La Mision de La Iglesia

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IGLESIA NACIONAL PRESBITERIANA “PUERTA DE SALVACION”

MENSAJE A LA IGLESIA

LA MISIÓN DE LA IGLESIA

Lectura bíblica:

«No me elegisteis vosotros a mi, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto


para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Juan 15: 16a).

«Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido
por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su
luz admirable» (1 Pedro 2: 9).

Amadas hermanas y hermanos en Cristo, a Dios sea la Gloria, porque nos permite
conocer sus propósitos para cada uno de nosotros en nuestra vida, le da sentido a
nuestra existencia, y acrecienta nuestra fe en la esperanza de vivir eternamente entre los
santos. A Él y sólo a Él la Gloria, porque sus caminos son inexcrutables, pues dirige los
pasos de su amada Iglesia. A Él sea la Gloria por la oportunidad para traer a ustedes esta
reflexión sobre la Misión de la Iglesia.

Hablar de Misión de la Iglesia, es un tema muy extenso, que demanda escudriñar las
Escrituras para no sólo conocer a fondo lo que Cristo ha puesto como su propósito para
ella, y entender el diseño de Dios para su pueblo; Dios no deja las cosas al sino . azar
sino que tiene un plan para cada uno de nosotros y para su Iglesia. Pidamos a Dios que
su Santo Espíritu nos permita acercarnos a la mente de Cristoo y explorar un poco en este
tema tan importante y cautivador.

Tal vez podamos empezar por el significado de la palabra eclessia, que se encuentra en
el Nuevo Testamento, y cuyo antecedente en el Antiguo Testamento es la congregación o
asamblea, de ahí que para los judios del primer siglo estos términos fueran equivalentes
en su sentido comunitario. La palabra iglesia se deriva pues del griego eclesia, que a su
vez proviene de la palabra calein, “llamar fuera de”, lo que nos llama a pensar en el
conjunto de hombres y mujeres apartados para Dios. El apóstol Pedro lo expresa de
manera excelsa cuando afirma que somos «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,
pueblo adquirido por Dios» (1 Pedro 2: 9).

A esta Iglesia, a la congregación de los apartados eficazmente por el Espíritu Santo1/,


como lo relata el libro de los Hechos de los Apóstoles, se dirigen todas las promesas del
Evangelio; baste citar la promesa misma del Señor Jesucristo, de que las puertas del
infierno no prevalecerán sobre ella (Mateo 16: 18). La Iglesia, es el cuerpo y la plenitud de
Cristo (Efesios 1: 22-23), es la Novia y la esposa del Cordero (Apocalipsis 21: 2,9).
Tambien la identificamos como el templo del Espíritu Santo, la sal de la tierra y la luz del
mundo, el rebaño de Cristo, la comunidad de la fe y el edificio de Dios. La unidad de todos
en Dios por medio de Jesucristo.

¿Para que está la Iglesia?

1 /
La Iglesia es entonces un cuerpo separado o apartado formado por los llamados o elegidos –de
todas las naciones y tiempos- (ecletoi) (Ap. 17: 14, 1 Co. 1: 2. 24. Por el amor inmenso de Dios, es el
conjunto de pecadores redimidos por la sangre preciosa de Jesucristo, y aún más, la totalidad de las
personas santificadas por la permanencia del Espíritu Santo en ellos (1. P. 2: 9, 5: 10, Ro. 8: 28-30).

A. I. Antonio Morales Nájar 1/4 6 de marzo del 2011


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Una primera respuesta la tenemos en el Catecismo Menor de Westminster que declara


que “el fin principal del hombre es el de glorificar a Dios ...”, «porque de Él, y por Él y para
Él, son todas las cosas» (Romanos 11: 36).
Por su parte, l
a Constitución de la Iglesia Presbiteriana nos indica que “la misión de la Iglesia, es la
proclamación de las Sagradas Escrituras, la ministración de los sacramentos y el
ministerio de la reconciliación, a fin de reunir y perfeccionar a los santos en esta vida
presente y hasta el fin del mundo”.
Espuesto lo anterior, señalaremos cinco de los elementos de la misión de la Iglesia:
1. Amar a Dios con todo nuestro corazón.
La Iglesia existe para adorar a Dios, acto que se expresa en amarle y obedecerle.
El hombre fue creado por Dios a Su imagen, conforme a Su semejanza (Génesis
1: 26), por lo cual su ser busca a Dios aun cuando le niegue en su corazón; el
hombre fue creado para adorar a Dios, como lo hacen los ángeles. Y Dios se
complace con los adoradores que le adoran en espíritu y en verdad (Juan 4: 24).
El problema radica en que por desconocer al verdadero Dios muchos adoran a
dios – si, con minúscula- conforme al pensamiento del hombre o a su imagen, no
conforme a la revelación de Dios en la creación (Salmo 19), en las Escrituras
(Lucas 24: 27; Juan 5: 39) y en Jesucristo (Hebreos 1: 1-4), Dios encarnado. Aun
los no creyentes en Dios tienen un conocimiento vago y limitado de lo que es Él.
En palabras del apóstol Pablo: «Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron
como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos,
y su necio corazón fue entenebrecido» (Romanos 1: 21).
El salmo 34: 3 dice: «Engrandecer a Jehova conmigo, y exaltemos a una su
nombre»; nuestra adoración no es por conveniencia o por obligación sino porque
le amamos; Dios nos amó desde antes de la fundación del mundo y envió a su Hijo
amado para redimirnos del pecado.
2. La proclamación del Evangelio (La Gran Comisión)
La Iglesia existe para comunicar la Palabra de Dios. En la Gran Comisión (Mateo
28: 19-20, Marcos 16: 15, Lucas 24: 47-49, en Juan 20: 21 y en Hechos 1: 8),
nuestro Señor y Salvador nos dice que vayamos al mundo a proclamar el mensaje
de salvación; no se refiere a anunciar el Evangelio dentro de los límites del templo
sino en cualquier donde nos encontremos.
El apóstol Pedro bajo la inspiración del Espíritu Santo declara que somos una
nación santa, para que anunciemos las «virtudes de aquel que os llamó de las
tinieblas a su luz admirable», y esta debe ser la razón de nuestro quehacer en el
mundo, llevar el evangelio, las buenas noticias de que hay esperanza respecto
del fatal destino del pecado y la muerte eterna, porque Dios por su inmenso amor
busca a la humanidad rebelde (Juan 3: 16) y quiere que sus discípulos participen
en la redención de los pecadores (2 Corintios 5: 19).
Cada uno de nosotros tiene una historia de redención, un testimonio de su
conversión; en reciprocidad al amor de Dios debemos obedecer al imperativo de
Jesús, «Me seréis testigos» (Hechos 1: 8), porque tal testimonio tiene el poder del
Evangelio, o en palabras de Pablo «porque es poder de Dios para salvación a todo
aquel que cree» (Romanos 1: 16). La evangelización es un proceso vivo y vigoroso
conducido por el Espíritu Santo para llevar a los posibles creyentes al

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conocimiento del Dios vivo y verdadero; es un proceso mediante el cual


expresamos nuestro amor al llevar a otros el mensaje que los conducirá a la vida
eterna.
¿Qué es pues la vida eterna?, nos preguntarán. Nuestro Señor Jesucristo cuando
se acercaba el tiempo de su suplicio, ante el desconcierto de sus discípulos les
dijo: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien has enviado». (Juan 17: 3). Para proclamar a Jesucristo es
necesario conocerle, porque sólo en Él hay salvación. Pero, los no creyentes
«¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en
aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?»
(Romanos 10: 14). De allí que llevar el Evangelio (las buenas nuevas de salvación)
es uno de los propósitos de la Iglesia.
3. La ministración de los sacramentos. Bautizando.
En el texto griego de la Gran Comisión encontramos tres verbos en presente
continuo: yendo, bautizando y enseñando. Cada uno es una instrucción del Señor
de la mies para “hacer discípulos”. El bautismo es tan importante como la
evangelización y la edificación, porque es el sello visible de la pertenencia a Dios y
por tanto a Su pueblo amado, así como un vínculo con Cristo en su vida, en su
muerte, y en su resurrección. Forma parte del plan de Dios para lograr la
comunión de unos con otros, y para la identificación de cada uno como parte del
cuerpo de Cristo.
Esto significa que los cristianos hemos sido llamados no sólo para creer sino a
pertenecer, a identificarnos con «aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz
admirable», y con el resto de los hermanos, pues no estamos sólos ni somos ya
ajenos a Dios, o como lo dice Pablo en su carta a los efesiós: «Así que ya no sóis
extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la
familia de Dios» (3: 19).
4. Edificar a los santos.
En la primera parte de la carta del apóstol Pablo a los efesios, describió nuestra
vocación en Cristo. Así, Dios nos escogió en Cristo «antes de la fundación del
mundo» (Ef. 1: 4a) y tenia en Su mente el maravilloso propósito para su pueblo
escogido, la Iglesia, «que fuésemos santos y sin mancha delante de él» (Ef. 1: 4b).
Pablo exhorta a los cristianos a “andar como es digno de la vocación a la que
fuimos llamados”, no como los otros gentiles “que andan en la vanidad de su
mente” (Ef. 4: 17), sino en amor (5: 2), como “hijos de luz” (5: 8), para que
alcancemos la madurez espiritual dentro de la Iglesia, en una unidad de la fe y del
conocimiento del Hijo de Dios, a un “varón perfecto” teniendo como medida la
estatura de la plenitud de Cristo (4: 13).
El verdadero propósito del discipulado es la edificación, preparación, educación del
pueblo de Dos, para que se parezcan día a día a su Bendito Salvador, proceso que
inicia cuando nace de nuevo espiritualmente y continua toda su vida hasta que sea
llamado a la presencia de su Creador. La carta de Pablo a los Colosenses dice:
«... a quien anunciamos [a Cristo], amonestando a todo hombre, y enseñando a
todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo
hombre» (1: 28).
5. Vivir para el servicio.

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La transformación que opera el Espíritu Santo en nosotros demanda un cambio


radical de nuestras vidas, un cambio que quite el corazón de piedra para darnos un
corazón de carne, conforme a la voluntad de Dios, para que al rendir nuestro ego,
o sea nuestro ‘yo’, le cedamos el control al Señor y podamos decir con humildad:
«Ya no vivo yo, sino Cristo vive en mi» (Gálatas 2: 20).
Para ese fin, Dios ha capacitado a cada creyente para actuar con el resto de los
miembros del Cuerpo de Cristo, y le ha dado diversos dones para el ministerio por
lo que su participación contribuye a la edificación y funcionamiento del todo
(Efesios 4: 11-12), o como lo precisa Pablo en la primera carta a los corintios: «a
cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho [el bien común]»
(12: 7).
Ninguna tarea es pequeña y sin importancia, todos los ministerios son necesarios
en la iglesia, podemos contribuir en los servicios de limpieza y adecuación del
templo, la música, el cuidado de los pequeños, el discipulado de los recién
convertidos, en evangelismo, en finanzas, con los grupos y cultos de oración, y así
sucesivamente. Acaso, como lo expone Pablo, puede el ojo «decir a la mano: No
te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros»
(1Corintios 12: 21). Cada cual obedece al propósito de su Hacedor.

¿Cuál es entonces la Misión de la Iglesia?


Todos y cada uno de estos elementos se encuentran en el ministerio terrenal de Jesus,
como lo encontramos en el capítulo 17 del Evangelio de San Juan. El apóstol Pablo los
toma de base y los expresa en su carta a los efesiós (4: 1 a 16 ), elementos que tambíen
se encuentran patentes en la actuación de la Iglesia de Jerusalen como se describe en
Hechos 2: 1-47.

«Todos los que habían creído estaban juntos,


y tenían en común todas las cosas;
y vendían sus propiedades y sus bienes
y los repartían a todos según la necesidad de cada uno.
Y perseverando unánimes cada día en el templo,
y partiendo el pan en las casas,
comían juntos con alegría de corazón,
alabando a Dios,
y teniendo favor con todo el pueblo.
Y el Señor añadía día con día a la Iglesia
los que habían de ser salvos.» (Hech. 2: 44-47)

En resumen este pasaje nos dice que los discípulos de Cristo, se enseñaban los unos a
los otros, tenian comunión juntos, adoraban, ministraban y evangelizaban: no hay razón
para cambiar el plan de Dios.
Dios espera que hagamos en la Iglesia lo que ha planeado, pero si escogemos salirnos de
su plan, así como ocurrío con el pueblo de Israel, Él encontrará a otros dispuestos a hacer
Su Voluntad. Recordemos que Dios no hace acepción de personas, cada uno tiene un
valor dentro de su Iglesia, y por tanto es importante para el cumplimiento del plan redentor
de Dios.

Roguemos a Dios nos permita ser fieles y obedecer a su mandato. Amén.

A. I. Antonio Morales Nájar 4/4 6 de marzo del 2011


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A. I. Antonio Morales Nájar 5/4 6 de marzo del 2011

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