Libro Formando Una Identidad Construyendo Un Destino
Libro Formando Una Identidad Construyendo Un Destino
Libro Formando Una Identidad Construyendo Un Destino
DESTINO
¿Cómo Forjar una Identidad Sana y Proyectar un Destino Prometedor para
Nuestros Hijos?
CONTENIDO
● CONCLUSIÓN.
INTRODUCCIÓN
La gran pregunta que como padres muchas veces nos hacemos es: ¿Qué va
a ser de la vida de mi hijo(a) cuando sea adulto? ¿Cuál va a ser su futuro? ¿Qué es
lo que el destino le tiene reservado?. Deseamos con todo nuestro corazón que le
vaya bien en la vida, que pueda destacar y progresar a través de ella, pero también
tememos que le vaya mal o que fracase. Y muchas veces no sabemos exactamente
qué es lo que determina que suceda una u otra cosa, ni qué rumbo tomar para
garantizar el éxito. A veces pensamos que el destino de nuestros hijos está en manos
del azar, de la casualidad, de las circunstancias o aún de Dios, y que muy poco
podemos hacer para cambiarlo, pero definitivamente no es así.
¿Cuál es o cuáles son los factores determinantes que harán que un hijo(a)
nuestro fracase o triunfe en la vida?, ¿Qué es lo que marca la diferencia? ¿Qué hará
que alcance la cumbre del éxito o se hunda en el abismo del fracaso? No negamos la
influencia de las circunstancias externas, pero creemos que ellas no son tan
definitorias; nosotros sostenemos que las actitudes internas que un hijo(a) desarrolle
son mucho más relevantes. Es la personalidad que pueda forjarse en él o ella lo que
definirá gran parte de su existencia, porque es con esa identidad que hará frente a las
grandes demandas de la vida.
Hay, pues, una íntima relación entre identidad y destino. Lo primero determina
gran parte de lo que sucederá con lo segundo. No se nace con un destino escrito;
éste se construye sobre la base de una identidad que se desarrolla paulatinamente.
Nuestros hijos no llegarán más lejos en la vida de lo que su personalidad les permita.
La grandeza de un destino está inexorablemente hipotecada a la calidad de una
identidad forjada. Basta una identidad lisiada para frustrar el éxito, pero el desarrollo
de una identidad sana y positiva puede, ciertamente, promoverlo.
Una forma de medir cuánto de la mano de un padre o una madre está presente
en el destino de los hijos, se puede ver claramente en lo que ellos alcanzan a ser en
la vida. El destacar y triunfar en medio de su sociedad no ocurrirá por un golpe de
suerte o por un azar del destino, sino porque el trabajo propio y la mano de los padres
estuvieron ahí presentes. El éxito no es gratis, no se consigue fácilmente, es esquivo
y renuente frente a personalidades frágiles y débiles; pero se allana y se rinde frente
a identidades sanas, maduras y fuertes, que poseen grandes atributos personales,
con los cuales han sido equipadas durante la infancia o que, con ciertas limitaciones,
han logrado desarrollarse en su adultez; la familia puede hacerles ahorrar tiempo y
dificultades futuras en dicho proceso.
Cada día vivimos en un mundo más duro y difícil, donde son cada vez menos
numerosos los individuos que triunfan y se sobreponen a la adversidad. Los grandes
avances tecnológicos, la globalización y los diferentes movimientos filosóficos e
ideológicos que surcan nuestra sociedad, exigen cada vez más un determinado tipo
de personalidad que pueda triunfar o, por lo menos, sobrevivir cómodamente en
medio de ella, construyendo su propio destino. Esa personalidad que se requiere es,
en gran parte, formada por los padres. Nuestros hijos se enfrentarán al mundo con
todo lo que nosotros hemos podido formar en ellos. Los recursos con que ellos se
enfrentarán a las altas demandas de la vida, serán principalmente aquellos que
nosotros hayamos sembrado en su ser interior.
Los hijos son como un producto de baja, mediana o alta calidad, que los padres
hemos producido o “fabricado” y que hemos puesto en nuestra competitiva sociedad.
Las empresas que generan los productos de calidad superior son las que poseen
mayor tecnología de conocimiento y mejores técnicas de producción. La familia es la
más grande empresa, forjadora del más grande producto, como es la personalidad o
identidad de un hijo(a); por lo tanto, mayor conocimiento y diligencia deberá poner en
la formación de ellos. No se nace sabiendo cómo formar la vida de nuestros hijos, eso
no es pecado; pero sí lo es, no esforzarnos en conocer y aprender cómo llegar a ser
mejores padres. El presente libro busca contribuir en algo, en dicho aprendizaje.
Hay cinco ideas centrales que deseamos desarrollar en el presente libro; cada
una de ellas corresponderá a un capítulo, y aunque no profundizaremos demasiado
en cada concepto, para lo cual sería necesario escribir varios tomos, procuraremos
ser concretos y prácticos en nuestra exposición, de manera que su lectura y aplicación
no presenten mayores dificultades. Primeramente explicaremos lo que nosotros
entendemos como concepto de identidad y cuál es la arquitectura de su configuración.
Después abordaremos el proceso de la madurez en relación con la identidad; en el
tercer capítulo destacaremos el importante papel que juega la familia como la gran
incubadora de la de identidad básica de los hijos.
El cuarto tema central que trabajaremos tiene que ver con los principios básicos
que los padres deben aprender para poder labrar una identidad sana y positiva en la
vida de sus hijos. Aunque a lo largo de todo el libro haremos referencias, finalmente
abordaremos, en el último capítulo, la relación directa que existe entre identidad y
destino. Este es el itinerario que nos hemos trazado y que esperamos sea un viaje
grato que nos traslade a nuevos territorios de conocimientos, con los cuales
aprendamos a ser buenos padres, capaces de formar buenos hijos. Ese es nuestro
desafío.
CAPITULO I
DISEÑANDO LA ARQUITECTURA DE LA
IDENTIDAD
En un pasaje de la Biblia que nos habla acerca del crecimiento integral del
niño Jesús, el Hijo de Dios, se nos dice: “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura,
y en gracia para con Dios y con los hombres” (Lc. 2:52). Desde la perspectiva de
la identidad de Jesús vemos que hay cuatro áreas en la que todo niño(a) sano(a) y
normal debe crecer. A partir de dichas áreas, emergen las cuatro funciones
nutricionales que todo padre responsable debe cumplir. Fallar en una o más de ellas,
dejándolas sin atender adecuadamente, es producir una personalidad disfuncional en
nuestros hijos.
Son tareas que deben ser desempeñadas exclusivamente por los padres, por
ambos y no sólo por uno de ellos; no lo pueden delegar a terceros, pues es un trabajo
que sólo les compete directamente a ellos y que se supone que nadie más lo puede
hacer mejor. De ninguna manera se puede delegar a terceras personas, por más
cercanas que sean; ni siquiera se puede encargar a los abuelos, que los quieren tanto,
porque nadie hará mejor ese trabajo, porque ¿quién mejor que los padres para
conocer, amar y formar a sus hijos?
Las cuatro grandes tareas parentales tienen que ver con esas cuatro áreas
que revelan las cuatro necesidades básicas que los padres deben satisfacer en sus
hijos: Provisión, que es el sustento para el área física; Autoestima, que tiene que
ver con la autoaceptación y valoración personal en el plano emocional o psicológico;
Sociabilidad, o lo que se llama habilidades sociales, para saber desenvolverse en su
entorno social; y, finalmente, Valores, en el plano espiritual. Estas son las cuatro
grandes tareas que debe cumplir todo padre y es la misión que debe cumplir toda
familia: brindar provisión, autoestima, valores y sociabilidad a los hijos. Todo esto no
es labor de la escuela ni de la iglesia, no son ellos los que han de proveer de estos
recursos a nuestros hijos; somos nosotros sus padres quienes debemos brindárselos
directamente, sin intermediarios, pues no será a terceros a quienes Dios pedirá
cuenta de la vida y la formación de los hijos que nos entregó.
Descubriendo la identidad
Identidad y Vocación
Nuestra misión está relacionada con lo que es nuestra vocación en la vida. La
vocación no es una profesión u oficio; se puede manifestar a través de ellos, pero en
esencia podemos decir que la vocación es la expresión eficaz de mis mejores
habilidades. Ellas definen mi vocación. No es sólo lo que a mí más me gusta, sino
aquello en lo que mejor destaco con mis capacidades, lo que define mi llamado en la
vida, es decir, mi vocación. Descubrir mis potencialidades es descubrir mi vocación;
con ella encuentro mi misión en la vida y con esa misión se define mi destino.
Identidad y Carácter
Hay dos temas que hemos desarrollado, que están relacionados con la
formación del concepto de identidad de todo individuo: la VOCACIÓN y el
CARÁCTER. Uno tiene que ver con lo que yo hago, en base a mis habilidades; y el
otro con lo que yo soy, en base a mi carácter; la confluencia e interacción de ambos
es lo que van a ir configurando mi identidad. La suma de mi HACER, que es mi
vocación, con mi SER, que es mi carácter, terminan de formar mi identidad.
El saber para qué estoy en este mundo, descubriendo la misión o el papel que
debo desempeñar en esta vida, sumado al desarrollo de un carácter maduro y
equilibrado, que se expresa en una personalidad auténtica y en una conducta basada
en integridad moral, que respeta principios éticos, es lo que definen la identidad
positiva de una persona sana y funcional. El saber lo que tienen que HACER
(vocación), cimentado en una adecuada salud de su SER (carácter), es lo que
constituirá una identidad positiva en nuestros hijos.
VOCACIÓN = POTENCIALIDADES
IDENTIDAD = DESTINO
Una persona que no se ama ni se acepta a sí mismo no querrá ser ella misma,
por lo que de manera inconsciente se fabricará una determinada personalidad,
perdiendo así su autenticidad. Muchas de las neurosis de nuestro tiempo tienen su
origen en esa insatisfacción y negación de sí mismo, donde hay personas que se
resisten a mostrarse tal cual son y que gastan mucha energía en pre-fabricarse una
imagen irreal, pagando el precio de una ansiedad que reduce su productividad y
progreso en la vida. En su libro “El Miedo a la Libertad” Erich Fromm nos dice: “Este
naufragio de la personalidad en la existencia impersonal, que huye de sí misma y que
pierde en la conducta socialmente prescrita toda su autenticidad, representa
realmente la situación del hombre contemporáneo y su desesperada necesidad de
salir de la esclavitud del anónimo ‘todo el mundo’ y reconquistar su propio autentico
yo” 1.
1
Erich Fromm, El Miedo a la Libertad, pág. 18
el desarrollo de la autenticidad, empujando a las personas al automatismo; es decir,
a ser máquinas o robots, sin pensamientos ni decisiones propias, o dicho de otro
modo, carentes de identidad. Escapar de esa uniformidad social, en la que la sociedad
posmoderna de hoy busca envolver a nuestros hijos, con mayores recursos
tecnológicos que lo que hizo ayer con nosotros los adultos, significa ser diferentes y,
por lo tanto, auténticos.
Ese es el peligro latente al que nuestros hijos han de enfrentarse hoy; por eso
solamente la construcción de una autoestima sana, tarea irrenunciable de los padres,
puede constituirse en la vacuna eficaz contra el cáncer del automatismo, que ya es
una epidemia social que viene infectado a la mayoría de nuestros jóvenes. Ese es el
gran reto que como padres debemos asumir: impedir que nuestros hijos sean parte
de esa gran manada de jóvenes que divagan en este mundo sin identidad, jaloneados
como títeres por los hilos de la moda y las filosofías seculares que la sociedad impone.
El sentirse amados y valorados constituye la base de una autoestima sana, la cual les
permitirá desarrollar una personalidad auténtica.
En esta línea podemos recurrir al gran psicólogo humanista Carl Rogers, que
en su libro “El Proceso de Convertirse en Persona” (1961), aborda explícitamente el
tema del Yo, en el que reconoce a una persona normal y de funcionamiento cabal a
aquella que evita decididamente aparentar ser lo que no es o comportarse en una
forma que no corresponde a su Yo real.
2
Erich Fromm, Ética y Psicoanálisis, pág. 09,10
pobreza o ausencia de principios éticos no sólo los hace vulnerables a transitar por
caminos peligrosos, que se podrían volverse contra ellos, sino que afecta también la
estabilidad de su mundo interior; porque como ha dicho E. Fromm: “Las normas
morales se basan en las cualidades inherentes al hombre y su violación origina una
desintegración mental y emocional…” 3. El respeto a principios morales no es para
convertirnos en religiosos, sino para preservar nuestra integridad psicológica.
Todo esto nos muestra que hay una íntima relación entre ética y salud
psicológica. Al respecto E. Fromm agrega que “El problema de la salud psíquica y de
la neurosis está ligado inseparablemente al problema de la ética. Puede decirse que
toda neurosis constituye un problema moral. El fracaso en no lograr la plena madurez
e integración de la personalidad total es un fracaso moral... En un sentido más
específico numerosas neurosis son la expresión de problemas morales, y los
síntomas neuróticos se manifiestan como consecuencia de conflictos morales no
resueltos” 4. Una pobreza de valores morales en la vida de una persona, fácilmente
nos puede alertar de la existencia de un problema psicológico en dicha persona.
E. Fromm abordó este tema hace más de 50 años atrás, relacionando los
problemas morales con problemas neuróticos, como lo hemos visto anteriormente;
pero en la actualidad, hay autores que empiezan a destacar que los problemas éticos
se relacionan también con problemas mentales como la psicopatía. Uno de ellos es
Saúl Peña, fundador del psicoanálisis en el Perú, quien en una entrevista periodística
reciente señaló lo siguiente: “el diagnóstico de la patología mental en estos momentos
no es primordialmente la neurosis, no es la psicosis, no son las perversiones; el
principal problema que enfrenta el hombre es una patología de la ética, de la moral.
Lo que predomina ahora es la psicopatía, la corrupción…” 5.
3
Ibid, pág 19
4
Ibid, pág 242
5
Caretas No 2244 Agosto 09, 2012
El desorden moral en la vida de un ser humano lo llevará inevitablemente a un
grado de desorden psicológico en el desarrollo de su personalidad; aunque al principio
aparentemente no se sienta afectado, con el tiempo el desgaste emocional interno le
pasará la factura. Así como un aparato electrodoméstico, al que no se le usa de
acuerdo a las normas de su manual de funcionamiento, con el paso del tiempo
colapsará y ya no servirá, así también pasa con el ser humano que no se comporta
de acuerdo a las cualidades morales inherentes a su ser, poniendo en peligro su salud
psicológica. Por ello una terapeuta como Cloé Madanes ha dicho que “la terapia
puede ser sólo la búsqueda de una forma moral de vivir” 6; en otras palabras, mucho
de la restauración mental de una persona está asociada con una restauración moral
en su vida.
Dicha postura nos enseña que la formación moral oportuna que brindemos a
nuestros hijos no sólo les garantizará una salud psicológica adecuada, sino también
la construcción de una identidad sana que les permita tener éxito en medio de su
entorno. Al respecto pueden leer nuestro libro “Cultura de Valores: El Verdadero
Paradigma de Desarrollo” en el cual exponemos la tesis central de que la moral trae
progreso y que la inmoralidad trae fracaso 7; por ende, un destino exitoso para
nuestros hijos pasa también por una vida caracterizada por una alta integridad moral.
La integridad puede ser definida también como esa coherencia que existe entre
mi carácter moral y mi conducta pública. Implica vivir en base a principios y valores.
La experiencia de un personaje bíblico llamado Job nos permite encontrar una
excelente definición de lo que es la integridad; dicho libro dice que Job era una
persona íntegra (2:3) y a partir de su experiencia adversa, donde perdió su fortuna,
su familia y su salud, manteniendo a pesar de todo su fidelidad a Dios, es que
podemos construir el concepto de integridad, definiéndola como la capacidad de no
cambiar mis principios, aunque cambien mis circunstancias. Tanto en la
prosperidad como en la adversidad Job siguió siendo el mismo, practicando su misma
fe y sus mismos valores. Eso reveló la presencia en él de una identidad sana y firme.
Todos sin excepción, aun los que presentan ciertas discapacidades, poseemos
determinadas habilidades y talentos especiales, por los que seremos reconocidos por
los demás y con los cuales enfrentaremos las demandas de la vida. Son
competencias particulares que constituyen un activo que nos distinguirá y nos trazará
un determinado destino a seguir, ya que descubrir aquello en lo que somos buenos,
es descubrir nuestra vocación en la vida.
6
Sexo, Amor y Violencia, pág. 16
7
Cultura de Valores: El Verdadero Paradigma de Desarrollo, José Baldeón
definitivamente tiene afectado el desarrollo de su propia identidad. Una persona deja
de ser ella misma cuando niega sus cualidades personales o bloquea sus habilidades.
“El individuo normal posee dentro de si la tendencia a desarrollarse, crecer y ser
productivo y la parálisis de esta tendencia constituye en sí misma el síntoma de una
enfermedad mental” 8 ha dicho Erich Fromm. No expresar mis potencialidades
particulares es dejar de ser yo, es negar mi identidad, y eso no es otra cosa que un
síntoma de un problema de personalidad.
Los tres componentes de la identidad que acabamos de ver son como tres
columnas que la sostienen; pero las columnas necesitan cimientos para fijarse con
estabilidad. La identidad posee dos cimientos que son dos bases que, si no son lo
suficientemente sólidas, harán peligrar el equilibrio de toda la estructura de la
personalidad. Dichas bases tienen que ver con dos sentimientos que se constituyen
en una plataforma sólida, sobre la cual se sostendrán sanamente la Autenticidad, la
Integridad y la Potencialidad. La ausencia o distorsión de dichos sentimientos
producirá inestabilidad en el mundo interior de los hijos, generando identidades
hipertrofiadas.
8
Erich Fromm Ética y Psicoanálisis Pag. 236
Dichos cimientos son los sentimientos de pertenencia y sentimientos de
autonomía que son la piedra angular sobre la cual se sostienen los tres componentes
que definen el carácter y la vocación, de cuya sumatoria se constituye la identidad.
Sin ellos, dichos componentes no se pueden desarrollar consistentemente. Son
sentimientos estrechamente vinculados a dos necesidades profundas que tiene todo
ser humano. Una es la necesidad de pertenencia, la de saberse parte de una familia,
una comunidad o una cultura; saber que no es un ser aislado, marginado o sin raíces
sociales, sino que forma parte de un sistema que lo acoge, lo acepta y lo valora. La
segunda es la necesidad de sentirse libre y autónomo para ser él mismo,
sosteniéndose sobre sus propios pies, tomando sus propias decisiones y escogiendo
sus propios caminos, sin quedar atrapado y asfixiado por su sistema.
Arquitectura de la Identidad
IDENTIDAD
CARÁCTER + VOCACIÓN
A P
I U O
N T T
T E E
E N N
G T C
R I I
I C A
D I L
A D I
D A D
D A
D
Sentimientos de Sentimientos de
PERTENENCIA AUTONOMÍA
9
Erich Fromm, Ética y Psicoanálisis, pág. 110
¿Quién soy? → AUTENTICIDAD = AUTOESTIMA SANA
3.- La identidad positiva está íntimamente relacionada con la madurez. Sólo se puede
construir una identidad sana a partir de una madurez relativamente sólida.
El proceso de la madurez
Proceso sano:
Dependencia Contradependencia
Interdependencia
Independencia
El proceso de madurez tiene que ver con apegos y desapegos, que puedan ir
dándose de manera sana y equilibrada. implica ir rompiendo con los apegos
necesarios de la infancia, pasando por la autonomía de la juventud, para ir terminando
con el compromiso de servicio hacia los demás en la vida adulta, que es también una
forma de apego, pero más sano y funcional, y constituye una señal inequívoca de un
alto grado de madurez. A continuación veremos cómo se dan cada una de estas
etapas.
Sin caer en una hostilidad abierta, debe ser una forma de enfrentarse a su
entorno buscando un lugar de reconocimiento, como una persona única y diferente, y
con una identidad propia que exige respeto y consideración de su medio social.
Dejarse aplastar por dicho medio es desarrollar una identidad servilista, que es el otro
extremo de la rebeldía abierta, que generalmente desemboca en una personalidad
depresiva. Ambas conductas, rebeldía abierta o servilismo complaciente, dos caras
de la misma moneda, son señales de no haber superado la etapa de la
contradependencia. El servilismo esconde sentimientos de complacencia, mientras
que la rebeldía se agazapa en sentimientos de resistencia. Muchas de las
enfermedades psicológicas de los adolescentes de nuestro tiempo, como la anorexia,
la abulimia, la depresión, y otros, no son otra cosa que resistencias inadecuadas
frente a un marco familiar opresivo o disfuncional, donde dichos síntomas se
constituyen en puertas de escape de una atmósfera familiar enrarecida. Al no poder
expresar abiertamente sus rebeldías las enmascaran en problemas psicológicos,
como los antes mencionados, que son una forma de resistencia pasiva.
Asume una posición de servicio hacia los demás, sin servirse ni dejarse servir
de ellos. Desarrolla sentimientos de influencia positiva para con su entorno. Se
convierte en una persona de bendición y edificación para su medio social. No es
egoísta ni interesado en sus acciones. Se ama y se respeta a sí mismo, por lo que es
capaz de amar y respetar a los otros. Desea lo mejor para él, en consonancia con lo
mejor para los demás. Guarda un sano equilibrio entre la búsqueda de su satisfacción
personal y su servicio comprometido con el prójimo, empezando por su propia familia.
Muchos matrimonios fracasan, porque uno o ambos miembros de la pareja no
han llegado a este nivel de madurez y por eso no logran hacer sinergia en su hogar.
Si uno de ellos es narcisista, va a querer que lo amen y lo sirvan; si tiene rasgos de
psicópata, va a ser agresivo; y si tiene tendencias simbióticas, va a ser dependiente.
Pero en un matrimonio sano, se demanda que cada una de las partes tenga capacidad
de dar y recibir, sin quedarse pegado en uno de esos extremos. El sano equilibrio y
la mutua interdependencia es lo que asegura la funcionalidad de la pareja.
PROCESO de MADUREZ ETAPA de VIDA FORMAS de EXPRESION
Dependencia Infancia Sumisión
Contra-dependencia Adolescencia Rebeldía
Independencia Juventud Egoísmo
Interdependencia Adultez Servicio
Los estilos de crianza de las familias deben ir cambiando, según cambien las
etapas de crecimiento, si no queremos afectar el proceso sano de la madurez de los
hijos. Son los padres los que facilitarán o interrumpirán el paso sano de una fase a
otra. Serán padres funcionales aquellos que logran modificar sus modos de crianza
de acuerdo a la etapa de crecimiento que atraviesen sus hijos. Son los que tienen un
manejo adecuado de las crisis propias de cada etapa. Pero padres disfuncionales son
los que se quedan pegados a estilos de crianza que ya no corresponden a la etapa
de vida por la que pasan sus hijos, afectando el desarrollo de su identidad.
Cada una de las tres primeras posiciones en la que puede quedar estancada
el desarrollo de una persona, puede convertirse en el principio organizador central
que penetra la personalidad total de una identidad insana. Estas posiciones
constituyen una limitación importante del desarrollo personal. La identidad sana y
funcional, que puede decirse es una posición equilibrada hacia sí mismo y hacia los
demás, es la interdependencia, porque se abre a los estímulos del ambiente sin ser
absorbidos por ellos (dependencia), ni estar en contra de ellos (contradependencia),
ni aislarse de ellos (independencia), sino que interactúa sanamente
(interdependencia), asumiendo respuestas firmes y equilibradas, de compromiso y
servicio a favor de los demás, manteniendo a salvo su integridad psicológica.
Los padres funcionales facilitarán a los hijos el paso de una etapa a otra,
creando la atmosfera familiar necesaria para ello; mientras que unos padres
disfuncionales dificultarán dicho proceso, propiciando el terreno fértil donde crecerán
las identidades disfuncionales o patológicas. El modo en que se establezcan las
relaciones interpersonales al interior de la familia, es decir, la forma en que interactúen
entre ellos, la manera de relacionarse como cónyuges y como padres, es lo que
determinará el tipo de terreno en la cual se edificará la identidad de los hijos;
obviamente, dicha construcción se realizará sobre la base del temperamento con el
cual ellos hayan nacido.
Redefiniendo la madurez
Todos nacemos 100% dependientes, necesitando que otros nos atiendan y nos
sirvan para poder sobrevivir; pero conforme vamos creciendo, debemos llegar a
alcanzar la madurez, de modo que seamos capaces de atendernos y servirnos a
nosotros mismos, así como también de poder servir a otras personas (pareja, hijos,
etc.). Interrumpir ese proceso, por haber quedado estancados en alguna etapa sin
poder avanzar a la siguiente, a causa de un marco familiar y/o social disfuncional, es
quedarse inmaduros, en el mejor de los casos, o devenir en una identidad patológica,
en el peor de los casos.
Hay tres tipos de conducta, que a una determinada edad son normales, pero
que dejan de serlo cuando se siguen manteniendo a pesar de estar en otra edad. A
la edad de uno o dos años de vida es normal que nuestros hijos sean dependientes,
pero a los 15 o 20 ya es anormal, y si dicha dependencia persiste a los 30 o 40, ya es
patológico.
10
Juana M. Droeven, Más allá de Pactos y Traiciones, pág 118
1. IDENTIDAD SIMBIÓTICA. Es una de las varias formas que toma una
personalidad neurótica, la cual se caracteriza por la ansiedad y miedo que envuelve
a una persona, llevándola a desarrollar una dependencia a alguien o hacia algo. En
cuanto a la identidad simbiótica, ésta se produce cuando el individuo se queda
estancado en la etapa de la dependencia. El término simbiosis viene del griego que
significa “convivir”. Es la relación estrecha entre dos organismos que no pueden vivir
el uno sin el otro. El botánico alemán Anton de Bary en 1873 acuñó el término
simbiosis para describir la estrecha relación de organismos de diferente tipo.
Concretamente la definió como «la vida en conjunción de dos organismos disimilares,
normalmente en íntima asociación, y por lo general con efectos benéficos para al
menos uno de ellos». La psicología, tomó prestada de la biología este término para
referirse a todo tipo de dependencia enfermiza que se produzca en las
relaciones humanas.
Este tipo de personalidad privilegia en su vida las pasiones, los instintos y los
deseos personales por encima de toda norma o ley que pudiera obstaculizarlos.
Desde una perspectiva psicoanalítica podemos decir que es la dominación de un Ello
fuerte sobre un Súper-Yo débil. Es la supremacía de los impulsos humanos sobre los
valores morales, fuente de toda desintegración personal y social.
12
http://es.wikipedia.org/wiki/Psicopat%C3%ADa
pasiones en mortales y dioses, las cuales no eran correspondidas debido a la
incapacidad del muchacho para reconocer al otro y amarlo.
El narcisista pareciera ser una persona que se ama mucho, pero en realidad
es todo lo contrario, se ama poco o nada, producto de la experiencia de rechazo en
la que vivió. Es víctima de un desorden de personalidad que se relaciona con un
sentimiento de vergüenza, producto del desamor de su entorno. No se ama a sí
mismo, porque nunca se sintió plenamente amado. En ello subyace la raíz de su
desprecio a sí mismo, lo que lo impulsa a construirse un Yo ideal que vende hacia
fuera, renegando de su Yo real, que esconde hacia adentro; porque al no poder
aceptarse a sí mismo, necesita ser el centro de la atención de los demás, proyectando
ese Yo ideal que logre la aprobación, la admiración y el aplauso de su entorno, porque
con eso logra calmar temporalmente la ansiedad que le produce su vergüenza interior.
IDENTIDADES PATOLOGICAS
IDENTIDAD SANA:
Este segundo cuadro no está aún del todo desarrollado, porque lo estamos
reservando para un próximo capítulo donde hablaremos de los principios que
desarrollan una identidad funcional; si lo hemos puesto con antelación es para
contrastarlo con los factores que la desfavorecen. En el siguiente capítulo nos
extenderemos sobre la importancia de las relaciones interpersonales al interior de la
familia, y de ésta última como fuente generadora de identidades sanas e insanas,
producto de dichas interacciones.
CAPITULO III
LA ATMÓSFERA FAMILIAR EN LA CONSTRUCCIÓN DE
LA IDENTIDAD
“Es más fácil y mejor construir la vida de un niño, que
reparar la vida de un adulto”
La piedra angular sobre la cual se edifica una identidad sana y positiva en los
hijos es el amor, aquel que se expresa de manera genuina y práctica. De nada sirve
que les amemos auténtica y profundamente si ellos no pueden percibir nuestro amor.
Lo importante no es que como padres digamos que los amamos mucho, sino que
ellos se sientan amados apropiadamente, porque eso determinará la calidad de su
identidad. Sin embargo, no es difícil comprobar que no todos los padres saben amar
correctamente ni tampoco expresar sus sentimientos de manera apropiada.
Uno de los conceptos importantes que todos los padres debemos comprender
es que, así como nuestros hijos necesitan ser bien alimentados en el plano físico,
también necesitan nutrirse bien en el plano psicológico. El amor es la vitamina básica
para este segundo plano y es indispensable para que ellos crezcan psicológicamente
saludables. Es más, últimamente se está descubriendo que el amor también deja su
impacto en el plano físico; el doctor B. Siegel, graduado con honores en la facultad
de medicina de la universidad de Cornell en E.U. y uno de los que más ha estudiado
la relación entre la mente y el cuerpo, nos dice “un niño a quien no se ama presentará
retrasos en el crecimiento óseo, e incluso puede morir; un bebé a quien se acaricia
crece con más rapidez” 13
Hay dos dimensiones en cuyo rango nos movemos todos los seres humanos,
que son el amor y la violencia. Todos nacemos, según el fundador del psicoanálisis
Sigmund Freud, con dos grandes impulsos:
14 http://www.inteco.cl/articulos/003/doc_esp7.htm
15 Ibid
AMOR VIOLENCIA
Sólo se ama en la medida que se satisfacen las necesidades del otro(a), y por
lo que hay 4 formas principales en la que se expresa el amor:
Una vez definido lo que entendemos por amor ahora queremos detenernos en
los vínculos relacionales básicos en la que vive un niño(a). Juan Luis Linares en su
libro “Identidad y Narrativa” (1996) nos presenta a la familia como un sistema
(conjunto de elementos que interactúan y se influencian entre sí), en el que conviven
tres subsistemas sanos, que determinan que haya tres tipos de interacciones o
relaciones básicas en el seno de toda familia: la Conyugal, la Parental y la Fraternal.
La primera es la relación entre esposos; la segunda, la relación entre padres e hijos;
y la tercera, la relación entre hermanos. Los tres tipos de interacciones se realizan en
base a un grado de amor y/o violencia, que irá moldeando la identidad de los hijos.
SISTEMA FAMILIAR
Subsistema Subsistema
CONYUGAL PARENTAL
Subsistema
FRATERNAL
Existen otros sistemas con los cuales nuestros hijos interactúan también, como
la escuela, la iglesia, la comunidad, la sociedad en general; pero es el sistema familiar,
principalmente en los dos primeros subsistemas, el conyugal y parental, que juega un
papel determinante en la construcción de la identidad de los hijos, porque la familia
es el primer ente socializador de todo individuo.
Conyugalidad
Armónica
FAMILIA FAMILIA
DEPRIVADORA NUTRICIONAL
(Amor Escaso) (Amor Equilibrado)
Parentalidad Parentalidad
Negativa Positiva
FAMILIA FAMILIA
CAOTICA TRIANGULADORA
(Amor Ausente) (Amor distorsionado)
Conyugalidad
Disarmónica
Es un territorio formado por una conyugalidad que funciona mal, pero cuya
función parental se conserva relativamente bien al principio, aunque el deterioro
conyugal casi siempre termina por estropear la función parental. Son buenos padres,
pero malos esposos. Pueden ser buenos padres al principio, pero corren el riesgo
de dejar de serlos como resultado de no ser buenos esposos. Una conyugalidad
disarmónica es casi inevitable que impacte negativamente sobre las funciones
parentales, pudiendo producir una atmosfera familiar triangulada. Se le denomina
triangular cuando los conflictos de la diada esposo-esposa, tienden a extenderse e
involucrar a uno o más de los hijos, formando una triada o un triángulo, en la que el
hijo(a) termina jaloneado(a) por sus padres, arrojado en la encrucijada de guardar
lealtad a una de las partes. Ese desencuentro conyugal, del cual no deberían
participar los hijos, pero que los esposos los involucran, hace que ellos experimenten
un amor confuso y distorsionado, que será el caldo de cultivo para que se desarrollen,
entre otros, principalmente dos tipos de personalidades lisiadas:
Parentalidad
Positiva
IDENTIDAD NEURÓTICA
IDENTIDAD PSICÓTICA
Conyugalidad
Disarmónica
Wikipedia, la enciclopedia libre del internet, agrega que “Las personas que
experimentan psicosis pueden presentar alucinaciones o delirios y pueden exhibir
17
Hay amplia literatura al respecto y los interesados pueden revisar más en el buscador de google
cambios en su personalidad y pensamiento desorganizado. Estos síntomas pueden
ser acompañados por un comportamiento inusual o extraño, así como por dificultad
para interactuar socialmente e incapacidad para llevar a cabo actividades de la vida
diaria” 18.
Conyugalidad
Armoniosa
IDENTIDAD DEPRESIVA
IDENTIDAD BORDELINE
Parentalidad
Negativa
18
http://es.wikipedia.org/wiki/Psicosis
satisfacerlos, los terminan de descalificar, haciéndolos sentir inútiles y torpes, con
sentimientos de fracaso y desánimo, sobre los cuales se asienta una identidad
depresiva.
Parentalidad
Negativa
IDENTIDAD PSICOPATICA
(Antisocial o Disocial)
IDENTIDAD BIPOLAR
Conyugalidad
Disarmónica
a. Identidad Psicopática. Es un trastorno antisocial de la personalidad (así
se le conoce en el DSM IV). La característica típica de estas personas es su poca o
nula conciencia moral; pueden violar normas, leyes o principios morales sin ningún
tipo de remordimientos. Este tipo de identidad ya lo mencionamos anteriormente en
el capítulo del proceso de la madurez; el lector puede volver a esas páginas para
recordar lo dicho con respecto a este concepto.
b. Identidad Bipolar. Es un trastorno del estado de ánimo que antiguamente
se conocía como trastorno maniaco depresivo, en el cual la persona vive entre dos
polos afectivos extremos, que pueden cambiar bruscamente sin motivo aparente; es
así que hoy pueden sentirse en la cumbre de la euforia y mañana en el abismo de la
tristeza. En el amanecer se sienten capaces de conquistar el mundo y en el atardecer
se sienten aplastados por ese mundo. Sus extremos anímicos cambiantes pueden
durar horas, días y hasta años, dependiendo el caso. Su origen, en cuanto a bases
relacionales, aún no están muy claras, pero se sospecha que viene de una familia
que presenta una apariencia de conyugalidad armoniosa, pero que en el fondo es
caótica. Los de fuera creen que son buenos esposos, pero interiormente son un
fiasco, que forman generalmente una diada vividor-víctima, en constante conflicto,
pero incapaces de separarse.
El futuro bipolar se formaría en un contexto relacional en que uno de los
progenitores es un irresponsable declarado y el otro un padre preocupado y
responsable, pero que a pesar de propuestas mutuamente irreconciliables no se
separan (Stierlin, 1986). Dicha atmósfera familiar sería la causante de un desequilibrio
bioquímico en los neurotransmisores cerebrales del hijo(a), que los llevaría a
experimentar esos cambios de ánimo extremos, afectando así su funcionamiento
adecuado en la vida. La bipolaridad del individuo, siempre según Stierlin, se originaría
a partir de una bipolaridad entre orden y desorden, representado por cada cónyuge.
IDENTIDAD SANA Y
POSITIVA
Parentalidad
Positiva
Observaciones pertinentes
Los tipos de familia en los cuales germinan las identidades disfuncionales que
hemos presentado, son sólo algunas, entre otras muchas, que pueden encajar en el
perfil de una familia disfuncional. Además, estos tipos de familia no se presentan en
estados puros, sino que también, dependiendo del momento, el grado y la intensidad
con que se combinen las dos coordenadas de conyugalidad y parentalidad, pueden
dar origen a otros tipos de identidades insanas.
La dimensión del tiempo es una variable que también hay que incluir en estos
cuadrantes presentados, porque las relaciones en la familia no son estáticas; la
calidad de la conyugalidad y de la parentalidad puede atravesar periodos de
alternancia entre malos y buenos. Además, la influencia de la atmósfera familiar pasa
por el filtro del temperamento y procesamiento mental que cada niño(a) hace de sus
vivencias, atribuyendo significados a sus experiencias relacionales, haciendo que
unos desarrollen identidad patológica y otros identidades relativamente sanas.
19
Existe mucha literatura sobre el tema de la posmodernidad, empiece revisando en el buscador
google
a. EL CONSUMISMO: entendido como adquisición o compra desaforada, que
idealiza sus efectos y consecuencias asociando su práctica con la obtención de la
satisfacción personal e incluso de la felicidad total. Es una cultura que endiosa el
mercado y que todo lo convierte en un producto más, incluida la personalidad. Es un
atentado contra el desarrollo de la autenticidad, porque masifica a nuestros
jóvenes y los convierte en esclavos de las modas y adictos de bienes que no
necesariamente son esenciales. No deja que sean ellos mismos, sino que la sociedad
consumista les impone lo que tienen que ser y desear.
20
Gilles Lipovetsky, en La felicidad paradójica, ed. Anagrama, 2010, p. 68
21
Mario Vargas Llosa, La Civilización del Espectáculo, pág. 212
son pocos los científicos que nos advierten de cómo la tecnología, sobre todo la
referida al internet, está apagando una de las grandes facultades humanas que
poseemos, como es la de razonar; y de ahí a convertirnos en robots, no hay muchos
pasos. Por eso decimos que el tecnologismo mal usado, puede atentar contra el
desarrollo de las potencialidades de nuestros hijos, distorsionando sus identidades,
como consecuencia de inhibir sus capacidades y habilidades especiales, que son la
base de su vocación en la vida.
Hay cinco principios para desarrollar dichas virtudes y construir así una
identidad sana en los niños; tres de ellos están directamente relacionados con los tres
componentes que forman la identidad y los otros dos son la base sobre la cual
crecerán dichos componentes. En esta parte queremos retomar y desarrollar el
cuadro que dejamos pendiente anteriormente, referido a los factores que favorecen
la construcción de una identidad sana en los hijos.
TERNURA Autenticidad:
amor y aceptación de sí mismo
DISCIPLINA Integridad:
respeto a las normas
RESPONSABILIDAD Potencialidad:
confianza en las propias habilidades
1. EL PRINCIPIO DE LA TERNURA (producirá Autenticidad)
Los hijos se perciben amados cuando tiene un padre presente, que está
siempre disponible para cuando ellos lo necesiten; y, que incluso, están dispuestos a
sacrificar de su sueño, de su trabajo, de su tiempo, de su economía, de su
esparcimiento, etc. con tal de atender las necesidades de sus hijos. Eso los hace
sentir a ellos plenamente amados y aceptados, y que son importantes y valioso para
sus padres. Eso es lo que permite la construcción de una autoestima sana, en la que
los hijos aprenden a amarse y valorarse como personas, sin necesidad de inventarse
una nueva personalidad, porque no les gusta la que tienen, ni tampoco de buscar
siempre la aceptación y aprobación de su entorno; que son rasgos típicos de una
identidad narcisista.
Ningún niño nace amándose y valorándose a sí mismo; eso es algo que tiene
que aprender y sus principales maestros son sus padres; porque es la medida que
ellos sean capaces de hacerles llegar su amor, es que ellos aprenderán a amarse
dignamente. No basta que los padres digan que aman a sus hijos, es imprescindible
que ellos experimenten ese amor. El niño necesita sentirse amado, pensarse amado
y ser tratado con amor. De nada sirve que los padres amen mucho, si sus hijos nunca
se llegan a enterar de ello. Y esta es la gran dificultad por la cual los hijos no
desarrollan autenticidad en sus vidas: no porque sus padres no los amen, sino porque
no saben expresarles su Ternura adecuadamente.
No sólo la violencia abierta y manifiesta, que insulta o golpea a los hijos, daña
su autoestima, sino que también existe la violencia invisible y solapada, aquella que
aun cuando no maltrata físicamente, sí lo hace psicológicamente, al privarles del
cariño y la ternura que tanto necesitan los hijos. Ser padres fríos, serios, amargados,
inexpresivos, distantes y ausentes en la vida de sus hijos es una forma de violencia
invisible, tanto o más dañina que aquella visible, en que se expresa a través de
agresiones verbales o corporales.
Los tres niveles de amor deben ser rigurosamente interactivos para garantizar
una identidad sana. La expresión de estos niveles de amor requiere que los padres
adquieran habilidades sociales, de tal manera que sean capaces de comunicar sus
sentimientos a sus hijos. No bastan las buenas intenciones, es necesario un
entrenamiento básico para dominar ese arte de amar sana y terapéuticamente.
La Biblia enseña que: “La necedad está ligada en el corazón del muchacho;
más la vara de la corrección la alejará de él” (Proverbios 22:15). Necedad significa
rebeldía, y dice que ella está ligada al alma del muchacho, o sea, que es inherente a
su propia naturaleza. Todos nacemos con esa terca tendencia a no querer respetar
normas y a vivir según la dictadura de nuestros instintos, por lo que se hace necesario
la disciplina. La socialización del ser humano pasa por aprender a subordinar nuestros
impulsos a determinadas normas morales, que hacen que nos diferenciemos de los
animales, quienes viven prisioneros de sus instintos.
No hay un ser humano más rebelde y tirano que un niño(a), porque es puro
impulso e instintos, y por eso cuando es bebé va a querer hacer lo que él quiere,
tratando de dominar a sus padres, y si éstos se lo permiten trastornará a toda la casa.
La obediencia a las normas morales no es consustancial a la vida del niño(a), no es
inherente a su naturaleza; es más bien la rebeldía la que está profundamente
arraigada en su ser y es la que domina cada célula de su cuerpo, por lo que se hace
imprescindible un código moral que regule su conducta, que aunque pueda
parecer que coapta su libertad, en verdad lo protege de su fragilidad y de su
autodestrucción.
Los propios filósofos de la modernidad han reconocido la tendencia rebelde y
proclive al mal que gobierna la naturaleza humana, el famoso Immanuel Kant “…
enfatiza la propensión innata hacia el mal en la naturaleza del hombre, para cuya
impresión la ley moral, el imperativo categórico, es esencial para que el hombre no se
trasforme en una bestia y la sociedad humana no termine en una anarquía salvaje” 22.
La Biblia enseña un método para combatir la rebeldía del alma humana. Señala
que es la “vara” la que podrá acabar con la rebeldía del niño y del joven. Muestra que
así como la necedad se relaciona con rebeldía, así la vara se relaciona con
disciplina. Podemos afirmar que el concepto de vara puede tener dos connotaciones
o dos significados complementarios. Puede significar un instrumento físico que sirve
para castigar, pero sobre todo significa un código de normas, valores o principios
morales que deben ser enseñados a los hijos, para alejarlos de la necedad o la
rebeldía.
Una de las más grandes tareas que tenemos como padres, es el poder formar
en nuestros hijos un carácter moral, donde principios éticos absolutos como la
veracidad, la justicia, la solidaridad, la bondad, la honestidad, etc estén plenamente
arraigados en su personalidad. No es una tarea fácil construir integridad en la vida de
los hijos, pero es absolutamente indispensable poder hacerlo, como una parte
importante en la formación de una identidad saludable. Dicha tarea deben ejercerla
los padres no sólo de manera verbal, sino sobre todo con el ejemplo, que es el más
grande maestro de la vida. Poner límites a nuestros hijos, sin traspasarlos tampoco
nosotros, es una buena manera de enseñar un estilo de vida respetuoso de las
normas y los valores morales.
El otro extremo es actuar como padres permisivos, quienes son relajados con
las normas y flojos con el castigo. Son indiferentes o débiles frente a las normas que
deben implantar en el hogar; algo que puede ocurrir, ya sea porque somos padres
ausentes o padres consentidores, y es lo que llevará a que formemos hijos con
identidades narcisistas e impulsivos, que no quieran vivir según las normas morales
sociales, sino satisfaciendo sus propios caprichos o deseos egoístas, poniendo sus
impulsos por encima de los principios. También fracasarán en su vida social. Por eso
la Biblia dice que “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; Mas el que lo
ama, desde temprano lo corrige” (Proverbios 13:24).
Por ello es importante que los padres ejerzan una autoridad equilibrada, sin
caer en los polos extremos del autoritarismo ni de la permisividad. Deben ser
autócratas, sin caer en abusos autoritarios, cuando sus hijos son niños y ser algo
democráticos cuando ellos llegan a la adolescencia. Si las normas son impuestas
durante la niñez, en la adolescencia deben ser enseñadas a conciencia, no por la
fuerza ni la imposición, sino por el diálogo y el ejemplo; esta última es la mejor y la
manera más correcta de enseñar valores a nuestros niños. Ser democrático significa
que hay normas que han sido negociadas con los adolescentes y han sido
establecidas no sólo para ellos, sino también para los padres; ellos también se
sujetarán a los principios y valores que deben regir el hogar. La autoridad de los
padres se fortalece cuando predican con el ejemplo.
Nunca debemos olvidar que la disciplina punitiva tiene que ser proporcional a
la edad y al grado de violación de las normas; de lo contrario, el castigo se puede
convertir en una venganza o una descarga de la ira de los padres, o en un abuso
impertinente, algo que los hijos codificaran como una injusticia, que también les
provocará ira, la cual puede abrir una herida de resentimiento en sus corazones, que
muchas veces será difícil de curar, por su gran dificultad para perdonar.
Los hijos se resienten con los padres, no porque los disciplinan, sino por
la forma en que lo hacen. La violencia, el grito, el abuso y los insultos son las peores
formas de querer disciplinar. Por eso la pauta bíblica a seguir es “no provoquéis a
ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios
6:4). La injusticia en la aplicación de nuestras disciplinas, ya sea porque las normas
son muy elevadas, o las sanciones demasiado desproporcionadas, es lo que
provocará la ira en nuestros hijos, desembocando en grandes resentimientos.
Es por esta razón que el mandato de Dios a los padres es no provocar ira en
los hijos, es decir, no abrir una herida de resentimiento en el corazón de sus vástagos.
En los versos anteriores que hemos leído (Efesios 6:1-3), Dios enseña acerca de la
responsabilidad de los hijos, que es la de honrar a sus padres, pero en el siguiente
verso (6:4) enseña la responsabilidad de los padres hacia los hijos, la de no generar
amargura en sus corazones y de esta manera no perjudicar sus vidas, infectándoles
con el virus del resentimiento. Por el contrario, son los llamados a enseñarles el
lenguaje del amor, tal y como se les enseña a hablar un idioma gramatical, el español
en nuestro caso. Un niño que sólo conoce indiferencias, reproches, insultos,
agresiones y hasta violencia física, sólo aprenderá a hablar el lenguaje de la violencia
y el rencor; será incapaz de amarse a sí mismo y a los demás, y tendrá un inmenso
problema de autoestima.
No es por la disciplina en sí, sino por el método que usan los padres que se
genera resentimiento en el corazón de los hijos. Son las palabras que expresan sus
padres cuando les gritan y les dicen “eres un bruto”, “un estúpido”, “un tonto”, “eres
una bestia”, etc., o les tiran las cosas y les pegan con cualquier cosa, las que están
generando resentimiento en ellos. Son palabras inadecuadas que se convierten en
maldiciones para los hijos, ya que con insultos y conductas inapropiadas van
generando ira en ellos, desembocando al final en un resentimiento, que será una
emoción negativa que estropee la construcción de su identidad, porque el rencor es
una sentimiento que corroe el alma y que paraliza el crecimiento personal.
La persona resentida tiene bloqueadas sus potencialidades y descompuestas
sus habilidades sociales, por eso es poco o nada lo que alcanza en la vida. El rencor
no sólo afectará su salud psicológica, sino también su salud física. La manera más
perfecta de destruir la vida de una persona es abrir en ella una herida de
resentimiento, porque ese es el veneno más efectivo para hacer que se muera de a
poco. Muchas personas están enfermas corporalmente no por causas biológicas, sino
psicológicas; padecen un mal, no porque hayan sido atacadas por alguna bacteria
orgánica, sino porque han sido infectadas por el virus del resentimiento. Pueden
gastar mucho dinero en tratar su cuerpo, pero nada lograrán si no tratan su alma.
La Palabra de Dios dice: “castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza, mas
no se apresure tu alma para destruirlo” (Proverbios 19:18). Aplicar disciplina en la
vida de los hijos sólo se puede hacer bien a temprana edad; si dejamos pasar ese
tiempo, es muy difícil hacerlo después; por eso la Biblia habla de disciplinarlos
“…en tanto que hay esperanza”, es decir, hacerlo en el tiempo oportuno y preciso.
Dicho momento tiene que ver principalmente cuando los hijos son niños, más que
cuando son adolescentes. Sólo durante la niñez podemos imponer de buena manera
la disciplina, pero cuando ya son adolescentes las estrategias de disciplina tienen que
variar; ya que en esta etapa de la vida los hijos deben recibir normas negociadas, más
que impuestas, consejos más que órdenes y dirección más que imposición.
El SER tiene que ver con la dignidad de la persona, con lo que él es como ser
humano y como corona de la creación de Dios. La dignidad humana descansa en el
hecho de que el ser humano es una criatura creada a la imagen y semejanza de Dios,
privilegio del cual ninguna otra criatura puede gozar. La dignidad es esa parte de su
personalidad que no puede ser tocada por nada ni por nadie; los padres son los
primeros que deben cuidarla y no deben dañar esa parte del SER a la hora de corregir
el HACER de sus hijos.
Las actitudes donde priman las emociones tienden a ser más irracionales,
sesgadas y condicionadas por el componente afectivo, distorsionando la percepción
correcta de la realidad y dificultando nuestras relaciones con los demás. En cambio
la actitud que se sostiene principalmente sobre la razón es una actitud pensada,
producto de una reflexión y que previamente ha procesado una información,
permitiéndonos ser más objetivos con la realidad y llevándonos a entablar relaciones
sanas y productivas con las demás. En otras palabras, yo puedo relacionarme con las
personas basándome más en mis emociones o en mi razón, ambos son necesarios
en toda interacción humana, pero es importante que el segundo pueda imponerse
sobre el primero, para garantizar una relación sana.
Debemos siempre decir a nuestros hijos que les amamos como personas, pero
que no nos gustan sus conductas equivocadas; decirles que cuando los castigamos,
estamos descalificando su conducta y no su persona. La disciplina es también una
forma de amor, y debemos aplicarla en el momento oportuno y en la forma correcta;
además nunca lo hagamos delante de otras personas: la disciplina siempre debe
ser en privado y la recompensa en público. Cuando los castigamos de mala
manera y, peor aún, delante de los demás, los estamos avergonzando y, por ende,
dañando su identidad. Una persona que experimenta vergüenza es una persona que
tiene dañada su dignidad y tiene enfermo su SER.
Las personas que no respetan principios morales y que actúan según sus
propios intereses y conveniencias personales pueden comportarse de una manera,
en una determinada circunstancia y, de otra manera en otras situaciones. Pueden
adoptar una determinada personalidad frente a un determinado evento y otra forma
de ser frente a otra situación. Son las circunstancias y no sus principios lo que
determina su forma de ser. Por eso pueden mostrarse como personas santas en una
iglesia y como mundanas fuera de ella. Ser siempre el mismo en todo lugar, revela a
una persona con una identidad bien definida, y eso requiere que mi forma de ser esté
siempre gobernada por principios absolutos.
¿Por qué entonces Dios, pudiendo hacer que sus ángeles cuiden del huerto,
ordenó al hombre que lo hiciera? Sencillamente porque Dios había creado un ser
humano con grandes potencialidades, y la única manera que pudiera conocerlas y
empezara a usarlas, era cumpliendo determinadas tareas y asumiendo determinadas
responsabilidades. Dejar que otros hagan lo que él tenía que hacer, era inutilizar sus
potencialidades, e impedir que las conozca y las use como parte de su desarrollo. Por
ello, no ayudar a nuestros hijos a conocer ni usar sus habilidades y no saber en qué
aspectos pueden desarrollarse en esta vida, es dejarlos ciegos frente al destino que
deben tomar sus existencias, producto de una identidad lisiada que desconoce todo
aquello de lo que es capaz de hacer.
No hay persona más miserable en este mundo que aquella que no sabe qué
hacer con su vida, como resultado de un desconocimiento de las capacidades que
posee. Las potencialidades determinan la vocación o el rumbo que tomará la vida de
una persona; si las desconoce, su existencia quedará truncada. Y es durante la
infancia y en el marco de su familia en que un niño(a) empieza a descubrir y aprende
a usar las habilidades con las cuales está dotado. Una familia sana facilitará dicho
proceso, pero una familia disfuncional lo obstruirá.
El mejor método para activar las potencialidades de nuestros hijos es
enseñarles a asumir responsabilidades, lo cual implica que cumplan determinadas
tareas que les permitan conocer y ponerse en contacto con las capacidades que
poseen. El Principio de la Responsabilidad es la disponibilidad de confiar en el
otro, a través de la delegación de tareas que pueda asumir, resaltando sus
habilidades personales (Hacer), satisfaciendo así su necesidad profunda de
COMPETITIVIDAD; es decir, se pueda percibir capaz de obtener logros en relación
con las demandas de la vida, desarrollando una Autoconfianza laboral adecuada, que
le permita a la persona expresar sus Potencialidades humanas, de tal manera que la
lleven a una Productividad de vida como signo de sanidad.
Cuando los padres no les señalan responsabilidades a sus hijos, los están
dañando con un amor equivocado, porque están impidiendo que sus habilidades se
desarrollen. El gran enemigo del principio de la responsabilidad es la
sobreprotección, que en el fondo es una falsa protección, porque no se hace en
función de las necesidades del hijo(a), sino en función de la necesidad del progenitor,
quien busca llenar sus propios vacíos y carencias; por eso, si hay algo que daña
significativamente a los hijos y les impide que desarrollen sus potencialidades, eso es
la sobreprotección, que es el amor más dañino y tóxico del mundo; pues es un amor
enfermizo y contradictorio, que buscando evitarle el sufrimiento y dolor al hijo,
precisamente lo arroja a dicha condición.
No habrá niño que sufra más en la vida que aquel que fue sobreprotegido.
Y si queremos que nuestros hijos sufran menos cuando sean grandes,
tendremos que dejarles sufrir un poco cuando aún son pequeños. La psicología
humana ha llegado a la conclusión que la persona que no transita por el camino del
esfuerzo y el dolor, siempre permanecerá en la condición de niño, o sea, inmaduro.
La Biblia enseña también lo mismo: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no
crece, y no lleva fruto”.
Los padres deben tener bien en claro que los hijos necesitan una dosis de dolor
y sufrimiento en el camino de su desarrollo. Tampoco se debe exagerar siendo duros
con ellos, porque los extremos son siempre dañinos. La sobreprotección es tan o más
nociva que el mismo abandono, que es el otro extremo.
Abandono Sobre-protección
Protección
No hay en el mundo personas que nos amen más que nuestros padres; pero
tampoco hay quien más nos pueda dañar, cuando nos aman con un amor incorrecto.
Ni siquiera los animalitos les hacen tanto daño a sus hijos como los hombres; aquellos
jamás caen en la sobreprotección. Esto lo podemos comprobar cuando vemos cómo
nace un pollito. Ahí está el huevo con el pollito listo para salir, la gallina apenas dará
dos o tres picotazos al cascaron y el resto tendrá que hacerlo el mismo pollito.
Entonces se inicia para él toda una lucha en la cual tiene que aprender a usar la
potencialidad de su pico, golpeando el cascaron por dentro y rompiéndolo de a poco;
todo esto le costará esfuerzo, dolor y posiblemente cierto sufrimiento, pero es un
proceso que será necesario para su posterior supervivencia.
Muchos padres, sobre todo madres, cuando un hijo(a) suyo está aún en el
cascarón de su cuidado, por evitarle dolor y sufrimiento, no dejan que haga por sí
mismo lo que ya está en capacidad de hacer solo. Padres que les cortan las manos
a sus hijos, psicológicamente hablando, cuando les hacen todo; que no dejan que se
vista por sí mimo, que tienda su cama, que cumpla ciertas labores dentro de la casa,
que asuma ciertas responsabilidades, no sólo personales sino familiares, etc., que
son tareas y acciones que despertarán sus potencialidades.
Estando bloqueadas sus habilidades, visualizará la vida como algo difícil; por
lo tanto, se desanimará fácilmente y no sabrá cómo luchar en este mundo.
Difícilmente descubrirá su vocación en la vida. Es diferente cuando los padres
promueven la autonomía de sus hijos, sin sobreprotegerlos ni asfixiarlos con sus
excesivas atenciones, y más bien les encargan tareas y responsabilidades que tienen
que cumplir por sí mismos, impulsándoles a hacer uso de sus capacidades. Estos
niños crecerán con un mensaje en sus mentes “yo puedo hacerlo”, “yo soy capaz” y
así, desarrollarán su autoestima, se sentirán fuertes para enfrentar las demandas de
la vida y capaces de poder triunfar en medio de ella.
Este es un fenómeno que sucede mucho sobre todo en madres solteras, que
son las más propensas en caer en un trastorno psicológico llamado simbiosis, el cual
se puede definir como la conjunción de dos seres donde uno o ambos pierden su
propia identidad y se funden en la otra, en una mutua dependencia, donde sólo se
piensa y se actúa según el dictamen del otro. Es una unión enfermiza, donde ninguno
puede vivir sin el otro, en la que se pierde la libertad individual y la pseudo
interdependencia se torna crónica y mal sana.
No queremos terminar esta parte sin señalar que así como hay una
sobreprotección dañina, también hay una sobre-responsabilidad, que no es otra
cosa que una sobre-exigencia, que es tan perjudicial como aquella. Los padres no
deben caer en esto último, que implica demandar cosas a sus hijos que por su edad
o por su grado de desarrollo, no están aún en capacidad de hacer, porque eso también
bloqueará sus potencialidades. Vemos, entonces, que los padres pueden fallar por
exceso o por omisión: el punto medio es lo correcto, los extremos son siempre
dañinos. Podemos dañar sus habilidades, ya sea porque no dejamos que las
usen o porque les exigimos que las usen en demasía.
Principios complementarios
La gran tarea de los cónyuges es poder enfrentar y sanar bien sus heridas,
para así disolver toda atmosfera de desamor que impida un desarrollo sano de
sentimientos de pertenencia en los hijos. No importa cuán grande sea la decepción o
traición que se haya experimentado de parte de una pareja, nada justifica seguir con
la herida abierta del rencor, porque es una forma enfermiza de seguir atado a quien
la provocó. El perdón es liberador. La misericordia por el otro(a) es reparadora, porque
mi sanidad emocional garantizará la sanidad emocional de mis hijos. Ellos no querrán
pertenecer a una familia donde reinan los conflictos y los desencuentros, sino donde
gobierna la armonía y la paz, porque es en esa atmósfera limpia donde se crece con
una identidad sana y funcional.
Los padres tenemos que entender que los hijos no son una prolongación
nuestra, y que no tienen que ser como nosotros queremos que sean. Ellos son
diferentes y tienen que llegar a ser lo que ellos son, lo cual implica que puedan
empezar a diferenciarse de su familia de origen; es decir, empezar a construir su
propia identidad, porque la no diferenciación resultará en un grado de personalidad
disfuncional. Y entendemos por diferenciación, el alcanzar la propia individuación o
autonomía, donde aprenden a pensar, a decidir y a valerse por sí mismos.
24
José Baldeón, Las 7 Claves para Combatir la Rebeldía Adolescente
de ese entorno; con su “no” está diciendo “yo soy diferente a ustedes”, está
empezando a poner sus límites entre su propio Yo y el Yo de los demás, y su
instrumento clave es la palabra “no”. Es importante y necesario que así sea, para
sentar las bases de su futura y definitiva diferenciación que debe terminar de darse,
básicamente, en su juventud, pasando exitosamente por su adolescencia. El
acompañamiento sabio de unos padres funcionales permitirá que dicha diferenciación
se produzca sana y apropiadamente.
Según Jay Haley (1985), durante la etapa del ciclo vital de la adolescencia, el
joven debe distanciarse emocionalmente de la familia, diferenciarse y afirmarse en su
identidad. Unos padres disfuncionales experimentarán la dificultad de dejar al
adolescente que se diferencie de ellos. Pero una familia sana deberá pasar de ser
una agencia que nutre a los niños, a ser una plataforma que les permita entrar en el
mundo adulto de responsabilidades y compromisos, sobre la base de una autonomía
que le permiten desarrollar. Los temas básicos que se negocian en la
adolescencia son la autonomía y el control. Han de establecerse unos límites
flexibles que permitan al adolescente salir del sistema familiar, explorar y
experimentar sus capacidades nuevas y, a la vez, refugiarse cuando no pueda
manejar las cosas solo. Es un período de confusión y ruptura. El adolescente vive la
dificultad de crecer y hacerse adulto y separado de sus padres, asumiendo
responsabilidades e independencia; y los padres viven la dificultad de aceptar su
crecimiento.
Es necesario que los hijos se desteten de los padres y los padres de los
hijos. Lo más funcional en esta etapa es que los hijos lleguen a separarse de su
familia y, con todo, sigan involucrados en ella. La persona verdaderamente
independiente sabe mantener relaciones significativas con otros, sin perder su
autonomía (White 1983 y Feldman 1988). El hijo(a) aprenderá a unirse al mundo
adulto, y los padres habrán de aprender a tratarle y a tratarse de un modo diferente.
Los padres tendrán que continuar su vínculo con los hijos, mientras hacen la
transición de tratarlos como niños a tratarlos como iguales.
Una persona con un buen nivel de autonomía es aquella que diferencia entre
sus sentimientos, necesidades y expectativas, y las de los demás miembros de su
familia. Es un hijo(a) que ha desarrollado creencias y convicciones claramente
definidas, que posee opiniones propias y principios firmes; se hace responsable de
sus actos, nunca se victimiza, ni le echa la culpa a nadie de sus desgracias; las asume
y se repone. No sucumbe fácilmente a las presiones sociales, sabe hacerse respetar
y respeta a los demás. No es esclavo de las apariencias, vive auténticamente. Se
tiene confianza en sí mismo y por eso se siente capaz de poder construir su propio
destino.
La naturaleza es muy sabia para dar a los padres clases magistrales de cómo
se deben criar a los hijos. El ejemplo de las águilas es muy ilustrativo para mostrarnos
cómo ellas son expertas en brindar a sus polluelos los sentimientos de autonomía y
de pertenencia que ellos necesitan. Estas aves ponen sus nidos en las peñas más
altas y cuando llega la hora en que sus polluelos deben abandonar el nido, comienzan
a entrenarlos para que puedan volar. El águila madre coge del cuello a su polluelo y
lo tira al abismo para que aprenda a usar sus alas, con la cual enfrentará al mundo;
por unos instantes lo deja caer, pero después lo vuelve a coger del cuello, haciendo
esto repetidamente, cada vez con mayores espacios de tiempo.
Hay tres cosas que todos los adolescentes aborrecen: el control, la crítica
y la comparación; y lamentablemente es lo que precisamente muchos padres hacen.
Todos los jóvenes reclaman espacios de libertad, y muchos padres no están
dispuestos a dárselos, por lo que se vuelven más controladores; lo que a su vez
llevará a los adolescentes a romper normas y límites, que producirán el otro efecto, la
crítica de sus padres, convirtiendo todo esto en un círculo vicioso de nunca acabar.
Del balance adecuado entre soltar y retener, como hacen las águilas, se
producirán sentimientos equilibrados de pertenencia y autonomía, que servirán de
base para sostener las tres columnas o componentes esenciales que forman la
identidad de nuestros hijos, lo cual les permitirá volar eficaz y libremente por los cielos
de este mundo, siendo capaces de poder escoger su propia ruta a seguir en la vida;
porque no olvidemos que identidad y destino se relacionan directamente, como
trataremos de demostrar en el siguiente capítulo.
CAPITULO V
SEMBRANDO UNA IDENTIDAD COSECHANDO UN
DESTINO
"Tener identidad, como bien ha dicho Amartya Sen,
es tener la ilusión de un destino" Fernando Savater
Decimos que una persona tiene identidad cuando tiene el coraje de ser ella
misma, muestra autenticidad y no se resigna a ser una copia barata de los modelos
que su sociedad trata de imponerle. Es original en su manera de ser, porque no
responde a clichés, ni a estereotipos sociales. No se compra ni adopta una
personalidad popular, sino que desarrolla su propio sello personal. La identidad tiene
que ver con ese cuño original, individual y único que cada persona es capaz de
desarrollar. No es sentirse más ni menos que otros, es sencillamente ser original y
diferente.
En resumen, May deja entrever que en el ser humano hay esa necesidad
profunda de poseer una identidad definida, de ser uno mismo, de encontrarse consigo
mismo, de permanecer fiel a lo que uno es, de no despreciarse a sí mismo ni vivir
dependiendo de la aceptación de los demás. Su necesidad de autorrealización no
puede ser satisfecha con dinero, prestigio o poder, es necesario construir y vivir en
función de una identidad sólida y propia. Un hombre no puede autorrealizarse en base
a una personalidad pre-fabricada, porque es como pretender edificar una casa en la
arena, que aparentemente puede estar bien levantada, pero carece de estabilidad y
de base segura.
No hay terapia psicológica más eficaz en el mundo, que aquella que nos
despoja de todas esas máscaras sociales con las que vivimos y nos permite volver a
ser lo que realmente somos. Es no tener miedo a ser como soy y eso implica no querer
vivir agradando a los demás. Es la terapia que permite a una persona caminar con
sus propios pies, valiéndose de sus propias capacidades para su auto-sostenimiento,
sin tener que recurrir a las muletas o apoyos externos, evitando así convertirse en un
parásito de la sociedad, debido a la incapacidad de usar sus propias potencialidades.
Los hijos que tienen una identidad sana y positiva, porque tienen un carácter
sano y una vocación definida, se convierten en arquitectos de su propio destino; pero
los que carecen de ella, son peones del destino; creen que fuerzas externas
determinan su existencia y suponen que su vida depende más de la suerte o la
casualidad. Estos últimos andan quejándose de la vida que llevan, porque carecen de
la fuerza para remontarla; mientras que aquellos que poseen una identidad definida,
van tras la vida que ellos quieren, y si no la encuentran, pues la buscan o se la
construyen; poseen la fuerza interior que su identidad les brinda, para ser escultores
de su propio porvenir.
La Palabra de Dios enseña que una de las más grandes tareas que un padre
tiene, es formar la identidad de su hijo(a), ella nos dice: “instruye al niño en su
camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6). Cuando
la Biblia habla de “su camino” se refiere a su destino, a esa gran pista por donde el
niño(a) ha de transitar en el futuro; tiene que ver con lo que será y hará en la vida,
con ese papel que ha de desempeñar y con ese rol que ha de cumplir en medio de
su sociedad. Los padres son las personas que deben guiar a sus hijos a encontrar el
camino de sus propias vidas. No deben construirles un destino, sino instruirles para
que ellos puedan encontrar el suyo.
26 Comentario aparecido en el periódico internacional Tiempos del Mundo, 01 Agosto del 2005
La identidad y los jóvenes de hoy