Desarrollo Histórico de Las Ideas y Teorías Evolucionistas (2a. - Nodrm
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Y TEORÍAS EVOLUCIONISTAS
2.a edición
Alberto A. Makinistian
EL ALEPH
DESARROLLO HISTÓRICO DE LAS IDEAS
Y TEORÍAS EVOLUCIONISTAS
DESARROLLO HISTÓRICO DE LAS IDEAS
Y TEORÍAS EVOLUCIONISTAS
Alberto A. Makinistian
MAKINISTIAN, Alberto A.
Desarrollo histórico de las ideas y teorías evolucionistas / Alberto A. Makinistian.
— 2ª ed. — Zaragoza : Prensas Universitarias de Zaragoza, 2009
319 p. ; 22 cm. — (El Aleph ; 3)
Bibliografía: p. 299-308. — ISBN 978-84-92774-07-4
1. Evolucionismo–Historia
575.8(091
© Alberto A. Makinistian
© De la presente edición, Prensas Universitarias de Zaragoza
2.ª edición, 2009
Impreso en España
Imprime: Gráficas Guirao, S. L.
D.L.: Z-2437-2009
A mi madre
A mi esposa
A mis hijos
¿Negar que la Tierra da vueltas alrededor del Sol porque
dicen que Josué dijo: Párate, sol y se paró?… ¿Afirmar la exis-
tencia de un diluvio universal contra todos los principios de
la ciencia moderna, porque así nos lo han contado?… ¿Negar-
nos el derecho que tenemos de estudiar qué es lo que hay de
cierto en el transformismo, porque de chiquitines nos dijeron
que el hombre fue formado con barro?… ¿Negar rotunda-
mente la gran antigüedad del género humano, porque la tra-
dición hebraica —y tan solo la hebraica— nos dice que solo
tiene seis mil años de existencia?… ¡No! ¡No! ¡Mil veces no!…
Vuestras palabras son inútiles, vuestros trabajos estériles, vues-
tros dilemas vanos y vuestros esfuerzos impotentes!
La humanidad ha marchado siempre a pasos más o
menos lentos hacia el progreso, pero se prepara a seguir esa
marcha en el porvenir a verdaderos pasos de gigante; y todas
las trabas reunidas que los oscurantistas quieran oponerle a su
paso, no producirán más efecto que el que causaría un dimi-
nuto grano de arena puesto sobre los rieles de una vía férrea,
con el objeto de detener la marcha de una locomotora lanza-
da a todo vapor.
Enero de 2004
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
Marzo de 2009
INTRODUCCIÓN
Del mismo modo en que los satélites artificiales nos han ofrecido una
nueva conciencia de nuestro lugar en el espacio, el pensamiento evolutivo nos
ha suministrado una nueva conciencia de nuestro lugar en el tiempo.4
Desde los inicios del siglo XIX hasta nuestros días han transcurrido
doscientos años. Durante todo ese tiempo la idea de la evolución como un
fenómeno natural se fue afianzando de manera notable. Pero, ciertamen-
te, una cosa es el hecho de la evolución y otra muy distinta la interpreta-
ción de ese hecho. Aunque actualmente existe un consenso generalizado,
dentro de la comunidad científica internacional, respecto del reconoci-
miento del hecho de la evolución, el tema ha sido, y continúa siendo,
arduamente discutido en el terreno del cómo y del por qué. En este senti-
do, las palabras de Stephen Jay Gould son suficientemente esclarecedoras:
[...] la evolución es una teoría. Es también un hecho. Y los hechos y las teorías
son cosas diferentes, no escalones de una jerarquía de certidumbre creciente.
Los hechos son los datos del mundo. Las teorías son estructuras de ideas que
explican e interpretan los hechos.5
Agradecimientos
En primer lugar, deseo expresar mi gratitud a dos colegas de la Facul-
tad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario
(Argentina), quienes mostraron la mejor disposición para la lectura de los
originales: a mi amiga, la profesora Teresita Diederich, quien desde hace
más de una década trabaja a mi lado en la Cátedra de Paleoantropología y
Evolución, y a la profesora Norma Desinano, titular de la Cátedra de
Socio y Psicolingüística. Sus comentarios y sugerencias resultaron de
mucho provecho y me llevaron a corregir y mejorar este trabajo.
Asimismo, dejo constancia de mi reconocimiento a otros dos profe-
sionales: a la Dra. Silvana Filippi, titular de la Cátedra de Historia de la
Filosofía Medieval en la mencionada Casa de Estudios, por su lectura y
útiles observaciones del capítulo 1, y al ingeniero agrónomo Ricardo Mar-
tignone, profesor adjunto de la Cátedra de Fisiología vegetal en la Facul-
tad de Ciencias Agrarias, por explicarme en detalle la técnica de la verna-
lización. Ambos fueron muy amables al responder a mis consultas. Gracias
también a mi hijo Daniel quien, en más de una oportunidad, me auxilió
en el uso del ordenador. No obstante, los errores u omisiones que pudie-
ren haber quedado son de mi exclusiva responsabilidad.
Por último, mi especial agradecimiento a Prensas Universitarias de
Zaragoza, la editorial de esa Universidad, y al destacado colega y querido
esta relación causa-efecto no podía ser modificada por la acción de las fuer-
zas sobrenaturales.
Una de las cuestiones que más les preocupó a los filósofos de Mileto
—que eran hombres activos, prácticos— fue encontrar la causa primera de
todas las cosas, el elemento primordial, el punto de partida de todo lo que
existe. Para Tales, ese elemento era el agua, para Anaxímenes el aire y para
Anaximandro lo indefinido. Todos ellos coincidieron en ver al cosmos y a
la naturaleza como algo dinámico, que cambia de manera permanente,
continua.
Algunos autores le atribuyen a Anaximandro (610-546 a. C.) ideas
especulativas acerca del origen de los animales y del hombre. Los textos
más conocidos al respecto son los que transcribimos a continuación:
Anaximandro dijo que los primeros seres vivientes nacieron en lo húme-
do, envueltos en cortezas espinosas (escamas), que, al crecer, se fueron trasla-
dando a partes más secas y que, cuando se rompió la corteza (escama)
circundante, vivieron, durante un corto tiempo, una vida distinta. (En Aecio
v. 19, 4.)7
3. El siglo XVII
La ciencia pasa a la Edad Moderna con dos figuras sobresalientes: el
científico inglés Francis Bacon (1561-1626), quien se propuso cambiar la
forma deductiva del razonamiento, propia de Aristóteles, por una forma
inductiva basada en la observación de la naturaleza, y el filósofo francés
René Descartes (1596-1650) con quien surge un pensamiento filosófico y
científico puramente racional, independiente de consideraciones teológi-
cas y guiado por el espíritu crítico (Discurso sobre el método, 1637).
Al mismo tiempo de rechazar la visión ptolomeica y creer en la infi-
nitud del universo, Descartes contribuirá fuertemente a sentar las bases de
una ciencia diferente a la que predominó durante la Edad Media. A partir
de este momento, la observación y la experimentación se convertirán en
las únicas autoridades valederas.
El fundador de la ciencia experimental, según Galileo, había sido el
físico inglés William Gilbert (1540-1603), autor de la obra De magnete
(Sobre el imán) publicada en el año 1600. Gilbert también fue iniciador de
los estudios sobre geomagnetismo. Luego, durante todo el siglo XVII,
habrían de sucederse diversas observaciones y experimentaciones. Nos
referiremos particularmente a las que se realizaron con relación a dos cues-
tiones: la circulación de la sangre y la generación espontánea.
El tema de la circulación de la sangre se remonta a la misma Anti-
güedad. Es muy interesante, al respecto, el comentario que efectúa Isaac
Asimov en cuanto a que los primeros médicos griegos creían, errónea-
mente, que las venas eran los únicos vasos sanguíneos a juzgar por el hecho
de que en los cadáveres las arterias siempre aparecían vacías (lo que los
llevó a pensar que se trataba, en realidad, de vasos conductores de aire; de
38 Capítulo 1
suponer que la unión entre arterias y venas existía, pero no pudo corrobo-
rarla ya que la unión no podía apreciarse a simple vista. No obstante, la
circulación de la sangre fue aceptada por la mayoría de los biólogos.
Este es el momento en el que las observaciones comienzan a realizar-
se con la ayuda de instrumentos, especialmente el microscopio. Durante
la segunda mitad del siglo XVII se destacaron varios observadores micros-
copistas: dos holandeses (Leeuwenhoek y Swammerdan), dos ingleses
(Hooke y Grew) y uno italiano, Marcelo Malpighi (1628-1694). Extraor-
dinario observador y muy hábil en el uso del microscopio fue este último
quien completó, en 1660, las afirmaciones de Harvey señalando la exis-
tencia de los vasos capilares, que comunican las arterias con las venas,
hecho que pudo constatar en los pulmones de una rana. Se lo recuerda,
además, como el fundador de la anatomía microscópica vegetal.
De todos los microscopistas mencionados, quien más se destacó fue
Antony van Leeuwenhoek (1632-1723) quien tuvo la habilidad de cons-
truir microscopios de alta calidad para su propio uso. Leeuwenhoek
amplió considerablemente los conocimientos que se tenían del mundo
microscópico, teniendo el notable mérito de descubrir las bacterias, en
1683. Un tiempo antes, en 1665, había sido publicada la Micrographia,
obra escrita por el científico inglés Robert Hooke (1635-1703) que con-
tenía gran número de observaciones y algunos excelentes dibujos (fue
quien primero utilizó la palabra célula).
Resultaba obvio, por entonces, que los seres humanos y los animales
grandes procedían del cuerpo de sus madres o de huevos depositados por
ellas. En cambio, no aparecía suficientemente clara la cuestión del origen
de los seres vivos más simples, sosteniéndose, en general, que estos se ori-
ginaban «espontáneamente» a partir de la materia inanimada. Al respecto,
el típico ejemplo presentado como evidencia de generación espontánea era
la aparición de larvas en la carne putrefacta. Casi todos los biólogos acep-
taban este hecho. Sin embargo, William Harvey se inclinaba por pensar
que tal vez esos seres muy pequeños se originaran a partir de semillas o
huevos demasiado reducidos para ser observados a simple vista.
Un médico y naturalista italiano, Francesco Redi (1626-1697), impac-
tado por la lectura de la obra de Harvey, decidió someter a prueba esa hipó-
tesis. Con tal motivo, en 1668 preparó ocho frascos que contenían trozos
de carne. A continuación, cerró herméticamente cuatro de ellos, dejando
40 Capítulo 1
abiertos los demás. Las moscas solo podían posarse en estos últimos y allí
es donde, efectivamente, se desarrollaron larvas. En cambio, en los frascos
cerrados herméticamente, si bien la carne entró en descomposición, no se
desarrollaron larvas. Luego, para responder a la objeción de que al tapar los
frascos había impedido el acceso del aire, Redi repitió el experimento
tapando los frascos con una malla muy fina; el resultado fue el mismo: tam-
poco aparecieron larvas. En consecuencia, las larvas no se originaban en la
carne, sino que procedían de los pequeños huevos de las moscas.
Refiriéndose a Bacon, Descartes y Redi, C. Leon Harris apunta: «[...]
el enfoque inductivo de Francis Bacon, el deductivo de René Descartes y
el experimental utilizado por Francesco Redi fueron cruciales para el desa-
rrollo del pensamiento evolutivo».18
No obstante, aunque las experiencias de Redi parecían concluyentes,
su importancia se vio disminuida por el descubrimiento de los protozoarios
efectuado por Leeuwenhoek. Los protozoarios son organismos muy sim-
ples y tan pequeños como los huevos de las moscas. Se pensó entonces que
los protozoarios surgían por generación espontánea y ello no hizo más que
dilatar la resolución del tema (efectivamente, justamente en 1864 Pasteur
demostrará, en forma contundente y a través de una serie de experimentos
ingeniosamente concebidos y técnicamente impecables, que la denomina-
da «generación espontánea» carecía absolutamente de fundamento).
Continuando con el siglo XVII, el primer intento importante de sen-
tar las bases científicas del estudio, la nomenclatura y la clasificación de los
seres vivos fue el del naturalista inglés John Ray (1627-1705), quien seña-
laba que el número de especies en la naturaleza es fijo, limitado y cons-
tante, y que además es inmutable porque «jamás una especie nace de la
semilla o germen de otra, y recíprocamente».19 En 1667, este autor publi-
có un catálogo de las plantas de las islas británicas que le posibilitó ser ele-
gido Miembro de la Royal Society de Londres. También viajó por Bélgica,
Holanda, Alemania, Italia y Francia recogiendo, describiendo y registran-
do minuciosamente las plantas y animales que encontraba.
Ray creía que para establecer una clasificación natural debía tenerse
en cuenta el mayor número posible de caracteres. En 1682 publicó
1. Linneo (1707-1778)
Carl von Linné, más conocido por su nombre latinizado de Linneo, fue
un destacado botánico sueco del siglo XVIII. Sin duda alguna, uno de los más
importantes naturalistas del siglo, junto con Buffon. En palabras de Guyé-
not, «fue el reformador ilustre de la sistemática y de la nomenclatura».21
En su tiempo, el número de especies vegetales conocido era de unas
70 000. En 1732, siendo aún muy joven, la Academia de Ciencias de
Upsala le financió un viaje por el norte de la península escandinava, des-
cubriendo un centenar de especies nuevas. También viajó por Alemania,
Holanda, Inglaterra y Francia, siempre con el mismo objetivo de incre-
mentar sus colecciones de vegetales.
Durante todo ese tiempo, Linneo fue preparando su famosa obra Sys-
tema Naturæ que publica por primera vez en Holanda, en 1735. Se trata-
ba de un texto breve, de solo 14 páginas, que convertirá a Linneo en el
fundador de la taxonomía. En los años siguientes aparecerían otras obras
de su autoría: Fundamenta botanica (1736), Genera plantarum (1737) y
Classes plantarum (1738).
Después de regresar a Suecia, Linneo es designado, en 1741, profe-
sor de Botánica en la Universidad de Upsala, convirtiéndose en un docen-
Una vez dicho esto, aparecía claro para Linneo que el objetivo de
todo naturalista consistía en reconocer todas las especies creadas por el
Supremo Hacedor, dándoles nombre, para luego registrarlas, describirlas
y, finalmente, clasificarlas. Del mismo modo, en su condición de botáni-
co, Linneo estaba convencido de que ese era, también, el fin último de la
botánica.
En sus últimos años, y con el fin de explicar ciertas variaciones vege-
tales, Linneo aceptó la posibilidad de un transformismo moderado apun-
tando a que quizá Dios creara géneros en lugar de especies, originándose
estas, en un segundo momento, como resultado de la influencia del clima
o de la geografía. Pero esta tardía expresión no alcanza para modificar una
concepción que fue, esencialmente, fijista.
Linneo recibió muchos honores por su extraordinaria labor. Gustavo III
lo hizo Caballero de la Orden de la Estrella Polar, lo que le permitió acce-
der a la nobleza, pasando a llamarse Carl von Linné, nombre con el que
firmaba. Fue también Miembro de la Academia de Estocolmo y director
del Jardín Botánico de Upsala. Muerto Linneo, su herbario, su biblioteca
y su correspondencia fueron compradas por un joven y rico naturalista
inglés quien, una vez fundada la Linnean Society de Londres, en 1790,
quedaría a cargo de su custodia.
Con tal motivo, a Diderot se le ocurrió que todos los sabios y técni-
cos debían aportar, bajo la forma de un diccionario, un conjunto comple-
to de los conocimientos humanos. Muchos pensadores notables de la Ilus-
tración participaron en el proyecto. Entre los más destacados podemos
citar a Voltaire, Montesquieu, Rousseau y Daubenton.
El director de la obra era Jean Le Rond d’Alembert (1717-1783), un
matemático y filósofo que en 1754 fue elegido miembro de la Academia
Francesa y en 1772 su secretario perpetuo. También él participó en la
Enciclopedia escribiendo el Discurso preliminar (1751) que inicia el diccio-
nario con un lenguaje de alta erudición. Para tener una idea de la magni-
tud de esta producción, digamos que el ejemplar completo de la primera
edición, publicada entre 1751 y 1780, comprendía 35 volúmenes y un
total de 23 135 páginas y 3132 láminas.
Pero la Enciclopedia era mucho más que una obra erudita. Su enorme
influencia en la segunda mitad del siglo XVIII en Francia trajo aparejada
una independización paulatina de las creencias tradicionales. Los enciclo-
pedistas rechazaban cualquier interpretación sobrenatural y consideraban
al mundo exclusivamente en términos de un orden natural explicable por
medio de la ciencia y de la razón.
La obra, imbuida del espíritu racionalista, liberal y antirreligioso del
siglo, contenía una crítica contra las doctrinas tradicionales, y fue uno de
los gérmenes de la Revolución francesa y de la Revolución industrial. Ade-
más, proclamaba firmemente la superioridad de la razón frente a la auto-
ridad, la tradición y la fe, sentando los principios de la libertad, igualdad
y fraternidad.
1723, que finaliza tres años más tarde. Desde joven evidencia interés por
las matemáticas y en 1728 comienza a estudiar medicina en Angers, carre-
ra que abandona a raíz de un incidente que lo obliga a salir de la ciudad.
En 1732 se instala en París y dos años más tarde es elegido miembro
adjunto de la sección mecánica de la Academia de Ciencias de París, pre-
sentando, al poco tiempo, varios trabajos, en su mayoría sobre silvicultura
(cultivo de los bosques). Antonio Beltrán dice que está bien documentada
la anglofilia de Bufón, ya que simpatiza particularmente con los científicos
ingleses, con los que mantiene mejores relaciones que con sus colegas fran-
ceses, al mismo tiempo de envidiar la libertad de pensamiento existente en
Inglaterra, sobre todo en los aspectos religioso y político. No es de extrañar,
pues, su nombramiento como miembro de la Royal Society, en 1739.29
Ese mismo año Buffon es designado intendente del Jardín Real y del
Museo del Rey. En cuanto a la Academia de Ciencias, pasa de la sección
mecánica a la de botánica. Posteriormente, entre 1740 y 1748 presenta allí
numerosos trabajos sobre distintos temas tales como matemáticas, óptica
e historia natural. Es por entonces cuando comienza su labor más intensi-
va en el campo de las ciencias naturales concibiendo una obra de gran
envergadura en la que trabajará el resto de su vida. Nos referimos a su His-
toire naturelle, générale et particuliére, que indudablemente lo convertirá en
uno de los científicos más brillantes de la Ilustración francesa y, más aún,
en el más grande naturalista de la segunda mitad del siglo XVIII.
Buffon proyecta al principio quince volúmenes, pero a lo largo de su
vida se publicarán treinta y seis y quedará material para otros ocho, hasta
completar cuarenta y cuatro volúmenes. Los primeros quince están dedi-
cados a los mamíferos, los siete siguientes, aparecidos entre 1774 y 1780
contienen, entre otros temas Las épocas de la naturaleza (1778). Casi
simultáneamente (1770-1783) se publican nueve tomos acerca de las aves.
Luego, entre 1783 y 1788 cinco tomos sobre minerales y, finalmente, tras
la muerte de Buffon en 1788, Lacépède se encarga de la edición de ocho
tomos más, el último en 1804, dedicados a reptiles, peces y cetáceos.
Como vemos, la publicación de los cuarenta y cuatro tomos de la obra
completa demandó nada menos que cincuenta y cinco años (1749-1804).
32 Roger (1983), 6.
33 Buffon (1997), 84. La cita ha sido tomada por A. Beltrán de las Oeuvres Philosophi-
ques de Buffon editada por Jean Piveteau (1954, 355-356), París, Presses Universitaires de
France.
El siglo XVIII en Francia 55
comparando así todos los animales y situando cada uno en su género, hallare-
mos que las doscientas especies (de animales cuadrúpedos), cuya historia natu-
ral hemos estudiado, pueden reducirse a un número bastante pequeño de
familias o estirpes principales, de las cuales no es imposible que todos los otros
hayan salido. (De la dégénération des animaux, en Histoire naturelle, XIV: 358.)36
eran seguidas por otros períodos de calma en los cuales habían aparecido
las nuevas especies. En este sentido, Cuvier concibe la naturaleza como
algo inmutable, a excepción de los momentos catastróficos, y los fósiles
son, para él, testigos de esas hecatombes. De lo expresado se desprende,
por lo tanto, que para Cuvier todos los fósiles pertenecen a restos de ani-
males y vegetales cuyos análogos vivientes ya no existen en la naturaleza.
Cuvier, que era «un empírico convencido» según Gould, se basó
fundamentalmente en la paleontología de vertebrados, pero Lamarck, espe-
cialista en invertebrados, encontró numerosos ejemplos de especies de
invertebrados fósiles que sí eran muy semejantes («análogas») a especies
vivientes conocidas, con lo que se demostraba la inconsistencia del catas-
trofismo. Con su postura acerca de las variaciones geológicas lentas, también
Lyell, en Inglaterra, como veremos, se oponía al catastrofismo de Cuvier.
En relación con el catastrofismo, Stephen Jay Gould señala que es:
una compleja doctrina de multitud de facetas, pero que se centra en la afir-
mación de que el cambio geológico se concentra en escasos períodos de paro-
xismo a escala prácticamente global: inundaciones, fuegos, elevación de las
montañas, fractura y hundimiento de continentes; en pocas palabras, todos los
componentes habituales del apocalipsis.43
entre los organismos más similares. Fue uno de los pocos biólogos de su
tiempo que lo hicieron, pero no creyó en la existencia de una teoría gene-
ral de la evolución que fuera aplicable a todo el mundo viviente.
Tampoco implicaban la idea de evolución las clasificaciones de orga-
nismos en grupos de similar estructura. En todo caso, representaban cabal-
mente la principal preocupación de los naturalistas del siglo XVIII por des-
cribir, inventariar y clasificar a todos los seres vivos. No obstante, George
Carter rescata la importancia que tendría más adelante este tipo de clasifi-
caciones en relación con la idea de evolución. Dice el autor:
El hecho de que los organismos puedan ser clasificados de esta manera
no implica necesariamente una idea de evolución. Ni Aristóteles ni Linneo
concibieron esta idea. Linneo, coincidiendo con el pensamiento religioso de su
tiempo, veía en cada especie una creación especial. Sin embargo, el hecho de
que los organismos pudieran ser clasificados de este modo iba a encajar per-
fectamente con las ideas evolucionistas cuando estas surgieran; porque si las
especies han sido creadas independientemente no existe razón alguna para que
su creación se hubiera hecho en grupos de similar estructura; en cambio, si se
admite una evolución, la semejanza de estructura resultaría necesariamente del
parentesco evolutivo; y todos los phylum serían considerados como descen-
dientes de un solo antecedente común.48
1. Lamarck (1744-1829)
50 En su biografía sobre Lamarck, Komarov señala que, siendo el más joven de los tres
botánicos del museo (los otros dos eran Desfontaines y de Jussieu), Lamarck no podía pre-
Lamarck (1744-1829) 67
tender ocupar uno de los dos cargos disponibles, por lo que, a cambio, se le ofreció la cáte-
dra de «animales inferiores» (incluía insectos y gusanos según Linneo), que prácticamente
carecía de especialistas en la Francia de ese entonces.
51 Tras la muerte de Buffon en 1788, el conde de Lacépède (1756-1825) tuvo a su
cargo la edición de los últimos ocho volúmenes de la Histoire naturelle (1788-1804) dedi-
cados a reptiles y peces. En su Discours sur la durée des espéces, que publicó encabezando el
segundo volumen de la Histoire naturelle des poissons (Historia natural de los peces), Lacépè-
de señala que con la especie sucede lo mismo que con el género, el orden y la clase, se trata
de una abstracción de la mente. Luego, refiriéndose al tema de la extinción de las especies
y la aparición de nuevas, asegura: «la especie puede experimentar un número tan grande de
modificaciones en sus formas y en sus cualidades, que, sin perder nada de su aptitud para
el movimiento vital, se encuentre, por su última conformación y por sus últimas propie-
dades, más alejada de su primer estado que de una especie extraña: entonces estará meta-
morfoseada en una especie nueva» (citado por Guyénot [1956], 357). Ocupado en el desem-
peño de sus cargos políticos (ministro de Estado y presidente de la Asamblea Legislativa),
Lacépède no profundizaría esta idea claramente evolucionista.
68 Capítulo 3
1.2. Introducción
La relevancia de Lamarck en el plano de las ideas y teorías evolucio-
nistas es indiscutible, por lo que no debe extrañar al lector que dedique-
mos un capítulo completo al análisis de su vida y su obra. Nos parece, este,
un acto de estricta justicia hacia un autor que lamentablemente ha sido y
sigue siendo poco y mal conocido, ya que solo han trascendido de él algu-
nas ideas muy aisladas e incompletas que en nada ilustran su capacidad
para elaborar, por primera vez, una verdadera concepción evolucionista. Es
necesario reconocer, al mismo tiempo y tal como lo sostiene Guyénot, que
convergen en Lamarck un cúmulo de ideas de sus predecesores, que ejer-
cerán clara influencia en su pensamiento:
Lamarck no aparece, a la luz de la historia de las ideas biológicas, como
el innovador, el revolucionario que algunos se han complacido en presentar.
Debe a Buffon, a Adanson, a Ch. Bonnet y a otros muchos, las ideas referen-
tes a la continuidad progresiva de la Naturaleza organizada, a la relatividad de
nuestras clasificaciones, a la degradación y a la transformación de las especies,
52 Según Komarov, como las hijas de Lamarck no contaban con los medios suficien-
tes para adquirir una bóveda, su lugar fue pagado solo por cinco años, al término de los
cuales la propiedad de su tumba fue transferida a otra persona y sus restos desenterrados y
enviados a un osario común, donde se entremezclaron con otros muchos.
Lamarck (1744-1829) 69
Así es como, para Lamarck, las clases, los órdenes, las familias, los
géneros y las especies «son medios de nuestra invención de los que no
sabríamos prescindir, pero que hay que emplear con discreción […]».67
Refiriéndose luego a la actitud adoptada por sus colegas en relación con el
tema, comenta:
Algunos naturalistas modernos han introducido el uso de dividir una
clase en varias subclases, y seguidamente ha habido otros que han aplicado esta
idea a los géneros; de manera que no solo forman subclases, sino también sub-
géneros; y nuestras distribuciones presentarán pronto subclases, subfamilias,
subgéneros y subespecies.
Y, finalmente, concluye:
Hay que poner fin a los abusos de la nomenclatura; de lo contrario, la
nomenclatura se convertiría en un tema más difícil de conocer que los propios
objetos que debemos considerar.68
1. Mamíferos
2. Aves Animales
Animales vertebrados
3. Reptiles vertebrados
4. Peces
5. Moluscos
6. Cirrípedos
7. Anélidos
8. Crustáceos
9. Arácnidos Animales
Animales invertebrados
10. Insectos invertebrados
11. Gusanos
12. Radiados
13. Pólipos
14. Infusorios
Pero inmediatamente, finalizando el capítulo V de la Filosofía zoológi-
ca, Lamarck se plantea el siguiente interrogante:
Todas las clases que dividen el reino animal, al formar necesariamente
una serie de masas según la composición creciente o decreciente de la organi-
zación, ¿nos obligarían a proceder, en la organización de esta serie, del más
simple al más compuesto o del más compuesto al más simple?70
Como veremos, Lamarck sostendrá que los seres vivos deben distribuir-
se de acuerdo con su grado de organización, ya que, para él, la organización
es fundamental «para orientar una distribución metódica y natural de los
organismos». En este sentido, adopta claramente la postura según la cual los
seres vivos deben distribuirse según la composición creciente de la organiza-
ción, es decir, desde los más simples a los más complejos, en corresponden-
cia con el orden seguido por la misma naturaleza, que es, según Lamarck, «el
único orden estable, independiente de cualquier arbitrariedad».71
Desde luego, no existe nada sino por la voluntad del sublime Autor de
todas las cosas. Pero ¿podemos asignarle reglas en la ejecución de su voluntad
y fijar el modo en que ha actuado a este respecto? Su poder infinito ¿no ha
podido crear un orden de cosas que diera sucesivamente la existencia a todo lo
que vemos y que no conocemos?
Seguramente, cualquiera que haya sido su voluntad, la inmensidad de su
poder es siempre igual y, sea cual sea la forma en que se haya ejecutado esta
voluntad suprema, nada puede disminuir su grandeza.73
Y más adelante:
¿Admiraré menos la grandeza del poder de esta primera causa de todo, si
le ha gustado que las cosas fueran así que si, por tantos otros actos de su volun-
tad, se hubiera ocupado y se ocupara continuamente todavía de los detalles de
todas las creaciones particulares, de todas las variaciones, de todos los desarro-
llos y perfeccionamientos, de todas las destrucciones y todas las renovaciones,
en una palabra, de todas las mutaciones que se ejecutan generalmente en las
cosas que existen?74
Y luego continúa:
¿El trigo cultivado (Triticum sativum) no es acaso un vegetal llevado por
el hombre al estado en que lo vemos actualmente? ¿En qué país vive natural-
mente una planta semejante sin ser la consecuencia de su cultivo en algún
terreno cercano? ¿Dónde encontramos en la naturaleza nuestras coles y nues-
tras lechugas, etc., en el estado en que las encontramos en nuestros campos de
hortalizas? ¿Acaso no sucede lo mismo con gran cantidad de animales que la
domesticidad ha cambiado o modificado considerablemente?82
Pero no es así como obran las circunstancias sobre los animales, que
poseen un sistema nervioso desarrollado, porque
sean cuales sean las circunstancias, no operan directamente sobre la forma y
sobre la organización de los animales ninguna modificación.
Pero grandes cambios en las circunstancias producen grandes cambios en
las necesidades de los animales y cambios iguales en las acciones. Así, si las nue-
vas necesidades se vuelven constantes o muy duraderas, los animales adquie-
ren nuevos hábitos, que son tan duraderos como las necesidades que los han
hecho nacer.91
mayor medida órganos que utilizaba poco, usando menos los que antes
usaba más, creando algunos nuevos o bien produciéndose la desaparición
de los que ya no se utilizarán en absoluto).
El mismo Lamarck nos proporciona un resumen de su planteamiento:
Así, pues, el verdadero orden de cosas que debemos considerar en todo
esto consiste en reconocer:
1) Que todo cambio un poco considerable y mantenido seguidamente
en las circunstancias en que se encuentra cada raza de animales obra en ella un
cambio real en sus necesidades.
2) Que todo cambio en las necesidades de los animales necesita de otras
acciones para satisfacer las nuevas necesidades y, por consiguiente, otras cos-
tumbres.
3) Que toda nueva necesidad, al precisar de nuevas acciones para satisfa-
cerla, exige del animal que la experimenta o bien el uso más frecuente de algu-
na de sus partes de la que antes hacía menos uso, lo cual la desarrolla y la agran-
da considerablemente, o bien el empleo de nuevas partes que las necesidades
hacen nacer insensiblemente en él por esfuerzos de su sentimiento interior […].92
poco que sus piernas adquirirían pantorrillas y que entonces estos animales no
podrían marchar más que penosamente sobre los pies y las manos a la vez.
Por último, si estos mismos individuos cesasen de emplear sus quijadas
como armas para morder, triturar o asir, o como tenazas para cortar la hierba
y nutrirse con ella y solo las empleasen en la masticación, no es dudoso asi-
mismo que su ángulo facial resultaría más abierto, que su hocico no se redu-
jera cada vez más hasta desaparecer por completo, y que entonces tuviesen sus
dientes incisivos verticales.
Pues que se suponga ahora que una raza de cuadrumanos, la más per-
feccionada, habiendo adquirido, por hábitos constantes en todos sus indivi-
duos, la conformación que acabo de citar y la facultad de mantenerse y mar-
char de pie, llegando en seguida a dominar a las otras razas de animales y
entonces se comprenderá sin dificultad:
1.º Que esta raza más perfeccionada en sus facultades, habiendo llegado
por ello a enseñorearse sobre las demás, no tardará en apoderarse de todos los
lugares que le convengan en la superficie del globo.
2.º Que esta raza habrá acosado a las otras razas eminentes, y que en el
caso de disputarle los bienes de la tierra, las habrá obligado a refugiarse en los
lugares que esta raza no ocupa.
3.º Que perjudicando a la gran multiplicación de las razas que se le apro-
ximaban por sus conexiones y manteniendo las relegadas en los bosques u
otros lugares desiertos, la raza conquistadora habrá detenido los progresos del
perfeccionamiento de sus facultades, en tanto que ella, pudiendo extenderse
por todas partes, de multiplicarse sin obstáculo en cualquier lugar y de vivir en
bandas numerosas, se habrá creado sucesivamente necesidades nuevas, que
contribuirán a excitar su industria y a perfeccionar gradualmente sus medios y
sus facultades.
4.º Que, por último, esta raza preeminente habiendo adquirido una
supremacía absoluta sobre todas las demás, llegará a poner entre ella y los ani-
males más perfeccionados una diferencia, y, en cierto modo, una distancia
considerable.
De este modo la raza de cuadrumanos más perfeccionada habrá podido
llegar a ser dominante. Habrá conseguido también cambiar sus hábitos por
consecuencia del imperio absoluto que habrá adquirido sobre las demás y por
sus nuevas necesidades. Con ello adquirirá progresivamente modificaciones en
su organización y facultades nuevas y numerosas. Limitará el número de los
más perfeccionados de otras razas al estado en que se hallan, y no tardará en
producir las distinciones tan enormes que las separan.96
era razonable pensar que las más profundas eran las más antiguas y esto
tenía validez también para los fósiles que contenían.
Un tercer geólogo, fundador de la moderna geología inglesa (y que
además ejercerá particular influencia sobre la vida y obra de Darwin), fue
Charles Lyell (1797-1875). En su gran obra Principles of Geology (publica-
da en tres volúmenes entre 1830 y 1833), sostiene, al igual que Hutton,
que el tiempo es ilimitado y que todos los efectos causados en la actuali-
dad por la acción de las lluvias, el viento, la erosión, la sedimentación, la
elevación, el fraccionamiento, etc., pueden dar cuenta, sin recurrir a expli-
caciones catastrofistas, de todos los cambios acaecidos en la Tierra en épo-
cas pasadas. De esta manera, afirma el claro principio uniformista que ase-
gura que «en el presente está la clave del pasado».
Es interesante consignar el hecho según el cual, a pesar de que hacia
1830 buena parte de los geólogos británicos se encolumnaba detrás de las
ideas diluvianas y catastrofistas de Buckland, Lyell, un ex alumno suyo,
sustentara una postura uniformista.
La labor de Lyell como geólogo tuvo reconocimiento. En 1848 reci-
bió la investidura de caballero, convirtiéndose en sir Charles Lyell. La
Royal Society le concedió la Copley Medal y la Geological Society of Lon-
don la Wollaston Medal. En 1864 fue elegido presidente de la British
Association for the Advancement of Science y recibió un título nobiliario
por parte de la reina Victoria. A su muerte, fue enterrado en la Abadía de
Westminster, con todos los honores.
obra que, como esta, pretende abarcar las diversas teorías formuladas a
partir de 1800. Es indudable que existe un antes y un después de la teoría
darwinista.
La vida y la obra de Charles Darwin es tan vasta («Quizá no esté
mejor documentada la vida de ningún otro científico»),102 que le dedica-
remos el resto de este capítulo y los capítulos 5 y 6. En un intento por con-
tribuir a una mejor exposición de su vida y su concepción evolucionista,
desarrollaremos sucesivamente los puntos que se detallan a continuación:
1.º Datos biográficos de Darwin, y otras referencias, desde su nacimien-
to, en 1809, hasta el inicio de su viaje a bordo del Beagle, en 1831.
2.º Análisis del viaje y de la importancia que tuvo en su vida y en su pen-
samiento evolucionista.
3.º Datos biográficos de Darwin, y otras referencias, desde su regreso del
viaje, hacia fines de 1836, hasta la publicación de su obra más tras-
cendente, On the origin of species by means of natural selection (Sobre el
origen de las especies por medio de la selección natural), en 1859.
4.º Desarrollo de su teoría evolucionista (capítulo 5).
5.º Reacción frente a El origen de las especies por medio de la selección
natural. El evolucionismo teísta. Críticas a la teoría darwinista. La
relación Darwin-Marx. El darwinismo fuera de Inglaterra. Datos
biográficos de Darwin y otras referencias (período 1860-1882)
(capítulo 6).
103 Más tarde, expresaría opiniones críticas hacia la escuela: «nada pudo ser peor para
el desarrollo de mi inteligencia que la escuela del doctor Butler, pues era estrictamente clá-
sica, y en ella no se enseñaba nada, salvo un poco de geografía e historia antiguas. Como
medio de educación, la escuela fue sencillamente nula» (Darwin [1977], 44).
Charles Darwin (1809-1882) 97
1825-1827
• A pesar de las intenciones de su padre, médico de profesión, para
que el joven Darwin se gradúe en la misma carrera, Charles fracasa
tras estudiar medicina durante cuatro semestres en la Universidad
de Edimburgo.104
• Lee la Zoonomía o las leyes de la vida orgánica, obra que su abue-
lo, el médico y filósofo inglés Erasmus Darwin (1731-1802),
había publicado en 1794. Dicha obra contenía muchas ideas
de la época sobre fisiología y medicina y algunas especulacio-
nes de tipo evolucionista. Si bien esta primera lectura causó
buena impresión en el joven Charles, él mismo confiesa en su
Autobiografía que cuando la volvió a leer, diez o quince años des-
pués, se sintió defraudado precisamente por el elevado número
de especulaciones existentes en relación con los datos que pro-
porcionaba.
• Aparece la 6.ª edición del Ensayo sobre el principio de la población,
de Malthus.
1829
• Muere Lamarck.
1830
• Contienda pública entre Cuvier y Étienne Geoffroy Saint Hilaire
(1772-1844).105
• Publicación del primer tomo de los Principios de geología de Char-
les Lyell (tres tomos, 1830-1833). Según el autor, la Tierra había
estado sujeta a procesos de formación muy lentos, pero continuos,
y que aún seguían actuando.
104 Motiva el abandono el hecho de que las clases en general, a excepción de las de quí-
mica, le resultaban «intolerablemente aburridas» y porque debió presenciar dos operacio-
nes graves sin anestesia, ya que aún no se la conocía. Por el contrario, tuvo la oportunidad
de relacionarse con varios naturalistas de renombre y se inicia, por entonces, su especial
talento para la observación de la naturaleza.
105 Colegas y amigos al principio, más tarde protagonizarían una dura polémica (véase
el capítulo 3).
98 Capítulo 4
1828-1831
• Darwin ingresa en el Christ’s College, de Cambridge, para estudiar
teología.106 Durante ese tiempo, además de coleccionar escarabajos
con verdadero entusiasmo, establece contactos personales de prove-
cho, sobre todo en las áreas de la geología y de la botánica. Mere-
cen destacarse particularmente dos: con el reverendo John Stevens
Henslow (1796-1861), teólogo y sacerdote de la Iglesia anglicana y
profesor de Botánica en la Universidad de Cambridge107 y con
Adam Sedgwick (1785-1873), profesor de Geología en la misma
universidad y miembro de la Royal Society.
• Durante su último año en Cambridge, lee con profundo interés
Personal narrative del extraordinario viajero, naturalista y geógrafo
alemán Alexander von Humboldt (1769-1859), y la Introduction to
the study of natural Philosophy del astrónomo y físico inglés John F.
W. Herschel (1792-1871).108
• Asimismo, para aprobar el examen de Bachelor of Arts (licencia-
tura de grado medio en las facultades humanísticas de la univer-
sidad inglesa), Darwin debía conocer la obra Evidences of Chris-
tianity del teólogo anglicano inglés William Paley (1743-1805),
publicada en 1794 y la Moral Philosophy (1785) del mismo autor.
Por entonces, Paley representaba la opinión oficial de la Iglesia.
«un hombre con una curiosidad sin límites», como lo definió su tío Josiah.
Ello le permitió observar, describir e interpretar la naturaleza como muy
pocos lo habían logrado antes. Refiriéndose a este episodio destacado de
su vida, el mismo Charles no dudaba en afirmar:
El viaje del Beagle ha sido con mucho el acontecimiento más importan-
te de mi vida, y ha determinado toda mi carrera.114
119 Presidente de la Geological Society of London a partir de 1835, Lyell fue uno de
los amigos más íntimos de Darwin, motivo por el cual este pidió su consejo, que mucho
valoraba, en numerosas oportunidades. Ambos tenían una sólida posición económica y
eran liberales, existiendo entre ellos una mutua estima, respeto intelectual y particular
admiración. Aunque mucho tardó en convencerse, Lyell aceptó finalmente el evolucionis-
mo (lo que fue calificado por Darwin de «un gran triunfo»), pero nunca su explicación a
través del mecanismo de la selección natural.
106 Capítulo 4
120 Emma era una mujer retraída y amable. Se dedicó profundamente al cuidado de
sus hijos y de su esposo. El matrimonio de Charles «no pudo ser más afortunado, ni podía
haber encontrado una esposa más adecuada. Emma era un año mayor que Charles, her-
mosa y atractiva, pero de espíritu equilibrado y decidido, inteligente y capaz, como todos
los Wedgwood, muy enérgica y profundamente religiosa» (Huxley y Kettlewell [1985],
109-111). Del mismo modo, Hemleben señala que Charles no hubiera podido completar
su obra sin el permanente apoyo de Emma.
Charles Darwin (1809-1882) 107
121 Uno de los dilectos amigos de Darwin. En su juventud había participado como
naturalista a bordo del Erebus, buque de la Armada Británica, viajando por Nueva Zelan-
da, Australia y el Ártico, con el propósito de llevar a cabo un relevamiento de la flora de
esas regiones. Trabajador incansable, de amistad sincera y fina inteligencia. De él dice
Hemleben que lo que fue Henslow para Darwin «en su primera década de existencia como
biólogo, lo fue Hooker a partir de entonces. Se convirtió en el amigo y consejero de Dar-
win en los problemas científicos, sobre todo botánicos, y en todos los asuntos personales»
(Huxley y Kettlewell [1985], 82).
122 La obra de Chambers seguramente influyó en Wallace, que la había leído antes de
emprender sus viajes (Rostand [1985], 134).
108 Capítulo 4
1846
• Como resultado de sus excavaciones en Abbeville (Francia), Bou-
cher de Perthes, calificado de hereje por la Iglesia, publica Sobre la
industria primitiva, obra en la que insiste en la existencia docu-
mentada del hombre antediluviano.
• Darwin publica Observaciones geológicas sobre América del Sur.123
• Inicia su investigación sobre un tipo de crustáceos cirrípedos, los
percebes, que le ocupará ocho años de trabajo (incluye unos dos
años perdidos por razones de salud).124
1851
• La Ray Society publica el primer volumen de su monografía sobre
los percebes.
• Conoce al botánico norteamericano Asa Gray (1810-1888).125
1852
• Herbert Spencer (1820-1903), biólogo y filósofo inglés y convenci-
do evolucionista antes de la aparición de la obra de Darwin, publi-
ca La hipótesis del desarrollo.
123 Como se puede observar en esta síntesis cronológica, entre 1842 y 1846 Darwin
publica sus obras «geológicas» (que le exigieron cuatro años y medio de trabajo constante).
Si bien al principio del viaje Charles no podía evitar la observación de distintos fenóme-
nos «con los ojos de Lyell», como diría más adelante, lo cierto es que luego sus trabajos no
carecieron de originalidad. A tal punto fue así que en su artículo «Darwin geólogo» San-
dra Herbert señala: «no fue secundaria su aportación a la geología», y Michael Ghiselin,
con toda claridad, expresa: «... la aportación de Darwin a la geología fue sustancial y ella
sola justificaría darle un lugar importante en la historia de la ciencia» (Ghiselin [1983], 46).
124 Más tarde, y si bien Darwin juzgó esa labor de carácter sistemático como muy útil,
dudaba que fuera tan importante como para haberle dedicado tanto tiempo. Sin embargo,
Joseph Hooker le escribiría a Francis Darwin: «Su padre señalaba tres etapas en su carrera
como biólogo: la de simple coleccionista en Cambridge, la de coleccionista y observador
en el Beagle, y durante algunos años más; y la del naturalista formado, después, y solo des-
pués del trabajo de los cirrípedos» (Darwin [1977], 238).
125 De ascendencia irlandesa, Asa Gray nació en París y emigró a los EE. UU. donde
se doctoró en Medicina en 1831. Respondiendo a una temprana afición por la botánica,
describió, junto con John Torrey, la flora completa de Norteamérica (1838-1843). En 1842
le ofrecieron la Cátedra de Historia Natural de la Universidad de Harvard, que desempe-
ñaría hasta su muerte. Como devoto cristiano y defensor de la teología natural, Asa Gray
aceptó en líneas generales la teoría darwinista pero sin dejar de lado la existencia de una
guía divina. Convertido en primer representante del darwinismo en Estados Unidos, se
opuso tenazmente a los pronunciamientos antievolucionistas de su colega de Harvard
Louis Agassiz. Influyó en los trabajos botánicos de Darwin.
Charles Darwin (1809-1882) 109
1854
• Darwin entabla amistad con Thomas Henry Huxley (1825-
1895)126, 127
• Aparece el segundo volumen de su monografía sobre los percebes.
1855
• Alfred Russel Wallace (1823-1913)128 publica su artículo «Sobre la
ley que ha regulado la aparición de nuevas especies», que Darwin
leerá tiempo después.129
1856
• Darwin comienza a trabajar en El origen de las especies por medio de
la selección natural por consejo de Charles Lyell.
126 Siendo joven, Huxley estudió Medicina en Londres y, tras graduarse, ingresó como
médico en la Marina inglesa. Fue presidente de la Royal Society entre 1833 y 1835. Desde
1846 hasta 1850 viajó como naturalista a bordo del Rattlesnake alrededor del mundo,
publicando a su regreso numerosos trabajos científicos sobre invertebrados marinos, que le
dieron prestigio. Tenía la capacidad de escribir con claridad y precisión aun acerca de los
temas más complejos. Darwin lo admiraba por su rápida capacidad de reacción, su inge-
nio y su juicio y decía de él: «Su inteligencia es clara como un rayo y aguda como un cuchi-
llo. Es el mejor conversador que he conocido […] Es mi amigo más íntimo y está siempre
dispuesto a evitarme cualquier incomodidad. Dentro de Inglaterra es el representante más
fuerte del principio de la evolución gradual de los seres orgánicos» (Hemleben [1971], 87).
127 Sin duda, el grupo de amigos íntimos de Darwin (Henslow, Hooker, Lyell, Asa Gray
y Huxley) era muy selecto, académicamente hablando. Algunos habían participado de viajes
alrededor del mundo, que duraron varios años. Como dice Hemleben, «Rara vez —o quizá
nunca— ha tenido un círculo tan pequeño de amigos un conocimiento tan completo como
este de plantas, animales, estratos geológicos y seres fosilizados» (Hemleben [1971], 87-88).
128 Wallace era un naturalista inglés que había participado en 1848, junto con Henry
Walter Bates, de un viaje al Amazonas donde permaneció durante cuatro años examinando
y recolectando ejemplares de su flora y fauna. Precisamente, el viaje se financiaría con la venta
de los ejemplares recogidos pero, lamentablemente, el barco en el que iban sus colecciones se
incendió y las pérdidas fueron casi totales. Posteriormente, en 1854 y después de una breve
visita a Inglaterra, Wallace se trasladaría al archipiélago malayo para efectuar nuevos estudios,
que le demandarían unos ocho años y un recorrido de más de 20 000 kilómetros entre las
Molucas, Sumatra, Java, Nueva Guinea, Célebes e islas menores. Realizó grandes esfuerzos
por conocer la fauna de las islas y se interesó profundamente en los problemas biogeográfi-
cos, motivo por el cual se lo recuerda también como el «padre de la biogeografía». Entre sus
publicaciones pueden mencionarse: The Geographical Distribution of Animals (Londres y
Nueva York, 1876), Darwinism (Londres y Nueva York, 1889), Man’s Place in the Universe
(Londres y Nueva York, 1903) y The World of Life (Londres y Nueva York, 1910).
129 En una carta fechada el 1 de mayo de 1857 Darwin le manifiesta a Wallace que, evi-
dentemente, partiendo de razonamientos semejantes, ambos habían llegado a conclusiones
parecidas. También le señala que venía trabajando alrededor del tema desde hacía veinte años.
110 Capítulo 4
Julian Huxley, uno de los pilares de la teoría sintética, afirmaba con absolu-
ta convicción: «Por darwinismo entiendo esa mezcla de inducción y deduc-
ción que Darwin fue el primero en aplicar al estudio de la evolución».137
De acuerdo con lo sostenido por Stephen Jay Gould, Darwin transi-
tó el «camino de en medio» entre el inductismo y el eurekaísmo. El induc-
tismo, que sostiene que una teoría nueva solo puede surgir a partir de una
sólida base de datos (en este caso, las numerosas observaciones efectuadas
por Darwin en su viaje a bordo del Beagle); y el eurekaísmo que concede
particular relevancia a la creatividad, un don que solo estaría reservado a
unas pocas personas.
Al respecto, Gould observa:
La selección natural no surgió de ninguna lectura directa de los datos del
Beagle, sino de sus dos años subsiguientes de meditación y lucha reflejados en
una serie de notables libros de apuntes que han sido descubiertos y publicados
en el transcurso de los últimos veinte años. En estos libros de anotaciones
vemos cómo Darwin va poniendo a prueba y abandonando toda una serie de
teorías y persiguiendo una multitud de falsas pistas —aunque luego afirmara
que había registrado datos con la mente vacía—.
Y luego agrega:
En su irritantemente equívoca autobiografía, Darwin da fe de un eureka
y sugiere que la idea de la selección natural surgió como un súbito y descon-
certante relámpago tras más de un año de frustrante tanteo a ciegas.138
Ese mismo año Darwin redacta un texto más extenso, de 231 páginas,
y, consciente de su importancia, el 5 de julio de 1844 le escribirá a su espo-
sa: «Si, como creo, mi teoría fuera leída en el futuro, aunque solo fuese por
un crítico competente, supondrá un avance considerable en la ciencia».144
Además, sabiendo de su precaria salud, le pedirá que, en caso de
morir, le encargue a un editor competente (entendía por competente
poseer una formación de geólogo-naturalista) la revisión y ampliación de
esos textos, con miras a su publicación (Darwin sugiere a Lyell, Forbes,
Henslow, Hooker y Strickland, en ese orden). Con ese fin, le deja además
la suma de 400 libras en concepto de remuneración (más los beneficios
que pudiera reportar la venta del libro) para el editor que asumiera la
responsabilidad de tal cometido. Diez años después, en agosto de 1854,
Darwin, aún preocupado por el tema, escribe en el reverso de la mencio-
nada carta que, de todos, Hooker sería el más adecuado para emprender
ese trabajo.
empresa jamás sería acometida por él. Otros temas, y nuevas publicacio-
nes, lo mantendrían ocupado hasta su muerte. En cambio, sí introdujo
correcciones y modificaciones a las sucesivas ediciones hasta llegar a la
sexta, aparecida en 1872, que sería la definitiva.
La edición original de On the origin of species by means of natural selec-
tion (Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural) apare-
cería finalmente el 24 de noviembre de 1859. Curiosamente, el mismo
Darwin no era demasiado optimista respecto del nivel de ventas que ten-
dría esta edición, que consideraba demasiado voluminosa (1250 ejempla-
res). A tal punto, que estaba dispuesto a liberar de todo compromiso a su
editor, John Murray (el mismo que había editado las obras de Lyell), si este
creía que el libro iba a ser poco rentable. Pero para sorpresa de ambos, ocu-
rrió lo contrario: los 1250 ejemplares disponibles fueron vendidos el
mismo día, a 15 chelines cada uno.
Ante tal éxito, un mes y medio después, el 7 de enero de 1860, se
pondría a la venta la segunda edición, con una tirada de 3000 ejemplares
que se venderían en pocos días y que obligaron a una tercera edición, de
2000 ejemplares, al año siguiente. Desde entonces, esta «obra maestra de
la literatura científica»,146 ha sido traducida a más de treinta idiomas.
Desde 1838 hasta 1859 habían transcurrido nada menos que vein-
tiún años ¿Demasiado tiempo? Con relación a este interrogante, es muy
esclarecedora la opinión de Hemleben, que pasamos a transcribir:
Fue un acto de sabiduría el dejar pasar veintiún años desde la primera
visión de la idea hasta la terminación del manuscrito. De otra forma la obra
no hubiera tenido aquel grado de concentración, al que debe su enorme fuer-
za de persuasión. No solo Darwin, también el tiempo había madurado entre
tanto para poder recoger la idea de la evolución, del desarrollo de todos los
seres vivientes, de forma que no se pudiera perder nunca más. Poco después de
la publicación del libro comenzaron los ataques apasionados, razón por la cual
quince años antes ni Hooker ni Huxley —como biólogos afamados— hubie-
ran podido ser de ninguna manera compañeros para Darwin como lo fueron
desde 1859. En 1844 Hooker, con veintisiete años, acababa de regresar de su
vuelta al mundo y se encontraba en los comienzos de su carrera como botáni-
co, y la adhesión de Huxley —entonces con diecinueve años— no hubiera
tenido ningún valor para Darwin. De cualquier forma que se mire, la apari-
ción del libro El origen de las especies mediante la selección natural fue «decisi-
pocos naturalistas, y nunca di con uno solo que pareciera dudar de la perma-
nencia de las especies. Ni siquiera Lyell y Hooker parecían estar de acuerdo,
aunque me escucharan con interés. En una o dos ocasiones intenté explicar a
hombres capaces lo que entendía por selección natural pero fracasé notoria-
mente. Lo que creo que era absolutamente cierto es que innumerables hechos
perfectamente observados estaban esperando en las mentes de los naturalistas,
listos para ocupar su puesto tan pronto como se explicara suficientemente una
teoría que los abarcara.150
mer lugar, dos cuestiones: por un lado, la postura gradualista asumida por
el autor en su interpretación del proceso evolutivo y, por otro, sus ideas en
relación con el concepto de especie.
pequeñas variaciones sucesivas; no puede dar nunca un gran salto brusco, sino
que tiene que adelantar por pasos pequeños y seguros, aunque sean lentos.152
¿Es cierto, como señalan algunos autores, que Darwin negaba la exis-
tencia real de las especies en la naturaleza?, ¿qué criterio adoptó para dife-
renciar a una variedad de una especie y a una especie de otra especie?, y,
finalmente, en consonancia con estos interrogantes, ¿de qué manera
entendió Darwin la transición evolutiva entre una especie y otra?
En relación con el primer interrogante, podemos decir que desde hace
tiempo existen dos posturas contrapuestas que siempre han debatido, en
el campo de la taxonomía, la cuestión de si las especies tienen o no tienen
existencia real en la naturaleza: el realismo y el nominalismo.
Del mismo modo, Niles Eldredge (n. 1943), uno de los fundadores
del puntuacionismo junto con Stephen Jay Gould (1941-2002), como
veremos más adelante, observa que si bien los naturalistas del siglo XVIII
habían reconocido a la especie como una entidad real y bien delimitada,
al mismo tiempo la concebían como una entidad inmutable. Por ello, dice
Eldredge, al reaccionar en contra de esa idea, Darwin
[…] llegó a negar que la especie estuviera delimitada de manera discontinua
en la escala del tiempo. Esto volvía a negar la especie como entidad biológica
real (y explica que Darwin, como a menudo se ha recordado irónicamente, se
hubiese ocupado ampliamente en su libro El origen de las especies del modo en
que estas se transforman, pero no dijese nada acerca de su origen, es decir,
sobre el mecanismo de su aparición: si las especies no existen ¡no hay necesi-
dad de explicar su origen!).159
Para nosotros resulta indiscutible que Darwin era, ante todo, un natu-
ralista. Por lo tanto, si tomamos al pie de la letra su expresión de que «todo
naturalista sabe vagamente lo que él quiere decir cuando habla de una espe-
cie», y seguimos un razonamiento silogístico, resulta evidente que Darwin
también sabía vagamente (vaguely en el original inglés) lo que era una especie.
En consecuencia, la cuestión central reside en explicar la expresión vagamen-
te, no en afirmar a la ligera que Darwin negaba la existencia de las especies.
¿Podría alguien poner en duda que Darwin considerara que un ele-
fante, una cebra y un león, por poner un ejemplo, representaban especies
claramente diferenciadas? Pues creemos que no. Cuando decimos que, al
igual que el resto de los naturalistas, también Darwin tenía una idea «vaga»
de lo que era una especie, estamos afirmando que Darwin tenía una idea
«imprecisa», «indefinida» o «indeterminada» de la especie. Pero ¿en qué
sentido lo manifestaba Darwin? En el sentido de que para él existe un fluir
ininterrumpido entre el nivel de las variaciones en los individuos, el nivel
de las variaciones en las variedades y el nivel de las variaciones en las espe-
cies, de tal manera que consideraba imposible establecer cortes que per-
mitieran identificar cada uno de los niveles con absoluta claridad. Al exis-
tir continuidad plena entre los distintos niveles de variaciones, los límites
existentes entre ellos se tornan borrosos porque no es posible fijar el punto
exacto donde termina un nivel y comienza el otro.
Un caso actual que demuestra e ilustra con claridad lo que Darwin
quería decir, y que nos permite entender su pensamiento sobre el tema, es
el de las gaviotas del género Larus, las denominadas Larus argentatus (o
gaviota argéntea, de color plateado) y Larus fuscus (o gaviota sombría, de
lomo oscuro). El género Larus está distribuido de manera muy especial, en
forma de anillo alrededor del Polo Norte, de manera que si se sigue la
población de gaviotas argénteas hacia el oeste, dando la vuelta hasta llegar
nuevamente a Europa, se puede apreciar que dichas gaviotas se van ale-
jando cada vez más del punto de partida hasta convertirse en gaviotas som-
brías, al otro extremo, es decir que solo donde el círculo se cierra puede
observarse que la argéntea y la sombría son dos especies bien diferenciadas
que no poseen afinidad reproductiva (tal como ocurre en Gran Bretaña,
por ejemplo). Pero la variación gradual, paulatina, observada en sus carac-
teres a lo largo de toda la cadena oeste-este, en una serie ininterrumpida
de individuos interfértiles, impide fijar límites estrictos entre una y otra
especie, porque no se puede establecer con exactitud en qué lugar la espe-
cie argéntea deja de ser tal para pasar a ser sombría.
El problema principal, por lo tanto, estaba en los límites, sobre todo
en los casos de especies emparentadas, motivo por el cual Darwin también
consideraba la palabra especie como una construcción puramente artificial
y arbitraria, dada, por razón de conveniencia, a un «grupo de individuos
muy semejantes» y lo mismo sucedía con el término variedad.
Según Darwin, la gran confusión existente en su época era conse-
cuencia de que muchas formas consideradas especies por algunos natura-
listas, solían ser tenidas como variedades por otros, y viceversa. Y él mismo
reconocía estar inmerso en esa confusión. Veámoslo a través de sus propias
La concepción evolucionista de Charles Darwin 131
Y más adelante:
Indudablemente no se ha trazado una línea clara de demarcación entre
especies y subespecies, o sea las formas que, en opinión de algunos naturalis-
tas, se acercan mucho, aunque no llegan completamente a la categoría de espe-
cies, ni tampoco entre subespecies y variedades bien caracterizadas, o entre
variedades menores y diferencias individuales. Estas diferencias se mezclan
unas a otras, formando una serie continua, y una serie imprime en la mente la
idea de un tránsito real.170
Finalmente, concluye:
[…] si dos formas difieren muy poco son generalmente clasificadas como
variedades […] pero no es posible determinar la cantidad de diferencia nece-
saria para conceder a dos formas la categoría de especies.171
que las especies se modifican con el tiempo, nunca intentó seriamente ana-
lizar con rigor el problema de la multiplicación de las especies, esto es, el
desdoblamiento de una especie en dos. He examinado las razones de este
fracaso […] —dice Mayr— y he encontrado que la más importante es que
Darwin no comprendía la naturaleza de la especie».176
Sin embargo, si bien es cierto que Darwin se limitó a explicar el fenó-
meno de transformación filética de una especie en otra y no se ocupó del
fenómeno de especiación entendido como «desdoblamiento de una espe-
cie en dos», nosotros nos permitimos disentir de Mayr en cuanto a que
Darwin no comprendió la naturaleza de la especie.
Que Darwin no haya sido suficientemente claro en su apreciación de
lo que entendía por especie resulta entendible si consideramos que aun
habiendo transcurrido ciento cincuenta años, el estado actual de la cues-
tión continúa siendo controvertido. Por eso, aunque resulte obvio decirlo,
nos parece importante dejar sentado que la causa real de sus vacilaciones
no tuvo otro origen que la difícil y compleja naturaleza del tema aborda-
do. Pero aun a pesar de ello, Darwin no solo abordó el concepto de espe-
cie, sino que lo hizo con su sello personal, a través de su particular enfoque
gradualista. De esta manera, no prestó demasiada atención al concepto
biológico ya existente en la época, y en cambio prefirió basarse en criterios
morfológicos y cuantitativos tanto para diferenciar a una variedad de una
especie como a una especie de otra especie, y también para explicar la
transformación evolutiva de una especie en otra por medio de la selección
natural, como veremos en las próximas páginas.
Como vemos, para Darwin las especies que más varían son las más
expandidas, y esto se debe a que son las que están expuestas a diferentes con-
diciones físicas y porque entran en competencia con diversos grupos de seres
vivos. También señala que en el cambio de ambiente que se da, por ejemplo,
en el paso de la vida salvaje a la doméstica, los animales modifican sus hábi-
tos y estos llevan a una utilización diferente de sus órganos (algunos se usan
más, otros menos) y estas novedades se transmiten a la descendencia.
Al respecto, Darwin señala:
El cambio de condiciones produce un efecto hereditario, como en el
período de florescencia de las plantas cuando se las transporta de un clima a
otro. En los animales, el creciente uso o desuso de órganos ha tenido una
influencia más marcada; así, en el pato doméstico encuentro que, en propor-
ción a todo el esqueleto, los huesos del ala pesan menos y los huesos de la pata
más que los mismos huesos del pato salvaje, y este cambio puede atribuirse
seguramente a que el pato doméstico vuela mucho menos y anda más que sus
progenitores salvajes. El grande y hereditario desarrollo de las ubres en las
vacas y cabras en países donde son habitualmente ordeñadas, en comparación
con estos órganos en otros países, es, probablemente, otro ejemplo de los efec-
tos del uso. No puede citarse un animal doméstico que no tenga en algún país
las orejas caídas, y parece probable la opinión, que se ha indicado, de que el
tener las orejas caídas se debe al desuso de los músculos de la oreja, porque
estos animales raras veces se sienten muy alarmados.179
tulo quinto, Darwin vuelve sobre el tema, bajo el título «Efectos del
aumento del uso y desuso de los órganos en cuanto están sometidos a la
selección natural», pero a pesar de esta aclaración (la dependencia respec-
to de la selección natural), una vez más adopta una postura lamarckiana al
admitir la herencia de los caracteres adquiridos, tal cual lo había hecho
Lamarck cincuenta años antes. Por si alguna duda quedara, comprobé-
moslo a través de sus propias expresiones:
Por los hechos expuestos en el capítulo primero, creo que no puede caber
duda alguna de que el uso ha fortalecido y desarrollado ciertos órganos en los
animales domésticos, de que el desuso los ha hecho disminuir y de que estas
modificaciones son hereditarias. En la naturaleza libre no tenemos tipo de
comparación con que juzgar los efectos del uso y desuso prolongados, pues no
conocemos las formas madres; pero muchos animales presentan conformacio-
nes que el mejor modo de poderlas explicar es por los efectos del uso y del
desuso. Como ha observado el profesor Owen, no existe mayor anomalía en la
naturaleza que la de que un ave no pueda volar y, sin embargo, hay varias en
este estado.180
viduos que las portaban. En definitiva, debido a que los individuos varían
una especie puede, poco a poco y con la intervención de la selección natu-
ral, como veremos, transformarse en una especie nueva.
7- X X X X X X
6- O X X X X X
5- O O X X X X
4- O O O X X X
3- O O O O X X
2- O O O O O X
1- O O O O O O
va las pequeñas variaciones favorables, sino que, además, las acumula len-
tamente. Aquí es preciso entender que esta acumulación de variaciones
favorables constituye, en definitiva, una acumulación de diferencias res-
pecto de un hipotético punto de partida. Y para Darwin, la cantidad de
diferencias, como hemos visto, constituye un criterio taxonómico de sig-
nificativa importancia.
En definitiva, Darwin creía que, partiéndose de una especie dada, la
acumulación de un cierto número de pequeñas variaciones (diferencias) por
parte de la selección natural, originaría una variedad y esta, a su vez, con más
variaciones acumuladas por la selección natural, se transformaría, finalmen-
te, en una nueva especie. Por lo tanto, en una relación ancestro-descendien-
te, la cantidad de diferencias existentes (diferencias de grado) será menor
entre una especie y una variedad y mayor entre una especie y otra especie.
Aun en la transición de una especie a otra, ¿en qué momento la espe-
cie A deja de ser A para pasar a ser B?, ¿hasta dónde llega la especie A y a
partir de dónde comienza la especie B? Es evidente que este planteamien-
to nos recuerda el caso de las gaviotas del género Larus, que vimos más
atrás, solo que en ese caso contábamos con todas las formas de transición
y aquí es posible que muchas hayan desaparecido. Por eso, recordemos
también que Darwin partía de la base de que el registro fósil era incom-
pleto, imperfecto, pero suponía que, de ser completo, mostraría una serie
continua y gradual entre unas especies y otras.
Por lo tanto, proceder a un corte en un proceso ininterrumpido de
cambios graduales entre especies emparentadas o entre especies y varieda-
des emparentadas resulta para él convencional y arbitrario porque lo que
distingue a una especie de otra, derivada de la anterior, es solo una cierta
cantidad de diferencias morfológicas, esto es, una cuestión estrictamente
cuantitativa. De esta manera, la diferencia entre la especie A y la B (deri-
vada a partir de A) es solo de grado, no de naturaleza. En este punto, debe-
mos dejar bien en claro que los cambios de grado suponen cambios cuan-
titativos, y estos se traducen en expresiones tales como «un poco más» o
«un poco menos». Por lo tanto, son graduales. Por el contrario, los cam-
bios de naturaleza, o cualitativos, que no significan «un poco más» o «un
poco menos» sino que plantean «el paso de una cosa a otra diferente»,
implican discontinuidades, es decir, cambios bruscos que, como ya hemos
visto, eran rechazados por Darwin.
La concepción evolucionista de Charles Darwin 143
Hemos visto que las especies que son más numerosas en ejemplares tie-
nen las mayores probabilidades de producir variaciones favorables en un espa-
cio de tiempo dado. Tenemos pruebas de esto en los hechos expuestos en el
capítulo segundo, que demuestran que las especies comunes y difundidas, o
predominantes, son precisamente las que ofrecen el mayor número de varie-
dades registradas. De aquí que las especies raras se modificarán y perfecciona-
rán con menor rapidez en un tiempo dado y, por consiguiente, serán derrota-
das en la lucha por la vida por los descendientes modificados y perfeccionados
de las especies más comunes.
De estas diversas consideraciones creo que se sigue inevitablemente que,
a medida que en el transcurso del tiempo se forman por selección natural
especies nuevas, otras se irán haciendo más y más raras, y, por último, se
extinguirán.192
Y también:
La teoría de la selección natural se funda en la creencia de que cada
nueva variedad, y, finalmente, cada nueva especie, está producida y manteni-
da por tener alguna ventaja sobre aquellas con quienes entra en competencia,
y de que casi inevitablemente sigue la extinción consiguiente de las formas
menos favorecidas.193
197 Convencido de que la versión oficial no describe lo que en realidad sucedió (que
Wilberforce salió airoso de la confrontación), Stephen Jay Gould dice que, sorprendente-
mente, «nadie se preocupó de registrar el acontecimiento en el más mínimo detalle en
aquella época. No había ningún taquígrafo. Los dos hombres intercambiaron palabras, eso
es seguro, pero nadie sabe lo que dijeron realmente, y los pocos informes de periodistas y
corresponsales contienen lagunas y contradicciones importantes. Resulta irónico que la
versión oficial haya sido tan ampliamente aceptada y nunca puesta en tela de juicio no por-
que sepamos que es cierta a partir de copiosa documentación, sino precisamente porque
existen pocos datos para contradecirla finalmente» (Gould [1993], 354). Para más infor-
mación sobre el tema, se sugiere al lector la lectura completa del capítulo «¿El caballo se
come al alfil?», de donde ha sido extraída la cita precedente.
198 Según Alonso, Wilberforce impresionó a muchos de los científicos presentes, entre
ellos al ornitólogo Henry Baker Tristram, «el primero que había declarado públicamente
su adhesión a la nueva teoría de la evolución mediante la selección natural. Sin embargo,
los argumentos de Wilberforce le resultaron tan convincentes que se volvió antidarwinista
el resto de su vida, a pesar de los intentos de su amigo Alfred Newton, profesor de Zoolo-
gía de la Universidad de Cambridge, por reconvertirlo» (Alonso [1999], 103).
Reacción frente a El origen de las especies por medio... 149
2. El evolucionismo teísta
El propio Darwin era aún teísta cuando publicó El origen de las espe-
cies por medio de la selección natural, pero luego, como no podía estar de
acuerdo con que Dios tuviera algún control de la dirección de la evolu-
ción, se iría inclinando cada vez más en favor del agnosticismo.
Con posterioridad a la publicación de dicha obra, algunos naturalis-
tas partidarios del evolucionismo teísta cuestionaron, rechazándolo, el
carácter azaroso de las variaciones que Darwin proponía, porque, si fuera
así, cada línea evolutiva carecería de dirección. Por otra parte, también
rechazaban la selección natural como la expresión de un mecanismo
materialista de la evolución, porque de esta manera no dejaba lugar a la
planificación divina. Entre quienes mantuvieron estos principios en Ingla-
terra a mediados del siglo XIX pueden mencionarse al geólogo Adam
Sedgwick, al anatomista Richard Owen, al zoólogo George Mivart y al
naturalista suizo-norteamericano Louis Agassiz. Este último diría, en
1860, que lo sostenido por Darwin era «un error científico, falso en sus
hechos, anticientífico en sus métodos y dañino en su tendencia».202
Curiosamente, el mismo Asa Gray, ferviente partidario del darwinis-
mo en Estados Unidos, era un hombre profundamente religioso que creía
que solo podía aceptar la evolución si podía ser contemplada como el des-
pliegue de un proyecto divino.
De todas maneras, como señala Peter Bowler:
[…] el evolucionismo teísta jamás fue una efectiva línea de oposición, en parte
porque sus seguidores no formaron una escuela coherente de pensamiento y
en parte porque la idea era demasiado obviamente un compromiso con el viejo
sobrenaturalismo.203
autor, según él, se tomaba el «trabajo» de leer sus obras, elogiarlas o criti-
carlas de buena fe y no despiadada e injustificadamente.
En los años siguientes a la publicación de El origen de las especies por
medio de la selección natural Darwin recibió numerosas críticas, algunas de
ellas particularmente duras. Las que más le afectaron fueron probable-
mente las que señalamos a continuación.
ción, hasta llegar al órgano completo. Ahora bien, aquí es donde Mivart
plantea su objeción: para que cada uno de esos pequeños cambios estruc-
turales haya sido seleccionado por la selección natural, los mismos debían
ser útiles, provechosos, porque de otro modo, la selección natural no los
hubiera podido preservar. Pero ¿cómo pueden resultar útiles si se trata de
modificaciones menores dentro de una transición y no representan nada
en sí mismas?
Veamos un caso: si la transición evolutiva entre la aleta de un pez y la
extremidad de un vertebrado terrestre se produjo gradualmente, ¿cómo la
selección natural seleccionaría estructuras que han dejado de constituir
una aleta pero aún no se han convertido en una extremidad? Lo mismo
habría ocurrido con la transición gradual entre un miembro anterior y un
ala. Es evidente, dice Stephen Jay Gould, que no se puede volar con el 2%
de un ala. Y si no se puede explicar la utilidad de cada uno de los pasos
estructurales, ¿cómo pudo la selección natural haberlos seleccionado?
En la sexta y última edición de El origen de las especies por medio de la
selección natural, publicada en 1872, Darwin respondió, en primer lugar,
que la crítica de Mivart demostraba escasa imaginación, ya que no hay
motivos para pensar que esa sucesión de pequeños cambios estructurales
estén vinculados siempre, exclusivamente, con la misma función. Una
variación inicial ventajosa puede perfectamente terminar siendo igual-
mente ventajosa pero para cumplir con una función diferente. Tal es el
caso de las plumas, ya que, como sabemos, las plumas habrían tenido, pri-
mariamente, la función de mantener la temperatura corporal constante, es
decir, como aislante térmico, y solo más tarde, en estadios evolutivos pos-
teriores, posibilitaron el vuelo.
No obstante, para Gould el dilema planteado por Mivart aún no ha
sido respondido satisfactoriamente.
4. La relación Darwin-Marx
se puede asegurar que hacia 1880 dichas ideas habían sido aceptadas por
la gran mayoría de los biólogos alemanes.
En Rusia, algunos autores sostenían ideas evolucionistas antes de que
Darwin publicara su obra máxima. Uno de ellos fue Karl F. Roulié (1814-
1858), quien, habiéndose graduado en la Academia de Medicina y Ciru-
gía de Moscú, se sintió interesado por la zoología y la paleontología. Este
autor sostenía que la causa principal de la evolución de los animales era la
influencia que el medio exterior ejercía sobre ellos.
La traducción al ruso de El origen de las especies por medio de la selec-
ción natural, efectuada en 1864 por Rachinski, fue recibida con entusias-
mo. En relación con este punto, Viéselov señala:
En Rusia, el darvinismo fue aceptado con simpatía por todas las capas
progresivas de la sociedad. Tiene esto su explicación en el hecho de que gracias
al florecimiento social, a la actividad clarificadora de los demócratas revolu-
cionarios rusos, a la amplia difusión del materialismo en la década del sesenta
y a las obras de la escuela rusa de evolucionistas (en particular, Roulié y sus dis-
cípulos) existía en Rusia un terreno favorable para la aceptación de las ideas de
Darwin.211
De acuerdo con tal disposición, los rectores vigilaron que los catedrá-
ticos no desarrollaran temas que pudieran atentar contra la fe católica,
pero González Linares se negó a acatarla y eso provocó que se lo separara
del cargo. Seguidamente, otros treinta y seis catedráticos se sumaron a su
actitud y corrieron la misma suerte. Poco tiempo después, en 1876, los
catedráticos disidentes fundarían la Institución Libre de Enseñanza y,
entre sus primeras medidas, designarían profesores honorarios a Darwin y
a Haeckel.213
Muerto Darwin, el 19 de abril de 1882, la prensa española comentó
el hecho de diversas maneras. Así, en el diario La Unión, de La Unión
Católica, se señala que la teoría de la evolución «es absurda y depresiva
para la dignidad humana»,214 en tanto que en el diario republicano El
Globo se elogia la figura de Darwin afirmando que se trataba de «uno de
los grandes pensadores de nuestro siglo, uno de los grandes obreros de los
progresos científicos».215
En Argentina, la teoría darwinista impacta fuertemente en el último
cuarto del siglo XIX. Penetra en todos los ámbitos, influyendo particular-
mente en las ideas políticas y en las ciencias naturales y sociales. Asimis-
mo, constituirá el sustrato filosófico del positivismo, movimiento que
tiene en la Argentina una vasta proyección.
En relación con el desarrollo del positivismo en nuestro país, Gracie-
la Aletta de Sylvas señala:
El sustrato filosófico del positivismo está constituido por el evolucionis-
mo darwiniano, articulado con el evolucionismo universal y el naturalismo
como concepción del mundo. Entre el 70 y el 80 la teoría darwiniana impreg-
na de un decidido biologismo al positivismo argentino y pretende renovar el
naturalismo frente al auge que empezaban a tener el espiritualismo y el idea-
lismo en Europa. Junto a la actividad cultural y política, en el contexto de la
introducción de la ciencia moderna en la Argentina, las ciencias naturales
adquieren, en este momento, un desarrollo inusitado.216
1860
• Como ya hemos visto, en 1860 tiene lugar la contienda pública
entre el obispo anglicano de Oxford, Samuel Wilberforce y Thomas
Henry Huxley.
1862
• El naturalista alemán Ernst Haeckel (1834-1919) publica Mono-
grafía de los radiolarios, obra en la que proclama su adhesión al dar-
winismo. Haeckel se convertirá en el principal defensor y difusor de
las ideas darwinistas en Alemania.
1863
• Charles Lyell publica Pruebas geológicas de la antigüedad del hombre,
obra en la que, con ciertas reservas, acepta la tesis evolucionista.
• Thomas Henry Huxley publica El puesto del hombre en la naturale-
za, obra de claro contenido darwinista.
1865
• El prehistoriador inglés sir John Lubbock (1834-1913), un darwi-
nista convencido, publica Los tiempos prehistóricos.
1866
• Haeckel publica Morfología general de los organismos. En el segundo
tomo de esta obra, que Haeckel dedica a Lamarck, Darwin y Goe-
the, el autor utiliza el nombre hipotético de Pithecanthropus alalus
para designar a la forma de transición evolutiva entre los antropoi-
des y el hombre.
1868
• Haeckel publica Historia de la Creación de los seres según las leyes natu-
rales, un conjunto de conferencias en defensa del darwinismo. La
obra fue traducida al inglés en 1876, bajo el título History of Creation.
• Darwin publica, en dos volúmenes, The Variation of Animals and
Plants Under Domestication (La variación de los animales y de las
plantas bajo la acción de la domesticidad), obra que le demandó más
de cuatro años de trabajo. El éxito de venta obligó a una reimpre-
sión, un mes después de publicada.
164 Capítulo 6
1869
• Se publica la 5.ª edición de El origen de las especies por medio de la
selección natural, con una tirada de 2000 ejemplares.
1870
• Sir John Lubbock publica El origen de la civilización, obra de con-
tenido evolucionista en la que combate la vieja creencia acerca del
estado naturalmente civilizado del hombre.
1871
• Darwin publica The Descent of Man and Selection in Relation to Sex
(El origen del hombre y la selección en relación con el sexo), obra en
dos volúmenes en la que llega a la conclusión de que el hombre des-
ciende de una forma inferior. Invirtió en ella tres años de trabajo.
La 2.ª edición, ampliamente corregida, apareció en 1874 y se tra-
dujo al español en 1876.
• El antropólogo inglés Edward B. Tylor (1832-1917) publica The
Primitive Culture (La cultura primitiva).
1872
• Se publica la 6.ª edición de El origen de las especies por medio de la
selección natural, con una tirada de 3000 ejemplares. Se trata de la
edición definitiva, ya que en las anteriores Darwin efectuó modifi-
caciones y agregados.
• Publica The Expression of the Emotions in Man and Animals (La
expresión de las emociones en el hombre y en los animales), edición de
7000 ejemplares que se vendieron, en su mayor parte, al cabo de
corto tiempo. Originalmente, este trabajo solo iba a ser un capítulo
de El origen del hombre y la selección en relación con el sexo, pero la
cuantiosa información acumulada durante años justificó su publica-
ción independiente como libro. Parte de esa información provenía
de colaboradores a los que Darwin pedía que le comunicaran sus
observaciones y respondieran a los cuestionarios que él les enviaba.
1874
• Ernst Haeckel publica Antropogenia.
1875
• Darwin publica Insectivorous Plants (Plantas insectívoras) y The
Movement and Habits of Climbing Plants (Sobre los movimientos y
hábitos de las plantas trepadoras).
Datos biográficos de Darwin y otras referencias (período 1860-1882) 165
para controlar las pruebas, según lo sugiriera el propio Mendel durante la lec-
tura de su trabajo. Nadie se mostró dispuesto a repetir tales experimentos. Ni
un solo autor se permitió citarlo.222
ahora podemos leer en estos resultados. La historia nos dice que nadie de la
época era capaz de valorar las consecuencias de lo que Mendel estaba
haciendo —incluso ahora parece casi seguro que ni siquiera el propio Men-
del pensaba que sus experimentos serían la base de una nueva teoría de la
herencia—. De haber conocido los resultados de Mendel, Darwin los
habría dejado de lado probablemente como anomalía interesante. Difícil-
mente habría abandonado la pangénesis, porque un experimento solo no
hubiese tenido más peso que una dedicación de toda la vida a un modelo
diferente de pensamiento.223
224 Huxley (1965), 22. Título del punto 3. Luego, esta expresión sería tomada por
Peter Bowler como título de una de sus obras, que citamos en esta misma página.
225 Bowler (1985), 51.
172 Capítulo 7
2. El mutacionismo
2.1. Hugo de Vries (1848-1935)
Nacido en Haarlem (Holanda) en 1848, Hugo de Vries estudió en la
Universidad de Leyden y amplió sus estudios en las de Würzburg y Hei-
delberg. En 1878 ocupó la Cátedra de Botánica en la Universidad de Áms-
terdam, puesto que desempeñó hasta su jubilación en 1918. Murió en
1935, a los 87 años de edad.
Dedicado primeramente al estudio de la fisiología vegetal, luego deci-
dió estudiar la naturaleza de las variaciones sobre las que actuaba la selec-
ción natural. Así, en 1885 descubrió cerca de Hilversum (Holanda) un
terreno en el que abundaba particularmente la Oenothera lamarckiana
(nuestras prímulas de primavera), una planta de origen americano intro-
ducida en Europa y que se estaba expandiendo con rapidez.
Inmediatamente, de Vries observó que algunos ejemplares diferían
marcadamente del tipo normal, preguntándose si no habrían surgido
pitos de Asia, pero no encontró ningún caso. Más tarde, con el redescu-
brimiento de los trabajos de Mendel, Bateson se convertiría en mendelia-
no y, por lo tanto, contrario a la idea de la herencia de los caracteres adqui-
ridos. Resulta obvio, por lo tanto, que se manifestara tan duramente con-
tra aquellos que, como Kammerer, sostenían una idea que él ya había
abandonado.
Más tarde, con la guerra de 1914-1918 todos los animales de Kam-
merer murieron y el instituto quedó convertido en ruinas. En 1919, una
vez finalizada la contienda, Kammerer publica un estudio detallado sobre
su trabajo con los Alytes. Posteriormente, en 1923, realiza un viaje a Ingla-
terra para dictar una serie de conferencias llevando consigo un frasco con el
último ejemplar conservado que le quedaba de los sapos con callosidades.
El tema volvió a tener actualidad en 1926, con ocasión de una visi-
ta de Gladwyn Kingsley Noble, conservador del Museo Americano de
Historia Natural y experto en biología de anfibios, al Instituto de Inves-
tigaciones Biológicas de Viena, donde Przibram lo autorizó, con el
consentimiento de Kammerer en ese momento ausente, a examinar el famo-
so ejemplar. En su carta a Nature, el 7 de agosto de 1926, Noble mani-
festaba que con la ayuda de la lupa binocular no observó callosidades.
Por el contrario, había advertido que las superficies ventrales y dorsales
de la mano izquierda eran de color negro, y que esta capa negra parecía
proceder de una capa profunda de la piel. Entonces, procedió a exami-
narla minuciosamente y vio que era producto de una inyección de tinta
china.
En una carta a Nature que acompañaba a la de Noble, Przibram,
director del instituto, reconocía que el espécimen examinado actualmente
no tenía ya callosidades, pero que las había tenido anteriormente y que las
numerosas dificultades para realizar demostraciones por el mundo le de-
bían haber deteriorado y hecho perder sus callosidades. En cuanto a la
tinta china, reconocía que alguien había debido inyectarla: o un ayudante
bien intencionado, probablemente para luchar artificialmente contra el
blanqueamiento progresivo operado por la luz del día en esa zona de la
mano (el animal ya tenía quince años) o bien alguien que buscaba vengar-
se de Kammerer. Lo cierto es que Przibram consideraba que el responsable
no era el propio Kammerer, pues él había permitido las investigaciones.
188 Capítulo 7
Y más adelante:
Sin embargo, existen fuertes razones en contra de esta suposición. El riesgo
de que se descubriera era menor mientras el espécimen permaneciera en el
Museo, pero seguía siendo un riesgo muy grande, como lo demostraron los
hechos posteriores. Una corriente constante de visitantes pasaba por el Instituto
de Viena, y frecuentemente había que sacar el espécimen de su frasco para que lo
examinara alguna Very Important Person. Era inevitable que surgiera antes o des-
pués un Dr. Noble. Además, la inyección era un trabajo muy torpe, y Kammerer
era un cumplido experimentador, cuya habilidad para la manipulación y disec-
ción de animales hasta sus enemigos tenían que reconocer a regañadientes.237
Moscú. Por otro lado, Koestler asegura que, al producirse la ascensión del
nazismo en la Universidad de Viena en 1925-1926, tal vez un militante
nazi quiso deshonrar al socialista Kammerer.
Desacreditado todo el trabajo de Kammerer, nadie ha creído que
mereciera la pena intentar repetirlo. La extraordinaria dificultad de criar a
esas criaturas en cautividad, y los muchos años que tienen que transcurrir
antes de que se hayan sucedido generaciones en número suficiente para
probar la herencia, son suficientes para desanimar a cualquier científico.
Por otra parte, un descubrimiento efectuado en 1924 anulaba toda
conclusión sobre los Alytes acuáticos ya que se había descubierto en la natu-
raleza un Alytes, terrestre que presentaba callosidades copulatorias. Por con-
siguiente, los sapos de Kammerer podían tener perfectamente rugosidades
copulatorias sin que su régimen acuático interviniera para nada en ello.
De todos modos, nada asegura que se eliminara, en las experiencias,
toda posibilidad de intervención de la selección natural. Con relación a
este punto, Stephen Jay Gould asegura que, en realidad
[...] Kammerer había realizado un experimento darwiniano: al obligar a los
sapos a reproducirse en el agua, tan solo sobrevivieron unos pocos huevos.
Kammerer había ejercido una fuerte presión selectiva a favor de cualesquiera
variaciones genéticas que favorecieran el éxito dentro del agua y había reforza-
do su presión a lo largo de varias generaciones. La selección de Kammerer
había reunido los genes que favorecen la vida acuática —una combinación que
ninguno de los padres de la primera generación poseía. Ya que las almohadi-
llas nupciales son una adaptación acuática, su expresión puede estar ligada a la
serie de genes que confieren éxito dentro del agua, una serie favorecida en su
frecuencia por la selección darwiniana de Kammerer.240
Los trabajos de Michurin, cuya obra alcanzó tal resonancia que fue
declarado héroe nacional (y en su honor la ciudad de Kozlov pasó a lla-
marse Michurinsk a partir de 1932), desempeñaron un papel particular-
mente significativo en la conformación del darwinismo soviético al consi-
derar que es preciso modificar el carácter conservador de la herencia si se
pretende obtener resultados provechosos en horticultura.
otros, como Dobzhansky (quien más tarde se erigiría en uno de los auto-
res más representativos de la teoría sintética de la evolución), emigraron a
otros países.
Por motivos políticos, más que científicos, los soviéticos defendieron
la herencia de los caracteres adquiridos y se enfrentaron a la genética men-
deliana (lo que les valió la denominación de «neolamarckianos» —recha-
zada por ellos— por parte de los genetistas occidentales). Por tal motivo,
un requisito fundamental que el darwinismo soviético consideraba indis-
pensable para que una teoría pudiera ser calificada de materialista (como
la de Darwin), era, precisamente, su aceptación incondicional de la heren-
cia de los caracteres adquiridos, producto de la unión indisoluble entre los
organismos y sus condiciones de vida. Bajo estas perspectivas, aparecen
claras las expresiones de Lysenko que se transcriben a continuación:
La tendencia michurinista en la biología es materialista precisamente
porque no separa del cuerpo vivo y de sus condiciones de vida la propiedad de
la herencia. Sin herencia no hay cuerpo vivo y sin cuerpo vivo no hay heren-
cia. El cuerpo vivo y sus condiciones de vida son inseparables.247
La teoría materialista del desarrollo de la naturaleza viva […] es inconcebi-
ble sin el reconocimiento del carácter hereditario de las propiedades adquiridas.248
A pesar de que Darwin aplicó las ideas de Malthus a los seres vivos
en general y no particularmente al hombre, como este lo había hecho, los
lysenkistas, y el marxismo en general, siempre le recriminaron el haber
recurrido a Malthus para elaborar su teoría. De acuerdo con los autores
soviéticos, las ideas malthusianas referidas a la competencia en la lucha
por la existencia se hallaban tan difundidas entre la burguesía inglesa que
Darwin cayó, sin darse cuenta, bajo su influencia, aplicando estas ideas
reaccionarias.
Ellas condujeron a Darwin «a la idea de que la causa principal y casi
única de la selección reside en la presión que ejerce la superpoblación y el
antagonismo dentro de las especies, y que la faceta principal de la selec-
ción consiste en la eliminación, es decir, en la destrucción masiva de los
inadaptados».255
que, según este autor, hay una estrecha correspondencia entre las nece-
sidades existentes y los cambios producidos, por lo que estos, a su vez,
se traducen en una mejora en la relación entre dicho organismo y su
medio circundante.
Según el sintetismo, reiteramos, las mutaciones son absolutamente
libres: algunas pueden responder a las necesidades de los organismos y
otras (la mayoría), no. Simpson lo expresa con claridad en dos párrafos
que transcribimos a continuación:
[…] los resultados de las mutaciones no tienden, en modo alguno, a corres-
ponderse estrechamente con las necesidades u oportunidades de los organis-
mos mutantes. Es bastante sorprendente observar que la producción de este
material básico de la evolución parece no tener relación alguna con la
demanda.270
[…] los efectos de las mutaciones génicas no tienen una relación evidente
con las condiciones adaptativas, las necesidades o, en general, la forma de
vida del organismo en que se producen. En este sentido son completamente
fortuitas.271
Y más adelante:
La clave que más promete parece radicar en la interrelación del organis-
mo y el ambiente y no en cualquiera de estas instancias tomadas por separado.
Esta interrelación funcional es la adaptación, uno de los rasgos fundamentales
de la evolución y de la vida.281
Y, por último,
La adaptación tiene un mecanismo conocido: la selección natural que
actúa sobre la genética de las poblaciones.283
meno y el otro (estímulo y floración) varía entre una especie y otra (ocho
días en una, nueve en la otra y diez u once en la tercera). En estos casos,
la fertilización interespecífica resulta imposible porque cuando las flores de
una especie se abren, las de otra se han marchitado o todavía no están
maduras.
Schwoerbel293 cita el caso del castaño de Indias común, que florece
generalmente unos catorce días antes que el castaño de Indias rojo, y algo
parecido ocurre con el tilo de verano y el tilo de invierno. Una especie de
pinos del sur de California alcanza el período de madurez del polen y de
la fecundación en febrero-marzo, en tanto que otra especie que se da en el
norte tiene su floración en los meses de abril y mayo.
Así, por ejemplo, entre la oveja (Ovis aries) y la cabra (Capra hircus)
no es posible obtener híbridos. Los resultados son diferentes según como
se efectúe el cruzamiento. Pero en el caso de una cruza entre una oveja y
un macho cabrío se produce incompatibilidad gamética y la fecundación
no tiene lugar.
1.2. Introducción
Refiriéndose al pensamiento de Teilhard, su biógrafo Paul Chauchard
señala:
Lo que más importa en el pensamiento científico de Teilhard no es lo
que comparte con todos los paleontólogos, sino cómo, reflexionando sobre la
paleontología, llega, objetiva y científicamente, a contribuir a la comprensión
del mundo y del hombre, y cómo esta concepción científica del mundo con-
cuerda para él con la visión cristiana.301
308 Bartina (1963). Apéndice documental, p. 111. Texto del documento tomado por el
autor de L’Osservatore Romano, año 102, n.º 148 (30 de junio-1 de julio de 1962, pp. 1 y ss.).
309 Teilhard de Chardin (1971), 58.
Una visión espiritualista de la evolución: Teilhard de Chardin 237
universo es por ello una historia humana: sólo en el hombre y por el hombre
llega a la conciencia y adquiere su pleno sentido. De ahí el carácter esencial-
mente histórico de la fenomenología teilhardiana.310
Y luego concluye:
[…] en el naturalista va creciendo la convicción de que la eclosión de la Vida
sobre la Tierra pertenece a la categoría de los acontecimientos absolutamente
únicos, los cuales, una vez realizados, no se repiten jamás.316
Una vez que aparece la vida, según Teilhard, esta manifiesta una de
sus tendencias fundamentales, la tendencia a ramificarse a medida que
avanza, alcanzando, permanentemente, una creciente complejidad y per-
fección. Si vemos el proceso muy de cerca, parece existir un caos de líneas
filogenéticas. Pero esto no es más que un «tanteo» de la vida para encon-
trar el camino principal. «El tanteo, que no es solo el Azar, con el que se
ha querido confundirlo, sino un Azar dirigido. Llenarlo todo para ensa-
yarlo todo. Ensayarlo todo para hallarlo todo».318
En relación con ese despliegue de la vida, dice Teilhard:
Reducida a sus propios recursos, la Vida se expansionaría y se diversifi-
caría siempre en el mismo plano. Se parecería al avión que corre sobre el suelo
sin poder «despegar». No podría, pues, ascender.319
Pero la vida no representa solo una expansión. Hay algo más que se
agrega a ella, caracterizándola: es la ley de complicación dirigida o fenó-
meno de ortogénesis, generalmente interpretado como la existencia de un
impulso interior o tendencia inherente a la evolución a continuar en una
dirección dada. «Sin la ortogénesis no habría más que una extensibilidad:
Y luego:
El psiquismo de un Perro, dígase lo que se quiera, es posiblemente supe-
rior al de un Topo o al de un Pez.326
Y agrega luego:
Una vez sentado esto, he aquí mi pregunta. Si, como se sigue de lo que
precede, es el hecho de hallarse «reflexionado» lo que hace al ser verdadera-
mente «inteligente», ¿podemos dudar seriamente de que la inteligencia sea el
atributo evolutivo del Hombre y de sólo él? ¿Y podemos, en consecuencia,
dudar en reconocer, por no sé qué falsa modestia, que su posesión no repre-
senta para el Hombre un avance radical sobre toda la Vida anterior a él? El ani-
mal sabe, no lo dudamos. Pero ciertamente no sabe que sabe; de otra manera,
hace tiempo que hubiera multiplicado las invenciones y desarrollado un siste-
ma de construcciones internas que no podrían escapar a nuestra observación.
Por consiguiente, un sector de lo Real le estará cerrado, un sector dentro del
cual nos movemos nosotros, pero en el cual él no podría entrar. Un foso —o
un umbral— infranqueable para él nos separa. En relación con él, por el hecho
de ser reflexivos, no solo somos diferentes, sino otros. No solo simple cambio de
grado, sino cambio de naturaleza, resultado de un cambio de estado.329
Y luego:
[…] el acceso al Pensamiento representa un umbral, que debió ser franqueado
de un solo paso. Intervalo «transexperimental», sobre el que nada podemos
decir desde el punto de vista científico, pero más allá del cual nos hallamos
transportados sobre otro peldaño biológico enteramente nuevo.331
Por eso la visión de Teilhard es, en este sentido, una visión antropocéntri-
ca. Sin el hombre la evolución sería inexplicable. Pero el hombre es mayor
que la evolución, puesto que es capaz de pensarla. En palabras de Teilhard:
En realidad, y siguiendo la fuerte expresión de Julian Huxley, el Hombre
descubriendo que su propio ser no es otra cosa que la Evolución convertida en
consciente de sí misma.332
Y luego:
En el curso de esta deriva aleatoria, la inmensa mayoría de los alelos
mutantes se pierden por azar, pero la fracción restante termina por fijarse en la
población. Si las mutaciones neutras son frecuentes a nivel molecular y si la
deriva genética es continua durante un largo período de tiempo (digamos
millones de generaciones), la composición genética de la población cambiará
significativamente.350
Entre los autores que comparten las ideas de Gould y Eldredge pode-
mos mencionar a los también paleontólogos Steven Stanley, Elizabeth
Vrba y David M. Raup.
nocerse que el cambio brusco es, al menos, tan importante como la acu-
mulación de pequeñísimos cambios. «Es el gradualismo lo que debemos
abandonar, no el darwinismo».362
Brian Leith subraya que una de las críticas, exagerada según su apre-
ciación, que se le suele efectuar a los puntuacionistas, consiste en señalar
que se trataría, a sabiendas o no, de una manifestación del marxismo, por
sus apoyos revolucionarios. En realidad, Gould siempre ha simpatizado
con el marxismo pero Eldredge, en cambio, no es marxista.
De todos modos, Gould afirma, al respecto, lo siguiente:
Si el gradualismo es más un producto del pensamiento occidental que un
hecho de la naturaleza, entonces deberíamos tomar en consideración filosofías
alternativas del cambio para ampliar nuestro espacio de prejuicios limitativos.
En la Unión Soviética, por ejemplo, los científicos se forman en una filosofía
del cambio muy diferente —las llamadas leyes de la dialéctica— reformuladas
por Engels a partir de la filosofía de Hegel. Las leyes dialécticas son explícita-
mente puntuacionales. Hablan, por ejemplo, de la «transformación de la can-
tidad en cualidad». Esto puede sonar a bobadas esotéricas, pero sugiere que el
cambio se produce a grandes saltos tras una lenta acumulación de tensiones
que un sistema resiste hasta llegar a su punto de fractura. Calentemos agua y
finalmente hervirá. Opriman a los trabajadores cada vez más y se producirá la
revolución. Eldredge y yo nos sentimos fascinados al enterarnos de que
muchos paleontólogos rusos apoyan un modelo similar a nuestro equilibrio
puntuado.363
Y luego:
Las leyes dialécticas expresan abiertamente una ideología; nuestra occi-
dental preferencia por el gradualismo hace lo mismo más sutilmente.364
362 Gould (1986), 192. Sin embargo, en una obra posterior (Un dinosaurio en un
pajar) Gould modifica esta postura al decir: «No soy un enemigo del cambio gradual; creo
que este estilo de alteración suele ser el predominante» (Gould [1997], 145).
363 Gould (1986), 194-195.
364 Gould (1986), 195.
365 Cfr. Gould y Lewontin (1983).
Diferencias entre el puntuacionismo y el sintetismo 259
Russel Wallace y por August Weismann a fines del siglo XIX, y según ellos
retomado por el sintetismo, sostiene que la mayor parte de los caracteres
de un animal son de índole adaptativa y que en la naturaleza «todo es lo
mejor de lo posible» siguiendo la expresión del Dr. Pangloss.366
Según el puntuacionismo, dentro del contexto del programa adapta-
cionista la selección natural (el mecanismo de la adaptación) tiene una
importancia superlativa. Por otra parte, también observan que los biólo-
gos sintetistas, al aplicar este programa, lo único que hacen es «atomizar»
a los animales para poder comprender la utilidad adaptativa de cada una
de sus partes tomada aisladamente. De este modo, insisten, la búsqueda de
explicaciones adaptacionistas los lleva a respuestas a veces equivocadas y,
otras veces, exageradas, dudosas o hasta carentes de fundamento.
Además, los puntuacionistas señalan que en muchos casos la utilidad
adaptativa de un órgano es establecida por los biólogos sintetistas antes y
no después, como debería ser, de observaciones puntuales practicadas en
el organismo en cuestión. Esto explicaría por qué las interpretaciones
adaptativas varían de un autor a otro o de una época a otra. Así, por ejem-
plo, ilustran, las cornamentas del ciervo fueron consideradas primero
como sistemas defensivos frente a los depredadores y, más tarde, como
armas para amedrentar a otros machos en la competencia por el dominio
de las hembras.
El programa adaptacionista está tan adentrado en los biólogos sinte-
tistas que, según Gould y Lewontin
[…] si una explicación adaptativa se revela falsa en el transcurso de una prue-
ba se la sustituye por otra. Dicho de otra forma, el programa adaptacionista con-
duce constantemente a los biólogos a inventar historias adaptativas.367
366 Personaje del cuento filosófico de Voltaire titulado «Cándido», publicado en 1759.
Cándido, educado por el filósofo optimista Pangloss, es víctima de las peores calamidades
que vienen a desmentir el optimismo de su tutor.
367 Gould (1986), 219-220. La cursiva es nuestra.
260 Capítulo 10
sideran que algunos caracteres de una especie pueden ser producto del
azar. Su existencia se debería, entonces, no a la acción de la selección natu-
ral sino a la deriva genética. En otros casos, también es posible que se trate
de fenómenos de alometría (crecimiento diferencial de las distintas partes
del cuerpo), como el que se plantea en relación con los pequeños miem-
bros anteriores del Tyrannosaurus, quizá una consecuencia de la modifica-
ción de otras partes del cuerpo y no de cambios de naturaleza adaptativa.
Y luego:
[...] si los cambios importantes fueron siempre instantáneos, es evidente
que no deberíamos hallar tipos de transición; sin embargo, encontramos
muchos.370
Como hizo notar H. E. Wood, los argumentos basados en la ausencia de
tipos de transición se reducen al curioso hecho de que éstos faltan siempre
hasta que se los encuentra.371
5. Especiación estasipátrica
o por reordenamientos cromosómicos
Y luego:
Mi colega Guy Bush, de la Universidad de Texas, me dice que los caba-
llos nos ofrecen, al menos circunstancialmente, un caso poderoso a favor de la
especiación cromosómica. Todos ellos mantienen la estructura de harén de
apareamiento consanguíneo. Sus siete especies vivientes (dos caballos, dos
asnos y tres cebras) tienen todas un aspecto y un comportamiento muy simi-
lar, a pesar de algunas notables diferencias en lo que al color y el esquema exte-
rior se refiere. Pero el número de sus cromosomas difiere mucho y de forma
sorprendente, de 32 en una de las cebras a 66 en ese paradigma de lo impro-
nunciable que es el caballo salvaje de Przewalski.383
6. La poliploidía
1. Sociobiología
1.1. Introducción
Durante la década de los sesenta aparecieron algunas obras de etología
que tuvieron particular repercusión en la opinión pública. Nos referimos
fundamentalmente a African Genesis (1961) y The Territorial Imperative
(1966), del dramaturgo norteamericano Robert Ardrey (1908-1980), On
agression (1963), del etólogo austríaco Konrad Lorenz (1903-1989)391 y
The naked ape (1967) del zoólogo inglés Desmond Morris (nacido en
1928). Todas estas obras tenían, como denominador común, la defensa de
la tesis según la cual los seres humanos son territoriales y agresivos por natu-
raleza. Al respecto, el lector puede encontrar una frase característica de ese
pensamiento en una obra posterior de Robert Ardrey, que asegura que
El hombre es hombre, y no un chimpancé, porque durante millones y
millones de años en evolución ha matado para vivir.392
393 Al precio de 25 dólares se vendieron 100 000 ejemplares (Cfr. Lewontin, Rose y
Kamin [1987], 283).
394 Wilson (1980a), 4.
Sociobiología 275
sis actúa como un anestésico general o si, a la manera del curare, lo único
que hace es impedir todo movimiento de la víctima. Si ocurre esto último,
la presa puede ser consciente de que se la están comiendo viva desde den-
tro sin poder mover un solo músculo. Este episodio genera en Dawkins la
siguiente conclusión:
A los genes no les importa el sufrimiento, porque no les importa nada.
Es mejor para los genes de la avispa […] que la oruga siga viva, y así su carne
continúa siendo fresca cuando se la coman, sin que les perturbe el sufrimien-
to que eso suponga. Si la naturaleza tuviera corazón, por lo menos haría posi-
ble la concesión mínima de que las orugas fueran anestesiadas antes de que se
las comieran vivas por dentro. Pero la naturaleza ni es buena ni deja de serlo.
No está ni contra el sufrimiento, ni a favor. La naturaleza no se interesa por el
sufrimiento en un sentido u otro, a no ser que influya en la supervivencia del
ADN.
Y luego:
El ADN ni se preocupa ni sabe. El ADN es, sin más. Y nosotros baila-
mos al son de su música.397
tener lugar tanto entre individuos de una misma especie como entre indi-
viduos pertenecientes a especies diferentes, adopta las más diversas expre-
siones. Entre otras, podemos mencionar: agresión por defensa del territorio,
nido o cría, agresión por competencia por el mismo alimento, agresión
entre machos por la posesión de las hembras, agresión de dominancia (de
los machos dominantes hacia los machos subordinados), agresión discipli-
naria de los padres hacia la cría, etc.
En la denominada «agresión territorial», el defensor del territorio actúa
de la manera más dramática con tal de alejar al invasor. Al respecto, intere-
sa mencionar las experiencias llevadas a cabo por David Barash en relación
con una especie de peces damisela (Dascyllus albisella) durante más de 150
horas de observación submarina cerca de las islas Hawai. En esta especie es
el macho el encargado de elegir, preparar y defender un pequeño territorio
que servirá de lugar de desove. Es también el macho el que corteja a la hem-
bra, que se aleja después de haber desovado, y el que se ocupa de los hue-
vos, en especial de defenderlos contra los depredadores.
De acuerdo con el análisis sociobiólogico, es natural que la hembra,
en el caso descrito, elija un macho agresivo, capaz de defender adecuada-
mente los huevos que ella deposite y que contienen sus propios genes. Esto
fue lo que Barash pudo constatar después de observar que 27 machos
habían elegido y preparado su lugar de desove.403
Según Dawkins,404 un claro ejemplo de conducta agresiva por defen-
sa territorial fue aportado oportunamente por Niko Tinbergen en un
experimento muy sencillo. Tenía un estanque para peces que contenía dos
peces espinosos machos. Ambos machos habían construido nidos en los
extremos opuestos del tanque y cada uno de ellos defendía el territorio que
rodeaba su propio nido. Tinbergen puso cada uno de los machos en un
tubo de vidrio y, cuando acercó los tubos, observó que los dos machos
intentaban atacarse a través del vidrio. Pero lo más interesante fue que
cuando acercó los dos tubos a las proximidades del nido del pez A, el
macho A asumió una posición de ataque y el macho B intentó retirarse.
Pero cuando situó ambos tubos dentro del territorio de B, los papeles se
Y luego:
La teoría de Hamilton prevé que el comportamiento altruista y coope-
rativo se encontrará con más frecuencia en interacciones de individuos empa-
rentados que en interacciones de individuos no emparentados. La observación
confirma esta predicción.407
como lo observó Robert Trivers, las obreras destinan más tiempo a ocu-
parse de sus hermanas que de sus hermanos. Aunque por lo general son
estériles, las obreras favorecen la propagación de sus genes. Las obreras
comparten más con sus hermanas que con sus hipotéticas hijas, con quie-
nes compartirían solamente un 50%, lo que explicaría, siguiendo siempre
la argumentación sociobiológica, por qué las obreras han sido selecciona-
das para ayudarse las unas a las otras en lugar de para tener hijas.
Pero se nos ocurre que existen otros casos que podrían poner en duda
algunas premisas sociobiológicas. Así, por ejemplo, en una situación de
peligro (tal el caso de un incendio) un individuo supuestamente prioriza-
rá su vida respecto de la vida de cualquier otro individuo no emparentado
con él. Sin embargo, ¿cómo se explica que tantas personas hayan arriesga-
do su vida (y, por consiguiente, sus propios genes) por salvar a su querido
perro o gato? Asimismo, se supone que cualquier individuo priorizará, en
las mismas circunstancias, salvar a quien comparte genes con él. Y no solo
eso, también se insiste en que la ayuda será proporcional al porcentaje de
genes compartidos. Pero ¿es ciertamente indiscutible el hecho de que,
dado el caso, un individuo opte por salvar a su primo (que no sea, a su vez,
un buen amigo) en lugar de a un íntimo amigo, solo porque comparte con
él una octava parte de sus genes?
Pensamos que los partidarios de la sociobiología humana no pueden
desconocer la compleja trama de nuestro comportamiento social y menos
aún de la naturaleza humana en toda su dimensión. Por ello, es necesario
que actúen con mucha prudencia a la hora de intentar aplicar los linea-
mientos sociobiológicos al ser humano. En este sentido, creemos que no
debería perderse de vista el hecho de que, en definitiva, somos lo que
somos porque hemos aquilatado un enorme bagaje cultural, espiritual,
moral y ético que nos distingue del resto de los seres vivos. Ni la socio-
biología ni ninguna otra teoría puede prescindir de esa realidad.
No obstante, entendemos que la concepción sociobiológica de la evo-
lución constituye una perspectiva de análisis significativamente diferente
de las que hemos visto en capítulos anteriores. Se puede estar de acuerdo
con ella o no, pero es indudable que enriquece y amplía las posibilidades
de abordaje del fenómeno evolutivo.
EPÍLOGO
Como hemos visto a lo largo de este trabajo, existe una gran diversi-
dad de interpretaciones acerca de cómo acontece el proceso evolutivo. Sin
embargo, reconocer que el debate continúa en el plano interpretativo, no
afecta, en lo más mínimo, la solidez del hecho de la evolución, que está
suficientemente probado y cuenta con el respaldo abrumador de la comu-
nidad científica internacional. El hecho es indiscutible y, tal como dijera
Stephen Jay Gould, el concepto de evolución «es uno de los conceptos
mejor documentados, más convincentes y excitantes de toda la ciencia».426
A su vez, las teorías evolucionistas constituyen el sistema de ideas que pre-
tende explicar ese hecho. En definitiva, existe un único hecho y diversas
interpretaciones de detalle de los mecanismos actuantes.
Es natural, entonces, que, en relación con el tema, subsistan interro-
gantes que continúan siendo motivo de acaloradas discusiones entre los
defensores de cada una de las posturas: la especiación ¿es un fenómeno
gradual o brusco?, ¿qué función cumple la selección natural en la especia-
ción?, ¿y el azar?, ¿existen niveles diferentes para la micro, la macro y la
megaevolución, caracterizados, cada uno de esos niveles, por la acción de
determinados mecanismos evolutivos?
La teoría sintetista de la evolución, que tuvo el mérito de aunar la con-
cepción darwinista con la genética mendeliana, dio un paso importante en
la explicación del fenómeno de la evolución. Tiempo después, una nueva
corriente, el puntuacionismo, aportó una perspectiva diferente y enrique-
A nadie escapa que algunas de las estrategias empleadas por los crea-
cionistas «científicos» sean no sanctas, tales como parcializar la información
o citar a inequívocos evolucionistas fuera de contexto. Pero contra ese tipo
de procedimientos, lamentablemente nunca se podrá hacer nada.
Sí en cambio es preciso intensificar la divulgación de los conocimien-
tos sobre evolución biológica al gran público, mostrándoles, con honesti-
dad intelectual y con la mayor claridad posible, las cuestiones que gozan
del consenso de la comunidad científica, las que se discuten debido a las
diferentes posturas asumidas por los autores y también las que aún per-
manecen en el terreno de las preguntas sin respuesta.
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Darwin, Charles Waring: 106, 110, 117 Frisch, Karl von: 273n.
Darwin, Erasmus: 97, 111 Fuchs, Leonhard: 35
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Índice onomástico 311