Buena Economía para Tiempos Difíciles
Buena Economía para Tiempos Difíciles
Buena Economía para Tiempos Difíciles
E sther Duflo y Abhijit V. Banerjee debutaron en su faceta de divulgadores «a gran escala» de la Economía de la pobre-
za o Economía del desarrollo con su libro «Poor Economics: A Radical Rethinking of the Way to Fight Global Poverty (2011)».
Con Poor Economics, centrado en países en desarrollo y emergentes, fijaron en la mente de sus lectores tres conceptos
que subyacen de forma transversal al hecho constatado de que las políticas e intervenciones de lucha contra la pobreza son
a menudo ineficaces, esto es, que no consiguen los resultados previstos. La ignorancia, la inercia y la ideología de quienes
están llamados a diseñarlas, financiarlas, ejecutarlas, revisarlas y evaluarlas actúan como auténticos boicoteadores –más o
menos conscientes– de las políticas públicas.
«Good Economics for Hard Times» –cuya publicación fue prácticamente simultánea a la decisión de la Real Academia de las
Ciencias de Suecia de acreditarles con el Premio Nobel de Economía junto a Michael Kremer–, extiende el radio de acción
de los análisis recogidos en Poor Economics a países en desarrollo, dotando de mayor universalidad a los planteamientos.
El libro es una suerte de respuesta al enorme déficit de confianza que tanto los economistas como la propia disciplina
de Economía enfrentan en la actualidad. Los autores consideran que la credibilidad de la conversación en torno a las polí-
ticas públicas ha tocado fondo en un momento (aún pre-COVID19, pero perfectamente extensible al actual) en el que los re-
tos económicos que enfrenta la humanidad son innumerables. Esa falta de credibilidad no nos la podemos permitir.
Parte del deterioro de la credibilidad es fruto, en opinión de los autores, de la normalización en el discurso político
(que no de la policy), de la práctica de emitir afirmaciones sin estar acompañadas de explicaciones detalladas, comprensi-
bles, auditables y, por supuesto, de las correspondientes advertencias. Esto es, que las decisiones se sustenten en evidencia,
que no oculten riesgos (directos e indirectos) ni beneficiarios.
Abogan por la necesaria desmitificación de muchos de los temas que en los últimos años han condicionado de forma
artificial la agenda política y con ella, incluso el lenguaje, el tono y el fondo de las conversaciones. Se refieren a aspectos
tan relevantes para el bienestar global, nacional y local y, por tanto, tan necesarios como la migración, por poner un ejem-
plo de actualidad, sometida a una desvirtuación y una polarización generalizadas.
Reiteran, asimismo, que el crecimiento económico, más aún cuando sigue siendo el PIB la prácticamente única métri-
ca a la que todos los países aspiran ver crecer de forma sostenida, no es un fin sino un medio, y solo si este crecimiento ge-
nera empleo, eleva salarios o dota a los presupuestos públicos de recursos suficientes para incrementar su capacidad
redistributiva. Esta visión defiende que el objetivo último de los gobiernos debe ser el de elevar la calidad de vida del ciuda-
dano medio, y especialmente de aquel que se encuentra en peor situación, y no solo a través del consumo. Y no parece que
sea una tesis exclusiva del ámbito teórico: Nueva Zelanda es el primer país que ha renunciado a tener al PIB como referen-
cia de prosperidad y bienestar, y ha presentado para el año 2021 (el año fiscal en aquél país arranca el 1 de julio) el que su
primera ministra ha llamado «el primer presupuesto de bienestar», que prioriza la mejora en la calidad de vida frente a los
indicadores económicos.
Desafían con respeto muchas de las teorías de anteriores premios Nobel de Economía haciendo «doble-clic» en funda-
mentos, tesis, resultados y conclusiones que desde la perspectiva de los autores adolecen de obviar las transiciones en sus
modelos que a menudo impiden que los resultados se materialicen. Y es que las transiciones son fruto de lo que denomi-
nan la «Sticky Economy», presente en todos los mercados, y que impide una adecuada asignación de recursos o un fluir de los
mismos tal como estiman los modelos económicos. En este caso, el comercio internacional es el protagonista de muchas de
las evidencias que acompañan las afirmaciones de los autores, con derivadas en el mercado laboral, política industrial, de
innovación, mercado hipotecario, competencia y un sinfín de ámbitos core.
Aportan respuestas más que rotundas a preguntas que hoy más que nunca están presente en los debates de políticas
públicas (renta básica universal, impuesto a la riqueza o patrimonio, impuesto al carbón, políticas de empleo) diferencian-
do con claridad que las realidades y el contexto de los países –en función de su grado de desarrollo– condicionan el
«cómo», si bien comparten un elemento en común: ha de primar la dignidad de las personas, a menudo menospreciada por
cómo muchas políticas sociales están diseñadas ::