Hadas de Irlanda

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- Título: Hadas de Irlanda

- Autor de portada: Arthur Rackhman

- Recopiladora parte primera, leyendas irlandesas de hadas: Lady

Wilde - Selección y traducción parte primera: Xabier Susperregi

- Autor de la parte segunda, cuentos de las hadas irlandesas: Xabier Susperregi

Edita: Biblioteca de las Grandes Naciones


bibliotecadelasgrandesnaciones.blogspot.com/
Libro 9º

Oiartzun, enero de 2013

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HADAS
DE IRLANDA
Recopiladora de las leyendas: Lady Wilde
Traducción y selección leyendas: Xabier
Susperregi Autor de los cuentos: Xabier Susperregi
Ilustrador de la portada: Arthur Rackhman

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PRESENTACIÓN

Parece que las sorpresas debieran terminar al concluir el libro, pero como en
este caso, pues resulta no ser así. Si recientemente tuvimos ocasión de
acercarnos al mundo de las hadas escocesas, en el primer libro dedicado a
cuentos de Escocia, pues ahora tenemos un primer acercamiento al universo
también de las hadas irlandesas y para quien conozca el arraigo de las creencias
sobre brujas en el País Vasco bien pudieran tener una repercusión similar en el
entorno rural en siglos pretéritos.

Las historias que publica Lady Wilde en 1887, Ancient Legends, Mystic
Charms, and Superstitions of Ireland, a tener en cuenta la fecha cuando se lea, son
en muchos casos historias que se tuvieron por reales y que pueden tener su
interpretación. En el trasfondo de los cuentos y leyendas irlandesas, muchas
veces está el premio a la buena conducta y también el castigo a la mala. A destacar
la reacción de las hadas a los malos tratos a las mujeres; cuestión que tuvo que
llenar de orgullo a Lady Wilde, por ser ella una de las grandes pioneras, defensora
de los derechos de la mujer. También fue poetisa, activista nacionalista; el apellido
Wilde le viene de su marido y uno de sus hijos, se llamaba Oscar, Oscar Wilde, esa
ha sido otra de mis sorpresas, como la convicción de que algún día habrá otro
volumen sobre las hadas irlandesas o eso espero. En cuanto a Lady Wilde, sí que
resulta muy interesante conocer más sobre su vida y espero también tener ocasión
de escribir más sobre ella.

También podemos mencionar la contraposición entre religión y los seres


mágicos que queda patente en la forma de protegerse en ocasiones

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de los posibles maleficios de las hadas. También, la creencia de que las hadas
secuestraban niños y dejaban seres no humanos en su lugar, tema recurrente en
las leyendas de Xana que recientemente hemos publicado. En el País Vasco ocurre
los mismo a comienzos del siglo XVII, según queda reflejado en los testimonios de
supuestas brujas de Zugarramurdi, juzgadas con la bruja considerada la más
malvada de la época, María de Zozaya, que residió durante muchos años en
Errenteria. En esos testimonios queda reflejada esa circunstancia de que las
brujas dejaban seres de su especie en el lugar de donde se llevaban personas al
aquelarre.

En lo que respecta a los cuentos originales que incluyo en el libro, los


escribí hace tiempo, inspirados en mis queridas hadas y mi estimada Irlanda,
utilizando sus propios métodos para viajar hasta aquel país, cruzando el mar sin
tocar el agua, en un instante y permanecer allí, a veces durante cierto tiempo,
muchas de ellas de noche y también de luna llena como a ellas tanto parece gustar
hacer sus fiestas, momentos en los que no resulta tan difícil escribir historias
acerca de ellas. Afortunadamente, mi regreso de la colina de las hadas se realizaba
en el mismo día, sin perder la percepción del tiempo, como ocurre a muchos que
se han encontrado a las hadas celebrando sus danzas y que regresan a casa tras
muchos años, pensando que lo hacen en el mismo día.

En un principio pensé en reescribirlas porque el paso del tiempo te hace


también tener una nueva visión de las cosas y también mayor conocimiento pero
finalmente he desistido, principalmente porque la motivación y frescura que se
tiene cuando se viven las historias que es como se podría denominar el momento
en que surgen en nuestra cabezota, tiene cierta pureza que se pierde al revisar y
revisar los textos y en esta ocasión al menos, así lo he preferido.

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Muy pronto, tendremos la oportunidad de leer nuevos títulos de nuestra
Biblioteca de las Grandes Naciones. Cuentos palestinos, Cuentos del País Vasco,
el segundo libro de Relatos del País de los Saharauis...

Ahora, disfruten de la lectura.


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PARTE
PRIMERA
LEYENDAS
IRLANDESAS DE HADAS

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LA MÚSICA DE LAS HADAS

El mal influjo de la mirada de las hadas no mata, sino que provoca un trance
semejante a la muerte, en la que lleva el cuerpo real a alguna mansión de las
hadas, mientras que un tronco de madera o alguna criatura fea y deforme queda
en su lugar vestida con la sombra de la forma robada.

Las mujeres jóvenes de notable belleza, los hombres jóvenes y los niños
guapos, son las principales víctimas de la raza de las hadas. Las chicas son
casadas con los jefes de las hadas y los jóvenes con las reinas de las hadas, y si
los hijos mortales no salen bien, se envían de vuelta y

otros son llevados en su lugar. A veces es posible traer de vuelta de las hadas a
alguien que ha sufrido de sus hechizos, pero nunca son exactamente lo mismo
después, sobre todo si han escuchado la música de las hadas.

La música de las hadas es suave, baja y quejumbrosa, con un encanto fatal


para los oídos mortales.

Un día, un caballero entró en una cabaña en el Condado de Clare y vio a una


joven de cerca de veinte años, sentada junto al fuego, cantando una canción
melancólica, sin palabras ni música conocidas. Investigando lo ocurrido se le dijo
que había oído una vez el arpa de las hadas, y los que lo escuchan pierden toda la
memoria del amor y del odio, y olvidan las

cosas y nunca más vuelven a tener otro sonido en sus oídos, salvo la suave
música del arpa de las hadas. Y cuando se rompe el hechizo, mueren.

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LA DANZA DE LAS HADAS

Una tarde, a finales de noviembre, que es en el mes en que los espíritus


tienen más poder sobre todas las cosas; la chica más guapa de toda la isla iba al
pozo de agua, su pié resbaló y cayó. Fue un presagio de mala suerte. Cuando ella
se levantó y miró a su alrededor, le parecía como si estuviera en un lugar extraño y
todo a su alrededor se cambió como por encanto. Pero a cierta distancia vio a una
gran multitud reunida alrededor del fuego y se sintió lentamente atraída hacia
ellos, hasta que por fin quedó de pie en medio de la gente, en silencio. Quedaron
fijamente mirándola a ella y ella, de miedo, trató de darse la vuelta y marcharse,
pero no pudo. Entonces, un hermoso joven, como un príncipe, con una falda roja y
una cinta de oro en su largo cabello rubio, se acercó y la invitó a bailar.

- Es una tontería, señor, hacerme bailar cuando no hay música.

Entonces, alzó la mano e hizo una señal a la gente y al instante, la música


más dulce, sonaba cerca de ella y alrededor de ella y el joven tomó su mano, y
bailaron y bailaron hasta que la luna y las estrellas cayeron. Parecía como si uno
flotara en el aire y se olvidó de todo el mundo, excepto de la danza, la dulce
música y su hermosa pareja.

Por fin cesó el baile y su compañero le dio las gracias y la invitó a cenar con el
grupo. Entonces vio una abertura en el suelo y un tramo de escalera y el joven,
que parecía ser el rey entre todos ellos, la llevó hacia abajo, seguidos de todo el
grupo. Al final de la escalera se encontraron en

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un gran salón; todo brillante y hermoso de oro y plata. Y luces y la mesa estaba
llena de ricos manjares y para beber, el vino se vertía en copas de oro. En ese
momento, un hombre pasó junto a ella y le susurró:

- No coma alimentos y no beba vino o nunca regresará de nuevo a casa.

Así que devolvió la copa y se negó a beber. Por ello se enojaron y se levantó
un gran ruido y un hombre terrible se puso de pie y dijo: - ¡El que viene con
nosotros, debe beber con nosotros!
Y él la agarró del brazo y le puso el vino en sus labios, de modo que casi
muere del susto. Pero en ese momento, un hombre pelirrojo se acercó y la tomó de
la mano y la llevó consigo.

- Usted está ahora segura –le dijo-. Toma esta hierba y mantenla en su mano
hasta llegar a casa y nadie podrá hacerle daño.

Y le dio una rama de hiedra terrestre. La tomó y huyó a través de la oscura


pradera. Pero en todo momento escuchaba los pasos tras de ella persiguiéndola.
Por fin llegó a casa, atrancó la puerta y se fue a la cama, momento en el que se
levantó un gran clamor de voces en el exterior mientras ella lloraba.

- El poder ha pasado a ti a través de la magia de la hierba, pero espera,


cuando baile de nuevo con la música de la colina, permanecerá con
nosotros para siempre y nada lo detendrá.

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Sin embargo, mantuvo el poder mágico de forma segura y las hadas no le
dieron más preocupaciones. Pero pasó mucho tiempo antes de que desapareciese
de sus oídos el sonido de la música de las hadas que había bailado aquella noche
de noviembre, en la colina con su amante de las hadas.
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LA JUSTICIA DE LAS HADAS

Ser pelirrojo, aunque se considera muy mala suerte en la vida real, sin
embargo, por lo general, actúa en el mundo de las hadas como el benevolente;
salva, ayuda y rescata al infeliz mortal, quien es bastante impotente ante los
hechizos de las hadas.

Había un hombre en la Isla de Shark que solía cruzar a Boffin para comprar
tabaco, pero cuando el tiempo era demasiado peligroso para la embarcación, su
mal humor era tan malo como el clima y solía golpear a su esposa, y arrojar todo
cuanto estaba a su alrededor, de modo que nadie

podía detenerle.

Un día, un hombre se acercó a él y le dijo:


- ¿Qué me darás si yo voy a Boffin y te traigo tabaco? - ¡No te daré nada!
-contestó-. Cualquiera que sea el camino que tomes a Boffin, yo también
puedo tomarlo.

- Entonces ven conmigo a la orilla –dijo el primer hombre-, y yo te mostraré


cómo cruzar, pero como sólo puede ir uno, deberás ir solo.

Y yendo hacia el mar, vieron una gran compañía de caballeros y damas


galopando y riendo, con músicas.

- Sube ahora en un caballo y podrás hacerlo –dijo el primer hombre.

Así que el otro hizo lo que le dijo y al instante estaban todos al otro lado del
mar y desembarcaron en Boffin.

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Luego corrió a comprar tabaco y estaba de vuelta en un minuto e hizo lo que
había hecho antes. Saltó sobre el caballo y como el resto, se adentraron en el mar,
pero de repente se detuvieron a mitad de camino entre las dos islas, donde había
una gran roca y en aquel punto, los

caballos no eran capaces de continuar hacia delante. Entonces hubo gran


inquietud entre ellos y convocaron una junta.
- ¡Hay un mortal entre nosotros! –dijeron-. ¡Vamos a ahogarlo!

Y llevaron al hombre a lo alto de la roca y lo echaron abajo, y cuando subió a


la superficie otra vez, lo agarraron del pelo, y lloraba. - ¡Ahógate, ahógate!
Tenemos el poder sobre la vida y la muerte. Debemos ahogarlo.

Y ellos lo iban a echar por segunda vez cuando un hombre pelirrojo


intercedió por él y lo llevó con mano fuerte y segura a la costa.

- Ahora –le dijo-, usted está a salvo, pero si alguna vez golpeas a tu pobre y
buena mujer o arrojas los objetos de la casa para atormentarla, usted
morirá en esta roca, tan seguro como su destino.

Y tras decir aquello, desapareció.

Así que desde aquel momento en adelante, fue tan manso como un ratón,
porque tuvo miedo, y cada vez que iba por la roca en su embarcación, siempre se
detenía un momento y decía una pequeña oración por su esposa con un: “Dios te
bendiga”; y esto mantuvo alejado el mal y ambos vivieron juntos y felices para
siempre, hasta que fueron viejecitos.

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LA PRUEBA DEL FUEGO

Había un hombre en Mayo que estaba postrado en la cama durante meses y


meses, aunque comía toda la comida que le llevaban, nunca se puso más fuerte y
los domingos cuando iban a misa, lo encerraban y dejaban solo en el lugar con un
montón de comida.

Bien cerca había un campo, y un domingo, regresando a casa de la misa


antes de lo habitual, vieron una multitud de gente jugando a bolos en el campo, y
el enfermo entre ellos, pero en ese momento se desvaneció, y cuando la familia
llegó a su casa, estaba el hombre enfermo, profundamente dormido en su cama.

- ¡Levántate! –dijeron-, porque te hemos visto jugar a bolos con las hadas.
No vas a comer y beber más a costa nuestra.

Pero él no estaba conforme y dijo que estaba demasiado enfermo para


moverse.

Luego hicieron un gran fuego en césped y le dijeron:


- Levántate o te ponemos en el fuego para romper el hechizo de las hadas.

Lo cogieron para quemarlo. Entonces se asustó, y se levantó y salió por la


puerta y le siguieron hasta que se detuvo en un campo donde los lanzadores
estaban jugando. Se acostó en la hierba, pero cuando se acercaron a él, estaba
muerto.

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Otro hombre, yendo al trabajo una mañana temprano, vio a dos mujeres
que iban a una casa y una de ellas dijo:

- Aquí hay un niño hermoso en esta casa, entra y entrégamelo y vamos a


dejar un niño sin vida en su lugar.

La otra hizo lo que le dijo; entró por la ventana, cogió el niño y le dio el niño
que estaba durmiendo y tras coger el niño muerto, lo puso en el interior de la
cama.

Ahora, el hombre vio que se trataba de hadas trabajando y acercándose, hizo


la señal de la cruz sobre el niño dormido, con lo cual, las dos mujeres chillaban
como si hubieran sido golpeadas, y huyeron, dejando el niño obre la hierba.
Entonces, el hombre lo tomó suavemente y colocándolo bajo la chaqueta, se fue a
donde su esposa.

- Aquí –dijo-, cuida de este niño hasta que yo vuelva y quema hierba al lado
de la cuna para mantener alejadas a las hadas.

Cuando pasó por la casa de nuevo, donde había visto a las dos mujeres,
escuchó un llanto y gran lamentación, y entró preguntando qué era lo que les
afligía.

- Mira –dijo la madre-; mi hijo está muerto en su cuna. Murió por la noche,
sin nadie cerca.

Y ella lloró amargamente.

- Consuélate –dijo el hombre-; se trata de un niño changeling, tu niño


está a salvo.

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Y él le contó la historia.

- Ahora –dijo-; si no me creen, no tienen más que echar el niño muerto al


fuego y vamos a ver qué es lo que ocurre.

Así que hicieron un buen fuego, y tomando al niño muerto en sus brazos, lo
puso sobre la hierba caliente diciendo:

- Quema, quema, quema. Si es diablo se quemará, pero si es de Dios y los


santos, está a salvo de cualquier daño.
Y el niño, tan pronto como sintió el fuego, salió de la chimenea, gritó y
desapareció.

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LA VENGANZA DE LAS HADAS

Las hadas tienen gran objeción a que el hombre construya sobre el rath,
donde se reúnen por la noche.

Un granjero llamado Johnstone, que tenía un montón de dinero, compró


un terreno y escogió un lugar verde muy hermoso para construir una casa,
precisamente el lugar que más amaban las hadas.
Los vecinos le advirtieron de que se trataba de un rath de hadas, pero él se rió y
como era del norte, le parecía que las cosas que le contaban eran tan simples
como los viejos cuentos que se contaban.

Así que construyó la casa y la decoró hermosamente para vivir. Había gente
que pensaba que el agricultor debía de haber encontrado una mina de oro en el
rath de las hadas.

Pero las hadas estaban todo el tiempo tramando la forma en que podrían
castigar al agricultor, por quitarles la tierra del baile y reducir el espino donde
celebraban sus fiestas de luna llena.

Y un día, cuando ordeñaba las vacas, una viejecita con un manto azul se
acercó a donde la señora del agricultor y le pidió una taza de leche.

- ¡Vete! –dijo la dueña de la casa-, usted no obtendrá leche de mí. No quiero


que ningún vagabundo venga a mi morada.

Y ella dijo a los sirvientes que la echaran.

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Un tiempo después, la mejor y más fina de las vacas enfermó y no daba
leche, perdió sus cuernos, después sus dientes y al final, murió.

Hasta que un día, la señora Johnstone, estaba sentada hilando lino en la


sala y la misma mujer del manto azul, de pronto se le presentó frente a ella.

- Su criada está horneando pasteles en la cocina, dame alguno para que


pueda llevarlo conmigo.

- ¡Sal de aquí! –exclamó la esposa del agricultor enojada-, eres una


miserable vieja malvada y has envenenado mi mejor vaca.

Ordenó a los sirvientes la llevaran a palos.

Ahora, los Johnstones tuvieron su primer hijo. Un chico hermoso, tan fuerte
como un potro joven, y tan lleno de alegría. Pero poco después de esto, comenzó a
crecer raro y extraño, y se perturbó su sueño. Dijo que las hadas llegaron en la
noche y se colocaron a su alrededor y le pellizcaron. Algunos se sentaron en su
pecho y no podía ni respirar ni moverse. Y le dijeron que no le dejarían en paz a
menos que se comprometiera a darles una cena todas las noches. Un pastel del
horno y una taza de leche.

Así que para calmar al niño, la madre tenía preparadas estas cosas todas las
noches en una mesa al lado de su cama, y a la mañana siguiente ya no estaban.

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Pero aún así, el niño languidecía y sus ojos tenían una mirada extraña,
como si no viera nada de lo que hacía cerca y alrededor suyo. Como si algo muy
lejano perturbara su espíritu.

Y cuando le preguntaron qué le afligía, dijo que las hadas se lo llevaban a las
colinas cada noche, donde bailaba y bailaba con ellos hasta la mañana, que
cuando lo traían de vuelta, lo dejaban nuevamente en la cama.

Por fin, el granjero y su esposa no sabían qué hacer, de dolor y


desesperación, por ver al niño languideciendo ante sus ojos y sin poder hacer
nada por ayudarlo.

Una noche, alzó la voz en medio de grandes sufrimientos.


- ¡Madre, envía al sacerdote a donde las hadas porque me están matando!
Ellos están aquí, sobre mi pecho. Me aplastan para matarme.

Tenía sus ojos desorbitados de terror.

Ahora bien, el granjero y su esposa no creían ninguno en las hadas,


aunque para calmar al niño hicieron lo que pedía y mandaron llamar al
sacerdote, quien oró por él y lo roció con agua bendita.

El pobrecillo parecía más tranquilo cuando el sacerdote rezó y dijo que las
hadas se iban y luego quedó atrapado en un tranquilo sueño. Pero cuando se
despertó dijo a sus padres que había tenido un hermoso sueño y que estuvo
caminando en un jardín precioso con los ángeles, y él sabía que era el cielo y que
iba a estar allí antes del anochecer, porque los ángeles

le habían dicho que vendrían a por él.

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Estuvieron cuidando al niño enfermo toda la noche, porque vieron que continuaba
con fiebre, pero esperando que mejorase por la mañana, porque ahora dormía
tranquilamente con una sonrisa en los labios.

Pero justo cuando el reloj marcó la medianoche, se despertó y se sentó y


cuando su madre puso sus brazos alrededor de él llorando, el le susurró:

- Los ángeles están ahí, madre.

Y luego se dejó caer hacia atrás y así murió.

Ahora, después de aquella calamidad, nunca el granjero levantó cabeza.


Abandonó de su mente la granja y los cultivos fueron a la ruina y se le murió el
ganado, y finalmente, antes de un año y un día fueron más los que pusieron en la
tumba, al lado de su pequeño hijo, y la tierra pasó a otras manos y como nadie iba
a vivir en la casa, fue derribada. Nadie tampoco cultivaría en el rath, de modo que
la hierba volvió a crecer por todas partes, con su hermoso color verde y las hadas
bailaron allí una vez más a la luz de la luna, como solían hacer en los viejos
tiempos, libres y felices y así, el malvado hechizo se rompió para siempre.

Pero el pueblo no quería saber nada de la madre sin hijos, así que ella
marchó de nuevo a su propio pueblo; como una mujer abatida y miserable. Una
advertencia para todos los que quieran despertar la venganza de las hadas.
Interrumpiendo sus antiguos derechos, posesiones y privilegios.

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EL MÉDICO Y LA PRINCESA DE LAS HADAS

Una noche, según cuenta la historia, un gran médico que vivía cerca de
Lough Neagh, fue despertado una noche por el sonido de un carro que llegó hasta
su puerta, tras lo cual sonó fuertemente un timbre. Vistiéndose rápidamente, salió
y vio un pequeño duende junto a la puerta del carruaje y en el interior un gran
caballero.

- ¡Oh, doctor, date prisa y ven conmigo! –exclamó el caballero. No pierdas


tiempo pues una gran dama ha caído enferma y no tiene a nadie más
que a ti que le pueda asistir. Así que venga conmigo en el carruaje.

Por ello, una vez de que tuvo preparado con todo lo que pudiera necesitar,
se detuvo un momento.

- Ahora rápido –dijo el caballero-; sé que es un muchacho excelente.


Siéntate aquí a mi lado y no se alarme de nada de lo que pueda ver.

Así que partieron y el caballero conducía como enloquecido y cuando


llegaron al ferry, el médico pensó que despertaría al barquero para tomar el barco,
pero no, se lanzó al agua con carro y caballos y en muy poco tiempo estaban en el
otro lado sin que los hubiera tocado una gota de agua.

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Entonces, el médico comenzó a sospechar de la empresa en que estaba pero
no dijo nada y fueron encima de la colina de Shane, hasta que se detuvo el carro y
entraron en un negro bajo de una casa. Entraron y pasaron por un corredor
estrecho y oscuro, buscando a tientas su camino,

hasta que, de pronto, una luz brillante iluminó las paredes y una vez de que los
asistentes hubieron abierto una puerta, se encontró en una cámara magnífica, toda
adornada de seda y oro, y en un sofá de seda había una bella dama que exclamó
con el saludo más cordial:

- ¡Oh, doctor, estoy muy contenta de verte! ¡Qué bueno que hayas venido!

- Muchas gracias, mi señora –dijo el doctor-. Estoy al servicio de su señoría.

Y él se quedó con ella hasta que un hijo varón nació, pero cuando miró a su
alrededor no había ninguna enfermera, así que lo envolvió en paños y lo puso
junto a su madre.

- Ahora –dijo la dama-; no te importe lo que te digan pues van a tratar de


hechizarte para mantenerte aquí. Toma mi consejo y no comas ningún
alimento ni bebas vino y estará sano y salvo. Tampoco expreses
sorpresa por aquello que veas y no tomes más de cinco guineas de
oro, aunque te ofrezcan cincuenta o cien, pues es lo que debes cobrar.

- Muchas gracias, señora –dijo el médico.


Tras ello, el caballero entró en la habitación, el niño era grande y noble como
un príncipe, lo cogió, lo miró y lo puso de nuevo en la cama.

Ahora bien, había un gran fuego en la habitación y el caballero cogió una


pala y la llevó al fuego, sacando todo el carbón hirviente, dejando un

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gran espacio en la parte trasera de la parrilla; luego tomó al niño y lo puso de
nuevo en el hueco de la parte posterior de la chimenea y sacó todo el carbón a
través de ella hasta que estuvo cubierto, pero, teniendo en cuenta los consejos de
la dama, el médico no dijo ni una sola palabra. Luego, la habitación se transformó
de nuevo en una más hermosa, donde se celebraba una gran fiesta, en la que se
degustaban todo tipo de carnes, frutas y vino tinto en brillantes copas de cristal

- Ahora, doctor –dijo el caballero-, siéntate con nosotros y tome lo que más
le agrade.

- Señor –dijo el doctor-; he hecho voto de no comer ni beber nada hasta


regresar a casa, así que por favor, déjeme volver sin más demora.

- Por supuesto –dijo el caballero-. Pero primero deje que pague su labor.

Y puso una bolsa de oro sobre la mesa y derramó cantidad de brillantes


piezas de oro.

- Me limitaré a tomar lo que me pertenece y nada más –dijo el doctor.

Y tomó cinco guineas de oro y las puso en su monedero.

- ¿Y ahora podré tener el carro y regresar de nuevo para que no se me haga


tarde?
Por esas palabras, el caballero se rió.

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- Has estado aprendiendo nuestros secretos de mi señora – dijo-; sin
embargo, te has comportado correctamente y serás llevado de vuelta
y quedarás a salvo.

Así llegó el carruaje, y el doctor tomó su bastón y lo llevaron de nuevo como


a la ida, con el carruaje y los caballos por el agua y todo, así hasta que marcharon
derechos hacia la casa, donde llegaron justo antes del amanecer.

Pero cuando abrió su monedero para sacar las guineas de oro, allí halló un
espléndido anillo de diamantes, con el que podría pagarse el rescate de un rey. Y
cuando él lo examinó, encontró las dos letras de su propio nombre grabadas en su
interior. Un regalo de aquel príncipe de las hadas.

Todo esto ocurrió hace cien años, pero el anillo permanece en la familia del
médico, traspasado de padres a hijos y se dice que a quien lo porta, la buena
suerte le acompaña y la riqueza y el honor también, durante todos los días de su
vida.

“Y por la luz que brilla, esta historia es verdad” –agregó el narrador de la


historia por la fuerte aseveración de los campesinos de hable irlandesa de
enfatizar la verdad de sus palabras.
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SHAUN-MOR, UNA LEYENDA DE INNIS-SARK

Los isleños creían firmemente en la existencia de las hadas, que vivían en


las cuevas junto al mar, cerca de la altura de la hierba, que salían de las grietas de
las rocas y eran luminosas y alegres, vistiendo chaquetas verdes y rojas gorras.
Que podían ayudar a quien les gustase.

Aunque a menudo muy dañinas si se sentían ofendidas o insultadas.

Había un hombre viejo en la isla, llamado Shaun-Mor, que dijo que había
viajado a menudo con los pequeños hombres y llevó sus sacos para ellos y que a
cambio le dieron extraños regalos de hadas y le enseñaron el secreto del poder,
para que pudiera siempre triunfar ante sus enemigos y incluso entre las hadas, era
tan sabio como cualquiera de la especie y si se le se iba la cabeza podía luchar
contra media docena de ellos juntos y echarlos al mar o estrangularlos con algas.

Las hadas se enojaron por su orgullo y presunción y decidieron darle una


lección maliciosa, para de paso, divertirse a su cuenta. Así que, una noche, cuando
regresaba a casa, de repente vio un gran río entre él y su casa.

- ¿Cómo voy a llegar al otro lado ahora? –exclamó en voz alta.


Inmediatamente, un águila se acercó a él.

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- No llores, Shaun-Mor –dijo el águila-. Sube a mi espalda y yo te llevaré a
salvo.

Así que Shaun-Mor subió y volaron como nunca tan alto, hasta que al fin, el
águila lo arrojó a la ladera de una gran montaña, en un lugar que nunca antes
había visto.

- ¡Esta es una mala pasada que me has jugado! –dijo Shaun-, ¿dime
dónde estoy ahora?

- Estás en la luna –le dijo el águila y desciende como mejor puedas porque
ahora tengo que irme. Así que, adiós y ten cuidado de no caer fuera
del borde.

Y diciendo aquello, el águila desapareció.

En ese momento, una hendidura de la roca se abrió y salió un hombre tan


pálido como un muerto, con una hoz en la mano.

- ¿Qué te trae por aquí? –dijo-. Sólo los muertos vienen a este lugar.

Y miró fijamente a Shaun-Mor que temblaba como si se estuviera muriendo.

- ¡Oh, vuestra merced! –dijo-. Yo vivo lejos de aquí. Dime cómo puedo bajar y
ayúdame. Te lo suplico.

- ¡Ay, que lo haré! –dijo el hombre de pálido rostro. Aquí está la ayuda que
te doy.
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Y diciendo esto, le dio un golpe con la hoz que Shaun cayó derecho sobre el
borde de la luna, y cayó y cayó hasta que por suerte fue a caer sobre una bandada
de gansos y el viejo ganso que los dirigía, se detuvo y lo miró.

- ¿Qué estas haciendo aquí, Shaun-Mor? –dijo-. Porque yo ye conozco bien.


Muchas veces te he visto en Shark. ¿Qué va a decir tu esposa cuando
se entere que estás tan tarde de noche fuera, andado por este
camino? Es de muy mala reputación, si es de un ganso mal educado
el hacerlo, peor aún, mucho peor en un hombre. Yo me avergüenzo de
ti, Shaun-Mor.

- ¡Oh, su señoría! –dijo el pobre hombre-. Ha sido culpa de una mala pasada
de las malvadas brujas que me han hecho esto, me dejaron subirme
sobre su espalda y si su señoría me lleva a salvo a mi casa, estaré
siempre agradecido a todos gansos del mundo durante toda mi vida.

- Bueno, entonces, súbete a mi espalda –dijo el pájaro, revoloteando


sus alas con gran estrépito sobre Shaun.

Pero él no podía sostenerse subido a la espalda y se agarró a una pata, y él


y el ganso fueron bajando y bajando hacia el mar.

- Ahora he de irme –le dijo el ganso-, y busca el camino a tu casa lo mejor


que puedas, porque yo ya he perdido mucho tiempo contigo.

Y sacudió a Shaun-Mor, que fue a caer en medio del mar, y cuando estaba
casi muerto, una ballena se le acercó y batiendo sus aletas lo golpeó.
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Él no supo nada más hasta que abrió los ojos tumbado en la hierba de su
propio terreno, junto a una gran piedra. Y su esposa estaba junto a él, de pié y le
empapaba con un gran cubo de agua, y golpeándole la cara con su delantal.

Y después contó a su esposa todo tipo de cuentos, de los que dijo que eran
tan verdad como el evangelio, pero no creyó que ella creyera ni una sola palabra
de lo que le dijo, aunque tenía miedo de llevarle la contraria a un tipo como
Shaun-Mor, quien afirmaba que todo había sido labor de las hadas, aunque la
gente malvada pudiera burlarse y decir que estaba borracho.
33
LA RAZA DE LAS HADAS

Las Shide o raza de espíritu, también llamada Feadh-Ree o hada, se suponía


que habían sido una vez ángeles del cielo, que fueron expulsados por orden divina
por su orgullo desmedido.

Algunos cayeron a tierra y allí habitaron, mucho antes de que el hombre


fuera creado, en tiempos de los primeros dioses de la tierra. Otras cayeron al mar,
y ellas mismas construyeron hermosos palacios de cristal y perlas de hadas, por
debajo de las olas, pero en las noches de luna, a menudo vienen arriba a tierra,
montando sus caballos blancos y deleitando para juntarse con su parentela de
hadas que viven en las cavernas de las montañas y bailan juntos en el césped bajo
los árboles antiguos y beben el néctar de las tazas de flores, que es el vino de las
hadas.

Otras hadas, sin embargo, son demoníacas y dadas a las malas acciones y
maliciosas, porque cuando fueron expulsadas del cielo cayeron al infierno y allí, el
diablo las tiene bajo su gobierno y las envía cuando quiere a misiones del mal,
para tentar las almas de los hombres más débiles bajo el brillo el pecado y placer.
Estos espíritus habitan debajo de tierra y difunden su conocimiento sólo a ciertas
personas malvadas, elegidas por el diablo, quien les da poder para hacer conjuros,
pociones de amor y poder para trabajar hechizos malignos. Pueden asumir formas
diferentes por su conocimiento y uso de ciertas hierbas mágicas.

Las mujeres brujas que han sido enseñadas por ellos y se han convertido en
herramientas del Maligno, son el terror del barrio, porque ellas tienen todo el poder
de las hadas y toda la malicia del demonio, que les revela secretos de horas y días,
y los secretos de las hierbas, y los

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secretos maléficos, y el poder de la magia que puede afectar a todos los
propósitos, ya sea para bien o para mal.

Las hadas de tierra son pequeñas y hermosas. Aman apasionadamente la


música y el baile y viven lujosamente en sus palacios en las colinas y en las
cuevas de montañas profundas, y pueden obtener todo tipo de cosas preciosas
para la casa de las hadas, simplemente por la fuerza de su poder mágico. También
pueden asumir todas las formas, y nunca conocerá la muerte, hasta la llegada del
último día, cuando su destino será desaparecer y ser aniquilado para siempre.
Sin embargo, son muy celosos de la raza humana que son tan altos y
fuertes, y al que se le ha prometido la inmortalidad. Y a menudo son tentados por
la belleza de una mujer mortal y es grande su deseo de tenerla como esposa. Los
hijos de estos matrimonios tienen una naturaleza

mística extraña y en general son famosos en la música y canto. Pero ellos son
apasionados, vengativos y no es fácil vivir a su lado. Todo el mundo sabe que son
de la raza de las Shide, por sus hermosos ojos y temperamento audaz, temerario.

El rey y príncipes de hadas visten de verde, con gorras rojas, unidas en la


cabeza por un cordón de oro. La reina de las hadas luce un vestido de gasa de
plata brillante, salpicado de diamantes, y su largo cabello dorado se extiende por
el suelo mientras bailan en la hierba.

Su campamento favorito y lugar de descanso se encuentra bajo un espino. Y


un campesino iría a morir antes que cortar uno de esos espinos antiguos y
sagrados para las hadas, y que generalmente se encuentra en el centro del anillo
de las hadas. Pero nunca las personas sienten adoración hacia estas hadas, pues
se mira al Shide como una raza inferior al hombre.

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Al igual que tienen un miedo inmenso, miedo del poder místico de las hadas, y de
no interferir con ellos, no ofenderlos a sabiendas.

Los Shide, a menudo se esfuerzan por llevarse niños guapos, que luego son
criados en los palacios de hadas hermosas, bajo tierra y casados con compañeras
o compañeros de hadas cuando crezcan.

La gente tiene la idea de que dejan un changeling o ser en la cuna, en lugar del hijo
precioso. Una cosita arrugada se encuentra allí. A veces, se toma por la noche y se
pone en un sepulcro abierto hasta el amanecer y cuando se espera hallar a su
propio hijo reestablecido, las más de las veces no se encuentra nada más, excepto
el frío cadáver de la pobre paria.

A veces, se dice que las hadas se llevan a niños mortales para un sacrificio,
ya que tienen que ofrecer uno cada siete años al diablo, a cambio del poder que
les da. Y hermosas jovencitas se llevó también, ya fuera para sacrificio o para ser
casadas con el rey de las hadas.

Las hadas son puras y limpias en sus hábitos, y les gusta sobre todas las
cosas, un cubo de agua que se colocará para ellos por la noche, en caso de que
deseen bañarse.

También se deleitarán con buenos vinos y tendrá cuidado de pagarle bien a


quien se los dé, porque son verdaderamente rectas y honestas.

Los grandes señores de Irlanda, en la antigüedad, solían dejar un barril de


los mejores vinos españoles, con frecuencia, sobre el alféizar de la ventana para
las hadas y por la mañana, se había ido todo.

El fuego previene grandemente contra la magia de las hadas.

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EL NIÑO DE LAS HADAS

Una mujer que vive en la antigua Innis-Sark dice que en su juventud conoció
a una mujer que estuvo casada durante cinco años, pero que no tenía hijos. Su
marido era un hombre rudo y grosero, y utilizaba el motivo de no tener hijos para
mofarse de ella y golpearla muchas veces. Pero ocurrió que durante aquel año
nació un niño que era tan hermoso que parecía un ángel del cielo.

El padre estaba tan orgulloso de la criatura que a menudo se quedaba el la


casa, cerca de la cuna para cuidarlo y ayudar a su esposa con los trabajos.

Un día, sin embargo, mientras mecía la cuna, el niño le miró de repente a él


y, ¡eh aquí!, que tenía una enorme barba en rostro. Entonces, el padre gritó a su
esposa:

- ¡Esto no es un niño, sino un demonio! ¡Has puesto un hechizo maléfico


sobre él!

Y él la golpeó y golpeó, peor de lo que había hecho en toda su vida; por lo


que ella gritó en voz alta pidiendo ayuda. Aquel lugar se puso muy oscuro y el
trueno sonó sobre sus cabezas y la puerta se abrió de par en par con gran
estruendo, y entraron dos extrañas mujeres, con gorros de color rojo en la cabeza
y gruesos palos en sus manos. Una se abalanzó sobre el hombre, y una sujetaba
sus brazos mientras la primera le golpeó hasta casi dejarlo muerto.

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- Nosotros somos vengadoras –dijeron-, míranos y tiembla porque si le
vuelves a golpear a tu esposa de nuevo, regresaremos para matarte.
Ahora ven, arrodíllate y pídele perdón.

Cuando el pobre desgraciado lo hizo, temblando de miedo, se


desvanecieron.

- Ahora –dijo el hombre cuando se fueron-, esta casa ya no es un lugar


adecuado para mí. Voy a marcharme para siempre.

Así que tomó su camino y la esposa quedó conmovida. Entonces, el


niño se sentó en la cuna.

- Ahora, madre –dijo-, ya que el hombre se ha ido, te diré lo que has de


hacer. Hay un pozo sagrado cerca de aquí que nunca has visto, pero lo
sabrás por el manojo verde de junco que crece sobre la boca, vete allí,
agáchate y grita en voz alta

tres veces, y una anciana va a ofrecerte que te dará lo que desees. No


debes decir a nadie nada sobre el pozo ni la mujer o todo saldrá mal.

Así que la madre hizo lo que le había dicho y se fue al pozo y gritó tres
veces y una anciana se acercó, y dijo:

- ¿Mujer, por qué me has llamado?

Y la pobre madre tenía miedo, y respondió temblorosa:


- El niño me ha enviado y te ruego que me procures el bien y no el mal.

- Ven, pues, conmigo al pozo –dijo la mujer-, y no tengas miedo.

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Así que la madre le tendió la mano y la otra la llevó por un tramo de
escalones de piedra, y luego llegaron a una sólida puerta cerrada y la anciana la
abrió, ordenando que entrara. Pero la madre tendía miedo y lloró.

- ¡Entra! –le dijo. No temas, porque esta es la puerta del palacio de un rey y
verás a la reina de las propias hadas, porque es su hijo el que usted
está amamantando, y el rey, su marido, está con ella en su trono de
oro, y no tengas miedo. No hagas ninguna pregunta y haz lo que te
ordenen.

Luego entró en un salón precioso y el suelo era de mármol y las paredes


eran de oro macizo, y una gran luz lo iluminaba todo, por lo que los ojos apenas
podían dirigirse hacia la luz. Luego pasó a otra habitación y al final de la misma, en
un trono de oro, estaba sentado el rey de las hadas. Era muy bello y junto a él
estaba su reina, de apariencia justa y hermosa, toda vestida de plata.
- Esta señora es quien ha cuidado a su hijo, el joven príncipe – dijo la
anciana.

La reina sonrió y le pidió a la mujer que se sentara para contarle cómo llegó
a saber del lugar.

- Mi hijo fue quien se lo dijo –dijo el rey, mirando muy enojado.

Pero la reina lo tranquilizó y dirigiéndose a una de sus damas, dijo: -


Tráeme aquí el otro niño.

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Entonces, la señora trajo al niño y lo puso en brazos de su madre. - Toma
–dijo la reina-, él es tu propio hijo, que nos lo llevamos porque era tan
hermoso y el niño que tienes en casa es mío, es un pequeño, pequeño hada.
Lo quiero de vuelta y he enviado un hombre para traerlo aquí y usted puede
llevarse a su propia casa su hijo con seguridad, porque las bendiciones de
las hadas estaban con él para su bien y el hombre al que derrotaron no era
su marido sino un mensajero que lo enviaron para cambiar los niños. Así,
usted encontrará a su verdadero esposo en su propia casa, observando y
esperando su llegada.

En eso se abrió la puerta y el hombre que la había golpeado entró y la madre


temblaba y tenía miedo: pero el hombre se rió y le dijo que no temiera, sino que
comiera lo que tenía delante de sí y después marchara en paz.

Así la llevaron a otra sala donde había una mesa llena de platos de oro y
hermosas flores y vino tinto en vasos de cristal.
- Come –dijeron-. Esta fiesta la hemos preparado pata ti, no podemos tocar
la comida porque ha sido rociada con sal.

Así que ella comió y bebió del vino tinto y nunca en su vida había probado
manjares tan ricos. Y como le pareció justo y correcto, después de la cena, se
puso de pie y cruzó y juntó las manos para dar gracias a Dios.

Pero la detuvieron e hicieron sentarse.

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- ¡Silencio! –dijeron-. Ese nombre no debe mencionarse aquí. Hubo un airado
murmullo en la sala. Pero justo en ese momento se escuchó una hermosa música y
cantar, como el sonido del canto de sacerdotes y la mujer estuvo tan encantada que
quedó como desmayada. Y cuando volvió en sí era mediodía y estaba de pie junto a
la puerta de su propia casa. Su marido salió, la tomó de la mano y la llevó adentro. Y
allí estaba su hijo, más bello que nunca, tan hermoso como un pequeño príncipe.

- ¿Dónde has estado todo este tiempo? –preguntó el marido. - Hace tan sólo
una hora desde que fui a buscar a mi hijo que habían robado las hadas
–respondió ella.

- ¡Una hora! –dijo el marido. Han pasado tres años y cuando te fuiste estaba
algo enfermizo, fue colocado en su cuna. No mayor que un hongo y yo sabía
bien que era un hijo de hadas, pero sucedió que un día, vino un sastre y se
paró a descansar y cuando miró fijamente al niño, lo deforme y feo, se sentó
muy recto en la cuna y gritó: “Vamos... ¿qué estás mirando? Dame cuatro
pajitas para jugar”. Y el sastre le dio las pajitas y cuando las cogió, el niño
tocó y tocó música tan dulce con ellas, como si fueran gaitas irlandesas.
Todas las sillas y mesas comenzaron a bailar y cuando se cansó, se dejó caer
en la cuna y quedó dormido. Después el sastre dijo: “Ese niño no está bien, lo
primero que debes hacer, es preparar un gran fuego”. Así que hicimos el
fuego, luego el sastre cerró la puerta y se levantó de mala suerte el
desgraciado de la cuna y se sentó en el fuego. Y tan pronto como lo cogieron
las llamas, gritó con voz alta y voló por la chimenea, desapareciendo. Y
cuando todo lo que le perteneció a él estuvo quemado, yo sabía que
regresarías con nuestro muchacho. Y ahora vamos a

41
nombrar a Dios y hacer la señal de la cruz sobre él y la mala suerte no
regresará a nuestra casa por los siglos.

De modo que el hombre y su esposa vivieron felices desde aquel día y el


niño creció y prosperó y fue hermoso y feliz en su vida, por las bendiciones que
las hadas pusieron en él, en la salud, riqueza y prosperidad, así como la reina de
las hadas le hubo prometido a su madre.
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ETHNA, LA NOVIA

Había una vez un gran señor que tenía una hermosa mujer llamada Ethna, la
más atractiva en toda la tierra. Y su marido estaba tan orgulloso de ella que día
tras día celebraba fiestas en su honor, y desde la mañana hasta la noche su
castillo estaba lleno de damas y caballeros, tan sólo se pensaba en el baile y la
música, en la fiesta y la caza. Sólo se pensaba en el placer.

Una tarde, cuando la fiesta estaba más alegre y Ethna flotando a través de la
danza, con su túnica de gasa de plata, entrelazada con joyas; más brillante y
hermosa que las estrellas del cielo, de repente, soltó la mano de su compañero y
cayó al suelo desmayada.

La llevaron a su habitación, donde yacía insensible durante largo tiempo,


pero a la mañana se despertó y dijo que había pasado la noche en un hermoso
palacio, y estaba tan feliz que ella deseaba dormir de nuevo e ir allí en sus sueños.

Allí estuvo todo el día, pero cuando las sombras de la oscura noche cayeron
sobre el castillo, la música se escuchaba bajo su ventana y, Ethna, volvió a caer en
un trance profundo del cual nada pudo despertarla. Entonces, la vieja nodriza se
quedó para vigilarla, pero en el silencio, la mujer se sintió cansada y quedó
dormida. Y no se despertó hasta que el sol se había levantado. Y cuando miró
hacia la cama, vio con horror que la joven esposa había desaparecido. Todos en el
castillo se despertaron al momento y las consultas se hicieron por todas partes,
pero no hallaron

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rastro de ella en el castillo, ni en los jardines, ni en el parque. Su marido envió
mensajeros en todas direcciones, pero en vano; no la habían visto, ningún suspiro
de ella pudieron encontrar, vivo o muerto.

Entonces, el joven lord montó en su corcel más veloz y al galope a la


derecha de Knockma, para preguntar a Finvara, el rey de las hadas, si podía darle
alguna noticia de la novia y a dónde podía dirigirse para buscarla, pues él y
Finvara eran amigos y le habían dejado más de un barril de vino español en la
ventana por la noche para que pudieran llevárselo las hadas, por orden del joven
lord.
Pero poco podía imaginar que el mismo Finvara era el traidor, galopó como un
loco hasta que llegó a Knockma, la colina de las hadas. Y cuando se detuvo a
descansar su caballo por el rath de las hadas, oyó voces en el aire, por encima de él
y uno de ellos dijo:

- Cierto que Finvara está contento, porque tiene por fin, la hermosa novia en
su palacio y nunca más verá ella ya, el rostro de su esposo.

- Sin embargo –respondió otro-, si cava hacia abajo por la colina hasta el
centro de la tierra, podrá encontrar a su novia, pero el trabajo es duro
y el camino difícil y Finvara tiene más poder que cualquier hombre
mortal.

- Eso está por verse –exclamó el joven lord-. Ni las hadas, ni el diablo, ni
Finvara podrán interponerse entre mi joven justa esposa y yo.

Y al instante envió a dos de sus criados para reunir a todos los trabajadores
de la comarca con sus picos y palas, para cavar a través de la colina hasta llegar
al palacio de las hadas.

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Y una muchedumbre de obreros que llegaron y rebuscaron en la colina todo
el día, haciendo una profunda franja que se fue haciendo grande hacia el mismo
centro. Luego, al atardecer, detuvieron la labor por hacerse de noche, pero a la
mañana siguiente, cuando se reunieron de nuevo para continuar su trabajo, he
aquí, que la zanja estaba rellena otra vez de barro y la colina parecía como si jamás
se hubiera tocado. Porque así lo había ordenado Finvara, que tenía poder sobre la
tierra, el aire y el mar.

Pero el joven lord era valiente de corazón y ordenó a los hombres que
continuaran con el trabajo, y la zanja se cavó de nuevo, amplia y profunda, en el
centro de la colina. Y esto se prolongó durante tres días, pero siempre con el
mismo resultado, el barro se reponía nuevamente cada noche y la colina se veía
igual que antes y no estaban más cerca del palacio de las hadas.

Entonces, el joven lord estaba dispuesto a morir por la rabia y el dolor, pero
de pronto oyó una voz a su lado, como un susurro en el aire, y las palabras que
dijo fueron:

- Esparcir sal sobre la tierra escarbada y el trabajo estará a salvo.

Un sorbo de vida entró en su corazón y envió un mensaje a través de todo


el país para que las personas recogieran sal, y la tierra se roció con ella esa
noche, cuando los hombres hubieron dejado su trabajo en la colina.

La mañana siguiente todos se levantaron temprano con la ansiedad de ver lo


que había sucedido, y grande su alegría al comprobar que la zanja estaba a salvo,
tal y como la habían dejado y toda la tierra intacta.

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Entonces, el joven lord supo que tenía poder sobre Finvara y ordenó a los
hombres trabajar con buen corazón, porque pronto llegarían al palacio de las
hadas en el centro de la colina.

Así que al día siguiente una gran cañada quedó abierta, haciendo camino
desde el fondo hasta la mitad de la tierra y se podía oír la música de las hadas, si
se ponía el oído cerca de tierra, y las voces se escuchaban alredor de ellos en el
aire.

- Mirar ahora –dijo uno-. Finvara está triste, porque si uno de esos hombres
mortales da un golpe en la palacio de las hadas con su espada, se
desmoronará haciéndose polvo, y se desvanecerá como la niebla.

- Pues que Finvara renuncie a la novia –dijo otro-, y podremos estar a salvo.
En ese momento, la voz del propio Finvara se escuchó, clara como la nota
de un clarín de plata, a través de la colina.

- ¡Dejen tu trabajo! –dijo. ¡Oh, hombres de la tierra! Guardar vuestras


espadas y al atardecer, la novia le será devuelta a su marido. Yo
Finvara, lo afirmo.

Entonces, el joven lord les ordenó detener la labor y deponer las espadas
hasta que el sol se puso.

Y al atardecer, montó en su corcel castaño grande y se dirigió a la cabecera


de la cañada, y observó y esperó, y cuando la luz rojiza sonrojó todo el cielo, vio a
su esposa que iba por el camino con su túnica de gasa

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plateada, más bella que nunca y saltó de la montura y la levantó y se alejaron
como el viento de tormenta de vuelta al castillo. Allí colocó a Ethna en su cama.
Ella cerró los ojos y no dijo ni una palabra.

Día tras día fueron pasando y aún ella nunca habló ni sonrió, pero parecía
como si estuviera en trance.

Un gran dolor cayó sobre todos y cada uno, porque temían que ella hubiera
comido la comida de las hadas y que el hechizo no fuera a romperse jamás. Así
que su marido estaba muy triste.

Pero una noche, en que viajaba a casa tarde, oyó voces en el aire y uno de
ellos dijo:

- Ahora hace un año y un día desde que el joven lord llevó a casa a su bella
esposa, de manos de Finvara, ¿pero es algo bueno? Ella no habla y
está como un muerto, porque su espíritu está con las hadas, aunque
su forma esté allí, junto a él.

Luego, otra voz le respondió:


- Y así se mantendrá, a menos que el hechizo se rompa, y para ello debe
desatarse el cinturón que lleva en la cintura con un pasador
encantado y quemar el cinturón en el fuego y tirar las cenizas delante
de la puerta y colocar bajo tierra el pasador encantado. Entonces, su
espíritu regresará de donde las hadas, y ella volverá a hablar y a tener
una vida verdadera.

Al oír esto, el joven lord espoleó y puso en marcha su hermoso caballo


apresuradamente hacia el castillo, para ir a la habitación donde Ethna yacía
silenciosa en su sofá. Allí la encontró como si fuera una figura

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de cera. A continuación, tomó la determinación de probar si era verdad lo que
decían aquellas voces de los espíritus.

Desató el cinturón, y después de muchas dificultades, logró extraer el


pasador encantado de entre los pliegues. Pero todavía Ethna no decía una palabra.
Luego cogió el cinturón y lo quemó en el fuego y arrojó las cenizas delante de la
puerta y enterró el pasador encantado en un profundo agujero bajo tierra, bajo una
espina de las hadas, para que nadie lo molestara. Después de lo cual, regresó a
donde su joven esposa, que sonreía mientras le miraba a él y tomó su mano.

Grande fue la alegría al ver que el alma de aquella dama había regresado. La
levantó y la besó. El habla y la memoria se restablecieron en aquel momento, en
medio de su anterior vida, como si nunca se hubiera roto o interrumpido y el año
en que su espíritu había pasado en el país de las hadas, parecía como si hubiera
sido el sueño de aquella noche, del que acababa de despertar.
Después, Finvara no hizo más esfuerzos por volver a llevársela, pero el corte
profundo en la colina permanece hasta nuestros días, y se llama: la Cañada de las
Hadas. Así que nadie puede dudar de la verdad de la historia aquí narrada.

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PARTE
SEGUNDA

CUENTOS
DE HADAS IRLANDESAS
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JOHN FLYNN Y LAS HADAS IRLANDESAS

Desde hacía tiempo, el campesino Flynn solía dejar por las noches, al ir a
dormir, dejaba un poquito de vino en una copa, un poquito de leche y algunas
nueces abiertas, sin comer. También dejaba las últimas ascuas del fuego de la
chimenea sin apagar.

Por algún motivo, parecían haber recobrado vida en su interior, las viejas
historias que escuchó en su niñez sobre las hadas, sobre lo mucho que
agradecían la hospitalidad de las gentes, lo mucho que les desagradaban también
las gentes avaras. También lo mucho que les gustaba calentarse junto al fuego de
las chimeneas de los hogares irlandeses.

Durante semanas nada notó por las mañanas, al recoger los restos dejados en la
mesa por la noche. Pero de un tiempo a esta parte sí que empezó a notar que
algunos restos habían desaparecido. Entonces empezó a cobrar fuerza en su
interior, la idea de que las hadas realmente existían.
Cuentan que castigan a quien las hace algún mal, pero que obsequian a
quien las trata bien, y comparten con ellas, en ocasiones parte de sus numerosas
riquezas, a veces regalándoles calderos repletos de oro.

Las hadas estaban encantadas con el campesino Flynn y ya planeaban la forma de


compensarle su hospitalidad y su bondad. Aquella noche comieron y bebieron
como en otras ocasiones y después estuvieron hablando alrededor del fuego.
Después volaron hasta el escritorio de John Flynn y cogieron entre tres hadas, de
allí una pluma, la introdujeron en el

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tintero y se pusieron a dibujar un plano con algunas indicaciones, sobre un papel.

Mientras tanto, una de las hadas, se había introducido en una jarra, para
darse un baño como acostumbraba a hacer, y la tapa de la jarra, fue a caer y
cerrarse.

Las pobre hada gritaba y gritaba, pero su vocecilla no alcanzaba a


escucharse donde se encontraban las otras hadas. Finalmente se marcharon y allí
quedó el hada encerrada.

Ya estaba a punto de ahogarse cuando penetró en la cocina el


campesino Flynn y al verla en la jarra, rápidamente corrió hacia ella.

La hada se alegró de verle, porque estaba ya casi desfallecida. John Flynn la


sacó pronto, al tiempo que le dijo:

- ¡Caíste en mi trampa! Llevo mucho tiempo invitándoos a cenar y


calentándoos con mi fuego, esperando y esperando a ser
compensado, esperando recibir una pequeña parte de la fortuna de las
hadas, que será mucho, pero no he logrado nada. Nada de nada.
¿Hadas agradecidas?

- Pero... -intentaba hablar al hada, pero el campesino apretaba su mano y


apenas la dejaba respirar.

El campesino entonces amenazó al hada con matarla si no le llevaba a


donde el tesoro de las hadas.

Afortunadamente, el hada recordaba dónde se encontraba el caldero repleto


de oro que pensaban regalarle. Entonces le dijo:

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- Está bien, pero has de coger una cuerda, porque el caldero de oro está en
el cauce del río y si entras en él sin estar bien sujeto, podría
arrastrarte la corriente y te ahogarías.

Cogió Flynn pues la cuerda y también un hilo. Siguiendo después las


instrucciones del hada, llegó hasta el río. Al acercarse a la orilla, observó el
resplandor del caldero de oro que había en el fondo. También observó que había
ciertamente mucha corriente, tal y como le había dicho el hada.

Entonces se dirigió a un árbol cercano, desde una de cuyas ramas, observaba todo
una ardilla. Sujetó perfectamente la cuerda al árbol y después se la ató bien a la
cintura. Después ató bien con el hilo al hada, a una rama y entonces se introdujo
en el río, caminando hasta donde ya cubría y luego se zambulló.

Trató de sacar el caldero entero, pero pesaba demasiado, así que tuvo que ir
cogiendo monedas de oro a puñados y dejándolos en la orilla. Así una vez, así otra
más y así unas cuantas veces, hasta que ya pudo alzar el caldero y feliz fue a
dirigirse a la orilla, cuando al levantar la cabeza, aterrorizado observó a la ardilla
mordisqueando la cuerda, a punto de romperse. Y antes de lograr salir, la cuerda
se partió y el avaro campesino fue arrastrado por su avaricia y murió ahogado.

Entonces, la ardilla logró roer también el hilo del hada y la dejó libre.

- ¡Muchas gracias, ardilla! –dijo el hada. Me salvaste la vida y diste su


merecido al campesino avaro.

- Gracias a ti, por prometer compensarme con las nueces del avaro
Flynn.

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SEÁN Ó DÁLAIGH Y LAS HADAS

Séan Ó Dálaigh era un gran contador de historias, dicen que el mejor. Al


verlo entrar en algún bar, se hacía el silencio y enseguida se encontraba rodeado
de gente, deseosa de escuchar alguna de sus maravillosas historias.

Era muy viejecito ya y le solían escuchar decir que tenía más de ciento veinte
años, y precisamente una de las historias más maravillosas que solía relatar, era
aquella en la que contaba el motivo de que aún teniendo veinte y cien años,
aparentaba tener muchos menos. Aquel día, cuando entró en el bar, hizo lo que
siempre solía hacer, dejar colgados gorra y abrigo. Después de un breve silencio
se puso a contar la historia:

- Hace muchos años solía acudir con frecuencia al bosque triste y no sé


ciertamente por qué se le llama así, solía traer de allí leña y en cierta ocasión
se me apareció un numeroso grupo de hadas que me invitaron a bailar con
ellas. Dimos vueltas y vueltas, miles diría yo. Yo estaba fascinado por la
belleza de aquellos seres y agradecido por la oportunidad que me habían
brindado de conocerlas y de compartir sus fiestas y danzas.
Séan se detuvo entonces y dejó unos instantes de contar, pues se
emocionaba cada vez que contaba aquellas cosas.

- Continúa, por favor –le dijeron.


- Agradecido como estaba –siguió hablando-; me ofrecí a contarles alguna
historia y os juro que las hadas rieron y rieron sin parar y después lloraron y
lloraron sin poder

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detenerse; porque a las hadas les encantan las historias irlandesas y
son muy sensibles.

De nuevo se hizo el silencio y nuevamente le pidieron que continuara su


relato.

- Cuando me despedí, me pidieron por favor que regresara cada noche de


San Juan, todos los años y que compartiera con ellas sus bailes y mis
historias. Después me dieron a elegir el regresar por uno de los dos
caminos que había, al tiempo que me dijeron que si cogía el de la
izquierda, llegaría al pueblo siendo un viejecito y si tomaba el de la
derecha, alcanzaría un pueblo siendo un niño; pero entonces tendría
que portar otro nombre, el que hallara en el bolsillo de mi camisa.

Otra vez quedó el bar en silencio y el círculo que rodeaba al narrador,


cada vez era más amplio.

- Como quiera que me sentía muy feliz con la vida que había llevado, aunque
humilde, cogí el camino de la izquierda y cuando llegué al pueblo, me
vi reflejado en una cristalera, hecho un niño de ocho años. Entonces
eché la mano al bolsillo y saqué un papel en el que mi nombre estaba
escrito con la caligrafía de las propias hadas.

Entonces, ante la maravillada y atenta mirada de todos los presentes, echó


la mano al bolsillo de su camisa y sacó un viejo papel en el que había algo escrito
con extrañas letras y que enseñó a todos, que exclamaron fascinados al mismo
tiempo:

- ¡Séan Ó Dálaigh!

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- Hoy es noche de San Juan y hoy también es el último día en que me
escuchéis contando historias. Regresaré donde las hadas y
compartiré con ellas la velada. Al despedirme de ellas, si es que me
permiten volver a ser niño, marcharé a algún lugar y empezaré una
nueva vida y si escucháis a un niño contando historias, dadle una
propina, porque tal vez me la estéis dando a mí.

Sin que nadie lo notara, un hombre que había estado escuchando y que
también creía que todas y cada una de las palabras eran ciertas; se llevó la gorra y
el abrigo de Seán y vistiéndoselos, marchó hacia el bosque triste, para conocer a
las hadas, disfrutar de sus bailes y luego engañándoles con algún estúpido
cuento, lograr regresar a la niñez y vivir

muchos años más, tantos como el que consideraba, estúpido Séan Ó Dálaigh.

Llegó al bosque y pronto se vio rodeado de cantidad de hadas, que se


acercaron a él confiadas, precisamente porque pensaban que era su amigo.

- ¡Tú no eres Séan Ó Dálaigh! –le dijeron

- Tenéis razón. Él no podía venir y me pidió que acudiese yo, bailase con
vosotras y os contara maravillosas historias.

Parece que las hadas confiaron en la palabra de aquel farsante y le cogieron


de la mano para que danzase con ellas. Dieron vueltas y vueltas, miles de mágicas
vueltas y después pidieron las hadas al visitante, que les contara algunas
historias. Y empezó a contar, tratando de contar todo cuanto había escuchado
tantas veces a Ó Dálaigh, pero contaba las historias incompletas y jamás hubiera
podido contarlas como Séan; así que

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las hadas empezaron a bostezar y aburrirse y no tardaron mucho en decirle al
narrador que ya era suficiente por aquel día.

El hombre entonces se despidió pensando en que le iban a ofrecer el elegir


entre dos caminos que poder tomar. Pero las hadas nada le decían. Así finalmente
fue él quien les solicitó que le dieran a elegir entre dos caminos para tomar uno,
como hicieron hace muchos años con Séan Ó Dálaigh.

Y la más bella de las hadas, le dijo entonces:


- Toma este sacó de harina de maíz. Si tomas el camino de la izquierda,
pronto se convertirá en piedras y llegarás a un pueblo, con un saco de
piedras a la espalda. Si tomas el camino de la derecha, pronto la harina
quedará convertida en oro y llegarás a un pueblo con un saco repleto de
oro.

El hombre no dudó ni un instante, y sin tan siquiera dar las gracias, marchó
por el sendero de la derecha y en cuanto notó que aumentaba el peso de su saco,
lo abrió para deleitarse con el oro que tan fácilmente había logrado. Después
continuó caminando y se sintió cada vez más y más cansado por el peso del saco.
Pero feliz llegó a un pueblo con su fortuna. Entonces, al entrar en un bar, se vio
reflejado en un espejo y comprobó que se había convertido en un anciano muy,
muy viejo. El castigo que le inflingieron las hadas acabó con su vida, pues murió
poco después, sin poder disfrutar de su fortuna.
En cuanto a Séan, ya no le volvieron a ver más en aquel lugar; pero si algún
día se topan en la calle con algún contador de historias, disfruten de las maravillas
que cuenta, y denle un pequeña propina porque tal vez sea, nuestro querido Séan
Ó Dálaigh.

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JUDY FLANAGAN

Qué puedo deciros de Judy Flanagan, la chica más bella sin duda, del
Condado de Tipperary. El trigo le robó el color de su cabello y el cielo fue a tomar
el de sus ojos. Algunas pecas y su sonrisa, hacían de su rostro, el más bello y
amable que conocieron las gentes de aquel lugar.

Pero lástima que su belleza no iba en proporción a su riqueza, sino al revés.


Trabajaba duro en la casa del bosque, donde vivía con sus padres. Aquel día debía
reunir gran cantidad de agua y para eso tenía que caminar varias veces largo
trecho hasta el pozo y luego regresar cada vez con el cántaro lleno de agua sobre
la cabeza.

Hizo así varios viajes y en el último de ellos, se detuvo durante unos


minutos, sentada y apoyada en un gran roble, para descansar y reponerse, pues
estaba casi desfallecida.

Lo que no sabía ella, era que aquel lugar precisamente estaba habitado por
las hadas del contorno y que además, estos seres sentían enorme envidia por la
belleza de Judy. Y desde hace tiempo tenían pensado secuestrar a la muchacha y
someterle a todo tipo de burlas y malicias. Una vez llevada a su habitáculo secreto,
ya no la dejarían marchar de allí jamás.

La ocasión se les acababa de presentar porque en unos instantes Judy


quedó dormida y justo entonces, las ramas del roble se convirtieron en enormes
brazos que atraparon a la muchacha y en el tronco se formó

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una enorme boca, por donde introdujeron a la pobre Judy; que al entrar penetró en
un habitáculo varias centenas de veces más grande que el grosor del roble y por
allí la llevaron hasta un magnífico salón repleto de preciosos objetos que dejaron
maravillada a la muchacha. Espejos con marco de oro, peines de oro también,
candelabros y sillas de plata y cantidad de riquezas que los humanos no pueden
llegar a imaginar sin verlas, porque sólo las hadas conocen tales riquezas.

Pronto se vio rodeada Judy por unas cuantas preciosas hadas de medio
metro de altura, que muy amablemente le preguntaron si deseaba jugar con ellas:

- ¿Deseas jugar al pie con pie?

- ¡Claro que sí! –dijo Judy, confiada pues no sabía cómo era aquel
juego.

Entonces, a gran velocidad, mayor que la del viento una por una y una tras
otra y una tras otra vez vez; cada una de las hadas fue dándole fuertes pisotones a
la pobre Judy; que muy pronto hubo descubierto dónde se hallaba y con quién
estaba tratando en realidad.

Después de un rato y cuando la joven se retorcía de dolor; las hadas le


dijeron que jamás saldría de aquel lugar y cuánto más amable y servicial se
mostrase, pues menos mala iría a presentarse su existencia.

- Ahora te toca a ti proponer un juego –le dijeron las hadas, deseosa de


continuar su diversión.

Judy quedó pensativa, mientras todas las maliciosas hadas se mantenían a


su alrededor con semblante burlón. Entonces les dijo: - ¡Hagamos el baile de la
cuerda!

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Las hadas quedaron extrañadas, pues no conocían aquel baile.

- ¡Hagamos el baile de la cuerda! –dijo la reina de las hadas-. Aunque


antes deberás enseñarnos cómo es.

- Muy fácil –dijo Judy-. Pero necesitamos una cuerda larga y fuerte.

Al instante había una cuerda justo delante de ellas. Entonces, Judy Flanagan
rodeó y anudó su mano izquierda suavemente a la cuerda y explicó a las hadas
para que sujetasen con fuerza una por una la mano izquierda de todas ellas, para
completar el círculo y quedar todas unidas.

Después dijo que iba a unir la cuerda a su mano atada, para poder dar comienzo al
baile de la cuerda; pero lo que hizo en realidad, fue soltarse la mano y dejar
fuertemente atadas a todas las hadas, sin hallar forma de poder soltarse.

Entonces empezó Judy Flanagan a darles pisotones a una y a otras, sin


dejar hada alguna sin los pies doloridos. Las desesperadas hadas levantaban un
pie y luego el otro rápidamente, para tratar de esquivar los fuertes pisotones y
realmente parecía que estaban bailando.

- ¡Esto es el baile de la cuerda! –gritaba la muchacha-. ¿No queríais


diversión? Pues aquí la tenéis.

Las hadas suplicaban que terminase el juego, pero Judy estaba dispuesta a
darles una lección que jamás irían a olvidar. Aunque finalmente sintió lastima de
aquellas maliciosas hadas y cesó de darles pisotones. Y la reina de las hadas le
dijo:

- Si nos liberas de la cuerda, te dejaremos marchar.


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- ¡Sí! Claro que me dejaréis, con mi cántaro lleno de oro y con vuestra
promesa de que nunca trataréis de hacer daño a ningún miembro de mi
familia.

Las hadas hicieron la promesa y Judy Flanagan las dejó libres. Agradecidas
obsequiaron a la muchacha con muchas más riquezas de las que había solicitado
y ella les prometió que jamás diría a nadie cuál era el árbol que habitaban.

Así fue cómo Judy Flanagan, la chica más bella sin duda, del Condado de
Tipperary a quien el trigo le robó el color de su cabello y el cielo fue a tomar el de
sus ojos. Que tenía algunas pecas que con su sonrisa, hacían de su rostro, el más
bello y amable que conocieron las gentes de aquel lugar. Logró además que su
riqueza estuviera en proporción a su belleza.

Y esta historia es tan cierta como que las hadas existen.


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EL HOMBRE QUE CREYÓ EN LAS HADAS HASTA
EL DÍA EN QUE LLEGÓ A VERLAS

Había un hombre que creía a pies juntillas en la existencia de las hadas.


Cada noche, antes de acostarse, escuchaba unos golpecitos en el cristal de su
ventana y entonces la abría un poco y se sentaba cerca.

Poco después empezaba a escuchar las vocecillas de las hadas, hablando


entre ellas y después, la más atrevida de todas, se acercaba a la ventana sin
dejarse ver y saludaba al morador de la casa, diciéndole: - ¡Buenas noches
Stephen!

- ¡Buenas noches, amiguita! –respondía él-. ¿Acaso habéis venido para que
os cante alguna vieja balada irlandesa!

- ¡Eso es!

Entonces, el hombrecillo se ponía a cantar alguna de las baladas que había


aprendido desde su niñez y siempre terminaba con la misma, que era la que más
gustaba a las hadas:

- Conozco un lago donde frescas rompen las olas;

y suavemente caen en la arena plateada,


y no se entrometen nunca en la calma.
Y ninguna voz salvo la mía, el silencio perturba,
una hermosa montaña,
como un gigante de la edad antigua,
por mágico hechizo convertido en piedra...

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Al finalizar, las hadas se despedían amablemente y prometían darle su
protección, hasta que volvieran a verse.

A la tarde siguiente, en el bar a donde solía acudir Stephen, contaba su


historia de las hadas y de las baladas irlandesas. Lo malo, era que nuestro
protagonista pasaba mucho tiempo en aquel lugar y muchas veces acababa
borracho. Sus amigos eran sinceros con él y siempre le decían que la aparición de
las hadas estaba relacionada con su afición a beber y que aquellos seres mágicos
existían tan sólo en su cabeza.

Pero el caso era que en más de una ocasión, algún salteador de caminos
que pretendía robarle, había quedado misteriosamente paralizado al llegar junto a
él. Cuando lo contaba a sus amigos en el bar, también sentían preocupación por
las visiones de su amigo.

También llegó a contar que una noche le acompañaron hasta su casa una
manada de lobos inofensivos y que al llegar a casa se dieron la vuelta al tiempo
que le decían:

- Buenas noches Stephen.


Cierto día, estando en el bar, los amigos de Stephen le propusieron una
forma de descubrir si las hadas se le aparecían o tan sólo vivían en su
imaginación. Le dijeron que estuviese unos días sin beber nada de alcohol, a ver si
continuaban apareciendo y así podría creerles y aceptar sus consejos, pues
pensaban que seguramente no volverían a aparecer.

Stephen estuvo de acuerdo y aquella noche, como tantas otras, escuchó


unos golpecitos en el cristal de su ventana, pero en aquella ocasión no fue a
abrirla.

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Poco después, se abrió sola la ventana y el hombre pensó que habría sido
un golpe de viento. Al momento empezó a escuchar las vocecillas de las hadas,
hablando entre ellas y después, la más atrevida de todas, como de costumbre, se
acercó a la ventana sin dejarse ver y saludó al morador de la casa, diciéndole:

- ¡Buenas noches Stephen!

Pero no obtuvo ninguna respuesta.

- ¡Buenas noches Stephen! –repitió.

Pero tampoco le respondió. Así que el hada se adelantó un poco hasta


dejarse ver junto al marco de la ventana, pues sentía preocupación por su amigo.
Después de ella, se acercaron otra docena de hadas que se pusieron a mirarle.

Entonces Stephen se puso a gritarles y a pedirles que se marcharan de su


cabeza y de su vida para siempre porque pensaba que la bebida le estaba
volviendo loco.
Las pobres hadas, llenas de tristeza, se dieron la vuelta y se marcharon. La
más atrevida de todas, todavía estuvo un poco más tiempo. Se acercó a Stephen
con lágrimas en los ojos y le besó en los mofletes, para marchar de un vuelo,
hasta el marco de la ventana.

Entonces, el hada le pidió que le cantase su balada favorita por última vez
y Stephen no pudo resistirse a hacerlo, aunque al acabar, marcharon de aquel
lugar para siempre.

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Aquel buen hombre dejó de beber. Efectivamente, tal y como le habían dicho
sus amigos, cuando dejase de hacerlo, seguramente las hadas también
desaparecerían.

Y esta ha sido la historia del hombre que creyó en las hadas hasta el día
en que llegó a verlas.
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EL PESCADOR Y LA SIRENA

En la desembocadura de la bahía de Galway se encuentra la isla de Inis Mor


y allí había un pescador que cuando hacía mala mar y le resultaba imposible salir a
faenar con su barca, en muchas ocasiones acudía a una cala cercana a su casa.
Un lugar casi inaccesible, pero que le servía para recoger sobre todo, leña que el
mar arrastraba y dejaba a su disposición en la playa.

Cierto día eso mismo tenía planeado hacer, mas le ocurrió algo maravilloso.
Sobre una roca, halló sentada a una sirena, peinando sus largos cabellos con un
peine que lanzaba destellos, pues sin duda debía de ser de oro.

Entonces, comprendió que todas aquellas historias que en su niñez


escuchó contar a su abuelo, sobre hadas, gigantes o sirenas, podrían ser incluso
ciertas. Aquella magia en la que fue poco a poco dejando de creer con el paso de
los años, la recuperaba de golpe y para siempre.

Aunque lo cierto es que el pescador no sabía muy bien hacia dónde mirar,
pues la belleza de la sirena era singular. La cola de pez, tal y como había oído
contar. El cabello largo y rubio y los pechos, aunque no grandes, ciertamente
hermosos. Pero también le atraía, claro está, el valioso peine que portaba. Así que
se puso a pensar la manera en poder conseguirlo.

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Después de un rato discurriendo, se echó la mano al bolsillo de su pantalón
y al encontrar allí algo, se alegró muchísimo.

Después salió de su escondite simulando llorar y sentirse tremendamente


desdichado y en alta voz empezó a decir, para que la sirena lo escuchara:

- ¿Qué será de mí? ¿Y qué será de la pobre sirena? ¡Se cumplirá la maldición
de Inis Mor; ella morirá muy pronto en el fondo de su mar y yo lo haré
también, aquí en tierra firme!

La sirena no llegó a escuchar todo lo que decía el pescador, porque al oírlo


aparecer, se escurrió por el agua para estar protegida. Sin embargo quedó
intrigada por lo que había empezado a escuchar. Así pues, volvió a asomarse para
tratar de saber qué es lo que le ocurría a aquel hombre. Y claro está, que al verla
aparecer, volvió a repetir lo que ya había dicho antes:

- ¿Qué será de mí? ¿Y qué será de la pobre sirena? ¡Se cumplirá la


maldición de Inis Mor y ella morirá muy pronto en el fondo de su mar y
yo lo haré también, aquí en tierra firme!

Entristecida la sirena, se acercó un poco a la orilla y preguntó al


pescador:

- ¿Qué es eso de la maldición de Inis Mor y de lo que puede ocurrirnos?

- Mi abuelo... -comenzó el pescador-; mi abuelo que era muy sabio, siempre


solía contar la historia de un joven de aquellas islas de Aran, que ya conocía
la maldición y se encontró con una sirena. Sabía que si se encontraba con
tan maravilloso ser, debía obsequiarle con algo que tuviera valor en tierra
pero que para nada le sirviese a la sirena y debía ser

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correspondido con un obsequio que poseyera y sirviera a la sirena,
pero que no fuese de utilidad para él.

- ¿Y qué ocurrió? –preguntó intrigada la sirena.

- Que nada encontró el joven para darle y nada pudo darle tampoco la sirena.

- ¿Y entonces...?
- La sirena regresó al mar y en muy poco tiempo, las otras sirenas la
encontraron muerta. Y el joven tan sólo pudo alcanzar su casa y
contar lo sucedido, cuando también cayó muerto.

- ¿Y qué podría tener yo –decía la sirena-, que a ti de nada te sirva?

- ¿Y qué podría tener yo –decía el pescador-, que a ti de nada te sirva en el


mar?

Entonces, el astuto pescador echó la mano al bolsillo de la camisa y


después a los bolsillos del pantalón, de donde acertó a sacar una moneda de
medio penique, tal y como había tramado.

- ¡Eso es! –gritó emocionada la sirena. Esa moneda no tiene ningún valor en
el mar. Hemos visto barcos llenos de baúles, repletos de monedas y
nunca nos hemos molestado en cogerlas.

Pero después se hizo el silencio entre los dos que conversaban y luego. Con
tristeza, fue la sirena quien se puso a hablar.

- Pero... ¿qué podría tener yo que a ti no te sirviese de nada? El

pescador, derrumbado se encogió de hombros y después dijo:

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- Supongo que nada; aunque fue maravilloso el conocerte. Creo que esto se
acaba.

Entonces se quitó la gorra y se arrodilló, haciendo como que iba a rezar a


modo de despedida. Y al ver la sirena que el pescador no tenía ni un solo cabello
en su cabeza; gritó emocionada:

- ¡Ya lo tengo!

Y sacando el peine de oro, se lo ofreció diciéndole:


- ¡Toma esto! Pues para nada te sirve a ti.

Y así es como el astuto pescador de Inis Mor logró cambiar un peine de oro
por medio penique.

Aunque hay quien cuenta que el pescador sintió tal atracción hacia aquella
mujer pez, que le dijo que ya que habían logrado romper la maldición, podrían
encontrarse allí, los días de mala mar. Y que así continuaron viéndose hasta que
cierto día, el pescador le devolvió su peine disculpándose.

Incluso hay quien cuenta que al devolverle el peine, la sirena se echó a reír y
le confesó que jamás se había creído la historia de la estúpida maldición.

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THOMAS Ó CADHLA Y LA CUERDA INVISIBLE

Para regresar de su heredad a casa, después de una dura jornada, el


campesino Thomas Ó Cadhla siempre pasaba junto al arroyo, donde se refrescaba
un poco; en aquel maravilloso lugar repleto de árboles.

Muchas veces le ocurría el mismo incidente y es que las hadas solían


divertirse mucho burlándose de él. Casi siempre de la misma manera: dos hadas
se escondían en los bordes del camino por donde Thomas pasaría y portando una
cuerda mágica invisible, la ponían tirante al paso del campesino, que
irremediablemente tropezaba y se daba un buen golpe. Entonces, las hadas
escapaban a toda prisa y aquel hombre podía escuchar a lo lejos sus carcajadas y
risas.

Con el paso del tiempo se fue acostumbrando a aquellas burlas; pero de un


tiempo a esta parte estuvo pensando la forma de dar a las hadas un escarmiento.

Así que cierto día, regresando cerca del arroyo, caminó más despacio,
atento y prevenido que otras veces. Así logró observar el movimiento de algunas
hojas, en el momento de poner las hadas, la cuerda tirante. Entonces supo dónde
se hallaba la cuerda y en vez de tropezar, lo que hizo fue cogerla con las manos y
tirar con mucha fuerza de ella; con lo que una de las hadas salió despedida por los
aires, del escondite tras los arbustos donde se encontraba. Como quiera que cayó
bruscamente contra el suelo, el astuto Thomas pudo atraparla.

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La hada, asustada suplicaba que la perdonara y dejara libre; pero el
campesino no le hizo caso hasta que recibió la promesa de que con la ayuda del
resto de hadas, su campo de trigo quedaría convertido en un campo de espigas de
oro.

La hada, aceptó la propuesta de Thomas e hizo promesa de que muy pronto


utilizarían la magia en su campo.

Así pues, aquel hombre feliz continuó su camino y en muy poco tiempo fue
muy, muy rico. Construyó cerca de su humilde casa una gran mansión y vivió muy
holgadamente, aunque quiso conservar su campo de trigo a donde acudía día sí y
día también.

Muchas veces regresaba a su mansión por el camino junto al arroyo y


muchas veces continuaba tropezando con la cuerda mágica de las hadas; aunque
no le importaba demasiado porque en el fondo las estaba muy agradecido.

Un campesino envidioso; extrañado por la gran fortuna amasada por su


vecino en muy poco tiempo, acudió a donde Thomas para preguntarle, con la
esperanza de conocer el secreto por el que se había hecho rico y así poder
hacerse rico él también.
Como quiera que Thomas era en realidad un hombre humilde y no
ambicionaba más riquezas de las que ya tenía y nunca pensó en beneficiarse
nuevamente de las hadas, no tuvo inconveniente alguno en contarle su historia al
campesino ambicioso.

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Así pues, aquel hombre marchó atento al arroyo, tal y como le había
indicado su vecino y estuvo muy atento para tratar de agarrar la cuerda al
tropezar.

Las hadas en realidad, no esperaban a aquel hombre y sí a Thomas; pues hacía


tiempo que deseaban que tirase de la cuerda con fuerza. Al notar aquel hombre la
cuerda en la pierna; tiró con tanta fuerza de ella, que de haber estado sujetada por
alguna hada, la hubiese enviado por los aires con tanta fuerza, que hubiera
podido matarse al caer al suelo.

Pero la cuerda estaba en realidad atada a un enorme árbol que estaba casi
talado e hizo tanta fuerza que el árbol se precipitó sobre el lugar donde se
encontraba el campesino.

Fue la venganza que habían preparado las hadas para castigar a Thomas Ó
Cadhla y así es cómo salvó la vida, por no ser ambicioso y así es como la envidia
y la ambición acabaron con la vida de su vecino.

Desde entonces, nuestro amigo fue más prudente y dejó de frecuentar aquel
camino junto al arroyo donde las hadas acostumbraban a hacer de las suyas.
Si alguna vez tropiezas en el bosque y no aciertas a saber con qué, es
probable que te halles muy cerca de las hadas y tal vez puedas verlas o
escucharlas.

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EL ZAPATERO Y EL REY

Cuentan que hubo un rey, que al enterarse que su hija princesa se veía a
escondidas con el hijo de un zapatero, decidió acabar con aquella relación para
siempre y mandar muy lejos a toda la familia del zapatero.

Y pensando y pensando, pensando y pensando; pensando mucho porque a


los reyes no se les da bien pensar; pues no se le ocurrió nada y tuvo que pedir
ayuda a sus consejeros pues alcanzó a darse cuenta de que se les llamaría
consejeros porque seguramente sabrían aconsejar.

Y aconsejado por sus consejeros acudió a donde el zapatero para hacerle


un encargo, pero claro que no iría a ser un encargo cualquiera, sino uno que no
pudiera lograr hacer. Y así le dijo:

- Toma estas dos monedas de oro, pues mañana celebramos una fiesta en el
castillo y acudirán importantes reyes y reinas. Quiero que prepares
unos zapatos de oro para la princesa y que le queden perfectamente.
Si no eres capaz de hacerlo, tendrás que abandonar el país para
siempre con tu familia y todo cuanto tienes, pasará a ser posesión
mía. Si lo logras, recibirás un baúl lleno de oro y además, permitiré
que tu hijo se case con la princesa.

El zapatero nada dijo, pues sabía por qué el malvado rey quería alejarles de
allí. Tan sólo tenía una noche para fabricar unos zapatos de oro para la princesa y
tan sólo había recibido dos monedas de oro.

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Se acordó entonces de las hadas de las que tantas historias escuchó en la
niñez y pensó que si no le ayudaban ellas, no podría conseguirlo. Así que se
acercó a la ventana y la abrió. Después llamó a las hadas pidiendo su ayuda.
Llamaba y llamaba pero nadie le respondía. Se imaginaba a las diminutas hadas,
con sus cuerpecitos, vestiditos y zapatitos, pero parecía que las hadas no irían a
aparecer aquel día.

Se cumplía el plazo y ya todo el mundo disfrutaba de la fiesta, cuando


inesperadamente, el zapatero se presentó en el castillo junto a su hijo. Portando
un pequeño cofre, del tamaño... ¿de qué tamaño?, pues del de un par de zapatos.

El rey no podía creerse lo que estaba ocurriendo y tuvo que permitir que
padre e hijo se acercaran al lugar donde él se encontraba y en cuanto tuvieron
oportunidad de hablar, dirigiéndose a todos lo allí presentes; reinas y reyes
importantes, el zapatero fue a decir:

- Ayer, nuestro honorable monarca, enterado de que mi hijo y la princesa se


veían con frecuencia, acudió a donde mí a hacerme un encargo. El
muy honrado me pagó de antemano con dos monedas de oro, por un
par de zapatos. Pero no me pidió unos zapatos cualesquiera y no me
dio un plazo cualquiera. Debían de estar hechos en unas pocas horas,
debían de ser además de oro y quedarle perfectamente a la princesa.
Si no lograba hacerlo, debería marcharme con mi familia para siempre
del país, por no cumplir su trato y se apropiaría de todas nuestras
posesiones. Éste es el rey que nos ha tocado y sepan todos cómo es
en realidad.

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Todos los presentes se quedaron de piedra con lo que acababan de
escuchar, pero pidieron que continuara hablando.

- Entonces, pensé que era una empresa imposible. Pero después me acordé
de las historias de hadas que escuché en mi niñez.

Hubo un gran sobresalto en la sala, pues todos pensaron que habría sido
ayudado el zapatero por las mismísimas hadas. Quedaron pues maravillados y el
hombre continuó su relato:

- Me acerque pues a la ventana y la abrí. Después empecé a llamar a las


hadas una y otra vez y me las imaginaba con su cuerpecito y con sus
vestiditos y zapatitos. Y pensando y pensando y llamando y llamando
a las hadas, se me ocurrió una idea, así que puedo decir que fue
gracias a las hadas que haya podido cumplir el encargo de nuestro
querido rey. Debía preparar unos zapatos de oro que le quedasen a la
perfección a la princesa y aquí están, en este cofre.

Todos estaban maravillados con lo que relataba el zapatero. Que entonces


abrió el cofre y sacó un par de pendientes con forma de diminuto zapato, al tiempo
que decía:

- ¿Y qué hice? Pues fui a donde mi amigo el orfebre y le ofrecí una moneda
de oro a cambio de que me ayudase a construir con el oro fundido de
la otra moneda, estos maravillosos pendientes, que logramos
terminar justo a tiempo.

Todos en el lugar quedaron maravillados pues en la vida había visto ni oído


una historia tan fascinante como aquella que estaban presenciando.

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- Ahora –continuó el zapatero-; mi hijo probará los pendientes a la princesa y
si los presentes creen que le quedan perfectamente, el rey deberá
cumplir su trato y además de entregarme un baúl lleno de oro; tendrá
que permitir que la princesa, si así lo desea, pueda casarse con mi
hijo.

El joven se acercó a la emocionada princesa y con mucha suavidad le


colocó los pendientes. En cuanto lo hizo y la vieron lucirlos, todo el mundo rompió
en aplausos y vítores.

Muy pronto se casaron y fueron muy felices. El zapatero y su familia,


vivieron muy prósperamente, recordando siempre que fue gracias a las hadas,
que lograron cumplir el encargo del rey y cambiar su destino para siempre.
76
LA VISITA DE LAS HADAS

En el pueblo de Belclare, condado de Galway estaban francamente


preocupados, pues estaban sucediendo cosas extrañas. Ciara Sheridan estuvo
mucho tiempo sin querer salir de su casa, presa del miedo. Pues una noche
escuchó ruidos y subió a ver cómo se encontraba su pequeña Caitlin y la encontró
perfectamente, sólo que la ventana estaba abierta y su cuna no estaba en su lugar
habitual, sino junto a la ventana.

Otras muchas circunstancias hacían creer a los habitantes de Belclare, que


las hadas estaban penetrando en sus casas y por eso sentían miedo y tomaban
todo tipo de precauciones. No faltaba habitación en la que no hubiese una Biblia,
colocaban pan en la mesa y sal por algunas partes. Y para dormir, siempre
colocaban los zapatos con la punta hacia fuera de la cama.

Lian Sheridan era un hombre bueno como el pan, pero miedoso como un
niño pequeño y muchas veces era el blanco perfecto para las burlas y los chistes
fáciles en el pueblo. Por eso cuando relató en la taberna su terrible miedo hacia las
hadas, sus amigos vieron la oportunidad perfecta para hacerle una buena jugada.

- Lo que tienes que hacer, amigo –le dijo uno. Es poner protecciones por
toda la casa y así no se atreverán a entrar. - ¿Y cómo puedo protegerme,
pues? –preguntó Lian.

- Es importante que dejes pastas en la mesa y si puedes, también miel


–dijo uno.

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- También debes dejar un libro de cuentos irlandeses o algo así, porque
las hadas detestan escuchar historias –dijo otro.

- El azúcar es bueno también porque las espanta –dijo otro. - ¡Ah! -empezó
uno-; también es importante que al ir a dormir, dejes los zapatos con la
punta hacia dentro de la cama, así no se acercarán a ti.

- ¡Ah! –dijo otro. Es importante dejar la ventana un poco abierta, pues las
hadas se huelen que es una trampa y escapan rápidamente.

Lian Sheridan marchó más tranquilo a casa y en cuanto llegó, siguió al pie
de la letra todas y cada una de las recomendaciones que le habían dado en la
taberna.

Por la noche, las hadas bajaron de Knockma y trataron de entrar en la


primera de las casas del pueblo, pero no pudieron porque estaba bien protegida, lo
mismo en la segunda, la tercera y en el resto. Cuando se acercaron a casa de Lian,
cuál su sorpresa, al encontrase la ventana

ligeramente abierta. Penetraron y mayor sorpresa aún pues hallaron un libro con
viejos cuentos y disfrutaron muchísimo leyendo y escuchando aquellas historias.

Después fueron a la cocina y hallaron encima de la mesa todo cuanto


necesitaban para darse un gran banquete, azúcar, pastas, leche y miel. Las hadas
estaban maravilladas con la fabulosa hospitalidad que le habían dado en aquella
casa. Así que salieron volando por la ventana y regresaron al instante con una
moneda de oro cada una. Se acercaron a su cama y observaron el detalle de los
zapatos colocados hacia el interior de la cama, para no asustarlas.

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Despertaron suavemente al bueno de Lian, que no tuvo tiempo ni de
asustarse. Porque vio cómo las hadas, una por una le dejaba una moneda de oro
sobre la cama, quedando cubierto como por un manto de oro y además, le dieron
las gracias. La última de las hadas le dio un beso en la mejilla al tiempo que le
decía:

- ¡Volveremos a vernos Lian Sheridan!

Cuando Lian llegó a la taberna, a modo de burla le preguntaron qué tal con
las hadas y entonces él les contó su historia y les dijo que ya no sentía ningún
miedo.

Los graciosos de Belclare se estuvieron lamentando toda su vida de aquello,


pues por más que intentaron hacer lo mismo que había hecho Lian, las hadas ya
sabían que sólo podían fiarse de él.
79
EL CAMPESINO Y LAS HADAS

En cierta ocasión, un mercader transportaba sacos de sal a Dublín, cuando


tras pasar por un bache en el camino, se le fue a rajar uno de los sacos y fue a
derramarse toda la sal que contenía. ¡Menudo desastre! La mayor catástrofe
ocurrida en aquel lugar.

¿Y os preguntaréis por qué? Pues tan sólo era un saco de sal, ¿verdad?

Pues fue un auténtico desastre porque la sal espanta a las hadas y aquello
había sucedido muy cerca del cerro donde desde siempre se habían reunido y al
regresar de su ronda, fueron a darse cuenta de que no había forma de acercarse al
lugar más importante que existía para ellas.
Ante aquella situación, se reunieron e hicieron corro para deliberar y pronto
acertaron al pensar que seguramente aquello se debía a que a alguien se le habría
ido a caer sal en el camino y por eso les resultaba imposible acceder a la colina
donde se hallaba el corro de las hadas.

¿Y cómo podrían retirar la sal? Pues ellas no podían hacerlo.

- Necesitamos la ayuda de algún humano –dijo una.


- ¿Humano? –preguntó otra-. Cómo nos vamos a fiar de unos seres que no
se fían ni de los de su propia especie

- Tampoco encontraremos ninguno que vaya a fiarse de nosotras –dijo otra.

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