Cragnolini

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El concepto de

alteridad
en Derrida 1

Mónica Cragnolini *
1
Conferencia dictada por la Dra. Mónica Cragnolini el 1º de diciembre
del 2006 en el espacio ‘Pensando lo vincular’ organizada por la Direc-
ción de Publicaciones.
(*) Doctora en Filosofía UBA, Profesora Regular Fac. Filosofía y Letras
UBA, Investigadora del CONICET.
E-mail: [email protected]
Mónica Cragnolini: Para presentarme básicamente lo que
puedo decir es que soy doctora en Filosofía por la Universi-
dad de Buenos Aires, soy profesora regular de la Carrera de
Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universi-
dad de Buenos Aires, soy investigadora del CONICET, me
dedico fundamentalmente al pensamiento nietzscheano y post-
nietzscheano. Tengo varios libros en esta dirección, dirijo una
revista que se llama Instantes y azares. Escritura nietzschea-
nas, que está dedicada al pensamiento de Nietzsche, y mi tra-
bajo básicamente tiene que ver con el pensamiento contem-
poráneo en la línea de lo que podríamos llamar autores post-
nietzscheanos; es decir todos aquellos autores que retoman
elementos del pensamiento de Nietzsche pero los ponen a ju-
gar en contextos más contemporáneos, y en ese sentido prac-
tican aquello que Nietzsche llamaba el perspectivismo; es decir
esa posibilidad de generar interpretaciones teniendo en cuen-
ta las propias circunstancias, los propios contextos, la propia
tradición, etc., etc.

Con respecto a la problemática del otro en Derrida o la


problemática de la alteridad en Derrida, yo lo que voy a ha-
cer –básicamente– es señalar una serie de tópicos como para
que aquellos que están interesados en el tema puedan seguir
leyéndolo después.

Es un poco complicado en una hora y media tratar de seña-


lar toda esta problemática en el pensamiento de Derrida, yo
lo que voy a hacer es operar –como me parece que tiene que
operar siempre alguien que desea que otros lean un texto o
que lean textos–, señalando ciertos puntos indicando en dón-
de se pueden encontrar esas perspectivas, un poco para inci-
tarlos a ustedes a la lectura de los trabajos de Derrida.

Y sobre todo lo que voy a señalar es el aspecto transforma-


dor del pensamiento de la alteridad en la obra de Derrida. En
ese sentido lo primero que habría que indicar es algo que tie-
ne que ver con el hecho de que muchas veces se considera
que Derrida es un autor que ha pasado por dos etapas en su
pensamiento, una primera etapa –que tal vez es la más cono-
cida– que tiene que ver con la deconstrucción, y una segunda
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etapa, en la que recién comienza a preocuparse de problemá-


ticas de tipo ético –justamente el tema del otro tiene que ver
básicamente con los temas éticos– a partir de fines de los años
´80 y comienzos de los ´90.

Yo creo que no es así, sino que el pensamiento de Derrida


desde el comienzo, es decir desde el momento en que Derrida
comienza a publicar en los años ´60, es un pensamiento atra-
vesado por la cuestión de la alteridad.

Cuando hablamos de la cuestión de la alteridad hablamos


del problema del otro, del problema del diferente, del proble-
ma de lo hetero, lo diverso, frente a la mismidad.

Entonces, en ese sentido lo que voy a desarrollar es, en


primer lugar, de qué manera se puede establecer esa vincula-
ción, es decir cómo desde siempre el pensamiento derridiano
no puede ser pensado sino como un pensamiento del otro; y
en un segundo momento de mi charla me gustaría señalar en
qué aspectos del pensamiento derridiano y con qué tópicos y
con qué temáticas, está trabajada la cuestión de la alteridad.

Como yo les decía, Derrida es un autor que tiene una obra


muy vasta –tiene más de setenta libros escritos– entonces es
un poco complicado tratar de resumir toda esa problemática
en tan poco tiempo; pero lo que voy a hacer es señalarles
algunas líneas de trabajo, algunos tópicos de trabajo, y en
todo caso –después– en el ámbito de las preguntas les voy
indicando qué textos deberían trabajar para ubicarse en estas
temáticas.

Ustedes saben que Derrida es conocido como el «autor»


de la deconstrucción, y «deconstrucción» es un término que
en el pensamiento de Derrida está señalando no un método
para conseguir determinados resultados (esto lo señalo por-
que esa es la forma en que muchas veces la crítica literaria o
las disciplinas más relacionadas con la literatura retomaron al
pensamiento de Derrida, es decir como un pensamiento que
servía para analizar textos literarios, y en ese sentido aplicar
determinadas –entre comillas– «reglas»), sino que la decons-
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trucción es para Derrida el movimiento mismo del pensar oc-


cidental.

Podríamos decir que todo el pensar occidental es un pen-


sar que se deconstruye a sí mismo, y cuando decimos que es
un pensar que se deconstruye a sí mismo lo que estamos di-
ciendo es que es un pensar que tiene en sí mismo su propio
principio de ruina, su propio principio de desmoronamiento.

¿Qué quiere decir esto? Podemos representarnos el pensar


occidental como una estructura bien construida. Cuando ha-
blamos del pensar occidental sobre todo partimos de Platón
como el autor que sistematiza las categorías básicas del pen-
samiento occidental, y podríamos decir que en cierto modo
todo el resto del pensamiento occidental es un operar en tor-
no a esas categorías. Esto que puede parecer simplificador no
lo es tanto, porque si nosotros nos ponemos a analizar las
categorías básicas que rigen nuestro pensamiento como occi-
dentales, son las categorías que sistematizó Platón.

¿Qué quiero decir con esto?, básicamente lo que llamaría-


mos el pensamiento binario o el pensamiento oposicional; es
decir Platón planteó que por un lado hay un mundo de las
ideas, en donde el ámbito de lo ideal es un mundo prístino,
puro, incontaminado; y por otro lado hay un mundo de las
cosas que es el mundo del cambio, del devenir, y por lo tanto
de lo contaminado. Al plantear esto, que en cierto modo reco-
ge algo que ya estaba en la tradición pitagórica, en la famosa
tabla de doble entrada que hacen los pitagóricos, en donde
separan lo femenino, lo masculino, lo pasivo, lo activo, etc.,
etc., cuando él hace esto está recogiendo esa famosa tabla
pitagórica y en cierto modo creo que recoge lo que es lo pro-
pio del pensamiento occidental. Es decir, nosotros en tanto
occidentales pensamos de acuerdo a esas categorías, pensa-
mos binariamente, pensamos en términos de separaciones y
nos cuesta mucho pensar algo que sí va a pensar Derrida que
es el «entre», lo que acontece entre tales oposiciones.

En ese sentido, cuando decimos que el pensar occidental


es un pensamiento binario, y decimos que la deconstrucción
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es el propio pensar occidental activando –tal vez– esto que


llamábamos anteriormente su principio de ruina, con eso es-
tamos señalando que Derrida no hace más que acompañar un
proceso que se está dando.

Es decir, este pensar occidental, es un pensamiento bien


armado, bien estructurado, en donde las categorías oposicio-
nales tienen cada una su lugar, su ámbito propio y no se con-
funden, no se mezclan… (cuando se mezclan esas categorías
en general lo que hace el pensamiento es una suerte de tera-
péutica para separarlas: una cosa es la verdad, otra cosa es el
error; una cosa es lo femenino, otra cosa es lo masculino…) y
esa ha sido la tónica durante mucho tiempo, diríamos que
casi hasta la Filosofía contemporánea esa ha sido la tónica
del pensar occidental. Cuando este pensar occidental, con estas
categorías oposicionales expresa –como dice Derrida– su rui-
na, en cierto modo se está señalando que lleva en sí mismo su
principio de descomposición.

Entonces en este sentido no es la deconstrucción algo que


viene desde afuera a operar sobre el pensar occidental, sino
que Derrida –en tanto deconstruccionista– estaría acompa-
ñando un proceso que se está dando. Diríamos, en términos
tal vez más cercanos a ustedes, que es una tarea de acompa-
ñamiento terapéutico de algo que está expresando determina-
dos síntomas. Y en ese sentido no se está operando desde
afuera de esa sintomática, sino que el que opera con esa sin-
tomática en cierto modo también la padece, porque ninguno
de nosotros –en tanto usamos un determinado lenguaje, en
tanto usamos determinadas categorías– podría ubicarse por
fuera del pensamiento occidental para criticarlo; siempre es-
tamos dentro, y en ese sentido también estamos enfermos de
occidentalidad.

En este sentido les decía que la deconstrucción va a acom-


pañar lo que ya se está dando, y por eso los primeros textos
de Derrida lo que van a plantear es –en una suerte de diagnós-
tico del pensar occidental– una tarea de acompañamiento; es
decir hacer presente lo que ya se está dando en el pensamien-
to occidental. Y en este sentido mostrar cómo, por ejemplo, a
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pesar de que Platón quiso mantener bien separados por un


lado el mundo de las ideas y por otro lado el mundo de las
cosas, sin embargo la contaminación, es decir el hecho de
que hay un cruce entre estos ámbitos, es algo que él no puede
evitar. Por eso yo decía que el propio pensamiento lleva su
principio de ruina.

Los primeros trabajos de Derrida son trabajos que plan-


tean esto básicamente desde la cuestión de la lengua, es decir
de qué manera el lenguaje patentiza siempre un algo otro que
lo constituye y que impide –lo que podríamos llamar– todo
intento de totalización. Esto está señalando lo mismo que yo
decía, a nivel del hecho de que aun el pensar que intenta ser
más separador, aun el pensar que intenta ubicarse o de un
lado o del otro, está contaminado. Al decir esto de la lengua
estamos diciendo en términos derridianos, que ninguna len-
gua o ningún texto son totalmente traducibles, que siempre
queda un resto de intraducibilidad. Ese resto de intraducibili-
dad está indicando que es imposible la totalización.

Con lo cual estoy diciendo que, si el pensar occidental se


planteó como tarea básica la totalidad (porque esa es una de
las características del pensar occidental, así como pensamos
en oposiciones también pensamos en términos de totaliza-
ción), el pensar siempre trata de cerrar, siempre trata de obtu-
rar. Por lo menos en la tarea docente pasa mucho que los alum-
nos preguntan y dicen: «A mí no me cierra lo que vos decís».
Esa necesidad de cerrar es una necesidad muy occidental; a
nosotros nos parece que entendemos algo cuando «nos cie-
rra». Eso es típico del pensar occidental en el sentido en que
la necesidad de cerrar supone –justamente– que uno puede
dominar aquello que cierra.

Cuando uno se enfrenta al pensamiento como algo que está


siempre abierto en lugar de pensarlo como algo que cierra,
como algo que en lugar de cerrar en la verdad queda abierto
en la incertidumbre, es bastante problemático; por eso uno
entiende esta necesidad del pensar occidental del cierre, el
cierre da seguridad, si cierra el pensamiento se domina, se
puede manipular, se puede hacer con él lo que se quiera.
218

Lo que estoy señalando está indicando que esa caracterís-


tica del pensar occidental que es la tendencia a la totalización
y al cierre, tiene que ver con una necesidad –que Nietzsche
diría: es una necesidad humana, demasiado humana– de te-
ner seguridad con respecto a aquello con lo cual nos relacio-
namos.

Desde este punto de vista, al señalar que el pensamiento


occidental lleva en sí mismo su principio de ruina, se está
indicando que esa seguridad es una construcción y es una
construcción que está tambaleando. En cierto modo diríamos
que el hombre occidental hace demasiados esfuerzos para
mantener todo cerrado, asegurado; en términos de la filosofía
diríamos que eso se hace en términos de la verdad. Los es-
fuerzos para alcanzar la verdad justamente tienen que ver con
la idea que, cuando uno alcanza la verdad, alcanza el dominio
de ese campo.

En este sentido el pensamiento de Derrida –frente al inten-


to de aseguramiento de lo real, que es típico del pensar occi-
dental– se va a caracterizar por ser un pensamiento que se
arriesga a la incertidumbre; un pensamiento –retomando una
expresión de Nietzsche– del «peligroso quizás».

Esta idea del quizás, que es una idea muy cara y muy afín
a Nietzsche, básicamente lo que está señalando es la imposi-
bilidad de aseguramiento.

Pensemos que en lo que es la gran manifestación del hom-


bre occidental en la época contemporánea, que es la tecnociencia
con todos los desarrollos actuales en términos de las biotecno-
logías, lo que se hace evidente es justamente la necesidad de
que no haya quizás, sino la necesidad de planificar, saber qué
va a pasar, asegurarse de todo, limitar las posibilidades al ám-
bito de lo manejable, de lo medible y de lo calculable.

En este sentido el pensamiento derridiano sería un pensa-


miento que, a diferencia de eso, muestra que eso es una nece-
sidad de seguridad y se arriesgaría a lo que es el peligroso
quizás.
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El peligroso quizás tiene que ver básicamente con el otro,


porque precisamente –y eso ustedes en su práctica cotidiana
lo ven constantemente– aquel que siempre se escapa a todo
intento de totalización, a toda sistematización, a toda necesi-
dad de aseguramiento en la verdad es el otro; el otro es siem-
pre el que irrumpe, el que viene cuando uno no lo esperaba, el
que no puede ser programado en sus manifestaciones, en sus
expresiones y en sus acciones. Y en este sentido, de lo que va
a estar dando cuenta este pensamiento del peligroso quizás y
de la incertidumbre, es justamente de la cuestión del otro.

Por eso yo les decía que uno diría que desde el vamos el
pensamiento derridiano es un pensamiento de la alteridad,
porque en esta idea de que siempre hay un resto –yo decía en
términos del lenguaje que hay un resto intraducible– lo que
se está señalando es que hay algo que impide la totalización.

Ese algo que impide la totalización ya aparece en sus pri-


meras obras, sobre todo en Glas, aparece como la idea de
resto; el término que usa Derrida es restance –que es un tér-
mino que él crea como tantos términos que ha creado en la
lengua francesa– y viene del verbo rester, que se utiliza para
«lo que queda».

Acá la idea del resto no sería la idea de lo que queda cuan-


do se deconstruye sino lo que resta, y lo que resta es lo que ya
estaba allí antes de toda deconstrucción impidiendo el cierre
sistemático.

Por ejemplo, cuando yo termine de tomar este vaso de agua


posiblemente queden unas gotas; eso es lo que queda de algo.
La deconstrucción lo que está señalando es que la restancia,
lo que resta, es lo que ya estaba allí impidiendo que, a nivel
del pensamiento, se logre un cierre sistemático.

Esto que Derrida en sus primeras obras llama resto, en las


obras que algunos autores señalan como –tal vez– más éticas,
es el otro. Es decir lo que está siempre en el pensamiento
occidental impidiendo la totalización es el otro, porque por
más intentos que haga el pensamiento occidental de apropiar-
220

se del otro, de convertirlo en algo calculable, de ubicarlo den-


tro de un sistema de coordenadas; el otro siempre está ha-
ciendo estallar todo sistema de coordenadas, todo intento de
cierre, todo intento de totalización.

Por eso decía que para mí hay una relación fundamental


entre las primeras y las últimas obras de Derrida, porque en
todo momento de lo que estaba hablando Derrida –ya desde
sus primeras obras– es del otro.

Ese otro, que en las primeras obras aparece con términos


como lo que contamina, el parásito, el resto; es lo que en las
obras posteriores –y sobre todo me refiero a las obras desde
los años ´80 hasta su muerte– va a llamar el otro, la cuestión
de la alteridad. Y que va a trabajar con términos que se han
hecho de uso bastante habitual en el pensamiento como hos-
pitalidad, como amistad, como comunidad. Los términos
derridianos para trabajar la problemática de la alteridad en
sus últimas obras, serían básicamente esos tres.

Esos tres términos tienen una relación muy especial con


un término que es «fantasma», que en cierto modo creo que
es un término que permite caracterizar todos estos otros tér-
minos. ¿Por qué «fantasma»?, hay un término en francés que
es el verbo hanter, nosotros no tenemos en español un térmi-
no similar, es un término que se utiliza sobre todo para refe-
rirse al asedio que hacen los fantasmas de las casas embruja-
das. Este término en realidad deriva de otro término, hantolo-
gie (que suena como ontologie) que tampoco lo podemos tra-
ducir al español, pero que los traductores de la obra de Derrida
han traducido por fantología. ¿Por qué?, porque en español
se estaría rescatando la idea del estudio de los fantasmas.

Entonces, en este sentido, todos estos términos que yo men-


cioné –hospitalidad, amistad y comunidad– van a remitir a la
cuestión de la fantología.

Esta idea del resto indeconstruible en las primeras obras


tiene que ver con el hecho de que un texto no puede ser total-
mente traducido sino que hay siempre algo que resiste, y por
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eso otro de los términos que usa mucho Derrida y que tiene
muchas relación con el psicoanálisis es resirestancia; reto-
mando esta idea de la resistencia al psicoanálisis, él utiliza el
término resirestancia para señalar que hay una resistencia que
resta, y que nosotros diríamos que la resirestancia –justamen-
te– es el otro; aquello que aparece en toda deconstrucción
como lo que no puede ser deconstruido. Y en ese sentido, en
las últimas obras el término que va a utilizar Derrida para
caracterizar este resto que resiresiste a toda deconstrucción
–que nosotros diríamos es el amigo, el que da hospitalidad, la
idea de comunidad– en términos de la fantología o de la
cuestión fantasmática, el gran término que él va a utilizar es
justicia.

«Justicia» en Derrida básicamente significa lo indecons-


truible. Fíjense que está señalando que la deconstrucción, que
es el proceso de desmoronamiento del pensar occidental, tie-
ne algo que es indeconstruible. Ese algo indeconstruible
–entonces– es lo que ya estaba allí en la deconstrucción impi-
diendo la totalización; porque si se deconstruyera totalmente
el pensamiento occidental es como si dijéramos: «Empeza-
mos de nuevo» y totalizamos, en el sentido que llegamos a
una nada de sentido.

La justicia es lo que está allí como lo indeconstruible im-


pidiendo la totalización, y la justicia es el otro. Después voy a
aclarar bien qué quiere decir que la justicia es el otro.

Entonces, para entender cómo operan todas estas catego-


rías que yo señalé en la problemática de la cuestión de la alte-
ridad en Derrida, lo primero que tendríamos que decir es que
Derrida piensa toda la cuestión del otro –en cierto modo– en
oposición al modo en que la filosofía moderna ha pensado la
subjetividad; y esto hay que tenerlo muy presente porque sino
no se entiende. ¿Por qué no se entiende?, porque he visto
muchas veces que hay quienes traducen las cuestiones de hos-
pitalidad de Derrida a términos de relaciones, como si la hos-
pitalidad estuviera hablando de mi relación –mi, con mi nom-
bre y apellido– con otro con el cual soy hospitalario.
222

No, eso sería algo derivado. Básicamente las cuestiones de


la hospitalidad, la amistad y la comunidad no remiten a mo-
dos de relación con el otro sino que remiten a algo que es
primordial o previo a toda relación con el otro, que es lo que
llamaríamos la estructura del ser con.

O sea, previamente a entrar en relación con un otro, yo ya


tengo una estructura constitutiva que es esto que llamamos el
ser con. Y cuando habla del ser con está retomando un térmi-
no heideggeriano que es el término Mit-sein, el ser con de
Heidegger. La forma de plantear la cuestión del otro en la
modernidad ha sido la siguiente: por un lado está la subjetivi-
dad que es lo primero, lo básico y lo primordial para el pensa-
miento moderno. Cuando hablo de pensamiento moderno ha-
blo de la filosofía moderna, es decir la filosofía que se inau-
gura con Descartes y que tiene su finalización –por así decir-
lo– en Hegel y en todo el idealismo trascendental. A partir de
ahí hablamos de filosofía contemporánea.

Para la filosofía moderna, por un lado está la subjetividad,


que es una entidad cerrada en sí misma que después entra en
relación con el otro. Y el otro, en general, es lo que está en-
frentado a esa subjetividad. La filosofía moderna llama «re-
lación» o «vínculo» al trayecto entre esos dos sujetos.

Plantear las cuestiones en estos términos significa señalar que


por un lado hay una subjetividad incontaminada, y por otro lado
hay otra subjetividad incontaminada que entran en relación; y
ahí se pueden contaminar, mezclarse, etc., etc. Pero básicamente
se está partiendo del presupuesto de la incontaminación.

Anteriormente les decía que Derrida plantea la cuestión en


términos de contaminación; ya desde siempre este supuesto
otro está como constitutivo de esa supuesta subjetividad.

¿Esto qué quiere decir?, que con amistad, hospitalidad, co-


munidad no se está hablando de modos de relación, sino que se
está hablando de aquello que es constitutivo y que permitiría
los modos de relación: yo puedo ser amigo del otro porque ya
tengo una estructura constitutiva que es la del ser con.
223

La idea del ser con –que les dije que remite a Heidegger–
tiene que ver básicamente con el hecho de tratar de pensar de
modo diferente aquello que la modernidad pensó como esta
subjetividad aislada, cerrada… fíjense que la idea de mónada
leibniziana es muy afín a esta idea de cerrazón: recuerden
que Leibniz dice «la mónada no tiene ventanas». Esta idea
monádica de la subjetividad es una idea moderna que en el
pensar contemporáneo ha sido deconstruida por muchos au-
tores, a pesar que todavía hay autores en la filosofía contem-
poránea que aún siguen pensando en esos términos, en térmi-
nos de subjetividades que después entran en relación con el
otro.

Si en lugar de pensar en términos de subjetividades que se


oponen pienso en términos de contaminación, más que inte-
resarme en «esto» y lo «otro» lo que me está interesando es lo
que acontece en el entre. El término entre es un término que
caracteriza muy bien todos estos modos de pensar la cuestión
de la alteridad, Derrida habla de entre en sus primeras obras
en términos de lo indecidible.

¿A qué se refiere con lo indecidible? –Que también es un


término muy adecuado para caracterizar al otro–. Básicamente
se refiere a lo siguiente: había dicho que el pensar occidental
ha pensado en términos de oposiciones, por un lado está la
verdad y por otro lado está la falsedad. Sin embargo, en el
lenguaje hay muchos términos que están indicando que esas
categorías oposicionales, que parecen tan seguras de sí mis-
mas y tan incontaminadas, en algunos términos hacen evi-
dente que no es posible establecer tan claramente esa separa-
ción.

Uno de los términos que más ha trabajado Derrida es el


término griego phármakon, que significa tanto «veneno» como
«remedio»; nosotros sabemos que todo fármaco usado en una
cantidad excesiva se transforma en un veneno.

Entonces, el término phármakon denota esa particular am-


bivalencia que muchos otros términos del lenguaje hacen muy
evidente, y están mostrando que no es tan segura la ubica-
224

ción; es decir que no es tan claro de qué lado me tengo que


ubicar. Phármakon está denotando que hay una ambivalencia
en el lenguaje, y por eso es un indecidible. Los indecidibles
son términos que no se pueden decidir ni por un lado ni por el
otro. En ese sentido están marcando zonas de tránsito, zonas
de umbral, zonas de entre.

Aquello que patentiza lo indecidible en términos de la


lengua es lo que está señalando lo que yo llamaba al co-
mienzo «el principio de ruina» del pensar occidental, y el
hecho de que, a pesar de que buena parte del pensar occi-
dental pensó a la subjetividad en estos términos de inconta-
minación y pensó las –entre comillas– relaciones humanas
en esos términos de separaciones, sin embargo toda supues-
ta subjetividad ya está contaminada de alteridad. ¿Por qué?,
porque esta subjetividad aislada, separada, idéntica es una
construcción que parte de cierta constitución teológica…
perdón, ontológica…

Tuve este lapsus de decir «teológica» porque vamos a ver


que esa constitución ontológica también tiene que ver con un
aspecto teológico de toda lengua. ¿Qué quiero decir con esto?,
que en la lengua se hace evidente –y esto Derrida lo analiza
tanto en la lengua de la religión como en la lengua de las
teologías– que el otro está siempre presente.

Fíjense que una de las características de la teología y de


las religiones, es la cuestión del llamado. En todas las religio-
nes hay alguien que llama –que es Dios– alguien que deter-
mina algo a realizar: pensemos en el sacrificio de Abraham,
por ejemplo, donde se hace evidente un llamado, un «Ven»,
un «Haz lo que yo digo» y un cumplimiento de algo.

Eso que se da en la teología para Derrida está denotando


–más allá de la teología y más allá del Dios y como uno pien-
se al Dios– que la estructura misma de la lengua es una es-
tructura que tiene que ver con la cuestión del otro. ¿Por qué?,
porque en la estructura misma de la lengua –y eso patentiza
el llamado religioso– está la promesa y el llamado. Es decir
que, siempre que yo hablo, siempre que yo me dirijo a al-
225

guien, en aquello que yo hablo y en aquello hacia lo cual me


dirijo, está presente el otro.

Alguien podrá decir que se puede hablar para uno mismo y


hacer un soliloquio. No, porque cualquier soliloquio que se
haga en términos lingüísticos involucra al otro.

Por eso se me vino lo de lo teológico… porque la lengua


hace evidente un otro que en términos de la teología se inscri-
be como promesa y como llamado, pero esa promesa o ese
llamado más allá de lo teológico y secularizándolo, está pre-
sente en toda lengua. Toda lengua hace patente que el otro
–que es el que llama, que es el que invoca– es aquel al cual
tengo que responder.

Acá viene otra gran diferencia con la subjetividad moder-


na, porque para la subjetividad moderna yo estoy aquí consti-
tuida con mi identidad, con mis caracteres propios, con mis
atributos propios; y después voy a escuchar al otro. Fíjense
que la teoría de la comunicación también se plantea en esos
términos, porque dice: hay alguien que emite un determinado
mensaje, hay un otro que lo decodifica, y ahí se produce la
comunicación.

Por eso –justamente– el pensamiento de la alteridad en De-


rrida es una crítica a toda teoría de la comunicación. Él señala
que para que se produzca comunicación tiene que haber algo
que es previo, que es el hecho de que el otro ya está presente
en mi supuesta subjetividad aislada y cerrada. Es decir que el
otro ya me está contaminando.

Mencionaba que todos estos términos para caracterizar la


cuestión del otro se pueden entender en términos de la
fantología, y entonces en este sentido –ya que hablamos del
entre– creo que convendría aclarar qué se quiere decir con la
cuestión del fantasma.

Fíjense que aquello que yo denominé el pensar occidental


piensa, en términos ontológicos, en términos de presencia, en
términos de identidad, en términos de cierre, etc., etc. Decía-
226

mos que por un lado está el mundo de lo verdadero y por otro


lado está el mundo del error. En el mundo de lo verdadero, en
el mundo de las ideas –en términos platónicos– hay identi-
dad, como dice la lógica occidental: «todo ente es idéntico a
sí mismo»; no se piensa en términos de contaminación, si no
es idéntico a sí mismo ya es otro ente y no es el mismo del
cual estábamos hablando. Lo que hay en el pensamiento oc-
cidental es mismidad.

Esto es importante porque cuando se plantea la cuestión


de la relación con el otro, se la plantea en términos de lo mis-
mo, es decir la subjetividad cerrada que piensa al otro como
espejamiento de sí mismo. Entonces, si yo me pienso como
una subjetividad cerrada que voy a pensar al otro como espe-
jo de mi mismidad y voy a pensar al otro como reflejándose
en lo que yo soy, no hay tal alteridad; porque la supuesta alte-
ridad en realidad es un espejamiento de mi mismo, volvería-
mos siempre a una estructura monádica que no hace más que
pensar la relación con el otro en términos de una mismidad
que se autorrefleja.

Por esa razón es que se va a hablar en términos de fantolo-


gía, que está señalando una crítica a toda metafísica de la
presencia –metafísica de la presencia es esta metafísica occi-
dental que piensa en términos de identidad– y en este sentido
esta crítica a la metafísica de la presencia lo que va a estar
indicando es que nunca hay presencia plena. ¿Qué quiere de-
cir que nunca hay presencia plena?, básicamente quiere decir
que siempre hay fantasma.

¿De qué hablamos, cuando hablamos de fantasma?, para


ustedes el término fantasma tiene toda una larga tradición y
una ubicación en determinados contextos. Si bien el término
fantasma tiene muchas connotaciones psicoanalíticas, Derri-
da lo utiliza básicamente para pensar al otro en términos fan-
tasmáticos, y en ese sentido no existe –para él– una ontología
plena. Recuerden que ontología es la parte de la filosofía que
se ocupa de la cuestión del ser, entonces no hay ontología
plena porque no hay presencia plena, toda presencia está atra-
vesada de ausencia.
227

Es algo muy similar a lo que había señalado antes cuando


decía que no hay cierre o totalización, sino que siempre hay
resto. Algo similar a eso estamos diciendo con la idea de que
toda supuesta presencia está quebrada por la ausencia.

Y en ese sentido viene muy bien utilizar el término fantas-


ma, porque en términos habituales un fantasma es alguien
que no está ni vivo ni muerto; justamente lo propio del fan-
tasma es que no está ni vivo ni tampoco está muerto, no es un
cadáver: el fantasma en lo cotidiano y en la literatura es el
muerto vivo.

La condición del fantasma implica la falta de localización,


el fantasma es el que no tiene lugar; el cadáver sí tiene un
lugar en la tumba, es localizable, yo puedo ir a rendirle home-
naje a esa tumba y por eso –también va a decir Derrida– pue-
do hacer el duelo.

En cambio el fantasma –y cuando hablo de fantasma esta-


mos diciendo que es el nombre para el otro– me condena a un
duelo imposible. ¿Por qué?, porque el fantasma es lo que está
transitando siempre entre la vida y la muerte.

Si pensamos en términos de la literatura, fíjense que el fan-


tasma es el aparecido, es el que viene siempre para recordar
que no hay que olvidarlo. Si pensamos, por ejemplo, en Ham-
let, justamente el fantasma del padre de Hamlet viene para
recordar que hay algo que no se ha cerrado, que hay algo que
está operando en esa historia como resto, y que tampoco se
cierra; porque si uno se pone a analizar la obra de Shakespeare,
no hay cierre, por más necesidad de venganza que tenía el
padre de Hamlet, algo no cierra, por eso Hamlet sigue ope-
rando como fantasma.

Por esa razón el fantasma es inapropiable, el fantasma no


puede ser apropiado, no puede ser circunscrito ni cazado, a
pesar que haya «cazafantasmas» y en la sociedad norteameri-
cana se sepa mucho de eso. A pesar de que haya «cazafantas-
mas» en realidad el fantasma es lo que estaría siempre impi-
diendo la posibilidad de apropiación. Diríamos que el fantas-
228

ma es siempre fantasma por más conjuros que se hagan, por


más médiums que quieran volverlo a la luz y al túnel… el
fantasma siempre está operando en términos de lo que está
entre la vida y la muerte.

Entonces, en esa sentido la fantología lo que estaría seña-


lando es, justamente, que el otro es inapropiable: por eso la
fantología estaría diciendo que más que ontología como me-
tafísica de la presencia, lo que se da siempre es fantología; es
decir presencia contaminada de ausencia, o presencia que-
brada de ausencia, mezcla, confusión, etc., etc.

Por eso les decía que Derrida piensa al otro en términos


fantasmáticos, con lo cual lo que se está preservando es el
carácter de inapropiabilidad que tiene el otro.

En el esquema que hacía anteriormente, fácilmente el otro


es apropiable porque el otro responde a mi esquema de espe-
jamiento. Si yo pienso al otro como algo que está contami-
nando toda supuesta identidad, evidentemente no puedo apro-
piarme del otro.

Fíjense que Derrida utiliza una expresión que señala preci-


samente este carácter de inapropiabilidad, cuando dice que el
otro es una parte en la supuesta mismidad que es mayor que
el todo.

Esa expresión, que es bastante paradójica, está señalando


algo que a nosotros nos cuesta mucho pensar en términos de
este pensar occidental que separa, y también diríamos que en
términos de la teoría de conjuntos es muy difícil pensar una
parte que es mayor que el todo. Al señalar esto, Derrida está
preservando el carácter de inapropiable que tiene el otro, está
tratando de evitar el hecho de que el otro –al pensarlo como
elemento que contamina– pueda ser pensado como una parte
mía, y está también preservando el carácter de resto del otro.

Si el otro es una parte que es mayor que el todo, siempre


va a restar en esa resirestancia como inapropiable.
229

Entonces, vamos a ir viendo a partir de esta caracteriza-


ción general de lo fantasmático, cómo pensar el otro, cómo
plantear la cuestión de la alteridad en esos términos de amis-
tad, de hospitalidad y de comunidad.

En este sentido quisiera decir algo, hay muchos críticos que


han señalado que Derrida se ha preocupado del problema del
otro, porque ha recibido las críticas que durante mucho tiempo
tuvo la deconstrucción en cuanto a que la deconstrucción era
una suerte de ejercicio literario para gente de los Departamen-
tos de Literatura de universidades norteamericanas que ya te-
nían todas las necesidades satisfechas, entonces se podían de-
dicar a este tipo de ejercicios literarios difíciles de entender,
etc., etc. Muchos críticos han dicho que Derrida, recogiendo
esas críticas, se ha preocupado del problema del otro.

Como yo les señalé, me parece que claramente desde el co-


mienzo de la obra derridiana está esta cuestión del otro. Que el
deconstruccionismo se haya convertido –en parte– en ese ejerci-
cio en algunas universidades norteamericanas, es otra cues-
tión. Eso es algo que está presente en todo pensamiento, y tie-
ne que ver –también– con esta idea de la inapropiabilidad; es
decir yo no me puedo hacer cargo de los efectos de sentido de
mi propio pensamiento, porque justamente yo –y acá cuando
digo yo, estoy diciendo Derrida– el pensamiento que yo pienso
no es un pensamiento que yo pienso en tanto subjetividad que
puede dominar los efectos de sentido de lo que dice, sino ese
yo que dice: yo pienso en lo que pienso, es un yo ya pensado.

¿Qué quiero decir con esto?, que el yo –la subjetividad–


siempre es un producto del lenguaje, no aparece para el de-
construccionismo como previo a la enunciación sino que el
yo es un resultado de la enunciación. Los efectos siempre son
indominables. Entonces desde este punto de vista –decíamos–
la problemática de la alteridad está desde siempre en la de-
construcción, y Derrida la ha caracterizado en sus últimos
textos con estos términos: amistad, hospitalidad, comunidad.

Vamos a ir señalando algunas de las características de es-


tos términos para –más o menos– señalarles a ustedes lo que
230

decía al comienzo, como una suerte de posibilidades de lec-


tura de algo que Derrida ha trabajado en muchos textos.

Con respecto a la cuestión de la amistad hay un texto que


enfoca esta problemática y de manera muy… iba a decir muy
clara, pero a veces la gente dice: «decís que Derrida es claro»
y la verdad que no tiene nada de claro… pero para mí Políti-
cas de la amistad tal vez es uno de los textos más claros de
Derrida. Digo «claro» en el sentido de que es un texto que
tiene una estructura en donde se podría decir que él va anali-
zando el concepto de amistad a lo largo de la historia del pen-
samiento, y va mostrando –entre comillas– claramente cómo
se ha desarrollado ese concepto, qué presupuestos tenía, y
cómo él plantea otro concepto de amistad.

Políticas de la amistad es también –en un sentido– más


denso, en el sentido de densidad de la problemática de la cues-
tión de la amistad. Para plantear la cuestión de la amistad,
Derrida va a mostrar de qué manera esta lógica que yo ante-
riormente señalaba opera en el pensamiento occidental, en la
cuestión de la amistad, en términos de lo que él llama la lógi-
ca del epitafio. Y en esa lógica del epitafio –justamente– lo
que va a mostrar es que el principio de ruina ya está presente
en el concepto clásico de amistad.

¿Por qué?, piensen que el concepto clásico de amistad es


el que dice que «mi amigo es como mi hermano», es decir es
el concepto fraternalista de la amistad, en donde se piensa
que el amigo es alguien que puede ser uno con uno, es al-
guien con el cual uno comparte intereses, sentimientos, ac-
ciones, etc., etc. pero que ha sido pensado siempre básica-
mente en el concepto fraternalista. ¿Cuál es el elemento que
tiene el concepto fraternalista que a Derrida le está molestan-
do, y le está mostrando de qué manera el concepto de amistad
ha sido pensado en la tradición occidental?

Lo que tiene es el tema de la sangre; con mi hermano com-


parto una mismidad de sangre. Entonces, al pensar al amigo
en la figura del hermano lo que se ha –en cierto modo– trata-
do de hacer es asimilar al otro a mí mismo; justamente seña-
231

lar que si mi amigo es mi hermano, mi amigo soy yo mismo,


porque mi amigo es mi misma sangre.

Derrida va a mostrar que, a pesar de que buena parte de la


historia de la tradición occidental ha planteado la cuestión de
la amistad en términos de mismidad, sin embargo esa lógica
se deconstruye y él lo muestra en la lógica del epitafio.

¿Qué es lo que señala la lógica del epitafio? Creo que no-


sotros ya no lo hacemos, pero durante mucho tiempo toda
persona se encargaba de escribir, antes de morir, lo que iba a
ir en su epitafio como queriendo señalar cómo quería ser re-
cordado. Fíjense qué intento de dominio, que hasta uno in-
tentaba dominar los efectos del propio recuerdo escribiendo
su propio epitafio. Sin embargo, por más que yo ahora escri-
ba mi epitafio, no voy a poder dominar el recuerdo de los
otros.

Lo que Derrida muestra con la idea de la lógica del epita-


fio, es algo similar al caso de la amistad. La amistad –que ha
sido planteada en toda la tradición en términos fraternalistas
y en términos de mismidad– está mostrando que justamente
la amistad no opera en términos de mismidad sino en térmi-
nos de una lógica fantasmática.

¿Por qué?, porque uno diría que cuando uno inicia una re-
lación de amistad con alguien, o cuando uno inicia cualquier
tipo de relación con el otro, hay una suerte de pacto implícito
por el cual los dos saben que uno va a morir antes y que el
otro tiene –con aquel que murió– una deuda infinita. Es decir
yo estoy obligado con el otro a recordarlo, y estoy obligado a
recordarlo en su propio nombre.

Esto de plantearlo en términos de obligación puede sonar


un tanto extraño, porque la deuda que tengo con mi amigo
nosotros no la planteamos en términos de deuda, nosotros re-
cordamos con amor a nuestros amigos muertos; pero está plan-
teada en términos de deuda porque está inscripta en el propio
nombre del otro.
232

¿Por qué?, porque el nombre propio –en términos de lo


que señalábamos de la filosofía moderna– es la marca de la
propia identidad, la subjetividad aislada considera que su
identidad está dada y marcada por su nombre propio. En-
tonces el nombre propio, que pareciera la marca de la propia
identidad, es la marca de la des-identificación y de la des-
apropiación.

¿Por qué?, por algo básico: mi nombre propio es algo que


yo no elegí, por lo tanto no puedo dominar y es algo que trae
en sí a todos mis antepasados; es decir aquellos que están
presentes en mi apellido y aquellos que están presentes en mi
nombre de pila como la razón por la cual mis padres me pu-
sieron ese nombre que yo me veo obligado a llevar, como si
fuera propio, pero que en realidad es un nombre de otro.

En términos de la amistad también sucede lo mismo, fíjen-


se que nosotros sabemos en toda relación de amistad que uno
de los dos va a morir y que el otro va a estar obligado, entre
comillas, a recordarlo en su propio nombre.

En este sentido algo que era básico en términos de estas


relaciones que antes planteábamos que es la simetría, y que
nosotros consideramos –y creo que hoy en día se sigue con-
siderando– como algo básico de la relación con el otro; esa
simetría ya está quebrada desde el vamos.

¿Qué entendemos por simetría?, la idea que indica que «si


yo te doy, vos me devolvés en la misma medida». Algo que,
si uno se pone a analizar, tiñe las relaciones humanas casi en
todos los ámbitos. Nosotros tendemos mucho a plantear –aun
en los ámbitos más íntimos, más amorosos de la relación con
el otro– cuestiones de derecho, cuestiones de: «te he dado
tanto… me tenés que dar tanto…», incluso –decía– en las
cuestiones más íntimas, como en las cuestiones amorosas.

Yo diría que es bastante patético que se planteen las cues-


tiones amorosas –que básicamente uno sabe que son relacio-
nes no simétricas, en donde no se puede plantear el canon de
la simetría– en términos simétricos. Uno podría decir que tam-
233

bién es una deriva de la ética capitalista en las relaciones hu-


manas.

Pero, dejando de lado eso, en el caso de la amistad básica-


mente no puede ser simétrica porque nunca le voy a poder
devolver al otro lo que me ha dado, sobre todo porque uno de
los dos se va a morir antes. Entonces el que sobrevive al otro
va a estar obligado, en una suerte de deuda impagable, incal-
culable e infinita, a recordar al otro en su propio nombre.

En este sentido, la relación de amistad que la tradición ha


planteado como una relación de hermanos, básicamente no
puede ser una relación de mismidad o una relación fraterna-
lista porque esa lógica del epitafio, es decir: Te recordaré en
tu propio nombre, está mostrando que ya se deconstruye toda
supuesta mismidad o toda supuesta fraternidad en la relación
de los amigos.

Por eso Derrida en Políticas de la amistad repite constan-


temente esa expresión: Amigos, no hay amigos. Fíjense que
la expresión Amigos, no hay amigos es lo que llamamos una
contradicción performativa: yo no me puedo dirigir a mis
amigos diciéndoles Amigos, no hay amigos porque al decir
eso estoy negando lo que estoy afirmando. Es –repito– lo que
llamamos en filosofía una contradicción performativa. Los
performativos son aquellas expresiones de la lengua que ha-
cen cosas; cuando yo digo Amigos, no hay amigos estoy diri-
giéndome a mis amigos negando –precisamente– lo que es-
toy diciendo con mis propias palabras.

Intervención femenina: ¿Qué son los performativos?

Mónica Cragnolini: Performativos son las expresiones de


la lengua que hacen cosas con palabras.

Por ejemplo, cuando el cura dice: Yo te bautizo… en reali-


dad está haciendo cosas con palabras, está introduciendo en
la comunidad cristiana a alguien.

Intervención femenina: Los declaro marido y mujer.


234

Mónica Cragnolini: O Los declaro marido y mujer… hay


muchísimos performativos. Al decir Amigos, no hay amigos
estoy precisamente señalando, en una contradicción perfor-
mativa, que justamente la cuestión de la amistad es lo que
está excediendo toda lógica de la mismidad, y por eso se plan-
tea lo que yo llamaba anteriormente una lógica paradójica
que excede toda lógica de la mismidad; que es la forma bási-
ca en que Occidente ha planteado la relación con el otro.

Me voy a referir rápidamente a estas otras dos cuestiones


para plantear la cuestión del otro, que son la problemática de
la hospitalidad y la problemática de la comunidad.

El término «hospitalidad» habitualmente nosotros lo usa-


mos en el sentido de: «yo anfitrión te invito a vos a que ven-
gas a mi casa, programo tu venida, estás un tiempo y te vas…».
Derrida no lo utiliza en ese sentido sino –quebrando ese tipo
de lógica habitual– cuando habla de hospitalidad está hablan-
do de la idea de que el otro ya está presente en mí.

Es como si dijéramos –y por eso acá viene la fantología y


los fantasmas–: «En mi casa me considero dueño y señor, por
eso creo que puedo invitar al otro y programar su venida»; lo
que llamaríamos una lógica de la invitación.

Esa lógica de la invitación se ve siempre quebrada por lo


que Derrida llama una lógica de la visitación.

¿Por qué?, porque aun en mi casa en la cual yo me creo


dueño y señor y a la cual puedo invitar al otro, determinarle el
tiempo que va a estar y programar su vida en mi casa… por-
que el dueño soy yo; aun en mi casa hay habitantes que no
domino, que son los fantasmas.

Nosotros podríamos decir que toda casa está habitada por


fantasmas, y no me refiero solamente a lo que señala la litera-
tura, sino que en toda casa –y cuando hablo de casa hablo del
dominio, la idea del ser dueño– toda supuesta propiedad está
atravesada por algo extraño.
235

En ese sentido viene muy bien pensar en las casas embru-


jadas, porque en definitiva están denotando que uno vive cons-
tantemente habitado por otros, en otros términos, toda supuesta
propiedad está habitada por un otro, por un extraño, por un
fantasma.

La idea de la hospitalidad lo que está denotando es que


frente a toda supuesta hospitalidad condicional, ya desde el
vamos el existente humano tiene una estructura hospitalaria
porque está habitado por una otredad; y esa otredad no se
determina en términos de lo que yo llamaba una invitación,
no es que se le dice al otro: «Ahora podés venir y habitarme»,
sino que el otro ya está siempre ahí.

El otro es el arribante, el otro es el que siempre está. En-


tonces, en ese sentido Derrida va a hablar de la hospitalidad
como hospitalidad incondicional.

La hospitalidad condicional sería aquella que le pauta al


otro la venida a mi casa.

La hospitalidad incondicional es la apertura al otro que no


puede pautar nada. Apertura al otro que en realidad no es un
acto de decisión que se hace para abrirse al otro, sino que es
la estructura misma de la existencia humana. Una estructura
hospitalaria como abierta a la ajenidad, a la extrañeza.

Estos términos se conjugarían en la idea de comunidad.


Nosotros habitualmente pensamos la comunidad como con-
junto de individuos que se unen en un proyecto en común.

Frente a esa idea –que es la idea también moderna de co-


munidad– la comunidad es lo que ya somos. Yo misma en
tanto me pienso como una subjetividad, ya soy comunitaria
porque la comunidad es la estructura del ser con.

Entonces, nosotros después «formamos» comunidades (es-


pecíficas) porque ya somos comunidad. En esta estructura que
ya somos como estructura habitada por el otro, contaminada
por el otro, la comunidad sería el ser con.
236

Les había dicho al comienzo que todo esto se conjuga en la


idea de justicia, en donde la justicia –para Derrida– es lo in-
deconstruible.

Por eso todos estos términos remiten a lo indeconstruible,


porque lo indeconstruible es el otro como aquello que no puede
ser apropiado en ninguna lógica de la identidad, en ninguna
lógica de la mismidad. Fíjense que con esto Derrida está pre-
servando, desde una postura ontológica, el respeto al otro que
se da en términos éticos.

Por eso les decía que el tema del otro está presente desde
el inicio en el pensamiento derridiano, porque Derrida lo que
está haciendo es conjugar la ontología –es decir la cuestión
del ser– con la cuestión del otro, señalando que la cuestión
del otro es la base de toda problemática del ser.

Aquí sí vendrían las cuestiones y derivaciones éticas y po-


líticas, porque se trata de preservar el carácter sagrado –más
allá de lo teológico– que tiene el otro que nunca puede ser
apropiado en la propia mismidad.

Entonces, al plantearlo desde este tipo de pensamiento, bási-


camente lo que está haciendo Derrida es preservar el carácter
de la mismidad. Por eso justicia es el término para el otro
porque la justicia es lo indeconstruible.

Martha Eksztain: Te quería preguntar –y creo que en la pre-


gunta pongo en acto también el binarismo occidental– ¿en algún
momento de su escritura Derrida aborda el orientalismo?

Si es posible abordarlo, si eso es una estructura abierta com-


parada con la occidental, y si es posible y es cognoscible po-
der abordarlo desde la occidentalidad.

Siempre me llamó la atención la profunda ignorancia que


tenemos de todo lo oriental.

Y te hago otra pregunta cortita; ¿es nuestra civilización


profundamente religiosa, en el sentido de que somos una on-
237

tología impregnada de teología?, porque el otro siempre en-


carna una promesa y vos hablaste al final de lo sagrado, aun-
que también dijiste que no en el sentido teológico; y en ese
sentido en qué sentido está si no es teológico.

Mónica Cragnolini: Con respecto a la primera pregunta, a


la cuestión de lo oriental. Nosotros estamos dentro del pensa-
miento occidental y Derrida es totalmente conciente de eso.
¿Por qué digo que es totalmente conciente de eso?, porque
las lenguas occidentales son muy diferentes de las lenguas
orientales. El gran problema para abordar el pensamiento
oriental es la lengua; nosotros pensamos de acuerdo a la es-
tructura de nuestra lengua. Por eso yo a los alumnos en la
facultad siempre les digo que primero estudien la lengua, y
después hablamos del pensamiento oriental; estudien sánscrito,
estudien las otras lenguas y recién después vamos a poder
hablar, porque es muy difícil tratar de abordar el pensamiento
oriental sin un conocimiento de la lengua.

Hay una relación absolutamente total y estrecha entre lo


que uno piensa y la lengua en la cual dice lo que piensa, no
existe eso de «pienso algo y no lo puedo decir»; si no lo pue-
do decir es que no lo puedo pensar, porque entre pensamiento
y lenguaje hay una relación sumamente estrecha.

Es de gran importancia la presencia de la hermenéutica en


la obra de Derrida, y la gran adquisición de la hermenéutica
contemporánea es reconocer el hecho de que estamos arras-
trados en una tradición que implica básicamente un determina-
do lenguaje, y si bien constantemente nos liberamos de esa
tradición, nunca nos liberamos totalmente, porque el lengua-
je nos marca ciertos signos distintivos.

Entonces yo creo que sí, se puede abordar el pensamiento


oriental cuando uno conoce las estructuras lingüísticas. Pero
aun cuando se conozcan las estructuras lingüísticas, es muy
difícil ubicarse y decir algo en relación a lo oriental porque es
algo totalmente otro. Nosotros tenemos estructuras lingüísti-
cas en las que el sujeto tiene un lugar fundamental, las len-
guas indoeuropeas son lenguas en las cuales el sujeto y la
238

atribución tienen lugares fundamentales. En ese sentido por


eso pensamos siempre en términos de propiedad, nosotros todo
lo pensamos en términos de propiedad de:

«Yo tengo tal cosa».


«Yo poseo mi pensamiento».
«Yo tengo un sentimiento».

Y no es así en todas las lenguas, hay lenguas semíticas en


donde el «yo» no es fundamental y tienen otros tipos de es-
tructuras, y también las lenguas orientales tienen otros tipos
de estructuras. Por eso Derrida se ubica siempre como occi-
dental. La –entre comillas– ilusión del pensamiento oriental,
es una ilusión muy fuerte en todo el pensar occidental como
lo otro; es decir:

«Ahí hay otra cosa».


«Ahí hay otras estructuras».

Pero yo creo que, en tanto occidentales, nos es muy difícil


plantearlas.

Y con respecto a la cuestión de la religión, Nietzsche dijo


que no vamos a dejar de creer en Dios hasta que no termine-
mos con la gramática. Y es la gramática la que tiene una es-
tructura teológica. Esto Derrida lo trabaja muy bien en lo que
se conoce como La conferencia de Jerusalén, el texto se lla-
ma ¿Cómo no hablar? Denegaciones?, en donde señala de
qué manera siempre en el lenguaje se da el componente teo-
lógico, que tiene que ver básicamente con aquello que es la
estructura de la promesa y la estructura del llamado; esto es
propio de la lengua.

Carlos Pachuk: Una cuestión en relación a la teoría vincu-


lar. Yo pensaba en aquella definición que decía: dos yoes y un
conector, que es una definición bien de subjetividad moderna
–viéndola en el pasado– y me parece que de ahí pasar a la
teoría del entre es como dar cuenta del deconstructivismo; lo
estaba pensando en relación a nuestra propia teoría.
239

Por otro lado te quería preguntar que me parece que Derri-


da hace un puente entre Heidegger con respecto al olvido del
ser, y Lévinas respecto del olvido del otro. Me parece que él
hace un puente entre las dos cosas, y en todo caso quería pre-
guntarte cuál es la diferencia con el otro de Lévinas en rela-
ción al que él plantea.

La otra cuestión que me llamó la atención es el término


différance –que vos no lo trajiste– y si esto tenía que ver con
la idea de entre.

Mónica Cragnolini: Lo primero que me señalaste… la mi-


rabas más a ella, capaz que le preguntabas a ella…

Intervención femenina: Me miraba a mí y yo tampoco en-


tendía por qué.

Carlos Pachuk: Era un diálogo entre vincularistas…

Mónica Cragnolini: Por eso tal vez no la pueda contestar y


me pueda ayudar Esther, porque yo mucho de teoría vincular
no puedo decir.

Carlos Pachuk: Era un diálogo entre nosotros y por eso la


miraba a ella.

Mónica Cragnolini: Claro… pero si de lo que estabas ha-


blando es de pensar el vínculo en términos de esto que va de
éste a éste… y esto que va de éste a éste… Sí, la idea de entre
rompería con eso porque esa idea de vínculo estaría pensan-
do siempre en subjetividades que se relacionan; entonces en
ese sentido sí, la idea de entre estaría poniendo una disyun-
ción y un quiebre en esa idea.

Lo segundo que me preguntabas es entre Heidegger y


Lévinas. Claramente Derrida en esto que estábamos desarro-
llando toma elementos heideggerianos y elementos levina-
sianos, pero Heidegger se ocupa de la ontología y entonces
queda en un pensamiento de la mismidad. Esto es lo que le
critica Lévinas, que se pone en la vereda opuesta –por así
240

decirlo– y plantea un pensamiento de la alteridad radical que


se opone a esta mismidad.

Lo que hace Derrida –más que una conjunción– sería se-


ñalar cómo todo eso está contaminado. Para el que le intere-
sa, esto Derrida lo caracteriza muy bien en la crítica que le
hace a Lévinas en «Violencia y metafísica», que es un texto
que está incluido en La escritura y la diferencia. Derrida lo
que hace es poner a ese otro en la base de toda posible onto-
logía.

Y la tercera cuestión, con respecto a la idea de différance si


puede ser pensada en términos de entre. En francés différence
se escribe con «e», y Derrida está hablando de différance es-
cribiéndola con «a». Son dos términos que suenan igual pero
se escriben distinto. En esa marca de la «a» él quiere seña-
lar –justamente– cómo la escritura está haciendo evidente la
idea de différance como ruptura con la mismidad.

Cuando Heidegger piensa la diferencia como diferencia


entre ser y ente, para Derrida sigue pensando en términos de
mismidad.

Derrida estaría señalando, con ese quiebre a nivel de la


grafía, que la différance es siempre diferencia como despla-
zamiento; una de las formas de caracterización de la différance
es justamente señalar que la différance como diferencia es
huella de huella, y la idea de huella de huella remite –precisa-
mente– a algo que es siempre diferencia porque no remite a
una pisada originaria.

Derrida piensa toda la estructura de la lengua en términos


de huella, indicando que no habría un origen de la lengua
sino una continua remisión. Esta continua remisión parece
signar al lenguaje como repetición; cuando señalo «huella de
huella» estoy señalando una continua repetición.

La repetición –que tradicionalmente ha sido pensada como


estructura de la mismidad– Derrida la piensa, de acuerdo a
este principio de ruina que habita al lenguaje, como estructu-
241

ra de la diferencia; porque la repetición, la iterabilidad, supo-


ne siempre una diferencia en cuanto a la temporalidad.

Al repetir algo ya evidentemente hay una diferencia tem-


poral que está señalando, en la repetición, una estructura de
diferencia. Por eso para Derrida la repetición ya es diferen-
cia, y él ahí retoma un supuesto origen de la palabra iterabilidad
en un término sánscrito –itara– que quiere decir «otro». En-
tonces dice que la iterabilidad, a pesar de ser repetición, ya
lleva en sí misma la huella de la otredad en esta idea de que
iter es otro.

Norberto Inda: Cuando hace un ratito vos dijiste que toda


casa es una casa embrujada, en Buenos Aires hay en este mo-
mento un espacio que se llama Espacio Abierto donde hay
intervenciones muy inteligentes, y en una decía: «Todo alber-
gue es un albergue transitorio».

Quería decir algo en relación al tiempo, el tiempo en De-


rrida cómo se junta con esto de la fantología.

Y otra cosita más –que también tiene que ver con el tiem-
po–, una vez en una reunión sobre Blanchot, vos decías que
hay una fuerte crítica de Derrida al concepto de duelo en el
psicoanálisis que tiene que ver con la amistad o que tiene que
ver con el otro que es inasimilable. Me gustaría si podés ha-
blar un poquito de eso.

Mónica Cragnolini: En primer lugar en relación a la no-


ción de tiempo, si decimos que el fantasma es lo que está
entre la vida y la muerte, está quebrada toda noción de tiem-
po como continuidad.

Esto tiene que ver –también– con algo que dije al comien-
zo del peligroso quizás, el tiempo en Derrida es siempre tiempo
disyunto; disyunto frente a la idea de la conjunción del tiem-
po. Nosotros solemos pensar el tiempo como una reunión de
instantes: lo que yo vivo aquí y ahora lo pienso –si me pienso
en términos de una lógica identitaria– como la reunión de los
instantes, y fíjense que también pensamos nuestra vida como
242

la reunión de nuestro pasado, nuestro presente y lo que va a


acontecer.

Frente a esa idea, que responde a la lógica identitaria, Derrida


piensa el tiempo siempre como tiempo disyunto o quebrado.

Esto lo trabaja muy bien en Espectros de Marx, que co-


mienza –justamente– con una frase de Hamlet de Shakespeare
que dice: El tiempo está disyunto… está fuera de gozne –diría-
mos–, el tiempo está quebrado.

Entonces en términos del fantasma hay que pensar en tiem-


pos quebrados. Tiempos quebrados quiere decir tiempos que
no siguen en una línea de continuidad, que no se reúnen, y
que no apuntan a una meta.

Y después me preguntaste del duelo. Sí, la idea de pensar


en términos de hospitalidad y en términos de fantasma impli-
ca la idea de que el duelo siempre es imposible.

En «Duelo y melancolía» recuerdan que Freud se pregunta


qué es lo que perdió el melancólico que no puede hacer el
duelo; tendríamos que decir que en términos derridianos la
figura para pensar la cuestión de la alteridad sería la del me-
lancólico.

No patológicamente, sino que el término «melancólico»


tiene –más allá de la caracterización patológica freudiana–
toda una historia en la cultura, en la literatura, etc., etc. que es
mucho más rica que la mera patología.

Entonces en este sentido la relación con el otro estaría


signada por un duelo imposible, y eso es algo de lo que yo
dije cuando señalé que estoy condenada a una deuda infinita
con mi amigo que muere, porque estoy obligada a recordarlo
siempre y a recordarlo en su propio nombre. La idea de duelo
posible, que permite llevar la carga libidinal a otro objeto,
estaría eliminando al otro de alguna manera. ¿Por qué?, por-
que estaría en la posibilidad del –entre comillas– olvido, apro-
piando al otro en la propia mismidad.
243

La idea de duelo imposible estaría señalando esta inapro-


piabilidad del otro, y esta imposibilidad de reciclado de la
carga libidinal en otro objeto.

Graciela Milano: La palabra «otro» aparece mucho en tu


relato, entonces te quería preguntar cuál es el estatuto que se
le podría dar a ese otro, porque sino me parece que otra vez
queda como lo opuesto al sujeto.

Vos dijiste: el otro una parte mayor que el todo, entonces


me parece que ahí estás describiendo algo del otro como ina-
sible.

Ahora el lío se hace cuando el otro aparece como inapro-


piable porque yo no me lo puedo apropiar; y en realidad me
parece que tiene que ver con algo que es inapropiable per se.

¿Se entiende lo que digo?, el lío me parece que se arma


cuando aparece el otro como opuesto al sujeto. Es decir cuan-
do aparece como inapropiable, no aparece como inapropiable
per se, sino porque parece ser que yo no me puedo apropiar.
Entonces es como si uno cayera otra vez en el binarismo:
sujeto/otro.

Mónica Cragnolini: Cuando señalamos esto no estamos


negando que, por ejemplo en términos del derecho nosotros
nos seguimos pensando como subjetividad y pensamos al
otro como otra subjetividad. Eso no se está negando, fíjense
que no tendríamos derecho si no pensáramos en esos térmi-
nos.

Lo que Derrida está señalando es algo que estaría en la


base de toda posibilidad de pensar en términos de subjetivi-
dad, que es el hecho de que el otro es esta estructura inapro-
piable.

Ustedes pueden decir: pero en definitiva si después en el


ámbito del derecho yo pienso al otro en términos de otra sub-
jetividad, en el ámbito de las relaciones humanas lo tengo
que pensar así porque las relaciones humanas son –en alguna
244

medida– relaciones contractuales, etc., etc. ¿qué valor tiene


esto?

El valor que tiene es el valor de estar siempre deconstru-


yendo los intentos de apropiación que se hacen en nombre
del derecho, en nombre de las organizaciones, etc., etc. Esta-
ría operando –como yo decía anteriormente– como ese resto
que está siempre. No quiere decir que por pensar en términos
del otro como esa parte que es mayor que el todo, yo ahora
voy al banco y digo: No, yo este cheque no se lo firmo porque
estoy deconstruida… No tiene que ver con eso porque en los
términos de las relaciones habituales uno se sigue manejando
con esa estructura. Nuestras instituciones son modernas.

Graciela Milano: Me parece como si lo inasible fuera el


relato –por ahí es una mala interpretación– pero si no queda
como que lo inasible fuera lo del otro.

Intervención femenina: Me da la impresión que lo que está


planteando Graciela es si son dos otros, o si hay sujeto y otro.

Graciela Milano: Claro, porque sino queda como lo


inapropiable puesto en el otro. Y en realidad se trata de dos
otros, sino seguimos en el binarismo sujeto-otro.

Mónica Cragnolini: Tal vez la confusión viene del uso del


término «sujeto». Sujeto en filosofía no sos vos, sujeto es la
forma de constitución… lo que nosotros llamaríamos la sub-
jetividad. No es un individuo. Yo sé que ustedes en Psicoaná-
lisis a veces en la práctica clínica dicen sujeto para referirse
al otro.

En términos filosóficos –por eso señalé la crítica a la filo-


sofía moderna, etc., etc.– subjetividad es la categoría para
pensar el modo en que se constituye el existente humano des-
de la modernidad. ¿Qué quiere decir eso?, básicamente lo que
yo dije en términos de la lógica de la identidad; esto es sujeto,
una entidad cerrada en sí misma que se piensa idéntica a sí
misma.
245

Para ir al banco yo me pienso en esos términos de que sé


que es un mero nombre, para algo que es idéntico y se plantea
como idéntico porque sino –como dije anteriormente– evi-
dentemente no podría firmar un cheque para cobrarlo.

Pero cuando se plantea la cuestión del sujeto y de la alteri-


dad, se está pensando como algo que es previo a toda consti-
tución de la subjetividad. La constitución de la subjetividad
es la forma en que pensó todo esto, intentando separar lo otro,
la filosofía moderna.

Alejandra Tortorelli: En verdad casi le iba a preguntar lo


mismo que Graciela Milano, porque a mí me parece que pri-
mero tal vez hay un problema de traducción al hablar del otro.
Ya le da más cualidad y es complicado. Sería lo otro, porque
Derrida dice: ni vivo, ni muerto, ni mujer, ni hombre… Y es
la venida de lo otro.

Y a mí me queda muy confuso en tu relato lo otro y el


entre. Y me parece que no casualmente no tematisaste nunca
el tema de la différance, porque sino lo otro queda como un
elemento aislado.

Yo entiendo que vos decís que lo otro ya está presente des-


de siempre. Pero también es complicada la formulación, por-
que lo otro nunca está presente, viene desde siempre. Enton-
ces es lo que viene a diferir, es este movimiento de différance
que viene a perturbar constantemente no pudiendo estar pre-
sente, justamente. Capaz que le falta a la idea de lo otro como
el movimiento de la différance, sino queda como lo otro y el
sujeto.

Lo otro viene a perturbar la categoría de sujeto que ya no


se va a poder instituir como tal si yo lo pongo –justamente– a
funcionar en este entre. Yo estoy arrastrada, estoy exapropiada.

Capaz que éste es un problema de Lévinas y nos queda


como colgado a nosotros, de tratar a la otredad en términos
absolutos. La otredad tampoco, porque sino es el estilo de
Lévinas. Yo creo que la frontera es más interesante para
246

pensar esto… el double bind, la frontera, el entre, la


différance…

Mónica Cragnolini: Al comienzo tal vez no fui demasiado


explícita. Dije que cuando hablamos de la cuestión de lo otro,
hablamos del otro, lo otro y los otros.

Para no estar repitiendo a todo momento los tres términos,


simplifiqué siempre diciendo «el otro»; pero me pareció que
había quedado claro que estaba remitiendo a esos tres modos
de pensar la alteridad, en donde estaría también lo que vos
decías. Yo misma en mi casa estoy habitada por otro; eso por
un lado.

Ahora con respecto al tema de la différance, yo no tematicé


el tema de la différance porque el tema de la différance nece-
sariamente obliga a hacer una diferencia con la diferencia on-
tológica en Heidegger; entonces tendría que haber entrado en
el tema del ser y el ente, tendría que haber entrado en el tema
de la presencia… y me dio la impresión que hubiera sido
larguísimo.

Por eso les dije que lo que les puedo dar en una hora son
como ciertas orientaciones para la lectura, evidentemente hay
montones de términos derridianos que ni siquiera pude seña-
lar, como parásito, que hubiera sido absoluta y totalmente
necesario y pertinente para esto; suplemento, que hubiera sido
totalmente necesario para entender esto… Es decir hay mon-
tones de términos que no pude abordar porque es muy poco el
tiempo.

Intervención femenina: Te quería preguntar –sé que queda


muy poquito tiempo– pero lo de justicia ligado a esta noción
de lo otro, no sé justicia en qué sentido.

Mónica Cragnolini: La justicia no tenemos que pensarla


en términos del derecho, sino que para Derrida la justicia es
lo totalmente inaproximable al derecho, lo totalmente hetero-
géneo al derecho.
247

¿Por qué?, porque en el derecho nosotros operamos con


las ideas de simetría, reciprocidad y reconocimiento del otro,
y en ese sentido el otro es calculable; mientras que la justi-
cia –él la define muy bien en Políticas de la amistad– cuando
dice: La justicia es la exposición aneconómica al otro incal-
culable; es decir no económica al otro incalculable.

Fíjense que con el término justicia se trata, no de una justi-


cia distributiva donde yo le daría a cada uno lo que le corres-
ponde, sino precisamente del modo de dar verdaderamente
cuenta del otro como incalculable.

Justicia es el otro, en Derrida.

Adriana Zadunaisky: Quiero agradecerte mucho, realmente


impresionante esto.

Me parece que una de las dificultades con Derrida es que


como él está permanentemente deconstruyendo en la filoso-
fía de occidente el modelo del intercambio económico, en-
tonces todas las categorías –no sólo en el trabajo que se toma,
junto con otros, de deconstruir desde Platón en adelante– sino
todo el trabajo que sobre el lenguaje ha hecho el modelo del
intercambio del capitalismo, que es como muy invisible y muy
difícil para nosotros de pensar.

Creo que es uno de los pensadores que más –más– ha traba-


jado la deconstrucción del modelo del intercambio monetario.

Mónica Cragnolini: Sí, fíjense que básicamente lo que se-


ñalaba anteriormente, esta estructura de «relación» con el otro,
es la estructura de la ética capitalista.

El modelo de la subjetividad moderna es el que luego se


apropia, en términos del derecho en la idea de la sociedad
civil, y toda la filosofía del derecho moderna no hace más
que justificar este tipo de estructura y relación.

La Filosofía del Derecho de Hegel comienza –justamen-


te– señalando que forman parte de la sociedad civil los pro-
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pietarios; y para pensar a los propietarios tengo que pensar en


subjetividades cerradas que tienen atributos y que se pueden
apropiar de lo otro.

Por eso el pensamiento derridiano va en una línea de iz-


quierda, a pesar de que muchos marxistas dicen que no tiene
nada que ver con ellos… para mí claramente es un pensa-
miento de izquierda porque es un pensamiento en donde, al
deconstruir el modo básico de relación de la estructura del
capitalismo, está pensando en otra dirección.

Intervención femenina: Te agradecemos mucho tu presen-


cia… (aplausos y corte final).

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