Religiosidad Popular

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el sincretismo religioso imperante en América Latina, es decir, el producto de la mezcla, de la


combinación de religiones precedentes, puede también ser considerado como una de las
manifestaciones relevantes de nuestro mestizaje cultural.

Este sincretismo religioso comienza a gestarse desde el mismo momento de la conquista, cuando
unos hombres que traían a su Dios en sus convicciones  y en cuatro carabelas, se encontraron con
otros dioses distintos, profanos y con una religiosidad aborigen que no tenía nada que ver con los
ritos, iconos, símbolos y creencias de una cristiandad que tanto había costado consolidar, y que
ahora, frente a estos infieles ignorantes, desasistidos, relegados, ignorados, había que defender,
difundir y catequizar. Comienza entonces un largo proceso de transculturación religiosa; los
españoles se encuentran convencidos de que deben realizar una labor no sólo de conquista, sino
también de evangelización, debían catequizar a los infieles del Nuevo Mundo, imponerles las
creencias y enseñarles a adorar un mismo Dios, aquel, Cristo el Redentor, que los conquistadores
trajeron en sus navíos, pero, sobre todo, en sus corazones. La Iglesia se suma a este proceso; a los
soldados españoles les corresponde la conquista territorial, a los frailes la espiritual.

Así, en lo que concierne a los indios, el sincretismo religioso permitió que los ídolos autóctonos (las
fuentes, los árboles, las piedras sagradas, los astros) se sumarán también al estructurado y
riguroso compendio y repertorio de vírgenes, santos, preceptos, ritos y de tres personas en un
mismo Dios, que los frailes y misioneros españoles se encargaron de difundir, de catequizar, sin
que pudiesen impedir que todas sus enseñanzas se fusionaran con las creencias propias y
ancestrales de los aborígenes para producir un cristianismo particular. Este sincretismo religioso se
enriquece y se complejiza con la introducción de los negros provenientes del África, quienes
llegaron para trabajar como esclavos en las nuevas tierras conquistadas por los españoles. Los
africanos también realizan su aporte a este proceso sincrético que produjo una religiosidad
peculiar, con usanzas, simbologías, ritos, similitudes y analogías entre los santos y vírgenes
cristianos y los orishas que estos esclavos africanos trajeron bien dentro de sí, en sus almas, en
aquello que va más del cuerpo, para protegerlos del látigo del amo blanco y de la palabra
catequizadora de los misioneros católicos. Estos africanos y, muy especialmente los del país
yoruba, practicaban ritos ancestrales y tenían una religiosidad mucho más acendrada,
interiorizada, que las demás etnias que vinieron del África a América.

Sobre la base de las creencias religiosas aportadas por estos africanos, en la América Latina y
caribeña, se produce un sincretismo de analogías y semejanzas entre dioses de distinto cuño y
proveniencia que luego tendrán una misma y única significación Como expresión de este
sincretismo se produce una asimilación entre vírgenes y santos, dioses y provenientes de uno y
otro lado del mundo: de la España católica y del África pagana. En Cuba: Yemayá, es la Virgen de
regla, patrona de la ciudad de La Habana; Changó, Santa Bárbara; Ochún, la Virgen de la Caridad
del Cobre;  Obatalá, la Virgen de las Mercedes.

Fruto de estas contribuciones africanas, y muy especialmente de las yorubas, en América se


construyeron manifestaciones religiosas sincréticas de extendido alcance y renovado vigor como
lo son: la Santería  afrocubana, la Macumba también denominada Camdomblé afrobrasileña,
el Vudú haitiano y otras expresiones de menor impacto que se practican en diferentes países del
continente y del Caribe.
En lo concerniente a la realidad venezolana, Juan Liscano confirma que “en Venezuela tampoco se
constituyeron sistemas religiosos comparables a los de Haití, Cuba y Brasil. En primer, lugar
conviene señalar que nuestro país no recibió emigración yorubana, pues cuando ésta empezó a
efectuarse, ya Venezuela había abolido el comercio de esclavos. Los rasgos culturales más
evidentes son bantúes, con islotes de supervivencia dahomeyanas y de la Costa de Oro”. 

En religión, la espiritualidad es dirigir la vida y el desarrollo espiritual según las enseñanzas y


normas de un dios o profeta.

Religiosidad popular
La Iglesia es cada vez más consciente de la importancia y valores que tiene la llamada
“religiosidad” o “piedad popular” en relación con el anuncio de Jesucristo[1]. Después de un
tiempo en que vino a ser considerada como algo primitivo o como una manifestación menos pura
de la fe, son muchos los que en nuestros días ponen de relieve su riqueza y su importancia para la
transmisión de la misma. También el Magisterio de la Iglesia ha desarrollado desde el Concilio
Vaticano II una rica reflexión sobre la religiosidad popular[2].

Entre nosotros la religiosidad popular tiene ricas y muy diversas manifestaciones. Nuestras
reflexiones pretenden subrayar la importancia de esta piedad como medio para la evangelización.
Ofrecemos estas orientaciones, con el fin de suscitar una reflexión sobre la religiosidad popular y
promover una revalorización de la misma como medio de anuncio de Jesucristo.

1. La religiosidad popular

La religiosidad popular es la expresión de la búsqueda de Dios y de la fe cristiana en cada pueblo


de acuerdo con su idiosincrasia y su historia. “La religiosidad popular constituye una expresión de
la fe, que se vale de los elementos culturales de un determinado ambiente, interpretando e
interpelando la sensibilidad de los participantes, de manera viva y eficaz”[3].

La religiosidad surge de la apertura a la Trascendencia, a Dios, propia de toda persona humana.


Pablo VI escribió que la religiosidad popular es una “expresión particular de búsqueda de Dios y de
la fe”[4] y que “refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer”[5].
En el ser humano y en los pueblos existe un hondo sentido de lo sagrado, que se expresa de
diversas maneras.

La religiosidad popular de nuestros pueblos tiene profundas raíces cristianas. Es una religiosidad


con la que se expresan unas creencias y unas actitudes propias de la fe en Jesucristo. En su origen,
la religiosidad popular es una expresión pública y compartida de la fe cristiana. Mediante ella
nuestro pueblo cristiano –especialmente la gente sencilla- vive y expresa su relación con Dios, con
la Santísima Virgen y con los Santos.

Esta religiosidad se manifiesta de modo particular en cada pueblo de acuerdo con su propia
idiosincrasia y con su historia. La fe cristiana ha suscitado en cada pueblo y cultura numerosas
manifestaciones de la fe y del culto a Dios que responden a sus vivencias y a su cultura propia. En
estas formas de religiosidad o piedad se muestra la historia y la manera de pensar y sentir del
pueblo cristiano. La llamamos “popular” porque mediante ella el pueblo de Dios expresa su fe
según los rasgos de la cultura propia de cada lugar.

Como explica el Catecismo de la Iglesia Católica: “El sentido religioso del pueblo cristiano ha
encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida
sacramental de la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las
peregrinaciones, las procesiones, el viacrucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas,
etc.”[6].

La religiosidad popular tiene una dimensión personal y otra comunitaria. Abarca el modo


personal de relacionarse con Dios, la Santísima Virgen y con los santos. Pero tiene también una
muy importante dimensión comunitaria. Quienes participan en estas manifestaciones de fe se
sienten actores y protagonistas de las mismas. Por eso una característica de la religiosidad popular
es que resulta muy participativa. En ella intervienen, además, tanto sacerdotes como religiosos o
fieles laicos.

La religiosidad tiene sus propios lenguajes y maneras de expresión, mucho más en la línea de lo


simbólico y lo intuitivo que en la de lo discursivo y racional. Recurre con frecuencia a ritos,
imágenes, signos visibles y gestos corpóreos, involucrando a toda la persona. Habla el “lenguaje
del corazón”. “A través de ella, la fe ha entrado en el corazón de los hombres, formando parte de
sus sentimientos, costumbres, sentir y vivir común. Por eso, la piedad popular es un gran
patrimonio de la Iglesia. La fe se ha hecho carne y sangre”[7].

La fuente de la piedad popular se encuentra en la presencia viva y activa del Espíritu de Dios en el
organismo eclesial. Las formas auténticas de piedad popular son fruto del Espíritu Santo y deben
ser consideradas como expresiones de la piedad de la Iglesia[8].

Por último, conviene tener en cuenta que la religiosidad popular es una realidad en evolución.
Cambian las culturas y, del mismo modo, también las manifestaciones de la religiosidad popular
van cambiando y adaptándose a las nuevas sensibilidades. Como ha subrayado el Papa Francisco,
“se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el protagonista
principal”[9].

2. Las expresiones de religiosidad popular en nuestra tierra

La religiosidad popular es una realidad viva entre nosotros que. Las manifestaciones de esta
religiosidad tienen una enorme importancia tanto cuantitativa como significativa.
Cuantitativamente, porque tienen una enorme capacidad de convocatoria e involucran a muchas
personas. Significativamente porque son percibidas como expresiones profundamente ligadas a la
cultura y señas de identidad de nuestros pueblos.

1. b) El principal destinatario de la religiosidad de nuestros pueblos es Jesucristo,


contemplado en los distintos misterios de su vida.

 La celebración de su Navidad  resulta particularmente intensa y se encuentra cargada de


celebraciones populares que expresan la fe en el misterio del Dios hecho hombre.

 La celebración de la Pasión y Muerte del Señor cobra una especial relevancia en la


Cuaresma y Semana Santa, tan rica y tan diversa en nuestros pueblos.

 La devoción a la Eucaristía. Nuestro pueblo vive con especial solemnidad la fiesta del
Corpus Christi. Es también costumbre en algunos lugares hacer procesión con el Santísimo
Sacramento en la mañana de Pascua y para dar la comunión a los enfermos

1. c) En nuestras diócesis florece una tierna y profunda devoción a Santa María, invocada
frecuentemente por nuestras gentes con diversas advocaciones. Las fiestas y los tiempos
marianos son vividos con particular intensidad. Novenas, procesiones, gozos, himnos y
representaciones se realizan en nuestros pueblos en honor a la Virgen Santísima.

 
1. d) También son objeto de devoción los ángeles y los santos, particularmente aquellos que
han nacido o vivido en nuestras tierras así como los santos patronos de las diversas
poblaciones. Imágenes, reliquias, estampas, novenas, tamunangues, cantos (“gozos”),
procesiones y libros piadosos sirven para dar a conocer e incrementar la devoción a estos
intercesores.

1. e) Esta religiosidad está vinculada a algunos lugares santos. La geografía de nuestra tierra


está poblada de Ermitas y Santuarios, verdaderos centros de piedad y devoción. 

1. f) Igualmente se desarrollan prácticas de religiosidad popular vinculadas a la oración por


los difuntos, así como la realización de “rezos” y sufragios por los difuntos.

1. g) Muchas personas viven su religiosidad con el rezo, la ofrenda de unas flores, el


encendido de una vela, la realización de una promesa, el esfuerzo de llevar un paso
procesional o de peregrinar a un lugar. En el ámbito personal y comunitario, gozan de gran
extensión entre los fieles el rezo del Santo Rosario, del Ángelus y el Ejercicio del Vía
Crucis.

1. h) Para promover esta gran variedad de actividades existen en nuestra tierra


numerosas cofradías, hermandades, mayordomías y asociaciones. A la gente de nuestra
tierra le gusta participar en la organización y sostenimiento de la fiesta.

Estas manifestaciones de religiosidad popular son un tesoro que debemos conservar. Algunas de
ellas son reconocidas también como fenómenos de interés turístico o como parte del patrimonio
inmaterial de la humanidad[10]. Pero son, ante todo, manifestaciones de la fe y devoción de un
pueblo.

Invitamos a conocerlas con más profundidad, intentando percibir su núcleo original cristiano, sus
dimensiones interiores, las motivaciones, comportamientos y valores que estas manifestaciones
encierran. Es tarea propia de los Obispos valorar la piedad popular, animando y promoviendo
aquellos aspectos que ayuden a la vida cristiana de los fieles y, cuando sea necesario, invitando a
la purificación de estas prácticas[11]. Es nuestro deseo que esta religiosidad popular sea más
conocida y mejor valorada, para que pueda ser instrumento para la evangelización.

 
3. La religiosidad popular como espacio de encuentro con Jesucristo

En la Exhortación Evangelii gaudium el Papa Francisco ofrece un criterio muy valioso para


entender esta realidad: “hace falta acercarse a ella con la mirada del Buen Pastor, que no busca
juzgar sino amar”[12]. Nuestra actitud ante la religiosidad popular no puede ser la de quien mira
desde la distancia y juzga con dureza una realidad que le es ajena: “sólo desde la connaturalidad
que da el amor podemos apreciar la vida teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos,
especialmente en sus pobres”[13]. Sólo la mirada de fe, penetrada de amor, conoce la riqueza
teologal de la religiosidad popular.

El Concilio Vaticano II ofreció también otro criterio que es importante tener en cuenta: “La Iglesia
no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la
comunidad, ni siquiera en la Liturgia: por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades
peculiares de las distintas razas y pueblos”[14]. En la Iglesia hay diversidad de ritos, de tradiciones
y de costumbres que no son una amenaza para su unidad sino una gran riqueza. Mediante ellas los
fieles ejercen su sacerdocio dentro de la comunión eclesial.

La mirada del pastor nos hace comprender la riqueza que tiene esta religiosidad, que ha dado
abundantes frutos de santidad. La religiosidad popular es un modo legítimo en el que muchos
fieles viven su vida teologal. El rezo del rosario de una madre junto a su hijo enfermo, el encendido
de una vela en casa pidiendo ayuda a la Virgen o la mirada amorosa a Cristo crucificado pueden
conducir a una profundidad de vida cristiana incluso a personas que no saben “hilvanar las
proposiciones del Credo”[15].

Por su parte, la falta de consideración o estima de la piedad popular procede, en muchas


ocasiones, de prejuicios ideológicos realizados en nombre de una presunta “pureza” de la fe. No
tiene en cuenta que la religiosidad popular también es una realidad promovida y sostenida por el
Espíritu Santo y no considera suficientemente los frutos de gracia y santidad que ha producido en
la Iglesia[16].

Por eso debemos promover y proteger la piedad popular en cuanto espacio de encuentro con
Jesucristo. Estos son algunos de sus valores:

1. a) La religiosidad popular es una verdadera experiencia de fe. Es una forma legítima de


vivir la fe. Es un error considerar “religiosidad popular” sólo a las manifestaciones
externas de la misma. Para valorarla adecuadamente es preciso “saber percibir sus
dimensiones interiores”[17]. Detrás de los ritos, los símbolos y la estética que utilizan, hay
una experiencia de fe.
 

1. b) La piedad popular muestra un sentido casi innato de lo sagrado y de lo trascendente.


Manifiesta una auténtica sed de Dios y capta de modo especial algunos atributos divinos
como su paternidad, su providencia, su presencia amorosa y su misericordia[18].

1. c) La religiosidad popular guarda sentido de la propia historia, que lee como historia de


salvación. Para la piedad popular Dios se mantiene activo, interviniendo en la vida de las
personas y de los pueblos. La fiesta rememora y celebra esas intervenciones de Dios en la
historia de nuestro pueblo. En los lugares vinculados a estas acciones salvadoras de Dios,
las gentes establecen iglesias y santuarios.

1. d) La piedad popular penetra delicadamente en la existencia de cada fiel, como dice el


documento de Aparecida: “En distintos momentos de la lucha cotidiana, muchos recurren
a algún pequeño signo del amor de Dios: un crucifijo, un rosario, una vela que se enciende
para acompañar a un hijo en su enfermedad, un Padrenuestro musitado entre lágrimas,
una mirada entrañable a una imagen querida de María, una sonrisa dirigida al Cielo, en
medio de una sencilla alegría”[19].

1. e) Los documentos del Magisterio ponen de relieve las actitudes interiores y


algunas virtudes que la piedad popular valora particularmente, sugiere y alimenta: la
paciencia; el abandono confiando en Dios; la capacidad de sufrir y de percibir el sentido de
la cruz en la vida cotidiana; el deseo sincero de agradar al Señor, de reparar por las
ofensas cometidas contra Él y de hacer penitencia; el desapego respecto a las cosas
materiales; la solidaridad y la apertura a los otros, el sentido de amistad, de caridad y de
unión familiar[20].

Todo ello hace que la religiosidad popular sea espacio para el encuentro con Cristo de muchas
personas. Hay que tener presente que para muchas personas alejadas de la práctica de la fe
cristiana la religiosidad popular es la única experiencia religiosa que les resulta “próxima”. Explica
Pablo VI: “Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas
populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo”[21].

4. La fuerza evangelizadora de la religiosidad popular

Debemos reconocer la piedad popular como “expresión de la acción misionera espontánea del
pueblo de Dios”[22]. En la piedad popular encontramos las expresiones del anuncio misionero
connatural o espontáneo al pueblo cristiano. Ese anuncio misionero dimana con naturalidad de las
gentes de la piedad popular. En ella, con la diversidad de formas, se manifiesta la actuación de
anuncio del Evangelio, que brota connaturalmente del pueblo de Dios.
 

Como advierte el Directorio para la piedad popular, ésta constituye un “imprescindible punto de
partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más fecunda”[23]. Entre sus valores,
en relación con la evangelización, están los siguientes:

1. a) La religiosidad popular es una ocasión de socialización (encuentro, convivencia, unión,


asociación, participación, conciencia de pertenencia…) y de expresión de la dimensión
festiva de la fe. La fe es una experiencia gozosa de comunión con Jesucristo resucitado
que se vive en el seno del Pueblo de Dios. Todo aquello que exprese y eduque la
dimensión comunitaria y festiva del hombre es una ayuda al anuncio y vivencia de la fe
cristiana.

1. b) La religiosidad popular desarrolla las dimensiones simbólica y estética de la vida,


necesarias para una vida plenamente humana y necesaria para la comprensión y
transmisión de la fe de la Iglesia. Educar en la dimensión simbólica del ser humano
capacita para comprender nuestra fe.

1. c) La religiosidad popular sabe conectar con las personas cuando viven experiencias


fuertes de dolor, duda, gozo, fracaso, debilidad o gratitud. Estos momentos singulares
cuestionan muchas cosas de la propia vida y pueden abrir a la pregunta por el sentido y la
búsqueda de la trascendencia. La fuerza evangelizadora de esta religiosidad reside
también en el hecho de que conecta con las experiencias primordiales de la vida
(engendrar y dar a luz, casarse, etapas en el crecimiento de la prole, sufrir, morir….).

1. d) La religiosidad popular recuerda de modo claro que el ser humano es naturalmente


religioso, que tiene sed de Dios y necesita creer, aspira a comunicarse con lo
trascendente. Esto tiene un valor especial en el contexto de la secularización y de la
pérdida del sentido de Dios en las sociedades contemporáneas. Los fenómenos de
religiosidad popular siguen recordando y, muchas veces, ayudando a reavivar que el ser
humano es deseo de Dios.

1. e) Hay una gran riqueza expresiva en la piedad popular, que bien puede contribuir a la
evangelización. La religiosidad popular recurre a la narración, al canto, a la imagen
religiosa y a la procesión para transmitir la fe, haciendo catequesis y, a la vez, celebrando
la fe. Tienen gran importancia los elementos simbólicos y estéticos, que ayudan a la
transmisión de la fe. Fomenta también valores evangélicos como el perdón, la
generosidad, el sacrificio, el respeto a Dios, el silencio, el servicio, la colaboración, la
amistad o el compartir.
 

1. f) La religiosidad popular es una auténtica catequesis que pone la fe cristiana al alcance de


muchas personas. De un modo plástico ayuda a transmitir los principales misterios de la
vida de Cristo y de Santa María, así como el conocimiento de algunos santos más
populares. Quien sabe leer las formas de religiosidad popular, aprenderá mucho de ellas,
porque nos enseñan mucho: sobre Dios y sus atributos; sobre Cristo y sus misterios sobre
todo de dolor; sobre la presencia y acción del Espíritu Santo, que habita en los sencillos y
los pobres; sobre la Virgen María, la humilde esclava del Señor; sobre la intercesión de los
santos en el camino difícil de la vida en la tierra; sobre la Iglesia como instrumento de
Cristo en orden a la gracia y la salvación; sobre el perdón de los pecados y la gracia del
Dios misericordioso y sobre la vida eterna. Para el que “sabe leerlas son un lugar teológico
al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar en la nueva
evangelización”[24].

1. g) La religiosidad popular es una manera de expresar la identidad de un pueblo, que se


halla vinculada a la fe cristiana. Las prácticas de esta religiosidad pueden ayudar a que
nuestros pueblos recobren sus raíces religiosas. Las diversas manifestaciones de la piedad
popular sirven para expresar el “alma” de un pueblo. Todas ellas generan sentimientos de
pertenencia, de identidad y de cohesión. Las prácticas de religiosidad popular nos hacen
conectar con lo que hemos recibido de los mayores, con la tradición, como medio en el
que podemos desarrollarnos y crecer como seres humanos.

1. h) La piedad popular es fe inculturada. Uno de los mayores valores de la religiosidad


popular reside en que es una expresión de la fe en la propia cultura, con el lenguaje, los
símbolos y los gestos del entorno cultural. Como subrayó San Juan Pablo II, “una fe que no
se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada y fielmente
vivida”[25]. Cuando la fe se ha hecho cultura, tiene mayor capacidad de penetrar en la
vida de los pueblos.

La religiosidad popular es una forma básica de inculturación de la fe. “La religión es también
memoria y tradición, y la piedad popular sigue siendo una de las mayores expresiones de una
verdadera inculturación de la fe, pues en ella se armonizan la fe y la liturgia, el sentimiento y las
artes, y se afianza la conciencia de la propia identidad en las tradiciones locales”[26]. Ha
recordado Evangelii gaudium: “En la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe
recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo”[27].

1. j) La religiosidad popular está protagonizada y animada en la mayoría de los casos por


laicos, que están llamados a ser protagonistas insustituibles de la nueva evangelización.
Debemos valorar, respetar y promover que sean los laicos quienes intervengan como
actores en la vida de la Iglesia. Generalmente se trata de laicos organizados en
asociaciones de fieles (Cofradías, Hermandades, Mayordomías, sociedades), lo que les
abre un importante espacio en la vida de la Iglesia.

1. k) La religiosidad popular es expresión pública y compartida de la fe cristiana. Reivindica


que lo religioso no puede ser reducido al ámbito de lo privado, de la intimidad de las
personas. La fe necesita expresarse públicamente.

1. l) La piedad popular ha sido, en muchas ocasiones un medio providencial para la


conservación y transmisión de la fe. A través de las prácticas de piedad popular muchos
cristianos han mantenido y expresado su fe. La transmisión de padres a hijos de estas
formas de religiosidad conlleva la transmisión de los principios cristianos[28].

Las riquezas expresivas y el carácter inculturado de la religiosidad popular facilitan la


evangelización. Esta religiosidad llega a los fieles y tiene una gran capacidad de convocatoria
porque habla en su lenguaje y de un modo que toca su corazón y puede ser oportunidad para el
anuncio del Evangelio. Por otra parte, cuando se abandonan las manifestaciones de piedad
popular, se dejan vacíos que no son siempre colmados[29].

En el ambiente de secularización que vivimos, la religiosidad popular es una manera extraordinaria


de vivir y de transmitir la fe. En nuestro tiempo puede ser un medio providencial para que muchos
hombres y mujeres perseveren en la fe. En la piedad popular “subyace una fuerza evangelizadora
que no podemos menospreciar”[30], porque en ella se da una “riqueza evangélica”[31]. En la
Exhortación Evangelii gaudium  se contiene una importante llamada: “¡No coartemos ni
pretendamos controlar esa fuerza misionera!”[32]. Es necesario apostar por la fuerza misionera de
la religiosidad popular e impulsarla en todas sus formas.

5. Evangelizar la religiosidad popular

Aun teniendo en cuenta todos sus valores, la piedad popular tiene sus límites. Necesita también
ser evangelizada, “para que la fe que expresa, llegue a ser un acto cada vez más maduro y
auténtico”[33]. Como todas las realidades cristianas, las manifestaciones religiosas populares no
están exentas de errores y desviaciones, por lo que requieren siempre ser evangelizadas.

“Purificar y catequizar las expresiones de la piedad popular puede, en algunas regiones,


convertirse en un elemento decisivo para evangelizar en profundidad, mantener y desarrollar una
verdadera conciencia comunitaria en el compartir la misma fe, especialmente a través de las
manifestaciones religiosas del pueblo de Dios, como las grandes celebraciones festivas (cf. Lumen
Gentium, n. 67)”[34].
 

Proponemos algunas líneas de trabajo con el mundo de la religiosidad popular.

5.1. Suscitar la experiencia de fe

En el origen de la religiosidad popular está la experiencia de fe, que fue expresada en el lenguaje
de un pueblo. Nosotros nos encontramos hoy con las expresiones de la fe y tenemos el reto de
que, a partir de ellas, pueda rebrotar la experiencia de fe que les dio origen.

Por eso es de suma importancia cuidar las actitudes internas, las motivaciones y convicciones que
subyacen a estas manifestaciones populares de fe para que puedan seguir siendo lugar de
encuentro con Cristo. El Catecismo de la Iglesia habla de “hacerlas progresar en el conocimiento
del misterio de Cristo”[35].

Por otra parte, en las manifestaciones de religiosidad popular se aúnan muchas dimensiones
importantes: estéticas, culturales, históricas, folklóricas, artísticas… Se da en ellas un riesgo
permanente de reducir estas manifestaciones a alguno de los mencionados aspectos. Para salvar
este peligro, debemos insistir en la motivación religiosa en su raíz y origen, que es alma de toda la
piedad popular.

5.2. Sentir con la Iglesia

Esta experiencia de fe siempre acontece en el seno de la Iglesia. En la religiosidad popular se da el


peligro de sobrevalorar los aspectos subjetivos de la experiencia religiosa (sentimientos, gustos,
emociones,…) en detrimento de los elementos objetivos del encuentro con Cristo (la Iglesia, los
sacramentos, la Palabra, los pobres, el mundo, los signos de los tiempos). Se detecta, en muchas
ocasiones, una insuficiente conciencia de participar en la expresión de la fe de la comunidad
eclesial.

Es conveniente, por ello, fomentar todas las acciones que promuevan la pertenencia eclesial:

1. a) Integrar la religiosidad popular en la vida de las parroquias, que son “presencia eclesial
en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del
diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración”[36]. Es
conveniente tener en cuenta en las programaciones pastorales la realidad de la
religiosidad popular, evitando su aislamiento y favoreciendo su relación con otras
realidades pastorales de la Iglesia.

 
1. b) Garantizar que las cofradías o hermandades que promueven acciones de religiosidad
popular sean constituidas como asociaciones de fieles, de acuerdo con el derecho
canónico. Las cofradías no son sociedades filantrópicas o culturales, sino una asociación de
fieles cristianos que pretenden vivir su fe en comunión con la Iglesia.

Es importante acogerlas en la vida de las parroquias, dándoles cabida en los consejos parroquiales


de pastoral e integrándolas en la vida de la comunidad cristiana. También es oportuno garantizar
consiliarios que no sean sólo nominales sino que ejerzan su función en la educación de la fe,
cuidando la celebración del culto y promoviendo las acciones caritativas.

5.3. Compromiso de vida

La tendencia a separar fe y vida, que se detecta de modo general en muchos de nuestros


cristianos, está presente también en la religiosidad popular. Lo cristiano no es vivido en la
totalidad de la vida, sino que queda concentrado en ciertos momentos o en algunas facetas de la
vida. Frente a la tentación de separar lo cultural del compromiso de vida, hay que recordar que el
culto que agrada a Dios es el que genera una transformación de toda la persona.

5.4. Espíritu misionero

La religiosidad popular tiene la importante misión de realizar el anuncio de Jesucristo facilitando la


síntesis de la fe con las culturas de los pueblos. Tiene una gran fuerza porque con sus acciones,
símbolos y con los sentimientos que genera es capaz de alcanzar a los más sencillos. Pero corre el
peligro de perder de vista la meta potenciando otros aspectos de la religiosidad popular
(culturales, turísticos, estéticos, etc.) y olvidando el espíritu misionero.

A los cofrades, decía el Papa Francisco: “sed también vosotros auténticos evangelizadores. Que
vuestras iniciativas sean ‘puentes’, senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él”[37].

5.5. Diálogo con otros creyentes y con los no creyentes

Finalmente, subrayamos la necesidad de mantener un espíritu de diálogo. Muchas


manifestaciones de la religiosidad popular surgieron en unos momentos en que se daba un
predominio de la religión católica en la sociedad. Nuestra sociedad valenciana y balear es cada vez
más intercultural, más plural, con presencia de muchas personas que no creen en Dios o que
practican otra religión. Hemos de vivir las diferentes expresiones de religiosidad popular en este
nuevo clima cultural.

1. a) Esto significa, en primer lugar, respeto por el que piensa de modo distinto, por quienes
no han recibido el don de la fe. En muchos casos, exige una adaptación de estas
manifestaciones religiosas al contexto de nuestras sociedades plurales.

2. b) Potenciar los aspectos ecuménicos y facilitar el diálogo con otros cristianos.


 

1. c) Apertura al diálogo interreligioso.

6. La necesidad de acompañar pastoralmente la religiosidad popular

La tarea de purificar y acompañar la religiosidad popular sólo puede ser realizada con mirada y
corazón de “pastor” y, por ello, desde un profundo respeto y “con una paciencia grande y con
prudente tolerancia, inspirándose en la metodología que ha seguido la Iglesia a lo largo de la
historia”[38]. Hemos de confesar que muchas veces los pastores hemos abandonado o marginado
las manifestaciones de religiosidad popular, al considerarlas una expresión inmadura de la fe.
Debemos acercarnos a la religiosidad popular con sumo respeto. Es necesaria una actitud
de cercanía para poder acompañar, de disposición al diálogo, de paciencia y de humildad.

Es también necesario el mejor conocimiento de la misma. Invitamos a los sacerdotes y a los


agentes de pastoral a conocer y profundizar en la religiosidad popular de nuestros pueblos, a la luz
de los documentos de la Iglesia sobre este tema.

Por otra parte, el acompañamiento del pastor tiene que incidir especialmente en las actitudes y
motivaciones que subyacen a las manifestaciones de religiosidad. Nos equivocamos cuando
pretendemos cambiar las prácticas de nuestro pueblo. Lo importante no es cambiar los ritos o
prácticas sino darles un sentido.

La acción pastoral de la Iglesia tiene como objetivo acompañar en la fe y educar en la fe con el fin
de alimentar y fortalecer la comunión eclesial e incorporar a la persona a la tarea evangelizadora
de la Iglesia. Esta acción pastoral se realiza principalmente a través del ministerio de la palabra, de
la liturgia y de la caridad.

6.1. Educación en la fe

En las manifestaciones de religiosidad popular se expresa una auténtica vivencia de la fe, la cual
requiere, sin embargo, ser educada para que sea fortalecida y para evitar los peligros que la
acechan (subjetivismo excesivo, sincretismo, falta de conciencia de Iglesia, etc.). Es necesario, por
ello, esforzarse por formar a los protagonistas de las manifestaciones de religiosidad popular
(cofradías, mayordomías, belenistas, asociaciones festeras, etc.). Según la situación y las
oportunidades se ofrecerán catequesis sistemáticas, de iniciación cristiana, de formación
permanente o catequesis ocasionales. El objetivo es ofrecer una formación cristiana integral que
abarque todos los aspectos de la vida cristiana. Debe ser, por ello, una formación humana,
espiritual, doctrinal y pastoral.

 
Hemos dicho que la religiosidad popular es ya, en sí misma, una catequesis para el pueblo.
Conviene, sin embargo, prolongar esa catequesis, propiciando una viva, explícita y operante
profesión de fe. Se trata de conducir hacia la madurez en la fe a quienes participan en los actos de
religiosidad popular.

Por otra parte, en ocasiones, las expresiones de religiosidad popular aparecen contaminadas con
elementos no coherentes con la doctrina católica. “En estos casos, dichas manifestaciones han de
ser purificadas con prudencia y paciencia, por medio de contactos con los responsables y una
catequesis atenta y respetuosa, a no ser que incongruencias radicales hagan necesarias medidas
claras e inmediatas”[39].

1. a) Proponer a las delegaciones diocesanas, a las parroquias y a las propias Cofradías que
elaboren planes de formación-catequesis para los actores de la religiosidad popular. El
objetivo es ayudar a personalizar la fe y a vivir en el seno de la Iglesia.

1. b) Esta formación es necesaria, especialmente para aquellas personas que ocupan


puestos directivos y de gobierno en las actividades de religiosidad popular. Debemos
conseguir que las cofradías, mayordomías y asociaciones se sientan responsables de la
formación cristiana de sus miembros y sitúen la formación entre los objetivos prioritarios.

1. c) Muchas veces esta educación tendrá rasgos de “primer anuncio”, requiriendo el


anuncio explícito de Jesucristo, porque aunque todas las personas que viven la religiosidad
popular han sido bautizadas, muchas han perdido el sentido de su fe y necesitan escuchar
de nuevo la Buena Noticia que es Jesucristo (el kerigma).

1. d) Educar en la centralidad de Cristo. En ocasiones se otorga un culto desproporcionado a


la Madre de Dios y los santos, perdiendo el sentido de la centralidad de Cristo.

1. e) Facilitar el contacto directo con la Sagrada Escritura. Hay que poner la Biblia en las
manos y el corazón del pueblo, uniendo más Palabra de Dios y religiosidad popular y
cuidando la inspiración bíblica de lo que se haga.

1. f) Es preciso estar atento para evitar que en la religiosidad popular se insinúen nociones
contrarias a la fe o se abra la puerta a expresiones contaminadas de sincretismo[40].

 
Muchos actos propios de la religiosidad popular pueden servir para educar en la fe a los
participantes (novenas, triduos, vigilias, predicación de las fiestas, etc.). Pero sería conveniente,
además, programar momentos específicos de formación y catequesis que ayuden, sobre todo a los
agentes de esta religiosidad, a vivirla como auténtica experiencia de fe.

6.2. Piedad popular y liturgia

Entre la liturgia y la piedad popular debe existir una relación armónica, sin olvidar que la primera
tiene la primacía sobre la segunda. El Directorio para la piedad popular y la liturgia  contiene
preciosas indicaciones y establece los principios básicos de la relación entre ambas:

1. a) Nada iguala a la sagrada liturgia, que es “la fuente primaria y necesaria de la que han de
beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano”[41]. Por eso, mientras que las
acciones sacramentales son necesarias para vivir en Cristo, las formas de piedad popular
pertenecen al ámbito de lo facultativo[42].

1. b) Debe mantenerse la distinción entre liturgia y piedad popular. No es oportuno


superponer una a otra, ni mezclar las fórmulas propias de ejercicios de piedad con las
acciones litúrgicas[43].

1. c) La piedad popular encuentra en la liturgia su culmen y complemento, por lo que sus


manifestaciones han de ordenarse a la liturgia. Las prácticas de piedad popular no pueden
ir en detrimento de la liturgia ni conducir a la desvalorización de la misma[44].

1. d) Liturgia y piedad popular son dos expresiones legítimas del culto cristiano. No se deben
oponer ni equiparar, pero sí armonizar. La relación entre ambas puede ser fecunda: “la
Liturgia deberá constituir el punto de referencia para encauzar con lucidez y prudencia los
anhelos de oración y de vida carismática que aparecen en la piedad popular; por su parte
la piedad popular, con sus valores simbólicos y expresivos, podrá aportar a la Liturgia
algunas referencias para una verdadera inculturación, y estímulos para un dinamismo
creador eficaz”[45].

A la luz de estos principios proponemos algunas acciones:

1. a) La religiosidad popular se expresa en los ejercicios de piedad, a través de los cuales Dios


es glorificado y el hombre alcanza provecho espiritual e impulso para vivir su vida
cristiana. Estos ejercicios deben, en la medida de lo posible, armonizarse con los ritmos y
exigencias de la liturgia. Es conveniente renovarlos acentuando su sentido bíblico, la
inspiración litúrgica y el aspecto ecuménico[46]. Debe también revisarse el lenguaje que se
usa, en ocasiones hiperbólico y desfasado, pero siempre respetando la cultura y el estilo
de expresión del pueblo al que se dirigen.

1. b) Invitar a vivir con autenticidad esta religiosidad popular. Evitar la concepción utilitarista


de estas formas de piedad. También el riesgo de que todo quede en lo externo, en gestos
y signos espectaculares pero que no suponen verdadera conversión interior.

1. c) Es preciso, también, que la piedad popular se fortalezca en su conciencia de


la referencia a la Santísima Trinidad. Ciertamente la piedad popular es muy sensible al
misterio de la paternidad de Dios y se detiene también con gusto en la figura de Cristo
Salvador, pero le falta mostrar con más claridad la persona y acción del Espíritu Santo. Es
necesario también que ponga de manifiesto no sólo la humanidad sufriente del Salvador,
sino también su Resurrección gloriosa[47].

1. d) También debe darse un equilibrio entre el misterio de Cristo, la conmemoración de la


Virgen María y los santos. Este equilibrio incluye una correcta jerarquización de los
diversos aspectos del misterio. En el misterio de Cristo, la Pascua debe ser el auténtico
centro. Se detecta en la piedad popular una presencia insuficiente del significado salvífico
de la Resurrección del Señor.

1. e) Hay que poner la religiosidad popular en relación con los sacramentos y, en especial,
con la reconciliación y con la Eucaristía. La devoción a Cristo tiene que conducir a la
conversión y a la participación plena y consciente en la Eucaristía.

1. f) Por su misma naturaleza, la piedad popular requiere una expresión artística. Los


responsables de la pastoral habrán de alentar la creación en todos los campos: ritos,
música, cantos, artes decorativas,… y velarán por su buena calidad cultural y religiosa[48].

6.3. El servicio de la caridad

La diaconía con los pobres pertenece de manera especial a la misión de la Iglesia y se manifiesta
en una solidaridad activa, atenta a las necesidades del ser humano. Para no quedar en acciones
meramente rituales externas, las prácticas de religiosidad popular deben conducir a incrementar
el amor a Dios y al prójimo.

 
Cuando se acentúan los aspectos subjetivos y sentimentales de la fe, perdiendo de vista la
promoción social, no estamos ante una auténtica forma de piedad popular[49]. Por eso es
importante vincular cada vez más las expresiones de la religiosidad popular con actos y actitudes
de solidaridad con los que sufren.

En la mejor tradición de muchas Cofradías y Asociaciones que promueven la religiosidad popular


se da una vinculación del culto con la caridad. Son muchas las que realizan diversas obras de
caridad, especialmente entre sus miembros, aunque el fin principal para el que nacieron no fuera
éste.

1. a) Resulta aconsejable, que la religiosidad popular genere algún tipo de acción caritativa y
de promoción social.

1. b) Debe fomentarse, también, que las mismas prácticas de religiosidad popular sean
realizadas con dignidad pero de modo austero, sin lujos, despilfarro y ostentación, que
son ajenos al auténtico culto cristiano.

Todo este acompañamiento pastoral de la religiosidad popular requiere personas dedicadas a ello,
tanto sacerdotes como personas consagradas y fieles laicos. Debemos apostar por ello
sensibilizando a los párrocos sobre la importancia de atender la piedad popular y dedicando
personas a esta tarea específica.

Conclusión

La piedad popular supone una fe sencilla y encarnada mediante la cual se rinde culto a Dios y se
vive y expresa la propia fe de manera concreta. Esta vivencia y expresión de la fe alcanza a
nuestros pueblos y llega especialmente a los más pequeños. Purificada y evangelizada es cauce
precioso de vida en Cristo y tiene una gran fuerza evangelizadora.

Así se lo pedimos a Dios, por intercesión de la Virgen María, Madre de Misericordia, para que de
este modo, entre todos, cuidemos debidamente la riqueza de la piedad popular largamente
atesorada, durante siglos, en la entraña creyente de nuestros pueblos, de nuestras comunidades
cristianas.

Con ese deseo y súplica ponemos en manos de los sacerdotes, religiosos y fieles de nuestras
diócesis, estas orientaciones pastorales, junto con nuestro afecto y bendición para todos.

 
Valencia, 9 de febrero de 2016

Año Jubilar de la Misericordia

+Antonio, Cardenal Arzobispo de Valencia

+Jesús, Obispo de Orihuela – Alicante

+Javier, Obispo de Mallorca

+Casimiro, Obispo de Segorbe – Castellón

+Vicente, Obispo de Ibiza

Gerard, Administrador diocesano de Menorca

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