Edwin Andrés Restrepo Zuleta, La Posición Sexuada Del Hombre, Un Recorrido Por La Teoría

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LA POSICIÓN SEXUADA DEL HOMBRE, UN RECORRIDO POR LA TEORÍA

PSICOANALÍTICA

EDWIN ANDRÉS RESTREPO ZULETA

MONOGRAFÍA PARA OBTENER EL TÍTULO DE:

ESPECIALISTA EN PSICOPATOLOGÍA Y ESTRUCTURAS CLÍNICAS

ASESOR:

HERWIN EDUARDO CARDONA QUITIÁN

PhD. EN PSICOANÁLISIS

UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS

DEPARTAMENTO DE PSICOLOGÍA

MEDELLÍN

2020
Contenido

Introducción .................................................................................................................................... 5

Planteamiento del problema .......................................................................................................... 5

Pregunta de investigación ............................................................................................................ 10

Justificación .................................................................................................................................. 10

Objetivos ....................................................................................................................................... 11

General ...................................................................................................................................... 11

Específicos ................................................................................................................................. 11

Marco conceptual ......................................................................................................................... 11

Metodología ................................................................................................................................... 14

Enfoque Metodológico .............................................................................................................. 14

Diseño Metodológico................................................................................................................. 14

Estrategia Metodológica ........................................................................................................... 15

Unidad de Análisis .................................................................................................................... 15

Categorías de Análisis .............................................................................................................. 15

Técnicas de recolección y análisis de datos............................................................................. 17

Población y muestra ................................................................................................................. 18

Descripción de las fases del proceso metodológico ................................................................ 18

Resultados ..................................................................................................................................... 19

Capítulo I - Algunas elaboraciones freudianas sobre la diferencia sexual .......................... 19


Capítulo II - Apuntes sobre la castración y el complejo de Edipo en el psicoanálisis

lacaniano .................................................................................................................................... 41

Capítulo III - Aproximación a la lógica de la sexuación ....................................................... 72

Conclusiones: ................................................................................................................................ 83

Recomendaciones: ........................................................................................................................ 84

Referencias bibliográficas............................................................................................................ 85
Tabla de ilustraciones

Figura 1 - Ruta teórica para categorías de análisis ...................................................................15

Figura 2 - El esquema L ..............................................................................................................46

Figura 3 - Tabla de tres pisos ......................................................................................................50

Figura 4 - El cuadro de la angustia ............................................................................................60

Figura 5 - Fórmula del deseo hegeliano .....................................................................................62

Figura 6 - Fórmula del deseo Lacaniano....................................................................................62

Figura 7 - Fórmulas del deseo .....................................................................................................63

Figura 8 - Esquema óptico simplificado .....................................................................................64

Figura 9 - Esquema de las fórmulas de la sexuación .................................................................78


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Resumen

Aunque se crea que todo se ha dicho en el psicoanálisis con relación al hombre y a la

masculinidad, aún hoy día, se hace complejo dimensionar la constitución masculina del sujeto,

pensando más allá de lo que anatómicamente se puede concluir. De este modo, el presente trabajo

de monografía plantea un recorrido teórico por algunos presupuestos freudianos y lacanianos que

permiten un acercamiento a la concepción psicoanalítica de la constitución sexual del sujeto-

hombre.

Palabras clave: Diferencia sexual, castración, complejo de Edipo, sexuación.

Abstract

Although it is believed that everything has been studied in psychoanalysis regarding men

and masculinity, it is complex, even nowadays, dimensioning the male constitution of the

individual, considering beyond what can be anatomically concluded. Thereby, this monograph

work sets a theoretical path of some freudians and lacanians assumptions that allow an approach

to the psychoanalytic conception of the sexual constitution of the subject-man.

Keywords: Sexual difference, castration, Oedipus complex, sexing.


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LA POSICIÓN SEXUADA DEL HOMBRE, UN RECORRIDO POR LA TEORÍA

PSICOANALÍTICA

Introducción

Existe el imaginario de que el psicoanálisis se funda del lado de la masculinidad, por

ejemplo, el complejo de Edipo y la castración se construyen a partir de la experiencia del niño, no

tanto de la niña, dejando cierta deuda con respecto a la mujer, pero tal vez, esta sea una idea

sesgada y aunque se crea que todo se ha dicho con relación al hombre, aún hoy, se hace complejo

definir lo que es un hombre, no en el sentido genérico de la humanidad, sino como sujeto

propiamente dicho.

El recorrido propuesto con este ejercicio investigativo desde la teoría psicoanalítica

permite abordar la cuestión de la constitución sexual humana, la diferencia sexual, el encuentro

con el complejo edípico y la castración, y el impacto de estos en la elección de la posición

sexuada de los sujetos, encaminado a retomar algunos elementos que permitan dar respuesta a la

pregunta por el significado del hombre para el psicoanálisis.

Planteamiento del problema

A lo largo de los años los constructos de hombre y mujer tenían una aparente estabilidad y

socialmente recaían sobre ellos algunos significados con los cuales los sujetos se las tenían que

arreglar, en la actualidad y frente a los valores o constructos llamados tradicionales se ha venido

presentando toda una confrontación por parte de algunos sectores que tratan de redefinir las

categorías hombre y mujer, apelando a que se puede ser hombre teniendo un cuerpo de mujer y

viceversa. Si bien esta investigación se plantea a partir de la diferencia sexual y lo que el

psicoanálisis dice al respecto, lo que interesa en este caso, es abordar el asunto de la constitución
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sexual del hombre, toda vez que en la actualidad hay un mayor empoderamiento de la mujer y

pareciera que el hombre tuviese dificultades para vérselas con dicho posicionamiento femenino.

Para poder abordar esta cuestión, es menester realizar un recorrido que permita la

comprensión de lo que nos atañe, el hombre, no como genérico de la humanidad, sino como

posición del sujeto.

Para el psicoanálisis, tal y como menciona Araujo y Rogers (2000) la presencia del pene o

la vagina no son garantes de la posición sexuada en la que se asuma un sujeto, por lo que hombre

o mujer, no se ordenan necesariamente en cuanto a lo masculino y lo femenino, lo cual es una

discusión importante hoy día en el entorno social, particularmente en sociedades como España,

Argentina y Colombia de donde se han consultado algunos artículos.

En ocasiones, distintos sectores sociales como la religión, tratan de equiparar la noción de

hombre y mujer, como correlativa de la posición sexuada de los sujetos, la cual atañe al género, y

no a lo que biológica y moralmente se sostiene: el hombre es hombre porque tiene pene y la

mujer, es mujer porque carece de él y tiene vagina.

Así pues, se pretende colocar al mismo nivel la configuración biológica (pene/vagina) y la

posición sexuada de los sujetos (masculino/femenino), cuestiones que para el psicoanálisis son

distintas. Frente a dicha discusión, Saettele (2011) define que la sexuación: «desde el punto de

vista del psicoanálisis, es el destino somático del fantasma, y como tal, tiene una estructura

fundamentalmente paradójica» (p.12). En otras palabras, la sexuación es el medio por el cual

hace cuerpo la forma en la que el sujeto se encuentra con la realidad, y una de esas maneras de

hacer contacto con la realidad es la elección de la posición sexuada.

Al respecto Brodsky (2004), retomando el pensamiento Lacaniano, dirá que la elección de

la posición sexuada es una elección en vía del goce, que se enlaza a lo real; en ese orden de ideas,

dirá además que siempre será una decisión del sujeto ubicarse del lado de lo femenino o lo
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masculino, lo cual no depende de la constitución biológica; algo que concuerda con lo que dice

Aguilera (2013) en su artículo sobre la feminidad y la masculinidad, cuando señala que el

lenguaje como componente indispensable de la culturización, de lo que simboliza la sujeción al

Otro, es lo que permite que surja un hombre o una mujer, por lo que nacer con o sin el órgano

sexual no determina nada.

Los anteriores planteamientos se articulan a lo que menciona Bleichmar (2006) cuando

aduce que masculino y femenino no corresponden fundamentalmente a la constitución anatómica

y a las diferencias biológicas que esto suscribe; planteamiento que insiste en lo que se ha sido

manifestado antes y que permite vislumbrar que, previo a la pregunta por lo biológico, hay algo

más que posibilita la elección de las categorías de la masculinidad y la feminidad.

A propósito de lo anterior, en la conferencia 33 sobre la Feminidad, Freud (1932) había

planteado que: «aquello que constituye la masculinidad o la feminidad es un carácter desconocido

que la anatomía no puede aprehender» (p.106). De tal forma que la posición sexual, tal y como se

ha esbozado, permite entender que no todo hombre es necesariamente masculino, ni toda mujer

femenina. Moreno (2012) agrega un elemento hasta ahora no considerado en este recorrido

investigativo, aunque Freud ya lo había formulado en su correspondencia con Fliess, a saber, la

constitución bisexual del sujeto, argumentando que a partir de la bisexualidad constitutiva de los

sujetos se pueden poseer caracteres tanto masculinos como femeninos, lo que remite a una

cuestión no menos importante, la imposibilidad en este caso de hallar hombres enteramente

masculinos, más no por esto homosexuales o heterosexuales.

De esta manera, lo que plantea la bibliografía encontrada hasta este momento, lleva a

cuestionar aquello no anatómico que permite que el hombre se signifique como tal. Ahora bien,

Araujo y Rogers (2000) en el Primer Encuentro de Estudios sobre la Masculinidad en Chile,

hablan de la diferencia que plantea el psicoanálisis entre «elección de objeto sexual y posición
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subjetiva sexuada» (p.62). Mencionan que el sujeto no siempre elige al objeto sexual en contraste

con su posición sexuada; en otros términos, existen hombres subjetivamente posicionados del

lado femenino que eligen a una mujer como objeto sexual, gozan con ella; lo cual no es menos

importante, pues nos pone de cara con lo que Freud (1925) planteaba en cuanto a lo incierto que

resultan los caracteres de masculinidad y feminidad, dada su condición de bisexualidad

constitucional.

De otro modo, la sexuación, tal y como lo propone Brodsky (2004) se define a partir de la

identificación que el sujeto tiene con el falo, la cual puede darse de dos maneras: teniendo el falo,

o siendo el falo. Tener el falo, implica el goce con el órgano, mientras que, al ser el falo, se goza

de esa posición respecto del Otro. De ahí que se ubique al hombre como aquel que lo tiene y a la

mujer como aquella que lo es; no obstante, la autora también manifiesta que, en el pensamiento

lacaniano, se hace referencia a que hay hombres que son el falo y mujeres que lo tienen, aunque

este no sea el mejor resultado tanto para el hombre como para la mujer.

La idea anteriormente esbozada tiene estrecha relación con lo que venimos planteando en

función de la posición sexuada del hombre. Teniendo en cuenta lo dicho hasta ahora,

interrogamos la masculinidad, ¿Qué es? ¿Qué hace parte de ella? ¿Qué la constituye?

Lo masculino al igual que lo femenino, son para Araujo y Rogers (2000) posibilidades

que tiene un sujeto de posicionarse sexualmente, se pone en juego la elección, el deseo, la

relación con el falo, el lugar que se asume respecto al Otro.

Ahora bien, Sambade (2018) en su artículo sobre «Masculinidades, cambios sociales y

representación en la cultura de las masas» plantea dos modelos de representación masculina que

no han sido esbozados en ningún otro referente estudiado hasta el momento en este

planteamiento, se trata de los constructos de: hombres duros y hombres blandos, los cuales el

psicoanálisis no menciona, pero vale la pena rescatar.


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El hombre considerado duro, evita la expresión de sentimientos que culturalmente son

asociados a la mujer, como son el cariño y la ternura. En cuanto al hombre blando, es aquel que

ve como la mujer se ubica en otro lugar, del lado de lo viril, y él interioriza los conceptos

feministas, se muestra empático en cuanto al despertar femenino, hasta el punto en el que teme a

su agresividad y carece de osadía.

Si bien, al hablar de hombre duro u hombre blando, no se hace referencia a un concepto

de la teoría psicoanalítica, sirve para ilustrar un poco ciertas características que socialmente se le

atribuyen al hombre, respecto a la mujer. De este modo, lo que se propone no quiere decir que, al

feminizarse el hombre, su masculinidad devenga frágil o que la feminidad es sinónimo de

dependencia o fragilidad, lo que se esboza, es que en la medida en que el hombre se hace objeto

de deseo, se feminiza, parece ser que el semblante rudo del hombre fuerte, que todo lo soporta,

cae, y al caer, se encuentra una dimensión que hace parte también de lo masculino.

A partir de allí, aparecen nuevas nociones de la masculinidad, hombres metrosexuales,

übersexuales y spornosexuales, los cuales, como propone Sambade (2018) «no son objetos de

deseo, sino sujetos que desean ser deseados y que se ubican en la posición de objetos, sólo dentro

de las posibilidades que les concede parte de una élite de la sociedad de consumo» (p.318). De lo

anterior se puede inferir, tal y como se ha mencionado en este texto, que no todo hombre

feminizado es homosexual, más aún, el hombre hoy en día, parece no querer gozar con el órgano,

quiere ser el falo y no solo tenerlo; quiere ser mirado, deseado por el Otro.

Tener el falo le concede un valor al sujeto, le atribuye cierta noción de poder; no obstante,

la amenaza de castración, que no cesa, lo pone de cara a la necesidad de reafirmarlo, demostrando

y demostrándose que puede conquistar o satisfacer, que no es impotente u homosexual (Aguilera,

2013). Artículos como este lo que plantean es que el hombre hoy tiene la necesidad de esclarecer
10

que es hombre, un elemento que aparece, por supuesto, no del lado de la necesidad de

comprobación fisiológica como antaño, sino desde la subjetivación de su posición sexuada.

Pregunta de investigación

¿Qué es ser un hombre para el psicoanálisis?

Justificación

Tradicionalmente se han asociado tanto al hombre como a la mujer, ciertos lugares y

significados que los llevan a ubicarse de un lado y de otro desempeñando roles socialmente

constituidos; sin embargo, en los últimos años los lugares y significados tradicionales han sido

ampliamente cuestionados, no solo por construcciones ideológicas, sino también por la

subjetivación de una y otra posición.

Aunque son variados los discursos y los campos del saber que se ocupan de la cuestión de

la diferencia sexual y de lo que puede significar el hombre, como otredad de la mujer, este

estudio acerca de la posición sexuada del hombre a partir de una lectura de la teoría

psicoanalítica, permitirá identificar las nociones que se tienen sobre la masculinidad desde este

campo del saber, aportando algunos elementos que pueden ser valiosos a la hora de abordar los

fenómenos respecto a la manera en la que los sujetos subjetivan su sexualidad.

Este recorrido en el plano de la investigación, también es una manera de responder al

imaginario en el cual se presupone que, sobre el hombre, desde el punto de vista de la sexuación,

todo se ha dicho, no obstante, en la actualidad nos encontramos con la necesidad de volver a

definirlo, qué es ser hombre para el psicoanálisis y por qué no, abrir una vía para que se continúe

interrogando, por la posición sexuada de este en la actualidad.


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Objetivos

General

Identificar los constructos psicoanalíticos que permitan un acercamiento a la manera en la

que un sujeto logra subjetivarse en la posición sexuada del hombre, partiendo de la lectura que

Freud y Lacan hacen de la sexualidad humana.

Específicos

 Enunciar los planteamientos psicoanalíticos sobre la diferencia entre hombre y mujer.

 Comprender el lugar que ocupa la castración en la manera en la que el sujeto se posiciona

sexualmente.

 Identificar los planteamientos del psicoanálisis con relación a la manera en la que un

sujeto subjetiva su posición sexual, a partir del abordaje de las fórmulas de la sexuación.

Marco conceptual

Para el desarrollo de este proyecto se tendrá en cuenta tres conceptos fundamentales, la

diferencia sexual, la castración y la sexuación, conceptos que se abordarán a la luz de los

planteamientos psicoanalíticos.

La diferencia sexual tiene que ver en primer lugar con el presupuesto cultural que

encuentra en la disposición anatómica características para distinguir hombres y mujeres, y asignar

un significante con relación al género, masculino y femenino. No obstante, desde la concepción

psicoanalítica, Saettele (2011) menciona que la diferencia sexual se plantea inicialmente en la

teoría freudiana, desde las nociones de activo y pasivo, como elementos necesarios para abordar

el término de pulsión, la cual oscila entre uno y otro polo.


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En la línea de lo activo y lo pasivo, (Assoun, 2006), citado por Saettele (2011) refiere que:

«Hablar en términos de “activo” y de “pasivo” es el único remedio para no quedarse callado,

cuando uno quiere abordar, “psicológicamente” lo masculino y lo femenino, es decir, para poder

hacer caso de su inscripción psíquica» (p.28). En otras palabras, desde el conocimiento popular se

hace un intento para sostener el asunto de la diferencia sexual, incluso desde el punto de vista de

la identidad, no obstante, el psicoanálisis se separa de esa idea, en tanto que se obedece por un

lado a una construcción social y por el otro, se resta importancia a lo que se pone en juego en el

plano de lo simbólico, teniendo como elemento diferenciador la presencia o ausencia del órgano

sexual masculino.

Para el psicoanálisis, y tal como lo refiere Saettele (2011) «la diferencia sexual es lo que

no cesa de no escribirse» (p.15), es decir, es una imposibilidad, puesto que el sujeto con o sin el

órgano sexual masculino, se inscribe en una lógica, en lo femenino o en lo masculino.

En cuanto a la castración en términos psicoanalíticos se entiende según Aguilera (2013)

«como un conjunto de fenómenos psíquicos inconscientes, relacionados con la teoría sexual

infantil de la pérdida del pene»(p. 248), en otras palabras, la castración aduce a la experiencia

imaginaria con la cual el niño se las tiene que ver a partir de la pregunta por la diferencia sexual

anatómica, dicha experiencia según Freud (1924) tiene «su génesis en la fase del primado del

falo» (p.147), en la cual el niño se imagina inicialmente que todos los seres tienen pene.

El niño experimenta luego cierto placer con la frotación de sus genitales y se encuentra

con la mirada de su madre (principalmente) que le censura dicha acción, en un tercer momento

comprueba, por la investigación infantil, que hay seres que no tienen pene y se suscita la teoría de

que ha sido cortado, lo que tiene más fuerza cuando se da cuenta que la madre tampoco lo tiene.
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El niño y la niña hacen su paso por la castración, aunque en distintos momentos, para la

niña este complejo es anterior al complejo de Edipo y en el caso del niño, el complejo edípico es

anterior a la castración.

Por su parte, Lacan (1972) menciona que en la castración no se trata simplemente de una

anécdota traumática, sino del fundamento sobre el cual se instaura la imposibilidad de la

«bipolaridad sexual» (p.40). Y no se trata de una experiencia real, sino de algo en el orden del

plano imaginario.

En cuanto a la sexuación, se tomará como punto de referencia el texto: Clínica de la

sexuación de Brodsky (2004) en el cual introduce tres distinciones necesarias para abordar dicho

concepto desde el psicoanálisis lacaniano. La primera distinción situada en el orden de lo

imaginario, en la cual se hace referencia a la disposición biológica de los cuerpos. La segunda, en

cuanto a lo simbólico, esto es, la manera en la que el sujeto responde en la identificación en

relación al orden significante.

La tercera distinción es en la que se define la sexuación a partir de la elección del sujeto,

elección que implica la relación con la noción de goce; lo que se traduce como «una sexuación

articulada a lo real. Imaginario, simbólico y real» (p.11) De este modo y para efectos de esta

investigación, entenderemos la sexuación no a partir de lo que se percibe biológicamente, sino

desde la manera en la que el sujeto opta por posicionarse de un lado u otro, femenino o

masculino, partiendo de una decisión subjetiva.

En esta manera de dilucidar la sexuación, vale la pena destacar el lugar del falo y la

identificación con él, lo cual define asimismo la sexuación, teniendo el falo o siendo el falo.

(Brodsky, 2004). Esta forma de entender la sexuación responsabiliza al sujeto de dicha elección,

contrario a la idea de que es el Otro quién dispone y decreta lo que cada sujeto es, respecto a su

sexualidad.
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Metodología

Enfoque Metodológico

Para el desarrollo del presente ejercicio investigativo se hizo uso del paradigma

interpretativo desde el cual, apelando a los planteamientos de Krause (1995), la forma en la que

se concibe la realidad parte de los significados atribuidos por las personas, en otras palabras, los

actos y las construcciones socioculturales obedecen a la concepción de mundo y a los

significados que allí se han dado. Dentro de este paradigma se utiliza la interpretación de material

bibliográfico que aborda los constructos sobre los que versa el ejercicio investigativo.

La interpretación es definida por Martínez (2015) como una manera de relación entre el

hombre y el mundo, y todo lo que se contiene en él, dicha organización se genera a partir de los

significados que se le otorgan a cada fenómeno, y de la lectura de aquello que previamente se ha

descifrado a lo largo de la historia.

Diseño Metodológico

La investigación cualitativa fue el diseño desde el cual se procedió durante el ejercicio,

esta metodología se refiere, según Krause (1995), a la forma procedimental en la cual se logra la

construcción del conocimiento relacionando algunos conceptos como la diferencia sexual, la

castración y la sexuación, en función de lo que se pretende abordar en este trabajo.

El propósito de quien investiga desde la metodología cualitativa, según Guerrero (2016),

es propiciar la comprensión de los hechos, teniendo en cuenta lo ontológico y epistemológico en

la elaboración de las interpretaciones del objeto de estudio.


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Estrategia Metodológica

Se implementó el estado del arte, entendido por Molina (2005) como un mecanismo

metodológico que permite el acercamiento a un fenómeno de la realidad y a la posterior

interpretación del mismo. Es decir, que se hizo uso de una metodología que parte de la

hermenéutica de los constructos teóricos preexistentes sobre un tema determinado, e incluye el

rastreo bibliográfico y posterior selección del material sobre el que se realizará el análisis. En este

orden de ideas, Gómez, Galeano & Jaramillo, (2015) refieren que la hermenéutica se configura

como el «elemento fundamental» (p. 429) del estado del arte; en otras palabras, el estado del arte

no se agota en el rastreo documental y su clasificación, sino que también implica la producción

de conocimiento como fruto del análisis.

Unidad de Análisis

Constructos teóricos que conduzcan a la definición de la posición sexuada del hombre

para el psicoanálisis.

Categorías de Análisis

Figura 1 - Ruta teórica para categorías de análisis

Categorías Ruta Teórica Aportes

Se retomaron textos como: tres Esta categoría introduce en

ensayos de teoría sexual (1905), sobre un tipo los planteamientos fundamentales

Diferencia particular de elección de objeto en el hombre del psicoanálisis sobre la


sexual
(1910), 21ª Conferencia sobre el desarrollo organización de la sexualidad,

libidinal y organizaciones sexuales (1916), La partiendo de la sexualidad infantil,


16

organización genital infantil (1923), el como fenómeno ignorado, al

sepultamiento del complejo de Edipo (1924), abordar estos textos se permite el

Algunas consecuencias psíquicas de la acercamiento a la diferencia de los

diferencia anatómica entre los sexos (1925), sexos y se introduce al

entre otros textos fundamentales de la teoría planteamiento freudiano del

freudiana. complejo de Edipo y el complejo de

castración.

En esta categoría se hace un recorrido Se hace una lectura de

por algunas clases de los seminarios de algunas clases de los seminarios de

Jacques Lacan, entre los cuales se encuentran: Lacan, en los cuales el autor hace

Del seminario 4 (1956-1957), Las un retorno a la teoría freudiana, en

clases XII del complejo de Edipo, XIII del especial a lo que atañe al complejo

complejo de castración. de Edipo y el complejo de

Del seminario 5 (1957-1958), las Castración, permitiendo una

clases VIII La forclusión del nombre del comprensión más amplia de estos
Castración
padre, IX La metáfora paterna, X Los tres constructos. De igual manera se

tiempos del Edipo I, XI Los tres tiempos del hace un abordaje de algunos

Edipo II. elementos del seminario de la

Del seminario 10 (1962-1963) las angustia, en relación al deseo.

clases IV Más allá de la angustia de

castración, XIV La mujer, más verdadera y

más real.
17

Del seminario 17 (1969-1970), las

clases VII Edipo, Moisés y el padre de la

horda, VIII Del mito a la estructura.

Y se retoma el texto de Freud, Tótem y

Tabú (1913).

Finalmente, en esta categoría se El abordaje de estos textos

abordaron los seminarios 19 y 20 y de ellos permite el acercamiento a los

las siguientes clases: elementos que Lacan toma para

Seminario 19 (1971-1972), clases: I la elaborar las fórmulas de la

pequeña diferencia, II la función , III de la sexuación, al igual que permiten


Sexuación
llegar concepción de hombre para el
anécdota a la lógica.
psicoanálisis.
Seminario 20 (1972-1973), clases: VI

Dios y el goce de  mujer, VII una carta de

amor, VIII sobre el saber y la verdad.

Fuente: Elaboración propia.

Técnicas de recolección y análisis de datos

Se empleó la matriz bibliográfica y de contenido elaborada por el grupo de investigación

Psyconex, adscrito a la Universidad de Antioquia, como técnica para la recolección y posterior

análisis de los datos. En esta plantilla elaborada en excel, se llevó registro del rastreo

bibliográfico relacionado con el tema de investigación, se crearon categorías de análisis y filtros

que permitieron la depuración y la selección de material bibliográfico, que aportaba al propósito

del ejercicio investigativo, permitiendo tanto la sistematización de la información, como el

ejercicio hermenéutico con la misma. (Gómez, Galeano & Jaramillo, 2015).


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Población y muestra

Dentro del material escogido para la muestra documental se tuvieron en cuenta libros,

tesis de grado y artículos investigativos, tanto en versión física como digital, privilegiando

aquellos que hacen referencia a la diferencia sexual, la castración y la sexuación, de igual

manera, se procuró que la muestra documental incluyera fundamentalmente las fuentes primarias

del psicoanálisis (Freud y Lacan) las cuales permitieron conceptualizar las categorías de análisis a

partir de constructos como: hombre, mujer, femenino, masculino, complejo de Edipo,

identificación, goce, sexualidad, y demás conceptos que se relacionan con estas categorías y que

se hacen necesarios para una adecuada comprensión.

Descripción de las fases del proceso metodológico

Se implementó la estructura para el proceso metodológico del estado del arte, planteada

por Gómez, Galeano & Jaramillo (2015), en donde se proponen tres fases: planeación, diseño y

gestión, y análisis, elaboración y formalización.

Inicialmente, en la fase de planeación el interés de esta investigación giraba en torno a la

pregunta por el hombre y sobre cómo podría incidir la feminización en la posición sexuada de

este, desde allí se hizo un rastreo documental sobre la feminización y la sexuación; no obstante,

en el recorrido del ejercicio investigativo, especialmente en la fase de diseño y gestión, se vio la

necesidad de beber de las fuentes primordiales del psicoanálisis, para tratar de comprender la

forma en la que desde allí se piensa la diferencia sexual, de modo que se pudiera llegar a conocer

el significado de hombre desde la teoría psicoanalítica.

Este recorrido llevó a replantear el ejercicio de investigación, dejando de lado la

feminización para enfocarse en la diferencia sexual, más propiamente en el constructo de hombre,

lo que, a su vez, permitió que el concepto de castración emergiera como categoría de


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investigación, categoría que al inicio de este trabajo no se había contemplado y que dentro de la

fase de análisis, elaboración y formalización, se convirtió en elemento determinante para el

desarrollo final de la monografía.

Resultados

Capítulo I - Algunas elaboraciones freudianas sobre la diferencia sexual

Consideraciones preliminares

El abordaje de la sexualidad es piedra angular de los constructos psicoanalíticos, Freud en

el segundo de los Tres Ensayos Para Una Teoría Sexual (1905), Sobre la Sexualidad Infantil,

pone el acento de sus investigaciones en un fenómeno hasta ese momento ignorado, o en palabras

del autor, -descuidado-. Para ese entonces, la opinión popular no concebía una sexualidad que

tuviera como origen la infancia, la sexualidad era propia del adulto y en el momento en que era

menester dar una explicación sobre los fenómenos sexuales disruptivos en la adultez, se recurría a

la pubertad o a lo que se consideraba herencia de los antepasados, dejando de lado el período

infantil y lo que tal vez, allí ocurriera (p.157).

Freud, se interesa por este descuido ante la sexualidad infantil y plantea que esto se debe a

dos razones: por un lado, a los prejuicios de quienes investigaban sobre la sexualidad, prejuicio

que nace precisamente de la educación que habían recibido en su época; por otro lado, por el

fenómeno de la amnesia, más exactamente lo que se denominó como amnesia infantil.

Parafraseando al autor, esta amnesia crea una prehistoria de la vida del sujeto (se -sabe- que

existe algo, pero no hay conocimiento de eso que se sabe); más aún, la amnesia infantil, según
20

Freud (1905) «es la culpable de que no se haya otorgado valor al período infantil en el desarrollo

de la vida sexual» (p.159).

De este modo, Freud inicia un recorrido sobre la constitución de la sexualidad en el

hombre y la mujer, llamando la atención sobre un período importante de la vida, en el cual, se

sofocan las mociones sexuales constitutivas del ser humano, para luego reaparecer en períodos

posteriores. Ahora bien, en el recorrido que Freud (1905) se ha trazado, introduce «las

exteriorizaciones de la sexualidad infantil» (p. 163), en las que encontramos ciertas acciones

asociadas a zonas del cuerpo constituidas como zonas erógenas, definidas por Freud (1905)

como: «un sector de piel, o de mucosa en el que estimulaciones de cierta clase provocan una

sensación placentera de determinada cualidad» (p.166), pasando de saciar las necesidades básicas

por medio de las cuales se busca preservar la existencia, a la necesidad de saciar una satisfacción

sexual.

Partiendo de lo que se acaba de mencionar, Freud (1905) señala que la constitución sexual

de los seres humanos es perversa, no en el sentido en que la opinión popular ha definido la

perversión, como una degeneración, sino en el sentido de la no definición de un objeto en la

sexualidad infantil y, por tanto, de la no proporción entre la meta y el objeto sexual, algo que

podrá verse reflejado en los años posteriores de la vida del sujeto. Así pues, la sexualidad

germina en dicha perversión que no distingue constitución biológica, por lo que nadie escapa a

esa connotación perversa de la sexualidad.

Aunque biológicamente se esboza una diferencia notable entre hombre y mujer, a partir de

la presencia o ausencia del pene, esta concepción ubica anatómicamente a los hombres del lado

de quienes tienen pene y a las mujeres del lado de quienes carecen de él, no obstante, para Freud

y para el psicoanálisis, queda mucho camino por recorrer sobre esta cuestión.
21

Organización de la sexualidad infantil - Organización pre-genital de la sexualidad

La sexualidad en Freud se organiza a partir de las pulsiones sexuales y de las zonas

erógenas que sirven como lugares a través de los cuales se obtiene la satisfacción de la pulsión

sexual, de este modo, en la teoría psicoanalítica se establecen dos fases de la organización pre-

genital de la vida sexual. Inicialmente, la organización oral, en la cual la incorporación del objeto

se constituye en la meta sexual de esta fase. Y luego la fase sádico-anal, que en términos del

autor: «Aquí ya se ha desplegado la división en opuestos, que atraviesa la vida sexual; empero,

no se los puede llamar todavía masculino y femenino, sino que es preciso decir activo y pasivo»

(Freud, 1905, p.180).

Lo anterior, se tornará distinto más adelante con el advenimiento de la pubertad. En el

tercero de los Tres Ensayos de Teoría Sexual, Freud (1905) dirá que es en este momento (la

pubertad) en el cual se constituyen las diferencias entre lo masculino y femenino.

Fase oral

La acción de mamar del pecho materno en un primer momento va ligada a la satisfacción

del hambre, es el medio a través del cual el niño es alimentado y se satisface una necesidad básica

que busca preservar la existencia del infante. Pero en un segundo momento, el contacto de la

boca con el pezón del pecho de la madre, estimula la mucosa bucal y la acción antes dirigida a

cesar el hambre, ahora busca la experiencia placentera obtenida por la estimulación de la zona

erógena bucal, en este orden de ideas, se produce una independencia entre mamar como función

de conservación y mamar como medio para la satisfacción sexual (Freud, 1905).

En este periodo tienen lugar una pérdida importante para el niño, el destete del pecho

materno y el establecimiento de una segunda zona erógena que, aunque no posee el mismo valor

del pecho materno, sirve al propósito de la estimulación y la obtención de placer. Dice Freud
22

(1905) que: «El niño no se sirve de un objeto externo para mamar; prefiere una parte de su propia

piel porque le resulta más cómodo, porque así se independiza del mundo exterior al que no puede

dominar» (p.165).

En este momento, el infante experimenta una sensación de placer en su propio cuerpo por

medio de la segunda zona erógena, esa parte suya a la que ha desplazado el acto de mamar. Así

pues, tenemos que la pulsión sexual en la fase oral es autoerótica en tanto que no precisa de un

objeto externo para la estimulación y satisfacción. No obstante, Freud (1905) señala que esto no

será siempre así y que más tarde, esa segunda zona erógena que tiene un valor menor, permitirá

que se busque en el otro, los labios, como una manera de tener fuera de sí, un objeto de

excitación y satisfacción.

De este modo, son tres los caracteres esenciales que Freud (1905) plantea como

constituyentes de las exteriorizaciones de la sexualidad infantil: El apuntalamiento en la función

corporal, en este caso la función de alimentación donde no existe un objeto sexual, el

autoerotismo y la estimulación de la zona erógena como meta sexual.

Fase anal

En este segundo estadio de la sexualidad pre-genital infantil, existe un apuntalamiento a

una necesidad corporal a partir de la cual, posteriormente el infante experimenta una ganancia de

placer por la estimulación de la mucosa anal, y el ano como zona erógena permite igual que en la

fase oral, el autoerotismo del niño (Freud, 1905). Nuevamente en esta fase se ponen en juego los

caracteres esenciales de la exteriorización sexual infantil mencionados anteriormente.

Se experimenta también en esta fase una pérdida importante en el infante, ahora no se

trata del pecho de la madre y la separación de ella, sino que aquello de lo que se desprende es un

elemento de su propio cuerpo, las heces, algo de sí es expulsado. Por otro lado, tenemos que las
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acciones de retener y expulsar, propias de la actividad masturbatoria en esta fase, no se agotan

exclusivamente a la estimulación de la mucosa anal, sino que sirven «para emplearla en la

relación con las personas que cuidan al niño» (Freud, 1905, p.169). De este modo, lo que el autor

plantea, es que en la medida en que el niño expulsa o retiene, va estableciendo una relación con

las personas de su entorno.

Estadio de organización fálico

Desde muy temprano se han suscitado en el infante ciertas excitaciones en los órganos

genitales producidas por la acción biológica de la micción, más aún, por el contacto físico a la

hora del aseo corporal y las frotaciones que allí se presentan. En sus elucidaciones sobre la

constitución sexual en la infancia, Freud (1905) nos introduce en la «activación de las zonas

genitales» (p.170), lo cual será un punto nodal en la constitución definitiva de la sexualidad. En

una nota realizada en 1924 a Tres Ensayos de Teoría Sexual, Freud refiere que ha realizado

algunas modificaciones a lo que había planteado anteriormente con relación a la organización

sexual definitiva, dice el autor:

Con posterioridad (1923) he modificado esta exposición intercalando, tras las dos

organizaciones pregenitales en el desarrollo del niño, una tercera fase; esta merece ya el

nombre de fase genital, muestra un objeto sexual y cierto grado de convergencia de las

aspiraciones sexuales sobre este objeto, pero se diferencia en un punto esencial de la

organización definitiva de la madurez genésica. En efecto, no conoce más que una clase

de genitales, los masculinos. Por eso la he llamado el estadio de organización fálico.

(Freud, 1905 (1924), p.181)

Freud, divide la fase genital en dos momentos, el primero, el estadio de organización

fálico, y el segundo momento posterior al período de latencia, en el que se configura la


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organización sexual definitiva. En el estadio de organización fálico, el pene y el clítoris como

zonas erógenas del cuerpo del infante, juegan de forma particular un papel importante en el

comienzo de la vida sexual. Freud (1905), menciona que la estimulación por las secreciones en el

glande o en el clítoris, serán significativas en la excitación de dichas zonas erógenas, y más allá

de esa excitación, en el desarrollo de la experiencia sexual del sujeto.

En esa misma línea el onanismo infantil mediante la frotación de los genitales y la presión

ejercida sobre los músculos cercanos a la zona genital, «establece el futuro primado de esta zona

erógena para la actividad sexual» (Freud, 1905, p.170) Los genitales no solo se van configurando

como el centro de atención del infante a partir de la obtención de placer corporal que le brinda su

estimulación, sino que a esta experiencia de placer se suman otras pulsiones denominadas

parciales, verbigracia, pulsión de ver y pulsión sádica, las cuales «desde el comienzo envuelven a

otras personas en calidad de objetos sexuales» (Freud, 1905, p.174).

Investigación sexual infantil

Ahora bien, en el infante surge la pulsión de saber, o lo que es lo mismo, la investigación

sexual infantil incluida en los Tres ensayos de teoría sexual por Freud en una sección agregada

en 1915; allí, después de 10 años de observaciones, el autor vuelve sobre lo ya elaborado y deja

en claro un elemento fundamental para el abordaje de la sexualidad en la infancia y de ahí en

adelante, en la vida de cada sujeto. Freud (1905), menciona que el despertar de la pulsión de

saber se da a partir de la pregunta sobre el origen de los niños: «¿De dónde vienen los niños?»

(p.177), y no siempre como se podría esperar por la diferencia sexual biológica, algo que en un

primer momento no tendrá relevancia para el niño, puesto que supone sin más, que todos tienen

pene.
25

En este orden de ideas, cabe destacar que la teoría freudiana de la investigación sexual

infantil, es planteada a partir de la experiencia del niño y no de la niña, en tanto que el niño

supone que todas las demás personas poseen pene, y en su creencia no se le pasa por la mente que

esto pueda ser distinto, puesto que en ese momento su teoría es a la vez una certeza. Al respecto,

dice Freud (1905): «El varoncito se aferra con energía a esta convicción, la defiende

obstinadamente frente a la contradicción que muy pronto la realidad le opone, y la abandona sólo

tras serias luchas interiores…» (p.177).

Freud, volverá sobre esto en (1923) en La Organización Genital Infantil, allí menciona

que dentro de la investigación infantil la posesión del genital fálico, por un lado, lo llevará a

suponer como se ha planteado, que todos al igual que él lo tienen, incluso los animales, y más

allá de esto despierta en él, el interés por verlo en los otros y comparar el falo de aquellos con el

suyo (p.146).

Dicha teoría sobre la existencia de pene en todos los seres humanos, tendrá

posteriormente su esclarecimiento por el contacto del infante con la realidad. Al igual que como

sucede con las demás teorías infantiles con respecto a la sexualidad, estas dan cuenta de que la

sexualidad en la infancia existe, aunque no de la forma en que está presente en el adulto, pero el

infante tiene de alguna manera un acercamiento o un saber sobre ella. De este modo, es claro que

en el niño están presentes ciertos interrogantes relacionados con la sexualidad, los cuales reciben

algunas respuestas del medio en el que crece, pero muchos de esos enigmas encuentran

esclarecimiento alguno en las observaciones que el pequeño hace y lo que imagina de ellas.

En este sentido, y siguiendo las palabras de Freud (1905):

«La investigación sexual de la primera infancia es siempre solitaria; implica un

primer paso hacia la orientación autónoma en el mundo y establece un fuerte


26

extrañamiento del niño respecto de las personas de su contorno, que antes habían gozado

de su plena confianza» (p.179).

Con la investigación sexual infantil, se abona el terreno tanto para la identificación, como

para la posterior elección de objeto y más allá de esto, la elección de su posición sexuada,

elementos que desde luego van en consonancia con el Complejo de Edipo y la forma en la que es

vivido por el niño y la niña.

Complejo de Edipo

Freud (1900), en su obra La Interpretación de los Sueños, hace uso de la tragedia de

Sófocles, -Edipo Rey-, para hablar de los deseos amorosos y hostiles que afloran en el infante con

relación a sus padres. Diez años después en Sobre un tipo particular de elección de objeto en el

hombre, utilizará por primera vez la expresión Complejo de Edipo, para referirse en ese momento

al despertar de las huellas mnémicas de algo que ha tenido su origen en la primera infancia

(Freud, 1910).

Como ya se hizo mención, la identificación y la elección de objeto tiene un punto

importante en el desarrollo de la sexualidad del infante, y para un acercamiento a estos dos

elementos se hace necesario un breve encuentro con el Complejo de Edipo como «fenómeno

central del período sexual de la primera infancia» (Freud, 1924, p.181) el cual, permitirá

comprender mejor, la manera en la que en lo sucesivo se establecerá lo masculino y femenino

como posiciones sexuadas.

En este orden de ideas, el complejo de Edipo es contemporáneo del período de la fase

fálica del desarrollo sexual, es menester recordar que, en este momento de la constitución de la

sexualidad infantil, Freud (1916) plantea que el desarrollo libidinal tiene dos metas, la primera

tiene que ver con el abandono del autoerotismo permutando el objeto ubicado en el propio cuerpo
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del infante por uno externo, y la segunda, unificando en un solo objeto las pulsiones. La madre

deviene como primer objeto de amor del niño, ya no es solo la encargada de la nutrición como en

la fase oral, tampoco el niño experimenta placer producto del autoerotismo, en tanto que la

pulsión es ahora dirigida a ese objeto externo y dicha elección es el punto de partida para el

advenimiento del Complejo de Edipo. Dice Freud (1916):

Se ve con facilidad que el varoncito quiere tener a la madre para él solo, siente

como molesta la presencia del padre, se enfada cuando este se permite ternezas hacia la

madre, exterioriza su contento cuando el padre parte de viaje o está ausente. A menudo

expresa con palabras sus sentimientos, promete a la madre casarse con ella (p. 303).

La elección de la madre como objeto de amor, introduce a su vez al niño en la

ambivalencia afectiva respecto del padre, por un lado, se identifica con él como poseedor de la

madre, y por el otro, eso mismo lo lleva a experimentar sentimientos de hostilidad, puesto que el

padre es visto como un rival. En Tótem y tabú, Freud (1913) ya ha hecho alusión a lo anterior,

cuando refiere que «el varoncito se ve precisado a amar y admirar a su padre» (p. 249), le otorga

el saber, la fuerza y la bondad máxima, hasta el punto en el que Dios, deviene como figura

enaltecida de esa representación que tiene del padre; sin embargo, advienen a su vez los

sentimientos hostiles para con el rival, dice Freud que «no solo lo quiere imitar, sino eliminar

para ocupar su lugar» (p. 249).

Complejo de Castración

La Castración entra en escena como otra experiencia más a la cual el niño y la niña se ven

enfrentados en el estadio de la organización fálica. Los deseos incestuosos del niño hacia la

madre y el valor que le otorga a sus genitales lo introducen en un conflicto, que encuentra

oposición en la mirada y la palabra censuradora del otro, y así se introduce en las inhibiciones
28

sexuales. Para el niño, el propósito de ese momento es situarse como el objeto de amor,

predilecto de la madre y permanecer allí, experiencia que como se ha nombrado anteriormente le

significa la rivalidad del padre, además, deviene en la aparición del Complejo de Castración,

donde tal y como refiere Freud (1924) lo edípico «sucumbe a la represión» (p.181).

Son cuatro los momentos que se esbozan en la teoría psicoanalítica con respecto a la

castración. En un primer momento, existe la idea ya mencionada en el niño, que todos tienen el

pene. En el segundo momento, debido a los tocamientos, aparece la amenaza de castración, por

cuenta de otro que le señala al niño que lo que hace con sus genitales es indebido y le censura la

experiencia de placer acaecida por la manipulación de los genitales. El tercer momento es aquel

en el que el niño comprueba que hay algunos seres que carecen de pene, no lo tienen, y se plantea

la teoría de que lo ha perdido por tocarse, actualizando la amenaza de castración del segundo

momento. Y finalmente, descubre que no solo hay seres que no tienen pene, sino que la madre

tampoco lo tiene, es decir, también está castrada y surge en él, la angustia de castración.

De hecho, se presenta un intento de desmentir la castración materna, lo que en algunos

casos se logra y en otros no tiene éxito; frente a esto, el niño apela a su deseo de mantener a salvo

su pene, eligiendo por él y renunciando a la madre.

Para describir con más detalle lo anterior, partamos de lo que Freud va enunciando en

cuanto al Edipo y la Castración en el niño y la niña. En esta última, «el Complejo de Edipo es una

formación secundaria. Las repercusiones del Complejo de Castración le preceden y lo preparan»

(Freud, 1925, p. 275) toda vez que ella ya ha perdido el pene, no lo tiene, no lo ha tenido, ha sido

privada de él, ya se encuentra en la castración misma. Partiendo de lo anterior, vale la pena

precisar que el Complejo de Edipo se presenta tanto en el niño como en la niña; para el niño este

es anterior a la Castración, mientras que para la niña se da posteriormente.


29

En La Historia de una Neurosis Infantil (El hombre de los lobos), Freud (1918) hace eco

de la alucinación de su paciente con el dedo seccionado de un familiar (p.79), este relato le

permite un acercamiento a la idea antes mencionada de que las niñas han nacido con pene, pero

muy temprano, así como cortaron el dedo del pariente de este hombre poco tiempo después de

nacer, le cortan el pene a la niña.

El niño al descubrir a través del juego o en las prácticas de baño junto con la madre, que

las niñas y las mujeres no tienen pene, de alguna manera busca hacerle frente a esa revelación en

función de no perder tan preciado objeto y caer en tan significativa desgracia; ahora bien, en la

niña que no escapa a la castración, lo que tiene lugar, es según Freud (1905), la envidia del pene,

«deseo de ser un varón» (p.178). En una nota al pie en Tres Ensayos de Teoría Sexual, agregada

en 1920, Freud hace énfasis en que dicho descubrimiento de la falta de pene en la mujer por parte

del niño, arrebatado por efecto de la castración, lo que tiene como consecuencia el desprecio por

el sexo opuesto.

En representación de lo anterior, Freud (1925) en Algunas consecuencias psíquicas de la

diferencia anatómica de los sexos, menciona que la niña al ver en su compañero de juego un pene

con un tamaño considerable respecto al suyo, se percata de la diferencia entre uno y otro y «cae

víctima de la envidia del pene» (p.270). Acto seguido el autor hace una puntualización no menos

importante, al percibir la falta del pene en la niña, en un primer momento el niño desmiente ese

lugar vacío, trata de arreglárselas, pero luego de que la amenaza de la castración toma lugar en el

psiquismo del niño se presentarán dos reacciones frente a la impresión que genera dicha

percepción y que en palabras de Freud (1925) «determinarán duraderamente su relación con la

mujer: horror frente a la criatura mutilada o menosprecio triunfalista hacia ella» (p.271).

Descubrir que no todos tienen pene, o más precisamente, que las niñas carecen de él,

suscita algunas reacciones en el niño en orden a la castración; por un lado, se enfrenta al


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interrogante sobre lo que ocurre con el pene en la niña, podríamos decir que surgen nuevas

teorías con respecto a lo que percibe. Por otro lado, el impacto que dicha percepción genera, le

precisa hacer algo con eso que ha logrado descubrir y la amenaza que esto representa para su

preciada posesión, ya que por alguna razón -lo puede perder-. Se desmiente aquello que se ha

percibido y se crea la ilusión de que existe de alguna manera, en menor proporción, o en un

momento inicial del desarrollo del mismo, -está creciendo-, luego será como el suyo...

A medida que se las ve con esto, concluye que en realidad no está, y eso que no está

introduce una diferencia entre unos y otros. En cuanto a la niña, Freud (1925) enuncia que, para

ella (la niña), conocer la diferencia anatómica la lleva a distanciarse de la masculinidad y de las

prácticas onanistas del niño, esto la lleva a encaminarse hacia la feminidad, entendiendo esta

todavía, desde el punto de vista de la pasividad.

Por otra parte, para la niña al igual que para el niño, al principio el objeto de amor es la

madre, pero al descubrir la falta en ella, aspira al padre bajo la consigna de querer aquello de lo

que carece, por ello, se trata en la niña de un complejo inverso, en el que el padre no es el rival,

por el contrario, se convierte en el objeto de amor para ella. A propósito de esto, Freud (1925)

dice que en la niña surge una resignación respecto al pene y trata de encontrar otras formas de

poseerlo, como dando un hijo al padre, tomando al padre como su objeto amado.

Todo lo anterior, introduce entonces la diferencia entre lo que es la castración consumada

y la amenaza de castración (Freud, 1925), en la primera se sitúa la niña, quien ya ha perdido el

pene, lo que la introduce a su vez al complejo de Edipo, y en la segunda, se sitúa al varoncito, en

tanto que renuncia y reprime el deseo en función de proteger su posesión. Lo que se corresponde

con lo ya enunciado por el autor en (1924) cuando afirma: «La niñita acepta la castración como

un hecho consumado, mientras que el varoncito tiene miedo a la posibilidad de su consumación»

(Freud, 1924, p. 186).


31

La castración y la amenaza que representa esta para el infante, tiene «su génesis en la fase

del primado del falo» (Freud, 1923, p.147). En una nota al pie en dicho texto, y a propósito de lo

antes mencionado, Freud es enfático en recordar que han existido previamente representaciones

de pérdidas anteriores, no obstante, el complejo de castración tiene lugar precisamente en esta

fase en tanto que se enlaza con los genitales masculinos (p.147-148), lo que se corresponde con

lo referido en 1924, en El sepultamiento del Complejo de Edipo, cuando el autor hace referencia

a la pérdida del pecho materno y de las heces, que han sido despojos significativos para el

infante, pero que no poseen la significación de la pérdida a la que se enfrenta en este momento

del desarrollo sexual.

De esto se sigue que el niño y la niña se las tienen que ver con varias desilusiones que

desembocan en el declive y caída del Complejo de Edipo, lo que es necesario para la

consolidación de la genitalidad y el posterior inicio de la pubertad. Vale decir que en el caso de la

niña la búsqueda de la predilección amorosa del padre, se enfrenta al ocaso de la misma cuando

experimenta una reprimenda por parte del padre, el pedestal se derrumba por decirlo de alguna

manera y siguiendo a Freud (1924) «Se verá arrojada de los cielos» (p.181).

En cuanto al niño, una ilustración de dicha desilusión propuesta por Freud (1924), se da

cuando se ve confrontado por la llegada de un hermano, puesto que la madre a quien consideraba

toda suya, le resta amor a él, para darlo a quien recientemente ha nacido. Y agrega Freud (1924)

«Aun donde no ocurren acontecimientos particulares, como los mencionados (…), la falta de la

satisfacción esperada, la continua denegación del hijo deseado, por fuerza determinarán que los

pequeños enamorados se extrañen de su inclinación sin esperanzas» (p.181). Es decir, que algo de

la expectativa en el niño o la niña, se fractura, posibilitando la caída del complejo de Edipo y

abriendo camino a la organización genital.


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Así pues, para alcanzar la organización genital propiamente dicha, debe darse entonces en

el niño el sepultamiento del complejo de Edipo, vía la amenaza de castración. En cuanto a la

niña, que ya se encuentra castrada, permanece como un deseo (Freud, 1924), bajo la esperanza de

recibir un hijo del padre, esperanza que poco a poco se desvanece en ella, sin desaparecer por

completo del psiquismo.

A pesar de que hasta ahora no hay una constitución propiamente dicha en cuanto a la

organización genital del infante, como existe en el adulto, en el estadio de organización fálica se

ha recorrido un vasto camino para lograr la organización sexual definitiva. El genital masculino,

el falo, desempeña para los dos sexos, un primado. En este estadio de la organización infantil,

contrario a la organización pregenital sádico-anal, existe algo masculino, mas no femenino, y

retomando lo mencionado por Freud (1923): «la oposición reza aquí: genital masculino, o

castrado» (p.149).

Antes de que se consolide una libido organizada alrededor de la zona genital, existe una

sofocación de las pulsiones sexuales, se subliman los impulsos sexuales y se experimenta el

denominado periodo de latencia en el que juegan un papel importante los denominados «diques

psíquicos: asco, vergüenza y moral» (Freud, 1905, p. 162). Sin embargo, los impulsos sexuales

no desaparecen del todo, siguen allí, aunque con menor intensidad, sublimados en otros objetos y

exteriorizaciones favorables desde el punto de vista cultural (Freud, 1916).

Organización Genital de la Sexualidad - Fase genital

Recordemos que, en una nota al pie de 1924, en Tres ensayos de teoría sexual (1905),

Freud parece dividir en dos momentos la fase genital; ya hemos realizado un acercamiento al

primero en los elementos esbozados sobre la fase fálica, ahora es preciso abordar algunas

elucidaciones con respeto al segundo momento, el cual, es propiamente genital, en la medida en


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que hay una suerte de reorganización de lo pre-genital, no porque anteriormente no se hayan dado

las condiciones, sino que en este momento, por ejemplo, la experiencia de elección de objeto se

empieza a resignificar, como una especie de actualización bajo la lógica del après-coup. Vale la

pena señalar que, en el primer momento de la organización genital, propiamente en la fase fálica,

el asunto de la elección de objeto se da en el marco del complejo de Edipo, tomando a la madre

como primer objeto de amor, tanto en el niño como en la niña, mientras que, en la pubertad, la

elección de objeto se encamina a una elección fuera de las figuras parentales, es la elección de un

objeto externo, del sexo contrario o del mismo sexo.

En la metamorfosis de la pubertad, Freud (1905) menciona lo siguiente:

Con el advenimiento de la pubertad se introducen los cambios que llevan la vida

sexual infantil a su conformación normal definitiva. La pulsión sexual era hasta entonces

predominantemente autoerótica; ahora halla el objeto sexual. Hasta este momento actuaba

partiendo de pulsiones y zonas erógenas singulares que, independientemente unas de

otras, buscaban un cierto placer en calidad de una única meta sexual. Ahora es dada una

nueva meta sexual; para alcanzarla, todas las pulsiones parciales cooperan, al par que las

zonas erógenas se subordinan al primado de la zona genital. (p.189)

Con lo anterior, Freud realiza un compendio de lo planteado en los estadios pre-genitales

de la sexualidad, al tiempo que reafirma que, con el primado de los genitales, la elección de un

objeto sexual externo y el establecimiento de la meta sexual encaminada a la reproducción, la

organización sexual logra ser definitiva, posibilitando algunas diferencias importantes entre los

sexos.

Sobre lo anterior, Freud (1923) en la Organización Genital Infantil, indica que la

diferencia entre la elección de objeto de la infancia respecto a la que se hace en la pubertad, se

funda en la unificación de las pulsiones parciales y la subordinación de las mismas al primado de


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los genitales puestos al servicio de la reproducción, constituyéndose la fase genital en aquella que

franquea la organización de la sexualidad.

En cuanto a la meta sexual de este estadio los dos sexos tienen funciones completamente

distintas, en el caso del hombre está orientada a «la descarga de los productos genésicos» (Freud,

1905, p.189), mientras que, en la mujer, consiste en recibirlos. A nivel corporal, se presentan

significativas transformaciones de un lado y de otro, que posibilitan dicho ofrecimiento y

recibimiento de los productos genésicos, más aún, se presentan alteraciones en los genitales como

preparación para el acto sexual.

Así pues, tenemos que, según la investigación freudiana, es en la pubertad donde se

establece la diferencia entre lo masculino y lo femenino, siendo lo masculino aquello «que reúne

el sujeto, la actividad, y la posesión del pene» y lo femenino «el objeto y la pasividad». (Freud,

1923, p.149). Pero no es tan fácil esta conclusión. En una nota al pie agregada en (1924) en el

capítulo de la diferenciación entre el hombre y la mujer, Freud trae a colación tres direcciones

desde las cuales busca descomponer los conceptos de «masculino» y «femenino».

En primer lugar, habla de actividad y pasividad, haciendo alusión a que la libido es activa,

lo que se corresponde con lo ya enunciado en el mismo texto, en cuanto que la libido del lado de

lo activo, es de naturaleza masculina, y por ende la sexualidad de la niña es de carácter

masculino. En segundo lugar, habla desde el punto de vista biológico, teniendo como elementos

fundamentales, la producción del semen y del óvulo. En tercer y último lugar, alude a la

observación cotidiana de los seres humanos.

Consideraciones sobre la bisexualidad psíquica

Retomamos en este punto algunos elementos a tener en cuenta sobre la bisexualidad

psíquica, partiendo de lo sugerido por Freud en el tercer elemento con el cual trata de
35

descomponer los conceptos de «masculino» y «femenino», y a su vez, nos invita a pensar en los

planteamientos que ha realizado respecto a la bisexualidad psíquica. En esta última significación,

la de la observación cotidiana de los seres humanos, menciona que cada ser humano, exhibe

tanto, rasgos de uno u otro sexo, tanto del orden de la actividad o la pasividad, como de lo

biológico o lo social (p.200), de este modo, lo que eran elementos de distinción de uno u otro

sexo, ahora presentan una suerte de encuentro, dando lugar a la ya mencionada, bisexualidad del

psiquismo.

Ahora bien, en el ensayo sobre las aberraciones sexuales, Freud (1905) se ocupa de lo

que denomina el recurso de la bisexualidad, y señala la manera en la que se ha planteado dentro

de la idea de la inversión sexual, algunas nociones sobre el hermafroditismo anatómico. Allí hace

alusión a que la opinión popular da por sentado que el ser humano se distingue por ser hombre o

mujer, algo que, como dice el autor, para la ciencia no es una obviedad. Menciona, además, en

ese mismo apartado que en todo ser humano, sea hombre o mujer, a nivel anatómico existen

algunas huellas del aparato genital del sexo opuesto, es decir, que inicialmente hay una

disposición anatómica bisexual en el ser humano, en la cual, producto del desarrollo biológico se

consolida uno u otro órgano sexual.

En este orden de ideas, Freud (1905) dice que el conocimiento de dichas huellas genitales

del sexo opuesto, nos introducen a la idea de una «disposición originariamente bisexual» (p.

129), la cual, irá presentando alteraciones llegando finalmente a una configuración monosexual,

en la que los rastros del sexo opuesto son mínimos. Más aún, Freud (1905), hace una precisión no

menos importante, cuando menciona que la aparición en el hombre o la mujer de rasgos

secundarios y terciarios de la sexualidad, correspondientes al sexo opuesto, no necesariamente

hacen alusión a una elección invertida del objeto.


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Anudado a lo anterior, en la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina (1920),

Freud plantea que con regularidad y por lo general, en individuos normales pueden presentarse

rasgos secundarios al igual que caracteres somáticos del otro sexo; lo cual, no implica una

inversión en la elección de objeto. Con esto Freud hace referencia nuevamente al

hermafroditismo físico en los dos sexos, pero, además, a la independencia de este respecto del

hermafroditismo psíquico.

Además, Freud (1920) agrega que dicha independencia se hace más notoria en el hombre

que en la mujer, y aduce que lo corporal y lo anímico del carácter sexual opuesto logran coincidir

con mayor regularidad en el caso del hombre (p.147). Un ejemplo de esto es el desarrollo del

órgano sexual en el varón, mientras que la mujer no solo tiene vagina, sino que el clítoris es

significado como un pene pequeño, presentándose así rasgos biológicos, femeninos y masculinos

de forma más evidente en ella.

Por otra parte, al hablar de la elección de objeto en la homosexualidad, Freud (1920)

refiere:

Un hombre con cualidades predominantemente viriles, y que exhiba también el

tipo masculino de vida amorosa, puede, con todo eso, ser un invertido con relación al

objeto, amar sólo a hombres, no a mujeres. Un hombre en cuyo carácter prevalezcan de

manera llamativa las cualidades femeninas, y aunque se porte en el amor como una mujer,

en virtud de esa actitud femenina debería estar destinado al varón como objeto de amor;

no obstante, muy a pesar de eso, puede ser heterosexual y no mostrar hacia el objeto una

inversión mayor que una persona normal media (p.162).

Lo anterior, nuevamente reafirma la posibilidad de la bisexualidad no solo física, sino,

psíquica; si bien esta idea, Freud la plasma al hablar de la homosexualidad, no se restringe solo a
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dicho contexto, sino que permite comprender que el hombre puede poseer cualidades femeninas y

viceversa y no por ello, ser homosexual.

En el abordaje de un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci, Freud (1910) en la lectura

que hace de la fantasía infantil de Leonardo con el buitre, y a partir de un juego de palabras, más

exactamente el término «coda», o en el uso corriente, cola (del buitre), Freud hace énfasis en que

dicho término se refiere al genital masculino. Más allá de una escena de felación, homosexual, lo

que se pone en juego es que el buitre, al que se le atribuye la representación materna en dicha

fantasía, tiene el carácter físico del órgano sexual masculino, el pene. Se pone de manifiesto que

en dicha escena la madre (mujer) tiene los atributos biológicos del hombre – pene.

Ahora bien, dicha figuración en la fantasía infantil, es una elaboración psíquica en la cual,

según la lectura de Freud, Leonardo le atribuye a la madre, el pene. Esta idea, la sustenta el autor

trayendo a colación la mitología egipcia, en la cual la diosa Mut de esa cultura, además de ser

representada con una cabeza de buitre, lleva una erección del miembro masculino. Lo que quiere

plantear Freud al mencionar estos elementos, es cómo desde antiguo la idea del hermafroditismo

ha sido contemplada y representada, sin agotarse como una invención cultural de antaño, sino

recreándose en el orden del psiquismo, como en este caso, por medio de fantasías.

Los elementos anteriores sobre la bisexualidad, introducen la necesidad de desplazar la

noción del hermafroditismo, del terreno de lo anatómico al campo de lo psíquico. Sobre esta idea

Freud vuelve en varias ocasiones, y veintiocho años después de lo esbozado en Tres ensayos de

teoría sexual, en la 33ª de las nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis –Sobre la

Feminidad- (1933) retoma estos elementos de la diferencia anatómica entre hombre y mujer,

señalando que pese a las evidencias biológicas de la diferencia entre los sexos, lo masculino y lo

femenino, no pueden ser aprehendidos por la anatomía, hay algo que escapa, con lo que hace

referencia una vez más a la bisexualidad en la vida anímica.


38

A lo que se refiere Freud con lo anterior, es a que se ha forzado una equivalencia entre

masculino-activo y femenino-pasivo. Para él, contrario a lo que la opinión popular considera, en

el hombre existe tanto lo activo como lo pasivo, al igual que sucede en la mujer. Aunque se han

utilizado los términos para denotar ciertos procesos biológicos en el hombre y la mujer, como lo

son la producción de los productos genésicos en el acto sexual, en donde el esperma en el hombre

presenta movimiento al buscar el óvulo en el proceso de fecundación de este último, mientras que

el óvulo aguarda, permanece en un punto a la espera de ser fecundado (Freud, 1933); esto no es

considerado por Freud como un acierto, en tanto que no responde al origen de la división en dos

sexos.

Consideraciones ulteriores

En suma, tenemos que, el interés de Freud por la sexualidad infantil, abre un abanico de

posibilidades para la comprensión de la sexualidad humana en general. Sus investigaciones dan

cuenta de que a la constitución sexual del adulto le preexiste todo un desarrollo que tiene su

punto de partida en la infancia, lo que en ese momento e incluso ahora, sigue generando

controversia; más no por ello es algo fútil.

De esta manera, los estudios que Freud realiza con relación a la sexualidad humana

permiten un acercamiento notable a la comprensión de la vida anímica y de la diferencia sexual,

tanto anatómica como psíquicamente entre hombre y mujer, diferencia que poco a poco se va

esbozando en la organización sexual infantil y que logra su configuración en la pubertad, según

lo trazado en la obra Freudiana.

En las fases de la organización pregenital infantil se esbozan los primeros elementos

relacionados con la diferencia sexual, pero en términos de activo y pasivo. En la fase anal, por

ejemplo, expulsar y retener dan cuenta de la relación del sujeto con la satisfacción hasta ese
39

momento autoerótica, y con el objeto. Así pues, poco a poco y en el estadio de organización

fálica, las pulsiones parciales se van articulando en función de una zona erógena rectora, el pene.

Se precisa de esta reorganización de las pulsiones parciales para que tenga lugar la investigación

sexual infantil y con ella, las teorías sexuales en la infancia, que permiten el descubrimiento de la

existencia o carencia del pene y la identificación con objetos externos.

Percatarse de la posesión o no del pene, es importante en este momento en tanto que no se

trata del saber del adulto, sino del infante. Se confronta con la falta, se enfrenta a lo horroroso de

dicho descubrimiento y establece él mismo una diferencia entre unos y otros seres. Cabe señalar,

que este es un momento en el que prima el pene cómo órgano sexual anatómico, pero no hay una

lógica fálica propiamente dicha.

Anudado a lo anterior, para Freud el Complejo de Edipo es un elemento fundamental en la

constitución de la sexualidad humana. El autor se vale de esta obra para dar cuenta de la

identificación, la elección de objeto, la ambivalencia emocional en el niño respecto al padre y el

deseo incestuoso del infante hacia la madre. Con este planteamiento, se introducen tal vez,

algunos de los elementos más controversiales de la investigación psicoanalítica, pero más allá de

eso, se abona el terreno para entender la relación del sujeto con el falo. De igual manera, se

plantea la diferencia entre el niño y la niña en cuanto a la experiencia del Complejo de Edipo y el

devenir del Complejo de Castración, dos momentos que no se dan de la misma manera, ni al

mismo tiempo en el varoncito y la niña.

Cuando Freud introduce la lógica fálica, abandona la idea de que aquello que prima para

el sujeto, es el pene en tanto órgano sexual propiamente dicho, y circunscribe algo de mayor

valor, pues no se limita al tener, sino también al ser, no ser el órgano como tal, sino el falo, no se

trata de una sexualidad fálica, sino de una lógica fálica de la sexualidad y este elemento deviene

como organizador de la misma.


40

Es preciso tener presente que el falo y la castración tienen estrecha relación en la obra

freudiana. Al renunciar al objeto, el niño preserva su preciada posesión de la amenaza de la

castración, esta renuncia lo inscribe en una lógica, la amenaza de castración no cesa, se trasmuda

en otros objetos y a lo largo de la vida el sujeto se las tiene que ver con eso. Esta respuesta del

infante ante la prohibición, funda el sistema cultural al que se circunscribe el sujeto, es la lógica

fálica, el falo no es ya el órgano propiamente dicho, sino una representación inaprehensible.

Por otra parte, pasivo y activo marcan una diferencia entre hombre y mujer. Al hombre se

le atribuye la actividad en tanto posee el pene y descarga los productos genésicos de este al

momento del encuentro sexual, mientras que la mujer, recibe los productos genésicos del hombre,

el óvulo aguarda y es fecundado por estos. Vale la pena señalar que, en este punto Freud es

enfático en comentar que existen actividades como las propias de la maternidad en las que no

sería adecuado hablar de pasividad en la mujer.

En la pubertad se presentan cambios que se hacen evidentes en los rasgos secundarios y

terciarios de la sexualidad, cambios que para la opinión popular denotan la diferencia entre

hombre y mujer, sin embargo, la investigación freudiana, apela a la bisexualidad psíquica para

debatir esta idea, argumentando que tanto en hombres y mujeres, existen rasgos de la sexualidad

que popularmente son atribuidos al sexo opuesto.

Para Freud existe una disposición no solamente biológica sino psíquica a la bisexualidad,

por lo que para él no es posible encontrar sujetos enteramente masculinos y femeninos, por tanto,

pareciera que masculino y femenino, obedecen más a la constitución anatómica y no sirven para

determinar hombre o mujer, en tanto que pueden existir sujetos con pene y rasgos femeninos y

sujetos sin pene con rasgos masculinos.

A pesar de las diferencias referidas en este capítulo, queda la sensación de que Freud

define al hombre, más como el universal humano, que respecto a la mujer. Se vale de lo
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masculino y lo femenino para tratar de dar alguna respuesta, no obstante, la cuestión no queda

zanjada en su totalidad. De este modo continúa abierta la pregunta sobre ¿Qué es ser un hombre

para el psicoanálisis?

Capítulo II - Apuntes sobre la castración y el complejo de Edipo en el psicoanálisis

lacaniano

Apuntes sobre la lógica de la castración

Varios son los elementos a tener en cuenta desde el punto de vista del psicoanálisis

lacaniano para comprender las reformulaciones que desde allí se hace a la teoría freudiana con

respecto a la diferencia sexual. Vale la pena recordar que Lacan no construye otro psicoanálisis

desechando lo que Freud ha planteado en sus investigaciones, sino que retoma lo ya elaborado

por este último, haciendo una lectura a la luz de eso, reformulando lo que se ha elucidado y

yendo un poco más allá.

De esta manera, Lacan al hacer un retorno a Freud advierte la necesidad de leerlo sin

agotar este ejercicio en el estudio y comprensión del Yo, sino que vuelve sobre el descubrimiento

freudiano fundamental: el inconsciente. Para dicho retorno, se vale del estructuralismo (en un

primer momento) como medio para definir fundamentalmente el inconsciente y comprender

mejor el lugar de la castración y la manera en la que esta influye en las relaciones entre los

sujetos. Lacan, retoma del estructuralismo, básicamente los aportes de Saussure en cuanto a la

lingüística y de Levi-Strauss en torno a la prohibición del incesto como fundante del parentesco y

el sistema familiar y social.

Contrario al reduccionismo en donde se precisa de simplificar el objeto de estudio y

dividirlo en sus partes más mínimas o fundantes para ser susceptible de análisis y de esa manera
42

comprenderlo mejor, para el estructuralismo lo que constituye todo objeto de estudio se

fundamenta en lo estructural y en los sistemas que esto puede crear, y a su vez dichas estructuras

determinan el lugar de cada objeto, en otras palabras, que no se trata por ejemplo, solo de un

sujeto, sino de la idea que se hace del mundo, cómo esa noción se construye en el marco del

lenguaje, el cual, a su vez está soportado por unos elementos esenciales.

En este sentido, para el estructuralismo es necesario contar con todos aquellos elementos

que componen el objeto a estudiar, trátese de una sociedad, del hombre, del lenguaje o todo

aquello que se quiera conocer, pero más allá de eso, lo que plantea es que preexiste una estructura

que acoge al viviente, de este modo al integrarse a la estructura y como producto de la misma,

deviene sujeto, a partir de lo establecido desde el punto de vista del orden de los significantes.

Esto es, que la estructura permite la creación de un sistema de códigos los cuales son fundantes

del sistema social y cultural.

El psicoanálisis no ha sido ajeno a esto, ya que, en los planteamientos freudianos la

sexualidad se estructura a partir de la ley de la castración, la prohibición del incesto y la

exogamia. En otras palabras, el sujeto se estructura en el encuentro con dichas leyes, con aquello

que existe antes de él, lo ordenado y dispuesto culturalmente. Ahora bien, Lacan eleva al campo

de lo simbólico, desde el punto de vista estructural, lo planteado por Freud, en la medida en que

le otorga un valor esencial al lenguaje, algo que Freud ya venía esbozando, pero que en Lacan

toma toda su forma.

En la línea de lo anterior y para el desarrollo de este escrito, es preciso partir de la lógica

de la castración, desde la cual se trazan unas bases epistemológicas importantes para comprender

las reformulaciones de Lacan, con respecto a lo que pretendemos comprender, la sexualidad

humana, más específicamente, la posición sexuada del hombre.


43

La forclusión del Nombre del Padre

Abordemos inicialmente el Significante del Nombre del Padre, y la forclusión del mismo.

En la clase VIII del Seminario 5, Lacan (1958) aborda esta cuestión, y a lo largo de su lectura del

psicoanálisis freudiano, pone el acento en el valor del lenguaje y de la palabra para la

comprensión de lo que Freud ha planteado, retomando a su vez «la importancia del significante

en la economía del deseo» (p.147).

Pero antes de abordar esta cuestión de la Forclusión del Nombre del Padre, vale la pena

recordar sucintamente, como ya se ha hecho referencia, que Lacan retoma algunos elementos de

la lingüística, a partir de lo propuesto por Saussure. Para Ferdinand de Saussure, el signo

lingüístico está compuesto por dos elementos, el significado y el significante. El significado

corresponde al concepto y el significante a la imagen que adviene al nombrar algo, esto es, la

imagen acústica. Esta relación entre significado y significante es una relación estrecha e

indivisible, por lo tanto, uno y otro, significado y significante, se influyen.

Cuando Lacan retoma lo planteado por Saussure, establece que para el psicoanálisis el

significado y el significante no están adheridos el uno con el otro, sino que lo que predomina en

el signo lingüístico es el significante, es decir, que Lacan va a introducir dos modificaciones a lo

planteado por Saussure; para este último, el significante siempre hace referencia a un significado,

pero para Lacan el significante hace referencia a otro significante. Entonces, la significación es

en Lacan una representación, y el contenido del significante no lo da el significado, sino que lo da

otro significante. De ahí, que «el significante no tiene sentido sino en su relación con otro

significante» (Lacan, 1966, p. 227).

Habiendo aclarado un poco el asunto del significante, Lacan (1958) refiere que la ley se

articula en el nivel del significante, «el texto de la ley» (p.150) esto es, que dicho significante no

requiera que sea sostenido por otro, sino que en él reside el poder, la investidura de la ley que le
44

ha sido otorgada. Más aún, el autor pone el acento en el hecho de que, en el caso del texto de la

ley, no se necesita la existencia de una persona para que por medio de ella la palabra tenga el

carácter de auténtica, algo así como una suerte de validación dada por quién sostiene la palabra,

sino que, en la ley misma, por el solo hecho de existir, reside dicha potestad, dada en su

articulación con el significante (Lacan, 1958).

Esa potestad de la ley, es lo que Lacan va a definir como el Nombre del Padre, en otras

palabras, se trata de un Padre Simbólico, que no necesita de una figura de padre en la realidad,

para operar. Este significante primordial tiene lugar en el Otro, reside en él, y desde ese lugar

permite que la ley sea promulgada, o lo que Lacan (1958) nombra como «el Otro en el Otro»

(p.150). En otras palabras, existe Otro, más allá del Otro y que a su vez lo contiene y le otorga la

significación.

Teniendo presente lo anterior, Lacan lee que en el Edipo freudiano el padre tiene una

significación trascendental, ya que el que opera no es el padre de la realidad, sino el padre

simbólico, esto es, que la potestad del padre llamémoslo de la realidad, le es otorgada por el

padre que se ha simbolizado, un padre que ha muerto. De este modo, Lacan enuncia que se

precisa del asesinato del padre para lograr que se simbolice y de él, se promulgue la ley, lo que en

última instancia configura lo ya denominado como el Nombre del Padre (Lacan, 1958).

Lo que se acaba de plantear tiene su raíz en el asesinato del padre de la horda primordial

por parte de sus hijos, sobre el cual Freud (1913) hace referencia en Tótem y Tabú. Dicho padre,

era el poseedor de todo, el dueño y señor de cada mujer del clan, y ninguno de sus hijos podía

acceder a lo que era posesión del padre, no obstante, el deseo de tener todo lo que él posee, los

lleva a enfrentarlo y a despojarlo de su lugar, de sus mujeres y de su vida.

Con la muerte del padre, recae sobre ellos (los hijos) la culpa por el asesinato, hasta el

punto de que ese padre que bajo la figura de carne y hueso ejercía todo control, ahora es
45

simbolizado y su acción es más eficaz, ya no se precisa de él a nivel físico para que reclame por

la falta cometida, es ahora un operador de la ley que prohíbe el incesto y que establece la

exogamia como fundamento de esa ley.

La cadena significante se funda a partir de dicho padre simbolizado, un padre simbólico

que preexiste a todo sujeto. Así pues, tenemos que el Significante del Nombre del Padre se

ordena en el Otro, tratándose de un asunto del inconsciente en la medida en que se encuentra

atravesado por la Verdrängung (represión) y se aloja en el Otro, se ordena precisamente allí; este

dice Lacan (1958), «es esencialmente el descubrimiento freudiano» (p.150). Ahora bien, en

cuanto a la Verwerfung (forclusión) lo que nombra Lacan, marcando una distinción importante,

es que no se trata simple y llanamente de lo que escapa al conocimiento del sujeto por efecto de

lo reprimido, sino que tiene que ver con la falta de algo, de un significante que, además, no es

cualquier significante sino el significante rector.

Para el autor, en la cadena significante pueden faltar varios significantes por efecto

incluso de la Verworfen (denegación), pero al faltar el Significante del Nombre del Padre, falta la

articulación con la ley, con el orden significante. En conclusión, el significante del Nombre del

Padre, según lo que Lacan (1958) plantea: «es el significante que significa que, en el interior de

este significante, el significante existe» (p.151). En otras palabras, es el significante primordial en

el campo del Otro, que significa al significante mismo.

Así pues, Lacan aborda el tema de la constitución subjetiva a partir de la relación

simbólica que se establece con el Otro como tesoro de los significantes (Lacan, 1958), en otros

términos, está precisando que el sujeto no se encuentra con el otro-partenaire, sino con el Otro

que contiene los significantes. En la misma clase sobre la forclusión del Nombre del Padre

(1958), Lacan hace alusión a que el deseo y el significante se cruzan, hay un encuentro entre los

dos y el resultado final de esto, es lo denominado por él como la –refracción– del deseo. Esto
46

quiere decir que lo que el niño desea, o lo que desea el sujeto, sufre una transformación en el

encuentro con el significante, de ahí que Lacan (1958) dice: «Eres tú mismo el traicionado

porque tu deseo se acuesta con el significante» (p.152). No obstante, dicha traición es necesaria

para cierta transformación en la dialéctica del deseo, puesto que, en el Otro, no solo se aloja el

código, sino la ley, la prohibición, el superyó… Todo aquello que le demuestra al sujeto que no

todo lo que se desea se puede obtener.

Finalmente, Lacan (1958) abre el camino para hablar de la Metáfora Paterna haciendo

alusión al esquema L. Recordemos que, en este esquema, el Yo está representado por la a`, el

otro (partenaire) lo representa la a, al Otro (del lenguaje) le corresponde la A, y finalmente, el

Sujeto, S.
Figura 2 - El esquema L

Figura 2. El Esquema L. Tomado de El Seminario de Jacques Lacan (1958), Clase VIII La forclusión del nombre del
padre. Libro 5. p.161. © 1999 de todas las ediciones en castellano, Editorial Paidós SAICF Av. Independencia
1682/1686, Buenos Aires.

Por medio de este esquema el autor establece la diferencia entre la relación imaginaria y

la relación simbólica, lo que da pie para abordar la operación de la Metáfora Paterna y el

Complejo de Edipo a partir de los tres tiempos que Lacan distingue.


47

La metáfora paterna

En el abordaje del complejo de Edipo, Lacan (1958) recurre a tres polos. En el primero

aborda lo relacionado al superyó y el tema de las neurosis sin el complejo edípico. En este punto,

el autor nos recuerda que la formulación del Edipo era fundamental para entender la neurosis, y

este había adquirido la condición de universal no solo hallándose en el neurótico, sino también en

todo sujeto considerado normal, de esta manera la neurosis sería consecuencia de una desviación

en el complejo edípico, a partir de la estrecha relación entre niño y madre, en la cual el superyó

surge del lado materno y no producto de la interdicción del padre. Así las cosas, en la relación

entre el niño y la madre podría no haber rastro del Edipo, en el sentido de que la madre no

propicia la entrada del padre para triangular dicha relación, por lo cual, según Lacan (1958), la

existencia única del superyó de origen paterno, es puesta en duda .

En el segundo polo, Lacan (1958) hace referencia a la psicosis y a la perversión como

perturbaciones en el campo de la realidad, frente a lo cual, es importante el lugar que Freud le da

a lo pre-edípico, esto partiendo del hecho que antaño se consideraba, por ejemplo, a la perversión

como «el estado primario» (p.167), esto tiene que ver con que, para la formación de las neurosis,

las pulsiones se han organizado y constituido a partir del Edipo en función de la genitalidad, pero

en el caso de la perversión y la psicosis, se trata, para el autor, de algo en el orden de lo

imaginario, en el estadio pre-genital de la organización sexual. Por un lado, tenemos que, el

perverso desmiente la castración en la mujer, niega aquello que le falta a la mujer o la madre, por

tanto, son fálicas, completas, no carecen del falo. Por otro lado, y ante la angustia que lo invade,

el psicótico no niega aquello de lo que carece la mujer, sino que busca encarnarla, completarla él

mismo con su cuerpo.

Ahora bien, tenemos finalmente el tercer polo con el cual plantea la relación entre el

Edipo y la genitalización, y que tiene que ver con el Ideal del Yo. Centrándonos en este último
48

polo, Lacan menciona que en la genitalización es preciso tener en cuenta que, por un lado hay

una maduración genital, y por el otro, en el complejo de Edipo tiene lugar la función de asunción

del propio sexo en el sujeto; lo cual, según Lacan (1958, p.170) tiene que ver con «lo que hace

que el hombre asuma el tipo viril y la mujer asuma cierto tipo femenino», en otras palabras, se

trata de la posibilidad de identificarse con las funciones del hombre y la mujer. Esta función del

complejo de Edipo, se traduce en la virilidad y la feminización. En este orden de ideas, asumir el

Ideal del Yo, permite asumir la posición sexuada, de uno u otro lado.

Tenemos que, no es posible hablar del Edipo, sin tener presente al padre y la función del

mismo, esto no quiere decir que deba existir una figura del padre en la realidad para que se

constituya el Edipo. A propósito de la presencia o ausencia del padre, dice Lacan (1958) «si nos

situamos en el nivel donde se desarrollan estas investigaciones, es decir, el nivel de la realidad,

puede decirse que es del todo posible, (…) se comprueba por experiencia, que el padre existe

incluso sin estar» (p.172). Y agrega: «Hablar de su carencia en la familia no es hablar de su

carencia en el complejo» (Lacan, 1958, p. 173).

El papel o la función del padre en el Edipo es definida por Lacan (1958) de la siguiente

manera:

El padre interviene en diversos planos. De entrada, prohíbe a la madre. Éste es el

fundamento, el principio del complejo de Edipo, ahí es donde el padre está vinculado con

la ley primordial de la interdicción del incesto. Es el padre, nos recuerdan, el encargado de

representar esta interdicción. A veces ha de manifestarla de una forma directa cuando el

niño se abandona a sus expansiones, manifestaciones, tendencias, pero ejerce este papel

mucho más allá de esto. Es mediante toda su presencia, por sus efectos en el inconsciente,

como lleva a cabo la interdicción de la madre (p.173).


49

En lo anterior, el autor hace alusión a lo planteado en Tótem y Tabú sobre la ley de

prohibición del incesto, una ley que es fundante del complejo de Edipo y a su vez, necesaria para

la estructura cultural, de esta manera, lo fundamental del complejo de Edipo está en la

intervención del padre desde el punto de vista de la ley. Él, es el interdictor del deseo del niño y a

su vez, su presencia tiene efecto en la madre, a partir de la significación de su papel en el

inconsciente. Por efecto de la significación del Otro en el padre, cobra valor la función de la ley.

La presencia del padre, no como elemento de la realidad, sino como ejercicio simbólico,

introducen en el complejo de Edipo, la amenaza de castración vinculada profundamente al

ejercicio de la ley. A partir de la amenaza de castración surge en el niño una respuesta imaginaria

a modo de represalia contra el padre, por ser este quién lo aleja de su objeto de deseo. Pero en el

Edipo, no solo tiene cabida la hostilidad hacia el padre, sino que ocurre también que hay lugar

para el amor y la identificación. Esto es lo que Lacan (1958) nombra como el Edipo invertido,

que siempre está presente en la función del Edipo, «El componente de amor al padre no se puede

eludir. Es el que proporciona el final del complejo de Edipo, su declive» (Lacan, 1958, p. 175).

Lacan hace alusión a lo propuesto por Freud en 1924, en su texto sobre el sepultamiento

del complejo de Edipo. Dice que, lo que ha trazado Freud en dicho texto es que, por el amor al

padre, surge la identificación y con esto, la resolución del complejo edípico toda vez que la

amnesia producto de la represión, introduce al infante en lo denominado por Freud como latencia.

Lo anterior permitirá en la pubertad que las identificaciones hayan tenido un curso y pueda llegar

a ser alguien, como el padre o como algún padre.

No obstante, la identificación con el padre puede también derivar en una posición inversa.

El sujeto encuentra por sus propios medios una posición pasiva y con grandes ventajas, el padre

hostil, ahora es amoroso, el sujeto es merecedor de su favor, pero esta nueva posición implica una

condición en el plano de la mujer.


50

Al respecto, dice Lacan (1958):

«Pero como hacerse amar por él consiste en primer lugar en pasar a la categoría

de mujer, y uno siempre conserva su pequeño amor propio viril, esta posición, como nos

lo explica Freud, supone el peligro de la castración, aquella forma de homosexualidad

inconsciente que deja al sujeto en una situación conflictiva con múltiples repercusiones –

por una parte, el retorno constante de la posición homosexual con respecto al padre, y por

otra parte su suspensión, es decir, su represión, debido a la amenaza de castración que

supone tal posición» (pp. 175-176).

Recordemos que Freud (1925) hace alusión a una castración consumada en la niña y a una

amenaza de castración en el niño, y tal y como lo plantea Lacan, en la inversión el sujeto se las

tiene que ver con la amenaza de castración o con la experiencia de la castración propiamente

dicha, no por la falta del órgano, sino por lo que suscita ubicarse en la categoría de la mujer.

Para hablar de la castración en la clase IX sobre la metáfora paterna (1958), Lacan retoma

la tabla de tres pisos, que propuso en la clase XIII del 13 de marzo de 1957, el complejo de

castración.

Figura 3 - Tabla de tres pisos

AGENTE FALTA DE OBJETO OBJETO

Padre real Castración imaginario

Madre simbólica Frustración real

Padre imaginario Privación simbólico

Figura 3. Tabla de tres pisos. Tomado de El Seminario de Jacques Lacan (1957), Clase XIII El complejo de
castración. Libro 4. p.217. © 1994 de todas las ediciones en castellano, Editorial Paidós SAICF, Defensa 599,
Buenos Aires.
51

Lacan se sirve de esta tabla para tratar de definir algunos conceptos. Lo primero que hay

que tener en cuenta es que tal y como el autor lo refiere, el padre simbólico no puede ser

representado de ninguna manera, no por esto dejará de ser necesaria su función. Por ello, el padre

simbólico no aparece en la tabla, porque está más allá, es un constructo mítico sobre el que se

ordena lo demás. Al respecto, dice Lacan (1957) «(…) El padre simbólico es el significante del

que nunca se puede hablar, sin tener al mismo tiempo su necesidad y su carácter» (p. 221).

Ahora bien, se vale entonces del padre real y el padre simbólico como operadores de la

ley que surge del padre simbólico. En primer lugar y tomando de manera contraria los elementos

de la tabla, el padre imaginario es aquel que encarna al padre terrorífico (Lacan 1957), es un

padre gozador, que todo lo posee, que accede a todo y que, además, priva al niño y a la madre del

falo, es decir, del pene que ha sido elevado a la categoría de lo simbólico en el cual reside el

deseo.

Mientras que el padre real, es un padre que difícilmente es captado por el niño y que no

tiene que ver con el padre de la realidad, el que lo engendró, sino que es el padre velado por el

fantasma del sujeto (lacan, 1957). Ahora bien, el padre imaginario privaba no solo al niño, sino

también a la madre del falo, pero en el lugar del padre real lo que tiene lugar es la función

propiamente dicha de la castración, pero no se trata de una castración real, pues el padre no corta

el pene del niño, sino que es una castración en el orden de lo imaginario, de allí que el niño

fantasea con lo horroroso que puede llegar a suceder y se decide por proteger su valiosa posesión,

el pene.

Y finalmente, tenemos a la madre simbólica. El niño percibe a la madre desde dos puntos

de vista, como madre simbólica, siendo ella quien lo introduce en el campo del lenguaje, y como

objeto de amor en la relación preedípica, cubre las necesidades más básicas del pequeño, pero en

términos de la presencia-ausencia de esta, llega un momento en que la madre deviene real, una
52

madre que frustra en lo real, en las aspiraciones del niño. El propósito del niño es ser el objeto

que desea la madre, aquel que le da o no la satisfacción (Lacan, 1957).

Los tres tiempos del Edipo

El psicoanálisis lacaniano trata de reformular la teoría del Complejo de Edipo,

argumentando que las fórmulas planteadas hasta entonces no han sido del todo suficientes para

dar una explicación adecuada del valor de dicho complejo en las elucidaciones freudianas. En

otras palabras, lo que Lacan refiere en el comienzo de la clase X sobre los tres tiempos del Edipo,

es su crítica con respecto a la manera en la que se ha entendido el Edipo en la estructuración de la

sexualidad del niño, puesto que para él (Lacan), lo planteado por Freud permite pesquisar otros

elementos, de los cuales el psicoanálisis no se había ocupado.

De esta manera, Lacan hace uso de la estructura de la metáfora, para poder explicar tanto

el Complejo de Edipo como el Complejo de Castración, introduciendo dos elementos, la

Metáfora Paterna (sobre la que hemos introducido algunos elementos) y los Tres Tiempos del

Edipo.

Cuando se habla del lenguaje como forma en la que se estructura el inconsciente, se

introducen la metáfora y la metonimia, como dos elementos que aluden precisamente al lenguaje

mismo; esto es una nueva forma de leer aquello que Freud había propuesto, recordemos que para

este último el asunto estaba trazado en términos del desplazamiento y la condensación, como dos

mecanismos presentes en la elaboración de los sueños, esto es, en la manera en la que el

contenido de orden inconsciente se manifestaba en la experiencia onírica.

Lo anterior, es traído a colación en tanto que en la metáfora paterna se habla precisamente

de –metáfora– en la medida en que existe un desplazamiento de un elemento, la madre, y en el

lugar que ocupaba esta, se pone otro elemento, el padre. Dicho de otra manera, lo que Lacan
53

propone es el desplazamiento del padre al lugar de la madre, o en palabras del autor (1958)

«poner el padre, en cuanto símbolo o significante, en lugar de la madre» (p186). Tener presente

este desplazamiento, o lo que es lo mismo, el sentido de la metáfora paterna, permite comprender

de qué manera Lacan va a proponer la lectura del complejo de Edipo en tres tiempos lógicos.

Aunque existe un ternario simbólico configurado por el niño, el padre y la madre, Lacan

invita a pensar el complejo de Edipo más allá de esto a partir del ternario imaginario, buscando

con él, graficar la relación que se establece entre el niño, la madre y el falo. En la realidad y no en

lo real, esto es importante tenerlo presente, puesto que el niño establece una primera relación con

la madre, en este sentido el padre también es real; hay un padre que ocupa dicho lugar, pero para

Lacan (1958) esto más que ver con su función como padre, aduce simple y llanamente a ser

nombrado como el padre, pero en el sentido de la manera propiamente dicha en la que se refieren

a él, es el padre porque lo procreó.

En dicha relación entre el niño y la madre, y la figura del padre como elemento real, se

establecerá el ternario simbólico, a partir del cual se trata de abordar el complejo de Edipo. En la

línea de lo anterior, para Lacan (1958) lo que se denomina –El Nombre del Padre– no se soporta

en los sucesos que hacen que una persona se convierta en padre, es decir, en que tenga la

capacidad de engendrar o que lo haya hecho, sino que tiene que ver con la significación como tal,

que sea nombrado, sancionado como tal, lo que implica pasar de lo real a lo simbólico por efecto

de la palabra.

De este modo, el significante del Nombre del Padre es planteado como una necesidad

acaecida en la cadena significante (Lacan, 1958). En suma, para que el padre real pase a ser padre

simbólico, precisa de ser sancionado, es decir, ser revestido por el significante que lo nombra

como tal. La función paterna tendrá entonces su efecto en lo real, a partir del lenguaje, de allí que
54

pueda existir un padre, que no tiene ningún efecto, en tanto que no ha sido simbolizado, esto es,

sin ser elevado a la categoría que le otorga el lenguaje.

Teniendo en cuenta lo anterior, abordamos ahora los tres tiempos a partir de los cuales

Lacan hace lectura del Edipo. En el primer tiempo tiene lugar la relación entre el niño y la madre,

una relación influida por el deseo del niño y la madre. En el segundo tiempo, interviene el padre

como interdictor del deseo, no solo del niño, sino de la madre. Y en el tercer tiempo, tiene lugar

la identificación del niño con el padre.

En la relación entre el niño y la madre en el primer tiempo que define el autor «El niño

depende del deseo de la madre, de la primera simbolización de la madre, y de ninguna otra cosa»

(Lacan, 1958, p.187) Lo que Lacan está planteando cuando hace referencia a que el niño depende

del deseo de la madre, es que en un primer momento y para poder subsistir, debe existir en la

madre el deseo por el niño, esa intención de cuidado, de protección maternal hacia él, para que se

garantice la satisfacción de las necesidades básicas que aseguran la supervivencia del bebé.

Acto seguido, Lacan (1958) se pregunta por algo más, «¿Qué desea el sujeto?» (p.188)

puesto que no desea simplemente que la madre esté para cubrir sus necesidades, sino que desea

su deseo, el de ella. La madre le lleva un largo recorrido al niño en el mundo simbólico, lo que le

permite a ella «desear en el plano imaginario» (p.188), un deseo más allá de lo que el niño puede

percibir, al subjetivar el deseo de la madre el niño se da cuenta de que hay algo que ella puede

desear y así, él orienta su deseo; desea ser aquello en donde el deseo de la madre está puesto.

Al introducir la pregunta por el deseo de la madre, se da un recorrido desde la necesidad

afectiva en el niño hasta una dimensión simbólica del asunto, la madre se simboliza en este

punto, en donde, a su vez, su deseo es subjetivado por el niño. Esta dimensión simbólica, también

implica que la madre no siempre tiene que estar, puede o no estar, «es rechazada para volver a

llamarla» (Lacan, 1958, p.188). El elemento crucial aquí es la pregunta por lo que ella desea, y
55

por supuesto, la aspiración del niño, por llegar a ser eso, lo que no es otra cosa que la función

fálica del asunto, que ya se ha puesto en juego.

De este modo, este primer tiempo del Edipo, se ocupa como hemos visto de la relación

entre el niño y la madre, del deseo del niño, y también del deseo de la madre. Vale la pena

entonces recordar que el deseo de la madre, tiene que ver con el deseo del Otro, lo que ella desea

es el falo, y el niño pretende serlo para ella. En este orden de ideas, dice Lacan (1957) en el

Seminario cuatro, en la clase XIII sobre el Complejo de Castración, que, al identificarse con el

falo, con eso que la madre desea: «el niño le asegura a la madre que puede colmarla, no sólo

como niño, sino también en cuanto al deseo y, por decirlo, todo, en cuanto a lo que le falta»

(p.226).

La madre como incompleta, por efecto de la castración, desea la completud y el niño le

ofrece la solución al identificarse con aquello que ella desea, con eso que la puede completar. No

olvidemos que, en la teoría freudiana, lo activo y lo pasivo se definen por el lugar en el que está

el falo, del lado de quienes lo tienen está la actividad, de hecho, también la virilidad, pero en

Lacan, el falo pasa de ser ese objeto real propiamente y tiene la connotación de significante. Por

eso no es suficiente con que el niño tenga un pene, es preciso que sea el falo, en la medida en que

este como significante tiene que ver con lo que de manera singular desea todo sujeto, entonces la

pregunta del niño en lo imaginario, tiene que ver en este primer tiempo con ser o no, el falo

(Lacan, 1958).

Para recapitular un poco hasta este momento, tenemos que, Lacan va más allá de lo que

Freud plantea en el complejo de Edipo, en tanto que introduce en la relación entre el niño y la

madre, el deseo del niño, no propiamente por ella, sino por lo que ella desea, por ende, el deseo

se articula en la madre. Además, eleva el falo a una categoría simbólica, ya no se trata

únicamente del órgano sobre el que se organizan las pulsiones parciales, el pene como órgano
56

primordial, sino que le confiere un lugar en el orden simbólico y lo articula con el deseo. En ese

orden de ideas, la madre desea más allá del niño como portador de un pene, y el deseo de la

madre termina siendo el deseo del Otro y el niño al identificarse con ese deseo, busca ser para la

madre lo que ella desea.

El deseo de la madre, como equivalente para el niño del deseo del Otro, tiene lo que

Lacan denomina un más allá, en tanto que la madre no es el Otro, y la madre a su vez, desea el

deseo del Otro, y para lograr alcanzar ese más allá del Otro, el niño precisa de alguien que sirva

como mediador. Dice Lacan (1958):

Observemos este deseo del Otro, que es el deseo de la madre y que tiene un más

allá. Ya sólo para alcanzar este más allá se necesita una mediación, y esta mediación la da

precisamente la posición del padre en el orden simbólico (p.189).

De esta manera, Lacan va introduciendo el segundo tiempo del Edipo, en donde el padre

juega un papel determinante en la interdicción del deseo, no solo del niño, sino también de la

madre, algo que también es una novedad, respecto de lo planteado por Freud, en donde el padre

interviene sobre el deseo del niño. En el primer tiempo la relación se había establecido entre la

madre y el niño a partir del interrogante por el deseo del Otro, ser o no el falo. En este segundo

tiempo, Lacan (1958) menciona que al tratarse de tener o no tener el falo, se precisa de la puesta

en escena del padre simbólico, que interviene sobre el deseo.

Si en Freud, la Castración es el final del complejo de Edipo en el caso del niño, siendo

este quien sufre la amenaza de castración y renuncia a la madre como objeto de deseo para

preservar su órgano, en Lacan el asunto se invierte, ya que el padre no solo ejerce la amenaza de

castración con el niño, sino que priva a la madre del objeto de su deseo, el falo. Más allá de lo

anterior, lo que es preciso destacar en este punto es la intervención simbólica del padre, lo que

trae consigo la privación sobre la pretensión de tenerlo todo, todo aquello que se desea, el padre
57

priva a la madre de lo que no tiene y esto tiene que ver con que el hecho de desear no refiere a

que se llegue a obtener lo que se desea.

Precisando un poco más el asunto de la castración y la privación, dice Lacan (1958): «(…)

El padre priva a alguien de lo que a fin de cuentas no tiene, es decir, de algo que solo tiene

existencia porque lo haces surgir en la existencia cuanto símbolo» (p.190) De lo que se trata en

este segundo tiempo, no es de la castración real de la madre, puesto que el padre no la puede

castrar de algo que ella carece, sino que tiene lugar la privación, el padre la priva del falo, de ese

objeto que se ha simbolizado y en el niño tiene lugar la amenaza de castración. Pero más allá de

esto, por la intervención simbólica del padre, el niño deja de ser el falo que completa a la madre,

ella ya no es una madre fálica, completa, sino que puede desear más allá del falo. Todo lo anterior

se resume en una experiencia de castración simbólica para ambos, efecto de la interdicción del

padre.

En el tercer y último tiempo del Edipo propuesto por Lacan, tiene lugar tanto la

identificación con el padre de parte del niño, como la revelación en el padre de que él no lo tiene,

así las cosas, el padre es en quien se ha encarnado la ley, pero él, no es la ley. Es quien la hace

cumplir por efecto de la dimensión simbólica, pero la ley se encuentra más allá de él, en el Otro.

Lo antes mencionado es sumamente importante, ya que lo que ocurre en el tercer

momento del complejo de Edipo, dirá Lacan (1958) en «condiciones normales» (p.211) es que el

padre hace su intervención, partiendo de que él es quien posee el falo, y priva a la madre del

deseo de obtener el falo en el niño, al igual que priva al niño de ser el objeto del deseo de la

madre y en esa medida, lo priva de su deseo. Aunque el padre ocupa el lugar de la madre, de una

manera metafórica, y su mensaje es al tiempo el mensaje de la madre, en tanto que ahora el padre

tiene la potestad de permitir o autorizar (Lacan, 1958), lo que tenemos también, es que a través

del falo el padre metaforiza el deseo de la madre.


58

Ya no es solo el padre gozador que restringe el deseo entre uno y otro, sino que se trata de

aquel que lo autoriza y que despeja la x del deseo materno. Al niño identificarse con el mensaje

del padre, surge en él la esperanza de en un momento tener el falo, para ofrecerlo a la madre, así

como el padre ahora lo hace. Al respecto, Lacan (1958) refiere: «He aquí lo que realiza

efectivamente la fase del declive del Edipo –que tiene verdaderamente–, el título en el bolsillo»

(p.211). Lo que no es otra cosa que la esperanza de tener en un futuro el falo, así como el padre lo

tiene.

Anudado a lo anterior, Lacan (1957) cuando habla de la verdadera meta del Edipo, hace

referencia a que se trata de «la situación adecuada del sujeto con respecto a la función del padre»

(p.206). En ese orden de ideas, el sujeto espera algún día, ubicarse en la posición del padre,

pretensión que viene de antaño y sobre la cual Freud (1913) hacía alusión en Tótem y Tabú. Esto

es ir más allá, en tanto que el Edipo no se agota en la identificación con el mismo sexo, sino que

se aspira ocupar su lugar. Pero Lacan (1957) a su vez, es enfático en plantear que, aunque el

sujeto busca a lo largo de su vida de manera incesante ocupar dicho lugar, solo lo alcanza en el

plano de la realidad, pudiendo llegar a ser padre desde el punto de vista de la procreación, pero

no ocupando el lugar del primer padre sobre el que se funda la ley. El padre de la horda primitiva,

el cual ha sido necesario dar muerte para que exista.

A modo de recapitulación, el recorrido trazado hasta ahora nos brinda algunos elementos

diferenciadores respecto de los constructos freudianos. Como hemos visto, Lacan no deja de lado

lo que había sido planteado por Freud, sino que hace uso del trabajo de este último y empieza a

recorrer una y otra vez, la senda que se había construido. Lacan vuelve cada tanto sobre la fuente

primordial, y al retornar enriquece la lectura, proponiendo recuperar algunos elementos que tal

vez Freud ya había pensado, pero que en su teoría permanecen latentes.


59

Tenemos entonces la figuración que Lacan hace de la Función Paterna a partir del carácter

otorgado por efecto del lenguaje, es decir, que el Otro como portador de los significantes, dota al

padre de la realidad de una significación que lo inscribe en el orden simbólico. Esto tiene toda

relación con el padre muerto de la horda primordial, que ejerce todo su poder, aún, sin necesidad

de existir.

En los tres tiempos del Edipo, no se parte solo de la idea del niño como el que se interesa

por la madre, sino que la madre, también tiene un interés en el niño, más allá del propósito de

satisfacer sus necesidades. Así pues, en la relectura que hace Lacan del complejo de Edipo,

señala de forma particular de la relación que se establece entre el niño y la madre. En ese orden

de ideas, el padre a partir del lugar otorgado por Otro le permite no solo intervenir sobre el deseo

del niño, sino también sobre el deseo de la madre.

No olvidemos que, en Freud, la amenaza de castración recae sobre el niño, ya la niña

imaginariamente está castrada, pero no ocurre nada con la madre, mientras que, para Lacan, la

madre se experimenta privada de su objeto de deseo, aquél que le da de una forma ilusoria de

completud. Lo anterior es posible en la medida en que la metáfora paterna funciona en el sentido

en el que el padre viene a metaforizar el deseo de la madre; el padre es quien posee el falo, es

decir, aquello que la madre desea.

Lacan vuelve sobre la genitalización y sobre ella dirá que tiene que ver con la maduración

de los genitales y a su vez con el hecho de asumir el tipo femenino o masculino, a partir de la

identificación al final del complejo de Edipo con las funciones del hombre o la mujer. Allí es

donde se da la elección de la posición sexuada, a partir del ideal del Yo, partiendo de si es

asumido o no, por el sujeto. Un asunto que esperamos aclarar en este recorrido.
60

La angustia y su relación con el deseo.

Para abordar la cuestión de la angustia, Lacan (1962) la define como un afecto y se

distancia de la idea de que sea considerada como una emoción, en tanto que la emoción hace

referencia a la exteriorización, en otras palabras, es una reacción frente a algo que lleva una

manifestación. De este modo Lacan retoma sucintamente lo planteado en inhibición, síntoma y

angustia, proponiendo la gráfica en la que escalona esos tres conceptos propuestos por Freud

(1926).

Figura 4 - El cuadro de la angustia

DIFICULTAD

Inhibición Impedimento Embarazo

MOVIMIENTO Emoción Síntoma Pasaje al acto

Conmoción Acting Out Angustia

Figura 4. El cuadro de la angustia. Adaptado de El Seminario de Jacques Lacan (1962), Clase I La angustia en la red
de los significantes. Libro 10. p.22. © 2006 de todas las ediciones en castellano, Editorial Paidós SAICF Defensa
599, Buenos Aires.

En lo esbozado por Lacan (1962), la inhibición no tiene la misma dificultad ni

movimiento con respecto a la angustia; lo que el autor está planteando es que en la inhibición se

trata de una afectación que impide al sujeto pasar a la acción lo que resulta ser una situación

embarazosa, en tanto que existe algo que traba, que no permite avanzar. Ahora bien, lo

sintomático podría ser una manera de ir un poco más allá, esto es, que el síntoma, es una forma

en la que el sujeto responde al impedimento, pasando de alguna manera al acto. Pero más allá de

esto ubica a la angustia, con gran movimiento y una dificultad significativa, poniéndola cerca del
61

pasaje al acto y del acting out, en ella hay una suerte de movimiento que puede ser tanto negativa

o positiva en la medida en que se relaciona con el deseo.

Al vincular la angustia con el deseo, tenemos que «el deseo del hombre es el deseo del

Otro» (Lacan, 1962, p.31). Esto es interesante ya que nos introduce a la formulación de la

relación con el Otro, una relación mediada por la angustia. El deseo del sujeto se soporta en el

fantasma, y el fantasma es una forma de velar la falta en el Otro, falta que provoca la angustia en

el sujeto y a su vez es medio para ubicar el objeto de deseo. Sobre esto dice Lacan (1962):

El Otro concierne a mi deseo en la medida de lo que le falta. Es en el plano de lo

que le falta sin que él lo sepa donde estoy concernido del modo que más se impone,

porque para mí no hay otra vía para encontrar lo que me falta en cuanto objeto de mi

deseo. Por eso para mí no solo no hay acceso a mi deseo, sino tampoco sustentación

posible de mi deseo que tenga referencia a un objeto, cualquiera que sea, salvo

acoplándolo, anudándolo con esto, el $, que expresa la necesaria dependencia del sujeto

respecto al Otro en cuanto tal (p.32).

En este orden de ideas lo que Lacan viene planteando es que la falta, como elemento

constitutivo del sujeto es aquello que le permite desear y ubicar en el Otro el objeto de su deseo.

Por eso para Lacan, la falta del Otro es la vía del deseo, y en la medida en que el sujeto descubre

dicha falta en el Otro y en sí mismo, es posible la relación.

En la línea de lo anterior, Lacan (1962) distingue entre el Otro y el otro, el primero «como

lugar del significante» (p.32) y el segundo como el semejante. El autor, trae a colación también

cuatro fórmulas con las cuales trata de clarificar un poco la cuestión, marcando una distinción

entre lo planteado por Hegel en relación al deseo y lo esbozado por él.


62

Figura 5 - Fórmula del deseo hegeliano

Figura 5. Fórmula del deseo hegeliano. Tomado de El Seminario de Jacques Lacan (1962), Clase II La angustia,
signo del deseo. Libro 10. p.33. © 2006 de todas las ediciones en castellano, Editorial Paidós SAICF Defensa 599,
Buenos Aires.

En la fórmula 1, tenemos el deseo de deseo que refiere Hegel, y Lacan (1962) menciona

que este deseo tiene que ver con desear a un deseante, alguien que reconozca al sujeto, lo cual es

una necesidad para el sujeto, y ese alguien no es más que el Otro. Así pues, el deseo de deseo, es

una necesidad de deseo a partir del llamado del Otro; no obstante, el sujeto solo puede obtener lo

que desea, a decir, el reconocimiento del Otro situándose en la posición de objeto, designado

como objeto a.

Figura 6 - Fórmula del deseo Lacaniano

Figura 6. Fórmula del deseo en el sentido lacaniano. Tomado de El Seminario de Jacques Lacan (1962), Clase II La
angustia, signo del deseo. Libro 10. p.33. © 2006 de todas las ediciones en castellano, Editorial Paidós SAICF
Defensa 599, Buenos Aires.

En la segunda fórmula se aborda el asunto del deseo, desde un punto de vista analítico,

esto es, que partiendo de lo que se esboza en la primera fórmula, el deseo ahora, tiene que ver con

el deseo de la falta en el Otro, esto es, que la falta en el Otro ya es señalada y para el sujeto

vérselas con esa falta, debe hacerlo a partir de la imagen especular, esto es, vía el fantasma, en

palabras del autor «este deseo es deseo en tanto que su imagen-soporte es el equivalente del

deseo del Otro» (Lacan, 1962, p.34).


63

Figura 7 - Fórmulas del deseo

Figura 7. Fórmulas del deseo. Tomado de El Seminario de Jacques Lacan (1962), Clase II La angustia, signo del
deseo. Libro 10. p.34. © 2006 de todas las ediciones en castellano, Editorial Paidós SAICF Defensa 599, Buenos
Aires.

Ahora bien, con estas dos últimas fórmulas el autor plantea dos cosas básicamente, la

primera podría ser una crítica a lo que hay más allá del planteamiento de Hegel, para Lacan

(1962) la verdad de la fórmula hegeliana se manifiesta a partir de la angustia, como experiencia

que remite a lo real del sujeto y no se agota en lo imaginario. Con respecto a la cuarta fórmula,

esta hace referencia nuevamente a la verdad, pero en orden al planteamiento del deseo de la

segunda fórmula, es decir, que la verdad tiene que ver con lo angustiante de la falla en el Otro.

Lacan también dirá que entre lo que él propone y lo propuesto por Hegel, hay algo que

aparece en común, se trata del objeto a, un objeto que desea. Y agrega Lacan (1962) «Debido a la

existencia del inconsciente, nosotros podemos ser ese objeto afectado por el deseo» (p.35) No

olvidemos que el reconocimiento del Otro nos ubica en la posición de objeto, el deseo de deseo

en el sujeto, se relaciona con su falta, y a su vez con el afán de llenar el vacío, un vacío que en

última instancia no podrá ser llenado.

El objeto a es aquello que suscita el deseo en el sujeto. Más aún, el a, es el resto acaecido

por la división. El S, pasa a constituirse sujeto en la medida en que el significante lo determina, y

de ese encuentro con el Otro al que se le ve señalada la falta, queda el a como residuo (Lacan,
64

1962). Esto es lo que se pone en juego, por ejemplo, en el amor. El sujeto desea sin saber que lo

hace, y ese no saber que desea, ubica al otro como objeto, en el cual se desea es aquello que el

otro puede desear, en suma, el sujeto en condición de objeto para el otro (Lacan, 1962).

En la clase III del Seminario X, Lacan (1962) retoma el esquema óptico para tratar de

esclarecer lo que hasta ahora ha nombrado con relación al sujeto, el deseo, el objeto y el Otro.

Recordemos que con este esquema se metaforiza de alguna manera la constitución del Yo en el

sujeto. Cerca al espejo cóncavo se sitúa al sujeto, no obstante, como el cuerpo real está tan

próximo a él, este no puede verlo en su totalidad, hay una suerte de fragmentación y solo por

intermedio del espejo plano, que en dicho esquema representa al Otro, se ve reflejada en el

registro imaginario una imagen virtual, en donde el objeto logra percibirse de forma integrada.

Figura 8 - Esquema óptico simplificado

Figura 8. Esquema óptico-simplificado. Tomado de El Seminario de Jacques Lacan (1962), Clase III del cosmos al
unheimlichkeit. Libro 10. p.49. © 2006 de todas las ediciones en castellano, Editorial Paidós SAICF Defensa 599,
Buenos Aires.

En este esquema, Lacan (1962) introducirá la noción del falo como una falta, es decir que

en la localización imaginaria no se representa al falo propiamente dicho, es el (-φ) menos-phi al

que Lacan hace referencia en el plano de la i´(a), imagen virtual reflejada a partir de la presencia
65

del Otro. Allí vemos como el sujeto desea, no obstante, su deseo no podrá ser colmado. Ahora

bien, por medio del fantasma ($◊a), el sujeto se las arregla para acceder al objeto de su deseo. En

ese orden de ideas el objeto a es el resto que como se mencionaba antes, es aquello que queda de

la división del sujeto, y en este sentido el sujeto desea sin saber lo que desea, en palabras del

autor: «El a, soporte del deseo en el fantasma, no es visible en lo que constituye para el hombre la

imagen de su deseo» (Lacan, 1962, p.51).

El inicio del deseo según Lacan (1962) tiene lugar en el a situado en el lado izquierdo, el

cual se encuentra muy próximo al sujeto y por lo tanto no puede ser visto por aquel. En torno a

esto, el autor plantea que de ese punto es que el i`(a) adquiere su valor, y señala:

«Pero cuanto más se acerca el hombre, cuanto más rodea, acaricia lo que cree que

es el objeto de su deseo, de hecho más alejado se encuentra, extraviado. Todo lo que hace

por esta vía para acercarse, da cada vez más cuerpo a lo que, en el objeto de dicho deseo,

representa la imagen especular» (lacan, 1962, p.51).

El sujeto cree acercarse al objeto de su deseo, cree que lo tiene, que es suyo y que lo

preserva junto a sí, no obstante, lo que el autor nos plantea es que, aunque dicha experiencia

ilusoria se genere, no deja de ser eso, una ilusión, algo que no es y que está alejado del objeto de

deseo propiamente dicho.

Así pues, la angustia surge en el lado derecho en el lugar en el que debería aparecer el a,

pero que en su lugar aparece el menos-phi (-φ), esto es, la falta; el falo como aquello que falta y

que se relaciona con lo siniestro de la castración imaginaria, o lo que Lacan (1962) denomina

como: «la falta que viene a faltar» (p.152). En síntesis, el deseo del sujeto precisa de ser

soportado por la imagen del objeto de su deseo, imagen que no está y en la medida en que aquello

que falta, y que motiva su deseo, falta, no está, deviene la experiencia de angustia.
66

Lo que significa el menos-phi (-φ), en todo este recorrido, no es otra cosa que la angustia

de castración, en la relación del sujeto con el Otro (Lacan, 1962). Con esto el autor está

argumentando el asunto de la castración imaginaria y el efecto que tiene para el sujeto; no

olvidemos que esta es la experiencia a la que el niño se enfrenta desde los planteamientos

freudianos, experiencia siniestra que lleva al infante a establecer una relación con el Otro, a partir

del temor de ser castrado, algo que ocurre en el plano de lo imaginario y que lo experimenta

como real en la medida en que lo puede ver en el otro, la niña. No obstante, no puede verlo en él,

precisa de la mirada del otro como lo vemos en el esquema óptico para integrar dicha percepción.

Partiendo de lo anterior, lo que el autor va a esbozar en la clase IV del Seminario 10,

sobre el más allá de la angustia de castración, es que el sujeto, en ese caso neurótico, se sirve de

su propia castración para dar cuenta de la función del Otro, es decir, que su castración es garantía

de la existencia y efecto del Otro, lo que constituye una forma en la que el sujeto interpreta su

castración. El menos-phi (-φ) representado en el esquema óptico, es el hogar en el que se aloja la

angustia, y que sirve para representar la ausencia en la que se encuentra el sujeto (Lacan, 1962).

Para hacer frente a la angustia, producto de esa falta que falta, el neurótico se vale de su

fantasma ($◊a) para recubrir su angustia y para mantener la relación con el Otro; Lacan (1962)

dirá que dicho a no sirve como se lo espera, puesto que se trata de «un a postizo» (p.61), es decir,

que no deja de ser algo ilusorio con lo cual el sujeto trata de cubrir aquello de lo que carece y que

lo angustia.

En cuanto al asunto de retener al Otro, el autor plantea que el sujeto le traslada la función

de a, con lo cual espera de él, el Otro, la demanda, que lo interpele, sin embargo, el propósito no

tiene que ver con acceder a dicha demanda, sino con captar y mantener el interés del Otro. Lo

anterior está en consonancia con la histeria, no obstante, Lacan argumenta que es válido para todo

neurótico.
67

Tenemos en este punto que Lacan ahonda en la manera en que Freud plantea la cuestión

de la angustia, ya que, para este último la angustia es una reacción, una señal ante el objeto que se

perderá o que se perdió, en otras palabras, la angustia se produce por la falta y esboza que

también se produce por la presencia amenazante del objeto; pero Lacan va un poco más allá en

este desarrollo aduciendo que: «la angustia no es señal de una falta, sino de algo que es preciso

concebir en un nivel redoblado como la carencia del apoyo que aporta la falta» (Lacan, 1962, p.

64). Para el sujeto la falta es necesaria, más allá de eso, es indispensable puesto que es aquello

que posibilita un lugar para el deseo. En este orden de ideas, lo que Lacan quiere señalar es que

contrario a lo ya esbozado en el psicoanálisis freudiano, la ausencia es la posibilidad de una

presencia y lo que angustia es la presencia inagotable que no da lugar a la falta, en suma, al

deseo. En palabras del autor: «no se trata de la pérdida del objeto, sino de la presencia de lo

siguiente –los objetos, eso es algo que nos falta» (Lacan, 1962, p.64).

Más adelante, en el mismo seminario y a propósito del goce y del deseo, y partiendo de la

lectura de la relación con la función fálica, Lacan (1963) plantea una distinción importante entre

el hombre y la mujer respecto al goce y el deseo del Otro. Ya hemos visto como el sujeto

(hombre) para hacerse un vínculo con el objeto, debe pasar por el complejo de castración y ubicar

en el lugar del objeto reflejado a través del Otro, la negación fálica expresada con el menos-phi (-

φ), lo cual, en el caso de la mujer no es necesario, el hombre se vale del fantasma para enfrentarse

al deseo del Otro, mientras que la mujer se las ve de una forma más directa con dicho deseo, es

decir, que en la línea de lo enunciado por el autor, «el objeto fálico sólo interviene para la mujer

en segundo lugar y en la medida en que desempeña un papel en el deseo del Otro» (Lacan, 1963,

p.200).

La mujer no precisa de la relación con el Otro como lo hace el hombre, ya que para el

hombre dicha relación es esencial, relacionándose con el Otro vía la angustia de castración
68

(lacan, 1963). Esto es, que por un lado existe en el hombre la amenaza de ser castrado, en tanto

que la mujer al vivir la castración de forma directa, más no real, no tiene lugar la amenaza de ser

castrada pues constitutivamente algo le falta, esto quiere decir que aun faltando algo, nada falta

en ella, mientras que en el hombre que tiene algo, ese algo le falta.

El autor aduce que la angustia del hombre va a sostener su propio goce, y el deseo que

surge del objeto cumple la función de cubrir la angustia, mientras que, en la mujer, la angustia

tiene lugar a partir del deseo del Otro, lo cual será el medio para que el goce tenga un objeto

(Lacan, 1963). A partir de esto que se trae a colación, el autor menciona, además, que la mujer es

más real y verdadera, puesto que su relación con el Otro es más directa, hasta el punto de que

pese a lo angustiante que pueda ser, tiene la capacidad de dejar que su deseo sea visto, lo que es

más complejo en el hombre, quien, al dejar ver su deseo, lo que permite es que se vea aquello que

no hay (Lacan, 1963).

Hasta ahora tenemos que la angustia hace parte del vínculo que se establece con el Otro,

es aquello que media la relación entre el sujeto y el Otro. Así pues, la angustia surge del

descubrimiento de la falta en el Otro y para que pueda existir la relación entre estos dos, se

precisa del fantasma como velo que recubre ese real. En otras palabras, la angustia producto de

eso que falta suscita la posibilidad de ubicar el objeto de deseo y al cubrir la falta se posibilita la

relación.

El sujeto precisa a su vez de ubicarse en posición de objeto para ser reconocido por el

Otro, puesto que lo que desea el sujeto, es el deseo del Otro, tal y como se refería en el primero

de los tres tiempos del Edipo, esto es, colmar la falta que el Otro tiene. No obstante, ubicarse en

calidad de objeto a, también es tenerse que enfrentar a su propia falta y de ahí que se recurra al

fantasma, como artificio para rodear lo real del sujeto, no obstante, esto no se realiza de forma
69

consciente, todo ocurre a nivel inconsciente y es por medio del esquema óptico que Lacan trata

de ejemplificar dicha experiencia en el sujeto.

Ahora bien, esto permite poner en cuestión la noción de completud que se tiene respecto a

la masculinidad, ya que el mismo Lacan nos está mostrando como tener el falo, no es garantía de

estar completo, aún, lo fálico se plantea aquí como falta, como una falta que falta y por ello hace

parte también de la noción de masculinidad, de hecho, vérselas con esa falta puede resultar un

complejo en el hombre.

Más allá del complejo de Edipo

Lacan (1969-70) en el Seminario titulado el reverso del psicoanálisis, se propone abordar

a partir de lo elucidado sobre los cuatro discursos, (el discurso del amo, de la histérica,

universitario y del analista), la cuestión sobre el más allá del Complejo de Edipo, en el cual,

precisa algunos elementos sobre el padre, que recogen de alguna manera lo abordado hasta este

punto en la investigación. En primer lugar, el autor hace una crítica a la idea que tiene cierta

corriente psicoanalítica respecto a la identificación primaria, planteando que esta no se trata

exclusivamente de lo ocurrido en la relación entre el niño y la madre, sino que tiene lugar entre el

niño y el padre, en tanto que, según lo manifiesta Freud (1921), el padre es merecedor del amor y

de ese merecimiento surge la predilección identificatoria del niño hacia él. Ya hemos visto como

Lacan hace referencia a esto en el planteamiento del último de los tres tiempos del Edipo, en

donde el padre como poseedor del falo, deviene en figura con la que el niño más allá de rivalizar,

se identifica.

También hace una crítica a Freud, con respecto a aquello que descuida en la intervención

con la señorita Anna O., la señora Emmy Von N., Dora (Lacan, 1970) a saber, la castración del

padre idealizado, centrándose en aquello que denomina una «pretensión de saber» (p.104), en la
70

cual se obvia el saber del sujeto y se encamina todo esfuerzo a tratar de que el mito edípico sea

valorado como verdad. En suma, para Lacan el complejo de Edipo en este momento de su

enseñanza –Seminario 17– sirve: «porque recuerda de forma grosera el valor del obstáculo de la

madre para toda investidura de un objeto como causa del deseo» (Lacan, 1970, p. 104).

Para comprender mejor lo anterior, Lacan (1970) retoma la figura del padre, y nos permite

recordar que, en Tótem y Tabú, Freud (1913) ha cimentado las bases de la ley de la castración, la

prohibición del incesto y la exogamia, a partir de un relato mítico teniendo al padre como figura

predominante, incluso, después de muerto.

Este hecho, el de la muerte del padre, va a ser para Lacan (1970), lo que consolida la ley,

así pues, la muerte del padre, lleva a la prohibición, -no todo está permitido-, no se puede acceder

a todo lo que era propio del padre, prohibiéndose así el goce primero, surgido con la muerte del

padre. Esto en definitiva tiene que ver con la condición de que no se puede acceder a todo

completamente, es decir, que una vez más, se hace referencia a que no se trata de una castración

propiamente dicha, sino de una interdicción del deseo por efecto de la ley, sin necesitarse la

presencia de un padre de la realidad.

Más aún, Lacan (1970) pone el acento en el asesinato del padre más allá de la muerte del

mismo, es decir, que pone el acento en la acción de asesinar al padre, y plantea que es en ese

hecho donde está la clave del goce en el mito de Edipo. De esta manera lo que el autor nos

propone con el mito edípico es que de la muerte de Layo brota la castración, aun cuando Edipo

accede a la madre, en la medida en que se precisa de la castración para devenir amo o en palabras

del autor, «lo que constituye la esencia de la posición del amo es estar castrado» (Lacan, 1970,

128). Acto seguido el autor recuerda que Edipo al responder la pregunta de la Esfinge se hace con

el saber, y por la muerte de Layo, se precisa de alguien merecedor del honor de ocupar el lugar de

ese amo.
71

Edipo ya ha pagado el precio, aun sin saberlo, es un amo y deviene castrado. Con relación

a lo anterior, Lacan (1970) se pregunta si Edipo sufre la castración, o él mismo es la

representación de la castración. Lo anterior, remite a lo ya abordado en el seminario 10, en donde

el sujeto se ve con su propia falta, aquello que deviene en la experiencia angustiante y que no le

permite gozar de todo, debe velar su propia castración por medio del fantasma, y aun así, no

podrá gozar en su totalidad.

El padre muerto y el goce forman la diada que constituye lo que el autor califica como

operador estructural del mito freudiano (Lacan, 1970), no obstante, el autor refiere que esta

equivalencia es un signo que nos remite a lo imposible, es decir lo real, «lo real, es lo imposible»

(Lacan, 1970, p.131). Y en esa medida se trata del padre real, el operador estructural propiamente

dicho.

El padre real como operador estructural es el agente propio de la castración, de ahí que se

trata de una función propiamente simbólica la de este padre, es decir, articulada al significante,

mediada por la palabra. Y marca nuevamente la distinción entre la castración y la frustración

como función imaginaria, y la privación por efecto de lo real (Lacan, 1970). Esto ya lo había

propuesto en el seminario 4 cuando abordaba la cuestión de la Castración y del Complejo de

Edipo.

A modo de síntesis, tenemos en este segundo capítulo un recorrido fundamental en el cual

se han retomado elementos ya esbozados en la teoría freudiana, de los cuales, sin duda, el

constructo central es la castración, constructo que con Lacan ha tenido una nueva lectura,

permitiendo un acercamiento a la comprensión de lo que se pone en juego en el complejo edípico,

esclareciendo el papel del padre en los planos de lo real, lo simbólico y lo imaginario y el efecto

que su función tiene en la relación madre-niño. De igual manera, al hacer este recorrido vemos

como la madre tiene una participación más activa en la constitución sexual del sujeto, la cual,
72

anudada a la función paterna, nos permite introducirnos en la cuestión de la lógica fálica y en la

experiencia de la angustia, como medio a través del cual el sujeto se relaciona con el Otro.

La relación que se establece entre el sujeto-hombre y la función fálica, conduce a una

experiencia angustiante ante aquello que falta en el Otro, el sujeto trata de velar dicha falta,

porque esta le remite a su propia falta o a la posibilidad de la misma, por otro lado, la mujer tiene

una relación más real con el Otro, incluso con la falta en el Otro, y en esa medida no es necesario

velar la propia falta, así pues, el sujeto ubicado del lado del hombre se vale del fantasma para

velar la falta y poder acceder al objeto de su deseo, no obstante se trata de un acceso parcial, en

tanto que el acceso total es un imposible.

Lo anterior es sumamente importante porque a partir de la angustia tiene lugar el deseo y

el goce, conceptos claves para abordar la lógica de la sexuación en el siguiente capítulo.

Capítulo III - Aproximación a la lógica de la sexuación

A partir del seminario 19, Lacan (1971) empieza a esbozar los elementos que le

permitirán la elaboración de las fórmulas de la sexuación. Lo primero que va a traer a colación, es

que «no hay relación sexual» (p.12). El asunto de la no existencia de la relación sexual lo

propone, a partir de la verdad de que el sexo no podrá definir ninguna relación entre los sujetos,

es decir, Lacan (1971) tal y como él mismo lo afirma, no está negando la diferencia que se

establece anatómicamente entre el niño y la niña, sino que inicia el recorrido desde ese lugar,

llegando en un punto avanzado de su enseñanza a encontrarse con elementos que le van a

permitir proponer dicha sentencia: -no hay relación sexual-.

Respecto a la diferencia entre el niño y la niña, que obedece a un sistema cultural de

clasificación, Lacan (1971) plantea algo totalmente contrario a ese sistema y hace referencia a
73

que la forma en la que los adultos distinguen entre niño y niña, parte de un reconocimiento de los

aspectos anatómicos: quién tiene y quién, no. El autor, va más allá de lo establecido

culturalmente, puesto que ese tipo de lectura de la diferencia entre niño y niña es para él un error,

en tanto, que se deja de lado el reconocimiento a partir de criterios del lenguaje, esto es, desde el

punto de vista de lo simbólico, donde tiene lugar ineludiblemente el complejo de castración y la

relación con dicha experiencia. Con lo anterior, nuevamente Lacan (1971) deja claro que, en la

constitución sexual del sujeto, la castración es un elemento fundante.

A partir de la repartición que se hace entre hombre y mujer por cuenta del conocimiento

popular, se suscita una idea de complementariedad entre uno y otro, es decir, del lado del hombre

por disposición anatómica se posee el pene, mientras que este, falta en la mujer. Al respecto,

Lacan (1971) nuevamente cuestiona ese asunto de la naturalidad sexual, enmarcada en dichas

diferencias, trayendo a colación el asunto de aquellos varones en los que dicha naturalidad no

anda y que son asociados con una falla, «el varón fallado» (p.17), es decir en el que se hace

evidente la falta, que a su vez es asociada culturalmente con la feminidad. Dice el autor: «La

mujer, la verdadera, la mujercita, se esconde tras esa falta misma» (Lacan, 1971, p.17). No

obstante, queda el interrogante: ¿Acaso el hombre no se esconde tras esa falta, no la propia, sino

la del otro, incluso para velar la propia?

Este abordaje de la diferencia entre el niño y la niña o entre el hombre y la mujer, lleva al

autor a referir algo completamente valioso con respecto al órgano. Tener el órgano es llevar sobre

sí, los significados que se le han otorgado desde el punto de vista cultural, lo que es un error, ya

que no se tiene en cuenta que hay sujetos que rehúsan de dichos significados, es decir, que lo que

cuestiona Lacan (1971) es que al darle al órgano el estatus de significante se cae en el error de

poner el significante donde no debería estar, en la medida en que el significante debería ser el

falo y no el órgano.
74

En este orden de ideas Lacan propone las nociones del todo y el no-todo, partiendo de la

idea de los prosdiorismos de Aristóteles, proposiciones de las que se vale para afirmar o negar

algo, e introduce también el matema  con el que designa al todo, ycon el que niega el

todo, esto es, el no-todo (Lacan, 1971). También hace uso de las categorías de lo imposible como

opuesto a lo posible, de lo necesario como opuesto a lo contingente y hace uso de la negación en

relación con la función , con la que hace alusión nuevamente a la imposibilidad de escribir la

relación sexual.

En el abordaje de la función  Lacan (1971) va a plantear que, aunque lo biológico hace

referencia a algo demostrable en la realidad, no es lo más real, lo real está en otro plano, es algo

desde el punto de vista de lo imposible, aquello que no puede nombrarse, dice el autor:

«lo real es lo que comanda toda la función de la significancia. Lo real es lo que

ustedes encuentran justamente por no poder escribir cualquier cosa en matemática. Lo real

es lo que concierne al hecho de que, en lo tocante a la función más común, ustedes nadan

en la significancia pero no pueden atrapar al mismo tiempo todos los significantes».

(p.29).

En esta línea de la definición de lo real y de la función , Lacan (1971) recurre a las

matemáticas para tratar de dar cuenta del goce sexual, como aquello que se establece como

obstáculo de la relación sexual, en otros términos, o mejor en términos lacanianos, «la función

» (p.31). No obstante, el autor precisa que el goce no es propiamente el goce sexual, sino que

este último le da entrada al primero (Lacan, 1971). En otras palabras, el goce es aquello que pasa

por el cuerpo, «gozar es gozar de un cuerpo. Gozar es abrazarlo, es abarcarlo, es hacerlo

pedazos» (Lacan, 1971, p.31).


75

Teniendo en cuenta lo anterior, Lacan (1971) refiere:

No se trata aquí de marcar el significante-hombre como distinto del significante-

mujer y llamar a uno x y al otro y, porque la cuestión es justamente esa: cómo nos

distinguimos. Por esa razón coloco esta x en el sitio del agujero que hago en el

significante. Coloco allí esta x como variable aparente. Esto quiere decir que cada vez que

tengo que vérmelas con ese significante sexual, es decir, con eso que atañe al goce, tendré

que vérmelas con . Entre esos  hay algunos, específicos, que son tales que podemos

escribir: para todo , sea quien sea, . Es decir que allí funciona lo que en matemáticas

se llama una función. Eso puede escribirse  (p.31).

Lo que el autor esta nombrando aquí, es que la distinción que se hace popularmente entre

hombre y mujer, en cuanto al significante sexual, no parte de la diferencia anatómica sino del

goce, de la manera en la que el sujeto se las ve con el goce, por ello utiliza el , porque ahí cabe

quien sea, quien tiene y quien no tiene el órgano, ya que no se trata de un asunto determinado

biológicamente, sino de algo en el orden de lo simbólico.

Lacan (1971) también introduce la función del no-todo, partiendo de la idea de que hay

algo que, en lo tocante al goce, suple la función del sexuado. Esta idea del no-todo, es una forma

que introduce en cuanto a la negación, pero Lacan articula esto con la castración en la medida en

que el no-todos es la función de la castración. No todos están castrados, y de ahí, la posibilidad

de escribir , que quiere decir: existe, un significante. Así pues, lo que existe, es «al menos uno

para quien no funciona el asunto de la castración» (Lacan, 1971, p.35). Es la excepción, el Padre,

el que goza de todo.


76

Esto nos remite entonces al Padre de Tótem y Tabú, el padre de la horda primordial que,

por su lugar, tienen acceso a todo, todo le está permitido. No obstante, para Lacan (1971), esa

figura del padre todo gozador, no es más que un mito, y solo en el mito las mujeres adquieren la

calidad de todas. Bajo la existencia de la excepción, de ese uno que no está castrado, todos los

demás funcionan en relación a la castración, sin embargo, la castración no opera toda para todos

y de allí la negación de , y esto pone en cuestión la dominación total de la castración, .

Ahora bien, Lacan (1972) habla de hombre y mujer como valores sexuales, los cuales son

establecidos en el lenguaje y con ello aportará la tesis, con la cual plantea que la denominación

hombre y mujer se da por efecto del uso del lenguaje. Dice el autor:

«El lenguaje es tal que para todo sujeto hablante, o bien es él o bien es ella. Esto

existe en todas las lenguas del mundo. Es el principio del funcionamiento del género,

femenino o masculino. Que esté el hermafrodita será solo una ocasión de jugar con mayor

o menor agudeza a deslizar en la misma frase el él y el ella. No se lo llamará eso en

ningún caso, salvo para manifestar algún horror de tipo sagrado. No se lo pondrá en

neutro» (Lacan, 1972, p.38).

Al respecto, el autor plantea que los valores que se le habían otorgado a hombre y mujer

buscaban sostener lo tocante al sexo. No obstante, con la lectura que Lacan hace de estos valores

sexuales y de los significados que se le otorgan desde el lenguaje, queda aún sin resolver la

pregunta: ¿Qué es un hombre y una mujer?, el autor dice, que eso en este punto, no se sabe. Y

vuelve sobre el asunto de la castración para tratar de dar alguna respuesta, señalando que esta no

puede reducirse a una anécdota traumática, la palabra que amenaza al niño. Para Lacan (1972) la

castración no es simplemente una anécdota traumática, sino el fundamento sobre el cual se

instaura la imposibilidad de la «bipolaridad sexual» (p.40).


77

Con base en lo anterior, Lacan (1972) aduce que lo sexual dista del sexo, ya que este

último es un modo particular en que cada quien aporta algo en función de la reproducción, una

idea muy destacada en Freud, quien enmarca incluso la sexualidad propiamente constituida, en el

momento en el que los genitales se disponen para la procreación, en otras palabras, la disposición

del sexo de cada quien para llegar a la reproducción. En cuanto a lo sexual, podría decirse que es

también un modo particular de ubicarse, solo que, en este caso, es en cuanto a un modo de goce.

Lacan (1972) propone una función de verdad, a decir, «que todo hombre se define

mediante la función fálica» (p.43) Vale la pena señalar, partiendo del recorrido hecho hasta

ahora, que cuando el autor habla en este punto de que el hombre se define por lo fálico, habla de

la posición del hombre, y no del hombre como poseedor del órgano. En otras palabras, Lacan

viene esbozando un lado hombre y un lado mujer, o mejor, una posición hombre y una posición

mujer.

Situar al hombre del lado de la función fálica es situarlo del lado del Todo, como ya

Lacan (1972) lo había enunciado y, por ende, la mujer es situada del lado del no-todo. Esto no

quiere decir que la mujer no tenga relación con la función fálica, la tiene, pero no-toda ella, como

en el caso del hombre. Entonces la función simbólica de los significantes hombre y mujer, se

funda en relación con el goce, el goce del hombre se sitúa del lado de la función fálica y el de la

mujer, es un goce no todo articulado a esta función.

Vale la pena precisar que del lado del hombre la función fálica es universal, todos están

atravesados por la castración y se las tienen que ver con ella, pero existe una excepción allí, hay

uno que no, el Padre, que no está castrado. Ese al menos uno hace alusión a que el goce sexual

puede ser posible, aunque de forma limitada (Lacan, 1972), hay una forma parcial de goce, jamás

se experimentará de forma total. En esta misma línea, el autor menciona que la mujer precisa de

que la castración sea posible para abordar al hombre, ella se encarga de señalarla en el hombre
78

(Lacan, 1972). Y el hombre accede a la mujer, no porque ella experimenta la castración, sino en

tanto que tienen trato con la función fálica, aunque no toda.

En conclusión, Lacan (1972) afirma que lo que posibilita la existencia del hombre como

valor sexual, es la necesidad, necesidad de la castración, mientras que en la mujer al tomar de lo

real la relación con la castración, surge como categoría no de la necesidad, sino de lo no

imposible. Dice Lacan (1972) «No es imposible que la mujer conozca la función fálica» (p.46) Y

lo que se lee entre líneas en todo este recorrido, es que la castración y la relación con ella es lo

que permite la formulación de lo que Lacan (1973) denomina en el seminario 20, las fórmulas de

la sexuación, propiamente dichas.

Dichas fórmulas permitirán entender el significado que el psicoanálisis da al hombre y a

la mujer, y también, de cierta manera, dar una respuesta a la cuestión sobre la imposibilidad de

que exista la relación sexual. Lo que se pone en juego no es la imposibilidad de un encuentro

sexual entre dos sujetos desde el punto de vista genital, sino que lo que Lacan propone (1973)

está incluso, más allá de la identificación.

Figura 9 - Esquema de las fórmulas de la sexuación

Figura 9. Esquema de las fórmulas de la sexuación. Tomado de El Seminario de Jacques Lacan (1973), Clase VII
Una carta de almor. Libro 20. p.95. © 2019 de todas las ediciones en castellano, Editorial Paidós SAICF Av.
Independencia 1682, C1100ABQ, C.A.B.A.à
79

En el gráfico de las fórmulas de la sexuación, tenemos dos lados, el izquierdo que

corresponde al hombre, o a la sexuación masculina, es el lado del Todo, y el derecho que

corresponde al lado de la mujer, o de la sexuación femenina y es el lado del No-Todo. En la parte

superior de cada lado Lacan (1973) hace uso de los matemas que hemos abordado al inicio de

este capítulo, y lo que se propone esbozar aquí, es la manera en la que un sujeto se posiciona de

uno u otro lado, con relación a la forma de gozar. El hombre y la mujer, para el psicoanálisis son

consecuencia de una elección, una elección de goce que no tiene que ver con la determinación

anatómica.

Cuando se habla de un lado del hombre o de la mujer en lo que Lacan ha propuesto, se

hace referencia en palabras del mismo, a dos lugares en los cuales cualquier ser hablante puede

inscribirse, «sea cual fuere, esté o no provisto de los atributos de la masculinidad» (Lacan, 1973,

p.97) En otras palabras, lo que está planteando es que la constitución biológica nada tiene que ver

con el lugar en el que se inscribe un sujeto, sino que se trata de una elección de todo sujeto.

Del lado izquierdo se funda la ley universal de la castración, Uno la va a fundar y a su

vez, ese Uno que la funda se excluye de cumplirla, esto es, que al menos Uno, el Padre de la

horda primitiva, es quien instaura la ley de prohibición del incesto, todos quedan sometidos a

ella, a excepción de él. Retomando lo planteado por Freud (1913) existe un estado inicial, en el

cual el Padre se reserva violentamente y producto de sus celos a cada hembra de la comunidad,

cada una le pertenece y sus hijos no pueden acceder a ellas.

De este modo, lo que Lacan (1973) ha graficado en la fórmula superior de la izquierda es

que al menos Uno, aquel que funda la ley de prohibición del incesto, queda excluido de esa ley,

lo cual es imperativo que sea de esa forma para que todos los demás queden en relación a la

función fálica, de este modo se establece el Todo del lado izquierdo y se constituye este, como
80

conjunto del hombre, en la medida en que hay una excepción que delimita o cierra dicho

conjunto.

La fórmula superior del lado izquierdo ,no cesa de escribirse en tanto que se

precisa de ella para que se instaure la función fálica, es necesaria la excepción (Lacan, 1973) y la

fórmula inferior , cesa de escribirse ya que se funda en la primera fórmula; en otras

palabras, sin que se constituya la función fálica y quede por lo menos Uno por fuera de esa

función, no tendría sentido aquello de que todos menos Uno estén en función del significante del

goce fálico.

Contrario al lado izquierdo, en el lado derecho, Lacan (1973) hace referencia al lado del

No-Todo, el lado de la mujer. Aquí no existe el Todo, puesto que no hay ninguna excepción, la

 con la negación sobre ella (), lo que refleja es que en la función fálica no todos se

inscriben, no existe al menos Uno que sea excepción, por ende, de este lado la ley de la castración

no es universal y esa condición de no-excepción configura la imposibilidad de la castración.

A partir de lo anterior es que se enuncia la fórmula superior del lado derecho  ,

como aquella que no cesa de no escribirse, porque no existe, y lo que no cesa de no escribirse es

justamente la relación sexual. Al respecto, Lacan en la clase VIII sobre el saber y la verdad

menciona que aquello que no cesa de no escribirse, es lo que se denomina como imposibilidad,

haciendo referencia a la relación sexual. Ahora bien, la fórmula inferior  , que se enuncia

como: cesa de no escribirse, es en atención a que no es necesario que todo sujeto de este lado

(derecho) esté en relación a la función fálica.

Lo antes mencionado es valioso, porque da las primeras pistas para entender por qué no

puede existir la relación sexual, pues la necesidad de la castración del lado izquierdo y la
81

imposibilidad de la misma, del lado derecho, lo que pone en evidencia es una falta de proporción,

como ya lo hemos visto desde el recorrido que se ha planteado desde la configuración de la

sexualidad infantil, por eso la condición biológica no garantiza que un hombre o una mujer se

ubiquen de uno u otro lado, ya lo dijo Lacan (1973) «Todo ser que habla se inscribe de uno u otro

lado» (p.96) y con ello introduce la noción de que estar de un lado u otro es producto de una

elección subjetiva y no de un determinismo biológico.

Ahora bien, el planteamiento de Lacan no se agota en lo elucidado en los matemas de la

parte superior, él va a presentar una serie de grafos para explicar lo que se pone en juego desde el

punto de vista del goce. Del lado izquierdo tenemos al sujeto y a la función fálica , que es el

significante que le da soporte al sujeto  (Lacan, 1973). La única dirección posible que plantea

Lacan, no es otra que la dirección vía del fantasma (a).

El objeto a1 se encuentra del lado opuesto, en el lado del No-Todo y hacia él se direcciona

el sujeto. En el objeto y solo a través de la fórmula del fantasma, en palabras de Lacan (1973),

por «intermedio de ser la causa de su deseo» (p.97), el sujeto logra alcanzar a su pareja sexual, no

olvidemos que no es posible la proporción de la relación sexual, y para poder alcanzar al objeto

de deseo, se vale del fantasma.

En cuanto al lado derecho el grafo fundamental es la, tachada. En contraposición con

lo que ocurre o puede ocurrir del lado izquierdo, en este lado lo que se denomina La Mujer, no

existe, en tanto no puede ser universal, no hay forma de escribirla (Lacan, 1973) esto, por efecto

1
Evans (2007). En el Diccionario Introductorio de Psicoanálisis Lacaniano, plantea que el objeto a es
introducido por Lacan en 1957 cuando formula el esquema del fantasma ( a), en dicho esquema el a, hace
referencia al objeto del deseo. Dice además que se trata de un objeto parcial en el orden de lo imaginario, en otras
palabras, es aquello que se imagina separable del cuerpo. En 1960, se asocia el objeto a, a aquello hacia donde tiende
la búsqueda del deseo en el Otro, y en 1963 se le adjudica una connotación desde el plano de lo real, sin dejar de ser
imaginario, pasando de ser aquello hacia donde se dirige el deseo, a significar la causa propia del deseo, es decir,
aquello que no podrá alcanzarse jamás.
82

de la no excepción a la que ya habíamos hecho referencia en lado izquierdo, es decir, que no hay

una singularidad de la mujer. Si en el lado del Todo, la dirección del goce es vía la dirección del

fantasma, en el lado del No-Todo, hay doble direccionalidad, esto es, existe una dirección que

puede desdoblarse vía al goce del Otro y vía al goce fálico.

De este modo y retomando lo enunciado por Lacan (1973) «la mujer tiene un goce

adicional, suplementario respecto a lo que designa como goce la función fálica» (p.89), se trata

del goce del Otro, y Lacan es enfático en decir, que no es un goce complementario que

posibilitaría la existencia de la relación sexual, sino suplementario, esto es, un goce distinto, que

se añade o adiciona, un «goce del cuerpo» (…) «Un goce más allá del falo…» (p.90).

El significante de la falta del Otro S(Ⱥ)está entonces por fuera de la función fálica , por

ello Lacan lo grafica del lado del No-Todo, lo que hace referencia a que este goce es un goce que

no se localiza en un lugar del cuerpo, está en todo el cuerpo, en otras palabras, no es un goce

fálico, está por fuera de él. No hay un significante que pueda representar dicho goce y en esa

lógica no puede haber relación sexual, porque  tachada no tiene lugar en la ley de la

castración, no se inscribe allí, al menos no-toda.

Ahora bien y para concluir, la segunda posibilidad de dirección del goce desde el lado del

No-Todo, es vía la función fálica , en donde tiene lugar el paso de alguna manera por la

castración, es allí donde se da el contacto con la función fálica. La mujer aspira a hacerse con el

falo, tenerlo, poseerlo y perderlo para experimentar la castración. Esto es, aunque del lado del

No-Todo es imposible la castración, esta segunda dirección del goce lo que hace es buscar un

significante sustitutivo que permita la experiencia de la castración.


83

Conclusiones:

Para el psicoanálisis, no basta con la disposición anatómica para establecer una diferencia

entre hombre y mujer, es decir, aunque el psicoanálisis no desconoce la configuración anatómica

en el niño y en la niña, esto no es suficiente para responder a la pregunta de la diferencia entre

unos y otros, ya que deja por fuera lo relacionado con lo simbólico, el lenguaje y el efecto que

este tiene en la constitución del sujeto.

El psicoanálisis tiene presente la noción de bisexualidad psíquica, a partir de la cual, se

hace referencia a que un sujeto con rasgos físicos masculinos, puede tener rasgos secundarios y

terciarios del orden de la feminidad, por tanto, la asociación de lo masculino con lo activo y lo

femenino con lo pasivo, será un forzamiento más de orden cultural.

El recorrido que se ha realizado desde Freud, a propósito de la organización de la

sexualidad infantil y desde Lacan con su retorno a los planteamientos freudianos, ha llevado a

que se introduzca la castración como categoría imprescindible en este recorrido, ya que esta

categoría dispone el terreno para la lectura de lo que Lacan va a proponer en cuanto a la

sexuación y a la pregunta que nos convoca: ¿Qué es un hombre para el psicoanálisis?

El sujeto para el psicoanálisis Lacaniano, es un sujeto sexuado. En las fórmulas de la

sexuación planteadas por Lacan se ubican los conceptos de hombre y mujer como posiciones

respecto al goce, y estar en uno u otro lado, es producto de una elección de goce que no tiene que

ver con la determinación anatómica.

Aquello que posibilita la existencia del hombre como valor sexual, es la necesidad de la

castración, siendo el hombre para el psicoanálisis aquel que se define mediante la función fálica.

En suma, y respondiendo parcialmente a la pregunta que nos guía en este recorrido, el hombre no

es el que posee el órgano, sino el que se ubica del lado de la función fálica.
84

Recomendaciones:

Dentro de los tantos interrogantes que quedan al final de la investigación y que pueden ser

una vía de acceso para retomar el asunto de la feminización y lo que significa para el hombre hoy

día, propongo la siguiente:

El hombre en tanto que tiene una estrecha relación con la función fálica, trata de velar

dicha falta, porque le remite a su propia falta, mientras que la mujer que tiene una relación más

real con el Otro, no precisa de velar su falta, pues ella reconoce de alguna manera aquello de lo

que carece, en esa medida, y como primera hipótesis, parece que quien se encuentra realmente en

falta es el sujeto en la posición de hombre y no de mujer, así pues, surgen algunos interrogantes:

¿La angustia que se produce en el sujeto ubicado en la posición de hombre al vérselas con

su falta, podría llevar a que, por medio de la violencia sexual, el sujeto hombre trate de reafirmar

su lugar?

¿Qué podría aportar a la comprensión de un fenómeno como el de la violencia sexual, el

acercamiento a la comprensión de la lógica de la sexuación?


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