Aproximación Derecho Canónico
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Aproximación Derecho Canónico
I. INTRODUCCIÓN
1. La Iglesia, fundada por Cristo al llegar la plenitud de los tiempos, tiene simultáneamente
una dimensión divina y humana: es Cuerpo Místico de Cristo y, al mismo tiempo, en
expresión de Pedro (1 Pe 2,9-10) nuevamente puesta de relieve por el Concilio Vaticano II
(LG 9-17), es Pueblo de Dios. En esta dimensión societaria, la Iglesia, desde un comienzo, y
como exigencia de su propia naturaleza, ha sentido la necesidad de configurarse como
sociedad humanamente organizada tanto en su estructura jerárquica como en las relaciones
interpersonales que se producen entre los fieles que la integran. El viejo principio ubi societas
ibi ius no le ha sido ajeno y así, desde los primeros momentos, la Iglesia ha ido configurando
un ordenamiento jurídico con clara conciencia de autonomía frente a los sistemas jurídicos
seculares: el Derecho canónico.
2. Como Pueblo de Dios la Iglesia está inmersa en la historia de la cual el hombre es el sujeto
por excelencia. Formada por hombres, sujeto de la historia, la Iglesia es, por lo mismo,
histórica. Y lo es también su derecho que, al ser, como todo derecho, una de las expresiones
del quehacer cultural del hombre, queda igualmente sometido al devenir histórico. Esta
historicidad del derecho de la Iglesia tiene una de sus expresiones en las [p. 290] diversas
formulaciones que ha tenido a lo largo de los siglos, no sólo en la forma externa de su fijación
–recopilaciones, corpus, codex–, sino en los mismos contenidos. Es cierto que el derecho
canónico parte de un dato que le es dado, la revelación; hay todo un depósito de verdades,
reveladas por el mismo Cristo, que nada ni nadie puede alterar. Pero es cierto también que la
manera con que la Iglesia se ha enfrentado a esas verdades para profundizar más y más en
ellas ha dependido de las diversas épocas históricas. Para ello la Iglesia, inmersa en la historia
del hombre, ha usado de las categorías culturales propias de cada una de esas épocas. Su
derecho, así, no ha sido ajeno a esta realidad, y las distintas categorías que el derecho canónico
ha usado para regular, a partir de las verdades reveladas, la dimensión de justicia que existe
entre los fieles que componen este Populus Dei, han dependido de cada momento histórico.
Por eso el derecho canónico no es inmutable en el tiempo y así como la cultura del hombre ha
ido evolucionando, este derecho también ha evolucionado.
1
jurídico común al punto que el derecho canónico constituye, junto con el derecho romano y el
derecho germánico, uno de los elementos que han configurado el derecho occidental.
4. En las páginas que siguen pretendo aproximarme al derecho de la Iglesia en una perspectiva
histórica. Antes, sin embargo, parece conveniente responder a una pregunta previa: ¿qué
sentido tiene estudiar la historia del derecho canónico cuando en la actualidad ese derecho está
contenido en dos códigos de reciente vigencia? ¿No obedecerá, acaso, a un mero afán de
erudición o a una obsesión por los precedentes? La pregunta tiene plena vigencia, pues
vivimos en una época en que la especial forma de fijación que reviste el derecho en la
actualidad –los códigos– y el positivismo jurídico a que ha dado origen, pueden inducirnos a
pensar que el derecho hoy vigente sólo es obra del actual legislador.
El derecho, sin embargo, es esencialmente histórico, es decir, hunde sus raíces en el
derecho de las épocas anteriores: el ordenamiento jurídico que hoy nos rige -como fieles o
como ciudadanos- no es obra originaria del legislador que lo ha dado, sino que arranca del
derecho anterior que le sirve de base y al cual, por lo general, perfecciona. De allí no sólo la
conveniencia, sino la necesidad de estudiar el derecho en su desarrollo pretérito, pues sólo así
adquiere plena explicación el derecho vigente. Esto que es válido para cualquier ordenamiento
jurídico lo es también para el derecho canónico.
Pero hay en el derecho de la Iglesia otra razón que hace necesario adentrarnos [p. 291] en él
en su perspectiva histórica. He dicho recién que el derecho canónico se construye a partir de
un dato dado, la revelación, dato que es inmutable y no puede cambiar; lo que cambia es la
manera en que la Iglesia, a lo largo de los siglos, se ha aproximado a esos datos dados. En el
caso del derecho, la manera como la Iglesia, a partir de esos datos, ha elaborado las normas
con que dar respuesta a las necesidades de justicia de cada momento, manteniéndose fiel a esa
revelación. Resulta, pues, aleccionador al jurista descubrir las maneras como la Iglesia, en
otros tiempos y permaneciendo fiel a aquello que es inmutable, logró realizar el valor justicia
entre los fieles; aleccionador no sólo para aprender de la experiencia pasada, sino para
conservarla o actualizarla. De allí que el canon 6 § 2 del Código de Derecho Canónico (1983)
vigente establezca que, en la medida que los cánones del código reproducen el derecho
antiguo, se han de entender teniendo también en cuenta la tradición canónica1.
1
Lo mismo establece el canon 2 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales (1990), según el cual "los
cánones del Código en que muchas veces se recibe o se acomoda el derecho antiguo de las Iglesias orientales han
de interpretarse principalmente por ese derecho".
2
II. PERIODIFICACIÓN
6. Los autores que han estudiado la historia del derecho canónico dividen su exposición en
diversos períodos. Esto es necesario pues dos mil años de evolución jurídica en la Iglesia es
imposible abordarlos como una sola unidad. Sin embargo, no todos coinciden en la
periodificación. En los albores de este siglo, Stutz2, en una conferencia histórica, en que separó
la historia del derecho canónico de la dogmática, conjugando vicisitudes internas con
influencias externas, propuso una periodificación en seis épocas: la originalidad de los
primeros tiempos, la marca [p. 292] de lo romano, la marca de lo germano, el triunfo de la
Cristiandad, su declinar, y la restauración espiritual; esta periodificación tuvo éxito y fue
seguida por otros autores como Kurtscheid3 o Feine4. En opinión de Le Bras5, su mejor
justificación ha estado en el relieve de los autores que la han concebido o seguido y la calidad
de las obras que han sido inspiradas en ella.
Plöchl6, en cambio, reduce los períodos a cinco, al igual que Zeiger7 y Hervada y
Lombardía8 estos dos últimos entre los autores en lengua española. Y cuatro son las etapas en
que periodifican la historia del derecho canónico García y García9 y Prieto10, este último
siguiendo de cerca a Gabriel Le Bras, autor que se ha apartado notablemente de las
periodificaciones anteriores11.
2
U. STUTZ, Die kirchliche Reschtsgeschichte, discurso en la Universidad de Bonn (1905).
3
B. KURTSCHEID, Historia iuris canonici (Roma, 1941-1943), 2 vols.
4
H. E. FEINE, Kirchliche Rechtgeschichte, I: Die Katholische Kirche, 4ed. (Weimar, 1964 = Köln-Wien,
1972), que considera las siguientes seis épocas: I, novedad de los primeros tiempos de la Iglesia; II, influjo
romano; III, influjo de la mente germánica; IV, época clásica; V, 1317-1789 derecho eclesial católico o tridentino;
VI, derecho eclesial vaticano. Cf. EL MISMO, Die Periodisierung der kirchlichen Rechtsgeschichte, en Zeitschrift
der Savigny-Stiftung für Rechtsgeschichte, Kanonistische Abteilung 36 (1950), pp. 1-14.
5
G. LE BRAS, Historire du droit et des institutions de l'Eglise en Occident, I: Prolegomènes (Paris, 1955),
152.
6
W. M. PLÖCHL, Geschichte des Kirchenrechts, 2ed. (Wien-München, 1960-1969), 5 vols., quien identifica
los siguientes períodos: I, hasta 324; II, 325-692; III, 692-1054; IV, 1055-1517; V, 1517-1917.
7
I. A. ZEIGER, Historia iuris canonici (Roma, 1947), 2 vols.
8
J. HERVADA; P. LOMBARDÍA, El derecho del Pueblo de Dios. Hacia un sistema de derecho canónico, I:
Introducción. La constitución de la Iglesia (Pamplona, 1970), pp. 59-144, que distinguen: I, el derecho de la
Iglesia en el imperio romano; II, el derecho de la Iglesia en la formación de la Europa medieval (siglos V-XI); III,
El derecho canónico clásico (siglos XII-XV); IV, el derecho de la Iglesia y el estado moderno (siglos XVI-XVIII);
V, el derecho canónico de los siglos XIX-XX. El capítulo II, dedicado a El derecho canónico en la historia, está
escrito por P. Lombardía, lo mismo que el desarrollo histórico de la ciencia canónica.
9
A. GARCÍA Y GARCÍA, Historia del derecho canónico, I: el primer milenio (Salamanca, 1967), que distingue:
I, la antigüedad -la iglesia primitiva (siglos I-III) y la Iglesia religión oficial del imperio romano-bizantino (siglos
IV-VII); II, el medioevo -la Iglesia en los pueblos germánicos (siglos VII-XII) y la cristiandad medieval (siglos
XII-XVI); III, la edad moderna; IV, la edad novísima.
10
A. PRIETO, El proceso de formación del derecho canónico, en VARIOS AUTORES, Derecho canónico 1
(Pamplona, 1974), pp. 75-125, que distingue: I, un milenio de preparación (siglos I-XII); II, la edad clásica (siglos
XII al XVI); III, la edad moderna (siglos XVI al Concilio Vaticano II); IV, los tiempos del Vaticano II.
11
G. LE BRAS, cit. (n. 5), autor para quien una simple crisis de crecimiento o de vejez da inicio a un “período”;
si se trata de un cambio más profundo, se anuncia el comienzo de una “época”; y si se trata de una revolución de
caracteres fundamentales, se ha iniciado una “edad”. Él divide la historia del derecho canónico en: I, un milenio
de preparación; II, la edad clásica; III, los tiempos modernos, que culminan con la dictación del Código de
Derecho Canónico de 1917.
3
[p. 293] Recientemente Erdö ha distinguido siete períodos, si bien su objeto es la historia de
la ciencia canónica12.
Discrepan también los autores en los criterios usados para distinguir cada período; utilizan
para ello los cambios internos producidos en la Iglesia y las circunstancias que, externas a ella,
han incidido en su devenir histórico, acentuando unos u otras según los autores. El más radical
ha sido el protestante Sohm para quien el Decreto de Graciano (1140) marca el inicio del
juridicismo en la Iglesia; antes, la Iglesia habría vivido del espíritu evangélico13.
Por nuestra parte vamos a distinguir cinco períodos, sin perjuicio de las subdivisiones
internas que es preciso hacer en algunos de ellos: I, un milenio de formación (siglos I-XI); II,
la síntesis medieval y el derecho canónico clásico (siglos XII-XV); III, el derecho canónico
tridentino (siglos XVI-XIX); IV, la síntesis codificadora (fines del siglo XIX-Concilio
Vaticano II); V, el derecho nuevo (a partir del Concilio Vaticano II). De ellos nos ocuparemos
en estas páginas de los cuatro primeros.
12
P. ERDÖ, Introductio in historiam scientiae canonicae (Roma, 1990) = Introducción a la historia de la
ciencia canónica (Buenos Aires, 1993), quien hace la siguiente división: I, el primer período, hasta el Decreto de
Graciano (1140); II, desde el Decreto de Graciano al Liber Extra de Gregorio IX (1140-1234); III, del Liber
Extra hasta la muerte de Juan Andrés (1234-1348); IV, hasta el Concilio de Trento (1348-1563); V, hasta la
revolución francesa (1563-1789); VI, hasta la promulgación del Código de Derecho Canónico de 1917; VII, hasta
nuestros días. Pueden consultarse también A. Mª STICKLER, Historia Iuris Canonici Latini. Institutiones
academicae, I: Historia Fontium (Taurini, 1950; Romae, 1985); A. VAN HOVE, Prolegomena ad Codicem Iuris
Canonici. (Commentarium Lovianensis in Codicem iuris canonici, vol.1, tom.1, Michliniae-Romae, 1945); L.
MUSSELLI, Storia del diritto canonico. Introduzione alla storia del diritto e delle istituzioni ecclesiali (Torino,
1992); E. TEJERO, Formación histórica del derecho canónico, en VARIOS AUTORES, Manual de Derecho
Canónico (Pamplona, 1988), pp. 51-111; J. DANYOT-DOLIVET, Precis d'histoire du droit canonique. Fondement
et evolution (Utrumque ius: Collectio Pontificae Universitatis Lateranensis 10, Roma, 1984).
13
R. SOHM, Kirchenrecht, I: Die gestchichtligen Grundlagen (Leipzig, 1892); EL MISMO, Das altkatholische
Kirchenrecht und das Dekret Gratians (München-Leipzig, 1918). Sobre su pensamiento acerca de la Iglesia y el
derecho canónico vid. la bibliografía citada por J. Fornés, La ciencia canónica contemporánea. (Valoración
crítica) (Pamplona, 1984), pp. 153 n. 279.
14
El tema ha sido ampliamente debatido en torno al derecho romano. Heinrich Brunner acuñó la expresión
derecho romano vulgar en 1880 y desde entonces el tema ha sido objeto de discusión. Un estudio que proporciona
el estado del debate hasta 1964, con abundante bibliografía, en J. BURILLO, Derecho Romano Vulgar. Estado de
la cuestión a 1964, en REHJ. 4 (1979), pp. 13-34. Es necesario tener presente, sin embargo, como lo ha expuesto
Merello, que "se debe considerar al vulgarismo no como un fenómeno que afecta únicamente al derecho romano -
si bien a raíz de éste surge dicho concepto-, sino como una suerte de calidad adjetival que puede padecer el
derecho de cualquier coordenada histórica cuando éste pierde el nivel de estilo superior que antes poseía. Por
consiguiente, es posible sostener que en todas las épocas pueden existir -y de hecho se han dado- contaminaciones
vulgaristas. Pero, el vulgarismo existe como suceso histórico-jurídico cuando éste se convierte en una cuestión de
predominio que proyecta su sombra sobre todo un sistema jurídico en una época y espacio geográfico
determinados." I. MERELLO, Historia del Derecho (Valparaíso, 1983), I, p. 55.
4
[p. 294] La etapa de formación del derecho canónico es cronológicamente prolongada:
abarca casi doce siglos. El término a quo está representado por la fundación de la Iglesia por
Cristo; el término ad quem por la elaboración del Decreto de Graciano hacia 1140. Una etapa
demasiado extensa que exige matizaciones: los primeros pasos (siglos I-IV); un Derecho
canónico coloris romani (siglos IV-V); un Derecho canónico coloris germanici (siglos VI-XI).
a) marco histórico
8. Al momento de ascender a los cielos Cristo dejó a sus discípulos la misión de ir y enseñar a
todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
enseñándoles a observar todo cuanto El había mandado (Mt 28, 19-20). Pentecostés marcó el
inicio de esa misión que constituye la vocación propia de la Iglesia, su identidad más
profunda15. A partir de ese momento el mensaje evangélico, que en tiempos de Jesús había
quedado enmarcado en el mundo judío recorrido por Él, empezó a expandirse por otras tierras.
Ya en vida de los apóstoles la predicación se hizo por Oriente y Occidente llegando a Italia
y a España. Esta expansión se hizo más intensa cuando se produjeron las persecuciones en
Jerusalén y se inició la diáspora. Ahora bien, el imperio romano era principalmente un imperio
urbano, se había vertebrado en torno a las ciudades. Esta circunstancia confirió una nota
peculiar a la expansión de la Iglesia en este tiempo: la evangelización se centró principalmente
en las ciudades del imperio; el campo quedó todavía sin recibir el mensaje cristiano. Pasaron
muchos años antes que esto sucediera, al punto que el nombre que recibían los habitantes del
campo, paganus -porque vivían en el pagus- terminó por indicar a los que no eran cristianos.
La vida de las nacientes comunidades se centró en la liturgia y en la caridad; esto fue
determinando la primera organización que, en buena parte, empezó a [p. 295] desarrollarse al
margen del derecho del imperio. La actitud de Roma, indiferente primero y francamente hostil
después, hizo de estas primeras comunidades focos de intensa caridad mutua y de fe vivida y
encarnada, y no pocas veces probada con persecuciones y aún con la ofrenda de la propia vida.
No eran, pues, los problemas de organización los que más interesaban. El crecimiento de
las comunidades de fieles y la aparición de las primeras herejías ocuparon buena parte de las
preocupaciones del momento; esto trajo aparejado, sin embargo, la necesidad de dar respuesta
a problemas disciplinares: ¿qué pasa con los bautizados en sectas heréticas que entran después
en la comunión de fe? ¿qué se hace con quienes, para salvar la vida, reniegan formalmente de
su fe en Cristo? Así, pues, aun cuando la vida de la Iglesia en estos primeros siglos fue
principalmente litúrgica y testimonial, surgieron pronto problemas que obligaron a adoptar
decisiones disciplinares.
9. Es un hecho fácilmente constatable que, por lo general, las normas por las que una sociedad
se organiza, surgen, en los primeros estadios de vida comunitaria, entremezcladas con usos
meramente sociales y prácticas religiosas. La conciencia de lo jurídico como una realidad
diferente de lo religioso o lo puramente social corresponde a etapas más avanzadas de
evolución. Por otra parte, estas primeras maneras de comportarse, reconocidas por todos como
15
Cf. PABLO VI, encíclica Evangelii nuntiandi n.14 (1975).
5
vinculantes, surgen primeramente como costumbres, es decir, conductas realizadas por todos y
aceptadas como necesarias. La norma escrita viene después.
La Iglesia no fue ajena a esta constante por lo que no puede hablarse en esta primera época
de un derecho canónico propiamente tal, acabado en su formulación; lo que no obsta, sin
embargo, a que desde estos primeros momentos se encuentren atisbos de lo que, con el
tiempo, será un completo ordenamiento jurídico.
10. Los textos que sirvieron de base a las primeras comunidades de fieles para regular su
actividad fueron los de la Sagrada escritura: Antiguo testamento y, especialmente, el Nuevo
testamento integrado por los cuatro evangelios -san Mateo, san Marcos, san Lucas y san Juan-,
la crónica de los primeros años de la Iglesia escrita por san Lucas y conocida como Hechos de
los apóstoles, algunas cartas dirigidas por algunos apóstoles a determinadas comunidades -las
epístolas16- y el Apocalipsis de san Juan. Fueron, pues, estos textos que no contienen
prescripciones jurídicas sino reglas de vida, los que dirigieron la actividad de los primeros
cristianos.
[p. 296] A ellos se unió muy pronto la Tradición que sería testimoniada por los escritos de
los padres apostólicos que recibieron la doctrina directamente de los apóstoles -v.gr.san
Clemente Romano (+103), san Ignacio de Antioquía (+ c.110), san Policarpo de Esmirna (+
c.155)-. Continuadora de esta literatura fue la patrística que, iniciada en esta época, concluyó
varios siglos después superando con creces este período (siglos II-III al VIII). "Los Padres de
la Iglesia explican la Escritura, testimonian la tradición, refutan las herejías, alientan la
conducta de los fieles y explican las verdades de la fe utilizando la cultura filosófica de su
época, inaugurando de este modo la historia del pensamiento teológico"17. En Oriente destacan
Orígenes (c.185-253), san Basilio (331-379), san Gregorio de Nisa (335-c.395), san Gregorio
Nacianceno (330-c.390), san Juan Crisóstomo (c.344-407), san Juan Damasceno (c.676-
c.770). Entre los padres de Occidente están Tertuliano (c.160-240), san Cipriano (c.210-258),
san Jerónimo (c.331-c.415), y especialmente san Agustín (354-430)18.
El recurso a la Sagrada Escritura y a la Tradición, sin embargo, no se limitó sólo a esta
primera época, sino que fue constante a lo largo del primer milenio, especialmente cuando se
trató de realizar reformas persiguiendo una más auténtica disciplina o cuando la autoridad
eclesiástica ordinaria era insuficiente o la autoridad pontificia estaba menos presente y
actuante.
16
De san Pablo a los romanos, I y II a los corintios, a los gálatas, a los efesios, a los filipenses, a los
colosenses, I y II a los tesalonicenses, I y II a Timoteo, a Tito, a Filemón, a los hebreos. Epístola de Santiago.
Epístolas I y II de San Pedro. Epístolas I, II y III de San Juan. Epístola de San Judas.
17
LOMBARDÍA, cit. (n. 8), p. 69.
18
De los santos padres la edición más completa es la de J. P. MIGNE, Patrologiae Cursus Completus, cuya
Series latina abarca 217 volúmenes y otros 4 de índices (Paris, 1844-1864); la Series graeca, abarca 162
volúmenes (París, 1857-1866). Hay ediciones más modernas que la superan en perfección y rigor crítico, pero no
en extensión, como la colección Sources chrétiennes, dirigida por Lubac, Danielou, Mondesert (París, 1955-1965)
con 114 volúmenes; y el Corpus Christianorum, de la editorial Brepols, cuya Series Latina se compone de 176
volúmenes (Turnholt, 1954-1965), que inició seguidamente una Continuatio Mediaevalis. Traducidos al
castellano se encuentran algunos padres en la Biblioteca de Autores Cristianos. Amén de lo anterior, la más
conocida compilación de textos bíblicos, dogmáticos y patrísticos es la de E. DENZINGER, Enchiridion
Symbolorum, 36ed. (Barcelona, 1976) con traducción castellana de D. Ruiz Bueno, E. DENZINGER, El magisterio
de la Iglesia. Manual de los símbolos, definiciones y declaraciones de la Iglesia en materia de fe y costumbres
(Barcelona, 1963). Está también Rouet DE JOURNEL, Enchiridion Patristicum, 22 ed. (Barcelona, 1962).
6
11. Hacia finales del siglo I y más claramente en el siglo II empezaron a surgir textos en los
cuales es posible encontrar reglas jurídicas: primero en las “cartas” o “epístolas” y después
en las primeras colecciones canónico-litúrgicas. A fines del siglo II, a lo largo del siglo III y ya
con firmeza en el siglo IV se afirma una verdadera legislación con la celebración de los
concilios y con las primeras decretales pontificias.
Hay acuerdo entre los autores para considerar la primera epístola de Clemente de Roma
(88-97) a la Iglesia de Corinto como el primer texto jurídico de la iglesia cristiana (96)19. Tuvo
su origen en un conflicto que oponía, en Oriente, a los [p. 297] partidarios de una jerarquía con
sus grados -obispos, sacerdotes, diáconos- y los que ponían el acento en el profetismo, basados
en una concepción más espiritualista de la comunidad. La carta refleja el espíritu romano de
organización y de normas, y en ella la necesidad de un orden se presenta como una evidencia.
Estas cartas, sin embargo, tenían un objeto limitado y muy preciso. Se daban la más de las
veces para restablecer la paz en las comunidades sometidas a tensión y en ellas se proponían
reglas de vida y se mostraban las vías de solución.
12. Muy diferentes fueron las primeras obras de la literatura didáctica cristiana que se
producen entre finales del siglo I y los últimos años del siglo IV. Se trataba de obras que
pretendían responder a las necesidades de enseñanza de la fe, y también de la disciplina, el
culto, la liturgia y dar instrucciones sobre los aspectos importantes de la vida cristiana como el
matrimonio o la vida familiar. En algunos aspectos el derecho aparece en estas obras con
claridad.
Hoy se califica a estas obras como literatura “pseudo-apostólica”, pues se trataba de textos
que en su mayoría invocaba para sí, sin tenerla, la autoridad de los apóstoles; o llamadas
también colecciones “canónico-litúrgicas”, por reunir prescripciones de orden litúrgico,
enseñanzas morales y reglas disciplinares. Constituyen hoy una fuente esencial para conocer
las instituciones eclesiásticas de los primeros siglos. La más antigua, escrita en griego en el
siglo I, es la Didaché o Doctrina de los doce apóstoles20. Más importante, por la influencia
que ejerció, es la Tradición apostólica de san Hipólito (hacia el 218)21; pueden mencionarse
también la Didascalia de los doce apóstoles, escrita con toda probabilidad en la primera mitad
del siglo III22, y a finales del siglo IV las Constituciones apostólicas23. Otra es el Testamento
de Nuestro Señor Jesucristo24.
19
J. GAUDEMET, Naissance d'un droit. (Les premières esquisses du droit canonique), en Annals of the
Archive of Ferran Valls i Taberner's Library 6 (1989), pp. 139. Editada por D. RUIZ BUENO, Padres apostólicos,
4ed. (BAC 65, Madrid, 1979), pp. 177-238.
20
Ed. J. P. AUDET, La Didachè. Instructions des Apôtres (Paris, 1958) con un amplio estudio. Más anticuada
es la edición de F. X. FUNK, Doctrina duodecim Apostolorum. Canones Apostolorum ecclesiastici ac reliquia
doctrinae de duabus viis (Tübingen, 1887); EL MISMO, Didascalia et Constitutiones Apostolorum (Paderborn,
1905; Turín, 1964) 2 vols. Fr. NAU, La Didascalie des Douze Apôtres, 2ed. (Paris, 1912); W. RORDORF-A.
TUILLIER, La Didaché (coll. Sources chrétiennes 248, Paris, 1978). Su texto en castellano en S. HUBER, Los
padres apostólicos. Versión crítica del original griego con introducción y notas (Buenos Aires, 1949), pp. 63-84;
también en D. RUIZ BUENO, Padres Apostólicos, cit. (n. 19), pp. 77-98 y antes L. SEGALA, Obras escogidas de la
Patrología Griega (Barcelona, 1918), I. Su texto completo fue descubierto en Constantinopla en 1873.
21
Ed. y estudio en B. BOTTE, La Tradition Apostolique de St.Hipolyte. Essai de reconstitution (col.
Liturgiewiss. Quellen und Forschungen 39, Münster, 1963) con texto latino y francés; EL MISMO, La Tradition
apostolique (col. Sources chrétiennes 11 bis, Paris, 1968).
22
Ed.F. X. FUNK, Didascalia et Constitutions Apostolicae (Paderborn, 1905; Torino, 1959), I.
23
Ed. ibid. También, M. METZGER, Les constitutions apostoliques (Paris, 1985-1987), 3 vols.
24
Ed. en siríaco y latín en I. E. RAHMANI, Testamentum Domini Nostri Jesu Christi (Mainz, 1899;
Hildesheim, 1968).
7
[p. 298] Gaudemet ha explicado este afán de invocar la autoridad de los apóstoles en el
vacío legislativo que experimentaron las primeras comunidades cristianas. En efecto, las
esporádicas reuniones conciliares estaban lejos de proporcionar un código disciplinar
completo, no obstante lo cual las dificultades abundaban: conflictos de autoridad, divergencias
doctrinales, iniciativas necesarias pero contestadas, etc. El obispo de Roma aún no intervenía y
los emperadores no siempre estaban en condiciones de acudir a las necesidades de la Iglesia,
pues los hubo arrianos convencidos como Constancio II (337-361), e incluso adeptos al
paganismo, como Juliano a quien la historia conoce como el apóstata (361-363). Así, el
recurso a la autoridad de los apóstoles no sólo garantizaba el valor sino que revestía de
autoridad las soluciones que se proponían.
13. Hubo, sin embargo, algunos textos que en esta primera época mostraron ya un carácter
legislativo: los cánones emitidos por los concilios, que empezaron a reunirse en Oriente en el
siglo II y en Occidente en el siglo III. Se trata de asambleas de obispos que se reunían a tratar
materias de doctrina o disciplina; en realidad la lucha contra las herejías era el objetivo
esencial, pero ella era a veces la ocasión para decisiones disciplinares.
La autoridad de estas asambleas, y consecuentemente la fuerza obligatoria de la legislación
conciliar, venía dada de los pastores que la elaboraban, del carisma de su ordenación, de la
ayuda del Espíritu Santo y también de sus continuas citas a la Tradición y a la Escritura a la
que gustaban recurrir. Los obispos se reunían al llamado de uno de ellos, deliberaban
libremente y promulgaban sus decisiones. Un control jerárquico de la vida conciliar por la
autoridad pontificia, como se impondrá en el siglo XI por la reforma gregoriana, era entonces
desconocido.
Se han apuntado dos razones que explicarían la tardanza con que estas asambleas
empezaron a reunirse25: en un primer momento habría bastado la autoridad del obispo que,
como sucesor de los apóstoles, tenía poder suficiente para zanjar los problemas que se
presentaban. Además, los enemigos de la Iglesia eran más bien exteriores. Por otra parte, los
territorios de cada diócesis eran muy extensos y la distancia entre las ciudades episcopales era
considerable lo que dificultaba la reunión de numerosos obispos; a esto habría que agregar la
situación de semi clandestinidad en que vivía la Iglesia. A partir de mediados del siglo II, sin
embargo, los términos se invirtieron: los enemigos no fueron externos sino internos y el
número de sedes episcopales fue abundante.
La actividad conciliar fue creciendo en intensidad al ritmo de la cantidad e importancia de
las cuestiones que se presentaban, y fue especialmente intensa a partir del siglo IV. En todo
caso, y aun cuando las normas pronunciadas por estas asambleas conciliares no estaban aún
técnicamente formuladas, fue apareciendo una trama de instituciones que mostraban ya un
peculiar ordenamiento en la Iglesia. Así, el principal núcleo de la disciplina canónica que rigió
a la Iglesia primi- [p. 299] tiva procedió de la actividad conciliar de Oriente; es interesante
destacar, sin embargo, que mientras este derecho primitivo encontró amplio eco en las
colecciones occidentales durante muchos siglos, en Oriente, en cambio, no se aceptó casi nada
del mundo latino26.
14. Aun cuando la Iglesia en esta época fue desarrollando su actividad al margen del imperio
romano, no pudo ignorar su derecho que, si bien no era el derecho de la Iglesia, era el derecho
25
GARCÍA Y GARCÍA, cit. (n. 9), pp. 47-48.
26
Ibid., p. 49.
8
de sus fieles en tanto que ciudadanos de Roma. De hecho hizo uso de él en aquellos aspectos
que necesitaba para su propia organización: legalización de sus reuniones, titularidad de los
bienes afectos a fines eclesiásticos, fueron materias que la llevaron a usar del derecho romano,
y parece que las iglesias locales habrían usado la forma exterior de colegio de pobres o
también de colegios funerarios que no necesitaban aprobación de la autoridad, lo que les
permitía poseer bienes y actuar en juicio27.
Con todo, "puede afirmarse que la gran revolución cristiana en lo que afecta a los principios
básicos de la convivencia se lleva a cabo sin ningún respaldo del derecho romano. Así, por
ejemplo, la idea de desprendimiento con respecto a los bienes de este mundo, el sentido de
igualdad entre los hombres o la concepción cristiana del matrimonio comienzan a informar la
vida de los fieles sin que se modifique para nada el derecho romano. Simplemente, los fieles
tienen en cuenta el espíritu del cristianismo al actuar en el marco del derecho; sin embargo,
como quiera que los principios cristianos están con frecuencia en pugna con el ambiente
pagano en el que se basa la convivencia, surge en los primeros siglos un cierto clima de
abstencionismo político, hecho compatible con la observancia de los estrictos deberes
ciudadanos"28.
Es por lo que, en general, esta actitud de acudir a los medios proporcionados por el imperio
fue de gran reserva, al punto que el mismo san Pablo aconsejaba no llevar los pleitos entre
cristianos a los magistrados romanos sino someterlos a cristianos prudentes29.
a) marco histórico
15. La última gran persecución contra los cristianos fue la ordenada por Dioclesiano (284-
305), que concluyó, de hecho, al menos en Occidente, al retirarse el emperador el año 305. A
partir de ese momento la situación de la Iglesia cambió; por un edicto de Galerio (305-c.311)
en Oriente se toleró por primera vez a los cristianos [p. 300] con tal que no perturbasen el
orden público30. Poco después, en el invierno del 312-313 los nuevos emperadores
Constantino (312-337) y Licinio (311-324) acordaron en Milán restablecer la paz religiosa31.
En virtud de esto Licinio publicó en Nicomedia el 13 de junio de 313 un edicto estableciendo
para Oriente la libertad religiosa; es probable que una disposición semejante se dictara para
Occidente por Constantino32. Así fue la medida que, común pero inexactamente, se ha
conocido como el edicto de Milán. Esto aseguró a los cristianos el inicio de un período de paz
que, salvo algunas interrupciones como la de Juliano el apóstata, fue duradera.
Jurídicamente se trató sólo de tolerancia, pues el cristianismo quedó igualado a las demás
religiones, pero de hecho los emperadores fueron favoreciéndolo en forma cada vez más
ostensible, v.gr.exención de cargas civiles, prohibición de obras serviles los domingos,
prohibición de inmoralidades, reconocimiento de la emancipación hecha por el obispo, etc.
27
Cf. D. 47.22.1.pr.
28
LOMBARDÍA, cit. (n. 8), p. 74.
29
I Cor 6,1-6.
30
Su texto en latín y castellano en E. GALLEGOS BLANCO, Relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad
Media (Madrid, 1973), pp. 62-63.
31
El texto del rescripto en latín y castellano Ibíd., pp. 64-67.
32
J. GAUDEMET, La legislation religieuse de Constantin, en Revue d'Historire de l'Église de France 33
(1947), pp. 25-61; L. HOMO, De la Rome païenne à la Rome chrètienne (Paris, 1950).
9
Finalmente, el año 380, Teodosio I (389-395) con Graciano (375-383) y Valentiniano II (367-
392) declararon al cristianismo religión del imperio, imponiendo a todos la fe del obispo de
Roma33.
Esta nueva situación trajo indudables ventajas a la Iglesia, pero también supuso
inconvenientes. La paz y tranquilidad en las que ahora se desenvolvía hicieron que el
patrimonio de la Iglesia fuese más importante y que hubiese muchas conversiones; el número
de cristianos aumentó considerablemente pero, como contrapartida, no todas estas
conversiones llevaban aparejado un real cambio de vida por lo que el cristianismo perdió no
poco en calidad. No es extraño, entonces, que los siglos IV y V estuviesen marcados por
graves crisis en el interior de la Iglesia como la herejía arriana34 o el cisma donatista35.
[p. 301] Por su parte, la protección brindada por el imperio resultó valiosa pero,
acostumbrado a intervenir en lo religioso en el período pagano, no resistió la tentación de
actuar en la vida interna de la Iglesia. Esta tendencia, sin embargo, fue más intensa en Oriente;
la caída del imperio occidental el año 476 impidió que en esta parte del imperio esta
intervención alcanzara gran desarrollo. No sucedió lo mismo en Oriente donde la continua
intervención del emperador en la vida de la Iglesia, incluso en disputas teológicas, dio origen
a lo que en historia se conoce como “cesaropapismo”.
i) CONCILIOS
16. Las circunstancias especialmente difíciles por las que atravesó la Iglesia en estos dos siglos
explican que la actividad conciliar fuese particularmente intensa a partir del siglo IV. Algunos
de los concilios celebrados en Oriente, que por la temática tratada y el número de los obispos
participantes alcanzaron especial importancia, fueron conocidos como “ecuménicos”: Nicea
33
CTh. 16.1.2 = CI. 1.1.1.
34
Arrio (c.256-336) negaba la naturaleza divina de Cristo. Su postulado fundamental era la unidad absoluta de
Dios, fuera del cual todo cuanto existe es criatura suya. Así, Cristo no sería eterno; era, sin duda la primera y más
noble de las criaturas y la única creada directamente por el Padre, ya que todas las demás fueron creadas a través
del Verbo, pero había tenido comienzo. Consecuentemente el Verbo no era Hijo natural sino Hijo adoptivo de
Dios. Las consecuencias de esta doctrina eran graves, porque afectaban a la esencia misma de la obra de la
Redención: si Jesucristo, el Verbo de Dios, no era Dios verdadero, su muerte había carecido de eficacia
salvadora y no pudo haber verdadera redención del pecado del hombre.
35
El cisma donatista nació a principios del siglo IV (313) cuando la Iglesia recién empezaba su vida de
libertad en el imperio. Tuvo su origen en una división del episcopado y el clero a propósito de una elección de
obispo en Cartago; a ello se unió la agitación social de algunos grupos y el separatismo antirromano de las
poblaciones númidas. Este simple cisma fue transformado en herejía por Donato (+ c.355) al formular una
doctrina eclesiológica falsa, que concebía la iglesia como una comunidad integrada tan sólo por los justos, de
manera que, en oposición a la parábola de la cizaña, sólo consideraba como Iglesia verdadera a la que no
consentía en su seno pecadores, a lo menos públicos; a ello se unió un rigorismo moral y una teología sacramental
errada al exigir a los lapsi -los bautizados que habían renegado de su fe en la última persecución de Dioclesiano
(304-305)- que debían rebautizarse para volver a la Iglesia, error que también manifestó al afirmar la invalidez del
bautismo conferido por un sacerdote "caído".
36
J. GAUDEMET, Regards sur l'histoire du droit canonique antérieurement au Décret de Gratien, en Studia et
Documenta Historiae et Iuris 51 (1985), pp. 73-130; EL MISMO, Les sources du Droit de l'Eglise en Occident du II
au VII siécle (Paris, 1985); EL MISMO, L'Église dans l'Empire Romain (IVe-Ve siécles) (Histoire du droit et des
institutions de l'Église en Occident 3, Paris, 1958; 1979).
10
(325)37, Constantinopla I (381)38, Efeso (431)39 y Calcedonia (451)40. Esto, a pesar de que en
algunos de ellos, como el de Constantinopla del 381, no participó ningún obispo de
Occidente.
La importancia de los concilios celebrados durante estos siglos es grande, porque en
numerosas materias decidieron una disciplina que permaneció durante siglos.
17. El siglo IV vio, además, el nacimiento de una nueva fuente del derecho canónico llamada
a jugar un papel de primera importancia a lo largo de los siglos: las “decretales pontificias”.
Es verdad que usar este nombre en estos primeros siglos resulta un anacronismo, porque se
generalizó sólo en la Edad Media, pero nos permite definirla con claridad: una respuesta dada
por el Papa a una pregunta que le ha sido formulada por un particular o una instancia
eclesiástica. No resulta claro si en esta nueva forma de crear derecho en la Iglesia ha influido
el ejemplo de los emperadores romanos que, en esta época tardía, eran los únicos creadores del
derecho a través de las constituciones imperiales, una de cuyas expresiones fueron los
“rescriptos”, esto es, respuestas dadas por el emperador a preguntas que les formulaban sus
funcionarios. En todo caso, si así no hubiese sido, las necesidades que iban surgiendo en la
Iglesia, análogas a las del mundo secular, y el afianzamiento del primado del obispo de Roma,
habrían suscitado soluciones semejantes41.
No se conocen disposiciones legislativas de los papas de los tres primeros siglos. Suele
considerarse como la más antigua de las que se han conservado una decretal del Papa Siricio
(384-399) al obispo Himerio de Tarragona el año 385, en que responde a diversas preguntas
formuladas por el obispo al Papa Dámaso (366-384), antecesor de Siricio. La actividad
decretalista de los papas, en un principio modesta, fue importante en el siglo V42.
Aun cuando el origen de estas decretales era con frecuencia local -los obispos planteaban
problemas que tenían en sus diócesis-, las respuestas no solucionaban el problema concreto
sino que daban normas y criterios generales, dejando a cada destinatario el aplicar esa norma
general al problema concreto que había suscitado la duda. De allí que su contenido fuese
generalmente de interés no sólo para el destinatario, sino más amplio. En ocasiones, la misma
37
Definió la consustancialidad del Hijo -Cristo- con el Padre y condenó la doctrina de Arrio; vid. Histoire des
conciles oecumeniques, I: Nicée et Constantinople (Paris, 1962).
38
Definió la divinidad del Espíritu Santo. Vid. nota anterior.
39
Condenó a Nestorio y su doctrina herética -María no habría engendrado al Hijo de Dios sino al hombre
Cristo en que habitaba el Verbo; así María no podía ser llamada Theotokos, Engendradora de Dios, sino tan sólo
Cristotokos, Madre de Cristo- y proclamó la maternidad divina de María; vid. Histoire des conciles oecumeniques,
II: Ephèse et Chalcédoine (Paris, 1963).
40
Condenó el monofisismo, que no admitía en Jesucristo más que una sola e indivisible naturaleza, y definió
la doctrina de las dos naturalezas en la única persona de Cristo. Vid. nota anterior.
41
M. MACCARRONE, La dottrina del primato papale del IV al VIII secolo nelle relazioni con le chiese
occidentali, en Le Chiese nei regni dell'Europa Occidentale (Spoletto, 1960), pp. 633-742; J. GAUDEMET,
L'Eglise dans l'Empire Romain (IVe-Ve siècles) (Histoire du droit et des institutions de l'Eglise en Occidente, vol.
3, Paris, 1959), pp. 408-451; W. ULLMAN, Papacy, en New Catholic Encyclopedia 10 (New York, 1967), pp. 951-
960.
42
J. GAUDEMET, La formation du droit seculier et du droit de l'Eglise aux IVe et Ve siècles (Paris, 1957), pp.
148-154, donde se indican las ediciones de estos documentos; G. Fransen, Les Décrétales et les collections de
décrétales (col. Typologie des sources du Moyen Age occidental 2, Turnhout, 1972) .
11
decretal encargaba al obispo a quien iba destinada que la diera a conocer a otros obispos en su
región o en regiones próximas.
Las decretales fueron una nueva manera de crear derecho, pero pocas veces este derecho se
presentó como innovador; prefirió apoyarse en las Escrituras, en la Tradición, en las
decretales de pontífices anteriores, sacando de ellas las conse- [p. 303] cuencias lógicas que
permitían dar soluciones a los nuevos problemas que se les planteaban.
En el siglo IV el derecho se afirmó con claridad como uno de los elementos esenciales de la
vida de la Iglesia. De allí que Gaudemet insinúa que más que surgimiento del derecho
canónico, mejor sería hablar de una primera edad de oro.
18. Los cánones conciliares, cada vez más numerosos, y las decretales pontificias en número
creciente, suscitaron pronto la necesidad de reunirlas para su conocimiento y uso. Surgieron
así las “colecciones canónicas”, un tipo de fuentes que se caracterizó por su variedad43.
Los criterios que se usaban para incorporar cánones conciliares en una colección no eran
sólo los de la potestas sino también los de la auctoritas: los obispos incluían en sus corpus los
cánones de los concilios a que habían asistido o de aquellos que eran reconocidos como
ecuménicos –potestas–; pero también los de aquellos celebrados en sedes que, por ser de
fundación apostólica, tenían una especial preeminencia, o de aquellos otros en que habían
participado obispos de reconocida autoridad, como los africanos en que había intervenido san
Agustín –auctoritas–. Estos criterios usados en la formación de las colecciones fueron
favoreciendo la recepción de los cánones de una región en otras, a veces muy distantes, y que
cánones llamados a tener una vigencia meramente regional alcanzaran una vigencia mucho
más amplia.
Estas colecciones eran cronológicas, esto es, el material recopilado era ordenado según sus
fechas. Carentes de juristas, las colecciones de esta época son modestas, frecuentemente de
carácter local. Esta circunstancia, unida al hecho de que no todas incluyeron los mismos
cánones ni decretales, fueron causas que dieron origen a la gran variedad que se observa en
ellas.
Es posible advertir algunas diferencias entre las colecciones de Occidente y las de Oriente:
las colecciones occidentales muestran un carácter más innovador que las orientales; la
inclusión en las primeras de las decretales pontificias fue, en este sentido, decisiva. Por su
parte, las colecciones occidentales no tuvieron problemas en recoger los cánones de las
iglesias orientales; las orientales, en cambio, no recogieron ni concilios de Occidente ni
decretales pontificias44.
19. Por esta época empezó a imponerse la primacía de la ley por sobre la costumbre; ello se
debió, en parte, a la situación de subordinación en que empezaron a estar los laicos como
consecuencia de la creciente separación entre clero y laicado; el papel de los laicos era, por lo
general, más bien pasivo con excepción de los laicos políticamente cualificados. También
influyó la creciente importan- [p. 304] cia del obispo de Roma. En todo caso, la costumbre
nunca desapareció como fuente del derecho45.
43
Ibíd., pp. 154-160, con indicación de las ediciones de estas primeras colecciones.
44
Cf. supra párrafo 13.
45
Cf. cánones 23-28 del Código de Derecho Canónico (1983) y cánones 1506-1509 del Código de Cánones
12
iv) EL DERECHO ROMANO
20. La especial situación en que se desenvolvió la Iglesia en estos siglos tuvo una directa
incidencia en el derecho, tanto romano como canónico. El derecho romano, que había
alcanzado una depurada calidad técnica, influyó fuertemente en el ordenamiento de la Iglesia;
muchas fueron las instituciones de la primitiva organización eclesiástica que llevaron la
impronta del ius romanorum. Este recurso al derecho romano fue tanto más necesario cuanto
que el derecho de la Iglesia no estaba todavía desarrollado; utilización que también hizo la
doctrina eclesiástica fuera del ámbito jurídico46. Cuando el 476 se hundió el imperio en
Occidente muchas instituciones lo hicieron con él, pero otras se perpetuaron con la Iglesia. De
allí que se haya denominado al derecho de la Iglesia de este período derecho canónico coloris
romani.
Este influjo del derecho romano en la Iglesia no se hizo sólo a través de su recepción por el
derecho canónico; también los textos jurídicos romanos regularon materias propias de la
Iglesia. No eran derecho canónico sino derecho romano regulando temas directamente
eclesiales; están recogidos en el libro I del Código de Justiniano y se refieren, v.gr. al estatuto
acordado a la Iglesia en el imperio47, los privilegios de los clérigos48, la condición de los
monjes49, el reconocimiento de la jurisdicción episcopal50, etc. Algunas de esta disposiciones,
por su [p. 305] importancia, fueron recogidas en las colecciones canónicas con lo cual fueron,
de alguna manera, canonizadas. En Oriente estas recopilaciones que reunían normas canónicas
y seculares recibieron el nombre de “nomocánones”51.
La influencia inversa también se produjo. Pero ésta fue más de principios inspiradores y de
doctrina que de instituciones y soluciones técnicas. No podía ser de otra manera, pues la
elevada calidad del derecho romano sólo podía verse afectada por otro derecho de igual o
superior categoría técnica, lo que el derecho canónico estaba lejos de lograr. Esta influencia se
manifestó principalmente en la humanización y espiritualización de algunas instituciones,
13
v.gr.en materia de familia, esclavitud, contratos, penas, etc., y alcanzó su máxima expresión en
el Corpus iuris del emperador Justiniano en el siglo VI, ya caído el imperio de Occidente.
Influencia lo suficientemente profunda como para que un autor italiano, Biondo Biondi,
llegara a hablar de un “derecho romano cristiano”52, fórmula un tanto exagerada que tiene el
mérito de expresar la intensidad de este influjo. Sin embargo, nunca fue tan fuerte como para
que pueda afirmarse que el derecho romano de esta época tardía llegara a expresar de una
manera efectiva el espíritu del cristianismo53.
a) marco histórico
21. El año 476 d.C. Odoacro (+493), rey de los hérulos, depuso al joven emperador Rómulo
Augústulo sin que se le designase sucesor. Este hecho determinó la caída del imperio romano
de Occidente. El imperio oriental subsistió todavía mil años más, pero siguió una evolución en
todo distinta al mundo occidental. La Iglesia de Oriente, notoriamente distinta a la de
Occidente, permaneció unida no sin dificultades y tensiones hasta que Focio primero (858-
867, 877-886) y Miguel Cerulario después (1054) provocaron la definitiva división y cisma.
Nuestra atención desde ahora se va a centrar en la evolución del derecho canónico en el
Occidente cristiano que por esta época quedó reducido a la Europa central y occidental.
La caída del imperio de Occidente dio origen al nacimiento de diversos reinos,
independientes entre sí, formados a partir de los diversos pueblos bárbaros que se [p. 306]
fueron asentando en el solar imperial: ostrogodos en Italia, francos en las Galias, visigodos en
la Septimania y en la península Ibérica, suevos en la misma península, son algunos de los
reinos que, con diversa fortuna, emergieron a partir del siglo V. Los suevos fueron después
incorporados por los visigodos y éstos, a su vez, destruidos por los musulmanes el año 711.
Los francos tuvieron un desarrollo más afortunado siendo la base de lo que con el tiempo fue
el Sacro Imperio Romano Germánico inaugurado por Carlomagno en la navidad del año 800.
Algunos de estos pueblos eran paganos como los francos; otros eran arrianos como los
visigodos; pero la labor evangelizadora desplegada por la Iglesia los atrajo al cristianismo lo
que supuso la conversión de pueblos enteros según la costumbre de que la conversión del rey
determinaba la de sus súbditos. Es lo que sucedió, v.gr. con la conversión de Clodoveo (c.466-
511), rey de los francos, en el 496 (?) y de Recaredo (586-601), rey de los visigodos, en el 587.
Así el mapa del cristianismo se incrementó con estas nuevas conversiones a las que hay que
agregar la evangelización de los campos; es en esta época de gran ruralización, en que la
Iglesia se lanzó decidida a evangelizar el campo, donde hay que situar el nacimiento de la
parroquia54.
Esta situación, sin embargo, no fue permanente. El 711 los musulmanes iniciaron la
conquista de la península Ibérica que fue completada en muy poco tiempo, eliminando esta
52
BIONDO BIONDI, Il diritto romano cristiano (Milano, 1952) 3 vols.
53
LOMBARDÍA, cit. (n. 8), p. 77.
54
H. CHAUME, Le mode de constitution et de délimitation des paroisses rurales aux temps mérovingiens et
carolingiens, en Revue Mabillon (1937), pp. 66 ss.; G. FORCHIELLI, La pieve rurale. Ricerche sulla storia della
costituzione della chiesa in Italia e particolarmente nel Veronese (Roma, 1932); G. HUARD, Considerations sur
l'histoire de la paroisse rurale des origines à la fin du moyen âge, en Revue d'histoire de l'Eglise de France
(1938), pp. 5 ss.; P. IMBART DE LA TOUR, Les paroisses rurales dans l'ancienne France du IVe-XIe siècle (Paris,
1900).
14
región de la cristiandad, salvo los reductos cristianos del norte que poco después dieron
comienzo a una reconquista que no acabaría hasta 1492. La cristiandad, cercada por los
musulmanes en España y por el imperio de Oriente, quedó principalmente concentrada en la
Europa central y occidental, y sometida al influjo prolongado e intenso de los pueblos
germanos allí asentados.
22. La institución que marcó una impronta profunda en esta época fue el feudalismo cuyos
inicios hay que buscarlos ya en el bajo imperio romano. La Iglesia, que no debiendo ser de
este mundo está en él, no fue ajena a este orden de cosas; los altos prelados se incorporaron al
sistema, lo que unido a la política religiosa de Carlomagno y de sus sucesores, no exenta de
cesaropapismo, trajo a la Iglesia la pérdida de buena parte de su libertad; su recuperación fue
el objetivo de las reformas emprendidas por los papas, especialmente Gregorio VII (1073-
1085), y que dieron origen a las graves tensiones entre el imperio y el papado conocidas como
la querella de las investiduras, a las que se puso fin con el Concordato de Worms del año
112255.
23. En este tan escueto y simple panorama del ambiente en que se movió la [p. 307] Iglesia en
estos siglos, no puede dejar de mencionarse la labor realizada por el monacato; los
monasterios fueron en esta época centros de cultura, focos de religiosidad y avanzadas
misioneras. La figura más importante fue san Benito de Nursia (+547) que redactó la regla
benedictina en torno a la cual se estructuró buena parte de la vida monástica occidental. El
régimen feudal, sin embargo, pronto enriqueció abadías y monasterios con la consecuencia
que siempre se ha visto cuando esto ha sucedido en la Iglesia: la relajación en la vida de
observancia. Las reacciones no se hicieron esperar y Cluny primero, Citaux después,trataron
de recuperar, con éxito, el ideal perdido.
24. El período que estamos estudiando es prolongado en el tiempo, abarca varios siglos; de allí
que un análisis más detenido de él exigiría distinguir algunas etapas menores. Nosotros no lo
haremos, quedándonos con la imagen general del derecho de la iglesia en esta etapa que se
caracterizó por la impronta germana. En una tal distinción no podrían dejar de mencionarse el
renacimiento gelasiano (492-523), el renacimiento carolingio del siglo IX y la reforma
gregoriana en el siglo XI.
25. El derecho secular vivió en esta época, especialmente a partir del siglo VII, lo que se ha
denominado el período de dispersión normativa; desaparecido el imperio, los reinos que le
sucedieron, imitando sus monarcas el absolutismo de los emperadores, conservaron aún la
cohesión suficiente como para tener un derecho de carácter general emanado del rey y
vinculante para todos. Sin embargo, la creciente feudalización y ruralización de la sociedad
con la consiguiente pérdida de poder en el monarca, trajo aparejado el florecimiento de los
derechos locales manifestados especialmente a través de la costumbre.
El derecho romano continuó su influjo, particularmente los años siguientes a la caída del
imperio; lo hizo manifestándose como derecho romano vulgar recogido en los textos de los
pueblos bárbaros, v.gr. el Breviario de Alarico (506) entre los visigodos, o como simple
55
Su texto en latín y castellano en GALLEGOS BLANCO, cit. (n. 30), pp. 208-211.
15
derecho consuetudinario. Lo hizo también a través de las colecciones canónicas elaboradas en
el período anterior y que continuaron usándose. El derecho justinianeo plasmado en el Corpus
iuris tuvo una muy efímera vigencia en Occidente.
Por el contrario, el derecho propio de los pueblos que sucedieron al imperio, en gran
medida de origen germánico, dominó ampliamente este período, en especial a partir de la
época carolingia, y su influjo se dejó sentir en la organización de la Iglesia y en los textos
conciliares marcando todo un período en la historia del derecho canónico. La conversión en
masa de estos pueblos determinó que los obispos y el clero fuesen de la misma raza y por ende
formados no en el derecho romano sino en el germánico; de allí que al legislar significaron
una importante vía de penetración del derecho de estos pueblos en el canónico56.
[p. 308] 26. Los concilios siguieron reuniéndose pero ahora con un carácter nuevo:
marcadamente regionales y con la incorporación en el aula conciliar de laicos, representantes
del poder político, que intervenían en las discusiones conciliares al menos en aquellos
apartados que eran de especial interés del monarca y no mera disciplina eclesiástica.
Un claro ejemplo de esto fueron los concilios de la iglesia visigoda en la península ibérica
que se iniciaban, precisamente, con la lectura del tomus regii -tomo regio-, discurso en que el
monarca planteaba a los obispos los temas en que estaba especialmente interesado. Finalizado
el concilio, aquellos cánones que recogían la disciplina que interesaba al rey alcanzaban fuerza
legal en el reino a través de una lex in confirmatione concilii -ley confirmadora del concilio-57.
27. La actividad conciliar, especialmente intensa en las Galias y en España y menos en Italia, y
la obra legisladora del Papa, que no siempre tuvo a lo largo de estos siglos la misma
importancia e intensidad, hicieron que continuara la labor recopiladora. Numerosas fueron las
colecciones que aparecieron en estos siglos tanto cronológicas como sistemáticas58.
La labor de los compiladores fue doble: conservar la herencia de los siglos precedentes y
agregar los aportes nuevos. Y en ellas es posible observar una doble tendencia: el
“particularismo” y el “universalismo”. Las primeras, de marcado carácter local, se insertaron
en la corriente general del derecho de la época signado por la dispersión normativa que se
expresó, precisamente, en un derecho local; claros exponentes de esta tendencia fueron las
colecciones francas anteriores a Carlomagno. Las segundas, por el contrario, postulaban un
derecho válido para todos y fueron claramente favorecidas por los papas, terminando por
imponerse aunque no sin dificultades. Como lo ha puesto de relieve Antonio García59, los
papas, que buscaban el universalismo disciplinar, no lo hicieron creando un derecho nuevo,
sino que recurrieron a la autoridad de las colecciones antiguas de signo universalista que eran
aceptadas por todos.
Entre las colecciones merecen destacarse, por el influjo ejercido posteriormente, las
siguientes:
56
GARCÍA Y GARCÍA, cit. (n. 9), p. 277.
57
E. VIVES; T. MARÍN MARTÍNEZ; G. MARTÍNEZ DÍEZ, Concilios visigóticos e hispano-romanos (Barcelona-
Madrid, 1963); J. ORLANDIS; D. RAMOS LISSON, Die Synoden auf der iberischen Halbinsel bis zum Einbruch des
Islam (711), en W. BRANDMÜLLER (dir.) Konziliengeschichte (Paderborn-Munich-Vienne-Zurich, 1981).
58
FOURNIER; G. LE BRAS, Histoire des colections canoniques en Occident depuis les fausses decretales
jusqu'au Décret de Gratien (Paris, 1932); F. MAASSEN, Geschichte der Quellen und der Literatur des
canonischen Rechts im Abendlande (Gratz, 1879).
59
GARCÍA Y GARCÍA, cit. (n. 9), p. 309.
16
i) la colección Dionisiana60, obra de un monje escita llamado Dionisio el exiguo, que se
sitúa en el llamado renacimiento gelasiano, período que abarcó desde [p. 309] el Papa Gelasio
(492-496) al Papa Hormisdas (525). Fue la conjunción de dos colecciones elaboradas por el
mismo Dionisio, una de cánones conciliares61 y otra de decretales pontificias62; y resultó
particularmente importante por su calidad, por su carácter universalista -uso de textos
aceptados por todos- en contraposición a las colecciones particularistas que existían en la
época, por la importancia que dio a la labor legisladora del Papa, y por su afán de autenticidad
de las fuentes –el conocimiento que Dionisio tenía del latín y del griego le permitió una fiel
traducción de los concilios orientales–. Fue la colección de la iglesia de Roma durante largo
tiempo.
ii) la colección Hispana63, fruto de sucesivas recensiones a partir de la primera realizada, al
parecer, por san Isidoro de Sevilla (c.560-636) entre los años 633 y 636. Fue la colección de la
iglesia visigoda, también de signo universalista y con notable influjo en otras colecciones. Su
importancia hizo olvidar totalmente muchas de las colecciones que la habían precedido en la
península ibérica y constituye una de las más importantes colecciones canónicas.
iii) la colección Adriana64, enviada por el Papa Adriano I (772-795) a Carlomagno (c.742-
814) el 774 a fin de superar el particularismo de los concilios francos. Integrada en el siglo IX
con la Hispana dio lugar a una nueva colección, la Dacheriana65.
iv)importante fueron también las colecciones de la reforma gregoriana impulsada por
Gregorio VII entre las que destacan los Dictatus papae66 del año 1075, la Colección en 74
títulos67 del año anterior, la Colección de Anselmo de Luca (1083)68 y la Colección del
cardenal Deusdedit (1083-1087)69.
[p. 310] La política reformadora de los pontífices, estricta en sus comienzos, fue
evolucionando a formas menos rigurosas; este cambio se hizo sentir en el ámbito jurídico,
dando lugar a nuevas colecciones que reflejaban este nuevo orden de cosas. Exponentes de
esta nueva orientación fueron las tres colecciones que se atribuyen a Ivo de Chartres (+1116):
la Tripartita (1093-1096)70, el Decreto (1095)71 y la Panormia (1094-1095)72.
60
Editada en MIGNE, Patrología latina, t. 67 pp. 39-346; H. WURM, Studien und Texte zur
Dekretalensammlung des Dionysius Exiguus (coll. Kanon. Studien und Texte, Bd.16, Bonn, 1939).
61
Editada por A. STREVE, Die Kanonessammlung des Dionysius Exiguus in der ersten Redaktion (Berlin,
1931).
62
Edición crítica por H. WURM, Studien und Texte zur Dekretalensammlung des Dionysius Exiguus (Bonn,
1939; Ámsterdam, 1964).
63
Editada en MIGNE, Patrología latina, t. 84 y en C. GARCÍA GOLDARÁZ, El códice lucense de la Colección
Canónica Hispana (Burgos, 1954); G. MARTÍNEZ DÍEZ, La colección canónica Hispana (Madrid, 1966), I.
64
Editada por F. PITHOEUS, Codex canonum vetus ecclesiae romanae (Paris, 1609).
65
Editada en L. D'ACHERY, Veterum aliquot scriptorum spicilegium 11 (Paris, 1669) con una segunda edición
(Paris, 1723). Ha sido criticada la edición por no ser muy perfecta.
66
Edición crítica por E. CASPAR, Das register Gregors VII, en Monumenta Germaniae Historica, Epistolae
selectae (Berlin, 1920-1923), II, pp. 202 ss. Hay una traducción española en B. LLORCA; R. GARCÍA VILLOSLADA;
F. J. MONTALBÁN, Historia de la Iglesia Católica, II: Edad Media (Madrid, 1963), pp. 319-320, y más
recientemente, con texto en latín y castellano en GALLEGOS BLANCO, cit. (n. 30), pp. 108-111.
67
Editada en las notas de F. THANER, Anselmi Lucensis collectio una cum collectione minore (Innsbruck,
1915; Aalen, 1965). La Collectio minor a que alude el título se refiere a esta colección.
68
Vid nota anterior. Lit.: P. FOURNIER, L'origine de la collection Anselmo dedicata, en Melanges P. F. Girard
(Paris, 1912), pp. 475-498.
69
Edición crítica por Wolf VON GLANVELL, Die Kanonessammlung des Kardinal Deusdedit (Paderborn, 1905;
Aalen, 1967).
70
El prefacio fue editado por A. THEINER, Disquisitiones criticae... (Roma, 1836), pp. 342 ss.
17
28. Un nuevo tipo de fuentes hizo su aparición en esta época: los “libros penitenciales”. Fue
un tipo de literatura que tuvo su origen en la iglesia de las islas británicas en las que la
penitencia privada, en momentos en que todavía existía la penitencia pública, se constituyó en
el centro de su vida espiritual. Eran textos que contenían listas de pecados y la correspondiente
penitencia que había que aplicar a cada uno; algunos incluían al comienzo de los mismos una
explicación teórica sobre la penitencia. Tenían una extensión desigual; algunos eran simples
folletos, otros pequeños tratados73.
No eran textos propiamente jurídicos; en general la literatura producida en las islas durante
este período fue marcadamente espiritual. Sin embargo son una clara expresión de la
mentalidad germánica: la penitencia tarifada fue la expresión religiosa de lo que el derecho
secular conocía como la pena tarifada aplicable por el delito cometido, práctica muy extendida
entre los pueblos germanos. De allí que no sea muy exacto ver una influencia de una sobre la
otra, sino dos expresiones paralelas de una misma realidad: las faltas. Por lo mismo, no
obstante su origen insular, su difusión posterior en el continente fue rápida; su apogeo se situó
en los siglos VIII y IX aunque su influjo se prolongó hasta el siglo XI.
29. La fuerte disminución de libertad sufrida por la Iglesia en este período, en buena parte
como consecuencia del sistema político imperante, marcó profundamente su actuar, y tuvo una
incidencia directa en el derecho canónico. Los intentos reformadores de los papas, como
hemos visto, se hicieron principalmente recurriendo a la autoridad de fuentes antiguas que
nadie discutía. En este ambiente y con un afán de apoyar la labor emprendida por Roma surgió
un tipo de fuentes espúreas, cuya falsedad no fue conocida hasta siglos después, pero que
constituyeron en su momento un importante apoyo jurídico a los intentos reformadores de [p.
311] Roma: fueron las “falsas decretales” y las “falsas capitulares”. Se trata de "colecciones
de textos que se acogían al prestigio de los cánones antiguos, recibidos de las colecciones
genuinas del momento, pero que los presentaban con textos alterados o incluso redactados ex
novo por los recopiladores"74.
La razón que explica su aparición es simple: ya hemos dicho que los papas intentaron en
esta época la universalización del derecho de la Iglesia recurriendo a aquellas colecciones que
por su antigüedad eran aceptadas por todos. Pero las fuentes antiguas y de general aceptación
habían sido creadas para una época que presentaba una realidad histórica muy distinta; en
consecuencia, no había en tales fuentes soluciones a los nuevos problemas que vivía la Iglesia
surgidos al amparo de una situación histórica diversa. Precisamente, el criterio con que fueron
hechas estas falsificaciones era dar solución a estos nuevos problemas, en especial devolver a
los obispos la libertad que necesitaban en el desempeño de sus oficios y que las estructuras
feudales habían limitado.
71
Edición en MIGNE, Patrología latina 161 pp.59-1022, que reproduce una anterior de 1647.
72
Edición Ibíd., pp.1045-1344 que reimprime la edición de Melchor de Vosmédian (1557).
73
Un ejemplo de ellos en L. BIELER, The Irish Penitentials (col.Scriptores latini Hiberniae 5, Dublín, 1963); P.
CIPROTTI, Penitenziali anteriori al secolo VII (Camerino-Milan, 1966). Lit.: J. LAPORTE, Le Pénitentiel de saint
Colomban (Tournai, 1958); T. P. POLLOCK OAKLEY, The Penitentials as Sources for Medieval History, en
Speculum 15 (1949), pp. 210-223; C. VOGEL, Les Libri paenitentiales (col. Typologie des sources du Moyen Age
occidental 27, Turnhout, 1978).
74
LOMBARDÍA, cit. (n. 8), p. 85. P. FOURNIER; G. LE BRAS, Histoire des collections canoniques en Occident
depuis les Fausses Décrétales jusq'au Décret de Gratien (Paris, 1931) 2 vols.
18
La crítica histórica aún no ha podido identificar a sus autores. Parece que surgieron en el
mediodía francés en el siglo IX, entre los años 846-852 y más parecen obra de un equipo que
de una sola persona; durante varios siglos nadie dudó de su autenticidad, pues su falsedad fue
conocida sólo en el siglo XVI.
Entre las más importantes destaca la colección conocida como Pseudoisidoriana75, larga
colección dividida en tres partes que a concilios de la Hispana y a decretales auténticas
extremezcla decretales falsas atribuyéndolas a papas de los primeros siglos; entre éstas se
encuentra la famosa donación de Constantino por la que este emperador habría donado al Papa
Silvestre las tierras del imperio de Occidente. Otras de estas colecciones falsas son la Hispana
de Autun y los Capitula Angilramni76.
1. Marco histórico
31. Los siglos que van del XII al XV constituyen un período áureo en la historia del derecho
canónico. En ellos el derecho alcanzó su máximo desarrollo y se dio inicio a la ciencia del
derecho canónico que ya se vislumbraba en el período anterior. No todo el período, sin
embargo, alcanzó la misma intensidad: los siglos XII-XIII y parte del XIV fueron de apogeo;
los dos siguientes, de un declinar, en que la Iglesia discurrió regida por los grandes textos
elaborados en los siglos inmediatamente anteriores.
Diversos factores que confluyeron en esta época permitieron este desarrollo. Por de pronto,
a partir del Concordato de Worms de 1122 que puso fin a la querella de las investiduras78, el
papado alcanzó un gran prestigio y una gran autoridad; prestigio y autoridad que centralizaron
el gobierno de la Iglesia y que el Papa expresó en una intensa actividad legisladora. Las
decretales pontificias no eran nuevas, las hemos visto ya en períodos anteriores, pero ahora
constituían una actividad permanente: el Papa era un legislador y legislaba asiduamente.
75
Fue editada por Jacques MERLIN (Paris, 1524) con segunda edición (Colonia, 1530), reproducida en MIGNE,
Patrología latina 130 pp.1-1178. Una edición moderna es la de P. HINSCHIUS, Decretales Pseudo-Isidorianae et
Capitula Angilramni (Leipzig, 1863; Aalen, 1963). Su nombre viene dado por su supuesto autor, Isidoro
Mercator, que fue durante largo tiempo confundido con san Isidoro de Sevilla.
76
Editada por P. HINSCHIUS, cit. (n. 75) y reproducida por P. CIPROTTI, I Capitula Angilramni con appendice
di documenti connessi (Milano, 1966).
77
LOMBARDÍA, cit. (n. 8), p. 86.
78
Vid. supra n. 55.
19
Algunos de estos papas como Alejandro III (1159-1181) e Inocencio III (1198-1216) fueron,
además, grandes canonistas.
32. Por esta misma época surgieron las universidades que dieron el ambiente propicio para la
reflexión sobre el derecho. A su amparo surgió la ciencia del derecho canónico,
distinguiéndose de la teología y del derecho romano, y junto con este último, fueron la base de
los estudios jurídicos.
Papa legislador y universidad no fueron dos realidades que discurrían en forma paralela;
entre ellas hubo una fuerte relación, al punto que los papas con frecuencia mandaban sus
normas a las universidades como forma de promulgación. "No se trataba sólo de un gesto de
especial consideración hacia la universidad en donde, desde el tiempo de Graciano, eminentes
juristas habían operado el reordenamiento y la sistematización científica de la ley de la Iglesia.
Los pontífices advertían la necesidad que las decretales, además de encontrar pronta y fiel
adhesión de parte de la comunidad eclesial, suscitasen una reflexión profunda sobre el
patrimonio de sabiduría jurídica que pertenece a la Iglesia y encontrase una aplicación
adecuada a su naturaleza y finalidad pastoral" (Juan Pablo II).
[p. 313] 33. A lo anterior hay que agregar la recepción del derecho romano justinianeo en el
mundo medieval79. El afán de autenticidad en las fuentes que caracterizó la reforma gregoriana
en el período anterior, llevó a la búsqueda en las bibliotecas de todos aquellos textos que
hicieran posible ese anhelo. En esta búsqueda aparecieron los manuscritos del Digesto de
Justiniano que, a partir de Irnerio, profesor en la Universidad de Bolonia, se constituyeron en
el centro de los estudios jurídicos dando inicio a un movimiento de recepción de dicho
derecho que, extendido después por todo el continente, determinó la evolución jurídica de
Europa continental hasta nuestros días.
34. Los períodos de auge suelen ser cortos. Desde fines del siglo XIV a mediados del siglo
XVI la situación de crisis fue notoria; iniciada con los enfrentamientos entre Bonifacio VIII
(1294-1303) y Felipe el Hermoso de Francia (1268-1314) que fueron favorables a este último,
el papado entró en un declinar que se acentuó con el cisma de Occidente y la crisis
conciliarista. El deterioro notable que sufrió el prestigio pontificio fue lo suficientemente
intenso como para que, superada la crisis, no volviera a recuperar el que habían tenido los
grandes papas medievales. Las ideas no fueron ajenas a este proceso; es en esta época,
precisamente, donde hay que situar el nacimiento del “secularismo” con Marsilio de Padua
(c.1270-c.1342), para quien sólo el Estado es el único titular de todo poder jurídico.
79
Lit. general: M. BELLOMO, L'Europa del diritto commune (Roma, 1988); F. CALASSO, Introduzione al
diritto commune (Milano, 1951); EL MISMO, Medio Evo del diritto, I: Le fonti (Milano, 1954); A. CAVANNA,
Storia del diritto moderno in Europa, I: Le fonti e il pensiero giuridico (Milano, 1979); H. COING, Europäisches
Privatrecht (München, 1985); EL MISMO (ed.), Handbuch der Quellen und Literatur der neueren europäischen
Privatrechtgeschichte, I: Mittelalter (1100-1500). Die gelerhten rechte und die gesetzgebung (München, 1973);
G. ERMINI, Corso di diritto commune, I: Genesi e evoluzione storica. Elementi costitutivi. Fonti (Milano, 1946);
P. KOSCHAKER, Europa y el derecho romano (Madrid, 1957); I. MERELLO ARECCO, La Universidad de Bolonia:
900 años de su fundación. Ideas generales sobre su obra y su expansión. Los alumnos como difusores de la
ciencia jurídica boloñesa, en Revista de Derecho de la Universidad Católica de Valparaíso 12 (1988), pp. 19-49.
80
J. GAUDEMET, Les sources du droit canonique VIIIe-XXe siècle (Paris, 1993); G. LE BRAS; Ch. LEFEBVRE;
20
35. El estudio del derecho romano justinianeo que se había iniciado en la Universidad de
Bolonia con Irnerio a partir del Digesto, dio comienzo a la recepción que el medioevo hizo del
Corpus iuris de Justiniano; y con esto, el desarrollo de la ciencia jurídica con la escuela de los
glosadores. Pero mientras los juristas seculares tenían un texto que glosar, el Digesto y los
demás libros del Corpus, los juristas de la Iglesia carecían de él. Este vacío lo vino a llenar un
monje: Graciano.
36. Graciano era monje camaldulense que enseñó derecho canónico en el monasterio de los
santos Nabor y Felix en Bolonia a principios del siglo XII. Poco más se sabe sobre su
persona81: su nacimiento se sitúa en la aldea italiana de Carraria -próxima a Orvieto- a finales
del siglo XI y su muerte en 1158. Interesado por el derecho canónico concibió la idea de
realizar la concordancia de los cánones discordantes, reduciendo a unidad el derecho de la
Iglesia82. Trabajó en su obra entre los años 1120 y 1140 y le dio por nombre, precisamente,
Concordantia discordantium canonum -Concordancia de los cánones discordantes-; se le
llamó también Liber canonum por los casi cuatro mil cánones citados, pero el nombre que
prevaleció fue el de Decreto de Graciano o simplemente Decreto83.
Se distinguen en el Decreto los dicta del maestro Graciano y las auctoritates; los primeros
son las opiniones y afirmaciones de Graciano al exponer las diversas materias; los segundos,
los textos que invoca en apoyo a sus afirmaciones. Entre éstos hay cánones conciliares y
decretales pontificias, citas de la Sagrada Escritura y de la patrística, sin olvidar el derecho
romano de Justiniano y Teodosio, compilaciones bárbaras y capitulares francas. La obra de
Graciano fue una obra privada, por ende las auctoritates citadas tenían sólo la autoridad que a
cada una correspondía según su propia naturaleza originaria, sin adquirir nueva fuerza por el
hecho de incorporarse en el Decreto.
La obra de Graciano, no obstante su compleja estructura, pronto sustituyó a las demás
colecciones y se transformó en la única obra que se enseñaba y glosaba en las universidades o
se usaba en la curia y en los tribunales.
El mérito de Graciano estuvo en haber trabajado el disperso derecho existente con el
método dialéctico, obteniendo como resultado un todo coherente. Por su parte, el Decreto
tenía "la ventaja de recoger doce siglos de historia en un libro que, al redactarse, estaba al día;
porque en él se conservaban... los textos canónicos de más venerable antigüedad. Por ello su
existencia hacía inútil a cualquiera de las colecciones anteriores, que de hecho... cayeron en
J. RAMBAUD, L'Age classique 1140-1378. Sources et théorie du droit (Histoire du droit et des institutions de
l'Eglise en Occident 7, Paris, 1965); K. W. NÖRR, Die kanonistische literatur, en H. COING (ed.), Handbuch, cit.
(n. 79), pp. 365-382.
81
R. METZ, Regard critique sur la personne de Gratien, auteur du Décret (1130-40), d'après les resultats des
dernières recherches, en Recherches de Science Religieuse 58 (1984), pp. 64-76.
82
Los criterios de concordia que utilizó fueron básicamente: ratio temporis, de manera que la norma posterior
derogaba la anterior sobre la misma materia; ratio loci, prevalecía la norma dada para un lugar específico por
sobre la norma general; ratio significationis, concordancia de la aparente discordia por la lógica del significado;
ratio dispensationis, según el cual frente a normas contradictorias, una era la regla y la otra la dispensa.
83
Se incluye en las ediciones del Corpus Iuris Canonici. Vid. infra n. 95. PÍO XII, Voluistis, praeclari. En el
octavo centenario del "Decretum" de Graciano, en J. L. GUTIÉRREZ GARCÍA (ed.), Doctrina Pontificia, 5:
Documentos jurídicos (BAC 194, Madrid, 1960), pp. 349-363.
21
desuso. Estos textos antiguos, por otra parte, estaban adaptados a las necesidades del
momento, puesto que Graciano los interpretaba según su mentalidad, sin ninguna
preocupación [p. 315] por reproducir los criterios y las necesidades del pasado"84.
b) colecciones de decretales
37. El Decreto de Graciano tuvo la virtualidad de cerrar todo un milenio de preparación del
derecho canónico, constituyéndose en la gran síntesis medieval de esos mil años de derecho en
la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, inauguró una nueva época que, como he señalado, se
caracterizó por la intensa obra legislativa de los papas.
Toda obra recopiladora, y el Decreto de Graciano lo era, tiene la ventaja de recoger en un
solo texto una masa dispersa de normas, pero el inconveniente de quedar pronto superada por
el derecho creado con posterioridad a ella. En una época en que la creación de derecho por las
decretales pontificias era intensa, pronto surgió una cantidad de éstas que “extra vagaban” al
Decreto; el registro de Alejandro III, por ejemplo, contiene 3.939 decretales y el de Inocencio
III más de cinco mil. Surgió, pues, la necesidad de coleccionarlas.
Hubo diversas colecciones, algunas privadas, otras auténticas, de las que destacaron las
Quinque compilationes antiquae85 -cinco compilaciones antiguas-. La más notable fue la
primera de ellas, el Breviarium extravagantium -Breviario de las extravagantes-, obra de
Bernardo de Pavía (+1213), cuya distribución de materias en cinco libros -iudex, iudicia,
clerus, connubia, crimen- sirvió de modelo a las Decretales de Gregorio IX que ahora
veremos86.
38. Apenas subido al trono pontificio, Gregorio IX (1227-1241), que contaba ochenta años,
decidió compilar una nueva colección encargando esta tarea a su capellán, el dominico catalán
Raimundo de Peñafort (c.1180-1275), famoso canonista87. Terminada en cuatro años la
colección fue promulgada por Gregorio IX el 5 de noviembre de 1234 por la bula Rex
pacificus. No tuvo un nombre oficial [p. 316] y se la conoce como Liber decretalium, y
también como Extravagantium liber por contener el derecho que v a g a b a fuera del Decreto
o simplemente Liber extra; en la actualidad suele llamársela Decretales de Gregorio IX88.
84
LOMBARDÍA, cit. (n. 8), p. 99.
85
Quinque Compilationes Antiquae nec non Collectio canonun Lipsiensis, con anotaciones por A. E.
FRIEDBERG (Leipzig, 1882; Graz, 1956).
86
Las otras compilaciones son las siguientes: Compilatio secunda -considerada normalmente como la tercia-,
ordenada por el Papa Inocencio III a través del cardenal Pedro de Benavento; reunía las decretales de este Papa
quien la aprobó en 1210, enviándola a la Universidad de Bolonia. Compilatio tercia -llamada la secunda- tuvo
como autor a Juan Galense quien la confeccionó entre los años 1210 y 1215; no fue sancionada oficialmente
aunque se recibió en la universidad. Compilatio quarta, de autor desconocido, fue publicada al finalizar el
pontificado de Inocencio IV (1243-1254) y reunía las decretales dictadas por este pontífice entre 1210 y 1216 y
los cánones del Concilio IV de Letrán (1215). Compilatio quinta, encargada por el Papa Honorio III (1216-1227)
para recoger en ella sus decretales y alguna legislación secular; fue aprobada por él en 1226 y enviada a la
Universidad de Bolonia.
87
F. VALLS Y TABERNER, San Ramón de Penyafort (Barcelona, 1979); St. KUTTNER, St.Raymond of Peñafort
as Editor: The 'Decretales' and 'Constitutiones' of Gregory IX, en Diritto, persona e vita sociale. Scritti in
memoria di Orio Giacchi (Milano, 1984), I, pp. 94-108.
88
Se incluye en las ediciones del Corpus Iuris Canonici. Vid. infra n. 95. El texto de la bula Sacrosanctae
romanae Ecclesiae se reproduce casi integramente en el Prefacio del Código de Derecho Canónico de 1917.
22
Contiene decretales pontificias del período que va entre 1145 y 1234, algunos cánones
conciliares, pasajes de la Sagrada Escritura y algunas leyes seculares. Hay también algunas
falsas decretales de cuya autenticidad no se dudaba por entonces. Las decretales las obtuvo del
archivo de la Curia romana y de las Quinque compilationes antiquae. Y cuando hizo falta, se
dictaron decretales específicas para ser incluidas en esta colección, legislando sobre algún
punto en el que se hacía necesario; es por lo que Gregorio IX no fue un simple recopilador
sino un verdadero legislador.
Las materias aparecen distribuidas en cinco grandes libros: iudex -personas y deberes de la
autoridad-; iudicia -juicio y procedimiento-; clerus -estado de los clérigos y monjes-; connubia
-matrimonio-; crimen -crimen y delitos-.
"Esta gran colección estuvo vigente en la Iglesia hasta 1918 y aunque fue completada por
otras recopilaciones posteriores... constituyó durante siete siglos el centro de la vida jurídica de
la Iglesia y el texto en cuya exégesis y comentario se esforzaron los mejores canonistas de la
historia"89.
[p. 317] 40. Posteriormente Clemente V (1305-1314) ordenó una nueva colección -integrada
por algunas decretales de su pontificado y los decretos del concilio de Viena que se había
celebrado entre 1311-1312 para juzgar a los templarios- que fue promulgada por su sucesor
Juan XXII (1316-1334) en 1317 con la bula Quoniam nulla. Se la conoció como Decretales
clementinas92, aun cuando algunos propusieron el título de Liber septimus decretalium que no
prosperó; en efecto, a diferencia de las colecciones anteriores, esta nueva colección no derogó
las decretales que no fueron incluidas en ella, lo que condujo a los glosadores a no
89
LOMBARDÍA, cit. (n. 8), p. 103.
90
Se incluye en las ediciones del Corpus Iuris Canonici. Vid. infra n. 97.
91
Cuyo autor fue el canonista Dino de Muxello (+1299). Como lo ha puesto de relieve recientemente entre
nosotros J. Barrientos, la regla 17, que decía Odia restringi, et favores convenit ampliari -la norma odiosa hay que
restringirla y la favorable ampliarla- alcanzó gran importancia en el desarrollo del derecho común, y fue
ampliamente utilizada por juristas y jueces cuando se enfrentaban a la tarea de conjugar el derecho romano-
canónico con los derechos propios: las prescripciones de los iura propria que eran odiosas al ius commune debían
interpretarse restrictivamente, en tanto que las favorables debían ser ampliadas. Esta regla fue generalizadamente
aplicada en Europa y en Indias, por lo que rigió también en Chile, vigencia que se prolongó hasta la dictación del
Código Civil que en su artículo 23 prohibió su aplicación. J. BARRIENTOS GRANDÓN, Introducción a la historia
del derecho chileno, I: Derechos propios y derecho común en Castilla (Santiago 1994), p. 185.
92
Se incluye en las ediciones del Corpus Iuris Canonici. Vid. infra n. 97.
23
considerarlo como un libro cerrado como los seis anteriores y, por lo mismo, rechazaron su
denominación de Liber septimus.
Con esta colección terminó la labor recopiladora oficial del papado. La actividad
legisladora de los papas continuó, pero las nuevas recopilaciones fueron solamente privadas;
dos de ellas tuvieron importancia posterior, las dos elaboradas por el jurista parisino Jean
Chapuis: la colección conocida como Extravagantes de Juan XXII93, conteniendo 22
decretales de este Papa, y las Extravagantes comunes94, colección de 74 decretales de los
papas Urbano IV (1261-1264) a Sixto IV (1471-1484).
41. La existencia del Corpus Iuris de Justiniano que, aun cuando compuesto de diversos
libros, era concebido como un todo, y la idea de que las diversas colecciones canónicas eran, a
su vez, un cuerpo -no olvidemos la denominación de Liber sextus y de Liber septimus que se
dio a algunas de ellas- generalizó el uso de la expresión Corpus Iuris Canonici para referirse a
todas ellas. Por esta misma época, y para distinguirlo del corpus canonum, el Corpus Iuris de
Justiniano empezó a denominarse Corpus Iuris Civilis. Esta denominación empezó a
generalizarse a partir de la segunda mitad del siglo XIV.
El cuerpo de derecho canónico estaba compuesto, en un principio, por el Decreto de
Graciano, las Decretales de Gregorio IX, el Liber sextus y las Clementinas. Posteriormente se
incluyeron las Extravagantes de Juan XXII y las Extravagantes [p. 318] comunes. Como el
Corpus de Justiniano estaba compuesto de cuatro libros -Instituciones, Digesto, Código y
Novelas- quiso hacerse el paralelo con el Corpus canónico: al Digesto correspondía el
Decreto de Graciano; al Código, las Decretales de Gregorio IX; a las Novelas, el Liber sextus,
las Clementinas y las dos extravagantes. Faltaba, empero, el equivalente a las Instituciones.
Para llenar este vacío aparecieron en el siglo XVI unas Institutiones iuris canonici (1555),
obra elemental destinada a la enseñanza, de un jurista italiano llamado Paolo Lancelotti (1511-
1591). Estas Institutiones nunca fueron incorporadas a las ediciones oficiales del Corpus Iuris
Canonici; sólo aparecieron incluidas en algunas ediciones particulares. Estaban concebidas
como las Instituciones del jurista romano Gayo, dividiendo las materias en personas, cosas y
acciones; su mérito estuvo en que con el tiempo, como veremos, ejercería gran influencia en la
sistematización usada en el Código de Derecho Canónico de 191795 y sus influjos son aún
perceptibles en el actual Código vigente para la iglesia latina96.
El Corpus Iuris Canonici fue objeto de una edición oficial a cargo de una comisión romana
cuyos miembros fueron llamados “correctores romanos”. Fue instituida por san Pío V (1566-
1572) y la edición de los correctores romanos publicada por Gregorio XIII (1572-1585) en
158297.
93
Se incluye en las ediciones del Corpus Iuris Canonici. Vid. infra n. 97. Últimamente Extravagantes
Johannis XXII, ed. J. TARRANT (Mic. Series B: Corpus Collectionum 6, Città del Vaticano, 1983).
94
Se incluye en las ediciones del Corpus Iuris Canonici. Vid. infra n. 97.
95
I. MERELLO ARECCO, Recepción de la sistemática gayano-justinianea por parte del Código de Derecho
Canónico de 1917, en REHJ. 16 (1994), pp. 79-86.
96
C. SALINAS ARANEDA, El derecho romano en el Código de Derecho Canónico de 1983, en esta revista.
[REHJ. 18 (1996), pp. 279-288].
97
Esta edición no recoge la denominación Corpus Iuris Canonici, la que sí aparece en la edición de Lyon de
1671 y en las posteriores. La edición hoy utilizada habitualmente es la de A. E. Friedberg (Lipsiae, 1879; Graz,
1959). Con posterioridad el Corpus fue complementado incorporándose en diversas épocas los siguientes
24
3. La ciencia del derecho canónico
42. Hasta el Decreto de Graciano la labor de los canonistas había sido prácticamente la de
recopilar textos; la reflexión sobre esos textos compilados se anunció en el período anterior al
Decreto pero se desarrollo espléndidamente a partir de él.
La aparición de la ciencia del derecho canónico está íntimamente vinculada al renacimiento
jurídico medieval, obra de dos escuelas sucesivas de juristas: los “glosadores” y los
“comentaristas”. Los glosadores recibieron este nombre por el método de trabajo que
empleaban, la “glosa”. Se trataba de un método científico de aproximarse a los textos del
Corpus Iuris Civilis cuya finalidad era, ante todo, aclarar el significado de las palabras;
también servía para anotar las contradicciones entre diversos pasajes o las semejanzas que
había entre ellos. Escrita entre [p. 319] líneas o al margen cuando era más extensa, se
transformaba en apparatus cuando era propiamente una exposición teórica. Los glosadores,
sin embargo, no sólo cultivaron la glosa o el apparatus; estaban también las summae -sumas-
que eran exposiciones sistemáticas sobre una materia o un libro determinado. A ellas se unían
otros géneros de menos importancia como las disputationes, brocarda, tractatus especiales,
etc.
Los comentaristas, escuela que sucede a los glosadores, emplearon como método de trabajo
el “comentario”, que se desarrolló bajo la influencia de la alta escolástica y que superó la labor
de las summae que habían mostrado la insuficiencia de la glosa para una construcción
sistemática. Precisamente fue el comentario el que permitió la elaboración de obras
sistemáticas a partir de las fuentes de la época.
43. El método de la glosa y el del comentario fue aplicado al Decreto y a las Decretales,
dando lugar a los “decretistas” y a los “decretalistas”. También se aplicó a los otros textos
del Corpus canónico. Estos canonistas elaboraron todo un sistema de principios jurídicos y lo
hicieron en diálogo con la actividad inteligente de los papas que, con colecciones auténticas y
nuevas decretales ayudaban a definir cuestiones y actualizar soluciones.
Entre los primeros glosadores fueron famosos Paucapalea, Rolando Bandinelli -después
Papa con el nombre de Alejandro III (1159-1181)- y Bernardo de Pavía (+1213) a quien ya
hemos mencionado. Famoso fue también Juan Teutónico (c.1170-1245) autor de la glosa
ordinaria al Decreto. Se puede mencionar igualmente a san Raimundo de Peñafort (+1275) a
quien Gregorio IX encargó la confección de su colección de Decretales y que fue autor, entre
otras, de una glosa al Decreto, de una Summa de iure canonico y de otra Summa de
matrimonio. Todavía entre los glosadores están Sinibaldo de Fieschi -después Papa con el
nombre de Inocencio IV (1243-1254)- autor de un apparatus a las Decretales y el más
famoso, Enrique de Susa (+1271) llamado el Hostiense -u Ostiense por ser cardenal de Ostia-
y también monarca utriusque juris, autor de la Summa Aurea98.
Numerosos fueron también los comentaristas; los tres más insignes fueron Juan Andrés
(c.1270-1348), laico, autor de un comentario a las Decretales y de la glosa ordinaria al Liber
elementos, algunos de los cuales sólo en ediciones privadas: 47 Canones poenitentiales extraídos de la Summa
Aurea del Hostiense; 84 Canones sanctorum; el arbor consanguinitatis y el arbor affinitatis con comentario de
Juan Andrés y las Decretales Clementis VIII o Liber septimus decretalium que nunca alcanzó carácter oficial.
98
Ediciones recientes son la de Aalen de 1962 que reproduce la de Lugduni de 1537; y la de Torino de 1964
que reproduce la de Venetiis de 1574.
25
VI y las Clementinas; con él se cerró el período clásico de los decretalistas. También hay que
mencionar a Baldo de Ubaldi (+1400), discípulo de Bartolo de Sassoferrato, y Nicolás
Tudeschi (1386-c.1450), profesor en Bolonia, Parma y Siena y después arzobispo de Palermo
por lo que se conoció como el Panormitano99.
44. A partir de la mitad del siglo XIV la ciencia canónica no hizo muchos [p. 320] progresos.
Diversos factores colaboraron a ello, como la ausencia de leyes nuevas que ayudaran a la
actualización, la mera repetición de doctrinas antiguas, el uso exclusivo del método dialéctico
dejando de lado la historia de las instituciones; a ellas se unió la decadencia de la ciencia
teológica y la confusión causada por el cisma de Occidente. A pesar de ellos se produjeron
todavía obras notables, pero la época áurea del derecho canónico había terminado. Desde ese
momento su luz se proyectaría sobre los siglos siguientes hasta llegar al mismo siglo XX.
4. El derecho común100
45. El renacimiento jurídico que vivió Europa a partir del siglo XII se articuló en torno al
derecho romano justinianeo y al derecho canónico. Ambos constituían la cultura jurídica de la
época y dieron lugar al ius commune o derecho común. Eran el derecho culto por excelencia.
Los derechos localistas que habían enseñoreado el mundo jurídico medieval, de origen
germánico y algunos de corte primitivista, siguieron vigentes. Pero el derecho que se estudió
en las universidades fue principalmente el romano y el canónico. Ambos, de carácter
universalista, se transformaron en el derecho de la cristiandad medieval. Entre el derecho
romano y el canónico hubo una intensa y recíproca influencia: el derecho romano contribuyó a
articular las soluciones técnicas del derecho de la Iglesia y éste, a su vez, logró rectificar el
tratamiento que el derecho romano daba a ciertas materias y que no se consideraban adecuadas
según los criterios eclesiásticos101.
Los juristas formados in utroque iure -en ambos derechos- se expandieron por toda Europa
y lo enseñaron en sus universidades, actuaron como consejeros de reyes y emperadores,
crearon leyes, asesoraron a las partes en litigios y actuaron como jueces y magistrados. El
derecho de la Iglesia, así, a través del ius commune se incorporó a la cultura jurídica y
constituyó un aporte enriquecedor al común patrimonio jurídico. El derecho común ha
constituido uno de los fenómenos culturales más importantes del pasado europeo y fue la base
de los ordenamientos jurídicos hoy vigentes en la Europa continental de Occidente y en buena
parte de los americanos.
1. Marco histórico
99
Una relación completa de juristas y obras en LE BRAS; LEFEBVRE; RAMBAUD, cit. (n. 80). Entre nosotros
puede consultarse a BARRIENTOS, Introducción, cit. (n. 91), pp. 157-164, 184-192.
100
Vid. supra n. 79. H. COING, Kanonisches Recht und Ius commune, en S. KUTTNER; K. PENNINGTON (eds.),
Proceedings of the Sixth International Congress of Medieval Canon Law (Monumenta iuris canonici. Series C:
Subsidia 7, Città del Vaticano, 1985), pp. 507-518.
101
LOMBARDÍA, cit. (n. 8), p. 105.
26
46. Lombardía ha sintetizado el problema fundamental del derecho canónico en [p. 321] este
nuevo período en la necesidad que se le presentaba al derecho canónico medieval, que seguía
estando vigente, de adaptarse a las peculiares circunstancias del mundo moderno102.
Estas nuevas circunstancias estuvieron determinadas por factores de la más diversa
naturaleza. Por de pronto, hemos visto que el prestigio del papado no logró superar la caída
que se había iniciado ya en el siglo XIV con los enfrentamientos entre Bonifacio VIII y Felipe
el Hermoso de Francia que habían sido favorables a este último y acentuada por el cisma de
Occidente y la crisis conciliarista; por lo que, aun cuando finalmente fueron superados, el
papado no recuperó el prestigio y esplendor medievales.
47. El nacimiento de los Estados nacionales y las monarquías absolutas fue otro elemento
importante. Y con el creciente poder político del monarca, su creciente intervención en la
creación del derecho con ánimos de monopolio en la creación del mismo, con la consecuente
fricción con los derechos vigentes de origen municipal, feudal y el mismo derecho común del
cual era parte importante el derecho canónico.
Este afán absolutista se proyectó también a las relaciones de estas monarquías con la
Iglesia; expresión de ello fueron las diversas medidas de control y limitación que se
empezaron a adoptar como el placet o pase regio, condición necesaria para que los
documentos papales pudieran regir en los territorios de la monarquía; o el recurso de fuerza
por el cual se podía acudir ante el tribunal civil contra una resolución de un tribunal
eclesiástico. Este comportamiento fue común a las monarquías absolutistas y recibió diferentes
nombres: “regalismo” en España, “galicanismo” en Francia, “josefinismo” en Austria,
“febronianismo” en Alemania.
El nacimiento de los Estados nacionales perfeccionó la diplomacia pontificia; por esta
época hay que situar los primeros nuncios permanentes y los primeros concordatos que, aun
cuando alteraron el equilibrio de la disciplina eclesiástica, pusieron freno a muchos abusos.
49. En este nuevo ambiente político y cultural Lutero (1483-1546) inició su reforma
arrastrando detrás de él a príncipes y pueblos; otros reformadores -Calvino [p. 322] (1509-
1564), Zwinglio (1484-1531)- siguieron sus pasos y a ellos se unió Enrique VIII de Inglaterra
(1509-1547) que se separó de Roma dando origen al anglicanismo. Esto trajo una reducción en
el mapa de la cristiandad europea, pero se vio compensado con las nuevas tierras que en
América, África y Asia se fueron descubriendo y conquistando y que se convirtieron pronto en
tierras de misión.
102
LOMBARDÍA, cit. (n. 8), pp. 112-113.
27
50. Los problemas no eran menores en el interior de la Iglesia; el siglo del humanismo y del
renacimiento se encontró con una Iglesia en plena crisis de fe, de tradición cristiana y de
disciplina. Se reclamaba una reforma, pero los concilios celebrados y las medidas adoptadas se
mostraban inútiles. El Concilio de Trento (1545-1563) fue, sin duda, el gran acontecimiento
eclesial del momento y su significación fue decisiva tanto en lo doctrinal como en lo
disciplinar.
La eclesiología del momento, como una manera de reaccionar a los reformadores
protestantes y a los afanes intervencionistas de los monarcas absolutos en materias eclesiales,
afirmó el carácter de sociedad de la Iglesia; san Roberto Belarmino (1542-1621) expresaba
gráficamente esta idea diciendo que la Iglesia era una sociedad tan palpable y visible como el
reino de Francia o la república de Venecia. Se insistió en la idea de que el Papa es el jefe de la
iglesia, soberano para las cuestiones espirituales y se utilizaron analógicamente nociones del
derecho público de la época calificándose a la Iglesia de sociedad monárquica de la que el
Papa era el soberano.
Esta eclesiología, hoy llamada hierarcológica, unida a las necesidades crecientes del papado
y al modelo de burocracia que iban desarrollando las monarquías absolutas, llevaron a la
creación de una Curia que ayudara al Papa en el gobierno de la Iglesia universal. Desde mucho
antes el Papa tenía una serie de colaboradores junto a sí, pero fue Sixto V (1585-1590) quien
en 1588, mediante la constitución Immensa aeterni estructuró la curia romana103.
En suma, una serie de crisis que condicionaron la cultura, la política y la disciplina de la
Iglesia entremezcladas con los empeños parciales y aislados de numerosos santos que
lucharon por elevar las condiciones morales y religiosas del momento104, todo lo cual hace
difícil el balance de esta época.
51. La situación de crisis que vivió la Iglesia antes de la reforma tridentina se dejó sentir en el
derecho: seguía vigente el derecho del Corpus Iuris Canonici pero las normas del derecho
común eran con frecuencia eludidas por una serie de situaciones concurrentes que, según
Giaccobi, podrían enunciarse así: privilegios y concesiones a los Estados, órdenes religiosas y
diversos cuerpos intermedios; abusos y costumbres contrarias que eran toleradas por
conveniencia o debilidad y que [p. 323] después eran legalizadas con indultos o concordatos;
dispensas y sanaciones se obtenían con facilidad pagando las debidas tasas, etc.
Por otra parte, la Iglesia discurría por cauces históricos diversos por lo que las normas del
Corpus canónico debían ser adecuadas a las nuevas realidades, especialmente después de
Trento. Eso hizo que junto al Corpus surgiera otro conjunto de fuentes que lo complementó o
adecuó; la nota común de este nuevo derecho fue su carácter complementario del derecho
anterior en un marco de creciente centralismo pontificio y una cada vez más acentuada
espiritualización.
a) fuentes universales
52. El Concilio de Trento se desarrolló en tres períodos con 25 sesiones entre los años 1545 y
1563. Para la reforma de la disciplina las más importantes fueron la sesión XIV y las tres
103
LOMBARDÍA, cit. (n. 8), p. 117.
104
V. gr. san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús, etc.
28
últimas105. El concilio se había fijado tres objetivos: definir la doctrina católica frente a las
nuevas herejías; promover la reforma general de la Iglesia a través de su disciplina; obtener
seguridad y paz entre los príncipes cristianos. Sólo el primero se logró; el segundo fue dejado
en gran parte a la actividad pontificia; el tercero fracasó. Sin embargo, los decretos del concilio
fueron la base de la renovación disciplinar de la Iglesia.
La constitución confirmatoria del concilio106, en todo caso, prohibió de modo total el poder
agregar comentarios, glosas o interpretaciones a los decretos conciliares; es por lo que las
obras de algunos autores, aun de reconocida autoridad, publicadas contra lo dispuesto, fueron
a parar al índice de libros prohibidos107. Posteriormente, en 1564, Pío IV creó una comisión de
cardenales para vigilar la aplicación de los decretos tridentinos, comisión que sería dotada de
facultades interpretativas por Pío V. "El monopolio interpretativo de esta congregación, unido
a las prohibiciones de la bula Benedictus Deus, influirán decisivamente en la formación del
derecho posterior"108.
53. Parte de la reforma disciplinar fue dejada a la actuación del Papa, por lo que la labor
legislativa de éste fue intensa, no sólo cumpliendo lo resuelto por el concilio, sino sobre otras
materias; empero, la perfecta simbiosis que en la época clásica había existido entre papado y
universidad se quebró.
Formalmente los documentos papales revestían diversas manifestaciones, diferencias que
no consideraban tanto los contenidos cuanto las formas y usos buro- [p. 324] cráticos de la
curia romana, v.gr. bulas, breves, etc. Esto originó la aparición de colecciones de actos
pontificios llamadas “bularios” entre las que destaca el Magnum Bullarium Romanum iniciado
por L.Cherubini (+1626), continuado por Mainard y después por Cocquelines, que alcanzó 32
volúmenes hasta 1758109; a él se agregaron dos Continuationes que alcanzaron 19 y 14
volúmenes110, esto sin olvidar que existen bularios particulares referidos a territorios
específicos o a órdenes religiosas.
Con Trento se cerró en la Iglesia el período de las colecciones oficiales, esto es, colecciones
encargadas por los papas y sancionadas por ellos. Hubo, no obstante, un intento en este
sentido, proyectándose una nueva colección a partir de los decretos tridentinos y la legislación
posterior. Gregorio XIII (1572-1585) constituyó para ello una comisión pero, finalmente, el
proyecto de un Liber septimus no prosperó. Benedicto XIV (1740-1758), por su parte, inició la
publicación de un bulario cuyo primer volumen fue declarado auténtico, pero tampoco se
continuó111.
54. Junto a la labor pontificia fue intenso también el trabajo de las Congregaciones de la Curia
romana; entre ellas destacó la Sagrada Congregación del Concilio instituida por Pío IV para
105
Concilium Tridentinum Diariorum, Actorum, Epistularum, Tractatuum, nova Collectio (ed.Görres-
Gesellschaft 1901 ss.; Friburgo Br., 1965). En castellano, A. MACHUCA DÍEZ, Los sacrosantos ecuménicos
concilios de Trento y Vaticano en latín y castellano (Madrid, 1903).
106
PÍO IV, bula Benedictus Deus, de 26 de enero de 1564, en H. DENZINGER; A.SCHÖNMETZER, Enchiridion
symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei et morum (Barcinone, 1973), pp. 1849-1850.
107
Por ejemplo el comentario escrito por Agustín Barbosa.
108
PRIETO, cit. (n. 10), p. 115.
109
Comprende textos que van desde León I (440-461) hasta 1758. Existen varias ediciones, de las que la
novissima es la de Luxemburgo 1742 ss.
110
Bullarii Romani continuatio, que abarca de 1785 a 1835 (Roma 1835-1857) 19 vols.; la otra, que abarca un
período similar, va de 1758 a 1830 (Prato 1843-1867) 14 vols.
111
BENEDICTI PAPAE XIV, Bullarium (Typis S.C.de Propaganda Fide, Romae, 1746-1757).
29
velar por la ejecución de los decretos tridentinos cuya denominación original había sido
Sagrada Congregación para la ejecución y observancia del sagrado Concilio tridentino y otras
reformas. Produjo un creciente número de decisiones que establecieron la interpretación
ordinaria de los decretos disciplinares; fue una de las principales fuentes del derecho canónico
en estos siglos lo que motivó la recopilación de sus actuaciones112.
No menos importante fue la Sagrada Congregación de Propaganda Fide que fue
elaborando un derecho misional, distinto del derecho común del Corpus, que fue igualmente
recopilada, aunque de manera parcial113. La labor de estas y otras congregaciones, además de
su importancia, ejerció un gran influjo en la codificación de 1917.
[p. 325] Las sentencias del tribunal de la Signatura Apostólica y del de la Rota Romana no
tuvieron tampoco ediciones oficiales. Hubo, sin embargo, colecciones de sentencias de la Rota
de diversos períodos; conocida es la colección debida al canonista Farinacius114. La
publicación de estas sentencias, a veces hechas individualmente por los auditores que
publicaban las redactadas por ellos, se insertó en un género que se desarrolló en la literatura
jurídica del momento, en especial las llamadas “decisiones” que eran colecciones comentadas
de sentencias de algún alto tribunal115.
b) fuentes particulares
55. Junto al derecho universal emanado de Roma, que durante este período se caracterizó por
su tendencia al centralismo, merece especial mención a nivel de derecho particular el emanado
de los concilios provinciales y sínodos diocesanos. El mismo Concilio de Trento facilitó este
tipo de asambleas al prescribir que debían reunirse cada tres años los concilios y anualmente
los sínodos116. En la práctica el deseo del concilio no fue cumplido en su integridad, pero a lo
largo de la Iglesia este tipo de asamblea alcanzó un notable desarrollo y les cupo un papel
importante en la concreción, a niveles de iglesia particular, de los decretos tridentinos. No
todos, empero, alcanzaron vigencia porque dado el sistema de relaciones Iglesia-Estado que se
112
Thesaurus Resolutionum Sacrae Congragationis Concilii (Urbino, 1739 ss), 167 vols.; abarcan desde 718 a
1908. Desde 1869 la edición de los volúmenes anuales de este Thesaurus estuvo a cargo de la Tipografía
Vaticana. PALLOTINI, Collectio omnium conclusionum et resolutionum quae in causus propositis apud Sacram
Congregationem Cardinalium S.Concilii Tridentini interpretum prodierunt ab eius institutione (Roma, 1867-
1893) abarca desde 1564 a 1860; ZAMBONI, Colectio Declarationum Sacrae Congregationis Cardinalium Sacri
Concilii Tridentini interpretum (Roma, 1812-1816) abarca el siglo XVIII y hay ediciones posteriores.
113
Collectanea S. Congregationis de Propaganda Fide (Ex Typographia Polyglotta S.C.de Prop. Fide, Romae,
1893); continuada en Collectanea S. Congregationis de Propaganda Fide (Typographia Polyglotta S. C. de
Prop.Fide, Romae, 1907).
114
Sacrae Romanae Rotae Decisiones Recentiores (Venecia, 1697 ss.). A ellas hay que agregar las series
denominadas Antiquires, Antiquae, Novae, Novissimae y Nuperrimae con todas las cuales puede cubrirse, aunque
con serias lagunas, el período comprendido entre los años 1336 y 1706.
115
Este estilo, cuyos cultores eran conocidos como “decisionistas”, es descrito así por un conocido autor
dieciochesco: "Otros escriben decisiones, dando a la estampa el caso con las alegaciones hechas por las dos partes
en controversia y los fundamentos que motivan su decisión. Así lo practica la Rota Romana. Algunos curiosos
tuvieron el cuidado de juntar a sus propios escritos, a los de otros, las decisiones correspondientes al asunto que
tratan; o de hacer separadamente volúmenes de decisiones escogidas en que también tienen mucha parte los
impresores, como nada perjudicial a su comercio. Otro modo de escribir decisiones es poniendo el caso que se
controvertió en juicio, y juntando el escritor en derecho las razones de dudar que hubo entre ambas partes, y los
fundamentos que causaron la decisión". Juan Francisco DE CASTRO, Discursos críticos de las leyes y sus
intérpretes (Madrid, 1765, 1829), p. 212.
116
Conc. Tridentino, Sesión 24 (11 nov.1563) Decretum de reformatione c.2.
30
desarrolló en la época, se exigía en algunas regiones, v.gr. América, que sus decisiones fuesen
previamente autorizadas por la autoridad regia. Buena parte de estos textos fueron publicados
en sus respectivos momentos, algunos de los cuales están siendo modernamente reeditados117.
[p. 326] 56. Fuera del ámbito eclesiástico existió todo otro conjunto de normas que regulaban
directamente materias y asuntos de la Iglesia. El sistema de relaciones Iglesia-Estado que se
desarrolló en la época y que discurrió, en general, por los cauces del regalismo, hizo que los
monarcas de la época y sus autoridades tuvieran una injerencia, mayor o menor, según las
épocas y los lugares, en la actividad de la Iglesia. Así, en el derecho creado por la autoridad
real en sus diversas manifestaciones, ya recopilaciones oficiales, ya actos particulares en
cantidad cada vez más creciente, se encuentran normas que necesariamente han de tenerse en
cuenta pues influyeron de una manera efectiva en el actuar de la Iglesia118. Entre estas normas
hay que mencionar también los concordatos firmados por la Iglesia con diversos Estados y que
normalmente fijaban el marco de actuación de las autoridades temporales frente a ella, marco
no pocas veces excedido por el actuar de los Estados119.
57. Si quisiéramos hacer un balance, tendríamos que decir, siguiendo a Maldonado120, que el
derecho canónico tridentino de los siglos XVI y XVII se caracterizó: i) por su centralismo, los
grandes legisladores son el Papa y los obispos; ii) fue un derecho ágil, que supo adaptarse a las
necesidades del momento, [p. 327] creando un derecho misional, un derecho especial para los
religiosos, un derecho concordatario; iii) espiritual, con una marcada preocupación por los
bienes sobrenaturales de los fieles y clero; y iv) separado cada vez más del derecho profano,
117
La principal colección de actas conciliares, aunque no crítica, es la de MANSI, Sacrorum Conciliorum nova et
amplissima Collectio (Florencia, 1759-1798), 31 vols., cuya edición más reciente, en 59 volúmenes, es la de Graz,
1960-1961, que es la más utilizada. Otras colecciones generales son HARDOUIN, Collectio conciliorum et epistolae
decretales ac constitutiones Summorum Pontificum (Paris, 1714-1715) 12 vols.; Labbe-Cossart-Baluze,
Sacrosancta concilia ad regiam editionem exacta studio (Paris, 1671-1672) 17 vols.; Coleti, Sacrosancta concilia
ad regiam editionem exacta (Vanecia, 1728-1733) 23 vols.; Collectio Lacencis, Acta et Decreta sacrorum
conciliorum recentiorum (Friburgo, 1870-1882). Para los concilios españoles vid. SÁENZ DE AGUIRRE, Collectio
maxima conciliorum Hispaniae atque novi Orbis (Roma, 1693-1694); J. TEJADA Y RAMIRO, Colección de
cánones y de todos los concilios de la Iglesia de España y de América (Madrid, 1849-1855) 5 vols; y más
recientemente la colección en publicación dirigida por A. GARCÍA Y GARCÍA, Synodicon Hispanum (Madrid,
1981-1993) de la que han aparecido 6 vols.
118
V. gr. el libro primero de la Nueva Recopilación (Madrid, 1567) está dividido en doce títulos cada uno de los
cuales regula las siguientes materias: tit.1, de la santa fe católica; tit.2, de la libertad y excepción de las iglesias y
monasterios y guarda de sus bienes; tit.3, de los prelados y clérigos y sus beneficios y libertades, y qué calidad han
de tener para ser naturales de estos reinos y tener beneficios en ellos; tit.4, de los clérigos de corona, solteros o
casados; tit.5, de los diezmos; tit.6, del patronazgo real y de los otros patrones y de como sólo el rey es comendero
de lo abadengo; tit.7, de los estudios generales, rector y maestrescuela, doctores y estudiantes; tit.8, de los jueces
conservadores y otros jueces eclesiásticos; tit.9, de los questores de las órdenes y de los votos de Santiago; tit.10,
de las bulas y bulas de cruzada y subsidios y comisarios y oficiales de ellas; tit.11, de los cautivos cristianos
rescatados; tit.12, de los romeros, peregrinos y pobres. Algo similar puede decirse de la Recopilación de Leyes de
Indias (1680). Vid. infra n. 167.
119
La más completa y científicamente válida colección de concordatos sigue siendo la de A. MERCATI, Raccolta
di Concordati su materie ecclesiastiche tra la Santa Sede e le autorità civili: I, 1098-1914; II, 1915-1954 (Città
del Vaticano, 1954). Para los concordatos vigentes con traducción al español C. CORRAL SALVADOR; J. GIMÉNEZ
Y MARTÍNEZ DE CARVAJAL, Concordatos vigentes. Textos originales, traducciones e introducciones (Madrid,
1981), 2 vols.
120
J. MALDONADO, Curso de derecho canónico para juristas civiles. Parte general, 2ed. (Madrid, 1975), pp.
380-381.
31
despreocupándose de temas meramente temporales y alejándose de las nuevas tendencias de la
ciencia del derecho. A partir del siglo XVIII la situación cambió; "los cambios sociales lo
desbordan y él permanece inmóvil y esclerosado, en una vana esperanza de que los cambios
sean pasajeros. La actitud nostálgica cambia a finales del siglo XIX y ello anuncia una nueva
época"121.
58. Glosadores y comentaristas habían desarrollado una forma de hacer derecho que se ha
llamado el mos italicus con la preocupación, eminentemente práctica, de hacer del derecho por
ellos estudiado un medio idóneo para solucionar los problemas jurídicos. A partir del
renacimiento, los humanistas se enfrentaron al derecho con un nuevo estilo, el mos gallicus,
más bien ajeno a la inquietud de hacer del derecho por ellos estudiado un derecho vigente122;
su pasión por lo clásico, sus métodos de trabajo -el cotejo filológico e histórico- y su afán por
reconstruir críticamente las fuentes, incorporaron una preocupación histórica en el estudio del
derecho canónico cuyos frutos fueron una vasta literatura y la edición oficial del Corpus Iuris
Canonici de los correctores romanos. En esta línea se inscribe en el siglo XVIII la
monumental edición de los concilios de Mansi (1692-1769) continuada modernamente por
Partin y Petit123.
Esta preocupación histórica se mantuvo en los siglos siguientes logrando un notable
desarrollo en el siglo XIX con la Escuela histórica del derecho. Fue, sin embargo, sólo en este
siglo, más concretamente en 1905, cuando la historia del derecho canónico alcanzó autonomía
al propugnarlo Stutz en su histórica conferencia de Bonn124, lo que se vio favorecido con el
Código de derecho canónico de 1917 en torno al cual se fue desarrollando la dogmática por
nuevos cauces metodológicos.
59. El método del comentario iniciado por los comentaristas o comentadores no desapareció
con los humanistas; siguió desarrollándose paralelamente pero incorporando elementos
nuevos: una mayor exactitud histórica bajo el influjo de los humanistas, y una mayor
preocupación por los problemas morales, quizá por la influencia de la filosofía del derecho de
la nueva escolástica que por estas épocas recibía un renovado impulso.
[p. 328] Canonistas destacados de esta tendencia fueron Agustín Barbosa (1590-1649),
natural de Portugal125, Próspero Fagnani (1588-1678), italiano126, y los españoles Manuel
González Tellez (+ c.1673)127 y Martín de Azpilcueta (1492-1586)128.
121
PRIETO, cit. (n. 10), p. 117.
122
A. GUZMÁN BRITO, "Mos italicus" y "Mos gallicus", en Revista de Derecho de la Universidad Católica de
Valparaíso 2 (1978), pp. 11-40.
123
Vid. supra n. 117.
124
Vid. supra n. 2.
125
Escribió cerca de una docena de obras, algunas de las cuales alcanzaron elevado número de ediciones lo que
prueba la estima y popularidad que alcanzó. Entre otras se pueden mencionar Iuris Ecclesiastici Universi Libri III
(Lyon, 1633, 1645, 1650, 1660, 1677, etc.); Pastoralis sollicitudines scilicet de officio et potestate episcopi
descriptio (Roma, 1632; Lyon, 1628, 1629, 1641, 1650, etc.); Pastoralis sollicitudines scilicet de officio et
potestate parochi descriptio (Lyon, 1647, 1669, 1688; Venecia, 1716-1719, etc.).
126
Doctor en ambos derechos a los 20 años, ese mismo año empezó a enseñar en la Sapienza de Roma; a los 22
años empezó a trabajar en la Curia romana, primero como secretario de la Congregación del Concilio y luego en
otros organismos. A los 44 años quedó ciego y fue entonces cuando, por encargo pontificio, escribió su famosa
obra Commentaria absolutissima in quinque libros Decretalium (Romae, 1661), 8 vols., con cuatro ediciones
32
60. Un estilo diverso cobró impulso en el siglo XVI, el de las “instituciones”. Ya hemos
hablado de Paolo Lancelotti y de la obra escrita por él, elaborando la parte que faltaba para
hacer exacto el paralelo entre el Corpus civil y el canónico: las Institutiones Iuris Canonici.
Aunque esta obrita nunca fue incorporada oficialmente al Corpus Iuris Canonici fue imitada
por muchos otros autores que, utilizando su método, elaboraron obras nuevas y sistemáticas,
de poco valor científico, pero aptas para la enseñanza del derecho de la Iglesia129.
61. En la segunda mitad del siglo XVII y en el siglo XVIII surgió un nuevo período de auge
que ha llevado a algunos a calificarlo como la segunda edad de oro de la ciencia canónica.
Quizá sea Ehrenreich Pirhing (1606-1679) el más destacado exponente; propugnador de un
tertius modus mixtus, en su obra siguió el [p. 329] orden de las Decretales pero no se limitó a
comentar sólo la materia contenida en cada uno de sus cinco libros, sino que integró en cada
uno de ellos, el contenido de las demás colecciones del Corpus, la legislación tridentina y la
posterior al concilio. El resultado fue la elaboración de magnos tratados en que se estudiaba
todo el derecho canónico; se habló de Ius ecclesiasticum universum y el método que se usaba
era una combinación del método exegético y del sistemático. El título de la obra de Pirhing,
que apareció por primera vez en Dillingen entre 1674 y 1677 es suficientemente expresivo:
Universum ius canonicum secundum titulos Decretalium distributus nova methodo
explicatum130. Otros canonistas destacados de esta tendencia fueron Anacleto Reiffenstuel
(1641-1703)131, Zeger Bernard van Espen (+1728)132 y Francisco Javier Schmalzgrueber
(1663-1735)133, cuyas obras aún hoy son de útil consulta.
33
62. La ciencia canónica no fue ajena en esta época a la evolución general de la ciencia jurídica.
Ésta, a partir del siglo XVII avanzó por los cauces de la Escuela del derecho natural
racionalista o iusracionalismo y su influjo no dejó de sentirse en la canonística. Usando
categorías iusracionalistas -como la de societas iuridica perfecta (sociedad jurídica perfecta)-
surgió una nueva tendencia entre los canonistas que perseguía preferentemente la
fundamentación del derecho canónico y que se expresó en una nueva disciplina, el ius
publicum ecclesiasticum "cuyo empeño principal será mostrar la juridicidad de la Iglesia,
basándose en el postulado de que la Iglesia es una de las especies de la sociedad perfecta -la
societas perfectas supernaturalis- y en el principio de que ubi societas ibi ius" (Molano).
Su preocupación fue la fundamentación del derecho canónico, pero lo hizo a partir de
elementos extrínsecos a él, como el derecho natural, y no basó su reflexión en el misterio
mismo de la Iglesia; esta circunstancia, unida a su carácter [p. 330] marcadamente
apologético, fueron objeto de fuerte crítica y determinaron su crisis a partir del Concilio
Vaticano II que ha propugnado, precisamente, un derecho canónico que tenga más en cuenta
el misterio de la Iglesia.
Sus primeros cultivadores fueron alemanes, siendo acogida posteriormente por los italianos
donde, encerrada cada vez más en ambientes eclesiásticos, se desvinculó de la evolución del
derecho público secular para ser usada como argumento frente al hostil liberalismo; de allí,
precisamente su carácter apologético. Representativos son los alemanes Barthel (+1711)134,
Ditterich135 y von Zallinger (1735-1813)136; los italianos Tarquini (1819-1874)137 y Liberatore
(+1892)138 y, ya en el siglo XX Cappello139 y el cardenal Ottaviani140. En América se puede
mencionar al chileno Rafael Fernández Concha (1833-1912)141 y en Ecuador a Agustín
Mauti142.
63. En el siglo XIX el derecho canónico recibió el influjo de una nueva escuela de
pensamiento, la Escuela histórica alemana. Nacida, en parte, como reacción a los excesos del
conexas con el derecho canónico. Fue autor, entre otros, del Ius ecclesiasticum universum (Lovanii, 1700). Sus
obras tuvieron gran difusión y ejercieron un gran influjo. Un discípulo suyo, Nicolás von Hontheim (alias
Febronio +1790) fundó una nueva corriente teológica-canónica, aunque heterodoxa, el febronianismo.
133
Jesuita, se doctoró en teología y en derecho canónico en Ingolstadt, y allí y en Dillingen enseñó lógica, moral
y derecho canónico. Su obra más famosa es el Ius ecclesiasticum universum (Ingolstadii-Dilingae, 1719-1728;
Roma, 1843-1845), 12 vols.
134
I. C. BARTHEL, Opera juris publici ecclesiastici ad statum Germaniae accommodata (Bamberg, 1780).
135
F. G. DITTERICH, Primae lineae iuris publici ecclesiastici (Argentorati, 1778).
136
J. VON ZALLINGER, Institutionum iuris naturalis et ecclesiastici libri quinque (Augustae Vindelicorum,
1784); EL MISMO, Institutionum juris ecclesiastici publici et privati (Augustae Vindelicorum, 1791).
137
C. card.TARQUINI, Institutiones iuris publici ecclesiastici (Roma, 1860). En 1868 se publicó la 15º edición.
138
M. LIBERATORE, Il diritto pubblico ecclesiastico (Prato, 1887), con versión francesa de A. Onclair (Paris,
1888).
139
F. M. CAPPELLO, Institutiones iuris publici ecclesiastici (Roma, 1907-1908; Torino, 1913); Summa iuris
publici ecclesiastici, 6ed. (Roma, 1954).
140
OTTAVIANI, Institutionis iuris publici ecclesiastici, 4ed. (Roma, 1958-1959).
141
R. FERNÁNDEZ CONCHA, Derecho público eclesiástico (Santiago, 1872, 1894), 2 vols. Abogado antes de
ingresar al seminario de Santiago, León XIII lo eligió obispo titular de Epifanía en 1901. Fue igualmente
Consejero de Estado. Además de la obra indicada fue autor de obras místicas y filosóficas entre las que destaca
Filosofía del derecho o Derecho natural (Santiago 1877, 1881; Barcelona 1888).
142
A. MAUTI, Elementos de derecho público eclesiástico (Quito, 1869).
34
iusracionalismo, le interesaba principalmente el derecho efectivamente vivido por las
sociedades como una manera de descubrir en el Volksgeist -el espíritu del pueblo- la
fundamentación de la ciencia jurídica. La incidencia de esta escuela en el derecho canónico
trajo como resultado la aparición de obras en las que se estudiaba todo el Kirchenrecht -el
derecho de la Iglesia- incluyéndose en ellas no sólo el derecho canónico, sino también las
normas existentes en las diversas iglesias reformadas y la legislación dictada por el Estado
para regular el hecho religioso.
Según Lombardía143 las principales características de esta escuela fueron: i) [p. 331] ser una
escuela pluralista desde el punto de vista religioso; ii) desde una perspectiva sistemática, no
siguió el orden de las Decretales, sino que, por lo general, dividió sus tratados en fuentes,
derecho constitucional y derecho administrativo; iii) finalmente, su aporte más duradero fue el
rigor en la aplicación del método histórico crítico manifestado v.gr. en la precisión en las
ediciones de fuentes; de hecho, la edición del Corpus Iuris Canonici actualmente en uso es la
elaborada por miembros de esta escuela, en concreto Emil Albert Friedberg (1857-1910)144
quien reelaboró la que, a su vez, había preparado Richter (+1864).
La influencia de la escuela alemana se dejó sentir más allá de sus fronteras nacionales;
quizá el más ilustre canonista que afuera de Alemania acogió sus enseñanzas fue el
P.Francisco Javier Wernz s.j. (1842-1914), profesor en la Universidad Gregoriana, a quien le
cupo una intensa actividad en la elaboración del Código de Derecho Canónico de 1917145.
35
complementario, de origen pontificio, que debió asumir, a veces con originalidad, las
experiencias que la Iglesia empezaba a enfrentar146. Al hacerlo, no sólo elaboró normas a
partir del derecho canónico ya existente, sino que no faltaron ocasiones en que, a partir de las
nuevas experiencias indianas, terminó enriqueciéndose el mismo derecho canónico
universal147. Con todo, la creación de un derecho indiano de corte pontificio quedó
fuertemente limitada por el régimen de patronato imperante; y también su aplicación toda vez
que empezó a exigirse el “pase regio” para que dichas normas pudieran aplicarse en Indias
(1538).
65. Sin perjuicio de la vigencia del derecho universal, surgió también en Indias un derecho
canónico particular que, especialmente a partir del Concilio de Trento, hizo aplicables a estas
peculiares realidades la legislación universal. Su principal fuente estuvo en los concilios y
sínodos que desde época temprana empezaron a celebrarse en América148.
Por diversos privilegios la Santa Sede fue ampliando los plazos establecidos en Trento149
para la reunión de los concilios provinciales150 los que, en todo caso, [p. 333] por derecho
común151 requerían la aprobación de la Santa Sede y por disposiciones reales152 la del Consejo
de Indias. No se varió, en cambio, la disciplina referida a los sínodos diocesanos los cuales
sólo necesitaban la aprobación de la correspondiente autoridad civil local153. Bien puede
146
F. J. HERNAEZ, Colección de bulas, breves y otros documentos relativos a la Iglesia de América y Filipinas
(Bruselas, 1879), 2 vols.; B. DE TOBAR, Compendio bulario indico 1 (Sevilla, 1954); 2 (Sevilla, 1966).
Últimamente J. METZLER (ed.), America Pontificia primi saeculi evangelizationis 1493-1592. Documenta
pontificia ex registris et minutis praesertim in Archivo Secreto Vaticano existentibus (Città del Vaticano, 1991), 2
vols.; EL MISMO, America Pontificia, III: Documenti pontifici nell'Archivio Segreto Vaticano riguardanti
l'evangelizzazione dell'America: 1592-1644 (Città del Vaticano, 1995).
147
Es lo que sucede, por ejemplo, con la definitiva configuración de los privilegios paulino y petrino. Cf. F.
AZNAR, La introducción del matrimonio cristiano en Indias: aportación canónica (s.XVI) (Universidad Pontificia,
Salamanca, 1985); EL MISMO, El matrimonio en Indias. Recepción de las Decretales X 4.19.7-8, en REHJ. 11
(1986), pp. 13-42.
148
Una nómina de los concilios y sínodos indianos en A. GARCÍA Y GARCÍA, Para una interpretación de los
concilios y sínodos, en Juan GARCÍA DE PALACIOS, Sínodo de Santiago de Cuba de 1681 (Sínodos Americanos 1,
Madrid-Salamanca, 1982), pp. xxi-xxiv como introducción a toda la serie, ahora en EL MISMO, Iglesia, sociedad y
derecho (Salamanca, 1985), I, pp. 384-386. Hasta hace pocos años era difícil el acceso a estas fuentes, muchas de
las cuales fueron publicadas en su época, pero en la actualidad muchos de estos sínodos están siendo
modernamente reeditados; la primera iniciativa en este sentido fue la del Centro Intercultural de Cuernavaca -
México- conocido con la sigla CIDOC. Otra iniciativa fue la colección Sínodos Americanos publicada en España
bajo la dirección de A. García y García y H. Santiago Otero. Una nómina completa de los concilios y sínodos
publicados en ambas colecciones y la más reciente literatura sobre ellos en C. SALINAS ARANEDA; A. GARCÍA Y
GARCÍA, Una década de bibliografía sobre el derecho canónico indiano, en REDC. 51 (1994), pp. 689-692 y en
C. SALINAS ARANEDA, El derecho canónico indiano en la bibliografía de una década: apuntes para un balance,
en REHJ. 16 (1994), pp. 164-169.
149
Vid. supra párrafo 55.
150
Se concedió por la Santa Sede en un primer momento que se celebraran cada quinquenio, plazo que se
extendió a siete años por breve de Gregorio XIII de 15 de abril de 1583; y a doce por breve de Paulo V de 7 de
diciembre de 1610, expedido a instancias del rey de España y que se recoge en RI. 1.8.1.
151
Decreto de Graciano D. 17 c.1-7; SIXTO V, const.Immensa, de 3 de febrero de 1587.
152
Felipe II, real cédula de 31 de agosto de 1560 recogida en RI. 1.8.6.
153
Salvo que "de ellos resultare haber alguna cosa contra nuestra jurisdicción y patronazgo real, u otro
inconveniente notable", en cuyo caso debían suspender su ejecución y enviarlo al Consejo de Indias quien debía
proveer lo conveniente (RI. 1.8.6). La misma Recopilación recuerda a los arzobispos y obispos que han de
celebrar sínodo anualmente, en RI. 1.8.3.
36
decirse, en consecuencia, que se fue creando por vía indirecta toda una legislación diocesana
que tiene origen real.
De estos sínodos se ha escrito que "no son mayormente novedosos por cuanto se refiere a la
disciplina de los clérigos y religiosos. Bajo este aspecto reflejan, salvo raras excepciones, el
tradicionalismo, la meticulosidad y el rigor tridentinos y, en definitiva, medievales... La gran
novedad de los sínodos americanos radica en todo lo relacionado con el problema misional y
trato que había que dar a los indios. Bajo este aspecto, bien se puede afirmar que no había
precedentes tridentinos ni medievales"154.
Otra fuente importante de este derecho particular indiano fueron los autos de visita dictados
por los obispos o los visitadores con ocasión de las visitas a sus obispados. Se trata, sin
embargo, de una fuente que está apenas estudiada155.
66. Además de su vigencia en el ámbito eclesial, el derecho canónico era uno de los dos
principales integrantes del ius commune, por lo que igualmente su vigencia se proyectaba
hacia el ordenamiento secular. En efecto, de acuerdo con la doctrina común, el derecho
canónico tenía una aplicación subsidiaria si la materia, siendo sólo del fuero secular, no
encontraba regulación en el derecho real al que se recurría primeramente a título de
principal156.
El tema, sin embargo, no fue pacífico, pues se discutía si en defecto del derecho real debía
acudirse al derecho canónico o al derecho romano, discusión que iniciada en Castilla se
proyectó también a Indias. La mayoría de los juristas caste- [p. 334] llanos se inclinó por dar
preferencia subsidiaria al derecho canónico por sobre el derecho romano, solución que
adoptaron expresamente para Indias algunos juristas, de manera que a falta de derecho real en
Indias -indiano o castellano- se acudía subsidiariamente al derecho canónico157.
Esta misma condición de ser uno de los principales integrantes del ius commune hizo que el
derecho canónico fuera enseñado en las universidades y formara parte de la educación que
recibían los juristas civiles158. Es por lo que frecuentemente se encuentran obras canónicas en
las bibliotecas de los juristas de la época159.
154
GARCÍA Y GARCÍA, Para una, cit. (n. 148), pp. 386-387. A. ESPONERA, ¿Los concilios provinciales
americanos realizaron una recepción creativa de Trento?, en Los sínodos diocesanos del Pueblo de Dios. Actas
del V Simposio de Teología Histórica (Valencia, 1989), pp. 345-354. La realidad de esta afirmación en Chile en
C. SALINAS ARANEDA, La protección jurídica de la persona en los sínodos chilenos del período indiano (siglos
XVII y XVIII), en RChHD. 16 (1990-1991), pp. 169-192.
155
Vid. infra n. 235.
156
Esta doctrina remonta a Bartolo y Baldo. Vid. U. WOLTER, Ius canonicum in iure civili (Köln-Wien, 1975),
pp. 43 ss. cit. por A. GUZMÁN BRITO, Andrés Bello codificador. Historia de la fijación y codificación del derecho
civil en Chile (Santiago, 1982), I, p. 51 n. 68, a quien sigo en estas consideraciones.
157
V. gr. Juan del Corral Calvo de la Torre, jurista platense y oidor de la audiencia de Chile, en J. DEL CORRAL,
Commentaria in libros Recopilationis indiarum, lib.2, tit.1, Párr.45 (Matriti, 1756), III-IV, p. 23, cit. por GUZMÁN,
Ibíd., n. 70.
158
Hay quien sostiene que la primera clase de derecho impartida en Indias fue de derecho canónico. En efecto, el
25 de enero de 1553, día en que se conmemora la conversión de San Pablo, se hizo la solemne apertura de la
Universidad de México, de la que el apóstol había sido declarado patrono. Cinco meses después, el 3 de junio de
ese año se inauguraron los cursos con una ceremonia académica y dos días después los maestros dieron sus
primeras lecciones, correspondiendo la primera al catedrático de prima de cánones. Con todo, si no fue la primera
clase de derecho en Indias, al menos parece que lo fue en dicha universidad.
159
V. gr. J. BARRIENTOS GRANDÓN, La cultura jurídica en la Nueva España (Unam, México, 1993). Vid. infra
n. 236.
37
67. Hay todavía otro ámbito en que el derecho canónico ocupará un lugar de importancia
frente al tema indiano. Cuando en el universo jurídico europeo empezaba a proyectarse el
humanismo, en las penínsulas de Italia y de España se produjo un renacer de la escolástica
medieval, que se presentaba amoldada a los nuevos tiempos y que es conocida como la
“segunda escolástica”. Su arco cronológico abarca el siglo XVI hasta bien entrado el XVII y
muy ligado a este renacer está el florecimiento del tomismo. Entre los iniciadores de la
segunda escolástica pueden situarse el cardenal Cayetano, Tomás de Vio (1468-1534) o
Conrado Koellin (+1537). Pero fue en España donde se encontraron los autores más
importantes: un grupo de teólogos que, con algunos juristas, formaron lo que un autor ha
llamado los Magni hispani160, los teólogos juristas del siglo XVI o Escuela española del
derecho natural161.
[p. 335] El movimiento fue iniciado por Francisco de Vitoria (1492-1546) y llegó a su
culminación con Francisco Suárez (1548-1617). Entre los juristas no pueden silenciarse
autores de la talla de Fernando Vázquez de Menchaca (1512-1569), Diego de Covarrubias y
Leyva (1512-1577) o Martín de Azpilcueta (1492-1596).
Vitoria era profesor en la Universidad de Salamanca, donde llegaban todas las inquietudes
del Nuevo mundo, por lo que fue un testigo privilegiado de lo que estaba sucediendo en
Indias: el derecho común se mostraba insuficiente, y en ocasiones injusto, para asumir las
nuevas realidades; se trataba de un derecho concebido para un mundo entendido como la
“cristiandad” en que, no obstante las diferencias, todos compartían la misma fe, y que ahora
pretendía aplicarse en un mundo donde esa igualdad se había quebrado. Impulsado por la
necesidad de solucionar los problemas surgidos con la conquista, se trataba ahora de buscar
principios e instituciones que permitiesen la convivencia de pueblos con fe diferente:
cristianos y no cristianos; un derecho superior de carácter puramente racional.
Este afán de buscar soluciones que iluminasen los problemas de la conquista a partir de un
derecho común de carácter iusracionalista dio origen a una rama que podemos considerar
propiamente “indianista”: integrada por discípulos de los maestros salmantinos, destacaron en
América en la cátedra de las nacientes universidades y en el gobierno espiritual o civil, el
jesuita José de Acosta en Lima, el agustino Alonso de la Veracruz en México (1507-1584), su
hermano de hábito y después obispo Juan de Zapata y Sandoval (+1630), el también agustino
y obispo Luis López de Solís. Estos y muchos más trataron de llevar a la práctica los
160
J. KÖHLER, Die spanischen Naturrechts-lehrer des 16.Jahrhunderts, en Archiv für Rechts und
Wirtschaftsphilosophie 10 (1916-1917), pp. 235 ss., cit. por J. HERVADA, Historia de la ciencia del derecho
natural (Pamplona, 1987), p. 217 n. 485.
161
Para una visión de conjunto de la escuela española: G. GIACON, La seconda Scolastica (Milano, 1943-1950),
3 vols.; F. AMBROSETTI, Il diritto naturale della Riforma Cattolica (Milano, 1951); La seconda scolastica nella
formazione del diritto privato moderno, en Quaderni per la Storia del Pensiero Giuridico Moderno 1 (Milano
1973); V. CARRO, La teología y los teólogos-juristas españoles ante la conquista de América (Madrid, 1944), 2
vols.; H. THIEME, La significación de los grandes juristas y teólogos españoles del siglo XVI para el
descubrimiento del derecho natural, en Revista de Derecho Privado 38 (1954), pp. 597-617; EL MISMO, La
significación de la escolástica tardía española para la historia del derecho natural y del derecho privado, en
Anuario de la Asociación Francisco de Vitoria 17 (1969-1970), pp. 61 ss.; F. TODESCAN, Lex, natura, beatitudo.
Il problema della legge nella scolastica spagnola del secolo XVI (Padova, 1973); J. CORTS GRAU, Los juristas
clásicos españoles (Madrid, 1948); J. M. RODRÍGUEZ PANIAGUA, La caracterización del derecho natural y del de
gentes por los autores de la escuela española, en Anuario de Filosofía del Derecho 7 (1960), pp. 189 ss.; H.
COING, Handbuch der Quellen und Literatur der Neueren Europäischen Privatrechtsgeschichte (Munich, 1977),
II, pp. 999-1033.
38
principios que habían aprendido en las aulas peninsulares162. La condición de clérigo de
muchos de ellos les permitió, a través de los sínodos y concilios de la iglesia en Indias,
desarrollar, contrastar y adecuar lo que habían aprendido de sus maestros, revisando las
instituciones más importantes que condicionaron y dominaron durante la primera conquista.
Todo este proceso de reflexión ha sido considerado "una de las páginas más luminosas para la
filosofía de la historia americana"163 y en ella los canonistas y el derecho canónico ocuparon
un lugar de honor164.
68. Junto a las normas emanadas en el ámbito propiamente canónico hay que agregar en Indias
las normas reales que abordan en forma explícita el tema eclesial. [p. 336] En efecto, como ya
lo señalamos165, las especiales relaciones Iglesia-Estado que se dan durante este tiempo
permitieron que los Estados elaboraran normas para regular los más diversos aspectos de la
vida de la Iglesia. Para Indias esto tuvo una especial significación desde los primeros años,
pues en virtud de la bula Universalis Ecclesiae regimini (1508)166 Julio II (1503-1513)
concedió a los reyes castellanos el patronato real, lo que significó no sólo el derecho de
presentación de obispos y altos dignatarios eclesiásticos sino también y en virtud de otros
privilegios, el derecho de cobrar los diezmos. Como contrapartida la Corona asumió la
obligación de mantener y dotar a la Iglesia de lo necesario para el cumplimiento de sus tareas
espirituales.
Existe, pues, una abundante legislación real relativa a lo eclesial, un buen ejemplo de lo
cual es el libro primero de la Recopilación de Leyes de Indias167; esta preocupación de la
Corona por la difusión de la fe como el primero y principal fin del gobierno temporal de las
tierras y pueblos de ultramar, al que había de subordinarse todo lo demás, ha llevado a algún
autor a calificar al Estado español de esta época como un auténtico Estado misional168.
162
C. SALINAS ARANEDA, El iusnaturalismo hispano-indiano y la protección jurídica de la persona, en Anuario
Mexicano de Historia del Derecho 6 (1994), pp. 219-237.
163
L. PEREÑA, Carta Magna de los indios (Salamanca, 1987), p. vi.
164
Para la bibliografía abundante que hay sobre este tema publicada en los últimos años vid. SALINAS; GARCÍA Y
GARCÍA (n. 148), pp. 677-686; SALINAS ARANEDA, El derecho, cit. (n. 148), pp. 154-164.
165
Cf. supra párrafo 47.
166
Su texto ahora en METZLER, America pontificia, cit. (n. 46), I, pp. 104-107. Sobre el regalismo indiano vid.
A. DE LA HERA, El regalismo borbónico y su proyección indiana (Madrid, 1963); la más reciente bibliografía
sobre el tema en SALINAS; GARCÍA Y GARCÍA, cit. (n. 148), pp. 708-711 y en SALINAS ARANEDA, El derecho, cit.
(n. 148), pp. 188-192.
167
Está compuesto de 24 títulos que se refieren a las siguientes materias: tit.1, De la Santa Fe Católica; tit.2, De
las iglesias catedrales y parroquiales; 3, De los monasterios de religiosos y religiosas, hospicios y recogimientos
de huérfanas; tit.4, De los hospitales y cofradías; tit.5, De la inmunidad de las iglesias y monasterios y que en esta
razón se guarde el derecho de los reinos de Castilla; tit.6, Del patronazgo real de las Indias; tit.7, De los
arzobispos, obispos y visitadores eclesiásticos; tit.8, De los concilios provinciales y sinodales; tit.9, De las bulas y
breves apostólicos; tit.10, De los jueces eclesiásticos y conservadores; tit.11, De las dignidades y prebendados de
las iglesias metropolitanas y catedrales de las Indias; tit.12, De los clérigos; tit.13, De los curas y doctrineros;
tit.14, De los religiosos; tit.15, De los religiosos doctrineros; tit.16, De los diezmos; tit.17, De la mesada
eclesiástica; tit.18, De las sepulturas y derechos eclesiásticos; tit.19, De los tribunales del santo oficio de la
inquisición y sus ministros; tit.20, De la santa cruzada; tit.21, De los cuestores y limosnas; tit.22, De las
universidades y estudios generales y particulares; tit.23, De los colegios y seminarios; tit.24, De los libros que se
imprimen y pasan a las Indias. La legislación que la corona española dictó para Indias puede verse reseñada en A.
PÉREZ MARTÍN; J. M. SHOLZ, Legislación y jurisprudencia en la España del antiguo régimen (Valencia, 1978).
168
B. BRAVO LIRA, La epopeya misionera en América y Filipinas: contribución del poder temporal a la
evangelización, en PONTIFICIA COMMISSIO PRO AMERICA LATINA, Historia de la evangelización de América.
Trayectoria, identidad y esperanza de un continente (Ciudad del Vaticano, 1992), pp. 65-75. Suyas son estas
39
[p. 337] VI. LA SÍNTESIS CODIFICADORA: EL CODIGO DE DERECHO CANÓNICO DE 1917
1. Marco histórico
palabras: "Si dentro de la historia de la Iglesia, la Edad Moderna es una etapa de expansión sin paralelo, en la que
la difusión de la fe fuera de Europa hace brillar su catolicidad de un modo hasta entonces inédito, ello se debe, en
no poca parte, a la contribución que prestaron las monarquías española y portuguesa a la evangelización de los
pueblos indígenas de América y Filipinas. En este sentido, pese a los defectos y limitaciones de toda obra humana,
la forma en que por más de tres siglos colaboraron allí los dos poderes, espiritual y temporal, en la tarea
evangelizadora, merece ser tenida como una de las más fructuosas que la Iglesia ha conocido en sus dos mil años
de existencia".
169
LOMBARDÍA, cit. (n. 8), pp. 123-126.
40
al influjo de una educación irreligiosa o de una propaganda que presentaba a la Iglesia como
defensora del orden periclitado y enemiga del progreso político y social.
71. Todos estos hechos conducen, en palabras del mismo Lombardía170, a un "laborioso y
complejo proceso" y a una situación que describe así:
i) la jerarquía eclesiástica, abandonando aquellas posiciones que le habían atribuido de
hecho una notable influencia en el orden temporal, queda casi exclusivamente circunscrita a
una tarea estrictamente espiritual; es decir, al gobierno de los fieles en lo que se refiere a los
asuntos del orden interno de la Iglesia.
ii) consolidada la idea de que el Estado es fuente de Derecho, de cuyo poder vinculante
deriva la eficacia de cada ordenamiento jurídico, el derecho canónico deja de ser un orden
jurídico para el mundo (Radbruch), para limitarse a ser la regulación del orden interno de la
Iglesia. Este hecho, especialmente en las primeras etapas de la transformación, colocó a la
Iglesia en una situación muy difícil puesto que, de hecho, la libertad de la Iglesia para el
desenvolvimiento de su tarea espiritual quedó a merced de la voluntad del legislador estatal.
Esto dio lugar a una de las grandes cuestiones de este período cual fue la de las relaciones
entre los ordenamientos jurídicos seculares y el ordenamiento canónico; las soluciones
técnicas fueron diversas en la medida que fueron variando las ideologías y los acontecimientos
históricos.
iii) la Iglesia, al abandonar prácticamente todas las posiciones a través de las cuales su
jerarquía podía influir en la formación del derecho profano o en la configuración de las
instituciones políticas o sociales, no podía, sin embargo, desentenderse de su deber de valorar
a la luz del mensaje evangélico todas las facetas de la vida humana. Lo hizo a través de la
formación de la conciencia de los fieles mediante su actividad de “Magisterio” cuyas fuentes
fundamentales fueron dos concilios ecuménicos -Vaticano I y Vaticano II- y numerosos
documentos de los Pontífices Romanos171.
72. Hemos dicho que la fijación del derecho constituye una tendencia observable a lo largo de
la historia jurídica occidental. El siglo XIX fue el marco cronológico en que se desarrolló la
última de las formas de fijación del derecho que hasta el momento se ha producido: la
“codificación”. Nacida en la segunda mitad del siglo XVIII con algunos códigos publicados en
dicha centuria172, se consolidó como forma fijadora con el Código civil de Napoleón (1804) y
el código austriaco (1811). A partir de entonces y a lo largo de todo el siglo los códigos
empezaron a multiplicarse. En Chile el Código civil, uno de los mejores códigos
170
LOMBARDÍA, cit. (n. 8), pp. 125-126.
171
Para los textos del Concilio Vaticano I en castellano vid. supra n.105. Los textos del Concilio Vaticano II han
sido editados muchas veces en castellano; la más conocida es la edición de la Bac en edición latina y castellana o
sólo en castellano la última de las cuales es de 1993. Para el magisterio pontificio vid. S. MUÑOZ IGLESIAS (ed.),
Doctrina Pontificia, I: Documentos bíblicos (BAC 136, Madrid, 1955); J. L. GUTIÉRREZ (ed.), Doctrina
Pontificia, II: Documentos políticos (BAC 174, Madrid, 1958); J. L. GUTIÉRREZ (ed.), Doctrina Pontificia, III:
Documentos sociales (BAC 178, Madrid, 1959); J. L. GUTIÉRREZ (ed.), Doctrina Pontificia, V: Documentos
jurídicos (BAC 194, Madrid, 1960). Últimamente F. GUERRERO, El magisterio pontificio contemporáneo.
Colección de encíclicas y documentos desde León XIII a Juan Pablo II (BAC maior 38-39, Madrid, 1991-1992), 2
vols.; J. A. MARTÍNEZ PUCHE (ed.), Encíclicas de Juan Pablo II (Madrid, 1993).
172
V. gr. el Allgemeines Landrecht für die Königlich-Preussischen Staaten, el Código civil prusiano de 1794.
41
decimonónicos, fue promulgado en 1855 iniciándose un proceso codificador que, pasando por
los códigos de comercio (1865) y penal (1874), culminó a principios de este siglo con los de
procedimiento civil (1902) y procedimiento penal (1906).
Diversos elementos configuraron el movimiento codificador. Guzmán173 los ha sintetizado
en: i) una filosofía: el yusnaturalismo racionalista; ii) un material de derecho al cual dicha
filosofía se aplicó: el derecho romano yusnaturalista; y iii) una forma de presentar el resultado
de esa síntesis filosófico-jurídica: el sistema axiomático de tipo matemático.
El éxito de la codificación expresado en la acogida que tuvieron los códigos
yusracionalistas fue indudable. Y no podía ser menos: como el mismo Guzmán174 ha señalado,
"dejando a un lado todos los aspectos propiamente filosóficos y materiales, a los cuales ese
éxito se vincula específicamente, un derecho que se presentaba con el ropaje de la lógica y de
las matemáticas, a partir de definiciones y desarrollado en proposiciones concatenadas, tenía
que mostrarse como superior a un derecho fragmentario, casuístico, empírico, atiborrado de
opiniones y pareceres, basado en la discusión dialéctica, como era el derecho romano común y
el propio de cada país. Certeza, claridad, fijeza, eran ideales que la forma de concebir el
derecho alcanzada por los yusnaturalistas satisfacían plenamente".
73. El derecho canónico, lo hemos visto, no era ajeno a este estado de cosas que la
codificación había venido a superar. El Corpus Iuris Canonici constituía la fuente más
importante del derecho de la iglesia, pero a él se habían ido agregando nuevos textos que con
el tiempo habían ido adecuando ese derecho medieval a las necesidades de las nuevas épocas.
Un postulatum de los obispos franceses durante el Concilio Vaticano I resulta en este sentido
revelador175: "Es una cosa muy evidente y reconocida desde hace mucho tiempo por todos y
por todas partes [p. 340] reclamada que es necesario y muy urgente un examen y una
refundición del derecho canónico. Porque, como consecuencia de los grandes y numerosos
cambios sobrevenidos en las circunstancias y en la sociedad humana, muchas leyes han
llegado a ser inútiles o inaplicables o muy difíciles de observar. Se duda, incluso, si numerosos
cánones se encuentran aún en vigencia. En fin, a lo largo de tantos siglos el número de leyes
eclesiásticas ha crecido de tal manera y ellas forman un tal cúmulo de colecciones que, en
cierto sentido, podemos decir que estamos aplastados por las leyes. A consecuencia de esto el
estudio del derecho canónico está lleno de dificultades inextricables y casi infinitas; el más
vasto campo está abierto a las controversias y procesos; las conciencias están oprimidas por
miles de angustias y empujadas al menosprecio de la ley". En suma, era problemático conocer
y observar la ley no sólo por los interesados, sino también por los responsables de la disciplina
eclesiástica y los mismos estudiosos.
74. El Concilio Vaticano I, que inició sus trabajos en 1869 y los interrumpió al año siguiente,
no tocó directamente el tema. Pero en él se escucharon voces que pedían una solución a tal
estado de cosas, v.gr.el episcopado napolitano, grupos de obispos franceses, alemanes,
canadienses, belgas y de la Italia central. No todos coincidían, sin embargo, en la manera de
dar esa solución. Mons.Dupanloup, obispo de Orleans, proponía una refundición del derecho
173
A. GUZMÁN BRITO, La fijación del derecho (Valparaíso, 1977), pp. 53-90.
174
Ibíd. p. 79.
175
Su texto en francés en P. ANDRIEU-GUITRANCOURT, Introduction a l'étude du droit en général et du droit
canonique contemporain (Paris, 1963), pp. 875-876.
42
canónico176; en sentido parecido, los obispos de Quimper, Ratisbona y el cardenal arzobispo
de Praga pedían una colección de cánones conteniendo las leyes en vigor en la iglesia
universal177. Seguían, pues, en la línea fijadora multisecular de las colecciones.
En cambio, los obispos franceses ya aludidos, quizá influidos por el prestigio alcanzado por
el Code civil de Napoleón, postulaban un "corpus iuris dividido en títulos, capítulos y
artículos, siguiendo un orden sistemático". No fueron los únicos; estos nuevos cuerpos
fijadores que con tanto éxito se consolidaban en el derecho secular, necesariamente tenían que
llamar la atención de los juristas de la iglesia. La petición más clara en este sentido fue la de
un grupo de 33 padres [p. 341] conciliares que el 19 de febrero de 1870 por primera vez
hablaban expresamente de un Codex iuris canonici178.
Pero la idea de codificar el derecho canónico según la moderna técnica codificadora no fue
recibida con unánime entusiasmo. Se le criticaba que los presupuestos filosóficos e
ideológicos que animaban las codificaciones seculares no eran siempre conciliables con el
mensaje evangélico y aceptar la codificación, necesariamente implicaba aceptar dichos
presupuestos. Por otra parte, la masa de fuentes existentes y el confuso estado en que se
encontraban, se decía, hacían prácticamente imposible una empresa tal.
Estas críticas, sin embargo, carecían de fundamento como la misma realidad se encargó de
mostrarlo. De hecho, a partir de 1811 con la aparición del Allgemeines Bügerliches
Gesetzbuch austriaco -Código civil austriaco- la codificación tendió a "dejar de ser un
problema de ideología para transformarse en una solución técnica, definitivamente recibida y
adquirida, independiente de los supuestos espirituales que la habían originado: pasa a ser una
manera de presentar lo jurídico considerada técnicamente superior"179. Por su parte, no
faltaron los intentos prácticos hechos por autores particulares que presentaron en forma de
código moderno materias propiamente canónicas como una manera de probar que la
codificación del derecho de la Iglesia no era tarea imposible. Destacaron Deshayes180 y
Pillet181 entre los ensayos de carácter general y J. Cadena y Eleta y G. Peries entre los intentos
referidos a aspectos parciales, en concreto, la materia procesal.
176
Según este obispo, el próximo Concilio (Vaticano I) podría "realizar o al menos preparar una refundición de
derecho canónico el cual, evidentemente, no está en relación con el nuevo derecho religioso y político de Europa y
del mundo católico. Esto es de una necesidad capital... Probablemente el Concilio no podría hacer él mismo el
trabajo de revisión, el que demandaría mucho tiempo y de hombres especialistas, pero podría señalar algunas
reglas generales y abrir el camino". Cit. por ANDRIEU-GUITRANCOURT, cit. (n. 175), p. 875.
177
Escribía el cardenal Schwarzenberg, arzobispo de Praga: "Para que una ley sea observada es necesario que se
sepa con exactitud si existe. Ahora bien, si el corpus contiene muchas leyes todavía en vigor, él incluye otras que
han sido abrogadas por leyes posteriores o por la costumbre. Más aún, las leyes de estos últimos siglos están
dispersas en innumerables constituciones y decisiones y resulta muy difícil, incluso a los más sabios, conocerlas
bien. Sería pues, necesario que el próximo Concilio confíe o pida a la Santa Sede que confíe a algunos canonistas
célebres el encargo de revisar las leyes de la Iglesia para hacer una colección de cánones que contenga las leyes en
vigor en la Iglesia universal. La Santa Sede la aprobaría posteriormente y haría publicar esta colección", cit. por
ANDRIEU GUITRANCOURT, cit. (n. 175), p. 875.
178
ANDRIEU-GUITRANCOURT, cit. (n. 75), p. 876. A. MOTILLA, La idea de codificación en el proceso de
formación del Codex de 1917, en Ius Canonicum 28 (1988), pp. 681-720.
179
GUZMÁN, La fijación, cit. (n. 173), p. 54.
180
F. DESHAYES, Memento juris ecclesiastici (Paris, 1897). Vid. las palabras de felicitación que le dirigió León
XIII en ANDRIEU-GUITRANCOURT, cit. (n. 175), p. 878 n.1.
181
A. PILLET, Jus canonicum in articulos distributum (Paris, 1890).
43
Durante el pontificado de León XIII nada oficial se hizo sobre el tema, aun cuando se ha
señalado que León XIII y el cardenal Rampolla habían preparado un proyecto de
codificación182. Fue su sucesor, san Pío X, quien asumió la codificación del derecho canónico.
75. Sólo meses después de su elección, el 19 de marzo de 1904, mediante el motu proprio
Arduum sane munus, Pío X creaba una comisión pontificia encargada de asumir la
codificación del derecho de la Iglesia. Días después, el 11 de abril, una instrucción señalaba a
los miembros de la comisión el trabajo que debían realizar y el espíritu que debía presidirlos;
expresamente quedaba recogida aquí la idea codificadora: "El rol de los redactores consiste en
buscar con afán en el Corpus Iuris, en el Concilio de Trento, en las actas de los soberanos
pontífices, en las decisiones de las Congregaciones romanas y de los tribunales eclesiásticos,
las leyes aún en vigencia y reducirlas a cánones. Estos cánones no contendrán [p. 342] más
que lo dispositivo de la ley y podrán ser subdivididos en parágrafos si esto parece útil". Se
pedía, además, expresar la ley en los mismos términos empleados en los documentos,
cuidando en ser breves y claros. Tratándose de cuestiones controvertidas entre los canonistas
debía proponerse una solución definida y, si era útil o necesario cambiar el derecho vigente,
debía proponerse el nuevo canon con la debida justificación.
En carta que por estos mismos días se enviaba a los rectores de las universidades católicas -
6 de abril de 1904- pidiendo el concurso de sus profesores se agregaba, con mayor claridad,
que "la intención de Su Santidad es distribuir metódicamente todo el derecho canónico en
cánones o artículos a la manera de los códigos modernos". Quedaba claro que lo que se hacía
era una nueva síntesis del derecho canónico, utilizando ahora la moderna técnica codificadora.
A diferencia de lo que había sucedido con la elaboración de las Decretales que, como
hemos visto, Gregorio IX encargó a un solo compilador, san Raimundo de Peñafort, el Código
fue obra de muchos; san Pío X quiso asociar en esta empresa al episcopado del mundo entero
y también a las universidades católicas. Así, el Código fue a la vez expresión de la tradición,
en la que Pío X quiso que se inspirasen fielmente, y resultado del esfuerzo asumido en común
entre hombres de estudio y hombres de experiencia. Se calcula en aproximadamente cinco mil
el número de personas que fueron consultadas. No sin razón se ha dicho que el trabajo de
consulta a los obispos fue como un concilio ecuménico por correspondencia. Entre los
consultores se encontraba el sacerdote chileno Pedro Armegol Valenzuela Poblete (1843-
1922) que en esos años era ministro general de la Orden de la Merced y después obispo de
Ancud. El alma de la codificación fue el cardenal Pedro Gasparri que había sido profesor de
derecho canónico en el Instituto Católico de Paris; el plan que se siguió fue, en general, el de
las Institutiones canónicas que, a partir de Lancelotti habían tenido tanto éxito en la literatura
canónica.
Mientras se desarrollaba el trabajo de las comisiones, algunas de las reformas que se habían
ido introduciendo parecieron lo suficientemente útiles como para ponerlas en vigor antes de la
terminación del Código. Entre ellas podemos mencionar la constitución Vacante Sede
Apostolica, de 25 de diciembre de 1904, relativa a la elección del Papa y a la administración
de la Santa sede durante la vacancia183; la constitución Sapienti Concilio, de 29 de junio de
1908, reorganizando la Curia romana; la constitución Promulgandi, de 29 de septiembre de
1908, instituyendo el boletín oficial de la Santa sede, Acta Apostolicae Sedis, y el decreto Ne
temere, de 2 de agosto de 1907, sobre la forma del matrimonio.
182
ANDRIEU-GUITRANCOURT, cit. (n. 175), p. 878, quien agrega que este dato hay que tomarlo con precaución.
183
Se incluyó como documento al final del Código de 1917.
44
Durante trece años se trabajó arduamente, revisando con detalle una masa impresionante de
documentos que se había ido acumulando desde el siglo XVI; casi seiscientos años de leyes,
decretos, cánones, costumbres y usos debieron ser [p. 343] inventariados, clasificados,
examinados, comparados y escogidos en función de su vigencia y utilidad184. La tarea,
inmensa, culminó el día de Pentecostés de 1917, 27 de mayo, cuando Benedicto XV, mediante
la constitución Providentissima mater Ecclesiae185 promulgó el Código de Derecho Canónico.
Su vigencia se retrasó hasta la fiesta de Pentecostés del año siguiente, 19 de mayo de 1918;
pero algunas prescripciones del Código fueron inmediatamente aplicables, accediendo el Papa
a la petición que, en este sentido, le habían dirigido numerosos obispos: entre ellas, v.gr. las
normas sobre ayuno y abstinencia, el nuevo catálogo de fiestas de precepto, algunas facultades
de los obispos, etc.
76. El código fue el cuerpo legal de la Iglesia latina; un todo orgánico, universal y exclusivo,
con las solas excepciones establecidas en el mismo. Comprendía 2.414 cánones distribuidos
en cinco libros: el primero, dedicado a las normas generales que están en la base de toda
legislación y, en particular, de la canónica; el segundo, a las personas, dividido en tres partes
referidas, respectivamente, a los clérigos, religiosos y laicos. El libro tercero, destinado en
principio a las cosas, era un conglomerado en que se agrupaban las normas referidas a los
sacramentos, lugares y tiempos sagrados, culto divino, magisterio eclesiástico, beneficios y
bienes. El libro cuarto se encargaba de los procesos y el quinto de los delitos y las penas.
Concluía con ocho documentos de diversos pontífices que no se incorporaron al Codex186.
Este simple enunciado permite advertir una de las notas del texto codicial: en un solo
Código se regulaba lo que en los derechos estatales era objeto de varios. Otra nota significativa
fue que el Código no hizo tabla rasa del derecho anterior; él mismo señalaba en su canon 6 que
"el Código conserva en la mayoría de los casos la disciplina hasta ahora vigente, aunque no
deja de introducir oportunas variaciones". De allí que "en la duda de si alguna prescripción de
los cánones [p. 344] discrepa del derecho antiguo, no hay que separarse de éste" (canon 6 nº
4). Fue éste, sin duda, uno de sus méritos, pero fue quizá su mayor debilidad.
En efecto, el Código de 1917 nació mirando al pasado, en momentos en que las
circunstancias históricas se sucedían con una rapidez hasta entonces desconocida. No fue
necesario que pasaran muchos años para que esto se hiciera sentir. Problema de vejez que se
acentuó con otro, el del inmovilismo. Como lo ha señalado Lombardía187, el Código se aplicó
184
Se hizo una edición del Código anotada con las fuentes: Codex Iuris Canonici Pii X Pontificis Maximi iussu
digestus Benedicti Papae XV auctoritate promulgatus. Praefatione, fontium annotatione et indice analytico-
alphabetico ab em.o Petro card.Gasparri auctus (Romae, 1917). El mismo cardenal Gasparri editó las fuentes:
Codicis Iuris Canonici Fontes cura Em.i Petri card.Gasparri (Romae, 1933-1962), 9 vols.
185
Acta Apostolicae Sedis (= AAS.) 9 (1917), pp. 5-8 = X. OCHOA (ed.), Leges Ecclesiae post Codicem iuris
canonici editae (Roma, 1966), I, p. 60 n.35.
186
Constitución Vacante Sede Apostolica, de san Pío X, de 25 de diciembre de 1904; constitución Commissum
Nobis, de san Pío X, de 20 de enero de 1904; constitución Praedecessores Nostri, de León XIII, de 24 de mayo de
1882, a la que se adjunta una instrucción; estas tres constituciones se refieren a la elección del Romano Pontífice.
Constitución Cum illud, de Benedicto XIV, de 14 de diciembre de 1742, sobre la forma de los concursos a las
parroquias; constitución Sacramentum Poenitentiae, de Benedicto XIV, de 1 de junio de 1741, sobre la
solicitación ad turpia en la confesión; un fragmento de la constitución Altitudo, de Paulo III, de 1 de junio de
1537, sobre el matrimonio contraído por los neoconversos durante su infidelidad, al igual que las dos siguientes,
constitución Romani Pontificis, de san Pío V, de 2 de agosto de 1571, y la constitución Populis, de Gregorio XIII,
de 25 de enero de 1585.
187
LOMBARDÍA, cit. (n. 8), pp. 132-133.
45
desconectado de su tradición histórica por una doctrina que rara vez se atrevió a llevar a cabo
una interpretación progresiva y por una jurisprudencia que, salvo las materias matrimoniales,
estuvo privada de acción actualizadora. En este sentido, el Codex fue como una gran
disposición administrativa, con el agravante de ser aplicada sin control contencioso
administrativo. Esta aplicación burocrática originó su propia ruina. "Las estructuras oficiales
por él previstas para dar cauce a la acción pastoral de la Iglesia, cuando necesitaban ser
actualizadas por el cambio de circunstancias, se conservaban fosilizadas... mientras surgían
paralelamente un conjunto de estructuras escasamente regladas, a través de las cuales se
desenvolvía la actividad pastoral, al margen de cualquier ordenación jurídica".
No obstante lo anterior, siguiendo dos voces autorizadas, el Código "significó una nueva
era en la historia del derecho canónico y de la Iglesia, y un paso gigantesco sobre el
ordenamiento que entonces estaba vigente"188. Además, consiguió cumplir "el fundamental
objetivo que se propusieron sus redactores: es decir, dotar a la estructura oficial de la Iglesia de
unas normas claras de actuación, mediante el expediente de determinar con bastante exactitud
las atribuciones y responsabilidades de los oficios de la organización eclesiástica"189.
Nunca en la historia del derecho canónico un texto había asumido el derecho anterior
dejando a las colecciones anteriores sin vigencia, como sucedió en 1917. A partir de ese
momento, las colecciones que se habían acumulado durante siglos pasaron a tener importancia
principalmente histórica, aun cuando siguieron -y siguen- siendo fuente subsidiaria del
derecho, especialmente interpretativa190. La codificación sirvió para separar con rigidez
historia y derecho.
77. El 15 de septiembre de 1917 Benedicto XV promulgó el motu proprio Cum iuris canonici
codicem191 en el que se prescribía el mecanismo de reforma [p. 345] del Código cuando ello
fuera necesario y, al mismo tiempo, se establecía una Comisión cardenalicia especial destinada
a interpretarlo auténticamente. Los años sucesivos fueron testigos de escasas modificaciones
codiciales, de una moderada producción de leyes especiales y de numerosas respuestas de la
Comisión192. Quizá uno de los problemas más interesantes que se planteó en los años
postcodiciales y que sólo apuntamos, fue la producción por parte de los dicasterios romanos,
188
A. GARCÍA Y GARCÍA, Las codificaciones y su impacto en la Iglesia a través de la historia, en Temas
fundamentales en el Nuevo Código. XVIII Semana de Derecho Canónico (Salamanca, 1984), ahora en EL MISMO,
Iglesia, sociedad y derecho (Salamanca, 1987), II, p. 270.
189
LOMBARDÍA, cit. (n. 8), p. 132.
190
Canon 6 nº 2: "Los cánones que reproducen íntegramente el derecho antiguo deben valuarse conforme a ese
derecho, y, por tanto, han de interpretarse según la doctrina de los autores de nota".
191
AAS. 9 (1917), pp. 483-484 = OCHOA, cit. (n. 185), pp. 90-91 n. 53.
192
Diversos autores se encargaron de recogerlas: TOSO, Repertorium juridicum ecclesiasticum seu
Pont.Commissionis Codici Juris canonici interpretando praepositae, responsiones authenticae itemque Curiae
romanae jurisprudentia universa post edictum Codicem publici juris facta ad compendiosas sentencias redacta
cum canonum et rerum omnium locupletissimis (Romae, 1925); BADII, Pontificia commissio ad Codicis canones
authentice interpretandos 1918-1927, en Il diritto ecclesiastico 38 (1927), pp. 276 ss.; SARTORI, Enchiridium
Canonicum seu S.Sedis Responsionis post editum Codicem Juris canonici (Romae, 1961); HULSTER, Codicis Juris
canonici interpretationes authenticae seu collectio responsionum Pontificae Commissionis 1917-1927
(Paderborn, 1928); REGATILLO, Interpretación y jurisprudencia del Código canónico (Santander, 1929); BLAT,
Solutiones dubiarum quas publici juris fecit Commissio Pontificia ad canones authentice interpretandos (Romae,
1934); BRUNO, Codicis Juris Canonici interpretationes authenticae seu responsa a Pontificia Commissione ad
Codicis canones authentice interpretandos anni 1917-1935 data (Romae, 1935); M. CONTE A CORONATA,
Interpretatio authentica Codicis juris canonicin et circa ipsum Sanctae Sedis jurisprudentia 1916-1940 (Turin,
1940).
46
órganos meramente administrativos, de normas de carácter general -para lo cual estaban
autorizados sometiéndose, obviamente, a las normas codiciales- pero que no siempre
respetaron esta limitación, introduciendo modificaciones al Código que originaron una cierta
perplejidad en cuanto a la jerarquía de fuentes del Derecho193.
78. Poco después de la promulgación del Código de 1917, aparecieron dos decretos de la
Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades de 7 de agosto de 1917194 y de 31 de
octubre de 1918195. En ellos se disponía la utilización del método exegético en la enseñanza
del derecho canónico en las facultades eclesiásticas y en los exámenes necesarios para obtener
grados académicos en cánones.
La consecuencia lógica de estos dos decretos fue que la exégesis al Codex constituyó la
principal ocupación de un gran sector de la ciencia canónica postcodicial, dando lugar a un
crecido desarrollo de la literatura canónica exegética. Las características de la ciencia canónica
inspirada en la exégesis han sido sinte- [p. 346] tizadas por Fornés196 de la siguiente manera: i)
apegamiento al texto legal: se trataba de fijar el exacto sentido del precepto; ii) marginación
respecto a los progresos de la ciencia jurídica general, lo que trajo un notable retraso en el
avance de la ciencia canónica salvo alguna excepción como la del italiano F.Roberti, autor de
un texto de derecho procesal con clara influencia de los procesalistas italianos, en especial de
Chiovenda197; iii) una cierta confusión entre teología, moral y derecho canónico, consecuencia
de una falta de pureza metodológica, y expresada en textos algunos de cuyos títulos resultan
suficientemente gráficos198.
La situación creada por los dos decretos antes aludidos fue en parte modificada por Pío XI,
quien el 24 de mayo de 1931 mediante la constitución Deus scientiarum dominus199, reguló de
nuevo la enseñanza del derecho canónico: el Código siguió siendo el núcleo fundamental de la
misma, pero se agregaron otras disciplinas auxiliares y especiales que mostraron un más ancho
panorama.
A pesar de sus limitaciones, sin embargo, esta corriente metodológica, cultivada
principalmente en los seminarios, universidades y curias de la Iglesia, produjo muy buenas
obras de derecho canónico200.
193
C. SALINAS ARANEDA, Potestad normativa de la administración eclesiástica, en Revista de Derecho de la
Universidad Católica de Valparaíso 14 (1991-1992), pp. 450-455 y la lit. allí indicada.
194
AAS. 9 (1917), p. 439 = OCHOA, cit. (n. 185), pp. 86-87 n. 50.
195
AAS. 11 (1919), p. 19 = OCHOA, cit. (n. 185), p. 154 n. 126.
196
J. FORNÉS, La ciencia canónica contemporánea. (Valoración crítica) (Pamplona, 1984), pp. 296-307.
197
F. ROBERTI, De processibus (Romae, 1926); la cuarta edición es de 1959. Las críticas a esta obra fueron muy
favorables, cf. FORNÉS, cit. (n. 196), pp. 304-305 n. 579.
198
V. gr. F. M. CAPPELLO, Tractatus canonico-moralis de sacramentis, V: De matrimonio (Taurini, 1950); L.
RODRIGO, Praelectiones theologico-morales comillenses, II: Tractatus de Legibus (Santander, 1944).
199
AAS. 23 (1931), pp. 241-262 = OCHOA, cit. (n. 185), pp. 1272-1281 n. 1030.
200
De los muchos autores que pueden mencionarse está A. BACHOFEN, A commentary on the Code of Canon
Law (St-Louis-London, 1919-1921) cuya 6ª edición es de 1931; B. OJETTI, Commentarium in Codicem Iuris
Canonici. Liber Primus: Normae Generales (Romae, 1927); Liber secundus: De personis (Romae, 1928-1931);
en lengua castellana tuvo mucha difusión el texto del Codex con notas al pie de páginas por los profesores de la
Universidad Pontificia de Salamanca, Código de Derecho Canónico y legislación complementaria. Texto latino y
versión castellama, con jurisprudencia y comentarios (BAC, Madrid, 1945) cuya 10ª edición fue reimpresa
todavía en 1976.
47
79. La metodología de la exégesis, aunque importante por el número de sus cultivadores, no
acaparó la atención de todos los canonistas. Frente a ella se desarrolló también una corriente
sistemática conocida como la Escuela dogmática italiana, que estuvo integrada especialmente
por juristas seglares en el ámbito académico de las universidades.
El método sistemático, en palabras de Hervada, "no estudia propiamente las normas
aisladamente consideradas, sino que tiende a la construcción de 'unidades jurídicas'. Esto es,
tiende a estudiar cada una de las instituciones como una unidad y, por lo mismo, a encuadrar
las distintas normas que las regulan en un sistema unitario, en el que no sólo se encuentren
perfectamente enlazadas las [p. 347] normas en sus mutuas conexiones, sino que, además, se
ponga de relieve las bases y principios esenciales que caracterizan la institución jurídica objeto
de estudio. En definitiva, se trata de estudiar y exponer la 'unidad jurídica' -la institución
concreta: el matrimonio, la propiedad, etc.- como un todo orgánico... cuyo estudio, por un
lado, analiza cada una de sus partes, y por otro, muestra a la institución en su todo, en la
armoniosa unidad de su conjunto".
Si quisiéramos caracterizar a esta escuela bastaría con decir que en ella resaltó,
precisamente, lo contrario de lo que vimos en el método exegético, es decir: i) desapego del
dato legal para ocuparse en la construcción de un sistema jurídico; ii) incorporación en sus
trabajos de los avances de la ciencia jurídica general; iii) esfuerzo por obtener una pureza
metodológica que permitiera claras distinciones con los demás ámbitos del saber201. No
faltaron críticas, algunas acertadas202; pero esta Escuela tuvo el mérito de "haber contribuido
de manera decisiva a devolver al derecho canónico la dignidad de una ciencia jurídica de
primer orden"203.
80. El método de la exégesis y el método sistemático italiano, que saltó a otros países -
v.gr.España-, dominaron la ciencia canónica durante la primera mitad del siglo XX,
especialmente a partir del Código de 1917. Junto a ellos se fue desarrollando una disciplina
que, no siendo estrictamente canónica, incide de lleno en el hecho religioso: el derecho
eclesiástico del Estado.
Durante siglos las expresiones derecho canónico y derecho eclesiástico fueron
equivalentes; el derecho eclesiástico era el derecho de la Iglesia, o sea, el derecho canónico.
Sin embargo, diversos elementos hicieron que dicha expresión pasara a significar hoy el
derecho que, emanado del Estado, regula el hecho religioso. Los elementos que a ello
contribuyeron fueron históricos y doctrinales204.
Entre los primeros -históricos- están la reforma protestante y el regalismo. Como
consecuencia de la reforma resultaron diversas iglesias nacionales que no sólo crearon una
disciplina interna sino que concedieron a los príncipes las prerrogativas necesarias para dictar
las normas jurídicas que dichas iglesias necesitaban. Por su parte, los reyes absolutos de las
monarquías católicas en uso -y abuso- de las ideas regalistas del momento también regularon,
201
FORNÉS, cit. (n. 196), pp. 307-317.
202
V. gr. P. LOMBARDÍA, Prólogo a J. HERVADA, Los fines del matrimonio. Su relevancia en la estructura
jurídica matrimonial (Pamplona, 1960), ahora en EL MISMO, Escritos de Derecho canónico (Pamplona 1973), I,
pp. 256-278 con el título Observaciones sobre el método en el estudio del matrimonio canónico.
203
A. DE LA HERA, Introducción a la ciencia del derecho canónico (Madrid, 1967), p. 124.
204
Vid. la excelente síntesis de P. LOMBARDÍA, El derecho eclesiástico, como capítulo I del libro de varios
autores Derecho eclesiástico del Estado español, 2ed. (Pamplona, 1983), pp. 25-110 y la abundante bibliografía
allí citada.
48
con normas de carácter estatal, diversos aspectos del actuar de la Iglesia. Consecuencia de esto
fue que, tanto en las monarquías partidarias de la Reforma como las de los reinos católi- [p.
348] cos, empezó a surgir, paralelamente al derecho canónico, un conjunto de normas que
tenían como objeto el hecho religioso. Derecho eclesiástico ya no fue sinónimo de derecho
canónico, sino que pasó a designar el conjunto de normas que regulaban lo religioso, fuese que
esas normas emanasen de la Iglesia católica, de las iglesias reformadas o de los príncipes.
Fueron, sin embargo, los elementos doctrinales los que llevaron el concepto a su actual
contenido. Primero fue la incidencia del iusracionalismo que acentuó el criterio de la
“materia”: el derecho eclesiástico es el conjunto de normas que regulan el fenómeno religioso
cualquiera sea su autor, derecho que está del todo informado por los principios de la razón.
Después fue la Escuela histórica del derecho que, conservando el criterio de la materia, agregó
el de la “vigencia”: derecho eclesiástico era el que, cualquiera fuese su fuente de origen,
regulaba el fenómeno religioso y estaba vigente en un momento determinado y en un lugar
cierto205. El paso siguiente, que no tardó en darse, fue el del positivismo; pero como para éste
sólo es derecho el que emana del Estado, el derecho eclesiástico dejó de ser el conglomerado
de normas que regulaban lo religioso, cualquiera fuera su origen, para transformarse en el
derecho que, emanado “sólo” del Estado y nada más que del Estado, tiene como objeto
regulado el hecho religioso. Las aportaciones hechas posteriormente por la doctrina han
conservado sustancialmente el concepto.
81. Las primeras observaciones sobre la necesidad de un Código de Derecho Canónico para la
Iglesia católica oriental se hicieron en torno al Concilio Vaticano I; el tema, sin embargo, fue
asumido sólo en 1927 por la Congregación para la Iglesia Oriental. El 13 de julio de 1929, Pío
XI instituyó una Comisión cardenalicia para el estudio preparatorio de la codificación
canónica oriental, y nombró presidente de la misma al cardenal Pedro Gasparri que, como
hemos señalado, había sido el alma de la codificación del derecho canónico latino206. Esta
comisión creó dos grupos de trabajo encargados, respectivamente, de la recolección de las
fuentes207 y de los trabajos de codificación.
En 1935, Pío XI sustituyó la Comisión cardenalicia preparatoria por la Pontificia comisión
para la redacción del Código de Derecho Canónico Oriental208. La Comisión laboró con
intensidad, siendo sus trabajos seguidos de cerca por Benedicto XV y su sucesor Pío XII. Este
último pontífice decidió promulgar parcialmente [p. 349] algunas partes del futuro Código ya
afinadas209.
205
Vid. supra párrafo 63.
206
AAS. 21 (1929), p. 669 = OCHOA, cit. (n. 185), pp. 1142-1143 n. 940.
207
Fruto de los trabajos iniciados por este primer grupo ha sido una colección de fuentes que hasta 1988
alcanzaba 46 volúmenes y que está en curso de publicación.
208
AAS. 27 (1935), pp. 306-308.
209
El 22 de febrero de 1949, con el motu proprio Crebrae allatae sunt –AAS. 41 (1949), pp. 89-119- promulgó
los cánones relativos al matrimonio; el 6 de marzo de 1950 con el motu proprio Sollicitudinem Nostram –AAS.
42 (1950), pp. 5-120- promulgaba el derecho procesal; el 9 de febrero de 1952 con el motu proprio Postquam
Apostolicis Litteris –AAS. 44 (1952), pp. 65-150- los cánones sobre religiosos y bienes eclesiásticos; finalmente el
2 de junio de 1957, con el motu proprio Cleri sanctitati –AAS. 49 (1957), pp. 433-600- los cánones sobre ritos
orientales y derecho de personas.
49
Al iniciarse el Concilio Vaticano II se habían promulgado tres quintas partes de los 2.666
cánones que debía contener el Código según el esquema de 1945. "Convocado el Concilio
Vaticano II por Juan XXIII, como se previera que la disciplina canónica de la Iglesia universal
debería ser revisada según los consejos y principios del Concilio, la redacción propiamente
dicha del Código de Derecho Canónico oriental fue interrumpida, sin que, sin embargo, se
paralizaran las restantes tareas de la Comisión, de las que, entre otras, éstas son dignas de
mención: interpretar auténticamente las partes ya promulgadas del Código y cuidar la edición
de las Fuentes del Derecho canónico oriental"210.
A mediados de 1972, Pablo VI instituyó la Comisión Pontificia para la Revisión del Código
de Derecho Canónico oriental, en sustitución de la Comisión erigida en 1935. Después de una
labor intensa el Esquema del Código de Derecho Canónico oriental ya impreso fue entregado
en octubre de 1986 a Juan Pablo II, iniciándose las últimas revisiones. Finalmente, en enero de
1989, fue entregado al Papa el esquema novísimo con el título Código de Cánones de las
Iglesias orientales. Juan Pablo II revisó por sí mismo este esquema novísimo con la ayuda de
peritos el que, finalmente, fue promulgado el 18 de enero de 1990 mediante la constitución
apostólica Sacri canones211 habiendo entrado en vigencia el 1 de octubre de 1991, fiesta del
Patrocinio de la Bienaventurada Virgen María. Consta de 1546 cánones distribuidos en 30
títulos212.
1. Chile indiano
82. Mientras Chile dependió de la monarquía española, la situación general del derecho de la
Iglesia no varió respecto a lo que sucedía en el resto de las Indias occidentales; así, lo que
vimos precedentemente en torno al derecho canónico indiano es aplicable a nuestra
realidad213.
[p. 350] Por de pronto, la legislación universal se proyectó a nuestro país con vigencia
directa en el ámbito eclesial, por lo que es posible encontrar estos textos en las bibliotecas de
algunos obispos de Chile, incluidas las obras de los principales canonistas y también las
colecciones de sentencias que se publicaban214. A lo anterior hay que agregar las normas de
origen pontificio que se dictaron para Chile, las que, sin embargo, no sólo son escasas en
número, sino que sobre temas de interés más bien particular215.
83. Como Chile formaba parte de la provincia eclesiástica del Perú, junto a la legislación
universal tuvieron vigencia en la iglesia chilena las constituciones de los concilios limenses;
210
Prefacio al Código de Cánones de las Iglesias Orientales, ed. latín-castellano (BAC 542, Madrid, 1994) 21.
211
AAS. 82 (1990), pp. 1033-1044.
212
Los trabajos de la Comisión se publicaron y siguen publicándose periódicamente en la revista Nuntia.
213
Vid. supra párrafos 64-68.
214
V. gr. H. ARÁNGUIZ DONOSO, Notas para el estudio de la biblioteca del obispo de Santiago don Manuel de
Alday (1712-1788), en Anuario Histórico Jurídico Ecuatoriano 6 (1980), pp. 625-643.
215
V. gr. en la documentación pontificia publicada por J. METZLER, cit. (n. 146) correspondiente a los primeros
cien años de presencia española en Indias, se publican ocho documentos referidos a Chile: dos de ellos son las
bulas de san Pío V confirmatorias de la erección de la diócesis de Concepción y del nombramiento de su primer
obispo, documentos ambos ya publicados en HERNÁEZ, cit. (n. 146), II, pp. 299-308; los otros seis, hasta entonces
inéditos, son dos dispensas de matrimonio (dctos. 319 y 541), dos concesiones de indulgencias (331 y 420), un
indulto (188) y una autorización para trasladarse de monasterio (404).
50
especial importancia tuvieron las del tercer concilio de Lima (1582-1583), cuya vigencia se
prolongó hasta fines del siglo XIX216. A ello hay que agregar la legislación dictada
internamente en Chile en los diversos sínodos que se realizaron en los dos obispados entonces
existentes, Santiago y Concepción.
Ya sabemos que por disposición de Trento, era necesaria la celebración de sínodos con la
frecuencia que el mismo Concilio establecía -anualmente- lo que no siempre era fácil en
Indias. Esta complicación inicial de convocar estas asambleas se acentuaba aún más por el
régimen de patronato imperante que dificultaba la aprobación primero, y la puesta en práctica
después de los textos sinodales217. Con todo218, en Santiago se celebraron seis sínodos219 y en
Concepción cinco220.
[p. 351] No todos estos sínodos lograron ser publicados en su época; de los de Santiago
sólo lo fueron los de 1688221 y de 1763222; y de Concepción únicamente el de 1744223.
Modernamente Carlos Oviedo publicó el de Santiago de 1626 celebrado por el obispo
Salcedo224. Los demás textos se desconocen aunque alguno de ellos es posible conocerlo
parcialmente en su contenido de manera indirecta por las referencias que de ellos se hacen en
sínodos posteriores225.
"No fue fluida la disciplina sinodal en Chile, pues en más de doscientos años Santiago tuvo
sólo seis sínodos, y Concepción, cinco. El hecho de que en la época se imprimieran
216
J. MATTE VARAS, En torno al Tercer Concilio Limense (1582-83) y su proyección en Chile, en AHICh. 3
(1985), pp. 79-89; C. OVIEDO CAVADA, Influencia del Tercer Concilio de Lima en los sínodos chilenos, en
AHICh. 6 (1988), pp. 9-32.
217
Vid. supra párrafo 65.
218
C. OVIEDO CAVADA, Sínodos y concilios chilenos. 1584 (?)-1961, en Historia 3 (1964), pp. 7-86.
219
I: 1586 celebrado por el obispo fray Diego de Medellín. II: 1612, por el obispo fray Juan Pérez de Espinosa.
III: 1626 por el obispo Francisco González de Salcedo por orden del rey. IV: 1670, por el obispo fray Diego de
Humanzoro. V: 1688, por el obispo fray Bernardo Carrasco. VI: 1763, por el obispo Manuel de Alday. Cf. C.
OVIEDO CAVADA, Los obispos de Chile (Santiago, 1996), p. 257.
220
I: 1584 (?) celebrado por el obispo fray Antonio de San Miguel. II: 1625 (?), por el obispo fray Luis Jerónimo
de Oré. III: 1702, por el obispo fray Martín de Hijar y Mendoza, que no lo concluyó. IV: 1744, por el obispo
Pedro Felipe de Azúa. V: 1774, por fray Pedro Ángel de Espiñeira. Cf. OVIEDO, Ibíd.
221
Synodo Diocesana... Celebrada... Bernardo Carrasco de Saavedra, Obispo de Santiago de Chile... a que dio
principio Domingo diez y ocho de enero de mil y seiscientos y ochenta y ocho años y se publicó en dos de mayo
de dicho año (Lima, en la Imprenta de Joseph de Contreras y Alvarado, 1691; reimpresa en Lima, en la Imprenta
Real... año de 1764; Nueva York, 1858; ed. facsimil de la de 1764, CIDOC, Cuernavaca 1970; reproducción de la
de Nueva York, 1858, Colección Sínodos Americanos 2, Madrid-Salamanca, 1983).
222
Synodo Diocesano que celebró... Manuel de Alday y Aspee, Obispo de Santiago de Chile... en la Iglesia
Cathedral de dicha ciudad. A que se dio principio el día quatro de enero de mil setecientos sesenta y tres años; y
se publicó en veintidos de abril de dicho año (Lima, oficina de la Calle de Encarnación, 1764; Nueva York, 1858;
ed. facsímil de la de 1764, CIDOC, Cuernavaca 1970; reproducción de la de Nueva York, Colección Sínodos
Americanos 2, Madrid-Salamanca, 1983). Lit.: P. LIRA URQUIETA, El sínodo diocesano de 1763, en Historia 8
(1969), pp. 277-287.
223
Primer Synodo Diocesano... Pedro Phelipe de Azua e Iturgoyen... A que se dio principio en doce de octubre
de mil setecientos quarenta y quatro años (s.l. [Madrid] 1749; Santiago 1867; Colección Sínodos Americanos 3,
Madrid-Salamanca, 1984).
224
Sínodo Diocesano de Santiago de Chile celebrado en 1626 por el Ilustrísimo señor Francisco González de
Salcedo. Transcripción, introducción y notas de fr. Carlos Oviedo Cavada O. de M., en Historia 3 (1964), pp. 313-
360; EL MISMO, El sínodo chileno de Salcedo, en Anuario Histórico Jurídico Ecuatoriano 6 (1980), pp. 595-621.
225
V. gr.el sínodo convocado en 1666 por el obispo de Santiago fray Diego de Humanzoro y celebrado en 1670,
reconstruido en parte por C. OVIEDO CAVADA, Diego de Humanzoro 1601-1660-1676, en EL MISMO (dir.),
Episcopologio Chileno 1561-1815 (Santiago, 1992), I, pp.313-335; EL MISMO, El cuarto sínodo de Santiago, en
Boletín de la Academia Chilena de la Historia 94 (1983), pp. 153-171.
51
únicamente tres sínodos del total de once no permitió una continuidad en esta disciplina, ni
siquiera su conocimiento por las generaciones posteriores... Los sínodos, no obstante,
representaban momentos privilegiados de la vida de las diócesis chilenas, pues el obispo
compartía con su clero sus preocupaciones y planes, y era ocasión de contar con interesantes
informes aportados por curas y misioneros; el texto sinodal llegaba a ser la expresión de los
propósitos de una Iglesia que miraba con fe su futuro"226. Digna de mención es la permanente
defensa que se hace de indios y esclavos en todos los textos sinodales, lo que motivó, en
ocasiones, las dificultades para su aprobación por las autoridades rea- [p. 352] les y su
posterior puesta en práctica227.
84. Otras fuentes importantes del derecho criollo fueron las consuetas de las catedrales de
Chile y los autos de visitas de los obispos a sus diócesis.
La necesidad de que las catedrales tuvieran sus consuetas quedó fijada en el Concilio de
Trento228, disciplina que fue reiterada por el III Concilio de Lima229. Se trataba de normas que,
teniendo su origen principalmente en la costumbre, regulaban el culto divino y el régimen de
la catedral, pero que, además, contenían normas para ordenar la disciplina del clero diocesano,
aspecto este último que constituyó su mayor contribución230. Las hubo en las catedrales de
Santiago231 y de Concepción232. "Nacidas junto con los sínodos, las Consuetas se
complementan mutuamente con ellos y les dieron consistencia y proyección futura a esos
mismos sínodos, mucho más allá de lo que de ellos se podía esperar"233.
Los autos de visita eran las normas dictadas por el obispo o su visitador cada vez que
concluía una visita pastoral; como lo ha señalado Oviedo Cavada234, representan lo más
concreto de la conducción pastoral del obispo respecto de una comunidad. Con todo, se trata
de una fuente apenas estudiada en nuestro medio235.
226
C. OVIEDO CAVADA, Algunos aspectos de la historia del derecho canónico en Chile, en AHICh. 4 (1986), p.
11.
227
C. OVIEDO CAVADA, La defensa del indio en el sínodo de obispo Azúa en 1744, en Historia 17 (1982), pp.
281-354.
228
Conc. Tridentino, Sesión 24 (11 nov.1563) Decretum de reformatione c.12.
229
n. 63.
230
Cf. OVIEDO CAVADA, Algunos aspectos, cit. (n. 226), p. 16.
231
Reglas, consuetas e instituciones consuetudinales de la Iglesia catedral de Santiago de Chile, celebradas en
20 de diciembre año de 1689 por el Ilustrísimo y Reverendíssimo Señor Doctor Don Fray Bernardo Carrasco de
Saavedra, por la Gracia de Dios, y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de Santiago de Chile, del Consejo de Su
Magestad; con assistencia del Venerable Dean y Cabildo de dicha Iglesia. Se incluyen en la edición del sínodo de
1688 a continuación de las constituciones sinodales. Vid. supra n. 221.
232
Reglas consuetas para el gobierno de la Santa Iglesia, i Coro de la Concepción, estatuidas en ocho de
diciembre de 1744, por el ilustrísimo señor doctor don Pedro Felipe de Asúa, Obispo de esta Santa Iglesia
Catedral. Se incluyen en la edición del sínodo de 1744, a continuación de las constituciones sinodales. Cuando el
obispo Azúa fue traslado a Bogotá introdujo en dicha catedral metropolitana estas consuetas, las que, sin embargo,
fueron impugnadas por la audiencia y finalmente no tuvieron eficacia. Vid. OVIEDO CAVADA, Algunos aspectos,
cit. (n. 221), pp. 16-17. Vid. supra n. 223.
233
OVIEDO CAVADA, Algunos aspectos, cit. (n. 226), p. 17; EL MISMO, Las consuetas de las catedrales de Chile,
1689 y 1744, en RChHD. 12 (1986), pp. 129-154.
234
OVIEDO CAVADA, Algunos aspectos, cit. (n. 226), p. 18.
235
M. CAMUS IBACACHE, Frecuencia y estilo de la visita pastoral en Chile, período hispánico, en AHICh. 12
(1994), pp. 9-38; F. WALKER, Visita pastoral del obispo fray Diego de Humanzoro, Ibíd., pp. 39-61; EL MISMO,
Principales documentos de la visita pastoral del obispo fray Diego de Humanzoro, Ibíd., pp. 191-205; Mª G.
MENDOZA CAPORALI, Las visitas canónicas a la parroquia La Matriz del Salvador del Mundo 1685-1949
(Memoria de Grado Escuela de Derecho Universidad Católica de Valparaíso, dirigida por C. Salinas Araneda,
52
[p. 353] 85. La enseñanza del derecho canónico se incluyó en la formación que recibían los
abogados de la época. Integrante del ius commune, es decir, del derecho culto, único que tenía
cabida en la universidad, constituyó un elemento importante en la formación de los juristas de
nuestra patria. Es por lo que la literatura canónica está permanentemente presente en las
bibliotecas de los juristas de la época236.
También el derecho canónico era enseñado en los centros eclesiásticos, en concreto,
seminarios y conventos, pero por el régimen de regalismo imperante, el derecho canónico se
enseñaba a través de autores y de una literatura surgida a la luz de este ambiente cultural237.
86. Pero no sólo enseñanza del derecho canónico sino que también cultivo del mismo en
Chile. A decir verdad no fueron muchos los canonistas que hubo en Chile en el período
indiano, pero los que hubo, al menos algunos de ellos, tuvieron un indudable prestigio. Es el
caso, v.gr.del obispo de Santiago fray Gaspar de Villarroel (1587-1665), cuya obra Gobierno
eclesiástico238 mereció dos ediciones, ambas en Madrid. Surgida en una época regalista,
somete al obispo, en muchas materias, a la autoridad real, pero, con todo, "es un eminente
testimonio de la cultura y de la vida y costumbres de la Iglesia de entonces"239.
Otros canonistas de la época son los obispos fray Luis Jerónimo de Oré (1554-1630)240,
Manuel de Alday (1712-1788)241, fray Pedro Ángel de Espiñeira (1727- [p. 354] 1778)242.
Están también el franciscano Sebastián Casso (16??-17??)243 y el ex-jesuita Diego José
Valparaíso, 1995); P. VÁSQUEZ GÓMEZ, Visitas canónicas pastorales efectuadas a las parroquias de Santa Cruz
de Rancagua, Nuestra Señora del Rosario de Litueche y San Fernando rey, de San Fernando (Memoria de Grado
Escuela de Derecho Universidad Católica de Valparaíso, dirigida por C. Salinas Araneda, Valparaíso, 1996).
236
J. BARRIENTOS GRANDÓN, Cultura jurídica en el reino de Chile. Bibliotecas de ministros de la real audiencia
de Santiago (s.XVII-XVIII) (Santiago, 1992); N. MOBAREC ASFURA, Libros de derecho canónico en las
bibliotecas del reino de Chile, en Estructura, gobierno y agentes de administración en la América Española
(siglos XVI, XVII y XVIII). Actas del VI Congreso Internacional de Historia del Derecho Indiano (Madrid, 1984),
pp. 95-102.
237
OVIEDO CAVADA, Algunos aspectos, cit. (n. 226), p. 22.
238
G. DE VILLARROEL, Gobierno eclesiástico pacífico y unión de los dos cuchillos pontificio y regio (Madrid,
1656; 1738), 2 vols.
239
OVIEDO CAVADA, Algunos aspectos, cit. (n. 226), p. 19. Lit.: R. A. LATCHAM, Fray Gaspar de Villarroel en
las letras chilenas, en Finis Terrae 8 (1955), pp. 16-23; L. E. SILVA, El "Gobierno pacífico y unión de los Dos
Cuchillos, pontificio y regio", de fray Graspar de Villarroel, OSA, en AHICh. 3 (1985), pp. 91-100; EL MISMO,
Gaspar de Villlarroel 1587-1637-1665, en C. OVIEDO CAVADA (dir.), Episcopologio chileno 1561-1815
(Santiago, 1992), I, pp. 247-273.
240
Antes de llegar a Chile había publicado, entre otros títulos, Símbolo católico indiano (1598), Tratado
dogmático sobre las indulgencias (1606); Rituale seu manuale peruvianum apud indos sacrosancta administrandi
apud indos sacrosancta (1607). Cf. Bibliografía eclesiástica chilena (Santiago, 1959), p. 219.
241
Además del sínodo de Santiago de 1763, escribió Visitatio ad limina apostolorum (Lima, 1773); Tratado
sobre las verdades y legítimas atribuciones del concilio provincial. Vid. Bibliografía eclesiástica chilena, ci. (n.
240), p. 9.
242
Dictamen que el Illmo. y Rmo.señor D.Fr.Pedro Ángel de Espiñeira... obispo de la Concepción de Chile,
expuso al Concilio Provincial de Lima, sobre el punto VIII de la Real Cédula o Tomo Regio de 21 de agosto del
año 1769, en la congregación pública celebrada el día 26 de febrero de 1772 (Lima, 1772); Oración que el Illmo.
y Rmo. señor D.Fr.Pedro Ángel de Espiñeira... obispo de la Concepción de Chile, dijo en la solemnísima función
con que el Concilio Provincial de Lima dio principio a su segunda sesión en la santa iglesia metropolitana de
dicha ciudad, día 8 de noviembre de 1772 (Lima, 1772).
243
Autor de un manifiesto que presentó en Madrid, Manifiesto según el hecho y derecho del capítulo provincial
celebrado en la provincia de la Santísima Trinidad de Chile en 2 de julio de 1699 años, en que salió electo
ministro provincial con común aclamación y agrado de todos los vocales el R .P. Lect. de Teología Fr. Agustín
53
Fuenzalida Silva244. A ellos hay que agregar numerosos eclesiásticos buenos conocedores del
derecho de la Iglesia y peritos en dicha disciplina.
87. El régimen de patronato existente en Indias y en Chile hizo que también normas reales
regularan el actuar de la Iglesia. Además de las contenidas en la legislación general
representada principalmente por la Recopilación de Indias, hay numerosas cédulas dictadas
por el monarca ya a los obispos directamente245, ya a las autoridades reales246 que incidieron
en el régimen de la Iglesia en Chile por esos años.
2. Chile republicano
88. Producida la independencia, las nuevas autoridades se sintieron continuadoras del régimen
de patronato lo que quedó consagrado constitucionalmente en la Constitución de 1833 y
empezaron a ajercerlo de hecho sin que la Santa Sede lo hubiera concedido247. Este fue el
marco dentro del cual la Iglesia debió desarro- [p. 355] llar su actividad hasta 1925, año en que
la nueva Constitución Política sancionó la separación entre la Iglesia y el Estado.
Siguieron rigiendo en la Iglesia chilena las fuentes universales, a las que, en 1917 se agregó
el Código de Derecho Canónico. Siguieron también rigiendo las constituciones sinodales
dictadas en el período anterior, pues, dadas las especiales relaciones Iglesia-Estado, los
obispos no convocaron sínodos. Entre la independencia y el Concilio Vaticano I sólo se
convocó el primer sínodo de Ancud por el obispo Justo Donoso (1800-1868), pero éste no se
llegó a promulgar248. Con todo, y a pesar de que el sínodo se sitúa en 1851, el obispo Donoso
lo quiso vincular todavía al Concilio III de Lima, por lo que es más bien una continuación de
la disciplina indiana.
La situación cambia hacia finales de siglo, producido ya el Concilio Vaticano I, pues entre
1870 y 1962 -inicio del Concilio Vaticano II- se celebraron seis sínodos, cifra escasa si
consideramos el número de diócesis y el transcurso de casi un siglo249. "Los sínodos de este
Brizeño, ex definidor y guardián que era actual del convento de Nuestra Señora del Socorro, cabeza de la
provincia. Hecho por el R. P. Lect. Jub. Fr. Sebastián de Casso, ex definidor y guardián actual de dicho convento
de Nuestra Señora del Socorro (s.l. 1700).
244
Escribió en Italia una obra sobre el discutido sínodo de Pistoia, que fue impresa en Asís en 1709. Cf. OVIEDO
CAVADA, Algunos aspectos, cit. (n. 226), p. 19.
245
E. LIZANA M., Colección de documentos históricos del Archivo del Arzobispado de Santiago (Santiago de
Chile, 1919-1921), II: Cedulario, 1: 1584-1649; III: Cedulario, 2: 1650-1699; IV: Cedulario, 3: 1700-1720. Vid.
además nota siguiente.
246
C. SALINAS ARANEDA, Catálogo de los libros registros del Cedulario chileno. 1573-1717 (I), en REHJ. 15
(1992-1993), pp. 371-468; (II) REHJ. 16 (1994), pp. 215-324; (III) REHJ. 17 (1995), pp. 375-442; [(IV) REHJ.
18 (1996), pp. 507-588; (V) REHJ. 19 (1887), pp. 259-287; (VI) REHJ. 20 (1998), pp. 283-330; (VII) REHJ. 21
(1999), pp. 381-458; (VIII) REHJ. 22 (2000), pp. 419-482].
247
Establecía el artículo 73 (82) de la Constitución: "Son atribuciones especiales del Presidente: 8ª Presentar
para los Arzobispados, Obispados, dignidades y prebendas de las Iglesias catedrales, a propuesta en terna del
Consejo de Estado. La persona en quien recayere la elección del Presidente para Arzobispo u Obispo debe además
obtener la aprobación del Senado. 13ª Ejercer las atribuciones del patronato respecto de las iglesias, beneficios y
personas eclesiásticas, con arreglo a las leyes. 14ª Conceder el pase, o retener los decretos conciliares, bulas
pontificias, breves y rescriptos con acuerdo del Consejo de Estado; pero si contuviesen disposiciones generales
sólo podrá concederse o retenerse por medio de una ley".
248
F. RETAMAL, El primer sínodo chileno de la época republicana: Ancud 1851 (Santiago, 1983).
249
II Ancud, 1894, celebrado por el obispo fray Agustín Lucero -Sínodo Diocesana celebrada... por el
54
período marcan la tendencia a organizar y dar consistencia duradera a las diócesis"250.
Producido el Concilio Vaticano II y ante la necesidad de llevar a la práctica el magisterio
conciliar, los sínodos han ido sucediéndose rápidamente251.
[p. 356] 89. Mientras Chile integró la monarquía indiana, los dos obispados de Santiago y
Concepción formaban parte de la provincia eclesiástica del Perú. Esta situación continuó hasta
1840 año en que Gregorio XVI erigió el arzobispado de Santiago. A partir de ese momento
estaba dada al menos una de las condiciones para que se celebrara en Chile un concilio
provincial252. Hubo, sin embargo, que esperar un siglo largo para que éste se realizara, pues
sólo fue celebrado en 1938; el concilio aprobó un cuerpo canónico de 491 constituciones que,
sin embargo, no obtuvieron vigencia, pues, a insinuación de la misma Santa Sede se convocó
un Concilio plenario253, que se celebró en Santiago en diciembre de 1946254. Tras largas
Ilustrísimo Señor D. Fr. Agustín Lucero (Ancud, 1894)-; VII Santiago, 1895, por el arzobispo Mariano Casanova
-Sínodo diocesano celebrado en Santiago de Chile por el Iltmo. y Rmo. señor arzobispo Dr. D. Mariano
Casanova (Santiago de Chile, 1896); al que hay que agregar los siguientes dos textos: Apéndice del Sínodo
diocesano celebrado en Santiago de Chile en septiembre de 1895 (Santiago, 1896); Fuentes del Sínodo diocesano
celebrado en Santiago de Chile por el Illmo. y Rmo. señor arzobispo Dr. D. Mariano Casanova del 8 al 15 de
septiembre de 1895 (Santiago de Chile, 1903)-; III Ancud, 1907, por el obispo Ramón Ángel Jara -El Tercer
Sínodo, en El Buen Pastor 87 (número extraordinario, Ancud, abril 1954)-; IV Ancud, 1954, por el obispo
Augusto Salinas; I Puerto Montt, 1957, por el obispo Ramón Munita -Primer sínodo diocesano de Puerto Montt.
1957 (Padre Las Casas, 1957)-; I Copiapó, 1961, por el obispo Juan Francisco Fresno -Primer sínodo diocesano
de Copiapó. 1961 (Santiago de Chile, 1961)-.
250
OVIEDO CAVADA, Algunos aspectos, cit. (n. 226), p. 12.
251
VIII Santiago, 1967-1968, celebrado por el cardenal Raúl Silva Henríquez; I Linares, 1967, por mons.
Augusto Salinas; I Osorno, 1967, por mons. Francisco Valdés; I Antofagasta, 1968, por mons. Francisco de Borja
Valenzuela; I Temuco, 1968, por mons. Bernardino Piñera; I Araucanía, 1968, por mons. Guillermo Hartl; VI
Concepción, 1968, por mons. Manuel Sánchez; V Ancud, 1968, por mons. Sergio Contreras; I Rancagua, 1968,
por mons. Eduardo Larraín; I Talca, 1969, por mons. Carlos González; II Puerto Montt, 1969, por mons. Alberto
Rencoret; I Valdivia, 1969, por mons. José Manuel Santos; I Chillán, 1969, por mons. Eladio Vicuña; II Chillán,
1970, por mons. Eladio Vicuña; III Chillán, 1971, por mons. Eladio Vicuña; VI Ancud, 1976, por mons. Juan Luis
Ysern; VII Ancud, 1977, por mons. Juan Luis Ysern; VIII Ancud, 1978, por mons. Juan Luis Ysern; I La Serena,
1978, por mons. Juan Francisco Fresno; I Punta Arenas, 1979, por mons. Tomás González; II Linares, 1980, por
mons. Carlos Camus; II Antofagasta, 1984, por mons. Carlos Oviedo Cavada; IX Ancud, 1985, por mons. Juan
Luis Ysern; II Talca, 1989-1990, por mons. Carlos González Cruchaga; I Valparaíso, 1989, por mons. Francisco
de Borja Valenzuela -Primer sínodo de la diócesis de Valparaíso. 1990 (Valparaíso, 1990)-; X Ancud, 1990, por
mons. Juan Luis Ysern; IX Santiago, 1995-1996, por el cardenal Carlos Oviedo Cavada.
252
Justo Donoso definía los concilios provinciales como "los que se componen de todos los obispos de una
provincia eclesiástica, convocados y presididos por el arzobispo o metropolitano". J. DONOSO, Instituciones de
Derecho Canónico Americano (Valparaíso, 1848), I, p. 19; y posteriormente el Código de Derecho Canónico de
1917 establecía en el canon 283 que en "cada provincia eclesiástica se debe celebrar Concilio provincial cada
veinte años por lo menos".
253
Oviedo Cavada explica esta situación de esta manera: "Clausurado el concilio, su texto debía ser enviado a la
Santa Sede para su aprobación (can.291 § 1); sin embargo la tramitación fue lenta y hubo una demora de casi un
año para hacerlo llegar a Roma. Mientras tanto, la Santa Sede, el 20 de mayo de 1939, desmembró de la
arquidiócesis de Santiago a otras dos provincias eclesiásticas: Concepción y La Serena; y el 30 de agosto de ese
mismo año Santiago tenía un nuevo arzobispo, mons. José María Caro, trasladado desde La Serena. La S. C. del
concilio recomendó entonces a los obispos de Chile que, en lugar de aprobar este concilio provincial, se pensara
mejor en celebrar un concilio plenario. Es importante notar que ese dicasterio no hizo ninguna modificación
sustancial ni observaciones especiales al texto de dicho concilio. Además, del hecho extraordinario y valioso que
fue la misma asamblea conciliar, su material sería aprovechado según los propósitos de la Santa Sede". OVIEDO
CAVADA, Algunos aspectos, cit. (n. 226), p. 14.
254
Según el canon 281 del Código de 1917 "pueden los Ordinarios de varias provincias eclesiásticas reunirse en
55
diligencias, las constituciones conciliares fueron aprobadas por Roma el 12 de septiembre de
1953255 y estuvieron vigentes en Chile hasta 1985.
Con posterioridad, el creciente desarrollo de la Conferencia Episcopal de Chile fue
canalizando la necesidad de acción conjunta de los obispos dando lugar a [p. 357]
documentos colectivos y a legislación256. Especialmente importante ha sido esta última
después del Código de 1983 que encarga a las Conferencias episcopales concretar, de acuerdo
con las realidades de cada nación, numerosas disposiciones codiciales257.
90. Siempre en el ámbito eclesial existe todavía otra fuente del derecho canónico a la que
hacer referencia. La función legislativa corresponde, a nivel universal al Papa y al Concilio
ecuménico; pero a nivel de Iglesia particular, corresponde al obispo diocesano, función
legislativa claramente resaltada por el Concilio Vaticano II y por el actual Código de Derecho
Canónico258. El obispo, pues, es legislador en su diócesis y como tal, creador de derecho.
Escasa es, sin embargo, la noticia que se tiene de ese derecho particular, pues son muy
pocas las ediciones que se han hecho del mismo. Las que existen se refieren principalmente al
siglo pasado y principios de éste, y los hay sólo respecto de Santiago259, Concepción260 y La
Serena261. En la actualidad es posible acceder a esta legislación a través de los boletines que
publican las diversas diócesis donde se incluyen, en extracto o en texto completo, las
principales normas dictadas para cada Iglesia particular.
Concilio plenario, pidiendo para ello autorización al Romano Pontífice, el cual designa su Legado para convocar y
presidir el Concilio".
255
Según Oviedo Cavada, "un juicio de valor sobre este concilio, aparte de seguir muy de cerca el anterior
concilio provincial de Chile, es que se apegó demasiado a la legislación del Código de Derecho Canónico y restó
la particularidad necesaria a sus normas en relación a las condiciones de la Iglesia en Chile. El título De los laicos
es el de mayor novedad, por su articulado relativo a los deberes y derechos cívicos (nn. 306-316). De todos
modos, el concilio apuntaba a lo particular, pues mandó que en cada diócesis del país fuera convocado 'sin demora
Sínodo diocesano', a los que dejó encomendadas específicas tareas". OVIEDO CAVADA, Algunos aspectos, cit. (n.
226), p. 14.
256
F. ALIAGA et alii, Documentos de la Conferencia Episcopal de Chile. Introducción y textos 1952-1977, I:
1952-1962; II: 1962-1970; III: 1971-1977 (edición a mimeógrafo); SECRETARIADO GENERAL DE LA
CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE, Documentos del Episcopado. Chile 1974-1980 (Santiago, 1982);
SECRETARIADO GENERAL DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE, Documentos del Episcopado. Chile 1981-
1983 (Santiago, 1984); Documentos del Episcopado. Chile 1984-1987 (Santiago s.d. [pero 1988]); CONFERENCIA
EPISCOPAL DE CHILE, Documentos del Episcopado. Chile 1988-1991 (Santiago, 1992).
257
CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE, Legislación complementaria el Código de Derecho Canónico.
Comentada por Juan Luis Ysern de Arce, obispo de Ancud (Santiago s.d. [pero 1989]).
258
Dice el canon 391 § 1 actualmente vigente: "Corresponde al Obispo diocesano gobernar la Iglesia particular
que le está encomendada con potestad legislativa, ejecutiva y judicial, a tenor del derecho".
259
Se incluyen en el Boletín eclesiástico o sea colección de edictos, estatutos y decretos de los prelados del
Arzobispado de Santiago de Chile formada por don José Ramón Astorga (Santiago, 1861-1910) varios
volúmenes. Se incluyen disposiciones desde el año 1830.
260
Colección de las principales ordenanzas y decretos publicados por el ilustrísimo señor obispo Dr. D. José
Hipólito Salas para el régimen administrativo de la diócesis de la Concepción (Concepción, 1865).
261
Boletín eclesiástico o Colección de Edictos y Decretos de los Prelados del Obispado de La Serena (La
Serena, 1909). Comprende los años 1843-1907.
56
eclesiásticos262. Se trata de normas cuyo ori- [p. 358] gen no es canónico pero que ejercieron
un indudable influjo. El tema, con todo, salvo algunos aspectos parciales, está casi sin estudiar.
93. Entre los cultores del derecho de la Iglesia en Chile, sin duda quien más destaca en el siglo
pasado es don Justo Donoso (1800-1968) autor de unas Instituciones de Derecho Canónico264
de amplia difusión, además de otros dos libros no menos apreciables265. Destacan igualmente
en el siglo pasado Rafael Fernández Concha (1832-1912) 266, Crescente Errázuriz (1839-
1931)267, Francisco Belmar [p. 359] Garretón (1828-1902) 268, Guillermo Juan Carter (1842-
262
R. Mª BUSTOS CONTRERAS, El derecho eclesiástico en Chile entre los años 1841 y 1860 (Memoria de Grado
Escuela de Derecho Universidad Católica de Valparaíso, dirigida por C. Salinas Araneda, Valparaíso, 1995).
263
C. SALINAS ARANEDA, La biblioteca de don Mariano Egaña con especial referencia a sus libros de derecho,
en REHJ. 7 (1982), pp. 389-540.
264
J. DONOSO, Instituciones de derecho canónico americano para el uso de los colegios en las repúblicas de la
América Española (Valparaíso, 1849; París, 1854; Santiago, 1861; París, 1868, 1885; Friburgo, 1909), 2 vols.
Cuenta Oviedo Cavada que en la homilía de la misa por los obispos difuntos en el Concilio Plenario de América
Latina (1899), el predicador Ignacio Montes de Oca, obispo de San Luis de Potosí, preguntaba quién de entre los
padres del Concilio no había estudiado en las Instituciones de Donoso. OVIEDO CAVADA, Algunos aspectos, cit.
(n. 226), p. 20.
265
J. DONOSO, Diccionario teológico, canónico, jurídico, litúrgico, bíblico, etc. (Valparaíso, 1885), 4 vols.; EL
MISMO, Manual del párroco americano o instrucción teológico-canónico-legal, dirigida al párroco americano y
particularmente al chileno sobre sus derechos, facultades y deberes, y cuanto concierne al cabal desempeño del
ministerio parroquial. Obra útil a los párrocos, confesores y demás eclesiásticos (Valparaíso, 1862; Santiago,
1884).
266
Destaca su Derecho público eclesiástico (Santiago, 1872, 1894), 2 vols. Puede mencionarse también El
matrimonio civil (Buenos Aires, 1887), además de algunos textos de filosofía del derecho. Vid. supra n. 141.
267
C. ERRÁZURIZ VALDIVIESO, Compendio de derecho canónico (Santiago, 1883, 1893).
268
F. BELMAR GARRETÓN, El dinero de S. Pedro (Madrid, 1863); EL MISMO, La información canónica para la
provisión de diócesis (Santiago, 1878); EL MISMO, Los legados apostólicos ante el derecho y ante la historia y
relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y Chile (Santiago, 1878), 2 vols.; EL MISMO, A su eminencia
reverendísima el señor cardenal secretario de estado de Su Santidad. Carta demostrativa del patronato canónico
de la república de Chile (Santiago, 1883); EL MISMO, Los cementerios sujetos a la administración del Estado o de
las municipalidades (Santiago, 1883); EL MISMO, Los obispos titulares en Chile (Santiago, 1884); EL MISMO,
Vindicación de las santas leyes de la Iglesia, a propósito de la excomunión de los provicarios del arzobispado
57
1906)269, Domingo Benigno Cruz (1834-1920)270, Pedro José Fernández Recio (1796-
1883)271, José Hipólito Salas Toro (1812-1883)272, Rafael Valentín Valdivieso (1804-1878)273.
Y en este siglo Gonzalo Arteche (1878-1952)274, José Horacio Campillo (1872-1956)275,
Carlos Hamilton Depassier276, Iván Larraín Eyzaguirre (1916-)277, [p. 360] Lisandro Ramírez
Lastarria (1877-1950)278, Carlos Silva Cotapos (1868-1941)279, y otros.
3. A manera de colofón
94. Con el correr del presente siglo, junto al método exegético y al sistemático y al derecho
eclesiástico del Estado fueron apareciendo nuevas tendencias en el campo canónico -pienso en
la llamada Escuela de Navarra o en la del derecho sacramental- que han ido contribuyendo a
que el derecho canónico presente hoy una calidad que no resultaría difícil parangonar con los
mejores momentos de su bimilenaria evolución. En buena parte ha contribuido a ello el
Concilio Vaticano II y, ahora, el Código de Derecho Canónico de 1983. Pero esto ya no es
historia, es nuestra experiencia actual.
(Santiago, 1887). Dice Prieto del Río que sus obras y libros demuestran que era un desequilibrado. Cf.
Bibliografía eclesiástica, cit. (n. 240), p. 34.
269
G. J. CARTER, La cuestión de límites eclesiásticos entre el Iltmo.señor obispo de La Serena y el Iltmo.señor
arzobispo de La Plata (Copiapó, 1880); EL MISMO, Algunos documentos en la cuestión eclesiástica entre el
Iltmo.señor obispo de La Serena y el Iltmo.señor arzobispo de La Plata (Copiapó, 1881).
270
D. B. CRUZ, El deber de los católicos en política. Discurso pronunciado al incorporarse en la Facultad de
Teología y Ciencias Sagradas de la Universidad de Chile (Santiago, 1872, 1884, 1909); EL MISMO, El clero y la
política; la participación del clero en la política (Santiago, 1883; Barcelona, 1889).
271
Defensa que en el recurso de fuerza entablado ante la Exma.Corte Suprema por los señores arcediano y
doctoral de esa santa iglesia metropolitana, hace el licenciado don Pedro Fernández Recio (Santiago, 1856).
272
El juramento civil de los obispos ante la religión y el derecho, por José Hipólito Salas, y apuntes jurídico-
históricos sobre el juramento civil de los obispos en España y Chile, por un ciudadano católico (Santiago, 1869);
EL MISMO, Los cementerios (Concepción, 1872; Valparaíso, 1872); EL MISMO, El despojo de los cementerios
(Santiago, 1972); EL MISMO, Una constitución importante de nuestro Santísimo Padre Pío IX traducida y
publicada por el obispo de la Concepción (Concepción, 1874; Santiago, 1878); EL MISMO, El seminario conciliar
de Concepción. Su instalación y estatutos (Santiago, 1882).
273
Una relación de sus obras, especialmente pastorales dirigidas a sus fieles, en Bibliografía, cit. (n. 240), pp.
293-295.
274
G. ARTECHE, Derecho práctico parroquial; derechos y deberes de los párrocos a tenor del Código de
Derecho Canónico (Santiago, 1934); EL MISMO, Formulario parroquial (Los Ángeles, 1937); EL MISMO, El
Código de Derecho Canónico traducido y comentado (Padre Las Casas, 1946), 3 vols.
275
J. H. CAMPILLO, Opúsculo sobre la condición jurídica y civil de la Iglesia católica en general y
especialmente en Chile después de separada del Estado y en conformidad a la actual constitución (Santiago,
1932).
276
C. HAMILTON, Derecho Canónico (Santiago, 1944, 1949); EL MISMO, La filosofía jurídica del maestro Fr.
Francisco de Vitoria (Madrid, 1948); EL MISMO, Acción del derecho canónico en la historia de la persona
jurídica (Roma, 1949).
277
I. LARRAÍN EYZAGUIRRE, La parroquia ante el derecho civil chileno o estatuto jurídico de la parroquia
(Santiago, 1956).
278
L. RAMÍREZ LASTARRIA, Comentario canónico-moral sobre el decreto "Ne temere" de la Sagrada
Congregación del Concilio del 2 de agosto de 1907, acerca de los esponsales y del matrimonio (Santiago, 1910);
EL MISMO, Estudios acerca de la legislación canónica, durante el decenio 1900-1910 (Santiago, 1915); EL
MISMO, Comentarios del Código de Derecho Canónico, promulgado por la santidad de Benedicto XV el 27 de
mayo de 1917 por la constitución Providentissima Mater Ecclesia y en vigencia desde mayo de 1918, día de
Pentecostés (Santiago, 1920), 2 vols.
279
C. SILVA COTAPOS, Programa de derecho canónico e historia del derecho (Santiago, 1906); EL MISMO,
Nociones de derecho canónico (Santiago, 1907, 1909; Valparaíso 1919).
58
(*) ABREVIATURAS
59