Aproximación A Los Fundamentos Históricos Del Derecho Societario

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APROXIMACION A LOS FUNDAMENTOS HISTORICOS DEL DERECHO SOCIETARIO.

Por Sergio Pablo Suárez*

Publicado en “Revista Jurídica del Departamento de Derecho Económico” Facultad de Derecho –


Universidad Nacional de Mar del Plata. Año 3, número 3. Mar del Plata, 2009, pp. 293 – 361

El delta societario.
En la actualidad, al hablar de “sociedad”, evocamos rápidamente una serie de principios
claramente asociados con el instituto en cuestión: decimos –por ejemplo- que las reglas del contrato
clásico son insuficientes e inconvenientes para normar las relaciones de los socios. Sabemos que el
contrato social puede –en ciertos casos- ser modificado aún contra la voluntad de algunos socios (lo
que sería inimaginable en un contrato de cambio), o que un principio basilar de la nulidad civil –como
lo es la privación en forma retroactiva de los efectos del acto, que se tiene por no acaecido- no resulta
aplicable (según la opinión prevaleciente) en el campo de las nulidades societarias, etc.
Se trata de soluciones especiales, inaplicables a otras instituciones, y que han tenido un desarrollo
sostenido durante miles de años, concebidas a partir de antiguas prácticas mercantiles, con las que se
ha ido tejiendo el fino hilado que hoy denominamos “sociedad”.
Ese tejido, que aparece hoy como algo relativamente homogéneo, fue amalgamado tras una
formidable síntesis conceptual concebida por la doctrina y codificaciones decimonónicas, elaboración
tan lograda que nos lleva hoy a pensar en “la sociedad” como un fenómeno unitario, cuya
identificación –en lo más sustancial- no ofrecería mayores dificultades.
Sin embargo, esa concepción resulta equivocada, pues en el concepto de “sociedad” no resulta
unívoco en la historia, sino que sintetiza ideas concebidas en épocas históricas muy diversas:
“1) “Sociedad” (societas) fue, originariamente, el nombre del acuerdo para coparticipar en un
negocio o actividad.”
“En la Edad Media aparece la “comunidad”, situación que resulta de tener o poner “en común”
“colectivamente” bienes o industria para la obtención de una utilidad o provecho.”
“En tiempos modernos la “corporación” (“sociedad por acciones”) comenzó a ser utilizada para
hacer negocios y pronto dejó de ser un método de agrupación de capitales o de esfuerzos para servir,
además, como forma jurídica de la explotación comercial de un empresario individual o colectivo.”
“La conocida tendencia de una escuela del derecho continental y su fascinación por nociones
totalizadoras (“superconceptos”) condujo a dar el mismo nombre de “sociedad” a estas tres
situaciones básicas, sólo distinguidas por aditamentos (sociedad en “participación”, sociedad
“colectiva”, sociedad por “acciones” y los híbridos de todas ellas). Al dar a estas figuras un mismo
nombre se acentúa la sugerencia que ellas participan de la misma “naturaleza”, de acuerdo con el
supuesto que así como a todo nombre debe corresponder una cosa, a un mismo nombre deben
corresponder cosas iguales”1.
Esta idea –por la cual se sostiene la aparición de tres esquemas asociativos diversos, aparecidos en
otras tantas etapas de la historia (que coinciden aproximadamente con las edades históricas antigua,
media y moderna), podría llevar a suponer que las nuevas prácticas societarias superaron y eliminaron
a las anteriores reglas, en un proceso selectivo de naturaleza darwiniana. Sin embargo, lo notable del
caso es que por más que las estructuras fueron tornándose más y más complejas -como sucedía con la
actividad económica-, lo cierto es que las tres formas, en sus aspectos esenciales, se siguieron
empleando hasta el presente: asirios y babilonios utilizaban como mucha habitualidad contratos de
naturaleza comanditaria, como la tienen muchas sociedades que aún hoy se utilizan. Además de la
vigencia de la colectiva, resulta que la societas que legaron los romanos es la base de la sociedad civil
(que regula el código civil argentino, por ejemplo), de la sociedad accidental (también regulada por la
ley de sociedades argentina), del Joint venture y la partnership del derecho anglosajón. Los ejemplos

* Profesor Adjunto Regular del Departamento de Derecho Económico y Empresarial de la Facultad de Derecho de la
UBA, integrante de la Cátedra a cargo del Profesor Dr. Rafael Manóvil.
1
De este modo comienza un notable trabajo de Sergio Le Pera: Sobre la futilidad de la noción de capital social, Bs.
As., La Ley T. 1986-B, p. 972 y ss.
1
pueden multiplicarse, y demuestran que las formas societarias “antiguas” tienen cabida –con el debido
aggiornamento- en el mundo moderno. “Cuando dos o más personas se asocian, en la actualidad
generalmente lo harán recurriendo a la forma de una “corporación” (sociedad anónima), y cuando dos
o más corporaciones se asocian, frecuentemente lo hacen bajo las reglas de las “sociedades de
personas”. A veces crearán una nueva corporación, que será la vestimenta de una asociación real. Esta
corporación en definitiva estará sujeta entre las partes a las reglas del joint venture (partnership,
simple sociedad o sociedad civil, según el sistema de que se trate), típicas “sociedades de personas”
según la aludida clasificación”2.
La elaboración de los principios que gobiernan los paradigmas societarios fue lenta y dificultosa.
Las sociedades comanditarias, muy utilizadas en Babilonia, volvieron a emplearse con asiduidad en el
medioevo, a partir de la commenda medioeval y la compagnia. Los romanos concibieron las primeras
sociedades que conformaron una persona moral: los principios de las publicani, que luego
desaparecieron completamente, no fueron olvidados, pues algunos de sus elementos característicos
fueron retomados en la edad moderna con las primeras sociedades comanditarias por acciones, que
luego el codificador francés recogió en el Code de Commerce como una forma “novedosa”. Son
muchos los ejemplos que pueden darse para demostrar que el desarrollo de las formas societarias
conforma un río pletórico de meandros. Las prácticas que se fueron incorporando, a veces se
abandonaron, para ser recuperados muchos siglos después. En otras ocasiones pudieron consolidarse
definitivamente, y se propagaron a formas societarias novedosas, adquiriendo el carácter de
“principios” o de elementos societarios típicos: la lenta consolidación de las distintas estructuras fue
jalonada así con la elaboración de soluciones particulares que se fueron tornando necesarias para el
desarrollo de la institución societaria. Aquí y allá fueron apareciendo dispersas estas nuevas
soluciones, como islotes que, al cabo de los siglos, se fueron asentando y que conformaron un
verdadero delta societario, que distingue al instituto de otros esquemas legales y le confiere
fundamento y fisonomía propia.

La coparticipación.
Aparición de contratos de participación, sociedades comanditarias y otras formas asociativas
para el ejercicio del comercio.
Cuando se analiza el origen de las sociedades, en general se suele repasar muy rápidamente lo
sucedido en la Edad Antigua, pareciendo desconocerse la existencia de numerosos acuerdos
asociativos de aquellos tiempos y de los cuales nos han llegado noticias. Se piensa muchas veces que
dichos antecedentes no son significativos, y que la sociedad, como muchas otras instituciones
mercantiles, realmente apareció en el medioevo, luego de la denominada “revolución comercial”. Este
razonamiento no es acertado, pues en la Edad Antigua se utilizó con frecuencia la figura societaria. No
había, por cierto “sociedades colectivas”, que constituyen una creación del medioevo (por más que los
historiadores especializados han localizado primitivas formas de sociedades colectivas en el área de la
Antigua Mesopotamia), ni tampoco sociedades por acciones (no obstante que los romanos hubieran
utilizado una forma que las anticipa: las sociedades de publicani, que luego cayeron en desuso).
En cambio, los antiguos utilizaron asiduamente formas de commenda o sociedades comanditarias
y otras formas contractuales de coparticipación, que fueron creadas –muy probablemente y hasta
donde conocemos- por los pueblos que habitaban la región que hoy se conoce como Medio Oriente, y
que también se emplearon, con otras variantes, en el mundo greco-romano: la societas romana es,
precisamente, una forma contractual empleada para desarrollar proyectos de coparticipación.
En estos dos ámbitos (la Mesopotamia y el área greco-romana) debe rastrearse la aparición de
algunas soluciones particulares que alimentaron el magma societario.
Las sociedades en la antigua Mesopotamia.
Los pueblos de la Mesopotamia, a diferencia de otros de la antigüedad apreciaban el comercio, y
mostraron un claro espíritu materialista, del que derivó la creación del comerciante profesional, o sea

2
S. Le Pera, Ibid, p. 972.
2
un sujeto que únicamente se dedicaba a dicha actividad, ya que no producía aquello que traficaba, sino
que le era provisto por terceros3.
Este espíritu, que diferenció a las sociedades mesopotámicas de otras de la antigüedad, parece
haber sido la consecuencia de varios rasgos singulares, entre ellos la ausencia de toda estratificación
que no fuera basada en el status económico, salvo el caso del rey y la población esclava, que siempre
fue escasa y estuvo en manos privadas: las sociedades de la Mesopotamia no fueron esclavistas –a
diferencia de lo que sucedió en Grecia y Roma- ya que los esclavos nunca desempeñaron un papel
importante en el proceso de producción mesopotámico (sólo tuvieron cierta importancia en las épocas
asiria y neobabilónica)4. También debe destacarse la ausencia de una clase guerrera, la cual suele
emerger por causa de conquistas extranjeras. Estas características parecen haber generado una especial
aptitud de los habitantes de Mesopotamia para el ejercicio del comercio, actividad para la cual
parecieron predestinados, como ilustra el profeta Nahum, quien dice (Libro de Nahum, 3, 16) que los
mercaderes de Asiria se multiplicaron “más que las estrellas del cielo.”
Allí surgieron las primeras sociedades comerciales de cuya existencia sabemos. Los pueblos de la
Mesopotamia conocieron diversas formas de coparticipación asociativa, que emplearon con
habitualidad para actividades mercantiles y de otra índole. Existen ejemplos antiguos de una sociedad
bastante singular, en la cual los socios no aportaban necesariamente capital, sino que a veces (sobre
todo en la época primitiva), se asociaban para tomar un préstamo de terceros por las cantidades
necesarias para las operaciones, comprometiéndose solidariamente a su devolución5. Pero la forma
más prototípica empleada por asirios y babilonios para desarrollar el comercio en una lejana ciudad o
en un país extranjero fue aquella donde el agente de negocios establecía una especie de sociedad en
participación, confiando el dinero para hacerlo fructificar con el negocio o remitiendo mercancías para
realizar su venta a un comisionista que le aportaba sus aptitudes, su experiencia y crédito. Esos
pueblos conocieron y practicaron estas formas, que pueden ser calificadas, sin dificultad, de
commenda o “sociedades comanditarias”, tal como resulta de numerosas tablillas que han llegado
hasta nosotros6.
También han llegado nuestros días unos pocos textos legales (Código de Hammurabi, §§ 101 á
107), y en los cuales, genéricamente se hace referencia a las relaciones jurídicas entre dos personas,
por las cuales una de ellas entrega a la otra dinero o mercaderías para realizar operaciones de las que
se espera obtener un beneficio. Aunque los textos que nos han llegado han sido parcialmente borrados,
la materia recuperada es suficiente para que los autores sostengan –especialmente a partir del § 102-
que estas normas regulan una relación de commenda o sociedad comanditaria7.
Para dotar de validez a un pacto de esta clase se suscribía un escrito fijando los deberes particulares
del viajante, que detallaba el dinero o las mercancías de que se le hacía depositario y el préstamo
gratuito para el viaje. El empleado quedaba obligado a llevar una contabilidad exacta de sus
operaciones y a anotar todos los beneficios realizados; a su vuelta debía rendir cuentas (Código de
Hammurabi §§ 100), entregaba el activo a su poderdante, cancelaba sus poderes con la conformidad a

3
Sobre el papel y la función desempeñada por el comerciante en la civilización de medio Oriente antiguo, resulta
necesario advertir que aún no ha sido estudiada en forma objetiva, existiendo una tendencia a extrapolar información y
analizarla a la luz de instituciones más modernas. Parece evidente que la aparición de la “clase mercantil” en Babilonia
estuvo gobernada por un muy fuerte componente público, que no permite equiparar a este tipo de mercader con el que
surgiría en el medioevo europeo. Pero esta consideración –que pudo ser cierta en un comienzo- probablemente no puede
ser aplicada a toda la historia mesopotámica.
4
Véase: Klíma, Josef, Sociedad y cultura en la antigua Mesopotamia. Ediciones Akal, Madrid, 2007, p. 114.
Oppenheim, A. Leo. La antigua Mesopotamia. Retrato de una civilización extinguida. Ed. ampliada por Erica Reiner.
Gredos, Madrid, 2003, p. 87.
5
Infiesta, Ramón, Fundamentos históricos del Derecho Mercantil. La Habana, Jesús Montero, Editor, segunda
edición, 1939, p. 21.
6
Véanse los ejemplos de sociedades que transcriben H. Castro Dassen y C.A. González Sánchez en el apéndice al
Código de Hammurabi (Versión de los autores citados, Buenos Aires, Cooperadora de Derecho y Ciencias Sociales,
1966). También los que cita Delaporte, Louis, Mesopotamia. Las Civilizaciones babilónica y asiria. Editorial Cervantes,
Barcelona, 1925, pp. 144-145).
7
Rehme, Paul. Historia Universal del Derecho Mercantil. Editorial Revista de Derecho Privado, Madrid, 1941, pp.
45-46, desarrolla ampliamente esta opinión.
3
su liquidación y retiraba la parte de beneficios convenida antes de la partida. Si por negligencia o por
incapacidad había hecho malos negocios, debía compensar la pérdida devolviendo el doble de la suma
recibida (§ 101), salvo que pudiera justificar haber sufrido un contratiempo en cuyo caso devolvería
sólo el dinero que le fue confiado, y si lo había perdido por causa de robo o fuerza mayor, se liberaba
completamente certificando los hechos con juramento (§ 104)8.
Incluso, tuvieron una variante típica de asociación comanditaria: el naruqqu. Los registros
obtenidos en Capadocia permiten comprobar el uso, que se supone bastante extendido, de una forma
contractual muy particular, que, no obstante, originarse en una estructura básicamente familiar, se
completaba con la inversión de terceros, que realizaban aportes de naturaleza comanditaria, y con
previsiones de impronta asociativa francamente modernas, tal como la existencia de reglas para el
retiro de socios inversores9.
Pero existió una forma de comandita mucho más popular, que nos trae evocaciones novelescas: los
asirios y babilonios y otros pueblos de Medio Oriente fueron pioneros en la organización de
caravanas10 -la caravana es igualmente una forma de commenda- de comerciantes, organizadas como
unidades de negocios, donde los gastos, impuestos, pérdidas y beneficios de las ventas eran
distribuidos entre los participantes, como recién en la Edad Media comenzaría a hacerse en Europa (p.
ej. las sociedades reglamentadas del derecho inglés). Las tabletas de Capadocia nos informan sobre la
organización de la caravana y los medios de pago. El banquero-comerciante hacía entrega de la
mercancía a un caravanero, que reunía a los animales, y se ocupaba de alimentarlos y empaquetar la
mercadería, debiendo ulteriormente conducir las mercancías hasta el lugar convenido, que
generalmente implicaba su entrega a otra caravana, en cambio de otras con las que regresaba, y que
iba negociando en otras regiones. El caravanero podía ser un asalariado del capitalista, o bien podía
tener una participación en el resultado11. En este último caso, el negocio tenía bastante parecido con la
futura commenda, que floreció en el medioevo.
Los ejemplos citados prueban que los pueblos de la Mesopotamia crearon las primeras sociedades
comanditarias y de coparticipación, que fueron asimismo las primeras formas asociativas empleadas
para el ejercicio de actividades mercantiles. Estas formas tuvieron una impronta absolutamente
contractual, sin atisbo alguno de organización despersonalizada (salvo –quizá- en el caso de las
caravanas, cuya organización podría haber tenido alguna diferencia corporativa respecto de los
mercaderes que las integraban).
Lo principal es que, en estos contratos, aparecen esbozados algunos principios de una nueva
figura: la noción de comunicatio (luego desarrollada en Roma), por la que debían rendirse cuentas del
resultado del negocio al cabo del mismo, la responsabilidad del gestor por mala administración, y a la
inversa, su liberación por las consecuencias de los malos resultados producidos sin culpa del mismo
(Código de Hammurabi, §§ 100, 102, 103, 104). Todo lo cual es ajeno a las reglas contractuales
conocidas y prefigura la aparición de un nuevo instituto.
La societas romana.
Los romanos carecieron de una legislación mercantil desarrollada, probablemente porque no
constituían un pueblo mercantil12 -al menos en sentido moderno- ni lo fueron, siquiera, en su período

8
Delaporte, Louis, Mesopotamia. Las Civilizaciones babilónica y asiria. Editorial Cervantes, Barcelona, 1925, p. 143.
9
Aunque se trataba de sociedades básicamente familiares, parte del capital provenía de inversiones participadas a
largo plazo, al cabo del cual los inversores recibían partes alícuotas de las ganancias obtenidas; el mercader tenían también
su parte y se efectuaban previsiones para el caso de retiro antes del cumplimiento del plazo pactado. Estos contratos
recibían el nombre de “sacos” (naruqqu), que deriva de la primitiva costumbre de colocar los productos comerciales en el
saco del mercader. Kuhrt, Amélie, El Oriente Próximo en la Antigüedad, c. 3000 – 330 a.C. Editorial Crítica, Barcelona,
vol. I, 2000, p. 116.
10
En cambio, Roma y Grecia desconocieron el sistema de caravanas, lo que explica que sus leyes nunca se ocuparan
de ellas.
11
Contenau, Georges, La vida cotidiana en Babilonia y Asiria. Ed. Mateu, Barcelona, 1962, pp. 93-94.
12
No existió en Roma una “clase media mercantil”, por más que lo contrario ha sido sostenido por algunos
historiadores que asignaron dicho papel a los equites, pero es equivocado pensar que en Roma existió tal clase de hombres
4
de máximo esplendor. A diferencia de los asirios o los babilonios, menospreciaban el comercio13, que
era dejado en manos de esclavos y libertos. La búsqueda de riqueza, no significó para los romanos la
búsqueda de creación de capital, pues la mentalidad predominante de su pueblo era puramente
adquisitiva, no productiva. Resulta sintomático que las sociedades de mayor envergadura que
conocieron –las sociedades vectigalium- no tenían por objeto una actividad mercantil o de
manufactura, sino la recaudación de impuestos, y desaparecieron como estructura asociativa cuando se
privó a los publicani del derecho de recaudación.
Con todo, las formas societarias –no obstante que organizadas en general como un esquema
simple- alcanzaron un grado de sistematización importante, que incluía muchos principios que aún
hoy mantienen vigencia. Los romanos utilizaron diversas formas de coparticipación, como la politio -
referida por Catón (de re rust. 144 ss)- que es el ejemplo más antiguo de societas alicuius negotionis,
(es decir, de sociedad realizar operaciones de la misma naturaleza), y es una forma de sociedad
concertada entre el propietario de un fundo y un politor (agricultor) quien se obligaba a explotar el
predio a cambio de una participación en los beneficios, y que al parecer, concurría cada año para
colaborar con las cosechas14. La societas quaestus (sociedad de ganancias), que tiene marcada
influencia griega y habría sido introducida por el ius gentium, es una sociedad en la cual los socios
ponen en común lo adquirido por sus actividades, sin incorporar otros ingresos: legados, donaciones o
sucesiones (Digesto, 17, 2, 71)
El Derecho Romano distinguía diversas formas societarias, según quedaran comprendidas la
totalidad o sólo una parte de los bienes de los socios. Las sociedades particulares, originadas en un
período posterior, fueron el medio técnico utilizado para organizar negocios comerciales. Entre ellas
se situaban las societas unius rei, también denominadas societas unius negotii, orientadas a la
consecución de un único negocio, y comprendían casos tales como la provisión por los socios de los
caballos para la formación de una cuadriga, a fin de venderla y repartir su precio 15, las reparaciones
efectuadas en común sobre un mismo objeto por los socios, la construcción de un muro en un espacio
común de los socios (Dig. 17, 2, 52, 13), la adquisición de un inmueble en común para evitar la
obstaculización del goce de propiedades vecinas16. Existe un claro hilo conductor entre este tipo de
negocios y el joint venture contemporáneo.
Todas las formas societarias que conocieron los romanos –a excepción de las societates
vectigalium y las de empresarios de trabajos públicos- tuvieron características comunes, principiando
por la carencia de todo vestigio de lo que hoy denominamos personalidad. La societas era un contrato
que generaba un vínculo interno entre los socios, como sucede actualmente en la ley argentina con la
sociedad accidental o en participación, derivado de los aportes que realizaban, la división de las
ganancias y la cuota de liquidación. Pero en lo externo, no existía un sujeto titular de derechos y
obligaciones. Los socios eran individualmente propietarios de los bienes, acreedores del activo y
deudores por las obligaciones contraídas. Lo que cada socio adquiría era de su propiedad, salvo la

de negocios, ubicados entre los aristócratas y los pobres. Los equites eran un orden en sentido estricto y en su gran
mayoría terratenientes (Finley, Moses. La economía de la antigüedad. México FCE, 3ª Ed. actualizada, 2003, pp 84-85).
13
Lo que no sucedía con los grandes negocios, que dieron lugar a las sociedades más importantes que se conocieron.
Recuérdese lo que decía Cicerón al respecto (De officiis, I.XLII). Pero recuérdese también que la ley Claudia de 220 a. C.
vedaba a los miembros de la aristocracia la participación en todo tipo de actividad comercial.
14
Suetonio, Vit, 2 (cit. por Caramés Ferro, José, Curso de Derecho Privado Romano, Buenos Aires, Librería y Casa
Editora de Emilio Perrot, tomo II, p. 88, con referencias de Pernice y Arias Ramos. V. asimismo Di Pietro, Alfredo. Notas
e introducción a las Institutas de Gayo. Buenos Aires, Abeledo Perrot, 5ª ed. Buenos Aires, 1997, p. 530.
15
P. ej, el clásico ejemplo que da Celso y cita Ulpiano: “Teniendo tú tres caballos y yo uno, constituimos sociedad
para que habiendo recibido mi caballo vendieras la cuadriga y me dieras la cuarta parte del precio” (Ulpiano, Dig. XVII-II-
58, ver J. Caramés Ferro, Curso… cit., tomo II, p. 79, nota 16 y Di Pietro, Notas…. cit., p. 530)
16
F. Cancelli: Società. Diritto Romano, en Novísimo Digesto Italiano (Turín, 1970, pp. 507/508, cit, por Cabanellas
De Las Cuevas, Guillermo, Derecho societario. Tomo 1: Parte General. Introducción al derecho Societario, Editorial
Heliasta, Bs.As. 1993, p. 129.
5
obligación de comunicarlo a los demás y participarlo en condominio. Y lo mismo sucedía con las
pérdidas, que eran de los socios, a título individual17.
A excepción de las sociedades publicani y de otras que constituían personas morales (en las cuales
la dirección y gestión social eran llevadas por un magíster), todos los socios estaban obligados a llevar
los negocios comunes y realizar las operaciones sociales. Para ello podían reunirse, en cuyo caso el
acto era realizado e imputado a todos los asociados, aunque era frecuente que actuara uno de ellos, sea
por haber sido encargado de ello, o mediante el consentimiento tácito de los restantes socios, que
podían asimismo oponerse a la gestión (es el ius prohibendi, recogido por el art. 1677 del c. civil
argentino), En caso de actuación de alguno de los socios, el acto le era personalmente imputado, con
lo que pasaba a ser propietario, acreedor o deudor, es decir que los terceros con quien había contratado
no podían perseguir a los otros socios, ni ser perseguido por ellos.
En cambio, el socio gestor estaba obligado a dar cuenta de las operaciones a los otros socios, y en
caso de haber adquirido un bien o un crédito, comunicarles el beneficio (Paulo, L. 74, pro soc. XVII,
2), del mismo modo que, a la inversa, podría hacerse indemnizar por los gastos realizados o
descargase de las obligaciones asumidas hasta la concurrencia de su parte (Paulo L. 38, par. 1, y L. 67
par. 2, D, pro soc. XVII, 2).
A los fines del cumplimiento de las obligaciones asumidas, los participantes disponían de la
acción pro socio, en virtud de la cual los socios quedaban obligados por dolo y por culpa en el
cumplimiento de sus obligaciones y por la gestión de los negocios comunes. La culpa era interpretada
y juzgada con indulgencia en virtud de que entre los asociados media un vínculo de fraternidad: jus
fraternitatis, que hace que sus obligaciones recíprocas no deban apreciarse con excesivo rigor
(Ulpiano, L. 63, pr. D. pro soc. XVII, 2), siendo sostenido que la responsabilidad se verificaba cuando
no ponían “en las cosas de la sociedad, el cuidado que habitualmente ponen en sus propios negocios”
(Institutas, XXV-9), entendiéndose que respondían de su culpa levis in concreto.
Aportes de la societas romana.
Los principios de la societas se trasmitieron a la posteridad, pues tuvieron y tienen aplicación en la
sociedad civil, utilizada en sociedades entre no comerciantes18. Sus reglas, flexibles y sencillas,
presentan un cierto paralelismo con algunas regulaciones societarias modernas –como el joint venture
del derecho anglosajón19- y aún pueden encontrarse ecos de las societates publicanorum en la
moderna sociedad en comandita por acciones20.
Es frecuente advertir que no siempre se repara en la enorme importancia que tuvo la societas
romana en la creación de algunos de las especialidades societarias, comenzando con aquello que lo
textos romanos definieron empleando el término comunicare (Paulo, L. 1, par 1 y L. 74, D. pro soc.
XVII, 2). Constituida la sociedad, cada socio estaba obligado a hacer común a los demás socios, no
sólo el aporte prometido, sino también el resultado de las operaciones. La comunicación implicaba
que los socios debían aportar lo prometido y garantizar el disfrute a sus asociados, informarles y

17
“Era una regla que satisfacía exigencias de conservación de la riqueza, pues que el derecho romano protegía en
grado sumo ... la autonomía de la voluntad, y por medio de esta, el derecho de propiedad; el principio era aquél según el
cual el socio no podía ser obligado frente a terceros sino por su propia voluntad (la que resultaba de su participación
directa en la conclusión del negocio o del mandato conferido al consocio), porque sólo él, en cuanto propietario, podía
disponer de sus propios bienes. Había ciertamente un acto de disposición del propio patrimonio, implícito en la
participación en el contrato de sociedad, pero el socio no se exponía con ésta, sino a una responsabilidad interna, frente a
los demás socios, por su aporte o cuota de participación en las pérdidas de la sociedad.” F. Galgano: Derecho Comercial.
Vol. II. Las sociedades, Ed. Temis, Santa Fe de Bogotá, p. 54.
18
Así, v.gr, el código civil que rigió en Italia hasta 1865 establecía que de la obligación contraída por uno de los
socios, sólo él respondía frente a los terceros, salvo en caso de mandato expreso. (Galgano, Derecho Comercial. Las
sociedades, cit. p. 54).
19
Que tiene un antecedente en las societas unius rei (S. Le Pera, Joint Venture y sociedad, Bs. As., Ed. Astrea,
Buenos Aires, pp. 20 y ss).
20
Baron, Pandekten, Leipzig, par. 303, p. 517, cit. por Brunetti, Antonio. Tratado del Derecho de las sociedades, Bs.
As., UTEHA Argentina, 1960, T. II, p. 3, nota 3.
6
rendir cuentas de los resultados de dicha gestión, respondiendo por dolo y culpa. Y es el principio
esencial de toda sociedad y la nota que la diferencia de otros contratos.
Los romanos desarrollaron la idea de societas leonina, por alusión a sociedad que constituyeron el
león y el asno en la fábula de Esopo, concibiendo la idea de que no puede existir sociedad si alguno de
los socios es privado de participar en las ganancias, (Dig.XVII-II-29-2) e intuyeron la noción del
affectio societatis al prever la posibilidad de liquidar la sociedad por falta de fraternitas entre los
socios (Dig. 50, 17, 35). Principios usualmente aplicados por la ley moderna, como, v.gr, que la
renuncia de un administrador no obliga a aceptarla si resulta intempestiva o dolosa, ya eran conocidos
por los romanos: la renuntiatio de un socio no podía tener un propósito fraudulento, como en el caso
que plantea Gayo (III, 151), del socio que quiere renunciar para percibir una herencia o recibir un
lucro cualquiera sin participar de los mismos a sus socios. De igual modo, la renuncia es
“intempestiva” si se la concreta antes del vencimiento del plazo. En tal supuesto, la renuncia “libera al
socio pero éste no se libera de su socio”: el renunciante no participa en las ganancias pero debe
contribuir con las pérdidas (Paulo. Dig. 2, 17, 65, 6).
Un caso singular: las societates vectigalium.
A diferencia de la societas unius rei, la societas alicuius negotiationis, tenía por objeto una serie
de negociaciones dentro de un campo preestablecido21. Una especie de éstas últimas lo constituían las
Societates publicanorum, normadas por reglas muy específicas y de una importancia que justifica
analizarlas en particular. Las sociedades de publicani, -nombre con el que se identificaba a sus
integrantes (miembros de la clase ecuestre)- eran intermediarias entre el Estado y los contribuyentes
para el cobro de los impuestos (vectigalia). Cicerón las llama tanto societates vectigalium como
Publicanorum.
Parece indudable que estas sociedades pertenecían a la categoría de las corporaciones, y gozaban
en consecuencia de personalidad jurídica. Petit22 señala que las únicas sociedades que revestían
carácter de personas jurídicas en el derecho romano eran las sociedades vectigalium, las que tenían por
objeto la explotación de las minas de oro y plata y de las salinas, ya que la obtenían a través de una
autorización legislativa. Esto significa, asimismo, que su mecanismo de creación configura un remoto
antecedente de la charter of incorporation y del octroi que mil seiscientos años más adelante serían
conferidos a las primeras corporations y Compañías de Indias.
En las otras formas societarias conocidas por los romanos, la propiedad de los aportes, los créditos
y las deudas se hallaban en cabeza de los socios. Pero las societates publicanorum disponían de
representantes comunes y contaban con un patrimonio propio: el arca comunis. Por todo ello, la
importancia de los socios revestía un papel secundario, siendo factible no sólo su reemplazo (tanto los
participantes como los socios podían vender sus participaciones) sino la subsistencia de la sociedad no
obstante el fallecimiento de uno de sus socios23 salvo que éste fuera indispensable para la
administración24.
Lo expuesto demuestra que esta forma social constituyó una verdadera asociación de capitales,
persona jurídica, dotada de un patrimonio propio, con asociados principales, que administraban, y
participantes inversores, que prefiguran no sólo el esquema de las sociedades comanditarias, sino
también la participación secundaria que recién aparecería con las compañías holandesas.

21
Entre ellas pueden mencionarse las sociedades vectigalium destinadas a la recaudación de impuestos, las sociedades
formadas para las empresas de transporte de trabajos públicos y de suministros (Tito Livio, XXIII, 48 y 49 –Petit, 511) las
sociedades argentarii, celebradas entre banqueros, la danistaria, que tenía por objeto efectuar préstamos, la uenaliciarii
(creada para vender esclavos) y la sociedad entre profesores, para ejercer en común su magisterio. (Cabanellas, con cita de
Cancelli, op. cit, p. 129 y 507 resp. Asimismo: Di Pietro, op cit., p. 530)
22
Petit, Eugene, Tratado elemental de derecho romano. Bs. As. Ed. Albatros, 1983, 512, n. 384, (con cita de Gayo).
23
Soprano E. “Trattato teórico-prático delle societá commerciali”, 1934, T. 1, p. 199, cit por Garo, Francisco, en:
Sociedades comerciales. P. General , Bs. As. Librería editorial La Facultad SRL, 1949, t. 1,vol. 1, p. 2.
24
Pomponio, Digesto (XVII-II-59-pr, ver Caramés Ferro, op. cit. T. II, 85).
7
La muerte de un asociado, como regla, no ocasionaba el fin del contrato, salvo que fuera
indispensable como administrador, y tanto los participantes como los socios podían transmitir los
derechos sobre sus partes a terceros
Todo ello denota no sólo extraordinarias diferencias con las restantes formas de societas romanas,
sino que preanuncia muchos de los caracteres que se desarrollarían mil o mil quinientos años más
tarde, con las colectivas, las comanditas, y aún las compañías de colonización.

La comunidad.
La comunidad como técnica asociativa apareció en el medioevo, y su génesis y paradigma es la
sociedad colectiva25, por más se hubieran desarrollado otros modelos societarios que igualmente
revisten gran interés para el estudio de las formas asociativas. La influencia de este nuevo esquema
resultó decisiva en la evolución de la técnica societaria, pues resulta indudable que la sociedad
colectiva fue la forma de elección para organizar la actividad económica durante muchos siglos, y aún
hoy su esqueleto se dibuja detrás de la sociedad anónima de familia.
La aparición de estas sociedades se produjo en Florencia, hacia 1200, y tiene un origen familiar
que recuerda al consortium romano. Las reglas del consorcio familiar permitían la continuación del
negocio luego del fallecimiento del jefe de familia, mediante el funcionamiento de la compagnia que
operaba casi sin modificaciones, por lo que, en su origen, estas sociedades eran integradas por
miembros de una misma familia26 que se sentaban alrededor de una misma mesa y compartían el
mismo pan27.
La tradición germanista ha demostrado convincentemente las diferencias que existen entre la
compagnia y la antigua societas, enlazando el origen de la primera con el consorcio familiar. La nueva
figura tiene una esencia diversa de la societas romana, que en la primera se asienta en la idea de la
comunidad como titular del patrimonio común, idea totalmente desconocida por la última: como la
societas no es una persona moral, el aportante no transfería a los otros socios sino la copropiedad, ya
que no dejaba de ser propietario (Ulpiano, L. 13, par. 1, D, de praescr. verb. XIX). Navarrini fue uno
de los primeros autores en destacar esta singularidad, señalando la influencia de la comunidad
colectivista de “manos unidas” del antiguo derecho germánico28. El principio de la unidad del
patrimonio familiar se habría extendido a otros países, como Francia, donde se difundió como
comunidad de mano muerta, y a Italia, donde igualmente fue empleado para regular la comunidad
rural, inclusive durante la vigencia del derecho longobardo. Pero mientras en Alemania y Francia su

25
A partir de Goldschmidt se sostenía que la comandita debe ser considerada la forma societaria más antigua, puesto
que se origina en el aún más antiguo contrato de commenda. Pero esta opinión fue ulteriormente refutada por varios
autores, que sostuvieron –de modo convincente- que más allá de la conexión que pueda tener con la commenda, no
hubiera existido la sociedad comanditaria de no haberse creado primero una estructura verdaderamente societaria, lo que
es aporte que debe atribuirse a la sociedad colectiva. (A. Scialoja: Sull’Origine delle Societá commerciali. En: Saggi di
vario diritto. Roma, Societá Editrice del Foro Italiano, 1927, pp. 227-232).
26
“Son notables los ejemplos referidos por Goldschmidt: la sociedad de los Alberti en 1322 tenía entre sus socios un
Alberti y un Neri y 3 hijos de Alberti y 2 de Neri, la sociedad de los Peruzzi en 1319 tenía 8 miembros de la casa Peruzzi,
2 de los Baroncelli, etc; de los 18 socios de los Acciaiuoli 14 eran de la familia Acciaiuoli, etc.” (A. Scialoja, Sull’ origine
… cit., p. 232)
27
De allí deriva el nombre de compagnia, o fraterna compagnia, aunque más tarde fueron llamadas igualmente
generales (así se las denominaría en la ordenanza francesa de 1673), y también sociedades libres, para ser, finalmente,
denominadas sociedades colectivas.
28
“Cuando aparecieron nuestras sociedades mercantiles –dice Navarrini- el Derecho Romano que, como se sabe, no
conocía otra figura intermedia entre universitas y societas, languidecía y no tenía fuerza bastante de resistencia para
impedir la infiltración de las nuevas formas del Derecho germánico que se acercaba. Es, precisamente, del Derecho
germánico, junto a las asociaciones de carácter corporativo, creadoras de una personalidad jurídica (inspirada en conceptos
más amplios que los del Derecho romano) de donde surgieron y se formaron otras que, incluso excluyendo el elemento
corporativo, separando la formación de un organismo jurídico superior y basándose, por el contrario, en una comunidad
permanente de intereses y sobre la participación persistente de cada socio en particular, alcanzaron nada menos que a
elevar la pluralidad a un grado destacado de unidad, no considerando cada individuo por sí mismo sino en cuanto aparecía
unido a los demás, obteniendo así, por ese camino, de manera completa, aquellos objetivos que la creación de una persona
jurídica permite conseguir. La institución que reflejaba estos conceptos más decisivamente era precisamente la de la
gesammte hand...” (Navarrini, Societá di comm. e proprieta di mano comune, en Dir. Comm. 1901 (XIX) p. 665 y ss. cit.
por Brunetti, Tratado…p. 23).
8
influencia quedó circunscripta al ámbito rural, en Italia, como consecuencia del impulso de las
corporaciones artesanas saltó al espacio de la actividad comercial, siendo particularmente utilizada en
Florencia y otras ciudades del interior29.
El origen familiar luego se atemperó, y se permitió la incorporación de personas ajenas a la
familia. Esto sucedió cuando el financiamiento de las compañías no pudo ser solventado por el capital
familiar, lo que no modificó el principio -ya adquirido por la sociedad colectiva- de la responsabilidad
ilimitada y solidaria de sus miembros. Pero este cambio tendría alguna incidencia en el fundamento de
la responsabilidad que asumía el grupo de socios: “... ha sido demostrado que la sociedad de parientes,
extendida al principio a todos los colaterales, fue luego limitada a los hermanos convivientes y a los
hijos, más tarde a aquellos que ejercitaban un arte o un comercio común; de ello, por analogía fue
extendida también a los extraños entre los cuales existía una comunidad de industria, pero, en tal caso,
faltando el vínculo real que representa y refuerza el vínculo económico, o sea la indivisión de los
patrimonios, no fue posible mantener la solidaridad para todos los actos realizados por un socio, y
debió buscarse un fundamento diverso, en la realización misma de los actos enderezados hacia un
propósito de utilidad común”30.
Aportes de la sociedad colectiva.
Tres fueron los grandes principios que convierten a la compagnia en algo diferente de la societas
romana y otras formas asociativas o comunitarias anteriormente conocidas: a) el régimen de
responsabilidad solidaria de todos sus integrantes, b) el uso del signum societatis, es decir, el ejercicio
de la empresa en nombre propio, y c) la administración indistinta ejercida por todos sus miembros31.
El desarrollo de estas características constituye un jalón muy importante, no sólo en la historia de
las sociedades colectivas, sino en la evolución del paradigma societario, pues constituyen el germen
explícito de la responsabilidad societaria, la personalidad societaria, y la administración societaria, y
por ende son principios fundantes de la disciplina. Se trata de caracteres que se encuentran
entrelazados desde el comienzo. No es dudoso que la aparición de unos haya provocado el
afianzamiento de los otros.
a) Responsabilidad solidaria de todos los socios.
La noción de la existencia de una responsabilidad especial por el hecho de integrar una sociedad,
es un concepto que aparece en el medioevo. Con anterioridad, los socios respondían de acuerdo con
los principios obligacionales clásicos. Así, por ejemplo, en el supuesto de la societas romana, era
responsable únicamente el socio que gestionaba el negocio y se relacionaba con terceros 32. Su
responsabilidad era la consecuencia natural de la participación que tenía en el asunto. Las pérdidas
eran asumidas por los socios a título individual, sin perjuicio de las reglas de contribución internas de
la sociedad.
Durante la época pre-capitalista o de capitalismo primitivo, se desarrolló el principio de que todos
los integrantes de la sociedad respondían de modo personal e ilimitado por las obligaciones de la
misma. Este principio, -probablemente adoptado del derecho germánico, (sociedad en mano común,
corporaciones de derecho minero)- significó el agravamiento de las condiciones de los comerciantes
que integraban sociedades, ya que no sólo respondía el socio que había contraído la obligación, sino
todos los socios33.

29
Brunetti, Tratado .... I, p. 526.
30
Scialoja, Sull’ origine … cit, p. 228.
31
Brunetti (Tratado... I, p. 529) refiere asimismo una cuarta diferencia: la finalidad de lucro, característica que,
constituyó “la fuerza propulsiva” de este nuevo modelo, y puede distinguirla de la societas, aunque esta finalidad no era
desconocida por los pueblos mesopotámicos, ni tampoco por los romanos, y que aparece asimismo en las societas
vectigalium, de argentari, etc., más allá de que es cierto que el distinto desarrollo de la actividad no justificara la existencia
de una regulación explícita de sociedad comercial entre los romanos, tal como bien destacaba Cessi (Note per la storia
della societá di commercio nel Medio evo in Italia, p. 102).
32
Principio que no era aplicable al consortium familiar, en el cual la responsabilidad correspondía a todos los
miembros del mismo.
33
El fundamento de la responsabilidad solidaria de los socios, fue motivo de interpretaciones diversas. Así, un grupo
importante de la doctrina lo vio como la consecuencia de un patrimonio en mano común, que supone un sujeto unificado y
un único vinculo jurídico, no obstante la pluralidad de deudores (cf. Brunetti, A., Tratado... I, p. 531). Goldschmidt lo
9
En las primeras sociedades comerciales aparecidas en el medioevo es perceptible una tendencia
natural hacia la responsabilidad solidaria de los socios comerciantes, es decir, los integrantes de una
compagnia, los socios industriales en la commenda, así como de los comanditados, en el caso de las
comanditas. Esto demuestra que, probablemente, en la época en que la burguesía mercantil hizo su
aparición, no podía operar sino lo hacía asumiendo todos los socios responsabilidad solidaria por las
obligaciones sociales, pues lo contrario no hubiera sido admitido por la comunidad34. Por ello se ha
sostenido que la aparición del principio de la responsabilidad ilimitada en la época de la época de la
revolución comercial puede ser visto como un capítulo de la consolidación del poder de la burguesía
mercantil, que, como nueva clase social, debe ofrecer el agravamiento de su responsabilidad como
garantía generadora de nueva riqueza y multiplicadora de los negocios35. Surgió así el principio de la
responsabilidad de todos los comerciantes asociados36, que tiene un ejemplo extremo con la extensión
de la misma aún a los socios ocultos, es decir, aquellos socios cuya existencia ignoraban los terceros
al contratar. Esto demuestra que se procuraba establecer una identidad de riesgo entre todos los
comerciantes: “Era, en términos económicos, el surgimiento del principio del riesgo de empresa, que
la ciencia económica moderna define como coesencial a la noción de empresario, pues todos deben
responder por las deudas contraídas por cada uno, porque todos, en cuanto empresarios que explotan
una misma empresa, deben soportar los riesgos de esta empresa. Este principio encontraba ya rigurosa
aplicación en el caso de la quiebra, pues si, una vez declarada la quiebra de un comerciante, se
descubría que tenía socios, la quiebra simplemente se extendía a estos, sin necesidad de comprobar su
insolvencia personal”37. A la inversa, los socios no comerciantes (o sea los commendatores en la
commenda, así como los comanditarios) no respondían sino con los aportes realizados.
El principio de la solidaridad pasiva se incorporó espontáneamente a la sociedad comercial, y
obtuvo reconocimiento legal en la Ordenanza de Comercio de 1673, de donde pasó luego al Código
Napoleón.
b) La razón social. (El signum societatis).
La aparición de un patrimonio social, también encuentra antecedente en la comunidad familiar y
en la propiedad de mano común, y se posibilita a través del signum societatis, que es la identificación
de la empresa por el empleo de razón social, de lo que resulta que el uso de ésta es la esencia de la
sociedad en nombre colectivo, que la diferencia de la societas, respecto se la cual “... se observa una
diferencia orgánica y funcional. Orgánica, porque con el uso del nombre, se crea una relación entre la
sociedad y los terceros; funcional, porque la sociedad, de esta manera, pasa a obligar su propio
patrimonio. Ambas situaciones no tienen su exacta equivalencia en la societas”38.
El hecho de hacer responsables a todos los socios por las obligaciones asumidas por cualesquiera
de ellos obligó asimismo a identificar las obligaciones particulares de los socios y aquellas que habían
asumido a nombre de la comunidad, adoptando de tal modo una característica que ya era conocida por
las prácticas mercantiles. Y el distingo entre los acreedores sociales y aquellos que lo eran a título

ubicaba en la facultad de todos los socios de emplear el nombre común obligando a la sociedad (Storia Universale, p. 215,
cit. por Brunetti, ibid., p. 531). A su turno, Solmi justificó la regla en base a la ficción del mandato tácito o del rapporto
institorio entre todos los socios. (Arrigo Solmi: Storia del diritto italiano, Milano 2ª ed. 1918, p. 974).
34
Como lo ilustra muy bien el ejemplo que cita Rafael Manóvil (Grupos de sociedades en el derecho comparado.
Abeledo Perrot. Bs. As., 1998, p. 967), de lo sucedido en Siena alrededor de 1300, cuando se pretendió limitar la
responsabilidad de los socios, lo que provocó la reacción de los comerciantes de otras localidades, quienes se negaron a
seguir tratando con los comerciantes de Siena.
35
Galgano, F. Historia del Derecho mercantil, p. 60. En el mismo sentido, Arcángeli piensa que la responsabilidad
solidaria tiene por objeto incentivar en los socios la dedicación hacia la honestidad y el sacrificio en los negocios, al
tiempo que constituye una garantía que procura dar tranquilidad a quienes traficaban con la sociedad. (Soc. in accom. Nº
23, p. 30, cit. por Brunetti, Tratado...I, p. 530).
36
Esto no significa que los comerciantes no buscaran mecanismos tendientes a minimizar las graves
responsabilidades que le imponía su pertenencia de clase, como he destacado en otro trabajo. (ver mi artículo Notas para
una historia de las sociedades. En Revista Internacional Foro de Derecho Mercantil nº 15, Bogotá, Colombia. Editorial
Legis, Abril-Junio 2007, p. 132 y nota 33).
37
F. Galgano. Derecho Comercial… cit., p. 55
38
A. Brunetti, Tratado... I, p 531.
10
particular de los socios, obligó a distinguir entre los bienes que el comerciante empleaba en su
negocio, de los demás que integraban su patrimonio, ya que los primeros debían garantizar los
créditos de los acreedores sociales, conformándose así la noción de patrimonio social. Como decía
Brunetti, no hemos llegado aún a la noción de persona jurídica, pero estamos en algo que se acerca a
ella.
La razón social es la sustancia de la sociedad en nombre colectivo: aquello que permite distinguir
el patrimonio de la sociedad del patrimonio de los socios, es el uso del signum societatis, y
paulatinamente deriva en una fórmula abreviada que incluye el nombre de alguno de los socios con el
agregado de “y Cía” u otras formas equivalentes, que posibilita que la sociedad pase a ser “en nombre
colectivo”. Ese tránsito ha sido acompañado de discusiones e interpretaciones que permitieron afirmar
el concepto39.
Por otro lado, la noción de nombre social lleva al principio de la responsabilidad subsidiaria, el
cual “... aparece cuando no todo el patrimonio de los socios, sino solo una parte del mismo es
conferido en sociedad, me parece estar también esto en natural conexión con la originaria comunión
doméstica. Es claro, en efecto, que si en una primera fase el patrimonio social era integrado por todo
el patrimonio familiar indiviso, las obligaciones asumidas por el socio o socios encargados de las
gestiones, o por los representantes de la sociedad por mandato de los otros socios, afectaban todo el
patrimonio familiar y por ende ilimitadamente a los socios individualmente. Siendo así, aparece
espontánea la hipótesis de que esta responsabilidad ilimitada asumió carácter subsidiario en la
segunda etapa, cuando fue mayormente afirmada la estructura social del instituto, fijándose en una
cifra determinada la cuota de los socios que era conferida en sociedad”40.
Nos hallamos, así, en los umbrales de la personalidad, noción cuyo desarrollo es producto de una
esforzada elaboración que culminó en el siglo XIX, pero que ya emergía naturalmente de las
sociedades medievales.
c) Administración indistinta.
Con la sociedad colectiva, se abandona el principio contractual clásico según el cual era necesario
el consentimiento unánime de los socios para llevar adelante cualquier operación social.
Tradicionalmente, se necesitaba el consentimiento de todos los socios para llevar adelante cualquier
operación social, principio que era congruente con el propósito de proteger los derechos de
contratantes e impedir la realización de toda actividad que no fuera previamente aprobada. Este
principio era aplicable tanto en la societas romana41 como en la Gesammte Hand, donde si bien se
tiene una unidad virtual de varias personas por la que todas responden como una sola, los actos
jurídicos relativos al patrimonio común sólo pueden ser realizados por todos en común. El comunero
no puede por sí sólo, mediante actos unilaterales disponer de la cosa común y asumir obligaciones por
ella42.
Esta norma fue modificada en el medioevo, por obra del ius mercatorum, y de la ideología
capitalista, que procuraba ya no la conservación, sino el incremento de la riqueza. Para ese propósito,
la administración conjunta era un inconveniente que debía ser removido, ya que impedía la conclusión
de los negocios. La solución que se adoptó fue revolucionaria, ya que la regla de la administración
conjunta no derivó en una nueva regla atenuada de voluntad colegiada, que privilegiara la opinión de
la mayoría (criterio empleado para las decisiones de asamblea), sino que lisa y llanamente se introdujo

39
A. Brunetti (Tratado... cit, T. I, p. 533) cita un caso en el cual se discutía si era posible que un factor –que había
actuado frente a terceros en nombre propio, sin usar la razón social- pudiera igualmente obligar a los socios, recordando
que, -a juicio de Straccha, “esto es admisible solamente a condición de que se haya usado la fórmula N y Cia.”.
40
A. Scialoja: Sull’Origine delle Societá … cit., pp. 231-232.
41
El derecho romano, conocía el principio opuesto de la administración conjunta, aún vigente para la sociedad civil
consistente en establecer la necesidad del acuerdo unánime de los socios en cada operación social, tutelando la autonomía
individual y, en última instancia, el derecho de propiedad. Los actos realizados sin el consentimiento de todos los socios
eran inválidos; el socio que actuara de este modo no podía repartir pro cuota, entre los demás socios, los gastos derivados
de la invalidez del acto.” (F. Galgano, Historia del derecho mercantil, Barcelona, Editorial Laia, 1981, pp. 61-62, con
referencia a las siguientes obras del mismo autor: Le società di persone, Milán, 1972, p. 167 y ss. Y asimismo Il principio
de maggiorana nelle società personali. Padua, 1960. p. 63 y ss.)
42
Brunetti, Tratado… I, 530-531, nota 20, con cita de Hacman.
11
el principio exactamente opuesto, por el cual cualquiera de los socios podía emprender
individualmente cualquier operación social.
“En ninguna época se encuentra en la práctica (aunque sí tal vez en la teoría) del Derecho
comercial de los pueblos latinos una duda sobre la facultad de contratar en pro y contra de los
restantes (designados nominalmente y con la fórmula abreviada), tanto si el contratante es socio como
si es factor de la sociedad: la representación (directa), a diferencia del Derecho romano y germánico
antiguo, está plenamente reconocida. Quienes sean estos socios, sobreentendidos con la fórmula
abreviada, resulta del hecho del ejercicio común de la hacienda, de la notoriedad, y, en caso de duda,
de la titulación de los libros sociales43. El principio –en realidad- es antiquísimo, pues era aplicado ya
en la época del derecho clásico romano con relación al consortium romano44, pero no era aún más que
una solución singular. Su generalización como regla societaria se produjo en forma simultánea a la
consolidación del principio de la responsabilidad solidaria de todos los socios, siendo su correlato
evidente, ya que la operación ejecutada por uno de los socios hacía personalmente responsables a
todos los demás. Se afianzaron así, al unísono, la búsqueda de riqueza y la noción de riesgo
empresario45.
La regla de la administración indistinta fue atenuada mucho más adelante, a principios del siglo
XIX con la introducción en la codificación francesa, del ius prohibendi, por el cual cada socio goza
del derecho de oposición46, el cual, no obstante, tiene un valor relativo, ya que no impide la autonomía
de gestión de cada socio, que puede adoptar iniciativas sin conocimiento de los restantes socios y con
ello impedir el ejercicio del derecho de oposición.
La administración indistinta de los socios constituyó un gran avance respecto del sistema anterior
de administración conjunta, pero con el tiempo resultó insuficiente para atender la creciente dificultad
de los negocios. Cuando surgieron las primeras compañías de colonización, ya estaba afianzado el
sistema mediante el cual los administradores eran terceras personas, que eran entonces designadas por
el monarca o los Estados Generales, como luego lo serían por la asamblea de accionistas.

La corporación.
La figura que actualmente conocemos como compañía o sociedad por acciones, es hija de la Edad
Moderna. Son múltiples sus aportes a la evolución de la forma societaria, entre ellos: a) la
“corporización” de la estructura societaria, que la aleja de la sociedad-contrato; b) su carácter
oligárquico (de mayor o menor intensidad en las distintas etapas de su evolución) que resulta de los
diversos niveles de poder de los grupos o clases de socios; c) la responsabilidad limitada por las
obligaciones sociales, como beneficio extendido a todos sus integrantes; d) la división del capital en
acciones; e) la apertura de la sociedad mediante la incorporación de terceros; f) la separación de los
socios del gobierno directo y la gestión social, y su reemplazo por los órganos sociales.
Todos estos y otros caracteres aparecen enlazados en la nueva forma. La despersonalización de
figura societaria originada en la impronta corporativa, favoreció la aparición de partícipes principales
y secundarios, y justificó la extensión y generalización del beneficio de la responsabilidad limitada,
pero asimismo fue una técnica que estimuló, desde lo jurídico, la extensión temporal de las
sociedades, permitió una mayor organización de la empresa mercantil y obligó a utilizar un título
negociable que posibilitara la cesión de los derechos sobre la participación. Este instrumento facilitó

43
Goldschmidt, Storia Universale, p. 215, (cit. por A. Brunetti, Tratado... p. 531).
44
Tratábase del condominio entre los hermanos que heredaban a su padre y que permanecía indiviso, en el cual, al
parecer, no se consideraba que cada uno de los hermanos fuera propietario de una fracción del fundo hereditario, sino que
“todos eran propietarios del todo”, de donde resultaba que, en la relación con los terceros, “cada uno de los consortes
personificaba al consorcio íntegro, tanto en los actos de disposición como en la defensa judicial.” (Arangio-Ruiz,
Vincenzo. Instituciones de Derecho Romano, Buenos Aires. Ed. Depalma, 1952, p. 251).
45
Galgano, Francesco, Derecho Comercial…, cit, tomo II, p. 94/95.
46
Principio que, al parecer, ya era aplicado por los romanos con relación al consortium, y que deriva, probablemente
de la práctica constitucional, pues era empleado en los casos de magistraturas colegiadas, como el consulado (Arangio-
Ruiz, V. op. cit, p. 251/254)
12
el ingreso de terceros, posibilitando que la sociedad pasara a constituir un mecanismo de canalización
del crédito de quienes, siendo ajenos a la sociedad, deseaban adquirir participaciones en la misma a
título de inversión en procura de ganancias.
La personalidad jurídica como fundamento societario.
Aunque el derecho moderno ha receptado la noción de la personalidad jurídica societaria como un
elemento propio del ADN societario (al menos para las sociedades por acciones), la personalidad, no
es una noción indispensablemente unida a la idea de sociedad, sino una solución fundada en el
esquema corporativo que adoptaron las formas sociales en la Edad Moderna. La idea de que una
sociedad podía constituir una persona distinta de sus integrantes ya era conocida por los romanos, que
la adoptaron para las publicani. Sin embargo fue un caso aislado, ya que no existen vestigios de
soluciones similares que fueran utilizadas por otras formas de societas. El concepto recién comenzó a
afirmarse en la Edad Media, siendo probable -como piensa Ripert- que en su elaboración haya
incidido la imposibilidad de conciliar la noción de una propiedad en mano común (de origen
germánico) con la técnica jurídica de origen romano, pues si el patrimonio debe ser separado del
patrimonio de los socios, era preciso que perteneciera a una persona47.
Por tal motivo, habían comenzado a surgir indicios anticipatorios de “personalidad” en la
compagnia y en la sociedad en comandita, ya que la aparición del concepto de razón social permitió
delimitar los patrimonio de la sociedad y de los socios: el aspecto corporativo pasó a ser distintivo de
las nuevas formas societarias, apartándolas de la noción de contrato, lo que derivaría, con el curso del
tiempo, en nuevas y originales soluciones.
Durante mucho tiempo, las sociedades se habían organizado sobre la base de acuerdos
contractuales celebrados entre un grupo de comerciantes para llevar adelante un determinado negocio,
cuyos beneficios repartían no bien concluido el emprendimiento. Y en ese momento, la sociedad
finalizaba, de lo que resulta que, por regla general, durante mucho tiempo las sociedades tenían una
duración limitada.
Pero además de esa razón jurídica, existía otra de orden económico, que tornaba natural esa forma
de concebir las sociedades, vinculado a las moderadas necesidades de financiamiento y capitales de
los negocios de la antigüedad y medioevo, en comparación con las demandadas económicas de
cualquier negocio contemporáneo. La industria no tuvo un papel destacado en la evolución de las
formas medievales de la empresa, lo que denota la ausencia de una naturaleza verdaderamente
capitalista de estos emprendimientos, y la innecesariedad de una organización permanente de
empresa. De estas características derivaba, a su vez, la naturaleza no corporativa de las formas
asociativas conocidas, pensadas para proceder a la liquidación del negocio una vez concluido el viaje.
Esta característica se extendía incluso a las grandes casas (como los Fugger, los Welser, o los Imhof),
que se organizaban a través de contratos de limitada duración, los cuales eran renovados a su
vencimiento. La sociedad de Ravensburgo, que fue la que tuvo más larga vida (de 1380 á 1530), se
basaba en un contrato de seis años renovable48. En las sociedades colectivas, los asociados se
agrupaban por períodos relativamente cortos, generalmente de cuatro años, al cabo de las cuales la
sociedad se disolvía, recuperando cada socio su capital, con las variaciones sufridas de acuerdo a la
suerte de los negocios emprendidos. Luego de lo cual la familia dominante continuaba el negocio,
formando una nueva compañía, que continuaba con la misma razón social y con la mayoría de los
anteriores asociados. El origen familiar y la continuidad mantenida por las distintas sociedades
sucesoras, explica que el público las conociera por el nombre de la familia dominante (como los

47
Ripert, Georges. Tratado Elemental de derecho Comercial, Buenos Aires, TEA, 1954. Tomo II. Sociedades, p. 11
48
Heckscher, Eli., La época mercantilista, México, FCE, 1943, p. 318. Lo que, asimismo, permitía restituir el capital
a los socios. La ausencia de la moderna noción de capital social facilitaba esta solución, puesto que el capital era
reestablecido al producirse la reconducción del contrato. Esto no significa que a la finalización del plazo previsto no
pudiera reconducirse el contrato (de hecho, la mayoría de los contratos medioevales que actualmente se conservan son casi
todos de reconducción, no de constitución), sino que se procedía a distribuir el capital y los beneficios a la finalización del
contrato, y eventualmente se continuaba operando con un elenco de socios que no siempre era exactamente igual.

13
Bardi, Peruzzi, Alberti, Acciaioli, Strozzi, en Florencia, los Tolomei en Siena), aunque solían
reorganizarse y en ocasiones modificaban el nombre con el que eran conocidas49.
La aparición de la Banca de San Giorgio y otras compere similares significó el nacimiento de las
primeras empresas en sentido moderno, organizadas como sociedades, cuya finalidad sólo podía
cumplirse a largo plazo50. Algunos de los primeros casos conocidos correspondieron a empresas
mineras51, entre las cuales merece citarse el notable caso de la Compañía Comercial de Hierro de
Steyr, que también puede disputar el título de primera sociedad-empresa: según sus estatutos, la
compañía disponía de un sello propio, y de un capital de empresa rigurosamente delimitado. Aparte
del capital social, la empresa podía recibir, además, empréstitos fijos, garantizados por todos los
“bienes sociales”, los cuales representaban, por lo tanto, un patrimonio independiente52!
Pero si existe un lugar adonde debe buscarse la nota corporativa, ese es Inglaterra. Allí coexistían
las compañías reglamentadas (típicas organizaciones medievales) con las más modernas compañías
privilegiadas. Desde el mismo momento en que el Estado comenzó a ocuparse de las companies (hacia
mediados del siglo XVI), éstas adoptaron características comunes a las compañías reglamentadas: la
organización corporativa les fue reconocida a ambas al mismo tiempo, y era resultado del
otorgamiento de cartas de incorporación –charters of incorporation- por la Corona o el Parlamento,
con las cuales se creaban corporations, dotadas frcuentemente del privilegio de la limitación de la
responsabilidad53. Según Coke (en el famoso case Sutton’s Hospital (1612), 10 Coke Rep. 22 b) y
Blackstone, la “corporation” era considerada como “una institución política creada por el act of
incorporation”. Llamada “body politic” o “body corporate” ella era definida como “una colección de
muchos individualidades, unidas en un cuerpo, bajo una especial denominación, teniendo perpetual
succession bajo una forma artificial, y revestida con la prudencia de la ley con la capacidad de acción
en múltiples aspectos como un individuo...”54.
Como enseña Galgano la expresión corporation se puede traducir al italiano (y ello es igualmente
aplicable al castellano) sólo si se considera su significado originario del derecho romano (que
permanece aún en el derecho angloamericano), como colectividad a la cual se le ha concedido el
corpus habere, o sea la personalidad jurídica55.
Del carácter corporativo-gremial de estas compañías deriva la personalidad jurídica propia de estas
organizaciones, rasgo que identifica igualmente a las compañías por acciones inglesas y que las
distingue de las compañías holandesas, que llegaron a la misma situación más adelante. Las

49
Ver ejemplos citados en mi artículo Notas para una historia… cit, p. 139.
50
Es discutido por los estudiosos si la Banca de San Giorgio fue la primera sociedad por acciones o si dicho rol
correspondió a las Compañías de Indias. En general la opinión de los estudiosos se inclina hacia las Compañías de
Colonización, pero a favor de asignar esa calidad a la compañía genovesa, puede señalarse (como lo ha destacado
Heckscher) que se trató probablemente, de la primera organización corporativa que procuró perpetuarse. De igual modo,
incumbía a la asamblea de tenedores de luoghi de la Banca de San Giorgio la designación de los administradores del
Banco, lo que constituye un rasgo propio de las modernas sociedades.
51
El tema fue desarrollado en Notas para una historia… cit, pp. 139 -140.
52
Heckscher, E., La época mercantilista, cit., p. 320, nota 16.
53
F. De Solá Cañizares, en Brunetti, Tratado .... II, p. 24. La limitación de la responsabilidad no era una regla
general, sino que resultaba de los propios estatutos o la disposición legal, pero constituía una tendencia innegable. El
método de la incorporación no era aplicado únicamente a las compañías comerciales. Del mismo modo fueron creados
órganos de inspección de naturaleza gremial, integrados por artesanos de la ciudad y del campo, (Hecksher, op. cit., p.
224), y también fueron incorporadas ciudades, como el caso de la ciudad de Leeds, dotada de tal calidad en 1626, con el
objeto de poder asumir el control sobre la industria del paño, mediante la creación de las organizaciones gremiales para
ello (Hecksher, ibid., p. 227).
54
Ariberto Mignoli, Idee e problemi nell’evoluzione della “company” inglese”. En “rivista delle società”, 1960, p.
639, nota 22 (con cita de Kyd, Corporations, I, p. 13, y Coke, p. 66).
55
F. Galgano: Derecho Comercial cit, T. II, p. 206, nota 2. El carácter corporativo aparecía en todo tipo de
compañías: el primer privilegio conferido para el comercio con Rusia (1555) era más antiguo aún que el otorgado a la
Merchant Adventurers’ Company (1564) y a la Eastland Company (1579). De igual modo los más antiguos privilegios
conferidos a compañías mineras (las Mines Royal y las Mineral and Battery Works) datan de 1568 y denotan, al igual que
los ejemplos anteriores, la fuerte impronta corporativa de estas organizaciones.
14
compañías inglesas constituyen, indudablemente, una personalidad moral. Les cupo a ellas el mérito
de aportar un rasgo tan típico a la forma societaria, ya que sus organizaciones tuvieron desde el inicio
personalidad jurídica y con ello un sesgo corporativo que ni siquiera podía encontrarse en el
continente en las maona y compere italianas.
El otorgamiento de la carta de incorporación era toda la ayuda real que obtenían las companies
que, inclusive, no contaban garantías de que la concesión no fuera rescindida, pues la Corona
conservaba habitualmente el derecho a abolir el carácter corporativo, inclusive aunque se hubiera
establecido un plazo para la incorporation56. Esto significa que la company inglesa –desde sus inicios-
no se sustentó en la noción de contrato, sino en un acto –el registro- al que la ley le confiere los
efectos de crear y de extinguir la corporación.
En el continente, el caso que genera mayor interés es el de las compañías de colonización
holandesas –en particular la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, originada en las Voor-
compagnien, que eran agrupaciones de armadores (Rhedereien) que no se distinguían de las
sociedades no corporativas de capital conocidas en toda Europa: cada expedición era una empresa
individual, de modo tal que los copartícipes de los diversos viajes podían llegar a competir entre sí.
Sin embargo, había una tendencia orientada hacia una organización más fuerte, en parte por el
considerable número de personas que participaban en cada empresa, y también porque solían coincidir
los mismos copartícipes en las distintas expediciones, lo que llevaba a la continuidad del negocio, de
modo similar a lo que sucedía con las sociedades familiares del sur de Alemania, más antiguas57. En
base a la absorción de las mismas fue creada la Verenidge Oostindische Compagnie, -conocida por la
sigla V.O.I.C.- que fue adquiriendo un sello marcadamente corporativo que sus antecesoras no tenían.
Esto sucedió lentamente, pues en un principio las diferencias con las compañías inglesas eran
apreciables, como, p. ej. resulta del hecho de que las companies tenían un nombre asignado en la
charter of incorporation que no podían modificar, a diferencia de las compañías holandesas, que
carecieron de una denominación precisa hasta una época avanzada58.
Capital y patrimonio social.
Las nociones de capital y de patrimonio social aparecieron con el afianzamiento de las ideas de
subsistencia corporativa de la sociedad y de su carácter de persona jurídica, pues no hubieran podido
concebirse en el ámbito de la sociedad-contrato. En su origen las sociedades carecían de naturaleza
corporativa, puesto que no subsistían más allá del viaje o conjunto de viajes que habían justificado la
asociación. Caso aparte eran las compañías inglesas, pues los privilegios que le habían sido otorgados
mediante la charter of incorporation, garantizaban su carácter indisoluble, aunque no en cambio la
intangibilidad del capital hasta la finalización de la empresa: en las compañías reglamentadas, lisa y
llanamente no había capital, y en las sociedades de capital, éste se integraba efectivamente, pero sin
garantía de permanencia durante la vida de la sociedad.
Este hecho, que visto desde nuestra óptica resulta contradictorio, significaba que el capital no era
suscripto por todo el tiempo de duración del privilegio, sino hasta la conclusión del viaje o conjunto
de viajes, al cabo de los cuales debía ser reembolsado a los socios, con más las ganancias
correspondientes: la compañía era una suerte de sociedad que contenía muchas sociedades, cada una
de las cuales tenía sus propios negocios unitarios. Constituía así una especie de marco contenedor,

56
El caso más famoso se produjo en 1698 con la abolición del privilegio de la Compañía de las Indias Orientales, tres
años antes del vencimiento establecido y no obstante que la empresa venía disfrutando de perpetual succesion desde hacía
muchas décadas. Cuando los gobiernos tenían necesidad de dinero, lo que sucedía principalmente en tiempos de guerra
concedían los mismos privilegios a otra compañía. Ello fue lo que sucedió en el caso antes referido, con la constitución de
la New East India Company, a cambio del otorgamiento de un considerable empréstito a la corona británica, no obstante
que el privilegio de la antigua compañía aún se hallaba vigente.
57
Heckscher, La época mercantilista, cit, p. 341.
58
“Ejemplo típico del contraste que se advertía en este punto entre Inglaterra y Holanda era el que un tribunal inglés,
en un pleito entablado en 1724, pudiese dudar si la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales se hallaba o no en
condiciones de comparecer como demandante, toda vez que los Estados Generales no la habían dotado siquiera de nombre.
(Dutch West India Company vs. van Moses (1 Stra. 612), cit. en S. Williston “The History of the Law of Bussiness
Corporation before 1800” (Select Essays in Anglo-American Legal History, tomo III, Cambridge 1900, p. 206. Heckscher,
La época mercantilista, cit., p. 365.
15
pues por el monopolio que le confería su privilegio, no admitía la formación de nuevas sociedades o
compañías que tuvieran por objeto la misma actividad: tal era la esencia de las sociedades inglesas de
capital más antiguas, que tenían mucha semejanza con las sociedades reglamentadas, pero donde, a
diferencia de éstas, los comerciantes no podían realizar negociaciones independientes fuera de los
límites del monopolio, lo que significaba un gran avance, desde el punto de vista de los comerciantes
al anular la concurrencia, y constituye uno de los motivos por el cual fue aumentando el interés en
participar en ellas59.
Este principio era aplicable asimismo a la Compañía Inglesa de las Indias Orientales en su primera
etapa, puesto que hasta más de medio siglo después de su fundación no pasó de este régimen a un
sistema de capital fijo de empresa con distribución de ganancias. Y aún después mantuvo el principio
de permitir en forma periódica (primero cada siete años, luego cada tres) que los socios se retiraran, lo
que obligaba a buscar reemplazantes de los socios salientes, si bien desde 1612 adoptó un sistema
intermedio, que consistía en reunir en ocasión de la suscripción de capitales, los necesarios para
financiar un conjunto de viajes.
Durante mucho tiempo el sistema funcionó satisfactoriamente, lo que significa que no eran
necesarios grandes capitales permanentes, al menos para las compañías comerciales 60. Las mayores
necesidades de capital permanente eran planteadas por los barcos, problema que era solucionable pues
no se requería de una organización estable, y algunas compañías buscaron soluciones alternativas,
como la de las Indias Orientales, que al cabo de construir embarcaciones durante veinte años, dejó de
hacerlo, para tomar buques en arriendo. En todo caso, cuando los barcos integraban el capital de la
compañía, las nuevas asociaciones tenían que hacerse cargo del capital de sus antecesoras.
El mayor problema operativo lo constituía el complejo entramado de relaciones que se iban
desarrollando de modo simultáneo, lo que en ocasiones tornaba imposible esclarecer las cuentas, pues
podía no llegar a saberse exactamente a qué expedición pertenecía el capital.
La noción de capital entendida como una suma fija que deben reunir los accionistas es creación de
las concesiones francesas61, si bien sus antecedentes son más remotos. Su antecedente más lejano,
probablemente, lo constituyen los estatutos de la compañía comercial de hierro de Steyr, en la Alta
Austria (1581), en los cuales se establecía un verdadero capital de empresa rigurosamente delimitado
al que se denomina “capital básico” o “dinero invertido”, el cual debía mantenerse estrictamente
separado de las ganancias que habrían de abonarse cada año. Las ganancias –que se establecían por el
cierre anual de los libros- se repartían tomando en cuenta los aportes de capital. Éste pertenecía a la
compañía por cuatro años, transcurridos los cuales podía ser reclamado por los socios, con previo
aviso62.
Luego, con la V.O.I.C. quizá por vez primera en la historia societaria cobró forma la idea de que el
capital de la empresa es autónomo de los socios que lo aportaron, y que no puede ser mermado por los
pagos que se realicen a los asociados. Esta idea no aparecía en la primera concesión, pero fue
madurando a partir del enorme poder de los administradores de la compañía, suficiente para impedir
que los participantes hicieran los retiros que preveía el primer octroi. De acuerdo al mismo, la
duración de la sociedad estaba limitada por el agotamiento de la empresa. Los integrantes de la
Compañía armaban naves a gastos comunes por un viaje, dividiéndose los beneficios. La concesión
gubernativa era por tiempo determinado (21 años), pero, de acuerdo con las reglas que regían
habitualmente en las vóór-compagniën, preveía que quienes no estuviesen satisfechos con los
resultados de la primera expedición comercial, estaban facultados a reclamar la devolución del capital
al cabo de la misma, con los intereses correspondientes al tiempo en que el mismo había estado
retenido por la sociedad. Al parecer, luego del primer viaje no se permitió hacer efectivo este derecho,
que fue modificado estableciéndose que el retiro podría realizarse luego de transcurridos diez años, en
ocasión de verificarse una rendición de cuentas, las que se realizaban cada diez años.

59
Heckscher, Eli F. La Época Mercantilista, ibid, p. 382.
60
Distinto era el caso de las compañías puramente colonizadoras, que requerían inversiones de capital por largo
tiempo y debieron recurrir a soluciones especiales (como las mencionadas en Notas para una historia de las sociedades…
cit., p. 126).
61
Lehmann, Gesch. Entw, cit. por Fischer, Roberto. Sociedades Anónimas, Madrid, 1934, Ed. Reus, p. 26.
62
Strieder, “Studien zur Geschichte kapitalisscher Organissatiosformen”, cit. por Heckscher, Eli, op. cit., p. 320).
16
Ello significaba que el derecho a retirar el capital en un plazo muy inferior al del vencimiento del
privilegio de la compañía, que expiraba a los veintiún años, empleándose una fórmula similar a la que
regía en la Compañía del hierro de Steyr. El problema que significaba esta dicotomía entre el
vencimiento para devolver el capital y el propio de la concesión, fue debatido en 1611, y entonces la
Compañía se negó a acceder a la reclamación de los socios, alegando que ello no era posible, dado que
los activos en la India estaban integrados por fortalezas, buques, oficinas, créditos pendientes de pago,
etc, y que el paso de estos valores a una cuenta nueva generaría confusión. Además, alegaron los
directores que la operación era innecesaria, desde que los accionistas podían liquidar sus acciones,
convirtiéndolas en dinero, lo que, más allá de ser cierto, prescindía del hecho de que no era lo
establecido en la concesión63. Y más adelante, cuando las empresas de la compañía asumieron un
carácter permanente, los accionistas no pudieron volver a retirar sus aportes, llegándose así, como dice
Fischer a la reunión de las dos elementos propios de la noción de “fondo perpetuo”, por un lado, la
cifra total indicada en la concesión, y por otro, la cifra, constituída por la suma de aportaciones, que
no debe reembolsarse durante la vida de la sociedad64. Esta puja entre los diversos sectores de la
compañía contribuyó a consolidar lo que es considerado el primer caso de negociabilidad de las
participaciones sociales.
De las nociones de capital y patrimonio social se desprende la de beneficio, que sólo pudo
elaborarse a partir de aquellas, y que igualmente parece encontrar desarrollo a través de la compañía
holandesa. Inicialmente no existía regularidad de confección alguna ni de asambleas ni de balances.
Los repartos –denominados retours- se efectuaba al regresar las naves de cada expedición, conforme
sucedía en la Redherei. Pero la importancia de los mismos no dependía de la existencia de ganancias,
sino de los recursos disponibles, lo que resulta lógico si se considera que tampoco existía un concepto
de capital como una suma determinada. De modo que los retours constituían una suerte de
combinación de ganancia y reembolso parcial del capital.
Ulteriormente, el beneficio fue liquidado en períodos fijos, semestrales o cuatrimestrales,
reconociéndose a los socios, junto al beneficio el derecho a percibir intereses. Pero en la práctica,
como sucedió con la V.O.I.C., no obstante que su octroi establecía un derecho a los beneficios, esta
obligación fue frecuentemente incumplida generando disputas entre los accionistas y los
administradores, que, con frecuencia, lograban imponer su poder aplazando el pago de las utilidades y
el reembolso del capital65. En cambio, la noción de “ganancia líquida” es relativamente moderna,
siendo frecuente -hasta mediados del siglo XIX- la promesa a los socios de un interés fijo o dividendo
concreto.
Relación oligárquica entre los socios. De los copartícipes principales y secundarios a las
acciones preferidas y de voto múltiple.
En la sociedad-contrato no existía –en el plano teórico al menos- diferencia entre los socios: la
sociedad se desenvolvía según las reglas establecidas por la voluntad de todos los participantes.
Con las corporaciones, se introdujo un aspecto novedoso, del cual deriva una diferenciación de
iure entre los asociados, al concebirse el distingo entre copartícipes principales y secundarios, que
surgió en las asociaciones creadas en Alemania y en Holanda66. Esta división se hallaba en las vóor-
compagniën, en la cual los copartícipes principales recibían el nombre de bewindhebbers (dirigentes,
directores, como luego también se identificaría a los administradores de la Compañía de Indias), que
efectuaban los aportes necesarios para el capital de la sociedad. En cambio, los partícipes secundarios
no tenían relación directa con la sociedad, sino que se incorporaban al negocio bajo el nombre de uno
de los copartícipes principales. En ocasiones, eran considerados como acreedores, con derecho a
cobrar intereses fijos, aún antes de la salida del barco.
De acuerdo con la característica heredada de las vóor-compagniën, en la VOIC, al lado de los
grandes accionistas (los condóminos de las Redhereien) se nuclearon pequeños accionistas provistos

63
Heckscher, La época mercantilista, cit., pp. 350-352.
64
Fischer, Rodolfo, Las sociedades anónimas, cit. p. 27.
65
Mignoli, Ariberto. Idee e problemi nell’evoluzione della “company” inglese, cit, p. 641.
66
Este principio, no obstante, encuentra un antiguo precedente –luego caído en desuso- en las societates
publicanorum en las cuales también existían socios participantes sin injerencia en la administración.
17
de derechos menores, pero excluidos de la administración67. Es decir que en la Compañía holandesa,
los mayores accionistas eran al propio tiempo, los dirigentes de la empresa: junto con la gestión tenían
la representación ante terceros, permaneciendo los partícipes en la sombra: se pueden ver aquí notas
de la commenda y del socio oculto, pero también de la futura disociación entre el capital de control y
el capital de inversión, concepto que es nítido en la compañía holandesa desde su inicio.
La influencia de Ámsterdam acentuaba la independencia que la dirección tenía en relación con los
accionistas, estableciéndose un régimen verdaderamente autocrático, caracterizado por la distancia
que los directores –designados por el Heeren Seventien68- tuvieron desde el mismo inicio de la
compañía respecto de los accionistas, no obstante las protestas de éstos últimos. En cierta ocasión, los
administradores amenazaron públicamente a los accionistas con suspenderles todo tipo de pago si no
se mantenían sumisos hacia “sus dueños y señores”.
La explicación histórica de esta relación oligárquica hay que buscarla, evidentemente, en el hecho
de que los accionistas ordinarios eran los continuadores de los copartícipes secundarios de las vóór-
compagniën, los cuales no figuraban siquiera con su nombre en los libros de la sociedad, y eran
considerados una especie de acreedores de la misma.
La distinción entre partícipes principales y secundarios –aunque de origen alemán- es una
característica de la V.O.I.C. que haría carrera en la historia de las sociedades. El octroi originario no
hacía distinción entre “partícipes principales” y “partícipes secundarios”, pero la diferencia resultaba
de la relación de fuerzas, y fue legalmente reconocida con el octroi de 1622, que confirió a los
“partícipes principales” el derecho de nominar a los bewindhebbers y un limitado control de su
gestión, que no significó mayores cambios de la situación, dada la solidaridad de los accionistas
principales hacia los administradores que eran sus iguales en el plano económico y social, y cuyo
puesto aspiraban a ocupar en el futuro. En cambio, quedó legalizada la exclusión de los partícipes
secundarios (de quienes deriva el accionista moderno) de toda forma de control, que incluso debió
adquirir sus participaciones a través de los bewindhebbers69 quedando así la gran masa de accionistas
completamente al margen de las decisiones.
La existencia de copartícipes de segundo grado también se encuentra en las sociedades inglesas
que parecen haberla adoptado de las organizaciones continentales 70. Existen documentos que
mencionan casos conocidos de coparticipación en la Compañía Inglesa de las Indias Orientales. En
uno de ellos se menciona a los copartícipes de segundo grado como socios de la compañía, y de sus
aportaciones se dice que habían sido entregadas “del mismo modo que las de todos los demás
copartícipes de segundo grado” (underadventurers), frase que permite suponer que el sistema era
absolutamente habitual, y que no requería de una especial motivación, como podría ser la necesidad
de conseguir capitales que pudieran aportar terceros ajenos a la compañía. Posiblemente esta práctica
se debía al deseo de algunos capitalistas de no intervenir directamente en el negocio71.
La aparición de las acciones posibilitó la atomización de las participaciones en la sociedad y
fomentó con ello el establecimiento de relaciones jerárquicas entre los partícipes. Los antecedentes
más remotos conocidos de división del patrimonio en cuotas (carature) provienen de Venecia, y no se
originaron en una forma societaria, sino que refieren a la propiedad de las naves (sortes), que era

67
T. Ascarelli, Sociedades y asociaciones comerciales, p. 252.
68
Los “Diecisiete Señores”, que era el máximo órgano directivo (integrado por los principales accionistas) de la
compañía.
69
Mignoli: Idee e problemi... cit, p. 640. Hecksher, La época mercantilista, cit., p. 348.
70
En este sentido, en 1564 se dispuso en la Compañía de Guinea o Compañía Africana, que cada uno de los cinco
copartícipes principales (chief adventurers), debía invitar a sus socios o partners a aportar una determinada cantidad de
capital, lo que, a juicio de Scott, probablemente obedeció al hecho de que se procuraba incrementar el capital sin alterar el
número de acciones, lo que obligaba a los copartícipes principales a procurar obtener el capital pidiéndoselo a sus socios.
(Scott, tomo I, p. 45, tomo II, p. 7, cit. por Heckscher, op. cit., p. 377). Mignoli, en su clásico trabajo, varias veces citado,
ha sostenido la tesis del carácter “democrático” de las compañías inglesas, comparando el funcionamiento de las mismas
con la V.O.I.C. posición que fue criticada por Galgano en su Historia del derecho mercantil. He analizado y citado
extensamente estas opiniones en mi artículo Notas para una historia de las sociedades… (pp. 156-161).
71
Heckscher, ibid., p. 377, con cita de Compañía de las Indias Orientales: Register of Letters (ed. Birdwood &
Foster), pp. 271 y ss. Asimismo Mignoli (Idee e problemi… p. 640, nota 25).
18
divida en cuotas denominadas –en la mayoría de las ciudades italianas- carati72. Pero la creación de
acciones como títulos representativos de la participación social es una contribución de la V.O.I.C. En
ella, el ingreso a la compañía podía ser solicitado por cualquier persona, y se hallaba sujeto a la
aceptación de la solicitud por parte de la sociedad, que llevaba libros donde se registraba a los socios y
emitían certificados para comprobar la matriculación, que constituyen el origen de la Aktie73, cuyo
origen se remonta a 1610, y que en principio sólo tenía fuerza probatoria.
Tanto en los siglos XVII como XVIII, las acciones podían emitirse al portador o como
nominativas, siendo generalmente nominativas. Aunque la difusión de las acciones al portador, -al
menos en Francia- parece deberse a la banca Law74 existiendo autores que afirman que anteriormente
el mecanismo no era conocido75. También el uso del término acción tuvo un lento desarrollo,
coexistiendo, durante largo tiempo, con otras designaciones, como partes de intereses, o soles, o –a
veces- soles de intereses, haciéndose frecuente en Francia hacia 175076.
La creación del nuevo instrumento es la lógica consecuencia del reconocimiento de
responsabilidad limitada a todos los socios, que requería la elaboración del concepto de capital
dividido en partes. Pero al mismo tiempo posibilitó a los empresarios financiar sus negocios mediante
la captación de recursos que aportaban otras clases sociales: las acciones fueron ofrecidas como un
valor de cambio más atractivo que el dinero, ya que constituyen una cuota del patrimonio social, que
no queda expuesta a los riegos de la depreciación, permitiendo obtener una renta si es que se abonan
dividendos.
Además de las citadas ventajas, habitualmente señaladas como principales razones del éxito que
obtuvo el instrumento, las acciones facilitaron la creación de técnicas para afianzar los vínculos
oligárquicos entre los asociados. Por ejemplo, la creación de las acciones preferidas, que es un nuevo
mecanismo de distinción entre los accionistas empresariales –o accionistas de control- y accionistas
ahorradores. Aparecieron reguladas por primera vez en la ley de sociedades alemana de 1937 (que
facultaba a las sociedades a emitir acciones sin derecho de voto), pero encuentra sus antecedentes en
las primeras corporaciones holandesas y alemanas.
La creación de acciones de voto múltiples, plural o preferencial, para dotar de un mayor número
de votos a sus propietarios, es igualmente una técnica difundida en la era moderna77, pero reposa en el
mismo antiguo principio de la existencia de accionistas principales y secundarios que desconoce la
idea de distribución del poder en proporción al capital, reemplazándolo por un sistema autocrático y
feudal, que ignora el principio de igualdad entre los accionistas, lo que ha llevado a un autor a calificar
el sistema de “fascismo de los accionistas”78.

72
Gasperoni, Nicola, Las acciones… p. 68, nota 21, donde cita documentos de 1167 y de 1198. Más adelante, en el
siglo XV, se desarrolló la práctica de los empréstitos públicos que el Estado garantizaba con la recaudación pública. Las
sumas obtenidas mediante esos empréstitos se incorporaban a una caja única, denominada massa, monte o maona, y se
inscribían en un libro o registro público (cartulario). La deuda era fraccionada en un cierto número de cuotas iguales,
denominadas partes o loca. A los acreedores se les hacía entrega de certificados de las inscripciones en el libro
denominados “biglietti di cartulario”.
73
La terminología acción, actino, aktie, azione, açao -según Lehmann- se origina por el hecho de que estos títulos
precisamente implican un derecho, -o sea una “acción” en el sentido propio del derecho procesal- a los dividendos (cf.
Ascarelli, Tullio. Principios y problemas de las sociedades anónimas. México. Imprenta Universitaria. 1951, nota 56, p.
66). “En cambio, es distinto el significado etimológico del término share que se refiere al concepto de “parte” y que
también se usa en las sociedades que no sean anónimas, por acciones”
74
Renard- G. Weulersse, G. Historia económica de la Europa Moderna. Buenos Aires, Biblioteca Argos, 1949, p.
185, Fischer, R., ob. cit. p. 26. El embate contra las acciones al portador también viene de lejos. Así, el empleo desmedido
de las acciones al portador en Francia durante la primera mitad del siglo XIX debido, entre otros motivos, a la
negociabilidad del título sin necesidad de acudir al mecanismo de constitución de sociedades anónimas, llevó a proyectar
una ley proponiendo la abolición de las acciones al portador en el caso de las comanditas, que fracasó.
75
Ascarelli, Tullio. Principios y problemas... p, 68, nota 16.
76
Véanse los ejemplos citados en mi artículo Notas para una historia de las sociedades… pp. 148-149 y notas 72-74.
77
Uno de los primeros casos conocidos de emisión de acciones de voto desigual corresponde a una empresa alemana
para la explotación de la cuenca hullera del Sarre y data de 1903.
78
El calificativo pertenece a Fried, y es citado por Ripert (En: Aspectos jurídicos del capitalismo moderno, cit, p. 103
y nota 114).
19
El mecanismo se difundió luego de la primera guerra mundial, particularmente en Alemania, como
medio de defensa de sus desmanteladas empresas y para impedir que tomaran su control capitales de
las potencias vencedoras79. Frente al colapso del marco alemán, la invasión económica se hizo
inevitable, y fue entonces que se acudió al recurso de las acciones de voto múltiple, que fueron
denominadas de modo de identificar sus virtudes principales: “Schutzaktien” (acciones de
protección), y también “Herrschaftsaktien” (acciones de dirección).
Luego el sistema se difundió en Francia, donde el primer caso conocido fue el de la Sociedad de
Bancos Provinciales (1911)80, popularizándose luego de 192081, y asimismo Bélgica y Holanda, donde
sucedió el conocido caso de la Royal Dutch-Schell, que emitió acciones privilegiadas a fin de
mantener el control de la administración y con el propósito de evitar que la Standard Oil pudiera –
mediante la adquisición de acciones- tomar el control de la misma82.
Un camino inverso parece haber recorrido el derecho de suscripción preferente del accionista, el
cual –contra lo que pudiera pensarse- no se habría originado en un mecanismo democrático tendiente
a garantizar lo que actualmente se considera un derecho inalienable de los accionistas- sino que
apareció como una técnica abusiva prevista en viejos estatutos a fin de reservar –unicamente para los
accionistas controlantes- ese beneficio de modo arbitrario83. El sistema fue creado en el siglo XVIII
por John Law, fundador de la Compagnie Pepétuelle des Indes, que sucedió a la vieja Compañía de
las Indias Orientales. Law concibió la realización de una serie de aumentos de capital basados en la
posibilidad de adquirir los nuevos títulos contra la presentación de las acciones antiguas. Pero las
nuevas emisiones se efectuaban sin que previamente estuvieran integradas las anteriores 84. Luego de
este antecedente, resultó una práctica estatutaria frecuentemente utilizada durante el siglo XIX para
otorgar la preferencia como privilegio reservado a un grupo de personas, lo que traía como
consecuencia que los titulares de tales beneficios forzaran los aumentos de capital sin real justificación
económica para la sociedad, con el único fin de hacerse de los títulos para revenderlos
especulativamente. “Las emisiones bajo la par sin previo desembolso de los títulos anteriores y el
derecho estatutario de opción ofrecieron así un cómodo camino a la realización de rápidas ganancias
a costa de transformar las acciones en simples instrumentos de especulación85. Inglaterra fue el primer
país que prohibió este tipo de conductas al reconocer el derecho de preferencia para todos los
accionistas (Art. 27 de la Companies Act de 1862). Luego la Atkiennovelle alemana de 1884 prohibió
las reservas anticipadas de derechos de suscripción, y el art. 282 del HGB alemán de 1897 consagró al
derecho de suscripción preferente como mecanismo conservador del nivel de participación
preexistente.
La responsabilidad limitada.
Otro aporte de las corporaciones lo constituye la divulgación del principio de la responsabilidad
limitada, que si bien ya había sido utilizado anteriormente, apareció ahora extendido a todos los
socios. Esta característica es común a las companies y a la V.O.I.C., de la que fue tomada en relación
con otras compañías.

79
Ver ejemplos citados por Mugaburu, Raúl. Régimen del voto privilegiado en las sociedades anónimas, (Buenos
Aires, Librería y Editorial “La Facultad”, 1938, pp. 15-29), reproducidos asimismo en mi artículo Notas para una historia
de las sociedades…, cit, p. 165, n. 110.
80
Mugaburu, op. cit., que refiere que fue consultado Thaller sobre la procedencia del sistema, expidiéndose
favorablemente.(p. 18, nota 1)
81
En este país se produjeron fuertes abusos, ocasionados con especulaciones mediante la emisión de esta clase de
acciones, como el affaire de la casa Pathé, que derivó en fuertes pérdidas del valor de sus acciones en el mercado.
82
Lewinsohn, Richard. Trusts y Carteles, Buenos Aires. Editorial Claridad, 1948. p. 45.
83
Es la idea que desarrolla Aníbal Sánchez Andrés en la importante introducción histórica a su obra El derecho de
suscripción preferente del accionista, (Madrid, Civitas, pp. 21-66).
84
A. Sánchez Andrés, ibid, pp. 22-23, quien destaca asimismo que este antecedente justificó la posterior prohibición,
adoptada por distintas codificaciones, de que fueran emitidas nuevas acciones antes de estar integradas las de anteriores
aumentos.
85
A. Sanchez Andrés, ibid., p. 25.
20
La limitación de la responsabilidad de los socios había sido introducida en los estatutos de la
sociedad en comandita86, probablemente influída por la commenda, que aplicaba la regla respecto de
los socios no comerciantes. Con respecto a las comanditas, la limitación del socio capitalista apareció
en los estatutos de la Corte de los mercaderes de Lucca de 1554 y en la ley boloñesa del 28 de mayo
de 1553, pero en estos casos, era una solución que permitía la participación en la actividad económica
de las clases no mercantiles, especialmente en Francia, donde la sociedad en comandita fue el
vehículo utilizado para la inversión de capitales por la nobleza, a la que le era legalmente vedado el
ejercicio del comercio.
El posterior avance hacia un sistema de asunción limitada de responsabilidad de los mercaderes se
produjo cuando en las companies inglesas y la V.O.I.C. todos los socios -y no una categoría de ellos-
accedieron al beneficio de la responsabilidad limitada, principio que luego adoptaron otras
corporaciones. Este movimiento coincidió con el crecimiento del poder de la burguesía, y
democratizó un beneficio que anteriormente aprovechaban otras clases sociales: los terratenientes y
los propietarios de riqueza mobiliaria, que podían invertir –con responsabilidad limitada- en
actividades mercantiles, lo que estaba vedado al empresario.
No obstante, el principio no se trasladó automáticamente a todas las compañías, ni parece haber
constituido una materia jurídica segura, al punto que el canciller D’Aguesseau, en la memoria sobre el
comercio de las acciones de la Compañía francesa de Indias (año 1777) al definir la “acción” no hace
mención a la responsabilidad limitada del accionista87. Esto lleva a pensar que la regla no nació de la
incorporation, sino como un privilegio autónomo, concedido de manera específica, cuya fuente
normativa es el octroi del soberano88. Es evidente, por otro lado, que ambos principios nacieron o se
consolidaron en distintos en momentos, y asimismo, que afianzada en el derecho inglés la práctica del
otorgamiento de la charter of incoporation, siguió empleándose asiduamente para corporizar
organizaciones cuyos integrantes carecían por completo del beneficio de la limitación de la
responsabilidad, como es el caso de las sociedades reglamentadas. Con todo, no puede ignorarse la
importancia que ha debido tener para el afianzamiento del principio de limitación de la
responsabilidad –no siempre aceptado por las comunidades económicas- el establecimiento de la
diferenciación de la persona de la sociedad y sus asociados89.
La regla se estabilizó luego de la revolución francesa, y con motivo de la regulación de la sociedad
anónima en el code de commerce. El modelo decimonónico elaboró un régimen de sociedad -
especialmente de sociedad anónima-, acorde a los postulados de la economía clásica, basada en la
correlación entre capital y riesgo de la empresa, con responsabilidad limitada para los socios, principio
justificado por su limitada participación en la toma de decisiones, y un régimen agravado de
responsabilidad para los administradores justificado en el poder que ejercían.
La responsabilidad limitada dejó entonces de ser un privilegio y pasó a constituir una característica
ordinaria y propia del tipo social. De este modo la relación entre sociedad anónima y gran empresa
comenzó a hacerse más elástica, pues si bien es cierto que todas las grandes empresas continuaron
empleando normalmente la forma de sociedad por acciones, a partir de la codificación francesa el

86
Mucho antes, el genio de los romanos creó las societates publicanorum, con caracteres de caracteres de
corporación, y de personalidad jurídica, que las convierten en un caso singular, antecedente de las sociedades por acciones.
87
D’Agueasseau, Henri-François, Mémoire sur le commerce des actions de la Compagnie des Indes, En Rivista delle
società, 1960, pp. 155-167. La observación pertenece a Brunetti, Tratado.... II, p. 14, y nota 24.
88
No resulta claro que –al menos en la primera época- todas las compañías tuvieren otorgado el beneficio de la
limitación de responsabilidad para sus integrantes. En algunos caso, la limitación no resultaba de la ley, sino de la
declaración de la propia compañía, como sucedió, en Inglaterra, con el caso del Banco del Millón (1695), que indicaba que
la responsabilidad de los suscriptores quedaba limitada al capital suscripto por ellos . En otros casos, la limitación resultó
de una ley parlamentaria, ya que el Estado tenía interés en que los particulares adquirieran acciones en canje de la deuda
pública que era colocada, pero esto no permite inferir la existencia de una regla general (Heckscher, E., ob. cit, p. 424).
89
Es por eso que Galgano afirma que el reconocimiento de la personalidad societaria es la fundamentación jurídica de
la noción de limitación de responsabilidad como beneficio de la clase mercantil, de modo tal modo que deja de ser
considerada un privilegio de clase para convertirse en un principio general, ya que –mediante el arbitrio de la
personalidad- la responsabilidad ilimitada se traslada de los accionistas a la sociedad, sujeto distinto de los anteriores
(Galgano, F, Historia...., p. 76. Las instituciones de la economía capitalista, cit., pp. 84-85).
21
derecho de participar en sociedades anónimas se democratizó, con el resultado de que a posteriori, no
todas las sociedades por acciones serán grandes empresas, ya que el legislador facilitó la adopción de
la forma por pequeñas o medianas organizaciones. La lógica de esta tendencia llevaría a la regulación
de la sociedad de responsabilidad limitada a finales del siglo XIX.
Los fundamentos ideológicos de esta evolución –estimulados por el interés de la clase mercantil en
obtener la regulación de un tipo que extendiera los beneficios de la limitación de la responsabilidad-
fueron diversos, aunque predominaron los argumentos que apuntaban a la democratización del
privilegio. Véase, en este sentido, las discusiones que se dieron en el siglo XIX en Inglaterra
(tradicionalmente reacia a legislar de modo general sobre responsabilidad limitada), y en las cuales,
finalmente, se impuso el criterio de que la limitación de la responsabilidad favorecería a los
trabajadores que podrían beneficiarse por la creación de nuevas sociedades, en las cuales podrían
eventualmente participar90. En términos económico-sociales –como dice Galgano es indudable que
esta evolución puede ser vista como el logro del beneficio de la responsabilidad limitada por la clase
mercantil.
La tendencia al achicamiento de la responsabilidad de los socios continuó, y durante el transcurso
del siglo XX, se tornó habitual la aparición de sociedades anónimas de tamaño mas bien modesto
(cuando, paradójicamente, existe una tendencia hacia la concentración de las empresas), cuyos límites
no coinciden exactamente con el de la empresa que organizan: la sociedad es más pequeña que la
empresa, o, mejor dicho, la empresa está organizada en muchas sociedades, que constituyen
fragmentos de aquella: surgen las “unidades de negocios”, la sociedad unipersonal cuyo accionista es
otra sociedad, y otros figuras que se corresponden con la misma situación. Esta situación se vio
favorecida por la propensión de muchas legislaciones a permitir capitales mínimos reducidos, en
virtud de una política de apoyo a la pequeña empresa, y también por el interés de los empresarios de
aprovecharse de los beneficios fiscales para las pequeñas y medianas empresas.
La “democratización” societaria por la apertura de las sociedades al público. (Participación de
particulares y el Estado en las compañías).
La apertura de las estructuras societarias para la participación de quienes no revestían calidad de
comerciantes es una nota que igualmente distingue a las corporaciones, aunque registra antecedentes
en las societates publicanorum, y especialmente en la commenda medieval, figura de gran importancia
como instrumento movilizador de la actividad económica, ya que permitió incorporar al proceso
productivo a cualquier persona que tuviera fondos líquidos, fueran pequeños o grandes ahorros 91.
Con las Compañías de Colonización, el fenómeno se intensificó, y en algunos casos existió una
política pública de estímulo a la incorporación de particulares. Por ejemplo, en la “Déclaration du
Roy” constitutiva de la Compañía Francesa de Indias Orientales92 se indica que la misma “estará
formada por todos nuestros súbditos, sea cual sea su condición, con tal que quieran formar parte
aportando la suma que consideren oportuna, sin que por ello tengan que renunciar a su nobleza y
privilegios”. Asimismo que “todos los extranjeros y los súbditos de cualquier príncipe o Estado
podrán formar parte de la citada Compañía, y aquellos que aporten veinte mil libras serán reputados
súbditos de nuestro reino, sin que sean necesarias cartas de nacionalización, pudiendo sus parientes,
independientemente de su carácter extranjero, sucederles en todos cuantos bienes tengan aquellos en
nuestro reino”93. Y que “las partes o porciones que pertenezcan a los respectivos miembros de la

90
En los debates que se sucedieron durante el siglo XIX en Inglaterra a fin de admitir la aceptación de la sociedad
anónima, se sostuvo, primordialmente, un principio de equidad: la “democratización del instrumento accionario” (locución
empleada por Jenks en The migration of British Capital to 1875, NY 1927, p. 13) obedecía a un criterio de justicia, que
posibilitaría la elevación de los pobres y su participación en las compañías, sin riesgo de responsabilidad. La concesión del
beneficio de responsabilidad limitada –se dijo- permitiría eliminar la hostilidad entre el capital y el trabajo, “tendiendo un
puente sobre el abismo que separa las diversas clases sociales, detener la marcha del socialismo y del comunismo con una
solución de compromiso y, en fin, conservar el orden y respeto por el derecho de propiedad.” (cf. Mignoli, Ariberto. Idee
e problemi... cit., p. 676).
91
El ejemplo citado mi artículo Notas para una historia de las sociedades… (p. 149, nota 75), permite comprobar
como integraban un contrato de commenda celebrado en 1198 varios artesanos con modestas participaciones.
92
En Conferences des Ordonnances de Louis XIV, II (cit. p. 483 y ss. cit. por Galgano, F. Historia.., p.139, nota 3).
93
Art. 3 de la Compañía de las Indias Occidentales.
22
citada Compañía no serán pignorados ni confiscados por Nos, en beneficio nuestro, ni siquiera cuando
pertenezcan a súbditos de príncipes o Estados contra los cuales Nos estuviéramos en guerra”94.
Voltaire95, comentando la creación de la compañía señala que “el rey dio a la compañía más de
seis millones de nuestra moneda actual. Invitó a las personas ricas a interesarse por ella. Las reinas,
los príncipes y la corte entera suministraron dos millones en dinero efectivo, de aquel tiempo. Las
cortes superiores contribuyeron con un millón doscientas mil libras; los capitalistas con dos millones;
la corporación de los comerciantes con seiscientas cincuenta mil libras. Toda la Nación secundó a su
soberano”96.
En el caso de la Oost-Indische Compagnie, el art. 10 del octroi permitía la libre participación de
todos los interesados. Puede leerse el informe que, en 1610, escribió Tomaso Contarini, embajador
veneciano en Ámsterdam97: “El capital de esta compañía de las Indias es de seis millones seiscientos
mil florines de Flandes, equivalente cada uno a cincuenta sueldos. En ella están interesadas personas
de toda cualidad, habiendo comerciantes, tanto del país como extranjeros, caballeros ingleses y
franceses, diciéndose, incluso, que el propio Rey de Francia se halla interesado. Estando constituída
ya, es posible que quienquiera que lo desee forme parte de ella aportando, en el plazo de seis meses, la
cantidad que más le plazca. Hay además, en estas tierras muchos que siendo servidores o sirvientes de
las casas han querido tener una porción, ora de treinta ora de cincuenta florines más o menos, según la
medida y fuerza de sus pobres fortunas”. Pocos años después, en 1626, Alvise Contarini –también
embajador veneciano- agregaba: “Pocos son, en los Países Bajos, aquellos que poseyendo dinero sin
invertir no lo empleen en esa Compañía. Así, por ejemplo, el príncipe de Oranges mismo y muchos
otros, tanto príncipes, como particulares de Alemania, Francia y de otras partes, invierten en ella”98.
La tónica general llevó a tomar participaciones en las compañías a medida que el negocio con las
Indias orientales se fue tornando seguro a la finalización de las guerras comerciales. Ello llevó a
participar en las mismas a una variada gama de personas, de distintas clases sociales, pues la
adquisición de acciones fue vista como un medio de ahorro para las gentes modestas. Las compañías
provocaron una transformación notable de las conductas de gente en los países centrales de la
economía europea.
Muy poco después de crearse las primeras compañías, comenzaron a negociarse en los primeros
mercados los títulos representativos de la participación social. En Ámsterdam, donde la Antigua Bolsa
funcionaba desde 1530, surgió en 1609 un mercado organizado para la negociación de las acciones de
la V.O.I.C. (luego de ambas compañías), empleando técnicas que ya eran conocidas y se empleaban
en los mercados de mercancías. Si bien no fue la primera Bolsa de Valores99, lo novedoso de

94
Art. 4 de la Compañía de las Indias Orientales.
95
En El siglo de Luis XIV, Fondo de Cultura Económica, México, 1° reimpr. 1978, Cap. XXIX, p. 325.
96
Francia fue el único país europeo sin inversores extranjeros en sus compañías, debido a que estimuló la
participación exclusiva de capitales nacionales (Schultz, Helga. Historia Económica de Europa... p. 154. En cambio, la
compañía holandesa tenía una participación de capitales alemanes de tal importancia, que podría ser calificada de sociedad
germano holandesa desde el punto de vista de la propiedad accionaria. También contaron con importantes participaciones
de socios extranjeros la Compañía danesa de las Indias Orientales, fundada en 1616, la Compañía sueca de las Indias
Orientales, fundada en Goteborg en 1731. Igualmente The Company of Scotland trading to Africa, del año 1695, que tuvo
inversores armenios y holandeses, y la Oostende Compagnie, que fue totalmente internacional. (Schultz, ibid, pp. 153-
154).
97
Rivista delle società, 1960, p. 584.
98
Rivista... cit. p. 587. Este fenómeno parece no haber sucedido en las compañías inglesas, en las cuales, al menos en
su primera época, la base accionaria se reducía a la clase mercantil londinense y a la aristocracia, lo cual no significa que
los comerciantes de otros puntos del país no se interesaran por participar de las compañías por acciones, sino que ello no
les resultaba posible en un comienzo, y sólo podría materializarse cuando la negociabilidad de las acciones en la Bolsa
hizo indiferente la calidad de los integrantes de la sociedad.
99
“Los títulos de la deuda del Estado se negocian muy pronto en Venecia, en Florencia, desde antes de 1328, en
Génova, donde hay un mercado activo de luoghi y paghe de la Casa di San Giorgio., por no hablar de las Kuxen, las
acciones de las minas alemanas cotizadas desde el siglo XV en las ferias de Leipzig, de los juros españoles de las rentas
francesas sobre el Hôtel de Ville (1522) o del mercado de las rentas de las ciudades hanseáticas, desde el siglo XV. Los
estatutos de Verona, en 1318, introducen el mercado a plazo (mercato a termine). En 1428, el jurista Bartolomeo de Bosco
23
Amsterdam fue el volumen de las transacciones, y la negociación de los títulos de las compañías. Y
hacia la segunda mitad del siglo XVII existía un mercado altamente desarrollado de contratos de
futuro y opciones en el cual participaban numerosos operadores100.
Un capítulo especial en la apertura del capital accionario lo constituye la participación del Estado
en las compañías. Un mecanismo que lo permitió fue la asociación directa del monarca 101. Pero la
participación fue sólo uno de los recursos empleados por el Estado para obtener dinero de las
compañías, pues también hubo otros medios, como la compulsión a exigirle el otorgamiento
empréstitos. Estas operaciones explican más que ninguna otras las relaciones que se tejieron entre el
poder público y las compañías.
El Estado requería de ellas para financiar sus gastos, y las únicas organizaciones aptas para
satisfacer esta necesidad eran las grandes sociedades de capital, puesto que las compañías
reglamentadas carecían de capitales propios que les permitieran auxiliar al Estado. En Inglaterra
fueron tres las compañías que principalmente financiaron estas necesidades: el Banco de Inglaterra, la
Compañía de las Indias Orientales y la Compañía del Mar del Sur, cuyo privilegio databa de 1711.
Ésta última era la única de las tres sociedades que se dedicaba específicamente a operaciones
financieras de este tipo.
Existe una gran similitud entre estas relaciones que se generaron entre el estado inglés y las
compañías, con las que originaron las compere italianas, y más adelante a la Compañía de John Law.
En esencia, las sociedades canjeaban la deuda existente, entregando acciones a los acreedores, en
cuyos derechos se subrogaban. O bien, participaban en nuevos empréstitos que emitía el Estado,
entregando acciones a los inversores, con lo que pasaban a ser, al igual que en el caso anterior,
acreedoras del gobierno. De tal modo, los particulares invertían sus ahorros –de modo indirecto- en la
deuda pública a través del mecanismo de integrarse como accionistas de la Compañía de las Indias
Orientales o de la Compañía del Mar Pacífico, por ejemplo. Es evidente que este sistema no permitía
la obtención de ventajas directas a las compañías, puesto que no sólo no podían utilizar los fondos
generados por este movimiento (que iba a parar a las arcas del Estado, por más que se colocaran en
posición de acreedoras del mismo), sino que también debían obtener nuevos capitales, lo que las
obligaba a endeudarse. Pero algún beneficio debían obtener a cambio. Y ese beneficio estaba dado -
indudablemente- por el otorgamiento de los privilegios que le conferían un monopolio de actuación
exclusiva, que por cierto aprovechaban para exigir precios que de otro modo no hubieran podido
obtener102.
De la intervención directa de lo socios a la participación orgánica: unanimidad, actuación
colegiada, delegación funcional, asamblea directorio.
En sus comienzos, las sociedades eran esencialmente contratos de coparticipación, que los socios
o asociados se obligaban a cumplir de acuerdo con las reglas establecidas. Bajo dichos términos, los
propios socios decidían (gobernaban) y administraban para cumplir el contrato. Este principio no
generó inconvenientes al principio, dada limitación temporal de las primeras sociedades, pero

protesta contra las ventas de loca, a plazo, en Génova. Hay muchas pruebas de una anterioridad mediterránea.” (F.
Braudel, Civilización material… cit., II, 74).
100
E. V. Morgan, Historia del dinero cit. pp. 197-198.
101
La reina Isabel tuvo participación en varios negocios, pues además de asociarse con Hawkins, luego hizo lo mismo
con el pirata Sir Francis Drake, y asimismo con empresas como la Compañía Africana, la que debía ceder a la reina una
tercera parte de sus ganancias, a cambio de lo cual ella ponía a su disposición cuatro buques de guerra. Carlos I repitió en
1628 la infructuosa intentona de su padre Jacobo I de incorporarse a la Compañía de las Indias Orientales, con igual
resultado, lo que lo llevó a fundar, en 1635, en unión con varios comerciantes y uno de sus cortesanos, la llamada
Courten’s Association, empresa competidora que violaba los privilegios otorgados a la compañía.
102
De manera tal que, como dice Heckscher (p. 425) “eran, en realidad, los compradores de las compañías los que
pagaban las costas del crédito facilitado por ellos al Estado. Este sistema equivalía, por tanto, a una tributación indirecta
sobre el consumo, aplicada por el Estado para financiar sus empréstitos; una tributación sobre el consumo por medio de un
monopolio, monopolio que no se reservaba el Estado, sino que se confería a una empresa privada...” Adam Smith criticaba
con dureza este sistema (Véase A. Smith, La riqueza de las naciones, p. 699).
24
comenzó a revelarse insuficiente para dirimir divergencias entre los partícipes por el manejo
operativo, y frente a los avances de los socios mayoritarios, que desde los orígenes de las sociedades
pugnaron por imponer su propia voluntad.
Esta situación se vio afectada por la aparición de dos reglas que modificaron principios generales
del contrato, cuando: a) se concibió la regla de la mayoría, que –desplazando al principio de la
unanimidad- permitía adoptar decisiones sin la participación de todos los socios, y aún contra la
voluntad de algunos de ellos, y b) los socios fueron estructuralmente separados de la administración
de la actividad social, que pasó a ser llevada a cabo por terceros funcionarios.
Por la primera de las reglas mencionadas, se elaboró el principio que Galgano denomina
“plutocrático” por el cual el manejo del gobierno quedó en manos de quienes detentaba la mayoría de
capital, principio que, a su tiempo, tomó caracteres particulares cuando, con la aparición de las
grandes compañías de colonización, se atomizó la propiedad del capital por la incorporación de
pequeños ahorristas. Éstos no tenían ni gravitación en la toma de decisiones ni control sobre las
mismas, dado que no se había desarrollado la noción de asamblea, que recién se afianzó durante el
siglo XIX. Así, por ejemplo ni el primer Octroi de la Compañía de las Indias Occidentales, ni
tampoco el de la Compañía danesa de las Indias Orientales de 1616, hacían mención alguna a la
asamblea de accionistas103.
La elaboración de la figura de la asamblea permitió acudir a la regla de la mayoría, resultante del
concurso de una pluralidad de declaraciones, que, amalgamadas mediante la decisión que adopta la
asamblea, las convierte en una nueva voluntad unitaria. Cuando esto sucedió, fue necesario distinguir
entre decisión (como expresión de la voluntad colectiva) y contrato: se sostuvo entonces que existía
una voluntad colectiva por encima de las declaraciones individuales, a fin de posibilitar la superación
del principio de la unanimidad, propio del derecho clásico y sustituirlo por el principio mayoritario104.
La creación de la asamblea es moderna, pero podemos mirar una vez hacia la antigüedad: las
societates publicanorum vuelven a proveernos de ejemplos de lo que constituyen soluciones que la
técnica societaria desarrollaría muchos siglos después, como la asamblea y el directorio. En estas
sociedades, la administración no se hallaba en manos de los socios, sino estaba en manos de un
magister o varios magistri, que podían ser asociados y usualmente eran reemplazados en forma anual.
En ciertos casos, que no podían ser resueltos por los magistri, las decisiones eran adoptadas por
asambleas de socii, que funcionaban como una suerte de consejo de administración, pero que a la vez
constituyen un primitivo esbozo de asamblea.
Al margen de que este ejemplo no fue imitado por otras formas societarias, poco a poco se
adoptaría la costumbre de formar un consejo integrado por los socios principales, quienes en una
primera etapa administraron la empresa, y luego nombraron a los administradores. Este esquema se
fue afirmando con la aparición de las primeras organizaciones corporativas, cuya naturaleza
oligárquica favoreció la concentración del poder en pocas manos, posibilitado, con el correr de los
siglos, la conformación de la asamblea y el directorio como expresiones orgánicas de la actuación de
las compañías.
La segunda regla posibilitó quitar a los socios la gestión social, cuando éstos delegaron dicha
tarea en un grupo de funcionarios. La aparición del directorio en su forma esencial precedió en varios
siglos a la asamblea, y sus caracteres se encuentran bien delineados en las primeras organizaciones
corporativas, como el caso de las Compañías holandesas de colonización, que constituyen un ejemplo
bien representativo. Así, en el caso de la V.O.I.C., al constituirse la misma, al lado de los grandes
accionistas (los condóminos de las Redhereien que le dieron nacimiento) se nuclearon pequeños
accionistas provistos de derechos menores, pero excluidos de la administración, que fue controlada

103
Brunetti, Antonio, Tratado…, t. II, n° 555, p. 361, con cita de Lehmann (v. Nota 60). En el mismo sentido, observa
Lévy-Bruhl que “la lectura de las actas de las asambleas de las Compañías de las Indias occidentales muestra claramente
que las decisiones no eran tomadas por los accionistas, sino por el rey o por sus ministros, limitándose los accionistas a
aprobar las decisiones ya acordadas. La historia de las grandes compañías nos demuestra, ampliamente, que los accionistas
no tenían, en modo alguno, la dirección de la empresa.” (Lévy-Bruhl, Histoire juridique des sociétés de commerce, p. 195,
cit. por Galgano, Francisco, Historia del derecho mercantil, Barcelona, Editorial Laia, 1981, p. 152, nota 18).
104
Ver mi artículo “Notas para una una historia de las sociedades.”, pp. 117-118 y notas 4 y 5.
25
por los accionistas principales y los Estados Generales105. En esencia, la compleja organización de la
Compañía determinaba que cada una de las Cámaras que integraba la V.O.I.C. (controladas a su vez
por los principales accionistas), eligieran a un elenco de administradores –alrededor de sesenta o más,
según las diversas épocas-, que eran elegidos por tres años, y que constituían una casta oligárquica,
que solía intercambiar sus designaciones. Entre ellos eran a su vez elegidos un grupo de diecisiete
administradores, conocidos como “los Diecisiete Señores”, o, simplemente, “los Diecisiete” 106 que era
a la vez una suerte de directorio delegado o comité ejecutivo y el órgano máximo de la sociedad. Los
“Diecisiete Señores” eran accionistas principales que se ocupaban únicamente de la política general de
la compañía, nombraban a los funcionarios superiores -quienes gerenciaban realmente la sociedad-,
organizaban las flotas y establecían los precios de ventas de las mercaderías importadas, o fijaban los
dividendos que se abonarían a los accionistas.
La introducción de la figura de la asamblea es moderna, aunque se la comienza a mencionar en
algunos estatutos de compañías de Inglaterra y Francia. Pero la modesta participación que esos
primeros estatutos conferían a los accionistas107 no incluía facultades para designar a los
administradores, que eran elegidos por el monarca o por los Estados Generales, facultad que luego
pasó a manos de los accionistas mayoritarios. Es decir que se trata de una figura nominal, respecto de
la cual, aún en el siglo XVIII no se había regulado ni se había generalizado su uso.
La ideología decimonónica desarrolló la idea del carácter “democrático” de la sociedad anónima,
procurando establecer un cierto paralelismo entre la democracia política y la democracia económica y
propulsó la idea de la asamblea moderna, como órgano supremo de la sociedad. La aparición de la
asamblea coincide temporalmente con la declinación del poder que detentaban los primeros
administradores de las sociedades, al desplazarse parte del mismo hacia los accionistas. Esta
concepción ideológica fue receptada por el code de commerce que no obstante que aún ignoraba la
asamblea108 estableció el principio de que el poder residía en los socios, pues los administradores eran
sólo “mandatarios” (art. 31), es decir, sujetos a las instrucciones de los accionistas. En base a tal
principio, durante el siglo XIX se creó la institución de la asamblea general, organismo insoslayable
de toda sociedad anónima, en el cual participaban todos los socios, y que tuvo recepción legislativa en
el código de comercio italiano de 1865109.

105
La dirección de las Cámaras se caracterizaba por una fuerte vinculación con los organismos públicos, pues si bien
los primeros cargos de directores fueron ocupados por quienes se desempeñaban para las sociedades fusionadas, las
ulteriores vacantes, de acuerdo con las normas de la concesión (Art. 26) debían cubrirse por las autoridades de las
provincias. En el caso de Holanda, la norma fue modificada a fin de que la facultad de la provincia fuera transferida a la
ciudad de Ámsterdam. Esto significó una fuerte relación con las autoridades políticas, a tal punto que, en la práctica, los
burgomaestres de las ciudades se convirtieron automáticamente en directores. (Hecksher, op. cit. p. 344).
106
En el caso de la Compañía Occidental eran los “Diecinueve Señores”, el órgano máximo de la compañía y que
rotaba la sede por las diferentes cámaras.
107
El art. 13 del Edicto de Luis XIV para la Compañía oriental, establecía que “ninguno de los interesados en la
Compañía podrá tener voto deliberante en las elecciones a directores de la misma, si no tiene por los menos 6.000 libras: ni
podrá ser elegido como director general si no tiene al menos 20.000 libras, ni tampoco para director de las provincias sin
10.000 libras de interés en la Compañía.” De modo equivalente, el art. 4 del Edicto correspondiente a la Compañía
Occidental establecía que “aquellos que confieran de 10 a 20.000 libras a la compañía, sean Franceses o extranjeros,
podrán asistir a las asambleas generales y tener voto deliberativo en ellas. Aquellos que confieran 20.000 libras, o más,
podrán ser elegidos directores generales.” (Galgano, Historia…cit, pp. 145-146 y nota 11) Los arts. 18 y 9 de los estatutos
constitutivos (respectivamente de la compañía oriental y occidental) preveían la realización de una asamblea anual para
deliberar sobre los asuntos más importantes de la compañía, a la cual podían asistir quienes “tuvieran voto deliberativo”, es
decir, los que tuvieran los capitales mínimos antes consignados. Más allá del carácter oligárquico que trasuntan estas
normas, las decisiones muchas veces eran adoptadas por el poder central, dado el carácter cuasi público de estas
compañías.
108
Se limitó a decir (artículo 31) que la sociedad está administrada por mandatarios temporales, revocables, asociados
o no asociados, pagados o gratuitos.
109
Arts. 143 y ss., referidos a disposiciones comunes a la sociedad en comandita por acciones y a la anónima, donde
se habla de asambleas generales de accionistas reguladas por el estatuto social Brunetti, A.Tratado... II, p. 361, con cita de
Lehmann. V. asimismo nota 6, donde con cita de Soprano, Vicchi y Vivante, refiere que “... En la segunda mitad del siglo
26
Las legislaciones decimonónicas introdujeron reglas que debían coadyuvar a la consecución del
principio democrático, según el cual el poder societario recae en la asamblea o junta general. Se
basaron en el principio de la soberanía de la asamblea de socios, de la cual emana el poder de la
sociedad, revistiendo, en cambio, un rol secundario o subalterno la administración, integrada por
mandatarios designados por la asamblea, que contaba con facultades para impartir las instrucciones
que deberían seguir los administradores110.
La regla de la soberanía de la asamblea fue vista como un principio democrático favorecedor de
las minorías al posibilitar la actuación de las mismas en las reuniones, pedir la convocatoria a las
mismas, y opinar y pedir cuentas de la gestión social. El esquema teórico presuponía asambleas
numerosas, integradas por un importante número de accionistas, ninguno de los cuales tenía
participación decisiva.111 A partir de allí cobrarían forma diversas normas protectivas de los
acreedores, (como aquellas tendientes a la publicidad societaria, la integridad del capital, la
responsabilidad de los administradores) y de los accionistas, como las que permiten impugnar las
decisiones de las asambleas, y otras que tienden a la atenuación del poder decisorio de los socios
controlantes.
Esta tendencia, que jerarquizaba el rol de la asamblea, comenzó a declinar y aún se revirtió
promediando el siglo XIX, no bien se hizo notorio el poder de los accionistas controlantes, y el de
quienes aún no siendo mayoría podían acceder a una situación equivalente por consecuencia del
absentismo de las asambleas y el consiguiente incremento de la influencia de minorías organizadas.
No fueron pocos los autores que apoyaron la nueva tendencia, señalando la imposibilidad de
extrapolar principios propios del derecho político al ámbito societario. P. ej, Solá Cañizares, que, en
ocasión de criticar la noción contractualista, recordaba a Ripert112 (para coincidir con su opinión)
cuando éste sostenía que la democracia accionaria es la “gran ilusión de los accionistas”, “ilusión” que
contrastaba con el absentismo accionario, agregando lo siguiente: “suponiendo que los accionistas se
decidieran a acudir a las asambleas, entonces el fracaso sería aún mayor porque los acuerdos que se
adoptarían nada tendrían que ver con el interés de la sociedad. Las masas de accionistas ignorantes de
los problemas técnicos y financieros que se plantean en las grandes empresas no está capacitadas para
darles solución”113.

XVII se acentúa en Francia la influencia de los socios en la administración del patrimonio social y sólo en las compañías
francesas se llega a una separación de órganos y de funciones entre asamblea y administradores. El nombramiento de
éstos, la aprobación de las cuentas, el reparto de los beneficios se convierten en facultades de los socios reunidos en
asamblea. El consejo de administración se convierte en un órgano dependiente de la asamblea. Más tarde, en las
compañías inglesas se afirman también los derechos de las minorías, concediéndose a éstas en ciertos casos, el derecho a
pedir la convocatoria a asamblea...”
110
“En cambio, el consejo de administración de una sociedad anónima deriva sus poderes de la asamblea, que es
dueña de su reelección y de su revocación, y que puede, sin modificar el estatuto, restringir o suspender, con sus
deliberaciones, el ejercicio de sus poderes, por ejemplo, votando en contra de la conclusión de un negocio.” (Vivante, C.
Tratatto di diritto comerciale, II, Milano, 4ª ed. 1912, n° 551, p. 377).
111
“Las mayorías en las asambleas debían ser “hijas de la casualidad”, pues debían constituir el resultado,
imprevisible, de la dialéctica de la asamblea, fruto de la labor y de convencimiento ejercida recíprocamente por los
socios.” (Galgano, F. Derecho Comercial… cit., p. 58).
112
Ripert decía lo siguiente: “Los administradores y los comisarios han sido considerados por el Código de comercio
francés y la ley de 1867 como los mandatarios de los accionistas, revocables ad nutum por aquellos que los han nombrado.
No hay que dejarse engañar por la palabra mandato. Si se la emplea es en el sentido que le da el derecho público. Éste
conoce la idea, porque ha sido constituido sobre nociones de derecho privado, pero estamos hoy lejos de las ideas de la
Revolución francesa, acerca del carácter imperativo o revocable del mandato dado a los elegidos por los electores.
Admitimos que designados por un colegio electoral, los elegidos representan no a aquellos que los han nombrado sino a la
nación entera.... La concepción contractual ha impuesto el régimen democrático y la expresión contrato social es, en este
caso, de una exactitud absoluta. La agrupación se crea por el contrato. Los contratantes conservan la soberanía pero la
delegan, Jurídicamente son los dueños absolutos de la sociedad. Los accionistas saben que su poder es más teórico que
efectivo, pero se sienten adulados de ver su derecho reconocido. La democracia embriaga de ilusiones a los electores.”
(Ripert, G. Aspectos jurídicos del capitalismo…, cit. p. 97).
113
Solá Cañizares, F. Tratado de las sociedades por acciones... cit., t. III, pp. 25-26). Con palabras casi idénticas se
expresa Brunetti (Tratado... t. II, p. 360): “Se acostumbra a decir que la asamblea general, como órgano insustituible de
manifestación de la voluntad social, formado por la reunión de todos los accionistas, es expresión de una perfecta
democracia. Pero ésta es una ilusión de los doctrinarios … El gobierno de la sociedad está en manos de los
administradores...”.
27
La nueva ideología se exteriorizaría en la disminución del poder de la asamblea que, en forma
paulatina, se desplazará hacia el directorio y como consecuencia de aquello que Mengoni ha
denominado la “burocratización del poder económico”: el poder ha dejado de constituir prerrogativa
de la propiedad de la riqueza para serlo de un oficio: el de la dirección empresarial: los
administradores han pasado a constituir una clase social diferenciada de aquella que integran los
propietarios de la riqueza114.
Este desplazamiento de competencias se alimenta de ideas como las de la doctrina de la “empresa
en sí” desarrollada en Alemania, en correspondencia con la corporate philosophy en los EEUU y las
teorías institucionalistas en Italia y otros países europeos. Todas ellas sostienen la idea de un interés
de la sociedad, superior y antagónico al egoísta interés individual de los socios. Consecuencia de ello
es que la explotación de la empresa debe distanciarse de los socios, confiándose a un órgano
administrador independiente, a quienes se les confiere el poder de la empresa. Los administradores no
son socios, ni mandatarios de los mismos ni de la asamblea, sino funcionarios que actúan en virtud de
una competencia propia y con plena autonomía, conforme lo enseña la teoría orgánica.
El abandono del modelo democrático decimonónico se exteriorizó en algunas legislaciones
durante el siglo XX: resulta de codificaciones como la ley de sociedades anónimas alemana de 1937,
la legislación francesa de 1940 (durante la ocupación nazi) y luego en el código civil italiano de 1942,
en el cual la asamblea carece de una competencia general, ya que sólo puede decidir validamente
sobre las materias que han sido expresamente atribuídas a su competencia (cf. art. 2364, nro. 4), o los
que han sido sometidos a su consideración por los administradores: la asamblea queda, de tal modo,
con una competencia especial, correspondiendo la competencia general al directorio. En el mismo
sentido, la ley alemana de 1965, que estableció que “la dirección de la sociedad corresponde al
consejo de administración”. “El punto extremo de esta tendencia se encuentra en la ley holandesa de
1971: “el “Raad van Commisarissen” no es ya elegido por la asamblea de accionistas, sino que se
auto-elige cada cuatro años, a propuesta no vinculante de la junta general de accionistas y del consejo
de empresa, elegido por los trabajadores”115.

Otras consecuencias del tránsito de la sociedad-contrato a la sociedad-corporación: 1. La


posibilidad de resolución parcial del contrato. 2. La posibilidad de modificarlo contra la voluntad de
algunos de los socios. 3. La insuficiencia de las nociones de resolución o rescisión del contrato para
regular la extinción de la sociedad.
Históricamente, la extinción del vínculo que unía a alguno de los socios con la sociedad llevaba a
su finalización, ya que no era concebible la continuación del contrato con otras partes diferentes: no se
pensaba en la perdurabilidad de la empresa, sino en el vínculo cum panis de los socios116. No obstante,

114
Estas cuestiones son desarrolladas por Galgano (Las instituciones… cit., pp. 125-126. Asimismo Derecho
Comercial, II, p. 334/338) pero advirtiendo que la contraposición de los administradores a los accionistas es falsa: “se
deben, más bien contraponer, por un lado, aquellos accionistas que componen un grupo de control de la sociedad –y que
son muy a menudo, una minoría restringida no sólo numérica, sino también de capital-, y por otro, la masa innumerable de
los accionistas extraños al grupo de control … Los administradores, si no reciben ya más directrices de la junta general,
obedecen siempre a las directrices del grupo de mando, al cual deben su elección y la determinación de su retribución, y
por el cual podrían no ser reelegidos al vencimiento de su mandato. El hecho de que la junta general no pueda ya, como en
el pasado, dar órdenes a los administradores, produce únicamente respecto del pasado esta diferencia: el grupo de mando
da hoy órdenes a los administradores fuera de la junta general y, por tanto, fuera de todo control de la minoría. No se las da
oficialmente, sino secretamente, o si se prefiere, “confidencialmente”… El abandono del principio de la soberanía de la
junta general… ha conferido mayor poder al capital de mando de la sociedad: se ha sustraído a la junta general la
competencia para adoptar acuerdos sobre la gestión de la empresa social, y ha sido reservada al órgano de administración;
se ha evitado, con esto, que se pudiese discutir en la junta general la gestión de la empresa social, en presencia de las
minorías. Estas han sido excluidas de la dirección de la empresa…”.
115
Galgano, F. Las instituciones…cit., p. 120, nota 6, con cita del párrafo 76 de la aktiengesetz de 1965 y p 121.
116
La muerte de uno de los asociados, rompía el vínculo de fraternitas, ya que la sociedad era contraída intuitu
personae. No se admitía la continuación de pleno derecho “aunque muchos socios sobrevivan, a menos que en el contrato
no se convenga en lo contrario” (Institutas. 3, XXV, 5) lo que –en caso de haber sido convenido- significaba la
constitución de una nueva sociedad. Tampoco se admitía la continuación con los herederos, porque todavía no eran
conocidos y no podían ligarse de antemano con personas inciertas (L. 65 par. 9, D., eod). Estos principios no regían en las
sociedades vectigalium, donde, como principio, a la muerte de un socio la sociedad continuaba con los supervivientes y los
28
este principio fue atenuándose, como lo demuestra el hecho de que en la época de Justiniano se
admitió la posibilidad de incorporar un pacto de continuación con los herederos (Dig. 17,2, 65, 9)
apareciendo sociedades con una duración de más de un siglo117.
Esta posibilidad fue desarrollada en el medioevo118 mediante las cláusulas de continuación con los
herederos, o con los socios supérstites que amortizaban a los herederos del socio premuerto, y que
luego sería incorporada al Código Civil Francés.
La exclusión del socio indigno, insolvente o incapaz llevaba también, naturalmente, a la
conclusión de la sociedad119, hasta que este principio fue modificado en el Código de Prusia de 1794,
que estableció que dichas causales (que anteriormente hubieran llevado a la liquidación de la
sociedad) sólo habrían de producir la resolución parcial, permitiendo la continuación de la sociedad
con los restantes socios. Esta solución fue tomada por el cód. español de 1829, -que se apartó así del
sistema francés- siguiendo el principio germánico (también adoptado por Vélez y Acevedo para la
codificación argentina).
El código Civil francés, aunque admitió la validez del pacto de continuación, dispuso como regla
que la muerte de un socio producía la disolución de la sociedad (art. 1685, inc. 5º), que igualmente
operaba en caso de incumplimiento de un socio, no existiendo previsión que permitiera excluirlo con
subsistencia de la sociedad (art. 1871). Esta posibilidad recién fue admitida por la ley del 24 de julio
de 1867, que legitimó la exclusión, si estaba convenido en el contrato social (art. 52)120.
La incorporación de la posibilidad de rescindir parcialmente el contrato, eliminando o
sustituyendo a alguno de los contratantes, llevó a concebir otro destacado efecto: la posibilidad de
modificar el contrato contra la voluntad de alguno de los contratantes.
Frente al principio de inalterabilidad del estatuto, durante el siglo XIX comenzó a elaborarse la
idea de que era posible modificar el mismo por decisión mayoritaria. El código de comercio alemán
de 1861 y la ley francesa de sociedades anónimas de 1867, admitieron tal posibilidad en caso de haber
sido prevista de modo expreso en los estatutos121.
En forma paralela, la doctrina francesa venía elaborando la teoría de los “derechos individuales de
los accionistas”122, según la cual existen en el estatuto elementos que constituyen las “bases esenciales
de la sociedad” que no podrían modificarse contra la voluntad de un accionista.123 La solución fue
lograda por el código de comercio italiano de 1882124, que al permitir la modificación del estatuto por

herederos del difunto, siempre que éstos continúen con el ius in agro vectigali, por haberle tocado dicha porción
hereditaria, y salvo que la personalidad del causante hubiera sido la causa determinante de la sociedad (Pomponio, L. 59,
pr. D., eod).
117
No obstante, los romanos conocían la técnica de la integración de nuevos miembros, en reemplazo de los miembros
originarios, como medio de evitar la desaparición de corporaciones tales como los collegia, agrupaciones con fines de
culto, y las sodalitates, grupos que se reunían en banquetes comunes (Arangio Ruiz, Vincenzo. Instituciones de Derecho
Romano, Buenos Aires. Editorial Depalma, 1952, pp. 81-82)
118
Vivante, t. II, n. 724, p. 480, cit. por Cámara, Héctor. Disolución y liquidación de sociedades mercantiles, Buenos
Aires, TEA, 1959, p. 23, señala que ello era común en los siglos XIV y XV.
119
En Roma llevaban a la disolución los acontecimientos que despojan a un asociado de su patrimonio y equivalen a
su muerte: la máxima o la media capitis deminutio, la confiscación (si es por el total de los bienes) y la bonorum venditio,
consecuencia de la insolvencia (I., par 7 y 8 ht.).
120
Cámara, Héctor, op. cit., p. 24.
121
Velazco Alonso, La Separación del accionista, p. 49, nro. 14, Madrid, 1976, (cit. por Otaegui, Julio.
Consideraciones sobre el derecho de receso. En Revista del Derecho Comercial y de las Obligaciones, 1981, p. 77).
122
Iniciada por Thaller en un comentario a una sentencia de la Corte de Casación del 30/5/1892, (cf. Dasso, Ariel. El
derecho de receso o separación del accionista, Buenos Aires, Ed. La Ley, 1981, p. 9).
123
Más allá de la dificultad en precisar el concepto de “bases esenciales” del contrato (ver al respecto la
documentada exposición de Dasso, Ariel, El derecho de separación o receso del accionista, Buenos Aires, La Ley, 1981
pp. 9 y ss.) aún era admitido que el estatuto pudiera, con una cláusula prohibitiva excluir la modificación acordada por la
mayoría.
124
La solución del código italiano de 1882 fue reproducida en Argentina por el proyecto de Segovia, y luego por el
Art. 354 del código de comercio, reformado en 1889, que estableció el derecho a los socios disidentes que se hallaran
presentes, a condición de su ejercicio dentro de las 24 hs., y a los ausentes, para su ejercicio dentro del mes de publicada la
resolución respectiva.

29
la asamblea, aún sin previsión estatutaria, balanceó esa posibilidad incorporando el receso, limitado a
pocos casos de importancia: la prórroga de la sociedad no prevista, el aumento o reconstitución del
capital y el cambio de objeto.
El derecho de receso nació así, como compensación otorgada a los accionistas por el legislador
frente a la derogación del principio de la unanimidad.
Admitida que fue la resolución parcial del contrato (por muerte, incapacidad, indignidad u otros
motivos), el instituto buscó ubicación metodológica. Y se lo reguló junto a la “resolución total” o a la
“disolución”, es decir, el mecanismo resolutorio o rescisorio de la sociedad, v.gr, en el Cap. IX –hoy
derogado- del Código de Comercio argentino125. Es bien evidente que para definir la situación en la
cual se encuentra la sociedad al fin de sus días, se acudió al instituto de la resolución contractual.
Pero esta noción apareció –desde principios del siglo XX- como insuficiente para explicar la
situación –cuya naturaleza se explicó de distintas maneras- en que se hallaba la persona jurídica antes
de exhalar el último suspiro (tomando la poética expresión de Gower). Porque la resolución o
rescisión produce la finalización del contrato, pero la disolución afecta la estructura corporativa de la
sociedad y lleva a su liquidación.
Las dificultades que ha tenido la elaboración del concepto,126 giran en torno a la yuxtaposición de
la sociedad-contrato y la sociedad-corporación. 127/128
Contrato, corporación y sociedad anónima como síntesis fallida de la noción societaria.
En el Código francés se tomaron los conceptos de “acción” y de “responsabilidad limitada”, a los
cuales se agregaron: a) el principio de libertad de constitución (que implicó el abandono del régimen
del octroi anteriormente empleado para constituir compañías), y b) la organización “democrática” de
la compañía, basado en el principio mayoritario de gobierno, creándose un nuevo tipo social que
intentaba sintetizar la sociedad-contrato con las experiencias corporativas de Inglaterra y del
continente. Para esa nueva figura se adoptó definitivamente el mote de “anónima”, indicándose, en los

125
El citado capítulo (titulado “De la disolución de la sociedad”) comenzaba señalando (art. 419) que “el contrato de
sociedad puede rescindirse parcialmente...” Comentando esta norma Zavala Rodríguez señalaba que “la disolución de la
sociedad puede ser parcial o total” y que “la verdadera designación es rescisión parcial del contrato y no de sociedad,
porque no se concibe una resolución parcial del ente...” En cambio, “la disolución... representa el término o fin de la
sociedad”. C.J. Zavala Rodríguez: “Código de Comercio comentado”, Ed. De Palma, Bs. As, t. 1, 1964, 1º reimpr., pgs.
533/535. La vacilación terminológica se aprecia, comparando esa opinión con la que expuso Varangot, que criticaba el
sistema de la ley observando que se aludía a rescisión parcial “sin explicar cuál es la rescisión total, y si ésta equivale a la
disolución o a la disolución total” (Varangot, “Derecho Comercial”, t. III, p. 333, cit. por Cámara: “Disolución y
liquidación de sociedades mercantiles”, Ed. Tea, Bs.As., 1959, p. 41). Nuestro legislador había seguido al codificador
español de 1829, que ubicó al instituto de la rescisión parcial dentro del “término y liquidación de las sociedades
mercantiles”. A lo que debe agregarse que la ley española de 1953, todavía continuaba refiriéndose en su art. 31 a
“disolución parcial”. (Cámara, ibid, p. 42 y nota 2.). Esa ubicación se mantuvo en nuestra ley 19.550 quizá por tradición, o
porque, como dice Colombres, la resolución parcial se asemeja más al instituto de la extinción societaria que a cualquiera
otro. (Gervasio Colombres, Curso de derecho societario, Bs.As. Abeledo Perrot, 1972, p. 203).
126
Suárez, Sergio P. ¿Qué es la disolución?, en “Cuestiones de Derecho Empresario Moderno – Homenaje al profesor
Consulto Victor Zamenfeld,”, Buenos Aires, Errepar, 2005, pp. 457 y ss.
127
“Si la sociedad fuese solo una situación contractual entre los socios, su extinción sería cosa sencilla: los
contratantes arreglarían privadamente sus cuentas, recobrarían sus aportaciones y se repartirían los fondos sobrantes. Pero
la sociedad es más que un contrato: es una colectividad que actúa en el tráfico bajo la forma de una persona jurídica que se
relaciona contractualmente con quienes no son socios (terceros), creando una trama de vínculos jurídicos que no puede
cortarse de golpe en el instante de la disolución del contrato social. Por eso, la disolución no es de un contrato -el de
sociedad- sino de muchos contratos -los de la sociedad-. Y la garantía de los que contrataron con ella exige que la
liquidación de sus contratos proceda a la disolución del contrato de sociedad. Con razón se afirma, pues, que la disolución
no es un fenómeno simple, sino complejo...” (Joaquín Garrigues: Curso de Derecho Mercantil, Ed. Temis, Bogotá, 1987,
reimpresión de la 7ª edición, tomo II, p. 274).
128
Jorge O. Zunino: Sociedades comerciales: disolución y liquidación. Ed. Astrea. Bs. As. 1987, t. 2, p. 226) señala
que “Desde nuestra perspectiva, pues, es claro que el negocio constitutivo de sociedad (contrato, aunque plurilateral y de
organización) puede ser resuelto, rescindido o anulado, pero no “disuelto”. Asimismo, la organización (empresa)
originada en él, no puede ser anulada, rescindida o resuelta; sólo puede ser disuelta y liquidada patrimonialmente. Por
ello, cuando hablamos de “causales de disolución”, la referencia es la empresa u organización…”
30
trabajos preparatorios, que “el verdadero distintivo carácter de la sociedad anónima y del que se deriva
su denominación, es el que le señala el artículo 29, de no llevar el nombre de ningún socio y de no
existir bajo una razón social”129.
La aparición de la sociedad anónima como contrato, sintetizó lo que era una clara bifurcación en
la regulación y la evolución de la sociedad por acciones moderna según los criterios adoptados en los
derechos angloamericano y europeo continental, ya que en el primero la company había nacido alejada
de toda idea de contrato de sociedad como continuación lógica de la idea de corporación adaptada
para servir a las formas jurídicas modernas de las empresas. En cambio, en el derecho francés, la
sociedad anónima no era derivación de las antiguas compañías, sino que surgió vinculada a la noción
del contrato de sociedades, como consecuencia de esa combinación que el legislador francés realizó
de diversas reglas y principios surgidos en diferentes épocas.
Pero el resultado no ha sido totalmente satisfactorio, pues la figura creada no logró consolidarse
definitivamente, como lo demuestra la coexistencia –por debajo del ropaje de la anónima- de dos
subtipos sociales claramente diferenciados en los hechos, aunque no en la voluntad del legislador: la
pequeña sociedad anónima cerrada y la gran sociedad anónima130.
La tensión de la figura no es sino la consecuencia de la diversidad de antecedentes que la
conforman. La sociedad anónima cerrada sucedió a la comunidad medioeval, y es, básicamente, una
sociedad-contrato. La gran sociedad anónima se origina en la company, y genéticamente es una
corporation. Esto explica algunas aparentes inconsecuencias, como las que destaca Solá Cañizares:
“La sociedad por acciones angloamericana se desenvuelve libremente sin tener que someterse a
concepciones que, como las contractuales, no le convienen y no se considera que sea absurda una
intervención del Estado en la company o la corporation, que al fin y al cabo son la evolución natural
de la corporation formada por acto de la Corona o del Parlamento. Por el contrario, en el derecho
continental la sociedad anónima se desenvuelve aprisionada por la desafortunada idea del legislador
francés de considerarla un contrato de sociedad y por lo tanto se juzga que toda intervención del
Estado es un atentado a la autonomía de la voluntad de los contratantes y por otra parte se hace cada
vez más difícil explicar jurídicamente la sociedad anónima continental a base de nociones
contractuales a medida que los hechos evolucionan y con ellas también las legislaciones. Este origen
distinto de concepción que separa el derecho inglés del derecho continental, explica lo que pueden
parecer contrasentidos e incluso absurdos y no son más que consecuencias lógicas de las concepciones
distintas al surgir la sociedad por acciones moderna. Parece extraño que en países “campeones” de la
democracia y de la libertad se admitan realmente intervenciones del Estado en la sociedad por
acciones y que no se admita en países de la Europa continental incluso cuando están regidos por un
régimen autoritario; en la Alemania nacionalsocialista, ni en la Italia fascista se produjo la
intervención administrativa de la sociedad por acciones que existe en Inglaterra y Estados Unidos. En
la España actual con régimen autoritario, en la ley de 1951 –promulgada durante este régimen- la
reglamentación de la sociedad anónima es más liberal y democrática y más alejada de toda
intervención estatal que en Inglaterra y Estados Unidos...”131.
La técnica contractual se ha revelado ineficaz para regular la gran sociedad anónima, y sólo el
prejuicio de la doctrina justifica la insistencia en ver a esta forma de sociedad bajo el prisma
contractual: la existencia de accionistas que tienen la actitud de un prestamista, que desconocen la
gestión o la actividad de la empresa y sólo tienen interés en conocer los dividendos o el interés fijo
que las sociedad les abonará, el abandono de los principios del mandato y su reemplazo por la doctrina
orgánica para regular la actividad de los administradores, la cuestión del absentismo de los
accionistas, el desarrollo de la noción del interés social y de los principios institucionalistas,

129
Locré: Espíritu del cod. de comercio: Pardessus, Cod. de derecho mercantil, cit. por Brunetti, II, p. 17.
130
Este tema ha sido magníficamente desarrollado por F. De Solá Cañizares, Soc. por acciones en el derecho
comparado, vol, III, cap. LVII “Evolución de la sociedad por acciones”, pp. 9-28.
131
F. De Solá Cañizares, ibid. vol, III, p. 14. El autor se estaba refiriendo –en relación con el ejemplo español- al
régimen franquista vigente al momento de publicar su obra.

31
constituyen algunos de los múltiples ejemplos que demuestran la insuficiencia de la disciplina
contractual para la forma corporativa, lo que lleva a pensar que la técnica societaria no ha terminado
de construir su camino.
Esta insuficiencia nos lleva nuevamente al comienzo de este trabajo: el concepto de sociedad no es
unívoco, y su diversidad es fácilmente perceptible desde una mirada histórica. Se llamó “sociedad” a
diversas formas originadas en otros tantos momentos, como dice Le Pera, “de acuerdo con el supuesto
que así como a todo nombre debe corresponder una cosa, a un mismo nombre deben corresponder
cosas iguales132”, cuando ellas no tienen la misma naturaleza, la que no puede ser explicada por
iguales principios. Para su comprensión se requiere de una mayor investigación integral del fenómeno
societario, que abarque su evolución en las distintas comunidades y épocas de la historia.

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