Uruguay y Su Poesía Infantil
Uruguay y Su Poesía Infantil
Uruguay y Su Poesía Infantil
Uruguay y los orígenes de su poesía infantil
Ensayo premiado en el V Concurso Dr. Alberto Manini Ríos, 1978.
"En cada punto de su vida el hombre es todo el hombre.
Por tanto, cada momento debe ser considerado de tal suerte que tenga en sí mismo su propia finalidad."
Jorge Simmel
La civilización se ha nutrido de la obra de muy diversos seres que tuvieron la virtud de poder expresarse
y descubrir una nueva tierra: la del entendimiento, la de la belleza, la del corazón. Esa heredad ha
sobrevivido porque lleva la esencia y no la carne. El hombre muere, su obra no. La educación por la
cultura ha sublimado la materia y ha hecho del hombre un ciudadano universal.
La cultura es casi una necesidad fisiológica. Permite al hombre derribar estructuras físicas o temporales
para lanzarse a la búsqueda del ser e interpretar su mensaje. La democratización de la cultura hizo
posible que el alma escapara del plomo y fuera más lejos que el autor. Pero antes de ello ardió Yucatán
donde los mayas inventaron el cero, y nuestra América india se inclinó ante los maderos de una cruz.
Nosotros, americanos, que llevamos en la sangre el embrujo del árabe, el misterio del indio, el águila de
Roma y el acento español, hemos crecido a la sombra de un árbol que esparció sus frutos desde la
Patagonia hasta el valle de Anahuac. Nos sentimos hermanos de Cauhatemoc y Manco Cápac. Elogiamos
a Elcano, Colón, Magallanes. Admiramos a Europa y somos deudores de su legado espiritual, pero
también hemos florecido en extraordinarios seres que contribuyeron a enriquecer el patrimonio universal.
Hemos sido semilla, matriz y tierra fértil, pero más que nada hemos descubierto que la moral, la felicidad
y el arte nacen de la cooperación, porque nuestro bienestar no es un fenómeno de economía -que es
limitado-, sino un profundo sentido de integración, de dar y recibir, de permanecer en otros por los
sentidos y por la razón.
La cultura no es un criterio sociológico, sino una confrontación de valores en la que el hombre ha
encontrado un camino para superarse. La cultura ha enfatizado la unión entre los pueblos, proyectándola
en un sentido más amplio, más humano: la conquista del hombre por el hombre. La supremacía del
espíritu, del bien y del amor.
En esta historia del proceso cultural de los pueblos, la literatura para niños, niñas y jóvenes (literatura
infantil) ha gravitado especialmente en la formación de los hombres que forjaron nuestra civilización.
Desde la India, Egipto y Babilonia, desde la antigua Grecia y la esplendorosa Roma a nuestra América,
este género literario adquirió un lugar de relevancia en el desarrollo intelectual, porque hubo seres que
entendieron que de la formación integral del niño dependerá la proyección de un pueblo o de una nación.
Si bien no hay un criterio unánime acerca de qué se entiende por literatura infantil, porque en ella
encontramos obras escritas por adultos para los niños, otras que fueron redactadas por ese público
menudo y aquellas que éste adoptó, aunque no hubieran sido destinadas a él, debemos recordar que la
poesía, uno de sus géneros, es un bien universal con un destino concreto: el hombre. Y en el amanecer
de ese hombre, el poema que es canto, juego, gracia y ritmo, es una recreación vital y necesaria para
iniciar el diálogo con la belleza y la inmortalidad.
Los primeros años de la vida ofrecen el período de máxima fecundidad para despertar intereses e
inquietudes, para sembrar conocimientos, para descubrir aptitudes. En esta era de la masificación y
automatismo el niño ha visto disminuidas las posibilidades de afirmar su personalidad, por ello es de una
imperiosa necesidad ejercitarlo en el pensamiento, entrenarlo en los medios que le permitan encontrar la
más auténtica forma de expresión que ponga de manifiesto su temperamento y su sensibilidad. Es misión
de los padres y de los educadores valorar las potencialidades del educando y acrecentar su caudal
cognoscitivo sin desmedro de su capacidad afectiva. La familia y la escuela desempeñan papeles
fundamentales en la vida de relación del niño y la literatura, y una de sus manifestaciones, la poesía, le
permite trascender su cosmos, volver su mirada a las estrellas, recobrar el encanto de la fantasía y
regresar al lenguaje de la mejor expresión estética.
"La historia del hombre podría reducirse a la de las relaciones entre las palabras y el pensamiento"[1]. Y
el poema es el fruto aromado del lenguaje que despierta en las sílabas asombrado de pájaros y soles; el
poema es el transformador de la piedra en ave; de la sed en río, de la palabra en canto; es el hacedor de
claridades, vencedor de razones y tiempos y silencios, es conciencia del goce, del dolor y del
pensamiento.
La poesía para niños es un juguete sonoro y colorido que nace del pequeño universo que rodea al infante
y se vuelve danza, vuelo, flor, porque es armonía, luz, arcoiris. "Poesía que si no se canta, podría
cantarse", según Gabriela Mistral.
La poesía infantil en sus diferentes géneros, es cadencia, belleza y gracia, pero sobre todo es ritmo. Y "el
ritmo, que es como la simetría en el tiempo, y la simetría que es como el ritmo en el espacio, tan pronto
están a sonar como a brillar..."[2]. Ese es el verdadero llamado del poema para niños que debe actuar
como tintineo, como imagen, como canción.
Otro problema es coincidir en la conciencia que debe tener el escritor para niños, si debe enfocar un
objetivo delimitado contemplando a su receptor como un ser social y sociológicamente activo. El
verdadero poeta debe emplear un lenguaje claro, transparente, porque sólo entendiéndose a sí mismo
puede estar seguro de lo que quiere transmitir y tener la opción de hacerlo. "La poesía no reconoce otra
ley que la de la verdad íntima -voz, resplandor, o fragancia- y la de la belleza lograda -éxtasis, temblor o
mensaje", como aseguraba José Enrique Rodó.
El niño debe conocer desde las canciones de cuna a los poemas épicos, de acuerdo a su edad. La
educación por medio del juego, la poesía, rondas, fábulas y canciones, va integrando la forma a la
materia, la sensibilidad del pensamiento, conjugando diversos intereses que han de construir la unidad
que hará del niño un poseedor del pluriverso circundante.
La poesía infantil es experiencia, participación, encuentro, alegría, y el nonsense y el género humorístico
constituyen también un capitulo importante y atractivo para las apetencias infantiles.
En el mundo contemporáneo, degradado por el odio y la pornografía, hay quienes preguntan cuál es la
misión del poema, pero decimos con Martí: “¿Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es
indispensable a los pueblos?". Por eso hemos creído de interés centralizar nuestras palabras en las
primeras manifestaciones de la poesía infantil en Uruguay, hecho que no logra una voz definida hasta el
comienzo de este siglo XX. Recién a partir de ese momento podemos hablar de una forma poética
consciente que se logra, en nuestra opinión, a través de una educadora, una exquisita mujer que llevará
en vida el nombre de Enriqueta Compte y Riqué.
Aunque "la poesía nacional uruguaya fue un producto genuino de la revolución americana", "porque
dentro de las ciudades del Virreinato no había florecido el arte como expresión sincera del alma de
aquellos pueblos"[3], Montero Bustamante señala algunas composiciones con espíritu diferente, entre las
que menciona: "Aquel famoso discurso del Padre Larrañaga, pronunciado después de la primera
independencia en la Inauguración de la Biblioteca Pública".
La región del Río de la Plata no contaba con el aurífero tesoro de México o Perú, sus aborígenes no
poseían un legado artístico o cultural relevante y Montevideo transcurre durante los primeros ochenta
años de su fundación en la monotonía de una vida compartida por escasos pobladores que reparten su
tiempo en el ejercicio de diferentes funciones. Los esclavos, seres que ayudaron en los más diversos
menesteres y fueron recurso político para la colonización de América y su independencia posterior, así
como el testimonio del poderío económico de sus amos, no presenciaron -en Uruguay- las fastuosas
actividades sociales que acostumbraron otras ciudades del continente, porque nuestro grupo humano
siempre estuvo signado por la sobriedad, característica que se tradujo en el arte y sólo fue interrumpida a
comienzos del 1800, cuando los colonos comenzaron a sentir el fuego de la rebelión emancipadora. La
calma se vuelve convulsión frente a las invasiones inglesas, se despierta el pensamiento literario para
defender sus ideales y empieza a elaborarse un lenguaje más localista.
A fines del siglo XVIII surge nuestro tipo nacional, el gaucho, hombre que realiza las tareas rurales y que
no inspira a los escritores nacionales hasta que -a fines del siglo XIX- Antonio D. Lussich escribe Los tres
gauchos orientales. "Ese hombre, callado y laborioso, da lugar a un poeta primitivo, sin cultura, pero
capaz de transmitir sus emociones en versos de rima fácil y espontánea: el payador. "No existía en
nuestros campos un personaje más admirado y respetado que el payador. Vivía de su arte, podríamos
decir, yendo y viniendo a su antojo, atravesando pagos. El era el alma de todas las reuniones..."[4].
El payador fue la voz y la cabal expresión de los sentimientos de la gente que lo rodeaba. Y así, en el
ambiente especialísimo de la emancipación, la gracia y el ingenio se rebelan en satíricas composiciones
que se trasmiten en forma oral, como los cuentos, los mitos y las fábulas tradicionales, porque en San
Felipe y Santiago, hoy Montevideo, no hubo imprenta hasta 1810: Regalo de la Princesa Carlota de
Borbón fue llamada "La Carlota" y funcionó en su primer período como instrumento emisor de los ideales
que se oponían a los pensamientos revolucionarios. Bartolomé Hidalgo (1788-1822) y Ascasubi son los
primeros en explotar esta veta de la poética simple, de fácil memorización que penetraba profundamente
en el alma del pueblo. De ese tiempo son los conocidos "cielitos" de Hidalgo, que algunos autores refieren
como material de literatura infantil, pero que, si bien los niños de aquella época pudieron repetir algunas
estrofas como las siguientes, no pertenecen a éste género:
Cielito, cielo que sí,
guárdense su chocolate,
aquí somos indios puros
y sólo tomamos mate.
Niños que también entonarían, probablemente con gusto estos versos de Acuña de Figueroa (1790-
1862), autor del Himno Nacional:
Si el enderezar entuertos
no es cosa que te compete,
¿Quién te mete,
Juan Copete.
Estrofas que podían reiterarse en forma aislada, pero que entrañaban una crítica severa y mordaz a
ciertas conductas político-sociales de la época.
En esa atmósfera de las primeras luchas independentistas en que "la viudez y orfandad desconsoladas,
alzan los ojos de llorar cansados"[5], no hay ambiente propicio para que nazca una literatura infantil.
Pero un compañero de escuela de nuestro héroe José Artigas, abre un nuevo cauce en este género.
Es Dámaso Antonio Larrañaga (1771-1848), quien dicta -ya ciego- en 1826, en su quinta de
Miguelete, a su sobrina, una serie de apólogos que recién han de ver la luz, en forma parcial en el
periódico "El Teléfono" de la ciudad de Mercedes y, en edición completa, en 1919 en un libro de la
imprenta de Dornaleche Hnos. Esas cuarenta y nueve fábulas en verso -en opinión de Zum Felde-
[6] revisten más valor pedagógico que literario, pues poco hay en ellos que reclame la atención de la
crítica. Pero debemos destacar el empleo de la fauna y de la flora americana, que este hombre superior
conocía profundamente, a través de sus vastos estudios de botánica y zoología. De ese volumen
transcribimos:
LA RANA Y EL SAPO
A la orilla de un charco,
una rana muy parlera,
dijo un día a cierto sapo:
-"No sé porqué tu engruesas
y te hinchas como un pavo,
como un globo y una esfera"
Se dijo el escuerzo vano:
-"¿No miras éstas mis piernas
qué ágiles son y cual nado,
y cómo también con ellas
doy mis brincos y mis saltos?"
La otra se sonriyera
y le dijo: "¡Mira, hermano,
que delgada soy y seca,
y qué poco me he hinchado
teniendo piernas más diestras
con que más nado y más salto!"
Por cierto que hay en la escuela
unos tan vanos muchachos
que apenas saben de letras
y se hinchan como sapos;
mientras otros que ya cuentan,
parecen más moderados.
Larrañaga fue el presbítero, el primer bibliotecario, el ciudadano preocupado por el destino de su nación,
el filántropo, el hombre que aún ciego prosiguió en la lucha para una mayor gloria de su lar. Así lo
testimonia el escultor Severino Pose en el monumento que se erige en nuestra capital, pues en cada lado
de la base presenta una alegoría a las realizaciones de Larrañaga: el asilo, el Estado, las ciencias y la
Biblioteca.
El 18 de octubre de 1787 nace Petrona Rosende[7] quien durante la dominación luso-brasileña emigra
a Buenos Aires y dirige el periódico para mujeres "La Aljaba" (1830 a 1831). Se cree que es la pionera del
periodismo femenino en Argentina, pero -para nosotros- es importante señalar que es la primera mujer
uruguaya que aparece en el Parnaso Oriental[8], segundo volumen, en el que figuran diecinueve poemas
de la autora, aunque en el tercer tomo, editado en 1837 sólo le corresponden cuatro poemas. En esos 23
textos poéticos hay una tremenda diversidad de textos, desde letrillas jocosas, fábulas, acrósticos, odas,
elegías, versos infantiles a los de exaltación patriótica. No olvidemos que esta mujer vivió en el período
de las invasiones inglesas, de las asambleas artiguistas, en la época del fervor revolucionario y fue a la
vez esposa y madre (dos de sus hijos murieron en una de las gestas emancipadoras, y su hija a dos días
de haber contraído enlace), pero también dedicó su tiempo a la formación de algunas jovencitas para las
que, seguramente, compuso "El anillo": Adorno propio / Soy de las damas / más en los hombres / Pierdo
mis gracias. / Brillo en las manos / De las hermosas / Y más el día que son esposas...; "La aguja": Soy
tan precisa / Que sin mi ayuda / La humana estirpe / Fuera desnuda / O bien envuelta / Como la
oruga".. "El alfiler": Soy pequeñito / yo nada puedo / más soy querido / Del bello sexo / Si yo no fuera /
Sus atavíos/ Se vieran todos / En desaliño... y, tal vez, otro de evidente alegato moral, "A la
envidia": Esa que viste de mirar airado / Con torvo ceño y el color cetrino...
Toda la obra de Petrona Rosende de la Sierra fue amasada con valor, ternura, heroísmo. Su breve (por lo
que conocemos) testimonio poético ha sido suficiente para otorgarle un lugar perdurable en nuestras
letras y, aunque compartimos con Arturo Sergio Visca que esos tres poemas infantiles ("El alfiler", "El
anillo" y "La aguja") "tienen un ritmo ligero y agradable" y que "también hay ingenio en la fábula "La
cotorra y los patos", que sigue, sin lugar a dudas, la línea de los españoles Iriarte y Samaniego, pero está
bien construida y narrada con nitidez y economía de elementos narrativos"[9], creemos que su aporte a
la literatura infantil no participó, de manera relevante, en el fenómeno educativo. Y entendemos por
fenómeno educativo una formación integral que le permita al educando un pleno desarrollo de sus
aptitudes vitales, creadoras e intelectuales. Pero Petrona Rosende de la Sierra falleció en 1863, cuando
aún no habían adquirido resonancia los actuales conceptos sobre un educación humana sin imposiciones,
auténtica, espontánea, sustentada en la libertad de acción por estímulos adecuados y en la que el
educando participa con toda su energía para lograr su plenitud y la verdad de su existencia.
En 1888 Isidoro de María (1815-1906) da a conocer Cantos escolares y recitaciones para la juventud
educanda de la República Oriental del Uruguay que recopila poemas de diversos autores donde es tan
obvio el objetivo didascálico que ensombrece los escasos valores estéticos.
José Pedro Varela (1845-1879) fue el germen de una etapa diferente en la actividad pedagógica del
país y de una reforma en la lucha contra el analfabetismo. Instituyó la escuela gratuita, obligatoria y
laica. Pero este pionero de la reestructura escolar no fue un poeta para niños aún cuando leyera para
ellos, en 1878, en el Teatro Solís, algunos de estos versos de su autoría:
Son las niñas de hoy, las hijas tiernas
que el ala maternal cubre y calienta;
las madres de mañana en cuyo espíritu
y en cuyo corazón la escuela siembra.
Son los niños de hoy, los hijos tiernos
que aun bajo el palio paternal caminan;
y son los ciudadanos de mañana
que en la escuela se forman a la vida.
Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931) promueve sí, una instancia significativa en la poética
nacional, rescatando una estirpe milenaria que se extinguió a la sombra de ombúes y pitangueros.
Tabaré, fantasía del escritor, es parte de nuestro folklore, de la escasísima tradición indígena que
poseemos quienes habitamos este Uruguay que no vivió el esplendor del Tahuantinsuyo ni el poderío de
Netzahualcóyotl.
Tabaré es un poema épico lírico que narra la llegada de un grupo de españoles al Río de la Plata. Al
desembarcar, los invasores caen bajo una lluvia de flechas disparadas por los indios desde unos
matorrales. Se acercan los vencedores a recoger su botín (dientes y cabelleras). Avanza Caracé, el
cacique, por la sangrienta arena de la playa. Camina. Busca el cuerpo, aún palpitante, de una mujer que
yace entre las víctimas. No quiere otra recompensa. La hace su mujer y su esclava. De esa unión nace un
hijo: Tabaré, a quien arrullan canciones de Belén y elementos de nuestra flora y fauna:
De la dichosa edad en los albores
amó a Perrault mi ingenua fantasía
mago que en torno de mi sien tendía
gasas de luz y flecos de colores.
Del sol de adolescencia en los albores,
fue Lamartine mi cariñoso guía.
"Jocelyn" propició, bajo la umbría
fronda vernal, mis ocios soñadores.
Luego el bronce hugoniano arma y escuda
al corazón, que austeridad extraña.
Cuando avanzaba en mi heredad el frío,
amé a Cervantes. Sensación más ruda
busqué luego a Balzac... y hoy, ¡cosa extraña!
vuelvo a Perrault, me reconcentro y río...!
"Lecturas", composición que pertenece a José E. Rodó (1871-1917), quien fue llamado Maestro de las
Juventudes de América. Ensayista, director de la Biblioteca Nacional, periodista, legislador, hombre que
contribuyó con sus creaciones a la formación espiritual de innumerables jóvenes
hispanohablantes. Su Ariel superó al de Renán, encumbró su figura, hizo vibrar el pensamiento y
despertó el goce de la sensibilidad. Su prosa logra el difícil equilibrio entre la belleza de la forma y la
fuerza del ideal. No en vano su obra ha vencido fronteras y tiempo, sin perder el ímpetu inicial de su
pensamiento, de su filosofía.
Y en aquel fecundo y magistral período caracterizado por las pasiones de Delmira Agustini, el brillo de
Julio Herrera y Reissig, el pensamiento de María Eugenia y Carlos Vaz Ferreira, la pintoresca narrativa de
Horacio Quiroga, el genio teatral de Florencio Sánchez y de otros grandes, vive una mujer que ha dejado
huella en la educación, una figura que crea en 1892, el primer Jardín de infantes que hoy lleva su
nombre. Es: Enriqueta Compte y Riqué (1866-1949), barcelonesa de nacimiento, pero educada en
Uruguay desde que ingresa a la escuela primaria, ciclo que finaliza en 1884, recibiéndose de maestra
superior en 1889.
Creemos que la fundadora de esa casa de estudios y recreación, inspirada en ideas de Rousseau,
Pestalozzi y Froebel, es realmente la precursora de la poesía para niños en Uruguay. Su modestia no le
permite editar sus poemas hasta que cesa en las funciones docentes y sólo lo hace por reiteradas
peticiones de amigos y familiares. En sus palabras liminares dice[10]: "Quiero aprovechar la circunstancia
que ofrece esta recopilación de los versos escritos durante mi vida de maestra, sin ninguna pretensión
literaria, para rendir un homenaje de recuerdo a dos personas cuyos nombres están en mi memoria con
su indisoluble colaboración en el resultado de la enseñanza de nuestra canción jardinera: la Srta.
Hasdovaz que fue maestra del Jardín de Infantes y el Sr. José H. Figueira, inspector técnico de Enseñanza
Primaria."
En su prólogo expresa la autora:
"Los niños de mi escuela, verdadero jardín eran a la vez flores, abejas, mariposas, pájaros. En "Lecciones
de mi escuela" se los ve llenar el mundo de alegría con sus lindas caras, sonrientes como las flores;
trabajar en la colmena que más tarde ha de dar miel al hogar y a la sociedad; zumbar con el movimiento
de sus tiernas manos y la voz de sus pensamientos en charlas, canciones y juegos; volar como la
mariposa en ansias y caprichos de libertad; y cantar como los pájaros en todos los tonos y en todas las
variaciones de armonía y de compás". Luego invita al niño a que tenga su poemario en las manos y que,
si siente deseos de cantar, lo haga y, si no conoce la música, que recurra a quienes fueron discípulos de
su Jardín porque ellos tienen, en sus recuerdos infantiles, una canción que vibra "y se transmite como en
ceremonia reciente, se transmitió desde Grecia hasta Londres, la llama del Fuego Olímpico".
Y en estas Canciones y Juegos de mi escuela que Enriqueta Compte y Riqué reúne luego de cincuenta
años de labor docente en los que formó a niños y a jóvenes, encontramos hermosos temas que
inauguran nuestra poesía infantil.
LA GALLINA
Esta gallina
busca un pollito
que se ha perdido
¿dónde estará?
Si lo supiera
se lo diría;
verla afligida
¡pena me da!
El picaruelo
se habrá escondido
entre las matas
para jugar.
¡Oigan! ¡Ya Pía!
la pobre madre
¡con que alegría
lo va a buscar!
Este poema sencillo y musical, escrito hace más de un siglo y vigente aún, encara los aspectos
fundamentales que permiten al niño jugar, abrir su imaginación y su fantasía, afligirse por el extravío de
ese pollito picarón y alegrarse cuando su madre lo reencuentra.
En otro poema, "La víbora", el núcleo fundamental está dado por muy pocas palabras que luego se
reiteran: La víbora se arrastra, / laralá, la la la la, / la víbora se arrastra / para poder trepar / así, así, /
para poder trepar, para poder trepar". Y luego sólo hay de distinto: Su presa con astucia / traidora va a
buscar, y: Pero las altas cumbres / jamás alcanzará.
Hay plasticidad, movimiento, imágenes simples y verdaderas que le dan al niño la sensación del
zigzagueo del reptil. No es frecuente encontrar temas relacionados con un animal tan poco simpático
como un ofidio, sin embargo, E. C. y R. define en breves líneas los instintos negativos del animal y, el
niño, aunque los comprende, no siente repulsión. A la vez, sin ser moralizante deja deslizar un ejemplo
que subyace en que "se arrastra para poder trepar", "pero las altas cumbres jamás alcanzará".
"La escalerita" es un poema estructurado en forma ágil, pura y colorida, digno de figurar en una
juguetería:
Cuando yo acabe
mi escalerita
una mosquita
la subirá;
hasta la punta
irá trepando
y allí volando
se escapará.
Otro ejemplo similar ofrece "El Molino":
Livianito mi molino
la corriente hará girar;
¡Clip, clap!
Y a su impulso, blanca harina
nuestras mieses han de dar.
¡Clip, clap;
clip, clap... clip, clap!
En "Hormiguitas" hay sentido pedagógico que no hiere ni es percibido claramente por el educando porque
lo envuelve el ritmo de su secreta música.
Estas hormiguitas
vienen de formar
bajo los peñascos
un soberbio hogar.
Tiqui-tiqui, tiqui-tiqui,
tiqui-tiqui, tiqui-tac.
Ahora con paciencia
vamos a buscar
todo lo que es tierno
en cualquier lugar.
Tiqui-tiqui, tiqui-tiqui,
Tiqui-tiqui, tiqui-tac.
Trocitos de coles,
granos de trigal,
cáscaras maduras,
flor primaveral.
Tiqui-tiqui, tiqui-tiqui,
Tiqui-tiqui, tiqui-tac.
Pétalos de rosa,
hojas de clavel,
capullos abiertos
tengan o no miel.
Tiqui-tiqui, tiqui-tiqui,
Tiqui-tiqui, tiqui-tec.
Somos incansables
en nuestra labor,
de día, de noche,
con frío o calor.
Tiqui-tiqui, tiqui-tiqui,
Tiqui-tiqui, tiqui-toc.
Vuelven las hormigas
del viaje aquel,
con pesada carga
como ustedes ven.
Tiqui-tiqui, tiqui-tiqui,
Tiqui-tiqui, tiqui-tec.
Si bien el valor literario de estas composiciones, muchas de las cuales fueron creadas para entonarse y
todas, como dice la educadora "sin ninguna pretensión literaria", si ese valor, decíamos, pudo ser
superado por otros autores nacionales, verdaderos poetas que abrieron sus alas en este género, creemos
que la obra de E. C. y R. esparcida en forma aislada pero constante, fue la siembra del primer grano en el
campo fértil de la educación escolar y de la enseñanza del magisterio.
Lorenzo D'Auria, en Surcos al corazón, hace una antología de páginas para escolares en las que incluye,
y hablamos de 1928, poemas de E. C. y R. de la que dice: "Para los maestros escribe páginas profundas;
para los niños paginitas repletas de sugestiva idealidad". Y de los poemas que allí figuran recordamos las
siguientes estrofas de la autora:
¡A las ramas, trepar, ver los nidos!
¡Siempre andar, descubrir, conocer!
Y esa invitación a las infinitas posibilidades infantiles, con sus sentidos vírgenes, fue el llamado incansable
de esta mujer fuerte y clara, profunda de pensamiento, la primera que comenzó a dialogar con los niños
uruguayos en un idioma accesible, emotivo y cristalino, porque "lo que el niño lea debe ser vivo y breve.
Deben moverse esos cuatro renglones que constituyen una lectura con tanta vida, que el impulso rompa
la simetría de los renglones, que rompa el papel"[11].
José H. Figueira (1860-1946) también educador consciente de que la poesía es pájaro, danza y ritmo
por la que el niño avanza y se desliza sin temores, escribía:
EL VIENTO DIJO A LAS HOJAS
El viento dijo a las hojas:
-"Venid a jugar conmigo
antes de que el duro invierno
os haga morir de frío".
Jugaremos en los prados
a la ronda, como niños.
-"Venid, venid hojas leves.
Venid a jugar conmigo".
"Poneos los trajes rojos
y amarillos, y venid.
El sol verá nuestros juegos
por esos campos sin fin".
...Y las hojas de los árboles
una a una se soltaron.
Y en el parque, todas juntas,
locas de placer giraron.
Y Juana de Ibarbourou (1892-1979) trae de su Melo natal el amor por la vida, por los minúsculos
secretos, por las mínimas manifestaciones, por la poesía ancestral que vive en los objetos naturales. Ella
dialoga con los seres más insignificantes y ellos adquieren una dimensión más perecedera a través de la
visión luminosa y reveladora de la poetisa.
Juana es arroyo de frescas aguas, es torrente, remanso, flor silvestre, dulce fruto de mburucuyá; Juana
es fuego, llama, impulso vital. Su voz no necesita de metáforas grandilocuentes, ella hace vivir las formas
y los sentimientos con pinceladas de espuma y realidad. Su obra literaria es como una gota de rocío
cuajada de destellos puros y verdaderos. No disfraza sus experiencias, las vive en su contenido esencial.
En 1919 se editan Las lenguas de diamante y, en 1920, El cántaro fresco, sobre el que apoya su mejilla y
comenta:
"Esta fácil y sencilla felicidad me basta para llenar la hora presente". Estos poemas en prosa que giran en
torno a grillos, mariposas, polvo, ensueño, trigo, luna, charco, mirasoles, huertos y temas cotidianos,
también la hacen sentir una imperiosa necesidad de elaborar canciones de cuna, e intenta ésta, incluida
en una versión posterior:
Duérmase mi hijito
de mi corazón;
si el nene no duerme
vendrá Juan Melón.
No quiere un arrullo que haga temer a su niño y exclama "¡Señor! ¿No habrá en América una madre
poeta, capaz de escribir canciones hermosas, eternas, fáciles de prenderse al labio y a cuyo ritmo todas
las madres del presente y del porvenir arrullen a sus hijos?".
Y esa mujer confiesa en Chico Carlo (1944): "¡Cómo me gustaba cantar! Sabía décimas y vidalitas, lo
único que una niña puede aprender espontáneamente en un pueblo del interior. La décima es nuestro
romance. La vidalita nuestra balada. Yo amaba estas canciones y las repetía hasta cansarme, viviendo en
el amor y la epopeya de sus héroes, sin entenderlos, pero sintiéndolos ya en la adivinación de mis sueños
del porvenir". Pero cierto día, en que había ido de visita a casa de su padrino, el héroe que hizo la historia
del partido blanco en el Uruguay, el General Aparicio Saravia, es invitada a repetir alguna de las
canciones que conoce y, sin meditarlo, entona una décima que elogia al enemigo del caudillo. Aparicio ríe
y afirma: "Así me gusta la gente, clara y guapa". Pero el padre de Juana se enoja y Chico Carlo la llama:
"payasa". "Lo cierto es que nunca, hasta que el arrorró para mi hijo se hizo feliz necesidad de mi corazón,
volví a cantar", asevera la autora.
Juana también escribe teatro infantil: Los sueños de Natacha, en 1945, y libretos de radioteatro para
niños reunidos en las Obras Completas de la autora por la Editorial Aguilar, con el título de Puck, que
contiene obras como “La burrita desorejada”, “Los mensajeros del rey”, “Ascua de oro”, “La campana
imposible”, “Mariquita de Oro” y “Mariquita Pez”, “La bruja y la molinera”, “La primera lección”, “Boina
roja”, y “La opinión general”, algunas de las cuales estaban inspiradas en obras de otros autores, pero
también las había de creación original. Recordamos que en la obra citada de D'Auria, Surcos al corazón
figuran dos obras más para teatro infantil que a veces perduran en el olvido, son ellas “El sueño del
canillita” y “El niño que será poeta”.
A la obra “Caperucita Roja”, incluida en Los Sueños de Natacha, pertenece:
A la rueda-rueda
que cayó del cielo
al agua del río
un lindo lucero.
A la rueda-rueda,
que la princesita
para sus cabellos
quiere la estrellita.
A la rueda-rueda,
que se enoja el rey
y ordena a los pajes
que no se la den.
A la rueda-rueda,
que llega el galán
y a la princesita
se la ofrecerá.
A la rueda-rueda
que se casarán
y el rey y la reina
a la boda irán.
Otros autores fueron dejando su inspiración y su ternura en versos para la gente menuda, entre ellos,
recordamos algunas composiciones del libro Árbol de Julio J. Casal, publicado en Madrid en 1925; Los
juegos de J. J. Morosoli, en 1928; Para los niños de América, editado por la Librería del Colegio de
Buenos Aires en 1928, y cuyo autor es Gastón Figueira; Siembra de pájaros de Jesualdo Sosa en
1929; Veinte poemas de América, con música de Vicente Ascone y versos de Abadie Soriano y
Humberto Zarrilli en 1930.
Y hacemos un alto para recordar a Fernán Silva Valdés (1887-1975) quien decía haberse formado en la
lectura de Fausto (Etanislao del Campo) y Martín Fierro, primeros libros que conoció su inquieto espíritu
montaraz y a los que llevaba "en el recado o en el cinto, si es que montaba a pelo". Su poesía pulsa en
bordonas de las guitarras camperas, en los temas nativos, en "El indio" que "si no sabía de patrias sabía
de querencias", en "El rancho" que: "retobado de barro y paja brava; / insolable, huyendo del camino. /
No se eleva, se agacha sobre la loma / como un pájaro grande con las alas caídas". Pero Silva Valdés
supo encontrar por "los ásperos caminos de la leyenda" el camino que lo condujo al corazón infantil como
en la "Ronda catonga del chacarero": "Si siembra trigo en mayo / oro en enero. / A la ronda catonga / del
alfalfar / que se corta, se corta / y se vuelve a dar".
En esta heredad también trabajó otro de nuestros exquisitos escritores; Ernesto Pinto (1903-1974),
hombre de vasta trayectoria intelectual que publicó para los niños: Jacarandá, en 1936, Canción del niño
viajero, en 1945, y Quique, Quicón, en 1950. El sabía, con Antonio Machado, que "canto y cuento es la
poesía. Se canta una viva historia contando su melodía". Si no fuera así que los diga esta "Canción del
lobito andador":
¡Lobo, lobito,
flor de la mar!
¡Lobo, lobito,
dientes de sal!
¡Lobo, lobito.
frente de luna!
¡Lobo, lobito,
patas de espuma!
¡Lobo, lobito,
luz de cristal,
en playa alguna
podrás estar!
¡Lobo ya herido
de soledad,
con cruz de sueños
vienes y vas!
Ildefonso Pereda Valdés (1889-1996), si bien no es un poeta para niños, fue quien inauguró la poesía
negra en nuestro país reconociendo que, como decía Morosoli[12]: "El hombre es su tierra y su tierra
debe ser arcilla de su arte", por lo que el habitante de nuestra latitud no puede desconocer a este grupo
étnico que caracteriza a ciertas zonas de Montevideo, que peleó en las patriadas, que nos ha dado el
pintoresquismo de nuestro folklore a partir del que importaron de su continente africano, adaptándolo a
nuestro ambiente.
Estudioso de las tradiciones de la raza negra, y de las nuestras, Pereda Valdés ha captado la magia del
frenético ritmo de estos hombres y mujeres que llegaron al Uruguay siendo esclavos y lograron aquí su
libertad, ofreciéndonos en cambio la proyección de una imagen particular en el exterior. Con elementos
personales de esta raza como el candombe, las llamadas, las comparsas de negros lubolos, los típicos
conventillos que habitan en el barrio Palermo, hemos estructurado parte de los planes turísticos de un
país que no se caracteriza por su acervo telúrico.
"La ronda catonga" es -de acuerdo con Giuseppe Bellini (Universitá degli Studi, Venezia)- de una
"musicalidad finísima, un regalo de color y de sonido y una vivacidad que crea, en el giro de pocos
versos, una alegre infantilidad". Dice el poeta: "Los niños en las esquinas / forman la ronda catonga /
rueda en todas las manos / que rondan la rueda ronda". Y va adaptando su poema a los sonidos
onomatopéyicos y a algunas palabras de la jerga negra para lograr una conjunción espontánea, natural,
rica en movimiento y significado.
De esa obra de Pereda Valdés recogemos esta "Canción de cuna para dormir a un negrito":
Ninghe, ninghe, ninghe,
tan chiquito,
el negrito
que no quiere dormir.
Cabeza de coco,
grano de café,
con lindas motitas,
con ojos grandotes
como dos ventanas
que miran al mar.
Cierra esos ojitos
negrito asombrado
el mandinga blanco
te puede comer.
¡Ya no eres esclavo!
Y si duermes mucho
el Señó de casa
traje con botones
pomete complar
para ser un groom.
Ninghe, ninghe, ninghe,
duérmete negrito,
cabeza de coco,
grano de café.
Y así van transcurriendo los días y los versos, ahondándose el criterio de que la poesía cultiva el espíritu
infantil, le imprime la gracia del ritmo y la armonía de la música. Entendiendo que "la palabra vive. Es
una pequeña alma que dicen las cosas para llamarnos, para invitarnos a jugar con ellas" [13].
Es cierto que algunas poetas escriben bajo el influjo de una tendencia pedagógica o moralizante, pero hay
quienes lo hacen buscando sólo la valoración estética o el sano goce de la risa inocente. Lo más
importante es comprobar que se concibe, al libro para niños, como "una obra completa en sí misma, una
obra bella que precisamente por la calidad y el acento particular de su belleza se presta a ser degustada
de una manera especial por el alma joven"[14].
Porque hay quienes han creído que escribir para niños es dirigirse a seres intelectualmente inferiores para
los que es suficiente el empleo de un vocabulario elegido al azar y con una sintaxis descuidada.
Pero, en el correr de los años, Uruguay y sus escritores, así como los de otras tantas nacionalidades, han
encarado la literatura infantil con una seriedad no exenta de belleza, con una conciencia clara de la
necesidad de una educación integral, placentera y orientadora. Compartimos el criterio de Arturo Sergio
Visca, cuando dice en el Prólogo del A B C del Gallito Verde, de Álvaro Figueredo: "La literatura para
niños sólo es realmente valiosa cuando lo sustantivo en ella es lo que tiene de literatura y lo adjetivo lo
que tiene para niños, porque la literatura destinada a ellos, y aunque debe sujetarse a ciertas normas
ineludibles, no puede cumplir adecuadamente con la finalidad que el autor se ha propuesto si no llena,
ante todo, con la imprescriptible condición de ser estéticamente válida".
Los poetas uruguayos comprendieron la creciente importancia de las alegrías infantiles y su influencia en
el correcto desarrollo sicofísico del niño, pero antes de que Jella Lepman impulsara, en 1951, en Munich,
esta literatura especializada, y comenzaran a realizarse congresos, bienales, exposiciones y certámenes,
Uruguay contó con la obra édita de los siguientes autores que mencionaremos por orden alfabético,
exceptuando los ya citados en este trabajo: Maruja Aguiar de Mariani, Manuel Benavente, Juan Burghi,
Ana M. Clulow, María E. de Vita, Aura Ferraro, Serafín J. García, Carlos Garibaldi, Otilia Gonzalez López,
Pedro L. Ipuche, María del C. Izcúa, Yolanda Lleonart, Ramón Melo, Delia Olaizola Bo, Antonio Portela,
Regina Sassón, Angelina Silveira, Ernesto Silveira, Blanca Sosa Mendy, Elisa Vargas, Gloria Vega de Alba,
y, en los albores de ese nuevo ciclo, recordamos a Adela Marziali, Kitita Gueridiaín de Polla, Julio
Fernández, Clorinda Paganini, María Morrison de Parker y Manuel de Castro, argentino de nacimiento,
pero considerado autor nacional[15],[16],[17]. Todos ellos y los poetas que emitieron su voz
posteriormente, han redactado el testimonio de nuestra poética infantil enfrentando la realidad,
transformando la fantasía, apoderándose de la naturaleza y permitiendo, en esa mágica actividad, la
comunión de los niños uruguayos con el sagrado mundo de la poesía y de los seres que han compartido
con ella su vida.
Hemos dado forma a una idea: rendir homenaje a quien reflejó, en la poesía infantil, el cristalino fruto de
su docencia y de su espíritu superior: Enriqueta Compte y Riqué. Ya han pasado muchos años desde que
su canto hizo brotar la primera gota de agua pura por nuestra tierra. La poesía continúa siendo una
obstinada fuente de palabras alegres y emotivas creaciones. Siga ella, pues, iluminando el reino de las
letras y renovando la cascada de risas en el asombrado corazón del alma-niña.
Bibliografía citada:
[1]. Paz, Octavio. El arco y la lira. México, Fondo de Cultura Económica, 1970.
[2]. Estable, Clemente. Psicología de las Vocaciones. Montevideo, Intendencia Municipal de Montevideo,
1967.
[3]. Montero Bustamante, Raúl. El parnaso oriental. Montevideo, 1905.
[4]. Guarnieri, Juan C. -El Gaucho. Montevideo, Florenza y Lafón, 1967.
[5]. Versos del poema "A Montevideo", de José Prego de Oliver (1750-1814).
[6]. Zum Felde, A. -Proceso intelectual del Uruguay. Montevideo, Eds. del Nuevo Mundo, 1967.
[7]. Fernández Saldaña, José M.- Diccionario uruguayo de biografías: 1810-1940. Montevideo, Ed.
Amerindia, 1945.
[8]. Lira, Luciano. El Parnaso Oriental o Guirnalda Poética de la República Uruguaya. Montevideo,
Imprenta de la Caridad, 1835.
[9]. Visca, Arturo Sergio. "La primera mujer en el Parnaso Uruguayo". Montevideo, Almanaque del Banco
de Seguros del Estado, pág. 96, 1978.
[10]. Compte y Riqué, Enriqueta. Canciones y juegos en mi escuela. Montevideo, La Gaceta Comercial,
1948.
[11]. Salotti, Marta. La lengua viva. Buenos Aires, Ed. Kapeluz, 1950.
[12]. Morosoli, J. J. La soledad y la creación literaria. Montevideo, E. Banda Oriental. 1971.
[13]. Schultz de Mantovani, F. El mundo poético infantil. Buenos Aires, El Ateneo, 1973.
[14]. Sciacca, M. F. El problema de la educación. Barcelona, Miracle, 1962.
[15]. Bollo, Sarah - Literatura Uruguaya. T. II, pág. 29.
[16]. Bordoli, D. L. - Antología de la poesía uruguaya contemporánea. T. I, pág. 273.
[17]. Consejo Nacional de Enseñanza Primaria. Poesía. Col. Agustín Ferreiro, Vol. 3, pág. 40.