El Alma Del Condor

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Dr. Carlos J. Sánchez; M.D., B.S.

, FAAP
EL ALMA DEL CÓNDOR
Un holocausto olvidado
Todos los derechos reservados bajo las Convenciones
Internacionales y Panamericanas de Derechos del Autor.
Impreso originalmente en inglés en los Estados
Unidos por Carlos J. Sánchez M. D., Inc. Chula Vista,
California.

Sánchez Sánchez-Primera edición en inglés, 1966


THE SOUL OF THE CONDOR
A Forgotten Holocaust
Registrado @ 2000 por Carlos J. Sánchez; M. D., Inc.
ISBN 0-9652499-0-5 (Estados Unidos)
Biblioteca del Congreso Americano, n.º del Catálogo: 96-
092287 Librería del Congreso Norteamericano.
Catalogado en la fecha de publicación.

Sánchez Sánchez-Primera edición en español, 2000


Segunda edición en español, 2013
ISBN 978-612-00-1145-4 (Perú)
Registro n.º 2013-02583
Traducida del inglés al idioma español
por Los Ángeles Peruvian Times.

Impresión:
Editorial San Marcos, de Aníbal Jesús Paredes
Galván, av. Las Lomas 1600, Urb. Mangomarca,
S. J. L. RUC 10090984344

Carátula por Anja Hovland.


Nota sobre la artista
Originaria de Noruega, Anja Hovland es una artista conocida
internacionalmente. Actualmente vive y trabaja en Bonita, California; donde
continúa exhibiendo sus obras. Ella tiene su estudio propio y acepta trabajos
en comisión.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida en forma alguna ni por
ningún medio electrónico, mecánico u otros incluyendo y no limitado a
fotocopias, grabaciones, o cualquier acumulación de información y sistema de
recuperación sin el previo permiso del autor.

Impreso en Perú / Printed in Peru


A los incas del gran pasado, a los indígenas en
esclavitud durante la conquista europea y la
colonización, y a los nativos americanos y mestizos
que en los días actuales están más encadenados,
como ninguna otra raza lo ha estado.
Quieran las fuerzas de la historia romper estos
opresivos eslabones y que las nuevas generaciones
se fortalezcan, dignificando sus corazones y sus almas
endurecidas por su pasado, y que se eleven a la gloria
de los hombres justos —tan fácil— como el vuelo de
los cóndores.

Dr. C. J. Sánchez; M.D.


Contenido

Prólogo por la Dra. María Rostworowski


............................................. 09
Introducción
........................................................................................
............. 13
I LA SOLEDAD DE LA NADA.
El alma del Cóndor recuerda su distante y olvidada niñez.
................ 19
II CUMBRES ESCARPADAS, NUBES BORRASCOSAS.
Primer viaje al origen de la selva del Perú.
.................................................... 40
III EL CURSO DE LOS RÍOS.
Segundo viaje a la profunda selva, del origen de los ríos a
su encuentro
con el majestuoso Amazonas.
........................................................................... 54
IV UN MUNDO QUEDÓ ATRÁS...
Dejando la lejana selva para cruzar el gran Pongo de
Manseriche. . 94
V OTRA CLASE DE SELVA...
De las junglas a los altos Andes y sierras.
...................................................... 108
VI UN HOMBRE DEL MUNDO.
Del Perú a los Estados Unidos.
El sueño que había abrigado desde la niñez.
............................................. 120
VII UNA ESCALERA DE PELDAÑOS SUELTOS...
Los primeros años en los Estados Unidos y peripecias en
premédicas. 135
VIII “¡OBSERVAR! ¡HACER! Y ¡ENSEÑAR!...”
Cursando estudios en la Escuela de Medicina de la
Universidad de
Saint Louis, Missouri, USA.
................................................................................... 164
IX “EN LA PUERTA DEL HORNO SE QUEMA EL PAN...”
Internado de Medicina en Stockton, California
y reclutamiento militar en la era de Vietnam.
............................................. 195
X ¡TAN AMERICANO COMO UN GRINGO!
El servicio en la Marina de Guerra de los Estados Unidos.
.................. 202 XI LOS NIÑOS PRIMERO
Residente de Medicina en San Diego, California.
Primera misión médica a Áncash-Perú: terremoto de 1970. .......
213
XII HACER DIFERENCIA EN EL MUNDO
Residencia de pediatría en el hospital de la Universidad de
California, San Diego. ¡Consultorio privado en una comunidad
pobre de San Diego! ..... 233
XIII ¡CORTO DE DINERO! ¡CORTO DE TIEMPO!
Viajes médicos a lejanos hospitales de la amazonia del Perú;
pensamientos
en los problemas sociales.
.......................................................................... 257
XIV EL VIEJO MUNDO Y MIS HIJOS
Una Medicina diferente, un mundo distinto. ....................................
284
XV SIN TIEMPO PARA ENOJOS
Viajes médicos a la amazonia del Brasil, la “Clínica
Esperança”
en Santarém.
................................................................................................. 295
XVI ¡DONDE EL CÓNDOR VUELA LIBRE!
Misión médica a Andahuaylillas, Cuzco.
Los pequeños ahijados gemelos.
........................................................... 310
XVII SUMERGIDO EN UN MUNDO DE POBREZA Barco-hospital
en el Amazonas peruano.
Asistencia en el terremoto de México, 1985.
Visita médica a Rusia.
................................................................................. 321
Epílogo REFLEXIONES DEL ALMA DEL CÓNDOR
Optimismo por un futuro mejor del país que me vio nacer. .. 337
Apéndice ¿QUÉ LES PASÓ A LOS INCAS?
........................................................... 343

Prólogo

por:
Dra. María Rostworowski

na lectura ágil y amena tiene el libro del Doctor

U Sánchez. En él relata su azarosa infancia en la


más lejana selva peruana,
cuando las comunicaciones eran más difíciles y
escasas que ahora.
Su padre, un joven oficial del ejército es trasladado
a distintos puestos selváticos, todos lejanos donde las
familias se traslada en camiones destartalados,
canoas, barcos que queman leña para movilizarse. Se
pasan semanas y meses en espera de un pequeño
avión que los lleve a un precario destino.
El entonces pequeño niño de siete años,
inconsciente del peligro de tales viajes chapotea en el
barro, en la corriente furiosa de los ríos, y narra lo que
ve, siente y huele. La selva, el calor, la lluvia, le
producen sensaciones intensas. En su recorrido llegan
a Madre de Dios, Quince Mil, en plena fiebre del oro,
en Puerto Maldonado. Cóndor, nombre que el niño se
da a sí mismo contempla la selva profunda, escucha
las historias sobre ella y se siente maravillado, pero
temeroso. Observa por primera vez una gigantesca
serpiente llamada shushupe, parecida a una boa,
capturada por un borracho selvático.
10 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Desde pequeño la selva lo fascina, le atrae el


verdor, los árboles inmensos, el olor a podredumbre
de las hojas descompuestas, el croar de los sapos y
las aves de brillantes colores. Pero el padre es
transferido a otro destino, esta vez es Huaraz en
plena Cordillera Blanca, al pie del Huascarán. Una
experiencia nueva para un niño despierto y sensible.
Nota la existencia de la discriminación racial que
afecta a un escolar indígena venido a su clase.
Así, sigue su niñez cambiante, en esta
oportunidad la familia se traslada a Puno; a orillas del
Lago Titicaca. En sus narraciones del paisaje se nota
su sensibilidad a la naturaleza, sus apreciaciones
sobre el país vistas con amor pero sin ceguera,
observa sus defectos y se duele de ello, sus
reflexiones se unen a sus juegos infantiles, como
bañarse en las aguas heladas de Yunguyo.
El joven cóndor, como él se denomina, logra una
beca por tres años en el colegio militar Francisco
Bolognesi de Arequipa. Ahí estudia, se aplica y
termina con excelentes calificaciones, pero su
vehemencia y deseo desde muy niño es estudiar en
los Estados Unidos. Tan grande es su afán que se
sobrepone a todas las dificultades y consigue ir a
Utah para cumplir su“ college” y premédica. Cóndor
en el país del norte no busca dinero o situación social,
lo conseguirá por su propio empeño y coraje, pero
sobre todo quiere un cambio de mentalidad, donde un
joven, por sus méritos personales y trabajo pueda
lograr hacerse un lugar diferente bajo el sol, en una
sociedad que ofrece oportunidades a los que se
esmeran.
Su lucha en los Estados Unidos será tremenda,
titánica, nada le será fácil, la experiencia del joven
cóndor muestra una vez más que la determinación y
la voluntad de triunfar son la base para conseguir el
éxito.
Al pasar los años, Cóndor deviene en médico
pediatra reconocido y plenamente realizado. Su
vehemente deseo de curar y ayudar a los
La SoLedad de La Nada 11

desvalidos y abandonados es el motor de su vida. No


descansa, organiza viajes a la amazonia, su querida
selva, con otros médicos y enfermeras, otras veces se
va solo. Su mayor preocupación son los niños
desnutridos y enfermos.
Estoy segura que este libro traducido al español
gustará a todos como a mí me fascinó y leí de un tirón.
Está bien escrito y es atrayente como una novela.
Introducción

A todos mis hermanos del norte, centro y sur de


América
—criollos, indios, mestizos, blancos y negros—
, a mi tierra en que nací: Perú, y a mi querida patria
adoptiva, los Estados Unidos de Norteamérica, les
pido disculpas si de alguna manera he ofendido a
alguien, grupo de personas o instituciones; incluyendo,
entre otros, la Universidad de Brigham Young, la
Escuela de Medicina de la Universidad de Saint Louis,
y la Marina de los Estados Unidos; con los cuales he
tenido el privilegio de estar en contacto en mi larga
jornada.
Lo que escribo no representa un abuso de la
libertad de expresión, sino —más bien— un deseo de
expresar lo que he tenido reprimido a través de toda
mi vida. Mi intención, es mostrar la
maneracómouninocentejovenmestizodehumilde
condición —que hasuperado adversidades— puede
poner arrogantemente en el papel, los pensamientos
que moldearon a un romántico del pasado, y con la
sensibilidad de capturar las vicisitudes de la vida en
otras personas.
14 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo
He usado la analogía del cóndor, principalmente
para dar a entender que —a veces— las cosas se ven
más claras cuando son observadas desde arriba.
Después de años de viaje y haber experimentado
asimilarme a diferentes culturas de una manera
permanente —y no necesariamente transitoria—
espero que mis comentarios estén equilibrados y que
mis conclusiones sean justas. Desafortunadamente,
somos humanos y todos nuestros esfuerzos están
impregnados de lo que fuimos desde el comienzo de
nuestras vidas; de lo que nos ha ocurrido, y
eventualmente de lo que aporta nuestra “constitución”
espiritual. Sin duda, somos el producto de los eventos
que moldean nuestra existencia: el pasado, el
presente y el futuro. Una persona consciente de la
historia, no puede evadir los poderosos movimientos
de las fuerzas tectónicas del antiguo pasado, que por
sí, crean un mundo nuevo.
Al exponer mi vida, intento describir mi propio ser
interno, mis pensamientos más profundos y mi
confusión, arriesgando de abrir mi alma, ya sea a la
compasión o a la ira de mis lectores. No obstante, el
mensaje que quiero expresar, es que somos una
misma gente en un mismo planeta y debemos tratar
de arreglar nuestro futuro de acuerdo a las lecciones
del pasado histórico, tratando de enmendar los
errores cometidos por una cultura o una nación en
perjuicio de otras. ¡No es muy tarde! ¡Nunca lo será...!
¿Por qué subtitular a este libro “Un holocausto
olvidado”?, frase que denota la aniquilación
generalizada de un pueblo. Otros grupos perseguidos,
exponiendo continuamente injusticias cometidas
contra ellos, han sido capaces de superar su historia
de crueldades y de llegar a ser tan fuertes
moralmente, como para nunca más, tener que
testificar tan devastadores sucesos.
Lamentablemente, los llamados “indios” de América,
no han llegado a esta
IntroduccIón 15

etapa de sofisticada exposición de su propio


holocausto. Ellos se encuentran todavía en un estado
de penumbra, tratando de estar unidos y de llegar a
ser verdaderos hermanos, a fin de superar su yugo
presente y pasado; para crear una nueva generación,
capaz de enfrentar sus problemas actuales, y lista
para luchar contra la injusticia —donde sea, cuando
sea y por quien sea—. Porque“ holocaustos” pasan en
todas partes y tales prácticas deben ser denunciadas y
corregidas de cualquier manera posible;
principalmente ahora que la tecnología informativa
está tan desarrollada.
¿Por qué se siente tristeza por los indígenas de los
Andes, o en general, por los habitantes originarios del
nuevo continente? ¡No es por su pobreza o su
carencia de bienes materiales! sino que tiene que ver
con el alma, y con el espíritu de estas razas
subyugadas y dominadas. Es como si una gran guerra
se hubiera perdido para siempre. Como si sus
vencidos espíritus no pudieran recuperarse de haber
sido conquistados y esclavizados, tanto tiempo atrás
por los europeos. Yo mismo —siendo uno de ellos—
siento esa lejana resignación. Como diré en este libro,
no importa cuán realizado, o superior me sienta;
siempre tendré ese deseo inalcanzable de volver
nuevamente a las profundidades de la desesperación,
a los valles del sufrimiento, e incluso al deseo de
descender por el tortuoso y rocoso camino del pasado;
como para no olvidar la progresión de peligros que
presentó la ruta hacia la cima.
Cuando uno va a regiones andinas y ve indígenas
en sus vestimentas originales, mascando coca y
bebiendo alcohol, observa una cultura que ha perdido
parte de su alma. Sus rostros reflejan lo que les ha
sucedido y hay un gran peso, al tratar de levantar sus
espíritus. Se siente que nadie podrá levantar la carga
de su pasado. Esos tristes sentimientos, están
grabados en sus espíritus, así
16 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

como cuando cayó un meteoro en este mundo hace


miles de años, creando un gran cráter cuya huella
todavía existe. Naciones y razas de otros continentes
han sufrido, han sido esclavizadas, y aun ahora, están
soportando los azotes de la crueldad humana. Sin
embargo, los modos de ver su existencia son más
optimistas que aquellos de los originales habitantes
americanos. África también fue subyugada por los
europeos, pero los africanos están luchando por
redimir sus tierras y su dignidad. En este proceso,
ellos han tocado y siguen tocando sus tambores, ¡tan
fuerte como el rugir de los leones! Han bailado y
siguen haciéndolo, tan frenéticamente, como si
estuvieran en un trance. Y es más, en ese continente
africano, las negras caras y los ojos brillantes de los
niños moribundos en los lugares arrasados por las
guerras raciales, demuestran —todavía— esa
esperanza del último esfuerzo por la supervivencia de
su dignidad.
Entonces, cuando uno viaja por el mundo, ve
gentes que —de alguna manera— han superado su
aberrante historia. Ellos han sobrellevado —y están
borrando— su triste pasado, porque sus almas están
bañadas por los rayos invisibles del optimismo.
Las cadenas de los daños psicológicos son las
más duras de romper, las más difíciles para liberarse.
A veces, cuando uno camina en las cumbres de los
frígidos Andes, donde cada pico, cada piedra, parece
ser culpable y mudo testigo del horrible pasado; el
alma se siente tan solitaria, como si percibiera los
pasos suaves de los indios, seguidos por el arrogante
y opresivo ruido de los cascos de los poderosos
caballos“ árabes” que alguna vez transportaron a los
conquistadores y quienes lograron destrozar la
esencia de este pueblo inca. En la lejana distancia,
uno puede ver los gigantescos y eternos nevados,
donde el horizonte desaparece, y el viajero mira
IntroduccIón 17

su ruta llena de montañas, tan inexpugnables y


encumbradas, que ningún hombre podría alcanzarlas,
y sólo un Cóndor podrá volar a ellas. Ese sentimiento
de desolación es el enlace, entre la naturaleza
dominante de la tierra andina y el alma persistente del
nativo peruano. El “huaino”, música incaica, tocado
con la quena, interpreta los sentimientos de tristeza —
que “tan sólo” rompen nuestro corazón y aplastan
nuestro espíritu— tanto, que ni siquiera, el canto de un
pajarillo, traería alegría al alma, en estas interminables
cumbres de desesperanza.
I
LA SOLEDAD DE LA NADA

A l igual como el viejo inca cuando bajaba,


meditando, de las altas y escondidas montañas de
Machu Picchu, yo también
siento que a través de los años he vivido meditando
subconscientemente. En mi juventud fui aprendiendo
las diversas formas del mundo del saber y
progresando en ellas. En mi edad mediana viví la
existencia de un profesional y un hombre con
obligaciones familiares y en mi madurez, ansío llegar a
ser un hombre de conocimientos retrospectivos.
¡Qué experiencia tan grande es la vida!
Quienquiera que uno sea, siempre sentirá una tristeza
de espíritu, una sensación de déjà vu cuando choca
con su pasado. Nosotros sólo somos un eslabón en la
cadena de milenios conectados con el inimaginable
origen de la existencia de nuestro Cosmos. Los
científicos piensan en la continuidad biológica en
términos de las cadenas cromosómicas.
¡Desgraciadamente conocidas sólo por la ciencia!,
pero el ADN de nuestro pasado no ha sido descubierto
por la mente de los
La SoLedad de La Nada 19

grandes genios, sino, más bien, es vivido y recordado


por la modesta inteligencia del hombre común.
Con el destino que cada uno de nosotros
seguimos, algunos afortunados han recibido el don de
tener un recuerdo limitado del pasado; pero otros,
sufren la desgracia de recordar todos los episodios de
inhumanidad, ocurridos quizás, desde su origen. He
subtitulado este libro “Un holocausto olvidado” porque
muy pocas personas exponen, escriben o
documentan sobre las injusticias que han sufrido y
continúan sufriendo los naturales o mestizos de este
antiguo continente“ recientemente” descubierto. Es
posible que mucho antes que Colón apareciera en
nuestras soleadas playas, los nativos de las Américas
sufrieran sus propios problemas sociológicos. De
estas experiencias, yo tengo un vago recuerdo
espiritual, pero siento que ya existía como un
profundo e intrínseco sentimiento de tristeza en el
alma de mis ancestros.
Narraciones como la Crónica del Perú —Escrita
por Pedro Cieza de León, alrededor de 1550, casi
veintitrés años después que Francisco Pizarro
descubriera el Imperio de los Incas— describen los
abusos y atrocidades que fueron cometidos por los
mismos habitantes originarios del lugar y no por la
imposición de los invasores foráneos.
Aunque esa era su forma de vivir, tal era su
idiosincrasia. Desafortunadamente, los
conquistadores tomaron estos anteceden- tes como
excusa para diezmarlos: a través de la esclavitud,
20 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

motivados por razones pecuniarias y bajo la


hipocresía de argumentos morales y religiosos.
Tal vez, con los azotes del látigo de los
conquistadores, nuestro ADN existencial se
distorsionó e imprimió en nuestras almas, una
melancolía espiritual que todos los peruanos llevamos
dentro, como una propia marca de deformidad.
Siento como si estas páginas fueran un
manuscrito de los espíritus de mis ancestros. Como si
estuvieran acechándome y atormentándome para no
olvidar el doloroso pasado, ahora que ya tengo la
felicidad que un ser del mundo subdesarrollado puede
alcanzar. Por medio de la narración de la historia de
mi vida, trataré de expresar la tortura que es vivir con
el conocimiento de las grandes injusticias pasadas y
presentes, y que son el estigma que llevan los
descendientes de los habitantes originales de este
continente americano.
Han transcurrido quinientos años y aún existe una
agonizante cultura indígena que no ha desaparecido.
A diferencia de la Atlántida, que supuestamente se
sumergió sin dejar un solo rastro. Pero nuestra
antigua cultura todavía existe y esto hace que el
mundo pueda ver su decadencia y olvidar su
grandeza. Nosotros conjeturamos que el hombre de
la Atlántida fue un ser de cultura superior. Pero, con
los nativos del continente americano, asumimos lo
contrario, incluso, lo que queda de nuestra civilización
es considerado por algunos, de origen extraterrestre.
Tal como sucede con las figuras y líneas gigantes del
La SoLedad de La Nada 21

desierto de Nasca, que tienen la apariencia de


enormes pistas de aterrizaje e imágenes trazadas en
el terreno, supuestamente por seres de otros mundos.
Siendo el tiempo una eternidad, tal vez los siglos
transcurridos representen una parte infinitesimal de
nuestra existencia humana. Quien sabe, en épocas
futuras, los nativos americanos serán reconocidos
como descendientes de una cultura que logró
alcanzar los avances del progreso en su tiempo y
espacio.Y tal vez, ellos podrán superarse en el
futuro, a pesar de su cruel historia.
En las profundidades de mi memoria, recuerdo la
brumosa niebla arremolinada alrededor de los altos
picos de las montañas, con sus apacibles masas de
nieve perpetua, que llevan las huellas de aquellos que
las miraron desde el inicio de los tiempos, como
cuando los antiguos incas caminaban por las
inmensidades de los valles y ya sentían la soledad de
la nada. Ese irresistible deseo en todas las criaturas
de combatir el desdén de la naturaleza hacia el
hombre. A veces siento haber caminado por la senda
de aquel pasado tan lejano e infinito, sobrecogido por
los sonidos de las cascadas de un río helado que se
deslizaba sobre las mismas piedras, tal vez, tantas
veces perturbadas por las pisadas de mis ancestros.
Años y hechos han transcurrido desde mi niñez.
Ahora yazco moribundo, herido en un accidente y
siendo transportado en una camilla hacia la sala de
operaciones, donde muchas veces como médico,
asistía a otros pacientes. Estoy en el lecho como
22 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

paciente, escucho lamentos de todos los


queestánamialrededor.Sientoque mi alma se separa
de mi cuerpo —libre al fin— pero aún flotando
delicadamente sobre mis restos, como una madre
adolorida. Reflexionando sobre quién soy o quién era,
en este mundo etéreo, comienzo a recordar por
primera vez, respirando el liviano y frío aire de los
Andes, al niño que fui.
En la mirada de este recién nacido ya hay
incertidumbre. Posiblemente tratando de superar un
pasado dominado por quienes eran los más fuertes,
quizás a veces magnánimos, pero generalmente
crueles. Hay lágrimas en las mejillas de este niño
mestizo, que ya siente la dureza de su alma y que
está mirando las fuerzas abrumadoras de su destino.
Esos tiernos ojos miran las elevadas montañas y
él siente la angustia de su existencia. Conforme
crece, transita por los tortuosos senderos que
circundan la ribera, lanzando piedras al río que
casqueante cruza la ciudad. Y así va aprendiendo a
trepar las altas cumbres de la vida.
Mientras mi inconsciente cuerpo percibe y
escucha al ansioso doctor introducir el tubo
endotraqueal, mi alma continúarecordando el pasado
y la herencia de este niño.
Sus padres son la continuación de una raza
mezclada, muchos años atrás. Uno mostrando más
cicatrices de la herencia india y el otro poseyendo
más sangre del Viejo Mundo. Un mestizo viene al
mundo gritando, como si quisiera provocar una
La SoLedad de La Nada 23

avalancha de las montañas para sofocar su horroroso


pasado. Esta criatura, tanto como otras, es tansólo el
producto de ese instinto de procreación. Él ya está
destinado a sufrir la marca de su ambivalente historia.
“Cóndor” será su nombre, y así se imaginará volando
de las cumbres a los valles.Y con esa faz solemne de
los cóndores trascenderá los mundos de muchas
gentes y naciones, deslizándose con sus grandes
alas, por horas, días y años.T odo el tiempo mirando
hacia abajo y pensando ¿por qué yo puedo volar tan
alto y tan lejos?, ¿qué sucedería si me pierdo en un
mundo desconocido por mis ancestros? Sin embargo,
él se remonta a lugares extraños y recorre las rutas
de su propia raza, tropezando tímidamente con su
pasado, quiere borrar las cicatrices de lo ocurrido y
avizora un futuro mejor. Pero, no es un superhombre,
tan sólo puede esperar y aprender las enseñanzas de
la vida.
Pasarán los siglos y los hombres se volverán más
compasivos y tolerantes. La humanidad puede estar
segura de esto, porque así está codificado en
nuestros cromosomas. Pero en este proceso, no
somos pacientes en cuanto a los fenómenos de la
naturaleza y a lo infinito del tiempo. ¡Qué visión tiene
este Cóndor! pero ¿qué puede hacer? Ha aprendido y
ha experimentado muy rápido en el azar de la vida.
Ahora le es difícil volar al lugar de sus raíces; más
aún, cuando los misterios de su linaje serán olvidados
por sus propios descendientes. Mirando hacia abajo y
hacia arriba, los ojos agudos de este cóndor
24 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

contemplan un gran futuro para la humanidad, pero,


¿cuándo? No precisamente en este milisegundo de
su existencia.
La estéril sala de operaciones está fría; como una
tumba llena de conmocióny a nsiedad.L osm édicosy
e nfermerass ep onens usv estimentas y guantes
apresuradamente. Hábilmente, el cirujano abre mi
pecho y expone el corazón herido. Mi anestesiado
cuello se adormece y los entrecortados ronquidos de
la muerte se escuchan a través de las mangueras de
oxígeno. Sus rostros, medio cubiertos por las
máscaras de cirugía perciben un temor y pavor de lo
inevitable. El alma del Cóndor aún flota suavemente,
como si no supiera qué hacer, mientras sigue
recordando el borroso pasado donde evoca al
pequeño niño cuando subía las empinadas, estrechas
y empedradas calles incaicas del Cuzco.
Él recuerda el olor de la “chuta”, pan oscuro de
afrecho, que por siglos ha impregnado el ambiente de
las pequeñas aldeas indígenas. Recuerda a sus
padres, pero él no sabe si esto es bueno o malo;
porque en el rostro de su madre ve las tortuosas
huellas de su pasado, con sus tristes contornos que
reflejan silenciosamente el genocidio de los indios. El
alma del Cóndor recuerda la pequeña ciudad de
Andahuaylillas, con sus escalonadas y borrosas
verdes montañas; sus cielos claros y arrebozados por
un aire frío, apenas entibiado por un sol lejano. Él
puede ver el pavoroso pasado en sus gentes, tal
como los españoles los dejaron siglos atrás.
La SoLedad de La Nada 25

Han transcurrido horas y ahora hay quietud en la


sala de operaciones. El movimiento cardíaco trazado
en el monitor demuestra todavía actividad normal,
como las cumbres de los Andes. No hay desiertos
planos en el cardiograma. Elórgano que mantiene su
vida, sigue
Andahuaylillas tiene
una plaza con una
antigua iglesia de
yesoblanco,y
adobes
hechos —quizás—
con el polvo de los
incas.

latiendo. El cirujano sutura el corazón herido y cierra


rápidamente la cavidad torácica debido a la
emergencia del caso. La inquieta y flotan- te alma del
Cóndor, todavía recuerda que la pequeña ciudad de
Andahuaylillas tenía una plaza, con una antigua
26 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

iglesia enyesada de ado- bes, hechos —quizás— con


el polvo de los incas.
En la pequeña villa donde nació su madre,
Cóndor, por primera vez llega a ser consciente de los
indígenas, y para él, son tan iguales como otras
personas; pero, por alguna razón, él no es aceptado.
Uno de ellos le pregunta al pequeño Cóndor si su
madre quisiera acostarse con él. ¿Cómo podría él
saber que ésa era una pregunta cruel? Pero, sin
embargo, decidió callar. ¿Qué edad tenía? Era muy
tierno e inocente, pero ya venía aprendiendo de la
maldad humana y sólo su alma puede recordar esa
niñez lejana. En esa aldea disfruta del lugar de juegos
de los niños indígenas que es el cementerio. Hay
muchos nichos con inscripciones en las lápidas, unas
son recientes y otras antiguas. Él se da cuenta de lo
inevitable que es la muerte, pero sigue jugando al“
escondite” con los otros niños.
Cóndor rememora a su alto y ligeramente
encorvado abuelo, que era un tejedor de ponchos al
antiguo y tradicional estilo incaico. La primera vez que
recuerda haberlo visto fue en un solea- do y caluroso
día cuando estaba sentado en un banco de madera
cerca al suelo, con una correa de cuero alrededor de
su cintura, sujeto a un poncho a medio hacer, atado al
otro extremo de un árbol de eucalipto grande y viejo.
Los colores brillantes de los hilos eran rojo, púrpura y
amarillo. Con rapidez y destreza, movía sus
herramientas de hueso entre las hebras verticales de
lana de llama, mientras cruzaba otro hilo
La SoLedad de La Nada 27

horizontalmente. Luego, con una espátula de hueso


de un color blanco-amarillento, templaba las hebras
de hilo como si fueran las cuerdas de un arpa. Se le
veía anciano y experimentado en comparación con
las otras gentes del lugar, olía a coca —la que es
masticada por la mayoría de ellos— vagamente, casi
como si quisiera ocultarlo.
El abuelo, quehablaba español y quechua,
contaba anécdotas de su vida, recordando a las
personas cuyas tumbas pisaban los niños cuando
jugaban en el cementerio. Sabía la historia y hechos
de los conquistadores y estaba consciente que tenía
más sangre de estos españoles que otros mestizos.
Usaba sombrero de fieltro, chaleco oscuro,
pantalones hechos a la medida y zapatos negros de
cuero, a diferencia de muchos otros, que vestían
todavía ropas autóctonas similares a las incaicas
como ponchos y sandalias. El abuelo se ponía
poncho sólo cuando hacía frío en las noches o para
esconder su botella de aguardiente.
A Cóndor le gustaba oír a su abuelo contar
anécdotas en las noches heladas, en su pequeña
casa de adobe sentado en el duro y polvoriento banco
del mismo material, dentro del cuarto techado con
vigas de madera de eucalipto, visiblemente
apolilladas, que sostenían esa casa quién sabe por
cuantos años.
Contaba el abuelo cómo eran tratados los indios
por el caporal o el patrón. Mucho antes de que
cantaran los gallos —como El caballero Carmelo del
28 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

escritor peruano, Abraham Valdelomar— ellos ya


estaban despiertos y en pie. No recordaba si estaban
encadenados, pero sí que eran azotados en esas

La casa de adobe, de mi
abuelo, con vigas de
madera de eucalipto
—visiblemente
apolilladas y podridas—
que la sostuvieron quién
sabe por cuántos años.
tempranas y frías mañanas de este pueblo y cómo se
podía escuchar el estampido de sus pies desnudos
callosos mientras corrían por el campo, sin desayuno,
con una bola de coca en un lado de la boca, como si
fuera una goma de mascar, emanando un olor fétido,
y enseñando la pureza de sus dientes blancos y
marfileños. ¡Sí!, ellos trabajaban la dura tierra de las
empinadas montañas. Sus compañeros eran el
La SoLedad de La Nada 29

resuello del viento frío y el débil calor del sol. Su


ocasional descanso era contemplar las algodonadas
nubes contra el cobalto del cielo azul y el infinito de
las montañas. Empujaban la llacta incaica para el
arado con sus pies desnudos, moviendo todo el
tiempo grandes pedazos de tierra oscura donde las
piedras fueron removidas por sus ancestros. Pero
todavía encontraban rocas y las usaban para reforzar
los escalonados andenes en los escarpados y poco
accesibles costados de los cerros. Los cóndores, en
su alto vuelo, han visto esta escena desde tiempos
inmemorables en que ambos: el indígena y el trabajo,
fueron creados.
Cóndor ve la monótona existencia del indígena,
tal como la vio su abuelo. Él contempla cómo algunos
están abajo y otros arriba, y cómo algunas gentes
usan a otros para el beneficio de unos pocos.
¡Todos están callados! Las enfermeras se notan
apresuradas. Los doctores— algod udosos—c olocanl
asú ltimass uturase nf ormar ápida y sin delicadeza.
Luego remueven la fría sábana azulde papel y su
cuerpo queda descubierto; inerte como un Jesús
muerto. Pero su alma está todavía alrededor,
esperando ver qué va a pasar.
Así, en su estado semicomatoso, el alma del
Cóndor regresa a ese niño de cinco años, que va por
primera vez a la escuela con su tío, de mestizaje más
moreno y mayor que él. No usa zapatos y sus pies
son duros y fuertes como las garras de un cóndor. Él
pisa las piedras punzantes sin sentir dolor. Cóndor,
30 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

que usa zapatos, le pregunta: ¿Por qué no sientes


dolor cuando caminas sobre las piedras tan
ásperas?Y él responde:“ No mires el suelo y sigue
caminando”. La indiferencia entonces ya es una
marca de nosotros; es como si fuera nuestro destino,
así como todos somos indiferentes a la muerte.
En el largo proceso quirúrgico, con su mente en el
más allá, pero cons uss entidose ne stem undo,a
lgunoso loresd el as alad eo peraciones le traen
recuerdos al olfato de un lejano y casi olvidado
desayuno tomado muy temprano por la mañana.
Mientras bebían una taza de chocolate de puro
cacao, cocido en una olla de barro sobre el fogón de
una cocina rústica, que emana una suave llama de
estiércol vacuno; sienten el tenue calor del fuego
natural y sus pupilas brillan con la primera luz de la
mañana. Apenas se ha asomado el sol y se huele el
dulce aroma del pan, como si el polvo de los antiguos
incas hubiera impregnado la tierra donde creció el
trigo. Es un desayuno simple, pero místico, que nos
recuerda la renovación del espíritu y la continuación
de la vida.
Su tío, como un jilguero —un pájaro de los Andes
con pecho rojo, y que siempre está cantando—
continuamente está hablando. Él le enseña a Cóndor
las costumbres del lugar. Ambos están contentos de ir
a la escuela. Juntan rápidamente algo de comer
porque la mañana se siente más tibia a medida que el
sol resplandece. No tienen relojes, casi nadie los
tiene; pero cuentan las horas escuchando las
La SoLedad de La Nada 31

campanadas de la antigua catedral. Mote hervido de


maíz y queso fresco son colocados en sus chullos de
lana. Ellos pueden sentir el agua fría que escurre por
sus sienes cuando estas prendas son puestas sobre
sus cabezas. Juntos corren a la escuela y pasan por
la puerta de su casa, que todavía tiene la portada de
piedra incaica, tallada con dos cabezas de llama. La
calle es de tierra con piedras puntiagudas y hay un
pequeño canal en el medio del camino, que es el
sistema de agua y desagüe de los antiguos incas. Se
ven algunos indígenas y mestizos caminando con
botellas de aguardiente y mascando coca; otros
arrean sus vacas y ovejas hacia los pastos de las
montañas. Llegan a la plaza, donde hay un árbol
grande y arrugado, con flores que caen suavemente
al suelo cubriéndolo como una alfombra. Cóndor
recoge una flor que parece un pico de loro; abre sus
pétalos: la parte superior, de un rojo intenso, y la
pequeña parte inferior, color amarillo. Luego de
satisfacer su curiosidad la arroja. Ellos llegan tarde a
la escuela y su tío es multado con diez centavos y
como no los tiene, recibe con una palmeta de
madera, dos golpes en las asentaderas.
Cóndor no es castigado, quizás porque es un
mestizo más claro o un visitante bienvenido por los
profesores. Los estudiantes tienen cabellos negros,
ojos rasgados, rostros sonrientes y dientes blancos.
Las clases empiezan en el pequeño cuarto de adobe
con piso de tierra. Y en esta humilde escuela, los
32 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

pensamientos de Cóndor vuelan a través de la


soledad de la nada.
A la hora del recreo, se quitan los chullos y los
colocan en las palmas de sus manos, comen el mote
con queso, que viene a ser su almuerzo. Las clases
terminan cuando el sol ya no da sombra. Después,
algunos niños indígenas tienen que ir a trabajar al
campo, o peor, otros deben regresar a sus casas y
encontrar a sus padres borrachos y el suelo cubierto
de escupitajos de coca. Los olores de la chicha de
maíz fermentado y la coca, putrefactan el aire y todos
se encuentran en trance por sus efectos. Las mujeres
indígenas se quejan y lloran de su destino. Sus almas
están adormecidas y el inolvidable sufrimiento del
pasado está impregnado en sus rostros.
Cóndor es recibido por esta gente, que se ve
afligida y prematuramente envejecida. Lo aceptan
como si él representara el futuro, y sienten que es
diferente. A pesar de ser un niño, lo ven como si fuera
mayor. Lo llaman“ Niñucha” porque usa pantalones
cortos, tirantes y zapatos, y sólo habla español. Él se
siente feliz de estar con ellos y en su corazón hay una
luz de optimismo, mientras que en el de los otros se
alberga la oscuridad del pesimismo. Para anestesiar
sus penas, ellos bailan, beben y finalmente pelean y
golpean a sus mujeres e hijos. En sus largos viajes ha
visto cómo beben los ingleses, pero esto es diferente,
aquí no hay control. Nuestras gentes muestran sus
penas abiertamente y el remordimiento del pasado se
refleja en sus acciones. Él mira, piensa y siente que
La SoLedad de La Nada 33

hay otros mundos hacia donde escapar. Es por eso


que se imagina tener alas grandes y que siempre
será capaz de volar muy lejos y a lugares
desconocidos por sus ancestros. Él ha estado en
todas partes y ahora podrá escribir sus experiencias.
Cuando relate lo que ha vivido, no esconderá sus
sentimientos. Podrá ver de lejos y conocer las malas
y buenas acciones de los hombres.
Terminada la cirugía, las enfermeras colocan su
pesado cuerpo delicadamente en una camilla,
cuidando en no remover los innumerables tubos
plásticos que lo mantienen aún con vida. Su alma
todavía sigue viajando por el pasado y, por primera
vez, recuerda a sus padres.
Su padre viste el uniforme de un oficial del
ejército. Él es mestizo, pero tiene menos sangre india.
Su madre usa lápiz de labios y tiene más sangre inca
y ahora es una “señorita” de su pueblo de
Andahuaylillas. Cóndor no recuerda si hay cuervos en
el Perú, pero don José, su padre es la personificación
de esa ave arrogante y provocadora. Él nació en
Arequipa, perdió a su madre muy pequeño y fue
criado por sus tías. En su juventud escapó de su casa
y se unió al ejército como recluta, con sólo tercer año
de primaria. La madre de Cóndor, está feliz con su
único hijo, pero no con su suerte. Ella nació en
Andahuaylillas y también perdió a su madre siendo
muy pequeña. Después fue criada por un padre“
solterón” en diferentes casas, donde probablemente
sufrió abusos y nunca fue enviada a la escuela. Su
34 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

deplorable situación y el hecho de no tener madre,


hicieron que una pareja alemana sintiera compasión
por ella y la adoptaran en el Cuzco. Cuando empezó
la Segunda Guerra Mundial, estos padres adoptivos
tenían que regresar a su país de origen y pensaron en
llevársela. No pudieron hacerlo, porque su padre se
opuso a la idea. Tal vez, si hubiera ido a ese país, ella
habría muerto, víctima de la guerra en una tierra
extraña.
Inconsciente y sin saber lo que ha pasado, su
mente vaga en el espacio y su alma regresa al
pasado, donde siente reencarnarse en un ave.
El Cóndor vuela alto y ve las enormes montañas,
testigos permanentes desde el principio de los
tiempos. Mueve su pescuezo y su collar de blancas
plumas se agita con el viento mientras se desliza por
los azules cielos, veloz como un cometa. ¡Oh, cómo
deseaba él ser ese majestuoso animal de los altos
espacios!
La camilla donde él yace, es empujada por los
fríos y vacíos pasillos del hospital; escuchando
apenas el chirrido de las ruedas oxidadas por alguna
sangre derramada. Siente que las puertas se abren y
es introducido al mismo elevador que usaba para
hacer sus rondas en el hospital, viendo cómo otros
eran transportados en camillas. Su alma todavía lo
sigue de cerca y ahora tiene un oscuro y vago
recuerdo de una casa en los cerros con vista a la
antigua ciudad del Cuzco.
La SoLedad de La Nada 35

Cóndor recuerda que en una medianoche fue


despertado por el llanto de su madre. Ella había visto
un bulto —una sobrenatural masa fantasmal— en la
entrada del único cuarto que era su casa. Para ella,
este fenómeno fue muy real. Su padre coge su
linterna y va detrás del supuesto objeto en medio de
la noche fría. Después de un rato, regresa agitado y
confuso al no haber encontrado nada. El pequeño
Cóndor observa el incidente desde su cama y se
pregunta: ¿habrá cosas sobrenaturales en este
mundo? Se esconde bajo las frazadas y temblando,
mira hacia la puerta. ¿Aparecerá ese bulto,
nuevamente? ¿Qué es lo que su madre vio? y ¿por
qué?
Es sabido que mucho antes de que los españoles
vinieran al Perú en 1532 —y sólo Dios sabe por
cuánto tiempo— los incas y sus antepasados solían
enterrar a su gente, especialmente a sus personajes
nobles, curacas y sinchis en tristes y pomposas
ceremonias. Ellos abrían grandes hoyos en la tierra
virgen e introducían los cuerpos, con sus riquezas,
comida y chicha en cantidad suficiente para que les
alcanzara en su viaje al más allá, tal como lo hacían
los egipcios. Pero, junto con sus pertenencias, ellos
también enterraban vivas a sus más bellas esposas y
algunos de sus sirvientes favoritos; quienes,
aparentemente, no tenían objeción y se sentían muy
contentos de acompañar a su señor al más allá. Estos
grandes orificios eran cubiertos con tierra, formando
un pequeño montículo donde sus deudos marcaban
36 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

el área con una piedra grande, ocultando al “bulto” y


formando así una huaca que indicaba el lugar de la
tumba, y luego, por días, semanas y meses, la gente
retornaba al demarcado sitio para llorar a sus
muertos. Fue así como los españoles pudieron saber
dónde estaba enterrado el oro que se encontraba por
todo el Perú. Los conquistadores sólo tuvieron que
cavar para obtener lo que vinieron a buscar.
Mientras el ascensor sube lentamente, una fuerte
sensación de ir contra la gravedad produce a su
cuerpo agonizante una atracción hacia la tierra, como
si ésta lo quisiera reclamar para siempre. Su alma,
nuevamente,a bandonandos usc ontactost errenales,r
ecuerdac uando Cóndor iba al Colegio Salesianos del
Cuzco.
Él ve a unos hombres altos, de tez sonrosada,
vestidos con sotanas negras y blancos, collarines
almidonados. Se ven dignificados y se encargan de la
enseñanza a los niños de la clase media. Cóndor
recuerda haber sido enviado a un rincón de la clase
porque causó un problema. El colegio es grande y se
encuentra cerca de la elevada fortaleza incaica de
Sacsayhuaman, que domina la antigua ciudad
imperial. Los claustros del colegio son viejas aulas de
techos altos, silenciosos y frígidos. Los padres,
nuestros profesores —en su mayoría extranjeros—
eran robustos y dominantes. Cóndor aprende a través
de ellos, los usos y costumbres del Viejo Mundo.
Un día, durante el recreo en este colegio
amurallado, Cóndor siente un repentino terror, como
La SoLedad de La Nada 37

si sus padres lo estuvieran abandonando. Trepa las


antiguas rejas de hierro oxidado y huye del colegio.
Caminando rápido por las calles vacías bajo una
fuerte lluvia, llega a su casa empapado y
desesperado. Ve a su padre y a su madre preparando
sus maletas y ellos le preguntan: ¿qué haces aquí?
Cóndor les ruega: ¡No!, ¡no me dejen! Sus padres le
permiten quedarse en casa. ¡No!, ¡no lo dejarán! y
desde esa vez y por siempre, ellos estarán viajando
por las regiones más alejadas, solitarias e inhóspitas
del territorio peruano, siempre apresuradamente y
con pocas pertenencias.
Mientras su malogrado cuerpo es atendido, las
enfermeras lo llevan delicadamente a la unidad de
cuidados intensivos, donde parece que él vuelve en
sí; pero su mente todavía se encuentra en un distante
pasado, cuando era un niño en la ciudad donde él
nació. El alma del Cóndor recuerda muchas cosas
que vio y que pasó en el Cuzco.
Se acuerda de la antigua iglesia de Santo
Domingo, construida por los conquistadores sobre los
cimientos y restos de las ruinas de uno de los
principales adoratorios incaicos: el Korikancha; usado
para venerar a su dios, el Sol. El templo fue
profanado y destruido, después que los españoles
subyugaron y humillaron a los vencidos habitantes. Él
recuerda cuando jugaba fútbol con los padres
dominicos en esos patios rodeados por arcos, pilares
de piedra y pisos de losetas de color amarillo y azul.
En las paredes colgaban enormes y antiguos óleos,
38 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

ahora polvorientos y descoloridos, los cuales


presentaban en sus lienzos deteriorados a curas
pomposos y a hombres barbudos vistiendo
armaduras y en el fondo oscuro de estas pinturas
apenas se podía ver indígenas con sus vestimentas
originales. Los silenciosos oratorios con una
misteriosa sensación de quietud y paz fueron
construidos por los incas usando grandes piedras
grises, labradas como con rayos láser. Ahora, estos
grandes cuartos están vacíos y carentesde sus
dorados ornamentos del brillante pasado. ¡Oh, esos
pilares eran tan antiguos!, pero sólo recién, él se da
cuenta de su historia, que en aquel entonces, no la
sabía.
En un cuarto privado ylleno de instrumentos
médicos, abre sus ojos viendo más oscuridad que luz.
A través de sus córneas nubladas, ve a un cura
sentado cerca de él, mirándolo pensativamente,
tratando de
La SoLedad de La Nada 39

Caminando por las


viejas calles adoquinadas
—a cuyos lados, las
paredes incaicas están
aún en pie—.
Caminos sobre los
cuales sus ancestros
seguramente
transitaron por siglos
antes que él.

hacer lo que siempre ha hecho: dar los santos óleos.


Pero el cura está confuso y no sabe si éste es el
momento indicado para hacerlo. Cóndor escucha las
voces muy distantes de sus familiares que están fuera
del cuarto;r econocey s ientem ásd olor,m ientras,m
uyl ejanamente,o yes us lamentos. Su alma, que
todavía está con él, ansiosamente se mueve de un
lado a otro mirando al cura, pero en reverencia,
vuelve a su cuerpo moribundo, que sigue recordando
su niñez cuando iba a la iglesia, mucho antes de que
sus padres se despertaran.
40 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Cada domingo y muy temprano se bañaba en su


casa que era de un solo cuarto y piso de tierra. Hervía
el agua en el fogón de adobe fuera de la habitación,
usando restos de estiércol disecado como
combustible. Llenaba la tina de aluminio
temperándola con agua helada y caliente, para
lavarse primero la parte superior del cuerpo. En el
cuarto débilmente iluminado por el saliente sol, él
mira las paredes de adobe adornadas con fotografías
de Clark Gable y Shirley Temple, se ven tan distantes
y diferentes, que siente como si fueran de otro
mundo. Las fotos arrancadas de viejas revistas, están
amarillentas, y a pesar de no ser en colores, son un
deleite para la vista. Usando más jabón, ahora se lava
la parte inferior, luego se viste con sus pantalones
cortos y camisa blanca. Va a misa solo, caminando
por las antiguas calles empedradas, entre paredes
incas que aún están en pie, y en las que —
seguramente— sus ancestros caminaron por ellas,
muchos siglos antes. Entra a la antigua iglesia
colonial, donde muchas mujeres de edad,
arrodilladas, vestidas con ropas indígenas, rezan y
lloran, lamentando su miseria; pidiendo milagros a
unos santos blancos y mudos y a un Dios crucificado.
A la izquierda de la enorme y antigua puerta doble
con manijas de bronce se encuentra el Señor de los
Temblores, a la derecha, está la Virgen María. Él ve
todo esto con respeto y lástima, y en la resonante“
caverna” de la catedral, siente que prefiere volar y ver
La SoLedad de La Nada 41

a los hombres arando la tierra en los tranquilos y


remotos andenes.
Esta ciudadse vuelve un mundo de
remembranzas; en todas partes hay una historia
raramente contada. La gente de esta antigua
metrópoli, vive en casas de cimientos construidos por
los incas, camina por los tortuosos y angostos
caminos que suben las lomas. Todo alrededor de la
ciudad, está formado con los restos de lo que fue un
gran imperio y donde se sienten las cadenas del
pasado. Se huele la tierra húmeda de los ancestros,
como un recuerdo existencial de lo que fueron y de lo
que pasó con ellos.
En las calles se pueden ver a los indígenas, como
si sus pasados turbulentos hubieran esculpido ideas
perpetuas en sus pensamientos. En tanto que en
Roma, los vestigios de mármol de esa gran cultura
son el recuerdo de un pasado ilustre. Un indígena
viene picchando coca, vestido con su chullo, poncho y
ojotas. Él y yo somos iguales, pero extrañamente,
somos diferentes por tan sólo un insignificante minuto
del destino que, sin embargo, marca una gran
diferencia entre nosotros. En el Cuzco, Cóndor
aprendió en su alma y para siempre que éste fue el
lugar de la grandeza y la caída de su pasado. Este es
el Jerusalén de sus ancestros, el Jerusalén de su
pasado. Pero nadie lucha por este Jerusalén andino;
todo sigue igual, nadie quiere recordar lo que pasó.
Muchos prefieren olvidarlo, como si nosotros, los
descendientes de los incas y sus viejas
42 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

construcciones no fuésemos recuerdos permanentes


de lo que éramos. Nosotros preferiríamos enterrar el
pasado y dejar transcurrir cientos de años para que
las nuevas generaciones lo redescubran, y tal vez, de
esa manera aprenderíamos a respetarlo, como
sucede con el Jerusalén del Medio Oriente, cuya
gente se aferra y rinde culto a los últimos vestigios de
una antigua pared.
Así es el comienzo de su vuelo para este
pequeño Cóndor, que aún no está seguro del día que
podrá volar alto y muy lejos.
En este pueblo, él no ha visto mucho optimismo.
Ha notado que las familias indígenas —debido a sus
complejos raciales— no brindan abiertamente cariño
a sus hijos, aunque sí tienen por ellos un instinto
natural de protección.
Él ve descontento en sus rostros, hay
desconfianza y desprecio tan arraigados de unos por
los otros; que ha llegado a ser un rasgo distintivo de
nuestra raza, tal como los alemanes que son
conocidos por su disciplina, los ingleses por su
pasado colonialista y los americanos por su gran tino
financiero. ¡Sí! Cóndor ha volado muy lejos y conoce
muchas naciones y lugares como el río Rhein de los
viejos tiempos, con sus numerosos castillos y sus
relatos gloriosos. El pueblo europeo está orgulloso de
su pasado y recibe de su historia un sustento moral
para seguir avanzando. Pero las injusticias del
hombre son tan universales que cada nación y cada
La SoLedad de La Nada 43

cultura tienen algo que es necesario recordar y


corregir en su pasado.
El pequeño Cóndor ha visto los daños al cuerpo
físico e injusticias al espíritu humano, pero él sabe
que el pasado fue peor y tiene la esperanza de que el
futuro, tan distante en el infinito, será mejor, por la
voluntad de los corazones de la gente.
A medida que los efectos de la anestesia van
pasando, sus sentidos corporales y de este mundo,
comienzan lentamente a regresar a su ser. En un
cuarto lleno de confusión y en medio de su agonía, su
alma se reúne con él. Ahora, ambos, cuerpo y alma
continuarán el viaje al pasado con la incierta
esperanza de un mejor entendimiento de sí mismo, su
gente y el mundo.
II
CUMBRES ESCARPADAS, NUBES BORRASCOSAS

i padre es un joven oficial del ejército, macho y

M afecto al licor.
No ha aprendido a ser sociable y tampoco
está tratando de serlo. Y por esto es enviado a
lugares distantes, desconocidos e inhóspitos del Perú,
porque ha mostrado una actitud desafiante. Este es el
primer largo viaje que hará el pequeño Cóndor de siete
años de edad. Ha escuchado que esa zona es peligrosa
y que ningún camino llega a la ciudad de Puerto
Maldonado, en el departamento de Madre de Dios; un
lugar infernal que limita con las impenetrables selvas de
Brasil y Bolivia. Tal vez a éste se le dio ese nombre para
recordarle a la gente que esa área era tan triste como el
dolor que sufrió la Virgen María con la muerte de su hijo
Jesús. Este Cóndor, que va creciendo, se siente feliz de
ir a la selva, ese mundo maravilloso, pero traicionero.
Tomamos un viejo camión, lleno de indígenas,
animales y un gran hedor. El frío penetraba hasta los
huesos. Los pasajeros simpatizaban conmigo y me
protegían del viento helado cubriéndome
EsCarpadas. N borrasCosas
Cumbres ubes 45

Tomamos un viejo camión, lleno de indígenas, animales y un fuerte hedor.

con sus ponchos. Viajamos, por varios días, a través de


un camino que parecía hecho de lodo.
Parábamos muchas veces en esos fangosos y
peligrosos caminos aún no terminados debido a fallas
mecánicas, lluvias torrenciales y llantas desinfladas.
Cóndor bajaba del carro y miraba un mundo extraño: las
elevadas y distantes sierras de nevados coronadas por
las nieblas de las selvas arremolinándose alrededor de
su picos y el ambiente bullicioso de la música de
innumerables insectos. La tierra de los incas no se
reconocía allí. Había cierta felicidad espiritual, pero en
46 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo
ese momento, la desconfianza no la causaban las
gentes, sino la naturaleza, que es —a veces— cruel e
impredecible.
Cóndor orinaba en el barro mientras contemplaba la
vastedad del infinito en las alturas, estaba feliz y
asombrado. Veía una nueva naturaleza, no perturbada.
El yugo de los conquistadores no llegó a estas lejanías.
Recuerdo que ésta era una tierra virgen, donde sólo
habitaban animales y tribus selváticas, cuyos ancestros
probablemente huyeron de sus conquistadores; tanto
incas como españoles. Sólo ellos saben de los
sufrimientos y tribulaciones que caracterizan la vida de
la selva profunda.
Viajamos días y noches en el viejo camión, lleno de
carga humana. Habíamos soportado tantas peripecias
como para agregar un capítulo más a La vuelta al
mundo en 80 días, pero nadie escribirá sobre nuestras
experiencias. Este es el karma que sufren nuestros
pueblos indígenas.
Finalmente, arribamos a“ Quince Mil”, cuyo nombre
se debe probablemente al brillante y polvoriento metal
amarillo encontrado en los muchos y desconocidos ríos
de esta selva. Esa ciudad era quizás muy parecida a los
pueblos mineros existentes en California durante la
época de la “fiebre del oro”, alrededor de 1840, y por
seguro, algo peor.
Recuerdo que allí terminaba el camino enlodado. A
partir de ese punto, Cóndor y su familia volarían por
primera vez —en un pequeño aeroplano— hacia su
destino, si el tormentoso clima amainaba en algún
momento. En Quince Mil, Cóndor fue testigo de la
miseria y muerte del cuerpo físico, pero no del espíritu.
Cumbres ubes 47
Vio a hombres morir por mordeduras de serpientes y
enfermedades tropicales, y observó a su madre ayudar
a pobres, enfermos y desamparados. Ella supo de un
hombre abandonado a morir en una precaria casa de
palmas, después de haber sufrido una
48 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

mordedura de serpiente, porque no podía viajar al


Cuzco para recibir tratamiento. El enfermo era
conocido como el“ Selvático”, u hombre de la selva.
Veía a mi madre alimentar a este enfermo en la
miseria de su choza. Su pierna derecha estaba
hinchada, ampollada y olía a carne descompuesta. Mi
madre le aplicaba Mercurocromo en la herida.
Después de ayudarle, nosotros regresábamos al
fangoso pueblo de una sola calle, donde se vendían
abundantes equipos y suministros para aquellos que
se dirigían a la selva profunda, en busca de oro,
caucho, o tal vez, la muerte. El tiempo pasó sin que
nos diéramos cuenta. Acostumbrábamos a ir al río
Marcapata, un tributario de otro mayor, el Inambari;
disfrutábamos —desde la orilla— de su furiosa
corriente, y apenas nos atrevíamos a bañarnos en él,
y yo sólo jugaba y caminaba chapoteando en un
charco distante y seguro, mientras mi madre lavaba
nuestras ropas en las orillas pedregosas.
Con las ropas lavadas y húmedas retornamos al
pueblo, donde encontramos a algunas personas
reunidas alrededor de un camión. Nos acercamos
para ver lo que pasaba y vimos que el hombre que
había sido mordido por la culebra en una pierna era
embarcado hacia Cuzco. Sólo recuerdo haber visto el
pie colgando de la camilla hecha de ramas y
pequeños troncos de árbol. Tres días después,
supimos que murió en el pantanoso camino y su
cuerpo fue enterrado en el barro húmedo. Ahora, yo
sólo puedo imaginar el cadáver, empapado por una
Cumbres esCarpadas, Nubes borrasCosas 49

lluvia cruel y consumido por numerosos animales,


devoradores de carroña e insectos.
Cóndor juega con unos chicos de la selva en el
improvisado campo de fútbol, cuando al levantar la
vista ve un avión que desciende rápidamente sobre el
campo de juego. El pequeño aparato de lejos parecía
un saltamontes, y a medida que descendía se veía
grande. ¡Increíble!, el invento del futuro. El aeroplano,
aterriza precariamente en ese pedazo de terreno.
Un hombre alto salió de la cabina, era blanco, un
piloto de la selva, a lo mejor un gringo. Se le veía
diferente de nosotros. Hablando rápido, dijo que
partiría en quince minutos, antes de que el sol se
viera cubierto por las oscuras nubes de la próxima
tormenta, y pidió a una persona que buscara
inmediatamente al subteniente Sánchez. Era el avión
en que teníamos que viajar y que habíamos estado
esperando por meses.T omamos todas nuestras
húmedas ropas que estaban secándose a la entrada
del hotel y las pusimos en una pequeña maleta, junto
a las pocas cosas que teníamos y corrimos hacia el
polvoriento campo deportivo donde estaba la avioneta
esperándonos. Era la primera vez que subía a un
avión. El interior estaba hecho de materiales e
instrumentos que nunca había visto. Era tan estrecha
la cabina que apenas cabíamos en el minúsculo
avión. Despegamos, pero un cóndor vuela
suavemente y sin esfuerzo, y esto era una “vaca
voladora”.
50 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Las sensaciones de turbulencia eran tan vívidas,


que mi madre estuvo llorando toda la travesía. Mi
padre estaba atemorizado, pero en control el piloto se
veía indiferente, permanecía silencioso, pero parecía
preocupado. Sólo él sabía de lo peligroso que este
viaje era o podía ser. Esas selvas, esos ríos, ese gran
verdor infinito, le dieron a Cóndor su primera visión
del mundo desde lo alto. Ahora él estaba admirado y
nunca olvidaría todas estas experiencias.
Puerto Maldonado es una ciudad de la amazonia,
con calles de tierra y veredas, en ese entonces,
pavimentadas con los fondos de botellas de cerveza
que sólo llegaban a la ciudad por vía aérea, pero a un
precio elevado y como no podían ser devueltas, eran
utilizadas para el ornato de la ciudad. El olor de la
ciudad entera era de mango en descomposición y de
otras frutas, para mí, desconocidas. Era tan dulce
este olor que resultaba casi insoportable en un clima
caliente y húmedo.
Cóndor contempla la selva profunda y no muy
lejana. Escucha historias sobre ella y se siente
maravillado, pero temeroso. Observa por primera vez
una tremenda serpiente shushupe —parecida a una
boa— capturada por un borracho selvático que la
muestra al pueblo como una prueba de su machismo.
Todos; hombres, mujeres y niños, veían a ese
hombre —en la euforia de su borrachera, bajo el
agobiante sol del mediodía— sosteniendo con sus
manos desnudas la cabeza de ese bello, enorme y
moribundo reptil.
Cumbres esCarpadas, Nubes borrasCosas 51

La shushupe, con su oscuro lomo cubierto de


brillantes escamas, era golpeada contra la calle
polvorienta y colgaba como si fuera una soga
gigantesca. El hombre hablaba todo el tiempo y
narraba a los espectadores en tono letárgico cómo
había cazado al animal. Enfatizaba en lo mañosas
que son esas serpientes y el riesgo de muerte que
había corrido su vida. Los muchachos lo seguimos
por varias cuadras como si se tratara del máximo
evento del día, y en realidad, lo fue.
Después de vivir algún tiempo en la ciudad,
aprendí a caminar solo por los estrechos senderos de
la selva para visitar a los misioneros franciscanos,
que tenían la única posta médica de la ciudad. Ellos
curaban mis ojos supurados aplicándome argirol, una
solución de nitrato de plata que en esos tiempos se
usaba contra infecciones. La misión sacerdotal no
estaba lejos de la ciudad y se encontraba oculta por
la floresta, en las orillas del río Madre de Dios. Veía
las costumbres de los misioneros extranjeros de
barba roja y aprendía muchas cosas de ellos. Los
misioneros eran personas bondadosas que habían
llegado años atrás para civilizar y cristianizar a las
tribus, tal vez altruistamente, pero, cambiando y
destruyendo las costumbres de los aborígenes; como
lo hicieron los antiguos misioneros siglos atrás
cuando llegaron por primera vez a estas selvas
vírgenes, sufriendo y muriendo por una cuestionable
noble causa.
52 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

No pude estar largo rato en la misión, porque la


oscuridad cae sobre la selva cuando aún brilla el sol.
El zumbar de los insectos y los aullidos de los
animales que están siendo devorados producen
pánico. Caminaba rápidamente, imaginando que
detrás de mí podía venir reptando la gran shushupe,
porque había escuchado que ése era el modo de
agarrar su presa. ¡Toqué mi trasero y noté que aún lo
tenía! Entonces, corrí sin querer mirar hacia atrás o a
los lados. Sólo veía el camino delante de mí —rojo,
arenoso y libre de hojas— donde no había otra cosa
que tierra y nada oculto debajo de ella. Tenía mi
camisa en la mano, por si acaso hubiera necesidad
de lanzársela a la serpiente, porque la gente decía
que ésa era la forma de ganar distancia, mientras el
animal huele la prenda que se le arroja.
¿Cómo podría describir la grandeza de esa
selva? Se siente como un lugar de vacaciones, con
arroyos musicales, bandadas de bellas aves y árboles
altos, gruesos y hermosos. Uno camina solo, pero
nunca sufre la soledad como sucede en los Andes al
respirar el aire frío y liviano.
Esta ciudad, según Cóndor la recuerda, era como
un paraíso. Tal vez él era muy pequeño para darse
cuenta que la gente del lugar también sufría. Las
enfermedades son numerosas y la muerte tan común
como la caída de las hojas secas de los árboles. Pero
como la selva es tan llena de vida, todo renace
alrededor.
Cumbres esCarpadas, Nubes borrasCosas 53

El río Madre de Dios es grande, color de lodo,


rápido y lleno de remolinos, pocos se atreven a nadar
y se puede ver el verdor de sus orillas por todas
partes. Los blancos escalones que descendían hasta
los barcos en el río, le daban a la ribera un aspecto
parecido a un lujoso club de yates. La Marina del
Perú mantenía un antiguo barco de vapor, semejante
a los usados durante la Guerra Civil en los Estados
Unidos.
Algunas veces, caminaba por los bosques
lluviosos hasta el fuerte militar para ver a mi padre.
Por primera vez veía soldados indígenas que tenían
la cabeza rapada, algunos eran aborígenes.
Hablaban entre sí toscamente y parecían ser hoscos
unos con otros, pero al aparecer sus superiores se
mostraban dóciles. Cóndor observa esta conducta
frecuentemente en todas partes, debido al gran
contraste social y racial en el país.
La tarea más importante de estos soldados era
aprender a leer y a escribir. Su lenguaje diario estaba
tan mezclado entre español, quechua y otros
dialectos nativos, que a veces aprendían una palabra
en español y la repetían en su idioma (El instructor
decía: za-pa-to, y el recluta repetía:“ chu-zo”). Por
eso, eran pateados con las pesadas botas de sus
superiores, hasta que dejaran de hacerlo. Al
mediodía, mi padre me llevaba a almorzar en el
fuerte. La sopa era hecha de culebra, tenía sabor a
pollo y era gustosa. Ha pasado el tiempo y sólo
puedo recordar vagamente aquellos días y actualizar
54 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

aquellos olores que mis sentidos olfatorios han


logrado retener. Finalmente, llegó el día que
debíamos dejar Puerto Maldonado. Eran las cuatro de
la madrugada de una mañana tibia, húmeda y llena
de los vibrantes sonidos producidos por múltiples
insectos. Todo el pueblo fue al río, a ver el avión que
llegaba para recoger pasajeros. El gran pájaro
acuatizó en el río Madre de Dios. Era majestuoso,
panzudo y poderoso. Un hidroplano, tipo Catalina,
construido en San Diego, ciudad donde resido ahora.
En los años treinta, en San Diego se comenzó a
fabricar aviones anfibios para uso civil, pero empezó
la Segunda Guerra Mundial y San Diego emergió
como el mayor productor de hidroaviones Catalina
PBY tal como este avión que nos llevaba de la selva a
Lima. ¡Quién hubiera imaginado que algún día, en mi
calidad de Teniente en el Cuerpo Médico de la Marina
de los Estados Unidos, mi unidad estaría al lado de
esta enorme fábrica de aeroplanos!
Hice mi segundo vuelo.Y a estaba
acostumbrándome a volar en esos tiempos, en que
hacerlo por avión no era común. El avión anfibio
partió, con sus ensordecedoras y rugientes hélices
propulsándolo contra la rápida corriente. Las
ventanillas fueron cubiertas con agua turbia, pero
conforme los vidrios se aclaraban, se podía ver el río
que se empequeñecía y la ciudad se perdía como un
lunar en medio de la selva inmensa y verde. Todos
los tributarios del río simulaban ser serpientes que
Cumbres esCarpadas, Nubes borrasCosas 55

parecían reptaban hacia un final que parecía


inexistente.
Este viaje se mantiene en mi mente como un
recuerdo oscuro y lejano; pero con el tiempo, viajaría
en aviones más grandes a lugares distintos donde
sería testigo también de muchas injusticias.
En el año 1995 llegué a ser miembro de la
Sociedad PeruanoAmericana de Medicina en los
Estados Unidos (PAMS), que realiza continuas
misiones médicas en el Perú para ayudar en
diferentes lugares, y ahora soy miembro activo de sus
acciones humanitarias. Después de una misión que
hicimos en Trujillo, regresé a Lima; ciudad fría y
húmeda. Mi madre sufría ya de artritis y ese clima no
le era favorable. La convencí para ir a la misma selva
donde estuvimos cincuenta años atrás, pensando que
ésta sería el mismo paraíso que ambos
recordábamos. Debido a mi corta permanencia, fue
difícil encontrar reservaciones aéreas para el viaje a
la selva, y los únicos aviones disponibles pertenecían
a una compañía pequeña. Llegamos al aeropuerto a
las cuatro de la mañana para partir hacia Puerto
Maldonado, vía Cuzco. Mientras nos dirigíamos hacia
un moderno jet estacionado; la ruta cambió hacia un
bimotor antiguo y diferente a los fabricados en los
Estados Unidos. Y éste era nuestro avión.
Cuando nos acercamos, notamos que sus llantas
estaban casi totalmente gastadas y tenía
inscripciones en idioma ruso en su fuselaje. Era una
nave que quedó de las pasadas relaciones políticas
56 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

peruanosoviéticas. Cuando estábamos


embarcándonos, me dije: después de tantos viajes
aéreos, tal vez ¡esta vez sí se cae! Luego de abordar
la nave por la rampa trasera, se veía que su gastado
interior tenía asientos de aluminio al descubierto. El
avión sólo teníados o tres ventanillas redondas. Tuve
suerte en conseguir un asiento al lado de una de ellas
con vista parcial hacia el crujiente tren de aterrizaje, y
total del panorama, que es lo que a mí más me
interesaba. El avión esperó unos momentos para
calentar sus ruidosos motores, y éstos me trajeron
recuerdos de las hélices del viejo Catalina. Partimos
atravesando la niebla de Lima, y conforme nos
aproximábamos a las altas sierras, vi la bellísima
salida de un sol dorado contra los aserrados picos
incrustados con nieves perpetuas. Era tan imponente,
que no asombra que los incas adoraran a esta
brillante estrella. El escenario era tan embriagador,
que me olvidé del avión viejo, ahora cómodo y
acogedor. Vale la pena decir, que esto era mejor que
volar en jet, puesto que su desplazamiento era tan
lento que uno podía ver el paisaje, justo debajo de
sus ruedas, y apreciar todas las majestuosas
cumbres en la ruta hacia Cuzco.
En Cuzco recogimos a algunos pasajeros, esta
vez más indígenas y nativos; vestían ropas
convencionales y se veían más seguros de sí
mismos. Como íbamos a permanecer en Cuzco por
poco tiempo, salí del avión y me sorprendió encontrar
a un viejo amigo y compañero de escuela, con quien
Cumbres esCarpadas, Nubes borrasCosas 57

había asistido a la reunión de mi antiguo Colegio


Militar, justamente la noche anterior, y para mi
satisfacción, él era el piloto.T enía buena presencia,
como lo recordaba en la época de cadetes en
Arequipa, y ahora se le veía un poco diferente, debido
a un accidente de aviación que había tenido. ¡Bueno!,
cuando se está en lugares lejanos, uno toma las
cosas como vienen. Si es el momento de perder la
vida, no hay nada que uno pueda hacer. Además, yo
siempre he confiado en los pilotos peruanos porque
ellos conocen muy bien sus peligrosas rutas.
Cruzamos los Andes, entramos a los linderos de
la selva. Para mi desconcierto, no había selva a la
vista. Todo estaba“ nublado”, peor que en Los
Angeles o la ciudad de México. ¿Dónde estaban los
millones de árboles verdes y los ríos sin fin que eran
más visibles ante un verde contraste? ¡En ninguna
parte! Pensé que aparecerían. Puesto que el viaje era
tan corto, no pude igualarlo con el largo recorrido por
tierra que habíamos hecho cincuenta años atrás.
Para mi asombro, después de sólo cuarenta y cinco
minutos, la aeromoza nos pedía estar listos para el
aterrizaje, pero yo aún seguía mirando por la
ventana... ¿Se me había pasado la selva? ¿Me había
quedado dormido? ¿Tal vez no habría usado
adecuadamente mi máscara de oxígeno? ¡Pero no!,
¡éste era Puerto Maldonado! Ahora tenía un
aeropuerto pavimentado. La ciudad que una vez fue
verde y llena de árboles frutales, estaba ahora, como
el aeropuerto, carente de belleza natural, pero llena
58 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

de gente. Afortunadamente había sólo pocos carros,


pero se veían motocicletas adaptadas como taxis que
despedían mucho humo. Mi pobre madre, había ido
buscando el calor del sol y no lo encontró. El cielo
“nublado” parecía lleno de humo y las calles estaban
polvorientas. Una vez en Puerto Maldonado,
permanecimos por tres días y fuimos a todos los
lugares que solíamos frecuentar. Debe entenderse
que Puerto Maldonado es una ciudad capital y si los
turistas desean ver la selva virgen, deben ir a sus
parques especialesy r eservasn aturalesc omol ose
xtensosp arquesd eT ambopata, Heath y Manu, que
son buenos lugares para visitar y tener la sensación
de estar en la selva virgen.T ienen plantas y animales
que sone studiados,p eron oe sp osibleq uee sted
epartamentos elváticoe sté limitado a tres reservas.
Fui de inmediato a ver la Misión de los Frailes,
pero el sendero de selva por el que caminé de niño,
no existía. El fuerte del ejército estaba en la misma
área, pero ya no tenía esos enormes árboles de
castaños de entonces. Asombrosamente, lo que yo
antes creía ver muy lejos, quedaba cerca de donde
habíamos vivido, pero después que la selva fue
destruida, las distancias parecían más cortas. La
Misión también estaba ahí, pero más moderna. El
padre franciscano que me curó los ojos había muerto
y la gente aún lo recordaba. Sintiéndonos tristes,
regresamos al hotel en esta fría ciudad, sin
mosquitos, frutas ni árboles. ¿Cómo puede la gente
alterar tanto la naturaleza? No podía creerlo. Aunque
Cumbres esCarpadas, Nubes borrasCosas 59

el mundo se entera diariamente por los medios de


comunicación —de la deforestación y la destrucción
del ambiente natural de los animales—; ver todo esto
con los ojos propios es una tremenda experiencia, no
un asunto trivial. La tierra está cambiando y
perdiendo su naturaleza. Es algo mucho más serio de
lo que uno pueda escuchar e imaginarse.
Fuimos a la ribera del río y encontramos que
también había cambiado. Las orillas estaban
atestadas de madera aserrada y humeantes
chimeneas que arrojaban al aire el producto de la
quema de los enormes y añejos verdes árboles. En
nuestros esfuerzos por encontrar selva virgen y
alejarnos de la ciudad, hicimos un viaje diurno por
canoa, remontando el ríoT ambopata que viene de
Puno y desagua en el Madre de Dios.T omó cierto
tiempo llegar al área del monte de árboles grandes y
verdes, pero aún ahí, no había mosquitos.
Me pregunté: ¿Es esta la selva? ¿qué había
pasado?T al vez el humo los diezmó. En mis días
juveniles, en esta misma área, uno estaba agitando
constantemente las manos para matar los numerosos
insectos. En el curso del día, sólo vi dos guacamayos,
volando raudos a través del río, probablemente en
busca de más árboles o monte. Esas aguas turbias
sin caimanes y con pocos peces, no parecían ya
amenazantes. El paisaje había cambiado
drásticamente y esto me dejó pensativo.
Después de tres días, tomamos finalmente un“
mototaxi” hacia el aeropuerto y mi madre se detuvo
60 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

para comprar oro, que abundaba por aquellos días, y


también preguntó por grasa de culebra para su
artritis.Y o casi me envolví en una discusión con ella,
pero el mercado estaba lleno de pociones hechas de
derivados de animales para curar varias
enfermedades. Sin tomar en cuenta mis argumentos,
ella compró grasa de culebra que era blanca, rancia,
y parecía manteca de cerdo, que yo esperaba, que
así fuera. ¡Pobres serpientes! ¿Quién notaría la
diferencia? No fue sorpresa, cuando meses después
ella me dijo que los huesos le seguían doliendo
después de usar ese ungüento de reptil.
Abordamos, nuevamente, el mismo avión ruso
para nuestro viaje de regreso a Lima. Esta vez, el
ambiente estaba suficientemente claro y desde lo alto
pude ver casi toda la reducida selva. En algunos
lugares, sólo quedaban pocos árboles en pie. El área
total parecía como un cementerio, con losárboles
tendidos simulando cadáveres, esperando que los
recogieran para usarlos como materiales de
construcción. Conforme nos acercábamos al Cuzco,
las montañas y la ciudad se veían envueltas por un
brumoso y oscuro matiz, en contraste con aquel
infinito cielo azul, cuyos recuerdos sólo podían existir
en mi mente.
Hicimos una parada en el Cuzco, y luego
seguimos a Lima en el mismo avión. A niveles más
bajos, pude ver los grandiosos trabajos de los incas
en los impenetrables Andes, cuyos andenes, aún
existentes, todavía están en uso por sus auténticos
Cumbres esCarpadas, Nubes borrasCosas 61

descendientes. Me alegro de haber realizado este


viaje en un avión que volara a poca altura; porque
mucho se deja de ver cuando uno viaja en los jets,
perdiéndose la perspectiva del área sobrevolada.
Estoy relatando mis impresiones, no con el deseo
de criticar, sino con la esperanza de que mis lectores
perciban que aquella que una vez fue selva profunda,
peligrosa y rebosante de vida; se está convirtiendo,
ahora, en un estéril yermo. La selva está siendo
destrozada por las nuevas generaciones que han
llegado para profanar la naturaleza virgen en nombre
del progreso.
III
EL CURSO DE LOS RÍOS

E l tiempo ha transcurrido y Cóndor se encuentra


viajando entre Lima y Arequipa. Su padre ha sido
trasladado a la lejana selva y será enviado más
lejos, donde no hay caminos, ni líneas férreas y sólo
aviones pequeños y el rápido curso de los ríos
pueden llevarlos allí. Cóndor escucha que hay un
gran conflicto, la Segunda Guerra Mundial, en un
lejano continente. Él no puede imaginarse las
atrocidades cometidas en esos lugares, pero sabrá
que esos conflictos son universales, y tal vez, aun
galácticos. ¡Quién sabe, la existencia humana, sea ya
quizás, una injusticia en sí misma!
De alguna manera y en el vago recuerdo de mis
viajes a ciudades tranquilas, me encuentro enY
urimaguas, donde en esos tiempos sólo se podía
llegar por avión. Esta ciudad es calurosa, húmeda y
toda la acción cotidiana ocurría a orillas del río
Huallaga, uno de los tributarios mayores del poderoso
Amazonas: grandes troncos de árboles recién
cortados flotaban en el río; enormes bloques
ovalados de caucho negro, y de gran peso eran
El Curso dE los ríos 63

acarreados por nativos desnutridos. El hedor de


comida en rápida descomposición se olía por todas
partes.
Cóndor, hijo único, tiene ahora un compañero, su
tío Braulio. Mi madre, que es su hermana, lo adoptó.
Nuestra familia, formada por cuatro miembros, viajará
río arriba por el Huallaga y el Marañón para llegar
finalmente a Iquitos, que es el punto central de la
selva amazónica y es la capital del departamento de
Loreto. Esta ciudad es muy diferente de los grandes
centros de los Andes.
Desde el punto de vista regional, ésta es otra
nación, más parecida a un pueblo brasileño con
raíces portuguesas. Los habitantes amazónicos
consideran a las personas andinas como seres
diferentes y los llaman shishacos, que es el
equivalente al norteamericano de las aisladas
montañas de los Ozarcks. La gente de la selva quizás
sea diferente porque sus sufrimientos ancestrales son
casi inexistentes y sus vidas, un misterio no tan
visible. Tal vez el aire húmedo y tropical sea un
catalizador para ablandar sus almas, o quizás, el
yugo y la opresión del viejo continente no llegaron a
estas lejanías. El tiempo pasa sin prisa en la tranquila
ciudad de Iquitos, aunque la conexión con la Segunda
Guerra Mundial se percibe en todo el puerto de la
ciudad, debido al tráfico transoceánico de materias
primas como caucho, madera, quinina y otros
productos para la matanza en los conflictos de
Europa.
64 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Parecería que el viaje al puerto de Iquitos no


hubiera representado un gran esfuerzo, pero no fue
así. Para comenzar, elsólo saber que uno tenía que ir
a la amazonia, al principio de los años cuarenta, era
prácticamente una sentencia tan indeseable como el
ser enviado a la Siberia. La muerte amenaza en la
selva, tan fácilmente como en las autopistas de Los
Angeles. Este viaje —permanentemente riesgoso—
era tal, que hasta Teddy Roosevelt, escribió que su
aventurada excursión a la amazonia del Brasil, casi
abatió su espíritu, y eso que su permanencia fue sólo
por un corto tiempo.
Por aquel entonces, mi padre era un oficial de
bajo rango en el ejército, y por ello, sus medios eran
modestos. Había dudas, de que, si mi tío iba a la
amazonia con nosotros o debía regresar a la tranquila
ciudad de Andahuaylillas. Separarme de él habría
sido muy penoso para mí, puesto que estaba solo.
Recuerdo el llanto y las discusiones en la miseria en
Lima; donde vivíamos apretados en un pequeño
cuarto, sin poder ocultar nuestras emociones. De
algún modo —con la gracia de Dios— los cuatro
estábamos yendo al antiguo aeropuerto para dejar la
capital. La sensación de ser ésta la última vez en
Lima, era muy real. No sabíamos cuándo o si
volveríamos a retornar. El dinero era muy escaso y en
aquellos días un viaje a la selva requería mucha
preparación. Mi madre no conocía esa región o cómo
cuidar de nosotros en caso de que mi padre muriera o
nos abandonara en esos lugares remotos. Llegamos
El Curso dE los ríos 65

a Yurimaguas, una ciudad pequeña, en plena jungla


donde estuvimos en un hotel con su propio arroyo de
aguas corrientes y paredes de mosaicos moriscos de
color azul, tan comunes en Brasil. También recuerdo,
cómo trataba de acostumbrarme a la comida de la
región y de esos especiales sabores —que aún
mantengo en la mente— y que son tan particulares
de la comida selvática.
En esta ciudad debimos esperar por semanas y
meses. Mi pa- dre volaría a Iquitos solo y nosotros
iríamos después por barco. El tiempo pasó sin que
pudiéramos saber el momento del viaje. Eran como
unas vacaciones, y el río, por sí mismo, una fuente de
encantamiento y distracción. Debido al sofocante,
cálido y húmedo clima, nuestra rutina se concentraba
en comer, dormir y escuchar el poco común sonido
de los aviones. Un día, justo cuando mi padre estaba
listo para abordar un pequeño avión anfibio de la
Fuerza Aérea, el Ejército, afortunadamente, cambió
sus planes por alguna razón y le dijeron que debía
tomar un barco y viajar por el río. Entonces,
desempacó sus pocas pertenencias haciendo
arreglos diferentes para que viajáramos con él. Mi
padre tenía gran ingenio. Si él hubiera podido
controlar su abuso ocasional del alcohol —que creó
problemas para su progreso y su familia— me parece
que habría podido alcanzar un grado más alto.
Ahora, nosotros teníamos que esperar, no por el
avión, sino por la crecida del río con las lluvias, de
modo que pudiéramos hacer el viaje por el Huallaga,
66 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

afluente que se une con el Marañón, y llegar


mediante éste a Iquitos por barco.
Este viaje, conforme lo veo ahora en el mapa,
parece corto, pero en ese entonces, fue muy largo. El
barco de vapor que escogimos era un típico navío del
Amazonas, con doble cubierta y barcazas en los
costados para equilibrarse mejor y recibir más carga.
Su nombre era el “San Cristóbal” una vieja reliquia
que usaba leña como combustible. Abordamos en el
acto. El regateo y pago de pasajes se hacían allí
mismo y todo era tan comercial como podía serlo en
cualquier empresa.
Esta fue otra nueva experiencia. Al principio, el
olor era una mezcla de aceite, comida y caucho
crudo. Mis recuerdos están mayormente ligados a mi
olfato. El viaje, por sí mismo, podía aportar todas las
intrigas y aventuras necesarias para escribir una
novela.
La lancha estaba dividida en tres clases: La de
primera, ubicada en la cubierta superior, costaba
más, y ofrecía un camarote pequeño, oscuro,
pobremente ventilado y maloliente, con cuatro literas,
una encima de otra para ser compartidas con gente
que uno no conocía. En segunda clase, sobre la
cubierta intermedia, había postes y ganchos para
colgar hamacas; y en la de tercera, en el nivel inferior
donde llevaban la carga, la gente viajaba con el hedor
de estos productos y las serpientes. Aún recuerdo,
que ahí uno podía encontrar a los indígenas de
diferentes tribus de la selva. En ese lugar vi, por
El Curso dE los ríos 67

primera vez, las caras de unos hombres tribuales


perforadas con piezas de metal y madera; tenían pelo
largo o extrañamente cortado y cuerpos pintados. Las
madres mantenían a sus hijos apretados contra su
pecho desnudo. Uno podía mirar hacia abajo y verlos
sentados, casi inmóviles por horas y días escuchando
la cacofonía del viejo y tartamudeante motor de vapor
y el ruido de la corriente del río.
¡Oh, si pudiera describir este viaje!He estado en
caprichosos cruceros de lujo, pero ninguno se
igualará a ese primer viaje hacia el nacimiento del
Amazonas. A pesar de que tenía sólo siete u ocho
años, todavía lo recuerdo vívidamente.
Uno podía sentarse, mirar y sentir el río tan cerca
como el largo de un brazo, contemplando su poder y
misterio, y no como cuando se viaja en un
transatlántico. Las aguas turbias como el chocolate
traían siempre grandes y pequeños troncos de
árboles, jardines flotantes, algunas veces con
animales colgando de ellos desesperadamente para
sobrevivir.V er las orillas era un festín para la
imaginación. No habiendo estado nunca ahí, era —de
alguna manera— algo formidable: con grandes,
majestuosos y frondosos árboles, tan verdes, como
nuestros ojos podrían tolerar.T ambién era fascinante
ver y oír el ensordecedor ruido de los animales; los
bellos pájaros que volaban por todas partes. Me
siento feliz de que en ese entonces no hubiera
televisión u otros medios de comunicación.
Percibí la naturaleza virgen.
68 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

El viaje tomó mucho tiempo. El río, en algunos


lugares, se deslizaba lentamente debido a la falta de
lluvias o a la repentina formación de grandes masas
de sedimento, lo que hacía que el barco se quedase
varado en el fondo arenoso por varios días o a veces
por semanas. Entonces, la monotonía y el
aburrimiento eran insoportables: los mosquitos, el
sofocante calor, el hambre y el sufrimiento de los
otros —especialmente aquellos de la tercera
cubierta— eran, por momentos, intolerables.
Para pasar el tiempo, cuando el barco estaba
varado, bajábamos a las islas súbitamente formadas
por el río bajo, y recogíamos huevos de tortuga, a la
que los nativos llamaban taricaya. Las pequeñas islas
estaban cubiertas con fina arena pardusca en la que
se podían ver las huellas frescas de las tortugas y los
lugares donde ellas los habían dejado. Nosotros
asentábamos fuertemente los talones desnudos en
los lugares en donde no había huellas de tortugas y
oíamos el ruido seco de éstos al quebrarse.
Rápidamente cavábamos y nos alegrábamos al
encontrar abundantes huevos frescos que eran
pequeños y redondos. Estos eran una delicia,
especialmente cuando se comían con fariña, que es
la mandioca pulverizada de harina de yuca.
Mi padre, quien no tenía una educación formal,
era bien leído, y siempre estaba con un libro o una
revista en la mano, a pesar de que esos artículos
eran muy escasos en la selva. En ese viaje, él leía
Quo vadis.Y o nunca leí ese tan voluminoso libro,
El Curso dE los ríos 69

pero creo que debería hacerlo, sólo para saber qué


pasaba por su mente en ese entonces.
Muy a menudo, se paraba en la proa y miraba
siempre el río, mientras fumaba un “Inca”, marca
peruana de cigarrillos negros. Era un hombrejoven,
que probablementepensaba en el futuro y quizás se
arrepentía de su conducta, a veces no convencional.
No fue un oportunista social. ¡Pero hay escaladores
sociales en el mundo! Entre más pobre el país, más
es la necesidad de congraciarse para avanzar en
grado o posición.
Después de días, y a veces semanas, el barco
varado comenzaba lentamente a flotar de nuevo, y
salíamos de esas aguas poco profundas. Otras
veces, teníamos que pasar días esperando en las
orillas, mientras los hombres de las tribus cercanas
cortaban leña para los viejos motores de la nave.
Peor aún, muy a menudo, el barco disminuía la
marcha o se detenía, porque bajaba la presión del
vapor o surgía un problema mecánico que en
ocasiones necesitaba reparaciones en medio del gran
río, y teníamos que esperar a que llegaran los
repuestos.
En esa inmensa soledad, el tiempo era
interminable, y nos preguntábamos si algún día
llegaríamos a nuestro destino.
Hubo momentos en que“ sólo sobrevivir” parecía
ser nuestro único objetivo.
En las abundantes y arboladas orillas había
pequeñas villas muy separadas que sobrevivían en
70 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

base al tráfico del río. Cuando la lancha paraba en


esos lugares, siempre bajábamos a visitarlas. Aunque
no había nada qué hacer o comprar en esos
pequeños y precarios puestos de avanzada, oíamos
historias de desastres y muertes recientes y
embarcábamos —con frecuencia— gente enferma o
herida, mientras nos abastecíamos de leña y
provisiones.
Recuerdo que cuando teníamos sed recogíamos
agua del río —no potable— al costado del barco,
utilizando un viejo recipiente de hojalata atado a una
cuerda. La bebíamos ignorantes de las reglas básicas
de salud pública, y por lo general, sin ningún efecto
dañino inmediato; probablemente porque ya teníamos
todos los parásitos y lombrices intestinales existentes
en esas zonas.
Después de meses de soportar fuertes lluvias, los
problemas del impredecible río, sufrir hambre,
enfermedades y pasar por situaciones casi
catastróficas, arribamos finalmente a Iquitos. Según
recuerdo de lejos, era una ciudad grande y reluciente
con bellas casas y edificios. Desembarcamos en el
malecón que era un paseo para peatones y estaba
adornado con viejas estatuas y rejas ornamentales.
En el apogeo del caucho, años atrás, ésta había sido
una ciudad en explosión económica, y que pudo traer
la elegancia de Europa.
Cuando se está en la selva, uno siempre piensa
en interminables ríos y lagos prístinos. Los afluentes
que vienen desde los Andes ecuatorianos alimentan
El Curso dE los ríos 71

al río Marañón, que avanza cortando y cruzando los


altos Andes del norte del Perú juntándose con el río
Ucayali, que es más caudaloso y ya ha recogido
varios tributarios en la región más sureña de los
Andes. Estos tributarios se confunden en la ciudad de
Nauta, lugar en que el Amazonas comienza
“humildemente” y continúa hasta adquirir su poderoso
esplendor en la ciudad de Iquitos, donde se hace más
ancho. Las colosales y turbulentas aguas fluyen hacia
el lado del amanecer, recibiendo grandes y
caudalosos ríos en su ruta hacia Brasil, como el río
Negro y otros, que hacen al Amazonas tan
gigantesco como un océano, mientras atraviesa una
extensión casi tan ancha como la de Estados Unidos.
Nunca olvidaré ese enorme río de aguas turbias y
rápidas y en mis indeseados momentos de tristeza,
mis pensamientos van hacia tan grande y majestuosa
maravilla natural.
Cuando Alexander von Humboldt viajó del Caribe
a los Andes, en 1799, para explorar los orígenes del
gran Orinoco, ya notó un cambio en el espíritu de los
naturales. Los habitantes andinos eran más
reservados, desconfiados y difíciles de llegar a ellos.
Sin embargo, los nativos del Amazonas y las zonas
costeras eran más abiertos, alegres y fáciles de hacer
amistades. En estos trópicos, uno se encuentra en
otro mundo. El pasado yugo del indígena no existe en
el espíritu de su gente. La vida es más festiva y el
pensamiento filosófico, no es para ellos una manera
de vivir.
72 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

En Iquitos, Cóndor trató de vivir como si no


tuviera un pasado. Asistió a la escuela por corto
tiempo y todos los días cuando iba al colegio, cruzaba
la plaza y miraba un bello monumento con escenas
forjadas en bronce, representando batallas realizadas
en mares del Pacífico contra un país vecino del sur.
Aunque están en medio de la amazonia peruana,
las gentes de Iquitos se sienten muy distantes de la
selva virgen y muchos no la conocen y nunca se han
aventurado más allá de algunas millas fuera de la
ciudad. Iquitos, en la década de los cuarenta, era una
ciudad con movimiento comercial debido a la
Segunda Guerra Mundial y por eso su gente estaba
más conectada con Estados Unidos que con Lima o
Cuzco.
Mientras escribo este libro, mi memoria olfativa
me trae recuerdos de los cigarrillos Camel. Yo
recogía del suelo las cajetillas vacías, platinadas y
envueltas en papel celofán, que habían sido tiradas.
Olía sus aromáticas esencias para disipar los pútridos
olores del aire húmedo de la selva. Estas fueron mis
primeras asociaciones con el gigante de
Norteamérica; el país que algún día sería mi adoptivo
“Uncle Sam”. Allí descubriría la grandeza en el
corazón de su gente, pero también vería la tristeza de
espíritu de los primeros nativos norteamericanos
vencidos y miembros de otros subyugados grupos
raciales, que fueron llevados allí para trabajar al
servicio de los prósperos “nuevos americanos” de
origen europeo.
El Curso dE los ríos 73

En Iquitos comenzó mi encantamiento por ese


lejano país, los Estados Unidos. En el cine pude ver
las multicolores escenas que mostraban grandes
aviones con corajudos pilotos que caían al mar
envueltos en llamas. Esas monstruosas escenas de
batallas, presentadas en el celuloide, me permitieron
vislumbrar la guerra librada en otro continente, en un
mundo desconocido para mí. Yo sólo podía pensar
que era demasiado diferente, aun para imaginarlo.
El Amazonas es ancho, profundo y rápido en
Iquitos. Grandes barcos llegan a este importante
puerto fluvial desde el Atlántico, vía Belén, en Brasil,
que es la boca y entrada al Amazonas; navegando río
arriba, y pasando por Santarém, Manaos y Leticia.
Desafortunadamente, nuestra permanencia en
Iquitos no duraría mucho. Mi padre estaba en
problemas con sus superiores. Esta vez, iba a ser
trasladado a puestos militares en la selva profunda, y
finalmente a un lugar llamado Cahuide. Se trataba de
una guarnición —una posta militar— en un paraje
lejano y desolado en área de frontera. Nuevamente
se hicieron planes para viajar río arriba a través de
los peligrosos, tortuosos y poco navegados ríos
tributarios del Amazonas, donde encontraríamos el
más terrible de los desfiladeros, el Pongo de
Manseriche. Este accidente geográfico es un corte
abismal de la cordillera, donde numerosas personas
mueren debido a sus grandes remolinos y torrentosos
rápidos, que corren estruendosamente a través de un
túnel oscuro de enormes rocas graníticas. El furioso
74 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

caudal es una ruta natural forzada a navegar debido


al tiempo y peligro que toma viajar por tierra.
Mi padre fue enviado primero, a la guarnición de
San Borja, por hidroavión. Una vez que él partió,
nosotros teníamos que viajar por caudalosos ríos de
acuerdo a nuestro propio ingenio. No había agencias
niintermediarios que vendieran boletos o aconsejaran
acerca de la navegación en estos peligrosos y
desconocidos ríos. Uno tenía que ir personalmente, y
estar listo para abordar un barco y encontrar su lugar
lo más pronto posible ya que ese espacio sería el
lugar en el que tendríamos que viajar durante las
siguientes semanas o, quizás, meses.
Mi madre, mi tío y yo bajamos por el malecón
hacia el barroso y ruidoso puerto donde había
muchos viejos barcos fluviales que iban a diferentes
lugares. Hablando a gritos, les preguntábamos a los
descamisados capitanes hacia dónde se dirigían sus
respectivas embarcaciones.
Algunas veces abordábamos una embarcación,
colocábamos nuestras hamacas, pero horas o días
después, se nos decía que los planes de viaje habían
cambiado y que deberíamos buscar otra nave.
Finalmente, conseguimos un atractivo y viejo
barco cuyo nombre no puedo recordar, un típico bote
de doble cubierta de los muchos que había. Estando
a bordo, el ruido, el olor y el reunirse con gente nueva
era una fiesta.T odos ellos tenían historias que contar
y sus razones para viajar. Nosotros escuchábamos
El Curso dE los ríos 75

sus problemas y comprendíamos que nuestra suerte


era mejor.
Navegar por el Amazonas y sus tributarios, es
casi siempre lo mismo. Los únicos cambios que
establecen una diferencia, son los encuentros con
grandes remolinos, las variaciones en la profundidad
del agua, las corrientes y los troncos de árboles que
podrían poner en peligro el viaje. El continuo sonido
del viejo motor a vapor y el ruido de las corrientes del
río —mientras surcábamos las aguas— permanecían
en nuestras mentes, aun cuando estábamos
dormidos. Llegamos a conocer a la gente tan
íntimamente en ese encuentro flotante, que parecían
ser parte de nuestra familia. Algunas veces,
conocíamos de sus tristezas, sus miserias y sus
penas; que llegaban a ser parte de nuestro viaje.
Algunos pasajeros estaban enfermos y otros morían.
Entonces, nos deteníamos en la orilla y enterrábamos
a esos desafortunados.
Las vastas orillas verdes y el majestuoso río,
eran la única fuente de entretenimiento para nuestros
ojos; pero, cada día que pasaba, nuestra
desesperación aumentaba, porque —de alguna
manera— sabíamos que estábamos solos en lugares
perdidos y desconocidos de esa inhóspita selva. Los
momentos más gratamente esperados eran los de la
comida. Nos sentábamos todos juntos, en mesas de
tablas de madera rústica, con nuestros propios platos
y cubiertos. La comida era tan monótona como el
curso del río. Normalmente comíamos pescado seco
76 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

como el paiche (el pez más grande de agua dulce,


que alcanza hasta doce pies de largo y un peso de
cuatrocientas libras). También comíamos pescado
fresco de las innumerables especies como súngaro,
carachama y boquichico, que comprábamos
ocasionalmente. Estas comidas típicas eran servidas
con fariña, arroz y frijoles, que siempre tenían buen
sabor, porque la monotonía creaba un apetito que
distraía la mente de la insoportable rutina cotidiana.
A veces, nosotros mismos, hacíamos nuestra
propia pesca desde un costado del barco con un
pequeño anzuelo y una cuerda corta, cogiendo peces
pequeños como la piraña, que los cocineros freían
para nosotros. Las únicas comidas que resisten a la
putrefacción en la selva, son las que están saladas y
secas, o ahumadas para su preservación. Nada
fresco, en estos lugares, duraría siquiera unas horas.
Como la lancha no tenía refrigeradoras, el único
recurso de carne fresca eran unas tortugas que
llevaban a bordo. Los cocineros “hachaban”
cuidadosamente la dura coraza del abdomen y
sacaban a la tortuga viva de su caparazón y la
colocaban en la olla de agua, donde yo podía ver su
corazón, aún latiendo hasta que la temperatura
llegaba a un grado tan insoportable que este órgano
dejaba de palpitar. Las gentes de las tribus, en
tercera clase, tenían que cocinar y alimentarse con lo
que tuvieran. Recuerdo que juntábamos las sobras y
las llevábamos a la cubierta inferior para dárselas a
algunos de esos infortunados pasajeros.
El Curso dE los ríos 77

Es increíble cómo llegué a acostumbrarme a


viajar siguiendo los hábitos de los viajeros de estos
ríos. Algunas veces —y eso en la selva quiere decir,
frecuentemente— cada hora, caían lluvias
torrenciales como si fueran cataratas, acompañadas
por los más aterradores truenos y rayos. Yo nunca he
visto un clima tan furioso en otros países. El río crecía
y subía debajo de nosotros y la lluvia era tan gruesa
que no podíamos ver a las personas en nuestro
alrededor, ni escuchar a los que nos hablaban. Ese
diluvio era algo como llegar al corazón de la
naturaleza, que nosotros aprendimos a “respetarla” y
a ser humildes ante los caprichos de la Madre Tierra.
Las catástrofes estaban siempre en la mente de
los pasajeros y la tripulación. El piloto, cuando
afrontaba obstáculos imprevistos, expresaba temor
en su rostro. Era como si uno pudiera leer los
inminentes momentos de desastre en sus agitados
movimientos, cuando en forma frenética y rápida
giraba la rueda del timón. Debido a las poderosas
corrientes contrarias del río, a veces no se notaba
que el barco avanzaba.
Cuando el fuerte aguacero finalmente cesaba, los
guacamayos y los loros volaban por todas partes
como demostrando al mundo que el día estaba
tranquilo otra vez y no había motivo para asustarse.
Este fue el romance de ese barco navegando por
los tributarios del Amazonas. Conforme los años
pasan, ahora puedo recordar todas estas peripecias
con la mente de mi juventud y eso alegra mi alma.
78 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Transcurrieron días y semanas, y posiblemente


meses. Después de pasar por varios puertos,
arribamos a Barranca, donde nos reunimos con mi
padre. Esta guarnición era un cuartel grande y mi
padree stabad estacadoa hít emporalmente,a
guardandoa signaciones de un puesto final, y de
seguro un viaje más distante y peligroso. Barranca
era un lugar civilizado donde llegaban lanchas
grandes sin mayores problemas. De allí, mi padre fue
enviado a Borja, una guarnición más pequeña y más
adentro de la selva, con poco tráfico fluvial y menos
gente. En ambos lugares, mi padre era un oficial
subalterno. Finalmente fue enviado a Pinglo, un
reducido puesto militar con pocos soldados y en lo
más recóndito de la selva peruana donde él sirvió
como jefe de guarnición. Para llegar a Pinglo, fuimos
por trocha —senderos en la selva— porque no
podíamos navegar el Pongo de Manseriche, corriente
arriba. Sólo se podía navegar de bajada. Entonces,
tuvimos que caminar por la empinada selva virgen,
teniendo a la vista por un lado, las altas montañas
verdes, y por el otro lado, los distantes picos nevados
de la Cordillera de los Andes. Un panorama increíble
e inolvidable.
Este fue un viaje memorable.Y o había visto
tantas películas de Tarzán en Iquitos, que mi
concepción de la selva se parecía más a la de
Hollywood que a la real jungla en la cual estaba
viviendo. Los preparativos para este viaje, tomaron
días y se nos asignaron guías y soldados para que
El Curso dE los ríos 79

nos protegieran. Era como una expedición de safari al


Congo, en el África. La misión de mi padre también
incluía transportar mensajes y suministros a Pinglo.Y
o me preparé como para una verdadera expedición,
incluyendo mi casco y un cuchillo, que había afilado
pensando que podía encontrar a los feroces tigres de
Johnny Weismuller.
Empezamos nuestra caminata muy temprano en
la mañana, entrando a un estrecho sendero de
espesa selva virgen, que tenía que ser despejada a
corte de machetes. La quietud era imponente,
perturbada sólo por el ocasional sonido de la
espesura vegetal al ser disturbada por los animales.
Los árboles eran enormes y húmedos y estaban
tan entrelazados creando una oscuridad en medio de
un pleno sol. Había agua por todas partes, pequeños
ríos con bellos peces, y si nos deteníamos lo
suficiente; veíamos más animales acuáticos, como
nutrias, tortugas y serpientes, siguiendo el camino
tranquilamente a su destino. A veces, encontrábamos
profundos cañones, que teníamos que cruzar por
troncos caídos y podridos que nos servían de
puentes. Por temor a caernos o no poder mantener
nuestro equilibrio, nos arrastrábamos como lagartijas,
agarrados fuertemente al tronco. Así, llegábamos al
otro lado donde los guías daban un suspiro de
gracias.
Nos cansábamos fácilmente debido al calor y el
peso de nuestros bultos o mochilas que resultaban
incómodos. Era necesario detenerse con frecuencia,
80 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

generalmente manteniéndonos en pie. No nos


atrevíamos a sentarnos en ninguna parte, porque no
había un lugar conveniente para descansar. El suelo
estaba húmedo y lleno de hojas, infestado con
tarántulas, serpientes y grandes hormigas. La mayor
parte del viaje uno se la pasaba imaginando los
peligros y preocupándose que lo peor podría suceder.
Por alguna razón, el viaje estaba más en nuestras
mentes que en nuestros pies, debido a las horribles
historias de las personas que viajaban por la selva.
Tarde, en la noche, llegamos a la guarnición, intactos
y contentos de que nada lamentable había pasado.
Este fuerte militar en medio de la selva, aparece
en la vida de mis recuerdos, como un lugar apacible.
No había nada más ahí que la gran selva verde, el
río, la lluvia y la estabilidad de las emociones
humanas. Los incas y los Andes estaban tan lejos,
que no eran mencionados en esta zona. Este lugar —
llamado Teniente Pinglo, porque este militar, que
posiblemente lo descubrió, murió allí— era un paraíso
natural. Aunque la muerte estaba siempre en el
horizonte, Pinglo era un agradable lugar para vivir,
siempre que uno estuviera y se mantuviera en buena
salud. La guarnición tenía tres o cuatro
construcciones de madera y palmas: una barraca
grande para los soldados, un almacén, una estructura
pequeña para el alojamiento del oficial de mando y
una cocina general para todos. La estructura artificial
más avanzada era la caseta para el telégrafo, en la
El Curso dE los ríos 81

cual un soldado recibía o transmitía mensajes en


código Morse.
Nuestra vivienda estaba construida como son las
típicas casas de la selva, sobre altos troncos de
madera como cimiento o base, debido a las
frecuentes y sorpresivas subidas del río.
Probablemente es la casa más atractiva en que yo he
vivido. Tenía ventanas abiertas, que permitían el paso
de la tibia brisa, siempre bien venida en este
debilitante y perpetuo calor.
Todos los dormitorios tenían mosquiteros de
gasa, cubriendo como carpa sobre las camas para
mantener fuera los murciélagos, mosquitos e
innumerables insectos. Recuerdo —como cuando
uno se levanta en la mañana y hace cosas que le
agradan— que acostumbraba agarrar a los
murciélagos que lograron introducirse en mi
mosquitero y estaban llenos de sangre que chuparon
de mis piernas durante la noche. Les estiraba las alas
y miraba sus misteriosas uñas y caras ¡Qué tal
juguete! Cuando terminaba de jugar con ellos, los
dejaba volar y veía cómo se colgaban del techo con
sus pequeñas garras y la cabeza abajo para dormir.
¡Así era la selva! Nadie daña a estos animales, a
pesar de que son una plaga. Son demasiado
numerosos y matar unos cuantos no los erradicaría.
En este lugar teníamos muchos animales que eran
nuestra compañía, entre ellos: tres guacamayos,
añujes (parecidos a un roedor), monos, un tigrillo y
una jauría de perros cazadores. Cuando cenábamos,
82 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

los perros estaban alrededor de nosotros porque ellos


habían cazado todo lo que comíamos. Un perro de
raza cruzada, llamado Bobby, viene a mi memoria.
Era grande, fuerte y el líder, porque podía seguir la
pista de cualquier animal y pelear hasta matarlo. Un
día mi padre y sus soldados fueron a una cacería —
llamada mitaya por los tribuales— y contaban cómo
Bobby peleó con un oso hormiguero, que incrustó sus
poderosasgarras en su lomo. ¡Pobre Bobby! Volvió al
fuerte sangrando, y a pesar deque todos lo cuidamos,
murió unos días después. Cuando se vive en la selva,
la muerte de un perro es muy sentida, porque esos
animales son parte de nuestra supervivencia y
protegen a sus amos hasta el fin de su existencia.
La vista de nuestra casa era panorámica.
Podíamos mirar el río todo el tiempo, siempre
cambiando en velocidad, anchura y nivel. ¡Cómo me
gustaban esas mañanas desayunando carne
enlatada con yinguire frito (grandes bananas
saladas), seguidas con jugo de naranjas frescas y
dulces recogidas justo frente a la ventana del
comedor! En este fuerte no teníamos escuelas, pero
sí niños, los hijos e hijas de los tribuales como los
aguarunas y huambisas que llegaban para visitar y
comerciar y eran nuestros amigos y vecinos. Mi
padre, viendo que no había escuelas, formó una.
Ordenó a un sargento que podía leer y escribir, que
fuera nuestro maestro. Sus instrucciones fueron que
teníamos que aprender todo lo que él enseñase,
aunque la letra“ entrase con sangre”. Nuestro salón
El Curso dE los ríos 83

de clase era una cabaña construida con madera de


pona, hojas de palma por techo, y ventanas típicas,
que eran, básicamente, largas aberturas en las
paredes de madera, que permitían la entrada de la
luz y el viento. No tenian vidrios o malla finapara
protegernos de los mosquitos. Los niños de las tribus
eran muy juguetones. Sus cabellos estaban
meticulosamente cortados, como si se hubiera puesto
un“ mate” sobre cada cabeza, y siguiendo sus
bordes. Creo que esos niños eran más inteligentes
que mi tío y yo, o tenían mayores ansias de aprender,
porque el sargento nos castigaba continuamente,
restregando sus manos sobre nuestras orejas, a
veces hasta el punto de hacerlas sangrar, pero no
hacía lo mismo con nuestros compañeros selváticos.
Recibíamos clases sólo en la mañana, alrededor
de dos horas, debido al clima caluroso o quizás,
porque el sargento se cansaba de castigarnos o no
tenía más que enseñar. Libros, papel o lápices eran
escasos y apenas los teníamos. Al mediodía,
quedábamos libres para correr por el campamento, ir
al río, o mejor todavía dirigirnos a un riachuelo de
aguas transparentes en el espeso y cercano monte —
selva adentro— donde nadábamos y buscábamos
grandes camarones.
El riachuelo era una naturaleza increíble y llena
de sorpresas. Uno podía ver alrededor, cuán
profunda e impenetrable era la selva e imaginar cómo
lo sería más adentro. El continuo canto de las aves y
los gritos de otros animales, eran a ratos, tenebrosos
84 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

y espeluznantes. La mayor amenaza eran las


serpientes, que algunas veces, nadaban sorpresiva y
desapercibidamente hacia donde estábamos.
A menudo, veíamos ciervos y otros animales
grandes llegar al lugar donde estábamos para beber.
Es increíble recordar ahora, que quizás estuvimos en
el fin del mundo, y sin embargo; teníamos nuestro
propio cocinero, un ordenanza algo así como un
mayordomo, y toda la ayuda que necesitábamos,
porque los soldados hacían algunas tareas
domésticas.
Una vez durante mi primer viaje a la selva de
Puerto Maldonado, al día siguiente de nuestro arribo,
se le dijo al ordenanza que recogiera un poco de
fruta. Fue al monte, que estaba muy cercano y
regresó con un saco lleno de frutas diferentes, que ni
siquiera sabíamos cómo comerlas. Era la primera vez
que vi una papaya y chupábamos erróneamente las
pepas, creyendo que ésa era la parte comestible.
Para nuestro asombro eran amargas.
Pasó más de un año, mi padre fue trasladado a la
guarnición de Cahuide para reemplazar a un teniente
que había fallecido. Este fuerte era el más lejano en
la parte alta del río Santiago en la frontera con el
Ecuador, y también el más pavoroso lugar a donde un
militar podía ser enviado. Se cuenta que este oficial,
joven y soltero se emborrachó y tomó, solo, una
canoa para ir río abajo, al siguiente poblado, que era
más habitado, y donde posiblemente, había mujeres.
Nunca retornó a su puesto. Dos semanas después,
El Curso dE los ríos 85

encontraron una de sus botas con un hueso y algo de


sus músculos, aún dentro del calzado. Me imagino
que las pirañas lo devoraron.T iempo después, los
soldados contaban historias de cómo el joven
comandante de la distante y aislada guarnición había
sido un tirano, que acostumbraba castigar
severamente a sus subordinados, por lo que era
odiado por todos ellos. Se suponía que podía haber
sido asesinado. Esa no era una historia poco común.
Aunque mi padre se llevaba bien con su tropa, en
esos lugares remotos él era precavido con los
soldados cuyos antecedentes y sus motivos no eran
conocidos; especialmente, porque estábamos muy
cerca a otro país con el cual habíamos tenido una
guerra. Ese era el destino que corrían algunos
militares que fueron enviados a los profundos
infiernos de la selva peruana.
Este viaje sería el más peligroso de todos. Más
arriba, el río tenía menos profundidad, rabiones y
grandes remolinos, que podían tragarse una
embarcación. Debido a las fuertes corrientes, las
canoas debían ser grandes e impulsadas por un
motor fuera de borda.
Este viaje a Cahuide estará siempre en mi mente
y mi corazón, porque moldeó mi alma hacia la
filosofía de la insignificancia de la vida y la etérea
existencia que llevamos en esta tierra. Esto aquí era
una realidad, en una naturaleza desnuda, donde el
hombre era tan sólo un intruso.
86 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

La navegación aguas arriba por el río Santiago


hacia la guarnición de Cahuide duró una eternidad, y
es donde mis recuerdos de la selva se hacen más
vívidos e inolvidables. Más tarde, llegué a leer sobre
la exploración de Alexander von Humboldt al Orinoco,
que le tardó cerca de cinco años y, probablemente,
cubrió menos distancia que nosotros. Como
mencioné anteriormente,T eddy Roosevelt, también
pasó tiempo viajando por los rápidos de la selva
brasileña y encontró numerosos desastres naturales y
enfermedades, donde se llegó a dar cuenta que
estaba al final de su juventud y no podía dominar la
selva, tal como lo había hecho en otras partes del
mundo en sus años de presidente de ese poderoso
país del norte.
Los preparativos para el viaje fueron arduos y
prolongados.
Para ir a Cahuide, en ese entonces, uno tenía
que decir“ adiós” al mundo.Las posibilidades de
regresar eran escasas, y más aún, no se
acostumbraba llevar a la familia a lugares como ése;
pero la lealtad de mi madre hacia mi padre era tanta,
que lo siguió, llevándonos a nosotros dos. Mi padre
hizo que tuviéramos un viaje cómodo y lo más seguro
posible. Él se adaptaba a cualquier situación y se
volvió casi en un hombre de la selva. Escogió los
mejores remeros entre los soldados y contrató un
guía de las tribus. Estos guías eran necesarios
porque conocían esos ríos como las palmas de sus
manos, y usualmente, trabajaban a cambio de recibir
El Curso dE los ríos 87

machetes, rifles y ropa. Para atender el motor fuera


de borda de la canoa, que frecuentemente se
descomponía; necesitábamos una persona con
experiencia en mecánica. Para esto, contábamos con
el —memorable— teniente Guillén, un viejo oficial
que también debía ir a Cahuide para reparar un
refrigerador, inspeccionar el telégrafo y componer
otros artefactos, incluyendo rifles. Llevábamos todas
las provisiones con nosotros: pescado seco, fariña,
carne enlatada con etiquetas americanas, sal y otras
conservas.
En un lluvioso y tormentoso día, ya olvidado por
el tiempo, nos despedimos de la guarnición de Pinglo,
de los soldados, de los niños de las tribus, y
principalmente, de los animales que habían sido
nuestras mascotas.“ Pantaleón”, el guacamayo, fue el
más difícil de abandonar para mi tío. Los perros
corrían ladrando de arriba a abajo por la ribera como
si presintieran que este era un“ adiós” para siempre.
El joven Cóndor estaba acostumbrado a la tristeza y
el vacío de las despedidas, dejando lugares,
personas y animales a los que les había tomadoc
ariño.E sto,e ventualmente,l ec ausaríau ne stadop
ermanente de melancolia que lo acompañaria en su
vuelo por este mundo.
El río era tibio, oscuro como el barro y lucía
amenazadoramente peligroso. Parecía un ataúd
líquido que podía enviarnos al otro mundo en
cualquier momento. La canoa en la que viajábamos,
tenía entre quince y veinte pies de largo. La madera
88 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

era oscura y la embarcación había sido hecha


cavando el tronco de un árbol verde y gigante. No
había piezas ni junturas, y las marcas del hacha eran
visibles desde el momento en que se abrió el corazón
de este majestuoso, enorme y viejo árbol, que
fácilmente podía convertirse en nuestra última
morada.
En la mitad de la canoa, había una sombrera
hecha de ramas y hojas de palma, que serviría para
protegernos de los elementos. Esta era el área
doméstica, que sería nuestra casa en los días
venideros. Todos tuvimos que tomar posiciones. El
teniente Guillén iba en la popa, atrás de la canoa, a
cargo del motor y el timón. Un segundo hombre
estaba ubicado en la proa y operaba al frente de la
embarcación, con un palo largo o “tangana” con el
que medía frecuentemente la profundidad del agua y
nos protegía de los objetos que flotaban en el río.
Usaba un remo especial para maniobrar en casos
necesarios, como la súbita presencia de un remolino,
y su tangana, si un tronco repentinamente aparecía,
avisándonos a gritos al mismo tiempo. Este“
tanganero” tenía gran experiencia, debía ser rápido y
muy observador todo el tiempo, porque nuestras
vidas dependían de su habilidad. Los tanganeros
eran, generalmente, hombres de las tribus y conocían
muy bien las aguas de los ríos. Ellos eran los
especialistas, llamados guías, y nosotros sabíamos
que nuestra seguridad estaba en sus manos.
También teníamos dos soldados, uno a cada lado,
El Curso dE los ríos 89

para remar cuando fuera necesario; algunas veces,


por ahorrar gasolina, otras para obtener más poder
cuando nos atracábamos, o las corrientes eran
demasiado fuertes para el motor.T odos teníamos
que remar, incluso nosotros que no éramos de la
tripulación, pero servíamos para ayudar en malos
ratos, y eso era frecuente.
El viaje era monótono, triste y largo. Pasábamos
el tiempo pensando en la incertidumbre de la vida, la
inmensa soledad y lo efímero de nuestra existencia.
Siempre atentos, esperando el momento fatal,
avanzábamos ya sea remando, a puro motor, o
usando ambos medios, manteniéndonos siempre
cerca de la orilla. Desde nuestra canoa, que se
deslizaba despacio, lenta y precariamente, veíamos
la selva que era muy tupida y parecía un manto de
espesura verdísima, a través del cual uno no podría
atravesar siquiera un dedo. El ruido de los numerosos
insectos y pájaros, eran tan persistente e interminable
como si un millón de grillos estuvieran en un mismo
lugar.
Pasaban los días y el tiempo cambiaba
continuamente. A ratos, todo estaba
indescriptiblemente claro con un cielo azul y un
caluroso sol brillante; las aguas corrían tranquilas y la
humedad era insoportable. Después,
sorpresivamente, llegaban las tormentas y las aguas
se embravecían de una manera que nunca había
visto, a pesar de haber navegado en ríos de otros
continentes, muchos años después.
90 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

El agua caía como si fuera arrojada por gigantes


baldes, aumentando el caudal del río y convirtiendo
las aguas bajas y tranquilas en verdaderos torrentes.
Las orillas eran erosionadas por los rápidos y la
creciente marea arrasaba la tierra y arrancaba en su
recorrido los árboles desde sus raíces.
Las furias de las tormentas nos dejaban
empapados, asustados y hambrientos. Los truenos
retumbaban y los rayos relampagueaban tan cerca de
nosotros, que parecía que veríamos el fin del mundo
en cualquier momento.
Por momentos, los rayos prendían fuegos en la
selva lejana y nosotros nos alegrábamos, pensando
que eran las fogatas de una aldea, y que quizás
había gente ahí.
En la tarde, buscamos un lugar donde acampar.
Esto era lo más difícil de encontrar, porque no había
una sola área de la orilla que fuera plana, desprovista
de vegetación o que ofreciera seguridad, y si
hubiéramos podido encontrarla, siempre estaría llena
de serpientes, insectos y otros animales, como el
jaguar, buscando su presa. Usualmente, el mejor
lugar para descansar era una playa arenosa en medio
del río, formada cuando las aguas bajaban, pero en
este tramo rara vez se encontraba un lugar como ése.
Entre todas las veces que he creído estar cerca
de la muerte, hay un episodio que nunca olvidaré.
Fué tan místico y etéreo que desde aquel entonces —
probablemente— he tenido la vida prestada.
El Curso dE los ríos 91

Todo sucedió en una tarde de copiosa lluvia.


Estábamos exhaustos por los días de viaje,
disentería, la falta de comida y el poco movimiento en
esa angosta canoa. Nos sentíamos hipnotizados por
los ruidos monótonos de la selva, el rugir del río, las
lluvias y el sonido incesante del motor. Yo estaba
durmiendo con mi cabeza sobre la falda de mi madre,
cuando de pronto, ella estalló en alarmante grito y
exclamó: ¡Dios mío! Mi padre se paró alarmado y
gritó: ¡Mira!, ¡mira! Yo desperté bruscamente y vi al
guía —el tanganero— en la proa que, con su oscuro y
sudoroso cuerpo casi desnudo hacía movimientos
inútiles y torpes con el remo, mostrando un rostro
lleno de pánico. El timonel, teniente Guillén, se
levantó apresuradamente y empujó la palanca del
motor hacia la derecha, casi hasta el punto de
romperla, mirando tembloroso, con los ojos llenos de
terror, aquello que estaba al lado de nosotros. ¡Ahí
estaba!, justo pasando por nosotros, con nuestra
canoa al borde. La proa de la embarcación había
estado enfilada hacia las profundidades de un
enorme y negro agujero de aguas turbias. Era el
remolino más grande que podía uno imaginarse.
Parecía un tornado deT exas, pero formado por agua,
tan profundo como una enorme caverna; silbando y
girando a tal velocidad, que acallaba el sonido del
motor. Era tan ancho, que el lado opuesto del
embudo parecía como una orilla. A medida que
pasaba rápido y arrogante, nosotros podíamos ver
nuestra canoa y nuestros cuerpos siendo arrastrados
92 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

y succionados a sus profundidades y yo sabía que ya


estaba muerto. ¡A veces, uno ve que la vida se le
escapa y no hay nada que se pueda hacer!
Repentinamente, todos quedamos congelados
mientras el río arrastraba nuestra canoa corriente
abajo. Estábamos petrificados y todo se paralizó;
mayormente porque ¡habíamos logrado superar lo
imposible! ¡Estábamos vivos! Creo que todos
lloramos en silencio. Tímidamente, surcamos hacia la
orilla y permanecimos ahí por varios días. El temor al
río vivía en todos nosotros. Después, el viaje fue más
lento y cuidadoso y el tiempo no tenía importancia. A
partir de ese percance, creo que a nadie le importaba
si llegaríamos a nuestro destino.
Recuerdo otro episodio en este peligroso viaje,
que casi también nos trajo cerca a la muerte.
Paramos para pasar la noche en una casa
abandonada, ubicada —quién sabe dónde— en el
medio de un monte desconocido. Estaba lloviendo, y
por fin, íbamos a dormir en una casa; pero los
murciélagos habían hecho de ese lugar su mansión y
los árboles con sus ramas se habían apoderado de
todos los rincones. La casa era más una amenaza
para la vida, que un lugar donde sentirse seguro;
¡pero era casa! y nosotros decidimos permanecer ahí.
Después de estar mucho tiempo en espacios
reducidos en la canoa, ahora podríamos colgar
nuestras hamacas, tendernos en ellas y estirarnos.
Nuestras provisiones estaban casi acabadas, pero
aún teníamos algunas latas vacías de carne, que
El Curso dE los ríos 93

habíamos guardado para intercambiarlas con las


diferentes tribus.
Como aún quedaban algunos restos de carne en
los bordes internos de las latas, decidimos hervirlas
todas juntas para dar algún sabor, o conseguir grasa
de esos grisáceos recipientes. Le dimos el nombre de
“sopa de latas”. El aceitoso y amarillento líquido,
realmente tenía buen sabor, particularmente en ese
día tan lluvioso, y lo consumimos. Después, fuimos a
buscar fruta y encontramos una muy rara, parecida a
la guayaba, que tanto yo como los otros nunca
habíamos comido. Se llamaba taperibá. La pepa era
espinosa, pero su pulpa era dulce y jugosa, así que
nos hartamos de ella.
Al anochecer, el teniente Guillén encendió su
confortable lámpara Coleman a gasolina, y pudimos
ver que el lugar estaba lleno de mosquitos y
murciélagos. La abierta entrada de la casa, tenía
postes de los que colgamos nuestras hamacas, y
valerosamente nos acostamos en ellas. El teniente
Guillén tenía un bastón con el que movía su hamaca
continuamente, aun estando profundamente dormido,
para espantar a los mosquitos y crear algo de brisa.
Todos sabíamos de los peligros de la noche. Nos
preocupaban los indígenas de las tribus y nos
preguntábamos qué habría pasado con la gente que
había vivido en esta casa, y por qué la habían
abandonado.
Alrededor de la medianoche, escuché a uno de
los soldados que corría apurado hacia la orilla y
94 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

volvía gimiendo. Seguidamente, el teniente Guillén


corrió hacia el río. Luego, mi padre, mi madre, mi tío y
yo. Todos teníamos disentería y nunca olvidaré lo mal
que nos sentíamos. Hasta el guía también estaba
enfermo, a pesar de ser un hombre de monte muy
robusto, que estaba casi inmune a esos problemas.
Permanecimos en la casa cerca de una semana;
adoloridos, postrados y afiebrados, yendo a la orilla,
casi tan pronto como habíamos regresado a nuestras
hamacas.
No había comida ni ganas de comer. Sólo
podíamos beber mates de yerba luisa (una infusión
hecha con las hojas de una hierba con sabor a
menta), que las tribus usaban para tratar trastornos
estomacales. Mientras yacíamos débiles, indefensos
y sin ayuda, la lluvia torrencial nos azotaba
despiadadamente. Estábamos en un estado de delirio
—sintiéndonos ya, uno, con la naturaleza—
disfrutando, sólo por momentos, la quietud de la
ausencia de lluvia y truenos.
Siendo ahora un médico, puedo conjeturar sobre
lo que habría sido la causa de nuestra enfermedad:
los restos putrefactos de carne en las latas contenían
algo más que simples amebas u otros parásitos. Esa
infección que nos atacó, fue, seguramente, debido a
una bacteria mucho más tóxica. En cualquier caso,
sobrevivimos —por segunda vez— en este viaje.
Pero esa infección pudo habernos causado una
muerte muy lenta y dolorosa. Si hubiéramos sido
El Curso dE los ríos 95

succionados por el remolino, habríamos tenido un fin


más rápido, pero más piadoso.
En fin, no podíamos escoger, pero de algún modo
logramos continuar nuestra odisea. De nuevo
estábamos remontando río arriba en el Santiago y
avanzábamos a lugares más lejanos, donde las tribus
eran más visibles y estaban siempre presentes.
Gentes amigables: aguarunas, huambisas y
ocasionalmente jíbaros, conocidos por reducir
cabezas humanas, y quienes vivían en la selva más
profunda. Era siempre agradable llegar a sus aldeas
por el río. Sus poblados eran oasis en la densa selva,
parches de suelo rojo y arenoso, limpio de malezas,
con cabañas construidas en círculo. Mujeres,
hombres y niños de toda edad, casi desnudos, hacían
sus tareas domésticas con calma y eran siempre muy
curiosos.
Ahí podíamos comer hasta saciarnos y con
mucha satisfacción. Había mucho pescado seco y
yuca, y podíamos también conseguir carne de mono,
tortuga, culebra, paujil (un pájaro grande y negro con
cresta roja), sajino (un cerdo salvaje) y sachavaca,
animal parecido a la vaca. Permanecimos ahí por un
día o dos y casi llegamos a ser parte de la tribu;
mientras nuestros cuerpos y espíritus eran
renovados.
Las mujeres y los niños mascaban yuca y la
escupían dentro de un recipiente parecido a una
canoa. Esa masa —similar a una pasta— se
fermentaba debido a las propiedades químicas de la
96 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

saliva y se convertía en una fuerte bebida alcohólica


llamada masato. Esta blanquecina preparación era
siempre ofrecida en todas las aldeas de las tribus
como un gesto de bienvenida, y nunca podía ser
rechazada. Pienso que ese fue mi primer contacto
con el alcohol y recuerdo su sabor dulce y espeso
como un batido de helado y leche. Creo que nadie se
preocupaba por la saliva, porque la yuca era
mascada sólo por mujeres jóvenes y niños.
En esas aldeas negociábamos con las tribus
algunas baratijas e intercambiábamos información
valiosa sobre las condiciones del río, las tribus
hostiles y los peligros del viaje río arriba. También
conseguíamos buenas provisiones de paiche
ahumado y otros peces, además de carne, yuca y
comida seca, como la fariña. A medida que
navegábamos más día tras día con tormentosas y
torrenciales lluvias a través de rápidas corrientes, nos
deteníamos con frecuencia en las aldeas de las tribus
y descansábamos más a menudo. Conforme el río
Santiago se alejaba del Marañón, se volvía más claro
y apacible en algunos tramos. Finalmente, estábamos
cerca de la guarnición de Cahuide, lugar donde
viviríamos por cuatro años, sin tener noticias del
mundo exterior.
En un día claro, mientras nos acercábamos a ese
retirado puesto militar fronterizo con el Ecuador,
desde la distancia íbamos viendo una alta y circular
estructura hecha de madera balsa y pona (madera
fuerte de color gris oscuro). Ésta era la réplica de un
El Curso dE los ríos 97

torreón de observación de la fortaleza inca de


Sacsayhuamán en el Cuzco, donde el último guerrero
inca, Cahuide, luchó bravamente contra los
españoles en 1536. Al tope de la torre de madera
estaba la estatua de Cahuide, trabajada en madera
balsa, presentándolo con todos sus atavíos (sus
plumas y su brillante capa roja), y esgrimiendo
amenazadoramente una macana (arma hecha con un
mango de madera y una rodela de piedra en su
extremo).
“De acuerdo a los cronistas, Pizarro conquistó el
norte del Perú, pero encontró resistencia en el sur del
país, en Cuzco, donde los incas estaban tratando de
recuperar su imperio en 1536. El conquistador tenía
tres hermanos, quienes lo ayudaron en la conquista.
El adversario inca más valeroso para ellos fue
Cahuide.
Después de ejecutar al Inca Atahualpa, Pizarro lo
reemplazó con un Inca títere llamado Manco. De ese
modo, los españoles podrían continuar la conquista
con el apoyo de un soberano de ese imperio. Sin
embargo, el nuevo gobernante aceptó el
nombramiento con la idea premeditada de crear una
sublevación y recuperar su imperio. Fue así que éste,
comenzó a organizar al ejército inca, mientras los
españoles se dedicabana e xplotars usn uevost
erritorios.S ine mbargo,a lgunosd el os propiosh
ombresd eM ancoI nca,q uee ranl ealesa l ose
spañolesc ontaron sus planes a Juan Pizarro, quien lo
apresó. Con promesas de traer más oro, Manco Inca
98 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

convenció a Hernando Pizarro de que lo liberara. El


Inca empezó a reunir sus tropas nuevamente,
mientras simulaba conseguir mayores tesoros. Juan
Pizarro fue a recapturarlo, pero en ese momento,
Manco tenía ya miles de guerreros y se enfrentaron
en una batalla. Los españoles apenas pudieron
resistir, y sin alternativa, Juan, Gonzalo y Hernando
Pizarro se encontraron sitiados dentro del Cuzco con
menos de doscientos españoles, pero con muchas
tropas incas leales a ellos. Arriba de la ciudad, estaba
emplazada la famosa fortaleza de Sacsayhuaman,
cuya grandiosa estructura aún puede ser admirada.
Hacia el Cuzco, la fortaleza tenía una pared de mil
doscientos pies de largo. Atrás, la edificación tenía
dos terrazas construidas en forma escalonada y del
mismo largo. Todos estos muros fueron hechos con
piedras de gran tamaño y tonelaje.
Esta fortificación al principio estaba dominada por
los incas, y esto les daba gran ventaja sobre la
circundada ciudad. La única forma en que los
españoles podrían salir, consistía en apoderarse de
ese privilegiado lugar. Esa sería su última esperanza
o morirían de hambre. En un desesperado esfuerzo,
enviaron a Gonzalo para tomar esta fortaleza. La
lucha fue furiosa y muchos soldados murieron.
Debido a una severa hambruna dentro de la sitiada
ciudad, tuvo que hacerse un segundo intento para
tomarla, acción que estaría dirigida por Juan Pizarro,
quien era conocido entre los españoles como un buen
guerrero.
El Curso dE los ríos 99

A la caída del sol, Juan y sus hombres asaltaron


Sacsayhuaman. La entrada estaba cerrada por dos
grandes piedras, que los invasores removieron
aunque con gran dificultad. Una vez adentro, se
encontraron entre dos altas paredes. En ese
momento, cientos de guerreros incas, casi los
capturaron. Juan mantuvo la mitad de sus hombres
continuando la lucha, e ingresando a la segunda
terraza. Casi perdida la batalla, los incas tuvieron que
refugiarse en las torres. Los españoles debían tomar
esas dos últimas posiciones. Juan Pizarro atacó la
primera y fue herido en la mandíbula. Incapacitado
para usar su casco de hierro, un guerrero inca le
destrozó el cráneo con un certero tiro de honda.
Mientras yacía moribundo, Juan arengaba a sus
hombres a mantenerse en la lucha; pero este héroe
murió allí. Al final, los incas mantuvieron el control de
la batalla.
Hernando hizo otro intento de tomar las torres.
Entre los defensores de la segunda torre, se hallaba
un“ Hércules Inca” valiente e intrépido,C ahuide,q
uienc ontuvoa l ose spañoles,l anzándolosd el ase
scaleras a medida que iban subiendo para tomarla.
Su valor era tan grande y tanta la admiración de los
contrarios por su denuedo, que Hernando Pizarro dio
estrictas órdenes para que no lo mutilaran o hirieran.
Querían subyugarlo, pero no matarlo. Los españoles
apoyaron numerosas escaleras contra la torre y
atacaron simultáneamente a ese último guerrero inca.
Mientras tanto, Hernando Pizarro, en voz alta, trataba
100 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

de intimidar a Cahuide para que se rindiera,


prometiéndole que su vida sería respetada. Pero el
Hércules bronceado, sabiendo que todo estaba
perdido, tomó un puñado de tierra —la frotó sobre su
cara y tragando algo de ella— cubrió su cabeza con
un manto y se lanzó de lo alto de la torre. Fue en ese
momento, el de su autosacrificio, cuando la fortaleza
fue finalmente tomada y los españoles consolidaron
su conquista”.
La estatua de Cahuide que la guarnición levantó,
miraba desafiante hacia el norte, en el borde de la
frontera con Ecuador, donde en 1940, ambos países
sostuvieron una guerra en la cual murieron soldados
de ambos bandos.
Finalmente, nuestra canoa arribó al río Yaupi, un
tributario pequeño, que desciende desde el Ecuador,
y desemboca en los comienzos del río Santiago. Las
aguas del ríoY aupi son muy claras y permiten ver
lospeces nadando tranquilamente. Siempreque
pienseenunparaíso—en mi otra vida— será este río el
lugar que desearé con todo mi corazón.
Afortunadamente, nuestras horrorosas
experiencias terminaron. Salvos y exhaustos, fuimos
recibidos por los soldados y conforme subíamos
hacia el fuerte, el centinela bajaba hacia nosotros, y
al llegar, saludó a mi padre, el nuevo comandante de
la guarnición de Cahuide, quien venía a reemplazar al
oficial anterior, que había muerto.
Esa pequeña guarnición militar a la orilla del río
Yaupi, tenía edificaciones de madera. La primera era
El Curso dE los ríos 101

nuestra casa, construida sobre postes —tambiénde


madera— debido a las frecuentes crecidas de las
aguas. Después, seguía el corral, y luego, un
comedor grande y la cocina. Cerca estaba la cuadra
para aproximadamente treinta soldados, y más lejos,
la estación del telégrafo. En esa guarnición no había
electricidad, agua potable, tampoco médicos,
escuelas, ni radio. Todo lo que teníamos era la
plenitud de la selva virgen y el río. Sin embargo, esa
guarnición nuestra era mejor que la de Vargas Guerra
o la de Gueppi, consideradas más temidas porque
eran más inaccesibles y estaban en selvas más
peligrosas.
Aunque vivíamos en la región más alejada de la
selva amazónica, teníamos —nuevamente— el
privilegio de ser servidos por toda la gente que estaba
a nuestro alrededor: un cocinero, un enfermero —que
era un sargento— y un ordenanza. El comedor era un
lugar placentero, con muchas plantas colgantes.
Estábamos rodeados de riachuelos, arbustos, árboles
y había pájaros de todos los colores volando por el
espacioso y abierto comedor. Era un lugar como el
que muchos hoteles sofisticados, hoy, tratan de imitar
para crear un ambiente de fantasía natural.
La pieza de mayor lujo que poseíamos, era un
viejo refrigerador a gas. No funcionaba, pero su
reparación era uno de los proyectos del teniente
Guillén. Él trató de arreglarlo, pero sin resultado
porque el aparato estaba corroído por la humedad del
102 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

clima. En la selva nada dura; solamente la naturaleza,


y sólo mientras ella está en la flor de su juventud.
El teniente Guillén era un mecánico“ bueno para
todo”. Arreglaba múltiples cosas que necesitaban
reparación; inspeccionaba todos los rifles y
ametralladoras, así como el telégrafo. Se pasó días o
meses poniendo las cosas en orden y a veces, tenía
que esperar por semanas los repuestos que le
llegaban en un avión de guerra, que acuatizaba en el
río.
Finalmente, llegó el día en que el teniente debía
regresar con el grupo que nos trajo a esta guarnición.
Estábamos muy apenados porque pasamos tantas
peripecias juntos y llegamos a ser casi como una
familia. En una triste mañana de aguacero, en la
misma canoa en que casi perdimos la vida, él y la
tripulación, el guía tanganero y los soldados, zarparon
río abajo deslizándose por la tranquila corriente,
mientras nuestros ojos se llenaron de lágrimas al ver
el último vestigio de civilización alejarse del lugar. Él
fue como un maestro y abuelo para mí. ¡El teniente
Guillén sabía de todo! Por días estuvimos
rememorándolo y maravillándonos de todas las cosas
que reparó. Hasta le dejó a mi padre un encendedor
de cigarrillos que fabricó usando rudimentarios
desechos de metal. Él y el guía tanganero, salvaron
nuestras vidas con sus conocimientos de la selva y
sus peligros.
En esta guarnición, mi padre era la persona a
quien todos acudían; aun para ejercer justicia entre
El Curso dE los ríos 103

las tribus. Pasaron días, meses y años, y pronto mis


zapatos fueron carcomidos por el enmohecedor y
húmedo clima y por las agresivas hormigas que
formaban ejércitos creando microcosmos de
destrucción. La descripción de un día podría definir la
monotonía de todos los años que pasamos ahí. Las
únicas interrupciones de esta rutina eran las
catástrofes naturales, enfermedades y la muerte, que
siempre estaba a nuestro lado. La guarnición era
como una central de intercambio para todas las tribus
circundantes, incluyendo a los agresivos jíbaros, que
venían para negociar y visitarnos. Mi padre tenía que
estar atento a las ubicaciones de estas personas.
Aunque algunas tribus eran ecuatorianas y otras
peruanas, ellos no tenían noción de fronteras, pero
los soldados de ambos países sí, y sus obligaciones
consistían en mantener los límites intactos.
En esos días, los límites entre Perú y Ecuador se
mantenían en choque; estableciendo cuánto de la
selva se despejaba y cuántos puestos militares eran
establecidos. Ganar un pie en la selva era una tarea
imposible que requería esfuerzo y atraía peligro para
cualquiera. Muchos de los soldados eran tribuales
reclutados por sus habilidades particulares, tales
como cazar, navegar los ríos, conocimiento del monte
y experiencia en infiltración. Incluso, había espías por
ambos bandos en la frontera.
Las provisiones eran un problema constante.
Nuestros mejores días de fiesta eran cuando un
barco pequeño arribaba, vendiendo toda clase de
104 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

artículos para sobrevivir, incluyendo pólvora, rifles,


sal, ropas, clavos y comida enlatada. Visitar este
pequeño barco fluvial, era como ir a la más selecta
tienda de una ciudad. El botetienda representaba
nuestro único contacto con la civilización.
Una vez nos quedamos sin recibir suministros por
seis meses debido al naufragio —en los rápidos— de
un barco que hacía servicio regular de distribución de
productos. Lo que más necesitábamos era sal, que
en esa zona era tan valiosa como el oro (debido a su
escasez, y en algunas partes de la selva podía ser
negociada como ese metal). La falta de ésta, en ese
clima caliente donde se transpira a caudales podía
percibirse constantemente. Nuestra necesidad
orgánica de este producto químico era tan esencial,
que la habríamos lamido directamente del suelo, si la
hubiéramos encontrado en este terreno cubierto por
estratos de hojas caídas durante milenios.
Los soldados acostumbraban ir a un lugar lejano
y peligroso donde había un arroyo de agua mineral,
pero su contenido salino era muy bajo y el agua muy
difícil de ser transportada. La solución era pulverizar
escamas secas de pescado y esparcirlas encima de
las comidas, como un sustituto del preciado producto.
Así vivimos por meses, hasta que algunos víveres
nos fueron arrojados desde un avión. ¡Oh! Esas
provisiones que nos soltaron desde el aire, fueron
nuestra salvación. Solíamos lamer esas barras de sal
por horas, sin sentirnos satisfechos.
El Curso dE los ríos 105

En Cahuide, fui introducido a la rudimentaria


medicina tropical. Las infecciones de los ojos, oídos y
piel eran permanentes. Nuestro pasatiempo favorito
era ir al río Yaupi durante el caluroso día y nadar
cuanto fuera posible. En la noche, después de haber
nadado en estas aguas, despertaba con un dolor de
oídos muy severo, que empeoraba con el estruendo
de los truenos. No había médicos, ni medicinas. Los
curanderos le dijeron a mi madre que pusiera orines
previamente descompuestos en mis oídos. Esa era la
única curación disponible. Recuerdo que ambos
oídos me supuraban y el dolor en las noches era peor
que en el día. Otros problemas constantes eran las
infecciones de los ojos. Los míos estaban llenos de
pus y los mosquitos se daban un festín en ese líquido
amarillo que copiosamente salía de mis ojos. No
había antibióticos, y se nos terminaron las gotas para
los ojos, que yo creía eran de yodo, porque olían
como tal; pero, más tarde, supe que se trataba de
nitrato de plata. El tratamiento final era uno que
siempre recordaré. Dos o tres soldados sujetaban mis
brazos y piernas, mientras mi madre apretaba un
limón dejando caer en cada uno de mis ojos dos o
tres gotas de este jugo de esos ácidos frutos de la
selva, que en esa zona se dan abundantemente.
Esa manera de curar, cruelmente, erradicaba la
infección de los ojos, pero el ardor era tan terrible,
que fácilmente podía ser considerado como una
tortura. Pienso que esas medicinas folclóricas
curaban muchas enfermedades menores, pero no
106 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

creo que sea puramente coincidencia que


actualmente yo sea sordo del oído derecho.
Otra afección común que prevalecía en la selva
era la parasitosis.T eníamos todos los parásitos y
lombrices que había en la selva. Una vez al mes,
temprano —en la mañana— tomábamos “Tiro
Seguro”, una horrorosa medicina oral contra toda
clase de parásitos intestinales; era una poción que se
ingería con el estómago vacío, en ayunas. ¡Tenía un
sabor horrible!, algo así entre ácido y amargo.
Después de correr al baño todo el día, nuestras
deposiciones eran como fideos, por la increíble
cantidad de variadas especies de lombrices que
podían distinguirse. Estoy seguro que sufríamos de
amebiasis crónica y teníamos otros organismos
microscópicos que ni siquiera sabíamos que existían.
Como no había leche, recibíamos calcio por vía
intravenosa una vez por semana. El enfermero,
después de muchos intentos introducía una aguja
grande y gastada en nuestras venas. Calmadamente
inyectaba la clara solución, mientras observaba
nuestras reacciones. Su modo de tantear para
aminorar o detener el flujo de la enorme ampolleta de
calcio gluconato era ver que no nos pusiéramos
enrojecidos, mareados, y algunas veces, hasta nos
desmayábamos. Es un milagro que ninguno de
nosotros sufriera un paro cardíaco, considerando que
uno de los efectos del calcio es actuar directamente
en el corazón.
El Curso dE los ríos 107

Sin embargo, esa peligrosa infusión directa de


calcio fue —aparentemente— buena para mis
dientes, puesto que todavía los tengo todos. Podría
continuar mencionando la gama de enfermedades, es
suficiente decir que sobrevivimos, porque quizás,
éramos inmunes o resistentes a tantos males
tropicales como la lepra y otros desconocidos y
mortales.
Algunas veces se tenía que evacuar soldados
heridos que necesi-taban inmediata ayuda, esto se
hacía por medio de aviones de guerra P-47, que
habían sido adecuados para acuatizar sobre el río.
Muchos de los soldados sufrían de mordeduras de
serpientes, huesos fracturados y condiciones agudas.
Las guarniciones perdían soldados a menudo, debido
a enfermedades o a deserción. La llegada de esos
magníficos aviones, fabricados en los Estados Unidos
para la Segunda Guerra Mundial, eran un
entretenimiento para nosotros en la guarnición.T odos
bajábamos a la orilla para admirarlos, los pilotos
nunca salían de sus cabinas, se les veía muy
indiferentes. Nos miraban como si fuéramos salvajes
o seres inferiores. Los hombres enfermos eran
acomodados como piezas de carga en el asiento de
atrás y el avión partía rugiendo sus motores
estruendosamente por el tranquiloY aupi, que servía
de aguas de despegue y acuatizaje, causando un
caos entre las aves y otros animales alrededor de
esta selva virgen.
108 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Las tribus vecinas estaban siempre muy


intrigadas y en sus grupos nadie aceptaba el morir
por causas naturales. Frecuentemente, ellos atribuían
esas muertes a hechicerías, y en consecuenciasus
hombres estaban siempre guerreando para vengar la
muerte de sus familiares.
Una vez se dio la orden de capturar a un tribeño,
posiblemente un jíbaro, que lo estaban buscando por
mucho tiempo. Era temido por todos y se decía que
había matado mucha gente y se hallaba prófugo. Fue
apresado finalmente en la selva profunda por los
soldados y llevado a la guarnición. Se trataba de un
hombre corpulento y semidesnudo, que tenía cabello
negro y aplastado con una grasa roja y brillante, cara
desfigurada, piernas hinchadas, y su cuerpo lleno de
ampollas y nódulos. Todos huían de él, porque
estaba leproso, y se le tenía atado a un árbol. Mi
madre y yo le llevábamos comida y agua;
rociábamos“ Mercurocromo” en sus piernas y se las
untábamos con una crema maloliente que usaban los
lugareños. Él actuaba humildemente y estaba
agradecido hacia nosotros.
Mi padre hizo contacto con Iquitos para transferir
a este reo a la justicia. Recuerdo muy bien que la
respuesta llegó por código Morse cuando estábamos
cenando en la penumbra de un ruidoso y
semiiluminado anochecer. El soldado leyó el
mensaje, que —en clave— explicaba que el indígena
selvático, debía ser fusilado inmediatamente; puesto
que estaba acusado de muchos crímenes y había alto
El Curso dE los ríos 109

riesgo de que escapara. Mi madre empezó a llorar y


nadie terminó lo que estaba comiendo.
Mi padre se sentía muy triste e incapaz de llevar a
cabo esta sentencia, pero no podía desobedecerla.
Envió más mensajes por telégrafo para evitar esta
orden, sin embargo recibió la misma respuesta; el
prisionero debía ser“ fusilado” en cualquier lugar de
Cahuide. Como ése era un mandato superior, se hizo
así.
Recuerdo que el día de la ejecución fue fijado y
nadie pudo cambiar la sentencia. Era temprano, en
una mañana sin nubes, ni lluvia. Tres soldados
llegaron para llevarse al prisionero con el pretexto de
trasladarlo a otra guarnición. Después de un escaso
desayuno que le dieron los soldados, porque nosotros
no podíamos atenderlo por ser incapaces de controlar
nuestras emociones; el supuesto reo fue llevado al
monte con las manos atadas atrás. Los soldados muy
acongojados informaron al volver, que —a una corta
distancia— le habían disparado por la espalda tres
veces, y luego lanzaron su cuerpo al río. Ese día
terminó como cualquier otro, pero yo creo que mi
alma quedó endurecida para siempre. ¡Esa era la
justicia de la selva en aquellos días!
Al otro lado del río Yaupi estaba la frontera con el
Ecuador, que no tenía guarnición, ni soldados, por lo
que podíamos cruzar en cualquier momento. Mi
madre, mi tío y yo íbamos, con algunos soldados para
colocar cruces y despejar la vegetación de las tumbas
de los soldados caídos en el conflicto de 1940, que
110 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

fueron enterrados en ese lugar y que probablemente


eran peruanos o ecuatorianos. No había símbolos
religiosos o nombres; solamente espacios de tierra
floja, cubriendo esqueletos cuya carne fue
probablemente consumida por diferentes animales.
Pasó el tiempo y mi padre se volvió un cazador y
comerciante de estas selvas. Coleccionaba gran
cantidad de pieles de animales, como nutrias,
jaguares y caimanes. Con el tiempo, esa valiosa
mercadería llegó a llenar tres cuartos. Él
acostumbraba ir de cacería por varios días, con
soldados, guías y perros. A veces temíamos que
hubiera perdido la vida, porque pasaba mucho tiempo
monte adentro en mitaya, pero siempre volvía con
carne fresca o ahumada y muchas pieles. A menudo
nos traía animales pequeños recogidos después que
sus padres eran cazados.Y o los cuidaba, pero nunca
llegaban a ser buenas mascotas y por lo general,
morían, por negarse a comer o por soledad.
Recuerdo un añuje, que me regaló un huambisa. Este
bello animal, huérfano, era muy salvaje y difícil de
amansar y los tribeños me daban toda clase de
consejos para domesticarlo. Un tiempo después,
cuando ya el animalito se dejaba cargar y le
acariciaba su suave pelaje, y yo me sentía feliz de
tener un amigo, éste murió sorpresivamenteen mis
brazos. Creo que nunca se amansó —simplemente
se rindió y se dejó morir, para no luchar más.
Las familias de las tribus nos visitaban
frecuentemente y comerciaban con nosotros. Cuando
El Curso dE los ríos 111

se les hablaba, ellos escupían en el suelo después de


terminar una frase, para significar que estaban
diciendo la verdad. Las madres llevaban a sus niños
amamantándolos todo el tiempo, mientras les
sacaban los piojos y costras y se los comían, al igual
como hacen los monos.
Había una rana que siempre estaba alrededor de
la casa; era grande y la llamábamos “Maricacha”. Un
día como de costumbre, salió de su escondite. Una
madre selvática la vio; y rápidamente la cogió y la
echó dentro de una canasta. ¡Pobre Maricacha! Su
destino era ser comida. Nosotros tratamos de
recuperar la rana, pero no la soltaron, porque la mujer
tapaba la canasta con las manos. ¡Cuántas cosas
pasaron en la selva! Pero ahora con tanta televisión y
la destrucción de los grandes bosques tropicales,
apenas hay historias que contar. Cuento las mías,
porque a mí me ocurrieron. Estuve ahí. Esas
experiencias moldearon mi alma en lo que soy ahora.
Más importante aún, esas vivencias inolvidables, me
dieron la visión de un gran contraste entre culturas de
diferentes orígenes y regiones.
Como todo llega a su fin, un día tuvimos que dejar
Cahuide. En el viaje de regreso recorreríamos aguas
abajo, los ríos Yaupi, Santiago y Marañón hasta llegar
al Huallaga y continuar hacia Nauta, donde el Ucayali
y el Marañón se juntan para formar el gran Amazonas
en su ruta a Iquitos.
Habíamos adquirido tal cantidad de pieles, que la
única forma segura y posible de transportarlas era por
112 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

balsa (una típica embarcación fluvial hecha de


madera balsa y construida de tal forma que parecía
una casa). Esto ya significaba otra expedición;
descendiendo los traicioneros ríos, con más
aventuras que contar, pero —para ese viaje— ya
éramos más selváticos de lo que habíamos sido años
atrás y estábamos más acostumbrados a los hábitos
de la amenazadora selva y de sus increíbles y
traicioneros ríos.
IV
UN MUNDO QUEDÓ ATRÁS...

M i padre supervisó la construcción de la


embarcación fluvial, hecha de madera balsa,
que es muy abundante en la selva. Los troncos
son livianos y perfectamente cilíndricos, eran atados
con sogas naturales muy fuertes y no se usaron
clavos u otros productos manufacturados. La balsa,
como llaman a este tipo de embarcación, que sólo se
puede usar río abajo era grande y tenía tres remos:
dos en el frente y uno atrás, y se usarían más para
maniobrarla que para impulsarla. Un cobertizo
semejante a un búngalo hecha con hojas secas de
palma ocupaba casi toda la plataforma. Esta tenía
pequeñas divisiones como: dormitorio, cocina y un
espacio para tres soldados guías, quienes se
encargarían de tripularla en toda clase de aguas.
Una vez más, a mi temprana edad, sufrí la
angustia de la separación. Habíamos vivido tanto
tiempo en Cahuide, que todo allí, incluso sus peligros,
eran parte de nuestra existencia. Todo lo que
llevábamos eran: pieles de animales, nuestros
recuerdos, y un perro chusco con manchas negras y
114 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

blancas, cuyo nombre era “Etico”. Creo, que en el


corazón de muchas personas hay siempre recuerdos
de un perro, y como la existencia de estos seres es
tan corta, tenemos imágenes de la separación con
estos animales tan leales. Bueno, los míos estaban
llegando.
Todas las pieles y los rifles fueron empacados.
Nuestras pertenencias personales cabían en una sola
maleta. Casi no teníamos ropa, y mi calzado consistía
en unas chancletas de madera y cuero. Lo único
importante que llevaba era mi perro.“ Etico” era
movedizo y juguetón, y probablemente, tenía todos
los parásitos de la selva, pero era un animal feliz y yo
estaba muy contento de traerlo conmigo.
En un amanecer ya muy olvidado, bajamos al
muelle del pequeño río Yaupi, lugar donde pasé la
mitad de mi niñez en sus aguas tan acogedoras.
Todos los soldados y la gente de las tribus, vinieron a
despedirnos. Con gran congoja, subimos a esta casa
flotante que se deslizaría silenciosamente por los ríos
de nuestra imaginación. Fuimos bajando el Yaupi, río
limpio y tranquilo, pero mi corazón estaba deshecho
en profunda tristeza. ¿Cómo describir el momento en
que uno abandona para siempre el lugar donde ha
vivido por tanto tiempo sabiendo que nunca se va a
regresar? La alta torre, con la estatua del Inca
Cahuide y su macana en la mano, fue haciéndose
más pequeña conforme la balsa se alejaba arrastrada
por la corriente. Mis pensamientos tristes cambiaron
por la excitación del novedoso viaje, quizás al igual
Un MUndo QUedó Atrás... 115

que Las aventuras de Huckleberry Finn en el río


Mississippi. Dentro del alma, todos sabíamos que
había peligros más adelante y cualquier catástrofe
podía pasar. Pero, no nos imaginábamos que
bajando el río y al llegar a las turbulentas aguas del
Pongo de Manseriche, esta balsa sería tan frágil
como una caja de fósforos.
Después de días de viaje, llegamos a la
plantación Rabarosa, en plena selva, en cuya casa
grande pasamos dos días muy agradables. Mi padre
tuvo que ocuparse de los restos de un soldado, que
había sido asesinado por unos tribuales en un puesto
cercano. Los Rabarosa, habían enterrado el cuerpo
junto con todo su equipo militar. Mi padre era
responsable de su armamento que era pertenencia
del Estado, entonces hubo que desenterrarse el
cadáver, retirar todos sus implementos militares y
hacerse cargo de ellos.
Nuestro destino final era Iquitos, pero teníamos
que parar en todos los lugares que en nuestro viaje
anterior de ida en canoa nos habíamos detenido tal
como Pinglo y Borja. Esta vez, teníamos que navegar
a través del más aterrador de los obstáculos fluviales,
el Pongo de Manseriche, ubicado entre estas dos
ciudades, para evitar un viaje arduo y prolongado por
trocha en las altas montañas. Este desfiladero natural
fue descrito hace más de cien años, por el muy
conocido explorador alemán, barón Alexander von
Humboldt.
116 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

En el célebre estrecho, llamado Pongo de


Manseriche, entre Santiago y San Borja existe un
montañoso abismo donde, en algunos lugares se ve
poca luz del día porque hay una mezcla de altos
acantilados, rocas y árboles colgantes que forman
una especie de techo. En sus rápidos, los grandes
troncos de árboles que arrastra el río son
pulverizados y desaparecen.
Este pasaje, también fue descrito por Mario
Vargas Llosa en su novela La Casa Verde.
El señor Rabarosa conversaba acerca de los
accidentes y muertes de personas que se habían
arriesgado a seguir el curso de esas peligrosas
aguas. Los hombres viejos de las tribus dicen que
ese estrecho es el santuario de una enorme serpiente
que es la madre del ayahuasca (una potente bebida
alucinógena). Decían tantas historias y anécdotas
personales acerca de este cañón de la muerte, que
nuestro temor iba aumentando. Pero la única manera
de evitar el célebre pongo, era hacer una caminata a
través de la selva montañosa por varios días, y
afrontar los peligros que amenazaban en sus
tortuosos senderos, o trochas. Como mi padre tenía
que transportar gran cantidad de pieles, el viaje por
tierra resultaba imposible.
Estábamos tan asustados por las historias que
habíamos escuchado, y pensativos por la muerte del
soldado, que sentíamos una sensación terrible de que
nuestras vidas pendían de un hilo y nuestra ansiedad
iba aumentando conforme la noche se acercaba. Al
Un MUndo QUedó Atrás... 117

día siguiente, temprano en la mañana, estábamos


listos para atravesar el pongo. Se nos advirtió que
nos aseguráramos, amarrándonos a los palos de la
balsa durante el cruce, para no ser lanzados fuera de
la balsa y caer en las turbulentas aguas. También
otro veterano en cruces del pongo, dijo que debíamos
permanecer completamente callados para no
despertar a la gigantesca serpiente madre de este
infernal líquido. El señor Rabarosa puso a disposición
nuestra a un aguaruna, que conocía muy bien las
aguas del estrecho y nos serviría de guía. Se decidió
que yo debería dejarle mi perro “Etico” al señor
Rabarosa, como agradecimiento de su hospitalidad.
La noticia fue tan dura para mí, que mi corazón se
desgarraba en pedazos, tal como, cuando las
tormentosas aguas del profundo y rápido río
desgarran la tierra y arrancan los árboles de las
orillas. Mis lágrimas no pudieron revelar el sufrimiento
y la angustia ante la pérdida de mi compañero y la
posibilidad de morir. Era más de lo que un niño podía
resistir. Aún ahora, mi alma se estremece,
recordando aquel día. Así se siente uno cuando
quiere a un animal, y estoy seguro que muchos de los
que se preocupan y aman a los animales,
simpatizarán con estos recuerdos.
Cuando nos embarcamos sin el perro,“ Etico”
aullaba y corría a lo largo de la orilla. Creo que ya
sabía que lo estábamos dejando. Mientras la balsa
partía deslizándose lentamente río abajo, la gente
nos deseaba —cínicamente— buena suerte; yo aún
118 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

sentía y escuchaba sus ladridos que a lo lejos se oían


como aullidos, y a la distancia podía ver sus
desteñidas manchas negras; hasta que su raquítico
cuerpo desaparecía. En ese momento, el Pongo
podía haberme tragado y no me hubiera importado.
¡Pobre perro!, ¡él también estaba destrozado por
dentro! Han pasado tantos años y todavía lo
recuerdo. Momentos como éstos son los que
moldean nuestro espíritu, y el mío estaba todo el
tiempo golpeado por el martillo de las vicisitudes de la
vida.
Bien, las fuerzas de la naturaleza pueden
regresarnos a nuestra realidad. No mucho después,
empezamos a ver más piedras y rocas en el agua, y
el río se volvía más rápido y bullicioso. A la distancia,
en las arenosas orillas, podíamos ver caimanes
perezosamente moviéndose alrededor.T odo a bordo
estaba amarrado y asegurado, y se hicieron
preparativos previendo que la balsa pudiera
romperse. Todos nos preguntábamos en silencio y en
nuestros pensamientos si quedaríamos con vida
después de este viaje? Sólo Dios y el río tendrían la
respuesta!
Cuando los soldados y el guía estaban
maniobrando la balsa para no chocar con una peña,
el remo de uno de ellos se rompió, cayendo éste a las
profundidades de estas aguas turbias. Pensamos que
se había ahogado porque pasó mucho rato para que
reflotara, pero de pronto apareció, respirando apenas
y sosteniendo en sus manos la mitad del largo remo
Un MUndo QUedó Atrás... 119

roto. Sus compañeros lo sacaron del agua


rápidamente. Este soldado tuvo suerte porque el
remo no se rompió en el medio del pongo, sino cerca
de su entrada, donde el río no era traicionero.
Después de este inesperado incidente tan cerca de la
entrada de este pulverizador de árboles, el pongo,
nos detuvimos en medio del río donde había un
trecho de arena suave.
Permanecimos toda la noche en ese lugar.
Estábamos temerosos y con miedo de continuar. El
soldado que cayó al agua temblaba más de miedo
que de frío. Mi madre cocinaba tacacho (un guiso de
yinguire y carne de sajino, el cerdo de la selva),
mientras nosotros fuimos a buscar huevos de taricaya
en esta pequeña playa. Cuando llegó la silenciosa
noche, podíamos oír a la distancia, cómo el río
golpeaba contra los bordes del estrecho pongo (que
tiene cerca de cinco millas de largo y en algunos
lugares sólo ochenta y cinco pies de ancho). Nuestra
imaginación era tan turbulenta como las aguas, creo
que no dormimos ni un instante esa noche.
Después de una noche llena de pesadillas, llegó
la bulliciosa mañana, y yo sólo podía pensar en
“Etico”. Pero el momento de la verdad había llegado y
todos empujábamos la balsa mientras la
abordábamos. Lentamente, la embarcación iba
ganando velocidad, mientras el río nos arrastraba a
nuestro destino, quizás fatal. Podíamos ver, cómo la
selva baja se elevaba hacia los cielos mezclándose
con las nubes oscuras y las montañas rocosas, como
120 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

si se tratara del fin del mundo. Las aguas eran más


rápidas y ruidosas, y sólo podíamos oír el estruendo
del torrente. No más pájaros o monos, sino una gran
avalancha de furia fluvial. Rápidamente, fuimos
atraídos hacia ese oscuro y terrible cauce, bordeado
por enormes y graníticos acantilados con largas
caídas de agua cristalina y un musgo verde en toda
su extensión. Nosotros mirábamos hacia arriba y a
los costados, donde ambas vistas eran imponentes,
pero mirar el río demoledor —en sí mismo— era
aterrador. Los hombres se batían contra los rápidos,
las rocas y los remolinos durante todo el cruce por
este estrecho pasaje. Nadie podía hablar, porque eso
era tabú. Seguíamos la leyenda y las instrucciones de
los nativos, porque ellos sabían los secretos de la
naturaleza. La balsa era lanzada hacia todo lado,
mientras se sacudía, como si fuera a romperse. A
ratos daba vueltas y vueltas y veíamos
mareadamente —el mismo lugar, una y otra vez—
mientras la balsa seguía los caprichos de algún
remolino grande. Los hombres empujabansus largos
remos contra las rocas y los acantilados, mientras
transpiraban y se empapaban con la espuma del
agua fangosa, y nuestros oídos eran ensordecidos
por el ruido del torrente. ¡Todo terminó como un
relámpago! Fue como un sueño que duró una
eternidad. Pero después los rayos del sol
comenzaron a aparecer entre amenazadoras y
rápidas nubes grises que se desvanecían en el cielo
azul. Al fin, los soldados y el aguaruna se
Un MUndo QUedó Atrás... 121

tranquilizaron y levantaron sus remos en el aire.


Ahora, el agua oscura tenía remolinos lentos, poco
profundos, y eran tan silenciosos como la brisa. La
selva alta comenzó a descender hacia el monte bajo;
el cielo dejó de ser parte de la verde floresta y de este
infernal pongo.
Mientras nuestras afligidas imaginaciones
trataban de buscar y localizar la guarida de “La
gigantesca serpiente, madre del Ayahuasca”, todos
nos mirábamos unos a otros, todavía atemorizados
de hablar. Mi madre tenía lágrimas en su rostro y aún
estaba arrodillada y rezando. ¡Habíamos cruzado el
increíble Pongo de Manseriche! ¡y por eso, yo
siempre seré un hombre con humanidad!
Nada en adelante sería insuperable. Habiendo sido
bautizado por la cruda naturaleza, pienso que sería
como un fénix, y que podría
seguirmidestinoenestavida, tan llena de“
pongosemocionales”. Pero —entonces— en la calma
del río, mi corazón seguía adolorido por mi perro.Y a
través de mi vida, la tristeza y la melancolía son algo
que yo nunca podré vencer, y por siempre serán mi
cruz.
Llegamos a Borja y a otras ciudades, cuyas
gentes de la selva nunca estuvieron río arriba, y
tenían curiosidad por saber, cómo nos fue en esa
travesía. Éramos como héroes locales. En cualquier
lugar donde estuviéramos, los relatos sobre el cruce
del pongo, nos proveían de una buena comida y un
sitio seguro para dormir. Ahora, la balsa era la reina
122 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

de esas aguas y el viaje de bajada por el río, era


poesía de la naturaleza para mi corazón. Esas selvas
remotas, más allá de las orillas del río, donde sólo mi
alma desolada podría ir. ¡Oh! verde esperanza de
esos océanos de árboles, que siempre estarán
conmigo en mis días de soledad, y en los que
siempre encontraré refugio en mis momentos de
adversidad, pensando en esos tiempos idos, y de los
que siempre ganaré fuerzas, regocijándome en esos
lejanos recuerdos.
Pasamos muchos pueblos y puertos ribereños, y
cada vez nos acercábamos más a la civilización. Me
sentía extraño; yo era ahora más selvático que las
personas que vivían cerca a Iquitos y no estaba
ansioso de reintegrarme a ese mundo.
Seguimos el río Santiago hasta el Marañón, y
después de meses de viajar en aquella balsa,
entramos en el Amazonas, a la altura de Nauta.
Algunas semanas más y llevados por el lento río,
pudimos ver a la distancia la gran ciudad de Iquitos
con sus edificios blanquecinos decorados con losetas
azules. Un nuevo mundo nos esperaba y siempre
extrañaríamos Cahuide, Pinglo, Borja y Barranca.
Esos días jamás volverían. ¡Adiós, selva inmensa!
Arribamos y amarramos nuestra vieja y
desgastada balsa en uno de los muchos atracaderos
de Iquitos al lado de otras pequeñas y también
grandes embarcaciones fluviales. Llegar a esta
ciudad, era quizás como arribar a New York en una
carreta de bueyes. Mi padre se puso su uniforme y
Un MUndo QUedó Atrás... 123

nosotros esperamos en la balsa, mientras él fue a


comprarnos ropa y zapatos. Pienso que lo hizo sólo
porque se sintió avergonzado de que lo
acompañáramos. Literalmente, llevábamos encima
nuestras únicas ropas, ya muy acabadas. A pesar, de
que la ciudad es grande, era aún pequeña tratándose
de la familia de un oficial. Aunque nos veíamos
pobres, mi padre había acumulado sueldos de varios
años —que debido al aislamiento, nunca los cobró o
los gastó— y un gran número de exóticas y costosas
pieles que se vendieron rápidamente.T endríamos
entonces, que adaptarnos a un nuevo y distinto modo
de vida, en una ciudad donde éramos desconocidos.
Debíamos encontrar un departamento y éstos eran
reducidos, oscuros y caros. Aunque la ciudad de
Iquitos estaba en medio de la amazonia, era una
metrópoli, si la comparábamos con el lugar de donde
veníamos.
Se presentó el problema de la escuela, que mi tío
y yo no habíamos atendido por años. En Cahuide, mi
padre estudiaba para un examen con el objeto de
ascender de grado. Era autodidacto y muy adepto a
la lectura. Tenía sus propios libros, mayormente de
matemáticas y de asuntos militares, además, quería
ser un oficial de artillería, y las matemáticas
representaban la materia más importante, porque se
suponía que los artilleros tenían que calcular cómo
los proyectiles de sus cañones podrían alcanzar a su
objetivo. Temprano en las calurosas y húmedas
mañanas en la selva de Cahuide, estudiábamos
124 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

álgebra y geometría con él, porque no había allí ni


escuela ni otros libros. En Iquitos, mi padre movió
influencias para que los dos rindiéramos exámenes y
se nos ubicara en los grados correspondientes.
Llegó el día del examen. Yo tenía ropa y zapatos
nuevos y me había cortado el cabello. Los profesores
miraron a Cóndor. Ellos no podían entender, por qué
siendo oriundo de los Andes, se veía más selvático
que los otros chicos del lugar. En el Perú, cada región
—costa, sierra y montaña— es tan diferente la una de
la otra, que cada una, bien podría ser otro país u otro
continente.
El examen era oral y la primera pregunta fue
sobre el ciclo y vida de las abejas. ¡Pobre Cóndor!,
recordaba cuando sus pequeños amigos de las tribus
indígenas acostumbraban a recoger huevos de
avispas, empujándolos fuera de sus geométricos
nidos, y se los comían como si fueran golosinas. Eso
era todo lo que sabía sobre abejas o avispas. ¡No
hubo respuesta! Sólo una mirada vacía a la pizarra.
La pregunta siguiente fue sobre las batallas de el
Libertador Simón Bolívar. ¿Quién era? Cóndor nunca
había oído de él. Siguieron las miradas fijas de los
profesores y sus cabezas moviéndose de derecha a
izquierda y de izquierda a derecha. En seguida,
harían las preguntas más terribles y eso sería “el tiro
de gracia”. Comenzaron con suma y multiplicación y
luego, siguieron con elemental geometría y álgebra.
Mi tío y yo respondimos fácilmente todas ellas y eso
fue suficiente para que fuéramos admitidos en
Un MUndo QUedó Atrás... 125

nuestros grados, como si hubiéramos estado


asistiendo a clases todos esos años. Sin embargo,
estábamos en desventaja, porque habíamos perdido
mucho tiempo de estudios, pero finalmente los
recuperamos en Iquitos.
Los meses y los años pasaron con problemas
domésticos. Mi padre tenía que rendir sus exámenes
en Lima y tuvo que viajar solo. Nos quedamos en
Iquitos, defendiéndonos por nosotros mismos.
Él se llevó todo el dinero ahorrado y además el que
obtuvo por la venta de las pieles. Pienso que una vez
que llegó a la capital, las angustias y privaciones
sufridas en la selva le hicieron comprender lo que
significaba vivir en la opulencia. Despilfarró todo el
dinero y se olvidó por completo de nosotros.
Estuvimos recibiendo escasamente lo necesario para
sobrevivir.Y o, incluso, iba a recoger botellas que
estaban en el lodo debajo de las casas y luego de
lavarlas, las vendía. En aquellos días las botellas de
cualquier clase eran una mercancía valiosa en la
amazonia. Mi tío vendía alcohol perfumado a la gente
que vivía en las canoas de la ciudad flotante de
Belén. Nuestros amigos, que eran de dudosa
conducta, nos enseñaron cómo robar y recuerdo lo
fácil que era tomar una pieza de mercadería,
esconderla en la camisa y alejarse caminando. Nos
veían tan inocentes, que la gente no sospechaba de
nosotros. ¡Cómo extrañábamos aquellos días en la
selva virgen! La gente de la ciudad era diferente de la
que vivía en guarniciones y en el monte. Las tribus,
126 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

en la selva profunda, no estaban contaminadas por la


civilización.
Finalmente recibimos y ahorramos algún dinero
para viajar a Lima y unirnos con mi padre. En esos
tiempos no había carreteras o viajes baratos por
avión. Mi madre optó por la lancha más barata para
viajar del Amazonas al río Ucayali y llegar hasta
Pucallpa. Esta embarcación, llamada “San Ramón”,
era tan clásica y casi igual al famoso bote de la
película Fitzcarraldo. Sus motores a vapor estaban
gastados y sus acomodaciones eran muy primitivas;
el baño era un hueco ubicado en la popa, del cual los
desechos caían directamente a la corriente del río.
Como era usual, tenía dos cubiertas superiores para
primera y segunda clase y una tercera, abajo donde
iba la carga. Nosotros teníamos un camarote con
cuatro literas, pero compartíamos esa pequeña y
calurosa cabina con otras personas.
Ese viaje fue memorable y de por sí una
aventura. Los pasajeros conseguían amigos y
enemigos, y había también muertes en el barco. Era
como una telenovela. Llegamos a conocernos como
si fuéramos una familia y todos sufríamos los mismos
problemas: hambre permanente, enfermedades,
mosquitos, aburrimiento y temor de que algo trágico
ocurriera en este río.
En Iquitos nos embarcamos con nuestras
escasas pertenencias y dos pájaros: un tucán y una
lora. Después de esperar varios días para que la
lancha se llenara de pasajeros, el “San Ramón”
Un MUndo QUedó Atrás... 127

finalmente abandonó el azulado y bello puerto de


Iquitos. Sus ruidosos motores lo enrumbaron contra
las poderosas corrientes del Amazonas, lanzando
humo negro y haciendo silbar su vieja y oxidada
sirena. En la conmoción causada por las personas
apuradas por colocar sus hamacas, pude ver que un
mundo quedaba atrás, y las incertidumbres aparecían
en el horizonte. El perfil de la ciudad desapareció
rápidamente y comenzamos la rutina de encontrar
nuestras ubicaciones en un barco con muy pocos
recursos.
Después de algunos días, siempre navegando río
arriba, llegamos al puerto de Nauta, donde al
Marañón se junta con el Ucayali, para formar el
Amazonas. A partir de Nauta, navegaríamos por el
Ucayali. En nuestra ruta fluvial, paramos en Requena,
Orellana, Contamana, que eran ciudades medianas, y
otros innumerables pequeños lugares, ubicados en
las orillas del río. Nuestro puerto final de llegada,
sería la bullente ciudad portuaria de Pucallpa, pero el
viaje a este destino pareció durar una eternidad. El
barco era tan viejo que debíamos parar
continuamente. Algunas veces, la centenaria máquina
a vapor se malograba y teníamos que esperar por
días o semanas hasta que llegaran los repuestos o el
mecánico.
El “San Ramón” debía ocupar casi la mitad de su
capacidad para transportar leña que le servía de
combustible. A veces, la presión de las viejas
calderas bajaba y el barco no podía surcar contra la
128 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

corriente. Para no asustarnos, la tripulación gritaba,


¡presión! ¡presión! y ya sabíamos que teníamos que
estar anclados en pleno río, o peor aún, ser
arrastrados y llevados río abajo.
Recogíamos y desembarcábamos pasajeros en
casi todos los puertos a los que arribábamos. Cada
embarque y desembarque, eran en sí, una hazaña.T
odos los habitantes de las pequeñas villas, llegaban
para ver la lancha, que para ellos, era una lazo con la
civilización.
Creo que nos tomó más o menos un mes para
llegar a Pucallpa. Con el tiempo siento, ahora, que
ese viaje duró una eternidad. ¡Nuevamente teníamos
que decir adiós!, esta vez a los amigos y enemigos
que conseguimos durante ese viaje. El propio barco,
llegó a ser parte de nuestras vidas. Nos sentíamos
seguros en esa incómoda y vieja lancha, y llegamos a
conocer a sus más escondidos rincones. En Pucallpa,
desembarcamos del “San Ramón”, al cual dejamos
expeliendo “negros humos” por su chimenea, como si
estuviera lanzando su último suspiro.
La única forma de viajar de Pucallpa a Lima en
esos días, era por avión y resultaba muy costoso. Se
estaba empezando a construir carreteras, pero el
viaje era riesgoso y muy lento. No teníamos dinero,
entonces, mi madre vendió sus joyas y otras cosas.
Finalmente, juntamos lo necesario para pagar el
pasaje aéreo. Esta vez, fue un Douglas DC-3. Nos
hicieron abordar rápidamente, porque el avión ya
estaba moviendo sus hélices. Él ruido y el polvo eran
Un MUndo QUedó Atrás... 129

espantosos. Nos sentamos muy apresurados y


tímidos. La gente que aquí viajaba era más
sofisticada y adinerada. Nos sentíamos fuera de lugar
e incómodos en este nuevo modo de viajar. Yo tenía
mi tucán. No recuerdo cómo se llamaba, pero sí que
era un pájaro muy vistoso: tenía un pico grande y
fuerte, su cara de colores rojo y azul y unos ojos
inocentes.
El DC-3 despegó de la pista de aterrizaje no
pavimentada y luego podíamos ver por las ventanillas
la selva. Parecía una alfombra verde, enmarcada por
ríos serpenteantes y agua por todas partes.
Cruzamos los altos Andes con sus eternas e
inhóspitas cordilleras nevadas. El avión brindaba
oxígeno a través de unos tubos, que nosotros
manteníamos en nuestras narices todo el tiempo.Y o
compartía alternadamente ese equipo con mi tucán
que se veía extraño y gracioso. Abría su gran pico
como si para él, el aire fuera agua; en realidad lo que
hacía era tragarse el frío aire oxigenado tan necesario
en esas alturas, cuando se viaja en un avión con
cabina no presurizada. A pesar de ser un animal,
necesitaba ese elemento vital tanto como yo. ¡Pobre
pequeño amigo! Éramos compañeros y me daba
confianza. ¡Quizás era más barato que un osito de
felpa que tuviera un niño rico!
En el viaje por avión no pasó nada especial. Lo
único que hicimos fue admirar la majestad de la selva
y de los Andes. Ambos se veían desde el aire, tan
implacables e impenetrables, que casi nos hacían
130 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

temblar con sólo mirarlos. Después de pocas horas


de haber visto de arriba un paisaje desértico,
llegamos a Lima; la ciudad con calles tristes y sin
ningún verdor: era húmeda, fría y nublada; muy
extraña para nosostros y nada acogedora. En esos
días, los pasajeros que llegaban de la selva eran
pocos y sus relatos increíbles. Sólo algunos se
aventuraban a viajar a Iquitos, pero llegar y vivir en
Cahuide, ¡era otro mundo que nadie podría
imaginárselo!
V
OTRA CLASE DE SELVA...

E stábamos perdidos en Lima. Mi padre nos recogió


y nos llevó a un viejo hotel en el centro, detrás del
Palacio de Gobierno, al otro lado del río Rímac,
donde un puente colonial cruza la vieja Ciudad de los
Virreyes, muy conocida a través de la canción La Flor
de la Canela. El tranvía eléctrico, en ese entonces,
pasaba por delante de la ventana de nuestro barato
hotel. Los ruidos eran constantes y muy diferentes de
aquellos de la selva. Eran las voces de los
comerciantes ambulantes, vendedores de frutas,
mendigos y lustradores de calzado. En sí, esto era
agradable, y representaba un salto de la vida primitiva
que habíamos dejado atrás. Sin embargo, todo lo que
puedo recordar de esos días en Lima, son las
discusiones conyugales de mis padres. Nuestros
recuerdos de aquella tranquilidad doméstica en la
selva amazónica fueron un oasis para nuestras almas
y espíritus, y creo que esas añoranzas nos
mantuvieron juntos.
Mi amado tucán fue dado —según supongo
ahora— a algún general. Me quedé sólo con los
recuerdos de ese gracioso y querido animal, con su
132 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

cara maquillada de brillantes colores. Nunca debí


traerlo a Lima. Espero que esté en el cielo picoteando
a los ángeles. Aún lo extraño y me lamento de
haberlo sacado de la selva. En ese entonces, incluso
ahora, no nos dábamos cuenta, que esos pájaros
pertenecían y pertenecen a la amazonia. Hoy lo sé, y
espero que esos animales sean más protegidos y que
permanezcan en su ambiente natural.
En Pinglo, mi tío tenía a “Pantaleón”. Sin
embargo, a este guacamayo lo dejamos ahí. Pero
traía consigo una lora —habladora— llamada“
Aurora”. Debía haber sido hembra, porque era
inteligente y podía hablar sin parar. Un día, durante el
viaje a Pucallpa sobre el Ucayali —que ya describí
anteriormente—, nos vimos sacudidos por una
tormenta tan horrible, que casi naufraga la lancha“
San Ramón”. Pasada la tormenta, el barco navegaba
cerca a la orilla por seguridad. Allí había una gran
conmoción, causada por una bandada de loros
verdes y bulliciosos. Obedeciendo al llamado de la
selva, Aurora escapó de las manos de mi tío y
volando apenas —porque tenía las alas cortadas—
se dirigió al monte para reunirse con sus congéneres.
Por alguna razón no nos sentimos tristes, sólo
preocupados de que ella no supiera sobrevivir en una
foresta que le era desconocida. Después de todo, era
una lora —civilizada— que tenía ya un buen dominio
del idioma español.
¡Cómo me habría gustado que mi tucán hubiese
hecho lo mismo! Ahora, mi conciencia estaría
Otra Clase de selva... 133

tranquila.Pero él no era tan inteligente para ganar su


libertad, o hábil para volar y alejarse.
La crueldad con nuestros animales es la peor
inhumanidad que estamos presenciando y
cometiendo en estos tiempos.T al vez, en miles de
años —en el futuro— los animales, quizás serán,
capaces de denunciar las atrocidades que fueron
cometidas en su perjuicio, pero —por cierto— muchos
habrán enmudecido a causa de su extinción.
Con la pérdida de nuestras mascotas, nos
abandonaron los últimos vestigios de la selva y
tendríamos que enfrentar la cruel realidad de la vida
en la ciudad, para la cual no estábamos preparados.
Muchas personas —en Lima— piensan que son más
civilizadas que los habitantes de otras ciudades del
resto del país. ¿Qué decir entonces, de los que
vienen de las profundidades de la amazonia?
Nos trasladamos a una casa de un dormitorio. La
vida era cara y mi padre tenía problemas personales
y se descuidó de nosotros. Pasó el tiempo y las cosas
mejoraron. Mi padre aprobó sus exámenes y fue
transferido a otro cuerpo de las fuerzas armadas, la
Guardia Republicana, que le ofrecía un mayor rango
y mejores posibilidades en su carrera militar.
Entonces, fue enviado a Huaraz, una ciudad pequeña
al norte de Lima, en el departamento de Ancash. El
viaje duraba alrededor de un día en ómnibus. El
tiempo que pasamos en Lima me trae muy pocos
recuerdos buenos. Como todas las grandes ciudades,
era tan ajena a la naturaleza, que sus habitantes se
134 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

volvían insensibles, casi como robots. Su rutina diaria


parecía no tener sentido, y aún, su lucha por la
existencia era trivial. Vivir para un indígena en las
tribus, tiene un significado de imposición sobre las
condiciones agrestes del lugar. Cada sobreviviente
representa un triunfo de la vida sobre la muerte. Un
aborigen se gana cada día de su existencia. Nada es
falso en él. Se le respeta por sus habilidades para la
supervivencia y se le admira por su ingenio para
dominar un ambiente imposible.
Conforme nos alejábamos de Lima a Huaraz por
vía terrestre, el escenario se volvía más imponente al
dejar el desértico paisaje. A medida que íbamos
ascendiendo las tortuosas montañas, nuestro corazón
se alegraba, pero luego, una sensación de vacío se
sentía en el alma; las increíbles cordilleras
comenzaban a dominarnos. Otra vez, en aquellos
Andes empezamos a ver a los descendientes de los
incas, que se han convertido en un problema social
que no se ha solucionado y que todavía existe.
Parecía que hubieran sido congelados en el tiempo,
como si el frío de las grandes alturas, les hubiera
arrebatado la vida a sus espíritus. No hay en ellos el
deseo de ser —otra vez— lo grande que algún día
fueron, y superarlo. Parece que sus mentes
estuvieran anestesiadas por la furia del pasado y por
el arribo de una nueva civilización. Como dijo
Humboldt —y tal como ya se mencionó—, los
indígenas de las regiones andinas eran: muy
Otra Clase de selva... 135

reservados, desconfiados de todos e indiferentes


hacia su futuro.
Llegamos a Huaraz de noche. Hacía mucho frío y
nos pusimos ropa gruesa. La ciudad, tal como
recuerdo tenía su propio encanto y había una plaza
con palmeras, a pesar de estar en la sierra. La torre
de la catedral tenía un gran reloj que anunciaba con
campanadas cada hora del día.
Uno de los picos más altos de Sudamérica, el
nevado Huascarán, con sus elevadas cumbres
cubiertas de perpetua nieve, estaba siempre visible y
podía ser visto desde cualquier punto de la ciudad.
El tiempo que pasamos en Huaraz me trae
buenos recuerdos, porque hubo tranquilidad
doméstica. Ahí aprendí a jugar ajedrez, con unas
piezas hechas a mano por mi padre y con la ayuda de
unos presos políticos que estaban bajo su custodia.
Mi padre iba a cazar patos en las numerosas lagunas
—altas y azules—, que rodean la ciudad, donde
muchas veces él me llevaba.
El problema de la discriminación racial, tal vez,
puede ser descrito recordando mi niñez en este lugar.
Comencé a darme
136 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Uno de los picos más altos de Sudamérica, el nevado Huascarán con sus aserra
cubiertas
cumbres de perpetua nieve.
cuenta de las desigualdades sociales de mi país
cuando asistía a una escuela que no tenía alumnos
indígenas. Noté, que las personas llamadas
educadas, eran de piel más clara y provenían de
familias generalmente vinculadas con el Gobierno, y
no calificadas de indios o mestizos, sino consideradas
—simplemente— como miembros de una clase
indeterminada, como si se sintieran descendientes de
europeos, ¡que escasamente los había!
Pero aquellos que tenían la piel un poco más
oscura, características faciales indias más definidas,
menos educación, y no trabajaban en la burocracia
eran llamados indios o mestizos; lo que constituía una
Otra Clase de selva... 137

ruina moral. Y así siguen condenados al ostracismo,


la discriminación y son explotados por aquellos
mismos que son sus hermanos. En Estados Unidos,
las personas de todas estas clases sociales descritas
—de muy poca diferencia en el color de su piel—
serían consideradas virtualmente iguales y
denominadas “latinos” o“ hispanos”, aunque
étnicamente éstos no tienen nada que hacer con lo
latino, muy poco con lo hispano, pero más con la raza
indígena.
Recuerdo que en esa escuela había un niño de
pura raza india, que estudiaba en nuestra clase.
Acostumbraba llegar a caballo y calzaba ojotas en
lugar de zapatos. Era inteligente y estudioso y todos
lo mirábamos despectivamente. Le seguíamos los
pasos y estábamos asombrados de que pudiera
hacer lo que nosotros hacíamos.Y o estaba
involucrado y contribuía en esa diferencia social, pero
creo que en esos días no me daba cuenta de
semejante realidad.
Los residentes de Huaraz viven en un terror
permanente, porque en 1940, un aluvión borró del
mapa la mitad de la ciudad. En vista de que las
ciudades y poblados están justamente debajo y al pie
de las majestuosas cordilleras en cuyas alturas se
forman grandes lagos, la posibilidad de desastres
naturales está siempre en la mente de sus
pobladores. “El aluvión, llamado huaico en el Perú, es
una avalancha de peñas, tan grandes como casas,
lodo, inmensos trozos de nieve y agua precipitándose
138 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

furiosamente por las laderas de las altas cordilleras a


velocidades devastadoras; destrozando y sepultando
en su trayecto todo lo que encuentre en su camino.
Ciudades completas pueden desaparecer en pocos
momentos sin que la gente tenga tiempo para
escapar a sitios altos o seguros”. El río Santa había
crecido a causa de las abundantes lluvias, la gente
estaba preocupada por la posibilidad de un nuevo
aluvión. Efectivamente, en una noche como
cualquiera, todos se fueron a dormir, pero horas
después un sonido ensordecedor se escuchó y las
gentes comenzaron a correr llenas de pavor por las
calles gritando: ¡Aluvión! ¡aluvión! Nosotros nos
levantamos, cogimos rápidamente alguna ropa, y
corrimos junto con todos los espantados vecinos
hacia las alturas. Una vez allí, en la oscuridad,
escuchábamos el estruendoso ruido del río Santa y
nos imaginábamos a la ciudad arrasada y sepultada
por la avalancha. Mi padre nos mandó a un sitio
seguro en las alturas junto con miles de personas, y
fue rápidamente a ver a sus hombres en el cuartel.
En medio de esa fría y lluviosa noche ¡le dijimos
adiós!, como si no fuéramos a verlo más.
Esa noche, dormimos en los altos cerros. Cuando
llegó la mañana, nos alegramos de ver la catedral en
pie y la ciudad intacta. La alarma se produjo por el
exceso de agua que rebalsó de un pequeño lago alto,
pero que no trajo mayores consecuencias. Empero,
esa era la angustia de las personas que vivían en ese
lugar. La avalancha que tanto se temía, ocurrió
Otra Clase de selva... 139

efectivamente el 31 de mayo de 1970, donde


alrededor de 70.000 personas murieron a lo largo del
Callejón de Huaylas, y varias ciudades y aldeas
fueron sepultadas.
A pesar del riesgo de desastres naturales, la
tranquilidad de la ciudad y de nuestra familia estará
siempre en mi corazón. Nuestro pasatiempo
dominical favorito era ir al cine. Fue ahí donde
aprendí más acerca del gran país del Norte donde
vivían Flash Gordon, Gene Autry, Roy Rogers y
muchas otras luminarias de Hollywood. Era un lugar
tan distante como la luna y yo como tantos otros,
podíamos percibir a los Estados Unidos a través de la
fantasía del celuloide.
Después de un año, tuvimos que regresar a Lima
donde el espíritu de la gente siempre me ha dejado
en un estado de confusión.
Una vez más, la angustia de dejar amigos y los
recuerdos de aquel majestuoso Huascarán, me
dejaron en un estado de, aún más, permanente
tristeza y melancolía en mi espíritu.
Nuevamente estábamos perdidos en la
legendaria Lima. Otra vez éramos “nadie” en la gran
metrópoli, observando el omnipresente escalamiento
social que nos rodeaba. La gente ganaba “status”
luciendo la última moda. Las clases sociales estaban
bien demarcadas: los limeños y los demás. Los indios
y mestizos casi no eran aceptados, especialmente si
provenían del interior del país o de las alturas de los
Andes. Entonces, estos“ inmigrantes” debían
140 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

transformarse inmediatamente en limeños —negando


su origen— y adquirir las costumbres y la
superficialidad de los capitalinos tan pronto como se
daban cuenta de que eran diferentes, porque la gente
los identificaba con inusitada rapidez. En Lima, todos
pretendían ser de la ciudad. Incluso, mi padre —
creo— alteró mi certificado de nacimiento, de modo
que yo ya no fuera del Cuzco, sino de la capital. Se
notó ¡ipso facto! el respeto de los demás y los
comentarios discriminatorios hacia mi procedencia
desaparecían. Esa actitud es muy común en
Latinoamérica. Muchos pretenden ser de las grandes
ciudades, sin serlo. Tal actitud es un remanente de la
mentalidad colonial.
Como un “nativo” de Lima, iba a la escuela en
medio del tráfico y humo de los viejos carros y
siempre alerta de los pequeños robos callejeros.
Salimos de los traicioneros elementos de la
naturaleza, y ahora debíamos luchar por nuestra
supervivencia en otra clase de selva.
Mi padre fue nuevamente destacado. Esta vez a
Puno, ciudad ubicada en las alturas del sur del Perú.
Aquí se halla el lago más alto del mundo: el Titicaca,
a una altitud de 12.506 pies. El aire es tan escaso en
oxígeno que aun las ranas necesitan de más piel para
respirar y eso las hace más feas, tal como lo
describió Jacques Cousteau, quien las estudió en las
profundidades del lago.
En el intermedio del viaje a Puno, visitamos a la
familia de mi padre en Arequipa, la bella ciudad
Otra Clase de selva... 141

colonial donde él había nacido. Allí recogimos a dos


de mis primos, niños de mi misma edad, para ayudar
económicamente a sus padres. Todos viajamos por
tren a Puno, en lo que debe haber sido, segunda o
tercera clase, porque entre los pasajeros había
gallinas y puercos.
El viaje nocturno por tren a Puno fue arduo, frío y
lento. Continuamente estábamos subiendo a las
alturas y el aire se hacía más enrarecido. El paisaje
presentaba una vasta soledad con vegetación pobre y
esparcida. A ratos veíamos animales huyendo del
ruido de la locomotora a vapor. La vista era tan
serena que solamente podíamos pensar en la
infinidad en esas altas y desoladas mesetas donde
una multitud de graciosas vicuñas, llamas y alpacas
corrían a lo lejos.
El tren estaba lleno de aimaras, descendientes de
la gran civilización del Tiahuanaco. Se dice que el
Imperio de los Incas comenzó ahí, cuando Manco
Cápac y Mama Ocllo salieron del lagoT iticaca y
fundaron este gran imperio. Allí también mascaban la
coca y bebían alcohol. En este lugar se endurece el
espíritu, como una roca que nadie puede horadar, y el
futuro es sombrío. Muchas gentes han permanecido
inmutables, como he podido observar en todos los
viajes que he hecho durante cuarenta años. Los
únicos cambios visibles que he apreciado en esa
región son, que hoy hay menos vicuñas y más gente
en condiciones invariables.
142 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Mi padre, nuevamente fue destacado a un lugar


más lejano, al pequeño pueblo de Yunguyo, en la
frontera con Bolivia, al lado del Lago Titicaca. El
deseo de estar cerca a la naturaleza ha estado
siempre presente en mí. En ese lugar fuimos a nadar
en el claro lago, pero el agua era tan fría que nadie
podía permanecer mucho rato y buscamos un lugar
más templado. Mi tío, otros muchachos y yo solíamos
ir a una piscina abandonada, donde teníamos que
retirar las algas y sacar las ranas antes de que
pudiéramos nadar. ¡Qué aguas tan limpias!, teníamos
más diversión sacando las ranas y nadando en esas
aguas verdes, sin filtrar, que en una elegante y
moderna piscina. Los animales son una parte
importante de nuestra vida, y no tenerlos, es como
una familia sin hijos.
Puno trae a mi mente, memorias mayormente
relacionadas con los indígenas y mi desarrollo como
estudiante. Íbamos a la única escuela secundaria
llamada San Carlos, donde la enseñanza era severa.
La escuela tenía la reputación de que cualquier
estudiante que terminara en ella, no necesitaría ir a la
universidad. Tal vez porque la más cercana quedaba
a un día por tren.
En esa escuela teníamos un profesor de música,
que era como muchos otros, temido por los
estudiantes, especialmente por cualquiera que fuera
completamente indio, o mestizo muy oscuro. Era
inmisericorde y cuando entraba a la clase e
identificaba a un indio, se acercaba a su carpeta, lo
Otra Clase de selva... 143

agarraba de las orejas y lo botaba; ¡y peor aún si no


podía cantar! En esos tiempos, muchos profesores
eran“ dictadores supremos” y el objetivo era
desaprobar a todo el estudiantado. Ese profesor de
música, a quien apodábamos “Perro”, era alto,
delgado y blanco como la leche. Se parecía a
Paganini, el gran violinista. Años después, todos lo
recordamos todavía.
En la misma escuela había otros profesores que
eran bondadosos, pero los alumnos eran
despiadados con ellos. En situaciones como ésas era
donde aprendíamos que uno tenía que idear su
propia protección, de otro modo, alguien le sacaba
ventaja. Esa es probablemente la razón por la que en
algunos países de América Latina surgen dictadores
como presidentes, porque en el momento en que un
gobernante baje la guardia, algún individuo más listo
lo destronará. Los estudiantes tenían la misma
mentalidad adquirida a través de siglos de abusos.
Poseer sangre mezclada les daba cierta ventaja y es
por eso que los estudiantes de pura raza india,
siempre salían perdiendo. Esto sucedía muchos años
atrás, pero las cosas no han cambiado
significativamente.
En la ciudad de Puno, mi tío y yo estuvimos
aprendiendo a vivir por nuestra cuenta. Mientras
estábamos en la escuela, muy distante deY unguyo,
donde mís padres vivían,“ habitábamos” en un cuarto
pequeño y teníamos que atender nuestras propias
necesidades, incluyendo cocinar y lavar nuestra ropa.
144 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

No teníamos apoderados ni tutores, por lo que nos


fuimos volviendo independientes y responsables.
Una vez —cuando llevábamos un curso muy
difícil y llegó el momento del examen— nos volvimos“
convenientemente religiosos”. Pensamos que el
estudio no nos ayudaría mucho, así que hicimos un
peregrinaje de medio día para visitar a la Virgen de
Cancharani (una imagen de la Virgen María
estampada en una piedra después que un rayo
carbonizó la superficie). Se suponía, y la gente creía,
que esa roca grabada en forma natural podía hacer
milagros. Pasamos un rato descansando y rezándole
a la Virgen. Después de un penoso viaje de regreso,
sin desayunar ni almorzar, llegamos a Puno en la
tarde y fuimos a la escuela para dar el examen,
confiando en que la Virgen nos ayudaría en esa
prueba. Uno podrá imaginarse el resultado, ¡nos
desaprobaron! Esa fue la clase de experiencia que
obtenía mientras crecía. ¡Aprender por mí mismo!
Después de ese incidente, me di cuenta que habría
sido mejor haber estudiado. ¡Sin ofender a la Virgen!,
pero mi fe no terminaría allí; desde ese entonces
rezaba después de haber estudiado para el examen.
De Puno, mi padre fue transferido a Tacna, la
ciudad más sureña del Perú, cercana al mar y en la
frontera con Chile. ¡Otro adiós! ¡Esta vez a Puno! No
recuerdo haber tenido mucho pesar de dejar esta fría
ciudad con tan pocos animales a mi alrededor y tan
escasos eventos gratos de qué despedirme, excepto
su bello lago.
Otra Clase de selva... 145

En Puno fue la última vez que yo estaría en


medio de una población —casi— puramente
indígena. De allí en adelante, mis contactos serían
con personas de las llamadas clases “alta” y “media”
porque estaba avanzando en la escuela y estudiaba
con ellos. Los indígenas, generalmente, se quedaban
en el nivel de la escuela primaria.
VI UN

HOMBRE DEL

MUNDO

acna era diferente y los estudiantes —criollos o


T mestizos claros— gozaban de un nivel social más
elevado. Generalmente sus familiares eran
profesionales, funcionarios del Gobierno o militares.
Si algunos padres de familia estaban en situaciones
marginales —incluyendo los míos— estos
aparentaban ser más de lo que eran o tener más de
lo que poseían para entrar en un círculo mejor.
Nosotros estábamos avanzando socialmente, y
yo aprendía a competir. Aunque no teníamos mucho
dinero, gozábamos de una situación económica
aceptable. Mi padre había ascendido de grado y era
respetado por la comunidad. Gradualmente, fuimos
ingresando al grupo de la clase media y adinerada.
Tenía amigos “acomodados” que frecuentaban mi
casa; ubicada encima de la cárcel de la ciudad. Ésta
era grande y no pagábamos alquiler debido a que mi
padre era el comandante de los soldados que
custodiaban a los prisioneros.
Un Hombre del mUndo 147

Mi padre acostumbraba jugar tenis, y yo también


empecé a practicar ese deporte de los ricos. Tacna
fue la “cuna” de lo que soy ahora. En esa época, los
hijos de las familias acomodadas, buscaban las
mejores escuelas para continuar su educación. Un
Colegio Militar de instrucción secundaria: “Francisco
Bolognesi” fue fundado en Arequipa, la segunda
ciudad del Perú y cuya población estaba formada por
muchos criollos que conocían su posición,
especialmente cuando se comparaban con los
mestizos de otras regiones. El colegio era una elite;
sólo había dos de estos centros en todo el país y
ambos atraían a la mayoría de los hijos de las
familias de clases favorecidas; e incluso a los de las
familias indígenas adineradas.
Recuerdo vivamente que en Tacna, estando
sentado solo la mesa y después de cenar, mi mente
se puso en blanco. Sentí como si estuviera viviendo
en los Estados Unidos, mi conocimiento de ese país
—en aquellos días— era sólo a través de las
películas de Hollywood y mi sueño de ir a ese país
era aún muy remoto. Sin embargo, yo sabía que
llegaría allí. Eso me dio una sensación de déjà vu
(como si hubiese estado en ese lugar en mi pasado).
El hecho de ir a ese Colegio Militar haría más cercana
esa realidad.
La admisión a este colegio, requería la
aprobación de un examen competitivo. Un profesor
de Biología en la escuela de Tacna, el doctor Anaya
—nosotros acostumbrábamos llamar doctores a los
148 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

profesores—, era bondadoso y deseoso de ayudar.


Le pedí que me ayudara en las materias requeridas
para el examen, para mi sorpresa, una semana
después, me entregó un folleto mecanografiado con
el material que debía estudiar. En esa escuela
tambien teníamos un profesor de inglés, natural de
Inglaterra. Era un rubicundo típico “english
gentleman” de ese país, con sombrero y bastón. Lo
llamábamos “Paparrucha” por sus bigotes rojos. Por
razones que yo no conocía en ese entonces, a él no
le simpatizaba un estudiante negro de nuestra clase.
Por razones triviales, llegaba a veces al punto de
sacarlo de la clase, jalándolo abusivamente de las
orejas. Luego, regresaba limpiándose las manos con
un pañuelo, como si estuvieran sucias de haberlo
tocado mientras murmuraba “nigro” de una manera
despectiva.
En Tacna, mi amigo Jirón y yo disputábamos por
una atractiva chica criolla. El ganó y a partir de ahí,
los dos empezamos una amigable competencia.
Jirón, pertenecía a una familia acomodada y los dos
iríamos al mismo Colegio Militar. Ambos
esperábamos los resultados del examen de admisión.
Al final, todos pasamos, algunos ganamos becas y
fuimos a Arequipa y permanecimos internados por
tres años. Este colegio era muy conocido por su
estricta disciplina y su alto nivel de estudios.
Competencia y excelencia formaban la rutina diaria.
Si alguien no iba bien en sus estudios o tenía mala
Un Hombre del mUndo 149

conducta, podía ser castigado y no salir a la calle por


meses, o peor aún, ser expulsado.
Ese colegio era enteramente militar, regentado
por oficiales activos de alto grado y dirigido por
jóvenes oficiales del Ejército, recién egresados de la
Escuela Militar de Chorrillos. En esa época, los
jóvenes más brillantes, se iban a las academias de
las fuerzas armadas. Nosotros éramos cadetes con
uniformes, rifles reales, banda de música y desfiles
militares diarios. Nos sentíamos comparables con los
cadetes de academias militares como West Point.
Nuestros directores, trataban de imitar a esa
institución americana lo más que podían. Incluso,
algunos de nuestros oficiales habían recibido
entrenamiento allí, y otros en la academia francesa
de Saint-Cyr.
150 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Yo era un alumno de nivel promedio y tenía un


grupo de amigos cuyo objetivo era ir a estudiar en los
Estados Unidos. Allí sentí, que mis deseos de viajar a
ese país del norte, se harían realidad. Nosotros ya
estábamos estudiando el idioma inglés.
Acostumbrábamos escuchar la música de la banda
norteamericana de Glen Miller, especialmente los
domingos, en una heladería del centro. ¡No había
duda!, ¡los Estados Unidos estaban en mi mente y
corazón!, pero las posibilidades de que esto
sucediera en esos tiempos, eran muy pocas y
Un Hombre del mUndo 151

difíciles; digamos que era un sueño, y que yo tendría


que encontrar la manera de realizarlo.
Éramos cadetes con
uniformes, rifles
reales, banda
de música y desfiles
militares.

Describir mis tres años en el Colegio Militar,


tomaría un libro completo. Mario Vargas Llosa,
famoso escritor peruano, que también fue a un
Colegio Militar —el Leoncio Prado de Lima—, escribió
una novela sobre sus experiencias como cadete de
esa escuela: La ciudad y los perros, la cual es muy
conocida y ganó una distinción literaria. Algunos de
sus recuerdos y pasajes son similares a los míos en
el colegio de Arequipa.
152 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Mi tío, no terminó la secundaria por razones


económicas y la insensibilidad de sus profesores, y
se dedicó a la fotografía. Mi padre, como de
costumbre, seguía siendo destacado a todas partes.
DeT acna fue trasladado a Ayacucho, una ciudad
andina, mientras tanto yo permanecí en el Colegio
Militar por tres años. En Arequipa tenía familiares de
mi padre, pero no los visitaba muy frecuentemente.
Pasaba las fiestas navideñas en el Colegio Militar,
porque mis padres estaban muy lejos en la sierra
mientras la mayoría de los cadetes se iban a sus
casas. Además en el Perú, la Navidad es una fiesta
para niños y yo ya estaba en la edad juvenil. Mi
pasatiempo consistía en ir a los cines a ver películas
americanas, especialmente las de la Segunda Guerra
Mundial, y también las primeras cintas de rock and
roll. Mi pensamiento se basaba en lo americano y mis
paradigmas, eran actores como Gary Cooper, Jack
Palance, Tony Curtis, John Wayne, Roy Rogers, e
incluso, el carismático Elvis Presley.
Finalmente, llegó el tiempo de graduación.T odos
los padres fueron a ver a sus hijos a esa magnífica
ceremonia militar; pero los míos, debido a la distancia
y las obligaciones militares de mi padre, no pudieron
asistir. Me puse mi uniforme azul de cadete por última
vez y me despedí de varios de mis compañeros,
quienes con el tiempo serían prominentes
ciudadanos. Muchos de los cadetes siguieron
estudios en las escuelas militares de: el Ejército, la
Marina y la Aviación. Otros como yo, debíamos
Un Hombre del mUndo 153

planear nuestro futuro, y el mío estaba en el limbo.


Todo lo que yo quería era ir a los Estados Unidos;
pero, ¿cómo? y ¿cuándo?
Con tristeza, dejé el Colegio Militar, porque ahí
me sentí como en familia. Era el único centro de
estudios donde había permanecido por tres años
consecutivos sin tener que cambiar de lugar o
adaptarme a nuevas situaciones. Ahora, debía ir al“
epicentro” del Perú, la capital, y planear mi futuro
desde allí.
Para mi modo de ver, Lima era un lugar desolado.
Estuvimos otra vez reunidos en la gran ciudad,
viviendo en una sobrepoblada unidad vecinal. No
tenía amigos, paradigmas a seguir o conexiones. Mi
padre siempre había influenciado en mí para que
estudiara Ingeniería Civil, y muchos otros padres
pensaban lo mismo. La Ingeniería era considerada
una profesión muy codiciada en el Perú, y que
estudiara esta profesión, estaba muy firme en la
mente de mi padre; y yo no debía contrariarlo.
Entrar a la Facultad de Ingeniería era algo como
ingresar a Harvard o a un centro académico muy
avanzado. Uno tenía que dar un examen de
admisión, expresamente preparado para dificultar su
aprobación. Muchos estudiantes —yo incluido—
debían matricularse en un curso especial de
preparación para Ingeniería, cuyo edificio estaba en
el mismo campus. Una buena parte de ellos, eran
repitentes por varios años. El currículo preparatorio,
sin embargo, era inútil como ayuda para pasar la
154 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

prueba. Los profesores de la academia presentaban


los problemas matemáticos más absurdos, que sólo
un matemático podía resolverlos. El objetivo era
desaprobar a los postulantes, por ser demasiados
para tan pocas vacantes.Y o estudiaba día y noche:
Álgebra, Geometría, Aritmética y Física, pero eso no
me sirvió.
Recuerdo que dando el examen de admisión,
miré la primera pregunta y ésta resultó ser un acertijo
matemático que ocupaba media página.T an
simplemente al leerla, ¡me di por vencido! Pasé
elresto del tiempo de la prueba soñando con los
Estados Unidos y cómo podría estudiar allá. No creía
que sería fácil; pero sí, que el examen de admisión
sería más justo en ese país.
Permanecí en la academia durante el año
siguiente, debido a la insistencia de mi padre. En
realidad no deseaba asistir a esas estériles clases.
Además, yo sabía que algunos estudiantes tenían
otros “modos” para ser admitidos. No obstante, ellos
debían ser inteligentes y estudiar duro.
Estaba impaciente. Lo que quería era ser médico.
Había visto tanta miseria en la selva, que mi alma
anhelaba estudiar esa profesión. Yo no era bueno en
matemáticas. Fui a averiguar sobre la Facultad de
Medicina. La situación era parecida a la de la
Facultad de Ingeniería. Ni siquiera intenté estudiar
para la admisión. Entonces, pensé más seriamente
en viajar a los Estados Unidos, que para eso, ya
había preparado algunos documentos el año anterior.
Un Hombre del mUndo 155

En los años cincuenta, viajar a los Estados


Unidos, era un objetivo dificultoso de realizar. Se
requerían recursos extraordinarios de tipo social y
económico. Aun los estudiantes más inteligentes y
adinerados optaban por España, México o Argentina.
Fui a la Embajada Americana para averiguar mis
posibilidades. Ese fue mi primer contacto con gente
americana. Recuerdo los acerados ojos azules del
bien uniformado guardia de la Marina Infante de los
Estados Unidos: Pantalones color azul claro,
chaqueta azul oscuro y un quepis blanco. ¡La perfecta
imagen de un marino! ¡Muy impresionante! Pasé a la
sala de espera decorada como en las películas
americanas que había visto: muebles de cuero,
secretarias rubias y muy voluntariosas, listas a
ayudar, y me hicieron sentir bienvenido. Yo pensaba,
si alguna vez llegara a los Estados Unidos, eso sería
—de por sí— una hazaña en mi vida.
Muchos de mis compañeros del Colegio Militar no
pensaban viajar a los Estados Unidos, porque
estaban más interesados en ingresar a las escuelas
militares. Si yo hubiera intentado ingresar en la
Fuerza Aérea —a la primera mirada— habría sido
descalificado, por mi corta estatura y mi apariencia.
En la Marina —¡olvidémosla!— se requería
pertenecer a una familia de apellido y antecedentes
sociales distinguidos. El Ejército, era más receptivo,
pero allí, ya estaba eliminado. Mi padre no quería
verme como militar, porque sabía que ésa era una
156 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

vida de permanente esclavitud para lograr los


ascensos.
Por mi cuenta, me matriculé en una pequeña
academia de inglés para estudiar de noche y empecé
a tomar clases por correspondencia del “National
School” de Los Angeles, que se anunciaba en las
revistas de National Geographic y Reader’s Digest.
Comencé a escribir a algunas universidades en los
Estados Unidos solicitándoles información. Estaba
viviendo en un mundo de sueños y me convertí en un
adicto al cine. Creo que me sentía más americano
que los americanos. Mis modelos eran los actores de
las películas y no los seres reales, como los
trabajadores de las clases media y pobre de ese país.
Esa gente no existía en mi mente o en mi pequeño
mundo. Toda mi energía estaba dedicada a ver la
forma de salir de Lima, aun, si hubiera ingresado a la
Universidad o a la Escuela Naval. ¡Yo quería un
futuro diferente, otra forma de vida y otro modo de
pensar! Mis anhelos ya estaban determinados. No
buscaba dinero o posición social. Lo que quería era
otra mentalidad, un lugar donde pudiera realizarme
de acuerdo a mis habilidades y mis deseos, sin ayuda
de familiares o estrato social. No quería ser parte del
sistema en el que había crecido. Lo que anhelaba era
volar lejos. Por eso me he autodenominado “Cóndor”.
Le escribí a mi amigo Ernesto Guerra, un solvente
compañero del Colegio Militar, oriundo de Puno, que
vivía en Arequipa y que iba a viajar a los Estados
Unidos. Ambos escribimos a otro amigo, ex cadete:
Un Hombre del mUndo 157

Adolfo Guzmán; que ya residía en los Estados Unidos


y fue uno de los cadetes más promisorios e
inteligentes. Él fue a estudiar Ingeniería a la
Universidad de Brigham Young de Utah, porque tenía
una hermana casada con un mormón. Adolfo nos
guió en nuestros planes, nos dio la dirección a quien
escribir y yo mandé mi solicitud a ese centro de
estudios: BYU.
Días después, recibí respuesta de la universidad
indicándome los pasos a seguir con mi petición.
¡Nunca olvidaré el momento en que recibí esa carta!
El sobre era blanco, crispante y limpio con el
membrete en el margen:“ BrighamY oung University,
Administration-Admission, Foreign Students
Department”. Esta carta venía del Departamento de
Admisión de Estudiantes Extranjeros. Después que
toda la documentación fue procesada, fui aceptado
temporalmente, sin examen de admisión por el
momento. No se me preguntó quién era ni mi
condición social. Nadie tuvo que hablar por mí. Mi
padre ni siquiera sabía que yo había postulado a la
Universidad de BrighamY oung. Con todas esas
cartas y mi indomable actitud de viajar al país de mis
deseos, el Consulado de los Estados Unidos tomó en
serio mis intenciones, y me fueron entregados más
documentos para llenar. Yo tenía dieciséis años de
edad y mi récord policial era limpio. El Consulado era
muy meticuloso acerca de ese punto. Debía probar,
más allá de toda duda, que no era comunista, ni
pertenecía a algún partido político, especialmente —
158 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

en ese entonces— al APRA (Alianza Popular


Revolucionaria
Americana). Como no había asistido a ninguna
universidad, no era miembro de partido alguno, lo que
era habitual en los estudiantes universitarios. Las
escuelas superiores estaban muy politizadas. La
juventud de cualquier nación es siempre entusiasta,
altruista y ansiosa de corregir los males sociales que
la aquejan. Los estudiantes ven las injusticias y están
impacientes por rectificarlas. El Perú estaba
entonces, en plena agitación política y gobernado por
un dictador militar. Esos jóvenes estudiantes tenían
los mismos problemas y anhelos míos, pero yo tomé
el camino más difícil para lidiar con esa situación:
¡abandonar mi patria, mi familia, mi selva y mi
pasado!
Todo estaba andando bien. Mi inglés mejoraba.
Acostumbraba a buscar turistas norteamericanos
para conversar. No olvidaré cuando el portaaviones
Franklin D. Roosevelt arribó al puerto del Callao. Fui
a ver ese enorme barco, hice amistad con dos
marineros americanos y los llevé a mi casa. Uno era
alto y tenía ojos azules, y el otro, negro y más alto.
Los dos eran de New York y muy amigables. Los
invité a mi casa a tomar cerveza, pero me di cuenta
que no estaban interesados en involucrarse en el
entusiasmo de un estudiante con ideas de ir a los
Estados Unidos.
También acostumbraba ir a las contiendas de
lucha libre o catch as can porque siempre
Un Hombre del mUndo 159

presentaban luchadores de otros países. Recuerdo


los anuncios sobre un luchador barbudo, a quien
llamaban “El Ruso”. Fui a verlo. Mis amigos y yo no
simpatizábamos con él, especialmente después que
derrotó a mi luchador peruano favorito. Después de la
lucha quise conocerlo de cerca y saber quién era en
realidad. Me quedé atónito, era un americano que
necesitaba un traductor en español para poder
comunicarse con sus fanáticos. Y ahí estaba yo,
hablando inglés con este americano.
Los días en Lima se me hacían insoportables.
Estaba tan cerca de partir a los Estados Unidos que
me atemorizaba la idea de que algo pudiera salir mal.
El problema del dinero comenzaba a ser algo real. El
Consulado Americano quería saber cómo haría para
costear mi viaje, y también, cómo me sostendría
estando allá. Era un problema serio. No todos podían
sufragar un viaje a ese país, porque el dólar era una
moneda muy fuerte. Eran los días en que no había
jets comerciales y los vuelos en aviones de hélice a
los Estados Unidos tomaban mucho tiempo, y los
precios de los pasajes eran astronómicos.
¡Llegó el momento de la verdad! Iba a ser
entrevistado por el cónsul americano y recibiría mi
visa de estudiante. ¡Ese día fue inolvidable!, me
engalané con mi mejor terno y me hice un buen corte
de cabello. Fui a una iglesia del centro de Lima para
pedirle al padre Urraca que me ayudara, un religioso
no beatificado todavía, pero que había hecho muchos
milagros. La pared de la iglesia estaba llena de
160 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

ofrendas, esos objetos eran hechos de oro y plata,


como testimonio de los fieles favorecidos con el
objeto de hacer público su agradecimiento y
devoción. Recé y le ofrecí, que si me ayudaba a
llegar a los Estados Unidos sería por siempre su
devoto.
Aún hoy, cada vez que regreso al Perú, lo primero
que hago es visitarlo como parte de mi compromiso
con él. Enciendo una vela y dejo siempre algunos
dólares. Cierta vez, años después puse unos cuantos
soles —monedas peruanas—, pero sentía que él me
miraba y me decía: ¡Dólares, hijo mío, dólares! Y no
hubo alternativa, fueron dólares. ¡Nada de engaños
con ese beato!
Después de encomendarme al todopoderoso,
empecé a caminar por el Jirón de la Unión, donde
frecuentaban turistas americanos; crucé la Plaza San
Martín y entré a la embajada americana. Fui saludado
por el centinela de la Marina y tomé el ascensor hacia
las oficinas del consulado. Había mucha gente ahí, y
también, algunos miembros de la expedición Kon-Tiki.
Finalmente, fui llamado para ver al cónsul: un hombre
alto, delgado, de ojos azules con mucho parecido a
Jimmy Stewart. Me habló en español y me pidío
tomar asiento. La oficina era acogedora con
decoración y mobiliario americanos. Lo más
impresionante —para mí— fue una fotografía del
presidente Eisenhower y la bandera americana. El
cónsul no se veía amenazante y actuaba como un
asesor. En cierta forma, sabía que yo no tenía mucho
Un Hombre del mUndo 161

dinero y me dijo, “que al llegar, podía obtener un


permiso de trabajo para el verano”. Me contó que él
había trabajado cargando hatos de trigo en los
campos de Colorado para pagar sus estudios
universitarios. ¡Estupendo!, le contesté, y el apreció
mi entusiasmo. Supongo que vio en mí a un hombre
joven, lleno de aspiraciones, que no llegaría a ser un
problema social para su país. Luego me preguntó,
cómo andaba mi inglés. Estaba tan ansioso de
hablarle en su lengua, que empecé a hablar en
inglés. Amablemente, me dijo que le sonaba bien,
pero que me hacía falta más práctica. Entonces se
levantó —era un gigante—, me palmeó en el hombro
y me deseó buena suerte en Utah, agregando que
llevara mucha ropa gruesa porque hacía mucho frío

Mucha gente fue al


viejo aeropuerto de
la Corpac para
despedirnos.Y
o hago
un adiós con la
mano en alto, y
Ernesto, a la
derecha, sonríe.
162 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

en esa tierra de mormones.


Tenía el pasaporte, mi visa y la aceptación de la
Universidad de BrighamY oung y contaba con Mrs.
Müirhead, quien me garantizó, aun sin conocerme. Mi
padre tuvo que conseguir dinero prestado para pagar
el viaje. Ernesto, quien viajaba conmigo, me prestó
algunos dólares. Para ahorrar dinero volaríamos
hasta la Ciudad de México y de ahí, Ernesto y yo
veríamos la forma de llegar a los Estados Unidos por
el medio más barato, en carro o en tren.
¡Una vez más, me separaba de mi familia y ahora
me alejaba de mi patria! Esta vez partía hacia un
lugar lejano y desconocido, de cultura e idioma
diferentes. ¡Sólo Dios sabía lo que me esperaba! El
dolor de la separación se apaciguaba con mi enorme
deseo de ir a un gran país donde la libertad, la justicia
y la imparcialidad eran el lema nacional. Ese viaje era
para llegar a un futuro mejor y todos lo entendimos
así. Mi madre, veía ahora que su único hijo, aquel por
el que había sufrido tanto, estaba yéndose ¡quién
sabe, por siempre! Ahora comprendo, cuán buena y
humilde era. Recuerdo, años atrás, haber ido con ella
al banco para para cambiar un cheque que no lo pudo
cobrar, debido a que no podía firmar, porque nunca
había ido a la escuela y no sabía leer ni escribir.
Ahora, su hijo conocería —también— las limitaciones
de no saber leer ni escribir el idioma de otro país. Con
el tiempo ella aprendió a leer, pero aún no puede
escribir bien.
Un Hombre del mUndo 163

Mucha gente estuvo en el antiguo aeropuerto de


la Corpac para despedirme, no podía creer que yo me
iba y quería presenciar mi partida. Una vez más, mi
corazón quedaba quebrantado, mientras mi alma se
despedazaba por el emotivo momento. Estaba
dejando a mis padres con quienes había compartido
tantas peripecias durante esos lejanos días en la
selva. Estas continuas separaciones habían mutilado
mi alma —que ya se sentía como la de un hombre
viejo que apenas empieza a trepar las montañas de la
vida— sabiendo que nuestra existencia, es, algunas
veces, un mundo ¡sin esperanza!
¡Lima!, ¡luces desolada aun desde el aire! ¡Adiós!
¡Sólo Dios sabe cuándo regresaré! ¡Querida patria
mía! Tu tierra me dio el cuerpo y la mente, que fueron
testigos de la existencia de todas las iniquidades que
percibí y sentí. Sin embargo ¡Perú!, yo siempre te he
amado con todas las fuerzas de mis sentimientos
existenciales. Aunque el pasado lejano no pueda ser
olvidado, este amor es tan intenso, que si tuviera las
fuerzas“ hercúleas” que me permitieran reivindicar
ese humillante pasado, pediría a los dioses del
universo que me dieran las fuerzas para reparar
todos los daños causados a nuestros ancestros, y
con el tiempo, crear una nueva civilización mixta que
se uniera en la búsqueda del espiritualismo de la
democracia y el respeto a la humanidad. Algún día,
todos los peruanos llegaremos a ser una familia unida
cuando nuestras barreras psicológicas se abran —tan
amplias— como los anchos océanos, y nuestras
164 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

heridas del pasado y el presente cicatricen en


beneficio de las generaciones venideras.
El ruido de las hélices del avión era
ensordecedor. Ernesto y yo nos miramos el uno al
otro. ¡Era real!, por fin estábamos en vuelo a los
Estados Unidos. Nada podría ya detenernos.
Volábamos por horas mientras mis pensamientos se
dirigían a las selvas y cordilleras y a los sufrimientos
que había visto en el Perú. Pero, de algún modo, el
deseo de una nueva vida, consolaba mi espíritu.
Estaba aprendiendo a ser un hombre del mundo.
VII
UNA ESCALERA DE PELDAÑOS SUELTOS...

E rnesto y yo llegamos a México D.F., una


metrópoli moderna; estaba mucho más
adelantada que todas las ciudades que había
conocido y la gente era más abierta. Era una ciudad,
a la vez, diferente e igual a las del Perú. Hicimos
planes para tomar un autobús y un tren a los Estados
Unidos. Nuestro destino era Mexicali, el único lugar
donde el tren mexicano paraba cerca a la frontera.
Viajamos en segunda o tercera clase. Yo era un
veterano en viajes similares, y eso era algo natural
para mí.
Después de días de viaje con privaciones debido
a la necesidad de ahorrar dinero porque sólo tenía
cincuenta dólares, llegamos a Mexicali que era muy
parecida a las ciudades pobres de los desiertos en el
Perú, con gente indígena y mestiza, pero aún así, me
parecía algo más desarrollada. Entramos a Estados
Unidos por su ciudad fronteriza de Caléxico, el 17 de
julio de 1957. El tiempo era caluroso y yo estaba
usando un saco grande y pesado de mi padre, que él
me había dado. Las autoridades de inmigración de
166 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Estados Unidos usaban pulcros uniformes verdes,


traían pistolas, muy robustos, y todos gringos. Nos
preguntaron para dónde estábamos yendo y con qué
propósitos, mientras revisaban nuestros documentos.
Yo hablaba más inglés que Ernesto y respondí que
estábamos yendo a Brigham Young University en
Utah y que éramos del Perú. Mostraban curiosidad y
actuaban cordialmente con nosotros, probablemente
nunca habían visto peruanos cruzando esta parte de
la frontera. ¡Para mi asombro!, aquí estaba en
Norteamérica y todavía veía mexicanos pobres y
calles polvorientas. ¡Mi mente quedó en blanco!
Pensaba que quizá estábamos siendo engañados por
el gobierno americano, dado que ellos estaban en
una guerra publicitaria con Rusia.
No podía creer que ya estábamos en el lado
americano. ¿Qué sucedió con los altos edificios, la
suave música, los actores, la gente bien vestida?
¿Era una equivocación? Lo que pensé
inmediatamente fue que podríamos estar en un
campo de concentración como en la Unión Soviética;
después de todo había una guerra fría entre estos
dos países. Sosteniendo mi pequeña maleta de cuero
caminamos por las calles sin pavimento. No había“
americanos” alrededor, o por lo menos no parecían
gringos.
Seguimos caminando y entramos a una cafetería
y esta sí me recordaba tal como lo había visto en las
revistas y películas: limpia, con aire acondicionado,
música de rock and roll, una fuente de soda y
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 167

comestibles dentro de una caja antiséptica de


aluminio. Por primera vez vi un merengue de limón
dentro de una vitrina refrigerada. Deseaba esefresco
pastel blanco y amarillo, pero el precio era demasiado
alto —cerca de veinticinco centavos—. En cambio,
pedimos agua, que nos fue servida con hielo y en
limpios vasos. Sabía agradable. Ahora empezaba a
sentir lo que yo imaginaba, cómo debía ser América.
Cruzamos la calle donde estaban los taxis y le
pedimos a un “gringo” con su yellow cab para que nos
llevara a Los Angeles. Pensábamos que estaba
cerca. El chofer sonrió irónicamente y nos dijo que
estaba demasiado lejos y era caro, por lo que
recomendaba que tomáramos el autobús. Conversé
con el taxista por un rato. Creo que él no había visto
peruanos antes, encontrándonos algo diferentes a los
mexicanos del lugar, y nos trató con simpatía. Le
agradecí por su ayuda y le ofrecí diez centavos, que
para mí era algo de dinero en mi país, más o menos
unos cinco soles. Él sonrió y me devolvió la moneda.
Los taxistas eran más respetuosos en aquellos días,
o quizás mi actitud era diferente, dado que yo era
nuevo en el país.
Recuerdo que leyendo la versión hispana del
Reader’s Digest, en Huaraz, durante mi delirio febril
debido a un caso de tifoidea; soñaba que estaba
viajando en un moderno autobús azul en los Estados
Unidos, exactamente como lo anunciaba el aviso del
Digest. Entonces despertaba, empapado en sudor y
en mis defecaciones aguadas. Cuando me dirigí a la
168 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

estación de Greyhound, vi el mismo tipo de autobús


—grande, elegante, limpio y azul—. No había
autobuses como éste, de donde yo venía en ese
tiempo; además, siempre viajé en camiones con mis
hermanos indígenas y sus rebaños. El conductor, con
uniforme azul, nos indicó que el vehículo saldría a las
dos de la tarde. Teníamos tiempo para permanecer
en Caléxico. Mientras esperábamos, entré a una
oficina donde aparentemente estaban ofreciendo
ayuda legal a mexicanos que se dirigían a Los
Angeles. Entré y me di cuenta que se necesitaba
barrer y trapear el piso, de manera que pregunté si
podía limpiar la oficina. El dueño del negocio, un
americano pero no de ojos azules ni de pelo rubio,
como imaginaba a los gringos, y probablemente de
extracción europea oriental, dijo: Yes!, do it! Empecé
a limpiar el local. No había hecho esa clase de trabajo
en el Perú, pero aquí estaba con una escoba, un raro
trapeador y fluidos desconocidos. Hice un buen
trabajo. El hombre me dio un dólar, que para mí era
un montón de dinero. Abrí mi billetera y lo añadí a
todo mi capital. Tenía ahora un dólar extra con la
imagen de Washington. ¡Esta era la tierra de la
oportunidad, sin duda!
Abordamos el autobús con aire acondicionado y
salimos para Los Angeles. El escenario era increíble,
millas y millas de tierras llanas, verdes y fértiles, con
gente de piel oscura tostada trabajando en los
campos. Desde el ómnibus podíamos ver lujosas
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 169

casas con piscinas iguales a las que se exhibían en


las revistas americanas.
De Los Angeles fuimos al condado de La Puente,
donde la cuñada de Ernesto vivía con sus padres,
una familia mexicana. Su casa estaba limpia y bien
amoblada, por primera vez veía un receptor de
televisión y justo en ese momento se veía a una
mujer hermosa peruana que era coronada Miss
Universe. Me alegré por ella, aunque pensé acerca
de los indígenas que conforman la mayor parte de la
población del Perú.
Ernesto tenía un carro, un Ford 1948, que su
hermano le había dejado. Estábamos planeando ir a
Utah en ese vehículo, pero primero teníamos que
aprender a manejar, especialmente en aquellas
autopistas de Los Angeles.
Como toda gente joven, queríamos usar lo que la
juventud americana estaba usando. En Perú los
pantalones“ jeans” o“ Levis” eran para los ricos y, un
símbolo de opulencia. Aquí todo el mundo los usaba.
Fuimos a Sears y compré un par de éstos, unos
zapatos de color raro que estaban de moda y una
camisa, tipo Elvis.
Todo esto costó unos pocos dólares. ¡Un precio
increíble! Sabía que estaba con menos de cincuenta
dólares ahora, por lo que me propuse: ¡no más
compras! Sólo quería ser y estar como los demás.
Luego fui al peluquero. Me hice un corte flat top al
estilo de esos tiempos. Ahora parecía un japonés
para algunos y un indio americano para otros; pero
170 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

cualquiera que fuera el aspecto de mi cara, me sentía


un americano. Estaba aprendiendo lo que todos
hacían acá.
Los días pasaban en la casa de los parientes de
Ernesto y empecé a limpiar el jardín de la casa, lo
hice por días y ellos me lo agradecieron. Mi estadía
en su casa fue pagada con mi trabajo. Les agradó mi
modo de ser y yo me sentí a gusto con ellos.
Finalmente, estuvimos listos para salir en ese
viejo Ford con rumbo a Provo, Utah. El día anterior,
esa familia nos llevó a Disneylandia, que en ese
entonces sólo tenía dos años de inaugurada. ¡Qué
fantasía! Para mí, era el epítome de lo que eran los
Estados Unidos. ¡Una experiencia que nunca
esperaba! Ninguna visita posterior a Disneylandia
igualaría el impacto de esa primera vez.
En nuestro camino a Utah, cruzamos el desierto y
paramos en Las Vegas. Gastamos algo de dinero en
los casinos, pero no perdimos mucho. Por aquellos
días, esa ciudad tenía una atmósfera de vaqueros y
era menos opulenta de lo que es ahora. En las
noches, y en este desierto, podíamos ver al Sputnik.
¡Ya estaba, ahora, en el siglo XX!
Llegamos a Provo, una limpia y pequeña ciudad
universitaria. Su gente era extremadamente gentil con
nosotros. Mrs. Müirhead nos recibió en su casa y nos
puso en unos cuartos que ella arrendaba a los
estudiantes extranjeros. Esta ciudad universitaria
llegaría a ser parte de mi vida por cinco años. ¡Fue
donde comencé a ser lo que hoy soy!; incluso, las
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 171

raíces de mi familia comenzaron allí. La mayoría de la


gente de ese estado era mormona y muy religiosa.
Brigham Young University es una universidad de
casta religiosa, un nuevo ambiente, casi extraño
como lo recuerdo —¡gracias a Dios!—, era un lugar
donde una persona joven podía ir a la universidad y
sentirse como en familia. El campus era bellísimo y
muy acogedor para los estudiantes extranjeros
provenientes de todo el mundo. Antes de registrarse,
uno tenía que firmar un contrato de absoluta
abstención de alcohol y cigarro, lo cual acepté.
Mi problema mayor era ¿cómo mantenerme
solvente económicamente? Mis padres solían
mandarme dinero, pero los dólares eran muy
cotizados por lo cual me mandaban muy poco.
Empecé a trabajar mientras iba a la universidad.
Cuando no era la época de estudios, solía trabajar en
los campos de cultivo desde la salida hasta la puesta
del sol. Fue aquí que me di cuenta del prejuicio hacia
los mexicanos; y esto también venía a ser mi
problema. Durante el verano, había abundancia de
trabajo en la cosecha de manzanas y fresas. Mucha
gente joven iba a los campos y aguardaban su turno
para ser llamados mientras esperaban sentados fuera
del huerto.
Entre nosotros había muchos extranjeros y del
país esperando ser llamados para recoger la fruta.
Los jóvenes americanos y rubios entraban al campo
primero y recogíanmuchas manzanas del piso que
caían tan sólo sacudiendo los árboles, luego tomaban
172 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

las frutas de las ramas bajas que podían ser cogidas


con facilidad. Al mediodía, cuando el sol calentaba
más, nosotros —ahora todos considerados
mexicanos— éramos llamados y se nos entregaba
una escalera para recoger el resto de la poca fruta
que quedaba. Después de los primeros recogedores
quedaron muy pocas manzanas en los árboles y las
que quedaban estaban en las ramas altas. De esa
forma, en un día de trabajo sólo pude llenar dos
canastas y gané ochenta y cinco centavos. Sí, ¡lo
recuerdo muy bien! Pero aún, era muy buen dinero y
no nos sentíamos mortificados por el favoritismo,
porque no podíamos hacer nada contra eso. ¡Así eran
esos días en este país! Al menos, uno no estaba
obligado a trabajar y los muchachos de raza blanca
estaban haciendo el mismo trabajo que hacíamos
nosotros, aunque tenían alguna ventaja.
También trabajaba en una fábrica de conservas,
empezando a las cuatro de la mañana hasta el fin del
día. El pago era de setenta y cinco centavos por hora
—un buen salario— si uno podía conseguir el trabajo.
Recuerdo que tenía la peor tarea, que consistía en
poner las latas calientes tan rápido como llegaban —
al fin de la polea— en unas cajas de cartón que al
llenarse se hacían pesadas y tenía que levantarlas.
No había descanso, si uno paraba toda la línea de
producción se retrasaba y se producía el
amontonamiento de latas. ¡Hablando de monotonía y
trabajo tedioso! ¿Cómo una persona podía hacer eso
continuamente para vivir? Todos los trabajadores
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 173

teníamos un descanso de dos o tres minutos cada


hora y estábamos tan cansados que bien podríamos
haber caído, en donde estábamos parados. El
ambiente era caliente, vaporoso y ruidoso. Todos los
trabajadores éramos estudiantes y como sólo era un
trabajo de pocas semanas, no nos afectaba mucho y
hacíamos buen dinero. Yo estaba agradecido y
aprendiendo la ética americana, que en esos días era
¡trabajar y trabajar duro!
Otro empleo que conseguí fue en una plantación
de Mr. Mülenstein, quien me dio todo el trabajo que
podía realizar en los días en que no iba a la
universidad, mayormente los sábados y domingos,
desde el amanecer hasta el anochecer. Esa labor era
dura, pero amena, porque podía contemplar la
belleza de las montañas Uinta, que me recordaban
los Andes. Mis momentos de descanso, mientras me
sostenía con la pala contra el suelo, consistían en
contar los vagones de los trenes de carga que
pasaban y me parecía un desfile interminable.Y o
admiraba esos monstruos metálicos con sus
ensordecedores ruidos cuyo eco se repetía en las
montañas nevadas, y que hacían darme cuenta de la
fuerza de este país.
A la par que mi inglés mejoraba, empecé a tomar
cursos más serios. Al fin del primer año ya tenía un
trabajo estable en el campus de la universidad, como
custodio de limpieza de las aulas. Mi horario era de
cuatro de la madrugada a siete de la mañana con un
pago de setenta y cinco centavos por hora.
174 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

En una madrugada, cuando la luz del sol recién


aparecía, vi a una trabajadora nueva, Anja Hovland,
mientras esperaba que la puerta fuera abierta. Era
una muchacha que usaba un largo abrigo oscuro de
estilo europeo, estudiante extranjera procedente de
Noruega, atractiva y aparentaba ser muy joven de
manera que me fue fácil establecer una conversación
sin timidez. Entramos al edificio de ciencias, que tenía
grandes pinturas. Le hablé de los trabajos de arte
dándole mis opiniones.Y o no sabía que ella era una
artista realizada en su propio país, que hablaba cinco
idiomas y era una mormona devota con dos años de
misionera en Finlandia. ¡Bueno!, me imagino que ella
estaba tratando de conocer latinoamericanos, y yo,
tratando de conocer europeos. Nos hicimos amigos y
tiempo después, me enamoré de ella. Mi mundo llegó
a tener más sentido; tenía alguien a quien podía
considerar parte de mi vida, en este gran país donde
no tenía a nadie.
Durante las vacaciones de verano buscaba
trabajo en otros estados que ofrecían mejor
remuneración, usualmente eso significaba California.
Ahora tenía otro carro, un Mercury 56, blanco y rojo.
Mi primer carro había sido un Oldsmobile 1949 de
color gris modelo automático con un chasis
aerodinámico y propio de las películas de los años de
1940. Una de las fechas más celebradas en los
Estados Unidos es Thanksgiving. Algunos de los
estudiantes extranjeros fuimos invitados a una casa
grande de campo y llegamos en mi carro viejo. Era mi
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 175

primera y memorable cena de Acción de Gracias, tal


como —inocentemente— se representaba en las
pinturas de Norman Rockwell, un pintor americano.
La cena fue tan abundante, que “comimos por diez
días atrasados y diez días adelantados” debido a que
nunca teníamos suficiente dinero para comer. Al
término de la comida invité a la hija de nuestro
anfitrión para un paseo en mi recién comprado
automóvil antiguo. Ella era rubia y simpática. Desde
luego, no tenía ideas de romance, porque Provo era
una ciudad de completa inocencia, voluntaria o
impuesta. Mientras yo estaba conduciendo el
vehículo por las angostas y polvorientas vías del
campo, el auto se malogró y empezó a abrirse porque
el eje frontal se rompió en la mitad y quedó aplastado
sobre su parte delantera, como un sapo. El apuro fue
jocoso, ya que podría considerarse como mi primera
cita. Su padre vino y me ayudó a salir de este
problema mecánico.
Esos primeros años en la universidad me
esmeraba en el aprendizaje de inglés, el
adaptamiento al uso de las costumbres de este país y
el ajuste a la vida mormona. Para entonces, estaba
leyendo toda clase de materias, especialmente
Filosofía. Había gran cantidad de libros disponibles
como nunca los tuve. En mis ratos de lectura
pensaba como si estuviera ayudando a mi país,
dando discursos en mi imaginación acerca de cómo
los indígenas y los criollos podrían trabajar juntos por
una gran nación. En algún texto hallé una frase que
176 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

hasta hoy día está en mi mente: “Estudia y prepárate,


y cuando llegue tu tiempo, entonces estarás listo para
ayudar a tu país”.
En esos días, el servicio de inmigración solía ser
muy estricto, especialmente con los extranjeros con
visa de estudiante.T eníamos que conseguir un
permiso especial para trabajar a tiempo completo
durante el verano, y conseguíamos ese permiso
solamente si manteníamos buenas calificaciones y
permanecíamos en la universidad. Si algún
estudiante tenía problemas, era retornado a su país
sin explicaciones.
Yo era uno de los pocos extranjeros que tenía
automóvil. Un verano decidí con Anja y otros
estudiantes ir a Los Angeles, lugar donde se podía
encontrar trabajo y buen pago. Ella fue a trabajar
como tutora de niños de una familia rica en Santa
Ana, y yo a buscar trabajo. Salir de Provo a otras
grandes ciudades, era como ir a Sodoma y Gomorra.
Dejé a algunos de mis amigos y a Anja en sus
lugares de destino en el área de Los Angeles; y
entonces, me encontré solo en esta gran metrópoli
llena de autopistas con gente que no era muy
amistosa.
Empecé a buscar trabajo. Por días manejaba por
todo Los Angeles y Long Beach, usualmente
durmiendo en mi carro. No tenía oficio y sólo buscaba
cualquier trabajo por el verano. Por primera vez me
daba cuenta de la discriminación abierta. En aquellos
días no se veían muchos mexicanos en el país, y si
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 177

los había se hallaban en segundo plano.


Ingenuamente yo pensaba que era parte de la
sociedad americana. En mi país, vi discriminación
que raramente la sufrí en mi persona, pero la sentí en
la piel de otros.
Después de días de recorrido y haber parado en
todos los puestos de hamburguesas y hot dogs, no
me daban trabajo. Por lo general, todos los jóvenes
americanos de ojos azules o“ anglos” lo conseguían.
178 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

En una oportunidad entré a un lugar de venta de


hamburgue sas y solicité trabajo. El dueño del
negocio, un gringo, me entregó la hoja de solicitud
para llenarla. Me sorprendió, porque la mayor parte
del tiempo, me decían en español y sarcásticamente:
No work! ¡No hay trabajo! Esta vez la llené junto con
algunos muchachos anglos. Una vez terminada la
entrevista y cuando comenzaba a manejar el auto,
me di cuenta que había olvidado escribir mi número
de seguro social en la solicitud. De manera que
regresé al lugar y le pedí al “manager” que me la
devolviera para llenarla debidamente. El dueño
murmuró algo despectivo y sin ninguna vacilación me
señaló mi papel estrujado en el canasto de la basura.
¡Así era en esos días!
Mientras manejaba y seguía buscando empleo, vi
unas construcciones. Pregunté por trabajo, después
de darme cuenta que todos los excavadores de
canales eran“ mexicanos”. Un viejo, de la misma
procedencia, gritaba en alta voz desde abajo que no
había vacante. Salió de la zanja abierta y me miró
con compasión, repitiendo que no había necesidad de
otro trabajador en el lugar, y me dio un billete de un
dólar. A mi entender, yo no me veía como un
mendigo, pero el acto de esta buena persona me hizo
pensar y empecé a darme cuenta que estaba en la
misma condición en la que ellos se encontraban y mi
situación no estaba mejorando.
Un día, alguien me recomendó a un peruano que
estaba viviendo en el área de West Covina. Me
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 179

permitió dormir en su casa y por sus relaciones me


consiguió un trabajo en el Country Club. Fui aceptado
como lavaplatos. ¡Al fin!, tenía un lugar para dormir y
para trabajar.
Aquí veía la opulencia y el desperdicio cuando
tenían grandes fiestas en este exclusivo club. Una
vez tuvieron un “luau” y en cada plato había un pollo
entero con su complemento de aderezo hawaiano. A
medida que limpiaba los platos, tenía que botar a la
basura comida sin que hubiera sido tocada o
terminada. No lo podía creer. Aquella gente fumaba y
bebía en grandes cantidades; eran diferentes. En el
trabajo, empecé a ser identificado como mormón,
aunque sabían que era católico, pero eso no me
fastidiaba. Los mozos, incluyendo el“ chef” de cocina
que era mi jefe, solían hacer burla de la dualidad de
mi persona y empecé a darme cuenta que no gozaba
de simpatía porque era un estudiante universitario.
Creo que no podían aceptar un“ estudiante mormón-
católico-mexicano-peruano” como lavaplatos. Me
llamaban“ Pancho” tal como lo hacían con la mayoría
de los“ mexicanos” en esos días.
El verano terminó y regresé a BYU con dinero y
nuevas experiencias. No estaba resentido; esta
nación es grande y diversa, y la gente piensa
diferente, de manera que la discriminación no tenía
gran impacto, como la tenía en mi propio país. ¡Yo
esperaba que esto sucedería en Norteamérica!
180 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Personalmente no estaba interesado en


Ingeniería, aunque me había matriculado en ese
departamento por deseo de mi padre. Incluso, solía
llevar una regla de cálculo en mi cinto, como lo
hacían los otros estudiantes de ingeniería, pero
también continuaba tomando clases de educación
general.
Llegó otro verano y regresé a Los Angeles, esta
vez como“ lavaplatos profesional”. Buscaba esa clase
de trabajo, y usualmente lo encontraba mientras que
no pidiera el puesto de mesero. ¡Si yo trabajaba en la
cocina, no había problema!
Estaba viviendo en casa del doctor Evans, un
médico en Tustin, condado de Orange. Dormía en el
sótano que estaba lleno de libros. Allí encontré una
novela del escritor norteamericano, Mor ton
Thompson, Not as a stranger, la historia de un joven
médico con todo el idealismo de esta profesión. El
libro me impresionó y me di cuenta de que siempre
quise ser un doctor en Medicina y que quería ayudar
a los pobres, especialmente en el Perú. El sueño de
llegar a ser un médico en este país, se convirtió en
una pasión, nuevamente, ¡una difícil misión a
emprender!, tal como fue para venir a los Estados
Unidos.
La década de los años 1950, era la edad de oro
de la Medicina americana. Ser doctor, representaba
el símbolo máximo de categoría social y solamente
los más inteligentes, hábiles y privilegiados llegaban a
ser médicos. Este país era —y aún lo es— la cuna y
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 181

la meca de la Medicina en el mundo. Alguien que


dijera:“ Yo quiero ser médico”, implicaba algo de
credibilidad pragmática y visual. La gente tenía una
noción, idealizada, de cómo un doctor debía parecer,
definitivamente ¡no la de un lavador de platos!
Ciertamente ¡no la de un mexicano-peruano! Cuanto
más leía la novela No como un extraño (llevada al
cine protagonizada por Robert Mitchum), más
entusiasmo y optimismo llegaba a tener.
Le mencioné a Anja que quería ser doctor. Ella
me creyó, sin dudar de mis habilidades. Lo discutimos
y le dije de mis sueños de ir al Perú para ayudar a los
pobres. La riqueza no era mi objetivo; mi idealismo
era como una religión.
Como lavador de platos, conseguí un trabajo en
Tustin en el restaurant Branding Iron Steak House.
Mis compañeros de trabajo, el cocinero y las meseras
se enteraron que estaba yendo a la universidad y
querían saber para qué estaba estudiando. Cuando
empecé a decirles que yo quería ser un doctor en
Medicina, la respuesta fue una risotada general. El
comentario fue : “¡Miren a Pancho! ¡Quiere ser un
doctor!”. Las burlas siguieron. ¡Gracias a aquellas
personas, mi propósito y deseo de ser un médico se
hacía cada vez más persistente!
Más y más estaba percibiendo el resentimiento de
los otros trabajadores y mis mecanismos de defensa
eran también evidentes. Llegué a ser un experto
operando lavadoras automáticas de platos y
182 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

consideraba que podía estudiar al mismo tiempo.


Ponía un colgador de alambre en el vaporoso estante
del lavador y colocaba mi libro como un director
coloca su partitura ante la orquesta sinfónica. Podía
limpiar los restos de comida, enjuagar los platos con
una manguera especial y ponerlos sobre la correa
automática eficientemente sin tener que mirar lo que
hacía, mientras focalizaba mi vista en el libro. Me
resultaba práctico, especialmente cuando hacía esa
labor por diez a doce horas, —y a veces veinte— al
día cuando tenía dos empleos. Una vez fui despedido
del trabajo “junto con mi libro”, porque el dueño del
negocio pensaba que yo lo hacía para ostentar y
minimizar a los otros. En esos días, poca gente iba a
la universidad, y para los mexicanos o los hoy
llamados latinos, era una rareza el hacerlo.
Pasó otro verano y regresé a BYU con más
experiencia. Ahora estaba ganando más dinero que
mi padre, pero mi madre sin conocimiento de él,
estaba trabajando para poder enviarme más fondos.
Ella realmente pensaba que yo estaba pasando
tiempos difíciles, aunque yo le escribía y le
manifestaba en mis cartas, que este país estaba lleno
de oportunidades y que me iba bien, ¡lo cual era así!
En la universidad cambié de Ingeniería a
premédicas. Eso no era nada raro, porque un tercio
de los estudiantes eran de Premedicina,
Preodontología, y el otro tercio, Prederecho. ¡Empero,
llegar a ingresar a la Escuela de Medicina, eso era
otra historia!
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 183

Mis consejeros, profesores y amigos,


consideraban que mi os tentación e inalcanzable
deseo de ser doctor era algo imposible. Empecé a
tomar cursos avanzados, la competencia en el club
de premédicas era reñida. La única calificación
aceptable para entrar a la Escuela de Medicina era la
máxima:“ +A”. Algunos estudiantes tomaban sólo una
o dos materias de las requeridas con el objeto de
alcanzar buenos grados.Y o solía tomar tantos
créditos como fuera posible en un semestre. Mi sed
por el conocimiento era voraz y se podían tomar más
clases sin que hubiera aumento en los costos de
matrícula, ése fue mi error, pero posteriormente me
ayudó en mi entrevista como aspirante a estudiante
de Medicina.
Comencé a indagar sobre la admisión a las
escuelas de Medicina.T odas las respuestas eran
sorprendentes rechazos, y algunas declaraban
inequívocamente que ningún estudiante extranjero
era admitido y me aconsejaban que estudiara otra
carrera diferente. Fui a la Universidad de Utah para
hablar en la oficina de admisión. La secretaria, me
preguntó:“ ¿Qué era lo que quería?”. Le dije que
anhelaba entrar a la Escuela de Medicina. Me miró y
me dijo que le parecía imposible, a menos que yo
fuera un estudiante excepcional o hubiera hecho
investigaciones especiales o, descubierto alguna
cura. Me habló de un estudiante japonés que había
sido admitido, pero que era un genio. Bueno, yo no
184 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

era nada de lo mencionado por la secretaria, de


manera que todo terminó allí.
En BYU encontré a un profesor que tenía fe en
mis capacidades, el doctor Clark G. Gubbler, director
del Departamento de Bioquímica, quien me presentó
a un aspirante a Medicina, Sheldon Sofer, un
investigador químico de espíritu decidido. Quería
ingresar a la Escuela de Medicina en forma no
convencional, posiblemente descubriendo una
curación para las enfermedades mentales. Sheldon
era sorprendente, enérgico y solía conseguir
concesiones para su investigación en el metabolismo
de la serotonina y sus posibles efectos en los ataques
convulsivos. Llegamos a ser buenos amigos y me
puso a trabajar en su proyecto investigativo. ¡Ahora,
yo era un respetable investigador bioquímico de
mandil blanco, con centenares de ratas blancas y un
mimado roedor blanco al que conservé su vida! Tenía
que sacrificar miles de esos pobres especímenes.
Para fines de investigación los inyectaba con varias
drogas, sacándoles las glándulas adrenales y el
cerebro para cuantificar su contenido de serotonina.
Sheldon nunca tomó clases de Bioquímica, pero
podía discutir las intrincadas fórmulas de su proyecto
de investigación con el mejor de los químicos. Yo lo
admiraba. Me hacía sentir tan inadecuado que
continuaba estudiando intensamente mientras él
estaba detrás de ese glorioso día de su
descubrimiento y la admisión a la escuela médica y
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 185

posiblemente la obtención del Premio Nobel de


Medicina.
Yo ahora estudiaba para obtener un bachillerato
en Psicología y Bioquímica, pero aún estaba
trabajando en la limpieza de aulas de cuatro a siete
de la mañana diariamente. Durante el día, a veces
solía quedarme dormido en las clases y generalmente
todo lo que quería era dormir. A veces actuaba como
un sonámbulo.
De nuevo en mi monótono trabajo, inventé un
modo de abatir el aburrimiento de barrer y encerar
grandes salones de clases. Me ingenié en poner un
gancho sobre el regulador de la máquina de aspirar,
tal como lo había hecho con el transportador de la
lavadora de platos, donde podía poner mi libro y así
estudiar mientras trabajaba. Esto me ayudó
muchísimo, porque el tiempo era esencial y en
aquellas tempranas horas, yo estaba más lúcido y
despierto.
186 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Pasó otro verano, esta vez había boda en el


horizonte. Justo después de mi examen final, Anja y
yo contrajimos matrimonio. Como ella no podía
casarse fuera de su religión —en el verano previo
mientras estaba en la casa del doctor Evans y
estudiaba el Libro de Mormón y la Biblia— un
domingo en la mañana fui bautizado por el doctor
Evans y abracé esta religión. Esta conversión vino
más como una acción de convicción personal ya que
el Dios de ellos era el mismo Dios de los católicos, y
sentía el deseo de ser parte de esa buena gente que
era como mi familia. Ellos mayormente ponían en
práctica lo que predicaban. Mi unión matrimonial fue
una boda humilde y no en el templo Mormón.
Como lo hacían algunos estudiantes casados,
compré una casa de remolque, y me mudé con mi
esposa a un pintoresco lugar cerca del río. Los
veranos e inviernos eran intolerables en esta casa
móvil, de manera que permanecíamos en la biblioteca
todo el día, porque no teníamos dinero para pagar por
calefacción o aire acondicionado.
Tomé la prueba de admisión o MCAT (Medical
College Admission Test), que es requisito para todos
los postulantes en los Estados Unidos; lo hice en dos
oportunidades, la segunda con mejoría ostensible y
mejor calificación. El objetivo era que yo perseverara
sin importarme lo que pasara.
Empecé a enviar solicitudes a las escuelas
médicas con mayor seriedad y los rechazos eran más
severos. Por aquellos tiempos de los años 1960, no
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 187

había programas de “acción afirmativa”, o ayuda a las


minorías como los hay en la actualidad. El hecho es
que incluso para un estudiante americano con
calificación superior al promedio era difícil conseguir
ingreso a una escuela médica. La competencia era
tan difícil que me recordaba al Perú, y esta vez peor,
porque aquí había abierta discriminación en el campo
de la Medicina, y más aún, la gran cantidad de dinero
que se necesitaba era un tremendo obstáculo.
Llegó otro verano, Ernesto, Armando y yo fuimos
a San Francisco para buscar trabajo. Esta vez fui sin
mi esposa. En esta histórica ciudad nos convertimos
en empresarios y decidimos trabajar pintando casas.
Todo iba bien hasta que nos vimos confrontados con
un piquete de pintores de la Unión Laboral, que nos
hicieron pasar malos ratos donde fuera que nosotros
trabajáramos. Al igual que en las viejas películas de
los años 1930, los dirigentes de las“ uniones”
hostigaban a los trabajadores no sindicalizados. Nos
llevaron a sus oficinas, un edificio deteriorado y viejo,
donde unos tipos que parecían“ gangsters” jugaban
en una mesa de billar y fumaban demasiado. El humo
era tan denso que no se podía ver la cara de la otra
persona con quien se conversaba. El jefe del
sindicato quería que paráramos de hacer los trabajos,
además, no quería que nos uniéramos a su
organización; quizás porque éramos extranjeros o no
teníamos suficiente dinero para hacer frente a las
obligaciones, o por cuestiones raciales. Continuamos
pintando casas, por lo general aquellas que los
188 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

miembros de los sindicatos no querían, o no podían


pintarlas. Las casas que trabajábamos en el Condado
Marín estaban en la zona italiana sobre esas famosas
subidas y bajadas de calles, donde no había lugar
para poner una escalera en un nivel horizontal; a
veces, nos arriesgábamos y ajustábamos ésta, de
modo tal, que un pie de la escalera se colocaba en
“terra firma” y el otro ¡en las manos de Dios! Las
casas eran altas y diseñadas con ornamentaciones
que eran difíciles de pintar. Aquellos propietarios
miraban cada rajadura o grieta que dejábamos sin
tocar y vociferaban en su lengua, y nos decían que
rellenáramos y pintáramos las superficies no tocadas.
Una casa en particular nos tomó bastante tiempo,
pero los dueños, dos hermanos, simpatizaron con
nosotros y nos invitaban todas las noches abundante
comida italiana, de modo que hacíamos un detallado
trabajo y perdíamos dinero, pero ellos nos hacían
sentir como verdaderas personas. Los italianos que
en verdad son latinos, tienen similitudes con nuestra
raza indo-hispana, por lo cual podíamos entendernos
unos a otros, e incluso nos protegían de los miembros
de los sindicatos. ¡Eran muy expresivos y no había
piquetes alrededor de sus casas!
Mi esposa decidió venir y tomamos un cuarto en
el distrito de Mission en el centro de San Francisco.
Ella empezó a ver la situación de los mexico-
americanos, que ciertamente era opuesta a la vida en
los suburbios angloamericanos y muy diferente a
Provo, Utah.
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 189

De algún modo, ahorramos dinero para la


universidad y regresamos a Provo. Yo estaba ya en
mi cuarto año en BYU. La mayoría de los estudiantes
europeos había terminado sus estudios, y aquellos
que se quedaban para doctorados recibían trabajos
como bibliotecarios, empleados de oficina, o
asistentes de profesores. Muchos de los estudiantes
tercermundistas abandonaron la universidad antes de
graduarse. Los pocos que quedábamos estábamos
aún haciendo labores domésticas. Yo todavía era un
barredor de salas y mi esposa, que estaba
consiguiendo su maestría trabajaba en el
departamento de arte.
Mis compañeros del curso de inglés procedían de
todo el mundo. Mi mejor amigo, Jim Magüeru natural
de Kenya, de raza negra, tenía el más característico
acento. Aunque la gente actuaba cortés con él, se
podía percibir que no siempre era sincera, hacía
chanzas con él y era como mi hermano. Recuerdo
que él contaba con poco dinero y le decía que le
escribiera a “Tarzán” porque podría ser que el actor
de estas películas le enviaría algo de ayuda, ya que
había hecho muchos filmes en África y se enriqueció
a costa de mucha gente de su color. Él sólo se reía y
pensaba que eso era divertido. Ahora, no sería
correcto hacer estas insinuaciones raciales, pero
entre los estudiantes extranjeros solíamos bromear
unos a otros, sobre el origen de nuestros países. Jim
también quería ser doctor, pero nunca supe de él
después que dejé BYU.
190 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

En una mañana muy temprano, mientras estaba


limpiando los pisos en el salón de ciencias, llegó Anja
para decirme que estaba esperando un bebé. Ambos
nos pusimos alegres y felices.Y o me puse filosófico.
Los eventos de la vida nos tocan a medida que el
tiempo transcurre, y ahora yo iba a ser un hombre con
familia. Seguí limpiando el piso de mármol verde,
contemplando las figuras geométricas de los
mosaicos y pensando: ¡cuán lejos tenía que ir y yo
recién
—apenas— estaba empezando!
Por ahora, mis solicitudes a las escuelas médicas
eran más persistentes, algunas de ellas por segunda
o tercera vez, y los rechazos continuaban llegando.
Las repetidas solicitudes tenían las mejores
calificaciones y había acumulado más créditos, pero
no eran suficientes para ser admitido.
El doctor Gubbler, mi mentor y profesor de
Bioquímica y el doctor Allen, profesor de Embriología
mandaron cartas de recomendación a las
universidades.Y o había aprobado muy bien en sus
cursos difíciles y competitivos.T ambién el decano de
los estudiantes escuchó mis deseos de llegar a ser
doctor y de ayudar a la gente pobre. Él creía en mi
sinceridad, y escribió cartas de recomendación
positivas acerca de mi carácter y motivaciones.
Al fin, en mi quinto año en este país y en
premédicas recibí una carta de la Escuela de
Medicina de la Universidad de Saint Louis, en
Missouri. Deseaban entrevistarme, lo cual era una
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 191

forma de decir “Sí lo queremos admitir”, pero


“primeramente queremos verlo”; de modo que me
pidieron que fuera a Saint Louis.
Los viajes en avión no eran la forma más barata
de transporte en ese entonces, por lo que tomé uno
de los famosos trenes de pasajeros vistos en
incontables películas. Conseguí dinero, compré un
buen terno en Sears y salí por vía férrea a Saint
Louis. Nuevamente, viajaba en la clase más barata, y
una vez más tenía que decir el inolvidable adiós a mi
esposa. Una ansiedad e incertidumbre me invadía,
pero presentía que —esta vez— iba a ser el viaje
decisivo en mi futuro.
Era mi primer viaje hacia el este de Estados
Unidos. El tren partió y como en las películas, un
hombre de color dirigía la partida. Estaba vestido con
un uniforme oscuro y una gruesa gorra azul y con voz
estentórea decía:“ ¡Saaiinnnt Louuiiiee, allll
abooarrrd!” en un peculiar acento típico de los
conductores de trenes de esos tiempos. El vapor, las
campanas, y los pitos eran sonidos que me traían
tristeza y remembranzas de los trenes en el Perú. Me
sentía muy sensible, especialmente en esta partida.
A medida que el tren se deslizaba y avanzaba
hora tras hora, podía ver las hermosas montañas y la
amplia naturaleza pasando con rapidez y mis
pensamientos volvían a esos tiempos, cuando solía
viajar en los altiplanos de los Andes. ¡Sólo podía
pensar en la vastedad de la vida, en las
192 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

incertidumbres del futuro y lo imprevisible de todo


ello!
El dinero era escaso, pero yo tenía mis
pensamientos y mis libros como pilares de fuerza
moral. Quería tomar una bebida y fui al coche salón.
¡Mi error! Estaban allí varios hombres como en las
películas del oeste bebiendo escocés, fumando puros
y con los pies sobre la mesa. ¡No había“ mexicanos”
en ese lugar!T ímidamente pasé por las confortables
mesas y sillas de cuero y llegué hasta el hombre que
atendía en el bar. Pedí una bebida gaseosa. El mozo
del bar era alto, y su voz muy áspera. Me había
estado mirando desde el momento en que entré, y
respondió en alta voz y arrogantemente: “¡Aquí no
atendemos a indios!”. Creo que me tomó como un
indio americano; tenía un corto y grueso cabello
negro con fuertes rasgos faciales de mi raza, de
manera que no pude culparlo. Regresé a mi asiento
de segunda clase y comí mi sándwich con agua.
Pensé que si el hombre del bar hubiera sabido que yo
era un estudiante de Premedicina, a punto de ser
aceptado en una profesión honorable —a lo mejor—
las cosas habrían sido diferentes. Además, sentía
como sienten los mormones; era formal, no fumaba ni
bebía y mi futuro podía ser brillante. De modo que no
me sentí discriminado, sino incomprendido.
El tren seguía su marcha y mi mente se ponía a
pensar en la posibilidad de fracasar, pero los
espacios abiertos, la soledad de las montañas, el
continuo y persistente sonido de la locomotora me
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 193

hacían olvidar ese pesimismo. Paramos en muchas


ciudades donde subían y bajaban pasajeros, la
diferencia en el hablar y maneras de ser eran
evidentes en comparación con los mormones. Las
ciudades y las gentes no parecían muy acogedoras.
Después de un largo recorrido de dos días, llegué
a Saint Louis; históricamente éste era el punto de
partida para la conquista del ¡oeste americano! Era el
lugar donde los nuevos inmigrantes de Europa
iniciaban sus jornadas para hallar oro y fortuna en el
oeste, y escenario de innumerables películas de
vaqueros.Y o, ahora, estaba viajando en sentido
contrario, para enfrentar mi destino. Llegué en la
tarde a la estación de trenes situada en el centro de la
ciudad, la que se veía como los celuloides de los
años 1930. El lugar estaba lleno de gente. El olor del
humo era persistente, y me sentía desconcertado y
perdido mucho más que cuando llegué a Estados
Unidos por Caléxico.
Tomé mi pequeña valija y salí a la calle. La ciudad
era como aquellas que yo me había imaginado en
Perú, pero ahora estaba acostumbrado a la limpia,
inocente y pequeña ciudad universitaria de Provo. Me
decía a mí mismo, que si no conseguía ser aceptado
en la Escuela de Medicina aquí, en Saint Louis, “no lo
sentiría mucho”.
¡No sabía dónde quedaba la universidad!T omé
un troley-bus y le pedí al conductor que me dijera
dónde bajar para llegar a mi lugar de destino. ¡Allí
estaba!, justo en medio de la vieja ciudad con sus
194 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

gastados edificios de ladrillos color rojo y negro. Bajé


en la avenida Grand, allí me di cuenta que la Escuela
de Medicina estaba a un par de millas hacia el norte.
No tenía un lugar dónde estar y tenía que encontrar
un albergue para alojarme, de preferencia un hotel
barato. Mis fondos eran escasos. Vi un hotel antiguo
en estado de deterioro mientras caminaba por la
ancha avenida.Y o creía que un hotel sería un hotel,
pero ése era —y lo supe después— un lugar de
refugio para ebrios, ancianos y mujeres de vida
airada, era el “Hotel Florida”, si mal no recuerdo. La
sala de entrada estaba llena de humo y sillas
grasientas. El encargado, un hombre de color, se
hallaba parado detrás de una ventana con barras y
me preguntó si me podía ayudar. Había mucha gente
de color en esa ciudad, en Provo había sólo uno y era
mi amigo. Pedí un cuarto, con la esperanza que fuera
barato. Para mi sorpresa, el costo era de sólo dos
dólares. Tomé las llaves y subí al segundo piso. Abrí
la puerta, y era un desastre. El marco de la cama era
probablemente uno de aquellos que los pioneros
trajeron cuando llegaron a Saint Louis. No había agua
ni baño. Sólo una habitación, las almohadas y la ropa
de cama estaban tan sucias que el piso de madera
parecía más limpio. ¿Esto es los Estados Unidos?,
me pregunté. ¡Me senté en medio de la habitación!
¡Aquí estoy, a puertas de la más grande de todas las
profesiones! ¡Sí! ¡Esto es lo que este país era y no
tenía que lamentarme! Abrí una ventana de madera,
grande y vieja que no había sido usada por años, tuve
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 195

que forzarla y jalar lentamente. Podía escuchar los


crujidos de la ventana que se resistía a que sus dos
hojas se separaran. Allí estaban, unas palomas en
sus nidos con sus pichones y cuidé de no
perturbarlas. Me contenté de ver animales en esta
desolada parte de la ciudad. Hice un esfuerzo para no
importunarlas, aunque no creo que ellas estuvieran
interesadas en que lo hiciera, y muy posiblemente
estaban acostumbradas a la gente. La vista estaba
bloqueada por grandes edificios de ladrillos rojos, sólo
podía ver el cielo. Saqué de la valija el terno que
recién había comprado y lo coloqué con cuidado
sobre la silla. Mi cita sería al día siguiente, a las 8.30
a.m. Estaba exhausto y preocupado. ¡Mi futuro nunca
había parecido tan lúgubre como en este hotel! De
alguna manera traté de acomodar la cama, escogí un
espacio limpio, y me acosté para dormir. A eso de la
medianoche, alguien tocó la puerta. Salté de la cama
y pregunté: ¿Quién es? Una voz de mujer respondió.
Me preguntó que si ella podía entrar. No me percaté
si era una mujer de vida airada, pero dije: ¡No!
Con precaución, me eché a dormir. Mirando a
través de la ventana abierta, podía ver el oscuro cielo
y escuchar los movimientos de las palomas. Era
invierno, pero el cuarto estaba caliente y olía a
musgo.
Desperté temprano en la mañana al aleteo de las
palomas haciendo ruidos de amor. La mañana era
seca y fría. Me dirigí al único baño en ese piso. No
había ducha, solamente una tina desportillada con
196 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

líneas grisáceas en todos los niveles sobre la blanca


porcelana. El tiempo había corroído las llaves de la
pila y habían sido reemplazadas con alicates
quebrados. El tiempo seguía corriendoy yo todavía,
no sabía cómo llegar a la Escuela de Medicina.
Limpié la bañera y la llené con agua tibia que caía
lentamente del oxidado y gastado caño. Apenas pude
tomar un baño ligero, tratando de no tocar nada. Mis
pensamientos iban a Puno, la ciudad en el altiplano,
donde no había ni siquiera esa clase de
comodidades. Tenía que hervir el agua en un balde
de hojalata afuera en la cocina y luego llevar el agua
hervida de regreso a la casa y así lavarme tan sólo la
mitad del cuerpo. ¡Y eso era una vez por semana!,
por la frigidez del tiempo. ¡Y acá estaba disgustado
con este lujo! La mañana era fría, el baño no tenía
calentador, ni siquiera una puerta, sólo una
enmohecida cortina plástica.
Regresé a mi cuarto y mientras me vestía, mis
pensamientos estaban en la entrevista y mi
apariencia era ahora lo más importante.
Salí a la frígida avenida Grand, alineada con
árboles de arce con la mayoría de sus hojas secas,
caídas sobre el suelo cubierto de nieve. La vista de
ancianos y gente pobre caminando por las calles era
deprimente. La iglesia en la esquina era una antigua
construcción gótica. Entré para rezar y pedir ayuda.
¡Sí!, yo era mormón, pero, ¡aún era un católico de
corazón! Esa era la fe de mi niñez, y los santos —
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 197

especialmente, el padre Urraca— fueron de gran


ayuda para mí.
Tomé el autobús, como si me dirigiera “al
encuentro final de mi corta vida”. ¡Allí estaba la
Escuela de Medicina!, una antigua edificación de
ladrillo rojo, que parecía una capilla. El emblema, —
en forma de escudo en la entrada principal— decía:“
Ludovici Medicini-1818”. Yo había visto este grabado
en folletos, ahora lo tenía frente a mí. Los estudiantes
de Medicina en vestimenta blanca, cruzaban hacia el
Hospital Fermin Desloge, un impresionante edificio de
piedra que parecía ser parte de la vieja Escuela de
Medicina. ¡Oh!, ¿Podría yo, algún día, usar ese
blanco uniforme, con un estetoscopio en el bolsillo de
mi mandil? Esos futuros doctores se veían
inteligentes, altos y muy presentables. No había
negros ni mexicanos. ¡Parecía una ilusión y algo
imposible que alguna vez yo pudiera estar así!
Entré a la Escuela de Medicina por primera vez.
Sentí una reverencia, casi como si entrara a la Capilla
Sixtina en Roma. El olor del anfiteatro de anatomía y
los laboratorios químicos permeaba el edificio por
completo, causándome una sensación de náuseas.
Subí por la amplia y gastada escalera y me dirigí
a la oficina de admisión. La secretaria, una persona
de edad media, me dio la bienvenida y me dijo que
regresara a la avenida Grand y luego al Hospital de
Niños, “Cardinal Glennon”, que no estaba muy lejos, y
donde iba a tener lugar mi entrevista. Bajé por la
escalera gris de mármol, salí a la calle y ahora mis
198 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

piernas temblaban, tanto por el frío como por la


ansiedad. La caminata final era una agonía. Vi el
hospital que parecía como una iglesia. Entré y
pregunté pidiendo orientaciones para llegar al salón
de entrevistas. Me dirigieron al departamento de
rayos X. Esperé en la sala de recibo. Esos momentos
eran infinitos, y mis pensamientos estaban en la
insignificancia de mis peripecias. El doctor Armand
Brodeur apareció y me pidió que entrara. Los
doctores C. Rollins Hanlon y Vallee L. Willman
estaban sentados, impecablemente vestidos en
almidonados y ceremoniosos mandiles blancos. Sus
caras infundían profundo respeto y temor. Ambos
eran renombrados cirujanos, pero en ese entonces yo
no lo sabía. El doctor Brodeur, un radiólogo pediatra,
parecía más bondadoso, usaba un mandil blanco
arrugado, una corbata de lazo y estaba siempre
sonriente como si tratara de suavizar el alma de los
dos cirujanos. ¡Él era mi esperanza! Él encendía esa
última chispa de optimismo en mi corazón.“ ¡Siéntese,
señor Sánchez!”, dijo él. Y los seis ojos se clavaron
en mí, como si me fueran a abrir mi alma para ver
quién era.
—¿Cómo llegó usted aquí?
—Vine en tren, doctor.
— ¿Cuándo llegó usted?
—Anoche, doctor.
—¿Dónde se aloja?
Hice una pausa y no podía decirles dónde había
pasado la noche. Probablemente ellos tenían idea de
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 199

ese hotel y su sórdido ambiente y dije: En el “Hotel


Claridge”, que era un hotel grande, cerca de la
estación del tren y que yo había visto y pensado que
sería de mejor reputación. Más tarde, pude enterarme
que no lo era. Los médicos sólo atinaron a mover la
cabeza.
Miraron mi solicitud, las recomendaciones y la
carta que exponía la razón por la que deseaba ser
médico, y se fijaron en mis calificaciones.
—¡Oh!, tiene usted una nota baja, “D”, en el baile
de square dance
—Sí, doctor.T omé las clases mientras estaba
aprendiendo el idioma y pensé que sería fácil, pero
resultó lo contrario, porque ninguna de las estudiantes
quería escogerme como pareja. Era un mal bailarín y
no entendía los movimientos y letras de este baile de
vaqueros, y ellas no quisieron verse mal, bailando
conmigo. La calificación “D”, fue un acto de bondad
de la profesora.
—Veo que tiene usted una “C”, pero tomó el curso
de nuevo y logró una “B”.
—Sí, la Historia de América era difícil de
entender, y además incluía mucha lectura. Tuve que
usar un diccionario para muchas palabras que no
conocía.
—Veo que usted también tomó Bioquímica, pero
nosotros dictamos ese curso aquí. No tenía
necesidad de tomar esa materia.
—Sí, doctor, pero yo era miembro de una
investigación.
200 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

—¿Qué investigación? ¡Cuéntenos sobre ella!


Así lo hice, explicando el metabolismo de la
fenilalanina y serotonina. Hablé de los defectos en el
metabolismo de la fenilketonuria y cómo nosotros
experimentábamos con diferentes drogas y
sacrificábamos ratas tratando de encontrar una cura
para las enfermedades mentales (¡Gracias, Sheldon
Sofer!, ¡tu modo de impresionar a la gente me ayudó
y me sentí bien!).Y o sabía la materia y ellos se
quedaron, creo, un poco impresionados.
—¿Cómo va a subvencionar sus estudios? Usted
es extranjero y no puede recibir préstamos del
Gobierno. ¡Y lo peor!, usted no tendrá tiempo para
trabajar.
—Bueno, mi padre pagará la
escuela —¿Es usted casado?
—Sí, y tengo un hijo.
Se miraron los examinadores y sentí que la
situación empeoraba.
—¿Es usted mormón?
—¡Sí!
Ellos eran católicos, pero quizás sabían de algún
modo, que yo también era católico y podían ver que
era un estudiante sano, sin vicios y perseverante.
BYU era conocida por sus altos valores morales y eso
me favoreció.
Finalmente, el doctor Hanlon me preguntó:
¿Cómo podría arreglar una tostadora descompuesta?
Dije que nunca había tenido una.
...
Una EscalEra dE PEldaños sUEltos 201

Se rieron y miraron sus relojes. El doctor Willman y


el doc tor Hanlon permanecían aún sobrios,
majestuosos y profesorales. Pensaba que si conseguía
ser admitido en la Escuela de Medicina, estos doctores
me descalificarían en sus cursos tan temidos. ¡Me
sentía sin esperanzas! Era el primer paso de una
escalera llena de peldaños sueltos.
El doctor Brodeur, con su cara sonriente me habló
en forma afectuosa y me llevó hasta la puerta. Creo que
sentía simpatía por mi desempeño, y especialmente por
mi limitada situación económica. Era genuinamente una
buena persona, tal como los doctores Hanlon yW illman,
¡pero ellos debían representar lo que eran: grandes
cirujanos y profesores!
Luego de la entrevista, mi alma y mi espíritu estaban
libres. No tenía más preocupaciones. Caminé por las
calles frías de Saint Louis, con un viento helado que
congelaba mi cara. Entré a un café para, finalmente,
degustar un sándwich de salame, el mejor alimento que
comía en días. Ahora no me importaba si iba a ser
aceptado o no en esa frígida y humeante ciudad. Estaba
listo para volver al pequeño Provo, a mi esposa y a mi
hijo. Tomé el tren de regreso y esta vez gocé del
escenario. No fui al bar y me quedé en mi asiento
leyendo mi libro de biología. Todo era un sueño. Había
hecho lo mejor posible ¡Pero, yo, llegaría a ser médico
aquí o en la China! ¡No importaba dónde!
VIII
“¡OBSERVAR! ¡HACER! Y ¡ENSEÑAR!...”

os semanas más tarde, llegó una carta en la que

D en el sobre se leía: “Saint Louis University School


of Medicine, Admis-
sions Department”. ¡Era lo que esperaba!
Rápidamente la abrí y leí su contenido... “Nos agrada
informarle que lo aceptamos para el año académico de
1962... Envíe la suma de cien dólares, requerida como
depósito para asegurar una plaza”. ¡Oh!, ¡lágrimas
corrían por mi cara! Caminé a la casa por el silencioso y
frígido sendero del bosque de BYU con la carta pegada
a mi pecho. Me detuve, para abrirla de nuevo. ¡Sí, me
habían aceptado! Se la mostré a Anja y bailamos en la
humilde casa de ruedas. ¡No podía esconder mi
regocijo! Llevaba la carta conmigo y la compartía con
algunos de mis amigos.
Más tarde, algunas personas cambiaron su actitud
hacia mí. Unos cuantos compañeros de premédicas, no
estaban muy contentos con mi admisión a la Escuela de
Medicina. Mi nombre estaba entre los pocos siete u
ocho de tantos postulantes que se podía leer en la lista
del edificio de Biología, donde todos los estudian tes
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 203

podían enterarse de quiénes había sido admitidos.


Algunos se preguntaban ¿Sánchez? ¿Cómo?, y
asimismo reaccionaban por los otros estudiantes que
tambien fueron admitidos. En ese entonces, era muy
difícil para cualquiera ingresar a la Escuela de Medicina.
Ayudar a estudiantes de color u otras minorías a
ingresar mediante “cuotas raciales” no se
implementaría, sino, hasta años después.
Vendimos la casa-móvil y nos mudamos a un
apartamento de un solo dormitorio en un sótano, y
pusimos a nuestro primer hijo, Roy, en la gaveta de un
armario que servía como cuna. Juntamos todo el dinero
posible que pudimos conseguir, vendiendo nuestros
libros, las bicicletas, y todo aquello que no era
necesario. En julio de 1962 viajamos a Saint Louis en mi
automóvil, Mercury. ¡Adiós, Provo!, fuiste parte de mi
vida, tú encendiste la luz del optimismo en mi alma e
hiciste posible que siguiera adelante con mis ideales.
Esta es mi ciudad y siempre regresaré en pensamiento
a este oasis de tranquilidad espiritual en un futuro tan
incierto. Supongo, que con el pasar de los tiempos,
todas nuestras dificultades llegan a ser proezas épicas
que significan pequeños triunfos en un mundo tan lleno
de vicisitudes. En mi corazón, BYU será siempre tan
pura, como la blanca nieve que vi por primera vez en
Utah. ¡BYU es mi alma máter!
¡Oh, Saint Louis, tierra desconocida, ciudad de mis
esperanzas, vengo a tu desintegrado panorama de
imperdonables veranos e inviernos, lugar donde no
conozco a nadie! Anja había vivido en las históricas
metrópolis nórdicas. Ella estaba acostumbrada a
ciudades antiguas, gente anciana, y al frío escalofriante
de los inviernos de Europa del Norte, tan parecidos a
esta ciudad.
Dinero era siempre nuestro problema. Nos
informaron de apartamentos baratos cerca al“ Hospital
de la Ciudad”, y nos enteramos
205 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

de un estudiante de Odontología, Larry Moss, íntimo


amigo mío que vivía allí y fuimos a verlo. El calor era tan
sofocante que se hacía prácticamente insoportable, tal
como en la selva, pero sin árboles. Al fin, hallamos un
apartamento en el séptimo piso de un complejo
habitacional, conocido como “Los Proyectos”. Estaba
construido especialmente para la gente pobre, en
general, morena. El lugar era recién construido y tenía
un olor a nuevo. El apartamento no tenía muebles ni era
alfombrado. La vista desde las altas ventanas era la del
llano Saint Louis, sin un cerro, y sólo se veía, el
amenazante humo de las fábricas, las negras
chimeneas de las casas y los edificios de ladrillos rojos.
Lo primero que hice fue llenar la tina nueva con
agua fría; una vez en ella sentí refrescarme del calor
incesante y así, mi espíritu se alivió. ¡Estábamos en
casa; haríamos de esta situación, lo mejor posible!
Conocimos otros estudiantes de Odontología y
Medicina, que estaban en nuestra misma precaria
condición. Eran los únicos de raza blanca en nuestro
edificio de“ Los Proyectos”, la cual supongo me incluía,
porque todo el vecindario era de raza de color. Nos
ayudábamos unos a otros intercambiando información
de cómo ahorrar dinero, y cómo conseguir trabajo para
nuestras esposas.
Fuimos a la tienda de segunda mano “Goodwill”, y
adquirimos muebles esenciales: una mesa vieja, sillas
de madera, un pesado escritorio de oficina al que le
faltaba una gaveta y un sofá azul carente de patas en su
parte posterior. ¡Ahora, el departamento era habitable!
206 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Estábamos acostumbrados a cosas usadas de modo


que no había problema.
Comenzaron las clases y tenía que comprar libros y
un microscopio. No había mucho dinero, pero los
compré, privándonos incluso de los alimentos.
En los primeros días de escuela teniamos como
ciento se senta estudiantes, con nombres extraños,
procedentes de muchos Estados y de diferentes
extracciones raciales. Había tres mujeres, una de ellas
de color, y también un afro-americano, un hawaiano, un
coreano y un mestizo sudamericano, que era yo. El
resto eran italianos, judíos, irlandeses y de otras razas
de ascendencia europea.
Todos estábamos unidos por un lazo común —el
temor al riguroso currículo de la escuela— y al instante
llegamos a ser como hermanos. Inmediatamente
escogíamos a nuestros amigos.T odos nos veíamos
inocentes, algunos llevando el peso de la familia y los
problemas de dinero; otros eran solteros y acomodados
y muchos de los demás; inteligentes y muy seguros de
sí mismos.
En nuestras clases iniciales de anatomía, patología
e histología; los profesores estaban preparados para
una“ matanza” durante las dos primeras semanas. Ellos
sabían, que un tercio de nosotros, abandonaríamos
nuestra “insistencia” en llegar a ser médicos. Esto sería,
como el desembarque en Normandía durante la
Segunda Guerra Mundial. ¡Esta era una zona de guerra!
La escuela estaba allí, para tenernos en suspenso, para
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 207

probarnos, para que demostráramos que podríamos


actuar bajo toda clase de adversidades, no estaba para
ayudarnos. Aquí nos forjaban para ser seguros y
juiciosos y para algún día ayudar a la gente. Pero,
primero tendríamos que demostrar“ sin dudas” que
teníamos, ¡la fibra para ser médicos!
Anatomía, el primer curso, era el más temido. ¡Aquí
estaba la primera trinchera en nuestra guerra! o bien la
aprobábamos, o sería el fin de la escuela para algunos
de nosotros. Dos o tres días despues, nos
preguntábamos el uno al otro: ¿Qué habría pasado
con?... “el muchacho de bigotes”, ...“el de pecas”, ...“el
de un ex traño acento al hablar”, algo que pudiera
ayudarnos a identificar a los que ya no veíamos; porque
ni siquiera sabíamos los nombres de nuestros
compañeros. Efectivamente, para ese entonces, unos
cuantos ya habían abandonado la escuela. Algo les
habría afectado, ¿quién sabe?, ¡demasiado estrés para
muchos de ellos!, ¡quizás los cuerpos de los cadáveres!,
¡quizás los profesores!
Compartíamos un cadáver entre dos alumnos, y los
estudiantes de Odontología también hacían sus
disecciones en el mismo anfiteatro anatómico. Mi
compañero, Larry Schainker y yo trabajábamos juntos
en los restos de una anciana mujer muy emaciada, que
era nuestro cadáver, y mientras difícilmente
aprendíamos los secretos de la vida en ese cuerpo
inerte, Larry y yo llegamos a ser casi como hermanos.
Iniciamos anatomía, estudiando la pierna y según los
preofesores así nos acostumbraríamos a diseccionar el
208 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

cuerpo humano; comenzando con las extremidades


inferiores que supuestamente eran las partes más
fáciles de aprender, y que cualquier estudiante podría
aprender a identificar y diseccionar estas estructuras
mayores, como los largos músculos, grandes huesos y
nervios visibles. ¡Sí!, ¡seguro! Vino el primer examen, yo
pensé que había estudiado bastante y que había
aprendido a identificar bien cada estructura anatómica.
Después de un examen muy riguroso, pusieron las
calificaciones en exhibición. Buscaba mi nombre en la
lista de estudiantes de Medicina. ¡No figuraba! Al
menos, no entre los primeros, o los intermedios que
tenían mayores calificaciones, sino en la última
columna, la de los aplazados. ¡Oh, qué vergüenza! ¡Allí
estaba mi nombre, muy claro y en blanco y negro! Fui a
hablar con el doctor Christensen, profesor de anatomía
e histología; un galeno en años y admirador de Pablo
Cajal, el reconocido histólogo es pañol que hizo
progresos en el estudio de esta materia. Sin inmutarse,
simplemente dijo:Y o dudo que usted pueda continuar
en la Escuela de Medicina, muchos ya están
empacando para irse.“ Faltan tres exámenes y éste fue
el más fácil, ¡cuando tome el examen de la cabeza y el
cuello, usted no sabrá ni dónde está parado!”. Fue
entonces, cuando me di cuenta, que si uno no estaba
yendo bien en la escuela, ¡uno debía estudiar los libros
hasta que las letras desaparecieran y diseccionar el
cadáver —en tiras— hasta que uno supiera la materia
de memoria!
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 209

Finalmente, mi nombre se encontraba en el


promedio de la lista y seguía subiendo, no entre los
primeros, pero sí, con aceptables calificaciones. Para
ese entonces, ya habíamos perdido unos cuantos
estudiantes y también escogido nuestros amigos. Los
italianos se mantenían separados y me aceptaron en su
grupo, algunos de sus padres habían sido inmigrantes
recién llegados delV iejo Mundo y estos ítaloamericanos
simpatizaban conmigo. Mis amigos serían: Bob Rich,
Anthony Puopolo, Ted Pepper, Sam Romeo, Bill Sears y
otros. Yo era un espécimen nuevo para ellos, porque
nunca tuvieron contacto con un peruano. Solían“
fastidiarme” llamándome: “Indio”, “Pancho” o “Speck”
pero sólo en diversión. Éramos amigos y nunca lo tomé
como ofensa. En cierto modo me gustaban sus bromas
y aprendí también el origen de sus ancestros y los
sobrenombres que les ponían en los Estados Unidos,
pero con delicadeza y no en forma despectiva.
Uno de mis mejores amigos, Larry Schainker,
miembro de una familia acomodada en Saint Louis, era
callado y siempre preocupado por sus calificaciones
como yo. No obstante de ser estudioso e inteligente, yo
tenía que calmarlo, especialmente durante los
exámenes. Él llegó a ser como un bastón de apoyo
moral y me hizo sentir “parte” de su ciudad. Una vez lo
invité a mi casa, y no podía creer dónde vivía. Pero, a
pesar de vivir en una zona exclusi va de Saint Louis, el
comprendía mi situación.
El dinero seguía siendo un problema, y muchas
veces no tenía ni diez centavos para almorzar. Iba a la
210 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

cafetería y comía las galletas con el“ ketchup” que


ponían en cada mesa para consumo general, y sin
cobro. Larry me prestaba diez o veinticinco centavos y
podía tomar una sopa de cebada. ¡Y eso era un lujo
para mí! Años más tarde y cada cinco años en nuestras
reuniones de clase, él no había cambiado, todavía se le
veía preocupado como si fuéramos estudiantes. ¡Oh,
Larry, espero que alguna vez se calme! Hoy él es un
reconocido y próspero médico con una gran familia en la
costa este.
La separación y expulsión de estudiantes en la
escuela era increíble.T odos estábamos paranoicos:“
¿Quién sería el siguiente?” ¡Quizás yo! Los estudiantes
eran llamados a la oficina del rector de la escuela y se
les comunicaba, a través de un intercomunicador en la
oficina adyacente de su secretaria, diciéndoles que:“ No
podían continuar sus estudios y debían abandonar la
escuela”. ¡Eso era todo! Años de premédicas, años de
esperanza que se esfumaban en una increíble frase —y
por intermedio de un parlante— ni siquiera en persona,
o con una explicación.
Más adelante en el laboratorio de fisiología,
estaban, cuarenta perros al lado de las mesas
meneando sus colas. Esos animales iban a ser
sacrificados, mientras hacíamos varios experimentos.
Recordé a “Etico” y a los animales que había tenido, y
me sentí triste. ¡Hubiese querido salvar sus vidas!, pero
en ese lugar, yo, era impotente. ¡Esta fue mi primera
lección en nuestra inhumanidad y en cómo aceptarla por
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 211

la causa de la Medicina! ¡Aunque ahora tengo mis


dudas!
El tiempo pasaba muy rápido. Los rigores de la
Escuela de Medicina, especialmente los dos primeros
años fueron traumáticos.
212 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

El dinero seguía siendo el perenne problema. Mis


padres me enviaban lo poco que podían. Anja, trabajaba
en la universidad enseñando español; aunque ella tenía
un grado de Maestría en Arte. Aún así, apenas había
dinero para comprar libros y para pagar la matrícula.
Debido a mi condición de extranjero, yo era inelegible
para préstamos del Gobierno, y tampoco podía trabajar,
porque los estudios me tomaban casi veinte horas del
día.
Por ahora, mi tío había llegado a los Estados
Unidos. Él tuvo tiempos difíciles debido a la
discriminación. Los trabajos eran escasos. Poco a poco
sobresalió de sus problemas y pudo traer a su familia.
Hoy su hijo es médico, educado en Columbia, Missouri,
y su hija una enfermera registrada. Así, él, a quien vi por
primera vez en Andahuaylillas, Cuzco, estaba ahora
hablando inglés y también me ayudaba en la Escuela de
Medicina a pesar de la pequeña suma de dinero que
ganaba en esos tiempos.
Un día cuando no tenía un solo centavo, mi esposa
estaba esperando a nuestro segundo hijo, y no
teníamos nada para comer; fui a una deteriorada tienda
de comestibles del área y solicité crédito. Le dije al
hombre del negocio que yo era un estudiante de
Medicina y que le pagaría cuando me llegara dinero. Él
me respondió: “Si vas a ser médico, tú puedes pagar”.
Desesperado, fui a la parte trasera del mercado y
busqué entre los comestibles desechados. Para mi
sorpresa, encontré vegetales, frutas y otros productos
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 213

enlatados que eran arrojados allí, tan sólo porque no


parecían frescos o porque las latas mostraban
abolladuras. Llegué a casa con estos comestibles
parcialmente deteriorados. Mi esposa se quedó
incrédula por lo que había encontrado.
En otra ocasión, en forma desesperada necesitaba
dinero para la matrícula, o de otro modo tenía que parar
mis estudios. Anja estaba enseñando español en clases
vespertinas y una de las estu diantes, la esposa de un
acaudalado banquero, señora Fox simpatizó con ella y
nos invitó a comer a su elegante residencia. Durante la
cena, en algún momento de nuestra conversación, ellos
se dieron cuenta de nuestra situación económica. El
señor Fox, quien había logrado llegar a ser jefe de un
banco a través de su arduo trabajo, dijo: “Anja, venga a
verme mañana al banco”. Al día siguiente, mi esposa
fue al prestigioso Banco Central de Saint Louis; entró
tímidamente y preguntó por el Presidente del Banco.
Los empleados no le permitían el acceso, pero el
ejecutivo abrió la puerta de su oficina y se acercó a ella
extendiéndole los brazos para decirle: “¡Señora
Sánchez, entre, por favor!”. Era un típico americano
que llegó a ser alguien por sí mismo y sabía de nuestra
necesidad de dinero para propósitos de estudios. Nos
hizo un préstamo de quinientos dólares,“ una gran
suma” en ese entonces, sólo con la garantía de nuestra
palabra y sin necesidad de firmar ningún documento. Es
en hechos como éste, cuando la discriminación se
puede tolerar: ¡En un lugar, a uno lo tratan como cobre y
214 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

en otros lugares como oro! El punto es aceptar esta


dualidad en la vida. ¡Así lo hice y así lo sigo haciendo!
Al llegar el segundo año, la vida era un poco más
fácil, ya estaba más acostumbrado a los rigores de la
escuela. Las materias eran más llevaderas. Para
entonces, me había unido a un grupo de estudiantes de
Medicina y Odontología que solían ofrecer servicio de
mozos para familiasacomodadasenSaint Louis. La
genteadinerada,nos usaba —con nuestra indumentaria
de estudiantes de Medicina— como parte de
extravagancias para sus fiestas suntuosas. Solíamos
llevarnos bolsas llenas de comida sobrante a casa, que
las guardábamos en el refrigerador para los días de
necesidad. Era comida que no había sido tocada. Esa
gente pudiente, indirectamente, nos ayudaba y no nos
miraban con desprecio. En los países latinoamericanos,
ese tipo de trabajo para un futuro médico sería
deshonroso, mientras que en este país la ética del
trabajo, cualquiera que sea, no tiene fronteras y el
dinero ganado honestamente es igualmente valioso, sea
cual fuera su origen.
Mi esposa fue a Provo para el nacimiento de nuestro
segundo hijo, y yo fui a Michigan para tomar un curso de
Microbiología en la Escuela de Medicina. Unos
estudiantes y yo no habíamos podido acabar dicho
curso, debido al asesinato del presidente John F.
Kennedy. La tragedia nos afectó profundamente y
algunos no podíamos estudiar ni concentrarnos por
días.T odos teníamos simpatía por ese carismático
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 215

presidente y ese hecho afectó el espíritu del país. Una


vez más, tenía una separación familiar y en tiempos
como éstos, era más difícil de sobrellevar. No sé de
dónde sacábamos dinero para vivir. Subsistíamos con lo
mínimo, pero ¡Sobrevivimos!
Fue en un caluroso verano en julio de 1964, y yo me
hallaba en mi primera rotación en el reconocido
Hospital de la Ciudad de Saint Louis. Este nosocomio,
construido allá por 1800, estaba ubicado justo en el
centro del área de la vieja ciudad donde vivía la mayor
parte de la gente pobre, y a corta distancia de mi casa
en “Los Proyectos”. El hospital era un edificio clásico de
aquellos tiempos, tal como se describe en la novela de
Morton Thompson: enorme, con ennegrecidos ladrillos
rojos; tenía una entrada con una cúpula, patios de
estacionamiento para las ambulancias, que en el
pasado, eran las carrozas haladas por caballos. ¡El
último trabajo de pintura en el edificio, probablemente
habría sido hecho al término del siglo pasado! Los focos
de luz eléctrica con su
216 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

débil aura de iluminación colgaban de los elevados


techos, como si estuvieran suspendidos por hilos. El
viejo ascensor, tenía puerta de rejas de acero, que se
abrían y se cerraban como un acordeón, y era
manejado por un hombre moreno como si fuera un
tren. Los pabellones médicos eran enormes, y tenían
ventanas enrejadas. En cada sala, había entre
cuarenta y sesenta antiguas camas de fierro con
pintura blanca muy desportilladas y eran ocupadas
por pacientes de las clases sociales más
desposeídas e indigentes; usualmente alcohólicos,
gente abandonada y ancianos. No había distinción,
blancos y negros, todos juntos. Raramente vi“
mexicanos” entre ellos. A pesar de la miseria, este
patético cuadro, añadía un toque de romance a mi
nuevo mundo de la Medicina.
Como estudiante de tercer año, ahora usaba un
uniforme completamente blanco, con un saco del
mismo color, que en el bolsillo del lado derecho
portaba un estetoscopio. ¡Mi sueño se había
realizado! ¡Y estaba viviendo la novela Not as
stranger! ¡Esto era lo que quería hacer! ¡Ahora podría
poner mis manos en el cuerpo de las personas
enfermas y ayudarlas a sanar!
Me fueron asignados mis primeros pacientes en
este pabellón, que estaba lleno de gente muy
enferma. El hospital y la ciudad no podían proveer
suficientes enfermeras, asistentes o médicos.
¡Nosotros los estudiantes, éramos todos ellos!T
rabajábamos como un equipo. El jefe residente era el
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 217

comandante supremo, los residentes y los internos


eran como los profesores y consultantes, los
estudiantes de cuarto año actuaban como internos;
bien fogueados en el campo de la Medicina y dignos
de respeto, porque ellos habían llegado a esta meta.
Nosotroslos estudiantes del tercer año, los últimos de
la jerarquía, éramos los doctores, enfermeras,
técnicos de rayos X, laboratoristas, o sea, que
hacíamos todo lo que el paciente necesitaba. A cada
estudiante se le asignaba de diez a quince enfermos,
que quedaban bajo su responsabilidad. El adagio:“
¡Observar!, ¡Hacerlo! y ¡Enseñar el siguiente!” era un
lema en este lugar, porque una vez teníamos tiempo
para observar casos sólo una vez, hacerlo, una vez y
llegar a ser eficiente para enseñar el siguiente caso.
¡Aquí aprendíamos Medicina mediante la
inhumanidad de nuestra esclavizada labor, y por la
compasión a nuestros pacientes!
Mi primer paciente fue un anciano blanco y
corpulento, que había sufrido un ataque cardíaco. En
ese entonces, no había unidades de cuidados
intensivos o monitoreo computarizado, como las
sofisticadas de hoy en día. Era yo un novato, a quien
se le había otorgado el privilegio de salvar la vida de
este ser que ya era medio cadáver; inconsciente y
ahogándose en sus fétidas y amarillentas
secreciones, manteniendo apenas su presión arterial.
¡El momento que yo esperaba toda mi vida, había
llegado! ¿Cómo salvar, o por lo menos mantener la
vida de este ser vegetativo? ¡Esta era la prueba!
218 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

¡Aquí lo hacía, o me botaban de la escuela! Pasé


cada hora, cada minuto, succionando las gruesas y
purulentas secreciones de su garganta. Regulaba su
solución intravenosa con drogas para sostener la
presión, y mantenía la máscara de oxígeno
adecuadamente en su lugar. El oxígeno, venía de una
oxidada botella grande de hierro, de color verdusco, y
que parecía un antiguo cañón. Mientras trabajaba
arduamente toda la noche, mis pensamientos
rememoraban los pasajes de la novela de Thompson.
¡Éste era el mundo real de la Medicina, un lugar para
el altruismo, y yo amaba cada minuto de ese mundo!
Después de haber estado despierto toda la noche con
este enfermo, estaba exhausto. A las siete de la
mañana, —con mis ojos enrojecidos, no habiendo
comido nada y ni siquiera haber ido al baño— tomé
cuidado de mi paciente una vez más, succionando
mecánicamente sus secreciones; fijé bien la máscara
de oxígeno, y tomé su presión, ajustando las drogas
intravenosas para mantenerla normal.
Los temidos profesores estaban haciendo sus
rondas, y yo tenía que verme presentable. Fui
rápidamente al cuarto piso, subiendo por la vieja
escalera con manchas de sangre, ¡quién sabe de
cuántos años atrás!; me cepillé los dientes, hice uso
del baño, y refresqué mis ojos con agua fría. Bajé
apuradamente al pabellón donde estaba mi paciente.
¡Oh, no! Pensé que estaba perdido en este inmenso
hospital. Mi paciente no estaba en la cama donde yo
lo había dejado aún respirando y estable. ¡No estaba
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 219

ahí! El cuarto vacío aún tenía el fétido olor de su


moribundo cuerpo. ¡Mi primer paciente y yo lo había
abandonado! ¡Ésta era una gran desgracia para mí!
¡Ya me veía empacando mis cosas y siendo
expulsado de la Escuela de Medicina! ¡Y sabía muy
bien, que esto podía suceder!
¡Sí!, era el cuarto número 312. Los rígidos
profesores de Medicina, y los residentes en sus
rondas, se acercaron al cuarto de mi paciente.T odos,
con sus mandiles impecablemente blancos y
almidonados. Sus rostros serios bien afeitados.
Habían dormido toda la noche, y probablemente
tuvieron un buen desayuno. Ahora venían para
humillarnos, ¡ellos eran la Inquisición!, ¡querían saber
qué decisiones clínicas habíamos tomado!, ¡querían
saber si éramos dignos de cuidar a nuestros
pacientes! Sino, no nos querían allí. ¡Ellos sólo
querían formar buenos doctores! ¡Sí! ¡Nosotros
éramos“ doctores” en ese entonces y no estudiantes
de Medicina!
Para mi incredulidad, cuando estaba listo
apresentar mi caso clínico, los profesores miraron el
semioscuro cuarto, sintiendo el desagradable olor. Se
miraron el uno al otro, y moviendo la cabeza
sombríamente siguieron sus rondas, murmurando
que el señor “fulano de tal” había muerto, y que se
necesitaba el lugar urgentemente. Ni siquiera me
miraron y continuaron al cuarto siguiente. ¡Mi alma se
desplomó! ¡Estaba aprendiendo la humanidad de la
inhumanidad! Había perdido a un paciente, había
220 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

enfrentado a la muerte, y había hecho todo lo posible.


Esos profesores lo entendian. Haber estado en el
cuarto de ese hombre agonizante por una noche
íntegra, en sí era una lección, la vida y las
enfermedades tienen sus límites, y a veces dificiles
de prolongarlas. Hacíamos lo mejor con lo que
disponíamos en ese entonces.
Los pacientes que llegaban al Hospital de la
ciudad de Saint Louis se hallaban en el peor estado
de salud imaginable. Sus cuerpos estaban tan
deshechos y llenos de patología, que eran un libro
abierto de Medicina. Diagnosticar y tratarlos era tan
problemático, pero lo hacíamos con esmero y
diligencia. ¡Nosotros trabajábamosa bnegadamentep
orc ompasiónd en uestrosp acientesy aprendíamos
rápidamente por necesidad de hacer el bien a ellos!
Si un paciente requería de sangre, nosotros la
íbamos a conseguir caminando por los oscuros
pasajes del hospital en el amanecer frígido, mientras
la nieve —silenciosamente— caía afuera. Esos ratos
solitarios, eran nuestros momentos de descanso.
Hablábamos con los técnicos de laboratorio,
rogábamos por la sangre; como si fuera para nuestra
propia familia, una vez “en la mano”, volvíamos
rápidamente al pabellón y se la dábamos al
agonizante paciente. Sabíamos, que habíamos hecho
nuestro deber, cuando veíamos que nuestro paciente
cobraba vida y se refería a nosotros como “mi doctor”.
Agarrábamos sus manos y nada en los libros podría
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 221

habernos enseñado mejor, cómo llegar a ser un buen


médico. ¡Sí!
La Escuela de Medicina de la Universidad de
Saint Louis era conocida por ser un centro de
enseñanza, donde uno aprendía medicina clínica en
un mundo real. La universidad no estaba interesada
en que nosotros hiciéramos investigaciones o
presentáramos proyectos para obtener fondos. Ellos
querían, que nosotros fuéramos —en primer lugar—
doctores, creados y forjados en los campos más
duros de batalla; los pabellones del Hospital de Saint
Louis.
El tiempo pasaba y las noches a veces parecían
días. Solíamos estar muy a menudo sin dormir por
treinta y seis horas y los pocos momentos libres, los
aprovechábamos para estudiar los casos que
habíamos visto. Nuestros blancos uniformes se
manchaban con sangre, orines y heces; pero
manteníamos nuestra dignidad. Los pacientes
llegaban y los cuidábamos hasta que dejaran el
hospital o fallecieran. Muchos venían regularmente y
podíamos conocer sus vidas íntimamente. Quizás yo
me identificaba con algunos, porque estaban en
situaciones desesperantes como a veces yo lo
estaba, pero algunos habían perdido la fe en ellos
mismos, en la sociedad y en sus familias. Nosotros,
éramos el último eslabón de la humanidad del
hombre hacia ellos, y nunca les fallábamos. Éramos
la última luz de esperanza en sus momentos más
angustiosos, y si iban a morir solos, nuestras manos
222 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

eran las últimas que ellos tocaban. Nosotros


sufríamos porque no podíamos mejorar sus
condiciones, y ni siquiera salvar sus vidas.
Una vez con esos blancos uniformes y nuestro
estetoscopio en el bolsillo, éramos bien respetados, y
podíamos caminar así vestidos por la ciudad. Llegué
a la enorme estación central ferroviaria del viejo Saint
Louis para dar la bienvenida a mi esposa y a mi
recién nacido, segundo hijo, cuya apariencia en un
principio no se veía bien. ¡Pobre
Robert! Ni siquiera sacamos una foto de él; porque no
teníamos dinero ni máquina fotográfica. Hoy, él es un
joven guapo, pero en esos tiempos creo que mi alma
se había endurecido por toda la fealdad del hospital y
ya nada me parecía atractivo.
Estando fogueados en ese nosocomio, podíamos
trabajar en cualquier hospital o sala de emergencia.
Éramos doctores, ¡sin duda alguna! y la gente
confiaba en esos jóvenes estudiantes de Medicina.
Conseguí trabajo en la sala de emergencia del “Saint
Mary’s Hospital”. Empecé a ver pacientes que se
hallaban en mejor estado, que aquellos que trataba
en el Hospital de la Ciudad. Sus males eran menores
y en cierto modo era más fácil saber qué hacer por un
paciente muy enfermo o agonizante, que por un
paciente con una simple erupción, un dolor de
garganta o una depresión. Una noche, un anciano
llegó a la emergencia por ambulancia con dos
enfermeras particulares, y yo no sabía quién era, pero
el señor se estaba muriendo. Su boca estaba llena de
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 223

secreciones, no tenía dientes, presentaba un color


morado y respiraba con dificultad. Salté sobre su
camilla y puse mi boca sobre la suya, soplando tan
fuerte como podía hasta que llegó ayuda y revivimos
al anciano. Más tarde, una de sus enfermeras
privadas me entregó un billete de cien dólares,
diciéndome: “Usted salvó su vida”. Desde luego que
eso tomó el esfuerzo de otros y no sólo el mío para
salvar su vida. Esa persona que resucitamos era un
acaudalado residente de Saint Louis, que nadie,
excepto su médico particular podía tomar cuidado de
él. Tenía los mejores médicos en la ciudad, y yo aquí,
un estudiante de tercer año —ahora— estaba
también practicando en conjunto con esos doctores y
sus pacientes.
Desafortunadamente, la discriminación empezaba
a aparecer de nuevo en este medio. Algunos
estudiantes y doctores, eran de California, New
Mexico, Texas y otras partes del sur. Ellos tenían
ideas preconcebidas de lo que era un“ mexicano” y
no tenían ningún escrúpulo para demostrar sus
prejuicios; no les importaba a ellos, de dónde era yo.
Algunos de ellos, tenían la posición y el rango en
Medicina, lo cual era casi lo mismo y a veces mas
estrictos que en el mundo de los militares.
Había un exigente cirujano ortopedista conocido
por su falta de paciencia con personas con las cuales
no simpatizaba, y a quien creo que le disgustaba mi
acento. Cuando examinaba a sus pacientes en la sala
de emergencia y le hablaba por teléfono sobre el
224 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

caso, él gritaba sarcásticamente: “¡Speak english!”


Era arrogante y siempre apresurado, cualquier
llamada telefónica, era suficiente para mortificarlo.
Hizo pasar malos ratos a muchos en la sala de
emergencia. Pero, a pesar de algunos incidentes,
finalmente estaba haciendo algo de dinero y
aprendiendo más Medicina.
Fui a Sears Roebuck y compré un abrigo para
Anja, me costó algo y representaba los primeros
ingresos monetarios que lograba como médico. Era
también, la primera vez que podía disponer de algún
dinero para comprar algunos juguetes para mis hijos.
Para entonces, algunos de mis compañeros
estaban trabajando en exclusivos y lujosos hospitales
administrando anestesia, atendiendo partos y
obteniendo por ello buenos pagos; pero algunos de
nosotros, teníamos que buscar posiciones en
nosocomios de menos prestigio. Encontré trabajo en
un viejo hospital de madera, que era más antiguo que
el de la ciudad. Estaba cerca de la vía del ferrocarril,
y lo dirigía una congregación de monjas blancas. Ese
nosocomio, era sólo para gente de color y sus
médicos eran de la misma raza. El hospital
necesitaba jóvenes estudiantes de Medicina para
tomar las historias clínicas y dar atención nocturna
como doctores de guardia.
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 225

Era yo —supongo— el único doctor “blanco” en


este hos pital. Los casos venían, y era el primer
médico que atendía a los pacientes que eran pobres
y en necesidad de atención. Yo ya tenía más
experiencia, y en este lugar estaba aprendiendo más.
Recuerdo, que el primer parto que atendí, fue allí. La
parturienta era una señora de color, que llegó cuando
sus contracciones eran muy intensas y continuas, y
ya había tenido muchos hijos. Era medianoche y la
mujer no podía esperar a su médico. Transpiraba de
nervios porque estaba solo, y ¡nunca había atendido
un parto! Pero una bendita y experimentada
enfermera morena, calmadamente empezó a
preparar a la madre para el parto, sabía que era mi
primera vez y tranquilamente me dijo: “Doctor, usted
lo puede hacer... Yo le enseñaré”. Ella había atendido
tantos partos que probablemente sabía más que un
médico obstetra. Me puso frente al canal de
nacimiento, después de haber preparado a la
expectante madre, luego se dirigió a la cabecera de la
cama y confortaba y relajaba a la paciente, y con
signos y gestos de aprobación, gentilmente me ayudó
a recibir al bebé; le cortó el cordón umbilical y
mientras el recién nacido lloraba a gritos, se lo
entregaba a la madre. Notó que todavía estaba lleno
de temor. Cariñosamente me dijo:“ Doctor, usted está
cansado. Vaya a dormir y yo cuidaré a la madre y al
niño”. ¡Oh! A esa bella enfermera de cabellos blancos
y piel negra, nunca la olvidaré, ¡fui a mi cuarto y lloré
226 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

de alegría! Ella fue una de mis mejores “maestros”


que yo tuve, ¡tan gentil, tan humana!
Mi cuarto en este hospital era grande, con
paredes amarillas en las cuales, algunas partes
mostraban los empapelados descoloridos y
deteriorados impresos del viejo Saint Louis. La
ventana, que parecía una puerta tenía barras como
las de una prisión y permitía una vista de los
innumerables rieles de las vías de trenes con coches
cargados de carbón haciendo ruidos alarmantes en el
inmenso terminal ferroviario. El panorama era tan
deprimente, que el sueño llegaba como una
bendición. Recibía un pago de veinte dólares por una
noche entera de trabajo. Pero más que el dinero,
estaba obteniendo experiencia y aprendiendo más
Medicina. También ayudabaen cirugía y algunas
veces los doctores me permitían hacer algunas
operaciones. Esos profesionales eran competentes y
probablemente habrían tenido un dificultoso camino
para llegar a ser médicos. Ellos no eran aceptados en
la sociedad de médicos blancos, eran tratados peor
que yo —un extranjero— y se mostraban indiferentes
a esta forma de vida. Quizás el hecho de ser médico
les dio el incentivo de llevar este peso de humillación
con más dignidad.
Durante ese tiempo, estaba sufriendo de un
severo “tinnitus”, raros sonidos, y presión en mi oído
derecho. Tenía esta afección desde la niñez que
databa de mis días cuando sufría severas infecciones
en los oídos después que nadaba en los ríos del
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 227

Amazonas. Estaba en mi rotación de


otorrinolaringología (oído, nariz y garganta) y
aproveché para pedirle al residente de ese
departamento que me examinara el oído derecho. El
médico quedó asombrado por lo que vio. Presentó mi
caso al profesor y jefe del departamento, un experto y
reconocido médico en esta rama, el doctor William B.
Harkins. A diferencia de la mayoría de profesores, él
inspiraba confianza en los estudiantes y era muy
asequible. Miró mi oído derecho a través de un nuevo
y adaptado microscopio óptico y llamó a los
residentes para que vieran uno de los más grandes“
colesteatomas”, un benigno tumor en el oído. Parecía
y tenía la constitución de una cabeza de cebolla
blanca.
Doctor Harkins me dijo que necesitaba una
intervención quirúr gica, tan pronto como fuera
posible. No tenía dinero, seguro médico ni tiempo, y
lo peor de todo, la universidad no toleraría un
estudiante de Medicina enfermo. Nosotros, como
futuros médicos, debíamos ser“ sobrehumanos” y
sabía que si ellos se enteraban de mi condición, me
expulsarían de la escuela. La Navidad estaba cerca y
el tiempo frío de Saint Louis estaba penetrando en mi
alma y la angustia de ese momento no la podría
describir: con dos hijos y un tumor en el oído, maligno
por su posición y que necesitaba una operación muy
delicada. ¿Qué hacer?
228 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Pedí al doctor Harkins que guardara mi condición


en secreto y que él hiciera mi operación durante el
receso de Navidad.
Ese médico de buen corazón, era
verdaderamente humanitario y entendió mis
preocupaciones. Llegó la Navidad e ingresé al gran
edificio, dirigiéndome al décimo piso del Hospital
Fermin Desloge. Entré casi de incógnito. No dije nada
a mis amigos y no quise que mi esposa viniera a
visitarme. Tuve la intervención quirúrgica, y ahora era
un paciente como cualquiera. Había estado cerca a la
muerte durante mi niñez a causa de graves
enfermedades como la tifoidea y otros males
tropicales en la selva, pero aquí, ¡yo estaba más
temeroso de estar vivo que muerto!
Cuando me pusieron bajo anestesia, mis
pensamientos fueron a la sucesión de penurias en mi
vida y mi lucha interminable para llegar a ser médico.
Desperté después de la operación, esperando que
nadie me reconociera, especialmente mis profesores:
los doctores Hanlon, Willman y Broadeur; y esperaba
que no me vieran en esa condición, porque ellos
seguían mi progreso en la escuela. Yo no era un
estudiante de Medicina que podía perderse en la
multitud, era tan visible como un lunar entre todos los
otros, y como foráneo era aún más perceptible.
Mientras los profesores, residentes, internos y
estudiantes pasaban por mi cuarto durante sus
rondas matutinas, yo cubría mi cabeza vendada con
mi sábana para no ser visto y podía oírles decir: Oh,
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 229

este es un caso de “otorrino”; no hay nada que


aprender de este paciente y seguían su camino hacia
el próximo enfermo.
Después de tres o cuatro días, con la cabeza
cubierta con bandas blancas y apenas pudiendo
caminar debido al mareo, salí del imponente hospital.
Con cuidado e inseguro, crucé la calle y caminé
lentamente hasta el paradero del autobús. El día era
frío y caía la nieve. Los edificios se veían más viejos y
oscuros y mi vida no parecía mejor. El autobús se
dirigió hacia la avenida Chateau pasando por las
viejas casas que en algún tiempo fueron las
mansiones de la gente blanca y rica de Saint Louis, y
en las que ahora sólo vivía la gente pobre y de color.
Estaba yendo a mi casa para pasar el receso
navideño, por lo menos no habría clases. No podía
trabajar y no teníamos dinero para la Navidad. ¡No
era que lo tuviéramos antes! Pero, por lo menos yo
estaba bien de salud y eso era todo lo que se
necesitaba.
Tomé el ascensor, ahora, en un sucio y
deteriorado edificio de “Los Proyectos”. El elevador
estaba oscuro y tenía charcos de orines. Crucé el
largo y desierto corredor, con ratas alejándose
rápidamente de mi camino. Los niños de color
miraban mi cabeza vendada y quien sabe si sintieron
lástima o se asustaban de mí, al haberles parecido un
“Frankenstein”.
230 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Entré al departamento 704 en la calle 1251


Hickory. Encontré a mis dos hijos después de sus
baños; estaban jugando y riéndose. Los levanté así
desnudos y sentí el calor de sus pequeños cuerpos.
¡Estaba vivo y tenía a mis hijos en mis brazos,
¡estaba feliz!, ¡ahora podía gozar de ellos!, ¡no más
escuela, hospital ni profesores! Sólo mi familia hasta
que estuviera bien. Podría mirar televisión con ellos,
ver lo que comían, ver lo que hacían. Era Na vidad y
estábamos casi en lo último, pero nos teníamos el
uno al otro. ¡Sí, yo llegaré a ser médico! ¡Sí! ¡Lo haré!
El oscuro y frío invierno en la vieja ciudad, revivía
con las verdes luces de Navidad, y todos estaban con
el espíritu de Pascuas. El Año Nuevo vino y me quité
las vendas. Fui a visitar a Bill Sears, Bob Rich,
Anthony Popuolo y Ted Pepper en la casa de
fraternidad“ Phi Rho Sigma” cerca de la escuela de
Medicina, no sabían lo que me había pasado, y me
sentía tan completo como ellos: fuerte y sano.
Comenzaron a hacer bromas de mí y de mi país,
como era de costumbre. Me preguntaban si había
Navidad en el Perú. Bob dijo:“ Estos indios peruanos
no saben qué es eso”. Me hacían reír con sus
bromas, eran mis amigos y no me ofendían en modo
alguno, pero yo también sabía de apodos para los
italianos y los irlandeses y les retornaba sus burlas.
Después de la fiesta navideña, la casa de
fraternidad estaba llena de latas vacías de cerveza,
comida que había sobrado, ornamentos, globos, y un
árbol grande de Navidad. Ellos querían deshacerse
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 231

de la comida y del árbol decorado. Les dije que yo lo


llevaría a mi casa. Cortamos el gigante árbol verde en
mitad y me ayudaron a ponerlo en el techo de mi
carro junto con la comida y otros artículos navideños.
Me dirigí a mi casa con esos presentes. ¡Finalmente,
tendríamos un árbol navideño aunque seco, pero no
era demasiado tarde! ¡Sí! ¡Después de todo
celebraríamos Navidad! Gracias, Bill, Rich, Popuolo y
Pepper, nosotros éramos buenos amigos y siempre lo
seremos.
Empezamos el cuarto año de Medicina con unos
cuantos menos que habían dejado la escuela por
muchas razones. Escuchamos de dos estudiantes,
que dos semanas antes de la graduación fueron
expulsados de la escuela debido a sus malos tratos“
de cabecera” y posiblemente drogas. ¡Increíble! Ocho
a diez años de estudios, tan cerca de graduarse, y
ahora tenían que dejar la Medicina para siempre.T
odos sentimos pánico. No sabíamos cómo
protegernos. Pensábamos que podíamos ser
expulsados en cualquier momento y por cualquier
cosa; y ese temor estaba siempre presente en
nuestras mentes.
Fui designado para asistir al doctor Hanlon en
cirugía cardíaca. Era una operación que llevaba su
nombre, Blalock-Hanlon, para reparar una
malformación congénita del corazón. Éramos unas
diez personas en la sala de operación, otro estudiante
de Medicina y yo sustentábamos los “retractores”
232 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

para mantener la cavidad pectoral abierta de modo


que el cirujano pudiera operar. Prácticamente,
estábamos debajo de la axila de un cirujano residente
que nos trataba como parte de los instrumentos
cuando ellos necesitaban más retracción o visibilidad.
Los altoparlantes en el hospital anunciaron en alta
y clara voz: “Doctor Sánchez, a la oficina del decano,
inmediatamente”. ¡La llamada que yo estaba
temiendo! ¡Finalmente llegó! Mi alma se paralizó, casi
agradeciendo por este momento. ¡No habría más
lucha!, ¡no más ansiedad! ¡Ahora mi familia se vería
libre de este sacrificio por mi anhelo de ser médico!
Lenta y apenadamente, casi avergonzado de
estar ahí, subí por las escaleras hacia nuestros
dormitorios de guardia, raras veces usados; me
cambié con mi uniforme blanco, despojándome de mi
indumentaria de cirujano, como si no más la usaría.
Mientras limpiaba mis zapatos, lágrimas caían de mis
ojos. Sentía un dolor en el alma, como si algún
miembro de mi familia hubiera muerto. Mi garganta
estaba sofocada por la tensión de mi desesperación.
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 233

Tomé el ascensor para bajar al primer piso. Caminé


por la calle ligeramente cubierta de nieve, sin
importarme el tráfico. El aire frío del crudo invierno
me dio un suave golpe en la cara, despertándome
mientras caminaba“ casi medio vivo”. Llegué a la
oficina del decano. La secretaria me hizo esperar un
momento, casi disculpándose.
La Escuela de Medicina había estado tratando de
conseguir un decano de renombre y experiencia.
Mientras tanto, teníamos rectores sustitutos, que eran
médicos de distinguidos méritos académicos, pero no
necesariamente interesados por el alto puesto de un
decanato. Finalmente, se encontró un profesor de
psiquiatría, conocido por ser el fundador y primer
director del Instituto Nacional de Salud Mental, el
doctor Robert H. Felix. Eventualmente, él mejoraría la
Escuela de Medicina y levantaría la moral de los
estudiantes.
Vi el temido “intercomunicador” sobre el viejo
escritorio de madera, a través del cual a muchos de
los estudiantes de Medicina se les había comunicado
que empacaran sus cosas y dejaran la universidad.Y
o estaba esperando esas palabras. Esos momentos,
fueron como mil días sin fin. El doctor Felix llamó:
“Entre, doctor Sánchez”. La secretaria me tomó por el
brazo y por primera vez vi al gentil y amable médico,
nuestro nuevo decano que era de baja estatura. Yo
retenía las lágrimas en mis desvelados y enrojecidos
ojos, mi voz se tornó áspera. El doctor Felix, puso su
mano sobre mi hombro y palmeándome suavemente
234 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

dijo: “Doctor Sánchez, sabemos que usted está


pasando por momentos difíciles. Usted no puede
conseguir préstamos y tiene familia. Sabemos de sus
problemas económicos. ¡Tome ánimo y no se
preocupe!, aquí tiene un cheque por cuatrocientos
dólares. Alguien anónimamente nos lo entregó para
un estudiante en necesidad”. Las lágrimas fluyeron
finalmente a mis mejillas y mi garganta se cerró casi
al punto de asfixia. Apenas pude agradecer y salí
sintiéndome tan humilde como jamás me había
sentido en mi vida, y tan asombrado de la bondad y
humanismo en este mundo. Después de este
incidente nunca fui el mismo (ahora aún dono dinero
a esta universidad con el mismo propósito).
Tenía más profesores y rotaciones que hacer, y la
inevitable posibilidad de ser expulsado de la escuela
por cualquier razón, estaba siempre en nuestros
pensamientos y esto podría suceder a cualquiera de
nosotros.
Ahora rotábamosen otras instituciones además
del Hospital de la Ciudad. Me tocó ir al “Veterans
Hospital”, el cual era conocido por sus problemas
burocráticos. El residente en jefe era un tirano
conocido por su habilidad para deshacerse de los
estudiantes de Medicina por cualquier pretexto. Éste
era otro obstáculo que todos teníamos que pasar. Si
sobrevivía a esta rotación, entonces probablemente
me graduaría de médico.
La primera especialidad en este hospital militar,
era en Medicina. Había muchos ancianos y enfermos
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 235

que eran veteranos de la primera y segunda guerras


mundiales, y algunos de la era de Theodore
Roosevelt. Me fue asignado un anciano —todo un
americano— que parecía alejado un poco de la
realidad. Era un veterano de la Segunda Guerra
Mundial. Estaba medio dormido, y yo tenía que hacer
su examen físico y tomar su historia clínica.
Cuidadosamente lo desperté, diciendo:“ Good
Morning, Sir”. Me miró, se mostró muy agitado y
cubriéndose con las sábanas, gritó:” ¡No quiero un
médico japonés! ¡Váyase de aquí! ¡No me toque!”
Uno podría imaginarse mi desconcierto mientras
trataba de calmarlo. Yo no quería que los otros
estudiantes lo oyeran. Eso sería la broma del día.
También, esto me daría mala reputación por mis
“maneras” como médico de cabecera. Peor aún,
¿cómo lo tomaría el temido jefe de residentes? De
algún modo cambié pacientes con Larry Schainker y
mi primer día terminó —sin novedad por el
momento— en este inmenso hospital del Gobierno
americano.
Empecé a trabajar de noche en emergencia en
otros hospitales para sustentar a mi familia. Me mudé
de“ Los Proyectos” a un área mejor para vivir, donde
podía caminar hacia mi casa a altas horas de la
noche sin miedo. Los apartamentos estaban situados
en un lugar renovado de la antigua ciudad. Nos
sentíamos más tranquilos al estar en un vecindario
más seguro, pero mis problemas de dinero estaban
lejos de resolverse. Mi compañero, Harry Owens, hijo
236 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

del famoso director de orquesta hawaiana de los años


1940 de Hollywood me ayudó con un préstamo que
se lo pagué veinte años después, cuando lo encontré
en el río Amazonas, en Brasil.
Estábamos en el cuarto año y todos planeábamos
nuestos internados y especialidades. Los estudiantes,
en su gran mayoría sabían lo que querían hacer.Y o
todavía estaba recuperándome de mis años de
esfuerzos.
Nuevamente, fui asignado, esta vez, al pabellón
de tuberculosis en este hospital de veteranos, y era
como enviarme a la Siberia. Una sala de aislamiento
en la que cuarenta o cincuenta pacientes, vivían casi
encarcelados debido a su activa y contagiosa
enfermedad, y no podían salir. Me amonestaron;
diciendo que yo sólo debía mirarlos a través de la
ventana, seguir el progreso de sus enfermedades,
asegurar que estuvieran tomando sus medicinas y
recibiendo sus inyecciones. ¡Yo no estaba de
acuerdo!
Debido a mi naturaleza y a algunos pasajes leídos en
la novela de Thompson. ¡Quizás, yo quería cambiar
esto, no tenía miedo de contraer tuberculosis!
Quería entrar y “sentirlos” con mis propias manos
a esos pacientes. Me puse el mandil, gorro y una
máscara de tela blanca usada en esos tiempos y abrí
la puerta de vidrio. El olor de los numerosos
pacientes penetró a través de mi máscara, como si
los gérmenes de Koch trataran de entrar por mis
fosas nasales. Inmediatamente me rodearon y
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 237

comenzaron a jalarme y gritarme. Todos querían salir.


Me decían que sus cultivos de esputo eran negativos
y que yo estaba prolongando sus estadías. ¡Logré
apenas, separarme de ellos y salí de la sala! Estaban
molestos porque muchos habían permanecido
encerrados por meses en el pabellón de tuberculosos
sin haber tenido contacto con el mundo exterior.
Empecé a revisar sus historias clínicas. Un interno
me comunicó que los pacientes solían cambiar sus
esputos entre ellos, de modo que algunos que tenían
esputos negativos tosían en las cajas de muestras de
los pacientes todavía infectados o positivos para, asi,
salir más temprano. Con dedicación, gané la
confianza de ellos y corregí sus historias y por lo
menos algunos curados salieron. No era que ellos no
estuvieran bien cuidados, sino que los médicos
disponibles eran pocos para tantos enfermos —y en
este caso— supervisados por un estudiante de
Medicina.
Nosotros éramos estudiantes de Medicina, pero
conscientes de los problemas sociales como parte de
nuestro deber. Es muy posible que en una empolvada
biblioteca yo habría leído un libro desactualizado
sobre tuberculosis, ¡pero ése no era el modo de
aprender Medicina en esta escuela! Aquí
aprendíamos Medicina, directamente en la vida real,
logrando así dar un mejor cuidado a nuestros
pacientes. ¡Nunca cambiaría la forma como aprendí
Medicina, estaba de acuerdo con mi temperamento y
el modo en que aprendíamos!
238 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Para ese entonces, habíamos perdido a unos


compañeros de clase y ganado a unos cuantos que
repetían el año de la clase previa. Iba a terminar la
escuela en cuatro años, o sea sin repetir un solo año,
¡y así lo hice! El nuevo decano, el doctor Felix levantó
la moral de los estudiantes. Como profesor de
psiquiatría, él sabía la presión a la que estábamos
sometidos; nos sentíamos paranoicos, incluso los
estudiantes más destacados.
Sentíamos y sabíamos que los profesores
estaban buscando una razón cualquiera para eliminar
a los estudiantes que según ellos, no llegarían a ser
buenos profesionales. Incluso la rotación de
psiquiatría, como me di cuenta más tarde, era un
modo de ver si estábamos mentalmente bien y no
teníamos problemas psicológicos. Perdimos dos
estudiantes en esta rotación y uno de ellos terminó en
un hospital mental.
Las cosas parecían mejorar. Algunos
acomodados estudiantes estaban ya jugando golf,
imitando las costumbres de los doctores adinerados.T
uvimos una fiesta para nuestra clase. Un estudiante
de alta sociedad alquiló un lugar en el country club, lo
más selecto de Saint Louis y muchos de nosotros
fuimos. Era el primer lugar de lujo que yo pisaba
como invitado.
Una vez en el elegante comedor, busqué a mis
amigos Bob, Bill y Ted. No los pude encontrar; ellos
no vinieron, ni tampoco algunos otros estudiantes.
Los encontré al día siguiente y me dijeron que habían
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 239

rehusado asistir en solidaridad con los estudiantes de


color, a los que no se les permitió el ingreso a este
local. Eso significaba que los dos compañeros de
color de nuestra clase no pudieron ir, y yo me sentí
incómodo. ¡Y qué decir de mí! Yo era mestizo, un
extranjero ni siquiera ciudadano norteamericano y fui
aceptado en este club. Se supone que yo debí estar
contento con esta acción hacia mi persona, pero en
realidad me sentí muy consternado. Ahora se podía
ver cómo algunos de los estudiantes estaban
mostrando sus actitudes discriminatorias. La división
de las clases sociales se hacía más notoria y entre
nosotros se formaron grupos: los irlandeses, los
judíos y los italianos. Yo estaba con los últimos.
Saint Louis se veía mejor, aún el arco —un
símbolo de la puerta de entrada al oeste— estaba
próximo a ser terminado. Roy (nombre que escogí del
artista Roy Rogers), mi primer hijo, estaba caminando
y creciendo, incluso recuerdo que lo llevé a ver la
película Mary Poppins, que me gustó mucho. Hacía
tiempo que yo mismo no había ido al cine. Compré
en“ Goodwill”, un tocadiscos usado y escuchaba
discos de Beethoven, que me los prestaba de la
biblioteca pública.
¡Otro ciclo!, y teníamos una rotación en el hospital
de la ciudad, en el departamento de Obstetricia y
Ginecología. Ocho de nosotros fuimos seleccionados
para la sala de partos por tres meses y en ese grupo
se incluía a mis amigos y a unos pocos más.
Estábamos juntos día y noche atendiendo partos que
240 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

los había en grandes cantidades. De nuevo, el


adagio: “¡Observar!, ¡Hacerlo!, y ¡Enseñar el
próximo!”; era el lema de nuestro aprendizaje. Ted
Pepper no llegó a“ observar” el primer parto, fue
llamado a“ hacer uno”, sin embargo cuando tenía sus
manos en el canal de la parturienta, el residente le
preguntó: “¿Cómo vas con el parto, Ted?” “¡Bien!,
doctor. ¡Siento la división del cráneo del niño!” No
teniendo experiencia de lo que él describía; era la
ranura de las nalgas del bebé. El parto venía
atravesado y fue realizado por el obstetra residente.
¡No hubo daño! Nos reíamos y bromeábamos a
Pepper por días. A él no le agradaba la medicina
clínica. Hoy, Ted es un exitoso radiólogo en Saint
Louis.
Como de costumbre yo era la mascota del grupo.
A veces mis compañeros se aburrían y me escogían
para ponerme en un receptáculo grande de ropa para
la lavandería del hospital, con mis posaderas abajo y
las manos y las piernas hacia arriba, de modo que yo
no podía levantarme.Y así me mandaban en el viejo
y poco usado ascensor al sótano, donde estaba hasta
que alguien apretara el botón. ¡Éramos como niños!
Otra vez, Livingston, un estudiante de la sociedad
de Saint pregunto Louis y miembro de nuestra
rotación de Obstetricia llegó molesto a eso de la
medianoche.“ ¿Qué pasa?”, le preguntamos. Él
empezó a decirnos que le inquirió a una parturienta si
estaba en “labor”, como se dice en inglés por las
contracciones activas y ella le respondió que nunca
“¡Observar! ¡Hacer! y ¡enseñar!...” 241

había“ trabajado”. Estaba realmente molesto, pero a


nosotros nos dio mucha risa.
¡Oh, esos inolvidables días en la Escuela de
Medicina perdurarán toda una vida en mi corazón y
aquellas memorias estarán siempre conmigo! En ese
entonces, parecía una eternidad, pero ahora,
retrospectivamente, siento como que el tiempo se fue
muy rápido.
Esos estudiantes de Medicina eran mi familia.
¡Cada cinco años cuando voy a Saint Louis para mis
reuniones de clases, mis heridas se abreny esas
mismas heridas se cierran cuando nos juntamos! Y
como siempre, hay momentos en que uno tiene que
decir adiós a todos los buenos y malos momentos.
Llegó el día de graduarse y todos nos probamos
nuestras lujosas togas de colores verde y negro.
Cada uno compró el anillo de graduación, pero yo no
pude hacerlo por su elevado costo. De nuevo, Bill,
Ted y Bob vinieron a mi rescate. Reunieron dinero y
me compraron el anillo; tenía una hermosa piedra
verde en el centro, con Saint Louis en su caballo
grabado en un lado, y el símbolo de la Escuela de
Medicina, en el otro. ¡Aún hoy, admiro el significado
de esta preciosa piedra; y aquellos cuatro años de
peripecias para llegar a ser médico se cristalizan en
este verdor de esperanza! ¡Y ruego que nunca se me
extravíe!
Mi padre que tempranamente se había retirado de
las fuerzas armadas como comandante de la Guardia
Republicana del Perú, vino a Saint Louis para asistir a
242 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

mi graduación de médico. Cuatro años antes cuando


recibí mi bachillerato en BYU, no asistió ningún
miembro de mi familia, incluso, mi esposa estaba en
el hospital dando nacimiento a nuestro primer hijo.
Iniciada la ceremonia de graduación, el rector de
la Escuela de Medicina, el doctor Felix, empezó con
su discurso enumerando los logros que él había
conseguido y cómo había encontrado el estado moral
de todos los estudiantes, mencionando su encuentro
con uno de ellos, sin decir el nombre —se refería a
mí— ante la entera concurrencia en esa
impresionante Catedral de Saint Louis. ¡Mis
pensamientos iban a ese pequeño muchacho en las
selvas del Perú, sin zapatos y sin escuela y que hoy
era parte del discurso del rector, todo por mi
perseverancia y la humanidad de la gente que
comprendió mi deseo de hacer el bien al género
humano y algún día a mi país de nacimiento!
IX
“EN LA PUERTA DEL HORNO SE QUEMA EL PAN...”

ran los años 1960 y la nación norteamericana

E estaba en tumulto; habíatensión racial, un estado


de descontento y una
guerra en progreso, que me iba afectar.
Logré un internado en el Hospital General de San
Joaquín. Por aquellos tiempos, nos enorgullecíamos
de obtener el más riguroso y menos remunerado
internado posible, si el entrenamiento excelente.
Creíamos en aprender Medicina por el método más
sacrificado y exigente. Muchos de nosotros
dudábamos de los hospitales particulares, porque no
nos darían directa responsabilidad para el tratamiento
de los pacientes; no seríamos considerados
verdaderos doctores, sino todavía estudiantes. De
manera que elegí Stockton, una inmensa área de
cultivo en California donde el hospital era bien
conocido por su entrenamiento, y en el cual uno
estaba a cargo de los pacientes, guiado por los
profesores de Medicina. Eso se adaptaba a mi
persona. ¡Here I come, California! como decían
durante la fiebre del oro en 1840.
244 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

El internado era casi repetitivo, una copia de mi


cuarto año en la Escuela de Medicina. Los graduados
de Saint Louis trabajábamos con los recién egresados
de otras escuelas médicas de todos los Estados
Unidos y estábamos tan capacitados como cualquiera
de ellos. Otra razón por la que yo fui a este hospital,
era para estar junto a mi amigo Harry Owens, quien
era un profesional altruista, exigente trabajador y con
los mismos ideales que yo aspiraba.
En Stockton comencé a ver los problemas
sociales de los trabajadores del campo, que
componían el noventa por ciento de nuestros
pacientes.
Esto era diferente de Saint Louis. Mi español, que
no lo había hablado por mucho tiempo se me había
olvidado algo y acá tenía la oportunidad de usarlo.
Los problemas sociales de la gente mestiza,
indohispana, o los mexicanos eran diferentes a los de
los pobres de Saint Louis, porque esta gente
trabajaba duramente, pero sus ingresos eran
miserables y sus condiciones sociales deplorables.
Muchos eran braceros (gente que venía de México
con permiso para trabajar en el campo), ilegales, y
transeúntes. Sentía casi como si estuviera en el Perú.
La sala de emergencia estaba llena de gente con
diversas lesiones y enfermedades típicas en las
grandes áreas de cultivo. Una vez un “mexicano”, por
equivocación había tomado un trago de un pesticida
letal pensando que era agua, pero cuando llegó a la
emergencia ya era demasiado tarde.T ratamos de
...”
“En la PuErta dEl Horno sE QuEma El Pan 245

salvarle la vida durante varias horas y no pudimos


hacerlo. Su esposa y sus numerosos hijos
preguntaban por él. Cuando les dije que había
fallecido, sabía que quedarían solos en este país
extraño; sin nadie que pudiera cuidar de ellos. Veía la
angustia en la cara de la madre, y me hacía recordar
a mi madre cuando mi padre nos dejó solos en
Iquitos.
En aquellos días, los“ mexicanos” y los“ mexico-
americanos” tenían muy poco conocimiento de sus
derechos, eran gente humilde y apreciaban todo lo
que se hacía por ellos.
Teníamos residentes en las diferentes
especialidades del Hospital General de San Francisco
que solían venir a ver y escoger interesantes casos
de cirugía para su entrenamiento. Estos doctores
veían a la mayoría de pacientes de habla inglesa y
me daban a todos aquellos que hablaban español,
haciéndolo de una manera despectiva. Esto me
fastidiaba mucho, y yo deliberadamente hablaba en
inglés a los pacientes de habla hispana, incluso a
veces usando traductores.Y o sabía que esta gente
merecía el cuidado de esos especialistas y no de un
interno como yo. Debido a mi sensibilidad estos
residentes captaron mi mensaje y esta práctica cesó.
El Hospital San Joaquín tenía un internado
sumamente ocupado y con paga adecuada, pero yo
tenía todavía que hacer trabajos nocturnos en
emergencia para cubrir mis deudas de la escuela.
Acá teníamos casa y comida, mis hijos estaban
246 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

felices y mi esposa, esperando a nuestra tercera y


única hija.
Por años, el selective service estaba tratando de
reclutarme en el Ejército americano. En Provo, tan
pronto como cambié mi visa de estudiante por la de
residente me llevaron a Salt Lake City para mi
examen físico y clasificación militar, hasta dormí en
las barracas del ejército. Se necesitaban soldados
para el conflicto de Corea, y yo iba a ser uno de ellos.
Sin embargo, me clasificaron“ 4F” debido a mi
sordera parcial en el oído derecho, y fui exceptuado
del servicio militar a fines de los 1950.
El conflicto de Vietnam empeoraba en la década
de los años 1960. El ejército estaba reclutando a
todos los nuevos médicos, especialmente aquellos
que terminaban sus internados y a los residentes en
entrenamiento. Como era un extranjero, previamente
descalificado para el ejército como un “4F” y había
servido en mi país en un colegio militar, pensé que no
me reclutarían para el servicio militar. Los hospitales
necesitaban residentes en todas las especialidades y
en especial aquellos que no serían llamados al
servicio militar durante sus programas de residencia.
Debido a mi clasificación previa de 4F, podía escoger
cualquier especialidad, en cualquier hospital.
Yo había escogido una residencia quirúrgica
porque estaba seguro que no iba a ser llamado al
servicio. ¡Justo!, al término de mi internado recibí una
carta del servicio selectivo, preguntándome si estaba
practicando Medicina. Respondí, “Seguro que sí”,
...”
“En la PuErta dEl Horno sE QuEma El Pan 247

contestaron:“ Su estado de 4F ha cambiado a IA y


usted está apto para entrar al ejército, ya que lo
necesitamos como doctor y no como soldado”. El
conflicto de Vietnam no era como la Segunda Guerra
Mundial, en la cual cualquiera quería unirse
inmediatamente a servir sin ninguna vacilación, tal
como había visto en aquellas películas de John
Wayne y Van Johnson. Todo el que podía evitaba el
servicio militar en la era de Vietnam. Muchos doctores
estaban yendo a Canadá y aquellos que se
quedaban, estaban usando sus conexiones con
hospitales de prestigio para salvarse de la
conscripción. Algunos entraban en especialidades
que eran necesarias para el país y los hospitales
escribían cartas en su favor; otros entraban a la
Guardia Nacional o al Servicio de Salud Pública y no
necesitaban ir a Vietnam. Yo no tenía conexiones y
no estaba en un hospital prominente para ser
exceptuado del servicio.
Tenía una sola salida, no necesariamente para
evitar el llamado militar, sino para usar mis derechos
como un inmigrante. Las leyes de los Estados Unidos
establecen que si una persona ha servido en su país
de origen —que era mi caso— no necesitaba servir
en el Ejército americano. Como graduado en un
Colegio Militar en el Perú, incluso nos conferían el
rango de militar de reserva, y por ley eso era
equivalente, a haber estado en el servicio militar. En
el Perú generalmente reclutan indígenas con el
propósito de alfabetizarlos, y raramente graduados de
248 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

universidades o escuelas secundarias. El oficial


americano de reclutamiento, dijo: “¡Qué bien!
Llamaremos a la Embajada del Perú en Washington y
veremos si es verdad!”
¡Típico de algunos de mis compatriotas! que rara
vez sienten orgullo de la juventud y de sus talentos.
Los empleados de la oficina de la embajada,
respondieron que no tenían conocimiento de tal ley en
el Perú y que podía ser reclutado. Me imagino que no
se interesaron en mirar los registros de mi Colegio
Militar o sus leyes. El ser reclutado era un problema
entre mi país de nacimiento y yo. No era una batalla
que quería sostener. No sabía que en aquellos días
los abogados me hubiesen podido ayudar y además
no tenía con qué pagarles. No puse más resistencia y
acepté la decisión de mi Gobierno y el Gobierno
americano. Los médicos que eran reclutados tenían
un estigma de fracaso, como si uno no fuera lo
suficientemente bueno para que algún hospital o
universidad luchara por una prórroga.
No pude unirme a la National Guard ni al Public
Health Service, debido a que era extranjero, y no
sabía que esto era una forma de evitar ir a combate.
No contemplé más modos para evitar el reclutamiento
y acepté mi destino con resignación.
Instantáneamente, me encontré sin trabajo y sin
futuro. No sabía qué hacer con mi familia, y ahora
tenía tres hijos pequeños. La oficina de reclutamiento,
ofreció ayudarme en lo posible para hacer más
llevadera mi vida militar. Podía escoger cualquier
...”
“En la PuErta dEl Horno sE QuEma El Pan 249

rama: el Ejército, la Armada o la Fuerza Aérea.


Recordaba que en el Perú, solamente la clase
privilegiada entraba a la Marina y era lo mismo aquí,
¡De modo que pedí la Marina! Ya me imaginaba un
oficial de la naval en esos imponentes buques de
guerra en aguas azules. En cierto modo, me gustaba
la idea de servir en las fuerzas militares,
especialmente en la Marina. Procedía de una familia
militar y sería un honor para mí y mi país estar en la
más poderosa armada del mundo.
El oficial de reclutamiento dijo: “Bueno, trataremos
de ubicarlo en la Marina, pero tomará de seis a ocho
meses para chequear su documentación, porque
usted es extranjero y tenemos que comprobar sus
antecedentes”. Por aquellos días, el comunismo era
una amenaza y ellos necesitaban hacer un minucioso
escrutinio a todos.
¡Me encontraba en medio de una ciudad agrícola,
sin residencia, y con la posibilidad de ir a Vietnam,
quizás, para ser una víctima más! En esta guerra
controversial el primer médico de la naval que murió
en Vietnam fue un graduado de Saint Louis.
De nuevo, la separación e incertidumbrellegaron a
mi vida. Tenía que enviar a mi familia al Perú, porque
no tenía a nadie en este país que pudiera cuidar de
ellos, y no sabía qué podría pasarme. Fuimos al
pequeño y polvoriento aeropuerto de Stockton y dije
adiós a mis tres hijos y esposa, ¡Quizás, por última
vez! La soledad y la desesperación se apoderaron de
mí. Me quedé solo y con el gato de la familia. Esa
250 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

noche, ¡Lágrimas vinieron a mi espíritu! Nunca me


había sentido tan solo sin mi familia que había
pasado tantas vicisitudes conmigo. Ahora ellos se
iban tan lejos y a una tierra que ni siquiera conocían.
Fui a Bakersfield, California como residente
provisional en medicina interna en el Hospital General
de la ciudad, mientras la Naval decidía cuándo
llamarme al servicio activo. Podrían tomar meses, o
peor ser deportado del país si encontraban algún
problema, después de todo estábamos saliendo de la
era de persecución del McCarthysmo y cualquiera
podría ser, fácilmente, denunciado como comunista.
Me entretenía trabajando en emergencias en
horarios nocturnos de modo que el dinero ya no era
problema, pero la incertidumbre y la ausencia de mi
familia, ¡sí lo eran! Ocho meses después recibí mis
órdenes. Había sido aceptado como teniente en la
Naval americana con un rango equivalente a capitán
en el Ejército o la Fuerza Aérea y se me ordenó que
estuviera listo para presentarme en la Estación
Aeronaval de Los Alamitos en Long Beach para
recibir instrucción militar y entrenamiento. Al fin, sabía
dónde estaba yendo y mi nueva familia iba a ser la
Naval de los Estados Unidos.
Cuánto hubiese deseado que esa guerra hubiese
tenido más apoyo popular, o mejor todavía, que
hubiese sido como la Segunda Guerra Mundial. Me
parecía como si todo lo que había trabajado para
obtener, se quemaba justamente en la puerta del
...”
“En la PuErta dEl Horno sE QuEma El Pan 251

horno, tal como el poeta peruano, César Vallejo,


escribiera en un poema.
De todas maneras nunca pensé ir a Canadá o
regresar al Perú tan sólo para evitar el servicio militar
en Estados Unidos. Tomé esa decisión como parte de
la vida y acepté el reto. Era una nueva experiencia y
estaba seguro que había mucho por aprender.
X
¡TAN AMERICANO COMO UN GRINGO!

L legué al Hospital Naval de Long Beach, un


imponente nosocomio militar a orillasdel océano
Pacífico. Los oficiales de rango mayor estaban en
este hospital, todos vestidos en uniformes blancos
con brillantes galones dorados. La Marina me entregó
quinientos dólares para comprar mi uniforme. Fui al
bazar“ PX” de la Naval. Di mi rango y me entregaron
un elegante uniforme azul oscuro con dos anchos
galones dorados y el emblema del cuerpo médico en
las mangas, así como un quepis blanco con su
escudo que tenía un gran águila con anclas. El
uniforme era el mismo como el de los oficiales que
usaban en las películas de guerra, que yo había visto
en el Perú, años atrás.
Llevé mi uniforme recién comprado al BOQ
(dormitorio de oficiales solteros) y probé si me
quedaba bien. Mis compañeros de cuarto eran pilotos
de la Naval. Como era usual, acá tampoco había
mexicanos, ni morenos, sólo yo, un lunar en esta
poderosa Marina. Los jóvenes oficiales aviadores
hablaban rudamente, fumaban demasiado, y se
jactaban de sus conquistas femeninas. Me puse el
¡Tan americano como un GrinGo! 253

uniforme y me sentí orgulloso y elegante, como


cuando era cadete en el Colegio Militar Francisco
Bolognesi de Arequipa, de modo que conocía esa
sensación, pero el uniforme se veía mejor en aquellos
altos y mozos pilotos. Los oficiales eran corteses
conmigo, pero yo me sentía un poco incómodo entre
estos aviadores de la armada. Imitaba lo que hacían,
y los seguí hacia abajo por las escaleras al bar donde
todos los oficiales estaban y tomando, y nadie estaba
solo, excepto yo. Me quité el quepis y me senté en el
único asiento disponible. No recuerdo haberme
254 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

sentado solo en un bar para beber, y esta no era mi


intención.
El bartender, un veterano naval, miró mis
galones, la insignia del cuerpo médico, pero no
necesariamente mi cara y me preguntó en una forma
Estaba orgulloso
de vestir
el uniforme
de la más
poderosa armada
del mundo.

cortés y de subordinación: ¿What can I serve you,


sir? No sabía qué ordenar. Solía beber algunas veces
como cadete, pero era más una travesura que un
hecho. Sin saber qué pedir, miré la bebida del oficial
que estaba al lado mío, una bebida en un vaso alto
con hielo y burbujeante agua con una tajada de limón,
¡Tan americano como un GrinGo! 255

y para no avergonzarme, dije: “Uno de esos”. Creo


que fue un Tom Collins. Mientras lo sorbía
lentamente, un piloto de mediana edad, un
comandante, me palmeó en el hombro y me dijo:
“Doctor, usted tiene una etiqueta de precio en la
espalda de su uniforme”. Me mostré un poco
avergonzado y le dije a él y a los otros pilotos, que yo
era un nuevo oficial en la Marina y éste era mi primer
uniforme que recién lo había comprado. Esto fue un
motivo para que los oficiales tuvieran una excusa y
celebraran mi nueva profesión como un joven
teniente en el cuerpo médico de la Naval americana.
Me consideraron como su mascota. Tomé unos
cuantos cócteles, nos hicimos amigos y fui aceptado
una vez más. Me hacían bromas, pero con mucho
respeto. Más tarde llegué a saber que un doctor en la
Naval era un buen aliado para cualquier piloto.
Todavía seguía solo, mi familia estaba lejos.
Estados Unidos se encontraba en un desorden cívico
debido a una guerra sin visos de final en el futuro. En
las noticias por televisión, se veían a las juventudes
protestando y nadie podía negar que teníamos un
gran problema en nuestras manos. Ahora yo era
parte de esta nación y su conflicto. Estaba sirviendo
en sus fuerzas armadas, ¡El más alto llamado del
Gobierno a sus ciudadanos!
Estaba entusiasmado de estar en la Marina, a
pesar del clima político en el país, y estaba listo para
tomar parte en el espíritu del cuerpo, además la vida
militar estaba en mi sangre. Al día siguiente, me
256 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

presenté ante el oficial ejecutivo del hospital de


acuerdo con mis órdenes. En la puerta de la oficina
del almirante, estaba parado de guardia un marino
con diversas condecoraciones. Yo pensé que se
trataba de un oficial de alto rango, lo saludé, pero
este militar de gran estatura, ojos azules, rostro
enrojecido me llevó a un lado y un poco avergonzado
me dijo: “¡Sir!, ¡Yo soy el suboficial en jefe encargado
de los marineros del hospital y usted es un oficial
teniente, yo debo saludarlo a usted primero!”. Aprendí
a conocer los grados de los oficiales en el hospital
después de este episodio, y así poco a poco fui
aprendiendo los reglamentos de la Armada.
Estaba asistiendo casos de cirugía en el hospital,
mientras esperaba por mi asignación final en altamar,
Vietnam, o Dios sabe dónde. Era entre los años 1967
y 1968 cuando la guerra estaba más intensa y tenía
el mayor número de bajas.
En este hospital, había doctores reclutados, tal
como yo y que trataban de evitar estaciones no
consideradas muy apropiadas para el desarrollo
médico profesional. La bien conocida táctica de
relación social, era una forma de lograrlo, la otra era;
dar un aura de ser un médico con un brillante futuro
en una especialidad de gran prospecto y muchos
realmente lo eran. Algunos de ellos iban a ser
cirujanos plásticos o cardiotorácicos y tenían
posiciones aseguradas en prestigiosos centros
hospitalarios. Estos obtenían los mejores puestos en
los hospitales navales actuando como residentes en
¡Tan americano como un GrinGo! 257

sus especialidades, mientras cumplían sus dos años


de servicio. Pero otros médicos, que no tenían
prestigiosos programas de residencia eran carne de
cañón y no había nada que se pudiera hacer.
Mucha gente joven americana evitaba el
reclutamiento por todos los medios posibles, y si ellos
ya estaban en el servicio, trataban en lo posible de no
ir a Vietnam. Empero, la vasta mayoría de juventud,
tomaba órdenes como venían. Desgraciadamente, la
actitud general hacia este conflicto era diferente al de
la Segunda Guerra Mundial. No había entusiasmo ni
apoyo moral del país y eso hacía nuestra posición en
el servicio militar dificultosa. Siendo un peruano en la
Naval de este gran país, daría la impresión que esta
institución necesitaba de doctores, y realmente, ¡sí,
los necesitaban!
Mis órdenes llegaron y me designaron al desierto.
Había estado pensando que me mandarían a los
mares azules de los distantes océanos, pero en
cambio, fui destacado al Marine Corps Supply Center
en Barstow, California, una desolada y pequeña
ciudad en pleno desierto a medio camino entre San
Diego y Las Vegas. Finalmente, mis órdenes eran
permanentes y podía traer a mi familia del Perú y
reunirme con ellos en ese aislado lugar y hacer una
nueva vida con los infantes de la Marina.
Profesionalmente, ése no era un lugar para un
joven médico en entrenamiento, pero los marinos
eran amables, y estimaban a sus doctores y a otros
auxiliares profesionales proveídos por la Naval.
Después de esta asignación fui transferido al hospital
258 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

militar más grande del mundo en San Diego adonde


traían los heridos de Vietnam. Trabajé por un tiempo
y después fui enviado al Marine Corps Recruit Depot
(MCRD), un cuartel grande para entrenamiento de
reclutas y lugar donde se filmaron muchas películas
de la Segunda Guerra Mundial. El tiempo transcurría
lentamente y todos esperábamos órdenes para ser
enviados a Vietnam.
En esos días casi todos los oficiales de la Marina
eran de raza anglo. Estoy seguro que yo era el único
oficial peruano en toda la Armada americana.
Contados eran los oficiales latinos o afroamericanos
con alto rango en los servicios militares.
La mayoría de oficiales antiguos y con mayor
grado eran veteranos de la Segunda Guerra Mundial
y veían con disgusto la falta de apoyo del pueblo
americano al conflicto de Vietnam. Me sentaba a la
mesa con ellos y escuchaba el descontento con la
insurrección de la juventud americana y sus
manifestaciones. Se veía la desconfianza y el
antagonismo hacia el clima político. Me hubiese
sentido mejor en la Marina si la generación joven y la
nación, hubiesen mostrado más entusiasmo por esa
guerra, pero era la década de los años 1960, y
América continuamente cambia, y siempre por lo
mejor.
En el hospital Naval en San Diego fui al comedor
de oficiales y observé que los mozos eran filipinos y
la mayoría morenos. Mientras caminaba en el lugar
con mi blanco uniforme de la Naval americana podía
percibir las miradas de los oficiales, especialmente de
¡Tan americano como un GrinGo! 259

los de alto grado. En sus rostros se notaban dudas y


preguntas, “¿Quién es este oficial con nuestro
uniforme? ¿Quién será?”, ¡con mi cara peruana,
seguramente que yo era un enigma! Me senté solo a
comer en una esquina admirando el elegante y
concurrido comedor con cuadros y pinturas de la
Naval del pasado: antiguos barcos de guerra y sus
distinguidos almirantes. ¡Mis pensamientos iban de
nuevo a las gloriosas películas de la Segunda Guerra
Mundial!
Gracias a mi buen entrenamiento en la
Universidad de Saint Louis, una vez que llegaba a
tener contacto con algunos incrédulos, ellos notaban
que yo estaba al mismo nivel de ellos. Ahora yo sabía
que tenía un sólido respaldo y ésa era mi educación
médica realizada completamente en los Estados
Unidos. Estaba más americanizado de lo que la gente
se imaginaba, pero las apariencias físicas están
siempre presentes y a veces dificultan el intercambio.
Yo no, necesariamente estaba descontento con la
mía y raras veces me sentí discriminado. La Marina
no me hizo sentir jamás en esa forma. Esas eran mis
solitarias conjeturas; yo nunca mostré una actitud de
que era puesto en una situación de sumisión,
alcontrario, siempre me mostraba confiado y digno de
mí mismo, quizás para el asombro de la gente que
llegaba a conocerme. Donde quiera que yo iba, o en
cualquier ocasión a través de los años y
especialmente ahora, ¡yo me siento tan americano
como un gringo! o como dicen en los Estados Unidos:
“as american as apple pie”.
260 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Un grupo de marineros, que siempre recordaré


eran los“ médics” o“ docs” como eran conocidos por
los infantes. Esta gente joven estaba a cargo de dar
cuidados médicos a los heridos en combate tratando
toda clase de lesiones y dando primeros auxilios.
Ellos se mostraban siempre optimistas y ansiosos de
aprender y realizar procedimientos médicos a tal
punto que muchos eran tan competentes como
cualquier profesional médico; especialmente aquellos
que regresaban de los campos de batalla enV ietnam.
Ellos podían suturar complejas laceraciones, remover
tatuajes, enyesar fracturas y curar muchas dolencias
relacionadas a las heridas de proyectiles. Mis noches
de servicio, o mis días de guardia en el hospital
habrían sido monótonos, excepto por las preguntas
continuas de los medics y por su sed de aprender.
Estos jóvenes marinos estaban aprendiendo todos los
aspectos de la Medicina, con la esperanza de proveer
el mejor cuidado posible. En nuestras noches de
guardia cuando no estábamos ocupados,
hablábamos sobre sus problemas. Muchos estaban
próximos a ir a Vietnam y expresaban su
incertidumbre; empero, valientemente, ellos estaban
más resignados que temerosos de esta posibilidad,
nunca los oí quejarse de su situación y eso era algo
de admirar. De muchos de estos jóvenes medics,
más tarde se llegaría a saber que efectivamente
murieron en combate. Estos medics eran realmente
gallardos. ¡Pienso a menudo que ellos habrían
llegado a ser buenos doctores, si no hubieran perdido
sus vidas! A muchos, también, solía urgirles que
¡Tan americano como un GrinGo! 261

estudiaran Medicina, contándoles de mi tenacidad


para llegar a ser médico y cómo ellos podrían hacer
lo mismo. Estoy seguro que muchos siguieron mi
consejo, y sé que ellos, ahora, son los doctores más
conscientes y capacitados.
Mis días en el MCRD en San Diego eran a veces
“surrealistas”. Este era un lugar donde los reclutas se
transformaban en máquinas de luchar: los famosos
infantes de Marina. Su entrenamiento era agotador,
casi insoportable, y con la matanza en Vietnam, uno
podía sentir y oler la furia de la guerra como si
estuviera en los campos de batalla en esos centros
de preparación militar. Acá es donde tenían que
aprender a actuar con firmeza. Los instructores de
maniobras eran severos con los reclutas como parte
de su trabajo. ¡No había otra forma! Algunos marinos
no aguantaban la intensa presión y a veces fingían
estar enfermos, simulando síntomas para evitar
algunas maniobras. Entonces, nosotros los oficiales
médicos, teníamos que intervenir entre el instructor y
los reclutas. Éramos árbitros que debíamos proteger
a los reclutas si había alguna razón médica; después
de todo, primero éramos doctores, y nuestro
propósito era ayudar al paciente afligido cualquiera
que fuera su rango. Así era como se practicaba la
Medicina militar, y consensualmente llegábamos a
entendernos con los instructores, porque ellos
genuinamente veían por el bienestar de sus hombres.
Ellos sabían cuándo un infante no era veraz, y
raramente se equivocaban. Si no había razón médica,
teníamos que hablar con los reclutas para hacerlos
262 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

regresar a las tareas de entrenamiento, y eso a veces


era difícil, pero usualmente se cumplía,
especialmente si se usaba rango y disciplina.
Recuerdo que estaba sentado en mi oficina
leyendo una ficha médica, cuando un recluta entró
para pedirme que fuera separado de este cruel
entrenamiento, diciendo que él había nacido
prematuro, y que pesaba dos libras al nacer (lo que
probablemente era verdad). Mientras lo escuchaba
sin hacer contacto visual con él, seguía leyendo la
ficha médica simulando la usual indiferencia hacia los
reclutas. Cuando terminó con su relato, levanté mi
cabeza y continuaba levantándola casi hasta el techo.
Frente a mí estaba un corpulento marino de más o
menos doscientas libras de peso y seis pies de
estatura. Al verlo, tuve que botarlo de la oficina. En
casos como éste, no podíamos tener ninguna
simpatía por la debilidad y actuábamos como los
instructores militares, los famosos Drill Instructors o
DI’s y cooperar con ellos para el bien de los
aspirantes.
Otra vez me trajeron a un grupo de reclutas,
porque ellos no podían correr o mantenerse con el
batallón. Después de examinarlos y encontrarlos
bien, los convencí que era fácil terminar las tres millas
requeridas. Habiendo dicho eso, decidí correr con
ellos. ¡Qué sorpresa! Hallé que yo tampoco podía
mantener el paso con el batallón. Fue así que
empecé a entrenar diariamente y tomé la práctica de
correr tres millas antes del almuerzo, de manera que
¡Tan americano como un GrinGo! 263

pudiera decir, por propia experiencia, que correr las


tres millas era posible para cualquiera.
La medicina militar en esos centros era a menudo
riesgosa. Teníamos epidemias y enfermedades, tales
como influenza y gastroenteritis; pero ocasionalmente
había serios casos como la meningitis. Si un recluta
se enfermaba con esta enfermedad del sistema
nervioso la noticia“ estallaba” como un rayo. Los
soldados llegaban a saber que los síntomas y señales
de la meningitis eran dolores de cabeza e inhabilidad
para mover el cuello. Al día siguiente teníamos el
regimiento completo para evaluación porque todos
tenían esos mismos síntomas. Era difícil, porque
muchos de ellos estaban tratando de evitar las
maniobras y sabían cómo imitar esos signos.T
eníamos que tener un alto índice de suspicacia y
poder diagnosticar correctamente para eliminar a los
que fingían esta peligrosa condición que eran muchos
y no se podía fallar en su diagnóstico.
Una noche cuando estaba de servicio, un recluta
conocido por ser problemático vino quejándose de
dolores de cabeza, como muchos otros lo habían
hecho, pero él no estaba acatando órdenes y se
mostraba muy beligerante, por lo que los medics me
despertaron. Fui a verlo, molesto por la interrupción
de mi sueño. Mientras bajaba a la sala de
emergencia, oía una gran conmoción. Los medics
estaban tratando de controlarlo. Al llegar a la
enfermería, acudí a mi rango para disciplinarlo, pero
tampoco respondía a mis enérgicas órdenes. Una vez
que estuve cerca de él, me percaté que en realidad
264 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

estaba muy enfermo. Lo examiné rápidamente y de


inmediato le hice una punción diagnóstica de la
médula espinal, lo cual no fue fácil porque el recluta
era muy fornido y resistía con toda su fuerza este
procedimiento.
Efectivamente, él tenía una meningitis“
meningococcal” fulminante. Inmediatamente lo
enviamos al hospital Naval en una ambulancia
mientras recibía penicilina intravenosa. ¡Se salvó!,
pero así estábamos tan cerca de una catástrofe
humana en cualquier momento.
Al día siguiente, teníamos que chequear cientos
de reclutas enfermos con los mismos síntomas para
estar seguros de que no presentasen, o no tuvieran
signos de esta terrible enfermedad. Así trabajamos
con mis colegas; los tenientes Warren, Sontag,
Rasmussen y otros. A aquellos reclutas que no
estaban enfermos les dábamos“ bálsamo analgésico”
para cualquiera de sus enfermedades.
En la suma total de mis experiencias, la Naval y la
Marina infante de las fuerzas armadas americanas
son muy prestigiosas y poderosas, y me trataron muy
bien. Aunque al principio, pensé que perdí dos años,
ahora aprecio esa experiencia. Cumplí con mis
obligaciones y respondí al llamado de la nación
cuando se me necesitaba. Estoy seguro que la
Escuela de Medicina era más recia y fácilmente
podría quebrantar a cualquiera. Los profesores y los
jefes residentes, eran más temidos y usaban más
rango que en la marina. Por supuesto, éste era mi
¡Tan americano como un GrinGo! 265

punto de vista como oficial médico, y no podría hablar


por los militares profesionales.
Las asignaciones iban y venían, y pronto mi
tiempo de servicio fue cumplido. Fui dado de alta de
la Naval, con todos los honores conferidos a los
oficiales. En función especial, la banda de la Marina
tocó“ Anchors Aweigh”, tal como en aquellas películas
de la Segunda Guerra Mundial, mientras las lágrimas
me humedecían las mejillas y vidriaban mis ojos.Y o
estaba acostumbrándome a la vida militar, pero el
conflicto deV ietnam estaba terminando y la Naval no
necesitaba más oficiales médicos.
XI LOS NIÑOS

PRIMERO

C omo suele ocurrir con todo oficial naval, estaba


encantado de San Diego, y una vez dado de baja
me quedé aquí para concluir mi residencia. Fui
aceptado en un hospital local, grande y privado para
terminar el primer año de residencia en medicina
interna que había sido interrumpido por la guerra.
Desafortunadamente, no me sentía conforme en un
hospital particular donde el residente no está en
control del paciente, y esa situación hacía impropia la
forma de enseñanza de la Medicina a la que yo
estaba acostumbrado. Tomé la posición sólo como
una situación transitoria debido al conflicto de
Vietnam.
El 31 de mayo de 1970, un violento terremoto
sacudió al Perú. El movimiento telúrico afectó un gran
sector en el centro incluyendo a Huaraz, una de las
ciudades en la que yo había vivido. Leyendo los
diarios y escuchando las noticias me sentía muy
afligido y quería hacer algo por mi país,
especialmente ahora que era doctor. Había estudiado
y me preparé para ayudar a la gente en necesidad, y
aquí me hallaba en un lujoso hospital donde
Los Niños Primero 267

realmente no me necesitaban. Pedí permiso para


viajar, y algo reluctantes me lo concedieron, pero
como si de mi parte fuera un acto de
irresponsabilidad. Perú es el país de mi nacimiento y
yo deseaba ayudar, aunque eso no era comprendido.
Una vez listo a salir, llené mi equipaje con medicinas,
agujas y todo lo que médicamente pudiera ser
necesario, pero todo para adultos. Para ese entonces
mis pensamientos no estaban enfocados en los
niños, porque mi entrenamiento fue más para adultos.
Viajaría al Perú después de varios años de
ausencia y no lo hacía como turista sino con una
misión, y quizás para enfrentar algunos riesgos. Una
aerolínea peruana con la que tenía contacto,
planeaba auspiciar a un grupo de médicos y me
ofrecieron un pasaje sin costo, y fui designado para
estar a cargo de los doctores americanos. La
manifestación de ayuda era masiva y el mundo entero
estaba enviando grupos médicos, medicinas y
provisiones.
Me dirigí al aeropuerto de Los Angeles con los
miembros del grupo y abordamos el avión peruano. El
peculiar olor de mi país natal estaba ya en el aire.
Con mi mochila llena de medicinas me senté y mis
pensamientos iban al país donde nací y que dejé
hacía trece años. Ahora era un doctor y diferente,
pero mi corazón y mi alma estaban aún ligados con la
gente pobre y los problemas nacionales.
Despegamos y a través de la ventana veía las luces
de la gran ciudad de Los Angeles.V olamos por horas
y a medida que nos acercábamos a Lima, ya sentía
268 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

una sensación de tristeza y emoción. El temor del


pasado en que yo había vivido, volvía a mí; estaba
retornando para ver quizás la mayor catástrofe que
nunca antes vi en mi juventud. Al fin, iba a hacer lo
que había prometido, ¡ayudar algún día a mi país!
El avión circundó la ciudad de Lima con su
inolvidable y característica neblina grisácea y
nublosa, tal como la describió el conquistador Pizarro.
El aeropuerto estaba lleno de gente, mis padres
estaban esperándome y este viaje significaba el
punto final de un círculo iniciado años atrás.
A todos se nos atendió con rapidez en la aduana,
y fuimos conducidos directamente a la sede del
Ministerio de Salud en el centro de la ciudad.T odos
los médicos voluntarios estábamos ansiosos de llegar
a la sierra para ayudar en los lugares donde se
produjeron los mayores daños y en donde más se
necesitaba de nosotros.
Lima se hallaba en un estado de pánico. El
movimiento sísmico fue tan fuerte, que aún la misma
capital estaba siendo sacudida, a pesar de estar lejos
del epicentro. Esperamos por horas para ser
transportados. No había dormido ni aseado y estaba
impaciente por llegar a Huaraz o a cualquier lugar en
el Callejón de Huaylas, al igual que los médicos
americanos y otros equipos internacionales que
también estaban ansiosos de llegar al área del
desastre. Se podía ver en las calles gente llevando
bolsas de vestidos, calzados, mantas y otras
provisiones que traían al edificio del Ministerio de
Salud. Fuimos conducidos por un agregado militar a
Los Niños Primero 269

una sala donde una“ dama” daba la bienvenida a los


extranjeros que venían para ayudar. Sin saberlo, me
quejé ante esta“ señora”, pensando que se trataba de
una secretaria para urgirle que se nos diera
transporte lo más antes posible, ya que“ estábamos
perdiendo tiempo con estas bienvenidas”. Ella se
mostró muy amable y dispuso lo pertinente para el
viaje, luego de disculparse. Más tarde vine a
enterarme que aquella dama era la esposa del
presidente del Perú, el general Juan Velasco. Me
sentí avergonzado, pero probablemente sabía que
nuestra intención era la de llegar y ayudar tan pronto
como fuera posible. ¡Al menos yo lo pensé así!
Me despedí de mis padres desde el autobús y
salimos con dirección a Huaraz con el equipo
americano, que ahora incluía algunos médicos
franceses. El viaje fue sin mayores incidentes a
excepción de la altura que produjo el conocido“
soroche” a algunos y mareos a otros, agravados por
los malos caminos y por los problemas digestivos
debido a la no familiarizada alimentación del Perú.
Llegamos al puerto de Chimbote designado por el
Gobierno como el centro de operaciones. Fuimos
ubicados junto con otros médicos extranjeros y
enfermeras de otros países en el estadio de la ciudad
como si fuera en un campo de concentración. Los
infantes de marina del portaaviones americano
Franklin D. Roosevelt vigilaban el área. Aquí estaba
la misma rama militar en la que por algún tiempo hice
mi servicio en la Armada americana.
270 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Estuvimos en este lugar varios días esperando


órdenes y asignaciones. Había bastante ayuda, pero
no el modo de transportarla a los lugares
necesitados.T odos los caminos estaban inhabilitados
y muy poca fuerza humana y provisiones podían ser
movilizadas. Días después me presenté ante el
comandante de la nave americana como un
compañero de armas, old navy hat, y pude
persuadirlo para movilizar a mi grupo en un
helicóptero Huey, el más grande. Conseguí a dos
estudiantes de Medicina peruanos para que viajaran
conmigo. Al fin, dejamos Chimbote. El ruido del
helicóptero era ensordecedor.
Cruzamos grandes montañas y empezamos a
volar sobre el Callejón de Huaylas. Podíamos ver
ciudades enteras y pequeños poblados sepultados
por el lodo y en algunos lugares sólo se podía ver la
parte alta de las iglesias y las palmeras que parecían
emerger del barro. Miles de personas perdieron la
vida, tal como lo dio a conocer la revista Life, en
mayo de 1995:
“Comparado al terremoto del año pasado en Los
Angeles, que mató a 60 personas y al pavoroso
movimiento de enero en Kobe, Japón, con 5.000
víctimas. Hace veinticinco años de un día como hoy,
el 31 de mayo de 1970, en el peor desastre natural
que se registra en el Hemisferio Occidental, un
terremoto en la zona occidental del Perú mató 67.000
personas. El movimiento sísmico de 7,7 grados en la
escala de Richter (el terremoto de Kobe tuvo
intensidad de 7,2 grados; el de Los Angeles, 6,8
Los Niños Primero 271

grados) desató el sacudimiento de una masa


gigantesca de hielo, rocas y lodo de los dos picos
más altos del Huascarán, la montaña más alta del
Perú. La terrible avalancha de 200 millas por hora
barrió la parte norte de la ciudad de Yungay,
borrándola del mapa y causando devastación en las
ciudades vecinas”.
No había mucho que hacer en áreas enterradas
por enormes masas de barro. El problema estaba en
las ciudades y poblados sobre las colinas que fueron
golpeados por el terremoto y no por las avalanchas.
Llegamos a Huaraz y encontramos que había un
numeroso grupo de médicos deseosos de salir a
ayudar. Las autoridades querían que la mayoría de
médicos extranjeros se quedaran allí donde tenían
servicios y comodidades.
La ciudad estaba en desorden. El hedor de
muerte, heridos, suciedad y confusión estaban por
doquier. Parecía como si nadie coordinara las
ayudas. Uno podía levantar su propia carpa y
comenzar a trabajar a su modo. Me enteré de un
lugar, llamado Huata, que estaba solicitando ayuda.
No había caminos, pero este lugar tenía heridos y
necesitaba provisiones y médicos. Convencí al piloto
del helicóptero para que nos llevara a ese lugar.
Decidí viajar con los dos estudiantes de Medicina
llevando ayuda. Ascendimos sobre las altas cumbres
de donde se podían ver las Cordilleras Blanca y
Negra, llamadas así por la nieve perpetua en una
cordillera y la ausencia de ésta en la otra. La vista era
increíble, pero también podíamos ver la extensa
272 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

devastación. El helicóptero se mantenía sobre los


Andes negros, desprovistos de vida animal y vegetal.
Era tanta la desolación del lugar que sentía en mi
corazón un vacío. De lejos sólo se podía ver, apenas,
una pequeña mancha de verdor en esa vastedad de
la nada, era como un oasis en esta inmensa montaña
de soledad. ¿Cómo podría habitar la gente ahí? Era
como si vivieran sin propósito en la vida, nacían en el
lugar, probablemente nunca dejaban el área y quizás
morían en el mismo sitio. Era un poblado mayormente
de indígenas que vivían una magra subsistencia y lo
poco que tenían lo habían perdido con el terremoto.
El helicóptero descendió sobre un tramo de
espacio que los niños usaban como campo para jugar
fútbol. Cuando aterrizamos la gente corría hacia
nosotros como si fuera a asaltarnos. Salimos del
helicóptero rápidamente, y mientras los rotores
estaban aún en movimiento, pusimos todas las cosas
en el suelo. El piloto americano de la nave dijo Good
bye, I’ll pick you up in two days. Tan pronto como el
aparato partió, la gente comenzó a tratar de agarrar
todo lo que habíamos traído. Empecé a actuar como
un instructor de marinos y sacando mi correa pude
alejar a la gente. Subí a una cerca de piedra y
expliqué que éramos médicos y estábamos tratando
de ayudarlos, luego cuando la calma volvió
levantamos nuestras carpas. Teníamos provisiones
de raciones “C”, así como frazadas, carpas y
medicinas que eran productos sobrantes de la
reciente guerra de Vietnam.
Los Niños Primero 273

Hablé con el alcalde de la ciudad que poseía la


única tienda en el área. Nos condujo a visitar el
villorrio. Estaba devastado. No quedaba una sola
casa en pie y los adobes se habían desplomado unos
encima de otros. Los cuerpos ya habían sido
retirados y sepultados, pero numerosa gente herida
estaba esperando en la plaza

Nos llevóa ver el poblado que


estabadevastado.Nohabíaunasolacasaenpie. Los
adobes estaban amontonados entre los escombros.

del ac iudad.E mpezamosa t rabajari


nmediatamente;e ntregandom antas, raciones y
carpas. Nuestra carpa se convirtió en un hospital y
estábamos ocupados todo el tiempo cuidando de los
heridos. La gente comenzó a venir de las montañas
más altas para ser tratada. Casi a cada hora, la tierra
temblaba, algunas veces violentamente, y las
274 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

sacudidas continuaban por las noches mientras


dormíamos. En nuestras carpas, el suelo bajo
nosotros se movía con un ensordecedor ruido. Nos
imaginábamos que la tierra se abriría y caeríamos a
las profundidades, pero al menos no habíaadobes
que cayeran sobre nosotros, que fue lo que causó
más mortalidad.
Perdimos el control de los días. Nadie venía o
salía de la ciudad ni aviones o helicópteros volaban
en el amplio cielo. Efectivamente, más tarde llegamos
a saber que habíamos sido olvidados.
Los Niños Primero 275

Inmediatamente nos pusimos a trabajar, entregando: raciones“ C”, frazadas y ro


carpa era como un hospital y estábamos ocupados todo el tiempo cuidando a los
276 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

En un atardecer, un muchacho exhausto de


caminar llegó para decirnos que su padre se había
fracturado una pierna quedando inmovilizado y
sufriendo dolores. Le dije al joven que lo trajera para
atenderlo, porque nosotros estábamos muy ocupados
con los otros enfermos. El muchacho indicó que el
camino era muy difícil en las montañas para traerlo, y
sólo se podía llegar a caballo.
Discutí el caso con el alcalde, quien me prestó su
caballo, “Napoleón”. Al día siguiente, a las cinco de la
mañana salí con el muchacho. El camino era una
pendiente, tan inclinada que a veces el caballo no
podía subir, era un terreno rocoso raramente
transitado y algunos tramos teníamos que hacerlos
caminando. Horas después, llegamos a una choza de
adobes caídos donde se hallaba un hombre echado
con una pierna fracturada. Había estado incapacitado
en cama, por aproximadamente seis días.
Afortunadamente, no tenía heridas exteriores o una
fractura compuesta. De inmediato saqué mis rollos
para enyesar. Me quedaba tan poco que debí recurrir
a ramas para estabilizar su pierna y aplicar el poco
emplaste que traía. El enyesado quedó bien, al
menos parecía sólido. El hombre estaba con dolor,
pero no se quejaba. Tenía seis hijos y una pequeña
parcela de tierra en este inhóspito lugar. Al salir para
comer algo en la improvisada cocina fuera de la
choza, pude ver la inmensa vista de cumbres
blancas: el famoso Huascarán, de 22.000 pies de
altura; el Huandoy, de 21.000 pies; y el nevado
Huancarhuas, de 20.000 pies. La vista era tan
Los Niños Primero 277

impresionante que no pude sentirme triste por este


hombre y su familia, tenían toda la naturaleza ante
ellos. Esta dicotomía de tremenda desolación y limpia
pobreza, con el exuberante paisaje en que vivían; me
hizo pensar filosóficamente acerca de aquella gente
en mi viaje de regreso a la gran metrópoli de Los
Angeles. Estuvimos en este hermoso lugar por un
rato, gozando de la espectacular vista y permitiendo
que“ Napoleón” descansara. La subida a este lugar
fue agotadora, pero el viaje cuesta abajo, sería más
peligroso, por las piedras y los pasos inclinados. Nos
tomó una cabalgata de casi el día entero para atender
a este hombre.
¡Subir a caballo aquellas altas montañas fue uno
de los momentos más memorables de mi vida! Me
sentí recompensado por lo que había hecho, era
como si mis esfuerzos para llegar a ser médico no
fueran en vano, tan sólo por esta simple experiencia.

Inmediatamente saqué mis rollos para enyesar.T


enía tan poco material que debí utilizar
ramas para estabilizar su pierna, aplicando el poco emplaste que tenía.
278 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Ahora mis pensamientos giraban hacia el futuro y


empecé a reflexionar en los propósitos de mi vida.
¿Haría esto toda mi vida? Pero por ahora yo tenía
familia y el deseo por una especialidad. Era obvio que
este país no tenía programas para ayudar a los
pobres y a los indígenas. Nada había cambiado en
los trece años desde que salí, por el contrario,
algunas cosas empeoraron o tal vez en mi percepción
de los contrastes, éstos eran más notorios.
Los problemas del Perú están tan profundamente
arraigados que uno se siente impotente para
resolverlos. Uno podría concebir ideas de reformas
sociales y exponerlas a la gente y al Gobierno;
pidiéndoles que se unan y se ayuden el uno al otro.
Sonaba tan fácil, pero era tan imposible de hacerlo.
Mientras soñaba despierto, a menudo me
imaginaba dando discursos de cómo podría ayudar a
mis compatriotas a pararse en sus pies, sin embargo
al confrontarme con la realidad parecía como si
estuviera escalando aquellas altas montañas, tan
amenazantes e intimidantes. ¡Frustrado, miraba bajo
el infinito del cielo azul la pureza de las cumbres
nevadas y sabía que estaba en casa e incapaz de
poder hacer mucho!
Llegamos de regreso a Huata donde nuestra
carpa estaba cerca a un río. Me sentía cansado, abrí
mi lata de ración “C” de Vietnam, comí algo, y dormí
cerca de la cascajeante corriente; respirando el aire
puro mientras tenía pesadillas de esta devastación y
de la triste situación de esta gente. Por ahora,
estuvimos, más de seis días en este sitio y curado
Los Niños Primero 279

casi a todos. Queríamos ir a otro lugar o ser


reasignados, pero no teníamos contacto con el
mundo exterior. Estábamos sin movilidad. Dos
aviones volaron sobre la zona, y les hicimos señas
con nuestros espejos, pero probablemente no nos
notaron. Tuvimos que enviar a un muchacho fuerte
para conseguir ayuda, pero ni siquiera escuchamos
nada de él. Sin otro recurso que tomar, partimos a pie
con lo que pudimos y nos dirigimos hacia la próxima
villa donde era posible obtener movilidad. El siguiente
pueblo tenía más mucha gente enferma que necesitaba ayuda.
verdor y también muchos enfermos que necesitaban
ayuda, de manera que armamos nuestra carpa y
empezamos a trabajar. Mientras tanto, enviamos a
280 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

alguien para que nos consiguiera transporte.


Pasamos unos días allí, y cuando no había más
medicinas y nada más que hacer, apareció un
helicóptero americano a recogernos. ¡Nos sentimos
aliviados!Y o estaba preocupado de que quedaramos
en esta área por largo tiempo y sin posibilidad de
poder regresar a tiempo a mi hospital en los Estados
Unidos. ¡Entonces sí, estaría en problemas!
Rápidamente abordamos un pequeño y ruidoso
helicóptero, esta vez sin nada de provisiones, sólo
lleno de recuerdos de aque- llas gentes a quienes
había llegado a conocer tan bien. Con mis ojos
humedecidos, sentía como si estuviera dejando a mi
familia. El dolor era aún más, porque esta gente

Llevábamost odoluep
oq
odíamosy empezamosa caminarhastaelpróximopoblado,d
onde
fuera posible conseguir transporte. La siguiente villa tenía más verdor y también hab
Los Niños Primero 281

quedaba sin futuro, y lo peor, muy poco podía hacer


por ellos. ¡Era como atestiguar la inutilidad de la vida!
Despegó el helicóptero produciendo una
polvareda como si fuera un ventarrón. A medida que
la nave se elevaba, la gente se empequeñecía;
movían sus manos haciéndonos señas de adiós. Mi
alma estaba llorando por ellos; no sentía nada, sólo
las vibraciones de los rotores. Los estudiantes
peruanos de Medicina también estaban
entristecidos,p eros em ostrabane stoicos.E llose
stabanm áse nc ontacto con la realidad, ¡y esto era
parte de la vida en este país!
Me alegré al hablar en inglés con el piloto. Era un
veterano deV ietnam y sabía que recientemente yo
había sido un teniente de la Armada americana. ¡Él
no podía visualizarme en esta dualidad de mi vida; de
mestizo y americano, especialmente en estos
lugares! Nuevamente, viajábamos por el corredor del
valle y podía ver cómo las pequeñas ciudades
estaban siempre en las laderas de los ríos que
bajaban de las altas lagunas. Esos lagos, como los
grandes diques hechos por el hombre, podían
quebrarse en un terremoto y sepultar pueblos en su
curso.
Llegamos a Chimbote, muchos de los voluntarios
que dejamos, todavía estaban ahí, prestos para salir
a ayudar, y sintiéndose quizás resentidos de nuestro
viaje.
Esperamos unos días en este pequeño campo de
concentración de médicos, enfermeras y otros
ayudantes. Después salimos a Lima en un avión de la
282 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Fuerza Aérea Peruana. Ahora tendría tiempo para


estar con mis padres. La capital como siempre no
había cambiado, aunque la población indígena y
mestiza parecía haberse incrementado. Los criollos
mantenían su mentalidad despectiva hacia la gente
de las serranías, aunque el terremoto hizo que se
dieran cuenta de que los indígenas existían en
aquellas inhóspitas áreas, ¡y por unos días, el espíritu
de ayuda unió al país! Sin embargo, se necesitarían
muchas catástrofes para que esta dividida nación
aprendiera a respetarse, y ayudarse el uno al otro en
tiempo de paz y y no sólo cuando ocurren desastres
naturales.
Durante mucho tiempo, casi por todos los años
que puedo recordar; mis constantes pensamientos
han sido en cómo poder ayudar a mi país a unirse
para luchar por una causa común y borrar el pasado
que tanto obsesiona a todos los peruanos.
Cada persona tiene su forma de hacer frente a los
problemas de injusticia social y discriminación.
Muchos niegan completamente su origen ancestral,
aunque ellos son hermanos de los oprimidos. Otros
tratan de alejarse del pasado con pensamientos mal
interpretados; como algunos que burlonamente
expresan que los problemas del Perú pueden ser
solucionados: “eliminando a los indios”. Otra solución,
que incluso se escucha fuera del Perú es que el país
es controlado por unas cuantas familias adineradas u
oligarquías, y si ellas fueran eliminadas, los
problemas del Perú serían resueltos. ¡Éstas son
desesperadas formas de pensar!
Los Niños Primero 283

Todos los sectores de la sociedad —indígenas,


mestizos, negros y gente pobre o adinerada— son
peruanos unidos por un lazo común de historiaq ued
atad esdem uchoa ntesd el al legadad el osc
onquistadores, y ahora más que nunca los peruanos
nos necesitamos el uno del otro. ¡Espero que con el
tiempo se unan y puedan forjar una gran nación!
Desafortunadamente,l am ayoríad ee stosd
esastresn aturaleso curren en las sierras donde vive
la mayoría de la gente indígena y Lima está tan
alejada de los problemas de esta población del Perú,
probablemente por su gobierno centralista o quizás
por estar muy separada de la región andina.
En lo profundo de mi corazón, yo sentía que
estaba ayudando a mi país de origen aunque en
forma pequeña y personal. Debido a mis
circunstancias eso era todo lo que podía hacer. Era
todavía, un joven médico en entrenamiento en una
especialidad y con mi familia en crecimiento.
No obstante, mis pensamientos por el Perú han
estado en mi ser en más de los cuarenta años de mi
ausencia. Los inmigrantes que vienen de Europa, en
su mayoría, son capaces de sacudirse de su pasado,
casi tan pronto como llegan a los Estados Unidos.
Ningún trastorno histórico o ancestral los persigue.
Algunos de ellos tienen recientes memorias de
injusticias, pero con el tiempo —como los años que
yo he estado aquí— se olvidan o muy pocos lo
recuerdan. Es precisamente esta incongruencia que
ha hecho y aún me hace la vida un poco filosófica. He
obtenido mi propósito profesional, he formado una
284 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

familia, no tengo mayores problemas económicos y


soy bien aceptado por la gente americana, ¡sin
embargo, todavía hay una herida que no cicatriza en
mi alma, y que me acecha cada día de mi vida;
creando un continuo dolor espiritual que frustra mi
felicidad y paz mental!
Llegamos al aeropuerto militar y me encontraba
en Lima, como si el terremoto no hubiera ocurrido.
Mis padres y otros pensaban que lo que había hecho,
fue más una pérdida de tiempo. Ellos estaban
preocupados, pero era poco lo que podían hacer.
Querían que cesaran las noticias de la catástrofe, de
manera que pudieran seguir con su existencia normal
y a veces vegetativa.
Visité algunos hospitales y clínicas en Lima, pero
no me sentí abrumado por su falta de facilidades
comparadas con los centros de los Estados Unidos,
incluso el Hospital de Saint Louis City. Veía a
doctores proveyendo cuidado en la mejor forma que
podían, y a menudo con la preocupación de un buen
samaritano. Los médicos peruanoss ona ltruistasy e
ntusiastas,p eros use mpeñosh umanistass on
petrificados por los insuperables problemas sociales y
la inhabilidad para hacer algo más en sus limitadas
circunstancias. La dedicación de estos médicos no es
apreciada por la gente o por el Gobierno, quizás
porque sus esfuerzos son principalmente para aliviar
el sufrimiento humano y no tiene nada que ver con la
economía del país.
Fui al centro de Lima para confirmar mi viaje de
regreso y nuevamente veía a menores de edad
Los Niños Primero 285

lustrando zapatos. Para mi modo de pensar, ellos ya


no eran inocentes niños; eran inteligentes en el modo
de vivir y capaces de hacer frente a las vicisitudes de
la vida como cualquier adulto con instrucción. Sus
caras bronceadas, sus ojos oscuros y sus manos y
uñas sucias con betún, ¡esto era demasiado para mí!
Quería ayudar a todos, pero sólo podía hacer que me
lustraran el calzado ya lustrado, y pagarles unas
monedas más de lo que cobraban, ¡mientras me
sentía abrumado y casi con lágrimas en mis ojos!
¡Creo que esos niños que están limosneando o
trabajando en labores degradantes revelan el
verdadero espíritu de un país. La existencia de ellos,
es prueba del desdén de la gente que los ha“ creado”,
del Gobierno que“ tolera” su existencia y finalmente
de la sociedad que “permite” que eso suceda!
En el nuevo aeropuerto sentí otra vez la familiar
tristeza de separación. Quién sabe, si por última vez,
o quizás volvería a ver la inimaginable soledad
espiritual de este país. Afuera la gente pobre y los
niños vendedores corriendo por todos lados. Aunque
moderno, el aeropuerto tenía el peculiar olor a
comidas típicas y las reliquias incaicas para venta,
éstas me hacían sentir con un ánimo festivo. Abordé
el avión, me ubiqué al lado de la ventana, suspiré
profundamente por la experiencia, ¡y esperaba que
ésta no fuera la última vez que yo pudiera prestar
servicios a mi madre patria en momentos de
necesidad!
Estaba ahora más decidido en seguir una
especialidad como pediatría, y regresar a ayudar en
286 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

mi tierra natal. Volvía ahora a mi país adoptivo, el


benevolente y siempre justo“ Uncle Sam”, que aun
con sus errores es todavía la cuna de sueños y
posibilidades; un lugar para dejar atrás el anticuado y
angustioso pasado. Como un magneto —“Uncle Sam
wants you”— y uno la quiere, aún, cada vez más.
¡Uno llega a ser parte de los Estados Unidos y
requiere la fuerza de un titán para abandonarlo, e ir a
otros lugares y naciones para crear y esparcir la
mentalidad de esta gran nación!
El avión estaba volando por muchas horas,
cuando desperté de mi sueño que pareció haber sido
una pesadilla. Estaba más triste al regresar, pero me
sentía contento por lo que había hecho en esta
primera misión, a pesar de que en el hospital dudaron
de mis intenciones.
Volaba sobre Los Angeles, una ciudad con
grandes edificios y árboles que se mezclan con el
color del humo, donde no se ven montañas claras ni
picos nevados, y tampoco se siente la solitud de las
punas, aquí uno empieza a sentir el vacío entre la
multitud de la civilización en ausencia de la
naturaleza virgen. Yo no sabía por quién sentirme
más triste, si por aquel peruano a quien enyesé la
pierna fracturada en su choza de adobes en medio de
una vista más imponente que la de los Alpes suizos,
o por los pobladores que viven como hormigas en
esta gran metrópoli de Los Angeles. ¡Qué dicotomía!
¡Qué ilusión!, tan difícil de explicar y tan fácil de
aceptar. El viaje había terminado. Estaba de regreso
a la realidad, y seguiría las enseñanzas que aprendí
Los Niños Primero 287

por experiencia en esta tierra del Uncle Sam: “Trabaja


e ilumínate tú mismo y serás parte de esta gran
nación”.
Regresé a casa. Abracé a mi esposa y a mis
hijos. Estaba feliz porque esperaba que ellos sabrían
apreciar mis logros algún día. Sentía que era
humano. Aún podía hacer cosas por otros y eso es lo
que siempre trataría de hacer. Mi depresión y tristeza
duraron por días. Mis pensamientos del Perú no se
irían fácilmente.
En el hospital los doctores no estaban
interesados en saber de mi viaje humanitario. Ellos
estaban preocupados por sus programas y yo, en
cierto modo, me sentía excluido. Si un doctor
anglosajón hubiese hecho lo que yo hice, sería
reconocido como buen samaritano, y entrevistado en
las noticias de TV. ¡Pero, nosotros los mestizos
indohispanos, no teníamos capacidad para hacer el
bien y si lo hacíamos, era irrelevante. Tal es la
dualidad de cada sociedad y uno debe tomar estos
problemas en este contexto y seguir haciendo lo
mejor!
Ahora estaba preocupado por mi futuro en la
Medicina. Aunque siendo un médico generalista con
mucha experiencia obtenida en la Marina, incluyendo
cirugía y obstetricia, estaba todavía algo confuso
respecto a una especialidad. Originalmente estuve en
un programa de cirugía, pero el conflicto de Vietnam
había interrumpido ese empeño y perdí tres años de
posible entrenamiento. Mi familia estaba aumentando
y me sentía como un eterno estudiante. Gracias al
288 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

viaje al Perú, decidí claramente sobre una residencia


que serviría para llevar a cabo mis ideales. A través
de mis estudios en la Escuela de Medicina e
internado, me daba cuenta que la prioridad estaba en
las especialidades de adultos, la pediatría era una
rama de la Medicina ligeramente tocada y muchas
veces no deseada.

Fue en las montañas desiertas de Huata, donde decidí seguir la especialidad de pe


algo que nunca antes, había considerado.
Mientras estuve en la zona del terremoto, me
sentí tan inadecuado con la niñez, especialmente los
muy enfermos. Más aún, las provisiones que llevé
eran para adultos; no contaba con una sola aguja
intravenosa para niños. Cuando llegué a Huata, los
niños eran los más numerosos y los pacientes más
graves que tenía. Los adultos que estaban heridos
Los Niños Primero 289

nos decían; “atienda a mis hijos y a los niños


primero”. Habíamos visto deshidratación,
malnutrición, diferentes infecciones y otros casos
severos. La mayoría de los enfermos eran los niños y
sus muertes eran muy trágicas, tantop aran osotrosc
omop aras usp adres. Fuee nl asm ontañasd esiertas
de Huata donde me decidí por la pediatría, una
especialidad que nunca antes había considerado.
En esos días, la mayoría de los jóvenes doctores
querían“ ser cirujanos” como el principal protagonista
de la novela No como un extraño. A pesar de que
quería seguir esta especialidad, me di cuenta que
para mi futuro empeño de ayudar a la gente en estos
países del Tercer Mundo, pediatría sería la
especialidad más necesitada y bienvenida. Puse
todos mis esfuerzos en buscar una buena residencia
en pediatría. Ya no más trataría a gente adulta, con la
cual tan confortable me sentía en curarlos. Estaría
entrando en una rama de la Medicina completamente
nueva, algo así, como empezando de nuevo y con
muy poco uso de mis previos conocimientos y
entrenamiento.
XII
HACER DIFERENCIA EN EL MUNDO

A fortunadamente, el programa de residencia de


pediatría en la Escuela de Medicina de la
Universidad de California, en San Diego (UCSD),
tenía una vacante bajo la dirección de un gran
pediatra y mentor, doctor William A. Nyhan,
reconocido médico académico e investigador (una
condición genética, el síndrome de Lesh-Nyhan fue
descubierta por él, y el nombre que lleva este mal es
en su honor y el de su compañero de investigación y
estudiante suyo). El doctor Nyhan me entrevistó y
comprendió mis deseos y motivaciones para llegar a
ser un médico de niños. Fui aceptado en suprograma,
el cual era el más codiciado y difícil de conseguir
debido a la intensa competencia entre los médicos
internos de los hospitales más famosos del este de
los Estados Unidos.
Uno de los perennes retos de la profesión médica
es que puede llevar más de una década avanzar de
premédica al entrenamiento formal en una
especialidad. Siempre es una primera experiencia o
una nueva estación, primero uno es un estudiante de
premédicas, y luego de conseguir difícilmente
Hacer Diferencia en el MunDo 291

ingresar a la Escuela de Medicina, al cuarto año se


gradúa para ser el nuevo interno. Después de años
de residencia en una especialidad, finalmente se
entra a trabajar como un médico joven en la
comunidad o institución que elige. Y así la rutina de
ser principiante parece no tener fin. Aún ahora, con
tantos cambios en la Medicina, somos neófitos en los
retos de los avances científicos y tenemos que
aprender casi todo de nuevo.
Así, yo era un nuevo pediatra residente con más
edad y con más experiencia en medicina interna, pero
el hecho de haber servido en la Marina durante la
época de la guerra de Vietnam era a veces, un
inconveniente en este prestigioso centro médico.
Aquellos años de residencia fueron difíciles y la
competencia era muy exigente en ese ambiente
académico. El hospital de la UCSD era mucho más
lujoso que el de la Ciudad de Saint Louis, y parecía
haber más doctores que enfermos; cada caso estaba
a cargo de varios médicos y estudiantes y uno tenía
que imponerse para usar su juicio clínico, pero aun
así, los residentes estábamos en control del paciente.
El hospital está cerca a la frontera mexicana. Los
peores casos médicos provenían de México o
eranmexico-americanos por lo que el conocimiento
del idioma español me ayudó mucho en el cuidado de
mis pacientes. La mayoría de los pobres era de
origen indohispano o gente de color y eran ellos los
más enfermos. En Saint Louis, la mayoría de
pacientes había sido afroamericana. En California
parecía como si estuviera en mi país de origen y me
292 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

sentía más útil. Para ilustrar tanto la excelencia como


la competitividad, relataré el caso de Reye’s
syndrome, en esos tiempos una rara enfermedad.
Una hermosa niña caucásica de cinco años fue
internada al hospital en estado comatoso, debido a
este síndrome. El conocimiento de los profesores y
toda la literatura fue exhaustivamente estudiada en
un intento por encontrar el medio de salvar la vida de
la paciente. Junto con otros internos me hice cargo
del caso cuidando que ella mantuviera sus signos
vitales intactos, en tanto que algunos profesores y
residentes estaban investigando sobre esta
enfermedad. Mientras monitoreábamos y seguíamos
manteniendo los fluidos intravenosos, los profesores
llegaron a la conclusión que como último recurso
debía hacérsele un completo cambio de sangre con
múltiples transfusiones. Era un trabajo tedioso y con
muy pocos voluntarios porque había otros
“interesantes” casos que tratar.
Algunos de nosotros pasamos la mayor parte de
la noche haciendo las múltiples transfusiones de
sangre a la niña. Repentinamente, muy temprano en
la mañana, la pequeña ángel de Dios, empezó a
responder. Uno de los internos vino a ayudar.
Nosotros le permitimos que participara en el caso y
fuimos a nuestros cuartos porque estábamos
agotados y necesitábamos dormir. Progresivamente,
la paciente recobró todos sus sentidos. Cuando
despertamos, la prensa estaba entrevistando al
interno que había venido a ayudarnos para dar a
conocer en las noticias locales la milagrosa
Hacer Diferencia en el MunDo 293

recuperación de este caso. Al día siguiente se leía en


los periódicos que este médico “salvó la vida de la
niña”. La prensa y el interno omitieron mencionar el
esfuerzo de la mucha gente involucrada en el cuidado
de este caso poco frecuente. No obstante,
trabajábamos como un equipo siempre por el buen
cuidado de nuestros pacientes y con la supervisión de
los mejores profesores.
Solíamos también dirigirnos a Tijuana, México,
ciudad al sur de la frontera con los Estados Unidos,
para traer al hospital a niños con enfermedades raras.
Estos casos eran de los más exóticos, y aprendíamos
mucho tratándolos y me sentía muy gratificado en
hacer esos viajes. En esos tiempos no era tan
costoso tomar cuidado de pacientes seriamente
enfermos, y pienso que en cierto modo éramos más
caritativos de lo que somos ahora, o quizás los
fondos del Estado eran más abundantes.T eníamos
generosas donaciones para ese propósito. Hoy, con
los elevadísimos costos del cuidado médico, y las
implicaciones económicas y políticas, esta ayuda se
ha hecho imposible y de algún modo ilegal.
En ese gran Centro Médico me uní al
departamento de enfermedades infecciosas en
adultos, e íbamos aT ijuana a estudiar y tratar con
nuevas drogas a la gente que sufría de lepra.V
isitábamos las polvorientas barriadas de gente pobre,
buscando nuevos casos y siguiendo el progreso de
otros, para ver si sus desfiguradas caras y
extremidades estaban mejorando o deteriorándose.
Dábamos “ejemplares” de nuevas drogas para el
294 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

tratamiento de los pacientes y llevábamos


estadísticas de los resultados. Mi función principal era
traducir y explicar la situación a los pacientes
afectados. Los doctores del grupo investigador tenían
gran conocimiento y estaban dedicados a la
búsqueda de una nueva cura de esta devastadora
enfermedad.
Era difícil sostener a mi familia de tres niños y con
un salario de residente. Nuevamente empecé a
realizar trabajos nocturnos en las salas de
emergencia. Durante el día, era un residente en
entrenamiento, pero en las noches o los fines de
semana —cuando hacía turno en las salas de
emergencia— era un médico hecho y derecho,
haciéndome cargo de ataques cardíacos e
innumerables víctimas de accidentes y otros
mundanos problemas médicos. Esta actividad
extracurricular tenía que ser hecha en hospitales de
la periferia. El director de pediatría, doctor Nyhan,
desalentaba a sus internos y residentes para que no
hicieran trabajos nocturnos, pero yo lo hacía porque
practicando fuera de un centro académico tomaba
mis propias decisiones y me mantenía actualizado en
medicina adulta. De esa manera pude proveer una
vida más llevadera para mi familia y al mismo tiempo,
estaba aprendiendo más Medicina.
Después de un superior entrenamiento,
incluyendo rotaciones en neonatología bajo la
excelente y exigente dirección del doctor Gluck, un
neonatólogo muy reconocido, terminé mi residencia
de pediatría en dos años. No quería prolongar mi vida
Hacer Diferencia en el MunDo 295

de estudiante en una superespecialización y opté por


entrar en la práctica privada. Estaba aún con deseos
de practicar medicina para adultos, especialmente
atender partos; me sentía ambivalente al dedicarme
por completo a la práctica de pediatría. En aquellos
días, San Diego sólo tenía uno o dos médicos
hispanos y yo era requerido dentro de la comunidad,
aunque pocas instituciones o médicos me pidieron
que me uniera a ellos. Los otros residentes,
compañeros míos, tenían puestos en la prestigiosa
comunidad de La Jolla y otros lugares de gente
adinerada. Estaba en el umbral de mi vida
profesional; había terminado mi especialidad y estaba
listo para ingresar al mundo que sería la culminación
de mis esfuerzos. ¡No más obstáculos a qué
sobreponerse, pero en realidad mi alma estaba en
deliberación!
Llegué a obtener una especializacón con el deseo
de ir a lugares deprimidos para ayudar aquí o en el
Perú. Siendo un pediatra, con la más clara de las
intenciones, comencé a darme cuenta que no estaba
en capacidad económica de hacer algo similar por
aquel entonces. Pero mis deseos de ayudar a los
pobres, desamparados y a otros en cualquier parte de
la tierra, estaban en mi mente y en mi corazón.
Había estado en los Estados Unidos, suficiente
tiempo para notar que aquí, al igual que en otros
países pobres habían problemas sociales que
necesitaban ser solucionados y a los cuales podía
brindar apoyo. Estaba también consciente de que yo
debía a esta gran nación lo que había llegado a ser.
296 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Empecé a enfatizar los problemas de los pobres y


discriminados de este país, muchos de los cuales
eran hispanos y que estaban llegando a ser
numerosos y visibles. Precisamente, cruzando la
frontera, los mexicanos pobres estaban en las
mismas condiciones que aquellos en mi país de
nacimiento, ¡y aquí estaban tan cerca a mí!
Decidí quedarme en San Diego mientras mi
familia crecía y me establecía profesionalmente. Mis
planes eran alcanzar una economía estable y estar
en capacidad de ir a aquellos países en necesidad y
ayudar por mí mismo, con mis propios medios, dado
que no había fundaciones interesadas en apoyar mi
empeño.
Inicialmente, escogí ejercer en un área de clase
media en San Diego con la ayuda del doctor Myron
Homnick, un pediatra y médico general que quería
retirarse. Me hice cargo de su pequeño consultorio
que atendía niños y podía practicar medicina para
adultos, a la vez hacer algo de cirugía; este lugar me
ayudaría a llevar a cabo mis deseos.
Empecé a hacer conexiones con las nuevas
clínicas gratuitas que emergían en la comunidad para
ayudar a los necesitados porque el país y sus
ciudadanos estaban comenzando a percartarse de
los problemas sociales. Atendía partos para la
“Clínica Chicana” en distantes hospitales, y lo hacía
con sentido humanitario y no cobraba por mis
servicios.
Mi consultorio comenzó a llenarse de gente
mexico-americana de condición humilde y en gran
Hacer Diferencia en el MunDo 297

mayoría; pacientes con seguro del Gobierno que


muchos médicos no los aceptaban. Los pacientes
anglosajones que atendía el doctor Homnick
empezaron a disminuir. Pronto mi local necesitaba
expandirse.
Me pregunté cuál era el peor lugar en San Diego
para instalar un consultorio y ¡allí iría! Empecé a
buscar un lugar en áreas deprimidas y encontré un
deteriorado y pequeño edificio al sur de San Diego,
Otay, a cinco millas de la frontera mexicana. El
edificio y el lote estaban abandonados y nadie los
quería comprar; era un lugar para reunión de
pandillas y allí había ocurrido crímenes.
Pensé que ése era el lugar perfecto para abrir un
consultorio y comenzar a ayudar a la gente
necesitada. Mis colegas se quedaron asombrados y
hasta cuestionaban mi“ sensatez”. Años atrás, no
había muchos médicos en la ciudad y yo pude haber
establecido un consultorio en una zona de gente
adinerada y me habría ido muy bien. Empero, todavía
me identificaba con los pobres y con los que
socialmente estaban en desventaja.
Increíblemente,había muchos de ellos, ¡aquí en los
Estados Unidos!
Encontré todas las posibilidades que este país
ofrece a cualquiera que es emprendedor,
especialmente a alguien que quiere ayudar a otros,
pero ayudándose a sí mismo. ¡Con coraje empecé mi
propia pequeña empresa médica donde muy pocos
se arriesgarían!
298 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

El viejo edificio y el lote en Otay eran casi un


regalo, como si su propietario hubiera querido
deshacerse de ellos. Conseguí un préstamo del
Banco de América sin que dudaran de mi posibilidad
de éxito en esta área; la ejecutiva del banco, Linda
Mulosky, me dio valiosa ayuda. Creo que mi
entusiasmo la contagió y ella me aconsejó obtener
una cantidad mayor de dinero de la que yo
necesitaba, porque pensó que la estructura era
demasiado vieja y calculaba que los gastos de
reparación podrían ser más costosos que construir un
nuevo edificio. Contraté a un arquitecto que hizo los
planos de acuerdo a mis especificaciones para un
consultorio. Coloqué un anuncio en el área de
construcción que decía:“ Futuro Consultorio
Pediátrico del doctor Carlos J. Sánchez; M.D.” El
anuncio en sí, era un cambio en este pequeño distrito
de la comunidad, mayormente de hispanos, con
escasos recursos y modesta situación. Ningún edificio
nuevo se había construido en años.T odas las casas
eran viejas y estaban desintegrándose. Frente al
consultorio había algunas viviendas temporales de
madera para los braceros, habitada por gente
inmigrante de México que trabajaba en el campo.
Algunos colegas venían a ver lo que estaba
haciendo y consideraban que estaba cometiendo un
error. Ellos estaban alquilando espacios en lugares
elegantes cerca a los hospitales.Y o quería crear lo
que me habría gustado hacer en un país con gente
pobre, tal como el Perú, y lo estaba haciendo,
Hacer Diferencia en el MunDo 299

justamente aquí, porque en Estados Unidos también


hay gente “en necesidad”.
El nuevo edificio fue construido en noventa días
debido a mi insistencia y al deseo de mudarme a mi
nuevo local tan pronto como fuese posible. El
pequeño consultorio se veía bien y era un aliciente en
una enmohecida y peligrosa barriada. La calle era
ancha, sin veredas y hasta ahora no las hay, a pesar
de que fui a pedir a la municipalidad que se hicieran.
Frente a mi flamante local había un puesto de venta
de hamburguesas, convertido en un lugar de
elementos sospechosos. Al otro lado del consultorio
había una casa antigua que servía como una
pequeña tienda de abarrotes en el vecindario. El
propietario era un señor de color y no muy amigable.
Su tienda olía a madera vieja y la pintura estaba
descascarándose.T enía alimentos no muy frescos
que la gente compraba simplemente por la cercanía
del lugar. Hablé con él, presentándome como su
nuevo vecino y posible socio en negocios de mejorar
el área. Teníamos algo en común, el deseo de servir
a esta comunidad aunque se tratara de una vecindad
no muy deseada, tanto así que uno de sus clientes le
había disparado dos tiros en el pecho, pero sólo fue
herido.
El día de inauguración de mi consultorio fue sin
mucha fanfarria. Mi primer paciente —¡bendita sea su
pequeña alma!—, era un niño con el síndrome de
Dawn, cuya madre era una señora de bien que vivía
en una de las zonas exclusivas de San Diego, pero
ella decidió acudir hasta mi consultorio, viniendo
300 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

desde muy lejos hasta esta área de Otay. Dios debió


haber enviado a este niño para bendecir mi flamante
local, porque después de él, la gente comenzó a
llegar en cantidades, y en cuatro semanas los
pacientes tenían que esperar afuera, porque el
espacio era ya reducido.
Por fín, y después de años de esfuerzos y
privaciones, ahora era mi propio jefe y propietario. No
tendría más gente que me juzgara ni más individuos a
quienes soportarles sus“ idiosincrasias”. No había
necesidad de probar a nadie de lo que era capaz por
mis propios méritos y no por los juicios e ideas
distorsionadas de aquellos que estaban por encima
de uno. Aquí los pacientes —de diferentes estratos
sociales— eran mis jueces. ¡Me tenían en alta
estima“ por lo que era” y no se sentían disgustados
“por lo que no era”!
La satisfacción de manejar mi propia vida
profesional, las posibilidades de conducir mi propio
destino, de acuerdo con mis habilidades, mis
experiencias y el sentir de mi alma, era algo que yo
nunca había soñado. Al fin llegaría a ser el cóndor de
mis“ imaginaciones”, volando con las alas tan abiertas
como sólo Dios podría abrirlas. Como el solemne
vuelo de un cóndor; ahora podía remontar las
montañas de mis realizaciones o deslizarme al
precipicio de mis fracasos. Pero, como un gran
cóndor, yo podía ver a la distancia,“ picos y cumbres
de iniquidades”, que me estaban pidiendo, que volara
hacia ellos—para sentir el batir de mis alas de
optimismo— movidas por el viento y la bruma de
Hacer Diferencia en el MunDo 301

aquellosg randesv allesd ed esesperanza.A horae


stec óndorl lenod eé xito volaba en círculos en el
espacio, contento como si hubiera engullido una gran
presa, mirando por todos lados, mientras; ¡por horas,
días y años, su alma siempre estaría golpeada por
aquellas lejanas cumbres de desesperación que lo
llamaban, y a las que él necesitaba volar!
Había creado mi propio mundo en los Estados
Unidos, pero ésa no era la culminación de todos mis
esfuerzos. Estaba seguro que había más cosas que
hacer. Quería hacer una diferencia en un lugar como
en el Perú.
Finalmente, mis hijos y mi familia podían
regocijarse con mis logros y la —suficiente—
recompensa económica. Aunque yo estaba ocupado
viendo más pacientes que la mayoría de los otros
médicos, debido a la ubicación de mi consultorio, éste
no podía compararse con el de otros médicos en
áreas con clientela privada y alta remuneración. Mis
pacientes por lo general eran de humilde condición.
Ahora ganaba lo suficiente y podía disponer de
tiempo. Empecé a mitigar mi alma con viajes de
misiones médicas a las áreas pobres de los países
del Tercer Mundo como la amazonia del Brasil, Perú
y los altos Andes. Las crónicas de esos viajes los
relataré en las próximas páginas con la esperanza de
que“ a lo mejor” puedan abrir la conciencia social
para que las aberraciones del pasado y el presente
no sigan ocurriendo. En el futuro, espero que la gente
joven pueda proseguir sus vidas y disfrutar de sus
logros con una conciencia limpia, sin sentimientos de
302 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

culpa por las injusticias sociales del pasado y el


presente, que rodean por doquier en el mundo.
Anja Hovland

Ahora era un investigador bioquímico, con mi mandil blanco y sacrificando unas rata
Hacer Diferencia en el MunDo 303

¡Allí estaba la Escuela de Medicina!, un histórico edificio de ladrillo rojo con su po


investigación. modo de una iglesia.
304 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo
Hacer Diferencia en el MunDo 305
306 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

El Hospital Amazónico estaba situado sobre una colina con vista


arinacocha,
al LagoY
formado por el río Ucayali.

Aquí en el Hospital
Amazónico conocí al
doctor Jim, un médico
canadiense, dedicado a
su trabajo, y experto en
toda clase de cirugías.
Hacer Diferencia en el MunDo 307
308 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

sufrido demasiado, y que ahora podían estar en paz con sus conciencias; al permiti
niños regresaran a la pureza de los cielos de donde vinieron.

Nosotros éramos las últimas personas que podríamos decirles a los


padres que ya habían
Hacer Diferencia en el MunDo 309

Ahora yo podía hundir mis manos en cualquier paciente, a veces, sin ninguna ot
que —tan sólo— para dar a esa persona alguna esperanza.
310 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Niño con
cicatrices de
quemaduras
de tercer
grado, que
necesitaba
cirugía
plástica.

Niño con
avanzada
dermatosis.
Hacer Diferencia en el MunDo 311

No había razón de engañarnos entre nosotros. ¡Sí! estábamos


ayudando, pero se sentía —más— como si estuviéramos escalando
unas montañas de“ jabón” en las que por cada paso tomado hacia
arriba, resbalábamos dos hacia atrás.T ratábamos de usar nuestras
manos, tan sólo para que nuestros dedos se aferraran al crepitante vacío de la“
la desesperanza.
312 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

LukeTupper era tan emprendedor y lleno de ideas por su empeño de ayudar, que via
San Diego para comprar y remodelar un descartado transbordador, el
antiguo Point Loma. Su capitán era el padre de uno de los pacientes,
a quien diagnostiqué y traté de meningitis tuberculosa cuando
empezaba mi profesión en San Diego. ¡Qué coincidencia!
Hacer Diferencia en el MunDo 313

mis ángeles guardianes, agradecidos, por prolongar unos días más sus vidas, pa
gozar de un día más en esta tierra; aunque no pude salvarlos de las injusticias.

La leche materna haría las maravillas de la naturaleza al darles vida a aquellos n


sobrevivirían, quizás, para sufrir las mismas injusticias que sus padres.

Sus inocentes caritas están, aún en mi mente y siempre las recordaré.


Estoy seguro que son
314 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Cuando la gente se retiraba a dormir después de festejar la noche de Año Nuevo, y


estaba llevando los mellizos a su casa, luego de haber pasado toda la noche en vel
cuidándolos.
Hacer Diferencia en el MunDo 315
XIII
CORTO DE DINERO, CORTO DE TIEMPO.

A medida que vamos envejeciendo y con el pasar


del tiempo, a veces uno va perdiendo el
humanitarismo y el altruismo que tuvimos en
nuestra juventud. La nación que no cuida de sus
generaciones jóvenes —como pasa en los países del
Tercer Mundo— se hace un perjuicio a sí misma. En
muchos países de Latinoamérica, raramente ayudan
a su juventud; especialmente a los indígenas,
mestizos humildes y negros. No los aprecian por lo
que son, o peor hacen que ellos no se sientan como
ciudadanos de la misma nación. ¡Esos países son
como algunos padres que no gozan de los primeros
pasos que dan sus hijos, truncando el temprano
desarrollo de su potencial humano y así asfixiando el
espíritu de su gente joven y haciendo que sus almas
lleguen a ser pobres y miserables!
El alma de estos países está tan dividida en
clases sociales, donde una desprecia a la otra, tan
sólo por el grado de su mixtura racial, dando ventaja
al mestizo de piel más clara.
Corto de dinero, Corto de tiempo. 317

La discriminación en aquellas naciones es tan


penetrante, y tan arraigada, que parece como si fuera
una característica nacional.
Uno no ve progreso en su erradicación y sólo las
fuerzas de la naturaleza, podrán cambiar esos
maléficos genes y hacer de aquellas gentes
insensibles,n uevoss eresh umanos,q ues er
espetene lu noa lo tro,n op or su color o estrato social,
sino por el contenido de sus almas.
Mientras crecía vi tantas injusticias en las clases
sociales en mi país de nacimiento, que han dañado
mi espíritu, haciendo que no me importe dónde esté,
ni cuán afortunado sea, o cuán feliz me sienta,
¡siempre habrá una tristeza en mi alma! Es como
sentir una soledad existencial en una vastedad de
desesperación, añadida con la incertidumbre de
nuestra existencia y el inevitable fin de nuestras
cortas vidas; dejándonos a veces, incapaces de
cambiar nuestros destinos.
Cada viaje que he realizado para ayudar en
países necesitados, han dejado un vacío en mi
corazón y una profunda frustración debido a mi
inhabilidad —y tal como en otros— de hacer algo
significativo, excepto pacificar mi alma con frecuentes
misiones médicas; ¡para ayudar a pocas gentes que
ya estaban muertas en espíritu, pero con vida en
cuerpos enfermos! Empero, aun así, recibo la
inmensa recompensa moral de la gente en los países
donde he ayudado.
¿Cómo poder enfrentar la conciencia enferma de
una nación?, ¿cómo podría uno borrar las cicatrices
318 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

del pasado?, ¿cómo proteger los capullos que están


bajo la sombra de los monstruosos árboles de
iniquidad? ¡Oh!, si se pudiera tener unas gigantescas
tijeras y cortar las arraigadas ramas de esos añejos
árboles de injusticias y dejar que pasen unos cuantos
rayos de luz —quizás tan débiles como nuestros
deseos— iluminando aquellas semillas de esperanza
para que crezcan en estas grandes florestas de
desolación. Estas nuevas ramas humanas formarían
enredaderas que alcanzarían y absorberían esos
grandes y grotescos troncos cicatrizados por los
gritos vanos del pasado y por la indiferencia del
tiempo.
Uno podría vivir como muchos otros para formar
una familia feliz; lleno de realizaciones y logros,
trabajando y cosechando las recompensas, e ir al
retiro y al término de nuestra existencia. Esta es la
forma de vida en una nación desarrollada y de las
gentes satisfechas con su mundo material, pero que
no han mirado a su alrededor y visto las aberraciones
de la sociedad en que viven, aun en un país tan
avanzado como el que me ha adoptado. ¡Sí!, Estados
Unidos también tiene sus injusticias, ¡pero uno tiene
la libertad de estar involucrado o no para ayudar!, sin
sufrir esa devastación moral y espiritual que uno
siente cuando no se ayuda en los países del Tercer
Mundo.
Los Estados Unidos es un país cuyos comienzos
fueron fundados bajo la iluminación de un manto
moral y espiritual. Aunque su historia está marcada
por la esclavitud de los negros, la aniquilación de los
Corto de dinero, Corto de tiempo. 319

indios y la discriminación de otras razas. Sin


embargo, en más de los dos siglos de su existencia
como nueva nación, su historia refleja la erradicación
gradual del pasado con visibles hechos de libertad y
justicia para la gente que fue subyugada. Pero, esto
no ha sucedido enteramente por la caridad o
compasión a la gente que subyugó, o con la ventaja
de un sistema político basado en democracia y
libertad; muy por el contrario, estos cambios fueron y
son obtenidos por los mismos oprimidos. Porque el
espíritu de estas gentes está flameando con
optimismo; la voluntad de luchar contra el opresor,
está en sus corazones. Estas cadenas pueden ser
fácilmente rotas; son plásticas y modernas y no están
endurecidas con el pasar del tiempo y la monotonía
de los siglos. ¡El país es un mar de esperanza,c onh
ambrientost iburonese i ndefensosp ecesb uscandou
n nicho para protegerse y gozar de la vastedad de
posibilidades!
He llegado al altiplano de mi vida después de
haber caminado las tortuosas montañas; sin embargo
aún quiero ver más cumbres y valles, pero que den
paz espiritual como cuando se está en el Gran Cañón
del Colorado, y no como cuando se está en las
traicioneras aguas del Pongo de Manseriche en las
vertientes iniciales del río Amazonas.
Fue en esta etapa de mi vida, que empecé a ir en
misiones médicas y a sentir en mi alma la existencia
de los pobres y desvalidos en estos valles olvidados.
Con el correr del tiempo, y en la recapitulación de
mis viajes, siento que esos fueron los momentos más
320 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

satisfactorios de mi vida. La belleza de la naturaleza


disfrutada conjuntamente con esas gentes, ¡serían
incomparables con una civilización compacta donde
casi nada es natural, donde todo es profano, y donde
uno llega a ser tan pobre en espíritu, que la sed del
alma sólo puede ser saciada por la adquisición de
más bienes materiales! Es así, que quizás, tengo lo
mejor de ambos mundos, pero mi confusión se
acrecienta con el dilema de haber vivido años de
juventud y desarrollo personal en dos mundos tan
distintos.
Empecé a buscar fundaciones para ayudar a
gente en necesidad en países como Brasil, Perú y
México. Encontré pocas instituciones con este
propósito, y por lo general, uno tenía que actuar por
propia iniciativa y con medios personales.
Hice mi segundo viaje al Perú allá por el año de
1974, esta vez al Hospital Amazónico de
Yarinacocha. Este nosocomio en plena selva, fue
construido en 1960 por europeos y peruanos, que
estaban interesados en ayudar a las tribus de la
amazonia y a los pobres de la región dando cuidado
médico gratuito. Muchos voluntarios y donaciones
llegaban de todo el mundo. Era una institución bien
organizada sin intereses económicos, religiosos o
políticos. Trabajando en este hospital, uno podía
aprender su historia. Tal como muchas otras
instituciones caritativas, este hospital también tuvo un
comienzo turbulento debido a la falta de dinero,
problemas políticos y dificultades internas. Además
del cuidado médico y quirúrgico, también promovía
Corto de dinero, Corto de tiempo. 321

medicina preventiva, enseñando higiene, nutrición, y


el cuidado de los niños. A veces algunos casos serios
se referían a otros hospitales de la región, si era
necesario.
El propósito del hospital era también ayudar a las
tribus a mantener su integridad y su identidad como
gentes originales de la amazonia y a adaptarse a una
usurpante civilización sin rendir y olvidar sus formas
de vida, costumbres y su lenguaje.
El Hospital Amazónico, situado sobre las colinas
de donde se mira el lago deY arinacocha, y en plena
selva; tenía cuarenta camas, e incluso una pequeña
morgue.
322 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Los muertos no tienen tiempo para el “rigor


mortis” y empiezan a descomponerse muy
pronto en este clima caluroso. La morgue era
una pequeña construcción de madera.

Los médicos eran voluntarios de muchos países,


que donaban sus servicios por semanas o meses,
incluyendo estudiantes europeos que venían a
estudiar medicina tropical. Para llegar a las villas
lejanas o perdidas en la profundidad de la selva
adonde no se podía llegar por bote, se usaban
aviones de los misioneros religiosos americanos a
veces llevando“ doctores descalzos”, que eran gente
de áreas locales que recibían enseñanza de medicina
rudimentaria y eran enviados a sus villas para dar
cuidado médico primario. En este hospital, conocí al
doctor Jim, un médico canadiense, dedicado a su
trabajo y hábil en toda clase de cirugías.
Corto de dinero, Corto de tiempo. 323

En los Estados Unidos, hice los preparativos para


mi viaje, escogiendo las fiestas de Navidad debido al
decrecimiento de visitas a mi consultorio. Mi alma
estaba en un dilema con el sentido del “deber” porque
iba a ayudar, y de “culpabilidad” porque iba a dejar a
mi familia por esos días tan solemnes. Mi situación
económica no era sólida, y no tenía seguro de vida ni
de salud.
Tenía nostalgia por el Perú y mi propósito era ir a
trabajar y esperaba que esto fuese un reto, suficiente
para satisfacer mi deseo de ayudar. Llené mi mochila
con medicinas, jeringas, y en esta misión: “pequeñas
agujas para niños”. Compré suministros de equipo del
ejército y dejé todo lo superfluo, no llevaba cosas de
valor, como radios, televisores o cámaras
fotográficas. Esta vez no viajaba en avión de hélices,
sino iba en jet. Mi apariencia no era arrogante y ahora
tenía una barba permanente, que me había dejado
crecer en los tumultuosos años de 1970. El viaje fue
rápido y la siempre brumosa Lima ya estaba en el
horizonte. Una vez en tierra, el olor era tan usual —
una combinación de humedad y el olor de alimentos
no producidos en fábricas—. Caminé sobre el
descuidado mármol verdusco del aeropuerto. Los
policías con uniformes, y pistolas en blancas fundas
estaban siempre presentes con sus suspicaces
miradas, pero con un sencillo caminar.
Las autoridades aduaneras parecían casi
sorprendidas de que yo viajara tan livianamente, ya
que no traía nada de valor, a excepción de algunos
324 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

instrumentos médicos, y medicinas que ellos no


deseaban embargar o perder su tiempo en revisarlos.
Afuera del aeropuerto, todo era un pandemónium:
los taxis, los pequeños ladronzuelos y la gente que
venía a recibir a los viajeros. Mis padres, se veían con
más arrugas y más tristes que cuando los dejé la
última vez. ¡El hijo había vuelto, pero no parecía
próspero! Estaba en ropa de faena, botas de soldado
y llevando una mochila, que eran productos
descartados de la guerra deV ietnam. ¿Era ésta la
imagen de un médico que se había graduado en el
país más grande del mundo, y con tanto sacrificio?
Podía mirar sus caras de desaprobación, aunque
ellos se sentían felices de verme una vez más.
Salimos en el carro de mi padre y dejamos el
ruidoso aeropuerto. Mientras miraba a través de la
ventana, podía ver a la gente en ropas oscuras, lento
caminar y quizás con pensamientos tristes; aun
cuando reían. Las calles asfaltadas, estaban llenas de
huecos y las veredas rotas. Las casas de cemento
armado se veían atractivas, aunque muy pocas casas
y edificios nuevos habían sido construidos desde la
última vez que salí y mayormente estaban llenos de
polvo por la falta de lluvias. Mi alma se sentía triste,
pero mi mente estaba feliz por estar en el lugar de
donde procedía y por ver a mis padres que me traían
gratas memorias del Amazonas.
Llegué a la casa de ellos donde nunca había
vivido. El hogar tenía un aire de quietud, y en la calle
reinaba el silencio; no había autopistas cercanas.
Corto de dinero, Corto de tiempo. 325

Empezamos a recordar viejos tiempos y


hablamos sobre mi inesperado viaje al Hospital
Amazónico. Ellos pensaban que yo no estaba cuerdo.
Había mucho que ver en Lima, donde tantos
adelantos modernos estaban sucediendo. Querían
llevarme a los mejores lugares, especialmente a las
zonas más hermosas y exclusivas de Lima, como San
Isidro y Miraflores.
Mis padres no llegaban a entender, que mi
intención era ayudar a los pobres y gozar de la
naturaleza.Y o esperaba trabajar tanto como fuera
posible y hacerlo en corto tiempo. De algún modo
entendieron mis sentimientos, porque previamente
vieron cuán feliz estuve a mi regreso del terremoto de
1970 en el Callejón de Huaylas. Esta vez sólo estaría
con ellos en mi último día de estadía en el Perú,
¡después que hubiera hecho mi misión médica,
limpiando así mi conciencia como una confesión!
Acomodé mi mochila y salí para el aeropuerto al
día siguiente. Ahora me sentía más como un peruano.
El regionalismo del lugar se apoderó de mí
rápidamente, y me sentía más cómodo. El olor de la
ciudad, el aspecto de la gente y los baches en las
calles, ahora eran más aceptables. En el aeropuerto,
en la sección de vuelos nacionales, la gente con
niños y bolsas provisionales estaban abordando
pequeños aviones para dirigirse al interior del país.
No había necesidad de lujosas vestimentas, corbatas
o cámaras. Esta era la vida real y no el espectáculo, a
veces, pretencioso de Lima. Subí a un pequeño avión
de“ Faucett” para Pucallpa. Al sentarme en el
326 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

estrecho asiento, esto me trajo recuerdos de mi tucán


con su largo pico, su pintoresca cara y los momentos
cuando compartimos el oxígeno, años atrás. Aún
podía sentir sus garras sobre mis manos, que no
habían sido desfiguradas por el trabajo manual.
¡Oh, Lima, tu escenario no ha cambiado, sólo has
crecido! Cruzamos los frígidos y elevados Andes,
aterrados de pensar que cualquier cosa podría
suceder aquí, pero la vista era hermosa; con cumbres
de nieve perpetua que se veían pasar rápidamente.
Luego de volar por un rato, se sentían el calor y la
humedad de la selva, y abajo se veía una verde
alfombra que nos daba la bienvenida. El río Ucayali
con curvas como una serpiente, y sus tributarios
hacían un juego de rompecabezas conmigo. Me vino
un pensamiento macabro: ¿No sería mejor caer en
esta área, si hubiera un accidente, entonces, por lo
menos, nuestros cuerpos se podrían regenerar en
abundante vida en este paraíso selvático; tan distinto
que si algo así nos pasara en los desolados Andes?
Aterrizamos en un aeropuerto abierto a la
naturaleza. Podía sentir la calurosa y húmeda brisa
rodeando mi cuerpo como si fuera un viejo amigo
gigante dándome la bienvenida.
Tomé un taxi al Hospital Amazónico, ahora la
selva no era tan virgen como cuando estuve años
atrás, siendo niño; polución y automóviles eran parte
del escenario. El vehículo se movía dificultosamente,
mi alma y mi cuerpo eran sacudidos en esta
carretera, pero estaba lleno de entusiasmo. Árboles y
matorrales en abundancia a los costados del camino
Corto de dinero, Corto de tiempo. 327

daban un verdor general y natural, incluso las mismas


casas eran de materiales que crecen en esta selva.
El hospital ya descrito, olía a antisépticos,
enfermos y muertos.T odo se descompone
rápidamente en la selva; los muertos no tienen tiempo
para adquirir el “rigor mortis” y no muy lejos, se veía
una pequeña casa de madera que era la morgue.
Me presenté ante el doctor Jim, que estaba
rodeado por enfermeras y médicos en uniformes
blancos.T odos parecían reverenciarlo; yo mismo
sentí admiración por su aire de humildad y su energía
ilimitada. Tenía el cabello corto, ojos azules, y aunque
parecía bajo en estatura, era más alto que yo. Usaba
pantalones cortos y estaba siempre sonriendo,
aunque se veía preocupado. Sus médicos asistentes
eran suecos e ingleses y habían antropólogos de
otros países, que estaban estudiando y ayudando a
los nativos con sus problemas sociales.
Sentía que dudaba de mis intenciones; yo
carecía de una carta de presentación o
recomendación, y él no tenía idea de mi persona. Le
dije que era un pediatra graduado en Estados Unidos,
que tenía experiencia en este tipo de trabajo y que
deseaba trabajar por un mes. Llegó a darse cuenta
que era un extraño como él y que quería ayudar
gratuitamente. Pero estoy seguro, que aún así, tenía
ciertas reservas en su mente acerca de las razones
de mi presencia en este lugar. Sabía que los médicos
en el área, no hacían trabajo voluntario,
probablemente en su mayoría por razones
económicas.
328 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Muchos doctores en el Perú trabajan en modestas


condiciones, baja remuneración, falta de
equipamiento, y en un país con severa división de
clases. Sin embargo, la mayoría de médicos
peruanos en el curso de su trabajo, ayudan a mucha
gente y como un“ Buen Samaritano”, permanecen
incógnitos. Uno puede especular, ¿porqué los
médicosd elp aísn oe stabana yudando?C reoq uen
osotrosl osm édicos, algunas veces, somos
injustamente juzgados, lo que hace nuestra posición
vulnerable.
A pesar de ser nuevo los trabajadores en el
Hospital Amazónico empezaron a tratarme como si
hubiera estado por algún tiempo en el lugar. Me
dieron un cuarto en el edificio de las enfermeras y
doctores extranjeros, que era moderno y mejor
amueblado que el de los trabajadores peruanos. Puse
mi mochila en el piso; saqué mi estetoscopio y lo
coloqué en una silla de madera, como si se tratara de
mi única compañía. Este estetoscopio sería lo único
que podría darme crédibilidad y así ganar la amistad
de la gente, especialmente de aquellos niños con sus
rostros sucios, sus dientes picados y sus cálidas
sonrisas, también sería el instrumento; que colocaría
en el pecho de la gente moribunda, para no oír más
los latidos del corazón, y el mismo que dilató mis
pupilas de encanto cuando lo usé por primera vez en
la Escuela de Medicina.
Me bañé en una ducha de agua fría que en sí era
“caliente” y me quitó el sudor y el cansancio en este
clima insoportable. Me vestí con ropa liviana y salí a
Corto de dinero, Corto de tiempo. 329

comer cruzando el patio. Los sonidos y la sensación


de la selva me traían recuerdos de mi juventud: el
ruido de los millares de insectos, el sonido de los
pájaros, la vista de los grandes sapos comiéndose a
los sapos pequeños y aquéllos siendo devorados por
las serpientes. La vida y la muerte eran continuas,
incluso nuestros propios cuerpos llegaban a ser parte
del festín de los mosquitos que pueden propagar las
más mortales y desconocidas enfermedades en
climas temperados.
Después de cenar, regresé a mi cuarto vacío y
casi sin muebles. Me sentía solo, mientras la oscura
selva estaba viva con los sonidos de la abundante
vida animal. Pensaba en mi familia en los Estados
Unidos, y un pesar inerte vino a mí, casi como un
sentimiento de inutilidad de nuestra existencia.
Angustioso esperaba el nuevo día para trabajar hasta
cansarme de la tarea cotidiana, y para que este vacío
existencial fuera llenado con la penumbra del sueño.
Vino la mañana muy rápido y el sol caluroso apareció.
Los insectos no eran tan ruidosos y el calor era ya
agobiante. Me puse mi ropa blanca de cirugía
después de un rápido baño.
Tomé un desayuno simple. El doctor Jim había
hecho ya visitas médicas en la enfermería y estaba
listo para hacer operaciones. Fui designado a la
clínica de pacientes externos. Una enfermera me
llevó a mi lugar de trabajo que parecía un mercado;
con gente que se veía vieja a pesar de ser joven,
bebés prendidos de los senos colgantes y vacíos de
sus madres, niños de rostros pálidos aferrados a sus
330 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

padres. Parecía un gigante comparado con esta


gente, aunque yo era uno de ellos. El olor era
penetrante, el sufrimiento de sus vidas era indefinible.
Entré al cuarto de exámenes que tenía un pequeño
escritorio de madera, encima del cual, había un
antiguo estetoscopio“ Laennec” de madera, que era
una réplica del rudimentario instrumento inventado
por este médico francés en 1770 para auscultar el
corazón y el pulmón, el mismo que hasta ahora era
usado en estas áreas.
Comencé a ver a los niños con sus madres,
quejándose —eternamente— sobre la falta de apetito,
severas diarreas, deshidratación y otros síntomás
típicos del tercer mundo. Nuevamente sentí como si
estuviera en Saint Louis, en el hospital de la ciudad.
¡Tenía que trabajar arduamente por compasión de los
pacientes y aprender rápidamente por la necesidad
de hacer el bien! Las enfermedades que veía eran tan
diferentesa las de los Estados Unidos que yo era casi
un neófito en el campo de la medicina tropical, pero
las enfermeras y los otros ayudantes habían tratado
estos males tan comunes por años y me enseñaron a
diagnosticarlos y tratarlos. El manejo de la clínica se
había hecho tan rutinario que su eficiencia era bien
recibida. En estos lugares, el médico es un símbolo
de esperanza, simplemente por ser un médico. ¡Esta
gente estaba esperando milagros! Las enfermeras
sabían que nosotros podíamos ayudar a un niño en el
primer día, pero un día después, ese niño volvería en
peor condición, y a la semana siguiente ese mismo
niño podría estar muerto.
Corto de dinero, Corto de tiempo. 331

La curación no está con el doctor ni en las


medicinas; sino en las manos del Gobierno y la
sociedad. La erradicación de las enfermedades debe
estar en la enseñanza a las masas que se reproducen
tan alarmantemente, ¡y donde el denominador común
es la muerte y el numerador es la supervivencia del
más fuerte!
¡No había razón de engañarnos entre nosotros.
¡Sí!, estábamos ayudando, pero se sentía —más—
como si estuviéramos escalando unas montañas de“
jabón”, en las que por cada paso tomado hacia arriba,
resbalábamos dos pasos hacia atrás.T ratábamos de
usar nuestras manos, tan sólo para que nuestros
dedos se aferraran al crepitante vacío de la“ espuma”
de la desesperanza! A pesar de todo aprendía rápido.
No había tiempo para meditar o reflexionar; la gente
estaba esperando para que los curáramos. Teníamos
que darles algo y al fin del día se sentían contentos
porque habían tratado de hacer lo mejor para ellos o
para sus hijos; lo cual era ir a ver al médico y
nosotros satisfacíamos ese deseo. Algunas gentes
habían vendido todas sus pertenencias y navegado
los lejanos ríos por días, trayendo a sus agonizantes
niños para que los tratáramos. Cuando les decíamos
de la imposibilidad de una cura, sus caras y sus
almas se aliviaban como si el peso de las
posibilidades hubiera sido removido de sus hombros.
Se mostraban tristes, pero estoicos y también
resignados, porque habían hecho todo lo posible y
éste era el último lugar de esperanza. ¡Éramos las
332 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

últimas personas que les diríamos que ellos, ya,


habían llevado suficiente infortunio y podían ahora
estar en paz con sus conciencias, dejando que sus
niños gravemente enfermos regresen a las puras
neblinas del cielo de donde vinieron!
El doctor Jim tenía un trabajo más
recompensable, como es para la mayoría de los
cirujanos. Él curaba enfermedades casi en frente de
los estupefactos ojos de los pacientes. Removía
grandes tumores, cataratas y todo aquello que podía
ser extirpado y producir una inmediata cura o alivio.
Quizás, es por eso que él podía estar en este lugar
por tanto tiempo; cada día, cada paciente era un
éxito. ¡En cierto modo, lo envidiaba, porque él no
tenía tiempo para deliberar en pensamientos
esotéricos; como la vida y la muerte, y por qué un
niño tan lleno de vida, tenía que sucumbir por simples
enfermedades; como la diarrea, mala nutrición y
deshidratación! No había mágicos instrumentos para
erradicar los males, y aunque los diagnosticábamos y
teníamos los medicamentos para tratarlos, la
naturaleza de la selva misma que es el origen de casi
todas las enfermedades los reclamaba de nuevo.
¿Cómo podría uno resolver esto? A menos que un
esfuerzo masivo del Gobierno confrontara estos
problemas. ¡Pero esto no pasará en mi tiempo, ni en
el del doctor Jim! Pero aún así, la satisfacción era
salvar una vida más. ¡Lo que importaba en esta
escena de gente desesperada, era sacar de estos
“dantescos cuadros”, algunas almas para que vivieran
Corto de dinero, Corto de tiempo. 333

un día más en estas prístinas, pero traicioneras


selvas!
Los días pasaban y yo podría haber permanecido
allí por años y nada habría cambiado. Uno aprendía
sobre enfermedades tropicales y su viviente
patología, casi en un día. Una muestra de evacuación
vista en el microscopio, mostraba todos los parásitos
que uno necesitaba ver para aprender sus ciclos de
reproducción y patología. Un solo paciente podía
tener todas las infecciones tropicales, y en dos o tres
días, se podía aprender a diagnosticar la mayoría de
las enfermedades, y probablemente sería imposible
curar ninguna de ellas, y tan sólo aliviar los síntomas,
pero por un tiempo limitado.
El doctor Jim era generoso. Tenía una familia
joven y se había adaptado al lugar y a la gente. En él
yo veía la ausencia de vanidad y el rechazo al
escalonamiento social. Se sentía que era como los
demás. A diferencia de algunos, que a veces, en esa
posición tendrían la“ cabeza en las nubes” y quizás
no se sentirían“ dignos” para ayudar a los de las
clases no privilegiadas.
Recuerdo un día, muchos años atrás, cuando
estaba en Huaraz y había terminado nuestro desfile
militar del veintiocho de julio (día de la
Independencia), un amigo y yo compramos unos
barquillos de helados a un vendedor ambulante. Por
la tarde, tenía una diarrea que no podía parar; mi
temperatura era alta y al día siguiente presentaba un
cuadro de severa deshidratación. El doctor vino a la
casa, pero no entró al cuarto a examinarme, y en
334 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

cambio, mandó a su asistente a verme, quedándose


en el patio. En alta voz desde afuera, el médico le
preguntaba al enfermero:“ ¿Tiene rigidez en el
abdomen?, ¿cómo está su lengua?, ¿está su piel
seca?, ¿qué temperatura tiene?, y así seguía. Su
diagnosis fue fiebre tifoidea, y al paso que iba no
había mucho que pudiera hacer. En aquellos días, la
penicilina estaba llegando al escenario médico como
una droga milagrosa para todos los males
infecciosos, pero no a esta remota ciudad tan lejos de
la capital. Él me prescribió algo, pero probablemente,
tan sólo para aliviar los síntomas y recomendó que
me dieran bastante líquido. Mi madre estaba al lado
de mi cama día y noche. Ella me daba toda clase de
hierbas y pociones que eran remedios caseros, entre
ellos le habían aconsejado que me dieran“ testículos
de cordero” hervidos en agua hasta que se
reventaran. Me daba esta sopa como último recurso.
A pocos días, mi padre viajó a Lima y consiguió
penicilina que debía ser inyectada
intramuscularmente cada cuatro horas por un
sargento sanitario que dormía en nuestra casa,
mientras estaba enfermo. Estoy seguro que mis
colegas de enfermedades infecciosas, verán la
penicilina con escepticismo como tratamiento para la
fiebre tifoidea, pero sin embargo, después de un mes,
y estando ya casi un esqueleto, empecé a
recuperarme.
Ahora como médico, hundo mis manos en
cualquier paciente, a veces sin ninguna otra razón
Corto de dinero, Corto de tiempo. 335

que darle a esa persona alguna esperanza, al igual


que el doctor Jim, quien personalmente, examinaba a
gente con lepra u otras enfermedades contagiosas,
sin temor a contraerlas.
Pero en el tiempo que he conocido médicos, he
visto arrogancia en algunos. Es posible que esa“
reluctancia” en tocar ciertos pacientes, sea porque
ellos saben de la inutilidad de esos gestos, o quizás
porque han llegado a endurecerse por la abundancia
de enfermedades. ¡Sólo Dios sabe!; los doctores
somos humanos, y tenemos derecho también a
nuestras idiosincrasias.
No podría criticar a este hospital, aunque en todo
nosocomio, hay siempre razones para hacerlo; pero
eso sería injusto aquí. Les caí bien a todos y llegué a
ser parte de la familia. Traje optimismo y alegría
porque soy una persona extrovertida, raras veces
hablando de miserias o pesimismo frente a la gente.
Ese es mi modo de no mostrar mi confusión interna.
Puedo hacer que los niños rían, puedo hablar con sus
padres, puedo hacerles saber que yo vivía como ellos
en junglas más aisladas y que no me he olvidado y
que ¡cuánto me gustaría hacer —mucho más— por
ellos!
Es así que, el pasar del tiempo y los años vividos,
estos dos compañeros de la vida, llegan a ser una
amenaza.Y a no soy el médico joven que era, y
probablemente no muy bien adaptado para los Andes
donde el aire es tan tenue que a veces el solo respirar
es un esfuerzo. Por otro lado, he sobrevivido
336 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

dificultades y mis años añadidos son prueba de que


soy un sobreviviente. A pesar de las circunstancias, el
cuerpo puede acomodarse a lugares ásperos si uno
toma el tiempo necesario para aclimatarse en áreas
inclementes.
Nuevamente, llegó el momento de partir. Había
hecho buenos amigos y les prometí que volvería;
ellos querían que regresara pronto. Me llevaron al
aeropuerto. Las frecuentes“ despedidas” familiares
endurecieron mi corazón y sólo podía reprimirlas con
la idea de volver. ¡Adiós, Pucallpa!, ¡adiós, doctor
Jim!, tú fuiste un no celebrado Albert Schweitzer.
Espero que este pequeño parágrafo te haga justicia.
Aterricé en Lima. Ahora podría gozar de esta
ciudad, que tiene un interesante pasado, llena de
edificios coloniales, y lugares para ver, especialmente
sus museos. Mi corazón rebosaba de alegría. Me
sentía purificado quizás, por otro año. Era tiempo de
regresar a Norteamérica, que ya empezaba a
extrañar, y en cada viaje me doy cuenta de lo
magnánimo que es ese país y cuánta esperanza hay
allí; ¡pero también espero, continuar el ejemplo de lo
que hace grande a los Estados Unidos! ¡Y eso es su
compasión!
Una vez de regreso a San Diego y manejando a
mi consultorio en Otay, la calle Main parecía desierta;
sin veredas y sin gente. En mi local de consultas todo
estaba en orden: los niños bien nutridos, nadie
parecía que realmente estaba mal, pero aún así tenía
niños enfermos debido a la ubicación y tipo de
población a la que yo atendía. Mi pequeño centro
Corto de dinero, Corto de tiempo. 337

médico seguía creciendo a pesar de que mis colegas


raramente enviaban gente a esta área. Mis pacientes
eran y son mi fuente de referencia, ellos son mis
aliados.
Algunos colegas cuestionaban mis frecuentes y
prolongadas ausencias, pocos podían visualizar lo
que yo estaba haciendo. Algunas veces era hasta
embarazoso decirles dónde había estado. Pero este
país es tan democrático, que uno puede hacer lo que
le plazca sin la aprobación o desaprobación de otros,
especialmente si uno está en control de su propio
tiempo y economía para lograr las cosas que quiere
hacer. En vez de cruceros o vacaciones, yo estaba
contento en hacer mis misiones médicas en el
Amazonas. Me sentía bien recompensado después
de estos viajes, aunque mi estado psíquico estaba en
una condición deplorable y me tomaba varios días
despojarme del deprimido sentimiento, del hedor de
las enfermedades y la miseria de algunas partes de la
selva.
Mi local estaba nuevamente empezando a verse
pequeño. Comencé con planes para la edificación de
una clínica más grande para la comunidad hispana,
trayendo a médicos latinos. Empecé a hacer contacto
con médicos de habla hispana, usualmente
graduados en el exterior. Muchos habían venido a
este país por falta de médicos a causa de la guerra
de Vietnam, que había reclutado casi a todos los
médicos americanos, incluso a mí. Muchos
programas prestigiosos de residencia fueron cubiertos
con esos médicos foráneos. También, debido a
338 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

nuevos programas de acción afirmativa instituidos,


muchas escuelas de Medicina estaban graduando a
más médicos de las minorías raciales, nacidos en
este país. Algunos estaban interesados en venir a
San Diego y empezar a practicar Medicina. Con este
proyecto en mente, fui al Banco de América y
nuevamente solicité la ayuda de la señora Mulosky.
Ella no podía negar el éxito que tuve, y con un nuevo
préstamo, procedí a ampliar el local, construyendo
además una sala de radiografía y un laboratorio. Traje
a un obstetra y a una pediatra, ambos mexico-
americanos. Después, traje a otros médicos, y aun
otros más se unieron a mí, incluyendo uno de Cuba,
el doctor Ramón Moncada. Éramos todos como una
familia, y cada uno estaba ocupado tan pronto como
colocaba su nombre en la puerta. Eran excelentes
doctores y su conocimiento del español les ayudó en
su meteórico éxito.
Una vez más, me entró el deseo por un viaje de
regreso al Amazonas. Conocía Pucallpa y tenía muy
buenas relaciones con el doctor Jim. Como lo hacía
usualmente, no hice planes. Estaba cansado de la
burocrática rutina en mi práctica de Medicina y dejé a
otro pediatra para que me reemplazara en mi
ausencia. Llené mi mochila con instrumentos médicos
y medicinas. Arreglé mi viaje, como antes, durante las
festividades de la Navidad y esta vez llevaba a mi hijo
mayor, Roy. Salimos del aeropuerto de Los Angeles
en traje de faena y sin artículos de valor que otros
pasajeros generalmente llevan. Aterrizamos en Lima,
y al día siguiente fuimos a Pucallpa, al Hospital
Corto de dinero, Corto de tiempo. 339

Amazónico. Para mi incredulidad, el complejo médico


estaba cerrado, algunos trabajadores que yo conocía
todavía estaban allí, se veían tristes y faltos de
optimismo. El lugar estaba desierto, parecía como un
cementerio; los gritos de los niños y el hedor de las
enfermedades no se sentían más ahí. Las
enfermeras, los doctores y los antropólogos se habían
ido. Por razones políticas, el hospital estaba cerrado.
Empecé a darme cuenta, que cómo en muchas
operaciones similares, el carisma de un individuo,
hacía que tales instituciones funcionaran bien —una
persona como el doctor Jim—, pero cuando el líder
dejaba el lugar, con su ausencia todo terminaba. El
entusiasmo, optimismo y dedicación al trabajo de esa
persona eran contagiosos. Cerrar un lugar como éste,
era destructivo y un detrimento para la comunidad, y
no había continuidad o plan para hallar otro médico
con la filosofía del doctor Jim.
Un empleado me recibió y me dijo que esperara y
que el nuevo director del hospital, un doctor de la
localidad, vendría a hablarme. Me senté con mi hijo,
sintiéndome un poco avergonzado por este
inesperado incidente. Roy creía que yo iba a ser
recibido por mucha gente, y que iba a trabajar
bastante. Quería darle la enseñanza de lo bien que
uno se siente cuando se ayuda a otros.
Desafortunadamente, el hospital ya no era lo que fue.
El médico apareció, era más bajo de estatura que
yo y de complexión más clara.T enía el cabello
perfectamente acicalado y vestía bien. Parecía
descansado y sin ningún aparente problema. Le dijo
340 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

al guardián que nosotros esperáramos hasta que él


terminara su desayuno y luego nos llevara a su
oficina (el doctor Jim creo no tenía oficina).
Pacientemente esperamos leyendo algunas revistas
de los años 1930, mientras yo me esmeraba en darle
excusas a mi hijo. Finalmente, fuimos conducidos a la
oficina del director. Me sentía incómodo y“ apocado”
como si fuera a una importante entrevista. Por alguna
razón me sentía inquieto con él. Le dije que era un
médico de los Estados Unidos, un pediatra y estaba
dispuesto a trabajar como voluntario, y que sólo ése
era el propósito de mi viaje. Le mencioné que había
trabajado con el doctor Jim y lamentaba su ausencia.
Él respondió: “Lo que se hacía en este hospital,
no era la mejor solución para enfrentar el problema de
la gente en esta región amazónica”. Él y el Gobierno
estaban buscando un mejor método y estudiando la
situación, una vez instituido sería más eficiente,
porque cubriría áreas más extensas y el cuidado
médico llegaría a más gente. Un plan grande que
probablemente era lo que se debía hacer, pero todo
estaba siendo estudiado en Lima. De todos modos,
mis servicios no eran necesarios y allí no había
pacientes. Yo entendía lo que él estaba hablando,
pero el doctor Jim había hecho lo que sólo una
persona podía hacer. ¿No era mejor ayudar a unos
cuantos, mientras que un grandioso esquema estaba
siendo diseñado? Estaba de acuerdo con el nuevo
plan del Gobierno, pero en realidad, cerrar ese
hospital era deplorable. Desde luego, lo que vi y oí
era solamente lo superficial de la situación. Estoy
Corto de dinero, Corto de tiempo. 341

seguro que había justas e injustas razones que yo no


podría explicar y es posible que pudiera estar
equivocado. Otros médicos foráneos como yo,
probablemente seamos ingenuos, pero estábamos
tratando de hacer algo por unos cuantos seres
humanos que cruzan nuestro camino. No
pretendíamos resolver los problemas de una nación,
¡aunque me gustaría intentarlo, y hacerlo!
Le pedí al doctor si —por lo menos— podíamos
pasar la noche, dado a que habíamos planeado estar
allí por algunos días. Él nos asignó para esa noche la
casa vacía en la que había vivido el doctor Jim. Roy y
yo fuimos allí; una casa de selva, ahora cerrada por
meses, y donde encontramos cada rincón del lugar
lleno de tarántulas y toda clase de insectos. Pasamos
el atardecer matando esos arácnidos para disponer
de un lugar seguro para dormir. Cansados de la
“matanza” decidimos dormir sobre una mesa en
medio del cuarto, ya que estaba libre de arañas.
Pernoctar en una casa plagada de tarántulas parecía
imposible, pero sin embargo lo hicimos y a la mañana
siguiente arreglamos nuestras mochilas y partimos de
aquel lugar, que alguna vez fue un concurrido
hospital. Tomamos un avión para Iquitos y desde allí
fuimos por barco a Nauta donde los ríos Marañón y
Ucayali se unen para formar el río Amazonas. El viaje
por lancha fue una experiencia y me sentí tan joven
como mi hijo. Gozamos la compañía de los viajeros
ribereños del área y de un aventurero americano que
se nos unió en el viaje. Llegamos a Nauta, una
pequeña ciudad sin doctores en ese tiempo. Me dirigí
342 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

al alcalde de la ciudad y le dije que era médico y


quería contar con su permiso para atender pacientes
en la posta médica que estaba abandonada. El
alcalde fue receptivo y me dio un papel en el que se
leía: “En nombre del gobierno revolucionario, autorizo
al doctor americano Carlos Sánchez para dar ayuda
médica a la gente de Nauta”. Él fue el primero en
traer a sus hijos para ser examinados. A partir de ese
momento, trabajé sin descanso viendo filas de gente
con dolencias mayores y menores. Este cambio de
eventos fue quizás más satisfactorio para mí, que
trabajar en el hospital, porque tenía que hacer uso de
mi propia “astucia clínica” y “empresarial” para
manejar los casos, conseguir las medicinas y también
podía enseñar al sanitario cómo cuidar de los
enfermos. Mi hijo estaba contento por mí, porque al
fin estaba ayudando a la gente, que era lo que quería
hacer. Él se entretenía con el turista americano, y
ellos eran bien tratados en razón de mi celebridad.
Permanecimos allí pocos días y fuimos por el río
a otra villa pequeña para hacer lo mismo. Nuestra
ayuda fue bienvenida. Yo estaba entretejiendo ideas
para hacer el mismo tipo de trabajo en el futuro,
siendo mi propio agente y creando algunas
improvisadas clínicas móviles donde fueran
necesitadas. Sin embargo, mi mentalidad americana
estaba consciente de posibles problemas médico-
legales. Discutí mis preocupaciones legales con
algunos médicos en el Amazonas y ellos negaron la
posibilidad de juicios por inesperados malos
resultados. Ahora, mis pensamientos eran construir o
Corto de dinero, Corto de tiempo. 343

formar un barco-hospital, navegando por el


Amazonas y sus tributarios, y llevando ayuda médica
a más gente en las remotas áreas de la selva.
¡Estaba lleno de planes, pero corto de dinero, y lo
más importante, corto de tiempo! Dejé mis proyectos
de lado para el futuro, con la esperanza de que algún
día, tendría el tiempo y los recursos para hacer esto.
La idea de unirme con los gobernantes del Perú,
siempre ha estado en mi mente para resolver estos
problemas en cooperación con la población y el
Gobierno, ¿por qué no? Mis intenciones eran sinceras
y estaba deseoso de trabajar para este fin.T enía una
visión global y un conocimiento profundo de las
necesidades del país, obtenidos en mis años de
observación, vivencias y trabajo en los más
recónditos lugares del Perú.
Pienso que la experiencia práctica es una mejor
preparación para ayudar a un país en desarrollo, que
la obtenida por alguien cuya experiencia esté rodeada
por la confusión política del país, y además un buen
gobierno vendrá de alguien que comprenda esto y
también el pensamiento de los líderes de otras
poderosas naciones que dominan la economía del
mundo, especialmente los Estados Unidos y los
países de Europa.
Este gran país, los Estados Unidos, ha sido
forjado bajo los principios de derechos humanos,
demoracia y libertad. Esta nación usa el poder de“
persuasión”, esa capacidad de discutir y llegar al
corazón de la gente y las instituciones; aun de las
más grandes y monopolizadoras empresas. Aquí los
344 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

líderes escuchan a sus electores, porque la mayoría


de estos gobernantes son gente que ha llegado a la
cima del poder por medio del arduo trabajo,
independencia y honestidad; a pesar de que muchos
de ellos provienen de humildes hogares, también
saben jugar recio en el campo de la política. No
descuentan a un individuo porque es negro, mestizo o
pobre, a menos que esa persona sea incapaz de
sentirse tan igual como ellos. Uno tiene que ser
persistente para ser oído, y para poder llegar a un“
consenso” por medio del“ compromiso”, tal como lo
expresó ensu libro“ Prophiles in Courage”, John F.
Kennedy. En los países del tercer mundo, los líderes
están predeterminados. En las naciones andinas, les
sería inconcebible tener a un indígena o a un mestizo
de tez oscura como presidente. La actitud de los
mismos indígenas o mestizos es que ellos quisieran
tener en el mando a una persona“ de presencia”,
aunque esta idea ahora parece ser que está
cambiando.
A través de los años, he visto a la mayoría de
líderes de mi madre patria no ser dignos del pueblo, o
si son buenos gobernantes; la gente no está unida
para apoyarlos. La acumulación de problemas
inherentes y antiguas injusticias sociales, pueden
sofocar al líder más capaz y benevolente. Las
multitudes son difíciles de satisfacer y con tanta
pluralidad de orígenes y distinción de clases sociales,
¡un buen gobierno se hace aún más difícil de
alcanzar!, ¡pero algún día tiene que hacerse!
Corto de dinero, Corto de tiempo. 345

Nuestro mundo se está haciendo más pequeño y


muchos países están viendo la necesidad de hacer
algo por el ambiente. La gente, a través de la
información electrónica está llegando a ser más
instruida —acerca de lo que se necesita hacer— no
sólo en algunos países, sino también, en el mundo
entero. Se necesita salvar este planeta, ¡que estád
ecayendoa g randesp asos!A unl osp aísesp
oderosos,s oni ncapaces de controlar el hurto de la
naturaleza y la desaparición de muchas especies en
sus propias tierras, y nadie se propone discutir sobre
la“ superpoblación”.
Soy creyente, pero pienso que el paraíso donde la
gente de bien va, es un lugar como el que habitamos
y ese paraíso está aquí. Hemos explorado el espacio
y hasta ahora todo lo que hemos visto en ese vacío
del universo, son planetas que se están fundiendo o
congelando en inimaginables temperaturas en las que
sólo los átomos sobreviven en tremenda y
catastrófica agitación. ¿Dónde más, sino en estaT
ierra, uno puede encontrar lagos cristalinos, verdes
florestas, inmensos océanos, majestuosas montañas
y diversas especies de vida? ¡Si esto no es un
paraíso, yo no sé qué es!, y nosotros estamos
buscando en el espacio, por algo que ya tenemos
aquí. Lo que necesitamos es paz espíritual para gozar
de este diminuto punto azul en el espacio, creado por
Dios para nosotros; y que necesitamos mantenerlo
intacto y preservarlo tan naturalmente como sea
posible. Desafortunadamente elh ombrey l asn
aciones,e stánc ontinuamentep ensandoc ómom
346 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

ejorar sus destinos, pero en este proceso están


destruyendo nuestro planeta. Estos son ensayos del
pensamiento, pero volviendo a la realidad siento que
mientras voy pasando por esta corta vida, lo que he
hecho o hago, al fin y al cabo, no tendrá ninguna
significativa contribución en el cambio de mi país de
origen, o quizás en mí mismo!
Regresé a Lima, y la rutina era tan materialista,
que me puse a meditar sobre la psicología de la
nación y de la gente. Trataba de comprender qué
sucedió en los años que estuve ausente del Perú.
¡Qué es lo que había perdido y qué es lo que había
ganado!
Regresé a los Estados Unidos y a mi consultorio.
Por ahora los nuevos médicos latinos estaban
llegando en gran número. Recuerdo que en los inicios
de los años 1970, cuando fui a la reunión de médicos
de un hospital por primera vez, no había quién me
presentara como nuevo miembro.T odos eran
americanos y yo era el único “latino”. Mi objetivo era
ser considerado como uno de ellos, y me presenté yo
mismo con algunos comentarios y así fui aceptado.
Los nuevos médicos hispanos formaron un
pequeño grupo que estaba creciendo y yo era la
persona que de algún modo daba un grado de
confianza para algunos de ellos. No tenía problemas
para conducirme con cualquier raza o segmento de
gente. Estaba contento que muchos vinieran para dar
cuidado médico a la comunidad hispana. Algunos de
ellos provenían, supuestamente, de clases
Corto de dinero, Corto de tiempo. 347

privilegiadas y sus agendas eran diferentes a las


mías.
Pero este país es tan diverso y magnánimo que
hay espacio para toda idiosincrasia y tarde o
temprano, todos llegarán a sentir la esencia de lo que
es ser un“ verdadero americano” y esto no es
necesariamente ser rubio, de ojos azules o piel
blanca, sino ser alguien que trabaje como parte de
una sociedad homogénica y aún mantener su
individualidad; una persona que pueda sentir orgullo
de sus humildes orígenes y que se haya formado por
sus propios esfuerzos, no por el nombre de la familia,
dinero o estrato social.
Raras veces uno escucha a americanos
vanagloriándose de sus riquezas heredadas o de sus
posiciones privilegiadas. Ellos, muy por el contrario,s
ont ímidose nm anifestars uss ituacionese xclusivasy
a precian a la gente que ha llegado a ser algo por sí
misma, mientras que algunos foráneosr eciénl
legados,e specialmented el atinoamérica,t raenc
onsigo profundas ideas anticuadas y arraigadas en
distinción de clases. Es así que en la mayoría de las
estaciones de televisión de Hispanoamérica, se ve
solamente un segmento de raza representado en sus
locutores. Uno podría pensar que los países
sudamericanos no tienen indios, negros, mulatoso m
estizos;m ientrasq uee nl at elevisióna mericanah aym
uchas razas representadas, aunque esto no fue tan
fácil; la gente sin privilegio luchó y lucha por ello; uno
podría decir que la igualdad racial está sucediendo,
348 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

probablemente no tan rápido en la mente de los


discriminados, peroe stáo curriendoe ne stag
eneración.S oyt estigoy h ee xperimentado los
cambios y la continua disminución de la
discriminación racial desde que vine hace varios años
a este país.
¿Qué es lo que tiene que hacer mi país de
nacimiento con este problema de la desigualdad
racial, que es psicosocial, cultural yancestral? Ahora,
la fragmentación de las clases sociales; son más
divisorias y notorias. Las masas de indígenas y
mestizos se están reproduciendo en un alto índice, en
tanto que los criollos están dejando el país o
reproduciéndose menos. Cada raza o clase es parte
de este país, y todos deben trabajar juntos. Después
de todo, los peruanos son“ hechos” de la misma
tierra, aunque con diferentes tonos de color; pero
todos ellos aman al país que les dio el primer hálito
de aire y sus rayos de luz. Los privilegiados, también
tienen derecho a la tierra que los vio nacer. No es su
culpa que hayan nacido en ese estrato social, pero el
problema está en la aceptación del uno al otro por lo
que son—Peruanos— que se han procreado y han
vivido en mestizaje por siglos, desde la llegada de los
conquistadores.
Estados Unidos es una gran nación y su grandeza
no es aún sólida como una roca, pero lo está
consiguiendo; no por su riqueza, sino por la“
aceptación” de sus diversas gentes y el ”respeto” por
todos. Muchas veces estas metas están conseguidas
Corto de dinero, Corto de tiempo. 349

voluntariamente o por la institución de leyes estrictas


y justas.“ Uncle Sam” es testarudo; el águila es más
rapaz que el cóndor y su habilidad está vista en la
bella faz del águila.
XIV
EL VIEJO MUNDO Y MIS HIJOS

n la década de los 1970, empecé a realizar

E extensos peregrinajes a Europa. Comencé a


familiarizarme y tratar de compren-
der la relación histórica del viejo y el nuevo
mundo, especialmente con aquella España que
involucrara al Perú y las Américas indigenistas.
Aunque esto podría haberlo hecho leyendo libros
como tambien lo hice y hago, uno tiene que ver y
conocer a la gente, su cultura, su historia y sus logros
para tener un entendimiento mejor y llegar a sus
conclusiones personales.
Mi primer viaje a Europa en 1972 fue con mi
familia, aprovechando un programa de intercambio
por tres meses entre la escuela médica de la
Universidad de California en San Diego donde yo era
residente y el Instituto Karolinska, división de
Medicina pediátrica de Estocolmo, Suecia. Esta
ciudad era tal como la había imaginado, con su
historia de siglos por todos lados. La gente se veía
robusta y sin aparentes problemas manifiestos o
visibles en sus rostros. Su andar firme, su lenguaje
El ViEjo Mundo y Mis Hijos 351

seguro, y un pasado carente de miseria que atestaba


su conocida complacencia. Ellos están conscientes
de sus derechos, tales como los estrictos códigos de
trabajo de no más de cuarenta horas de labores por
semana, y programas sociales, especialmente para la
gente de edad y la niñez. Sus impuestos son altos,
pero usados para beneficiar a aquellos que los pagan
y a la nación que los une.
Llegué solo (mi familia se uniría a mí más tarde)
al aeropuerto de Estocolmo y me dirigí al hotel en un
taxi, pagando un precio algo caro. El taxista hablaba
mejor inglés que yo. Entré al anticuado hotel y tomé
una habitación en el tercer piso con vista a la calle.
Mis pensamientos, me hacían recordar el deteriorado
hotel de Saint Louis, pero éste estaba
indescriptiblemente limpio. Las ventanas eran
grandes y abiertas hacia afuera, donde todo era
silencio; unos cuantos carros pasaban sin causar
ruido. Me quedé fácilmente dormido en este lugar
foráneo. Estas gentes no eran extrañas para mí,
teniendo una esposa noruego-finlandesa, me sentía
en casa porque había tratado con escandinavos en
los Estados Unidos, aunque no precisamente en sus
propios países.
Estaba aquí para estudiar con el gran pediatra,
doctor John Lind, un espigado y gentil profesor
conocido por sus estudios sobre diagnósticos de
algunas enfermedades de la niñez, tan sólo
escuchando la forma de sus llantos.
352 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

En el Instituto Karolinska asistía a reuniones para


discutir o cambiar ideas médicas. Los americanos
somos muy extrovertidos, quizás al extremo de
parecer exhibicionistas, muy al contrario de la gente
sueca, que es muy apaciguada. Ellos difícilmente, y a
veces quizás, tenían que ser motivados para expresar
sus emociones. ¡Yo quería llegar al alma de ellos,
para saber qué es lo que los hacía como eran; y —a
lo mejor— entender qué es lo que me hacía ser lo
que soy yo!
El Instituto Karolinska es un antiguo hospital
central; muy limpio y donde no se nota confusión, a
pesar de que casi todos los casos severos de la
nación son tratados aquí. Uno podría imaginar que
estaba en una silenciosa catedral. Hacía rondas en
las mañanas con todos los doctores. Los niños tenían
enfermedades exóticas, pero generalmente no
parecían sufrir. Sus cabellos rubios y sus hermosas
caritas no mostraban signos de miseria, como
aquellos a los que yo estaba acostumbrado a ver, aún
en los Estados Unidos. Estos niños eran protegidos y
respetados. Los doctores los trataban como
pequeños adultos; sus problemas eran causados por
dolencias, no por sus vidas sociales. Los niños con
anormalidades genéticas como el síndrome de Down
y otros con retardo mental, se veían más lúcidos que
en otros países. Ellos parecían comprender sus
problemas, pero quizás conscientes de pertenecer a
una sociedad organizada, con la seguridad de estar
bien cuidados o haciendo sus infortunios más
El ViEjo Mundo y Mis Hijos 353

tolerables para ellos mismos y el resto de los


ciudadanos. Era asombroso para mí, ver que la
estructura del Gobierno podía aliviar las vicisitudes de
la vida, haciendo la existencia de algunos
desafortunados más llevadera, especialmente, si la
benevolencia de los ciudadanos contribuyentes, no es
abusada.
Después de un tiempo en este hospital, me sentía
un poco aburrido, porque no había signos de
desesperación humana. Las mismas madres que iban
a tener hijos enfermos, como infantes prematuros u
otros posibles riesgos neonatales eran traídas a este
centro antes del parto y sus vástagos eran tratados
en forma serena, nunca con apuros o bajo
situaciones de emergencia, como en los Estados
Unidos u otros países.
En Norteamérica, a veces, aún practicamos
Medicina sin coordinación. Nos gusta el
exhibicionismo de la hazaña médica. Por ejemplo,
cuando las madres con factores de riesgo en el
embarazo dan a luz en distantes hospitales carentes
de especialistas, éstos son llamados para venir a
ayudar al infante con complicaciones como sucede en
el nacimiento de prematuros. Así era el
entrenamiento que yo recibía en medicina neonatal.
En una de esas ocasiones, mientras estaba de
servicio en el hospital de la universidad, tuvimos una
llamada de una de las más calurosas áreas de los
desiertos en Estados Unidos; El Centro, para
estabilizar y traer a un infante prematuro de dos libras
354 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

de peso con problemas respiratorios. Llamamos a la


Guardia Costera para que nos transportaran en un
helicóptero; coordinamos con nuestros doctores
neonatólogos y enfermeras para volar al desierto.
Llegamos y logramos estabilizar al niño con toda la
tecnología y los conocimientos de nuestro grupo.T
rajimos al prematuro, después de un sacudido y
exasperante viaje a nuestra unidad de cuidado
intensivo neonatal (NICU) en la universidad. A las
seis de la tarde estábamos en las noticias, en
resplandecientes colores como instantáneos héroes.
La gente quedaba asombrada por nuestro empeño,
pero pocos sabían, que estos esfuerzos no eran
beneficiosos, porque la madre con el niño en el
vientre debía haber sido transportada a un centro
médico con especialistas, como cuando llevan
similares casos al Karolinska. En Suecia el público no
está expuesto a noticiarios extravagantes como
éstos, debido a sus programas preventivos. No es
una crítica; sólo es la descripción de cómo son
hechas las cosas en diferentes partes del mundo.
En nuestras rondas en el Hospital Karolinska,
llegamos a un pabellón con niños que tenían
enfermedades infecciosas; lo que no era común en
este hospital. Hacía tiempo, que no había visto un
caso en el que yo pudiera poner mis manos y sentir
su gravedad y destrucción. Pregunté a estos médicos
suecos que eran casi el doble de mi estatura: ¿Cómo
tratan ustedes a sus pacientes de meningitis
tuberculosa? Debido a nuestra proximidad con la
El ViEjo Mundo y Mis Hijos 355

frontera mexicana, había visto y tratado muchos


casos en los Estados Unidos y estaba muy al día en
esa materia. El médico escandinavo, con tranquilidad,
respondió casi lacónicamente:“ Doctor Sánchez,
nosotros no hemos tenido un solo caso de
tuberculosis en este país en los últimos veinte años”.
Yo equivocadamente, había pensado que ellos
estaban desprovistos de patología; pero entendí la
razón, ellos habían dominado la mayoría de sus
problemas sociales, mayormente a través de
programas liberales y una consciente legislación para
el beneficio de la nación.
En otra oportunidad, mientras hacíamos rondas
en la unidad de neonatología, vi un niño prematuro
que había estado gravemente enfermo, pero no había
médicos ni enfermeras en su cuarto; solamente un
sacerdote y los padres del paciente que sostenían
una de las manos del niño mientras se le
administraban los santos óleos. Tenía que resistir el
deseo de ir a revivir al agonizante infante; hacerle
respiración boca a boca, darle oxígeno, entubarlo,
iniciar una línea intravenosa, y quizás prolongar su
agonía. Pero estos excelentes y estoicos médicos,
atendían a otros pacientes, siendo conscientes que
hicieron lo mejor. Habían trabajado con este niño toda
la noche y sabían cuándo parar. La relación entre la
Medicina y la sociedad era de respeto mutuo y no
adversarial como en los Estados Unidos, donde los
abogados son parte esencial en la relación de los
médicos con sus pacientes. Pero no con estos
356 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

médicos suecos, ¡ellos se sienten protegidos y


seguros de sí mismos y sus vidas profesionales no
estaban sujetas a dilemas legales!
A pesar de ser el hospital más grande en
Estocolmo, ellos no hacían inserciones a la vejiga
(inserción de una aguja en la vejiga a través del área
púbica para obtener orina) en infantes para
diagnosticar infecciones en el sistema génito-urinario.
En aquel tiempo, esta práctica era más común en
los Estados Unidos que hoy en día y querían ver
cómo se hacía. Hicieron el anuncio para que todos
los médicos residentes vinieran a observar el modo
de hacerla. Trajeron un niño rubio, de ojos azules,
llorando a todo pulmón. Les dije a las enfermeras que
sostuvieran al niño, de manera que yo pudiera poner
la aguja para aspirar. Cuando me disponía a explicar
cómo hacerlo, este pequeño gigante sueco soltó un
rápido e intenso chorro de orines, que casi alcanzó a
mi cara. Finalmente, vi a los suecos reír a todo
corazón, y el procedimiento no se llevó cabo.
Hice muchos amigos en el instituto y a menudo
era invitado a sus casas de verano. Para ellos, yo era
un aliento de aire fresco de América, con origen
sudamericano. Mis tres meses pasaron, había
aprendido mucho y ahora mi familia se me uniría. Con
mi poco lenguaje sueco, bromeaba a mis hijos con las
pocas palabras que había aprendido. Paseaba con
ellos en las calles y los llamaba“ Sverige”, que es la
palabra en sueco para Suecia. Mi esposa hablaba el
idioma y conocía sus costumbres, lo cual era fácil
El ViEjo Mundo y Mis Hijos 357

imitar: Si uno se comporta normalmente, sin aires de


pretensión, ¡uno es un buen sueco!
Por alguna razón, perdía mi sentido de
orientación en Estocolmo. Estaba acostumbrado a
conocer la división de una ciudad por sus áreas de
pobreza y decaimiento, como San Diego que tiene el
sudeste; New York, su Bronx, y Lima, La Victoria.
Pero en Suecia, todas las áreas parecen lo mismo; ni
más ricas ni más pobres. Un chofer de autobús es tan
igual como un doctor, y a veces más educado, ambos
hablan inglés y reciben los mismos beneficios. Esto
me hizo filosofar. Creo que a veces, necesitamos a
los pobres para tomar orientación en nuestras vidas.
Es extraño, pero, ¿podría ser que el pobre dé más
humanidad a nuestra existencia?; como si en cierto
modo, la pobreza de otros, nos diera un ideal para
luchar. Tan es así que en Suecia sólo tenía que
preocuparme por mí mismo. Es así que en este país,
gozaba de mis hijos, y por esto: sus risas aún están
en mi corazón y ¡siempre agradeceré a Suecia por
esos momentos!
Partimos para las tierras de mi esposa, países de
los ancestros de mis hijos: Finlandia y Noruega.
Llegamos a Turku, Finlandia, lugar frígido con calles
casi sin vida y como un desierto helado. Mi corazón
sentía un vacío. La gente era reservada y difícil para
establecer un diálogo. ¡Un mundo diferente! Aquí las
únicas parientas de mi esposa eran dos tías,
simpáticas, pero calladas por naturaleza y sus risas
eran bien controladas. Mientras caminaba por las
358 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

desoladas calles, me sentía sombrío y meditabundo.V


i un viejo edificio que mostraba una placa de bronce.
Era el lugar donde Lenin había planeado su
revolución anticapitalista para Rusia, dándome así,
una sensación viviente de aquellos días de la guerra
fría.
Después de una semana con ellas, tomamos un
barco para volver a Estocolmo. Las dos tías de mi
esposa vinieron al puerto para darnos la despedida.
Ellas eran dos seres humanos casi olvidados; nunca
se habían casado y habían sufrido las privaciones de
la Segunda Guerra Mundial. Sus vidas habían sido
tan monótonas y mis hijos llenaron sus corazones con
la renovación de la vida. Mi hija, Helene, con su
abundante y gruesa cabellera de color castaño, piel
oliva y grandes ojos oscuros les dio a estas tías; el
lazo que conectaba el pasado de esta gente nórdica
con el pasado de la civilización inca. Sus vidas quizás
tuvieron un propósito en este mundo al ver a estas
bellas criaturas con ancestros de ambos continentes.
Cuando llegó el tiempo de partir y a medida que el
barco estaba zarpando, mi pequeña hija lloraba como
si supiera que nunca más las vería de nuevo. Ella
amaba a estas tías abuelas por su dulzura. Mientras
la nave se alejaba, podíamos ver a esas dos
ancianas desaparecer en la frígida nieve de la triste
ciudad hasta que de lejos se veían como“ dos puntos
helados” en el espacio. Mi corazón empezó a llorar
por ellas y por mi hija, ya que desde esa vez; nunca
más las volvímos a ver. Probablemente ésta fue una
El ViEjo Mundo y Mis Hijos 359

de mis despedidas más tristes. Ellas eran gente que


nunca conocí y ahora eran parte de mi familia; su
sangre corría en las venas de mis hijos. ¡el mundo se
hacía más pequeño y el vacío del alma más grande!
En Estocolmo abordamos un avión para Oslo. La
capital de Noruega es fría, pero alegre y sentía como
si su gente estuviera en paz con su pasado. Había
serenidad en sus edificios y en su estructura política.
No se sentía ese detrimento sentimentalista o la
necesidad de instintos de protección, sus habitantes
inspiraban confianza. No había necesidad de luchar
contra las leyes de la injusticia, porque no la había.
La vida y el espíritu de la gente gozan los débiles
rayos de luz que entran en sus corazones, en este
continente de más noches que días y donde el sol de
verano brilla a medianoche.
Abordamos otro avión para el ártico en el rojizo
ocaso del mediodía y nuevamente estaba en un
asiento donde podía ver la naturaleza desde arriba. El
escenario, de montañas cubiertas con pura blanca
nieve y vegetación no era amenazante. Esta tierra, no
parecía crear esa melancolía del corazón como en los
Andes; a lo mejor porque su gente había conquistado
el difícil pasado y esto les daba paz espiritual. Quizás
percibimos el panorama de un pueblo, ¡por lo que ha
tenido por historia!, ¡por lo que se ha olvidado! y ¡por
lo que va a ser su futuro! Uno no puede disociar el
escenario natural y la historia de una nación, porque
son parte del contenido de sus gentes.
360 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Llegamos a Kirkenes, una pequeña y frígida


ciudad situada en la parte más septentrional (a 70º
latitud norte) del Ártico Noruego. El Cóndor había
volado a la cima del mundo donde nadie —o quién
sabe si alguno— de sus ancestros tuvo alguna
conexión con estos inhóspitos lugares dominados por
gente enérgica y que podía vivir tantos meses del año
en la semioscuridad que solamente era iluminada por
el fuego de un corazón contento y un alma libre de
problemas sociales. La vida sin luz del sol, aun por un
solo día, sería intolerable para la gente donde la
miseria y la injusticia son parte de la vida.
En el libro de mi vida, esos días en Europa serán
de gratas memorias. Mis hijos, ahora estaban
relacionados al pasado del pueblo vikingo. La
ausencia de la miseria humana en esos países, me
dejaba la conciencia libre y no sentía la necesidad de
ayudar a los desvalidos, porque no los había. Aquí,
podía gozar de aquellos momentos felices con mi
familia. Los únicos relatos que podría contar, son los
de mis encuentros con las bajas montañas nevadas,
donde mis esquíes chirriaban silenciosamente al
romper la endurecida y cristalina nieve al deslizarse
sobre este frígido polvo blanco. Sentía como si el
mundo y nosotros fuéramos tan puros como Dios nos
creó. Esquiaba en las tundras por horas y días, y mi
corazón se aliviaba de mi tormentoso pasado con la
frescura de este apacible, aunque inclemente paraíso
del frío.
El ViEjo Mundo y Mis Hijos 361

Sólo una vez me sentí sombrío cuando al


regresar de esquiar al mediodía —con un sol tan
alejado como si fuera un temprano amanecer— yo
pasaba por un cementerio; vi que unos hombres
removían lentamente la tierra oscura y congelada por
el frío, mientras abrían una fosa sepulcral. Yo pienso
que las gentes deben ser sepultadas cuando brilla el
sol, calentando así lo último de los restos mortales y
también para levantar el ánimo de los corazones de
los deudos y continuar otro día de vida. Mientras
esquiaba al lado de la macabra escena, sentía el
vapor frío emanado de mi nariz y escuchaba el sonido
de la nieve. Me puse meditabundo, pero mi alma no
había sido herida. ¡Cómo deseaba que el sol brillara
una vez mas para esa persona muerta! Después de
ese episodio, continué gozando del semioscuro
paisaje, porque había luz en el espíritu de sus gentes.
Por medio de mi suegro, puedo conjeturar cómo
habrían sido los vikingos del pasado: enérgicos, casi
desafiantes a las leyes de la naturaleza ante el frío
asesino y flexibles como conquistadores de estas
altas latitudes, viviendo en paz con su propia
insignificancia ante su desafiante naturaleza. Entré al
taller de trabajo de mi suegro donde él construía
botes de madera. El lugar era frío, olía a madera
fresca recién cortada, y para él era como un lugar de
veneración. Este hombre viejo había creado un
santuario donde podía sentarse apaciblemente
fumando y tomando su café, contemplando el fruto
del trabajo hecho con sus propias manos. Sus largos
362 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

años no lo habían disminuido; él podía crear todavía,


y él mismo quería poner los botes que había
construido, en las frígidas aguas nórdicas y navegar
sobre las olas, como si desafiara las leyes de los
bravos mares nórdicos. Este fuerte y añejo hombre,
era obstinado e intrépido como eran todos los
vikingos. Años después, él murió desafiando los
mares del Antártico cuando estaba navegando en su
propia embarcación recién construida; fue éste un
viaje de estreno para el bote, y el último viaje para él.
Murió congelado por las frígidas aguas cuando el
bote se volteó. Por medio de Anja, mi linaje lleva su
sangre y mi pasado ha sido mitigado por esta
orgullosa y serena herencia vikinga. Las turbulencias
de mi historia incaica terminan conmigo. Mi progenie
estará libre de estas cicatrices psicológicas. Mis hijos
no sufrirán el dolor de mis ancestros, ¡no más! Las
heridas han terminado conmigo.
Regresé a los Estados Unidos. Los días eran
calurosos y brillantes como si dieran la bienvenida a
la noche. La delincuencia y burocracia médica estaba
en aumento; sentía como si se estuviera en un río
torrencial donde uno se ahogaría, si no seguía la
corriente para poder sobrevivir. La competencia era
abrumadora. El deseo de sobrepasar lo que ya se
había alcanzado, hacía que mi imaginación
construyera más montañas para ser nuevamente
trepadas, creando, así, mis propios obstáculos; tan
sólo para sentir que estaba vivo. Me sentía como una
hormiga, trabajando atareadamente, como si el
El ViEjo Mundo y Mis Hijos 363

mundo se fuera a terminar. Ahora había más


pacientes en mi edificio y estaba ampliando el local
para más médicos latinos —o cualquier otro que
deseara practicar donde yo lo hacía— y no había
muchos de ellos.
Mientras el tiempo seguía su marcha, la
monotonía de mi humilde éxito me hizo volar a otros
mundos donde estaría en contacto con los perennes
desamparados en necesidad de ayuda, y también
siempre cerca de la naturaleza virgen que va
desapareciendo.
XV
SIN TIEMPO PARA ENOJOS

E n la tarde de un caluroso verano, y con los


ajetreos de una atareada labor en mi consultorio,
sentí la urgencia de ir hacia el lugar donde el río
Amazonas llega a su fin. Había vivido en la cuna de
su nacimiento en los Andes del Perú y navegado
desde el inicio de sus humildes aguas hasta su
juventud en Iquitos. De los Estados Unidos iría a
Manaus, Brasil, donde el río Negro se une al
Amazonas ensanchando en su trayecto y pasando
Santarém con su compañero de azules aguas,
siguiendo su curso al borde del tiempo y al ocaso de
su recorrido en Belém, desembocando en el océano
Atlántico. Allí muere como un enorme gigante,
desafiando al gran mar sin deseos de desaparecer y
donde uno puede ver sus túrbidas aguas,
confluyendo en las profundidades del inmenso
océano y dando vida al mundo de las aguas.
Así es mi descripción de este majestuoso río, tan
ancho y caudaloso; sin embargo, la mórbida
imaginación del inquieto homo sapiens trata de
domesticarlo haciéndolo irrigar tierras sedientas para
Sin Tiempo para enojoS 365

producir y contribuir a la vida materialista y a la


destrucción de la naturaleza, que Dios nos ha dado
para gozar y venerar.
El avión llegó a Manaus. Sentí el familiar
abrasamiento del aire caliente y húmedo, como si
estuviera en un lugar de vacaciones eternas. Caminé
por muy concurridas calles. La civilización había
llegado con toda su fuerza a esta selva en el centro
de la amazonia. Manaus inició su desarrollo desde los
días de los barones del jebe, gracias a los productos
naturales extraídos de un árbol; una savia blanca
como la leche llamada “caucho”, que ahora ha sido
reemplazada por productos sintéticos copiando la
estructura química de esta sustancia. Manaus se
formó en la opulencia y riquezas, que aún se pueden
percibir en sus antiguos edificios de estilo europeo;
incluyendo una casa de ópera donde cantó el gran
Caruso. La ciudad aún sigue creciendo con el mismo
vigor, pero ahora depende no solamente de un
producto como el caucho, sino de todas las riquezas
explotadas en esta, alguna vez prístina selva. Esta
amazonia que da tantas riquezas naturales, es
subestimada en su belleza. La gente alberga en su
mente monstruosas ideas de cómo extraer sus
riquezas y cómo hacer de la virgen floresta un
gigantesco estacionamiento de autos, y queriendo
convertir el salvaje Amazonas en un río como el Sena
en Francia, donde tan sólo los cisnes nadan
pacíficamente en sus inertes aguas.
366 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Mientras me hallaba en la ciudad, me dirigí hacia


la orilla del río, tal como una tortuga, guiado por una
brújula biológica hacia la playa. Vi y puse mis manos
en sus aguas turbias, las mismas que había tocado
en mi juventud, y ahora traían el“ quebrado” suelo de
mi país y quizás en ellas, el “polvo” de mis ancestros.
Me sentía en casa. Éste era el lugar al cual
pertenecía. Vi las familiares embarcaciones de doble
cubierta con sus hamacas colgando y a sus capitanes
negociando por carga y pasajeros. Escogí mi bote por
su parecido a los mismos en que viajaba en el
pasado. Navegaría río abajo a Santarém, el lugar
donde estaba la Clínica Esperança y donde trabajaría
por las siguientes semanas y en futuros viajes. Una
clínica, donde el espíritu de ayuda iluminaba las
oscuras profundidades de mi corazón atormentado
por la pobreza de algunas gentes de la amazonia
brasileña.
En Manaus, el río Negro, el cual está formado por
los tributarios que vienen de Colombia yV enezuela,
se une al Amazonas para hacerlo más ancho y más
caudaloso. Los dos grandes ríos empiezan juntos,
pero no mezclan sus aguas, tal como si fueran una
pareja: el Amazonas de color tierra y el río Negro de
color azul cobalto,“ juntos, pero separados” pasan por
la ciudad de Manaus y transcurren
Sin Tiempo para enojoS 367

¡Éste era el lugar adonde yo eía las familiares embarcaciones de doble cubier
con sus hamacas colgantes y a sus capitanes negociando con los pasajeros.
pertenecía!V

lado a lado en su interminable curso, hasta que se


mezclan a lo largo de su trayectoria, antes de
desaparecer en la vastedad del mar. Me embarqué
en un pequeño bote. El olor de la comida y la carga
me eran familiares y placenteras. Aquí el río es tan
ancho, que la orilla opuesta es casi imperceptible,
pero la corriente de las aguas no son tan peligrosas.
El bote navegaba pacíficamente en sus calmadas
aguas. No había esos gigantescos remolinos que
podían tragarse a uno en cualquier momento, como
en el Perú donde comienza el río. La gente brasilera
en el bote era amigable y exuberantemente feliz,
creaban música con cualquier cosa que hiciera
sonido y todos cantaban al mismo tiempo. Me hacían
recordar que estaba navegando en las mismas aguas
368 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

que alguna vez me dieron mis primeros sentimientos


de tristeza y gozo. Esos ratos felices en el bote eran
como aquellos momentos en que uno quisiera que la
vida siemprefuera así; pero el viaje fue breve, sólo
tres días. Estábamos llegando a Santarém, aún
navegando en el lado“ hembra” y terroso de“ la
Amazonas”, sin perturbar a la otra mitad “macho” y
azul del río Negro. A medida que la embarcación se
aproximaba a las orillas del río, las vagas y olvidadas
vistas de mis tiempos idos volvían a revivir en este
panorama. El litoral estaba lleno de árboles y
pequeñas casas de madera, a la distancia se veía la
ciudad con sus desteñidos azulejos y sus edificios de
estilo europeo deteriorados por el tiempo y las
tormentas, que me traían recuerdos de Iquitos...
La lancha ancló en el congestionado puerto entre
cientos de botes grandes y pequeños. La gente
caminaba de una embarcación a otra, como si
estuviera en un parque de estacionamiento. El olor de
los pescados y las frutas se mezclaba con el espíritu
de la vida y yo gozaba del festivo ambiente.
Me despedí de todos los pasajeros en el bote.
Ninguno era juzgado por nada, sino aceptado por lo
que era. No había necesidad de competir en estos
olvidados lugares. Sus vidas estaban empapadas con
la vibrante naturaleza y la abundante capacidad de
vivir sin quejarse de sus problemas.
Cogí mi mochila y mi hamaca y bajé por el
entarimado de madera, que se movía con las suaves
y pequeñas olas de este gran río. Subí al empinado
Sin Tiempo para enojoS 369

puerto, abriéndome camino entre los vendedores y el


tumulto que buscaba gangas. Hacía contacto con los
sudorosos cuerpos de los pescadores bañados por el
sol, y sus sonrisas eran la bienvenida que me daba la
gente de esta encantadora ciudad amazónica.T odos
se conocían entre sí, y yo era un extraño, pero aún
así en esos lugares, ¡una cara inca es siempre
visible! Ellos se preguntarían de dónde vendría. Mi
pipa, mi vestimenta de camuflaje y mi barba eran algo
fuera de contexto.Y o no era uno de ellos, sino algo
diferente. Gozaba de la intriga en sus miradas
interrogantes.
Los niños, tan numerosos como los peces en el
Amazonas, me rodeaban y les agradaba mi
apariencia y el olor del tabaco. Instantáneamente fui
del agrado de la chiquillada y me llamaban“
Cachimbo” (fumador de pipa), que era el nombre que
después tendría allí. (A veces fumo pipa en la selva,
aunque no soy un fumador, es un hábito ocasional
que aprendí de algunos compañeros de la Escuela de
Medicina). El aroma del tabaco con esencia de
manzana, refrescaba el olor del putrefacto y húmedo
aire de la selva, manteniendo alejados a los
mosquitos y también, atrayendo la atención,
permitiéndome conseguir nuevos amigos.
Harry Owens, mi buen amigo y compañero de
clases en la Escuela de Medicina, era también un
doctor errante de los pobres. Él vivía para ayudar a
otros y llevaba la existencia de un “samaritano
solitario”, escribiendo poemas y sumergiéndose en la
370 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Harry Owens, hijo del famoso director de orquesta, que condujo el notable grupo los
Hawaiians”, en los años 1940, y que compuso“ Sweet Leilani”, una pieza musical ga
soledad de remotos lugares como las selvas del
Brasil, África y los más frígidos
del premio de la Academia de Hollywood.

y alejados lugares de Alaska. Envié a un niño a


decirle al doctor Haroldo (como era conocido por
todos) que viniera y me recogiera. En corto tiempo y a
la distancia, vi a un hombre calvo, barba gris y vestido
de blanco, que venía en una motoneta. A medida que
se acercaba nos reconocimos y una vez juntos
abracé a Harry. Nuestras almas recordaban en
silencio los años duros en la Escuela de Medicina y
las mismas peripecias que nos hizo hermanos para
siempre. Éste era el hombre que me dio apoyo moral
en mis días más difíciles como estudiante. Éste era el
amigo, que cuando yo necesitaba
Sin Tiempo para enojoS 371

Inicialmente, la clínica amazónica Esperança, era de un solo piso con estructura


y techo de hojalata, pintada de azul.
dinero, me lo ofrecía sin preguntar cuándo se lo
pagaría. Aún ahora todavía le debía mil dólares y él
se había olvidado de esa deuda, ¡pero yo no! Le debo
mucho más que eso. Harry siempre me llamaba“
Siiñor”. Nuestras caras estaban un poco envejecidas
por el pasar del tiempo. La alegría de vernos era un
deleite para los niños que nos rodeaban; dos
hombres barbudos que parecían como el Amazonas
en la mitad de su recorrido, uno claro y el otro oscuro.
Salté sobre su motoneta y nos alejamos por las
accidentadas y empolvadas calles. Mi corazón estaba
henchido de felicidad, como si hubiera encontrado a
un hermano perdido por mucho tiempo. Llegamos a la
clínica Esperança: de un solo piso, estructura de
372 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

cemento, techo de hojalata y pintada de azul; que se


veía más limpia que el resto de las otras casas. El
calor era insoportable, no había refugio. Entramos al
edificio y toda la gente parecía que ya me conocía. Mi
rostro expresaba todo lo que era, y querían saber mi
nombre y desde ese momento era el “doctor Carlos”.
Las mujeres de baja estatura, delgadas y de tez
trigueña constantemente me ofrecían limonada
helada. Todos los trabajadores me ayudaban. Los
niños me tocaban. Sentía que yo era uno de ellos,
como si fuera parte de su familia; ¡esto era lo que
significaba la vida! Este lugar adonde doctores,
enfermeras y otros que querían ayudar, podían venir
y hacerlo; y si uno se hallaba en un estado de
confusión, podía hallar más felicidad aquí, que en los
lujosos hoteles en Francia o los Estados Unidos. No
había necesidad de beber, ni de consumir costosas
comidas, la gente de la clínica era la esencia que
hacía a uno ayudar a los necesitados con gusto.
Mientras contábamos nuestros relatos y reíamos,
en la puerta de al lado, podíamos ver las conocidas
filas de la gente pobre y descalza; las madres
anémicas y desnutridas, con sus bebés prendidos de
sus pechos vacíos y con sus numerosos hijos de
distintas edades, cogidos de los brazos maternos. La
increíble desesperanza y tristeza de tener un hijo
enfermo, estaba escrita en sus caras. Pero este lugar,
llamado Esperança, era lo que nosotros
representábamos, y esto hacía felices a todos los que
trabajaban allí. ¡El objetivo, era dar a esa gente un
Sin Tiempo para enojoS 373

pedazo de nuestros corazones, tal como los


frondosos árboles de la selva ofrecen sombra del
agobiante sol!
El“ doctor Haroldo”, como llamaban a Harry
estaba muy ocupado con muchos pacientes, pero me
presentó a todos los trabajadores americanos: al
doctor Fred Hartman, director de la clínica; su
esposa, la enfermera Mary y otros voluntarios, como
Patty Payton, quienes estaban muy atareados y
tenían muchas anécdotas que contar. Ellos estaban
muy entusiasmados cuando supieron que practicaba
pediatría. El cuidado pediátrico era un problema serio
y la clínica estaba repleta de niños que estaban muy
enfermos. Permanecí allí por el resto de la mañana
para familiarizarme con mi nuevo ambiente.
Al mediodía estábamos agotados, y toda
actividad cesaba en total; la clínica cerraba sus
puertas y todos íbamos a almorzar y tomar una
siesta.
Harry me dio una motoneta para mi uso de
transporte personal, y yo me sentía feliz, como un
niño con un juguete nuevo. Recibí mi primera lección
de manejo en el patio de la clínica, mientras los niños
se reían de mi poca destreza. Nos dirigimos a
almorzar. La cocinera era una encantadora mujer, y
su comida, aunque liviana era agradable, y me
satisfizo como si hubiera tenido un gran banquete. La
compañía y la conversación hicieron el almuerzo
mucho más placentero. Después, Harry y yo
manejamos nuestras motonetas por las polvorientas
374 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

calles y llegamos a la casa donde permanecería con


él. Mi cuarto estaba vacío; la cama era una hamaca,
el piso de cemento, y el lugar era fresco. Tomé el
consabido baño de agua caliente, que caía a gotas de
una ducha de aluminio, que parecía una regadera.
¡Increíble! ¡Estábamos al lado del río más caudaloso
del mundo, con el veinte por ciento del agua fresca
del planeta y no había suficiente agua para tomar un
baño! Tal es la contradicción en estos lugares, que se
aprenden las costumbres de la población, y por eso,
uno es aceptado por su gente, y no por las críticas
que se puedan hacer.
Vestidos solamente con ropa interior, nos
echamos en nuestras hamacas para una pequeña
siesta de mediodía, que es tan obligatoria en estos
lugares calurosos de la selva, porque el cuerpo se
debilita tanto, que uno no puede continuar el día
entero trabajando, o ni siquiera mantenerse despierto.
Harry y yo despertamos una hora más tarde y
tomamos otro baño. Nos vestimos con blancas y
livianas ropas y nos dirigimos a trabajar en nuestras
motonetas. La clínica, estaba llena de pacientes y
todos estábamos listos para trabajar, como si fuera la
mañana de un nuevo día.
Fui asignado a la sección de pediatría, la más
atareada de todos los servicios. Vi de nuevo las
familiares caras de las madres y sus niños agarrados
de la mano. El idioma era portugués y mi español,
con acento americano de treinta años, era
suficientemente distorsionado, para sonar como si
Sin Tiempo para enojoS 375

fuera portugués. Aprendí la entonación“ cantante” del


idioma, y mi“ portugués brasileño” llegó a ser tan
bueno como si hubiera vivido allí. Las quejas de los
pacientes podían haber sido dichas en griego, pero
yo ya sabía cuáles eran los problemas: diarrea,
vómitos, falta de apetito...
Algunas caras de los niños mostraban apatía, y
sus cuerpos de color cobre, cabellos rojizos, piernas
hinchadas, abdómenes protuberantes; todos los
signos típicos de desnutrición y falta de proteínas.
La clínica estaba bien organizada y contaba con
un buen laboratorio, con jóvenes técnicos brasileños
que eran entrenados en el lugar y que identificarían
en esos microscopios binoculares un nuevo universo
de microorganismos, tales como la ameba, giarda y el
protozoo que transmite el paludismo, visto en todas
sus etapas. Un estudiante podía aprender medicina
tropical en pocos días en este laboratorio. Los
técnicos, siempre ansiosos por mostrarme los
ejemplares microscópicos de mis pacientes, pero
después de un tiempo, no necesitaba verlos, para
diagnosticar las enfermedades parasitarias, y cuando
estaba clínicamente seguro, entregaba los paquetes
de medicinas y trataba de recomendarles a las
madres que hirvieran el agua como les habíamos
dicho ¡ya mil veces!
Cualquiera de estos niños, sería un candidato
para admisión en cualquier hospital de los Estados
Unidos, pero en estos lugares, solamente los muy
enfermos eran internados y sólo si había posibilidad
376 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

de salvar sus vidas. Algunas veces teníamos que


enviar niños a la lobreguez y miseria de sus casas,
donde morirían en paz, o muy frecuentemente los
padres los llevaban, de nuevo, a los llenos hospitales
que —ya— antes habían visitado.
La clínica no era un hospital, pero los niños que
allí atendíamos, generalmente; los malnutridos y las
víctimas de kwashiorkor (falta de proteínas) se
quedaban internados para tratarlos con una dieta
elevada en proteínas, haciéndolo lenta y
pacientemente. Al mismo tiempo, las enfermeras
enseñaban a los padres y a la gente, la importancia
de este básico elemento nutritivo. Las costumbres de
los padres, era la de hervir la carne de res o de
pescado y darle a los niños el líquido y la parte sólida
a los adultos, porque pensaban que la sopa era lo
más nutritivo de ese alimento.
Todos trabajábamos con diligencia. ¡No había
tiempo para enojos ni para las críticas! Hacíamos lo
mejor que podíamos y tratábamos de mantener
buenas relaciones con la comunidad médica de la
ciudad.
La Clínica Esperança fue fundada por un ex-
médico naval y veterano de Vietnam, el doctor Luke
Tupper, que posteriormente entró al sacerdocio y
viajó al Amazonas como médico franciscano para
ayudar a la gente pobre. Era tan emprendedor y lleno
de ambiciones por este empeño, que vino a San
Diego a comprar y restaurar un viejo y desechado
transbordador, conocido anteriormente como el “Point
Sin Tiempo para enojoS 377

Loma”. Yo usaba esta embarcación como taxi entre


Coronado y San Diego, cuando estaba en la Marina y
su conductor era el padre de uno de mis pacientes, a
quien diagnostiqué y traté de meningitis tuberculosa
cuando recién iniciaba mi consultorio en San Diego.
¡Qué coincidencia! Ahora esta nave estaba en el
Amazonas sirviendo como un barco hospital donde se
hacían todos los casos de cirugía.
Los días llegaron a ser rutinarios, no había tiempo
más que para la Medicina. Al llegar la tarde, se
cerraba la clínica y la gente seguía su actividad.
Nosotros, quedábamos libres en las cálidas y frescas
noches en esta ciudad de la selva amazónica.
Podíamos ir al bar“ Mascote” a las orillas del
Amazonas y saborear las bebidas heladas que
refrescaban nuestros espíritus. En aquellos años
iniciales de la década de los 1970, Santarém no tenía
televisión, las calles estaban repletas de gente
gozando de la música samba, charlando y bailando.
El hotel de turistas era otro lugar popular de reunión,
debido a su limpia piscina y sus cómodos precios.
Los días eran inclementes, pero las noches eran las
mejores vacaciones que haya tenido. La compañía
era interesante y valía la pena escuchar los relatos de
cada uno.
En ese tiempo, la clínica estaba a punto de
cerrarse por la pérdida del Padre Tupper, quien había
fallecido recientemente. La situación era similar a la
del Hospital Amazónico en el Perú, después que
partió el doctor Jim. El espíritu ardiente de un médico
378 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

o un individuo, mantenía prosperidad en esas


misiones, pero cuando esa persona se iba o fallecía,
los ideales de toda la empresa y el altruismo
terminaban con sus iniciadores. Lo que es
problemático y en cierta manera una gran pérdida, es
que a veces no se hacen previsiones para que esas
clínicas lleguen a ser independientes de modo que
haya continuidad de cuidado médico, a pesar de la
ausencia de su fundador. Esta clínica era lo que el
PadreT upper empezó y probablemente tenían planes
en mente para el futuro; en caso de esta
eventualidad. Desafortunadamente, él murió en un
accidente de motocicleta en los Estados Unidos,
mientras entrenaba para oftalmología, y cuando
estaba lleno de ideas y planes para el beneficio de los
pobres en Santarém.
Sin embargo después de su muerte, se formó una
fundación con la finalidad de perpetuar los anhelos y
deseos del Padre Tupper. Gracias a su familia,
especialmente su hermano, JerryT upper y otra gente
devota, la clínica se mantiene operando. La
organización, ahora“ Fundación Esperança” creció
significativamente. Yo mismo me asombré cuando
volví, porque había crecido bajo la nueva directiva del
director Chuck Post y el padre Bill Dolan, doctor en
Medicina. Algo del romanticismo de la antigua clínica
y el viejo barco hospital (que fue sustituido por un
bote más pequeño) se había perdido, pero todo fue
por el bien de la gente y eso era lo que más
importaba.
Sin Tiempo para enojoS 379

Los doctores Fred Hartman y Harry Owens fueron


las estrellas más brillantes de la clínica en esos
difíciles días ymantuvieron la clínica y el barco a flote.
Voluntarios y continuos grupos quirúrgicos que
venían, daban un impulso moral a estos agotados,
humanitarios y abnegados trabajadores, y eran los
lazos de la pobreza con el mundo de la abundancia.
La clínica tomó la iniciativa de retener nativos
para trabajar y aprender las diferentes actividades y
dar a la gente cuidado médico. Eran los llamados“
doctores descalzos”, generalmente ex pacientes,
cuyas vidas habían sido salvadas en la clínica, y eran
los mejores mensajeros de educación en salud.
Fue aquí, que conocí al doctor José García,
médico boliviano de porte esbelto, nariz aguileña, y el
semblante con la mixtura de menos indio y más
español. Lo apodé como “Almagro” por el parecido
con el delgado conquistador español en las épocas
de la conquista del Perú. El “doctor José”, como se le
conoce, es un hombre con un gran corazón y un
dedicado médico, que ha estado trabajando en la
clínica por muchos años.
El doctor García vino de Sao Paulo para ser
entrevistado y asimilado al grupo. Sus credenciales
estaban en orden, pero como sucede con todos los
médicos que son nuevos, él era monitoreado. Hice
inmediata amistad con él que se encontraba solo. Su
familia y sus hijos estaban lejos, su situación
económica era un poco precaria y había sido un
médico del ejército boliviano que buscaba asilo
380 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

político de las revoluciones en su país. Podía


simpatizar con él. Era filosófico, altruista y bien leído.
Se alojó en el mismo lugar con Harry y yo. Al día
siguiente fuimos a la clínica a trabajar. Todos lo
observaban, hasta yo quería saber de su experiencia
médica, su manera de tratar a los pacientes, y
especialmente su compasión.
Este doctor conocía todas las enfermedades
tropicales y era un veterano de muchas clínicas en la
amazonia, era recatado y no presumido. Su primera
paciente, una mujer joven que estaba algo
demacrada y respirando con dificultad, presentaba lo
que parecía un cuadro de asma agudo, o una
tuberculosis avanzada. El doctor García hizo el
diagnóstico, le dio medicinas y la envió a casa. El
doctor Fred, estaba muy consternado acerca de cómo
se había manejado este caso, y pensó que la
paciente debió haber sido hospitalizada. Harry, Fred y
yo nos reunimos con el doctor José para que
expusiera la presentación clínica de la paciente.
Presentó el caso en forma tan erudita, usando incluso
latín para precisar algunos signos de la enfermedad
diagnosticada por él. Nosotros quedamos
asombrados y vimos que su manejo clínico de la
paciente era lo adecuado para el área, y lo que es
más, él sabía que ya nada se podía hacer, estaba
consciente que no había un hospital adónde llevarla;
y que ella había venido de un nosocomio de la ciudad
que previamente había visitado. La lección que
aprendimos fue que este doctor conocía su
Sin Tiempo para enojoS 381

“Medicina” y tomó las cosas como eran. No había


necesidad de oír la letanía de cuán triste e inhumano
era el sistema, lo cual era supuestamente una señal
de ser un médico consciente y con compasión. Este
doctor nos ahorraba esos expresivos sentimientos y
luego continuaba con su próximo paciente. Todos
nosotros habríamos hecho lo mismo, después de
agotar todas las otras posibilidades.
El doctor José llegó a ser bien respetado y sus
conocimientos y su compasión eran indiscutibles. Él
ha trabajado por años sin fanfarrias ni glorias como
un médico dedicado. Yo lo aprecio y añoro su
filosófico acercamiento a la vida, en medio de la
calurosa ciudad, en plena selva del Amazonas.
El tiempo pasó rápido, el trabajo fue arduo y las
amistades tan duraderas, que cuando llegó el
momento de partir, sentí que estaba dejando mi alma
y sabía que regresaría a este lugar muchas veces
más. Mis pensamientos han estado siempre con esta
bella ciudad de Santarém y sus amigables y
sonrientes gentes.
XVI
DONDE EL CÓNDOR VUELA LIBRE

R egresé a los Estados Unidos. Al día siguiente


estaba en el hospital como si nada hubiera
sucedido, mi cuerpo aún sentía el calor del
Amazonas. Desayuné en el comedor de médicos del
hospital.T odos me saludaban“ ¡hola, Carlos!, ¿dónde
has estado?”. Y simplemente respondía:“ En el
Amazonas”. Ellos pensarían que a lo mejor estuve en
un crucero de lujo, a pesar de que algunos sabían
que yo iba a menudo en viajes de misiones médicas.
Rápidamente mi vida se ajustaba a los rigores de la
competencia y a las recientes imposiciones
burocráticas de llevar mi labor médica. Los días eran
rutinarios, mi consultorio estaba ocupadísimo, mi
trabajo era arduo. Aunque yo tenía de todo en este
país, ya estaba mirando adelante para regresar a la
selva o a los Andes.
Como si fuera un ritual, empecé a hacer misiones
médicas con más frecuencia, a veces dos viajes por
año o tantas veces como podía ausentarme de mi
consultorio médico, y si mis finanzas me lo permitían.
Decidí ir al Cuzco, para ayudar, al lugar del
nacimiento de mi madre, Andahuaylillas, situado a
DonDe el CónDor Vuela libre 383

pocas millas al sur de la que fue capital incaica y un


poblado andino descrito al inicio de esta narración.
Llegué a Lima, luego viajé al Cuzco tal como lo
hacía usualmente: con mi mochila, simple vestimenta,
mi pipa, una armónica, y además, mi estetoscopio,
otoscopio y algunas medicinas. Me dirigí al jefe
regional de salud del Cuzco, para solicitar permiso y
permitirme realizar mi trabajo médico, debido a que
no tenía licencia para practicar Medicina en el Perú.
Ingresé al patio del antiguo hospital donde la gente
hacía arreglos fúnebres, como parte de las
actividades de hospitalización. Pedí ver al director,
que estaba muy ocupado, y que obviamente no
quería verme debido a la inesperada solicitud para
trabajar en una pequeña ciudad, y sin pago. ¡Se
suponía que se trataba de un médico americano! Él
pensó, posiblemente, que yo era otro agente
funerario y que sólo perdería su tiempo conmigo.
Pero, insistí con su secretaria y finalmente entré a su
oficina.
En este país como en otros, algunos médicos en
altas posiciones, a veces son dictatoriales y difíciles
de convencer. Quizás, por ahorrar tiempo, él dictó
una carta manifestando que“ me otorgaba permiso
para realizar trabajos médicos en Andahuaylillas”.
Creo que le sorprendió que le pidiera permiso, pero
mi “mentalidad legal” de los frívolos juicios médicos
en los Estados Unidos, hacía que tomara
precauciones. No podía arriesgarme a ninguna
ilegalidad, más aún en un lugar tan remoto como
Andahuaylillas, que no tenía un solo médico. Feliz y
384 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

contento, tomé el papel sellado y firmado, al igual


como cuando recibí mi carta de aceptación a la
Escuela de Medicina.
Fui a visitar a algunos parientes por mi lado
materno. Les expliqué las razones de mi inesperada
presencia y ellos se quedaron perplejos por la
naturaleza de mi viaje. Se rascaban la cabeza en su
incredulidad: ¡Ir a ayudar a la gente! Ellos pensaban
que yo no estaba en mi“ uso de razón” y
cuestionaban mis motivos. Pensaban que“ si yo era
un médico americano, debía estar derrochando mis
dólares en el lujoso hotel de turistas del Cuzco”. Era
obvio, no había ánimo en este proyecto mío,
especialmente ahora que las festividades del Año
Nuevo estaban tan cerca. Incluso los hospitales,
lentamente admitían nuevos pacientes; y algunos
convalecientes, no muy enfermos, eran dados de alta.
Fui solo a Andahuaylillas, en un camión lleno de
gente que llevaba sus aves, ovejas y otros animales.
Hice amistad con todos los pasajeros como lo hacía
usualmente y les gustó el olor del tabaco de mi pipa,
que fumaba a propósito para aromatizar el ambiente.
Bajé del camión en Andahuaylillas, un lugar que
latía profundamente en mi corazón. ¡Un sentimiento
del pasado vino a mi ser, sentía como si hubiese
estado allí toda mi vida, y una terrible sensación de
nostalgia me golpeaba. Mi alma no se sentía tan feliz
como en la selva. Los Andes me hacían consciente
de mi pasado. En estos históricos lugares, uno
siempre siente esa interminable e indescriptible
melancolía, que solamente al término de nuestra vida
DonDe el CónDor Vuela libre 385

puede olvidar! ¡Mi corazón gemía como la triste


música andina del huayno, y sangraba como el llorar
de un yaraví! Esta es la tierra donde el cóndor vuela
tan libre como las nubes y donde el vacío del cielo se
llena con sus anchas alas, deslizándose —
incesantemente— desde las cumbres hasta los
valles, como si desafiara al tormentoso pasado de
esta gente y su tierra. Solamente él se ha salvado de
la tiranía y el despotismo, y sólo él sabe que nada ha
cambiado en estos lugares.
Este pueblo, estaba tal como yo lo había dejado
años atrás: La antigua iglesia de adobe, la vieja pileta
de agua en el centro de la plaza, la casa de dos pisos
de los Ballena con sus antiguos y despintados
murales españoles.T odo estaba como entonces,
hasta los mismos viejos árboles. ¡Solamente yo había
cambiado!
Visité a algunos parientes, a quienes conocí
cuando eran pequeños, y ellos me llevaron a la posta
sanitaria, dudosos de mis intenciones, pero deseosos
de ayudarme. La posta médica era el único lugar
donde la gente podía ir para el cuidado de sus
enfermedades. Estaba atendida por un señor de
edad, quien aunque técnicamente enfermero, era
para todos, el doctor.
Me presenté a este enfermero, como médico
peruano-americano que deseaba ayudar y le mostré
la carta de recomendación del Cuzco, mis diplomas y
mi licencia médica de los Estados Unidos. Él se
mostró escéptico, pero aceptó mi explicación y me
mostró la posta. El lugar era una casa de un piso
386 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

hecha de adobe, tenía suelo de tierra y la sala de


espera al aire libre. En el cuarto de exámenes había
algunos medicamentos esparcidos y viejos
instrumentos quirúrgicos sin ningún propósito
especial y quizás sólo para impresionar a los
pacientes. El señor enfermero parecía dedicado a su
trabajo; la gente venía a verlo desde distantes
lugares, bien a pie o por otros medios. Los trataba de
acuerdo a su criterio y los instruía a dónde ir si los
pacientes tenían algo grave. Sabía la forma en que se
practicaba la Medicina en esos lugares.
Eran vísperas del Año Nuevo, pero le sugerí al
enfermero: ¡Empecemos a trabajar!,“ avise a la gente
que venga a vernos y aún mejor, iremos a ver a los
que están enfermos en casa”.Asombrado, porque
élmismo estaba preparándose para celebrar la fiesta
del Año Nuevo, me dijo que “no había pacientes que
tratar”. Sin embargo, me dio a saber de unos mellizos
que fueron dados de alta del hospital pocos días
antes, pero que se habían enfermado de nuevo con
diarrea y estaban extremadamente deshidratados y
probablemente iban a morir. El hospital estaba a
varias millas por carro y con las festividades era difícil
obtener transporte.
De inmediato le pedí que me acompañara, y
fuimos a ver a aquellos niños. Entramos a una choza
construida en el patio de una casa grande. El
pequeño cuarto con piso de tierra, servía de cocina y
dormitorio. En la semioscuridad de esta vivienda vi a
dos infantes, moderadamente deshidratados que
yacían en sus lechos en un charco de excrementos
DonDe el CónDor Vuela libre 387

aguados, sus pequeños brazos aún mostraban las


marcas de previas agujas intravenosas. Los padres,
una humilde pareja joven, estaban prestos a aceptar
cualquiera que fuera la suerte de los niños mellizos, e
incluso, lo inesperado.
Inmediatamente, le pedí al enfermero “si podía”
llevarlos a su posta médica y tratarlos. Él respondió
que no era lo usual y de nada serviría. No tenía
agujas o soluciones intravenosas para niños. Le dije:“
Lo que tenga trataremos de usar”. Recogimos a los
pequeños pacientes en nuestros brazos. La tarde se
acercaba con unfrío que se sentía en nuestros
huesos, mientras que apresuradamente nos
dirigíamos a la vacía estación sanitaria. Encendimos
algunos velas y empecé a buscar material
hipodérmico y soluciones. Por suerte, encontré
algunas agujas grandes para adultos y soluciones de“
salina normal” y“ Ringers Lactato” que aún estaban
selladas, pero había sólo dos botellas. Aquí no se
tenía laboratorios para ordenar electrolitos u otros
estudios. Estos niños mostraban un cuadro de ocho a
diez por ciento de deshidratación y cualquier fluido les
haría bien.
¡Es increíble, a veces, en pediatría, la vida de un
infante depende de un simple procedimiento, tal como
poner una aguja en una vena tan delgada como el
grosor de un cabello! Como todo pediatra, era bueno
en esto. Usando la luz de los candiles, pude insertar
las agujas intravenosas en las débiles pero gruesas
venas de sus cabezas, que previamente les había
rapado para una mejor visión. ¡Es así, como ellos
388 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

fueron coronados con las agujas de la vida,


insertadas en las imperceptibles venas de sus
pequeños cráneos! Sus llantos de miseria y la
Los mellizos fueron
coronados con las
agujas introducidas
en las débiles venas
de sus pequeños
cráneos.

atmósfera del lugar, dejaban mi espíritu triste, pero mi


alma se sentía feliz porque estaba haciendo algo que
quería hacer y esperaba salvar a estos mellizos. Las
horas previas del Año Nuevo y la noche entera,
amanecí chequeando que las agujas no se salieran
de las venas y celoso de que esto no pasara, ¡como
si mi propia vida dependiera del flujo de las
soluciones! Horas después, las demacradas caras de
los niños empezaron a tomar color; sus bocas secas,
a humedecerse, sus nublados ojos sin lágrimas a
llorar y brillar como el fulgor de las piedras de ámbar,
DonDe el CónDor Vuela libre 389

y sus hundidas fosas orbitales a llenarse. Sus


moribundos quejidos dejaron de ser como los de los
gatos y ahora sus gritos se escuchaban como rugidos
de pequeños pumas.
La mañana empezó a deshacerse del frío y los
dorados rayos iluminaban el polvoriento y oscuro
cuarto, gracias al dios de los Incas: el Sol. Mis ojos
estaban cansados, mi cuerpo agobiado, pero mis
temores empezaron a desaparecer. Podía ver el éxito
de tan simple procedimiento, como el insertar una
aguja hipodérmica y darles el líquido de la vida que
podría hacer milagros. Al tiempo en que la gente se
dirigía a sus camas después de las fiestas, yo ya
estaba listo para alimentar a los niños y llevarlos a su
casa, donde la leche de su madre haría la maravilla
de la naturaleza y daría vida a estos pequeños para
que sobrevivieran, quién sabe, y quizás, para sufrir
las mismas injusticias de sus padres.
La noticia se difundió por toda la ciudad y fui
invitado a un banquete de “cuyes” preparado por la
madre de los pequeños pacientes. El padre de los
niños me pidió que fuera el padrino de bautizo de los
dos. Los mellizos recibieron los sacramentos en la
antigua iglesia, donde muchos de mis antepasados,
probablemente, también fueron bautizados. La
iglesia, grande y llena de pinturas, es considerada
como la Capilla Sixtina de América. Como padrino, y
como es costumbre, una vez afuera de la iglesia,
tiraba monedas que los niños recogían tan rápido
como yo las echaba al aire. ¡Éste fue el día más
glorioso! ¡Y el más gratificante momento de mi vida
390 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

profesional! Fue éste el momento de“ la coronación


de mi profesión”. El salvar esas vidas valió todo el
precio de mi tenacidad para llegar a ser médico.
El alcalde de la ciudad me nombró “alcalde
honorario” y con todo el protocolo del cabildo recibí el
agradecimiento de todos los vecinos del pueblo por
mi asistencia. En mi euforia, prometí más ayuda,
pocos sabían que yo estaba lleno de deseos, pero
corto de medios. Estas misiones humanitarias
requieren dinero y toman bastante trabajo en
prepararlas. A pesar de que trataba de hablar a
organizaciones o personas, solicitando ayuda para
esas misiones; raramente conseguía apoyo
financiero. Sólo usaba mis propios fondos, que nunca
serán suficientes. Llegó el día de decir adiós. Doné a
la posta médica mi estetoscopio, otoscopio y otras
reliquias de mis días de estudiante de Medicina.
Estaba satisfecho de haber enseñado al señor
enfermero conocimientos de Medicina, especialmente
pediatría.“ Profesionalmente” él aceptaba mis
consejos mientras trabajábamos los días siguientes
viendo pacientes.
Dejé Andahuaylillas, y como siempre, con
grandes esperanzas de regresar con más ayuda.
Mientras volaba del Cuzco a Lima y luego para Los
Angeles, mi mente vagaba en reminiscencias,
recordando mis aventuras en el campo de la Medicina
y mi insignificante contribución, que me
desconcertaba, y que en cierto modo me
avergonzaba por el poco impacto que hacía.
DonDe el CónDor Vuela libre 391

De regreso a San Diego, trataba de trabajar con


la nueva burocracia y pacientes más demandantes.
La Medicina estaba siendo erosionada por la
confrontación legal, y aunque yo no estaba
involucrado en litigios, estaba en un ambiente no muy
llevadero.
Cuando comencé a trabajar en mi consultorio,
pensé: ¿Qué habría pasado si esos dos niños
hubieran muerto, mientras estaban bajo mi cuidado?
¿Qué habría sucedido? ¿Habría entendido la gente,
mi error en ayudar en esas circunstancias tan
difíciles, o apreciado mis esfuerzos? Aún ahora
tiemblo al pensar de las posibles consecuencias,
porque había mucha gente celebrando lo que hice.
Estoy seguro que en los Estados Unidos,
probablemente habría sido cuestionado y
posiblemente considerado responsable, si algo
catastrófico hubiera sucedido, y quizás, con “justa
razón”, ya que no tenía una “real razón” de estar allí,
y pocos entenderían mi “única razón”: la de ayudar.
La mentalidad legal aquí en los Estados Unidos nos
acecha continuamente, pero —por el momento— la
gente en elT ercer Mundo está agradecida a pesar de
los posibles resultados. Ellos saben que uno trata de
hacer lo mejor.
Tal como me lo imaginaba y temía, cinco meses
más tarde, cuando ya había olvidado todos esos
sucesos, recibí una carta de Andahuaylillas, que
enviaba el mismo enfermero que trabajó conmigo
ayudando a la gente y salvando la vida de aquellos
mellizos. Sus comentarios eran increíbles. ¡No lo
392 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

podía creer! Casi destruí la carta pensando que no


podía ser real. Él denunciaba que yo era un médico
impostor. Me cobraba ocho mil soles, en moneda
peruana, por las agujas, las soluciones intravenosas y
otras cosas que había usado en su enfermería.
También me acusaba de haberle robado los mismos
instrumentos que había dejado anteriormente como
un presente a la posta médica, tales como entre
otros, el pantoscopio, que era muy caro allá y del cual
sentía haberme separado, porque era recuerdo de
mis días de estudiante en la Escuela de Medicina.
DonDe el CónDor Vuela libre 393

Obviamente, estas acusaciones eran falsas. El


monto de dinero que él estaba solicitando no era muy
alto, cuarenta o cincuenta dólares, pero sus
pensamientos mal intencionados me impresionaron y
representaban la crueldad de lo que algunas gentes
son capaces. Acciones como ésta crean
desconfianza. Es así cuando casi me congelé de
miedo y me di cuenta“ ¿qué habría pasado si los
mellizos hubiesen muerto?”. La carta de este hombre
394 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

podría haber sido más intimidante. Aún ahora, mi


alma algunas veces, se oscurece con los hechos
negativos de algunos de mis compatriotas y creo que
este tipo de actitud, muy de la gente de hacer el mal
el uno al otro, y en diferentes formas”.
Recibí noticias de mi familia en Lima, que los
padres y los mellizos habían ido a casa a pedir
ayuda. Mi familia los ayudó y yo también envié dinero.
El padre de los niños no encontró trabajo en Lima y
El curarlos fue en vano; quizás hice más daño en prolongar sus miserias.

prevaleciente, en mi país de nacimiento es casi insoluble:“ la


DonDe el CónDor Vuela libre 395

regresó a Andahuaylillas. Meses más tarde, recibí


dudosas noticias de que los mellizos habían fallecido,
probablemente del mismo mal del cual los curé.
Quedé muy consternado. Sentía que pude haber
hecho mucho más por ellos, pero era dificultoso
debido a la distancia, la falta de comunicaciones y
esto sucedió cuando no había modo de ayudarlos.
¡La acción de curarlos fue en vano; quizás hice más
daño al prolongar sus miserias. Sus pequeños e
inocentes rostros están aún en mi mente y siempre
los recordaré. Estoy seguro que ahora ellos son mis
ángeles guardianes y quizás agradecidos porque
prolongué sus vidas, al menos para gozar un día más
de este gran paraíso, la Tierra!
La rutina de mi labor médica es llevadera, tanto
por, sus fines humanitarios, también porque estoy
haciendo algo que he estudiado con sacrificio para
obtenerlo y porque me gusta la medicina caritativa.
Percibo el conflicto social de la gente que tiene que
hacer trabajos manuales o repetitivos, con
remuneración mínima y con jefes que actúan como
dictadores, y lo soportan tan sólo para sobrevivir.
Años de una existencia así deben ser intolerables. A
menudo me imagino ¿qué sería de mí? si en los
últimos cuarenta años, hubiera estado lavando platos
o trabajando en el campo, sin posibilidad de mejorar
mi futuro. Este pensamiento en sí me asusta. Para la
mayor parte de la gente en los países del Tercer
Mundo, este modo de vivir es parte de su existencia,
y la gente da gracias de conseguir cualquier trabajo
con tal que pueda alimentar a sus familias. En los
396 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Estados Unidos tratamos de conseguir trabajos que


recompensen nuestro bienestar psicológico y si lo
encontramos, buscamos por más acrecentamiento
moral en nuestras vidas ¡pero no todo el mundo tiene
esa suerte!
XVII
SUMERGIDO EN UN MUNDO DE POBREZA

E n 1978, volví a la Clínica Esperança en


Santarém. En aquellos viajes, actuaba como
“courier” llevando artículos médicos y dinero que
portaba en mi cinturón. Algunas noches cuando
dormía en mi hamaca al aire libre, en estos barcos
del Amazonas, muchas veces me encontraba en una
situación peligrosa protegiendo este encargo y
pasaba la noche en vela. Los doctores y la clínica
estaban agradecidos por la ayuda americana y por
mis viajes, especialmente durante los días festivos.
La Navidad, a pesar de la abundancia en que
vivía, no significaba mucho para mí. Mis pascuas más
memorables habían ocurrido cuando no tenía dinero y
estaba en la Escuela de Medicina. Un árbol
desechado —fue mi decoración navideña— con sus
punzantes hojas secas que caían de sus ramas, y
esos despojos marchitados eran los únicos regalos
que había en el suelo. De algún modo, estas fiestas
me causaban ansiedad y un remordimiento de tener
más que otros, y me daban el deseo de ayudar,
especialmente, en lugares alejados como la selva.
398 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Pero ahora que mis hijos han crecido, siento no haber


estado con ellos en esos preciosos momentos.
Para mí, el río Amazonas es como un imán. A
través de los años he viajado en casi toda su
extensión. Esta vez, fui a Belém, Brasil, donde está la
boca del río más caudaloso del mundo. Ver el ocaso
en esa infinidad de agua es “intoxicante”. Belém es
una metrópoli con edificios antiguos que le dan a la
ciudad un sabor colonial. Caminar por sus calles, aun
en los días húmedos y calurosos, es para ser
cautivado por el ruido y la alegría de la gente. Pasé
allí el carnaval de Año Nuevo; bailando en las calles
con miles de brasileños, hasta que mis pies quedaron
hinchados.
Después de una visita turística a la ciudad, fui a la
orilla del río para conseguir un bote y navegar río
arriba por el Amazonas hasta Santarém, a cinco días
de viaje. Las calles del puerto se parecían a las de
aquellos días de mi niñez en la amazonia peruana.
Las tiendas tenían artículos que la gente compraba
para entrar en la soledad de la selva. Allí veía las
mismas cosas que mi padre solía comprar años atrás
en las selvas del Perú para comerciar con las tribus:
lámparas Coleman, rifles viejos, comida enlatada,
machetes, medicinas y hamacas. La atmósfera del
puerto era una fiesta para la vista y la imaginación.
Las mercancías no eran de lujo ni caras, pero
necesarias para la gente de la floresta. Pasé el día
entero, curioseando por los alrededores y gozando
del sabor festivo del puerto y del mercado. Al
Sumergido en un mundo de Pobreza 399

atardecer, fui a buscar el bote que me transportaría a


Santarém, y esperaba que me recordara las lanchas
del Perú en mi niñez. También estaba consciente de
sus precios, tan sólo, porque me traerían
reminiscencias de la costumbre de regatear para
lograr tarifas más bajas.
Encontré un barco a vapor de tres cubiertas, color
blanco, que parecía un crucero transatlántico, incluso
el capitán usaba uniforme. Compré un boleto, no de
primera ni de segunda categoría, sino de tercera
clase donde los pasajeros eran pobres y la gente
nativa de la selva viajaba más por necesidad que por
turismo.
El costo del boleto para un viaje de cinco días,
era alrededor de cinco dólares. Yo podía comprar un
boleto de primera clase, pero quería estar con la
gente de la amazonia y sumergirme en su mundo de
pobreza y alegría. Muchos brasileños pueden ser
pobres o tener muy poco, pero su actitud en la vida
es alegre. No hay signos de tristeza en sus caras, y la
samba siempre está alegrando sus espíritus. Yo los
admiro por eso. Es el modo de ser de ellos, que he
estado tratando de emular para agobiar mi“ inherente”
melancolía.
La cubierta inferior de tercera clase estaba llena
de carga y aquí se encontraba la cocina, y más abajo
el ruidoso y enorme motor a vapor cuyo sonido y olor
de aceite estaban siempre presentes aun durante mi
sueño. Toda la gente de tercera clase abordó, casi
empujándose y corriendo para escoger un buen lugar
400 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

donde colgar sus hamacas y hacer su propio


pequeño mundo entre el tumulto de pasajeros.
Encontré un sitio en el estrecho pasaje, junto a la
baranda, donde podía ver y oír el río todo el tiempo.
¡Esa era la esencia de mi viaje! Quería escuchar los
rugidos de la selva; mientras el bote surcaba sobre
las aguas, deseaba ver las lejanas verdes orillas y las
islas y esperaba oíry ver a los ya olvidados animales
de mi niñez, en las profundas selvas.
Nunca había estado tan cómodo como en este
reducido lugar que escogí, con mi mochila como
almohada y suficiente espacio para menear mi
hamaca cuando quería sentir la brisa para atenuar el
calor o alejar a los mosquitos. La gente estaba por
doquier, mis vecinos estaban a medio brazo de mi
alcance. Establecíamos conversación y aún aquí,
ayudaba a las madres con sus numerosos hijos. No
sabían que yo era un médico americano, pero
seguían mis consejos y los ayudaba con algunos de
sus niños enfermos. Para relatar este viaje, uno
tendría que estar allí para sentir la naturaleza y aún
así, sería increíble describir el continuo sonido del
propulsor y el lento avance del bote contra el
gigantesco río plateado en la noche por una luna tan
cerca y tan clara. Esto era lo que la vida en este bote
y la selva significaban. Y eso es lo más importante en
nuestra vida terrestre: ¡La naturaleza viviente!
Muy a menudo, la monotonía del viaje era
interrumpida por las torrenciales lluvias que hacían el
calor más tolerable y que eran siempre bienvenidas.V
Sumergido en un mundo de Pobreza 401

er caer las gruesas gotas sobre esta vasta extensión


de selva, me hacía sentir parte del renacimiento de la
vida, como si estuviera en el bíblico diluvio, donde
uno era una criatura en el arca de Noé. El bote
parecía como si fuera la única embarcación sobre
este imparable río de lluvia.
Cometí el error de no comprar mis propios
abastecimientos de subsistencia. No tenía utensilios
para comer y mucho menos un plato. En tercera clase
nada se proveía al pasajero. Al llegar el momento de
almorzar, todos corrían a la fila por sus raciones, con
su plato hondo y su cuchara que no los tenía, y nadie
contaba con éstos para prestármelos: Sólo contaba
con la mitad de un pequeño artesanal“ mate” de
calabaza que lo usaba como plato y no era lo
suficientemente grande. Para usar como cuchara,
corté una botella plástica de medicina en la mitad. La
comida era una mixtura de arroz, frijoles, carne y
yuca. Mientras comía, noté en el arroz algo que
parecía peculiar. En un minucioso examen, vi que lo
que parecían raros granos de arroz, eran gusanos
blancos de la carne descompuesta. Empecé a
removerlos, pero me cansé de separarlos y como
estaban hervidos no eran una amenaza para mi
salud. Es más, ¡fui por un segundo plato! ¡La lluvia en
el Amazonas puede aumentar el apetito!
Cuando el bote pasaba cerca a las olvidadas
villas, los niños remaban en sus pequeñas canoas
rápidamente hacia nuestro barco, pidiendo desde
abajo que se les lanzara cualquier objeto flotante para
402 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

recogerlo del agua. Los pasajeros tiraban cualquier


cosaal agua y todo era bien recibido por estos niños
en aquellas aisladas áreas de la selva. Me sentí
abrumado por esta vista, que empecé a tirar todas las
cosas de las que podía deshacerme, incluso lancé la
camisa que tenía puesta. Era divertido y triste a la
vez, ver a esos pequeños de piel morena
conduciendo diestramente sus canoas hasta donde
estaban los artículos flotando para recuperarlos. Si el
objeto tenía un valor más alto, como una camisa,
ellos levantaban el dedo pulgar en señal de
agradecimiento. ¡Mi corazón latía más rápido de
felicidad y a la vez sentía tristeza por su feliz pobreza!
Los días pasaron rápido. A medida que
llegábamos a Santarém, se podía ver el perfil de la
ciudad y el gran río de dos distintos colores.
Navegábamos por el lado marrón todo el tiempo.
Atracamos en el puerto comercial donde había menos
botes. Desembarqué con otros pasajeros y me
despedí de todos. El barco continuaría a Manaus
surcando río arriba. Había sido un gran viaje, estaba
de nuevo en la Clínica Esperança, listo para trabajar y
renovar mis amistades. Muchos voluntarios se habían
ido, pero algunas caras conocidas estaban presentes.
La clínica estaba siempre en continuo estado de
cambio. Los equipos de cirugía permanecían por dos
semanas y los voluntarios por meses, pero
raramente, algunos estaban allí dos o tres años, de
manera que el lugar era el mismo, pero no el
personal. Esta vez Harry Owens no estaba allí, y el
Sumergido en un mundo de Pobreza 403

doctor Fred Hartman, director de la clínica, estaba


empacando para volver a los Estados Unidos,
después de tres años de servicio. Solamente el
doctor García y yo, éramos los veteranos de tiempos
pasados, junto con algunos ayudantes brasileños.
En este viaje encontré al doctor Pylon, un cirujano
ortopédico de los Estados Unidos, que venía a la
Clínica Esperança frecuentemente y estaba de nuevo
aquí operando a los niños que tenían problemas
serios. Él trabajaba día y noche a bordo del bote
donde se realizaban todas las cirugías, era un
cirujano sin tiempo para filosofar en el romanticismo
de la Medicina en esas lejanas áreas de la amazonia.
Mientras todas las enfermeras ayudaban a los
cirujanos en sus labores, el resto del personal médico
nos encargábamos de los pacientes externos de la
clínica, algunas veces yo solo y otras veces con el
doctor García. Hacíamos el trabajo rutinario; viendo
casos de diarreas, desnutrición, paludismo, muchas
veces, enviando a los pacientes a sus hogares para
continuar sus sufrimientos, porque no podíamos
hacer mucho, y nuestra compensación moral era
mínima. Especialistas como los cirujanos plásticos,
oftalmólogos, ortopedistas o cualquier equipo de
cirugía eran los más apreciados, y aquí formaban la
columna vertebral de la fundación. Pero, todos
trabajábamos arduamente y nos ayudábamos el uno
al otro si había necesidad de consultas.
Usualmente, un equipo de cirugía permanecía
dos semanas. En esos catorce días, el trabajo era
404 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

intenso y agotador, se tenían que hacer las


complicadas cirugías que se acumulaban en el
transcurso de un año y se debía terminar con todos
los casos programados. Una vez que los equipos
quirúrgicos acababan con su misión, la tranquilidad
de la clínica volvía y podíamos trabajar sin darnos
cuenta de la falta de comodidades, de las cuales los
voluntarios estaban en conocimiento, aunque
raramente se quejaban ¡eran, verdaderamente,
misioneros de la Medicina!
Entre más iba a Santarém, más me entusiasmaba
con la idea de instalar un barco-hospital similar en el
Perú. Especialmente ahora que el bote Esperança
estaba llegando al término de su misión y su posible
decomiso. Incluso, discutimos la posibilidad de
remolcar el barco Esperança río arriba en el
Amazonas, desde Santarém hasta Iquitos, un sueño
muy factible. Después de algunas semanas de
trabajo en esta clínica, viajé en un pequeño bote río
abajo hasta Belém, donde tomé un avión para Los
Angeles. Ahora era un veterano de muchos viajes y
estas travesías fluviales, eran ya, una rutina.
A lo largo de los años me he dado cuenta que la
selva ha perdido su virginidad. Se ve más civilizada y
eso, en sí, la hace más salvaje. Los carros y la
televisión son un anacronismo en esta hermosa
región forestal. La gente misma ha perdido su
originalidad. Recuerdo que en mis primeros viajes a
la amazonia peruana y brasileña todavía no había
televisión. Pero cuando regresé en viajes posteriores,
Sumergido en un mundo de Pobreza 405

este medio de comunicación, había llegado con toda


su influencia, especialmente en Santarém. En previas
misiones, cuando visitaba a las familias pobres en
sus casas, los niños, sus padres y yo, solíamos pasar
momentos agradables; charlando, cantando,
comiendo y hasta bailando. Con la llegada de la
televisión y cuando visitaba esas mismas casas
donde ya tenían este artefacto, la gente tan sólo
podía decir“ cómo vai”.T odos estaban pegados al
miserable televisor —que estaba sobre el piso de
tierra— mirando programas sin ningún valor
educativo. Caminaba por las calles, ahora desiertas,
toda la población tenía los ojos clavados al televisor
viendo sus telenovelas favoritas. La gente iba
perdiendo su inocencia, su habilidad para vivir en la
selva, y ahora debido a la deforestación habitaban, en
gran número, en ciudades hechas de cartón, ¡ya no
son los amos de la selva! Antes, ellos sólo obedecían
las leyes de esteg igantescop araísov erdeq uee stád
esapareciendo.A horae stag ente busca a alguien
para que cuide de ellos y esa actitud agobia al
Gobierno con problemas sociales difíciles de aliviar, a
menos que el país destruya su selva para un
beneficio cuestionable y no necesariamente útil para
el pueblo de la selva. ¡Es así cómo percibo los
lugares que he visitado año tras año!
De vuelta en los Estados Unidos, fui a la reunión
de la junta directiva de la Fundación Esperança, en
Phoenix, Arizona, para discutir la posibilidad de poner
un buque-hospital en algún río de la amazonia
406 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

peruana. Los directores de la fundación me trataron


muy bien, y llegué a conocer a Jerry, el hermano del
Padre Tupper. Me encontré con viejas amistades que
había conocido en el Amazonas, como: Win Stewart,
el director saliente; Chuck Post, el nuevo director, y
desde luego, Harry Owens. Me dieron unos minutos
para proponer el plan del barco-hospital en el
Amazonas del Perú, preferencialmente en Iquitos.
Estaban entusiasmados, pero a la vez veían con
escepticismo el proyecto debido al clima político y a
los rechazos, que ya en años atrás tuvieron cuando
quisieron hacer lo mismo en el Perú.
Pude lograr apoyo y asignación de dólares como
presupuesto inicial para explorar las posibilidades de
traer o construir este barco-hospital. El resto de la
empresa sería convencer a la estructura política del
Perú acerca de este proyecto, estableciendo
conexiones con las autoridades peruanas para
conseguir el respaldo del Gobierno, lo cual era crucial
para este tipo de empresas.
Con optimismo y espíritu de persuasión, semanas
después volví al Perú para presentar la factibilidad de
este proyecto. Llegué a Lima con la sensación de una
misión que cumplir. Mis padres tenían conexiones
indirectas con algunos congresistas, por lo que les
pedí ayuda, debido a que no tenía ninguna relación
política, porque había vivido tanto tiempo en los
Estados Unidos. No había mantenido comunicación
con mis amistades del Colegio Militar, quienes podían
estar en importantes posiciones dentro del sistema
Sumergido en un mundo de Pobreza 407

gubernamental. Mis padres no estaban


entusiasmados acerca de este proyecto; sabían que
la gente y la burocracia no mostrarían interés, y en
cierto modo, se apenaron por mí porque estaban
seguros de mi posible decepción.
Me reuní con dos parlamentarios peruanos.
Primero fue una dama que me prometió el mundo,
pero en realidad, no había hecho mucho por alcanzar
algo concreto. El segundo, un congresista que me
recibió en su oficina del Parlamento y escuchó la
propuesta del barco-hospital en el Amazonas. ¡Todo
lo que yo solicitaba era un permiso y nada de dinero!
Finalmente un vecino bien relacionado y el
congresista me consiguieron una entrevista con el
Ministro de Salud del Perú, la máxima autoridad en
asuntos de salubridad, me imagino equivalente al
Surgeon General en los Estados Unidos.
El día de mi cita en el Ministerio de Salud sería la
culminación de mis esfuerzos. El hecho de haber
conseguido una audiencia —ya— era un éxito en sí.
El vecino que era ingeniero y el parlamentario no
podían asistir a la reunión, de manera que tuve que ir
solo. Me vestí con el mejor de mis ternos y me dirigí
al ministerio e hice lustrar mis zapatos con un
muchacho lustrabotas que estaba afuera. Entré al
enorme y moderno edificio, el cual me parecía un
lugar impenetrable en mis tiempos cuando era niño.
Caminaba ahora dentro de sus corredores para ver a
su más alta autoridad. El lugar estaba bien
resguardado y se veían a extranjeros que entraban y
408 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

salían. Subí al piso más alto donde era mi cita y me


acerqué a la recepcionista que encontró mi nombre
en la lista de visitantes.
Me invitó a tomar asiento, pero preferí esperar en
los enlosados pasadizos de esta elegante institución,
mientras mi mente pensaba en cómo llegar al alma
de este gran personaje y convencer a esta eminencia
política, que era también un reconocido médico en
Lima. Caminaba por los pasillos mientras esperaba
mi turno y recordaba las posturas autoritarias de
algunos doctores de posición elevada y no me sentía
demasiado optimista.
Un joven elegante y de buena“ presencia”, su
agregado, salió a recibirme a la puerta; me entrevistó
y me inquirió la razón de mi visita en forma detallada.
Le entregué la carta de intención de la Fundación
Esperança, que él tomó, supongo, con el propósito de
dar a conocer al ministro, acerca de quién era y cuál
era mi intención. Estaba seguro que su superior, era
un hombre muy ocupado con tan monumental tarea
de resolver los problemas de salud en el Perú y mi
visita probablemente, era una pérdida de su tiempo.
Después de un rato, fui conducido por el
agregado a la inmensa oficina del ministro y me pidió
que me sentara en un segundo salón de espera con
alfombrado verde al igual que los edificios oficiales en
los Estados Unidos, a pesar de que en el Perú, los
pisos son de mosaicos y mármol, especialmente en
los edificios antiguos como éste. La vista de la ciudad
desde este lugar era espectacular, y Lima se veía
Sumergido en un mundo de Pobreza 409

hermosa. Luego se acercó un hombre de corta


estatura, trigueño, grueso, aunque no obeso, era el
señor Ministro quien venía a entrevistarme, mientras
se despedía de dos alemanes que había atendido en
su oficina privada adyacente (a la que yo no fui
410 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

invitado). Cortésmente y con renovada reverencia por


los repre sentantes gubernamentales en altas
posiciones, me presenté como un médico graduado en
Estados Unidos, nacido en el Perú, que quería ayudar a
mi madre patria. Sentí cierta actitud de “aislamiento”. Le
expliqué la idea de traer o construir un barco-hospital en
el Amazonas al igual de lo que se había hecho en
Santarém. Le mostré fotografías y describí el trabajo
que hacía Esperança, la organización americana. Él
escuchaba seriamente, aunque se veía un algo
exasperado, pero suficientemente atento y parecía estar
listo a darme el golpe final. Su agregado estaba al lado
de él y a ratos me mostraba una forzada sonrisa de
aprobación, pero creo que él estaba muy consciente de
su jefe.T erminé mi presentación, que la hice con
humildad y en cierta manera suplicando, teniendo
cuidado de no ofender a esta alta autoridad o al menos
no actuar como un arrogante americano.
Llegó el momento de su respuesta. Cruzó las
piernas y me enseñó fotografías de buques de guerra
de la Marina peruana actuando como barcos hospitales
en el Amazonas incluso con insignias de la Cruz Roja al
costado de sus cascos. Me dijo que la región de la
amazonia no necesitaba más hospitales flotantes y que
el país estaba tomando buen cuidado de estos
problemas. Mencionó también, que la pequeña cantidad
de dinero que proponía no haría ningún impacto y que
precisamente, los dos alemanes que habían salido
momentos antes, traían ayuda financiera por millones
Sumergido en un mundo de Pobreza 411

de dólares para el mismo objetivo, aunque no


necesariamente, barcos-hospitales.
Lo escuché como un hijo lo hace con su padre; él
era mayor que yo, y acepté su explicación, aunque me
sentía algo disminuido por el rechazo de este
proyecto.Y o estaba escéptico, pero también algo
optimista por su aire de confianza. Pensaba que las
cosas estaban mejorando y este representante lo
estaba haciendo y no necesitaba de un “pediatra” para
ayudarlo en sus esfuerzos. ¡Mi alma quería unirse a mis
compatriotas en un espíritu de hermandad y arrojar
todos aquellos actos de“ arrogancia”, los cuales siempre
han causado tanto daño al Perú como nación!
Dejé la oficina. El ayudante me despidió
estrechándome la mano cordialmente. Me dirigí a los
pasillos un poco pensativo con la cabeza baja y sin mis
papeles del proyecto. Mientras saboreaba el conocido
camino del rechazo, recordaba la frase que mi padre
siempre me decía: “Nadie es profeta en su tierra”.
Mis pensamientos volvieron a los Estados Unidos y
yo extrañaba ese espíritu de compasión y el ingenuo“
acercamiento” para este tipo de empresas caritativas.
En este viaje al Perú, volví al Amazonas para
ayudar en mi acostumbrada forma de hacerlo y no tuve
oportunidad de ver el barco-hospital en esta visita.
Después de algunas semanas, regresé a los Estados
Unidos, casi vencido y triste por no haberse llevado a
cabo el proyecto de Esperança.
Una noche de febrero de 1985, cinco días después
de mi regreso de este viaje al Perú, sufrí un grave
412 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

accidente cuyo relato se encuentra al principio de este


libro. Irónicamente, un reconocido cirujano cardio-
torácico español en los Estados Unidos, el conde Juan
Suros XII, se encargó de mi cuidado. Siglos antes, sus
antepasados habían diezmado a la población inca,
quinientos años más tarde, este descendiente
aristocrático salvaba mi vida. Gracias a los doctores
Argoud, Ríos, Aguirre, Gale, Cohen y muchos otros, mi
consultorio proseguía y mi familia contribuía a
mantenerlo.
Después de meses y varias cirugías, regresé a
trabajar. Entré a mi oficina y me arrodillé en la más
recóndita de sus esquinas para dar gracias a Dios.
Empecé a ver a mis pacientes con el máxi mo respeto y
reverencia por sus enfermedades, porque ahorahabía
sentido, una vez más, el olor de la muerte. Quería ser
un médico más caritativo, pero también más compasivo
conmigo mismo. Quería borrar todos los fantasmas de
mi pasado y tratar de vivir en paz y en el presente.
Algunos meses después, un devastador terremoto
sacudió México D.F. Decidí que debía ir a ayudar, no
podía permanecer sin hacer nada mientras escuchaba
las noticias, además, había estado en un terremoto más
violento en el Perú. Las noticias indicaban un esfuerzo
más coordinado de ayuda a México, que provenía de
todo el mundo.
Salí para la capital de esta nación con un equipo de
cuatro médicos y varias enfermeras, incluyendo a Phil
Mattson, un interno de pediatría en mis días de
residente en el Hospital de la Universidad de California.
Sumergido en un mundo de Pobreza 413

Todos íbamos bajo los auspicios del Salvation Army.


Mis pacientes en mi consultorio eran atendidos por dos
pediatras a quienes tenía que remunerar en mi
ausencia.
Llegamos a la zona afectada, donde la confusión
que sigue a estas catástrofes y también la camaradería
que se establecen, son tan universales en estas
circunstancias. Era como una festividad, aunque
naturalmente triste. El trabajo y el sentido de ayudar
opacan el espíritu de angustia y las amistades formadas
duran eternamente. ¡El objetivo común de auspiciar a
nuestros semejantes es una poderosa cadena que une
a todos. Los sentimientos de arrogancia o desconfianza
son descartados, o por lo menos, mantenidos en
reserva!
Comparado con el terremoto del Perú en 1970, el de
la Ciudad de México fue menos devastador. La gente
estaba bajo control después de la destrucción inicial, la
cual fue muy severa, pero se tomó cuidado
rápidamente. Nosotros llegamos varios días después,
de modo que no puedo decir que estuve durante la furia
de ese momento fatal. Los muertos y los seriamente
heridos habían sido ya atendidos. En las carpas
médicas del Ejército de Salvación en Tepito (un área
con muchos pobres), empecé a atender a muchos niños
y me quedé asombrado de su estado de nutrición: todos
robustos y raramente encontré niños anémicos o
malnutridos.
Este país tiene un clima templado y no muchas
enfermedades raras como en el Perú, aunque la
414 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

polución del aire está llegando a ser más peligrosa para


la salud, que los parásitos o las infecciones tropicales.
El deterioro del ambiente es un problema de salud muy
difícil de controlar. Esta situación que es mundial, va a
requerir tecnología y no humanidad, pero debe hacerse
por el bien de nuestras generacionesv eniderasy p orl
ap reservaciónd en uestrosr ecursosn aturales, que es
lo que más apura y presiona al mundo de hoy.
Los males que veíamos eran principalmente por los
efectos de la destrucción y se manifestaban con dolores
de cabeza, falta de apetito y un espíritu sombrío,
presentándose como un nuevo cuadro médico y quizás
diagnosticado como un“ síndrome de terremoto”.
Nuestro grupo de enfermeras era excelente, porque
ellas elevaban el estado de ánimo de los pacientes.Y o
no era muy bueno en esta faceta, me interesaba más la
gente gravemente afectada, de modo que podía
profundizarme en sus problemas médicos. Hicimos
buen trabajo, y la gente estaba agradecida por nuestros
esfuerzos. De regreso, volamos sobre una capa oscura
de humo que cubría toda la gran metrópoli. Una vez en
los Estados Unidos, me sentí más entusiasmado y
deseoso de estar listo para otros viajes a países en
necesidad, quizás porque esta vez todo había sido tan
bien organizado por el Salvation Army.
Nuevamente, mi clínica resurgía y empezó a
llenarse de pa cientes.T raté de formar un grupo
médico. El ambiente profesional de la Medicina en los
Estados Unidos estaba cambiando, e incluso, ahora, no
Sumergido en un mundo de Pobreza 415

me permitía tener tiempo y dinero para hacer las


misiones que realizaba.
Para liberarme de la presión en el trabajo, empecé a
hacer viajes para aprender la forma de vida en otros
continentes. Viajaba con bastante frecuencia a Europa
como si fuera un estudiante. Visité España más de tres
veces, para aprender su historia y sus conexiones con
mi pasado, a veces sintiendo una extraña sensación de
déjà vu en algunas ocasiones.
Un encuentro de este raro fenómeno me ocurrió en
Córdoba, donde mi apellido es muy común, y quizás de
donde proviene la parte española de mi raza mixta, que
es, probablemente una combinación de español y
árabe, ¡pero, por cierto que yo soy más indio que
español!
Hice viajes a Rusia durante la guerra fría y vi
ciudades modernas y limpias, pero también lugares
descuidados. Creo que cualquier sociedad es buena si
uno no ve miseria, especialmente niños pobres pidiendo
limosna en las calles. En Rusia no veía nada de esto, y
en cierto modo estaba prohibido dar propinas. Visité sus
hospitales y aunque otros podrían criticarlos, esto no
vendría de mi parte. La decadencia en una nación es
más notoria en el modo en que trata a su juventud. En
esta tierra los menores de edad estaban bien nutridos y
parecían contentos. Los niños no tienen idea de
sistemas políticos, pero ellos deben, bajo cualquier
sistema político, ser bien cuidados para crecer sanos, y
luego, ya adultos, hacer sus propios juicios, con un
416 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

cerebro que no haya sufrido por el hambre, el


despotismo y el descuido del país que les dio la vida.
418 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo
Epílogo

REFLEXIONES DEL ALMA DEL CÓNDOR

E l original de este libro, por razones apremiantes


fue manuscrito en un corto período. Por años mi
conciencia me urgía por escribir sobre mi vida y
mi gente como una forma de contar la historia y las
experiencias de ser un descendiente mestizo de los
incas. Pero, cada vez que cogía una pluma y
empezaba a escribir algunas líneas, sólo encontraba
que el fluir de mis pensamientos se perdía en la
niebla de la incertidumbre. Era, como si mi mano
fuera hecha de piedra, y no podía escribir. Las
fuerzas de mi imaginación estaban como una madeja
enredada, inútil para el tejido de mis pensamientos.
Pero ahora que esta narración ha sido escrita
para mostrar que los indígenas son marginados por la
conciencia de la historia, y que siguen viviendo en la
oscuridad del pasado, sin poder redimir su raza a la
comunidad de la tierra; siento que un gran peso se ha
levantado de mi alma. Con la experiencia de mi vida,
intentaré confrontar serenamente las vicisitudes de
nuestra existencia y extender la mano —esperando
que sea sin influencias negativas de mi pasado— a
las jóvenes generaciones, y llegar a ser parte de una
cadena de buenos eslabones. Espero que mi
progenie y la juventud, al leer este libro, se beneficien
de mi fugaz estadía en esta tierra y que la misión de
las próximas generaciones sea salvar nuestra
naturaleza y las especies que la habitan; darse
cuenta que nosotros mismos necesitamos
reproducirnos menos, porque la superpoblación crea
un sentido de poco valor en nuestros seres, haciendo
que nuestras existencias no sean vividas de acuerdo
a nuestras habilidades y en muchos países, estemos
libres del horroroso pasado.
Al llegar a la etapa de mis años más fértiles, veo
retrospectivamente que gran parte de mi vida la he
pasado tratando de llegar a ser ¡alguien!, a pesar de
las fuerzas contrarias del destino: discriminación,
dudas de mí mismo y autoexilio de mi tierra. Pero
nada superará la turbulenta confusión creada por las
fuerzas de la historia, las iniquidades por las que
nuestros ancestros pasaron, especialmente cuando el
tiempo —tan infinito como es— no ha tenido los
suficientes años galácticos para borrarlas.
Quizás estos últimos siglos son cruciales para
nuestra existencia porque podemos registrar toda
información humana, debido a la imprenta y ahora al
embriónico desarrollo de la cibernética. Algún día,
nuestras emociones serán codificadas en electrones
y nuestros recuerdos, no serán —más— registrados
en nuestros cromosomas. Entonces nos
convertiremos en“ humanoides” sin historias que nos
atormenten, y tendremos sólo un futuro y no el
pasado; tal como la luz y el tiempo que, tan sólo,
tienen una trayectoria: ¡siempre adelante! ¡sin volver
jamás atrás! Para entonces, llegaremos a ser
sobrehumanos, todos agarrados de las manos y
420 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo
llevando a nuestros hijos hacia ese venidero tiempo,
con nuestras
Reflexiones del AlmA del CóndoR 339

ondulantes y oscuras togas ancestrales —


deslizándonos en el espacio— sin heridas que
destrocen nuestras almas, y con los ojos fijos
solamente en el distante futuro.
Cada nación está moldeada de acuerdo a su
historia, y su gente refleja ese espíritu creando
cambios en los instintos básicos de la humanidad, ya
sea, para el bien o para el mal de las futuras
generaciones. El pasado de una nación es la
ornamentación o las llagas en las almas de sus
gentes, y como en un ramo de rosas, el arreglo
reflejará la imaginación de su creador; poniendo tallos
llenos de espinas del horrible pasado para proteger la
delicada flor del futuro.
Antes que las naciones fueran creadas en el viejo
mundo las tierras eran conquistadas y reconquistadas
entre gente de igual ascendencia. Pero los habitantes
en el nuevo mundo evolucionaron por las fuerzas del
tiempo. La“ desigualdad” se debía a las leyes de la
naturaleza, y el hombre del antiguo continente con su
imperfecta imaginación confundió esta gente como
una abominación de la creación de Dios. El
conquistador fue visto como un superhombre en los
ojos de los nativos, por el simple hecho de la reflexión
de la luz sobre el pigmento de su piel. La aberrante
historia de su pasado fue traída a este“ nuevo”
continente, destruyendo jóvenes y crecientes
civilizaciones para siempre, dejándolos en siglos de
servidumbre humana que sólo el tiempo la cambiará,
y el producto de su“ evolución final” nos llevará a la
especulación: ¿llegarán a ser hombres inferiores o
superiores?
Mientras el mundo evoluciona y el tiempo pasa,
quién sabe, una nueva humanidad emergeráy cuando
esa gente vaya a conquistar otros planetas en el
espacio, ojalá, entonces, no sometan el espíritu de
esos extraterrestres —ya— conocedores de los
errores de nuestro pasado, y quizás esta vez a
conquistar por el bien del universo. Pero aún, hay
muchas injusticias por erradicar en nuestro planeta, y
probablemente, todavía tenemos tiempo para salvar
todo lo que Dios y la naturaleza nos dieron.
Es así como este Cóndor, volando al ocaso de su
vida, podrá reflexionar sobre el futuro, bajo el dorado
resplandor del sol que va desapareciendo en el
horizonte. La oscuridad de la desvaneciente tarde
vendrá y él volará a las más altas cumbres, como si
buscara los últimos rayos del sol poniente, para coger
los reflejos de un último crepúsculo de esa brillante
estrella. En sus noches de soledad, él pensará en las
formas cómo su espíritu se podría superar; quizás,
exaltándose a sí mismo y llegando a ser una fuente
de inspiración para aquellos que “han” sufrido, que
“ahora” sufren y que “continuarán” sufriendo.
Al alborear el día, el alma de este Cóndor
esperará ver el primer destello de la mañana, que se
levanta tenuemente en los remotos e inhóspitos
Andes, irradiados por un viviente dios Inca que para
los “Hijos del Sol” fue el creador de todas las cosas y
422 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo
que ahora viene a dar calor a nuestros corazones y a
alumbrar nuestras desoladas almas. Entonces este
Cóndor extenderá lentamente sus grandes alas, y no
sabiendo a dónde volar, mirará al norte, sur, este y
oeste de nuestras vidas, pero “decisiones” son
difíciles de tomar y así él se elevará hacia el
ascendente sol, de donde y a la distancia verá
montañas tras montañas que tratará de volar sobre
esas inciertas cumbres porque siempre estarán allí.
Pero, con el cansancio de su vuelo, se deslizará en el
vacío de introspección espiritual y verá que la
humanidad tiene un futuro; si cada uno de nosotros
hace un acto de bondad, estas acciones serán granos
de buena arena que sepultarán las dunas de las
injusticias del pasado. Esas playas de preciosa arena
blanca en los mares azules de
Reflexiones del AlmA del CóndoR 341

nuestras esperanzas serán bañados por olas de


optimismo, y este gran Cóndor habrá volado a los
lejanos océanos buscando ese“ levantamiento” del
sol, y sintiendo el “crepúsculo” de su caída.
Los años pasarán, y así como el tiempo nivela la cima de las cumbres
el alma de los hombres; mi espíritu se regocijará en las
últimas moléculas de mis restos, al sentir el bailar y oír el
cantar de los niños indígenas, unidos con todos los niños del
mundo; y mientras mis cenizas estén cubriendo sus
pequeños cuerpos –entonces– yo sabré, que el daño de lo
que ha sucedido ha llegado al fín del universo; donde en la
nada del espacio, ya no —más— sentiré el dolor de ese
horroroso pasado.
424 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo
Apéndice ¿QUÉ LES

PASÓ A LOS INCAS?

n tiempos distantes los antiguos peruanos eran

E recolectores de vegetales así como cazadores,


hasta que adquirieron el cono-
cimiento de la agricultura. Es probable, que
vinieran de América del Norte y continuaran a la
América del Sur, a través del Istmo de Panamá,
llegando así a la región de los Andes.
Poco a poco formaron grupos que giraban
alrededor de líderes guerreros, sobreponiéndose a un
ambiente hostil como las sierras, junglas y desiertos.
Una vez que algunos grupos se establecían en un
lugar, empezaban a cultivar y desarrollar
genéticamente plantas nativas como la papa, maíz y
otros. Posteriormente hicieron objetos para uso
personal destacándose en cerámica y metalurgia.
La geografía del Perú posee grandes barreras
naturales para sus habitantes en todas sus regiones y
elementos. El océano Pacífico tiene dos corrientes
marinas en opuesta dirección: la Corriente de
Humboldt, que viene del Polo Sur, es fría y en su
curso hacia el norte atraviesa toda la costa peruana y
toma rumbo hacia el oeste, encontrándose con la
corriente ecuatorial del Niño, que sigue un curso
hacia el sur, calentando la de Humboldt, y
consecuentemente, cambiando en forma negativa el
clima de la costa. Las frígidas aguas de Humboldt
minimizan la evaporación del Pacífico peruano
evitando, completamente, precipitaciones sobre la
costa creando inmensos desiertos de arena tan fina
en la que se puede esquiar como si fuera nieve. La
Corriente del Niño, cuando se desvía de su curso en
la zona norte del Perú, crea grandes tempestades y
catástrofes. Paradójicamente, estos cambios
naturales producen abundancia de peces y como no
hay lluvia, el guano de las aves marinas no es
arrasado a las aguas, y así, forma cerros de este
natural fertilizante.
Los antiguos habitantes de la costa lucharon para
compensar la falta de lluvias y con su titánica
habilidad hicieron que los pocos ríosque vienen de los
Andes fueran desviados a sus áreas de cultivo, pero
es en la región andina donde los primitivos peruanos
dominaron el ambiente, en el cual los actuales
descendientes de los incas continúan esforzándose
por el futuro de su suelo. Los impenetrables Andes
cruzan la región longitudinalmente en forma
escalonada y a grandes altitudes, creando una
naturaleza abismal. Así, los pueblos y aldeas de las
serranías ven truncado su progreso por la dificultad
del terreno con excesivas lluvias y heladas, las
cuales, dañan las magras cosechas sobre las
pequeñas parcelas de tierras formadas para cultivar.
Sumada a esta caótica geografía, la región andina
está situada justamente en el Círculo de Fuego del
Pacífico, el área sísmica más activa de la tierra,
426 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo
donde continuos terremotos destruyen lo que tomó
años de esforzada acción para su formación; pero
aún así, como hormigas y a un tremendo costo, la
labor de reconstrucción es siempre el continuo
proceso para el progreso, que a veces, no es
evidente y parece ser estático en su desarrollo.
¿Qué les Pasó a los Incas? 427

La selva está al otro lado de la cordillera oriental


de los Andes. De sus inclinaciones empieza la vasta
región forestal atravesada por innumerables ríos, que
zigzagueadamente forman el gran Amazonas. Esta
área, está siendo ahora matricidamente explotada y
con el tiempo nada quedará de la madre selva,
porque ella es tan susceptible y puede ser fácilmente
destruida por el hombre. Muy al contrario, los Andes
no dejarán a nadie aplanar ni siquiera un solo pico.
Pero dócilmente estas pétreas acumulaciones del
cosmos permitieron que los nativos indígenas
cultivaran, cuidadosamente, en sus ascendentes
faldas lo suficiente para sostener a los pocos
habitantes, y así, empujándolos a unirse para formar
un gran imperio nacido por la necesidad del bien
común.
El primitivo hombre del Perú puede todavía ser
reconocido en la selva donde las gentes aún viven
preservando sus organizaciones y costumbres
similares a aquellas de sus antecesores, formando
tribus, muchas de las cuales he tenido el privilegio de
conocer y de vivir con ellas cuando era niño, como los
aguarunas, huambisas y jíbaros.
El desarrollo de la civilización andina se realizó a
lo largo de toda la extensión de los Andes, desde
Ecuador hasta Chile y parte de Colombia y Argentina.
Fue en el antiguo Perú, o Tahuantinsuyo, donde su
esplendor llegó a su más alto grado de importancia,
igualando, y en algunos aspectos superando a otras
culturas del mundo. La civilización antes de los incas
428 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

tuvo grandes centros culturales: Chavín, Paracas,


Tiahuanaco, Mochica, Chimú y Nasca.
Chavín la cultura preínca más antigua se
desarrolló en las nacientes del río Marañón que vierte
en el Amazonas. Esta cultura dejó un gran templo,
donde se pueden ver colosales esculturas talladas en
piedra del dios Wiracocha, figuras humanas y de
animales como el cóndor.
La cultura Paracas fue conocida por su habilidad
médica en la trepanación craneal y la momificación.
La cultura Tiahuanaco floreció en la meseta del
Collao al lado del lago más alto del mundo: Titicaca.
Dejaron las chulpas (tumbas hechas con piedras
hábilmente trabajadas en forma de pequeñas torres
redondas). Más al sur del lago se puede apreciar la
entrada o Portada del Sol, de piedra esculpida en alto
y bajo relieve representando a Wiracocha, creador de
la tierra y del hombre. Tenían un sistema de
organización social, el “ayllu”, que era un
conglomerado de familias del mismo origen cuya
estructura social más tarde fue adoptada por los
incas. Esta cultura Tiahuanaco fue tan antiquísima
que ya estaba en ruinas en tiempos del incanato.
Las culturas Mochica y Chimú se desarrollaron
más recientemente en el norte de la costa peruana.
Debido a la escasez de agua en los grandes
desiertos, ellos construyeron canales de irrigación y
pozos para el almacenamiento del agua, también
usaban guano para la fertilización de los estériles
desiertos. Fueron hábiles en trabajos de alfarería,
creando los llamados huaco-retratos, mostrando
¿Qué les Pasó a los Incas? 429

todos los sentimientos humanos. En metalurgia


hicieron fino trabajo en oro de veinte kilates.
Los últimos chimús, pudieron haber comunicado
sus pensamientos por medio de símbolos grabados
en pallares, los cuales, aún no han sido descifrados.T
ambién construyeron una inmensa pared como la
gran Muralla China para defenderse de los incas que
venían del sur. Chanchán, la capital del Gran Chimú,
aún parcialmente intacta, y más grande que la ciudad
de Trujillo de hoy, fue fundada por Francisco Pizarro,
quien visitó sus grandes templos, almacenes de
granos, y reservorios de agua.
La cultura Nasca se desarrolló cerca a lo que es
hoy la ciudad de Lima, y se le atribuyen las figuras y
líneas topográficas que a vista aérea sugieren
grandes pistas de aterrizaje.
El imperio inca gradualmente llegó a ser un
estado multinacional cuando estos centros culturales
fueron conquistados y unificados, reteniendo cada
cual sus propias costumbres regionales. Es posible
que cada cultura preínca pudiera haber llegado a
mayor esplendor y superado a la civilización inca;
pero una vez consolidado el imperio inca llegó a ser
un poderoso Estado, comparable al de los aztecas y
otras nacientes civilizaciones del mundo. Esta gran
civilización era vasta y la población se estimaba en
doce millones.
Tal como los antiguos europeos, los incas
también tenían sus leyendas para explicar su origen.
La leyenda del lago Titicaca cuenta que el Sol, padre
de todo, se percató de la pobreza de los hombres y
430 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

envió a Manco Cápac y a su esposa y hermana,


Mama Ocllo, haciéndolos aparecer en medio del lago
Titicaca. Manco Cápac salió con una vara de oro con
la cual fundaría una ciudad, donde la vara se
hundiera fácilmente en la tierra, como un signo de
fertilidad. Y así se fundó la capital del imperio, que fue
llamada Qosqo, y posteriormente castellanizada a
Cuzco. Manco Cápac enseñó a los hombres los
deberes cívicos y el trabajo en el campo y Mama
Ocllo a las mujeres, sus deberes familiares.
El imperio era dirigido por un soberano, llamado
“Inca” quien usaba un atavío simbólico para su alta
investidura. Hubo dos dinastías, con doce incas
(Atahualpa, el último, nunca fue coronado como
soberano) que gobernaron aproximadamente de 1250
a 1532. Así como todos los líderes en el mundo, cada
uno es recordado por sus grandes hechos y múltiples
hazañas.
Manco Cápac, fundador del Cuzco, construyó el
inicial templo al Sol, Inticancha, aún existente y que
fue base para venideros templos.
Sinchi Roca, “guerrero y prudente”, hijo de
Manco Cápac, proclamó ser descendiente y líder
supremo de la religión inca, creando un gobierno
teocrático.
Lloque Yupanqui quizás inició incursiones a la
tierra de los Collas, a las orillas del lago Titicaca.
Mayta Cápac posiblemente dirigió la construcción
del primer puente colgante sobre el río Apurímac.
Cápac Yupanqui causó gran inquietud entre la
gente quechua, casi al punto de la anarquía.
¿Qué les Pasó a los Incas? 431

Inca Roca fundó la primera escuela en el Cuzco, y


dispuso que sus amautas, hombres del saber
enseñaran en ella. Él propuso la palabra “inca”.
Yahuar Huaca, llamado así porque lloró sangre
cuando de niño fue raptado por los ayarmacas, lo que
desanimó a sus captores y lo devolvieron a su padre,
Inca Roca, quien lo preparó para gobernar.
Wiracocha nombró a su hijo favorito, Urco, como
su sucesor a despecho del más capaz, Inca
Yupanqui. Pero cuando un sorpresivo ataque de los
Chancas forzó a Wiracocha y a Urco a huir del Cuzco,
Yupanqui asumió el liderazgo; rechazó y venció a los
invasores, se autodesignó soberano, cambiando su
nombre a Pachacútec, y comenzó la expansión del
imperio incaico.
Pachacútec fue el inca más brillante. Su nombre
en el idioma quechua significa“ el que cambia el
mundo”. Como guerrero conquistó a los Collas y al
Gran Chimú, extendiendo el territorio con la ayuda de
su hijo,T úpacY upanqui. Como administrador
estableció supervisores para evaluar las necesidades
del imperio. Empezó una vasta cadena de caminos
con tambos que eran usados como lugares de
descanso para los viajeros. Creó los chasquis, un
sistema postal, usando a los corredores más veloces.
Dividió el imperio inca en cuatro regiones que
formaban elT ahuantinsuyo. Reconstruyó el original
Templo del Sol: Inticancha, usando tanto oro que fue
conocido como Koricancha, casa de oro. Empezó la
famosa fortaleza de Sacsayhuaman. Estableció los
mitimaes, comunidades que viajaban a lugares
432 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

distantes para mantener intacto el imperio. Reconoció


como dios supremo a Ticci-WiracochaPacha-
Yachachic, “creador del mundo y el comienzo de todo
lo creado”.
Túpac Yupanqui correinó gran parte de su vida
con Pachacútec y tomó parte en las conquistas
atribuidas a su padre, pero también hizo conquistas
en el norte hasta Quito y en el sur hasta Chile.
Navegó los océanos posiblemente llegando a las islas
Galápagos. Este inca formó un servicio de inteligencia
para evitar subversiones y mantener todo lo
conquistado bajo su poder.
Huayna Cápac fue quizás el último legítimo
soberano. En su reinado comenzó la declinación del
imperio. Luchó contra las rebeliones y sublevaciones
en las fronteras del norte y del sur, limitando y
demarcando así la extensión de su imperio. Vivió
mayormente en Quito,Ecuador, y murió
probablemente de manera repentina en 1525,
dejando en duda la sucesión entre sus dos hijos:
Huáscar, legítimo, y Atahualpa, ilegítimo, este último
se autoproclamó como gobernador de Quito y
comenzó a luchar contra su hermano desatándose
una guerra civil que produjo la anarquía del imperio
inca, y con la llegada de los españoles, la conquista
del Tahuantinsuyo...
Sucintamente, la guerra civil empezó cuando
Huáscar envió un ejército a Ecuador, que fue repelido
por Atahualpa, quien en represalia envió tropas al
Cuzco bajo el mando de dos famosos generales:
Quisquis y Calcuchímac, quienes rápidamente
¿Qué les Pasó a los Incas? 433

marcharon al sur y lucharon contra Huáscar,


venciéndolo y tomándolo prisionero. El triunfante
general Quisquis ordenó una horrible matanza en la
capital del imperio. Huáscar fue asesinado a raíz de
una intriga entre Atahualpa y los conquistadores que
ya habían tomado preso a este último inca, poniendo
fin a la guerra civil. Atahualpa, antes de ser coronado
soberano fue ejecutado por los conquistadores.
Así se inició el fin del gran imperio y la humillación
de su gentepor los españoles, dejando a los
descendientes de los incas hasta estos días, en un
estado sombrío, y quién sabe por cuánto tiempo. Esa
humillante conquista que aún perdura en el alma de
los peruanos, es una de las razones por las que
escribo este libro con el subtítulo de Un Holocausto
Olvidado. Yo soy el producto de esos siglos sin fin, de
esta perpetua e insidiosa forma de “holocausto” que
necesita ser expuesta por alguien que siente el dolor
de ese cáustico pasado y abrumador presente,
tratando de divulgar y enmendar este “genocidio”.
América ha apaciguado mi alma y gracias a mi patria
adoptiva, mi progenie no sentirá mi doloroso pasado,
pero el sufrimiento de mis hermanos peruanos, allá
en las punas y desiertos de sus almas, nunca dejará
mi conciencia en paz.
Describiré la organización del imperio inca y su
incipiente apogeo, quizás tratando de entender, por
qué los descendientes andinos en días actuales,
están aún en un estado de confusión. Esto
posiblemente es debido a que la cultura europea fue
434 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

implantada y no era compatible con la gente del


nuevo mundo.
La estructura social incaica era jerárquica, con
tres clases sociales diferentes: el inca, la nobleza y el
pueblo, colaborando entre ellas para dominar un
terreno dificultoso y tener un mejor futuro.
La base de la organización incaica, el aillu, era un
conglomerado de familias con el mismo linaje,
lenguaje y religión. Los aillus eran dirigidos por un
“curaca” que usualmente era la persona de mayor
edad y se encargaba de realizar los casamientos y
reunía gente para las guerras.
La organización política del imperio estaba
dirigida por el Inca, cuyo poder era absoluto y
teocrático. Como hijo del Sol su mandato era divino.
Para la colosal tarea de gobernar, el inca tenía
asesores que residían en el Cuzco, representando
cada región. A pesar de ser un extenso territorio, el
imperio estaba unido porque tenía una suprema
autoridad, un solo culto, un lenguaje oficial, y
finalmente, una magnífica red de caminos.
Aunque no tuvieron escritura, los incas
registraban sus estadísticas y hechos históricos por
medio de “quipus”, que eran un manojo de cordones
de lana de diferentes colores y con nudos que podían
ser descifrados por especialistas llamados“
quipucamayocs”.
Para supervisar a los curacas en diferentes
lugares, el inca tenía los “tucuyricuy” (el que lo ve
todo) que visitaban a lo largo del imperio y tenían la
autoridad para imponer la ley.
¿Qué les Pasó a los Incas? 435

La grandeza del imperio inca se basó en tres


factores: fuerza política, organización económica y
poder militar. La tierra pertenecía al Estado tal como
en los Estados socialistas y no había propiedad
privada.
El trabajo era obligatorio y tenían un lema: “el que
no trabaja, no come”, maximizando así la producción
que era colectiva y estaba dividida: para el Inca, el
Sol y el pueblo. La laboriosidad de la gente se podía
apreciar por su habilidad en textiles, cerámicas y
metalurgia. Trabajaban el bronce, la plata y el oro,
aunque no conocieron el hierro.
La religión era politeísta. Encima de todos estaba
el “Inti” o el Sol, y subsecuentemente el
todopoderosoW iracocha, el dios de la nobleza y
dioses secundarios como el trueno y la Pachamamala
madre tierra.
El culto a los muertos tenía similar idea al de los
egipcios. Grandes fortunas y trabajo fueron invertidos
para mantener la inmortalidad.
La Iglesia estaba bajo un sacerdote supremo: el
Villac-Umu, algo así como el Papa. Los templos
fueron grandes trabajos de arquitectura; sus
cimientos eran tan sólidos que los españoles los
usaron como bases sobre las cuales construyeron
sus santuarios cristianos.
Los días festivos eran y aún lo son, grandes
acontecimientos que revelaban el sentimiento
espiritual de la gente. Entre ellos, el Inti Raymi,
celebrado en junio y dedicado al dios Sol,
agradeciéndole por la abundante cosecha.
436 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

El arte de los incas, del cual se conservan


vestigios en museos, es estéticamente comparable al
de otras civilizaciones.
Su música era pentafónica, razón por la cual la
música indígena de hoy, suena triste y monótona.
Usaban instrumentos de viento y percusión, como la
quena y el tambor.
Permítaseme expandirme en lo más inexplicable
de nuestros sentimientos: la música. Aquellos que
han escuchado“ El cóndor pasa”, obra del compositor
peruano, Daniel Alomía Robles, sentirán en lo más
profundo de su corazón: la soledad y el vacío de los
Andes, pero aún así, sus almas serán elevadas por
los vientos de esperanza, dejando sus espíritus en
consternada introspección, porque somos la misma
gente —en esta tierra— y todos nuestros
sentimientos son los mismos. Robles es nuestro
Beethoven, y“ El cóndor pasa” es nuestra“ Quinta
sinfonía”; la diferencia es que esta obra peruana, de
comienzo a fin, es unae xperienciae téread el osa
bismosd en uestrosv allesd ed esesperación, donde
sólo y por sí mismo uno tiene que elevar su espíritu
para llegar a las alturas de la esperanza. Para esto,
uno tiene que volar como un cóndory r emontarsea lv
acíod el osf rígidose spacioss obrel asm ontañasy
lasn ubes,d eslizándoses obree sosi nterminablesv
alleso scurosd en uestras vidas y así, reflexionando
en lo que uno ha tenido que hacer para llegar a estas
cimas. En tanto que Beethoven, nos lleva a través de
verdes valles de esperanza, sin cumbres que escalar,
¿Qué les Pasó a los Incas? 437

elevando y cautivando nuestras almas con cierta paz


interna.
En educación tenían escuelas llamadas“
Yachayhuasi”, donde sólo los miembros de la familia
real eran instruidos por los“ amautas”, quienes tenían
un rudimentario conocimiento de astronomía,
incluyendo referencias de los doce meses del año y
los treinta días de cada mes.T ambién enseñaban
materias como el quechua, religión, leyes y el
significado de las festividades con relación a la
agricultura. En el campo de la Medicina, conocían el
embalsamamiento y tenían conocimientos
quirúrgicos, usaban hierbas medicinales, como la
coca para usos anestésicos y la corteza de la quinina
contra el paludismo.
El lema “ama sua, ama llulla, ama quella” (no
robar, no mentir, no ser perezoso) era el principio
moral adoptado por todas las clases sociales, desde
el soberano hasta el último yanacona o servidumbre.
Los curacas administraban justicia en sus ayllus,
castigando por robo, asesinato y adulterio. El inca y
sus consejeros eran los únicos que podían dictar
leyes. La justicia era rápida, severa y
desproporcionada al crimen cometido, extendiéndose
a los familiares de los acusados.
Los recién nacidos eran criados en su totalidad
por sus madres, quienes siempre cargaban a sus
infantes en la espalda dejando las manos libres para
poder trabajar en el campo. Los niños ayudaban y
seguían la ocupación de sus padres.
438 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

El Estado cuidaba de los ancianos, inválidos,


viudas y huérfanos, a diferencia de la actualidad en
que se pueden ver ancianos abandonados por sus
hijos que quieren vivir en superpobladas ciudades.
La milicia estaba bien estructurada. El Inca era el
comandante en jefe del ejército. Las tropas estaban
integradas por divisiones bajo el comando de un
pariente cercano al Inca para mayor lealtad. Tenían
un estandarte con los siete colores del arco iris
ubicados en franjas horizontales.
Cuando se trataba de anexar una nación o aillu, el
Inca previamente enviaba mensajeros para persuadir
al enemigo a que se rindiera sin necesidad de guerra,
y por lo generalrecurría al soborno para incorporarlos
al imperio. Si eran anexados pacíficamente, les
otorgaban toda clase de consideraciones, incluso
mantener sus ídolos y sus títulos de nobleza. Si la
violencia era necesaria, los ejércitos penetraban las
fronteras, habiendo inicialmente comprobado la
fuerza del enemigo mediante espías y el conflicto se
llevaba hasta diezmar al enemigo y arrasar sus
ciudades. No había compasión con los prisioneros. El
objeto de conquista era para expandir su territorio y
diseminar la cultura inca siguiendo los mandatos del
Sol. Esto último no fue diferente a lo de los españoles
que trajeron la religión católica para imponer a sus
vasallos, excepto que los incas,
generalmente,respetaban las creencias, dioses y
costumbres en aquellos que se sometían
pacíficamente.
¿Qué les Pasó a los Incas? 439

Es así que llegamos al término de esta joven y


floreciente civilización que estaba alcanzando un
apogeo sin precedente en el espacio de tiempo de
más o menos cien años. ¿Uno podría imaginarse cuál
habría sido su futuro, si las circunstancias hubieran
sido diferentes?
Después de los grandes adelantos del
Renacimiento europeo, comenzaron el
descubrimiento, la conquista y colonización de las
tierras del nuevo mundo. España fue la primera en
esa empresa, un país que recién se había liberado
después de setecientos años de ocupación árabe.
Los españoles, inicialmente condujeron
expediciones a naciones no muy desarrolladas, pero
luego, poderosos imperios fueron conquistados.
Empezando con Hernán Cortés en México y
terminando con Francisco Pizarro en el Perú, la más
codiciada de todas las conquistas. ¿Qué hizo posible
la conquista del Perú? La caída del imperio inca, no
fue sólo debido al indiscutible coraje y habilidad militar
de los conquistadores como causas externas, sino
que también hubo causas internas.
Las causas internas fueron debido al descontento
de los pueblos vencidos por los guerreros del Cuzco
para formar el imperio incaico, la rigurosa autoridad
del soberano, el sistema de “mitimaes”, forzando la
transferencia de grupos íntegros de gente a lugares
desconocidos. La guerra civil entre los hermanos
Huáscar y Atahualpa después de la muerte de su
padre, Huayna Cápac, fue la causa interna principal,
la cual disminuyó las fuerzas de defensa del imperio.
440 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

Algo anecdótico y de mínima importancia como


causa externa, fue la sorpresa de los guerreros incas
ante la presencia de hombres barbudos con espadas,
armas de fuego y caballos, creando un caos
psicológico. Pero ese temor inicial no duró mucho y
con el tiempo el deseo de luchar contra los intrusos,
culminó con el levantamiento de Manco Inca.
La más obvia causa externa de la ruina del Perú
incaico fue el implacable deseo de los conquistadores
de adquirir oro y consiguientemente de obtener
riquezas de las naciones dominadas con el trabajo
forzado y finalmente la esclavitud.
Estos sinópticos factores explican la facilidad con
que Pizarro tomó Cajamarca, capturó a Atahualpa,
obtuvo oro bajo promesa de darle libertad, luego
asesinándolo y así dejando al imperio sin liderazgo
espiritual.
Después de la conquista, no hubo intercambio de
culturas: una reemplazó a la otra. Desde una
perspectiva económica, esto tuvo tremendas
consecuencias en civilizaciones como México y Perú,
que tenían una manejable economía para sus
tiempos. Estas civilizaciones y sus descendientes
fueron y actualmente son, “discretamente
explotados”. El Nuevo Mundo se convertía en la
fuente de riquezas y de materias primas destinadas a
satisfacer las necesidades de las ya avanzadas
industrias manufactureras de Europa. ¿Qué pasó con
los indígenas, una vez disipado el inicial choque con
los mitológicos caballos y hombres extraños? Ellos
aprendieron a pelear como los españoles para luego
¿Qué les Pasó a los Incas? 441

tratar de recuperar el imperio inca; sin embargo,


muchos pueblos alejados del Cuzco permanecieron
rencorosos contra los incas y dieron ayuda a los
conquistadores, haciendo imposible la rápida
expulsión de esos nuevos inmigrantes.
Cuando Francisco Pizarro inició su marchaal
Cuzco en 1533, ya había algunos levantamientos
indígenas. Pero Pizarro como un astuto político pidió
y siguió el consejo de los“ orejones”, que reconociera
como sucesor del inca difunto aT oparpa, joven
hermano de Atahualpa. Diplomáticamente, una táctica
sin efecto, porqueT oparpa fue reconocido como un
inca títere y el viaje de Pizarro al Cuzco fue hostil en
muchos lugares. Mientras llevaban al nuevo inca a la
capital imperial para ser coronado, éste murió por
causas misteriosas. Guiado por el general
Calcuchímac, Pizarro siguió su viaje al Cuzco. Este
valiente y sanguinario general inca de Atahualpa, fue
acusado de la muerte de Toparpa y fue quemado
vivo. Después de escaramuzas con unos cuantos
defensores, Pizarro con la ayuda de otras naciones
indígenas entró al Cuzco el 25 de noviembre de 1533
e inmediatamente tomó los santuarios y palacios
despojándolos de todo su oro y gloria.
Después de ser asesinado el legítimo sucesor
Huáscar, y muertoT oparpa, el poder imperial debía
pasar a Manco, descendiente e hijo legítimo de
Huayna Cápac. Para pacificar a las masas indias,
Pizarro proclamó a este verdadero pretendiente como
Manco II, que estaba sujeto como vasallo a la corona
de España. Manco II trataba de gobernar el imperio
442 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

inca en armonía con los españoles, sin embargo, los


conquistadores continuaban saqueando los templos y
raptando a las vírgenes del sol, sin respeto a los
mitos y costumbres de los vencidos.
Cuando Manco II se dio cuenta de que él era un
instrumento político para los españoles y un títere de
una monarquía inca no existente, él vio precisa esta
situación para el levantamiento general. Sabiendo
que los españoles eran codiciosos, Manco II les
prometió traer una estatua grande de oro de un lugar
cerca del Cuzco. Hernando Pizarro lo dejó ir para que
trajera el precioso metal, pero Manco II usó este
pretexto con el propósito de organizar un ejército. En
1536, una multitud de masas de guerreros incas
marcharon a las cercanías del Cuzco tomando la
fortaleza de Sacsayhuaman bajo su liderazgo.
La lucha parecía —nuevamente— desigual:
doscientos españoles, contra miles de“ indios”, pero
en realidad los conquistadores tuvieron mucha ayuda
de naciones indígenas que querían liberarse de la
dinastía inca. No se puede dejar de mencionar, el
valor y heroísmo de los españoles, especialmente de
los hermanos de Francisco Pizarro: Hernando,
Gonzalo y Juan, este último murió en esa batalla. Los
incas incendiaron la ciudad del Cuzco obligando a
que los españoles se refugiaran en la plaza de armas
y desde allí se defendieron valerosamente con ayuda
de los aliados indígenas. Los líderes incas estaban
optimistas porque había otros levantamientos en
diversos lugares y la expulsión de los
españolesparecía inminente.
¿Qué les Pasó a los Incas? 443

Francisco Pizarro, que fundó Lima y vivía en esa


ciudad, —alarmado por la rebelión del Cuzco—
solicitó ayuda a México y a Panamá, al mismo tiempo
que enviaba tropas al Cuzco.
Después de un tiempo de haber estado sitiados,
los españoles con sus caballos y su astucia militar,
tomaron la fortaleza de Sacsayhuaman.
La rebelión de Manco II falló debido a la ayuda
de Lima y al propicio regreso de Chile al Cuzco de
Diego de Almagro y en especial porque Manco II no
aniquiló en un principio a los sitiados españoles en la
Plaza de Armas del Cuzco. Vencido el Inca, escapó a
la selva. Sus sucesores, los incas deV ilcabamba,
continuaron más tarde una desorganizada resistencia
contra los españoles.
Después que Manco II perdió la oportunidad de
erradicar a los españoles en 1536, y luego por las
injusticias cometidas durante dos siglos y medio por
los españoles, el nacionalismo indígena despertó
para confrontar y erradicar al invasor. Los “caciques”
(una palabra creada en América Central),
suplantaban a los curacas del decadente sistema
incaico, estos nuevos designados caciques
trabajaban para el beneficio de España y cometían
horrorosos abusoscontragente indígena de su misma
sangre, ganando así poder personal. Estos abusos
dieron origen al movimiento de Túpac Amaru en
1780.
El dominio español que transformó la estructura
social de los incas esclavizaba a los indios y
explotaba todos los recursos con el objetivo de
444 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

mandar riquezas para el viejo mundo. La


transferencia de las tierras fue drástica; los incas
estaban acostumbrados al sistema agrario colectivo y
no al de la propiedad privada. Ahora la producción ya
no era para el bien común sino para el mercantilismo
del viejo mundo, que en sí salía de la edad oscura y
su decadente feudalismo. El trabajo obligatorio, que
era aceptado dócilmente durante el imperio incaico,
ahora era impuesto para beneficio de los
conquistadores que practicaban una explotación,
abiertamente genocida.
La estructura económica inca, estrictamente
agrícola se transformó en una economía basada
completamente en la minería. Los indígenas eran
desplazados de sus valles de producción a las
inhóspitas cordilleras de los Andes ¡para trabajar en
las minas bajo las más insoportablesc ondiciones,d
ondem oríane ns ituacionest and esesperantes no
descritas hasta hoy, y que representan el“ holocausto
olvidado!”.
Los nuevos colonizadores que llegaban en gran
número, querían saquear el oro fácil que ya no había
y empezaron a extraer este metal de cualquier lugar,
a cualquier costo, sin importarles si era por medio de
la esclavitud y aniquilando a millares de indígenas,
¡casi al grado de su extinción!
Los primeros conquistadores tenían
“Repartimientos”, dividiendo a los “indios” para la
agricultura, cría de ganado, y la mayor parte para la
minería, causando una gran exterminación que si no
se hubiera detenido hubiese sido el fin de los antiguos
¿Qué les Pasó a los Incas? 445

peruanos. Para enmendar esta práctica, la corona de


España creó las “Encomiendas”, que consistían en
confiar el cuidado de los “indios” que vivían en un
área, a un“ encomendero”, generalmente un
conquistador que debía proteger a los“ indios” y
enseñarles la fe católica. Con este nuevo sistema los“
indios”eran más explotados, pero ahora con el
respaldo de la fe cristiana y la monarquía española.
Los abusos eran tan atroces que la encomienda fue
abolida por la misma corona.
Para corregir estos sistemas de explotación,
España estableció la “Mita”, lo cual hacía obligatorio
que todos los indios trabajaran en las minas por un
año, pero los caciques y sus familiares eran excluidos
y algunos indios podían pagar por su libertad. La Mita
produjo el total abandono de las tierras de agricultura;
este movimiento forzaba a un gran número de “indios”
a excavar día y noche en el corazón de los Andes, sin
seguridad, alimento, u otras necesidades básicas y
donde miles perdían sus vidas al ser sepultados en
túneles y avalanchas. Peor que los esclavos negros
que eran dotados de todas sus necesidades, los
indios tenían que pagar sumas exorbitantes por su
ropa (traída de España, y a veces no necesaria); por
su alimentación y vivienda. ¡Una vez endeudado, el
indio estaba obligado a trabajar más del año
estipulado por la ley, haciendo de él un esclavo
perpetuo, muriendo en una miseria no existente hasta
estos días!
La realidad social de los indígenas en esa época
(y aún hoy), era y es la explotación del hombre por el
446 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

hombre. Los explotadores tenían diferentes nombres:


el repartidor, el encomendero, el corregidor, el
sacerdote y finalmente el indio cacique.
En diferentes modos y formas, los indios eran
abusados por todas las clases sociales, y aún peor,
por sus propios hermanos de la misma sangre. Pero
los“ indios” eran y son pacientes en todas las áreas
de trabajo y laboraban sin quejarse. Lo único que
tenían en común era la tierra para uso colectivo de la
que los conquistadores, colonizadores, y —después
de la independencia— la república, los despojaron.
Estas acciones dejaron a esta raza indígena en un
estado dec ompletod esconciertoy q uec ontinúah
astae stosd ías.E sel egadod e destrucción moral y
desconfianza, ha creado en ellos una personalidad
especial con sus propias características que hace al
indio, mestizo o blanco de este país“ lo que es”, ¡y del
cual ningún peruano puede escapar de su influencia!
Históricamente, este problema psicológico de
sumisión ya existía antes que vinieran los españoles.
Los incas y sus súbditos eran entre ellos mismos muy
duros y sabe Dios, nuestra subconciencia indígena
esté afectada no sólo de años, sino de siglos de
despotismo. ¡Estas son fuerzas psicológicas que
moldean una nación, y en los países
predominantemente indígenas, los indios no se han
definido como una raza existente del planeta; con
derecho a vivir sin culpa de su horroroso pasado! Es
posible —y a medida que las sangres y las culturas
se entremezclen y mientras el mundo se
¿Qué les Pasó a los Incas? 447

empequeñece con los tiempos modernos— ¡que la


situación de los indios cambie!
Las clases sociales que se desarrollaron
inicialmente, fueron el producto de extremos
opuestos: el imperio inca en donde la actividad del
hombre era el mandato institucional del trabajo de
acuerdo a la capacidad de cada grupo, y la Colonia
donde la actividad laboral era ordenada por
poderosos intrusos cuyo único interés fue hacerse
ricos. Varias y no bien definidas clases sociales
fueron formadas: los conquistadores a quienes les
entregaron títulos de nobleza por sus esfuerzos; los
criollos hijos de los conquistadores nacidos en el
Perú, pero sin nobleza; la clase privilegiada, que
incluía a los nuevos inmigrantes que se enriquecían
por sus propios medios y compraban títulos de
nobleza; y finalmente el clero.
La clase media en el Perú colonial consistía de
españoles sin nobleza o títulos, criollos y aun
mestizos, que eran profesionales como abogados y
doctores. Esta clase buscaba más beneficios para
ellos y fueron los principales instigadores de la
emancipación del Perú, concluyendo en la
independencia del yugo de España con Simón Bolívar
y José de San Martín.
Los “indios” a pesar de ser los herederos del
Tahuantinsuyo llegaron a formar la clase esclavizada
y fueron tratados como seres infrahumanos. Aunque
ellos eran considerados súbditos de la corona y se
dieron leyes para prevenir el abuso, pero esos
decretos sólo eran en teoría. Esta clase que incluía a
448 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

todos los indios y algunos mestizos fue la que sufrió


más por la explotación, el despotismo y el trato
inhumano, a tal extremo que hasta hoy día, sus
efectos son visibles en sus espíritus debido a esa
cruel historia que tomará mucho tiempo en
erradicarse; ¡y aún esto no se sabe cuándo sucederá!
Sin ninguna razón política, terminaré esta breve
historia con la descripción de la rebelión de Túpac
Amaru II, en 1780. Este cruel evento, sin paralelo,
resumía la situación de los indios en el Perú. Túpac
Amaru II, o José Gabriel Condorcanqui, descendía de
la nobleza inca por el lado materno. Los abusos de
los españoles eran tan intolerables, que llegaron a
encender en los naturales, el deseo de libertad a
cualquier costo.
La rebelión pedía justicia social no solamente
para los indios sino también para los mestizos, los
negros e incluso algunos españoles. Así empieza una
lucha por la independencia del dominio español.
El levantamiento tuvo lugar al sur del Cuzco,
capturando al abusivo corregidor don Antonio de
Arriaga, quien fue ejecutado. Después de esta
represalia, muchos indios se adhirieron a la causa de
Túpac Amaru, armados con instrumentos de labranza
y unas cuantas armas de fuego. Ganaban pocas
batallas, más por el número de combatientes que por
una verdadera táctica militar. En vez de tomar el
Cuzco, cuando pudo hacerlo, Túpac Amaru se dirigió
a su lugar de nacimiento: Tinta, y escribió un
manifiesto explicando las motivaciones de su
rebelión, y luego viajó extensamente, explicando las
¿Qué les Pasó a los Incas? 449

razones de su causa y ganando más adeptos.


Después de casi un año, el virrey del Perú, don
Agustín de Jáuregui, envió tropas al Cuzco bajo el
comando del “visitador” José Antonio de Areche
otorgándole poderes máximos para acabar con la
insurrección. Desafortunadamente Túpac Amaru en
esta situación de desventaja decidió tomar la ciudad
imperial, pero para entonces ya era demasiado tarde.
Los españoles se dirigieron a Tinta buscando a Túpac
Amaru y allí lo derrotaron y arrasaron la ciudad. El
futuro inca libertador, su esposa y sus tres hijos,
escaparon a la ciudad de Langui donde fueron
tomados prisioneros con la ayuda de traidores de su
propio bando y raza. Lo que pasó después es
importante describir para exponer las crueldades de
los tiempos y para dar a entender al lector el “sentir”,
y quizás por qué los indios, mestizos y criollos somos
lo que somos.
Lo que sigue es una recopilación de la historia
clásica de este suplicio:
Túpac Amaru fue arrestado con su familia y con sus
leales colaboradores quienes fueron enviados al
Cuzco. Túpac Amaru entró a la ciudad imperial en
pesadas cadenas montado sobre una mula y luego
encerrado en un viejo seminario jesuita.
Inmediatamente empezó el proceso de “justicia” con el
oídor Matalinares, mientras tanto el visitador Areche,
humillaba al sometido rebelde con torturas,
interrogándolo para que diera el nombre de otros
colaboradores. Túpac Amaru se mantenía callado, a
pesar de los castigos que recibía, pero él quebró su
silencio, respondiéndole a Areche, en forma
450 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

desafiante: “aquí no hay más colaboradores que tú y


yo. Tú, porque eres un opresor y yo porque soy un
liberador, y ambos merecemos morir”. Por este
estoicismo y actitud heroica, le quebraron un brazo.
Pero él “aun así” se mantuvo en silencio como
cualquier indio que“ había tolerado” por siglos las
forzadas labores de las minas. Con tanto abuso
corporal, este inca héroe estaba debilitado y a punto
de morir. Los españoles para evitar su prematura
muerte, apresuraron el proceso de justicia para ser
sentenciado a la pena de muerte.
La ejecución se llevaría a cabo tres días después (el
viernes dieciocho de mayo de 1781) en la forma más
cruel posible.
Este suplicio debe ser descrito, especialmente
para aquellos que no tienen noción de lo que les
sucedió a los descendientes de los incas. ¡Es
imperativo que holocaustos como éstos sean
divulgados y dados a conocer a la gente americana,
al mundo entero, y en especial a mis hermanos
peruanos; para que comprendan la insólita condición
de nuestra historia y de cómo actualmente se
encuentran los indígenas!
El martirio final de Túpac Amaru ocurrió en la plaza
principal del Cuzco —donde se armó un cadalso—
que estaba rodeada por soldados con armas y con
bayonetas. Los prisioneros con pesadas cadenas,
caminaban detrás de los caballos de los oficiales y
autoridades eclesiásticas. En macabra sucesión los
prisioneros subían al patíbulo donde se les cortaba la
lengua y luego eran colgados del cuello. Entre ellos
un hombre de raza negra, Oblitas. Luego siguieron el
hijo mayor de Túpac Amaru, Hipólito y su anciano tío
¿Qué les Pasó a los Incas? 451

Francisco. Mientras tanto, todo este cruel suplicio era


presenciado por Túpac Amaru. Había mujeres
peruanas unidas a su causa, cuyo coraje fue también
castigado con la muerte. Primero la cacica Conde
Mayta, quien fue agarrotada. Luego siguió doña
Micaela Bastidas, la esposa del líder, quien lo ayudó
en su gesta de libertad hasta el último sacrificio de la
muerte. Ella subió al cadalso y rehusó a que se le
cortara la lengua, como lo hacían con los otros, y el
verdugo tuvo que cortársela después que murió.
Debido a su delicado cuello, el garrote no le causó la
muerte inmediatamente, y mientras estaba con vida
los ejecutores le daban horrendos golpes en el vientre
y en el pecho hasta quitarle el último suspiro de vida a
la heroína.
Después de haber presenciado estoicamente todo esto, le tocó
el turno a Túpac Amaru. Él había sufrido quizás el más atroz de
los castigos, al ver que sus propios seres amados eran
ejecutados tan violentamente. Ahora su momento de angustia
terminaría para siempre. Fue conducido al centro de la plaza, le
cortaron la lengua y luego fue colocado al centro de cuatro
caballos para ser atado de cada extremidad de estos inocentes
animales y ser jalados con sus poderosos galopes ecuestres.
Uno podría imaginarse los ruidos y el tiempo que tomó preparar
esta increíble forma de sacrificio. Finalmente vino la señal del
jefe español que con su mano extendida apuntaba al cielo
infinito para que los jinetes empezaran a jalar en cuatro
direccionesopuestas. Pero este cuarteto de apocalípticos
caballos no lograron descuartizarlo. Por un momento Túpac
Amaru resistió sacudiendo su cuerpo con las últimas fuerzas de
su ser, mientras oía al menor de sus hijos, Fernando, quien era
forzado a presenciar la muerte de su padre, y que gritaba con
tal angustia que quizás, esos llantos continuarán oyéndose
muchos años después en los ecos de los Andes hoy
452 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

silenciados con el olvido de sus descendientes. Ante este


doloroso cuadro, el visitador Areche, quizá con un minúsculo
sentimiento de humanidad ordenó que Túpac Amaru fuera
decapitado. Luego la mayor parte de los mutilados cuerpos
fueron quemados y sus cenizas lanzadas al río Huatanay
(donde yo solía jugar cuando niño, sin saber que este río fuera
consagrado con los restos de tan cruenta muerte). Sumada a
esta infamia, las cabezas y las extremidades de ambos, Túpac
Amaru y su esposa, fueron atravesadas con estacas y llevadas
a los portales de diferentes iglesias del Cuzco para escarmentar
a los rebeldes de futuros levantamientos.
Es así, que con mi mano cansada de escribir
estos pasajes y con lágrimas en mis ojos después de
leer y traducir estos eventos, he tratado de explicar
por qué esta historia está en mis venas. Aunque
América, tierra magnánima, ha sido buena conmigo,
no puedo borrar este dolor que siento por mi gente;
peor aún, no hay mucho que yo pueda hacer para
ayudarlos, pero por lo menos, quiero hacer saber al
mundo que los“ indios” están aún en cadenas de
esclavitud psicológica, y lo estarán por mucho tiempo.
Con el pasar de los años y las nuevas generaciones,
quizás ese dolor cesará, pero mientras tanto,
tratemos de comprenderlos. Pero, ¿cómo?, ¡yo no sé!
Ellos son tan humanos como cualquier raza y tienen
las mismas fallas que todos tenemos... y llegar a sus
endurecidos corazones, ¡quizás sea mucho más difícil
de lo que nos imaginamos! ¡Pero tratemos de hacerlo!
¿Qué les Pasó a los Incas? 453

Con mis años vividos, aún soy lo suficientemente


joven para hacer algo por mi gente y por el Perú. Espero
llegar a ser el decimocuarto inca, o como Harry Owens
solía llamarme, “el último inca”. Veremos; ¡quizás pase!
Ustedes oirán de mí...
Reconocimientos
Estados Unidos
Quiero agradecer a mi hija, Anja Helene Sánchez-Lasthaus,
por su intuición espiritual en descifrar mi caligrafía galena,
haciendo posible este libro y a su madre Anja Hovland, por su
talento artístico demostrado en la carátula e ilustraciones de
este libro.
Aprecio y agradezco a mi esposa, Dorothy, por su comprensión
y apoyo.
Quiero también agradecer a aquellas personas que me
dieron apoyo moral para seguir con este libro mostrándome el
maravilloso mundo de escribir y publicar: Mary Huntley-
Kaufman, Viqi Wagner, Jeff Paris, Beverly Trainer, Lynn
Hovland, Norma Sierra, Robert Martin y Los Angeles Peruvian
TimesMr. Mesones, Enrique Noriega del Valle, Florida USA.
Perú
Doctora María Rostworowski-Historiadora,
Stigma-Anibal Zamora, Óscar Changa Guerrero, Irma
Alcázar, Bernardo Medina-Correctores.

Para las adquisiciones de este libro diríjase al editor en los


Estados Unidos CARLOS J. SÁNCHEZ M.D.,
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mail [email protected]
454 El AlmA dEl Cóndor - Un HoloCAUsto olvidAdo

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Los beneficios de este libro servirán para la ejecución


de misiones médicas en lugares pobres del Perú, ayuda
en la posta médica de Andahuaylillas y mi sueño de
construir —algún día— un barco-hospital en el río
Amazonas.
Este libro se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editorial San
Marcos situados en av. Las Lomas 1600, urb. Mangomarca, S. J. L., Lima,
Perú.
RUC 10090984344

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