Bolivia Gonzalo Beladrich
Bolivia Gonzalo Beladrich
Bolivia Gonzalo Beladrich
ISBN 978-987-05-4664-1
www.bolivia-lanovela.com.ar
Bolivia
Primera edición, Buenos Aires, 2008
128p.; 13,5 x 19,5 cm.
ISBN 978-987-05-4664-1
Las crónicas de viaje, como género literario, generan una pasión inusual
porque nunca se han estancado en la mera narración y descripción, ni
resistieron la tentación de mezclarse con el género autobiográfico, con el
diario íntimo y la reflexión existencialista. Tampoco le pusieron un muro a la
poesía o la crónica periodística porque, justamente, son relatos abiertos,
permeables, que van y vienen de un universo a otro. Desde conquistado-
res en expediciones a historiadores excelsos, pasando por antropólogos
curiosos y los coolhunters hambrientos de hoy en día, la minuciosa des-
cripción de los paisajes y situaciones vividas por un viajante, también es
una ventana hacia adentro, un espacio extranjero probablemente creado
para que se manifiesten emociones y reflexiones “interiores”. “Viajé para
encontrarme conmigo mismo” no es una frase que suene extraña. sorpresa, hice el mismo recorrido que el protagonista e incluso llegué a
pedir hospedarme en el mismo hotel de Potosí. Por momentos sentía
El asombro y el cuestionamiento de las costumbres ajenas que suele que lo espiaba, que lo seguía como un psicótico por esas callecitas lle-
experimentar quien juega a ser nómada, es un espejo de lo propio, de lo nas de perros que no ladran (¿será por la altura?), escribiendo mi propia
reconocible. El sentirse extraño en otra tierra no hace más que recordar novela. Me encantó descubrirme en su discman compartiendo espacio
de dónde se viene, las cosas pendientes por hacer, sin resolver. Son en la selección de los auriculares con artistas tan selectos. Cada tanto
crónicas emotivas, en constante exaltación frente a los estímulos, pero aparecían en su historia lugares que me resultaban aún más familiares
8 buscando, fundamentalmente, un aprendizaje que explique situaciones que las calles de Potosí. Por ejemplo, una noche, hace meses, terminé 9
ya vividas, que complete un álbum de figuritas. Los más ricos personajes durmiendo en esa casa de Yicos que describe tan bien, pero me fui a pri-
que aparecen en las crónicas de viaje probablemente sean los secunda- mera hora de la mañana, así que no llegué a conocerlos a todos. Fui un
rios, breves y fugaces, definidos en pocos trazos, que aparecen y sedu- fantasma que pasó por ahí sin ver mucho que digamos. Esa sensación
cen por su exotismo pero que tienen algo de familiar. de fantasma despistado la siento todo el tiempo en “Bolivia”, incluso los
pasajes de Montevideo, la ciudad donde vivo y donde me cuesta imagi-
Estar atento a todo. Movimiento, fluidez que genera adrenalina pero tam- narme una aventura turística, aunque las viva todo el tiempo.
bién paz… No saber qué hacer el día de mañana, a dónde ir, si zam-
bullirse en un lago o subir una montaña. ¿Qué será lo mejor? Confiar Hice un viaje turístico paseando por varias de esas ciudades, de los rin-
en el azar… Siempre seguir, cargando una mochila que solo guarde lo cones descriptos, pero, como soy tan despistado, no llegaba a ver lo
imprescindible. El personaje de “Bolivia” es extranjero. Tiene mirada y que Gonzalo contaba. Me fascinó su historia, su voz. Me dio mucha
razonamientos de extranjero desde el primer momento. Tiene un mapa envidia, porque no me detuve a observar lo mismo y, lógicamente, tam-
grande con muchos caminos y si bien tiene también algunos objetivos poco tuve esa mirada. Me dejé llevar por el frío y otras preocupaciones.
claros, las novedades que se le aparecen casualmente lo deslumbran. Estaba obsesionado con la presión que me subía y bajaba, me cansaba,
Por eso decir que “Bolivia” mezcla y combina diferentes géneros es erró- me agobiaba, me colgaba a mirar cosas más intrascendentes. Todo se
neo, porque es una crónica de viaje de alguien que carga una mochila me escapó. Lo mismo siento al leer las reseñas de las películas que co-
que cada vez se vuelve más grande. Se guardan souvenirs, textos al menta, los discos que escucha, cosas que vi y escuché pero que no les
margen, trabajos, canciones… di bola en su momento. Me dan ganas de ver de nuevo esas películas,
caminar de nuevo por esos caminos de Bolivia. Reinventarme ese viaje,
En mi caso, “Bolivia” se convirtió en una guía de viajero, pero una guía ese mapa y protagonizar de una vez por todas mi propia novela.
mágica. Lo leí en Bolivia, precisamente, administrando los capítulos con
cuenta gotas para que la historia no se me terminara tan rápido. Para mi Montevideo, Uruguay - Julio 2008
Compramos más cerveza y seguimos hasta el mar.
Él me dijo: todas las carreteras llevan a un sitio mejor.
Y yo me lo creí.
Ray Loriga, Héroes
BOLIVIA
18 Lo que sucedió después es importante, aunque pasó tan rápido Nunca entendí esa fascinación por los que viajamos solos. Es 19
como comprar el pan o hacerse una paja. Mis viejos no tenían cuestión de hacer el comentario para que todos –amigos, pa-
nada: sólo la casa en Parque Patricios y una mísera cuenta rientes, conocidos— frunzan el ceño con expresión de “éste se
bancaria. La sucesión fue muy rápida. Con Julia decidimos volvió loco”. A decir verdad, nadie viaja solo. Nadie viaja real-
vender la casa para comprarnos cada uno su propio departa- mente solo. En los diferentes destinos uno se cruza, quiera o no,
mento. Separarnos en los momentos difíciles fue una constante con muchas personas que forman parte de la travesía. Rela-
en nuestra familia y esta no iba a ser la excepción. A los dos nos ciones espontáneas, casuales, que casi nunca perduran en la
alcanzó con lo justo para un monoambiente. Ella se quedó en vuelta a la rutina, y cuando lo hacen se pierden en la intras-
el barrio, yo me vine al centro, Alsina y Virrey Cevallos. Sin las cendencia.
exigencias de pagar un alquiler mensual busqué un trabajo La primera vez que viajé solo tenia 18 años. Había ahorrado
de medio tiempo que me dejara vivir sin lujos pero sin apuros. la plata que me pasaban mis viejos para ir un fin de semana
Así llegué a la librería en la que, mapa en mano, planifico un a Colonia. Pensaba quedarme a dormir en el hotel en que me
viaje demasiado postergado. alojé y volver al otro día, pero terminé conociendo Montevideo.
Las máquinas tragamonedas multiplicaron mis cinco panes y
dos pescados. Entonces los dos días iniciales se transformaron
en cuatro, y de la antigua ciudad pasé a la metrópolis. El alo-
jamiento fue más austero; tuve que sustituir las caminatas por
colectivos, ya que del barrio portuario al Parque Rodó hay una
distancia igual a dos o tres veces Colonia.
Mi recuerdo de Montevideo es el de una ciudad gris. Por
eso cuando años más tarde vi 25 watts me sentí tan reconforta-
do: habían captado la misma desidia y melancolía que en mi
primera excursión fuera de Argentina. PORTAZO
A ese viaje le siguieron infinidad de escapadas de fin de
semana a la costa. Mar del Plata, San Clemente, Mar del Tuyú,
Monte Hermoso... Al principio solo, después con Fer. Siempre con
una mochila de mano cargada con lo indispensable: discman,
cámara de fotos, algún libro y un cuaderno.
A veces no avisaba en casa y me veían llegar el domingo
20 a la noche. —No me podés hacer esto justo ahora. 21
—Hola —¿Hacerte qué? Yo no te estoy haciendo nada, Esteban. Te avi-
—Hola. Hay algo de comida en la heladera, calentá lo que so que renuncio, con el tiempo suficiente como para que pue-
quieras. das tomar a otro empleado.
Los gritos de gol que salían de la tele eran tan fuertes como —Pero me cagás... Justo antes de navidad que es cuando más
los festejos de mi viejo cada vez que ganaba Racing. No me vendemos.
gusta el fútbol. Sólo sigo el ritual de juntarme con mis amigos —Ya te dije que me voy en año nuevo. Tendrías que agrade-
cuando hay un mundial. Trato de entender por qué a veces la cerme que no te dejo en banda en las fiestas. El último día que
pelota va por el piso y otras por el aire, pero es evidente que el trabaje acá va a ser el 30, el 31 nunca abrís y el 1º es feriado.
tema me excede. Festejo los goles, tomo cerveza y pienso qué Te lo estoy diciendo con anticipación, todavía ni mandé el te-
pasará cuando no haya más mundiales. legrama.
El viaje al norte va a ser el primero de varias semanas. Es —O sea que podés cambiar de opinión.
una necesidad. Necesito mis tiempos, quiero estar en cada lu- —No seas boludo, Esteban, ya no tengo 18 años. Además si que-
gar lo que considere que vale la pena, quiero escuchar mi mú- rés que me quede pagame un sueldo como la gente.
sica, escribir cuando venga el impulso, leer en silencio, estar ca- —Ah, entonces viene por ahí la mano... todo se arregla aumen-
llado el tiempo que se me antoje, cambiar de itinerario cuantas tándote el sueldo
veces quiera sin tener que consultarlo. Y, sobre todas las cosas, —Ya te dije que me voy. Tengo un pasaje para viajar al norte
quiero perderme. después de fin de año.
—Mirá que sos jodido eh... ¿Tan incómodo estas acá? Venís sólo
seis horas, no te tenés que levantar temprano... ¡es el trabajo
ideal!
Me mordí los labios para no mandarlo a la mierda. El por-
tazo que pegué cuando me metí al depósito dejó todo claro. PRIMER PLANO
Esteban es de esas personas que se vuelven insoportables
entre otras cosas por repetirlo todo. Creo que lo hace por inse-
guro más que por distraído. En el tiempo que llevo trabajando
en la librería escuché al menos tres veces la misma historia:
resulta que nació un día de la independencia a fines de los ´40.
Ese año a Perón se le ocurrió que estaba gestando una nueva
22 Argentina, por lo que se postuló para apadrinar a todos aque- Estoy sentado en el pasto. Es día de semana, a la tarde, víspera 23
llos que nacieran en esa fecha. Los que quisieran iban a poder de feriado. Los subtes no funcionan. El ruido de autos y colecti-
sacarse una foto con su padrino “el General”. Esteban es pero- vos queda tapado por las ruedas de los skates que bordean el
nista, pero sus padres militaron toda la vida en el socialismo. monumento a Artigas. Me pongo el discman y las canciones de
El sueño de una foto con Perón murió antes de nacer. Esteban Get behind me Satan de The Withe Stripes son una buena ban-
siempre lamentó la decisión de sus padres, aunque parece que da de sonido. Estoy quieto; la escena se llena de estímulos. En
quedó a mano con ellos: “Hasta el día de hoy me piden nietos. primer plano, los skaters haciendo piruetas sin remeras y con
Imaginate que después de dos matrimonios ya no les voy a dar los pantalones cada vez más bajos. Atrás, un partido de fútbol
el gusto”. interrumpido por la necesidad de tomar agua. Al fondo, cru-
Podría... a fin de cuentas la estupidez no es hereditaria. zando Figueroa Alcorta y el viejo edificio de canal 7, un avión
se prepara para aterrizar. Me pregunto de dónde vendrá; qui-
zás de San Luis, o de Rawson, dos ciudades que no conozco. De-
cido ser testigo. Sólo mirar. Tras un largo rato siento el calor del
sol en la cara. Un alarido me desconcentra. Cuatro colegialas
se sientan al lado del monumento para ver a los skaters. Apago
el discman. Interrumpo la proyección.
—¡Babosas! —es lo último que escucho antes de perderme entre
los árboles.
SABOR chica del correo, que parece disfrutar su empleo tanto como yo
el mío. Me llevo una copia ilegible y la pongo en el corcho de
mi casa, entre una foto de Julia y la letra de una canción de
Juana Molina.
Los libros son tanto o más importantes que los discos. Decido
llevar tres. Bullet Park, de John Cheever, Hospital de ranas, de
Lorrie Moore, y Las películas de mi vida, de Alberto Fuguet. El de
Fuguet va a ser el que lea primero.
En ocho horas sale el micro.
Desconecto el teléfono y me acuesto pensando en la mú-
sica y las letras. Pienso en quedarme despierto y viajar sin
dormir. Antes de cada viaje pienso lo mismo. Nunca lo hago.
Prendo la tele. El noticiero muestra estadísticas que dicen que
disminuyeron los quemados por pirotecnia pero aumentaron
CINEASTAS cando coca. ¿Con quién vas?
Me hincha las pelotas tener que mantener un diálogo flui-
do con alguien a quien no veo hace años y que ni siquiera sé si
recuerda mi nombre. Igual le contesto.
—Solo.
—¿Solo? Vos estás loco... ¿No salís más con Lucrecia?
—Hace cuatro años que no la veo. Bajo acá Miguel, me alegro
36 Me pongo la mochila y la ajusto a mi cuerpo. También sobre los de verte. 37
hombros llevo la de mano, hacia adelante, como una segunda Bajo del subte de mal humor. Odio tener que pasar por en-
panza. Apenas paso por el pasillo. Miro hacia atrás: la persiana cuentros como este. Miguel me hizo acordar a mi adolescencia.
baja, las luces apagadas, sólo escucho el motor de la heladera Casualidad o no, mis dos ex novias tienen nombre de ci-
casi vacía. Siento que dejo mi casa para no volver nunca, como neastas, Lucrecia y Albertina. Con ninguna de las dos terminé
el último día en Parque Patricios cuando me tocó revisar las mal. Lucrecia me pedía que le contara más cosas de mí, decía
piezas antes de cerrar con llave. Esta vez no lloro. que si ella no hablaba yo podía batir el récord mundial de es-
Me meto al subte en la estación Sáenz Peña. Arriba veo a tar callado. La última vez que la vi me dijo que estaba saliendo
Miguel, un compañero del secundario al que no me cruzo des- con una chica. Y que la comunicación era la base de cualquier
de la fiesta de egresados. Está igual que ese día, aunque teñido relación. Albertina era una de las mejores amigas de Julia, le
de un color que creo es caoba. Cuando paso por estas situacio- llevaba siete años. Me gustaba estar con ella porque no rom-
nes estoy convencido de que yo los reconozco pero ellos no se pía las bolas con planteos de pendeja y porque detestaba usar
acuerdan de mí, como si yo cambiara y ellos se quedaran en el teléfono. Nunca supe por qué terminamos. Creo que no hay
unas previas eternas. Por supuesto, me hago el boludo. una razón. Discutimos en una de las pocas charlas telefónicas
—¡No te puedo creer!... ¿cuánto tiempo pasó, hermano? y no volvimos a hablar. Ni a vernos. A ninguna de las dos las
—¿Miguel? extraño. Dudo que ellas se acuerden de mí. A veces pienso que
Pongo cara de sorprendido, llevo mi cabeza hacia un hom- estuve de novio porque es una etapa más de la vida: no apren-
bro y arrugo la frente, como si estuviera tratando de hacer me- dí nada de mis relaciones ni me interesé en las personas con
moria. las que salí.
—Sí chabón... ¿qué hacés? ¿Te vas de vacaciones? Llego a la recova y veo al coro de vendedores más armóni-
—Sí, ¿se nota? Me estoy yendo al norte y después a Bolivia. co. Busco al mío y no lo encuentro. Me dicen que está enfrente,
—Uh, me dijeron que está buenísimo, te la vas a pasar masti- sobre Rivadavia, subiendo las cosas al micro. Me apuro.
—Por fin nene, me quedaba un solo asiento. QUEJIDOS
—Bueno, es mío, para eso lo saqué un mes antes.
—Tomá, asiento 1, viajás atrás del chofer. ¿Tenés algo para
guardar abajo?
—Sí, la mochila grande.
—Dos pesos.
No sé qué me molesta más, que me cobren para llevar
38 equipaje, o que me digan nene. Pago los dos pesos y subo al Todavía es de día. La única escala prevista para cenar es un 39
micro. Me gusta viajar atrás del chofer. Puedo ver la ruta, a los parador en Rafaela donde todos los negocios se llaman igual.
costados, y encima el asiento de al lado va vacío. Pongo músi- En la panadería compro unos sanguches de jamón y queso
ca: Suárez bendice la partida. para aguantar hasta la mañana. Sin salir del local cruzo una
cortina y aparezco en el kiosco. Compro unas galletitas y una
Voy a ir y venir botella de agua con gas. Me siento al lado del micro a comer
Voy a pasarla bien los sanguches. Escucho un ruido raro que sale del depósito, un
Pidiendo todo lo que quiero quejido, cada vez más fuerte. Uno de los pasajeros me dice que
Viviendo todo lo que quiero no me asuste, que están llevando a su perro dentro de una jau-
la, entre los bolsos. No me asusto, pero dejo de comer los sangu-
ches y los guardo en mi mochila. Sigo escuchando los quejidos,
y ahora los asocio con los de un perro. Subo al micro y espero
que vuelva a arrancar.
Y que llegue a San Salvador lo más rápido posible.
ÉXODO MAPAS
40 Son muchas horas sin saber dónde estoy. Desde el parador en Antes de recorrer Bolivia decido conocer la puna jujeña. Este- 41
Rafaela hasta el amanecer de Güemes, cruzando provincias a ban, que no viajó ni a la esquina pero sabe mucho de geogra-
oscuras, andando rutas hechas mierda. Por fin llego a Jujuy. La fía, me recomendó Purmamarca y Humahuaca. Pido algunos
terminal de micros queda sobre la avenida Éxodo. Esteban me mapas en la oficina de información para turistas que tiene la
contó la hazaña jujeña de 1813. Belgrano vio que los españoles terminal. Me atiende un señor de bigotes que está masticando
avanzaban buscando recuperar las tierras independizadas. una medialuna mojada en café con leche a la una de la tarde.
No iba a poder hacerles frente en Jujuy, debía reorganizarse y —¿Qué andás buscando?
sumar gente. Entonces hizo retroceder a su tropa —y a quienes —Mapas. Y alguna referencia de lugares para recorrer.
vivían en Jujuy— hasta Tucumán; la orden era abandonar las —Bueno, sentate. Este es el mapa de la provincia, que está divi-
casas y quemarlas, no dejar nada de utilidad para el enemigo. dida en cuatro regiones. San Salvador se encuentra en la parte
Así lo hicieron. Los españoles recién encontraron resistencia en de valles...
Tucumán. Y para los de Belgrano fue victoria. —Sí, me imaginaba por la cantidad de árboles, y por la hume-
Trato de imaginarme aquel 23 de agosto hace dos siglos. dad que hay. Así que no me voy a quedar acá, ni voy a recorrer
Me doy cuenta que estoy en una ciudad de héroes. los valles. Quiero ver la puna.
Yo empiezo mi propio éxodo. Algo voy a buscar. Y como —Claro, como hace la mayoría...
siempre, algo dejo atrás. No cabe duda que este hombre nació en la capital de Ju-
juy. Me pregunto si en serio cree que un mochilero va a quedar-
se en esta ciudad teniendo tantas otras opciones.
—Me recomendaron Purmamarca y Humahuaca. ¿Hay otro lu-
gar interesante camino a La Quiaca?
—Sí. Podés ir a Tilcara, donde está el Pucará, y desde Humahua-
ca a Iruya, un pueblito muy lindo que quedá cruzando el límite
con Salta. HABITACIÓN COMPARTIDA
—¿Qué es el Pucará?
—Es un circuito donde ves la historia arqueológica de la región
y la imagen de la Virgen del Pucará de Tilcara.
—Mirá vos. Y ese circuito es gratuito...
—Era, hasta no hace mucho. Pero para poder mantenerlo en óp-
timas condiciones se cobra un valor simbólico.
42 —¿Me puedo quedar con el mapa? El paisaje se vuelve árido de golpe. Todavía lo veo como des- 43
—Sí, claro. de una pecera. Dejo por fin la ruta 9 y tomo la 52 para llegar a
Descarto el Pucará. Me acerco a las ventanillas y pregunto Purmamarca, un pueblo que está a 65 kilómetros de San Sal-
precios. Me dijeron que en Bolivia se puede regatear todo; yo vador. Es increíble que en tan corta distancia la vista haya
empiezo por Argentina. Después de siete negativas al hilo ten- cambiado tanto.
go un pasaje a Purmamarca para dentro de unas horas. Com- Consigo alojamiento por muy poca plata en una habita-
pro una revista de sudoku para hacer tiempo. ción compartida. Colchón al piso sin frazada, en un quincho
devenido hostel. Veo a dos chicas juntas y un flaco que está solo
leyendo. Las chicas me saludan. Empieza un diálogo trillado.
—¿De dónde sos?
—De Buenos Aires, ¿ustedes?
—De Monte Grande, cerca de Capital
—Sí, conozco, un lugar con muchos árboles ¿no?
Una tiene rastas negras y ojos verdes, se llama Patricia. La
otra es gordita y cuando se ríe se le achinan los ojos. Le dicen
Luli.
—¿De donde venís?
—De San Salvador, acabo de empezar el viaje.
—Nosotras venimos bajando desde Bolivia y queremos ir a Chi-
le.
—¿A Chile desde acá?
—Sí. Supuestamente pasa un micro por la ruta 52 que cruza a
Chile y te lleva a una ciudad que se llama Antofagasta, ¿cono- PREMIO
cés?.
¡El Hollywood de Sudamérica! Como me pasa con la mayo-
ría de los lugares, conozco Antofagasta por el cine. Un docu-
mental que vi en algún festival contaba el proyecto de armar
una movida cinematográfica en esa ciudad allá por 1920. La
aparición del cine sonoro en EE.UU. apenas unos años después
44 arrasó con todo. Aunque valió la aventura. En mi primer sueño de viaje conduzco un programa de entre- 45
—No, no conozco. tenimientos y le entrego a una participante un set de cubiertos.
—Nadie tiene muy claro cómo sacar los pasajes o en dónde. Entre lágrimas me agradece y dedica el premio “a todos los que
Nos dijeron que en un hotel que está a tres kilómetros del pue- me conocen”.
blo se pueden comprar y que el micro para ahí mismo. A lo
mejor vamos hoy.
—Bueno, suerte entonces. Yo me voy a caminar.
En el pueblo las chicas están vestidas como si fueran a bai-
lar. Todos desfilan con celulares y cámaras digitales, se quejan
de la desorganización de los micros, y toman yogur descrema-
do debajo de los árboles.
Vuelvo a la habitación. El colchón me ayuda a romper la-
zos con tantas postales porteñas. Solo, empiezo a leer Las pelí-
culas de mi vida.
NACIDO Y CRIADO —Soy economista. Me llamo Cristian.
Me doy cuenta que tengo que revisar mis prejuicios. Cris-
tian parece cualquier cosa menos un economista. Tiene el cuer-
po de un atleta y se mueve entre los cerros como si fuera nacido
y criado. Termino de armar el porro y se lo ofrezco.
—Desde acá puedo ver dónde estoy parando.
—Sí, yo también. Aquella es mi carpa —, dice, señalando un
46 Purmamarca es tan lindo como para empezar el viaje tranqui- punto en el pueblo que podría ser cualquiera. Fumamos en si- 47
lo. Cruzo la ruta para escalar un cerro. En la base veo una ra- lencio. Sólo se escucha el ruido de unos camiones que pasan
nura con un cartel que dice “VER EL PAISAJE: 50 CENTAVOS”, por la ruta.
y un poco más abajo “NO SE BURLE: ESTÁ PROHIBIDO PONER —¿Bajamos? Tengo hambre.
PIEDRAS EN EL BUZÓN”. La subida no es empinada; casi sin es- —Dale, vamos a comer.
fuerzo camino por la cumbre en busca de un lugar para sentar- Mientras bajamos del cerro veo subir a Patricia, sin Luli.
me. Cuando me doy vuelta veo a un flaco más grande que yo —¿Ya te vas?
caminando en cuero. Es morocho, está en bermudas, y lleva la —Sí, vamos a comer algo enfrente del hostel. Después nos vemos
remera atada a la cabeza para zafar de los rayos del sol. Sigo abajo.
unos metros más y me siento de frente al pueblo para ver el —Listo, cualquier cosa paso.
espectáculo. Empiezo a armar un porro. Patricia y Cristian se saludan y cruzan dos palabras. Yo
—¿Qué calor no?—, se presenta. sigo bajando. Busco algo de sombra para esperarlo en la base
—Sí, tremendo... es el tema de salir al mediodía del cerro. Llega, se pone la remera y me hace un gesto con la
—Tengo agua, ¿querés? cabeza para que lo siga.
—Gracias. ¿De dónde?
—De Burzaco, ¿vos?
—Capital
—¿De dónde venís?
—Estoy empezando el viaje. Voy para el norte, a Bolivia. ¿Vos?
—Me voy a quedar en Purmamarca una semana. Después vuel-
vo para allá, no tengo más vacaciones en el laburo.
—¿Qué hacés?
TORMENTA tradores de empresas que por lo general trabajan con núme-
ros. Nosotros nos dedicamos a investigar y hacer teoría.
—Ah, mirá vos. ¿Y dónde laburás?
—Tengo una beca del CONICET. Estoy trabajando con un equi-
po de economistas en Lomas de Zamora.
Nos traen la cerveza, Norte. Brindamos sin decir motivos.
Tomo casi sin respirar. Me doy cuenta que necesitaba algo fres-
48 Empiezo a sentir los efectos del sol del mediodía. No es tanto el co. 49
calor, pero encandila. Entramos en una casa de comidas que —A mí el tema que me apasiona es el comercio con otros paí-
tiene las mesas vacías y el televisor prendido. Están pasando ses. La investigación es sobre relaciones comerciales con paí-
un noticiero. Parece que en Buenos Aires hubo una tormenta ses asiáticos.
que inundó Belgrano y La Boca. Cristian empieza a hablar. Habla, pregunta y se responde
—Hola chicos, ¿qué van a comer? solo. Me dice que la solución para la crisis argentina está en el
—¿Qué hay? comercio con China, pero que para eso tiene que haber reglas
—Los platos del día son fideos con estofado de pollo, o milanesa claras. No me dice cuáles son esas reglas. Deja de hablar un
con ensalada rusa. momento cuando traen los platos. Después sigue.
—Yo quiero milanesa —Además hay que mantener buenas relaciones con Bolivia y
—Yo los fideos Venezuela porque tenemos un serio problema energético, y eso
—¿Toman algo? es algo de lo que casi nadie habla. Lo que pasa es que en este
Nos miramos. país nadie piensa a largo plazo, todo es hoy, ahora, ya.
—Cerveza. Yo lo miro pero no lo escucho. Veo cómo los ojos marrones
—Ya les traigo. le empiezan a brillar por la cerveza, como un piso de madera
Parece que la inundación también afecto Villa Crespo, Pa- recién plastificado. Él sigue hablando.
lermo, Barracas y San Telmo. Un funcionario del gobierno por- —¿Pedimos otra? —, lo interrumpo.
teño trata de dar explicaciones. En el discurso agrega que el —Sí, dale
responsable del área decidió interrumpir sus vacaciones para Después de pagar nos levantamos y nos damos cuenta
ocuparse del tema. de que las cervezas fueron varias. Le digo si quiere tirarse un
—Che, ¿qué es lo que hace un economista? rato en el hostel y me dice que sí. Cuando llegamos veo a Pa-
—Básicamente teoriza. No es como los contadores o los adminis- tricia y Luli acostadas. Cristian se vuelve a sacar la remera y
se acuesta al borde del colchón, dejándome más de la mitad SISMOS Y
libre. Yo también me saco la remera. No tardo mucho en que-
darme dormido.
SUPERPRODUCCIONES
54 Otra vez arriba de un micro. El viaje es corto, menos de 50 ki- Tilcara está repleto. Me lo confirman en información al turista, 55
lómetros separan Purmamarca de Tilcara. De nuevo la ruta 9. aunque basta con ver la terminal de micros. Me dicen que pasa
Luli y Patricia se quedaron con sus mochilas haciendo dedo al siempre en vísperas de fin de semana. Ahí caigo que es viernes,
costado de la 52. Llegaron hasta el norte para cruzar a Antofa- dato inútil cuando se está de viaje sin fecha de regreso.
gasta; quieren conocer el desierto junto al mar. Ojalá tengan Consigo alojamiento en las afueras, en la casa de una fa-
suerte. Cristian se quedó en Purmamarca, supongo. milia de evangelistas dispuestos a enseñar la palabra de Dios
Yo sigo viaje, mi viaje, y me acerco cada vez más a la fron- a toda hora y en todo lugar. Para colmo soy el único huésped,
tera. foco fácil de preguntas, comentarios y recomendaciones que
nunca pido. Después de varios minutos de prédica logro que-
darme solo en una habitación con seis cuchetas. Hago oídos
sordos al pedido de dejar la puerta sin llave. El miedo a una
aparición celestial en plena siesta es más fuerte. “Dios es amor”
dice un cartel al que ignoro por el cansancio.
El pueblo está envuelto en un aura denso, negativo. Las ca-
lles están llenas de adolescentes tomando fernet con coca. En
la plaza principal sólo cabe un alfiler. A lo sumo dos. Pensar
que creía que iba a estar solo... Pregunto en un negocio si hay
algún cine o centro cultural que proyecte películas. Me dicen
que no, que creen que en Humahuaca funciona uno durante
el verano. Decido volver al templo encubierto en el que me
hospedo. Unas cuadras antes de llegar empieza a llover. No es
como la mayoría de las lluvias que empieza con una garúa y
después se hace más fuerte. En segundos las calles de tierra CUCLILLAS
se convierten en barro. La gente corre a ningún lugar. Algunos
gritan. Llego a mi pieza empapado. Me saco la ropa, cierro con
llave y me acuesto. No pongo música, quiero escuchar las go-
tas cayendo sobre el techo.
EL EXILIO
¿Es la soledad un revólver ardiente? Joaquín se va herido por el amor
que pudo haber sido, y Roma deja sin música una vida que ya no valía
la pena. España se vuelve el foco de oportunidades para un proyecto
de escritor que consigue publicar su primera novela en tierras foráneas.
PERLAS Salimos del bar. Estoy cansado. Me despido de Cristian con
un abrazo, por la mañana no va a estar más en el pueblo. Me
pasa su dirección de mail. Llego a mi habitación y veo ocupa-
das tres de las cuatro camas. Me acuesto y me quedo dormido
leyendo.
Cuando abro los ojos ya es de día. Un gato gris está dur-
miendo al costado de mi cama. Son las once de la mañana.
68 A la salida del cine me encuentro con Cristian. Camino al bar 69
frena en un kiosco de diarios y pide una revista porno cualquie-
ra. Me sorprendo, pero no digo nada. Nos sentamos en la calle
y la empezamos a ver. En la tapa hay una rubia en tetas con
un collar de perlas en la boca, acostada al lado de una pileta.
Las modelos y las fotos son parecidas a las de cualquier otra
revista porno. Lo que me llama la atención son las supuestas
declaraciones que ellas hacen. Una dice que su película favo-
rita es Nueve semanas y media porque le gusta que “las cosas
siempre queden claras”. A otra le preguntan qué le gusta po-
nerse en verano y dice “nada... bueno, quizás un lindo collar”.
Y una tercera dice que comería, trabajaría y haría el amor al
costado de una pileta.
El contraste entre la película y la revista es demasiado
grande. Le digo a Cristian de ir al bar, tengo hambre. Guarda
la revista en su mochila y seguimos caminando. Llegamos, pe-
dimos una picada y una cerveza. Le pregunto por Luli y Patri-
cia. Me dice que las acompañó a la ruta a hacer dedo y se
quedó unas horas con ellas, después se volvió a Purmamarca.
A la noche fue a ver si seguían ahí y ya no estaban, por lo que
cree que consiguieron alguien que las levantara. A esta altura
deben estar recorriendo Chile, pienso.
CASILLA YAVI
70 Le mando la reseña a Jorge por mail. Aprovecho para che- Llego a La Quiaca, extremo norte del país. Unos gendarmes y 71
quear la casilla. Tengo mail de Fer. unas oficinas me separan de Bolivia. Por primera vez me siento
Me dice que en Buenos Aires las cosas no van bien. Cada lejos de casa. Busco el mapa que me dieron en San Salvador y
vez les cuesta más conseguir lugares donde tocar. Los sóta- veo que el pueblo está dentro del departamento de Yavi. Pre-
nos están clausurados, los pubs habilitados cobran fortunas, y gunto qué es Yavi y me dicen que es un lugar que está a unos
cuando logran hacer una fecha tienen que tocar frente a un pocos kilómetros para el este. Lo ubico en el mapa. Se llega en
público sentado. Lo peor de todo, dice, es que no se va a solu- remis o a dedo. Me acerco a un tipo que está cargando cajas
cionar pronto. Los únicos lugares que se consiguen son para en una pick up y le pregunto si va para allá. Me dice que sí, y
trescientas o cuatrocientas personas, imposibles de pagar, ni que por dos pesos me lleva.
siquiera tocando con más bandas. Para colmo con la inunda- De todos los lugares que conozco, Yavi es uno de los más
ción del otro día se le mojaron unos equipos. lindos. Tiene una calle principal de tierra con casas bajas de
Ver un recital de Yicos sentado es como comer una ensala- adobe, y en los alrededores hay siembra. Me llama la atención
da de frutas sin bananas. por la altura en la que estamos y porque la zona es muy seca.
Le cuento que en Jujuy no pasa mucho y que estoy ansioso Me meto en una casa de comidas donde también hay alo-
por cruzar a Bolivia. También que en la revista va a salir una jamiento. Después de arreglar con Sandra, la dueña, dejo mis
nota sobre la banda y que en Humuahuaca me encontré con cosas y pido el plato del día. Me trae choclos, habas y queso
el puesto de sanguches Faty. de cabra, acompañado de pan y aceite, todo en una cazuela
Le digo que lo extraño. de barro.
Seguro que a la vuelta vamos a tener mucho para contar- —¿De dónde venís? —, me pregunta.
nos. —Ahora de La Quiaca, pero soy de Buenos Aires. ¿Vos vivís
acá?
—Sí, soy de Monserrat en realidad, pero hace un año estoy en
Yavi. hostel y Sandra me presenta a su marido y sus suegros. Él es
—Yo también vivo en Monserrat, ¿vos en dónde? muy alto, seguro que pasa el metro noventa. Nos quedamos
—Santiago del Estero y Venezuela, ¿vos? charlando y tomando vino hasta tarde. Les digo que me quiero
—Alsina y Virrey Cevallos acostar y que la seguimos mañana.
—Ah, re cerca, somos vecinos
—Monserrat no es muy grande. ¿Cómo llegaste acá?
—Me harté de la ciudad y vine a tener a mi hija.
72 Me señala la mesa de al lado; tiene encima un moisés con 73
una beba durmiendo. Está destapada, con un enterito celeste
y medias blancas.
—¿En Capital que hacías?
—Estudiaba sociología, por ahora dejé. Supongo que más ade-
lante voy a volver. El pueblo es muy lindo, pero no creo que me
quede acá para siempre. ¿Vos qué hacés?
—Escribo para una revista. Antes trabajaba en una librería.
—Qué bueno. Yo trabajaba en una también, así me pagaba los
apuntes de la facultad. Además tenía descuento para comprar
libros, eso estaba bueno.
—Sí, yo lo tenía. Y los que no podía comprar los afanaba.
—¡Igual que yo! —, dice, y se ríe. Sandra tiene una risa grave,
como si le saliera directamente desde el estómago. Está rapa-
da y tiene unas trenzas finitas en la nuca.
—¿Y estás sola?
—No, con mi marido. Nos casamos allá antes de venirnos, yo ya
estaba embarazada. Los padres de él son los dueños de esta
casa. Ahora se fueron a Villazón a comprar cosas.
Termino mi plato disfrutando cada bocado. Yavi tiene un
museo, una iglesia muy antigua, y una biblioteca. Me quedo
ojeando libros viejos hasta que empieza a oscurecer. Vuelvo al
SEGUIR CAMINANDO una YPF, y hago la fila para salir del país de manera “oficial”.
Antes de llegar a la ventanilla miro para atrás. Por un mo-
mento todo me parece desconocido.
94 Cuando abro los ojos veo a Errico comiendo unos alfajores. No —¿Esa cicatriz es apendicitis? 95
sé si ya los tenía o los fue a comprar a la ciudad. Lo saludo. Me —Me sacaron el apéndice, pero no tuve apendicitis.
da dos de sus alfajores y empieza a hablarme de sus proyectos —No entiendo.
para este año. Yo le cuento algunas ideas mías para cuando —Es una historia medio larga.
vuelva a Buenos Aires. Después de un rato de charla nos que- —Si es por vos todas tus historias son medio largas, Errico
damos callados. Lo miro fijo a sus ojos azules. Él hace lo mismo —Bueno, ¿te cuento o no?
y por unos segundos nos sostenemos las miradas. Errico corre la —Dale
vista y siento que gano una especie de batalla. Enseguida saco —Cuando tenía veintitrés años me dieron ganas de conocer la
un tema cualquiera para profundizar mi sensación de triunfo, Antártida. Un delirio de esos que cada tanto me agarran. Es-
aunque no sé si él acusa recibo. Seguimos hablando. Le digo taba terminando el Magisterio y me iba a tomar unos meses
que me gustaría conocer el salar de Uyuni, a lo que él me dice libres para ir allá. Los barcos que llevan y traen a los turistas a
que ya fue una vez y que por ahora no tiene pensado volver. la Antártida lo hacen en verano.
Se va a La Paz a buscar otras caras de esa ciudad que ya vio —¿Y el apéndice que tiene que ver en todo esto?
varias veces. Agnes y Eric se despiertan y vienen de la mano a —¡Pará un poco, vo! Si es por vos todas tus historias son cortas.
desayunar. Preguntan por el chapuzón nocturno. Ni Errico ni yo —Está bien, no te enojés
respondemos. —Cuando empecé a averiguar los detalles para ir, una de las
cosas que me dijeron es que te tienen que extirpar el apéndi-
ce, es una condición para ir allá, porque está el riesgo de que
reviente.
—Ah, mirá vos, no sabía eso. O sea que te lo operaste sin nece-
sidad.
—¿Cómo “sin necesidad”? Mi necesidad era ir a la Antártida.
De hecho fui a Argentina a hacer los trámites porque el barco anestesia. Uno de los médicos me dio agua para que hiciera
salía desde Ushuaia. Y la cirugía la tuve en Buenos Aires. buches y la escupiera. Después me quedé dos días más en el
—¿Dónde? hospital hasta el alta.
—En el Hospital de Clínicas, el que depende de la universidad, —¿Tu familia?
¿lo ubicás? —En Montevideo, no tenían plata para irse todos a Buenos Ai-
—Sí, vivo más o menos cerca. res. El segundo día después de la operación me dijeron que te-
—Bueno, ahí. El tema es que cuando fui era un caos porque es- nía que tratar de caminar despacio por la sala. Ahí aproveché
96 taban de huelga los enfermeros, y sólo atendían emergencias. para ir hasta el teléfono público del pasillo y llamé a mi mamá 97
La mía era una cirugía programada desde hacía tres meses para decirle que había salido todo bien. Ella se asustó porque
y querían darme un turno para tres meses más adelante. Te mientras le hablaba por teléfono había una asamblea en el
imaginás el lío que armé. Tanto que me hicieron pasar por la patio del hospital y se escuchaban gritos desde los altavoces,
Guardia y me terminaron operando al día siguiente de haber bombos y explosiones. Le expliqué la situación y recién ahí se
ingresado. quedó más tranquila.
—Dicen que es una boludez la operación. —Yo nunca fui al Clínicas, pasé por la puerta miles de veces
—Sí, eso dicen. Pero tenés que pasar por la anestesia. pero nunca me tocó entrar.
—¿General? —Lo más gracioso de la historia es que al final no fui a la An-
—Claro. Yo pedí la peridural, que te duerme de la cintura para tártida.
abajo, pero me explicaron que era mejor con anestesia gene- —Me estás jodiendo.
ral. Fue cómico porque el enfermero me dijo que iba a sentir —No, de verdad. Tenía la plata ahorrada para el pasaje en un
una sensación “rara pero muy linda”, me hizo respirar por una velero a mediados de diciembre, para volver a mediados de
máscara como si me estuvieran haciendo nebulizaciones, y me enero. La propuesta era increíble: mil kilómetros desde el puer-
pidió que empezara a contar. Yo le hice caso y empecé: uno, to de Ushuaia, tres días de viaje donde científicos y naturalistas
dos, tres, cuatro, y ahí nomás caí muerto. Cuando me desperté te daban charlas, y allá recorrías todo: la Isla Elefante, la 25
era de noche, estaba solo en una habitación que no conocía, y de mayo, el noreste de la península y la costa oeste. Siempre
tenía una venda enorme donde ahora tengo la cicatriz. durmiendo en el velero y haciendo descensos en cada uno de
—¿Y que hiciste? los lugares.
—Le empecé a gritar a los médicos que trajeran agua. Tenía —¿Y qué pasó?
la boca reseca y estaba más agresivo que nunca. Después me —Un mes antes de salir estalló una garrafa en mi casa y se in-
explicaron que es habitual estar irritado cuando se sale de la cendiaron la cocina y una habitación. No teníamos mucha
plata para cubrir las pérdidas y tuve que viajar a Buenos Aires SENDEROS
para devolver el pasaje.
—¡Qué cagada! ¿Y no intentaste de nuevo?
—No, era algo que quería hacer en ese momento, ahora no me
emociona tanto.
—Bueno, si te dan ganas de nuevo por lo menos ya estás sin
apéndice.
98 —Eso me dicen todos. Cuantas más veces lo escucho menos ga- —¿Qué hacés?—, pregunta Errico 99
nas me dan de viajar. —Armo la mochila, me voy.
—¿A dónde?
—A Uyuni, ya te dije.
—¿No estás bien acá?
El fantasma de Esteban viene a mi cabeza. Sin responderle
sigo armando la mochila. El día está más caluroso que lo habi-
tual, apenas sopla una brisa. En este momento desearía que el
ojo del volcán fuera de agua fría.
—Te paso mi mail—, le digo. —Escribime cuando estés en La Paz,
quizás nos volvamos a ver allá.
—Dale, te paso también el mío
—No, no hace falta. Mandá a esa dirección y ya me queda la
tuya.
Eirc y Agnes hace unos días que dejaron el lugar. Viajaban
a Buenos Aires para ir desde ahí a San Pablo. Si no entendí mal
pensaban viajar todo un año antes de volver a Montpellier, su
ciudad natal.
—Te quedan todos los refugios para vos, Errico
—Sí, como cuando llegué. Igual en unos días salgo para Coroi-
co
—Ojo la ruta, dicen que es peligrosa
—Dicen, pero yo no manejo TRANSFORMADO
Nos abrazamos fuerte. Por primera vez siento el olor intenso
de su piel oscura. Cuando estoy bajando me grita que espere,
quiere darme algo.
—Tomá, leelo, si nos vemos en La Paz me lo devolvés. Es de una
mujer que me gusta mucho, seguro que vos la conocés.
El libro se llama Senderos, varias veces lo vi en librerías de
100 usados pero nunca lo compré. Lo escribió Liv Ullmann, a quien Las semanas en Potosí con Errico le dieron otro matiz al viaje. 101
no conozco como escritora. Sé que fue pareja de Bergman y que Después volví a andar solo como al comienzo, aunque transfor-
protagonizó Escenas de la vida conyugal, no mucho más. Bajo mado por ese encuentro. Así llegué a Uyuni después de atrave-
la montaña con cuidado pero al mismo tiempo ojeo el libro. sar cerros de todos colores, paisajes arenosos y aguas de tonos
Ullmann lo escribió en 1976 y la edición en español es colom- azules turquesas. Así pasó el arribo al pueblo y la excursión al
biana, de 1979. Errico lo compró en una librería de usados de la salar: la inmensidad blanca, un lugar imposible de describir. Si
Tristán Narvaja, en Montevideo. Pienso en el recorrido del libro hubiera que definirlo como un género literario sería surrealismo
y trazo una ruta de viaje imaginaria. Llego al asfalto de nuevo. mágico. Un hotel hecho de sal en el medio de ese paisaje, una
Una combi que vuelve a Potosí parece estar esperándome. isla con cactus de más de diez metros de altura, una estación
de ferrocarril casi abandonada devenida “Museo del Salar”, y
un cementerio de trenes donde descansan no tan en paz viejas
locomotoras y vagones de carga.
El hotel en que me alojé, frente a la estación, estaba casi
pegado a un cine abandonado. El cartel “Cine en venta”, su-
mado a las demás piezas de museo que exhibía el pueblo, me
hicieron sentir nostalgia. No por regodearme en el pasado, ni
por esa estúpida pretensión de que los lugares se mantengan
iguales por siempre. Sentí nostalgia por haber llegado dema-
siado tarde para ver a esos desechos en su momento de esplen-
dor, y demasiado temprano para conocer Uyuni convertido en
un polo turístico más.
META TELÉFONO
102 Conseguir un pasaje de tren en temporada es imposible. Lo Estoy en casa. Suena el teléfono. 103
sufrí en Villazón, ahora lo confirmo en Uyuni. Pensaba viajar —Hola
a Oruro para ir desde ahí a La Paz, pero este nuevo temblor —Buenas tardes. Mi nombre es Andrea, estoy comunicándome
me obliga a modificar la ruta. Las vías del ferrocarril quedarán de la consultora Fernández & Asociados. Estamos haciendo un
para otra aventura literaria. estudio sobre estrategias financieras. ¿Dispone de diez minutos
En la terminal de micros (una forma de decir: en Uyuni sa- para responder unas preguntas?
len desde una calle cualquiera en la que venden los pasajes) —¿No es mucho diez minutos?
saco boleto directo a La Paz. Vuelvo a viajar de noche. Por reco- —Puede durar un poco menos.
mendación de una chica cordobesa compro una manta para —Bueno, pero si me aburro en la mitad de la encuesta te aviso.
el trayecto. Al llegar a destino le agradezco ese detalle que me —No, eso no nos sirve. Si empezamos el cuestionario lo tenemos
hizo zafar de una hipotermia. que terminar.
En el viaje voy leyendo el libro de Ullmann, que me atrapa —Entonces no, muchas gracias.
desde el primer párrafo. Sonrío cuando leo una parte que dice: —¿En qué momento del día lo puedo ubicar?
Por unos instantes no recuerdo adónde voy. Las ciudades —En este. De hecho me ubicaste.
se parecen unas a otras tanto como los aviones que me llevan —...
hacia ellas. Es inquietante sentir que la meta del viaje tiene tan —...
poca importancia. —Perfecto, gracias por su tiempo y que tenga un buen día.
El trayecto se hace largo. Sólo tras un par de horas consigo Una señora que vuelve del baño roza mi pierna y me des-
encontrar una posición cómoda. Hacemos escala de madru- pierta. Sobresaltado, trato de mirar por la ventanilla. Está por
gada en Oruro, donde baja muy poca gente y no sube nadie. amanecer y nada parece anunciar que estemos cerca de La
Cuando el micro vuelve a arrancar por fin logro quedarme Paz.
dormido.
DEFINICIONES MURILLO
104 Abro los ojos y me cuesta creer lo que veo. El micro se mueve Mail de Jorge. Me dice que el cierre se atrasó más de la cuenta. 105
por una autopista con forma de espiral descendente. Abajo, Tengo unos días más para mandarle la nota. Le respondo que
en el fondo, como si fuera una olla, la Capital. Parece una ma- hay un festival de cine, que algo voy a ver y que de ahí saldrá
queta, un proyecto de algún alumno secundario para mostrar la reseña. También le escribo a Fer, contándole los días en el ojo
en una feria de ciencias a la que sólo asisten sus padres en el del volcán. Me llama la atención no tener mail de Julia.
mejor de los casos. Camino por el centro, bordeando la iglesia de San Francis-
La llegada a la metrópolis me tranquiliza. Las ciudades tie- co. Encuentro alojamiento por veinte bolivianos la noche. Sigo
nen algo que las vuelve irresistibles, y aunque uno viaje meses sorprendiéndome con los precios: si sabía que era tan barato
por la selva o el desierto siempre siente esa seguridad que sólo sacaba el pasaporte antes de venir. Busco las sedes del festival.
brindan ellas. Pregunto en un centro de información al turista y me dicen que
Casi llegando a la estación de micros veo un afiche que la única sede es el Cine Murillo, frente a la plaza principal. Ca-
anuncia el 3º Festival de Cine Latinoamericano. Empezó ayer mino varias cuadras, atravieso un pasaje llamado Jaen, y llego
y dura toda la semana. El arribo a La Paz me pone de buen a la Plaza Murillo. No es muy grande, tiene la sede de gobierno
humor. La frontera con Perú está más cerca y son tiempos de al frente, la catedral a un lado, y el cine al otro. Consulto la pro-
definiciones. gramación y me llevo una de las sorpresas más grandes del
viaje. El festival es de nuevos directores de Latinoamérica, y uno
de los films que proyectan es Se arrienda, la primera película
de Alberto Fuguet. No sabía que Fuguet también filmaba. Lo
mejor de todo es que él mismo va a estar presentándola, algo
habitual en la mayoría de los festivales en cualquier lugar del
mundo. La proyección es dentro de dos días. Vuelvo al hotel y
pago una semana por adelantado.
LIBRO DE QUEJAS Si habilitaran un libro de quejas en los viajes me lamentaría
por lo difícil que es encariñarse con los compañeros de ruta.
106 Camino por La Paz algo excitado. Entro en las librerías buscan- 107
do libros viejos de Fuguet, pero todas tienen el último. Mi ob-
sesión sólo es interrumpida por los gritos de unos chicos que
viajan colgados en los colectivos. “¡Estación terminal, mercado
de artesanías, plaza San Francisco, Stadium!”. Por unas monedas
van gritando los recorridos de ese bus que uno puede frenar
en cualquier momento si escuchó el destino buscado. No es la
única rareza del lugar. Los lustrabotas se extienden por toda
la avenida principal, encapuchados como si fueran parte del
Ejército Zapatista. A nadie parece llamarle la atención.
A medida que oscurece, la ciudad muestra otra cara. Las
casas en lo alto iluminan la maqueta y le dan un aire navide-
ño. Empieza a llover y por un segundo imagino que nieva. Me
refugio en la iglesia San Francisco hasta que para. Salgo y re-
corro los puestos de venta ambulante que están cubiertos con
unas lonas transparentes. Nunca me gustaron las artesanías
pero compro una tobillera con unas piedras que parecen gra-
nos de café. Me siento en el único lugar seco que encuentro
para escuchar a un grupo que toca en la calle, pero no puedo
concentrarme en la música. Entro a un bar y pido una cerveza.
Traen una Potosí de litro. Enseguida me acuerdo de Cristian, y
después de Luli y Patricia. ¿Se acordarán de mí?
BOB DYLAN coca-cola light con limón. La charla dura más de lo que hubie-
ra creído pero menos de lo que me hubiera gustado. Intercam-
biamos mails y nos despedimos con un abrazo. A la salida trato
de ordenar mis ideas para poder escribir, pero está claro que
voy a necesitar toda una noche para algo como eso.
TODO LO QUE TENGO adolescente. La realidad lo muestra hoy estancado mientras ve cómo
sus amigos han obtenido éxito, reconocimiento, dinero, o la combinación
de todo eso. El dilema se vuelve obvio: mantenerse en los márgenes de
una supuesta “ideología de mercado”, tranquilo con la propia conciencia,
contando las monedas para cubrir los gastos mínimos; o bien, hacerlos
más flexibles, negociando con sus principios para llegar un poco más
110 Bienvenido al sistema. Una silueta negra nos da la idea de un trajeado holgado a la forma de vida deseada. En otras palabras, el personaje 111
oficinista. El afiche del film se completa con el título en grande y, en un principal se plantea la dicotomía de estar dentro o fuera del sistema.
tamaño bastante menor, la leyenda que reza Una película de Alberto Fu- Esta disyuntiva, bastante transitada, necesita una vuelta de tuerca para
guet. Este último no es un detalle menor. Al momento de conseguir apo- no caer en todos los lugares comunes de películas sobre “marginales”.
yo para su primer film, Fuguet golpeó las puertas del FondArt chileno sin ¿Cómo hacer para superar esa trampa?. Pues bien, antes que director
obtener respuesta favorable, por lo que debió acudir a soporte privado. de cine Fuguet es escritor; su fuerte está allí, en la narración. Y sabe darle
Basta ver la cantidad de auspiciantes que acompañan los créditos para un giro a la historia para que la cinta no se ahogue a la media hora —y
tener real dimensión de las ventajas de contar con un buen nombre. En nosotros con ella—. Su protagonista deberá resignar algunos puntos de
Chile es una celebridad; primero periodista, luego escritor, pateó el table- su riguroso manual para poder moverse, para darle forma a sus sueños
ro con su Sobredosis, se hizo masivo a través de Mala onda, y ahora, re- inmóviles. Allí donde el idealista es mostrado como alguien perdido, y no
cién pasados los cuarenta, se largó como director de cine. Un latiguillo le como un perdedor, es donde Se Arrienda gana en ambigüedad, y donde
permitirá soportar las presiones en este nuevo rol: lo perfecto es enemigo su director logra compensar con buen tino algunos planteos haraganes.
de lo bueno. Quizás por allí radique la clave para entender una película
novedosa para el panorama cinematográfico trasandino, criticada más
por su autor que por cuestiones estrictamente fílmicas. LITERATURA
Ahora devenido director de cine, Fuguet pide que no lo llamen escritor
sino narrador. La similitud encontrada entre sus novelas y este primer
TODO LO QUIETO SUEÑA MOVERSE film aparece en el trabajo de guión. Quizás sea aquí donde Se arrienda
El film se centra en un personaje que se dedica a componer música para muestra su lado más inerte. Hacer cine no es redactar en celuloide; las
films. Pasó la barrera de los treinta y está paralizado porque mantiene palabras deben darle lugar a las imágenes. El soporte donde se inscri-
como un pesado ancla sus ideales de juventud. “Nunca haría música be la historia no es una hoja en blanco sino, es obvio, un rollo fílmico.
para Julio Iglesias ni aunque me ofreciera un millón de dólares, porque Fuguet, decidido a presentar batalla en el panorama poco narrativo del
cine chileno de las últimas décadas, hace hincapié en la construcción SELLOS
de historias y personajes, descuidando las posibilidades que da el trato
de la imagen y el sonido. Quizás el temor a tentarse con una estética
publicitaria lo llevó a sobrecargar la trama con historias paralelas poco
interesantes, en lugar de explotar técnicas netamente cinematográficas.
Por eso la metáfora de mostrar Santiago vacía en un desolador blanco
y negro, el recurso más arriesgado del film, tornó redundante algo que
112 estaba explicado en el dilema de quedar dentro o fuera del sistema. Si Abro la casilla para mandar la reseña y tengo quince mails 113
Se arrienda recibió el rótulo de film “conservador” no es por la ideología nuevos. Esta vez hay uno de Julia; volvió a escribir Fer, y tam-
de su realizador, o del periódico que lo auspiciaba (una argumentación bién llegó uno de Errico.
cínica y bastante boba), sino por ver a su director contenido, quizás con Julia me cuenta que no sale más con Ezequiel. Dice que
miedo a entregarse a tantas posibilidades. Apostó a lo conocido, a don- está mejor sola y que tiene ganas de empezar a viajar por su
de se siente como pez en el agua: narrar historias de personajes errantes cuenta, sin depender de los tiempos de otros. El primer destino
en una apartada capital latinoamericana, como si este fuera un capítulo es Mar del Plata, al festival de cine. Me aclara que Albertina se
más de Las películas de mi vida. va a encargar de cuidar mi departamento si no vuelvo antes
de que se vaya.
Se arrienda, hay que decirlo, fue un rotundo éxito de público en Fer también tira buena onda. El disco ya está en proceso de
Santiago. Su director consiguió el respaldo necesario para una segunda edición; hasta tienen fecha y lugar para presentarlo: el 20 de
película que, vaya cambio, será una adaptación. Posibilidad para que el mayo, en la sala AB del Centro Cultural San Martín. Me cuenta
trabajo de guión se centre únicamente en el ajuste a la pantalla grande detalles de la tirada y la distribución que no entiendo mucho ni
y le permita a Fuguet conectarse con su costado netamente cineasta. me interesan tampoco. La noticia es tan buena que no necesita
Quizás así, superados los temores del debut, pueda desenvolverse con de ningún agregado.
más soltura en un ámbito en el que, a fuerza de empujones y sorteo de Errico me dice que llegó a La Paz y que se queda poco tiem-
obstáculos, ya obtuvo un lugar con nombre y peso propios. po: en dos días sale para Copacabana. Me pregunta si quie-
ro acompañarlo. Le respondo que sí, y le pido que me pase el
nombre de la empresa y el horario en que viaja para ir en el
mismo micro.
A la salida del cyber me doy cuenta que no mandé la rese-
ña. Vuelvo a entrar y me asignan la misma máquina. Cuando
termino de mandarla veo que Errico ya respondió. Viaja pasa- LÓGICA
do mañana a las ocho en un micro de la empresa 16 de Julio.
Salgo a la calle y me subo a un colectivo cuando escucho a un
chico gritar desde el estribo: ¡Terminal de buses!.
120 La lancha sale puntual. Viajo en el techo y veo cómo de a poco La isla tiene todas las comodidades que necesito. Lo único que 121
Copacabana se va haciendo más chica hasta casi desapare- le falta es alguien que cambie mis pesos por bolivianos, ya que
cer entre los cerros. El trayecto es más largo de lo que me ima- nadie acepta plata argentina. Después de almorzar decido re-
ginaba. Llego a la isla y me encuentro con la Escalera del Inca: correr la parte norte de la isla. Me dicen que tengo que calcular
doscientos cuatro escalones que conducen del improvisado tres horas de caminata para ir y otras tantas para volver. Son
muelle a la parte de los hostales. Un chico de no más de diez las dos de la tarde. Hago cuentas: estoy volviendo con la última
años se ofrece a llevarme la mochila por unas monedas. Dudo luz del día.
primero, pero después acepto. Llego a la cima sin aire, no pue- Salgo desabrigado, sólo un buzo además de los pantalo-
do imaginarme lo que sería subir con la mochila a cuestas. nes cargo y las zapatillas para trepar. Al inicio de la caminata
Me alojo en un hostal en construcción. En realidad lo es- compro dos bananas y una botella de agua con gas. El sendero
tán ampliando, quieren hacer tres habitaciones más. Desde está embarrado y son puras subidas y bajadas. En cada pen-
la puerta de mi cuarto tengo una visión panorámica: la parte diente pienso lo que me va a costar subirla cuando emprenda
baja de la isla, la inmensidad del Titicaca, a lo lejos la Isla de la vuelta. Tras un par de horas llego a unas ruinas en forma
la Luna, y al fondo una cadena de cerros. Me acuesto sobre el de laberinto. Me siento, como una de las bananas y saco unas
colchón y sus cinco frazadas. Se ve que la noche acá es bas- fotos. Sigo el recorrido hasta que me encuentro con una bifur-
tante fría. cación. No hay carteles ni ninguna otra señal. Hago caso a mi
intuición y llego a unas casas de adobe. Es curioso, en una pun-
ta de la isla están los hostales y en la otra viven los lugareños,
sin que se vean otras viviendas en todo el trayecto. Estoy en el
extremo norte. Me acuesto en un tablón de madera para des-
cansar antes de la vuelta. En ese momento se levanta un viento
fuerte que despeja las nubes y me deja ver la cordillera con sus
picos nevados. Lo tomo como un premio a mi perseverancia y FUNDIDO A NEGRO
dejo registro con la cámara. Como la segunda banana antes
de partir y me preparo para las subidas y las bajadas del sen-
dero. Llego con tiempo de sobra antes que anochezca. Me pre-
paro un té con galletitas mientras en la habitación de al lado
suenan las notas de una guitarra.
122 La última noche en la isla cae como un lento fundido a negro. 123
Otra vez llueve. Fer me dijo que la salida del sol en la isla es
increíble, pero tengo que volver a Copacabana sin poder verla.
Armo la mochila temprano, guardo todas las cosas que traje, y
cuando la cargo sobre mi espalda la siento más liviana. No sé
si fui dejando cosas en el camino o mi cuerpo ya se acostumbró
al peso.
Bajo los doscientos cuatro escalones hasta el muelle y en-
cuentro a unos chicos argentinos discutiendo con el dueño de
una de las lanchas. El precio para volver a Copacabana es
más alto que el que se paga para venir, por eso la discusión.
Uno de los pibes dice que va a mandar una carta de lectores
al diario La Nación para denunciar el abuso. Pago mi pasaje y
subo a la lancha. Esta vez no viajo en el techo. El cielo se vuelve
a nublar durante el trayecto, aunque ahora no llueve.
Viajo en silencio, sin leer ni escuchar música, sólo mirando
por la ventanilla.
BOLIVIA agradecimientos
124 Bajo de la lancha y subo por la calle principal rumbo al hostal. En primer lugar y muy especialmente a Fernando Radl por permitirme
En el camino desayuno un café con leche y unas tostadas con utilizar parte de su historia en esta ficción. Este libro también va dedicado
manteca. Llego y pido la llave de la habitación 7. La mujer de a él.
la recepción me dice que Errico pagó toda una semana por
adelantado, pero que hace dos días que no lo ve. Subo a la A Javier Roldán por estar desde el primer día, aportando sus obsesiones
habitación y la encuentro casi vacía. La mochila de Errico no y calmando las mías.
está, apenas dejó un par de remeras y un pantalón tirados en
el piso. Las dos camas están sin hacer. Dejo mi mochila, levan- A quienes contribuyeron con su talento y creatividad: Carla Gnoatto, Na-
to la ropa del piso y me siento en una de las camas. Después cho Jankowsky, Gabriel Rud. Sin ellos habría sido muy difícil.
de unos minutos abro el placard para guardar mis cosas y en-
cuentro un sobre escondido en un rincón. Lo rompo y veo que A Dani Umpi, por aquel mail que me hizo llorar y por todo lo demás.
adentro está el pasaporte de Errico con una nota que dice “NOS Eternamente agradecido.
VEMOS EN PUNO”. Me quedo un rato viendo la nota y el pasa-
porte, después los guardo en mi mochila de mano. Vuelvo a A Sebastián Santillán y a todo el equipo rockminer, por darme el espacio
juntar mis cosas, dejo la pieza y entrego la llave en recepción. para mis primeros pasos.
Salgo apurado y cruzo la plaza principal. Llego a una esquina
donde hay varios buses estacionados y unos vendedores que A Leandro Listorti, Cristina Manzi, Nico Bedini, Lorena Rodríguez, Ignacio
ofrecen pasajes a diferentes lugares de Perú y de Bolivia. Hago Tijeras, Luciano Miga, Claudia Acuña, cooperativa lavaca, Momi, Paulina,
fila con otros mochileros, la mayoría viaja a Puno. Avanzo des- Yicos, biblioteca de la FLA, mi familia, mis amigos, y a quienes ayudaron
pacio, mirando para abajo. Se acerca mi turno. Otra vez estoy a que este sueño tomara forma.
en la frontera.
Por último a Juan, mi hermano mayor, a la distancia.
notas el autor
Una primera versión de la reseña Territorio Peruano fue publicada en el Gonzalo Beladrich nació en Buenos Aires en 1980. Es psicólogo, egresa-
número #2 del fanzine Burbuja, proyecto creado por Gonzalo Beladrich do de la Universidad del Salvador donde se desempeña como docente.
e Ignacio Tijeras. Incursionó en el periodismo como redactor de la revista Velvet Rockmine,
para la que escribió entre 2003 y 2007. Ha colaborado en medios diver-
Una primera versión de la reseña El lobo estepario fue publicada en 2004 sos como las revistas Prometheus y Cinemanía. Actualmente es redactor
en la revista Velvet Rockmine. de Mu, el periódico de la cooperativa lavaca. Desde 2007 conduce el
programa Rastros de Carmín que se emite semanalmente a través de
Una primera versión de la reseña Mi nombre es todo lo que tengo fue Unaradio (www.unaradio.com.ar). Bolivia es su primera novela.
publicada en 2006 en la revista Velvet Rockmine.