4to - Semana - 12 - La Señorita Cora

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La señorita Cora

No entiendo por qué no me dejan pasar la noche en la clínica con el nene, al fin
y al cabo, soy su madre y el doctor De Luisi nos recomendó personalmente al
director. Podrían traer un sofá cama y yo lo acompañaría para que se vaya
acostumbrando, entró tan pálido el pobrecito como si fueran a operarlo
enseguida, yo creo que es ese olor de las clínicas, su padre también estaba
nervioso y no veía la hora de irse, pero yo estaba segura de que me dejarían
con el nene. Después de todo tiene apenas quince años y nadie se los daría,
siempre pegado a mí, aunque ahora con los pantalones largos quiere disimular
y hacerse que es hombre grande. La impresión que le habrá hecho cuando se
dio cuenta de que no me dejaban quedarme, menos mal que su padre le dio
charla, le hizo poner el piyama y meterse en la cama. Y todo por esa mocosa de
enfermera, yo me pregunto si verdaderamente tiene órdenes de los médicos o si lo hace por pura maldad. Pero bien que se lo
dije, bien que le pregunté si estaba segura de que tenía que irme. No hay más que mirarla para darse cuenta de quién es, con
esos aires de vampiresa y ese delantal ajustado, una chiquilina de porquería que se cree la directora de la clínica. […] Pero
mañana por la mañana, eso sí, lo primero que hago es hablar con el doctor De Luisi para que la ponga en su lugar a esa mocosa
presumida. Habrá que ver si la frazada abriga bien al nene, voy a pedir que por las dudas le dejen otra a mano. Pero sí, claro
que me abriga, menos mal que se fueron de una vez, mamá cree que soy un chico y me hace hacer cada papelón. Seguro que
la enfermera va a pensar que no soy capaz de pedir lo que necesito, me miró de una manera cuando mamá le estaba
protestando... Está bien, si no la dejaban quedarse qué le vamos a hacer, yo soy bastante grande para dormir solo de noche, me
parece. Y en esta cama se dormirá bien, a esta hora ya no se oye ningún ruido, a veces de lejos el zumbido del ascensor que
me hace acordar a esa película de miedo que también pasaba en una clínica, cuando a medianoche se abría poco a poco la
puerta y la mujer paralítica en la cama veía entrar al hombre de la máscara blanca...

La enfermera es bastante simpática, volvió a las seis y media con unos papeles y me empezó a preguntar mi nombre completo,
la edad y esas cosas. Yo guardé la revista en seguida porque hubiera quedado mejor estar leyendo un libro de veras y no una
fotonovela, y creo que ella se dio cuenta, pero no dijo nada, seguro que todavía estaba enojada por lo que le había dicho mamá
y pensaba que yo era igual que ella y que le iba a dar órdenes o algo así. Me preguntó si me dolía el apéndice y le dije que no,
que esa noche estaba muy bien. “A ver el pulso”, me dijo, y después de tomármelo anotó algo más en la planilla y la colgó a los
pies de la cama. “¿Tienes hambre?”, me preguntó, y yo creo que me puse colorado porque me tomó de sorpresa que me tuteara,
es tan joven que me hizo impresión. Le digo que no, aunque era mentira porque a esa hora siempre tengo hambre. “Esta noche
vas a cenar muy liviano”, dijo ella, y cuando quise darme cuenta ya me había quitado el paquete de caramelos de menta y se
iba. […] Al rato vino mamá y qué alegría verlo tan bien, yo que me temía que hubiera pasado la noche en blanco el pobre querido,
pero los chicos son así, en la casa tanto trabajo y después duermen a pierna suelta, aunque estén lejos de su mamá que no ha
cerrado los ojos la pobre. […] El doctor De Luisi entró para revisar al nene y yo me fui un momento afuera porque ya está
grandecito, y me hubiera gustado encontrármela a la enfermera de ayer para verle bien la cara y ponerla en su sitio nada más
que mirándola de arriba abajo, pero no había nadie en el pasillo. Casi en seguida salió el doctor De Luisi y me dijo que al nene
iban a operarlo a la mañana siguiente, que estaba muy bien y en las mejores condiciones para la operación, a su edad una
apendicitis es una tontería. […]

La enfermera de la tarde se llama la señorita Cora, se lo pregunté a la enfermera chiquita cuando me trajo el almuerzo; me
dieron muy poco de comer y de nuevo pastillas verdes y unas gotas con gusto a menta […]. El nene de mamá ya no está tan
garifo como ayer, se le nota en la cara que tiene un poco de miedo, es tan chico que casi me da lástima. Se sentó de golpe en
la cama cuando me vio entrar y escondió la revista debajo de la almohada. La pieza estaba un poco fría y fui a subir la
calefacción, después traje el termómetro y se lo di. “¿Te lo sabes poner?”, le pregunté, y las mejillas parecía que iban a
reventársele de rojo que se puso. Dijo que sí con la cabeza y se estiró en la cama mientras yo bajaba las persianas y encendía
el velador. Cuando me acerqué para que me diera el termómetro seguía tan ruborizado que estuve a punto de reírme, pero con
los chicos de esa edad siempre pasa lo mismo, les cuesta acostumbrarse a esas cosas…

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