Mendez - Por Una Geo Econ Realmente Relevante
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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA
Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona.
ISSN: 1138-9788
Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XIX, núm. 522(2)
10 de noviembre de 2015
From capitalist globalization to territorial development: for a socially relevant economic geography
(Abstract)
Any professional career at the university level is influenced by the scientific and institutional context in
its time and its place. This paper synthesizes the evolution of Ricardo Méndez as a professor and
researcher, from their initial studies on industrial location to the proposal of a geography of capitalism
and its crisis, or their contributions on territorial development and innovation studies. Also the initial
influence of neopositivist geography, the subsequent attachment to marxist structuralism and the
increasing importance attached to the neoinstitutional and relational theories.
el pensamiento crítico y el lugar elegido para el acto de entrega, que sigo identificando como el
de mi Facultad y mi Departamento, se suman para dar un significado especial a este momento.
Tras la sorpresa inicial, el inevitable ejercicio de introspección a que conducen situaciones como
esta me ha llevado a suponer que, en todo caso, se premia un trabajo que –eso sí- ha resultado
constante y animado por el deseo de conocer, comprender y compartir lo descubierto, una pasión
que siempre hizo grata esa tarea. Tal vez por ser el primer miembro de mi familia que accedió a
la universidad gracias al esfuerzo de unos padres que la consideraban como la puerta de acceso a
una vida mejor, siempre he tenido conciencia del privilegio que supone trabajar como profesor
universitario o investigador, profesiones que permiten pensar con libertad sobre una realidad de
la que formamos parte y, en ocasiones, hasta arriesgar opiniones y propuestas para transformarla.
Encontrarme ahora con que, además, este trabajo se premia, añade un motivo más para
felicitarme por la elección. Pero me obliga a recordar también que ese camino lo he hecho en
compañía de otros colegas con los que he compartido maestros, vocación y trabajo, que son en
cierto modo copartícipes de lo que ahora se personaliza en mí. Que el Acta del Jurado reconozca
de forma explícita la labor de muchos profesionales de la Geografía que nos formamos en estas
aulas de la Complutense creo que constituye un acto de justicia y un motivo de satisfacción
colectiva.
Dice Emilio Lledó que “todo lo que, con mayor o menor fortuna, escribimos o pensamos sale del
fondo personal que integra lo que vivimos y miramos, lo que escuchamos y leemos, en definitiva
lo que somos”, por lo que “todo texto es también contexto”. De ahí la dificultad de dar sentido a
una trayectoria personal hecha de etapas sucesivas, cada una de las cuales se vio influida por el
contexto científico e institucional, pero también por circunstancias a menudo ajenas a cualquier
plan preestablecido, que fueron abriendo camino a lo que finalmente acabó por reflejarse en mi
trabajo. Si nadie es inmune a la influencia ejercida por diferentes corrientes de pensamiento, así
como por las circunstancias políticas, económicas, sociales o culturales que nos toca vivir, la
personalidad e historia de cada cual se traduce siempre en una combinación única. Esbozar ahora
mi propio recorrido –tal como se me ha solicitado- supondrá, pues, volver a referencias
conocidas –al menos para los geógrafos- con la única originalidad de identificar el modo
específico en que creo que orientaron ese camino.
Abordaré, por tanto, una breve descripción de esas etapas –que aproximadamente se
corresponden con decenios- comenzando por señalar en cada una de ellas algunas circunstancias
necesarias para dar sentido a lo realizado. Intentaré destacar luego las principales influencias
teóricas recibidas, las líneas de investigación desarrolladas y algunos de los resultados obtenidos,
tanto en la actividad docente como en forma de publicaciones. Convertir ese conjunto de partes
en un todo exige buscar un argumento que las enlace y eso supone reinterpretar decisiones y
actos que a menudo no se basaron en una reflexión y una organización como las que ahora
pretendo aplicarles, pero confío en lograr que, al menos, la búsqueda de orden haga inteligible
esa trayectoria.
Tuve la suerte de encontrarme con la Geografía a comienzos de los años 70, en un momento de
ebullición en el pensamiento geográfico que, aunque de forma atenuada, también comenzaba a
filtrarse en la universidad española y, en concreto, en las dos cátedras de la Complutense que
dirigían Manuel de Terán y José Manuel Casas, gracias a la inquietud y la labor de profesores
que fueron capaces de transmitir su afán de renovación a quienes éramos sus alumnos. Desde mi
particular experiencia personal esa función la ejerció, sobre todo, José Estébanez, que en su
Ricardo Méndez. De la globalización capitalista al desarrollo territorial 3
asignatura de Geografía Rural dedicaba un amplio y estimulante primer tema a presentarnos las
nuevas corrientes del pensamiento geográfico y promover así el debate y la crítica.
Fue Estébanez quien nos recomendó el breve texto de Fred Schaefer sobre el excepcionalismo en
Geografía, en cuyo prólogo Horacio Capel había escrito “la Geografía es una ciencia que, como
tal, puede resultar muy poco satisfactoria –y desde luego no lo es en absoluto- si pensamos en la
forma en que, en ocasiones, se practica en determinados países”. Con esa conciencia, el deseo de
renovar el hacer geográfico resultó común a no pocos geógrafos de mi generación, aunque el
rumbo seguido fuera muy diverso.
En mi caso, apenas tres meses después de terminar mi Licenciatura, el doctor Casas Torres me
planteó la posibilidad de ser profesor en el Colegio Universitario de Segovia. Inicié así una
carrera docente que, en el contexto de incertidumbre laboral inherente a los denominados
profesores no numerarios, me llevó en apenas una década a las aulas del colegio segoviano, de
mi propia Facultad de Geografía e Historia y en 1980, tras leer mi tesis doctoral, al
Departamento de Geografía de la Universidad de Valladolid, dirigido por el profesor García
Fernández. Fue un periodo de especial intensidad –en un contexto de cambio como el que vivía
la sociedad española en su conjunto- que finalizó al conseguir una plaza de Profesor Adjunto en
una de aquellas macrooposiciones que hoy resultan tan extrañas como las grandes fábricas en el
interior de nuestras ciudades, lo que me permitió regresar al recién creado Departamento de
Geografía Humana de la Universidad Complutense, dirigido ya por el profesor Bosque Maurel,
cuya cálida acogida siempre he agradecido.
Con la perspectiva que da el tiempo, creo que fueron años fundamentales para mi formación
como profesional de la enseñanza, de los que me ha quedado una huella que sólo ahora, al volver
la mirada, llego a comprender. En el Colegio Domingo de Soto descubrí que quería ser profesor;
en esta Facultad de la Complutense me incorporé a un numeroso y entusiasta grupo de profesores
jóvenes y respiré los aires de renovación que vivía una parte de la Geografía española; en
Valladolid conocí un ambiente colectivo de trabajo y un compañerismo que siempre he intentado
reproducir en mi entorno.
Desde que la descubrí, la Geografía atrajo mi atención porque consideré que estudiaba
cuestiones relacionadas con problemas concretos y ayudaba a entender mejor el mundo que nos
rodea, desde el atraso de áreas rurales como las de la Galicia interior, que tanto me habían
impresionado a partir de mis estancias estivales en la aldea paterna, hasta el rápido crecimiento y
los grandes contrastes entre barrios en ciudades como Madrid o Valladolid. La relevancia social
de las cuestiones a estudiar y la búsqueda de buenos diagnósticos fueron así desde el principio
dos objetivos más o menos explícitos que orientaron mi trabajo. Y en la búsqueda de guías para
lograrlo, el atractivo que a mediados de los años 70 suponía una nueva geografía teorética y
cuantitativa que ofrecía dotar de mayor cientificidad a esa tarea me orientó inicialmente en esa
dirección.
Lo que en concreto captó mi interés fue el intento de comprender las causas que motivaban la
diferente localización de las actividades industriales y su evolución en el tiempo, así como sus
consecuencias en forma de desigualdades socioeconómicas, tanto entre regiones como entre
áreas rurales y urbanas o entre barrios de una misma ciudad. Las clásicas cuestiones del dónde,
por qué y qué efectos se derivan estuvieron durante años en el centro de mis preocupaciones. El
objetivo positivista de identificar tendencias generales o patrones de localización y verificarlos
mediante análisis cuantitativos fue, en buena medida, el objetivo central de mi tesis doctoral
sobre La industria de Madrid, que analizó los modelos de localización asociados a las dos
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No obstante, ya desde mi aproximación inicial a esta temática me situé en una posición de cierta
heterodoxia frente a colegas especializados en el análisis espacial al encontrar insuficientes las
explicaciones propuestas y buscar otros argumentos complementarios para entender mejor esos
mapas industriales. En esa búsqueda encontré dos tipos de ayudas que resultaron importantes
para conformar mi manera de ver y alimentaron mi interés por lo que más tarde Dogan y Pahre
denominaron el conocimiento híbrido, superpuesto a las artificiales fronteras disciplinares.
Por un lado, los estudios sobre el proceso de industrialización en España realizados por
historiadores como Nadal, Tortellá, Fontana o Sánchez Albornoz entre otros, me hicieron
comprender eso que bastante después se llamaría la dependencia de la trayectoria, en definitiva,
la importancia de la biografía de cada territorio y sus inercias. Poder colaborar años más tarde
con Jordi Nadal en el Atlas de la industrialización española supuso por ello una especial
satisfacción. Por otro lado, los estudios procedentes de la economía estructuralista, cuyo primer
contacto –aún como estudiante- había sido la Estructura económica publicada por José Luis
Sampedro y Rafael Martínez Cortiña, me permitieron comprender mejor los procesos de
polarización espacial y desarrollo desigual –una temática recurrente en mi trabajo-, con autores
como Perroux, Prebisch o Myrdal. Sólo años después, la obra de Doreen Massey sobre divisiones
espaciales del trabajo me permitió comprobar que otros geógrafos habían realizado un camino
similar, pero iban varios pasos por delante en ese intento de construir no tanto una geografía de
las empresas industriales como una geografía del capitalismo industrial a partir de unos
argumentos teóricos que proponían una mirada más amplia y más crítica, que en los años
siguientes fue también la mía.
Motivado por el efecto combinado de la nueva bibliografía internacional que abordaba esa nueva
crisis del capitalismo y las demandas de alumnos e instituciones para aportar una mejor
comprensión de lo que estaba ocurriendo, inicié una travesía intelectual que modificó de forma
significativa mi anterior línea de trabajo, al menos en tres aspectos interrelacionados.
Respecto a la temática, me hizo valorar que una comprensión real de los cambios en la
organización del territorio exigía abordar la lógica espacial del sistema capitalista, con sus
permanencias y los cambios asociados a sus fases de desarrollo. Eso situó el estudio de los
procesos de reestructuración y la nueva geografía del postfordismo en mi temática de
investigación, con la segmentación de los procesos productivos, la globalización de los
mercados, la revolución tecnológica informacional o las políticas neoliberales como bases
necesarias para dar cuenta de las transformaciones en la localización, organización y morfología
de los espacios industriales. Al mismo tiempo, la especial virulencia con que se manifestó esa
crisis en los mercados regionales y locales de trabajo me animó a abrir una nueva línea de
investigación en esa dirección, a mitad de camino entre las preocupaciones habituales de la
geografía económica y la geografía social, que ya no he abandonado.
Este cambio de perspectiva tuvo también su reflejo en la redacción de textos generales, que
pretendían formar parte de una estrategia compartida con otros compañeros para renovar la
bibliografía geográfica estudiada en nuestras universidades y hacerla menos dependiente de las
traducciones de obras, sobre todo francesas. Esa tarea se había ya esbozado en A través de
Castilla, una guía para trabajos de campo publicada con Ana Sabaté y Consuelo del Canto en
1981, pero se inició definitivamente con Espacios y sociedades. Introducción a la geografía
regional del mundo, una aventura profesional que compartí con Fernando Molinero y que se
publicó en 1984 como un intento explícito de revisar de forma crítica la por entonces
denominada geografía descriptiva. La propuesta de regionalizar el mundo a partir de criterios
económicos y geopolíticos, de incorporar las visiones estructuralistas ligadas a la teoría de la
dependencia, o de entender las regiones como sistemas espaciales abiertos y organizar su estudio
identificando los factores, actores y procesos que podían explicar las formas de organización
territorial resultantes tuvo un eco muy superior al previsible que animó nuevos proyectos. En
apenas una década publiqué con Fernando Molinero el libro Geografía y Estado, coordiné con él
una Geografía de España y escribí un pequeño libro sobre Las actividades industriales para una
colección dirigida por Rafael Puyol. Con este autor y con José Estébanez, maestros y
compañeros en la Complutense, escribimos una Geografía Humana y también abordé con otros
colegas de mi departamento unos Trabajos prácticos de Geografía Humana.
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Pero la integración plena entre investigación y docencia se reflejó aún mejor en dos obras cuya
redacción supuso un proceso de aprendizaje que valoro de forma especial. Junto con Inmaculada
Caravaca escribí el libro Organización industrial y territorio, en el que nos propusimos renovar
una geografía industrial aún demasiado apegada a la cuestión de la localización para aproximar
sus planteamientos a los surgidos en esos años en el ámbito de la organización industrial y
centrar lo esencial de su contenido en los efectos provocados por la crisis de la industrialización
fordista y la nueva división espacial del trabajo a diferentes escalas.
Como etapa final de ese itinerario, en 1997 publiqué el libro Geografía económica. La lógica
espacial del capitalismo global, que sin duda ha tenido un significado especial desde varios
puntos de vista. Por un lado, completó mi evolución personal desde la industria al sistema
económico en su conjunto y desde la localización hacia una interpretación dinámica de los
cambios en las estructuras productivas y territoriales como reflejo de esa lógica capitalista, su
alternancia de periodos de expansión y crisis, así como los fenómenos de desarrollo geográfico
desigual resultantes. Al mismo tiempo, ese marco teórico me llevó a centrar la atención en las
características de la nueva fase que en esos años comenzaba a identificarse con el proceso de
globalización, una perspectiva que en lo esencial he mantenido hasta la actualidad. Historiadores
como Braudel o Wallerstein, con su interpretación del sistema mundial, y geógrafos como
Dicken, Harvey, Taylor o Benko se convirtieron para mí en referencias particularmente
inspiradoras. Finalmente, tuve la fortuna de que esta obra tuviera un considerable éxito entre los
colegas y estudiantes latinoamericanos, hasta el punto de convertirse aún hoy en la principal
referencia para identificar mi trabajo.
Tras un largo periodo de trabajo en las direcciones apuntadas, los años finales del pasado siglo
estuvieron de nuevo marcados por cambios significativos en mi actividad docente e
investigadora que supusieron la transición hacia una nueva etapa.
calificó en su día como el “saber cada vez más de cada vez menos”- así como reforzar la
presencia de enseñanzas técnicas e instrumentales en detrimento de unos componentes teóricos y
reflexivos progresivamente desvalorizados por su carácter supuestamente poco práctico. A eso se
sumó el marcado desinterés de algunas propuestas de inspiración postmoderna por los grandes
relatos o teorías generales interpretativas, al tiempo que el discurso post-industrial difundido en
nuestra sociedad en los años en que se cebaba la burbuja financiera e inmobiliaria convertía al
consumo en motor del nuevo crecimiento y consideraba algunas de las temáticas habituales en
esa asignatura como reflejo de un productivismo obsoleto.
A la menor motivación de buena parte de los alumnos por las cuestiones geoeconómicas se sumó
la fragmentación en materias cuatrimestrales. Eso supuso incorporar a mi docencia nuevas
asignaturas sobre procesos de desarrollo, geografía política, o sobre el nuevo mapa geopolítico
del mundo, que compartí inicialmente con la profesora García Ballesteros y se convirtió en mi
mayor estímulo ante unas aulas con estudiantes interesados, activos y procedentes de múltiples
titulaciones.
Por su parte, la actividad investigadora se vio reforzada en esos años con la dirección o
participación en proyectos colectivos, al tiempo que experimentaba también una notable
renovación, al menos en tres aspectos sustanciales. En el plano teórico, con la incorporación de
la dialéctica estructura-agencia y los enfoques neoinstitucionales como motor explicativo de la
desigual respuesta de los lugares frente a los retos impuestos por la globalización; en el plano
metodológico, con un uso cada vez más intenso de las técnicas cualitativas de investigación; en
el plano temático, con una evolución desde el análisis de sistemas productivos de ámbito local a
los estudios sobre desarrollo territorial, desbordando así las estrictas fronteras de la geografía
económica.
No obstante, si algo definió mi trabajo en esos años, fue sin duda la influencia ejercida por la
teoría de la innovación, que descubrí inicialmente en el ámbito de la economía
neoschumpeteriana, amplié con los estudios sobre sistemas de innovación de Lundvall o Cooke y
completé al incorporar al concepto de innovación económica el de innovación social procedente
de autores como Moulaert o Klein, entre otros. La territorialización de esos conceptos, realizada
por autores como Maillat o Camagni en sus investigaciones sobre ambientes innovadores, sirvió
como fuente de inspiración directa para una línea de investigación que intenté promover en esos
años dentro del entonces Grupo de Geografía Industrial de la AGE, con resultados colectivos
que tuvieron en el libro Innovación, pequeña empresa y desarrollo local, coordinado con José
Luis Alonso, su punto de partida y que supusieron un intenso proceso de aprendizaje colectivo.
Aprovecho esta referencia para hacer partícipe al actual Grupo de Geografía Económica del
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reconocimiento que se me otorga, porque 25 años de trabajo en común no pueden ser ignorados
en ese itinerario personal.
Por último, en el ámbito temático el inicio del nuevo siglo reorientó mi interés hacia el desarrollo
territorial, como propuesta integradora que superaba las cuestiones puramente económicas para
incorporar otras dimensiones y nuevos actores. La progresiva incorporación de ideas sobre
desarrollo local o desarrollo a escala humana procedentes de autores como Stöhr, Boisier,
Elizalde o Max-Neef, me ayudaron a construir una interpretación en la que promover el
desarrollo significa generar actividades y empleos suficientes en cantidad y calidad, pero
también elevar la cohesión social, respetar y poner en valor recursos naturales o culturales
presentes en el territorio y todo ello a partir de formas de participación inclusivas. Integrar de
forma explícita el valor de las estrategias de innovación para avanzar por ese camino puede ser
mi modesta aportación a esa temática. En esa evolución personal, mi creciente vinculación en
esos años con América Latina actuó sin duda como espoleta del cambio.
Ya mucho antes, tanto los teóricos latinoamericanos de la dependencia como, más aún, las
propuestas de Milton Santos para renovar la concepción del espacio geográfico habían influido
notablemente sobre mis ideas. Pero fue el contacto directo con numerosos profesionales de la
región a través de las redes de investigadores en que me integré, la impartición de cursos y
conferencias en diferentes universidades latinoamericanas, así como el conocimiento directo de
algunas de sus realidades, lo que sirvió como catalizador. Primero, para revisar mi propia visión
eurocéntrica del mundo y cuestionar las posibilidades y limitaciones de trasladar conceptos,
teorías y propuestas surgidos en entornos socioeconómicos, institucionales y culturales concretos
a otros con historias y estructuras muy diferentes. Después, para comprender que el estudio de la
actividad económica refuerza su significado geográfico cuando se plantea con el objetivo de
contribuir a un desarrollo territorial que va mucho más allá. Finalmente, para centrar mi trabajo
en las áreas urbanas, donde autores como Carlos de Mattos –Premio Internacional de Geocrítica
en 2010- han sido referencia inspiradora desde hace décadas. Esa dedicación específica a los
estudios urbanos, si bien con el sesgo que conlleva mi propia trayectoria intelectual, se ha hecho
particularmente evidente en estos últimos años, ya fuera de la universidad.
Aunque nunca lo entendí como una ruptura con mi pasado, ese paso conllevó abrirme a nuevas
oportunidades pero también asumir diversos costes, cuyo balance aún está por hacer. Entre las
primeras, la creación de ese equipo al que denominamos Grupo de Estudios sobre Desarrollo
Urbano (GEDEUR) que, pese a tener un ciclo de vida bastante breve, resultó una experiencia
personal interesante y creo que aportó algunos resultados valiosos desde el punto de vista
científico. Entre los segundos, el inevitable alejamiento de quienes durante décadas fueron mis
compañeros y de una actividad docente que durante buena parte de mi trayectoria fue mi
principal estímulo. Por ese motivo, agradezco sinceramente la propuesta que el Departamento de
Geografía Humana dirigido por el doctor Carpio hizo a la Universidad Complutense para
nombrarme profesor honorífico del mismo en 2013.
Del trabajo realizado en esta última década me limitaré a comentar dos aspectos
interrelacionados, sin entrar en proyectos o publicaciones concretas, que se han incrementado al
realizarse ahora a tiempo completo. Por una parte, las nuevas temáticas investigadas y su
contexto teórico. Por otra, su posible relación con los problemas y demandas del entorno.
Respecto a las primeras, este ha sido un periodo de especial diversidad, vinculada en parte a las
oportunidades que fueron surgiendo en relación con proyectos específicos. Pero bajo esa
apariencia de dispersión, creo que se han mantenido ciertos rasgos comunes que permiten
integrar y dar sentido a lo realizado. Puedo distinguir así tres conjuntos de investigaciones que se
intersectan, aunque mantienen cierta identidad propia.
Al mismo tiempo, los estudios sobre desarrollo territorial centraron su atención en ciudades de
tamaño medio –en especial aquellas de larga tradición industrial- y en la capacidad mostrada por
algunas de ellas para superar la crisis de sus economías y el consiguiente declive mediante
estrategias locales de recuperación o, utilizando un concepto de actualidad que también he
intentado explorar, de resiliencia. Eso exigió actualizar anteriores argumentos teóricos para
centrar la atención en la influencia de las instituciones y las coaliciones locales de actores, así
como en las específicas formas de gobernanza y gestión local derivadas. La participación en una
Acción COST que en España coordinaba el profesor Sánchez Moral, fue una oportunidad para
profundizar en esta temática.
La última línea de investigación que me ha ocupado vuelve a recuperar, treinta años después, el
estudio de los devastadores impactos provocados por una nueva crisis, así como su desigual
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reflejo social y espacial, con particular atención al posible surgimiento de una nueva
organización territorial que, como en todas las crisis anteriores, emerge ahora para quedarse. En
esta línea de investigación vuelven a aparecer algunos de los argumentos centrales de mi trabajo
desde hace décadas. Ante todo, la importancia estratégica de comprender la lógica del
capitalismo y de sus crisis periódicas para integrar ahí lo que Harvey calificó como soluciones
espaciales coherentes con cada una de esas etapas. Pero también la desigual vulnerabilidad de
los territorios ante ese shock externo, así como las diferentes respuestas dadas por sus
ciudadanos, sus empresas y sus gobiernos, de especial interés en momentos de transformación
política, social y cultural como el que ahora vivimos. La repercusión mediática alcanzada este
mismo año por el Atlas de la Crisis creo que pone de manifiesto un interés evidente en el entorno
por descubrir la dimensión geográfica de muchos procesos que como sociedad nos afectan.
Hay que ir concluyendo, que el recorrido ha resultado ya demasiado largo porque dejar fluir el
pensamiento y la memoria comporta siempre un riesgo. Pero no quisiera finalizar sin hacer
siquiera una breve alusión a un sentimiento –tanto como un pensamiento- que se ha reforzado en
estos últimos años. Es indudable que el modelo de evaluación de la actividad investigadora, que
la valora sobre todo en función de la calidad y el impacto del medio en donde se publica, anima a
dirigir buena parte de nuestro trabajo hacia determinadas revistas científicas nacionales e
internacionales de alto impacto y a priorizar aquellas temáticas que puedan encontrar en ellas
una acogida favorable. Creo, no obstante, que eso no debería dejar al margen el cuidado de las
revistas que editan departamentos universitarios y que centran buena parte de su investigación en
determinados territorios, así como la preocupación por la relevancia social de lo que
investigamos y por hacer más presente la voz de los geógrafos ante los problemas y las
necesidades de nuestro entorno a través de otros medios de difusión hoy disponibles. Richard
Peet escribió que el discurso dominante y justificativo del statu quo “sólo puede ser desafiado
con algún grado de éxito por movimientos sociales surgidos de un pueblo informado, indignado
y racional”. Con la conciencia de nuestras limitaciones, creo que quienes trabajamos en la
academia y somos críticos con determinados aspectos de nuestra sociedad tenemos cierta
obligación de aportar conocimiento y propuestas al debate colectivo, además de aprender de esa
interacción con nuestros conciudadanos. Puede discutirse si eso es suficiente, pero en cualquier
caso pienso, hoy más que ayer, que es necesario.
En definitiva, defender una geografía económica crítica supone, desde mi particular perspectiva,
un doble esfuerzo de resistencia y de capacidad propositiva. Resistencia frente al embate de esa
nueva geografía económica que tiene a Krugman como estandarte y que no es sino una
economía espacial de nuevo cuño, que incorpora esa variable dentro de modelos neoclásicos de
equilibrio general y competencia imperfecta, basados en decisiones racionales e individuales,
donde el espacio es una abstracción hecha de puntos, líneas, distancias y costes que poco
recuerda a una construcción social desarrollada en el tiempo a partir de unas bases naturales e
institucionales específicas, que es lo que otorga identidad y complejidad a los lugares que
estudiamos. Resistencia también frente al giro culturalista de ciertas visiones postmodernas que
desvalorizan la importancia estratégica de las bases materiales en la construcción de la sociedad
y en sus contradicciones, reflejadas también en la producción del espacio y en sus desigualdades.
Como contrapunto, capacidad propositiva para desbordar el simple análisis e incluir opiniones y
valoraciones fundamentadas, también comprometidas en la búsqueda de mejores alternativas.
Eso debería incluir una elección reflexiva de las temáticas abordadas, evitando en lo posible
desviar la atención hacia modas pasajeras. Debería suponer, sobre todo, incorporar a los actores
y sus estrategias, así como las redes de relaciones sociales y de poder existentes en los territorios
para interpretar los procesos analizados. Una geografía económica que hable de producción,
Ricardo Méndez. De la globalización capitalista al desarrollo territorial 11
. . . .
En uno de los textos integrados en su libro Literatura y fantasma, Javier Marías afirma que el
autobiográfico es uno de los géneros de ficción más interesantes. Sin pretender ningún engaño
consciente, pienso también que la propia selección de hechos e ideas, el hilo argumental que los
une, la identificación de algunas influencias entre las muchas recibidas, o la implícita
autoevaluación de los resultados obtenidos son siempre fruto de una construcción en la que
reproducimos esquemas de trabajo aprendidos, aplicados ahora a un objeto diferente que somos
nosotros mismos.
Espero, al menos, que el fruto de esta tarea haya respondido a lo que se me solicitó y aportado
algunos ingredientes de interés, más allá de las anécdotas personales inherentes a este tipo de
narraciones. En ese terreno personal, la referencia a mi familia es obligada y quiero explicitarla,
porque han sido y son cómplices necesarios en todo el camino recorrido y pilar indispensable
para hacerlo posible. En consecuencia, al agradecimiento ya expresado al inicio de mi
intervención hacia el Jurado del Premio Internacional de Geocrítica y su Presidente, que ahora
reitero, añado también otro muy sincero a todos los asistentes que han tenido la amabilidad de
escucharme y compartir este acto.
Ficha bibliográfica:
MÉNDEZ, Ricardo. De la globalización capitalista al desarrollo territorial: por una geografía económica
socialmente relevante Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea].
Barcelona: Universidad de Barcelona, 10 de noviembre de 2015, vol. XIX, nº 522(2).
<http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-522-2.pdf>. ISSN: 1138-9788.