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Aquel bautizado que ha podido llegar a esta vida “cristiforme”, ama y vive
como Cristo amó y vivió. Transformado e identificado con Cristo, se convierte
en otro Cristo porque lo transparenta. La transformación en Cristo, obra del
Espíritu Santo, nos hace pensar y obrar como el mismo Dios, llegando a ser en
este mundo presencia viva de Cristo. 3
1
Ver Gal 2, 20.
2
Ver LG, nn. 40, 42 y 50.
3
Alfonso López, Las causas de canonización. Comentarios a la instrucción Sanctorum Mater.
Valencia, Facultad de Teología San Vicente Ferrer, 2014, pp. 40s.
21
Ernesto Rojas Ingunza
4
Ver Mt 5, 13-19, y Lc 11, 33.
5
Ver Pierre Jounel, “Santos, culto de los”, en Domenico Sartore y Achille Triacca (dirs.), Nuevo
diccionario de Liturgia. Madrid, Ediciones Paulinas, 1987, pp. 1873ss.
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Santa Rosa de Lima: santidad y devoción
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Ernesto Rojas Ingunza
6
Ver Stephen M. Hart, Santa Rosa de Lima (1568-1617). La evolución de una santa. Lima, Cátedra
Vallejo, 2017, p. 296.
7
Ver Rafael Sánchez-Concha, Santos y santidad en el Perú virreinal. Lima, Vida y Espiritualidad,
2003, pp. 41ss.
8
Ver André Vauchez, La espiritualidad del Occidente medieval (siglos VIII-XII). Madrid,
Cátedra, 1985, pp. 51ss.
9
En la teología sacramentaria, la radicalidad de la consagración bautismal y su carácter
totalizante constituye uno de los puntos más antiguos y potentes de la reflexión eclesial. Para
una perspectiva breve y muy lograda puede consultarse el Catecismo de la Iglesia Católica, en
los nn. 1262ss.
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Santa Rosa de Lima: santidad y devoción
De modo que, dejando atrás esta idea, pero siempre en la estela de la mística
sienense, vivió su pertenencia a Cristo en casa de sus padres, desarrollando allí
tres grandes actividades: la vida eremítica (de aislamiento de tipo monástico), en
la celdita de adobe que tenía en el jardín; el trabajo manual para sostener su hogar,
y, después, la atención en su casa y con sus manos, a enfermos y abandonados.
Tuvo una fidelidad heroica a su vocación personal –es decir, a lo que Dios le
pedía– patente en el conflicto constante con su madre, por su inadecuación para
la vida en familia y en sociedad según lo que se esperaba entonces de una joven
de su edad y condición.
Sostuvo su camino personal según el modo de vida de terciaria dominica
(como lo había sido Santa Catalina de Siena), y se incorporó “moralmente” a la
Orden a los 20 años en una admisión informal ante un padre dominico, por la
imposibilidad de ser recibida jurídicamente. Incluso al momento de morir no
se contaba aún con el permiso para usar el hábito de terciaria, por lo que su
confesor, el padre Lorenzana, para consolarla, le ponía encima el escapulario
del hábito como señal de pertenencia a la Orden.10
Cuando por las dificultades para vivir su camino ya no pudo seguir en
su casa familiar, en 1612 se mudó a casa de una familia amiga donde pasó sus
últimos cinco años en la tierra. Sin embargo, ello no significó un repliegue en
la propia subjetividad desde la unicidad de su experiencia. Como signo de
santidad auténtica, Santa Rosa de Lima vivió su camino-experiencia espiritual
realmente insertada en la Iglesia. Siempre buscó confesores y consejeros que la
entendieran, nunca quiso andar sola. Se mantuvo firme en lo que conocía por
experiencia, pero sin ensoberbecerse, no fue una “alumbrada”.
10
Ver Hart, pp. 199s., y n. 31. En esta nota, Hart explica el punto citando a Ramón Mujica, a
quien recurre varias veces. Ver Ramón Mujica Pinilla, Rosa limensis: mística, política e iconografía
en torno a la patrona de América. México, Fondo de Cultura Económica, 2005.
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Ernesto Rojas Ingunza
Así, por ejemplo, su beatificación fue celebrada del modo más solemne
y festivo en Lima, en México, en Madrid, en Roma. Y la corona instruyó a los
virreyes del Perú y de Nueva España que promovieran su culto.
Al año siguiente fue declarada patrona de Lima y del Perú, y un año más tarde
se extendía su patronato al Nuevo Mundo y a las Filipinas. Y dos años después fue
canonizada junto a otras grandes figuras de santidad de la época, dos italianas:
San Cayetano de Thiene y San Felipe Benicio, y dos españolas: San Francisco de
Borja y San Luis Beltrán. Y la tercera «española», fue Santa Rosa de Lima.
Como testimonio de su fama y valoración universal, a fines del siglo XVII
ya se habían escrito un centenar de biografías suyas en lenguas como el latín,
italiano, francés, inglés, alemán, holandés, polaco.
Pero, además, y este es el segundo punto que quisiera destacar aquí, su
devoción ayudó a la generación o fortalecimiento de distintas identidades que
la asumieron como representativa y la promovieron: el criollismo americano (no
solo el peruano), el mundo indígena, y, más tarde, la misma república. Como si
Santa Rosa encarnara el mérito, el valor de lo hispanoamericano, de lo peruano.
Han pasado 400 años desde su muerte, y la devoción actual sigue siendo
fuerte. Su casa en Lima y la que se cree habitó unos pocos años en el pueblo de
Quives, son lugares vivos de peregrinación. También la casa donde murió (luego
Monasterio de Santa Rosa de las Monjas), y la iglesia que frecuentó, la iglesia del
convento de Santo Domingo, donde fue su funeral y donde quiso ser enterrada
(y se hallan sus reliquias principales).
Distintas instituciones del Perú la tienen por patrona o llevan su nombre:
la Policía Nacional, las enfermeras, la Universidad de San Marcos, la Pontificia
Universidad Católica del Perú; muchísimas parroquias, colegios, y también
pueblos y localidades a lo largo del mundo, en casi todos los continentes.
Aunque conocida en muchos países, en Méjico e Italia existe una antigua
devoción a Santa Rosa, iniciada en la época de su beatificación. Y en otros,
como Estados Unidos, es reciente, impulsada posiblemente por la inmigración
latinoamericana.
Con el tiempo las investigaciones siempre podrán contribuir a una
comprensión cada vez más amplia o profunda sobre la materia. Y, como en
cualquier campo de conocimiento, es fundamental que, en los estudios históricos
sobre Santa Rosa o la religiosidad de su tiempo, lo metodológico corresponda lo
mejor posible a la índole peculiar del objeto estudiado. Los trabajos de Mujica
y Hart, referidos aquí, son precisamente un muy buen ejemplo de esto. Desde
la historia y la antropología, su abordaje revela un notable conocimiento de las
categorías y de la religiosidad del catolicismo de la época.
Pero a propósito de Santa Rosa de Lima, esta nota ha querido añadir
elementos de comprensión teológicos, como una contribución a entender la
importancia de procurar un encuadre que realmente sea lo más adecuado posible
a la naturaleza del fenómeno de la santidad cristiana en la historia.
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