DUBY, George - La Etapa Carolingia

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102 1 L O S B E N E F IC IO S D E LA G U ER RA

1 ! La etapa carolingia historiador, una de ias principales consecuencias de esta reconstrucción


política fue la restauración del uso de la escritura en la administración.
Consciente de ser el heredero de los cesares, Carlom agno quiso, tam­
bién en este punto, enlazar con la tradición romana; ordenó poner por
escrito sus propias decisiones, establecer la descripción cuidadosa de
sus dom inios y de los de las iglesias de las que se sentía responsable.
Estas órdenes, muy im perfectam ente aplicadas, lo fueron solamente en
los viejos territorios francos situados entre el Loira y el Rin; en Bavie-
ra y en Lom bardía. Al menos se conservan los textos, y este brusco y
fugitivo renacim iento de la docum entación escrita en los alrededores
del año 800, el interés com pletam ente nuevo por la precisión cuanti­
tativa que de él se desprende, sacan de la oscuridad diversos aspectos
de la vida económica. Este es el m ayor interés de la etapa carolingia:
la claridad relativa de la im agen que nos proporciona.

En Austrasia, en la provincia más salvaje del reino franco, alrededor de LAS TENDENCIAS DEMOGRÁFICAS
una gran familia, la de los antepasados de Cariom agno, y de los hom ­
bres que se habían unido a ella por lazos de amistad vasallática, se afir­ En el m odelo de crecimiento que acabam os de presentar, se atribuye
mó progresivam ente durante el prim er tercio del siglo vm una fuerza un lugar prim ordial al movimiento demográfico; era previsible, pero
de agresión; que se lanzó con éxito contra otros clanes aristocráticos, p ara el siglo IX y en algunas comarcas de la Europa carolingia se pue­
y más tarde contra otras etnias. Las bandas así form adas extendieron de ver más claram ente su orientación. C uando se realizaron pesquisas
sus depredaciones en círculo, en todas las direcciones, hasta las pro­ para redactar lo que se llama un políptico, es decir, el inventario preci­
fundidades de G errnania, corno respuesta a las incursiones enemigas, so de un gran conjunto territorial, los hombres instalados en los m an­
en expediciones de castigo llevadas cada vez más lejos: hacia Neustria, sos fueron contados, y en algunos casos con gran cuidado. De hecho,
Borgoña, las com arcas más rom anizadas del sur de la Galia, a la bús­ valían m ucho más que la tierra y form aban el elemento principal del
queda de riquezas; más tarde, hacia la Italia lom barda. El ejemplo de patrimonio. Evidentemente, los recuentos nunca nos dan más que una
A quitania m uestra que durante largos decenios estos ataques sólo lle­ visión parcial del poblam iento rural; no se refieren a u na aldea, sino
varon consigo ruina y destrucción; pero, finalmente, sobre estas devas­ a un dom inio cuyos contornos, frecuentem ente, no coinciden con los
taciones se edificó el nuevo Im perio, un inmenso Estado que fue sóli­ del térm ino; los esclavos, em pleados en la reserva señorial y alim en­
dam ente m antenido bajo control durante m edio siglo. A los ojos del tados en la casa del señor, no figuran, en principio; se les consideraba
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bienes muebles; los campesinos que habían aceptado el patrocinio del las actas de venta o de donación están llenas de alusiones a las rotura­
gran propietario sin recibir la concesión de un m anso, y cuyas obli­ ciones- - el núm ero de hom bres h a aum entado entre la época de Gre­
gaciones, p o r este hecho, eran sólo de tipo personal, fueron censados, gorio de Tours y la de Carlom agno.
pero individualmente, y el docum ento no dice nada de su familia. Por O tros indicios confirm an esta hipótesis. Los recuentos del siglo ix
el contrario, al referirse a los masoveros, libres o no, aparece censado se inscriben en el m arco del gran dom inio, o más exactam ente de las
en la mayoría de los casos el conjunto del grupo familiar en el cuadro células agrícolas ocupadas por las parejas de campesinos dependientes,
del mansus, base de las percepciones señoriales. En este caso, los datos es decir, en el marco de los mansos. Lo que se ve muy claramente, tan­
son muy valiosos; perm iten verificar la hipótesis de un aum ento de la to en el políptico de Irm inón como en los demás, es que estas células,
población, propiciado por la recuperación de seguridad, por el aleja­ consideradas en abstracto como «las tierras de una familia», no coin­
miento de las fronteras hostiles al crearse marcas defensivas p ara hacer ciden ya con las parejas, con los equipos de trabajo reunidos p o r la­
frente a los peligros de invasión, y más directam ente sin duda p o r el zos de parentesco. El sistema sobrevive porque los administradores del
progresivo espaciamicnto de los brotes de peste, así como por las trans­ dominio se obstinan en conservar la base, la unidad de la repartición
formaciones de la esclavitud. de censos y servicios; pero, en dos o tres generaciones, el m ovimien­
La prim era im presión que se obtiene de estos docum entos es la de to demográfico ha hecho caducar el sistema. Se observa que muchos
un poblam iento muy denso. El más célebre de los polípticos, el que mansos están ocupados p o r varias parejas; es decir, que están aparen­
hizo redactar en 806-829 el abad Irm inón para los dominios de Saint- tem ente superpoblados. En Palaiseau, frente a cuarenta y tres mansos
G erm ain-des-Prés, perm ite calcular sin excesivos errores el núm ero ocupados p o r una sola familia, ocho están habitados por dos parejas
de habitantes por kilómetro cuadrado en un determ inado núm ero de y cuatro por tres, de form a que el 39 p o r 100 de la población censada
lugares del área parisina; la densidad es de 26 en Palaiseau, de 35 en ocupa solam ente el 20 p o r 100 de los mansos; en el conjunto de este
Verrières, es decir, la misma que en las zonas rurales de Polonia y de dominio el inventario señala la presencia de 193 grupos familiares en
H ungría en vísperas de la segunda guerra m u n d ial Las tierras de la 114 mansos. Por último, los nom bres de los masoveros hacen pensar
abadía de Saint-B ertin, en los confines de Picardía y Flandes, p a re­ que los mansos superpoblados están frecuentem ente ocupados por un
cen haber estado más pobladas todavía: según los datos del polípti- padre de familia y por sus yernos, o por varios herm anos casados. La
co (844-848), la densidad oscila entre 12 y 21 adultos, es decir, entre impresión que se obtiene de estas observaciones es, por tanto, la de una
25 y 40 habitantes p o r kilóm etro cuadrado. Nos encontram os ante presión ejercida desde el interior p o r el crecim iento dem ográfico en
cifras considerablem ente más altas que las que perm iten suponer para el antiguo m arco de la econom ía señorial. Pero esta impresión parece
comienzos del siglo VII las observaciones de los arqueólogos. Aunque se igualm ente contenida: u n a p arte de la población no encuentra lugar
considere que estos datos sólo son válidos para «nudos de poblam ien­ para desarrollarse cóm odam ente y se ve obligada al hacinam iento. La
to», p ara islotes en los que los hombres se agrupaban, separados por concentración parece determ inada en parte por el peso de las estrucr
inmensos espacios vacíos, y, por consiguiente, la densidad global de turas familiares. En efecto, en un mismo dom inio, en un mismo tér­
una provincia era mucho más débil, aun así es evidente que en Galla, mino, algunos mansos están insuficientemente poblados ju n to a otros
en G erm ania — donde, desde que se generaliza el uso de la escritura, que lo están en exceso. O curre, pues, que la desigual fertilidad de las
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parejas y, p o r otro lado, el rigor de las norm as de sucesión im piden la tivado. La exhortación a los administradores tiene un eco en el párrafo
redistribución arm oniosa de la población activa en las tierras útiles. LXVII: «Si faltan masovcros para los mansos desocupados, o lugar para
M uy chocante es, en especial, la proporción de rnasoveros solteros: los esclavos recientemente adquiridos, que nos consulten». Un consejo de
constituyen el 30 por 100 de la población en la villa de Verrières, cer­ esta naturaleza prueba que las migraciones de los trabajadores rurales
ca de París, más del 16 p o r 100 en Palaiseau. M ás extraña todavía es tenían lugar de un dominio a otro, y no hacia centros de roturación. Si
la proporción entre hom bres y mujeres, lo que plantea problem as más hubo expansión agraria, parece haberse limitado a la explotación más
complejos. La tasa de m asculinidad parece en algunos casos anorm al­ metódica e intensiva del espacio cultivado. La intensificación del cultivo,
mente alta: 1,30 en Palaiseau, 1,52 en Verrières. Sin duda, los riesgos impuesta por la presión demográfica sin que fuera acom pañada de un
del parto aum entaban la m ortalidad fem enina, pero no en proporción perfeccionamiento de las técnicas, explica quizás los débiles rendimien­
suficiente corno p ara dar lugar a un distanciamiento tan considerable. tos que sugieren los datos de los documentos carolingios. A este nivel, en
Para explicar estas diferencias hay que suponer una fuerte inmigración todo caso, se sitúa el segundo bloqueo, el más determ inante. Los varo­
masculina destinada a llenar los vacíos creados por la infecundidad de nes de familias demasiado numerosas se establecen, cuando pueden, en
algunos hogares, lo que equivale a adm itir una fuerte movilidad de la mansos abandonados dentro de su dominio de origen o en otro; si no
población rural, cuyas huellas aparecen frecuentem ente: en los dife­ es posible, perm anecen en la explotación p atern a que sobrecargan y
rentes dom inios descritos p o r el políptico de Saint-Rem i, de Reims, que resulta demasiado estrecha p ara alim entar convenientemente a sus
son m encionados forenses, forestici, foranei, extranjeros cuyo núm ero no ocupantes. M uy cerca de las tierras cultivadas existían zonas sin rotu­
es inferior, en ningún centro de explotación, al 16 por 100 de la pobla­ rar, pero parece que fueron muy pocos los que se lanzaron a la aventura
ción censada. Esta situación ¿es característica de los dominios eclesiás­ de ocuparlas, ignoramos las razones de esta inhibición. Verosímilmente
ticos, más acogedores, más seguros, o, por el contrario, no estaban los hay que buscar las causas más influyentes en las insuficiencias técnicas
señores laicos m ejor arm ados p ara asegurar una protección eficaz? Es que hacían posible la ocupación de tierras vírgenes. Así se explican los
lícito pensar que el fenómeno era general. síntomas de superpoblam iento y, también, la existencia, continuam en­
La movilidad tenía lugar desde un claro, desde una zona de pobla- te denunciada por los capitulares, de una población flotante y peligrosa
miento a otra. A parentem ente no llevaba a los hombres a la conquista de mendigos y m erodeadores. Esta hez social, la inquietante presen­
del yermo. Salvo en Germ ania, y quizás en las zonas boscosas de C ham ­ cia de desarraigados famélicos a los que la legislación m oralizante de
paña, las menciones de rozas son muy raras en las provincias de las que los soberanos carolingios intenta inútilm ente reabsorber, es uno de los
habla la docum entación carolingia. En el capítulo X X X V I, el capitular indicios más claros del desequilibrio entre las tendencias naturalm ente
D e villis contiene sobre el particular la siguiente recomendación hecha a expansivas de la población y los marcos de la producción, cuya rigidez
los administradores de los dominios reales: «Si hay espacios que roturar, mantiene la ausencia de innovaciones técnicas.
que los hagan rozar, pero que no perm itan que los campos se acrecien­ Incluso en el anterior de los espacios roturados, la desigual reparti­
ten a expensas de los bosques», lo que indica claramente los límites de la ción entre los jefes de familia de las unidades de explotación, es decir,
operación de roza que se desea: vienen fijados por ¡a organización regu­ de los medios de subsistencia, m antiene la inestabilidad y la malnutri*
lar de la rotación periódica de los cultivos en el seno del territorio cul­ ción de una parte de los pobladores del dom inio — lo que interviene
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a su vez p a ra reprim ir las tendencias naturales a la expansión, por la en progreso, sino en crisis. En el um bral del siglo ix, la población pare­
restricción, voluntaria o no, de los nacimientos y por los efectos de una ce bloqueada en sus fuerzas expansivas, después de un prim er desa­
emigración necesaria, tem poral o definitiva. rrollo que h a venido a rom per el equilibrio entre el poblam iento y los
Los datos cuantitativos proporcionados por los pollpticos dan algu­ marcos de la explotación, y que ha elevado el núm ero de hombres has­
na luz sobre la intensidad de este crecim iento potencial. Los inven­ ta tal punto que las tierras, técnicam ente inampliables, son incapaces
tarios más cuidadosam ente realizados distinguen en cada hogar los de alim entarlos convenientemente. C ada célula agraria es el centro de
adultos y los demás. Podemos estar prácticam ente seguros de que los una presión demográfica inevitable, pero totalm ente com prim ida. Sin
hijos censados no son mayores de edad (cuanto éstos han perm aneci­ em bargo, esta situación parece transitoria. El historiador estaría ten­
do en el hogar paterno, los pesquisidores hacen seguir su nom bre de tado de creer que, poco a poco, en los decenios ulteriores, la tensión
la m ención de su estatuto personal), sino jóvenes que no h an salido interna llegó a ser, al aumentar, lo suficientemente poderosa como para
todavía de la m inoría legal. C om parar, en la población masovera de rom per el círculo vicioso y suscitar, quizás, una prim era m ejora de las
un dominio, el núm ero de los adultos con el de estos menores p erm i­ técnicas de producción. D e hecho, el políptico de S aint-R em i, de
te apreciar, de m anera aproxim ada, las posibilidades de renovación Reims, que data del 881, nos da un prom edio de 2,7 niños por hogar
de una generación. Resulta chocante descubrir tantos hogares que no En una aldea de las Ardenas, descrita en el 892-893, en el inventario
tienen hijos, ya se trate de parejas jóvenes o, con mayor frecuencia, de de los bienes de la abadía de Prüm, los hombres son mucho más nume­
matrimonios ancianos cuya descendencia ha encontrado sitio en otro rosos que en los polípticos de comienzos del siglo: ciento dieciséis fami­
lugar: treinta, de los noventa y ocho jefes de explotación casados se lias ocupan treinta y cuatro mansos; aparentem ente viven de estas tie­
hallan en esta situación en la villa de Villeneuve-Saint-Georges, cerca rras, lo que lleva a suponer que el sistema agrario se ha hecho más
de París, descrita en el políptico de Saint-G erm ain-des-Prés. El gran productivo; explotan adem ás once mansos «desocupados», que pare­
número de casados sin hijos y el de solteros hace que, en el conjunto de cen tierras privilegiadas, por cuya explotación se pagan solamente cen­
la población de este dominio, el núm ero de jóvenes que se han libra­ sos en dinero, y que podem os suponer explotaciones recientem ente
do de las fuertes m ortalidades de la prim era infancia sea exactam ente creadas por la roturación. U n censo de la población servil basado en
igual al de los adultos. Son un poco más numerosos en Palaiseau y en los docum entos borgoñones del siglo ix y de comienzos del x da una
Verrières: 2,4 y 2,7 de prom edio p o r pareja. Pero si se reúnen todos los proporción de 384 niños p o r 304 adultos: es decir, condiciones que"
datos del políptico de Irm inón, se llega a una tasa m edia ligeram ente perm iten a la población aum entar en un octavo en cada generación)
inferior a dos. Por consiguiente, no hay crecimiento, sino estancamien­ En la G alia del norte, la prim era m itad del siglo IX, es decir, un perío­
to; un estancam iento del que se puede pensar que es consecuencia en do de orden relativo logrado por la conquista carolingia, parece igual­
gran parte del superpoblam iento y de la subalimentación que provoca m ente un m om ento crítico en la evolución dem ográfica, entre d o s
el exceso de población. impulsos de crecimiento. El prim ero ha cesado después de haber llet
. La claridad que proyectan bruscam ente sobre el m undo rural los nado, sin que haya ningún perfeccionam iento técnico, los vacíos deja­
primeros docum entos carolingios revela por tanto la existencia en el dos por los despoblamientos de la Alta Edad M edia. Pero, dentro d é
corazón del reino franco de una población cam pesina que no se halla la lim itación ejercida conjuntam ente p o r el m arco señorial y p o r m
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estancam iento de las técnicas, parece que se tensa el resorte de una da rural no ha cam biado desde la época romana); abajo, un granero,
futura expansión demográfica, favorecida esta vez p o r el progreso tec­ dos porches; en el corral, otros diecisiete edificios de m adera con otras
nológico, al menos en el interior de algunas zonas de poblamiento. En tantas habitaciones, y las demás dependencias en buen estado; un esta­
él m om ento en que se extienden las incursiones norm andas, parece blo, una cocina, una panadería, dos graneros, tres cobertizos. U n corral
haber com enzado ya esta segunda fase de expansión. protegido p o r fuertes em palizadas, con una puerta de piedra con una
galería en la parte superior. U n corral pequeño, igualm ente rodeado
de setos, bien ordenado y plantado de árboles de diversas especies»1.
EL GRAN DOMINIO A ñadam os uno o varios molinos y la capilla, convertida o a punto de
convertirse en iglesia parroquial. A este centro están unidas grandes
Los textos carolingios tienen además la im portancia de poner de m ani­ extensiones de tierras de cereal, las coutures, los mejores prados, viñas
fiesto la estructura del gran dominio. A partir de los docum entos más siem pre que era posible cultivarlas, y la m ayor parte de los terrenos
explícitos, que no hablan sino de las mayores fortunas territoriales, la del incultos. En Som ain, anejo de Armappes, el territorio sometido a la
rey y, sobre todo, la de la Iglesia, y utilizando especialmente el políptico explotación del señor era de doscientas cincuenta hectáreas de tierras
de Irm inón, los medievalistas han elaborado hace ya tiempo una im a­ de labor, cuarenta y cuatro de prados y setecientas ochenta y cinco de
gen típica de los que fueron los organismos económicos más poderosos bosques y terrenos sin roturar. La superficie atribuida a las diversas
de la época. Los rasgos más importantes se dibujan desde el siglo vn. Yo explotaciones campesinas, en las que podemos pensar que las parcelas
insistiré solamente en los que aparecen más definidos o completamente cultivadas, los mansos, se agrupan alrededor de la vivienda señorial,
nuevos en las fuentes del siglo ex. El «régimen dominical clásico» se ins­ es m ucho más reducida: en los dominios del Boulonnais que describe
cribe en el m arco de las villae que describen uno tras otro los pesquisi­ el políptico de la abadía de Saint-B ertin la extensión equivale a dos
dores. Son grandes conjuntos territoriales de muchas centenas y a veces tercios o incluso dos quintos de la parcela señorial, pero estas tierras,
de miles de hectáreas; su nom bre es generalm ente el de una aldea de que en casi su totalidad son campos de cultivo, se hallan divididas entre
hoy, y se puede establecer en algunos casos que la superficie del dom i­ los masoveros en lotes uniformes de una docena o de una quincena de

nio coincidía con la del término actual. Sin embargo, la tierra se halla­ hectáreas. Este ejemplo es excepcional; en la mayor parte de los casos

ba dividida en múltiples explotaciones, una muy amplia, cuya explota­ aparecen fuertes desigualdades, algunas de las cuales parecen tener su

ción se reservaba el dueño en cultivo, y las demás, en núm ero variable, origen en el estatuto jurídico de los mansos. Algunos mansos son cali­
ficados, en ciertos inventarios, de «libres», y parecen claram ente mejo­
mucho más reducidas, otorgadas a familias campesinas.
res que otros llam ados «serviles». Pero las disparidades son general­
• La reserva señorial recibe el nom bre de m anso del señor, mansus
m ente mucho más profundas. Ante todo, entre dominios diversos: en
indominicatus. Se organiza alrededor de un espacio cercado y edificado
cuatro localidades de la región parisina descritas en el políptico de
que se llam a «corte» (curtís). H e aquí la descripción del dom inio de
Saint'Germain-des-Prés la media de las superficies arables aneja a cada
Annappes: «Un palacio real construido en piedra de bu ena calidad,
uno de los mansos es, respectivam ente, de 4,8, 6,1, 8 y 9,6 hectáreas:
tres habitaciones, la casa com pletam ente rodeada de una galería ele­
a pocos kilómetros de distancia unas son dos veces mayores que otras.
vada con once pequeñas habitaciones (la estructura de la gran vivien­
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A dem ás, en cada uno de estos dominios el inventario revela enormes De los m ansos dependientes el señor espera u n a renta, unos cen­
diferencias entre explotaciones próxim as y con el mismo estatuto ju rí­ sos que, en fecha fija, le son llevados a su vivienda. Estas entregas
dico. Así se ve un manso servil que dispone de cuarenta y cinco veces periódicas de huevos y pollos, de un cordero o un cerdo, a veces de
más tierra que otro. Tan fuertes desproporciones parecen ser conse­ unas m onedas de plata, representan el alquiler de la parcela cultiva­
cuencia de u n a m ovilidad p ro lo ng ada de la posesión territo rial en da; pagan la autorización que perm ite a los masoveros llevar a pacer
manos de los campesinos. El mecanismo de jas divisiones sucesorias, su ganado y cortar leña en la parte no cultivada de la reserva; algunas
las com pras y los intercam bios han determ inado el enriquecim iento son aún cargas de origen público, el equivalente de las tallas cobradas
de unos y el em pobrecim iento de otros. Esta misma movilidad ha roto, antiguam ente para el ejército real y cuyo beneficio ha cedido el m onar­
por otra parte, la coincidencia entre el estatuto del manso y el de los ca al dueño del dominio. Realm ente, estas punciones sobre el ganado
agricultores que lo explotan: mansos libres son ocupados por esclavos; dom éstico o sobre los m odestos beneficios de un com ercio m arginal
mansos serviles por «colonos», es decir, por trabajadores considerados no son excesivamente pesadas para la explotación campesina; y lo que
libres. Por último, como hemos señalado ya, ju nto a mansos ocupados llevan a la casa del señor es de valor reducido. El propietario, tal como
por una sola familia hay otros en los que habitan dos, tres, a veces cua­ nos lo presentan los polípticos sólo de m odo accesorio es un rentista.
tro matrimonios. Sin em bargo, el dueño hace caso omiso de todo este Es ante todo un cultivador de tierras. De los masoveros exige esencial­
desorden, en apariencia m ás o menos profundo, según que la organi­ m ente una colaboración de m ano de obra para las necesidades de su
zación del g ran dom inio sea m á s o m enos antigua. Im pone cargas propia tierra. La función económ ica prim ordial de la pequeña explo­
equivalentes a todos los mansos de una misma categoría jurídica, cua­ tación satélite es cooperar a la explotación de la grande.
lesquiera que sean la dimensión y el núm ero de trabajadores que explo­ A causa de las deficiencias técnicas, la reserva exige trabajadores en
tan las parcelas, es decir, cualesquiera que sean las capacidades de pro­ gran núm ero. Algunos están com pletam ente a disposición del señor.
ducción. Esta indiferencia contrasta curiosamente con el sentido de la No hay duda de que en la «corte» de cada dominio continuaba sien­
precisión num érica de que han hecho gala numerosos pesquisidores, do alim entada una tropa servil de hom bres y mujeres. Los inventarios
atentos a evaluar las superficies y a contar los ocupantes de los m an ­ hablan muy poco de estos esclavos domésticos. A veces los pesquisido­
sos. N ada perm ite suponer que el inventario haya tenido como finali­ res m encionan un «taller de mujeres en el que hay veinticuatro m uje­
dad equilibrar m ejor las obligaciones campesinas. Sin embargo, la indi­ res», donde han encontrado «cinco piezas de paño, seis cintas de lino
ferencia ante las realidades económicas era peligrosa; figura como uno y cinco piezas de tela», pero si tienen gran cuidado en enum erar los
de los puntos débiles de estos grandes organism os de producción. asnos, los bueyes y los corderos, apenas se preocupan del equipo per­
¿Cómo esperar que los masoveros de los mansos reducidos o superpo­ m anente de servidores. Sin em bargo, algunas m enciones atestiguan
blados hayan podido, tan fácilmente como los otros, cum plir con sus su presencia. El obispo de Toledo acusaba, por ejemplo, a Alcuino de
obligaciones? ¿Cóm o evitar que hayan intentado eludirlas? C ontinua­ tener, en las cuatro abadías de Ferriéres, Saint-M artin de Tours, Saint-
mente alterada por movimientos que el señor es incapaz de reprimir, Loup de Troyes y Saint-Josse más de veinte mil trabajadores no libres;
la base de todo sistema señorial, el reparto de las cargas, aparece casi sabemos tam bién que en los sesenta dominios que poseía a com ien­
siempre en estado de desequilibrio. zos del siglo X el m onasterio de Santa Giulia de Brescia, donde había
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ochocientas familias instaladas en mansos, setecientos cuarenta y un
el año al personal necesario en las estaciones de m ayor actividad; no
esclavos p enaban en las tierras de las reservas a las que estaban ads­
conservaba perm anentem ente más que un equipo limitado, a pesar de
critos. O tros docum entos prueban la existencia de una domesticidad
que la necesidad de reforzarlo periódicam ente era más im periosa que
servil en las casas de simples masoveros: un m atrim onio de cam pesi­
en épocas anteriores.
nos fue dado en el 850 a la catedral de Amiens «con sus hijos y escla­
Este refuerzo procedía a veces de los asalariados. Era fácil sin duda
vos»; y ¿cómo im aginar que los hom bres que, en las villae de Saint-
reclutar mercenarios entre los masoveros mal provistos de tierra, o entre
Germain-des-Prés, explotaban los mansos de m ayor superficie podían
las bandas errantes de desarraigados siempre presentes en las proximi­
cultivarlos sin recurrir a la ayuda de dependientes domésticos? Difí­
dades del dominio. Estos jornaleros eran alimentados. Recibían tam ­
cilmente se puede adm itir que las casas de los señores hayan estado
bién algunas monedas: u n a suma de sesenta dineros estaba destinada,
proporcionalm ente peor provistas que las de sus masoveros. Las caba­
por ejemplo, a la contratación tem poral de hortelanos auxiliares en el
ñas de m adera que flanqueaban la vivienda señorial en el interior de
presupuesto anual de la abadía de Corbie. Pero esclavos y temporeros
la «corte» acogían de hecho a num erosos trabajadores no libres. En
no eran suficientes, y la principal aportación de m ano de obra procedía
un dominio bávaro ofrecido en limosna p o r el em perador Luis el Pia­
de los mansos, que la suministraban de múltiples maneras. En principio,
doso, veintidós trabajadores de este tipo se ocupaban de ochenta hec­
los cultivadores de mansos serviles debían ceder una parte mayor de su
táreas de labor. A todos los señores les gustaba tener a m ano, siem ­ tiempo. Si se les concedían menos tierras era porque, retenidos durante
pre dispuestos a ejecutar sus órdenes, seres hum anos cuya persona les más tiempo al servicio del señor, no podían consagrarse tanto como los
pertenecía en exclusiva. Según todas las evidencias, en el siglo rx la masoveros libres al cultivo de sus propias parcelas. M ás directam ente
esclavitud dom éstica seguía siendo muy num erosa en todos los cam ­ obligadas al trabajo doméstico, las mujeres de la casa debían trabajar
pos que describen los políticos, y desem peñaba un papel fundam ental en los talleres de la «corte» o confeccionar en su domicilio piezas de
en la puesta en cultivo de las explotaciones grandes y pequeñas. Este tejido; en cuanto a los hom bres, estaban obligados a presentarse tres
papel estaba, sin em bargo, en declive; el sistema del siglo ix no ¿s en días por semana, al amanecer, en el centro señorial y a ejecutar todas
sustancia sino el sustituto de un sistema basado en la esclavitud, sis­ las órdenes. Del carácter de sus obligaciones se derivaba que los traba­
tem a que una coyuntura ya vieja ha condenado. Las mismas razones jadores fueran parcialm ente alimentados por el señor, otra razón para
que en otro tiempo, y con m ayor fuerza si cabe, llevan a los señores a atribuirles un manso menor. En todo caso, sus servicios eran, en general,
dar casa a los no libres en mansos. A m edida que aum enta la im por­ manuales y de carácter indefinido. Más extensos, m ejor equipados de
tancia de los cereales y del vino la esclavitud se adapta mal a las nece­ instrumentos aratorios y de ganado de tiro, los mansos llamados libres
sidades de la producción de una gran explotación. Los trabajos de los debían, en principio, realizar trabajos más estrictam ente limitados. Se
campos de cereal y del viñedo están muy desigualmente repartidos a les im ponía cercar los campos, los prados, la «corte» señorial en una
lo largo del año; existen estaciones de escasa actividad, y otras — en el determ inada longitud; cultivar enteram ente, en beneficio del señor, un
m om ento de las labores o de la recolección— en las que et calendario lote previam ente fijado en las tierras de labor de la reserva; llevar sus
im pone la presencia en el trabajo de una m ano de o b ra superabun­ yuntas-en ciertas épocas y durante un núm ero determ inado de días a la
dante. H abría sido ruinoso p ara el cultivador m antener durante todo tierra señorial; realizar.el acarreo hasta el lugar señalado; llevar men-
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$ajcs. La punción sobre las fuerzas productivas de la casa eran menos sión de los poderes competidores modificaban sin cesar sus límites y su
pesadas que en el caso de los mansos serviles, pero sin embargo su valor estructura interna. Este movimiento desequilibraba continuam ente el
era más considerable a los ojos del señor, puesto que las requisiciones sistema cuando desem bocaba en u n a extensión de la superficie de la
—las «corveas» en el sentido estricto de la palabra, que significa peti­ reserva, o cuando separaba de la gran explotación algunos mansos y
ción— ponían a su disposición no solamente los hombres, sino también la m ano de obra que proporcionaban, o cuando, a la inversa, añadía
los animales de tiro y los aperos más eficaces. al dom inio nuevos trabajadores cuya colaboración no era necesaria.
C uando se sum an todos los servicios en trabajo exigidos al conjun­ Los cambios introducían en el sistema señorial una perturbación que
to de los mansos se obtienen cifras sorprendentes. Así, las ochocientas dificultaba su funcionam iento, que en todo caso obligaba a continuos
familias del m onasterio de Santa Giulia de Brescia tenían que prestar reajustes. A los adm inistradores incum bía, según las disposiciones del
. su trabajo, a comienzos del siglo x, durante cerca de sesenta mil días. capitular D e villis , realizar los trasvases de m ano de obra y de servicio,
Todo induce a creer que los grandes dominios no utilizaban com ple­ siempre que fueran capaces de llevarlos a cabo. En realidad, la imagen
tamente las fuerzas de que podían disponer; eran una reserva que se que nos suelen dar los inventarios es la de un desorden mal gobernado.
utilizaría a m edida de las necesidades, variables según las estaciones Esta im agen, al menos, revela con bastante claridad cuatro rasgos:
y los años. No olvidemos, sin em bargo, que la tierra era hostil y nece­
sitaba una gran m ano de obra; muchos campos, incluso en Picardía, 1. Las estructuras que hemos descrito parecen continuar propa­
que era una de las regiones menos atrasadas, eran labrados con azada. gándose en el siglo ix. Se introducen, en particular, en las provincias
El «régimen señorial» estaba organizado en función de una agricul­ menos evolucionadas de la cristiandad latina. En esta época se ven
tura muy extensiva cuya productividad no contribuía a mejorar, sino nacer y organizarse poco a poco grandes dominios en los países fla­
a em peorar el m odo de explotación, p o r las punciones enorm es que mencos. El sistema dominical se difunde entonces por G erm ania, pro­
llevaba a cabo sobre un cam pesinado famélico, desprovisto de lo más gresivam ente colonizada por la aristocracia franca y por los grandes
elemental y desigualm ente repartido sobre el terreno alimenticio. Su establecimientos del cristianismo. En Inglaterra se form an conjuntos
capacidad de requisar sin m edida una m ano de obra gratuita hacía a territoriales organizados de m odo sem ejante desde el siglo vn en el
los grandes propietarios territoriales indiferentes a las mejoras técni­ interior de esta prosperidad agraria que tentaría prim ero a los vikingos
cas. Este es, sin duda, el defecto más grave del sistema: podem os sos­ y más tarde a los norm andos. De esta form a se prolonga la evolución
pechar que el gran dom inio ha frenado sensiblemente las tendencias secular, que, por un lado, modifica insensiblemente, gracias a la multi­
al crecimiento. plicación de asentamientos de esclavos, el papel de la servidum bre en
Incluso en los países situados entre el Loira y el Rin, tierra de elec­ los mecanismos económicos, y, por otro, no deja de reforzar la autori­
ción de los grandes polípticos, el régimen dominical «clásico» no ap a­ dad de la alta aristocracia sobre el cam pesinado independiente.
rece nunca con el rigor y la simplicidad que supone el breve esquema 2. Sin em bargo, parece que el gran dom inio está muy lejos de
que acabam os de trazar; en prim er lugar, porque todo dominio era un cubrir el conjunto de los cam pos de O ccidente. Los textos p ráctica­
organismo en movimiento. Las divisiones sucesorias, cuando el dueño m ente sólo nos hablan de él. La oscuridad es total, si exceptuam os
era un laico, las donaciones, las com pras, las confiscaciones, la pre­ las grandes fortunas. Sólo se m enciona lo que les pertenece y en nin­
LA ETAPA C A R O L IN G IA I
i Í.O S B E N E F IC IO S D E LA G UERRA

gún m om ento es posible conocer la extensión de lo que corresponde estructura del gran dominio parcce mucho más relajada: un pequeño
a otros. No obstante, la existencia de patrim onios m enos extensos es número de mansos, poblados casi exclusivamente por esclavos, se agru­
evidente. E ntre los docum entos escritos concernientes a la Picardía pan alrededor de la «corte»; los dem ás se hallan dispersos, tan lejos a
de esta época, y que no se refieren más que a las posesiones de los veces que los campesinos que los ocupan no pueden proporcionar al
grandes establecim ientos religiosos, uno de cada tres revela la exis­ señor más que los censos y prácticam ente no cooperan en la explo­
tencia de propiedades de m ediana extensión, lo que hace pensar que tación de la reserva. En Lom bardía, num erosos equipos de esclavos
este tipo de propiedades ocupaba un lugar preponderante. Lo mismo domésticos se hallan establecidos en el centro del dominio, ayudados
ocurre con las explotaciones cam pesinas autónom as. Los capitulares por los servicios ilimitados de algunos campesinos, tam bién de condi­
carolingios que reparten las obligaciones militares entre los poseedo­ ción servil, aposentados en los mansos vecinos. Pero la mayor parte de
res de uno, dos o tres m ansos suponen la tenaz supervivencia de los los masoveros son hom bres libres que poseen, además, alodios; algunos
pequeños propietarios libres cuya existencia se adivina igualmente por deben prestaciones personales, pero muy ligeras, y la mayor parte son
las limosnas de pequeña cuantía que recogen las instituciones religio­ simples medianeros, que entregan al señor una parte determ inada de
sas. Incluso los polípticos describen posesiones familiares modestas que la cosecha. Semejante diferenciación entre la reserva, cuya explotación
acaban de integrarse en el patrim onio de una iglesia, pero que poco recae casi exclusivamente sobre cam pesinos no libres, y los mansos,
antes eran independientes y que no son una excepción. Finalm ente, que no proporcionan sino rentas y, en el m ejor de los casos, algunos
en la proxim idad de los m onasterios que han conservado m ejor sus servicios ocasionales, se observa igualmente en Flandes, en la Galia del
archivos — en los que se encuentran docum entos concernientes a bie­ oeste, en la del centro y en la del sur. H asta el punto de que se puede
nes de escasa im portancia recientem ente incorporados al dom inio, preguntar si el sistem a cuya im agen nos proporciona el políptico de
que contienen contratos concluidos entre laicos con anterioridad a la Irm inón no es de hecho una excepción.

adquisición por los monasterios— cerca de Saint-Gall, por ejemplo, en 4. Este sistem a, ya viejo cuando los pesquisidores visitaron a

el siglo IX, o en las proxim idades de Cluny, en el siglo x, se manifiesta comienzos del siglo IX las posesiones de Saint-G erm ain-des-Prés, se
ve transform ado en el curso del siglo por u n a evolución que p e rtu r­
la vitalidad de múltiples alodios, de bienes enteram ente separados de
ba sensiblem ente su funcionam iento. A decir verdad, esta evolución
todo dom inio señorial, cuya extensión corresponde a las necesidades
se deja entrever con dificultad. Los polípticos tenían la finalidad de
y a las posibilidades de trabajo de una pareja campesina, los cuales se
definir el estado presente de un patrim onio; y su objetivo era esta­
ve a veces que han sido lentam ente reunidos por el ahorro paciente
bilizar las estructuras. La descripción que dan es, p o r tanto, estáti­
de sus propietarios. Supongam os, pues, el m antenim iento, en la som­
ca. Para entrever ¡as tendencias evolutivas en el seno del organism o
bra, de un im p o rtan te sector de la econom ía rural, m antenido por
señorial es preciso in terp retar las escasas correcciones que han sido
una aristocracia de tipo m edio o por el cam pesinado, y que no entra,
introducidas en el texto de los inventarios en los decenios posterio­
o muy ligeram ente, en el m arco del régim en señorial «clásico».
res a su redacción, o co n fro n tar las pesquisas de diferentes épocas
3. Por lo que se refiere al gran dom inio, sus rasgos se deform an
(aunque éstas conciernen generalm ente a dom inios distintos, lo que
en cuanto se abandona N eustria, Austrasia o Borgoña. A parecen pro­
quita m ucho valor a la com paración). Sin em bargo, es posible entre­
fundas disparidades regionales. Así, en las provincias germ ánicas, la
U ET A P A C A R O U N C IA !
1 LO S B E N E F IC IO S D E LA G UERRA

ver algunas tendencias. La más clara es la progresiva desaparición de eran el equivalente de antiguas entregas de ganado o de leña; otros
lás diferencias entre mansos serviles y mansos libres. Los m ovim ien­ reem plazaban eventualm ente u n a serna: «Realiza dos quincenas de-
to s de la población, los m atrim onios mixtos, las herencias, los tras­ trabajo, o las com pra a m ediados de m arzo por once dineros». Estas
vases de posesiones habían roto, ya en épocas anteriores, la identi­ conversiones revelan a su vez la generalización del instrum ento mone»
dad entre el estatuto del cam pesino y el de su tierra. H om bres libres tario y su progresiva penetración en la econom ía cam pesina. Señores
debían servir com o esclavos p o rq u e su m anso no era libre, y eran y campesinos coincidían en utilizar más am pliam ente la m oneda. No
más duram ente explotados que sus vecinos, de origen servil, pero en es extraño que estas conm utaciones hayan sido más frecuentes en Ita­
posesión de una tierra libre. La costum bre hacía difícil adm itir estas lia del norte, cuyos cam pos fueron preco zm en te anim ados p o r la
discordancias, y poco a poco fueron im puestas las mism as cargas a circulación m onetaria. A fines del siglo x los masoveros del cabildo
todos los m ansos. E sta uniform ación se realizó en la línea de una episcopal de Luca estaban casi enteram ente exentos de prestaciones
agravación general de las obligaciones cam pesinas, según se observa personales y de censos en productos; se liberaban de la m ayor parte
en particular en los países germ ánicos; y se explica en parte por los de sus obligaciones m ediante la entrega de m onedas de plata. Estas
progresos de la econom ía ag raria, p o r una lenta conversión del sis­ disposiciones tuvieron como consecuencia diferenciar aún más la gran
tem a de producción hacia la agricultura cerealista, más exigente, y explotación de las pequeñas que la rodeaban; el masovero pagaba el
por una m ejora del equipam iento cam pesino. Si los mansos serviles derecho de disponer librem ente de sus fuerzas, y especialmente el de
de G erm ania fueron obligados, en el siglo ix, a realizar prestaciones aplicarlas a su propia tierra para acrecentar su rendimiento, y lo paga^
relacionadas con la labranza, fue porque los hom bres que los tenían ba con lo que ahora podía ganar vendiendo su trabajo o los exceden­
disponían aho ra de anim ales de tiro. Sin em bargo, la agravación de tes de su producción doméstica; por lo que se refiere al señor, éste aspi­
las condiciones afectó sobre todo a los campesinos libres, y la distan­ raba. con el dinero que le era entregado, a sustituir a los campesinos
cia entre éstos y los esclavos se redujo insensiblem ente; era un paso de los mansos por asalariados, cuyo trabajo, voluntario y pagado, y ya
más de u n a evolución que condujo poco a poco de la esclavitud a no forzoso y gratuito, le parecía tam bién más productivo. En definiti­
la servidum bre, por la inclusión de la población dependiente en un va, la gran innovación que se manifiesta aquí se sitúa en el nivel de las
mismo grupo hom ogéneo de explotados. actitudes mentales: a m edida que los hom bres se acostum bran a utili­
Si esta p rim era ten d en cia es más visible en la p arte b á rb ara de zar menos exccpcionaim ente la m oneda descubren que el trabajo es
Europa, la segunda se ve más claram ente en las provincias más evolu­ un valor susceptible de ser m edido c intercam biado. Este descubri­
cionadas, en aquellas en las que subsisten los vestigios de Rom a, en las m iento cam bia de m anera fundam ental las relaciones entre el señor y
provincias del sur. Se trata de una inclusión cada vez más profunda los campesinos del dominio, y en adelante uno y otros estarán unidos,
del num erario, cuyo uso había reanim ado la restauración de las estruc­ al introducirse la m oneda en el sistema de explotación, por lazos eco­
turas estatales, entre las prestaciones debidas por los mansos. U n ejem­ nómicos nuevos. Y como todo esto se inscribe en una sensibilidad nue­
plo: en un dom inio borgoñón cuyo inventario fue realizado en el 937 va sobre el valor de todas las cosas, la libertad que se insinúa en los
cada uno de los mansos estaba obligado a entregar cada año, en varios engranajes de la econom ía señorial conduce naturalm ente a una ele­
plazos, sesenta m onedas de plata; algunos de estos censos en dinero vación de la productividad.
LA ETAPA C A R O L IN G IA I 121 122 I L O S B E N E F IC IO S D t LA G U ER RA

Tan diverso en sus estructuras, tan dúctil y de una extensión sin cosecha del año anterior que de la del año de la visita. Puesto que el
duda m enor de lo que norm alm ente se cree, el g ran dom inio ocupa volumen de las cosechas es extrem adam ente variable, mientras que las
el centro de toda la econom ía de la época, por la función que realiza necesidades no son elásticas, la economía del gran dominio conduce al
y por la influencia que ejerce sobre los campos de los alrededores. Su despilfarro. Despilfarro de tierra, despilfarro de m ano de obra. Tanto
papel consiste en m antener el nivel de vida de las grandes casas aristo­ como la insuficiencia de las técnicas, las irregularidades de la produc­
cráticas. Este órgano de producción está al servicio de una econom ía ción obligan a am pliar desm esuradam ente, sobre el espacio agrario
de consumo. La prim era preocupación de los señores, cuando se inte­ y sobre los campesinos, la influencia de la gran explotación señorial.
resan en una adm inistración más rigurosa de su fortuna, es calcular Se h a podido calcular que la subsistencia de uno solo de los sesenta
por adelantado, y de la form a más exacta posible, las exigencias de su monjes de la abadía de Saint-Bertin consumía las prestaciones de una
casa. Esto es lo que han querido hacer en el siglo ix algunos grandes treintena de hogares dependientes. Y puesto que el régimen señorial
administradores de monasterios, y especialmente el abad A dalardo de es de una productividad irrisoria, las bases del edificio económ ico y
Corbie, quien, en el 822, se dedicó a definir m inuciosam ente la cali­ social que sirve de soporte a la aristocracia son extraordinariam ente
dad y la cantidad de los productos exigidos por los diferentes servicios amplias. Esto incita a los grandes a defender celosam ente sus dere­
de la econom ía doméstica. C uando existe una planificación económ i­ chos sobre la tierra, y más aún sobre los hom bres, y a esforzarse por
ca se sitúa siempre al nivel de las necesidades que hay que satisfacer. ampliarlos si es posible.
Por consiguiente, lo que se espera de la producción señorial es que En segundo lugar, y dado que el consum o orienta en realidad la
baste p ara atender una dem anda previsible, y los señores están satis­ producción del dominio, el verdadero m otor del crecimiento hay que
fechos de sus adm inistradores si éstos les procuran, inm ediatam ente buscarlo en las necesidades de la alta aristocracia, que tiende irresisti­
que les sea reclam ado, cuanto necesitan en cada m om ento. La corres­ blem ente a utilizar su poder sobre la tierra y sobre los hombres para
pondencia de Eginardo, am igo de C arlom agno, con los intendentes gastar más. En sí, el reforzamiento gradual de una élite social en ciertas
de sus diversos dominios ilustra bien esta actitud. No se trata de esti­ regiones de la E uropa carolingia aparece como uno de los estim ulan­
mular al m áxim o la productividad del patrim onio territorial, sino de tes más eficaces del desarrollo. Todos los grandes desean dar la mayor
m antenerlo en un nivel tal que pueda en cualquier m om ento satisfa­ am plitud posible a su «mesnada», porque su prestigio se mide en fun­
cer todas las peticiones. ción del núm ero de hom bres que les rodean; y todos aspiran a tratar a
De esta disposición derivan dos consecuencias. En prim er lugar, y estos comensales mejor que los demás, porque su generosidad y el lujo
dado que la irregularidad del clima hace posibles enorm es diferencias de su acogida son la ilustración de su poder. Estos deseos les incitan
de una a otra cosecha, la producción, para ser suficiente, debe situarse a obtener mayores rendimientos de la tierra, no tanto aum entando la
a un nivel elevado. N orm alm ente es sobreabundante, lo que explica, productividad de los cam pos y viñas que poseen com o am pliando el
por ejemplo, que los pesquisidores, inspeccionando los graneros del núm ero de unos y otras. El deseo de ostentación desarrolla la rapaci­
dominio real de Annappes, hayan encontrado, pese a los daños cau­ dad y el espíritu de agresión m ucho antes de que lleve a una m ejora de
sados por los anim ales parásitos y a pesar de haberse consumido una los procedimientos de explotación de la fortuna territorial. Los señores
parte p a ra la alim entación del personal doméstico, más grano de la no piensan en esta forma de aum entar sus ingresos más que cuando les
i LO S B E N E F IC IO S D E LA G U ERRA
LA ETAPA C A R O L IN G IA I 123

faltan las demás m aneras de enriquecerse, es decir, cuando disminuyen do del trabajo; distribuía las ayudas; prestaba la simiente o la harina,
las posibilidades de apoderarse sin excesivos problem as de los bienes y a cam bio exigía servicios. Llam a la atención la am plitud de la red
ajenos. D e esta m anera, la reconstrucción del Estado y el afianzamien­ de «encom endaciones» que se anudaron a través de este mecanismo y
to de la paz pública en el siglo IX han podido estimular el desarrollo: que term inaron p o r unir a la villa a la mayor parte de los campesinos
orientando la avidez de los señores hacia la búsqueda de un acrecen­ independientes de la vecindad. Estos protegidos fueron censados en
tamiento de los beneficios del dominio. algunos polípticos, porque pagaban un censo anual, el chevage: alrede­
dor del dominio de Gagny, que pertenecía a Saint-Germ ain-des-Prés,
De hecho, el organismo señorial, por su propio peso, tendía a am pliar­ eran veinte frente a los sesenta y ocho masoveros adultos. Su sumisión
se continuam ente. No sin razón las actas prom ulgadas por los sobe­ individual aparece como un prim er paso hacia una dependencia más
ranos carolingios llaman «poderosos» a los poseedores de los grandes rigurosa que desem boca en la integración de su tierra en la fortuna
dominios, y se esfuerzan por sustraer a los «pobres» a su influencia. En del señor y en la conversión de sus descendientes en poco más que serví
el claro p o r el que se exdenden sus bienes, el señor, y en su nom bre el casad , esclavos situados en mansos. Las mayores conquistas del gran

administrador, actúan sin control de ningún tipo. De ellos dependen dominio se han realizado a expensas no de los dominios próximos, sino
la paz y la justicia. Ellos y sólo ellos pueden ofrecer una parcela a las del cam pesinado independiente.
familias errantes o a los hijos menores de los campesinos del lugar, aco­ Parece, sin em bargo, que la propiedad independiente se resistió, en
giéndolos en un pequeño manso creado en los límites de la reserva, en el marco de la com unidad aldeana naciente y de las solidaridades entre
uno de los hospitia , de los accolae, como llaman los textos latinos a estas «vecinos» que se reforzaban poco a poco alrededor de la iglesia parro­
parcelas marginales del térm ino. El granero del señor, que perm anece quial y de la posesión colectiva de los derechos de utilización de bienes
lleno cuando los demás están vacíos, es la esperanza de los ham brien­ comunales. Es posible incluso — y la lucha de clases habría revestido
tos que se agolpan a sus puertas y prom eten todo para conseguir gra­ principalm ente esta form a— que los campesinos hayan creado asocia­
no. Este poder de hecho, que es consecuencia del alejam iento de los ciones claram ente destinadas a protegerlos de la opresión de los ricos.
poderes públicos y del simple desahogo de unos pocos en un medio U n capitular prom ulgado p o r el rey de Francia occidental en el año
hum ano asaltado p o r mil peligros, no es descrito p o r los redactores 884 denuncia a los villani, es decir, a los campesinos, que se organizan
de los polípticos, porque no figuraba entre las reglas legítimas de las en «guildas», es decir, en com unidades basadas en un ju ram en to de
prestaciones habituales. Su im portancia, sin embargo, no era por ello ayuda m utua a fin de luchar contra quienes los h an expoliado. ¿Fue­
menos considerable; gracias a este p o d er los límites del dom inio se ron totalm ente ineficaces estas agrupaciones? Cabe dudarlo cuando se
extendían continuam ente en todas direcciones. De hecho, este poder ve, en el interior mismo del gran dom inio, la im potencia de los seño­
llevaba a los pequeños campesinos todavía independientes a someterse res p ara dom inar a los masoveros recalcitrantes. U n largo proceso fue
a la autoridad del gran propietario. Este, por la sola extensión de sus necesario — y hubo que llegar hasta el tribunal real— p ara que unos
bienes territoriales, organizaba todo el sistema de las prácticas agra­ señores de A quitania pudieran obligar en el año 883 a los dependien­
rias, señalaba el tiempo de la recolección y el de la vendimia; por sus tes de una de sus villae a cum plir ciertas obligaciones: éstas figuraban
enormes necesidades de m ano de obra auxiliar controlaba el m erca­ en un antiguo políptico, pero la resistencia pasiva de los campesinos
LA ETAPA C A R O Ü N C IA I 125
LO S B E N E F IC IO S D E LA G U ER RA

las había hecho caer en desuso. Y se conocen otros casos en los que la de subalim entación crónica a la m asa de sus dependientes, el régimen
justicia del soberano apoyó a los trabajadores que se resistían a las señorial tendía a esterilizar los esfuerzos campesinos. Pero sus eslabo­
nuevas exigencias señoriales. El continuo y sordo com bate en ei que nes eran dem asiado flojos y no pudieron frenar el em puje demográfi-,
se enfrentaron las fuerzas cam pesinas a los dueños de la tierra no era co que hem os visto ap a rec e r en la segunda m itad del siglo ix. De
en la práctica tan desigual como puede parecer, y sus resultados fue­ hecho, y pese a todo, el gran dominio favorecía las tendencias al pro­
ron diversos. Pequeñas explotaciones autónom as fueron absorbidas en greso de la econom ía ru ral, p o rq u e los señores, en su interés por
gran núm ero p o r la am pliación de la au to ridad señorial, pero en el aum entar los beneficios, construyeron m áquinas p ara moler el grano
centro mismo del dominio la inercia, el disimulo, las tolerancias com ­ que liberaban un a parte de la m ano de obra rústica; porque se incli­
pradas al intendente, la am enaza de huir a las tierras próxim as en las naron poco a poco a dar preferencia a los censos en dinero como sus­
que toda persecución era imposible y de incorporarse a las bandas de titutos de las sernas y de este modo, al conceder m ayor autonom ía a
forajidos que los capitulares francos intentaron inútilm ente disolver, los campesinos, incitaron a los cultivadores de los mansos a trabajar
eran otras tantas arm as eficaces contra las presiones del régimen eco­ no sólo p ara subsistir, sino tam bién para vender; porque dieron casa
nómico. Ningún gran propietario disponía de los medios, y tal vez ni a los esclavos y de este m odo aum en taro n el ard o r en el trabajo de
siquiera tuviera intención de im pedir el juego activo de ventas o de una parte considerable de la población; porque se sentían obligados a
intercambios de tierras que conducían a rom per poco a poco la uni­ la generosidad; porque no podían negarse a distribuir entre los ham ­
dad de las cargas cam pesinas: «En algunos lugares, cultivadores de brientos los excedentes de sus cosechas y, de esta form a, m antenían en
dominios reales y eclesiásticos venden su herencia, es decir, los mansos vida a los indigentes. El régimen señorial intervino por último de modo
que tienen no solamente a sus iguales, sino también a clérigos del cabil­ muy directo p ara acelerar en los campos el desarrollo de los intercam ­
do o a curas parroquiales o a otros hombres. Sólo conservan su casa, bios y de la circulación m onetaria. No sólo porque la m oneda se intro­
y en consecuencia los dominios son destruidos, porque no se pueden dujo poco a poco en el circuito de las prestaciones y porque la necesi­
cobrar los censos, y ni siquiera es posible saber qué tierras dependen dad de pagar en dinero obligó a ios pequeños cultivadores a frecuentar
de cada manso»*. El edicto de Carlos el Calvo denunciando el fenó­ con regularidad los mercados semanales — los textos prueban que se
meno en el año 864 intenta tom ar medidas p ara paliarlo, que sin duda multiplicaron durante el siglo IX en las tierras del Im perio- -, sino tam ­
no tuvieron ningún efecto. D ado que carecían de rigor, los límites del bién en u n a escala m ucho m ás am plia. D esde el m om ento en que
gran dominio se borraron, m inados por las resistencias, conscientes o resurgió el hábito de utilizar piezas de m oneda como el vehículo más
no, de estos hom bres muy «pobres», muy «humildes», muy «débiles», cóm odo p a ra los trasvases de riqueza, la extrem a dispersión de las
que trabajaban los campos y que, en su indigencia y bajo los piadosos grandes fortunas incitó a los adm inistradores a negociar en cada villa
calificativos con que los designa el vocabulario de nuestras fuentes, lle­ los excedentes de la producción y a dirigir el im porte am onedado de
vaban en sí el germ en del crecim iento. Todo políptico describe un estas ventas hacia la residencia del señor. «Q uerem os — dice el capi­
organismo parcialm ente descom puesto y cuya disgregación intenta, tular D e villis — que cada año, por Cuaresm a, el dom ingo de Ramos,
vanam ente, retrasar. Por su propensión al despilfarro, p o r sus desm e­ los intendentes se encarguen, según nuestras órdenes, de traer el dine­
suradas exigencias, por todas las exacciones que m antenían en estado ro procedente de nuestros beneficios, p ara que podam os conocer el
LA ET APA C A R O L IN G IA I 12J 128 i LO S B E N E F IC IO S D E LA G U ER RA

importe de nuestros ingresos anuales.»3 Por esta razón, los dominios puede llevar al historiador a errores de perspectiva y a hacerle atribuir-
reales más rentables se hallaban situados en los principales ejes de la al comercio un papel sin relación con el que realm ente tuvo.
circulación comercial, que su presencia contribuía a vivificar. A lo lar­ El Estado se preocupó ante todo de m antener la paz en los luga,'
go del Mosa, por ejemplo, intercambios basados en el uso de la m one­ res en que se realizaban las transacciones y, p o r tanto, de fijar estrío*
da unían los grandes dom inios que bordeaban el río con los barcos lam ente el em plazam iento y la periodicidad de los encuentros comer­
que lo surcaban. De las quince mil medidas de vino que producían las ciales. Si las menciones de los mercados rurales se multiplican durante
tierras de Saint-Germain~des-Prés, los monjes sólo consumían una sép­ el siglo IX en las zonas que controlaban los soberanos carolingios, ¿se
tima parte, y es seguro que el resto se cargaba en barcas p ara ser ven­ trata solamente de una prueba de la intensificación de los intercambios
dido en las regiones del norte y del oeste. El papel de la com ercializa­ comerciales al nivel de la producción campesina? ¿No será tam bién eh
ción no e ra , p o r tan to , m arg in al, y el co n ju n to de estos tráficos parte el efecto de una afirm ación de la autoridad del rey sobre orga*
originaba movimientos m onetarios cada vez m ás amplios. Se ha cal­ nismos ya existentes, y al mismo tiem po una señal de la generosidad
culado que el ab ad de Saint-R iquier podía recoger cada año, en los del soberano al conceder a tal o cual iglesia el producto de las tasas
umbrales del siglo rx, unas setenta mil m onedas de plata, el valor de impuestas a los usuarios? U n hecho es seguro: si el rey Pipino en el año
ciento cincuenta caballos, y que las em pleaba en parte en la com pra 744 recom endaba a los obispos que se ocuparan de que en cada dió­
de mercancías. La concentración económica, cuyo agente era el gran cesis existiera un m ercado regular era porque éste no existía en todas
dominio, contribuyó de m anera eficaz a que el trabajo de la tierra y partes. Cien años más tarde, los m ercados eran muy numerosos en las
sus frutos se relacionara con las actividades comerciales. antiguas zonas francas, dem asiado numerosos incluso, hasta el punto
de que fue precisa una reorganización p ara que no se relajase el con­
trol real. El edicto del 864 ordenaba a los condes que hicieran una lis­
EL COMERCIO ta de los mercados de su circunscripción, distinguiendo los existentes
en la época de Carlom agno, los que habían sido creados en tiempo de
Estas actividades ocupan un lugar muy im portante en las fuentes de la Luis el Piadoso y los que procedían de los años de Carlos el Calvo, y
historia económ ica carolingia. Son una de las consecuencias de la res­ les conm inaba a suprim ir los que les pareciesen inútiles.
tauración m onárquica. Correspondía al soberano — cuya ambición era M ás escrupulosa todavía fue la atención dedicada al instrum ento
renovar el Im perio y que, consagrado por los obispos, tom aba más cla­ m onetario. El orden divino del que el soberano pretendía ser el guar­
ra conciencia de ser el instrum ento de Dios, el garante del orden y de dián exigía una regularización de las medidas: «Es preciso — proclama
la justicia— vigilar especialmente un sector de la econom ía que p are­ la Admonitio generalis del 879, que se refiere al libro de los Proverbios— que
cía anorm al, que por tanto exigía un control m ás estricto y que era, en todo el reino medidas y pesos sean idénticos y justos». La reform a
además, m oralm ente sospechoso, porque ponía enjuego el espíritu de m onetaria carolingia aparece así como un acto de m oral política, es
lucro condenado p o r la ética cristiana. El rey, p o r consiguiente, debía decir, religiosa, puesto que ambos dominios estaban totalmente confun­
mostrarse más atento en este terreno. Vigiló, legisló, y los escritos que didos en el magisterio real. Al tom ar de nuevo en sus manos el poder
emanan de palacio llevan múltiples huellas de sus preocupaciones. Esto real, los nuevos jefes del pueblo franco querían reservarse el monopo-
LA ETAPA C A R O L IN G IA I 1 2 9
I LO S B EN E FIC IO S D E LA G U ER RA

jio de las acuñaciones. Obligaron, en la medida de sus posibilidades, a C arlom agno, incluso después de la coronación im perial, no acu3
fundir las m onedas extranjeras, lo que explica la ausencia, en los teso­ ño m oneda de oro, y los sueldos que hizo batir su hijo Luis el Piado*
ros que fueron enterrados durante el imperio carolingio, de los dirhems so, a im itación no de las piezas bizantinas, sino de las acuñadas por
árabes que abundan en las comarcas de la Europa más bárbara, cuya los césares antiguos, eran de hecho u n a afirm ación muy fugitiva dé
organización política era más rudim entaria. Los carolingios dieron a la renovatio im perii, de un R enacim iento cultural. Es posible que una
las monedas un a tipología uniform e. Inm ediatam ente después de su cotización más favorable de la plata con relación al oro hiciera afluir,
consagración, desde el 765, Pipino el Breve decidió que de la libra de a fines dei siglo V III, el m etal blanco al norte de Galia. Sin embargo,
plata se hicieran veintidós sueldos; uno sería el salario de los m onede­ la fidelidad a la acuñación de plata fue dictada, al parecer, ante todo
ros, que nuevam ente se convirtieron, al restaurarse la autoridad sobe­ p o r consideraciones políticas: era im portante situarse en la tradición
rana, en auxiliares retribuidos. Su nom bre desapareció pronto de las de Pipino, el restaurador del poder franco; era im portante no chocar
monedas, que en adelante serían propiedad del rey. El personal de los con Bizancio, guardar las distancias con respecto a los emperadores.
talleres m onetarios fue integrado, a la m anera lom bardo-bizantina, en Los reyes francos pretendieron en cualquier caso h acer del denarius
colegios que los condes debían vigilar de cerca. Luis el Piadoso daría un una m oneda fuerte y estable. Elevaron el peso del dinero merovingio,
poco más tarde nueva vigencia a la sanción imperial de cortar la m ano llevándolo prim ero a 1,30 gramos; después, a 1,70, e incluso a 2,03
a los falsificadores; y a la de castigar con el exilio y la confiscación de gramos en tiempos de Garlos el Calvo. C uando conquistaron el reino
sus bienes a quienes acuñaran m oneda fuera de las cecas del Estado. lom bardo de Italia del norte im pusieron el dinero frente al triens de
La acuñación había definitivamente recobrado su uniformidad: en un oro. Establecieron las relaciones entre el oro y la plata, entre el sueldo
tesoro enterrado en W iesbaden antes del 794, los cinco mil dineros, y el dinero, en función de la cotización comercial de los metales pre­
emitidos por distintos talleres, son del mismo peso. En el 806, Garlo- ciosos vigente en el noroeste de la Galia, y de este modo organizaron
magno intentó incluso centralizar la acuñación: «Que no haya m one­ un sistema m onetario basado en una libra de veinte sueldos, cada uno
da en ningún lugar salvo en nuestro palacio». La medida era inaplica­ de los cuales valía doce dineros. Los soberanos anglosajones adopta­
ble en un Estado tan amplio. D ado que la m oneda seguía teniendo un ron este sistema en el siglo ix.
uso lim itado y que era preciso acuñar m onedas por encargo cuando El renacim iento del E stado había favorecido el desarrollo de la
un pago era indispensable, convenía que hubiera talleres en las cerca­ circulación m onetaria. C ada vez más empleados en los intercambios,
nías de todos aquellos lugares en los que el uso de m onedas era más los dineros de plata poseían un valor propiam ente económico que sus
corriente, y especialmente cerca de los centros de administración de ju s­ utilizadores percibían con m ayor claridad cada vez. En su esfuerzo de
ticia, puesto que la m oneda servía ante todo para pagar las multas. La reorganización, Carlom agno descubrió pronto que este valor escapa­
acuñación se dispersó, pues, por un movimiento irresistible. U n edicto ba al control real y que no se podía modificar el peso de las monedas
de Carlos el Calvo en el año 864 intentó por últim a vez poner freno a sin provocar perturbaciones en el uso del dinero en metálico. Se vio
esta dispersión, concentrando la acuñación en el palacio real y en nue­ obligado a tom ar una serie de medidas de reajuste. En Francfort, en el
ve cecas públicas. Decisión inútil. Al menos, el orden había sido resta­ 794, fijó el precio de los productos en función del nuevo sistema. Hizo
blecido durante un siglo. introducir, después del año 803, glosas en la ley sálica para actualizar
LA ET APA C A R O U N C 1 A
I L O S B E N E F IC IO S D E LA G U ER RA

la tarifa de las multas. O rdenó sanciones, entre el 794 y el 804, contra tanto, todos los tráficos nocturnos, a excepción de la venta de víveres
quienes se negaran a aceptar las nuevas m onedas; la resistencia fue y de forraje a los viajeros; y esta misma legislación exigía la presencia
vigorosa y aparentem ente se extendió por todo el cuerpo social: hubo del conde o del obispo cuando la operación afectaba a ciertas m er­
que am enazar a los hom bres libres con una multa de quince sueldos y cancías que despertaban las m ás vivas sospechas: esclavos, caballos,
a los esclavos con castigos corporales, y perseguir a los obispos y con­ objetos de oro y de plata. Convenía que el rey garantizase el estatuto
des que no se m ostraban bastante vigilantes. Estas resistencias atesti­ de los m ercaderes de larga distancia y que se asignara a su actividad
guan que el empleo del num erario estaba am pliam ente difundido en lugares y épocas determ inados.
ciertas provincias del Im perio ya en el siglo Vlli. El rey, sin embargo, Se entrevé la condición de los m ercaderes a través de un p recep ­
tuvo fuerza para imponerse. Y si el sistema m onetario franco se im pu­ to del em perador Luis el Piadoso fechado en el año 828. Son los «fie­
so en toda Europa fue, hecho político una vez más, porque se apoyaba les» del soberano, y este lazo personal los coloca bajo la paz p articu ­
en las decisiones del soberano al que sus conquistas militares habían lar que se extiende sobre la clientela real. D ado que pertenecen a la
convertido en el más poderoso de Occidente. casa del príncipe están exentos de los im puestos sobre la circulación
de m ercancías, excepto en los pasos de los Alpes y en los puertos de
Era misión igualmente de la autoridad soberana vigilar estrechamente Q uentovic y D uurstede, abiertos a la navegación de los m ares nór­
el comercio a larga distancia, la actividad específica de aquellos a los dicos. Poseen sus propios m edios de transporte. Y después del viaje,
que los textos llaman mercatores o negociatores. En los lugares que atrave­ a m ediados de m arzo, van al palacio a hacer el pago usual al tesoro,
saban, estos hombres, que viajaban a grandes distancias, eran extran­ y entonces deben distinguir clara y lealm ente entre lo que les p erte­
jeros y, por tanto, estaban mal protegidos por las leyes locales y tanto nece por sus propios asuntos y lo que han negociado por cuenta del
más am enazados cuanto que los objetos preciosos que llevaban exci­ soberano. Estas actividades, estacionales, pero periódicas, hacen de
taban la codicia. Necesitaban una protección particular. Eran además estos hom bres profesionales indiscutidos. Sin duda, form an parte de
sospechosos en un mundo en el que las diferencias entre el intercambio una dependencia dom éstica, de la que obtienen ventajas fiscales y un
y la rapiña eran borrosas. ¿Cómo distinguir de los salteadores a estos aum ento de seguridad; pero conservan u n a p a rte de iniciativa que
mercaderes desconocidos que tam bién se desplazaban en bandas, que podem os considerar am plia, y en cualquier caso extensible. ¿C uán­
hablaban con frecuencia otro idiom a y a los que las leyes de Alfredo el tos hom bres libres, cuántos francos o lom bardos, cuántos cristianos
Grande muestran viajando acom pañados por una escolta de servidores hay entre estos hom bres y entre los otros, cuya presencia se adivina,
probablemente arm ados? Los comerciantes introducían un ferm ento que no están vinculados al palacio real, sino a una abadía, a una casa
de agitación; su paso podía provocar riñas y tumultos. En caso de ase­ aristocrática o que incluso trabajan p o r libre? Todo lo que podem os
sinato, ¿quién asumiría, frente a las víctimas, la responsabilidad penal decir es que los textos de los siglos vm y IX m encionan ab u n d an te­
de sus actos? ¿Quién podía asegurar que lo que vendían no había sido m ente, cuando se refieren a los negociatores, dos grupos étnicos cuyas
robado? Era necesario, pues, que las transacciones comerciales fueran colonias jalo n an los principales itinerarios y desbordan am pliam ente
controladas por la autoridad pública, que se realizaran abiertam ente las fronteras del Im perio: los judíos, por un lado, y, en las cercanías
y bajo una estricta vigilancia. La legislación carolingia prohibía, por del m ar del N orte, los «frisones».
LA ET A P A C A R O L IN G IA LO S B E N E F IC IO S DE LA G U ER RA

Todos estos proveedores de artículos lejanos se encuentran en áreas llegan barcos cargados de miel y que los monjes de Gorbie acuden a
especialmente designadas, en las que exponen sus mercancías e inter­ las ferias p ara com prar el paño de sus cogullas. Asisten ingleses desde
cambian entre sí los productos que llevan. Los documentos dan a estos los prim eros años del siglo VIII, y después del 750, frisones y negociatores
lugares el nom bre latino de portus , equivalente de la palab ra w ik en de Langobardia. En la otra p u n ta del Im perio, en Piacenza, se celebra

el dialecto germ ánico, y de la expresión burh en la Inglaterra del rey otra feria. U n día al año en principio, al que se añaden en el 872 tres
Alfredo. Son lugares cercados p o r empalizadas que protegen los depó­ nuevas reuniones de ocho días cada una, y en el 890 una quinta feria
sitos de m ercancías de los ataques de los m erodeadores. Bajo control de dieciocho días. Así se acentúa un desarrollo de los intercambios. En
de la autoridad real se hallan en estos lugares testigos especializados, cuanto a la geografía de las ferias y de los portus, de ella se deduce, en
garantes de la validez de los contratos. Es probable que existiera, en el noroeste y en el sudeste del Im perio carolingio, la existencia de dos
tiempo de Luis el Piadoso, un delegado del soberano, encargado de áreas en las que los tráficos a larga distancia parecen más intensos.
juzgar a los m ercaderes y de recaudar el tributo pagado por la protec­
ción real. Antes del siglo IX han aparecido portus en el norte del reino Estas dos áreas, que seguirán siendo los polos de atracción del gran
franco, en regiones en las que aún no existen ciudades vivas: D inant, comercio medieval, se sitúan en los puntos de unión entre el m ar y los
Huy, Valenciennes, Quentovic, Duurstede. Más tarde las menciones se ejes principales de la red fluvial europea. La prim era se abre a través del
multiplican en la misma zona y aparecen algunos portus situados en las Po, que conduce hacia el m ar bizantino, a otros espacios económicos
proximidades de ciudades romanas, en Rouen, en Amiens, en Tournai, más prósperos, de los que llegan productos de gran lujo, tejidos m ara­
en Verdún. M ás al sur no aparecen: se puede pensar que su función villosos y especias. La otra, a través del Sena, el Mosa, el Rin y el m ar
era realizada p o r las ciudades. O tros lugares de encuentro: las ferias. del Norte, se abre a países más salvajes, siempre agitados por las guerras
Algunas se insertaban en el ciclo norm al de un m ercado semanal: un tribales, pero que, p o r esta misma razón, suministran esclavos.
día determ inado del año una de estas reuniones atraía más gente. Pero Las secuelas de una guerra atroz y posteriorm ente la migración del
el encuentro comercial cam biaba entonces completamente de carácter: pueblo lom bardo habían dejado desam parado el norte de Italia a lo
jurídicam ente, porque la protección del soberano se hacía extensible largo de todo el siglo vil. Toda huella de actividad m arítim a desapa­
a todos cuantos quisieran acudir a la feria, incluso desde muy lejos; reció en Génova en el 642, después de que se acentuara el dominio de
económ icam ente, porque su fin era preparar, a fecha fija, un contacto los bárbaros. Por un m om ento, el valle del R ódano se convirtió en la

regular entre zonas de producción separadas por grandes distancias vía principal hacia O riente, y fue entonces cuando el rey franco Dago-

y, por tanto, sin relaciones normales. La feria que se celebra cerca del berto (629-679) concedió algunas ventajas en los puertos de Provenza

monasterio parisino de Saint-Denis tiene lugar en octubre, después de a los monasterios del norte de la Galia: el m onasterio de Saint-Denis

la vendimia, y de hecho es una feria del vino. En el 775 se añade una recibió una renta anual de cien sueldos de oro, basada en el peaje de

segunda reunión en febrero, situada igualm ente en un punto central Fos, cerca de M arsella, p ara com prar aceite y otros artículos; exencio­

del calendario agrícola. Sin em bargo, estas dos ferias no sirven sólo nes de im puestos fueron concedidas en los puertos de M arsella y de

p ara dar salida a la producción de los cam pos vecinos. Actas por las Fos p ara la com pra de papiro y de especias, y estos privilegios fueron

que se conceden exenciones de impuestos m encionan que hasta ellas renovados hasta el año 716. .Pero ya entonces eran anacrónicos. El iti­
LOS BENEFICIOS DE LA GUERRA
LA ET A P A C A R O L IN G IA I 1^5

nerario que se había creado a lo largo del Ródano, el Saona y el Mosa


un traficante frisón que compraba en Londres prisioneros de guerra; su
colonia londinense era muy importante en tiempos de Alcuino. Por el
en dirección a M aastricht, y que ja lo n a b a las activas com unidades
R in? sus barcas transportaban vino, cereales, cerámica, sal proceden­
judías de las ciudades del M id i, com enzaba a sufrir los efectos de las
te de Luneburgo, esclavos. Estaban establecidos en barrios especiales
incursiones de bandas musulmanas. No dejó de ser frecuentado, pero
en Colonia, Duisburg, X anten, Worms y, sobre todo, en M aguncia,
para llegar en adelante, por C ataluña, a la España islamizada hacia la
Se les encuentra igualmente en las ferias de Saint-Denis. En el siglo
cual dirigían los m ercaderes de Verdón rebaños de esclavos y tam bién
rx san Anscario llegó a Birka, en Suecia, en com pañía de mercaderes
sin duda, cuidadosam ente disimuladas, porque su exportación estaba
de Frisia. Esta red de transporte por barco se animó a fines del siglo
rigurosam ente p ro hibida, las adm irables espadas de Austrasia. Sin
VIH. Los puestos de cobro de peaje citados en el diploma de exención
em bargo, L om bardia se hab ía convertido de nuevo en la p u erta de
concedido en el 779 a la abadía de Saint-Germain-des-Prés, es decir,
Bizancio. La fundación del m onasterio de Novalaise en el 726, al pie
Ruán, Amiens, Maastricht, Quentovic y Duurstede, puntúan el área en
del puerto de los Alpes occidentales más frecuentado de la Edad Media,
la que se han desarrollado los nuevos portus y la acuñación de mone­
es la prim era etapa de una reorganización de los pasos de los Alpes.
da. Dos puntos centrales: Duurstede, cuya moneda irradia en todas las
El rey L iutprando concluyó un acuerdo con los m ercaderes de Com-
direcciones en época de Carlomagno, y Quentovic, citado por primera
machio cuyas barcas rem ontaban el Po cargadas de sal, aceite y pimien­
vez en el 668 por Beda el Venerable, donde desembarcan los monjes
ta; en las lagunas del A driático que todavía controlaba Bizancio se
anglosajones que parten al asalto del paganismo germánico y todos los
acum ulaban poco a poco, en la som bra, las fuerzas de las que surgiría
peregrinos de Roma, donde llegan cargamentos de vino, de esclavos y
pronto la vitalidad veneciana. Pavía era, desde fines del siglo V III, el
de esas piezas de paños cuya calidad pretendía reglamentar un acuer­
lugar de Europa en el que se podían adquirir los más hermosos obje­
do firmado en el 796 entre Carlomagno y el rey Ofa de Mercia.
tos. N otker de Saint-G all, que escribe hacia el 880, cuenta que, en
Si se añade a esto los tráficos, menos diferenciados del saqueo, que
tiempos de Carlom agno, los grandes de la corte se procuraban en esta
tienen lugar sobre el Elba y sobre el Danubio, en los puntos de con­
ciudad telas de seda llegadas de Bizancio. La información es válida sin
tacto con las tribus eslavas, en los que se aprovisionan los traficantes
duda para fines del siglo IX ; se refiere a los navegantes de las lagunas
de esclavos — un capitular del 805 intenta canalizarlos hacia un rosa­
como a los principales interm ediarios entre los tesoros de O riente y
rio de mercados fronterizos— , la impresión de un desarrollo continuo
las cortes carolingias. Fueron movimientos de intercambios muy leja­
que hace extenderse las actividades propiamente comerciales a expen­
nos, cuyo centro se hallaba en L om bardia los que vivificaron poco a
sas de la economía del regalo es clara. Este desarrollo está favoreci­
poco la vía renana, los que hicieron que Duurstede suplantase a M aas­
do en prim er lugar por la restauración política, es decir, por la paz
tricht y los que desembocaron finalmente en la estimulación del comer­
interior, por la reordenación del aparato monetario y sobre todo por
cio «frisón».
el reforzamiento de una aristocracia que se divide el abundante botín
Las prim eras conquistas de los hombres de Austrasia habían some­
de las guerras incesantes y victoriosas hasta el umbral del siglo IX. Es
tido Frisia, que los misioneros, con grandes dificultades, integraban en
necesario no obstante conocer la medida exacta del desarrollo de los
la cristiandad. Aventureros del comercio procedentes de esta región fre­
intercambios basados en el uso de la moneda. ¿No se corre el riesgo de
cuentaban Inglaterra ya a fines del siglo vil. Bcda el Venerable habla de
LA ETAPA CAROLINGIA I Y ^f
LOS BENEFICIOS DE LA GUERRA

hacer que aparezcan de modo excesivamente amplio a través de fuen­


las operaciones de pillaje. Proporciona lo que la guerra no suminis­
tes escritas de las que ya he dicho que tienden a falsear las perspectivas
tra sino de modo inseguro e irregular. Como las actividades militares,
reales por cuanto se refieren a un campo privilegiado en lo que res­
este comercio orienta hacia las viviendas de los jefes, a cuyo servicio
pecta a la acuñación y a los mercaderes? Seamos prudentes ante estos
doméstico pertenecen casi todos los mercaderes profesionales, lo nece­
testimonios y desconfiemos, más tal vez, de la atención excesiva que,
sario para adornarse, divertirse, realzar las fiestas y distribuir presen­
en la línea de H enri Pirenne, ha prestado la historiografía reciente a
tes. El poeta Ermoldo el Negro expresa muy claramente esta orienta­
los aspectos comerciales y monetarios de la economía de este período.
ción en el elogio del Rin compuesto a mediados del siglo ix: «Es un
¿Primera oleada de verdadero crecimiento o simple agitación de super­
bien vender vino a los frisones y a las naciones marítimas e importar
ficie? Sobre este punto son precisas tres observaciones:
productos mejores. Así nuestro pueblo se engalana: nuestros m erca­
deres y los del extranjero transportan para él mercancías llamativas».
1. Los indicios de una intensificación del comercio son abundantes
Sin duda, conviene dejar aparte la sal, que es un artículo de primera
especialmente en las fronteras del Imperio carolingio. Pero esto depen­
necesidad y cuyos cargamentos eran tal vez, si no en valor al menos en
de una vez más de las estructuras del Estado. Se han creado fronteras;
peso, la base de los intercambios a larga distancia: la tarifa aduanera
a imitación de Bizancio se organizan puestos fijos en los que se cobra
de Raffelstátten en el Danubio prueba que casi todo el tráfico entre
el tributo a los mercaderes. Como ni en el norte ni en el este existían
Baviera y los países eslavos se basaba en la sal; y se puede suponer que
ciudades o éstas eran muy escasas, esta preocupación por reglamen­
la producción y el transporte de sal hacia Lombardía fue la base de la
tar y de controlar explica por sí sola la aparición en los documentos de
prim era acumulación de capital en Venecia y en Commachio. Pero el
aglomeraciones nuevas. La localización marginal de los testimonios ¿no
vino que se vendía en las ferias de Saint-Denis, y que se transportaba
significa por tanto que en el interior de la Europa continental no se ha
igualmente en gran cantidad en ánforas elaboradas en los alrededo­
producido esa reanimación de los caminos? Ya he explicado por qué
res de Colonia y de las que se hallan restos numerosos en Londres, en
apenas se encontraban en los tesoros monedas extranjeras, y si las hue­
Canterbury, en Winchester y hasta en el fondo de Escandinavia, ¿para
llas de brotes urbanos son poco visibles es porque había ciudades sufi­
qué servía esencialmente sino para realzar las fiestas aristocráticas de
cientes en número y en extensión para abrigar las actividades nuevas.
la misma form a que la miel y, en parte al menos, los esclavos? Por lo
De hecho, se sabe que en la Borgoña del siglo ix había ferias anuales en
que se refiere a los paños, los señores no consideraban dignas de su
las cinco ciudades de la provincia, en las capitales de condado y en la
gloria esas telas demasiado bastas que tenían en los mansos serviles o
proximidad de las principales abadías. La ausencia de portus, de mone­
en los talleres del dominio las mujeres y las hijas de sus dependientes;
das de acuñación lejana, no significa de ningún modo atonía comercial.
deseaban otras más hermosas, teñidas de bellos colores, para adornarse
Nada autoriza a atribuir un carácter exclusivamente periférico al des­
o para ofrecerlas a los amigos. La compra de estos tejidos absorbía la
pertar que se deja entrever.
parte principal de sus gastos. Según la regla benedictina, las necesida­
2. Por el contrario, la animación parece marginal en cuanto a los
des de la comunidad estaban ordenadas bajo dos rúbricas: el victus, es
objetos del gran comercio. Son esencialmente artículos de gran lujo.
decir, el aprovisionamiento en artículos alimenticios, competencia del
El comercio a larga distancia no es de hecho más que un sustituto de
cillero o director de la explotación agrícola; y por otro lado las com­
LA ETAPA C A R O U N G IA I I 39 I LOS BENEFICIOS DE LA GUERRA

pras, de las que se encargaba el camarero, receptor y tesorero de los yaba en algunos edificios de piedra, y los puntos de concentración de
recursos en m oneda, y que se agrupan bajo el nom bre de vestitus, es la vida religiosa. Los grandes trabajos de construcción que em pren­
decir, la renovación del vestuario. Una repartición de este tipo indica dieron los obispos poco después del año 800 en Orleans, Reims, Lyon
que la renovación del vestido imponía pesados gastos y que, norm al­ o Le M ans influyeron tal vez de modo más directo en la animación
mente, el paño era proporcionado por mercaderes y pagado en dinero. de la economía urbana que el paso de las caravanas comerciales. En
Los «mantos de Frisia» no eran en modo alguno objetos de producción Germania, las ciudades que aparecen en esta época nacen de un pala­
corriente, sino auténticas joyas: Carlomagno los ofrecía como regalo al cio real fortificado, flanqueado por una sede episcopal y por algunos
califa Harun-al-Raschid, y Luis el Piadoso, al Papa. Los negocios cuya monasterios. El auge comercial se introduce en el marco de la socie­
rendición de cuentas efectuaban los mercaderes protegidos por el sobe­ dad, que seguía siendo el propio de una sociedad campesina dominada
rano, tenían como base lo superfluo, el lujo y la rareza; se realizaban por jefes de guerra y por sacerdotes, pero no es lo bastante poderoso
por tanto en su mayoría en una zona reducida, eminente y superficial, como para modificar sino muy localmente sus contornos.
en los escalones más altos de esta sociedad rústica. Sin embargo, no es posible dudar de que este movimiento de super­
3. Consideremos por último la repercusión de estas actividades ficie, por limitado que fuese, influyó de alguna form a en el otro sec­
sobre el fenómeno urbano. ¿Se pueden considerar auténticas ciudades tor de los intercambios, éste fundamental, que la penetración del ins­
los portus de las orillas del Masa, del Rin o del Escalfa, cuya animación trum ento monetario hacía desarrollarse al nivel de la aldea, del gran
era temporal? ¿Qué era Duurstede, lugar que la exploración arqueo­ dominio y de la producción agraria. Las condiciones de esta confluen­
lógica hace aparecer como una estrecha calle de un kilómetro de lon­ cia escapan por desgracia a la observación; sabemos sin embargo que
gitud? Un simple camino bordeado de almacenes en los que vivían los la recolección de la sal o las actividades vitícolas desembocaban inme­
escasos negociantes para quienes fue erigida una iglesia parroquial; diatamente en los itinerarios del comercio a larga distancia. Se adivina
tales fueron tam bién el pagus mercatorum , que se formó en el siglo ix, también a través de los capitulares que intentan reglam entar el pre­
al pie de las murallas de Ratisbona, entre el Danubio y la abadía de cio de los panes o que atestiguan — como el edicto del 864— que el
Saint-Emmeram, y los demás barrios de mercaderes pegados a lo largo vino se vendía por sextarios, es decir, con una medida de pocos litros,
del Rin a los muros de Maguncia, Colonia o Worms. Simples excre­ que los productos de la tierra eran vendidos al por m enor en las ciu­
cencias, poco diferentes aparentemente de las agrupaciones de talleres dades y en los principales lugares de paso, para el avituallamiento de
especializados que se habían desarrollado al compás de las necesida­ una pequeña población de servidores especializados a los que su oficio
des de la casa señorial en la proximidad de los grandes monasterios: había separado de la tierra, y para el servicio de todas las personas a
poco distintas de las diversas «calles» entre las que, por ejemplo, se las que la paz carolingia perm itía circular en número cada vez mayor
repartían, en la segunda mitad del siglo IX, en las cercanías de la aba­ por los caminos y ríos.
día de Saint-Riquier, los artesanos del metal, los tejedores, los sastres,
los peleteros, los hombres de armas, todos los auxiliares domésticos de La restauración política llevada a cabo por los carolingios imprimió otro
un gran organismo rural. Las ciudades de este tiempo, las verdaderas, rasgo decisivo en la economía de Occidente. Los reyes eran sagrados. Su

son ante todo los centros de la actividad política y militar, que se apo­ misión principal consistía en dirigir hacia la salvación al pueblo de Dios.
LA ETAPA CAROLINGIA ! | LOS BENEFICIOS DE LA GUERRA

Para ellos, su función espiritual se confundía con la temporal: la guiaba en principio, obtener un beneficio superior a la justa retribución de las
por las vías de la moral cristiana. Bajo la influencia de los eclesiásticos molestias que se han tomado. Al rey, encargado por Dios de extirpar el
que formaban parte de su séquito, y especialmente de los monjes bajo mal en la tierra, corresponde, pues, condenar a los «que con diferen­
el reinado de Luis el Piadoso, los reyes se preocuparon porque las acti­ tes maniobras intrigan para am asar bienes de todo tipo con intención
vidades económicas no perturbasen el orden querido por Dios. Hacien­ de lucro», a los «que ambicionan los bienes de otro y no los dan a los
do referencia a las prescripciones de las Escrituras, quisieron moralizar demás cuando los han obtenido». Según el orden que el soberano está
de un modo particular las prácticas del comercio, el manejo del dinero, obligado a defender, la única riqueza legítima es la que procede de los
todas las transacciones en las que el espíritu de caridad corría el riesgo antepasados, por herencia, o la que se debe a la generosidad de un
de perderse. En los años en los que las malas cosechas y el hambre lla­ patrón. La fortuna es un don, no el resultado de una especulación, y
maban su atención sobre la desorganización de las transacciones — el la palabra «beneficio» no designa, en el vocabulario de la época, sino
rey debía intervenir cada vez que las calamidades y la cólera de Dios un acto de magnificencia.
introducían perturbaciones en la naturaleza— , los monarcas dictaron El capitular que acabamos de citar, y que fue promulgado en una
preceptos que suponían prohibiciones y precisaban la distinción entre época en la que escaseaban las subsistencias, prueba también que se rea­
lo puro y lo impuro, entre lo lícito y lo ilícito. lizaban operaciones lucrativas, basadas en el empleo del dinero, hasta

«Todos los que, en el tiempo de la recolección y de la vendimia, en los cimientos del edificio económico, hasta el nivel de la producción

compran trigo o vino sin necesidad, con ánimo de avaricia —por ejem­ y del consumo de los bienes más elementales. Aprovechándose de la
necesidad, algunas personas ganaban dinero a costa de «quienes ven­
plo, comprando un modio por dos dineros y conservándolo hasta que
den vino y grano antes de la recolección y se empobrecen por esta cau­
puedan venderlo a cuatro o seis dineros e incluso a un precio supe­
sa»5. El comercio era una realidad y sin duda eran raros los mercaderes
rior— , com eten lo que llam am os una falta de honradez. Si, p o r el
que se limitaban al papel de intermediarios benévolos. Para alejarlos de
contrario, com pran por necesidad para guardarlo para sí o repartirlo
un mal excesivamente grande era preciso intentar al menos contener
entre otros, a esto lo llamamos negocium.»* Esta definición del negocio
su actividad dentro de ciertos límites; imponerles el descanso dominical;
sacada de un capitular del 806 no sólo pone de manifiesto las fuertes
suprimir los mercados del domingo, salvo los que se hallaban legitimados
variaciones del precio de los víveres entre el tiempo de las cosechas y
por costumbres muy antiguas (809), y fijar el justo precio de los artículos
la época de penuria que precede a la nueva recolección debido a las
(794). Dos aspectos de la economía comercial en los que el peligro de
insuficiencias de la producción, sino que precisa tam bién las únicas
pecado era mayor — el tráfico de esclavos y el préstamo con interés—
necesidades que justificaban el recurso a la compra y a la venta: avi­
atrajeron de modo especial la atención de los reyes francos. Les parecía
tuallar la propia casa, procurarse algo que dar a los demás. La moral
condenable que los cristianos fuesen reducidos a esclavitud y absoluta­
subyacente en las prescripciones carolingias retiene de las enseñanzas
mente escandaloso que el afán de lucro pudiese conducir a someter bau­
bíblicas lo que le perm ite organizarse en función de una economía de
tizados, miembros del pueblo de Dios, a infieles. Ahora bien, durante el
la autosuficiencia y del don. No tolera el comcrcio sino p ara llenar
siglo VIII la trata de esclavos había adquirido considerable amplitud a lo
las deficiencias ocasionales de la producción doméstica. Es una ope­ largo de un itinerario que, desde los confines del este, llevaba a través
ración excepcional, casi insólita, y los que se dedican a ella no deben,
U ETA P A C A R O L IN G ÍA | I4 3 144 ' LOS BENEFlC,os DE LA GUERRA

del reino franco* por Verdún, el valle del Saona y el del Ródano, hacia rna económico completamente enmarcado por la organización señorial,
la s ciudades de la España musulmana. La mayor parte de los esclavos por las formas nuevas que revestía poco a poco la servidumbre y por
que pasaban por esta ruta eran paganos, germanos o eslavos; pero para los intercambios gratuitos de bienes y de servicios que engendraban la
¡os dirigentes de la Iglesia, llenos de ardor misionero, eran almas que dependencia de los humildes y )a generosidad de los grandes.
conquistar, y, además, con ellos iban mezclados cristianos capturados en La m oral influyó tam bién de otra m anera sobre la evolución de
ruta por los traficantes. A partir del año 743 los monarcas prohibieron la economía: la realeza carolingia se volvió en esta época pacífica. Si
vender esclavos a compradores paganos y les vedaron igualmente el paso la guerra de agresión contra los pueblos extraños perdió vivacidad a
de las fronteras. La misma repetición de estas leyes prueba su inefica­ comienzos del siglo íx, cuando Luis el Piadoso fue nombrado empera­
cia. En el siglo IX, el obispo Agobardo de Lyon, en su tratado contra los dor, fue porque la conquista había sido llevada tan lejos que las expe­
judíos, conjura a los cristianos para que «no vendan esclavos cristianos, diciones de saqueo habían dejado de ser rentables: por el norte y por
a los judíos (en cuyas manos estaba una parte de este tráfico) ni perm i­ el este las campañas carolingias chocaban con un mundo demasiado
tan que los vendan en España». Por lo que se refiere a la usura, era una salvaje y demasiado desprovisto para que hubiera en él mucho que
práctica normal en una sociedad rural primitiva, privada de reservas tomar; en el sur se enfrentaban a dificultades crecientes. Estas realida­
monetarias y sin embargo recorrida por múltiples redes de intercambios, des materiales suscitaron la aparición en el círculo, muy restringido, de
comerciales o no. Todo hombre, fuera cual fuera su nivel en la jerarquía los intelectuales eclesiásticos que rodeaban al emperador de una ideo­
de las fortunas, se hallaba de vez en cuando obligado a pedir prestado logía de la paz: la dilatación del reino había term inado por reunir a
para cumplir con sus obligaciones. La moral cristiana obligaba a ayudar casi toda la cristiandad latina bajo una misma autoridad, por realizar
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gratuitamente al prójimo, y basándose en un pasaje del Exodo el capitu­ la ciudad de Dios; en adelante ¿no debería ser la primera preocupación
lar del 806 proclama que el «préstamo consiste en proporcionar alguna del soberano m antener la paz en el interior de su pueblo? A imitación
cosa; el préstamo es justo cuando no se reclama sino lo que se ha pro­ del Basileus, el em perador no debía pensar en dirigir nuevos ataques,
porcionado»; en este mismo capitular se define la usura: es «reclamar sino en defender el rebaño de los bautizados contra las incursiones
más que lo que se da; por ejemplo, si habéis dado diez sueldos y recla­ paganas. Estas consideraciones, difundidas por la propaganda eclesiás­
máis más, o si habéis dado un modio de trigo y después exigís una can­ tica, reforzaron las tendencias naturales que obligaban a mantenerse
tidad mayor»; la usura es condenada, tan inútilmente sin duda como la a la defensiva a las bandas francas durante tanto tiempo conquistado­
exportación de esclavos bautizados. Pero al menos el principio estaba ras. La debilitación del espíritu de agresión, cuya violencia había per­
claramente planteado y sirviéndose de textos venerables cuyo recuerdo mitido durante un siglo a la aristocracia de Galia y de Germania, que
no se perdió. Esta moral impidió para siempre que el campesinado de apenas sacaba de qué vivir de su enorme fortuna territorial, adornarse
la Europa medieval se hallara tan estrechamente endeudado como lo con algún lujo y estimular la iniciativa de sus mercaderes domésticos,
había estado, para su desgracia, el campesinado del mundo antiguo y aparece en cualquier caso como un hecho económico de primerísima
como lo estaba el de los países islámicos. U na de las huellas más dura­ importancia. Por dos razones: porque, al reducir el valor del botín que
deras del orden carolingio fue la institución de una ética aplicada a este cada año, a fines del verano, llevaban los ejércitos a la corte, cegaba
sector, que muy lentamente se desarrollaba en las fronteras de un siste- poco a poco la fuente principal de las liberalidades reales, y porque de
LA ETAPA C A R O Ü N C IA I 1 LOS BENEFICIOS DE LA GUERRA

éstas dependía en la práctica el poder que permitía al rey controlar a ró el deslizamiento de todo el campesinado hacia una condición cuyo
la aristocracia. Comenzó entonces la disgregación del edificio político modelo proporcionaban las nuevas formas que revestía la esclavitud.
construido por la conquista; sobre sus ruinas proseguiría, en u ti marco Paralelamente, se dibujaba una mejora del equipo técnico que suscitó
completamente nuevo, el desarrollo económico. Por otra parte, la cris­ a la vez la recuperación demográfica de que dan testimonio los políp-
tiandad latina, replegada a la defensiva, pero enriquecida por el tími­ ticos de fines del siglo IX.

do auge económico cuyas huellas hemos seguido, fue en adelante una


presa fácil para nuevos agresores.
Por consiguiente, si se intenta, para resumir, sacar partido de la
relativa claridad que difunden las fuentes escritas del siglo rx, se pue­
den aventurar las conclusiones siguientes:

1. Carlos M artel, Pipino, Carlomagno, al llevar cada año a sus


camaradas y a sus fieles a la búsqueda de botín, reunieron considera­
bles riquezas. Regalaron mucho, y estas liberalidades, estas distribucio­
nes de bienes muebles acrecentaron sensiblemente los recursos que la
aristocracia podía consagrar al lujo. Este refuerzo de medios, en una
civilización que se habituaba al uso de la moneda, contribuyó a esti­
mular el desarrollo de un verdadero comercio de artículos caros.
2. Ante estas facilidades, los grandes no se preocuparon de perfec­
cionar la explotación de su fortuna territorial. Esta fue abandonada a
los intendentes, es decir, lo más frecuentemente a la rutina. Los grandes
dominios aparecen efectivamente, cuando después del año 800 descu­
bren su estructura los inventarios, como organismos anquilosados cuyo
peso tiende a bloquear la expansión demográfica.
3. Sin embargo, dos fenómenos obligaron, en el curso del siglo
ix, a estos organismos a hacerse más flexibles, a adaptarse. En primer
lugar, la infiltración progresiva de la moneda; después, el fin de las gue­
rras de conquista. La disminución de los beneficios que procuraban el
botín y los tributos llevó a los grandes, para m antener su tren de vida,
a excitar el ardor de sus intendentes: era preciso forzar a los dominios
a rendir más. De esta form a se puso en m archa un lento movimien­
to. La presión creciente de los «poderosos» sobre los «pobres» prepa­

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