Lectura Critica 11 Periodo 3
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LA IMAGINACIÓN ABSUELTA
Hace 17 años, un tal Miguel Reyes Palencia demandó a García Márquez por haber convertido su vida en
literatura. Sostuvo Reyes que el personaje de Bayardo San Román era él, o que él era Bayardo San Román.
Ustedes lo recuerdan: aquel hombre misterioso y adinerado que en Crónica de una muerte anunciada se casa
con Ángela Vicario, descubre que la novia no es virgen, la devuelve a su familia y pone en marcha la tragedia
que acabará con la muerte de Santiago Nasar. Sostuvo Reyes que García Márquez le debía la mitad de las
regalías que hubiera obtenido por la novela y que además su nombre, el de Reyes, debía figurar en la portada
como coautor. Hace unos días, un tribunal superior de Barranquilla falló a favor de García Márquez y en contra
de las curiosas pretensiones del modelo real del personaje ficticio. Y al hacerlo ha recordado algunas verdades
sobre la creación literaria que al parecer no son, o no son siempre, del dominio público.
El asunto tiene un lado humano, demasiado humano: el oportunismo. Y no es la primera vez que alguien trata
de sacarle tajada al éxito económico de García Márquez con estas estrategias: ustedes recuerdan que ya el
marinero cuya experiencia informa el Relato de un náufrago había probado suerte de la misma forma. Con una
diferencia: el hecho de que ese relato fuera un reportaje —y no una ficción— podía provocar cierta confusión
en gente bienintencionada. Pero alegar que uno es coautor de una novela por el hecho de que su vida ha
inspirado la creación de un personaje no sólo es cómico: es delirante. En la (justamente) célebre entrevista
con Hemingway, el entrevistador de Paris Review le dice: “¿Podría usted decir algo acerca del proceso de
convertir a un personaje de la vida real en un personaje ficticio?”. La respuesta de Hemingway es: “Si
explicara cómo se hace a veces, sería como hacer un manual para abogados expertos en difamación”. Y para
oportunistas, añado yo.
Una novela no es nunca las cosas que cuenta, sino cómo se cuentan esas cosas. Tomen ustedes la siguiente
historia: una mujer frívola se casa mal, se aburre de su matrimonio, se enreda con uno o dos amantes y la
vida se le enreda tanto que acaba en la desgracia. Con semejante material pueden ocurrir dos cosas: una
mala telenovela venezolana o Madame Bovary. Un joven confundido comete un asesinato, es perseguido por
la policía y acosado por la culpa hasta que decide confesar su crimen, va a parar a la cárcel y allí encuentra la
redención gracias al amor de una mujer. Con eso se hace una pésima película de Hollywood o Crimen y
castigo. La diferencia, por supuesto, está en las palabras que se escogen, el orden en que se ponen, las
escenas o los párrafos que construyen: ese complejo aparato que es una novela es la consecuencia de muchas
decisiones, y ninguna de ellas pertenece a la persona real que el novelista usó.
Crónica de una muerte anunciada, ese librito que en mi edición tiene apenas 120 páginas, es uno de los
aparatos narrativos más sofisticados de nuestra lengua. Su construcción y su prosa son una maravilla; su falsa
estrategia periodística, una lograda osadía. Bayardo San Román es una criatura hecha de lenguaje, y ese
ISTITUTO RENATO DESCARTES
“Formación integral para hombres y mujeres de bien en
2021 sociedades nuevas y democráticas”
GUIA N° 1
Docente NORA VALDERRAMA
Estudiante
6. En el tercer párrafo, el autor alude a dos grandes escritores del Realismo literario. Estos son
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8. El título: La imaginación absuelta, en relación con el contenido del texto, da a entender que
A. la creación literaria debe estar ajena a todo juicio o pretensión oportunista.
B. el contenido de toda novela debe ser aprobado por jueces literarios expertos.
C. la justicia debe apoyar a los escritores para absolverlos en todos los casos.
D. el perfil de los personajes debe ser revisado antes de integrarlos en una obra.
EL GANADOR
Bandidos asaltan la ciudad de Mexcatle y ya dueños del botín de guerra emprenden la retirada. El plan es
refugiarse al otro lado de la frontera, pero mientras tanto pasan la noche en una casa en ruinas, abandonada
en el camino. A la luz de las velas juegan a los naipes. Cada uno apuesta las prendas que ha saqueado.
Partida tras partida, el azar favorece al Bizco, quien va apilando las ganancias debajo de la mesa: monedas,
relojes, alhajas, candelabros... Temprano por la mañana el Bizco mete lo ganado en una bolsa, la carga sobre
los hombros y agobiado bajo ese peso sigue a sus compañeros, que marchan cantando hacia la frontera. La
atraviesan, llegan sanos y salvos a la encrucijada donde han resuelto separarse y allí matan al Bizco. Lo habían
dejado ganar para que les transportase el pesado botín.
Enrique Anderson Imbert (1910 – 2000)