En Un Rincon, Con Un Libro - Luis Alvarez Alvarez
En Un Rincon, Con Un Libro - Luis Alvarez Alvarez
En Un Rincon, Con Un Libro - Luis Alvarez Alvarez
ISBN: 978-959-263-190-8
[email protected]
www.cubaliteraria.cu
www.facebook.com/cubaliteraria
In omnibus requiem quaesivi,
et nusquam inveni
nisi in angulo cum libro.
Los textos que siguen, sin orden cronológico, son reflexiones de simple
lector más que ejercicio exegético. Han sido modos de hallar, a veces,
reposo; otras, consuelo. Quizás, alguna vez, búsqueda de la dicha pequeña,
indestructible, que es la lectura.
LUIS
ÁLVAREZ ÁLVAREZ
PRIMERA PARTE
CONVERSAR CON EL OTRO
Carlos Martí: rescatar el esplendor de la laguna
Frente a una antología, se leen tanto los textos incluidos, como su manera
singular de estructuración y, sobre todo, el modo en que el antólogo ha leído
para configurar un libro que también, en buena medida, es personalmente
suyo. Por eso cuando Lezama creó una antología de la poesía cubana, no
solo se encuentra en ella un recorrido mural por la producción lírica
nacional, sino también una manera de leer y de instituir el universo poético
de Cuba, que son específicos de Lezama, tan suyos como Paradiso. Por eso
toda antología cabal constituye no solo un nuevo libro, sino que nos permite
asomarnos a un colmo, un rebosamiento más allá de los bordes, pues la
antología se configura con todo lo que, de algún modo intangible, sobresale,
en un juego esencial entre el límite y el desborde.
Asociado, desde su título mismo, a una esencial imagen del amor, El libro
de enamorar evoca ante todo un matiz de reverberación interna: el diálogo
del ser, su fascinación profunda por los nexos impalpables que, potencia
suma del hombre en su más genérico sentido, pueden establecerse con el
universo. A veces nuestro tiempo aparece brutalmente desgajado de la
atracción profunda que Platón advirtiera en su modo deslumbrante de intuir
el principio mismo de lo erótico: necesidad de integración y
completamiento, angustia y sed que se proyecta no solo —ni tanto— hacia
un polo específico, sino hacia la aventura de repletar una oquedad
aniquiladora. De aquí que la alusión del título a la ingenua —o sabia tal vez
— costumbre folclórica en Galicia, donde los enamorados intercambian una
simple hierba como talismán de confluencia de amor.
En El libro de enamorar, los poemas asumen este rito; en calidad de tal, los
versos no son mero enunciado de una conmoción interior, son sobre todo
una entrega del sujeto lírico, ademán de conexión con el mundo. Es ese el
sentido de un poema que, por la vía de lo tangible, es ante todo captación de
una imagen no carnal ni palpable: la vibración misma de la patria en su
sentido de atmósfera, amniótica referencia a los orígenes que nutren al
sujeto lírico y, siempre, al poeta Carlos Martí.
La meditación (neo)barroca en Lezama
[…] Ors traza con justeza la línea de las filiaciones: Lorena, Turner,
los impresionistas. Igualmente quisiéramos nosotros encontrar pareja
continuidad de Garcilaso a Góngora, a Bécquer, a la actual mística de
sensualidad corporal whitmanesca, de escondida resolución
neoclásica, de flordelisadas ramas hiladas en Góngora y deshiladas en
25
el sueño y en los médanos.
[…] el orden del arte no es único e inmutable, sus sistemas pueden ser
irreversibles e indeterminados. Y no solo el orden del arte, como se ha
visto, sino todo el orden de la cultura. El universo cultural se nos
presenta fragmentario y originado por estructuras contradictorias que
conviven juntas perfectamente. Algunas siguen la ley del descarte de
la norma. Otras se producen por disipación; pero estas últimas son
actualmente cada vez más numerosas y distinguen, en el fondo, el
27
gusto de nuestra época.
Así Dios, dice el padre Garasse, citado por Pascal, concede aun a las
ranas la satisfacción de su propio canto. En el tipo hispánico es
frecuente este hablar y este eco que producen una complacencia
inalterable. Palabra y eco que pueden marchar paralelos a los
ligerísimos círculos del insecto, que pueden ser también un buen
pechazo de enfrentamiento a lo divino. Después de todo nadie se ha
atrevido con la antología de las conversaciones consigo mismo.
Pudieran ser deliciosas o terribles, pero serían casi siempre
31
idénticas.
Esta visión del personaje del Mundo como un monstruo es, desde luego,
una interpretación correcta en sí misma: el sensual desbordamiento del
barroco católico es una característica más que reconocida. Lezama se atiene
al texto calderoniano de El gran teatro del Mundo cuando señala que en esa
obra los roles se distribuyen de la manera siguiente: « […] yo el Autor, tú el
33
teatro, y el hombre el recitante». Pero toda la lectura directa de la pieza de
Calderón desemboca en una reflexión sobre su intenso sentido barroco, que
muestran al autor de Muerte de Narciso dueño de las sutilezas de uno de los
estilos más complejos —por una variedad que el ensayista no deja de
subrayar— de toda la historia de la cultura, de modo que puede indicar ya,
con plena claridad, su convicción acerca de la supervivencia —la polémica
eternidad— del estilo barroco, cuyo vínculo con la cultura cubana resulta
finamente señalado en el cierre joyante del ensayo:
Ese mismo mes de octubre, anota en su diario unas líneas sobre el problema
del artista contemporáneo en términos de una necesidad de luchar contra
una mentira primera. Es imposible inferir de esas breves palabras una
conclusión cabal, pero, sin duda, hay que advertir que en ese momento su
diario concuerda con determinadas ideas del ensayo «Conocimiento de
salvación»: se precisa la comprensión de la poesía como un modo especial
de conocimiento, está relacionado con el modo de concebir el tiempo y el
espacio, y, también, el propio acto de conocer. Está en ese momento por
completo inmerso en la lectura de Descartes, tanto que el 7 de noviembre
del 39 insiste en una sola acotación: «Por todo lo anterior debo de leer y
42
releer a Descartes».
La fascinación por este filósofo del siglo XVII parece estar asociada a su
atormentada comprensión de que es preciso alejarse de la poesía marcada
por el surrealismo: «Oigo una cancioncilla de un melodismo fácil, pero
nada repugnante. Se me ocurre este verso de un surrealismo elementalis
43
[sic] y muy recusable: en la siesta el gladiador amanece palmera». En esa
línea, días más tarde identifica determinadas resonancias cartesianas en la
poesía de Valéry, a quien, por lo demás, asocia directamente con otra voz
fundamental del barroco francés: Blaise Pascal, en la medida en que, según
44
advierte, para ambos el vacío es fundamental. No es un comentario
irrelevante que Lezama identifique al gran poeta del siglo XX con su
antecesor, filósofo del barroco francés. Omar Calabrese ha hecho notar, con
razón, la importancia de lo que Severo Sarduy hubiera llamado la retombée
—nueva aprehensión, innovador recobro de un elemento de la cultura— del
tema del vacío. Señala el semiólogo italiano:
Mientras que reemplazar la nada por el vacío, arroja no tan solo una
diferencia de delicadeza a favor de Valéry, sino hasta de piedad muy
cristiana.
Ahora bien, se trataba de una retombée del barroco, pero muy diferente a la
que ejercieron, como sello y arma de renovación, los poetas de la
generación del 27 que tanto impactaron en el ambiente literario cubano de
la década del treinta. Cintio Vitier lo advirtió de manera intuitiva y
categórica:
Uno de sus más brillantes y reveladores trabajos, «Julián del Casal» (1941)
contiene una de las claves de su consideración ensayística sobre el barroco.
Ante todo, se devela aquí su personalísima manera de entender la crítica
como confluencia de conocimiento, axiología y estética, voracidad que
enguye de manera minuciosa y selectiva:
[…] la crítica se puede trocar en creación, no en capricho, apegarse a
invisibles orígenes sin olvidar la corrección, sus ajustes. No se trata
de confundir, de rearmar de nuevo uno de aquellos imbroglios
finiseculares y volver a lo de la crítica creadora. Sino de acercarse al
hecho literario con la tradición de mirar fijamente la pared, las
manchas de la humedad, las hilachas de la madera, inmóvil, sentado;
que ya entraña la calentura y la pasión en ese absoluto fijarse en un
hecho, dejar caer el ojo, no como la ceniza que cae, sino deteniéndolo,
hasta que esa cacería inmóvil se justifica, empezando a hervir y a
61
dilatarse.
[…] Baudelaire podía soportar con una gran elegancia, el peso de una
gran tradición. Todo en él parecía desenvolverse dentro de esa
amalgama indefinible, en que lo cuantitativo es ya cualitativo,
momento estudiado por Descartes, y en que, según su frase, la ceniza
66
se convierte en cristal.
Su texto sobre Casal, por lo demás, vuelve a trazar una línea impalpable de
transmisión, algo a manera de eco desde el barroco a la modernidad, tanto
en su nítido trazado francés —Descartes-Racine-Baudelaire-Mallarmé-
69
Valéry — , como en la línea, más evanescente, que se traza de Garcilaso y
Góngora a Casal, cuya valoración esencial establece Lezama en términos de
secreto estremecer barroco: «[…] Casal viene a cumplir en nuestra
literatura lo entrevisto de los sentidos, que permiten ver la noche acurrucada
70
en una hoja y a esa misma hoja trocarse en oído o en concha marina».
Pero la valoración de Casal entraña una reverberación personal del crítico,
que en el cierre de su texto testimonia tanto su percepción del vacío de la
cultura cubana de su época, como la tensada avidez de transformarlo:
La recurrencia del tema del espejo así configurado por Lezama, lo vincula
con el movimiento de ideas y modos de creación que habrían de
desembocar en una transformación del pensamiento estético en las últimas
décadas del siglo XX. Simón Marchán Fiz me permite subrayar esta
trascendencia que advierto en la ensayística lezamiana, cuando afirma que:
Desde la primera mitad del siglo XX, desde ángulos y países diversos, se
empezaba a sentar las bases para focalizar al receptor —en una especie de
«regreso del lector»— en la perspectiva crítica y teórica de los estudios
sobre arte, dirección en la cual el pensamiento de Bajtín, de Iser o el New
74
Criticism tendrían un peso específico indudable.
A veces el tratado del verso en Góngora, recuerda los usos y leyes del
tratamiento de las aves cetreras. Cubre la testa de esas aves una
capirota que les fabrica a sus sentidos una falsa noche. Desprendidas
de sus capas nocturnas artificiosas, les queda aun el recuerdo de su
acomodamiento a la visión nocturna, para ver en la lejanía la
incitación de la grulla o la perdiz. Su relámpago de apoderamiento
surge de la noche, pero después, anegada en la luz, la incitación
desaparece en la voracidad de su blancura. Despréndese la
luminosidad del verso sobre una superficie o escudo, el llegar allí el
rayo de luz se refracta y chisporrotea, en esa momentánea
incandescencia cobrada por el objeto, se pesca aquel único sentido de
que hablábamos […] Como en el mito griego, para descender a las
profundidades había que hacerlo vestido de lana negra, y permanecer
dentro tres veces nueve días. Góngora intenta, por el contrario,
descender armado de su rayo, asustando a la humedad nocturna con el
86
relámpago de sus venablos de cetrerías.
Busca Góngora el único sentido por dura luz que mantenga, ¿pero es
la poesía sentido que se deshace o soplo que se extiende y ocupa, no
en el espacio del sentido, sino en el movimiento endurecido,
resistente, ente de lo temporal, con cuerpo para la ocupación de ese
89
soplo?
Por otra parte, José Ortega y Gasset, menos sospechoso de parcialidad con
el renacer gongorino, apuntaba de manera categórica:
Hay que destacar de modo especial uno de los tópicos más apasionantes de
«Sierpe de don Luis de Góngora». Me refiero a uno de los temas que
Lezama aboceta hacia el final de su ensayo: el de lo que me gustaría
denominar lectura cultural, es decir, la aspiración de una interpretación
integradora de Góngora, en términos no ya de lo literario estricto, sino de lo
epocal —en toda su inevitable fragmentación perceptivas— e, incluso,
como el propio Lezama evidencia, lo experiencial. En tal sentido, como
subrayaba en un texto de 1972, «En los últimos años […] el tema de las
culturas ha sido en extremo seductor, pero las culturas pueden desaparecer
100
sin destruir las imágenes que ellas evaporaron». A lo que añade casi
enseguida:
De modo que la lectura cultural, tal como la concibe Lezama, es vía para el
rescate de la imagen, no considerada en un estatismo inerme, sino sujeta a
transformaciones diversas, que incluyen tanto su proceso de
desvalorización, sus metamorfosis, como su modo de ser captada por el
102
receptor. Esta idea concuerda con lo que expresa el ensayista en la
conclusión cabal de su análisis del legado del poeta de Soledades:
Así trazada una nueva y tal vez insuperable dificultad para una cabal
interpretación de Góngora, habría apenas que remitirse, en la percepción
lezamiana, a la circunstancia propia, a la posibilidad de experimentar la
lectura de Góngora como vivencia del receptor efectivo, que ejerce su
condición de tal en una época diferente, si bien —como en el caso real de
Lezama— tan desoladora y sombría como la del poeta de Polifemo y
Galatea. Por eso la idea dominante con que comienza a cerrar sobre sí
mismo su ensayo deslumbrante es, de modo simultáneo, desfallecedora y
estimulante:
Con «Sierpe de don Luis de Góngora», llega a su más alto nivel el examen
hermenéutico que realiza Lezama sobre el barroco histórico español: en lo
adelante, sin renunciar a su legítima fascinación por las conquistas de esa
centuria privilegiada, su interés se concentra, con fascinado
ensimismamiento, en el barroco hispanoamericano. Por eso no es factible
compartir el asombro que le hacía patente el poeta Luis Cernuda en una
carta:
No sé si decirle que prefiero los dos estudios sobre Garcilaso y
Góngora. Me extraña que no haya usted dedicado a Quevedo un
ensayo más amplio, porque creo que es usted de estirpe netamente
110
quevedesca, tan arriscado de intelecto y verbo como don Francisco.
Sarduy […] entiende que el «puro simulacro formal» que las citas
(neo)barrocas promueven, exaltan su propia facticidad para poner al
descubierto el «fracaso», el «engaño», la «convención» de los códigos
(de la pintura, de la literatura) parodiados. A la trascendencia y «alta»
concentración de significados del texto moderno, el texto neobarroco
contrapone la teatralidad de los signos, pone en escena un
mimodrama de los tics literarios modernos (así como el barroco
116
teatralizó los tics del clasicismo).
Por otra parte, la noción de polifonismo ha sido asociada con el neobarroco
mucho más que la carnavalización: « […] la “novela polifónica”
dostoievskiana surge mientras que el carnaval auténticamente popular habrá
117
desaparecido desde hace mucho tiempo». Como un lampo intuitivo, ajeno
posiblemente al pensamiento bajtiniano, Lezama pone de manifiesto una
coincidencia verbal —¿eso no más?— con el eminente teórico ruso. Una
vez que la cascada alucinante de referencias a situaciones artístico-
culturales diversas parece a punto de cesar, Lezama espeta: « ¡Manes de
Victoria y de Palestrina, erudita polifonía con cuatro momentos de cultura
118
integrándose en una sola visión histórica!». El libro de Lezama entraña
una clave fundamental en «La curiosidad barroca», donde se especifica una
noción del barroco en América:
Por lo demás, Lezama tiene un conciencia muy nítida de que uno de los
rasgos específicos del barroco americano radica en haber logrado lo que no
se obtuvo nunca en la Península: la integración orgánica de culteranismo y
144
conceptismo, lo cual fue una ganancia a la vez para América y para
España: « […] don Luis y Quevedo tuvieron que hacerse americanos, para
alcanzar circulación en el paisaje, influencia sobre nuevos tuétanos,
145
rebajados y subidos, pulimentados por un agua nueva».
Si bien el gran escritor cubano José Lezama Lima aportó, sobre todo en su
penetrante ensayo La expresión americana, algunos de los juicios más
lúcidos en cuanto a la consideración del barroco como cauce fundamental
en las artes y la literatura de América Latina, lo cierto es que el sentido
mismo de su filiación (neo)barroca como escritor de narrativa, poesía y
ensayo, está todavía pendiente de un examen acabado.
José Lezama Lima reclama, desde lo ominoso numérico, una nueva lectura
de su obra, que estimule meditar, más allá de su propia poesía y
pensamiento estético, sobre derroteros profundos de la literatura cubana.
Uno de los aspectos de mayor urgencia es el examen del autor de Muerte de
Narciso como umbral de una transformación del lenguaje literario, pero
también de la concepción de lo poético en la isla en un sentido de
metamorfosis de la perspectiva creadora en su sentido más general —
abarcador de todos los discursos de fundación por el arte—, que se
encaminaría inconteniblemente hacia un estallido fundador de lo que tres
grandes voces fundamentales —el propio Lezama, Alejo Carpentier y
Severo Sarduy— habrían de denominar substancia barroca de la expresión
americana. En este sentido, resulta imprescindible para mí escudriñar sus
textos ensayísticos, en una captación fragmentaria de su personal
construcción del nuevo discurso que proponía para su patria y su
continente. Él mismo señaló esa ruta cuando le confió a Ciro Bianchi:
El premio UNEAC de ensayo del 2009 es un libro peculiar, así por el tema
abordado, como por su tono y su factura. En Sobre los pasos del cronista
(El quehacer intelectual de Guillermo Cabrero Infante en Cuba hasta
163
1965), sus autores, Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco, dan muestra
tangible de una capacidad investigadora cabal, esa que se atreve con graves
desafíos y los vence, no por la fuerza o el detonante verbal, sino por la
inteligencia y la eficacia en la estructura del discurso ensayístico, pero,
sobre todo, por una comprensión crítica valerosa y amante. Pues no hay
estudio cultural de relieve que no entrañe una decisión de abordarlo en
honduras principales, por amargas, difíciles o arriesgadas que puedan ser; ni
mucho menos hay investigación de veraz eticidad si quienes la enfrentan,
operan desde un impersonalismo que, a fuer de parecer objetivo, termina
siempre por resultar trampa de deshumanización, lo más ajeno que cabe
hallar en la búsqueda de la verdad cabal, sea en la química o el arte.
Este libro busca rescatar los años de formación y primer desarrollo de una
de las grandes y controversiales figuras de las letras cubanas, Guillermo
Cabrera Infante. Sobra decir que hay aquí una conquista de saber para la
cultura nacional. Narrador, ensayista, crítico y guionista de cine, merecedor
del Premio Cervantes en 1997, su ejecutoria como creador es de las
sólidamente constituidas. De lamentar resulta, desde luego, su casi total
ausencia —apenas una fugaz mención en el t. I, p. 525— en el Diccionario
164
de literatura cubana de 1980, del Instituto de Literatura y Lingüística,
laguna ominosa por el obligado carácter abarcador que se esperaba de una
obra de este tipo. Habría que aguardar veintiocho años más para que la
165
misma institución publicase su Historia de la literatura cubana, cuyo
tomo III incluye una presencia más amplia de Cabrera Infante. Nada más de
relieve, hasta este libro, se ha publicado en Cuba sobre uno de sus creadores
más relevantes.
Sobre los pasos del cronista se abre conduciendo al lector por un recorrido
habanero del entonces muy joven escritor. Aparente recurso de estilo, en
realidad el libro, aquí y allá, busca situar el tránsito del autor de La Habana
para un infante difunto en años decisivos, por más de un concepto, para una
obra que habría de merecer el Premio Cervantes, y, aunque los
investigadores no lo declaran de manera explícita, es evidente que la
indagación urbana tiene una finalidad esencial: rescatar de un modo
humano el entorno del artista que fue, por varias décadas, una especie de
oquedad, una silueta ausente de la ciudad cuya vida cultural, de un modo u
otro, contribuyó a marcar. Porque, habiendo sido tanto tiempo un nombre
sin fondo preciso, rescatarlo de modo cabal significaba devolvernos su
itinerario por La Habana que, al cabo de tantas polémicas y oscuros
resquicios, constituye el personaje esencial de su obra, entramado urbano
que Mirabal y Velazco nos devuelven redivivo, desde la primera página del
166
libro, en su inextricable esencia de colmena y laberinto.
Pues, para decirlo todo, uno de los retos que enfrentaron los autores, y un
muy airoso acierto, fue comprender que, ya desde su primera juventud, el
rostro de Cabrera Infante forma una compleja unidad con la urbe habanera.
La visión construida por los ensayistas cumple la voluntad de re-incrustar a
Cabrera Infante en la que, al cabo, habría de ser, en sus narraciones y su
prosa reflexiva, una ciudad personalmente suya. No se detiene, sin
embargo, en esta meta. Toda colmena es mucho más allá que un conjunto
abigarrado de retículos: ella se define también por el zumbido indetenible
de quienes habitan en sus celdas. Cada laberinto se define no tanto por sus
intrincados caminos, cuanto por la sombría y opresiva tensión que provoca
en quienes intentan transitarlo.
Sobre los pasos del cronista logra presentarnos, a través de una polifonía
directa de quienes participaron en los años juveniles del autor de Tres tristes
tigres, y sobre todo en una época de sobrecogedor dinamismo, los ángulos
diversos, el discurso múltiple olvidado de unos años decisivos para la
cultura cubana. A ese logro fundamental del ensayo, contribuye sobre todo
el que los autores hayan hecho confluir decenas de voces —entrevistas
realizadas por ellos, referencias de documentos y libros diversos—, las
cuales muy a menudo aparecen contrapuestas y discordantes, como son
siempre los discursos del hombre en toda historia viva, hecha de
disonancias tanto como de armonías, ajena siempre al tono complaciente y
la estructura elemental de ejercicios para jovencitas que estudian un piano a
la vez esquemático y de muy plana afinación.
Cuentos incómodos es, sin la menor duda, un libro muy poco común en el
panorama de la cuentística nacional. Con un deslumbrante dominio del
lenguaje narrativo, Enid Vian ha construido un libro donde uno de los ejes
de sentido dominantes —entre otros de semejante calibre— se vincula
directamente con la angustia del escritor.
Dice Esa que esta ya es la fiesta más importante del país, tal vez del
continente, una fiesta «correcta», sin errores. Ni conceptuales, ni
políticos, ni de diseño, ni de costos. Es una fiesta que enaltece lo
mejor de la alta cocina, de la identidad, al tiempo que cultiva la
174
socialización y la amistad.
En tal sentido, como subrayaba en un texto de 1972, «en los últimos años
[…] el tema de las culturas ha sido en extremo seductor, pero las culturas
180
pueden desaparecer sin destruir las imágenes que ellas evaporaron». A lo
que añade casi enseguida:
De modo que la lectura cultural, tal como la concibe Lezama, es vía para el
rescate de la imagen, no considerada en un estatismo inerme, sino sujeta a
transformaciones diversas, que incluyen tanto su proceso de
desvalorización, sus metamorfosis, como su modo de ser captada por el
182
receptor.
Su reflexión, que en el siglo XXI es más válida aun que entonces, apunta al
hecho de que el libro no es una entidad cultural que pueda existir por sí sola
en el mundo contemporáneo. Requiere, por el contrario, una serie de
mecanismos de dinamización, entre los cuales, desde luego, hay que
considerar a dos grandes profesionales como el maestro y el bibliotecario.
Carpentier, sin embargo, va más lejos y, también en «Letra y Solfa», en
1953, publica una crónica sobre lo que él llamara la librería inteligente, en
la que defiende la transformación de un oficio —el de librero— en una
profesión cultural —la del librero como promotor de la lectura—, idea que
hoy sigue siendo válida y que, en Cuba, todavía no es una realidad
alcanzada:
Al gran novelista cubano, por otra parte, otro hecho le llama la atención
también: la uniformidad de apariencia de las librerías, la obsesiva
modernización de sus edificios y diseños, que conducen, más temprano que
tarde, a la pérdida de la personalidad específica de un establecimiento
librero. Así, señala en «Una librería única»: «Comercios de libros, hay
muchos en cualquier ciudad del mundo. En cambio, quedan muy pocas
187
librerías con fisonomía propia, tradición, atmósfera».
Valdría la pena saber cuál es la situación del mercado del libro medio siglo
más tarde. No es posible aventurar opiniones sin sustentación, pero vale
recordar la expansión, en el mercado del libro europeo y norteamericano, de
mucha de la producción del llamado boom latinoamericano —obras de
Carpentier incluidas—, el fenómeno de ventas de las obras de Milan
Kundera, luego del éxito de La insoportable levedad del ser; la conversión
inmediata de una novela semiótico-filosófica como El nombre de la rosa, de
Umberto Eco, en best seller internacional, etc. Estos datos hablan, por lo
menos, de la posibilidad de que, como supo consignarlo Carpentier a
mediados de los años cincuenta, la balanza del mercado no se incline de
forma tan mecánica hacia el libro sin valor real.
El camino hasta «Elogio y reivindicación del libro» está marcado por hitos
de importante meditación, en los que no es posible aquí detenerse con la
calma necesaria. Baste recordar, por ejemplo, una crónica de tanto interés
190
como «Las lecturas y la edad», comentario —diálogo más bien— con
consideraciones de François Mauriac:
Así, Carpentier traza una sintética historia de la tira cómica como producto
marginal o literatura de cordel, panorama que desemboca en la siguiente
consideración llena de sentido común dirigida a quienes consideran que el
comic conducirá a la muerte de la lectura y, aun más, de la edición de libros
de gran calidad: «Pero todo esto, señores austeros, informadores del Santo
Oficio de la Cultura, no ha impedido la edición, reedición, traducciones
múltiples, de Tolstoi, Pirandello, Thomas Mann, Marcel Proust, James
193
Joyce…» Y luego procede a un examen de los otros factores que se
consideran, por los angustiados, como enemigos del libro: la ciencia
ficción, el folletín televisado. Aquí se demuestra una vez más no solo la
agudeza de juicio y la anchurosa cultura del autor de Concierto barroco,
sino también su capacidad de prever el futuro.
Sobre la ciencia ficción, advierte de inmediato que, tanto como las tiras
cómicas, son muy antiguas, y menciona tanto remotos antecedentes en la
antigua Grecia, como precedentes más cercanos, como Cyrano de Bergerac,
a quien dedica espacio un erudito y extraordinario libro sobre el tema de
194
Rinaldo Acosta, recientemente publicado en Cuba, donde se calibran ya la
alta y reconocida estatura literaria de varios títulos de este género especial,
hijo del siglo XX. El folletín, televisivo o no, le preocupa menos aun a
Carpentier. Para este hombre de cultura insondable, el folletín también es
historia cultural:
Ambos escritores cubanos, aun cuando su ubicación los colocó muy lejos
todavía de las profundas transformaciones de fines del siglo XX, intuyeron,
cada uno a su modo, que el proceso de leer y la esencia y funciones del
libro en la cultura, estaban entrando en una etapa de cambio, que es la
nuestra. Confiemos en la pervivencia todavía de lo que Carpentier llamara
«hambre de lectura»; creamos con Lezama que el hombre no lee objetos, ni
libros, sino el fluir mismo de la cultura. Ambas percepciones, a pesar de
todos los agoreros y todas las señales, nos permiten pensar que todavía el
libro sigue siendo una ventana esencial del hombre al universo.
Por otra parte, se percibe aquí una conexión profunda con la idea que Martí
expresara en su ensayo Nuestra América en cuanto a la necesidad de
injertar el mundo en el tronco de las flamantes repúblicas del continente
mestizo. Ese ecumenismo que Carpentier defiende se advierte también en
figuras claves de América, como Lezama Lima, Ernesto Sábato, Carlos
Fuentes, Darcy Ribeiro y otros. Carpentier asumía en el ensayo citado una
voluntad universalista que, en su idea de la creación narrativa, se pone en
función —a la vez como síntoma y como resultado creativo— de una
peculiar manera de comprender la cultura. Carpentier, incluso, se expresa en
términos de una definición sintética:
Es fácil observar que este juicio trasciende la mera consideración —no por
trivial menos extendida— de la cultura como mera acumulación de saberes:
para Carpentier lo esencial es la condición no solo funcional, sino también
dinámicamente dialógica —como subrayaron en su día Lotman y la
200
Escuela de Tartu—. Carpentier agregaba a renglón seguido:
Como años más tarde, en la segunda mitad del siglo XX, habría de percibir
la tradicionología como disciplina humanística, Carpentier supo muy bien
que cada época de una cultura nacional tendía a reformular, de modo
selectivo, su propia tradición. De la misma manera advirtió antes que
muchos otros en Hispanoamérica, que la tradición cultural constituye
además un indicador de qué vacíos —que pudieran llamarse zonas de
crecimiento próximo de la creación artística— están disponibles ante el
artista en un momento dado para ser objeto de reformulación por una obra
renovadora. Es por eso que hablaba, en 1958, en el ensayo «Los problemas
del compositor latinoamericano», acerca del argentino Juan José Castro,
quien resultaba de interés para Carpentier porque había compuesto óperas
sobre dos valiosos textos de García Lorca: Bodas de sangre y La zapatera
prodigiosa, lo cual, por lo demás, es sobre todo un pretexto para manifestar
su propio pensamiento. En efecto, el elogio crítico le da pie a afirmar que «
[…] en América, existe un verdadero prejuicio entre los compositores, en lo
209
que se refiere al uso de nuestro idioma para la música cantada».
Con El hijo de la arpista (Ed. Oriente, 2010), Lourdes González invade una
zona de insondable estremecimiento poético. Prosa lírica, en principio, el
libro escapa en mi opinión de toda determinación sellada: es una volcadura
inmensa que rebasa los géneros, para expresarse desde lo humano esencial,
ese terreno donde no importa el tiempo, la atadura cotidiana ni la
circunstancia palpable. Se trata —justo porque se nos habla de la entraña
del ser— de un libro sobre el eros total, ese que se imanta no hacia las
siluetas borrosas del momento —amante, hijos, vocación o patria—, sino
que está marcado por la ambición desnuda de la entrega total. La clave es
ofrecida con limpieza en los pasajes primeros del texto. La catarata
emocional es desatada desde una resucitación llameante, que Lourdes
González califica en un fogonazo: «Humilde despertar del que se sabe
216
muerto», desde el cual transita paso a paso a una extraordinaria
comprensión de la permanencia del amor:
(Hay que estar muerto para ser condescendiente, hay que tener, como
yo, al alcance de las manos, las distancias que no voy a cruzar, las
cúpulas y los granos que solo tocaré si fallara mi memoria mal
tratada, es decir, mi mala memoria).
Hasta ese instante del libro, este había constituido una ascensión gradual, un
mínimo acertijo de esperanzas para el lector: todo era posible en las páginas
que habrían de seguir. A partir de aquí, estalla con violencia la combinación
inseparable de angustia sideral y desafío —esa mezcla hiriente de la que
proviene tanto del peso profundo de la mejor poesía de la autora, incluso
desde aquel su juvenil y formidable poema «Pasajera la lluvia»—. La
sección segunda es «Las manos», donde no hay posible confusión: es el
enfrentamiento del hombre a su ser profundo e irrenunciable —ese tema de
la poesía de alto fuste que tan pocos han abordado en la poesía cubana, ese
que fue carencia indigente en el romanticismo de la isla, cualidad que
define la única gran poesía posible sobre el hombre mismo y su más íntimo
tremor—. De aquí el crujido de la duda apasionada y la pregunta más
219
honda: «¿Cuántas noches caben en la espera?». De aquí, también, que se
palpe la única certeza, la de un ritual indetenible y libre de toda
determinación temporal.
Lourdes González construye una voz lírica que no habla aquí en poesía,
sino en la absoluta soledad del ser y su destino, el eros torturante que es la
única señal de haber vivido. Así cruza el lector unas puertas ominosas,
donde puede él mismo examinarse, enfrentar la tortura de vivir más allá de
todos los disfraces que anublan, y a veces quedan convertidos en murallas
insalvables, todo contacto real, cualquier comunicación verdadera entre los
seres que parecen ajenos, insondables, mentirosos, violentos y enemigos, a
la vez negación y espejos desgarrados de uno mismo:
Pues bien, ¿ocurre esto solo en el arte actual? ¿No empezamos a ver nuestra
cultura marcada también por estelas que, proviniendo de una forma
relativamente reciente de arte, forman parte de una sensibilidad y una
perspectiva que nos obliga a enfrentar la paradoja, el horror de la linealidad,
la necesidad de una actitud más responsable ante un mundo en el cual ya no
enfrentamos hechos estrictos, sino, también, antihechos —contrafactuales
me pediría escribir Acosta— que penden cada vez más en un horizonte
ambiguo? La ciencia ficción nos recuerda, a su modo artístico —cuando es
su marca fundamental— o divulgativo, o incluso comercial y aventurero—
en sus zonas de menor estatura, que existen en todas las formas de arte—,
que el apocalipsis debe ser previsto y detenido, en vez de acomodarnos a la
blanda y maligna miopía que impidió a muchos percibir las humaredas de
Auschwitz o Treblinka.
Hay que decir que el lenguaje ha sido visto, desde Saussure, en una
bipolaridad excesiva y mecánica. La introducción del concepto de norma
lingüística, en apariencia solucionadora de este carácter opuesto entre
lengua y habla, resultó muy pronto insuficiente. Uno de los aportes
indudables de este libro, es la propuesta, de esencia claramente dialéctica,
de distinguir la configuración de:
Hay que señalar, en otro momento del libro, la claridad realmente didáctica
con que se trabaja con los cuadrados semióticos, tan ignorados en general
en Cuba, que —el programa de Análisis Dramático de la especialidad de
actuación en el subsistema de la Enseñanza Artística pide que se aborde el
análisis de la obra de teatro mediante el sistema del modelo actancial, que
entraña un manejo del cuadrado semiótico, ninguna escuela de arte en el
país está en condiciones de abordar dicho tema, entre otras razones por no
disponer de suficiente bibliografía acerca de qué es y cómo funciona el
cuadrado semiótico.
Este sujeto silencioso tiene que ver directamente con las zonas inexploradas
del sujeto en la sociedad contemporánea, tan aquejada de fracturas y
amordazamientos diversos. Marcia Losada aborda el problema de manera
enfática y señala:
El árbol de carne, como una entidad que abre mil brazos hacia el universo,
pero sustentándose de otras mil raíces en el subsuelo, es una ventana que se
abre hacia un tipo de estudios por completo imprescindibles para el estudio
del ser y, también, cómo no, del ser insular cubano.
Esa transformación, por otra parte, venía siendo preparada ya desde las
primeras décadas del siglo pasado, en que una serie de nuevas posturas
conceptuales venían preparando ya decisivas transformaciones, entre las
cuales debe mencionarse —pues El constructor de catedrales responde en
alguna medida a ello— la confluencia de las ciencias particulares en
conjuntos específicos —más dinámicos y abiertos, más ligados a
perspectivas de lógica fuzzy y de nuevos enfoques de la cultura como lo que
prefiero denominar macrosistema de comunicación de valores— que han
dado en llamarse dominios científicos, integradores de perspectivas
metodológicas polivalentes y tendientes a enfocarse en los sistemas
conceptuales humanos, que se expresan no en un área específica, sino en
todo el amplio terreno de la comunicación humana, en la cual los sistemas
tropológicos —y en particular la metáfora y la metonimia— no son, como
se pensó durante siglos, un aditivo embellecedor, sino una verdadera
estructura estructurante de todo el pensar humano, como en su día
sustentaron Mark Johnson, George Lakoff, G. Fauconnier o Mark Turner,
entre otros.
No es, desde luego, una invitación sencilla la que nos hace la ensayista.
Conozco perfectamente cuánarduo resulta abrir brechas de actualización:
tuve la satisfacción de que, durante mis cursos de Lingüística General en la
Universidad de La Habana en la segunda mitad de la década del setenta,
procuré que mis estudiantes de entonces se asomaran a uno de los dominios
científicos más interesantes de las ciencias sociales en la pasada centuria,
me refiero a la semiótica, en particular la pensada por Umberto Eco. Sin
embargo, la semiótica tardó mucho en ser asumida como una asignatura en
la carrera de filología.
Toda apertura significa una labor ensimismada y tenaz. Así que este libro da
cuentas de que las ciencias sociales en la isla sí están buscando incorporarse
al pensamiento científico de nuestra contemporaneidad. En este sentido, su
publicación es por sí misma una muestra de un impostergable, cuanto
necesario avance.
Este ensayo de Marcia Losada asume, desde una perspectiva personal, una
voluntad de ejercer nuevas perspectivas. En buenas cuentas, una de sus
afirmaciones fundamentales se refiere a la necesidad de manejar nuevos
criterios de lectura científica; incluso podría eliminarse este calificativo, y
pensar que la autora está llamando a renovar nuestro criterio de la lectura
como hecho que es tanto individual como social. Uno de los primeros
momentos del libro establece un criterio que merece especial atención:
Losada aspira, por tanto, a encarar el mito como un relato cognitivo, que
consiste en:
Es desde luego el caso del análisis específico del relato «El acoso». La
propuesta de la ensayista consiste en establecer los nexos diversos entre ese
texto carpenteriano y las estructuras canónicas de la tragedia griega, para lo
cual se apela a develar una especie de sentido fractal implícito en dicha
narración, de modo que el proceso de lectura propuesto aspira a revelar en
un ciclo que haga coincidir la ficción literaria con la estructura temporal de
la sinfonía de Beethoven aludida en el texto. De hecho, considero que es
posible ver en «El acoso» una recursividad que, en efecto, resulta un
elemento característico de la literatura fractal.
El tema de este relato es presentar los resortes que mueven las guerras
de conquista en su verdadera connotación ideológica, propagandística
y como empresas lucrativas. En descripción semántica se encuentra
sustentado en 21 enunciados dedicados a desarrollar este propósito,
desde diferentes posturas ilocutivo-modales.
En Cuba, durante el siglo XX, el panorama del análisis del texto literario
apareció marcado por un como sedimento mixturado de positivismo —
herencia de Varona y Sanguily—; de crítica trascendentalista
«impresionista», que no siempre cumplió —con excepciones notables en
algunas figuras de acabado fuste creativo— la aspiración contenida en ese
epíteto prometedor de osados o sublimes traspasos; y de un sociologismo
muchas veces más vulgar que marxista, taraceado de citas programáticas
con algunas y reconocidas salvedades de real calibre intelectual .
Hay autores que trazan este camino de recepción con índice pertinaz.
Carpentier es uno de los máximos exponentes de esta tendencia en las
letras latinoamericanas…asentado este procedimiento poético, en
medida considerable, por su conocimiento de la cultura de la
antigüedad.
¿Qué tiene que decirnos este fundador —con José Martí y Manuel Gutiérrez
Nájera— del Modernismo, el primer gran movimiento continental de
renovación literaria? Este singular poeta apenas publicó unos pocos
poemarios, pero ellos bastaron para que fuese considerado una voz decisiva
en el siglo XIX cubano. Vale la pena regresar a su poesía y mirarla por sí
misma en cuanto construcción artística.
Las infamias que esparció una crítica oficial peninsular —impulsada por la
franca violencia con que el periodista Casal describió La Habana española y
a los potentados criollos más serviles—, habrían de tener una paradójica
fortuna. Todavía en mis propios años de educación secundaria oí repetir
esas monsergas sobre Casal y sobre el Modernismo. Lo que comenzó
siendo malignidad, se prolongó en ceguera. Muchas explicaciones cabría
dar sobre esto. Todavía en la década del treinta, hubo ensayistas que, por
una idea distorsionada de la relación entre literatura y sociedad, insistían en
que el Modernismo había sido una tendencia «escapista» y «nada
comprometida», incluso alguno de ellos olvidaba cuán vinculados a dicho
movimiento habían sido sus propios versos. Lo cierto es que pasaron
décadas antes de que se comprendiera, en Cuba y en América Latina, que
ese movimiento estuvo marcado por una voluntad de afirmación del alto
potencial de la cultura del subcontinente, y por una entera dignidad frente a
las culturas europea y norteamericana de la época, defensa realizada desde
una literatura de alquitarado estilo.
Hay, por tanto, una semejanza en cuanto al lugar en que el discurso lírico es
ubicado por cada uno. En ambos autores, se apela a la situación del
gladiador en trance de que se decida su suerte. La diferencia esencial entre
«Pollice verso» y «Bajo-relieve» radica en la estructura comunicativa sobre
la cual se asientan uno y otro. Conviene recordar cuestiones esenciales de
este tipo específico de organización textual. Iuri I. Levin señala con razón
que «Todo texto artístico posee algún status comunicativo inherente
262
intrínsecamente a él». Y añade:
Nótese que hacia la mitad de la primera estrofa, aparecen las voces de los
ya mencionados personajes formales, quienes emplean una segunda
persona apelativa y representan los múltiples llamados de una sociedad
real, ajena al arte y a todo refinamiento del espíritu, para que el gladiador
—el poeta, el ser humano, herido y desengañado de ese mundo que lo
incita.
Tanto Nieve como Rimas son libros donde no solo la rima se pone en
función del significado, sino que también es capaz de crear significados
paralelos, una especie de irradiación de las palabras terminales hacia una
zona semántica iluminadora y que, como un eco, parece dar respuestas
inesperadas. En ocasiones, este efecto de sentido de confluencias, como en
«Flores de éter», el poema dedicado a la memoria del rey-artista, Luis II de
Baviera, que, misteriosamente fallecido en 1886, devino una especie de
símbolo de la obsesión por la belleza.
Casal escribió —mucho más en prosa que en verso— sobre la ciudad como
epicentro; y por mucho que esto pareciese absurdo entonces en un
subcontinente predominantemente agrario, la realidad urbana de América
Latina en la centuria siguiente habría de darle la razón. Esta característica
suya no es más que un elemento de su concentrada proyección hacia una
idealidad cultural hispanoamericana, un despliegue del ámbito
iberoamericano hacia una estatura espiritual mayor. Esa voluntad
trascendente que emana de toda su obra, es el asidero mayor de sus versos,
y una de las razones que convierten a este poeta de la inconformidad, en
nuestro específico Prometeo insular, con un titanismo suavizado, pero con
la misma voluntad de encender la llama de belleza y verdad para la nación
cubana.
Son muchos los ángulos de la obra de Casal que esperan una valoración,
que no se limite a repetir hasta el asco tópicos que vienen del siglo XIX. Por
ejemplo, el tema de la ciudad en Julián del Casal ha sido enfrentado desde
una manera muy absoluta y parcial. Estas consideraciones aspiran a una
revisión del tratamiento del tema por la crítica casaliana, la cual, en mi
opinión, ha hiperbolizado el enfoque del tema por Casal. Es en Nieve donde
el verso casaliano alcanza ya su rostro definido para todos los tiempos. El
título mismo del poemario entronca directamente con una percepción que
en 1958 Cintio Vitier escribía sobre el poeta:
En verdad, Casal compara con copos de nieve los textos de este poemario,
en la medida en que, «Acallada la voz de mis pesares / Y al fulgor de mi
estrella solitaria», escribe el poema «Introducción» como pórtico de Nieve.
Son ideas son principales en este poema de apertura: el libro, según lo que
declara en ese poema, provienen no del rapto de inspiración —efectivo o
supuesto— de los poetas románticos, sino de un estado espiritual en que se
ha acallado la ansiedad interior del sujeto lírico. Hay, pues, en este
elemento, una toma de distancia esencial con el movimiento poético
precedente.
Esto último es una característica —la red semántica no clausa— que resulta
esencial para el texto lírico que se consolidará en las primeras décadas del
siglo XX, en que una cultura euroccidental en profunda crisis impondría un
predominio del verso libre. Estos elementos estaban ya en el Modernismo,
que no es el opuesto de las vanguardias, sino, por el contrario, resulta sobre
todo su antecedente más directo. Martí, en sus Versos libres, sienta la piedra
miliar de la renovación que estalla pocas décadas después de su muerte, en
un verso que sobre todo se independiza del ritmo de timbre o rima.
Hay que señalar, por otra parte, que tanto en Nieve como en Rimas, el poeta
se mantiene alejado de determinadas innovaciones métricas del verso
modernista. Hay, como ya se indicó, un énfasis en el soneto, pero
mayoritariamente es construido en un endecasílabo canónico y apenas
puede citarse ejemplos de sonetos en alejandrinos que el Modernismo
introdujo, como «Profanación», de Rimas.
Por su parte, Rimas, más remansado, también contiene textos de esta índole,
como «Nocturno» y «Profanación», entre otros. Pero la diferencia entre el
criollo y el español se manifiesta en que el autor de Soledades construye un
verso donde la reducción enorme de tropos se dirige a condensar el sentido
y hacerlo más intenso por la vía de la simplificación. Casal crea un texto
lírico que, sin renunciar a la riqueza tropológica, pone el énfasis en el
significado por la vía de reiteraciones estratégicas de sentido.
Cuando desde fines del XIX la ciudad es absorbida en los dioramas que
despliegan los lenguajes simbólicos y toda ella parece devenir una
floresta de signos, comienza su sacralización por la literatura. Los
poetas, como dijo el cubano Julián del Casal, son poseídos del
«impuro amor de las ciudades» y contribuyen al arborescente corpus
en que ellas son exaltadas. Prácticamente nadie esquiva ese cometido
287
y todos contribuyen a la tarea sacralizadora.
Esta idea de Rama ha tenido fortuna. En una línea más enfática, Álvaro
Salvador comentaba años más tarde:
[Julián del Casal padre se casó con] María del Carmen de la Lastra y
Owens, nacida en un cafetal de San Marcos, en la zona de Artemisa, y
sobrina por línea paterna de un arzobispo sevillano que alcanzaría la
dignidad cardenalicia. Doña Carmen era hija del cirujano
«romancista» español Antonio de la Lastra, llegado a Cuba en 1826, y
de Elena Owens, descendiente de una familia católica irlandesa que
había sido forzada a emigrar a América durante el reinado de Isabel I
de Inglaterra, por las luchas religiosas ocurridas en su país. Nacida en
294
los Estados Unidos, Elena Owens residía en Cuba desde niña.
Por otra parte, habiendo fallecido María del Carmen de la Lastra cuanto su
hijo tenía apenas cinco años, mal hubiera podido trasmitirle a Julián el
gusto por Dante Gabriel Rossetti. Todo es una fabulación, destinada a
transfigurar su propia imagen, actitud que, por cierto, resulta más cercana
del egocentrismo del poeta romántico, que de la actitud de los poetas
modernistas, menos interesados en resaltar su yo, y cuyo orgullo se basaba
sobre su sentido de la cultura y del arte, más que sobre un origen personal
misterioso o peculiar. Esta carta, escrita apenas un año antes de su muerte,
nos permite ver cuán válida es la propia afirmación de Casal en cuanto a la
tendencia a la expresión ambivalente o transformativa. Al mismo tiempo, es
un recordatorio de que se trata de un poeta que, circundado por un contexto
donde el Romanticismo sigue teniendo un enorme predominio, está él
mismo marcado por este estilo.
Hay que recordar, además, que Ivan Schulman —y otros, como Susana
Rotker— ha insistido, con razón, en que el Modernismo irrumpe y se
arraiga no desde la poesía, sino desde la prosa, particularmente, desde
luego, la de José Martí y Manuel Gutiérrez Nájera, cuyo periodismo
respectivo resultó, como lo ha llamado Susana Rotker, fundador de una
295
escritura. No solo la prosa periodística intervino en la consolidación
modernista, sino también otra modalidad de gran impacto social, la oratoria,
296
que resultó en la época igualmente renovadora. Se produjo en las últimas
décadas del siglo XIX una transformación de la ciudad colonial
latinoamericana, y ello tuvo consecuencias cruciales para la vida intelectual
y literaria. Como señala Ángel Rama:
En todo caso, se puede afirmar con entera certeza que, mientras lo urbano
es un tema importante en el periodismo casaliano, la ciudad no aparece
construida como un tema específico y dominante en los poemas de Nieve o
de Rimas Casal, que sabe captar en su prosa periodística la vibración de La
Habana de su tiempo, desecha en su poesía el configurar ya un contexto
urbano específico, ya un rostro preciso de la ciudad en que vive.
Creo, por tanto, que no resulta posible afirmar de modo categórico —como
se ha hecho por la crítica casaliana— que la visión casaliana de la ciudad
puede inducirse categóricamente solo a partir de un verso o dos. Un examen
de su obra manifiesta, como se ha querido evidenciar aquí, que su
tratamiento de dicho tema es más complejo e incluso contradictorio de lo
que se ha venido asumiendo por la crítica sobre el gran poeta cubano.
Ariel Pérez nos recupera a Verne
Bretaña, uno de los más importantes enclaves celtas, ha sido solar de dos
hombres que modelaron, cada uno a su modo, zonas diferentes de la cultura
francesa. El primero, René de Chateaubriand, contribuyó a entronizar y
modelar el Romanticismo en las letras de Europa y, a la larga también, su
trasplante americano. Viajero por el Nuevo Continente, su novela Atala
trazó una nueva imagen —soñadora, exótica y, también, promisoria— de
América: ello sentó las bases para una importante proyección de la
literatura romántica europea hacia el hemisferio entonces todavía virginal y
promisorio, cuya literatura también contribuyó a marcar: los ecos idealistas
de Atala se perciben en diversas páginas del romanticismo
hispanoamericano, entre ellas en Sab, de Gertrudis Gómez de Avellaneda.
imponiendo la vocación viajera, ese ímpetu ya no pudo ser frenado. Por otra
parte, no se trataba tan solo del tópico del viaje: Chateaubriand visualizó la
cultura francesa extendida sobre el planeta, no ya por la conquista colonial,
cuanto por el esplendor de su refinamiento. En Atala, el texto comienza con
un énfasis en esa misma inmensidad que, décadas más tarde, parece
desbordarse a partir de las páginas del otro gran bretón, Julio Verne:
Cuatro grandes ríos, que tienen sus fuentes en las mismas montañas,
dividían esas regiones inmensas: el San Lorenzo, que se pierde al este
del golfo de su nombre; el Oeste, que lleva sus aguas a mares
desconocidos; el Bourbon, que se precipita del mediodía al norte en la
bahía de Hudson, y el Meschacebé, que cae del norte al mediodía en
300
el golfo de México.
Toda la primera parte de Atala despliega esa visualidad infinita sobre
espacios ignotos, que expanden a la vez el alma y la perspectiva del lector.
En ese universo geográfico que se convierte en sustancia novelística —es,
desde luego, una conquista del Romanticismo la transfiguración de la
función estética del espacio literario, que deja de ser un mero decorado
plano, para convertirse en una verdadera dimensión ideológica y artística
del texto—, el sello francés se marca sobre la descrita infinitud; su dominio
es el del espíritu, la cultura, que traza un conflicto soterrado en toda la
exótica narrativa «americana» de Chateaubriand, el de la inteligencia que se
impone sobre la naturaleza virgen. Esto se evidencia, por ejemplo, en la
actitud de Chactas en Atala: «Chactas amaba a los franceses, a pesar de las
muchas injusticias de que le habían hecho objeto; recordaba siempre a
Fénelon, del que fue huésped, y deseaba hacerse servicial a los compatriotas
301
de ese hombre virtuoso».
A fines del XIX, Verne dio cuerpo a esa renovación de la avidez por la
andanza gallarda y valerosa, ansiedad de psicología social y de cultura que
en su obra habría de configurarse no tanto como marinera o exótica, sino,
ante todo, como cognoscitiva. Verne, desde que publicara Cinco semanas en
globo (1869), habría de marcar de manera indeleble modos sutiles de mirar
el mundo, los cuales habrían de incorporarse a las retinas de numerosas
generaciones de niños y jóvenes, pero también adultos, que se entrenarían
como lectores escudriñando los mundos prodigiosos cuya estructura y
misterios lo obsesionaran.
Pierre-Jules Hetzel, por el retrato que brinda Ariel Pérez, puede ser
considerado un hombre de la Modernidad, avezado en identificar nuevos
derroteros de la producción literaria: por ello, obviamente, percibió el filón
editorial que Verne podía significarle. Esta actitud de Hetzel, por astuta que
pueda vérsela, contrasta de modo violento con la frialdad de la crítica y la
academia francesas de la época, obstinadas en ignorar la importancia real
del escritor cuya importancia, sin embargo, Hetzel reconoció de un golpe.
El propio Verne dejó constancia del pesar que le causó ese injusto
aislamiento:
El libro de Ariel Pérez sobre Julio Verne, aquí y allá, suministra diminutos y
preciosos datos sobre el flujo de escritura de Verne, ritmo continuo y
orgánico. Hay que agradecer el que se detenga en cómo se sucedieron los
diversos procesos de escritura de sus libros, incluida la Géographie illustrée
de la France. Asimismo, permite comprender cómo Hetzel marcó —y no
siempre para bien— la escritura verniana:
Al año siguiente, 1986, gana el premio David con Se permuta esta casa. En
este nuevo texto se hizo más evidente aun la voluntad del autor de
transfigurar la narrativa según una voluntad expresiva propia. Ante todo, el
narrador se aparta del juego de ficciones —a diferencia de cómo en los años
setenta se insistía en un sujeto-narrador que filtrara y confirmase una
determinada convicción, un mensaje social—, y se interesa por iluminar las
acciones mismas, sin intervenciones ni moralinas. En Se permuta esta casa
la visión de las cosas se hace más cruda, más enraizada en zonas obscuras
de la sociedad cubana, marcadas por un vegetar miserable y, con frecuencia,
desesperanzado: es el primer síntoma de la imantación hacia un realismo
despiadado que habría de manifestarse en textos posteriores. En
consecuencia, el lenguaje se hace ahora más próximo a lo popular e incluso
a lo marginal. Se mantiene la inclinación por el trazado de personajes
solitarios, aislados del mundo:
Ella ni siquiera tuvo tiempo para ver la camioneta todo había sido tan
rápido dijo la voz acaso unos testigos que la vieron partir, la policía
investigaba y ella había muerto al instante, la pobre, ellos se habían
ocupado de las gestiones al menos tuvo un entierro decente, me
dijeron el nombre de aquel cementerio donde la enterraron un lugar
adonde no iría nunca me imaginaba siempre cuando ella no tenía
tiempo para nada y cae, era muy lamentable señor dijo la voz y luego
fui de un lugar para otro más jodido aun y entonces volví a ver los
caballos muy viejos y muertos en un promontorio y vi ese par de
316
cuervos que me miraron.
La saga del perseguido ahonda en la miseria y sordidez de las capas más
humildes de la población cubana. Donde nadie nos vea retoma, con cierta
aspereza, la cruda temática del sexo.
Martí tuvo una alta valoración del gran poeta —fundador reconocido de las
letras rusas— Alexandr Serguéievich Pushkin. En 1878, en Guatemala, da
muestras de lo que sería su permanente interés por Pushkin:
Hay que decir ante todo, empero, que este brillante texto martiano da
muestras de un conocimiento cabal de muchos aspectos de la vida cultural
rusa, incluidas las divisiones internas entre fundamentalistas de lo ruso
esencial e intelectuales euroeizantes: «Todo lo que no ha sido aun deportado
por Rusia, y todo lo que este país, en fermento aun, posee, entre lo famoso e
ilustre, se encontraba allí para consagrar a Pushkin como el Poeta
319
Nacional».
Los rusos insisten en que las acciones del genio deben corresponder a
las promesas de sus cantos. La mano debe seguir la inspiración del
intelecto. No basta escribir una estrofa patriótica: hay que vivirla. En
la política sombría de Rusia solamente hay dos partidos: los siervos
azotados y sus dueños. El que no tiene el valor de ser honrado en la
política rusa no puede ser considerado como un hombre honrado.
Después de lamentarse de las desventuras de sus compatriotas,
320
Pushkin finalmente acarició, elogió la mano que las causaba.
Este comienzo apasionado de su texto sobre un gran poeta, evidencia el
sentido estético martiano de la necesaria concordancia entre artisticidad y
ética, entre patriotismo y poesía. Por ese interés, apunta luego:
Una carta del 22 de abril de 1834, revela hasta qué punto nunca fue
realmente engañado por los arteros halagos del régimen: se preparaban
celebraciones del próximo cumpleaños del zarévich Alejandro, y Pushkin,
que debido estar presente en su condición de gentilhombre de cámara,
escribe a su esposa con amargura y lucidez:
Byron había muerto con la espada puesta sobre su lira. Como poeta,
Pushkin le era superior, pero no como hombre. Verdad que no llegó a
las alturas magníficas que alcanzó el inglés Byron veía la injusticia, y
la azotaba. Pushkin alzó su voz contra ella, y luego se convirtió en su
chambelán e historiador. Era más humano, más fluido, más
imaginativo, más espontáneo y más nacional que Byron, pero menos
valiente y sin desear en lo absoluto morir por la causa de la libertad.
Pushkin pudo haber llegado a viejo: Byron no. La muerte es un
derecho que tienen las vidas dedicadas a los derechos del hombre—
341
vidas llenas de pasión, resignadas y orgullosas.
No es su erudición el más fuerte imán en este ensayo, sino que lo magnético
radica en la proyección que se identifica en el texto de una concepción ética
y estética de la literatura. Y es esto lo que, en términos de la trayectoria del
Apóstol, constituye un hito en el desarrollo de su concepción del arte y del
artista.
Umberto Eco en sus ochenta años
Medievalista, esteta, teórico del arte, novelista, Eco marca nuestro tiempo
como una de las mentalidades más lúcidas, incisivas y reveladoras de esta
época. Al proclamar en El nombre de la rosa, la libertad de narrar por el
puro placer de hacerlo, por una parte está concordando en su novela con
348
mucho de lo que defiende en una recopilación de ensayos precedente, es
decir, la evolución radical e incontenible de la concepción del arte, que no
puede ser sujeta a una hierática definición. No deja de llamar la atención
que uno de esos ensayos, de 1961, es Historiografía medieval y estética
teórica, en el cual a partir de un examen crítico de Jacques Maritain, Arte y
escolástica, busca establecer determinados perfiles estéticos del hombre
contemporáneo, y ello sin dejar de considerar vivo en alguna medida el
pensamiento medieval. Eco trabaja esta visión histórica de la estética pero
ejerciendo una fuerte crítica sobre el pensamiento de Maritain, el cual se
aferraba en sus ideas sobre el arte a lo esencial del pensamiento de Santo
Tomás de Aquino. Eco señala:
Las herejías son siempre expresión del hecho concreto de que existen
excluidos. Si rascas un poco la superficie de la herejía, siempre
aparecerá el leproso. Y lo único que se busca al luchar contra la
352
herejía es asegurarse de que el leproso seguirá siendo tal.
Huye, Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por
la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros,
a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia […]
Quizá la tarea del que ama a los hombres consista en lograr que estos
se rían de la verdad, lograr que la verdad ría, porque la única verdad
358
consiste en aprender a liberarnos de la insana pasión por la verdad.
Como puede verse, Raúl Bueno está lejos de una posición semejante. Es de
señalar, además, la importancia de que postule, de manera por completo
clara, una posición negativa a todo dogmatismo en la estructuración de una
teoría literaria latinoamericana, transparente en esta afirmación de este
ensayo —que reitera una actitud epistemológica asumida desde un libro
suyo de 1991, Escribir en Hispanoamérica—:
Una y otra vez diversos poemas del libro anonadas el espacio posible entre
la dura objetividad del mundo y la conciencia del sujeto lírico:
Nótese la intensa visión de un mundo que resurge para la voz lírica, que
siente con razón que de ese aminoramiento de la distancia entre la
objetividad y su propio ser significa no otra cosa que conjurar la soledad,
esa otra y más dura experiencia de la muerte. Un poema en verso, por otra
parte, evidencia uno de los varios instantes en que Lillian Álvarez hace que
un yo infinito dialogue con la finitud del mundo objetivo:
No abras las ventanas. Todo afuera está al acecho del resquicio. Unas
manos se alargarán para dibujar círculos ciegos en el aire hasta
tocarnos y, si no nos encuentran, robarán nuestro polvo, el aire sucio
que flota y que también nos pertenece. Un ojo puede ser una ventana,
un pequeño ruido, una ventana, un rayo de luz, la pendiente por donde
rodarán todos los gritos, los golpes, los llamados, hasta formar una
pirámide inmensa a nuestros pies. No abras. No abras nunca.
Abrázame.
Raúl era ya el artista extraordinario que algún día habrá que reconocer
como un poeta esencial de la segunda mitad del siglo XX en Cuba. Sé que no
podría fundamentar eso en cuatro páginas, ni me importa. Quizás esta
petición de La Azotea me siga obligando a enfrentarme a una obra que es
extraordinaria para mí en dos ámbitos: el de la gran literatura, y el más
recoleto de ser evocación, y a veces testimonio, de mi juventud que como
mágico don coincidió con el poeta.
Fue, sin duda, un artista muy peculiar. Hacía más de un año que era mi
amigo, cuando vine a descubrir, atónito, que su poeta favorito era Pablo
Neruda. Lo comprendí al pasar el tiempo: hay en el autor de Embajador en
el horizonte una semejante voluntad torrencial, una concordante estatura
para trazar, en pocos versos, un panorama absoluto: Neruda, de su tiempo
estremecido; Raúl, de la angustia interminable del ser. También hombre de
izquierda, a su modo personal, cabría aplicarle lo que dijo Raúl Roa de
Ballagas: «era un ángel con espada de lirio». Pero en los años setenta ni los
ángeles ni las armas de poesía transubstanciada eran confiables —ojo, sin
comillas—. Los setenta, al margen de su atmósfera terrible, o por eso
mismo, fueron la última década en que el conversacionalismo poético, bien
o mal ejercido, era no solo la tendencia lírica dominante, sino además un
modo que permitía con cierta facilidad el acceso a revistas y ediciones.
Raúl, como Emilio de Armas y Aramís Quintero, pudieron publicar en El
Caimán Barbudo, que había dado a conocer mucho de lo más valioso de esa
tendencia en los sesenta y setenta, pero solo una vez.
Espero no tener que recordar que estoy escribiendo como testigo. Luego de
un par de poemas en El Caimán, volvió el silencio. Es comprensible: la
poesía de todos aquellos muchachos estaba proponiendo, en el primer lustro
de esa década todavía tan mal analizada, nada menos que un nuevo camino
poético, que no negaba, claro que no, el reciente conversacionalismo, sino
que lo fundía en una nueva entonación en que una herencia formidable —
Martí, Ballagas, Orígenes— se explayaba por los mundos cotidianos que el
conversacionalismo había integrado a la poesía cubana. Era una dirección
inevitable de la poesía cubana, y eso lo demuestra que, en las antípodas,
otro poeta ensayaba igualmente —tono lezamiano con tono enraizadoen la
cultura pop—, me refiero a Severo Sarduy —narrador, ensayista y pintor,
pero también impactante poeta y dramaturgo—, todavía tan desconocido del
lector cubano. Un ejemplo meridiano de esta característica se observa en un
poema como «Variaciones en torno de la niña y el árbol», cuyo
neobarroquismo esencial se cimenta sobre un laberinto de ecos de poesía.
Raúl tenía una percepción muy nítida y precisa del mundo. No fue un
freudiano, ni supe nunca que le interesase la obra de Freud. Enfrentarlo
desde el gran pensador austríaco me parece muy poco sensato. Nunca
percibí en él esas dualidades agónicas que se le han achacado con tintes de
psicoanálisis a ritmo de maracas. De dualidad, ningún artista cabal está
exento: la vida no es, como pregonan los dogmas, un tótem estructurado en
leyes inapelables y estables todas para siempre.
¡Hum, miedo yo! Con tantos años que estuve en el ejército, donde hay
que ser macho de verdad. A veces uno se rifaba la vida, muy a
menudo en los dos últimos años. No estuve en campaña, pero aquí en
Santiago, a cualquiera que llevara un traje le entraban a balazos…
Hubo algunos casos, pero yo nunca tuve miedo, ni entonces, ni
399
antes… Me fajaba con cualquiera. Y no atenido al traje.
Once pares de pies, once personas, que no son muy personas, después
de todo. Pero hablan como cien. Uno oye hablar y no sabe cuáles son
los pies del que está hablando. Se eriza uno un poco. Esto tiene algo
de brujería.
— ¿De qué murió?
Eso lo han preguntado más de cuarenta veces.
— De acidosis.
405
Le dan más importancia al «de qué», que al hecho de morir.
Pues pocas veces la literatura cubana ha contado con un autor tan
ensimismado en la cuestión del lenguaje insular y escuchar sus perfiles
idiosincrásicos. Michel Foucault señalaba una cuestión fundamental en
cuanto al lenguaje:
Digamos que está esa cosa extraña en el interior del lenguaje, esta
configuración del lenguaje que se detiene sobre sí, que se inmoviliza,
que constituye un espacio que le es propio y que retiene en ese
espacio el derrame del murmullo, que espesa la transparencia de los
signos y de las palabras, y que erige así cierto volumen opaco,
probablemente enigmático. Eso es en suma lo que constituye una
407
obra.
Con más soltura que en las novelas precedentes, Soler Puig aborda rasgos
específicos del vestuario, no en cuanto a modas, sino en lo referido a ciertas
formas de tipicidad, en particular el astroso «túnico de promesa» de la
criada Tita. El pan dormido, incluso más rica en manejo de la norma
popular santiaguera que otras de sus novelas —con la excepción de Ánima
Sola y de Un mundo de cosas—, concentra buena parte del interés narrativo
en las prácticas cotidianas de las dos clases sociales invocadas en el texto.
En este sentido, son los modos de hablar los puentes que permiten el
contacto profundo entre los pequeño-burgueses Perdomo y sus empleados
de La Llave. Esta postura narrativa de Soler Puig no es precisamente
ingenua: años después de publicado El pan dormido, en la novela Ánima
Sola —donde reaparecen los personajes de la primera, pero aun más
liberados del espacio-tiempo, dado que hablan desde la muerte— se
exacerba aun más el énfasis en el lenguaje como instrumento noseológico y
expresivo, de tal modo que ambas novelas pueden ser revisadas desde una
idea de Michel de Certeau sobre el anónimo y popular lenguaje de la vida
cotidiana:
Pero así mismo es fácil identificar en El nudo, una novela de alto calibre,
que hasta hoy la crítica, deslumbrada por la peculiar factura de El pan
dormido y de El caserón, no ha alcanzado a comprender, además, por el
adocenamiento de buena parte de nuestra crítica, anclada aun en gran
medida en un modo de expresión ligado a aquellas venerables
«composiciones» que en la década del cincuenta solicitaban de sus alumnos
los profesores de institutos preuniversitarios. Hay que subrayar aquí, con
Michel de Certeau, que Soler se proyecta ya, desde El pan dormido y las
angustias de su ejecutante del sujet, ese Perdomo sin nombre, hacia el
cuestionamiento de una cultura:
Hay otro pasaje en que la meditación sobre el sentido de la vida alcanza una
intensidad capital:
Con una conciencia que hoy se me revela impactante, Soler Puig atendió de
manera creciente a los perfiles esenciales de nuestra cultura: idiosincrasia,
lenguaje —ese murmullo colectivo que nos cerca—, arquitectura —la más
reveladora de toda cultura, la de los humildes—, la culinaria, los valores
morales, los vínculos entre los sexos, la familia, el diálogo aceptado entre
padres e hijos, en fin, todas las pequeñas y decisivas operaciones de la vida
cotidiana. Esa actitud de escucha impenitente, ese acarreo de lo peculiar
cubano: ahí está otro de los legados enormes de Soler Puig a su cultura, que
sigue siendo nuestra, en esta isla difícil y gallarda.
Las criaturas de Bertillón 166 tienen una trayectoria vital tan desconocida
como el termino criminalístico que cataloga formalmente sus muertes. Soler
prueba sus armas de narrador con un sentido de la etimología del detalle
con que conforma las imágenes fragmentarias de sus personajes: el sastre,
por ejemplo, es una figura construida a partir de mínimas claves cuya
eficacia no está relacionada con el escaso volumen de su descripción o su
historia precedente. Su origen, sus significados primigenios, su étimo
existencial, tienen que ser adivinados por un lector muscular y participante.
Si el punto de vista narrativo es vital en toda su obra, hay que añadir que
exige continuamente del lector una agilidad inusual para captar esos sujetos
que solo se revelan en una mirada, una actitud, un impalpable gesto. La
combinación de límite y exceso, represión y pasión, la invitación continua a
encontrar el significado original (etimología) de los detalles que construyen
a los personajes, son la base (neo)barroca de Bertillón 166 y será en el resto
de su obra, y en particular en sus hitos de mayor eficacia artística, un
elemento constante. Santiago de Cuba, más allá de su secular núcleo
urbanístico colonial, se convierte en la novela en un laberinto desenfrenado,
cuyo dinamismo visual es nuevamente un índice de que Soler estaba
fundando un nuevo tipo de barroquismo antillano, diferente del barroco
lezamiano —asentado en un gustoso estatismo, de fascinante tallado
decorativo y simbólico— y también del barroco carpenteriano —
deslumbrante en su lenguaje inacabable, sus series escalonadas de vocablos,
su obsesiva descripción conquistadora de una realidad que se quiere
equiparar en prestigio con los viejos tópicos euroccidentales— .
Una y otra vez el texto nos advierte de que no hay una realidad compacta y
cabalmente organizada. Se trata de una novela de formación, en la que la
trayectoria de la familia Perdomo resulta una transubstanciación de la
historia insular, pero esa formación se muestra a retazos cortados con burda
e incisiva deliberación, con un aferramiento a imágenes que está conducido
por el azar concurrente. La doble dimensión de la peripecia nacional y
familiar resulta contada, pero no a la manera racional y francesa de Los
Thibault, de Roger Martin du Gard; o al modo crítico y de británico
humorismo de La saga de los Forsyte, de John Galsworthy; y mucho menos
de la densidad atormentada, llena de subterráneos, de Los Buddenbrook, de
Thomas Mann. No hay una perspectiva omnisciente, no hay una gradación
temporal canónica. El sujeto narrador señala en un momento dado de El pan
dormido:
Es por esto que El caserón presenta un espacio físico —el edificio mismo
donde tiene lugar la trama— deliberadamente complejizado, asumido como
entidad de incertidumbre: no hay certeza del tiempo, ni de quiénes son en
verdad los personajes de una trama que alcanza por momentos una estatura
trágica ni, a pesar de que todo transcurre en un mismo espacio edificado, se
puede estar seguro de cómo es en realidad dicho espacio, que carece de
descripción funcional efectiva. Al mismo tiempo —y el cierre de la novela
se encarga de confirmarlo— el texto hace evidente que hay una semejanza
—quizás morbosa— entre los sujetos narradores, que curiosamente son
personajes femeninos, es decir, subalternos en una sociedad contextualizada
en un machismo que, en el momento actual de la cultura cubana (2015),
sigue siendo un condicionante de violencia y desigualdad social.
Porque uno de los grandes temas de la narrativa soleriana es, desde luego,
otro tópico barroco: el sfumato y la derogación de las delimitaciones
lineales, la búsqueda del claroscuro pictórico que se convierte en realidad
del lenguaje narrativo. Es un epicentro barroco que ni Lezama Lima ni
Carpentier trabajaron. Severo Sarduy, en cambio, sí lo hizo, pero desde un
tratamiento diferente, mucho más intelectual que sensorial.
El Caribe durante los siglos XVI, XVII y XVIII había sido una zona peculiar en
la que, en ocasiones, se había microlocalizado y aun solventado las
contradicciones entre las grandes potencias europeas y se diría que estas
pretendían mantener allí ese status quo. Creo que no puede desatenderse el
efecto que esa objeción de Bolívar debió de haber causado en el joven
principeño.
Esta actitud, sin embargo, habría de ser dejada atrás por Betancourt. Otra
carta a Saco, del 19 de octubre de 1848, después de haber recibido una
misiva de Saco en respuesta a la anteriormente citada, pone de manifiesto su
436
convicción de que la esclavitud debe ser abolida.
Por otra parte, vivió un tiempo en que los debates ideológicos en Cuba
estaban más que enturbiados por una polarización esquemática, conducente a
la desunión; él mismo escribió sobre el ambiente insular: «ni aun
racionalmente se puede hablar, porque o lo bautizan a uno de insurgente o de
438
abolicionista, que hoy es peor que insurgente».
En efecto, las opiniones se encrespaban sobre todo en relación con el asunto
capital de la abolición de la esclavitud, que había llevado a algunos a asumir
una postura ético-social de gravísimas consecuencias, descrita como sigue
por El Lugareño: «hoy es delito tener y hasta manifestar compasión de los
esclavos: la humanidad y el buen trato, nada de esto se puede recomendar en
439
el día porque son sinónimos de abolicionismo».
Entre las muchas zonas de nuestra cultura que permanecen aun sin
investigar, se encuentra el lenguaje coloquial cubano en el siglo XIX: ese es el
primer valor de las cartas de El Lugareño, quien, firmando Narizotas, se
dirige siempre a su amigo Saquete con un lenguaje matizado de sabrosísimos
coloquialismos insulares: «Saquete mío: Con el placer que siempre he
recibido tu gratísima, fecha en St. Omer a 4 de julio. ¡Qué babujal tan
pinchín! No te morirás del cólera, pero sí del miedo que te trae de Ceca en
442
Meca». El expresivo empleo de coloquialismos se combina con la ironía,
empleada muy a menudo como ingrediente descriptivo y valorativo en sus
comentarios sobre la confusa situación ideológica de Cuba:
¡Así pudiera salvarse nuestra Cuba, Saco mío! Pero aquí [nota: se
refiere a los Estados Unidos] hay médicos y asistentes leales que
atisben, vigilen y apliquen remedios; mientras que los médicos y
asistentes de Cuba en vez de remedios suministran el veneno que
apresura la muerte. ¡Qué dolor, Saco! Cuba no muere de la
enfermedad; muere asesinada por médicos y asistentes. Pregunta si no,
cómo ha sido el combate reciente entre un buque inglés y tres negreros
sobre las costas de tu tierra: pregunta cuántas expediciones han salido
y se preparan a salir para África, por la Compañía negrera de la [sic]
Habana a cuya cabeza está la madre de la Soberana de España y ama
de la Colonia de Cuba; pregunta con qué engordan el riñón los
Capitanes Generales, todos los empleados, todos los españoles, en fin,
nuestros amorosos padres; y pregunta de qué modo y por qué medios
se proponen conservar la posesión de Cuba, y el derecho de
443
gobernarnos sin condiciones y estafarnos sin caridad ni mesura.
En dos pinceladas ha descrito aquí uno de los males mayores que aquejaban
la ideología de muchos de los criollos en el siglo XIX cubanos, entregados a
un tonto mimetismo de modelos culturales extranjeros y entregados a la
torcida noción de que el trabajo era una actividad que no correspondía a las
personas cultas —postura que todavía Martí critica con dureza, sobre todo en
su ensayo Nuestra América, cuando caracteriza a este tipo de criollos como
sietemesinos—.
Dice usted «que en 1851 me oyó decir que la revolución de Cuba era
necesaria a todo trance, y que agregué estas memorables palabras:
Cuba libre, o aquí fue Cuba». Me explicaré. Convencido como estoy
de que la revolución de Cuba es necesaria, inevitable, y que tiene que
atravesar por entre escollos y peligros, creo que es preciso aceptarla
con todas sus consecuencias, y una vez lanzados en ella la alternativa
es sacarla libre (Cuba libre) o hundirnos en sus ruinas (aquí fue Cuba).
451
Este es el pensamiento que he querido expresar.
EN TORNO A LA CULTURA
El Caribe no es la polinesia
Uno de los factores de mayor importancia para una comprensión cabal del
453
Caribe, es su profundo carácter fractal y el sentido distintivo de una
región donde se funden en hirviente transculturación factores provenientes
de las más variadas culturas del planeta. Esa amalgama, empero, ha sido
también un elemento que, mal observado por ciertos analistas, ha conducido
a la búsqueda de identificaciones parciales que, por su mismo carácter, lejos
de conjurar, intensifican mucho más la construcción de una imagen
disgregada, antes que la organicidad de un rostro integral. En superar este
escollo radica uno de los aspectos más deslumbrantes de El discurso
antillano, de Édouard Glissant, quien, con una clarividencia poco común,
percibe la necesidad de una perspectiva culturológica sobre el Caribe: «[…]
cualquier intento de formar un grupo de investigación acerca del tema nos
parece enraizado en el propio corazón de la problemática de la
454
investigación en ciencias sociales en las Antillas […]». Una de las
cuestiones centrales en el enfoque de Glissant, es su distanciamiento de la
proliferación de dicotomías que ha marcado por mucho tiempo los estudios
455
del Caribe. El énfasis en formular problemas en términos dicotómicos un
elemento que Mireya Fernández Merino capta muy bien al considerar:
hay que salvaguardar una cultura, pero al mismo tiempo hay que
desarrollar esta, transformarla de una manera sustancial:
Irónicamente, en muchos de los pueblos del Caribe en los que el
turismo es el motor fundamental de la economía, se carece de
461
conciencia real y de cultura turística en buena parte de la población.
Una de las cuestiones más complejas que, para una historia de la América
hispánica, entraña la independencia continental, tiene que ver directamente
con el modo esquemático desde el cual se ha venido valorando el devenir de
su cultura, sometida a una crítica eurocéntrica y, por tanto, en buena medida
desenfocada. La independencia significa, también en la esfera cultural, un
desgajamiento que no puede medirse desde patrones preconcebidos del
Viejo Continente.
Creo que pocos tuvieron una percepción tan clara del problema que había
formulado Martí como aquel jovencísimo aprendiz de crítico que, desde las
páginas del periódico de su provincia, alertaba sobre la necesidad de una
perspectiva ancha sobre la creación artística. No es casual, precisamente,
que en su madurez lograra integrar un pensamiento crítico de nítida
originalidad sobre un problema vital —y tantas veces soslayado— de las
culturas de América: el eurocentrismo. Estoy convencido de que un balance
fundamental de su labor creadora —como ensayista y crítico, como
traductor, como editor, como polemista— radica en la organicidad que
subyace bajo la aparente variedad de temas abordados. Pues su interés por
la teoría literaria, la teoría del arte y su historia, la crítica literaria y de artes
plásticas, la culturología, la semiótica, el problema de la recepción artístico-
cultural son perspectivas complementarias que convergen en un epicentro
reflexivo esencial: la necesidad de un pensamiento axiológico cabal en
Cuba y Latinoamérica, como fundamento imprescindible para la defensa de
nuestra identidad. Es este un punto esencial en la meditación de Navarro, y
resulta por completo coherente con una cuestión de raíz ontológica: no es
posible conocer la identidad propia, la mismidad cabal de una cultura, si no
es por la vía de la percepción de las diferencias con los demás sistemas
culturales.
Es esta una verdad que ha sido ratificada una y otra veces desde finales del
siglo XIX, en que Ferdinand de Saussure estableció el sentido diferencial del
valor sígnico. Navarro ha subrayado, pues, en todo el conjunto de su labor
intelectual la urgencia de una organicidad crítica en el pensamiento cultural
cubano y latinoamericano. Somos, pues, diferentes, pero sobre la base del
contraste y el diálogo intercultural, no del aislamiento aldeano sobre el cual
también advirtiera Martí en el primer párrafo de Nuestra América.
Hay que insistir, por otra parte, en que la propuesta de Navarro —y es esto
una característica general de su obra— no se apoya meramente en
presupuestos teóricos de carácter literario, sino también en una comprensión
general de la ciencia como actividad creadora, de modo que convoca en su
respaldo a figuras tan prestigiosas del pensamiento científico como el
argentino Mario Bunge o el polaco Jerzy Topolski. Navarro demuestra así
que el tema de una teoría literaria no se reduce al ámbito de la cultura
artística, sino que tiene que ver con una percepción científica de la sociedad
y, en específico, del pensamiento investigativo en su sentido más lato.
Hay que recordar, además, que en la década del setenta y el ochenta los
estudios literarios de la Europa del Este había sido en general refractarios a
la perspectiva semiótica, a pesar —o quizás por eso mismo— de que ya en
el pensamiento de Lev S. Vigotski y en el de Mijail M. Bajtín se hace
evidente un marcado interés por la estructura sígnica de la comunicación en
general y del arte en particular, así como por el significado, la producción y
el uso de los signos lingüísticos y no lingüísticos.
El componente cultural, por otra parte, resulta aun más afilado que en los
tomos anteriores, pues se identifica incluso análisis de qué novelas insulares
—en un total de setenta— estaban a disposición de ser fuente para guiones
de un cine nacional. Al mismo tiempo, Castillo tiene en cuenta el mayor
desarrollo de la música cubana — analizado en esa misma época por Alejo
Carpentier en su estudio La música en Cuba—, y su consiguiente impacto
sobre el cine nacional, pues incluso en el período se proyecta hacia otras
cinematografías, como las composiciones de Eliseo Grenet que se emplean
en la época en el cine argentino.
Hay otro importante juicio de Néstor Almendros citado por Castillo, donde
el gran fotógrafo de Kramer vs. Kramer, La laguna azul y La decisión de
Sophie valora el panorama del cine cubano en 1950 en cuanto a su relación
con un público con un alto porciento de analfabetos. Aun así, Almendros
subrayaba que entre los años finales del cine silente y los primeros del
sonoro, en Cuba se habían hecho esfuerzos interesantes para encaminarse
hacia un cine de cierto relieve artístico, idea que, en efecto, se confirma por
los análisis de Castillo en el primer tomo de su serie.
Así pues, el estudio del cine cubano entre 1945 y 1952 se desarrolla desde
una perspectiva inteligente, que ahonda en las relaciones entre el cine
nacional y el ritmo del séptimo arte en latitudes conexas, tanto Estados
Unidos —donde, entre otros muchos vínculos, resulta fascinante la
indagación acerca de la película de ambiente y argumento cubano filmada
por John Huston, Wewerestrangers, uno de los últimos cinco filmes qe
protagonizaría el malogrado y talentoso actor John Garfield—, como
México y Argentina, de modo que puede apreciarse también la irradiación
de Cuba sobre otras cinematografías, como el caso específico de la
incorporación del personaje de la rumbera cubana en el imaginario
cinematográfico mexicano, o la utilización de La Habana como locación
reiterada en el cine mexicano del período.
Los valores / signos están producidos por cierto tipo de trabajo social.
Pero producir diferencia, sistemas diferenciales, jerárquicos, no se
confunde con la extorsión de la plusvalía económica y no resulta de
ella tampoco. Entre los dos, interviene otro tipo de trabajo, que
transforma valor y plusvalía económica en valor / signo: operación
suntuaria, de consumo y de rebasamiento del valor económico según
un tipo de cambio radicalmente distinto, pero que de cierto modo
produce también una plusvalía: la dominación, la cual no se confunde
en absoluto con el privilegio económico y el provecho. Estos últimos
no son en cierto modo más que la materia prima y el trampolín de una
operación política de transfiguración del poder por los signos. La
dominación se halla, pues, vinculada al poder económico, pero no
«emana» de él de manera a la vez automática y misteriosa; procede de
504
él a través de un retrabajo del valor económico.
Un problema más intensificado se presenta en épocas históricas como el
romanticismo, en que la estética dominante propugna la «originalidad» a
toda costa, y como valor estético fundamental el que cada artista
cuestionase y replantease al menos el código establecido para un tipo de
obra o proceso artístico.
Ya en los albores de la década del sesenta del siglo XX, Morawski trataba de
encontrar una definición de obra artística que superase las limitaciones de
una concepción demasiado formalizada y estatista del arte (y, con ello,
naturalmente se arriesgaba a caer en la misma trampa); es interesante
retomarla con el propósito de ahondar en las consideraciones acerca del
carácter comunicativo del arte:
Llamamos obra de arte a un objeto que posee al menos una estructura
mínima expresiva de cualidades y modelos cualitativos, transmitidos
sensorial e imaginativamente de manera directa e indirectamente
evocativa (semantizada). Estos modelos cualitativos y la estructura
definida se refuerzan mutuamente, creando un todo autotélico y
relativamente autónomo, más o menos separado de la realidad,
aunque permanezca como parte de ella. Este objeto, añadiré, es un
artefacto, en el sentido de que se ha producido directamente por
medio de una techne determinada, o bien es el resultado de alguna
idea ordenadora. Finalmente, este objeto se relaciona de una u otra
505
manera con la individualidad del artista.
Morawski comienza por indicar que se trata de una «estructura mínima»
que expresa, vale decir, tiene un sentido de comunicación. El arte, como
modalidad especial de la cultura, se desarrolla como un lenguaje específico
—y ello es una prueba de gran calibre acerca de la multiplicidad sígnica del
506
hombre— o, más bien, como un amplio conjunto de lenguajes diversos
cuya función predominante es la estética, y que se relacionan entre sí (la
poesía sirve de texto para la canción y el aria; la escultura se vincula con la
arquitectura; pintura y escenografía —danzaria, teatral, cinematográfica— ;
la literatura se relaciona con el cine, el teatro, la danza, la pintura. Pierre
Francastel comenta:
Hace un siglo, la historia del arte consistía ante todo en una
descripción, estrechamente ligada al señalamiento de las obras
mayores, de las obras claves del pasado. Más tarde, con el tiempo, es
la iconografía la que, bajo formas diversas, tomó el primer lugar,
desde las obras de Emile Mâle hasta Panofsky. Más tarde, después de
los trabajos de Benedetto Croce, se le concedió un puesto cada vez
más importante a la filosofía, y en esta perspectiva se tomó conciencia
de que el arte era una forma de lenguaje. Hoy día, parece que esa
actitud, que hace del arte uno de los medios de connotación de una
forma mayor del lenguaje de la humanidad, tiende a imponerse, sin
que por ello se pueda considerar que los historiadores del arte y los
estetas hayan llegado a crear, en su dominio, una problemática
507
equivalente a la que han elaborado los lingüistas.
Es necesario subrayar que, si bien no se ha logrado conceptualizar una
sistematización de la comunicación (y, en particular, de la codificación y la
pragmática) mediante el arte, lo cierto es que la noción del arte como
lenguaje, si bien a veces difusa, es inherente a la comprensión de la obra
artística como medio de comunicación.
De aquí que sea conveniente que una investigación sobre el arte tenga en
cuenta el carácter comunicativo del fenómeno artístico, peculiaridad que es
uno de los componentes básicos de la función social de la práctica artística.
Este enfoque comunicativo, desde luego, se relaciona de modo intenso con
el problema de la lectura del arte, condición indispensable para su
508
interpretación. Pierre Francastel ha señalado al respecto:
En realidad, por consiguiente, en la base de toda clase de
investigación, no se trata de confrontar teorías con obras, sino de
plantearse el problema de saber cómo se lee una imagen, cómo es
descifrable y cómo se puede concebir que la selección de las formas y
la selección de los elementos correspondan a cierto número de
imperativos que determinan la elección, la selección del artista, y que
509
determinan también la posibilidad de comprensión del espectador.
Esta lectura del arte es, ante todo, una operación de tempo pausado, incluso
en el caso de la plástica. Pierre Francastel agrega: «[…] es estrictamente
imposible leer, ver una obra de arte figurativa, cualquiera que sea, en un
relámpago; por el contrario, es necesario descifrar, y descifrar en el tiempo,
510
toda obra figurativa». Las modalidades histórico-culturales de la lectura
del texto artístico afectan también, desde luego, a la crítica de arte y, por esa
vía, también a la investigación.
Desde el siglo XX, se ha replanteado el problema de la obra y, también, se ha
esgrimido con gran fuerza el concepto de texto y el de cocreación, de modo
que se exige del receptor una participación activa en el enfrentamiento a la
obra artística.
Acotaciones sobre la cultura
En cierto momento de fines del siglo XIX y principios del XX, se asumió por
la antropología que la cultura era la totalidad del modo de vida de un
511
pueblo. Este concepto, sin embargo, es demasiado amplio y, aunque
puede valer para las investigaciones antropológicas, es menos útil para
estudiar los códigos y estructuras culturales en sí mismo.
Desde este criterio puede examinarse entonces las relaciones entre los
conceptos de proceso, producto y hecho cultural.
En la cultura tienen lugar, de manera dinámica, interrelaciones diversas que
son siempre de carácter dinámico, entendiendo por tal tanto la
comunicación social como la creación de entes de cultura; en este último
caso se trata de la creación de obras y artefactos económicos, obras y
artefactos artísticos, obras y artefactos científicos, así como otros de diverso
carácter: mítico, religioso, etc.
Así pues, el objeto y el hecho culturales son los dos componentes básicos de
los procesos culturales, su cara sincrónica y su cara diacrónica, el costado
de signo construido y el costado de recepción individual y social.
Para leer al otro
Se ha avanzado, por lo demás, hacia una comprensión mucho más alta del
problema de la existencia real del mundo en su totalidad: el cambio de
perspectiva nos permite saber que la vida —social tanto como ecológica—
depende de un diálogo, de una comunicación en la cual los seres humanos
no son los únicos interlocutores, sino que el propio planeta, en su integridad
natural —orgánica e inorgánica— interviene en ese coloquio profundo que
es la esencia del ser humano. Ello nos ha puesto ante el reto, patente ya en
el siglo pasado, de que la trayectoria futura de la humanidad depende, en
muy alta medida, de su capacidad de comunicación en sentido orgánico,
vale decir, no solo de expresarnos, sino de comprender. En esta nueva
manera de visualizar una cuestión de tal alto calibre, uno de los desafíos
que enfrenta la sociedad contemporánea tiene que ver con la lectura en
tanto actividad dirigida a la construcción no ya de la cultura, sino de la
propia existencia, tanto del individuo humano, como del espacio en el que
habita.
Hace cerca de treinta años que el llamado para cambiar las relaciones
con nuestro planeta encuentra eco en un gran número de personas. La
conciencia de que la especie humana no disfrutará de condiciones de
vida si persisten las relaciones predatorias con el medio ambiente, ha
517
sido el eje constante del llamado a la reflexión.
Es cierto que solo una minoría de las personas comienza a vivir su vida con
limitaciones causadas por una enfermedad, trauma o condición de salud,
mientras la mayoría no tiene que enfrentarlas. Pero es igualmente
comprobable que uno de los problemas más graves de la vejez es que puede
convertir a las personas en víctimas de un tipo u otro de discapacidad, razón
por la cual una aspiración actual de las ciencias médicas en el mundo, es
desarrollar una cultura de salud que propicie alcanzar una vejez sin
discapacidad. El lema internacional «Llegar a la tercera edad sin
discapacidad» no es un lema de propaganda, sino una meta potencial
alcanzable. Ahora bien, el peligro discapacitante subsiste para la tercera
edad, al menos mientras la sociedad no alcance una cultura de salud
adecuada, para lo cual, en primer término, se precisa enfrentar la
discapacidad como un componente efectivo de la existencia, y no como una
anomalía frente a lo cual se tiende a volver los ojos a otra parte.
La lectura es, por tanto, una actividad de base social destinada a que el
receptor tome contacto con otros seres como él, y, sobre todo, con los más
diversos procesos de enriquecimiento cultural. El niño discapacitado debe
enfrentar grandes obstáculos para una comunicación fluida con otros seres
humanos, en particular si no son discapacitados: se trata de un ghetto
comunicacional, que suele reducir al niño al espacio de la familia, y lo aísla
del ámbito social pleno. Pero si la discapacidad es un problema de todos,
entonces solo puede ser enfrentada por la sociedad en su conjunto.
Recuérdese que el modelo social de la discapacidad asume que esta no es
una cualidad negativa que afecta a un individuo, sino una totalidad de
condiciones que impiden que unas personas se integren al cuerpo general de
la comunidad, en tanto que a otras se lo niegan.
Uno de los factores de la cultura que deben ser sometidos a reanálisis, tiene
que ver con la necesidad ética, pero también económica y social en su
sentido lato, de que millones de discapacitados accedan de modo eficiente a
las prácticas lectoras tradicionales, que se han venido diversificando —
sobre todo con la aparición de una lectura cibernética cada vez más
diversificada—. Se hace necesario ahondar más en la conceptualización de
la lectura, cuya teoría también, en ocasiones, transparenta un
distanciamiento del hecho de que los discapacitados deben, siempre que sea
posible, acceder a la lectura. Investigadores educacionales tan destacados
como Kenneth y Yetta Goodman todavía suscribían que leer, tanto como
hablar y escribir, es un proceso activo del lenguaje en el que los lectores
527
manifiestan su condición de psicolingüistas funcionales.
Hay que aprender de esa y otras lecciones acumuladas. Pues del mismo
modo una percepción no discriminatoria ni aislacionista de los procesos
educativos en discapacitados, han de servir, a no dudarlo, en ampliar
nuestra comprensión —tanto en espacio como en acento humano— de la
lectura como puerta general, y no de unos pocos, hacia la realización del ser
y la cultura.
Posmodernismo en el cine: entre la moda y la sensibilidad
Por esos avatares que suele sufrir cierta clase de reflexión teórica sobre la
cultura, la que —de forma implícita o explícita— se asienta sobre la
disensión exacerbada de la herencia conceptual inmediata, el pensamiento
postmoderno ha recogido en los últimos tiempos las consecuencias lógicas
de uno de sus postulados esenciales: la concepción de que la razón y, por
ende, la cultura modernas derivaron en una fragmentación infinita de las
nociones sobre la propia racionalidad, ha conducido también a una
atomización, igualmente minuciosa, del propio discurso teórico
postmoderno. Así, se ha producido el tránsito desde lo que J. F. Lyotard, en
La condición postmoderna, definía como el inevitable «reconocimiento del
529
heteromorfismo de los juegos del lenguaje», modo de constatar que la
propia reflexión filosófico-cultural del postmodernismo no solo contiene
una múltiples enfoques y modos conceptuales, sino que, más allá de esa
comprensión, se advierte que, en cuanto realidad discursiva en sí, no existe
una teorización postmoderna, sino una pluralidad reflexiva, por momentos
autocontestataria, vale decir, una variedad de postmodernismos que, de
algún modo, hace que algunos hablen sobre el postmodernismo, sino de los
«postmos».
Hal Foster, desde un ángulo diferente del tema, arribaba a una conclusión
similar cuando afirma:
Este empleo un tanto irreflexivo en algunos textos críticos, tiene que ver no
tanto con una posición hermenéutica definida del autor —ni mucho menos
con una percepción conceptual y sensible de un hecho cultural efectivo—,
cuanto con una moda metalingüística. En esta línea de exageración, se llegó
también a otra consecuencia poco saludable: en algunos textos de crítica de
arte parece darse por sentado que todo hecho cultural y artístico
contemporáneo, en cualquier parte del mundo, es postmoderno por el solo
hecho de producirse en el presente, como si no hubiese la menor alternativa
artística o teórica de crear, hoy por hoy, una obra que no sea postmoderna;
de acuerdo con la actitud implícita en tales apreciaciones, lo postmoderno
no sería una conjunto de rasgos constitutivos de lo artístico en su esencia,
sino una datación, la pertenencia a una época dada.
Nada más erróneo, desde luego, que este tipo de apreciaciones. Tal vez,
como nos ha ocurrido con harta frecuencia desde la época colonial, la moda
de la alusión epidérmica a una teoría —en este caso el conjunto abigarrado
que se refiere a lo postmoderno— se produce en Cuba como síntoma del
desfasaje cronológico con que nos ha llegado una tendencia artístico-
cultural o teórico-metodológica, con la que nos ponemos en contacto
tardíamente, justo cuando debe comenzar el remansamiento de su
efervescencia; así llegó, fuera de hora, el estructuralismo, por ejemplo.
Por eso vale la pena, al dedicar atención en este capítulo al análisis del
filme —que es la substancia básica sobre la cual se sustenta la crítica
cinematográfica—, vale la pena considerar algunas cuestiones, siquiera
epidérmicas, de lo que puede significar la postmodernidad en la esfera
específica del séptimo arte. Ante todo, hay que tener en cuenta que el cine,
por su componente altamente industrializado y tecnológico, constituye,
desde luego, un terreno propicio para la generación del tecnoarte. Si la
teorización postmoderna se nucleó, ante todo, en una de las artes más
obviamente tecnologizadas, como la arquitectura, el cine resulta también
campo artístico que requiere del andamiaje técnico y así ha sido desde su
nacimiento, hace ya más de una centuria, hasta el presente.
En tal sentido, hay, qué duda cabe, una mayor libertad de factura en la
crítica de arte en la postmodernidad, que la que disfrutó la crítica en la
modernidad, en la cual se exigía al crítico, de manera explícita o implícita,
una unilateralidad químicamente pura, vale decir, la adscripción cerrada a
un modo de análisis con rechazo de todos los demás posibles, de aquí la
reiteración frecuente de giros de lenguaje tanto como de instrumentos de
análisis.
Se trata, pues, de que la crítica —tanto como su actividad de origen, el
conjunto de operaciones analíticas— se niega a ahora a admitir de manera
pasiva y ciega una autoridad preexistente y dominadora de los metarrelatos
—los métodos de trabajo crítico, entre otros varios—; por el contrario, el
crítico puede actualmente asumir una posición de origen postmoderno, en la
cual él es el máximo responsable de los modos de enfoque que utiliza en
sus análisis, así como de su integración en un cuerpo válido que el crítico
emplea.
En otro sentido, otra vía en la cual la crítica de cine revela una marca de la
postmodernidad, radica en la posibilidad de negarse a una perspectiva
esencialmente tecnológica en su modo de percibir el filme y en sus
estrategias para analizarlo. Si bien no puede desconocerse la importancia
del componente tecnológico, la artisticidad y eficacia de un filme no pueden
ni deben reducirse a dicho aspecto.
Una de las aristas que ha sido poco abordada por la crítica —tanto histórica
como literaria—, es la visión de Martí acerca de las familias cubanas de la
segunda mitad del siglo XIX, que son tema frecuente en sus páginas de
Patria, en las semblanzas periodísticas y en sus cartas, de tal manera que,
sin duda, el análisis del tema de la familia en su obra podría aportar muchos
elementos tanto a los estudios históricos como a los literarios y, en general,
a los enfoques culturológicos del siglo XIX cubano, tan poco frecuentados,
salvo excepciones muy destacables, en la bibliografía cubana. Como el
tema, pues, es tan amplio, en estas consideraciones se abordará solo una red
familiar: la de los Agramonte. Una visión escorzada, como será esta,
permite, a mi juicio, percibir hasta qué punto los estudios de familia pueden
enriquecer mucho el conocimiento de la cultura cubana.
El presente trabajo, por tanto, aspira a reconstruir esa imagen familiar que,
diseminada en los artículos martianos escritos para Patria, constituyó, sin
dudas, un modelo familiar implícito que el Apóstol transmitió a los cubanos
de entonces y de hoy. Es, desde luego, innecesario detenerse detalladamente
en detalles objetivos de la biografía del héroe epónimo del Camagüey.
Martí, en diversos momentos de su obra, pero sobre todo en su retrato
biográfico fundamental, «Céspedes y Agramonte», lo caracteriza por su
extraordinaria honradez política, su hombría de bien, la límpida novela de
su vida conyugal, su no desmentido democratismo, su legendaria y tangible
gallardía personal, su enorme talento militar, jalonado continuamente por
hechos refulgentes como el célebre rescate de Sanguily, el respeto de
absolutamente todos sus subordinados y superiores, su muerte heroica en
Jimaguayú el 11 de mayo de 1873: todos estos perfiles del prohombre
camagüeyano aparecen de un modo u otro referidos o aludidos por Martí
con una merecida aureola de caballerosidad y grandeza. Esta veneración
martiana revelan que un héroe veía al héroe precedente como una
encarnación cabal del ideal humano, el «hombre natural» al que aludió
muchas veces en su obra y que Fina García Marruz analiza cuidadosamente
536
en su reciente libro El amor como energía revolucionaria en José Martí.
Conviene señalar, sin embargo, que el retrato fundamental que Martí dedica
a Agramonte, es prácticamente el único que escribe en forma de paralelo,
en el nítido patrón plutarquiano. Que Martí se apoyara en los modelos
plutarquianos de biografiar es importante para comprender el sentido último
de su retrato de Agramonte.
El que tenga penas, lea las Vidas paralelas de Plutarco, que dan
deseos de ser como aquellos hombres de antes, y mejor, porque ahora
la tierra ha vivido más, y se puede ser hombre de más amor y
delicadeza. Antes todo se hacía con los puños; ahora, la fuerza está en
el saber, más que en los puñetazos; aunque es bueno aprender a
defenderse, porque siempre hay gente bestial en el mundo, y porque
la fuerza da salud, y porque se ha de estar pronto a pelear, para
539
cuando un pueblo ladrón quiera venir a robarnos nuestro pueblo.
Hoy, sobre las dificultades que se oponen a una empresa de arte puro
en una metrópoli ahíta y gozadora, Emilio Agramonte logra
establecer la «Escuela de Ópera y Oratorio de New York», con las
ramas de lenguas, elocución y teatro correspondientes, sobre un plan
vasto y fecundo como la mente de su pujante originador. Agramonte
conoce al dedillo, y de lectura íntima, la música universal: su ojo
privilegiado recorre de un vuelo la página: su juicio seguro quema
los defectos del discípulo en la raíz: su voz, realmente pasmosa,
canta con igual flexibilidad en todos los registros: su mano, leve a
veces y a veces estruendosa, ya brisa o temporal, ya cariño o ceño, es
551
una orquesta entera, y su fama honra a Cuba.
Esta dama debió de tener para Martí el prestigio que le daba su triple
condición de mujer, de patriota y de escritora. A ella le escribe el Apóstol
una carta de especial importancia. Es una epístola escrita por él dos días
después de haber pronunciado su hermoso discurso de homenaje a
Espadero, en el cual desplegó con particular intensidad su pensamiento
acerca del arte y el artista en su relación con el medio social. En esa carta a
Manuela Agramonte de Agramonte, todavía se perciben, quintaesenciadas,
varias de las ideas expresadas en ese discurso.
El esfuerzo que tuve que hacer sobre mi mala salud para cumplir con
mi obligación en la Velada de Espadero, me tuvo ayer inválido y me
quitó tiempo para organizar para el sábado tres lecturas o discursos
breves sobre un tema que solo es sencillo en su enunciación, pero
cuya dificultad Vd. mejor que nadie comprenderá, así como su
importancia e interés, si le digo que es nada menos que éste: ¿Con
qué tendencias, y para qué fin, debe educarse a la mujer?. Ahí caben
todas las ilusiones y todas las experiencias. Yo veo y oigo y no sé si
he llegado a ideas bien seguras en este asunto. Vd. nos hacen y nos
deshacen, y con la misma tristeza que les causamos castigan a los
que les hacemos la vida infeliz. Yo no creo que pueda haber estudio
más interesante sobre el tema de que le hablo que el de una persona
que siente y piensa como sé yo, y como adivinaría si no lo supiese —
que siente y piensa Vd.— Quisiera, como base para el debate
posterior, que, en un rato perdido, —si tiene alguno una madre tan
cuidadosa—, pusiera Vd. sobre el papel unas cuantas ideas, para
leerlas con los honores que merecen, este sábado; y si eso no pudiera
ser, contra lo que deseo y espero, por ocupación suya o por el tiempo
escaso, la deja con ese deber para la próxima Velada de Familias, sin
553
admitirle excusas, su muy sincero y afectuoso amigo.
Después de la Guerra del 95, ejerció como dentista y profesor del Instituto
de Segunda Enseñanza de Santa Clara, Las Villas, y murió en La Haban el
21 de noviembre de 1937. Fue padre de Armando y de Roberto Agramonte
Pichardo. Este Armando Agramonte y Pichardo se dirigió, durante de la
década de 1940, al connotado político cubano, Eduardo Chibás, para
rogarle que influyera para que el gobierno cubano intercediese
diplomáticamente por el príncipe Jerónimo Radziwill, entonces prisionero,
dado que su madre había obtenido, en su día, el perdón del gobierno
560
colonial español para los condenados de la goleta Honor.
El pensamiento cubano de las primeras décadas del siglo XIX estuvo muy
marcado todavía por la visión global de la sociedad criolla y su evolución
—con énfasis en una orientación economicista— que se gestó en la
Sociedad Económica de Amigos del País, magna institución que, impulsada
en particular por el Obispo Espada, se hizo eco de la Ilustración europea.
Pero por esta misma vía se escribieron reflexiones de gran calado sobre las
etapas anteriores de la historia insular. Se percibe en tales valoraciones del
pasado una conciencia de que Cuba se enrumbaba por nuevos caminos. Ya
en «Discurso sobre la agricultura de La Habana y medios de fomentarla»,
Francisco de Arango y Parreño, quien aun asumía la isla como una
extensión de España, destacaba la importancia de aquella para el desarrollo
peninsular, pero también, de rechazo, la desastrosa política económica
colonial:
Cuba, esa preciosa alhaja que por sí sola bastaba para vivificar la
nación, para hacerla poderosa, debió a sus paternales desvelos la
consideración y memoria que no se le había prestado en los anteriores
dos siglos: olvidada y despreciada como las demás colonias en que no
se satisfacía de repente auri sacra fames [Nota: la sagrada avidez de
oro], solo servía para gastar el situado que le venía de la ciudad de
Méjico [sic]. De sus primordiales poblacione, la única que se
conservaba con un cierto aire de importancia era la de La Habana.
[…] caminaba lentamente su población e industria, pero condenados a
vivir sin saber de la metrópoli, sin ropa para vestirse, sin vino para
celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, y sin embarción alguna que en
562
cambio de estos objetos les extrajese el sobrante de sus frutos.
La caracterización corresponde sobre todo a la Cuba del siglo XVII antes que
a la del XVIII, pero lo que interesa sobre todo es la percepción de que el
desarrollo de Cuba como colonia había sido tardío, de modo que, en la
visión de Arango y Parreño, tocaba al siglo XIX impulsar y consolidar un
verdadero desarrollo. Es innegable que se refiere ante todo a la economía,
pero no puede descartarse que hay también una difusa conciencia de un
panorama mayor que incluyese de un modo difuso a la cultura como
macrosistema de comunicación, así como de dispositivo tendiente al control
y organización de la sociedad insular. Será ya avanzadas las primeras
décadas del siglo XIX, cuando los intelectuales cubanos se asomen con
mayor atención al tema de la cultura, incluso con cierta simultaneidad
cronológica, como en el caso de José Antonio Saco, Domingo del Monto y
Gaspar Betancourt Cisneros.
Martí los estudió, desde luego que para combatirlos, pero supo respetarlos
en lo que valían. Las generaciones posteriores los hemos ignorado de
manera olímpica y, en el fondo, intelectualmente perezosa. Los anexionistas
evidenciaron una ignorancia y un desinterés cabal por la idiosincrasia
cultural de la isla; los autonomistas estuvieron ajenos a esa postura suicida.
De aquí que sobrevivieran junto a los independentistas. Para las dos grandes
posiciones que terminan enfrentándose a fines del siglo XIX, la cultura
cubana tenía un determinado sentido que debía ser examinado y custodiado.
El siglo XIX presenta como eje fundamental de las ideas sobre la cultura el
interés por los nexos entre ella y las nociones de sociedad y nación.
Apareció como una consecuencia natural de la construcción de una
autoconciencia insular, que habría de servir como explicación de una
idiosincrasia a la vez que como, a la larga, como mecanismo de defensa, de
intereses económicos primero, y de aspiraciones libertarias, después. Esta
puede considerarse, por tanto, la principal coordenada en el fluir de la
meditación cultural de la época, y a ella aportaron los más diversos
intelectuales del país, tanto humanistas como científicos, de modo que el
necesario examen de la totalidad de este proceso reflexivo requerirá todavía
de un ingente esfuerzo investigativo y axiológico.
Saco alude por primera vez a la cultura como regulador social, en sus años
de estudiante, en un discurso sobre jurisprudencia pronunciado en la
564
Universidad de La Habana.
Por otra parte, cierta zona de las ideas de Saco sobre la realidad cubana
entroncan directamente con precedentes tangibles del siglo XVIII cubano
acerca de algunos problemas culturales. En efecto, el 19 de diciembre de
1790 el Papel periódico de la Havana había publicado un artículo sobre los
juegos de azar, tema que retomará Saco en el primer epígrafe de uno de sus
textos fundamentales: Memoria sobre la vagancia en la isla de Cuba, donde
hace evidente que el juego se ha convertido en una práctica general de la
sociedad insular:
Yo no solo quisiera ver cerradas todas las casas de juego, sino que
este tampoco se permitiese en las fiestas y ferias, que so varios
pretextos se celebran en La Habana y fuera de ella. Que el pueblo
baile y cante, que meriende y se pasee, racional y provechoso es, pero
que casi nunca se oiga sonar una cuerda, ni se vean reunidas diez o
veinte personas sin que tropecemos con el vergonzoso espectáculo de
una mesa de juego, cosa es que jamás se debe tolerar. Nada importa
que estas prácticas viciosas quieran cubrirse con el velo de la religión,
o con las apariencias del bien público. Ni aquella ni este deben
sostenerse con tan infames recursos, pues cada moneda que entra en
el santuario o en las arcas públicas, es una profanación del mismo ser
a quien se tributan y una ofensa mortal que se hace a las leyes y a las
565
costumbres.
En esta célebre Memoria, por tanto, Saco pone de manifiesto la idea de que
la cultura no es un adorno, sino, sobre todo, un instrumento de control
social, un medio de formación de las diversas clases sociales y, en suma,
una necesidad para el estado moderno. Se trata, desde luego, de una idea
cuyas más hondas raíces hay que buscarlas en la Ilustración. Pero es Saco
quien las enarbola en Cuba, de modo que la cultura es concebida por él
como un dispositivo de progreso social. José Antonio Saco, historiador de
raza, añade otra consideración de indudable peso sobre la función de la
cultura como modo de identificar a la propia sociedad insular considerada
en su conjunto orgánico y no solo en cuanto al espacio capitalino:
A las naciones que la observan: si se revisa con cuidado los Papeles sobre
Cuba de este autor, y en especial sus textos relativos a la política cubana, es
inevitable percibir que los aludidos países no son otros que la propia
España, Gran Bretaña y Estados Unidos, de modo que habría una
insinuación palpable a la noción —que Martí retomará décadas más tarde y
no solo en su célebre frase sobre ser cultos para ser libres— de que hacer
patente la cultura insular es también un arma para defender la isla contra
ambiciones siniestras y, en síntesis, darse a respetar. En este pasaje de la
Memoria… se funda, pues, una convicción de política cultural que habría
de alcanzar a los siglos venideros.
José Antonio Saco encarnaba una postura en cierto modo paradójica. Por
una parte, era enemigo acérrimo de la esclavitud: respondía más bien a una
clase dominante en trance de desaparecer, los criollos ricos representantes
de la economía preazucarera en Cuba —ganaderos, dueños de tierras
dedicadas a cultivos diversos y en particular del tabaco, comerciantes—.
Por otra, se vio constreñido a una posición de extrema prudencia, o creyó
serlo, debido a la presión social ejercida por los grupos económicos
privilegiados que se vinculaban directa o indirectamente con el infame
negocio de la trata. Eduardo Torres-Cuevas lo ha expresado de una manera
excelente: «Saco, como Luz y antes Varela, tuvieron el cuidado de no
574
hablar de abolición sino de extinción de la esclavitud».
Para agregar más adelante una cuestión fundamental que condicionó a Saco
y todo el pensamiento cultural de la primera mitad del siglo:
Desde luego que con el término «artes» se refiere sobre todo a lo que hoy
conocemos como artesanías y oficios. Saco había investigado el tópico
incluso en la realidad social cubana del siglo XVIII. En su artículo «Noticias
puestas en el padrón general, conducentes a dar una puntual idea del estado
en que se halla la isla de Cuba en el año de 1775», Saco escribía:
Las artes son ocupación de los mulatos y negros libres: pocos blancos
están empleados en ellas. Las más necesarias a la vida humana, como
zapatería, sastrería, herrería se hallan en regular estado; pero a todas
hace ventaja la carpintería, de cuya especie se ven obras
perfectamente acabadas, y comparables con las de los ingleses. La
pintura, escultura, platería y otras artes destinadas al lujo, están
todavía muy atrasadas. No hay fábricas de géneros para vestir. Las
mujeres no se emplean en otras labores de manos que las de coser;
pero en esto y en bordar tiene sobresaliente habilidad. Se descubre en
los naturales mucha disposición para cualesquiera oficios
578
mecánicos.
Levantada esta barrera, cada una de las dos razas se vio forzada a
girar en un círculo reducido, pues que ni los blancos podían romperla,
porque una preocupación popular se lo vedaba, ni tampoco los negros
y mulatos, porque las leyes y costumbres se lo prohibían.
Para añadir en otro momento de ese mismo texto: «La nacionalidad cubana,
de que yo hablé, y de la única que debe ocuparse todo hombre sensato, es la
de la formada por la raza blanca, que solo se eleva a poco más de 400,000
584
individuos». Hay un timbre patético en esta afirmación. Un hombre tan
culto como Saco, radicado por tantos años en Europa —es allí donde
escribe este juicio tan desatinado—, no podía ignorar que en esa misma
primera mitad del siglo en que él vive, el Romanticismo había incluido a las
propias culturas españolas entre los espacios culturales «exóticos» e incluso
mestizos.
Ese mínimo pasaje es interesante por más de un motivo. Ante todo, Del
Monte asocia implícitamente la estabilidad social con la cultura —La
Habana, sumergida en la delincuencia, es un lugar «inculto»—. Y asimismo
se advierte una postura discriminatoria, en la que se menosprecia por igual a
los indios y a los árabes beduinos, grupos «no blancos» que, en la
perspectiva de los criollos de esa primera mitad de la centuria, eran
considerados inferiores. Concede que La Habana de Tacón ha sido
transformada, pero solo en aspectos no esenciales:
Tanto como Saco, Del Monte enfoca su atención sobre todo a la cuestión
591
política, y también coincide con él sobre el problema de la esclavitud y la
población de origen africano, incluso en su contradictoria posición de
enemigo de la esclavitud y discriminador de los africanos:
Ahora anda sembrando mil calumnias contra Saco ese ruin partido de
negros mercaderes, entre la gente sencilla e ignorante para
despopularizarlo. Dicen que es un loco, porque no pueden decir que
es un pícaro; que es un insurgente de a folio, porque nunca ha adulado
y tiene dignidad de hombre; que es enemigo de la trata africana y de
la esclavitud de los negros, como si ninguno que tuviese medianos
alcances y un corazón regularmente conformado, pudiese no detestar
con toda la fuerza de su alma tan atroces y lamentables plagas; que
Saco va a pedir en el Estamento la emancipación de los negros, con lo
cual va a poner en conflagración a la isla de Cuba… ¡Pícaros! Ellos
son los que la incendian, metiendo con estúpida e infernal codicia más
y más negros bozales, cargando así la mina que nos ha de volar a
592
todos.
El número 104,400 de niños que nos resultan en la isla sin que tengan
materialmente dónde aprender siquiera a leer y escribir, en una
población de 500,000 personas blancas y libres de color, debe llamar
por sí enérgicamente la atención de los hombres sensatos y
pensadores de Cuba y su metrópoli. Los adelantos o el atraso
vergonzoso de otros pueblos poco pueden consolarnos en nuestra
miseria. Un gobierno sabio mirará en esta enorme masa de cien mil
ignorantes, cien mil revoltosos proletarios, enemigos de la
tranquilidad del país, y si se interesa sinceramente en la ventura de
este, procurará afianzar en él el orden, difundiendo y costeado
escuelas primarias conforme a los progresos intelectuales y morales
de la época presente, como lo ha hecho el de la Prusia, y conquistar
así a fuerza de luces la paz, la riqueza sólida y la moralidad futuras en
595
esta preciosa Antilla.
Es sin duda Del Monte quien con más nitidez, entre los intelectuales de su
generación, expresa el concepto de cultura, todavía de uso reciente en la
época, y lo utiliza en un sentido de entera precisión humanista y ligada a la
Modernidad de su tiempo:
Este interés enfático en establecer nexos entre la historia general del país y
una institución cultural como la Sociedad Económica de Amigos del País,
es un signo importante de su perspectiva cultural de la investigación
histórica en el país. Fue el suyo un propósito de tesorero y custodio de la
cultura patria, y así lo declara en más de una ocasión: «El autor de este
610
escrito ha procurado conservar las tradiciones de Cuba […]».
En otro momento, había escrito una frase capital sobre los ñáñigos, la cual
resulta síntoma del devenir profundo de la cultura insular: «En su último
625
período hubo algún blanco que los dirigiera». Bachiller y Morales dio el
primer paso hacia una comprensión del inextricable mestizaje cultural que
estaba gestándose en Cuba. Su interés científico por los amerindios y los
africanos lo conduce por ese cauce, y le abre el camino a Fernando Ortiz.
De manera que el siglo cierra con una reflexión teórica que aspira a superar
el cepo en que la mirada sobre nuestra cultura había sido entrampada desde
su despliegue a comienzos de la centuria. José Antonio Saco expresó un
modo de considerar el proceso cultural insular, que lo fragmentaba en un
intento desesperado —y a la larga suicida— de ignorar sobre qué hombros
se había colgado el grueso de una economía deformada.
Era por completo inevitable que apareciese una manera diferente de encarar
el problema de la cultura nacional y, de hecho, de la estructuración de la
sociedad políticamente independiente a la que se había venido aspirando.
Juan Gualberto Gómez afirmó con la entereza y convicción de quien tiene
no solo una sólida convicción, sino sobre todo una autoridad moral:
Morúa escribe una de las más inteligentes críticas que se hayan realizado
hasta hoy sobre la obra de Cirilo Villaverde; al hacerlo, analiza también la
estructura psicosocial y clasista del trabajo en Cuba que había sido
caracterizada críticamente por José Antonio Saco. Su valoración resulta
más penetrante que la de su precursor, como puede verse en el pasaje
siguiente:
pues bien se sabe que las artes mecánicas y los oficios, rudimentarios
por demás, con que entonces contaba la isla, estaban en manos de
negros y mulatos ingenuos y libertos, quienes además figuraban en
muchas industrias menores, y aun comenzaban a representar, bien que
en ligera escala, en las esferas oficiales y en la milicia, y a los cuales
la sociedad esclavista estimaba como seres inferiores, nacidos para el
trabajo material, opinión que harto elocuentemente iban desmintiendo
los continuados hechos que se sucedían a la vista de todos; porque
adormecidos en el error creado por la soberbia colonial, no pensaron
aquellos jerarcas en que así podían los desheredados sociales
convertirse en la única clase poderosa, siendo como eran el único
elemento productor.
Hay que tener en cuenta que incluso enfoques de amplio prestigio —más
allá de ciertas limitaciones— como los de los estudios culturales
latinoamericanos —para no hablar de los Cultural Studies del mundo
angloparlante— y los de métodos como la historia de vida o la historia oral,
han sido apenas empleados por los investigadores sociales en el país, y aun
menos publicados sus resultados.
Por último, hay que subrayar que las ideas sobre la cultura gestadas en el
siglo XIX, y en particular las de los pensadores que serán examinados en los
capítulos siguientes, marcan no solo la fisonomía intelectual de una época,
sino que han sido estímulo para la reflexión cultural que, con Fernando
Ortiz a la cabeza, ha venido iluminando nuestra comprensión de la patria
cubana.
Lectura, cultura, tecnología y desarrollo cognitivo
Señalar que un texto, para existir, requiere tener límites, no quiere decir
meramente que un texto debe tener un marco formal para la expresión. Los
límites de un texto se realizan como una jerarquía, una estructura que puede
ser, incluso, abierta, como en el caso del arte efímero. Esa jerarquía es
portadora de un sistema de interrelaciones con diversas zonas del código o
código utilizado para expresarse, y, también, con el cuerpo general de la
cultura en la cual ese texto es producido. No existen textos de abstracción
total, ajenos a una determinación, siquiera mínima, de tiempo, espacio y
dimensión cultural humana. Por ello, percibir los límites de un texto
significa, ya, adelantar un paso en la lectura de ese texto, aunque la
comprensión de este sea incompleta.
A diferencia de los humanistas de fines del siglo XV, los lectores de hoy —
inmensamente numerosos en comparación con los que abrieron por primera
vez la Biblia del inventor de la imprenta— contamos con la experiencia
histórica de lo ocurrido con Gutenberg en cuanto a la estrechez con que
muchos miraron un invento que habría de abrir el camino a la Modernidad.
Así como el libro esencial no murió en 1456, sino que cambió de soporte y
abrió las puertas a una nueva época de la cultura humana, en el presente el
texto electrónico, el ebook, la biblioteca digital, las tabletas y todas las
modalidades actuales y futuras del libro están lejos de destruirlo: por el
contrario, nos indican la entrada en una nueva etapa del desarrollo cultural
del hombre. Y, también, el peligro de un nuevo analfabetismo: el que
impida asomarse al nuevo texto que la revolución informática promueve.
Otro componente crucial del problema tiene que ver directamente con el
desarrollo cognitivo. Las ya no tan nuevas tecnologías de las cuales
disponemos, así como las efectivas nuevas tecnologías que en este mismo
minuto están surgiendo o están en proceso de consolidación para el futuro
inmediato o mediato están rediseñando los mecanismos de la cognición. La
cibercultura está en trance de alcanzar una absorbente globalización. Ello
está transformando los procesos de enseñanza-aprendizaje, en particular a
nivel universitario (tanto en pregrado como en posgrado).
Estas dos situaciones, y muchas otras que también pueden señalarse, solo
pueden ser enfrentadas mediante el estímulo a una cultura informática
socializada, eficiente y responsable, que nos permita un equilibrio cabal.
Esto es, en esencia, un desafío que lanza nuestra realidad contemporánea:
de que lo enfrentemos de manera constructiva e inteligente depende no ya
nuestro futuro inmediato, sino incluso nuestro presente.
Lingüística y cultura cubana
Por más que se haya debatido sobre él, el lenguaje seguirá siendo una
herramienta que nos permite extendernos, de proyectarnos fuera de nuestra
limitada y efímera naturaleza. Por eso la meditación sobre los signos, sus
códigos, su creación, su significado, sus funciones, su producción y, sobre
todo, su pragmática ha acompañado al ser social desde la Antigüedad
clásica europea así como desde remotos tiempos de las grandes culturas
orientales, en particular la hindú. No, el lenguaje no es meramente un
sistema operacional, ni un revestimiento o cáscara del pensamiento: es ante
todo un factor fundamental de la cultura en particular y de la sociedad en su
sentido más lato. No es casual que una intelectual del calibre de Julia
Kristeva haya expresado esta verdad fundamental de una manera
incuestionable:
Necesito subrayar, en este punto, que Valdés Bernal está poniendo al mismo
nivel la función comunicativa y la función cognitiva, postura que deja atrás
la por tanto mantenida postura de asumir como principal de función
comunicativa. Este elemento evidencia el interés más hondo del autor, así
como su adscripción a perspectivas contemporáneas sobre el problema de la
categorización de las funciones lingüísticas. En efecto, Jacques Derrida ha
señalado con razón que una lingüística realmente científica tendría que
volver a encontrar relaciones naturales, vale decir, simples y originales
entre un adentro y un afuera del sistema, de lo cual se deriva el replanteo de
648
la problemática entre habla y escritura (donde ya esta última no sería un
componente ancilar) y, a la larga, pienso que de aquí se derivaría una
imprescindible reformulación de la interrelación entre sincronía y diacronía.
El desempeño actoral nos trajo la certeza de que Flora Lauten sigue siendo
una leyenda viva, un ser desafiante y variopinto, que con un gesto marca los
ejes profundos del más auténtico misticismo, mientras con una inflexión de
voz nos devuelve al presente y subraya nexos intangibles, pero ciertos. Así
la vemos pasar, sobre límites derribados, de la más transparente juventud a
una madurez angustiada, o a una vejez erguida en toda su potencia.
Fragmentos de cartas nos subrayan que la vida está hecha de fragmentos,
incluida la atormentada existencia del teatro y del arte en general.
Esta mística teatral que nos proponen Manet, Lauten, Carrió y el resto del
grupo Buendía que interviene en la escena no se regodea tanto en la esencia
de los misterios, base profunda de los místicos españoles de los Siglos de
Oro o de los místicos ingleses del siglo XX, cuanto en la voluntad de
enfrentarlos. Esa voluntad, que en Santa Teresa de Jesús y en San Juan de la
Cruz, hallaba su nutrimento en la fe religiosa, en Éxtasis. Un homenaje a la
madre Teresa de Jesús halla su asiento en percibir el arte como vocación y
riesgo, semejantes a la tensión de vida y de sentido del arte que marcaron a
Teresa Sánchez de Cepeda de Ávila, la descendiente de judíos que,
perseguida una y otra vez por estratos de la misma iglesia católica que ella
pretendía purificar, fue cuestionada, amenazada, perseguida incluso, pero
no cejó en su fines, a los que sacrificó su cuerpo, pero no sus convicciones.
Fundó, eso nos dicen Manet, Lauten y Carrió, no edificios, sino baluartes de
la defensa de un modo de ver el mundo, o quizás todos los mundos:
integración de mínimos detalles de vestuario cotidiano y alimentación,
asociados con la voluntad de orientar todas las fuerzas del ser humano hacia
la búsqueda de una perfección.
[←1]
1Carlos Martí: Pífano del rey, Ed. Unión, La Habana, 2010, p. 136.
[←2]
2Ibíd., p. 117.
[←3]
3Ibíd., p. 91.
[←4]
Ibíd., p. 85.
[←5]
Ibíd., p. 36.
[←6]
Iuri Levin: «La lírica desde el punto de vista comunicativo», en: Criterios, No. 13-20. Tercera
época, La Habana, enero de 1985-diciembre de 1986, p. 114.
[←7]
Carlos Martí: ob. cit., p. 136.
[←8]
Ibíd., p. 136.
[←9]
Ibíd., p. 24.
[←10]
José M. Pabón y Eustaquio Echauri: Diccionario griego-español, Ed. Spes. Barcelona, 1959,
p. 45.
[←11]
Cfr. Carmen Suárez León: Biblioteca francesa de José Lezama Lima. Bibliografía, Centro de
Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2003.
[←12]
La investigadora francesa Maria Poumier (París VIII) ha dedicado interesantes estudios a la
relación de Lezama y el grupo Orígenes con el pensamiento de Descartes.
[←13]
Cfr. Eloísa Lezama Lima: «Para leer Paradiso…», en: José Lezama Lima: Paradiso, Madrid,
Ed. Cátedra, 1984.
[←14]
Remedios Mataix: «Lezama y Los misterios del eco: una relectura de la modernidad», en:
Trinidad Barrera, ed.: Modernismo y modernidad en el ámbito hispánico, Universidad
Internacional de Andalucía, Sede Iberoamericana de La Rábida, Asociación Española de
Estudios Literarios Hispanoamericanos, Sevilla, 1998, p. 334.
[←15]
Cfr. José Lezama Lima: «Soledades habitadas por Cernuda», en: Imagen y posibilidad, ed. cit.,
p. 138.
[←16]
Vicente Aleixandre: «Carta a José Lezama Lima del 22 de marzo de 1950», en: Pedro Simón,
comp.: Recopilación de textos sobre José Lezama Lima, p. 308.
[←17]
Iuri Lotman: «El fenómeno del arte», trad. Jesús García Gabaldón, en: Entretextos. Revista
Electrónica Semestral de Estudios Semióticos de la Cultura, 5 de mayo del 2005, p. 4.
(Agradezco este texto al Centro Teórico-Cultural Criterios).
[←18]
Cfr. José Lezama Lima: Confluencias, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1988, pp. 45-68.
[←19]
Ibíd., p. 45.
[←20]
Ibíd.
[←21]
Dámaso Alonso: «Garcilaso, Ronsard, Góngora (Apuntes de una clase)», en: Dámaso Alonso:
Obras completas, Ed. Gredos, S.A. Madrid, 1973, t. II, pp. 544-545.
[←22]
Ibíd., p. 46.
[←23]
Ibíd., p. 49.
[←24]
Ibíd., pp. 48-49.
[←25]
Ibíd., p. 57.
[←26]
Ibíd., p. 29.
[←27]
Omar Calabrese: La era neobarroca, Ed. Cátedra, S.A, Madrid, 1989, p. 169.
[←28]
José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., p. 297.
[←29]
Ibíd.
[←30]
Ibíd., p. 299.
[←31]
Ibíd., p. 94.
[←32]
Ibíd., p. 95.
[←33]
Ibíd.
[←34]
Ibíd., p. 96.
[←35]
Ibíd., p. 37.
[←36]
Cfr. al respecto Ernest H. Gombrich: The Story of Arte. Phaidon Publishers Inc., New York,
1951, p. 287.
[←37]
Cfr. entre otros H. Wölfflin: Conceptos fundamentales en la historia del arte. Espasa-Calpe,
S.A., Madrid, 1961.
[←38]
José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., p. 38.
[←39]
Ibíd., p. 39.
[←40]
El interés por lo cartesiano lo acompañó siempre. En 1954, y en un ensayo tan principal en su
obra como «Introducción a un sistema poético», se detiene en una consideración sobre el
criterio de verdad demoníaca [Cfr. José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., p. 325].
[←41]
José Lezama Lima: Diarios, Compilación de Ciro Bianchi Ross, Ed. Unión, La Habana 2001,
p. 17.
[←42]
Ibíd., p. 21.
[←43]
Ibíd.
[←44]
Cfr. ibíd., p. 22.
[←45]
Omar Calabrese: La era neobarroca, ed. cit., p. 184.
[←46]
José Lezama Lima: Diarios, ed. cit., p. 22.
[←47]
José Manuel Poveda: Prosa, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1981, t. 1, p. 11.
[←48]
Cintio Vitier: Lo cubano en la poesía, Úcar, García, S. A., La Habana, 1958, p. 290.
[←49]
Ibíd., p. 293.
[←50]
Ibíd.
[←51]
José Lezama Lima: Diarios, ed. cit., pp. 22-23.
[←52]
Ibíd., p. 87.
[←53]
Ibíd., p. 96.
[←54]
Cintio Vitier: ob. cit., ed. cit., p. 370.
[←55]
Cintio Vitier: ob. cit., p. 371.
[←56]
Fina García Marruz: «La poesía es un caracol dormido», en: Ensayos, Ed. Letras Cubanas, La
Habana, 2003, p. 91.
[←57]
Omar Calabrese: ob. cit., p. 91.
[←58]
José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., p. 185.
[←59]
Fina García Marruz: «La poesía es un caracol dormido», ed. cit., pp. 96-97.
[←60]
Cfr. José Lezama Lima: Diarios, ed. cit., p. 39. Por su parte, Gombrich subraya también el
énfasis específico del barroco en la luz y el color: cfr. de nuevo su obra The Story of Art, ed.
cit., p. 290.
[←61]
José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., p. 181.
[←62]
Ibíd., p. 182.
[←63]
Ibíd., p. 190.
[←64]
Ibíd., p. 185.
[←65]
Ibíd.
[←66]
Ibíd., 186.
[←67]
Cfr. Omar Calabrese: ob. cit., pp. 106-131.
[←68]
Ibíd., p. 131.
[←69]
Cfr. José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., p. 185.
[←70]
Ibíd., p. 203.
[←71]
Ibíd., p. 205.
[←72]
José Lezama Lima: «Las imágenes posibles», en: Confluencias, ed. cit., pp. 313-314.
[←73]
Simóna Mrchán Fiz: La estética en la cultura moderna, Madrid, Alianza Editorial, S.A., 2000,
p. 228.
[←74]
Cfr. David Shepherd: «Bakhtin and the reader», en: Ken Hirschkp y David Shepherd, comp.:
Bakthin and cultural theory, Manchester University Press, Manchester, 1989, pp. 91-108.
[←75]
José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., p. 317.
[←76]
Ibíd.
[←77]
Michel Foucault: Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI Editores, 1999, p. 156.
[←78]
Omar Calabrese: ob. cit., p. 108.
[←79]
José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., p. 318.
[←80]
Omar Calabrese: ob. cit., p. 109.
[←81]
José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., p. 318.
[←82]
Ibíd., p. 70.
[←83]
Ibíd.
[←84]
Federico García Lorca: «La imagen poética de don Luis de Góngora», en: Obras completas,
ed. cit., p. 62.
[←85]
José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., p. 70.
[←86]
Ibíd.
[←87]
Ibíd., p. 72.
[←88]
Ibíd., p. 84.
[←89]
Ibíd., p. 73.
[←90]
Ibíd., p. 81.
[←91]
Ibíd., p. 85.
[←92]
Ibíd.
[←93]
Ibíd., p. 86.
[←94]
Dámaso Alonso: «Recuerdos gongorinos», en: Dámaso Alonso: Poesía española. Ensayo de
métodos y límites estilísticos, Ed. Gredos, Madrid, 1952, p. 311.
[←95]
José Ortega y Gasset: «Góngora. 1627-1927», en: Obras completas de José Ortega y Gasset,
3era. Edición, Revista de Occidente, Madrid, 1955, t. III, pp. 585-586.
[←96]
Dámaso Alonso: «Góngora y América», en: Dámaso Alonso: Estudios y ensayos gongorinos,
Ed. Gredos, Madrid, 1955, p. 384.
[←97]
Ibíd., p. 389.
[←98]
Ibíd., pp. 387-388.
[←99]
José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., pp. 75-76.
[←100]
José Lezama Lima: Lezama disperso, Ciro Bianchi comp, Ed. Unión, La Habana, 2009, p. 68.
[←101]
Ibíd., pp. 68-69.
[←102]
La ensayista Mayerín Bello ha hecho esto con claridad, aunque en un sentido algo diferente,
en su inteligente lectura del texto lezamiano «Juego de las decapitaciones», donde destaca que
la lectura, tal como la convoca Lezama, está sometida a un juego de composiciones y
recomposiciones [Cfr. Orígenes: las modulaciones de la flauta, Ed. Letras Cubanas, La
Habana, 2007, p. 34].
[←103]
José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., p. 88.
[←104]
Pierrette Malcuzynski: «El campo conceptual del (neo)barroco», trad. de Desiderio Navarro,
en: Criterios, La Habana, No. 32. Cuarta época, julio-diciembre de 1994, p. 167.
[←105]
José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., pp. 88-89.
[←106]
Ibíd., p. 89.
[←107]
Ápud Pedro Simón, comp.: Recopilación de textos sobre José Lezama Lima, ed. cit., p. 321.
[←108]
Cfr. los criterios que expresan sobre los mecanismos y resultados de la supresión J. Dubois et
al. en su: Rhétorique générale, Librairie Larousse, Paris, 1970, en particular en los capítulos I
y II.
[←109]
Menakhem Perry: «La dinámica literaria: Cómo el orden de un texto crea sus significados»,
trad. de Desiderio Navarro, en: Criterios, La Habana, No. 32, 1994, p. 162.
[←110]
Luis Cernuda: «Carta a José Lezama Lima del 4 de diciembre de 1953», en: Pedro Simón,
comp.: Recopilación de textos sobre José Lezama Lima, ed. cit., p. 310.
[←111]
José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., p. 92.
[←112]
Ibíd.
[←113]
Irlemar Chiampi: «La literatura neobarroca ante la crisis de lo moderno», trad. de Desiderio
Navarro, en: Criterios. La Habana. No. 32, 1994, p. 171.
[←114]
José Lezama Lima: Confluencias, ed. cit., p. 330.
[←115]
Pierrette Malcuzynski: ob. cit., p. 167.
[←116]
Irlemar Chiampi: ob. cit., p. 177.
[←117]
Pierrette Malcuzynski: ob. cit., p. 169.
[←118]
José Lezama Lima: La expresión americana, Instituto Nacional de Cultura, Ministerio de
Educación, La Habana, 1957, p. 9.
[←119]
Ibíd., p. 32.
[←120]
Ibíd., p. 7.
[←121]
Irlemar Chiampi: ob. cit., p. 176.
[←122]
José Lezama Lima: La expresión americana, ed. cit., p. 7.
[←123]
Pavao Pavlicic: «La intertextualidad moderna y postmoderna», trad. de Desiderio Navarro, en:
Criterios, La Habana, No. 30, Julio-diciembre de 1991, pp. 56-57.
[←124]
Ibíd.
[←125]
José Lezama Lima: La expresión americana, ed. cit., p. 10.
[←126]
Ibíd.
[←127]
Omar Calabrese: La era neobarroca, ed. cit., p. 188.
[←128]
José Lezama Lima: La expresión americana, p. 11.
[←129]
Ibíd.
[←130]
Ibíd., p. 12.
[←131]
Ibíd., p. 18.
[←132]
Omar Calabrese: La era neobarroca, ed. cit., p. 187.
[←133]
Ibíd.
[←134]
Ibíd., pp. 187-188.
[←135]
La lógica contemporánea, además de considerar los dos términos opuestos tradicionales
(exacto e inexacto) tienen en cuenta otra categoría: lo anexacto, que se aplica a entidades que
no son ni exactas ni inexactas, sino que no pueden ser valoradas desde el criterio de la
exactitud.
[←136]
Ibíd., p. 193.
[←137]
Ibíd., p. 194.
[←138]
José Lezama Lima: La expresión americana, p. 74.
[←139]
Ibíd., p. 53.
[←140]
Ibíd., p. 109.
[←141]
Ibíd., p. 34.
[←142]
Ibíd., p. 117.
[←143]
Ibíd., p. 36.
[←144]
Cfr. ibíd., p. 80.
[←145]
Ibíd., p. 89.
[←146]
Ibíd., p. 73.
[←147]
Severo Sarduy: Obra completa, Edición crítica coordinada por Gustavo Guerrero y François
Wahl, ALLCA XX, 1999, t. I, p. 1405.
[←148]
Ciro Bianchi Ross: «Interrogando a Lezama Lima», en: Pedro Simón, comp.: Recopilación de
textos sobre José Lezama Lima, serie Valoración Múltiple, Ed. Casa de las Américas, La
Habana, 1970, p. 16.
[←149]
Carlos Jáuregui: Canibalia. Canibalismo, calibanismo, antropofagia cultural y consumo en
América Latina, Ed. Casa de las Américas, 2005, pp. 597-598.
[←150]
Cintio Vitier: «La poesía de José Lezama Lima y el intento de una teleología insular», en:
Pedro Simón, comp.: Recopilación de textos sobre José Lezama Lima ed. cit., p. 84.
[←151]
Sobre el carácter profundo de la percepción americana que se gesta en la ensayística de
Lezama y, en particular, en La expresión americana, cfr. lo que afirma Abel Prieto sobre este
libro: «Es el volumen de ensayos de mayor unidad, el más estructurado y sistemático de
Lezama, y es —al mismo tiempo— un aporte original y agudo de trascendencia indiscutible,
en la elaboración del complejo de ideas que han defendido la digna singularidad de la cultura
latinoamericana» [Abel Prieto: «Prólogo» a: Confluencias, Ed. Letras Cubanas, La Habana,
1988, p. XII].
[←152]
Dámaso Alonso: «Recuerdos gongorinos», en: Dámaso Alonso: Poesía española, Ensayo de
métodos y límites estilísticos, Ed. Gredos, Madrid, 1952, p. 309.
[←153]
Ángel Augier: «Introducción» a: Rafael Alberti en Cuba, Ed. Arte y Literatura, La Habana,
1999, p. 5.
[←154]
Carlos Blanco Aguinaga: «Poéticas del 98, poéticas del 27», en: Maya Smerdou Altolaguirre,
coordinadora: Ecos de la generación del 98 en la del 27, Ed. Caballo Griego para la Poesía,
Madrid, 1998, p. 41.
[←155]
Pedro Salinas: «El siglo XX y la poesía», en: Pedro Salinas: Ensayos de literatura hispánica,
Aguilar, S.A. Madrid, 1958, p. 336.
[←156]
José Ortega y Gasset: «Góngora. 1627-1927», en: Obras completas de José Ortega y Gasset,
3era. Edición, Revista de Occidente, Madrid, 1955, t. III, p. 586.
[←157]
José Lezama Lima: «La muerte de Ortega y Gasset», en: José Lezama Lima: Imagen y
posibilidad, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1981, p. 145.
[←158]
Ápud Miguel Jaroslaw Flys: «Regreso al futuro: el humanismo de Dámaso Alonso», en: Maya
Smerdou Altolaguirre, coordinadora: Ecos de la generación del 98 en la del 27, Ediciones
Caballo Griego para la Poesía, Madrid, 1998, p. 68.
[←159]
Ibíd.
[←160]
Dámaso Alonso: «Monstruosidad y belleza en el Polifemo de Góngora», en: Poesía española.
Ensayo de métodos y límites estilísticos, Ed. Gredos, Madrid, 1952, pp. 387-388.
[←161]
Ibíd., p. 389.
[←162]
Augier ha señalado que […] durante las primeras tres décadas del siglo XX, la numerosa e
influyente población española establecida en Cuba —en industria y comercio—determinaba
un caudaloso flujo informativo de la diaria actualidad hispana en los principales órganos de la
prensa habaneros, sin exceptuar noticias de la esfera cultural. No faltaron en revistas literarias
locales y foráneas ocasionales referencias a las polémicas corrientes de la vanguardia europea
en letras y artes, y los nuevos nombres de autores de mayor relevancia universal, pero
evidentemente los de autores españoles eran más frecuentes y familiares [Ángel Augier:
«Nicolás Guillén y la generación poética española de 1927», en: Matías Barchino Pérez y
María Rubio Martín, compiladores: Nicolás Guillén: hispanidad, vanguardia y compromiso
social, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. Cuenca, 2004, p. 50].
[←163]
Ediciones Unión, La Habana, 2010, 380 p.
[←164]
Instituto de Literatura y Lingüística: Diccionario de la literatura cubana, t II, Ed. Letras
Cubanas, La Habana, 1980.
[←165]
Instituto de Literatura y Lingüística: Historia de la literatura cubana, t III. Ed. Letras Cubanas,
La Habana, 2008.
[←166]
Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco: ob. cit., p. 11.
[←167]
Michel Foucault: La arqueología del saber, Siglo XXI Editores, México, 1970, p. 345.
[←168]
Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco: ob. cit., p. 25.
[←169]
Ibíd., p. 169.
[←170]
Enid Vian: Cuentos incómodos, Ed. Unión, La Habana, 2012, p.
[←171]
Ibídem, p. 8.
[←172]
Ibíd., p. 11.
[←173]
Ibíd., p. 15.
[←174]
Ibíd., pp. 20-21.
[←175]
Ibíd., p. 25.
[←176]
Ibíd., p. 26.
[←177]
Ibíd., p. 37.
[←178]
Ibíd., p. 38.
[←179]
Ibíd., p. 68.
[←180]
José Lezama Lima: Lezama disperso, Ciro Bianchi, comp, Ed. Unión. La Habana, 2009, p. 68.
[←181]
Ibíd., pp. 68-69.
[←182]
La ensayista Mayerín Bello ha hecho esto con claridad, aunque en un sentido algo diferente,
en su inteligente lectura del texto lezamiano «Juego de las decapitaciones», donde destaca que
la lectura, tal como la convoca Lezama, está sometida a un juego de composiciones y
recomposiciones [Cfr. Orígenes: las modulaciones de la flauta. Ed. Letras Cubanas, La
Habana, 2007, p. 34].
[←183]
La publicación original se realizó en 1972, en El Correo de la UNESCO, en enero de 1972.
Volvió a publicarse en Cuba en Granma, el 29 de abril de 1981.
[←184]
Alejo Carpentier: «El libro y su energía», en: Literatura. Libros. Serie Letras y Solfa, t. 7.
América Díaz Acosta, comp, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1977, p. 83.
[←185]
Alejo Carpentier: «Una gran librería», en: Literatura. Libros. Serie Letras y Solfa, t. 7.
América Díaz Acosta, comp, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1977, p. 80.
[←186]
Cfr. Alejo Carpentier: «Novelas de señorita», en: Literatura. Libros. Serie Letras y Solfa, t. 7.
América Díaz Acosta, comp. Ed. Letras Cubanas. La Habana, 1977, pp. 122-124.
[←187]
Alejo Carpentier: «Una librería única», en: Literatura. Libros. Serie Letras y Solfa, t. 7.
América Díaz Acosta, comp. Ed. Letras Cubanas. La Habana, 1977, p. 155.
[←188]
Alejo Carpentier: «Un balance instructivo», en: Literatura. Libros. Serie Letras y Solfa, t. 7.
América Díaz Acosta, comp. Ed. Letras Cubanas. La Habana, 1977, pp. 127-129.
[←189]
Alejo Carpentier: «Un balance instructivo», en: Literatura. Libros. Serie Letras y Solfa, t. 7.
América Díaz Acosta, comp. Ed. Letras Cubanas. La Habana, 1977, p. 128.
[←190]
Alejo Carpentier: «Las lecturas y la edad», en: Literatura. Libros. Serie Letras y Solfa, t. 7.
América Díaz Acosta, comp. Ed. Letras Cubanas. La Habana, 1977, pp. 140-141.
[←191]
Ibíd., p. 141.
[←192]
Alejo Carpentier: «Elogio y reivindicación del libro», en: Alejo Carpentier: Conferencias, Ed.
Letras Cubanas, La Habana, 1987, p. 263.
[←193]
Ibíd., p. 264.
[←194]
Cfr. Rinaldo Acosta: Crónicas de lo ajeno y lo lejano, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2010.
[←195]
Alejo Carpentier: «Elogio y reivindicación del libro», ed. cit., p. 265.
[←196]
Ibíd., p. 267.
[←197]
Cfr. Marvin Harris: El desarrollo de la teoría antropológica. Una historia de las teorías de la
cultura, Siglo XXI, Ed., México, 1999, p. 16.
[←198]
Alejo Carpentier: Ensayos, Letras Cubanas, La Habana, 1988, p. 155.
[←199]
Ibíd., pp. 155-156.
[←200]
Lotman, por ejemplo, al desarrollar el concepto de semiosfera, apunta el hecho de que en
ciertas profesiones, los seres humanos desempeñan la función de «traductores» y trasmisores
de modalidades culturales. Se trata, pues, de una característica que estimula la modelación de
un texto único, integrado a partir de un diálogo entre cada emisión de una nueva propuesta y la
respuesta derivada de su recepción [Cfr. Iuri Lotman: «Acerca de la semiosfera», en: El
pensamiento cultural ruso en Criterios (1972-2008. Selección y trad. de Desiderio Navarro,
Centro Teórico-Cultural Criterios. La Habana, 2009, t. I, pp. 306-328].
[←201]
Ibíd., p. 156.
[←202]
Cfr. Alejo Carpentier: La música en Cuba, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 1989, p. 13.
[←203]
Zofia Lissa: «Prolegómenos a una teoría de la tradición en la música», en: Criterios. Tercera
época. No. 13-20. Enero de 1985 a diciembre de 1986, pp. 222-223.
[←204]
Alejo Carpentier: Temas de la lira y del bongó. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1994, p. 218.
[←205]
Cfr. Charles Steward: «El sincretismo y sus sinónimos: Reflexiones sobre la mezcla cultural»
en: Criterios, Cuarta época. No. 36. 2009, pp. 196-230.
[←206]
Declaración hecha a L´Espress, en: Alejo Carpentier: Entrevistas. Compilación de Virgilio
López Lemus, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1985, p.38.
[←207]
Cfr. los diversos artículos que Carpentier dedicó a valorar la obra de Villa-Lobos e incluso su
repercusión en determinados compositores europeos, en particular los reunidos en Ese músico
que llevo dentro. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1980.
[←208]
Alejo Carpentier: «Una fuerza musical de América: Heitor Villa-Lobos» en: Ese músico que
llevo dentro. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1980, t. 1, p. 52.
[←209]
Ibíd., t. 3, p. 117.
[←210]
Ibíd., t. 3, p. 117.
[←211]
Sobre la esencial diferencia entre sujeto de la cultura y sujeto de identidad cultural, han
llamado la atención varias investigadoras cubanas, tanto desde el ángulo de la culturología,
como desde el de la psicología social [Cfr., por ejemplo: Martiza García Alonso y Cristina
Baeza Martín: Modelo teórico para la identidad cultural. Centro Juan Marinello. La Habana,
1996; Martiza García Alonso: Identidad cultural e investigación. Centro Juan Marinello. La
Habana, 2002; Carolina de la Torre Molina: Las identidades. Una mirada desde la psicología.
Centro Juan Marinello. La Habana, 2001].
[←212]
«En compañía de Alejo Carpentier por el mundo folklórico americano», entrevista para Élite,
Caracas, julio de 1946, en: Entrevistas, ed. cit., p. 25.
[←213]
Cfr. Pierre Boulez: Hacia una estética musical. Monte Ávila Editores Latinoamericana.
Caracas, 1990.
[←214]
Cfr. Alejo Carpentier: Ensayos, ed. cit., pp. 7-29.
[←215]
Jacques Leenhardt: «Vers une sociologie des mouvements d´avant-garde», en: Les avat-gardes
littéraires au XX siècle. Centre d´Étude des Avant-gardes littérarires de l´Université de
Bruxelles sous la direction de Jean Weisgeber. Vo. II (Théorie). Reimpresión. Budapest, 1986,
p. 1061.
[←216]
Lourdes González Guerrero: El hijo de la arpista. Ed. Oriente. Santiago de Cuba, 2010, p. 16.
[←217]
Ibíd., p. 17.
[←218]
Ibíd., p. 19.
[←219]
Ibíd., p. 22.
[←220]
Ibíd., p. 24.
[←221]
Ibíd., p. 26.
[←222]
Ibíd., p. 30.
[←223]
Ibid., p. 39.
[←224]
Ibíd., p. 50.
[←225]
Henryk Markiewicz: Los estudios literarios, conceptos, problemas, dilemas. Selección y trad.
del polaco de Desiderio Navarro. Centro Teórico-Cultural Criterios. La Habana, 2010, p. 8216.
[←226]
Rinaldo Acosta: Crónicas de lo ajeno y lo lejano. Ed. Letras Cubanas. La Habana, 2010, p.
335.
[←227]
El oxímoron es una integración, en una misma frase o estructura sintáctica, de dos palabras
cuyo significado resultaría de otro modo incompatible y aun opuesto, tal como «silencio
atronador», y otras por el estilo. El oxímoron es una estructura tal —en su esencia semántica
—, que la contradicción resulta reveladora.
[←228]
Rinaldo Acosta: ob. cit., p. 325.
[←229]
Cfr. ibídem.
[←230]
Entropía: Término proveniente de la Física, la Cibernética y la teoría de la información: Se
manifiesta en la función articulatoria que pone en relación pensamiento-lenguaje; de mayor
velocidad de circulación a menor velocidad de circulación de la información cuando la
dinámica de la conversión de datos de las redes semiocognitivas se conforman en funciones
tridimensionales previas al proceso de enunciación.
[←231]
El análisis semántico discursivo dimensional como método: Recoge y articula información
emergente. Es un acercamiento tridimensional que recoge y evidencia percepción experiencia
personal del sujeto e intencionalidad. Taxonomiza procesos recurrentes y autoorganizativos
resultado de tiempos concurrentes. Describe en unidades de sentido, la información de
atractores caóticos y recursivos formantes de una función articulatoria compleja de
componentes sometidos a condiciones sensibles iniciales. Es capaz de indexar las huellas de
sentido por la máxima capacidad autoorganizativa de los entonemas que potencialmente
pueden redimensionar el componente léxico de ese sentido (M. Losada, «El análisis del
discurso y la descripción semántica. Fundamentos para una metodología», 1999, y «Estudio
semántico del discurso: hacia una enunciación semántico discursiva tridimensional», 2003 y
La máscara del lenguaje. Intencionalidad y sentido, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 2010.
[←232]
Me refiero a los libros Languages of the Mind, and Mental Representations, de R. Jackendoff
y The Language of the Thougt, de Fodor.
[←233]
Véase el acertadísimo estudio introductorio a Guerra del tiempo y otros relatos de A. Cánovas
para LiBRESA Quito, Ecuador, 1996.
[←234]
A cargo de la editorial Nuevo Milenio, verá la luz en septiembre de este año 2011.
[←235]
Cfr. Henryk Markiewicz: «Esfera y división de la ciencia literaria comparativa», trad. de
Desiderio Navarro, en: Criterios. Estudios de teoría literaria, estética y culturología. Números
3-4. Tercera época. Julio-diciembre de 1982, pp. 23-32.
[←236]
Ibíd., t. 5, p. 104.
[←237]
Cfr. Luis Álvarez: Saturno en el espejo y otros ensayos. La Habana. Ed. Unión, 2004.
[←238]
Gregorio Luri Medrano: Prometeo. Biografías de un mito, Ed, Trotta, S. A., Madrid, 2001, p.
151.
[←239]
José Martí: Obras completas, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 22, p. 31.
[←240]
Octavio Paz: Los hijos del limo. Del romanticismo a la vanguardia, 3era. ed. corregida, Ed.
Seix Barral, Barcelona, 1981, p. 39.
[←241]
Julián del Casal: Obra poética, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1982, p. 68.
[←242]
Cfr. ibíd., p. 79.
[←243]
Ibíd., p. 83.
[←244]
Ibíd., p. 93.
[←245]
Cfr. Julián del Casal: Cartas a Gustave Moreau, sel. y trad. de Amparo Barrero, Ed. Santiago,
Santiago de Cuba, 2012, p. 35.
[←246]
Julián del Casal: Obra poética, ed. cit., p. 99.
[←247]
Ibíd., p. 88.
[←248]
Cfr. Heinrich Plett: «Intertextualidades»: Intertextualität 1. La teoría de la intertextualidad en
Alemania, sel. y trad. de Desiderio Navarro, Ed. Centro Cultural Criterios, Casa de las
Américas y UNEAC, La Habana, 2004, pp. 55.
[←249]
Julián del CasaL. Obra poética, ed. cit., p. 119.
[←250]
Selena Millares: «El Modernismo visionario», en: Trinidad Barrera, ed.: Modernismo y
modernidad en el ámbito hispánico, Asociación Española de Estudios Literarios
Hispanoamericanos, Sevilla, 1997, p. 20.
[←251]
Pedro Azara: «Prólogo» a Gregorio Luri Medrano: ob. cit., p. 11.
[←252]
Ibíd., pp. 11-12.
[←253]
Julián del Casal: Obra poética, ed. cit., p. 126.
[←254]
Julián del Casal: Obra poética, ed. cit., p. 124.
[←255]
Cfr. Iuri I. Levin: «La lírica desde el punto de vista comunicativo», trad. de Desiderio Navarro,
en: Criterios, La Habana, Tercera época, No. 13-20, enero de 1985-diciembre de 1986, p. 107.
[←256]
Gregorio Luri Medrano: ob. cit., p. 55.
[←257]
Jean Chevalier: Diccionario de los símbolos, Ed. Herder, Barcelona, 1986, p. 851.
[←258]
Ibìd., pp. 851-852.
[←259]
Ibíd., p. 852.
[←260]
Juan Eduardo Cirlot: Diccionario de símbolos, Ed. Labor, S.A., Barcelona, 1992, pp. 209-210.
[←261]
José Martí: Obras completas. Edición crítica, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007,
t. 14, p. 99. Se está citando por la variante C.
[←262]
Iuri I. Levin, loc. cit., p. 102.
[←263]
Ibíd., p. 103.
[←264]
Cfr. Ibíd., p. 107.
[←265]
José Martí: Obras competas, Edición crítica, ed. cit., t. 14, p. 98.
[←266]
Ibíd., p. 100.
[←267]
Julián del Casal: Obra poética, ed. cit., p. 127.
[←268]
Cfr. Iuri I. Levin: loc. cit., p. 111.
[←269]
El segundo cuarteto termina con la frase «su ojo visionario».
[←270]
Cfr. Heinrich Plett: ob. cit., p. 72.
[←271]
Cfr. ibíd.
[←272]
Ibíd.
[←273]
Ibíd., p. 73.
[←274]
Julián del Casal: Cartas a Gustave Moreau, sel. y trad. de Amparo Barrero Morell, Ed.
Santiago, Santiago de Cuba, 2012, p. 34.
[←275]
Cfr. Lüdwig Bieler: Historia de la literatura romana, Ed. Gredos, S. A., Madrid, 1971, pp.
238.
[←276]
Julián del Casal: Obra poética, p. 147.
[←277]
Cfr. Tomás Navarro Tomás, ob. cit., pp. 390-391.
[←278]
Ibíd., p. 388.
[←279]
Julián del Casal: OP, p. 237.
[←280]
Cfr. Jean Chevalier, coord.: Diccionario de los símbolos, Ed. Herder, Barcelona, 1986, p. 148.
[←281]
Cintio Vitier: Lo cubano en la poesía, Úcar, García, S.A., La Habana, 1958.
[←282]
Cfr. al respecto de las redes rítmico-semánticas del verso, cfr. Yuri M. Lotman: Estructura del
texto artístico, Ed. ISTMO, Madrid, 1988, pp. 105.
[←283]
Cfr. determinadas evidencias en su prosa Julián del Casal: Prosa, Ed. Letras Cubanas, La
Habana, 1979, entre otros pasajes, t. I, p. 61; t. I, p. 67; t. II, p. 155.
[←284]
Juan Luis Alborg: Historia de la literatura española, Ed. Gredos, Madrid, 1982, t. IV, p. 834.
[←285]
Julián del Casal: Prosas, ed. cit., t. II, p. 123.
[←286]
Julián del Casal: Obra poética, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1982 p. 161.
[←287]
Ángel Rama: La ciudad letrada. Prólogo de Hugo Achúgar, Ed. Arca, Montevideo, 1998, p.
80.
[←288]
Álvaro Salvador: El impuro amor de las ciudades (Notas acerca de la literatura modernista y
el espacio urbano), Ed. Casa de las Américas, La Habana, 2002, p. 14.
[←289]
Julián del Casal: Obra poética, ed. cit., p. 237.
[←290]
Julián del Casal: Prosas, ed. cit., t. II, p. 155.
[←291]
Ibíd., t. I, p. 85.
[←292]
Julián del Casal: Cartas a Gustave Moreau, ed. cit., p.32.
[←293]
Julián del Casal: Cartas a Gustave Moreau, ed. cit., p.32.
[←294]
Emilio de Armas: Casal, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1981, p. 7.
[←295]
Cfr. Susana Rotker: Fundación de una escritura: las crónicas de José Martí, Ed. Casa de las
Américas, La Habana, 1992.
[←296]
Cfr. Luis Álvarez: Estrofa, imagen, fundación. La oratoria de José Martí¸ Ed. Casa de las
Américas, La Habana, 1996.
[←297]
Ángel Rama: ob. cit., p. 63.
[←298]
Ibíd., t. II , p. 164.
[←299]
Ariel Pérez Rodríguez: Viaje al centro del Verne desconocido. Ed. Gente Nueva. La Habana,
2009.
[←300]
Francisco René de Chateaubriand: Atla. René. El último abencerraje. Ed. Sope. Buenos Aires,
1938, p. 21.
[←301]
Ibídem, p. 25.
[←302]
Paul van Thiegem: El Romanticismo en la literatura europe, Ed. UTEHA, México, 1958, p.
377.
[←303]
André Maurois: Historia de Francia. Ediciones Peuser. Buenos Aires, 1947, p. 435.
[←304]
Albert Thibaudet: Historia de la literatura francesa. Ed. Losada, S.A. Buenos Aires, 1957, p.
440.
[←305]
Julio Verne: «La jangada», en: Obras. Ed. Plaza y Janés. Barcelona, 1962, t. IV, p.1072.
[←306]
Ariel Pérez: ob. cit., p. 29.
[←307]
Ariel Pérez: ob. cit., p. 19.
[←308]
Ibídem, p. 64.
[←309]
Ibíd., p. 227.
[←310]
Ibíd., p. 255.
[←311]
Guillermo Vidal: Los iniciados, Imprenta «André Voisin», 1986, p. 11.
[←312]
Ibíd., p. 30.
[←313]
Guillermo Vidal: Se permuta esta casa, Ed. Sanlope, Las Tunas, 2000, p. 87.
[←314]
Guillermo Vidal: Confabulación de la araña, Ed. Unión, La Habana, 1990, p. 37.
[←315]
Guillermo Vidal: Las manzanas del paraíso, Ed. Casa de Teatro, Santo Domingo, 1999.
[←316]
Guillermo Vidal: Los cuervos, Ed. Diputación de Córdoba, Córdoba, 2001, p. 120.
[←317]
Ibíd., t. 21, p. 106.
[←318]
Ibíd., t. 15, p. 420.
[←319]
Ibíd., t. 15, p. 420.
[←320]
Ibíd., t. 15, p. 416.
[←321]
Ibíd., t. 15, p. 417.
[←322]
Ibíd., t. 15, p. 422.
[←323]
Ibíd., t. 15, p. 418.
[←324]
Ibíd., t. 15, pp. 422-423.
[←325]
Ibíd., t. 15, p. 418.
[←326]
Henry Luque Muñoz: Tras los clásicos rusos, Pushkin. Lérmontov.Gógol.Chéjov. Ed.
Progreso, Moscú, 1986, p. 89.
[←327]
Ápud ibíd., p. 91.
[←328]
José Luciano Franco: “Pushkin, el gran poeta mulato”, en: Sonia Bravo Utrera, compiladora:
El universo en un solo pecho. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1986, p. 34.
[←329]
José Martí: ob. cit., t. 15, p. 419.
[←330]
José Martí: Obras completas. Ed. Ciencias Sociales. La Habana, 1975, t. 15, p. 417.
[←331]
Ibíd.
[←332]
Ibíd., t. 22, p. 65.
[←333]
Ápud Henry Luque Muñoz: ob. cit., p. 107.
[←334]
Ápud ibíd., p. 112.
[←335]
Henry Luque Muñoz: ob. cit., pp. 108-109.
[←336]
El barón Hekkern, en efecto, prohijó a D´Antès cuando este se instaló en Rusia, e incluso lo
adoptó como hijo —de aquí que el francés incorporase al suyo el apellido de su protector—, y
lo apreciaba, según su correspondencia personal, hasta un extremo que parecía acercarse a una
pasión nada filial. Por lo demás, este D´Antès-Hekkern, cortejador desvergonzado de la esposa
de Pushkin, se había casado con la hermana de esta.
[←337]
Henry Luque Muñoz: ob. cit., p. 121.
[←338]
Ibíd., p. 120.
[←339]
José Martí: ob. cit., t. 15, pp. 419-420.
[←340]
Ibíd., t. 15, p. 422.
[←341]
Ibíd., t. 15, pp. 416-417.
[←342]
Rafael Conte: «Las razones de un éxito de ventas», en: El País, España, viernes 22 de
septiembre de 1989.
[←343]
Umberto Eco: El nombre de la rosa, Ed. Arte y Literatura, La Habana, 1989, p. 6.
[←344]
Ibídem, pp. 6-7.
[←345]
Ibíd., p. 7.
[←346]
Ibíd.
[←347]
Ibíd., p. 9.
[←348]
Cfr. Umberto Eco: La definición del arte. Lo que hoy llamamos arte ¿ha sido y será siempre
arte? Ediciones Roca S.A, México, 1990.
[←349]
Umberto Eco: La definición del arte. Lo que hoy llamamos arte ¿ha sido y será siempre arte?,
ed.cit, página 104.
[←350]
Ibídem, p., 126.
[←351]
Mijail Bajtín: Problemas literarios y estéticos. Ed. Arte y Literatura, 1986, p. 543.
[←352]
Umberto Eco: ob. cit., p. 291.
[←353]
Ibíd., p. 293.
[←354]
Ibíd., p. 298.
[←355]
Ibíd., p. 730.
[←356]
Ibíd., p. 119.
[←357]
Ibíd., p. 717.
[←358]
Ibíd., p. 716.
[←359]
Raúl Bueno: Promesa y desconcierto de la modernidad. Estudios literarios y culturales en
América Latina. Ed. Casa de las Américas, La Habana, 2012.
[←360]
Pierre Bourdieu: «La cultura está en peligro», trad. de Desiderio Navarro, en: Criterios. No.
33, 4ta. época, 2002, pp. 365-374.
[←361]
Ibíd., p. 369.
[←362]
Raúl Bueno: ob. cit., p. 25.
[←363]
Ibíd., p. 26.
[←364]
Terry Eagleton: Una introducción a la teoría literaria, trad. José Esteban Calderón, Ed. Arte y
Literatura, La Habana, 2012, p. 22.
[←365]
Raúl Bueno: ob. cit., p. 26.
[←366]
Ibíd., p. 27.
[←367]
Raúl Bueno: ob. cit.
[←368]
Ibíd., p. 46.
[←369]
Cfr. Luis Álvarez y Olga García: Visión martiana de la cultura, Ed. Ácana, Camagüey, 2008.
[←370]
Raúl Bueno: ob. cit., p. 126.
[←371]
Nicolás Guillén: Prosa de prisa (1929-1985), Ed. Unión, La Habana, t.IV, p. 127.
[←372]
Octavio Paz: Cuadrivio. Los hijos del limo. Del romanticismo a la vanguardia. 3ra. edición
corregida, Ed. Seix Barral, Barcelona, 1981, pp. 12-13.
[←373]
Cfr. Emilio Ballagas: «Poesía negra», en su Prosa. Selección, prólogo y notas de Cira Romero,
Ed. Letras, La Habana, 2008, p. 117.
[←374]
Ibídem.
[←375]
Ibíd.
[←376]
Cfr. ibíd., pp. 392-397.
[←377]
«La poesía en mí», ibíd., p. 27.
[←378]
Ibíd., pp. 27-28.
[←379]
Ibíd., p. 28.
[←380]
Ibíd.
[←381]
«Sobre Nocturno y elegía», ibíd., p. 398.
[←382]
«A un doble destino lírico», ibíd.., p. 322.
[←383]
Ibíd., p. 323.
[←384]
«Recuerdo de García Lorca», ibíd.., p. 386.
[←385]
«Sobre Juegos de agua, de Dulce María Loynaz», ibíd., p. 136.
[←386]
«La poesía nueva», ibíd., p. 106.
[←387]
«La poesía nueva», ibíd.., p. 105.
[←388]
Ibíd.
[←389]
Cfr. «Situación de la poesía afroamericana», ibíd., pp. 132-174.
[←390]
«Poesía negra liberada», en ibíd., p. 125.
[←391]
«Situación de la poesía negra afroamericana», ibíd.., p. 133.
[←392]
«Castillo interior de poesía», ibíd., p. 69.
[←393]
Raúl Hernández Novás: Poesía, Ed. Casa de las Américas, La Habana, 2007, p. 213.
[←394]
Juan Manuel Monfort Prades: Thémata. Revista de Filosofía, Nº 46. Segundo semestre), 2012,
p. 538.
[←395]
José Soler Puig: Bertillón 166, P. Fernández y Cía., S. en C., La Habana, 1960.
[←396]
Ibídem, p. 27.
[←397]
Ibíd., p. 146.
[←398]
José Soler Puig: En el año de enero, Ed. Unión, La Habana, 1963, p. 93.
[←399]
Ibíd., p. 95.
[←400]
Ibíd., pp. 123-124.
[←401]
José Soler Puig: En el año de enero, 2da. ed. Ed. Unión, La Habana, 1963, p. 7.
[←402]
Ibíd., p. 10.
[←403]
Cfr. ibíd., entre otras, p. 17.
[←404]
Cfr. ibíd., p. 70.
[←405]
Ibíd.
[←406]
Michel Foucault: De lenguaje y literatura, Introd. de Ángel Gabilondo, Ed. Paidós, Buenos
Aires, Barcelona, México, 1996, p. 64.
[←407]
Ibíd.
[←408]
Cfr., entre otros muchos momentos, diálogos como el que aparece en la p. 35.
[←409]
Ibíd., p. 25.
[←410]
Michel de Certau: La invención de lo cotidiano. Artes de hacer, Reimpresión de la primera ed.
en español, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente y Universidad
Iberoamericana, México, 2000, p. XLV.
[←411]
Ibíd., p. 5.
[←412]
Ibíd., p. 7.
[←413]
Cfr. Michel de Certeau: «Andar en la ciudad», en: Bifurcaciones, Revista de estudios
culturales urbanos, No. 7, julio del 2008.
[←414]
José Soler Puig: El pan dormido, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1999, p. 167.
[←415]
José Soler Puig: El nudo, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1983, p. 41.
[←416]
Ibíd., p. 94.
[←417]
Ibíd., p. 44.
[←418]
Ibíd., p. 45.
[←419]
Ibíd., p. 58.
[←420]
Ibíd., p. 63.
[←421]
Ibíd., p. 64.
[←422]
José Soler Puig: El pan dormido, ed. Cit., p. 510.
[←423]
Omar Calabrese: La era neobarroca, Editorial Cátedra, Madrid, 1989, p. 134.
[←424]
Soler: ob, cit., pp. 356-357.
[←425]
Ibíd., p. 485.
[←426]
Vidal Morales Morales: Iniciadores y primeros mártires de la revolución cubana, Imprenta
Avisador Comercial, 1901, p. 36.
[←427]
Luis Álvarez Álvarez y Gustavo Sed Nieves: El Camagüey en Martí, Centro de Investigación
y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, Editorial José Martí, La Habana, 1997, p.
233.
[←428]
José Martí: Obras completa, Ed. Ciencias Sociales, 1975, t. 5, p. 445.
[←429]
Emilio Roig de Leuchsenring: Los escritores, Consejo Provincial de Cultura de La Habana,
Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, La Habana, 1962, p. 87.
[←430]
Cfr. también una amplia narración de este hecho histórico en: Vidal Morales Morales: ob. cit.,
pp. 37-52.
[←431]
Ibídem, p. 85.
[←432]
Ápud ibíd., p. 86.
[←433]
Benigno Vázquez Rodríguez: Precursores y fundadores, Ed. Lex, La Habana, 1958, p. 54.
[←434]
Federico de Córdoba, comp. y prólog.: Cartas del Lugareño (Gaspar Betancourt Cisneros),
Publicaciones del Ministerio de Educación, Dirección de Cultura, La Habana, 1951, p. 302.
[←435]
Ápud ibíd., p. 303.
[←436]
Cfr. ibíd., p. 307.
[←437]
Benigno Vázquez Rodríguez: ob. cit., p. 54.
[←438]
Ápud Emilio Roig de Leuchsenring: ob. cit., p. 87
[←439]
Ápud ibíd.
[←440]
Ibíd., pp. 86-87.
[←441]
Ibíd., p. 87.
[←442]
Federico de Córdoba, comp. y prólog.: ob. cit., p. 330.
[←443]
Ibíd., p. 342.
[←444]
Ápud Emilio Roig de Leuchsenring: ob. cit.., p. 92.
[←445]
Federico de Córdoba, comp. y prólog.: ob. cit., p. 343.
[←446]
Ibíd., p. 343.
[←447]
Ibíd., p. 92.
[←448]
José Antonio Fernández de Castro, compilador: Medio siglo de historia colonial. Prólogo de
Enrique José Varona, [s. d. e.], La Habana, 1923, p. pp. 86-87. Esta fundamental compilación
de documentos, publicada en un año trascendental para el despertar de la conciencia del país,
está dedicada «A la memoria de los forjadores que la conciencia nacional, que murieron sin
ver realizada su aspiración a la independencia de Cuba».
[←449]
Federico de Córdoba, comp. y prólog.: ob. cit. pp. 357-358.
[←450]
Ibíd., p. 361.
[←451]
Ibíd., p. 360.
[←452]
George Lamming: Los placeres del exilio. Ed. Casa. La Habana, 2007, p. 367.
[←453]
Respecto del sello fractal que es posible advertir en la cultura caribeña, cfr. Antonio Benítez
Rojo: The repeating island. The Caribbean and the Postmodern Perspective. Duke University
Pres. Duke, 1992, en particular el epílogo, pp. 264 y sig.
[←454]
Édouard Glissant: El discurso antillano, Ed. Casa de las Américas, La Habana, 2010, p. 196.
[←455]
Véase, por citar solo un ejemplo, el enfoque dicotómico en el ensayo de Edward Kamau
Brathwaite, tan interesante por otra parte, «La criollización en las Antillas de lengua inglesa»
[en Leopoldo Zea, comp.: Fuentes de la cultura latinoamericana, Fondo de Cultura
Económica, México, 1993, t. III, pp. 253-272].
[←456]
Mireya Fernández Merino: Escrituras híbridas. Juego intertextual y ficción en García
Márquez y Jean Rhys, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2004, p. 32.
[←457]
Édouard Glissant: ob. cit., p. 9.
[←458]
Ibíd., p. 287.
[←459]
Sergio E. González Rubiera: Turismo, beneficio para todos. Siglo XXI Editores. México, 2002,
p. 7.
[←460]
Ibídem, p. 68.
[←461]
Ibíd.
[←462]
Ibíd., p. 73.
[←463]
Las artes en el Caribe, al ahondar en fenómenos profundos de la cultura, hacen aflorar un
panorama inquietante y dramático. Cf., por ejemplo, la selección de textos narrativos
organizada por Vitalina Alfonso y Emilio Jorge Rodríguez: Cuentos para ahuyentar el
turismo. Ed. Arte y Literatura. La Habana, 1991.
[←464]
Silvio Torres-Saillant: «La historia sin fin: el Caribe ante el asedio de Occidente», en: Gonzalo
Abad, presentador: El Caribe: un mosaico pluricultural. Seminario Internacional sobre el
Caribe. Imagen Editorial, A. México, 2003, p. 121.
[←465]
Édouard Glissant: ob. cit., p. 15.
[←466]
Franz Fanon: «Antillanos y africanos», en Leopoldo Zea, compilador: Fuentes de la cultura
latinoamericana. Fondo de Cultura Económica. México, 1993, t. II, p. 470.
[←467]
Édouard Glissant: ob. cit., p. 30.
[←468]
Ibíd.
[←469]
Ibíd., p. 421.
[←470]
Ibíd., p. 125.
[←471]
Ibíd., p. 9.
[←472]
Cfr. Desiderio Navarro: Cultura y marxismo. Problemas y polémicas. Ed. Letras Cubanas, La
Habana, 1986, pp. 12-49.
[←473]
Ibíd., pp. 48-49.
[←474]
Ibíd., p. 31.
[←475]
Publicado por vez primera en Slovenská literatúra, revista del Instituto de Ciencia Literaria de
la Academia Eslovaca de Ciencias, Bratislava, XXX, 1, 1983, pp. 84-88.
[←476]
Ibíd., p. 87.
[←477]
Ibíd., p. 210.
[←478]
Desiderio Navarro: Ejercicios del criterio. Ed. Unión, La Habana, 1988, pp. 11-32.
[←479]
Véase Arturo Agramonte y Luciano Castillo: Cronología del cine cubano I (1897-1936),
Ediciones ICAIC, La Habana, 2011, 486 p.; Cronología del cine cubano II (1937-1944), Ed.
ICAIC, La Habana, 2012, 498 p.; y Cronología del cine cubano III (1945-1952), Ed. ICAIC,
La Habana, 2013.
[←480]
Arturo Agramonte y Luciano Castillo: Cronología del cine cubano III (1945-1952), Ed.
ICAIC, La Habana, 2013, p. 12.
[←481]
Ápud ibíd., p. 220.
[←482]
Ibíd., p. 358.
[←483]
Ibíd., p. 359.
[←484]
Roland Barthes: «De la obra al texto», ed. cit., p. 174.
[←485]
Cfr. Maurice Corvez: Los estructuralistas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1972.
[←486]
Cfr. las ideas expuestas por E. Adamson Hoebel en: Hombre, cultura y sociedad. Fondo de
Cultura Económica. México, 1975
[←487]
Umberto Eco: La estructura ausente. Ed. Lumen. Barcelona, 1999, p. 384.
[←488]
Cfr. Emilio Garroni: Proyecto de Semiótica. Editorial Gustavo Gili, S.A. Barcelona, 1972.
[←489]
Iuri Lotman: «Los estudios literarios deben ser una ciencia», en: Desiderio Navarro, comp.,
trad. Y prólogo: Textos y contextos I. Ed. Arte y Literatura. La Habana, 1985, pp. 76-77.
[←490]
Stefan Morawski: “Las variantes interpretativas de la fórmula «el ocaso del arte», en:
Criterios. Estudios de teoría literaria, estética y culturología. La Habana. No. 21-24. Tercera
época. Enero de 1987 – Diciembre de 1988, p. 141.
[←491]
Pierre Francastel: La realidad figurativa. Ed. Paidós Ibérica, S.A. Barcelona, 1988, p. 115.
[←492]
Hubert Damisch: «Semiótica e iconografía», en: Desiderio Navarro, comp. y trad.: Image 1.
Teoría francesa y francófona del lenguaje visual y pictórico, Casa de las Américas, UNEAC y
Embajada de Francia en Cuba, La Habana, 2002, p. 71.
[←493]
Omar Calabrese: ob. cit., p. 238.
[←494]
Stefan Morawski: «¿Qué es una obra de arte?», en: José Orlando Suárez Tajonera, comp.:
Textos escogidos de Estética, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 1991, t. I, p. 3.
[←495]
Umberto Eco: La definición del arte. Lo que hoy llamamos arte, ¿ha sido y será siempre arte?
Ed. Roca, S.A. Barcelona, 1990, pp. 282-283.
[←496]
Francisco José Martínez: «Reflexiones de Deleuze sobre la plástica», en: José Vidal, ed.:
Reflexiones sobre arte y estética. En torno a Marx, Nietzsche y Freud, Fundación de
Investigaciones Marxistas, Madrid, 1998, p. 117.
[←497]
Simón Marchán Fiz, comp.: «Presentación» a: Real/Virtual en la estética y la teoría de las
artes, Ed. Paidós, Barcelona, 2005, pp. 9-10.
[←498]
Stefan Morawski: «La concepción de la obra de arte antaño y hoy», en: Stefan Morawski: De
la estética a la filosofía de la cultura, Selección y traducción del polaco de Desiderio Navarro,
Centro Teórico-cultural Criterios, La Habana, 2006, p. 151.
[←499]
Ibíd., p. 151.
[←500]
Ibíd., p. 151.
[←501]
Arthur C. Danto: Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia, Ed.
Paidós, Barcelona, 1999, p. 117.
[←502]
Ibíd., p. 51.
[←503]
Ibíd., pp. 27-28.
[←504]
Jean Baudrillard: Crítica de la economía política del signo, Siglo XXI Editores, México, 1977,
p. 125.
[←505]
Stefan Morawsky: “¿Qué es una obra de arte?”, en: José Orlando Suárez Tajonera, comp.:
Textos escogidos de Estética, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 1991, p. 25.
[←506]
Roman Jakobson subrayó: «En arte fue el cine el que reveló con mayor claridad y énfasis a
innumerables espectadores que el lenguaje es solo uno de los sistemas de signos posibles […]»
[Ápud František W. Galan: ob. cit., p. 129]. Y Charles Jencks, a su vez, reflexionó sobre los
lenguajes de la arquitectura [Cfr. «El lenguaje de la arquitectura postmoderna», en [Gerardo
Mosquera, comp.: Del Pop al Post, Ed. Arte y Literatura, La Habana, 2993, pp. 502-512].
[←507]
Pierre Francastel: «Elementos y estructuras del lenguaje figurativo», en: Criterios. Teoría
literaria. Estética. Culturología, La Habana, No. 25-28, Tercera época, enero de 1989-
diciembre de 1990, p. 105.
[←508]
Este problema lleva implícito otro de semejante trascendencia: el problema del lector activo.
Paul Ricoeur comenta sobre la lectura literaria algo que puede considerarse válido para todo el
arte a partir de las vanguardias del siglo pasado: «Que la literatura moderna sea peligrosa es
incontrovertible. La única respuesta digna de la crítica que ella suscita […] es que dicha
literatura venenosa requiere de un nuevo tipo: un lector que responda». Y luego agrega: «La
función más corrosiva de la literatura tal vez sea la de contribuir a hacer surgir un lector de un
nuevo género, un lector que también sospecha» [Paul Ricoeur: «Mundo del texto y mundo del
lector», en: Françoise Pérus, comp.: Historia y literatura, Instituto Mora, México, 1994, p.
233].
[←509]
Pierre Francastel: «Elementos y estructuras del lenguaje figurativo», ed. cit., p. 106.
[←510]
Ibíd., p. 112.
[←511]
Cfr. María Rosa Neufeld: «Crisis y vigencia de un concepto: la cultura en la óptica de la
antropología», en Alain Basail y Daniel Álvarez: Sociología de la cultura, Ed. Félix Varela, La
Habana, 2004, t. I, pp. 7 y sig.
[←512]
Claude Lévi-Strauss: Antropología estructural, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1970, p. 63.
[←513]
Ibíd., p. 63.
[←514]
Armando Vázquez Barrios: «De qué hablamos cuando hablamos de discapacidad», en:
Armando Vázquez Barrios y Nora Cáceres, ed.: El abordaje de la discapacidad desde la
atención primaria de salud, Organización Panamericana de la Salud, Buenos Aires, 2008, p.
10.
[←515]
No hablaremos aquí de otros modelos conceptuales sobre discapacidad, como el «modelo
político activista o modelo de las minorías colonizadas».
[←516]
Ibíd., p. 11.
[←517]
Nilma Lacerda: «EL pasaje por el hueco: donde lectura y salud pueden dialogar». Ponencia
presentada al Congreso «Lectura 2009. Para leer el siglo XXI», convocado por el Comité
Cubano de IBBY, La Habana, octubre-noviembre de 2009.
516Disability World. Revista electrónica, bimensual, sobre noticias y opiniones
internacionales relacionadas al tema de la discapacidad, vol. No. 19, junio-agosto de 2003.
517 Ibíd.
[←518]
[←519]
[←520]
Cfr. Miguel Lugones Botell: «Algunas consideraciones sobre la calidad de vida», en: Rev
Cubana Med Gen Integr, v.18, n.4, La Habana, jul.-ago. 2002. Este autor señala: «La calidad
de vida tiene una historia reciente. En la década de los 60 del siglo pasado pasó del ámbito de
la economía al de las ciencias humanas. Su importancia fundamental dentro de la medicina
radica en que surge como un intento de dotar de contenido a lo que llamamos respeto a la
dignidad de los seres humanos».
[←521]
Rafael Tuesca Molina: «La calidad de vida, su importancia y cómo medirla».
http://ciruelo.uninorte.edu.co/pdf/salud_uninorte/21/8.La%20Calidad%20de%20Vida.pdf.
Asimismo, cfr., entre otros, http://www.ib.edu.ar/bib2004/Finalistas/MariaFernandaRuiz.pdf.
[←522]
http://www.dpi.org/sp/resources/documents/tema9.pdf.
[←523]
Ibídem.
[←524]
Las cuales se refieren a la posibilidad de acceso al medio físico, a la información y a la
comunicación, la educación en los diferentes niveles de las personas con discapacidad en
entornos integrados, la igualdad de oportunidades para obtener un empleo productivo y
remunerado en el mercado del trabajo, el mantenimiento de los ingresos y seguridad social de
las personas con discapacidad y sus familias, una vida en familia que ayude a alcanzar la
integridad personal, la integración y participación en las actividades culturales y la
participación en actividades recreativas y deportivas.
[←525]
Herbert Read: Educación por el arte, Paidós, Bacelona, 1999, p. 287.
[←526]
Andy Heargraves: Profesorado, cultura y postmodernidad. Cambian los tiempos, cambia el
profesorado, Ed. Morata, Madrid, 1998, p. 85.
[←527]
Cfr. Kenneth S. Goodman y Yetta M. Goodman: «Conocimientos de los procesos
psicolingüísticos por medio del análisis de la lectura en voz alta», en: Learning about
psycholinguistic processes by analyzing oral Reading, Harvard Educational Review, Vol. 47,
No. 3, agosto de 1977,
[←528]
Umberto Eco: Seis paseos por los bosques narrativos, Ed. Lumen, Barcelona, 1997, p. 16.
[←529]
J. F. Lyotard: La condición postmoderna, Ed. Cátedra, Madrid, 1984, p. 109.
[←530]
G. Vattimo: El fin de la modernidad, Ed. Gedisa, Barcelona, 1984, p. 155 y sig.
[←531]
Ibíd.
[←532]
Jean François Lyotard: «Reescribir la modernidad», en: Revista de Occidente, No. 66, 1986, p.
32.
[←533]
Hal Foster: «El postmodernismo en paralaje», en: Criterios, No. 32, julio-diciembre de 1994,
pp. 59-60.
[←534]
Ibíd.
[←535]
Todd Gitlin: «La vida en el mundo postmoderno», en: The Wilson Quarterly, Universidad de
California, Berkeley, 1989.
[←536]
Cfr. Fina García Marruz: «El hombre natural martiano», en: El amor como energía
revolucionaria en José Martí, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2004, p. 51-72.
[←537]
Cfr. José Martí: O.C., t. 5, p. 267.
[←538]
Ibíd., t. xx, p. 366.
[←539]
José Martí: Obras completas, t. XVIII, p. 349.
[←540]
Ibíd., t. IV, p. 361.
[←541]
Ibíd.
[←542]
Ibíd., t. V, p. 378.
[←543]
Fondos del Museo Provincial Ignacio Agramonte de Camagüey.
[←544]
Ibíd., t. IV, pp. 361-362.
[←545]
Ibíd., t. V, p. 464.
[←546]
Ibíd., t. II, p. 30.
[←547]
Ibíd., t. IV, p. 384.
[←548]
Ibíd., t. V, p. 374.
[←549]
Ibíd., t. V, pp. 373-374.
[←550]
Cfr. Miguel Antonio Rivas Agüero: Médicos camagüeyanos en las luchas por la libertad de
Cuba, Miami, Florida, Ed. Sepia Graphics Arts, 1989.
[←551]
Ibid., t. 5, p. 311.
[←552]
Francisco Calcagno: Diccionario biográfico cubano, Nueva York, Imprenta de Ponce de León,
1878.
[←553]
José Martí: Obras completas, ed. cit., t. XX, p. 384.
[←554]
Ibíd., t. V, p. 367.
[←555]
Ibíd., t. IV, p. 126.
[←556]
Ibíd., t. XIX, p. 221.
[←557]
Ibíd., t. IV, p. 140.
[←558]
Ibíd., t. IV, p. 143.
[←559]
Ibíd., t. IV, p. 147.
[←560]
Cfr. Luis Conte Agüero: Eduardo Chibás, el adalid de Cuba, México, Ed. Jus, 1955, p. 377.
[←561]
José Martí: op. cit., t. IV, p. 387.
[←562]
Frncisco de Arango y Parreño: Obras, Imprenta Howson y Heinen, La Habana, 1888.t. I,
p. 57.
[←563]
Eduardo Torres-Cuevas: «José Antonio Saco. Doscientos años después», en: La Gaceta de
Cuba, La Habana, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, noviembre-diciembre de 1997, p.
41.
[←564]
Cfr. José Antonio Saco: Papeles sobre Cuba, Dirección General de Cultura, La Habana, 1960,
t. I, p. 4.
[←565]
José Antonio Saco: Memoria sobre la vagancia en la isla de Cuba, Ed. Oriente, Santiago de
Cuba, 1974, p. 18.
[←566]
Ibíd., p. 19.
[←567]
Ibíd., p. 20.
[←568]
Ibíd., p. 29.
[←569]
Ibíd., pp. 29-30.
[←570]
Cfr. José Antonio Saco: Papeles sobre Cuba, Ministerio de Educación, Dirección General de
Cultura, La Habana, 1960, t. II, pp. 54 y sig.
[←571]
José Antonio Saco: Memoria sobre la vagancia en la isla de Cuba, ed. cit., p. 52.
[←572]
Cfr. ibíd., p. 48, entre otros momentos.
[←573]
Francisco Agüero Duque-Estrada, El Solitario: Discurso en la inauguración de la clase de
Literatura del Liceo de Puerto Príncipe, folleto sin datos editoriales, p. 5.
[←574]
Eduardo Torres-Cuevas: «José Antonio Saco. Doscientos años después», loc. cit., p. 41.
[←575]
Ibíd.
[←576]
Ápud Fernando Ortiz: «Prólogo» a José Antonio Saco: Historia de la esclavitud de la raza
africana en el Nuevo Mundo y en especial en los países américo-hispánicos, Cultural, S.A., La
Habana, 1938, t. IV, p. XXIX.
[←577]
Ibíd., pp. XV-XVI.
[←578]
José Antonio Saco: Papeles sobre Cuba, ed. cit., t. I, p. 415.
[←579]
José Antonio Saco: Memoria sobre la vagancia en la isla de Cuba, ed. cit., pp. 58-59.
[←580]
Henri Berr: Prólogo a: Georges Weill: La Europa del siglo XIX y la idea de nacionalidad, Ed.
UTEHA, México, 1961, p. IX.
[←581]
Georges Weill: La Europa del siglo XIX y la idea de nacionalidad, ed. cit., p. 5.
[←582]
José Antonio Saco: Papeles sobre Cuba, ed. cit., t. III, pp. 442-443.
[←583]
Ibíd., t. III, p. 445.
[←584]
Ibíd., t. III, p. 461.
[←585]
Ibíd., t. III, p. 444.
[←586]
Ibíd., t. III, p. 447.
[←587]
José Antonio Fernández de Castro: «Introducción» a: Domingo del Monte: Escritos, Cultural,
S.A. La Habana, 1929, t. I, p. XXX.
[←588]
Domingo del Monte: Escritos, ed. cit., t. I, p. 10.
[←589]
Ibíd.
[←590]
Ibíd., t. I p. 29.
[←591]
Ibíd.,t. I, p. 27.
[←592]
Ibíd., t. I, p. 44.
[←593]
Antonio Bachiller y Morales: Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública
en la isla de Cuba, Cultural, S.A., La Habana, 1936, t. II, p. 137.
[←594]
Domingo del Monte: Escritos, ed. cit., t. I, pp. 52-53.
[←595]
Ibíd., t. I, p. 278.
[←596]
Ibíd., t. II, p.
[←597]
Ibíd., t. I, p. 71.
[←598]
Cfr., entre otros estudios, Olga García Yero: Educación e historia en una villa colonial, (autora
principal, con Ernesto Agüero y Aracely Aguiar) Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 1989.
[←599]
Cfr. ibíd., t. II, pp. 76-82.
[←600]
Ibíd., t. I, p. 72.
[←601]
Ibíd., t. I, pp. 72-73.
[←602]
Ibíd., t. I, p. 76.
[←603]
Cfr. al respecto las valoraciones de Fina García Marruz sobre la exactitud del juicio martiano
sobre ese intelectual en Estudios delmontinos, Ed. Unión, La Habana, 2008, en particular las
pp. 5-41.
[←604]
Cfr. Antonio Bachiller y Morales, Los negros, Gorgas y Co., Barcelona, [s.f.].
[←605]
Iuri M. Lotman: «La memoria a la luz de la culturología», trad. de Desiderio Navarro, en:
Criterios. Estudios de teoría de la literatura y las artes, estética y culturología, La Habana,
No. 31, cuarta época, enero-junio de 1994, p. 223.
[←606]
Ibíd., p. 225.
[←607]
Antonio Bachiller y Morales: Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública
en la isla de Cuba, ed. cit., t. II, pp. 3 y sig.
[←608]
Ibíd., t. II, p. 19. Cfr. asimismo t. II, p. 27-
[←609]
Ibíd., t. II, p.49.
[←610]
Ibíd., t. II, p. 58.
[←611]
Ibíd., t. II, p. 83.
[←612]
Ibíd., t. II, p. 84.
[←613]
Cfr. Antonio Bachiller y Morales: Cuba primitiva. Origen. Lenguas, tradiciones e historia,
Librería de Miguel de Villa, La Habana, 1883, p. 23.
[←614]
Ibíd., p. 14.
[←615]
Cfr. ibíd., pp. 74 y sig.
[←616]
Ibíd., p. 80. Asimismo, cfr. ibíd., p. 83.
[←617]
Cfr. Antonio Bachiller y Morales: Los negros, ed. cit., pp. 10-11.
[←618]
Ibíd., p. 82.
[←619]
Ibíd., p. 87.
[←620]
Ibíd., pp. 89-90.
[←621]
Ibíd., p. 100.
[←622]
Ibíd., p. 102.
[←623]
Ibíd., p. 114.
[←624]
Ibíd., p. 117.
[←625]
Ibíd., p. 115.
[←626]
Aurelio Mitjans: Estudio sobre el movimiento científico y literario en Cuba, Ed. Consejo
Nacional de Cultura, La Habana, 1963, p. 53.
[←627]
Francisco Calcagno: Poetas de color. Plácido. Manzano. Rodríguez. Echemendía. Silveira.
Medina, 5ta. ed., Imprenta Mercantil, La Habana, 1887, p. 87.
[←628]
Juan Gualberto Gómez: Preparando la Revolución, Secretaría de Educación, Dirección de
Cultura, La Habana, 1936, p. 31.
[←629]
Ibíd., p. 33.
[←630]
Martín Morúa Delgado: Impresiones literarias. Discursos. Misceláneas, Publicaciones de la
Comisión Nacional del Centenario de don Martín Morúa Delgado, La Habana, 1957, t. I, p. 17.
[←631]
Cfr. ibíd., t. I, pp. 21 y sig.
[←632]
Ibíd., pp. 26-27.
[←633]
Ibíd. t. I, p. 30.
[←634]
Ápud ibíd.,t. I, p. 32.
[←635]
Ibíd., t. I, pp. 32-33.
[←636]
Ibíd., t. I, p. 33.
[←637]
Ibíd., t. I, p. 38.
[←638]
Ibíd., t. I, p. 67.
[←639]
Ibíd., t. I, pp. 145-146.
[←640]
Ibíd., t. I., p. 147.
[←641]
Ibíd.
[←642]
Ibíd., t. I, p. 149.
[←643]
Julián del Casal: Prosa, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1979, t. I, p. 189.
[←644]
Ibíd., t. I, p. 195.
[←645]
Cfr. ibíd., t. I, p. 188.
[←646]
A ello ha contribuido mucho el conjunto de trabajos emprendidos por jóvenes historiadores y
sociólogos, por ejemplo, los trabajos de Abel Sierra Madero.
[←647]
Julia Kristeva: El lenguaje, ese desconocido, Ed. Fundamentos, Madrid, 1987, p. 4.
[←648]
Cfr. Jacques Derrida: De la gramatología, Siglo XXI, México, 1998, pp. 37-57.