Muertas Enamoradas - El Cultural
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Muertas enamoradas
Thèophile Gautier
POR LUIS ANTONIO DE VILLENA - 17 octubre, 1999
Traducción de Marta Giné. Lumen. Barcelona, 1999. 161 páginas, 1700 pesetas
Las fantasmas enamoradas no son terroríficas y no lo son porque Gautier era un pagano, y lo que
buscaba (también en el mundo de la fantasía) era el placer, el gozo de estar vivo
H ispanófilo, esteta, gustador de la miel romántica a la que unió ya todos los sabores del
decadentismo y del simbolismo, Thèophile Gautier (1811-1872) es uno de tantos escritores
ilustres caídos en semiolvido o en algo no menos trágico, pese a las apariencias, un nombre que
luce en todos los manuales de literatura francesa, pero al que pocos leen. Para muchos, de hecho,
Gautier, sera el poeta al que Baudelaire dedicó sus Flores del mal, llamándolo, “poeta impecable,
maestro y amigo”. Baudelaire se sentía humilde ante Gautier por uno de los mejores libros de
poemas de éste, émaux et Camées, cuya edición definitiva en 1872, precedió solo en meses a la
muerte de su autor. Y es que la obra, ya desde sus iniciales poemas (publicados en revista en
1847) abre las puertas del parnasianismo y da un giro radical a los gustos estéticos del momento.
Claro que también fue un gran cambio en esa época, y sentó cátedra, su novela Mademoiselle de
Maupin (1835) donde se inaugura la novela decadente, de tan singular trayectoria...
Autor de libros de viajes, de cuentos, de poemas y de novelas, Gautier (como afirma Marta Giné en
su prólogo) “debe empezar a recuperar el lugar de excepción que merece en la historia de la
literatura”. Subtitulado “relatos fantásticos”, Muertas enamoradas (que pone en plural el título de
uno de los cuentos más emblemáticos de Gautier) reúne seis de los más importantes relatos de
nuestro autor, con un tema común, a caballo entre la tradición romántica en la que Gautier se
forma (estuvo en el estreno del famoso “Hernani” de Víctor Hugo) y las calidades estéticas del
simbolismo más profundo que, según he dicho, anticipa. Faltaría sólo un relato para completar la
saga, Spirite, pero este es ya en sí una novela corta. El tema común al que me he referido
(romántico y prerrafaelita) es el del amor entre una mujer muerta -generalmente joven y bella- y un
hombre que, casual y fantásticamente, encuentra sus huellas, la convoca, la ve y la ama, por
encima del tiempo, de la Historia (la muerta normalmente vivió en otra época, como Arria Marcella
en la antigua Pompeya) y lo que francamente es más romántico aún -el sueño idealista de todos
los genuinos románticos- por encima de la vida. Como dice la propia Arria: “No estamos
verdaderamente muertas mientras somos amadas”. Detrás de estos seis cuentos -que abarcan
buena parte de la vida activa de Gautier, La cafetera es de 1831 y Arrias Marcella de 1852- hay dos
impulsos comunes, más allá del tema, habitualmente imbricado a viajes románticos o a vidas
diletantes de la época; de un lado la supremacía del espíritu sobre la materia, aunque ese “espíritu”
(símbolo de refinamiento, de sentimientos alquitarados) no renuncie a ninguno de los placeres
materiales, antes al contrario, los intensifique hasta el delirio; y de otro -y consiguientemente- una
exaltación pagana y hedonista, que aparece a menudo en la obra de Thèophile y que lo aleja de
otros románticos más místicos.
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17/7/2021 Muertas enamoradas | El Cultural
Por ello no podrá sorprender si decimos que los cuentos fantásticos de Gautier (siéndolo, sin
duda) incumplen uno de los rasgos habituales en tales relatos: el miedo. Estos cuentos (pienso en
el delicioso El pie de momia, que podría dar “grima”) fascinan y encantan pero nunca dan miedo.
Las fantasmas enamoradas no son terroríficas y no lo son -lo aludí antes- porque Thèophile
Gautier era un pagano, y lo que buscaba (también en el mundo de la fantasía) era el placer, el gozo
de estar vivo. Deliciosos los cuentos de Gautier, refinadísimos.
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