Bleger - Capítulo Xviii Conducta y Personalidad
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La unidad tampoco se excluye con la multiplicidad, sino que más bien es su condición
fundamental, en el sentido de que la unidad se integra con elementos heterogéneos o
con una diversidad estructural. En otros términos, la personalidad no es homogénea,
sino que se polariza o diferencia en partes que guardan entre sí todas las diversas
relaciones posibles, incluida la de coexistir unitariamente dentro de un solo sistema.
La personalidad está dada por el conjunto organizado de la totalidad de conductas. No
hay personalidad sin conducta ni hay conductas sin personalidad; esta última no es algo
distinto que está "detrás" de los fenómenos de conducta, y no hay ninguna
manifestación de un ser humano que no pertenezca a su personalidad. Esta se
caracteriza por sus pautas de conducta más habituales o predominantes, o por ciertas
características comunes a un conjunto predominante de sus manifestaciones de
conducta.
2. División de la personalidad:
Freud dividió la personalidad en tres sectores, que llamó yo, superyó y ello; este último
es el reservorio de todos los impulsos, el superyó es una parte que condensa las normas
y exigencias, mientras que el yo es la parte de la personalidad que responde a la realidad
exterior y adapta la personalidad a la misma, así como distribuye y controla el ello y el
superyó, distribuye y controla el ello y el superyó.
Freud dedujo este esquema de sus estudios sobre la conducta, y tiene importancia el
retorno a la fuente, porque ella es la única base segura de una psicología concreta. Yo y
superyó son organizaciones funcionales de la conducta o abstracciones que se refieren
a características concretas de la conducta. El ello no tiene el mismo carácter, pues su
origen está dado por las exigencias conceptuales del mecanicismo de las teorías
freudianas, en el sentido que separó las fuerzas, como entes autónomos, de la totalidad
de la conducta.
Toda conducta tiene un aspecto instrumental y otro normativo, que pueden sufrir todas
las alternativas propias de elementos de un proceso: disociación, predominio,
contradicción, etcétera. Todos los aspectos instrumentales de la conducta son los que
se incluyen en el concepto del yo: percepción, motilidad, memoria, etcétera, mientras
que los aspectos normativos de la conducta son los que se incluyen en el concepto del
superyó. Este último representa el conjunto integrado de valores de la personalidad.
Como en tantas otras oportunidades, Freud trabajó sobre fenómenos concretos, pero
en lugar de seguir ateniéndose rigurosamente a los mismos, con abstracciones que los
reflejen adecuadamente, transformó los fenómenos en entelequias y presentó el yo y el
superyó como partes integrantes de un aparato mental.
Al igual que en todos los capítulos de la psicología, aquí también se desarrolló la
polémica sobre si el yo y el superyó tienen un origen biológico o cultural, como si se
excluyeran o fuesen incompatibles. Centenares de experiencias, durante milenios,
posibilitaron el desarrollo filogenético de las estructuras biológicas que dan lugar al
CAPÍTULO XVIII CONDUCTA Y PERSONALIDAD
desarrollo psicológico del ser humano, pero las características particulares que tienen
los seres humanos en cada cultura dependen de la organización de la misma.
Sobre la organización biológica que da la estructura necesaria para su formación, se
construye gradualmente la personalidad del ser humano, incorporando en la relación
con otros seres humanos los instrumentos y las normas de conducta. Aun existiendo la
organización biológica necesaria, no hay desarrollo humano sin experiencia social, sin
relación interpersonal. Lo confirman los hallazgos de individuos que se han criado en
total aislamiento de los seres humanos, quienes no habían desarrollado el lenguaje ni
otras capacidades humanas.
Está fuera de duda la estrecha relación entre estructura de la personalidad y estructura
sociocultural, así como está fuera de duda la importancia de las primeras experiencias
de la infancia en la estructuración de los rasgos más estables y básicos de la
personalidad. (M. Mead, Kardiner, G. Mead, K. Horney, R. Benedict, Faris, etcétera.)
La personalidad se forma por incorporación de roles, y toda conducta es siempre, al
mismo tiempo, un rol social. Se estructuran unitariamente todas aquellas
identificaciones y conductas que tienen coherencia entre sí, pero como el contacto y la
relación de cada sujeto se hace siempre con pautas y normas sociales que son
contradictorias entre sí, la personalidad se integra también con formaciones opuestas.
Esta multiplicidad del yo, dentro de la unidad de la personalidad, es un hecho extraño
que ha chocado con todas las posiciones formalistas, pero que se impone como un
hecho incontrovertible. Y no solo coexisten núcleos del yo que son distintos en cuanto
antagónicos, sino distintos en cuanto al grado de desarrollo y madurez.
Las funciones del yo que enumera Hartmann son: las del sentido de realidad, control de
la motricidad, de la percepción, la acción y el pensamiento, la inhibición y postergación
de la descarga (respuesta), la anticipación al peligro, la función sintética y de
organización. Para M. Klein, la función principal del yo es el dominio de la ansiedad, que
se pone en marcha desde el comienzo de la vida. El yo representa el conjunto integrado
en grado variable de todas las capacidades instrumentales de la personalidad.
Tanto el yo como el superyó comienzan su formación desde las primeras experiencias
de la vida, y muy posiblemente estas experiencias ya comienzan a producirse en la vida
intrauterina. El yo es inicialmente corporal y lo sigue siendo en gran proporción durante
toda la vida, en el sentido de que son las experiencias corporales de todo tipo las que
forman el contingente más numeroso en la formación de todas las experiencias
corporales, es decir, una parte del yo. Y no hay conducta en la que no intervenga el
esquema corporal.
Cuanto más integrada o madura la personalidad, el yo se atiene más estrictamente a la
realidad, mientras que el yo infantil (del niño o del adulto inmaduro) funciona más con
la omnipotencia, la magia y el narcisismo. Es importante reconocer que partes más o
menos ampüas de este yo, inmaduro e infantil, subsisten en todos los seres humanos a
través de toda la vida, aunque en proporciones muy variables.
CAPÍTULO XVIII CONDUCTA Y PERSONALIDAD
particular del primero o viceversa, dado que en el aprendizaje por discernimiento hay
también un ensayo y error, un tanteo, pero que se realiza simbólicamente en el área de
la mente. Uno y otro están ligados genéticamente en el curso del desarrollo de las áreas
de conducta.
La complejidad, diversificación y amplitud de este capítulo es creciente en la psicología
moderna, y abarca no sólo a la psicología, sino también a toda la psicopatología, que
puede ser íntegramente desarrollada y estudiada en función del aprendizaje, ya que las
neurosis, psicosis, caractero-patías y perversiones son perturbaciones del aprendizaje;
y el proceso terapéutico mismo (psicoterapia) es también una nueva experiencia de
rectificación y aprendizaje. Las perspectivas de este enfoque son muy promisorias.
7. Personalidad y cultura:
Los estudios sobre personalidad han modificado su centro de gravedad, en el sentido de
que las determinantes sociales ocupan, en la actualidad, más el interés de la
investigación que las determinantes biológicas. Es posible que con el desarrollo del
conocimiento y la elaboración de nociones unitarias, psicología, biología y sociología
dejen, dentro de no mucho tiempo, de ser tres disciplinas científicas distintas para ser
una sola.
De todas maneras, los estudios sociológicos de la personalidad no invalidan de ninguna
manera los de carácter biológico, sino que los integran, y son especialmente los estudios
antropológicos los que han enfatizado, en primer Jugar, la importancia de la estructura
social en la formación y las características de la personalidad.
El medio en que se desarrolla el ser humano es un medio muy particular, porque en gran
proporción es creado por él mismo sobre elementos dados por la naturaleza. Todo
aquello creado por los hombres, en todo sentido, es lo que recibe el nombre de cultura.
Los estudios antropológicos y sociológicos no dejan lugar a dudas de la estrecha relación
entre cultura y personalidad. Sin embargo, se debe tener en cuenta que no todos los
elementos integrantes de la cultura tienen el mismo valor, en cuanto a su capacidad de
estructurar otros factores de la cultura, así como por el peso que tienen en la formación
de la personalidad. En segundo lugar, si bien los seres humanos crean la cultura, el
desarrollo de la misma adquiere cierta independencia con respecto a la voluntad de los
seres humanos, de tal manera que tiene sus propias leyes determinantes.
La transmisión de la cultura de generación a generación no es únicamente la transmisión
de una información, sino que, básicamente, la cultura se transmite en la formación de
la personalidad misma, tanto como en las organizaciones o medios materiales. Pero es
importante el hecho de que, dentro de cierta amplitud, las superestructuras culturales
tienen cierta independencia o un grado relativo de variación. En cuanto estudia la
formación de la personalidad, la psicología se ocupa fundamentalmente de estos
aspectos.
M. Mead estudió, por ejemplo, la formación de la personalidad por la educación, en
diferentes tipos de civilización, entre los primitivos. La educación es también elemento
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