¿Y a vos, quién te conoce?
La identidad evoluciona a través del tiempo. No es que el argentino de pronto se
despertó y quiso ser europeo. Todos los factores de poder, las circunstancias que
rodearon la vida política, social y económica de la Argentina en cierta forma la guiaron
en esa dirección. Los ilustres viajeros argentinos partían hacia el Viejo Mundo movidos
por la idea de copiar otros modelos de funcionamiento de la sociedad; porque creían
que aquí no había posibilidad de generar conceptos propios en ese sentido. Había que
trasplantarlos; de modo que toda la historia argentina se sostiene en el movimiento de
esos viajeros ilustres que van y vienen, reafirmando aquel modelo cultural y social.
En la tabla de valores heredada, el prestigio está ligado a ser aquellos “de la Europa”.
Esta imagen es un pensamiento ilusorio que nunca tuvo su correspondencia con lo que
pensaban los europeos. Cuando un argentino viaja a Francia y comenta: “Nosotros nos
parecemos mucho a ustedes, Buenos Aires es similar a París”, el parisino responderá:
“Buenos Aires, Buenos Aires… ¿la capital de Brasil?”
Existen en la Argentina sectores que representan a los valorados y sectores que
representan a los desvalorizados. Y si, por ejemplo, sentimos que somos poco frente a
otros, seremos mucho frente a aquellos situamos en el lugar del disvalor. El porteño
sería al argentino del interior el equivalente a cómo él se siente frente al europeo o al
habitante del Primer Mundo. Lo que hacemos con esto es reeditar con el interior lo que
sentimos frente al Primer Mundo.
El tema de la identidad tendría, entonces, para el caso de los argentinos, dos aspectos
fundamentales: por un lado, el grado de valorización que conlleva la identidad que
queremos poseer y, por el otro, el grado de desvalorización que tiene aquella que
realmente poseemos.
(José Abadi y Diego Mileo. Adaptación)