La Agricultura Desde Principios Del Siglo XX

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LA AGRICULTURA DESDE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

A lo largo del siglo XX el entorno rural ha sufrido transformaciones en


la mayor parte del mundo. Los gobiernos han incentivado la adopción
de variedades modernas para las cosechas, junto con recursos
externos (como fertilizantes, pesticidas, antibióticos, crédito,
maquinaria). Han respaldado la creación de nuevas infraestructuras,
como programas de irrigación, carreteras y mercados.

El proceso de modernización agrícola ha producido tres tipos distintos


de agricultura: 1) la industrializada, 2) la llamada revolución verde y 3)
todos los demás tipos: la de baja aportación exterior, la tradicional y la
no mejorada. Los primeros dos tipos han conseguido responder ante
los recursos tecnológicos, dando lugar a sistemas de alto rendimiento
en la producción de alimentos. Están dotados de acceso a carreteras,
mercados urbanos, puertos y, a través suyo, a aportaciones externas,
maquinaria, infraestructuras de comercialización, transporte,
instalaciones de procesado agrícola y crédito. Tienen buenos suelos,
un suministro adecuado de agua (bien por una pluviosidad regular o
por medio de sistemas de irrigación), acceso a variedades modernas
de cultivos y razas de ganado y a productos derivados del petróleo y
maquinaria.

En los países del Tercer Mundo, estos sistemas, que exigen grandes
aportaciones del exterior, se emplean en las grandes llanuras y deltas
irrigados del sur, sureste y este de Asia, así como en partes de
Latinoamérica y el norte de África, y en otras zonas aisladas. Tienden
a ser explotaciones de monocultivos y/o animal único, orientadas a la
venta, y comprenden los cultivos irrigados de arroz en las tierras
bajas, el trigo y el algodón; Las plantaciones de plataneros, piñas,
palma de aceite y caña de azúcar; las hortalizas en las inmediaciones
de los centros urbanos, y la cría intensiva de ganado y aves.
Estas son las tierras de la llamada revolución verde. Los científicos
desarrollaron nuevas variedades de cereales básicos, consiguiendo
que maduraran antes, lo que permitía recoger dos cosechas al año,
que fueran insensibles a la duración del día, lo que facilitaba su
cultivo en un gran abanico de latitudes, y que produjeran una mayor
proporción de grano en relación con la paja. Estas variedades
modernas fueron entregadas a los agricultores junto con
aportaciones, o entradas, de elevado coste, que incluían fertilizantes
inorgánicos, pesticidas, maquinaria, créditos y agua. Como resultado,
el rendimiento medio de los cereales se ha duplicado en 30 años.
Tomando en consideración el crecimiento de la población en el mismo
periodo, la mejora ha sido de un 7% del total de los alimentos
producidos por persona. Este valor medio, no obstante, oculta
diferencias regionales significativas: en el sureste de Asia, la
producción Per-Cápita de alimentos ha aumentado cerca de un 30%,
pero en África ha descendido un 20 por ciento. Lo que es más, aún
quedan unos 1.000 millones de personas en el mundo cuya dieta no
aporta suficientes calorías para trabajar, de las que 480 millones
viven en hogares demasiado pobres para obtener la energía
necesaria para el crecimiento adecuado de los niños y para mantener
una actividad mínima por parte de los adultos.

En los países industrializados se produjo una revolución similar. Los


agricultores se modernizaron, adoptando el uso de maquinaria,
reduciendo la mano de obra, especializando los cultivos y cambiando
sus prácticas para obtener mayores beneficios. La presión en favor de
incrementar el rendimiento y el tamaño de las explotaciones ha hecho
que las granjas mixtas tradicionales, un sistema muy integrado en el
que se generaban pocos impactos exteriores, hayan desaparecido
casi por completo.

El tercer tipo de agricultura comprende todos los demás sistemas


agrícolas y de subsistencia. Se trata de sistemas de baja aportación
externa y situados en tierras secas, tierras pantanosas, tierras altas,
sabanas, pantanos, zonas semidesérticas, montañas y colinas y
bosques. En estas áreas los sistemas de cultivo son complejos y
diversos, el rendimiento de las cosechas bajo, y la vida de sus
habitantes a menudo depende de los recursos silvestres, además de
la producción agrícola propia. Las explotaciones están muy alejadas
de los mercados, se encuentran en suelos frágiles o problemáticos, y
es poco probable que los visiten los científicos agrícolas o que sean
estudiadas en los centros de investigación.

Además su productividad es baja: el rendimiento de los cereales es


de sólo 0,5 a 1 tonelada por hectárea. Los países más pobres tienden
a tener una proporción más elevada de estos sistemas agrícolas. A
mediados de la década de 1990, cerca de un 30 a un 35% de la
población del planeta, entre 1.900 y 2.100 millones de personas,
subsiste merced a esta tercera y olvidada forma de agricultura. Aún
así toda esta gente se encuentra hoy excluida de la política de
desarrollo de los gobiernos, que se concentra en tierras altamente
productivas.

Impacto de la agricultura sostenible

A pesar de las mejoras realizadas en la producción de alimentos, los


desafíos no han hecho más que empezar. La población mundial
alcanzará entre los 8.000 y 13.000 millones de personas. Incluso
recurriendo a las estimaciones más bajas, y dado el acceso poco
equitativo a los recursos que predomina en la actualidad, será
necesario que la producción agrícola aumente de forma sustancial
para que se puedan mantener los niveles de nutrición actuales. Sin un
crecimiento muy considerable, las perspectivas de muchos habitantes
de los países pobres son sombrías.

En los últimos 50 años, las políticas de desarrollo agrícola han tenido


un éxito notable en potenciar las aportaciones o entradas externas
como medio para aumentar la producción de alimentos, lo que ha
producido un crecimiento llamativo en el consumo global de
pesticidas, fertilizantes inorgánicos, piensos animales, tractores y
otras maquinarias. Estas aportaciones externas, no obstante, han
reemplazado los recursos y procesos naturales de control,
haciéndolos más vulnerables. Los pesticidas han reemplazado a los
medios biológicos, mecánicos y de cultivo para controlar las plagas,
las malas hierbas y las enfermedades; los agricultores han sustituido
el estiércol, el abono vegetal y las cosechas fijadoras de nitrógeno por
fertilizantes inorgánicos; la información para tomar decisiones de
gestión procede de los proveedores comerciales y de los científicos,
no de fuentes locales; y los combustibles fósiles han reemplazado a
las fuentes de energía generadas localmente. La especialización de la
producción agrícola y el declive asociado de la granja mixta también
han contribuido a esta situación. Los que antaño fueron valiosos
productos interiores se han convertido hoy en productos de desecho.

El principal desafío al que se enfrenta la agricultura sostenible es


mejorar el uso que se hace de estos recursos interiores. Esto puede
hacerse minimizando las aportaciones desde el exterior, regenerando
los recursos interiores más rápidamente o combinaciones de ambos.
La agricultura sostenible es, por lo tanto, un sistema de producción de
alimentos o fibras que persigue los siguientes objetivos de forma
sistemática: 1) una incorporación mayor de los procesos naturales,
como el ciclo de los nutrientes, la fijación del nitrógeno y las
relaciones plaga-depredador a los procesos de producción industrial;
2) una reducción del uso de las aportaciones externas no renovables
que más daño pueden causar al medio ambiente o a la salud de los
agricultores y consumidores, y un uso más metódico de las demás
aportaciones, de cara a minimizar los costes variables; 3) un acceso
más equitativo a los recursos y oportunidades productivos y la
transición a formas de agricultura más justas desde el punto de vista
social; 4) un mayor uso productivo del potencial biológico y genético
de las especies vegetales y animales; 5) un mayor uso productivo de
los conocimientos y prácticas locales, incluyendo enfoques
innovadores aún no del todo comprendidos por los científicos ni
adoptados por los agricultores; 6) un incremento de la autosuficiencia
de los agricultores y los pueblos rurales; 7) una mejora del equilibrio
entre los patrones de pastoreo o explotación, la capacidad productiva
y las limitaciones ambientales impuestas por el clima y el paisaje para
garantizar que los niveles actuales de producción sean sostenibles a
largo plazo; 8) una producción rentable y eficiente que haga hincapié
en la gestión agrícola integrada y la conservación del suelo, el agua,
la energía y los recursos biológicos.

Cuando estos componentes se unen, la agricultura se transforma en


agricultura integrada, y sus recursos se usan con más eficiencia. La
agricultura sostenible, por lo tanto, aspira al uso integrado de una
gran variedad de tecnologías de gestión de las plagas, los nutrientes,
el suelo y el agua. Aspira a una mayor diversidad de explotaciones en
el seno de las granjas, combinada con mayores vínculos y flujos entre
ellas. Los productos secundarios o desechos de un componente se
convierten en aportaciones a otro. Al ir reemplazando las
aportaciones exteriores por los procesos naturales, el impacto sobre
el medio ambiente disminuye.

Los grandes desafíos a los que se enfrenta la agricultura sostenible


en cada una de las tres áreas agrícolas son muy diferentes. En la
agricultura industrializada de Europa y América del Norte, se trata de
reducir sustancialmente el uso de aportaciones exteriores y los costes
variables con el fin de mantener la rentabilidad. Se podrían aceptar
pequeñas reducciones en el rendimiento, dado el actual nivel de
sobreproducción. En las áreas de la llamada revolución verde, el
desafío es mantener el rendimiento y el nivel actual de
sobreproducción reduciendo a la vez los daños al medio ambiente. En
las tierras diversas y complejas se trata de aumentar el rendimiento
por hectárea sin dañar los recursos naturales.
La nuevas evidencias procedentes de granjas y comunidades de todo
el mundo muestran hoy que la agricultura sostenible es posible en
estas tres regiones: 1) en las tierras diversas, complejas y pobres en
recursos del Tercer Mundo, los agricultores que han adoptado las
tecnologías regeneradoras han duplicado o triplicado el rendimiento
de sus cosechas, a menudo con poca o ninguna aportación exterior;
2) en las tierras de aportaciones elevadas y por lo general irrigadas,
los agricultores que han adoptado tecnologías regeneradoras han
mantenido sus altos rendimientos, reduciendo sustancialmente las
aportaciones exteriores; 3) en los sistemas agrícolas industrializados,
una transición a la agricultura sostenible podría significar un descenso
en el rendimiento por hectárea de un 10 a un 20% a corto plazo, pero
resultaría rentable para los agricultores.

Todos estos éxitos tienen tres elementos en común. Han hecho uso
de tecnologías que conservan los recursos, como la gestión integrada
de las plagas, la conservación del suelo y el agua, el reciclado de
nutrientes, los cultivos múltiples, la captación de agua, el reciclado de
desechos, y así sucesivamente. En términos generales, ha habido
iniciativas por parte de grupos y comunidades a nivel local, así como
cierto apoyo por parte de instituciones gubernamentales y/o no
gubernamentales.

Con todo, en la mayor parte de los casos se trata de iniciativas


localizadas. No son más que éxitos aislados. Esto se debe a la
ausencia de un cuarto elemento: una política ambiental favorable. En
su mayoría, las políticas existentes siguen favoreciendo activamente
una agricultura que depende de aportaciones y tecnologías
exteriores. Estas políticas constituyen uno de los principales
obstáculos en el camino hacia una agricultura más sostenible.

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