales
y las alternativas a las cuales apuntan, las cuales empiezan a pene-
trar en amplias franjas de los movimientos sociales y en la
institucionalidad política.
Se conoce que el tercer tipo de factores, generalmente menciona-
do como el principal para explicar la génesis de la economía solida-
ria, no es estrictamente la causa de ésta, sino sólo un elemento
favorable con el cual compiten los demás factores. Ante la ausencia
de éstos, como se puede observar fácilmente hoy en día, la constante
búsqueda de alternativas de supervivencia degenera rápidamente
transformándola en formas depauperadas de economía popular, cuan-
do no se ve degradada en actividades clandestinas y en delincuencia.
La caracterización de los emprendimientos basados en el
solidarismo económico no fue objeto de proposiciones sistemáticas,

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pero las similitudes entre las designaciones de diferentes autores son


patentes. Entre otros ejemplos, en las empresas de economía popular
predominan relaciones de reciprocidad y de cooperación y un cierto
hibridismo entre arreglos formales e informales, prácticas no mer-
cantiles e integradas al mercado (Nyssens, 1996); por empresas de
economía solidaria se entienden los diversos tipos de actividad eco-
nómica basados en la asociación voluntaria, en la propiedad común
de los medios de producción, en la gestión colectiva, en el poder
ejercido por la comunidad de trabajadores y en el esfuerzo mutuo, en
pro de intereses comunes (Verano, 2001); las empresas alternativas,
a su vez, funcionan según principios de preservación de los puestos
de trabajo, de inserción de personas desfavorecidas, de mayor parti-
cipación y evolución personal de los trabajadores, de conservación
del medio ambiente, de promoción de acciones sociales y culturales
y de participación en los movimientos colectivos (Camacho, 1996).
Igualmente, las organizaciones productivas de la economía social se
diferencian a través de los siguientes rasgos: propiedad colectiva de
los medios de producción, primado de los miembros trabajadores
sobre el capital, institucionalización de la gestión democrática del
proceso de acumulación, eficacia considerada en tanto satisfacción
de necesidades, según su valor de uso, superación de la estricta rela-
ción mercantil y existencia de interacciones arraigadas en la racio-
nalidad comunicativa (Carpi, 1997).
En un sentido más restringido, propiamente conceptual, la expre-
sión emprendimientos económicos solidarios fue introducida por las
formulaciones de L. Razeto, acerca de las formas de economía popu-
lar. En 1989 él distinguía, en el mundo de los pobladores de las peri-
ferias urbanas, grupos que emprendían organizaciones económicas,
explotando recursos personales puestos en común y alternativas de
ayuda mutua, en vistas de satisfacer necesidades básicas. Algunas de
esas organizaciones lograban superar la simple garantía de subsis-
tencia y aportaban mejoras a la calidad de vida; en determinados
casos aún posibilitaban márgenes de acumulación y crecimiento eco-
nómico, gracias a prácticas y valores como la solidaridad, la coope-
ración y la autonomía (Razeto y Calcagni, 1989). Aunque tuvieran
que enfrentar dilemas de la supervivencia, esas organizaciones die-
ron a la economía popular un papel de resistencia, igualmente ante
la exclusión política, social y cultural, y sus evoluciones posteriores
lograron ascender a una posición de verdadero sujeto económico,

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LA OTRA ECONOMÍA

dotado de organizaciones estables, generadoras de trabajo y de in-


greso (Nyssens, 1996).
La relación entre solidarismo y empresa fue subrayada en lo que
sigue, cuando se menciona que la fuerza económica de esas organi-
zaciones descansaría en el “factor C”: “En el hecho de que un ele-
mento comunitario, de acción y gestión conjunta, cooperativa y
solidaria, presenta en el interior de esas unidades económicas efectos
tangibles y concretos acerca del resultado de la operación económi-
ca. Efectos concretos y específicos en los cuales sea posible discernir
una particular productividad, dada por la presencia y crecimiento
del elemento comunitario señalado, análoga a la productividad que
distingue y por la cual se reconocen los demás factores económicos.
[...] En síntesis, el ‘factor C’ significa que la formación de un grupo,
asociación o comunidad, que actúa cooperativa y cordialmente, pro-
porciona un conjunto de beneficios a cada integrante y un mejor
rendimiento y eficiencia a la unidad económica como un todo, debi-
do a una serie de economías de escala, economías de asociación y
externalidades, implicadas en la acción comunal y comunitaria”
(Razeto, 1993).
Con esa perspectiva, estudios sobre experiencias de creación de
ingreso en Brasil permitieron identificar casos similares, donde em-
prendimientos populares asociativos “logran cierto nivel de acu-
mulación y crecimiento; a través del planeamiento e inversiones,
alcanzan una estabilidad mínima y chances de viabilidad; requie-
ren el desarrollo de una nueva racionalidad económica” (Gaiger,
1996). Esas características les dan un nivel distinto a las modalida-
des predominantes de economía popular, donde están en juego ne-
cesidades inmediatas de supervivencia o, cuando mucho, la
preservación de medios de subsistencia, en un contexto inalterable
de pobreza y dependencia. Investigaciones posteriores desarrolla-
ron la tesis de una simbiosis entre las prácticas de cooperación y
autogestión y los imperativos de eficiencia y desempeño económico.
El éxito de los emprendimientos parece estar vinculado a circuns-
tancias y factores cuyo efecto positivo proviene proporcionalmente
del carácter socialmente cooperativo incorporado por ellas. En otras
palabras, se considera que el factor trabajo puede ser llevado a su
pleno rendimiento como trabajo asociado, a medida que la comu-
nidad misma de trabajo funcione como determinante de la raciona-
lidad económica, sin entrar en conflicto con su naturaleza social y

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de autogestión, produciendo efectos tangibles y ventajas efectivas,


en ambos extremos (Gaiger, 2001).
Con la finalidad de establecer conexiones entre la teoría y la rea-
lidad observable, en tanto guía para investigaciones empíricas, el
concepto de emprendimientos económicos solidarios fue diferencia-
do en ocho características interdependientes, relacionadas a la orga-
nización interna de las experiencias económicas y a sus interacciones
con el entorno y la sociedad: autogestión, democracia, participación,
igualitarismo, cooperación, viabilidad, responsabilidad social y de-
sarrollo humano. Coincide con lo que sería congruente para alterna-
tivas económicas construidas por comunidades de trabajo, cuyo
elemento de motivación es la conquista del bienestar y, por consi-
guiente, no se reconocen en la mera idea de acumulación y creci-
miento económico. Desarrollo, participación social y seguridad
humana conforman una tríada, en la que la última significa que las
opciones contenidas en las dos primeras no van a desaparecer abrup-
tamente, conjurándose el miedo a la miseria y a la falta de libertad
(Camacho, 1996). La evaluación de las experiencias concretas, ma-
nejando ese instrumento conceptual, debe por un lado tomar en con-
sideración la determinación ejercida por los valores, a través de la
racionalidad comunicativa y expresiva que rige a los emprendimien-
tos solidarios. Por otro lado, la hipótesis de una nueva racionalidad
en acción implica no sólo que las características señaladas sean fre-
cuentes y compartidas por los emprendimientos, sino que se articu-
len lógicamente, se fortalezcan y se combinen, estableciendo una
dinámica objetiva para la acción de los individuos, una presión es-
tructural para que actúen de determinada manera, precisamente por-
que, en el contexto desarrollado de esa forma, ella se afirma como
más lógica. Ese parece ser el camino indispensable para los estudios
en ese campo.

3. Actualidad e importancia del concepto

Una calidad importante de los emprendimientos solidarios es su


carácter multifuncional, su vocación para actuar simultáneamente
en la esfera económica, social y política, para obrar concretamente
en el campo económico al mismo tiempo que interpelan a las estruc-
turas dominantes. Ellos rechazan la dicotomía entre intereses econó-

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LA OTRA ECONOMÍA

micos y cuestiones sociales, respectivamente atribuidos al binomio


mercado privado-Estado, así como las fronteras establecidas entre
tiempo de trabajo productivo y tiempo de satisfacción de las necesi-
dades. Su objetivo principal es suplir las necesidades materiales de
sus miembros, así como sus aspiraciones no-monetarias, de recono-
cimiento, inserción social, autonomía, etc. (Nyssens, 1996). Al ha-
cerlo, introducen cuestiones de índole ética en la esfera económica,
que pasan a incidir en dicho ámbito con principios normativos
irreductibles a la lógica instrumental y utilitaria.
En lo que concierne directamente a las organizaciones producti-
vas, éstas no sólo consisten en un instrumento de influencia directa
y sistemática sobre el proceso de producción y gestión, sino también
un espacio de aprendizaje y experimentación democrática, un factor
de autonomía ante la alienación del mercado y del poder burocrático
del Estado, una garantía en contra de la materialización de la vida
(Carpi, 1997). Esos hechos se originan, en última instancia, por la
ruptura que se establece entre los emprendimientos solidarios y la
lógica capitalista de producción de mercancías y de reproducción
social, cuyo principio se encuentra en la supresión de la brecha es-
tructural de esta lógica, entre los trabajadores y los medios de pro-
ducción, el trabajo y el capital, la producción y la apropiación. Las
relaciones de producción de los emprendimientos solidarios, por lo
tanto, no son apenas atípicas para el modo de producción capitalista,
sino contrarias y virtualmente antagónicas a la forma de producción
asalariada.
Pensar y luchar por alternativas económicas y sociales es particu-
larmente urgente, tanto por el nivel de aceptación, sin precedentes,
de la inevitabilidad del capitalismo como opción única, como por el
descrédito irreversible de la alternativa sistémica, ofrecida por las
economías socialistas centralizadas en el último siglo (Santos, 2002).
En el horizonte que se abre, todavía no se presentan teorías y mode-
los alternativos portados de una nueva totalidad, en plena ruptura
con las determinaciones actuales. En lo que concierne a los empren-
dimientos solidarios, la condición incipiente de su desarrollo y la
diversificada relación de sus miembros con la esfera económica no
nos deja hablar de un modo de producción en el sentido estricto
(Carpi, 1997). No obstante, se presenta la posibilidad de formas de
existencia individual y colectiva que escapan al sistema social capi-
talista y con el cual confrontan, intentos cuya viabilidad y fuerza

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emancipadora podrán crear escenarios futuros de gran relevancia


histórica (Gaiger, 2001); al mismo tiempo, esas experiencias actúan
desde el presente, haciendo cada vez más incómoda y negociada la
reproducción hegemónica del capitalismo.
En el actual punto de partida, cualesquiera sean los despliegues
futuros, es importante tener en cuenta que solamente una nueva
praxis de inserción en el mundo del trabajo y de la economía puede
generar una nueva conciencia y provocar sucesivamente cambios en
la práctica. Este es el requerimiento básico, de las experiencias de
economía solidaria actualmente en marcha, que motiva a buscar vías
de realización de dichas posibilidades. Tal hecho no significa que las
empresas capitalistas estén en vías de ser sustituidas, con riesgos de
amenazas al capitalismo. El papel de los emprendimientos económi-
cos solidarios consiste en dar pruebas tangibles de que son estructu-
ralmente superiores a la gestión capitalista, en el desarrollo económico
y en la creación de bienestar social, ya que disponen de ventajas
comparativas emanadas de su forma social de producción específica.
Por otro lado, en momentos como este, los criterios de evaluación del
éxito o fracaso de las alternativas económicas deben ser graduales e
inclusivos. A pesar de sus límites, se espera que los emprendimientos
solidarios den un paso decisivo para otorgar credibilidad y generar
amplia adhesión social con miras a una nueva arquitectura mundial.
Otra globalización implica mundializar otras cosas que, para ello,
necesitan estar realmente experimentadas e incorporadas a la vida
cotidiana, a las prácticas de trabajo, de producción económica y de
participación ciudadana.

4. Evaluación crítica

El concepto de emprendimientos económicos solidarios se ve ex-


puesto a los mismos riesgos de las formulaciones que son a menudo
sobredeterminadas por las categorías de la praxis. La necesidad de
manejarse con prácticas y tomas de posición valoradas según crite-
rios ideológicos, referentes a propósitos y modalidades de interven-
ción en la realidad, conlleva problemas de descontrolada
interpenetración entre el discurso científico analítico y el discurso
político y pragmático. Así, la reflexión teórica se rinde a la presión
de la praxis militante y, en ese sentido, se ve desprovista de su papel

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LA OTRA ECONOMÍA

de instancia crítica, de relativizar el dato inmediato de la realidad y


sus lecturas singulares. De ello surgen algunos fenómenos: el carác-
ter militante de los abordajes realiza una selección de la realidad con
arreglo a fines y valores, con el objetivo de dirigir o indicar el rumbo
de los hechos, de modo que la omisión de otras cuestiones fácilmente
fomenta un razonamiento circular, reiterativo. Con resultados simi-
lares, se instaura una lucha simbólica (Bourdieu, 1989) por la repre-
sentación del campo y por la posibilidad de designar las cosas,
otorgándoles determinada visibilidad y relevancia y, por consiguien-
te, oportunidades desiguales de convertirse en problemas de conoci-
miento y en objetos de mayor discernimiento para la acción.
En el plano concreto, esos problemas pueden manifestarse en la
reificación del concepto o en su asimilación prescriptiva. Por un lado,
su claridad despierta tanto entusiasmo y optimismo que lo lleva a ser
visto como el reflejo depurado de la realidad, a pesar de las ambigüe-
dades y dificultades de ésta, o del hecho de encubrir motivaciones e
iniciativas con orígenes e índoles distintas, específicas a cada lugar y
circunstancias, que no incluyen una tendencia espontánea de con-
fluencia hacia una nueva totalidad social. El concepto puede tam-
bién contribuir involuntariamente a que la perspectiva de lectura
que ofrece está efectivamente en marcha, debido a un devenir histó-
rico ya puesto, teleológicamente. En consecuencia, diagnósticos me-
nos prominentes de la realidad pasan a ser entendidos como rechazos
o desacuerdos políticos, y a ser apreciados por sus efectos sobre las
argumentaciones discursivas en lucha.
Entonces, es fundamental el uso crítico de los conceptos. De acuer-
do con el principio de vigilancia epistemológica, hay que tomar con-
ciencia del campo político, cultural y científico donde se encuentra
inmerso el analista, para reconocer lo que la visión de los problemas
debe al sentido común intelectual y a la posición que el sujeto ocupa
allí. El interés legítimo en evidenciar las calidades emancipadoras y
prominentes de las alternativas de producción económica, en la pers-
pectiva señalada por B. Santos de “hermenéutica de las emergen-
cias”, no desecha la necesidad de un análisis riguroso y crítico de
esas alternativas (Santos, 2002).
En segundo lugar, es útil adoptar un método de construcción con-
ceptual. En este caso, fue utilizado el método weberiano de los tipos
ideales, cuyo objetivo es formular un concepto que sea una síntesis
inequívoca del conjunto de aspectos, referidos a una determinada

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EMPRENDIMIENTOS ECONÓMICOS SOLIDARIOS

clase de fenómenos y cuidadosamente seleccionados, cuya presencia


es necesaria y suficiente para que dichos fenómenos existan (Weber,
1989). Como tipo ideal, el concepto de emprendimiento económico
solidario es un instrumento heurístico, útil para la búsqueda de co-
nexiones causales, no accidentales, que obran en el interior de las
experiencias de economía solidaria y las constituyen como una clase
específica de emprendimientos. El concepto objetiviza comparacio-
nes posteriores entre sus enunciados y los casos singulares, sin la
pretensión de que ocurra una correspondencia perfecta: “Esos dife-
rentes aspectos de la producción, distribución y consumo en la eco-
nomía solidaria deben ser entendidos como la expresión teórica de
comportamientos tendenciales, y no como manifestación madura y
completa de lo que efectivamente existe en la realidad. [...] Las teo-
rías sociales y económicas identifican ‘modelos puros’ que, en la
realidad empírica, no encuentran una materialización perfecta, sino
que existen y actúan efectivamente en tanto potencialidades parcial-
mente realizadas, como racionalidades que presiden y orientan a los
comportamientos, como tendencias que apuntan hacia identidades
en formación” (Razeto, 1993).
La identificación de las relaciones causales recorrió tres etapas:
(a) inserción del concepto en una teoría acerca de las formas de pro-
ducción, de su relación con las estructuras económicas dominantes y
con su proceso de transformación general, lo que llevó a la asimila-
ción del concepto a la categoría de forma social de producción (Gaiger,
2001); (b) extracción de las características básicas de esta manera: la
unificación entre el trabajo y los medios de producción, desde el
punto de vista material (propiedad colectiva) y político (autoges-
tión); (c) formulación de la hipótesis de que esta forma surge a partir
del trabajo asociado, de donde también deriva la racionalidad propia
de los emprendimientos económicos solidarios, dirigida hacia la re-
producción ampliada de la vida y caracterizada por una racionalidad
solidaria y emprendedora a la vez. El desarrollo de ese principio re-
quiere una nueva semántica de los términos habitualmente utiliza-
dos en la teoría económica, tales como eficiencia e interés, así como
el reconocimiento de la naturaleza híbrida de los vínculos sociales,
para evitar una comprensión meramente altruista de la solidaridad,
entre otros desdoblamientos. El desafío teórico y epistemológico de
fondo consiste en fundar una nueva línea de conocimiento: supera-
do el positivismo científico y refutada la noción de la ciencia como

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LA OTRA ECONOMÍA

tributaria de la ideología, que sea capaz de formular proposiciones


válidas sobre lo que está por venir a ser o, aun en la expresión de M.
Weber, sobre “las constelaciones posibles en el futuro”.

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