Religiosidad Popular
Religiosidad Popular
Religiosidad Popular
Este sincretismo religioso comienza a gestarse desde el mismo momento de la conquista, cuando
unos hombres que traían a su Dios en sus convicciones y en cuatro carabelas, se encontraron con
otros dioses distintos, profanos y con una religiosidad aborigen que no tenía nada que ver con los
ritos, iconos, símbolos y creencias de una cristiandad que tanto había costado consolidar, y que
ahora, frente a estos infieles ignorantes, desasistidos, relegados, ignorados, había que defender,
difundir y catequizar. Comienza entonces un largo proceso de transculturación religiosa; los
españoles se encuentran convencidos de que deben realizar una labor no sólo de conquista, sino
también de evangelización, debían catequizar a los infieles del Nuevo Mundo, imponerles las
creencias y enseñarles a adorar un mismo Dios, aquel, Cristo el Redentor, que los conquistadores
trajeron en sus navíos, pero, sobre todo, en sus corazones. La Iglesia se suma a este proceso; a los
soldados españoles les corresponde la conquista territorial, a los frailes la espiritual.
Así, en lo que concierne a los indios, el sincretismo religioso permitió que los ídolos autóctonos (las
fuentes, los árboles, las piedras sagradas, los astros) se sumarán también al estructurado y
riguroso compendio y repertorio de vírgenes, santos, preceptos, ritos y de tres personas en un
mismo Dios, que los frailes y misioneros españoles se encargaron de difundir, de catequizar, sin
que pudiesen impedir que todas sus enseñanzas se fusionaran con las creencias propias y
ancestrales de los aborígenes para producir un cristianismo particular. Este sincretismo religioso se
enriquece y se complejiza con la introducción de los negros provenientes del África, quienes
llegaron para trabajar como esclavos en las nuevas tierras conquistadas por los españoles. Los
africanos también realizan su aporte a este proceso sincrético que produjo una religiosidad
peculiar, con usanzas, simbologías, ritos, similitudes y analogías entre los santos y vírgenes
cristianos y los orishas que estos esclavos africanos trajeron bien dentro de sí, en sus almas, en
aquello que va más del cuerpo, para protegerlos del látigo del amo blanco y de la palabra
catequizadora de los misioneros católicos. Estos africanos y, muy especialmente los del país
yoruba, practicaban ritos ancestrales y tenían una religiosidad mucho más acendrada,
interiorizada, que las demás etnias que vinieron del África a América.
Sobre la base de las creencias religiosas aportadas por estos africanos, en la América Latina y
caribeña, se produce un sincretismo de analogías y semejanzas entre dioses de distinto cuño y
proveniencia que luego tendrán una misma y única significación Como expresión de este
sincretismo se produce una asimilación entre vírgenes y santos, dioses y provenientes de uno y
otro lado del mundo: de la España católica y del África pagana. En Cuba: Yemayá, es la Virgen de
regla, patrona de la ciudad de La Habana; Changó, Santa Bárbara; Ochún, la Virgen de la Caridad
del Cobre; Obatalá, la Virgen de las Mercedes.
Religiosidad popular
La Iglesia es cada vez más consciente de la importancia y valores que tiene la llamada
“religiosidad” o “piedad popular” en relación con el anuncio de Jesucristo[1]. Después de un
tiempo en que vino a ser considerada como algo primitivo o como una manifestación menos pura
de la fe, son muchos los que en nuestros días ponen de relieve su riqueza y su importancia para la
transmisión de la misma. También el Magisterio de la Iglesia ha desarrollado desde el Concilio
Vaticano II una rica reflexión sobre la religiosidad popular[2].
Entre nosotros la religiosidad popular tiene ricas y muy diversas manifestaciones. Nuestras
reflexiones pretenden subrayar la importancia de esta piedad como medio para la evangelización.
Ofrecemos estas orientaciones, con el fin de suscitar una reflexión sobre la religiosidad popular y
promover una revalorización de la misma como medio de anuncio de Jesucristo.
1. La religiosidad popular
Esta religiosidad se manifiesta de modo particular en cada pueblo de acuerdo con su propia
idiosincrasia y con su historia. La fe cristiana ha suscitado en cada pueblo y cultura numerosas
manifestaciones de la fe y del culto a Dios que responden a sus vivencias y a su cultura propia. En
estas formas de religiosidad o piedad se muestra la historia y la manera de pensar y sentir del
pueblo cristiano. La llamamos “popular” porque mediante ella el pueblo de Dios expresa su fe
según los rasgos de la cultura propia de cada lugar.
Como explica el Catecismo de la Iglesia Católica: “El sentido religioso del pueblo cristiano ha
encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida
sacramental de la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las
peregrinaciones, las procesiones, el viacrucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas,
etc.”[6].
La fuente de la piedad popular se encuentra en la presencia viva y activa del Espíritu de Dios en el
organismo eclesial. Las formas auténticas de piedad popular son fruto del Espíritu Santo y deben
ser consideradas como expresiones de la piedad de la Iglesia[8].
Por último, conviene tener en cuenta que la religiosidad popular es una realidad en evolución.
Cambian las culturas y, del mismo modo, también las manifestaciones de la religiosidad popular
van cambiando y adaptándose a las nuevas sensibilidades. Como ha subrayado el Papa Francisco,
“se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el protagonista
principal”[9].
La religiosidad popular es una realidad viva entre nosotros que. Las manifestaciones de esta
religiosidad tienen una enorme importancia tanto cuantitativa como significativa.
Cuantitativamente, porque tienen una enorme capacidad de convocatoria e involucran a muchas
personas. Significativamente porque son percibidas como expresiones profundamente ligadas a la
cultura y señas de identidad de nuestros pueblos.
La devoción a la Eucaristía. Nuestro pueblo vive con especial solemnidad la fiesta del
Corpus Christi. Es también costumbre en algunos lugares hacer procesión con el Santísimo
Sacramento en la mañana de Pascua y para dar la comunión a los enfermos
1. c) En nuestras diócesis florece una tierna y profunda devoción a Santa María, invocada
frecuentemente por nuestras gentes con diversas advocaciones. Las fiestas y los tiempos
marianos son vividos con particular intensidad. Novenas, procesiones, gozos, himnos y
representaciones se realizan en nuestros pueblos en honor a la Virgen Santísima.
1. d) También son objeto de devoción los ángeles y los santos, particularmente aquellos que
han nacido o vivido en nuestras tierras así como los santos patronos de las diversas
poblaciones. Imágenes, reliquias, estampas, novenas, tamunangues, cantos (“gozos”),
procesiones y libros piadosos sirven para dar a conocer e incrementar la devoción a estos
intercesores.
Estas manifestaciones de religiosidad popular son un tesoro que debemos conservar. Algunas de
ellas son reconocidas también como fenómenos de interés turístico o como parte del patrimonio
inmaterial de la humanidad[10]. Pero son, ante todo, manifestaciones de la fe y devoción de un
pueblo.
Invitamos a conocerlas con más profundidad, intentando percibir su núcleo original cristiano, sus
dimensiones interiores, las motivaciones, comportamientos y valores que estas manifestaciones
encierran. Es tarea propia de los Obispos valorar la piedad popular, animando y promoviendo
aquellos aspectos que ayuden a la vida cristiana de los fieles y, cuando sea necesario, invitando a
la purificación de estas prácticas[11]. Es nuestro deseo que esta religiosidad popular sea más
conocida y mejor valorada, para que pueda ser instrumento para la evangelización.
3. La religiosidad popular como espacio de encuentro con Jesucristo
El Concilio Vaticano II ofreció también otro criterio que es importante tener en cuenta: “La Iglesia
no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la
comunidad, ni siquiera en la Liturgia: por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades
peculiares de las distintas razas y pueblos”[14]. En la Iglesia hay diversidad de ritos, de tradiciones
y de costumbres que no son una amenaza para su unidad sino una gran riqueza. Mediante ellas los
fieles ejercen su sacerdocio dentro de la comunión eclesial.
La mirada del pastor nos hace comprender la riqueza que tiene esta religiosidad, que ha dado
abundantes frutos de santidad. La religiosidad popular es un modo legítimo en el que muchos
fieles viven su vida teologal. El rezo del rosario de una madre junto a su hijo enfermo, el encendido
de una vela en casa pidiendo ayuda a la Virgen o la mirada amorosa a Cristo crucificado pueden
conducir a una profundidad de vida cristiana incluso a personas que no saben “hilvanar las
proposiciones del Credo”[15].
Por eso debemos promover y proteger la piedad popular en cuanto espacio de encuentro con
Jesucristo. Estos son algunos de sus valores:
Todo ello hace que la religiosidad popular sea espacio para el encuentro con Cristo de muchas
personas. Hay que tener presente que para muchas personas alejadas de la práctica de la fe
cristiana la religiosidad popular es la única experiencia religiosa que les resulta “próxima”. Explica
Pablo VI: “Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas
populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo”[21].
Debemos reconocer la piedad popular como “expresión de la acción misionera espontánea del
pueblo de Dios”[22]. En la piedad popular encontramos las expresiones del anuncio misionero
connatural o espontáneo al pueblo cristiano. Ese anuncio misionero dimana con naturalidad de las
gentes de la piedad popular. En ella, con la diversidad de formas, se manifiesta la actuación de
anuncio del Evangelio, que brota connaturalmente del pueblo de Dios.
Como advierte el Directorio para la piedad popular, ésta constituye un “imprescindible punto de
partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más fecunda”[23]. Entre sus valores,
en relación con la evangelización, están los siguientes:
1. e) Hay una gran riqueza expresiva en la piedad popular, que bien puede contribuir a la
evangelización. La religiosidad popular recurre a la narración, al canto, a la imagen
religiosa y a la procesión para transmitir la fe, haciendo catequesis y, a la vez, celebrando
la fe. Tienen gran importancia los elementos simbólicos y estéticos, que ayudan a la
transmisión de la fe. Fomenta también valores evangélicos como el perdón, la
generosidad, el sacrificio, el respeto a Dios, el silencio, el servicio, la colaboración, la
amistad o el compartir.
La religiosidad popular es una forma básica de inculturación de la fe. “La religión es también
memoria y tradición, y la piedad popular sigue siendo una de las mayores expresiones de una
verdadera inculturación de la fe, pues en ella se armonizan la fe y la liturgia, el sentimiento y las
artes, y se afianza la conciencia de la propia identidad en las tradiciones locales”[26]. Ha
recordado Evangelii gaudium: “En la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe
recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo”[27].
Aun teniendo en cuenta todos sus valores, la piedad popular tiene sus límites. Necesita también
ser evangelizada, “para que la fe que expresa, llegue a ser un acto cada vez más maduro y
auténtico”[33]. Como todas las realidades cristianas, las manifestaciones religiosas populares no
están exentas de errores y desviaciones, por lo que requieren siempre ser evangelizadas.
En el origen de la religiosidad popular está la experiencia de fe, que fue expresada en el lenguaje
de un pueblo. Nosotros nos encontramos hoy con las expresiones de la fe y tenemos el reto de
que, a partir de ellas, pueda rebrotar la experiencia de fe que les dio origen.
Por eso es de suma importancia cuidar las actitudes internas, las motivaciones y convicciones que
subyacen a estas manifestaciones populares de fe para que puedan seguir siendo lugar de
encuentro con Cristo. El Catecismo de la Iglesia habla de “hacerlas progresar en el conocimiento
del misterio de Cristo”[35].
Por otra parte, en las manifestaciones de religiosidad popular se aúnan muchas dimensiones
importantes: estéticas, culturales, históricas, folklóricas, artísticas… Se da en ellas un riesgo
permanente de reducir estas manifestaciones a alguno de los mencionados aspectos. Para salvar
este peligro, debemos insistir en la motivación religiosa en su raíz y origen, que es alma de toda la
piedad popular.
Es conveniente, por ello, fomentar todas las acciones que promuevan la pertenencia eclesial:
1. a) Integrar la religiosidad popular en la vida de las parroquias, que son “presencia eclesial
en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del
diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración”[36]. Es
conveniente tener en cuenta en las programaciones pastorales la realidad de la
religiosidad popular, evitando su aislamiento y favoreciendo su relación con otras
realidades pastorales de la Iglesia.
1. b) Garantizar que las cofradías o hermandades que promueven acciones de religiosidad
popular sean constituidas como asociaciones de fieles, de acuerdo con el derecho
canónico. Las cofradías no son sociedades filantrópicas o culturales, sino una asociación de
fieles cristianos que pretenden vivir su fe en comunión con la Iglesia.
A los cofrades, decía el Papa Francisco: “sed también vosotros auténticos evangelizadores. Que
vuestras iniciativas sean ‘puentes’, senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él”[37].
1. a) Esto significa, en primer lugar, respeto por el que piensa de modo distinto, por quienes
no han recibido el don de la fe. En muchos casos, exige una adaptación de estas
manifestaciones religiosas al contexto de nuestras sociedades plurales.
La tarea de purificar y acompañar la religiosidad popular sólo puede ser realizada con mirada y
corazón de “pastor” y, por ello, desde un profundo respeto y “con una paciencia grande y con
prudente tolerancia, inspirándose en la metodología que ha seguido la Iglesia a lo largo de la
historia”[38]. Hemos de confesar que muchas veces los pastores hemos abandonado o marginado
las manifestaciones de religiosidad popular, al considerarlas una expresión inmadura de la fe.
Debemos acercarnos a la religiosidad popular con sumo respeto. Es necesaria una actitud
de cercanía para poder acompañar, de disposición al diálogo, de paciencia y de humildad.
Por otra parte, el acompañamiento del pastor tiene que incidir especialmente en las actitudes y
motivaciones que subyacen a las manifestaciones de religiosidad. Nos equivocamos cuando
pretendemos cambiar las prácticas de nuestro pueblo. Lo importante no es cambiar los ritos o
prácticas sino darles un sentido.
La acción pastoral de la Iglesia tiene como objetivo acompañar en la fe y educar en la fe con el fin
de alimentar y fortalecer la comunión eclesial e incorporar a la persona a la tarea evangelizadora
de la Iglesia. Esta acción pastoral se realiza principalmente a través del ministerio de la palabra, de
la liturgia y de la caridad.
6.1. Educación en la fe
En las manifestaciones de religiosidad popular se expresa una auténtica vivencia de la fe, la cual
requiere, sin embargo, ser educada para que sea fortalecida y para evitar los peligros que la
acechan (subjetivismo excesivo, sincretismo, falta de conciencia de Iglesia, etc.). Es necesario, por
ello, esforzarse por formar a los protagonistas de las manifestaciones de religiosidad popular
(cofradías, mayordomías, belenistas, asociaciones festeras, etc.). Según la situación y las
oportunidades se ofrecerán catequesis sistemáticas, de iniciación cristiana, de formación
permanente o catequesis ocasionales. El objetivo es ofrecer una formación cristiana integral que
abarque todos los aspectos de la vida cristiana. Debe ser, por ello, una formación humana,
espiritual, doctrinal y pastoral.
Hemos dicho que la religiosidad popular es ya, en sí misma, una catequesis para el pueblo.
Conviene, sin embargo, prolongar esa catequesis, propiciando una viva, explícita y operante
profesión de fe. Se trata de conducir hacia la madurez en la fe a quienes participan en los actos de
religiosidad popular.
Por otra parte, en ocasiones, las expresiones de religiosidad popular aparecen contaminadas con
elementos no coherentes con la doctrina católica. “En estos casos, dichas manifestaciones han de
ser purificadas con prudencia y paciencia, por medio de contactos con los responsables y una
catequesis atenta y respetuosa, a no ser que incongruencias radicales hagan necesarias medidas
claras e inmediatas”[39].
1. a) Proponer a las delegaciones diocesanas, a las parroquias y a las propias Cofradías que
elaboren planes de formación-catequesis para los actores de la religiosidad popular. El
objetivo es ayudar a personalizar la fe y a vivir en el seno de la Iglesia.
1. e) Facilitar el contacto directo con la Sagrada Escritura. Hay que poner la Biblia en las
manos y el corazón del pueblo, uniendo más Palabra de Dios y religiosidad popular y
cuidando la inspiración bíblica de lo que se haga.
1. f) Es preciso estar atento para evitar que en la religiosidad popular se insinúen nociones
contrarias a la fe o se abra la puerta a expresiones contaminadas de sincretismo[40].
Muchos actos propios de la religiosidad popular pueden servir para educar en la fe a los
participantes (novenas, triduos, vigilias, predicación de las fiestas, etc.). Pero sería conveniente,
además, programar momentos específicos de formación y catequesis que ayuden, sobre todo a los
agentes de esta religiosidad, a vivirla como auténtica experiencia de fe.
Entre la liturgia y la piedad popular debe existir una relación armónica, sin olvidar que la primera
tiene la primacía sobre la segunda. El Directorio para la piedad popular y la liturgia contiene
preciosas indicaciones y establece los principios básicos de la relación entre ambas:
1. a) Nada iguala a la sagrada liturgia, que es “la fuente primaria y necesaria de la que han de
beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano”[41]. Por eso, mientras que las
acciones sacramentales son necesarias para vivir en Cristo, las formas de piedad popular
pertenecen al ámbito de lo facultativo[42].
1. d) Liturgia y piedad popular son dos expresiones legítimas del culto cristiano. No se deben
oponer ni equiparar, pero sí armonizar. La relación entre ambas puede ser fecunda: “la
Liturgia deberá constituir el punto de referencia para encauzar con lucidez y prudencia los
anhelos de oración y de vida carismática que aparecen en la piedad popular; por su parte
la piedad popular, con sus valores simbólicos y expresivos, podrá aportar a la Liturgia
algunas referencias para una verdadera inculturación, y estímulos para un dinamismo
creador eficaz”[45].
1. e) Hay que poner la religiosidad popular en relación con los sacramentos y, en especial,
con la reconciliación y con la Eucaristía. La devoción a Cristo tiene que conducir a la
conversión y a la participación plena y consciente en la Eucaristía.
La diaconía con los pobres pertenece de manera especial a la misión de la Iglesia y se manifiesta
en una solidaridad activa, atenta a las necesidades del ser humano. Para no quedar en acciones
meramente rituales externas, las prácticas de religiosidad popular deben conducir a incrementar
el amor a Dios y al prójimo.
Cuando se acentúan los aspectos subjetivos y sentimentales de la fe, perdiendo de vista la
promoción social, no estamos ante una auténtica forma de piedad popular[49]. Por eso es
importante vincular cada vez más las expresiones de la religiosidad popular con actos y actitudes
de solidaridad con los que sufren.
1. a) Resulta aconsejable, que la religiosidad popular genere algún tipo de acción caritativa y
de promoción social.
1. b) Debe fomentarse, también, que las mismas prácticas de religiosidad popular sean
realizadas con dignidad pero de modo austero, sin lujos, despilfarro y ostentación, que
son ajenos al auténtico culto cristiano.
Todo este acompañamiento pastoral de la religiosidad popular requiere personas dedicadas a ello,
tanto sacerdotes como personas consagradas y fieles laicos. Debemos apostar por ello
sensibilizando a los párrocos sobre la importancia de atender la piedad popular y dedicando
personas a esta tarea específica.
Conclusión
La piedad popular supone una fe sencilla y encarnada mediante la cual se rinde culto a Dios y se
vive y expresa la propia fe de manera concreta. Esta vivencia y expresión de la fe alcanza a
nuestros pueblos y llega especialmente a los más pequeños. Purificada y evangelizada es cauce
precioso de vida en Cristo y tiene una gran fuerza evangelizadora.
Así se lo pedimos a Dios, por intercesión de la Virgen María, Madre de Misericordia, para que de
este modo, entre todos, cuidemos debidamente la riqueza de la piedad popular largamente
atesorada, durante siglos, en la entraña creyente de nuestros pueblos, de nuestras comunidades
cristianas.
Con ese deseo y súplica ponemos en manos de los sacerdotes, religiosos y fieles de nuestras
diócesis, estas orientaciones pastorales, junto con nuestro afecto y bendición para todos.
Valencia, 9 de febrero de 2016