Libro Formando Una Identidad Construyendo Un Destino

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FORMANDO UNA IDENTIDAD, CONSTRUYENDO UN

DESTINO
¿Cómo Forjar una Identidad Sana y Proyectar un Destino Prometedor para
Nuestros Hijos?

CONTENIDO

● Capítulo I: DISEÑANDO LA ARQUITECTURA DE LA IDENTIDAD.


− Desarrollo integral del Niño.
− La Misión de los Padres.
− Descubriendo la Identidad.
− Identidad y vocación.
− Identidad y carácter.
− Definiendo la identidad.
− La fórmula de la identidad.
− Los tres componentes básicos de la identidad.
− Los dos cimientos básicos de la Identidad.
− Las tres grandes preguntas filosóficas de la identidad.

● Capítulo II: EL PROCESO DE LA MADUREZ Y SU IMPACTO EN LA


IDENTIDAD
− El proceso de la Madurez.
− La Configuración de la Identidad desde la Madurez.
− Redefiniendo la madurez.
− La construcción de la identidad en la interacción con los demás.
− Identidades insanas se incuban en relaciones insanas.

● Capítulo III: LA ATMÓSFERA FAMILIAR EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA


IDENTIDAD
− El Amor como fundamento en la construcción de la Identidad.
− Las tres Dimensiones del Amor Paternal.
− Redefiniendo el Amor y sus 4 expresiones máximas
− La expresión del amor en su dimensión conyugal y parental.
− Tipos de Familias incubadoras de tipos de Identidad.
− Tres filosofías deformadoras de la identidad.

● Capítulo IV: CINCO PRINCIPIOS BÁSICOS PARA CONTRUIR UNA


IDENTIDAD SANA Y POSITIVA
− El principio de la Ternura.
− El principio de la Disciplina.
− El principio de la Responsabilidad.
− Principio de la Armonía Conyugal.
− Principio de la Diferenciación Parental.
− Sincronía entre Pertenencia y Autonomía.

● Capítulo V: SEMBRANDO UNA IDENTIDAD COSECHANDO UN DESTINO


− La identidad como sello original de personalidad.
− Identidad, vocación y destino.
− La identidad y los jóvenes de hoy.
− Familia vs Publicidad y Tecnología.

● CONCLUSIÓN.
INTRODUCCIÓN
La gran pregunta que como padres muchas veces nos hacemos es: ¿Qué va
a ser de la vida de mi hijo(a) cuando sea adulto? ¿Cuál va a ser su futuro? ¿Qué es
lo que el destino le tiene reservado?. Deseamos con todo nuestro corazón que le
vaya bien en la vida, que pueda destacar y progresar a través de ella, pero también
tememos que le vaya mal o que fracase. Y muchas veces no sabemos exactamente
qué es lo que determina que suceda una u otra cosa, ni qué rumbo tomar para
garantizar el éxito. A veces pensamos que el destino de nuestros hijos está en manos
del azar, de la casualidad, de las circunstancias o aún de Dios, y que muy poco
podemos hacer para cambiarlo, pero definitivamente no es así.

¿Cuál es o cuáles son los factores determinantes que harán que un hijo(a)
nuestro fracase o triunfe en la vida?, ¿Qué es lo que marca la diferencia? ¿Qué hará
que alcance la cumbre del éxito o se hunda en el abismo del fracaso? No negamos la
influencia de las circunstancias externas, pero creemos que ellas no son tan
definitorias; nosotros sostenemos que las actitudes internas que un hijo(a) desarrolle
son mucho más relevantes. Es la personalidad que pueda forjarse en él o ella lo que
definirá gran parte de su existencia, porque es con esa identidad que hará frente a las
grandes demandas de la vida.

Hay, pues, una íntima relación entre identidad y destino. Lo primero determina
gran parte de lo que sucederá con lo segundo. No se nace con un destino escrito;
éste se construye sobre la base de una identidad que se desarrolla paulatinamente.
Nuestros hijos no llegarán más lejos en la vida de lo que su personalidad les permita.
La grandeza de un destino está inexorablemente hipotecada a la calidad de una
identidad forjada. Basta una identidad lisiada para frustrar el éxito, pero el desarrollo
de una identidad sana y positiva puede, ciertamente, promoverlo.

La familia es el gran taller donde se va tallando la identidad personal de los


hijos. Los padres son los grandes escultores que irán formando un carácter en ellos,
que sumado al temperamento con el que nacen, terminarán de configurar la
personalidad con la cual se ubicarán en este mundo. Es cierto que no necesariamente
serán rehenes de una identidad del pasado, y que poseen la capacidad de
reestructurarla si no funcionan adecuadamente con ella; pero si miramos alrededor
nuestro, constataremos que no es fácil hacerlo, y que muchos hijos quedan atrapados
en una identidad que no les ayuda mucho en la construcción de un destino promisorio.

La identidad básica de los hijos se forma en esa gran incubadora que es la


familia; ella es la responsable de gran parte de ese cimiento de lo que los hijos llegan
a ser en la vida, porque son los padres los que equipan a los hijos con una
determinada identidad, que es aquella con la que construirán su existencia. El destino
de los hijos está en gran parte en manos de sus padres, aunque otro tanto dependa
también de ellos mismos. En todo lo que ellos lleguen a ser en la vida, bueno o malo,
los padres tendrán mucho que ver en ello. El destino de los hijos será quizá el gran
examen que la vida imponga a los padres para evaluar su desempeño como tales.

Una forma de medir cuánto de la mano de un padre o una madre está presente
en el destino de los hijos, se puede ver claramente en lo que ellos alcanzan a ser en
la vida. El destacar y triunfar en medio de su sociedad no ocurrirá por un golpe de
suerte o por un azar del destino, sino porque el trabajo propio y la mano de los padres
estuvieron ahí presentes. El éxito no es gratis, no se consigue fácilmente, es esquivo
y renuente frente a personalidades frágiles y débiles; pero se allana y se rinde frente
a identidades sanas, maduras y fuertes, que poseen grandes atributos personales,
con los cuales han sido equipadas durante la infancia o que, con ciertas limitaciones,
han logrado desarrollarse en su adultez; la familia puede hacerles ahorrar tiempo y
dificultades futuras en dicho proceso.

Cada día vivimos en un mundo más duro y difícil, donde son cada vez menos
numerosos los individuos que triunfan y se sobreponen a la adversidad. Los grandes
avances tecnológicos, la globalización y los diferentes movimientos filosóficos e
ideológicos que surcan nuestra sociedad, exigen cada vez más un determinado tipo
de personalidad que pueda triunfar o, por lo menos, sobrevivir cómodamente en
medio de ella, construyendo su propio destino. Esa personalidad que se requiere es,
en gran parte, formada por los padres. Nuestros hijos se enfrentarán al mundo con
todo lo que nosotros hemos podido formar en ellos. Los recursos con que ellos se
enfrentarán a las altas demandas de la vida, serán principalmente aquellos que
nosotros hayamos sembrado en su ser interior.

Los hijos son como un producto de baja, mediana o alta calidad, que los padres
hemos producido o “fabricado” y que hemos puesto en nuestra competitiva sociedad.
Las empresas que generan los productos de calidad superior son las que poseen
mayor tecnología de conocimiento y mejores técnicas de producción. La familia es la
más grande empresa, forjadora del más grande producto, como es la personalidad o
identidad de un hijo(a); por lo tanto, mayor conocimiento y diligencia deberá poner en
la formación de ellos. No se nace sabiendo cómo formar la vida de nuestros hijos, eso
no es pecado; pero sí lo es, no esforzarnos en conocer y aprender cómo llegar a ser
mejores padres. El presente libro busca contribuir en algo, en dicho aprendizaje.

Hay cinco ideas centrales que deseamos desarrollar en el presente libro; cada
una de ellas corresponderá a un capítulo, y aunque no profundizaremos demasiado
en cada concepto, para lo cual sería necesario escribir varios tomos, procuraremos
ser concretos y prácticos en nuestra exposición, de manera que su lectura y aplicación
no presenten mayores dificultades. Primeramente explicaremos lo que nosotros
entendemos como concepto de identidad y cuál es la arquitectura de su configuración.
Después abordaremos el proceso de la madurez en relación con la identidad; en el
tercer capítulo destacaremos el importante papel que juega la familia como la gran
incubadora de la de identidad básica de los hijos.

El cuarto tema central que trabajaremos tiene que ver con los principios básicos
que los padres deben aprender para poder labrar una identidad sana y positiva en la
vida de sus hijos. Aunque a lo largo de todo el libro haremos referencias, finalmente
abordaremos, en el último capítulo, la relación directa que existe entre identidad y
destino. Este es el itinerario que nos hemos trazado y que esperamos sea un viaje
grato que nos traslade a nuevos territorios de conocimientos, con los cuales
aprendamos a ser buenos padres, capaces de formar buenos hijos. Ese es nuestro
desafío.

José Baldeón Valdivia


Lima, Noviembre 2012.

CAPITULO I
DISEÑANDO LA ARQUITECTURA DE LA
IDENTIDAD

“Entre la locura y la normalidad, que en el fondo es lo mismo, existe un


estado intermedio: ser diferente” Paulo Coelho

El gran mito de nuestra sociedad consumista de hoy es creer que, porque


estamos satisfaciendo plenamente las necesidades materiales de nuestros hijos,
estamos siendo buenos padres. No hay nada más equivocado. Esa es apenas una
función, y la menos importante que debemos cumplir en la gran tarea de formar a
nuestros hijos. La labor más crucial y vital que tenemos por delante es poder ser
capaces de diseñar una identidad sana en ellos, con la que cual nuestros hijos sean
capaces de construir un destino promisorio. Para ello debemos entender bien lo que
es la identidad y cómo es su configuración arquitectónica. Es lo que intentaremos
hacer en las páginas siguientes.

A la hora de formar la identidad de nuestros hijos, es importante que


conozcamos bien lo esencial de la naturaleza y el alma humana que ellos poseen. Y
una de las cosas trascendentales que todo padre debe aprender, son las cuatro áreas
claves en las que todo niño(a) debe desarrollarse de manera paralela, para asegurar
una salud física y psicológica integral.

Desarrollo integral del niño(a): 4 áreas de crecimiento

En un pasaje de la Biblia que nos habla acerca del crecimiento integral del
niño Jesús, el Hijo de Dios, se nos dice: “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura,
y en gracia para con Dios y con los hombres” (Lc. 2:52). Desde la perspectiva de
la identidad de Jesús vemos que hay cuatro áreas en la que todo niño(a) sano(a) y
normal debe crecer. A partir de dichas áreas, emergen las cuatro funciones
nutricionales que todo padre responsable debe cumplir. Fallar en una o más de ellas,
dejándolas sin atender adecuadamente, es producir una personalidad disfuncional en
nuestros hijos.

Áreas Objetivos a desarrollar


FÍSICA (estatura) PROVISIÓN: brindando nutrición y estimulación
temprana (vivienda y vestido).
PSICOLÓGICA (sabiduría) AUTOESTIMA: brindando aceptación, valoración y
reconocimiento.
SOCIAL (gracia para con los HABILIDADES SOCIALES: delegando tareas y
hombres) brindando modelos de vínculos sanos.
ESPIRITUAL (gracia para VALORES: estableciendo normas o límites y
con Dios) aplicando disciplina.

La misión de los padres

A partir de esta realidad y de las necesidades de un niño, nace la misión que


debe cumplir todo progenitor. Nuestra tarea como padres no nace de lo que nosotros
suponemos que tenemos que hacer con nuestros hijos, sino de las necesidades
reales que ellos tienen y que es nuestro deber conocer. Hay cuatro necesidades
básicas de las cuales nacen respectivamente las cuatro tareas que todo padre, papá
y mamá, ha de cumplir en la vida de sus hijos; si falta una de ellas, su formación será
incompleta y deficiente.

Son tareas que deben ser desempeñadas exclusivamente por los padres, por
ambos y no sólo por uno de ellos; no lo pueden delegar a terceros, pues es un trabajo
que sólo les compete directamente a ellos y que se supone que nadie más lo puede
hacer mejor. De ninguna manera se puede delegar a terceras personas, por más
cercanas que sean; ni siquiera se puede encargar a los abuelos, que los quieren tanto,
porque nadie hará mejor ese trabajo, porque ¿quién mejor que los padres para
conocer, amar y formar a sus hijos?

Las cuatro grandes tareas parentales tienen que ver con esas cuatro áreas
que revelan las cuatro necesidades básicas que los padres deben satisfacer en sus
hijos: Provisión, que es el sustento para el área física; Autoestima, que tiene que
ver con la autoaceptación y valoración personal en el plano emocional o psicológico;
Sociabilidad, o lo que se llama habilidades sociales, para saber desenvolverse en su
entorno social; y, finalmente, Valores, en el plano espiritual. Estas son las cuatro
grandes tareas que debe cumplir todo padre y es la misión que debe cumplir toda
familia: brindar provisión, autoestima, valores y sociabilidad a los hijos. Todo esto no
es labor de la escuela ni de la iglesia, no son ellos los que han de proveer de estos
recursos a nuestros hijos; somos nosotros sus padres quienes debemos brindárselos
directamente, sin intermediarios, pues no será a terceros a quienes Dios pedirá
cuenta de la vida y la formación de los hijos que nos entregó.

Todo niño(a) necesita crecer satisfactoriamente en esas cuatro áreas, para


poder hacer frente exitosamente a las grandes demandas de la vida. Un niño(a) sin
una buena provisión alimenticia no se desarrollará adecuadamente; serán afectadas
sus neuronas, entre otras cosas, y, por lo tanto, tendrá grandes limitaciones
intelectuales. Sin una autoestima sana, tendrá problemas de autoaceptación y no
tendrá confianza en sí mismo, por lo que hará poco o nada en la vida, ya que no sabrá
echar mano de las potencialidades de las que esté dotado. Sin valores morales
positivos, aunque al principio le parezca que le va bien, al final terminará mal. Y sin
una sociabilidad adecuada no sabrá cómo relacionarse con su entorno, perdiendo
oportunidades de progresar.

La plena satisfacción de esas cuatro necesidades básicas, llevada a cabo


responsablemente por unos padres sabios y funcionales, permitirán que un(a) hijo(a)
crezca sano(a) e integralmente en todas las dimensiones de su personalidad, porque
ella habrá sido nutrida de los elementos claves que son la base para la construcción
de una identidad sana y positiva que pueda garantizar un destino más promisorio para
nuestros hijos.

Es el asumir de manera responsable y eficaz estas cuatro grandes tareas


parentales lo que definitivamente contribuirá a la construcción de una identidad
saludable y funcional para nuestros hijos. Desentendernos de dichas tareas es
condenar a nuestros niños a una vida adulta impregnada de mediocridades y
fracasos, producto de una personalidad inmadura y limitada en su desarrollo. Dejar
de cumplir nuestra misión como padres, es dejar a nuestros hijos sin satisfacer sus
grandes necesidades vitales, tanto físicas como psicológicas, dejándoles vacíos y
huecos en su personalidad, que limitarán su funcionamiento social. Construir una
identidad sana en nuestros hijos no es fácil, pero es la más grande tarea de nuestras
vidas, a la que jamás debemos renunciar como padres.

El termino identidad se puede definir de muchas maneras, dependiendo de la


perspectiva desde la cual se le aborde; nosotros hemos querido hacerlo desde un
ángulo socio-psicológico particular y práctico, que nos ayude a entender cómo un
joven a partir de su identidad logra posicionarse en este mundo y que es dependiendo
de cuán saludables se encuentren los componentes de dicha identidad que el niño(a)
podrá desarrollar una personalidad funcional, que le permita alcanzar su plena
realización personal.

Descubriendo la identidad

Cuando al profeta bíblico Juan el Bautista le preguntaron: “¿Qué dices de ti


mismo?” (Sn Jn.1:22,23), es decir, ¿Cuál es tu identidad?, él no se definió en base a
su nombre, su puesto, su título o su profesión, sino que se definió en base a su misión
en la vida: preparar el camino del Señor. En la vida de Juan el Bautista, su misión
determinó su destino.

No es mi nombre, ni mi oficio o profesión, ni mi estado civil, ni mis títulos o los


cargos que desempeño en la vida lo que define mi identidad, sino el conocimiento de
la misión a la que he sido llamado. Ella está íntimamente ligada a la gran tarea que
he de cumplir en este mundo, porque llegar a plasmar todo aquello para lo cual fuimos
creados es lo que define nuestra identidad, concepto que viene del término idéntico,
es decir, llegar a ser lo que tengo que ser y no otra cosa. Lo que me hace ser
consecuente con mi identidad es el descubrir mis potencialidades, y en base a ellas
proyectar mi misión en la vida; esto es lo que determinará mi destino.

Por ejemplo ¿cuál es la identidad de un ave? Volar, ¿cuál es la identidad de


un pez? Nadar, ¿cuál es la identidad de un lapicero? Escribir. Así, en la medida que
se cumpla la misión para la cual se ha sido creado, se estará definiendo la identidad,
y eso sólo se puede hacer cuando soy capaz de expresar y desarrollar lo mejor de
mis potencialidades. Todos sin excepción somos muy buenos en una determinada
área, sólo hay que descubrir en cuál. La mejor capacidad de un ave es la de volar, la
de un pez es la de nadar, etc. Y es esta capacidad particular la que define la identidad
de cada uno de ellos.

Identidad y Vocación
Nuestra misión está relacionada con lo que es nuestra vocación en la vida. La
vocación no es una profesión u oficio; se puede manifestar a través de ellos, pero en
esencia podemos decir que la vocación es la expresión eficaz de mis mejores
habilidades. Ellas definen mi vocación. No es sólo lo que a mí más me gusta, sino
aquello en lo que mejor destaco con mis capacidades, lo que define mi llamado en la
vida, es decir, mi vocación. Descubrir mis potencialidades es descubrir mi vocación;
con ella encuentro mi misión en la vida y con esa misión se define mi destino.

Potencialidad Vocación Misión Destino

Potencialidad = Vocación = Identidad

El psicólogo y humanista Abraham Maslow decía: “un músico debe hacer


música, un pintor debe pintar, un poeta debe escribir, si al final de cuentas quiere ser
feliz. Lo que puede ser, debe serlo. A esta necesidad podemos llamarla
autorrealización”. Hoy sabemos en psicología que el desarrollo de las propias
capacidades y habilidades que posee un niño es necesario no sólo para su desarrollo
mental, sino para la construcción de su propia identidad.

Identidad y Carácter

Para poder cumplir nuestra misión en la vida, en base a nuestra vocación, es


imprescindible que el desarrollo se realice a través de un carácter sano y maduro.
Primero es SER antes que HACER. No podré HACER nada bien, si primero no he
desarrollado bien mi SER. La expresión eficaz de mis potencialidades (HACER), sólo
puede darse sobre la base del desarrollo de un carácter (SER) sano y maduro. Un
carácter dañado bloqueará mis potencialidades. Sanar mi SER es activar mi HACER.
La identidad es finalmente la suma de mi SER más mi HACER.

SER + HACER = IDENTIDAD


(Lo que Yo soy) (Lo que Yo hago)

CARÁCTER + VOCACIÓN = IDENTIDAD

CARÁCTER (SER) = Autoestima + Valores

VOCACIÓN (HACER) = Habilidades innatas y adquiridas

La identidad de una persona se forma a partir de la suma del Carácter más la


Vocación. El primero tiene que ver con el grado de autoestima y valores que haya
desarrollado, mientras que el segundo con las potencialidades que haya cultivado.
Toda persona sin excepción posee una identidad determinada, pero ésta puede ser
sana y positiva o por el contrario patológica y negativa, o caer dentro de ese rango,
dependiendo de cómo se encuentren su autoestima, sus valores y sus
potencialidades.
AUTOESTIMA + VALORES + HABILIDADES = IDENTIDAD

IDENTIDAD LISIADA IDENTIDAD SANA


Autoestima dañada Autoestima sana
Valores negativos Valores positivos
Habilidades bloqueadas Habilidades activadas

El carácter de una persona está formado por su autoestima y sus valores,


mientras que la vocación está determinada por las potencialidades o habilidades
especiales que posea. Debemos diferenciar lo que es el carácter de lo que es el
temperamento; este último, se refiere a los rasgos innatos con los que nacemos, en
tanto que el carácter son los rasgos adquiridos a medida que nos vamos formando.
El primero se relaciona con el medio ambiente y la socialización, mientras que el
segundo con lo hereditario y biológico. El carácter es una combinación de valores,
sentimientos y actitudes. El carácter de un niño(a) es moldeado, en un primer
momento, a partir de sus interacciones con los miembros de su familia, y
posteriormente recibirá la influencia de la estructura social y cultural en la que crezca.

La familia es la gran agencia psíquica de la sociedad. Al adaptarse el niño(a) a


su familia de origen, adquiere un carácter básico con el que después enfrentará las
tareas que debe ejecutar en su vida social; aunque con el tiempo y las nuevas
experiencias dicho carácter se puede ir reestructurando, el temperamento no cambia,
aunque se aprende a gobernarlo. En cambio el carácter si puede variar con las nuevas
interacciones que experimente en la vida.

El Carácter es el conjunto de cualidades positivas o negativas que hacen a una


persona lo que es, pero un carácter sano, desde nuestra particular perspectiva, lo
entendemos como la suma de dos cualidades vitales en el ser humano: la
Integridad y la Autenticidad; el primero nos remite a una vida que respeta principios
éticos y morales absolutos, mientras que el segundo, se relaciona con una autoestima
sana. Es con ambas cualidades que una persona enfrenta su existencia; así, si la
autoestima es pobre, tendrá temores y desconfianzas en sus propias capacidades,
abandonando la lucha por sus sueños; y si sus valores se encuentran distorsionados,
escogerá caminos errados para alcanzarlos, pudiendo tener un destino final no
deseado. La salud de un carácter sano descansa necesariamente sobre la integridad
y la autenticidad.

CARÁCTER = INTEGRIDAD + AUTENTICIDAD


(Valores positivos) (Autoestima sana)

Comprendiendo, entonces, que la Vocación se relaciona con las habilidades


especiales de una persona y el Carácter con cualidades como la integridad y la
autenticidad, creemos que estamos en condiciones de formular una definición o un
constructo práctico de lo que podemos entender por identidad, para que sobre esa
base podamos enfocarnos en su construcción y en su relación con el destino.
Definiendo la identidad

Hay dos temas que hemos desarrollado, que están relacionados con la
formación del concepto de identidad de todo individuo: la VOCACIÓN y el
CARÁCTER. Uno tiene que ver con lo que yo hago, en base a mis habilidades; y el
otro con lo que yo soy, en base a mi carácter; la confluencia e interacción de ambos
es lo que van a ir configurando mi identidad. La suma de mi HACER, que es mi
vocación, con mi SER, que es mi carácter, terminan de formar mi identidad.

CARÁCTER (SER) + VOCACIÓN (HACER) = IDENTIDAD

No puede construirse una identidad verdadera sin la conjunción de estos dos


elementos, porque la vocación y el carácter es lo que definen a la persona, y es
también lo que va determinando su destino. Pero una identidad sana, que pueda
asegurar una existencia promisoria, requiere que los talentos y habilidades de una
persona puedan sostenerse sobre el cimiento de un carácter saludable, porque como
decía Edwin L. Cole “mi talento me puede llevar sólo hasta donde mi carácter me
pueda sostener”. Una persona con un buen talento, pero con un mal carácter, es más
probable que tenga un destino final trágico; porque las grandes potencialidades, sin
el cimiento de un carácter sano, pueden destruir a una persona, como es el caso de
grandes artistas y deportistas, que contaban con grandes habilidades, pero que
terminaron mal su existencia debido a la distorsión de sus valores y su autoestima.
Ellos son claros ejemplos de la importancia de un carácter saludable que pueda
constituirse en el soporte de todas esas habilidades, las cuales, sin la firmeza de unos
rasgos interiores sanos, corren el riesgo de derrumbarse.

El SER precede al HACER. No podré hacer nada valioso ni de manera eficaz,


si primero no he desarrollado saludablemente mi SER. El desarrollo del carácter tiene
que anteceder al desarrollo de las habilidades, porque un carácter dañado puede
acarrear alguna de estas consecuencias: que mis talentos emerjan, pero que no se
sostengan, o que mis talentos no surjan, porque se encuentran bloqueados por la
inmadurez o las lesiones de mi carácter, que es lo que más predomina. La expresión
eficaz de mis potencialidades (HACER), que no es otra cosa que mi VOCACIÓN, sólo
puede darse apropiadamente sobre la base del desarrollo de un CARÁCTER sano
(SER), cuya ausencia probablemente bloqueará el desarrollo de las potencialidades.
Sanar mi CARÁCTER (SER) es pues activar mi VOCACIÓN (HACER).

A partir de lo dicho podemos decir que la identidad es la suma de mi


CARÁCTER más mi VOCACIÓN, es decir, la suma de mi SER más mi HACER.
Es la convicción de tener un llamado íntimo a cumplir una determinada misión
en la vida, basada en mi vocación, que es donde se expresan lo mejor de mis
potencialidades, sustentados en un carácter sano, que sabe respetar principios
éticos y expresar una personalidad autentica.

El saber para qué estoy en este mundo, descubriendo la misión o el papel que
debo desempeñar en esta vida, sumado al desarrollo de un carácter maduro y
equilibrado, que se expresa en una personalidad auténtica y en una conducta basada
en integridad moral, que respeta principios éticos, es lo que definen la identidad
positiva de una persona sana y funcional. El saber lo que tienen que HACER
(vocación), cimentado en una adecuada salud de su SER (carácter), es lo que
constituirá una identidad positiva en nuestros hijos.

El SER se relaciona con la motivación que sustenta mi carácter, y el HACER


se relaciona con las acciones que nutren mi conducta. Somos la suma de nuestras
motivaciones y nuestras acciones, y la congruencia armoniosa de ambos factores
garantizará nuestra salud psicológica. Mi SER es lo que Yo Soy, mi HACER es lo que
Yo Hago; mi personalidad se define en la integración de ambas dimensiones. El
divorcio entre lo que soy y lo que hago, dependiendo del grado de separación, puede
constituir una patología en la identidad del individuo. La sana integración y la
coherencia entre mi SER y mi HACER constituyen la base de una identidad sana y
positiva.

La Fórmula de la Identidad Sana y Positiva

CARÁCTER (SER) + VOCACIÓN (HACER) = IDENTIDAD

CARÁCTER (sano) = AUTENTICIDAD + INTEGRIDAD

Autenticidad = Autoestima sana

Integridad = Valores positivos (principios morales)

VOCACIÓN = POTENCIALIDADES

Potencialidades = Habilidades especiales activadas

IDENTIDAD SANA = AUTENTICIDAD + INTEGRIDAD + POTENCIALIDAD

IDENTIDAD = DESTINO

Las personas que reconocen y usan eficazmente sus habilidades


(POTENCIALIDAD), encontrando así su misión en la vida; que no usan máscaras
sociales y se muestran como realmente son (ATENTICIDAD) y que no venden sus
principios morales de vida al mejor postor (INTEGRIDAD), son los que tienen el
privilegio de haber construido una identidad sana y positiva. Y dicha sanidad depende
del desarrollo apropiado de los tres componentes básicos de la identidad que
acabamos de presentar, y que a continuación nos explayaremos más en cada uno de
ellos.

Los tres componentes básicos de la identidad

Habiendo entendido que la identidad se forma a partir de la suma del carácter


y la vocación, y que la autenticidad y la integridad constituyen un carácter sano,
mientras que las potencialidades especiales activadas determinan la vocación,
podemos decir que estos tres elementos, finalmente, constituyen las tres columnas
básicas sobre las cuales se sostiene el edificio de la identidad sana de una persona.
A continuación desarrollaremos el concepto de cada uno de ellos.

1. AUTENTICIDAD: implica desarrollar una autoestima sana, en la que he


aprendido a amarme, valorarme y tenerme confianza; factores claves que me llevarán
a desarrollar una vida genuina y transparente, expresada en una personalidad sin
dobleces, donde coincidan lo que digo y lo que hago, así como lo que soy y lo que
aparento ser. Esa coherencia de mi vida interior con mi vida exterior, que es lo que
me da el coraje de ser yo mismo, será la que sustente gran parte de mi identidad,
expresado en esa cualidad básica llamada AUTENTICIDAD, como rasgo importante
de mi carácter, la cual puede ser definida como esa habilidad social de poder
mostrarme honestamente tal cual yo soy, en todo lo que pienso, siento y actúo

Una persona que no se ama ni se acepta a sí mismo no querrá ser ella misma,
por lo que de manera inconsciente se fabricará una determinada personalidad,
perdiendo así su autenticidad. Muchas de las neurosis de nuestro tiempo tienen su
origen en esa insatisfacción y negación de sí mismo, donde hay personas que se
resisten a mostrarse tal cual son y que gastan mucha energía en pre-fabricarse una
imagen irreal, pagando el precio de una ansiedad que reduce su productividad y
progreso en la vida. En su libro “El Miedo a la Libertad” Erich Fromm nos dice: “Este
naufragio de la personalidad en la existencia impersonal, que huye de sí misma y que
pierde en la conducta socialmente prescrita toda su autenticidad, representa
realmente la situación del hombre contemporáneo y su desesperada necesidad de
salir de la esclavitud del anónimo ‘todo el mundo’ y reconquistar su propio autentico
yo” 1.

La cultura, con sus prescripciones sociales, puede convertirse en un agente


que haga peligrar el desarrollo de la autenticidad de nuestros niños, pero para ello
deberá encontrar un terreno propicio caracterizado por una autoestima dañada. Si se
topa con una autoestima sana, que proviene de un hogar que nutrió al niño(a) con
mucho amor y aceptación, alejado de toda violencia conyugal y ausencia paternal, la
influencia negativa de la cultura será mínima, porque prevalecerá más su
autenticidad, y no se avergonzará ni tendrá miedo de ser ella o él mismo.

Muchos existencialistas, entre ellos Heidegger, hablan de dos tipos de


existencia: la banal y la auténtica. La primera se relaciona con una vida vacía y sin
sentido, producto del poco o nulo afecto hacia sí mismo; mientras que la autenticidad
se relaciona con una vida realizada y con propósito, producto de una autoestima sana.
“Pero es significativo que para el existencialismo, por lo menos en Heidegger, esa
falta de autenticidad es una condición fatal de la vida en sociedad y no el fruto de un
momento particular de la historia del hombre, que eventualmente podrá ser superado
por otras formas de vida” agrega Fromm.

En la perspectiva de estos autores, lo que se nos viene diciendo es que la


sociedad de nuestro tiempo (aunque ellos se referían a la modernidad, cuanto más
hoy que estamos en la posmodernidad) nos impone una cultura que conspira contra

1
Erich Fromm, El Miedo a la Libertad, pág. 18
el desarrollo de la autenticidad, empujando a las personas al automatismo; es decir,
a ser máquinas o robots, sin pensamientos ni decisiones propias, o dicho de otro
modo, carentes de identidad. Escapar de esa uniformidad social, en la que la sociedad
posmoderna de hoy busca envolver a nuestros hijos, con mayores recursos
tecnológicos que lo que hizo ayer con nosotros los adultos, significa ser diferentes y,
por lo tanto, auténticos.

Al respecto Paulo Cohello nos dice “La locura es la incapacidad de


comunicarse. Entre la locura y la normalidad, que en el fondo son lo mismo, existe un
estado intermedio llamado: ser diferente”. La cultura de nuestro tiempo tiende a
uniformarnos, queriendo que nuestros hijos sean “normales” y ser normal en este
mundo es ser domesticado, es pensar con la mente de otros, es tener igualdad de
pensamiento, emociones, deseos, etc., y eso es perder originalidad; por eso la gente
tiene miedo a ser diferente, porque teme ser rechazada por los demás y no quiere
salirse del rebaño, prefiere someterse a la mayoría, que ser diferente; no importa que
el precio que pague por ser parte de ella, sea el hipotecar el desarrollo de su propia
identidad.

Ese es el peligro latente al que nuestros hijos han de enfrentarse hoy; por eso
solamente la construcción de una autoestima sana, tarea irrenunciable de los padres,
puede constituirse en la vacuna eficaz contra el cáncer del automatismo, que ya es
una epidemia social que viene infectado a la mayoría de nuestros jóvenes. Ese es el
gran reto que como padres debemos asumir: impedir que nuestros hijos sean parte
de esa gran manada de jóvenes que divagan en este mundo sin identidad, jaloneados
como títeres por los hilos de la moda y las filosofías seculares que la sociedad impone.
El sentirse amados y valorados constituye la base de una autoestima sana, la cual les
permitirá desarrollar una personalidad auténtica.

La autenticidad es la expresión más genuina de la libertad interior, una libertad


que está en oposición a todo condicionamiento social, en la cual nuestros hijos no
sean como el perro de Pavlov (condicionamiento clásico), sometido al gran antojo del
laboratorio social que busca programar sus conductas. Ser auténticos es no vivir
según el libreto de la sociedad, aunque tampoco se trata de manifestar una oposición
arbitraria, sino de crear y afianzar el propio guion personal. Autenticidad es también
no vivir de las apariencias, sino de la esencia del propio ser; lo primero implica un
grado de patología, mientras que lo segundo es señal de salud psicológica.

En esta línea podemos recurrir al gran psicólogo humanista Carl Rogers, que
en su libro “El Proceso de Convertirse en Persona” (1961), aborda explícitamente el
tema del Yo, en el que reconoce a una persona normal y de funcionamiento cabal a
aquella que evita decididamente aparentar ser lo que no es o comportarse en una
forma que no corresponde a su Yo real.

Nuestro ambiente cultural confiere importancia a la apariencia, y tiende a


valorizar unos rasgos más que otros o una personalidad más que otra; se crean
estereotipos de personas de éxito y entonces el hombre trata de imitar, de aparentar
ser eso, aunque no le corresponda, perdiendo así su autenticidad. Por ejemplo, ser
una persona extrovertida parece ser un rasgo envidiable y señal de éxito, pero si una
persona de temperamento flemático, por seguir la moda, adopta aquella conducta
estaría pervirtiendo su Yo real.
Mucha gente joven y adulta creen que ser decidido, hablador y jovial es señal
de popularidad y éxito en las empresas sociales y vocacionales. Así pues, muchas
personas adoptan distintos rasgos característicos de una determinada personalidad
popular que el libreto social exige, renunciando a ser lo que verdaderamente son.
Rogers señala que el éxito se basa, en última instancia, en el ser real y no en
cualidades simplemente aparentes.

Rollo May en un capítulo de su libro “El hombre en búsqueda de sí mismo”


enfoca este tema de la autenticidad definiéndola como el carácter de permanecer
fiel a los propios principios, de ser consecuente con lo que se es y con lo que se
cree. Analiza las luchas e implicancias de esta necesidad. Él enfatiza el hecho de que
para ser uno mismo y mostrarse auténticamente se necesita de mucho coraje, pues
ser fiel a los principios que uno cree puede a veces hacer peligrar la permanencia de
la persona dentro de un grupo. Y se requiere mucha valentía para vencer el temor
que hay en la persona de quedar excluido de un grupo. Este punto de la lealtad a los
principios nos remite al siguiente componente de la identidad.

2. INTEGRIDAD: implica respetar y sujetarse a un determinado conjunto de


principios morales absolutos, siendo consecuente con ellos, de tal manera que
aunque cambien mis circunstancias, nunca cambien mis principios. Eso es lo que
revelará estabilidad interior, rasgo importante sobre el cual se cimienta la identidad.
Respetar un determinado código moral es algo que brinda identidad, porque permite
a la persona asumir una posición firme frente a los vaivenes de un mundo cambiante
e inestable. La persona jaloneada por las circunstancias, que cambia sus valores
según cambien las circunstancias, es alguien sin identidad, carente de la fuerza
interior necesaria para construirse sus propias circunstancias en vez de dejarse
arrastrar por ellas.

El joven sin identidad siempre estará dominado por fuerzas externas de su


medio entorno; siendo dependiente de lo que ocurra fuera de él, se convertirá
inexorablemente en una hoja otoñal tirada al viento de las circunstancias. Sólo la
posesión firme de un conjunto de valores morales absolutos le brindará la fuerza
interna que le permitirá poder gobernarse a sí mismo, algo propio de quien tiene
identidad, y no está a merced de todo lo que dicte su entorno, como ocurre con quien
carece de identidad. De esa lucha entre las fuerzas externas e internas que se
enfrentan al interior del alma humana, dependerá la salud identitaria del joven.

El tema de la importancia de la moral en la vida del ser humano no es un asunto


de religiosidad, sino que es un asunto vital de salud psicológica. Un investigador ateo,
como el psicoanalista Erich From, lo reconoce así en su libro que ha titulado Ética y
Psicoanálisis, en el que señala que “Los problemas de la ética no pueden omitirse en
el estudio de la personalidad… Un síntoma neurótico es en muchos casos la
expresión específica de un conflicto moral y el éxito del esfuerzo terapéutico depende
de la comprensión y de la solución al problema moral de la persona” 2.

La construcción de una identidad sana y positiva en nuestros hijos dependerá


también de la solidez de la formación moral que seamos capaces de brindarles. La

2
Erich Fromm, Ética y Psicoanálisis, pág. 09,10
pobreza o ausencia de principios éticos no sólo los hace vulnerables a transitar por
caminos peligrosos, que se podrían volverse contra ellos, sino que afecta también la
estabilidad de su mundo interior; porque como ha dicho E. Fromm: “Las normas
morales se basan en las cualidades inherentes al hombre y su violación origina una
desintegración mental y emocional…” 3. El respeto a principios morales no es para
convertirnos en religiosos, sino para preservar nuestra integridad psicológica.

Todo esto nos muestra que hay una íntima relación entre ética y salud
psicológica. Al respecto E. Fromm agrega que “El problema de la salud psíquica y de
la neurosis está ligado inseparablemente al problema de la ética. Puede decirse que
toda neurosis constituye un problema moral. El fracaso en no lograr la plena madurez
e integración de la personalidad total es un fracaso moral... En un sentido más
específico numerosas neurosis son la expresión de problemas morales, y los
síntomas neuróticos se manifiestan como consecuencia de conflictos morales no
resueltos” 4. Una pobreza de valores morales en la vida de una persona, fácilmente
nos puede alertar de la existencia de un problema psicológico en dicha persona.

El hombre es la única criatura dotada de conciencia moral, que junto a su


capacidad de razonamiento, son los dos grandes signos de su desarrollo y su salud
psicológica. Una limitación en el plano mental nos revelaría a una persona estancada
en su desarrollo o con serios problemas psicológicos; de la misma manera, una
ausencia o limitación en el plano moral, es clara señal de un trastorno psíquico, que
dificultará su desarrollo o su desenvolvimiento normal. La piscología de nuestro
tiempo, inmersa en una cultura de relativismo moral, no ha prestado mucha atención
a la forma cómo se relaciona la moral con la psiquis de las personas.

E. Fromm abordó este tema hace más de 50 años atrás, relacionando los
problemas morales con problemas neuróticos, como lo hemos visto anteriormente;
pero en la actualidad, hay autores que empiezan a destacar que los problemas éticos
se relacionan también con problemas mentales como la psicopatía. Uno de ellos es
Saúl Peña, fundador del psicoanálisis en el Perú, quien en una entrevista periodística
reciente señaló lo siguiente: “el diagnóstico de la patología mental en estos momentos
no es primordialmente la neurosis, no es la psicosis, no son las perversiones; el
principal problema que enfrenta el hombre es una patología de la ética, de la moral.
Lo que predomina ahora es la psicopatía, la corrupción…” 5.

Una sociedad sin normas ni leyes justas se corrompe y se desintegra; de igual


manera, una persona sin un código moral sólido, sin lindar con el legalismo, será
poseedora de una identidad alterada y susceptible de desintegración. La salud
psíquica de nuestros hijos está ineludiblemente supeditada a la práctica de un
conjunto de valores morales sanos; la carencia o limitación de ellos producirá ciertos
trastornos de su personalidad. El no sentir culpa por hacer lo incorrecto nos remite a
un psicópata (ausencia de conciencia moral); y traspasar la línea de lo correcto,
experimentando diferentes grados de culpabilidad o emociones encontradas, nos
remite a una personalidad neurótica, signada por la ansiedad.

3
Ibid, pág 19
4
Ibid, pág 242
5
Caretas No 2244 Agosto 09, 2012
El desorden moral en la vida de un ser humano lo llevará inevitablemente a un
grado de desorden psicológico en el desarrollo de su personalidad; aunque al principio
aparentemente no se sienta afectado, con el tiempo el desgaste emocional interno le
pasará la factura. Así como un aparato electrodoméstico, al que no se le usa de
acuerdo a las normas de su manual de funcionamiento, con el paso del tiempo
colapsará y ya no servirá, así también pasa con el ser humano que no se comporta
de acuerdo a las cualidades morales inherentes a su ser, poniendo en peligro su salud
psicológica. Por ello una terapeuta como Cloé Madanes ha dicho que “la terapia
puede ser sólo la búsqueda de una forma moral de vivir” 6; en otras palabras, mucho
de la restauración mental de una persona está asociada con una restauración moral
en su vida.

Dicha postura nos enseña que la formación moral oportuna que brindemos a
nuestros hijos no sólo les garantizará una salud psicológica adecuada, sino también
la construcción de una identidad sana que les permita tener éxito en medio de su
entorno. Al respecto pueden leer nuestro libro “Cultura de Valores: El Verdadero
Paradigma de Desarrollo” en el cual exponemos la tesis central de que la moral trae
progreso y que la inmoralidad trae fracaso 7; por ende, un destino exitoso para
nuestros hijos pasa también por una vida caracterizada por una alta integridad moral.

La integridad puede ser definida también como esa coherencia que existe entre
mi carácter moral y mi conducta pública. Implica vivir en base a principios y valores.
La experiencia de un personaje bíblico llamado Job nos permite encontrar una
excelente definición de lo que es la integridad; dicho libro dice que Job era una
persona íntegra (2:3) y a partir de su experiencia adversa, donde perdió su fortuna,
su familia y su salud, manteniendo a pesar de todo su fidelidad a Dios, es que
podemos construir el concepto de integridad, definiéndola como la capacidad de no
cambiar mis principios, aunque cambien mis circunstancias. Tanto en la
prosperidad como en la adversidad Job siguió siendo el mismo, practicando su misma
fe y sus mismos valores. Eso reveló la presencia en él de una identidad sana y firme.

3. POTENCIALIDAD: por ella nos referimos a las grandes capacidades,


talentos y habilidades con que hemos nacido, cuya libre expresión revelará
características peculiares de lo que somos. Dichas potencialidades especiales,
propias y originales, sumadas a las que vayamos adquiriendo, es lo que nos
diferenciará de los demás y marcará parte de nuestra propia identidad, además de
permitirnos destacar nítidamente en determinadas áreas de la vida.

Todos sin excepción, aun los que presentan ciertas discapacidades, poseemos
determinadas habilidades y talentos especiales, por los que seremos reconocidos por
los demás y con los cuales enfrentaremos las demandas de la vida. Son
competencias particulares que constituyen un activo que nos distinguirá y nos trazará
un determinado destino a seguir, ya que descubrir aquello en lo que somos buenos,
es descubrir nuestra vocación en la vida.

El hijo(a) que desconoce sus propias potencialidades o no puede expresarlas


libremente, ya sea por sus traumas o heridas emocionales, es alguien que

6
Sexo, Amor y Violencia, pág. 16
7
Cultura de Valores: El Verdadero Paradigma de Desarrollo, José Baldeón
definitivamente tiene afectado el desarrollo de su propia identidad. Una persona deja
de ser ella misma cuando niega sus cualidades personales o bloquea sus habilidades.
“El individuo normal posee dentro de si la tendencia a desarrollarse, crecer y ser
productivo y la parálisis de esta tendencia constituye en sí misma el síntoma de una
enfermedad mental” 8 ha dicho Erich Fromm. No expresar mis potencialidades
particulares es dejar de ser yo, es negar mi identidad, y eso no es otra cosa que un
síntoma de un problema de personalidad.

No funcionar de acuerdo a nuestras competencias y habilidades, es alterar


nuestra personalidad, y eso es síntoma de limitaciones y contradicciones internas. El
gran filósofo norteamericano William James, con una larga y brillante carrera en la
Universidad de Harvard, fundador de la psicología funcional, dijo: “En comparación
con lo que deberíamos ser, lo somos a medias; nuestra leña está húmeda, nuestro
esquema refrenado: estamos empleando sólo una parte de nuestras reservas
mentales y físicas”. No ser todo lo que deberíamos ser, al dejar de lado gran parte de
nuestras potencialidades especiales, es tener la identidad atrofiada y es funcionar a
medias, como dice este autor.

Al nacer, todo ser humano posee un sinnúmero de capacidades en potencia,


que yacen latentes, esperando ser actualizadas durante el crecimiento y desarrollo
del individuo; y que le son, en conjunto, únicas e irrepetibles, constituyendo así gran
parte de la configuración de su identidad. Más aún, tiene la capacidad todavía no
realizada, de darse cuenta, tanto de la existencia de cada una de estas
potencialidades, como de la ocurrencia de los procesos a los que éstas dan lugar en
sí mismas. El autoconocimiento y la autoconciencia de lo que se es capaz son
elementos claves en la construcción de la identidad.

El ser humano, como ejemplo de creación, tiene un extraordinario potencial de


desarrollo, porque es capaz de ser y hacer cosas para beneficio propio y de los
demás. Posee una gran capacidad de sentir, de dar y por ende, de servir. Es en esa
expresión de sus capacidades donde podrá encontrar su realización plena,
poniéndolas al servicio no sólo de un interés personal, sino también de causas
colectivas, manifestando así su propia identidad, porque al expresar sus habilidades
se está expresando a sí mismo.

Los dos cimientos básicos de la Identidad

Los tres componentes de la identidad que acabamos de ver son como tres
columnas que la sostienen; pero las columnas necesitan cimientos para fijarse con
estabilidad. La identidad posee dos cimientos que son dos bases que, si no son lo
suficientemente sólidas, harán peligrar el equilibrio de toda la estructura de la
personalidad. Dichas bases tienen que ver con dos sentimientos que se constituyen
en una plataforma sólida, sobre la cual se sostendrán sanamente la Autenticidad, la
Integridad y la Potencialidad. La ausencia o distorsión de dichos sentimientos
producirá inestabilidad en el mundo interior de los hijos, generando identidades
hipertrofiadas.

8
Erich Fromm Ética y Psicoanálisis Pag. 236
Dichos cimientos son los sentimientos de pertenencia y sentimientos de
autonomía que son la piedra angular sobre la cual se sostienen los tres componentes
que definen el carácter y la vocación, de cuya sumatoria se constituye la identidad.
Sin ellos, dichos componentes no se pueden desarrollar consistentemente. Son
sentimientos estrechamente vinculados a dos necesidades profundas que tiene todo
ser humano. Una es la necesidad de pertenencia, la de saberse parte de una familia,
una comunidad o una cultura; saber que no es un ser aislado, marginado o sin raíces
sociales, sino que forma parte de un sistema que lo acoge, lo acepta y lo valora. La
segunda es la necesidad de sentirse libre y autónomo para ser él mismo,
sosteniéndose sobre sus propios pies, tomando sus propias decisiones y escogiendo
sus propios caminos, sin quedar atrapado y asfixiado por su sistema.

Dichos sentimientos se constituyen en los dos principales cimientos que


sostienen toda la arquitectura de una identidad personal saludable. Sobre ella se
edificarán los tres componentes cardinales de la identidad. En el siguiente cuadro
mostramos cómo los sentimientos de pertenencia y de autonomía que un(a) niño(a)
pueda desarrollar, se constituyen en esa base firme sobre la cual se levantarán las
tres columnas o los tres componentes: Autenticidad, Integridad y Potencialidad, los
cuales sostienen el Carácter y la Vocación, de cuya suma finalmente se configurará
una identidad sana y positiva.

Arquitectura de la Identidad

IDENTIDAD
CARÁCTER + VOCACIÓN
A P
I U O
N T T
T E E
E N N
G T C
R I I
I C A
D I L
A D I
D A D
D A
D

Sentimientos de Sentimientos de
PERTENENCIA AUTONOMÍA

Los sentimientos de pertenencia y autonomía, que deben desarrollar los hijos,


sólo crecerán apropiadamente si su marco familiar les permite respirar una atmósfera
sana y positiva, que facilita el surgimiento de dichos sentimientos. De ahí que la familia
pueda constituirse en un facilitador o un inhibidor de dicho crecimiento. Una familia
funcional o facilitadora es aquella que promueve un balance apropiado para cada
edad, entre separación (autonomía) y conexión (pertenencia). La familia disfuncional
u obstaculizadora es aquella que presenta falta de empatía, de compromiso y de
respeto por la individualidad de los miembros; ya sea porque asfixian con su control
y sobreprotección, negando la autonomía, o porque abandonan afectivamente a los
hijos, negándoles su sentido de pertenencia. Son extremos que el psicoterapeuta
argentino Salvador Minuchin llama familias AGLUTINADAS y DESLIGADAS
respectivamente, a cuya sombra se anidan identidades distorsionadas.

Erich Fromm ha dicho que “La paradoja de la existencia humana es que el


hombre debe buscar simultáneamente la cercanía con los demás y la independencia;
la unión con otros y al mismo tiempo la conservación de su individualidad y de su
particularidad” 9. La salud psicológica de un(a) niño(a) se desarrollará en la medida en
que su familia sea capaz de brindarle el equilibrio prudente entre pertenencia y
autonomía, sin quedarse pegado en los extremos. En el cuarto capítulo retomaremos
nuevamente este tema y estaremos explicando cómo es que la familia ayuda a
desarrollar estos dos sentimientos.
Las tres grandes preguntas filosóficas de la identidad

Habiendo revisado los principales componentes con los cuales se construye la


identidad de una persona, y los cimientos que la sostienen, queremos ver ahora cómo
se relacionan cada uno de estos componentes con las tres grandes preguntas
ontológicas (estudio del ser) que la filosofía humana se plantea, con la intención de
poder entender mejor sus interacciones sociales y de qué modo afecta el desarrollo
de su identidad.

La gran pregunta “¿Quién soy?” se relaciona con la Autenticidad, con esa


gran capacidad de ser yo mismo, de tener claro lo que soy, con mis debilidades y
fortalezas, renunciando a vivir en la cultura de las apariencias.

La pregunta “¿De dónde vengo?” se relaciona con la Integridad o los valores


morales en que hemos sido formados en el pasado, particularmente durante nuestra
infancia. Los valores en que vivimos, positivos o negativos, revelan la cultura familiar
y social de la que procedemos. Nuestro carácter revela nuestro origen. Nuestra ética
manifiesta nuestra procedencia.

La pregunta “¿A dónde voy?” nos remite a nuestras Potencialidades, porque


ellas determinan nuestro derrotero en la vida. Puedo querer llegar a un determinado
lugar, pero sólo podré alcanzarlo si poseo las habilidades para ello. Sólo lograré
alcanzar las metas que yo me trace, si poseo las capacidades necesarias para
conquistarlas. De ahí que mi futuro esté determinado por mis habilidades, porque no
podré llegar más lejos de lo que ellas me permitan hacerlo. Mi destino está en función
de mis potencialidades, son ellas las que marcarán el sendero de mi vida.

9
Erich Fromm, Ética y Psicoanálisis, pág. 110
¿Quién soy? → AUTENTICIDAD = AUTOESTIMA SANA

¿De dónde vengo? → INTEGRIDAD = VALORES


ABSOLUTOS

¿A dónde voy? → POTENCIALIDAD = HABILIDADES ESPECIALES

Cinco consideraciones importantes sobre la identidad

1.- La identidad se construye en interacción con otros.

2.- La formación de una identidad sana implica un proceso de reconocimiento y


valorización de la propia individualidad. Se asienta sobre la base de una autoestima
sana.

3.- La identidad positiva está íntimamente relacionada con la madurez. Sólo se puede
construir una identidad sana a partir de una madurez relativamente sólida.

4.- La identidad sana es una experiencia subjetiva de armonía, paz y satisfacción


interior, sin apegos exteriores, cuya máxima expresión está en el servicio y
compromiso con los demás.

5.- La identidad positiva, construida a partir de un Carácter sano (autenticidad e


integridad) y una evidente Vocación (basada en las potencialidades), determinan un
destino promisorio, porque nos clarifica el camino que debemos recorrer en la vida.

De las cinco consideraciones que acabamos de describir, todas


importantemente relacionadas con el concepto de identidad, queremos enfatizar, de
manera más profunda, tres de ellas. Para la de identidad y destino lo haremos en el
capítulo final; las otras, que tienen que ver con la madurez y las interacciones, las
estaremos desarrollando en el siguiente capítulo.
CAPITULO II
EL PROCESO DE LA MADUREZ Y LA IDENTIDAD
“Su futuro no es esto o aquello, el dinero o el poder, la sabiduría o el éxito
profesional. Su futuro y su difícil y peligroso camino es madurar”. Hermann
Hesse

No podemos comprender plenamente el concepto de la identidad si no la


relacionamos con el proceso de madurez, que es algo a lo que todos los seres
humanos estamos llamados a alcanzar. No podemos forjar una identidad sana y
positiva en nuestros hijos, sino facilitamos su proceso de madurez. Ambos son
mutuamente dependientes. No puede haber una sana identidad sin una sana
madurez. No podemos desarrollar una identidad saludable en los niños si no
favorecemos las condiciones necesarias para que alcancen la madurez como
personas; porque toda persona inmadura no es otra cosa que una persona con una
identidad lisiada.

El proceso de la madurez

Definir el concepto de madurez no es tarea tan fácil, se puede prestar para


muchas subjetividades; y aunque todos tenemos una idea más o menos general y
convergente de lo que entendemos por madurez, queremos proponer una definición
práctica para evitar disquisiciones psicológicas con respecto a este constructo.
Siguiendo esta línea podemos definirla como un proceso que comprende el ir
superando determinadas etapas de crecimiento, que van desde la dependencia
neonatal hasta la interdependencia social, sin quedarse estancado en alguna de ellas.
Dicho proceso de crecimiento y desarrollo pasa por cuatro etapas:

Proceso sano:

Dependencia Contradependencia

Interdependencia
Independencia

El proceso de madurez tiene que ver con apegos y desapegos, que puedan ir
dándose de manera sana y equilibrada. implica ir rompiendo con los apegos
necesarios de la infancia, pasando por la autonomía de la juventud, para ir terminando
con el compromiso de servicio hacia los demás en la vida adulta, que es también una
forma de apego, pero más sano y funcional, y constituye una señal inequívoca de un
alto grado de madurez. A continuación veremos cómo se dan cada una de estas
etapas.

1. DEPENDENCIA: todos nacemos 100% dependientes, porque


necesitamos de otros para nuestra sobrevivencia. Es la etapa en la que somos
servidos y atendidos por los demás, principalmente por nuestros padres, porque
necesitamos de ellos para nuestro sostenimiento. Es la etapa de la infancia donde
el niño(a) depende mucho de sus padres para su sobrevivencia. No se reconoce a
sí mismo y se fusiona en los demás. Hay una clara inclinación a quedarse pegados
a los padres, la cual se expresa en una sumisión que implica estar a merced de sus
progenitores, no sin la manifestación de ciertas pataletas; aunque al final, si los padres
no ceden, de todas maneras el niño se sujetará, porque los necesita, ya que no puede
aún sostenerse por sí mismo.

Aquí el individuo es absorbido por su medio ambiente, su lema es “yo


necesito de los otros”. De no avanzar en esta etapa, a pesar de ir dejando la niñez
cronológica, desarrollará sentimientos de insuficiencia y puede derivar en una
personalidad neurótica, caracterizada por la ansiedad, y el miedo, producto de su
escasa confianza en sí mismo, los cuales se pueden manifestar en diversas
patologías como fobias, trastorno obsesivo compulsivo, hipocondría, etc y en casos
extremos desarrollar una identidad simbiótica, que no es otra cosa que una
dependencia enfermiza y asfixiante, en la que todo el tiempo necesita una mamá o
un papá que lo ame y lo atienda, no importa si ahora de adulto son una pareja o un
hijo(a) los que asumen dicha función.
2. CONTRA-DEPENDENCIA: es la negación de la dependencia, que se
expresa en un grado de rebeldía donde el joven se torna un tanto cuestionador,
asumiendo cierta distancia de sus progenitores, porque es una forma de buscar su
propia autoafirmación y un modo de encontrar su propia identidad. Se da
particularmente en la etapa de la adolescencia, donde se termina la obediencia ciega
de la niñez, para exigir razones valederas para obedecer. Se enfrenta al status quo en
la que ha vivido hasta ahora, para reclamar un espacio propio, donde él o ella también
haga prevalecer sus propios derechos, sus opiniones, sus deseos y sus proyectos
personales.

Empieza a reconocerse a sí mismo, por oposición a los demás. No está


dispuesto al dogmatismo que sus padres quisieran mantener y lucha por un grado de
autonomía; batalla que puede estar sazonada de cierta dosis de rebeldía, tan
necesaria en esta etapa para poder encontrarse consigo mismo y aprender a
conocerse, elementos importantes en la construcción de su identidad. Por eso en esta
etapa el adolescente aparece como una persona opuesta o en contradicción a su
medio ambiente, y su lema es “yo me resisto ante los otros” buscando
diferenciarse de los demás con el propósito de encontrar su propia singularidad.

Sin caer en una hostilidad abierta, debe ser una forma de enfrentarse a su
entorno buscando un lugar de reconocimiento, como una persona única y diferente, y
con una identidad propia que exige respeto y consideración de su medio social.
Dejarse aplastar por dicho medio es desarrollar una identidad servilista, que es el otro
extremo de la rebeldía abierta, que generalmente desemboca en una personalidad
depresiva. Ambas conductas, rebeldía abierta o servilismo complaciente, dos caras
de la misma moneda, son señales de no haber superado la etapa de la
contradependencia. El servilismo esconde sentimientos de complacencia, mientras
que la rebeldía se agazapa en sentimientos de resistencia. Muchas de las
enfermedades psicológicas de los adolescentes de nuestro tiempo, como la anorexia,
la abulimia, la depresión, y otros, no son otra cosa que resistencias inadecuadas
frente a un marco familiar opresivo o disfuncional, donde dichos síntomas se
constituyen en puertas de escape de una atmósfera familiar enrarecida. Al no poder
expresar abiertamente sus rebeldías las enmascaran en problemas psicológicos,
como los antes mencionados, que son una forma de resistencia pasiva.

La rebeldía desbocada es muy mala, pero una rebeldía mesurada es muy


positiva. El ex presidente chileno Salvador Allende decía: “ser adolescente y no ser
revolucionario es una contradicción hasta biológica”, con lo cual quería expresar que
ser rebelde, frente a un status quo que lo domina, es inherente a la vida de un
adolescente. Deja de serlo o algo anda mal en su proceso de crecimiento, si no
manifiesta al menos una dosis de insurrección, que unos padres sabios deberán medir
y encauzar adecuadamente. Aquellos padres que me dicen “yo tengo un hijo(a)
adolescente súper obediente” jactándose de ello, yo les digo inmediatamente que
ciertamente “es porque tiene unos padres súper dominantes”, algo que debería
avergonzarlos, porque están criando hijos con identidades servilistas o
complacientes.
Ser adolescente es ser rebelde, es normal y necesario que lo sea en esta
etapa, es el insumo básico en la construcción de su identidad. Es la edad en que se
va a revisar todo lo enseñado hasta ahora con el fin de comprobar lo que es real o
no. En esta etapa de la vida es necesaria una dosis de insubordinación, la suficiente
para poder adquirir sus propias convicciones. Vivir en la pasividad y el servilismo o el
dogmatismo, que un determinado marco familiar pudiera exigir, es un atentado directo
contra los cimientos de la identidad adolescente.
La obediencia ciega y la rebeldía abierta son extremos que dañan el desarrollo
de la personalidad del adolescente. Los excesos son siempre perjudiciales; un grado
de rebeldía es necesario para la autoafirmación, pero su exceso y su descontrol, que
impiden el avance a la siguiente etapa, pueden derivar en un desorden de la
personalidad, como la necrofilia (tendencia a la agresividad permanente) o a una
identidad psicopática (persona con baja o nula conciencia moral), incapaz de
respetar normas y valores. Por lo que domar la rebeldía del adolescente, sin coartarla
ni reprimirla, se convierte en la gran tarea pendiente de unos padres sabios.
3. INDEPENDENCIA: Luego de las dos anteriores se debe llegar a esta
nueva etapa, en la que también se hace necesario, ya no una cierta dosis de rebeldía,
sino una cierta porción de egoísmo, para pensar en sí mismo antes que en los demás,
porque es aquí donde se tienen que tomar las grandes decisiones trascendentales
para el futuro, como el elegir una profesión u oficio, una pareja o definir propósitos
importantes en la vida. Se reconoce a sí mismo, ignorando a los demás. Es el
momento de hacerse cargo de la propia existencia para hacerse un espacio en este
mundo; más adelante podrá haber tiempo para sus semejantes, pero por ahora el
joven tiene que ocuparse de sí mismo, casi sin reparar en los demás.

Esta parte del proceso se ubica en la etapa de la juventud, que es la fase


soñadora y planificadora de la vida, donde el joven busca romper el cordón umbilical
de su familia de origen para empezar a volar con sus propias alas, lanzándose a la
conquista del mundo que anhela. Aquí la persona es indiferente a su medio
ambiente y su lema es “yo ignoro a los otros”. En la búsqueda de su propio
espacio, el joven puede pecar de egoísta, centrándose en sus propios intereses; pero
es necesario que mesuradamente lo sea así, por lo menos en esta etapa, para abrir
una buena trocha frente a su futuro. Es por ello que prima el individualismo, porque
aún no se está en capacidad de hacerse responsable por otros.
En esta fase el joven recibe la influencia de su entorno, que puede ser ligera u
opresora, pero él o ella deberían hacer prevalecer su autonomía, como parte de la
construcción de su identidad, haciéndose responsables directos de su propio destino.
Por eso en esta etapa predominan sentimientos de autosuficiencia; el joven se
siente capaz de hacerlo todo, muchas veces, sin medir los riesgos de sus actos. Sufre
cierto grado de delirio omnipotente en la que se cree dueño del mundo y capaz de
ponerlo a sus pies. Pero los años y reveses de la vida deberán devolverle la sensatez.
Es el periodo también en el que el joven debe aprender a valerse por sí mismo,
sin “colgarse” de nadie, y paulatinamente deberá aprender a usar sus propios
recursos, no los de sus padres u otros, para su propia supervivencia. Afirmando dicha
posición, debe evolucionar a la siguiente etapa; de lo contrario, por las dificultades
que su marco familiar le imponga o la tozudez de su propio temperamento o una
combinación de ambos, puede quedarse estancado en un individualismo pernicioso,
que puede desembocar en una identidad narcisista, que siempre busque servirse
de la gente, con una incapacidad marcada de dar, esperando continuamente recibir;
deseando ser siempre el centro de su entorno sin interesarse por el servicio a los
demás, que es uno de los signos vitales de la madurez plena. Pero en casos extremos
el egoísmo, hasta cierto punto natural en la etapa juvenil, puede derivar en un
narcisismo pernicioso, que sumado a otros factores de interacción social, se puede
constituir en la antesala de una personalidad psicótica, por el cual escapa del
mundo real para erigirse como único y central de un mundo irreal.
4. INTERDEPENDENCIA: es la etapa que ya podemos llamar madurez en
la vida del ser humano. Su máxima expresión se da en el servicio y en su compromiso
con los demás, pero sin sacrificar su salud psicológica personal. Se reconoce a sí
mismo, pero valorando a los demás. Es la persona que tiene respeto y
consideración hacia los demás, que sabe relacionarse correctamente con otros y
dichas cualidades se manifiestan en el mutuo servicio. Su mayor expresión es
saberse dar hacia los demás, sin desintegrarse en esa entrega. Aquí la persona
interactúa con su medio ambiente, su lema es “yo sirvo a los otros”. Sabe
contactarse con su medio ambiente, sin agredirlo ni ser absorbido por él.

Asume una posición de servicio hacia los demás, sin servirse ni dejarse servir
de ellos. Desarrolla sentimientos de influencia positiva para con su entorno. Se
convierte en una persona de bendición y edificación para su medio social. No es
egoísta ni interesado en sus acciones. Se ama y se respeta a sí mismo, por lo que es
capaz de amar y respetar a los otros. Desea lo mejor para él, en consonancia con lo
mejor para los demás. Guarda un sano equilibrio entre la búsqueda de su satisfacción
personal y su servicio comprometido con el prójimo, empezando por su propia familia.
Muchos matrimonios fracasan, porque uno o ambos miembros de la pareja no
han llegado a este nivel de madurez y por eso no logran hacer sinergia en su hogar.
Si uno de ellos es narcisista, va a querer que lo amen y lo sirvan; si tiene rasgos de
psicópata, va a ser agresivo; y si tiene tendencias simbióticas, va a ser dependiente.
Pero en un matrimonio sano, se demanda que cada una de las partes tenga capacidad
de dar y recibir, sin quedarse pegado en uno de esos extremos. El sano equilibrio y
la mutua interdependencia es lo que asegura la funcionalidad de la pareja.
PROCESO de MADUREZ ETAPA de VIDA FORMAS de EXPRESION
 Dependencia  Infancia  Sumisión
 Contra-dependencia  Adolescencia  Rebeldía
 Independencia  Juventud  Egoísmo
 Interdependencia  Adultez  Servicio

La interdependencia es la última etapa de madurez, a la que todos deberíamos


llegar, pero resulta que algunos se quedan estancados en alguna etapa anterior.
Hablando patológicamente o de casos extremos, es simbiótico si se estanca en la
primera etapa; deviene en psicópata o en necrófilo (que tiende a la violencia), si se
queda pegado en la segunda etapa y en vez de servir a su prójimo, lo agrede y lo
daña. Y es narcisista si se estanca en la tercera etapa.

PROCESO de EXPRESION EXPRESION


MADUREZ NATURAL DISFUNCIONAL
 Simbiótico
 Dependencia  Sumisión
(Neurótico)
 Psicópata (o
 Contra-dependencia  Rebeldía
Depresivo)
 Independencia  Egoísmo  Narcisista (Psicótico)

 Interdependencia  Servicio Sinérgico

Los estilos de crianza de las familias deben ir cambiando, según cambien las
etapas de crecimiento, si no queremos afectar el proceso sano de la madurez de los
hijos. Son los padres los que facilitarán o interrumpirán el paso sano de una fase a
otra. Serán padres funcionales aquellos que logran modificar sus modos de crianza
de acuerdo a la etapa de crecimiento que atraviesen sus hijos. Son los que tienen un
manejo adecuado de las crisis propias de cada etapa. Pero padres disfuncionales son
los que se quedan pegados a estilos de crianza que ya no corresponden a la etapa
de vida por la que pasan sus hijos, afectando el desarrollo de su identidad.

La configuración de la identidad desde la madurez

Cada una de las tres primeras posiciones en la que puede quedar estancada
el desarrollo de una persona, puede convertirse en el principio organizador central
que penetra la personalidad total de una identidad insana. Estas posiciones
constituyen una limitación importante del desarrollo personal. La identidad sana y
funcional, que puede decirse es una posición equilibrada hacia sí mismo y hacia los
demás, es la interdependencia, porque se abre a los estímulos del ambiente sin ser
absorbidos por ellos (dependencia), ni estar en contra de ellos (contradependencia),
ni aislarse de ellos (independencia), sino que interactúa sanamente
(interdependencia), asumiendo respuestas firmes y equilibradas, de compromiso y
servicio a favor de los demás, manteniendo a salvo su integridad psicológica.

Visualización del entorno: ¿Cómo visualiza su entorno cada etapa?

Dependencia Absorbido por su entorno Sumisión


Contra-dependencia Opuesto a su entorno Rebeldía

Independencia Indiferente a su entorno Egoísmo

Interdependencia Comprometido con su entorno Servicio

Esquemas mentales dominantes en cada etapa: ¿Qué pensamientos predominan


en cada una de ellas?

Dependencia Yo necesito de los otros Sumisión

Contra-dependencia Yo me resisto ante los otros Rebeldía


Independencia Yo ignoro a los otros Egoísmo

Interdependencia Yo sirvo a los otros Servicio

Posicionamiento frente a la vida: ¿Qué sentimientos predominan en cada


etapa?

Dependencia Sentimientos de insuficiencia


Contra-dependencia Sentimientos de resistencia
Independencia Sentimientos de autosuficiencia
Interdependencia Sentimientos de influencia (servicio)

El paso sano de una etapa a otra implica necesariamente un grado de crisis,


que significa romper con la homeostasis (equilibrio) de una etapa para entrar a una
nueva. Una familia funcional es aquella que puede manejarse entre el equilibrio (para
mantenerse en una etapa) y el desequilibrio (para avanzar a la siguiente etapa), según
corresponda el caso. Las familias disfuncionales se caracterizan por su rigidez frente
a dichos cambios.

Los padres funcionales facilitarán a los hijos el paso de una etapa a otra,
creando la atmosfera familiar necesaria para ello; mientras que unos padres
disfuncionales dificultarán dicho proceso, propiciando el terreno fértil donde crecerán
las identidades disfuncionales o patológicas. El modo en que se establezcan las
relaciones interpersonales al interior de la familia, es decir, la forma en que interactúen
entre ellos, la manera de relacionarse como cónyuges y como padres, es lo que
determinará el tipo de terreno en la cual se edificará la identidad de los hijos;
obviamente, dicha construcción se realizará sobre la base del temperamento con el
cual ellos hayan nacido.

Redefiniendo la madurez

En base a todo lo dicho anteriormente, podemos resumir el concepto de


madurez afirmando que ella puede ser definida como el proceso gradual de pasar de
la dependencia hasta llegar a la interdependencia. En términos de la terapia Gestalt
sería pasar del apoyo externo al auto-apoyo. Todos sin excepción deberíamos pasar
por estas etapas. En un determinado tiempo de nuestra vida es natural y normal que
vivamos la expresión de cada una de ellas. La inmadurez se produce cuando nos
estancamos en alguna etapa y no avanzamos hacia la siguiente. El proceso se frustra
y hasta puede transformarse en un cuadro patológico, cuando no se llega a la última
etapa de la interdependencia.

Todos nacemos 100% dependientes, necesitando que otros nos atiendan y nos
sirvan para poder sobrevivir; pero conforme vamos creciendo, debemos llegar a
alcanzar la madurez, de modo que seamos capaces de atendernos y servirnos a
nosotros mismos, así como también de poder servir a otras personas (pareja, hijos,
etc.). Interrumpir ese proceso, por haber quedado estancados en alguna etapa sin
poder avanzar a la siguiente, a causa de un marco familiar y/o social disfuncional, es
quedarse inmaduros, en el mejor de los casos, o devenir en una identidad patológica,
en el peor de los casos.

La inmadurez no es otra cosa que el haber quedado atrapado en alguna de


esas tres primeras etapas, porque puede ser que tengamos 30 o 40 años y sigamos
estancados en la etapa de dependencia o contradependencia. Lo ideal es llegar a la
etapa de la interdependencia, porque esa es la señal que hemos alcanzado un
determinado grado de madurez, lo cual debe expresarse en un genuino compromiso
y servicio hacia los demás, sin auto-lastimarse en esa acción, y en esa enorme
capacidad de hacer sinergia con otras personas. Se expresa en una capacidad sana
de dar y recibir afecto, sin mendigar ni dominar afectivamente a su entorno. Pero la
evolución sana de una fase a otra está determinada por el tipo de interacciones
saludables que puedan darse en el seno de una familia funcional.

La construcción de la identidad en la interacción con los demás


En este acápite queremos revisar, a modo de resumen, sabiendo ya que el
proceso de madurez está íntimamente relacionado con la construcción de la
identidad, cómo es que ella va tomando forma a partir de la calidad de las
interacciones que el sujeto experimente con las personas significativas que lo
circundan, principalmente con sus padres. La forma apropiada y sana de relacionarse
con ellos es lo que determinará la configuración de una identidad sana y positiva en
los hijos.
A continuación, de manera breve, queremos describir cómo se asocian las
cuatro etapas del proceso de madurez a la construcción de la identidad, destacando
en cada una la relación particular que el Yo o el sí mismo asume con los demás.
Veremos cómo la persona, desde la infancia, empieza a tomar conciencia de sí mismo
y a establecer un tipo particular de relación con las personas de su entorno. En otro
capítulo desarrollaremos con mayor amplitud los efectos de dicha interacción.
Dependencia: No se reconoce a sí mismo, se fusiona en los demás. En caso
que no supere esta etapa aprenderá a relacionarse con los demás en base a la
sumisión, pudiendo terminar en una personalidad neurótica expresada en una
identidad simbiótica.

Contra-dependencia: Empieza a reconocerse a sí mismo, por oposición a los


demás. En caso que no supere esta etapa aprenderá a relacionarse con los demás
en base a la complacencia o a la violencia, pudiendo desarrollar una personalidad
depresiva, expresada en una identidad servil, o una identidad psicopática,
expresada en una rebeldía desbocada.

Independencia: Se reconoce a sí mismo, ignorando a los demás. En caso que


no supere esta etapa aprenderá a relacionarse con los demás en base a la
indiferencia, desarrollando una conducta egoísta, pudiendo terminar en una
identidad narcisista, que en casos extremos y con la presencia de otros factores
puede emerger una personalidad psicótica.

Interdependencia: Se reconoce a sí mismo y también a los demás. Es la


última etapa que revela el grado de madurez que una persona ha alcanzado, en la
que ha aprendido a relacionarse con los demás en base al servicio desinteresado.
Sabe darse al prójimo, pero sin sacrificar su integridad psicológica. Ha desarrollado
su capacidad sinérgica para potenciarse en su relación con los otros.

Identidades insanas que se incuban en relaciones insanas

No olvidemos que la identidad se va construyendo en el marco de la interacción


con los demás. La terapeuta familiar Juana M. Droeven (2011) ha afirmado al respecto
que “la identidad es un proceso que se desarrolla en cada uno en relación con otros,
que nos confirman, o no, la imagen de nosotros mismos. Esos ‘otros’ son figuras
significativas de nuestra historia…” 10, en el caso de los hijos, esas figuras
significativas son los padres. Si aprendemos, como tales, a relacionamos sanamente
con nuestros hijos, ellos tendrán una identidad positiva; si lo hacemos de manera
incorrecta, desarrollarán probablemente una identidad negativa.

Hay tres tipos de conducta, que a una determinada edad son normales, pero
que dejan de serlo cuando se siguen manteniendo a pesar de estar en otra edad. A
la edad de uno o dos años de vida es normal que nuestros hijos sean dependientes,
pero a los 15 o 20 ya es anormal, y si dicha dependencia persiste a los 30 o 40, ya es
patológico.

El quedarse pegados en una conducta que ya no corresponde a la edad,


dependiendo el grado de estancamiento, puede lindar con lo patológico, pudiendo
manifestarse como un grado de neurosis y en casos extremos hasta de psicosis, en
la que el individuo establece relaciones insanas con los demás, porque se ha quedado
confinado en una de las tres primeras etapas anteriores a la de la interdependencia.

En este acápite queremos desarrollar, de manera más explícita, las identidades


distorsionadas que hemos mencionado anteriormente y que están relacionadas con
la incapacidad de avanzar de una etapa a la otra. El estancamiento en una fase de
desarrollo puede hacer que las personas desarrollen un movimiento hacia la gente
(simbiótico), contra la gente (psicopático) o un alejamiento de la gente (narcisista).
Dependiendo de dicho movimiento se puede desarrollar, en grados menores o
mayores de patología, una de las siguientes identidades insanas.

10
Juana M. Droeven, Más allá de Pactos y Traiciones, pág 118
1. IDENTIDAD SIMBIÓTICA. Es una de las varias formas que toma una
personalidad neurótica, la cual se caracteriza por la ansiedad y miedo que envuelve
a una persona, llevándola a desarrollar una dependencia a alguien o hacia algo. En
cuanto a la identidad simbiótica, ésta se produce cuando el individuo se queda
estancado en la etapa de la dependencia. El término simbiosis viene del griego que
significa “convivir”. Es la relación estrecha entre dos organismos que no pueden vivir
el uno sin el otro. El botánico alemán Anton de Bary en 1873 acuñó el término
simbiosis para describir la estrecha relación de organismos de diferente tipo.
Concretamente la definió como «la vida en conjunción de dos organismos disimilares,
normalmente en íntima asociación, y por lo general con efectos benéficos para al
menos uno de ellos». La psicología, tomó prestada de la biología este término para
referirse a todo tipo de dependencia enfermiza que se produzca en las
relaciones humanas.

La identidad simbiótica se puede manifestar de dos maneras distintas, que son


como dos caras de la misma moneda, y que tienen como trasfondo común la
dependencia enfermiza. Una forma es la sumisión y otra forma es la dominación, la
primera desarrolla una conducta complaciente, mientras que la segunda, una
conducta absorbente; ambas actitudes persiguen el quedarse pegados a la otra
persona.

En la relación simbiótica la persona es incapaz de establecer vínculos sanos


con los demás, porque desarrolla apegos enfermizos debido a los cuales se
desintegra en el otro(a) o termina absorbiendo al otro. Por ejemplo, en las relaciones
de pareja sólo hay un alma, pero con dos cuerpos, porque uno de los cónyuges quedó
fundido en el otro. “Eso significa que ha habido un proceso de alteración perceptiva,
cognitiva, emocional e individual previamente, pero que curiosamente se produce a
partir de la creación del sistema de pareja. Sin embargo, algo negativo ocurre cuando
uno o ambos miembros ´enloquecen´ y entran en la sensación de ceguera y
dependencia mutua completa” es lo que señala el psicoterapeuta Xavier Serrano
(2003) 11.

Esta es una relación en la que el simbiótico siempre pierde, y no logra obtener


su autonomía porque siempre está buscando huir de la soledad, que es donde se
hunden las raíces de su dependencia, llegando a ser parte de otra persona o bien
“absorbiéndola”. Lo primero es la raíz de lo que clínicamente se describe como
masoquismo, que es el intento de despojarse del Yo individual, de huir de la libertad
y de buscar seguridad adhiriéndose a otra persona, aunque ello le produzca
sufrimiento. Lo segundo es el sadismo, la otra cara de la dependencia simbiótica, en
la que a través del control y la violencia se busca absorber al otro, sometiéndolo a la
fuerza, porque tampoco se puede vivir sin la otra persona.

La primera expresión de identidad simbiótica, aquella que desarrolla una


conducta de sumisión, asume un comportamiento de complacencia al actuar
dócilmente frente a lo que los demás le piden y ordenan, porque siempre está
buscando el afecto y la aprobación de los otros. Ha sido programado para valorar más
las opiniones ajenas, antes que las convicciones propias. En su rol obediente
11
http://www.esternet.org/pareja_conflictos.htm
adquiere necesidades, sensibilidades, inhibiciones e inclusive valores que se centran
alrededor del deseo de conseguir el afecto y la aceptación de los demás.

Su tipo idealizado, al cual busca asemejarse, es la persona santa, altruista, no


combatiente, incapaz de negarse a algún pedido o de discrepar con alguna opinión,
es alguien que se entiende con todo el mundo y es querida y admirada por los demás.
Pero esto puede ser puro histrionismo inconsciente, porque detrás de esa fachada
honorable probablemente se esconde una personalidad depresiva, cuya experiencia
de vacío interno la empuja a asumir una conducta “ideal” que le permita alcanzar el
tan ansiado afecto externo.

La identidad simbiótica se va construyendo en una atmosfera familiar de


sobreprotección, con unos padres muchas veces aprensivos y ansiosos, que
expresan un amor asfixiante hacia sus hijos, que nos los dejan valerse por sí mismos,
ahogando así el desarrollo de sus potencialidades, debiendo en el futuro colgarse y
depender de las potencialidades de los otros, característica básica de las conductas
simbióticas.

2. IDENTIDAD PSICOPÁTICA. Se puede producir cuando el individuo se


queda estancado en la etapa de la contradependencia. A la persona psicópata se la
define como a alguien que tiene poca o nula conciencia moral, y que tiene dificultades
para respetar límites y normas establecidas. Puede ir desde pequeñas mentiras a
grandes violaciones morales y legales. La intensidad y la frecuencia de dichas
conductas determinará el grado de patología. El psicópata propiamente dicho es un
trastorno antisocial de la personalidad. Es una rebeldía desbocada que no pudo ser
contenida ni encausada apropiadamente por su marco familiar.

Wikipedía, la enciclopedia libre, al referirse a este tema dice lo siguiente: “Los


psicópatas no pueden empatizar ni sentir remordimiento; por eso interactúan con las
demás personas como si fuesen cualquier otro objeto, las utilizan para conseguir sus
objetivos, la satisfacción de sus propios intereses. No necesariamente tienen que
causar algún mal. La falta de remordimientos radica en la cosificación que hace el
psicópata del otro; es decir, que el quitarle al otro los atributos de persona para
valorarlo como cosa, es uno de los pilares de la estructura psicopática. Ellos tienden
a crear códigos propios de comportamiento, por lo cual sólo sienten culpa al infringir
sus propios reglamentos y no los códigos comunes…

Además los psicópatas tienen un marcado egocentrismo, una característica


que puede ser propia de las personas sanas, pero que es intrínseca a este desorden.
Esto implica que el psicópata trabaja siempre para sí mismo por lo que cuando da, su
aparente generosidad está manipulando o esperando recuperar su inversión en el
futuro… Una personalidad psicopática no se restringe a la del asesino en serie, tal y
como sugiere el estereotipo más extendido en nuestra sociedad. Éste puede ser una
persona simpática y de expresiones sensatas que, sin embargo, no duda en cometer
un delito cuando le conviene y, como se ha explicado, no se siente mal por ello. La
mayor parte de los psicópatas no cometen delitos graves, pero no dudan en mentir,
manipular, engañar y hacer daño para conseguir sus objetivos sin escrúpulo
alguno” 12.

Los psicópatas son personas que generalmente actúan con agresividad,


porque sus padres fracasaron en modular el control de sus impulsos, y por ello se
resisten a los límites o normas establecidos por su entorno. Tratan de conseguir las
buenas cosas de la vida, por medios vedados. Buscan poseer el control de los objetos
y de los demás, ya sea con una sutil manipulación o con una abierta agresión.

Así como el poseedor de una identidad simbiótica consigue resultados a través


de la complacencia, el de identidad psicopática también los obtiene, pero a través de
la violencia, producto de su rebeldía desbocada. El Yo ideal de este tipo de identidad
es el héroe conquistador, que es fuerte y poderoso y a quien se debe obedecer de
buena gana; es el “líder” que tiene el control de su entorno y que siente que las
personas y las cosas son de su propiedad, por lo cual no tiene que pedir permiso para
tomarlas. Cree que todo aquello que es deseable (poder, fama y riqueza) sólo está al
alcance del individuo fuerte y poderoso.

Este tipo de personalidad privilegia en su vida las pasiones, los instintos y los
deseos personales por encima de toda norma o ley que pudiera obstaculizarlos.
Desde una perspectiva psicoanalítica podemos decir que es la dominación de un Ello
fuerte sobre un Súper-Yo débil. Es la supremacía de los impulsos humanos sobre los
valores morales, fuente de toda desintegración personal y social.

El autoritarismo instalado en el seno familiar puede ser muchas veces el


origen de una identidad psicopática, en complicidad con el temperamento del
joven. Es bueno poner límites y normas morales en la vida de nuestros hijos; no
hacerlo, afectará su identidad, pero hacerlo de cualquier manera o de forma impositiva
y rígida, como lo hace el padre autoritario, también distorsionará su identidad, porque
se negará a respetar dichas normas, no por ellas mismas, sino por lo que representan
o simbolizan en sus mentes: la imagen de un abuso o de una injusticia.

La mejor vacuna contra el surgimiento de una identidad psicopática es la


construcción de un marco familiar que sepa establecer los límites y las normas
morales adecuadas, parámetros y reglas que no sean asfixiantes ni legalistas, como
tampoco permisivas ni livianas, sino convergentes en un punto de equilibrio prudente.
No se trata de negociar con los hijos los principios éticos que deben de cumplir, sino
de no imponérselos, aunque sea lo más fácil de hacer; más bien debemos animarlos
y persuadirlos a vivir en ellos, algo que demanda de nosotros más paciencia, pero
que trae mejores resultados.

3. IDENTIDAD NARCISISTA. Se puede dar cuando se produce un


estancamiento en la etapa de la independencia, aunque tiene su origen en la carencia
de afecto experimentada durante la infancia. Narcisismo es un término que la
psicología recoge de la mitología griega. El relato más conocido sobre el mito de
Narciso es el que Ovidio relató en su tercer libro de Las Metamorfosis en el año 43 a.
C.; en él se cuenta que Narciso era un joven de singular belleza que despertaba

12
http://es.wikipedia.org/wiki/Psicopat%C3%ADa
pasiones en mortales y dioses, las cuales no eran correspondidas debido a la
incapacidad del muchacho para reconocer al otro y amarlo.

Al ver su propio rostro reflejado como en un espejo en el agua, Narciso queda


embelesado y no puede dejar de contemplarse; se dice que se enamoró de su propia
imagen. El joven deja entonces de atender sus propias necesidades básicas, absorto
en dicha imagen, y termina convirtiéndose en una flor hermosa y maloliente. Es lo que
cuenta el mito.

El concepto narcisismo fue desarrollado por el austriaco Sigmund Freud y


engloba a una serie de características de la persona vinculadas a la vanidad y el ego,
que le genera problemas para desempeñarse adecuadamente en la sociedad.
Aunque se puede aludir a una serie de rasgos propios de la personalidad normal, el
narcisismo puede también manifestarse como una forma patológica extrema, en la
cual la persona sobreestima sus habilidades y tiene una necesidad excesiva de
admiración y afirmación. Se caracteriza por una baja autoestima acompañada de una
exagerada sobrevaloración de la importancia propia y de un gran deseo de admiración
por los demás.

La personalidad narcisista se instala a partir de una carencia afectiva que un


niño(a) experimenta de parte de sus figuras paternas; esa incapacidad de brindar
amor de parte de ellos hace que el niño(a) no se sienta amado, por lo que no aprende
a amarse a sí mismo. Empequeñecido en su autoimagen se refugiará construyendo
una nueva imagen de grandiosidad, porque ello le permitirá elevar su maltrecha auto-
valoración y podrá sentirse un poco mejor consigo mismo. Su hambre insaciable de
reconocimiento, que hunde sus raíces en una baja autoestima, se asila en la
admiración y la adulación que pueda recibir de quienes lo circundan.

El narcisista pareciera ser una persona que se ama mucho, pero en realidad
es todo lo contrario, se ama poco o nada, producto de la experiencia de rechazo en
la que vivió. Es víctima de un desorden de personalidad que se relaciona con un
sentimiento de vergüenza, producto del desamor de su entorno. No se ama a sí
mismo, porque nunca se sintió plenamente amado. En ello subyace la raíz de su
desprecio a sí mismo, lo que lo impulsa a construirse un Yo ideal que vende hacia
fuera, renegando de su Yo real, que esconde hacia adentro; porque al no poder
aceptarse a sí mismo, necesita ser el centro de la atención de los demás, proyectando
ese Yo ideal que logre la aprobación, la admiración y el aplauso de su entorno, porque
con eso logra calmar temporalmente la ansiedad que le produce su vergüenza interior.

La personalidad narcisista es, en sí misma, una forma de supervivencia, es un


tipo de mecanismo de defensa que cumple la función de contrarrestar el vacío y el
inconformismo de un alma que no se sabe amar sanamente a sí misma. Los seres
humanos desarrollamos mecanismos de adaptación para lograr funcionar en medio
de nuestra sociedad, y el narcisismo es precisamente eso, un mecanismo para lograr
adaptarse a su medio. Como esta persona no se acepta a sí misma, necesita
construirse una imagen que sí se pueda aceptar. De este modo, trata de compensar
su profundo desprecio por sí mismo, buscando el aprecio de los demás.

En la economía de la psiquis se produce lo que se llama la ley de la


compensación: frente a la carencia de algo interno, se busca llenar de alguna manera
ese vacío con una postura externa; es así, que frente a la falta de amor hacia a sí
mismo, el narcisista busca compensar esa carencia construyendo una imagen a la
cual sí se pueda amar. Eso es lo que está detrás de todo narcisista: un hondo vacío
y desprecio por sí mismo, que hará que busque poder, fama, riqueza, etc. para que
externamente pueda sentirse importante, porque internamente se siente
insignificante. La valía que no puede encontrar dentro de él, intenta hallarla fuera de
él, tratando de acumular cosas, alcanzar posiciones u obtener títulos que le permitan
ganar la aprobación de los demás.

El origen de esta patología se puede encontrar en niños que no fueron


deseados mientras estuvieron en el vientre materno o que crecieron en una atmosfera
carente de amor o con ausencia de aceptación. Es la experiencia de rechazo la que
subyace a la personalidad narcisista, en la que no se sintió amado ni aceptado
plenamente por las figuras más significativas de su entorno. El mensaje que tiene
grabado en su mente es que no es importante ni valioso en sí mismos, con el Yo real
que tiene, por lo que se ven impelido, como un mecanismo de defensa, a perseguir
un Yo ideal con el que ahora sí espera encontrar la aprobación de los demás.

El narcisista tiene un ego tan dañado que buscará reemplazarlo urgentemente,


aunque de manera equivocada, con un nuevo ego más comercial, que sea aceptado
y ensalzado por su entorno. Obviamente fracasará en su intento, porque no se trata
de inventarse un nuevo Yo, sino de amar y perfeccionar el que se tiene. Pero el
narcisista al no sentirse aceptado plenamente por lo que es, inconscientemente
proyecta una imagen ideal de sí mismo, en el que ahora sí se pueda sentir aceptado
por los demás; privilegiando así la apariencia antes que la esencia de su ser, con la
finalidad de vender una imagen que en su entorno sea aceptada y valorada;
colocando así, la valía de su persona, en lo que los demás piensen de él, antes que
lo que él pueda pensar de sí mismo.

No vamos a detenernos en abordar la manera de superar el problema del


narcisismo, porque ello rebasaría el propósito de este libro, que es más preventivo
que terapéutico, ya que está dirigido más bien a orientar a los padres para que puedan
formar una identidad sana y positiva en los hijos, antes que corregir daños. Lo único
que finalmente podemos agregar es que el amor, sano y eficazmente expresado en
una aceptación incondicional a ellos, es la mejor vacuna contra el desarrollo de toda
identidad narcisista.

IDENTIDADES PATOLOGICAS

Dependencia Sumisión Simbiosis

Contra-dependencia Rebeldía Psicópata

Independencia Egoísmo Narcisismo

IDENTIDAD SANA:

Interdependencia Servicio Sinergia


La forma sana de evolución es llegar al nivel de Servicio o compromiso con los
demás, preservando la salud propia, sin quedarse estancado en alguna etapa o forma
patológica.

Factores Familiares que distorsionan la identidad

Sobreprotección Sumisión o Identidad Simbiótica


(Produce estancamiento en la fase de dependencia)

Autoritarismo Rebeldía o Identidad Psicopática


(Produce estancamiento en la fase de contra-dependencia)

Rechazo Egoísmo o Identidad Narcisística


(Produce estancamiento en la fase de independencia)

Factores familiares que favorecen una identidad positiva

Responsabilidad Potencialidad (confianza en ellas)


(Produce rompimiento de la fase de dependencia)

Disciplina Integridad (respeto a las normas)


(Produce rompimiento de la fase de contradependencia)

Ternura Autenticidad (amor y aceptación de sí


mismo)
(Produce rompimiento de la fase de independencia)

Este segundo cuadro no está aún del todo desarrollado, porque lo estamos
reservando para un próximo capítulo donde hablaremos de los principios que
desarrollan una identidad funcional; si lo hemos puesto con antelación es para
contrastarlo con los factores que la desfavorecen. En el siguiente capítulo nos
extenderemos sobre la importancia de las relaciones interpersonales al interior de la
familia, y de ésta última como fuente generadora de identidades sanas e insanas,
producto de dichas interacciones.
CAPITULO III
LA ATMÓSFERA FAMILIAR EN LA CONSTRUCCIÓN DE
LA IDENTIDAD
“Es más fácil y mejor construir la vida de un niño, que
reparar la vida de un adulto”

En este capítulo y en el próximo queremos señalar la importancia del papel que


juega la familia, como primer ente socializador del individuo, en la construcción de la
identidad de los hijos. Son los padres quienes se constituyen principalmente en los
grandes escultores que darán forma a gran parte de la personalidad de los hijos, sobre
la base de un temperamento con la que ellos nacen. Con el tiempo también la
sociedad y la cultura dejarán sentir su influencia en la formación de dicha
personalidad. Pero es la familia la que pone los primeros cimientos sobre los cuales
se edificará un tipo de identidad que puede marcar la existencia de nuestros hijos;
claro que también existe la posibilidad de que ellos puedan reestructurarla con el
tiempo.

El amor como fundamento en la construcción de la identidad

La piedra angular sobre la cual se edifica una identidad sana y positiva en los
hijos es el amor, aquel que se expresa de manera genuina y práctica. De nada sirve
que les amemos auténtica y profundamente si ellos no pueden percibir nuestro amor.
Lo importante no es que como padres digamos que los amamos mucho, sino que
ellos se sientan amados apropiadamente, porque eso determinará la calidad de su
identidad. Sin embargo, no es difícil comprobar que no todos los padres saben amar
correctamente ni tampoco expresar sus sentimientos de manera apropiada.

Uno de los conceptos importantes que todos los padres debemos comprender
es que, así como nuestros hijos necesitan ser bien alimentados en el plano físico,
también necesitan nutrirse bien en el plano psicológico. El amor es la vitamina básica
para este segundo plano y es indispensable para que ellos crezcan psicológicamente
saludables. Es más, últimamente se está descubriendo que el amor también deja su
impacto en el plano físico; el doctor B. Siegel, graduado con honores en la facultad
de medicina de la universidad de Cornell en E.U. y uno de los que más ha estudiado
la relación entre la mente y el cuerpo, nos dice “un niño a quien no se ama presentará
retrasos en el crecimiento óseo, e incluso puede morir; un bebé a quien se acaricia
crece con más rapidez” 13

Humberto Maturana (1996), en su famosa propuesta de la Biología del Amor,


ha dicho que todo ser humano es un animal que necesita nutrirse de AMOR para
garantizar su salud psicológica. “Maturana es el primer científico que desde su hacer
como tal ha dado una definición del amor. En su propuesta, el amor no es una cualidad
o un don, sino que como fenómeno relacional biológico, consiste en las conductas o
la clase de conductas a través de las cuales el otro, o lo otro, surge como un legítimo

13 Amor y Autocuración, Bernie Siegel, pág. 09


otro en la cercanía de la convivencia… Según Maturana, nos enfermamos al asumir
un modo de vida que niega sistemáticamente el amor” 14.

El amor es profundamente nutricional y terapéutico. Todo aquello que interfiere


en la expresión sana y correcta del amor es un tipo de violencia (abierta o encubierta).
La violencia no sólo es agresión física o verbal, es también ausencia de amor; a ésta
última nosotros la llamamos violencia invisible, porque dejar de amar es maltratar.
La indiferencia o ausencia afectiva de los padres hacia los hijos, es también una forma
de violencia que maltrata a los niños.

Si el maltrato, en cualquiera de sus modalidades psicológicas y físicas,


equivale al desamor, ambos constituyen el fundamento de las identidades
patológicas. La persona que no experimenta amor en su niñez, queda herida, es decir,
queda maltratada, y probablemente necesitará terapia psicológica en su adultez. En
el consultorio de un profesional o en el laboratorio de las pruebas de la vida tendrá
que reestructurar su identidad. Por eso Maturana sostiene que “el proceso terapéutico
es siempre el mismo… se realiza a través de la interacción con el paciente, guiándolo,
conduciéndolo inconscientemente, y se da en el abandono de la negación sistemática
de sí mismo y del otro, y en la recuperación de la biología del amor como la manera
o hilo central de su vivir” 15.

Toda terapia psicológica finalmente no es otra cosa que la restauración del


amor, la medicina básica que sana las heridas del alma, empezando por aprender a
amarme a mí mismo, algo que tal vez mis padres no me enseñaron bien, para luego
aprender a amar a mi prójimo, dentro de la cual la familia que formamos ocupa un
lugar fundamental en nuestras vidas. Todos los hijos tienen una historia de amor
familiar, caracterizados por grados de ausencia o presencia del amor paterno,
que encaminará sus existencias por senderos sanos o enfermos.

Hay dos dimensiones en cuyo rango nos movemos todos los seres humanos,
que son el amor y la violencia. Todos nacemos, según el fundador del psicoanálisis
Sigmund Freud, con dos grandes impulsos:

 El Eros, impulso hacia el amor o la vida


 El Tanathos, impulso hacia la violencia o la muerte

Todas y cada una de nuestras relaciones interpersonales, empezando por


nuestras interacciones familiares, están impregnadas de una dosis de amor o de
violencia, con predominancia de una de ellas. Las relaciones con nuestros hijos
también están teñidas de ambos polos. Una de esas dimensiones, o una mezcla de
ambas, irá moldeando o construyendo la identidad personal de nuestros hijos. En
función de ese polo de amor o de violencia, que predomina en la relación que los
padres establecen con sus hijos, se irá construyendo una identidad sana o una
identidad patológica en ellos, que probablemente los pueda acompañar el resto de
sus vidas, aunque siempre existirá la posibilidad de tomar conciencia y enrumbar
hacia una auto reconstrucción de la identidad.

14 http://www.inteco.cl/articulos/003/doc_esp7.htm
15 Ibid
AMOR VIOLENCIA

AMOR Identidad Saludable

VIOLENCIA Identidad Patológica

A partir de las ideas de Maturana podemos decir que las interacciones


humanas, principalmente en el seno familiar, dependiendo el grado de amor o
violencia, o de aceptación o rechazo (a mi pareja, a mis hijos, a mi prójimo) presente,
pueden manifestarse en tres niveles:

AMOR: Es la actitud a través de la cual se reconoce la dignidad del otro, quien


aparece como un otro legítimo en coexistencia con uno mismo. Hay una interacción
basada en la Ternura.

VIOLENCIA: Es la actitud a través del cual se maltrata, directa o indirectamente, la


dignidad del otro, desvalorándolo como un legítimo otro en coexistencia con uno
mismo. Hay una interacción basada en la agresión.

INDIFERENCIA: Es la actitud a través de la cual se niega la dignidad del otro, y no es


visto como otro. Es la deslegitimización del otro. Es ignorarlo en la esfera de la
coexistencia con uno mismo. Hay una interacción distorsionada, donde no hay
aceptación ni rechazo, y puede resultar más dañino que la misma agresión.

Las tres Dimensiones del Amor Paternal

Juan Luis Linares (2002), brillante psiquiatra español y epónimo representante


de la Terapia Familiar Sistémica, define al amor como un juego relacional,
psicológicamente nutricio. Señala que toda interacción, especialmente entre padres e
hijos, será una relación basada en el amor sólo si hay un componente nutricio que
alimenta y permite un crecimiento sano en los hijos; de lo contrario, por más que se
diga que se les ama, lo que habrá es una violencia encubierta, que afectará
negativamente la construcción de su identidad.

Amar es hacer que el otro se perciba amado, de lo contrario no es amor;


éste debe ser no sólo un encuentro e intercambio de subjetividades, sino también una
expresión de acciones objetivas. Linares 16 (2012) señala que el amor genuino debe
abarcar tres dimensiones: La cognitiva (mente), la emocional y la pragmática
(comportamiento). El niño debe pensarse amado, sentirse amado y ser tratado
con amor. Es en esa convergencia de pensamiento, emotividad y actividad que se
expresa el amor autentico, aquél que es capaz de abarcar la totalidad del ser, sin
dejar huecos ni vacíos, que más tarde pudieran constituir la base de futuras
identidades maltrechas.

En el NIVEL MENTAL el amor debe nutrir brindando dos elementos:

16 Del Abuso y Otros Desmanes, J. L. Linares pág. 24-26


a. RECONOCIMIENTO: implica resaltar la DIGNIDAD del hijo(a),
confirmando su existencia única y singular, haciendo que se perciba con una
existencia propia y distinta a la de los padres. E implica atender a sus necesidades
propias y resaltar su presencia original y digna como ser humano.

Lo opuesto es la Desconfirmación (Watzlawick, 1967), que es ignorar la


existencia y necesidades de un hijo(a), o instrumentalizarlo, haciendo que se perciba
sin una existencia propia. El niño(a) se percibe como alguien que no existe para las
personas más significativas de su vida, principalmente sus figuras paternas, o se
siente que es un objeto más de la casa.

b. VALORACIÓN: implica destacar las cualidades de CARÁCTER (SER) y la


HABILIDADES de conducta (HACER) del hijo(a), apreciando sus virtudes y sus
habilidades, diferenciándolas de la de los padres.

Lo opuesto es la Descalificación, que implica negar las habilidades y virtudes


del hijo(a) haciendo que se perciba sin valía propia. La crítica abierta o la hostilidad
encubierta son dos formas clásicas de negar valoración a los hijos.

En el NIVEL EMOCIONAL el amor debe nutrir brindando dos elementos: cariño


y ternura, que para Linares es lo mismo, pero que nosotros lo diferenciamos.

a. CARIÑO: son expresiones verbales y gestuales de afecto que se expresan en


palabras y caricias cercanas (un abrazo, un beso, un elogio, etc).

Lo opuesto es la HIPERCRITICA: son expresiones verbales y gestuales que


descalifican al otro(a)

b. TERNURA: son acciones de entrega y disponibilidad para el hijo(a), que


pueden incluir una dosis de sacrificio.

Lo opuesto es la IRRITACIÓN (RECHAZO): fastidiarse y negarse a atender las


demandas de necesidades del otro(a).

En el NIVEL PRAGMATICO (conductual) el amor debe nutrir brindando dos


elementos:

a. PROTECCIÓN: es defender a los hijos de eventuales agresiones de su


entorno.

Lo opuesto son la sobreprotección o el abandono.

b. NORMATIVIDAD: es la enseñanza de reglas morales y sociales en la que


debe vivir un hijo(a) para lograr una adecuada adaptación social.

Lo opuesto son la hipo-normatividad (escases de normas) o la hiper-


normatividad (sobre-exigencia de normas). Los extremos fomentan los trastornos.
En el nivel cognitivo, el amor se expresa brindando reconocimiento y valoración
a los hijos; en el nivel emocional, el amor se manifiesta en forma de cariño y ternura,
especialmente a través de caricias y grados de entrega; y en el nivel pragmático, el
amor se expresa brindando protección y enseñando normas a los hijos. Estas tres
formas de expresar amor deben ser rigurosamente interactivas y estar estrechamente
relacionadas entre sí, aunque pueden encontrarse en proporciones diversas en las
distintas expresiones amorosas.

Redefiniendo el Amor y sus 4 expresiones máximas

Para Maturana el amor es el dominio de las acciones por las cuales se


constituye al otro en un legítimo otro en convivencia con uno. Y para Linares el amor
es un juego relacional psicológicamente nutricio. Integrando ambos conceptos y
complementándolos con otros, desde nuestra óptica personal proponemos una nueva
definición del amor, que dice así: “EL AMOR ES UNA ACCIÓN POR EL CUAL SE
LEGITIMA LA DIGNIDAD DEL OTRO, ESTABLECIENDO UNA RELACIÓN
PSICOLÓGICAMENTE NUTRICIA POR MEDIO DE LA CUAL SE IDENTIFICA Y
SATISFACE LAS NECESIDADES DEL SER AMADO” J.B.V.

Amar es destacar la dignidad del otro y atender sus necesidades vitales;


mientras que el maltratar es ignorar la dignidad del otro y desatender sus necesidades
básicas. Por lo tanto, para amar correctamente primero, hay que conocer las cuatro
principales necesidades vitales del ser humano y luego conocer las cuatro
expresiones máximas de amor que la satisfacen

LAS 4 NECESIDADES VITALES DEL SER HUMANO

1. RECONOCIMIENTO: necesita pensarse (MENTE) confirmado y dignificado


en su existencia única y singular, delante de las personas más significativas de su
vida.

La satisfacción de dicha necesidad le permite desarrollar una


AUTOACEPTACIÓN PERSONAL apropiada, con lo cual puede mantener una
relación sana consigo mismo, repercutiendo en una vida caracterizada por la
AUTENTICIDAD, como signo de salud integral.

2. VALORACIÓN: necesita sentirse (EMOCIONES) que es alguien importante,


con virtudes y habilidades, que son destacadas por su entorno más significativo.

La satisfacción de dicha necesidad le permite desarrollar una


AUTOVALORACIÓN SOCIAL equilibrada, en la que no se siente más ni menos,
manteniendo una en relación sana con los demás, pudiendo establecer relaciones
cercanas de INTIMIDAD con algunos otros significativos, como signo de salud
integral.

3. COMPETITIVIDAD: necesita percibirse decidido (VOLUNTAD) y capaz de


obtener logros significativos frente a los desafíos que su entorno le demande.

La satisfacción de dicha necesidad le permite desarrollar una


AUTOCONFIANZA LABORAL apropiada, con lo cual puede mantener una relación
sana con las demandas de la vida, repercutiendo en una vida caracterizada por la
PRODUCTIVIDAD, como signo de salud integral.

4. SOCIABILIDAD: necesita pensarse y sentirse aceptado y acogido por la


comunidad a la que pertenece, logrando integrarse sanamente a las demandas
normativas de su mundo social.

La satisfacción de dicha necesidad le permite desarrollar un AUTODOMINIO


MORAL equilibrado, con lo cual pueda mantener una relación sana con Dios, que
repercuta en una vida caracterizada por una INTEGRIDAD espiritual, como signo de
salud integral.

LAS 4 EXPRESIONES MÁXIMAS DEL AMOR

Sólo se ama en la medida que se satisfacen las necesidades del otro(a), y por
lo que hay 4 formas principales en la que se expresa el amor:

1. LA TERNURA: es la disponibilidad de servir al otro desinteresadamente, a


través de una dosis de sacrificio y cariño, que implica también cuidarlo y protegerlo,
resaltando así su DIGNIDAD personal.

Satisface la necesidad de RECONOCIMIENTO.


Lo opuesto o el desamor son la Desconfirmación o la INDIFERENCIA
Personalidad PSICÓTICA (Delirio)

2. LA APROBACIÓN: es la disposición de elogiar las virtudes y cualidades de


del otro(a), apreciando más sus rasgos positivos antes que los negativos, resaltando
así su CARÁCTER personal (SER).

Satisface la necesidad de VALORACIÓN.


Lo opuesto o el desamor son la Descalificación o la CRÍTICA
Personalidad DEPRESIVA (Abatimiento)

3. LA RESPONSABILIDAD: es la disponibilidad de confiar en el otro, a través


de la delegación de tareas que pueda asumir, resaltando así sus HABILIDADES
personales (Hacer).

Satisface la necesidad de RECONOCIMIENTO.


Lo opuesto o el desamor son la SOBREPROTECCIÓN o la SOBRE-
EXIGENCIA
Personalidad NEURÓTICA (Ansiedad)

4. LA DISCIPLINA: es la es la disposición de guiar al otro, a través de un marco


normativo, que enseña normas morales y sociales, y un marco punitivo, que sanciona
la violación de aquellas, resaltando así los VALORES con los que ha de vivir.

Satisface la necesidad de SOCIABILIDAD.


Lo opuesto o el desamor son el AUTORITARISMO o la PERMISIVIDAD
Personalidad ANTISOCIAL (Anomia)
La expresión del amor en su dimensión conyugal y parental

Una vez definido lo que entendemos por amor ahora queremos detenernos en
los vínculos relacionales básicos en la que vive un niño(a). Juan Luis Linares en su
libro “Identidad y Narrativa” (1996) nos presenta a la familia como un sistema
(conjunto de elementos que interactúan y se influencian entre sí), en el que conviven
tres subsistemas sanos, que determinan que haya tres tipos de interacciones o
relaciones básicas en el seno de toda familia: la Conyugal, la Parental y la Fraternal.
La primera es la relación entre esposos; la segunda, la relación entre padres e hijos;
y la tercera, la relación entre hermanos. Los tres tipos de interacciones se realizan en
base a un grado de amor y/o violencia, que irá moldeando la identidad de los hijos.

SISTEMA FAMILIAR

Subsistema Subsistema
CONYUGAL PARENTAL

Subsistema
FRATERNAL

Existen otros sistemas con los cuales nuestros hijos interactúan también, como
la escuela, la iglesia, la comunidad, la sociedad en general; pero es el sistema familiar,
principalmente en los dos primeros subsistemas, el conyugal y parental, que juega un
papel determinante en la construcción de la identidad de los hijos, porque la familia
es el primer ente socializador de todo individuo.

Dependiendo de cuán sana o disfuncional sea una familia, se realizará la


gestación de una identidad positiva o negativa en los hijos. Y la funcionalidad o
disfuncionalidad de una familia está determinada por la calidad de sus interacciones.
Las dos principales relaciones que influyen en la formación de la identidad son las
interacciones conyugales y parentales, que a partir de la forma cómo se combinen y
se ejerzan, pueden desarrollarse hasta cuatro tipos de familia, de las cuales sólo una
es sana y funcional.

A continuación mostramos un cuadro donde se observan dos ejes, que


representan la función conyugal y la función parental, que se entrecruzan según sean
positivos o negativos, formando cuatro cuadrantes en los que se ubican cuatro tipos
de familias diferentes, tres de ellas disfuncionales, constituyendo cuatro tipos de
territorios sobre los cuales crecerán diferentes tipos de identidades.

Conyugalidad
Armónica
FAMILIA FAMILIA
DEPRIVADORA NUTRICIONAL
(Amor Escaso) (Amor Equilibrado)

Parentalidad Parentalidad
Negativa Positiva

FAMILIA FAMILIA
CAOTICA TRIANGULADORA
(Amor Ausente) (Amor distorsionado)

Conyugalidad
Disarmónica

Tipos de familia incubadoras de tipos de Identidades

La formación de cada tipo de familia está constituida por el tipo de relación,


sano o insano, que establecen los esposos entre sí (conyugalidad) y entre padres e
hijos (parentalidad). Lo insano o sano está determinado por el grado de presencia o
ausencia de amor que marque la interacción entre los miembros de una familia. La
calidad afectiva que tiñan sus relaciones, dentro de las diferentes combinaciones que
puedan darse entre conyugalidad y parentalidad, darán origen a los siguientes cuatro
tipos de familia, que a su vez incubaran diferentes tipos de identidades.

1. FAMILIAS TRIANGULADORAS (Amor distorsionado).

Es un territorio formado por una conyugalidad que funciona mal, pero cuya
función parental se conserva relativamente bien al principio, aunque el deterioro
conyugal casi siempre termina por estropear la función parental. Son buenos padres,
pero malos esposos. Pueden ser buenos padres al principio, pero corren el riesgo
de dejar de serlos como resultado de no ser buenos esposos. Una conyugalidad
disarmónica es casi inevitable que impacte negativamente sobre las funciones
parentales, pudiendo producir una atmosfera familiar triangulada. Se le denomina
triangular cuando los conflictos de la diada esposo-esposa, tienden a extenderse e
involucrar a uno o más de los hijos, formando una triada o un triángulo, en la que el
hijo(a) termina jaloneado(a) por sus padres, arrojado en la encrucijada de guardar
lealtad a una de las partes. Ese desencuentro conyugal, del cual no deberían
participar los hijos, pero que los esposos los involucran, hace que ellos experimenten
un amor confuso y distorsionado, que será el caldo de cultivo para que se desarrollen,
entre otros, principalmente dos tipos de personalidades lisiadas:

Parentalidad
Positiva

IDENTIDAD NEURÓTICA

IDENTIDAD PSICÓTICA

Conyugalidad
Disarmónica

a. Identidad Neurótica. Es propia de personalidades caracterizadas por el


signo de la ansiedad, producto de la atmosfera conyugal conflictiva en la que han
vivido. El sujeto mantiene un adecuado nivel de introspección y conexión con la
realidad, pero presenta la necesidad de desarrollar conductas repetitivas y en muchos
casos inadaptativas con el objeto de disminuir el nivel de ansiedad que lo agobia. Las
fobias, obsesiones, compulsiones, hipocondrías (enfermedades imaginarias),
histerias, agresiones, etc. son distintas formas en que se expresa la neurosis. Los
psicoanalistas afirman que, para protegerse de la angustia, estas personas recurren
a mecanismos de defensa como la represión, la proyección, la negación, la
intelectualización y el desplazamiento, entre otros 17.

b. Identidad Psicótica. Es una personalidad propia del sujeto que ha sufrido


una pérdida, parcial o total, de contacto con la realidad. Paul Watzlawick (1971), un
teórico de la comunicación humana, acuño un término interesante: Desconfirmación,
que es la sensación que experimenta un sujeto de no existir para las personas más
significativas de su vida y que es un patrón relacional sobre la que hunde sus raíces
una serie de trastornos mentales, principalmente la psicosis. Unos padres que no
muestran presencia genuina en la vida de un hijo hacen que él se experimente que
no existe para ellos y que dependiendo cuan reiterado sea ese patrón relacional y
cuanta ausencia de amor experimente dicho niño, no suplida por otros, puede
generarse una gama de trastornos menores que pueden ir desde la depresión hasta
trastornos mayores como la psicosis. Somos criaturas amorosas que enfermamos
cuando se bloquea al amor (Maturana, 1984). Una atmósfera familiar enrarecida y
contradictoria en la que pueda vivir un hijo(a), una ambivalencia de aceptación y
rechazo, cariño y agresión, que experimenta de parte de sus padres es un bloqueo
del amor; eso hace que se produzca algo similar a un corto circuito en su cerebro,
que afecta su visión y contacto con la realidad.

Wikipedia, la enciclopedia libre del internet, agrega que “Las personas que
experimentan psicosis pueden presentar alucinaciones o delirios y pueden exhibir

17
Hay amplia literatura al respecto y los interesados pueden revisar más en el buscador de google
cambios en su personalidad y pensamiento desorganizado. Estos síntomas pueden
ser acompañados por un comportamiento inusual o extraño, así como por dificultad
para interactuar socialmente e incapacidad para llevar a cabo actividades de la vida
diaria” 18.

Algunos autores creen que la psicosis es exclusivamente genética, pero


nosotros creemos, a partir de las investigaciones de Linares y otros, que su origen es
multicausal, y que la dinámica relacional de la familia es una de sus causas
principales. Si la neurosis se produce principalmente debido a una falla en la relación
conyugal, cuyos conflictos generan ansiedad, la psicosis constituye más bien una falla
en la relación parental, cuya falta de reconocimiento de la dignidad del otro produciría
la desorganización mental, lo cual es un rasgo típico de los psicóticos.

2. FAMILIAS DEPRIVADORAS (Amor escaso).

Es un territorio formado por una conyugalidad que funciona relativamente bien,


pero cuya función parental está deteriorada. Son parejas que abandonan su función
paterna por estar centrados y ocupados en su función conyugal. Pueden ser buenos
esposos, pero son malos padres, fracasando en su función nutricia de brindar amor,
privando así a los hijos del elemento vital para su desarrollo. De ese territorio, signado
por un amor escaso, probablemente crezcan principalmente, entre otros, dos tipos de
identidades negativas:

Conyugalidad
Armoniosa

IDENTIDAD DEPRESIVA

IDENTIDAD BORDELINE

Parentalidad
Negativa

a. Identidad Depresiva. Con ella no nos referimos a las depresiones


exógenas, causadas por alguna circunstancia externa negativa, que hace que la
persona se sienta triste y abatida, con justificada razón externa; más bien nos
referimos a las depresiones endógenas, que hacen que la persona viva una condición
psicológica, cuasi permanente, de sentimientos de desgano e inconformismo consigo
mismo, abatido y no encontrando un propósito definido en su vida. Su existencia le
resulta pesada y un tanto aburrida. No disfruta de la vida, sino que la experimenta de
una forma amarga y muy difícil.
Personas sumamente irritables o neurasténicas (débiles, sin fuerzas y con
poco ánimo) pueden ser portadoras de este tipo de personalidad, la cual se forma en
familias deprivadoras que se caracterizan por ser padres sobre exigentes y
descalificadores al mismo tiempo (Linares, 2005). Ponen altas demandas y
expectativas sobre los hombros de sus hijos y como ellos no podrán alcanzarlos y

18
http://es.wikipedia.org/wiki/Psicosis
satisfacerlos, los terminan de descalificar, haciéndolos sentir inútiles y torpes, con
sentimientos de fracaso y desánimo, sobre los cuales se asienta una identidad
depresiva.

b. Identidad Bordeline. El manual estadístico de psiquiatría americana (DSM


IV) la denomina “Trastorno Límite de Personalidad” y la describe como «un trastorno
de la personalidad que se caracteriza primariamente por desregulación emocional, un
pensamiento extremadamente polarizado y relaciones interpersonales caóticas».
También se la conoce como personalidad fronteriza o limítrofe, porque se ubica en la
frontera entre la neurosis y la psicosis. Las tres características típicas de este tipo de
identidad son: relaciones sociales inestables, pensamiento polarizado (blanco o
negro, no acepta matices) y la incapacidad de regular sus impulsos. Tienden a ser
reservados y encerrados en sí mismos, rígidos en sus percepciones e incapaces de
gobernar sus impulsos, por lo que fácilmente pueden terminar atrapados en algún tipo
de adicción.
Este es, pues, otro tipo de personalidad que también se desarrolla en una
atmosfera familiar deprivadora, donde la nutrición afectiva parental escasea, y en la
que se dan simultáneamente dos interacciones disfuncionales de los padres hacia su
hijo(a): sobreprotección y rechazo; esta última es una ausencia de afecto, que se
traduce en maltrato. Juan Luis Linares señala que toda sobreprotección es una
pseudo o falsa protección, porque no busca satisfacer la necesidad del hijo(a), sino
las del padre, como tapar sus huecos de soledad, sus frustraciones y aún sus propias
heridas. Su invalidez emocional hace que el hijo(a) se convierta en una especie de
carga que inconscientemente va rechazando, haciendo que éste experimente la
ambivalencia de amor y rechazo, la cual deviene en una identidad partida.

3. FAMILIAS CAÓTICAS (Amor ausente).

Es un territorio formado por una conyugalidad y una parentalidad deterioradas,


que no funcionan bien. Son malos esposos y malos padres, por lo cual los hijos
respiran una atmosfera familiar de caos y desorden, donde el amor sano brilla por su
ausencia. Son conocidas como familias multiproblemáticas, a cuya sombra se anidan
diversas identidades patológicas, entre las cuales queremos destacar las dos más
comunes:

Parentalidad
Negativa
IDENTIDAD PSICOPATICA
(Antisocial o Disocial)

IDENTIDAD BIPOLAR

Conyugalidad
Disarmónica
a. Identidad Psicopática. Es un trastorno antisocial de la personalidad (así
se le conoce en el DSM IV). La característica típica de estas personas es su poca o
nula conciencia moral; pueden violar normas, leyes o principios morales sin ningún
tipo de remordimientos. Este tipo de identidad ya lo mencionamos anteriormente en
el capítulo del proceso de la madurez; el lector puede volver a esas páginas para
recordar lo dicho con respecto a este concepto.
b. Identidad Bipolar. Es un trastorno del estado de ánimo que antiguamente
se conocía como trastorno maniaco depresivo, en el cual la persona vive entre dos
polos afectivos extremos, que pueden cambiar bruscamente sin motivo aparente; es
así que hoy pueden sentirse en la cumbre de la euforia y mañana en el abismo de la
tristeza. En el amanecer se sienten capaces de conquistar el mundo y en el atardecer
se sienten aplastados por ese mundo. Sus extremos anímicos cambiantes pueden
durar horas, días y hasta años, dependiendo el caso. Su origen, en cuanto a bases
relacionales, aún no están muy claras, pero se sospecha que viene de una familia
que presenta una apariencia de conyugalidad armoniosa, pero que en el fondo es
caótica. Los de fuera creen que son buenos esposos, pero interiormente son un
fiasco, que forman generalmente una diada vividor-víctima, en constante conflicto,
pero incapaces de separarse.
El futuro bipolar se formaría en un contexto relacional en que uno de los
progenitores es un irresponsable declarado y el otro un padre preocupado y
responsable, pero que a pesar de propuestas mutuamente irreconciliables no se
separan (Stierlin, 1986). Dicha atmósfera familiar sería la causante de un desequilibrio
bioquímico en los neurotransmisores cerebrales del hijo(a), que los llevaría a
experimentar esos cambios de ánimo extremos, afectando así su funcionamiento
adecuado en la vida. La bipolaridad del individuo, siempre según Stierlin, se originaría
a partir de una bipolaridad entre orden y desorden, representado por cada cónyuge.

4. FAMILIAS NUTRICIONALES (Amor equilibrado).

Son las únicas familias que no son disfuncionales, donde la conyugalidad y


parentalidad están funcionando relativamente bien. Son buenos esposos y buenos
padres. Se espera que éste sea un terreno fértil para el desarrollo de una identidad
sana y positiva; sin embargo, hay que tener en cuenta que como no todo es perfecto
en la vida y no todo el tiempo podemos amar sanamente, nada está garantizado.
Conyugalidad
Armoniosa

IDENTIDAD SANA Y
POSITIVA

Parentalidad
Positiva
Observaciones pertinentes

Los tipos de familia en los cuales germinan las identidades disfuncionales que
hemos presentado, son sólo algunas, entre otras muchas, que pueden encajar en el
perfil de una familia disfuncional. Además, estos tipos de familia no se presentan en
estados puros, sino que también, dependiendo del momento, el grado y la intensidad
con que se combinen las dos coordenadas de conyugalidad y parentalidad, pueden
dar origen a otros tipos de identidades insanas.

La dimensión del tiempo es una variable que también hay que incluir en estos
cuadrantes presentados, porque las relaciones en la familia no son estáticas; la
calidad de la conyugalidad y de la parentalidad puede atravesar periodos de
alternancia entre malos y buenos. Además, la influencia de la atmósfera familiar pasa
por el filtro del temperamento y procesamiento mental que cada niño(a) hace de sus
vivencias, atribuyendo significados a sus experiencias relacionales, haciendo que
unos desarrollen identidad patológica y otros identidades relativamente sanas.

La presentación de los cuadros que hemos descrito brevemente, según la


teoría de Juan Luis Linares (1996), con respecto a los tipos de familia y los tipos de
personalidad que se incuban al interior de ellas, según sean sus interacciones, no
tienen una exactitud matemática, porque el alma humana es muy compleja para
reducirla a simples fórmulas relacionales. Los cuadros presentados no son otra cosa
que, como el mismo Linares los llama, “metáforas-guías”, que nos hablan de una
probabilidad media, pero no exacta, que dependiendo de las características de una
familia, se desarrollen determinadas identidades moldeadas a su sombra.

Tres filosofías deformadoras de la identidad

No queremos terminar este capítulo sin señalar que la familia, siendo la


principal incubadora de la formación de la identidad de nuestros hijos, especialmente
durante su infancia, no es el único sistema que influye en dicha formación; están
también la escuela, el grupo de amigos, la comunidad, la cultura, etc., que más
adelante dejarán sentir también sus efectos, pero será sobre la base de aquella. Y
todos estos sistemas, a su vez, reciben el influjo del espíritu de una época que tiene
sus propios valores y su propia filosofía, que también dejarán sus huellas en la
identidad de nuestros jóvenes.

El tiempo que nos ha tocado vivir es el de la postmodernidad, que en contraste


con la época moderna presenta características preocupantes, que los padres
deberíamos revisar y conocer 19, porque ese es el mundo que les toca transitar a
nuestros hijos y que está buscando moldear sus conductas. Nosotros queremos
presentar tres factores principales de esa cultura postmoderna que están ejerciendo
su influencia con tres tipos de filosofías de vida, que atentan contra los tres
componentes básicos que forman la identidad.

19
Existe mucha literatura sobre el tema de la posmodernidad, empiece revisando en el buscador
google
a. EL CONSUMISMO: entendido como adquisición o compra desaforada, que
idealiza sus efectos y consecuencias asociando su práctica con la obtención de la
satisfacción personal e incluso de la felicidad total. Es una cultura que endiosa el
mercado y que todo lo convierte en un producto más, incluida la personalidad. Es un
atentado contra el desarrollo de la autenticidad, porque masifica a nuestros
jóvenes y los convierte en esclavos de las modas y adictos de bienes que no
necesariamente son esenciales. No deja que sean ellos mismos, sino que la sociedad
consumista les impone lo que tienen que ser y desear.

El sociólogo francés Gilles Lipovetsky, en su extraordinario libro: La Felicidad


Paradójica. Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo (2007) nos habla de cómo el
consumismo está afectando la identidad de las personas, cuando nos dice “Ya no es
alienación del sujeto, sino uso de la libertad para dejar de pensar, olvidarse de uno
mismo… El hiperconsumo no funciona sistemáticamente como un premio de
consolación, es él el que ofrece al individuo el goce de la irresponsabilidad y la
superficialidad del juego” 20. Es decir, el consumismo busca convertirnos a su imagen
y semejanza, embotando nuestro entendimiento y prescindiendo de nuestro propio
ser.

La postmodernidad consumista privilegia la cultura de la apariencia por encima


de la esencia del ser. Al mercado no le interesa lo que realmente seamos, sino la
personalidad pre-fabricada que podamos ser capaces de proyectar y poder vender en
una sociedad, donde todo se compra y se vende, incluyendo la identidad y las
relaciones humanas.

b. EL TECNOLOGISMO: entendido como la gran explosión de avance


científico que ha traído mayor confort al ser humano, pero que se cree que también
trae aparejado un impacto nocivo en las relaciones interpersonales, en la ecología y
en el desarrollo personal. Nadie puede negar los beneficios de los grandes avances
tecnológicos como la Televisión o el Internet, pero tampoco podemos ignorar los
efectos colaterales que con ellos vienen. Marshall McLuhan, el mayor estudioso del
impacto de los medios de comunicación, quien acuñó los términos “aldea global” y
“sociedad de la información”, fue un visionario que advirtió cómo dichos medios
pueden modificar nuestra manera de actuar y pensar; es decir, pueden cambiar
nuestra identidad.

McLuhan dijo que “somos lo que vemos” y que “formamos nuestras


herramientas y luego éstas nos forman a nosotros”. Es decir, damos forma a una
tecnología para que después ella nos forme a nosotros. El interesante libro de
Nicholas Carr titulado: “Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras
mentes?” (2011) es un claro ejemplo de lo que anticipó McLuhan. La tesis de dicho
libro es que el internet, con todas sus bondades y maravillosos beneficios que nos
provee, está también atentando contra el cerebro de nuestros jóvenes.

Suena exagerado, pero no está tan lejos de la realidad, entendiendo, como


dice nuestro Nobel Vargas Llosa, en un artículo en el cual comenta dicho libro, que
“cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos nosotros” 21. No

20
Gilles Lipovetsky, en La felicidad paradójica, ed. Anagrama, 2010, p. 68
21
Mario Vargas Llosa, La Civilización del Espectáculo, pág. 212
son pocos los científicos que nos advierten de cómo la tecnología, sobre todo la
referida al internet, está apagando una de las grandes facultades humanas que
poseemos, como es la de razonar; y de ahí a convertirnos en robots, no hay muchos
pasos. Por eso decimos que el tecnologismo mal usado, puede atentar contra el
desarrollo de las potencialidades de nuestros hijos, distorsionando sus identidades,
como consecuencia de inhibir sus capacidades y habilidades especiales, que son la
base de su vocación en la vida.

c. EL RELATIVISMO: es la negación de valores absolutos, donde lo bueno y


lo malo pasa a depender del criterio único de cada persona, no se aceptan
regulaciones externas, como la presencia de un Dios que demanda respeto a sus
principios; cada quien puede comportarse como quiera, mientras no dañe a sus
semejantes. En el plano de la moral se da el reduccionismo de principios éticos
absolutos, que ahora resultan obsoletos para la vida del ser humano. Es un atentado
contra la integridad moral, componente importante que sustenta la identidad,
porque niega verdades absolutas y pregona verdades relativas.

Con estos tres tipos de filosofías, hijas de la cultura postmoderna, es que


nuestros hijos tendrán que convivir, lo cual puede afectar el desarrollo de sus
identidades. Es por ello que nunca debemos olvidar que el sistema familiar es la
principal agencia formadora de la personalidad de nuestros hijos, ya que en ella se
ponen los primeros cimientos sobre los cuales se edificará su identidad. Si las bases
son firmes, las influencias externas serán mínimas; por eso lo más importante es que
como padres aprendamos cuáles son los métodos o principios que deben regir la
formación de una identidad sana y positiva en nuestros hijos. De eso, precisamente,
trataremos en el siguiente capítulo.
CAPITULO IV
CINCO PRINCIPIOS BÁSICOS PARA CONTRUIR UNA
IDENTIDAD SANA Y POSITIVA
“Tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo en que
tener un piano no lo vuelve pianista”

De acuerdo a la fórmula que define la identidad (carácter más vocación), vista


anteriormente, encontramos que hay tres marcas que distinguen claramente a una
persona que posee una identidad sana y positiva: Autenticidad, Integridad y
Potencialidad. Estos son los tres componentes de los cuales se nutre una identidad
sana; y la integración simultánea de ellos, sin ausencia de ninguno, es lo que define
a una personalidad sana y funcional. En el primer capítulo ya hicimos una definición
de cada uno de dichos componentes; dijimos que la Autenticidad es la capacidad de
amarme, aceptarme y mostrarme tal cual yo soy. La Integridad es la capacidad de
vivir dentro de un marco de principios morales absolutos y la Potencialidad se refiere
a las capacidades y habilidades de las que estoy dotado de manera especial y que
en conjunto determinan mi vocación en la vida.

La expresión sana y espontánea de estas tres características descritas, que


crecen sobre la base de los sentimientos de pertenencia y autonomía, son las que
permiten configurar una arquitectura identitaria sólida y verdadera. Pero estos tres
atributos no aparecerán de manera espontánea en la vida de nuestros hijos, sino que
son virtudes que tienen que irse sembrando y cultivando durante la infancia; y son los
padres los grandes labradores que tienen la primera responsabilidad de plantar y
alimentar dichos atributos, si es que desean sembrar una identidad positiva y
cosechar un destino promisorio para sus hijos.

Hay cinco principios para desarrollar dichas virtudes y construir así una
identidad sana en los niños; tres de ellos están directamente relacionados con los tres
componentes que forman la identidad y los otros dos son la base sobre la cual
crecerán dichos componentes. En esta parte queremos retomar y desarrollar el
cuadro que dejamos pendiente anteriormente, referido a los factores que favorecen
la construcción de una identidad sana en los hijos.

TERNURA Autenticidad:
amor y aceptación de sí mismo

DISCIPLINA Integridad:
respeto a las normas

RESPONSABILIDAD Potencialidad:
confianza en las propias habilidades
1. EL PRINCIPIO DE LA TERNURA (producirá Autenticidad)

La Ternura es la disponibilidad de servir al otro, a través de una dosis de


sacrificio, resaltando su dignidad personal, satisfaciendo así su necesidad profunda
de RECONOCIMIENTO; es decir, que pueda pensarse amado y confirmado en su
existencia única y singular, manteniendo una relación sana consigo mismo,
desarrollando una Autoaceptación personal apropiada, que le permita conducirse
con Autenticidad. Significa brindar un amor genuino y concreto a nuestros hijos. Ya
hemos definido que la autenticidad implica amarse y aceptarse a sí mismo sin
necesidad de aparentar lo que no somos, desarrollando así un sentimiento de
seguridad en nosotros mismos.

Los hijos se perciben amados cuando tiene un padre presente, que está
siempre disponible para cuando ellos lo necesiten; y, que incluso, están dispuestos a
sacrificar de su sueño, de su trabajo, de su tiempo, de su economía, de su
esparcimiento, etc. con tal de atender las necesidades de sus hijos. Eso los hace
sentir a ellos plenamente amados y aceptados, y que son importantes y valioso para
sus padres. Eso es lo que permite la construcción de una autoestima sana, en la que
los hijos aprenden a amarse y valorarse como personas, sin necesidad de inventarse
una nueva personalidad, porque no les gusta la que tienen, ni tampoco de buscar
siempre la aceptación y aprobación de su entorno; que son rasgos típicos de una
identidad narcisista.

Ningún niño nace amándose y valorándose a sí mismo; eso es algo que tiene
que aprender y sus principales maestros son sus padres; porque es la medida que
ellos sean capaces de hacerles llegar su amor, es que ellos aprenderán a amarse
dignamente. No basta que los padres digan que aman a sus hijos, es imprescindible
que ellos experimenten ese amor. El niño necesita sentirse amado, pensarse amado
y ser tratado con amor. De nada sirve que los padres amen mucho, si sus hijos nunca
se llegan a enterar de ello. Y esta es la gran dificultad por la cual los hijos no
desarrollan autenticidad en sus vidas: no porque sus padres no los amen, sino porque
no saben expresarles su Ternura adecuadamente.

La Biblia enseña que “no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho


y en verdad” (1Juan 3:18). No basta que nuestra boca diga que amamos a nuestros
hijos, nuestros hechos también tienen que refrendarlo. Creer que yo amo a mis hijos,
porque me desvelo trabajando y les lleno de todas las comodidades materiales
básicas para sus vidas, es uno de los grandes mitos que nuestra sociedad
posmoderna consumista nos ha impuesto. Si bien es cierto que los hijos necesitan de
los recursos materiales, su más grande necesidad no pasa por ahí. Es necesario
satisfacer sus necesidades físicas, pero es aún más importante suplir sus
necesidades psicológicas. Un padre sabio entenderá que un hijo(a) no sólo vive de
pan para su cuerpo, sino también de caricias psicológicas para su alma.

La experiencia subjetiva de sentirse amado y valorado es la más grande


necesidad que tiene todo ser humano, por encima de cualquier otra. Y son los
padres, como las personas más significativas de su vida, los llamados a satisfacer
dicha necesidad. Desarrollar cariño y ternura con nuestros hijos, expresándoles
nuestro amor con palabras, gestos y abrazos, además de pasar tiempos especiales
con ellos, demostrándoles lo importante y valiosos que son para nosotros, es lo que
llevará a nuestros hijos a desarrollar sentimientos de autoaceptación y autovaloración,
elementos claves de la autoestima en la construcción de una identidad positiva.

Sólo la certeza de sentirse amado de manera incondicional, no por lo que un


hijo hace sino por lo que es, es lo que lo lleva a la construcción de una autoestima
sana, que es lo que finalmente le permitirá desarrollar una personalidad auténtica.
Privarles de nuestro amor, no necesariamente porque no los amemos, sino porque
no sabemos expresarlo o no tenemos claras las prioridades, es una forma de
maltratarlos o cometer violencia psicológica en sus vidas, porque actuando así,
estamos atentando contra el desarrollo de su identidad.

No sólo la violencia abierta y manifiesta, que insulta o golpea a los hijos, daña
su autoestima, sino que también existe la violencia invisible y solapada, aquella que
aun cuando no maltrata físicamente, sí lo hace psicológicamente, al privarles del
cariño y la ternura que tanto necesitan los hijos. Ser padres fríos, serios, amargados,
inexpresivos, distantes y ausentes en la vida de sus hijos es una forma de violencia
invisible, tanto o más dañina que aquella visible, en que se expresa a través de
agresiones verbales o corporales.

La indiferencia o ausencia emocional paterna es uno de los tipos de violencia


más duras que se pueda infringir sobre la vida de un ser humano, porque en la
violencia abierta se puede al menos reconocer la existencia del otro; pero en la
violencia invisible, expresada en la indiferencia, se desconoce y niega dicha
existencia, y esto último dinamita directamente las bases sobre las cuales se
construye la identidad, que no es otra cosa que reconocerse y valorarse a sí mismo.
Por eso reafirmamos que dejar de amar es maltratar. No es suficiente que los padres
digan tener amor, sino que es necesario que sepan transmitírselos a sus hijos en los
términos que ellos lo puedan experimentar; de lo contrario, queriendo amar, pueden
que estén maltratando. Aquí no existen puntos medios. Se ama o se maltrata.

Generalmente estamos más preocupados en ser buenos profesionales,


buenos empleados, comerciantes, empresarios, etc., que en ser buenos padres. Lo
primero es importante, pero lo segundo lo es aún más. Así como nos preparamos
para ser mejores en nuestras funciones laborales, deberíamos prepararnos mucho
más en ser mejores en nuestras funciones parentales, porque en ello se juega el
destino de nuestros hijos. La crianza de los hijos no es un asunto de impulsos,
sino que es un asunto de aprendizaje.

Alguien ha dicho que es preferible un padre muerto que un padre ausente,


porque un hijo(a) huérfano se construirá una imagen positiva de ese padre que partió
a la eternidad, algo que no puede hacer un hijo(a) cuyo padre siempre está ausente
a pesar de estar vivo, por lo cual se construirá una imagen negativa de su progenitor.
Para su salud mental y emocional, elementos claves en su identidad, los hijos
necesitan tener una imagen positiva de sus padres.

Lamentablemente, la realidad de nuestra sociedad revela que la mayoría de


padres no tienen plena conciencia de la responsabilidad de formar a sus hijos, se
limitan a brindarles provisión material y descuidan otras áreas más importantes, como
la construcción de la identidad de sus pequeños. Es tan grande la ignorancia al
respecto, que muchas veces con sus palabras y su conducta los progenitores están
dañando profundamente la autoestima de sus hijos. Debemos revertir esta actitud y
empezar a comprender que la más grande necesidad de los hijos es la de sentirse
amados y valorados por sus padres, desarrollando acciones válidas que vayan en
consonancia con este principio.

El amor a nuestros hijos(a) debe alcanzar la totalidad de su ser: mente,


emociones y voluntad. Por eso el amor del cual hablamos no es místico ni abstracto,
sino concreto y práctico; como ya lo vimos anteriormente J. L. Linares propone que el
amor sano y maduro debe expresarse en tres niveles:

NIVEL MENTAL: El amor debe manifestarse en disponibilidad de presencia y


sacrificio, para que el hijo(a) pueda saberse reconocido y confirmado en su existencia,
es decir, pensarse amado;

NIVEL EMOCIONAL: El amor debe manifestarse en expresiones gestuales o


de caricias corporales, como un abrazo, un beso, etc., donde el niño(a) experimente
cariño y ternura; implica sentirse amado;

NIVEL PRAGMATICO: El amor se expresa en comportamientos explícitos,


como rituales de juegos y salidas especiales, que revelan hechos concretos que hace
percibir a los hijos como únicos e importantes, lo que implica ser tratado con amor.

Los tres niveles de amor deben ser rigurosamente interactivos para garantizar
una identidad sana. La expresión de estos niveles de amor requiere que los padres
adquieran habilidades sociales, de tal manera que sean capaces de comunicar sus
sentimientos a sus hijos. No bastan las buenas intenciones, es necesario un
entrenamiento básico para dominar ese arte de amar sana y terapéuticamente.

2. EL PRINCIPIO DE LA DISCIPLINA (producirá Integridad)

La Biblia enseña que: “La necedad está ligada en el corazón del muchacho;
más la vara de la corrección la alejará de él” (Proverbios 22:15). Necedad significa
rebeldía, y dice que ella está ligada al alma del muchacho, o sea, que es inherente a
su propia naturaleza. Todos nacemos con esa terca tendencia a no querer respetar
normas y a vivir según la dictadura de nuestros instintos, por lo que se hace necesario
la disciplina. La socialización del ser humano pasa por aprender a subordinar nuestros
impulsos a determinadas normas morales, que hacen que nos diferenciemos de los
animales, quienes viven prisioneros de sus instintos.

No hay un ser humano más rebelde y tirano que un niño(a), porque es puro
impulso e instintos, y por eso cuando es bebé va a querer hacer lo que él quiere,
tratando de dominar a sus padres, y si éstos se lo permiten trastornará a toda la casa.
La obediencia a las normas morales no es consustancial a la vida del niño(a), no es
inherente a su naturaleza; es más bien la rebeldía la que está profundamente
arraigada en su ser y es la que domina cada célula de su cuerpo, por lo que se hace
imprescindible un código moral que regule su conducta, que aunque pueda
parecer que coapta su libertad, en verdad lo protege de su fragilidad y de su
autodestrucción.
Los propios filósofos de la modernidad han reconocido la tendencia rebelde y
proclive al mal que gobierna la naturaleza humana, el famoso Immanuel Kant “…
enfatiza la propensión innata hacia el mal en la naturaleza del hombre, para cuya
impresión la ley moral, el imperativo categórico, es esencial para que el hombre no se
trasforme en una bestia y la sociedad humana no termine en una anarquía salvaje” 22.

La obediencia a principios morales de vida, que es lo que define la integridad


de una persona, es algo que todo ser humano debe ir aprendiendo a lo largo de toda
su vida, pero es en la etapa de la infancia cuando más tiene que darse dicho
aprendizaje, porque ya en la adultez le será mucho más difícil. Es en esa fase de la
vida cuando los padres tienen que arrancar del alma de sus hijos, toda la rebeldía
negativa que les sea posible, para hacerles más adaptable la vida en este mundo. El
alma de un niño es aún fresca y sin muchas defensas de por medio, por lo que resulta
más fácil educar sus impulsos, ya que la dificultad irá aumentando conforme vaya
creciendo.

La Biblia enseña un método para combatir la rebeldía del alma humana. Señala
que es la “vara” la que podrá acabar con la rebeldía del niño y del joven. Muestra que
así como la necedad se relaciona con rebeldía, así la vara se relaciona con
disciplina. Podemos afirmar que el concepto de vara puede tener dos connotaciones
o dos significados complementarios. Puede significar un instrumento físico que sirve
para castigar, pero sobre todo significa un código de normas, valores o principios
morales que deben ser enseñados a los hijos, para alejarlos de la necedad o la
rebeldía.

Una de las más grandes tareas que tenemos como padres, es el poder formar
en nuestros hijos un carácter moral, donde principios éticos absolutos como la
veracidad, la justicia, la solidaridad, la bondad, la honestidad, etc estén plenamente
arraigados en su personalidad. No es una tarea fácil construir integridad en la vida de
los hijos, pero es absolutamente indispensable poder hacerlo, como una parte
importante en la formación de una identidad saludable. Dicha tarea deben ejercerla
los padres no sólo de manera verbal, sino sobre todo con el ejemplo, que es el más
grande maestro de la vida. Poner límites a nuestros hijos, sin traspasarlos tampoco
nosotros, es una buena manera de enseñar un estilo de vida respetuoso de las
normas y los valores morales.

No debemos olvidar que todo lo sano en la vida es un equilibrio y que los


extremos son sumamente dañinos para la salud psicológica integral. Un extremo son
los padres autoritarios, que son sobre-exigentes con las normas y
desproporcionados con el castigo. Se caracterizan por ser tan exigentes y legalistas
con las normas y los límites, que probablemente formen hijos con una de estas dos
personalidades: una identidad súper rebelde, propensa a violar las normas; o una
identidad súper sumisa o servil, que se sujete a ellas por temor o conveniencia; y
ambas posturas son identidades disfuncionales, producto de unos padres abusivos,
que los harán fracasar en su vida social.

El súper rebelde es el fracaso extremo de la socialización moral, que puede


devenir en el desarrollo de una identidad disfuncional llamada psicopática, en la que

22 Erich Fromm, Ética y Psicoanálisis, pág 136


la persona no se sujeta a las normas morales de convivencia, poniéndolas por debajo
de sus propios impulsos. Generalmente es producto de una rabia almacenada frente
a la percepción de unos padres abusivos e injustos; por eso la biblia dice: “vosotros
padres no provoquéis a ira a vuestros hijos…” (Efesios 6:4). El rebelde extremo
es casi siempre una persona con mucha rabia acumulada, generalmente provocada
por sus propios padres.

El otro extremo es actuar como padres permisivos, quienes son relajados con
las normas y flojos con el castigo. Son indiferentes o débiles frente a las normas que
deben implantar en el hogar; algo que puede ocurrir, ya sea porque somos padres
ausentes o padres consentidores, y es lo que llevará a que formemos hijos con
identidades narcisistas e impulsivos, que no quieran vivir según las normas morales
sociales, sino satisfaciendo sus propios caprichos o deseos egoístas, poniendo sus
impulsos por encima de los principios. También fracasarán en su vida social. Por eso
la Biblia dice que “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; Mas el que lo
ama, desde temprano lo corrige” (Proverbios 13:24).

Por ello es importante que los padres ejerzan una autoridad equilibrada, sin
caer en los polos extremos del autoritarismo ni de la permisividad. Deben ser
autócratas, sin caer en abusos autoritarios, cuando sus hijos son niños y ser algo
democráticos cuando ellos llegan a la adolescencia. Si las normas son impuestas
durante la niñez, en la adolescencia deben ser enseñadas a conciencia, no por la
fuerza ni la imposición, sino por el diálogo y el ejemplo; esta última es la mejor y la
manera más correcta de enseñar valores a nuestros niños. Ser democrático significa
que hay normas que han sido negociadas con los adolescentes y han sido
establecidas no sólo para ellos, sino también para los padres; ellos también se
sujetarán a los principios y valores que deben regir el hogar. La autoridad de los
padres se fortalece cuando predican con el ejemplo.

La disciplina comprende dos partes: una normativa y otra punitiva. Son


las dos caras de una misma moneda. En la primera se dejan bien establecidos los
límites y los valores morales en los cuales se debe vivir; mientras que en la segunda,
se dejan bien establecidas las consecuencias que se sufrirán al violarlas y
traspasarlas. Esto último, si queda bien definido, ahorrará a los padres los griteríos,
reproches, insultos y agresiones que se susciten frente a la desobediencia. En el
huerto del Edén Dios le dijo al hombre “no comerás de este árbol”, ahí está la
disciplina normativa; pero también le dijo “si lo comes morirás”, y ahí está la disciplina
punitiva. No sólo le enseñó una norma, sino que le advirtió acerca de las
consecuencias de violarla. Castigar sin normar, puede ser casi siempre una injusticia
que puede provocar ira en los hijos.

Nunca debemos olvidar que la disciplina punitiva tiene que ser proporcional a
la edad y al grado de violación de las normas; de lo contrario, el castigo se puede
convertir en una venganza o una descarga de la ira de los padres, o en un abuso
impertinente, algo que los hijos codificaran como una injusticia, que también les
provocará ira, la cual puede abrir una herida de resentimiento en sus corazones, que
muchas veces será difícil de curar, por su gran dificultad para perdonar.

Los hijos se resienten con los padres, no porque los disciplinan, sino por
la forma en que lo hacen. La violencia, el grito, el abuso y los insultos son las peores
formas de querer disciplinar. Por eso la pauta bíblica a seguir es “no provoquéis a
ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios
6:4). La injusticia en la aplicación de nuestras disciplinas, ya sea porque las normas
son muy elevadas, o las sanciones demasiado desproporcionadas, es lo que
provocará la ira en nuestros hijos, desembocando en grandes resentimientos.

Los hijos son campeones en hacernos enojar y sacarnos de nuestras casillas,


pero los padres somos súper campeones abriendo heridas de resentimiento en el
corazón de ellos, por la forma cómo reaccionamos frente a sus indisciplinas. Los hijos
son expertos en hacernos perder los papeles y muchas veces sus desobediencias
despiertan nuestra ira y nos dejamos llevar por ella, haciendo y diciendo cosas que
llegan a dañar la identidad de nuestros hijos. Cuando la disciplina no es producto del
amor, sino de la ira y la cólera, se convierte en un castigo injusto, con motivaciones
equivocadas, en la que no se busca la restauración de la conducta negativa del hijo(a),
sino hacer una descarga de las propias frustraciones paternas, algo que
definitivamente dañará el corazón de nuestros hijos.

No hay otras personas en el mundo que más ira despierten en el corazón de


los hijos, que sus propios padres. ¿Saben por qué muchos de nosotros y muchos de
nuestros hijos están resentidos con sus padres, y guardan un profundo y escondido
rencor hacia ellos? Pues porque cuando eran niños les provocaron a ira. El
resentimiento no es otra cosa que una ira reprimida, en la que todo empezó con un
simple enojo, que luego se convierte en ira y finalmente en rencor; éste casi siempre
va a permanecer en un nivel inconsciente, es decir, la persona no sabe que está
resentida, pero lo está.

Es por esta razón que el mandato de Dios a los padres es no provocar ira en
los hijos, es decir, no abrir una herida de resentimiento en el corazón de sus vástagos.
En los versos anteriores que hemos leído (Efesios 6:1-3), Dios enseña acerca de la
responsabilidad de los hijos, que es la de honrar a sus padres, pero en el siguiente
verso (6:4) enseña la responsabilidad de los padres hacia los hijos, la de no generar
amargura en sus corazones y de esta manera no perjudicar sus vidas, infectándoles
con el virus del resentimiento. Por el contrario, son los llamados a enseñarles el
lenguaje del amor, tal y como se les enseña a hablar un idioma gramatical, el español
en nuestro caso. Un niño que sólo conoce indiferencias, reproches, insultos,
agresiones y hasta violencia física, sólo aprenderá a hablar el lenguaje de la violencia
y el rencor; será incapaz de amarse a sí mismo y a los demás, y tendrá un inmenso
problema de autoestima.

No es por la disciplina en sí, sino por el método que usan los padres que se
genera resentimiento en el corazón de los hijos. Son las palabras que expresan sus
padres cuando les gritan y les dicen “eres un bruto”, “un estúpido”, “un tonto”, “eres
una bestia”, etc., o les tiran las cosas y les pegan con cualquier cosa, las que están
generando resentimiento en ellos. Son palabras inadecuadas que se convierten en
maldiciones para los hijos, ya que con insultos y conductas inapropiadas van
generando ira en ellos, desembocando al final en un resentimiento, que será una
emoción negativa que estropee la construcción de su identidad, porque el rencor es
una sentimiento que corroe el alma y que paraliza el crecimiento personal.
La persona resentida tiene bloqueadas sus potencialidades y descompuestas
sus habilidades sociales, por eso es poco o nada lo que alcanza en la vida. El rencor
no sólo afectará su salud psicológica, sino también su salud física. La manera más
perfecta de destruir la vida de una persona es abrir en ella una herida de
resentimiento, porque ese es el veneno más efectivo para hacer que se muera de a
poco. Muchas personas están enfermas corporalmente no por causas biológicas, sino
psicológicas; padecen un mal, no porque hayan sido atacadas por alguna bacteria
orgánica, sino porque han sido infectadas por el virus del resentimiento. Pueden
gastar mucho dinero en tratar su cuerpo, pero nada lograrán si no tratan su alma.

La Palabra de Dios dice: “castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza, mas
no se apresure tu alma para destruirlo” (Proverbios 19:18). Aplicar disciplina en la
vida de los hijos sólo se puede hacer bien a temprana edad; si dejamos pasar ese
tiempo, es muy difícil hacerlo después; por eso la Biblia habla de disciplinarlos
“…en tanto que hay esperanza”, es decir, hacerlo en el tiempo oportuno y preciso.
Dicho momento tiene que ver principalmente cuando los hijos son niños, más que
cuando son adolescentes. Sólo durante la niñez podemos imponer de buena manera
la disciplina, pero cuando ya son adolescentes las estrategias de disciplina tienen que
variar; ya que en esta etapa de la vida los hijos deben recibir normas negociadas, más
que impuestas, consejos más que órdenes y dirección más que imposición.

No se trata de que renunciemos o rebajemos los valores morales que deben


regir la vida de nuestros hijos, de lo que se trata es de no imponerlos y no pecar de
autoritarios, sino más bien de persuadirlos y animarlos inteligentemente a vivir dentro
de un marco normativo, donde existen derechos y deberes. Hay valores morales que
son innegociables, lo que no significa que debemos imponerlos, sino que hay
estimularlos; pero hay normas sociales que sí podemos negociar con los
adolescentes, como horas y lugares de salidas, permisos y las fiestas a las que
pueden asistir, etc.

En la etapa de la niñez no se negocia nada, aunque tampoco debe imponerse


nada de mala manera; es una etapa que se convierte en el momento más propicio
para enseñar disciplina a nuestros hijos; por ello de ninguna manera debemos dejar
pasar este tiempo sin hacer bien nuestro trabajo, porque ya no vamos a poder
recuperarlo más adelante. La niñez es el tiempo exacto para hacerlo, es en esa etapa
de la vida donde mejor funciona la disciplina; si la aplicamos bien, nos ahorraremos
muchos problemas en el futuro.

La Palabra de Dios dice también: “… mas no se apresure tu alma para


destruirlo”. Cuando dominados por la ira perdemos la ecuanimidad, es decir, el
control sobre nuestras emociones, nuestra alma está en apuros y puede destruir la
vida de nuestros hijos(a), ya que atentamos contra su identidad. En medio de la cólera
los padres son incapaces de distinguir entre la conducta y la persona de sus hijos, ni
de entender que hay que amar la persona y disciplinar la conducta, pero antes hay
que saberlas diferenciar; no hacerlo nos puede llevar a atentar contra su identidad;
porque cuando nuestros hijos se portan mal y los castigamos con ira y humillación,
ellos van a codificar, no que su conducta es la que está equivocada, sino que ellos
como persona son una equivocación, desvirtuando así su identidad personal.
Los hijos asumirán, que no sólo se descalifica una conducta negativa, sino
también a ellos como persona, cuando son disciplinados con una gran carga de ira.
Creerán que no es sólo su conducta la que está mal, sino que él o ella, como
personas, son los que están mal. No entenderán que sus padres aborrecen su
conducta negativa, sino que creerán que es a ellos, como personas, a quienes
aborrecen. Por eso una disciplina basada en la cólera es un atentado directo contra
su identidad, porque esa falta de separación entre la conducta y la persona, a la hora
de la disciplina, puede socavar los cimientos de la identidad de los hijos, que es lo
mismo que destruir sus almas, pues se desvaloriza el concepto de sí mismo.

Un padre debe asegurarse que su hijo(a) entienda que se ama a su persona,


pero que se castiga su conducta cuando ésta es equivocada. Debe saber diferenciar
nítidamente que lo que está mal no es la persona del hijo(a), sino su conducta. El gran
error de los padres es que mezclan las cosas y no hacen una clara diferenciación
entre el SER y el HACER de su hijo. Ellos tienen que darse cuenta que lo que está
mal es su HACER y no su SER; lo que los padres tienen que hacer es corregir lo
primero y no descalificar a lo segundo. La disciplina verdadera y eficaz actúa en el
HACER sin dañar el SER.

El SER tiene que ver con la dignidad de la persona, con lo que él es como ser
humano y como corona de la creación de Dios. La dignidad humana descansa en el
hecho de que el ser humano es una criatura creada a la imagen y semejanza de Dios,
privilegio del cual ninguna otra criatura puede gozar. La dignidad es esa parte de su
personalidad que no puede ser tocada por nada ni por nadie; los padres son los
primeros que deben cuidarla y no deben dañar esa parte del SER a la hora de corregir
el HACER de sus hijos.

No es fácil hacer la diferenciación, aunque tampoco es tan difícil, la clave está


en la actitud que asumimos frente a la conducta de nuestros hijos. Dicha actitud puede
ser resultado de la primacía de uno de estos dos componentes: nuestra razón o
nuestra emoción. Todos sin excepción tenemos actitudes, pero nos podemos
diferenciar en aquello que las sostienen; cuanto más descansen mis actitudes en mis
emociones, más prejuicios, subjetivismos, estereotipos y distorsiones de la realidad
yo tendré; pero si mi actitud descansa más sobre mi razón, más objetivo y realista
podré ser.

Las actitudes donde priman las emociones tienden a ser más irracionales,
sesgadas y condicionadas por el componente afectivo, distorsionando la percepción
correcta de la realidad y dificultando nuestras relaciones con los demás. En cambio
la actitud que se sostiene principalmente sobre la razón es una actitud pensada,
producto de una reflexión y que previamente ha procesado una información,
permitiéndonos ser más objetivos con la realidad y llevándonos a entablar relaciones
sanas y productivas con las demás. En otras palabras, yo puedo relacionarme con las
personas basándome más en mis emociones o en mi razón, ambos son necesarios
en toda interacción humana, pero es importante que el segundo pueda imponerse
sobre el primero, para garantizar una relación sana.

En las relaciones y tratos que establecemos con nuestros hijos también


debemos aplicar este principio. Es con nuestra razón y no con nuestra emoción que
tenemos que hacer la diferencia entre la conducta y la persona de nuestros niños a la
hora de disciplinar. Las emociones tienden a nublar nuestra razón, por eso son casi
siempre malas guías de la conducta humana, aunque no quita que sean buenas
acompañantes. Cuando yo me lleno de ira frente a la mala conducta de mi hijo(a), y
nublo mi razón, actuando sólo con mi emoción, ya no soy capaz de diferenciar su
conducta de su persona; por lo tanto, a la hora de la disciplina, arrasaré por igual con
ambas y dañaré la identidad del niño(a). Pero cuando yo me controlo, no pierdo los
papeles y me manejo a nivel del raciocinio, voy a poder discriminar castigando su
conducta, pero dejando intacta su persona. Con la primera actitud estoy
avergonzando a mi hijo, mientras que con la segunda, estoy manteniendo a salvo su
dignidad.

El concepto de dignidad es importante en la vida de todo ser humano; sin ella


la vida nos maltratará duramente, pero con ella tendremos la valentía de enfrentar
victoriosamente sus avatares. Todos nacemos con dignidad, por el solo hecho de
haber sido creados a la imagen y semejanza de Dios, pero una mala formación puede
dañarla. Y son los padres los que tienen que preservar la dignidad en sus hijos,
evitando algún posible daño. Ellos tienen que despertar, cuidar y exaltar la dignidad
de sus hijos; pero lamentablemente muchas veces son los primeros en dañarla y
degenerarla; esto sucede cuando los padres no saben diferenciar entre el SER y el
HACER de sus hijos, dañando su dignidad, y por ende, afectando su identidad, porque
la base principal sobre la cual se construye la identidad sana de una persona es la
dignidad sobre la cual se fundamenta.

El educar y disciplinar a nuestros hijos es todo un arte, que debemos saber


ejercerla apropiadamente, porque está en juego la dignidad e identidad de nuestros
niños; una mala aplicación y podemos arruinar la vida de nuestros pequeños. Nunca
corrijamos a nuestros hijos con nuestras emociones y siempre diferenciemos su
conducta de su persona. Cuando estemos llenos de ira, producto de su mal
comportamiento, reconozcamos que es el peor momento para disciplinarlos, porque
podemos cometer locuras de las cuales después nos arrepentiremos; debemos saber
esperar hasta sosegarnos, hasta que la razón tome control de nosotros y entonces
recién poder actuar.

Debemos siempre decir a nuestros hijos que les amamos como personas, pero
que no nos gustan sus conductas equivocadas; decirles que cuando los castigamos,
estamos descalificando su conducta y no su persona. La disciplina es también una
forma de amor, y debemos aplicarla en el momento oportuno y en la forma correcta;
además nunca lo hagamos delante de otras personas: la disciplina siempre debe
ser en privado y la recompensa en público. Cuando los castigamos de mala
manera y, peor aún, delante de los demás, los estamos avergonzando y, por ende,
dañando su identidad. Una persona que experimenta vergüenza es una persona que
tiene dañada su dignidad y tiene enfermo su SER.

Hay que saber diferenciar entre culpa y vergüenza. La culpabilidad es un


sentimiento que me dice que me he equivocado, y eso es bueno mientras no se
exagere, pero la vergüenza es un sentimiento que me dice que yo soy una
equivocación, y eso es muy malo. La culpa está relacionada con mí HACER, pero
la vergüenza está relacionada con mí SER; aquella me dice que está mal lo que
estoy haciendo, pero ésta me dice que está mal lo que yo soy. La culpa me dice que
mi conducta es un error; pero la vergüenza me dice que mi persona es un fiasco, que
soy yo el que está mal y que mi SER es una equivocación. Esa experiencia de
vergüenza desemboca en un desamor y descontento conmigo mismo, que aunque no
aparezca a nivel de mi conciencia, sí aflorará a nivel de síntomas en mi conducta.

La disciplina en los hijos, llevada de manera equilibrada y con una correcta


motivación, que se asienta en el amor hacia ellos, es lo que les permitirá conocer los
límites que tiene la vida, las normas que tiene la sociedad y los principios morales que
rigen la humanidad. La sujeción concienzuda, no por temor o conveniencia, a un
conjunto de principios éticos, es lo que les permitirá desarrollar la integridad como un
rasgo importante en sus personalidades. Y decimos que la integridad se constituye
en un componente importante de la identidad, porque cuando una persona es fiel a
determinados principios de vida y siempre actúa en consonancia con una misma ética,
que no cambia según las circunstancias, se desarrolla en ella un carácter que la define
como persona veraz, honesta, solidaria, benigna, justa, etc. que se hace parte
consustancial de su forma de ser, brindándole una identidad positiva bien definida.

Las personas que no respetan principios morales y que actúan según sus
propios intereses y conveniencias personales pueden comportarse de una manera,
en una determinada circunstancia y, de otra manera en otras situaciones. Pueden
adoptar una determinada personalidad frente a un determinado evento y otra forma
de ser frente a otra situación. Son las circunstancias y no sus principios lo que
determina su forma de ser. Por eso pueden mostrarse como personas santas en una
iglesia y como mundanas fuera de ella. Ser siempre el mismo en todo lugar, revela a
una persona con una identidad bien definida, y eso requiere que mi forma de ser esté
siempre gobernada por principios absolutos.

El concepto de integridad nos da la idea de algo completo, total, que no está


partido ni dividido, que no tiene dos caras, ni se acomoda según las circunstancias.
Es esa integridad lo que va determinando la identidad, al permanecer siempre fiel a
lo que soy, sin fisuras ni grietas en mi personalidad. Ese ser leal a sus principios y a
sus convicciones, pudiendo revisar lo segundo, pero nunca negociar lo primero, es lo
que les brindará a nuestros hijos una identidad personal consistente, donde saben lo
que quieren y saben lo que creen; por lo tanto, la vida los encontrará bien parados en
este mundo, sin ser una hoja arrastrada por el viento de las circunstancias, sino una
roca firme, asentada sobre una identidad sólida.

Una disciplina bien llevada configura una integridad bien desarrollada. La


aplicación correcta de la disciplina, que implica hacerlo en el momento correcto, con
la motivación correcta y de la forma correcta, eso es poseer inteligencia emocional y
con ello unos padres sabios sabrán formar un carácter sano en sus hijos,
caracterizado por esa integridad moral, que no sólo les guardará de peligros futuros,
sino que también les abrirá las puertas del progreso personal, porque nosotros
creemos que hay una íntima relación entre integridad y prosperidad, como intentamos
demostrarlo en otro de nuestros libros, al que titulamos Cultura de Valores… y que
sugerimos leer 23.

3. EL PRINCIPIO DE LA RESPONSABILIDAD (despierta las


Potencialidades).

23 Cultura de Valores: El Verdadero Paradigma de Desarrollo, José Baldeón


Otro elemento importante en la construcción de la identidad, es que los hijos
puedan llegar a conocer y ser capaces de usar las enormes potencialidades con las
cuales han nacido dotados. No podemos ser buenos en todo, pero por lo menos en
alguna cosa somos extraordinariamente buenos y eso es lo que determinará nuestra
vocación o misión en la vida. La gran tarea de los padres es poder ayudar a sus hijos
a descubrir y facilitar el surgimiento de dichas capacidades, sin constituirse en los
principales bloqueadores de dichas potencialidades. A continuación veremos cómo
hacer lo primero y alejarnos de lo segundo.

Despertar las grandes potencialidades de nuestros hijos es el gran desafío


que tenemos como padres y la forma de conseguirlo pasa por la tarea de enseñarles
a asumir responsabilidades o cumplir determinadas labores acordes con su edad y
desarrollo. La Biblia nos relata: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre y lo puso en el
huerto de Edén, para que lo labrara y lo cuidara” (Génesis 2:15), es decir, que Dios
encargó al hombre una tarea y le dio una responsabilidad que tenía que asumir dentro
de su hábitat.

Adán viviría en un paraíso, con todo lo necesario para su subsistencia; Dios le


proveería de todas las comodidades necesarias para su desarrollo, pero no estaba
en el plan del Creador que el hombre estuviera inactivo e improductivo en el paraíso,
sino que le ordenó labrar y cuidar el huerto. Dios podía haberle obviado ese trabajo y
ordenar a sus ángeles a realizar dichas tareas, poniéndolos al servicio del hombre;
pudo ahorrarle ese esfuerzo y decir algo así como “para qué le vamos a dar ese
trabajo al hombre, pobrecito de él, se puede cansar o se puede enfermar, de repente
no le gusta y se puede molestar, puede pensar que no lo amo; más bien dejemos que
se pasee y disfrute del paraíso”. Hay en esta paráfrasis cierta ironía, pero si Dios
hubiera actuado así, su amor habría sido imperfecto y se habría convertido en un
elemento tóxico que inhibe el crecimiento sano de su criatura.

¿Por qué entonces Dios, pudiendo hacer que sus ángeles cuiden del huerto,
ordenó al hombre que lo hiciera? Sencillamente porque Dios había creado un ser
humano con grandes potencialidades, y la única manera que pudiera conocerlas y
empezara a usarlas, era cumpliendo determinadas tareas y asumiendo determinadas
responsabilidades. Dejar que otros hagan lo que él tenía que hacer, era inutilizar sus
potencialidades, e impedir que las conozca y las use como parte de su desarrollo. Por
ello, no ayudar a nuestros hijos a conocer ni usar sus habilidades y no saber en qué
aspectos pueden desarrollarse en esta vida, es dejarlos ciegos frente al destino que
deben tomar sus existencias, producto de una identidad lisiada que desconoce todo
aquello de lo que es capaz de hacer.

No hay persona más miserable en este mundo que aquella que no sabe qué
hacer con su vida, como resultado de un desconocimiento de las capacidades que
posee. Las potencialidades determinan la vocación o el rumbo que tomará la vida de
una persona; si las desconoce, su existencia quedará truncada. Y es durante la
infancia y en el marco de su familia en que un niño(a) empieza a descubrir y aprende
a usar las habilidades con las cuales está dotado. Una familia sana facilitará dicho
proceso, pero una familia disfuncional lo obstruirá.
El mejor método para activar las potencialidades de nuestros hijos es
enseñarles a asumir responsabilidades, lo cual implica que cumplan determinadas
tareas que les permitan conocer y ponerse en contacto con las capacidades que
poseen. El Principio de la Responsabilidad es la disponibilidad de confiar en el
otro, a través de la delegación de tareas que pueda asumir, resaltando sus
habilidades personales (Hacer), satisfaciendo así su necesidad profunda de
COMPETITIVIDAD; es decir, se pueda percibir capaz de obtener logros en relación
con las demandas de la vida, desarrollando una Autoconfianza laboral adecuada, que
le permita a la persona expresar sus Potencialidades humanas, de tal manera que la
lleven a una Productividad de vida como signo de sanidad.

Así fue también como Dios le enseñó a su criatura el valor de la


responsabilidad, delegándole tareas con el fin que aprendiera a usar sus
habilidades. Si bien es cierto que Dios le construyó el huerto, pero era el hombre quien
sería el responsable de su mantenimiento. Había una parte que Dios hacía y otra
parte que el hombre debía hacer. Del mismo modo, hay una parte que los padres
debemos realizar, pero hay otra que corresponde a los hijos hacer; si invadimos sus
áreas de responsabilidades, producto de un amor mal entendido, nos convertimos en
padres disfuncionales.

Podemos definir también el concepto de responsabilidad a partir de su propia


etimología, descomponiendo el término en las dos palabras que lo forman:
“responder” y “habilidad”, de lo cual podemos concluir que la responsabilidad se
define como LA HABILIDAD PARA RESPONDER. Esto implica que los hijos
aprendan a usar sus habilidades para responder a los estímulos de su entorno. Todo
niño nace y está capacitado con grandes talentos y potencialidades, y a lo largo de
su formación debe ir adquiriendo la habilidad para usarlas, de tal manera que un día,
pueda con ellas enfrentarse a las demandas de este mundo, del cual recibirá
diferentes estímulos a los cuales deberá responder adecuada y eficazmente haciendo
frente a los desafíos de la vida. Por eso es importante que los padres siembren la
virtud de la responsabilidad en los hijos, que es el gran despertador de sus
potencialidades.

Los niños desde pequeños, de acuerdo a su edad y desarrollo, deben ir


asumiendo pequeñas responsabilidades que les permitan descubrir y madurar sus
habilidades. Si ya puede vestirse solo, comer solo, tender su cama solo, etc., pues no
deben hacérselo ni la mamá ni la empleada; el niño solo, debe y necesita hacerlo por
sí mismo. El amor constructivo es un amor que facilita y brinda espacio para que
el hijo(a) pueda hacer todo lo que es capaz de hacer por sí solo. El amor tóxico
es intrusivo y obstaculizador. Hacer las cosas que él las puede hacer ya por sí
mismo, es un amor tóxico, porque adormece sus potencialidades.

Cuando los padres no les señalan responsabilidades a sus hijos, los están
dañando con un amor equivocado, porque están impidiendo que sus habilidades se
desarrollen. El gran enemigo del principio de la responsabilidad es la
sobreprotección, que en el fondo es una falsa protección, porque no se hace en
función de las necesidades del hijo(a), sino en función de la necesidad del progenitor,
quien busca llenar sus propios vacíos y carencias; por eso, si hay algo que daña
significativamente a los hijos y les impide que desarrollen sus potencialidades, eso es
la sobreprotección, que es el amor más dañino y tóxico del mundo; pues es un amor
enfermizo y contradictorio, que buscando evitarle el sufrimiento y dolor al hijo,
precisamente lo arroja a dicha condición.

No habrá niño que sufra más en la vida que aquel que fue sobreprotegido.
Y si queremos que nuestros hijos sufran menos cuando sean grandes,
tendremos que dejarles sufrir un poco cuando aún son pequeños. La psicología
humana ha llegado a la conclusión que la persona que no transita por el camino del
esfuerzo y el dolor, siempre permanecerá en la condición de niño, o sea, inmaduro.
La Biblia enseña también lo mismo: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no
crece, y no lleva fruto”.

Los padres deben tener bien en claro que los hijos necesitan una dosis de dolor
y sufrimiento en el camino de su desarrollo. Tampoco se debe exagerar siendo duros
con ellos, porque los extremos son siempre dañinos. La sobreprotección es tan o más
nociva que el mismo abandono, que es el otro extremo.

Abandono Sobre-protección
Protección

Un niño abandonado, de alguna manera, por la misma dureza de la vida, y


como una forma de compensación, tenderá a desarrollar sus potencialidades, aunque
su área afectiva quede empobrecida; pero un niño(a) sobreprotegido quedará
cercenado o amputado en sus habilidades y terminará como un inválido psicológico,
con sentimientos de inutilidad frente a las demandas de la vida.

No hay en el mundo personas que nos amen más que nuestros padres; pero
tampoco hay quien más nos pueda dañar, cuando nos aman con un amor incorrecto.
Ni siquiera los animalitos les hacen tanto daño a sus hijos como los hombres; aquellos
jamás caen en la sobreprotección. Esto lo podemos comprobar cuando vemos cómo
nace un pollito. Ahí está el huevo con el pollito listo para salir, la gallina apenas dará
dos o tres picotazos al cascaron y el resto tendrá que hacerlo el mismo pollito.
Entonces se inicia para él toda una lucha en la cual tiene que aprender a usar la
potencialidad de su pico, golpeando el cascaron por dentro y rompiéndolo de a poco;
todo esto le costará esfuerzo, dolor y posiblemente cierto sufrimiento, pero es un
proceso que será necesario para su posterior supervivencia.

Imaginemos por un momento que la mamá gallina se llenara de


sentimentalismo y dijera “pobrecito mi pollito, cómo voy a dejar que sufra y luche
dentro del cascarón, sería una madre desnaturalizada, mejor yo voy a romper el
cascarón y ayudarle a salir”. Si la gallina actuara así, le infringiría un terrible daño a
su pollito, porque estaría impidiendo que desarrolle su principal potencialidad. Cuando
se convierta en un pollo grande, para su supervivencia necesitará hacer uso correcto
de su pico para buscar sus alimentos, pero si no aprendió a usarlo cuando estaba en
el cascarón, tampoco sabrá usarlo después y por lo tanto morirá de hambre, y será
un pollo fracasado en el gallinero.

Muchos padres, sobre todo madres, cuando un hijo(a) suyo está aún en el
cascarón de su cuidado, por evitarle dolor y sufrimiento, no dejan que haga por sí
mismo lo que ya está en capacidad de hacer solo. Padres que les cortan las manos
a sus hijos, psicológicamente hablando, cuando les hacen todo; que no dejan que se
vista por sí mimo, que tienda su cama, que cumpla ciertas labores dentro de la casa,
que asuma ciertas responsabilidades, no sólo personales sino familiares, etc., que
son tareas y acciones que despertarán sus potencialidades.

Cuando los padres se comportan de manera sobreprotectora, el mensaje que


el niño(a) está codificando en su mente es “yo no puedo, yo soy inútil, por eso mis
padres tienen que hacerlo todo por mí”. Entonces, cuando él crezca y se tenga que
enfrentar a la vida, como por ejemplo, postular a la universidad, relacionarse con una
chica o presentarse a un trabajo, etc., aparecerá en su mente el fantasma del “yo no
puedo”, se sentirá inútil e incapaz de lograrlo, no tendrá confianza en sí mismo y se
sentirá débil frente a las exigencias de la vida, porque sus padres bloquearon sus
capacidades y no dejaron que entrenara el uso de sus potencialidades cuando aún
era niño(a).

Estando bloqueadas sus habilidades, visualizará la vida como algo difícil; por
lo tanto, se desanimará fácilmente y no sabrá cómo luchar en este mundo.
Difícilmente descubrirá su vocación en la vida. Es diferente cuando los padres
promueven la autonomía de sus hijos, sin sobreprotegerlos ni asfixiarlos con sus
excesivas atenciones, y más bien les encargan tareas y responsabilidades que tienen
que cumplir por sí mismos, impulsándoles a hacer uso de sus capacidades. Estos
niños crecerán con un mensaje en sus mentes “yo puedo hacerlo”, “yo soy capaz” y
así, desarrollarán su autoestima, se sentirán fuertes para enfrentar las demandas de
la vida y capaces de poder triunfar en medio de ella.

La sobreprotección es un amor asfixiante, que hace que todas las


potencialidades del niño queden atrofiadas, porque uno o ambos padres impiden que
sean usadas. Pareciera que son buenos padres, porque se muestran súper
protectores; pero en el fondo no lo son, porque tienen un problema de vacío o soledad,
que buscan resolverlo quedándose pegados a un hijo(a), y convirtiéndolo en un
apéndice de sí mismo o en una prolongación de su propia personalidad.

Este es un fenómeno que sucede mucho sobre todo en madres solteras, que
son las más propensas en caer en un trastorno psicológico llamado simbiosis, el cual
se puede definir como la conjunción de dos seres donde uno o ambos pierden su
propia identidad y se funden en la otra, en una mutua dependencia, donde sólo se
piensa y se actúa según el dictamen del otro. Es una unión enfermiza, donde ninguno
puede vivir sin el otro, en la que se pierde la libertad individual y la pseudo
interdependencia se torna crónica y mal sana.

Si la protección de los padres hacia los hijos es buena, la sobreprotección


es muy mala, porque es un amor invasivo, asfixiante y controlador, que atenta contra
el desarrollo de la autonomía a la cual tiene derecho todo hijo(a). El amor de Dios
alcanzaba a proteger al hombre, pero jamás llegó al extremo de sobreprotegerlo. Esto
último engendra hijos con una profunda invalidez psicológica, producto del bloqueo
de sus potencialidades, y los convierte en personas inútiles e incapaces de hacer
frente a las grandes demandas de la vida. El mundo les parecerá duro y difícil de
transitar, porque cuando eran niños sus padres les inventaron un mundo fácil y
cómodo, donde no había lugar para el esfuerzo y el dolor. Nunca se ejercitaron en el
uso de sus habilidades, porque casi todo se lo hicieron sus padres y no permitieron
que el niño(a) hiciera algo por sí mismo.
Una de las acciones más recomendables para los padres es poder delegar a
sus hijos tareas que impliquen responsabilidades, porque con ello están activando
sus potencialidades y librándoles de toda invalidez psicológica. Hacer aquellas cosas
que mi hijo puede y debe hacer por sí mismo, es enseñarle a ser irresponsable; y más
que eso, es decirle encubiertamente que es “un inútil”, y que “no tiene ninguna
capacidad que pueda usar”. Teniendo en cuenta sus limitaciones, ya sea por su edad
o por alguna deficiencia física, se le debe encargar tareas pequeñas o medianas que
pueda gradualmente ir asumiendo. Aún al niño discapacitado se le debe dar
responsabilidades, para que desarrolle su potencialidad y se sienta útil en la vida. De
ninguna manera se les debe quitar este derecho, porque todo ser humano tiene la
necesidad de sentirse útil y siempre serán capaces para hacer algo, por más
limitaciones que tengan.

No queremos terminar esta parte sin señalar que así como hay una
sobreprotección dañina, también hay una sobre-responsabilidad, que no es otra
cosa que una sobre-exigencia, que es tan perjudicial como aquella. Los padres no
deben caer en esto último, que implica demandar cosas a sus hijos que por su edad
o por su grado de desarrollo, no están aún en capacidad de hacer, porque eso también
bloqueará sus potencialidades. Vemos, entonces, que los padres pueden fallar por
exceso o por omisión: el punto medio es lo correcto, los extremos son siempre
dañinos. Podemos dañar sus habilidades, ya sea porque no dejamos que las
usen o porque les exigimos que las usen en demasía.

Es de importancia capital que facilitemos el despertar de las potencialidades


de nuestros hijos, porque es uno de los componentes claves en la construcción de su
identidad positiva, pero debemos hacerlo de manera atinada y responsable. Conocer
los aspectos en los que uno es bueno, es saber lo que se quiere hacer en la vida.
Tener claridad para identificar sus capacidades dará a los hijos orientación de su
derrotero en la vida. Conocer sus potencialidades les permitirá conocer su misión en
este mundo. Desconocer sus habilidades es desconocer su destino, porque no sabrán
para qué están aquí. Ignorar sus capacidades es ignorar el papel que deben
desempeñar en la vida; pero conocer sus habilidades es conocerse a sí mismo, es
tener confianza en su persona y es sentirse capaz de enfrentar los retos de la vida.
Todo eso es poseer una identidad positiva, que sabe pararse firmemente en medio
de su sociedad, sin dudar de las capacidades propias ni hundirse en sentimientos de
insuficiencia.

Las responsabilidades que vaya asumiendo gradualmente un hijo(a), harán


que despierten sus potencialidades, y con ellas podrá descubrir su vocación en la
vida. Definir la misión de su existencia le permitirá ser el arquitecto de su propio su
destino. Saber y cumplir el papel para el cual ha nacido, en base a la expresión de
sus mejores habilidades, es poseer una identidad sana y positiva, que permitirá a ese
hijo(a) encontrar un sentido a su existencia.

Principios complementarios

Teniendo siempre presente el cuadro de la arquitectura de la identidad, nos


toca en esta parte trabajar los cimientos que sostienen y sobre los cuales deben
desarrollarse los tres componentes básicos que la constituyen: Autenticidad,
Integridad y Potencialidad. No olvidemos que la calidad de la atmósfera familiar que
hagamos respirar a nuestros hijos, determinará la calidad de su identidad. Dicha
atmósfera se fomenta a partir de la eficacia con que se cumplan la función parental y
la función conyugal en el seno del hogar. Los dos principios complementarios, que a
continuación describiremos, como parte de la construcción de una identidad sana,
tienen que ver con esa atmósfera que los padres sean capaces de hacer respirar a
sus hijos, de tal manera que ellos puedan desarrollar apropiadamente los
sentimientos de pertenencia y sentimientos de autonomía, anteriormente
mencionados, sobre cuya base se levantarán los tres componentes de una identidad
sana. Los dos principios que desarrollaremos se complementan para generar ambos
sentimientos, pero cada uno de ellos enfatiza uno de manera particular.

4. PRINCIPIO DE LA ARMONÍA CONYUGAL (producirá Sentimientos de


Pertenencia).

La unidad y armonía de la pareja coadyuvan en la construcción de una


identidad sana, porque un niño(a) que vive en medio de una relación conyugal
armónica e integrada, crecerá sintiéndose seguro y estable psicológicamente; pero si
la ecología conyugal es conflictiva y carece de armonía, se respirará una atmosfera
contaminada de violencia que intoxicará su identidad, creciendo inseguro e inestable,
y no queriendo pertenecer a esa familia.

Las investigaciones psicológicas muestran que la calidad de las relaciones,


tanto parentales como conyugales, influye en el desarrollo de la personalidad de los
hijos. La teoría del apego desarrollado por John Bowlby (1989), que plantea
precisamente que la forma sana o insana en que se relacionan los padres con los
hijos, y nosotros agregamos, como también la forma en que se relacionan entre ellos,
afecta el desarrollo de la identidad de los hijos. Bowlby habla de apegos seguros e
inseguros, según las relaciones con el hijo(a) sean sanas o insanas. Se sabe que los
apegos inseguros se asocian a ulteriores patologías en la conducta de los hijos.

En las investigaciones posteriores se resaltó la influencia que el papel de las


relaciones conyugales juega en la identidad de los hijos. En esta misma línea, varios
trabajos demuestran la enorme importancia del ambiente familiar en el desarrollo y
cambio de los estilos relacionales al interior de la familia. En el tema del apego
(relación afectiva) Goldberg y Easterbrooks (1984) encontraron que los niños de 20
meses tenían mayor probabilidad de desarrollar un apego seguro con sus padres
cuando éstos disfrutaban de un excelente ajuste marital; y al contrario, los niños con
apego inseguro tenían una mayor probabilidad de pertenecer a familias donde la
pareja marital estaba mal ajustada. Esta observación ha sido corroborada por otros
autores (Eiden R.D., Teti D.M., Corns K.M., 1995, Cowan P.A., Cowan C.P., Cohn
D.A. y cols. 1996). Y el apego inseguro, que caracteriza a las relaciones defectuosas,
es la fuente de futuras identidades patológicas.

Un hijo(a) puede sentirse no acogido, no aceptado ni valorarado por sus


padres, ahogando sus anhelos de pertenencia, no sólo porque ellos no le aman
correctamente, sino también porque experimenta el desamor entre ellos como pareja,
como resultado de una relación marital defectuosa. Nadie quiere pertenecer a una
familia donde reina la indiferencia, la violencia y los conflictos por doquier; son
características que la convierten en una familia centrífuga, que expulsa a sus
miembros, dejando en los hijos ese hueco en el alma, al no identificarse como parte
de un grupo que le brinde amor y seguridad.

Parejas disfuncionales pueden generar desviaciones en la identidad personal


del hijo(a). Independientemente de cuan buena sea la relación de cada padre con
cada hijo(a), si la relación conyugal entre ellos como pareja es defectuosa,
inevitablemente la salud psicológica de los hijos se verá afectada. No se puede ser
un buen padre si no se es también un buen esposo o esposa. La identidad positiva
de nuestros hijos no sólo se construye a partir de una buena relación con ellos,
sino también a partir de una buena relación con el cónyuge.

La discordancia de la pareja, aunque hagan lo imposible por mantener a los


hijos al margen de sus conflictos, inevitablemente los alcanzará. Es muy difícil
preservar a los hijos de los problemas de la relación conyugal, y aunque a veces
podamos creer que lo logramos, ellos aparecerán sutilmente en los malos tratos que
podamos tener con nuestros hijos, producto del desplazamiento hacia ellos de
nuestras propias amarguras y frustraciones conyugales. Los conflictos de la pareja
afectan psicológicamente a cada uno de los cónyuges, alterando el carácter, por lo
que inevitablemente afectan el trato con los hijos.

La calidad de la relación conyugal indiscutiblemente influirá en la calidad


de la relación parental. Si mi relación matrimonial es conflictiva, fría y distante, la
calidad de mi relación parental con mis hijos se verá afectada, porque en muchos
casos los padres buscarán triangular con los hijos, ya sea tratando que se pongan de
su lado, refugiándose en la relación con ellos o desplazando sus frustraciones hacia
sus hijos. La mala relación con la pareja, por las heridas que le suscita, los inutiliza
como padres para llevar una buena relación con los hijos. Por eso decimos que la
calidad de la relación parental es directamente proporcional a la calidad de la relación
matrimonial. Una buena relación con mi cónyuge facilitará una buena relación con mis
hijos; de lo contrario, la dificulta.

La mejor manera de demostrarles nuestro amor a los hijos, es mostrarles el


amor que tenemos por su otro progenitor. Dejar de amar a nuestra pareja es una
forma indirecta de dejar de amar a nuestros hijos; ellos lo experimentarán así, aunque
nosotros pensemos lo contrario. Nuestros hijos sentirán que nuestro amor por ellos
es incompleto, si es que no se extiende también hacia su otro progenitor. No hablamos
necesariamente de seguir amando a mi cónyuge, aunque eso es lo ideal, pero sí de
amarle como amigo o como prójimo, en caso que la separación haya sido inevitable.
Un distanciamiento conflictivo afectará la relación parental y extinguirá todo
sentimiento de pertenencia.

Los hijos construyen su identidad positiva no sólo porque se sienten


amados por sus padres, sino también porque ven que ellos se aman entre sí.
Para los hijos no basta que sus padres los amen, es importante que también los vea
amarse entre ellos; esa atmosfera de amor es lo que produce en ellos el sentimiento
de pertenencia, que les hará tener seguridad y el deseo de formar parte de esa familia.
Aún los padres divorciados pueden aprender a amarse o respetarse como amigos,
por amor a sus hijos.
Si se fracasa en la relación de pareja, se debe aprender a triunfar en la
relación de amigos o compañeros, como post-cónyuges, para preservar una
identidad positiva en nuestros hijos. Deben seguir casados como padres, aunque
estén divorciados como cónyuges. Si no se pudo construir una relación de pareja, se
tiene que trabajar en construir una relación de padres, que implica ser amigos o
compañeros, pero de ninguna manera ser enemigos, si queremos garantizar la salud
psicológica de los hijos. No es una tarea fácil, porque demanda comprensión, perdón
y aceptación del otro, tras una ruptura conyugal; pero es necesario hacer el esfuerzo
por amor a nuestros hijos y por nuestra propia salud emocional. Si decimos que
estamos dispuestos a todo por amor a ellos, para que eso no quede sólo en palabras,
tenemos que esforzarnos en ser maduros y ser capaces de relacionarnos sanamente
con quien un día procreamos nuestros hijos.

Los resentimientos, amarguras y frustraciones que puedan despertarse en mi


corazón, producto de los conflictos con mi pareja, son heridas abiertas que no sólo
me dañan a mí, en mi alma y en mi cuerpo, sino que también dañarán el alma de
nuestros hijos. Una persona herida, siempre herirá a las personas de su entorno,
especialmente a las que dice querer más. Las heridas del alma son muchas veces
las grandes responsables de griteríos, ofensas y violencias entre los miembros de una
familia, generándose distanciamientos emocionales y físicos entre ellos, ahogando
los sentimientos de pertenencia que los hijos necesitan desarrollar.

La gran tarea de los cónyuges es poder enfrentar y sanar bien sus heridas,
para así disolver toda atmosfera de desamor que impida un desarrollo sano de
sentimientos de pertenencia en los hijos. No importa cuán grande sea la decepción o
traición que se haya experimentado de parte de una pareja, nada justifica seguir con
la herida abierta del rencor, porque es una forma enfermiza de seguir atado a quien
la provocó. El perdón es liberador. La misericordia por el otro(a) es reparadora, porque
mi sanidad emocional garantizará la sanidad emocional de mis hijos. Ellos no querrán
pertenecer a una familia donde reinan los conflictos y los desencuentros, sino donde
gobierna la armonía y la paz, porque es en esa atmósfera limpia donde se crece con
una identidad sana y funcional.

La pareja conyugal, por la manera cómo se relacionan entre ellos y, a su vez,


cómo se relacionan con los hijos, dependiendo si dicha relación está marcada más
por el signo del amor o por la violencia, determinará en el hogar una atmósfera grata
u hostil, que los hijos respirarán y que los hará desear o rechazar la idea de pertenecer
a dicho sistema familiar. Una atmósfera familiar de frialdad o desafección, como
también de violencia y hostilidad, tanto en el plano parental y/o conyugal, actuará
como elemento inhibidor de los sentimientos de pertenencia. Ningún hijo(a) querrá
pertenecer a un sistema familiar donde no reine algo parecido a la armonía y la paz.

Fracasar como padres en la tarea de desarrollar sentimientos de pertenencia


en nuestros hijos, es empujar a nuestros vástagos a nuevos sistemas relacionales
que pueden resultar sumamente peligrosos para ellos. El ingreso de muchos jóvenes
al mundo del pandillaje, las barras bravas, de los emos (que se visten de negro, con
vestimentas y adornos estrambóticos), etc. no es otra cosa que la reacción
compensatoria de unos hijos que necesitan encontrar un sistema que los acoja y les
brinde el afecto y el reconocimiento que su familia de origen les ha negado; por eso
es que lo buscan en aquellos grupos disfuncionales, que se constituyen en su “familia”
sustitutoria, al llenar el vacío afectivo que les negó su hogar principal.

La ausencia de sentimientos de pertenencia familiar deforma o inhibe el


desarrollo de la identidad de los hijos, por lo que fácilmente son tragados por aquellos
grupos, en los cuales no les importa ser parte de la masa o ser uno más del rebaño,
con tal de sentirse acompañados y ser parte de un sistema que les brinda cierta
seguridad y acogimiento; no importa que sea al costo de perder su propia identidad.
Lo importante para ellos es no sentirse solos en este mundo, poder identificarse con
otros que no los juzgan ni lo condenan, y poder compartir actividades similares,
independientemente si son buenos o malos, porque eso pasa a un segundo plano, lo
vital es tener y sentirse parte de una “familia”.

No se puede existir sin la experiencia de sentirse parte de una comunidad, en


la que uno se sienta amado y reconocido. La ausencia de dicha experiencia, en casos
extremos, probablemente pueda no sólo empujar a nuestros hijos a buscar nuevos
sistemas o grupos que reemplacen a la familia de origen, sino también llevarlos por
el camino de la autodestrucción. El caso de jovencitas que caen en el mundo de la
prostitución puede ser un ejemplo representativo de lo que venimos diciendo; porque
pueden haber diversas razones por las que una muchacha entra en el mundo del
meretricio, pero detrás de esas razones, muy en el fondo, generalmente encontramos
una historia de vida caracterizada por el desarraigo familiar; es decir, unos padres
que no le brindaron todo el amor y el reconocimiento que ella necesitaba, ni la
protección que requería; creció en un hogar donde nunca se sintió acogida ni
valorada, sino abandonada o maltratada, por lo que no sabe respetarse ni se siente
obligada a respetar a la familia en la que cree que nació por accidente, pero que nunca
la hizo sentir realmente parte de ella.

Dejar un hueco de ausencia de pertenencia en la personalidad de los hijos, por


no cumplir bien los roles de esposos y/o padres, es afectar su destino; porque en
casos extremos, los podemos estar arrojando a uno de esos dos caminos, que serán
sumamente perjudiciales para sus vidas. Uno es el camino de esconderse en
grupos disfuncionales, como pandillas, emos, etc. porque se carece de identidad,
en los cuales los acogerán, pero también los usaran y probablemente los explotarán,
aunque obviamente cumplirán la función de apoyo, para no dejar que se derrumben
interiormente.

El otro camino puede ser el sendero de la autodestrucción; no habiendo


un apoyo externo y no sintiéndose amado y valorado, fácilmente se puede sucumbir
en el mundo de las depresiones, adicciones, el meretricio u otros, donde sin ningún
apoyo externo, se dañe interiormente. En el primer caso, es como un ataque al mundo
exterior que lo rodea, donde los que más sufren son los que están en su entorno;
mientras que en el segundo caso, es un ataque a su mundo interior, donde quien más
sufre es él o ella misma.

Sin sentimientos de pertenencia los hijos no desarrollan una identidad sana,


por lo que se convierten en personas fácilmente vulnerables a un destino infeliz,
siguiendo caminos equivocados en la vida, como el entrar a grupos sociales de
dudosa reputación; que es una forma compensatoria no sólo de encontrar a la familia
que nunca se tuvo, sino una forma inconsciente de cobrarse la revancha frente a una
familia que afectivamente lo expulsó. Tampoco están exentos del camino de la
autodestrucción, producto del poco o nulo amor hacia sí mismo, que resulta del vacío
y abandono que experimentó en su familia de origen. Son huecos que los padres
dejan en el alma de los hijos y que ellos buscarán llenar de cualquier manera y a
cualquier precio.

El amor, la paz, el respeto, la armonía y la sana comunicación que reine en


una familia, tanto en la coordenada conyugal como en la parental, son los valores que
producen buenos sentimientos de pertenencia en los hijos, haciendo que ellos
crezcan seguros de sí mismos y con mucha estabilidad interior. Todo ello depende de
la existencia de una buena y sana interacción entre los cónyuges, como también en
la relación padres e hijos. Sólo un clima familiar descontaminado de todo aire de
conflictos y sequedad afectiva, y más bien impregnado de un ambiente de armonía y
paz, es el fundamento clave para sembrar sentimientos de pertenencia en nuestros
hijos, uno de los requisitos indispensables en la construcción de una identidad sana.

5. PRINCIPIO DE LA DIFERENCIACION PARENTAL (producirá


Sentimientos de Autonomía)

Los padres tenemos que entender que los hijos no son una prolongación
nuestra, y que no tienen que ser como nosotros queremos que sean. Ellos son
diferentes y tienen que llegar a ser lo que ellos son, lo cual implica que puedan
empezar a diferenciarse de su familia de origen; es decir, empezar a construir su
propia identidad, porque la no diferenciación resultará en un grado de personalidad
disfuncional. Y entendemos por diferenciación, el alcanzar la propia individuación o
autonomía, donde aprenden a pensar, a decidir y a valerse por sí mismos.

Empezamos la vida en completa dependencia en el vientre materno, pero


desde el nacimiento iniciamos el largo proceso de diferenciación, donde el niño
empieza a descubrir que es una persona distinta y diferente de sus padres; esa
conciencia de ser otro es el comienzo de la conquista de su diferenciación, que no
será fácil, ni para él ni para sus padres; pero del éxito que tengan ambas partes
dependerá la salud identitaria del hijo(a). “Si pensamos en términos de una identidad
dinámica, la individuación implica una lucha por la diferenciación en el seno de un
sistema…” ha dicho Juana M. Droeven, y el principal sistema es la familia.

Desde la infancia podemos observar esa lucha por la diferenciación que el


infante establece con su medio entorno; por ejemplo, en todos los niños, a una edad
promedio de dos años, la palabra favorita y más usada es el “no”. Si uno le pide o le
indica que haga algo, en la mayoría de las veces, se va a oponer diciendo “no”. A esta
edad, psicológicamente hablando, podemos decir que el niño experimenta la primera
adolescencia, porque al igual que la adolescencia propiamente dicha de la juventud,
ésta se caracteriza por esa dosis de rebeldía presente en sus interacciones. Y como
hemos dicho en otro libro nuestro 24, una rebeldía dosificada es necesaria en la
construcción de su propia identidad.

Así que, cuando un niño(a) de dos años en promedio usa constantemente el


“no” para interactuar con su entorno, lo que en el fondo está haciendo es diferenciarse

24
José Baldeón, Las 7 Claves para Combatir la Rebeldía Adolescente
de ese entorno; con su “no” está diciendo “yo soy diferente a ustedes”, está
empezando a poner sus límites entre su propio Yo y el Yo de los demás, y su
instrumento clave es la palabra “no”. Es importante y necesario que así sea, para
sentar las bases de su futura y definitiva diferenciación que debe terminar de darse,
básicamente, en su juventud, pasando exitosamente por su adolescencia. El
acompañamiento sabio de unos padres funcionales permitirá que dicha diferenciación
se produzca sana y apropiadamente.

Durante la adolescencia deben ir cambiando las funciones, roles y estructuras


familiares para adaptarse al crecimiento de los hijos. Corresponde a los padres el
saber transformar gradualmente su uso de la autoridad desde la aproximación
unilateral, en la que habitualmente están instalados durante la infancia, a una más de
cooperación y co-construcción (Youniss J. y Smollar J., 1985). Durante la niñez la
autoridad paterna es autocrática, los padres dicen lo que tiene que hacerse, sin que
los pequeños lo discutan; pero en la adolescencia la autoridad debe ser relativamente
democrática, en la que los padres ya no imponen, sino que enseñan, motivan y
convencen de la importancia de sujetarse a las normas de la familia y pueden negociar
situaciones periféricas.

En páginas anteriores hemos señalado que la dependencia y la


contradependencia son etapas, que si no se superan, generan identidades
disfuncionales. Parte de un desarrollo sano comprende llegar a la etapa de la
independencia, que implica alcanzar sentimientos de autonomía, donde los hijos sean
capaces de auto-sostenerse y de valerse por sí mismos, teniendo confianza en sus
propios recursos, sin vivir esperando recibir de otros, sino más bien siendo capaces
de dar a los demás, como signo de haber llegado a la interdependencia, el nivel más
alto de la madurez.

Murray Bowen, psicoterapeuta familiar, quien ha trabajado mucho el tema de


la diferenciación parental, dice que “El concepto de la diferenciación de sí mismo se
relaciona con el grado en que una persona se va diferenciando emocionalmente del
padre. En un sentido amplio, el chico se separa físicamente de la madre en el
momento del nacimiento, pero el proceso de separación emocional es lento, esto
depende mucho de factores innatos en la madre y de su capacidad de permitirle al
hijo crecer alejándose de ella, más que de factores innatos del hijo” 25.

El proceso de autonomía de los hijos empieza desde el nacimiento, con una


separación física entre madre y bebé, para después empezar el proceso paulatino de
separación psicológica, extinguiendo no el afecto, pero sí la dependencia afectiva.
Unos padres sanos facilitarán dicho proceso, pero unos padres disfuncionales lo
dificultarán, negándose a romper el cordón umbilical emocional con los hijos.

Hay muchos padres sobreprotectores, que con un amor mal entendido, no


dejan que sus hijos se desarrollen autónomamente; inconscientemente se sienten
propietarios de la vida de los hijos y piensan que ellos tienen que ser y hacer
exactamente lo que sus padres ordenan, con el desfasado pretexto de que “es por
amor y por el bien de ellos”. Durante la niñez de los hijos, tal vez se nos permita actuar
así, pero hacerlo durante la adolescencia, es un atentado contra su identidad. En la

25 Murray Bowen, De la Familia al Individuo, pág. 70


juventud ellos reclamarán espacios de autonomía, que los padres deben brindarles,
aunque no de manera abiertamente permisiva, pero tampoco negársela de manera
cerradamente represiva. No olvidemos que los extremos alojan disfuncionalidades.

Según Jay Haley (1985), durante la etapa del ciclo vital de la adolescencia, el
joven debe distanciarse emocionalmente de la familia, diferenciarse y afirmarse en su
identidad. Unos padres disfuncionales experimentarán la dificultad de dejar al
adolescente que se diferencie de ellos. Pero una familia sana deberá pasar de ser
una agencia que nutre a los niños, a ser una plataforma que les permita entrar en el
mundo adulto de responsabilidades y compromisos, sobre la base de una autonomía
que le permiten desarrollar. Los temas básicos que se negocian en la
adolescencia son la autonomía y el control. Han de establecerse unos límites
flexibles que permitan al adolescente salir del sistema familiar, explorar y
experimentar sus capacidades nuevas y, a la vez, refugiarse cuando no pueda
manejar las cosas solo. Es un período de confusión y ruptura. El adolescente vive la
dificultad de crecer y hacerse adulto y separado de sus padres, asumiendo
responsabilidades e independencia; y los padres viven la dificultad de aceptar su
crecimiento.

Es necesario que los hijos se desteten de los padres y los padres de los
hijos. Lo más funcional en esta etapa es que los hijos lleguen a separarse de su
familia y, con todo, sigan involucrados en ella. La persona verdaderamente
independiente sabe mantener relaciones significativas con otros, sin perder su
autonomía (White 1983 y Feldman 1988). El hijo(a) aprenderá a unirse al mundo
adulto, y los padres habrán de aprender a tratarle y a tratarse de un modo diferente.
Los padres tendrán que continuar su vínculo con los hijos, mientras hacen la
transición de tratarlos como niños a tratarlos como iguales.

Una persona con un buen nivel de autonomía es aquella que diferencia entre
sus sentimientos, necesidades y expectativas, y las de los demás miembros de su
familia. Es un hijo(a) que ha desarrollado creencias y convicciones claramente
definidas, que posee opiniones propias y principios firmes; se hace responsable de
sus actos, nunca se victimiza, ni le echa la culpa a nadie de sus desgracias; las asume
y se repone. No sucumbe fácilmente a las presiones sociales, sabe hacerse respetar
y respeta a los demás. No es esclavo de las apariencias, vive auténticamente. Se
tiene confianza en sí mismo y por eso se siente capaz de poder construir su propio
destino.

Sincronía entre Pertenencia y Autonomía

En el crecimiento individual-personal, no planteamos que los hijos logren una


autonomía en base a la ruptura de los vínculos afectivos con los padres; lo que se
plantea es la ruptura de toda dependencia afectiva hacia ellos, que pueda estar
impidiendo el proceso sano de crecimiento autónomo de los hijos. En la
adolescencia debe empezar a darse una ruptura de la dependencia, pero
manteniendo la relación. Es una etapa en la que los hijos viven en la frontera entre
separación y conexión. Los padres viven en la frontera entre soltar y retener; de lo
bien que lo hagan, dependerá la configuración de una buena identidad de los hijos.
Conexión y separación, es decir, relación y diferenciación, se desarrollan, pues, en
sincronía (Surrey, 1985) o de manera simultánea.
Para que se facilite una buena separación (autonomía), primero tiene que
darse una buena vinculación (pertenencia). La buena individualidad se consigue
al tener una buena conectividad. Sólo se desarrollarán buenos sentimientos de
autonomía durante la adolescencia, siempre y cuando se hayan desarrollado buenos
sentimientos de pertenencia durante la infancia. El periodista y autor estadounidense
Hodding Carter ha dejado una frase magistral al respecto afirmando que “sólo hay
dos legados duraderos que podemos dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro,
alas”; es decir, raíces de pertenencia y alas de autonomía, que son los dos pilares
básicos para la construcción de una identidad saludable.

Unos padres sabios sabrán encontrar el equilibrio compatible para saber


cuándo brindar sentimientos de pertenencia adecuados, así como cuándo dar
sentimientos de autonomía pertinentes. Sabrán retenerlos cuando es debido, y
soltarlos cuando sea necesario. Si se quedan pegados en los extremos generarán
identidades disfuncionales. Dicho proceso, de soltar y retener, empieza desde la
infancia, pero se acentúa más en la adolescencia, etapa en la que se prodcuen los
grandes choques generacionales entre padres e hijos, porque unos reclaman
espacios de autonomía y otros se niegan a ceder espacios de control.

Con respecto a los sentimientos de pertenencia, Salvador Minuchin menciona


que hay dos tipos de familia; las familias centrípetas, que son absorbentes y
controladoras con los hijos, negándoles espacios de autonomía, y las familias
centrifugas, indiferentes y poco afectivas con los hijos, entregándoles demasiada
libertad, que en el fondo es abandono, haciendo que los hijos fuguen de dicha familia.
Unas se quedan pegadas en el extremo de sólo retener y las otras se fueron al otro
extremo de soltar en demasía. Las familias centrípetas retienen exageradamente en
el nido a los hijos, mientras que las familias centrifugas los expulsan tempranamente
de la morada. El punto medio es necesario y siempre es señal de salud.

La naturaleza es muy sabia para dar a los padres clases magistrales de cómo
se deben criar a los hijos. El ejemplo de las águilas es muy ilustrativo para mostrarnos
cómo ellas son expertas en brindar a sus polluelos los sentimientos de autonomía y
de pertenencia que ellos necesitan. Estas aves ponen sus nidos en las peñas más
altas y cuando llega la hora en que sus polluelos deben abandonar el nido, comienzan
a entrenarlos para que puedan volar. El águila madre coge del cuello a su polluelo y
lo tira al abismo para que aprenda a usar sus alas, con la cual enfrentará al mundo;
por unos instantes lo deja caer, pero después lo vuelve a coger del cuello, haciendo
esto repetidamente, cada vez con mayores espacios de tiempo.

Mientras estuvo en el nido o cogido de su cuello por su mamá, el polluelo


desarrolla sentimientos de pertenencia, pero es en el momento en que es soltado,
cuando parece que fuera a estrellarse contra el abismo, que empieza el desarrollo de
sus sentimientos de autonomía. La sabia águila sabe cuándo soltar y cuándo retener
a su polluelo, el cual aprende a superar su miedo cuando parece caer al abismo,
porque mamá águila está cerca para protegerlo, y eso produce sentimientos de
pertenencia. En base a ese sentimiento empieza a usar sus alas, teniéndose
confianza, desarrollando así sentimientos de autonomía que lo llevarán finalmente a
volar solo por los cielos de la serranía.
La impericia de los padres de no saber cuándo soltar o cuando retener, es lo
que evita el desarrollo sano de sentimientos de pertenencia y autonomía, bloqueando
así el crecimiento de una identidad sana. Muchos hijos no saben volar solos en este
mundo, porque sus padres los retuvieron en el nido demasiado tiempo y no
aprendieron a usar sus alas; o también, porque aquellos se deshicieron de ellos
demasiado pronto y eso hizo que quebraran sus alas sin poder aprender a usarlas
adecuadamente.

La sobreprotección atenta contra el desarrollo de la autonomía, pero la falta de


protección atenta contra los sentimientos de pertenencia. Los hijos que saben que
tienen a sus padres cerca de ellos para protegerles, pero no al punto de coaptarles la
libertad, serán hijos que crezcan seguros de sí mismos, con mucha personalidad y
que saben usar sus alas para remontar las montañas de desafíos y dificultades que
los cielos de la vida les deparará.

Hay tres cosas que todos los adolescentes aborrecen: el control, la crítica
y la comparación; y lamentablemente es lo que precisamente muchos padres hacen.
Todos los jóvenes reclaman espacios de libertad, y muchos padres no están
dispuestos a dárselos, por lo que se vuelven más controladores; lo que a su vez
llevará a los adolescentes a romper normas y límites, que producirán el otro efecto, la
crítica de sus padres, convirtiendo todo esto en un círculo vicioso de nunca acabar.

El control es algo que atenta contra los sentimientos de autonomía, porque le


niega al hijo(a) espacios propios de desenvolvimiento; y la crítica es algo que atenta
contra los sentimientos de pertenencia, porque ningún hijo(a) quiere formar parte de
un hogar que constantemente lo descalifica. Muchos padres tienen esquemas
mentales rígidos con los cuales justifican su control e intromisión en la vida de sus
hijos; como también pueden ser abiertos o asolapados en sus críticas, más aun si
cargan frustraciones personales o conyugales en sus vidas.

Del balance adecuado entre soltar y retener, como hacen las águilas, se
producirán sentimientos equilibrados de pertenencia y autonomía, que servirán de
base para sostener las tres columnas o componentes esenciales que forman la
identidad de nuestros hijos, lo cual les permitirá volar eficaz y libremente por los cielos
de este mundo, siendo capaces de poder escoger su propia ruta a seguir en la vida;
porque no olvidemos que identidad y destino se relacionan directamente, como
trataremos de demostrar en el siguiente capítulo.
CAPITULO V
SEMBRANDO UNA IDENTIDAD COSECHANDO UN
DESTINO
"Tener identidad, como bien ha dicho Amartya Sen,
es tener la ilusión de un destino" Fernando Savater

El destino de una persona está íntimamente ligado a su identidad. Aquél será


positivo en la medida en que ella lo sea. Es decir, que el futuro y el porvenir de una
persona, aquello que llegará a ser en la vida, depende en gran parte de su identidad,
más que de algunas variables circunstanciales que pueden también estar presentes.
La vida futura de nuestros hijos no dependerá tanto del azar ni de las circunstancias,
sino principalmente de la identidad que hayamos sido capaces de labrar en ellos,
porque es con esa identidad que harán frente aún al azar y a las circunstancias. Si
tienen una buena y adecuada personalidad podrán edificar un destino promisorio para
sus vidas; pero si carecen de ella, su existencia futura es de pronóstico reservado.

La identidad como sello original de personalidad

Decimos que una persona tiene identidad cuando tiene el coraje de ser ella
misma, muestra autenticidad y no se resigna a ser una copia barata de los modelos
que su sociedad trata de imponerle. Es original en su manera de ser, porque no
responde a clichés, ni a estereotipos sociales. No se compra ni adopta una
personalidad popular, sino que desarrolla su propio sello personal. La identidad tiene
que ver con ese cuño original, individual y único que cada persona es capaz de
desarrollar. No es sentirse más ni menos que otros, es sencillamente ser original y
diferente.

La identidad es la capacidad de ser uno mismo, renunciando a usar todo tipo


de máscaras sociales, sin dejar de mostrarse tal cual es. Ser auténtico es ser
espontáneo y transparente, es tener su propia peculiaridad, siendo una unidad
viviente distinta y diversa de los demás. Es la voluntad de diferenciarse de la masa
sin perder su integración social. La mayoría de las personas juegan a representar
roles, renunciando a vivir siendo ellas mismas, para sujetarse a un ideal de persona.
Pero ignoran que lo que ese ideal representa no es otra cosa que una maldición en
sus vidas, porque es un intento de apartarse de ser ellos mismos. No ser nosotros
mismos, renunciando a nuestra propia esencia, para asumir una apariencia ajena, es
lo que lleva a la experiencia de la insatisfacción y es la fuente de muchas de nuestras
neurosis.

Rollo May en un capítulo de su libro “El hombre en búsqueda de sí mismo”


enfoca este tema de la autenticidad, definiéndola como el carácter de
permanecer fiel a los propios principios, de ser consecuente con lo que se es y
con la ética en la que se cree. Analiza las luchas e implicancias de esta necesidad. Él
enfatiza el hecho de que para ser uno mismo y mostrarse auténticamente se necesita
de mucho coraje, de mucha valentía, pues ser fiel a los principios en que uno cree,
manteniendo su integridad, puede a veces hacer peligrar la permanencia de la
persona dentro de un grupo social. Y se necesita de mucha valentía, venciendo al
temor de quedar excluido de su entorno social, para tener el coraje de ser uno mismo.

En resumen, May deja entrever que en el ser humano hay esa necesidad
profunda de poseer una identidad definida, de ser uno mismo, de encontrarse consigo
mismo, de permanecer fiel a lo que uno es, de no despreciarse a sí mismo ni vivir
dependiendo de la aceptación de los demás. Su necesidad de autorrealización no
puede ser satisfecha con dinero, prestigio o poder, es necesario construir y vivir en
función de una identidad sólida y propia. Un hombre no puede autorrealizarse en base
a una personalidad pre-fabricada, porque es como pretender edificar una casa en la
arena, que aparentemente puede estar bien levantada, pero carece de estabilidad y
de base segura.

La identidad tiene muchas implicancias, especialmente con respecto al grupo


al que pertenecemos, porque si ella es sana, sin caer en lo obstinado y desafiante,
desarrollando una personalidad, sí, original, propia, real, pero al mismo tiempo amable
y gregaria, entonces, se puede vivir en sociedad sin perder la identidad. Ser tragado
y colonizado mentalmente por la sociedad en la que se vive, es convertirse en
autómata; pero ser rebelde y destructivo contra ella, es ser psicópata. El punto
de equilibrio es siempre señal de salud psicológica.

Una persona tiene identidad cuando es idéntica a ella misma, no es copia


simple de los demás, no es un mosaico de personalidades ajenas, ni adopta una
personalidad llena de parches: un poco del padre, de la madre, del profesor, de la
sociedad, etc. y poco o nada de sí mismo. Se debe inspirar en todos ellos, pero debe
desarrollar su propia manera de ser. El poeta Píndaro decía "llega a ser quien eres".
Tener identidad es permitirnos ser enteramente nosotros. Es darnos permiso a vivir
de acuerdo a lo que somos y no de acuerdo a los estereotipos sociales con que la
cultura de nuestro tiempo quiere domesticarnos, peligro éste al cual están expuestos
nuestros hijos.

No hay terapia psicológica más eficaz en el mundo, que aquella que nos
despoja de todas esas máscaras sociales con las que vivimos y nos permite volver a
ser lo que realmente somos. Es no tener miedo a ser como soy y eso implica no querer
vivir agradando a los demás. Es la terapia que permite a una persona caminar con
sus propios pies, valiéndose de sus propias capacidades para su auto-sostenimiento,
sin tener que recurrir a las muletas o apoyos externos, evitando así convertirse en un
parásito de la sociedad, debido a la incapacidad de usar sus propias potencialidades.

Erich Fromm plantea que "esta necesidad de un sentimiento de identidad es


tan vital e imperativa, que el hombre no podría estar sano si no encontrara algún modo
de satisfacerla". Y si el hombre no está sano, no puede construir un destino sano para
él. Se puede decir que su fracaso en la construcción de un destino promisorio es
directamente proporcional a su fracaso en la edificación de una identidad sana.

La identidad es como el sello de la personalidad. Es la síntesis del proceso de


identificaciones que durante los primeros años de vida y hasta finales de la
adolescencia los hijos van realizando. Es su forma de SER y determinará su forma de
HACER en la vida. Es su carácter lo que dará forma a su vocación. Se puede afirmar,
entonces, que la identidad tiene que ver con esa historia de vida, que será influida por
el concepto de mundo que maneje y por el concepto de mundo que predomine en la
época y lugar en que viva. De esa confluencia asumirá una posición en la vida, que
es lo que finalmente determinará su destino.

La calidad de identidad de una persona es lo que determina la calidad de su


destino final, porque si como hemos dicho la identidad es la suma de Carácter (SER)
más la Vocación (HACER), es sobre estos elementos claves que nuestros hijos
tenderán los rieles por donde debe transitar el tren de sus existencias.

Identidad, Vocación y Destino

La vocación, como elemento importante que determina la identidad de nuestros


hijos, está relacionada con sus potencialidades o con aquellas habilidades especiales
en las que destaca nítidamente y que es lo que determinará, finalmente, su papel o
misión en la vida. Descubrir cuáles son sus más altas capacidades, ayudará a
nuestros hijos a encontrar su propósito y su derrotero en la vida; esto es, su destino
final. Sustentada sobre un determinado carácter, la vocación se convierte en el faro
de luz que alumbrará el camino por donde han de transitar nuestros hijos. La
combinación resultante de un carácter insano y un desconocimiento de la vocación,
provocará que marchen por un sendero de penumbras, hipotecando su destino a la
incertidumbre.

No sólo la vocación determina mi destino, sino también mi carácter, porque si


lo primero me señala un camino por donde debo de transitar, lo segundo me brinda
una actitud y unos rasgos de personalidad necesarios para poder hacerlo bien. “El
carácter de un hombre es su destino” ha dicho Heráclito.

La identidad se asienta en un autoconocimiento que sabe identificar sus


virtudes y defectos; es consciente de sus propias capacidades y limitaciones, que
sabe tener contacto con su mundo interior y es capaz de entenderse a sí mismo. El
hijo(a) que ha adquirido identidad, ha disipado sus confusiones existenciales, no
divaga más en la sombra de las indecisiones, sino que divisa con claridad el horizonte
de su existencia, sabe de lo que es capaz y conoce las potencialidades que posee.
Reconoce plenamente lo que quiere hacer con su vida, porque en base a sus
potencialidades es consciente del papel que le toca desempeñar en el mundo y sabe
encausar sus energías para lograr propósitos definidos. Tiene sueños e ideales
nobles para su mañana, sin perder el contacto fresco con la realidad de su presente.
Tiene la fuerza para encarar los altos desafíos que la vida le depara, sin evadirlos ni
regatearlos.

Los hijos que nunca descubren y desarrollan su vocación en la vida serán


personas que poco o nada logren en medio de ella. Se desempeñarán en tareas poco
gratificantes o, a veces, hasta frustrantes, en las que sólo les motivará ganar un poco
de dinero en lugar de desear expresar sus talentos. “Muchas veces por no seguir la
vocación inherente a cada uno, nos encontramos con un montón de personas
frustradas haciendo lo que no les gusta, con un salario que tampoco les satisface,
porque en definitiva cuando hacemos las cosas que nos entusiasman, utilizando
nuestros talentos, el dinero y el éxito económico aparecen como una consecuencia
directa”, comenta la experta Carolina de Bestard 26. No es persiguiendo el dinero y el
éxito que nuestros hijos podrán alcanzar su realización; la forma correcta es
desarrollando su vocación, plasmando sus potencialidades y atreviéndose a ser lo
que ellos son, respetando su propia identidad; alcanzando esto, el dinero y el éxito
podrán llegar solos.

Los hijos que tienen una identidad sana y positiva, porque tienen un carácter
sano y una vocación definida, se convierten en arquitectos de su propio destino; pero
los que carecen de ella, son peones del destino; creen que fuerzas externas
determinan su existencia y suponen que su vida depende más de la suerte o la
casualidad. Estos últimos andan quejándose de la vida que llevan, porque carecen de
la fuerza para remontarla; mientras que aquellos que poseen una identidad definida,
van tras la vida que ellos quieren, y si no la encuentran, pues la buscan o se la
construyen; poseen la fuerza interior que su identidad les brinda, para ser escultores
de su propio porvenir.

Los hijos sin identidad sucumben fácilmente frente a las adversidades y


demandas de la vida, y se rinden pronto ante los primeros obstáculos que el destino
les depara. No se conocen a sí mismo, por ende, no saben las potencialidades que
poseen; ignoran sus grandes virtudes y no se sienten capaces de alcanzar logros. No
saben lo que quieren de su vida ni para qué han venido a este mundo. Su vida es un
signo de interrogación para ellos mismos y su existencia es como una hoja otoñal
arrastrada por cualquier viento de las circunstancias. Ese es el final para un hijo(a)
cuyos padres no supieron formar una identidad sana en su persona.

La Palabra de Dios enseña que una de las más grandes tareas que un padre
tiene, es formar la identidad de su hijo(a), ella nos dice: “instruye al niño en su
camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6). Cuando
la Biblia habla de “su camino” se refiere a su destino, a esa gran pista por donde el
niño(a) ha de transitar en el futuro; tiene que ver con lo que será y hará en la vida,
con ese papel que ha de desempeñar y con ese rol que ha de cumplir en medio de
su sociedad. Los padres son las personas que deben guiar a sus hijos a encontrar el
camino de sus propias vidas. No deben construirles un destino, sino instruirles para
que ellos puedan encontrar el suyo.

Los padres deben instruir a los hijos en “SU CAMINO”, no en el camino de


ellos. Muchas veces los padres buscan inconscientemente que sus hijos sean una
extensión de ellos mismos, que lo que no pudieron alcanzar en su juventud, sus hijos
lo alcancen en la suya. De esta manera los padres buscan su propia realización
personal en la vida de sus hijos, hipotecando sus identidades a los sueños de ellos.
Craso error de los padres, porque lejos de producir un hijo(a) exitoso, engendrarán
un hijo frustrado, que queriendo vivir la vida de su padre, para conseguir su amor y
aprobación, dejará de vivir su propia vida, y como nadie puede vivir la vida ajena sin
experimentar frustración, se formará una personalidad neurótica y fracasada. Por eso
nunca le construya un proyecto de vida a su hijo(a), más bien provéale de las
herramientas necesarias para que él mismo la edifique. La enseñanza bíblica es que
debo instruirle y no construirle, hacer que se desarrolle en su propio camino y no en
el de sus padres.

26 Comentario aparecido en el periódico internacional Tiempos del Mundo, 01 Agosto del 2005
La identidad y los jóvenes de hoy

Los sociólogos y psicólogos sociales de finales del siglo XX, ensayando un


diagnóstico de la juventud de entonces, acuñaron una frase, que pretendía describir
el talante de gran parte de la juventud de ese tiempo y que hoy no ha cambiado
mucho, se les llamó la “Generación X”, es decir, jóvenes sin identidad, que no se
conocen a sí mismos, cuya existencia es un signo de interrogación, que no saben
bien lo que quieren en la vida, que carecen de propósito e ideales elevados, y que
son huérfanos de un proyecto de vida. Desde la perspectiva de la psicología clínica
eso no sería otra cosa que una plaga llamada depresión blanca, la cual está
infectando a un gran sector de nuestra juventud, que no encuentra un sentido definido
para sus vidas.

El joven sin propósito en la vida, es decir, sin identidad, se convierte en uno


más de la masa, en un número estadístico más de la sociedad y empieza a formar
parte de ese inmenso rebaño juvenil, que teniendo embotado el razonamiento, sigue
a ciegas la moda de su tiempo y los estereotipos sociales que su sociedad consumista
les dicta. No piensan por sí mismos, piensan con la mente del grupo, se comportan
de acuerdo a los modelos y códigos de conducta social que los medios de
comunicación prescriben y, por ende, actúan de acuerdo a los patrones sociales que
su grupo o la sociedad les impone. Dejan de ser ellos mismos para convertirse en los
“robots” que la sociedad consumista pueda controlar.

Pero el que ha desarrollado su propia identidad ha adquirido la categoría de


individuo; ya no forma parte de la masa, ya no es más una cifra del montón, sino una
persona original; ya no es más un autómata, sino un ser humano; ha dejado de ser
un sonámbulo de su sociedad para ser una persona que piensa, siente y actúa por sí
misma. Posee un alto grado de asertividad, es decir, sabe expresar, sin complejos ni
agresiones, sus propias ideas y sus propias emociones; las defiende con firmeza,
pero también con respeto y consideración hacia los demás.

Un hijo(a) que haya crecido en un marco familiar dominante y absorbente será


presa fácil de la cultura consumista y desenfrenada que lo convertirá en un títere que
lo hará bailar al ritmo de su son. El tipo de crianza determina un tipo de identidad,
la cual quedará hipotecada a un tipo de destino. Por eso, sin romper totalmente
sus lazos afectivos, los hijos deberán quebrar los lazos de dependencia psicológica
que les impiden el desarrollo de su propia identidad. Paulatinamente el joven debe
aprender a valerse por sí mismo, a pararse sobre sus propios pies, a no vivir del favor
ajeno, a no dejar que ni sus padres ni la sociedad decidan por él, ni intervengan en lo
que él puede hacer por sí sólo. Respetará la influencia de los demás, pero sin
quedarse atrapado en la dependencia hacia ellos.

El que ha desarrollado su propia identidad lleva dentro de sí la fuerza de su


propio destino, que ha concebido por sí mismo a pesar de la influencia ajena, y sabe
sostenerlo firmemente a pesar de las vicisitudes de la vida. Los que tienen identidad
son generalmente innovadores, son los que escriben parte de la historia, son los que
empujan el carro del progreso humano para que avance un paso más. Sin identidad
el hombre es una gota más en el océano, con identidad puede ser un sol brillante que
irradia su luz y su calor de bendición en medio de su entorno.
Sin identidad, aunque cronológicamente sea mayor de edad, una persona
permanece estancada en su infancia emocional. Es un paralítico sin poder andar en
su propio camino. Un ciego, sin poder contemplar el amanecer de su propio porvenir.
Un manco incapaz de construir su destino con sus propias manos. Un código más en
este tiempo de masas. Pero sólo quienes tienen identidad han escapado de la cárcel
de ser parte de esa masa, cumplen el requisito para ser triunfadores, son arquitectos
de su propio destino, no son una hoja sacudida por el viento de las circunstancias. No
se sujetan a los guiones psicosociales que su mundo les impone, sino que tienen el
coraje de esbozar su propio proyecto de vida.

Familia vs Publicidad y Tecnología

La influencia cultural en la identidad de nuestros hijos también se manifiesta en


los avances tecnológicos de nuestro tiempo. Observamos con asombro cómo la
publicidad mediática de hoy está reemplazando la labor formativa que los padres
deberían asumir. La familia, que debe ser la gran agencia socializadora que forja la
identidad de los hijos, viene renunciando a su función, dejando un vacío que los
medios de comunicación y tecnológicos no desaprovechan en llenar. La avalancha
publicitaria y la explosión tecnológica de nuestro tiempo han invadido nuestros
hogares y nos están arrancando de nuestras manos la educación de nuestros hijos,
dejando que fuerzas externas moldeen una identidad distorsionada en ellos. La
avalancha de “valores” mundanos, de filosofías huecas, de arquetipos equivocados y
de modas vacías pasa por nuestras narices, arrastrando la vida de nuestros hijos sin
que nosotros nos percatemos ni hagamos nada.

Vivimos un tiempo en que la sociedad, con sus filosofías y sus costumbres


desenfrenadas, han invadido nuestro hogar, y estamos llegando al punto en que ya
no somos nosotros los que formamos a nuestros hijos, sino la sociedad a través de la
TV, el Internet, los videojuegos u otros, porque son estos medios los que más tiempo
pasan con ellos. Estamos sufriendo como familia una terrible colonización mental de
parte de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías del mundo post-
moderno, que a pesar de todo lo bueno que puedan tener, están propagando con
sutileza una serie de mensajes subliminales que dañan la mente de nuestros hijos y
los resultados de ello son esa generación X, sin identidad, autómatas o zombis, que
siguen un mismo guion psicológico, que es lo que caracteriza a gran parte de la
juventud de nuestro tiempo.

No podemos permanecer impasibles frente a ello como padres, sino que


debemos reaccionar y tomar conciencia de lo que está pasando con nuestros hijos;
debemos percatarnos de qué o quienes están formando o deformando, sin nuestra
autorización, la mente y el corazón, que dará identidad a nuestros niños; y debemos
reparar también las influencias nocivas que lo circundan. El destino de la vida de
nuestros hijos está en juego, no es cosa liviana ignorar todo esto, porque una
identidad atrofiada los llevará ineludiblemente a un destino desfigurado.

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