Eldorado y Utopia

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Gerardo De Oscar

Eldorado y Utopía
Análisis comparativo de dos utopías

La Utopía de Tomás Moro: El país de ninguna parte

“Yo me persuado, que fabricó aquella política contra la


tiranía de Inglaterra, y por eso hizo isla su idea, y
juntamente reprehendió los desórdenes de los más de
los Príncipes de su edad”.

Francisco de Quevedo.

El libro Utopía de Tomás Moro (1478-1535) precede por doscientos cuarenta y


tres años a Candide, ou l’Optimisme, de Voltaire (1694-1778). La obra
presume asimismo de ser verdaderamente dorada, al menos en un sentido
intelectual, fue titulada precisamente Libellus vere aureus, nec minus salutaris
quam festivus, de optimo reipublicae statu, deque nova insula Vtopi, en latín y
Librillo verdaderamente dorado, no menos beneficioso que entretenido, sobre
el mejor estado de una república y sobre la nueva isla de Utopía, en español,
publicado en 1516. Moro presenta una narración y descripción de la Isla
Utopía, ubicada en un lugar impreciso de las costas de Sudamérica, realizada
por el explorador ficticio Raphael Hytholodaeus.

La Utopía de Moro es la que da nombre al género literario característico que


reflexiona, mediante la exposición ficticia de una sociedad modelo, sobre las
formas organizacionales de la humanidad. En un principio, Moro le dio a su isla
imaginaria el nombre de Nusquama, del latín nusquam (ninguna parte) pero
prefirió el neologismo grecolatino utopía, la “u” privativa sumada a tropos, que
resulta similar: ningún sitio. La obra se divide en dos libros, en el primero
Hytholodaeus realiza mediante un diálogo con varios personajes, Moro incluido,
una crítica a las sociedades europeas, sobre todo la inglesa, y las contrapone a
las características de Utopía. Ya en el segundo libro Hytholodaeus se explaya
sobre las particularidades de la Isla de Utopía, en la que describe su geografía
y agricultura, las ciudades, especialmente Amauroto, su proto-democracia
basada en la elección de magistrados, la división del trabajo, las costumbres,
entre otras.

Según algunos críticos, la utopía de Tomás Moro pretende demostrar la mejor


de las sociedades posibles, una sociedad feliz, organizada y optimista: “La obra
de Moro está, pues, construida con imaginados, pero bien encuadrados los
elementos racionales, con fe en el optimismo humanista y en las posibilidades
de la razón y de la bondad humana naturales” (Poch,1997, p.23).

2
En contraposición a esta visión positiva hay quienes sostienen que estamos
frente a una ironía bien disimulada. Utopía no sería en realidad una sociedad
donde reina la felicidad, sino una isla oprimida, habitada por hipócritas y en
extremo aburrida (Bidegain, 2010, p.5) La perfección de la sociedad de Utopía
sería, en consecuencia, una presunción. Un análisis más acabado describiría a
la obra como una elaborada crítica a los sistemas altamente racionalizados. “El
objetivo de Moro no es presentar una propuesta de reforma política real, sino
más bien mostrar los límites del cambio razonable y especialmente los peligros
asociados al deseo de un cambio radical, el peligro de lo que podría llamarse
idealismo político” (Nendza ,1984, p.429)

En la obra de Moro hay elementos inequívocos del racionalismo incipiente del


siglo XVI, el régimen utopiano sería entonces una expresión de este culto a la
“diosa razón” (Bidegain, 2010, p.5).

Haciendo una descripción de rasgos generales diríamos que Utopía presume


de ser una isla pacífica, donde la propiedad es de uso comunitario y su
régimen, valores e instituciones, contrastan significativamente con las
sociedades europeas de la época. Se destaca igualmente el sistema proto-
democrático (muy diferente a las democracias que conocemos actualmente) y
su idealismo racionalista, que encuentra sus referentes en la república de
Platón.

Es importante señalar que el lugar elegido para fundar esta república ideal es
en una isla cercana a las costas de América del sur. Según el imaginario
europeo, el Nuevo Mundo era casi un “territorio virgen” que no contaba con
ningún elemento civilizatorio de valor, por lo que podía ser considerado una
especie de tabula rasa donde materializar los proyectos de sociedades ideales.
Como veremos más adelante, el Nuevo Mundo 1 será el territorio de las utopías
por excelencia, esa es la primera característica en común que podemos
encontrar y subrayar entre Utopía, de Tomás Moro y la ciudad de Eldorado que
nos describe Voltaire en su Cándido o el Optimismo.

1
Pensemos en el “Nuevo Mundo” desde la óptica europea, para los indígenas y africanos esclavizados su
mundo había desaparecido y el mundo distinto o nuevo era una situación para nada favorable.

3
Eldorado, leyenda y utopía

Uno de los mitos más difundidos de El Dorado fue dado a conocer en 1534 por
un nativo en el territorio que hoy se conoce como Colombia. El indígena
describió a los españoles la anécdota sobre un cacique que cubría su cuerpo
con polvo de oro en un misterioso rito y ofrecía a cierta divinidad una
considerable ofrenda consistente en piezas de oro y piedras preciosas. Este
fue, según muchos historiadores, el origen de la leyenda y encendió en los
conquistadores europeos la inagotable llama de la codicia. La leyenda contó
con innumerables versiones (más allá de que ningún europeo fue testigo de la
extraña ceremonia), tal como la de Gonzalo Fernández de Oviedo, quien relata
en su Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar
océano2 que cierto cacique se espolvoreaba con oro todas las mañanas.
También está la versión de Juan de Castellanos en sus Elegías de varones
ilustres de Indias3 donde expone que un rey indígena ofrecía a cierto dios oro y
esmeraldas en un lago, la versión de las Noticias historiales de las conquistas
de tierra firme en las Indias Occidentales 4, escrita por fray Pedro Simón, quien
sitúa el hecho en el lago Guatavita y asegura que se trataba de un cacique que
le realizaba ofrendas a su amada adúltera, quién se suicidó en el lago. Existe
también la versión de Basilio Vicente de Oviedo en sus Cualidades y riquezas

2
Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano es un libro escrito por
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés en el siglo XVI, aunque fue publicado íntegramente mucho
tiempo después de su muerte, entre 1851 y 1855, en cuatro volúmenes que estuvieron bajo el cuidado
de José Amador de los Ríos por encargo de la Real Academia de la Historia. Fuente:
https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_general_y_natural_de_las_Indias
3
Elegías de Varones Ilustres de Indias, cuyo autor es Juan de Castellanos, es un poema épico escrito a
finales del siglo XVI. Las Elegías dan una detallada relación de la colonización del Caribe y los territorios
hoy ocupados por Colombia y Venezuela. Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Eleg
%C3%ADas_de_varones_ilustres_de_Indias
4
Obra de Fray Pedro Simón donde se expone historias y relatos de las regiones que hoy corresponden
de manera general a las repúblicas de Colombia y Venezuela, y que en su época pertenecían al distrito
de la Real Audiencia de Santa Fe y a la gobernación de Venezuela. De manera muy tangencial tocó
acontecimientos relacionados con las islas de La Española y Puerto Rico, que ciertamente tuvo ocasión
de visitar personalmente. Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Pedro_Sim%C3%B3n

4
del Nuevo Reino de Granada 5 , quien sostenía que lo que arrojaban al agua era
un joven sacrificado y conservado en oro. (Martínez Mendoza,1967, p.42)

Lo que la historiografía en efecto reconoce como verdad, es el rito del pueblo


conocido como Muisca o Chibcha, pobladores de las orillas del lago Guatavita
cuyo señor protagonizaba un rito donde arrojaba innumerables figuras de oro al
lago, rito que se celebró hasta poco ante de la llegada de los conquistadores
españoles. Al conocer los españoles estas historias se lanzaron de inmediato a
la avariciosa búsqueda de este pueblo que, una vez hallados, fueron
despojados de ciertas cantidades de oro, así como también las aldeas vecinas.
Las expediciones posteriores no pudieron satisfacer la codicia de los
conquistadores, ya que las cantidades de oro no justificaban en absoluto la
empresa (Osorio, 2007, p.36).

Posteriormente los españoles comenzaron a llamar “El Dorado” a todas las


regiones ricas en oro y piedras preciosas del continente. Poco después de la
conquista del Perú se difundió el rumor de que algunos príncipes Incas habían
huido hacia el interior del continente llevando consigo tesoros inimaginables,
alimentando una vez más el ansia de oro de los españoles. (Armada,2006,
p.90)

En el siglo XVI el interior del continente permanecía inexplorado por los


conquistadores; vastos llanos, extensas sabanas y tupidas selvas quedaban
aún por descubrir. Los relatos de los indígenas alimentaban todavía más las
leyendas sobre ciudades enteras construidas de oro, habitadas por pueblos
misteriosos. Es así como las nuevas expediciones en busca de El Dorado se
dirigieron precisamente hacia esos territorios de difícil acceso, atestados de
peligros imperceptibles, riesgosos accidentes geográficos y enemigos
naturales. Cabe destacar que dichas iniciativas se realizaban con medios
propios, es decir, sin ningún aporte de la corona, habiendo muchas veces que
pedir enormes préstamos que, ante el fracaso de la expedición, resultaban muy
difíciles o imposibles de pagar.

5
Manuscrito del siglo XVIII donde se relatan las riquezas de oro, plata y piedras preciosas del Nuevo
Reino de Granada, así como ciertas características geográficas. Disponible en:
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/cualidades-y-riquezas-del-nuevo-reino-de-granada-
manuscrito-del-siglo-xviii/html/.

5
La mayoría de estas empresas fracasaron irremisiblemente, las partidas de
exploradores compuestos de españoles y sus subalternos indígenas y
africanos resultaban diezmadas debido a enfermedades, hambre, ataque de
animales o tribus hostiles.

Es así como la utopía volteriana (1759) encuentra en estos mitos,


principalmente en la historia y la cultura de los incas, una significativa fuente de
inspiración. Perú ha sido descrito en las crónicas europeas como una tierra
donde los metales preciosos se encontraban en abundancia y donde las
edificaciones eran revestidas con oro y plata. Una de estas construcciones fue
El templo de El Sol, llamado en quechua como Intikancha, renombrada durante
el incanato de Pachacuteq como Koricancha, una construcción repleta de
decoraciones en oro y plata que, según cuentan algunos relatos, se utilizaron
para pagar el rescate de Atahualpa. (Armada,2006, p.90)

Pronto la codicia, la fiebre del oro y la imaginación dieron lugar no solo a las
leyendas de “El Dorado” como una ciudad construida entera del precioso metal,
sino también las de un lugar donde era posible vivir en absoluto sosiego, ideal
nacido quizás de una especie de reminiscencia de la mítica edad de oro donde
todo era prosperidad, armonía y despreocupación.

La imaginación europea favorecía la divulgación no solo de innumerables


leyendas sobre seres gigantes y deformes que habitaban Las Indias, la “fuente
de la eterna juventud”, “La Ciudad de los Césares” o “El Dorado”, sino también
de colectivos humanos utópicos que no poseían los vicios y lacras de las
sociedades europeas, o territorios donde era posible el desarrollo de nuevas
instituciones y prácticas sociales provistas de valores morales y éticos ideales.

Como fue mencionado anteriormente, nuestra América del sur fue una
importante fuente de inspiración para Tomás Moro y también para Voltaire,
quien tomó la leyenda difundida por los españoles de El Dorado y la convirtió
en una sociedad armónica, pacífica y feliz.

6
El Dorado y Utopía: Similitudes y diferencias

La reflexión filosófica puede manifestarse a través de muchos medios, no solo


mediante sesudos libros dirigidos a pensadores y “gentes cultas” sino también
utilizando cuentos, relatos y novelas. Tales reflexiones se expresan en las
obras literarias de manera accesible para un público más amplio, en formas
más ingeniosas y “no menos beneficiosas que entretenidas”, al decir de Tomás
Moro.

De esta manera, “Voltaire pretendió divulgar la reflexión filosófica como un


potente instrumento de disertación y polémica en la sociedad civilizada. Este
instrumento, a diferencia de las obras filosóficas que requieren un profundo
conocimiento técnico, permite la utilización de un lenguaje simple, claro y
directo”. (Pérez Rivas, 2013, p.37).

Como se mencionó anteriormente, el Nuevo Mundo abrigó las esperanzas de


fundar una civilización que no repitiera los errores (y horrores) de Europa.
Muchos solo pretendían saquear todo el oro que encontrasen, como se explicó
en el origen legendario de Eldorado, pero otros, quizás los más idealistas,
anhelaban hallar una Utopía como la New Atlantis de Bacon, Shambhala, la
Ciudad de los césares o El Dorado. Es en nuestra América que Moro soñó su
Utopía, Campanella su Ciudad del Sol, y basados en las obras de ambos los
jesuitas intentaron fundar su propia utopía, como veremos más adelante.

Eldorado entonces es la utopía de Voltaire, protegida de la rapacidad europea


por “intransitables breñas y barrancos espantosos” la cual vamos a comparar
en algunos de sus aspectos más destacables con su predecesora, la Utopía de
Tomás Moro.

7
La fuente filosófica-teológica de la sociedad de Eldorado es el deísmo 6, de
donde nacen en consecuencia una serie de características que definen a esta
utopía en particular.

Voltaire era un crítico de la Iglesia institucionalizada, no de la religión en su


calidad de tal, así como de los vicios y usos que hacían los poderosos de sus
principios teocráticos. Los valores de tolerancia y libertad de conciencia que
enarbolaba Voltaire se contradecían con la persecución religiosa y la influencia
que ejercía la Iglesia en la sociedad de la época. (Díez Del Río, 2011, p. 526).

La ética deísta se manifiesta a lo largo del episodio, como por ejemplo en la no


realización de plegarias de petición sino de agradecimiento por los dones
concedidos, que eliminan en consecuencia la necesidad de contar con
sacerdotes que oficien como intermediarios. La jerarquía política es también un
elemento reafirmador del deísmo de los pobladores de Eldorado, la jefatura
máxima recae sobre un rey filósofo, sabio, virtuoso, bondadoso y paternalista.

En Utopía, no existe un corriente teológica o tradición de fe hegemónica, como


el deísmo de Eldorado, sino que el racionalismo imperante permite la tolerancia
religiosa y por consiguiente el fanatismo es rechazado con énfasis. Quienes sí
son castigados con severidad, son aquellos que intentan imponer su fe o
religión o quienes no mantengan un diálogo respetuoso y racional en los
asuntos teológicos. Las reglas de oro de toda religión, como por ejemplo la
trascendencia del alma y el fomento de las virtudes y el repudio al vicio, son
elementos comunes, pero la libertad de culto está garantizada, lo cual es un
rasgo de tolerancia que no era común en la Europa de la época. Igualmente, la
fe se vive sin renunciar a los placeres legítimos de la existencia. Si en Eldorado
los actos cultuales se realizaban en agradecimiento a Dios, sin intermediarios,
en Utopía celebran al Creador en actos ecuménicos donde todos participan.

El deísmo es una filosofia que deriva la existencia y la naturaleza de Dios de la razón y la experiencia
personal, en lugar de hacerlo a través de los elementos comunes de las religiones teístas como la
revelación directa, la fe o la tradición. Así, uno de los principales postulados de esta filosofía religiosa
está basado en la creencia de que Dios existe y creó el universo físico, pero no interfiere con él
(postulado que incluye a la evolución teísta). Este postulado se relaciona y origina con una filosofía y
movimiento religioso que deriva la existencia y naturaleza de Dios por la razón. Los deístas creen que el
mayor don divino a la humanidad no es la religión, sino la habilidad de razonar. Fuente:
http://www.filosofia.net

8
Hytholodaeus considera a los clérigos europeos verdaderos parásitos, por lo
que evidentemente prefiere el ecumenismo utopiano.

En relación a los asuntos materiales, Eldorado destaca por la opulencia y el


lujo de sus construcciones combinadas con los encantos naturales, por las
obras públicas de excelencia, las escuelas públicas, posadas con abundancia
de comida, un palacio de ciencias (como la Casa de Salomón, de Bacon),
científicos y constructores, ingenieros, artistas, mercaderes, una moneda
propia (la libra esterlina); todo esto da idea de una sociedad dinámica,
organizada, vibrante y que asimismo puede cultivar la tolerancia, la paz, el ideal
de la libertad individual, la sabiduría, la justicia y el desprecio por el “barro
dorado”.

La felicidad está garantizada en la utopía de Eldorado, ésta se presenta como


una pequeña sociedad autosuficiente y por tanto sin conexiones con el resto
del mundo. Igualmente, la exhortación de Voltaire de cultivar el jardín propio (“Il
faut cultiver notre jardín”) se anticipa en el hecho de que las tierras de Eldorado
se encuentran cultivadas.

En coincidencia, Hytholodaeus hace una descripción del sistema agrario de


Utopía y de la división del trabajo:

Por cada familia que está en el campo, cada año vuelven


a la Ciudad veinte de sus miembros que han permanecido
dos años en las tareas agrícolas, a los que sustituyen
otros veinte familiares de la Ciudad para que se ejerciten
en la Agricultura, de manera que los que ya son expertos
por haber residido un año, amaestran a los recién
llegados, los cuales a su vez instruirán, a otros al año
Siguiente. Así todos los habitantes de la isla son expertos
en los trabajos del campo, y se puede echar mano de
todos ellos para las tareas de la recolección. Y aunque
esta manera de renovar el personal agrícola se ordena a
que nadie lleve esta Vida dura por más tiempo de dos

9
años, no por esto los que se complacen en la agricultura
dejan de permanecer allí más años. (Moro, 1971)

Tanto Eldorado como Utopía difieren de las sociedades europeas en que la


escasez de alimentos y recursos no se manifiesta, de hecho, ambas
sociedades viven en medio de una gran abundancia. Igualmente, una y otra
utopía poseen cuantiosas tierras cultivadas, nunca falta la comida, son
plenamente autosuficientes y coincidentemente desprecian el dinero y los
metales preciosos. La ecuanimidad se manifiesta también en la justicia de sus
instituciones. El dinero, aunque despreciado, se utiliza para el comercio exterior
en Utopía, en cambio en Eldorado no se especifica su uso, pero suponemos
que, por su extremo aislacionismo, es para comercio interno. En Eldorado los
metales preciosos forman parte de la ornamentación de las casas y hasta de
los juguetes infantiles, sin embargo, en Utopía prescinden de ornamentos que
no posean ninguna utilidad práctica.

El goce de una utopía, de una sociedad ideal o sublimada parece implicar una
evolución personal hacia una filosofía existencial superior y el desdén por los
bienes materiales y las avideces del mundo, cualidad que evidentemente
Cándido hasta el momento no posee. Podríamos juzgar como legítima la
urgencia de Cándido de abandonar Eldorado en virtud de su amor por
Cunegunda y la ilusión de vivir una vida feliz con ella, pero sus ansias de
riquezas y de preeminencia social también son una motivación, lo que resulta
muy alejado de las ideas filosóficamente ejemplares. En relación a su espíritu
inquieto y su deseo de aventura quizás no podríamos señalarlo como
inmadurez filosófica, al contrario de la codicia material, sino más bien de la
condición indispensable para operar profundos cambios en el espíritu y el
pensamiento del protagonista.

La sociedad perfecta de Eldorado no deja de ser un ideal, un mito, una


aspiración de vida comunitaria, un deseo que se diluye, como las riquezas que
se sustraen de esa ciudad, y por tanto no puede ser disfrutada por los hombres
imperfectos, sin embargo, sus ideales pueden ser extrapolados a otras
realidades, tal como el jardín que al final de la obra cultivan con entrañable

10
modestia Cándido y sus afectos, de la misma manera que el propio Voltaire
cultivaba su propio jardín de “Les Délices”.

La utopía volteriana se intensifica por la visión de una ciudad con alto


desarrollo de civilización, urbanidad y materialidad; calles transitadas por
carruajes tirados por grandes ovejas rojas (probablemente el huanacu, descrito
como de coloración rojiza por las crónicas españolas), hombres y mujeres
ataviados con lujosos trajes, posadas, residencias, palacios, obras públicas de
particular sofisticación, abundancia de piedras preciosas, entre otras
suntuosidades. Lo útil se combina con lo bello, la riqueza mineral con el desdén
hacia éstas, la cordialidad con colaboración y civilismo, las artes con las
ciencias y la monarquía con la sabiduría filosófica. Existe asimismo cierta
naturalidad e inocencia en los asuntos cívicos y en aquellos relacionados con el
orden político, como si las transgresiones sociales fuesen impensadas.

Utopía no posee una monarquía legitimada por la sabiduría y ejemplaridad


humana del monarca, tampoco posee una monarquía hereditaria como las
europeas. En la Isla existe una proto-democracia en la cual los magistrados
son electos, pero se los puede remover si no cumplen con sus funciones. De
manera que en la isla los ciudadanos pueden ejercer algún tipo de influencia y
control sobre sus gobernantes y mantener a raya los abusos y la tiranía. La
cultura y la educación, a la cual acceden todos los utopianos, son igualmente
potentes herramientas para comprender no solo a la naturaleza, sino también
para contar con facultades intelectuales que les permitan la igualdad ante la ley
y la comprensión de los asuntos políticos.

El aislamiento de Eldorado representa no solo la inaccesibilidad física sino


también espiritual o filosófica hacia la utopía, que se logra o bien por
casualidad, o bien por un milagro. Para alcanzar esta ciudad ideal, Cándido y
Cacambo debieron atravesar una suerte de “útero selvático”, como volviendo a
nacer libres de las miserias de los hombres, tal como la codicia.

Salir de ella tampoco es fácil, sino que se necesitan miles de ingenieros y un


artilugio mecánico, ya que una vez alcanzada la sociedad perfecta ¿quién

11
querría abandonarla voluntariamente?; solo quien no esté atado por un voto
solemne, quizás alguien motivado por la codicia (razón suficiente para no ser
merecedor de la utopía) o quien tenga un amor desmedido hacia una persona.

La armonía, la paz y la inocencia de Eldorado contrasta con Utopía en el


hecho de que las transgresiones en la isla aún son posibles. Los años de
sociedad equilibrada, igualdad y abundancia, no han podido vencer los bajos
impulsos de algunos de sus habitantes. Hytholodaeus señalaba las causas de
la delincuencia europea como de origen socio-económico, en Utopía sus
orígenes no son explicados. (Bidegain, 2010, p.10). Como castigo a la
reincidencia, se esclaviza a los delincuentes, por lo que la perfección de la
sociedad utopiana es puesta en duda a través de estos fenómenos: La
delincuencia y la esclavitud.

Los habitantes de Eldorado aprendieron que la expansión y la guerra


atentaban contra su ideal de sociedad, sin embargo, los utopianos no tenían
resuelto este asunto. Al ideal pacífico se opone, por ejemplo, el uso que de los
zapoletas7 hacen los utopianos. La isla está preparada para la guerra, para la
cual utiliza mecanismos de gran astucia, pero de ética dudosa. Si Utopía
considera que debe expandirse, pues lo hace, en eso no vemos tanta
diferencia con Gran Bretaña, si no se someten por medios pacíficos a la
“empresa civilizadora” se utiliza entonces la fuerza.

Germán Bidegain (2010) ve en Utopía “rasgos muy similares a los identificados


por Foucault en las sociedades disciplinarias europeas posteriores al siglo
XVII”. Bidegain percibe entonces en Utopía una sociedad disciplinaria
devenida de la aplicación a ultranza del racionalismo ilustrado

Eldorado se caracteriza también por una imponente grandiosidad; todo es


superlativo, sobresaliente, asombrosamente generoso. “El horizonte inmenso”,
edificios que “se elevan hasta las nubes”, comidas hechas con abundantes
colibríes, miles de músicos en los servicios matutinos, entre otras maravillas,

7
“Los zapoletas son un pueblo situado a unas quinientas millas al este de Utopía. Un pueblo bárbaro,
feroz y salvaje que prefiere las selvas y las rocas donde se ha criado. Es gente dura que aguanta
pacientemente el calor, el frío y el trabajo. Esta raza endurecida desconoce el refinamiento de la vida y
no presta atención alguna a la agricultura, al confort de la vivienda ni del buen vestir. Sólo se cuidan de
la crianza del ganado, y gran parte vive de la caza y de la rapiña” (Moro, 1971)

12
todo descrito con cierto efecto de irrealidad propia de las parodias. La sátira se
manifiesta con estas entelequias y exageraciones y con el deseo de Cándido
de abandonar la utopía radiante para salir de nuevo al mundo donde la felicidad
se consigue mediante riquezas materiales. Es importante señalar que, si bien
Voltaire describe Eldorado con humor, jamás satiriza los ideales que son la
base ética, moral y espiritual de esta sociedad.

En Utopía, en cambio, se vive con mucha austeridad material. Las vestimentas


y las viviendas son muy parecidas entre sí, bastante sobrias, sin embargo,
todos los habitantes colaboran con mantener y hermosear los jardines que son,
en definitiva, parte de los ornamentos de la ciudad. Hytholodaeus señala que
los vecinos compiten entre sí para ornar más hermosamente sus jardines, en
esto Bidegain (2010, p.9) percibe una intención por parte de los utopianos de
diferenciarse de los demás.

En Eldorado, los valores de cortesía, hospitalidad y humildad se encuentran


representados en el posadero, la sabiduría y la memoria histórica están
personificadas en el venerable anciano y el buen gobierno en el rey. En cuanto
a las virtudes femeninas, éstas no son mencionadas, se ha sugerido que no es
por menosprecio hacia ellas, sino para que no exista por parte de Cándido una
comparación entre las mujeres virtuosas de Eldorado y Cunegunda. (Bottiglia,
2013. P. 34).

En Utopía, como ya se ha visto, no todo es virtud e inocencia. Las leyes


matrimoniales son en extremo rígidas y se castiga a quienes transgreden los
sagrados votos entre marido y esposa. Los ideales utopianos no suelen ser
suficientes para reprimir los instintos humanos y sus vicios, por lo que
necesitan instituciones fuertes que actúen para mantener, efectivamente, una
sociedad disciplinaria (Nendza, 1984, p.432).

El proyecto Jesuita y la utopía de Tomás Moro

El territorio americano fue considerado desde su descubrimiento como un


espacio en donde podían florecer las utopías occidentales. Aquella abundancia

13
de territorios vírgenes hacía pensar en el paraíso perdido donde era posible
fundar un nuevo orden político o incluso religioso. La conquista admitió una
apertura hacia un período de auge de las utopías, no solo en el mundo literario,
sino también en el plano empírico. “Europa, por su vejez, se estimaba
difícilmente corregible; pero la humanidad descubierta, desnuda, sencilla,
ingenua, podría vivir de acuerdo con la anhelada perfección” (Hernández Arias,
Rocío, 2012, p88).

También el humanismo neoclásico y renacentista pretenderá ubicar sus ideas


en el espacio americano, es así como Tomás Moro crearía en su obra Utopía
una especie de república platónica asentada en los ideales de las primitivas
comunidades cristianas. La obra de Moro tendrá notable incidencia en otras
obras de carácter utópico, tal como La Città del Sole8 de Campanela o la New
Atlantis9 de Bacon. En este período los españoles no habían iniciado todavía
las utopías literarias, sin embargo, ya estaban implementando en el Nuevo
Mundo una serie de novedosas prácticas organizativas. En cierto punto se
concibió a los indígenas como paganos a quienes se debía evangelizar para
alcanzar el estado de pureza de La Edad de Oro (según la concepción griega),
una humanidad libre de los vicios de Europa. Según Bartolomé De Las Casas,
“los conquistadores lejos de contribuir a la purificación de los indígenas los
explotaron y contaminaron.” (Hernández Arias, Rocío, 2012, p89).

El Nuevo Mundo parecía ser entonces el lugar ideal para establecer un modelo
de utopía como la de Tomás Moro.

No hay que olvidar la conmovedora gestión que el obispo


Vasco de Quiroga hace ante Carlos V para plantearle la
asombrosa posibilidad de sustraer el Nuevo Mundo de la
influencia europea y dedicarlo por entero a la realización
de los ideales sociales de la utopía de Moro. El gran
8
Ciudad del Sol fue una obra escrita por el monje dominico italiano Tomás Campanella en 1602.
Constituye la obra utópica más importante de los inicios de la Edad Moderna, y al igual que Utopía se
inspira en La República de Platón, pero no toma como referencia el humanismo de Erasmo, como hace
Moro, sino el misticismo milenarista medieval.
9
La Nueva Atlántida es una novela utópica escrita por Francis Bacon en 1626. Describe un mundo que
alcanza la felicidad mediante la ciencia, la innovación técnica y el dominio de la naturaleza.

14
proceso fundamental que se inició en tierra americana con
la presencia de los tres actores culturales fundamentales
es el hecho que define la peculiaridad del Nuevo Mundo.
Para los que formaban parte de él no era otra cosa que su
mundo verdadero, con todos sus conflictivos
componentes, en el cual se planteaba la aventura de sus
vidas particulares. (Uslar Prieti, 1994, p.30)

Esa suerte de utopía que permite el renacer del cristianismo “puro”, primitivo,
libre de los vicios engendrados en el devenir histórico, se fue originando en la
mente de los religiosos europeos, tales como los franciscanos, dominicos y
jesuitas.

Según la concepción jesuítica, la nueva comunidad debía en sus inicios poner


un límite a la influencia de la corona en esta nueva “Ciudad de Dios” y
asimismo de los encomenderos, haciendo surgir una nueva sociedad apoyada
en los pilares éticos, morales y espirituales del cristianismo.

Los jesuitas se inspiraron, como ya señalamos, en la utopía del católico Tomás


Moro para organizar las misiones, que con el tiempo serían treinta pueblos
ubicados en los actuales territorios de las provincias de Misiones y Corrientes,
en el Paraguay y en el suroeste del Brasil. Los jesuitas eran los gobernadores
de las reducciones, administraban los bienes de los pobladores y organizaban
todos los aspectos de la vida comunitaria. Si bien en la práctica había
elementos propios de una utopía tales como: cierto aislamiento virtual, una
organización social y leyes diferenciadas, una economía autosuficiente, era
claro el dirigismo de los padres jesuitas. Igualmente, el rey de España sostenía
la máxima autoridad y los padres le debían estricta obediencia.

En Cándido, Voltaire no disimula su antipatía por los sacerdotes jesuitas,


poniendo en boca de Cacambo la admiración, en clave sarcástica, de las
misiones:

“He sido fámulo en el colegio de la Asunción y conozco el


reino de los padres lo mismo que las calles de Cádiz. Es

15
un reino admirable. Ya tiene más de trescientas leguas de
diámetro, y se divide en treinta provincias. Los padres son
dueños de todo y los pueblos no tienen nada; es la obra
maestra de la razón y la justicia. No sé de nada más
divino que esos padres, que aquí hacen la guerra a los
reyes de España y Portugal y los confiesan en Europa;
aquí matan a los españoles y en Madrid les abren el cielo;
vaya, es cosa que me encanta”. (Voltaire, 2004. P.22)

El paso previo de Cándido a la utopía deísta de Eldorado es la visita a la


sociedad de las misiones del Paraguay, la cual es desestimada por Voltaire y
señalada con ciertas imprecisiones e invenciones que demuestran una
apreciación negativa hacia los misioneros jesuitas, compartida además por
otros pensadores ilustrados.

Ya en su diccionario filosófico10, Voltaire acusa a los jesuitas de soberbios,


orgullosos, insolentes y en su mayoría (exceptuando a ciertos sabios que él
mismo señala de humildes) mediocres. Acusa también a la Compañía de
alinearse convenientemente con los poderes oligárquicos de la época y de ser
confesores de los poderosos. (Voltaire. 2016. P. 595).

En ese contexto es imposible que Voltaire (definido como anticlerical o incluso


como opositor a todas las religiones) hubiese aprobado una sociedad dirigida
por sacerdotes, más allá del hecho histórico de que ambas culturas habían
alcanzado cierto grado de integración equilibrada y que logró ser, en muchos
aspectos, un modelo de comunidad ideal para muchos.

De todas formas, al igual que Tomás Moro, Voltaire ubica su utópica Eldorado
precisamente en América, una tierra donde no solo es posible extraer
abundantes metales preciosos y materias primas, sino también donde muchos
pensaron que podían implantar sus ideas, sus sueños de la mejor de las
sociedades posibles.

10
El Diccionario filosófico o La Razón por el alfabeto es una obra de Voltaire, publicada en 1764 con el
título de Diccionario filosófico portátil. Debido a las múltiples controversias y acusaciones Voltaire niega
posteriormente su autoría.

16
Conclusión

Se entiende que estas sociedades fabulosamente imposibles contrastan


notablemente con el mundo europeo (especialmente con Westfalia o Inglaterra
en el caso de Moro). Ese contraste se evidencia en la estimación de lo material,
donde el oro prácticamente carece de valor monetario, en los temas
organizativos, en la sabiduría y liberalidad del monarca de Eldorado, en la
fuerte institucionalidad proto-democrática utopiana, en la “superioridad
religiosa” del deísmo eldoradense o en la libertad religiosa de Utopía, entre
otros aspectos. En definitiva, el contraste entre estas utopías con Europa es el
contraste entre la ilusión idealista y la realidad perceptible del mundo.

Más allá de la ficción y de las utopías literarias, la humanidad ha intentado en


repetidas oportunidades la creación de sociedades ideales con la esperanza de
superar la ambición, la avaricia, el egoísmo, la intolerancia, la violencia en
todas sus formas, las miserias humanas, en definitiva. Los múltiples
experimentos comunitarios han tenido mayor o menor éxito, pero sin llegar a
aplicar en forma íntegra los ideales trascendentes o sin plasmar una filosofía
superior en la praxis. Otros proyectos utópicos derivaron en comunidades
guiadas por principios totalitarios, guetos donde el propio hermetismo impidió el
desarrollo de las reflexiones éticas, el diálogo y la tolerancia. En consecuencia,
si las utopías pertenecen al espacio donde el mito, la leyenda y la ficción
confluyen hasta un punto indisociable, posiblemente habrá que emplear la
estrategia planteada por Voltaire, la de cultivar nuestro propio jardín en el
mundo que nos ha tocado vivir.

17
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