Planteos de La Historiografia Argentina Prof Cristina Guerra

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 13

HISTORIOGRAFIA EN ARGENTINA

Algunas aclaraciones iniciales

Este trabajo sigue los planteos de Daniel Campione (2002) respecto de la historiografía
argentina. Desde aquí se pueden situar cuatro períodos que, sin negar las diferencias internas,
del grupo de historiadores adscriptos a cada corriente, contienen una perspectiva común
respecto a la “forma de hacer historia”.
Podemos identificar una primera corriente historiográfica, que toma auge en el período de
consolidación del Estado nacional (fines del siglo XIX) a la que se denomina “Historia
Oficial”. Una segunda etapa puede situarse a principios del siglo XX donde se desarrolla la
llamada “Nueva Escuela Histórica”. El siguiente período, tendrá como protagonista al
“Revisionismo histórico”, el cual surge en la década de 1920 y que si bien no llega a
convertirse en una perspectiva con una fuerte influencia en los centros académicos y en los
planes de estudios, sí tiene un fuerte peso en su denuncia de la función política de la “Historia
oficial”. Por último, a mediados de la década del 50 comienza una incipiente corriente
historiográfica que será hegemónica hasta hoy, y es la denominada “Historia Social” o
“Nueva Historia”.
Se hace necesario aclarar que una etapa no substituye a la otra en la forma de hacer historia,
sino que conviven y es una de ellas la que se convierte en hegemónica en determinados
períodos históricos.

La Historia Oficial

Al grupo de historiadores que compusieron esta corriente puede denominárselos fundadores


de la “historiografía nacional”.
El surgimiento de la misma es producto de los cambios operados en el país a fines del siglo
XIX. En el marco de la consolidación del Estado Nacional (década del `80) surge la necesidad
de encontrar elementos comunes que permitan una homogeneización de la cultura nacional y
la legitimación del poder de la oligarquía.

La historiografía argentina, entonces, se abocó a resaltar a los “héroes nacionales”, a través de


las biografías que se presentaban como vidas ejemplares, configurando así un “panteón
nacional” compuesto por los “próceres de la patria”. Este “culto a los héroes” se “...estableció
y reprodujo a través de los programas escolares, los nombres de las ciudades y calles, los
monumentos y encontraba en la historiografía oficial las bases del culto” (Campione,
2002:18). Así, la configuración de una “galería de próceres” procuró instaurar una “tradición
nacional” de “tono europeo” con el fin de lograr un sentido de “nacionalidad”. Se basaba en la
defensa de un “criollismo”19 que valorizaba a las clases dominantes por su pertenencia a un
“viejo tronco europeo” –adaptado al medio rioplatense-. Así, la creación de una “identidad
nacional”, de un sentido de “nacionalidad” se justificaba históricamente 20 y se transmitía a
través de la educación y de la difusión oficial.

19
Criollismo que se consideraba superior tanto respecto de los indígenas como de la reciente inmigración
europea.
20
Los hitos de la fundación del Estado y la nacionalidad fueron la Revolución de Mayo, las guerras de la
independencia, la lucha contra la tiranía de Rosas, la batalla de Caseros y la gesta de civilización de Mitre y
Sarmiento.

14
En la primera década del siglo XX, a la par de la incorporación de la Historia “oficial” a los
planes de estudio, se suman las resoluciones del Consejo Nacional de Educación que
instituyen a la Semana de Mayo como fiesta escolar, con reglamentaciones para su festejo 21;
se establece el saludo diario a la Bandera y la Jura de la Bandera a los niños que asisten por
primera vez a la escuela.

Como representantes de esta corriente historiográfica se destacan Bartolomé Mitre y Vicente


Fidel López. Al primero suele calificársele de “fundador de la Historia científica en
Argentina”. Contemporáneo de Ranke, no puede dejar de estar influido por los movimientos
europeos de renovación en la disciplina histórica. Su obra se caracteriza por la pretensión de
rigurosidad a través de la prueba documental.

Es una época en que la historiografía no está en manos de historiadores profesionales sino de


políticos e intelectuales. “Mitre fue general, fundador del diario La Nación, gobernador de
la provincia de Buenos Aires, presidente de la Nación, fundador de la Unión Cívica, poeta,
traductor de la Divina Comedia, estudioso de las lenguas y culturas indígenas y, con
intervalos determinados por el curso de su vida pública, historiador”. Por su parte Vicente
Fidel López, “...fue ministro provincial y nacional, también fundador de la Unión Cívica,
dramaturgo y novelista, e historiador”. (Ibíd. 23).

A diferencia de Mitre, López no se atenía a la rigurosidad documental para validar sus


producciones. Recogía testimonios orales y tradiciones y se le acusa de “inventar” algunos
hechos históricos como, por ejemplo, las escenas del cabildo abierto del 22 de mayo, que por
generaciones se transmitirían en la escuela. López, tuvo gran influencia en los textos
escolares22: “La Historia escolar, con su profusión de escenas «de color» en la recordación
de las fechas patrias y de las figuras próceres, con bastante despreocupación por los hechos
comprobables, y una fuerte propensión a la anécdota y al tono moralizador debe más a López
que a Mitre”. (Ibíd. 25)
Hay que añadir que a la par de la importancia que cobra la historiografía y su función
legitimadora, con la federalización de Buenos Aires, en 1884, se nacionalizan instituciones
que pertenecían a la provincia de Buenos Aires y que buscaban preservar y desarrollar el
patrimonio histórico, así se constituyen la Biblioteca Nacional y el Archivo General de la
Nación. Posteriormente, en 1891, surge la Junta de Historia y Numismática Americana la
cual, bajo la dirección de B. Mitre, agrupará a historiadores no profesionales. Con el nuevo
siglo estas instituciones cobrarán importancia en el marco de una mayor profesionalización de
la Historia.

La nueva escuela histórica

A partir de 1900, surge una nueva corriente historiográfica que tendrá una marcada diferencia
con la etapa anterior. A esta escuela se la puede caracterizar por dos aspectos: el rigor
histórico y la profesionalización. Con respecto a esta última, surgirá una camada de
21
En un documento emitido por la Inspección General del Consejo Nacional de Educación respecto de la
reglamentación de los festejos de la Semana de Mayo, encontramos un párrafo en cual se justifican dichos
festejos: “País de inmigración, la República Argentina necesita cimentar su grandeza, más que en las montañas
de cereales y en los millones de cabezas de ganado [...] en la difusión amplia de un fuerte y equilibrado
patriotismo...” (Campione, 2002:19)
22
Por décadas se utilizó para la enseñanza media los textos de López “Compendio de Historia Argentina”
(adaptado a la enseñanza de los colegios nacionales) y “Manual de la Historia argentina. Dedicado a los
profesores y maestros que la enseñan”.

15
historiadores que a diferencia de los representantes de la “Historia Oficial” proviene de las
capas medias y que “tiende a vivir de su profesión” ya sea en la docencia, la investigación y
en los cargos públicos.
Son representantes de esta corriente: Ricardo Levene, Emilio Ravignani, Diego Luis Molinari,
Enrique Ruiz Guiñazú, José Torre Revello, Luis María Torre, Rómulo Carbia, Enrique Barba,
Enrique de Gandía, Jaun Alvarez, Ricardo Rojas, Mariano de Vedia, etc.

Esta escuela surge a partir de dos instituciones: el Instituto de Investigaciones Históricas 23 de


la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y la Junta de Historia y
Numismática Americana –creada por Mitre- la cual en 1938 se transforma en la Academia
Nacional de la Historia24.
Si bien todavía no hay profesores formados especialmente en la disciplina histórica sino que
provienen, mayoritariamente, del campo de la abogacía, el carácter de profesional responde a
que se dedicarán a tiempo completo tanto a la docencia como a la investigación en el campo
histórico.
Los representantes de esta escuela histórica ocuparon ámbitos institucionales con apoyo
estatal, por ejemplo el Estado financió un viaje a España para estudiar los Archivos de Indias.

Respecto del segundo aspecto que caracteriza a esta escuela: el rigor histórico, se puede
señalar que en el marco de la creciente cientificidad de la Historia, dada por la Escuela
Alemana y la Academia Francesa, los historiadores argentinos buscan el rigor heurístico. Es
decir, cobran relevancia las fuentes documentales, tanto en la búsqueda de nuevas fuentes
como el trabajo de investigación en archivos. Es decir, que el método de trabajo consistía en
la “ubicación, copia, estudio y publicación de documentos”. Cabe aclarar que estas fuentes
siempre provienen de los documentos oficiales
Al igual que la tradición marcada por Mitre, los documentos son los que da legitimidad al
estudio histórico. Ligado a esta legitimidad estaba la convicción de la “objetividad del
historiador”, ya que el pasado se traía a través de las fuentes y no de la interpretación del
investigador. Debemos considerar que para esta corriente no se tenía en cuenta el carácter
ideológico en la selección de los hechos históricos ni el cuestionamiento, por sesgadas, de las
fuentes oficiales. Sus objetivos son reconstruir la historia argentina y americana en base a
pesquisas documentales y bibliográficas, con el uso de métodos estrictos, seriando los hechos.
A diferencia de la escuela anterior no hay preocupación por el estilo literario de la obra
histórica sino que la intención era realizar una “descripción” de los acontecimientos,
“reconstruir los hechos tal cual fueron”.

Esta escuela se dedica a la Historia política, centrada en las instituciones y el Estado 25. El
objeto de estudio es el acontecimiento. El afán es construir una narración en torno a “grandes
hechos”. Además “Era una visión de la historia mirada «desde arriba» propensa al culto a
los «grandes hombres» y «minorías ilustradas» y a prestar poca atención a las «masas
anónimas»[...] La profesión del historiador se convertía sí en un deber cívico, y la exaltación
de los valores patrióticos y las raíces de la identidad nacional, en una virtual obligación de
un modelo de historiador que era (y se asumía como) funcionario de la ideología ”( Ibíd.44)

23
Fundado a principios del siglo XX, originariamente surge con el nombre de Sección de Historia y estaba a
cargo de Luis María Torre. En 1920, bajo la dirección de E. Ravignani pasa a denominarse Instituto de
Investigaciones Históricas.
24
Su mayor representante es Ricardo Levene.
25
Se puede citar al respecto: Historia del Derecho Argentino, Historia de la Nación Argentina y Ensayo
histórico sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno de R. Levene; Asambleas Constituyentes Argentinas e
Historia Constitucional Argentina de E. Ravignani,

16
Campione cita un pasaje de “La cultura histórica y el sentimiento de la nacionalidad” de
Ricardo Levene donde queda en claro, por ser éste el más claro representante de esta escuela,
el carácter ideológico de la historiografía de la Nueva Escuela Histórica. “La Historia patria
es fuente perenne de inspiración y formación del alma nacional que tiene fisonomía propia y
ha realizado las obras originales de la argentinidad. La tradición viene a nosotros,
caudalosa corriente central de la Historia, en instituciones, ideas, religión, creencias,
preceptos estampados en la Constitución (...) que los pueblos fuertes como el nuestro,
atesoran con el mismo patriotismo con que se conserva y se defiende el patrimonio
territorial”(Ibíd. 45).

Después de esta cita es interesante remarcar el carácter de “objetiva y apolítica” con que
definían los representantes de esta escuela su forma de hacer Historia. Interesa enunciar dos
aspectos ligados con los planteos anteriores, por un lado el acento en la función legitimadora
de la Historia a partir de la revolución de 1930 y el ascenso de A. P. Justo al poder, donde la
Junta de Historia y Numismática quedó más relacionada con el Estado y tuvo una producción
ligada a la exaltación patriótica. Por el otro, la ausencia de todo tono crítico. En
“recompensa”, por un decreto de Agustín P. Justo, que transforma en la Academia Nacional
de la Historia a la Junta de Historia y Numismática y con ello la constituye en “el tribunal de
la verdad histórica y la gestora de la Historia oficial”26.
Por su parte, los historiadores enrolados en el Institutote de Investigaciones Históricas -en
oposición a la Academia Nacional- proclamaban su carácter de profesionalidad, su menor
relación con los poderes públicos y su albedrío por investigar temas polémicos como los
orígenes del federalismo o a caudillos como Juan Manuel de Rosas.
En segundo lugar, a fin de a “fijar definitivamente una Historia oficial”, el régimen
conservador, crea una serie de instituciones estatales o con protección estatal tales como el
Archivo Gráfico Nacional, La Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares
Históricos y el Instituto Nacional Sanmartiniano.

Respecto a los libros o manuales escolares, Campione (2002: 51) señala una gran distancia
entre “las elaboraciones eruditas y los textos destinados a la divulgación o a la enseñanza
directamente orientados a la implantación de una visión apologética de las clases
dirigentes”. Así encontramos que E. Ravignani y otros representantes del Instituto de
Investigaciones Históricas escribieron textos para la escuela secundaria. Por otra parte R.
Levene también produjo manuales de Historia nacional como “Lecciones de Historia
Argentina”.
En los manuales escolares y en las obras de divulgación predominaba la versión oficial-estatal
del pasado argentino. Así “La historiografía liberal constituyó, sobre todo en su versión apta
para la enseñanza, la divulgación o actos oficiales, una historia centrada en la narración, y
en la valoración de los protagonistas, a los que divide entre réprobos y elegidos. [...] Entre
próceres sólo se reconocían malentendidos y distanciamientos temporarios, pero siempre
aparecían reconciliados a la larga por el fondo de patriotismo, desinterés personal y nobleza
de espíritu que impulsaba las acciones de todos ellos. Así, por sobre las individualidades se
dibujaba un sujeto colectivo, una elite que guiaba el país, con el bien público y el
«engrandecimiento nacional» como objetivo fundamental”. (Ibíd. 52)

El revisionismo histórico

26
Girbal-Blacha, N. Citada por D. Campione (2002: nota final )

17
Esta corriente historiográfica que comienza a fines de la década del `20 y de la cual aun
podemos encontrar algún representante en la actualidad (como Norberto Galazzo), ha tenido a
lo largo del tiempo diferentes corrientes internas. Surge como un movimiento antiliberal y
nacionalista- católico, luego, por 1940 recibe la influencia de la FORJA (Fuerza de
Orientación Radical de la Joven Argentina) con sus planteos respecto de un progreso social y
económico nacional, de carácter antiimperialista. Ya en la década del 50 encontramos una
corriente ligada al nacionalismo popular, centrado en las masas y el obrero. En los `70 esta
corriente toma como objetivo, según Campione, la transformación revolucionaria.

Así planteadas someramente, y dado que a simple vista parecen orientarse a objetivos
disímiles cabe plantear que lo que las une, fundamentalmente, es su oposición a la “Historia
oficial”, la reivindicación del federalismo y, con ello, la exaltación de los caudillos, así como
también un fuerte sentido nacionalista y antiimperialista. Son representantes de esta corriente:
Manuel Gálvez, Ernesto Palacio, Rodolfo y Julio Irazusta, Arturo Jauretche, José María Rosa,
Raúl Scalabrini Ortiz, Fermín Chávez, Eduardo Luis Duhalde, Rodolfo Ortega Peña y Jorge
Abelardo Ramos, entre otros.

Siempre en oposición a la historia legitimada por el poder político, careció de influencia en


los ámbitos académicos pero tuvo una amplia repercusión en los medios de divulgación. A su
vez nunca llegó a constituirse en “Historia oficial”, a pesar de haber cobrado relevancia
durante ciertos períodos, por ejemplo durante el peronismo. Por ende los planteos de esta
corriente nunca se incorporaron a los planes de estudios.

Para Campione “Fueron los síntomas de la crisis del modelo de integración al mercado
mundial, con el reemplazo del crecimiento económico sostenido por el estancamiento y la
recesión; y el período de convulsiones abierto por la guerra de 1914, la revolución rusa, el
fascismo y la crisis del 1929, los que abrieron la puerta para que comenzaran a aparecer
voces contestatarias, con variadas orientaciones e intencionalidades” (Ibíd. 67). Es decir, el
ideal del modelo oligárquico había entrado en crisis. El proyecto de crecimiento con un
modelo de país, regido por los conservadores, había mostrado su fracaso. Con el ascenso de
las capas medias, durante el gobierno de Yrigoyen y la inmigración masiva llegada al país
desde fines del siglo XIX, se había modificado la composición social y con ello el modelo
cultural dominante había perdido su fuerza hegemónica. Las influencias del liberalismo inglés
y el iluminismo francés también coadyuvaron para que ciertos sectores mostraran su
disconformidad.

Además de nacionalista y antiliberal, el revisionismo histórico, era fuertemente


«antisocialista» dado que buscaba “lo opuesto a la revolución social: la restauración de las
tradiciones y valores abandonados, en nombre de un espiritualismo que impugnaba de plano
el materialismo marxista, asociado en ese sentido con el «mercantilismo» del capital foráneo
y las elites antinacionales” (Ibíd.69). Asimismo criticaban al sistema parlamentarista de
gobierno en defensa de un orden jerárquico propio del nacionalismo conservador.

El primer grupo de revisionistas surge en este contexto a mediados de la década del `20.
Quienes tomarán con fuerza la impugnación a la Historia oficial de la oligarquía serán Ernesto
Palacio y Julio y Rodolfo Irazusta. El primero lo hará en su libro “La Historia Falsificada”
donde rastrea “desde el fondo del pasado nacional” al enemigo de la nación y donde afirmará
el pasado nacional y católico del país. Por su parte, los hermanos Irazusta escribieron “La
argentina y el imperialismo británico”, donde critican la “acción del capital británico” y “al

18
liberalismo económico y político de los próceres oficiales”; su historiografía gira en torno a la
defensa del federalismo frente al centralismo porteño y, fuertemente en la reivindicación de la
actuación de Juan Manuel de Rosas.
Los revisionistas iniciales revalorizaron la actuación de los caudillos del interior y la etapa
colonial, para justificar nuestra tradición hispánica, con un acentuado desprecio por lo
indígena.

Por los años 40 surge una nueva línea de revisionista que proviene, en gran parte, de la
FORJA, fundada en 1935 y a la que se suman después hombres de izquierda que luego
adherirán al peronismo27 . Si bien esta línea sigue sosteniendo el nacionalismo, no lo hará
desde el rescate de una visión de derecha hispánico-católica sino desde un “nacionalismo
popular”. Diferirán también en el abordaje del caudillismo y de la figura de Juan Manuel de
Rosas. Sobre Jauretche, uno de los fundadores de la corriente, Campione escribe: “Para el
dirigente de FORJA estaba claro que la producción de una política nacional autónoma de
«intereses foráneos» no podía hacerse si no se nacionalizaba previamente la visión del
pasado argentino, cuya versión oficial era obra de minorías carentes de patriotismo,
manipuladas por intereses extranjeros”. (Ibíd. 71)
Otro representante de esta línea, quien no militó en el grupo FORJA pero estaba ligado a él,
fue Scalabrini Ortiz. Su obra se centró en el análisis crítico de la política británica en
Argentina denunciando la complicidad de “sus socios locales”. El carácter antibritánico de
esta corriente se suma a la fuerte oposición al imperialismo.

Desde el aspecto metodológico no difería del método Rankeano. Las mayores críticas a estos
historiadores están puestas en el escaso manejo de las fuentes primarias, en la omisión de los
procesos al centrarse en los hechos, los acontecimientos políticos y en la forma de historia-
relato propia de los historiadores que los antecedieron. Desde el aspecto ideológico, no
variaron el endiosamiento a los héroes sino que propusieron el culto a nuevos héroes. A pesar
de esto “Si un mérito global corresponde al revisionismo histórico es haber puesto las bases
para un análisis crítico de la Historia nacional, cuestionando la apologética de la clase
dominante local, y su alianza con el capital británico, su cultura y sus valores.”. (Ibíd. 80)

Esta escuela no estuvo integrada por historiadores profesionales sino que se dio en el marco
de la militancia política. Excluidos de la Academia Nacional de la Historia se agruparon en
torno al Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, que había sido creado
en la década del 30 y donde se producía y difundían revistas y libros, ser realizaban
conferencias y cursos, desde un enfoque “anti – Historia” oficial.

En la década del 50 el revisionismo se ve influido por el movimiento social generado a partir


del peronismo. El Instituto J. M. de Rosas se alineó con el peronismo y esto provocó
disidencias entre los revisionistas que lo conformaban.
Sin embargo, como afirma Halperín Donghi 28 “El nuevo régimen no iba a recibir el aporte
revisionista con efusión; si su triunfo debilitó el influjo de la que los revisionistas llamaban
Historia oficial en los centros oficiales de estudios históricos, no se tradujo en la integración
de la visión revisada del pasado argentino en la que de la Argentina proponía el nuevo
oficialismo”.
Al vínculo San Martín-Perón explotado por el gobierno, los revisionistas se esforzaron para
intercalar la reivindicación de Rosas promoviendo la trilogía San Martín-Rosas-Perón. Sin
embargo, sólo después de la caída del peronismo, esta corriente política se alineará con los
27
Podemos nombrar a Jorge Abelardo Ramos, Eduardo Astesano y Juan José Hernández Arregui.
28
Citado en Campione (2002:86)

19
revisionistas “De ese modo, el peronismo, ahora fuera del poder y proscripto, se identificará
sin retaceos con el revisionismo, y dará lugar a nuevas inflexiones de éste, algunas
impensables en sus comienzos”. (Ibíd. 88)

En los años ´60 –´70 el revisionismo se había tornado más heterogéneo; es el momento en que
alcanza mayor difusión y es el que “formó el sentido común histórico de la mayoría de los
argentinos” durante ese período. Se vendieron en esos años millares de ejemplares de las
obras de José M. Rosa, A. Jauretche, R. Scalabrini Ortiz, F. Chávez, A. Ramos, E. L.
Duhalde, R. Ortega Peña, etc. Campione concluye que “Si bien nunca alcanzó hegemonía en
el terreno académico, en la educación pública ni en el discurso oficial (salvo en forma
parcial en el breve período 1973-1976) durante un tiempo ganó ampliamente la batalla que
se planteó a sí mismo, con más recursos y perseverancia: la del espacio de la divulgación y
de la polémica en los medios de comunicación, la de la llegada al gran público por los más
variados medios y soportes. En esos años, en las filas revisionistas circulaba la idea de que el
revisionismo había ganado definitivamente la batalla ideológica, ante la virtual extinción de
la historiografía oficial”. (Ibíd. 73)

Luego de la caída del gobierno de Isabel Perón el revisionismo se oscurece y ya no volverá a


cobrar fuerza. Con la recuperación de la democracia y el retorno a los valores constitucionales
de 1853, con una política de carácter conciliador, la postura revisionista de enfrentamiento,
proclive a “detectar traiciones y conspiraciones” pierde fuerza en su lucha contra la vieja
historiografía. El marco político que surge en 1989 lleva a acentuar el ocaso de esta corriente.
Con un gobierno peronista que abandona los ideales de un Estado fuerte y que lleva al
desmantelamiento de las bases sociales de esa corriente, sumado a un programa económico y
social totalmente opuesto a los valores defendidos por los revisionistas les asesta su golpe
final.

La nueva Historia o Historia Social.

Esta corriente aporta al estudio de la Historia una renovación teórica y metodológica y a su


vez, una mayor profesionalización y rigor creciente.
Con fuerte influencia de la Escuela de Annales, va a tener un incipiente comienzo luego de la
Revolución Libertadora en 1955, cuando se ponga al frente del rectorado de la Universidad de
Buenos Aires el historiador José Luis Romero. Especialista en Historia medieval, va a
presidir, a fines del ´50 el Centro de Estudios de Historia Social y la Cátedra de Social en la
Facultad de Filosofía y Letras.
Desde allí y en abierta oposición a la Nueva Escuela Histórica “Se buscaba alcanzar una
producción histórica con mayores pretensiones de rigor científico y actualizada de acuerdo a
las corrientes historiográficas europeas [...] Las nociones de historia total, larga duración,
estructura y coyuntura, la metodología serial, serían incorporadas gradualmente al horizonte
mental de estos estudiosos, así como la construcción de un discurso más analítico que
narrativo. De allí la preocupación por integrar las dimensiones económicas, sociales y
culturales a una historiografía nacional que hasta ese momento se había centrado en lo
político (y esto reducido al plano institucional), a través de la idea de «Historia social», que
a su vez afirmaba su vinculación con el conjunto de las ciencias sociales, en una época en
que aun seguía vigente la tradición erudita de las Humanidades, en la que anclaba la historia
tradicional” (Ibíd. 110)

20
En esta línea de las Ciencias Sociales los nuevos historiadores trabajan en vinculación con
institutos como el Di Tella, el Instituto de Estudios Económicos y Sociales y en estrecha
relación con el Instituto de Sociología que dirigía Gino Germani.

Campione va a plantear tres orientaciones “que marcaban los esfuerzos” de este grupo de
historiadores:
“a) Su encuadramiento en el avance del conjunto de las ciencias sociales, que en las décadas
del 1950 y 1960 aspiran a adquirir plena respetabilidad [...].
b) Su objetivo consciente de contribuir a lo que percibían como la modernización definitiva y
en todos los planos de la Argentina post-peronista
c) Su constitución como corriente en el marco de la «universidad democrática», a cuyo
espíritu de «libertad científica» y relativo aislamiento del contexto se vincularon, resistiendo
a la vez las tendencias a la radicalización, y las reacciones de signo conservador y
antirreformista”. (Ibíd.111)

Ubicados en un ideal liberal-democrático, considerándose a sí mismos como «neutrales»


políticamente y sustentadores de una ideología reformista alejada del marxismo, hay que
contextualizarlos en la etapa denominada «desarrollista» y precisar que entre sus objetivos
estaba el de contribuir, en todos los planos, a la modernización de la Argentina.
Esta renovación, que viene desde la universidad, verá su final a partir del golpe de estado de
1966 que pone al General Onganía como presidente y, en el marco de su política de
«seguridad nacional», intervendrá las universidades provocando la renuncia (y éxodo) de
muchos de sus docentes e investigadores. En esta primera camada de historiadores
encontramos, además de J. L. Romero, a Tulio Halperín Donghi 29, Reyna Pastor, Alberto Pla,
Haydeé Gorostegui, Roberto Cortés Conde, Nicolás Sánchez Albornoz, José Chiaramonte,
Ezequiel Gallo, entre otros.

El período 1966-1973 vio el retorno del academicismo conservador a la universidad, pero en


el marco de la radicalización y politización estudiantil no tardaron en establecerse “cátedras
nacionales”, como expresiones contestatarias a la dictadura.

En el período de 1973 a 1976 algunos historiadores regresaron al país, pero quedaron en una
situación marginal respecto de las corrientes ubicadas a la “izquierda” “cuando su hábito era
disputar con colegas más conservadores” (Ibíd.: 115).

Esta corriente “renovadora” en materia historiográfica sí logra el predominio a partir de 1984


y en el marco del “retorno a la democracia”. Surge así una nueva generación de historiadores
(algunos de la etapa anterior que vuelven del exilio) y logran desplazar a los “sobrevivientes
de la vieja erudición que la última dictadura había vuelto a colocar en las cátedras y en el
disfrute de subsidios de investigación” (Ibíd. 115).
En este nuevo grupo podemos citar a Luis Alberto Romero, Hilda Sábato, Enrique Tandeter,
Fernando Devoto, Juan Carlos Korol y José Burucúa.
Esta corriente retoma los planteos de la Historia Social iniciados por José Luis Romero y al
frente de la misma se ubica Luis Alberto Romero, hijo de José Luis.

A diferencia del grupo precursor de esta corriente, los cuales si bien planteaban una Historia
apolítica no dejaron de ser militantes, “los historiadores sociales de los `80 no se permitirán
compromisos políticos tan radicalizados”. (Ibíd. 141. N 22) Al respecto Campione dirá: “Se

29
Este autor será quien asumirá la línea directriz a partir de la muerte de José Luis Romero.

21
empeñan así en un proceso de acentuada profesionalización de la carrera de Historia, con la
consiguiente regulación de sus cátedras y plan de estudios (incluyendo el restablecimiento
del mecanismo de concursos), y de la tarea de investigador, en búsqueda del establecimiento
de criterios compartidos de excelencia profesional. Se busca un restablecimiento de las
publicaciones y encuentros científicos, el cultivo de vínculos internacionales con las últimas
tendencias de la historiografía mundial, y el restablecimiento de un «cursus honorum»
pautado para el avance de los nuevos profesionales, sometidos a su vez a un «control de
calidad» estricto por parte de sus superiores, dotados de las herramientas de
disciplinamiento que se hicieran necesarias”. (Ibíd. 117)

Las fuertes críticas que Campione realiza a este grupo de historiadores se basan en el
encerramiento dentro de los claustros universitarios, frenando el ingreso a aquellos que no
acuerdan con esta línea de trabajo historiográfico. Esto muestra, según el autor, que esta
corriente tiene por objetivo la formación de cuadros de historiadores sólo para la vida
académica. Por otra parte, Campione, acusa a este grupo de centrarse en la producción de
artículos y recopilaciones, y de poseer una tendencia “al trabajo breve y de poca elaboración”
olvidando las grandes producciones historiográficas30.
Si bien esta corriente continúa con la línea de la Escuela de Annales, también ha incorporado
nuevas tendencias provenientes de la historiografía europea como la microhistoria o el estudio
de casos, la convivencia cotidiana, la vivienda, las fiestas populares, cuestiones relacionadas
con el sexo y el cuerpo, la niñez, la muerte, etc.
“Bajo la capa del abandono de la excesiva «politización» se transita hacia la dedicación a
temas y cuestiones soslayados o minusvalorados ( a veces injustamente) por la historiografía
anterior [...] a riesgo de que la huella de los grandes procesos históricos quede disuelta en
un sinnúmero de enfoques «micro» que no se articulan de ninguna manera en dirección a
comprender la totalidad, y que las clases sociales, so pretexto de quitarles su «centralidad»
en el análisis histórico desaparezcan por completo del análisis mismo. Al mismo tiempo,
tiende a predominar un enfoque empirista, que desconfía de toda discusión teórica ya que se
las ve ajenas a una historiografía validada por las propias «reglas del oficio», y el consenso
de la «comunidad de historiadores» que sería la encargada de dictaminar cual es la «buena
Historia». (Ibíd. 125)

Caracterizado por Campione como “grupo hegemónico” en la producción historiográfica, no


se deja de advertir que el mismo ha entrado en crisis tal como lo está haciendo la
historiografía europea y americana.

Respecto a la relación con la enseñanza, se ha advertido que en la última década esta corriente
de “Historia social” aparece en los manuales y textos para el nivel medio de enseñanza. De los
cuales son autores algunos historiadores profesionales, así como también profesores del nivel
formados en esta corriente historiográfica.

La historiografía marxista

A diferencia de las corrientes antes explicitadas, no hay una institución que sea el referente de
la producción marxista. Si bien líderes del Partido Socialista, como Juan B. Justo, Alfredo

30
A modo de ejemplo el autor cita en la página 134 la edición de una Historia de la vida privada en Argentina,
Historia de las Mujeres (en dos volúmenes, siguiendo el modelo de Duby en Francia) y una serie de biografías
de personajes históricos, dirigida por L.A: Romero, que publicó el Fondo de Cultura Económica y la Historia
argentina publicada en fascículos por el diario Clarín.

22
Palacios, Nicolás Repetto ó Américo Ghioldi, escribieron sobre historia argentina la “forma
de hacer historia” no se diferenció de la historiografía liberal, y su función era la divulgación
doctrinaria. Ligados al Partido Comunista una serie de historiadores trabajó en torno a darle a
la Historia una matriz de interpretación marxista. Campione señala a Rodolfo Ghioldi como
uno de sus precursores, a Aníbal Ponce y a Héctor P. Agosti como dos intelectuales
«reverenciados» dentro del campo comunista; en la década del `40 encontramos a Rodolfo
Puiggrós, Alvaro Yunque, Ernesto Giúdice, Juan José Real y Luis Sommi; en los `60, con la
presencia de Leonardo Paso, la historiografía comunista se sistematizó y creció en cantidad de
publicaciones y actividades de difusión a partir de la fundación del Ateneo de Estudios
Históricos Manuel Belgrano. Para la década del `70 los historiadores comunistas se
agrupaban en torno a dos publicaciones: la revista “Pasado y Presente” y la que editaba el
P.C., “Cuadernos de Cultura”. Las sucesivas disidencias dentro del partido y la conformación
de una «nueva izquierda» produjeron el alejamiento de muchos intelectuales del P.C., lo que
devino en la declinación de la producción historiográfica ligada al Partido.

Según Campione esta corriente historiográfica ocupó un lugar marginal en los ámbitos
académicos. Las sucesivas “represiones políticas”, la censura y la batalla entre los
historiadores liberales y los revisionistas dejaron a esta corriente como un “tercero en
discordia” (Ibíd. 149). Y agrega que “La historiografía marxista no llegó nunca a configurar
una escuela articulada en el país, ni aun en las épocas en que se efectuaron más trabajos
bajo la advocación de esa línea de pensamiento. Está representada más bien por una serie de
autores individuales y con enfoques divergentes entre sí” (Ibíd.150) Aisladamente los
historiadores de izquierda se agruparon y agrupan en torno a algunas publicaciones como
“Pasado y presente”, “La rosa blindada”, “Cuadernos de Cultura”, “Taller”, “El Rodaballo
Revista de política y cultura” y “Razón y Revolución” o a instituciones o centros de
investigación independientes de los ámbitos universitarios.

Dentro de los historiadores con un pensamiento marxista se pueden mencionar, entre otros, a
Milcíades Peña, Leonardo Paso, Rodolfo Puiggrós, Juan José Hernández Arregui, Ernesto
Laclau, Juan Carlos Garavaglia y Carlos Sempat Assadourian.
A los estudios de Historia económica desde una visión marxista se dedicaron los ingenieros
Roberto Ortiz, Adolfo Dorfman y Horacio Giberti.
Aunque está ligado al periodismo y la literatura, las obras31 de Osvaldo Bayer se
corresponden con una «Historia de izquierda».

Rodolfo Puiggrós inicia su producción en la década del `40, algunas de sus obras son:
“Historia crítica de los partidos políticos argentinos”, “La época de Mariano Moreno”, “Rosas
el pequeño”, “Historia económica del Río de la Plata”, “De la colonia a la independencia”.
Campione sostiene que Puiggrós luego de abandonar el Partido Comunista en 1946
“Representó el entronque del marxismo con una visión nacional-popular que reivindicaba
activamente al peronismo, viéndolo como un paso hacia la consumación de una revolución
socialista” (Ibíd. 151).

En la década del `50 empezará su labor Jorge Abelardo Ramos. Su obra “Revolución y
contrarrevolución en Argentina” desarrolla la contradicción nación vs. imperialismo. Al igual
que otros autores de la época, Ramos indaga sobre la existencia de una «burguesía nacional»
que fuera el motor de la revolución nacional contra el imperialismo o de un sector militar que
encabezara el proceso de transformación hacia un «nacionalismo criollo». Considerado un
31
Entre otras podemos citar “Los vengadores de la Patagonia trágica”, “Severino Di Giovanni, el idealista de la
violencia” o “La masacre de Jacinto Arauz”.

23
autor polémico, de amplia repercusión en los años `60- `70, para Campione la producción de
Ramos carecía de “una verdadera preocupación por la investigación histórica” ya que “el
análisis del pasado es en él sólo un instrumento para el objetivo de discusión y
adoctrinamiento político, y la propensión por el trabajo con fuentes y el rigor metodológico
tienden a cero”. (Ibíd. 154).

Un reconocido historiador de esta corriente es Milcíades Peña. A diferencia de Puiggrós y


Ramos, que abogaban por un «nacionalismo popular», acusaban a la izquierda argentina de no
comprender la «problemática nacional» y veían al peronismo como una tendencia
revolucionaria hacia el socialismo, Peña, vinculado al trotskismo, mantiene el punto de vista
de clase y fundamenta desde allí la revolución socialista. Autodidacta y alejado de los ámbitos
académicos “desarrolla tempranamente la línea de la historia económica y social sin
abandonar la historia política, procura avanzar en una historiografía basada en la
orientación marxista, con una conceptualización independiente, sin adscribirse ni a la
historia oficial ni a su impugnación revisionista; emprende investigación propia, incluso con
apoyo de métodos cuantitativos, a pesar de sus condiciones de aislamiento y su carencia de
formación académica; mantiene su postura militante, sin por eso visualizar al tratamiento de
la historia como un mero «instrumento» al servicio de aquella. También es destacable su
búsqueda del cruce de la historia con las disciplinas de las Ciencias Sociales, principalmente
la sociología y la economía, encuentro que en nuestro país se hallaba en pañales por
aquellos años, no sólo dentro del marxismo” (Ibíd. 157)

En los años `60 - `70, en el marco de la creciente politización, la Historia afianzó como
componente de la lucha política. Historiadores marxistas como Arico, Laclau, Sempat
Assadourian ó Garavaglia, formaron parte de los debates respecto de los modos de producción
- formación económico social en Latinoamérica, dado que “La caracterización de las
sociedades latinoamericanas se erigía en un tema de debate de indudable repercusión sobre
el «el tipo de revolución» que se postulaba para el subcontinente o los distintos países de
América Latina” (Ibíd. 159).

También en las décadas citadas se destaca como miembro de esta corriente a Leonardo Paso
“intelectual del P.C.” quien se dedicó a la investigación histórica y presidió el “Ateneo de
Estudios Históricos Manuel Belgrano”. Dedicado a estudiar variadas etapas históricas, pero
sin avanzar sobre el siglo XX, publicó gran cantidad de obras.

Respecto de la historiografía en los ámbitos académicos Campione menciona dos


instituciones: el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales (CICSO) y el Programa de
Estudios sobre la Sociedad Argentina (PIMSA). El primero surge durante la dictadura de
Onganía con la dirección de Miguel Muráis. En ella participan, entre otros, Silvia Sigal, Inés
Izaguirre, Eliseo Verón, Darío Cantón, Francisco Delich, Beba Balvé, Roberto Jacoby,
Nicolás Iñigo Carrera y Juan Carlos Marín. Su objetivo es “instalar en la investigación en
Ciencias Sociales el cuerpo teórico de Marx” (Ibíd. 181) combinando la rigurosidad científica
con la «pasión militante», basada en una metodología marxista, este grupo “Desarrolla una
historia escrita no ya «sobre» sino «desde» el punto de vista de las clases explotadas, en un
trayectoria que se prolonga hasta la actualidad” (Ibíd. 181). El PIMSA se orienta al estudio
de la trayectoria de la clase obrera “combinan el estudio del movimiento social argentino en
décadas pasadas, con el análisis de su trayectoria en el presente y el pasado reciente” (Ibíd.
182). Componen este grupo Nicolás Iñigo Carrera, María Celia Cotarelo, Roberto Tarditti,
Jorge Podestá, Fabián Fernández, entre otros.

24
Desde los 90 se han conformado nuevos grupos que, excluidos de los ámbitos académicos, se
nuclearon en torno a publicaciones. Por ejemplo la revista “Taller” fue generada POR Pablo
Pozzi y participan un grupo de historiadores que desarrollan métodos de historia oral para
estudiar, básicamente, a la clase obrera y organizaciones populares, sus trabajos siguen la
línea de los History Works-shops de los historiadores marxistas británicos, con influencia de
la historiografía radical norteamericana.
Otro grupo está formado a partir de la revista “Razón y Revolución” que aparece por primera
vez en 1995 32.
Respecto de la línea marxista de investigación histórica Campione destacará que “Los
historiadores de izquierda forman parte de un conjunto de esfuerzos signados por cierta
dispersión y a veces superposición de actividades, en la que cada pequeño grupo tiene su
revista, su centro de estudios, convoca sus propios jornadas, encuentros, organiza cátedras
libres. La circulación entre grupos y entidades, y algunos esfuerzos de carácter integrador,
tienden a producirse con frecuencia creciente, pero sin constituir todavía un campo
identificable, capaz de darse un estrategia, una política articulada que oponer a las que
cuentan, en mayor o menor medida, con el visto bueno de los poderes existentes”(Ibíd. 187).

32
Ligada al grupo de Pozzi, entre sus miembros se encuentra Alberto Pla.

25
BIBLIOGRAFIA

AROSTEGUI, JULIO (1995) “La investigación histórica: teoría y método”. Ed. Crítica.
Barcelona

BLOCH, MARC (1978) “Introducción a la historia” F.C.E. México

BURKE, PETER: (1991) “Formas de hacer historia” Alianza Editorial. Madrid

CAMPIONE, DANIEL (2002) “Argentina. La escritura de su historia”. Centro Cultural de la


Cooperación. Bs. As.

DARNTON, ROBERT (1998) “La gran matanza de gatos. Y otros episodios en la historia de
la cultura francesa” Fondo de cultura Económica. Bs. As.

EAGLETON, TERRY (1998) “Las ilusiones del posmodernismo”. Paidos. Bs. As.

FEBVRE, LUCIEN (1974) “Combates por la historia”. Ed. Ariel. Barcelona

FONTANA, JOSEP. (2001) “La historia de los hombres”. Ed. Crítica. Barcelona

HOBSBAWN, ERIC (1998) “Sobre la Historia”. Ed. Crítica. Barcelona

NOIRIEL, GERARD. (1997) “Sobre la crisis de la Historia”. Ed. Alianza Madrid.

NORA, PIERRE. (1993) “La Historia de Francia de Laviesse” .En: Pagano N. Y Buchbinder,
P. (Comp.) “La historiografía francesa contemporánea”. Ed. Biblos. Bs. As.

PEREYRA, CARLOS Y VILLORO, LUIS. (1980): “Historia ¿para qué?”. Editorial Siglo
XXI. México.

REVEL, JAQUES (1993) “Historia y Ciencias Sociales: Los Paradigmas de “Annales”. En:
Pagano N. Y Buchbinder, P. (Comp.) “La historiografía francesa contemporánea”. Ed.
Biblos. Bs. As.

THOMPSON, EDWARD (1984) “Tradición, revuelta y consciencia de clase” Ed. Crítica.


Barcelona.

VILAR, PIERRE (1982) “Introducción al vocabulario de la análisis histórico”

WALLERSTEIN, HENRY (1993) “Braudel historiador Homme de la coyuntura”. En.


Pagano, N y Buchbinder, P. op. cit.

WHITE, HAYDEN. (1992) “Metahistoria”. F.C.E. México.

26

También podría gustarte