Bleger - Capítulo Xviii Conducta y Personalidad

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CAPÍTULO XVIII CONDUCTA Y PERSONALIDAD

1. Retorno al ser humano:


Después de muchos años de desarrollo de la psicología, llegó un momento en que se
hizo evidente que se había esfumado el objeto de la psicología: el ser humano. El retorno
a lo concreto en la psicología contemporánea nos trajo, entre otras paradojas, la
psicología de la personalidad, que no significa otra cosa sino el reencuentro de la
psicología con el ser humano, el cual había desaparecido de aquélla por el progresivo
proceso de un malentendido objetivismo científico. El retorno a la personalidad, como
centro de la psicología, es también la resultante de una convergencia de esfuerzos muy
dispares y distintos; un índice de ello puede darlo el libro básico de Murray, Exploración
de la personalidad, que es dedicado a los siguientes autores: Morton Prince, Sigmund
Freud, Lawrence J. Henderson, Alfred N. Whitehead, Cari G. Jung. Sin lugar a duda,
pueden figurar con toda justicia —entre otros— también nombres como los de Adler y
Pavlov.
La personalidad es el centro de estudio de la psicología, porque es la unidad a la que
quedan referidas todas sus manifestaciones: conducta, motivación, etcétera. Aunque la
conducta, en todas sus variantes, es el fenómeno que nos permite el estudio de la
personalidad, esta última es algo más que sus manifestaciones, y aunque la personalidad
aparezca en cada una de sus expresiones, tiene no obstante que ser enfocada como
unidad en sí misma. La personalidad no es un todo que resulta del agregado de cientos
de conductas, sino que, inversamente, la estructura de la personalidad es la que se
manifiesta en cada uno de esos cientos de conductas.
La personalidad se caracteriza por ser una totalidad con una organización de relativa
estabilidad, unidad e integración. Su estudio ha estado permanentemente
comprometido y viciado por una gran cantidad de supuestos y categorías, entre los
cuales sobresalen todos los impedimentos para concebir la coexistencia de
contradicciones de todo tipo. La personalidad implica el nivel de integración más
evolucionado y perfecto de todo lo existente, de manera tal que el grado de complejidad
alcanza en ella su punto máximo, no sólo por la aparición de características peculiares y
únicas, sino también porque se resumen o confluyen en ella todos los niveles y
categorías preexistentes en la evolución; esto último explica por qué resultan factibles
las reducciones categoriales o, dicho de otra manera, por qué el estudio del ser humano
puede ser realizado en todos y en cada uno de los niveles de integración. Pero lo que
debe quedar aclarado es que ellos no agotan ni recogen las cualidades propias y
características de la personalidad.
La personalidad es dinámica, es decir, cambiante, está sometida a fluctuaciones entre
evolución y regresión y entre integración y dispersión. Los cambios o fluctuaciones son
muy variables en sus características y en su grado, pero, en condiciones normales, se
conservan permanentemente la continuidad y la identidad. La dinámica de la
personalidad coexiste con la persistencia de su continuidad, y de tal manera, que es una
condición de la otra.
CAPÍTULO XVIII CONDUCTA Y PERSONALIDAD

La unidad tampoco se excluye con la multiplicidad, sino que más bien es su condición
fundamental, en el sentido de que la unidad se integra con elementos heterogéneos o
con una diversidad estructural. En otros términos, la personalidad no es homogénea,
sino que se polariza o diferencia en partes que guardan entre sí todas las diversas
relaciones posibles, incluida la de coexistir unitariamente dentro de un solo sistema.
La personalidad está dada por el conjunto organizado de la totalidad de conductas. No
hay personalidad sin conducta ni hay conductas sin personalidad; esta última no es algo
distinto que está "detrás" de los fenómenos de conducta, y no hay ninguna
manifestación de un ser humano que no pertenezca a su personalidad. Esta se
caracteriza por sus pautas de conducta más habituales o predominantes, o por ciertas
características comunes a un conjunto predominante de sus manifestaciones de
conducta.
2. División de la personalidad:
Freud dividió la personalidad en tres sectores, que llamó yo, superyó y ello; este último
es el reservorio de todos los impulsos, el superyó es una parte que condensa las normas
y exigencias, mientras que el yo es la parte de la personalidad que responde a la realidad
exterior y adapta la personalidad a la misma, así como distribuye y controla el ello y el
superyó, distribuye y controla el ello y el superyó.
Freud dedujo este esquema de sus estudios sobre la conducta, y tiene importancia el
retorno a la fuente, porque ella es la única base segura de una psicología concreta. Yo y
superyó son organizaciones funcionales de la conducta o abstracciones que se refieren
a características concretas de la conducta. El ello no tiene el mismo carácter, pues su
origen está dado por las exigencias conceptuales del mecanicismo de las teorías
freudianas, en el sentido que separó las fuerzas, como entes autónomos, de la totalidad
de la conducta.
Toda conducta tiene un aspecto instrumental y otro normativo, que pueden sufrir todas
las alternativas propias de elementos de un proceso: disociación, predominio,
contradicción, etcétera. Todos los aspectos instrumentales de la conducta son los que
se incluyen en el concepto del yo: percepción, motilidad, memoria, etcétera, mientras
que los aspectos normativos de la conducta son los que se incluyen en el concepto del
superyó. Este último representa el conjunto integrado de valores de la personalidad.
Como en tantas otras oportunidades, Freud trabajó sobre fenómenos concretos, pero
en lugar de seguir ateniéndose rigurosamente a los mismos, con abstracciones que los
reflejen adecuadamente, transformó los fenómenos en entelequias y presentó el yo y el
superyó como partes integrantes de un aparato mental.
Al igual que en todos los capítulos de la psicología, aquí también se desarrolló la
polémica sobre si el yo y el superyó tienen un origen biológico o cultural, como si se
excluyeran o fuesen incompatibles. Centenares de experiencias, durante milenios,
posibilitaron el desarrollo filogenético de las estructuras biológicas que dan lugar al
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desarrollo psicológico del ser humano, pero las características particulares que tienen
los seres humanos en cada cultura dependen de la organización de la misma.
Sobre la organización biológica que da la estructura necesaria para su formación, se
construye gradualmente la personalidad del ser humano, incorporando en la relación
con otros seres humanos los instrumentos y las normas de conducta. Aun existiendo la
organización biológica necesaria, no hay desarrollo humano sin experiencia social, sin
relación interpersonal. Lo confirman los hallazgos de individuos que se han criado en
total aislamiento de los seres humanos, quienes no habían desarrollado el lenguaje ni
otras capacidades humanas.
Está fuera de duda la estrecha relación entre estructura de la personalidad y estructura
sociocultural, así como está fuera de duda la importancia de las primeras experiencias
de la infancia en la estructuración de los rasgos más estables y básicos de la
personalidad. (M. Mead, Kardiner, G. Mead, K. Horney, R. Benedict, Faris, etcétera.)
La personalidad se forma por incorporación de roles, y toda conducta es siempre, al
mismo tiempo, un rol social. Se estructuran unitariamente todas aquellas
identificaciones y conductas que tienen coherencia entre sí, pero como el contacto y la
relación de cada sujeto se hace siempre con pautas y normas sociales que son
contradictorias entre sí, la personalidad se integra también con formaciones opuestas.
Esta multiplicidad del yo, dentro de la unidad de la personalidad, es un hecho extraño
que ha chocado con todas las posiciones formalistas, pero que se impone como un
hecho incontrovertible. Y no solo coexisten núcleos del yo que son distintos en cuanto
antagónicos, sino distintos en cuanto al grado de desarrollo y madurez.
Las funciones del yo que enumera Hartmann son: las del sentido de realidad, control de
la motricidad, de la percepción, la acción y el pensamiento, la inhibición y postergación
de la descarga (respuesta), la anticipación al peligro, la función sintética y de
organización. Para M. Klein, la función principal del yo es el dominio de la ansiedad, que
se pone en marcha desde el comienzo de la vida. El yo representa el conjunto integrado
en grado variable de todas las capacidades instrumentales de la personalidad.
Tanto el yo como el superyó comienzan su formación desde las primeras experiencias
de la vida, y muy posiblemente estas experiencias ya comienzan a producirse en la vida
intrauterina. El yo es inicialmente corporal y lo sigue siendo en gran proporción durante
toda la vida, en el sentido de que son las experiencias corporales de todo tipo las que
forman el contingente más numeroso en la formación de todas las experiencias
corporales, es decir, una parte del yo. Y no hay conducta en la que no intervenga el
esquema corporal.
Cuanto más integrada o madura la personalidad, el yo se atiene más estrictamente a la
realidad, mientras que el yo infantil (del niño o del adulto inmaduro) funciona más con
la omnipotencia, la magia y el narcisismo. Es importante reconocer que partes más o
menos ampüas de este yo, inmaduro e infantil, subsisten en todos los seres humanos a
través de toda la vida, aunque en proporciones muy variables.
CAPÍTULO XVIII CONDUCTA Y PERSONALIDAD

No hay un yo previo a la experiencia, y el yo primitivo no es tampoco un yo opuesto a la


realidad; es la mejor forma como se organiza la realidad en ese momento o período de
la vida. Es ya una estructura de la realidad. De esta manera, el mundo infantil, mágico,
egoísta, narcisista, no es una organización del yo antes de la experiencia y que esta
última está destinada a destruir, sino que es ya una organización de la experiencia.
El yo corporal tampoco es una relación narcisista del yo con el cuerpo, sino una relación
o vínculo en el cuerpo y por medio del cuerpo con objetos externos, en las experiencias
de satisfacción y frustración de necesidades. Experiencias que al ser reiteradas
introducirán progresivamente la posibilidad de discriminación entre el cuerpo como
propio y el objeto como ajeno o externo; es decir, un clivaje entre el yo y el no-yo, que
es la condición previa imprescindible para la formulación del área de la mente
(simbólica).
Es un solo proceso único el del desarrollo y consolidación del sentido de realidad, el de
la formación e integración del yo y el de la constitución del esquema corporal. Ninguno
de ellos puede realizarse sin los demás.
3. El analisis formal de la conducta y la personalidad:
El análisis metafísico (no dialéctico) en psicología ha conducido a una cantidad de
clasificaciones y divisiones que deben ser reconsideradas en una psicología concreta y
dinámica, y dicha reconsideración tiene que resolver el formalismo, la abstracción y el
"realismo" de la psicología tradicional, tal como lo ha estudiado Pohtzer en una obra de
imprescindible lectura.
La división de la personalidad en las estructuras funcionales del yo y del superyó permite
una consideración dinámica de los procesos psicológicos y sintetiza la antítesis innato-
adquirido; sustituye con gran ventaja la división formal de la personalidad en tres
sectores intelecto, afecto y voluntad- que establecía la psicología tradicional. Como lo
hemos indicado en otro capítulo de este libro, esta división procede del estudio de las
áreas de la conducta, desligadas de su fuente concreta y convertidas en "partes del
alma". De la misma manera como coexisten siempre las tres áreas, coexisten siempre
las manifestaciones que llamamos intelecto, afecto y voluntad, que pueden sufrir todas
las alternativas de la disociación y la contradicción.
Intelectual es todo contacto, relación y manejo de objetos realizado en forma simbólica,
y en el que predomina la relación con el símbolo más que con el objeto simbolizado, sin
que se confundan, pero pudiendo pasar del uno al otro. En otros términos, se conserva
una discriminación entre objetos externos e internos. Cuando hay un predominio de
estos últimos, se pasa a la fantasía y a la imaginación.
El afecto ha sido tradicionalmente considerado como opuesto al intelecto, como una
desorganización de este último, o bien como un descontrol de la personalidad. Lo cierto
es que el afecto es también siempre una conducta que incluye una relación objetal; tiene
una cierta organización propia que lo caracteriza y no es sólo un grado de
desorganización de la conducta intelectual. Tampoco el afecto es exclusivamente una
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experiencia interna, independiente de lo exterior, sino que como toda conducta es


siempre el emergente de una situación.
El afecto es siempre una experiencia con organización propia, en la que hay una menor
distancia entre yo y no-yo, entre objeto interno y externo. En el afecto hay un menor
sentido de realidad por una falta de discriminación entre el objeto interno y el externo.
No se caracteriza por ser opuesto al intelecto, sino por una organización diferente.
Intelecto y afecto son dos niveles distintos en los que se integra la conducta, la
experiencia con el mundo.
El intelecto y el afecto no se excluyen, sino que son dos niveles de experiencia, que
incluso coexisten siempre con un grado variable de predominio de uno u otro; el afecto
es un paso —previo y conjunto— de la conducta simbólica. Como lo ha señalado
Wechsler, hay componentes no intelectuales en la inteligencia, y el mismo fenómeno ha
sido estudiado por los psicólogos de la escuela fenomenológica con sus referencias a la
conciencia prerreflexiva.
El afecto tampoco es un proceso puramente orgánico o biológico; todo lo que ocurre en
el ser humano ocurre siempre en el nivel de integración psicológico. Y el afecto también:
cumple con todos los requisitos que hemos estudiado en la conducta, aunque en un
grado o modalidad peculiar o propio.
Otra afirmación tradicional es la del carácter irracional de los afectos, porque no
responden a las leyes de la lógica e, incluso, la posibilidad lógica se subvierte en los
afectos. Los afectos responden a las leyes de la lógica dialéctica, al igual que todos los
fenómenos. Su carácter de irracional lo da, en todo caso la intención de utilizar el afecto
como medio de conocimiento de la realidad exterior; el afecto es siempre una conducta
y siempre una experiencia con el mundo exterior, pero es una conducta sincrética en la
cual falta la discriminación entre objeto interno y externo, entre yo y no-yo; en ella, lo
externo es tratado o manejado como si fuese interno. Es la conducta predominante en
los estadios más tempranos del desarrollo del ser humano y por ello, cuando se
abandona la conducta intelectual, las reacciones afectivas constituyen una regresión,
por el predominio de pautas infantiles que, de todas maneras, siempre subsisten en el
ser humano.
El afecto como conducta es siempre una reacción, una respuesta, en la cual no hay una
suficiente discriminación entre lo interno y lo externo, pero de todas maneras es un
emergente de una situación y puede ser utilizado como índice perceptivo de lo que
ocurre en un momento dado, en una situación definida. Es el papel que juega el afecto
en el fenómeno de la contra transferencia.
El afecto puede ser también consciente o inconsciente, según el grado en que es
vivenciado y percibido por el mismo sujeto. En ambos casos, su significado es el de la
situación total.
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El afecto tampoco es una carga, fuerza o impulso de la conducta. Es una conducta en sí


misma, que tiene motivación, objeto, finalidad, sentido y estructura. Es tan subjetiva y
objetiva como cualquier conducta. Su carácter peculiar es el sincretismo.
La voluntad tampoco es una "parte del alma". La voluntad es una cualidad de la
conducta, a saber, la presencia o ausencia, en grado variable, de concordancias o
discordancias entre las manifestaciones observadas en las diversas áreas de conducta y,
sobre todo, el mayor o menor grado de vacilación resultante de las mismas. La voluntad
no es una facultad o una función psicológica elemental, sino una característica de la
conducta en el área del mundo externo, característica que es la resultante dinámica de
un mayor o menor grado de conflicto. Lo que más habitualmente se designa y reconoce
como voluntad es el grado de concordancia entre lo que un sujeto se propone (conducta
en área uno) con lo que realmente hace (conducta en área tres).
Otro análisis de tipo metafísico de la conducta es el del elementalísimo psicológico, que
intentó reducir las funciones psíquicas a átomos o elementos con los cuales se construye
o se integra el psiquismo. Estos elementos o átomos funcionales son, también,
momentos del proceso total de la conducta, tomados no como resultantes, sino como
partículas aisladas y preexistentes.
Para la percepción tenemos que hablar también de conducta perceptiva, en la cual lo
percibido no es una copia especular, pasiva, del objeto exterior, sino una reacción o
respuesta, como toda conducta. Su característica peculiar o distintiva reside en que en
la respuesta se halla incluido, en una gran proporción, el objeto que la estimula o
condiciona, con un alto grado de discriminación entre lo interno y lo externo.
La atención califica un momento del proceso total de la conducta: el grado de
adherencia o persistencia del contacto del sujeto con los objetos, la intensidad y
duración del mismo. Si la percepción es una conducta de un carácter particular o
específico, no ocurre lo mismo en el caso de la atención, que no es una conducta en sí,
sino una cualidad o un carácter específico de cualquier conducta.
La memoria es la posibilidad de actualizar, frente a estímulos adecuados, una conducta
aprendida en experiencias anteriores. Hay memoria en las tres áreas.
El juicio califica la posibilidad y el carácter de la discriminación que cada individuo puede
llevar a cabo.
Juicio es discriminación.
El pensamiento es una conducta, por lo tanto, una relación objetal en la cual se opera
con símbolos de los objetos o abstracciones de los mismos.
En la fantasía se opera simbólicamente un juego de roles.
La inteligencia califica el rendimiento o resultado de la conducta, en función de la
adecuación a los objetivos que se persigue. Inteligencia e intelecto no coinciden
siempre; pueden existir conductas inteligentes no intelectuales y -por el contrario-
puede haber conductas intelectuales no inteligentes. Inclusive, pueden existir
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disociaciones, en las cuales la conducta es inteligente en una de las áreas y no en las


otras, o en un sector de una misma área de conducta.
4. Constitución, temperamento y carácter:
La personalidad asienta sobre un trípode formado por la constitución, temperamento y
carácter; considerados en este orden, la influencia de la cultura es creciente, mientras
que la influencia de los factores hereditarios es decreciente. De todas maneras,
intervienen siempre ambos factores.
La constitución está dada por las características somáticas, físicas, más básicas y
permanentes. Depende fundamentalmente de la herencia biológica, pero no está libre
de la influencia de los factores ambientales y psicológicos.
El temperamento está constituido por las características afectivas más estables y
predominantes. Se lo ha considerado siempre como el aspecto funcional o dinámico de
la constitución, en el sentido de su origen totalmente hereditario. Las influencias
ambientales durante los primeros años de vida son, sin embargo, de gran importancia
tanto para la formación de la constitución y el temperamento, como para la de la
personalidad total.
El carácter está dado por las pautas de conducta más habituales o persistentes; para
ellas, se admite la influencia predominante del medio ambiente.
La personalidad se puede dividir o clasificar en función del predominio de las estructuras
de conducta, y estudiando la dinámica de la personalidad se encuentra que hay una
cierta organización polar predominante en la cual una misma personalidad puede
alternar, o bien mantenerse solamente en uno solo de cualquiera de sus polos; de la
misma manera, una misma personalidad puede tener variaciones entre los dos extremos
en distintas épocas de la vida o alternar entre ellos en momentos sucesivos. Una de estas
polaridades en las estructuras de conducta es la de la personalidad esquizoide que
alterna en la escala psicoestésica, formada por la coexistencia o alternancia de frialdad
(distancia con los objetos) y ternura. Otra polaridad en las estructuras de conducta es la
de la personalidad cicloide, que puede alternar entre alegría y tristeza (escala diatésica),
o bien subsistir permanentemente sobre alguno de estos dos polos, en cuyo caso
hablamos de una personalidad hipomaníaca y depresiva, respectivamente. Una tercera
escala importante es la glischroide, cuya personalidad oscila entre conductas viscosas
(adhesivas) y explosivas.
De la misma manera, es posible admitir escalas de otras organizaciones polares de la
personalidad: fóbica (evitación-invasión); histérica (represión-demostración); paranoide
(confiado-desconfiado); obsesivo (controlado-desparramado); sadismo-masoquismo.
Estas escalas de polaridad se basan ampliamente en la observación de las estructuras
de la conducta, pero en lugar de calificar momentos, como en este último caso, se
califica una estructura más estable: la de la personalidad.
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5. Analisis cualitativo de la conducta:


Desde las investigaciones de Freud, la diferencia y las relaciones entre conciencia e
inconsciencia ocupan buena parte del interés de la psicología contemporánea.
Introducidas, en un primer momento, como partes del aparato mental, han sido
posteriormente consideradas —aun por el mismo Freud- como cualidades de la
conducta. "Consciente" e "inconsciente" no aluden a entidades ni sustancias, lo que
significa que no deben ser empleados como sustantivos sino como adjetivos de la
conducta. En general, pueden referirse directamente a la conducta o bien al sentido o
la motivación de la misma.
Es importante tener en cuenta que la conducta es un proceso único y que, por lo tanto,
es siempre, en parte consciente y en parte inconsciente; las dos cosas al mismo tiempo.
Lo inconsciente no es la fuente de la conducta ni tampoco lo único genuino o verdadero
de la personalidad. La conducta es un proceso para cuya totalidad se debe tener en
cuenta todos sus aspectos y cambios: tanto conscientes como inconscientes. Estos
últimos no son el "motor de la mente", como a veces se los designa, y tampoco la
conciencia es algo superficial o secundario. La distorsión llega, incluso, a considerarlos
como tipos de recipientes que "contienen" distintos elementos.
Uno de los hallazgos que llevó a Freud a plantear la hipótesis del inconsciente, fue el de
que los procesos de la conducta tienen una dinámica cuya comprensión no entra
totalmente dentro del cuadro de la lógica formal, que es la lógica de las conductas
conscientes tomadas en forma aislada. Para ello, Freud estableció una dinámica distinta:
la de las leyes del inconsciente. Lo correcto es integrar los fenómenos conscientes e
inconscientes dentro de un solo proceso dinámico regido por una sola lógica: la
dialéctica. Hay, en el mismo Freud, una gradual transición de una formulación de la
conciencia-inconsciencia como sistema del aparato mental, a su formulación como
cualidad de la conducta.
En el inconsciente, según Freud, rige el proceso primario, caracterizado por ser
independiente de la realidad exterior libre también del orden de la lógica y del tiempo.
Por ejemplo, Freud describió la ambivalencia y la transformación de la conducta en su
contrario, y esto no puede incluirse dentro de la lógica formal, para lo cual no pueden
coexistir al mismo tiempo términos antagónicos (A es A y no puede ser B al mismo
tiempo, según lo establece la lógica formal); para salvar esta contradicción entre los
hechos y la lógica formal, tuvo Freud que crear una zona especial de leyes a-lógicas: el
inconsciente. En este proceso de lógica versus realidad, lo que entra una vez más en
crisis es la lógica formal, y lo que Freud descubría era el movimiento dialéctico de la
conducta. Si se admite consecuentemente la dialéctica, no hace falta crear una zona
especial de leyes que no responden a la lógica formal, sino que toda la conducta, tomada
en su totalidad, tanto consciente como inconsciente, responde a las leyes de la
dialéctica.
Freud estableció también el principio de que en el inconsciente no hay tiempo. Dedujo
esta hipótesis de la observación de que un sujeto era capaz de responder muchos años
CAPÍTULO XVIII CONDUCTA Y PERSONALIDAD

después a un suceso traumático, como si éste se hubiera producido realmente ahora; la


causa y la situación pretérita seguían siendo activas muchos años después y, por lo
tanto, el tiempo no rige en el inconsciente. Como tantas otras veces, el hecho es real y
la hipótesis es falsa, en el sentido de que no hay ninguna zona de la mente que exista
como parte inconsciente en la cual pueda regir la no existencia del tiempo. Lo que
explica la reacción descripta por Freud es, por una parte, el fenómeno de la estereotipia
y, por otra, el que el hecho traumático pretérito no actúa como tal para desencadenar
una reacción, sino en cuanto integra el campo psicológico presente.
Conciencia e inconsciencia no son entonces lugares o ámbitos donde ocurren los
fenómenos psicológicos, sino cualidades de la conducta. Lo que tiene más importancia
es el estudio de la conducta como totalidad y los momentos en que ella deviene
consciente, pero de ninguna manera se debe seguir haciendo girar la psicología
alrededor de la conciencia, tal como se ha hecho, o de la inconsciencia, tal como también
se ha hecho y se sigue haciendo con frecuencia. Suscribimos la opinión de Cameron: se
invierte un esfuerzo enorme en vertir hechos del aprendizaje social a una ficción de una
lógica verbal inconsciente.
Como inconscientes se ubican una variedad de fenómenos que son muy distintos entre
sí: a) existe conducta inconsciente manifiesta, que se refiere a conductas observables
que son desconocidas por el sujeto que las expresa; b) se llama inconsciente, también,
al significado de la conducta; c) la motivación desconocida de la conducta; d) la función
o el sentido que tiene dicha conducta. Esta diferencia entre los distintos sentidos que
tiene el concepto de inconsciente responde, en nuestra opinión, mucho más a la
realidad que la división de Miller que encuentra dieciséis significados distintos de la
palabra inconsciente, a saber y sumariamente expuestos: 1) inanimado o subhumano;
2) carente de mente; 3) no mental; 4) individuos o acciones indiscriminadas; 5)
respuestas condicionadas; 6) lo no sentido; 7) lo no atendido; 8) falta de insight; 9) lo
olvidado o no recordado; 10) no aprendido o innato; 11) no reconocido; 12) involuntario;
13) incomunicable; 14) ignorado; 15) en el sentido psicoanalítico, "un sistema psíquico
que incluye lo dinámicamente reprimido y lo que no está bajo control, pero que en
condiciones especiales pueda pasar a la conciencia"; 16) lo no informado.
La conciencia es siempre conciencia de algo y, por un lado refleja una situación, por otro
lado es también una conducta del ser humano, y por lo tanto nunca simple reflejo
especular de la realidad. La conciencia de la realidad es el instrumento más poderoso
que posee el ser humano para modificar dicha realidad, pero esto último no ocurre única
ni totalmente con las conductas conscientes, sino con las conductas totales, sean
conscientes o inconscientes; mejor dicho, siempre lo son de las dos maneras al mismo
tiempo.
Lo que aparece en la conciencia es el reflejo subjetivo de lo objetivo y depende, en alto
grado, no sólo de las características de la realidad externa, sino del grado de
organización de la personalidad. La conciencia es un momento de un proceso, y se
incurre en un error escolástico si se parte de la conciencia y no de la situación total. La
conciencia puede incluso ser una falsa conciencia, pero de todas maneras, aun en estos
CAPÍTULO XVIII CONDUCTA Y PERSONALIDAD

casos, es la resultante de una particular organización de la realidad social en la que


participa ineludiblemente el ser humano y en la que hay estructuras que favorecen esta
falsa conciencia. Tanto el psicoanálisis como el marxismo significan, en su inspiración
fundamental, un pasaje del pensamiento al ser y de la conciencia a la vida real y
concreta. En otro lugar hemos estudiado cómo el marxismo se limita en el desarrollo de
la psicología y cómo el psicoanálisis deshace la dramática en abstracciones en lugar de
deshacer las abstracciones mentales en la dramática. Por un proceso especulativo y de
mitologización el psicoanálisis encarna la dramática en entidades mentales, y por un
proceso de déficit dialéctico el marxismo no encuentra el ser humano en la psicología o,
dicho de otra manera, se ocupa de la humanidad y no de los seres humanos.
El descubrimiento del inconsciente, por el psicoanálisis, es otra manera de descubrir la
falsa conciencia en los seres humanos.
6. Aprendizaje:
La conducta y la personalidad tienen un desarrollo en el cual se van organizando
progresivamente, respondiendo a un proceso dinámico en el cual pueden modificarse
de manera más o menos estable. Se llama aprendizaje o learning a este proceso por el
cual la conducta se modifica de manera estable a raíz de las experiencias del sujeto.
El concepto de aprendizaje tiene sobre sí el peso de la tradición intelectualista, pero
abarca mucho más que el aprendizaje intelectual y -en realidad— éste, aun con toda la
importancia que tiene, es sólo una parte del aprendizaje total que permanentemente
realiza el ser humano.
Ningún ser humano realiza en su vida todas las posibilidades de aprendizaje, y si bien,
por un lado, hay que contar con que el organismo tiende a responder y organizar sus
posibilidades sobre el más alto nivel de integración y que la conducta que manifiesta es
siempre la "mejor" para ese momento y esas circunstancias, no es menos cierto, por
otra parte, que el organismo tiende a estereotiparse, es decir, no sólo a responder con
pautas ya aprendidas, sino también a organizar las circunstancias de tal manera que esas
pautas sean suficientes. Entendemos por pauta de conducta aquel conjunto de
manifestaciones que aparecen en forma unitaria, conservando una cierta estereotipia
en la contigüidad de los elementos que la integran. Estas pautas constituyen, en cierta
medida, modos privilegiados de comportamiento, que en su conjunto caracterizan la
personalidad; por el término de modos privilegiados de comportamiento se comprende
también la tendencia a estructurar las situaciones nuevas de tal manera que el
organismo pueda operar de la manera más adecuada, y una de sus posibilidades es la
de asimilar las situaciones nuevas a situaciones ya conocidas y ya resueltas.
El cambio que implica el aprendizaje puede ocurrir en todas las áreas en forma conjunta,
o bien sólo en alguna de ellas en forma predominante y disociada; hay, así, aprendizaje
en el área de la mente, del cuerpo y del mundo externo.
Entre las formas controvertidas de aprendizaje se cuentan, por un lado, el ensayo y error
y, por otro, el aprendizaje por discernimiento o insight. En rigor, este último es un caso
CAPÍTULO XVIII CONDUCTA Y PERSONALIDAD

particular del primero o viceversa, dado que en el aprendizaje por discernimiento hay
también un ensayo y error, un tanteo, pero que se realiza simbólicamente en el área de
la mente. Uno y otro están ligados genéticamente en el curso del desarrollo de las áreas
de conducta.
La complejidad, diversificación y amplitud de este capítulo es creciente en la psicología
moderna, y abarca no sólo a la psicología, sino también a toda la psicopatología, que
puede ser íntegramente desarrollada y estudiada en función del aprendizaje, ya que las
neurosis, psicosis, caractero-patías y perversiones son perturbaciones del aprendizaje;
y el proceso terapéutico mismo (psicoterapia) es también una nueva experiencia de
rectificación y aprendizaje. Las perspectivas de este enfoque son muy promisorias.
7. Personalidad y cultura:
Los estudios sobre personalidad han modificado su centro de gravedad, en el sentido de
que las determinantes sociales ocupan, en la actualidad, más el interés de la
investigación que las determinantes biológicas. Es posible que con el desarrollo del
conocimiento y la elaboración de nociones unitarias, psicología, biología y sociología
dejen, dentro de no mucho tiempo, de ser tres disciplinas científicas distintas para ser
una sola.
De todas maneras, los estudios sociológicos de la personalidad no invalidan de ninguna
manera los de carácter biológico, sino que los integran, y son especialmente los estudios
antropológicos los que han enfatizado, en primer Jugar, la importancia de la estructura
social en la formación y las características de la personalidad.
El medio en que se desarrolla el ser humano es un medio muy particular, porque en gran
proporción es creado por él mismo sobre elementos dados por la naturaleza. Todo
aquello creado por los hombres, en todo sentido, es lo que recibe el nombre de cultura.
Los estudios antropológicos y sociológicos no dejan lugar a dudas de la estrecha relación
entre cultura y personalidad. Sin embargo, se debe tener en cuenta que no todos los
elementos integrantes de la cultura tienen el mismo valor, en cuanto a su capacidad de
estructurar otros factores de la cultura, así como por el peso que tienen en la formación
de la personalidad. En segundo lugar, si bien los seres humanos crean la cultura, el
desarrollo de la misma adquiere cierta independencia con respecto a la voluntad de los
seres humanos, de tal manera que tiene sus propias leyes determinantes.
La transmisión de la cultura de generación a generación no es únicamente la transmisión
de una información, sino que, básicamente, la cultura se transmite en la formación de
la personalidad misma, tanto como en las organizaciones o medios materiales. Pero es
importante el hecho de que, dentro de cierta amplitud, las superestructuras culturales
tienen cierta independencia o un grado relativo de variación. En cuanto estudia la
formación de la personalidad, la psicología se ocupa fundamentalmente de estos
aspectos.
M. Mead estudió, por ejemplo, la formación de la personalidad por la educación, en
diferentes tipos de civilización, entre los primitivos. La educación es también elemento
CAPÍTULO XVIII CONDUCTA Y PERSONALIDAD

integrante de la cultura, y hay una estrecha relación entre educación y personalidad,


relación que tiene cierta autonomía, aunque los sistemas educacionales dependan a su
vez de factores sociales más amplios, como la estructura social y económica.
Los estudios antropológicos nos han hecho conocer la variación de las organizaciones
culturales, la variación de la estructura de la personalidad y la relación entre ambas. Nos
han ayudado a romper con una concepción estrecha, estática, de la personalidad
humana, así como han demostrado las posibilidades de modificación de la misma,
haciéndonos comprender que no existe una personalidad "natural" o conductas
"naturales", y que lo que generalmente conocemos con estos nombres son aquellos
fenómenos a los que estamos más acostumbrados porque forman parte de nuestra
cultura y de nuestra personalidad.
Hay divergencias básicas en cuanto al concepto de cultura, que, por supuesto, incluyen
concepciones idealistas por un lado y materialistas por otro.
En la formación de la personalidad asume una gravitación fundamental la organización
de los grupos. Se denomina así el conjunto de dos o más personas, entre las que se
establece, o hay establecida, una relación de interdependencia o interacción.
Cooley reconoce cuatro clases de grupos, que escalona en función del aumento de
tamaño y disminución de la intimidad: a) grupos parejas o grupos subprimarios (esposos,
madre-hijo, etcétera); b) grupos primarios: se caracterizan por una gran intimidad,
número pequeño, propósitos no especializados, asociación cara a cara, relativa
permanencia. Son los grupos familiares, grupos espontáneos de juegos, grupos de
vecindarios; c) grupos quasi primarios: la organización y propósitos especiales los
distingue de los grupos primarios. Se incluyen aquí los grupos de boy scouts,
fraternidades estudiantiles, clubes; d) grupos secundarios: se caracterizan por la falta de
intimidad, incluyen las comunidades, corporaciones y naciones.
Es especialmente en el grupo primario donde se forma la estructura básica de la
personalidad y se produce el efecto más profundo. Existe en estos grupos una cierta
fusión de los individuos, y cada integrante no se discrimina como ser distinto de los
demás.
Es muy abundante la literatura, las investigaciones y los conocimientos sobre la
personalidad, su formación y desarrollo, y aquí sólo hemos querido, al igual que en todos
los temas tratados en el libro, presentar un esquema o un plan director de la psicología
y no una profundización detallada de cada tema.
CAPÍTULO XVIII CONDUCTA Y PERSONALIDAD

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