SANTOS MORO. Las Formas de Representación Del Africano en El Museo Nacional
SANTOS MORO. Las Formas de Representación Del Africano en El Museo Nacional
SANTOS MORO. Las Formas de Representación Del Africano en El Museo Nacional
MUSEO NACIONAL
DE ANTROPOLOGÍA
XVI/2014
Separata
Las formas
de representación
del africano
en el Museo
Nacional
de Antropología
Francisco de Santos Moro
Catálogo de publicaciones del Ministerio: www.mecd.gob.es
Catálogo general de publicaciones oficiales: publicacionesoficiales.boe.es
Edición 2014
Consejo de redacción
M.a Dolores Adellac Moreno
Patricia Alonso Pajuelo
Julio González Alcalde
Ana López Pajarón
José Luis Mingote Calderón
Inmaculada Ruiz Jiménez
Fernando Sáez Lara
Francisco de Santos Moro
Belén Soguero Mambrilla
Coordinación
Patricia Alonso Pajuelo
José Luis Mingote Calderón
Abstract: The National Museum of Anthropology, along its History, has happened for different
stages that have marked his speech and the way of presenting his collections to the public. In
them it is possible to observe as the currents of thought and the policies of the government
have marked the actions of the Museum, from the ethnocentrism of ends of the 19th century,
or the colonial expansion of the first half of the 20th century, up to the new trends of the
anthropologic speech marked by the multiculturalism and the cultural diversity. In this article
these trends are exposed in relation with the collection of Africa.
1. Introducción
La representación de otras culturas fuera de la tradición occidental ha sido, y continúa siendo,
objeto de estudio para los museos de Antropología. Desde los inicios de la disciplina antropo-
lógica como ciencia, estrechamente vinculada al origen de los museos de Antropología, se han
experimentado diferentes formas de transmisión del conocimiento adquirido sobre otros pue-
1 Actualmente
desempeña el puesto de conservador de colecciones de patrimonio cultural en el Ministerio de Agricultura,
Alimentación y Medio Ambiente (Magrama).
blos. Los estudios e investigaciones sobre este aspecto son numerosos en varios países, siendo
escasamente tratados en España, al menos desde la perspectiva del museo, aunque cada vez
somos más conscientes de nuestro compromiso para dar a conocer conceptos que pueden
resultar de interés a diferentes tipos de público.
Karp afirmaba que ningún museo es capaz de escapar a los problemas que suscita la
representación de otras culturas, especialmente en el caso de los dedicados a la etnografía,
cuando tratan ideas acerca del otro en una forma desfasada por el paso del tiempo, que les
limita a las mismas actitudes de inferioridad cultural que caracterizaron al colonialismo, en
lugar de las ideas más brillantes que se han desarrollado en los museos de arte. Sin duda, la
situación se agrava por la falta de recursos y el abandono que padecen muchos museos de
etnografía, esforzados en representar la especificidad de las culturas, lo que les impide alcanzar
mayores objetivos de la forma en que sí lo consiguen los museos de arte, al presentar el arte
de otras culturas en términos de estética universal (Karp, 1991: 378-380).
Desde hace varias décadas se viven momentos de reflexión y redefinición del concepto
de museo de Antropología. Los estudios, debates y grupos de trabajo internacionales se cele-
bran de forma continua, con el fin de buscar una solución a los fines y objetivos que deben
perseguir como institución, para transmitir su legado y llegar a audiencias más amplias. Las
conclusiones, en general, conducen a que es preciso ser conscientes de la historia y de las
formas de comunicación adoptadas en el pasado para conseguir un mejor entendimiento del
presente y lograr la construcción de un futuro mejor. Como afirman Lavine y Karp (1991: 3 y
4), pocos museos en la actualidad pueden defender su concepción tradicional como templo
en lugar de como foro aunque, en muchos casos, la falta de renovación de las exposiciones
puede mostrar montajes desfasados que dificultan la comprensión de ese cambio de visión. Si
eso se consiguiera, el museo se convertiría en un espacio donde se encuentren múltiples mi-
radas, se intervenga, discuta y representen otras experiencias, de forma compartida. Karp
aporta un aspecto más a considerar en los museos de antropología y qué tipo de estrategias
expositivas y de comunicación con el visitante se podrían seguir, diferenciando dos modelos:
el que destaca el recurso a lo diferente, a lo exótico, por ser algo que predomina en la cultu-
ra popular, en los relatos de viajes, e incluso en los estudios académicos; y el que hace uso
de las semejanzas que, por ser más naturales y familiares, no detienen la atención de los visi-
tantes. Generalmente, se piensa en el otro como alguien diferente, pero Karp indaga en la
cuestión de que, aunque se puedan producir diferencias, las semejanzas pueden ser utilizadas
para afirmar que los miembros de otras culturas no son, en principio, diferentes al productor
de la imagen, o que las diferencias que parecen tan grandes son sólo manifestaciones super-
ficiales de las semejanzas que subyacen (Karp, 1991: 375).
Esa idea del otro, como alguien diferente, fue la causa de que los museos de antropología
y la disciplina que, como ciencia, daba sus primeros pasos, se convirtieran en instituciones al
servicio de la expansión colonial de las potencias europeas en África, donde se mostraba, apar-
te de las colecciones heredadas del tiempo de las galerías de curiosidades de otros mundos, una
aproximación politizada y colonialista de dominación del europeo sobre otras culturas. El mu-
seo contribuiría, con ello, a la formación de las primeras imágenes del continente africano y de
los africanos. La Antropología, a comienzos del siglo xx, como ciencia necesaria para el conoci-
miento y adecuado entendimiento de las razas nativas, de las relaciones entre unas y otras, se
convierte en la herramienta indispensable de los gobiernos coloniales para obtener beneficios
en interés del Estado. La idea de que el conocimiento antropológico sobre otras razas podría
facilitar la colonización era el discurso habitual, aunque ello dificultase el deseo de mantener un
grado de autonomía profesional por medio de la producción de un conocimiento científico ob-
jetivo, a la vez que se defendía la definición de la Antropología como una ciencia popular, co-
nocida por todos, y no sólo como una ciencia académica de unos cuantos expertos (Coombes,
1994: 109 y 110). La manera de justificar la expansión colonial se basaba en la aportación civi-
lizadora y evangelizadora en un continente poblado por «salvajes», en un concepto nuevo que
sustituiría a la imagen del «noble salvaje» o del «noble negro», que se había transmitido, a finales
del siglo xviii y principios del siglo xix, como forma de expresión forjada en el Romanticismo.
Ahora, en cambio, las misiones coloniales o evangelizadoras necesitaban demostrar la inferiori-
dad mental y cultural del África subsahariana, vista como una unidad global, de territorio inex-
plorado y virgen que esperaba la llegada de la civilización y de la fe (Figares, 2003: 28-30). El
mito de África como «continente oscuro y tenebroso», transmitido por exploradores y viajeros,
no sería un obstáculo para la expansión y explotación humana, económica y comercial de dife-
rentes empresas y sociedades geográficas, que daban paso al inicio de la colonización por par-
te de Europa en África. A su vez, el desarrollo de las teorías darwinistas de la evolución contri-
buirían a reforzar alguno de los peores aspectos de los estereotipos raciales que se habían
difundido a través de las exposiciones internacionales y coloniales, y la popularización de la
Antropología como una forma de atraer al mayor público posible da como resultado su utiliza-
ción para los intereses de la colonización (Coombes, 1994: 127).
El carácter de lejanía de mundos exóticos que se ofrecía a la vista, desde finales del siglo
xix, en varias ciudades europeas y americanas, a través de las exposiciones coloniales y univer-
sales, contribuía también a la formación del imaginario occidental. La presencia de grupos hu-
manos de otros continentes, que eran desplazados de sus lugares de origen, formando parte de
un lucrativo negocio de algunos empresarios, se convertía en la materialización física de otras
razas, costumbres y hábitos, que despertaban la curiosidad, admiración o rechazo por parte de
los visitantes occidentales de la exposición. Por lo general, el reclamo para atraer la visita del
público se refería siempre a la explotación de los aspectos que hacían referencia a lo exótico,
al salvajismo y la brutalidad, destacando las diferencias que recomendaban mantenerlos alejados,
en un recinto del espacio expositivo que representase su mundo, estableciendo una delimitación
entre ellos y los ciudadanos europeos que los visitaban, entre el salvajismo y la civilización,
evitando cualquier signo de aculturación (Corbey, 1993: 344). Otro elemento diferenciador serían
los accesorios o las prendas de indumentaria que llevaban los visitantes, como los parasoles de
las mujeres o los bastones de los hombres que, en el contexto de la exposición, se convertían
en símbolo de civilización. Como afirma Hinsley (1991: 352–358), en la actualidad, esos símbolos
son sustituidos por la cámara fotográfica, como elemento portátil de distanciamiento y autode-
finición. Las exposiciones eran la expresión de la ideología colonialista, como asegura L’Estoile
(2007: 47), convirtiéndose en una moda que contribuiría a su difusión, o en lugares de peregri-
naje, como las define Corbey (1993: 339-340), donde se mostraban el progreso y la civilización
en todos los aspectos, no sólo industrial, comercial y de las comunicaciones, sino también en lo
artístico, lo científico y lo cultural. En ellas, los nativos de las colonias tenían un papel que re-
presentar, constituyendo la base de las visiones de lo «primitivo».
Los estereotipos que, muchas veces, se han sugerido por medio de la exposición, han
contribuido a institucionalizar formas de privilegio, creando desigualdades y desautorizando
a los que son retratados como «los Otros», negándoles el derecho a definirse por sí mismos.
Mientras el visitante del museo espera y, frecuentemente, demanda ser educado y entreteni-
do, los que pertenecen a las culturas que están siendo representadas también pueden llegar
a expresar su preocupación sobre cómo están siendo usados para el entretenimiento de los
otros (Ames, 1994: 100). En los museos, los conceptos aplicados, y cómo se representan otras
culturas al público, contribuyen, en gran manera, a entender mejor cómo se ha formado la
percepción del visitante sobre esas culturas. Como indica Arnoldi (1999: 701), aunque el
museo se pueda comprometer en el abordaje de temas de mayor actualidad social, la reali-
dad es que las salas de exposición pueden llegar a permanecer varias décadas sin actualizar.
En los museos pequeños, aunque con limitados recursos humanos y económicos, se tratan
de realizar rotaciones periódicas de algunos objetos o la incorporación a la exposición de
nuevas adquisiciones, con el fin de transmitir al visitante una imagen viva, en continuo cam-
bio, receptiva a los problemas y demandas de la sociedad, evitando en lo posible que el
discurso museológico se mantenga durante más tiempo que la viabilidad y legitimidad de las
teorías antropológicas que las apoyan. En muchos casos, los sistemas de clasificación cultu-
ral, que han limitado la visión occidental hacia otras culturas, se cuestionan, para permitir
enfoques más amplios y dar la oportunidad de que adquieran el control de su propia histo-
ria y de su interpretación. Como indica Ames, «los que controlan la historia son los que se
benefician de ella, las personas deberían tener el derecho a los hechos de sus propias vidas»,
por lo que si somos críticos con las actuaciones del pasado, se podrán reconocer no sólo
las equivocaciones, sino también los aciertos, construyendo el futuro basándonos en los
buenos ejemplos. Ames sugiere, de forma metafórica, «romper el cristal de las vitrinas para
liberar a las culturas indígenas de la hegemonía de nuestro sistema de clasificación y, al
mismo tiempo, liberarnos a nosotros mismos de una excesiva dependencia de la cultura
material de otros pueblos» (Ames, 1994: 99).
grupos específicos con un estudio histórico y cultural, en una secuencia cronológica. La ne-
cesidad de cuestionar nuestros sistemas de clasificación de otros pueblos ha conducido en
los últimos años al desarrollo del interés mundial por cuestiones relacionadas con la multi-
culturalidad e interculturalidad que han facilitado, de alguna manera, la definición de la
misión y objetivos que deben seguir los museos de antropología, en cuanto que son institu-
ciones donde se muestran y conservan las manifestaciones materiales de diversos pueblos y
culturas del mundo.
De alguna manera, África siempre ha estado presente a lo largo de la historia del Mu-
seo Nacional de Antropología, ya que la expansión colonial en ese continente se inicia de
forma paralela a la creación de los primeros museos de antropología. Se podrían definir
cuatro grandes etapas cronológicas: la formada por los inicios del Museo, en 1875 como
Museo de Anatomía y Antropología, con la posterior instalación, en 1895, de la sección de
Antropología del Museo de Ciencias Naturales y su posterior conversión en Museo de Antro-
pología, en 1910; la que va de 1910 a 1940, en una etapa caracterizada por el auge y deca-
dencia del Museo como institución; los años siguientes al final de la contienda civil de 1936-
1939, con una amplia reforma arquitectónica, y un cambio de nombre, en 1945, por el de
Museo Nacional de Etnología, y, finalmente, a partir de 1980, con una nueva intervención y
la recuperación, en 1993, de la original denominación de la institución, como Museo Nacio-
nal de Antropología.
En cada una de esas etapas, África ha estado vinculada a la imagen de representación del
Museo y nos referimos a aspectos que han podido pasar inadvertidos, desde el sello engomado
que identificaba y se adhería a las colecciones del Museo de Antropología, a partir de 1910, y
que representa la imagen de una mujer africana2, como símbolo de lo primitivo y exótico que
dominaba el discurso museológico en ese momento, o la figura de un byeri de la cultura fang
que aparece en la portada de la Guía del Museo Etnológico, en 1945, hasta la actual imagen o
logotipo3 del Museo que se inspira en la máscara gelede (CE982) de la cultura yoruba que se
conserva en el Museo, ya en la era de la comunicación virtual (figuras 1, 2 y 3).
2 Una fotografía de esa mujer aparece en la portadilla de la obra de Manuel Antón (1927), Antropología o Historia Natural
del Hombre.
3 Diseñado en 2008 por Kira Oriola, http://www.kiraoriola.com.
Del Museo y sus contenidos dan noticia los principales periódicos de la época, pero una
de las descripciones más detalladas nos la ofrece el doctor Ángel Pulido, discípulo y colabo-
rador del fundador. Una vez traspasado el umbral del edificio el aspecto que presentaba era
el de una gran nave central de planta rectangular, iluminada con luz cenital a través de un
espacioso lucernario apoyado sobre vigas de hierro. En la planta baja y en la estrecha galería
superior de hierro que la rodeaba perimetralmente se disponían 147 grandes armarios o vitri-
nas adosadas a la pared, 72 en la planta baja y 75 en la galería superior. Al fondo de ese gran
salón se encontraba otro salón más pequeño, cubierto con otro lucernario, donde se distribuían
diferentes vitrinas y, encima de ellas, multitud de animales disecados, colgados de las paredes.
El contenido de las vitrinas ofrecía a la vista todo lo relacionado con los contenidos del Museo,
pero en el centro del amplio salón central se encontraban «dos caballos disecados que tienen
de las riendas un árabe y un negro, mostrando la necesidad de estudiar con detenimiento
todas las razas humanas». Asimismo, se encontraba «otro caballo anatómico de madera, algo
mayor que el natural, donde se ven la disposición de los principales músculos». Y encima de
las vitrinas del piso superior sirviendo de adorno al aspecto general del salón, se encontraban
una serie de bustos de hombres célebres en Medicina, Filosofía y Bellas Artes (Pulido, 1875:
29 y 33). La información, transmitida por Pulido se corrobora en las fotografías tomadas por
Laurent5, aportando la visión que se ofrecía al público del Museo y el porqué de las reacciones
de muchos de sus visitantes. En otra imagen publicada por Pulido se aprecia también la figu-
ra de una mujer hotentote cubierta con un faldellín que se podría relacionar con la información
aportada, después de la muerte del doctor Velasco, por la Comisión de catedráticos de las
Facultades de Medicina y de la de Ciencias, creada en 1888 para decidir el futuro uso que se
le debía dar al edificio y establecer el reparto de las colecciones entre diferentes museos e
instituciones, ya que el Estado se había hecho cargo, en 1887, del edificio del Museo. En el
inventario de objetos, realizado por la Comisión de Incautación, que se encontraban en el
Museo Antropológico del doctor Velasco y que pasaron al Museo Nacional de Ciencias Natu-
rales (MNCN), vemos que se menciona la existencia de «dos individuos de la raza negra, hom-
bre y mujer, disecados con su piel natural; un árabe, en yeso, con su traje propio»6, como
procedentes del salón grande. Esa referencia ha dado pie a diversas interpretaciones7, desde
la que negaba su existencia, rechazando ese tipo de prácticas, aunque no dejaban de ser una
realidad dentro de las prácticas anatómicas de la época, no sólo en España sino también en
otros países, hasta las de quien critica la negación de una información que aparece en el in-
ventario de la comisión de incautación. En la actualidad, desconocemos el destino final que
debieron alcanzar aquellas figuras que representaban a tipos africanos.
6 «Inventario de objetos existentes en el Museo Antropológico del Dr. Velasco y que pasaron a poder del MNCN, tomado
del Inventario de la Comisión de incautación. Madrid, 19 de julio de 1892». 10 páginas [texto manuscrito], p. 1, e «Inventa-
rio del Museo Antropológico del Dr. Don Pedro González Velasco y Actas de las sesiones de la Comisión de Incauta-
ción», Madrid, 29 de octubre de 1887. 57 páginas [texto manuscrito], p. 3.
7 Véase Romero de Tejada (1992b: 14) y Martín-Márquez (2003: 205 y 206).
8 El Museo de Ciencias Naturales tenía como sede el edificio que anteriormente ocupaba el Gabinete de Historia Natural,
Sorela.
11 Expediente relativo a la entrega al Museo de Ciencias de las colecciones de Historia Natural, principalmente etnológi-
cas, recogidas en África y posesiones españolas del Golfo de Guinea por el Oficial de Marina Luis Sorela. 1888. Archivo
del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid. CN0261/002.
Los conocimientos adquiridos por Manuel Antón durante su estancia en París los pone
a prueba en Madrid con motivo de la exposición general de las islas Filipinas, celebrada en
12 Acerca
de La Hospedería de El Imparcial encontramos amplias referencias en La Correspondencia Militar (12-9-1898) y
en La Vanguardia (28-12-1896), p. 3
1887, y, años más tarde, con motivo de la exposición sobre los ashanti13, celebrada en los jar-
dines del parque del Retiro de Madrid, en octubre y noviembre de 1897, de la que se daría
puntual información diaria en la prensa14. Las fotografías de los ashanti tomadas por Xatart los
representan realizando diferentes actividades, tejiendo, en la escuela o posando para el retrato.
Sin embargo, lo que llamaría profundamente la atención de los visitantes sería que «se les
puede pasar la mano por encima y no hacen nada», ya que se habían hecho a la idea de que
llegarían atados con cadenas y que se les mostraría «metidos en jaulas, adornados con plumas,
dando saltos y enseñando los dientes»15. El imaginario forjado de los «zoos humanos» daba
forma a la construcción de actitudes, donde los visitantes podrían incluso tocar al grupo repre-
sentado, como si no fueran personas, en un comportamiento deshumanizante que observa y
trata a los miembros de otros grupos humanos como si fueran animales.
Durante la celebración de esa exposición, Manuel Antón y los señores Zuazo y Blanco
realizan estudios antropométricos y obtienen fotografías de valor científico, siendo menciona-
dos sus trabajos en la prensa con la siguiente nota: «El Museo de Historia Natural de esta
corte, en su sección de Antropología, acabará en breve el resumen de datos científicos que en
las diversas secciones ha coleccionado sobre los tipos aschantis que se exhiben en los Jardines
del Buen Retiro, siendo de admirar su fuerza muscular y de tracción, su talle y andar majes-
tuoso, principalmente del jefe aschanti y otros, el cual más de una vez recuerda al protagonis-
ta Otello»16. Antón observa las actividades en una escuela llamándole la atención «la ausencia
de castigos corporales», algo que en esos momentos era habitual en Europa. Asimismo relata
«las circunstancias que pudo observar en un parto de una de las mujeres aschanti [...] Asistió
a la parturienta el grabador de la tribu, que es al mismo tiempo el médico de la misma. El
parto fue natural y el comadrón cortó el cordón umbilical [...] la madre no dio apenas muestras
de dolor, como si el parto fuese en los individuos de esta raza un acto natural»17.
Las noticias aparecidas en la prensa sin duda contribuyeron de forma decisiva a la construc-
ción de la imagen popular hacia otras culturas, haciendo uso de recursos periodísticos que exal-
taban lo exótico para captar el interés de los lectores, como se refleja en un artículo de prensa
que hace referencia al aspecto más salvaje y primitivo del grupo Ashanti que pronto llegará a
Madrid, procedente de Barcelona. En él, se les menciona como a una «invasión de negros», que
proceden de pueblos africanos «semibárbaros», de «condición ruda y, aunque hace poco tiempo
sacrificaban víctimas humanas, son trabajadores dentro, como es natural, de su primitiva cultura»18.
13 Su presencia en Madrid estaba organizada por el empresario Luis Banquarel, que contrata al grupo que dirige monsieur
Gravier, compuesto por entre 150 y 200 personas de todos los sexos y edades, hombres, mujeres y niños.
14 El Imparcial (9-10-1897), p. 4; El Globo (7-10-1897), p. 3; El Globo (14-10-1897), p. 3
15 Blanco y Negro (25-09-1897), pp. 11-12.
16 El Globo (7-10-1897), p. 3.
17 Notas recogidas de la visita de Manuel Antón en Actas de la Sociedad Española de Historia Natural, 1897. pp. 214-216.
18 El Globo (31-8-1897), p. 3.
19 Real Decreto del 27 de mayo de 1910. Gaceta de Madrid, del 29 de mayo, pp. 410-411.
20 Para mayor información sobre este extinguido Museo, véase la obra de Sánchez Gómez (1996).
21 En ese efímero Museo habían ingresado algunos objetos donados por los Padres Misioneros del Corazón de María, por el
capitán de infantería Emilio Bonelli (1854-1926) o por Germán Garibaldi, que fueron enviados por la Compañía Trasatlántica
al Golfo de Guinea con el fin de estudiar el potencial de los mercados africanos.
22 Etnografía. Catálogo de la colección del Sr. Ossorio y del Sr. Montes de Oca. (Golfo de Guinea). Hecho con los objetos
a la vista según el catálogo descriptivo de D. Manuel Antón Ferrándiz. Anales de Historia Natural. Sociedad española,
tomo XV.1886. Madrid 20 de febrero de 1915. Luis Muñoz Cobo. Archivo del Museo Nacional de Antropología.
23 Etnografía-África. Catálogo de la colección de objetos pamues formada por D. Amado Ossorio en 1901 y donada por
este señor al Museo Antropológico de Madrid en 1915. (Etiquetada y formado el catálogo con los objetos a la vista por)
Luis Muñoz Cobo. V. o B. o Manuel Antón. Madrid, 7 de julio de 1915. Archivo del Museo Nacional de Antropología.
24 Ignacio Bauer Landauer (1891-1961), miembro de una familia de banqueros judíos que representan en España los intere-
ses de la Casa Rotschild, era un personaje bien relacionado en la sociedad madrileña, siendo el encargado de acompa-
ñar a Albert Einstein durante su visita a Madrid en 1923.
con la donación de unas cartas autógrafas de Darwin, y en 1929 de dos figuras byeri de la
cultura fang de Guinea Ecuatorial.
En una fotografía, con fecha aproximada de 1910/1920, se puede observar al salón cen-
tral de exposición con tal acumulación de objetos que haría difícil la visita en esos momentos,
como así debió de suceder, dado que las visitas de público debían de ser concertadas con
antelación, tal como se indicaba en las noticias de prensa. Se trataba en definitiva de un mu-
seo/almacén prácticamente cerrado al público (figura 5).
Figura 5. Salón grande del Museo Nacional de Antropología (c. 1920). Archivo Museo Nacional de Antropología.
En esos años de principios de siglo la clasificación de la colección debía seguir los criterios
que estaban entonces de moda en otros museos de la misma especialidad, a un lado u otro lado
del Atlántico, entre los que podemos citar el Smithsonian Museum, en Washington, o el Musée
d´Ethnographie del Trocadero, en París. William Holmes (1846-1933), conservador del Smithso-
nian, establecería los principios de lo que debía ser un museo de antropología, diferenciando
entre la Antropología física y la Antropología cultural, y estableciendo jerarquías biológicas y
culturales, que se reflejaban en la organización de la exposición. El montaje debía seguir una
disposición étnica y geográfica y el conservador debería seleccionar aquellos temas que mostra-
sen los grados de progreso y desarrollo representados por las herramientas y utensilios emplea-
dos en la práctica del Arte. No siendo posible exponer en el Museo a las propias personas,
Holmes recomienda empezar cada sección de la exposición con la instalación de dioramas y
figuras escultóricas, a tamaño natural, que representaban a grupos étnicos y raciales del mundo,
en diferentes actividades y rodeados por las cosas que realizan, utilizan o aman. Los caracteres
físicos debían de ser retratados con la máxima exactitud y con una correcta disposición y actitud
de los miembros del grupo, y alrededor de esos grupos se distribuirían en vitrinas separadas las
series de objetos que ilustraban sus artes, industrias e historia (Holmes, 1902: 356 y 361).
Ese elemento museográfico será una característica siempre presente en cualquier museo
de importancia. Los museos, a diferencia de las exposiciones coloniales o universales, no po-
dían mostrar al sujeto colonizado, disponible en carne y hueso, por lo que habría de sustituir-
los por otros medios que reproducían con la mayor fidelidad posible las características fisio-
nómicas de distintas razas, como indicadores exactos del intelecto y la moralidad (Coombes,
1994: 121-122). Las mediciones antropométricas de personas de otras culturas y la realización
de moldes de escayola tomados directamente del natural facilitarían la creación de las figuras
escultóricas. Esas esculturas, realizadas en yeso, reproduciendo con la máxima fidelidad los
rasgos, el color de la piel y las características étnicas de diferentes pueblos del mundo, permi-
tían al público occidental contemplar las peculiaridades y diferencias étnicas y raciales, espe-
cialmente cuando se mostraban las figuras desnudas, haciendo exhibición de sus atributos
sexuales, lo que a su vez marcaba la posición de inferioridad del Otro, desnudo, frente al Oc-
cidental civilizado, cubierto por la moda de principios de siglo. De esa forma se convertían en
medios de transmisión de información no verbal que, representando diferentes ocupaciones,
contribuían a la construcción de la imagen de otras culturas (figura 6).
25 Noticiafirmada por F. Estévez Ortega, con el título «Museos de Madrid. El Antropológico», que aparece publicada en la
revista gráfica Nuevo Mundo (18-5-1928, pp. 44-47), editada en Madrid de 1894 a 1933. En ella se recogen múltiples ilus-
traciones con el fin de captar la atención no sólo, principalmente, del lector burgués, sino del resto de la población,
especialmente debido a las tasas de analfabetismo de ese momento en la sociedad española. http://hemerotecadigital.
bne.es/issue.vm?id=0002127966&page=44&search=museo&lang=es
Figura 6. Disposición de figuras etnográficas en el salón grande del Museo. Nuevo
Mundo (18-5-1928).
26 Identificadopor Sorela con el nombre de Opon Ayo, similar a los utilizados en diferentes áreas africanas con distintos
nombres: awale, songo, etc.
27 Etnografía-África. Catálogo de objetos procedentes de la expedición del Capitán D. Luis Sorela y de la colección del
Dr. Velasco. Apéndice Colección Valero; y objetos de diversas procedencias. Hecho en Madrid 12 de mayo de 1915 por
Luis Muñoz Cobo, pp. 4 y 5. Archivo del Museo Nacional de Antropología.
Figura 8. Juego Opon Ayo o awale. Museo Nacional de Antropología. CE930. Fotografía: Arantxa Boyero Lirón.
Un tratamiento similar se daba en otros museos del mundo con colecciones africanas,
como ocurría en el Hornimans Museum de Londres, donde una descripción de 1903 identifi-
caba en el imaginario popular a la cultura material africana en relación con «agresivos lucha-
dores con inclinación al sacrificio humano y a la violencia gratuita» (Coombes, 1994: 115). De
forma similar ocurría en el Pitt Rivers Museum cuando Henry Balfour, primer conservador del
Museo, en 1893, se refería a las colecciones etnográficas como representativas de «varias razas
de pueblos salvajes y bárbaros que han llegado hasta la actualidad en las fases más tempranas
de la cultura, a la vez que de desarrollo físico, encontrándose no sólo en un estado cultural
inferior, sino también primitivo, que por varias causas se ha visto parado o retardado en el
avance general hacia la civilización» (citado por Coombes, 1994: 120). La realidad era que, a
principios del siglo xx, la representación de otras culturas en los museos se basaba en análisis
comparativos aplicados al origen étnico o geográfico, prestando atención a la antropometría,
las diferencias corporales o del color de la piel, que apoyaban un discurso evolucionista, como
ideología de la superioridad de los occidentales.
De cómo llegaron al Museo esas esculturas etnográficas encontramos una larga corres-
pondencia que Ignacio Bolívar y Urrutia (1850-1944), director del Museo Nacional de Ciencias
Naturales, mantiene con las autoridades aduaneras de Irún en relación con diferentes envíos,
desde París y desde el Museo de Antropología de Berlín, de varias figuras maniquíes de tipos
antropológicos, realizadas en yeso, así como bustos en yeso pintado, para aumentar las colec-
ciones de Antropología del Museo. En ellas se solicita, siempre de manera recurrente, que las
cajas que las contienen, dada «La fragilidad consiguiente a la materia con que están hechas las
estatuas, lo delicado del embalaje y las dificultades para reparar en España cualquier desper-
fecto que pudiera ocasionarlas aconseja que no se reconozcan las cajas en la Aduana de Irún,
dejando esta formalidad legal para su llegada a este Museo, como ya otras veces se ha hecho
en envíos análogos»28.
32 Mi agradecimiento a José María Lanzarote Guiral por facilitarme la información sobre la referencia citada.
33 Francisco de las Barras de Aragón (1869-1950) había sido, antes de ocupar la dirección del Museo, en 1929, jefe de la
sección de Etnografía desde 1920.
34 Domingo Sánchez y Sánchez (1860-1947), primer conservador del Museo de Antropología, desde 1911 hasta 1931, fue un
de París, entre 1891 y 1893, bajo la dirección de Verneau, estudiando las técnicas antropométricas de la escuela de
Broca. Asimismo, impulsa la fundación en Madrid del Museo del Pueblo Español, en 1934, y ocupa diversos cargos en
la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria, desde su fundación en 1921, hasta ser designado su
presidente en 1928.
Ciencias Naturales, y que, junto con otro antropólogo, Telesforo de Aranzadi (1860-1945), se
ocupó de la ordenación y clasificación de las colecciones. Un dato de la situación del Museo
en esos años previos al inicio de la Guerra Civil española es el horario36 de visita, de 10 a 12,
todos los días de la semana, excepto los lunes, con una apertura muy reducida en comparación
con otros museos de Madrid, como el Prado o el de la Academia de San Fernando, cuyo ho-
rario de visita se extendía de 10 a 16 horas, de lunes a viernes, y de 10 a 14, los fines de
semana (figuras 11 y 12).
Figura 11. Figura escultórica de Hotentote (c. 1904). Figura 12. Figura escultórica de Hotentote (c. 1904), en las antiguas
Museo Nacional de Antropología. CE5420. Fotografía: salas del Museo Nacional de Etnología, 1948. Archivo Regional de la
Arantxa Boyero Lirón. Comunidad de Madrid. Fondo Santos Yubero. N.o 6612.
36 Horariode visita de monumentos artísticos y lugares interesantes de Madrid, p. 27. En Madrid, turístico y Monumental,
1936, febrero-marzo, n.o 8. Revista mensual del sindicato de iniciativas de Madrid.
37 Desde la jubilación del anterior director, José Pérez de Barradas (1897-1981) había desempeñado los cargos de secreta-
rio y de director interino hasta que es nombrado director, ocupando asimismo la dirección del Instituto Bernardino de
Sahagún de Antropología y Etnología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), del que dependería el
Museo, con sede en el mismo edificio.
38 FD2005/1/523. Museo de San Isidro, Los orígenes de Madrid [texto mecanografiado]. 1935 [a lápiz] pp. 1-2 y 5.
39 Orden Ministerial, del 20 de mayo de 1940, que establece la creación del Museo Nacional de Etnología, que pasaría a
depender del Instituto Bernardino de Sahagún del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), creado por
Decreto del 26 de septiembre de 1941.
40 Ricardo Fernández Vallespín (1910-1988). Su proyecto de obras de reforma y reparación del Museo fue aprobado por
Figura 13 y 14. Vitrinas dedicadas a la colección Ossorio de Guinea (c. 1947). Archivo Museo Nacional de Antropología.
La visita al Museo se iniciaba por las llamadas culturas primitivas, en el segundo piso
con 25 vitrinas, donde las colecciones africanas se encontraban a partir de la vitrina número
11, con objetos donados por el doctor Holub de Viena, en 1893, siguiendo en las vitrinas si-
guientes con las colecciones recogidas a finales del siglo xix por Luis Sorela en sus viajes al
golfo de Guinea, y las de Amado Ossorio, hasta llegar a la vitrina número 20 con objetos pro-
cedentes de varias colecciones. Llama la atención la errónea información de la fuente de in-
greso de alguno de los objetos, así como de su función, identificando a algunos objetos de la
colección Sorela como pertenecientes a la colección Ossorio. En las vitrinas 22, 23 y 24 encon-
tramos por primera vez una referencia a las culturas africanas de procedencia de los objetos,
con objetos de los pamues y bubis de Guinea. El primer piso se dedica a las colecciones de
las islas Filipinas, Marianas y Carolinas con objetos de diferentes grupos étnicos, y finalmente,
en la planta baja o principal, tanto en el salón central como en el pequeño, se localizaban los
objetos de Filipinas usados por la población tagala, otros de origen chino y japonés y objetos
de Marruecos de la zona del protectorado español y otros objetos del mundo islámico (Pérez
de Barradas, 1946: 12-19). De esa forma, se encontraban colecciones de una misma proceden-
cia geográfica y cultural, repartidas por distintas salas, siguiendo criterios evolutivos, y con
escasa información, ya que para mayor información se había editado la Guía del Museo Etno-
lógico41, como el propio Barradas explica en el texto de Introducción: «Para su comprensión
por el visitante, aparte de visitas colectivas explicadas por el personal del Museo, podrían em-
plearse dos sistemas: las explicaciones en vitrinas y la guía, juzgando más apropiada esta, por
la posibilidad de ser más extensa» (VV. AA., 1947: 6). La portada de la Guía se ilustra con el
41 En
la Guía, aparte del propio José Pérez de Barradas, colaboraron el antropólogo Julio Caro Baroja (1914-1995) y Caridad
Robles Mendo (1929-2004), encargada, en ese momento, de la colección de África en el Museo.
42 Figura de guardián de relicario con los restos de los antepasados, que se corresponde con la figura CE1119 de la colec-
ción del Museo.
43 FD2005/1/523. Museo de San Isidro, Los orígenes de Madrid [texto mecanografiado]. 1935 [a lápiz] p. 2.
44 En ella se construyen también un pabellón dedicado a Marruecos, junto a una reconstrucción de un barrio «moro», y
pipas, armas, adornos, fetiches y caretas de madera, así como una maqueta de una casa indígena».
46 En opinión de Sánchez Gómez (2006: 1077), la participación de nativos respondía a mecanismos de representación muy
diferentes a los desplegados con la población marroquí, rentabilizando la presencia guineana en calidad de curiosidad
etnográfica.
Figura 15. Figura escultórica ejecutada por los pamues Figura 16. Figura escultórica ejecutada por los pamues
del Muni con destino a la exposición de Sevilla de 1929. del Muni con destino a la exposición de Sevilla de 1929.
Museo Nacional de Antropología. CE1258. Fotografía: Museo Nacional de Antropología. CE1257. Fotografía:
Miguel Ángel Otero. Miguel Ángel Otero.
las colecciones africanas que habían formado parte del extinguido Museo de África (1961-
1973)47, entre las que se encontraban los objetos recogidos por la expedición Idea a territorios
de Guinea Ecuatorial48. Esas colecciones, con sus propias vitrinas, colocadas donde el espacio
disponible lo hacía posible, sin ningún criterio expositivo, contribuía a ofrecer una imagen
47 El Museo de África fue creado el 10 de julio de 1946 por una Orden de Presidencia del Gobierno, aunque se inauguró
oficialmente el 17 de julio de 1961, manteniendo un horario de 10 a 13 horas de lunes a domingo, hasta que cerró sus
puertas en 1973, trasladándose sus fondos a diversos museos dependientes de la Dirección General de Bellas Artes.
Las colecciones etnográficas pasaron en calidad de depósito temporal al entonces Museo Nacional de Etnología el 27
de noviembre de 1973, hasta que el 21 de febrero de 1984, a través de la Comisión Liquidadora de Organismos de Pre-
sidencia del Gobierno, el depósito temporal se convirtió en definitivo y los fondos fueron adscritos a la colección estable
del Museo Nacional de Etnología.
48 El Instituto de Estudios Africanos (IDEA) organiza, en 1948, una expedición formada por Augusto Panyella, Santiago Al-
chocante que rompía la visión que tendría el Museo cuando se reinauguraba en 1945, aunque
continuaba ofreciendo una imagen basada en el etnocentrismo y el evolucionismo cultural que
ya había sido superada con el desarrollo de los estudios en Antropología.
Con una nueva apuesta de renovación del Museo, se presentaba la posibilidad de ofrecer
una visión renovada de las colecciones. Nuevas vitrinas, nuevos soportes para los objetos, e
información gráfica y textual en un discurso organizado por áreas geográficas distribuidas por
las diferentes salas de exposición, donde el principal objetivo era el de acabar con la imagen
colonialista de la etapa anterior. Durante esta etapa se vuelve a producir un nuevo cambio de
nombre, recuperando el de Museo Nacional de Antropología49.
Con la reinauguración total del Museo, en 1986, la sala de exposición permanente dedica-
da a África ocuparía, desde entonces y hasta la actualidad, la primera planta del edificio, en
49 Real Decreto 684/1993, del 7 de mayo, por el que se crea el Museo Nacional de Antropología para unir en una misma
institución el Museo del Pueblo Español y el Museo Nacional de Etnología, aunque la nueva institución conservó la se-
paración tanto de las colecciones como de las sedes, de los dos museos de origen, continuando con sus propias líneas
de funcionamiento. Un nuevo Real Decreto 119/2004, de 23 de enero, reorganiza al Museo Nacional de Antropología,
manteniéndose la colección del antiguo Museo Nacional de Etnología y destinando los fondos del Museo del Pueblo
Español a un museo de nueva creación.
torno a la galería perimetral que rodea el salón central, aunque en esa ocasión se mostraba úni-
camente una selección de objetos de las colecciones de Marruecos y Sahara. Dado que cada
planta del edificio estaría dedicada a un área geográfica, se establece una unificación de criterios
que facilitasen al visitante la comprensión de la exposición, cualquiera que fuera su nivel de
conocimiento. De esa forma se siguió el siguiente discurso: «Localización geográfica y cultural;
medio ambiente; recursos técnicos y económicos; organización familiar y social; y sistema polí-
tico y de creencias, en un esquema que caracteriza la cultura del grupo humano del que se
trate y hacerla inteligible en los términos de nuestra propia cultura» (Verde y Díaz, 1988: 327).
Con ello, el Museo presentaba sus colecciones en un orden basado en la funcionalidad, con
cartelas con información de cada uno de los objetos para facilitar su identificación, con datos de
su procedencia y grupo étnico al que representa. Sin embargo, en esa información no se ofrecía
la datación cronológica de los objetos, dificultando la distinción entre los objetos que continua-
ban en uso o los que habían dejado de utilizarse como consecuencia del cambio cultural. El
montaje destacaba una visión de la cultura tradicional, más que mostrar la realidad del cambio
cultural, incidiendo una vez más en lo exótico como centro de captación del interés del visitan-
te. A pesar de que los objetivos del recién inaugurado museo eran ofrecer una visión de la di-
versidad cultural, mostrando las semejanzas o diferencias para difundir los valores del pluralismo
y la comprensión cultural, lo cierto es que se volvía a incidir en aspectos del pasado que desta-
caban lo exótico, como se establecía al «comunicar y difundir conocimientos antropológicos por
medio de objetos, que son de procedencia exótica», así como mostrar el cambio cultural, recogi-
do en otro de los objetivos, que insiste en «recoger y estudiar las nuevas formas que están sur-
giendo por el proceso de cambio cultural, ya que es fundamental para un museo etnológico
documentar dicho cambio» (Romero de Tejada,1992a: 83 y 84). Sin duda, una vez más la diferen-
cia entre la teoría y la práctica se hace notable, aunque las causas fuesen los «problemas buro-
cráticos y financieros» (Romero de Tejada, 1992a: 89). La intención se encuadraba en la tendencia
en los estudios de Antropología social y cultural que, en la década de 1980, como asegura Ar-
devol (2006: 103-111), buscaban la participación de los sujetos de otras culturas en el proceso
de elaboración del conocimiento, sin intermediarios, dando lugar a un proceso dinamizador que
permitiese comprender mejor las formas en que otros perciben el mundo, y cómo resuelven, de
diferente forma o de forma similar, sus necesidades y preocupaciones.
Una situación similar se había producido en las salas de exposición del Smithsonian Mu-
seum que, en la década de 1960, presentaba una imagen estática de las culturas y de las formas
de vida tradicionales africanas, en las que la influencia del exterior estaba sólo empezando a
llegar, siendo poco conocidas o comprendidas por el resto del mundo. A pesar de que en los
paneles informativos y en las publicaciones del museo se destacara la larga y dinámica historia
de África, el mensaje que se transmitía era el de una África parada en el tiempo. La diversidad
se mostraba en referencia a la adaptación a diferentes espacios medioambientales, sin considerar
la existencia de la diversidad dentro de una misma cultura africana. Aunque la nueva exposición
del Museo presenta una imagen renovada de las colecciones, no dejaba por ello de quedarse
pronto desfasada, sin dar cabida a aspectos de interés antropológico, como el ya mencionado
del cambio cultural. La opinión de Arnoldi (1999: 712) sobre este tipo de montajes es contun-
dente, ya que a pesar de que el Museo quiera mostrar las formas de vida tradicionales, la visión
idealizada que se ofrece de África tradicional no hace otra cosa que reinterpretar contemporá-
neamente la referencia al primitivismo de las primeras exposiciones de Etnología.
Los resultados dejan pronto a la vista que una simple renovación que incluya cambios
en la información, una revisión en la selección de objetos, nuevas vitrinas y acondicionamien-
to de las salas, repintando e iluminando convenientemente los espacios y los objetos, no es
suficiente si no hay una idea principal detrás, un proyecto museológico que marque los obje-
tivos a alcanzar y que sea capaz de obtener el apoyo presupuestario para ponerlo en marcha.
Es cierto que en el Museo de Antropología, durante muchos años, se ha trabajado con bajos
Con la nueva puesta en marcha del Museo se apuesta por impulsar las exposiciones tem-
porales que capten y renueven de forma periódica el interés del visitante. Así, en 1990 se inau-
gura «Saharauis, vida y cultura tradicional del Sahara Occidental», en la que se presentaba los re-
sultados del trabajo de campo desarrollado, el año anterior, por parte de Ángeles Díaz Ojeda,
conservadora de la colección de África. En el montaje se recurre a un recurso escenográfico uti-
lizado en las exposiciones de principios de siglo, al encargar las esculturas de dos dromedarios,
a tamaño natural, que permitirían la instalación de las sillas de montar, masculina y femenina, y
que, una vez finalizada la exposición pasarían a formar parte de la sala permanente de África50.
Asimismo, se procedió a la instalación de una jaima, vivienda nómada, en la que se reconstruye
la distribución interior del espacio, con todos los enseres y ajuar doméstico, en la que participaron
representantes de la comunidad de origen de las colecciones, que también se encargarían de la
realización de algunas actividades de difusión dirigidas al público del Museo (figuras 17 y 18).
50 Nodejaba de ser habitual este tipo de recursos en otros museos, como en el Museo del Hombre, en París, donde, en
1988, la exposición Eskimo rescataba los maniquíes que habían formado parte de la exposición colonial de 1931 (L’Estoile,
2007: 275).
Figura 17. Sala de exposición dedicada a África (c. 2003), con la incorporación de figura escultórica de mujer Wolof
(CE5422). Archivo Museo Nacional de Antropología. Fotografía: Miguel Ángel Otero.
Figura 18. Sala de exposición dedicada a África (c. 2003). Archivo Museo Nacional de Antropología. Fotografía: Miguel
Ángel Otero.
Figura 19. Exposición Madrasas africanas. Sala de exposiciones temporales. Museo Nacional de Antropología. Fotografía:
Luis Gabú.
51 La colección de María Garzón, con objetos de Liberia y Etiopia, se incorpora como donación en 2008 y la más reciente,
en 2013, con algunos objetos representativos de la cultura peul bororo de Mali, donados por José Luis Blanco y Luz
María Mampaso.
52 Una colección de trajes utilizados por los hombres Bororo de Mali en la fiesta Gerewol, y una pareja de Ibejis de la
cultura yoruba se adquieren a Ángel Martín en 2012 y 2013, mientras que la última adquisición se resuelve en 2014 con
la compra de una colección de reposacabezas de la colección de David Serra y Mercedes Taravilla.
Figura 20. Exposición Madrasas africanas. Sala de exposiciones temporales. Museo Nacional de Antropología.
Fotografía: Luis Gabú.
El esfuerzo realizado ha sido grande y la intención no ha sido otra que mantener viva y
activa la representación africana, tanto a través de las colecciones del Museo, como de la orga-
nización de exposiciones temporales. Así, en 2008 se presenta la exposición Madrasas africa-
nas 53, con las fotografías y el trabajo de campo realizado por Luis Gabú, que tenía como obje-
tivo transmitir al visitante del Museo, la aportación de las escuelas coránicas a la educación
básica, para aprender a leer y a escribir, aunque en ellas la educación se base en la memoriza-
ción del Corán, como principal medio de islamización de diferentes culturas de África subsaha-
riana, de tradición animista, y no sólo del norte de África. En ella, la selección de fotografías y
las tablas coránicas utilizadas en las escuelas contribuían a la mutua contextualización de ima-
gen y objeto. Otras actuaciones tuvieron lugar fuera de la sede del Museo con motivo de la
financiación externa de la exposición África, Objetos y Sujetos 54, en la que algunos objetos de
la colección africana del Museo compartían protagonismo con grandes colecciones de museos
de Antropología europeos55, con una selección de 190 obras, que mostraban la diversidad cul-
tural de África subsahariana, tanto tradicional como contemporánea, incidiendo en la contex-
tualización cultural. Con ello se situaban al mismo nivel las colecciones de grandes museos de
53 adrasas africanas. Fotografías de Luis López Gabú. Del 30 de octubre de 2008 al 1 de marzo de 2009. Museo Nacio-
M
nal de Antropología. Ministerio de Cultura. Durante ese periodo fue visitada por 15.476 personas, la mitad del público
que visita el Museo a lo largo de un año.
54 África, Objetos y Sujetos. Palacio de Revillagigedo, Gijón. Del 9 julio al 19 diciembre 2010. Teatro y Centro de Arte Fer-
nán Gómez, Madrid. Del 27 de enero al 1 de mayo 2011. CajAstur y Ayuntamiento de Madrid. En ambas sedes sería visi-
tada por 38.759 personas.
55 Entre los que se encontraban el Quai Branly de París, el Museu Nacional de Etnologia de Lisboa, el Royal Museum for
Central Africa en Tervuren (Bruselas), el Ethnologisches Museum de Berlín, el Musée d’Ethnographie de Ginebra y el
Musée d’Ethnographie de Neuchâtel, entre otros, así como importantes galerías de arte africano contemporáneo.
6. Conclusión
¿Qué idea de África se puede llevar, en la actualidad, el visitante del Museo, o qué idea se
podría llevar de un museo dedicado a la Antropología?
¿Por qué no intentar, como exponía Ames, romper, metafóricamente, el cristal de las vi-
trinas para liberar a las culturas representadas y a nosotros mismos de los diferentes sistemas
de clasificación? ¿Por qué no buscar las vías de comunicación con diferentes grupos de pobla-
ción, que nunca o escasamente nos visitan, o cómo estimular la visita de quienes ya nos co-
nocen? Muchos estudios se están realizando sobre esto, dirigidos a un mayor conocimiento del
público de los museos, pero no todo el interés debería de residir solo en el conocimiento del
visitante. ¿Y las colecciones? Estas no deberían servir sólo para transmitir conocimientos antro-
pológicos, sino para ofrecerlas al visitante como medios de expresión cultural de otros pueblos,
reconociéndolas en su integridad, sin juicios preconcebidos, que se conservan en una institu-
ción receptiva y abierta al tratamiento de temas sociales que despierten el interés y como se
tratan o resuelven en diferentes partes del mundo.
En este mundo globalizado, recordando a Michael Ames (1994: 105), debemos tener
siempre presente el poder y las limitaciones de la representación, reconocer a las personas el
derecho a hablar por sí mismas, y contribuir a hacer ese proceso más visible, comprensible y
accesible a todos los tipos de público, haciendo uso de la información para liberar a los pue-
blos dominados de las interpretaciones hegemónicas de otros.
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Agradecimientos
Deseo expresar mi agradecimiento por sus aportaciones y sugerencias a Luis Ángel Sánchez
Gómez y a José Luis Mingote Calderón.