Salvia, Agustin y Eduardo Chavez Molina (2007) - Sombras de Una Marginalidad Fragmentada. Aproximaciones A La Metamorfosis de Los S

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Miño y Dávila (Buenos Aires).

Sombras de una marginalidad


fragmentada. Aproximaciones
a la metamorfosis de los
sectores populares de la
Argentina.

Salvia, Agustín y Eduardo Chavez Molina.

Cita: Salvia, Agustín y Eduardo Chavez Molina (2007). Sombras de una


marginalidad fragmentada. Aproximaciones a la metamorfosis de los
sectores populares de la Argentina. Buenos Aires: Miño y Dávila.

Dirección estable: https://www.aacademica.org/agustin.salvia/237

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sin la autorización expresa de los editores.

© 2007, Pedro Miño


© 2007, Miño y Dávila srl

Primera edición: Agosto de 2007

ISBN: 978-84-96571-48-8

IMPRESO EN ARGENTINA
Sombras de una
marginalidad fragmentada
Aproximaciones a la metamorfosis
de los sectores populares de la Argentina
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e-mail administración: [email protected]
Buenos Aires · Argentina
colección

Análisis Social Director

Ricardo Sidicaro

L as actuales transformaciones sociales que


-conocen nuestros países han estimulado
el surgimiento de nuevos interrogantes sobre
todas las esferas de la práctica social. En con-
secuencia, han renovado las discusiones en
materia metodológica y, en el plano teórico, han
suscitado en los últimos tres decenios cambios
de paradigmas que modificaron profundamente
el horizonte conceptual de las ciencias sociales.
Los objetos de análisis de esa renovación cien-
tífica no están sólo relacionados con las situa-
ciones presentes, sino que también incluyen la
formulación de nuevas indagaciones sobre el
pasado de nuestras sociedades. Al respecto, las
numerosas investigaciones cuyos resultados se
han materializado en informes de investiga-
ción y en tesis para la obtención de títulos de
postgrado, constituyen valiosos aportes para el
avance de los conocimientos que, sin embargo,
tienen escasa difusión en las comunidades aca-
démicas.
La editorial Miño y Dávila (Buenos Aires-
Madrid) ha organizado la colección Análisis
Social con el objetivo de poner al alcance del
lector interesado textos de investigación sobre
problemas contemporáneos y teoría social de
reciente elaboración que han sido seleccionados
mediante referatos o evaluados por organismos
públicos dedicados a la promoción y el desarro-
llo de la ciencias.
Agustín Salvia y Eduardo Chávez Molina
(compiladores)

Sombras de una
marginalidad fragmentada
Aproximaciones a la metamorfosis
de los sectores populares de la Argentina
Índice

13 Presentación

15 Introducción,
por Agustín Salvia y Eduardo Chávez Molina

25 I. Consideraciones sobre la transición a la modernidad,


la exclusión social y la marginalidad económica.
Un campo abierto a la investigación social y al
debate político,
por Agustín Salvia

67 PRIMERA SECCIÓN
Sobreviviendo en la marginalidad económica
de los espacios urbanos

69 II. Al borde de la informalidad:


prácticas de reproducción socio-laboral en el segmento
marginal de la feria de San Francisco Solano,
por Eduardo Chávez Molina, Guillermina Comas
y Juan Pedro Alonso
99 III. El trabajo sexual en un contexto de marginalidad
laboral y segregación espacial. Trayectorias laborales
de travestis y mujeres en situación de prostitución
en el Sur del Gran Buenos Aires,
por María Laura Raffo
141 IV. De esquinas y rebusques. Los jóvenes limpiavidrios
de un barrio de la ciudad de Buenos Aires,
por Esteban Bogani y María Florencia Graziano
161 V. Las prácticas de mendicidad en la red de subterráneos
de la Ciudad de Buenos Aires,
por María Florencia Graziano, Agustina Lejarraga
y Daniela Grillo
189 SEGUNDA SECCIÓN
Trabajando en empleos precarios bajo la economía informal

191 VI. Remiseros de la pobreza. Trayectorias descendentes


y nuevas estrategias de sobrevivencia en el Sur
del Gran Buenos Aires,
por María Marta Pregona, Federico Stefani
y Cecilia Tinoboras
217 VII. Juventud ¿divino tesoro? Trayectorias socio-laborales
de jóvenes trabajadores de delivery,
por Pablo Molina Derteano
241 VIII. Sueños del eterno retorno de la sociedad salarial
para los jóvenes asalariados precarios en condiciones
de segmentación territorial,
por Pablo Molina Derteano

269 TERCERA SECCIÓN


Reproduciendo la marginalidad a través de estrategias
de organización y movilización social

271 IX. Empresas recuperadas: Condiciones de existencia


materiales y simbólicas de sus trabajadores
y tendencias posibles,
por Laura Saavedra, Eduardo Fernández Maldonado,
Rodolfo Herrán y Diego Quartulli
295 X. Comedores comunitarios como estrategias de
supervivencia: el caso del Centro de Actividades
Comunitarias de La Boca,
por Astor Massetti y Manuela Parra
329 XI. Relaciones de intercambio y organización
en el mundo de la venta ambulante.
Los vendedores del Ferrocarril General Mitre,
por Emilse Rivero
343 XII. “Vivir del plan”. Estudio de caso de jóvenes
beneficiarias del Plan Jefes y Jefas de Hogar
del barrio de Rafael Castillo de la Provincia de
Buenos Aires: experiencias de vida en torno
a planes sociales,
por María Eugenia Correa y Mariano Hermida

363 Bibliografía

379 Los Autores


Sombras de una
marginalidad fragmentada
Aproximaciones a la metamorfosis
de los sectores populares de la Argentina
Presentación

L a presente obra es el resultado de un trabajo colectivo de inves-


tigación enriquecido por el esfuerzo y las motivaciones acadé-
micas de quienes participaron en esta iniciativa. El desarrollo de
esta investigación ha sido una valiosa fuente de inspiración para
la formación de becarios CONICET, UBACyT y FONCyT (muchos
de cuales han realizado sus tesis de posgrado a partir de los temas
aquí abordados), así como de pasantes y asistentes que han logrado
dar en ella sus primeros pasos. En este sentido, esta obra también
significa un nuevo aporte de la labor que el programa “Cambio
Estructural y Desigualdad Social” viene realizando desde hace
diez años bajo la dirección de Agustín Salvia, desde el Instituto de
Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales
de la Universidad de Buenos Aires. En esta ocasión, los artículos
compilados se realizaron en el marco del proyecto “La Sobrevivencia
de los Desplazados: Trayectorias Económicas, Condiciones de Vida,
Reproducción Social, Identidades Colectivas y Políticas Posibles”,
cuyo desarrollo fue posible gracias al apoyo institucional y econó-
mico brindado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y
Tecnológica del FONCyT, dependiente de la Secretaría de Educa-
ción Ciencia y Tecnología del Ministerio de Educación.
La investigación emprendida supo aprender de los valiosos
aportes de investigadores que han formado escuela en el campo de
los estudios sobre la pobreza y la marginalidad en nuestro país,
tales como Gino Germani, Floreal Forni, Miguel Murmis, José
Nun, Susana Torrado, María del Carmen Feijóo, Elizabeth Jelín,
Eduardo Bustelo, Juan Villarreal, entre otros, así como de las

13
enseñanzas e interrogantes que dejó abiertos un primer compilado
de trabajos de investigación denominado Los Nuevos Rostros de
la Marginalidad, cuya coordinación estuvo a cargo de Fortunato
Mallimaci y Agustín Salvia, publicado en Buenos Aires en 2005
por la editorial Biblos.
Por último, corresponde agradecer a todos aquellos que han acompañado
en diversos momentos el desarrollo de esta empresa, en particular cabe hacer
destacada mención al valioso apoyo brindada por la Lic. Claudia López a
los trabajos de campo, así como a las invalorables tareas de compilación
y corrección realizada por Eduardo Chávez Molina, Juan Pedro Alonso y
todo el equipo a cargo de la coordinación académica editorial. Especial
reconocimiento merecen Federico Schuster, actual decano de la Facultad
de Ciencias Sociales, y Carolina Mera, actual Directora del Instituto de
Investigaciones Gino Germani, en ambos casos por su confianza y decidido
respaldo a nuestro labor científica.

14 PRESENTACIÓN
Introducción

E n este libro presentamos una serie de artículos elaborados


en el marco de una investigación de largo aliento1 cuyo
principal referente son los sectores de la supuestamente “nueva”
marginalidad laboral surgida durante las últimas décadas en el
espacio metropolitano del Gran Buenos Aires.
Desde su inicio el trabajo de investigación estuvo orientado a
examinar y reconocer –a través de estudios de caso y observaciones
en profundidad– las particulares condiciones materiales y sim-
bólicas de existencia, reproducción y alternativas de movilidad e
integración de los sectores populares en una Argentina deteriorada
por un largo período de crisis crónicas, feroces políticas de ajuste
y fallidas reformas neoliberales. Pero a diferencia del material
reunido en Los Nuevos Rostros de la Marginalidad, tarea realizada
en el contexto de la peor crisis económica, social y política experi-
mentada por el país entre 2001-2002, la motivación central de esta
compilación de trabajos ha sido explorar aspectos que permitan
descifrar las condiciones y mecanismos que hacen posible –cuando
no necesario– que las vastas relaciones de marginalidad económica
y social generadas bajo las condiciones anteriores, sobrevivan
transformándose, y esto a pesar de que el país parezca lanzado –a
partir de 2003– a un acelerado proceso de reactivación en el marco
de un cambio prometedor de la política económica.

1 Nos referimos a las investigaciones realizadas en el mencionado proyecto “La


Sobrevivencia de los Desplazados: Trayectorias Económicas, Reproducción
Social, Identidades Colectivas y Políticas Posibles”.

15
Un interrogante que desde su origen orientó nuestras investi-
gaciones fue la pregunta de ¿cómo es posible que la emergencia de
inusitados niveles de pobreza, deterioro en las relaciones laborales y
marginalidad no implicó una fractura o transformación del modelo
de acumulación económica ni de dominación político-institucional?
Esta pregunta tuvo en su momento una importancia política
destacada, sobre todo cuando se creía que la movilización de los
“nuevos actores sociales” y las llamadas “economías populares”
implicaba un significativo avance en la lucha social, a la vez que
un germen en la construcción de un estadio superior del capitalismo
y una ampliación del sistema político democrático. En dicha oca-
sión, nuestras investigaciones dieron cuenta –tal como se reitera
y amplía en este volumen– de lo lejos que estaban las “economías
de la marginalidad” de generar tales cambios.
Aunque los ecos de ese debate todavía continúan, la realidad en
la Argentina post devaluación parece ser otra, así también como
sus “espejismos”. En este sentido, los resultados de las investiga-
ciones reunidas ponen en duda la validez de aquellos discursos
que –de manera intencional o ingenua, acá no importa– creen ver
en la actual fase de crecimiento económico, aumento de la tasa de
empleo y retroceso de los elevados niveles de pobreza, la emergencia
de una sociedad más integrada y asimilada a un efectivo “círculo
virtuoso” de desarrollo económico y social. En el marco de estos
debates –que tienden a involucrar fuertemente a la intelectualidad
académica de las ciencias sociales–, la principal hipótesis que atra-
viesa esta obra es que la marginalidad laboral que se extiende en
los grandes centros urbanos de la Argentina y de América Latina
–en tanto países capitalistas sometidos a un desarrollo desigual,
combinado y dependiente– constituye un componente sistémico
–y, por ahora, al menos no disfuncional–, encadenado al funciona-
miento global del régimen de reproducción social y de dominación
político-institucional.
Por otra parte, cabe explicitar en esta presentación una orien-
tación metodológica que hace a las condiciones de producción del
trabajo realizado. Es evidente que a lo largo de la investigación
la propia realidad social objeto de estudio fue cambiando. Del
mismo modo, lo fueron haciendo sus preguntas, conjeturas y, sin
duda, los marcos de referencia de quienes la protagonizamos. Sin
embargo, hay algunos denominadores comunes que como princi-
pio metodológico supieron mantenerse en el tiempo. Al igual que

16 INTRODUCCIÓN
durante los trabajos realizados para la elaboración del primer libro,
no pudimos evitar poner bajo sospecha la realidad tal cual se nos
presentaba y preguntarnos tanto por las estructuras como por los
actores, los hechos como las representaciones, abandonando toda
ilusión sobre la transparencia del lenguaje y de los signos, poniendo
en duda nuestros propias conjeturas y argumentos.
Si bien contamos con amplia información estadística sobre
varios de los temas abordados, optamos por elaborar datos pri-
marios generados a partir de estar en contacto directo con las
relaciones sociales y los mundos de vida de los actores sociales
involucrados en la problemática estudiada. En lo fundamental,
tal decisión se basó en la idea de que en momentos de importantes
cambios históricos, la investigación micro social puede cumplir un
papel relevante en función del descubrimiento de nuevos hechos y,
por lo tanto, en la puesta en revisión de los supuestos aceptados a
partir de los cuales se abordan tradicionalmente ciertos problemas.
Hasta donde sabemos, el proceso social es siempre un sistema en
conflicto, significado de manera ideológica por los sujetos y actores
participantes, abierto a una construcción interesada pero no deter-
minada de manera intencional, a la vez multifacética y polivalente
en cuanto a las consecuencias de su desarrollo. Un orden frente al
cual, para su reconocimiento, y con el objeto de no vernos engañados
por nuestras propias expectativas o temores, resulta conveniente
–siguiendo las recomendaciones de Raymond Boudon2 – que las
evidencias específicas sobre procesos emergentes sean priorizadas
por sobre las representaciones generales del fenómeno tomado en
su sentido global.
En el marco de este enfoque, la presente compilación recoge
una serie de investigaciones de campo “significándolas” como micro
datos, en procura de una representación general en elaboración
que no sólo resulta a nuestro juicio epistemológicamente posible
sino también políticamente necesaria: ¿cuáles son las nuevas
reglas de funcionamiento y diferenciación social que plantea el
orden emergente en las sociedades del subdesarrollo a principios
del siglo XXI?
Dicho esto, cabe adelantar al lector que Sombras de una
marginalidad fragmentada se divide en una Introducción gene-
ral y tres secciones de artículos temáticamente diferenciados.

2 Raymond Boudon, La place du désordre, París, P.U.F., 1984, pp. 56-57.

AGUSTÍN SALVIA Y EDUARDO CHÁVEZ MOLINA 17


La Introducción “Consideraciones teóricas y metodológicas sobre
la marginalidad económica. Un campo abierto para la investi-
gación social y el debate político”, ofrece un marco de análisis a
partir del cual reconocer el significado particular de la noción de
“marginalidad”, tal como ésta fue ganando sentido teórico en el
marco de nuestras investigaciones (a partir de una revisión de la
tesis de la “masa marginal” introducida por Nun, Murmis, Marín,
entre otros, a fines de los años sesenta). El hecho de que este con-
cepto forme parte del título de esta compilación quiere destacar
el valor heurístico de retomar el mismo bajo el actual patrón de
reproducción económica y social que presenta el capitalismo argen-
tino y el sistema mundial.
A continuación de este trabajo, cada una de las secciones reúne
una selección de artículos según diferentes tipos de “marginalidad
económica” de las relaciones sociales de trabajo objeto de estudio.

La Primera Sección, Afirmaciones de trabajo e identidad


desde la marginalidad económica, presenta una serie de artí-
culos referidos a segmentos laborales cuyas relaciones de trabajo
traspasan los “límites” de la informalidad tradicional, quedando
en los márgenes de la “legalidad”. Se trata de prácticas que no sólo
están muy lejos de los procesos centrales del capitalismo moderno,
sino que además no forman parte de sus necesidades. Sin embargo,
todas ellas se desarrollan y reproducen plenamente aceptadas por
el sistema social.
El artículo de Eduardo Chávez Molina, Guillermina Comas
y Juan Pedro Alonso, “Al borde de la informalidad: Prácticas de
reproducción socio-laboral en el segmento marginal de la feria de
San Francisco Solano”, tiene como objetivo describir y analizar
las relaciones sociales de trabajo de este segmento marginado,
prestando particular atención a lo que refiere a sus trayectorias
laborales, la relevancia de las redes sociales, la relación con los
pares y los otros grupos de feriantes, la planificación y la incerti-
dumbre constitutivas de su hacer cotidiano, la ausencia de relación
con las instancias de contención y regulación formal, sus propias
imágenes acerca del “rebusque” y la “legalidad”. Todos estos ele-
mentos, entre otros, permiten diferenciar a este segmento laboral,
tanto de aquellos feriantes tradicionales como de los llamados “cola
de feria”, resultando de ello un tipo de trabajo y explotación en los
márgenes de la informalidad. Siguiendo estas preocupaciones, el
estudio responde a preguntas como: ¿quiénes son y cómo llegaron

18 INTRODUCCIÓN
a la feria los trabajadores que forman estas actividades?, ¿pueden
y quieren escapar de ella?, ¿qué organización del trabajo constru-
yen y cómo intervienen sobre el campo de conflictos que abre su
legitimada “extra-legalidad” económica?
En tanto, el trabajo de María Laura Raffo, “Marginalidad
laboral y segregación espacial: trayectorias laborales de travestis
y mujeres en situación de prostitución en el Sur del Gran Buenos
Aires”, evidencia un conjunto de reflexiones sobre las condiciones
de vida y de trabajo de un grupo de mujeres y travestis en situa-
ción de prostitución y pobreza en el partido de Florencio Varela.
El enfoque del estudio gira en torno a la descripción de las trayec-
torias laborales del grupo de mujeres y travestis, a los procesos
de estigmatización derivados de la actividad que realizan y la
significancia que adquiere el barrio en los procesos de segregación.
En este sentido, el artículo examina los efectos que los procesos
de marginalidad laboral y segregación espacial producen en las
condiciones de vida y trabajo de los grupos bajo estudio, afectando
las posibilidades u oportunidades de movilidad social. Asimismo
se analizan las diferentes formas en el manejo del estigma que
presentan mujeres y travestis.
Creemos que un análisis de este tipo permite comprender algu-
nas de las consecuencias sociales de las crecientes desigualdades
socioeconómicas y simbólicas, y los mecanismos que nutren, sos-
tienen y reproducen la pobreza urbana contemporánea.
Por su parte, el artículo de Esteban Bogani y María Florencia
Graziano, “De esquinas y rebusques. Los jóvenes limpiavidrios de un
barrio de la Ciudad de Buenos Aires”, estudia un segmento laboral
típicamente marginal inserto en los espacios sociales dominados
por la modernidad urbana. Se trata de los jóvenes que limpian para-
brisas en las esquinas transitadas de la Ciudad de Buenos Aires.
En un contexto en el que los “rebusques callejeros” se presentan
para muchos como la única práctica de subsistencia posible, abordar
el estudio a fondo de esta actividad permite entender no sólo su
origen y conformación como resultado de una trama indeterminada
de trayectorias individuales, sino también un rasgo central de su
modo de funcionamiento: constituir una práctica laboral compleja
y organizada a cargo de una “población excedente” no funcional a
la organización urbana moderna. A través de ella, sus miembros
se encargan de hacer efectiva y violenta ocupación de semáforos,
esquinas y parabrisas, es decir, de ocupar y tomar control de
espacios públicos y de bienes privados como un modo legitimado de

AGUSTÍN SALVIA Y EDUARDO CHÁVEZ MOLINA 19


“ganarse la vida”. Una población ocupante de la calles de la ciudad,
subsistiendo gracias a su movilidad, operando sobre sus miedos,
ganando espacios y resignaciones, pero irremediablemente siempre
“al margen” o “afuera”, no siendo parte de la modernidad.
Por último, el artículo de María Florencia Graziano, Agustina
Lejarraga, y Daniela Grillo, “La mendicidad en el subte de Buenos
Aires. Un análisis de la práctica en el contexto del actual mercado
laboral”, analiza la mendicidad como parte de una compleja y
organizada actividad laboral de subsistencia para grupos sociales
que el mercado laboral formal no necesita ni demanda. Se estudia
esta particular práctica económica en el espacio público del subte,
un ámbito privilegiado de movilidad, intercambio y organización de
la vida urbana moderna. En este marco, se analizan las relaciones
sociales y actividades económicas –y simbólicas– involucradas en
dichas prácticas, así como también las interpretaciones que sus
protagonistas hacen de ellas, sus expectativas futuras y del mundo
social que las rodea. El trabajo muestra que se trata de una activi-
dad “protoinformal”, a veces “extra legal”, que combina relaciones
de reciprocidad y de autoexplotación familiar, alternando grados
diversos de organización y complejidad. Un interés particular de
este trabajo es describir el tipo de organización, estrategias, necesi-
dades, recursos y ejercicios de “simulación” implicados, para luego
contrastar la estrecha relación que existe entre la marginalidad,
la autoexplotación familiar y la apertura legitimada de espacios
que ofrece la modernidad urbana para ciertos perfiles sociales de
la población excedente.

La Segunda Sección, Trabajando en empleos precarios bajo


la economía informal, se organiza en base a aquellas relaciones
sociales de producción y trabajo insertas en circuitos económi-
cos, que si bien no están totalmente desvinculadas del proceso
de reproducción social (regulado por las relaciones de mercado y
político-institucionales), son marginales al mismo. Se trata de acti-
vidades que por un lado “escapan” al marco normativo que regula
las relaciones formales entre capital/trabajo, y por otro los empleos
que éstas brindan se desarrollan en un contexto de necesidades de
supervivencia y de estrategias defensivas, cuyo principal rasgo no
es la acumulación sino la reproducción mercantil simple.
El artículo de María Marta Pregona, Federico Stefani y Cecilia
Tinoboras, “Trayectorias laborales, desplazamiento e informalidad.
El caso de los remiseros en la zona Sur del Gran Buenos Aires”,

20 INTRODUCCIÓN
aborda el estudio de las trayectorias sociolaborales de un grupo
de hombres de entre 40 y 65 años, residentes en la zona Sur del
Gran Buenos Aires, que han sido desplazados de sectores formales
de la economía durante la década del ‘90 y que en la actualidad
trabajan como remiseros informales. Se analiza aquí la especifici-
dad del surgimiento y desarrollo de esta actividad como un nuevo
y precario nicho de supervivencia para una población excedente,
en su momento potencialmente disfuncional al modelo económico
y al sistema político. El análisis de las respuestas socio-laborales
dada por esta población a las condiciones de crisis que han debido
enfrentar, muestra que la marginalidad económica genera no pocas
veces entidad, identidad y organización social. En este caso, se
muestra que este tipo de actividad encuentra en el “barrio” –como
relación social situada– particulares condiciones de posibilidad
para su subsistencia.
En tanto, el trabajo de Pablo Molina Derteano, “Juventud
¿divino tesoro? Trayectorias socio-laborales de jóvenes trabajadores
de delivery”, estudia las prácticas socio-laborales y percepciones
de un grupo de jóvenes en condiciones de segmentación socio-terri-
torial, que trabajan de delivery para actividades económicamente
marginales en el sur del Gran Buenos Aires, prestando especial
atención a los disloques de sus discursos de solidaridad comunita-
ria y la incertidumbre de los procesos de inserción socio-laboral de
estos jóvenes. Se trata, sin dudarlo, de un trabajo precario en un
sector informal de la economía. ¿Se trata también de una población
excedente no funcional al desarrollo capitalista? Al parecer sí;
obviamente, no por las expectativas y sueños de los jóvenes trabaja-
dores, sino por las efectivas posibilidades que ofrece el mercado de
trabajo y el tipo de perfiles sociales que demanda el sector formal.
Los jóvenes delivery de la pobreza constituyen un grupo que la eco-
nomía capitalista no parece necesitar. Sus prácticas laborales y su
propia existencia, en un contexto de relaciones laborales altamente
precarizadas, abre nuevas contradicciones y diferenciaciones en el
campo de las relaciones económicas y laborales que operan en el
mundo de la informalidad.
El último artículo de esta sección es el de Pablo Molina Derteano,
con colaboración de Carlos Ortega, “Sueños del eterno retorno de
la sociedad salarial para los jóvenes asalariados precarios en con-
diciones de segmentación territorial”, que centra su estudio en un
grupo de jóvenes asalariados precarios que trabajan en pequeños
establecimientos informales de la zona Sur del Gran Buenos Aires.

AGUSTÍN SALVIA Y EDUARDO CHÁVEZ MOLINA 21


El trabajo aborda fundamentalmente las percepciones que ofrecen
los sujetos sobre su propia posición en la estructura social y territo-
rial y las proyecciones biográficas futuras, además de rastrear las
condiciones objetivas bajo las cuales encarar sus relaciones sociales
de trabajo en un contexto de marginalidad económica. A partir
de estas representaciones se constata, paradójicamente, la plena
vigencia de los idearios de ascenso, posicionamiento y movilidad de
la sociedad salarial. La contradicción se hace evidente. Se trata de
una población excedente que no puede constituirse en trabajadores
de la etapa actual del capitalismo argentino. Esto último abre el
interrogante sobre la viabilidad de poder resolver esta “disonancia”
a partir de sus presentes condiciones de trabajo en la informalidad
económica y de vida comunitaria en la segregación residencial.

Por último, la Tercera Sección, Reproduciendo la mar-


ginalidad a través de estrategias de organización y movi-
lización social, presenta una serie de artículos sobre segmentos
laborales que, con base en sus acciones colectivas y el carácter
social de sus actividades económicas, han configurado una par-
ticular forma de reproducir su sobrevivencia y de idear su propio
futuro y el futuro político y económico del país. Los dos primeros
artículos toman como punto de referencia la capacidad de resis-
tencia social a la desocupación, y a la pérdida del lugar de trabajo.
Como contracara, los artículos siguientes reflejan la organización
en torno al trabajo cuando está ausente la experiencia sindical
previa, el reclamo social, y sólo hay una reivindicación económica
inmediata. En ambos casos, se trata de emprendimientos laborales
que utilizan fuerza de trabajo poco funcional al sistema capitalista
moderno. El problema para el régimen dominante es, entonces, qué
hacer con esta masa marginal desplazada u olvidada, siendo que
la misma posee una gran capacidad de afectar la paz social y la
legalidad formal de las relaciones de propiedad y de los derechos
ciudadanos.
El trabajo de Laura Saavedra, Eduardo Fernández Maldo-
nado, Rodolfo Herrán y Diego Quartulli, “Empresas Recuperadas:
¿paraíso de una nueva identidad obrera o nostalgias de un tiempo
nunca vivido?”, busca dar respuesta a dos hipótesis que ponen en
tensión lo expresado por la literatura existente. Consideramos que
si bien la recuperación de empresas es una práctica muy útil para
mejorar las condiciones de reproducción de estos trabajadores, la
misma se orienta principalmente por una lógica instrumental de

22 INTRODUCCIÓN
la subsistencia y constituye una forma marginal de lucha por la
existencia social. Asimismo, un aporte novedoso es la respuesta que
en materia de significados y valoraciones estos trabajadores dan a
su trabajo actual. Ahora bien, su vida –y la de las propias empresas
recuperadas– no depende del mercado, sino cada vez más, de la
voluntad política orientada a apoyar y legitimar su existencia (no
sin esperar su pronta disolución), con fin último de acallar éstos
y otros reclamos que pongan en cuestión la capacidad del modelo
económico de incluir a todos.
Por su parte, el artículo de Astor Massetti y Manuela Parra,
“Comedores comunitarios como estrategias de supervivencia: el caso
del Centro de Actividades Comunitarias de La Boca”, se enmarca
en una serie de interrogantes: ¿Cómo se llega a encarar la partici-
pación en este tipo concreto de prácticas sociales? ¿Qué distingue
u homogeneiza a estos sujetos sociales? ¿Qué trayectorias de vida
han desarrollado? ¿Qué sentidos le atribuyen a estas prácticas en
su vida cotidiana? Y fundamentalmente: ¿Qué lugar ocupa en la
actividad comunitaria que desarrollan en el contexto de su super-
vivencia familiar?, y ¿Cuánto de estas prácticas se asemeja a un
“trabajo” y cuanto a “vocación”?
La propuesta es entonces bucear por la especificidad del fenó-
meno, donde no será ya el comedor una respuesta social macro, sino
las opciones y oportunidades de sujetos sociales concretos. Entre
sus valiosos aportes y hallazgos, cabe destacar las “devaluadas”
demandas y expectativas de desarrollo económico y social que
tienen para sí las propias organizaciones sociales de subsistencia.
Por otra parte, no sólo son estas trabajadoras las que encuentran
en esta actividad un sentido para sus vidas, sino también un
amplio sector de población excedente para el capitalismo argentino.
En cualquier caso, lo cierto es que para mantener la integración
social, el Estado, en este caso, debe gastar muy poco en procura
de garantizar la reproducción de la economía social.
En tanto, el artículo de Emilse Rivero, “Relaciones de inter-
cambio y organización en el mundo de la venta ambulante. Los
vendedores del Ferrocarril General Mitre”, aborda el estudio del
trabajo de vendedores ambulantes en los trenes y en los andenes
(plataformas), analizando el grado de organización de los vende-
dores. En el desarrollo de esta actividad en el ferrocarril Mitre, se
visualiza la existencia de un grupo de heterogéneas identidades
conformadas por vendedores viejos y nuevos, de línea y de plata-
forma, músicos o vendedores de productos, en cuya permanente

AGUSTÍN SALVIA Y EDUARDO CHÁVEZ MOLINA 23


interacción forman una especie de collage. Ante tal heterogenei-
dad, y con el objetivo de indagar acerca de las características que
asumen las relaciones de intercambio que se establecen en la venta
ambulante en los trenes, la autora se pregunta: ¿cuál es la especi-
ficidad del grupo de estos vendedores?, ¿existe tal especificidad?,
¿qué hace posible la convivencia y el funcionamiento organizado
de una actividad compleja en términos de intereses e identidades?
¿Por qué no el caos y la disgregación? Para dar respuesta a estos
interrogantes el artículo revisa la clasificación y los aportes teóricos
más relevantes referidos a la venta ambulante, poniendo en juego
los testimonios que reflejan los soportes objetivos y simbólicos del
orden y del conflicto.
Por último, el artículo de María Eugenia Correa y Mariano
Hermida, “Vivir del plan: Estudio de caso de jóvenes beneficiarias
del Plan Jefes y Jefas de Hogar del barrio de Rafael Castillo de la
Provincia de Buenos Aires: experiencias de vida en torno a planes
sociales”, plantea que el fenómeno del desempleo se presenta como
uno de los principales factores que reflejan la crisis social que
atraviesa la Argentina, así como gran parte de América Latina.
Los indicadores económicos nos señalan que uno de los segmentos
más desfavorecidos es el que se encuentra constituido por los jóve-
nes, y especialmente por los que provienen de sectores populares.
Son éstos quienes sufren de manera intensa el problema social
del desempleo, los altos índices de desocupación y la informalidad,
caracterizada por la inestabilidad y la precariedad laboral. Con lo
cual la realidad social de estos jóvenes se vuelve prioritaria en el
marco de una intervención pública capaz de generar mayor inclu-
sión social, disminuyendo los grandes abismos de desigualdad que
predominan actualmente. El fin de este trabajo es indagar sobre
la efectividad de estas políticas sociales ejecutadas por el Estado,
en función de observar si a través de ellas se puede alcanzar una
mayor inclusión social, para lo cual se analizará el caso de muje-
res jóvenes beneficiarias del Plan Jefes y Jefas de Hogar en la
Argentina, específicamente en el barrio de Rafael Castillo, de la
Provincia de Buenos Aires.

Agustín Salvia Eduardo Chávez Molina

24 INTRODUCCIÓN
I.

Consideraciones sobre la transición


a la modernidad, la exclusión social
y la marginalidad económica.

Un campo abierto a la investigación


social y al debate político

Agustín Salvia

Introducción

L a estrecha relación entre los cambios estructurales ocurridos en


la región a fines del siglo XX y el deterioro de las condiciones
de vida y el aumento de la desigualdad social, es una idea fuerza
ampliamente abordada en los estudios de la realidad latinoameri-
cana. La pobreza económica de vastos sectores parece constituir
un rasgo estructural, suficientemente cristalizado e integrado al
resto del sistema social, sin que ello implique un riesgo de desinte-
gración para el sistema económico y el orden político-institucional1.
Avala esta línea de argumentos una extensa investigación social
que describe el alcance del problema en términos de subdesarrollo,
desempleo estructural, informalidad, precariedad laboral y dete-
rioro de las condiciones generales de vida.
De la misma manera, el carácter cada vez más sistémico de
las condiciones de pobreza y desigualdad social en la Argentina
es una conclusión reiterada en numerosos estudios que han abor-
dado el problema en diferentes campos de la reproducción social:

1 Desde la perspectiva aquí abordada, lejos de constituir tales manifestaciones


efectos transitorios o necesarios en el proceso de modernización económica,
forman parte –tal como propone esta investigación– del modo mismo de fun-
cionamiento que caracteriza a la actual fase de expansión y transformación
del sistema capitalista mundial (Mingione, 1989; Tilly, 2000; Fitoussi y
Rosanvallon, 1998; Nun, 2000; Bourdieu, 2002).

25
mercado de trabajo, educación, salud, hábitat residencial, brechas
de ingresos, inseguridad, etc.2
Resulta importante señalar que, en el escenario social argen-
tino, estos problemas emergen con fuerza durante las últimas tres
décadas, después de mostrar el país –comparativamente con la
mayor parte de los países de la región– estándares relativamente
altos de bienestar y equidad social.
La explicación de este proceso, si bien es compleja, no puede elu-
dir las transformaciones generadas por los procesos de globalización
económica y los cambios en los paradigmas tecnológicos, la crisis
fiscal del Estado en el contexto del agotamiento del modelo indus-
trial sustitutivo, y los reiterados y fallidos ensayos de políticas
de ajuste y de cambio estructural aplicadas a partir de los años
setenta. El resultado fue un aumento constante de la pobreza
y la polarización social, tanto en ciclos de crecimiento como de
crisis y estancamiento económico. Ahora bien, por mucho que el
problema pueda ser reconocido a través de sus determinantes
históricos y sus efectos no deseados, no por ello queda implicado
un conocimiento sobre los procesos sociales que han hecho y hacen
posible la emergencia y reproducción en una matriz social de tales
características.
Una línea de investigación plausible, sin pretender agotar el
desafío, es preguntarse sobre la naturaleza de las actuales rela-
ciones sociales que presenta el mundo de la pobreza, sin perder
de vista que las condiciones de existencia de tales entramados se
vinculan con el resto del sistema económico, social y político. Jus-
tamente, uno de los ejes de análisis de los trabajos de investigación
aquí presentados es la idea de que el campo de la marginalidad
urbana –al menos en el caso de las relaciones sociales de producción
y trabajo localizadas en el Gran Buenos Aires– no es la expresión
de un fenómeno en transición, sino un componente encadenado
al funcionamiento general del sistema socio-económico y político-
institucional.

2 Entre los estudios a los que se hace referencia cabe mencionar a Altimir
y Beccaria (1999a, 1999b); FIEL (2001); PNUD-Argentina (2002); Neffa,
Battistini, Pánigo y Pérez (2000); Riquelme (2000); Beccaria (2001); Becca-
ria, Feldman, González Bombal, Kessler, Murmis y Svampa (2002); Delich
(2002); Damill, Frenkel y Maurizio (2002); Salvia y Tuñón (2003); Salvia y
Rubio (2003); ODSA/UCA (2004); Golberg (2004); Grassi (2004); Mallimaci
y Salvia (2005); Gasparini (2005); entre otros.

26 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


En el marco de este planteo general se abren, según la lite-
ratura especializada, dos hipótesis enfrentadas: ¿Cuánto de las
expresiones económicas y sociales que se generan en situaciones
de pobreza tienen como origen un déficit en las facultades de inte-
gración social que presentan algunos sectores de la población,
en términos de poder hacer frente a las demandas productivas y
culturales que genera la globalización? O, en su defecto, ¿en qué
medida tales expresiones devienen de las propias debilidades que
presenta el capitalismo argentino, y no son más que la consecuen-
cia del tipo de comportamiento puesto en juego por una “población
excedente” a dicho régimen, pero que al mismo tiempo no reviste
para el mismo ningún riesgo?
Según el enfoque aquí desarrollado, nos parece poco fructífero
sostener el supuesto de que la explicación de la marginalidad se
encuentra –sea de manera directa o indirecta– en sus propios pro-
tagonistas, o que es en el espacio íntimo de las tramas sociales que
ellas generan en donde cabe encontrar las claves interpretativas
del problema. Junto con una profundización de la tarea de cono-
cer las prácticas de supervivencia de sectores pobres y excluidos
(fecundas en evidencias sobre modos instituidos e instituyentes
de “auto explotación económica” y “segregación social”), hemos
creído importante introducir también el desafío de reconstruir las
tramas económicas, socio-políticas y culturales que articulan de
manera dinámica y conflictiva el mundo social de la marginalidad
con las formas productivas y socio-políticas hegemónicas. En este
sentido, esta investigación se propuso atender la fenomenología de
la marginalidad desde un interrogante poco explorado: ¿cuál es y
cómo opera la trama de intereses económicos, sociales y políticos
que hace posible, organiza y pone en funcionamiento, bajo las
actuales características del régimen de acumulación social en la
Argentina, una reproducción “no funcional” pero a la vez inofensiva
de la marginalidad económica?
Ahora bien, cabe también tomar en cuenta que, por mucho
que el patrón de organización social pueda ser establecido a nivel
agregado de una manera detallada, no por ello es posible inferir
las consecuencias que tales procesos tienen sobre el campo micro
social de las representaciones y las valoraciones de los diferentes
sectores involucrados en los procesos de marginación. Es decir, la
estadística social o los datos agregados poco nos dicen –más allá de
ofrecer algunas conjeturas– en cuanto a los “significados sociales”

AGUSTÍN SALVIA 27
que tiene para los sujetos la nueva matriz social que ha emergido
en la Argentina de la crisis del modelo sustitutivo y de las políticas
de cambio estructural. En tal sentido, las investigaciones reuni-
das en este libro también se preguntan qué dicen de sí los actores
sociales marginados. Ese “decir” nos habla de sus estrategias de
subsistencia, sus conflictos laborales, sus devaluadas condiciones
de vida, pero también de sus proyectos, esperanzas y fracasos. Esta
serie de realidades sociales, se convierten en un objeto de estudio
por demás significativo en una Argentina en franco proceso de
recuperación económica con aumento de la demanda de empleo3.
Esta situación abre una segunda serie de preguntas de interés
para esta investigación: ¿En qué medida una salida –aunque sea
transitoria– de la crisis crónica de la economía del país hace posible
disipar o disminuir las estrategias de subsistencia sumergidas en
la marginalidad? ¿Cuán posible y esperable es en tales condiciones
el retorno o inserción al sector formal de la economía de la pobla-
ción excedente marginada? ¿Qué nuevas realidades, porvenir y
esperanzas genera entre los sectores marginados este nuevo ciclo
de crecimiento?
En el marco de estas preocupaciones que orientaron las inves-
tigaciones realizadas, este capítulo busca brindar al lector algu-
nas claves teóricas a partir de las cuales interpretar y juzgar los
hallazgos, aportes y debates que abren los estudios de caso que se
presentan en este libro. Al respecto, cabe en primer lugar tomar en
cuenta que cualquier elaboración de conocimiento resulta imprecisa
si no se tienen claros los conceptos utilizados. Por lo mismo, las

3 La última crisis que estalló en la Argentina en el período 2001-2002 parece


actualmente haber quedado atrás. El desarrollo de una política de protección
del mercado interno fundada en un tipo de cambio depreciado, con fuertes
transferencias del sector exportador al sector público, introdujo un nuevo
escenario macroeconómico que derivó en un crecimiento de la inversión, la
producción y el empleo, a tasas importantes. En este contexto se registra un
incremento promedio del PBI de casi el 9% anual durante los últimos cuatro
años y, con respecto a 2002, una reducción significativa de las tasas de des-
empleo, desocupación y pobreza a niveles promedio de la década del noventa.
Esto no evita que todavía existan graves y estructurales problemas en materia
de calidad del empleo, informalidad laboral, pobreza y desigualdad social.
Al respecto, cabe señalar que se estima que sólo el 40% de fuerza de trabajo
cuenta con un “trabajo decente”, el 55% de la población ocupada lo está en
el llamado sector informal, todavía el 34% de la población se encuentra por
debajo de la línea de pobreza y el 12% debajo de la línea de indigencia y el 10%
de los hogares más ricos obtienen ingresos per cápita 33 veces superiores al
10% de los hogares más pobres. Cabe observar que las remuneraciones reales
promedio entre sectores están todavía por debajo en un 30% a las existentes
con anterioridad a la crisis.

28 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


dos siguientes secciones abordan el problema de dilucidar y com-
parar los diferentes significados, referentes empíricos y sentidos
teóricos que presentan los conceptos de marginalidad (tradicional),
marginalidad (económica) y exclusión social. A nuestro juicio se
trata de una serie de categorías usadas en determinados enunciados
que suelen confundirse cuando en realidad remiten a fenómenos y
problemas diferentes.
En la cuarta sección, se asume como propio el enfoque de la
marginalidad económica, profundizando su significado teórico y
alcances explicativos, y reconociendo el especial valor que presenta
esta perspectiva conceptual para identificar e interpretar los pro-
cesos que dominan el escenario económico, social y político de la
Argentina actual.
En la quinta sección se analiza el significado del fenómeno de
la “economía social”, “solidaria” o “popular”, como un caso parti-
cular de los fenómenos a los que hace referencia la marginalidad
económica. En este caso, nos interrogamos sobre el papel que
desempeñan tales prácticas en el contexto de la crisis y posterior
proceso de reactivación económica que atraviesa el país.
En la última sección y en las consideraciones finales, se
examinan –manteniendo como esquema interpretativo el enfo-
que propuesto– algunas de las principales claves conceptuales,
metodológicas y empíricas que fueron haciéndose relevantes con
el desarrollo de nuestra investigación.

Significados sobre la marginalidad,


la marginalidad económica y la exclusión social
El actual paisaje urbano de las grandes ciudades de Argen-
tina –al igual que en otras importantes ciudades de América
Latina– es particularmente rico en manifestaciones sobre formas
de supervivencia sometidas a condiciones de pobreza, situacio-
nes laborales precarias y originadas en procesos denominados
de marginación o exclusión social: asalariados no registrados;
comuneros de emprendimientos sociales; trabajadores de empre-
sas recuperadas; limpiavidrios; mendigos; trabajadoras sexuales;
productores clandestinos; vendedores callejeros; vendedores ambu-
lantes; feriantes ilegales; músicos y actores callejeros; artesanos
sin talleres; trabajadoras de “changas” o servicios eventuales,

AGUSTÍN SALVIA 29
entre muchos otros, constituye parte del repertorio de estrategias
de supervivencia que han puesto en acción los sectores populares
para hacer frente al desempleo generalizado y a las reiteradas
condiciones de crisis económica y social.
Sin duda, sus protagonistas constituyen expresiones de un
“rostro social” largamente existente en la región, cuya actualidad
ha generado una renovada producción literaria y de investigación
académica. Sin embargo, surgen algunas preguntas obligadas: ¿en
el marco de qué teoría resulta adecuado establecer el significado
de tales observables, entender su existencia y proyectar su porve-
nir? No pocas veces se supone que términos como marginalidad,
exclusión, informalidad, pobreza y desigualdad social predican
sobre el mismo problema o fenómeno general; sin embargo, esto no
necesariamente es así. Estos conceptos están insertos en matrices
teóricas distintas, ofrecen, según el caso, distinto grado de abstrac-
ción y presentan referentes empíricos diferentes; o, incluso, como
es el caso de la marginalidad y la pobreza, el mismo término puede
hacer referencia de distintos objetos teóricos y empíricos4.
El objetivo de toda construcción científica es remitir los dominios
indiferenciados de lo observable a categorías teóricas desde las cua-
les lo real pueda ser organizado de un modo particular y concreto, y
esto en función de reducir la complejidad a ideas que el pensamiento
pueda identificar y proponer como núcleo inteligible del fenómeno
que se considera. Para el problema que nos ocupa, es evidente que
el uso indiferenciado que se hace de ciertos términos presenta poca
utilidad al estudio de los procesos de empobrecimiento y polariza-
ción social. En función de aclarar las distintas teorías que esconden
algunos de los términos mencionados, se hace a continuación una
lectura de sus diferencias teóricas y metodológicas. En esta oca-
sión, el análisis se habrá de centrar en las nociones que mantienen
un uso frecuente y no siempre bien especificado: marginalidad,
marginalidad económica y exclusión social5.

4 Por ejemplo, en la bibliografía se encuentran recurrentes menciones al


malestar que despiertan los conceptos de marginalidad y exclusión social.
Por otra parte, a ambos conceptos no pocas veces se los asocia con el concepto
supuestamente más empírico de pobreza. Asimismo, es usual confundir la
marginalidad en sus diferentes versiones debido a su parecido lingüístico.
En el mismo sentido, no es inusual que se confundan las nociones de pobreza
y de desigualdad social: muchas veces, cuando se informa que aumentó la
desigualdad, automáticamente se piensa que también lo hizo la pobreza y
viceversa.
5 Para este fin, lejos de considerar que el significado de una proposición teórica
consiste en su método de verificación, definición dada por el empirismo lógico

30 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


La primera conceptualización que en América Latina intentó
dar cuenta del variado mundo económico, social y cultural de los
sectores populares fue la desarrollada por DESAL –Desarro-
llo Económico Social de América Latina– (DESAL, 1965, 1969;
Vekemans, 1970). Esta aproximación se hizo a través del concepto
de marginalidad, el cual se ubicó en el marco de la teoría de la
modernización (presentando esta última un fuerte componente
rostowiano)6. Interesa destacar que la teoría de la modernización
visualiza a la sociedad dividida en dos grandes sectores: uno tra-
dicional y otro moderno. El sujeto social reunido bajo una colección
amplia de prácticas económicas, sociales y culturales “tradiciona-
les” es definido por este paradigma como un sujeto “marginal”, no
suficientemente integrado a las instituciones y valores modernos
(DESAL, 1965; Germani, 1962, 1969, 1973), o, incluso, formando
parte de una “cultura de la pobreza” (Lewis, 1980). De esta teoría
se desprendía la idea de que si los países de América Latina bus-
caban salir del subdesarrollo debían transformar a su población
marginal en una población moderna, para lo cual debían someterla
a una preparación adecuada.
El fenómeno de la marginalidad se explicaba por la resistencia
cultural de los sectores tradicionales a incorporar las pautas de
vida moderna. El enfoque buscaba por lo tanto poder identificar
a dichos individuos (es decir, aquellos que se caracterizaban por
poseer normas y valores tradicionales) con el objetivo de actuar
sobre ellos y transformar sus valores. Para dicha identificación
se proponían una serie de dimensiones en donde se expresaban
formas “típicas” de la participación en la vida social no integradas
a la sociedad moderna: área de residencia, actividad económica,
relaciones sociales, participación política, aptitudes psicológicas y
actividades culturales. Si bien todas ellas resultaban dimensiones
importantes, en los hechos, tales dimensiones no tenían igual peso,

y el neopositivismo (Ayer, 1965), se asume aquí la teoría de la significación


propuesta por Bunge (1999) y que fuera aplicada en un análisis similar por
Cortés (2005).
6 Dicha teoría sostenía la vigencia de procesos de cambio social fundados en
etapas acumulativas de desarrollo. Partiendo de estos enfoques, resultó supo-
ner que la pobreza constituía una expresión estructural del subdesarrollo,
cuyo “círculo vicioso” podría ser superado siempre y cuando se desarrollaran
las relaciones de mercado, se introdujeran nuevas tecnologías, se extendiera
la educación, cambiaran las pautas culturales, etc. Es decir, se creasen las
condiciones de “modernidad” necesarias para superar el atraso en el proceso
histórico (Rostow, 1960; Hoselitz, 1960; Germani, 1962).

AGUSTÍN SALVIA 31
privilegiándose el factor ecológico: la población de marginales habi-
taba en los cinturones de miseria urbana o llamadas “poblaciones
marginales”7.
A la marginalidad de la teoría de la modernización se le opuso
a fines de los años sesenta la teoría de la marginalidad econó-
mica surgida de los estudios marxistas realizados en el marco
de las teorías de la dependencia. El sentido teórico del concepto
de marginalidad estaba dado en el contexto de una revisión de la
teoría marxista, en particular, en cuanto al papel del trabajo en
el proceso de producción y reproducción bajo un modelo de desa-
rrollo capitalista desigual y combinado (Nun, Marín y Murmis,
1968; Nun, 1969; Quijano, 1970). La idea central que recorría las
investigaciones realizadas desde este enfoque es que en el proceso
de desarrollo de las economías capitalistas dependientes, algunas
actividades que fueron centrales para la acumulación se transfor-
maban en marginales (Quijano, 1970; Duque y Pastrana, 1972). En
este tipo de sociedades, los sectores no monopólicos, las actividades
precapitalistas y la economía de subsistencia ocupaban trabajado-
res que conforman una población excedente “no funcional” a los
sectores monopólicos dominantes, denominada “masa marginal”
(Nun, 1969, 1978, 1999). Esta idea era opuesta a quienes argu-
mentaban que toda la superpoblación relativa constituía el ejército
industrial de reserva (Lange, 1966, Sweezy, 1958; Cardoso, 1970).
Según este enfoque, durante la etapa del capitalismo monopólico –y
especialmente en los países de América Latina–, una parte de la
fuerza de trabajo desocupada o subempleada podía dejar de cumplir
la función de ejército industrial de reserva, transformándose en
“masa marginal”, es decir, en una población excedente y prescin-
dente a los procesos dominantes de acumulación capitalista. En
los ciclos de retracción o periodos de crisis del capitalismo, podía
ser que una parte de la superpoblación relativa fuese marginal
tanto para el sector monopólico como para el sector competitivo, es
decir, que tampoco fuese funcional al sector informal. En este caso,
esta masa marginal podía desempeñar un papel “disfuncional” al

7 Es por ello que la marginalidad, en su versión más conocida, remite a las


zonas geográficas con alta concentración de marginados, en general, formadas
en el contexto de las migraciones de sectores rurales a las grandes ciudades.
Para un tratamiento más reciente de este tema, desde una perspectiva causal
similar al enfoque de marginalidad propuesto por la teoría de modernización,
véase Wilson (1996).

32 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


régimen político y económico capitalista vigente en una sociedad
histórica determinada.
Más allá de sus claras diferencias de sentido, los significados
de los conceptos sobre marginalidad, tanto en la perspectiva de
la teoría de la modernización como en la perspectiva marxista
latinoamericana, se encuentran perfectamente determinados. En
el primero, el sentido teórico del concepto lo brinda la teoría de la
modernización y el concepto se aplica de manera general al conjunto
de individuos “marginales” a partir de sus atributos personales,
sociales o culturales (si bien en la práctica, su utilización se redujo
a los habitantes marginales de zonas urbanas). En el caso de la
marginalidad económica, el sentido del concepto se encuentra en
la teoría marxista, a la vez que la clase de referencia no son las
personas sino las relaciones sociales de producción y, por lo tanto,
la categoría se aplica por extensión al conjunto de las relaciones de
producción marginales para el modelo de acumulación dominante
en la fase monopólica del capitalismo. En este caso, los “margi-
nados” son las personas que están insertas en tales relaciones de
producción.
Al mismo tiempo que estos debates tenían lugar en América
Latina, se acuñaban en Francia –a mediados de los años ‘60– los
términos, primero, de marginación o marginalidad y, más tarde,
de exclusión, para hacer referencia a los individuos no integrados
en las redes productoras de riqueza y de reconocimiento social
(Massé, 1965; Lenoir, 1974). Por extensión, este concepto se uti-
lizó para hacer referencia al conjunto de personas “excluidas”
formado por mendigos; vagabundos; prostitutas; criminales; pillos;
malabaristas, etc. (Geremeck, 1991). Pero al decir del propio Cas-
tel (1998), “la marginación no es exclusión”, y ambos conceptos
reaparecen diferenciados en la década del ‘90, cuando, Europa
en general, y Francia en particular, transitaban hacia un nuevo
modelo económico en el contexto de la crisis del régimen fordista
y de la globalización.
Al respecto, el autor destaca que centrar el análisis de la cues-
tión social en el problema de la exclusión implica restringirse sólo
a algunos de los efectos de la crisis actual. La dinámica comienza
mucho antes, poniendo el eje en la estabilidad de la condición
salarial en general. Por tal motivo, se hace necesario evaluar el
proceso histórico de desestructuración de las relaciones de trabajo
como consecuencia de los procesos de globalización y de cambios

AGUSTÍN SALVIA 33
tecnológicos (1999)8. De hecho, la hipótesis propuesta por Castel
es que el cambio se expresa en una modificación fundamental en
el proceso de inserción de los asalariados bajo el modelo del Estado
de bienestar: a) precarización e individualización del mercado de
trabajo; b) desigualdad en las oportunidades frente a los cambios
en las relaciones laborales; y c) predominio de la incertidumbre del
trabajo sobre la reducción de la desigualdad (Castel, 1997).
Sobre la base de estas tres tendencias habría tenido lugar un
proceso de desestabilización de los empleos estables, afectando espe-
cialmente a la clase obrera clásica y a los pequeños propietarios,
así como también a los jóvenes, y dando lugar a la reaparición de
un sector de la población que podría clasificarse de: supernumera-
rios. La degradación de la sociedad salarial se manifestaría en, al
menos, tres niveles: a) desestabilización de los estables, implicada
por la flexibilización económica; b) instalación de la precariedad
como destino que consiste en vivir al día a través de un trabajo
no registrado, la ayuda social, la solidaridad familiar, etc.; y c)
como consecuencia de lo anterior, la aparición de un nuevo perfil
social a la que se denomina como supernumerarios, los cuales se
encuentran en una situación de inutilidad social, no son integrables,
y ni siquiera están explotados en el sentido habitual del término.
Esta inutilidad social los descalifica también en el plano cívico y
político. A diferencia de los grupos subordinados de la sociedad
industrial, explotados pero indispensables, éstos no gravitan en
el curso de las cosas. Pueden suscitar inquietudes y necesidad
de implementar políticas, pues plantean demandas y problemas
sociales. Ahora bien, el verdadero problema es que existan. Los
“excluidos” pueden optar entre la resignación o la violencia espo-
rádica (Castel, 1997).

8 Durante al menos tres décadas, hasta los años ‘70, la llamada por Castel
“sociedad salarial” había logrado articular trabajo y protección, trabajo y
seguridad relativa para la mayoría de la población. Sin embargo, a partir
de esos años, como consecuencia de la globalización, los avances y cambios
tecnológicos y científicos y la masificación de los medios de comunicación y
producción, este sistema comienza a cuestionarse y erosionarse por el retorno
del mercado: “a medida que el mercado se internacionaliza y que aumenta la
competencia, el trabajo se vuelve blanco principal de una política de reducción
de costos de producción acompañada por esfuerzos para bajar el precio de la
fuerza de trabajo, mientras se aumenta su eficacia productiva. La flexibilidad
que traduce esta doble exigencia responde a requisitos de productividad y
apunta a reducir el precio del trabajo. A partir de ese momento, la condición
salarial estable y protegida fue considerada por muchos como lo que obsta-
culizaba la hegemonía del mercado” (Castel, 1999:26).

34 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


En este contexto, el concepto de exclusión social intenta descri-
bir los procesos a través de los cuales sectores que antes estaban
incluidos en los procesos de desarrollo en los años de bonanza del
Estado de bienestar, son ahora excluidos, especialmente del mer-
cado laboral y la seguridad social, pero también de las relaciones
sociales, políticas y culturales predominantes. En el marco de este
enfoque, algunos autores postulan la conformación de un “nuevo
régimen de marginalidad” (Wacquant, 2001). En este caso, la
marginación de carácter económica, social y cultural, sería una
consecuencia de los cambios operados en los procesos productivos,
los mercados de trabajo y las tradicionales funciones económicas
y sociales del Estado de bienestar. El resultado habría sido una
tendencia a la concentración residencial de los núcleos excluidos, los
cuales resultan marginados a través de los procesos de segregación
socioeconómica fuertemente correlacionados con la composición
étnica (a su vez relacionada con el tipo de inserción laboral) de los
grupos migratorios asentados en las grandes urbes9.
A partir de estos análisis resulta claro que los conceptos exa-
minados de marginalidad o exclusión social presentan diferencias
importantes más allá de sus parecidos morfológicos o simbólicos,
y que, por mucho que puedan, eventualmente –en forma directa
o indirecta–, hacer referencia de manera aparente a los mismos
observables, tales referencias están investidas de distinto signifi-
cado teórico, o, dicho sentido presenta diferente alcance. De lo cual
se advierte que los tres enfoques estructuran de manera diferente
sus observaciones, de modo que una misma persona podría ser
clasificada de manera distinta por una u otra teoría.

Un análisis comparado de significados


y realidades de la marginalidad
En el caso de la marginalidad económica, es claro que la clase
de referencia son las relaciones sociales de producción. En el caso

9 Sería el caso, por ejemplo, de las poblaciones inmigrantes que residen en los
barrios periféricos de París o Londres, las cuales sufren procesos de segre-
gación económica y social asociados a una marginación étnica. También,
forman parte de estos observables los “nuevos pobres” en los tradicionales
guetos latinos o afroamericanos en las grandes ciudades de Estados Unidos.
Al respecto, véase Wacquant (2000), también Wilson (1996).

AGUSTÍN SALVIA 35
del concepto de marginalidad introducido por la teoría de la moder-
nidad, la unidad de análisis es la población marginal (aunque, en
los hechos, con referencia específica a quienes residen en áreas
urbanas marginales). En cambio, en el caso de la exclusión social,
la clase de referencia pueden serlo los individuos, las relaciones
laborales, familiares o vecinales, las trayectorias profesionales, es
decir, no hay una clara referencia al objeto sobre el cual se predica.
La exclusión social podría ser considerada como un caso particular
de la marginalidad propuesta por la teoría de la modernidad. En
este sentido, ambos conceptos comparten la crítica de presentar
criterios de clasificación ambiguos. Por ejemplo, cabe preguntarse
¿en cuántas dimensiones se necesita ser excluido/marginal para
ser comprendido en esa condición? ¿Basta con una, con dos o hay
que serlo en todas: ecológica, política, económica, social y cultural?
En el caso de la exclusión, se suma a este problema que el sentido
teórico del concepto en sí (enunciados antecedentes y derivados) no
queda bien especificado en la medida que no forma parte de una
malla de conexiones teóricas más amplia y consistente.
En cuanto a los vínculos entre el concepto de marginalidad
económica y exclusión social, el propio Nun, en una revisión actua-
lizada a la tesis de masa marginal, sostiene que en la década de
los años ‘90, el concepto europeo de exclusión social aborda los
temas que las ciencias sociales se planteaban en la década del ‘60
en América Latina. Sin embargo, no está claro que dicho concepto
aporte mayor precisión teórica y capacidad explicativa a los proble-
mas a los que se refiere, sobre todo cuando se analizan contextos de
economías y sistemas políticos con modelos de desarrollo desigual
y dependiente (Nun, 2000)10. De tal manera que, si se emplea el
concepto de exclusión social para hacer referencia a los procesos
sociales vividos desde los años ‘80 en América Latina, habría que
tomar en cuenta, junto con las limitaciones explicativas del con-
cepto, algunas especificidades históricas.
Una importante diferencia se encuentra en el hecho de que en
Europa la población que quedó excluida de los progresos generados
por la globalización lo fue porque alguna vez estuvo incluida a tra-

10 Al respecto, Nun cita como ejemplo a Freund (1993), el cual observa que la
noción de excluido está “saturada de sentido, de no sentido y de contrasentido”,
y que prácticamente “se puede pedir que diga lo que uno quiere que diga”
(Nun, 2000: 31). Estas vaguedades y ausencias importantes en el concepto
de exclusión social empleado por Castel han sido también destacadas recien-
temente por Murmis y Feldman (2002: 16-25).

36 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


vés del mercado de trabajo, los sistemas de seguridad social y las
políticas públicas. Mientras que, en América Latina –en el contexto
de un desigual y subordinado desarrollo capitalista– tanto antes
como ahora existen sectores de la población que nunca estuvieron
incluidos, los cuales se mantienen insertos en relaciones sociales
de producción poco o nada necesarias para los procesos de acumu-
lación hegemónicos. Por otra parte, cabe observar que la inserción
a procesos avanzados de modernización y, más recientemente, a
partir de la globalización y los procesos de cambio estructural,
provocaron en la región –tal como es el caso de la Argentina– la
desaparición de formas capitalistas paradigmáticas del modelo
industrial substitutivo de importaciones. Esto generó que aque-
llos segmentos sociales que contaban con trabajos relativamente
estables, remuneraciones decentes, seguridad social, etc., expe-
rimentaran un proceso similar al que sufrieran los trabajadores
europeos. Los antes incluidos y ahora precarizados o desplazados
de empleos estables y protegidos, pasaron a formar parte de la
informalidad, el desempleo, a realizar trabajos de subsistencia,
etc., conformando parte de la masa marginal “no funcional”. Si
bien también aquí, con diferencias no menos importantes en com-
paración con los precarizados y supernumerarios europeos, como la
falta de un Estado de bienestar capaz de dar cobertura asistencial
a los sectores marginados (ausencia de un seguro de desempleo y/o
de programas de ingresos mínimos; ausencia de políticas activas
de entrenamiento y de reinserción laboral; insuficiencia de los
servicios públicos de salud, educación, etc.).
De esta manera, si bien el empleo de la categoría de exclusión
social puede ser útil para la descripción del tipo particular de
marginación social acontecida en las últimas décadas en algunos
países desarrollados, no logra abarcar la complejidad de situaciones
que operan en países con amplios sectores nunca incluidos bajo
formas capitalistas típicas, como es el caso de América Latina.
En este sentido, resulta importante destacar que el empleo de
“exclusión”, no como un término descriptivo sino como una catego-
ría analítica, deja afuera a quienes nunca estuvieron incluidos o a
quienes siempre lo han estado parcialmente en contextos con baja
o nula intervención del Estado de bienestar. Por lo tanto, la actual
problemática social de la región encuentra mejor referencia si se
reconoce la existencia de una situación de heterogeneidad en los
procesos de concentración de capital que lleva a que amplios sec-

AGUSTÍN SALVIA 37
tores de la fuerza de trabajo queden “afuera” de diversas maneras
por los procesos económicos, y de los sistemas sociales de bienestar,
sea por las limitaciones estructurales del desarrollo capitalista
periférico o por los efectos de las recientes políticas orientadas a
una mayor integración al mercado mundial11.
De este análisis surge que una mejor opción teórica –aunque no
necesariamente la única– para entender estos procesos sociales, al
menos para América Latina, es el enfoque de la marginalidad eco-
nómica. La teoría de la marginalidad parte de reconocer los cambios
en la dinámica de internacionalización del capital a escala mun-
dial, la heterogeneidad estructural del capitalismo subordinado y
el carácter histórico de los procesos que llevan a su reproducción,
resultado de lo cual permite hacer observable la conformación
de procesos de trabajo, explotación y estrategias de subsistencia
heterogéneas al interior mismo del capitalismo avanzado.
Sin duda, no son éstas las únicas matrices teóricas a partir de
las cuales es posible abordar el actual proceso de cambio social en
la región, pero, frente a ellas, al menos debe quedar claro que no
es útil ni adecuado que las investigaciones empíricas aborden sus
respectivos problemas utilizando una u otra categoría de manera
indiferenciada.

Importancia de volver sobre la tesis


de la marginalidad económica
La perspectiva adoptada se ubica en el reconocimiento de la
estrecha relación existente entre los procesos de acumulación
capitalista, el funcionamiento de la estructura socio-ocupacional y
los fenómenos de la pobreza y la desigualdad social en el contexto
de países sometidos a modelos de desarrollo desigual, combinado y
subordinado12. Esta inclinación encuentra respaldo en la tradicio-

11 En este contexto, lo que tiende a ocurrir a escala global es el aumento de la


precariedad laboral, tanto en el sector formal como en el sector informal.
Pero, al decir del propio Nun, ello habla menos de la exclusión en un sentido
estricto que de nuevas formas de explotación de la fuerza de trabajo y de la
segmentación de los mercados de trabajo –en ambos casos, en parte como
resultado de una marginalidad económica–. Al decir del autor: “una cosa
es estar afuera y otra cosa es estar adentro aunque mal o muy mal” (Nun,
1999:997).
12 Para los lectores poco familiarizados con el pensamiento marxista y sus
distintas corrientes, cabe aclarar que se denomina con este nombre a la ley

38 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


nal noción de marginalidad elaborada y aplicada en el marco del
programa de investigación iniciado por José Nun, Miguel Murmis
y Lito Marín (1968), entre otros colaboradores.
En su momento, estos estudios clásicos tuvieron como objetivo
abordar –desde una perspectiva marxista y en el marco de los
debates sobre la dependencia abiertos por Prebisch y la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe– los procesos de degra-
dación social asociados a la heterogeneidad estructural que gene-
raba el capitalismo latinoamericano, en los años en que se hacían
evidentes las limitaciones del modelo industrial substitutivo. En lo
fundamental, tal como se ha evaluado en los apartados anteriores,
el enfoque ofrecía una conceptualización de la marginalidad muy
diferente a aquellas otras que procuraban describir e identificar
los rasgos “tradicionales” de individuos o grupos impedidos de
participar de los procesos de modernización (DESAL, 1965, 1969;
Germani, 1962, 1969, 1973; Lewis, O., 1980), para centrarse en
el tipo de relaciones sociales de producción y reproducción social
que tenían lugar en economías sometidas a un desarrollo desigual
y dependiente.
En el marco de estos debates, Nun (1969) introduce la cate-
goría de masa marginal para objetivar aquellas situaciones en
donde el desarrollo monopólico del capitalismo, los procesos de
internacionalización del capital y los cambios en la estructura ocu-
pacional generados por la expansión y posterior crisis del modelo
de producción fordista, dejan como resultado una superpoblación
relativa no necesariamente funcional a la reproducción del régi-
men de acumulación capitalista y al sistema de dominación en
una formación social concreta. A igual que el concepto de ejército
industrial de reserva, la masa marginal designa las relaciones
entre la población excedente y el sistema que la origina, y no a
los agentes y soportes mismos de tales relaciones (Nun, 1999). Al
respecto, señalaba José Nun:

descubierta por Trotsky para explicar las peculiaridades de los países atra-
sados que “combinan” segmentos “desigualmente desarrollados”, por ejemplo,
una industria monopólica en algunas ramas con relaciones de un capitalismo
en su fase competitiva o precapitalistas en otras actividades. Esta teoría fue
sistematizada por Novack (1965) en un ensayo relativamente poco conocido,
pero sobre todo tuvo gran impacto y difusión a través de autores marxistas
como André Gunder Frank, Paul Barán, Samir Amin, entre otros, que gene-
ralizaron su utilización en los debates sobre el desarrollo y la dependencia
en América Latina y África en los años ‘60 y ‘70.

AGUSTÍN SALVIA 39
“Llamaré ‘masa marginal’ a esa parte afuncional o disfuncional de la super-
población relativa. Por lo tanto, este concepto –lo mismo que el de ejército
industrial de reserva– se sitúa a nivel de las relaciones que se establecen
entre la población sobrante y el sector productivo hegemónico. La cate-
goría implica así una doble referencia, al sistema que, por un lado, genera
este excedente y, por el otro, no precisa de él para seguir funcionando.”
(Nun, 1969).
El criterio central de referencia que da cuenta de este fun-
cionamiento, es el tipo dominante de organización productiva, o
sea, el sector monopólico. Sin embargo, que éste sea el proceso
de acumulación dominante en la actual fase de desarrollo capi-
talista no quiere decir que sea el único. Junto con él coexiste un
contingente amplio de pequeñas y medianas empresas que operan
de manera mucho más parecida al estadio competitivo del capita-
lismo. De esta manera, se superponen y combinan dos procesos de
acumulación cualitativamente diferentes, los cuales introducen
una diferenciación creciente del mercado de trabajo y respecto
de los cuales varía la funcionalidad del excedente de población.
En el contexto de desarrollo capitalista heterogéneo, desigual y
dependiente, los mecanismos de generación de esta superpobla-
ción relativa se generalizan, y varía también la funcionalidad de
sus efectos según el sector de que se trate. Por ejemplo, los des-
ocupados (el componente más visible pero no el único de la masa
marginal) pueden actuar a la vez como un ejército industrial de
reserva en el mercado secundario (competitivo), y como una masa
marginal en el primario (monopólico), y además la mano de obra
absolutamente redundante para este último sector puede estar
ocupada en el secundario e incluso hallarse todavía fijada a formas
precapitalistas (Nun, 1969).
Dada esta manera de representar la dinámica de acumulación
en países periféricos, importa particularmente determinar de qué
manera y bajo qué condiciones la estructura global determina,
inhibe o potencia la no funcionalidad de la masa marginal. En lo
fundamental, esta tesis discute con los enfoques desarrollistas y
marxistas ortodoxos de la época (Lewis, A., 1960; Lange, 1966;
Sweezy, 1958; Cardoso, 1970), señalando que según fuesen las
condiciones del desarrollo capitalista, podía crecer una población
excedente que, en el mejor de los casos, podía ser irrelevante para
el sector hegemónico de la economía, pero que, en el peor, podía
constituirse en un peligro para su estabilidad. Esto le planteaba

40 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


al orden establecido el problema político de la gestión de esos exce-
dentes no funcionales para evitar que se volviesen disfuncionales.
Frente a ese proceso, la estrategia más difundida puede llevar,
paradójicamente, a aumentar la integración social a costa de una
menor integración del sistema (Nun, 1999).
El significado teórico de la marginalidad económica remite
a una “totalidad” estructurada / estructurante que hace posible
–aunque no forzosamente “necesario”– el fenómeno social de “estar
afuera” del sector de acumulación hegemónico. A este régimen
de reproducción social se articulan estrategias individuales y
colectivas de subsistencia o acumulación, las cuales pueden o no
operar enfrentadas o en contradicción a los intereses dominantes,
pero nunca al margen de las condiciones estructurales. Cuando
esto ocurre, el Estado, en tanto expresión en última instancia y
en medida variable de los intereses dominantes que operan en
diferentes sectores, debe evitar antagonismos que afecten la estabi-
lidad del sistema, disminuyendo la interdependencia de las partes.
Al actuar de este modo, bajo pautas distorsionadas de desarrollo,
el Estado mismo genera un aumento de la autonomía relativa de
los subsistemas –tanto del campo social de la marginalidad como
del campo social de la economía formal–, manteniendo el atraso
y la desigualdad, pero obteniendo a cambio un cierto grado de
integración (estabilidad del orden social). De esta manera, los
fenómenos a los que hace referencia la marginalidad económica no
constituirían un componente necesariamente funcional del sistema
sino un modo de funcionamiento del mismo, el cual puede generar
efectos no lineales y no sobredeterminados sobre la dinámica de
integración social13.
A nuestro entender, este enfoque resulta de una particular capa-
cidad explicativa para dar cuenta del comportamiento reproductivo
de la fuerza de trabajo y de los sectores de la población desplazada o
nunca convocado por el desarrollo capitalista. Pero más allá de que
el modo de funcionamiento que predica la teoría de la marginalidad
económica resulte evidente en el marco del desenvolvimiento que
presentó el desarrollo industrial sustitutivo –al menos en América
Latina–, no deja de llamar la atención su permanente y creciente

13 Sobre este modo de interpretar la lógica de reproducción y funcionamiento del


sistema capitalista, ver Deleuze y Guattari (1985). Para una mirada crítica
a la teoría, incluso de la masa marginal desde este enfoque, véase Belvedere
(1997).

AGUSTÍN SALVIA 41
actualidad en el marco de los regímenes de acumulación surgidos
del Consenso de Washington y de la mayor internacionalización
experimentada por el capital. En la actualidad, nadie discute que
la mayor gravedad de los problemas de empleo, pobreza y desigual-
dad social en América Latina, tienen como escenario los procesos
de crisis fiscal y endeudamiento de los Estados nacionales, las
derivaciones negativas generadas por los procesos de integración
y apertura de las economías nacionales al mercado mundial y las
consecuencias económicas y sociales impuestas por las políticas de
ajuste y cambio estructural en la región14.
El caso argentino es un ejemplo por demás paradigmático de
este proceso15, dando lugar a que el enfoque de la marginalidad
económica parezca encontrar particular vigencia. En este sentido,
sostenemos que, reconocer que la tesis de la marginalidad econó-
mica, no sin limitaciones ni críticas posibles, ha tenido y continúa
teniendo una utilidad teórica y política clave en la medida que, en
el marco de la teoría marxista y de posteriores revisiones, permite
hacer inteligibles una serie de observables no siempre reconocibles.
Específicamente, creemos que su contribución teórica y política
sigue siendo importante dado que: a) pone en evidencia la relación
estructural que existe entre los procesos de acumulación capitalista
y los fenómenos de la pobreza y la desigualdad social; b) destaca la
heterogeneidad y fragmentación creciente de la estructura socio-
ocupacional, con las consecuencias que esto tiene en la formación
de identidades sociales y culturales; y c) llama la atención sobre los
modos en que incide sobre la integración del sistema la necesidad
de “afuncionalizar” –garantizando y legitimando márgenes autó-
nomos de subsistencia– a los excedentes de población para evitar
que se vuelvan “disfuncionales”.

14 Entre otras características, cabe destacar que para algunos autores la actual
dinámica del capitalismo global no sería factible sin una ampliación de las
brechas de desigualdad en la distribución del ingreso, el acceso a la infor-
mación y los recursos político-institucionales, entre otras manifestaciones de
poder “imperial” (Hardt y Negri, 2002).
15 Para el caso argentino, una serie amplia de investigaciones estadísticas
destacan un crecimiento constante –junto a un cambio cualitativo– de la
composición de la masa marginal y de las actividades de subsistencia no
vinculadas al proceso de acumulación dominante. Resulta relevante observar
que este proceso se constata tanto en las fases de crecimiento como en los
momentos de depresión o crisis de la economía. Ver al respecto Salvia et al.,
2000; Salvia, 2002, 2003; Salvia et al., 2003; Graziano y Molina Derteano,
2005; Persia y Fraguglia, 2006).

42 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


Sobre las llamadas economías sociales de la crisis
La relación entre los derroteros económicos ocurridos en la
Argentina a fines del siglo XX y el deterioro del mercado laboral,
las condiciones de vida y las oportunidades de movilidad social de
amplios sectores de la población, constituye un hecho ampliamente
analizado y corroborado por la literatura especializada16. Sin duda,
este deterioro en distintas esferas de la vida económica, laboral
y social constituye una importante fuente de tensión y conflicto
en el campo de la integración social. Entre otros factores, debido
a que buena parte de los sectores populares mantienen –aunque
debilitado– un ideal de progreso. En este contexto se ha hecho
visible que los sectores afectados por el desempleo estructural, la
precarización laboral, la pobreza y la desafiliación institucional
han estado obligados a generar estrategias alternativas de subsis-
tencia colectiva, de autogestión familiar e, incluso, de organización
y movilización popular (Forni y Roldán, 1996; Isla, Lacarrieu y
Selby, 1999; Murmis y Feldman, 2002; Feijoó, 2001; Salvia et al.,
2000; Mallimaci, 2005; Hintze, 2004; Massetti, 2004; Danani,
2004; Coraggio, 2004).
Son algunas de las expresiones sociales de este proceso las
microempresas familiares, los emprendimientos vecinales, las
empresas recuperadas por trabajadores, las ferias de trueque, las
organizaciones sociales de desocupados, las cooperativas popula-
res y otras iniciativas donde prevalece el fin social sobre el lucro
individual. Pero si bien estas expresiones parecen ser, al menos
para algunos especialistas, un tipo novedoso de acción colectiva,
entre otras cosas porque han surgido de manera explosiva y con
un alto grado radicalización política en sus demandas, no es posi-
ble perder de vista que muchas de estas prácticas no son nuevas
en la historia de acciones cooperativas y solidarias encaradas por
amplios sectores de trabajadores, desocupados y sectores populares
en la Argentina, tanto en períodos de crisis o deterioro económico
como de expansión del mercado interno17. Asimismo, no deja de ser
relevante interrogarse sobre el particular efecto de sentido que

16 Cfr. supra nota 2.


17 Para una interesante y exhaustiva revisión histórica de la formación y fun-
cionamiento de cofradías, asociaciones y organizaciones de la sociedad civil
relacionadas con acciones sociales y solidarias en la Argentina, véase Di
Stefano, R., Sábato, H., Romero, L., Moreno, J. L. (2002).

AGUSTÍN SALVIA 43
han tenido y tienen las estrategias de acción colectiva surgidas en
el marco y como efecto del agravamiento que experimentó la crisis
económica crónica, sobre todo a partir de la aplicación de políticas
de ajuste y el fracaso político de las políticas de reforma estructural
aplicadas en el país.
Algunos especialistas tienden a calificar tales prácticas de
reproducción como una respuesta social de tipo defensivo, a la vez
que “solidaria”, frente al aumento experimentado por el desempleo
y la pobreza, o, incluso, como una expresión activa del “capital
social de los pobres”. Con base en este diagnóstico, han surgido
no pocos programas de gobierno de tipo asistencial o de promoción
del desarrollo orientado a apoyar estas iniciativas. Por otra parte,
en otros ámbitos, sobre todo de tipo académico o político, se tiende
a designar a estos emergentes bajo el título de “organizaciones
populares”, “organizaciones de la sociedad civil” o “economías
populares”, asignándoles un papel destacado en la construcción
de una nueva matriz de organización política, o, incluso, como un
“modelo alternativo” de desarrollo económico y social, capaz de
dar respuesta más integral a las necesidades humanas, algo que
–según se argumenta– la economía de mercado no puede ni nunca
podrá resolver. Desde ambas perspectivas, ha surgido una amplia
literatura y numerosos proyectos de intervención que reconocen
en esta masa de desocupados y sectores pobres movilizados por
la crisis económica y político-institucional a un nuevo “sujeto
histórico”18.
Por otra parte, cabe también observar que, en general, ambas
perspectivas emplean de manera coincidente el término genérico
de “economía social” para referirse a estos emergentes. Ahora
bien, ¿en qué medida se trata de diferentes lecturas ideológicas
de una misma realidad? O, por el contrario, ¿son dos realidades

18 Al respecto, es posible encontrar importantes desarrollos académicos que


otorgan a estos emergentes socioeconómicos un papel estratégico en la trans-
formación de la economía capitalista bajo el término de “economía popular”
(Razeto, 1990; Coraggio, 1994, 1998, 2004); en algunos casos, asignándole un
papel importante en la generación de nuevas formas de “socialización política”
(Schuster y Pereyra, 2001; Bialakowsky y Hermo, 2003), o, también, como
embriones de una nueva matriz de organización y de poder popular (Svampa,
2003, 2004; Battistini, 2002; Rebón, 2004). Desde posturas diferentes –y a
veces enfrentadas–, el mismo término es empleado para resaltar el efecto de
“empoderamiento” que tales iniciativas tienen para los pobres (Banco Mun-
dial, 2001), o su función como “capital social” capaz de ampliar las oportuni-
dades de desarrollo económico y humano (Putnam, 2001; Fukuyama, 1999;
Coleman, 2001).

44 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


sociales distintas nombradas de una manera similar? En procura
de dilucidar este punto, es decir, de establecer quiénes son y qué
papel desempeñan estas nuevas prácticas de subsistencia y de
organización social, trataremos aquí, en primer lugar, de hacer
una evaluación del sentido con el cual se emplea generalmente el
dicho término, así como el tipo de prácticas sociales a las que se
considera estar haciendo referencia a través del mismo.
En referencia a estas cuestiones, Danani (2004) señala que
la idea de economía social o solidaria nació y se desarrolló, ya
en sus orígenes, desgarrada, sea como una propuesta defensiva o
emancipadora en un campo ambiguo e inespecífico. Por un lado,
como expresión de una visión filantrópica dirigida a los pobres y
realizada por ellos, con vistas a disminuir los costes sociales de
su reproducción y mejorar su calidad de vida; y, por otro, como un
proyecto emancipador a favor de los intereses de la clase traba-
jadora y su autonomía económica y política. Según la autora, en
el actual contexto internacional, estas diferencias de sentido se
habrían exacerbado frente al aumento de las condiciones críticas
en que contingentes cada vez más amplios de la población mundial
reproducen su vida (Danani, 2004). Sin embargo, por otra parte,
no queda claro que las prácticas sociales a las que ambos idearios
hacen referencia en sus enunciados no sean las mismas. La econo-
mía social –más allá de los términos que se empleen para nombrarla
o calificarla– estaría formada por todas aquellas actividades econó-
micas que socializan la reproducción y que permiten la satisfacción
de necesidades por fuera de las relaciones de producción basadas en
la venta de la fuerza de trabajo y el interés por la ganancia. Entre
la estrategias concretas vinculadas a este tipo de emprendimiento
pueden citarse las cooperativas o asociaciones de consumo y de
producción, las organizaciones de trabajo voluntario, las redes
mutuales y comunitarias, los emprendimientos comunitarios o
domésticos (Coraggio, 2004), así como también, incluso (aunque no
sin controversias), la propia reproducción doméstica y determinadas
actividades solidarias relacionadas con políticas asistenciales a
cargo del Estado (Topalov, 1979; Esping-Andersen, 1990).
En este marco, la economía social comprendería prácticas muy
disímiles, pero efectivas en dos direcciones, no necesariamente
excluyentes, más allá de las expectativas políticas involucradas. Por
una parte, en dirección a generar un abaratamiento de los costos
sociales y familiares de reproducción de la fuerza de trabajo (sobre

AGUSTÍN SALVIA 45
todo en condición de desempleo o subempleo); y, por otra parte, en
función de permitirles a los trabajadores escapar parcial o com-
pletamente del mercado de trabajo y de las relaciones salariales.
Dicho en otros términos, la noción parece remitir, en ambos casos,
a todas aquellas actividades colectivas desmercantilizadas en un
sentido amplio. Es decir, capaces de substraer satisfactores de los
intercambios mercantiles y de disminuir la dependencia de los
trabajadores a una relación salarial de mercado. A esta referencia,
la posición emancipadora agrega el sentido de que tales estrategias
colectivas habrán de constituir una contradicción para el capita-
lismo ya que violentan la correspondencia entre ingresos derivados
de una venta19. Al mismo tiempo que, para la perspectiva solidaria
o filantrópica, se espera con ello producir efectos de bienestar y
fortalecer la integración social de los pobres.
De esta manera, la diferencia entre ambos enfoques no parece
estar dada por el tipo, modo y valor objetivo de la actividad econó-
mica implicada, sino por los distintos efectos de sentido que dichas
prácticas podrían tener sobre la integración social o la integración
sistémica en un régimen basado en relaciones capitalistas de pro-
ducción e intercambio. Es decir, en cuanto a las predicciones que
cabe esperar o es posible hacer desde una u otra posición teórico-
ideológica. Hasta aquí, por lo tanto, la diferencia no estaría en el
referente empírico sino desde dónde y para qué se objetiva y predica
sobre dicho referente. Para poder evaluar esta disociación e ilustrar
el contexto de sentido en donde el término de economía solidaria
o economía popular es representado, se analizan a continuación
una serie de argumentos expuestos por dos autores reconocidos
en este campo, uno desde la perspectiva solidaria y otro desde
la perspectiva emancipadora. Nuestro interés sigue siendo dar
respuesta a la pregunta de ¿cuál es la particular característica
histórica que revisten estas estrategias desmercantilizadas de sub-
sistencia de base organizacional? Y, en este marco, interrogarnos
sobre ¿qué papel desempeñan estas formas de reproducción social
para orientar o definir un determinado proceso de integración o
cambio social?

19 Al respecto, Topalov (1979:47) –citado por Danani (2004:18)– afirma: “toda


las formas de distribución del producto social a los trabajadores que no pasen
por el salario causan un problema al capital”. En este punto, Danani señala
una controversia en cuanto que la reproducción en la esfera doméstica pueda
ser incluida en el producto social, tal como el autor la considera.

46 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


En principio, Razeto (1990) –desde la perspectiva solidaria– y
Coraggio (1994) –desde la perspectiva emancipadora– comparten la
preocupación por situar la noción de economía social en términos de
su entrecruzamiento con los distintos actores populares, siguiendo
el interés estratégico de construir una “economía solidaria”. En el
caso de Razeto, éste desarrolla un modelo de análisis económico
que intenta dar cuenta de un componente “real” en la economía que
es un “componente solidario”, a la manera de un capital social que
puede operar a favor de los pobres. Dicho factor es el que determina
el modo de ser propio de la economía de la solidaridad en el marco de
formas de intercambio no equivalente, característico de las acciones
de donación. A su vez, en el proceso de distribución, lo caracterís-
tico de la economía de la solidaridad consiste en que los recursos
productivos y los bienes y servicios producidos fluyen, se asignan
y distribuyen no solamente a través de relaciones de intercambio
monetario, sino también mediante otros tipos de flujos y relaciones
económicas, los cuales se caracterizan por suponer y perfeccionar
la reciprocidad y la “integración social” (Razeto, 1990).
Por su parte, el planteamiento de Coraggio avanza en términos
de construcción de un enfoque teórico más sistémico acerca de las
distintas formas que asume la satisfacción de necesidades desa-
rrollando el concepto de “trabajo de reproducción”, el cual incluye,
además del trabajo mercantil independiente y el trabajo asalariado,
el trabajo doméstico de autoconsumo, el trabajo doméstico de con-
sumo solidario, el trabajo de aprendizaje y el trabajo doméstico
mercantil (Coraggio, 1994). La economía popular, en esos términos,
sería un subsistema que, con base en el trabajo doméstico, vincula
y potencia las unidades domésticas populares y sus organizacio-
nes sociales. Un subsistema que, sin embargo, no sólo satisface
necesidades sino que también crea nuevos modos de ser social y de
reproducir la vida social, por fuera de la economía capitalista. El
sentido de esta economía está dado por la reproducción ampliada
de los sectores populares (Coraggio, 1994). Este ideario se justi-
fica, según el autor, en el hecho de que las actuales tendencias del
capitalismo mundial muestran la incapacidad terminante de éste
para reintegrar productivamente a quienes han quedado al mar-
gen de una distribución aceptable de la riqueza generada y de los
beneficios de esa producción; y que ello hace a la justificación de la
necesidad de construir concientemente otra estructura económica

AGUSTÍN SALVIA 47
y otro modo de reproducción social, sobre todo en los sistemas
económicos periféricos al mercado capitalista mundial20.
En ambas lecturas, se observa un desplazamiento desde un
enfoque exclusivamente económico a un tipo de abordaje que pri-
vilegia tanto el contexto social y político en el cual se desarrollan
las actividades de la economía social, como un particular interés
en la perspectiva subjetiva de los actores respecto del papel que
juegan dichas actividades en sus representaciones acerca de la
realidad. Ambos procuran otorgarles a las llamadas actividades de
subsistencia de base organizacional un enfoque más interpretativo
que enlace las actividades económicas de subsistencia con otros
componentes culturales, sociales y políticos, los cuales, puestos en
movimiento, servirían para constituir una economía paralela a la
economía de mercado capitalista. A pesar de esta similitud, de los
argumentos esbozados surge también una diferencia de sentido
importante: mientras que Razeto está claramente preocupado en
cómo las prácticas de la economía social favorecen la integración
social, lo que moviliza a Coraggio es la perspectiva de que tales
prácticas sean un medio y un modo de transformación del sistema
económico y social.
Esta ambigüedad de sentido y a la vez disociación que ofrece el
término y los posibles usos indiferenciados que se hace del mismo,
no es casual. Al igual que las consideraciones teórico-metodológicas
efectuadas sobre el concepto de exclusión social, cabe destacar aquí
que el significado teórico de la “economía social” no parece estar
suficiente ni claramente precisado en ninguno de los dos enfoques
arriba considerados. Si bien el significado del término denota en
general a las estrategias colectivas de reproducción económica
desmercantilizadas, no queda explicitado en ninguno de los dos
enfoques un marco conceptual de enunciados antecedentes y deri-
vados capaces de otorgarle un sentido teórico específico. Incluso,
las controversias existentes en cuanto al alcance o extensión del
significado (p.e. si incluye o no las prácticas de reproducción domés-

20 Es importante destacar que el autor hace su planteo en términos estratégicos,


tratando de pensar el papel de los distintos actores sociales en la promoción
de una economía popular o social en construcción: “En ese sentido, cuando en
adelante hablemos de economía popular estamos refiriéndonos a una posible
(aún no constituida) configuración de recursos, agentes y relaciones que, man-
teniendo algunas características cualitativas centrales del sustrato agregado
de unidades domésticas, institucionaliza reglas internas de regulación del
trabajo y la distribución de sus resultados, articulándose y presentándose
como subsistema en el conjunto de la economía” (Coraggio, 1994: 71).

48 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


tica o las actividades económicas no mercantiles financiadas por
el Estado), darían también cuenta de esta debilidad. En cualquier
caso, el término parece ser más útil como una categoría descriptiva
que analítica o explicativa.
Por lo mismo, la economía social –así como sus posibles usos
político-ideológicos– encuentra un sentido más claro y preciso si
se la considera como una derivación de la fenomenología a la que
hace referencia la teoría de la marginalidad económica a través
del concepto de “masa marginal”. La existencia de una población
excedente “no funcional” en un régimen de producción capitalista
genera un patrón amplio de relaciones de producción y modos de
subsistencia que implican necesariamente la creación o apropiación
de espacios económicos, sociales y políticos dejados vacantes por
dicho régimen. Tal como la teoría de la marginalidad económica
predica, estas expresiones pueden tener, en momentos determina-
dos, un efecto “disfuncional” sobre el régimen social de acumulación
y el sistema político-institucional. En estos casos, debido al riesgo
de pérdida de “integración social”, el conjunto del sistema político-
institucional debe procurar que la movilización económica, social y
eventualmente política de tales sectores, tenga al menos un efecto
“afuncional”. Entre sus posibilidades más concurrentes, esta nece-
saria gestión política sobre la población excedente requiere abrir
espacios de legitimación a procesos de reproducción económica,
condiciones de trabajo, formas de participación social y política,
modos de vida, etc., no típicamente “capitalistas”, ni “modernos”,
ni “legales”.
Esta necesaria reacción hacia la defensa de la integración social
se logra, sin embargo, a costa de un desmedro o debilitamiento de
los niveles de integración y de las capacidades de desarrollo del
sistema en su conjunto (Nun, 1969, 2000). Este patrón reproductivo
y sus efectos económicos, políticos y sociales –de larga data al
menos en América Latina– parecen presentar una particular
expansión y virulencia –tanto en la región, como a nivel global– en
el marco del impacto causado por los agresivos efectos vinculados
a la globalización y el deterioro que han experimentado el mercado
laboral y las instituciones fordistas de bienestar a partir de las
políticas reformistas de corte neoliberal (Nun, 2000). Ahora bien,
¿qué particularidades se hacen visibles al examinar desde este
marco conceptual las economías sociales desarrolladas en nuestro
país en un contexto de agravamiento sistemático e inédito de las

AGUSTÍN SALVIA 49
condiciones de crisis y desempleo? Los resultados de investigación
muestran que, si bien estas estrategias colectivas de superviven-
cia de la marginalidad se han generalizado en los últimos años,
habiendo generado un alto grado de exposición y proyectado formas
novedosas de identidad social, la precariedad laboral y la pobreza
de sus protagonistas, incluso la marginalidad económica de sus
actividades, continúan dominando el escenario de su participación
en el proceso de reproducción social.
En contrario a lo que se afirma en diferentes ámbitos académicos
y políticos sobre el carácter “emancipatorio” de tales iniciativas,
cabe llamar la atención en el hecho de que estas estrategias de
autogestión social se plantean en espacios cada vez más locales, sin
otro horizonte de integración que no sea el propio sector marginal
y los encadenamientos político-clientelares tradicionales –incluso,
cada vez más comprometidos con el régimen estatal de control
corporativo–. En este sentido, las investigaciones también mues-
tran que los actores protagonistas de tales estrategias colectivas
o, incluso, los movimientos sociales más radicales emergentes a
partir de dichas prácticas, no han logrado todavía conformar un
proyecto político alternativo (Palomino, 2004; Lenguita, 2002). Si
bien su identidad parece fundarse en una crítica social y en una
afirmación de su autonomía política frente al Estado, la realidad
muestra de manera incremental una infinidad de movimientos
segmentados socio-políticamente, más o menos cooptados por los
poderes oficiales o grupos de oposición, a la vez que enfrentados
entre sí por su desigual acceso a programas y beneficios sociales.
En este marco, las demandas sociales se multiplican logrando
instalar algunos temas en la agenda, pero el eje de sentido domi-
nante de tales acciones sigue siendo la descarnada lucha por la
subsistencia. Incluso, para los propios protagonistas, la llamada
economía social constituye en sus expectativas una primera esta-
ción y no la última de una estrategia que procura insertarse en un
empleo asalariado estable y protegido por el Estado, para poder así
lograr una largamente esperada movilidad social; por mucho que
esta estrategia no encuentre asidero objetivo en las condiciones
bajo las cuales funcionan actualmente los mercados formales de
trabajo. Por otra parte, tales prácticas tampoco garantizan una
reparación de los lazos de integración y de los soportes perdidos
por el desmantelamiento de los vínculos asociativos y corporativos
del trabajo asalariado. Al mismo tiempo que la afirmación de su

50 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


reclusión y fragmentación sobre el espacio territorial y económico no
hacen más que profundizar la crisis de dicho orden, sin capacidad
efectiva de poder modificar las condiciones generales de dominación
ni hacer un aporte real a un programa de democratización política
ni de desarrollo económico y social sustentable.
En definitiva, en una estructura social caracterizada por el
aumento generalizado de la pobreza, la segmentación del sistema
de movilidad social y la crisis de legitimidad de los mecanismos
tradicionales de dominación político-corporativa, no parece pre-
dominar en los escenarios montados por las economías sociales
una lucha por un cambio emancipador sino la puesta en marcha
de múltiples modos defensivos de subsistencia. Por una parte, las
estrategias colectivas de supervivencia puestas en juego llevan
implícita generalmente una mayor explotación de la fuerza de
trabajo familiar o comunitaria. Por otra parte, estos modos no
siempre resultan en fórmulas cooperativas de tipo solidario, sino
que también generan campos competitivos y de fuertes conflictos
alrededor de la lucha por los recursos escasos de subsistencia.
Por último, se acercan cada vez más –y de manera cada vez más
subordinada– al poder de control por parte del Estado de beneficios
asistenciales y económicos.
Por lo demás, dada esta dinámica, no debe sorprender que este
cuadro de situación no haya cambiado sustantivamente en la actua-
lidad, cuando la reactivación productiva y la demanda de empleo
parecen alcanzar tasas por demás positivas y la recuperación econó-
mica resulta incontrastable. Todo ello de manera independiente de
un mayor o menor nivel de las protestas, los reclamos y la capacidad
de movilización social de los actores involucrados. En ese sentido
parece necesario reconocer que entre los efectos sistémicos de estas
prácticas colectivas surge una creciente aceptación, legitimación e
institucionalización del derecho a contar con un trabajo precario y
no registrado, de mantenerse en la pobreza y a ser pobre de otros
derechos, a vivir en la marginalidad económica y política, a com-
petir por beneficios o compensaciones especiales, a obtener tales
beneficios en tanto se sigan las reglas de la negociación legal y el
confinamiento inofensivo. Hasta el momento, lo más destacable que
la evidencia empírica ha podido mostrar es que estas iniciativas
constituyen, para centenares de miles de familias, una necesaria
–aunque en general insuficiente– estrategia de supervivencia.

AGUSTÍN SALVIA 51
¿Qué tipo de cambio social promueve la marginalidad econó-
mica?
Diferentes resultados de investigación estarían mostrando que
lo característico de la nueva matriz social que surge de las cam-
biantes condiciones históricas no sólo estaría dado por la fluidez
de los desplazamientos descendentes en términos ocupacionales y
sociales, sino también por la persistencia de la marginalidad y la
pobreza para vastos sectores sociales, de manera independiente
de los ciclos económicos. Junto a la caída que experimentaron las
clases medias urbanas durante los últimos treinta años (formada
por trabajadores asalariados calificados y cuenta propia tradicio-
nales) (Minujin y Kessler, 1995; Beccaria, 2001; Salvia y Chávez
Molina, 2003; Persia y Fraguglia, 2006), se hace evidente también
la existencia de sectores que se reproducen en la marginalidad
bajo lógicas de “auto exclusión” socioeconómica con alto riesgo de
disfuncionalidad para el régimen económico y el sistema político-
institucional (Forni y Roldán, 1996; Isla, Lacarrieu, Selby, 1999;
Salvia et al., 2000; Feijoó, 2001; Feldman y Murmis, 2002; Graziano
y Molina Derteano, 2005; Svampa, 2003, 2005; Bogani, 2004; 2005;
Mallimaci y Salvia, 2005).
De acuerdo con la evidencia recogida, los sectores que dominan
el nuevo escenario de la marginalidad socio-económica han acumu-
lado dos o más generaciones impedidas de acceder a oportunidades
de inserción laboral estable o formal y de efectivas posibilidades
de movilidad social en ese marco. Para estos sectores estar abajo
constituye un estado inercial. Por lo tanto, el mayor problema para
ellos no es haber caído, sino no poder salir de los encadenamientos
socio-económicos y político-institucionales que generan las con-
diciones inerciales de marginalidad y que se actualizan bajo las
renovadas formas de subsistencia que instalan los propios sectores
populares a través de sus estrategias de reproducción social. Pero
si bien estas características parecen ser, al menos en nuestro país,
el rasgo típico que asumen las nuevas/viejas expresiones sociales
de la marginalidad, esto no implica sostener que su papel en el
cambio social sea inocuo. El heterogéneo entramado de estrategias,
de representaciones y de prácticas defensivas que convocan las eco-
nomías de la marginalidad –sean éstas comunitarias, familiares o
individuales– constituyen un importante factor de transformación
del sistema social. ¿Pero cuál es el sentido de este cambio? ¿Qué
tipos de innovación generan o hacen posible a nivel sistémico estos

52 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


métodos defensivos de reproducción social en el actual contexto del
capitalismo argentino?
Hasta donde las ciencias sociales enseñan, el cambio social –más
allá del deseo de los actores– no tiene un signo predeterminado,
ni mucho menos puede ser definido a partir de las intenciones de
sus protagonistas interesados. Las formas sociales nunca son la
expresión de la voluntad de los actores –ni siquiera la del actor
triunfante–, sino la construcción histórica de un proceso que
podemos suponer se encuentra, por un lado, organizado de algún
modo reconocible (obligado a funcionar bajo composiciones y reglas
de integración social aceptadas) y, al mismo tiempo, abierto a la
innovación en función de resolver el conflicto (obligado a funcio-
nar bajo condiciones de incertidumbre e improvisación en donde
el estado futuro del sistema no está predeterminado)21. Por otra
parte, el proceso de acumulación no es autónomo ni posee una lógica
propia, sino que necesita de un amplio conjunto de instituciones
sociales que lo tornen viable y le aseguren cierta estabilidad y pre-
dictibilidad. Esto mediante la regulación de la propia competencia
de los capitales en el mercado y de los conflictos entre el capital y
el trabajo y entre distintas fracciones del capital. Esta regulación
es indisociable de una historia concreta, y las soluciones cambian
según la época y el lugar. Es por esto que el régimen social de
acumulación debe ser concebido como una matriz de configuración
cambiante, como el resultado contingente de una dialéctica de
estructuras y de estrategias.
En este marco resulta relevante examinar qué impacto o con-
secuencias específicas generan las estrategias defensivas de los
sectores marginados sobre la dinámica de acumulación dominante
y el sistema político-institucional. En esta ocasión, nos interesa

21 Los procesos de cambio social parecerían surgir a partir de vectores globales


formados por condiciones iniciales frágiles, sometidas a permanentes
desequilibrios y alternativas de acción. De este modo, las soluciones pueden
estar “amalgamadas” y desarrollarse una pluralidad de patrones sociales
(estructuras, formas de organización y modos culturales), pero siempre dentro
de un orden dinámico estructurante. En tales condiciones, en vez de un actor
privilegiado cabe esperar la existencia de una variedad caleidoscópica de
agentes de cambio (aunque no todos con igual poder). De igual modo, en vez
de un resultado homogenizador cabe encontrar una explosión de trayectorias
a partir de una distribución compleja de alternativas biográficas, sociales e
históricas. Para un más amplio desarrollo de este planteo en el contexto de la
crisis de la Argentina, ver Salvia (2005b). Para un desarrollo epistemológico
e interdisciplinario del enfoque teórico que lo sostiene, ver Piaget, Mackenzie
y otros (1982) y Piaget (1986). Para una discusión metodológica sobre el pro-
blema, véase tanto a Goldman (1979) como a Boudon (1984), entre otros.

AGUSTÍN SALVIA 53
destacar, sin la intención de ser exhaustivos, su particular impacto
sobre los procesos de trabajo, la fragmentación social y la emergen-
cia de nuevas formas de segregación socioeconómica. Siguiendo esta
perspectiva, cabe destacar algunas de las tendencias que según
muestran las investigaciones, parecen funcionar en tal sentido en
el escenario de la reproducción socio-económica de los segmentos
que funcionan actualmente como masa marginal:
a) mayor alejamiento de la estructura social del trabajo formal
(dominado por los mercados primarios) y las redes asociativas
de libre afiliación (afiliación a sindicatos, partidos políticos,
asociaciones de bien público tradicionales, etc.);
b) creciente auto-aislamiento frente a sectores medios y el resto
de la estructura social dominante (mercados, circuitos y valores
cada vez más globalizados) como un mecanismo de tipo estra-
tégico-defensivo por parte de los sectores marginados;
c) reforzamiento de los lazos familiares y comunitarios de recipro-
cidad como reacción y efecto de los procesos de confinamiento
social, segregación residencial y de deterioro de los servicios
públicos de educación, salud y seguridad que reciben los pobres;
y
d) aumento de la subordinación clientelar alrededor de los pro-
gramas públicos y privados de tipo asistencial y/o filantrópico a
cargo de organismos de gobierno, grupos políticos y asociaciones
sociales o religiosas sin fines de lucro.
Sin duda, desde una perspectiva de desarrollo capitalista avan-
zado, estas tendencias amenazan y preanuncian un riesgo para la
matriz dominante, tensándola en dirección a una redefinición del
contrato social y del sistema político. Sin embargo, en los hechos, tal
redefinición parece resultar en una dirección opuesta a promover
el desarrollo, el progreso y la equidad a nivel sistémico. Es en este
proceso que el entramado atomizado de formas de subsistencia que
hemos denominado “economías de la marginalidad” se constituye
en un factor de cambio social. Pero la potencial “disfuncionalidad”
de esta población excedente –expresada en la radicalidad de los
reclamos, sobre todo en los momentos de crisis– va quedando
disipada en la medida que la respuesta de los poderes públicos se
centra en el reconocimiento al derecho de subsistencia bajo reglas
de cooptación, reclusión y confinamiento. Es decir, paradójicamente,
es a través del reconocimiento oficial de su “derecho a existir” y a
negociar corporativamente sus reclamos reivindicatorios, que el

54 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


sistema político-institucional va logrando hacer “afuncional” el
comportamiento inicialmente radicalizado de la masa marginal.
Al respecto, sostenemos, como hipótesis de trabajo a seguir exami-
nando, que lo más destacable del actual proceso de cambio social
no es el alto grado de reacción, identidad o autoorganización social
que la crisis económica y laboral generan entre los trabajadores
desocupados y la población desplazada, sino los efectos de “quiebre
inofensivo” que el conjunto de acciones emprendidas desde el poder
político y las instituciones sociales reguladoras tienden a producir al
interior de la organización y los intereses de los sectores populares.
Sin duda, esta capacidad de control social y de recuperación de la
legitimidad del sistema político constituye un logro del régimen de
acumulación capitalista vigente y de sus clases dirigentes22.
Dicho de otra manera, lo importante de la emergencia radi-
calizada y desesperada de sectores marginados no parece ser el
contenido de los discursos y de las identidades que portan o crean
detentar, sino el efecto que se construye desde “afuera” sobre las
propias prácticas de los sectores marginados. Son varios los rasgos
de sentido que corresponde vincular a este proceso.

1) En primer lugar, llama la atención la creciente naturalización


con que se aborda el deterioro de las relaciones sociales y labo-
rales que tiene lugar bajo las formas que adopta la marginalidad
socioeconómica. Todo lo cual tiende a un efecto político conserva-
dor: alejar del campo político ciudadano la lucha por una mayor
justicia y equidad distributiva, para trasladar el conflicto al
espacio privado o comunitario de la subsistencia. De acuerdo
con esta observación, la clave política interpretativa más impor-
tante del actual período de recuperación económica no sería la
caída de la pobreza, sino la forma en que las condiciones socia-
les estructurales siguen dando origen a demandas y conflictos
diseminados, los cuales al menos parecen inocuos frente a una
mayor concentración del ingreso y del poder político en pocos
sectores.

22 Para ello, el sistema ha puesto en funcionamiento estrategias variadas orien-


tadas a la manipulación condicionada de programas sociales, inversiones en
infraestructura, etc. Pero esto parece lograrse también a partir de ponerse
en escena respuestas desde “abajo” que reproducen de manera ampliada una
matriz atomizada de estrategias particulares de subsistencia y de competencia
laboral al interior de los sectores populares (desempleo, subempleo, ampliación
del trabajo precario e infantil, empleo ilegal, changas, etc.).

AGUSTÍN SALVIA 55
2) En segundo lugar, la valoración de las prácticas colectivas de
subsistencia tiende a generar un debilitamiento –cuando no una
degradación– de los derechos universales de ciudadanía. En este
sentido, cabe señalar –recogiendo algunas argumentos hechos
por Hinze (2004)– que el énfasis en valorizar la utilización de
recursos sociales de la pobreza (lo cual no deja de ser un recurso
tradicional de las estrategias de subsistencia de los sectores
populares) tiende a eludir el problema central de los pobres y
de la marginalidad. En cuanto a los primeros, debido a que el
núcleo duro de la superación de la pobreza pasa centralmente por
la distribución de la riqueza y el acceso real a un nivel de vida
de bienestar. En cuanto a los segundos, debido a que la efectiva
superación de la heterogeneidad estructural, la marginalidad
económica y sus efectos de precariedad del empleo, requiere de
un régimen económico y social de acumulación más dinámico,
integrado y regulado por los poderes públicos, capaz de consti-
tuirse en un medio de inclusión y de superación de los procesos
de segmentación de las relaciones sociales de producción.
3) En tercer lugar, cabe observar que del mismo modo en que las
corporaciones políticas, sociales y gremiales tradicionales rei-
vindican –cada vez con mayor éxito– la cuota de poder y de
privilegios pactados, los nuevos sectores de la marginalidad
económica demandan su particular cuota política y económica
de resarcimiento histórico, reconocimiento institucional y de
derechos de excepción. De esta manera, la marginalidad gene-
ralizada –a la vez que políticamente movilizada y legitimada–
implica una redefinición de los lazos sociales; pero no en clave
de “autonomía” e “integración” y “equidad”, sino de “negociación”
–frente al Estado– y de “fragmentación” –entre actores e intere-
ses marginados–. De ninguna manera una anomia individual,
ni tampoco ausencia o vacío de vínculos sociales. Dicho en otros
términos, bajo las economías de la marginalidad no florece una
“mayor autonomía” sino una mayor dependencia del Estado,
de las agencias promotoras y de las organizaciones promotoras
de una estrategia de poder político. Muy lejos de dicha preten-
dida autonomía frente al mercado capitalista, se reproducen
diferentes maneras de convalidar la marginalidad social y las
condiciones político-ideológicas que la hacen “aceptable”. Se rei-
tera en este sentido, que surge de estas prácticas una mayor
fragmentación de los espacios sociales y de los actores políticos
locales involucrados.

56 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


4) Por último, se observa que en este campo de disputa las nuevas
formas contestatarias que surgen de la marginalidad adquie-
ren –más allá de sus estrategias e intenciones– una influen-
cia importante sobre el cambio social. Pero lejos de ser tales
acciones un protagonista directo del cambio social a través de
sus efectos de construcción de identidad o de afirmación de
autonomía, parecen serlo en términos del variable efecto de
sentido que generan tales prácticas en la opinión pública y los
sectores de poder. Al respecto, cabe preguntase ¿qué dice sin
decir la existencia misma de las “economías de la marginalidad
socio-económica”? Al menos cabe significar tres mensajes: 1)
muestran el fracaso y la impotencia del capitalismo argentino
para resolver los déficit de inclusión social universal; 2) desafían
los límites económicos e institucionales que presenta el Estado
para atender los reclamos sociales masivos, el vacío político-
institucional para regularlos y la debilidad de la sociedad civil
para neutralizarlos; y 3) ponen en escena el potencial disponible
por parte de la sociedad marginada para atender su propia
reproducción al margen o en contra de la sociedad estructurada,
pero sin que finalmente se logre un cambio en el modo general
de reproducción y redistribución del excedente económico.

De esta manera, aunque no podamos todavía predecir la capaci-


dad del actual régimen social de acumulación y del sistema político
para dar respuesta a las limitaciones sistémicas para promover
un desarrollo económico y social sustentable, sí es posible señalar
una profundización y ampliación de las respuestas que repro-
ducen de manera recursiva y ampliada una matriz atomizada y
subordinada al interior de los sectores populares. De este modo
casi perverso, tiene lugar el cambio social en la Argentina, sin un
nuevo “sujeto histórico” ni grandes virtudes destacables. Tanto por
ahora, como durante la crisis, nada objetiva ni cualitativamente
distinto parece emerger de las prácticas individuales, familiares
y colectivas de subsistencia que surgen de la población excedente
de nuestro capitalismo.

Comentarios finales
El objetivo principal de este primer capítulo introductorio ha
sido exponer de una manera general algunas de las claves teóri-

AGUSTÍN SALVIA 57
cas, metodológicas y empíricas que habrán de hacerse presentes
con el desarrollo de nuestra investigación, y cuyos principales
efectos de sentido se ponen a discusión en cada uno de los artícu-
los que componen este libro. El capítulo aborda la fenomenología
de la marginalidad desde un interrogante poco explorado por las
ciencias sociales: ¿cómo es posible una reproducción no funcional
pero a la vez inofensiva de los sectores que ha dejado afuera la
dinámica del sistema económico-político argentino durante las
últimas décadas?
Frente a este tipo de interrogante, es común encontrarse en
la literatura de las ciencias sociales con enunciados que hacen
referencia, muchas veces de manera indiferenciada, a sectores o
grupos que el capitalismo deja afuera a través de términos como
marginalidad, informalidad o exclusión social. Al respecto, tal
como hemos visto, se trata de conceptos que no pueden ser asimi-
lados a una misma matriz teórica de significados ni de referentes
empíricos. Sin embargo, su utilización no es casual ni ha estado
carente de intencionalidad. Más allá de sus ambigüedades, en
un sentido no siempre explícito, estos términos representan una
tradición en las ciencias sociales de América Latina a la hora de
analizar el “capitalismo realmente existente” en nuestros países
y su profunda dificultad para que “todos entren”23. Ahora bien,
tal como hemos señalado, cualquier elaboración de conocimiento
resulta imprecisa si no se tienen claros los conceptos utilizados, y,
en tal sentido, la literatura latinoamericana todavía está en deuda
consigo misma.
Las expresiones sociales y culturales del subdesarrollo latino-
americano fueron elevadas al rango de problema en la década de
los ‘60, década signada por los intentos de extender las promesas
del programa económico y político del Estado de bienestar a los
países en desarrollo. El carácter y la magnitud de aquellos esfuer-
zos modernizadores tuvieron alcances muy diferentes en el caso
de los países que habían logrado un mayor avance en el proceso

23 Al respecto, decía Mallimaci en Los Nuevos Rostros de la Marginalidad


(2005:16): “Es larga la lista de autores de América Latina que han rechazado
las clásicas teorías de la “modernización”, negándose a caracterizar a los
sectores populares como resabios “tradicionales” de un pasado lejano o cer-
cano a ser superado (…). Numerosos y valiosos trabajos siguen dando cuenta
de la peculiaridad del capitalismo periférico, de la modernidad inconclusa
que se vive en nuestros países, de las heterogéneas relaciones sociales que
atraviesan a las estructuras productivas y sociales de América Latina.”

58 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


de industrialización, disponibilidad de recursos humanos para el
trabajo asalariado, concentración urbana y división del trabajo, de
aquellos otros en donde el poder de la economía basada en enclaves
mineros o agro-exportadores había mantenido por más tiempo
un sistema social con escaso desarrollo del mercado interno y de
sectores de un capitalismo local. En este marco, este trabajo ha
buscado retomar el debate teórico y político con referencia a la
segmentación de la estructura económico-ocupacional, en función
de actualizar su alcance y utilidad para abordar y comprender los
problemas vinculados al desempleo masivo y persistente, la frag-
mentación social de la fuerza de trabajo y el efecto funcional de los
desplazamientos ocupacionales en el contexto de un capitalismo
periférico en una fase avanzada de globalización.
En este sentido, cabe recordar que hace varias décadas que las
investigaciones pioneras de Prebisch/CEPAL y PREALC –Pro-
grama Regional Económico para América Latina y el Caribe– per-
mitieron identificar, estudiar y evaluar el desenvolvimiento eco-
nómico y de los mercados de trabajo nacionales bajo condiciones
de subordinación al capitalismo mundial y de segmentación de la
estructura socio-ocupacional por factores variables. En paralelo,
un enfoque marxista no ortodoxo introdujo a esta discusión la
ley general de acumulación capitalista y la teoría del desarrollo
desigual y combinado al que era de esperar estuviesen afectados
los países sometidos a un capitalismo periférico. Desde ambas
perspectivas, más allá de importantes matices interpretativos,
el subdesarrollo capitalista y la heterogeneidad manifiesta de
los mercados de trabajo, constituían la expresión histórica de un
sistema socioeconómico heterogéneo que funcionaba al interior de
cada formación social a diferentes “velocidades” y con diferentes
actores e intereses. La causa principal de que amplios sectores
de la población quedaran fuera de la modernidad o del desarrollo
capitalista avanzado, estaba fundamentalmente asociada a factores
tanto internacionales (dependencia) como internos (coexistencia de
diferentes subsistemas de intereses económicos), poco representa-
tivos de los intereses de los sectores populares emergentes. En ese
momento, ambas perspectivas tomaron rápidamente distancia de
aquellos enfoques “desarrollistas” que suponían un crecimiento
industrial y moderno garantizado en la medida que se fueran
pasando etapas de transición, las cuales demandaban la penetra-
ción y generalización de instituciones y valores modernos en el

AGUSTÍN SALVIA 59
funcionamiento general de los países en situación de transición. En
un determinado momento, el debate entre estas posturas se centró
sobre la población que debía ser objeto y participar del proceso de
cambio social, sea a través de un proceso de modernización o, por
el contrario, a través de acciones tendientes a una transformación
revolucionaria. Tal como señalamos en los apartados iniciales, las
condiciones que debían ser superadas fueron reunidas a través de la
noción de “marginalidad” y sus actores fueron denominados “mar-
ginales”. A esta perspectiva se opuso una mirada crítica a partir de
un enfoque marxista no ortodoxo –basado en una aplicación de la
ley del desarrollo desigual y combinado– a través del concepto de
“marginalidad” en un sentido económico, señalando el carácter “no
funcional” para el desarrollo capitalista de la población excedente,
la cual fue designada como “masa marginal”, en oposición a su
alternativa histórica, el “ejército industrial de reserva”. Décadas
después, en el contexto de los procesos de globalización y de las
consecuencias en la región de las políticas surgidas del Consenso
de Washington, los sectores que fueron quedando al margen de las
nuevas formas de desarrollo capitalista y de integración social han
pasado a ser objeto de estudio bajo las categorías de “nueva pobreza”
y “exclusión social”. Por último, más recientemente, las respuestas
de supervivencia familiares o comunitarias generadas bajo tales
procesos, han tendido a ser visualizada como un tipo particular de
actor colectivo, conformando sus prácticas las llamadas “economías
sociales”, “populares” o “solidarias”.
Es relevante observar que la discusión teórica en torno al carác-
ter y función de formas que asume la marginalidad no es nueva
en América Latina, habiendo estado tradicionalmente asociada
a la preocupación política sobre las posibilidades y límites de la
organización de esos sectores para ejercer demanda sobre el Estado
y montar proyectos alternativos de sociedad. Pero frente a este
panorama complejo –cuando no ambiguo– en materia de conceptos
y realidades objeto de estudio, cabía ensayar una revisión teórico-
metodológica de estos significados que actualmente sobreviven y se
recrean en el contexto de los graves problemas sociales que siguen
afectando a las sociedades latinoamericanas. En este sentido, en
la segunda y tercera sección se evaluaron algunas importantes
diferencias que presenta el concepto de masa marginal con rela-
ción a los términos también empleados de marginalidad social
–por parte del enfoque de la modernidad– y, más recientemente,

60 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


de exclusión social desde las teorías europeas sobre la reciente
crisis de la sociedad salarial. Para la realización de este análisis
comparativo se empleó la teoría de la significancia de Mario Bunge
(1999), así como algunos aportes sobre el tema realizados en un
ejercicio similar por Fernando Cortés (2005).
Lo más relevante encontrado a partir de este examen es tal vez
que los tres conceptos difieren en su significado, tanto por los refe-
rentes (denotación) sobre los cuales predican como por sus efectos
de sentido (connotación). La clase de referencia de la marginalidad,
en la versión modernizadora, son las personas, y su extensión el
conjunto de los individuos marginales (por lo general, habitantes
de las zonas urbanas). El concepto adquiere sentido en el marco
de la teoría de la modernización. En cambio, el concepto de masa
marginal o marginalidad económica tiene como referente a las
relaciones sociales de producción marginales al modelo de acumu-
lación dominante, y por extensión, según esta conceptualización,
serían marginales los sectores insertos en relaciones sociales de
producción no centrales para la acumulación de capital. El concepto
toma sentido en el marco de la teoría marxista sobre la ley general
de acumulación de capital, revisada a partir de ley del desarrollo
desigual y combinado en la fase monopólica del capitalismo y
la teoría de Prebisch/CEPAL sobre la asimetría estructural en
las relaciones económicas internacionales (centro/periferia). Por
último, la referencia del concepto de exclusión social pueden ser las
personas, los procesos o las relaciones de trabajo, si bien el universo
observable son sólo los individuos excluidos. Por lo mismo, hemos
destacado la ambigüedad que presenta el concepto en cuanto a sus
variables criterios de clasificación, así como también por la ausen-
cia de una malla teórica que le otorgue sentido explicativo a sus
enunciados. De lo anterior, se desprende que las diferentes teorías
analizadas organizan de manera diferente sus observaciones y
sus argumentos, resultando de ello que sus enunciados refieren a
distintos objetos y problemas.
Ahora bien, en el marco de este análisis, hemos también que-
rido destacar algunas de las bondades que ofrece el enfoque de la
marginalidad económica para dilucidar los procesos de polariza-
ción y fragmentación social que actualmente atraviesa la sociedad
argentina, en donde cabe destacar la conformación de formas
variables pre o protocapitalistas de producción y reproducción
social. En este sentido, en la cuarta sección se hizo un análisis de

AGUSTÍN SALVIA 61
los antecedentes y del alcance teórico del concepto de marginalidad
económica. Este análisis incluyó una revisión teórica de algunos
de los aportes conceptuales originales efectuados por esta pers-
pectiva, en función de ubicar las actuales condiciones de creciente
precariedad laboral, pobreza y fragmentación social que afecta a
América Latina en el marco de dicha teoría (Nun, 2000).
Retomando el planteo original de Nun y sus colaboradores,
definimos como “masa marginal” a la parte de la superpoblación
relativa excedente “no funcional”, obligada a realizar actividades
laborales y prácticas sociales de subsistencia –sean individuales,
familiares o comunitarias– en el sector informal de la economía, es
decir, por fuera de las relaciones sociales de producción capitalistas
que operan en sectores formales y mercados de trabajo primarios
(Murmis, 1968; Nun, 1969). Las relaciones sociales de trabajo
que estas prácticas generan –lejos de constituir el componente
tradicional de un proceso de modernización o una exclusión del
sistema– serían expresiones sociales necesarias que surgen de las
condiciones de reproducción que genera el desarrollo capitalista
desigual, combinado y dependiente, en el marco de la actual fase de
internacionalización y globalización del mercado capitalista mun-
dial. Particularmente agravado, en el caso de América Latina, por
las políticas neoliberales de ajuste y ajuste estructural ensayadas
sin éxito durante los últimos treinta años.
Al respecto, uno de los ejes de trabajo a investigar que hemos
retomado y actualizado es que, en ciertos contextos, el principal
efecto histórico que ha tenido este mayor despliegue defensivo
de estrategias de subsistencia, no sólo ha sido el aumento de la
pobreza y la desigualdad social, sino también la emergencia en la
estructura social de una más heterogénea, políticamente inofen-
siva y socialmente fragmentada marginalidad. Entre sus efectos
“ideológicos” cabe destacar la mayor legitimación que presentan
las relaciones laborales precarias y las estrategias de subsistencia
basadas en la auto-explotación forzada de la fuerza de trabajo.
En particular, la expansión que ha tenido el fenómeno cabe ser
explicada por la efectividad conocida que presentan los métodos
de acción basados en reglas de reciprocidad y de protesta en un
contexto de fuerte deterioro económico y político-institucional.
Por otra parte, aquí también la teoría de la marginalidad ha sido
útil para entender los importantes esfuerzos que hacen el sistema
político-institucional y el propio régimen social de acumulación

62 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


para convertir en “funcionales” o, al menos, en “afuncionales” la
potencial “disfuncionalidad” que presenta la población excedente.
En lo fundamental, el sistema busca mantener la integración social
–dando legitimidad, asistiendo y/o abriendo espacios de reproduc-
ción no típicamente capitalistas ni legales–, sacrificando con ello
sus capacidades de un desarrollo socioeconómico más integrado y
sustentable.
Siguiendo esta perspectiva, en la quinta sección se abordó el
examen de las iniciativas y estrategias colectivas asociadas a las
llamadas “economías sociales”, “economías solidarias” o “economías
populares”, mostrando los diferentes efectos de sentido que presenta
el uso político-ideológico de tales términos, por mucho que ellos
parecen remitir al mismo tipo de fenómeno: un tipo de actividad
económica colectiva desmercantilizada, es decir, capaz de substraer
satisfactores de los intercambios mercantiles y de disminuir la
dependencia de los trabajadores a una relación salarial de mercado.
En el caso argentino, estas prácticas han logrado una amplia gene-
ralización y una particular radicalidad, constituyéndose muchas
veces en movimientos de acción colectiva, tanto en los momentos
de crisis como en la actual etapa de recuperación económica. Los
estudios realizados permiten confirmar que este comportamiento,
así como sus alcances e idearios asociados, resultan inteligibles
en el marco de la teoría de la marginalidad económica. Más allá
de otras connotaciones en materia política y social (autonomía de
gestión, formación de nuevas identidades, etc.), estas prácticas
constituirían, sobre todo, un modo marginal de subsistencia basado
en relaciones protocapitalistas o de autosubsistencia que implican
una apropiación de espacios de reproducción social dejados vacante,
cedidos o todavía no apropiados por el régimen de acumulación
dominante.
En este marco, nos preguntamos ¿en qué medida estas variadas
formas de autogestión económica y organización social que adoptan
las relaciones sociales de producción marginales constituyen un
factor político de cambio hacia una estructura social más equili-
brada y equitativa?; o, por el contrario, ¿en qué medida, la creciente
valorización e institucionalización que han logrando dichas prác-
ticas –incluso desde sus propios actores– no constituye un factor
políticamente regresivo que legítima la marginalidad asistida como
un derecho social para pobres? A partir de las evidencias empíricas
acumuladas y enfoque teórico desarrollado, se hace evidente que

AGUSTÍN SALVIA 63
el principal sentido político de estas prácticas es funcionar como
mecanismos de afuncionalización de la ruptura social que genera el
régimen social de acumulación. Para ello, el propio sistema político-
institucional ha ido creando mecanismos efectivos de asimilación
político-institucional y de subordinación económica clientelar. Sin
lograr por ello, en ningún caso, una salida honrosa del mundo de
la marginalidad económica y social, ni una mayor conquista de
derechos políticos y sociales ciudadanos.
Por último, en la sexta sección de este capítulo hemos querido
mostrar que una clave ciertamente relevante de los procesos socia-
les que genera la marginalidad económica, es la propia capacidad
de “afirmación” y “diferenciación” que presentan los sectores de
la población llevados a esta situación. Esta aparente “autonomía”
frente al sistema capitalista se logra en la medida que los modos de
subsistencia marginales se apoyan en las relaciones de reciprocidad
bajo las que opera el sector informal, en los sistemas de regulación y
asistencia pública oficial y/o en el marco de alguna red de protección
o promoción a cargo de agentes particulares o privados (incluyendo
los partidos políticos de oposición). De esta manera, las estrategias
económicas de la marginalidad logran un doble efecto sistémico:
por una parte, sostener a bajo costo la subsistencia de los sectores
que quedan fuera de la dinámica de acumulación, reduciendo los
riesgos de desintegración social; y, por otra parte, generando for-
mas variadas de competencia económica y distinción socio-cultural
que aumentan la fragmentación de los sectores populares y hacen
más viable su control político. Al respecto, hemos buscado llamar
la atención sobre la pobreza persistente y la heterogeneidad cre-
ciente que experimentan las estrategias de reproducción social de
la marginalidad, sin que ello altere el orden económico, social ni
político hacia un modelo de desarrollo distinto.
En definitiva, a través de este abordaje hemos querido desta-
car que el reconocimiento de tramas relacionales y sistemas de
intereses y formas discursivas que organizan el funcionamiento
reproductivo de la marginalidad económica, significa introducir
un esquema alternativo de interpretación y evaluación de los
procesos de desarrollo y cambio social. Al menos, tal como éstos
tienden actualmente a ser abordados por conceptos como pobreza,
marginalidad social o exclusión social. De ninguna manera se
trata de un enfoque nuevo, sin embargo, cabe reconocer que su
empleo durante las últimas décadas ha sido fuertemente descui-
dado –aunque no olvidado– por las investigaciones de las ciencias

64 I. CONSIDERACIONES SOBRE LA TRANSICIÓN A LA MODERNIDAD


sociales. El estudio de la marginación a la luz de esta perspectiva
nos invita a avanzar en dirección a entender la complejidad que
presentan los procesos de concentración/marginalización como
un objeto único y relacional en el marco general del proceso de
acumulación capitalista y del sistema político-institucional que
regula su reproducción y desarrollo. Sin embargo, también hemos
buscado llamar la atención sobre el hecho de que el fenómeno de
la marginalidad parece tener un papel activo sobre el proceso his-
tórico, en particular autoproduciéndose y mutando en diferentes
sentidos, pero también creando efectos ilusorios sobre su capacidad
para dar lugar a una transformación social y política del sistema
social, cuando no se lo conceptualiza de manera adecuada.
De tal forma que después de una larga crisis socioeconómica, con
cambios estructurales a nivel del régimen social de acumulación en
el funcionamiento de las relaciones político-institucionales, y con
millones de desocupados, subocupados y pobres reproduciéndose en
la marginalidad, todo parece “funcionar bien”: la economía crece
mirando al mercado mundial a tasas extraordinarias y el sistema
político-institucional está más sólido que nunca. Sin embargo,
aunque no se note –y a pesar de la recuperación económica–,
la persistente reproducción de la marginalidad –desocupación,
subempleo, economías sociales, etc.– continúa profundizando la
segmentación del mercado de trabajo y la estructura social y, por
lo tanto, debilitando las condiciones de desarrollo sustentable. Los
mayores esfuerzos económico-laborales y sociales generados por los
hogares pobres para evitar la pobreza no resultan exitosos. En este
contexto, el sistema económico y político no sólo no se debilita en
dirección a una transformación, sino que, a través de sus respuestas
a la crisis social, parece fortalecerse y transformar en funcional
la potencial disfuncionalidad que presenta la población excedente
sumergida en la marginalidad.
Tanto ayer como hoy, la prevalencia o no de efectos de “ejército
industrial de reserva” o “masa marginal” por parte de la población
excedente en una situación particular, así como la existencia de
distintos tipos y modos de marginalidad económica y su funciona-
miento social y político en el marco de un régimen de acumulación
determinado, son cuestiones que deben ser dirimidas a través de
la investigación empírica. Ahora bien, el esclarecimiento de estos
procesos exige instrumentos teóricos adecuados. Es éste el punto
que esperamos haber dejado en discusión.

AGUSTÍN SALVIA 65
PRIMERA SECCIÓN

SOBREVIVIENDO EN
LA MARGINALIDAD
ECONÓMICA DE LOS
ESPACIOS URBANOS
II.
Al borde de la informalidad:

prácticas de reproducción socio-laboral


en el segmento marginal
de la feria de San Francisco Solano

Eduardo Chávez Molina, Guillermina Comas y


Juan Pedro Alonso

Introducción

¿Q uiénes son estos feriantes? ¿De qué viven, cómo lo hacen?


¿Cómo reproducen día a día su actividad, cómo organizan
su práctica? ¿Qué es lo que venden? ¿Quiénes y cómo se proveen
de objetos para la venta?
Si bien el esfuerzo teórico implica la descripción y explicación
del mundo social, nos enfrentamos con la necesidad de superar
nuestros primeros obstáculos de comprensión a través del planteo
inicial de varios interrogantes generales en torno a un sector que
conforma, a partir de sus prácticas cotidianas, la heterogeneidad
de un mundo tan lejano y cercano a la vez: el sector marginal de
la feria de San Francisco Solano. Ante nuestros ojos este espacio
socio-comercial aparece como una multiplicidad de intercambios
de mercaderías que proliferan en una maraña de puestos, hombres
y mujeres, que dan forma al espacio urbano donde se desarrolla la
feria. La feria muestra un mundo de compradores y vendedores,
pero ¿es tan solo intercambio?
Partiendo de estos interrogantes, en el presente artículo, de
carácter exploratorio, nos proponemos describir una de las nuevas
formas de marginalidad socio-laboral sobre la base de un estudio
de caso acerca de las prácticas de auto-empleo informal en el
conurbano bonaerense, expresado en el sistema de ferias situadas
en San Francisco Solano, partido de Quilmes.

69
En un trabajo anterior, se han diferenciado tres sectores entre
los feriantes, en función de las características y los modos de ser
y hacer que la actividad adquiere en la extensión de la feria: los
feriantes tradicionales, el grupo conformado por los llamados
“cola de feria” y, por último, los feriantes buscas1 (Chávez Molina
y Raffo, 2005)2 , que en su mayoría han arribado a la feria con
posterioridad a la crisis del año 2001. Sobre este último grupo se
centrará este trabajo.
Las dimensiones que hemos introducido en estas páginas y
que se han constituido en las lentes desde las cuales observamos
aspectos de la cotidianeidad de los feriantes buscas, nos han
permitido situar la singularidad de la práctica ocupacional de
estos feriantes. En este sentido, el objetivo que guía el artículo es
describir y analizar las formas de vida y de trabajo de este grupo,
prestando particular atención a lo que refiere a sus trayectorias
laborales –desde el inicio de la actividad, la llegada a la feria–, la
relevancia de las redes sociales, la relación con los pares y los otros
grupos de feriantes, la planificación y la incertidumbre constituti-
vas de su hacer cotidiano, la ausencia de toda relación con alguna
instancia de contención y regulación formal, las imágenes acerca
del “rebusque”; elementos que, entre otros aspectos, enmarcan
algunas especificidades que nos permiten categorizar a este sector
y diferenciarlo tanto, de aquellos feriantes tradicionales, como de
los “cola de feria”. ¿De dónde vienen? ¿Cómo llegan a la feria?
Un segundo grupo de interrogantes, a partir de la considera-
ción de esta primera estratificación, se relaciona con el interés
en definir cómo este grupo de feriantes se posiciona respecto a
aquellos feriantes que ingresaron a la feria en otros contextos
socio-económicos. En ese sentido, nos interesa desentrañar cuál
es la singularidad que expresan estos nuevos feriantes, y cómo se
inscriben al interior de las actividades informales. Para el desa-
rrollo de este punto, el énfasis se situó en comparar la perspectiva
del grupo de feriantes buscas con la de los feriantes tradicionales,
de mayor trayectoria en la feria.

1 Utilizaremos esta denominación, ya que es el término con el que se definen


los propios feriantes que venden diariamente en este sector de la feria. Ade-
más el uso de este vocablo instala entre los sujetos un código de prácticas
compartidas que otorgan singularidad al segmento de los buscas.
2 Para un análisis del grupo de feriantes tradicionales y “colas de feria” véase
el artículo de Chávez Molina y Raffo (2005), antecedente directo de este
trabajo.

70 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


Es posible pensar que la heterogeneidad social, económica, y
organizativa que presenta la feria, este espacio simbólico-comercial
del Conurbano Bonaerense, se corresponde en alguna medida con
los cambios acontecidos en el mercado laboral argentino durante
las últimas décadas. Se ha señalado la confluencia de procesos
políticos, económicos e institucionales de largo plazo en la hetero-
geneidad estructural del mercado de trabajo en Argentina (Salvia,
2002), los cuales han generado efectos visibles en la estructura
social, particularmente, en el despliegue de “micro estrategias de
subsistencia” que evidenciarían inserciones socio-laborales cada
vez más segmentadas (Salvia, 2005). El análisis de este grupo
de feriantes no puede realizarse sino a la luz de la crisis que ha
desembocado en la salida del modelo de convertibilidad (2001-2002),
y que puso en evidencia el agravamiento del funcionamiento estruc-
tural del mercado de trabajo, siendo una de sus consecuencias el
crecimiento paulatino y sostenido de un sector informal-marginal
frente a los empleos protegidos y de calidad (Salvia, 2005). Esto
permitiría dar cuenta de un cambio cualitativo en los diversos
modos de subsistencia puestos en práctica por amplios sectores de la
población, los cuales se desarrollan distantes socio-espacialmente
de los circuitos protegidos del trabajo.
De acuerdo a los objetivos propuestos se diseñó una estrategia
metodológica cualitativa, combinando diversas técnicas de reco-
lección de datos. En primer lugar, se realizaron entrevistas en
profundidad y un Grupo Focal con ocho3 feriantes que trabajan en
el sector marginal de la feria, explorando sus trayectorias labo-
rales y las formas en que organizan cotidianamente su actividad.
Paralelamente, se realizaron observaciones de la dinámica de
la feria, orientadas a registrar el trabajo diario y los intercam-
bios que se producen en ese espacio (en relación a los clientes y
entre los mismos feriantes). La realización del grupo de discusión
–Grupo Focal– donde se reunió a feriantes tradicionales junto con
feriantes buscas, con el fin de obtener nuevos elementos sobre la
particularidad de estos últimos, posibilitó la indagación a partir
de la interacción entre ambos grupos, poniendo el foco del análisis
en las opiniones, percepciones y prácticas (Petracci, 2004) sobre
diferentes aspectos de su actividad en la feria.

3 Se tomarán para el análisis de las dimensiones propuestas, aquellos casos


cuyas trayectorias y prácticas han resultado más significativos de acuerdo
con los objetivos planteados en la investigación.

EDUARDO CHÁVEZ MOLINA, GUILLERMINA COMAS Y JUAN PEDRO ALONSO 71


El estudio de un segmento socio-laboral a través de un estudio
de caso, si bien impide generalizar los resultados obtenidos, nos
permite una descripción más detallada de la actividad y de los sig-
nificados que le otorgan las personas implicadas, así como desentra-
ñar las redes, los circuitos y recursos –personales y colectivos– que
se movilizan en el espacio particular que constituye la feria y las
relaciones sociales en las que se inscriben los diversos actores.
Una primera definición operativa de la feria podría ser la de un
“mercado que se celebra en lugar público y en días señalados”. Res-
catamos de esta definición dos conceptos principales: la de mercado,
y la de lugar público. La noción de mercado debe entenderse como
área material o inmaterial, dentro de la cual los vendedores y com-
pradores de mercaderías mantienen estrechas relaciones y llevan a
cabo abundantes transacciones acerca de ellas, de tal modo que los
distintos precios que se realizan tienden a unificar las expresiones
tanto de la oferta como la demanda (Zamora, 1982), sin olvidar que
dichas transacciones están sumergidas, por regla general, en las
relaciones sociales entre los hombres y mujeres (Polanyi, 2003). El
lugar público, como un espacio donde tiene supremacía el interés
colectivo sobre el interés privado, y en la necesaria subordinación
del segundo al primero (Bobbio, 1998).
A partir de estos dos componentes, definimos el concepto de feria
como un mercado tangible, situado principalmente en un espacio
público, donde intervienen múltiples hombres y mujeres que a
través de sus prácticas permiten la continuidad de transacciones
comerciales a través del tiempo. Sin embargo, en este artículo tam-
bién reflexionaremos acerca de los componentes menos visibles de
la feria, rechazando cualquier intento de definirla como un espacio
homogéneo, e impulsando desde un principio a considerarla en su
diversidad. Diversidad que se revelará en una multiplicidad de
prácticas y sentidos. Desde esta perspectiva, la feria no podrá ser
analizada solamente como un mercado, sino como un escenario
donde el intercambio compra-venta adquiere matices diferenciales
en conjunción con esas prácticas y sentidos.
A lo largo de este artículo se procurará demostrar que la estra-
tificación que presenta la feria tiene implicancias tanto en la forma
en que se lleva a cabo la actividad como en las percepciones que los
feriantes de los diferentes grupos tienen entre sí. En primer lugar,
ligado a una dimensión socio-espacial, el lugar que los feriantes
ocupan al interior de la feria supone diferentes relaciones socia-

72 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


les, diferentes prácticas y formas de organizar el trabajo. Por otra
parte, el espacio que se ocupa y la forma en que se desarrollan las
prácticas se expresarán en diferentes percepciones sobre sí mismos
y sobre la actividad que realizan.

Buscando conceptos
El análisis sobre nuevas formas de segmentación laboral a
partir de un estudio de caso, nos induce necesariamente a indagar
acerca del sector informal en el mercado de trabajo argentino. Sin
embargo, no es objetivo de este artículo profundizar en el debate
sobre la operacionalización del concepto de informalidad, debate
que claramente trasciende estas páginas. La puesta en juego de
este concepto se vincula a la necesidad de analizar qué procesos
se estarían evidenciando en la actual situación ocupacional de
nuestros entrevistados.
En este sentido, retomaremos como categoría afín a nuestro
objetivo de estudio, la noción de informalidad definida como aquel
sector compuesto por unidades productivas de pequeña escala,
correspondientes al medio urbano, organizadas en torno al tra-
bajo de otros no familiares, así como en base al propio y familiar,
caracterizadas por la utilización de trabajo intensivo, donde la
vinculación entre empresarios y feriantes, o en el propio desarrollo
del autoempleo del emprendimiento familiar, no se encuentra regu-
lada, y por ende protegida, por las instituciones públicas (Portes,
2000; Tokman, 2000; Loutier, 2004).
La elección de esta definición radica en que nuestro planteo
coincide con el supuesto de que al centrarse en la lógica de fun-
cionamiento de la unidad productiva, el carácter organizativo y
relacional de la misma define el modo informal de la actividad,
aunque la misma muestre una perfomance económica más vincu-
lada a la subsistencia que a la acumulación o rentabilidad. Nos
referiremos a los feriantes y emprendedores feriantes de este
sector de la feria como marginales. Sin embargo, es importante
aclarar que consideraremos aquí el término marginal en una
acepción que remite a dos dimensiones: la primera vinculada a las
características de la unidad económica (fuertemente dirigida a la
obtención de los medios de vida para la subsistencia). La segunda
dimensión se refiere al aspecto relacional en la actividad de estos

EDUARDO CHÁVEZ MOLINA, GUILLERMINA COMAS Y JUAN PEDRO ALONSO 73


feriantes, tanto en lo que refiere a su posición espacial-territorial,
como al entramado de relaciones sociales que conforman el marco
de la actividad.
Nos referiremos a los feriantes como aquellos emprendedores
que por cuenta propia o formando una empresa familiar, “ofrecen
sus productos en ferias al aire libre o en espacios físicos cerrados
–internadas– en forma rotativa, organizadas, en la mayoría de los
casos, por los gobiernos municipales, que además deberían observar
su fiscalización y reglamentación” (Chávez Molina y Raffo, 2005).
Además basan su actividad en la venta de productos usados, con
muy poco capital, y que desarrollan la actividad con escasa o sin
regulación estatal.
Si bien la utilización del término emprendedor puede generar
controversias, en tanto nos estamos refiriendo a un segmento
marginal que se desarrolla en los bordes de una feria urbana,
consideramos que esta categoría es adecuada en dos aspectos: el
primero es establecer una diferenciación respecto al concepto de
empresario, pues si bien la actividad de estos feriantes implica una
combinación de los factores de trabajo y capital, el riesgo y la difi-
cultad son muy elevados, y se tornan prioritarios en la orientación
de sus prácticas cotidianas. Por otro lado, no resulta adecuada la
utilización de la categoría empresario informal, la cual impediría
abordar la singularidad de los feriantes buscas, ya que también
los feriantes tradicionales y los “cola de feria” presentan rasgos
vinculados con la informalidad. Tampoco consideramos pertinente
la definición de estos feriantes como trabajadores, debido a que esta
categoría podría asimilarse a una relación de dependencia4.

Los mundos de la feria


La feria de San Francisco Solano no es un espacio socio-territo-
rial homogéneo, como el análisis o la visión del fenómeno podrían,

4 Cabe destacar a Neffa: “El trabajo es una actividad realizada por personas,
orientada hacia una finalidad, la producción de un bien, o la prestación de
un servicio, que da lugar a una realidad objetiva, exterior e independiente del
sujeto, y socialmente útil para la satisfacción de una necesidad. (…) Cuando
el trabajo así definido se hace para obtener a cambio un ingreso, en calidad
de asalariado, de empleador, o actuando por cuenta propia, estamos en pre-
sencia del empleo. El mismo puede desenvolverse en el ámbito mercantil o en
actividades sin fines de lucro, y llevarse a cabo sin relación de dependencia
o como asalariado (…)” (2000).

74 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


en principio, señalarnos. En ese sentido, puede describirse entre los
feriantes un arco que va desde aquellos que desarrollan su actividad
con capacidad de acumulación, hasta aquellos que obtienen de ella
sólo lo necesario para la subsistencia. Todos comparten un espacio
socioeconómico, pero están inmersos en diferentes entramados de
relaciones sociales y cuentan con diferentes recursos y capacidades
de intercambio.
Por su parte, existen códigos, condiciones para ingresar en
la actividad y llevarla a cabo. Códigos más explícitos entre los
feriantes tradicionales, tácitos entre el grupo que se ubica en los
márgenes de la feria. Cuestiones como el ingreso, el espacio físico
que se ocupa, los productos que se venden, las marcas que ofrecen,
cuentan con regulaciones que todos conocen, pero el rol ordenador
no se establece en torno a recomendaciones emanadas de la regu-
lación pública, sino más bien de acuerdo al desarrollo de las redes
personales de cada feriante.
La movilidad es una de las características centrales para quie-
nes trabajan en las ferias. Éstas se arman en distintos lugares
los diferentes días de la semana, no muy distantes unas de otras.
Esta rotación, sin embargo, no impide que se genere un arraigo
muy fuerte por parte de los feriantes al territorio en el que se
mueven, y a la feria como un espacio comercial y social cargado
de significaciones. La feria de San Francisco Solano, que se arma
miércoles y sábados, es la más importante en esta rotación, la que
convoca la mayor cantidad de gente.
La misma comienza a pocas cuadras del centro comercial del
barrio y termina a orillas de un arroyo, treinta cuadras después.
Al igual que el barrio, las condiciones de la feria se hacen más pre-
carias cuanto más se aleja del centro. Como hemos señalado más
arriba, en ese largo recorrido se identifican tres grandes grupos
de feriantes, en base a los siguientes ejes: niveles de capitalización,
permisos municipales –cuestiones que hacen a la legalidad de su
actividad–, los bienes o servicios que venden y el modo en que se
proveen de mercaderías: de estas dimensiones depende su inscrip-
ción al interior de la feria.
El primer grupo, distribuido en las primeras cuadras de la feria,
es el de los feriantes tradicionales. Cuentan con habilitaciones
municipales, por las que pagan un impuesto al Municipio, que les
brinda seguridad en el desarrollo de su actividad y les exige cumplir
con una serie de requisitos: para ello deben contar con determinado
nivel de capitalización. Exhiben su mercadería en grandes carroma-

EDUARDO CHÁVEZ MOLINA, GUILLERMINA COMAS Y JUAN PEDRO ALONSO 75


tos y tienen relaciones sólidas con sus proveedores. Por lo general
allí se ofrecen productos nuevos –prendas de vestir, zapatillas–,
alimentos –hay carnicerías, pescaderías, verdulerías, puestos de
empanadas y productos regionales–, compactos y videos grabados,
ferreterías, jugueterías, artículos de almacén y de bazar, etc.
El segundo grupo es el de los feriantes asociados al “sindicato
de colas de feria”, al cual pagan una especie de impuesto para
armar sus puestos. Estos feriantes no tienen habilitación munici-
pal, pero el “sindicato” les ofrece un respaldo. Sus puestos están
conformados por estructuras de metal, y son más pequeños que
los de los feriantes tradicionales; los niveles de capitalización son
bastante más bajos.
El tercer grupo es el que conforman los emprendedores mar-
ginales, los buscas. En este grupo el nivel de capitalización es
mínimo y no cuentan con habilitación municipal ni respaldo de
ningún sindicato o agremiación, y los niveles de organización son
muy débiles. Allí se venden mayormente objetos usados y otros
provenientes del “cirujeo”.
A su vez, esta estratificación se corresponde con diferentes
contextos de llegada a la feria: los feriantes tradicionales cuentan
entre veinte y cuarenta años de trayectoria en la feria; los “colas
de feria” se incorporaron en los últimos diez años; y el grupo de los
buscas, que creció notablemente en los últimos cinco años, tras la
crisis que derivó en la salida de la convertibilidad.
La relación entre el barrio de San Francisco Solano y la feria es
muy visible. La presencia de la feria es ineludible y pueden verse
en sus contornos comercios y actividades que dependen de ella, que
surgieron producto de su impronta. Es notorio que, en las cuadras
que ocupa la feria franca, talleres mecánicos se hayan convertido
en restaurantes y nuevos comercios, transformados para albergar
a los visitantes que el fin de semana saturan los pasillos de la
feria. En el sector de los buscas la identificación entre el barrio y
la feria es aun más fuerte. Aunque existen diferencias físicas entre
los puestos de los feriantes tradicionales y los pertenecientes a los
“colas de feria”, la feria franca –si bien se derrama en sus márgenes
en locales y puestos muy pequeños en las calles laterales–, ocupa
un espacio delimitado: los puestos se ubican a ambos lados de la
calle, dejando libre un pasillo por el que circulan los clientes. La
ubicación enfrentada de los puestos provee a la feria franca de una
morfología particular –los feriantes lo disponen así, proponen esa
circulación para dejar sólo un corredor y dificultar que los pro-

76 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


bables clientes la abandonen. Esta delimitación espacial cambia
notoriamente cuando comienza la feria más precaria.
Asimismo, el barrio se hace más precario a medida que se aleja
del centro comercial. Anexada a la otra parte de la feria, el sector
de los buscas se extiende por 15 cuadras. Allí, a diferencia del
resto de la feria, no existe una estructura organizativa del mercado
callejero: por la ubicación de los puestos –desplegados donde haya
o exista un espacio en la vía pública– la feria se confunde con la
geografía del barrio, que parece absorberla. Recorriendo este sector
se presenta de inmediato otra diferencia: las mercaderías y produc-
tos que se ofrecen son diferentes a las que pueden adquirirse en la
feria franca. Aquí predominan los productos usados, de cualquier
naturaleza. La estructura de los puestos también difiere: los pro-
ductos son ofrecidos al público sobre tablones, en estructuras muy
precarias de metal o directamente sobre el piso. Allí los feriantes
amontonan sus productos, abarrotados en la porción de espacio que
pudieron conseguir. En este sector no existe una reglamentación
pública sobre el espacio que puede ocupar cada uno, como ocurre
en la feria franca. Rige otra reglamentación, no escrita, en la que
los más viejos son los que tienen la última palabra.
Otra diferenciación que puede establecerse con respecto al
resto de la feria es la heterogeneidad de productos que se ofrecen
al interior de los puestos. En un mismo puesto puede encontrarse
desde remeras hasta CD’s, libros y canillas, y si bien en varios
puestos predomina una mercadería (ya sea ropa, retazos, libros,
etc.), ofrecen lo que consiguen, lo que pueda ser vendido.
Los feriantes entrevistados tienen sus puestos en el sector mar-
ginal de la feria, es decir, fuera de los límites de la feria franca auto-
rizada. Los puestos de estos feriantes están ubicados en la primera
sección del sector más precario, y allí venden retazos de tela, ropa
usada y todo tipo de objetos: zapatos, relojes, CD’s y antigüedades.
Con diferentes trayectorias en la feria, estos feriantes comparten
algo más que el espacio físico en que desarrollan su actividad.

Los buscas.
Caminos y eventos en la vida de los feriantes
Las trayectorias laborales de los feriantes buscas constituyen
un elemento esencial para entender su actual ocupación. Los entre-
vistados se caracterizan por trayectorias laborales discontinuas,

EDUARDO CHÁVEZ MOLINA, GUILLERMINA COMAS Y JUAN PEDRO ALONSO 77


vinculadas a actividades económicas de características informales.
Aunque la mayoría de ellos pasó por un empleo formal protegido,
este paso fue breve: ninguno tuvo una permanencia considerable
en este sector.
Desde esta perspectiva, de movilidad de estados laborales
protegidos a desprotegidos, Michel Piore (1983), analiza la movi-
lidad de este tipo de recorridos según el sector de inserción en el
mercado de trabajo, mientras que las cadenas de movilidad5 del
mercado primario de trabajo (considerado aquí como el sector
formal) presentan una línea ascendente en cuanto a los puestos
y condiciones de empleos, los caminos laborales recorridos por los
feriantes del sector secundario (sector informal) –entre los que se
encuentran nuestros entrevistados– no presentan esta “progresión”,
sino más bien un carácter aleatorio, con alta sustituibilidad entre
los feriantes.
Desde otra perspectiva, Pierre Bourdieu (1980) señala que las
experiencias que los sujetos han atravesado, y que conforman su
pasado laboral, se actualizan en y por un sistema de disposiciones
–el hábitus– que ligan sus experiencias anteriores con su actual
presente ocupacional6. En este sentido, la situación laboral de estos
emprendedores marginales no puede analizarse como un fenómeno
aislado, sino que debe ser indagada en conexión con la vulnerabili-
dad que presenta su inserción laboral anterior. Desde este enfoque,
coincidimos con el planteo que señala que las trayectorias laborales
marcadas por la intermitencia parecen favorecer la conformación
de un hábitus para el “rebusque” (Belvedere, Carpio et al., 2000),
apelando a diferentes estrategias y a una gran variedad de recur-
sos, como –en el caso de nuestros entrevistados– vender sus propios
bienes o salir a “cirujear”.
De este modo, la vulnerabilidad laboral presente en la trayecto-
ria laboral de nuestros entrevistados no sólo cristaliza la relación
entre sus experiencias y las transformaciones estructurales acon-

5 La cadena de movilidad de estos segmentos se elabora de acuerdo a los tipos


de secuencias de puestos por los cuales pasan los individuos a través de su
vida laboral (Piore, 1983).
6 La reflexión entre práctica y hábitus es uno de los principales aportes que
Pierre Bourdieu ha hecho a la teoría social contemporánea En su obra El
sentido práctico (1980), el autor señala que el hábitus asegura la presencia
de experiencias pasadas, depositadas bajo forma de principios de percepción,
pensamiento y acción, que tienden a garantizar la conformidad de las prácticas
estructuradas según sus principios. El sistema de disposiciones está en el
principio de la continuidad y la regularidad de las prácticas sociales”.

78 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


tecidas en el mundo del trabajo, sino que nos ofrece un elemento
explicativo para reflexionar acerca de la caída ocupacional que
estos feriantes han sufrido y que, al momento de nuestro trabajo de
campo, tenía la venta en la feria marginal como última estación.

El pasado y el presente:
¿la llegada a la feria como punto de partida?
¿Es posible plantear la llegada de estos feriantes a la feria como
una decisión al interior de un marco de opciones? O, siguiendo a
Bourdieu: ¿esta llegada debería plantearse como una práctica, que
si bien no niega la existencia de los condicionamientos estructu-
rales, los diluye en la intersección entre pasado y presente que la
misma práctica oculta en su acto?
¿En qué medida la llegada y permanencia en la feria constituye
una acción que reproduce la misma situación socio-ocupacional
vulnerable? Para algunos de estos buscas la feria aparece como una
posibilidad más en un contexto de desocupación que era paliado
con diferentes actividades al interior del sector informal. En el
caso de una de las entrevistadas es un momento crucial, ya que
le permite el ingreso a un intercambio monetario del que estaba
alejada, debido a que conseguía bienes y servicios para su hogar a
través del trueque, al que llegó después de un período de desempleo
prolongado de su marido. Allí conoce a otra feriante que la lleva a
la feria y comienza vendiendo la ropa de su familia. Otra jugaba al
básquet, contratada por clubes de la zona. Un accidente deportivo
la marginó de la actividad y se quedó sin trabajo. En ese momento
su hermana la lleva a la feria, para también vender ropa de su
familia. En el caso del feriante de mayor experiencia, su llegada a
la feria sucede a principio de los ‘90 y desde aquel momento hasta
seis meses antes de la entrevista, constituyó una actividad paralela
que intercalaba con trabajos de pintura a domicilio. Sin embargo,
en los últimos meses se ha convertido en su única actividad (ade-
más del cuidado de una huerta en su casa como contraprestación
de la percepción de un plan Jefas y Jefes de hogar). Este feriante
no llegó por un contacto personal sino que vio la posibilidad de
instalarse:

EDUARDO CHÁVEZ MOLINA, GUILLERMINA COMAS Y JUAN PEDRO ALONSO 79


“Anduve mirando y he visto que se podía hacer algo ¿viste?, se podía,
entonces me vine, probé, probé y bueno, visto que me iba bien, se podía
hacer algo para comer y me vine.” (Lito, feriante busca).
Otra de las entrevistadas es la única que vende mercadería
nueva, ya que compra los retazos en una fábrica, y que ha tenido
inserciones inestables en empleos que podrían caracterizarse como
formales, para luego comenzar a trabajar como costurera, y desde
allí se vinculó con la venta de retazos. Su acercamiento a la feria fue
a través de una vecina que ya estaba trabajando como feriante:
“— Y… ¿por intermedio de alguien llegó acá a la feria?
— Sí, la señora de al lado de mi casa que es feriante, y ella me dijo ‘vamos’
qué sé yo, y bueno… y ella me hizo un lugar, digamos, porque es difícil
conseguir espacio, entonces ella me hizo un lugar, primero y bueno después
me fui haciendo yo…” (Sonia, feriante busca).
Las redes sociales, ligadas en general a relaciones de proximi-
dad, se transforman en un elemento fundamental para acceder a
aquellos recursos necesarios para el inicio de la actividad. Si bien
estos feriantes se inician en la feria sin ningún requerimiento
mínimo de capitalización, las competencias personales y el lugar
físico para desarrollar la actividad se constituyen en un recurso
clave para acceder y mantenerse en este sector de la feria.
Las redes de proximidad tienen un peso muy fuerte en la acti-
vidad de estos feriantes, ya sea en el inicio como en el desarrollo
de la misma: es muy importante la colaboración de sus familiares
y la cooperación entre los mismos feriantes. Su presencia es insos-
layable: sin este tipo de relaciones el acceso a este sector de la feria
sería muy difícil. Esta situación está relacionada en gran medida
con la centralidad que tiene el espacio de trabajo en la actividad
del feriante (Feldman y Murmis, 2002), en la cual el acceder y
mantenerse en el espacio público constituye un recurso esencial,
y donde al no haber ningún tipo de regulación sobre el espacio a
ocupar (elemento sí presente para el caso de los feriantes tradicio-
nales) se generan mecanismos internalizados que son compartidos
por los feriantes. En estos mecanismos, hay una lógica de ingreso
y permanencia tácitos, que tienen que ver con lo que nuestros
entrevistados verbalizan como ganarse el lugar. Esta lógica implica
llegar a la feria por intermedio de un conocido, el cual generalmente
permite al ingresante compartir una parte de su lugar, luego irse
metiendo hasta lograr establecerse en un lugar propio. El espacio

80 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


es el elemento determinante desde el primer momento, pero hay
una trama de relaciones personales que lo configuran:
“… de a poquito me fui ganando el lugar y a la gente, porque acá tenés que
ganarte a la gente.” (Beatriz, feriante busca).
En este sentido, dada la inexistencia de regulaciones en el desa-
rrollo de la actividad, recae sobre los actores el peso de generar un
marco que sustente las acciones sobre bases más o menos estables.
En este punto, la densidad de las redes sociales que los individuos
construyen desempeña un rol fundamental.
Trayectorias de empleo vulnerables articuladas con la densidad
de las relaciones de proximidad, presentes tanto al momento de la
llegada a la feria así como en el desarrollo de la actividad, pare-
cen condensarse en la categoría feriante busca, categoría donde
se fusionan pasado y presente ocupacional, donde estructura y
opción configuran y conforman un tipo particular de práctica: la
del busca.
Estas condiciones de vulnerabilidad en la actividad de los
emprendedores marginales, parecen instalarlos en la crudeza de
un mercado sin protecciones, podríamos decir un “mercado ver-
dadero, autorregulado”, conceptualizado críticamente por autores
como Polanyi (2003) y Granovetter (1993). Es decir un mercado
donde prima únicamente la lógica de la oferta y la demanda,
dando lugar a una dinámica particular. Esta situación puede
entenderse como el problema de aquellas inserciones (Granovetter,
2003), en las que el único recurso contra las transgresiones es la
confianza mutua, resultante de la pertenencia de ambas partes
a una estructura social que las abarque: en este caso, la feria.
En aquellas transacciones donde el intercambio se produce en un
marco autorregulado y desprotegido del Estado, la única fuente
generadora de confianza la constituyen las características y senti-
mientos comunes de las personas, tanto como la expectativa en que
las acciones fraudulentas, engañosas, serán castigadas mediante
la exclusión de quien las cometió de las redes sociales que le dieron
soporte (Portes, 2004).

Tramas sociales y búsqueda de la supervivencia


Estas redes son de vital importancia ya que se constituyen en
recursos sociales que los feriantes buscas ponen en juego para su

EDUARDO CHÁVEZ MOLINA, GUILLERMINA COMAS Y JUAN PEDRO ALONSO 81


reproducción7. Larissa Lomnitz (1975), en su estudio sobre las
barriadas pobres de la Ciudad de México, define a las prácticas
económicas que los sectores marginados utilizan para sobrevivir en
términos de “mecanismos de supervivencia”, los cuales conforman
la totalidad de su sistema de relaciones sociales. Allí, las redes
sociales juegan un rol principal, apoyadas en la reciprocidad y la
confianza. Esta autora señala que las redes sociales constituyen
una estructura social específica, sobre la base de la marginalidad,
cuya característica es garantizar la supervivencia. De este modo,
las redes de intercambio entre parientes, vecinos y amigos, repre-
sentan un mecanismo socioeconómico que en buena medida suple
la falta de seguridad social y económica propia de las ocupaciones
al interior de la informalidad (Lomnitz, 1975).
Nos preguntamos, entonces, ¿qué prácticas y qué tipo de rela-
ciones se ponen en juego para que la feria permita a estos feriantes
obtener un ingreso que posibilite su supervivencia?
Como indicábamos anteriormente, pese a la ausencia de cual-
quier tipo de regulación en este sector de la feria, las acciones
no quedan libradas al azar. La no presencia efectiva de normas
impulsa diferentes estructuraciones a través de prácticas y “tramas
organizativas” (Feldman y Murmis, 2002:184). En otras palabras,
hay un modo particular de llevar a cabo la actividad en el sector
marginal de la feria. El modo en que los feriantes obtienen la
mercadería que será vendida en el sector marginal responde a
prácticas específicas así como a condicionantes económicos estruc-
turales. Los diferentes modos en que estos buscas se proveen de
mercadería están signados por la fragilidad de los mismos, pues
las redes mercantiles que consiguen movilizar son débiles y, a
diferencia de los feriantes tradicionales, están inscriptas en su
mayoría en circuitos de intercambio informal. Algunos compran
ropa en ferias menores, de barrio, para luego remendarlas, si fuera
necesario, y revenderlas a un precio mayor. Concurren a estas ferias
regularmente, los días que no arman el puesto en la feria de San
Francisco Solano. Otro de los entrevistados vende mercadería que
obtiene del cirujeo, actividad que realiza por las noches en Capital
Federal, donde algunos porteros le reservan los objetos que le pue-

7 Es importante señalar que consideramos aquí “recursos sociales” como un


aspecto de la reproducción de los modos de supervivencia de estos feriantes y
no en términos de activos sociales que posibilitan acciones en determinadas
estructuras de oportunidades. Para una mayor comprensión de esta perspec-
tiva, ver Katzman (1999) Activos y estructura de oportunidades.

82 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


den interesar. La feriante de menor trayectoria en la feria vende
ropa y otros objetos de su propiedad, y ya proyecta comenzar a
comprar en el circuito de ferias barriales en que se proveen muchos
de los feriantes. Una de las feriantes sí presenta algún grado de
capitalización –cuenta con un préstamo de una Organización No
Gubernamental que realiza tareas en la feria8 –, y compra retazos
regularmente a una fábrica de ropa, que es su única proveedora.
Exceptuando este último caso, el resto de los entrevistados no se
abastece a través de redes comerciales con proveedores. En general,
entre aquellos feriantes que compran mercadería usada a precios
muy bajos en ferias menores, el capital para encarar la actividad es
muy escaso. Esta característica está en relación con la ausencia de
toda instancia institucional en el proceso de comercialización. Salvo
la entrevistada que accedió a estos microcréditos, el resto no tiene
acceso a ningún tipo de red mercantil que posibilite cierto nivel
de capitalización en la actividad. Esto dificulta la constancia y el
progreso en este trabajo, pues responde al nivel de incertidumbre
respecto a lo que se pueda conseguir (ya sea que los feriantes lo
busquen o que llegue a sus manos).
El bajo nivel de ingresos de los hogares de estos feriantes
(vinculado al deterioro laboral de sus cónyuges, en el caso de
nuestras entrevistadas) impone que lo obtenido en la feria sea
transferido al sostenimiento del hogar, impidiendo cualquier tipo
de financiamiento para sostener y mejorar la actividad en la feria.
Esta situación lleva a que el trabajo de los feriantes se constituya
en una situación de supervivencia, “por las escasas posibilidades
de capitalización ya que éstos dependen de la capacidad de destinar
la mayor parte a la reinversión” (Feldman y Murmis, 2002:209).
Retomando el planteo de Lomnitz, podemos señalar que ante
la ausencia de redes mercantiles sólidas, es la centralidad de las
redes sociales anteriormente descriptas el elemento que nos indica
la configuración de la actividad del feriante busca como un meca-
nismo de supervivencia. Bajo el soporte de dichas redes sociales,
se suspende temporalmente la situación original de incertidumbre
acerca de las acciones de los otros, dando espacio al establecimiento
de la confianza, por lo cual es posible suponer un cierto grado de
regularidad y predecibilidad en las acciones sociales, que permiten
la reproducción económica de estos feriantes.

8 Esta ONG otorga microcréditos a los feriantes tradicionales. Al momento de la


entrevista, esta feriante era la única del sector que accedía a este recurso.

EDUARDO CHÁVEZ MOLINA, GUILLERMINA COMAS Y JUAN PEDRO ALONSO 83


Pequeñas prácticas comerciales:
“Sacarle un pesito más a lo tuyo”
Según el esquema que Anthony Giddens elabora para explicar
la interrelación entre estructura y acción (1986), los sujetos repro-
ducen los sistemas sociales a través de su acción en los ámbitos
de su vida cotidiana. A su vez, poseen un registro reflexivo acerca
de sus actividades, tanto como de los otros actores y de los aspec-
tos sociales y físicos del contexto, lo que genera una comprensión
de los fundamentos de su actividad. A través del entendimiento,
interiorizan las reglas de la vida social y se constituyen en sujetos
expertos respecto al saber que poseen y que aplican en la repro-
ducción de su cotidianeidad. En ese registro pueden pensarse los
distintos mecanismos y prácticas que los feriantes buscas llevan
a cabo en lo que refiere a la venta de bienes en el sector marginal
de la feria.
Hay un saber respecto a cómo comercializar lo que se obtuvo por
diversos medios relacionados con el “rebusque”, que se cristaliza
en acciones destinadas a manejarse en este espacio y garantizar la
supervivencia. El planteo de Bourdieu, si bien quita protagonismo
a la estructura en pos de la práctica para pensar la vida social, no
niega este saber que Giddens atribuye a los sujetos: es en el sentido
práctico donde el hábitus reactiva las estructuras objetivas a través
de los esquemas que posibilitan el reconocimiento de las mismas.
Ambas perspectivas abordan la centralidad del saber de los sujetos,
centralidad que nos hemos propuesto rescatar en la descripción de
la actividad del feriante busca.
En el día a día, los feriantes ponen en juego diferentes tácticas
de acción, en base a estimaciones que responden a lógicas propias
de su actividad y a su experiencia en ella. Por ejemplo, los sába-
dos llevan más mercaderías que los miércoles, días en los que hay
menos movimiento; saben que los días fuertes son a mediados de
mes, cuando la mayoría de sus clientes cobran el “Plan Jefas y
Jefes de Hogar”. Los feriantes también conocen qué mercadería
es la que más sale: ropa de marca, usada pero de buena calidad,
artículos viejos, etc. En lo que refiere a los precios, los más viejos
asesoran a los que tienen menos experiencia en la actividad, pero
cada feriante tiene la posibilidad de vender al precio que le sea
ventajoso, de acuerdo a su necesidad (esto no sucede en la feria
tradicional, donde la competencia está más regulada): el regateo

84 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


es una constante en este sector de la feria. Si bien la mayoría arma
su puesto en distintas ferias, llevan a la de San Francisco Solano
aquellas mercaderías a las que pueden sacar mayores beneficios:
“Llevo otras cosas a la [feria de la] Veintinueve, pero acá traigo lo más ven-
dible, lo más barato lo saco en la Veintinueve.” (Beatriz, feriante busca).
Cuando consigue antigüedades valiosas, el feriante que se
provee del cirujeo trata de ubicarlas en locales de antigüedades
–principalmente en la Ciudad de Buenos Aires– en los que recibirá
más dinero que en la feria.
Los feriantes no sólo usan sus conocimientos y activan estra-
tegias al momento de la venta, sino también cuando necesitan
comprar mercaderías para su puesto. Los precios son acordados por
el regateo, donde el que tiene mayor capacidad de convencimiento,
junto con la necesidad (del bien o del dinero) es en general quien
sale beneficiado.
Esto induce a tener en cuenta la centralidad que esta feria tiene
en el barrio. Este sector marginal se configura como espacio de
supervivencia que alcanza a otros sectores de los alrededores, más
allá de los propios feriantes. Si bien esta característica evidencia el
empobrecimiento generalizado del barrio donde se asienta la feria,
no debe relacionarse directamente como un elemento que debilita la
actividad. Pues esta debilidad de sus compradores es resignificada
y aprehendida por los feriantes buscas, quienes la incorporan en
la práctica de la actividad, a partir de la identificación con sus
propios clientes. De este modo, el contexto barrial se constituye
en un saber que en buena medida esquematiza el modo de llevar
a cabo la compra-venta en este sector de la feria.

Incertidumbre y predecibilidad
Los entrevistados coinciden en la impredecibilidad de los resul-
tados de su actividad. Sin embargo, y en relación con lo señalado en
el apartado anterior, manejan algunas orientaciones al respecto:
todos señalan los fines y mediados de mes como los momentos en
que más se trabaja. Esto se debe en gran medida a que este sector
de la feria funciona como mercado de abastecimiento de quienes
perciben el Plan “Jefas y jefes de hogar”.
De todos modos, la incertidumbre es lo que parece preponderar
por sobre la planificación, acrecentándose principalmente cuando

EDUARDO CHÁVEZ MOLINA, GUILLERMINA COMAS Y JUAN PEDRO ALONSO 85


lo obtenido en la feria se destina a la reproducción del hogar. En
este sentido existe heterogeneidad entre los entrevistados. Los
resultados económicos de su actividad no dejan de ser escasos, pero
el peso y la importancia que éstos tienen en su economía familiar
está directamente relacionado con que existan o no otros ingresos
al interior de su hogar.
Los feriantes entrevistados identifican a dos grupos principales
entre sus clientes: los revendedores (entre los que se encuentran
coleccionistas de antigüedades provenientes de otras localidades)
y los que provienen del barrio, conformados en buena parte por
quienes perciben el Plan antes mencionado. Los primeros vienen en
busca de objetos antiguos o insólitos. Los entrevistados manifiestan
cierta regularidad en la concurrencia de este tipo de compradores,
por eso ellos guardan la mercadería que consideran que pueda
interesarle a estos clientes revendedores. La interacción con este
tipo de compradores presenta una particularidad: son ellos quienes
fijan el precio de los objetos, aun cuando los revendedores no estén
interesados en realizar la compra, siendo ellos mismos quienes
indican a los feriantes cuáles son los precios a los que convendría
vender ese objeto.
De todas formas, los principales clientes son los vecinos del
barrio: como señaló un feriante busca durante la realización de
un grupo de discusión:
“A nosotros nos compra la gente pobre, no los que tienen plata.”
Durante la realización de este grupo de discusión, tanto el
grupo de feriantes tradicionales como los buscas coincidieron en
que en los últimos años se ha producido un aumento de la clientela
que asiste a la feria. Sin embargo, los feriantes mejor posicionados
relacionaban esto con la magnitud que presenta la feria de Solano,
mientras que aquellos feriantes que trabajan en la parte marginal,
plantearon la cuestión de la extensión de la feria en paralelo con
el incremento de la pobreza:
“…va más gente, ¿sabés por qué va más gente? Porque la gente no se puede
comprar ropa nueva, entonces qué pasa: van a buscar la usada, entonces
por eso va más gente.” (Intervención de un feriante busca en el grupo de
discusión).
En este contexto de empobrecimiento del barrio donde se instala
la feria, retomamos el análisis que Feldman y Murmis (2002) hacen
de las características de la demanda de quienes compran bienes y

86 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


servicios proporcionados por actividades informales, a partir del
deterioro de los ingresos de las clases populares. Según su planteo,
la caída en los ingresos de estos sectores impulsa, por un lado, a
que mucha gente se vuelque a la actividad en la feria, pero a su vez
intensifica y expande la lógica de este ámbito, ya que más gente
concurre a aprovisionarse en este lugar, por lo cual esta expansión
se debe a un descenso en los ingresos de la gente de la zona donde
la misma se lleva a cabo.
En ese sentido, Mathías y Salama (1986) plantean que la exten-
sión del sector informal se traduce en mecanismos de pauperización
y en la lucha por la reproducción de la fuerza de trabajo. Esto se
explica debido a que el sector informal es la vía por la cual una
buena proporción de la población completa la reproducción de su
fuerza de trabajo. Desde esta perspectiva, el aumento de clientes
en las ferias funcionaría como un termómetro de la situación
social, relacionándose directamente con el empobrecimiento de
sectores cuyos ingresos provenientes del mercado laboral formal
no permiten su reproducción, siendo el abastecimiento de bienes
y servicios ofrecidos en los circuitos informales la vía por la cual
ésta se completa.
Desde otro saber, pero en concordancia con estos planteos, los
mismos feriantes buscas diferencian a sus clientes de aquellos
que concurren a la feria franca, desde quienes están dispuestos
a comprar ropa y artículos nuevos y los que buscan cosas usadas,
proclives a comprarles a los buscas.
A su vez, estos feriantes llevan a cabo algunos mecanismos para
mantener la afluencia de compradores. Así, dentro de la diversidad
de productos que puedan conseguir, tratan de mantener algún
criterio que les asegure cierta clientela:
“Por ejemplo yo me dedico a talles grandes, viene un señor que tiene talle
44 o 54 y si tenés el talle, te lo compra (…) yo trato de juntar toda ropa
grande, entonces esa persona ya me viene a mí, ya viene y me busca a mí.”
(Intervención de una feriante busca en el grupo de discusión).
No obstante la puesta en práctica de algunas estrategias con-
cretas, la relación con los clientes también se halla teñida por la
imprevisibilidad, propia del marco en que se instala la actividad.
Como se dijo, el regateo es un elemento central en estas relaciones.
Si la situación de regateo es al final de la jornada y la venta no cubre
el mínimo que el feriante necesita reunir para ese día, el cliente
saldrá beneficiado. Estas prácticas hacen a las micro-estrategias

EDUARDO CHÁVEZ MOLINA, GUILLERMINA COMAS Y JUAN PEDRO ALONSO 87


que estos feriantes ponen en juego y que constituyen, junto con
otros elementos, su mecanismo de supervivencia.
La vulnerabilidad de la posición y de la actividad de los feriantes
contribuye a que la demanda sea un componente central en el desa-
rrollo de sus prácticas. La ausencia de cualquier tipo de regulación
en las transacciones hace que en la interacción con el cliente se
establezcan los códigos de la misma. De este manera, la actividad,
en muchos casos, está en función de los posibles compradores: en la
demanda de mercaderías y en la extensión de la jornada de trabajo,
en base a la afluencia de clientes potenciales.

Lazos sociales: solidaridad y diferenciación


Como hemos señalado en las páginas anteriores, las redes socia-
les de carácter solidario entre los feriantes se presentan como un
dispositivo fundamental al interior de este sector. Primordiales en
lo que respecta al acceso y permanencia en la feria, constituyen a
su vez un elemento central en lo que refiere al establecimiento de
determinadas estrategias conjuntas. Varias instancias aparecen
vinculadas a este tipo de redes: el cuidado del espacio, los meca-
nismos de control orientados a reducir la vulnerabilidad frente a
la mirada de los otros, lazos solidarios orientados a evitar robos
de mercadería, y la amistad como un valor vinculado con la acti-
vidad.
Consideramos que en general estos mecanismos funcionan como
sistemas de regulación interna, destinados a paliar la vulnerabi-
lidad producto de la precariedad de la actividad, debido a que las
redes de mercado y las redes burocrático-institucionales (Szarka,
1998), constituyen más bien restricciones en la actividad de estos
feriantes buscas. El hecho de que el nivel de institucionalización
sea en general escaso, explica la centralidad de las redes solida-
rias al momento de organizar prácticas que no están contenidas
de ningún modo por una instancia reguladora formal. Como se
señaló más arriba, la ausencia de reglamentaciones sobre el espacio
a ocupar se traduce en códigos entre los feriantes. Todos nuestros
entrevistados manifestaron que el espacio debe ser ganado a tra-
vés de la constancia en la asistencia a la feria, y de robustecer las
relaciones con los pares:

88 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


“Si viene uno y falta un mes, nosotros no saltamos por él, (…) pero si
sabemos que es por enfermedad o algo así, saltamos. Pero si sabemos que
es un chanta y viene cuando quiere, no lo vamos a defender, si vos venís
cuando querés arreglate como puedas si hay otro en tu lugar.” (Intervención
de un feriante busca en el grupo de discusión).
El segundo punto en que estos lazos solidarios facilitan el desa-
rrollo de la actividad se relaciona con el establecimiento de meca-
nismos compartidos de habilitación. La mirada de los otros juega
un rol fundamental en la construcción social respecto al feriante.
En este aspecto los entrevistados manifestaron su situación vulne-
rable, sobre todo producto de la aparición del sector de los buscas
en un programa televisivo que enfatizaba en la procedencia ilegal
de los artículos vendidos en esta parte de la feria (principalmente
autopartes). Este hecho contribuyó a que los feriantes adoptaran
medidas de control entre ellos en lo que respecta a su radio terri-
torial más cercano. Estas medidas tienen que ver con observar qué
tipo de mercancía tiene para vender quien quiera instalarse en la
feria. Los artículos que generan mayor desconfianza son aquellos
que pueden estar vinculados con el robo y la falsificación (bicicle-
tas, artículos de computación, autopartes, ropa nueva de marca).
Como señaló un feriante durante el Grupo Focal, el temor es ser
metidos en la misma bolsa:
“Por eso es que nosotros los buscas, ¿sabe lo que hacemos?, yo tengo mi
puesto acá, ponéle, viene uno que no lo conocés, viene con una bicicleta
no lo dejamos acá, porque andá a saber de dónde sacó esa bicicleta.”
Asimismo, estas redes que establecen prácticas vinculadas a
pequeños controles, se ponen en juego al momento de evitar los
robos de mercadería, hecho muy recurrente en la feria, principal-
mente los días de mayor afluencia de compradores.
Esta modalidad se vincula con la aparición en el discurso de
nuestros entrevistados de un valor más general que se asocia a las
características del feriante: la amistad, expresada tanto en lo que
refiere a la solidaridad en la actividad –en cuanto a los vueltos o a
cuidar el espacio del otro–, así como las charlas entre los feriantes
que hacen más agradable la jornada de trabajo.
Esta característica es relatada por los feriantes entrevistados
cuando se les consulta acerca de cuáles son las diferencias entre
el sector tradicional de la feria y el sector de los buscas. Los entre-
vistados resaltaron la unión y solidaridad, la identificación con los

EDUARDO CHÁVEZ MOLINA, GUILLERMINA COMAS Y JUAN PEDRO ALONSO 89


pares que aparece como característica de su sector, elementos no
tan visibles, para ellos, en el otro sector de la feria:
“…Acá hay gente que la está peleando como vos, allá tienen su plata para
trabajar, acá hay gente que va a cirujear para vender.” (Beatriz, feriante
busca).

Representaciones:
nosotros los buscas, ellos los feriantes
Analizar las percepciones y representaciones9 de los feriantes
del sector marginal nos acerca al sentido que dan a sus prácticas,
a un conocimiento de cómo llevan a cabo las mismas y al lugar que
ocupan en la estructura de la feria. En este contexto, consideramos
que las construcciones verbalizadas por estos actores respecto a la
identidad del “ser busca” en relación con el espacio de la feria en
donde desarrollan su actividad, así como sus percepciones respecto
al mundo ilegal, nos ofrecen elementos de importancia para cap-
tar la especificidad de sus prácticas. Para tal fin hemos extraído
la información de las manifestaciones de los feriantes durante
la realización del Grupo Focal en que participaron los feriantes
tradicionales y los buscas.
“— Ser busca… termina la feria de ellos empieza la nuestra.
— Moderadora: ¿qué quiere decir [ser busca]?
— Buscas somos nosotros, nosotros somos buscas ahora…
— Moderadora: ¿qué quiere decir ser buscas?
— Buscamos lo que tenemos que vender.
— Moderadora: ¿Adónde lo buscan?
— En la calle, adonde tiran los demás.
— Uno va, al tacho de basura, a la bolsa de basura. Uno abre una bolsa y
se fija, si te sirve algo lo sacás, vos vas con el chango, con bolsos y los vas
juntando.

9 De acuerdo a lo señalado en otros apartados de este artículo, la noción de


hábitus, propuesta por Pierre Bourdieu, proporciona una mediación para
entender el modo en que los individuos internalizan el espacio social a la vez
que lo reproducen. “No se pueden aislar relaciones económicas de percepciones
y símbolos: a partir de su combinación se organizan procesos de reproducción
de la diferenciación social. Las condiciones de existencia diferentes producen
hábitus distintos y las prácticas engendradas por dichos hábitus refuerzan
las desigualdades dadas por las condiciones de existencia” (De Olivera y
Salles, 2000: 623).

90 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


— Vas juntando ropa, zapatos, una radio vieja, lo que sea, entonces uno
trae lo arreglás si podés y si no los mandás a arreglar, y bueno…
— Por eso, somos los buscas nosotros, ellos no [los feriantes tradicionales]…
ellos tienen su puesto con su rubro, nosotros no…
— Nosotros buscamos, buscamos, arreglamos o lo pintamos, lo dejamos
bien, para venderlo.” (Conversación extraída del Grupo Focal, donde inter-
vienen feriantes buscas).
La verbalización acerca de la condición del busca estuvo signada
por el establecimiento de diferenciaciones entre este grupo y los
feriantes tradicionales. Esta condición, el ser busca, excede al
ámbito laboral y se plantea como el modo de vida de aquellos que
deben ganarse la subsistencia por cualquier medio, poniendo en
juego todo tipo de estrategias y recursos. Esto se tornó visible prin-
cipalmente en lo referente a dos cuestiones centrales: el mecanismo
de obtención de la mercadería, que se da a través del rebusque,
y en segundo plano su situación legal, principalmente respecto a
los permisos municipales, elemento remarcado por los feriantes
tradicionales.
“…tengo un permiso municipal, nosotros nos regimos por una ordenanza
municipal, en la cual tenemos que pagar por metro cuadrado, por mes, nos
obligan a tener un carro, nos obligan a un horario, hay un montón de cosas.”
(Intervención de un feriante tradicional en el grupo de discusión).
En respuesta a esta diferenciación establecida por los feriantes
más antiguos, los feriantes del sector marginal manifiestan estar
por afuera de la feria, evidenciado una no inserción en la estructura
económica de la misma:
“Nosotros no lo pagamos [el permiso] porque somos buscas, no lo pagamos
porque estamos en el suelo, en cualquier lado, estamos fuera de la feria de
ellos, termina la feria de ellos, empieza la nuestra.” (Intervención de una
feriante busca en el Grupo Focal).
En esta misma perspectiva, la carencia por parte de los buscas
de ciertos recursos que sí poseen los feriantes tradicionales, se
manifiesta en percepciones que vinculan su actividad a la nece-
sidad y a mecanismos de supervivencia. Estos recursos tienen
que ver con la posesión de capital, el equipamiento (acoplado y/o
carromato de feria) y la permanencia en un rubro determinado de
venta, así como determinadas prácticas de comercialización propia
de la actividad.
Aquí quedan planteadas las primeras características de diferen-
ciación con los feriantes tradicionales, señal de la heterogeneidad

EDUARDO CHÁVEZ MOLINA, GUILLERMINA COMAS Y JUAN PEDRO ALONSO 91


existente en esta actividad. Una feriante de este nuevo grupo
explicita con claridad la existencia de posicionamientos disímiles
al interior de la feria:
“Pero aparte hay diferencia entre lo que es la feria de ellos y la nuestra,
para mí ellos viven de su feria, o sea, ellos tienen su capital y viven, noso-
tros sobrevivimos con la feria, porque yo no dispongo de capital, yo voy
a buscar algo para poner, para llevar un peso a mi casa.” (Intervención de
una feriante busca en el grupo de discusión).

Legalidad e ilegalidad ante un Estado ausente


Las diferentes condiciones respecto a la legalidad fueron un tema
central durante la dinámica del Grupo Focal. Para los feriantes
tradicionales, la legalidad es sinónimo de estar en blanco. Blan-
quear significa cumplir con lo impuesto por la ley (principalmente el
pago de impuestos), sin incluir en esta categorización los beneficios
vinculados con la seguridad social. A su vez, estos componentes,
que son tipificados por Feldman y Murmis (2002) como parte de
las relaciones burocrático-institucionales, no están presentes en
las percepciones de los feriantes buscas. Ambos grupos coinciden
en que los costos para cumplir con los requisitos exigidos para la
legalización (el acoplado de feria fue remarcado como un elemento
indispensable) constituyen un obstáculo para los nuevos feriantes.
Además, en lo que refiere a esta dimensión se evidencia la mayor
vulnerabilidad a la que están expuestos estos feriantes. Mientras
quienes trabajan en la feria franca son periódicamente controlados
por inspectores, los feriantes buscas están sujetos a los operativos
policiales, en general violentos, que terminan con el secuestro de la
mercadería. A su vez, los feriantes tradicionales señalan no estar
tan expuestos a estos operativos o a los manejos del sindicato debido
a que poseen una organización más sólida entre ellos.
El vínculo con la ilegalidad toma relevancia al interior del sector
marginal en lo que refiere al temor por la venta de mercaderías no
obtenidas a través de circuitos legales. Los feriantes entrevistados
se diferencian de quienes llevan a cabo estas prácticas señalando
que esos son buscas de paso, caracterización que parece cumplir
un rol diferenciador:
“Esos son feriantes de paso, ellos tienen esas cosas y van y se ponen y las
venden y después no los ves más.” (Intervención de un feriante busca en
el grupo de discusión).

92 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


Esta enunciación vuelve a poner en evidencia la importancia que
tiene la constancia en la permanencia en la feria, elemento central
para constituirse en busca. Como hemos señalado, mantener la
regularidad en la concurrencia a la feria es un mecanismo que
asegura y resguarda el espacio de que se dispone. Las prácticas ile-
gales molestan a los feriantes del sector, no sólo porque perjudican
su actividad en el trabajo, sino porque los cargan de un componente
negativo que tiene gran importancia simbólica:
“Y esos [los que venden mercadería robada] nos perjudican a nosotros,
porque nosotros nos vamos con el chango a buscar cosas y esa gente viene
y te perjudica, porque meten a todos en la misma bolsa.” (Intervención de
un feriante busca en el Grupo Focal).
Es por eso que estos feriantes se manifiestan a favor de los
controles de este tipo de prácticas. Sin embargo, durante las entre-
vistas, varios manifestaron que estos operativos perjudicaron la
dinámica de la feria: mucha menos gente concurre desde enton-
ces. Además ellos suelen resultar perjudicados, ya que la única
relación con una instancia institucional se produce a través de
estos operativos en los que suelen ser víctimas. En esto hay otra
diferenciación significativa: mientras los feriantes tradicionales
interactúan con una instancia del mundo formal (en este caso,
los inspectores municipales), estos emprendedores marginales
sólo se relacionan con este mundo cuando quedan a merced de los
operativos policiales efectuados en este sector de la feria.

El trabajo de busca
En cuanto a la representación acerca de la actividad, si bien
los feriantes del grupo marginal perciben su actividad como un
trabajo y manifiestan cierta satisfacción por estar en la feria, de
inmediato señalan la importancia de tener un trabajo con mayor
estabilidad, sobre todo en lo que refiere al aspecto monetario. En
sus discursos está presente la noción de que lo ideal sería tener
un “trabajo”:
“Y mirá, te digo la verdad, es como que me gusta estar en la feria, pero
también me gustaría tener un trabajo (…), que vos sabés que es algo en lo
que tenés que trabajar todos los días, tu dinero, vos vas a fin de mes y sabés…
porque acá venís y capaz vendés y por ahí no.” (Beatriz, feriante busca).

EDUARDO CHÁVEZ MOLINA, GUILLERMINA COMAS Y JUAN PEDRO ALONSO 93


Consecuentemente con estas percepciones, cuando se indagó en
el Grupo Focal acerca de qué es la feria para ellos, los feriantes
buscas definieron la feria como medio de vida: Si yo no hago feria
ahora, mañana no como. Por el contrario, los feriantes tradicionales
vincularon el trabajo en la feria a un oficio.
Estas consideraciones nos vinculan con otras dimensiones
referidas a la percepción de su actividad en relación con el trabajo,
evidenciando un discurso donde la incertidumbre que ellos mismos
señalan aparece articulada con la percepción de la libertad, como
principal beneficio del trabajo en la feria por sobre todo tipo de
trabajo en relación de dependencia.
Tanto la necesidad de obtener ingresos para la supervivencia
como la fuerte presencia que tiene la feria en el barrio, los lleva a
ingresar en ésta, decisión que los feriantes cargan de sentido: la
mayoría subraya la libertad de su trabajo y valora positivamente
su autonomía, el no estar a disposición de ningún patrón. De todas
formas, también aparece en su discurso la ausencia de planifi-
cación que rige su actividad, y la vulnerabilidad de su posición.
Los feriantes expresaron que, en caso de tener la posibilidad de
acceder a otros trabajos, mantendrían paralelamente la actividad
en la feria.
“— Moderadora: Vos ¿dejarías la feria?
— No, porque me está dando de comer (…) y no sé, haría las dos cosas,
porque sábado y domingo haría feria y trabajaría de lunes a viernes.” (Con-
versación extraída del Grupo Focal).
¿Cómo explicar esta dualidad en el discurso de los feriantes
buscas, donde la representación acerca del trabajo parece estar
anclada en percepciones vinculadas al empleo formal (seguridad
social, horario determinado, estabilidad salarial) pero resignificada
en expectativas acordes a su actividad actual? ¿Elección o impo-
sibilidad de una inserción formal y estable? Sería complejo desen-
trañar esta disyuntiva en términos de elección y de oportunidades.
Posiblemente estén presentes componentes de ambas. Sin embargo,
consideramos que esta percepción no puede ser interpretada en
desconexión con la práctica actual que constituye la actividad del
busca, como actualización y reproducción del hábitus.
“La correlación entre probabilidades objetivas y esperanzas subjetivas, se
debe a que las disposiciones duraderamente inculcadas por las posibilidades
e imposibilidades, libertades y necesidades, facilidades y prohibiciones
que están inscriptas en las condiciones objetivas, engendran disposiciones

94 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


objetivamente compatibles con esas condiciones, y en cierto modo, pre-
adaptadas a sus exigencias.” (Bourdieu, 1980:94).
Sin embargo, surge otro interrogante: ¿cómo leer esta dualidad
en trayectorias laborales que han girado en su mayoría en torno a
ocupaciones ligadas a las actividades informales? Un posible análi-
sis nos remitiría a considerar que casi todos los entrevistados han
tenido un paso fugaz por algún tipo de empleo con ciertos beneficios,
más ligado a las características del sector formal del mercado de
trabajo; de todas maneras, la actualidad de esta percepción parece
ser mínima, ya que todos han atravesado varios años de inestabi-
lidad e informalidad ocupacional previo a su llegada a la feria. Sin
embargo, para Bourdieu (1980), el hábitus asegura la presencia de
experiencias pasadas. Podríamos decir que el hábitus “no olvida”,
pero a la vez se “actualiza con” y “actualiza” el mundo práctico.
Varios trabajos que estudian a sectores ocupacionales desafi-
liados evidencian la persistencia de un imaginario vinculado a la
sociedad salarial10, la cual no logra erosionarse del todo, indepen-
dientemente de la experiencia de los propios actores.
En el caso de nuestros entrevistados, una vez más parece tener
lugar un tipo de fusión o condensación entre este imaginario (no
del todo vivenciado) y las percepciones propias de los beneficios
del libre hacer, que constituye un modo propio de la actividad en
la feria. Condensación que se explica y que explica, nuevamente,
la práctica del busca.

El futuro no más allá de la feria


Respecto a las percepciones sobre su futuro, es notoria la difi-
cultad que presentan los entrevistados para imaginarse alejados de
la feria, debido a la centralidad que tiene para su supervivencia en
la actualidad, y a lo lejana que perciben la posibilidad de ingresar
al mercado del trabajo formal. Su futuro se halla vinculado a la
incertidumbre. Lo cierto es que la feria tiene un peso muy fuerte
en sus percepciones: como decíamos más arriba, incluso cuando
se les pregunta qué les gustaría hacer en el futuro, al margen de
tener otra actividad varios insisten en que de todos modos seguirían

10 Véase el trabajo de Pablo Molina Derteano, “Sueños del eterno retorno de la


sociedad salarial para los jóvenes asalariados precarios en condiciones de
segmentación territorial”, en esta publicación.

EDUARDO CHÁVEZ MOLINA, GUILLERMINA COMAS Y JUAN PEDRO ALONSO 95


concurriendo a trabajar a la feria. Es una realidad de la que no
consiguen despegarse. Asimismo, puede notarse que existe entre
los feriantes buscas un descrédito acerca de sus propios recursos
y posibilidades. Ya sea por su edad o por los conocimientos que
suponen se requiere para hacerlo, no creen poder insertarse en el
mercado de trabajo formal. Ligado a estas percepciones, casi nin-
guno se plantea estrategias para abandonar la feria, por más que
reconozcan que es un trabajo muy duro. Este anclaje territorial y
ocupacional evidencia la importancia de la feria en las percepciones
para el desarrollo de su actividad, y resalta la magnitud de la feria
en su presente. Es así como se genera la resistencia a la incerti-
dumbre, los lazos sociales vinculados a la rutina de la actividad se
reafirman y construyen diariamente, aunque sea en condiciones
de absoluta vulnerabilidad, tanto respecto de su integridad física,
como de generar ingresos adecuados para su reproducción.

Consideraciones finales
Retomando los interrogantes que dieron inicio a este artículo,
podemos señalar que el grupo de los feriantes buscas está consti-
tuido por mujeres y hombres que a través de prácticas vinculadas
con el rebusque y con el afianzamiento de sus redes sociales de
proximidad dan forma a una actividad signada por la incertidum-
bre y alejada de todo lazo institucional que les proporcione algún
tipo de contención. En este esquema, la actividad de los feriantes
del sector marginal se constituye en una amalgama que vincula
fortalezas de su entorno familiar, social y productivo; junto con
una lógica del rebusque donde el puesto, la mercadería, los clientes
y la provisión perduran atravesado la debilidad institucional y la
falta de oportunidades concretas, y donde la solidificación continua
de procesos de confianza –con sus compañeros de ferias, con sus
clientes, y con su red amorfa de proveedores– se constituyen en
aspectos fundamentales en tanto garantes de la reproducción de
la actividad.
Otro de los interrogantes que orientó el trabajo fue la mirada
acerca de la diversidad socio-espacial que presenta la feria, con
relación a la heterogeneidad que supone la presencia de diferentes
grupos, en concordancia con los cambios acontecidos en el mundo
del trabajo posterior a la crisis de 2001, principalmente en lo que

96 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


refiere a las transformaciones propias del sector informal del
mercado laboral.
Para este análisis se retomó el concepto de informalidad a partir
de la caracterización de la unidad productiva, haciendo hincapié
en la marginalidad en la que dicha unidad se reproduce, poniendo
el énfasis en lo que hace a la utilización y acumulación de capital
y a la organización y productividad de la misma. Sin embargo, el
modo en que hemos abordado el estudio de los feriantes marginales
de la feria de San Francisco Solano, así como los emergentes que
han surgido de las entrevistas, nos conducen a analizar la práctica
de este segmento más allá de la informalidad como atributo de la
unidad económica que constituye, considerando la relevancia de las
redes sociales para la formación y el desarrollo de sus prácticas de
supervivencia, las cuales ponen en evidencia la relación estrecha
entre redes sociales y mecanismos de supervivencia (Lomnitz,
1975).
De todas maneras, la ausencia de toda instancia reguladora en
la actividad del feriante busca (diferenciación definitiva con res-
pecto a los otros dos segmentos de feriantes) re-orienta la mirada
hacia elementos propios del intercambio, aspecto que induce a
pensar la marginalidad de este sector desde una perspectiva
más relacional que vincule estas prácticas en relación con otros
sectores económico-sociales. Pensar la feria como un espacio de
intercambio no sólo económico sino también simbólico (sobre todo
en el sector marginal) –donde las prácticas de intercambio sim-
bólicas y económicas se llevan a cabo en los márgenes del sector
hegemónico comercial de ese territorio y de los límites de la propia
feria, es decir, donde la actividad se desarrolla en clave de super-
vivencia– posiciona al sector estudiado dentro de un proceso más
amplio que evidenciaría la presencia de nuevas inserciones de tipo
inestables al interior del propio sector informal.
En este sentido, nos preguntamos si las prácticas económicas y
simbólicas que atraviesan la feria de San Francisco Solano, donde
las relaciones sociales constituyen un componente fundamental,
permiten explicar un cambio en la composición de la informali-
dad, en lo que refiere a un incremento del peso de las actividades
de supervivencia en su interior (relacionadas en este caso con
los emprendedores cuentapropia). De todas maneras, y si bien la
respuesta a estos interrogantes requerirá la sistematización de
otras investigaciones, consideramos que el abordaje cualitativo, al

EDUARDO CHÁVEZ MOLINA, GUILLERMINA COMAS Y JUAN PEDRO ALONSO 97


indagar acerca de la singularidad de las prácticas socio-laborales,
constituye un aporte significativo para ampliar nuestra compren-
sión sobre un fenómeno al interior de la informalidad, enmarcado
en procesos estructurales de la dinámica del mercado de trabajo.

98 II. AL BORDE DE LA INFORMALIDAD


III.

El trabajo sexual en un contexto


de marginalidad laboral
y segregación espacial

Trayectorias laborales de travestis


y mujeres en situación de prostitución
en el Sur del Gran Buenos Aires

María Laura Raffo

Introducción

E l principal objetivo del artículo es examinar las condiciones de


vida y de trabajo de un grupo de mujeres y travestis1 en situa-
ción de prostitución y pobreza en el partido de Florencio Varela del
Gran Buenos Aires, a la luz de los cambios ocurridos en el mercado
laboral argentino durante las últimas décadas2. A partir del estu-
dio de estos casos3, el presente trabajo procura ofrecer evidencia
empírica sobre los procesos de marginalidad laboral y segregación
espacial con especial referencia a la situación de la Argentina,
buscando aportar en relación a cuatro objetivos específicos:

1 Es importante aclarar que en el presente trabajo, cuando hablamos de


travestis nos referimos exclusivamente a personas que se visten con ropas
del sexo opuesto. Utilizamos sustantivo femenino “las” travestis, en vez de
“los”, ya que entre ellas mismas se llaman habitualmente por su nombre
femenino.
2 El análisis de los casos seleccionados no puede realizarse sin tener en cuenta
la crisis del modelo de convertibilidad (2001-2002) que tuvo como consecuencia
la desestructuración del mercado de trabajo.
3 Para comprender los fenómenos bajo estudio proponemos un abordaje
metodológico cualitativo. Se han realizado un total de 10 entrevistas en pro-
fundidad que hiciéramos durante los años 2002-2003 y la realización de Gru-
pos Focales en 2004, en el partido de Florencio Varela al Sur del Conurbano
Bonaerense. Las entrevistas en profundidad de tipo semi-estructuradas
buscaron identificar la percepción de los siguientes temas: inserción laboral,
trabajo formal e informal, particularidades del trabajo sexual, derechos ciu-
dadanos, posibilidad de organización colectiva, convivencia en el vecindario,
procesos de estigmatización y discriminación, convivencia en los lugares de
trabajo.

99
a) profundizar el análisis de las nuevas formas de segregación
sociolaboral, centrándonos en las prácticas de supervivencia
de un grupo de mujeres y travestis en situación de prostitución
para enfrentar un contexto cada vez mas adverso y de creciente
segregación espacial, con limitadas posibilidades de acceso ocu-
pacional, junto a sus implicancias sociales y simbólicas (implica
la reconstrucción y análisis de las trayectorias laborales de estos
grupos en el espacio local);
b) describir y analizar el espacio de lo local (el barrio) como lugar
donde situar las estrategias, prácticas de subsistencia desplega-
das por estos grupos para la apropiación de recursos materiales
y simbólicos específicos; y determinar qué tan posibles son,
para estas categorías sociales, los desplazamientos por fuera
del barrio de residencia;
c) describir y analizar las formas de sociabilidad que se dan en
estos espacios locales (barrio) y las consecuencias y efectos dife-
renciales que sobre estos actores tiene la actividad que realizan
cuando convergen el “lugar de residencia” y la “zona de trabajo”
en un “espacio social general” signado por una fuerte vulnera-
bilidad social con altos niveles de pobreza (implica reconstruir
el universo de sus relaciones sociales pasadas, presentes y sos-
pechadas a futuro);
d) describir los procesos de estigmatización (y sus consecuencias)
relacionados con las características sexuales del trabajo en un
espacio segregado; así como las formas que asume y los contextos
donde opera teniendo en cuenta las capacidades diferenciales
de gestión del estigma que tienen las mujeres y las travestis.

Coordenadas teórico-metodológicas de análisis


Las profundas transformaciones producidas en las últimas déca-
das en la estructura social de nuestro país, componen y configuran
el escenario sobre el que se recorta el nuevo repertorio de prácticas
de subsistencia que vienen ensayando desde hace unos cuantos
años los miembros de los sectores populares. En ese sentido, el
avance de los procesos de pobreza y marginalización se expresa,
en el paisaje metropolitano contemporáneo, a través de múltiples
formas que asumen las prácticas laborales, constituyendo verdade-
ros “refugios” para la sobrevivencia en un mercado de trabajo cada
vez más complejo y segregado. Al respecto, es vasta la literatura

100 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


que ha asumido el estudio de estas experiencias y de los factores
económico-estructurales asociados a su configuración (Salvia,
2004; Wacquant, 2001; Auyero, 2001; Minujin, 1997; Murmis y
Feldman; 1997).
Estos trabajos sobre la problemática de la marginalidad se
han focalizado en la identificación y descripción de los “modos de
sobrevivencia” que asumen múltiples actores socio-económicos que
pugnan por un lugar en la sobrevivencia, a la luz de las transfor-
maciones en el mundo laboral (Salvia y Mallimaci, 2005). Tales
investigaciones han abordado distintos segmentos socio-ocupacio-
nales produciendo evidencia sobre las marcadas particularidades
que presentan: feriantes, talleristas, trabajadores de empresas
recuperadas y trabajadoras sexuales como soportes de los procesos
de marginalidad y segregación. Un dato consistente que surge
directamente de las investigaciones realizadas es que si bien para
algunos sectores de la sociedad es posible reconstruir procesos de
desplazamiento y trayectorias de movilidad descendente durante
la última década (p.e: viejas clases medias urbanas empobrecidas
formadas por trabajadores asalariados y cuenta propia tradicio-
nales), no es éste el rasgo dominante de la nueva matriz social.
De acuerdo con la evidencia, los sectores que dominan el nuevo
escenario de la marginalidad socio-económica han acumulado dos
o más generaciones de miembros impedidos de acceder a efectivas
oportunidades de movilidad social. Estos hallazgos, más allá de su
especificidad, son coincidentes con los resultados de investigación
logrados por otros autores (Auyero, 2001; Minujin, 1997; Murmis
y Feldman, 1997).
Para abordar nuestro caso en particular, adoptamos como ejes
analíticos fundamentales tres dimensiones sobre las cuales existen
importantes antecedentes teóricos y empíricos: las prácticas de
subsistencia de los sectores populares, los procesos de segregación
territorial y los procesos de estigmatización.

Prácticas de subsistencia
Existe una extensa bibliografía sobre estrategias de subsisten-
cia (Lomnitz, 1975; Torrado, 1998; Hintze, 1991; González de la
Rocha, 1986), que dan cuenta de la forma en que los trabajadores en
situación de gran debilidad laboral y pobreza establecen relaciones,
comparten recursos y capacidades por medio de los cuales resuelven

MARÍA LAURA RAFFO 101


algunos de sus problemas de supervivencia. Para el caso argentino,
diversos estudios han registrado y descrito las renovadas formas de
subsistencia que instalan los propios sectores populares a través de
sus estrategias de supervivencia, en contextos de privación material
(sobre este punto cabe consultar Salvia y Mallimaci, 2005; pero
también Isla Alejandro, Lacarrieu Mónica y otros, 1999; Murmis
y Feldman, 2002; Merklen, 2005; Kessler, 2004; Auyero, 2001).
Haciendo hincapié en la transformación en el eje de la subsistencia
de los pobres urbanos, en un contexto de deterioro en las condiciones
materiales de existencia y de profundización de la desigualdad y el
desempleo, la casi ausencia de ingreso monetario en un creciente
número de hogares determina el aumento del consumo informal
y de las actividades de autoprovisión como medios de satisfacer
las necesidades principales. En la medida que se profundiza la
marginalidad, un nuevo modo de satisfacción de las necesidades
de subsistencia comienza a cristalizarse; consistente en una com-
binación de bajos ingresos, redes de reciprocidad entre vecinos y
familiares, actividades ilegales, caridad asistencial de la iglesia
y del Estado y resolución de problemas a través de la mediación
política. En el contexto de empobrecimiento generalizado en el
cual cabe situar nuestro estudio de caso, estos temas adquieren
relevancia, en el sentido que nos permiten realizar una aproxi-
mación al conjunto de las prácticas que –en forma de respuestas
(estrategias)– adoptan los sectores populares para afrontar las
constricciones de los ingresos y del mercado laboral.

Procesos de segregación espacial


Consideramos relevante incorporar al estudio de las prácticas
de subsistencia de los sectores populares el entramado territorial
en el cual se inscriben las mismas. Sostenemos que para nuestro
estudio de caso en particular, incorporar dicha dimensión puede
echar luz sobre los mecanismos que operan en la configuración de
las condiciones de vida de estos grupos. En este contexto, el artículo
se propone examinar los efectos que los procesos de marginalidad
laboral (el creciente debilitamiento de los vínculos de los grupos
a analizar con el mercado de trabajo) y segregación espacial (la
creciente concentración de esos grupos en barrios con alta densidad
de pobreza) producen en las condiciones de vida y trabajo de estas
mujeres y travestis en situación de prostitución en el Conurbano

102 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


Bonaerense. Distintos estudios (Wacquant4, 2001; Katzman y Reta-
moso, 2005; Svampa5, 2001; Merklen, 2005; Auyero, 2001; Fournier
y Soldano, 2001) invitan a pensar las formas en que se inscriben
las transformaciones de la estructura social, incorporando como
dimensión relevante el territorio, más específicamente el barrio.
En el marco de esta temática, podemos distinguir aquellos estudios
que revelan la importancia del barrio como espacio de repliegue
y fuente posible de cohesión y organización, que le permitió a los
sectores populares llenar los vacíos dejados por las instituciones
y el trabajo (Merklen, 2005); de los trabajos que exploran los
efectos de la concentración espacial de la pobreza urbana sobre
su endurecimiento y perpetuación (Katzman y Retamoso, 2005;
Rodríguez y Arriagada, 2004). Desde esta perspectiva, que bajo
el rótulo de “segregación residencial” otorga gran importancia a
los efectos negativos del entorno social de los lugares de residen-
cia sobre las posibilidades que tienen las personas y los hogares
pobres de mejorar sus condiciones de vida, los vecindarios son
vistos como contextos que mediatizan el acceso de las personas al
mundo laboral, al mundo institucional, al mundo estatal. Según
este enfoque, la residencia en barrios con altas concentraciones
de pobreza agregaría desventajas importantes a aquellas que
se derivan de las bajas calificaciones relativas de los residentes.
Problematizando ambos aportes y para nuestro caso en particular,
sostenemos que para determinados actores y actividades el espacio
barrial se constituye en un ámbito ambivalente/polivalente atra-
vesado por fuertes tensiones, conflictos, que se pueden convertir
o bien en un punto de anclaje o en un punto de fuga. Es decir,
la inscripción territorial de las prácticas de subsistencia de este
grupo de mujeres y travestis en situación de prostitución opera de
modo diferencial sobre las posibilidades que tienen estos grupos

4 Cabe advertir, que las conclusiones del autor sobre los análisis de los procesos
de segregación territorial del gueto norteamericano o la vivienda precaria en
la periferia de París no pueden ser extrapolables a la villa o asentamientos
argentinos.
5 Habría que tener en cuenta el aporte de las investigaciones que dan cuenta
de la configuración de nuevos barrios exclusivos, que estarían evidenciando
procesos de fragmentación del espacio urbano fuerte en contrastes. Parale-
lamente al aumento de la concentración territorial de los pobres se da una
proliferación de barrios cerrados para uso exclusivo de poblaciones de altos
ingresos. Para un estudio del caso de Buenos Aires véase Maristella Svampa
(2001).

MARÍA LAURA RAFFO 103


de mejorar sus condiciones de vida, e impone particularidades a
la sociabilidad que se despliega en los mismos.

Procesos de estigmatización
En el marco de estos problemas, postulamos que los procesos
de segregación territorial y marginación en los cuales se inscriben
nuestros casos, no pueden ser comprendidos del todo sin tener en
cuenta los procesos y efectos de estigmatización, relacionados con
las características “sexuales” del trabajo, que pueden ser particular-
mente severos en determinados contextos: familias y comunidades
locales; escuelas y otras instituciones educativas; empleo y lugares
de trabajo; sistemas de salud (Goffman, 2001, Parker y Aggleton,
2002). La mirada estigmatizante (Goffman, 2001) no es un plus que
viene a sumarse a la realidad de marginación y segregación que
sufren estos grupos sino un elemento que constituye esa realidad
produciendo la desmoralización o no de los mismos. Cabe profundi-
zar los análisis que den cuenta de qué modo el espacio social cons-
tituido por el barrio –para nuestro estudio de caso en particular–,
lejos de ser dominios vacíos en los que los actores flotan libremente,
están estructurados por posiciones; reglas; clasificaciones; estereo-
tipos; esquemas evaluativos y recursos materiales y simbólicos. En
ese sentido, la dinámica particular que asume la articulación del
entramado territorial junto con las características de los grupos
a estudiar, moldeará las características de las interacciones, los
procesos de sociabilidad, las posibilidades de trascender los límites
del barrio y de mejorar las oportunidades de movilidad social que
se construyen en los espacios públicos locales.
En nuestra sociedad, la prostitución constituye una práctica
que es motivo de estigmatización, discriminación y exclusión
(Fernández, 2004; Maffia, 2003; Meccia, Metlika y Raffo, 2005).
Sin embargo, habría que mencionar dos rasgos que determinan la
especificidad del estudio:
1) Para el caso de las mujeres, la actividad que efectivamente rea-
lizan –prostitución– no es evidente ante los ojos de los demás,
a partir de lo cual se puede ocultar con relativa facilidad. La
no-evidencia permite a los individuos manejar la información
acerca de la actividad que realizan en función de los distintos
interlocutores (familia, vecinos, hijos, posibles clientes), espacios

104 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


y momentos. La capacidad de simular, de guardar en “secreto”6
la actividad que efectivamente realizan –que saben desacre-
ditada y sancionada– constituye un recurso de protección (del
que carecen por ejemplo aquellos que poseen un color de piel
diferente de la norma, en un contexto racista).
2) En el caso de las travestis, el hecho de que un hombre biológico
haga desaparecer su masculinidad invistiéndola con signos
femeninos y así se presente en público, representa un objeto de
sanción, difícil de encubrir y de mantener en secreto. Existe
un plus de rechazo que contrasta con el de las mujeres, donde
los cuerpos para nada problemáticamente heterosexuales, son
menos amenazantes. Otro aspecto que las diferencia está rela-
cionado con la vinculación directa de la identidad travesti con
la prostitución. Si bien ponemos en discusión la arbitrariedad
de esta homologación, también es cierto que según el contexto,
las dificultosas oportunidades de supervivencia de estos actores
han demostrado que tal asociación tampoco fue del todo arbitra-
ria y casual. Si para ser aceptada en cualquiera de los empleos
previstos por el sistema productivo la identidad travesti debía
sucumbir a la performance heterosexual, es lógico que buscara
en las lindes del mercado una forma de supervivencia acorde
a la identidad que quería representar. Es dentro de este con-
texto barrial que queremos explorar la sinergia entre distintas
fuentes de estigmatización –relacionadas con las características
sexuales del trabajo, con la situación de pobreza en las cuales
estos grupos están inmersos y las derivadas del estigma territo-
rial– así como las formas que asume, los contextos donde opera
y las capacidades diferenciales de gestión del estigma en ambos
grupos.

Ejes metodológicos
Para comprender los procesos bajo estudio consideramos nece-
sario un enfoque que ponga en articulación las tendencias objeti-

6 La misma situación puede ser pensada en el caso de otras minorías sexuales,


como los homosexuales. Para un análisis más detallado de la “práctica del
secreto” y la estructuración de los lazos de sociabilidad en individuos homo-
sexuales consultar los trabajos de Mario Pecheny (2002), Ernesto Meccia
(2001) y Horacio Sívori (2004).

MARÍA LAURA RAFFO 105


vas/estructurales de aumento del desempleo, retirada del Estado,
segregación espacial con los correlatos experienciales/subjetivos,
esto es, la manera en que los procesos estructurales son percibidos
y traducidos en prácticas, estrategias y acciones concretas por parte
de los protagonistas de estos procesos. A partir de lo cual tendremos
en cuenta ciertas advertencias epistemológicas y metodológicas
para el abordaje y tratamiento de los procesos de marginalidad, des-
igualdad y pobreza, que nos permitan alejarnos de las explicaciones
reduccionistas de los procesos de empobrecimiento y marginalidad,
las cuales muchas veces han puesto el énfasis en procesos objetivos
que transcurren independientemente del sentido atribuido por los
mismos protagonistas. Esto requiere la necesidad de repensar y
formular determinados esquemas conceptuales desde una matriz
más dinámica y más compleja que complemente el desenvolvimiento
de las instancias estructurales con las experiencias subjetivas e
intersubjetivas, que nos permitan dar sentido a la experiencia
de la marginalidad y la segregación en un lugar y en un tiempo
determinados. La presente perspectiva de análisis pretende superar
una visión estática, taxativa y dicotómica de la marginalidad y
la pobreza, para asumir una más dinámica y procesual que haga
hincapié en que estos procesos no se (re) producen ni automática ni
aisladamente. Y que nos permita registrar e interpretar los proce-
sos de apropiación biográfica de las fuerzas objetivo-estructurales
de marginalidad inherentes al debilitamiento de la vinculación con
el mundo del trabajo y de la creciente segregación espacial como
experiencia vivida.
Para comprender los fenómenos bajo estudio desarrollamos un
diseño metodológico cualitativo7, orientado al seguimiento, aná-
lisis, reconstrucción y comparación de las trayectorias de vida,
prácticas y representaciones sociales de mujeres y travestis en
situación de prostitución en el actual universo de la marginalidad.
A partir de lo cual, privilegiamos como técnicas de recolección
de datos8 para la generación de evidencia empírica la realización de
entrevistas semi-estructuradas en profundidad y la realización de

7 Respecto al abordaje cualitativo se ha consultado entre otros: Jelín, Llovet y


Ramos (1982); Gallart (1992); Sautu (2003) y Kornblit (2004).
8 Cabe explicitar respecto de nuestro objeto de estudio, que la clandestinidad de
las prácticas sexuales pagas en las que están involucradas travestis y muje-
res, así como la diversidad de modalidades y circuitos, plantea dificultades
de distinto carácter: de acceso y de falta de datos. Al respecto, cabe resaltar
la ausencia de datos de estimaciones cuantitativas sobre el registro de estas
actividades.

106 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


Grupos Focales. En el caso del abordaje cualitativo, la aproximación
metodológica permite conservar el lenguaje original de los sujetos,
indagar su definición de la situación, la visión que tienen de su
propia historia y de los condicionamientos estructurales, lo que lo
hace particularmente rico para el análisis de los grupos sociales
objeto del estudio.

Aproximación a las características de la práctica


prostibular en el Conurbano Bonaerense
Las transformaciones estructurales producidas en la Argentina
durante la década del ‘90 y profundizadas en 2001-2002 con la crisis
del modelo de convertibilidad –que se caracterizaron por aumen-
tar los niveles de desocupación, desigualdad y pobreza– toman
forma en un universo social y geográfico específico: el Conurbano
Bonaerense. En ese marco, el Conurbano Bonaerense presenta
una de las situaciones más dramáticas respecto del desempleo y la
informalización de las relaciones laborales, producto del cierre de
fábricas, retirada y desmantelamiento del Estado. Se asiste a un
proceso de constante degradación del sistema público de educación
y salud, y de las políticas de viviendas dedicadas a sectores de bajos
ingresos. Se trata de un escenario de deterioro industrial, con una
creciente masa de población privada de los consumos colectivos y
expulsada del mercado laboral formal. La descripción del contexto
sirve para situar a nuestros sujetos de investigación, sus prácticas
y trayectorias en un espacio social y geográfico particular, que nos
permita reconstruir el devenir de los mismos y que dé sentido a la
experiencia de la pobreza en un lugar y en un tiempo determinado.
En este sentido, nos adentraremos en la descripción de la práctica
prostibular en estos espacios de relegación.
Trabajar en la calle ha sido una “estrategia” que en los últi-
mos años ha ido adquiriendo una mayor visibilidad: cartoneros,
feriantes, vendedores ambulantes y artesanos, entre otros, hicie-
ron de la calle un espacio laboral signado por la diversidad y la
multiplicidad de situaciones e identidades colectivas divergentes.
Las mismas actividades constituyen viejas ocupaciones que adop-
tan nuevas particularidades en el marco de estos territorios de
relegación.
La prostitución es una actividad histórica, basada en los roles
sexuales, que comprende a las personas que venden sexo, las que

MARÍA LAURA RAFFO 107


lo compran y las que median en su transacción. Si bien la prosti-
tución tiende a ser homologada con las caras y los cuerpos de las
mujeres o travestis que ejercen esta actividad, es un fenómeno social
que involucra a diversos actores (clientes, policías, dueños de los
privados, pubs) que la protagonizan, la reproducen, la sostienen y
la mantienen. Se caracteriza por ser una actividad no reconocida
legalmente, ausente de la contabilidad gubernamental y que opera
informalmente. De una actividad que ha acontecido en nuestras
urbes durante años asociada con la “inmoralidad”, la “desviación”
y las drogas; la prostitución callejera9 es, dentro de las opciones
informales, una concreta actividad para obtener dinero a diario y
poder reproducir a sus familias. Cabe destacar, que la prostitución
(en las condiciones en las que se lleva a cabo en este sector) aparece
como una estrategia que los sujetos excluidos del sistema productivo
adoptan como forma de reproducción de la vida.
Contrariamente a lo inmediatamente pensable, nos encontramos
con un mundo reglado, estructurado, codificado, en el cual es posible
distinguir distintas modalidades de funcionamiento y de regula-
ción. Cada uno de los espacios en donde se lleva a cabo la actividad,
ya sea la calle, el privado o el pub está estructurado en función de un
conjunto de reglas que pautan los comportamientos, las conductas
y las prácticas; en los cuales las participantes ponen en acción un
repertorio de conocimientos, de aprendizajes, ponen en circulación
un saber tácitamente incorporado, implícito, no tematizado, acerca
de cómo comportarse en el espacio prostibular. Lo que intentare-
mos justamente es hacer visible lo naturalizado, lo incorporado
en forma de un sentido práctico. A partir de los datos recolectados
es posible visualizar algunas de las características generales del
espacio y la práctica prostibular en zonas empobrecidas del Sur
del Conurbano Bonaerense donde estas trayectorias son puestas en
escena. Las relaciones con otras travestis en prostitución, con las
mujeres prostitutas, la confrontación con la policía y la relación con
los clientes, las “tarifas”, como asimismo la disputa por el espacio,
les permitirán apropiarse de las claves, los códigos y reglas de ese
mundo hasta transformarse en sus experimentadas protagonistas.
Tanto las travestis como las mujeres aprenden a manejarse en la
calle: dónde pueden trabajar, cómo deben hacerlo, cómo son los
clientes y cómo deben conducirse ante ellos, las pautas y reglas para

9 No es objetivo del siguiente trabajo problematizar, con las diferentes posicio-


nes teóricas o militantes, si la prostitución es un trabajo o un mecanismo de
explotación sexual de la mujer en la sociedad patriarcal.

108 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


moverse en el escenario prostibular, la distribución de las esquinas
y calles donde circular en el transcurso de la noche de trabajo. Hay
una compleja red de circulación, ocupación y defensa callejera, que
consiste en un circuito de paradas, de lugares predeterminados, de
posicionamientos en esos lugares, que hay que cumplir para poder
desarrollar la actividad “sin problemas”.
Una de las modalidades adoptadas por este grupo de mujeres
y travestis para ejercer la actividad es el espacio de la calle, más
precisamente la ruta. En general circulan entre las rutas, las
estaciones de trenes y las paradas de colectivo, se instalan o cami-
nan en determinados circuitos a la espera de clientes, con quienes
mantienen relaciones en los vehículos particulares o en hoteles
cercanos. Las que utilizan la calle, han desarrollado estrategias
para preservar su “caminar” en la calle. Las mujeres y travestis
asumen una actitud de alerta ni bien salen de sus casas. Esta alerta
es un mecanismo de defensa frente a las persecuciones. Su visión
detecta a la distancia quién es quién y se especializan en distinguir
los autos particulares de las brigadas, patrullas, clientes, en un
ágil dispositivo de atención. La imagen que surge de los relatos de
este grupo de entrevistadas, es la visualización de la calle como
una “selva” y ellas mismas como unas “fieras”. Y no es arbitrario el
surgimiento con fuerza de esta imagen sobre todo en el grupo de las
travestis, debido a que son las que mayoritariamente la toman como
lugar de trabajo en detrimento de otros espacios. Y es en la calle
donde están expuestas a los clientes, a los ladrones y a los policías.
La mayoría de las veces transitan las calles solas, sin la compañía
de sus compañeras, lo que aumenta el riesgo de ser golpeadas o
robadas y disminuye las posibilidades de poner en juego estrategias
de defensa propia. El exceso y maltrato policial se manifiesta en el
pedido de coimas (“peaje”) a oferentes y demandantes del comercio
sexual, en el abuso físico y psíquico sobre todo de las “travestis” y
en las pésimas condiciones de arresto (que incluyen agresiones y
maltratos). El pago del “peaje” que las entrevistadas denuncian, la
mayoría de las veces se traduce en la realización gratuita de algún
tipo de servicio y no garantiza en absoluto que puedan desarrollar la
actividad sin problemas, por el contrario, tienen que estar atentas a
los otros actores presentes en la práctica prostibular, “los chorros”.
Un circuito básico se constituye cuando las mujeres o travestis
reciben dinero de sus clientes, es decir de acuerdo con el valor de
la contratación sexual e inician la cadena redistributiva. Una vez
reconocidas en la zona, la policía las acecha tras el “arreglo”, trato
que exige una paga diaria para poder trabajar. A esto se le suman

MARÍA LAURA RAFFO 109


las multas por contravenciones cuando son detenidas, repitiéndose
estas situaciones hasta tres o más veces por semana. “Perder”, es
decir ser detenidas, forma parte de las reglas del juego de las que
ninguna escapa.
“La policía te ve parada en un lugar te rondea, te fija, te rondea, donde
dio la tercera vuelta y te enganchó en el mismo lugar sonaste, tenés que
pirar, tenés que correr porque te levantan, te saca la plata o tenés que ir a
arreglar a la comisaría. Te deja, no te levanta, vos le das una cometa a él y
te deja, eso es un policía bueno. Es contradictorio decir policía, imagen de
hombre que te protege, que te cuida. Vos le pagás pensando que no te van
a molestar y te van a dejar trabajar toda la noche, sin embargo viene el de
Comando y te agarra igual. Es horrible, pero es la realidad, el policía no
es el que nos pintaron cuando éramos chiquitos, el que nos cuidaba, nos
protegía, al contrario.” (Miriam, Grupo Focal).
Es en la calle, en donde el conflicto atraviesa y pone al descu-
bierto la compleja trama de relaciones de solidaridad, competencia,
ayuda mutua o enemistad, que se produce en la interacción con los
distintos actores de la escena. El espacio físico en el que se lleva
a cabo la actividad es el que se convierte en tema de conflicto de
estos grupos con “los otros”: policías, vecinos, pero también entre
ellas mismas, definiendo y redefiniendo el “lugar” (geográfico y
simbólico) de cada una. Quién puede establecer su “parada”, el
establecimiento de las “tarifas”, constituyen temas de debate y
confrontación entre ellas, especialmente entre mujeres y travestis,
y por otro lado al interior de cada uno de esos grupos (mujeres vs.
mujeres, travestis vs. travestis, viejas vs. nuevas). La competencia
por la adquisición del recurso escaso (los clientes) las enfrenta en
tanto que “mujeres” o “travestis” y la extrema pobreza de quienes
por lo general son sus clientes lleva a que con frecuencia desapa-
rezca el dinero como forma de pago.
Otra de las modalidades adoptadas está relacionada con la
actividad en los “privados”10 y “pubs”11. En los “privados” el fun-
cionamiento está a cargo de una persona, por lo general el dueño,
que es el que se encarga de cobrar, establecer las tarifas, de “arre-
glar” con la policía con el fin de que no interfieran en sus negocios
irrumpiendo en busca de mujeres y/o travestis. Mientras realizan

10 Generalmente, son departamentos en los que se ofrecen mujeres, travestis y


distintos servicios sexuales.
11 Se establecen relaciones contractuales con el dueño del negocio, que compren-
den la obligación de hacer consumir al cliente una cantidad prefijada de copas
(ellas lo llaman: “hacer copas”). En general, el negocio tiene habitaciones en
su interior.

110 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


la actividad dentro de los “privados” y “pubs”, ellas se sienten pro-
tegidas. Sin embargo, cuando surge la posibilidad de la realización
de un servicio por “afuera” (del privado o del pub), inmediatamente
vuelven a surgir los sentimientos de inseguridad y desprotección.
Los relatos, expresados por las propias protagonistas, ponen énfa-
sis en las situaciones en las que se “encuentran con que hay dos
o tres (clientes) y están ellas solas”, y que la mayoría de las veces
termina con la realización gratuita del servicio pero “salvas tu
vida”. Remarcan la utilización de estrategias, el saber manejarse,
para salir lo más ilesas posibles de esas situaciones, en las que se
corre el riesgo de que los clientes estén “borrachos o falopeados”
y ellas sean el blanco de violencia y maltrato. Es por eso que, en
general, prefieren no ir a casas particulares.
“Corrés el riesgo si te hacen salir a la calle, si vos hacés el servicio adentro
del privado bárbaro, está todo bien, pero tenés servicios afuera. Te encontrás
con que hay dos o tres y sos vos sola y vos la tenés que pechulear. Y hablar
con uno y la verdad quizás uno te montó gratis y al otro le pudiste sacar
una moneda. Y donde terminaste tu servicio tenés que agarrar, subirte a
un taxi e irte. Y con el riesgo de que por ahí alguno está borracho, está
falopeado y corrés el riesgo sí o sí, te tenés que hacer lo más buenita posi-
ble, terminás dejando que te monten todos por veinte pesos, pero salvás
tu vida.” (Viviana, Grupo Focal).
Los relatos son coincidentes en señalar, tanto para el caso de
las mujeres como el de las travestis, un universo atravesado por la
inestabilidad, el riesgo y la vulnerabilidad. Noche tras noche, la no
certidumbre de saber con certeza si volverán a sus casas “sanas y
salvas” se actualiza, tiñendo todos sus recorridos y experiencias
laborales. Estas mujeres y travestis hacen frente a la inestabilidad
con respecto a la generación de ingresos para sus hogares y al
temor recurrente a la muerte y a la violencia como componentes
del día a día.
La pobreza, el grado de marginalidad a las que la somete esta
actividad, y en definitiva las condiciones de precariedad en las que
se juega su existencia son el marco que delinea el recorrido y las
prácticas de estos grupos. Las exigencias derivadas de la misma
actividad, conduce muchas veces a las travestis y mujeres al con-
sumo excesivo de drogas y alcohol que ellas explican como una
manera de resistir ese tipo de actividad con coraje y durante largas
horas. Sin embargo, cabe aclarar que las zonas (muchas veces en
el campo, en las estaciones de tren más próximas, en la ruta) en

MARÍA LAURA RAFFO 111


las que ejercen la prostitución asumen características propias, en
este caso expuestas a condiciones de mayor vulnerabilidad y riesgo
para el desarrollo de la actividad.
Nuestros casos objeto de estudio se inscriben en este escenario,
desde el cual es posible relativizar la homogeneidad exterior atri-
buida a la práctica prostibular y visualizar diferencias importantes
entre ambos grupos: los “orígenes” de sus itinerarios laborales, la
organización de la actividad, qué tienen de similar y de diverso
poniendo en el centro de la escena, de manera comparativa, a
mujeres y travestis.

Prácticas de subsistencia en un contexto de


marginalidad laboral y segregación espacial
La llegada a la prostitución por parte de este grupo de mujeres y
travestis es la parte visible de otros procesos menos evidentes. Las
protagonistas de este artículo han vivido una serie de experiencias
familiares, escolares, barriales y laborales con rasgos compartidos
que, si bien no explican las razones de la prostitución, son el con-
texto en el que ésta se ha generado, y por ende consideramos que es
imprescindible analizarlas para su comprensión. La reconstrucción
del contexto de emergencia de las prácticas de subsistencia desple-
gadas por estos grupos para enfrentar un contexto cada vez más
adverso y de creciente marginalidad laboral, implica preguntarnos
sobre las relaciones familiares y los hogares de los que provenían
los actores; sobre el tipo de escolaridad que han recibido y sobre el
tipo de trabajos previos que han realizado.
Los relatos que las entrevistadas ofrecieron sobre sus itinerarios
laborales sitúan a la prostitución como una situación indeseada,
a la que se habría llegado en contra de las propias aspiraciones,
casi siempre coercionadas por acuciantes necesidades económicas o
por la falta de oportunidades para ingresar al mercado de trabajo.
Sin embargo, cabe destacar que la “llegada” a la prostitución es
resultado de situaciones disímiles tanto para las mujeres como
para las travestis.
El “origen” de los itinerarios laborales del grupo de mujeres
entre veintisiete y cuarenta y dos años, residentes en el Conurbano
Bonaerense, la mayoría con hijos, en la actualidad “solas”, sin
pareja (producto del abandono de sus parejas cuando ellas esta-

112 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


ban embarazadas o por situaciones de violencia), se inscriben en
un contexto familiar y personal caracterizado por un proceso de
empobrecimiento.
Las mujeres entrevistadas no provienen, por lo general, de
estratos marginalizados desde larga data, sino de sectores deses-
tabilizados en los últimos años, cuyas familias han conocido mayor
integración en el mundo del trabajo en el pasado. Mientras que
sus padres han trabajado en la construcción, en frigoríficos, sus
madres se han dedicado al servicio doméstico; socializados con el
horizonte de una sociedad salarial en pleno apogeo. Sin embargo,
el proceso de desestructuración del mundo laboral ha afectado no
sólo a su círculo familiar, sus vecinos y amigos, sino principal-
mente a ellas. Después de dejar la escuela12 a temprana edad, con
carencia de calificaciones y estudios formales, las posibilidades de
empleabilidad se vieron reducidas en un contexto de desempleo,
aumento de la precariedad y un mercado laboral que exige cada
vez mayores credenciales. En relación con la escuela13 encontramos
una experiencia de escolaridad de baja intensidad, que reduce
las oportunidades de empleabilidad en el pasado, en el presente
y sospechamos que en el futuro. Los relatos de las entrevistadas
sobre sus breves y accidentados pasajes por el mundo laboral14,
van configurando trayectorias laborales “inestables” signadas por
una alta rotación entre puestos precarios, de bajos ingresos, poco

12 Los motivos del abandono que pueden distinguirse son diversos: por sucesos
internos (fracaso escolar, procesos de estigmatización y el enfrentamiento con
los compañeros) o factores más externos a la escuela. En el grupo de mujeres,
la deserción se asocia más a factores externos a la escuela, como la separación
de sus padres o la necesidad de salir a trabajar (situación que, como se verá,
es distinta en las travestis).
13 Cabe destacar que las mujeres entrevistadas tienen conciencia de la necesidad
de un diploma para tentar una mínima suerte en el mundo del trabajo. Por
su lado, tratan de inculcarles a sus hijos que la educación es el único camino
de ascenso legítimo, “para ser alguien en la vida”, al mismo tiempo que la
propia experiencia y la de su entorno desmienten con su realidad lo mismo
que se les intenta transmitir.
14 Los trabajos mencionados están relacionados con el cuidado de chicos a domi-
cilio, el empleo doméstico en Capital, o el trabajar en una fábrica de juguetes
como operaria. Desde la perspectiva de la oferta de empleo persiste una fuerte
segmentación ocupacional entre géneros. Mientras que los hombres participan
en todo tipo de sectores económicos, las mujeres urbanas se concentran en
los servicios y el comercio, y dentro de ellos desempeñan tareas “típicamente
femeninas”, es decir, aquellas definidas socialmente como extensión de las
propias de la labor doméstica. Para las mujeres populares: servicio doméstico
en otras casas; limpieza y lavado/planchado de ropa; costura; cuidado de niños,
ancianos y enfermos; para las mujeres más educadas, de sectores medios:
enfermería, secretariado, docencia. (Jelin, 2000: 48).

MARÍA LAURA RAFFO 113


calificados, de corta duración, muchas veces interrumpidos por
embarazos o intercalados con períodos de desempleo. Y si bien no
son las únicas en sufrir el desempleo, la precariedad laboral y la
reducción de los ingresos en sus barrios, un rasgo particular es
que a estas mujeres sostén de hogar, al tener chicos a los cuales
alimentar, se les hace imprescindible generar ingresos, de la forma
que sea y como sea. En este contexto, a medida que el trabajo esta-
ble se desdibuja de la experiencia transmitida por el entorno más
cercano y la inestabilidad laboral se naturaliza, surge la posibilidad
de trabajar en la prostitución.
Pareciera prevalecer lo que Kessler (2004) ha denominado el
pasaje de “la lógica del trabajador a la de la provisión”, carac-
terizada fundamentalmente por la legitimidad de los recursos
obtenidos. En la lógica del trabajador, ésta reside en el origen del
dinero, fruto del trabajo “honesto” en una ocupación “respetable”
y reconocida socialmente. En la lógica de la provisión, en cambio,
la legitimidad ya no se encuentra en el origen del dinero, sino en
su utilización para satisfacer necesidades. Cualquier recurso, sin
importar su procedencia, es legítimo si permite cubrir una nece-
sidad. Este pasaje evidencia las implicancias de una experiencia
laboral evanescente, siempre fragmentaria y el distanciamiento
respecto de los atributos tradicionalmente asociados al trabajo,
moldeando las condiciones de posibilidad sobre las que se asentará
la actividad prostibular.
En sus relatos las entrevistadas dan cuenta de las circuns-
tancias que las llevaron a iniciarse en la prostitución: acuciantes
necesidades económicas producto de la imposibilidad de obtener
un empleo y la posibilidad de obtener mayores ingresos. Para
estas mujeres, el oficio de la prostitución fue la única posibilidad
de conseguir un ingreso ante la falta de trabajo. La inserción en
esta actividad estaba ligada a la necesidad de crear opciones (res-
puestas inmediatas) frente al desempleo. Así lo expresa Viviana
en la entrevista:
“Para mí es una necesidad, porque tengo que ayudar a mis hijos, estoy
separada, no tengo otra salida laboral, el país no me permite tener una
salida laboral y no me queda otra opción. Es la más fácil y la que puedo
traerle la comida a mis hijos.” (Viviana, mujer).
El profundo deterioro de las condiciones materiales de existencia
en las que (sobre)vive este grupo de mujeres, producto de la falta de
oportunidades objetivas de insertarse en un ámbito laboral estable
y seguro, implicaron en algún momento la utilización de sus cuerpos

114 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


como último recurso para lograr la subsistencia. De esta forma,
la prostitución como situación indeseada se constituye –en última
instancia– en un real y potencial atajo contra la exclusión, cuando
ya no quedan más opciones “decentes” 15 a las cuales recurrir16.
El “origen” de las trayectorias, como la inserción en la prostitu-
ción de las travestis, es diferente de las mujeres en varios aspectos.
Para las travestis pobres entrevistadas, cuyas edades van de los 18
a los 32 años, la adopción de una performance distinta se constituye
en un hito, en un punto de inflexión que tiene consecuencias en los
distintos ámbitos sociales que transitan: la escuela, el trabajo, el
barrio, la familia. Esto deja huellas indelebles en las subjetividades,
experiencias y relatos.
Las trayectorias laborales de este grupo de travestis se inscriben
en un contexto familiar adverso, no sólo relacionado con un proceso
de creciente empobrecimiento generalizado, sino también por las
“reacciones” familiares (que la mayoría de las veces se traducían
en agresiones físicas y verbales) frente a la percepción de que sus
hijos no eran “normales”, situación que más tarde significó la
feminización del cuerpo, los gestos, la voz y la indumentaria. Esto
muchas veces termina con el alejamiento de sus familias para vivir
solas, con otras travestis o, durante un período momentáneo, con
algún otro familiar. En este sentido, relata María Eugenia:
“A veces me da bronca porque yo tenía papá y mamá en esa época y nadie
se hizo responsable, quiere decir que yo soy como un perro en la vida ¿no?,
mi papá me echó, de ese año ya estaba en la calle, si le decían su hijo que
es puto murió, eso es lo que quería mi papá siempre: decir que yo me morí,
bah, siempre estuve así para ellos.(…) Cuando se murió yo pensaba por
qué mi padre me hizo eso, por qué nunca me comprendió a mí, (…) y él

15 Entrevista a Mercedes, mujer.


16 Distintos estudios señalan que existen dos situaciones donde la vulnerabili-
dad es especialmente notoria: los hogares encabezados por mujeres, con hijos
pequeños, y los hogares de personas mayores. El aumento en la proporción de
hogares encabezados por mujeres es un hecho destacado en numerosos estu-
dios. “(…) Si en relación con las mujeres profesionales de los sectores medios
el hecho de encabezar un hogar con sus hijos puede ser el resultado (a menudo
elegido) del aumento en la tasa de divorcio que refleja una mayor autonomía y
libertad, en las clases populares muchas veces se trata de situaciones de aban-
dono y violencia. En estas condiciones, el resultado, casi indefectiblemente, es
la pobreza –a veces extrema– de las mujeres y sus hijos. La feminización de
la pobreza implica que hombres y mujeres experimentan la pobreza de mane-
ras diferentes. La amplia gama de estereotipos y discriminaciones a la que
están sujetas –desigualdad de oportunidades en educación, empleo y acceso
a crédito y a capital– implica que las mujeres tienen menos oportunidades
y mayores dificultades para salir junto a sus hijos de la pobreza en la que
están entrampados. La pobreza acentúa la desigualdad de género, y frente a
la adversidad, las mujeres son las más vulnerables.” (Jelin, 2000: 99-100).

MARÍA LAURA RAFFO 115


sintió bronca, claro que el primer hijo varón: puto. Él (hace referencia al
padre) quería que yo finja que sea hombre cuando no lo sentía… estaba
como rayada, acabada, vestida con la ropa de hombre, normal, ahí en
mi casa, si me dejaba las uñas de mujer largas ya me las cortaba él.” (M.
Eugenia, travesti).
El alejamiento familiar es potenciado por la experiencia escolar.
En el caso de las travestis, el abandono escolar a temprana edad se
encuentra relacionado con procesos de estigmatización derivados
de la percepción de algo “raro” por parte de sus compañeros de
escuela, si bien no concurrían a la escuela vestidas de mujer, los
compañeros leían en su performance general signos de “sexualidad
desviada”, lo cual las volvía fijas candidatas a burlas verbales y
agresiones físicas por parte de los compañeros. El resultado de
esas experiencias escolares se va traduciendo en sucesivos fracasos
en el aprendizaje, que funcionan como factores de “desenganche”
que van constituyendo la antesala de un abandono definitivo de la
escuela y la educación. Situación que, sin embargo, se recriminan
o añoran años después.
“En el colegio, bueno a esa edad ya todos son más grandecitos, me cargaban,
me llamaban ‘mariposón’, me daba mucha vergüenza… un día le digo a
mi compañero ‘¿por qué me cargan?’, ‘por eso, lo otro’ (Dana comienza
a llorar) que hacés con las manos así, que te movés así… ya era tanto la
cargada y la burla, esa lengua viperina… me fui, me fui del colegio, me
fui del séptimo grado.” (Dana, travesti).
En la reconstrucción de las experiencias laborales de este grupo
de travestis, tendríamos que distinguir un antes y un después,
que se encuentra íntimamente relacionado con el momento de
“hacerse” travesti17, punto de inflexión que implica un quiebre18
en las trayectorias, que se observa no en el cambio de signo de la
trayectoria sino en la reducción aun más tajante en las probabi-
lidades de conseguir trabajo, lo que tiene correlato directo en las

17 En ese sentido, cabe diferenciar el transformismo del travestismo. El trans-


formismo, como género artístico requiere vestirse con ropas, adornos, recu-
rriendo a “correcciones” o “trucos” para “personificar” al sexo opuesto. En el
travestismo, se da una serie de transformaciones corporales más permanentes.
El trabajo de construcción de esa identidad involucra la manipulación de
una serie de marcas de género (modulación de la voz, apariencia corporal,
gestualidad, ropas). (Sívori, 2004:21).
18 De esto no se infiere directamente que la ausencia de este quiebre hubiera
posibilitado la conformación de una trayectoria laboral estable, lo que esta-
ría jugando ahí es la condición de clase, que se traduciría en la escasez de
oportunidades laborales en general, y en particular para sectores con baja
calificación.

116 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


condiciones de vida de estos grupos. En un primer momento, en
ausencia de una performance directamente femenina, consiguie-
ron trabajos precarios, inestables, pocos calificados y con bajas
remuneraciones (de limpieza, en un restaurant, de lavacopas), que
remiten a una débil y precaria inserción laboral que atenta contra
la posibilidad de conformarse en el punto de anclaje para algún
tipo de construcción identitaria y que da cuenta del progresivo
distanciamiento respecto de los atributos tradicionalmente aso-
ciados al trabajo. En un segundo momento, ya habiendo adoptado
una performance corporal distinta, experimentan un horizonte de
reducidas posibilidades en el cual es imposible vislumbrar algún
atisbo de certeza con respecto al futuro laboral, agudizando la situa-
ción de pobreza e inestabilidad laboral en la que están inmersas.
Saben que sus oportunidades para tentar una mínima suerte en
el mundo del trabajo son reducidas, producto, entre otras cosas,
del rechazo a emplear a las travestis en los trabajos que realizan
la mayoría de los miembros de la sociedad. El distanciamiento
del hogar familiar, el abandono de la escuela y la elección de una
apariencia femenina19(que significa el abandono definitivo de las
prendas masculinas, la elección de un nombre “femenino”), son el
contexto en el que se produce el ingreso a la prostitución.
En los relatos de las entrevistadas, el ingreso a la prostitución20,
aparece relacionado con la imposibilidad de encontrar un trabajo
en el cual sean aceptadas con la performance que adoptan, “por
discriminación”. En otros casos, ya ni siquiera buscan, sabiendo
de “antemano” que no conseguirán nada 21. Las entrevistadas

19 Que implican el uso de adornos y prendas y la adopción de signos corporales


femeninos. Al respecto, el trabajo realizado por Richard Ekins (basado en
17 años de trabajo de campo, realización de historias de vida con travestis
y gente que cambió de sexo), muestra las distintas fases de la carreras de
“feminización de los hombres” [male-femaling], desde “comenzar a femini-
zarse” hasta “consolidar la feminización”.
20 Cabe destacar que la mayoría de las travestis que residen en la Ciudad de
Buenos Aires viven de la prostitución, siendo en efecto un porcentaje mínimo
el de aquellas que tienen otras actividades laborales. Según un estudio des-
criptivo exploratorio elaborado por la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de
Buenos Aires y la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual
(ALITT), realizado en base a 147 encuestas a personas travestis en el año
1999, el 89% de ellas trabaja en prostitución. El resto, encuentra su fuente de
ingresos a través de la familia o de la pareja (9%), del trabajo de peluquería
(1%), de la actividad autónoma (3%) o de otras actividades no especificadas
(3%). El 1% restante de las encuestadas no contestó la pregunta.
21 Si objetivamente no existen posibilidades de inserción laboral para las
travestis, subjetivamente muchas de ellas llegan a creer que es verdad que a
ellas no les corresponden los puestos de trabajo que tienen la mayoría de los
miembros de la sociedad, entonces ¿para qué buscar?, ¿buscar qué? Hecho

MARÍA LAURA RAFFO 117


enfatizan que “siempre se dan cuenta” 22 de su condición de travesti
y esto tiene consecuencias inexorables: la denegación del trabajo.
Haciendo referencia a la dificultad para conseguir trabajo:
“Si no hay para la gente normal entre comillas que dicen que son normal,
menos va a haber para nosotros que nos viven reprimiendo cada dos por tres,
vas a la panadería te discriminan, vas al almacén te discriminan, imagínate
si van a decir ‘vamos a sacar un plan para sacar a los putos de la calle’. No
está hecha la ley para nosotros.” (M. Eugenia, travesti).
Por lo que el grupo travesti para ser aceptado en cualquiera de
los empleos previstos por el sistema productivo, debe acomodarse
a la performance heterosexual, a partir de lo cual debió buscar
en las lindes del mercado, una forma de supervivencia acorde a
la identidad que se quería representar. La suma de los rechazos
de las que son objeto en los distintos espacios sociales no les deja
oportunidades de pensarse sino a través del prisma de su devaluada
condición de “travestis-trabajadoras sexuales”, acaso el único vector
de su identidad social. Un sistema que las excluye y margina –no
sólo económica, sino también simbólicamente– lleva a las travestis
a construir su espacio prostibular como fuente de supervivencia,
como intersticio a partir del cual poder sobrevivir y en el cual la
performance asumida no sea rechazada.

La experiencia de la prostitución: las dos caras


Para ambos grupos, la prostitución como estrategia de sub-
sistencia, significó el “fácil” acceso a cierto bienestar económico,
destacándose como ventaja la inmediatez del cobro en efectivo. El
poder disponer de entradas diarias suele ser un paliativo impor-
tante en un contexto de escasos o nulos ingresos. Las entrevistadas
señalan como atrayente la rapidez en la obtención del dinero, que
está relacionado con la imperiosa necesidad de generar ingresos

que permite comprender que la potencial sanción social devaluadora de los


otros, interiorizada, tienda a coincidir con la autopercepción, por lo general
vergonzante, que tienen de sí mismas, notándose muchas veces el paso de
la “estigmatización” a la “autoestigmatización”. No es fácil recibir con insis-
tencia determinados mensajes y no sentirse de alguna manera merecedora
de ellos, sobre todo cuando se experimenta a través de discursos, prácticas e
instituciones, que los cuerpos y los nombres legítimos son otros.
22 Entrevista a Dana, travesti.

118 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


para sobrevivir, garantizando de esta forma el acceso a los bienes
más elementales y posibilitando a su vez ampliar el consumo y
mejorar las condiciones de vida propias y del resto de la familia.
Cuando se refieren a aquello que quieren tener, no siempre se res-
tringen a las necesidades consideradas básicas o de subsistencia,
como la comida, sino que incluyen otras como: ayudar a la madre,
pagar un impuesto, pero también comprarse ropa, cerveza y hasta
realizar un viaje.
“Para mí trabajo es, me levanto temprano, a las siete de la tarde ya me
maquillo, me paro en la vereda de la esquina, cruza un tipo, cinco pesos
y ya tengo para la comida, un trabajo, yo voy hago el servicio y el tipo me
paga.” (M. Eugenia, travesti).
“Ejerciendo la prostitución te deja plata, te deja mucho más de lo que sacás
en una fábrica, obviamente te deja bastante más pero es mucho más difícil.
Lo que ganás en un mes lo ganás en una noche. Es mucha la diferencia.”
(Laura, mujer).
“Cerramos nuestros ojos y decimos plata, plata, plata, así sea un viejo que
se cae a pedazos, plata, plata. Porque sé que después con eso le compro un
par de zapatillas a mi hija.” (Viviana, Grupo Focal).
“Es rápida, es cómoda porque sé que puedo hacerlo en una hora, en media
hora y ya puedo volver con mis hijos.” (Mariela, Grupo Focal).
Cabe destacar que la “facilidad” es un término relativo, ya que
implica por un lado la “probabilidad” de la rápida obtención de
dinero, objetos para consumo personal, el acceso a ciertos bienes y
servicios; y por otro lado, también es sinónimo de que “se van con
tu plata, con lo que vos podías juntar en la noche”. Está siempre
latente la “probabilidad” de volver a casa sin nada, por la escasez
de clientes, por los robos, por la disminución de las tarifas. Para
ambos grupos, la actividad fue mostrando cada una de sus caras:
por un lado la atracción por los “aranceles” de la prostitución, por
otro las desventajas asociadas a los riesgos de la actividad, que
están relacionadas según los relatos de las entrevistadas, con estar
expuestas a la violencia de los clientes, a los maltratos físicos y
psíquicos por parte de la policía y a las burlas de los vecinos. Si
bien comparten esta situación con las mujeres, generalmente son
las travestis el flanco principal de estas agresiones debido a las
modalidades de trabajo que adoptan (lo que está relacionado con los
espacios físicos en los cuales desarrollan la actividad: la calle).

MARÍA LAURA RAFFO 119


“La policía nos roba a nosotras y los chorros nos roban a nosotros, pero
nosotros no podemos robarle a nadie porque… nosotros vamos a una alma-
cén y nos roban, nos quieren cobrar más caro de lo que vale el producto…
y entonces ¿quién paga los platos rotos?: el travesti.” (Dana, travesti).
“En la calle vos te subís a un coche y no sabés si vas a volver, a mí casi un
día me mataron a golpes.” (M. Eugenia, travesti).
Las mujeres, a diferencia de las travestis, mayoritariamente
suelen trabajar en “pubs” o “privados”. Esto está relacionado con
que para las mujeres, la actividad es motivo de ocultamiento y por
ende la desarrollan en espacios en los que puedan de alguna forma
manejar la discreción y el disimulo, con el fin de que ni sus hijos,
ni familiares más cercanos se enteren de la actividad que efecti-
vamente realizan. También en sus relatos justifican su elección
de estos lugares como una manera de prevenirse del peligro de la
calle, de la represión policial, de los robos y una forma también de
“asegurarse” la vuelta a sus hogares.
“(…) trabajan en lugares privados que se cuidan muchísimo, porque la
mayoría tienen chicos, se tienen que resguardar mucho porque son el sos-
tén de la familia, y entonces, no se arriesgan a nada. No se arriesgan a
nada porque son los chicos que esperan, así que ellas tienen que volver…”
(Belén, mujer).
Cabe destacar, que el grupo mujeres respecto del grupo travesti,
se encuentra en una mejor posición en relación con el monto de las
tarifas, con la suerte que corren con la policía, con los lugares en
los cuales trabajan. El grupo de mujeres entrevistadas enfatiza a
lo largo del Grupo Focal, “marcas” reconocibles e indicadoras de
una situación socio-económica mejor en cuanto a las condiciones
en las que desarrollan la actividad.
“Hay chicos así como ellos que por cinco pesos tienen que hacer algo
completo, es así. Nosotras, cinco pesos no, mi amor pero ni la bombacha
me bajo, porque un par de medias finas me sale tantos pesos.” (Viviana,
Grupo Focal).
“Mirá a dónde llegamos de estar tan cansadas de estar presas. Porque a
nosotras nos meten en un cuartito y llega a venir una barra de Boca. A
nosotras nos ponen con hombres.” (M. Eugenia, Grupo Focal).
“Por ahí tenés un violador y los (haciendo referencia al grupo travesti)
metieron con un violador. En cambio a nosotras no. Nosotras (haciendo
referencia a las mujeres) tenemos más suerte en ese sentido.” (Viviana,
Grupo Focal).

120 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


Las mujeres, como únicas responsables por el ingreso familiar
en su rol de jefas de hogar, deben articular la carga habitual de las
tareas domésticas, el cuidado y la crianza de los hijos junto con su
trabajo. Organizan su vida y las ocupaciones del hogar de manera
tal de poder cumplir con su doble rol de trabajadoras y madres de
familia (actividad productiva y reproductiva). Aquellas que tienen
hijos y no pueden entregárselo a alguien para su cuidado salen
a trabajar mientras sus hijos duermen para estar con ellos en el
momento de despertar. De este modo, las presiones cruzadas que
recaen sobre estas mujeres, se traducen en un conjunto de esfuerzos
económicos, laborales y domésticos, intentando conciliar –no sin
conflicto– los discrepantes roles de madre durante el día y “mujer
de la noche”, donde el secreto, la discreción y el disimulo se cons-
tituyen en un recurso fundamental para ellas, lo que da origen a
una “doble vida”.
La prostitución es considerada un trabajo, en el sentido que es
un medio para la obtención de recursos=ingresos. Sin embargo, no
es considerada un trabajo “normal”, “decente”, en el sentido de que
no es fuente de respeto y dignidad, sino por el contrario fuente de
sanción, desprestigio; tan es así que debe ser “ocultado”, mantenido
en secreto ante las relaciones familiares más próximas.
En palabras de Laura:
“…sí se podría decir trabajar entre comillas. No tener que haber dicho para
mantener a mis hijas me tuve que prostituir, no es un orgullo.” (Laura,
mujer).
El trabajo formal está relacionado con la inserción en una ocu-
pación respetable y reconocida socialmente, que implica no sólo una
forma de obtener ingresos sino también una forma de construcción
de respeto y dignidad. En los relatos de las mujeres ambos ele-
mentos aparecen disociados. Se valora la actividad en tanto y en
cuanto provee de recursos, medios para la subsistencia, pero no se
constituye en una fuente de prestigio ni de derechos.
Las características “sexuales” del trabajo contrastan con las de
otros trabajadores, el significado que asume el trabajo para este
grupo no está relacionado ni con la seguridad ni con la percepción
de derechos laborales, garantías y menos aún con el prestigio.
Las entrevistadas no consideraban como un “trabajo normal” la
actividad productiva que efectivamente realizaban. En el pasado
reciente, el empleo formal era un terreno de experiencia de derechos
sociales y laborales. Nada de esto se insinúa siquiera en los relatos
de nuestras entrevistadas; el trabajo, contrariamente a un espacio

MARÍA LAURA RAFFO 121


de experiencia de derechos sociales es un terreno de aprendizaje de
las desigualdades e injusticias del mundo y de la calle.
En el caso de las travestis, se dejan entrever valoraciones a
las que no se asocian sólo razones económicas. Los motivos eco-
nómicos son sólo una de las explicaciones posibles, ya que para
las mismas la prostitución no es únicamente una práctica que se
restringe a atender una necesidad económica como lo es para las
mujeres prostitutas. Para el grupo de mujeres, las obligaciones
económico-familiares, con frecuencia vinculadas a la maternidad
y/o el cuidado de menores a cargo, que no tienen las travestis, las
conducen a ejercer la prostitución de manera diferente. Ninguna
otra opción que la de la prostitución se abre a las travestis para
conseguir dinero. Como consecuencia de la misma intolerancia
y discriminación/exclusión, la prostitución es también el único
espacio “permitido” para actuar la identidad que han elegido. Y
la escenificación de esa identidad se arma con un vestido y una
apariencia física que son diferentes para mujeres y travestis en
prostitución, a partir de lo cual el escenario prostibular parece ser
el único posible para la actuación de la identidad travesti en este
contexto de pobreza.
“A diferencia de las mujeres en prostitución, las travestis invierten todos
sus esfuerzos en el ritual de preparación, en proyectar en la calle los signos
de una feminidad elegida pero que, a diferencia de las mujeres, no puede
expresarse en otros sitios que no sean los vinculados al comercio sexual (…)”
(Fernández, 2004:101).
Las travestis, a diferencia de las mujeres consagran largas horas
del día a una serie de actividades cuyo resultado expresivo será
proyectado luego en la calle. El vestido, la apariencia, el maquillaje,
los gestos y las posturas de las travestis son el producto de una
cuidadosa tarea de “producción”23 que insume horas de paciente
trabajo, aun cuando las condiciones materiales para la realización
de la misma sean de una carencia profunda. Parte de la práctica
prostibular para el grupo travesti consiste en la “preparación”
antes de “salir a hacer la calle”. Este tiempo para “maquillarse”,
para “montarse” está relacionado con la necesidad de tapar los
rasgos de masculinidad, como la barba, el cabello, la depilación. La

23 Hay que tener en cuenta que este grupo de travestis pobres no han podido
acondicionar sus cuerpos, lo que se traduce en la carencia de piezas dentales;
imposibilidad de acceder a cirugías para implantarse siliconas en los senos y
los glúteos; para comprar pelucas y demás accesorios; o para acceder a buenas
sesiones de depilación, todo ello debido a carencias materiales extremas.

122 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


prostitución en la calle es el espacio en el que las travestis encuen-
tran un sitio donde vivir cotidianamente su identidad, espacio en
el que, además, obtienen dinero. Gran parte de las travestis opta
por salir a la calle en el transcurso de la noche. Los motivos que
ellas atribuyen están vinculados, por un lado, al tiempo que deben
invertir en su arreglo personal, mayor que en el caso de las mujeres
y, por otro lado, a las ventajas que proporciona la noche en lo que a
apariencia física se refiere. A diferencia de la luz del día, la noche
permite el ocultamiento de aspectos corporales tales como la barba
o el excesivo maquillaje que pretende disimularla.

En la actualidad
En la actualidad, la mayoría de las mujeres entrevistadas ha
dejado la prostitución. Dos situaciones parecen haber influido en
esta decisión: la edad de sus hijos, a partir de la cual cada vez se
hace más difícil mantener en secreto la actividad que efectivamente
realizan, y por otro lado la decadencia del cuerpo/su propia edad.
Para las mujeres la actividad prostibular es momentánea, no se
perfila como una actividad duradera en el tiempo, y esto como lo
dijimos anteriormente está relacionado con la presencia de los hijos;
de manera contraria, para las travestis la actividad prostibular
implica una actividad que tiende a extenderse a lo largo del tiempo,
aunque es posible articularla con otras actividades.
Los itinerarios laborales de estas mujeres se caracterizan por
enmarcarse en procesos de empobrecimiento, presentando un
mayor distanciamiento-desconexión con respecto al mercado de
trabajo. Desde estas posiciones, los canales de ascenso económico
y social se tornan difusos. Actualmente, el modo de satisfacer
las necesidades24, de hacer frente a este contexto es a través de
la combinación de los recursos provenientes de distintas fuentes:
el trabajo remunerado y no remunerado de sus miembros, las
transferencias de instituciones formales reconocidas para este fin

24 Es decir, cuando la familia y el hogar tienen dificultad en la capacidad de


mantener a sus miembros, los comedores populares, así como los programas
de distribución de alimentos y las redes informales de ayuda mutua, son
ejemplos de respuestas sociales y colectivas para hacer frente a la situación.
Dada la persistencia y el agravamiento de las situaciones de pobreza extrema,
los comedores infantiles de Cáritas y otros organismos no gubernamentales
se presentan como oportunidades para satisfacer las demandas básicas de
alimentación. (Jelin, 2000: 103).

MARÍA LAURA RAFFO 123


(fundamentalmente el Estado, a través de pensiones y servicios), la
ayuda de organizaciones sociales “solidarias” y las redes de ayuda
mutua entre vecinas y parientes. Ha cobrado relevancia creciente
para estos hogares los planes de asistencia social en la obtención
de recursos. La mayoría de nuestras entrevistadas mujeres reciben
“Planes Jefes/Jefas” y “Planes Trabajar”25 y sus hijos y/o nietos
participan en comedores comunitarios para garantizar por lo menos
alguna de las comidas diarias. Sin embargo, las escasas posibilida-
des de acceso a un empleo estable siguen siendo una constante.
De esta forma, la visualización del futuro está relacionada sobre
todo ya no con ellas, con su situación, sino con la esperanza de que
sus hijos no vivan lo mismo que ellas. Imaginan, en el mejor de
los casos, una sucesión de puestos de baja calificación y magros
ingresos, todos inestables. Pero sobre todo el futuro está asociado
al futuro de sus hijos/as, “que lleguen a ser profesionales”. La edu-
cación como el acceso a un trabajo estable, como medio legítimo
para el ascenso, mantiene su lugar imaginario en los relatos de
las mujeres.
Las travestis entrevistadas, en la actualidad, siguen ejerciendo
la prostitución, mechando muchas veces esta actividad con peque-
ñas “changas”, como cuidar chicos de algún vecino, lavar ropa de
alguna amiga travesti. Los circuitos laborales de las travestis,
circunvalarían un círculo cerrado: prostitución-changas. Si bien
algunas sueñan con poder trabajar de otra cosa, dejar la prosti-
tución, la calle, otras lo perciben como un hecho casi improbable
y de difícil concreción. El futuro está asociado con el abandono de
la actividad, sin embargo, es más una expresión de deseo que la
realidad misma. La configuración del escenario futuro se presenta
para este grupo en particular sumamente precario y frágil, no hay
elementos que nos den a entrever que el futuro podría ser otra cosa
de lo que ya es. Y se traduce en la esperanza, común, de no vivir
toda la vida de esto. En este punto no se detecta variabilidad en los
testimonios. La percepción de futuro está relacionada con el aleja-
miento de la prostitución, no con tener otro trabajo sino con el hecho
de abandonar la calle. A eso se reduce la perspectiva de futuro.

25 Durante la última década, han proliferado una serie de intervenciones esta-


tales focalizadas que cobraron una creciente centralidad para la reproduc-
ción de la vida de éstos (y otros) segmentos ocupacionales, ante la creciente
imposibilidad de ingresar en el mercado de trabajo y la reducción de los
ingresos. Sin duda, estamos en presencia de intervenciones que de ningún
modo resuelven los problemas que enfrentan los hogares descritos.

124 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


La prostitución aparece como una situación, que ellas desearían
fuera transitoria. Porque por más que las condiciones estructurales
cercenen las posibilidades de “salir de la pobreza” siempre hay un
imaginario, una fantasía de “zafar” de la calle, de la prostitución.
Desde la perspectiva de los actores no hay “pobreza estructural”
fija, como un estado terminal e inmóvil. Así, ellas sueñan con tener
otro trabajo: lo mejor sería ser empleada doméstica. Pero saben que
es casi imposible. En sus aspiraciones de trabajos futuros, se dejan
entrever los límites objetivos de sus posibilidades:
“Los límites objetivos se convierten en sentido de los límites, anticipación
práctica de los límites objetivos adquirida mediante la experiencia de los
límites objetivos, sense of one’s place que lleva a excluirse (bienes, personas,
lugares, etc.) de aquello de que se está excluido.” (Bourdieu, 2002:482).
Nuestros casos se inscriben en un proceso de socialización
y de búsqueda de supervivencia en un periodo caracterizado
por la desestructuración del mundo del trabajo, que impacta
diferencialmente en la subjetividad y en las acciones de las mujeres
y las travestis en cuestión. Las prácticas de subsistencia descritas
dan cuenta de un claro proceso de intensificación de procesos de
marginalidad laboral, donde la precaria y frágil inserción en el
mercado de trabajo se traduce en el empeoramiento de las con-
diciones de vida de las mismas. Y que impide imaginar alguna
movilidad ascendente futura. De esta forma, ven frente a ellas
un horizonte de precariedad duradera en el que es imposible
vislumbrar algún atisbo de carrera laboral. Todos los aspectos
calificantes y socializantes del mundo laboral están restringidos
por la cantidad y la calidad de las ocupaciones a las que acceden.
Desprovisto de sus atributos tradicionales, describimos un mundo
laboral precario que no brinda recursos estables ni experiencias
laborales tradicionales.

Procesos de estigmatización derivados


de la prostitución en el barrio
Sostenemos que desarrollar en el ámbito territorial una acti-
vidad que asume características “sexuales” y que es sancionada
socialmente constituye un hecho que tiene consecuencias importan-
tes y diferenciales para distintos aspectos de la vida social de estos
grupos. En este sentido, los procesos de marginalidad laboral y

MARÍA LAURA RAFFO 125


segregación territorial en los cuales se inscriben nuestros casos, no
pueden ser comprendidos del todo sin tener en cuenta los procesos
y efectos de estigmatización, relacionados con las características
“sexuales” del trabajo, que pueden ser particularmente severos
en determinados contextos: familias, barrio, escuelas, lugares de
trabajo, sistemas de salud; como las capacidades diferenciales de
gestión del estigma en ambos grupos26. En nuestra sociedad, la pros-
titución constituye una práctica que es motivo de estigmatización27,
discriminación y exclusión. La prostitución por lo general es objeto
de ocultamiento ante redes de relaciones interpersonales muy sig-
nificativas para las entrevistadas. Los padres, los hijos (y sus com-
pañeros de colegio), la pareja (y sus amigos), y los integrantes del
vecindario aparecen como un conjunto de vínculos imprescindibles
para el desarrollo emotivo de la vida cotidiana y, al mismo tiempo,
como un auditorio dispuesto a sancionar el carácter sexual de la
actividad que realizan y las consecuencias referidas al honor que de
él se derivarían. El temor ante esa probable reprobación social las
conmina a desplegar una serie de estrategias de ocultamiento. Sin
embargo, habría que mencionar ciertas especificidades, en cuanto
a las distintas fuentes de estigmatización28 y su intersección, en
ambos grupos.
Mientras para el caso de las mujeres el “origen” del estigma está
relacionado con la actividad que realizan –la prostitución–, una
conducta sexual que se considera inapropiada para las normas de
género, en el caso del grupo travesti el “origen” del estigma está
dado por la performance que asumen, es decir por “hacerse travesti”,

26 Para un análisis más exhaustivo sobre la gestión del estigma entre mujeres y
travestis en situación de prostitución, véase Meccia, Metlika y Raffo (2005).
27 Erving Goffman utilizó el término “estigma” para hacer “referencia a un atri-
buto profundamente desacreditador”, aclarando de inmediato que “lo que en
realidad se necesita es un lenguaje de relaciones, no de atributos. Un atributo
que estigmatiza a un tipo de poseedor puede confirmar la normalidad de otro
y, por consiguiente, no es ni honroso ni ignominioso en sí mismo”. (Goffman,
2001:13).
28 Parker y Aggleton (2002) sostienen que los procesos de estigmatización
operan también relacionados con una serie de formas de estigmatización y
exclusión preexistentes o independientes, reforzando su impacto y efectos. Es
decir, el estigma vinculado a conductas de género socialmente inaceptables se
puede encontrar cruzado con la estigmatización sexual y la estigmatización
relacionada con el VIH, de maneras mutuamente reforzadas, creando un
círculo vicioso difícil de romper. La intersección entre distintas formas
de estigmatización se refuerza en grupos socialmente estigmatizados pre-
viamente, ya sea por la pobreza, por la identidad u orientación sexual que
adoptan.

126 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


al que se le suma el estigma de la prostitución. La asunción de una
conducta y práctica sexual “desviada”, no normativa y diferente de
los patrones hegemónicos existentes, que se visualiza en la adop-
ción de un cuerpo no heterosexual, es producto de sanción. Esta
performance a su vez es vinculada con la prostitución, siendo ésta
fuente también de estigmatización. Se va constituyendo un campo
complejo de estigmatización en el que el estigma derivado de la
prostitución y el estigma relacionado con la performance corporal
diversa apenas pueden ser separados. Cuál funciona antes o des-
pués ya no es importante, lo que cabe remarcar es la sinergia entre
distintas fuentes de estigmas que se refuerzan entre sí.
Las mujeres, como portadoras de un signo ilegítimo pero que no
es inmediatamente perceptible por los otros, tienen la posibilidad
de poner en juego estrategias de presentación de sí mismas para
que quede obturada la emergencia de la información que puede
desacreditarlas. Esta capacidad de disimular, encubrir, constituye
un mecanismo de protección, del que carecen, por ejemplo, las
travestis. El miedo frente a la hipotética revelación de la activi-
dad que efectivamente realizan/aban opera como una causa de
vergüenza personal frente a los hijos, los vecinos y la familia. De
esta forma, las mujeres cuando ejercían la prostitución, intentaban
que el lugar de trabajo estuviera desligado de su lugar de resi-
dencia, es decir que no existiera conexión relacional ni geográfica
entre ambos espacios, por miedo a que sus hijos se enteraran. Sin
embargo, cuando esto no era posible sucedía que los clientes tam-
bién solían ser los vecinos, y los encuentros casuales en el barrio,
a la vuelta de la esquina, en la verdulería, en la puerta del colegio
de sus hijos, cuando se tomaban un taxi, eran ocasiones en las
cuales ellas debían poner en práctica estrategias de simulación
para mantener el “secreto”.
“O te pasa que siempre algún conocido te encontrás en la calle, y de dónde
lo conocés mamá y quién es. (…) pero la gente es discreta, es muy discreta.
Bah, no les queda otra, me pasó una vez con un remisero de la esquina de
mi casa, cuando me vio ahí creo que se shockeó tanto como me shockeé yo.
Yo quedé así y él me dijo nosotros nos conocemos, sí le dije yo te conozco a
vos, a tu señora, como diciendo vos abrís la boca yo le digo a tu señora. A
la gente como que no le conviene decir nada tampoco.” (Laura, mujer).
En el caso de las mujeres, de resultar exitoso el ocultamiento
de esa parte del día, la calidad y la cantidad de sus relaciones
interpersonales y sociales en general no diferirán de las de un

MARÍA LAURA RAFFO 127


miembro común de la sociedad. Esta gestión del estigma les permite
a las mujeres volver a intentar reinsertarse en algún trabajo “nor-
mal”, ser beneficiarias de algún plan social y en las interacciones
cotidianas en el barrio no “sobresalir” por sobre el resto de los
residentes.
El caso de las travestis difiere en varios aspectos, siendo el pri-
mero a destacar el hecho de que su estigma sea directamente per-
ceptible y muy sancionado. Inundando de inmediato los círculos de
relaciones interpersonales más cercanos (en particular su familia),
de ahí que muy a menudo ellas decidan vivir solas o en compañía
de otras travestis. Mientras que las mujeres, al tratarse de un
estigma “discreto” que, al poder gestionarse posibilita mantener
relaciones sociales heterogéneas; las travestis, poseen un estigma,
una “marca” que es incontestablemente visible. En relación con un
miembro “común” de la sociedad, las redes de sociabilidad de las
travestis son, en calidad y cantidad, considerablemente menores,
y muchas veces las relaciones se restringen a los distintos actores
del mundo de la prostitución: las mismas compañeras, sus clientes,
los ladrones, la policía.
Se desprende de los relatos anteriores que tanto las mujeres
como las travestis no sólo son conscientes de estas percepciones,
sanciones sociales que caen sobre ellas asociadas al carácter
“sexual” del trabajo, sino que sus vidas e interacciones cotidianas
suelen verse afectadas por ellas. El barrio aparece atravesado
por redes de intercambio y circulación de información integradas
por los vecinos, kiosqueros, dueños de almacenes, a partir de las
cuales se construyen estereotipos: “los jóvenes de la esquina”, “los
vagos”, “las putitas” “los trabas”. Numerosas micro-situaciones,
que se referencian en el barrio, dan lugar a procesos de etiqueta-
miento y clasificación de grupos a partir de atributos que carecen
de legitimidad y reconocimiento social; que en el caso que nos
atañe, estarían articulando las características sexuales del tra-
bajo (sobre todo en el caso de las mujeres) y la puesta en escena
de performances corporales “anómalas y desviadas” (en el caso de
las travestis) con sentimientos de “vergüenza” o “sensaciones de
rechazo y discriminación”.
“Nos re-basurean, yo me llamo María Eugenia: ¿cómo?, vos te llamas
Cacho, y esa es la primera. Y si te ven con un tipo de la mano ya empiezan
a reírse, a burlarse, y ‘gato’ y te dicen de todo.” (M. Eugenia, travesti).

128 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


Frente a la pregunta si se sentía discriminada en el barrio
Mayra responde:
“Sí, sí, pero no me doy por aludida, te dicen ‘puto’, te dicen de todo, te
miran… yo voy en la mía… te dicen ‘eh Maradona… vamos a jugar un
picadito, necesitamos un arquero ahí…’” (Mayra, travesti).
En efecto, lo primero que se escucha al dialogar con las travestis
es un discurso signado por la estigmatización en el barrio, una
supuesta exclusión de la vida barrial que llevaría a pensar en una
ausencia total de relaciones. El análisis de las prácticas y de las
negociaciones cotidianas entre los actores muestra una realidad
distinta. Unas y otros conviven cotidianamente en el barrio.
“Yo voy a un almacén y ‘¿qué va a llevar señora?’, mientras pague… pero si
necesito algo dicen ‘no, no puedo’, pero después el comentario ‘mirá este
puto de mierda, quería fiado’, y si me choca un auto, me tira culo para
arriba, ‘ay pobre mujer, pobre chica’… después empiezan cuando se dan
cuenta lo que soy y todos se van riendo ‘era un puto, era un puto’, ni una
ambulancia llaman.” (Dana, travesti).
Las relaciones con el vecindario, si bien están marcadas por la
discriminación ante la percepción cotidiana del estigma, son en
algún punto ambiguas: no tienen necesariamente tanto carácter
opresor como las vividas en la familia o en la escuela. Probable-
mente ello se relacione con el hecho de verlas todos los días, esto es,
que la cotidianidad de los contactos (por las calles, en los kioskos o
los almacenes) le quite “agresividad” a una performance corporal
distinta.
“Mayormente hablo con el señor del almacén de la esquina que te conocen
de toda la vida porque si no sos así, que no te conocen, al travesti no se le
habla.” (Dana, travesti).
No obstante, ellas saben que en realidad los vecinos les dispen-
san “tolerancia”, es decir, que el buen trato tiene un plazo fijo, podrá
durar hasta tanto ellas se comporten y sigan comportándose bien,
hasta tanto sigan haciendo lo imposible para ser “discretas”. En
ese sentido, “si la tolerancia implica el respeto de la libertad del
otro, de sus maneras de pensar y de vivir, ella significa al mismo
tiempo admitir la presencia del otro a regañadientes, la necesidad
de soportarlo o dejarlo, sencillamente, subsistir. La tolerancia no
equivale pues a la aceptación ni al reconocimiento social.” (Pecheny,
2001: 6). Las relaciones de este grupo de travestis con su entorno

MARÍA LAURA RAFFO 129


barrial están atravesadas por fuertes tensiones, que no se dejarían
englobar en un juicio simplista de exclusión barrial sino en un
complejo entramado de múltiples negociaciones que van desde el
distanciamiento hasta la obtención de beneficios compartidos.
Otro aspecto que diferencia al grupo travesti del grupo de
mujeres en relación al estigma, está relacionado con la vinculación
directa de la identidad travesti con la prostitución. La asimilación
entre ser travesti y ser prostituta, aspecto que no se encuentra
en el grupo de mujeres, instala una serie de consecuencias que
son importantes de remarcar. Por lo que aun cuando no ejercen
la prostitución son “vistas” como prostitutas. En ese sentido, son
detenidas por la policía aun cuando no están trabajando en la
calle. Si bien es obvio que, lógicamente, la identidad travesti y la
prostitución son cosas completamente distintas, también es cierto
que según el contexto cultural, las dificultosas oportunidades de
supervivencia de estos actores han demostrado que tal asociación
tampoco fue del todo arbitraria y causal. Las travestis, en situación
de prostitución o no, serán detenidas por la policía o, a riesgo de
ello, deberán recurrir al pago ilegal de una cantidad de dinero. En
la práctica policial, travestismo y ejercicio de la prostitución son
una sola cosa. En ese sentido, el delito que les concierne ya no será
el de ser prostitutas sino travestis.
Haciendo referencia a la policía:
“Te ven comprando, te ven caminando, te llevan.” (Daniela, Grupo
Focal).
“Porque las mujeres están en la parada y si viene el policía me corre a mí,
ellas pueden ser unas señoras con chicos. Nosotros estamos las mujeres de
este lado y allá nosotros y ellos van a las travestis. Nosotros somos la que
más la ligamos, nosotros vamos a la cárcel, nos cagan a palos, nos hacen
la maldad, nos roban la plata.” (Mariela, Grupo Focal).
“Al travesti lo definen degenerado, asqueroso, mal visto y que lo definen
último: trabajador de la calle.” (Daniela, Grupo Focal).
Para concluir, cabe destacar, que aun quienes sufren los procesos
de estigmatización y discriminación son muchas veces también sus
agentes activos. Lo que denominamos “prostitución” no se presenta
para las mujeres y travestis de manera unificada ni indiferenciada
sino que, por el contrario, vista desde adentro, surgen matices,
sensibilidad a las diferencias y modestas señales que articulan
minuciosas prácticas de distinción. En la realización del Grupo
Focal, se hicieron evidentes las estrategias de diferenciación que

130 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


se escenificaron en la forma que adoptaron las mujeres para “nomi-
nar”29 a las travestis, recurriendo constantemente a la utilización
de términos masculinos30.
Pudimos comprobar que cuando los grupos de mujeres y travestis
discriminados a su vez discriminan ponen, en marcha estrategias
de defensa: desvalorizar a los otros –particularmente a quienes
comparten la propia situación social– es una manera de afirmar
imaginariamente que la propia “cotización” mejora en un mercado
invisible pero existente de valores y prestigios relativos (reivindicar
su condición de mujeres, sus tarifas más altas, etc.). Admitir que se
es discriminado, estigmatizado significa, en cierto modo, aceptar
que hay algo malo en uno, por lo menos para la mirada ajena. Por lo
cual se ponen en funcionamiento estrategias de desplazamiento del
estigma: los discriminados discriminan. Las formas que asumen
estas acciones/prácticas son las de definir y constituir a un “otro”,
utilizando muchas veces terminologías que asumen características
estigmatizantes, tornándose discriminadores respecto de otros
grupos sociales supuestamente menos favorecidos.
Frente a la pregunta de si participan en alguna actividad del
barrio:
“Hay una asamblea barrial un martes, y mi vecina no me dice cuándo es
la asamblea barrial, no sé, yo me entero por otro lado que es el martes. Se
quejan de la luz y yo me quejo de que el basurero no me levanta la basura.
Yo me levanté a la mañana y tengo la basura afuera. Voy y le digo por qué
no me invitan a mí a la asamblea barrial, si yo soy de acá del barrio, nací en
el barrio, no soy un inquilino. A mí me da bronca, este es otro tema, está
lleno de paraguayos mi barrio, puto sí pero argentino, vos sos paraguayo.”
(Mariela, Grupo Focal).

29 Las nominaciones descalificadoras a las que apelan, ya sea los vecinos, policías
y las mismas mujeres, se constituyen en formas de nominar pero también
de establecer separaciones y de inferiorizar a los “otros”. Las estrategias
de delimitación se llevan a cabo mediante una desvalorización lingüística
referida a prácticas, conductas y gustos de aquellos a quienes se percibe como
diferentes o amenazantes. La importancia de la acción de nominar cobra en
estos casos una dimensión tangible, ya que el acto (aparentemente falto de
sentido) de decir una cosa u otra (en este caso un nombre femenino o mas-
culino) es precisamente el límite que, según la percepción de las travestis,
marca la diferencia entre la discriminación o el reconocimiento hacia el otro.
La ambivalencia en la utilización de simples términos como “el” o “la” abarca
las distintas instancias de la vida familiar, educacional, laboral y social del
grupo de travestis estudiado.
30 Ejemplos de esas afirmaciones: “Y los peores son ellos, los que más riesgos
corren son ellos.” (Viviana, Grupo Focal) “Ellos tienen mucha más persecuta
que nosotras las mujeres. Y así como nosotras mujeres, peores son ellos, porque
la que más feo la llevan son ellos.” (Miriam, Grupo Focal).

MARÍA LAURA RAFFO 131


Sin embargo, frente al estigma no advertimos estrategias
identitarias de contestación del estigma en ninguno de los dos
grupos. Se manifiestan en algunos casos formas individuales de
resistencia pero que no llegan a organizarse de forma colectiva.
Puede notarse, en los testimonios transcriptos más arriba, un
ambiguo grado de percepción de los derechos ciudadanos y una
escasa (casi nula) organización colectiva31 para protegerse de las
arbitrariedades de la policía y de quienes tanto se le parecen: los
ladrones. En paralelo a la adversa valoración social de las personas
o los grupos que tienen características distintivas, algunos de ellos
se han organizado y reclamado integración, manifestando que,
justamente aquello que la sociedad rechaza es para ellos fuente de
derechos y reconocimiento. En el caso estudiado, no se observan
estrategias colectivas que tiendan a transformar “el estigma en
emblema” (Margulis, 1999:149).

La vida en el barrio
Nuestro estudio de caso fue llevado a cabo en un barrio con alta
concentración de pobreza en el Sur del Gran Buenos Aires, en el
partido de Florencio Varela. Florencio Varela pertenece al Gran
Buenos Aires y forma parte del segundo anillo del Conurbano, a 25
km al sur de la Capital Federal. La localidad de Florencio Varela
se caracteriza por la baja densidad de población y la homogeneidad
en su composición social, con absoluto predominio de los sectores
pobres, siendo el municipio con el índice de pobreza más alto en el
Conurbano bonaerense (Saravi, 2004). Al respecto, en nuestro tra-
bajo nos interesa indagar los procesos sociales que se desenvuelven
al interior de ciertos “espacios/territorios de relegación” (espacios
en los que las privaciones se acumulan y refuerzan), caracterizados

31 En ese sentido, cabe destacar que la situación del grupo estudiado difiere
sustancialmente de las experiencias recolectadas por Josefina Fernández
(2004), las cuales se centran en el estudio del “travestismo organizado” en
la Ciudad de Buenos Aires, reconstruyendo las luchas que desplegó este
colectivo en pos de cierta visibilidad social y de la conquista de derechos. La
experiencia de las travestis organizadas les ha permitido transformar su
autoimagen y desplegar la posibilidad de una identidad construida fuera del
mundo del ejercicio de la prostitución como medio de sustento y escenificación
de sí mismas, impugnando la violencia simbólica e interpelando aquellos
esquemas dominantes que las han conducido a auto percibirse y apreciarse
según una imagen desvalorizada.

132 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


por altos niveles de desempleo, subocupación y progresiva desco-
nexión del mercado laboral (Auyero, 2001:46). Los mismos serán
examinados como el telón de fondo sobre el que se inscriben las
prácticas, trayectorias y representaciones del grupo de mujeres y
travestis en situación de prostitución bajo estudio.
Desde Retiro, en la Ciudad de Buenos Aires, lleva dos horas y
un colectivo y tren para llegar al Barrio Chacabuco, localizado a 20
cuadras de la Estación Florencio Varela, en el Gran Buenos Aires.
Ahí donde termina el asfalto comienza el barrio, con calles de tierra
y casas humildes, de material algunas, de chapas otras. Cada casa
generalmente está rodeada por un jardín, no se encuentran distri-
buidas en el terreno unas sobre las otras, ni se observan pasillos
estrechos y zigzagueantes. Aun en medio de una absoluta preca-
riedad, puede observarse que en el barrio muchas de las viviendas
se parecen más a una casa que a la casilla de una villa32.
Las mujeres y travestis que entrevistamos pasan gran parte
del tiempo en sus barrios, siendo el escenario cotidiano de sus
acciones. Es donde sus hijos van a la escuela, donde realizan las
compras diarias, es donde a veces trabajan, donde se cruzan con
sus potenciales “clientes”. Allí tienen sus familias, amigos y veci-
nos. En la descripción del barrio33 que realizan los entrevistados
se dejan entrever valoraciones y percepciones que muestran que el
barrio no es meramente el espacio donde se reside. El barrio como
espacio de relación e interacción social, representa el lugar donde
tienen lugar los encuentros, interacciones y relaciones sociales
locales. Sin embargo, las características que asumen estas prác-
ticas sociales dependerán de varios factores: el clima –de seguri-
dad o inseguridad, violencia o amistad, reconocimiento mutuo o
indiferencia– que predomine moldeará las características de las
interacciones y relaciones que se construyen en estos espacios

32 Sobre un estudio pormenorizado de las diferencias entre asentamientos, villas


y barrios populares, véase Merklen (1991).
33 El espacio urbano, no es un mero ámbito físico despojado de significación. La
idea de espacio urbano hace referencia no sólo al terreno, en tanto soporte
físico de la vivienda, sino también a un significado social, en el sentido de
que el lugar en el que se vive implica un conjunto de relaciones sociales y no
otros. Y finalmente, posee un significado cultural, ya que es tan importante
el tipo de vivienda como el barrio y la ciudad, en la construcción de la iden-
tidad urbana. Es decir, la vivienda se localiza en un punto de la ciudad, sus
habitantes se piensan en un barrio, con determinado tipo de interacciones,
en vecindad con unos y sin la presencia de otros. Para una descripción en
profundidad sobre el tema, véase Merklen (1997).

MARÍA LAURA RAFFO 133


locales. Sin embargo, ya sea que estas relaciones se basen en la
cooperación o en el conflicto y las interacciones se sustenten en
la amistad o en la indiferencia recíproca, el barrio constituye un
espacio de prácticas sociales, cercano e inmediato, a partir de lo
cual asume una particular relevancia en las experiencias y condi-
ciones de vida de quienes participan en él. Las prácticas sociales
que allí se generan pueden constituir la base para desarrollar
acciones colectivas, para el intercambio de bienes, información y
otros recursos, para efectuar contactos, para generar y mantener
determinadas normas sociales y jerarquías. El barrio puede ser
una fuente importante de capital social, cultural, pero también
puede ser fuente de estigma, de no-reconocimiento, de conflicto,
de aislamiento y segregación.
La transformación de la vida del barrio en la última década
asume características específicas: los vínculos que solían unir a
los residentes de este barrio con el funcionamiento del resto de la
sociedad mediante su participación en el mercado de trabajo y en
el sistema educativo se han deteriorado drásticamente. Los proce-
sos anteriormente mencionados de desestructuración del mercado
de trabajo impactan fuertemente en estos espacios en donde los
desempleados y subempleados se concentran en mayores propor-
ciones. Los relatos dejan entrever una situación generalizada en
el barrio de ausencia de trabajo (estas apreciaciones tienen como
referencia un pasado no muy lejano, caracterizado por una mayor
propensión a la obtención de empleos), en la cual se hacen palpables
las dificultades laborales, no sólo de las mujeres y travestis, sino
también de sus vecinos, familiares e hijos.
“Yo creo que nadie está mejor ahora. Antes por lo menos uno, qué sé yo…
había trabajo. Vos te ibas a trabajar cama adentro, por hora o por lo que
sea, vos salías y conseguías. Y ahora no consigue ni la mujer ni el hombre.
En este momento, o sea uno sale a la calle y te encontrás con todo con la
misma situación. Ehhh salís en la calle y bueno… que me pasa esto, que me
pasa aquello, que no tengo trabajo. Estamos todos en la misma situación.”
(Mercedes, mujer).
Quizás sea Dana quien mejor caracterice el “paisaje” de buena
parte de la vida diaria en el barrio: la sensación de que la violen-
cia, la inseguridad y la desconfianza se transforman en un evento
cotidiano e inevitable, la ausencia de servicios urbanos, que se
traducen en el reclamo de mayor iluminación, de asfalto, de medios
de transporte. La imagen preponderante es la del barrio como

134 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


una especie de isla dentro de la ciudad, es la de estar socialmente
aislados.
“El otro día sentada en la esquina de mi casa con una amiga, mirábamos el
barrio a la noche, que estamos como treinta años atrás, prácticamente en
el barro, porque no completaron el asfalto, la luz, de terror, deprimente…,
moneda corriente… vivimos ya un caos, una desconfianza entre unos y
otros… un miedo, una psicosis total. (…) Si no hay una ambulancia cuando
necesitás una emergencia a un familiar, mi madre sin ir mas lejos un día
llamó al 107, no vienen, el otro día se cayó un señor en la vereda no se sabe
si estaba vivo, si estaba muerto, se cayó de la bicicleta, llamé al comando
radioeléctrico… y no vinieron, llame a las doce de la noche, a las dos de
la mañana… ni vinieron.” (Dana, travesti).
Los relatos dan a entender que ha habido una transformación
de la vida del barrio, que en un pasado no muy remoto algo “era
distinto” y donde la cuestión de la inseguridad en la actualidad se
torna prioritaria.
“De día y de noche roban. A mi vecina sin ir más lejos le entraron a la
casa, le robaron. Le robaron todo y no una vez. Le robaron tres veces. Y
uno va sabiendo quiénes son los pibes, va y le hace la denuncia pero los
policías como que… dice bueno quédese tranquila y de ahí te dejaron…
volvé a tu casa. Y quedo ahí. Estás indignada con todo, con la policía, con
lo político, con todo. Está terrible, la calle está terrible. Antes uno salía
y salía con todo una seguridad, ahora no. Te da miedo de salir a la calle.
Antes yo salía, ponele me iba a la casa de mi hermana, ahora no. Ahora
no quiero salir. Si no salgo con mi hija o mi hijo, vamos y venimos juntos.
Pero la casa no la dejo sola nunca. Dejo a alguien siempre en mi casa.”
(Mercedes, mujer).
Los relatos ilustran la sensación de temor e inseguridad entre
los vecinos, que permea toda la atmósfera de la vida en el barrio
e impacta en las rutinas básicas, como no dejar la casa sola. La
mayoría de las entrevistadas, tanto mujeres como travestis, han
experimentado situaciones de robo en sus propias casas y dan
cuenta de la presencia en el barrio de grupos de jóvenes que cobran
“peaje” para circular por determinadas esquinas. El peaje, su forma
más habitual, es la de un grupo de jóvenes que bloquea un área de
pasaje obligado en la vía pública y exige a los transeúntes dinero
para dejarlos pasar.
El clima de inseguridad que domina la experiencia diaria y las
rutinas de la mayoría de los habitantes de este barrio proviene no
sólo de otros habitantes (no sólo los jóvenes que cobran peajes), sino

MARÍA LAURA RAFFO 135


también de la violencia estatal que se hace presente en la figura
de la policía. En el barrio, según las entrevistadas, se observa
una mayor presencia policial por aumento de la delincuencia, sin
embargo su existencia no brinda seguridad a los residentes del
barrio. La mirada desconfiada hacia la policía reside en la supo-
sición de que “trabajan con ellos (chorros-ladrones) y de que no
hacen su trabajo. Ellos saben quiénes son y no hacen nada” 34. Las
relaciones sociales microsociales que se dan en el espacio del barrio
pierden previsibilidad, quebrándose ciertas certidumbres. En un
sentido más general, estos procesos hacen que no se sepa qué se
puede prever, qué se puede esperar del “otro”: ni de la policía, ni
de los propios vecinos.
En este sentido, los relatos de las mujeres entrevistadas dejan
entrever que en la actualidad ya no salen del barrio en busca de
trabajo, sino que hacen de él su territorio de acción, de búsqueda.
Es allí donde encuentran recursos, contactos para vivir o sobrevivir.
Cabe destacar, para el caso de las mujeres, que los efectos y conse-
cuencias de los procesos de marginalidad laboral se tradujeron en
la imposibilidad de traspasar los límites del barrio. Si en el pasado,
con ingresos suficientes, realizaban desplazamientos generales por
fuera del barrio de residencia, en la actualidad los mismos se han
reducido producto de situaciones de creciente contracción monetaria
y por la falta de trabajo. Situación que las obliga a buscar opor-
tunidades laborales dentro del ámbito barrial. En el caso de las
travestis, el proceso parece adoptar un sentido contrario: siempre
estuvieron en el barrio, haciendo coincidir “lugar de residencia” y
“lugar de trabajo” y haciendo visible la ausencia de oportunidades
de traspasar los límites barriales.
En la actualidad el barrio se constituye en un ámbito de reali-
zación de un heterogéneo conjunto de actividades económicas, en
tanto espacio económico vital para la reproducción material de
ambos grupos. En este sentido, en el contexto de pobreza extrema
en que desarrollan sus recorridos, las mujeres y travestis entre-
vistadas, saben que la búsqueda de oportunidades laborales se
circunscribe a los límites del barrio. Todo podrá conseguirse (o no),
pero siempre en el barrio35.

34 Entrevista a Mercedes, mujer.


35 Estos fenómenos ponen en evidencia condiciones de creciente segregación
espacial y la crisis de las oportunidades de movilidad social para estos grupos.
Véase Katzman (2005) y Arraigada (2004).

136 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


El barrio aparecería como un espacio de repliegue, de refugio
tanto para las mujeres como para las travestis. Mientras para las
mujeres el barrio se constituye en el espacio de búsqueda donde, a
partir de la gestión “discreta” del estigma, intentarán reinsertarse
en un “trabajo normal”, accederán a planes sociales, a pensiones
del Estado; para las travestis, el barrio es el espacio en el cual
sobreviven, donde es posible encontrar “los clientes” a la vuelta de
la esquina. Convirtiéndose en un espacio de refugio y contención
frente a la imposibilidad de acceder al mundo nocturno del espec-
táculo urbano debido a que no han podido acondicionar sus cuerpos
para competir en el mismo y no teniendo otra salida laboral que la
“baja prostitución” en las áreas marginales cercanas a sus lugares
de residencia.
El barrio es posiblemente uno de los pocos ámbitos donde queda
algún sentimiento de pertenencia comunitaria, pero también donde
se sufren el estigma y la sensación de exclusión y abandono. De esta
forma, las dos caras del barrio se hacen presentes en los recorri-
dos cotidianos de mujeres y travestis en situación de prostitución.
En ese sentido, podríamos concluir que alrededor del barrio se
aglutinan significados y prácticas sostenidos por los distintos acto-
res sociales bajo estudio, que referencian parte de su vida social en
él: como espacio de la reproducción social material, como referente
de identidades sociales distintivas. Pero también el barrio36 es, o
parece ser un indicador de los procesos de segregación en el uso del
espacio urbano. Los casos estudiados quedan “marginados en la
periferia del sistema”, tanto en lo económico-laboral (indicador de
quienes quedan fuera del sistema formal de empleo y de sus cober-
turas sociales), en lo político, y en lo espacial-urbano (que apunta
a quienes quedan al margen del derecho al uso digno de la ciudad
y sus servicios, por el lugar que habitan: el barrio pobre).

36 Estos barrios, que desde un punto de vista externo parecen ser comunidades
cerradas y autocontenidas con reglas propias y autónomas, están más integra-
dos al resto de la sociedad de lo que a primera vista parece. En ese sentido,
los grupos estudiados no son distintos del resto de la sociedad, participan
de ella, compartiendo representaciones, valores y normas de los cuales no
pueden escapar. Si bien pareciera cristalizarse un proceso de aislamiento
y desconexión, cabe destacar que las trayectorias y condiciones de vida y
trabajo de los grupos estudiados no dejan de formar parte de la sociedad más
general.

MARÍA LAURA RAFFO 137


Consideraciones finales
El presente artículo ha querido evidenciar un conjunto de
reflexiones sobre las condiciones de vida y de trabajo de un grupo
de mujeres y travestis en situación de prostitución y pobreza en el
Sur del Conurbano Bonaerense, en el partido de Florencio Varela.
El objetivo del mismo fue visibilizar y producir información sobre
el conjunto de comportamientos específicos que ensayan este grupo
de mujeres y travestis en situación de prostitución –que no logran
una inserción estable en la estructura productiva– para lograr
“sobrevivir” en un espacio territorial determinado.
Estas condiciones remiten a fenómenos más generales afi-
nes (relacionados) con el avance de los procesos de pobreza y
marginalización que se fueron produciendo en la Argentina, y que
están interrelacionados con las profundas transformaciones en
las últimas décadas en la estructura social de nuestro país. Este
contexto compone y configura el escenario sobre el que se recortan
las múltiples formas que asumen las prácticas laborales de los
miembros de los sectores populares, y que constituyen verdaderos
“refugios” para la sobrevivencia en un mercado de trabajo cada vez
más complejo, y en un marcado proceso de descomposición de las
relaciones desarrolladas en función del trabajo asalariado estable.
Nuestro trabajo ha asumido el estudio de estas experiencias en
función de la descripción de las trayectorias laborales del grupo de
mujeres y travestis, los procesos de estigmatización derivados de
la actividad que realizan y la significancia que adquiere el barrio
en los procesos de marginalidad laboral.
Las experiencias laborales de ambos grupos parecen signadas
por la inestabilidad y la ausencia de los elementos tradicionales
asociados al trabajo. En efecto, para ambos grupos se trata, por
lo general, de experiencias laborales desprovistas del contenido
socializador que se atribuyó tradicionalmente al trabajo. La ausen-
cia de experiencia de una socialización laboral previa según los
parámetros del sector formal, arraigada a los sentimientos de
respeto y dignidad tradicionalmente asociados al trabajo y a un
contexto de pobreza, facilitan la inserción en la actividad pros-
tibular37. En esta configuración la prostitución se constituye en

37 De ningún modo sostenemos que la crisis del trabajo se constituye en la causa


exclusiva del ingreso a la prostitución. Es posible abordar el tema teniendo
en cuenta otras variables de un fenómeno multicausal.

138 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


un evento transitorio/momentáneo para el caso de las mujeres,
y definitivo y duradero para las travestis. En relación a sus vin-
culaciones con el mundo del trabajo, lo primero más evidente es
la escasez de oportunidades laborales en general y en particular
para mujeres con baja calificación. Y lo segundo, las dificultades
que experimentan/encuentran los sujetos cuya orientación sexual
diversa constituye la (sin) razón de ominosas marginaciones (que
no sólo se hacen presentes cuando se intenta acceder al mercado,
sino cuando se presenta el momento de enfrentar a la familia, de
ingresar a la escuela, acceder a la salud).
Una vez definidas las características específicas que asumen
ambos grupos con respecto a la prostitución, nos centramos en los
procesos de estigmatización derivados de la actividad que realizan
en distintos espacios sociales, identificando qué consecuencias
pueden derivarse de la posesión del estigma “trabajadora sexual”
en un contexto de pobreza tanto para el grupo de mujeres como
para el grupo de travestis. En este sentido, una evidencia impor-
tante de destacar son las capacidades diferenciales de gestión del
estigma en ambos grupos. Mientras para las mujeres el origen
del estigma está relacionado con la actividad que realizan/ban, y
la no evidencia del mismo les permite poner en juego estrategias
de encubrimiento, para las travestis, se configura en un estigma
permanente con dificultad para su gestión, debido a que inunda
todos sus ámbitos sociales en los cuales transcurren sus recorridos.
La nula posibilidad de gestionar el estigma visible, se percibe en la
dificultad para realizar prácticas cotidianas, como por ejemplo la
posibilidad de caminar por la calle, subirse a un colectivo, sentarse
en un bar, donde siempre están expuestas a la mirada pública
(heterosexual), volviéndose candidatas fijas a agresiones verbales
y físicas. A diferencia de las mujeres en situación de prostitución,
las travestis no tienen opción en cuanto a la visibilidad, la sola
presencia de esos cuerpos, inmediatamente perceptible por los
“otros”, hace que las estrategias de gestión de la diferencia sean
limitadas. Es decir, la adopción de una apariencia femenina cuando
biológicamente se es hombre, es “desde ya” objeto de sanción y
esto, por cierto, trae consigo consecuencias inexorables en la con-
figuración de sus itinerarios cotidianos, familiares, educacionales,
laborales y sociales.
Por último, en relación con el espacio barrial, no es sólo donde
se reside sino que adquiere una importancia vital como lugar

MARÍA LAURA RAFFO 139


desde donde reproducir la existencia a partir del ejercicio de la
prostitución o como espacio donde conseguir fuentes de recursos:
como comedores comunitarios, changas, o planes. El espacio barrial
asume una función polivalente, en el sentido de que se convierte en
un espacio de “refugio” y de “repliegue”, donde los desplazamientos
por fuera del barrio, ya sean para obtener trabajo/contactos extra-
barriales se encuentran limitados.
La conjunción de estos factores ligados a su actual condición
laboral reduce sus oportunidades de movilidad social a un círculo
territorial muy pequeño que no pueden trascender, pudiendo apa-
recer las historias de estas trabajadoras como una clase más de
“confinamiento territorial” de la pobreza. Uno de los elementos
primordiales que se desprenden de las evidencias recolectadas
–y que cabe destacar– es que las prácticas de subsistencia que
llevan a cabo estos grupos se encuentran cada vez más localiza-
das territorialmente y cada vez más desvinculadas del mercado
de trabajo.
Si bien están lejos de ser concluyentes, los resultados de este
ejercicio sugieren la conveniencia de investigar más a fondo la rela-
ción sobre dos procesos que parecen estar afectando a este grupo
en particular: el debilitamiento de los vínculos de los trabajadores
menos calificados con el mercado de trabajo urbano y la creciente
concentración de esos grupos en barrios con alta densidad de
pobreza. Creemos que un análisis38 de este tipo permitiría compren-
der algunas de las consecuencias sociales de las crecientes desigual-
dades socioeconómicas y simbólicas, y los mecanismos que nutren,
sostienen y reproducen la pobreza urbana contemporánea.

38 En este sentido, habría que profundizar los estudios que exploren los efectos
del entorno social de los lugares de residencia sobre las oportunidades locales
de trabajo, las posibilidades de acumulación de capital social y los procesos
de estigmatización en juego. Ambas circunstancias confluyen en ubicar a
estos grupos en una situación aun más desventajosa respecto al resto de la
sociedad, dificultando enormemente la posibilidad de salir de la pobreza en
la que están inmersos.

140 III. EL TRABAJO SEXUAL EN UN CONTEXTO DE MARGINALIDAD LABORAL


IV.

De esquinas y rebusques

Los jóvenes limpiavidrios de un barrio


de la Ciudad de Buenos Aires1

Esteban Bogani y María Florencia Graziano2

Presentación del tema y planteo del problema

H oy en día simplemente basta con transitar la ciudad para


encontrarse con personas recolectando residuos, vendiendo
golosinas en las esquinas o mendigando en transportes públicos,
entre otras cuestiones. Estos viejos y nuevos oficios relativos a los
pobres invitan a la reflexión sobre si dichos sujetos expresan una
continuidad de formas marginales de más larga data o si, por el
contrario, se trata de nuevos desplazados o, en su defecto, de exclui-
dos sociales. Hay en torno a ello un debate, y éste adquiere un claro
sentido, luego de la crisis de 2001, a propósito del crecimiento de
estos grupos sociales.
En un contexto en el que los “rebusques”, se presentan como
una manifestación concreta de esos modos de sobrevivencia, este
artículo se detiene en el análisis de un segmento específico de
este sector de la población. En particular, se trata de los jóvenes
que limpian los parabrisas de los automóviles en las calles de la
Ciudad de Buenos Aires.
En este artículo se procura, entonces, entender y descifrar las
condiciones de existencia material de dichos jóvenes, sus ingresos
y trayectorias laborales, sus vínculos con otros actores y sus pers-
pectivas a futuro. Para ello recupera las propias voces y miradas de

1 La versión que aquí se publica –con algunas modificaciones– fue publicada


bajo el mismo título en el Informe de Coyuntura Laboral Laboratorio, publica-
ción del Programa Cambio Estructural y Desigualdad Social. Año 7, Número
17/18, Invierno/ Primavera 2005, Instituto de Investigaciones Gino Germani,
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
2 Esta investigación contó, para la realización del trabajo de campo, con la
colaboración de Claudia López Barros.

141
este grupo de jóvenes debido a que son de interés, en este sentido,
las derivaciones objetivas y simbólicas que imponen estos modos
de sobrevivencia sobre el “mundo de vida” de los propios sujetos
(Schütz y Luckmann, 1974).
De acuerdo a lo anterior resulta de interés responder los siguien-
tes interrogantes: ¿Cómo emergen y se reproducen, cómo sobrevi-
ven, estos sectores que realizan actividades improductivas desde el
punto de vista del proceso de acumulación? ¿Cuáles son las condi-
ciones de vida y las estrategias de supervivencia de este conjunto
de sujetos que construye su realidad social sin los parámetros del
sector formal? ¿Qué efectos ocasionan estas restricciones materia-
les sobre sus representaciones y sus prácticas ciudadanas? ¿Cómo
son interpelados por los medios de comunicación y la opinión
pública? ¿En qué medida a partir de ello se sienten parte de “un
todo” social?
La posibilidad de recuperar las perspectivas y vivencias de los
propios actores, permite avanzar en la caracterización de su situa-
ción social y laboral y en la comprensión de las representaciones y
valoraciones que tienen de su trabajo, de sus condiciones de vida y de
las relaciones sociales que sostienen con otros actores sociales.
Este artículo está organizado del siguiente modo; en el primer
apartado, se precisan algunos aspectos vinculados a la metodología
utilizada para recabar información sobre los jóvenes limpiavidrios.
En segundo lugar, se introduce un panorama respecto de cómo es
visualizado, y en consecuencia tratado, este sector de la pobla-
ción por los medios gráficos de comunicación y, en particular, el
Estado. En el tercer punto, se enumeran los hallazgos surgidos
como producto del contacto e intercambio con estos jóvenes. Para
concluir, se efectúan algunos comentarios sobre este grupo social
y su vinculación con el resto de la sociedad.

Metodología
En este apartado se describe sucintamente el abordaje metodológico
llevado a cabo con el propósito de atender a los interrogantes que
dieron origen a este estudio sobre “limpiavidrios”.
Hay que considerar, ante todo, que el segmento socio-ocupacio-
nal de los limpiavidrios comparte con otros (mendigos, cartone-
ros, etc.) la particularidad de constituir un universo difícilmente
identificable y, por tanto, reconstruible en términos de cantidad de

142 IV. DE ESQUINAS Y REBUSQUES


integrantes y localización de los mismos. En este sentido, surgió
como una primera incógnita saber cuántos son los limpiavidrios
en la ciudad de Buenos Aires. En el orden de las respuestas se
encuentran solamente aproximaciones nada rigurosas, producto
del tratamiento periodístico de esta cuestión3. Esto supuso enton-
ces la necesidad de adecuar la estrategia de intervención a la
naturaleza del fenómeno. Este tipo de actividad se caracteriza
por la alternancia de “paradas” y horarios que llevan a cabo los
jóvenes limpiavidrios4. Por lo que se optó por conocer esta forma de
“sobrevivencia laboral” a partir del estudio de algunos integrantes
de este grupo social, contactándolos en su lugar de trabajo.
De lo anterior se desprende que el conjunto de los entrevistados
no constituye una muestra representativa del universo y, por lo
tanto, las afirmaciones sostenidas en este artículo están acotadas
a las personas entrevistadas no pudiéndose generalizar al conjunto
de los limpiavidrios. En vistas de esta situación, se decidió utilizar
distintas técnicas cualitativas de investigación, a saber, entrevis-
tas individuales, grupo focal y observación no participante. Esto
supuso en cada caso la elaboración de las correspondientes guías
de pautas que facilitaron y ordenaron, en un primer momento, el
trabajo de campo y, posteriormente, el análisis de la información
en gabinete.
En primer lugar, se realizaron las entrevistas. En total fueron
cinco, cuatro de ellas se llevaron a cabo en una misma “parada” y
la quinta en otra con el propósito que funcione a modo de “control”
respecto de las primeras cuatro. Estas dos paradas están ubicadas
en la ciudad de Buenos Aires.
En paralelo a las entrevistas se llevó a cabo la observación. Esta
tenía como objeto describir el modo de organización laboral de la
limpieza de vidrios y las estrategias de ofrecimiento del servicio.
En especial, a partir del uso de esta técnica, se pudieron conocer
aspectos complementarios a los relevados en las entrevistas.

3 Antes de la crisis de finales de 2001, se contabilizaban cerca de 200 en la


ciudad de Buenos Aires (Clarín, 13 de setiembre de 1998). En un informe de
la CONAETI-UNICEF se menciona que sólo en la Ciudad de Buenos Aires
existen aproximadamente 3.500 menores trabajando en la calle, de los cuales
cerca del 49% se dedica a la mendicidad, de la que una forma es la limpieza
de parabrisas (La Nación, 9 Mayo 2004).
4 Parada es la manera en que los jóvenes entrevistados designan al semáforo
o grupo de éstos en los que trabajan habitualmente.

ESTEBAN BOGANI Y MARÍA FLORENCIA GRAZIANO 143


Por último, se llevó a cabo un Grupo Focal en el que participa-
ron seis personas que –aunque pertenecían también a la primer
“parada”– no habían sido entrevistadas con anterioridad. De esta
manera, ascendió a once el número de personas con las que se inte-
ractuó en el trabajo de campo. Por causa de las circunstancias en
que se llevó a cabo –la mesa de un bar cercano al lugar de trabajo
de los limpiavidrios– este Grupo Focal asumió en determinados
momentos características propias de una entrevista grupal y en
otros permitió cierta dinámica propia de la técnica5.

Visualización y tratamiento del fenómeno


“limpiavidrios”
Luego de la crisis de finales de 2001 el fenómeno de los
“limpiavidrios”, al igual que el de los cartoneros, tomó una mayor
notoriedad pública al verse las calles “inundadas” de grupos de
marginales en su mayoría provenientes del Gran Buenos Aires,
quienes, estaban tras la búsqueda de algún ingreso6.
En ese entonces la entrada en escena de los “limpiavidrios” fue
acompañada, al menos, por tres hechos claramente identificables:
a) una importante cobertura de los medios de comunicación, b)
acciones tendientes a la prohibición de la actividad por parte de
organismos estatales, en determinadas localidades y c) programas
de asistencia social o compensatorios destinados a atender la con-
dición social de los “limpiavidrios”.
Estos aspectos influyen en distinta medida sobre las acciones,
elecciones y representaciones sociales de este grupo. Por esto
mismo, y antes de dar lugar al estudio de los “limpiavidrios” como
segmento socio-ocupacional segregado, cabe revisarlos aunque más
no sea rápidamente. De hecho, una gran parte de la imagen que los
jóvenes entrevistados tienen de sí mismos puede ser comprendida en
el marco de las interacciones sostenidas con su entorno –incluyendo
en éste a los medios de comunicación– y otros actores sociales.

5 En una entrevista grupal se tiende a recuperar las distintas opiniones de


los integrantes de un grupo sobre un tópico en particular. En cambio, en un
Grupo Focal, a partir de determinados disparadores (afirmaciones o hechos
polémicos, por caso) se abre una instancia de discusión grupal (Grudens-
Schuck et al, 2004).
6 Ninguno de los entrevistados residía en la ciudad de Buenos Aires.

144 IV. DE ESQUINAS Y REBUSQUES


Desde los medios de comunicación se contribuyó a instalar
cierta mirada sobre los jóvenes limpiavidrios. En gran cantidad
de oportunidades, éstos hicieron hincapié en la asociación entre
limpiavidrios y delito. Esta relación tuvo distintos gradientes
según fuera el medio de comunicación. En algunos casos, y como
parte del propio registro periodístico, se aludió a los “limpiavidrios”
con metáforas como aquellas del tipo “…son como un ejército…
armados con esponjas y secadores… se mezclan con rapidez entre
los coches y ‘atacan’ los parabrisas desde la parte trasera de los
autos…” (Clarín, 2 de junio de 2000). En otras ocasiones, y dejando
sutilezas a un lado, los medios fueron bastante más contundentes
con sus afirmaciones como, por caso, aquel que sostenía que “… se
sospecha que en el robo (a una mujer) ayudaron limpiavidrios…”
(La Voz del Interior, 14 de agosto de 2004). Estas manifestaciones
fueron in crescendo en número y contundencia; prueba de ello
fueron las declaraciones de un especialista en temas de seguridad
urbana quien, en oportunidad de su visita a la ciudad de Córdoba,
relacionó a los limpiavidrios y a las prostitutas con “terroristas
urbanos” (La Voz del Interior, 28 de octubre de 2004)7. En reali-
dad, las anteriores manifestaciones, aunque fueron citadas a título
ilustrativo, dan cuenta del tratamiento brindado, en general, por
los medios de comunicación a este fenómeno8.
Este “sentir” de la opinión pública no tardó en concitar la
atención de parte de quienes ocupan espacios de responsabilidad
pública, en especial, en los gobiernos locales. De una rápida revi-
sión de las políticas adoptadas surge que, en principio, las acciones
tendieron a la prohibición de esta actividad laboral y luego, en
algunos casos, esas mismas medidas fueron complementadas con
programas de asistencia social.
De esta manera puede mencionarse que, en el mes de febrero
de 2003, se promulga una ordenanza que prohíbe el trabajo de
limpiavidrios callejeros en la ciudad de Mar del Plata (La Prensa,
9 de febrero de 2003). En agosto de 2004, sucede lo mismo en la
ciudad cordobesa de Villa Carlos Paz. En este caso, dicha prohibi-
ción se hace extensiva a malabaristas y promotores que repartan
volantes (Clarín, 18 de agosto de 2004). En la ciudad de Buenos

7 Se trata de Carlos Medina, estadounidense director del Manhattan Institute,


organismo dedicado a temas de “seguridad urbana” y a la promoción de polí-
ticas de tolerancia cero.
8 Existen distintos estudios sobre este particular que pueden ser revisados en
el caso de interés, como por ejemplo, el texto de Adissi, Grisel (2003).

ESTEBAN BOGANI Y MARÍA FLORENCIA GRAZIANO 145


Aires, según el artículo 42 bis del Código de Convivencia Urbana,
la actividad no está reglamentada. Es decir, su ejercicio es ilegal.
De hecho, existieron operativos que realizó el Gobierno porteño, la
Fiscalía contravencional y la Superintendencia Metropolitana de la
Policía Federal (Clarín, 2 de junio de 2000). Iniciativas de similar
tipo se impulsaron en Olavarría, provincia de Buenos Aires (El
Día, 19 de octubre de 2004) y la ciudad de Mendoza (Clarín, 18 de
agosto de 2004; Cuyonoticias, 5 de julio de 2004).
Más allá de cualquier tipo de juicio valorativo que merezcan
las medidas antes consignadas, las que de por sí contrarían los
Derechos Humanos, lo cierto es que las mismas trajeron consigo
grandes complicaciones para quienes encuentran en esta actividad
su único sustento. Estos intentos del Estado por cercenar este
tipo de prácticas, algo así como una moderna prohibición de la
pobreza, tiene sus orígenes en atender un reclamo de las clases
medias y de las clases medias empobrecidas, del que los medios
de comunicación se hicieron eco. En este sentido es que pueden
entenderse las columnas de opinión y demás artículos aparecidos
en medios gráficos.
En el orden de las acciones compensatorias cabe distinguir
a algunas puestas en marcha por esos mismos gobiernos, como
resultó ser el programa dirigido a promover la inserción educativa,
social y laboral de unos 250 limpiavidrios, implementado por la
Municipalidad de Mendoza, Cámaras Empresarias, Gremios, el
Gobierno Provincial y el Gobierno Nacional (Cuyonoticias, 31 de
agosto de 2004; Clarín, 2 de septiembre de 2004)9.
En igual sentido, aunque desde el campo de las organizacio-
nes de la sociedad civil, se dispusieron acciones para mejorar las
condiciones de vida de este grupo poblacional. Prueba de ello es el
trabajo llevado a cabo por la fundación La Luciérnaga de la ciudad
de Córdoba10 que tiene un programa de inserción social de estos
jóvenes. Éste consta de la comercialización de una revista; a cambio
los jóvenes reciben un porcentaje por su venta11.
En cualquier caso, estas experiencias pilotos más allá de sus
buenas intenciones y logros nunca se generalizaron y, por ende, no
dieron respuesta al conjunto de jóvenes limpiavidrios.

9 Se puede consultar también http://www.trabajo.gov.ar/left/biblioteca/temas/


temas123.htm.
10 Para conocer más sobre esta fundación se puede visitar el sitio http://www.
laluciernaga.org.ar.
11 Esta experiencia recupera aquella iniciada por la Big Issue inglesa.

146 IV. DE ESQUINAS Y REBUSQUES


En resumidas cuentas, el anterior racconto permite visualizar,
aunque más no sea de un modo general, que la práctica laboral de
los limpiavidrios no está exenta de situaciones en las que prima
el desamparo frente a la opinión pública y el Estado. Prueba de
ello es la estigmatización que sufren estos jóvenes, la que si bien
no es objeto de este estudio debe ser considerada debido a sus
implicancias cotidianas12. De alguna manera, en este apartado se
intentó delinear –aunque más no sea a grandes rasgos– el proceso
de constitución social de ese estigma, el que surge a partir del inter-
cambio entre los jóvenes limpiavidrios y su entorno (automovilistas,
vecinos, policías, etc.) pero también a partir de la forma en que
estos intercambios son transmitidos por los medios de comunica-
ción. Este intercambio es, casi siempre, fugaz; cuestión que no hace
otra cosa que reforzar el desconocimiento mutuo a partir del que
se apuntalan representaciones incorrectas o, al menos, parciales
sobre estos jóvenes. Este hecho, de una gran importancia, surge y
es retomado en el análisis de la información surgida como producto
de las entrevistas.

El estudio de los trabajadores “limpiavidrios”:


hallazgos surgidos como producto del trabajo
de campo
En términos generales, puede sostenerse que los entrevistados
iniciaron sus experiencias laborales muy tempranamente en el
marco de muy difíciles condiciones de vida y prosiguieron en con-
diciones también muy difíciles.
De un primer acercamiento a las trayectorias laborales de estos
trabajadores surge una distinción entre aquellos que no accedieron
al sistema laboral formal y los que sí. Estos, antes de llegar a ser
limpiavidrios callejeros, ejercieron la mendicidad, alternada con
otras actividades informales como vender estampitas en los colec-
tivos, golosinas o flores en la vía pública, por ejemplo. En cambio,
un segundo grupo, si bien por períodos muy cortos, tuvieron al
menos un pasaje por experiencias de trabajo formales, por ejemplo

12 En relación a este aspecto cabe recordar que el estigma funciona cuando


“un individuo que podría haber sido fácilmente aceptado en un intercambio
social corriente posee un rasgo que puede imponerse por la fuerza a nuestra
atención y que nos lleva a alejarnos de él cuando lo encontramos” (Goffman,
2001: 15).

ESTEBAN BOGANI Y MARÍA FLORENCIA GRAZIANO 147


en una empresa de recolección de residuos, en un supermercado,
un frigorífico, etc.
En cuanto a las trayectorias laborales de los más jóvenes (entre
11 y 24 años de edad), sobre aquellos que siempre estuvieron “fuera”
podríamos hablar de una especie de reconversión dentro de un
grupo de actividades económicas. En ésta intervienen aspectos
como la disposición geográfica –siempre son actividades callejeras–
el dinero que obtienen –oscila entre $15 y $20 por día– y el tiempo
que le dedican a la actividad –se trata, la mayoría de las veces, de
jornadas extensas–. Es decir, es una suerte de reconversión dentro
de un campo de similares actividades.
En cambio, los no tan jóvenes (entre 25 y 34 años) tienen trayec-
torias erráticas, en el sentido de que no responden a la idea tradi-
cional de trayectoria laboral. Estuvieron y salieron del mercado de
trabajo formal o protegido sin poder volver a ingresar nuevamente.
En sus historias laborales, no hay carreras, ni progresos en tér-
minos de acceso a mejores puestos o retribuciones, éstas dependen
más de las oscilaciones de la dinámica económica que del propio
desempeño, esfuerzo, saberes y calificaciones. En las conversacio-
nes esto surgió claramente, quien ingresó en un frigorífico como
ayudante luego pasó, sin más, a vender pastillas en una esquina
o aquel que pasó de limpiavidrios para trabajar en una carnicería
(adquiriendo los rudimentos de dicho oficio) para luego volver a
“caer” en la limpieza de vidrios.
Están, además de las trayectorias laborales, aquellos itinerarios
vinculados a los espacios familiares y comunitarios, los que brin-
dan los contextos de significados a partir de los cuales los propios
jóvenes visualizan y entienden sus propias prácticas. Suele ser
común –y las entrevistan dan cuenta de ello– ocultar esta activi-
dad a los familiares y miembros del barrio; sobre todo al inicio,
ya que la informalidad de esta actividad hace que la mayoría de
las personas, e incluso ellos mismos, no la valore como un trabajo
(prestación de un servicio) sino que la perciba como una variante
más de mendigar en la vía pública. En cuanto adquiere aspectos
de una práctica laboral –cumplimiento de horarios, relación con
otros, obtención de beneficios, etc.– estas primeras miradas suelen
comenzar a revertirse. De todos modos, se mantiene cierta reserva
al respecto aún cuando el ingreso de esos familiares o vecinos no
diste en mucho del conseguido por limpiar vidrios. Persiste aún,
quizás como legado de un mundo del trabajo fordista, cierta mirada
sobre qué es un buen trabajo y qué no. La actividad que ellos

148 IV. DE ESQUINAS Y REBUSQUES


realizan está por debajo de los niveles de legitimidad de aquellas
actividades que se desarrollan con algún grado de formalidad en
el mercado de trabajo.
Por otro lado, este segundo tipo de recorridos vinculado a la
familia y a los vecinos permite reconstruir los mecanismos de
acceso a estas actividades. Gran parte de los jóvenes entrevistados
comenzaron a limpiar parabrisas en las esquinas visitadas debido
a que fueron familiares o amigos del barrio quienes facilitaron el
acceso a la actividad, y muchas veces estas personas ya trabajaban
allí donde ellos serían incorporados.

Descripción de la actividad
De la observación in situ del trabajo de los jóvenes limpiavidrios
surgen algunos aspectos a destacar, por ejemplo, suelen trabajar
en grupos de 2 o 3 integrantes. Existen al interior de cada grupo
estrategias diferenciadas; algunos integrantes intentan llevar a
cabo la mayor cantidad de ofrecimientos por cada cambio de luz
de semáforo, en cambio, otros prefieren detenerse a “chamuyar”
(convencer) a uno o dos automovilistas por cada corte de semáforo.
En general, cada grupo suele tener integrantes de ambos perfiles,
conformando así una estrategia de acción más integral y efectiva
en términos de obtención de dinero.
Del Grupo Focal surgió que el hecho de repartirse en las paradas
tiene que ver con una estrategia; si son muchos no logran juntar
la cantidad de dinero que consideran necesaria. En los hechos,
más de tres ya es mucho. Esta situación se resuelve cuando el que
tiene más antigüedad en el lugar manda al resto a otra parada o
se turnan, mientras unos descansan los otros trabajan.
Las tareas involucradas en el trabajo son relativamente senci-
llas y fáciles de aprender y no se necesitan más elementos que un
balde, un secador y, en algunos casos, un poco de detergente. No
obstante, hay ciertos códigos que respetar, no se puede “cortar el
auto”. Es decir, si un joven se acercó a un auto y el otro se pone
adelante, hay conflicto. Hay que respetar al integrante del grupo,
este respeto se asienta en torno a la antigüedad y a la experiencia
en la calle. Como quedó expresado en la interacción grupal:
“Ponele, hay unos cuatro, cinco limpiando vidrios que vienen, eh, que vie-
nen todos los días o por ahí viene más, venían hace una bocha atrás, viste,
no los podés echar porque ellos laburaban primero.” (Grupo Focal).

ESTEBAN BOGANI Y MARÍA FLORENCIA GRAZIANO 149


“Ponele que estamos laburando nosotros dos en una parada y yo le digo
ese que viene ahí voy yo, y él va por ejemplo y me lo corta, y yo me enojo,
y le corto otro auto.” (Grupo Focal).
También hay organización, por ejemplo, una fila cada uno.
“O sino hay tres filas, una fila cada uno va, y después nos turnamos en el
otro semáforo.” (Grupo Focal).
Otra cuestión, por la que se separan, son los grupos de edades.
Los grandes en un semáforo y los chicos en otro. Así lo expresan
los participantes del Grupo Focal:
“Los chiquitos de un lado y los grandes de otro. Porque si hay un grande con
los chiquitos la gente como que se persigue. Los mandan a los chiquitos…
piensan que los mandan a los chiquitos a laburar para los grandes. Claro,
que los grandes aprovechan y… o la gente piensa que el grande le saca las
monedas al chiquito.” (Grupo Focal).
“Lo que tienen los pibitos es que luquean más. Porque la gente a ellos le
dan, le dan, le dan sin limpiar.” (Grupo Focal).
Esta organización interna de la tarea suele ser acompañada
algunas veces con retoques en la imagen que intentan transmitir a
los automovilistas. Es una suerte de autovictimización, se pretende
ser receptores de cierta caridad. Ezequiel comenta:
“Siempre algún chamuyo le metés: ‘tiene una moneda para la comida
Doña, tengo una hija de dos meses’.” (Ezequiel, 16, parada de la calle
Juan B. Justo).
En otras oportunidades “imponen” la limpieza del parabrisas
de manera directa a los automovilistas. Como surgió en el Grupo
Focal:
“Vengo corriendo, así cuando están distraídos, le paso todo el vidrio, cuando
así ya lo estoy secando, o por ahí están de acá así hablando y buscando
algo en la cartera… y ¡te dije que no!, !ya está muñeca, no te enojes!”
(Grupo Focal).
Están quienes ven en este tipo de prácticas una suerte de
modernas emboscadas urbanas. En verdad, y metáforas aparte,
puede sostenerse que de este último aspecto se desprende un rasgo
particular de este segmento de población informal que lo diferencia
de otros como los mendigos de subterráneos o recolectores de car-
tón. Los jóvenes limpiavidrios “hacen jugar” ese estigma del que
se saben portadores en esas pequeñas interacciones que tienen con
los automovilistas. Es en esas ocasiones cuando muestran actitudes

150 IV. DE ESQUINAS Y REBUSQUES


signadas por distintos grados de violencia, en su mayoría verbal, la
que, en ocasiones, suelen acompañar por posturas corporales. Estas
manifestaciones casi nunca transgreden esta instancia. Esta suerte
de distinción social del limpiavidrios se convierte, en un cambio
de semáforo, en un hecho amenazante para el automovilista, ello
permite a estos jóvenes acceder a un beneficio monetario.
De todas formas la duración del contacto con los automovilistas,
es tan efímera que hace que las partes –la mayoría de las veces– se
mantengan en el anonimato, que no sea posible la comunicación
entre los actores, que no se establezcan vínculos sociales y que el
intercambio, muchas veces a causa de ese desconocimiento, se torne
violento. De hecho, esta actividad guarda una doble condición, por
una parte, puede ser pensada como la prestación de un servicio –la
limpieza de los parabrisas de los automóviles– mientras que, por
la otra, también es visualizada como una invasión a la privacidad
de las personas –en este caso, los automovilistas– quienes para
negarse a recibir dicha prestación deben hacerlo en forma enfática
y rápida para impedir el inicio de dicha limpieza.
Es de destacar, en este sentido, el alto número de rechazos de
los automovilistas frente al ofrecimiento de parte de los jóvenes.
Éste ronda cifras cercanas al noventa por ciento de los casos, ello
suele ser compensado con jornadas de trabajo sumamente prolon-
gadas. En las entrevistas se evidenció que el criterio de cierre de
la jornada laboral no está dado por cumplir con una determinada
cantidad de horas sino que, de un modo diferente, se rige por
el hecho de alcanzar un monto mínimo de dinero. En algunas
pocas situaciones se pudo verificar que los automovilistas realizan
“pagos” sin esperar ofrecimientos ni requerir a cambio la limpieza
de sus parabrisas.

Práctica cotidiana
En el espacio en que los jóvenes limpian los vidrios de los auto-
móviles ellos también sostienen interacciones diarias con otros acto-
res. Estas relaciones oscilan, según sea el actor en cuestión, entre
la convivencia, casi podría decirse la cooperación, y el conflicto.
En principio, los limpiavidrios se vinculan con vecinos cercanos a
sus “paradas” –principalmente comerciantes–, otros limpiavidrios
y el Estado, cristalizado principalmente a través de las fuerzas de
seguridad, en particular, la policía.

ESTEBAN BOGANI Y MARÍA FLORENCIA GRAZIANO 151


En primer lugar, puede revisarse la relación con los vecinos. De
hecho, cuando el puesto de trabajo es portátil (secador y balde) y el
establecimiento en que se trabaja es un espacio público (la calle) la
relación con los vecinos adquiere una singular importancia. Éstos
pueden habilitar o interponerse en el desarrollo de las actividades.
En esta relación, suele existir una primera etapa de aceptación y
conocimiento mutuo. En palabras de un entrevistado:
“…empezamos a conocer la gente ya, la gente ya nos trataba bien. Porque
sabían que no… no era… que no éramos quilomberos, que no hacíamos
quilombo, nada, no le faltábamos el respeto a nadie. Siempre fuimos edu-
cados. Más por eso nos respeta la gente. Si no ya nos empiezan a hablar
mal, ya no te dan mucha bola. Directamente ni te saludan…” (Juan, 18,
parada de la calle Dorrego).
En algunos casos, y luego de transitado ese primer momento, se
suelen entablar relaciones de cooperación o beneficio compartido.
Así nos lo cuenta Carlos:
“…en el barrio nos conocen todos, me entendés… tantas veces dejaban los
autos ahí, cuando estábamos nosotros nunca los robaban. A nosotros nos
echaba la policía, venían y los robaban, mirá qué casualidad, me entendés.
Y la gente a nosotros, la gente no, a nosotros no nos molestaba. Entendés
nosotros a la gente menos. Para la gente es mejor que nosotros estemos
porque no les robaban nada. Cuando nosotros no estábamos les robaban,
me entendés…” (Carlos, 24, parada de la calle Juan B. Justo).
Este contacto con los vecinos, en ocasiones, permite acceder a
otras actividades generadoras de ingresos, tal es el caso de un joven
que alterna la limpieza de parabrisas de autos en su parada con
la posibilidad de ayudar a fleteros –próximos a la misma– con el
traslado de muebles. Por esta última actividad suele recibir más
dinero que el obtenido en un día de trabajo en su parada. Otro caso
fue el de quien obtuvo un empleo en una carnicería cercana a su
parada. Estas oportunidades laborales, aunque resultan impor-
tantes en la opinión de los entrevistados, parecen no ser comunes
en el resto del grupo de limpiavidrios.
En segundo lugar, se encuentra la relación que el grupo de
entrevistados mantiene con otros jóvenes también limpiavidrios.
Ésta es, por decirlo de algún modo, una relación entre supuestos
pares donde, en verdad, el “nosotros” suele convertirse en un “los
otros”. Este aspecto observado casi como una constante dentro de
la información recabada en las entrevistas puede también estar

152 IV. DE ESQUINAS Y REBUSQUES


asociado al reflejo devuelto por los medios de la propia imagen,
aspecto abordado en el anterior apartado. De alguna manera, los
pares se presentan como “objetivizados”, por acción de los medios,
y como se ha visto en este proceso entra la asociación entre prác-
tica laboral y mundo del delito. En esto hay coincidencia en las
opiniones:
“…¡No! Yo los compañeros que tuve siempre estuvieron legales, limpiando
qué sé yo, siempre rebuscándosela. Pero… sí he escuchado pibes que habían
robado, qué sé yo. Viste, se ponen en una esquina en vez de limpiar vidrios
se ponen a robar…” (Juan, 18, parada de la calle Dorrego).
“…Viene la policía y te echa pero… como ya nos conocen, ya mucho no
nos joden, porque saben que nos portamos bien, no somos zarpados, nada.
Hay muchos que vienen a robar. Así como ves que hay pibes que vienen a
limpiar… Se vienen a mandar cagadas y nosotros tratamos que no se las
manden nomás…” (Juan, 19, parada de la calle Juan B. Justo).
“…nosotros venimos acá y necesitamos. Acá necesitamos que… ¿Hay veces
que vienen y, y chorean? Sí, sí. Chabones, otros, viste. Nosotros los sacamos
cagando…” (Carlos, 24, parada de la calle Juan B. Justo).
En realidad, el interés en estos comentarios –más allá de si
son verdaderos o falsos– reside en que, en tanto percepciones,
funcionan como un impedimento claro para definir un colectivo
que sea algo más amplio que aquel que circunscribe el “nosotros”
al compañero de parada.
Esta mirada respecto del par, de algún modo, también es una
mirada sobre sí mismos y en este aspecto –el de la autopercep-
ción– vale detenerse al menos un momento para observar los resul-
tados obtenidos en el intercambio con los jóvenes limpiavidrios. En
este orden de cosas, se observa cierta contradicción, por ejemplo,
respecto de la consideración sobre si la limpieza de parabrisas
constituye un trabajo o no. Por un lado, algunos entrevistados
sostienen que es un trabajo ya que no es una actividad ilegal como
robar. Ellos hacen referencia de manera reiterada a su honestidad,
que está marcada justamente por el hecho de haber optado por la
alternativa legítima. Como quedó expresado en la entrevista con
Juan:
“…¿Si considero que es un trabajo? Y para mí sí es un trabajo porque qué sé
yo hay mucha gente que no tiene trabajo y se la rebusca de cualquier cosa.
Y para ellos es un trabajo para cada uno, porque si no hacés eso no hacés
nada. O te podés poner a hacer cualquier cosa pero… es un trabajo. Para

ESTEBAN BOGANI Y MARÍA FLORENCIA GRAZIANO 153


mí es un trabajo, de algo me sirve, antes de salir a hacer cualquier gilada
viste, de algo me sirve…” (Juan, 18, parada de la calle Dorrego).
Mientras que por el otro los entrevistados manifiestan sentir, al
mismo tiempo, cierto rechazo o vergüenza. Sus testimonios dejan
ver la sensación de pertenecer a un grupo rechazado:
“…A lo primero me daba vergüenza, bah, los veía a los pibes que hacían
monedas… te da vergüenza porque vos estás limpiando y toda la gente te
está mirando viste, y te sentís re contra mirado…” (Grupo Focal).
“—…Sé que a muchos no les gusta, mucho no… no quieren saber nada.
— ¿Y a vos?
— Y a mí tampoco me gusta pero… si qué otra cosa voy a hacer. Si tuviera
otra oportunidad estaría en otro lado…” (Juan, 19, parada de la calle Juan
B. Justo).
La supuesta contradicción no tiene lugar solamente entre dis-
tintos sujetos sino también al interior de cada uno o, al menos,
de algunos. La imposibilidad de definir aquello que constituye su
principal fuente de recursos como un trabajo puede estar asociada
a la legalidad/ilegalidad de la actividad. Uno de los participantes
del Grupo Focal comenta:
“…Si vos vas se la pedís bien, qué sé yo, cerrar todo como si fuera que les vas
a robar. Se re persiguen viste, que les vas a robar. Si no hace falta, cuántos
hay que andan de traje y roban, no hace falta andar mal vestido. Verdad.
Cuánta gente hay que tiene plata y va a robar. Y bueno, cada loco con su
tema, cada uno está en su cabeza…” (Grupo Focal).
Ellos identifican que existen determinados signos o caracte-
rísticas físicas o culturales (como el color de la piel, la manera de
vestir, el tipo de trabajo, etc.) que constituyen las marcas a partir
de las cuales los demás articulan sus descalificaciones.
A su vez, los jóvenes interpretan que muchas veces las personas
los definen negativamente porque no saben diferenciar y se guían
por prejuicios, generalizan y no tienen en cuenta la variación real
que existe entre los miembros de un mismo grupo. Ellos interpretan
que la gente los considera como delincuentes y necesitan luchar
contra el sentido común que asocia a la calle o estar en la calle con
la delincuencia. Así lo expresaron en las entrevistas:
“…Claro, ellos te ven así como cualquiera, como cualquier pibe que está
limpiando vidrios. Por eso yo te digo que la policía, la policía tanto la
policía como toda la gente que te trata mal así que te ve de otra manera, te

154 IV. DE ESQUINAS Y REBUSQUES


ve como todo igual, entendés. Todos los que están limpiando vidrios, los
que están cartoneando, los que están haciendo esto son todos delincuentes
entendés. Y no es así…” (Juan, 18, parada de la calle Dorrego).
“…Sí, es un trabajo pero no es común, eh… un trabajo común no es lim-
piar vidrios, un trabajo común sería trabajar en… Trabajar como la gente,
electricista, plomería, albañilería, trabajar en computación. Eh… nosotros
acá… te joden mucho la policía y no podés laburar tranquilo, por eso…”
(Ezequiel, 16, parada de la calle Juan B. Justo).
Esto da pie a incorporar en el análisis el tercer actor con el que
se vinculan a diario los limpiavidrios, el Estado. Todos los entre-
vistados tenían como principal experiencia de su vínculo con el
Estado el trato o, mejor dicho, el maltrato que sufren por parte de
la policía. Este aspecto aparece en forma reiterada en las distintas
charlas sostenidas con los jóvenes entrevistados:
“…lo que pasa es que trabajando de esto tenés problemas. Uno es la policía.
Porque acá en Palermo vienen a robar todos los días, cadenitas, carteras, a
ésos no les dicen nada, los dejan. A nosotros que estamos de la mañana a
la noche por ahí te agarran, un decir, con cuarenta pesos que lo hiciste y
te lo sacan. A mí más de una vez me lo sacaron…” (Grupo Focal).
“…vengo a laburar a limpiar vidrios. Aparte, para mí, lo peor de un trabajo,
si yo [no] vengo a joder, si yo vengo puedo laburar. A veces estoy siete,
ocho horas ahí parado. A veces no nos quedamos tanto porque te corre la
policía cada dos por tres, viste. Te corre y bueh.” (Carlos, 24, Parada de
la calle Juan B. Justo).
De la relación con el Estado, y para ser justos con lo sostenido
por los entrevistados, también hay que mencionar que gran can-
tidad de éstos manifestaron que sus familiares o allegados y, en
algunos casos, ellos mismos habían recibido algún tipo de ayuda a
través de programas y planes sociales (esta información fue reco-
gida durante la dinámica del Grupo Focal). Estas ayudas, según
lo observado, se brindan a través de redes de conocimiento mutuo
entre vecinos y/o referentes políticos barriales. De lo anterior surge
que el Estado se manifiesta “compensando y reprimiendo” a estos
sectores sociales. Esta “forma de hacer” aunque puede resultar
–en una primer lectura– contradictoria cumple la función de con-
tener a los sectores sociales más afectados por la reciente crisis
económica de 2001.
En este punto cabe también una reflexión más general sobre
el Estado y ésta tiene que ver con que éste ha cumplido un rol

ESTEBAN BOGANI Y MARÍA FLORENCIA GRAZIANO 155


de contemporizador de las relaciones sociales en las sociedades
modernas, más allá de haber favorecido, en ocasiones, a uno u
otro sector social. En el caso aquí estudiado, y sobre todo en la
interacción de dos sectores sociales claramente diferenciados en
cuanto a sus condiciones de vida, el Estado está ausente y ese inter-
cambio vedado en otras esferas de la vida cotidiana tiene lugar en
el cambio de luz de un semáforo. Esa “compensación y represión”
pueden ser pensadas entonces como la imposibilidad de mediar esa
interacción de otro modo.

Perspectivas a futuro
En cuanto al futuro, la posibilidad de pensar un proyecto de
vida está asociada, fundamentalmente, a conseguir un nuevo tra-
bajo y/o a retomar los estudios. En este sentido, y más allá de los
cambios sucedidos en los últimos años respecto de la vinculación
de la educación con el mundo del trabajo, la escuela sigue siendo
visualizada como un mecanismo de movilidad social ascendente
o, al menos, como aquel espacio en el que se encuentran elementos
para afrontar de un mejor modo la adversidad. Como dejan ver sus
testimonios:
“…el año que viene me voy a poner las pilas. Voy a ver si engancho un
buen laburito, otra cosa y voy, quiero estudiar. Quiero estudiar porque, no
es vida, toda la vida no voy a estar limpiando vidrios…” (Juan, 19, parada
de la calle Juan B. Justo).
“…me hubiera servido terminar la secundaria. La secundaria si no tenés
ahora no tenés laburo. La primaria no te sirve de nada. La secundaria sí
te sirve porque de última entrás en cualquier lado a hacer cualquier cosa,
lavar copas, entendés, hacer muchas cosas, pero tenés que hacer…” (Juan
18, parada de la calle Dorrego).
Por el lado del trabajo, la posibilidad de proyectarse encuentra
mayores inconvenientes, quizá éste no sea un atributo exclusivo
del grupo estudiado sino que se deba a una situación más general
de deterioro del mercado de trabajo. Humberto nos cuenta:
“…Sí, el trabajo de mi papá era mejor. Yo lo ayudaba a él (en una quinta), era
chico pero lo ayudaba. Lo ayudaba, él me ayudaba, me quería enseñar. Pero
él no quería que deje de estudiar tampoco. … me gustaría estar haciendo
lo que, por lo menos, me dejó mi papá, ponerme un capital y no estar
corriendo de la policía…” (Humberto, 23, de la calle Juan B. Justo).

156 IV. DE ESQUINAS Y REBUSQUES


En distintas ocasiones, los jóvenes entrevistados se manifesta-
ron concientes de la distancia existente entre su actual situación
y aquella que se presenta como la deseada. En medio de ambas
se vislumbra a la educación y, en alguna medida, al azar como
los vínculos naturales entre estas dos situaciones. En realidad, y
según los avances logrados por la antropología en este campo, la
posibilidad de pensar el futuro suele estar bastante restringida en
los sectores pobres, debido a que el presente resulta lo suficiente-
mente apremiante como para poder ocupar recursos para pensar
el futuro.

Comentarios finales
En principio, cabría revisar los acuerdos alcanzados en esta
instancia del análisis hasta aquí llevado a cabo. En los hechos, y
según se pudo observar, limpiar los parabrisas de automóviles en
esquinas céntricas de la ciudad constituye la principal actividad
generadora de ingresos para el grupo estudiado de jóvenes. Esta
labor requiere de un importante esfuerzo, el que solamente les
permite a quienes lo llevan a cabo sobrevivir en condiciones de
pobreza. De por sí la actividad guarda las características propias
de cualquiera de las del sector informal; tiene escasa o nula produc-
tividad respecto del núcleo central de la economía, bajos ingresos,
asume –en ocasiones– un carácter ilegal, suele ser relativamente
sencilla la entrada y salida de la misma13, etc. (Tockman, 2004). De
alguna manera, estas afirmaciones pueden ser, sin mediar grandes
discusiones, fácilmente aceptadas o, por lo menos, no constituyen
parte del debate actual sobre estos sectores sociales.
Dado por cierto lo anterior, cabe preguntarse en qué medida
la información recabada habilita la posibilidad de responder a los
planteos originales de este estudio y, al mismo tiempo, sumar otros
surgidos como producto de este trabajo. En este sentido, surge la
pregunta: ¿De qué manera estas actividades forman parte de reco-
rridos laborales erráticos o la mayoría de las veces truncos? Siendo
esto así, ¿se puede hablar de segregación laboral o, en verdad, se
trata de espacios socio-laborales marginales con una creciente

13 Aunque, como bien plantean Feldman y Murmis (2002: 189), “Para iniciar
y avanzar en el desarrollo de las actividades del sector informal suele ser
imprescindible y gravitante tener la capacidad de movilizar y articular dife-
rentes tipo de recursos”.

ESTEBAN BOGANI Y MARÍA FLORENCIA GRAZIANO 157


autonomía del resto de la economía? Esta suerte de independencia
de las actividades de sobrevivencia laboral ¿qué efectos sociales y
culturales trae consigo? Por lo visto, el análisis comprende por una
parte aspectos laborales y económicos, pero asimismo las cuestiones
sociales y culturales asociadas a este tipo de actividades parecen
ser igualmente importantes.
Del análisis de las entrevistas y del Grupo Focal surge que
mayormente no hay, en el grupo, un recorrido laboral descendente
en términos de ingresos o categorías ocupacionales. Hay, en cambio,
un iniciarse desde “muy abajo”, situación raramente superada. De
hecho, a lo largo del tiempo, se observan cambios de actividades
de índole similar, de una misma naturaleza14. Por caso, no parece
existir aquello de la obsolescencia de las propias calificaciones de
los limpiavidrios respecto de otros trabajadores. Puede proponerse,
a modo de hipótesis de trabajo, que estos jóvenes limpiavidrios no
sostienen relaciones ni comparten un mismo mercado. En este
sentido, no fueron segregados o desplazados. Hay algo más que
mencionar: siguiendo este razonamiento, el comportamiento de
la economía probablemente no los “expulsó”, pero tampoco –y este
aspecto es igual de importante– generó las condiciones para su
incorporación, es decir, el tan ansiado derrame no se produjo y por
ello nada sucedió para que estos jóvenes salgan de la situación en
que se encuentran.
Este hecho refuerza la conveniencia de pensar en poblaciones
excedentarias o, más precisamente, en términos de, como lo sugirie-
ran autores ya clásicos en la materia, masa marginal. Este concepto
refiere a aquellos trabajadores que, de forma creciente, quedan
sobrantes respecto de la necesidad de reproducción y ampliación del
capital, es decir, pueden ser afuncionales o disfuncionales –según
sea el caso– respecto del funcionamiento del conjunto de la econo-
mía y sociedad (Nun, 2000). Quizás su vinculación con el resto de la
sociedad, ya que no se trata de un grupo social que se autoreproduce
indiferentemente de su entorno, esté dada por su singular modo
de participación en el mercado a través de la generación de una
oferta (servicio de limpiavidrios) que crea, de un particular modo,
su propia demanda (automovilistas que les brindan unas monedas).
En ese punto de encuentro, ocurrido en distintas esquinas de la
ciudad entre estos jóvenes y los automovilistas, es que tiene lugar

14 De vender “mentitas” a repartir “estampillas de santos” y de allí a limpiar


parabrisas de los automóviles.

158 IV. DE ESQUINAS Y REBUSQUES


su intermitente y fugaz vinculación con otros sectores sociales. Es
de destacar que, el hecho de generar una oferta que encuentre su
demanda, sólo puede tener lugar fuera de los barrios en que estos
jóvenes residen ya que quienes pueden pagar por este servicio son
los automovilistas del centro de la ciudad.
De su inserción laboral y económica o, de su no inserción, se
desprende la situación social en la que se despliega la sobrevivencia
de este grupo social. De acuerdo a esto, cabe sostener –a modo de
premisa para continuar desarrollando en futuras investigacio-
nes– que: estos jóvenes limpiavidrios no son desplazados, ni segre-
gados, simplemente parecen “estar de más” y, de ser esto cierto,
su situación está signada fundamentalmente por una transmisión
intergeneracional de la pobreza, de padres a hijos, de generación
en generación15. Esta suerte de condena hereditaria está aso-
ciada a distintos factores causales, entre éstos, cabe mencionar
la segregación residencial (concentración geográfica de pobres en
determinados distritos o barrios), la segmentación de los servicios
públicos (como, por ejemplo, la existencia de distintas calidades edu-
cativas de las escuelas públicas) y la reducción de espacios públicos
de intercambio social (siendo una clara manifestación de ello la
privatización de lugares de tránsito, de compras y de recreación y
esparcimiento) (Katzman, 2000).
En el caso de los jóvenes entrevistados, casi la totalidad de los
mismos reside en zonas pobres del Gran Buenos Aires, cuentan
con escaso acceso a servicios públicos y dichas prestaciones son
de dudosa calidad –esto se evidenció principalmente en el caso
de la cobertura por desempleo–, algo similar sucede con sus otros
espacios de sociabilidad, casi la mayoría de éstos se restringe a
su círculo de amistades y familiares más cercanos impidiendo de
este modo intercambios “virtuosos” con otros grupos y sectores
sociales. La asociación entre atributos socioculturales y espacia-
les constituye un mecanismo de los múltiples de los que se vale
la exclusión, cerrando las oportunidades de obtener un empleo,
interactuar con otros, acceder a ciertos consumos. De contar con
algún asidero cierto, la anterior descripción invita a pensar que los

15 Este “no haber sido desplazado” guarda relación con su falta de participación
en el mercado de trabajo “moderno”, cuestión que se evidenció a lo largo de
los distintos encuentros sostenidos con los jóvenes limpiavidrios, ellos no con-
forman el desocupado típico ni incluso el desalentado típico. En este sentido,
cabe recordarlo, la historia de la sociología muestra a las claras su intención
de establecer relaciones allí donde quizás no las hay, no existen.

ESTEBAN BOGANI Y MARÍA FLORENCIA GRAZIANO 159


limpiavidrios, al igual que otros grupos poblacionales, comienzan
a quedar involuntariamente a un costado de los comportamientos,
valores y expectativas de vida de aquella porción integrada de la
sociedad. Hay entonces una línea interpretativa que trasciende las
particularidades del grupo social en cuestión y que está asociada a
interrogarse por sus efectos sistémicos, en este sentido, vale inte-
rrogarse ¿en qué medida la perpetuación de semejante situación
de desigualdad social, de interacciones erráticas y mutuas nega-
ciones, no atenta contra la posibilidad de pensar en una sociedad
integrada?
Por último, se puede agregar un comentario más vinculado
a la cuestión cultural; su carácter anecdótico no quita su valor
heurístico. En algunas de las conversaciones sostenidas, fue necesa-
rio asignar un sentido a algunas palabras utilizadas considerando
el marco en que fueron empleadas16. Ese argot suele ser acompañado
a su vez de algunos gestos y, aunque parte del mismo es común
a otros sectores populares, suele funcionar como vínculo entre
pares reforzando el sentido de pertenencia pero, al mismo tiempo,
cerrando aun más a éste sobre sí mismo17. De hecho, están quienes
sostienen que este uso del lenguaje consolida las subculturas mar-
ginales (Lewis, 1961) y situaciones de pobreza estructural. En todo
caso, éste es otro indicador de una barrera más que comienza a eri-
girse entre distintos sectores sociales. La cultura de la calle, en la
que estos jóvenes encuentran una fuente de prestigio, autoestima e
identidad, deja de convertirse en un mecanismo de defensa producto
de la exclusión para convertirse en un poderoso factor de exclusión
para la comunidad en su conjunto (Saraví, 2004).
En resumidas cuentas, y a modo de corolario, ser un trabajador
que limpia vidrios de automóviles en la vía pública supone no sólo
una forma de supervivencia laboral sino también una situación de
postergación económica, social y cultural.

16 Por caso, se puede citar palabras como: mandigás (mendigar), luquear (con-
seguir dinero), raspar (idem anterior), cortar un auto (robar un potencial
cliente), etc.
17 Los sinónimos más aceptados de argot son: jerga, germanía, caló. La germanía
es concretamente el habla de los pícaros y delincuentes en los siglos XVI y
XVII pero el Diccionario de la Real Academia extendió esta denominación a
todas las épocas. En los siglos XIX y XX, la germanía confunde sus límites
con el caló, o el lenguaje de los gitanos.

160 IV. DE ESQUINAS Y REBUSQUES


V.

Las prácticas de mendicidad


en la red de subterráneos
de la Ciudad de Buenos Aires

María Florencia Graziano, Agustina Lejarraga


y Daniela Grillo

Introducción

L os andenes, los vagones, las escaleras del subterráneo de Bue-


nos Aires son lugares de tránsito para muchos de nosotros.
Para otros, en cambio, son espacios en los que se desarrolla la acti-
vidad que hace posible la propia supervivencia. Rondas de venta,
estampitas, faldeo, lo que sale, forman parte del universo cotidiano
de este grupo de hombres y mujeres que día a día llevan a cabo lo
que podríamos denominar una nueva práctica de mendicidad.
Esta práctica se ubica entre las actividades callejeras ligadas a
la supervivencia y fuertemente signadas por la informalidad1 y la
marginalidad2. Estas actividades son en general de baja producti-
vidad y remuneración, discontinuas, es decir altamente inestables,
y extralegales o débilmente reguladas por el Estado.
La nueva mendicidad forma parte de esa serie de ocupaciones
para los cuales “la calle” es ámbito de comercialización, de aprovi-
sionamiento y de sociabilidad. Se trata de una práctica compleja,
no monolítica y dinámica que combina distintas formas de inter-

1 Hemos partido de la definición de sector informal que plantea la OIT-PRE-


ALC. En esta perspectiva, la informalidad es un problema de desarrollo, el
sector informal no aparece como polo contrapuesto a un sector moderno al
cual provee mano de obra, sino como parte de una economía heterogénea y
un mercado laboral segmentado.
2 Nos referimos a marginalidad en tanto concepto que implica una situación
signada por un alto grado de vulnerabilidad social, que es resultante de la
desigualdad creciente en un contexto de avance económico global (Castel,
1997).

161
cambio, alternando, según las circunstancias, venta ambulante
y mendicidad.
Como objetivo de esta investigación nos proponemos analizar
el segmento de quienes practican la nueva mendicidad en el subte
y responder a la pregunta acerca de qué tipo de actividad cons-
tituye dicha práctica. Para comprender lo novedoso de la misma
se requiere una revisión de las formas de mendicidad a lo largo
de la historia y una posterior discusión en diálogo con las nuevas
formas.

Un recorrido por las formas de mendicidad


en la historia
En la sociedad europea de los siglos XVII-XVIII los mendigos
eran considerados criminales porque se apartaban de lo social alte-
rando el orden “natural” y “armónico” de las cosas. Eran juzgados
también como egoístas ya que falseaban las reglas del intercambio
rechazando sus obligaciones. Se los asociaba a la delincuencia tanto
como a los vagabundos, desocupados, prostitutas, locos, pobres, sin
distinción. Todos constituían un peligro de agresión física al actuar
por fuera de todo sistema de regulación colectiva3.
En la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano
(siglo XVIII) aparece la preocupación por responder a la indigencia
mediante el trabajo –en lugar de las limosnas– y también la idea
de que la asistencia es un derecho que la sociedad debe proveer
únicamente al “impedido”. Pero éste no es más que un sustituto
del derecho de cada hombre a vivir del trabajo propio, insertarse
en la sociedad a partir de la utilidad general (Rosanvallon, 2004)
Eran tiempos de incipiente capitalismo, el peligro que los sectores
ociosos representaba podía resolverse dándoles trabajo, ocupándo-
los. A través del disciplinamiento, moralización y control se logra
producir, educar y reproducir fuerza de trabajo. Las casas de pobres,
“workhouses”, manicomios y otras instituciones albergaban a estos

3 Vale aclarar que los mendigos no aparecen en esos siglos, pero la expansión
demográfica, el crecimiento anárquico de las ciudades, la crisis de subsis-
tencia, y el aumento de la mortalidad por las pestes de los siglos XVII-XVIII
ocasiona que este fenómeno se haga visible y sea objeto de “políticas de asis-
tencia moderna” (Castel, 1997).

162 V. LAS PRÁCTICAS DE MENDICIDAD EN LA RED DE SUBTERRÁNEOS


nuevos “criminales” funcionando como sostén ante la imposibilidad
de satisfacer sus necesidades vitales trabajando.
Frente a este escenario social de pobreza y mendicidad la
iglesia se erige como institución que capitaliza la función de asis-
tencia. La caridad es una virtud cristiana por excelencia pero
hay una ambivalencia histórica en el tratamiento cristiano de la
pobreza. Se la valoriza como un componente espiritual que implica
el rechazo del mundo terrenal y por lo tanto el desprecio por los
bienes materiales; la valorización de la pobreza se da en torno a
la vida religiosa, es una pobreza voluntaria cuya ascesis refiere a
un acercamiento a Dios.
Podemos identificar dos modos de gestión de la pobreza. Uno
de ellos se inscribe en una “economía de la salvación” y la actitud
cristiana funda una clasificación discriminatoria de las formas
de pobreza. El pobre, a pesar de ser menospreciado, puede ser un
medio privilegiado para que el rico acceda a la salvación a través
de la caridad, ésta es la vía hacia la redención porque expía la
culpa. Castel reconoce que “las obras de misericordia desarrolla-
ron una economía política de la caridad cuyo valor de intercambio
era la limosna que borra el pecado” (Castel, 1997). Entre el “rico”
y el “pobre” se desarrolló una economía que va transformando la
idea de ayuda en un mercado de la salvación. Esta economía de la
salvación ocasiona paralelamente una concepción discriminatoria
de los pobres que dependen del socorro para subsistir. El pobre que
es digno de recibir caridad es aquel en cuyo cuerpo se exterioriza
el sufrimiento, las enfermedades y la impotencia. Las dificultades
físicas, las deformidades, la enfermedad, la vejez, la infancia, las
mutilaciones, que se traduce en “handicapología” –en términos
de Castel– es lo que permite la caridad, “para que la indigencia
entrara sin problemas al marco de la asistencia debía ser liberada
de la obligación al trabajo”; aquellos que teniendo la capacidad para
trabajar no lo hacían, eran “pobres vergonzantes”.
El segundo modo de gestión de la pobreza es la asistencia garan-
tizada por el sentido de pertenencia a la comunidad. La ciudad se
hacía cargo de la totalidad de sus habitantes necesitados pero para
conseguir ayuda se exigía la territorialización o domiciliación. A
través de instituciones u organizaciones civiles, el socorro estaba
ligado a la base local. La posibilidad de obtener ayuda estaba
basada en redes de vecindad que expresaban una pertenencia y
reconocimiento en la comunidad.

MARÍA FLORENCIA GRAZIANO, AGUSTINA LEJARRAGA Y DANIELA GRILLO 163


Para Castel el núcleo de la asistencia pasaba por la intersec-
ción de estos dos modos de gestión de la pobreza: se realizaba una
asociación de la incapacidad completa al trabajo con la máxima
inserción comunitaria.
En Argentina para referirse a los mendigos se utilizaban las
palabras croto, linyera, o vagabundo, pero originalmente linyera
identificaba al trabajador rural golondrina de principios de siglo XX.
Entre las décadas del ‘30 y del ‘40 el trazado ferroviario argentino
era recorrido por extranjeros o nativos de las clases sociales más
bajas en busca de trabajo, debido a que las tareas en el campo eran
manuales y se necesitaba mano de obra temporaria. Se trasladaban
de la ciudad al campo, eran en su mayoría anarquistas, dormían
a la intemperie, carecían de un grupo familiar y no mendigaban.
Paulatinamente, y con los cambios socioeconómicos, la figura del
linyera fue mutando hacia la de mendigo.
Se han podido diferenciar dos tipos de mendigos, los mendigos
nómades y los sedentarios: los primeros no tenían domicilio fijo,
pernoctaban en plazas, zaguanes o recorrían la vía pública, men-
digando en el trayecto. El mendigo sedentario tenía lugares fijos
para hacerlo y generalmente eran las iglesias, que constituyeron
una pieza clave de la caridad cristiana, en el sentido de que cada
Iglesia tenía su propio mendigo para que los feligreses pudieran
convertir sus almas caritativas a través de la limosna.
A causa del incremento de los pobres, los vagabundos, la delin-
cuencia, y de la alarma que esto provocaba en la élite argentina, se
fundaron diversas instituciones y asociaciones de beneficencia, tales
como los asilos, orfanatos, reformatorios y distintos nosocomios de
encierro, en donde los mendigos también fueron objeto de políticas
estatales. Su objetivo principal era el disciplinamiento laboral y
moral, vincularlos al aparato productivo y transmitirles un sistema
de valores, cumpliendo así funciones de control social.
Cuando el derecho se expresó en relación con la mendicidad fue
de manera punitiva como la Ley de vagos y malentretenidos, que
prohíbe la mendicidad en lugares y transportes públicos. Se asocia
la figura del mendigo con la del vago, aquellos que:
“sin oficio ni beneficio, hacienda y renta vive, sin saberse de que venga la
subsistencia por medios lícitos u honestos. El que vigoroso, sano y robusto
de edad…, anda de puerta en puerta pidiendo limosna.” (Alonso, 2001).
La mendicidad es una situación que se instala fuera del derecho
del trabajo, porque no es considerada como tal, si bien actualmente,

164 V. LAS PRÁCTICAS DE MENDICIDAD EN LA RED DE SUBTERRÁNEOS


hay documentos internacionales que se ocupan del tema (Declara-
ción Universal de los Derechos Humanos –art. 23– o la Declaración
Americana de los Derechos y Deberes del Hombre –art. XIV–), ni
el acceso al trabajo ni la efectividad de su ejercicio le están asegu-
rados con posibilidades efectivas.
Han sido planteados los principales conceptos que organizarán
el análisis de la nueva práctica de mendicidad. En adelante, se
pretende ponerlos en juego con el material fenomenológico obtenido
del trabajo de campo para explicar qué tipo de alternativa laboral
constituye esta práctica.

Trayectorias biográficas y laborales


El universo de estudio de esta investigación se compone de hom-
bres y mujeres que realizan las nuevas prácticas de mendicidad en
el subte. Dado que se trata de un estudio de caso, analizamos al
grupo que tiene su lugar de descanso en la Estación Plaza Italia
de la línea D de subterráneos que une las estaciones Congreso de
Tucumán y Catedral.
El trabajo de campo, realizado a lo largo del año 2004 en la Ciu-
dad Autónoma de Buenos Aires, consistió en observaciones partici-
pantes y no participantes y en la realización de nueve entrevistas
en profundidad a integrantes del grupo. A lo largo del desarrollo
de la investigación nos vimos en la necesidad de volver sobre los
objetivos esgrimidos inicialmente y reformularlos, complejizarlos.
De este modo, con el propósito de realizar nuevas indagaciones
sobre aspectos que emergieron en el primer acercamiento a los
casos, llevamos a cabo un Grupo Focal.
Los sujetos entrevistados son hombres y mujeres de entre 15 y
46 años que residen en el Gran Buenos Aires, en las localidades
de Florencio Varela y Wilde (Villa Itatí y Villa Azul). En cuanto al
origen geográfico, el grupo es heterogéneo. Los que no han vivido
siempre en Buenos Aires son migrantes internos de Formosa o Río
Negro que vinieron a Buenos Aires a trabajar con la expectativa de
mejorar sus condiciones de vida. Las familias son numerosas y es
habitual que vivan todos juntos y con parientes que no pertenecen
a la familia nuclear.
El nivel educativo es bajo, la mayoría no completó el primario
y los que lo hicieron no terminaron el secundario. No han tenido

MARÍA FLORENCIA GRAZIANO, AGUSTINA LEJARRAGA Y DANIELA GRILLO 165


contacto con el mercado de trabajo formal y sus trayectorias labo-
rales incluyen trabajos de muy baja calificación; en el caso de las
mujeres han tenido experiencia como empleadas domésticas o
vendiendo mercadería en ferias, y los hombres haciendo “changas”.
Los más jóvenes no tienen experiencia en otra actividad que no sea
la práctica de mendicidad en el subte.
En referencia al inicio en la actividad distinguimos una cons-
tante: todos ingresaron a través de un contacto, en general, fami-
liar. La edad de ingreso varía en cada caso pero se perfilan dos
grupos: los que no han ejercido esta actividad en experiencias ante-
riores y los que sí. Los primeros se inician en edad joven /adulta,
los del segundo grupo trabajan en el subte desde que eran niños,
propulsados por sus padres que también trabajaban allí.

Descripción de la actividad
El tramo de subte donde el grupo ejerce la actividad es el com-
prendido entre las estaciones Plaza Italia y Congreso de Tucumán,
y es un recorrido de ida y vuelta. La elección del tramo responde a
un doble motivo: la evaluación que hacen de su potencial clientela
y la manera en que realizan la venta. En primer lugar, escoger
el tramo que une el barrio de Palermo con el de Belgrano implica
acceder a un público con mayor poder adquisitivo. Por la misma
razón eligen la línea D, ellos mismos manifiestan que:
“…esta es la línea por la que circula la gente que tiene más plata.”
(Jimena).
El segundo elemento que induce a la elección del tramo men-
cionado, es que cuanto más cercanas a Catedral, las estaciones
presentan un número mayor de pasajeros, hecho que dificulta la
circulación por los vagones y la venta en general. Debería tenerse
en cuenta, no obstante, que probablemente este tipo de elecciones
está condicionado por oportunidades de acceso al espacio que son
diferenciales para cada grupo.
La estrategia utilizada para ofrecer los productos es denomi-
nada por ellos faldeo. Esto consiste en subir a cada vagón por uno de
sus extremos, dejar el producto sobre la falda de los pasajeros hasta
llegar al otro extremo, esperar unos instantes para que el pasajero
pueda observarlo y luego retirarlo –o eventualmente concretar una

166 V. LAS PRÁCTICAS DE MENDICIDAD EN LA RED DE SUBTERRÁNEOS


transacción– y así pasar al siguiente vagón. Siempre se cuenta la
mercadería, antes de repartirla y al recogerla, para evitar robos.
Mientras esperan su turno descansan en la estación, se sientan en
los bancos del andén y no venden ni hablan con el público, sólo lo
hacen entre ellos. El momento de exposición al público se reduce
al espacio del vagón.
En la mayoría de los casos la técnica utilizada es no verbal. Esto
implica que no tienen un discurso de venta, no se habla del producto,
de sus características, del precio, etc. Si bien, como ellos expresan,
el producto que ofrecen tiene un precio más bajo que en cualquier
comercio, no intentan convencer, ni ruegan para obtener dinero.
Aunque en ciertos casos complementan el faldeo con la entrega de
una tarjeta escrita con un pedido de ayuda, nunca hacen el clásico
monólogo de venta. Este dato no es menor desde la perspectiva
de los entrevistados, ya que ellos consideran que con el faldeo no
molestan al pasajero, entonces es una estrategia respetuosa.
El hecho de no venderse no implica, no obstante, la falta de
premeditación acerca de la forma de trabajar. Marcela comenta
cómo debe hacerse:
“No mirarlos a la cara, para que no te digan que no.” (Marcela).
Cabe aclarar que no hay una forma única y estática de realizar
esta actividad. De hecho, en esta nueva práctica de mendicidad
hay una alternancia entre mendicidad y venta ambulante y se
va transformando en la cotidianeidad y de acuerdo a la persona o
al momento. La mendicidad parece no satisfacer las necesidades
individuales, en cambio la venta ambulante ofrece ciertas ventajas
y así constituye un buen complemento de la primera. En princi-
pio, el hecho de fijar un precio al producto de venta implica cierta
seguridad de ingreso que no está garantizado con la mendicidad.
Por otro lado, la venta ambulante genera menos rechazo por parte
de la sociedad; el vendedor no porta el estigma que sí carga el que
pide dinero.
La mercadería que ofrecen a los pasajeros son productos de muy
bajo costo, como máximo de $2 (dos pesos). Entre la diversidad de
objetos que pudimos observar se ofrecen: estampitas, linternas,
pañuelos, hebillitas para el pelo, anotadores, sets de manicura,
lapiceras, agendas, guías, etc. En general la adquisición es en mayo-
ristas ubicados en los barrios de Constitución u Once, de la Capital
Federal. Cada mañana compran lo que van a vender en el día. La

MARÍA FLORENCIA GRAZIANO, AGUSTINA LEJARRAGA Y DANIELA GRILLO 167


cantidad de veces que compran mercadería varía según la venta
del día, dado que manejan un bajo capital toman la precaución de
comprar la cantidad necesaria y suficiente que garantice el trabajo
de la jornada, y así evitar gastos de más. Algunos logran conseguir
la mercadería a consignación y eso depende del vínculo más o menos
estrecho y de confianza que tengan con el proveedor.
Las fuentes de abastecimiento están ligadas al tipo de mercade-
ría que ofrecen. La elección del producto de venta es arbitraria, los
entrevistados hablan de lo que sale y eso es lo que eligen vender.
Probablemente sea determinado por una combinación entre lo que
esté accesible para ellos a la hora de abastecerse –de acuerdo al
dinero disponible– y lo que cada uno o el grupo evalúe como más
querido por el público. En sus propias palabras:
“…vamos cambiando la mercadería, lo que va saliendo, y ahora como
andan todos resfriados…” (Se refiere a que venden pañuelos descartables)
(Mary).
“…nosotros le vendemos una cosa que a la gente le hace falta, ponele vos
vas a ir a comprar una lapicera en el quiosco… vio, te sale un peso y yo la
estoy vendiendo a 4 por un peso.” (Zulema).
El abastecimiento de la mercadería está garantizado por lo
recaudado en el día, ya que una parte se destina a la compra de
insumos para el día siguiente. De ahí en más se genera un círculo
que se reproduce por sí mismo. La mercadería y la cantidad que
adquieren cada día dependen del dinero con que cuentan. Cuando
compran productos a muy bajo costo los ofrecen a voluntad –ya
que esto no les resulta una pérdida–, en cambio, cuando emplean
productos más caros los venden a un precio preestablecido y más
bajo que en los negocios de venta al público.
El monto recaudado es relativo. Algunos manifiestan ganar $50
(cincuenta pesos) en un día, de lo que deben restar $20 (veinte pesos)
de gasto en mercadería; otros dicen recaudar entre $15 (quince
pesos) y $30 (treinta pesos). En algunos casos, al trabajar con
otros compañeros –generalmente parientes cercanos– se comparte
la mercadería y las respectivos ingresos con lo cual amortiguan
posibles pérdidas.
La jornada laboral está estructurada en función del dinero que
extraen a lo largo de cada día, que depende del “éxito” o no del
trabajador. En general trabajan de lunes a sábado y de 9 a 16 o
17 horas, 8 horas de trabajo aproximadamente. Hay casos en que

168 V. LAS PRÁCTICAS DE MENDICIDAD EN LA RED DE SUBTERRÁNEOS


la familia entera o varios miembros son los que hacen el trabajo
y entonces, como el dinero recaudado entre todos alcanza para el
sustento semanal, pueden ir menos veces por semana o reducir
las horas trabajadas.

Acerca de la experiencia de ingreso


y permanencia en la actividad
Si bien la nueva mendicidad se trata de una actividad informal
ejercida en condiciones de marginalidad, en la que uno pensaría
que no hay exigencia de cumplimiento de condiciones previas para
el ingreso, el acceso a la misma no es libre. Es necesario un acceso
y movilización de diversos recursos entre los cuales las relacio-
nes sociales cumplen una función determinante. Actúan como
diferenciador, quienes cuentan con un contacto que trabaja en el
subte adquieren la posibilidad de uso de ese espacio para ejercer
la práctica. Al analizar los casos de las personas entrevistadas
encontramos que para todos, la entrada a la actividad se efectuó
y se mantiene a través de algún conocido –familiar o amigo–. Un
entrevistado nos explicó:
“…yo entré primero, después entraron ellos… y es como una cadena, vos
traés a tu familia ¿vio?, y así. Y así también trabaja mi hermano de esto.”
(Soledad).
Es decir que no hay puertas abiertas a cualquiera que quiera
ingresar, sobre todo por la cantidad de personas que ya trabajan en
esa estación. Dado que su incorporación implicaría menos recauda-
ción para los ya asentados, se trata de limitar el ingreso de, como
ellos los llaman, los nuevos. Es prácticamente imposible ingresar
sin tener un conocido en el grupo, y siempre demanda consultar
primero con los locales. Así quedó expresado en las entrevistas:
“…digamos, no puede venir uno de afuera y ya meterse porque lo sacan. Le
dicen bueno, andate porque acá no podés vender porque ya son muchos.”
(Mary).
Desde el relato de los entrevistados, lo que los motiva a iniciarse,
o eventualmente a retomar la actividad, es fundamentalmente la
necesidad de reproducir las condiciones de vida cotidiana frente
a la realidad de no contar con otra fuente de ingresos. Como ellos

MARÍA FLORENCIA GRAZIANO, AGUSTINA LEJARRAGA Y DANIELA GRILLO 169


mismos lo dijeron, expresando el apremio de tener que alimentar
a su familia:
“Yo empecé cuando me quedé sola con todos mis hijos. (…) Estaba emba-
razada y ya no me daban trabajo y digo, bueno, yo le tengo que dar de
comer a mis hijos, voy a ir a ver.” (Elba).
Hay otros factores que hacen posible el ingreso y la permanencia
en la actividad. Uno de ellos es el poco capital monetario inicial,
que es compatible con la situación de escasos recursos materiales
que presentan todos los entrevistados. La mayoría no tiene aho-
rros, este bajo costo de iniciación los habilita para la actividad,
con poco dinero que reserven privándose de comprar otra cosa o
con un préstamo de algún conocido (el tomar prestado dinero no
se presenta como un obstáculo para iniciar la actividad), pueden
comprar la primer mercadería.
Esto se vincula directamente con una característica percibida
por los entrevistados como positiva: la posibilidad de recibir dinero
en forma inmediata. Al final de cada jornada de trabajo se obtiene
el ingreso que resuelve las necesidades urgentes como comprar
comida y otros productos de consumo cotidiano.
Otro de los factores se relaciona con la flexibilidad del trabajo.
La misma queda manifiesta en principio por la capacidad de auto
administración del tiempo por parte de cada individuo. Los entre-
vistados destacan esto siempre como una ventaja:
“Si no me quiero levantar no me levanto y no vengo. Más en esos días
de invierno viste que no te dan ganas de levantarte para nada (…) tiene
sus beneficios porque vos podés venir a cualquier hora, te vas a cualquier
hora.” (Elba).
La flexibilidad en el tiempo va de la mano de la ausencia de
una relación de dependencia. Ésta implica la autonomía total en
la organización de la actividad, en lo que respecta a estrategias
para ofrecer los productos, formas de relacionarse entre ellos y
con los otros. La única sujeción a reglas consiste en suscribir al
marco normativo no formal que se produce y reproduce diaria-
mente en el grupo, del cual se aferran para evitar la expulsión y
asegurar su perpetuación en la actividad, pero no es considerada
como una exigencia que se impone desde arriba. En palabras de
los entrevistados:
“Digamos me gusta depender de mí, yo sola, manejarme yo con mi plata
comprarme lo que quiero.” (Zulema).

170 V. LAS PRÁCTICAS DE MENDICIDAD EN LA RED DE SUBTERRÁNEOS


“Yo vengo tranquila, trabajo… Si me agarra algún dolorcito o algo ya me
quedo ahí, sentada y no vendo, me vuelvo, no vendo.” (Mary).
Como se ha mencionado, en relación con la trayectoria laboral,
existen dos grupos. Uno de ellos incluye a quienes tienen expe-
riencia en esta práctica por haberla hecho en su niñez. En estos
casos, la tradición familiar hace que la mendicidad en el subte sea
una alternativa omnipresente. Existe todo un savoir faire para
desempeñarse en la actividad con mayor o menor éxito. El hecho
de conocerla de cerca –sentir que uno se mueve como pez en el
agua– y tener vínculos ofrece cierta seguridad personal, entonces
la opción se hace más viable. Así lo expresa Gustavo, uno de los
jóvenes que retomaron la actividad:
“Yo aprendí mirando, y un algo de lo que me acuerdo de antes, antes hacía
lo mismo.” (Gustavo).
Para quienes su niñez no trascurrió en el subte, la actividad
tiene otro carácter. Si bien para ingresar también es determinante
el contacto con algún conocido, la relación con la misma es desde
los bordes. Al no ser una tradición familiar, una vivencia en la
propia trayectoria de vida, no está naturalizada como alternativa
y genera prejuicios y vergüenza. Sandra y Gustavo lo expresan en
estas frases:
“Decía, no, no puedo, no puedo, pero cuando yo veía que mis hijos me
pedían pan, bueno, dije, voy a hacer la tentativa.” (Sandra).
“Un día yo no tenía trabajo, y yo estaba juntado con ella y me propuso
venir a trabajar al subte. Y yo decía, ¿al subte? y ya grande yo, es como que
me daba vergüenza y así empecé en el subte.” (Gustavo).
A su vez, este grupo considera la mendicidad en el subte como
una actividad transitoria. Como dice Gustavo:
“Yo no me quiero morir en este subte.” (Gustavo).

Relaciones de sociabilidad en el subte


Quienes ejercen la nueva mendicidad en el subte se ven inmersos
en una trama de relaciones de sociabilidad: las que se establecen
dentro del grupo, las que mantienen con otros trabajadores del
subte –vendedores ambulantes, músicos, etc.–, con el personal del

MARÍA FLORENCIA GRAZIANO, AGUSTINA LEJARRAGA Y DANIELA GRILLO 171


subte, con las instituciones del Estado –dentro de las cuales la más
problemática es la que se establece con la policía– y con los pasaje-
ros. En el plano de las relaciones sociales concretas que se hacen
y deshacen durante el trabajo, se pone en juego la construcción y
reproducción de un espacio físico y también simbólico. La lucha por
este espacio, lugar de trabajo, la negociación acerca de las normas
y códigos para la utilización del mismo se vincula directamente
con la posibilidad misma de ejercer sus actividades, es decir con su
supervivencia cotidiana. Esto lleva implícito la puesta de límites y
el despliegue de estrategias para con el otro que se desenvuelve en
el mismo espacio. Lidiar satisfactoriamente con los problemas que
estas relaciones sociales conllevan es un desafío cotidiano.
Al interior del propio grupo la vida transcurre con cierto nivel de
organización que se manifiesta en la presencia de códigos y normas
tácitas que regulan la actividad y transmiten saberes propios del
segmento. La costumbre de hacer el trabajo respetando normas
se instala y reproduce en forma espontánea, es decir, no hay un
reglamento escrito ni un jefe que lo disponga y lo haga respetar.
Se trata precisamente de una costumbre4 que se estableció con el
desarrollo mismo de la actividad y, si bien puede haber figuras
con más o menos poder dentro del grupo, es cada miembro quien
la cumple y hace cumplir. Es decir, cada uno se la ha apropiado y
es transmitida a los nuevos ingresantes porque hay una convicción
de garantizar mejores resultados y favorecer a todos.
La antigüedad en el lugar es claramente un componente que
estructura las relaciones sociales dentro del grupo y hacia fuera,
es así que el derecho de piso se vuelve un obstáculo ineludible a
la hora de iniciar la carrera en la actividad. Este derecho puede
obtenerse a través de la relación familiar o de amistad en el sen-
tido de que uno obtiene cierta legitimidad para ejercer, lo que no
implica hacerse del conocimiento experimental que dan los años.
Así lo cuenta una entrevistada:
“Yo entré por mi suegra, y por mi suegra no me dijeron nada. Ella hace
veinte años que vive ahí, trabaja.” (Mary).

4 Simmel, estudioso de la acción recíproca como elemento constitutivo de la


socialización, afirma que la costumbre pertenece sobre todo a los grupos
pequeños porque es en ellos donde los vínculos interpersonales se dan de
manera más directa: “los individuos obran inmediatamente, y son inmedia-
tamente tenidos en cuenta (…) las situaciones reales son mejor conocidas y
con más cuidado tratadas desde cerca que desde lejos” (Simmel, 1939:62).

172 V. LAS PRÁCTICAS DE MENDICIDAD EN LA RED DE SUBTERRÁNEOS


Además de la antigüedad, otro factor que hace más cohesivo al
grupo al interior de sí mismo e infranqueable hacia afuera, es el
parentesco. Y de la mano de éste, la norma que impide la entrada
de nuevos al subte. Quien pretenda entrar deberá enfrentarse
necesariamente a los grupos ya constituidos. Como ya se ha seña-
lado, la flexibilidad para el ingreso a la actividad no es un rasgo
característico del grupo5, éste se constituye en un colectivo cerrado
en sí mismo. Zulema se expresa a propósito de esto:
“Si alguien quiere entrar nos ponemos todos de acuerdo a ver quién quiere
entrar. Yo lo puedo traer a vender, y a ese pibe no lo dejan vender y le
pegan, entre todos se juntan y bueno, te tocó a vos, andá vos y pegale.”
(Zulema).
En lo laboral funcionan como grupo y como individuos autóno-
mos a la vez. Por un lado se organizan colectivamente con normas y
pautas que benefician a todos para hacer del trabajo una actividad
redituable.
Hay una forma habitual que todos cumplen por mutuo acuerdo
y son las llamadas rondas de venta, se turnan para recorrer los
vagones del subte. El recorrido realizado es siempre el mismo y en
el mismo horario. Se evitan las horas pico donde hay mucha gente
porque implica peligro de robo de mercadería y dificultad para
circular. Advertimos una premisa que rige la venta: está prohibido,
como los entrevistados dicen, cortarse el subte. Para subir al vagón
lo correcto es hacer la cola, cuando el subte llega el primero sube y
los otros deben esperar y subir al vagón de atrás. De esta manera
se aseguran que no se superpongan los espacios y se respetan el
público de cada uno. Cortar el subte puede ser causa de conflicto en
el grupo porque implica quitarle posibilidades de venta a un otro,
posibilidades de garantizar la subsistencia del día; Sandra conoce
esta norma y la respeta:
“…cuando va ya alguien yo no me subo. Soy re respetuosa en eso, no me
subo (…) siempre se suben, pero yo no, hasta el día de hoy, hace 5 años,
me evito el quilombo.” (Sandra).

5 El nombre “grupo” hace referencia al conjunto definido de trabajadores que


funciona y es identificable como tal y que es nuestro objeto de análisis. Dado
que esta investigación se ocupa de este grupo en particular, lo ubicamos como
el único que compite con los que pretenden entrar a trabajar en la actividad,
no obstante en el subte hay otros grupos que trabajan en lo mismo y que
seguramente también constituyen un sujeto al que se enfrentan los nuevos.

MARÍA FLORENCIA GRAZIANO, AGUSTINA LEJARRAGA Y DANIELA GRILLO 173


Otra de las normas que deben respetar tiene que ver con los
turnos de trabajo que se establecen teniendo en cuenta la antigüe-
dad de la persona en el lugar.
Entablan relaciones de cooperación y se contienen mutuamente
sobre todo frente a la autoridad, a los pasajeros y a sus competido-
res. Siempre han manifestado que entre ellos priman las relaciones
de solidaridad. Por ejemplo, si alguno no puede ir a trabajar, el resto
lo ayuda con lo recaudado para que no pierda el día de trabajo, en
palabras de Marcela:
“Es como un seguro de vida que organizamos entre nosotros mismos.”
(Marcela).
En este sentido es que el segmento se ha constituido y sobrevive
gracias a una amplia red que ellos mismos llaman la gran familia,
compartir el trabajo con familiares y amigos ofrece todo un soporte
que es positivo para ellos. Desarrollan estrategias de adaptación
que les permiten responder a las exigencias requeridas para la
reproducción de la vida y esta reproducción6 se estructura en torno
a “formas de relación, de solidaridad, de reciprocidad, de confianza,
redes de información, de ayuda mutua, de intercambio, que están
centradas en la familia, en el parentesco y en la comunidad local”
(Margulis, 1988). En los siguientes testimonios queda ilustrado
este sentido de comunidad:
“Ponele, a mí me quedan pocos pañuelos, y a mi suegra también, juntamos
y da una vuelta ella y una descansa y luego va la otra y bueno… si hice
diez, cinco para cada una…” (Mary).
“Porque cada uno nos cuidamos la mercadería de uno ponele, yo puedo
ir en un vagón y en el otro viene otro pibe, si ese pibe me encontró mi
mercadería me la devuelve y me la trae.” (Zulema).
Sin embargo, funcionan cada uno por separado como una unidad
económica, se autogestiona el trabajo, maneja su propio dinero,

6 El concepto de reproducción que utilizamos, es entendido como una estrategia


solidaria y compartida para lograr la continuidad de la unidad doméstica y
de la familia en el tiempo. Al hablar de unidad doméstica estamos haciendo
referencia a un grupo que comparte una unidad residencial y generalmente
posee una economía común; en este caso tomamos el concepto de familia ya
que es más apropiado para comprender al segmento. La familia excede el
ámbito espacial de la unidad doméstica, y los lazos que vinculan a los sujetos
no necesariamente son sanguíneos, es decir que hay un núcleo central, o más
de uno y hay allegados que se agregan y pueden ser parientes, cercanos o
lejanos; amigos, que habitan o no la unidad doméstica. (Margulis, 1988).

174 V. LAS PRÁCTICAS DE MENDICIDAD EN LA RED DE SUBTERRÁNEOS


decide sobre los ritmos de trabajo y cómo invertir lo recaudado,
qué producto ofrecer y si va a trabajar todos los días o se ausenta
alguno. Tal como quedó expresado en la instancia grupal:
“Uno se rebusca por su lado.” (Grupo Focal).
Hay cierta estrategia de venta organizada por ellos en base a
una idea construida acerca de los gustos y prejuicios del público
sobre la actividad, en función de esto se organiza el método de
ofrecimiento de los productos y de trabajo en general. La estrategia
es transmitida a los nuevos integrantes y difundida generalmente
entre los compañeros de trabajo, a fin de vender la mayor cantidad
de mercadería posible. Las formas individuales no deben interferir
con los códigos grupales, esto está preestablecido como lógica de
convivencia para beneficio de todos. Entonces, si bien la actividad la
realizan solos, dado que la organización interna del grupo les provee
de una estructura que los contiene, protege y facilita el trabajo, los
intereses personales no deben superponerse a los generales.
Otra de las relaciones que mantiene cotidianamente son las
que se entablan con sus pares competidores. El hecho de compar-
tir el lugar y el carácter del trabajo con otros grupos (vendedores
ambulantes, músicos, personas viviendo con VIH/sida, etc.), implica
necesariamente entrar en diálogo –conflictivo o no– con esos otros
que desempeñan la misma tarea en el mismo espacio de trabajo,
el subte.
La sociabilidad con los pares competidores, al igual que al inte-
rior del propio grupo, descansa en un derecho consuetudinario. A
lo largo del tiempo se han implementado –y se reproducen diaria-
mente– pautas de venta, formas de hacer y estar en el trabajo que
habilitan la convivencia con los otros grupos. La construcción de
normas, proceso que se renueva día a día en la interacción con los
otros, se presenta como un hecho cuasi natural, inevitable condición
sine qua non para el trabajo. Pensemos el espacio público como un
lugar que posibilita una relación entre dos. La acción recíproca
(Simmel, 1939) hace del espacio vacío un lleno para las personas que
lo habitan y hace posible la relación humana. Habitar un espacio
público necesariamente demanda una definición de los términos
de la relación que se construye en él, transar, acordar, ignorar,
consultar, agredir, todas son formas que asumen las relaciones de
los que habitan el subte.
En el espacio animado de encuentro es donde se establece el
marco de acción propio y donde se tejen las redes de cooperación y

MARÍA FLORENCIA GRAZIANO, AGUSTINA LEJARRAGA Y DANIELA GRILLO 175


conflicto. Esto no implica necesariamente que haya respeto del otro
sino que el trabajo mismo demanda diariamente una definición del
propio lugar, frente a un otro que representa la competencia. Así
como al interior del grupo, no cortar el subte, regular el ingreso,
establecer turnos y respetar la antigüedad, son pautas que regulan
la actividad y permiten minimizar los problemas en la interacción
con los otros. Cuando estas normas no se cumplen surgen los
conflictos, y existen castigos para aquellos que no se atienen a las
reglas, como pegarles una paliza o echarlos.
Dentro del análisis de las relaciones que este grupo mantiene
cotidianamente con otros actores, es preciso mencionar al personal
de Metrovías7. Nuevamente, el elemento central que atraviesa las
relaciones sociales que mantienen en su lugar de trabajo, tiene que
ver con la conquista de un espacio propio. Lidiar con los inspectores
que recorren el subte también estructura el funcionamiento de la
actividad. En muchas ocasiones la relación es de choque porque les
exigen, a veces en forma violenta, que se retiren del subte. En estos
casos deben desplegar ciertas estrategias para poder continuar con
la actividad. Como se ha mencionado en la interacción grupal,
“Los de Metrovías no te sacan la mercadería, te sacan de la estación.”
(Grupo Focal).
Del mismo modo, la controvertida relación con el Estado, la ley y
las instituciones que la representan implica una lucha por retener
lo construido y salvaguardado hasta el momento. Esta lucha se
vislumbra como una defensa frente al ataque directo a la persona
y la mercadería. En los enfrentamientos con la policía se ve cómo
esto opera: a veces son perseguidos para sacarles los productos,
otras veces tienen que arreglárselas para que no los saquen del
andén y los fuercen a subirse al tren. Todos los entrevistados han
hecho referencias a la continua amenaza que representa para ellos

7 Metrovías S.A. (Grupo económico compuesto por Roggio y Burlington) es la


empresa que tiene la concesión del servicio de subterráneos de Buenos Aires.
La privatización del mismo se efectuó en el año 1989 con el marco jurídico
dado por la ley 23.699 de privatización y concesionamiento de las empresas
del Estado, y fue parte del proceso generalizado de privatización de servicios
públicos argentinos que gestionó el gobierno de Carlos Menem (1989-1999),
cuya dinámica dio lugar a la profundización de la concentración de la pro-
ducción y el ingreso, y el fortalecimiento estructural de un núcleo acotado de
grandes conglomerados empresarios, en el marco de un sistema social cada
vez más excluyente y regresivo (Abeles, 1999).

176 V. LAS PRÁCTICAS DE MENDICIDAD EN LA RED DE SUBTERRÁNEOS


la Brigada (La Brigada de la Policía Federal, con sede en la estación
Boedo, de la línea E). Tal como relata Jimena:
“Los primeros tiempos nos pedían plata. Pero había gente que no quería
poner, entonces nos dijeron ‘les vamos a sacar toda la mercadería’. Y bueno,
empezaron de vuelta a sacarnos toda la mercadería… nos sacaban afuera,
teníamos que caminar hasta la otra estación para poder bajar, para poder
seguir trabajando, y escondernos de ellos cuando los veíamos …o guardar
la mercadería y hacernos pasar por pasajeros para que no nos bajen y nos
saquen otra vez afuera. Eso nos hacía gastar mucho porque el hecho de
que nos sacaran afuera, teníamos que volver a pagar la ficha… se nos iba
toda la ganancia en fichas.” (Jimena).
Sumado al perjuicio económico que representa para ellos esta
actitud de la policía, ya sea por el porcentaje de dinero que deben
darles o por el secuestro de la mercadería, también han manifes-
tado que sufren actos de discriminación y maltrato verbal. En
varias oportunidades –un hecho que pudimos presenciar– han sido
amedrentados con los perros de la policía, los que ellos llaman la
Brigada Canina.
El hecho de que su actividad no esté formalmente reglamen-
tada, implica que deben enfrentarse cotidianamente con trabas
para trabajar. Cabe destacar que ingresan al subte como cualquier
pasajero, deben abonar el boleto, no existiendo ningún tipo de pre-
rrogativas para ellos en este sentido. Pero una vez que ingresan
como pasajeros comunes al andén, pierden todos los derechos que
tienen como usuarios de un medio de transporte, por el hecho de
que ellos abordan el subte para ofrecer sus productos, algo que no
está permitido salvo en las excepciones: que se disponga de un local
habilitado para tal efecto o que el vendedor pertenezca a una de
las dos empresas a las cuales Metrovías ha entregado la concesión
(Buni y Servisub).
Dentro del segmento, si bien no hay un representante oficial,
existe un vendedor que se ha autoproclamado delegado y es quien
lleva adelante los reclamos ante el Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires para la obtención de un permiso. Funciona como
intermediario en esta precaria relación con el Estado. Esta fun-
ción de intermediación no implica, sin embargo, una superioridad
jerárquica sobre el resto de sus compañeros, sino que consiste en
recaudar una contribución que cada uno realiza voluntariamente
para los gastos administrativos destinados a la negociación para
la obtención del permiso.

MARÍA FLORENCIA GRAZIANO, AGUSTINA LEJARRAGA Y DANIELA GRILLO 177


No están de acuerdo con que el gobierno, a cambio del permiso,
les exija un pago mensual por realizar la actividad. El descontento
proviene de la propia percepción que los entrevistados tienen de su
trabajo. La práctica de mendicidad en el subte es una actividad que
vienen desarrollando desde hace muchos años. El grupo considera
al subte como propio, están familiarizados con el ambiente, las per-
sonas y la actividad que realizan. Por lo tanto, no reconocen como
legítimo al permiso, ya que siempre trabajaron sin él y piensan
seguir haciéndolo. En cuanto al delegado, no lo consideran parte del
grupo, él sabe, habla bien, tiene más labia, y esto crea una distancia
con respecto a él. La organización para elegir un representante
no es una inquietud propia del grupo, sus integrantes mantienen
una sensación de apatía y no creen que el permiso logre cambiar
su situación. Pero admiten que sería bueno conseguir protección
ante la policía y la brigada de Metrovías, como quedó expresado
en la interacción grupal:
“Mirá, cuántos años hace que trabajo acá, yo traje al resto, ya hace años
que estoy vendiendo en la calle, jamás se vio esto que se ve de que ponen
ley, de que tenés que tener carné para vender, que tenés que tener permiso,
que tenés que pagar, yo jamás he pagado a un policía, nadie pagaba nada,
eh!, siempre vendí en todos lados, ya te digo crié a mis hijos vendiendo a
la par mía.” (Grupo Focal).
“Es de nosotros ya (el subte).” (Grupo Focal).
Al trabajar en la calle –si bien el subte no es la calle, funciona
como espacio público– otra relación central y compleja que necesa-
riamente entablan es con los pasajeros. Cientos de personas pueden
verlos a lo largo del día de trabajo y este carácter público de su
exhibición los deja totalmente desamparados. Las características
preliminares que los pasajeros captan en ellos (la forma de vestirse,
de hablar, de moverse) representan signos elocuentes que los incli-
nan a localizarlos automáticamente entre los estratos inferiores de
la sociedad, no cuentan con nada que pueda interpretarse como un
símbolo de prestigio. Por esta razón están sometidos a ser tratados
de manera asimétrica. Ante el descrédito que pueden provocarles
sus propias apariencias, surge la vergüenza. Según lo expresan
dos participantes en el Grupo Focal:
“Yo no me animo ni a mirar a la cara, por eso le puse un papelito a la
mercadería.”

178 V. LAS PRÁCTICAS DE MENDICIDAD EN LA RED DE SUBTERRÁNEOS


“Te da vergüenza a veces porque la gente te trata un poquito mal (…), te
gritan te dicen que no, ’ta bien, no sabés qué hacer, a mí me da una ver-
güenza te digo la verdad.” (Grupo Focal).
Son muchos los episodios humillantes que mencionan, los insul-
tan, les roban o les arrojan la mercadería al piso. Ante situacio-
nes de conflicto con los pasajeros, el principio fundamental por
el cual se rigen es el de nunca discutir, sino ignorarlos. Aunque
como muchos de ellos han manifestado, hay veces que esta situa-
ción no se puede aguantar. La nueva mendicidad no escapa a la
lógica estereotipada y estereotipante. Dado que esta práctica no
requiere ninguna calificación y que el límite entre vender y pedir
es muy angosto, muchas veces cae sobre ellos la sospecha de que
la razón por la cual la están ejerciendo tiene que ver con una falta
de voluntad para realizar otro tipo de trabajo. Los otros lo equipa-
ran con una forma indigna de obtener el sustento, atribuyéndole
rasgos descalificantes. Es notable apreciar en los entrevistados la
sensación de que los otros se refieren con expresiones como vago,
manguero, andá a laburar.
Si bien saben que desde el punto de vista de la mirada de los
otros (pasajeros, policía, Gobierno) su imagen está cargada de
estimaciones negativas, hay un intento de reivindicarse como
trabajadores a partir de resignificar positivamente su actividad
reconociéndola como mejor que otras. En esto hay coincidencia en
las opiniones:
“…es un trabajo digno, no robamos.” (Zulema).
“…tenés que ser caradura, la verdad… (risas) pero yo digo que si no le robo
nada a nadie no tengo que tener vergüenza.” (Gustavo).
La forma en que los otros los evalúan y los valoran afecta la
imagen que tienen de sí mismos pero sólo parcialmente. Si no fuese
así, tendríamos que imaginar que todos se sentirían agobiados,
fracasados y sin embargo, si bien es evidente que no se llega a
trabajar en el subte por vocación, entre la forma en que son identi-
ficados por los otros y la forma en que ellos mismos se identifican
puede haber una distancia.
También hay que resaltar que la relación con los pasajeros no
siempre es adversa y que a estas experiencias negativas pueden
agregarse otras que demuestran una relación distinta entre ellos.
Efectivamente, el hecho de que ofrezcan productos a tan bajo costo
y que varíen la oferta diariamente posibilita el hecho de que mucha

MARÍA FLORENCIA GRAZIANO, AGUSTINA LEJARRAGA Y DANIELA GRILLO 179


gente les compre en forma continua. Podría incluso decirse que
la relación en muchos casos está signada por la personalización
de los vínculos que se establecen. Al realizar cotidianamente un
mismo recorrido y corto, llegan a conocerse muy bien con los pasa-
jeros. Muchas veces la personalización de los vínculos trasciende
el plano de lo comercial. Como quedó expresado en la entrevista
con Jimena:
“Hay gente que me conoce, que me ve y se me arrima, me saluda… hay gente
que me conoce a mí desde cuando yo venía con la nena y me preguntan
por ella, hay gente que me vio embarazada y cuando me vio con el nene
me dicen ¿ya tuviste? Hay gente que ya nos conoce. Y nosotros también los
conocemos a ellos, sabemos el horario en que pasan, sabemos todo. Por ahí
hay gente que viene y nos encarga mercadería especialmente.” (Jimena).
En la relación con los pasajeros se pone en evidencia la impor-
tancia que la visión del otro tiene para el desarrollo de esta nueva
práctica de mendicidad. En tanto la caridad es posible sólo en el
ámbito de una interacción, la imagen del mendigo o del pobre se
torna algo central. En su escrito “El pobre”, Simmel hecha luz
sobre esta cuestión. De acuerdo con su teoría, sociológicamente el
pobre es tal cuando recibe ayuda, esto ocurre en la medida en que
entra en acción recíproca con un otro. El socorro hace al pobre.
Pobre y mendigo se acercan, ambos son potenciales destinatarios
de ayuda. Debemos tener en cuenta que los requisitos para acceder
a la asistencia son producto de una estigmatización y son asimismo
estigmatizantes. Si bien no definida en estos términos, Simmel
explica un proceso que podría llamarse de estigmatización. Esto
ocurre en la acción recíproca a través de la generalización de un
aspecto de la individualidad del otro. En este caso su pobreza, su
necesidad de asistencia para sobrevivir, es la característica parti-
cular englobante en la que uno inscribe al otro abarcándolo total-
mente. Abordar al otro a partir de un rasgo de su individualidad
nos limita a percibirlo a partir de fragmentos. El pobre aparece
como pura negatividad, se lo identifica en tanto carece de medios
de subsistencia y es pobre sociológicamente en tanto necesita del
socorro de la comunidad.
Este apelar a la imagen tradicional del necesitado sigue vigente
en tanto componente estructural de la nueva mendicidad. La
identidad social de los sujetos entrevistados se apoya en las apa-
riencias que proyectan mientras están en su lugar de trabajo, esta
proyección resulta un recurso capitalizado por ellos para obtener

180 V. LAS PRÁCTICAS DE MENDICIDAD EN LA RED DE SUBTERRÁNEOS


ingresos. Hacen un uso positivo del estigma (Goffman, 2003) del
que se saben portadores. Con frecuencia ocurre que los pasajeros
les dan dinero y les devuelven la estampita o el objeto que estén
ofreciendo en ese momento. Este dar sin recibir nada a cambio está
invocando la cualidad del pobre de merecer limosna por su condición
social y económica inhabilitante. En este caso, el pobre es digno de
recibir caridad porque en su cuerpo se exterioriza una condición
de marginalidad que se traduce en impotencia. La relación con los
pasajeros opera con la lógica de la handicapología (Castel, 1997),
que implica un constante interrogante acerca del límite entre capa-
cidad e incapacidad para el trabajo. Si bien los nuevos mendigos no
presentan las características de los mendigos inválidos, es decir
no tienen deficiencias físicas o psíquicas manifiestas, y no están
por eso exentos de la obligación de trabajar, hay otras condiciones
que se interpretan como inhabilitantes. La exteriorización de la
pobreza y con ella la incapacidad de acceder a un trabajo que los
exima de practicar la nueva mendicidad opera como discapacidad
que admite la caridad.
Este modo de abordar al pobre se inscribe en una economía de
la salvación y es el antecedente principal en la genealogía de las
prácticas de mendicidad actuales. Pero las prácticas que ejerce el
grupo de nuestros entrevistados adquieren un nuevo carácter. En
el caso que nos ocupa, la práctica de mendicidad constituye un
mercado de la caridad que funciona como maquinaria motorizada
por los mismos destinatarios de la limosna que van hacia el público,
hacia los que otrora se “salvaban” a través de las donaciones. No
intervienen instituciones gestoras de la caridad. Si bien la nueva
mendicidad mantiene un componente de redención, cambió su
carácter. La vieja mendicidad se resignifica y combina con la venta
ambulante en una estrategia compleja de generación de ingresos
que tiene como mecanismo principal el intercambio sustentado en
cierta utilización de la compasión. Como dice Gustavo:
“Capaz que si vos le ponés precio, capaz que no le dan mucha bola, no lo
miran, pero vos le ponés el papelito y la gente se pone a pensar… pobre
muchacho… y capaz que le entrás por ese lado a la gente, por ahí, es como
que le da un poco de lástima, algo así.”
“…Yo puse ‘vivo en una villa de emergencia… muy pobre, no tengo trabajo
y necesito darle de comer a mis hijos’.” (Gustavo).
El funcionamiento del mercado de la caridad implica un vínculo
particular de los nuevos mendigos con la actividad, con el espacio

MARÍA FLORENCIA GRAZIANO, AGUSTINA LEJARRAGA Y DANIELA GRILLO 181


y con el tiempo. Hay una organización de la jornada, hay códigos
y reglas tácitas, hay una tarea que se realiza en forma habitual.
Estas características dan lugar a una pregunta…

¿Es la nueva mendicidad un trabajo?


La pregunta acerca de qué tipo de práctica constituye la nueva
mendicidad requirió una reflexión acerca de las percepciones que
los propios entrevistados tienen de la actividad, y de su propia
subjetividad. La definición del carácter de la actividad inmediata-
mente se evidenció como un desafío, el hecho de que se combinen
dos prácticas –venta ambulante y mendicidad– en una –nueva
mendicidad– hace de la actividad un complejo entramado de con-
figuraciones simbólicas. La representación de la actividad de los
sujetos que la ejercen incorpora un abanico de representaciones
diversas, juicios de valor, discursos en torno de la mendicidad por
un lado y del trabajo como abstracción teórica por otro.
La percepción íntima que los entrevistados hacen de su situación
depende de tres factores: la existencia o no de otras experiencias
laborales anteriores, el rendimiento económico de la actividad
actual y el peso de la tradición familiar.
Los que ingresaron a la actividad como consecuencia de una
contingencia involuntaria que puso fin al desarrollo de una ocupa-
ción percibida como más ventajosa, se manifiestan disconformes y
pueden proyectarse en otro trabajo. Como dice Mary,
“Si me saliera un trabajo, yo iría. Me anoté para limpieza a domicilio.”
(Mary).
De todos modos, la mayoría no ha tenido otras experiencias
laborales distintas del trabajo en el subte. Muchas de las expre-
siones surgidas en el espacio del Grupo Focal se sintetizan en esta
frase:
“Mi infancia la pasé acá abajo… si no venía no comíamos. Mi hermano
trabajaba para ayudar a mi mamá…” (Grupo Focal).
Entonces, el factor que juega un rol muy importante a la hora
de realizar la valoración de su situación es el éxito o el fracaso
dentro de la actividad, en términos de obtención de dinero. Si bien
advertimos ciertas contradicciones en el discurso, la percepción

182 V. LAS PRÁCTICAS DE MENDICIDAD EN LA RED DE SUBTERRÁNEOS


de la actividad como un trabajo refiere en principio a una lectura
instrumental del mismo, se construye en torno al hecho de que
esta actividad provee dinero en forma inmediata. Así lo expresan
los entrevistados:
“Para mí es un trabajo porque puedo mantener a mis hijos, comprarles las
cosas que necesitan, y la entrada que hay en mi casa, la única, es la que
yo hago.” (Elba)
“…si uno quiere un trabajo, hoy en día, no te lo dan, menos si no tiene
estudio, nada, la única manera que tenemos es ésta y el que tiene eso, para
él va a ser un trabajo.” (Gustavo).
Ante la incertidumbre que genera su situación de no contar
con una alternativa laboral, los entrevistados han manifestado
que esta actividad es la única opción que encuentran para generar
ingresos:
“Yo no tenía ninguna otra (alternativa). Era la única que tenía. Yo estaba
con mi nena, y yo me quería matar.” (Grupo Focal).
“Yo prefiero estar en el subte antes que no hacer nada y poder tener algo
de plata.” (Grupo Focal).
Si bien se recurre a esta actividad sólo bajo el apremio de la
necesidad, la nueva mendicidad no parece ser una estrategia coyun-
tural de supervivencia, hay un componente de tradición, es parte
de una herencia familiar. Es lo que vieron hacer a sus padres, es
lo que aprendieron de ellos y es en lo que se proyectan a futuro.
Por esta razón percibimos que están en cierto modo “conformes”
con la actividad. Entre los que tiene más antigüedad se palpa o se
percibe un sentimiento de orgullo hacia la misma porque se trata
de algo que saben hacer, que nadie les va a venir a enseñar, es lo
han hecho toda su vida, lo que han enseñado a sus hijos, con lo que
han mantenido a sus familias.
No obstante la relativa seguridad que implica la familiaridad
con la actividad, la nueva mendicidad no se percibe como lugar
ideal, que realizaría los sueños personales. Pero por la estructura
de posibilidades a la que se enfrentan estos sujetos y las condicio-
nes en que reproducen su vida, no han tenido nunca demasiadas
expectativas de trabajo. En sus palabras:
“Por la forma de hablar mía no creo que me den ningún laburo.” (Grupo
Focal).

MARÍA FLORENCIA GRAZIANO, AGUSTINA LEJARRAGA Y DANIELA GRILLO 183


Respecto de la valoración que los entrevistados hacen de su
actividad se advierte cierta condena al hecho de repartir estam-
pitas. Esta práctica está íntimamente asociada a la mendicidad y
mendigar no representa para ellos un trabajo, sino que corresponde
a cierta categoría de actividades humillantes, vergonzantes, no
honrosas y que están legitimadas si son ejercidas por niños. Como
dejan ver estos testimonios:
“Entonces como yo acá me permiten vender de lo que sale, yo vendo…
vendo. No tengo que andar con estampitas. Una mujer grande, gorda,
sana, van a decir por qué no va a trabajar antes de andar con estampitas.”
(Elba).
“Y yo venía cuando era chiquito, ¿vio? Como ahora los chicos de estampi-
tas… después dejé y a los 18 años volví de vuelta. Yo ya sabía cómo era el
mecanismo de vender, pero yo decía entre mí, yo era chiquito antes a mí
quien me va a dar algo ahora, así grandote, así grande como soy ahora.”
(Gustavo).
“El que da estampitas, manguea, pide.” (Grupo Focal).
“Aparte que después de los 12 años hay gente que te mira con otra cara.”
(Elba).
Pero no obstante esta oposición entre trabajo y mendicidad, la
práctica de dar estampitas no funciona realmente como frontera
para la pertenencia al grupo y el desempeño en el subte. Lo que de
hecho ocurre es que alternan estampitas a voluntad con productos
de venta según el dinero con el que cuenten. Esta versatilidad en
la estrategia de provisión –guiada por la búsqueda de ingreso– se
evidencia en el discurso mismo del entrevistado:
“Hasta yo si a veces no tengo plata para mercadería, ¡yo me pongo a vender
estampitas!” (Gustavo).
Si bien la mendicidad está deslegitimada, la dignidad del trabajo
se define sobre todo por su oposición al robo. En esta referencia
están invocando el respeto a la ley que implica la adhesión al
contrato social, la pertenencia al todo. Una de las condiciones a
priori de la socialización que Simmel plantea es este lugar del
individuo en la totalidad. La vida de la sociedad transcurre como
si cada individuo estuviera determinado para ocupar un lugar
particular en el cuerpo social, existiendo la certeza de que ese
puesto realmente existe para cada uno y esto posibilita la relación
armónica entre todos sus miembros. Se trata de que cada indivi-

184 V. LAS PRÁCTICAS DE MENDICIDAD EN LA RED DE SUBTERRÁNEOS


duo cree que por sus cualidades personales tiene un lugar único
que corresponde sólo a él. En este caso, estar socializado implica
“la correlación de su ser individual con los círculos que lo rodean”
(Simmel, 2002), un encuentro de lo personal con el todo. Simmel
menciona la categoría de “profesión” para ejemplificar este lugar
que la sociedad ofrece al individuo y la de “vocación” para mostrar
el movimiento inverso, desde el individuo hacia la sociedad, que
pone en juego lo que a él lo motiva internamente para dirigirse a
ese lugar que le ofrecen. Para los que practican la mendicidad en
el subte el camino en el que “vocación” y “profesión” se encuentran
está obstaculizado por la propia condición de pobreza y la ausencia
de expectativas de cambio.
“Yo no me imagino nada.” (Grupo Focal).
En el análisis de la percepción que los entrevistados tienen
de su actividad debe tenerse en cuenta que el concepto de trabajo
asume dos dimensiones: la de la situación socioeconómica y la
de las representaciones sociales. A nivel de las representaciones,
podemos afirmar que el trabajo sigue definiéndose en términos del
modelo tradicional. Se advierte en los entrevistados una búsqueda
de aquel lugar de estabilidad y contención que el empleo garantiza
a través de las seguridades sociales:
“Me gustaría estar trabajando… que me contraten, tener obra social, poder
hacer aportes para la jubilación para el día de mañana… cosa que acá no
lo podés hacer.” (Mary).
“Este trabajo… tiene sus desventajas, no tenés un seguro ni una obra
social.” (Grupo Focal.)
Asimismo, cuando ellos definen su actividad como decente por
oposición a una indecente como robar, están haciendo alusión a
esa concepción tradicional del trabajo como actividad que digni-
fica. No obstante, a nivel de la realidad socioeconómica el modelo
tradicional de referencia es impracticable. Esto se confirma en
las características propias de la nueva mendicidad. La posibilidad
de recibir dinero en forma inmediata y la flexibilidad del horario
de trabajo son factores que a primera vista resultan atractivos
pero que llevan implícita una alta inseguridad. Un buen día de
recaudación asegura los ingresos necesarios para ese día, pero si
eventualmente una enfermedad u otra contingencia afecta al tra-
bajador de manera que no puede realizar la tarea, no hay dinero

MARÍA FLORENCIA GRAZIANO, AGUSTINA LEJARRAGA Y DANIELA GRILLO 185


para ese día. Como la reproducción cotidiana, propia y del núcleo
familiar, depende exclusivamente de los ingresos que generen en el
día, la flexibilidad ya no es tal. Es decir, a mayor tiempo trabajado
más posibilidad de recaudar dinero, entonces la alternativa de no
trabajar difícilmente se torna viable. Al estar la supervivencia
diaria supeditada al éxito de la recaudación, la actividad no resulta
potente para otorgar estabilidad y seguridad a la vida de estas
personas. La supuesta independencia se cancela en el momento
en que la inestabilidad impera.
En la sociedad post salarial actual el trabajo no es más el gran
integrador. Quienes no tienen un trabajo se enfrentan a un pro-
blema que va más allá de la falta de ocupación, y esto nos lleva
al terreno de las representaciones, “el trabajo (…) es más que el
trabajo y por lo tanto el no-trabajo es más que el desempleo” (Cas-
tel, 1997:390). En el siguiente testimonio pueden advertirse las
expectativas que se generan alrededor del trabajo:
“Me veo en el futuro con mis hijos que vayan al colegio, que estudien y
yo tener un trabajo para poder pagarles a los chicos un curso de lo que les
guste, para que no se queden en casa, que trabajen así no hacen lo que yo
hice… manguear.” (Elba).
Las funciones latentes del trabajo en la sociedad –analizadas
por Jahoda (Kornblit, 1996)– son: estructurar el tiempo cotidiano,
brindar un ámbito de sociabilidad fuera de la familia nuclear, vin-
cular al individuo con metas colectivas, definir aspectos del status
y la identidad personal e imponer una actividad regular. Basándo-
nos en esta definición podemos afirmar que la nueva mendicidad
es un trabajo, ya que organiza el tiempo cotidiano; impone una
actividad regular y brinda un espacio de sociabilidad que, aunque
arraigado en el entorno familiar, se expande hacia otros vínculos.
Es en el subte, en ese espacio público que les es propio y es a su vez
compartido con otros, donde desarrollan actividades laborales y no
laborales y entablan relaciones de cooperación y conflicto, donde
los trabajadores establecen sus relaciones y van elaborando su
identidad. Asimismo, los ubica en un status marginal. Es menester
agregar que, no obstante se organizan en códigos y reglas grupales,
el trabajo no los vincula con metas u objetivos sociales. Tampoco
resulta un lugar de autorrealización, que es otra función que puede
atribuirse al trabajo, evidenciándose la mirada realista y desen-
cantada que tienen del hecho laboral (Kornblit, 1996).

186 V. LAS PRÁCTICAS DE MENDICIDAD EN LA RED DE SUBTERRÁNEOS


Comentarios finales
En nuestro desarrollo hemos hecho un recorrido exploratorio por
la práctica cotidiana de la nueva mendicidad, por las trayectorias
laborales de quienes la ejercen, por las relaciones de sociabilidad
que establecen con otros actores en el subte y por la experiencia
que tienen de la propia actividad. Retomando la pregunta inicial
acerca de qué tipo de actividad constituye la nueva mendicidad en
el subte sostenemos que ésta rescata algo de la vieja mendicidad y
la resignifica, la actualiza en el contexto actual de precarización
del mercado de trabajo.
La nueva mendicidad sigue apelando a su soporte fundamen-
tal, la caridad. No obstante, trasciende el nivel individual propio
de esta relación de intercambio lástima-limosna constituyéndose
en un mercado de la caridad. La nueva mendicidad complementa
elementos de la vieja mendicidad con tácticas y técnicas propias de
la venta ambulante. La actividad resultante es una compleja y no
monolítica práctica laboral que se constituye como un intercambio
mercantil.
Quienes realizan estas nuevas prácticas de mendicidad en el
subte son sujetos vulnerables que se hallan desconectados de las
tendencias macro económicas del país, que en sus realidades buscan
salidas, improvisan, se organizan para sobrevivir en los márgenes
en que están anclados. Esto no implica la exclusión, de hecho y como
se ha explicado, están insertos en redes de relaciones, mantienen
vínculos –conflictivos o no– con sus pares, con instituciones esta-
tales, con sus competidores, con los pasajeros, están en este sentido
incluidos en una trama. Entonces, a diferencia de los mendigos,
crotos y linyeras los nuevos mendigos están inmersos en ámbitos
de sociabilidad que funcionan como redes de inclusión.
Hemos afirmado que la nueva mendicidad se incluye dentro
del conjunto de actividades callejeras, ligadas a la supervivencia
y signadas por la informalidad. Asimismo la hemos definido como
un trabajo. Es paradójico que una práctica que históricamente se
ha entendido como opuesta al trabajo hoy la consideremos una
práctica laboral. Cabe aclarar que esta valoración debe entenderse
en el marco de un mercado laboral segmentado, con altos índices
de desempleo, naturalización de la precariedad y la flexibilidad
laboral, pérdida de la condición salarial, incertidumbre respecto del
futuro, pérdida de las protecciones sociales y dilución del trabajo

MARÍA FLORENCIA GRAZIANO, AGUSTINA LEJARRAGA Y DANIELA GRILLO 187


como pilar de estructuración social. La nueva mendicidad carga
con todas las deficiencias y miserias de la informalidad.
A pesar del escenario en el que estos sujetos transitan la nueva
mendicidad, sigue manifestándose en el día a día la invención de
recursos para habitar la situación de vulnerabilidad y pobreza, “se
trata de la construcción de una posición de enunciación que grafica
la búsqueda de un ‘poder ser’ en el borde de un ‘no poder’” (Corea,
Duschatzky, 2002:79). En el mismo ámbito de lo subterráneo, donde
opera la imposibilidad, la supervivencia se hace posible.

188 V. LAS PRÁCTICAS DE MENDICIDAD EN LA RED DE SUBTERRÁNEOS


SEGUNDA SECCIÓN

Trabajando en empleos
precarios bajo la economía
informal
VI.

Remiseros de la pobreza

Trayectorias descendentes y
nuevas estrategias de sobrevivencia
en el sur del Gran Buenos Aires

María Marta Pregona, Federico Stefani y Cecilia Tinoboras

Introducción

E l presente artículo aborda las trayectorias sociolaborales de


quienes en la actualidad trabajan en agencias de remís en la
zona Sur del Conurbano Bonaerense. La elección de esta actividad
adquiere relevancia teórica y empírica en cuanto esta práctica labo-
ral surge y se instala como un nuevo y precario “nicho económico”
en el marco de la convertibilidad y su crisis; en un contexto signado
por la profundización de los problemas de empleo, y el retiro del
Estado en la prestación y regulación de servicios públicos.
El objetivo de este trabajo es describir y analizar los modos
en que este sector de la población redefine su posición y sus
estrategias ante sus cambios biográficos laborales enmarcados
y contextualizados en un período de profundas transformaciones
sociales y económicas. Partiremos describiendo brevemente dichas
transformaciones y su repercusión en el mercado laboral, como
marco contextual del abordaje de los recorridos sociolaborales de
estos trabajadores, desde su inserción en el mercado laboral formal
hasta su instalación en la informalidad y la precariedad de las
agencias de remís. Transitaremos así la curva de sus trayectorias
haciendo hincapié en la fase descendente.

¿Qué significa la existencia de esta actividad hoy


en el Gran Buenos Aires?
Como hipótesis de trabajo partiremos planteando que el surgi-
miento de las remiserías en el Gran Buenos Aires está ligado por

191
una parte a las consecuencias de las reformas estructurales de la
década del ‘90, más específicamente se vincula con la disminución
de los lugares ocupables en la estructura laboral que se produjo
en esta etapa, afectando de manera particular a los hombres de
entre 40 y 65 años.
Por otra parte planteamos que el surgimiento de esta activi-
dad, como nuevo y precario “nicho económico”, está relacionado
con la existencia de una deficiente prestación y disminución en
el uso de los servicios públicos de transporte en la zona sur del
Gran Buenos Aires1. Hay que tener en cuenta que el deterioro del
transporte público de pasajeros en un marco urbano específico
posibilita que, a nivel local, se pueda explotar un tipo particular
de servicio de transporte como fuente de empleo e ingresos para
sus habitantes. En este sentido, resulta relevante destacar la
importancia de las relaciones que se establecen en el ámbito del
barrio, las cuales brindarán las condiciones de posibilidad para el
despliegue de estas estrategias por parte de los sujetos en tanto
miembros del barrio.

Abordaje metodológico y presentación


de los casos
El estudio de los casos se llevó a cabo a través de una estrategia
cualitativa, basada en entrevistas en profundidad y la realización de
un Grupo Focal. Las entrevistas fueron realizadas en Avellaneda,
Quilmes y Bernal; y el Grupo Focal, en el que participaron diez
remiseros del partido de Avellaneda, se llevó a cabo en un club de
la localidad de Gerli.
Mediante las entrevistas conocimos a Alberto, de 52 años
de edad, dueño de una agencia de remís del barrio Quinta Gali
(Avellaneda); entrevistamos también a Rogger, de 50 años, ex
empleado de YPF y actual remisero en la agencia de Alberto. En
el barrio de Villa Alcira (Bernal) entrevistamos a Ernesto, de 53
años, quien al momento de la entrevista hacía 15 días que trabajaba
como remisero y era además dueño de un pequeño kiosco del mismo
barrio. En Quilmes oeste entrevistamos a Carlos, de 46 años, cuyo

1 Véase, en este mismo artículo, los datos de la Comisión Nacional de Regulación


del Transporte.

192 VI. REMISEROS DE LA POBREZA


último trabajo en el sector formal fue en la empresa Juncadella. Por
último entrevistamos a Mario, de 60 años, quien años atrás estuvo
empleado en la empresa estatal de electricidad SEGBA.
Tomando como base los datos que obtuvimos en las entrevis-
tas, delineamos un esquema de las trayectorias socio-laborales
de estos hombres, destacando como tipo ideal aquella que des-
cribe un recorrido caracterizado por tres momentos básicos que
se constituyen en puntos de inflexión. Un primer momento, que
denominamos de inserción plena, en el que los sujetos ingresan
al sector formal, (grandes empresas estatales o privadas), luego
un segundo momento, al que llamamos primer desplazamiento,
donde los sujetos son desplazados hacia el sector informal urbano
(pequeños emprendimientos cuentapropistas), y posteriormente un
tercer momento, que denominamos como segundo desplazamiento,
donde los sujetos son nuevamente desplazados pero esta vez hacia
el sector informal de subsistencia, caracterizado por estrategias
de supervivencia ligadas a trabajos sumamente inestables, insta-
lándose así en una zona de alta vulnerabilidad2.

Acerca de la informalidad y sus definiciones


En este artículo utilizaremos frecuentemente el concepto de
informalidad, por lo tanto procuraremos dejar en claro a qué nos
referimos cuando recurrimos a él.
Desde el estudio de la OIT3 (Kenya, 1972), diferentes enfoques4
han planteado el problema de conceptualización de la informalidad,
permaneciendo abierto el debate hasta la actualidad. Entre ellos se
destaca el enfoque de la heterogeneidad estructural (CEPAL), que

2 Nos referimos a la vulnerabilidad en términos de pérdida de las protecciones


asociadas al trabajo, fundamentalmente respecto a la salud y la seguridad
social, y a la escasez e incertidumbre respecto a la percepción de ingresos.
En este sentido, se destaca la importancia que asume el concepto de vulne-
rabilidad social, en procura de entender tanto las condiciones objetivas de
indefensión en que se encuentran los sectores subordinados de la sociedad
como la percepción subjetiva de inseguridad derivada de la modificación radi-
cal de las reglas económico-sociales. Ver: “Vulnerabilidad social en América
latina y el caribe”. En: Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía.
http://www.eclac.cl/celade/publica/LCDEMR298e.htm
3 OIT, 1972, Employment, Incomes and Inequality. A Strategy for Increasing
Productive Employment in Kenya, Ginebra.
4 Véase Beccaria, Carpio y Orsatti (1999); Carpio y Novacovsky (2000); Gallart
(2003); Raczynski (1977).

MARÍA MARTA PREGONA, FEDERICO STEFANI Y CECILIA TINOBORAS 193


sirvió de base para el estudio del Programa Regional de Empleo
para América Latina y el Caribe (PREALC), donde se considera
al sector informal como la franja de actividades de baja produc-
tividad en la que se inserta el excedente de población incapaz de
ser absorbido por las ocupaciones generadas por el sector moderno
de la economía urbana. Desde esta perspectiva, se sostiene que la
informalidad es una forma de producir relacionada con la hetero-
geneidad estructural que caracteriza a las economías con menor
desarrollo, de este modo se vincula el concepto con las característi-
cas de los mercados de trabajo de estos países y con las condiciones
de pobreza de la población (Carpio y Novacovsky, 2000:11-12).
En contraposición a este enfoque, desde la perspectiva
estructuralista (Portes, 1995) se plantea la necesidad de rescatar
el concepto de informalidad de su asociación con las situaciones
de pobreza. Es decir, la informalidad no es exclusiva de los países
menos desarrollados y no se trata sólo de una “expresión de la
incapacidad” del sistema para integrar a la población económica-
mente excedente, sino que representa una forma de vinculación
entre el capital y el trabajo que es consecuencia de la organización
a escala global de la reestructuración del sistema capitalista. Desde
este enfoque entonces, la concepción de las actividades informales
refieren a: “actividades redituables que no están reguladas por
el Estado en entornos sociales en los que sí están reguladas acti-
vidades similares” (Castells y Portes, 1989). Para estos autores
la diferencia básica entre lo formal y lo informal no reside en el
carácter del producto final, sino en la manera en que éste es pro-
ducido y/o intercambiado. Desde esta perspectiva, se ha propuesto
una clasificación de las actividades informales según su objetivo,
distinguiendo así tres tipos: uno llamado economía informal de
subsistencia, otro denominado economía informal de explotación
dependiente, y un tercer tipo llamado economía informal de cre-
cimiento5.
Por último, desde una perspectiva opuesta a la estructuralista,
el enfoque neoliberal (De Soto, 1987) considera a las actividades
informales como una respuesta a las múltiples y anacrónicas
regulaciones del Estado.
No obstante las diferencias conceptuales, en líneas generales las
tres perspectivas acuerdan en considerar a las inserciones laborales

5 Véase Portes (2000: 28).

194 VI. REMISEROS DE LA POBREZA


informales como localizaciones sociales de riesgo o de exposición al
riesgo social de exclusión; donde los individuos o grupos sociales
se ven enfrentados a carencias o procesos de inhabilitación, que
atentan contra la capacidad de subsistencia y de logro de una cali-
dad de vida satisfactoria de acuerdo con los estándares históricos
establecidos.
En nuestro caso particular, consideramos útil la caracteriza-
ción propuesta por la perspectiva estructuralista y definimos a la
actividad estudiada como parte de la economía informal de subsis-
tencia, teniendo en cuenta que, además de estar al margen de las
regulaciones estatales, su propósito fundamental es el de lograr
la subsistencia del individuo o del grupo familiar por medio de la
venta de servicios en el mercado. Así, consideramos relevante tener
en cuenta que cuando hablamos de la remisería como actividad
informal nos referimos a: el bajo capital con el cual se desarrolla
la actividad, su bajo nivel de productividad, el reclutamiento labo-
ral basado en redes de proximidad, la ausencia del Estado en la
regulación y protección del trabajo, y el desarrollo de la actividad
al margen de la regulaciones del Estado.

La informalidad en la Argentina
En la Argentina las actividades que integran el sector informal
presentan particularidades referidas a su composición; en este
sentido, retomando lo señalado en el texto de Carpio y Novacovsky
(2000), se observa que dentro de este sector heterogéneo se agrupan
distintas formas o tipos de actividades económicas; por un lado
aquellas denominadas como actividades de acumulación y por otro
aquellas denominadas como actividades de supervivencia. Estos
tipos de actividades de supervivencia se diferencian entre sí por
las características de la articulación de sus unidades económicas
con los mercados de productos y factores de la economía, por la
calidad de las ocupaciones y por las características sociales de la
población que participa de ellas. Así, para el tipo de actividades
de acumulación se hace referencia a los casos representados por
la estrategia cuentapropista tradicional, el pequeño taller, o el
comercio minorista, que significó, años atrás, un espacio de inser-
ción con perspectivas de progreso económico, y en muchos casos

MARÍA MARTA PREGONA, FEDERICO STEFANI Y CECILIA TINOBORAS 195


con ingresos similares o superiores a los del sector formal (Carpio
y Novacovsky, 2000).
Por su parte, para el caso de las denominadas actividades de
supervivencia, se hace referencia a pequeños emprendimientos
que requieren bajos niveles de inversión y capacitación, caracteri-
zados por las condiciones extremas de precariedad y explotación
en que se desarrollan. Este último es el caso de las remiserías que
analizamos.
Como aporte complementario a lo referido por Carpio y Novaco-
vsky (2000), nos interesa retomar el planteo de Beccaria, Carpio y
Orsatti (1999), donde desarrollan el concepto de “cuentapropismo
satisficer”. Los autores recurren al término satisficing, que en
teoría económica se refiere a empresas que en vez de tratar de
maximizar sus beneficios se satisfacen con la obtención de unos
beneficios adecuados. Desde este concepto los autores plantean
que, el “cuentapropismo satisficer” hace referencia a actividades
informales que no se constituyen como estrategias de “refugio” para
una posterior reinserción en el sector formal, sino que se plantean
como estrategias laborales de largo plazo; sin embargo no están
caracterizadas por la lógica de acumulación o de maximización
de los beneficios, sino por la lógica de obtención de una renta ade-
cuada para satisfacer el estándar de vida urbana en equilibrio con
el contexto sociocultural. Es decir son actividades que operan con
una racionalidad de reproducción y no de acumulación, donde no
es primordial la capitalización ni la ampliación de sus mercados,
sino que se busca mantener ocupados a sus integrantes y obtener
ingresos adecuados para ellos.
Como veremos más adelante, en nuestro estudio de caso, nos
referiremos por una parte a las actividades informales ligadas al
“cuentapropismo satisficer” y por otra parte a las actividades infor-
males ligadas a la supervivencia, ambas podrán ser observadas a
lo largo de las trayectorias laborales de los entrevistados.
En relación a la conceptualización de la precariedad laboral,
la definición que utilizamos en este artículo refiere a las condicio-
nes en las que se desarrolla el trabajo, ya sea tanto en el sector
formal como en el informal, principalmente en lo que respecta a
la cantidad de horas trabajadas, la forma de contratación (inexis-
tencia de contrato escrito, contrato a tiempo determinado, etc.)
y la percepción o no de los beneficios sociales ligados al empleo
(obra social y aportes jubilatorios). Cabe aclarar aquí que, si bien

196 VI. REMISEROS DE LA POBREZA


se suele vincular la precariedad laboral con las actividades del
sector informal de la economía, resulta claro que la precariedad
afecta también a las actividades del sector formal, principalmente
a partir de la década del ‘906.

Transformaciones del paisaje urbano


en la zona Sur del Gran Buenos Aires
Desde hace ya más de una década hemos estado presenciando,
como vecinos y visitantes de la zona Sur del Gran Buenos Aires
(Avellaneda, Bernal, Quilmes), una evidente transformación en el
paisaje de cada barrio; transformación que se puede observar en el
cierre de fábricas, dispersión de la fuerza de trabajo y multiplicación
de nuevas formas de autoempleo. Al respecto numerosas investi-
gaciones7 han dado cuenta de las causas de dicha transformación,
señalando como uno de los hechos fundamentales, el abandono
del modelo sustitutivo y la violenta apertura de la economía que
devinieron en un proceso progresivo de desindustrialización ini-
ciado bajo la dictadura militar 1976-1983 (Basualdo, Aspiazu y
otros, 2002).
Estas transformaciones provocaron que más del 20% de la
mano de obra fabril perdiera su empleo desde fines de la década
del ochenta. En este sentido, los resultados del Censo Económico de
19948 indican que se ha producido una reducción del personal ocu-
pado en la industria de, al menos, un 22% con respecto a 1985.
Dentro de este mismo proceso se observa el creciente peso rela-
tivo, dentro del mercado de trabajo, de trabajadores con elevado
nivel educativo, vale decir que existen diversos sectores sociales
que han logrado mantener e incrementar su movilidad ascendente.

6 Véase Agustín Salvia y Silvana Tissera “Heterogeneidad y precarización de


los hogares asalariados en Argentina durante la década del ‘90”. Trabajo
elaborado en el marco de las actividades investigación conjuntas que llevan
adelante los equipos de los proyectos “Crisis y Metamorfosis de los Mercados de
Trabajo Urbanos en la Argentina de los ‘90 (UBACyT EC 001), y del proyecto
Cambio Estructural y Desigualdad Social (UBACyT AS 021-CONICET.);
Galín (2000).
7 Apiazu, Basualdo y Khavisse (1989); Schvarzer (1999); Azpiazu (1994);
Azpiazu, Basualdo y Schorr (2000); Azpiazu y Khavisse (1983); Katz
(2000).
8 Véase Schvarzer (1999:246).

MARÍA MARTA PREGONA, FEDERICO STEFANI Y CECILIA TINOBORAS 197


Éstos son los profesionales gerentes, empresarios asociados al
ámbito privado, principalmente aquellos vinculados a los “nuevos
servicios”, y los trabajadores altamente calificados (Svampa y
González Bombal, 2001).
Por otro lado, en el conjunto de trabajadores con nivel educativo
medio y bajo se observa un incremento de la duración media de la
desocupación, el aumento de la tasa de desocupación de los jefes
de hogar, y el aumento de las horas trabajadas por los empleados
“plenos”. La combinación de estos factores ha conducido a un signifi-
cativo aumento de la informalidad, la precariedad en la formalidad
y la vulnerabilidad de amplios sectores sociales (Lo Vuolo, 2001).
No podemos dejar de mencionar aquí, teniendo en cuenta las
trayectorias laborales de los entrevistados, el impacto sobre la
destrucción del empleo producido por el proceso de privatizaciones
llevado adelante durante la década del noventa9.
Durante esta década se puede observar también, un progre-
sivo proceso de reducción en la utilización del servicio público de
transporte automotor de pasajeros. Los motivos y explicaciones
respecto de los factores que influyen en este hecho trascienden
nuestra investigación, no obstante nos parece relevante tener en
cuenta algunos datos ilustrativos de la situación en relación con
nuestro caso de estudio.
Según datos de la Comisión Nacional de Regulación del Trans-
porte (C.N.R.T.), la cantidad de pasajeros transportados, en el
transporte automotor urbano de pasajeros, fue en 1990 de 2.102
millones, mientras que en el año 2000 fue de 1.328 millones de
pasajeros. Analizando la serie histórica de la década del ‘90 se
observa, a partir de 1993, un continuo descenso de la cantidad
de pasajeros transportados, llegando en 2002 al nivel más bajo
registrado (1.123 millones de pasajeros transportados). Recién
en el año 2003 se vuelve a incrementar la cantidad de pasajeros
transportados, sin embargo se mantiene muy alejada de los niveles
registrados en los primeros tres años de la década del ‘9010.
En resumen podemos decir que, el surgimiento de la actividad
de remís, como actividad informal en la zona Sur del Gran Buenos
Aires, tendrá lugar en un contexto particular signado por la fuerte

9 Se estima que al menos 200.000 personas ocupadas en las áreas privatizadas


quedaron sin empleo en el período 1990-1994. Al respecto ver Schvarzer
(1999).
10 Véase CNRT, Transporte automotor urbano de pasajeros. Cuadros: Cuadro
Nº 1.2: Evolución de los indicadores operativos. Fuentes: Transporte Urbano,
Base de parque móvil - Área Estadística y Seguros.

198 VI. REMISEROS DE LA POBREZA


necesidad de encontrar alternativas laborales frente a la destruc-
ción del empleo en el sector formal, la reducción de la utilización
del servicio público automotor de pasajeros, y la resignificación de
la relaciones sociales a nivel del barrio.

Las nuevas unidades de trabajo:


el barrio y su especificidad
Retomando lo señalado en el párrafo anterior, nos detendremos
aquí en la especificidad de las relaciones que se establecen en los
barrios en los que se instalan las agencias de remís que hemos
analizado.
En la actualidad, diferentes líneas de análisis han avanzado en
la problematización del tema del barrio y la segregación territorial
en relación a las prácticas de subsistencia.
La mayoría de los trabajos se concentran en estudios de caso,
apoyados en indagaciones en profundidad. De manera general
podemos decir que, una parte de estos estudios consideran la
importancia del barrio en tanto espacio de repliegue y fuente
potencial de cohesión y organización, que le permite a los sectores
populares llenar los vacíos dejados por las instituciones y la falta
de empleo (Forni y Roldán, 1999; Feijoó, 2001; Svampa, 2003;
Merklen, 2005). Es decir, a medida que aumenta la población que
no encuentra soportes suficientes en el mundo del trabajo, la ins-
cripción territorial parece ganar importancia.
Por otra parte, otra serie de trabajos (Mallimaci y Salvia,
2005; Auyero, 2001; entre otros) han explorado –también a través
de estudios de caso– los efectos de la concentración espacial de la
pobreza urbana, su endurecimiento y perpetuación. Desde esta
perspectiva, se otorga gran importancia al impacto negativo del
entorno social de los lugares de residencia sobre las posibilidades
que tienen las personas y los hogares vulnerables de mejorar sus
condiciones de vida. Los barrios son vistos como contextos que
mediatizan el acceso de las personas al mundo laboral, al mundo
institucional, al mundo estatal. Según este enfoque, la residencia en
barrios con altas concentraciones de pobreza agregaría desventajas
importantes a aquellas que se derivan de las bajas calificaciones
relativas de los residentes.

MARÍA MARTA PREGONA, FEDERICO STEFANI Y CECILIA TINOBORAS 199


Por último, otros estudios de casos han sugerido –sin pretender
cerrar el debate– que el espacio vecinal o barrial constituye en
realidad un campo de disputa social, lo cual deja como resultado
un funcionamiento polivalente y abierto al comportamiento de
los actores sociales, afectados por múltiples relaciones recíprocas,
tensiones y conflictos, las cuales pueden convertirse tanto en un
punto de anclaje como en un punto de fuga frente a la pobreza y
la exclusión social (Raffo, 2005)11.
Nuestro análisis sobre el tema del barrio retoma esta última
interpretación, destacando en particular que el barrio no es neutro,
sino que plantea posibilidades limitadas de acción, que según los
casos serán más amplias o más reducidas.
Como ya hemos señalado, las agencias que hemos visitado, se
ubican en la periferia geográfica y jurídica del núcleo económico
formal, en los barrios de la zona Sur del Gran Buenos Aires. En
esta zona, que antiguamente fue escenario de la conformación
de un cordón industrial, asociado con la dinámica económica de
la industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), el barrio
se constituye (a través de múltiples relaciones recíprocas, no sin
disputas, tensiones y conflictos), en el principal garante de la repro-
ducción de la subsistencia de vastos sectores de la población. En la
actualidad este espacio barrial es resignificado por sus habitantes
como escenario de un nuevo ámbito laboral. El barrio se constituye
en condición de posibilidad para nuevas prácticas que responden al
desenvolvimiento de estrategias de supervivencia. En esta misma
línea, cabe retomar el análisis de Feijoó cuando plantea que el
barrio y la comunidad adquieren un rol fundamental en la reorgani-
zación de los roles y estrategias a seguir, aun cuando estas nuevas
estrategias no tengan carácter comunitario. (Feijoó, 2001). En este
sentido remarcamos la importancia del ámbito barrial en donde
se instalan las nuevas agencias de remís, teniendo en cuenta este
aspecto como un indicador de su especificidad. Nuestra hipótesis
acerca de la articulación de la actividad con el barrio sugiere que
las articulaciones que allí se producen, generan las condiciones

11 Sobre el tema del barrio, véase Agustín Salvia, colaboración a cargo de: Pablo
De Grande y Jimena Macció, “El desarrollo humano y la segmentación social
de los espacios urbanos. El marco teórico y metodológico de una aplicación
útil al diseño de políticas”. Departamento de Investigación Institucional,
Programa Observatorio de la Deuda Social Argentina, serie Monitoreo de la
Deuda Social Argentina, Documento 1 / 2005, UCA.

200 VI. REMISEROS DE LA POBREZA


de posibilidad para la existencia de esta actividad en las actuales
condiciones de informalidad y precariedad.
En el análisis de las entrevistas y del Grupo Focal pudimos
observar que la relevancia de la pertenencia al barrio cobra sentido
en tanto define los límites que operan en la accesibilidad y la per-
manencia en las agencias de remís. Podemos decir entonces que, en
este espacio particular conformado por “el barrio” (en tanto ámbito
social inmediato donde tienen lugar relaciones de reconocimiento
cara a cara), la posibilidad de trabajar en la remisería, está mediada
por el conocimiento de la conducta social, y de la trayectoria laboral,
personal y familiar del “candidato a remisero”.
“— Yo creo que en el barrio, o sea los que trabajamos en el barrio nos ven
bien.
— Los ven bien, ¿por qué?
— Por la confianza.
— Por la confianza que nos dan, porque nos conocen de muchos años…”
(Grupo Focal).
“…el remís vos sabés que está acá, que la gente está todos los días acá y es
la misma gente, eso hace que vos de repente lleves a un chico al colegio
durante cinco o seis años que…. hasta los maestros te confunden con el
padre.” (Carlos).
En este sentido, observamos también que los efectos del dis-
curso de inseguridad operan reforzando la importancia subjetiva
de los lazos de proximidad por parte de los usuarios, legitimando
de este modo el desarrollo de la actividad en estos barrios, aun en
condiciones de informalidad y precariedad.
“Porque (la gente) tiene miedo de dejar el auto en la calle, tiene miedo de
abrir y cerrar los portones para sacar los autos”. (Grupo Focal).

La remisería. El funcionamiento de la actividad


En las cuatro agencias de remís que hemos analizado, pudimos
observar que se trata de locales en los cuales antes funcionaban
pequeños comercios, e incluso podían formar parte de la casa de
algún vecino. La fachada nos muestra, a través del vidrio, un
escritorio en el que se dispone de un teléfono y de las planillas en
las que se registran los viajes. Se observa también algunas pocas
sillas o sillones donde los conductores esperan su turno para salir

MARÍA MARTA PREGONA, FEDERICO STEFANI Y CECILIA TINOBORAS 201


en viaje. Sobre la calle, los autos estacionados, en algunas ocasiones
observamos baldes, algunos trapos, hombres lavando sus autos y
una tediosa espera.
Cada una de las agencias tiene grados diversos de organización,
sin embargo, coinciden respecto a la distribución de la jornada
laboral de los conductores. Ésta se divide en turnos de doce horas,
y cada conductor puede quedarse a trabajar horas extras para
aumentar su recaudación, pero en ningún caso puede tener una
carga horaria menor a doce horas. Cabe destacar aquí que el dueño
de la agencia es quien dispone del espacio físico en donde se puede
ofrecer el servicio al público, y es además quien fija las normas de
trabajo. Si bien el conductor del auto, en la mayoría de los casos,
es poseedor de su “herramienta” de trabajo, debe cumplir con las
normas que fija el dueño de la agencia y debe pagarle un porcentaje
de su recaudación diaria (20%) en tanto se vale del espacio físico
de la agencia para ofrecer su servicio.
En lo que respecta a los ingresos, existe un alto grado de
imprevisibilidad, éstos son sumamente inestables y dependen de
la duración de la jornada laboral y de la intensidad del trabajo. Al
respecto, Alberto da cuenta de la variación del rendimiento de un
día de trabajo.
“Acá todo se mide por la recaudación, para saber cómo es el día, lo peor
puede ser 6 mangos por doce horas de laburo, una miseria, la mejor son
22, 24 pesos.” (Alberto).
Además, la intensidad del trabajo varía según la época del
mes (si es cercana a las fechas de cobro de los clientes), o según
las condiciones climáticas (si éstas son desfavorables las agencias
tienen más trabajo).
El servicio que brinda la remisería funciona de manera primor-
dial en articulación con el ámbito del barrio donde está instalada;
es decir los clientes son exclusivamente los vecinos residentes del
barrio.
El trabajo cotidiano comienza cuando al inicio del día la telefo-
nista abre una planilla diaria donde figuran: el horario de entrada;
el detalle de cada viaje realizado, esto es: precio total, lugar de des-
tino, tiempo transcurrido, horario de salida, y el valor del porcentaje
de comisión pagada. A su vez, los conductores deben esperar que
sus destinos sean asignados respetando el orden de llegada.
La actividad se desarrolla en tres tiempos en los cuales se dis-
tribuye el trabajo. El primero, que denominamos como “tiempo de

202 VI. REMISEROS DE LA POBREZA


trabajo específico” o “central”, refiere al momento en que se llevan
a cabo los viajes; en torno de este tiempo se estructura otro, al
cual denominamos “tiempo de trabajo complementario”, donde las
tareas que se realizan refuerzan y acompañan la actividad central:
se trata principalmente del adecuado mantenimiento de las herra-
mientas de trabajo, los automóviles. Por último señalamos un tercer
tiempo, que denominamos “tiempo de sociabilidad”, en el cual los
conductores comparten la espera de los viajes, donde se entrecruzan
diálogos y vivencias, o miran juntos la televisión. La observación
de un día de trabajo en las agencias da cuenta de ello.
Caracterizamos entonces a las agencias de remís que compren-
den nuestro estudio, como “microemprendimientos” de servicio
de transporte de pasajeros, que operan en pequeños locales mon-
tados y readaptados con escaso volumen de capital inicial, que
funcionan al margen de las regulaciones legales y tienen escasa
o nula capacidad de acumulación, alcanzando –los ingresos que
generan– para satisfacer la subsistencia de los trabajadores que
congregan (Lazarte, 2000).
Asimismo, observamos que la lógica que adquiere su funcio-
namiento está más ligada a la lógica de la supervivencia que a la
lógica económico-productiva. En este sentido, retomando nuestra
definición de informalidad, podemos observar que nuestros casos
combinan varios de sus factores característicos, principalmente
aquellos referidos al incumplimiento de las reglamentaciones lega-
les y a la lógica de funcionamiento.
El incumplimiento al que nos referimos aquí, está fuertemente
vinculado a la incapacidad real de solventar los costos adicionales
que exige el pago de los requisitos formales propios de la actividad,
tales como habilitación y seguros. Aun si hubiera la intención
de hacerlo, el escaso excedente que la actividad genera, resulta
insuficiente para absorber el costo de la legalidad completa12. En
otras palabras, el ajustarse al cumplimiento de las regulaciones
institucionales resulta incompatible con la existencia de la actividad
en las actuales condiciones. Esta ausencia de regulación, implica
además la ausencia de contratos legales y formales para con los
conductores, hecho que pone de manifiesto otra de las dimensiones
características de la informalidad, es decir la existencia de otras
normas, de otros contratos, otros acuerdos, en fin de reglas de

12 Al respecto, véase Tokman (1995).

MARÍA MARTA PREGONA, FEDERICO STEFANI Y CECILIA TINOBORAS 203


juego distintas que funcionan por fuera del ámbito institucional
(Portes, 2000).
Las características arriba señaladas denotan claramente el
carácter precario e informal de esta actividad desarrollada en
tales condiciones.

De la integración a la vulnerabilidad.
Trayectoria laboral: pasado, presente y ¿futuro?
Los remiseros entrevistados y los que participaron del Grupo
Focal, son hombres de entre cuarenta y sesenta años de edad que
han ingresado en esta actividad a partir de mediados de la década
del ‘90.
Sus trayectorias laborales recorren un camino complejo. En la
mayoría de los casos ingresaron al mercado laboral a mediados de
la década del ‘60, desarrollando una carrera ascendente dentro del
sector formal, es decir, el sector más dinámico de la economía, al
tiempo que el más estable y legalmente protegido. El ingreso en
este sector implicaba entonces el acceso a un empleo de calidad (de
tiempo completo, estable, con cobertura social de los riesgos para el
trabajador y su familia) (Fraguglia, Metlicka y Salvia, 2005). Cabe
destacar que estas características que presentaba el sector formal
del mercado de trabajo, estaban vinculadas con una dinámica
socioeconómica que, basándose en el mercado interno, generaba
una relativa seguridad para los trabajadores formales a través del
acceso a seguros y beneficios sociales vinculados al trabajo (prin-
cipalmente el acceso a la salud y a la seguridad social en la vejez).
En este sentido Mario afirma recordando aquella etapa: “La obra
social y el aporte jubilatorio era una de las mayores ventajas”. Sin
olvidar “tus flor de vacaciones”. (Entrevista Mario).
Esta dinámica les permitió diseñar proyectos a futuro como la
compra de la vivienda propia y la conformación de una familia,
a la vez que les garantizó un nivel de bienestar adecuado a sus
expectativas.
De este modo esta etapa se constituyó, para los sujetos, como la
más significativa de su trayectoria sociolaboral; en ella tendieron
a formarse y afirmarse patrones relacionales y culturales que se
constituyeron en ejes valorativos para la comparación antes/ahora.

204 VI. REMISEROS DE LA POBREZA


Si antes tenías “tus flor de vacaciones”, ahora “no tenemos para ir
a ningún lado” (José Luis, Grupo Focal).
El elemento común, en esta primera etapa de su trayectoria, fue
la posibilidad de proyectarse en el largo plazo, de tener un plan de
vida, un proyecto, un objetivo que pudiera ser alcanzado a través
del trabajo. En este sentido, Mario explica:
“Nosotros lo hicimos todo a sudor… todo con cosas de trabajo.”
En síntesis, las garantías brindadas por la plena integración
al sector formal del mercado de trabajo, en un contexto socio-eco-
nómico basado en el dinamismo del mercado interno, conformaron
una red de seguridad que actuó como marco articulador de sus
relaciones y les permitió realizar proyecciones de movilidad social
ascendente y sustentable (Feijoó, 2001).
A partir de fines de la década del ‘80 y en particular durante
los primeros años de la década del ‘90, la inestabilidad laboral
comienza a afectar de manera directa a nuestros entrevistados. Se
observa entonces un desplazamiento sucesivo hacia zonas de vul-
nerabilidad caracterizadas, principalmente, por la precariedad de
las relaciones laborales y la fragilidad de los soportes relacionales
(Castel, 1997). En este contexto las antiguas garantías sociales
y laborales se vuelven cada vez más inestables. Este proceso de
desplazamiento sucesivo conlleva a una relocalización social y
simbólica, en la cual los sujetos se ven obligados a replantear
sus modos de administración de los ingresos, y la organización y
reproducción de la vida cotidiana. Surgen entonces los siguientes
interrogantes, que responderemos mediante el análisis de las tra-
yectorias sociolaborales: ¿qué sucede con estos sujetos al transitar
por procesos de desplazamiento donde se ven obligados a redefinir,
tanto sus estrategias laborales, como la administración de sus
ingresos y la priorización de determinados consumos? ¿Qué sucede,
en fin, cuando se ven obligados a redefinir substancialmente los
modos de reproducción de su vida cotidiana?
Del análisis de sus trayectorias podemos señalar que, en el
proceso de desplazamiento, por el cual los sujetos se relocalizan
en espacios cada vez más empobrecidos dentro del mapa social,
existen dos puntos de quiebre fundantes. El primero, a fines de
la década del ‘80 y principios de la década del ‘90, expresado en
un primer desplazamiento desde el sector formal hacia el sector
informal, insertándose entonces en actividades informales ligadas

MARÍA MARTA PREGONA, FEDERICO STEFANI Y CECILIA TINOBORAS 205


al “cuentapropismo satisficer” (pequeños comercios). El segundo,
a mediados de la década del ‘90, corresponde a un segundo des-
plazamiento, esta vez hacia actividades dentro del sector informal
ligadas a la subsistencia.
Luego del primer desplazamiento los modos de proceder en la
selección y utilización de los recursos se llevaron a cabo, princi-
palmente, en función del capital económico con el que contaban.
La particularidad de estos casos es que “dado el carácter sólido y
estable de su trayectoria en el sector formal, suelen cobrar indem-
nizaciones importantes con las que financiar emprendimientos por
cuenta propia” (Belvedere y otros, 1999).
Este recurso económico les permitió entonces invertir en algún
pequeño negocio como estrategia frente a la situación de desocupa-
ción. Para Rogger y Mario sus emprendimientos fueron una parada
de diarios, para Alberto un drugstore, mientras que para Ernesto
fue una pequeña panadería.
Cabe destacar que, si bien en estos emprendimientos ya no
contaban con las protecciones que brindaba el trabajo en relación
de dependencia en el sector formal (aportes a la seguridad social,
obra social, indemnización, etc.), esto no les impidió, al menos
durante un tiempo, poder sostener un nivel de ingreso y consumo
que respondía adecuadamente a sus requerimientos materiales y
subjetivos.
Desde mediados de la década del ‘90, pero en particular a partir
de la segunda mitad, las estrategias cuentapropistas puestas en
marcha dejarán de brindar los resultados esperados. Se produce
aquí el segundo punto de quiebre en la trayectoria de estos traba-
jadores. En el marco de un contexto socioeconómico signado por
fuertes cambios estructurales, el cuentapropismo tradicional de
pequeños comercios ya no constituye una fuente sustentable de
recursos de trabajo e ingreso. Frente a dichas transformaciones
estos sujetos se ven obligados a buscar nuevas estrategias que,
a diferencia de las anteriores, los provean de ingresos de forma
inmediata. Así lo expresaron, tanto en las entrevistas como en el
Grupo Focal:
“Viene toda esta hecatombe (…), en la parada de diarios, viste, fue bajando
todo, todo fue bajando, bajando, bajando y me encontré en un momento
que ya no podía comprar nada y entonces empecé con esto (el remís).”
(Rogger).

206 VI. REMISEROS DE LA POBREZA


“— Me despidieron de la empresa donde yo trabajaba y la salida laboral
digamos con crédito inmediato es remisero.
— Entré en el remís porque era una salida laboral rápida.
— Yo entré para tener un dinero, fresco digamos.
— ¿Qué es eso de tener dinero fresco?
— Claro, si bien yo no estaba trabajando exclusivamente en el remís, porque
había arreglado en la empresa donde trabajaba, salía todos los días a trabajar
y traía todos los días unos pesitos, empecé así…” (Grupo Focal).
Se inicia así una nueva etapa en la trayectoria laboral de los
entrevistados, donde los capitales con los que cuentan se han visto
reducidos (nos referimos principalmente al capital económico, y
al capital social13), y por lo tanto las condiciones de partida para
enfrentar la nueva situación son cualitativamente diferentes a las
de la etapa anterior.
Se produce de este modo un nuevo desplazamiento hacia una
zona de vulnerabilidad cualitativamente diferente a la anterior,
donde la escasez e incertidumbre respecto a la percepción de
ingresos, compromete ahora la subsistencia material de los sujetos
y de su grupo familiar. De este modo se profundiza la percepción
subjetiva de incertidumbre derivada de la modificación radical de
las reglas económico-sociales.
Será en este marco particular donde tendrá lugar, en el hori-
zonte laboral de nuestros entrevistados, la alternativa del trabajo
en el remís. Esta actividad, a la que caracterizamos como un nuevo
y precario “nicho económico”, y que se genera en los intersticios de
un contexto barrial particular, junto con el deterioro del servicio
público de transporte14 y la expulsión de trabajadores del mer-
cado de trabajo, constituye, para estos sujetos, una posibilidad
de obtención inmediata de ingresos, que resulta de fácil acceso,
de acuerdo a su capital social y económico, y en tanto vecinos del
barrio, presentándose así como una estrategia de sobrevivencia
viable frente a las transformaciones socioeconómicas y del mercado
de trabajo que:

13 El capital social es la suma de los recursos, actuales y potenciales corres-


pondientes a un individuo o grupo, en virtud de que éstos poseen una red
duradera de relaciones, conocimientos y reconocimientos mutuos más o menos
institucionalizados, esto es la suma de los capitales y poderes que semejante
red puede movilizar (Bourdieu, 1995:82).
14 Véase CNRT, Transporte automotor urbano de pasajeros. Cuadros: Cuadro
Nº 1.2: Evolución de los Indicadores Operativos. Fuentes: Transporte Urbano
- Base de parque móvil - Área Estadística y Seguros.

MARÍA MARTA PREGONA, FEDERICO STEFANI Y CECILIA TINOBORAS 207


- los ha desplazado del sector formal;
- ha elevado los requisitos de ingreso al sector formal (edad, cre-
denciales educativas, calificación profesional, etc.);
- ha generalizado la precarización del empleo; y
- ha generado el fracaso de las estrategias de informalidad típicas
basadas en el cuentapropismo tradicional.
Así, y con el objeto de disminuir la inseguridad e incertidum-
bre cada vez mayores, los sujetos se ven obligados a recurrir a la
optimización de sus recursos aún disponibles. Retomando el con-
cepto de estrategias adaptativas de Bartolomé (1985)15 podemos
decir que “el objetivo común es el de minimizar la inseguridad,
reducir la incertidumbre y maximizar la utilización de los esca-
sos recursos disponibles” (Bartolomé, 1985). De este modo, la
utilización de las redes de relaciones familiares, de vecinos, y de
conocidos, constituye ahora un punto de apoyo fundamental para
captar y canalizar recursos. Así lo podemos observar en los relatos
acerca del ingreso en la remisería.
“…y bueno, por intermedio de conocidos di con un par de muchachos que
tenían dos coches para trabajar, me los dieron para que los administrara y
los trabajara yo las 24 horas como quisiera, bueno y ahí empecé a levantar
cabeza, a fuerza de laburar 20 horas por día.” (Alberto).
“Vino un muchacho amigo y me dijo que hacía falta un chofer y hacía un
año y medio que no manejaba,… y ahí empecé, empecé de vuelta y acá
sigo estando.” (José, Grupo Focal).
Este segundo movimiento fue el que tuvo mayor impacto en la
lectura de sus propias trayectorias. De este modo, la etapa de la
plena inserción en el sector formal es recordada como época dorada,
en tanto la etapa menemista y postmenemista se manifiesta
como la peor de todas las épocas vividas. Alberto es elocuente al
respecto:
“A mí me mató, ¡me mató! Es como que… yo dejé de tener un trabajo digno,
yo perdí toda la intimidad mía por años, porque… no tenía trabajo porque
vivía de… me comí mis ahorros… ahorros que tenía para comprarme una
casa me los comí en la época de Menem. […] y entonces somos piltrafa
humana, más los de mi generación, te vuelvo a repetir. Somos piltrafa
humana.” (Alberto).

15 Citado en: Gutiérrez (2004).

208 VI. REMISEROS DE LA POBREZA


“Con distinta profundidad en sus análisis y con diversos matices, todos
ellos saben que su situación actual es resultado de una crisis general de la
sociedad argentina cuya causa básica atribuyen a decisiones políticas que,
bajo la dictadura militar, el gobierno radical o el de Carlos Menem, los
empujaron al descenso social.” (Lvovich, 2000).

Presente. ¿Dónde están hoy los remiseros?


Al interrogarlos sobre su situación actual, tanto en las entre-
vistas como en el Grupo Focal, todo es comparado a partir de una
memoria anclada en las redes de relaciones y de seguridad vividas
durante la inserción en el sector formal.
“Hoy en día si tenés la suerte de conseguir un laburo y de que te paguen
porque seas operario calificado, no ganás $1.300 y tampoco volvés a trabajar
por ocho horas como laburábamos antes.” (Grupo Focal).
Desde el punto de vista subjetivo la experiencia de su paso por
el sector formal funciona entonces como el eje a partir del cual se
establecen los juicios de valor sobre el presente. Así, el impacto que
generan las actuales condiciones de trabajo en la remisería sobre
la vida de estos sujetos, cobra mayor relevancia, en tanto, dichas
condiciones se ubican en las antípodas de la experiencia de forma-
lidad. Cabe destacar aquí, que en estos sujetos el distanciamiento
de los derechos ligados históricamente a “la condición de asalariado
genera no sólo una nueva carencia sino también incertidumbre”
(Kessler, 2000). Así lo afirman en el Grupo Focal:
“Hoy lo tenés hoy comés, hoy podés llegara a tener plata en el bolsillo, si
vos chocas el auto o lo rompés o algo te pasa, no tenés más nada.” (Grupo
Focal).
Resulta evidente que las características que asume el desarrollo
de la actividad, junto con el deterioro de sus capitales, propician,
en estos sujetos, nuevas fuentes de vulnerabilidad, enfrentándolos
a un riesgo constante de desplazamiento hacia la exclusión. En
palabras de Alberto:
“Se me llega a zafar una uña de donde estoy enganchado y me voy a la
mierda, no me levanto más.” (Alberto).
En el presente ya no persiguen una movilidad social ascendente,
ni la generación de estrategias orientadas a la obtención de ingresos

MARÍA MARTA PREGONA, FEDERICO STEFANI Y CECILIA TINOBORAS 209


capaces de satisfacer los consumos estándar de la vida urbana;
buscan principalmente amortiguar los efectos del descenso. En la
actualidad estos trabajadores apenas pueden mantener el consumo
familiar para satisfacer las necesidades diarias, teniendo que
modificar de manera irreversible ciertas pautas de consumo que
los acercaban a los sectores medios. En la situación actual, “todas
y cada una de las prácticas habituales, directa o indirectamente
relacionadas con lo económico, son evaluadas, modificadas y a
veces suprimidas.” (Kessler, 2000). Como señala Mario:
“Vivimos privándonos de una cosa para solucionar la otra.” (Mario).
En estas modificaciones se pone de manifiesto la percepción de
pérdida que trae consigo el proceso de desplazamiento.
“Yo, mi auto es el mismo que tengo cuando me solté de todo lo que estaba
haciendo, llegué a tener mi coche, mi casa y nada más, hasta ahí llegué, y
a partir de ahí todo para atrás, porque el vehículo sigue siendo el mismo,
hace catorce años que lo tengo.” (Grupo Focal).
“…te mata, viste, cuando hay tantas cosas que te gustan y de golpe y porrazo
no las tenés más… te mata, vos no sabés lo que es…” (Rogger).
Estos sujetos que en el presente circulan por zonas intermedias
entre la exclusión y la integración, disponen aún de cierto capi-
tal social y cultural, que, a pesar de su deterioro, les permite al
menos compartir algunos espacios de reconocimiento común con
los sectores medios a los que alguna vez pertenecieron. Mantienen
en este sentido un relativo grado de integración, tanto a través de
las relaciones que establecen con sus clientes, como mediante las
resignificaciones que realizan acerca del trabajo en la remisería.
Así lo expresaban en el Grupo Focal:
“— El remís es un servicio a cambio de; de lo que le sale el pasaje hasta
donde va la persona.
— Y en el caso nuestro, la imagen también somos nosotros, nosotros
tenemos que de alguna manera vendernos ¿no es cierto? ofreciendo con
responsabilidad, educación y respeto el servicio.
— …porque los remiseros también vamos a buscar chicos al colegio.
— Y los llevamos.
— Los vamos a buscar, los padres confían en nosotros, lo cual es una
responsabilidad.”
Estos intentos de acercamiento a los sectores medios, se refuerza
además con el distanciamiento que manifiestan respecto de aque-

210 VI. REMISEROS DE LA POBREZA


llos otros sectores considerados como “más pobres”. Buscan ale-
jarse así de los sectores que en la actualidad deben experimentar
condiciones de reproducción mucho más severas. En este sentido,
Alberto afirma:
“No vas a trabajar de lo que vos querés seguro, pero yo creo que yo nunca
llegaría a ser cartonero o anotarme en un plan de estos trabajar, a mí me
parece que yo siempre buscaría de generar algo que me diera una ganancia,
yo no, me parece que no podría vivir, o sea nunca sería capaz de vivir de
la mendicidad o de un plan trabajar.” (Alberto).
Podemos decir entonces, retomando a Feijoó, que mientras las
condiciones objetivas de vida traccionan desplazándolos del posicio-
namiento cercano a los sectores medios, las condiciones de capital
cultural y los niveles de integración simbólica operan haciéndoles
sentir que aún forman parte de esos segmentos (Feijoó, 2001).
En suma nos interesa señalar que en la actualidad estos suje-
tos desplazados deben ajustarse a la lógica de la inmediatez en
la generación de ingresos, en función de atenuar los efectos de la
movilidad social descendente sobre sus condiciones materiales de
vida. En este sentido toma relevancia la especificidad del trabajo en
la remisería en tanto que, mediante la utilización de los capitales
que aún conservan (económico, cultural y social), y en articulación
con las características del barrio antes mencionadas, resulta posible
para estos sujetos el ingreso en una actividad que les brinda la
posibilidad de obtener un ingreso diario con el cual satisfacer sus
necesidades inmediatas y garantizar, aunque de manera inestable,
su reproducción.

Futuro: ¿hacia dónde van?


Para analizar las perspectivas a futuro de los remiseros entre-
vistados tendremos en cuenta, tanto las situaciones objetivas que
dificultan y complejizan las proyecciones a largo plazo, como las
posiciones que asumen los actores con respecto a ellas.
Desde nuestro análisis, la perspectiva hacia el futuro se visualiza
y se define a partir las trayectorias laborales y a partir del lugar
en que los sujetos se encuentran en la actualidad. Así, enfrentados
a las consecuencias de un proceso en el cual han sido “expulsados
de las antiguas estructuras (normativas y sociales), que definían

MARÍA MARTA PREGONA, FEDERICO STEFANI Y CECILIA TINOBORAS 211


la orientación de sus conductas y los dotaban de certezas, los suje-
tos se ven obligados a producir su acción en un contexto donde los
márgenes de imprevisibilidad, contingencia e incertidumbre se
amplían considerablemente.” (Svampa, 2000). Será entonces desde
esta particular situación y posición en la estructura social, desde
donde los sujetos van a construir la perspectiva de su proyección
hacia el futuro.
La imprevisibilidad e incertidumbre del presente imposibilitan
la proyección en el largo plazo, frente a lo cual retorna, una vez
más, la memoria de la trayectoria formal frustrada. En este sentido
Rogger afirma:
“Yo pensé que me iba a jubilar en YPF… nunca pensé…, ya te lo había
dicho viste, yo pensé que entraba y me jubilaba, y porque era así. Entrabas
en una buena empresa, la número uno del país, te imaginás, y digo bueno
acá me tengo que jubilar; tenía un muy buen sueldo y tenía una muy buena
obra social.” (Rogger).
Al indagar acerca de su percepción del futuro inmediato o a corto
plazo observamos que, las posibilidades de emprender actividades
laborales en el sector formal son vislumbradas con mucha dificul-
tad, y sólo resultan “sustentables”, desde su perspectiva, aquellas
relacionadas con la permanencia en la informalidad. Así, los par-
ticipantes del Grupo Focal, identifican los principales factores que
obstaculizan su reinserción en el mercado de trabajo formal:
“— Y… la edad.
— Antes que la edad el poco trabajo que hay para salir a buscar.
— La oferta laboral, es uno de los problemas más centrales.
— Y segundo lo que dice él (la edad), y tercero la capacitación.
— Aparte para la edad que tenemos nosotros es prácticamente imposible
conseguir un trabajo hoy en día…” (Grupo Focal.)
De estos tres factores (edad, demanda laboral, capacitación),
el problema de “la edad” es mencionado con insistencia por todos
los entrevistados, tanto en el Grupo Focal como en las entrevistas
en profundidad; constituyéndose así, desde su percepción, en el
obstáculo fundamental.
El problema de la capacitación aparece vinculado a la renovación
tecnológica por la que han pasado sus trabajos anteriores, de la
cual estos sujetos no participaron.
“— Yo trabajé en un taller mecánico…, ahora para volver al taller mecánico,
tendría que estudiar de vuelta porque en la época que yo trabajé…

212 VI. REMISEROS DE LA POBREZA


— Cambiaron los modelos.
— Claro, cambiaron los modelos… y es todo electrónico.” (Grupo Focal).
Ahora bien, posicionados dentro del sector informal los entre-
vistados visualizan a futuro la posibilidad de mejorar en la acti-
vidad actual, o, en el mejor de los casos, instalarse en pequeños
comercios cuentapropistas como lo habían hecho antes de llegar
a la remisería. Esta última posibilidad, en tanto retorno a las
estrategias características del sector informal tradicional, consti-
tuye, desde su punto de vista, un movimiento de ascenso que les
permitiría mejorar su posición en cuanto a la disminución de la
vulnerabilidad, y recuperar cierto nivel de consumo perdido. Sin
embargo, como vimos, en las actuales condiciones sus aspiraciones
inmediatas y en el corto plazo apuntan concretamente a mantener
la posición presente y evitar seguir descendiendo.

Conclusiones
A lo largo del análisis de las trayectorias laborales de los actua-
les remiseros hemos podido identificar, dos puntos de inflexión que
tuvieron importantes implicancias en lo que refiere a la reorien-
tación de sus estrategias laborales y de vida. El primero refiere
al desplazamiento desde el sector formal hacia el sector informal
tradicional, mientras que el segundo refiere al desplazamiento
desde el sector informal tradicional hacia el sector informal de
subsistencia.
Como vimos, nuestros entrevistados han sido desplazados pro-
gresivamente hacia zonas de mayor vulnerabilidad, en las cuales
operan transformaciones cualitativas en cuanto a la inserción
laboral, en cuanto a la lógica de las estrategias de supervivencia
que se ponen en marcha, así como también en cuanto a los efectos
que estos cambios producen en las condiciones materiales y en la
percepción subjetiva.
En el marco de las transformaciones de las condiciones
sociolaborales laborales señaladas, los sujetos han sido despla-
zados de sus anteriores posiciones sociales hacia un nuevo sector
social: los nuevos pobres (Minujin y Kessler, 1995)16. Frente a esta
situación los sujetos se reposicionan intentando encontrar alguna

16 Sobre este tema, véase Minujin y Kessler (1995) y Minujin (1997).

MARÍA MARTA PREGONA, FEDERICO STEFANI Y CECILIA TINOBORAS 213


posibilidad de inserción laboral a través de la cual poder mejorar
sus condiciones de vida y recuperar, al menos, algún escalón de
todos los que han descendido.
Teniendo en cuenta la experiencia de inserción en el mercado
laboral formal y el fuerte anclaje en la memoria que ésta implica,
podemos afirmar que el tránsito a través de las trayectorias de
descenso aquí analizadas conlleva no sólo un proceso de empobre-
cimiento creciente, sino también la redefinición de identidades,
estrategias y lazos sociales. Observamos entonces que desde esta
zona intermedia entre la integración y la exclusión, intentan acer-
carse a la zona de integración, explotando los capitales sociales y
culturales adquiridos durante su paso por el sector formal, bus-
cando conservar los lazos simbólicos que los ligan con los sectores
medios, de los que formaron parte en su momento de inserción
plena. Consideramos relevante señalar aquí que, si bien las causas
de la movilidad social descendente experimentada por los entre-
vistados es atribuida a determinados momentos históricos y a la
implementación de políticas concretas, no se observan demandas
hacia “la política”, ni planteos de acciones colectivas para rever-
tir su situación. Al respecto surge una profunda desconfianza,
siendo estas estrategias totalmente descartadas de su horizonte
de posibilidad.
Ahora bien, respecto al desarrollo de la actividad de remís que
hemos analizado, entendemos que existen factores estructurales y
coyunturales vinculados principalmente con los procesos de cambio
en que se estructura la sociedad actual. En ello adquieren capital
importancia, como vimos, la conformación de un mercado laboral
flexibilizado, precarizado y expulsor de mano de obra. Es en este
escenario, donde se ven impulsadas una multiplicidad de estrate-
gias de supervivencia, entre ellas las remiserías. Ahora bien, cabe
preguntarnos aquí ¿cuál es la especificidad de la remisería en tanto
estrategia de supervivencia? ¿Por qué estos hombres, de entre 40
y 65 años de edad, ingresan en esta actividad y no en otra?
Al analizar las prácticas que implica esta actividad, observamos
que éstas suponen condiciones de posibilidad específicas para su
desarrollo. Al respecto podemos señalar, en primer lugar, la impor-
tancia del barrio. Así, percibimos la importancia del repliegue en
éste, el cual, resignificado como espacio del ámbito laboral, brindará
los soportes relacionales para el desarrollo de esta nueva estrategia
de supervivencia. En este mismo sentido, señalamos el tipo par-

214 VI. REMISEROS DE LA POBREZA


ticular de relación que se establece, dentro del ámbito del barrio,
entre la actividad estudiada y las instituciones reguladoras. Así
pudimos observar que desde estas instituciones existe una relativa
tolerancia para con el desarrollo de la actividad, expresada en la
no imposición de sanciones efectivas que impidan su desarrollo en
las actuales condiciones de ilegalidad. En esta perspectiva, resulta
interesante tener en cuenta que el cumplimiento de los requisitos
legales implicaría un obstáculo insalvable para el desempeño de la
actividad tal y como se desarrolla en estos barrios. Es decir, dejaría
de existir debido a la imposibilidad de satisfacer, al mismo tiempo,
los requerimientos legales y los recursos básicos para su reproduc-
ción. Al respecto, entendemos que las relaciones que se producen en
el ámbito del barrio inciden de manera tal que el incumplimiento
legal sea “tolerado” tanto por el Estado (nos referimos aquí a las
instituciones reguladoras del ámbito local) como por los usuarios
vecinos del barrio.
En síntesis podemos decir, al preguntarnos acerca de la espe-
cificidad de esta actividad, de su subsistencia y expansión en los
barrios que analizamos, que desde el análisis realizado, nuestra
hipótesis sugiere que las condiciones de posibilidad específicas
para su existencia y desarrollo se generan en la articulación de las
siguientes dimensiones: la dimensión barrial, ligada a la especi-
ficidad antes mencionada; la dimensión sociolaboral, ligada a las
características específicas que devienen de las transformaciones
estructurales de la sociedad, la economía y el mercado de trabajo en
la Argentina, (en nuestro caso particular en relación a la situación
de los hombres mayores de 40 años desplazados del sector formal
de la economía, residentes en estos barrios); y la dimensión de la
infraestructura, ligada al progresivo deterioro de los medios de
transporte público en estas zonas del Gran Buenos Aires.

MARÍA MARTA PREGONA, FEDERICO STEFANI Y CECILIA TINOBORAS 215


VII.

Juventud ¿divino tesoro?

Trayectorias socio-laborales
de jóvenes trabajadores de delivery

Pablo Molina Derteano

P ara estos jóvenes que irrumpen en el paisaje urbano con sus


pequeñas motocicletas entregando pedidos, el empleo como
delivery no presenta futuro alguno. Su inserción es tan precaria
como las motocicletas que manejan. Las preconcepciones agregan
además que se trata de un empleo de jóvenes.
Permítasenos adelantar una observación: el empleo de tipo
delivery no posee escalafones ni ascensos, y es de duración inva-
riablemente escasa. No es considerada una profesión ni desde el
sentido común ni desde la academia. Este empleo sólo puede actuar
como bisagra, como fase de traspaso entre otros eventos laborales.
Es una pieza cuyo sentido sólo es asequible en contexto con el resto
de la trayectoria, la ya transcurrida y/o la planificada.
Este artículo busca estudiar a aquellos jóvenes residentes en
enclaves de pobreza de la zona sur del GBA, que trabajan en dis-
tintas modalidades de trabajo de delivery y cuyos ingresos deben
ser aportados para la manutención de un hogar propio o el de su
familia de origen. Este estudio en particular, al indagar acerca
del segmento de jóvenes que viven en enclaves de pobreza (Saravi,
2004), presenta un enfoque basado en el análisis de trayectorias
socio-laborales. A lo largo del artículo intentaremos explorar dos
dimensiones de la articulación entre las experiencias y vivencias
subjetivas de estos sujetos y el espacio social conflictivo en donde
tienen lugar sus trayectorias socio-laborales.
En primer lugar, estudiaremos cuáles son las estrategias de
inserción sociolaborales que se ponen en juego, así como el conjunto
de vivencias, experiencias, imaginarios y representaciones sociales

217
que se desprenden de las subjetividades en su actual empleo, con-
siderando su pasado laboral y familiar y sus perspectivas a futuro.
Adelantaremos aquí que la diferencia entre la noción de carrera y
empleabilidad precaria serán claves para entender el sentido que
dan a sus prácticas y los alcances que tendrán a futuro. Hay una
hipótesis de fragmentación socio-laboral.
En segundo lugar, estudiaremos la importancia y las implicancias
de esta dimensión de “empleabilidad precaria” y el desanclaje que
conlleva en un espacio móvil signado por la marginalidad y la
atomización social. ¿Cómo es su “espacio de vida” dentro de los
mismos? ¿Cuál es la “identidad barrial”, si existe tal cosa? ¿En qué
medida consideran que el entorno de pobreza en el que viven es una
influencia nociva, o estigmatizante, o ambas? Hay una hipótesis
de fragmentación socio-territorial.
Dadas estas indagaciones, se empleó una metodología de corte
cualitativa apuntando a generar datos densos acerca de los aspectos
de las experiencias subjetivas de estos jóvenes trabajadores de deli-
very. Se toman tanto aportes de su realidad objetiva (condiciones de
trabajo, de vida, asignación a un segmento socio-económico) como
sus percepciones subjetivas (visión de futuro, movilidad y/o segre-
gación, etc). Los datos que se analizan en este trabajo corresponden
a jóvenes entre 16 y 21 años que prestan servicios de delivery de
comidas. Todos ellos residen en las zonas de Quilmes Este, Tem-
perley y Banfield y fueron objeto de entrevistas en profundidad y
participaron además en una dinámica de Grupo Focal. Un dato
importante es el hecho de que muchos de ellos tienen hijos –estando
o no en pareja–, por lo que el horizonte de responsabilidades supone
un hogar propio para algunos mientras otros deben aportar parte
de sus ingresos para la manutención de sus hogares de origen.
A continuación presentaremos algunos enfoques teóricos sobre
trabajo y juventud y una somera descripción del empleo de delivery
antes de pasar al análisis de las trayectorias y las conclusiones
que arrojó este estudio de caso.

Fragmentación socio laboral:


“empleabilidad precaria o carrera”
Las relaciones entre los jóvenes y el ingreso al mercado laboral
en el último decenio han estado signadas por la vulnerabilidad

218 VII. JUVENTUD ¿DIVINO TESORO?


(Miranda y Salvia, 2001; 2003 ; Salvia, 2003 ; Weller, 2003). Según
Weller, el debate se plantea en términos de una vulnerabilidad
específica de los sectores juveniles, más allá de la estructura del
mercado o de un aumento general de los niveles de vulnerabilidad
debido a un incremento general derivado de las transformaciones
estructurales de los ‘90. Independientemente de cuál sea la posición
que se tome en el debate, las hipótesis acerca de la vulnerabilidad
juvenil en el mercado de trabajo se han inclinado por las debilidades
de la oferta1, por las mutaciones e inestabilidades de la demanda2,
por las incompatibilidades en el matching entre oferta y demanda,
o por las transformaciones estructurales de la economía y su efecto
desestructurador en los canales de ingreso y promoción dentro del
mercado laboral (Lijenstein, 2001; Tedesco, 2004; Tokman, 2003;
Weller, 2003). Este último grupo de hipótesis será el que toma-
remos en este estudio. El pasaje de industrias manufactureras
tradicionales a una economía de servicios implica, en términos
de trayectorias subjetivas socio-laborales, la pérdida de los oficios
manuales como alternativa para los sectores populares, así como
la desintegración de la noción de “carrera” como instancia de
movilidad social ascendente intergeneracional. Para los segmentos
y hogares de menores ingresos, esta situación se agrava no sólo
debido a las mutaciones antes descriptas sino también a que, al
provenir de contextos más vulnerables, su inserción al mercado de
trabajo es temprana e inestable.
Pero regresemos sobre la noción de carrera. Intentaremos
abordar esta noción desde un enfoque más cercano al propuesto
por Heller en su Sociología de la vida cotidiana o a la noción de
Goffman de “carrera moral”. Heller (1998) retoma la distinción
marciana entre work (actividad productiva propia del hombre)
y labour (carácter social alienante de la actividad laboral que
lleva a la reproducción de la particularidad). Se da aquí una ten-
sión propia de las sociedades capitalistas: para ser un particular
(alguien distinto de otros) hay que llevar a cabo una actividad
socialmente productiva. Esta identidad particular tiene que ver
con los soportes de ego. Goffman (1997), por su parte, introduce

1 Éstas van desde la decadencia e inadecuación de los sistemas educativos


básicos, supuestas expectativas desmesuradas de inserción y promoción por
parte de los jóvenes, marco regulatorio inadecuado, etc.
2 Entre estas perspectivas se hallan la inadecuación del marco legal regulatorio,
exigencias “poco realistas” y excluyentes entre otros (véase Tokman, 2003)

PABLO MOLINA DERTEANO 219


la idea de carrera moral destacando sus bases antropológicas: es
un rito de pasaje propio de las ceremonias de transición de status.
Heller afirma que el trabajo sigue siendo una parte orgánica de
la vida cotidiana; es sinónimo de adultez para muchas socieda-
des. Goffman coincide con esto implícitamente. En su noción de
carrera, Goffman destaca tanto los soportes socio-institucionales
como la propia visión reflexiva del sujeto sobre el status alcanzado.
La carrera es un espacio vital que se prolonga en el tiempo. Es
un espacio de negociación entre la subjetividad y la estructura
social-objetiva, un espacio donde las aspiraciones subjetivas se
entremezclan con el status social, reforzando los soportes del ego.
En torno a la cuestión de la inserción laboral es un espacio donde
para las subjetividades se manifiestan las ideas de integración a
un todo funcional y de progreso en un conjunto de metas, más o
menos, definidas3. No es nuestra intención imbuirnos en este debate
teórico, bastará con afirmar que el concepto de carrera da cuenta
del grado de internalización y naturalización de las estructuras
sistémicas dentro de la subjetividad. Si estos jóvenes percibieran
su realidad socio-ocupacional como inserta en el marco de una
carrera, entonces cabría esperar que sus percepciones no sean
las de fragmentación y sean las de “sentirse parte” de un todo
armónico y funcional.
La noción de “empleabilidad precaria”, en cambio, no está
inserta en un debate de raíces sociológicas tan profundas. El tér-
mino “empleabilidad” es sin duda, un término conflictivo. Pérez
(2004) ubica sus raíces a principios del siglo XX. Desde sus inicios
ha habido dicotomías sobre si considerarlo un estado individual o
un fenómeno social.
Para las décadas de los ‘80 y ‘90, se alcanza un consenso orto-
doxo, que Pérez, citando a Gazier, define como “empleabilidad
interactiva” y refiere a la combinación de actitudes, conocimientos
estratégicos y capital humano que permiten que un trabajador se
adapte a los movimientos de un mercado de trabajo cambiante.
Lijenstein (2001), por su parte, advierte que la empleabilidad en
sectores de bajos recursos puede traducirse en un tipo de flexibi-
lidad que conduce a determinadas inserciones laborales, carac-

3 Puede objetarse que estas concepciones no toman en cuenta la multiplici-


dad de percepciones que se derivan de la pertenencia a diferentes estratos
socio-económicos. Si bien esto es cierto, no disponemos de espacio aquí para
desarrollar estas diferencias.

220 VII. JUVENTUD ¿DIVINO TESORO?


terizada por eventos laborales inestables, de poca duración y sin
promoción alguna. Los segmentos juveniles son los más propensos
a este tipo de empleos. Tomando esta aseveración, la denomina-
remos “empleabilidad precaria” Desde una óptica estructural, la
empleabilidad precaria tiene que ver con los niveles de capacita-
ción y la estructura de los mercados secundarios. Sin embargo,
los eventos laborales precarios e inestables pueden ser estados de
transición; pero para algunos sectores se trata de una situación
más prolongada que va minando sus posibilidades de avanzar
hacia situaciones más estables. Es probable que esta situación
de “empleabilidad precaria” se haya extendido para los jóvenes
de sectores populares por las mutaciones antes descriptas y sus
consecuencias sobre los anteriores canales de movilidad social,
basados en las industrias manufactureras.
De la tensión entre empleabilidad precaria y carrera, surge la
primera de nuestras hipótesis de fragmentación. Se sugiere que el
empleo de delivery es un empleo necesariamente inestable y que,
en el mejor de los casos, de transición. Pero para los segmentos
estudiados, será un evento laboral más que potencia su situación
de empleabilidad precaria. Arriesgamos una hipótesis de fragmen-
tación socio-laboral.
Afirmamos que para estos jóvenes trabajadores, su empleo como
“deliverys” se inscribe en una cadena viciosa de empleabilidad
precaria, tanto por sus condiciones socio-estructurales que los
circunscribe a una lógica de necesidad como por su horizonte de
percepciones que no parece incluir la noción de carrera, indepen-
dientemente de sus posibilidades reales de consecución.

Fragmentación socio-territorial
En la literatura reciente, la segmentación territorial y/o la
estigmatización socio-residencial han ocupado un lugar de impor-
tancia. Inscriptos en estas condiciones de fragmentación socio-labo-
ral, cabe entonces preguntarnos por las concepciones del espacio
para estos jóvenes. En particular, por el hecho de provenir de este
tipo de espacios, interesa la forma en que estos jóvenes crean y
recrean sus nociones del espacio social y público.
Los enclaves de pobreza urbana no son una realidad nueva en
Latinoamérica y ya autores pioneros como Germani y la DESAL

PABLO MOLINA DERTEANO 221


daban cuenta de ellos. Sin embargo, en los últimos 30 años estos
barrios pobres sufrieron una transformación decisiva.
Primeramente, se dio una mutación de barrio “obrero” hacia
villa miseria. Esto es que en el pasado estos enclaves de pobreza
estaban habitados en su mayor parte por obreros poco califica-
dos y trabajadores informales. Al aumentar la desocupación, la
exclusión social, y al haberse profundizado los efectos de anomia
que conllevan estos fenómenos, el “barrio” mutó hacia un espacio
“peligroso” donde abundan la marginalidad económica y las acti-
vidades extra y/o ilegales (Auyero, 2003; Merklen, 2004; 2005).
En forma complementaria, el Estado se retira de estos espacios
cambiando una lógica de inversión social preventiva por una lógica
de “red de seguridad” en la que se pone más énfasis en la represión
y el discurso social estigmatizador. Este proceso en Argentina se
habría iniciado con la desarticulación de las solidaridades obreras
de resistencia durante la última dictadura militar y se prolongaría
hasta nuestros días aumentando la “despacificación” del espacio
de vida cotidiana (Auyero, 1997; Wacquant, 1997, 2001). Como
propone Saraví (2004), los efectos subjetivos, fundamentalmente
el de estigmatización, son el resultado de un contraste entre los
fenómenos discursivos que se perciben en el ámbito de la cultura
y las condiciones socio-estructurales de vida. En este escenario
de conflicto, algunos autores sostienen la construcción de nuevos
vínculos y/o solidaridades.
Por tanto, el “barrio obrero” existirá como representación y
su dinámica debe ser estudiada contrastando las experiencias de
vida de estos jóvenes con los niveles de articulación del discurso.
El discurso del “barrio obrero” corresponde a la sociedad salarial
que estos jóvenes no han conocido (y quizás tampoco sus padres
la hayan experimentado plenamente) y por tanto, está en coor-
denadas socio-históricas desfasadas. En un primer escenario, si
los sujetos tienen o tuvieron un empleo asalariado protegido, la
vinculación puede ser más orgánica. Pero dado que estos jóvenes
estarían inmersos en una cadena de empleabilidad precaria, cabría
preguntarse los niveles en que opera este discurso. Arriesgamos
una segunda hipótesis de segregación territorial.
La segregación socio-territorial opera en las subjetividades
en la construcción de una nueva percepción de sus identidades
subjetivas y colectivas.

222 VII. JUVENTUD ¿DIVINO TESORO?


El trabajo de delivery
Si se toma en cuenta a los “pibes” del reparto como figura de
lejana data dentro del barrio, la idea de entrega a domicilio no es
tan novedosa. Sin embargo, se lo suele considerar como un fenómeno
relativamente nuevo surgido a principios de la década de los ‘90. El
término en inglés (deliver) significa entregar en mano. Definimos
entonces al trabajo de delivery como todo trabajo que implique la
entrega de mercaderías fuera del local de expendio a cualquier loca-
ción solicitada por el cliente con un radio de distancias previamente
fijado. El traslado es generalmente hecho en motocicleta pero se
admiten otros medios. A esta definición operativa inicial debemos
agregar que existen subcategorías del mismo4. Cabe destacar que
en el imaginario popular el término “delivery” es asociado a un
muchacho joven en motocicleta, lo cual se observa en la mayoría
de los casos.
El auge de los delivery se ubica efectivamente a principios de
los ‘90, favorecido por cambios sociales y económicos estructurales
y coyunturales. El empleo masivo del delivery fue sugerido inicial-
mente en el marco de estrategias de “calidad total”5. Además el
delivery articulado con la venta por Internet y por catálogo (TV e
impreso), y los servicios de post-venta suponen una nueva moda-
lidad de atención y venta que permitiría satisfacer necesidades
más específicas. La entrega a domicilio es entonces considerada
una parte sustancial de este servicio de venta. Si bien nunca se
aplicó en su totalidad, la mera idea de entrega a domicilio empezó
a crecer.
Pero en un nivel más abstracto y profundo, el delivery no sólo
se debió a cambios organizativos de la actividad privada. La calle,
como espacio público, fue sometida a un discurso de extrañamiento.
La inseguridad, entendida como la amenaza de daños físicos per-

4 De acuerdo al tipo de mercadería que se entrega habría tres tipos de delivery.


Moto mensajería, Delivery de comidas y Delivery atípico (bienes que no sean
comida). Sólo el segundo es considerado dentro de este informe.
5 Se postula la necesidad de encarar la satisfacción del cliente mediante la
calidad total, esto es el compromiso de la empresa con el cliente a través del
monitoreo de calidad del producto desde su fabricación hasta su entrega al
consumidor final. Dentro de este marco, se aduce que la “calidad” del producto
puede verse mermada por una atención deficiente por parte del minorista. En
el paradigma de calidad total, el mismo fabricante o proveedor de servicios
busca la eliminación de intermediarios mediante el compromiso directo con
la entrega a consumidor final. (Véase Deming, 1986; James, 1997).

PABLO MOLINA DERTEANO 223


sonales a partir de hechos concretos, supuso la reconstrucción del
espacio público de la calle como un lugar de peligro, “evitable” como
espacio de recreación y tránsito6. De esta forma, salir a adquirir
todo tipo de bienes, inclusive los básicos, puede entrañar un riesgo.
El delivery, en cambio, reduce estos riesgos mediante la entrega
en la puerta del domicilio de los bienes solicitados.
En este artículo nos centraremos en el delivery de casas de
comida7. El delivery de comidas presenta tres variantes. Inicial-
mente hay casas de comida que se especializan en llevar la comida
a domicilio, siendo las rotiserías y las casas de pizzas y empanadas
los casos más arquetípicos. A mediados de los ‘90 se produjo el
ingreso a este rubro de antiguos restaurantes que ante la baja de
concurrencia o el simple deseo de ampliar su margen de ganancias
comienzan a ofrecer la posibilidad de entregar comidas a domici-
lio, a veces con precios diferenciales. Finalmente surgen casas de
comidas especializadas con delivery de platos muy específicos como
las torterías o las casas de comida china o japonesa. Tanto las
casas de comidas como los restaurantes ofrecen dos modalidades
de delivery. Están los bandejeros que llevan los pedidos a lugares
cercanos y los motoqueros que pueden cubrir mayores distancias.
Los vehículos empleados suelen ser motocicletas de baja cilindrada.
Durante el período de la Convertibilidad su costo fue bastante
accesible y eran asequibles con una mínima capitalización. Hoy día
sus costos son bastante mayores. Las condiciones socio-económicas
de muchos de estos jóvenes no les permiten acceder a un vehículo
propio de forma directa. A menudo, como señalan los relatos, las
motos son “truchas”, es decir que pueden ser robadas y tener pedido
de captura. Esta es una situación común que se da mucho debido a
que las motos se adquieren, en condiciones desastrosas, a particu-
lares y luego son recuperadas. Debido a esto los jóvenes aprenden
rudimentos básicos de mecánica e inclusive se dedican a arreglar

6 Algunas voces de sectores académicos señalan que la tan pretendida “inse-


guridad” es en realidad un discurso de sectores hegemónicos de la economía
y de la derecha política para poder justificar leyes represivas que limiten los
derechos de la protesta social, favorecer la “industria de la seguridad”, etc.
(Véase Livszy, 2004).
7 En el marco de una observación no participante se pudo constatar diferentes
modalidades de trabajo de delivery en Zona Norte (el corredor Av. Maipú- Av.
Centenario), en el centro de Quilmes y el centro de Adrogué (la zona más
comercial y de mayor influencia socio-económica para el distrito de Témper-
ley). El caso más comúnmente hallado es la cruza entre delivery de pizzas y
empanadas, y restaurantes que ofrecen minutas.

224 VII. JUVENTUD ¿DIVINO TESORO?


motos como actividad paralela que les da un ingreso extra. De esta
forma evitan parte de los costos de mantenimiento, y reducen los
riesgos de ser “fichados” por tener motos truchas.

El pasado reciente (y lejano)


Para estos jóvenes el pasado es representado, por un lado, como
una imagen muy abstracta. Refiere al mundo del pleno empleo:
la sociedad salarial de una Argentina pasada. Debemos primero
aclarar que esta sociedad no es una realidad que ellos hayan
conocido. Sus padres tampoco, en la medida que los testimonios
también dan cuenta de un alto grado de precariedad e inestabili-
dad laboral, familiar, etc. Pero esta sociedad es representada en
relatos en donde la misma vida y la movilidad intergeneracional
son puestas en juego:
“Antes capaz que tenían hijos y vos decías ‘voy a buscar trabajo para man-
tenerlo’. Ahora te vienen con que están embarazadas y buscás laburo para
juntar guita para abortarla. Antes te decían ‘Bienvenido seas’ y buscabas
laburo para darle de comer al pendejo.” (Jesús, 18 años).
Jesús nos permite ver que el elemento de incertidumbre se entre-
mezcla con cierto optimismo. El elemento de comparación entre la
sociedad pasada y la actual es el hijo no buscado. La contingencia
y la falta de planificación son descriptas como continuidades. Pero
ante la contingencia, existían en el pasado más oportunidades
para salir adelante con un hijo no deseado; hoy se afirma que la
alternativa pasa por el aborto. Dicho esto con evidente desprecio. El
marco de sus decisiones estaba acompañado por cierta seguridad de
que se podía sortear obstáculos importantes. Inclusive si tomamos
en cuenta el ejemplo que da Jesús, es un marco con consecuencias
directas sobre la vida y la muerte.
Pero ésta también podría ser la memoria generacional. Debe
buscarse un nivel más abstracto, y por tanto superior en la escala
de representaciones. El ideal de trabajo. “El trabajo dignifica”, “El
trabajo es el fruto de los esfuerzos”, de la actitud ascética, “Trabajar
en oposición a robar”. El trabajo es un valor intergeneracional, un
ejemplo que los preserva del derrumbe moral. O eso es lo que parece
desprenderse de los relatos. Como lo manifiesta Jesús:

PABLO MOLINA DERTEANO 225


“Ahí ves la enseñanza de los padres a los hijos. Bah, los ves en los hijos.
Porque al padre le costó tanto tener algo y el hijo quiere seguirlo. Yo sé de
un pibe que la mujer laburó 25 años para tener la casa full, full y ahora
no tiene nada porque el pendejo le fusiló todo. En cambio a mí mi papá
me rompió la boca cada vez que tenía un lápiz que no era mío. Ahora yo
llevo este cenicero que no es mío y mi papá me acribilla. Ya como que más
que un respeto, un temor. Entonces yo gracias a mi viejo no soy ni chorro
ni drogadicto, y todos decían que íbamos a ser eso porque vivíamos en la
villa. No, porque decían que íbamos a ser como los hijos de mi mamá. Y
nosotros le tapamos la boca a todos esos.” (Jesús).
Este relato presenta una ya clásica dicotomía entre trabajar y
robar, y que robar es definido como una actitud condenable que se
adquiere básicamente por contagio al vivir en zonas segregadas.
Este relato muestra la vigencia en términos de sentido común (y
político) de las “zonas morales” (Gravano, 2005) acuñado por el
estructural funcionalismo. Implícitamente aparecen los conceptos
de conducta desviada, de revalorización del entorno familiar como
“buen ejemplo”. Las razones de la actualidad en forma de saber
vulgar de estas concepciones pueden deberse a múltiples factores.
Pero podemos señalar que hay una fuerte congruencia en su ima-
gen societal salarial y la vigencia de estos discursos que actúan
como esquemas identificadores que suprimen el origen estructural
de la segregación y asocian el mérito moral a las posibilidades de
ascenso.

Trayectorias socio-laborales pasadas


En sus trayectorias socio-laborales individuales podemos identi-
ficar dos tipos de trayectorias. Si bien en ambas el arribo del evento
delivery es siempre circunstancial, los eventos laborales previos
pueden agruparse en dos modalidades diferentes.
Tenemos un perfil al que hemos llamado el del refugiado. Estos
jóvenes que se emplearon como albañiles y soldadores, que trabaja-
ron en fábricas de zapatillas o de tanques de agua; tuvieron estos
empleos como eje de su formación de competencias e identidades
laborales. Su acceso a los mismos estuvo muchas veces mediado
por familiares directos. Empezar a trabajar en fábricas a edades
tempranas significó el abandono del secundario. Los ingresos,
por otra parte, fueron siempre muy superiores (casi el doble en

226 VII. JUVENTUD ¿DIVINO TESORO?


algunos casos) que lo que se obtiene en el delivery. La experiencia
laboral en fábrica se asocia a pautas de rutinización diurnas y,
sobretodo, genera una idea de progreso basada en los escalafones
y el reconocimiento del esfuerzo. Conjuntamente, es un trabajo
que a los jóvenes les da el sentido de “pertenencia” a un todo más
grande y articulado. Al describir su trabajo, Damián, uno de los
entrevistados decía que “es todo una cadena ¿viste? y si se corta
la cadena fuiste”. Esta contrastación con la idea de que el delivery
no ofrece pautas de ascenso será retomada más tarde. Pero es
importante señalar algunas huellas de la percepción subjetiva de
este ascenso y escalafones.
“Yo quería aprender para pasarme a la otra fábrica donde trabaja mi primo.
Estuve 5, 6 meses y me pasé a la otra fábrica. Ya no entré como aprendiz,
entré ¿cómo es que se llama?, ay no me acuerdo… Bueno entré sabiendo y
ahí me pagaban un sueldo mejor. Y fui como aparador, no como aprendiz.”
(Damián, 19 años).
El relato de Damián parece evocar lo que señalábamos en nues-
tra introducción acerca de una integración sistémica en términos
de carrera. Sin embargo, hay algo ausente en su testimonio. No
aparece ningún tipo de elogio a esta integración, es simplemente
una cuestión de más dinero. Es decir que los escalafones son valo-
rados en la medida que permiten mejores ingresos. Por lo que si
bien estos empleos tuvieron un efecto formativo, esta instancia no
debe ser sobrestimada. Ninguno de estos eventos duraron más de
un año y fueron en condiciones muy precarias. La dinámica del
Grupo Focal dio cuenta de esto en la medida que la valoración
positiva de estos eventos laborales fabriles pasaba por el aspecto
pecuniario, y en algunos casos, las sumas percibidas no justifica-
ban el esfuerzo.
Mencionábamos otro perfil, otro tipo de derrotero socio-laboral.
Al repasar sus eventos laborales, no es posible reconstruir una
lógica lineal. Los eventos laborales, que surgen casi siempre por
oportunidades propiciadas por redes sociales, son más variados,
oscilando desde quien jugaba en las inferiores de Vélez hasta
locutor de radio. Estos jóvenes pueden llegar a intentar encausar
su trayectoria en un determinado sentido, pero bajo una lógica
directamente instrumental. Este es el caso de los bandejeros que
aspiran a seguir dentro de la misma rama pero como cocineros,
por su diferencia de ingresos. Es interesante que los entrevistados
que han pasado por las inferiores de clubes como Vélez, Arsenal

PABLO MOLINA DERTEANO 227


o Argentinos de Quilmes, destacan que la disciplina del entre-
namiento juega las veces de “rutinizador”, mientras que posibles
transferencias a clubes más grandes o al exterior son las promesas
de ascensos, aún cuando fueran frustradas.
Antes de pasar a su descripción del empleo actual, debemos
destacar que en ambos perfiles, los jóvenes destacan que tanto el
deporte como el empleo fabril otorgan elementos rutinizadores, es
decir ordenadores de la vida cotidiana.

La identidad delivery:
incertidumbre y explotación
El presente de estos trabajadores se estructura en base al tipo
de empleo en que están actualmente. Sus empleos como delivery
les imponen rutinas e interacciones diferentes.
El panorama de los locales en que trabajan estos jóvenes es
variado. Algunos de ellos corresponden a famosas casas de comida,
otros a restaurantes de capital pero también pequeños locales
de barrio que no cuentan con todas las habilitaciones. Mientras
que el panorama de formalidad, informalidad y hasta ilegalidad
es heterogéneo en cuanto a sus empleadores, las condiciones de
contratación son bastante más homogéneas: todos están en negro.
Algunos cobran algo parecido a un sueldo calculado a grosso modo;
pero otros cobran por quincena, y hasta por día. Las condiciones de
contratación son absolutamente informales, pactadas de palabra.
No existe ningún tipo de beneficio, o derecho laboral, ni seguro
alguno para ellos o sus motos. Las áreas de desempeño les per-
miten a estos trabajadores tomar contacto con zonas geográficas
dinámicas y de mayor desarrollo en algunos casos. Otros trabajan
en los alrededores de sus barrios donde las condiciones no son tan
promisorias. En algunos locales se pide que los trabajadores traigan
su propia moto (tres de los entrevistados tienen la suya propia), pero
en otros la moto es frecuentemente propiedad del local. Cuando es
propia es tomada como un bien preciado, que es arriesgado en el
trabajo. Perder la moto en un robo significa el final de su carrera
como delivery. Al trabajar todo el tiempo en la calle, el tema de
la inseguridad por robos toma especial relevancia para nuestros
jóvenes delivery. El discurso de la calle como amenaza está muy
presente. Esto llega a plantearles conflictos entre los chicos y los
dueños de los locales, como lo atestigua Damián:

228 VII. JUVENTUD ¿DIVINO TESORO?


“Vos en la pizzería te estás arriesgando mucho a que te roben porque te
metés en unos lados. (…) Porque conozco la zona de mi casa, a mi jefe le
digo si puedo llevarla con otra moto, porque con mi moto no me voy a
arriesgar a ir. A veces me dice que sí, a veces se enoja pero igual tengo razón
yo. Porque una vez le dije ‘Vos no me podés decir nada. Porque si me la
roban no me la vas a pagar vos’. Entonces el chabón se calló la boca y llevé
el pedido con la otra moto. No me podés decir nada.” (Damián).
En esta cita, Damián no sólo da cuenta de “la peligrosidad” del
barrio sino que plantea una escisión entre su propiedad y la del
local. Algo curioso, por cierto, dado que en establecimientos infor-
males (como es el caso de la mayoría de nuestros entrevistados)
esta escisión no es tan clara. En todo caso, durante la dinámica
del Grupo Focal los jóvenes han referido la inseguridad en la calle
como un riesgo muy presente. Si tuviéramos que tratar de resumir
las características arriba mencionadas, deberíamos resumir que
el trabajo de delivery implica trabajar “afuera”.
“Afuera” de todo tipo de protección laboral contra riesgos. Implica
siempre, sea en pequeñas casas de comidas o grandes locales de
marcas reconocidas, un vínculo laboral informal.
“Afuera” de la fisonomía de muchas casas de comida y restau-
rantes importantes. En el marco de la observación no participante
que se realizó pudimos constatar cómo los jóvenes reciben sus
pedidos fuera de la casa de comida, o en espacios reducidos, aleja-
dos de la vista de los clientes. Como si su presencia empañara la
imagen del local.
“Afuera”, en la calle, “construida” como espacio amenazador,
donde el riesgo físico es el principal riesgo. Como se describe en el
Grupo Focal, “entre la lluvia, el frío y los chorros”, sabiendo que
“te estás arriesgando vos, arriesgando la moto”.

Explotación. El perfil buscado


Para los bandejeros como María Fernanda, Jesús y Rubén su
trabajo actual les exige una actitud de alerta constante. Deben
ganarse a los clientes, ya que no tienen sueldo fijo y sus ingresos
dependen de cuáles han sido sus ventas durante el día. Estable-
cen así un lazo de pertenencia fuerte con los clientes, ya que, en
realidad, ganarse su fidelidad es la única forma de obtener buenas
propinas. Para el resto de los entrevistados, dado que trabajan en

PABLO MOLINA DERTEANO 229


casas de comidas o restaurantes, este lazo no se da. Los clientes, en
todo caso, son del restaurante o la casa de comida. Esto hace que
para los bandejeros su identidad laboral esté atada a su juventud.
Son jóvenes y esto implica creerse dotados de las condiciones para
poder desarrollar esta tarea. También ocurre con los restantes
delivery, pero no es tan marcado.
“Claro. No, no sé si se necesita una persona joven. Pero hay chicos o chicas
que yo conozco que son más abiertos con la gente, como que te compran.
Qué sé yo, no sé. Aparte una persona grande no va a ir a hablarte, direc-
tamente a lo que tiene que hacer y… capaz que uno se queda charlando o
hablan de cosas así…” (María Fernanda).
De este fragmento puede destacarse la supuesta existencia de
un habitus ligado a lo juvenil, de un capital cultural específico de
los jóvenes que les sería clave para ganarse clientes.
Mencionábamos algunos aspectos de las condiciones labora-
les de estos trabajadores de delivery. Ahondaremos un poco más
sobre el aspecto pecuniario. El ingreso es un punto esencial en
sus percepciones. Al describir su trabajo dan cuenta de un tipo de
explotación basada en el cálculo del sueldo. Inicialmente el sueldo
de un repartidor es calculado con un fijo y un monto variable que
son las propinas. Algunos tienen esta modalidad; pero la mayoría
sostiene que el sueldo es calculado en base a las propinas que se
deberían obtener por día. Y reconocen que en el monto mensual
“prometido” por sus empleadores, ellos contaron las propinas como
parte del sueldo.
“Porque eso es lo que pasa. Los dueños te calculan tu sueldo en base a tu
propina y pagan menos. Pero eso es nada. Porque a veces no te pagan.”
(Javier)
O sea que la propina, hasta hace poco una especie de ingreso
extra, es sometida a un proceso de “racionalización”. Los dueños de
los locales calculan, con procedimientos por nosotros desconocidos,
el supuesto monto que percibirán por propina y la transforman
en parte del sueldo. Pero aquí hay que detenerse. Sabemos por
los relatos que sus mismos empleadores se lo han comunicado
verbalmente: “los toman y les dicen ‘tomá, ésta es la plata pero
contá con tu propina’”.
Pero ¿por qué? Parece que hubiera algún tipo de reconocimiento
de que el sueldo pagado es menor al correspondiente, y que se debe
completar con la propina. Klosowsky en un escrito sobre Sade

230 VII. JUVENTUD ¿DIVINO TESORO?


afirma que “Reproducir así (en la enunciación) el acto aberrante
permite que el lenguaje pueda darse como posibilidad del acto; de
allí la irrupción del no-lenguaje en el lenguaje” (1968: 49, cursivas
en el original). No es que el acto aberrante sea descrito, sino que
su enunciación lo reactualiza y lo re-crea8. No es que afirmemos
que complementar el sueldo con la propina sea una acto aberrante
en el sentido estricto del término, pero sí el hecho de que con esa
enunciación y el impacto de la misma en las subjetividades, apunta
a “actualizar” esa extracción (cuando pudo haberse omitido) y re-
crear una situación de explotación y distanciamiento. Los pocos
rastros de una modalidad salarial se diluyen, hasta recargar la
responsabilidad en el propio joven. Si un problema significante
“salario” rodeaba estas interacciones, entonces la distancia entre
el acto de enunciación que le transfieren el componente de “contra-
prestación” (sueldo) al de ayuda caritativa (propina) y el supuesto
significante profundizan el sentido de exclusión, de “afuera” de
esta práctica laboral.
“A ese es el que quieren porque te pueden pasar. Si a ellos le suman y le
sacan pedidos, ellos ganan el 100% porque no tienen que darte tu por-
centaje. Entonces te pasan con eso, ganan más plata y si vos no les decís
nada, es mejor para ellos. A esa gente quieren, gente que sea ignorante.”
(Matías, 20 años).
No sólo se espera que no pueda seguirle el paso a la matemática
de los empleadores, nos dice Jesús, sino que además debe tener una
actitud sumisa. Por lo arriba mencionado, parece que el trabajo de
delivery estaría reservado para los “jóvenes brutos con buen trato”
La contradicción es notable. Por un lado, se reconoce que es impor-
tante tener un buen trato con los clientes, demostrar cierta cultura
y simpatía para ganarse su confianza, la cual es señalada como el
bien más preciado de su trabajo. La lealtad de los clientes garan-
tiza a los bandejeros incluso la posibilidad de abandonar su actual
empleo y arrastrar a los clientes consigo hacia otro empleador. Pero,
por el otro, se espera que sean susceptibles de ser estafados en una
sumatoria aritmética. Este perfil de jóvenes brutos con buen trato
es contradictorio en sí mismos. ¿Cuánto capital cultural pudieron
adquirir para borrar en el habla su inscripción social a sectores

8 Klosowsky propone esto para entender las obras literarias del célebre Marqués
de Sade, en el marco de un ensayo donde rechaza la función denotativa del
lenguaje escrito y oral.

PABLO MOLINA DERTEANO 231


populares que a su vez los inhiba de reconocer una estafa en una
suma aritmética?
Pero una parte fundamental de su trabajo es esta idea de juven-
tud. Para estos jóvenes el delivery sólo puede ser un trabajo de
paso, refugio en algunos casos, o trampolín en otros, como veremos
luego. El último complemento de su identidad lo constituye la idea
de que son trabajadores. Esto resalta a través del relato del tipo
de clientes que tienen. Aquellos que son de clase media alta o alta
son denostados por dar poca propina, mientras que el empleado
como ellos, toma en consideración su situación.
“Por eso, se ponen en tu lugar. Saben que estás pasando calor, te estás
arriesgando, arriesgando la moto. Porque esos te dan 50 centavos aunque
les duele. El que tiene plata ve que vos te faltan 10 centavos y estás bus-
cando en el bolsillo, y ‘Dámelo, dámelo y para la próxima empanada me
lo descontás’.” (Matías, 20 años).
Puede que este relato este sujeto a algún tipo de exageración
acerca de la supuesta solidaridad de los más humildes en contra de
la “tacañería”. Lo cual nos lleva a dos hipótesis de interpretación
posibles. Una sería que el entrevistado deliberadamente quiso
crear esta imagen para suplir una falta de solidaridad, una sen-
sación de atomización social. La otra hipótesis posible sería una
exageración de un proceso real de distanciamiento trazado por los
clientes más pudientes. Cualquiera de ambas no dejan de traslucir
un percepción de una distanciamiento social muy fuerte. Tanto si
las estrategias para marcar la distancia de los sectores pudientes
como la supuesta solidaridad son producto de la exageración, esa
ambigüedad deja ver que hay un correlato de atomización que lo
circunda. Volveremos sobre esto más adelante.
Finalmente, ¿qué estructura la identidad delivery? El delivery
es considerado un empleo bisagra. Es definido en términos neu-
tros, tanto positivos como negativos pero siempre con referencia
a empleos anteriores o a las posibilidades de ascenso que ofrece.
Pero este criterio comparativo nos permite apreciar que no hay una
identidad colectiva en torno a la actividad, y aquellas presentes al
principio de la indagación, extraídas de imaginarios diversos, no
se aplican ni a los relatos ni a su realidad objetiva. El empleo de
estos jóvenes es visto como algo transitorio, sin posibilidades de
ascenso y que a su vez no permite una integración sistémica. Es
decir, que no están registrados y no hacen aportes para el futuro.
Permite “zafar” el momento.

232 VII. JUVENTUD ¿DIVINO TESORO?


El entorno enrarecido: resignificando la “calle”
El presente no sólo es de explotación y condiciones socio-labo-
rales magras, también debe ser circunscrito al espacio social en
que se mueven. En este sentido, el presente es también vivir en
las condiciones de pobreza y moverse en espacios urbanos segre-
gados, verdaderos enclaves de pobreza que imponen a los jóvenes
un entorno enrarecido.
Al tratar de describir su situación actual, los jóvenes dan cuenta
de un panorama de delincuencia y pobreza en su barrio. Pero mien-
tras la última apenas si es señalada, predomina, una vez más, el
discurso en términos morales. La sociedad, desde la mirada de
los entrevistados, ha degenerado, “se ha perdido un respeto”, como
señala Jesús. En primer lugar se nota que se ha perdido este res-
peto, que el trato y el respeto por las jerarquías se ha perdido. Se ha
perdido por ejemplo, el respeto por los mayores. Pero también cier-
tas instituciones como la policía han perdido ese respeto, respeto
por parte de la ciudadanía: “Acá la bonaerense te pide que los trates
con un respeto que no se lo merecen”, como sentencia Javier.
La calle, que es el escenario más próximo de su interacción
diaria, símbolo de la vida de barrio, se vuelve peligrosa. El mismo
discurso que se instala sobre los riesgos de su trabajo, se pone de
manifiesto al declarar que la calle se ha enrarecido. Se ha perdido
ese espacio público para transformarlo en un sitio de amenaza que
estimula el encierro y la pérdida de espacios de convivencia mutua.
(Saraví, 2004). Pero no sólo ocurre esto, sino que una segunda
imputación es necesaria de ser analizada. La calle no sólo es un
lugar físico, sino que también es un espacio social simbólico donde
se legitiman discursos sobre los modelos a seguir. En el pasado,
según nuestros entrevistados, la calle era el lugar de formación del
ethos de la “viveza criolla”. Hoy se asocia a la cultura “tumbera”,
es decir de los presos.
“O sea la calle ahora se toma por el léxico tumbero. Llamado tumbero.
Quiere decir que si te digo ‘Eh, vos guacho, gato’, quiere decir que estuve
preso, y si estuviste preso como que te tiene más respeto. Y no es así. (…)
El que sale de estar preso, las pibas lo buscan a ése. Claro, entonces todos
les tienen respeto porque dicen ‘Ay, todas las pibas lo buscan a éste’. Y vos
vas te tomás 300 pesos la noche, y vos vas, y ves que el flaco está rodeado
de minas. Entonces decís, ‘Bueno, este estuvo preso. Entonces yo voy a
robar’. Para tener las mismas minas que él.” (Rubén, 18 años).

PABLO MOLINA DERTEANO 233


Este extracto debe ser analizado en dos niveles. Por un lado, el
discurso parece bastante armado en la medida en que presenta una
visión bastante maniquea, una escisión entre bien y mal, un nuevo
mal ejemplo que corrompe la “pureza” del mito ético. El testimonio
de Rubén, al igual que el de Jesús al principio de nuestro trabajo,
nos indican la existencia de esa búsqueda de la pureza del mito del
barrio obrero. Se sustenta en discursos abstractos y genéricos.
Un segundo nivel es la retroalimentación que implica el término
tumbero. Es tanto un extracto propio del mundo de vida cotidiano
de estos jóvenes y la serie televisiva del mismo título. Por ello las
referencias a estar preso. La oposición chorro/trabajador es un mito
constitutivo del espacio villero (Gravano y Guber, 1991).
Para estos jóvenes su presente y el de sus compañeros está
signado por la falta de oportunidades, la “nada” entendida como
una inactividad total. Sigamos su lógica. Sin el respeto que se ha
perdido, con la calle enrarecida, los jóvenes perciben que no saben
que hacer ni dónde ir. Esta “nada” sin estudio ni trabajo, sin un
plan de vida en general, deviene en la caída en la delincuencia.
Los jóvenes sólo se divierten, carecen de toda disciplina, y según
nuestros entrevistados propician el camino a la delincuencia.

¿Una generación “muerta”?


Ahora bien, ¿cuáles son las perspectivas de futuro de estos
jóvenes que no se perciben a sí mismos como tales? ¿Cuáles son sus
horizontes de inserción laboral? ¿Sus perspectivas familiares, de
ascenso social, etc.? Nuevamente los perfiles se dividen. En este
punto, es preciso hacer una aclaración. Tanto en la dinámica del
Grupo Focal como de las entrevistas, los casos se vieron confronta-
dos a dos instancias: la ideal y la posible. Todos los casos pudieron
describir la ideal, pero aquellos con hijos no pueden concebir de
forma más o menos clara la posible. Los demás han podido des-
cribir sus estrategias y lo que necesitan para cumplirlas en forma
más concisa. Se da, como resultado un contraste entre aquellos
que buscan “re-integrarse” a través de ejes estructurantes como
un empleo protegido o una vocación en la mecánica y aquellos que,
con familia, miran hacia el futuro con desesperanza.
Con respecto al empleo de delivery en general, ninguno de
ellos le ve mucho futuro, a menos que sirva de trampolín para
otro campo.

234 VII. JUVENTUD ¿DIVINO TESORO?


“Sin futuro. Vos sabés que no vas a terminar siendo el dueño de la casa de
empanadas, vos estás trabajando ahí… y es una changa. ¿Qué futuro vas
a tener repartiendo?” (Rubén, 18 años).
“Porque es así. Porque estás en negro, porque no tenés aporte y estás per-
diendo el tiempo. No aportás a una jubilación y el día de mañana no tenés
nada. Y ahí, perdés tiempo, estás ahí perdiendo el tiempo. Laburás y perdés
el tiempo.” (Gabriel, 19 años).
Estos extractos nos permiten ver las dos valoraciones negativas
del empleo de delivery. Por un lado, se repite esta instancia de exclu-
sión. Ser delivery no permitirá ningún tipo de ascenso dentro de la
casa de comidas. Es una “changa”, que lo sigue manteniendo fuera
de ese espacio. Por otro lado, no permite reintegración sistémica,
en el sentido de una jubilación. O por lo menos, como lo entienden
nuestros entrevistados, no tiene un efecto acumulativo hacia el
futuro.
Pero entre algunos relatos se destaca un hecho curioso. Se rea-
liza la siguiente asociación. Como ya son padres, toda perspectiva
de futuro se ha perdido para ellos; lo que resta es hacerse cargo y
tratar de que hacer un mejor futuro para sus hijos. Este incluye un
mejor ambiente, más oportunidades asociadas a la educación, pro-
mesas de ascenso social, etc. Supongamos que los buenos augurios
para con sus hijos son el resultado de un imaginario social que los
legitima y les lleva a decir algo “políticamente correcto”, pero el
futuro, bueno o malo, es el futuro de sus hijos. El suyo propio ya
llegó, ya no existe. Es realmente llamativo que con no más de 21
años en algunos casos, el futuro sea descartado, y se pase la posta
a las futuras generaciones.
“Para mí el futuro es mi hijo. Porque yo, ya está. Viví y seguiré viviendo.
Yo sé que yo gano más plata y mi hijo va a tener más cosas, no en el sentido
de que…” (Matías, 20 años).
Este extracto de Matías resulta llamativo por su edad. Deja
traslucir tres elementos de análisis que son importantes.
Primero, que la juventud no es un período etáreo. Es una espe-
cie de período de gracia entre la niñez y las responsabilidades que
inevitablemente sobrevendrán. Esto fue confirmado en el Grupo
Focal en donde definen a la juventud en ese sentido: “Uno deja de
ser joven cuando cumple obligaciones, o sea cuando tenés familia”,
“Y ser joven no asumís tantas responsabilidades”.
Segundo, que el hijo implica la renuncia a la mejora de sus pro-
pias condiciones subjetivas a favor del pequeño niño. Esto acorta

PABLO MOLINA DERTEANO 235


los ciclos vitales, introduciéndolo a un tiempo mucho más acelerado
y profundizando su inestabilidad.
Tercero, que las condiciones de fragmentación social y las difi-
cultades de los jóvenes de sectores populares se han naturalizado
hasta tal punto, que las evidencias que encuentra Salvia (2001)
de fuerte crisis en la posibilidades del recambio generacional se
encuentran ya trasladadas al discurso cotidiano, no exento de
contenido político, que los llevan a percibirse como una generación
“muerta”.

Algunas conclusiones preliminares


Dada esta descripción sobre las prácticas presentes de estos
jóvenes, sus perspectivas a futuro y sus imágenes del pasado,
llega el momento de recuperar nuestras hipótesis iniciales para
el análisis. Nuestra primera hipótesis versaba sobre la tensión
entre empleabilidad precaria y carrera. En estos jóvenes la situa-
ción de empleabilidad precaria es bien patente. Un empleo sin
posibilidades de promoción, la ausencia en la mayoría de los casos
de alguna estrategia de movilidad laboral o social, la falta iden-
tificación con la condición juvenil en algunos casos. La idea de
carrera es desechada tanto en sus horizontes de perspectivas como
en sus posibilidades objetivas de movilidad hacia posiciones más
estables. La empleabilidad precaria que recubre sus trayectorias
debe articularse con la nueva matriz social (Salvia, 2005), la
empleabilidad precaria es concomitante con las lógicas de supervi-
vencia, con una destrucción de las condiciones de movilidad socio-
laboral que ya arrastra casi tres generaciones y que, sumada a la
segmentación de los mercados y la segregación socio-residencial,
hace que las estrategias de supervivencia que pueden emplear estos
jóvenes sean a la vez las que acotan significativamente sus posibili-
dades de promoción laboral. Como se ejemplifica a continuación:

Empleos Empleabilidad preca- Profundización de


transitorios ria como eje constitu- la segmentación
Ej. Delivery tivo de la cadena de socio-laboral y
eventos laborales socio-residencial

Deliveries y bandejeros forman parte de un determinado tipo de


informalidad. Mingione (1989), siguiendo a Kuttner, sostiene que el
desplazamiento de la economía de base manufacturera tradicional

236 VII. JUVENTUD ¿DIVINO TESORO?


al de industrias de alta tecnología y servicios genera un sector
informal con salarios comparativamente más bajos. Destruye, a
su vez, los empleos de clase media que derivan de esas industrias
manufactureras. Estos jóvenes, aun sin ser de clase media per-
dieron la perspectiva de ascenso de sus empleos manufactureros.
Forman parte de esos empleos marginales estrechamente vincula-
dos al nuevo espacio urbano que propone esta modernización. Un
espacio urbano donde los trabajadores de servicios se convierten en
los grandes clientes de estos bandejeros. Un espacio urbano donde
los sectores más pujantes contratan estos deliveries de comida.
Pero, además, sus pautas de contratación y sus ingresos bajos son
una forma de subsidio del sector informal a este nuevo desarrollo
de los centros dinámicos de la economía. Asimismo, en términos
de vulnerabilidad subjetiva, estos jóvenes se sienten marginales al
sistema, como estructurados por fuera del mismo sin integración
sistémica. Son, en todo caso, factores erráticos. La combinación de
una inserción segmentada, potenciada por la educación deficiente,
entre otros factores, reproduce el ciclo de la informalidad. Sus
empleos mal remunerados con grandes posibilidades de estanca-
miento se expanden y son funcionales al modelo de mercados duales
donde un sector dinámico requiere, para poder sostener su rutinas,
de estos deliveries y de sus empleos poco productivos.
En su microcosmos de relaciones, los jóvenes se sienten afuera.
Afuera de los locales, explotados y “pasados”. El trato diario, la cons-
tante competencia y las formas de interacción que hemos descrito
conducen al desanclaje constante. La empleabilidad precaria es
también una modalidad del lazo socio-laboral, cuyo significante es
la “negación” del sentido de pertenencia y la integración sistémica.
La identidad delivery es una identidad en movimiento, es una
identidad desanclada. Los jóvenes no se sienten parte integral
del sistema social (aunque lo están en forma segmentada), se
ven inmersos en estrategias de supervivencia que profundizan
su condición de empleabilidad precaria y su segmentación socio
laboral y socio-residencial, al verse incapaces de re-insertarse en
lo que queda de las cadenas de movilidad de las ahora renacientes
industrias manufactureras.
Nuestra segunda hipótesis apuntaba a una modificación pro-
funda en las subjetividades causada por la segmentación socio-
residencial. Las descripciones de los cambios articulados en el
barrio y algunos aspectos de su representación del pasado de la
sociedad salarial se corresponden con la literatura sobre segrega-

PABLO MOLINA DERTEANO 237


ción espacial, en la medida que nos hablan de redes sociales, de
solidaridades, de representaciones sobre el “barrio obrero”. El artí-
culo sobre jóvenes asalariados precarios también da cuenta de esto9
Pero aquí hay algo más. Los relatos son mucho más difusos y los
ejemplos dados y operaciones de sentido realizadas son mucho más
“abstractos”. Casi un meta relato. Debido a esto deseamos poner
en tensión la hipótesis de lazos de esa estrategia de supervivencia
con las observaciones de R. Sennett (2001).
A principios de los ‘70, estudiando los barrios segregados de
negros y latinos, Sennett se refugia en la tradición sociológica más
clásica revisando a Weber y a la Escuela de Chicago y la combina
con las nociones de formación de personalidad de Erikson. Para
Sennett los lazos sociales fuera de la ciudad opulenta están funda-
dos en ilusiones de continuidad y comunidad. Frente a la pobreza
objetiva, el mito de un presente y destino común disimulan la frag-
mentación social propia de estos sectores y de otros, en la medida
en que es constitutiva de la ciudad industrial moderna. Basándose
en autores de la Escuela de Chicago10, sostiene que “el sentimiento
de identidad común es una falsificación de la experiencia” (2001:74).
A mayor fragmentación social y pauperización de las condiciones
de vida, este mito se refuerza más por miedo a profundizar la
segmentación hasta peligrosos niveles de atomización que por un
verdadero lazo común. ¿Cómo se da esta falsificación? Sennett
habla de un proceso de purificación, se construye una identidad
pura, que no puede ser extraída de la experiencia subjetiva o de
aquellos próximos a él “…en la purificación de la imagen de una
comunidad coherente; el temor. (…) ‘de la cualidad de ser de otra
forma’ de los hombres prevalece. De este miedo brota la falsificación
de la experiencia.” (2001:81).
Tomados en su conjunto, la descripción de un “pasado glorioso”,
de pleno empleo y oportunidades para criar una familia, aún con
el factor contingente; y la dignificación del valor del trabajo cons-
tituyen el núcleo de la pureza de la ilusión comunitaria. La ilusión
que, como dice Sennett, es tal por su cada vez mayor desajuste
con las prácticas diarias. La ilusión que es clara y abstracta y

9 Véase en este volumen: Molina Derteano, Pablo (2007), “Sueños del eterno
retorno de la sociedad salarial para los jóvenes asalariados precarios en
condiciones de segmentación territorial”.
10 Resaltan sobre esta cuestión autores como Robert Park, E. Burgess y R. D.
Mckenzie.

238 VII. JUVENTUD ¿DIVINO TESORO?


que se vuelve un valor comunitario que se comparte pero que no
se reactualiza en las interacciones diarias. Esta es la pureza del
vínculo comunitario. En su forma discursiva hay que situarla como
supuestamente “heredada” de un pasado mítico. Y no porque este
sea “irreal”, sino por su falta de precisiones y anclajes en la expe-
riencia. Pero, además, como un profundo ejercicio de simplificación
en las opciones de vida de los sujetos. Conforma un espacio cuyo
contenido puede ser sólo ético y es el falso anclaje en la interpelación
de los relatos de los sujetos.
El mito de la pureza ética también se reactualiza cuando los
jóvenes se describen a sí mismos inscriptos en una batalla a brazo
partido por defender la honestidad del trabajar frente a la cultura
tumbera. La primera condición de la virtud de la comunidad pura
es el mito de la dignidad compartida de sus miembros. Cuando
formulan sus condiciones de dignidad frente a la cultura tumbera,
o cuando se buscan vincular a un pasado de sociedad salarial que
ellos ni sus padres han logrado conocer, o cuando pretenden que
existe una solidaridad comunitaria entre los humildes que les dan
una propina a pesar de sus necesidades, estos jóvenes “falsifican”
sus experiencias construyendo un abrigo de pureza frente a las
condiciones cada vez más crecientes de fragmentación social. No
se trata de un juicio de verdad. Advertimos que estos mitos de
pureza comunitaria contribuyen a alienar su experiencia vital de
empleabilidad precaria y pueden reemplazar el sentido subjetivo
de carrera. Con la gran diferencia de que la comunidad se pre-
senta siempre como “eterna e invariable en el tiempo”, y se opone
ontológicamente al progreso subjetivo (Sennett, 2000).
Hemos revisado las condiciones de vida y trabajo de este seg-
mento de jóvenes trabajadores de delivery. Planteamos que sus
estrategias de subsistencia están signadas por la precariedad. Su
presente y sus percepciones y vivencias están signadas por dos
rasgos importantes.
Su cadena de eventos laborales, incluyendo los elementos cons-
titutivos de su actual empleo como deliveries están signados por la
lógica de la condición de empleabilidad precaria. Las mismas estra-
tegias de subsistencia que estos jóvenes desarrollan en el contexto
de necesidad son las mismas que profundizan su segmentación.
Están en un empleo bisagra, pero sin plan ni proyecto de futuro,
ya que algunos se reconocen como una generación muerta.
La misma condición de empleabilidad precaria supone la des-
trucción de una serie de soportes subjetivos que recubrían la noción

PABLO MOLINA DERTEANO 239


de carrera y estructuraban las visiones de integración sistémica
y promesas de movilidad generacional ascendente. La apelación
a un mito de pureza comunitaria contribuye a un círculo vicioso
donde se ocultan cada vez más las condiciones de fragmentación
social y atomización.
Estas observaciones no deben generalizarse para todos los
segmentos11 ni para cualquier situación de vulnerabilidad social.
Pero así como Salvia (2001) advierte sobre la necesidad de no con-
fundir a las economías de la pobreza con nuevas alternativas de
economía social, la fortaleza de los lazos comunitarios en contextos
de vulnerabilidad social no debe ser sobreestimada.

11 En este mismo volumen, el artículo de nuestra autoría sobre jóvenes asala-


riados precarios mostrará disidencias con respecto a esto.

240 VII. JUVENTUD ¿DIVINO TESORO?


VIII.

Sueños del eterno retorno de la


sociedad salarial para los jóvenes
asalariados precarios en condiciones
de segmentación territorial

Pablo Molina Derteano

“Las percepciones son el verdadero gobernante


de este universo”
Refrán Bene Gesserit1

Introducción

U no de los rasgos más llamativos del paisaje de la informalidad


laboral urbana del Gran Buenos Aires ha sido la presencia de
importantes cantidades de jóvenes asalariados precarios que son
empleados en pequeños establecimientos de baja productividad.
La presencia de los jóvenes asalariados precarios trabajando en
pequeños establecimientos informales ya ha sido registrada por
diversos estudios (Beccaria, Carpio y Orsatti, 1999; Tokman, 1999;
Portes y Haller, 2004, entre otros). El presente artículo intenta
dar cuenta de algunos de los aspectos más sobresalientes de este
grupo de asalariados precarios. ¿Cómo se estructuran las trayec-
torias laborales de un grupo de jóvenes asalariados precarios?
Trayectorias laborales que presentan una peculiaridad: en sus
eventos laborales pasados, estos jóvenes tuvieron la oportunidad
de trabajar en empleos en blanco.
Primera aproximación. El análisis de las trayectorias laborales
de estos jóvenes, implica interpelar un pasado de inclusión sistémica
frente a la privación actual y el horizonte de la marginalidad.

1 En Herbert B. y Anderson K., “DUNE: House Harkonnen”, Del Rey, New


York, p. 200.

241
¿Cómo perciben estos jóvenes el pasaje? ¿Qué tan lejos (o qué tan
cerca) perciben las fronteras entre lo formal y lo informal? En este
sentido, nos interesa encarar estas subjetividades como insertas en
un tipo de estructuras de oportunidades en donde los sujetos toman
decisiones cuyos resultados son las condiciones de futuras decisio-
nes, estructurando su trayectoria (Pczrewoski, 1983) e inserción
en un posicionamiento dentro del campo social (Bourdieu, 1991).
Cabe destacar que se trata de un enfoque cuyo posicionamiento
es estructural, pero a su vez relacional en un campo de relaciones
sociales dinámicas. En este sentido, el primer interrogante de
investigación tiene que ver con las formas en que se posicionan y
accionan los sujetos en un polo informal de la economía.
Las estrategias de subsistencia en el sector informal les obligan
a hacer un balance sobre su anterior experiencia en el sector formal.
En sus relatos, cabe preguntarse por las formas en que “objetivan”
esa transición. En particular lo que tiene que ver con el habitus
incorporado, el habitus objetivado en el cuerpo (Bourdieu, 1991).
Esto es el Embodiment, corporización (Kin, 2002). En los objetivos
significativos, que ellos perciben a su alrededor. No son centrales
para nosotros diferencias que pasen por los aspectos formales,
sino la forma en que el hecho de ser asalariados precarios en
establecimientos informales cambia sus percepciones del tiempo,
del espacio. Los cuerpos, como instancias del habitus incorporado
nos sugieren interrogantes acerca de la percepción del sujeto en el
todo social. Prevalece la imagen de desprotección ¿Cómo articulan
en sus percepciones, los sujetos esta desprotección?
Segunda aproximación. Podemos anticipar que el hecho de haber
tenido un trabajo en blanco ha resultado trascendente en sus per-
cepciones. Es un hecho liminar que esconde un significante mayor,
un sentido investido en una práctica histórica. Decíamos que en un
campo social dinámico de relaciones sociales y posicionamientos,
los sujetos van tomando estas decisiones que estructuran sus tra-
yectorias y posicionamiento, pero la simple ubicación no alcanza
¿Qué hace que tomen tales o cuales decisiones? La hipótesis de
la necesidad no es completamente satisfactoria. Por el contrario,
muchas de ellas están cimentadas en estrategias que se suponen
de mantenimiento en principio pero que también pueden encerrar
estrategias de promoción (Katzman, 1991). Para ello el actor lego
debe leer la estructura social, buscar una hoja de ruta que le pro-
porcionan los depósitos sociales de sentido (Berger y Luckmann,

242 VIII. SUEÑOS DEL ETERNO RETORNO DE LA SOCIEDAD SALARIAL


1997). Nuestro segundo interrogante de investigación se preocupa
por la constitución de este tipo de imaginario, esta imagen societal
que guía su accionar. Arriesgamos una hipótesis en donde vemos
que esta imagen societaria está fuertemente influida por la expe-
riencia de la sociedad salarial argentina.
Dada la naturaleza de nuestros interrogantes, se procedió a un
abordaje cualitativo que comprendió entrevistas en profundidad
y un Grupo Focal. Ambas técnicas buscaron, en instancias más
subjetivas la primera e intersubjetiva la segunda, dar cuenta de
los imaginarios y percepciones en torno a su relación laboral, el
mundo barrial y social más cercano.

¿Quiénes son? ¿Dónde están?


Un primer rasgo es que todos ellos son jóvenes, pero a pesar
de ello todos registran más de un evento laboral. La mayoría, por
necesidad, empezó a trabajar alrededor de los 14 años. Sólo unas
entrevistadas mujeres completaron el secundario, el resto lo aban-
donó. Sus trayectorias son muy variadas, pero casi todos lograron
una inserción temprana en empleos formales en tareas que van
desde una fábrica embotelladora hasta personal de limpieza. En
el momento de la entrevista todos estaban trabajando en peque-
ños establecimientos comerciales que venden artículos, en bares y
locales diversos o en puestos de feria.
El segmento que nos ocupa presenta de por sí sólo una serie de
interrogantes propios que se pueden desprender de lo planteado
anteriormente. La primera de ellas tiene que ver con la denomina-
ción del segmento. ¿Qué se debe entender por un asalariado? Grupo
mayoritario de la formación social argentina durante buena parte
del siglo XX, el término asalariado no sólo refiere a un modo de
remuneración basado en un cálculo de un básico por horas traba-
jadas por mes, a lo que le suma asignaciones y aportes varios, sino
que su composición es una objetivación de una serie de avances en la
legislación social y laboral de la Argentina. El término “asalariado”
posee un peso histórico específico y su nombre no deja de hacer
referencia a un modelo de dominación social y acumulación capita-
lista conocido como la sociedad salarial (Gorz, 1997). Ahora bien,
se tomaba por asalariado a aquellos sectores obreros que gozaron
de importantes niveles de ingreso en Argentina en comparación

PABLO MOLINA DERTEANO 243


al resto de Latinoamérica (Beccaria, 2003) y que encarnaron un
tipo bien definido de relación entre trabajo y capital.
Sin embargo, también existen relaciones que recuerdan a la
modalidad asalariada pero en las cuales, el conjunto de benefi-
cios propios de la relación asalariada están ausentes o funcionan
de forma irregular. Lo que comúnmente se conoce como forma
de contratación formal o “en blanco”, se encuentra ausente en
determinados tipos de contratación informal que operan en estos
mercados de informalidad. Allí, empujados por la necesidad sub-
jetiva y la incapacidad del mercado de absorber mano de obra
poco o no calificada, se dan situaciones de contratación informal
que asumen rasgos de trabajo asalariado en lo que a los aspectos
rutinarios refiere, pero en las que se destacan las situaciones de
explotación encubierta y la ausencia de todo tipo de prestaciones
sociales (Beccaria, 2003; Tokman, 1999).
Portes y Haller (2004) rastrean los orígenes y aplicaciones del
debate entre formalidad e informalidad. Sostienen que los vínculos
informales se dan cuando la productividad de las unidades económi-
cas para alcanzar niveles satisfactorios2 depende en gran medida de
formas de organización y vínculos laborales que ignoren la regula-
ción estatal. Habría una relación entre las condiciones de viabilidad
económica y la relación con la normativa vigente, pero además el
panorama sería complejo y superpuesto. Nos gustaría señalar que
esta zona intermedia entre la transgresión de las regulaciones y
las condiciones de viabilidad de una pequeña unidad económica
informal, genera además un espacio social de interacción diario
diferente. Nuestro trabajo se orienta a describir las experiencias
subjetivas y sus representaciones acerca de la transición entre el
empleo en blanco y el empleo en negro.

Posición y percepción. Espacios


El primer rasgo es el ámbito laboral inmediato, los pequeños
comercios en donde trabajan. Portes (2004) y Beccaria (1999)
señalan que uno de los impactos más marcados del crecimiento de
la economía informal durante la transición del modelo de indus-

2 Los niveles satisfactorios varían según se trata de economías informales de


supervivencia, explotación dependiente o crecimiento. Véase Portes y Haller,
(op. cit.).

244 VIII. SUEÑOS DEL ETERNO RETORNO DE LA SOCIEDAD SALARIAL


trialización de sustitución de importaciones a uno de mercado
abierto tuvo como una de las consecuencias más importantes en
Latinoamérica el crecimiento de pequeños emprendimientos en el
área metropolitana.
Estos pequeños comercios y pequeños talleres se distinguen
por una serie de características entre las que se destaca la baja
productividad (casi a nivel de subsistencia), la falta de pautas de
contratación formales, y diversas modalidades informales e irre-
gulares de relación entre los empleados y sus jefes. Esto puede
desprenderse de los relatos (de nuestros entrevistados), como vere-
mos más adelante. Se trata de pequeños comercios con muy pocos
empleados, donde sólo trabajan el dueño y el entrevistado, que es su
empleado. En general, se trata de comercios minoristas o pequeños
locales de comida. El dueño, si bien es reconocible, suele trabajar
a la par de sus empleados, y se destaca el hecho de que las tareas
asignadas a sus empleados son variadas. Efectivamente, dentro
de cada local, y en cada experiencia, las tareas asignadas no son
fijas, varían mucho en forma, cantidad y horario. “Vos vendrías a
ser ayudador. No tenés fijo”, como lo describe un participante del
Grupo Focal al referirse al empleo de otro participante.
Pero hay otro escenario que es el del barrio. Este contexto más
grande da cabida a muchos de los locales donde trabajan estos
jóvenes. El barrio, precario en su infraestructura, ha sufrido en
los últimos tiempos, según lo indican los relatos, un proceso de
mutación. En principio, ha crecido su demografía:
“Creció mucho… antes por acá era puro campo. Los de Fuerte Apache
vinieron para acá… Chaqueños… los chasqui…” (Maxi).
“Antes era un re-campo… estaba yo solo… Y cuando tenía 6 años… y ahora
de repente tenés como 200 casas una al lado de la otra, vino mucha gente,
de Isla Iapi, de todo lados… Avellaneda. Paraguayos vinieron muchos…(…)
Te vienen a usurpar la casa. Te agarran terrenos que no son de ellos.”
(Adrián).
Pero los relatos nos hablan de algo más que de un simple cre-
cimiento. El viejo paradigma de la modernización cosmopolita
se filtra a través del discurso de los actores. Pero además nótese
que el crecimiento no vino solo, junto con él vinieron la migración
interna de lugares reconocidos como de amplia vulnerabilidad socio-
económica, y nominalmente potenciales de contener delincuentes.
Como una especie de estigma, se describe un doble proceso. De

PABLO MOLINA DERTEANO 245


lugares como Avellaneda, se los describe como parte del proceso
de “desclasamiento”, una suerte de descenso social. Pero Isla Iapi
y Fuerte Apache son lugares tachados por el discurso dominante
como escenarios de violencia criminal3. También se da el ya clásico
proceso de migración de países limítrofes y de provincias argen-
tinas, el cual es relatado por los actores como un proceso “cuasi
ilegal”. Obreros desclasados, inmigrantes limítrofes potencial-
mente ilegales, migrantes internos, conforman el nuevo escenario
del barrio donde estos jóvenes sienten que han perdido no sólo su
espacio de pertenencia, sino quizás hasta su enclave familiar:
“Yo, por ejemplo, vivo en un barrio donde son todos parientes, son todos
primos, tíos, sobrinos, si pasa algo, somos todos parientes. Es mi barrio
digamos, ahí no me puede tocar nadie. Y no porque hay gente con la
que no me hablo todavía, están enfrente de mi casa y ni me hablan. No,
yo tengo todos los vecinos con los que me vinieron primero, con ellos
me re-hablo, pero estos últimos nada (…). No, capaz que los saludo por
respeto. Pero si me saludan, yo sigo de largo, ni lo saludo, ‘che, a vos ni te
conozco’.” (Adrián).
El relato de Adrián es muy rico en este sentido. Los vínculos del
pequeño barrio en que ellos nacieron eran casi familiares. Se des-
criben diversos mecanismos mediante los cuales hacen sentir esta
diferencia entre ellos los “legítimos” dueños del espacio social dentro
del barrio y los “recién llegados”. En un rito de interacción diaria
como es el saludo, el reconocimiento del miembro parte del todo
social que es el barrio es un derecho adquirido. Adquirido mediante
la antigüedad y la reciprocidad. Esto es lo que Gravano (2005)
denomina el barrio inmediato, es decir, el ámbito de las relaciones
primarias que recrean el sentido de comunidad. Mediante los rela-
tos vemos cómo los entrevistados y participantes del Grupo Focal
dan cuenta de un proceso de crecimiento demográfico del barrio.
Como postulan los principios básicos de la sociología, el aumento
del número de miembros de un todo social vulnera los lazos de
proximidad. Al ser más chico, antes los vecinos se conocían más.
Incluso Adrián, uno de los entrevistados, da un ejemplo extremo;
además del hecho de que existen lazos de parentesco entre él y sus
vecinos, los cuales definen su proximidad no sólo geográfica sino
por este supuesto lazo. Es muy probable que el relato esté sujeto a

3 Tal es el caso de Fuerte Apache, una serie de monoblocks llamados Ejército


de los Andes, y rebautizados como “Fuerte Apache” en relación al imaginario
“sin ley” del Far West norteamericano.

246 VIII. SUEÑOS DEL ETERNO RETORNO DE LA SOCIEDAD SALARIAL


exageración, pero en todo caso, es significativa la forma en que se
construye la imagen de proximidad y su necesaria referencia con
los vínculos familiares. La antropología clásica, en una de sus afir-
maciones más categóricas sostiene que la mínima formación social,
el clan, se funda en los lazos de parentesco de sus miembros. La
pertenencia institucional está dada por al cosanguinidad. Nótese
que Adrián dice que es “su” barrio. Y se siente protegido por estos
lazos. Más allá de estos casos extremos, el barrio poco poblado
se brindaba a lazos de pertenencia más simples. Pero debido a la
crisis económica, se empezó a dar un movimiento poblacional pro-
veniente de centros más desarrollados del sur de la Provincia de
Buenos Aires (como Avellaneda) y otros movimientos causados por
la destrucción de polos industriales (caso Isla Iapi) u otros motivos.
Inclusive migraciones internas y de países limítrofes. El círculo
de proximidad se reduce y los actores reconocen a menos vecinos
como tales. Los relatos dan cuenta de este proceso de crecimiento
poblacional, por ello se destaca la importancia de los ritos de
reciprocidad (saludo) y la antigüedad. Sometido a este proceso de
transformación, el barrio cambió su fisonomía y la nueva migración
puja por la integración espacial.
Una consecuencia de este proceso de repoblamiento motivado
por la migración y la desindustrialización es la transformación de
los lazos de proximidad. El barrio sufre, en el relato de los actores,
un proceso de decadencia. Crece la inseguridad, y el aumento de la
inseguridad no sólo es percibido de forma cuantitativa sino también
cualitativa. Surgen “los rateros”, aquellos vecinos que roban dentro
del barrio. Mientras que los ladrones son aquellos que “trabajan”
fuera del mismo. Esto es percibido como una decadencia moral de la
vida en el barrio, la ausencia de un “respeto” que antes existía.
“Porque cambiaron, yo me acuerdo que cuando era chico también había
ladrones, pero era como que no robaban adentro del barrio. Se iban a robar
fuera… Había otro respeto (…) Ahora viene tu vecino y capaz que se te
mete a robar…” (Maxi).
Frente a casos de este tipo, el propio barrio dicta un código no
escrito de sanciones. El tema del respeto es fundamental. Esta
palabra designa los límites de la convivencia, de la red metonímica
dentro del barrio. El código moral que no debe ser traspasado; robar
a un vecino no sólo es delito, sino una falta de respeto. El código
nos habla de límites bien claros, como robarle a una persona mayor.
Es el límite del respeto. Tomar algo de una casa dentro del barrio

PABLO MOLINA DERTEANO 247


también es una seria falta de respeto. Es una afrenta moral. ¿Qué
se hace frente a esto? Las soluciones tienen carácter ejemplifica-
dor, en el sentido de marcas en el cuerpo y castigos físicos como lo
sugieren las distintas verbalizaciones del Grupo Focal.
“Le metés un tiro en la rodilla y ya está y lo cagás para siempre. Si quieren
robar que vayan afuera.”
“O le rompo las manos, se van a acordar a no tocar más nada ajeno… Uno
se mata trabajando y te afana.”
En un sentido muy foucaultiano, el castigo del cuerpo (un castigo
físico que deje alguna secuela) y el alma (recordatorio constante
por el castigo físico, lo que equivale a la secuencia arrepentimiento
y control de inclinaciones). Asimismo la clásica dicotomía entre
trabajar o robar está también presente. La moderadora del Grupo
Focal sugirió la posibilidad de encontrar otro modo de solucionar
los conflictos, pero éstos fueron descartados. La transgresión sólo
puede ser castigada así, dado que implica no sólo un perjuicio
económico (el robo de algo valioso) sino moral (la falta de respeto).
Inclusive uno de los entrevistados tuvo que mudarse de su anterior
barrio por aplicar esta norma.
“Yo me tuve que ir de Wilde… porque se metieron a robar en mi casa y
averigüé quién era. Y fui a la casa… Le prendí fuego la casa, por eso tuve
que irme… Aparte le robaba a mi sobrino.” (Bruno).
El barrio es un espacio intermedio, donde Gravano (2003; 2005)
propone distinguir entre el barrio como estructura y el barrio como
realidad significacional. Como realidad significacional, el barrio es
un palimpsesto donde las huellas de diversos discursos se sobre-
ponen unas a otras. Aquí se superponen dos discursos que hacen
a la realidad significacional misma del barrio: el de la comunidad
y el de la seguridad.
El mismo concepto de barrio, si se rastrean sus orígenes his-
tóricos estuvo teñido de esta idea de comunidad de vecinos con
lazos sociales de reciprocidad. Según Gravano (2005), hay una red
metonímica que une el término barrio con comunidad, con lazos
de reciprocidad por vecindad. Pero a su vez se le superpone el de
la inseguridad entre vecinos, el de destrucción de esa comunidad
por la irrupción de los rateros, que es vinculada al crecimiento
demográfico. El barrio ha cambiado; el barrio no puede seguir
siendo barrio. Pero en su configuración significacional de conti-
nuum espacial (y temporal) lo sigue siendo.

248 VIII. SUEÑOS DEL ETERNO RETORNO DE LA SOCIEDAD SALARIAL


Pero también está el barrio como estructura, donde el barrio es
una configuración intermedia, un nicho simbólico que “oculta” la
realidad de segregación en que viven. Las condiciones estructurales
del hábitat son paupérrimas. Los empleos que han conseguido han
sido por las redes barriales, dentro o cerca del barrio. Sus magros
ingresos, sumados a la estigmatización de los rasgos físicos y las
carencias de una infraestructura adecuada hacen a su segregación
socio-residencial. “La segregacionalidad, aparece como una con-
dición necesaria para poder hablar siquiera de barrio” (Gravano,
2005:166). Por ende, el énfasis puesto en la identidad barrial y sus
lazos de protección desde el discurso de estos jóvenes es sólo factible
a partir de su condición de segregación socio-residencial. Y por ello
un palimpsesto que arroja una imagen de un barrio que contiene
y da oportunidades, pero que ha crecido y se ha vuelto peligroso.
El barrio en realidad es una configuración significacional que deja
traslucir sus condiciones de segregación socio-residencial.

Tiempo
Para estos jóvenes asalariados precarios la transición del empleo
en blanco al empleo negro toma necesariamente la forma de explo-
tación. Explotación basada en dos instancias: la inestabilidad y la
explotación horaria. Volveremos sobre la primera más tarde4.
“Las horas que te tenés que laburar de más, ellos ni te las figuran.” (Jen-
nifer).
“En donde laburaba yo antes también era así. Tenías que ir de lunes a
lunes, trabajabas 10 horas (…) y ahí le dabas derecho hasta la 9 y media
y si a ellos se le cantaba, laburabas hasta la 10, 11. Era como se le cantaba
al patrón.” (Maxi).
No es sólo el peso de la cantidad de horas, sino también que
en los relatos surge una percepción que ellos no son dueños de su
tiempo. Subordinados por la necesidad, aceptan un régimen laboral
donde trabajan horas de más y donde su tiempo de descanso, los
francos tampoco son respetados. La lógica de la necesidad aparece
representada en la forma de una cadena. El local trabaja al límite

4 Según fuentes sindicales, se define por explotación horaria la permanencia


de un trabajador más horas de las pautadas sin que medie ningún tipo de
pago de horas extras o algún tipo de compensación posterior.

PABLO MOLINA DERTEANO 249


de su personal, cada venta debe aprovecharse al máximo porque
no se sabe cuánto durarán los “buenos tiempos”, y entonces el
franco del trabajador es sacrificable. Se coordinan aparentemente
la necesidad del trabajador y del empleador, pero esta simetría no
es percibida de esta forma. En última instancia, el empleado parece
más subsumido a la necesidad.
“Y tenés que quedarte porque si necesitás la plata, otra no te queda. Y a
veces, capaz que el chabón me dice, ‘quedate media hora más, una hora
más’. Y bueno ¿qué voy a hacer? Me voy a quedar (…) Claro, no te respetan
eso (los francos). Yo tenía que jugar a la pelota, y me llamaron y bueh, te
la tenés que bancar.” (Adrián).
Por tanto, la explotación horaria es señalada como un rasgo
característico de la relación en negro. Toma la forma de horas tra-
bajadas de más o la invasión del tiempo propio. El tiempo laboral
es una dimensión clave del análisis. Tiene impacto en la forma en
que la subjetividad se inscribe en el mundo público. Esta invasión
del tiempo laboral sobre el tiempo privado toma una forma híbrida.
Son horas del tiempo público del trabajo pero sin uno de sus ras-
gos distintivos, la falta de remuneración. Volveremos sobre esto,
pero destacaremos que uno de los hitos fundadores de la sociedad
salarial son las vacaciones pagas. Es decir, un tiempo laboral que
se remunera como tal y no se trabaja. La lógica de la necesidad
hace borrosa la frontera entre tiempo propio y tiempo laboral y lo
hace bajo la forma de una privación irregular pero medianamente
constante.

Vínculos. Los padres “ausentes”


y el dilema educativo
Una de las primeras respuestas a este interrogante acerca de su
origen es interrogarse acerca de la familia. La familia es una de las
dimensiones más importantes del mundo de vida de estos jóvenes.
En cuanto relatan la situación de sus padres ponen mucho énfasis
en una figura materna luchadora y contenedora, una “madraza”, en
términos de Raúl. Y un padre ausente. Se trata en muchos casos
de familias en donde abundan los casos de separación informal de
los cónyuges. El padre simplemente se va. Algunos entrevistados
saben dónde está, otros lo ignoran y no falta el que no quiere ni

250 VIII. SUEÑOS DEL ETERNO RETORNO DE LA SOCIEDAD SALARIAL


enterarse si vive, ni donde está. La mayoría relata cómo el padre
se aleja, abandona la familia cuando ellos son pequeños generando
no sólo un daño emocional sino, y fundamentalmente, un descala-
bro económico. La madre debe hacerse cargo de los hijos y sale a
trabajar. También, en muchos casos, la ruptura familiar precipita
el ingreso en el mercado laboral para suplir el ingreso.
“Yo vivo con mi vieja y mi hermano. Y bueno, ellos se separaron cuando
yo tenía siete años. (…) y en mi casa justo éramos tres. En ese momento
vivíamos los tres juntos. Mi hermano era chico, mi vieja laburaba también
en una casa de familia y bueno se quedaba laburando y bueno, no pude
estudiar.” (Raúl)
Aun cuando algunas familias se mantuvieran unidas, en los
relatos se destaca el hecho de que ese ingreso temprano al mundo
laboral, conspiró contra la posibilidad de continuar sus estudios
secundarios. Dada la franja etárea de nuestros casos, el tema de la
educación secundaria y terciaria ocupa un lugar a veces significa-
tivo. Antes de avanzar sobre otros aspectos, es importante destacar
que son trayectorias que se inician entre los 14 y 18 años empujadas
muchas veces por la necesidad del hogar de mayores ingresos y, en
muchos casos, como veremos luego, por desmembramiento familiar.
La educación es vista como necesaria e importante, y el tener que
salir a trabajar como una obstrucción a este mecanismo de ascenso
y otorgamiento de mejores posibilidades. En el Grupo Focal se
dieron contribuciones que destacaron cómo algunos perdieron el
trabajo por pedir días de estudio, o en general, se vieron obligados
a elegir entre el trabajo o el colegio.
“Entré a los 14 años, hasta los 18 (…) No, pasa que salieron a trabajar de
muy chicos, de los 13, 14 años empezaron a trabajar mis hermanos. (…)
Porque a veces yo trabajaba, no podía ir a la escuela por el laburo, a veces
llegaba tarde, las cosas ya pasaban, ya no llegaba, porque no llegaba y no
podía dejar el laburo…” (Lucas).
Interrogados sobre esto en el Grupo Focal, muchos señalaron
que hay que tener estudios y que con el secundario alcanza, aunque
son muchos los que no lo terminaron. Quienes lo terminaron fueron
las mujeres. Una de ellas, Jennifer, empezó el CBC pero dejó por
las exigencias y por el coste de los viáticos. De esto se desprende
que, dentro del grupo de entrevistados, quienes tienden a encarar
estrategias sostenidas para completar sus estudios secundarios son
en mayor medida las mujeres, mientras que los varones reconocen
la importancia de los mismos pero los abandonan.

PABLO MOLINA DERTEANO 251


Debemos detenernos un poco aquí para evaluar dos posibles
interpretaciones, que en realidad bien pueden complementarse
entre sí. Podemos partir de una lógica de necesidad y afirmar que
en estos sectores populares se da una temprana inserción laboral.
Dentro de este esquema, los varones tendrían más posibilidades
de obtener empleos precarios que las mujeres. Por ende, ellos inte-
rrumpirían primero sus estudios.
Pero la hipótesis de la necesidad no es suficiente, máxime si
dentro de nuestro grupo constatamos que hay muchos hogares
monoparentales, donde la mujer juega las veces de sostén económico
del hogar. Willis (1978), en un estudio realizado en Inglaterra a
fines de los ‘70 demostró que el choque entre las pautas de identi-
ficación cultural del género masculino y los saberes “consagrados
universales” de la escuela media, se retroalimentaban reforzando
una cultura de obreros manuales, desinteresados por el trabajo y
el progreso, conformes sólo con encontrar un trabajo, sostenerse y
dedicarse en sus tiempos de ocio a deportes y a conquistar “hem-
bras”. Se rescata esta idea, dado que Willis lo plantea en términos
parcialmente contradictorios. Las mujeres del grupo pudieron
continuar con sus estudios, aunque a veces tuvieron que alter-
narlos con empleos de pocas horas. Si ambos géneros reconocen la
importancia de la terminación de los estudios, las mujeres parecen
poder seguirlos al pie de la letra. Aquí las variantes explicativas
sugieren la presencia de un discurso socialmente legitimado (”la
terminalidad educativa”), un contexto de necesidad económica que
potenciaría la deserción escolar y el temprano ingreso al mundo
laboral y un imaginario de género que legitima la práctica de
deserción en el caso de los varones. Como todo discurso social,
el discurso de género encubre sus condiciones de producción. Los
condicionantes de necesidad son “encubiertos” por una suerte de
“determinación” viril.

Asalariados del pasado cercano y “lejano”


Una de las particularidades del derrotero laboral de este grupo
de asalariados precarios es que dentro de su trayectoria laboral
tuvieron un evento laboral protegido. Esa experiencia pasada es
relatada resaltando dos puntos esenciales:

1) Los eventos laborales fueron diversos según el caso, pero la


categorización era más o menos similar y dicotómica: empleos

252 VIII. SUEÑOS DEL ETERNO RETORNO DE LA SOCIEDAD SALARIAL


asalariados en negro, y en blanco o protegidos. Nominalmente,
los últimos se distinguen de los primeros por los diversos benefi-
cios sociales y hasta por una diferencia de ingresos. Interrogados
sobre esto destacaron los beneficios sociales y la seguridad.
Durante el Grupo Focal, se expresaron las ventajas en términos
instrumentales: más dinero, menos gastos (por los beneficios),
mejor cobertura. En un análisis más detallado, puede notarse
que se busca, en realidad, pertenecer.
2) El segundo punto tiene que ver con una imagen patente del
mundo laboral como una maquinaria impersonal.
“Claro, venían y era todo así, así, así. Era un relojito, digamos. Tenías un
despertador, tenías que salir a esta hora, respetabas todos los horarios.”
(Maxi).
Estos relatos dan cuenta de la relación totalmente impersonal
del trabajo protegido, donde todo pareciera marcarse dentro de la
rigidez de una maquinaria (reloj), pero compensada con una serie
de premios y castigos (económicos y morales) al cumplimiento. La
legalidad de lo acordado hace de la relación laboral una cuestión
distante, estricta pero de respeto. Se interpela al empleado, no a la
subjetividad, es decir a su posicionamiento en la estructura de la
máquina, definida por uno de los entrevistados como el “relojito”.
El pasado reciente de estos jóvenes asalariados se entrelaza
con el pasado de sus padres. En efecto, interrogados sobre qué es
lo que consideran un empleo asalariado, una de las participantes
del Grupo Focal afirmó “que viene de los padres”. La imagen del
empleo protegido, unida a la incorporación plena y al ascenso social
es asociada a los padres, es decir, al mundo que ellos no conocieron.
El mundo de sus padres es visto como de ascenso social. En el Grupo
Focal se recolectaron verbalizaciones como las siguientes:
“Sí, bastante. Por lo que vemos el de mi mamá. Antes valía más la plata.”
“Antes laburaba y te alcanzaba bien. Ahora te re quieren explotar por 6
pesos.”
“En la casa que se hicieron, en el autito Te rendía más que ahora la plata.
Las cosas no valían tan caras como valen ahora.”
“Antes capaz que te trabajaba uno sólo y alcanzaba para todos. Ahora no
da. En casa laburaba mi vieja sola y ni tenía para los viajes. La laburan
todos, si no, no da.”
La razón fundamental que posibilitaba este ascenso, según
nuestros entrevistados estaba depositada en el costo de vida y la

PABLO MOLINA DERTEANO 253


facilidad para conseguir trabajos. Ya lo dijeron. También resalta
la idea de que los ingresos eran mayores y el nivel de explotación
era menor. En suma un mundo de mejor calidad de vida y trabajo,
con oportunidades de ascenso social.
Pero estas ideas de descenso del nivel de vida deben ser mati-
zadas. Verbalizaciones tales como “es casi lo mismo…”, “Lo mismo,
luchándola”, nos evocan una imagen en la que la “esencia” de ser
pobres no se ha alterado significativamente. A fin de cuentas, tanto
sus padres como ellos –ahora y en el pasado– estuvieron siempre
en una situación de lucha constante para sobrevivir.
Su pasado cercano y “lejano” aparece marcado por la ruptura
o continuidad con sus familias. Tanto por sus desmembramientos
como su mundo laboral. En suma, perciben cierta continuidad en
lo que refiere a que ellos siempre han sido sectores vulnerables que
deben luchar para sobrevivir. Pero la imagen de su pasado reciente
contrasta con el pasado “lejano” de sus padres, en que había mejor
nivel de vida y posibilidades de ascenso social. Aun cuando este
mundo les parece relativamente lejano a nuestros jóvenes asalaria-
dos precarios, ellos pudieron ver un destello de ese mundo a través
de la integración en un empleo protegido. Los eventos laborales
protegidos serán una marca indeleble, un punto de inflexión desde
donde interpelarán el presente. Llega el momento de ver en qué
áreas perciben el cambio.

Beneficios sociales
Durante las diferentes instancias de entrevistas, los sujetos
relataron algunas de sus experiencias laborales. Los eventos labo-
rales fueron diversos según el caso, pero la categorización era más
o menos similar y dicotómica: empleos asalariados en negro, y en
blanco o protegidos. Entre los empleos en blanco y los empleos en
negro las situaciones varían, sobre todo en materia de ingresos.
La diferencia no parece ser significativa, y esto se captó durante
el Grupo Focal, en que la mayoría señaló que no había mucha dife-
rencia en materia de ingresos. Pero pesan los beneficios sociales.
“De trabajar en blanco estuve mucho más tranquila, tenías una obra social,
que de repente no era una obra social ¡uh! pero te cubría algún medica-
mento, podías tener internación y una serie de cosas más que tenías… una
seguridad, digamos, ¿me entendés?” (Sonia).

254 VIII. SUEÑOS DEL ETERNO RETORNO DE LA SOCIEDAD SALARIAL


Sonia, además de los beneficios, introduce la idea de una seguri-
dad, una cobertura, en este caso en términos de salud. Nuevamente
la idea de beneficios, a la que ahora se le suma la idea de seguri-
dad. En un análisis más detallado, puede notarse que se busca,
en realidad, pertenecer. El primer significante que se asocia es el
de seguridad. Pero hay más.
“Claro, cuando vos tenés un contrato tenés derecho a reclamar que no están
cumpliendo con el servicio que ellos se comprometieron…, pero siendo que
vos estás trabajando en negro, no hay nada escrito…” (Alejandra).
Alejandra incluye además la noción de derecho a reclamar.
Quienes están en negro no parecen poder reclamar por aquello
que les corresponde. Y ésa también sería una seguridad, pero
además introduciría un sentido de justicia. Y además que esta
“justicia” tiene un referente escrito. El trabajar en blanco brinda
seguridad y supuesto trato justo. Y en términos subjetivos, “obje-
tiva” el mérito.
“Entré a los 14 años, hasta los 18… tuve un problema con ellos por un
problema de pago y por el tema de blanco (…) Dijo que no, que no, que
no… nos pusimos a discutir, una cosa va, una cosa viene… y yo empecé
con ella, a trabajar de nuevo en el 2002. En diciembre de 2002, ella me
empezó a subir un poquito más el sueldo y me dijo que en blanco no. Pero
el negocio se lo armé todo yo… todo, todo, todo yo.” (Lucas).
En este último relato puede darse cuenta de cómo Lucas plan-
tea que al no estar en blanco, no sólo no accede a un mayor sueldo
o beneficios sino que su trabajo no es reconocido. Parece como si
el vínculo formal actuara como objetivación del reconocimiento
al mérito. Ni siquiera la compensación monetaria parece suplir
esto.
El estar en blanco es más un problema de identidad y de reco-
nocimiento. Implica el beneficio de ser reconocido y por tanto, ser
tratado justamente (los reclamos tienen lugar) y tener acceso a una
cierta seguridad (obra social, etc). Los beneficios sociales entrañan
tanto un sentido económico como un sentido de reconocimiento.
Son reconocidos tanto como homo fabers (Gorz, 1997); es decir,
como sujetos integrados y útiles a la sociedad del trabajo y como
ciudadanos, con derecho a protección y petición.
Pero la integración a ese sistema de protección fue bastante
breve. Sus trayectorias registran más eventos precarios. Como
vimos, tampoco las de sus padres necesariamente reflejen esta
integración. Retomaremos esto luego.

PABLO MOLINA DERTEANO 255


Protección del cuerpo y la salud
Una de las principales ventajas del trabajo en blanco, señalada
en los relatos, es la obra social. La protección médica es reconocida
como un gran beneficio. Aun así, vale la pena analizar la siguiente
discusión entre dos participantes del Grupo Focal:
“— Y no, porque tenés que estar cubierto. Si a vos te pasa algo te tienen
que pagar. Si laburás ponele de fiambrero, y estás (en) el boliche y te cortás
el dedo.
— Y bueno, si te cortaste.
— ¿Cómo te cortaste?
— Y bueno, por más que estés en blanco o en negro te va a pasar igual…
— Si, ¿y quién te lo…?
— Y es así. Hay gente que le tirás un tiro en la cabeza y capaz que no se
muere. Y bueno, es así…
— Si, pero acá te lo pagan, que te pase. Porque si vos estás trabajando y
ocurre algún accidente… el seguro te lo paga. Y también que si tenés un
accidente camino a tu casa te lo pagan, siempre tenés una hora, hora y
media… Si vos estás trabajando en negro y se te cae un estante de merca-
dería no te lo paga nadie. Te la tenés que arreglar vos.
— Y, te la arreglá.
— Lo que te quería decir es que te cortás el dedo bailando, bueno. Pero si
estás trabajando en negro, quién te lo va pagar ¿el dueño?
— Igual le podés hacer un juicio terrible y lo matás…
— Sí, andale a hacer juicio si sos…, si estás en negro… vos le podés hacer
juicio, se lo ganás pero si te rompés un brazo, algo… eso no te lo arregla
nadie. ¿Pero mientras dura el juicio vos que hacés?”
Uno defiende la idea de que si bien el accidente es fortuito, el
estar en blanco provee cobertura. Su interlocutor defiende la idea de
que no se previene el accidente por estar protegido. Ambos expresan
dos lógicas contrapuestas. Los accidentes laborales pueden ocurrir
pero la protección es un elemento importante. Debemos entonces
preguntarnos qué se oculta detrás de este debate. Uno aboga por la
posición de pertenencia inclusiva. Es decir, la garantía de la exis-
tencia de un marco institucional que proteja al trabajador cuando
éste sufre un accidente. Su respuesta es de reclamo y protesta ante
el desamparo que supone el ser asalariado precario. El otro expresa
la respuesta de adaptación cultural, de apelar al imaginario mas-
culino (“Te la arreglás”). Frente al desamparo institucional, es su
posición de hombre que se aguanta la adversidad lo que resalta su
hombría. El cuerpo es en ambos casos el eje del debate, y los ries-
gos laborales indican dos posiciones que en verdad no serían tan

256 VIII. SUEÑOS DEL ETERNO RETORNO DE LA SOCIEDAD SALARIAL


contrapuestas. El trabajador debe escoger maneras de enfrentar el
accidente, y el adversario es el dueño. Para uno, la victoria en esta
lucha pasa por tener un marco regulatorio que lo contenga. Para
otro, es la posibilidad de la revancha mediante un juicio, pero esa
acción también supone un marco regulatorio.
Dos tipos de identidades se ponen en juego en este debate. Una
es la de integración funcional. Reconocimiento de un marco jurídico
formal abstracto. La otra es la del sujeto contingente, cuya integra-
ción es informal. En ambos, lo que se trasluce son dos estrategias
de integración social: la puja por la integración plena mediante el
reconocimiento de derechos; la otra por vía del reclamo situacional
que renuncia a la integración funcional.
Las percepciones sobre el cuerpo cambian y denotan la siguiente
diferencia: en la relación en un empleo protegido, el cuerpo es un
activo expuesto al riesgo y dicho riesgo debe ser enfrentado por el
dueño del local. En la relación en negro, el riesgo es personalizado,
se pone el eje en la actitud que cada uno tendrá frente a él. Se lo
enfrenta como hombre y se reclama como hombre, pero no como
sujeto portador de derechos.
Pero además hay un elemento interpelado que es la lógica de
necesidad. Quien defiende la lógica de integración señala el riesgo
que implica la otra opción. Aún cuando el juicio pueda ganarse, el
tiempo entre la demanda y la resolución no es tolerable bajo una
lógica de necesidad de ingresos del día a día. No es pensable para
estos sectores una paralización de las actividades laborales sin
cobertura alguna. Subrepticiamente esta verbalización resalta la
retroalimentación entre la vulnerabilidad laboral y sus condiciones
socio-estructurales.
Queda una última observación sobre este punto. Cuando se
hablaba sobre los accidentes laborales, se dio muestra de un nota-
ble conocimiento de la legislación laboral al describir el derecho
del trabajador cuando le ocurre un accidente in itinere. Esto es un
ejemplo de que hasta qué punto la experiencia en trabajo protegido
marcó las percepciones de los sujetos. Un enfoque nos indica que
estos jóvenes están débilmente vinculados a la idea de una prác-
tica ciudadana., pero no totalmente excluidos de ella. Desde una
noción de la ciudadanía como práctica (Turner, citado por Kessler,
1996), ésta entraña dos dimensiones: la titularidad (la existencia
legal de esos derechos) y la provisión (referida al acceso real a los
beneficios). Las percepciones y las propias experiencias de estos
jóvenes los acercan a la titularidad, pero su posicionamiento los

PABLO MOLINA DERTEANO 257


aleja de la provisión. La titularidad está imbricada en sus expe-
riencias pasadas.

Jefes y compañeros
Un aspecto sobresaliente de la relación laboral es la interacción
cotidiana en el entorno laboral. Aquí la relación con pares y jefes
adquiere nuevas modalidades. En la relación con el jefe, los casos
se definen como recursos prescindibles, dado que al estar en negro
pueden ser despedidos sin indemnización, “te pueden echar cuando
ellos quieren”, como sostiene Alejandra.
Un aspecto sobresaliente en los relatos es la forma en que los
empleados describen sus relaciones con sus compañeros de trabajo,
si los tienen. Éstas son percibidas como amigables, de ayuda mutua.
Pero la relación con los jefes remite en parte al conflicto. En cierto
sentido, se da una personalización del empleador, reforzada por la
cercanía física. La relación potencialmente conflictiva entre capital
y trabajo se encarna en las figuras del patrón y el empleado. Dentro
del trabajo protegido, se diluye al volverse esta parte una maquina-
ria abstracta e impersonal en donde ambos, jefe y empleado, están
inmersos. Dentro de una relación en negro, en pequeñas unidades
económicas, la relación se personaliza.
El proceso se vuelve bastante contradictorio. Algunos llegan a
alabar a sus patrones, como Adrián, a pesar de que le reproche que
le quiten sus francos. Otros los repudian abiertamente, recargán-
dolos de características negativas, algunas atribuidas a su mera
condición de empleador y otras atribuidas a otros rasgos, como por
ejemplo, su condición de extranjeros.
“Sí… Es lo mejor que hay. No, no fuera de joda. Está buenísimo porque es
un gran chabón. Corte que no es grande el chabón, tendrá 35 años y él sale
a bailar con nosotros y anda con cada pendeja el chabón (…) Es mi ídolo.
Se les pone hablar, las chamuya… Es mi ídolo, el chabón. No puede estar
con las minas que está. Pero bueno, es así. Y está bueno, porque me trata
como… Me manda hacer cosas y no me trata como patrón ‘Anda pa’allá’
Te decís ‘por favor andá…’ ‘Fijate como está aquello’ y no te das cuenta
que es tu patrón, hacés de cuenta que es un empleado o que es tu amigo.
Eso es lo que tiene de bueno. El chabón hace eso, corte para alentarte. Eso
es lo que tiene de bueno, te anima.” (Adrián).
“No, son de China no sé de dónde son… Hablo con una china que habla
castellano. Más o meno la entiendo. No, es más forra que el otro. Te man-

258 VIII. SUEÑOS DEL ETERNO RETORNO DE LA SOCIEDAD SALARIAL


donea porque se cree que habla castellano es más. Pero se junta con los
otros y hablan. ‘Wa cho ninn’ y no le entendés (…) Son re explotadores esos
chabones. A veces te quedás quieto y te empiezan a gritar y no entendés
nada…” (Bruno).
Las relaciones diarias y la interacción con jefes y compañeros es
entonces descripta en términos de una cierta personalización en lo
que respecta al ámbito laboral inmediato del pequeño comercio.
Piore, siguiendo a Temin (1969), propone que las pautas de con-
ducta en una situación de contratación se ajustan a los diferentes
mercados por él propuestos5. En el mercado primario superior, éstas
son instrumentales. El trabajador es una parte de una maquinaria,
un instrumento, cuyo marco de relación está dado por sus funcio-
nes. En el mercado primario inferior, son consuetudinarias. Se
ciñen a determinadas pautas debido a su utilidad intrínseca pero
en realidad, éstas sin más fuerza de la costumbre que la conside-
ración instrumental. Éste sería el caso que conocieron nuestros
entrevistados. Existe allí una relación laboral impersonal, pero
muchas veces teñida por la costumbre consuetudinaria. En el mer-
cado secundario, las pautas son autoritarias, pues los trabajadores
están desamparados. Matizaremos un poco más esta afirmación.
Son autoritarias en tanto que no están sujetas a ningún marco
regulatorio formal, pero también son personalizadas. Es decir que
primero pierden todo componente de regularidad y formalidad y
se ajustan a las variantes subjetivas planteadas por la interacción
diaria. Esto puede dar lugar a un perfil autoritario, pero éste es
sólo uno de los posibles resultados. Esto se marca muy claramente
en los relatos acerca de las relaciones con sus jefes. Del relojito que
describe Maxi a la adoración de Adrián o la xenofobia de Bruno.

Mirando hacia el futuro


¿Cómo ven las perspectivas de futuro estos jóvenes asalariados
precarios? ¿Cuáles son sus perspectivas laborales? ¿Y cuáles son

5 Piore (1989) distinguiría tres tipos de mercados de trabajo. El primario supe-


rior: formado por puestos de alta calificación, con posibilidades de ascenso y
status, con sindicatos poderosos y relaciones protegidas. El primario inferior:
con empleos poco o medianamente productivos, sin muchas posibilidades de
movilidad ascendente pero dotados de cierta estabilidad, y finalmente el
secundario totalmente informal: sin pautas de contratación fijas, inestable
y con empleos de muy poca productividad y con tecnologías mayormente
manuales.

PABLO MOLINA DERTEANO 259


las familiares? Responder estos interrogantes implica, por cierto,
dos dimensiones: la percepción global del escenario socioeconómico
del país y la aplicación de estrategias concretas que supongan el
aprovechamiento de escenarios favorables u oportunidades concre-
tas y la creación de estas condiciones favorables.
La primera dimensión puede ser tachada de poco específica,
e inclusive de irrelevante en una investigación de este tipo. Pero
emergió casi espontáneamente de los relatos de los entrevistados.
La percepción es el que el país está saliendo adelante, que la política
gubernamental a nivel nacional es buena, y como suele ser común
en un imaginario colectivo desarrollista, la presencia de obras
en construcción supone un progreso. La evaluación del escenario
global es entonces, al menos, optimista.
Al interpretar la segunda dimensión, nos encontramos con que
muchos construyen esta estrategia al imaginar su trabajo ideal o
las condiciones ideales de trabajo y la factibilidad de conseguirlo.
Las distintas verbalizaciones del Grupo Focal tienen contenidos
diversos:
“Ser independiente.”
“No, lo mejor es tener a cargo tuyo. Los tenés cortitos (…) No, me gustaría
tratar de que me dieran lo mejor. (Sino) Los rajo como me hacen a mí.”
“En una oficina… (“¿haciendo qué?”) Cualquier cosa. Trabajando…
nada.”
“Nada en un escritorio y trabajar. Y ganar bien.”
“El trabajo ideal, en la metalurgia sería…(…) Con el blanco tengo benefi-
cios, obra social… no voy al hospital… Aguinaldo, que es otro sueldo.”
Tomemos estas verbalizaciones y veamos los distintos imagi-
narios que suponen. Sus percepciones registran, entonces, tres
imágenes muy claras.
Primero, los mecanismos de ascenso en la escala laboral y el
imaginario del trabajo por cuenta propia como ascenso social. La
posibilidad de la pirámide jerárquica, del “empezar de abajo” e ir
ascendiendo dentro de la empresa o ese ideal autónomo, imagen
propia de la clase media (aunque no se pertenezca). Ser indepen-
diente y no tener jefes.
Segundo, la idea de un núcleo productivo y dinámico asociado
a los trabajos de análisis abstracto intensivo. Lo que Reich (1991)
llama Analistas Simbólicos, son el eje dinámico de la nueva eco-
nomía. La percepción de este núcleo es lo que guía a quienes no

260 VIII. SUEÑOS DEL ETERNO RETORNO DE LA SOCIEDAD SALARIAL


parecen entender muy bien qué se hace en “esas oficinas” pero
tienen en claro que allí está el principal eje de valorización de la
economía. Y además esto se cruza con la utilización del cuerpo
como “indicador” de esta distancia. Los trajes, las corbatas, los
escritorios con computadoras, son objetivaciones de una distancia
social y económica que, a su vez, articula las diferencias.
Finalmente, la integración social y de status que implica la
realización de la vocación a través del empleo protegido. Estos
tres puntos y las imágenes en general suponen re-integrarse a
empleos protegidos o integrarse a los sectores más dinámicos, sea
como autónomos o en empleos, por descontado protegidos, mejor
remunerados. Detrás de estas proyecciones se oculta el deseo de
re-ingresar al mundo formal o pseudo formal al cual alguna vez
pertenecieron.
Dijimos que querían volver a ese mundo formal. ¿Han iniciado
algún tipo de estrategias para lograrlo? En general, y en la medida
que sus condiciones laborales les dan tiempo necesario, éstas están
presentes y son encaradas mediante el manejo o la construcción
de redes sociales. Conocidos o antiguos compañeros pueden ofi-
ciar de “puerta” para que se logre el acceso a esos empleos. Estos
empleos además pueden tener un atractivo que es el hecho de
estar protegidos. Son salarios elevados para ellos, más algunos
beneficios sociales. Por lo tanto, no se trata sólo de la mejora del
monto percibido, sino también de la inclusión que significa un
empleo protegido. Cuando fueron interrogados sobre la posibilidad
de conseguir éstos u otros empleos mejores pagos y protegidos,
los más pesimistas arriesgaron la posibilidad de que tardará un
año. Esto quiere decir que el acceso es percibido como cercano, y
que su horizonte de posibilidad no es ambicioso en cuanto salario
o capacidad de hacer carrera. Lo que piden es la inclusión en un
empleo protegido, generalmente de baja o media productividad, no
demasiado calificado. Esto puede chocar con lo expresado en cuanto
a empleo ideal, pero debe recordarse que la primera se trata de una
proyección ideal, mientras que ésta está atada a consideraciones
más empíricas.
“Yo espero volver a lo mío que es la metalúrgica. Llamo a mis ex compa-
ñeros… y les digo que para cualquier cosa cuenten conmigo (…). Y claro,
ellos me conocen… y saben que pueden contar conmigo, ya trabajé con
ellos… y bueno, esperando.” (Raúl).
“Yo estoy esperando una oportunidad en un frigorífico. Mi hermano está
allí, y me dijo que hay un tipo que trabaja allí, que trabaja y trabaja mal

PABLO MOLINA DERTEANO 261


y está esperando a que lo echen para llamarme a mí. Es buena plata. (…)
Porque yo acá estoy ganando 400, y en el frigorífico donde puedo entrar,
ganaría unos 1.200” (Daniel).
“Yo estoy esperando a cumplir 21, para entrar en la empresa de colectivos.
Porque tengo un conocido. Así capaz que… (…) En sí me gusta manejar,
y me gusta la idea de andar en colectivo. Y la plata es buena… Y turnos
rotativos. (…) Porque yo estaría cobrando 1.200 por mes más la obra social,
aguinaldo, vacaciones… mucho mejor. Aparte lo que me gusta no es el
dinero sólo…” (Maxi).
Estas imágenes reeditan las tramas de funcionamiento de la
sociedad salarial en la Argentina de décadas atrás. Elegir una
vocación, aspirar a la integración social que implica el trabajo
protegido. La experiencia de una formación societal históricamente
determinada como fue la sociedad salarial en Occidente, y en
Argentina en donde se otorgaron importantes derechos sociales y
económicos, pero muy débiles derechos políticos en el marco de un
Estado corporativo. Dicha experiencia propone a los sujetos alter-
nativas de integración, como una especie de hoja de ruta que se
almacena en los depósitos sociales de sentido. Una representación
social, un esquema ideativo que toma la forma de una serie de
rutas de ascenso, descenso y estabilización social que permiten al
sujeto integrado a la formación social conocer las alternativas del
funcionamiento societal, aun cuando en sus propias prácticas no
puedan utilizarlas y mejorar su posicionamiento en el campo social.
Estas alternativas son las que se muestran en estos discursos, en
estas verbalizaciones de los integrantes del segmento.

Algunas observaciones de lo expuesto


Llegado este punto nos permitimos retomar las aproxima-
ciones que pretenden servir de guía para la comprensión de los
interrogantes particulares de este segmento. Estas hipótesis no
fueron planteadas al inicio, dado que preferimos que, de algún
modo, lo que emergiera de los relatos de nuestros protagonistas nos
permitiera apreciar con más detalle los alcances de las mismas.
Habíamos mencionado un primer interrogante referido a las
posiciones que ocupan estos jóvenes en los sectores informales de la
economía. Respecto a su posicionamiento, podemos decir que estos
jóvenes describen un panorama de precariedad muy teñido por la

262 VIII. SUEÑOS DEL ETERNO RETORNO DE LA SOCIEDAD SALARIAL


añoranza. El análisis de sus condiciones objetivas de existencia
señala un doble proceso de segregación territorial y estrategias
de supervivencia.
La segmentación territorial se manifiesta tanto en el proceso
de transformación del barrio como en sus niveles de ingreso. Todos
los integrantes de este segmento han conseguido sus actuales
empleos mediante el apoyo de las redes sociales del barrio, forma-
das por parientes, vecinos y amigos. Inclusive sus estrategias de
ascenso se apoyan en ellas. Pero descartando estas últimas, para
la mayoría de los casos las redes actúan como paliativo. Ofrecen
alternativas de inserción precaria. Y esto no sólo se desprende de
la ubicación de sus escenarios laborales (dentro o cerca del barrio,
en muchos casos), sino también de diferentes verbalizaciones que
reproducen un esquema de centro-periferia, en donde ellos están
lejos geográfica y simbólicamente. Lejos de Capital y Zona Norte,
“donde está la guita”, según sus propias palabras.
El hecho de que se agraven segmentaciones espaciales y territo-
riales es un rasgo del desarrollo de los últimos años en la Argentina,
en donde diversas zonas de la periferia metropolitana se hallan
virtualmente excluidas por ausencia o encarecimiento de los medios
de transporte. Ya habíamos mencionado que según Gravano (2005),
la existencia misma del término barrio denota la existencia de
una segregación territorial. Hay necesariamente un espacio de
centro y periferia, donde la periferia es una urbanización de clase
obrera o de marginalidad urbana. Pueden y deben mencionarse
datos importantes como que el nivel de las remuneraciones que
obtienen estos jóvenes restringe fuertemente sus posibilidades de
movilidad, que las condiciones laborales tampoco les dan mucho
tiempo o recursos.
El proceso además se complementa con las estrategias de super-
vivencia. Así, las estrategias y recursos que emplean para conse-
guir empleos les permiten evitar un descenso social aún mayor,
pero a su vez promueven el estancamiento. Lommitz (1975) seña-
laba esto ya tempranamente al poner el énfasis en el potencial de
desarrollo de las redes de parentesco y proximidad en el México de
los ‘70. Lommitz marcaba la diferencia entre supervivencia –que
es la búsqueda de bienes y servicios para lograr una subsistencia
en condiciones de marginalidad– y la sobrevivencia –que abarca
las condiciones societales que los individuos generan para la repro-
ducción–. Esta reproducción puede llegar a ser ampliada. Allí las

PABLO MOLINA DERTEANO 263


redes, en la medida que son vínculos de reciprocidad, pueden dar
lugar a recursos que permitan estrategias ascendentes. Desde una
óptica más neoliberal, Katzman (1999) sostiene la importancia de
que las políticas de asistencia social se dirijan a fortalecer estas
redes. Precisamente Katzman distingue entre estrategias de man-
tenimiento y estrategias de promoción, y señala la importancia de
convertir estas redes en activos, esto es recursos movilizables para
la acción de ascenso. La contradicción es clara. Mientras que estas
redes les son vitales para seguir subsistiendo, es decir los insertan
laboralmente, les dan un soporte barrial y familiar, son al mismo
tiempo la condición de su segmentación.
Volviendo al barrio, Gravano (2005), siguiendo a Bertrand,
distingue entre barrio espacial (un espacio vago falto de límites),
barrio sociológico (un espacio donde se percibe familiaridad y
seguridad a la vez que se disputan los consumos públicos) y el
barrio vivido (que es el espacio apropiado). El barrio de las redes
sociales reúne estas tres condiciones en la medida que construye
una solidaridad reactiva, donde prevalece el uso de las redes de
vecindad como estrategias de supervivencia, pero como barrio
vivido les confiere una percepción de que son “como estrategias”.
Su posicionamiento tiene que ver con esta doble espiral, con redes
barriales y familiares que los contienen pero que los alejan de
posibilidades de ascenso. Pero esto no se debe al funcionamiento
intrínseco de las redes, sino a los condicionamientos estructurales
que los rodean. Sería posible hablar de una lógica de la necesidad
que implica un tiempo prematuro e inmediato, una inserción pre-
caria de mera supervivencia y la falta de recursos económicos y
simbólicos para estrategias de promoción, a los que se les suma un
escenario poco favorable. Pero, como afirmamos en la introducción,
esto no es suficiente. Este diagnóstico estructural choca con sus
percepciones.
Al principio de nuestro trabajo ya arriesgábamos la segunda
hipótesis al decir que las estrategias y las visiones del mercado
laboral estaban influenciadas por una imagen societal desaparecida
pero presente para ellos. Es la experiencia de la sociedad salarial
en la Argentina. La segunda hipótesis es entonces una forma de
precisar su funcionamiento. Sostenemos que la imagen societal
funciona como un conjunto de reglas e ideas sobre cómo funciona
el mundo social en general y el mercado de trabajo en particula-
ridad. Por un lado se trata de horizontes de posibilidades y por el

264 VIII. SUEÑOS DEL ETERNO RETORNO DE LA SOCIEDAD SALARIAL


otro de hojas de ruta posibles para llegar a mejores posiciones en
el campo social. Para esto debemos hacer un alto y volvernos sobre
dos aspectos de la teoría de Pierre Bourdieu: el habitus y la doxa.
La idea de habitus puede condensarse en un sistema de percepción
abierta y amplia donde la contingencia en la propia experiencia
personal juega su rol así como las condiciones del campo. El aporte
fundamental de Bourdieu es que este sistema está construido en
base a la experiencia de clase. El crecer y desarrollarse en una
clase determinada “predispone” a concebir el mundo de una manera
específica, a enfrentar las situaciones de la vida diaria de una
determinada forma.
Esta visión de praxis del habitus es de suma utilidad para
nosotros. Las estrategias que conllevan los asalariados precarios
para poder insertarse mejor en la estructura sociocupacional y
abandonar su situación de precariedad chocan con una lógica de
necesidad que los hace profundizar su condición de segmentación6.
Ahora bien, resta una pregunta crucial ¿es concebible el habitus
más allá de las situaciones específicas y generales donde se pone
a actuar?
Aquí es donde entra el concepto de doxa. Bourdieu presenta dos
concepciones de doxa (Myles, 2004). La primera, en sus trabajos de
Kabylia, refiere a los supuestos indiscutidos que son garantía para
las condiciones de la acción práctica7. Influye en la experiencia,
apareciendo como una actitud natural de los grupos dominados,
los cuales no reconocen que ésta es producto de la arbitrariedad
social. Pero la doxa es además un sentido práctico (sens pratique),
pero expuesta en la forma de un “sentido de los límites”, los cuales
dependen mucho del hábitus particular y las condiciones del campo.
Como la doxa husserliana, está antes de las percepciones, o sería
la base del sistema de percepciones que es el hábitus. La contri-
bución fundamental de Bourdieu es que esta doxa no emerge de
algún lugar oscuro de la experiencia o la intuición, sino que como el
hábitus es historia incorporada, y se relaciona con las condiciones
sociales de existencia.

6 Hay, en este sentido, una praxis transformadora, lo que quizás no está presente
en la sociología bourdeana es una evaluación de descenso o ascenso asociada
a la praxis en sí. Pero está presente en su teoría de las clases sociales.
7 La segunda, tiene un uso epistemológico ya que apunta a la evaluación de la
reflexividad de los cientistas sociales en términos de su entendimiento de la
“distancia” que se supone que deben tomar de la vida diaria. Nos preocupa
más la primera.

PABLO MOLINA DERTEANO 265


Esta interpretación de la doxa es de gran valor para nuestro pro-
yecto, por cuanto presupone una no necesaria correspondencia con
la experiencia, por su carácter de indiscutida. Una de las hipótesis
fundamentales de nuestro diseño es que los esquemas ideativos de
la experiencia histórica de la sociedad salarial argentina se nos
aparecen como doxa para los jóvenes asalariados precarios.
Así, formulamos como segunda hipótesis, que su percepción del
funcionamiento del mercado de trabajo va mucho más allá de una
coincidencia en el modelo de anillos o el de mercados segmentados
de Piore. Es la historia incorporada, la experiencia socio-histórica
de la sociedad salarial argentina. Ni por su juventud, ni por las
trayectorias socio-laborales propias, ni por la de la mayoría de sus
padres, estos asalariados conocieron esa sociedad salarial. ¿Cuál es
entonces el origen de esta doxa? La respuesta estaría inicialmente
en los depósitos sociales de sentido, pero aún quedan zonas grises
de esta comprensión.

Conclusión
Si Karl Marx (2004) empezaba el Manifiesto Comunista seña-
lando que “un fantasma recorre Europa: el fantasma del comu-
nismo”, aquí podemos parafrasearlo de la siguiente manera: “Un
fantasma recorre las percepciones de nuestros jóvenes asalariados
precarios. El fantasma de la Sociedad Salarial”.
La descripción de sus condiciones de vida y trabajo nos acerca
a la noción de supervivencia y estrategias de mantenimiento. La
segregación barrial, combinada con las condiciones laborales pre-
carias, toma el efecto de un círculo vicioso en donde sus propias
estrategias de sobrevivencia son las que impiden su promoción.
Aun así, sus percepciones los hacen ubicarse en estrategias de
promoción. Esta “disonancia” debe ser analizada desde dos ángulos
diferentes.
Retomando a Gravano y a Portes, es importante señalar que en
su posicionamiento, estos jóvenes se ven envueltos en esta doble
espiral de segregación territorial y precariedad laboral, pero donde
el primer término estaría más atenuado ya que las redes barriales
no se limitan sólo a la contención. En el pasado fueron quienes
les permitieron acceder a empleos protegidos. Su posicionamiento
tiene que ver con esta doble espiral, pero no hay que olvidar que el

266 VIII. SUEÑOS DEL ETERNO RETORNO DE LA SOCIEDAD SALARIAL


mismo término barrio implica segregación centro-periferia, y que
sus capitales sociales les permiten posicionarse más cerca de estra-
tegias de promoción que otros grupos descriptos en este libro. Su
posicionamiento es de segregación socio-territorial y precariedad
laboral, pero no tan hondas como cabría esperar.
Pero cuando se estudian sus trayectorias, otro ángulo nos sugiere
la oposición entre posición, teñida por el habitus y su percepción
muy influida por una doxa histórica de la sociedad salarial. Esto
es muy claro en el apartado de cuerpo y en el de futuro. En ambos,
la consideración más acorde con su posición “choca” contra una
percepción de integración sistémica que juega las veces de memoria
histórica. Y algo similar ocurre con la distancia entre titularidad
y provisión con respecto a sus derechos. Mientras la titularidad
también juega de memoria histórica y sentido de los límites, la
provisión efectiva de estos derechos nos lleva a indagarnos sobre
su posición efectiva en la estructura social y cuánto influyen la
precariedad laboral y la segregación barrial en esta distancia.
Si la doxa tiene mucho que ver con el sentido de los límites, cabe
preguntarse hasta dónde la verbalización desde la titularidad se
convierte en un discurso que refuerza o por lo menos, “naturaliza”
su falta de provisión.
Esto nos sugiere un nuevo interrogante. Jóvenes asalariados
precarios, ¿jóvenes ciudadanos? Una aproximación desde la ciu-
dadanía implica tanto un planteo epistemológico como político.
Epistemológico ya que parte de estudiar hasta dónde la añoranza
de la sociedad salarial y la firme representación de sus cadenas
de movilidad ascendente evoca también la deprivación ciudadana
que acompaña a la vulnerabilidad socio-económica. Además, dado
que su experiencia vital no los ha conectado directamente con esta
formación societal histórica, debemos plantearnos si podemos for-
zar el concepto de ciudadanía por intermediación (Kessler, 1996)
en la forma de una memoria histórica. Pero también pone sobre
el tapete la necesidad de la construcción de un nuevo paradigma
que interpele la idea de ciudadanía social universal (Minujin y
Cossentino, 1994) para todos los habitantes de un país más allá de
su condición laboral. Esta nueva aproximación ya se ha sugerido
en este artículo mediante las confrontaciones de los propios sujetos
sobre la lógica de integración funcional y la de contingencia. Cuánto
de la idea de igualdad ciudadana, más allá de la condición socio-
histórica, cuánto de la distancia entre la titularidad y la provisión

PABLO MOLINA DERTEANO 267


falta recorrer por el Estado y otros actores, y cuánto de la imagen
ideativa de la sociedad salarial sería propicio u obstaculizante en
las concepciones de estos jóvenes asalariados precarios, son sólo
algunos interrogantes que despierta el estudio de sus trayectorias
socio-laborales y las representaciones de sus condiciones de vida
y trabajo.

268 VIII. SUEÑOS DEL ETERNO RETORNO DE LA SOCIEDAD SALARIAL


TERCERA SECCIÓN

Reproduciendo la
marginalidad a través de
estrategias de organización
y movilización social
IX.

Empresas recuperadas:

Condiciones de existencia materiales y


simbólicas de sus trabajadores
y tendencias posibles

Laura Saavedra, Eduardo Fernández Maldonado,


Rodolfo Herrán y Diego Quartulli

Introducción

A partir de los cambios económicos, sociales, políticos e institu-


cionales acontecidos en la Argentina durante los últimos 30
años aparecen en escena, con cierta gravitación en los tiempos
actuales, diferentes modalidades ocupacionales. Este universo hete-
rogéneo de actividades, a veces novedosas y otras no tanto, emerge
a través de las prácticas desarrolladas por importantes segmentos
de la población cuando deben afrontar problemas laborales y de
“desafiliación social” (Castel, 1998). En el marco de estas nuevas
modalidades económico-ocupacionales, nuestro interés se centra
en examinar tanto las prácticas/estrategias que ponen en juego los
trabajadores de empresas recuperadas, como las representaciones
y percepciones que orientan el accionar de estos sujetos.
En base a los intereses que guían la observación y análisis de
este fenómeno, buscamos indagar centralmente: ¿Cuáles son las
percepciones y representaciones que orientan a estos trabajadores a
la hora de recuperar una empresa? ¿Qué cambios se generan en las
subjetividades de estos trabajadores, en la situación laboral actual?
¿Qué significados le otorgan a estas prácticas autogestivas? ¿En
qué condiciones y cómo se insertan estas prácticas en el mercado?
¿ Qué tipo de capacidad de transformación conllevan estas acciones
autogestivas y cooperativas?
En especial nos proponemos revisar, ampliar y redefinir el
campo de observación e interpretación de este fenómeno, tomando
como eje de análisis central la dimensión temporal expresada en los

271
siguientes interrogantes: ¿De dónde vienen?, ¿Dónde se encuentran
ahora? Y ¿Hacia dónde es factible que vayan?
Nuestros intereses e interrogantes buscan dar respuesta a las
hipótesis en juego en este trabajo. En este sentido, consideramos que
si bien estas prácticas colectivas y autogestivas son muy valiosas y
útiles para mejorar las condiciones de existencia y reproducción de
estos trabajadores, constituyen formas marginales de lucha para la
existencia social. También, consideramos que la mayoría de estas
prácticas colectivas, cooperativas y autogestivas, se orientan y
constituyen principalmente por una lógica instrumental, la lógica
de la subsistencia, más que por una lógica política o valorativa
que golpea, de alguna manera, el poder económico y político de la
clase capitalista (Picchetti, 2002) o abre un nueva ciclo de lucha
social que cuestiona en alguna medida los marcos regulatorios del
sistema capitalista (Rebón, 2005).
Asimismo, un aporte novedoso de este trabajo es la respuesta
a los significados y valoraciones que tienen los trabajadores de
empresas recuperadas en torno a su trabajo actual. Ya que en el
marco de nuestras hipótesis poníamos en cuestión la valoración
positiva del trabajo autogestivo, colectivo y cooperativo que presenta
la literatura existente en la materia (Petras y Veltemeyer, 2002;
Picchetti, 2002; Rebón, 2005).
En este trabajo buscamos visualizar ciertas encrucijadas en las
prácticas e identidades que viven los trabajadores de las empresas
recuperadas, a partir del abordaje de sus trayectorias. En este
sentido, vale la pena resaltar que al no existir, de manera pre-
dominante, desigualdades estructurales que permitan prever y
direccionar los movimientos de las personas en la estructura social
a partir del conocimiento de ciertas características, sino que, exis-
ten desigualdades mucho más heterogéneas y dinámicas difíciles de
estimar con algún rigor, resulta crucial en estos tiempos describir
las trayectorias individuales (Rosanvallon, 2004).
Asimismo, el abordaje de las trayectorias de los trabajadores
de las empresas recuperadas nos parece crucial, dado que según
Salvia y Chávez (2002) las trayectorias laborales constituyen la
forma a partir de la cual se representan los fenómenos de movilidad
sociolaboral a través del tiempo, y los efectos que tales procesos
generan sobre las relaciones laborales y las condiciones de vida
individuales. La premisa subyacente es que los eventos de vida
del presente se explican por los cursos de consecuencias generados

272 IX. EMPRESAS RECUPERADAS


por acontecimientos anteriores, en un contexto de oportunidades
socialmente estructurado, a la vez que abierto a las preferencias
y opciones adoptadas a nivel individual.
Las mismas se abordan a partir de estudios de casos en tanto
medio para obtener información en profundidad sobre pequeñas
unidades sociales y eventos particulares, para luego poder construir
–a partir de los significados rescatados y reinterpretados– pro-
posiciones significativas en torno a los modos de supervivencia y
de reproducción de los trabajadores de las empresas recuperadas.
El trabajo de campo se llevó a cabo en el Área Metropolitana
del Gran Buenos Aires buscando recoger –sin pretensiones de ser
exhaustivo– una trama compleja de relaciones y manifestaciones
sociales a partir de ciertas prácticas, percepciones, motivaciones,
expectativas que se pueden entrever a partir de las conversaciones
entabladas con un grupo de trabajadores de empresas recupera-
das.
La indagación se apoyó en el desarrollo de 10 entrevistas en torno
a cuatro empresas recuperadas (Cooperativa de Salud Medrano,
Cooperativa Artes Gráfica el Sol, Cooperativa 19 de Diciembre y
Cooperativa Educativa Colegio Laura y Henry Fishbach) así como
también en la realización de un Grupo Focal en donde participaron
trabajadores de las respectivas empresas y de la Cooperativa de
la ex Bruckman.
En el desarrollo y análisis de las entrevistas y del Grupo Focal
buscamos conciliar información sobre variables estructurales y
elementos subjetivos, explorando los relatos subjetivos de estos
trabajadores y examinando la experiencia personal en tanto argu-
mentos de verdad.

Posicionamientos teóricos
El trabajo, a partir de la consolidación del estatuto asalariado
como pilar de la identidad social, ha ocupado un lugar medular en
el proceso de conformación de las condiciones de existencia mate-
riales y simbólicas de los sujetos y para la integración social, ya que
los sujetos definían su lugar en la sociedad a partir de la posición
ocupada en la estructura productiva (Castel, 1998).
A partir de ello, buscamos aportar al análisis de los cambios en
el mundo laboral mediante el estudio de las estrategias de super-

SAAVEDRA, FERNÁNDEZ MALDONADO, HERRÁN Y QUARTULLI 273


vivencia de los trabajadores de empresas recuperadas, haciendo
hincapié en los procesos de reconfiguración de los lazos en áreas
concretas de interacción, como el trabajo y la participación en el
mercado, es decir, las relaciones mercantiles.
Cabe aclarar que en el estudio de las estrategias de superviven-
cia nos encontramos, en general, con un análisis de las formas en
que los sujetos comparten sus recursos y capacidades para resolver
sus problemas básicos.
Ahora bien, para pasar al terreno de la explicación es necesario
conectar, como propone Bianco (1996), la diversidad de experiencias
relacionales con las posiciones estructurales de los sujetos. Seña-
lamos ello porque consideramos, al igual que Murmis y Feldman
(2002), que los análisis que toman en cuenta las posiciones de los
sujetos, su situación ocupacional y su acceso a bienes y recursos se
ven complementados por el conjunto de relaciones que los sujetos
establecen.
Por ello, nuestro análisis de las trayectorias ocupacionales
combina información sobre posiciones o atributos y diversos lazos
sociales, es decir que conciliamos variables estructurales y ele-
mentos subjetivos.
Por otra parte, siguiendo a algunos autores, coincidimos con que
las estructuras sociales y la interpretación que los agentes hacen
de esas estructuras son dos momentos inescindibles del análisis
y de la realidad (Bourdieu, 1988; Vasilachis, 2001). Aun cuando
pueda plantearse una prioridad epistemológica –como afirma
Bourdieu– en la que deben colocarse en un primer momento las
estructuras objetivas y en segundo lugar la experiencia de los suje-
tos, sus representaciones y percepciones de la realidad, la realidad
es indudablemente dual: material y simbólica.
Las estructuras objetivas son el fundamento de las represen-
taciones subjetivas –emergen de y se vinculan a posiciones en la
estructura social– y moldean las interacciones. Por eso las repre-
sentaciones deben ser consideradas para dar cuenta de las luchas
diarias, individuales o colectivas, que tienden a transformar o
conservar las estructuras históricas –de lo que se desprende que no
son solamente portadoras de determinaciones sociales (Bourdieu,
1988). De ahí que “los sistemas simbólicos no son meros instru-
mentos de conocimiento, también son instrumentos de dominación”
(Bourdieu, 1988), es decir, que cumplen funciones eminentemente
políticas (Longo, 2004).

274 IX. EMPRESAS RECUPERADAS


Teniendo en cuenta estas perspectivas teóricas nos resulta
importante abordar también, en torno a las experiencias de los
trabajadores de empresas recuperadas, cuáles son sus percepciones
y representaciones, si queremos aportar a la discusión del papel
que juegan estas prácticas asociativas y hacia adónde van.
Al respecto, también se enfocan en línea con las percepciones
y representaciones de estos sujetos, los cambios en la identidad
que generan estas prácticas autogestivas. Y para ello seguimos la
conceptualización que realiza Arfuch (2002) y que entiende a la
identidad en tanto “rasgo distintivo (…), su afirmación constitutiva
en tanto diferencias.” “La identidad sería entonces no un conjunto
de cualidades predeterminadas –Raza, Color, Sexo, Cultura, Nacio-
nalidad, etc.–, sino una construcción nunca acabada, abierta a la
temporalidad, la contingencia, una posicionalidad relacional sólo
temporariamente fijada en el juego de las diferencias.” (Arfuch,
2002).
Esta visión sobre la identidad, que apela a una imagen de cierta
historicidad, es la que nos permite pensar el juego de la re-configu-
ración de las identidades de los trabajadores de las empresas recu-
peradas a lo largo del tiempo como una serie de posicionamientos
contingentes en relación con otras identidades.
Por último, para indagar acerca de los cambios sociales que
generan estas prácticas cooperativas, al igual que otras “nuevas”
formas de organización económica y social de los sectores populares,
nos paramos en las claves teóricas que señalan que estas expre-
siones parecen estar más asociadas a formas clásicas de informa-
lidad o a nuevos procesos de marginación que a una nueva matriz
de organización económica, social o política (Murmis y Feldman,
2002; Salvia, 2004 y 2005). Asimismo, consideramos a aquellos
autores que, en igual tenor, argumentan que estas expresiones no
parecen haber surgido como una alternativa al quiebre del modelo
político y económico prevaleciente sino tan sólo como una reacción
a las consecuencias sociales de su mal funcionamiento (Palomino,
2004; Lenguita, 2002).

¿De dónde vienen? Estrategias y representaciones


Los trabajadores que conforman las empresas recuperadas vie-
nen de la “sociedad asalariada”, aquella que mediante la efectiviza-

SAAVEDRA, FERNÁNDEZ MALDONADO, HERRÁN Y QUARTULLI 275


ción del derecho al trabajo garantiza el bienestar de sus miembros
(Castel, 1995). Son ex-trabajadores asalariados, en su mayoría, que
han vivido contratos de tiempo ilimitado donde el despido no era lo
habitual, gozaban de todos o gran parte de los beneficios sociales
(asignaciones familiares, jubilación, etc.), y se sentían reconocidos
a través de las tareas que realizaban y el salario que percibían.
Por ello, la referencia a mejores condiciones de trabajo en el
pasado aparece constantemente en los relatos de estos trabajadores,
ya que vienen de experimentar, como mencionamos, el trabajo antes
del proceso profundo de desregulación y precarización.
Estos trabajadores desarrollaban estrategias colectivas, en gran
medida, que apuntaban a mejorar sus condiciones laborales en
busca de la movilidad social ascendente. Así, entre otros aspectos,
luchaban por mejoras salariales en el marco de prácticas –corpo-
rativas– gremiales o sindicales. Era una época en que las estrate-
gias de negociación colectiva mediante acuerdos con empresas con
intervención del Estado generaban estabilidad y credibilidad en las
reglas del juego. El nosotros aparecía triunfante en esos tiempos,
el sentido colectivo de la acción, las identidades colectivas, el ser
trabajador asalariado tenía su prestigio.
“Yo antes sentía que tenía un trabajo estable, un trabajo digno, donde el
obrero era digno, ¿no es cierto? Sentía que era digno dentro de la sociedad en
que estaba inmerso, yo creo que pasa por ahí el tema, el trabajo genuino. Lo
mínimo es tener las cuestiones de la ley digamos, la obra social, los aportes
jubilatorios, eso es lo mínimo que tiene que tener un trabajo digno, lo base.
Ahora, por ahí empezás a trabajar y te pagan bien los primeros tiempos y
después empiezan a no pagar.” (Juan, Cooperativa 19 de Diciembre).
La posesión de un trabajo asalariado les permitía sentirse reco-
nocidos positivamente –era una fuente inclusiva de reconocimiento
político, jurídico, económico y personal–, viabilizaba gran parte de
la realización de la identidad de estos sujetos.
Luego, muchos transitan el largo proceso de agudización de las
dificultades de generación de empleo formal, la pérdida de derechos
y garantías por parte de los trabajadores, el fuerte deterioro de
los salarios, la ampliación de brechas de ingresos entre grupos de
trabajadores, etc., aspectos todos que erosionan los principios de
cohesión social (Beccaria y López; 1997).
Estos trabajadores dejan de pertenecer a estructuras dadoras
de sentido compartido y empieza para ellos un proceso de movi-
lidad descendente y con rumbo incierto. Comienzan a prevalecer

276 IX. EMPRESAS RECUPERADAS


estrategias individuales de repliegue –de reclusión sobre sí–, donde
pierden significatividad las prácticas corporativas por mejores con-
diciones laborales y reina el temor a ser despedidos, en un contexto
en el que la desocupación pasa a ser moneda corriente.
Y es allí, en las transformaciones de lo vincular –a partir de las
cuales el otro se vuelve frágil– donde se encuentra el mayor efecto
sobre la identidad. El trabajo en condiciones de inestabilidad y
precariedad pierde significado en la generación de un nosotros que
fortalezca la identidad de estos trabajadores a partir de su inclusión
en un determinado estatuto. Transitan de esta manera, un proceso
de descalificación laboral –el trabajo deja de ser una fuente de
reconocimiento social– que los descalifica en otros planos como el
cívico o el político (Longo, 2004) y que genera resquebrajamientos
en la construcción identitaria.

¿Dónde se encuentran ahora?


Trabajadores del sector empresas recuperadas.
Restricciones estructurales del fenómeno
Muchos trabajadores despliegan estrategias de recuperación
de empresas en un marco de restricciones estructurales para el
desarrollo sustentable de las mismas, tanto desde el punto de
vista del mercado laboral como así también de la empresa como
estructura.
Nuestro fenómeno de estudio encuentra sus raíces en ese modelo
implantado a fines de los ‘70, cuya agudización durante la década
de los ‘90 consolidó una estructura de precios relativos sumamente
desfavorable a los bienes de producción industrial (Schvarzer, 1998).
En esas circunstancias, numerosas pequeñas y medianas empresas
se tornaron inviables, presentando graves problemas financieros
que frecuentemente fueron cargados sobre las espaldas de los tra-
bajadores vía deterioro de su condición salarial, alargamiento de
la jornada laboral, reducción de personal y sobre explotación de la
mano de obra retenida.
En este contexto, ubicamos a las empresas recuperadas como
emprendimientos productivos de pequeño y mediano tamaño que
carecieron de las capacidades para hacer frente a una estructura
de precios relativos desfavorable.

SAAVEDRA, FERNÁNDEZ MALDONADO, HERRÁN Y QUARTULLI 277


De esta manera, el origen de las empresas recuperadas está,
en gran medida, en empresas pequeñas y medianas cuya declina-
ción era evidente. Muchas de ellas habían cerrado o ya estaban a
punto de cerrar y/o produciendo muy por debajo de su capacidad
instalada al momento de su recuperación. En otras palabras, debe
quedar en claro que “no estamos hablando de sectores dinámicos,
empresas en producción de la gran industria que son arrebatadas
a transnacionales o a grandes grupos económicos [sino que, por el
contrario,] corresponden a sectores débiles del capital…” (Martínez
y Vocos, 2002). Esta conclusión debería servirnos para reflexionar
en torno a los planteos que sostienen que la recuperación autoges-
tiva de empresas golpea, de alguna manera, al poder económico
y político de la clase capitalista (Picchetti, 2002), o implica un
heterogéneo proceso de avance sobre la dirección de la producción
que degrada al marco regulatorio del sistema capitalista en alguna
medida (Rebón, 2005)1. Sostenemos que, lejos de tratarse de una
estrategia ofensiva de los trabajadores que afecta a ciertos secto-
res de la estructura productiva capitalista, se trata, más bien, de
una estrategia defensiva y marginal en términos de su lugar en
la estructura productiva. Así, en los casos relevados, por un lado,
las empresas de servicios como el colegio, la clínica, o la empresa
de artes gráficas no pudieron sostener su funcionamiento por las
restricciones económicas a las que se vieron expuestos sus usuarios
y por ello no pudieron sostener la reproducción del proceso debido a
la merma en sus planteles de tomadores de servicios. Por otro lado,
las empresas vinculadas a la producción, como la empresa metal
mecánica que confecciona autopartes (ex ISACO), no pudieron
hacer frente al largo proceso de apertura económica con el tipo de
cambio vigente en el periodo de convertibilidad.

1 Así también, James Petras y Henry Veltemeyer (2002) plantean que la


autogestión de los trabajadores (AGT) ha resurgido como un movimiento
central en Argentina y que la AGT es verdaderamente una experiencia
liberadora, tanto en el sentido de liberar a la clase trabajadora del abuso e
inseguridad capitalistas como en el de proveer a los trabajadores la libertad
de crear nuevas formas de relaciones sociales de producción y distribución.

278 IX. EMPRESAS RECUPERADAS


Estrategias de recuperación
y escollos a los que se enfrentan
El panorama general con el que se encuentran los trabajado-
res cuando acceden a la recuperación de las empresas suele ser
desalentador. Estas unidades productivas vienen de sufrir largos
procesos de deterioro general caracterizados principalmente por
la desinversión y la reducción del plantel de trabajadores. A ello se
agrega el hecho que los trabajadores se hacen cargo de empresas
que suelen tener una maquinaria y tecnología obsoleta. Según un
relevamiento realizado por el Centro Cultural de la Cooperación,
la mitad de las empresas tiene más de 40 años, siendo la tecnología
y la maquinaria en la mayoría de ellas de gran antigüedad (Fajn,
2003). En los casos relevados por nosotros pudimos constatar que,
en promedio, las maquinarias utilizadas por los trabajadores tienen
aproximadamente 30 años. En general en el periodo de conflicto
los empresarios suelen llevarse las máquinas más nuevas para
pagar parte de la deuda contraída, o montar otra empresa bajo otro
nombre o razón social. Es por ello que una parte importante de la
estrategia de los trabajadores cuando se declara la quiebra consiste
en la vigilancia de los bienes y máquinas de la empresa.
Como vemos, los trabajadores toman el control de la empresa,
como el final de episodios que conforman un cuadro de deterioro
de su condición salarial, recurriendo a distintas instancias, acom-
pañadas por alguna movilización en torno a la toma de las insta-
laciones o la guardia en carpas frente a la empresa, para evitar el
retiro de maquinarias o de materias primas indispensables para
la continuidad de la producción. En otros casos, la recuperación
de las fuentes de trabajo se hace a partir de una negociación con
los dueños.
De este modo, estos trabajadores despliegan una serie de estrate-
gias en busca de la supervivencia, es decir, que comparten recursos
y capacidades para actuar en provecho propio, para resolver sus pro-
blemas básicos. Ellos hacen de la necesidad “de seguir trabajando”
una virtud: “la recuperación de la empresa”, ya que si no el destino
les depararía un plan jefes y jefas de hogar, como dice Juan de la
Cooperativa 19 de Diciembre “nosotros no queremos un plan jefes
y jefas de hogar, queremos seguir trabajando”; situación probable
y nada deseada ni valorada por quienes vienen de la cultura del
trabajo asalariado, según sus relatos.

SAAVEDRA, FERNÁNDEZ MALDONADO, HERRÁN Y QUARTULLI 279


Por otra parte, en muchos casos, algo fundamental que com-
plica el cuadro situacional es el hecho de que los trabajadores se
enfrentan a una total inexistencia de una red de proveedores y
clientes, ya que los antiguos dueños la han perdido en el proceso
de quiebra. Las deudas con los proveedores y clientes, generadas e
impagas por la gestión empresaria anterior, crea serias dificultades
a los trabajadores al momento de volver a armar un entramado de
relaciones comerciales y de confianza con muchos de ellos.
“Cuando llamamos por teléfono a los antiguos proveedores de ISACO
(…) muchos que inclusive tienen la matriz específica para ese producto,
a veces te sacan corriendo porque los antiguos dueños les dejaron unos
choclos bárbaros. Digamos que se rompió la relación.” (José, Cooperativa
19 de Diciembre).
Otro escollo resulta ser el hecho de que algunos proveedores y
clientes tienen percepciones despectivas hacia los trabajadores que
se traducen en actitudes reacias a entablar relaciones comerciales
con ellos.
“Mirá, al principio cada vez que íbamos a ver un posible cliente de una
empresa privada y les decíamos que éramos una recuperada nos miraban
como diciendo: ‘y estos negritos que echaron al patrón y se quedaron con
todo’, y era como que de repente nos daban respuestas del tipo de ‘ustedes
no tienen experiencia’, pero cómo no tenemos experiencia si yo trabajé diez
años haciéndole laburos a ustedes.” (Pedro, Cooperativa Artes Gráficas
El Sol).
A estos constreñimientos debemos sumarle el estado de indefi-
nición legal de muchas empresas, que merma su campo de acción
y les quita posibilidades de realizar actividades comerciales y/o
reestablecer los servicios básicos de luz, teléfono, gas, etc.
“Una de las cosas que se necesita es la habilitación municipal para pedir la
luz, para inscribirnos en ingresos brutos […] para algunos otros trámites
también, digamos. Y no hay habilitación municipal porque la cooperativa
no es propietaria ni inquilina…” (Pedro, Cooperativa Artes Gráficas El
Sol).
En este marco, en gran medida, el crédito, una opción viable
para capitalizar a las empresas registradas, suele ser de difícil
acceso para sus pares recuperadas. Y éste no es un punto menor,
ya que en la mayoría de los casos carecen de capital inicial para
poner en marcha la actividad o es muy exiguo para ese cometido.
Otro punto no menos importante que los anteriores es que
dentro de estas empresas gran parte los trabajadores administra-

280 IX. EMPRESAS RECUPERADAS


tivos y los empleados de planta que tenían mejores posibilidades
de reinsertarse en el mercado laboral por estar más capacitados se
han ido. Por lo que la mano de obra menos calificada a veces debe
hacer tareas para lo cual no está debidamente capacitada, teniendo
resultados dispares que tienen que ver más con la voluntad de los
participantes que con sus habilidades adquiridas.
Ante este cuadro de situación, podemos augurar que el sentido
dominante de las nuevas estrategias colectivas de recuperación
de empresas, por parte de trabajadores que se habían quedado sin
trabajo, es la lucha por la subsistencia en el marco de itinerarios
en donde prima la incertidumbre y la movilidad descendente.
Ello se visualiza en las palabras de Juan, de la Cooperativa 19 de
Diciembre “Yo sé que a esta edad no me toman en ningún lado y
necesito seguir trabajando”.
De este modo, podemos decir que no en todos los casos la lógica
política de lucha contra las sociedades capitalistas –al atacar el
derecho a la propiedad privada, según Picchetti Valentina (2002)–
guía de manera clave la recuperación de una empresa2. En los
casos analizados en este trabajo la lógica de la subsistencia es la
que domina en las estrategias de recuperación.

Lógicas organizativas:
entre lo novedoso y lo tradicional
Diversos análisis del mundo de las empresas recuperadas coin-
ciden en que el personal administrativo, jerárquico y/o profesional
suele estar escasamente presente en las experiencias de recupe-
ración y autogestión de empresas. La causa de esta ausencia se
debe a las mayores probabilidades de este tipo de trabajadores de
conseguir otros trabajos, así como también a un probable mayor
acercamiento a la parte patronal (Fajn, 2003; Saavedra, 2003;
Facultad Abierta, 2003; Rebón y Saavedra, 2006).
“Sí, todos los que quedamos trabajábamos en producción. Todos somos del
área de producción. El administrativo quedo acá hasta último momento,
[…] se fue cuando entramos nosotros. Digamos [los] administrativos eran

2 Así también, Julián Rebón (2005) sostiene que la crisis capitalista abre un
nuevo ciclo de luchas sociales. Dicha crisis ha generado una respuesta no
capitalista personificada en los trabajadores –una embrionaria fuerza social
que permite el avance sobre la producción–, que pone en crisis los disciplina-
mientos sociales.

SAAVEDRA, FERNÁNDEZ MALDONADO, HERRÁN Y QUARTULLI 281


una porción que estaba ligada, inclusive tenía, digamos, relaciones y muchos
de ellos negocios con la patronal.” (José, Cooperativa 19 de Diciembre).
La escasa permanencia de trabajadores administrativos, jerár-
quicos y profesionales obliga a los trabajadores a suplir las tareas
que éstos anteriormente realizaban. En nuestras entrevistas apa-
rece constantemente la necesidad de los trabajadores de realizar
nuevas tareas que antes no realizaban, trayendo como consecuencia
un profundo cambio en las lógicas organizativas y de gestión de las
empresas entre: antes y después de la recuperación.
“Los compañeros tienen actividades, que pueden ser la misma que antes
cumplían o no. Por ejemplo una de las compañeras que atiende a la mañana
en la recepción es instrumentadora y la otra compañera era cocinera. De
administración no quedó nadie, entonces tuvimos que reemplazarlo con lo
que hay, con lo nuestro.” (Carlos, Cooperativa de Salud Medrano).
Ante estas necesidades, los trabajadores se ven obligados a
apropiarse de esos saberes para poder llevar adelante la empresa.
Es así como, en el contexto de la recuperación de empresas se
desestructuran los lugares jerárquicos asignados anteriormente a
cada trabajador. Los trabajadores, en estas circunstancias, se ven
obligados a llevar adelante un tipo de trabajo “multitareas”. Cuando
nos referimos a esta característica: multitareas, lo remarcamos no
como una innovación organizacional fruto de una decisión que parte
de la racionalidad económica para acrecentar la competitividad y la
calidad, como podría ser la adopción de algún tipo de organización
del trabajo, como las del toyotismo para poner un ejemplo, sino que
es fruto de la necesidad de estos trabajadores. Se produce así una
ruptura con el trabajo parcelado, jerarquizado y estructurado de
la gestión empresaria.
Paralelamente a esta desestructuración y desjerarquización de
las tareas, se da una implementación de lógicas democráticas de
decisión y gestión al interior de las empresas. Estas lógicas implican
sostener una dinámica democrática de representación directa por
asamblea que integra un saber histórico que fue adoptado en forma
universal por casi todos los trabajadores en los periodos previos de
lucha. Es decir que lo viejo que se actualiza en estos actos son las
prácticas políticas democrático asamblearias, pero no ya desde un
punto de vista político ideológico (al menos no en todos los casos). El
hecho de que las empresas adoptan la figura legal de cooperativas
está más relacionado con motivos pragmáticos que ideológicos.

282 IX. EMPRESAS RECUPERADAS


“Se formó la cooperativa porque es la forma legal que da el INAES.”
(Rodolfo, Cooperativa Artes Gráficas El Sol).
“El criterio a adoptar fue por responsabilidad y aporte de trabajo, no es
el criterio de todos iguales que eso fue hasta determinado momento de la
cooperativa,… ponele mediados del 2003 dijimos: a todos iguales, porque
no superábamos los 80 pesos semanales, digamos, cada uno, y menos de esa
plata nos parecía que nadie se podía llevar. Cuando vimos que podíamos
llevar más de 80 pesos, llegamos a los 100 más o menos, dijimos: bueno
ahora vamos a marcar las categorías como corresponde.” (Rodolfo, Coo-
perativa Artes Gráficas El Sol).
De todas maneras, la adopción de esta figura tiende a permitir
y garantizar un mínimo de funcionamiento democrático, que en
algunos casos es incluso profundizado por los trabajadores.
“Si bien se conformó la cooperativa, era para darle un marco legal. Nosotros
además nos manejamos en forma totalmente horizontal, todo se resuelve
por asambleas, somos todos iguales. Las cooperativas tienen un estatuto,
nosotros realmente no cumplimos con ese estatuto. Toda cooperativa tiene
una cierta verticalidad; bueno nosotros no cumplimos con eso.” (Carlos,
Cooperativa de Salud Medrano).
La propagación de lógicas democrático-asamblearias se explica
por varias razones. Entre ellas, podemos mencionar: el hecho de
que se trata de empresas con un reducido número de trabajadores;
los intensos conflictos durante la recuperación que posibilitan un
estrechamiento de los lazos de cercanía entre los trabajadores y,
por último, el hecho de que se trata de empresas que no tienen altos
grados de complejidad y jerarquización en sus procesos productivos
(Fajn, 2003). Estas razones, que en cierta medida explican las
lógicas democrático-asamblearias, llevan a preguntarnos al igual
que Fajn (2003) si perdurarán en caso de que algunas de estas
condiciones se modifiquen.
Cabe destacar, también, que parecería existir una relación
directamente proporcional entre la intensidad y la duración de los
conflictos que desembocaron en la recuperación, con la profundidad
de las lógicas igualitario-democráticas que se ponen en práctica
una vez recuperada la empresa. Es así como la penetración de
las lógicas democrático-asamblearias, las lógicas remunerativas
igualitarias y la desjerarquización y desestructuración de las tareas
y el lugar de trabajo parecen ser más frecuentes y profundas en
aquellas empresas que atravesaron duros conflictos con la ges-
tión empresaria que en aquellas otras que no. También parecería

SAAVEDRA, FERNÁNDEZ MALDONADO, HERRÁN Y QUARTULLI 283


existir mayor densidad en los lazos de solidaridad y compromiso
mutuo en aquellas empresas que atravesaron conflictos intensos
y prolongados.
Contrariamente, en aquellas empresas que atravesaron con-
flictos menos intensos y prolongados, los cambios parecen ser
menos abruptos. En ellas suele permanecer un grado mayor de
jerarquización en la gestión, conjuntamente con el uso de lógicas
remunerativas desiguales. La permanencia de lógicas remunerati-
vas desiguales, muy probablemente esté vinculada con el hecho de
que, en estas empresas, suele permanecer una proporción mayor
de personal administrativo.
Por otra parte, la “revolución democrática” al interior de las
empresas no está exenta de la consolidación de relaciones de poder
al interior de cada una de las empresas o al interior de los movi-
mientos de empresas recuperadas, en general. Con respecto a esta
posibilidad los trabajadores nos decían:
“Hay una nueva burocracia, y la segmentación que hay en las empresas
recuperadas tiene que ver con que diversos sectores se han hecho fuertes
y no dejan que los trabajadores se autogestionen, digamos.” (Carlos, Coo-
perativa de Salud Medrano).
Otro entrevistado nos comentaba sus críticas a los distintos
movimientos de empresas recuperadas3:
“No, en general no concordamos la forma de funcionamiento, viste […] es
muy caudillesco, no es una cosa tan democrática como para decir: bueno
hagamos esto, decidimos esto.” (José, Cooperativa 19 de Diciembre).

Lógicas económicas: actividades marginales


relacionadas a procesos de acumulación dinámicos
Las empresas recuperadas analizadas por nosotros, como men-
cionamos anteriormente, no escapan a las conclusiones arribadas

3 Al respecto, muchas de estas empresas encuentran tanto un espacio de coor-


dinación y propagación de experiencias como de apoyo en los movimientos
de empresas recuperadas. Son diversos grupos con orientaciones políticas
variadas que reflejan la heterogeneidad existente en el origen y modalidad
de funcionamiento de las experiencias de las fábricas recuperadas. En su
mayoría, se caracterizan por tener estructuras jerárquicas organizadas y
buscan canalizar subsidios, créditos, cobertura de servicios sociales y edu-
cativos para las empresas (Fajn, 2003; Saavedra, 2003).

284 IX. EMPRESAS RECUPERADAS


por Martínez y Vocos (2002) en cuanto al hecho que corresponden
a sectores débiles del capital.
Sin embargo, nuestros casos particulares, sobre todo la Coope-
rativa 19 de Diciembre (ex ISACO) y la Cooperativa Artes Gráficas
El Sol (ex Gráfica Valero), son proveedores de bienes de empresas
pertenecientes al sector más dinámico de la economía.
Al respecto, la Cooperativa 19 de Diciembre (ex ISACO) se
encuentra actualmente produciendo autopartes para empresas
como Fric-Rot y Monroe que a su vez venden estos productos a las
terminales (Ford, Renault, Peugeot, etc.) y la Cooperativa Artes
Gráficas el Sol también se encuentra produciendo para empresas
como Coto, Banco Galicia, Auchan, etc.
Ahora bien, más allá de ello, consideramos que cumplen una
función de satélite con respecto al sector más dinámico de la
economía al que le proveen de bienes, que se trata de un modo de
integración perversa a dicho sector, puesto que éste los integra pero
ahorrándose los costos que derivan de una reproducción digna de
la fuerza de trabajo. Ya a estas conclusiones arribó Nun cuando
analiza las relaciones entabladas de las medianas empresas con
el sector competitivo, quien dice: “su funcionalidad dependerá del
grado de satelización del sector competitivo que, en muchos casos,
puede estar trabajando para las grandes corporaciones: aparecería
así una nueva forma de putting-out system y, de hecho, las pequeñas
y medianas empresas estarían contribuyendo a reducir los costos
salariales del sector monopolístico” (Nun, 2000).
De este modo, nos encontramos ante una especie de “terciari-
zación de una terciarización” que redunda en un ahorro de costos
para el sector monopólico o hegemónico de la economía.
En conclusión, consideramos que las empresas recuperadas
forman parte, en su mayoría, de la amplia gama de nuevas activi-
dades marginales4 (actividades socioeconómicas autogestivas, como
las cooperativas de cartoneros también, por poner un ejemplo) que,
en este caso, a las que mejor les va, logran entablar relaciones con
la institucionalidad económica dominante. Lo cual no quita que
existan excepciones a la regla y que algunas empresas puedan
tener mejores oportunidades de inserción en el mercado. En el caso

4 El campo de la marginalidad socioeconómica, “un campo integrado a un todo


que lo hace posible –y no necesariamente “necesario”– donde se disputan y/o se
articulan estrategias individuales y colectivas de subsistencia que transitan
por fuera –pero no de modo independiente– de las instituciones económicas
y políticas dominantes” (Salvia, 2005).

SAAVEDRA, FERNÁNDEZ MALDONADO, HERRÁN Y QUARTULLI 285


de la Cooperativa Artes Gráficas El Sol se evidenció una estrate-
gia comercial claramente tendiente a lograr una acumulación de
capital, que a la larga les permitiría estar en mejores condiciones
de “hacer negocios” y de salir o por lo menos tolerar la situación
de desventaja en la que se encuentran con respecto a sus clientes
del sector dinámico de la economía.

La problemática de la identidad y su vinculación


al trabajo como estructurador de prácticas
Con la alta fragmentación social que se dio en la Argentina a
partir de las reformas estructurales comenzadas en la década del
‘70 y profundizadas en la década del ‘90, y el cambio en el mercado
laboral, con altas tasas de desocupación, el trabajo como actividad
dejó de lado su papel de estructurador de subjetividades despla-
zando hacia otros centros de gravedad la estructuración de nuevos
“efectos de subjetividad” (Galliani y Rosendo, 1998).
Tal como sostiene Sennet (2000) en La corrosión del carácter
la inestabilidad imperante en el mundo laboral, junto a la debili-
dad de los valores duraderos antes asumidos por los trabajadores
con sus empresas (lealtad, compromiso recíproco, fidelidad, carga
emotiva, honorabilidad, objetivos a largo plazo) provocan en el tra-
bajador una confusión de sentimientos y un conflicto interior. Los
trabajadores ya no pueden encontrar sólidos fundamentos, valores
perdurables, proyectos que les permitan ilusionarse y estabilidad
que les permita planificar su vida. El carácter de los individuos,
basado en los compromisos duraderos a largo plazo, en los compor-
tamientos personales fundamentados en la experiencia emocional
está viéndose seriamente atacado. En la nueva economía, “todo es
a corto plazo, y al contrario de lo que sucedía antes, nada en la
economía es a largo plazo”.
De esta forma el principio del “corto plazo” corroe la “confianza”,
la “lealtad” y el “compromiso mutuo”. Estos valores dejan de ser
funcionales para la marcha de la economía. Las relaciones laborales
cada vez se basan en lazos más débiles y de corta duración. Para
hacer frente a las realidades actuales: trabajos basura de breví-
sima duración, extrema movilidad laboral, despidos por ajustes
de plantilla… etc., el “desapego” y la “cooperación superficial” son
nuevas y mejores habilidades que el comportamiento basado en los

286 IX. EMPRESAS RECUPERADAS


valores de “servicio” y “lealtad”. Pero este fenómeno no sólo se da en
el ámbito laboral, también tienen su contraparte en otras esferas
de la vida. Los lazos sociales se van haciendo más laxos.
El camino emprendido por la República Argentina durante los
últimos 25/30 años en el sentido de reformar estructuralmente la
sociedad, representa una serie de des-sujetamientos, des-anclajes
y desestructuramientos que dan como resultado nuevos sujeta-
mientos y nuevos anclajes y nuevas estructuras, más débiles que
las anteriores. Las identidades se van estructurando en torno a la
territorialidad, el barrio, la familia (cada vez más desestructurada,
la mayoría de las veces con jefes de familia con largos períodos de
desocupación o sin un trabajo estable), que pasan a ser el centro
en donde se juegan las subjetividades (Bauman, 1999; Auyero,
2003; Guber, 2004).
Por otro lado, subsumido bajo la estrategia de supervivencia
llevada adelante por los trabajadores de las empresas recuperadas,
se encuentra algo tanto más intangible y difícil de asir para las
ciencias sociales como es la necesidad humana de dotar de sentido
a las prácticas cotidianas. Dotar de un sentido desde la cultura
construida de la “ética del trabajo” (Bauman, 1999) aprendida
durante el apogeo de la “sociedad salarial”.
Este proceso que implicó el desguace de lo que fue llamado
“Estado de bienestar”, con todo el andamiaje de protecciones al tra-
bajo como actividad y al trabajador como individuo, y que como tal
fue durante largos años un punto importante para la configuración
de la identidad de grandes capas populares en Argentina, deja en
poco tiempo de cumplir su rol estructurante, haciendo estallar la
identidad constituida en la “sociedad salarial” en una diversidad
de identidades diferentes.
Para dar cuenta de la fragmentación de la identidad salarial
abandonamos una postura esencialista, y, como mencionamos
anteriormente, entendemos a la identidad en tanto “rasgo distin-
tivo (…), su afirmación constitutiva en tanto diferencias.” (Arfuch,
2002) Siguiendo a esta autora, la identidad sería entonces una
construcción nunca acabada, abierta también a la contingencia,
una posicionalidad relacional sólo temporariamente fijada en el
juego de las diferencias.
Esta visión nos permite pensar el juego de la re-configuración de
las identidades de los trabajadores de las empresas recuperadas a lo
largo del tiempo como una serie de posicionamientos contingentes

SAAVEDRA, FERNÁNDEZ MALDONADO, HERRÁN Y QUARTULLI 287


en relación con otras identidades. Esta identidad no es un sustrato
esencial sino una serie de tomas de posición estratégicas5.
Los trabajadores de las empresas recuperadas llevan adelante su
estrategia en cierta medida obligados por la urgente necesidad de
la reproducción social de su fuerza de trabajo, pero también desde
la necesidad de construcción de lazos sociales, sobre principios
solidarios en contra de la “corrosión de su carácter”, que permitan
pensar en el largo plazo a contramano de la lógica del “capital
impaciente” y del pensamiento de “nada a largo plazo” (Sennet,
2000) impuesto por el sistema de acumulación, recuperando así el
sentido de pertenencia y comunidad.
Así, en el mundo de las empresas recuperadas parece tener
especial importancia la construcción o resignificación de diversas
redes sociales. Consideramos que estas redes de relaciones son
fundamentales para la sustentabilidad de estos proyectos ya que
proveen recursos materiales, humanos y simbólicos; tanto para las
empresas recuperadas como así también para los sujetos insertos
en ellas. A lo largo de nuestro trabajo de campo constatamos la
diversidad de redes; que van desde aquellas en las que se inserta
la empresa como colectivo de trabajo hasta aquellas dentro de las
cuales se insertan los sujetos. Dentro de estas últimas, es clave y
fundamental el rol de las redes familiares, las cuales proveen a
los sujetos un apoyo fundamental a la hora de embarcarse en un
proyecto tan incierto y difícil como es la gestión de una empresa
recuperada.
“Vos imaginate que si no hubiésemos contado con el apoyo de la familia,
no hubiésemos podido llegar hasta acá. A mí me cortaron el gas y el telé-
fono. Mi mujer me bancó. Mi familia y mis viejos, más mis hermanos, mi
suegro y mi cuñado también me bancaron. Me daban alimentos, qué sé
yo, aunque sea una palabra de aliento cuando no podían otra cosa porque
estábamos todos más o menos en la misma situación, el que tenía trabajo
ganaba poco, el que no estaba haciendo changas.” (Rodolfo, Cooperativa
Artes Gráficas el Sol).
También van tejiendo redes con el sindicato, el barrio, las uni-
versidades, entre las empresas recuperadas, entre otros actores.

5 Ernesto Laclau, en Hegemonía y Estrategia Socialista (Madrid, Editorial


Siglo XXI, 1985), hace referencia a la conformación de las identidades polí-
ticas mediante un esencialismo estratégico, para dar cuenta, por un lado,
de la contingencia de estas identidades, pero no dejando de lado la relativa
estabilidad que tienen estas identidades en el tiempo.

288 IX. EMPRESAS RECUPERADAS


“…el día del acampe los vecinos mismos te traían 100 gramos de mortadela,
un vaso de agua fría o te ayudaban en todo momento…” (José, Cooperativa
19 de Diciembre).
“El sindicato gráfico, porque estabas en la calle y no sabías qué hacer (…)
nos prestó el salón para hacer la asamblea, por ahí hoy 120 pesos es una
cifra irrisoria ¿no es cierto? Pero cuando no tenés dos pesos o ningún cen-
tavo en el bolsillo, 120 pesos es una enormidad.” (Marcelo, Cooperativa
Artes Gráficas el Sol).
Como conclusión, podemos decir que estos relatos reflejan que
estas redes se tejen ante la necesidad de subsistir, centralmente,
y la necesidad de construcción de nuevos lazos sociales en tanto
espacios de pertenencia, pero estas prácticas solidarias, basadas
en reglas de reciprocidad, no implican una alianza estratégica
intersectorial para la lucha en términos de voluntad política de
transformación económica y social, como sí aparece en casos abor-
dados por Valentina Picchetti (2002).

Nuevas y viejas subjetividades


Antes de analizar los cambios que la experiencia de recupera-
ción y autogestión de empresas produce en la subjetividad de los
trabajadores, creemos interesante preguntarnos qué fue lo que
subjetivamente, en un primer momento, impulsó a trabajadores
con pocos contactos entre sí a emprender este tipo de medidas. Es
interesante destacar que la desvinculación entre los trabajadores
en los momentos previos a los procesos de recuperación de empresas
era alta, primando más una lógica individual que colectiva. ¿Qué
fue, entonces, lo que los impulsó a unirse y emprender la recupera-
ción? Consideramos que, subjetivamente, lo que cimentó la unión
fue el miedo a la desocupación. La unión devino ante la necesidad
de conservar las fuentes de trabajo en un contexto de fuerte crisis,
en el cual la perspectiva segura era una desocupación prolongada
y/o definitiva. Fue así como la recuperación y autogestión de las
empresas se convirtió en una estrategia de supervivencia para
evitar la caída en el mundo de la desocupación. En este sentido, la
recuperación de empresas constituye un fenómeno no meditado y
casi instintivo en el cual se generan relaciones cooperativas como
forma de asegurar la supervivencia.

SAAVEDRA, FERNÁNDEZ MALDONADO, HERRÁN Y QUARTULLI 289


El hecho de que nuestro fenómeno sea una estrategia de super-
vivencia no meditada y espontánea no significa que no ponga en
juego nuevas prácticas y lógicas organizativas que traen, efectiva-
mente, tanto cambios en la subjetividad de los actores como en la
definición de lo que es ser un trabajador. De este modo, el choque
entre el nuevo modelo de trabajador requerido por las nuevas lógi-
cas autogestivas y el viejo modelo implícito en la relación salarial
es manifiesto.
Cabe aclarar que consideramos como viejo modelo de trabaja-
dor a los trabajadores de la sociedad asalariada, con contratos de
tiempo ilimitado, que gozan de todos o algunos de los beneficios
sociales y se sienten reconocidos por las tareas que desempeñan y
el salario percibido, como mencionamos en su momento. Mientras
que el nuevo modelo de trabajador remite al trabajo actual que
desempeñan estos trabajadores autogestivos, a estos trabajadores
multitareas que llevan a cabo lógicas democráticas de decisión y
gestión, como comentamos.
La subjetividad y la identidad de los trabajadores suele oscilar
entre estos dos modelos. Producto de nuestras entrevistas hemos
constatado que la significación del trabajo actual depende en gran
medida de la identidad del trabajador. Esquemáticamente, para
aquellos identificados con el viejo modelo de trabajador, el trabajo
actual significa sólo un avance en relación con la deteriorada
condición salarial previa a la recuperación, pero un retroceso
con relación a la condición salarial plena. En cambio para aque-
llos identificados con el nuevo modelo de trabajador, la condición
actual representa un avance con respecto a la relación salarial. Al
respecto, uno de nuestros entrevistados nos contaba acerca de los
variados sentimientos existentes en el mundo de los trabajadores
de las empresas recuperadas.
“Mirá, yo creo que… creo… que hay de todo un poco. Hay quienes no están
convencidos de la cooperativa, hay quienes están seguros, como es el caso
mío, y hay quienes están en el medio… que no saben qué van a hacer de
sus vidas, y están aquí porque en este momento, tal vez no consiguió otra
cosa, o no se le ocurrió salir a buscar. Te digo, hay asociados que vienen…
que están… que es como si estuvieran en una empresa privada, que vienen
y tienen al trabajo las nueve horas ponele, y si tienen trabajo bien, y si no lo
tienen lo mismo… y ellos quieren tener su retiro el viernes, no importa si
trabajaron o si no trabajaron. Si hubo trabajo o no hubo trabajo, es como
la obligación del concejo que tiene que tener la plata para el retiro el día
viernes…” (Pedro, Cooperativa Artes Gráficas el Sol).

290 IX. EMPRESAS RECUPERADAS


Haciendo una división muy esquemática, podríamos sostener
que existen dos tipos de subjetividades en los trabajadores de estas
empresas.
Por un lado, aquellos que consideran que el trabajo digno y meri-
torio continúa siendo el trabajo asalariado típico. Para este grupo,
el trabajo en las empresas recuperadas parecería representar un
punto de tránsito ante la alternativa de la desocupación pero no
uno de llegada.
Por otro lado, tenemos aquellos trabajadores para los cuales el
trabajo actual es un punto de llegada. Fuertemente críticos de los
modos de gestión empresaria, consideran el advenimiento de la
democracia y la autogestión en las empresas como un avance con
respecto a la relación salarial típica. Ahora bien, paradójicamente,
son estos trabajadores a quienes mejor les va en el itinerario que
construyeron, son proveedores de empresas del sector dinámico
de acumulación, han ido creciendo económicamente, cuentan con
trabajadores administrativos y calificados, en gran medida, y pre-
sentan retiros porcentuales diferenciados –aunque mínimos– de
acuerdo a sus roles y responsabilidades, todos ellos indicios que
muestran una inserción económica no tan marginal en el mercado.
Pareciera ser que este grupo de trabajadores adhieren a ciertas
lógicas cooperativas –como SANCOR, por ejemplo– que funcionan
con éxito en el mercado.
Al respecto, cabe señalar que otros estudios señalan que los
trabajadores de las empresas recuperadas valoran positivamente
el trabajo actual en cuanto al hecho que ganan en autonomía, en
grados de libertad, controlan en mayor o menor grado sus medios
de producción, son ahora los mismos trabajadores quienes definen
qué, cómo, cuánto y para quién se produce (Picchetti, 2002; Rebón,
2005). Mientras que en los relatos de los trabajadores entrevistados
vimos que ello no ocurre con todos, que muchos valoran y desean
volver a ser trabajadores asalariados, e incluso en el caso de una
trabajadora que valora más el trabajo actual, ello se pondría en
duda cuando nos dice “prefiero que mis hijos estudien para que no
sean trabajadores de una empresa recuperada” (Amalia, Brukman
Confecciones).
A tono de reflexión, es posible pensar que estas percepciones y
representaciones que orientan el accionar de los trabajadores entre-
vistados más bien tienden a conservar las estructuras laborales y
mercantiles capitalistas. Y es factible también que se encuentren

SAAVEDRA, FERNÁNDEZ MALDONADO, HERRÁN Y QUARTULLI 291


transitando un choque de subjetividades todavía no resuelto, del
cual depende, en parte, el éxito de las empresas recuperadas.

¿Hacia dónde es factible que vayan?


Algunas reflexiones
Estas prácticas autogestivas de los trabajadores, de recuperación
de empresas, logradas, en gran medida, por la unión y la solidari-
dad entre los mismos, por los lazos que tejen con otros sectores, no
se traducen, en los casos analizados por nosotros, en una alianza
estratégica intersectorial que golpea, de alguna manera, el sis-
tema económico político capitalista, de acuerdo a Picchetti (2002).
Tampoco se traducen en una embrionaria alianza social que abre
un nuevo ciclo de lucha social que degrada al marco regulatorio
del capitalismo (Rebón, 2005).
La acción colectiva está conformada centralmente por la lógica
de la subsistencia. Esos trabajadores devaluados, según sus relatos,
se unen y deciden recuperar una empresa porque son conscientes
que sus oportunidades son restringidas. Si no optan por ello, sólo
les resta vivir de un plan o entrar en la desocupación, de acuerdo a
sus palabras. De hecho, quienes tienen la oportunidad de insertarse
en otros trabajos, como la mayoría de los empleados administrativos
o cuadros gerenciales, optan por esa vía. También articulan con
otros actores, en gran medida, por la necesidad de apoyo mutuo
para vivir en mejores condiciones de subsistencia.
Incluso la adopción de la forma cooperativa es una estrategia
instrumental, lo hacen porque ésa es la posibilidad que tienen para
poner a funcionar la empresa. Y si bien esa forma legal facilita
una dinámica democrática de representación directa por asam-
blea, algunos profundizan esa lógica democrática de decisión y de
gestión (las lógicas remunerativas igualitarias y la desjerarqui-
zación y desestructuración de las tareas) mientras que otros no.
Es más, la “revolución democrática” al interior de las empresas no
está exenta de la consolidación de relaciones de poder al interior
de cada una de las empresas o al interior de los movimientos de
empresas recuperadas, en general. Son experiencias con alto grado
de instrumentalidad, muy poco cargadas de un sentido político, a
excepción de algunos líderes periféricos que persiguen promover la
recuperación de empresas, si en su accionar prima la lógica política,
los cuales no han sido abordados en este trabajo.

292 IX. EMPRESAS RECUPERADAS


En lo que atañe a esa forma autogestiva y cooperativa de decisión
y gestión, una serie de estudios consideran que los trabajadores
valoran ello positivamente, porque les provee la libertad de crear
nuevas formas de relaciones sociales de producción y distribución,
o en el sentido de liberar a la clase trabajadora del abuso e inse-
guridad capitalistas (Petras y Veltemeyer; 2002; Picchetti, 2002;
Rebón, 2005).
Sin embargo, algo novedoso que se desprende de nuestro análisis
es que no todos los trabajadores valoran positivamente la situación
actual en la que se encuentran, es decir, el hecho de ser trabajadores
de empresas recuperadas.
Planteamos que se presentan dos subjetividades contrapuestas
en el universo de los trabajadores de estas empresas. Por un lado,
para aquellos más apegados a la típica relación salarial, el trabajo
en las empresas es la mejor opción posible ante la perspectiva de la
desocupación, es así como, el trabajo digno y deseable sigue estando
en la condición salarial plena.
Para este grupo, como mencionamos el trabajo en las empre-
sas recuperadas representa más un punto de tránsito que uno de
llegada y ello es un obstáculo para el desarrollo o expansión de
esas empresas. Por otro lado, tenemos aquellos trabajadores para
los cuales el trabajo actual es un punto de llegada, consideran el
advenimiento de la democracia y la autogestión en las empresas
como un avance con respecto a la relación salarial típica. Pareciera
ser que este grupo de trabajadores, en algunos casos, adhieren a
ciertas lógicas cooperativas –como SANCOR, por ejemplo– que
funcionan con cierto éxito en el mercado y no tienen la lógica de
luchar contra las relaciones de producción, comercialización y dis-
tribución capitalista, como la Cooperativa Gráfica El Sol, mientras
que otros, como Zanón (Picchetti, 2002), sí presentarán una lucha
en ese sentido en alguna medida.
En síntesis, la recuperación de empresas, constituye central-
mente una herramienta instrumental para gestionar necesida-
des en contextos de fuertes restricciones más que un proyecto
sociopolítico claro en abierta oposición a la economía y la sociedad
capitalista.
De todas maneras, está claro que no necesariamente para
hacer historia hay que ser consciente de ello. Es así como, quizá
sin saberlo, efectivamente estos sectores pueden, sin necesidad de
ser conscientes, estar generando una nueva sociedad. Sin embargo,
¿es esto realmente así? Desde nuestro punto de vista, parecería no

SAAVEDRA, FERNÁNDEZ MALDONADO, HERRÁN Y QUARTULLI 293


avizorarse en estas experiencias –prácticas y subjetividades– una
lógica de encadenamientos expansiva capaz de difundir estas
estrategias al todo social. Parecerían ser, más que nada, un modo
de permitir la subsistencia en nichos marginales de la sociedad,
antes que el germen a partir del cual crecerían expansivamente
nuevas formas de relacionamiento social.
De este modo, consideramos que si bien estos trabajadores a
partir de sus estrategias de sobrevivencia logran reconfigurar sus
oportunidades de inserción laboral y social, ello no es suficiente
para superar la marginación o permitir el desarrollo de la ciuda-
danía de estos sujetos.

294 IX. EMPRESAS RECUPERADAS


X.
Comedores comunitarios como
estrategias de supervivencia:

el caso del Centro de Actividades


Comunitarias de La Boca

Astor Massetti y Manuela Parra

“El trabajo en común, en equipo y con conciencia


de que formaban una comunidad, era lo único
que podía salvarlos.”
(Verbitsky, 1957:16).

Introducción

E l comedor se encuentra en el barrio de la Boca, a unas pocas


cuadras de Caminito y de la cancha de Boca. Situado en el
eje comercial del barrio, la calle en la que se ubica el comedor está
poblada de pequeños comercios, almacenes y bares viejos, el cen-
tenario Mercado de la Boca y la iglesia San Juan el Evangelista.
Visualmente impactan la superposición de colores y materiales
que hacen a la identidad del barrio: chapa, madera, hierro, puertas
antiguas, rejas torcidas y curiosas ventanas.
El comedor está emplazado en una construcción cuya estructura
responde a la típica edificación de conventillo, donde diferentes
viviendas se comunican por un patio central; al punto que para el
extraño es difícil reconocer dónde termina una y comienza otra.
Allí funciona el Centro de Actividades Comunitarias (en adelante,
CAC).
El CAC formó parte de una red de organizaciones sociales de
la zona (coordinadas entre sí a través de una mesa de enlace), que
integraron desde mediados de 2002 hasta principios de 2005 la
Federación de Tierra, Vivienda y Hábitat (FTV), que forma parte
de la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA). Este dato
interesa porque permite enmarcar al CAC en un amplio proceso de
politización de la pobreza urbana en el cual el piqueterismo es su

295
faceta más notoria (Massetti, 2005; 2004). De hecho el CAC com-
parte con las otras organizaciones de la Boca una larga tradición
de luchas centradas en la disputa por el espacio urbano, que se
remonta a principios de los noventa con la toma de las ex Bodegas
Giol en Palermo. En la actualidad esta red de organizaciones desa-
rrolla múltiples actividades relacionadas con la producción (fábrica
textil, carpintería, imprenta, producción de alimentos), la vivienda
(en coordinación con la Comisión Municipal de la Vivienda, CMV)
y prestaciones alimentarias.
En el caso del CAC la “prestación alimentaria” (el servicio
de preparación y distribución de comida con fines asistenciales)
adquiere algunas variaciones respecto al formato ideal del “comedor
comunitario”. Mientras que éstos se suelen considerar a aquellos
servicios de comida que se dan in situ, en el CAC pocas personas
son las que comen allí. La actividad principal se realiza en un patio
cubierto. En el patio no hay demasiado espacio, hay una mesa rec-
tangular de madera, no muy grande, algunos bancos y sillas. Allí
la gente se sienta a comer, a conversar y tomar mate, o se reúne
en asamblea. A un costado, bajo una de las escaleras, hay una
pequeña habitación, donde cabe apenas una cocina grande y una
mesada de unos dos metros sobre la pared lateral derecha. Nunca
trabajan allí más de dos personas juntas, porque no cabrían. Las
verduras y la carne se cortan en unas mesitas que se colocan en
diagonal al lado de la puerta de esta cocina, formando una especie
de mesada alargada y angosta. Hay un lavatorio a la vuelta de la
cocina, contra una pared exterior. Dado que el espacio disponible
es reducido, y la cantidad de beneficiarios es creciente, el servicio
consiste en preparar la comida para que luego cada familia la
retire. Esta modalidad es resistida por algunos de los organismos
que financian las dietas del comedor, arguyendo razones de segu-
ridad alimentaria (falta de control bromatológico). Para el CAC,
por el contrario, representa una ventaja permitir que las personas
puedan comer en su propia casa; respetando así la disposición del
tiempo e intimidad familiares.
En el CAC se prepara el almuerzo para unas 250 personas y la
merienda para unos 50 chicos de hasta 12 años. En total trabajan
en el comedor 20 personas. “(…) Gente que tiene planes hace la
contraprestación acá, ayudando en el comedor y merendero”, nos
comentaría Laura una de la referentes de la organización. No todos
trabajan de lunes a viernes, días en los que el comedor funciona.
Se organizan en turnos de 4 horas diarias, rotando las personas
que colaboran en las distintas tareas (administración, movimiento

296 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


de mercaderías, cocina y limpieza), trabajando uno o dos días a
la semana.
Las actividades de este comedor se inscriben, por supuesto, bajo
el paraguas de la asistencia social de agencias gubernamentales
nacionales o de la Ciudad de Buenos Aires. De esta manera, la acti-
vidad está financiada tanto para lo que se refiere a mano de obra
como a insumos y equipamiento, mientras que la infraestructura
(el lugar donde se realizan las actividades) es la casa particular de
uno de los miembros del CAC. Lo interesante de este caso es que
la adscripción a este tipo de políticas públicas es verdaderamente
muy extensa y compleja.
Respecto a insumos (mercadería) y equipamiento, el CAC recibe
varias fuentes internacionales, nacionales y municipales. Por
ejemplo, son beneficiarios del subsidio del Banco Mundial –a tra-
vés del programa “FOPAR”– por un equivalente monetario a 60
dietas diarias. A su vez, la municipalidad financia otras 50 dietas
diarias a través del programa destinado a “Grupos Comunitarios”
de la Secretaría de promoción social. Al mismo tiempo, los vínculos
del CAC con la FTV, le permite que reciban mercadería que esta
última organización consigue en negociación con el gobierno de la
provincia de Buenos Aires y el Estado nacional, financiándose así
otras 140 dietas. La compra de una heladera, un freezer, una cocina,
la pintura del lugar fueron financiados por sendos planes “Manos
a la Obra” del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
Respecto a la mano de obra, por ejemplo, los prestadores del
servicio de comida pueden ser beneficiarios del “Plan Jefes y Jefas
de Hogar” de índole nacional, recibiendo $150 mensuales con la obli-
gación de contraprestar cuatro horas diarias de trabajo en el CAC;
pueden ser beneficiarios del también nacional “PEC” (Programa
de Empleo Comunitario) o del municipal “Programa Autoempleo”
(cobrando $200 mensuales con contraprestación también de 4 hs.
obligatorias). Pero también las familias beneficiarias del servicio
alimentario reciben un subsidio municipal llamado “Vale Ciudad”,
que consiste en una suma de $37 por integrante del grupo familiar,
que puede ser canjeada por alimentos o mercadería en determi-
nados comercios. Este “Vale Ciudad” lo reciben directamente las
familias, pero la negociación política que permitió su distribución
en la zona también estuvo relacionada con el CAC. De esta manera
los trabajadores, a cambio, reciben un plan, la comida del día y
vales para comprar alimentos.
Esta breve descripción de un muy complejo tramado relacional
nos permite introducirnos a la temática de este artículo a partir

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 297


de la problematización de la idea misma de comedor comunitario.
¿De qué hablamos cuando decimos “comedor comunitario”? Quie-
nes se han abocado a estudiar a los “sectores populares” desde un
punto de vista académico o periodístico, quienes han participado
políticamente y quienes viven en los barrios más pobres de los
centros urbanos, los partidos políticos, sectores eclesiásticos y de
beneficencia laicos, los distintos niveles y agencias gubernamenta-
les, los sindicatos y las asociaciones de vecinos de los barrios más
aventajados, todos han tenido a partir de finales de la década del
‘80 y especialmente a partir de mediados de los ‘90 algún tipo de
presencia, de participación o de opinión sobre una actividad que,
en principio, se resume como un servicio alimentario destinado a
la población carenciada. Partiendo de este contexto de inteligibi-
lidad, el fenómeno (Schutz, 1967) “comedor comunitario” puede
inscribirse, por empezar, en una lógica que podría ser resumida
como de respuesta social frente a la creciente necesidad. Donde lo
eminentemente fenoménico sería la reacción social al hambre; a la
necesidad que instala la deficiente estructura del empleo en nuestro
país; que es incapaz de contener a grandes grupos que entonces
requieren de actividades extra económicas (por afuera del mercado
laboral) para completar sus ingresos o, incluso, para tener acceso
a un mínimo de recursos que posibiliten su supervivencia.
Claro está que este fenómeno, en caso de existir, debe dar cuenta
como tal de procesos más amplios que lo incluyan. Para decirlo
de alguna manera, el comedor comunitario sería un síntoma o
un símbolo en el contexto de transformaciones recientes de la
Argentina. La cara social de las transformaciones económicas en
sentido amplio. La desalarización de la sociedad argentina tendría
como contraparte un conjunto de estrategias reproductivas: a) de
economía informal, como formas de generación de ingreso que por
su intensidad, más que por su novedad, presentan una notoriedad
importante (mendicidad, venta ambulante, reciclado de cartones,
etc.); b) de economía formal, como reestructuración de la fuerza
laboral y las condiciones de contratación (hiperprecarización del
empleo); c) de economía ilegal (prostitución, contrabando, etc.); y
d) de economía social o solidaria (desde clubes del trueque hasta
huertas comunitarias, pasando por los comedores comunitarios).
Desde esta clave, el comedor comunitario es un símbolo o síntoma
de cambio social en Argentina.
Pero más allá de la constatación de su presencia en un magma
de transformaciones, el pasaje analítico de fenómeno a objeto

298 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


requiere de una compleja estrategia teórica que dé cuenta del nivel
de registro de tal fenómeno. Lo que ofrecemos aquí como opción es
interrogarnos ¿Cómo se llega a encarar la participación en este tipo
concreto de prácticas sociales? ¿Qué distingue u homogeniza a estos
sujetos sociales? ¿Qué trayectorias de vida han desarrollado? ¿Qué
sentidos le atribuyen a estas prácticas en su vida cotidiana? Y fun-
damentalmente: ¿Qué lugar ocupa en la actividad comunitaria que
desarrollan en el contexto de su supervivencia familiar? ¿Cuánto
de estas prácticas se asemeja a un “trabajo” y cuanto a “vocación”?
La propuesta es entonces bucear por la especificidad del fenómeno,
donde no será ya el comedor una respuesta social macro, sino las
opciones y oportunidades de sujetos sociales concretos.

Trayectorias sociolaborales de las entrevistadas.


Descripción general
Uno de los primeros datos que sobresalen cuando nos aproxi-
mamos a este comedor comunitario es la fuerte presencia de las
mujeres. Aunque se observa una minoría de hombres, el rol de
éstos es secundario o complementario de las tareas del comedor.
En este caso en particular, sólo un hombre apareció en el grupo de
entrevistados. Todas las personas llegan al trabajo en el comedor
por invitación de algún conocido que ya está trabajando allí, o por
invitación de las propias organizadoras.
Encontramos en este grupo dos segmentos etarios diferenciados.
Uno que promedia los 50 años y otro que ronda los 30. La relación
de parentesco en estos grupos explica tal segmentación, ya que las
últimas son hijas de las primeras.
Del grupo de mujeres de más edad, salvo un caso, son todas
oriundas tanto del interior del país como de países limítrofes. La
migración y su llegada a la boca se remonta a la segunda mitad
de los ‘70, en donde las entrevistadas rondaban los 20 años. En
algunos casos, algún miembro de su familia (hermanos, padres,
etc.) las había precedido. En estos casos, fue en Buenos Aires donde
constituyeron familia, o aun cuando trajeran consigo un hijo menor
de edad, la migración se produjo sin una pareja.

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 299


Tipología de trayectorias de empleo
Como forma de organizar la información recogida y como pro-
puesta interpretativa, se van a resumir las trayectorias de empleo
en forma de tipos. Utilizamos como característica central para la
selección de casos la relación de nuestras mujeres con el mercado de
trabajo en términos de inserción. Distinguimos aquellas trayecto-
rias en las cuales: a) la participación en el comedor es de hecho su
primera actividad “laboral”; b) de aquellas que han tenido una larga
historia laboral, y luego de un extenso período de inactividad/des-
empleo se reinsertan laboralmente; y c) de aquellas que sufrieron
episodios recientes de alejamiento del mercado laboral.
Al mismo tiempo nos interesa introducir otra dimensión en el
análisis: la relación entre la actividad laboral o extra hogareña
de las mujeres y la reacción del grupo familiar. De esta manera
vamos abonando el terreno para trabajar la dimensión de género
implícita en este trabajo.

Claudia: primer empleo

Todas las entrevistadas tienen una historia laboral asociada


a tareas de baja calificación. Las que al llegar a Buenos Aires
encontraban ya a la familia con empleos estables, no necesitaron
volcarse inmediatamente al trabajo. Claudia1 vino de Catamarca
a los 17 años. Nos cuenta: “me vine para acá porque estaban mis
hermanas, me malcría(ban), sí, porque ella(s) me daba(n), todos
los gustos”. Tal es así que para Claudia el trabajo en el comedor
fue su primer empleo a los 47 años. Claudia se casó joven con un
marinero y se volcó totalmente a la vida familiar. Pero ahora, con
sus hijos grandes (once hijos) y su marido en edad de jubilarse y
sin continuidad laboral (ya no hay barco, no hay nada, así que
no hay trabajo acá), Claudia encontró en el comedor su primera
experiencia laboral. El comienzo fue duro para ella porque sentía
que no sabía hacer nada. Nos cuenta:
“Sí, no, no, empecé a trabajar acá, yo cuando empecé yo decía ‘no Tati [en
alusión a una de las organizadoras del lugar], no, yo les cebo mate todo lo
que quieran pero yo no me atrevo a hacer algo.”

1 Todos los nombres utilizados son, por supuesto, ficticios.

300 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


La “situación de sentirse empleada” fue tensionante para ella,
pero poco a poco fue animándose y ahora es una de las cocineras del
comedor. Claudia participa en el comedor desde hace cuatro años;
su jornada es de ocho de la mañana a seis de la tarde, de lunes a
viernes. Y es beneficiaria de un Plan Jefas y Jefes de Hogar. Esta
cantidad de horas que pasa en el comedor, fuera de casa, fueron
objeto de una negociación en el seno de la familia. Tal como nos
cuenta:
“Claudia: Bueno, al principio, cuando recién empecé mi marido} no quería
saber nada.
Entrevistador: ¿Por qué no quería saber nada al principio?
Claudia: Y bueno, porque por ejemplo él, navegaba, ¿viste? y quería encon-
trar a la mujer… Y después, tu trabajo es tu trabajo, mi trabajo es mi trabajo.
Y listo. Y bueno… hasta que dice, ‘bueno, todos, todos los hijos vamos a
apoyar a tu madre en lo que está haciendo, me parece bien’.
Betina: vuelta al trabajo.”
Betina llegó de Chile a la Boca a los 27 años en 1975 con una
hija de tres meses de edad. Rápidamente encontró trabajo en una
tintorería industrial que además le permitió vivir allí. Trabajó 17
años allí hasta que
“renuncié porque después me casé, y bueno, me casé y después me fui, una
zonza, ¿no? [se ríe] pero… renuncié.”
En 1992 la contratan por seis meses como operaria en la fábrica
Gillette. Le renuevan el contrato por otros seis meses y luego no
la vuelven a contratar. Trabaja otros seis meses en una fábrica de
plásticos (Taperware) y a partir de allí, a los 46 años, comienza
a trabajar por horas, ocasionalmente, como empleada doméstica.
En la relación con su marido, policía federal, el tema del trabajo
fue fuente de conflictos:
“…a él nunca le gustó que yo trabajara, pero yo igual trabajaba porque
antes, como yo tenía mi hija que no era de él, era mía… después bueno,
tuvimos un varón… Entonces no quería que trabaje… pero ahora ya no
me dice nada. Lo curé [risas].”
Esta tensión duró desde que nació su segundo hijo (1989) hasta
1992/3, cuando finalmente la falta de ofertas laborales y la insis-
tencia de su marido hacen que abandone el mercado de trabajo. En
2000 comienza a trabajar en el comedor, haciendo 8 horas diarias
de lunes a viernes como cocinera y cobra un Plan.

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 301


Colorada: desempleo

La Colorada tiene 37 años, vino de Paraguay a los 19 años en


búsqueda de trabajo, en el año 86, siguiendo a sus hermanos mayo-
res. Su familia en Paraguay es comerciante, y ella se desempeñó
aquí trabajando siempre en comercios. Consiguió empleo en una
panadería donde conoció a su marido, con quien tiene dos hijos, de
15 y 18 años. Nunca dejó de trabajar:
“Yo siempre trabajé, desde que fui soltera, yo siempre me manejé yo con
mi plata y él con su plata.”
En 1997 su marido (maestro panadero) queda desocupado por
el cierre de la confitería donde trabajaba. Con ahorros pusieron
juntos un negocio “Todo por 2 pesos” que quebró en 2001. Desde
entonces busca trabajo. Llegó al comedor hace dos años, trabaja
cuatro horas diarias, recibe un Plan. Su marido hace changas y
también cobra un Plan Jefes y Jefas de Hogar.

Características de la estrategia de supervivencia


En este apartado vamos a describir alguna de las principales
características de la tarea comunitaria del tipo comedor en tanto
componente de la forma en la que las entrevistadas contribuyen
a la reproducción familiar. La idea de “estrategia de superviven-
cia familiar” es utilizada por Bourdieu en “El Sentido Práctico”
(1980) para explicar la forma en que los casamientos influían en
la mejora de la posición y capacidades que un grupo social tenía
para resolver sus necesidades materiales y constituir su universo
simbólico. Aquí se utiliza la noción estrategia de un modo más
amplio; como forma de aludir a aquellas prácticas que se realizan
regularmente en pos de garantizar la reproducción familiar. La
antropóloga argentina Hintze distingue a su vez las estrategias
de supervivencia de las “Estrategias alimentarias de reproducción
(EAR)”; especificando con esta denominación al conjunto de las
actividades que los sectores populares realizan para satisfacer sus
necesidades alimentarias, las que no pueden cumplir plenamente
vía el ingreso monetario” (Hintze, 1989).
Pero la diferencia sustancial entre el enfoque bourdiano y el que
se propone aquí es del orden metodológico. Aunque en el cierre de
este artículo se reflexionará más extensamente sobre los alcances

302 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


de la metodología aquí aplicada, es importante aclarar que éste no
es un estudio de las “estructuras de parentesco”. Por el contrario,
es un estudio que bucea entre las percepciones individuales que
las entrevistadas tienen sobre la tarea que desarrollan. Buscando
realizar a partir de éstas una reflexión sociológica sobre una forma
colectiva de resolución al problema social de la reproducción de la
vida cotidiana.
Para complementar la perspectiva individual de las entrevis-
tadas, en este apartado se incluyó una mirada fenoménica sobre
las tareas comunitarias en sí, incorporando algunos elementos
que permitan enmarcar la actividad de este comedor puntual en
una más amplia forma social de distribución de recursos. De esta
manera, fijaremos primero la atención en la forma en que los recur-
sos que provee el comedor son administrados por las entrevistadas.
Esto es, avanzar hacia una descripción de la forma en la cual las
entrevistadas componen su ingreso a través de la “estrategia” de
participación en el comedor.
En un segundo momento, observaremos el contexto en el cual
se produce esta potencial composición del ingreso de las entrevis-
tadas y reflexionaremos sobre la forma en la que socialmente se
“producen” comedores comunitarios.

Las estrategias de ingreso de las entrevistadas


¿Cómo se sobrevive sin un único ingreso suficiente para cubrir
todas las necesidades familiares? Como se dijo ya en la introduc-
ción, las entrevistadas reciben tres tipos de “beneficios” por la tarea
realizada: uno en dinero (plan o subsidio) otro en mercadería (“Vale
Ciudad” o bolsones de alimentos) y finalmente otro en raciones de
comida elaborada que ellas mismas retiran del comedor para sus
familias (son trabajadoras y beneficiarias del mismo). Un conjunto
de pequeñas retribuciones son características de esta estrategia
de supervivencia: “Siempre te arreglás, un puchito de aquí otro de
allá”, según palabras de una entrevistada.
Este conjunto de retribuciones suele ser inconstante, irregular.
Hay períodos en los cuales, por ejemplo, se reciben cantidades
extraordinarias de mercadería (un caso típico es para la fecha de
las fiestas de fin de año). En otros períodos, la cantidad merma. El
comedor como oportunidad de ingresos para sus integrantes (como
para sus “beneficiarios”) es muy sensible a los contextos políticos y

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 303


fiscales. En el próximo apartado trabajaremos este punto en par-
ticular. Lo se quiere esbozar aquí es que la característica central
del comedor como una forma de adquirir recursos mantiene a sus
trabajadoras en un umbral mínimo de subsistencia. Una de las
entrevistadas nos dijo:
“Te ayuda. El tema de la comida, por ejemplo, está bien, vos cobrás tu
plan y bueno, sabés que tenés que pagar la luz, que tenés que pagar… son
pequeñas cosas, pero te ayuda.” (Elvira).
En el estado de necesidad que implica la escasez de fuentes de
ingreso y sus niveles reales, este tipo de conjunto de retribuciones
es sin embargo muy importante y constituye la clave de la super-
vivencia para innumerables familias:
“La ayuda ésta es bastante grande, por lo menos para nosotros es bastante
grande, nos alivia mucho. Y la comida cuesta hoy en día. Hasta un plato
de sopa te cuesta…” (Ana).
Esta retribución, por supuesto, no llega a cubrir todas las nece-
sidades del grupo familiar de las entrevistadas, porque con ciento
cincuenta pesos nadie vive, acordaron todas las entrevistadas. Y
en términos de estrategia de supervivencia este tipo de ingresos
se debe complementar con otros provenientes de las ocasionales
changas de las entrevistadas, o de ingresos de otros miembros
de la familia. Nótese que por un lado estamos tomando todas las
oportunidades de obtención de recursos (monetarios, en especias
y en “servicios”) como un ente, como un conjunto objetivado de
prácticas a la que se le atribuye cierta lógica. Como una “estra-
tegia”. Si tuviéramos que sintetizar hasta aquí en qué consiste
esta estrategia, se debería afirmar que se trata de un conjunto de
actividades (de las cuales el servicio de comida es una parte) cuya
participación permite una transferencia de recursos materiales
(mercadería y raciones de comida, aunque también de otra índole2)
y monetarios. Visto siempre desde la óptica de un solo miembro

2 En una organización como la que se describe, la capacidad de obtención de


recursos es variada; o si se prefiere, el rango de “demandas” es más amplio que
la básica respuesta inmediata a la necesidad alimentaria de una población. En
el caso estudiado, el origen de la organización tiene la demanda por el acceso a
la vivienda como central, y ha incorporado (como tantas otras organizaciones
a partir de finales de la década del ‘80) la demanda por alimentos. Tal es así
que la disputa por planes de vivienda ha sido exitosa en este caso, obteniendo
algunas de las personas que participan en la organización, viviendas a pagar
construidas especialmente por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

304 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


del grupo familiar, las entrevistadas, esta estrategia consiste en
la adhesión de un miembro del grupo familiar a organizaciones
comunitarias (con distinto grado de institucionalización) donde
circulan estos recursos. Estamos aquí centrados en la actividad
del comedor, pero los recursos que circulan por este tipo de orga-
nizaciones incluyen otros rubros que alimentos y planes sociales.
De esta manera lo “estratégico” consistiría en que una familia
posibilita/restringe la participación de uno o más de sus miembros
(mujeres generalmente) en este tipo de actividades para captar
parte de esa circulación de recursos.

Racionalidad y género
en las estrategias de supervivencia
Sin embargo, esta forma de pensar una “estrategia de supervi-
vencia” sólo puede ser el comienzo del análisis. Si se constriñe el
mundo de fenómenos a sólo esta forma de constituir las prácticas
sociales en función a la obtención de recursos, estaríamos redu-
ciendo las relaciones sociales a una única lógica costo-beneficio.
Y en esa lógica, lo que sólo valdría la pena analizar sería si tales
prácticas son las menos costosas (personal o socialmente) para
alcanzar tal o cual beneficio. Sabemos que no es posible sino esbozar
aquí una discusión sobre la naturaleza cartesiana del hombre. Sin
embargo es conveniente atender a la recomendación de Max Weber
en su más célebre obra:
“La acción real sucede en la mayor parte de los casos con oscura semicon-
ciencia o plena inconsciencia de su ‘sentido mentado’. El agente más bien
‘siente’ de un modo indeterminado que ‘sabe’ o tiene clara idea; actúa la
mayor parte de los casos por instinto o por costumbre. Sólo ocasionalmente
se eleva a conciencia un sentido (sea racional o irracional) de la acción.
Una acción con sentido efectivamente tal, es decir, clara y con absoluta
conciencia es en realidad un caso límite. Toda consideración histórica o
sociológica tiene que tener en cuenta este hecho en sus análisis de la rea-
lidad.” (Weber, 1992).
¿Cómo se produce la elección de participar en un comedor? Si nos
aferramos a la idea de una estrategia como un conjunto de prácticas
basadas en un cálculo racional debemos suponer que hay cierto
grado de conciencia en los actores que eligen que un miembro del

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 305


grupo familiar se involucre en ciertos tipos de organizaciones para
responder a las necesidades. Desde el enfoque del Banco Mundial,
por ejemplo, la decisión familiar de la incorporación del mercado
laboral de las mujeres en períodos de crisis (choques sistémicos)
consiste en la búsqueda de la ampliación del ingreso familiar y
depende de la “carga de responsabilidades domésticas” atribuidas
diferencialmente al quintil de ingresos:
“Los hogares pobres tienden a tener más niños y menos mecanismos de
ahorro de trabajo que lo que tienen los hogares más pudientes. Esto hace
muy valioso el trabajo domiciliario de las mujeres pobres (…) Además
éstas tienden a tener menos educación que las mujeres de los hogares más
pudientes, tienden a emplearse en el servicio doméstico donde los salarios
son bajos. La combinación del valor de la producción doméstica y de los
bajos salarios esperados lleva a que la probabilidad del ingreso en la fuerza
de trabajo sea menor en comparación (…)” (Banco Mundial, 2001).
Es decir, ese cálculo dependerá de lo acuciante de la necesidad,
dado que sería menos probable que, en general, las mujeres de los
hogares pobres “salieran de la casa” en búsqueda de ingresos. En
el caso de nuestras entrevistadas ese cálculo podría ser enriquecido
con una perspectiva generacional: ellas son en su mayoría mujeres
de edad madura, con hijos mayores o adolescentes. Esto presupon-
dría cierta “liberación” de la “carga en el trabajo domiciliario” que
permitiría a su vez una reducción en el costo familiar de ampliar
sus horas fuera del hogar.
A lo que podría sumársele, dentro del proceso de cálculo, otros
dos componentes referentes al rol tradicional, patriarcal que implica
para la mujer en el hogar: a) Las tareas en el comedor son esencial-
mente “domésticas” (cocinar, limpiar, ordenar); b) El ámbito en el
que se realiza (la organización comunitaria) sería el característico:
los varones encontrarían en el trabajo (Banco Mundial, 2001) o en
el grupo de “cuates” para Lomnitz (1975) sus ámbitos de sociabi-
lización por excelencia, mientras que las mujeres encontrarían su
grupo de pares en las relaciones familiares cercanas (Lomnitz,
1975) o en las asociaciones formales e informales de vecinos (Banco
Mundial, 2001).
Así, cruzando con determinantes según el género, el nivel
de ingresos, educación y la edad, se podría suponer un “cálculo”
que inclinara la balanza positivamente hacia la participación en
este tipo de organizaciones. Sin embargo, aún nos queda el nada
sencillo problema que presenta el registro de las percepciones de
los propios entrevistados: ¿Son conscientes de este cálculo? ¿Qué

306 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


declaran cuando se los interroga sobre su decisión de participar
en organizaciones comunitarias? Reproduzcamos aquí un cuadro
elaborado en el documento “Estrategias de Supervivencia de los
hogares urbanos frente a la crisis económica en la Argentina”, del
Banco Mundial en base a la Encuesta de Capital Social (Incluye
una diversidad de organizaciones, entre ellas de índole religiosa).

La cuestión del sentido de las prácticas


“El mundo práctico” escribió Bourdieu “es un mundo de fines
ya realizados” (Bourdieu, 1991). Una observación altamente sen-
sible, en el momento de pensar una descripción de los sentidos de
las prácticas comunitarias de nuestras entrevistadas. Ese mundo
de fines ya realizados, ese contexto en el cual se inscriben las
prácticas es, a su vez, condición de posibilidad de sus percepciones.
Aunque es sumamente importante entonces lograr un esquema
conceptual apropiado para darle un alcance preciso a ese contexto,
las limitaciones de este trabajo sólo nos permiten una mención: la
historicidad de las prácticas que incluyen las tareas del comedor
remiten a un complejo tramado de vínculos relacionales, repre-
sentaciones y trayectorias de vida que tiene como eje analítico la
actividad en sí. Este tramado incluye dimensiones tales como: la
relación entre diversos sectores sociales con las agencias guber-
namentales o la reestructuración del sistema de percepciones
socio-político, que implica la desestructuración de las estrategias
de reproducción social basadas en la inclusión salarial. Esta breve
mención nos permite percibir la complejidad de tal contexto.
Pero aun sin disponer de la ocasión de profundizar sobre esta
trama, queda claro dada la visibilidad de la política pública (tanto
como fuente de recursos que perciben las entrevistadas como tema
instalado en el debate público), que el marco en el que esas prác-
ticas se institucionalizan está sin lugar a dudas atravesado por la
forma en la que la sociedad argentina por intermedio del Estado
encarna el problema de la pauperización de vastos sectores de la
población.
La actividad comunitaria en sí, con soporte jurídico en la figura
de “asociación civil”, implica un proceso de institucionalización de
las prácticas sociales que permita y dé sustento a la reproducción
de estas estrategias de supervivencia. El comedor es entonces un
proceso de institucionalización de prácticas sociales caracterizado

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 307


por el triple vínculo entre grupos humanos con la iniciativa y la
determinación de organizarlo, sectores sociales que aprovechan
y alimentan esta determinación y el sustento social a través del
recurso monetario canalizado por las agencias gubernamentales en
forma de subsidios directos o indirectos. Dicho con otro acento, el
tenor de las políticas públicas está presente en cada recorte que se
haga de esa relación de “estaticidad” (Grassi, 2004) de la cuestión
social. Esto es, esa tríada de relaciones impacta de forma indeleble
sobre las prácticas concretas que nos ocupan.
El elemento a observar (cual punta del ovillo) del impacto de
esta trayectoria de institucionalización que implica esta tríada
relacional es, en este texto, aquel que nos remite, en principio, a
la noción de “disciplina” foucaultiana: ¿De qué forma se organiza
la disposición espacio-temporal de las actividades? ¿Qué elemen-
tos configuran el “disciplinamiento de los cuerpos”? O ¿Qué se le
exige a los sujetos participantes como condición de inclusión en
este tipo de prácticas? Hay, desde ya, una respuesta provisional a
tales interrogantes cuando extraemos una de las características
más contradictorias de la política pública: la que proviene de la
noción de contraprestación3. En principio, es una obligatoriedad
que sólo opera formalmente sobre una cantidad de horas/hombre
diarias (cuatro horas) y no sobre una tarea concreta. La tarea,
por el contrario, la controla, regula y establece la organización
que administre los planes4. Esto es (para el caso del Plan Jefas y
Jefes de Hogar, el más difundido) el beneficiario debe hacer algo
por cuatro horas diarias.

3 Es interesante que la noción de “contraprestación” ya aparece a mediados de


los años veinte en la obra de Marcel Mauss El don. Allí la contraprestación o
la devolución de un regalo, de algo dado (un don), forma parte de un proceso
eterno de interacción social. El dar-recibir-dar es, para este autor, la forma
en la que se estructuran las relaciones sociales.
4 Si bien, por ejemplo, los planes Jefas y Jefes de Hogar están diseñados como
un subsidio que el Estado nacional otorga directamente a determinados ciu-
dadanos, su implementación, desde el comienzo, dependió de organizaciones
gubernamentales (municipios), políticas (partidos), sociales (ONGs) e incluso
religiosas que actuaran como administraciones intermediarias. En el caso de
“piqueteros” (que es un “leading case” ya que grupos que se pueden considerar
como tales –por algunos autores al menos– fueron los destinatarios de los
primeros Plan Trabajar I), las organizaciones políticas han sabido negociar un
“cupo” (una cantidad de planes sociales) que pueden otorgar discrecionalmente
por supuesto. Este aspecto está trabajado para el caso del Plan Arraigo en
la tesis de maestría “Las metamorfosis del clientelismo político” de Miguel
Trotta. (Trotta, 2003).

308 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


Disciplinas
A partir del supuesto adoptado en el inicio de este apartado,
pensamos que el mundo de sentidos (el mundo práctico) puede tener
un nivel de registro que apunte a esta tríada relacional en el pro-
ceso mismo de institucionalización de las prácticas. La búsqueda
de sentidos se realizará entonces sobre el vértice de la percepción
de la obligatoriedad y el origen social de los beneficios recibidos.
Paradójicamente, el cumplimiento de la cantidad de horas sería
lo único parecido a un “Job description” en este tipo de tareas. El
único elemento formal exigido como cláusula de permanencia en los
subsidios sociales (incluso acarreando la contradicción que implica
contraponer un criterio focalizado –población objetivo– con una
informal noción de merecimiento de tales subsidios).
En este punto es interesante preguntarnos nuevamente: ¿Enton-
ces cómo se produce la construcción de sentidos en torno a la
actividad? Y nuevamente debemos observar las características
específicas de esta “estatización de la cuestión social”. Una cen-
tral es la situación de “obligatoriedad” de la tarea en función de
los requisitos formales que impone, por ejemplo, el subsidio Jefes
y Jefas de Hogar o el Plan Autoempleo: la “contraprestación”. ¿Es
esa obligatoriedad un componente que transforma la tarea comu-
nitaria en un “trabajo”?
Para registrar la obligatoriedad, el procedimiento seguido
entonces fue recurrir a asociar en el momento de la entrevista a
las prácticas desarrolladas con la noción de “trabajo”. El objetivo
era llevar a las entrevistadas a lo que se supuso era un “marco”
(Goffman, 1974) común de percepciones que fuera capaz de ordenar
la secuencia narrativa a obtener, preguntándoles: ¿Para vos, esto
es un trabajo?:
“Para mí es como un trabajo, porque dentro de todo, cuatro horas es como
ir a limpiar cuatro horas en una oficina, viste, pero nada más que es muy
diferente.”
¿Muy diferente? ¿En qué reside la diferencia? Para nosotros la
diferencia obvia no es otra que las llamadas “relaciones sociales de
producción” desde cierto marxismo, o si se prefiere, las relaciones
laborales en sí mismas: cómo se articulan estos grupos humanos.
“Donde somos todos compañeros, se hace todo, viste, en grupo”,
al decir de una entrevistada. Otra entrevistada fue muy clara a
este respecto:

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 309


“[…] hay estas cosas que da el gobierno y aunque no esté trabajando bajo
dependencia con un patrón estrictamente, te sentís bien, porque es como
si fuera la familia, estás haciendo algo, estás trabajando cómodamente…”
(Edna).
Diferencia que si bien es obvia es importante leerla desde la
intensidad que esas relaciones sociales le aportan a la percepción
misma de la tarea. Es decir, aquello que las entrevistadas entienden
que es un valor positivo para ellas; aquello que para las entrevis-
tadas es el principal aporte que esta tarea les da como individuos.
El principal sentido subjetivo de la tarea está puesto en el papel
psicosocial que cumple en la vida de cada entrevistada. “Es como
una… como una terapia”, como lo definió una entrevistada. “Des-
ahoga un poco los nervios”, como lo dijo otra.
Este elemento supera ampliamente la dimensión instrumental
de las prácticas de supervivencia, en la cual la búsqueda (racional)
de la retribución estaría en primer plano. Una dimensión psicoso-
cial que se nutre de múltiples trayectorias individuales. La nece-
sidad se complejiza con otros elementos que reflejan las historias
de las entrevistadas. La soledad, el aburrimiento, la necesidad
de sentirse útil o de sentirse parte de un grupo son componentes
presentes en estas historias.
“Pedro: Y mucha amistad, mucho cariño, el cariño de la gente… capaz
que allá donde vivo yo la gente no… no tengo la amistad que tengo acá,
viste, acá conocí mucha gente, yo con la única que me comparto es con la
familia de la señora, la…, la gorda. Yo todo el día a la tarde voy, estoy en
la casa de ella, los domingos a veces voy a algún cumpleaños que se hace
ahí, porque después viste, no…
Entrevistador: Porque vivís solo.
Pedro: Claro, y acá viste, conocí gente y eso me ayudó bastante, muchas
veces… o sea… entrando acá me olvido de los problemas, yo a veces tengo
problemas con la nena, que no, no me manda… mi señora no me manda la
nena, la voy a buscar y no me la da y… a veces me pongo loco, viste, y vengo
acá y todo eso no… los problemas que uno tiene, viste, acá los olvidás.”
Otro caso es el de Edna:
“…yo me quedo quieta y me quedo encerrada en mi casa y me aburro y
pienso muchas cosas… feas, pienso cualquier cosa. Si salgo así, yo, no me
pasa, no me acuerdo… Camino mucho porque me gusta caminar. Me hace
bien y me gusta a mí estar… hablar… conversar… estar contenta… acá yo
me siento como… ¡hacé de cuenta que es mi familia! Me siento bien, por
eso me quedo, me quedo acá todo el tiempo y después me voy.” (Edna).

310 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


En estas historias no es el tema de la desocupación el central,
sino situaciones personales. Sin embargo también aparece el tema
de la desocupación como central para interpretar el lugar que
ocupa esta actividad en la vida de las entrevistadas, como en el
caso de Marta:
“Lo que pasa es que al no haber trabajo, o tener una edad, es como yo
digo, una persona de cuarenta y cinco años… ¡no servimos más entonces!
A pesar de que tenemos más experiencia de todo, pero aparentemente
para las empresas no servimos más, entonces el por qué nadie te lo puede
explicar, nadie te da explicaciones del por qué. Entonces desgraciadamente
qué hay que hacer, bueno, se abre un comedor, y si se lleva la gente bien,
y se trabaja bien, tiene que andar, aunque sea para de ahí sacar una fuente
de trabajo más o menos para poder ayudar a la gente también, a pesar de
que uno se ayuda a sí mismo, ayudar a la gente.”
Esta dimensión psicosocial configura el espacio de relaciones
al punto que surge algo así como una “disciplina laboral”, una
expectativa que los actores ponen en relación a la forma en la que
se debe realizar la tarea. “Ya que como en todo trabajo, siempre
vas a ver que uno hace las cosas y… los otros mirando arriba,
¿viste?” La ausencia de la figura de un “jefe”, lo abstracto de la
obligatoriedad (a la postre, imposible de punir el caso de ausencia
de contraprestación) no evita que el grupo constituya normas de
comportamiento que organicen la experiencia cotidiana del trabajo
comunitario. Se observa una “ética” del trabajo comunitario:
“el tema es que la gente trabaje, no cobrar un plan, viste, y no trabajar,
el tema es cobrar un plan pero por lo menos ganate los ciento cincuenta
pesos. Venís cuatro horas, ocho horas, no sé, lo que te toque, pero vení y
cumplí, en eso yo estoy de acuerdo, a mí no me gusta.”
Como lo explica Inés:
“Sí, sí. Porque ponéle que hoy a vos te tocaba venir a laburar ¿no? Y vos
viniste pero… a quedarte sentada… Eso a nosotros no nos sirve, porque
si vos venís y estás cobrando el plan, lo mínimo, vení y hace algo, claro,
aunque sea, no sé, eeeh, hacé como que vas y lavás un plato, algo, pero
de repente hay gente que necesitan el plan y no, no lo tienen, y el que lo
tiene no lo sabe aprovechar, entonces se habla, se hace una junta, y en esa
junta se dice quién participa y quién no, y el que no participa o el que está
cobrando hace más de dos años, porque hay gente que cobra desde hace
más de dos años y no viene, no se presenta ni siquiera cuatro horas por
mes, entonces qué se hace, que se habla, y… se baja el plan, para la gente
que en verdad lo necesita.”

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 311


Estar, cumplir con el horario es uno de los pilares de esa ética
grupal. Incluso al costo de hacer que se hace algo. Algunas entre-
vistadas expresaron con orgullo su cumplimiento a esta norma
grupal:
“¡Y yo, no sabés!! No, nunca falto yo.” (Carolina).
“No vengo un día y… yo por más enferma que esté yo me vengo, yo
me vengo porque es algo que ya lo llevás acá [se señala el pecho], viste.”
(Flavia).

La palabra trabajo en boca de las entrevistadas


En tal contexto de empleabilidad, la idea de trabajo ensancha
las fronteras de sus significados, y una multiplicidad de actividades
podrían caber bajo esta denominación. De hecho, formulada esta
pregunta a las entrevistadas (¿considerás esto como un trabajo?)
implicó de alguna manera forzar su percepción cotidiana para
adecuarla a un marco teórico; en donde era necesario incluir las
tareas comunitarias como una forma de trabajo. Para nosotros,
en un primer momento, queda claro que cuando las entrevis-
tadas eligen la palabra trabajo para denominar las tareas que
están desarrollando, es un proceso consciente en ellas que opera
discursivamente. En las entrevistas nos encontramos constante-
mente con fragmentos de discurso que, a las claras, dan cuenta de
la condición política propiamente dicha de la “organización de la
experiencia cotidiana”. Son “fabricaciones”: “el esfuerzo intencional
de uno o más individuos por manejar una actividad de manera tal
que uno o más otros puedan ser inducidos a tener una creencia
sobre lo que está pasando” (Goffman, 1974), que se ponen en juego
para “compartir” una visión homogeneizante de la cotidianidad.
Los discursos colectivos forman parte de la constitución de sentidos
que los propios actores realizan al entenderse como sujetos. La
repetición de ciertas frases, determinadas líneas argumentales,
nos fueron mostrando que en algunos actores se tiene una firme
conciencia de su posición en el campo de la negociación de sentidos
y de nuestra posición en tanto que académicos. Apareciendo frases
al estilo de “yo lo tomé como un trabajo”, o “para mí es como un
trabajo”. Una de las entrevistadas dijo:
“Mirá, yo lo tomé como un trabajo, una responsabilidad que tengo que
venir todos los días, porque la gente tiene que llevar la comida todos los
días, lo tomé como una responsabilidad de un trabajo.”

312 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


Como concluyen otros autores que trabajaron sobre actores muy
parecidos:
“La condición de ser beneficiarios de planes de asistencia estatal, que cons-
tituyen el principal ingreso familiar, supone la dificultad de encontrar defi-
niciones del sí mismo que asuman la función de estructuradores de la vida
cotidiana. Asumir una auto-definición que articule rasgos identitarios es
ardua en un contexto de precarización de los ejes ordenadores de la vida en
la que los sujetos han construido sus representaciones de lo que es deseable
para sí mismos.(…) Los planes sociales, el ‘trabajo’ de los entrevistados,
no logran crear mojones de sentido en que los individuos se apoyen para
reconstruir una vida cotidiana en términos de ‘normalidad’.” (Donatello
et al., 2005).
Claro está que la idea de “normalidad” es sólo eso. Según el Plan
Nacional de Seguridad Alimentaria, en el primer semestre de 2004
se entregaron Módulos Alimentarios a 18.000 familias, a lo que se le
suman 50.170 “prestaciones individuales” (a través de la asistencia
alimentaria a comedores comunitarios), y otras 6.500 (a través de
emprendimientos de agricultura urbana) correspondientes a cerca
de 105.000 personas o 3,5% de la población de la ciudad.

Sinsentidos del sentido


La retribución por la tarea realizada, aunque sea lo primero
que resalta cuando se suele pensar en trabajos comunitarios, no es
el único componente que nos permitiría pensarlos como una forma
de trabajo contemporánea. La palabra trabajo es sin lugar a dudas
una de las más cargadas de sentidos en la vida cotidiana de cada
persona, e intentar una definición nos llevaría seguramente a
reconstruir gran parte de la historia del siglo XX. Una perspectiva
filosófica muy conocida es la que postulara Hannah Arendt en “La
Condición Humana”, donde entiende que el trabajo, el hacer, es
constitutivo del hombre moderno; que la autora entiende en sí como
“homo faber”. El trabajo entendido a partir de la segunda mitad
del siglo XX (asociado al Estado de bienestar, trabajo protegido,
legislado, en cadenas de producción fordista) es prácticamente, en
términos de Ulrich Beck (2001), una “categoría zombi” en el grupo
estudiado: un componente presente culturalmente pero cada vez
más alejado de la cotidianidad.
Esto nos lleva a preguntarnos sobre lo que podríamos llamar el
“contexto de empleabilidad” que ofrece el comedor. Es decir, pensar

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 313


sobre la forma en que socialmente se generan estas oportunidades
de ingreso para las entrevistadas.

Contexto de empleabilidad
Mantener la categoría de trabajo como ordenadora del análisis
supone (correctamente) que las familias requieren para su repro-
ducción ciertos ingresos que deben generar a través del intercambio
de su fuerza de trabajo por dinero o incluso equivalentes. Y en el
sentido del intercambio de fuerza de trabajo por dinero, es posible
relacionar estas tareas comunitarias con un sistema de reproduc-
ción social, en el cual uno o varios miembros de una familia son
un componente y el Estado es otro (el “comprador” de la fuerza de
trabajo). Es decir, por un tipo de relación que el Estado nacional,
provincial o municipal establece con su población. Por supuesto
que el tipo de relación que se establece a través de este tipo de
políticas públicas excede ampliamente un enfoque centrado en roles
típicos de empleador y empleado. Pero podemos afirmar, siguiendo
a Grassi: “en sentido general, la política social no es otra cosa que
la forma política (es decir, “estatalizada”) de la cuestión social”
(Grassi, 2004).
Esta forma de “estatizar” la cuestión social (para seguir el léxico
de esta autora) tiene una historicidad que conviene al menos men-
cionar brevemente: si bien puede rastrearse hasta principios de la
década del ‘30 (con los primeros programas de Copa de Leche), su
gran expansión y sistematización, diversificación y superposición,
forman parte del viraje neoliberal en la concepción del Estado.
Viraje sintetizable como un cambio en el papel del Estado, y por
ende su forma de “estatizar” la cuestión social, caracterizado por
el paulatino abandono del modelo del Estado benefactor (Rosan-
vallon, 2004; Castel, 1997). Y en especial con el abandono de su
concepción de políticas públicas “universales” y su reemplazo por
un modelo de política pública a “cuenta gotas”: pequeños “parches”
que serían puestos en donde se produjeran los mayores daños de
la transformación estructural (Trotta, 2003). Esto es, la idea de
“focalización” de las políticas públicas.
En la Argentina contemporánea esta transformación de la polí-
tica pública comienza con el Plan Alimentario Nacional (PAN) en
1985 y continúa con su posterior reemplazo por diversos subsidios

314 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


monetarios (más focalizados aun). Estatización espasmódica de la
cuestión social (la lógica de la “ambulancia”) para hacer frente a,
por ejemplo, los saqueos que coronaron la hiperinflación de 1989 y
el cambio anticipado de gobierno, y posteriormente las crisis polí-
ticas del interior del país (Cutral-Co 96 y Mosconi 97, para citar
algunas) a mediados de los ‘90 (Torres, 2001; Auyero, 2002; Trotta,
2003; Massetti, 2005). Dicho de manera más sencilla: “El objetivo
de la política social pasó a ser el de administrar la situación de
pobreza focalizando en los bolsones más pobres entre los pobres”
(Guimenez, 2004).
En un sentido muy importante, considerar al Estado como
“empleador” es forzar la lógica de esta “estatización” de la cuestión
social vista en perspectiva histórica. Un análisis de la amplia varie-
dad de planes sociales que se generaron especialmente durante
los noventa, nos permitiría dar cuenta que en su gran mayoría
no estuvieron orientados a establecer una relación laboral con el
Estado, no fueron eficientes en incentivar la empleabilidad privada,
ni han logrado revertir siquiera parcialmente la degradación de
las condiciones de empleo. Por el contrario, han generado una
mayor precarización laboral. Un caso a mencionar son los subsidios
directos o indirectos a empresas privadas a través de los cuales
el Estado financia una parte del costo laboral por un período de
tiempo (pagando al beneficiario a través del subsidio una parte del
salario, beneficiando impositivamente a las empresas o subsidiando
a los empleadores). Este tipo de estrategias han generado múlti-
ples situaciones especulativas (en todas las partes intervinientes)
generando un empleo de baja remuneración y sumamente inestable.
Posiblemente la gran salvedad en este tipo de planes son algunos
de los “Programa de Emergencia Laboral” (PEL). En algunos
casos, los gobiernos municipales otorgan un subsidio de $500 por
seis meses, renovable, para integrar a determinados trabajadores a
sus plantas laborales (con una carga horaria de 30 hs. semanales).
Decimos la gran excepción, porque a precios de mercado es éste el
mejor plan disponible e implica (a veces claro) una real inserción
laboral, aunque exenta de las cargas y responsabilidad fiscal de
rigor (son trabajos, en definitiva, en negro y por afuera de la com-
pleja trama de categorías y regímenes contractuales característicos
del empleo estatal).
Antes de pensar al Estado como “empleador” cabe recalcar que,
como se decía más arriba, la transformación del rol del Estado

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 315


arrasó al mismo tiempo (y casi como consecuencia natural) con
las condiciones de empleabilidad que fueran características del
mercado laboral argentino. Las regulaciones legales del empleo,
las protecciones arancelarias a la producción local, la indiferencia
sobre el control del precio de la fuerza de trabajo, la destrucción
de la empresa pública son causales directos en la precarización de
la fuerza laboral y a la postre, una resignificación de la palabra
misma de trabajo.
Aquí cabe una aclaración metodológica sobre los alcances de
este texto. La noción de “trabajo” es utilizada por diversas escuelas
y aplicada por/en cientos de miles de estudios, discursos políticos,
etc. etc., desde distintos enfoques y con múltiples finalidades. Tal
diversidad obliga a precisar la manera en que se conceptualiza
aquí esta palabra. En tal sentido, y como el objetivo de este texto
no es afinar un instrumento de medición ni participar en los
debates actuales sobre la merma de la capacidad de registro de los
fenómenos de empleabilidad post desestructuración del mercado
de trabajo argentino (a raíz de la hiper precarización de las rela-
ciones contractuales), es posible permitirse acotar el interés sobre
“trabajo” en el plano etnometodológico.

Enmarcando “trabajo”
Siguiendo la metáfora con la escritura musical que propone Goff-
man en su Frame Analisys de 1974, la palabra trabajo se pensará
únicamente como una “armadura de clave”. Esto es, un componente
cultural que ordena la experiencia cotidiana permitiendo responder
colectivamente a la pregunta básica sobre los límites de la realidad
perceptible. La pregunta teorética goffmaniana ¿Qué es lo que está
pasando?; y su respuesta lógica (como punto de partida analítico)
“Estamos trabajando”; nos permite introducirnos en la dinámica
de construcción de sentidos que atraviesa las prácticas cotidianas
de los sujetos.
Desde este enfoque podemos también recuperar el contenido de
la palabra trabajo en la trayectoria socio-cultural de la Argentina.
Un dato ampliamente significativo y que da cuenta del peso de tal
“armadura de clave” es que esa palabra se halla en el corazón del
proceso de sociabilización de los argentinos. Y esto desde al menos
la década del cuarenta, cuando la transformación de la estruc-

316 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


tura productiva hacia el modelo de sustitución de importaciones
necesitó de una nueva matriz de percepción. En aquellos años la
incorporación de un sentido para la palabra trabajo era producto
de múltiples fuentes, pero en especial desde el mismo sistema de
educación formal. A través de los famosos manuales Kapelusz la
institucionalización del sentido de la palabra trabajo adquirió la
doble característica de realizarse en masa sobre la población más
joven.
Aunque no es el objetivo de este texto desarrollar una historia
de los sentidos de la palabra trabajo en la Argentina, un ejemplo
de este proceso de sociabilización es muy interesante para esbozar
un posible contraste entre el pasado (entendido como contenido
normativo, un deber ser) y el presente (entendido como la búsqueda
de “claves” que sean operativamente más acordes con la percepción
actual de la realidad).
En el manual Kapelusz para sexto grado (niños de 11 a 13 años)
de fines de los ‘40 utilizado en las escuelas de la Ciudad de Buenos
Aires nos encontramos con definiciones institucionales de aquella
palabra trabajo. En un apartado titulado “El trabajo como deber
social” se lee:
“La sociedad exige de todos sus miembros adultos una contribución útil
para su sostenimiento. Cada uno, de acuerdo con su edad, su capacidad y
su cultura, debe aportar el fruto de sus esfuerzos al patrimonio común.”
(Kapelusz, 1949).
A través de este tipo de ejemplos podemos imaginar una dimen-
sión simbólico-normativa del proceso de inclusión social a través de
la “salarización” (siguiendo la hipótesis de Robert Castel). El marco
performativo de la palabra trabajo está, en principio, entonces,
ligado a la idea de pertenencia a un todo; en clave contractualista.
La “contribución útil” delimita la tensión entre los beneficios indivi-
duales y el bien común. Pero éste no es el único sentido que reviste
en esta fuente la palabra trabajo. Citando este manual destinado
a las escuelas primarias un discurso del presidente Perón (con el
que termina el texto del manual) se observa que trabajo y sistema
industrial tienen una raíz común:
“El universo entero es una fábrica: todo trabaja en él. Hasta lo inanimado
es animado. ¿Animado por qué? Por el trabajo. En esa mole inmensa de
piedra sideral que es la montaña, vive el trabajo infatigable, inmenso, que
se esconde en su seno por los siglos. (…) Imitemos la fábrica del mundo,
espejemos la vida de los hombres en la sabia Natura. El sol trabaja fuerte:

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 317


de su trabajo vienen el calor y la luz, toda energía que da a la vida la savia
milagrosa. La tierra, con su esfuerzo permanente, trabaja, se fatiga y se
renueva. Trabajar es vivir, transformar energías, repetir la labor del uni-
verso.” (Kapelusz, 1949).
“Trabajar es vivir” era una “armadura de clave” en la Argen-
tina del pleno empleo. ¿Qué significa trabajo en la Argentina
actual con un 70% de su fuerza laboral en “negro”, con más de dos
dígitos de desocupación? Esta nueva realidad sociolaboral impacta
ampliamente sobre las condiciones de reproducción de las familias
argentinas. Y también tensiona las “armaduras de clave” apren-
didas (algunas de nuestras entrevistadas podrían haber utilizado
ese manual Kapelusz, o bien podría ser hija de uno de los antiguos
alumnos de 6º grado de finales de los ‘40).
¿Cómo se reorganiza la percepción? Es disparatado pensar que
esta forma de estatizar la cuestión social (los planes sociales) logre
recomponer incluso la tensión entre condiciones de vida y percep-
ciones. Guimenez, quien trabaja sobre el impacto de los planes
sociales, concluye al respecto:
“la instalación de la precariedad como un estado natural asociado a con-
diciones flexibles de trabajo, polivalencia, trabajo en negro y bajos salarios,
ha calado profundo. Y esta percepción es producida y reproducida sin
cuestionamientos ni interrogantes acerca del proceso social que condujo a tal
estado de cosas. La pregunta de cuál sería un trabajo ideal, o qué condiciones
de trabajo no se aceptarían, encontró uniformidad de respuestas en todos
los entrevistados sin distinción de edad. Ninguno de los hombres y mujeres
con que hablamos, opondría resistencia, ni ningún tipo de condiciones,
referidas a cantidad de horas, salario, seguridad social y medioambiente de
trabajo. Esto quiere decir que las personas a quienes entrevistamos, están
dispuestas a establecer relaciones de trabajo totalmente desventajosas para
ellas.” (Guimenez, 2004).

Comentarios finales
Cuando nos referimos a las trayectorias sociolaborales de las
entrevistadas nos permitimos presentar tan sólo tres relatos sobre
las últimas porque a través de ellos nos fue posible resumir las
múltiples trayectorias sociolaborales posibles en tres sencillas
tipologías. Por supuesto que esta reducción sólo es útil en los térmi-
nos de esta exposición. No se pretende así generalizar estas trayec-

318 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


torias como regla, como lo que se va a encontrar indefectiblemente
en todos y cada uno de los comedores comunitarios. Son tipologías.
Pero veamos en qué se fundan y en qué pueden ser útiles.
Estas tipologías contienen dos dimensiones centrales. La pri-
mera es la relación de las entrevistadas con el mercado laboral. Y la
segunda la forma en que las entrevistadas relacionan su actualidad
laboral con el marco más amplio de su historia personal en general
(específicamente, su experiencia migratoria y familiar). Las tres
tipologías se diferencian teniendo en cuenta el punto en el que se
encontraban las trayectorias sociolaborales de las entrevistadas
en el momento de comenzar a trabajar en el comedor. Así nos
encontramos que, en un caso, esta tarea comunitaria representó
una “solución” frente a un largo período de desocupación. La tra-
yectoria de Betina es la de una mujer con un pasado de trabajadora
fabril que luego de años de inactividad (primero elegida y luego
contextualmente signada) encuentra en el comedor un ámbito
sociolaboral posible. En el caso de Claudia, la inactividad es casi
su relación con el mercado laboral a lo largo de toda su vida. Ella
encuentra en el comedor su primer empleo. Para La Colorada
(comerciante) la desocupación es reciente.
A primera vista, se podría afirmar que el comedor comunitario
como formación sociolaboral opera como una suerte de “catch-all”.
Es decir que contiene a personas con independencia de su trayec-
toria sociolaboral, y cuyo punto en común sería la necesidad de un
ingreso. Como vimos en el primer apartado, las poco desarrolladas
calificaciones requeridas para desarrollar tal actividad (cocinar,
limpiar, etc.) apoyarían esta visión. Sin embargo, el costado más
biográfico de las entrevistas deja entrever algunos aspectos que
hacen de este tipo de actividades algo específico, que al tiempo que
ofrece oportunidades de ingreso presupone cualidades personales
diferenciadas. Y aquí la especificidad puede ser entendida de dos
maneras: primero, como una forma de entender la presencia de
estas mujeres en este comedor puntual; y segundo, como forma de
postular las características que hacen del comedor comunitario un
tipo específico de actividad sociolaboral.

Primera especificidad

Ahora bien, la primera especificidad no es tal si se enmarca


este estudio en el enfoque de las “redes de intercambio” o de “redes

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 319


confianza”, como desarrolla por ejemplo Larissa Lomnitz (1975). El
ingreso de nuestras entrevistadas a este comedor dependió exclusi-
vamente de sus relaciones personales con las otras integrantes del
mismo. Es decir, el ingreso a las tareas del comedor se relaciona
con la “posición social” (Lomnitz, 1975) de las entrevistadas. Y al
sostener esto no estaríamos sino actualizando para este caso lo
que ya se ha desarrollado en otros casos en el contexto disciplinar
de la antropología social e incluso anteriormente, la antropología
colonial. Analíticamente esto nos llevaría o a dilucidar un circuito
de referencias circularmente sostenidas, describiendo la topología
de una red de contactos interpersonales; o a optar por registrar
la “historia del comedor”. Esta segunda opción es atractiva por-
que es difícil pensar una actividad comunitaria por fuera de las
trayectorias de organización de sus miembros. Y a decir verdad,
para entender el surgimiento de este comedor concreto debería-
mos ahondar en la historia organizacional (y relacional) del CAC.
Algo de esto se hizo parcialmente en la introducción, que sin ser
exhaustiva, nos permite visualizar al menos una larga trayectoria
de politización, en la que la conformación de Organizaciones No
Gubernamentales (ONGs) es uno de sus aspectos. Sin profundizar
sobre este tema, es de remarcar aquí que pensar el CAC como
ONG o como “agencia de desarrollo popular” según denomina
John Clark (1991) a este tipo de organizaciones “intermediarias”,
nos permite sopesar si la “decisión” de participar de sus miembros
implica algún tipo de evaluación del contexto político en el cual
está inserto, incorporando así ya una posible especificidad en los
sentidos y motivaciones de sus actores.
Desde este aspecto, lo que se ve a través de la dimensión más
íntima de las tipologías, por igual en los tres casos (aunque con dis-
tintas valoraciones) es que la participación en esta actividad implicó
una “negociación” al interior de la familia. Y en esta negociación
se entrelazan dos componentes, a saber: por un lado, la acepta-
ción/rechazo del entorno familiar a que nuestras entrevistadas
se involucren en actividades sensibles a la estigmatización (a la
valoración negativa) en tanto que se caracterizan como “políticas”. Y
por el otro la aceptación/rechazo a la participación en tareas “fuera
del hogar”; esto es una resignificación del rol de las entrevistadas
en las estrategias de supervivencia familiares.
Sobre este segundo componente algunos autores (Donatello
et al., 2005; Rauber, 2001) se posicionan para dar cuenta de un
amplio fenómeno de resignificación de los roles femenino/masculino

320 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


al interior del campo popular. El hombre se “desmasculiniza” en
tanto que pierde la capacidad de proveer sustento y la mujer adopta
un rol más activo como proveedora de recursos. Como nos dijo una
entrevistada, la mujer se pone los pantalones. Pero este tipo de aná-
lisis es recurrente en los estudios sobre los efectos psicológicos de la
desocupación y su impacto en el entorno familiar (Kessler, 1997). Y
esta mirada sobre la resignificación de roles masculino/femenino,
nos remite, a decir verdad, a un contexto analítico más amplio.
A procesos sociales de más larga data y extensión. Y su mención
aquí no nos permite distinguir si es específico de este fenómeno de
comunitarización sociolaboral o si por el contrario sólo es también
un registro más de procesos más generales. Aún así es de notar
que en los relatos de las entrevistadas aparece este “empodera-
miento” como una de las virtudes que esta actividad les ofrece: se
lo considera un ámbito de realización personal (como se ha visto
con especial énfasis en el cuarto apartado). Y se constata también
que ha operado en el seno de la familia (y en la autopercepción de
las entrevistadas) una revalorización de su posición personal en
las estrategias de supervivencia familiares.
Pensemos ahora el otro componente presente en la “negocia-
ción” (aceptación/rechazo al carácter político). Como decíamos más
arriba, observamos una “negociación” en el seno de las familias de
las entrevistadas a raíz de la participación en el comedor. ¿Cómo
opera la percepción de la pertenencia política del CAC en el sentido
que las entrevistadas le atribuyen a la actividad? Es interesante
notar que en términos generales el comienzo en la participación en
el comedor opera como un ritual de iniciación política, en donde la
dimensión política de esta negociación implica una resignificación
de la participación política en sí. Tanto en el seno familiar como
del espectro de sus relaciones más amplias (amigas, vecinas, etc.)
las entrevistadas reconocen una tensión. Como comentaba una
entrevistada: “Me hinchan [en relación a sus familiares] ‘yyy, te
vas ahí…’, porque vio que siempre habla la gente, ‘uh, los que van
ahí, es un peligro’, pero yo no… [pienso esto] porque si va a pasar
las cosas va a pasar en cualquier lado, puede pasarte en tu casa, en
la calle…”. El proceso de iniciación en las actividades identificadas
como más políticas está enmarcado en un más amplio proceso de
reorganización de la experiencia cotidiana. Lo que se observa es
un claro registro en las entrevistadas de un antes y después en la
percepción sobre la actividad política en general en relación a la
experiencia personal.

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 321


Lo que observamos aquí es que, para las entrevistadas, lo que
perciben en principio como actividad política se refiere casi exclusi-
vamente a los aspectos más fenoménicos y visibles. En este caso, la
participación en acciones de protesta (marchas, o más vulgarmente
“piquetes”) y eventualmente reuniones. Esta percepción contrapone
la experiencia propia con la opinión de terceros (inclusive tomando
los medios de comunicación como tales). En este caso, la actividad
comunitaria que propone la participación en el comedor, incluye
dentro del rango de experiencias posibles la concurrencia a tales
eventos. ¿Cuántas de estas experiencias políticas son significativas,
en tanto que definitorias de los alcances y características de las
tareas comunitarias que estamos describiendo? Esta pregunta nos
permite entrar de lleno a la segunda forma de pensar la especifici-
dad de un comedor comunitario de las características que estamos
describiendo.

Segunda especificidad

Es por supuesto impensable separar la percepción individual


del contexto de producción social de sentidos. Y sólo en términos
analíticos es plausible comprender que el nivel de experiencia indi-
vidual sobre lo que se considera como “político” sea diferenciable de
los procesos políticos y culturales generales en una sociedad dada.
Pero como apuntaba Geertz, el nexo entre la experiencia individual,
lo político y cultural “es extremadamente oscuro y más oscuro es
aun el intento de formularlo” (Geertz, 1995). Desde ya partimos
de la idea de que “la vida cotidiana se presenta como una realidad
interpretada” (Berger y Luckman, 1984). Pero nos preguntamos
con Geertz sobre “cómo realizar un análisis de significaciones que
sea a la vez lo bastante circunstanciado para resultar convincente
y lo bastante abstracto para formular la teoría” (Geertz, 1995).
La opción metodológica en este trabajo fue recurrir a la entre-
vista en profundidad como técnica de relevamiento de datos. Y,
teóricamente, poner en tensión esas narraciones obtenidas con la
idea de que nuestras entrevistadas recurren como estrategia de
supervivencia a la participación en un comedor comunitario de
tales características; que sería una accesible forma de procurarse
ingresos. Forma coherente, si se quiere, con las dinámicas de acceso
al ingreso características de los sectores más desprotegidos: la
changa, la búsqueda de un puchito de acá un puchito de allá, la
inestabilidad y la precariedad laboral, el subempleo, etc. Y en este

322 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


sentido, tampoco el comedor comunitario sería para sus trabaja-
doras o participantes algo específico (en términos de estrategia
de ingresos). ¿Qué es lo socialmente distintivo entonces de este
comedor comunitario?
La actividad comunitaria representa para sus trabajadoras
una fuente de ingresos que, si bien magra, ayuda; esto es, forma
una parte importante de la economía doméstica. En algunos casos
incluso es la única fuente de ingresos. De todas maneras estos
ingresos (y fundamentalmente el ingreso monetario proveniente
de algún tipo de subsidio estatal) están por debajo de los mínimos
promedio del mercado laboral ($300). El monto, por ejemplo, del
plan Jefes y Jefas de Hogar (el más difundido en el país) es arbi-
trario y anacrónico. Coincidió en el momento de su arranque con la
cifra que se presuponía hasta finales de 2001 y principios de 2002
que delimitaba el ingreso monetario de los hogares pobres. Tal es
así, que el entonces senador Eduardo Duhalde en ejercicio de la
presidencia incluyó como consigna política que “se había terminado
con la pobreza en la Argentina”, que “no había más hogares pobres”.
Claro está que en el mismo momento de la implementación del plan
ya el efecto inflacionario de la salida de la convertibilidad había
duplicado esa línea de pobreza. Y hoy, para alcanzar esa línea, el
plan debería multiplicar por seis su monto.
Queda claro entonces que cualquier estrategia de superviven-
cia centrada en actividades cuyo ingreso provenga de este tipo de
vínculo con el Estado y su población, está condenada a reproducir
las condiciones mínimas de existencia; que en tal caso garantizan
(y por qué no: incluso, en buena hora). La discusión sobre por qué
contentarse con esa mera reproducción de las condiciones mínimas
de existencia sea el techo que tanto organizaciones como agencias
gubernamentales acepten en la práctica como la única posible, es un
debate necesario. Debate político que deben encarar principalmente
las propias organizaciones y las agencias gubernamentales. Pero si
hay algo que puede servir para pensar este sistema de reproducción
social es que es fuertemente deficitario: no alcanza.
¿Cómo es que los actores se involucran en estrategias de super-
vivencia cuya más obvia particularidad es su insuficiencia? ¿Por
qué se dedican a esto que ayuda pero no alcanza? Una posibilidad
sería responder esta pregunta pensando que no tienen alternativa,
pero sería excesivamente simplista. Otra, sería pensando que es la
mejor alternativa posible; pero en ese caso, lo problemático sería

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 323


definir ese “mejor” (cómo se evalúa). Hagamos un intento en ese
sentido.
Para empezar, la complejidad y sensibilidad del tema implican
al menos situar metodológicamente este esfuerzo. ¿Qué lectura es
posible entonces a través de la técnica de las entrevistas? ¿Cómo
tomar los enunciados que son un proceso de elaboración, un puente
entre el “mundo de la vida cotidiana” y el “mundo de la ciencia”?
Nos viene a la mente una reflexión de Paul Ricoeur:
“(…) la volición no es paralela al juicio en cuanto comportamiento carac-
terístico, son palabras; cuando se construye la volición sobre el modelo de
la relación que tienen entre sí las ideas de un tal sobre tal cosa y tal otra,
olvidamos un rasgo decisivo de la volición, a saber, que ‘lo que un hombre
hace entra dentro de lo que quiere’, sin que pueda decirse de igual modo
que lo que hace entra dentro de lo que cree.” (Ricoeur, 1981).
Es decir, quedarnos en la literalidad de la respuesta de los
actores o en el recorte teórico para definir estas actividades como
un trabajo, implica una reducción de la vasta complejidad que
tiene como vértice estas estrategias de supervivencia. Por ejem-
plo, ¿cómo discernir si nuestras entrevistadas “realmente” creen
que estas tareas son un “trabajo”? Como se puede ver, subyace
aquí una cuestión epistemológica, teórica y ética que no permite
fácilmente licuar esa complejidad en términos de manipulación de
enunciados de los actores. Teóricamente para Goffman (1974) la
falsedad o “veracidad” de la creencia dependerá del resultado de
la acción. Una “fabricación” (de creencias) podrá presentar quie-
bres en función de su capacidad de definir una situación dada, de
modo tal que no le provea al individuo una acertada evaluación
de tal situación. Pero el riesgo metodológico de adoptar esa forma
de validar la percepción sería caer en la construcción de lo social
“como un espectáculo ofrecido a un observador que toma un punto
de vista sobre la acción”; espectáculo “destinado únicamente al cono-
cimiento”; reducido a “intercambios simbólicos” (Bourdieu, 1991).
Ricoeur apuntaría que la: “decisión metodológica de no conocer la
experiencia sino sus enunciados públicos implica el olvido de la
cuestión de lo originario, la obliteración de la cuestión del origen
del sentido.” (Ricoeur, 1981).
La solución bourdiana a este riesgo metodológico es el retorno
a lo que él llama “la dialéctica del opus operandum y el modus
operandi”:

324 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


“Los condicionamientos asociados a una clase particular de condiciones de
existencia producen habitus, sistemas de disposiciones duraderas y transfe-
ribles, estructuras estructuradas predispuestas para funcionar como estruc-
turas estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores
de prácticas y representaciones que pueden estar objetivamente adaptadas
a su fin sin suponer la búsqueda consciente de fines y el dominio expreso
de las operaciones necesarias para alcanzarlos.” (Bourdieu, 1991).
Intentar entonces una descripción sobre por qué se recrean este
tipo de estrategias de supervivencia (o cómo se evalúa ese “mejor”)
nos obliga a referirnos a las condiciones de existencia de tales prác-
ticas. Esto es, como ya dijimos siguiendo a Grassi, la “estaticidad”
de la cuestión social; las políticas públicas. Pensar la actual política
social (fundamentalmente basada en planes asistenciales) como la
solución a la amplia degradación de la capacidad de reproducción
de la vida cotidiana (una definición posible de “cuestión social”)
es un absurdo y una entelequia: de hecho, como vimos, no fueron
creadas para ello. ¿Es posible pensar que la subvención estatal
directa (vía por ejemplo los FOPAR) o indirecta (vía los planes
asistenciales) que de alguna manera posibilitan que algunas
organizaciones intermedias recreen estos espacios comunitarios de
trabajo sean al menos un efecto que (aunque no buscado) implique
una “novedad” a futuro?
Ese “mejor”, entonces puede ser pensado a través de dos pregun-
tas: ¿Que recompongan algo de aquella trama asociativa centrada
en el mundo de la sociabilidad laboral? ¿O es que esta forma de
institucionalización de la cuestión social será de aquí en más la
única posible? Coincidimos con la visión cínica al respecto: “lo ver-
daderamente nuevo de la actual matriz económica, social y política
del capitalismo argentino es la legitimación del derecho social a
contar con un trabajo informal, precario y no registrado, el derecho
a vivir en la pobreza y ser pobre de otros derechos, el derecho a
la marginalización económica y política, el derecho a reclamar y
competir por beneficios o compensaciones especiales, el derecho a
obtener tales beneficios en tanto se sigan las reglas de la negocia-
ción legal y el confinamiento inofensivo.” (Salvia, 2005).
En este contexto de empleabilidad, el desarrollo de estas tareas
de supervivencia está limitado al marco general de distribución del
ingreso a nivel nacional. Estas tareas son actividades precarias y
precarizantes, pero lo que interesa aquí es que, desde la perspectiva
de los actores, esas actividades representan mucho más que una

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 325


forma de procurarse ingresos. En cierto sentido, se ha abusado
de razonamientos al estilo de que estas tareas están hechas para
desocupados. Que son los desocupados los que naturalmente las
encarnan. Y a partir de allí entender estas organizaciones comu-
nitarias como aprovechadoras del desamparo o como única salida
al desamparo. Pero, primero, hemos establecido la posibilidad de
construir trayectorias sociolaborales más complejas. En donde
género, migración, contexto familiar e historia laboral configuran
múltiples trayectorias de vida. Aquí hemos tipologizado las mismas
pivoteando sobre la relación con el mercado laboral. Distinguiendo
al menos tres trayectorias: desocupación prolongada, primer empleo
tardío y retorno al mercado laboral luego de años de inactividad.
Por supuesto que nos referimos a poblaciones con fuertes nece-
sidades, con carencias socioeconómicas específicas, “desafiliadas”
(Castel, 1997). Pero, segundo, desde los relatos recogidos la bús-
queda de satisfacción de esas necesidades ceden lugar a los dis-
cursos que apelan a la palabra familia para designar la relación
con los miembros del grupo de trabajo. Vimos que las historias
personales construyen al menos un paralelo de importancia entre
la necesidad económica y la búsqueda de constitución de un entorno
que sea afectivamente continente.
Les preguntamos a las entrevistadas si buscaban otro trabajo.
Una de ellas nos respondió:
“…a mí me había salido otro trabajo, ¿viste? Y le dije que yo los lunes no
podía ir, que tiene que ser de martes a viernes. Yo te digo, esto no… no lo
dejaría porque… me gusta.”
Interpretamos este tipo de alocuciones con cierta conciencia en
la importancia de la sensación de pertenencia a grupos secundarios;
que posibilitan vínculos psicosociales. También somos conscientes
que algunos sectores políticos en nuestra sociedad pueden creen
encontrar en los vínculos entre el Estado, las organizaciones civiles
y los beneficiarios cierta perversidad inherente a una concepción
estigmatizante del pobre. Pueden creer (como dijera públicamente,
entre otros el obispo Casaretto al diario Clarín el 20 de noviembre
de 2003) que “los planes fomentan la vagancia”. Y pueden leer una
afirmación como la que acabamos de extraer de una entrevistada
como la demostración de que “prefieren cobrar un plan antes que
ir a trabajar”. Señalan otros autores:
“El plan social se constituye en un definidor de identidades negativas,
porque es la mirada de los otros (generalmente hecha propia) la que dice

326 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


que ‘no es un trabajo’, o que ese trabajo ‘no sirve’, ‘no se ve’. Miradas que
marcan y estigmatizan a los poseedores de los planes sociales.” (Donatello
et al., 2005).
La estigmatización de la figura del “beneficiario” forma parte de
un proceso político en el cual un componente es la disputa por los
recursos públicos (Massetti, 2005) que encarnan distintos actores.
Pero también, especialmente desde 2003, como parte de un intrin-
cado proceso de resignificación del contrato de institucionalización
de la cuestión social presente en la política pública de carácter focal
en nuestro país. Como apunta Manzano:
“(…) las tácticas estatales de clasificación e identificación de la población
trabajan sobre el sentido del self. Esto se expresa entre otras cosas en las
narrativas de los sujetos que enfatizan aquellos aspectos de sus modos de
vida que los acreditan como beneficiarios de programas estatales.” (Man-
zano, 2001).
La insistencia en la figura de la contraprestación (la que podría
poner la tarea comunitaria en la problemática temática de lo labo-
ral) responde a un indescifrable intento de recontractualizar el
rol de la política pública en nuestro país. ¿Qué sentido tiene exigir
discursivamente la “laboralización” de estas prácticas sociales, a
sabiendas del impacto negativo sobre el mercado laboral que tienen
las condiciones en las que se generan? ¿Qué sentido tiene generar
nuevos planes y programas sociales centrados en la formalización
de exigencias de “inversión de fuerza de trabajo” por parte de los
beneficiarios, a sabiendas que las condiciones en las que se “compra”
esa fuerza de trabajo son altamente negativas sociolaboralmente?
¿Por qué introducir expectativas inalcanzables (la idea misma de
trabajo), a sabiendas que el rol de tales políticas públicas no apunta
en tal dirección? La respuesta a estas preguntas es meramente polí-
tica y deviene del contexto institucional actual de la Argentina.
Pero, tercero, también esto entraña una tensión finalmente
filosófica, entendible sólo si concebimos al hombre a imagen y
semejanza de su capacidad racional de evaluar costo-beneficio
monetario (suponiendo que el trabajo ofrecido sea realmente una
ventaja). ¿Dónde se observa lo comunitario? Esta pregunta nos
remite a las motivaciones expresas de sus actores. Sea objeto de
la perspectiva de género o de la iniciación política, la integración
en las tareas comunitarias es un acontecimiento al interior de las
familias, un proceso de resignificación. Es una práctica que, como

ASTOR MASSETTI Y MANUELA PARRA 327


componente de una estrategia de supervivencia familiar, implica
mucho más que la persecución de un mero fin instrumental. Esto
es, implica mucho más que una forma alternativa de obtención de
ingresos. Esta última observación nos permite pensar la segunda
especificidad (lo que refiere al rol social de las tareas comunita-
rias) partiendo de una ecuación que no entienda la estrategia de
supervivencia como una mera “lucha por la vida” (Olson, 1965).
Por el contrario, este tipo de estudio que aquí propusimos, permite
plantear al menos la necesidad de pensar las relaciones sociales
como una trama compleja de racionalidades: siguiendo la tradición
de las escuelas sobre los movimientos sociales (Massetti, 2004);
racionalidades instrumentales, expresivas y afectivas. O siguiendo
la lectura foucaultiana de la amistad epicúrea: “no recibimos tanta
ayuda de parte de los amigos como de la confianza con respecto a
esta ayuda” (Foucault, 2002). O si nos aproximamos a este tema
desde la perspectiva de las teorías del intercambio (en especial a
las que se centran en el intercambio como un sistema simbólico-
material, como Malinowski, Mauss o Polanyi) el flujo del intercam-
biar en sí mismo abarca todo lo referente a una interacción social;
incluyendo afectividades.
Pero, ¿Qué es lo que creen las entrevistadas? ¿Cómo ven el
futuro? Y más aun ¿Cuánto tiene que ver ese comedor en ese
futuro que vislumbran? Sus palabras resuenan con el epígrafe que
comienza este texto:
“Este comedor tiene mucho que ver, más aun los integrantes, ¿no? Porque
pienso que si vos tenés un grupo y todos van parejo… no vamos a pretender
que todos piensen lo mismo, pero si todos ponemos un granito de arena
puede llegar a ser un gran comedor. Es lo que siento yo.” (Marta).

328 X. COMEDORES COMUNITARIOS COMO ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA


XI.
Relaciones de intercambio
y organización en el mundo
de la venta ambulante.

Los vendedores del


Ferrocarril General Mitre

Emilse Rivero

Introducción
“La vida urbana en sí, tanto en lo referido a las actividades productivas como
en lo concerniente a la cotidianeidad de la existencia, connota múltiples y
expansivos usos sociales –no individuales– del espacio; esta circunstancia
de hecho va a estar permanentemente enfrentada a la apropiación privada
y a la mercantilización de las relaciones sociales en donde bajo esa lógica el
individuo es el principal protagonista reconocido.” (Portillo, 1991).

L a venta ambulante en los trenes constituye una de las tantas


actividades comerciales que se desarrollan en la ciudad y que
se definen por el uso del espacio urbano.
De carácter informal, presenta en su seno un alto grado de hete-
rogeneidad debido a la presencia de múltiples actores que conviven
cotidianamente, recreando una serie de códigos que estructuran la
compleja red de relaciones que se establecen entre ellos.
En el desarrollo de esta actividad en el ferrocarril Mitre se
visualiza la existencia de un grupo de heterogéneas identidades
conformado por vendedores viejos y nuevos, de línea y de plata-
forma, músicos o vendedores de productos en cuya permanente
interacción forman una especie de collage. Este proceso se enmarca
en la actualidad en la grieta que se abre entre lo público y lo pri-
vado, signado por la concesión del ferrocarril.
Ante tal heterogeneidad y con el objetivo de indagar acerca de
las características que asumen las relaciones de intercambio que se
establecen en la venta ambulante en los trenes, nos preguntamos:
¿cuál es la especificidad del grupo de los vendedores ambulantes?,
¿existe tal especificidad?, ¿qué hace posible la convivencia y el

329
funcionamiento organizado de una actividad compleja en términos
de intereses e identidades?, ¿cómo ocurre este proceso? ¿Por qué
no el caos y la disgregación?
Para dar respuesta a estos interrogantes, este artículo revisará
la clasificación y los aportes teóricos más relevantes referidos a la
venta ambulante, poniendo en juego los testimonios que reflejan
los soportes objetivos y simbólicos del orden y del conflicto.
El presente trabajo es la continuación de una investigación
iniciada en el año 2003 con el propósito de establecer una aproxi-
mación al universo material y simbólico de la venta ambulante
en los trenes1. El trabajo previo, desarrollado específicamente en
las líneas Retiro- José León Suárez y Retiro-Bartolomé Mitre,
mostró la existencia de un cierto orden social que se manifiesta a
través del respeto de una multiplicidad de códigos que operan como
organizadores de la actividad y que refleja la conformación de una
identidad basada en intercambios; en relaciones que se instituyen
no sólo a través de la cooperación sino también del conflicto.

Metodología del estudio


El universo de estudio de esta investigación está compuesto
por los vendedores ambulantes que desarrollan su actividad en el
ámbito del ferrocarril General Bartolomé Mitre.
Teniendo en cuenta los fines de la presente investigación, se rea-
lizaron seis entrevistas en profundidad a vendedores ambulantes,
usuarios y personal de la empresa concesionaria del servicio de
trenes: Gustavo, de 42 años, vendedor ambulante; Ernesto, de 59,
vendedor ambulante; Gonzalo, de 23 años, vendedor ambulante;
Daniel, de 23 años, encargado de seguridad y control de boletos;
Pedro, de 45, años usuario de la línea y Graciela, de 38 años,
usuaria de la línea.
El trabajo de campo se llevó a cabo durante el año 2004 e
incluyó además la realización de observaciones participantes y no
participantes. Es importante señalar que para esta segunda etapa
de la investigación resultó de gran importancia la colaboración de
Ernesto, uno de los vendedores más antiguos de la línea, quien
facilitó el acceso al personal del ferrocarril.

1 Rivero, E y Policastro, B., “El mundo de los vendedores ambulantes sobre


las vías del Mitre”, en Los nuevos rostros de la marginalidad. Buenos Aires:
Editorial Biblos, 2005.

330 XI. RELACIONES DE INTERCAMBIO Y ORGANIZACIÓN


Descripción de la actividad
La venta ambulante forma parte de las tantas actividades
comerciales que se vinculan al conjunto de la economía informal
urbana 2 y podría definirse, en términos generales, a partir de
la apropiación del espacio urbano, la evasión impositiva y el no-
control por parte del Estado. En los últimos años esta actividad
se ha incrementado como consecuencia del aumento de la tasas
de desocupación, el proceso de convertibilidad durante la década
del noventa y el traslado de productos del mercado formal hacia
el informal.
La presente investigación se llevó a cabo en la ex-línea Mitre
cuya cabecera se encuentra en el barrio de Retiro de la ciudad de
Buenos Aires. Esta línea se compone de varios ramales: Retiro-
Tigre y Retiro-José León Suárez/Bartolomé Mitre; Victoria-Capilla
del Señor y Villa Ballester-Zárate. El área de influencia abarca el
sector norte de la ciudad y del conurbano bonaerense, lo cual per-
mite observar un claro contraste entre los usuarios, por lo general
con ingresos medios y altos, la infraestructura y la calidad de los
servicios en relación con otras líneas de trenes metropolitanos.
En la actualidad trabajan aproximadamente 40 vendedores
ambulantes. Este segmento muestra en su interior un alto grado
de heterogeneidad en términos de edad, credenciales educativas,
trayectorias laborales y expectativas de futuro de los actores que
lo conforman. Las características organizacionales que asume la
venta en este ámbito los divide en función del lugar donde desarro-
llan la venta, las características del producto que se comercializa y
la antigüedad en el ejercicio de la actividad dentro de la línea.
La convivencia entre los diversos actores se encuentra regida a
través de normas fuertes, claras y rígidas que operan como organi-
zadoras del tiempo y el espacio. Al respecto, uno de los entrevistados
nos comenta que:
“[la venta] tiene sus códigos y a veces no hay que decirlos, es una cuestión
de aplicar la lógica… Yo aplicaba la lógica, yo, hay otros que no, peor, se
las hacía aplicar a lo malo, porque la calle es la calle.” (Ernesto).

2 Quirós (1994) menciona cuatro vertientes acerca de la informalidad: la econo-


mía informal, el sector informal, la actividad informal y el trabajo informal.
La económica informal se define por la no-regulación por parte del Estado;
el sector informal, por los individuos que a causa del desempleo no se hallan
absorbidos y ocupados por otro sector; la actividad informal se define por toda
tarea que excede una norma legal; y el trabajo informal es toda labor que no
se incluye en el sector capitalista bajo la forma salarial completa.

EMILSE RIVERO 331


Tanto el ingreso como la permanencia dentro del circuito requie-
ren del conocimiento y la aceptación de estos marcos de referen-
cia, constituyendo su trasgresión una fuente de conflicto que se
resuelve, en la mayoría de los casos, de forma violenta. La lógica a
la cual hace referencia el entrevistado se basa en el respeto por dos
cuestiones básicas: no vender el mismo producto que el compañero
(en el caso que así sea se privilegia al de mayor antigüedad) y el
respeto por el tramo asignado del recorrido del tren.
A diferencia de aquellas posturas que describen la informalidad
a partir de su carácter de fácil acceso, en la venta ambulante en los
trenes, al igual que en otras actividades, se observa que la entrada
al circuito es restringida y se encuentra mediada por vínculos per-
sonales, ya sean amigos, familiares o vecinos. Murmis y Feldman
(2002) afirman que para desarrollar alguna actividad en el sector
informal es imprescindible movilizar una serie de recursos, en este
sentido las conexiones personales desempeñan un rol fundamental,
sobre todo en las etapas iniciales3.
Los sujetos de nuestra investigación aseguran haber ingresado
al ferrocarril a través de un conocido que ya se encontraba traba-
jando en la línea y definen a este ámbito como un circuito cerrado
al cual hay que adaptarse para poder llevar adelante la tarea.
Como queda expresado en estos relatos:
“…Tengo contactos y amistades lo cual me facilitó entrar ahí [en la línea
Mitre] más que en otro lugar (…) Si vos querés vender en plataforma no
te dejarían, son circuitos muy cerrados.” (Gonzalo).
“…Vos imaginate que si vas a entrar a una fábrica entrás por algún conocido
o pariente, es muy raro que consigas trabajo por el diario ¿verdad? Acá la
mayoría trata de traer conocidos y parientes. Yo entré por un conocido, me
dijo que si quería trabajar acá y vine y me quedé.” (Gustavo)
Las decisiones sobre la distribución y asignación de los tramos
del recorrido del tren, las mercaderías a vender y el posible ingreso
de nuevos vendedores se encuentran en manos de los vendedores de
línea antiguos. Éstos constituyen el grupo más tradicional dentro
del entorno y poseen un rol fundamental en la organización de
la venta; algunos de ellos son conocidos dentro de la jerga como
capangas. Uno de los vendedores manifiesta:

3 Murmis y Feldman (2002) señalan como característico de las actividades


informales que se desarrollan de manera autónoma la necesidad de movilizar
una serie de recursos: contactos familiares o vecinales, relaciones burocrático-
institucionales y mercantiles, capital monetario en pequeña escala; y además
de un conjunto de saberes, técnicas y destrezas.

332 XI. RELACIONES DE INTERCAMBIO Y ORGANIZACIÓN


“Hay un capanga en la línea que lo respeta todo el mundo, porque es un
vendedor viejo, porque se la aguanta, porque es buena persona lo respetan
todos (…) Sos capanga y decidís lo que hay que hacer o lo que no hay que
hacer.” (Gonzalo).
Las atribuciones del capanga son respetadas por el resto de los
vendedores y su autoridad se encuentra legitimada no solamente
por sus pares sino también por el personal y las autoridades de la
empresa concesionaria.
Cabe señalar que la antigüedad en sí misma no constituye una
fuente de reconocimiento; el ejercicio del liderazgo se asienta funda-
mentalmente en atributos tales como el carisma y la capacidad de
negociación y resolución de los conflictos. Es por ello que no resulta
extraño que la tarea en la plataforma se encuentre organizada por
la esposa de uno de los capangas.
Uno de los vendedores nos cuenta acerca de algunas condiciones
que posibilitaron el desempeño de este rol:
“…cuando entró hace 20 años a la línea se peleó con todos, la policía y todos
los habidos y por haber y ya es conocida en todo Retiro.” (Gonzalo).
A lo largo del discurso de los entrevistados se percibe que la
capacidad de pelear para defender el lugar se erige como el meca-
nismo que posibilita la adquisición de un mejor posicionamiento
dentro de este ámbito.
La distinción entre el área de línea y el área de plataforma
remite a una de las principales segmentaciones organizativas del
espacio dentro del ferrocarril, haciendo referencia al lugar donde
se realiza la venta.
Los vendedores de línea son aquellos que ofrecen sus productos
arriba del tren cuando éste ya ha iniciado su marcha; y los ven-
dedores de plataforma son aquellos que trabajan en la zona de la
cabecera o arriba del tren pero cuando éste aún con ha iniciado
su recorrido. Ambos estratos organizan su jornada laboral de una
forma diametralmente diferente. Los primeros, se caracterizan por
ser autónomos tanto en lo que respecta a la elección del producto
que van a ofrecer como a la cantidad de horas diarias de trabajo;
generalmente cuando llegan a un monto determinado deciden dar
por terminada su jornada. Los segundos, en su mayoría jóvenes, se
rigen por un contrato de palabra que pauta su jornada en turnos
de 9 a 15 horas o de 15 a 21 horas; el organizador les provee la
mercadería y les ofrece, a cambio, un porcentaje de lo recaudado.
En el transcurso del desarrollo de la actividad en la línea Mitre,
observamos que los tradicionales vendedores de productos de línea

EMILSE RIVERO 333


conviven cotidianamente con los músicos ambulantes, con quienes
comparten el espacio de trabajo y el modo de organización. Este
grupo, se compone en su mayoría por jóvenes menores de 35 años
que cantan y tocan la guitarra y desempeñan su tarea exclusiva-
mente en el área de línea. En la actualidad existen tres agrupa-
ciones musicales: dos folklóricas y una melódica.
Si bien el desarrollo de la vocación parecería ser lo distintivo
de este grupo, en la actualidad se observa que los factores que
impulsaron a algunos jóvenes a incursionar en este ámbito no se
asientan en el despliegue de la vocación, sino en la posibilidad de
percibir algunos ingresos mínimos ante la dificultad de acceder
a un empleo en el mercado laboral formal. En este sentido, ante
la situación de inestabilidad y precariedad laboral estas personas
encontraron en la venta en los trenes un medio de supervivencia.
La manera en que se organiza este grupo se encuentra supedi-
tada a las decisiones de los tradicionales vendedores de productos
de línea; tanto en lo que respecta al ingreso de un nuevo integrante
como a la asignación del tramo del recorrido para el ejercicio de
la tarea4.
La venta, según la segmentación del recorrido del tren, se divide
en dos partes: desde la cabecera hasta la estación San Martín y
desde allí hasta José León Suárez. Resulta evidente que el tramo
más redituable del recorrido se encuentra en manos de los líderes5 ,
y en el caso que algún otro desee trabajar en esta sección o vender
el mismo producto debe solicitar permiso. Como queda expresado
en el relato de uno de los capangas:
“Ellos ya saben quién es el vendedor, la mayoría me preguntan a mí, a otro
vendedor no. Como soy tan viejo me dice ‘Ernesto, ¿puedo salir a vender
la Guía? Te la puedo cargar, la cargo al fondo’.” (Ernesto).
La expresión “cargar al fondo” hace referencia al segundo tramo
del recorrido del tren, en este caso entre las estaciones San Martín
y José León Suárez, considerado por los vendedores como el más
redituable de acuerdo a las características socioeconómicas de los
usuarios.

4 Como queda sintéticamente expresado a través de las palabras de uno de los


vendedores más antiguos: “Los músicos son todos de línea no hay de plata-
forma, está todo bien porque piden permiso.” (Ernesto).
5 Cuando le preguntamos a uno de los líderes acerca de su área de trabajo nos
cuenta: “Eh, de Olivos para abajo. De Olivos para Tigre y si no de San Martín
para Suárez. Pero acá no, allá me la han pedido muchas veces, ahora que
soy viejo, que ya no pego carteles allá” (Ernesto). Dentro de la jerga, “pegar
carteles” hace alusión a pelear por defender el espacio.

334 XI. RELACIONES DE INTERCAMBIO Y ORGANIZACIÓN


Las observaciones realizadas para esta investigación permiten
apreciar que los sectores más bajos de la sociedad no se fijan en la
calidad, especialmente reflejada a través de la marca del producto,
sino en el artículo en sí y su costo. Por el contrario, los sectores
medios y altos parecen ser más “desconfiados” a la hora de adquirir
un bien comestible, y sólo lo hacen si es de una marca “reconocida”
y si les resulta confiable la materia prima con que fue elaborado,
así como la cadena de frío6.
Teniendo en cuenta que la venta ambulante se encuentra situada
dentro de la escala más baja de la distribución comercial, es común
que las grandes empresas de comestibles comercialicen de manera
informal a través de esta modalidad aquellos productos que se
encuentran cerca de la fecha de vencimiento y que si tuvieran que
insertarse por la intermediación del mercado formal, llegarían a
los consumidores fuera de la fecha apta para el consumo. De esta
forma, los sectores más bajos acceden a productos de “buena cali-
dad” pero a un costo menor.
Los productos que se ofrecen son adquiridos de forma individual
mediante pequeñas compras a mayoristas situados en el barrio de
Once. En general, el valor económico no supera $1 de costo y se
comercializa con un margen de ganancia del 100%.
En este sentido y como señaláramos en un estudio anterior,
el tren opera como un “puente” que a la vez que reproduce la
segregación social, produce un “goteo” de ingresos de los sectores
medios y altos hacia los sectores más bajos. De igual manera, se
evidencia una transferencia de ingresos entre los sectores más
bajos de la sociedad, produciendo una distribución de los mismos
dentro de la pobreza.
En lo que respecta a la relación con los usuarios, los vendedores
son concientes que en tanto potenciales compradores no deben ser
molestados en demasía y, según los vendedores, hay dos cuestiones
que resultan fundamentales en esta relación: evitar la saturación
debido al ingreso de nuevos vendedores e impedir que se generen
actos delictivos. Es por ello que utilizan mecanismos de regulación
que operan como un instrumento de intercambio reconocido y apre-
ciado por los usuarios y que funcionan como arma de negociación
en momentos de conflictos con las autoridades del ferrocarril.

6 Uno de los usuarios entrevistados nos cuenta que sólo compran “pastillas o
pañuelitos de marcas reconocidas pero no alfajores o chocolates, aunque sean
de buenas marcas, porque pudieron haber estado mucho tiempo fuera de la
heladera”.

EMILSE RIVERO 335


Los actos de delincuencia son percibidos por los entrevistados
como perjudiciales para el desarrollo de su actividad comercial, y
ante su generación se identifica al referente y se trata con él con
el objetivo de llegar a algún acuerdo.
En la actualidad los usuarios concuerdan en que esta línea
es más segura en comparación con otras, como por ejemplo las
líneas General Sarmiento y General Roca; aquellos que hemos
entrevistado establecen una valoración positiva de la manera en
que los vendedores realizan su trabajo y se sienten satisfechos por
el limitado número de ellos.
Este rasgo comparativo aparece recurrentemente a lo largo del
discurso, ya sea de usuarios, vendedores y personal de la empresa
concesionaria. Como queda de manifiesto a través de las palabras
de dos pasajeros:
“[los vendedores] son más espaciados, están más organizados porque son
siempre los mismos. Es más, cuando viene uno de ellos, ellos mismos se
hablan.
Son muy respetuosos con la gente, se organizan bien para la venta. Eso
pasa en esa línea, en otras líneas está todo más desorganizado, el Sarmiento
o en el San Martín que venía uno tras otro, ahí sí que me molestaba. O
sea, esperaba el tipo que termine uno para empezar a vender, eso es medio
molesto… Ahora, no sé por qué las organizaciones difieren tanto de línea
en línea.” (Pedro).
“No es una línea donde se vean muchos vendedores respecto a otras, que pude
comparar con la Sarmiento. No es gente que te moleste.” (Graciela).
Por su parte un trabajador del ferrocarril que se desempeña en
la tarea de control de boletos nos comenta:
“Yo en esta línea veo menos cantidad de vendedores y que son conocidos,
siempre los mismos; y en otras líneas he visto que hay infinidad de vende-
dores e infinidad de cosas; artículos que venden también. Acá mayormente,
se mantienen en la misma línea, la misma gente, no hay mucha variedad.”
(Daniel).
Es preciso destacar que el vínculo que se establece con el perso-
nal de TBA –Trenes de Buenos Aires– en la actualidad se limita a
la relación usuario/prestador del servicio, debido a que para poder
vender en la línea se le pide a los vendedores que posean boleto.
Cuando le preguntamos al personal de TBA acerca de su relación
con los vendedores respondió:
“Mi relación es relativa… son gente que están trabajando. La empresa nos
pide a nosotros que le pidamos el boleto, que es lo principal como a cual-

336 XI. RELACIONES DE INTERCAMBIO Y ORGANIZACIÓN


quier persona, cualquier pasajero… en este sentido ellos saben la función
que cumplimos y nosotros también, que quieren trabajar.” (Daniel).
Las características que asume el vínculo difieren de acuerdo
al cargo que posea el empleado de TBA. En general, los que se
desempeñan como guardas y control de boletos son percibidos
como pares por los vendedores; es por ello que comprenden su
función y en cierta medida la aceptan. Las mayores fricciones se
producen con aquellos que poseen un puesto de mayor jerarquía.
Los vendedores consideran que el objetivo de TBA es trasladar
la venta de productos tanto en plataforma como en el área de la
línea a manos de empresas privadas. Como queda expresado en
el siguiente relato:
“…ellos [los gerentes de TBA] buscan siempre de todas maneras sacar a los
vendedores ambulantes, pero no hay forma.” (Gonzalo).
El proceso de la concesión del servicio, llevada a cabo durante
la década de los noventa, resulta fundamental para entender la
composición interna del grupo en la actualidad.
Durante este período se produjeron profundos conflictos que
determinaron la aparición de nuevas formas de entender y ejercer
la actividad, que se traduce en un modo específico y particular de
organización: la venta en la plataforma.
La venta en este área posee características encubiertas de una
especie de trabajo en relación de dependencia que se contrapone
a una forma más “tradicional” de entender y ejercer la actividad,
asentada en la idea de autonomía, que se traduce en términos
organizacionales en la decisiones respecto de la duración de la
jornada, el producto a vender, y para algunos, sobre todo los más
viejos, mediante esa sensación de libertad que posibilita el trabajo
por cuenta propia a diferencia del trabajo asalariado.
El episodio de la concesión aglutinó a todos los vendedores. El
factor desencadenante que impactaba de manera directa en el
desarrollo de la actividad tal como se venía desarrollando hasta
el momento era la iniciativa de TBA de dejar en manos de empre-
sas privadas el manejo de la venta de gaseosas, café, cigarrillos,
golosinas, etc.; tanto en el área de plataforma como en la línea. De
aquellos tiempos uno de los entrevistados recuerda:
“Sólo le pedíamos seguir trabajando. Nos querían cobrar un canon, les
tiramos una oferta y nos dijeron que no les servía ni para comprar esco-
bas. La gente de Coca-Cola le daba en aquella época casi un millón de
dólares por casi 10 años más lo mensual, le ponían la gente, les ponían
los vendedores de línea. Y vinieron, pero se lo tiramos todo a las vías, los

EMILSE RIVERO 337


vendedores no los dejamos subir, entonces se iban y se quejaban a TBA y
TBA venía con la poli, con la seguridad no podían porque no pueden estar
armados. Y sin documentos arriba, pero nos tenían las 24 horas porque
para un tipo que trabaja, que no tiene antecedentes, no hay alcance de la
ley para darle penas. Y la municipalidad no puede subir al tren porque es
privado.” (Gustavo).
Bajo la amenaza de perder su fuente de ingresos los vendedores
ambulantes implementaron diferentes estrategias que combinaron
el uso de la fuerza física, la negociación a través de reuniones entre
los líderes y las autoridades de la empresa, y en algunas ocasiones
la mediatización del conflicto. El rol de los capangas resultó fun-
damental en esta etapa, logrando algunos de ellos fortalecer su
posición en el transcurso de este período; lo cual explica que en la
actualidad la venta del área de plataforma se encuentre en manos
de la esposa de uno de los capangas de la línea.
Los vendedores se autoperciben como parte integrante del
ámbito. Una de las finalidades de su accionar es que la empresa los
reconozca como trabajadores debido a que desarrollan su actividad
desde hace largo tiempo. Como manifiesta Gustavo:
“…queríamos que entendieran que después de tanto tiempo tenemos dere-
cho a estar acá, y al ganar ese derecho ya TBA los asumió como legítimo
y no nos molestó más, y nosotros evitamos toda la molestia, por ejemplo,
cuando un compañero toma y se desubica arriba del tren, nosotros mismo
lo arreglamos; si hay un arrebato también no lo dejamos ni pisar acá, pero
eso de forma independiente, no es que TBA nos mande ni nada de eso,
porque nos perjudica a nosotros y perjudica a las personas que le vende-
mos.” (Gustavo).
Finalmente el conflicto se resuelve a favor de los vendedores,
emergiendo como consecuencia una nueva modalidad que se cris-
taliza en las características distintivas que asume la venta en la
plataforma.
En la actualidad, es en esta grieta o bisagra que se abre entre
el espacio público y el privado donde los vendedores realizan
cotidianamente su actividad. La ciudad constituye el círculo comer-
cial donde adquieren las mercancías que se venden. La calle, sobre
todo para los más viejos, ha sido su “escuela”; en el transitar por
la ciudad es que construyeron sus atributos más importantes y
valorados: el carisma, la “labia”, además de haberles brindado las
herramientas para aprender a defender este espacio en apariencia
no regulado.
En el entrecruzamiento de estas dos esferas, lo público y lo pri-
vado, los vendedores han logrado imponer su lógica o por lo menos

338 XI. RELACIONES DE INTERCAMBIO Y ORGANIZACIÓN


no perder aquellas formas de organización de su vida laboral que
han construido y recreado a lo largo de varias décadas; formando
una especie de palimpsesto definido a partir de la interacción de
los sujetos cuyas prácticas remiten a modos específicos de simbo-
lización identitaria.
De esta forma, la venta en el ferrocarril se presenta como un
campo social complejo7 donde se observa la existencia de un campo
de relaciones y tensiones entre la unidad y la diversidad.
Según Simmel, las relaciones humanas se pueden considerar
como un intercambio, este intercambio deberá ser beneficioso para
el sujeto, ya que trasciende, desde el punto de vista subjetivo, la
cuestión de la igualdad y desigualdad de los objetos intercambiados.
En este sentido, señala que
“la teoría de las relaciones humanas pueden dividirse en dos: las que cons-
tituyen una unidad, esto es, las sociales en sentido estricto, y aquellas otras
que actúan en contra de la unidad… el individuo no llega a la unidad de
su personalidad únicamente porque su contenido armonice según normas
lógicas u objetivas, religiosas o éticas, sino que la contradicción y la lucha no
sólo preceden a esta unidad sino que están actuando en todos los momentos
de su vida.” (Simmel, 2002).
En este sentido y en ultima instancia, la lucha se constituye
como “un remedio contra el dualismo disociador”.
En lo que respecta a la venta ambulante en la línea Mitre, se
observa que uno de los factores desencadenantes que aglutina al
grupo es la resolución de conflictos puntuales8. Sin bien existe la
instancia de asamblea a la cual son convocados todos los vende-
dores, la decisión acerca de las medidas a tomar queda exclusiva-
mente a cargo de los capangas. A lo largo de la investigación se

7 Para P. Bourdieu (1997), el espacio social es entendido “como un campo de


fuerzas cuya necesidad se impone a los agentes que se han adentrado en él y
como un campo de luchas dentro del cual los agentes se entrelazan con medios
y fines diferenciados según su posición en la estructura del campo de fuerzas,
contribuyendo de este modo a conservar o transformar la estructura; las posi-
ciones que toman los agentes dentro de los distintos campos definen, en las
relaciones de poder, los lugares que son necesarios mantener o conquistar, el
capital en este sentido representaría el botón que obtendrían los ganadores a
través de la lucha simbólica”.
8 Uno de los entrevistados más antiguos –capanga– nos informó que ante algún
conflicto entre los vendedores o con autoridades se reúnen en la estación San
Martín, considerada por ellos como una de las estaciones más importantes.
Allí se deciden las estrategias a llevar adelante en la resolución de un conflicto.
Las reuniones no son periódicas, sino que se organizan ante el surgimiento
de un problema determinado. La convocatoria a la reunión se realiza de boca
en boca y se lleva a cabo en la misma estación, y quedan excluidos de esta
convocatoria los músicos.

EMILSE RIVERO 339


observa el desarrollo de una conformación de la identidad basada
en intercambios; de relaciones que se instituyen no sólo a través
de la cooperación sino también del conflicto.
El conflicto o la lucha aparece de forma recurrente a lo largo
del discurso de todos los entrevistados, haciendo referencia no sólo
al vínculo que establece con el personal de la empresa u otros seg-
mentos, sino también en lo que respecta a las diferencias internas
al interior del grupo. Este rasgo, hace que por momentos se auto-
perciban como una “gran familia” y establezcan distinciones con
respecto a los “otros” subsegmentos; idea que se expresa a través
del relato de uno de los vendedores del área de plataforma:
“No tengo compañeros yo en Retiro, son todos amigos, para mí como yo los
veo, somos todos una familia… Con los de línea no, hemos tenido muchos
altercados, pero hay algunos que sí, que me ven como, entre comillas, como
una buena persona pero en realidad no me interesa, lo que me interesa es
la gente que está en la plataforma.” (Gonzalo).
De esta forma, a lo largo de la investigación se observa que los
vendedores ambulantes establecen lazos de solidaridad al interior
del segmento, y de conflictividad y distinción para con los otros;
lógica que se reproduce al interior del grupo entre los vendedores
de línea y los de plataforma; los vendedores viejos y los nuevos.
Hacia fuera del grupo se expresa a través de la exaltación de
atributos distintivos con respecto a otras líneas como General Roca
o General Sarmiento, haciendo hincapié en las características
socioeconómicas de los usuarios, la infraestructura y la forma de
organización de la actividad.

Clasificación de la venta ambulante


Los vendedores ambulantes podrían definirse como un conjunto
de personas que en una sociedad específica se apropian y hacen
uso de la vía pública para el ejercicio de su actividad laboral de
carácter comercial, que asume rasgos distintivos relacionados con
la localización territorial, el tipo de puesto y el nivel de ingresos
que perciben los vendedores.
De acuerdo al tipo de puesto distinguimos: a aquellos que no
tienen un puesto fijo y venden sus mercancías en las calles y en
algunas ocasiones suben a trenes, subtes o colectivos; los semifijos,
que son aquellos que improvisan su puesto en una mesa, carrito,

340 XI. RELACIONES DE INTERCAMBIO Y ORGANIZACIÓN


etc.; y por último, los fijos, que son aquellos que tienen un puesto
fijo anclado en un lugar determinado.
En relación con el nivel de ingresos, encontramos: a los vende-
dores de subsistencia, que se caracterizan por el manejo de poco
volumen de mercancía y bajos ingresos; los vendedores empleados,
que son trabajadores con salarios mínimos, no poseen contrato,
ni prestaciones sociales y trabajan bajo la tutela de algún “líder”;
y por último, encontramos a aquellos pueden comercializar un
volumen mayor de mercancía y por lo tanto sus ingresos son supe-
riores, haciendo uso en algunas oportunidades de mano de obra
familiar. En general, éstos son los “líderes” y/o dueños de uno o
varios puestos.
Nuestro segmento posee la particularidad de combinar varias
de las modalidades anteriormente mencionadas. Queda a las
claras, que la venta ambulante constituye un tipo de empleo de
subsistencia que le permite a los sujetos que lo ejercen satisfacer
sus necesidades básicas, imposibilitándolos, salvo en poco casos, de
moverse de manera ascendente dentro de la escala social, debido
fundamentalmente al bajo volumen de mercancía que comercializan
y a los magros ingresos que perciben. Si bien la peculiaridad de
la tarea se encuentra atravesada por la constante movilidad que
representa el recorrer y el transitar en los trenes, la determinación
de un espacio físico específico le aporta un alto grado de regularidad
y “rutinización” a las prácticas cotidianas de los individuos asocia-
dos a la actividad, que se visualiza claramente en el despliegue de
la labor en el área de la plataforma.

Consideraciones finales
La venta ambulante se ha incrementado en los últimos años
debido al aumento de las tasas de desocupación, que ha producido
una gran cantidad de individuos desplazados que han optado por
la venta ambulante como forma de subsistencia; la convertibilidad
de la década del ‘90, que permitió la disponibilidad para la venta
de bienes importados a muy bajo costo, y el traslado de productos
sacados del mercado formal para comercializarse en el mercado
informal9.

9 Gustavo nos cuenta que: “Siempre con todos los cambios, cuando se cerraron
las fábricas asé las textiles, mucha gente se dedicó a la venta ambulante. Así
cuando hay cambios mucha gente se queda desempleada y busca en la venta

EMILSE RIVERO 341


Al igual que otras actividades que se vinculan al sector informal,
en la venta ambulante los lazos primarios a través de familiares,
amigos o vecinos resultan fundamentales, sobre todo en los momen-
tos iniciales, y operan como “puerta” de acceso a la actividad, cuyo
ejercicio se encuentra subordinado a un marco normativo no formal
que funciona como hilo conductor de las prácticas cotidianas de
los actores.
Además del conocimiento y aceptación de estos marcos
referenciales, el despliegue de atributos tales como el carisma y
la capacidad de negociación (que se traduce en algunos casos en el
uso de la fuerza física) determinan la posibilidad de transitar este
ámbito y en algunos casos adquirir un mejor posicionamiento. A
través del presente trabajo, se evidencia el establecimiento de un
intercambio recíproco entre los actores, no solamente al interior
del grupo, sino también de éste con usuarios y personal de TBA,
que se traduce en una especie de intercambio de favores. De esta
manera, se manifiesta como singularidad del segmento la confor-
mación de una identidad basada en intercambios; en relaciones
que se establecen no sólo a través de la cooperación sino también
del conflicto10 .
A lo largo de las entrevistas, los sujetos de la investigación
manifiestan diversas apreciaciones respecto al trabajo, su finali-
dad y las expectativas de futuro: para algunos, sobre todo los más
viejos, este espacio simboliza la “escuela de la vida” y el ejercicio de
una tarea con cierto margen de libertad y autonomía; para otros,
en especial para los más jóvenes, este trabajo es percibido como
momentáneo y sueñan con conseguir un empleo que les permita
insertarse en el mercado laboral formal.
Los cambios acaecidos en los últimos años, en especial el proceso
de privatización del ferrocarril, han provocado una reconfiguración
del espacio, que se expresa en la modalidad organizativa que se
instaura en el área de plataforma, cuya singularidad se visualiza
en el alcance de cierto grado de formalización de la labor.

ambulante…” Es por ello que, al igual que otras actividades, su acceso se


encuentra restringido a familiares, amigos, vecinos.
10 Según Simmel la naturaleza misma de las relaciones sociales se traduce en
formas de sociabilidad independientes de las consecuencias que alcancen,
que en algunas oportunidades son violentas. En este sentido, cuando se les
preguntó a uno de los vendedores cómo se resuelven los conflictos, respondió:
“hay dos formas, primero se habla, y si no entra en razonamiento se presenta
el conflicto, se pelea”. (Gustavo).

342 XI. RELACIONES DE INTERCAMBIO Y ORGANIZACIÓN


XII.
“Vivir del plan”.

Estudio de caso de jóvenes beneficiarias


del Plan Jefes y Jefas de Hogar del Barrio
de Rafael Castillo de la Provincia de
Buenos Aires: experiencias de vida en
torno a planes sociales

María Eugenia Correa y Mariano Hermida

Introducción al tema y planteo del problema

E n los últimos años las condiciones de vida de amplios sectores


de la población de la Argentina han experimentado profundos
cambios tanto en lo económico como en lo social, manifestando
crecientes estados de pauperización y decadencia, específicamente
en los sectores medios y bajos (Beccaria y López, 1997).
El proceso de reestructuración económica que tuvo lugar en los
años ‘90, fue acompañado de una política de apertura comercial
que ha generado importantes transformaciones en el mercado y
en los espacios mismos de producción. El mismo ha extinguido la
vieja sociedad salarial, introduciendo una creciente vulnerabilidad
e inestabilidad, que ha afectado en mayor medida a los sectores
populares.
Estos sectores, que antaño se encontraban fortalecidos por la
contención no sólo del Estado sino de las propias corporaciones
laborales –como por ejemplo los sindicatos que colectivizaban las
luchas y actuaban en función de sus derechos y reclamos, mediando
entre su propia figura y la del Estado– se encuentran actualmente
inmersos en una situación de fragilidad social, caracterizada
por la precaria integración de estos sujetos al mercado formal de
trabajo1.

1 Deberíamos hacer un recorrido más amplio en un sentido histórico, para


remontarnos al origen de la propia desarticulación que han sufrido estos
sectores con respecto al Estado y a la misma protección brindada por éste,
para dar cuenta de la debilitada incorporación de estos actores a la sociedad,

343
Instancias de exclusión y marginalidad son las que actual-
mente caracterizan el modo de inserción de estos sectores al
conjunto social, dando cuenta de una modalidad de desarrollo
de su propia vida cotidiana en un sentido de des-integración y
desamparo social. Frente a esta situación de exclusión social que
prolifera en los sectores populares, observamos que la acción de
las políticas públicas generadas en torno a mejorar la calidad de
vida y los índices de inserción laboral de estos sectores, se define
actualmente como un sostén primordial y necesario en la vida de
quienes los integran, con lo cual entendemos que la función de los
planes sociales en la propia cotidianidad de estos actores pasa a
ocupar un rol fundamental.
De este modo, nos proponemos indagar en la modalidad de
participación y significación de los planes sociales, específicamente
del Plan Jefes y Jefas de Hogar, en la vida cotidiana de los actores-
beneficiarios convocados, indagando en sus propias experiencias
de vida en torno a su inserción social y ocupacional así como en el
modo de apropiación del plan en la realidad social que viven día
a día.

Jóvenes asistidas:
conformación del estudio de caso
Nuestro estudio se basa en el relevamiento de 5 casos de jóvenes
beneficiarias del Plan Jefes y Jefas de Hogar: María Estela (30
años), Mariel (29), Marisa y Julieta (28) y María (25). Las entre-
vistadas son jóvenes con responsabilidad familiar –en este caso, se
trata de madres solteras o en pareja, con uno o más hijos a cargo–,
que se encuentran en condición de inactividad, y son residentes del
barrio de Rafael Castillo, Municipio de La Matanza de la Provincia
de Buenos Aires2.

pero entendemos que éste sería un análisis que traspasaría los límites de esta
investigación, con lo cual nos focalizaremos en el estudio y comprensión de la
propia especificidad de nuestro caso, atendiendo las particularidades propias
de nuestro segmento. En este sentido, autores como Robert Castel (1997),
Pierre Rosanvallon (1998), Maristella Svampa y Sebastián Pereyra (2003),
Denis Merklen (2005), entre otros, han tratado el tema aquí planteado.
2 Debemos destacar que el Municipio de La Matanza, según el Censo Nacional
de Población y Vivienda de 2001, representa actualmente el segundo Municipio
en cantidad de habitantes a nivel nacional (sin contar la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires) con un total de 1.255.288, con un total de PEA mayor a 14

344 XII. “VIVIR DEL PLAN”


La elección de estos cinco casos para nuestro análisis intenta
dar cuenta de una realidad asumida como característica de un seg-
mento específico y singular: el de madres jóvenes, que atraviesan
dificultades de inclusión social, educativa, laboral, que viven de
planes sociales con el fin de obtener recursos para la sobrevivencia
y desarrollo de sus hogares.
Con el fin de indagar en las experiencias de vida de estas jóve-
nes, conocer sus vivencias en torno al plan que reciben, así como
sus opiniones y reflexiones en relación a la propia funcionalidad
del mismo, hemos abordado una metodología cualitativa para el
desarrollo de nuestra investigación, utilizando la técnica de entre-
vistas en profundidad para los cinco casos. El trabajo de campo fue
realizado entre los meses de febrero y marzo de 2005.
A los fines de indagar el universo social de estas jóvenes hemos
delineado cuatro ejes específicos de análisis que guiarán nuestra
investigación: la situación ecológica-territorial de los actores, sus
trayectorias laborales, su responsabilidad familiar y su relación
con la política, es decir, su participación y articulación con actores
políticos en función del plan.
El primer eje nos permitirá conocer las características y el signi-
ficado mismo que tiene la inscripción territorial para estas jóvenes.
Esto es, la participación y apropiación que ellas mismas realizan
del territorio, en función de las redes sociales generadas en torno
a éste, dando cuenta de la construcción de lazos de solidaridad y
pertenencia en relación al mismo.
El análisis de las trayectorias laborales de estas jóvenes consti-
tuirá el segundo eje de análisis y el que nos permitirá comprender el
modo en que han desarrollado su inserción ocupacional, en relación
a su pasado y su presente, a fin de indagar en la conformación de
su “trayecto laboral” así como también en su propia posibilidad de
inserción en el mercado de trabajo en la actualidad.
El tercer eje nos permitirá conocer la instancia familiar, la inci-
dencia de la familia en la vida de estas jóvenes y específicamente
en su posibilidad de desarrollo socio-ocupacional. Esto es, anali-

años, de 535.218, de los cuales 312.266 habitantes conforman el total de la


población en condición de ocupación y 222.952 el total de la población desocu-
pada. Esto es, 58% y 42% respectivamente sobre el total de la PEA. (Censo
2001, INDEC). A su vez, la cantidad de beneficiarios del Plan Jefes y Jefas
de Hogar a julio de 2004 es de 68.454 para el Municipio de La Matanza, esto
es, el 30% de la población desocupada del mismo se encuentra en condición
de asistido por este Plan.

MARÍA EUGENIA CORREA Y MARIANO HERMIDA 345


zaremos la cuestión de su responsabilidad familiar, el papel que
ésta juega en sus propias trayectorias, tanto ocupacionales como
educativas. A la vez indagaremos en la manera en que estas jóvenes
articulan su rol materno con la participación en el plan.
Finalmente desarrollaremos el cuarto eje, centrado en el análi-
sis de la relación que mantienen estas jóvenes con la política, esto
es, su grado de participación y articulación con los actores políticos
y la modalidad específica constitutiva de dicha relación.
En relación a los cuatro ejes planteados nos basaremos en el
análisis de sus propios relatos, a fin de poder comprender el uni-
verso social, el desarrollo cotidiano de las entrevistadas en función
de sus propias experiencias de vida en relación al plan.
Desde mediados de los ‘80 en la Argentina, con la gestación
del P.A.N (Plan Alimentario Nacional, creado en 1985, durante
el gobierno de Raúl Alfonsín) comienza una etapa de asisten-
cia social que continuará en la década del ‘90 con el gobernador
Eduardo Duhalde, con la creación del Programa Vida, focalizado
específicamente en la Provincia de Buenos Aires, pero ya de modo
descentralizado del Estado, luego de que la gestión de ejecución de
políticas sociales se traspasasen, con el gobierno de Carlos Menem,
hacia las provincias y municipios locales.
Luego de la crisis social producida a fines de 2001 (con com-
ponentes tales como la renuncia del presidente Fernando de la
Rúa, saqueos a comercios, estallidos en Plaza de Mayo, “corralito
bancario” y consecuentes cacerolazos de ahorristas atrapados,
entre otros) la situación política, económica y social en Argentina
adoptó nuevos rumbos y planteó un nuevo escenario a todos los
argentinos.
Sumado al proceso de desindustrialización y fuerte desempleo
que trajo aparejado la década de los ‘90, la exclusión generada por
la decadencia económica de los sectores medios y pobres dio lugar
a un mayor aumento en la masa marginal: nuevos actores sociales
ubicados en zonas de vulnerabilidad y desafiliación se encontra-
ban desplazados de la estructura social (Castel, 1997), el nuevo
gobierno debía activar un programa económico y social que pudiera
atender satisfactoriamente las condiciones sociales generadas en
esta nueva realidad.
Fue entonces en el marco de la declaración de la Emergencia
Nacional en materia social, económica, administrativa, financiera
y cambiaria en el año 2002, cuando se creó el Plan Jefes y Jefas de

346 XII. “VIVIR DEL PLAN”


Hogar a nivel nacional, con el fin de promover la inclusión social
de un importante núcleo poblacional. De este modo, se daba lugar
al desarrollo de una política social de Estado focalizada en la
inclusión poblacional tanto a nivel social como laboral, dirigida a
los sectores más vulnerables económica y socialmente.
El objetivo de la creación del Plan era asegurar un mínimo
ingreso mensual de $150, a familias en condiciones de pobreza,
familias cuyo jefe/a de hogar fuera argentino (nativo o natura-
lizado), se encontrase en condición de desocupación, y tuviera al
menos un hijo menor de 18 años.
El Plan, a su vez, fue creado con un carácter de contrapresta-
ción, es decir, el ingreso mensual percibido por sus beneficiarios
debía ser retribuido con una contraprestación realizada por éste,
con alguna tarea o actividad que tuviera una dedicación diaria no
inferior a las cuatro horas ni superior a las seis horas.
En la actualidad encontramos que entre las alternativas posi-
bles de contraprestación figuran: las actividades comunitarias y
de capacitación, la finalización del ciclo educativo formal (EGB-3,
polimodal o primaria/secundaria); acciones de formación profe-
sional o la posible incorporación a una empresa a través de un
contrato de trabajo formal.
Entendemos que el Plan cumple una función de sostén económico
en un porcentaje importante de hogares pobres de la Argentina.
En base a esta realidad y partiendo de la misma, hemos trabajado
en función de responder ciertas inquietudes que nos permitirán
definir conclusiones finales, tratando de responder preguntas
disparadoras, a saber: ¿Cómo vivencian estas jóvenes beneficiarias
la experiencia misma del plan, del “vivir del plan” y cómo influye
ésta en su propia cotidianidad? ¿Cómo desarrollan su vida polí-
tica, económica y social en relación al mismo? ¿Cómo vivencian
su participación en el barrio a través del plan? Y específicamente
en relación al plan, nos planteamos: ¿Actúa éste efectivamente
como un medio de inclusión? ¿Constituye un modo de producción
de solidaridad social?
A la vez, planteamos como hipótesis de este trabajo que el mismo
permite a estas jóvenes brindarles un espacio de micro integración
social dentro del barrio, no sólo a causa del beneficio instrumental
que les brinda, sino a través de la posibilidad de generar un espa-
cio intermedio entre la integración y la exclusión social. Es decir,
entendemos que estas jóvenes vivencian el plan como un modo

MARÍA EUGENIA CORREA Y MARIANO HERMIDA 347


de pseudo-integración tanto económica como política y social al
interior de un contexto mayor de segregación.
Desarrollaremos este trabajo en función de los ejes planteados,
pero es importante aclarar que su desarrollo no es lineal, aunque
en este estudio estos ejes parecieran estar “ordenados” de algún
modo. Entendemos que los mismos permitirán leer la información
obtenida a partir de su propia puesta en juego, tarea que nos
permitirá reflexionar sobre la misma a fin de alcanzar posibles
respuestas a estos interrogantes.

Territorialización y políticas sociales:


la función del Plan Jefes y Jefas en el barrio
Frente a la situación de desarticulación generada entre los secto-
res populares y el Estado, se reanuda en los años ‘90 –y justamente
a través de la política “asistencialista” iniciada en la Provincia de
Buenos Aires3, durante el gobierno de Carlos Menem– el vínculo
trazado entre ambos, a través de una nueva modalidad de articu-
lación basada en la participación política por parte de los sectores
populares en torno a las políticas sociales.
Estos sectores ya no se encuentran como antaño bajo la con-
tención de sindicatos, sino que su participación política y social se
encuadra en su inscripción territorial, su participación en el mismo
barrio, en relación con los actores políticos que llevan a cabo la
organización de los planes sociales en el ámbito local.
En este sentido, Merklen subraya “la incorporación activa de
las organizaciones de base territorial en la puesta en marcha de
las políticas sociales” (Merklen, 2005), y observa que es a través
del viraje que experimentan estas mismas políticas que el Estado
encuentra en las organizaciones barriales “un nuevo interlocutor”,
consolidándose de este modo un nuevo actor social que permiti-
ría articular nuevamente a los sectores más vulnerables con el
Estado.

3 Entendemos aquí por asistencialismo el momento a través del cual el Estado


provee a aquellos actores que se encuentran en situación de mayor vulnerabi-
lidad determinados beneficios en servicios o recursos, los cuales les permiten
alcanzar un modo de reproducción social enmarcado en la “asistencia” o
“ayuda” estatal.

348 XII. “VIVIR DEL PLAN”


De este modo el “anclaje” de las políticas públicas en el barrio
ha generado una mayor participación y una mayor actividad de los
sujetos al interior del mismo. Tanto en relación a las actividades
de tipo comunitarias, como a las nuevas relaciones y lazos sociales
conformados entre los vecinos-beneficiarios a nivel local.
En el caso del barrio de Rafael Castillo, la percepción del Plan
Jefes y Jefas de Hogar ha movilizado una serie de redes sociales
entre los propios vecinos dando cuenta de la búsqueda de partici-
pación por parte de los actores en relación al mismo. El acceso al
plan justamente pone en relieve la existencia de un capital social
que se encuentra ligado a la configuración de los propios actores en
el barrio. La posibilidad de acceder a este plan, en términos de las
entrevistadas, se encuentra en concordancia con la conformación de
vínculos y lazos sociales recreados al interior del mismo. Respecto
al primer contacto con el plan las entrevistadas señalaron:
“— ¿Cómo llegaste al plan?
— Y, por la gente, los vecinos comentan, y bueno… Me dice mi mamá
‘parece que van a pagar $150 por mes’.” (María Estela).
“— ¿Cómo fue que llegaste al plan?
— Porque vino una mujer del barrio que me dijo ‘¿sabías que al marido y a
la mujer que están sin trabajo les dan un tipo de subsidio?’ No sabía nada,
así que le dije ‘andá y averiguame’.” (Marisa).
En este sentido, observamos que el desarrollo de una estructura
de vecinazgo al interior del barrio permite a los actores obtener
determinados beneficios materiales o simbólicos, es decir, que este
entramado de lazos sociales entre los sujetos actúa produciendo
instancias de solidaridad y cooperación social entre los mismos,
puesto que esta estructura se constituye en sí misma como un
espacio de intercambio.
El desarrollo de las actividades comunitarias (en comedores,
roperos, escuelas, etc.) entendidas como contraprestaciones, per-
mite a los actores la inserción en espacios sociales que actúan
produciendo instancias de circulación y distribución de bienes
entre los propios vecinos. La realización de estas actividades en el
marco del plan da cuenta de una nueva modalidad de inserción en
estructuras de producción social, inserción “asistida”, que actúa
produciendo acciones colectivas en función del barrio, puesto que
son generadas desde y hacia el barrio, permitiendo la satisfacción
de necesidades de la población que lo conforma.

MARÍA EUGENIA CORREA Y MARIANO HERMIDA 349


En este sentido, entendemos que “con la crisis social el barrio
recobra importancia como terreno de socialización política de los
sectores más pobres, lo que se asoció evidentemente a un giro a nivel
de las prácticas colectivas” (Merklen, 2005), prácticas enmarcadas
en el desarrollo de actividades comunitarias, organizadas en fun-
ción de la reproducción social al interior del núcleo barrial.
De este modo, el barrio se constituye como el espacio al interior
del cual estos actores se “nutren” económicamente, es decir, donde
encuentran los “soportes” necesarios (Castel, 1997) para la super-
vivencia del “día a día”.
Las entrevistadas plantean que es a través de su participación
en planes sociales, o a partir de la realización de tareas alternativas
o changas que realizan de modo informal, como llevan adelante
la supervivencia de sus hogares: instancias que les proporcionan
ingresos básicos, sea en dinero ($150 del Plan Jefes y Jefas), sea
en alimentos (Plan Vida4), esto es, buscan en el barrio instancias
básicas de sostén familiar y supervivencia.
“— …Yo vivo del plan, de los 150… Pero no vivo todo el mes con $150
y tres chicos que tengo… Hago así changuitas, voy así capaz a lavar a eso
de los vecinos y bueno, con eso vivo…
…Estoy retirando la leche del Plan Vida (…) …Y los chicos míos van al
comedor del colegio…
— ¿Podés llevar ropa del roperito para vos?
— Sí, sí. Ponele que no tenga para cambiar, yo puedo llevarme.” (María
Estela).
El núcleo barrial permite a sus actores proveerse de determi-
nados recursos económicos de una manera más accesible que por
fuera de éste, sea por la distancia, por la imposibilidad de ale-
jarse mucho tiempo de sus hogares o porque difícilmente encuen-
tran espacios de inserción por fuera del mismo. La posibilidad de
nutrirse en su territorio se vuelve primordial en el desarrollo de
la vida cotidiana de estas jóvenes madres. Así, ellas perciben que
el plan contempla la posibilidad de satisfacción de esta necesidad

4 El Plan Vida fue creado en el año 1994 durante el gobierno de Eduardo


Duhalde en la Provincia de Buenos Aires y actualmente conforma una
importante red de asistencia alimentaria en los barrios más pobres del GBA.
El mismo tiene por fin la distribución de una cuota semanal de alimentos
destinados a los niños menores de 6 años de hogares en extrema pobreza. Esta
distribución es llevada a cabo por mujeres delegadas de manzana al interior
de cada barrio, que reciben el nombre de “manzaneras”. (Merklen, 2005).

350 XII. “VIVIR DEL PLAN”


de cercanía de su hogar, satisfaciendo así sus propias responsabi-
lidades familiares:
“…Me conformo con el plan, con las horas que tengo que ir a cubrir allá,
porque no son muchas, porque no tengo que viajar, porque no es lejos (…)
Es acá a tres cuadras…” (Marisa).
“— ¿Dónde queda el roperito?
— Acá enfrente.
— ¿Vos lo elegiste?
— No, pero si veía que me mandaban más lejos, sí, pero por los chicos. Yo
acá estoy cerquita… Yo buscaba lo más cómodo para ellos. Porque viste la
chica sabe que yo soy sola, la obligación de ella es que yo esté con los chicos.
Porque tampoco me voy a ir dejando a los chicos solos.” (María Estela).
Comprendemos a través de sus relatos que la cercanía, el factor
espacial, desempeña un papel importante al momento de evaluar
la funcionalidad del plan en sus vidas. El desarrollo del plan al
interior del barrio no sólo les brinda accesibilidad física al mismo,
también les permite satisfacer sus necesidades en relación a su
propia responsabilidad familiar.
A la vez, el desarrollo del plan al interior del núcleo barrial
refuerza las relaciones vecinales alimentando la estructura de
vecinazgo generada en torno a éste. Esta instancia repercute en
su propia sociabilidad configurando redes sociales colectivas que
se reproducen en torno al plan y a las actividades que éste pro-
mueve. De este modo, el barrio adquiere una identidad vinculada
a su constitución como espacio de subsistencia de los sectores
populares, sectores que se nutren y fortalecen en relación a estas
redes, entendidas según Lomnitz como “un mecanismo efectivo
para suplir la falta de seguridad económica que prevalece en la
barriada” (Lomnitz, 1975).
Es decir, que si bien el barrio genera lazos de reciprocidad
entre los propios vecinos, familiares, amigos, entendemos que el
desarrollo del plan a través de las actividades comunitarias que
produce, refuerza estas mismas redes, generando nuevas instan-
cias de solidaridad e intercambio. Es decir que frente a las zonas
de vulnerabilidad que atraviesan estos actores, a la situación de
des-integración y fragilidad social que experimentan por “fuera del
barrio”, observamos que es al interior del mismo donde parecen
encontrar una posibilidad de inserción e integración social. Y es
que, justamente como señala Merklen, “a medida que la deficiencia
institucional se extiende y que aumenta el número de individuos

MARÍA EUGENIA CORREA Y MARIANO HERMIDA 351


que no encuentran soportes suficientes en el mundo del trabajo, la
inscripción territorial gana importancia” (Merklen, 2005:85) y en
este contexto es que el plan actúa a nivel local, impulsando una
política de participación local que permite reforzar esta inscripción
territorial.
El Plan Jefes y Jefas de Hogar parece contribuir en este sentido
a la producción de solidaridad social entre los actores, a la configu-
ración de una nueva modalidad de integración caracterizada por
la acción local, enmarcada en un espacio de supervivencia frente
a la marginalidad y la exclusión social.

Trayectorias laborales e inserción ocupacional


El impacto generado por el deteriorado pasaje del modelo de
sociedad salarial a un modelo social caracterizado por sus altos
índices de desempleo, empobrecimiento y exclusión, evidentemente
ha repercutido con mayor profundidad en los sectores populares.
La modalidad de inserción ocupacional de un alto porcentaje de
jóvenes provenientes de estos sectores, actualmente presenta carac-
terísticas de informalidad y precariedad que reflejan la situación de
difícil acceso de estos jóvenes al mercado de trabajo, trasladándolos
a zonas de exclusión y marginalidad social, a espacios de inserción
marginal, constituidos como tales por fuera de los mecanismos
tradicionales de integración social.
En el caso de las jóvenes beneficiarias entrevistadas, las trayec-
torias laborales que transitaron en el período previo a la obtención
del plan han estado relacionadas a la realización de trabajos o
tareas informales, por los cuales no recibían ningún tipo de bene-
ficio social. Sólo una de las cinco entrevistadas ha desarrollado un
empleo de modo formal, en una fábrica textil, pero desconociendo
los beneficios que podría haber recibido al estar en un empleo “en
blanco”. Es decir, la entrevistada manifiesta que durante el período
de trabajo desarrollado en la fábrica ella queda embarazada y que
por desconocer la cobertura que le correspondía por esta situación,
decide renunciar.
El único caso de desarrollo en un ámbito formal no pudo ser
prolongado por desconocimiento de sus propios beneficios. La
posterior inserción ocupacional de esta entrevistada luego de esta
experiencia ha sido desarrollada de modo informal (elaboración de

352 XII. “VIVIR DEL PLAN”


comida casera para vender en el barrio) debido a su nueva situación
familiar: la llegada de un hijo replantea la búsqueda laboral por
fuera del barrio, con lo cual decide realizar alguna tarea que le
permita no alejarse de su hogar. Esta actividad fue realizada hasta
poco tiempo antes de anotarse en el Plan Jefes y Jefas de Hogar.
Del mismo modo, los otros relatos dan cuenta de inserciones
informales en el ámbito laboral: empleada en fábrica de calzado;
realización de tareas domésticas; promociones; costura y confec-
ción de prendas y accesorios para vender en el barrio; camarera
en una parrilla, esto es, tareas por las cuales las entrevistadas no
percibían ningún tipo de seguridad social.
Este modo informal del desarrollo ocupacional que han experi-
mentado las entrevistadas anteriormente a la obtención del plan,
se ve reflejado en su configuración al interior de zonas de vulne-
rabilidad social, entendida esta última como una zona intermedia,
inestable, que conjuga la precariedad del trabajo y la fragilidad de
los soportes de proximidad (Castel, 1997). Esto es, frente a la falta
de acceso a empleos estables, asegurados socialmente e integrados
al mercado de trabajo y a la estructura productiva de un modo
formal, la posibilidad de reproducción social de estas jóvenes las
moviliza hacia esferas de empleo que se constituyen sobre la base
de relaciones laborales precarias, informales y que debilitadamente
actúan como núcleo de integración a la estructura social.
Si bien entendemos que la propia inserción en el mercado de
trabajo formal permite la integración a la estructura social y el
acceso a los principales recursos para la satisfacción de necesida-
des, y como contrapartida, la no participación dentro del mercado
laboral implica la experiencia de la desafiliación, el flagelo social
de encontrarse desprotegido y al margen de las instancias legítimas
que actúan como garantes de la seguridad social, al mismo tiempo
observamos que estas jóvenes no se encuentran completamente ni
en un extremo ni en otro, esto es, parecen ubicarse en un espacio
de dualidad de integración/desintegración social.
Esto es, mientras que por un lado observamos la dificultad de
acceder a los recursos básicos y necesarios mediante el desarrollo
de un empleo “formal”, puesto que no han logrado estas jóvenes
insertarse en el mercado de trabajo –sea por una cuestión educativa,
familiar, territorial, u otras cuestiones–, por otro lado encontramos
que esta misma noción de des-integración, o en su sentido más
amplio, esta misma desafiliación nos plantea una segregación,

MARÍA EUGENIA CORREA Y MARIANO HERMIDA 353


una ruptura en las redes de integración primaria, a nivel familiar,
social, territorial en torno a los sujetos desafiliados. Estas jóvenes
parecen no encontrarse completamente en esta condición. Sino
que más bien parecen dar cuenta de una forma de integración
al núcleo barrial, como ya hemos planteado anteriormente, esto
es, podríamos decir que se encuentran en una zona de vulnera-
bilidad entendida en términos de Castel, zona intermedia, zona
que si bien no da cuenta de una inclusión formal, real, tampoco
plantea una desafiliación absoluta de todo tipo de redes societales:
institucionales, familiares, sociales, etc.
Más bien estas jóvenes parecen ubicarse en espacios margina-
les de inserción, parecen desplazarse por circuitos informales de
producción social. Son marginadas social y económicamente. Su
única salida parece constituirla la asistencia social: la asistencia
es ante todo, el refugio primario de estas jóvenes para su super-
vivencia. Entienden que es el Estado quien debe garantizar su
reproducción social, su existencia social, a través de sus políticas
públicas. Y es a través de éstas que van a vivenciar un modo de
inserción, debilitado, informal, pero que las contiene a través de
una estructura de producción social.
En nuestro estudio observamos casos de participación en el
plan a través de diferentes tipos de contraprestaciones: aquellas
relacionadas a actividades comunitarias, tareas de manualidades,
programas educativos o de finalización del nivel primario/ secun-
dario y cursos de capacitación. Estas actividades o estudios son
realizadas entre tres y/o cinco veces a la semana, en un horario
de 4 horas diarias5.
Estas actividades, principalmente las comunitarias, permiten
un desarrollo socio-productivo a nivel local, y los estudios o cursos
de capacitación pueden incidir en la posibilidad de inserción laboral
a posteriori. Pero en ninguno de nuestros casos hemos observado
una inclusión formal al mercado de trabajo, una inclusión a la vida
económica y productiva formal.
Estas jóvenes plantean que vivencian esta participación como
una forma de ocupación que si bien les brinda un ingreso, no es
experimentada como un empleo. Asumen que el plan les brinda un

5 Las actividades de contraprestación que las entrevistadas realizan son: par-


ticipación en comedores infantiles y en un ropero, tareas de manualidades
en un taller de confección de cortinas, y una de las entrevistadas realiza un
curso de peluquería como parte de la capacitación ocupacional brindada por
el plan.

354 XII. “VIVIR DEL PLAN”


sostén económico, pero no enmarcado perceptivamente dentro de
la dinámica laboral. Entienden el plan como una “ayuda” econó-
mica brindada por el Estado, es decir que su apropiación se da en
términos de un uso efectivo, de fin instrumental:
“Los 150 los usábamos sólo para comida, para nosotros, sólo para eso los
podés usar los 150, nada más. No podés contar con esa plata para otra
cosa…” (Marisa).
La apropiación que estas jóvenes realizan del plan se remite
al carácter material del mismo, más que a sus manifestaciones
simbólicas, vinculadas a la posibilidad de desarrollo económico y
social. En este aspecto, para estas jóvenes el plan no ha constituido
una vía de inclusión social y laboral, puesto que han continuado,
tanto en relación al plan como por fuera de éste, con el desarrollo
de actividades o experiencias de inserción en un modo informal,
alimentado en varias ocasiones por la realización de changas para
incrementar de alguna manera sus ingresos al hogar.
En este sentido la emergencia del plan constituye un espacio
de integración que se configura por fuera del mercado, y que
justamente se dinamiza por la lógica del barrio, por las propias
redes organizadas al interior del mismo, esto es, a través de una
modalidad informal de inserción. Esta experiencia de inserción les
permite adscribirse a una nueva modalidad de desarrollo económico
y social que las integra espacialmente a su núcleo territorial, pero
en un marco de desarrollo sostenido, asistido, sumergido nueva-
mente en la informalidad.

Responsabilidad familiar:
mucho más que una característica del plan
La familia cumple un papel preponderante en las trayectorias
de estas mujeres, sus relaciones tanto barriales como laborales
están mediadas por su condición de madres. Su responsabilidad
se da en el marco de una heterogeneidad de formas relacionales
familiares, que distan del arquetipo antiguo de familia.
La defragmentación de la familia parece haber acompañado la
defragmentación laboral. Los nuevos lazos familiares que se erigen,
diferentes a los del pasado, parecen tener dos características: por
un lado constituyen el factor por el cual muchas veces se pueden

MARÍA EUGENIA CORREA Y MARIANO HERMIDA 355


conseguir beneficios sociales, especialmente por parte del Estado,
y por el otro actúan como un obstáculo para el desarrollo de una
trayectoria ascendente, tanto en el plano educativo como laboral.
Generalmente las responsabilidades obstaculizan sus estudios,
puesto que éstos debieron ser abandonados cuando ya de adoles-
centes estas jóvenes tuvieron su primer hijo, y si en el presente
intentan volver a ellos, las mismas plantean que sus propias res-
ponsabilidades no les permiten una continuidad en sus estudios.
Es decir, como madres no pueden desprenderse de sus responsa-
bilidades, y éstas a su vez se ven insertas en un contexto caracte-
rizado por un bajo nivel de instrucción, escasa experiencia laboral
en ámbitos formales y una posibilidad limitada para desarrollarse
tanto educativa como laboralmente.
Estas instancias son percibidas por ellas mismas como obsta-
culizantes al momento de buscar trabajo, y además, sumadas a la
propia responsabilidad familiar, vuelven aun más difícil el acceso
a una ocupación que les brinde beneficio económico. Por lo tanto, la
ayuda económica familiar cumple un rol fundamental en el sostén
de sus hogares, al menos en el momento previo al cobro del plan:
“Trabajaba digamos así por hora, en la casa de mis hermanas…” (María
Estela).
“— ¿Algún familiar los ayudaba económicamente?
— Sí, bueno, mis suegros, ellos nos ayudaban un montón. Ella me daba
lo que podía.” (Marisa).
La familia –y su propia responsabilidad familiar– une a estas
jóvenes madres al barrio, a su territorialidad, al espacio en el
que se conforman las redes sociales, tanto de contención como de
comunicación. En este sentido, el plan juega el papel de integrador,
sea por el sostén económico que significa para estas familias, como
por su anclaje en el barrio, que es el lugar de pertenencia de las
mismas, reuniéndolas en un punto en torno al plan. Estas jóvenes
madres beneficiarias se encuentran en un espacio atravesado por
redes que se configuran en torno al plan y a su puesta en práctica
dentro del barrio.
Es decir, así como la familia se constituye como una pieza funda-
mental de la construcción de sus subjetividades, que articulándose
con el plan juegan un rol específico en cuanto a contención tanto
económica como identitaria, al igual que éste, permite a estas
jóvenes resignificarse como madres jefas de hogar en busca de los

356 XII. “VIVIR DEL PLAN”


soportes necesarios para la supervivencia de sus familias. Si bien
los varones no están ausentes del hogar, sus roles como jefes se
encuentran diluidos. Es por este motivo que el discurso de las entre-
vistadas deja traslucir una escasa participación de los mismos.
Ellas se consideran mujeres que deben prioritariamente atender
su rol maternal y cubrir las necesidades de su hogar. Son madres
constituidas en un momento de fragmentación económica en tanto
jefas de hogar, y como tales deben articular la necesidad doméstica
con la búsqueda de recursos por fuera del hogar. Por ende el plan
les brinda la posibilidad de atender este rol que las entrevistadas
manifiestan, al mismo tiempo que les permite obtener los recursos
necesarios para la manutención de sus hogares. Por estas cuestio-
nes la necesidad de obtener recursos dentro del barrio se vuelve
imperiosa, buscando la cercanía que permita establecer una rela-
ción entre estas dos esferas: la pública (a través de la participación
en el plan, en las actividades desarrolladas en torno a éste dentro
del barrio) y la privada o doméstica (donde pueden atender sus
responsabilidades familiares al interior del hogar). El plan actúa
dentro del barrio viabilizando esta relación, volviéndola posible.
Es decir que, gracias a la familia obtienen el beneficio del
plan, gracias a la responsabilidad familiar son jefas de hogar, y
también gracias a las redes sociales que conforman las familias
en el barrio estas jóvenes acceden a la información de diferentes
tipos de beneficios sociales: desde comedores, roperitos, hasta los
propios planes.
Por lo tanto, la familia parecería cumplir esa doble función
que hemos podido observar: por un lado obstaculiza de alguna
manera las trayectorias de estas jóvenes, tanto educativas como
laborales, y por otro viabiliza las redes de contención, la obtención
de empleos, planes, beneficios materiales y simbólicos. Es con esta
configuración que estas mujeres arman sus historias de vida,
optando por la seguridad familiar, con lo cual plantean buscar
en el plan una posibilidad de “ayuda” económica sin resignar el
cuidado del hogar.

El Plan en clave clientelar


“Yo me llamo Julieta, tengo 27 años, tengo un hijo de 8 años. Bueno,
empecé a cobrar los planes con los piquetes, porque tenía que ir a los cortes,

MARÍA EUGENIA CORREA Y MARIANO HERMIDA 357


me dijeron mirá, justo había una reunión, y en esa reunión te llevan a los
cortes y bueno, de ahí empecé a conocer los cortes cómo eran porque nos
llevaban en un micro. Teníamos que hacer corte de calle, empezaban a
pedir cosas por los almacenes, cocinaban en ollas populares, mucha gente
con hijos y bueno, y ahí estuve como tres meses para cobrar el plan, porque
a veces nos decían ‘tenés que irte de acá hasta…’ ponéle, nos dejaban en
Liniers y nos teníamos que ir caminando hasta Plaza de Mayo. De Plaza
de Mayo, bueno, ya estábamos ahí, bueno, empezaban a hablar, nosotros
estábamos con éste… ¿cómo se llama este re-conocido que estuvo preso?…”
(Julieta).
Exactamente de este modo comenzó el relato de una entrevis-
tada, quien parecía envuelta en sus ganas por contarnos lo que ya
otras habían mencionado en otras palabras: el lazo intrínseco que
tiene el Plan Jefes y Jefas de Hogar con la política. Es que de una
manera u otra el relato de nuestros casos coincide con el terreno
de la política, ya sea en la propia contraprestación como en la
acción política, en la movilización o hasta en la misma obtención
del plan.
Como afirma esta entrevistada, es importante introducir alguno
de los testimonios que acompañan esta cuestión:
“…Y puedo anotarme en esto que me dio la señora para no trabajar, pero yo
a ella no le doy plata, sino que ella una vez por mes o una vez cada tanto ella
me dice ‘mirá, necesito que vos vayas conmigo a apoyarme en un tema’, así
de ir con micros, no es piquete sino que es… una política…” (Julieta).
Los relatos se suceden uniendo el plan con la política, es que el
plan cumple una función significativa a la hora de generar identi-
dad política, por una razón u otra es a través del plan que nuestras
entrevistadas se relacionan con el activismo:
“Los planes no existían todavía, recién estaban saliendo, y bueno, me afilié
al peronismo y me dieron el plan…” (Mariel).
Todas las entrevistadas plantean que es el Estado quien debe
garantizarles un mayor bienestar, con lo cual consideran justa la
intervención del Estado, entendiendo que sus $150 están justifica-
dos por su condición ciudadana. Como dicen Donatello, Giménez
Béliveau y Setton (2003): “Por acción, o por omisión, el Estado
siempre está presente. Las posibilidades de auto-organización, de
auto-gestión, de cooperación conjunta son meras imputaciones que
“desde afuera” pueden proponer instancias como ONGs e Iglesias”.
Sin embargo, nuestras entrevistadas no apuestan a ellas, sino al
Estado, como medio de mejorar sus vidas.

358 XII. “VIVIR DEL PLAN”


Podemos ver esto reflejado en los testimonios de los casos estu-
diados, en el sentido de que, sea por una u otra cuestión, el Estado
es percibido como garante necesario del bienestar económico de
estas jóvenes. Esto es, el mismo Estado dentro de la esfera del plan,
de la educación, de la salud y en el resto de las instituciones, es
entendido como el promotor de un marco de “bienestar” que intenta
ser espacio de reproducción de estos sujetos.
A la vez es recurrente en los testimonios la percepción de que el
Estado es el culpable de la pobreza estructural, de la inestabilidad
laboral y hasta de la imposibilidad de acceder al circuito de empleo
formal. Los actores suelen culpabilizar a un Estado benefactor
ausente, pidiendo de él que vuelva a garantizar el bienestar de la
extinta sociedad salarial.
“Y, contenta yo pienso que sí estamos, no sólo yo, sino mucha gente, porque
hay mucha gente en la situación mía. No les alcanza, pero… Yo pienso que
es una ayuda, ojo es una ayuda, para mí es una ayuda, pero vos te ponés a
pensar, la ves, pero bueno, qué le vamos a hacer, por ahora más no se puede
pedir. Y esto con el tiempo dijeron que iban a poner gente trabajando en
fábrica, pero qué se yo, hay que esperar a ver qué pasa…” (María Estela).
Si bien planteamos que estos actores se encuentran en un
espacio de vulnerabilidad, tanto en relación a sus características
habitacionales, territoriales, educativas, como económicas, estas
jóvenes beneficiarias vislumbran que el plan no representa un
empleo, sino que es vivenciado como un ingreso relativamente
estable que les permite una continuidad económica y social garan-
tizada por el Estado6.
En este punto observamos que los testimonios de las entrevis-
tadas demuestran que las relaciones entre el Estado y ellas mis-
mas en tanto beneficiarias no son lineales, sino que plantean que
existen mediadores o “punteros” en esta relación. En la medida en
que el mediador entra en juego, la participación del Estado parece
desaparecer de los relatos.
“Es que nosotros tenemos un puntero que nos da las cosas, y él es el que
tiene las planillas, que vos firmás todos los días… Es la persona que vos te
comunicás con él y él nos comunica a nosotros, cualquier cosa que nece-

6 Las entrevistadas no definen al plan, o específicamente a la contraprestación


que realizan, como un empleo, haciendo primordialmente incidencia en la
carga horaria que el mismo tiene, puesto que entienden que un trabajo tiene
un sueldo un poco más elevado que el ingreso que obtienen por esta contra-
prestación.

MARÍA EUGENIA CORREA Y MARIANO HERMIDA 359


siten de nosotros ellos nos lo comunican, si necesitan de vos para llevarte
a algún lado, ellos te llaman…” (Marisa).
Entendemos por clientelismo una relación que se caracteriza
por un intercambio de favores, basado en la contribución recíproca
entre dos o más partes. Es común apelar a tres sujetos para que
exista una relación política de tipo clientelar, el frecuentemente
denominado cliente, el mediador, y finalmente el proveedor o sujeto
propiamente político.
De esta manera estamos interesados en quitarle esos vestigios
de interpretación lineal, en la cual se supone que el cliente es mani-
pulado y a veces perjudicado por el sujeto político. Esto se debe a
que la interpretación tradicional se suele olvidar que la relación no
es directa sino recíproca. De esta forma entra el mediador en una
sintonía con el cliente y con el sujeto político. Afirma su poder en
una múltiple relación que se presenta beneficiosa, al menos en el
sentido de obtención de recursos, tanto para el cliente como para
el mediador7.
Situándonos en nuestros casos podemos pensar esta cuestión
como una dinámica retroalimentada. Así estas jóvenes beneficia-
rias plantean su relación con los actores políticos que les proveen
de ciertos beneficios, dando lugar a un intercambio entre unos y
otros actores.

Conclusiones finales
La realización de este trabajo nos ha conducido a reflexionar
sobre una serie de cuestiones relacionadas a los modos en que estas
madres beneficiarias resignifican el plan que reciben, el modo en
que lo apropian, lo asimilan a su vida cotidiana y desarrollan su
reproducción social en torno a éste. Distintas conclusiones podemos
extraer del desarrollo de este artículo.
En primer lugar, comprender que estas jóvenes experimentan
las consecuencias de un proceso de profundo deterioro económico
y social que las condujo a configurarse en espacios de continua
marginalidad, de la cual suponen no encontrar salida sin la par-
ticipación del Estado.

7 Para una mayor profundidad sobre este tema recomendamos la lectura de


Auyero, J., ¿Favores por votos?, Buenos Aires, Losada, 1997.

360 XII. “VIVIR DEL PLAN”


Frente a esta situación, la emergencia del Plan Jefes y Jefas
de Hogar ha desarrollado una instancia de contención altamente
necesaria para estos sectores pobres y ausentes de la estructura
formal productiva. Esta red de contención social que generó la
creación del plan se propuso disminuir los índices de desempleo
y exclusión social entre los ciudadanos de sectores populares, así
como permitir un mayor ingreso al mercado de trabajo y el desa-
rrollo de actividades ocupacionales que posibiliten la inclusión al
interior de la estructura socio-productiva de estos sectores sumer-
gidos en una pobreza estructural.
En este estudio pudimos observar que el desarrollo del plan al
interior del barrio de Rafael Castillo ha producido una red comu-
nitaria que alimenta los vínculos de solidaridad social entre los
integrantes del mismo. A través de las actividades comunitarias
que promueve el plan dentro del barrio se extiende esta red de
abastecimiento social que se nutre por la cooperación de los mismos
vecinos, con el fin de generar –y al mismo tiempo de obtener– los
recursos necesarios para su desarrollo cotidiano.
Esta instancia de participación comunitaria al interior del
barrio, en torno al plan, da cuenta de una red de producción social
que poco tiene que ver con los circuitos formales de producción
económica regulados por el mercado. Porque este mismo modo de
producción social se alimenta por fuera de éste, se conforma en
relación a un espacio de solidaridad que caracteriza el modo en que
estos actores se insertan en la vida social, en el entramado social
que les brinda los soportes necesarios para su supervivencia.
En este sentido sostenemos que –volviendo sobre la hipótesis
anteriormente planteada– el plan incide en el refuerzo de las redes
sociales como efecto del anclaje de la acción del plan a nivel local,
generando un modo de integración social basada en la inscripción
territorial, dando lugar al mismo tiempo a una estructura “refugio”
al interior del barrio que les va a permitir obtener recursos para
su reproducción.
En segundo lugar, hemos observado en nuestros casos la configu-
ración de una articulación política que responde a instancias de tipo
clientelar como modo de distribución y ejecución del plan. A partir
del cual se conforma un intercambio dentro del cual las beneficia-
rias obtienen recursos a cambio de favores políticos, dando cuenta
de una reciprocidad entendida como beneficiosa para ambos actores
en juego: las jóvenes beneficiarias y los punteros políticos.

MARÍA EUGENIA CORREA Y MARIANO HERMIDA 361


En tercer lugar, comprendemos que si bien el plan promueve un
modo de integración (política, económica, social) dentro del barrio,
al mismo tiempo éste se enmarca en un contexto de alta informali-
dad, que reproduce la situación de vulnerabilidad y pauperización
de estos actores.
En este sentido, entendemos que si bien el plan brinda a estas
jóvenes beneficiarias los soportes necesarios para la supervivencia
de sus hogares, por otra parte no les permite acceder al mercado
formal de trabajo ni traspasar los límites del barrio, encontrando
en este último el único lugar posible de desarrollo.
La asistencia, o específicamente el rol del Plan Jefes y Jefas
de Hogar, no denota una instancia de mayor inclusión social, de
mayor bienestar social y de integración de estos actores por fuera
del barrio, sino que opera a modo de refugio o espacio simbólico de
contención social en un contexto de pobreza y exclusión.
Estas madres beneficiarias, si bien encuentran en este plan un
modo de supervivencia acorde a sus posibilidades y necesidades
reales de desarrollo, al mismo tiempo padecen el estigma social
del “deber conformarse” con aquello que reciben. En este sentido,
pareciera que el tiempo no transcurre en sus vidas, el vivir el
presente, el día a día, las conduce a situaciones de adaptación a
momentos críticos, que entienden deben ser contrarrestados con
la “ayuda” del Estado.
El “vivir del plan” se configura, así, como una modalidad de
supervivencia, como un modo de existencia social que intenta
sobrevivir a contextos de exclusión y pauperización, de los cuales
sin embargo difícilmente el plan pueda actuar como emancipador,
volviéndolos sujetos integrados dentro de su propio barrio, pero
excluidos por fuera de él.

362 XII. “VIVIR DEL PLAN”


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Autores

Agustín Salvia: Doctor en Ciencias Sociales (El Colegio de México).


Investigador CONICET. Profesor Titular regular de la Universi-
dad de Buenos Aires, y director del grupo de investigación “Cambio
Estructural y desigualdad social”, con sede en el Instituto de Inves-
tigaciones Gino Germani de la misma universidad. También director
del Observatorio de la Deuda Social Argentina en el Departamento de
Investigación Institucional de la Universidad Católica Argentina.

Eduardo Chávez Molina: Licenciado en Sociología, Universidad de


Buenos Aires. Master en Políticas y Gerencia social (FLACSO).
Doctorando en Ciencias Sociales (FLACSO), Docente y asistente de
investigación en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facul-
tad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

Juan Alonso: Sociólogo, becario doctoral del CONICET en el Instituto


de Investigaciones Gino Germani. En curso el Doctorado en Ciencias
Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

Esteban Bogani: Sociólogo egresado de la Universidad de Buenos Aires,


cuenta con una Maestría en Diseño y Gestión de Programas y Pro-
yectos Sociales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
Tiene experiencia en investigación (CLACSO, FONCyT, UNESCO);
todos estos proyectos tuvieron sede en el Instituto de Investigaciones
Gino Germani y en docencia (UBA). Trabajó en distintas organiza-
ciones de la sociedad civil y organismos gubernamentales elaborando,
implementando y evaluando proyectos y programas sociales.

Guillermina Comas: Licenciada en Sociología (UBA). Becaria de docto-


rado de la Universidad de Buenos Aires. Maestranda en Políticas Socia-
les (Facultad de Ciencias Sociales - UBA). Participante del proyecto
FONCyT-PICT Nº 04-09640 “La Sobrevivencia de los Desplazados.
Trayectorias Económicas. Condiciones de vida, Reproducción social,

379
Identidades Colectivas y Políticas posibles”. Instituto de Investiga-
ciones Gino Germani- Facultad de Ciencias Sociales- Universidad de
Buenos Aires.

María Eugenia Correa: Licenciada en Sociología, Facultad de Ciencias


Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Maestranda en Sociología
de la Cultura y Análisis Cultural, Instituto de Altos Estudios Sociales
(IDAES-UNSAM). Docente de la Facultad de Ciencias Sociales-UBA,
de la materia Metodología de la Investigación Social II de la carrera
de Sociología. Auxiliar del proyecto FONCyT 9640: “La Sobrevivencia
de los Desplazados: Trayectorias Económicas, Condiciones de Vida,
Reproducción Social, Identidades Colectivas y Políticas Posibles.”
Director: Agustín Salvia. Instituto de Investigaciones Gino Germani.
Facultad de Ciencias Sociales-UBA.

Eduardo Fernández Maldonado: Sociólogo (UBA). Candidato a Mgter.


Relaciones y Negociaciones Internacionales, FLACSO/ San Andrés /
Universidad de Barcelona. Integrante del equipo de investigación del
Proyecto FONCyT Nº 9640 dirigido por el Dr. Salvia, A. y, en dicho
marco, del Seminario “La sobrevivencia de los desplazados” coordinado
por el Mgter. Eduardo Chávez Molina.

María Florencia Graziano: Socióloga (UBA). Miembro del Proyecto


FONCyT Nº 9640 “La Sobrevivencia de los Desplazados: Trayectorias
Económicas, Condiciones de Vida, Reproducción Social, Identidades
Colectivas y Políticas Posibles.” Dicho proyecto tiene sede en el Pro-
grama “Cambio Estructural y Desigualdad Social” en el Instituto de
Investigaciones Gino Germani, FCS/UBA.

Daniela Grillo: Socióloga (UBA). Pasante del Proyecto de Investigación


FONCyT Nº 9640 “La Sobrevivencia de los Desplazados: Trayectorias
Económicas, Condiciones de Vida, Reproducción Social, Identidades
Colectivas y Políticas Posibles.”

Mariano Hermida: Licenciado en Sociología, Facultad de Ciencias


Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Maestrando en Sociología
Económica, Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES-UNSAM).
Analista Junior del Sistema de Información de Estadística Local del
Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (SIEL-INDEC). Auxiliar
del proyecto FONCyT 9640: “La Sobrevivencia de los Desplazados:
Trayectorias Económicas, Condiciones de Vida, Reproducción Social,
Identidades Colectivas y Políticas Posibles.” Director: Agustín Salvia.

380
Instituto de Investigaciones Gino Germani. Facultad de Ciencias
Sociales-UBA.

Rodolfo Federico Herrán: Sociólogo (UBA). Integrante del equipo de


investigación del Proyecto FONCyT Nº 9640 dirigido por el Dr. Salvia,
A. y, en dicho marco, del Seminario “La sobrevivencia de los despla-
zados” coordinado por el Mgter. Eduardo Chávez Molina.

Agustina Lejarraga: Socióloga (UBA), cursante de la Maestría en


Sociología de la Cultura y Análisis Cultural (IDAES). Pasante del
Proyecto de Investigación FONCyT Nº 9640 “La Sobrevivencia de los
Desplazados: Trayectorias Económicas, Condiciones de Vida, Repro-
ducción Social, Identidades Colectivas y Políticas Posibles.”

Astor Massetti: Licenciado en Sociología, Facultad de Ciencias Sociales,


Universidad de Buenos Aires, Docente de la carrera de Sociología y
Comunicación Social, Universidad de Buenos Aires, Doctorando en
Ciencias Sociales en la misma universidad.

Pablo Molina Derteano: Licenciado en Sociología (FSOC/UBA).


Mg de Investigación en Ciencias Sociales (en curso) –Facul-
tad de Ciencias Sociales– Instituto de Investigaciones Gino
Germani, Becario CONICET de postgrado, Miembro del Proyecto
FONCyT desde 2005. Participante del Proyecto FONCyT - PICT N°
04-09640 “La Sobrevivencia de los Desplazados. Trayectorias Econó-
micas, Condiciones de Vida, Reproducción Social, Identidades Colec-
tivas y Políticas Posibles.” Instituto de Investigaciones Gino Germani,
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

Manuela Parra: Estudiante avanzada de Sociología, Universidad de


Buenos Aires, integrante del equipo de investigación Cambio Estruc-
tural y Desigualdad Social.

María Marta Pregona: Estudiante avanzada de la carrera de Sociología,


Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Partici-
pante del Proyecto FONCyT - PICT N° 04-09640 “La Sobrevivencia
de los Desplazados. Trayectorias Económicas, Condiciones de Vida,
Reproducción Social, Identidades Colectivas y Políticas Posibles. Insti-
tuto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Buenos Aires.”

Diego Quartulli: Licenciado y Profesor en Sociología (UBA). Integrante


del equipo de investigación del proyecto FONCyT Nº 9640 dirigido por

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el Dr. Salvia A. y, en dicho marco, del Seminario “La sobrevivencia de
los desplazados” coordinado por el Mgter. Eduardo Chávez Molina.

María Laura Raffo: Licenciada en Sociología, Facultad de Ciencias


Sociales, Universidad de Buenos Aires. Becaria de posgrado tipo I
CONICET. Maestranda en investigación en Ciencias Sociales (Facul-
tad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires). Participante
del Proyecto FONCyT - PICT N° 04-09640 “La Sobrevivencia de los
Desplazados. Trayectorias Económicas, Condiciones de Vida, Repro-
ducción Social, Identidades Colectivas y Políticas Posibles.” Instituto
de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Buenos Aires.

Emilse Rivero: Socióloga (UBA) (GEA-CONICET). Docente de grado y


postgrado (UBA, UCA, UNSAM). Maestría en Sociología de la Cul-
tura y Análisis Cultural-IDAES-UNSAM Integrante del Proyecto de
Investigación FONCyT Nº 9640 “La Sobrevivencia de los Desplazados:
Trayectorias Económicas, Condiciones de Vida, Reproducción Social,
Identidades Colectivas y Políticas Posibles.”

Laura Saavedra: Socióloga (UBA). Candidata a Mgter. Política, Evalua-


ción y Gerencia Social, FLACSO. Profesora de Postrado en Metodolo-
gía. CEA/ UBA. Profesora Adjunta (USAL). Integrante del equipo de
investigación –coordinación del segmento empresas recuperadas– del
Proyecto FONCyT Nº 9640 dirigido por el Dr. Salvia, A. y, en dicho
marco, del Seminario “La sobrevivencia de los desplazados” coordinado
por el Mgter. Eduardo Chávez Molina.

Federico Stefani: Licenciado en Sociología, Facultad de Ciencias


Sociales, Universidad de Buenos Aires. Becario de posgrado tipo I
CONICET. Maestrando en investigación en Ciencias Sociales (Facul-
tad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.) Participante
del Proyecto FONCyT - PICT N° 04-09640 “La Sobrevivencia de los
Desplazados. Trayectorias Económicas, Condiciones de Vida, Repro-
ducción Social, Identidades Colectivas y Políticas Posibles”. Instituto
de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Buenos Aires.

Cecilia Tinoboras: Licenciada en Sociología, Facultad de Ciencias


Sociales, Universidad de Buenos Aires. Becaria de posgrado tipo I
CONICET. Maestrando en Políticas sociales (Facultad de Ciencias
Sociales, Universidad de Buenos Aires).

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La presente edición se terminó de imprimir en agosto de 2007,
en los talleres de Gráica LAF s.r.l., ubicados en Monteagudo 741,
San Martín, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

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