El Eclipse de Los Enteógenos 10

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EL ECLIPSE DE LOS ENTEÓGENOS A

TRAVÉS DE LA HISTORIA
UNA INTERPRETACIÓN CÍCLICA DEL TIEMPO

Esta conferencia se impartió en el II Congreso para el Estudio de los


Estados Modificados de la Mente, celebrado en Lleida el octubre de 1994.

      Este ensayo consta de dos partes.


      La primera trata sobre la progresiva restricción que ha ido cubriendo
el uso de los enteógenos a lo largo de la historia, desde que la humanidad
se organizaba en pequeñas comunidades en las que la utilización de estas
plantas era conocida por todos sus integrantes, pasando luego a tener un
uso muy restringido en civilizaciones como la griega clásica, hasta llegar a
la sociedad occidental, que después de abandonar completamente su
utilización el redescubrimiento ha supuesto un veto total incluso para su
investigación.
      La segunda parte rescata la interpretación cíclica del Tiempo que
tienen las sociedades no-occidentales para así intentar esbozar una
hipótesis acerca del papel que juega el redescubrimiento de estas
sustancias enteógenas en el núcleo de una civilización racionalista como la
occidental. 

PARTE PRIMERA
     Inicié esta reflexión al tener conocimiento de que las sustancias
enteógenas presentaban un coste físico muy bajo para el organismo y de que
no provocaban adicción alguna. Asimismo, por la naturaleza de la
experiencia espiritual que tales sustancias inducían parecía que toda
persona, por la dignidad de serlo, tenía derecho a tal catarsis, aunque fuera
una sola vez en la vida. Esto entraba en contradicción con la opinión
divulgada por las autoridades gubernamentales de que tales sustancias
representaban un riesgo enorme para el organismo así como para la
sociedad. La situación parecía conducir a una paradoja sin salida y sin
sentido. Al tener conocimiento de que la micofobia era una actitud que se
encontraba entre la mayoría de los pueblos europeos, asiáticos y africanos,
desde hacía siglos, me planteé la posibilidad de que esta prohibición actual
quizá no era un hecho puntual y aleatorio, o un mero error burocrático.
Repasando la literatura histórica intenté esbozar una explicación para la
ocultación cada vez más estricta de estas sustancias.
     Empezaremos manejando dos conceptos básicos: el de cultura y el de
civilización.
     Entiendo por cultura toda forma de percibir, interpretar y reaccionar
frente al entorno que nos rodea. Ésta queda expresada en toda mitología, y
podemos aproximarnos a la forma que tiene un pueblo de entender la
muerte, la vida, y los hechos más sobresalientes que en ella acontecen a
través de sus mitos. No tiene la misma percepción de la vida un cristiano,
cuya psicología se orienta hacia la figura de Jesucristo, que el integrante de
una sociedad científica, en la que el dominio de los recursos naturales
constituye el centro en torno al cual gira su pensamiento. Saltos de
discontinuidad más grandes encontramos si nos trasladamos la selva
amazónica, donde hallamos pequeñas comunidades arcaicas para las que
toda la naturaleza está impregnada de espíritu, jugando un papel
fundamental en sus vidas la relación que mantienen con las representaciones
arquetípicas de plantas, animales y fenómenos naturales.
     Entiendo por civilización la reunión de todo un grupo de personas bajo
un mismo paradigma, bajo una misma cultura. Un grupo humano no es tan
solo una delimitación física en la que varios individuos llevan a cabo su
vida; es un sistema de vida en común, una forma de relacionarse, una
economía, un proyecto y, en último término, un sentimiento compartido de
participación en la existencia.
     La coexistencia de diferentes sistemas culturales dentro de un mismo
grupo humano ha creado fricciones que hacen incompatible este
solapamiento. No tienen un mismo funcionamiento una civilización
matriarcal que una patriarcal; la poligamia es opuesta a la monogamia; una
economía agrícola es radicalmente distinta a la de un pueblo nómada.
     Ejemplos de la dificultad que ha representado la convivencia de diversas
culturas los encontramos en el caso de la España medieval, así como en la
Yugoslavia actual. En el primer caso, moros, cristianos y judíos vivieron
pacíficamente aunque manteniendo sus círculos separados (sobre todo en lo
referente a matrimonios) durante largo tiempo, pero esta coexistencia
terminó de forma violenta con la Reconquista y la expulsión del pueblo
judío de la península. En la Yugoslavia comunista se trató de unificar -o
limar- las diferencias de los tres grandes sistemas culturales de los pueblos
que la integraban, pero la caída del régimen totalitario desveló que el intento
había sido en vano, mostrando el estallido de una situación que ha
desconcertado a toda Europa. Tradicionalmente encontramos que siempre
que un pueblo ha conquistado a otro, lo primero que ha hecho después de
reducirlo físicamente ha sido destruir su mitología y su religión, en torno a
la cual se agrupaban y se sentían fuertes sus integrantes; una vez
desintegrado, este sistema simbólico era sustituído o fusionado con el del
pueblo invasor.
     Aquí ya pasamos a entrar en contacto con el tema que nos reunía: los
estados ampliados de la mente. Posiblemente la forma más extendida de
crear y recrear las bases de una concepción de la existencia sea el acceso al
mundo del Espíritu -a lo que hoy llamaríamos el inconsciente-, desde el cual
el shamán, el sacerdote o el místico da nuevos parámetros para la vida de su
gente, o reafirma los ya existentes. Cuando observamos sistemas totemistas
y animistas, o aquellos que expresan su visión del mundo a través del
lenguaje mitológico, nos es fácil imaginar que el origen de sus concepciones
no se encuentra precisamente en la observación del mundo a través del ojo
desnudo; ya las grandes religiones tienen sus pilares en las visiones y
revelaciones experimentadas por los místicos. La creencia occidental de que
estas estructuras son simplemente el fruto de una concepción infantil de la
existencia, y que por lo tanto podemos invalidar o prescindir de su fuente, se
rompe al comprobar que pilares tan emblemáticos para nuestra civilización
como la ecuación de la energía de Einstein, o el Discurso del Método de
Descartes, fueron inspirados, según sus autores, en un sueño mágico. Sirva
como ejemplo la cita de Marco Aurelio que, al referirse a las sesiones de
iniciación del templo de Eleusis, apunta: "Los Misterios nos dieron la vida,
el alimento; enseñaron a las sociedades sus costumbres y sus leyes, y
enseñaron a los hombres a vivir como tales". La relevancia de los
enteógenos como una vía de acceso a la imaginería mental en torno a la que
se agrupan las comunidades fué planteada por vez primera por el
antropólogo Peter Furst. La experiencia a la que éstos dan acceso es
básicamente de la misma naturaleza que las visiones que encontramos en la
base de todos los sistemas culturales. A partir de ese momento los
enteógenos quedarán ligados, como catalizadores de la simbología del
espíritu, a la formación y actualización del sistema dinámico de la cultura.
Así como debajo de todo árbol hay unas raíces que no son evidentes a
primera vista, pero que lo sustentan, en la base de todo sistema cultural
encontramos una simbología originada en los estados ampliados de la
mente.
     Dada la necesidad fáctica de que una civilización funcione bajo un
mismo paradigma cultural, y de que el vehículo natural para crear una nueva
cultura sea el acceso a la alteridad, mi hipótesis es que el acceso a estos
estados ampliados de la conciencia ha habido de ser cada vez más
controlado, restringido e incluso perseguido en la medida en que las
civilizaciones se han hecho más grandes geográficamente y en número de
integrantes -dado el riesgo de que núcleos internos de dicha cultura crearan
desviaciones del paradigma cultural dominante en ella, y por consiguiente
maneras distintas de vivir la vida y fricciones entre ellos-. El crear una
mitología, así como velar por su divulgación, quedaba cada vez más bajo el
patrocinio de una jerarquía sacerdotal, que se apropiaba de este acceso al
mundo del espíritu.
     Para seguir este proceso en la historia nos apoyaremos en hechos que
encontramos tanto en la literatura histórica como entre las sociedades
arcaicas que han logrado sobrevivir hasta nuestro siglo, a pesar de la
creciente mundialización de la cultura occidental. Hemos dividido este
intervalo de historia conocida, respecto a la ocultación de los enteógenos, en
tres fases. Acompañaremos cada una de éstas con unos ejemplos, para ver
que no estamos andando sobre el vacío.
     La primera fase la llamaremos de control o interpretación. La
encontramos en pequeños grupos humanos, generalmente capitaneados por
la figura del shamán. Este personaje está especializado en la cura mágica de
las enfermedades que acechan a su gente, así como en mantener el
equilibrio entre el mundo ordinario y el de los espíritus (realizando
ceremonias de reconciliación con la Naturaleza, el espíritu de los animales
cazados por la tribu), y también en la realización de rituales periódicos en
los que todo el pueblo participa de la embriaguez mística, que tienen por
función principal el reactualizar la ligazón cultural entre la tribu. En estas
reducidas sociedades todos sus integrantes conocen la técnica o la sustancia
embriagante, así como los efectos que ésta produce. Para lo que nos
interesa, encontramos diversos hechos que nos conducen a pensar que el
papel del shamán también era el de mantener en sus límites la experiencia
enteógena. Según Eliade, en la experiencia mística caben innumerables
tipos de fenómenos y conocimientos espirituales, y aunque la propia
formación cultural ayude a encauzar el campo de visión, la novedad siempre
acecha. El shamán, mediante el proceso pedagógico anterior a las
experiencias, o mediante el control mental de estas, o una interpretación
posterior, delimita el juego simbólico espiritual del aprendiz.
     Encontramos ejemplos de ello en México, cuando un shamán se queja
amargamente a A. Artaud de que la irrupción de las leyes de los blancos ha
dispersado y ha vuelto incoherente el consumo del peyote, antiguamente
utilizado únicamente en los rituales colectivos anuales dirigidos por él. En
un ensayo sobre la iglesia del Buiti, Giorgio Samorini nos presenta la
estructura típica de un grupo pequeño que celebra un ritual religioso basado
en un enteógeno: en el ritual de iniciación el candidato es conducido
siempre por aquellos que ya ocupan un lugar de relevancia en el culto; la
estructura del templo tiene un marcado simbolismo con la mitología del
culto y en los rituales periódicos la estructura de la celebración sigue tres
fases claramente definidas que se basan en la simbología sincrética de esta
religión africana con la tradición cristiana. Aunque la experiencia del
iniciado es abierta y sin restricciones, en todo momento éste es auspiciado
por los miembros que llevan largo tiempo en el culto. Peter Furst cuenta
como en los rituales celebrados entorno al Yagé, previamente a la
ceremonia se cuentan los relatos referentes al origen de la comunidad: la
mitología de la creación del mundo, la primera pareja, el orden social, y el
del mismo yagé. El brujo, durante la sesión, se encarga de interpretar las
visiones de los demás. Los ejemplos de interpretación posterior a las
visiones son numerosos.
     Aquí el ritual, y ya para siempre, servirá para interpretar.
     En estas sociedades, al ser pequeñas, basta la autoridad del shamán para
consensuar y canalizar este acceso a la alteridad.
     Encontramos después otras sociedades más grandes en número de
integrantes. El ejemplo típico de esta fase lo encontramos en la Grecia
clásica, o en la India. Pueblos que posiblemente en su época arcaica
utilizaban abiertamente los enteógenos, en su época de madurez ya los
habían ocultado, aunque se conservaba la validez de la experiencia mística.
Y aquí entra también en juego la micofobia. La micofobia es una actitud de
rechazo y de asco ante las setas. Esta actitud es injustificada desde el punto
de vista de la mortandad de este tipo de alimento, y más bien parece
ocasionada por la ocultación de estos elementos fúngicos por parte de la
casta sacerdotal, ya que algunos de ellos contenían elementos enteógenos.
Inicialmente tanto Grecia como la India eran pueblos micófilos (la
fundación de Micenas en el lugar donde nació una seta; el soma de los arios;
o el conocido verso griego donde se dice que las setas son el alimento de los
dioses). El mismo Dionisos, que acabó por ser el dios de la embriaguez
alcohólica, fué inicialmente la divinidad de la embriaguez enteógena. (Aquí
cabría mencionar una curiosa especulación sobre el papel que habrían
jugado los alcoholes en la evolución de la conciencia, y que plantea que su
función ha sido la de ocultar la visión mágica de la existencia que tenían los
pueblos arcaicos para dar paso al colapso de la conciencia actual, que junto
con la migración a las ciudades y su poco halagüeño paisaje, ha creado la
actual visión racional del mundo.) Encontramos que Eleusis es el paradigma
de la situación griega: es un templo en el que se induce la experiencia
mística, pero sólo después de ocho meses de adoctrinamiento; estando
permitida a todo griego, sólo se da una vez en la vida; y posteriormente a la
experiencia severas leyes penalizaban la utilización del kykeon fuera del
recinto sagrado, así como la divulgación de las enseñanzas allí
aprehendidas. De la situación de Eleusis a la prohibición sólo había un paso:
echar el cerrojo a la puerta del templo. El contexto en la India parece ser la
desaparición del soma a cambio de unas burocráticas técnicas de yoga, que
si bien mantienen la validez de la experiencia mística, la hacen mucho más
ocasional. Gurus y yoguis nacen como setas para interpretar y dar respuesta
a las inquietudes de la población hindú.
     Las civilizaciones griega o india ya estaban integradas por millares de
personas, todas bajo la misma mitología, y, en mi opinión, con una mayor
dificultad para reunir a tanta gente bajo el mismo paradigma.
     La tercera situación es la de la prohibición. Daremos tres ejemplos. El
primero es el más divertido, y pertenece a la excéntrica erudición de Robert
Graves. La historia acontece en el éxodo del pueblo judío desde Egipto.
Cuenta Graves que el maná del desierto al fermentar era propenso a albergar
un parásito que contenía alcaloides enteógenos. Era por ello que Moisés
ordenó a su gente que se recolectara el alimento diariamente, y que no se
comiera maná que no fuera fresco. Asimismo Moisés hizo incluir en el Arca
de la Alianza una copa que contuviera una ración de maná, como símbolo
de la unión de su pueblo con Dios. Pero los problemas surgieron cuando
ausentándose Moisés a la montaña sagrada del Sinaí el pueblo israelí edificó
a una velocidad increíble el culto al Becerro de Oro. El momento era muy
delicado, no sólo por la situación del éxodo, sino también porque era el
momento en que se había de afianzar la religión monoteísta.
     El Catolicismo, religión con miras de difusión planetaria, se abre con la
clausura del templo de Eleusis y con la condena a los Maniqueos,
probablemente consumidores de amanita muscaria. En el Egipto copto
millares de personas que marchan al desierto en busca de la experiencia
mística son conducidos a monasterios, donde estarán bajo la autoridad del
abad. En la alta Edad Media se inicia el proceso de la Inquisición,
institución que no sólo persigue un brote de culto al diablo, sino que se
encarga de destruir todos los restos de creencias y rituales paganos que han
sobrevivido en la Europa rural, aplicándose esta restricción igualmente al
recientemente descubierto continente americano. Pero en la cultura
cristiana, aunque ya hayan desaparecido las sustancias enteógenas
-sustituidas por ríos ingentes de vino-, el valor de las experiencias místicas
espontáneas aún sigue en pié. Los personajes clave en la renovación de la
cristiandad han sido los santos, y en cada uno de ellos encontramos el rastro
de una experiencia mística. La Iglesia, para controlarlas, sólo introducía una
discusión: si habían sido inducidas por Dios o, en caso de no concordar con
el corpus católico, por el demonio. Así, las revelaciones de místicos del
calibre de San Juan de la Cruz serían estudiadas al milímetro, y estos
personajes, después de increpados, no serán ensalzados a la categoría de
doctores de la Iglesia hasta largo tiempo después de su muerte (recordar la
extrema prudencia de Santa Teresa al decir que si alguna de las opiniones
que había puesto por escrito contradecía el canon de la Iglesia, tuviérenlas
por nulas). Los cuáqueros, los movimientos flagelantes, o cualquier grupo
que descubría una técnica mecánica para entrar en el éxtasis, si alcanzaban
suficiente envergadura eran duramente reprimidos, incluso por el Estado al
llegar el Renacimiento.
     En el catolicismo la tarea de divulgar la interpretación de la realidad
recae en los obispos, personajes sin experiencia mística, pero que basan su
autoridad en la Biblia.
     Con el advenimiento del Renacimiento el Estado sustituye a la Iglesia, y
curiosamente son perseguidos más implacablemente los cultos paganos
rurales así como cualquier movimiento milenarista suficientemente
importante. La experiencia mística, y ésto es observable hoy en día mejor
que nunca, es desprestigiada por las autoridades (y su subalterno la ciencia)
y desautorizada por la Iglesia. La población, por su parte, encerrada desde
hace tiempo en las grandes ciudades y alejada del misterio de la Naturaleza,
ya no comprende nada de tales relatos.
     La irrupción en los años sesenta de la LSD produjo en un abrir y cerrar
de ojos un movimiento que era totalmente opuesto a los parámetros básicos
que sustentan nuestra estricta y casi planetaria civilización occidental. Esta
nueva subcultura estará representada por el movimiento hippy. El marco de
las relaciones sociales (sexo, jerarquías) cambiaba de parámetros: aquello
que antes era impuesto por los mayores perdía su autoridad, descubriendo
miles de jóvenes unas relaciones interpersonales más abiertas, lejos de
restricciones que su sociedad les imponía y que ya no comprendían. El
interés por la cultura oriental les llevó de peregrinación a la India, o hasta
Nepal, dejando atrás todo el paradigma de productividad económica y la
explotación del entorno que ésta exigía en la que se había basado la vida de
sus progenitores: la prohibición de la sustancia fue rápida y sin paliativos (y
desde el punto de vista científico injustificada y chapucera, ilegalizada junto
a sustancias estimulantes y depresoras, que para nada habrían de inquietar a
las autoridades; al cabo de poco tiempo la situación era ésta: de 57 muestras
incautadas en el mercado negro y que se vendían como mescalina sintética,
ninguna de ellas contenía el más mínimo rastro de tal sustancia). En la
época moderna la misión de dar ligazón a la sociedad es relegada a la
televisión y al prestigio que tiene el método científico para analizar la
realidad.
     Según parece, cuanto mayor es una civilización mayor es la restricción
con que los enteógenos circulan en ella. Un estado no ordinario de la
conciencia no es sólo aquél que permite vislumbrar el espíritu que subyace
detrás de la materia, sino que también nos permite redefinir los pilares de
nuestra cultura (la conocida secuencia de muerte y renacimiento, en la que
el iniciado perece a lo caduco para nacer a lo nuevo: de unas estructuras que
se habían hecho inadecuadas se pasa a una concepción del mundo más
acorde a la nueva fase de vida). Ésto, que tan útil era a las sociedades
arcaicas para una adaptación rápida y para ritualizar el paso de sus
integrantes de la infancia a la madurez, en las civilizaciones más anchas se
convirtió en un peligro de disgregación al escapar del control del sacerdote.

PARTE SEGUNDA
     Nos hemos quedado un poco en suspense... Hemos seguido el proceso de
la paulatina ocultación de los enteógenos a través de la historia hasta llegar
a una situación el la que su uso es nulo, o en todo caso prohibido. Pero su
papel no parece que vaya a quedar relegado sólo a la antigüedad. En primer
caso porque su redescubrimiento ha despertado un gran interés en occidente,
y no sólo en campos académicos como la antropología y la psicología, sino
entre la misma población civil, teniendo su big-bang en los años sesenta con
el movimiento hippy. (La brusca reacción de las autoridades sugiere que el
papel que juegan estos desveladores de la conciencia no es tan sólo
folklórico). Otro punto que renueva su actualidad es su validez para
replantear la situación a la que ha llegado occidente: después del gran
esfuerzo para crear el análisis racional de la existencia (la ciencia) y de
descubrir una herramienta que puede resultar de gran utilidad (la técnica), se
ha quedado con una visión del mundo que experimenta como un logro pero
a la vez de como una amenaza: de nuevo, la ciega esperanza de Prometeo.
     Para tratar de dar un marco a la situación en la que actualmente nos
encontramos retomaremos la antigua concepción cíclica del Tiempo que
tienen las culturas no-occidentales. Todos los pueblos antiguos han tenido
una visión de la existencia que se basa en un devenir de ciclos que se
suceden los unos a los otros, naciendo, madurando y pereciendo, para dar
paso nuevamente a una siguiente etapa en esta perpetua creación de lo
existente. Esta manera de expresar la visión de la historia ha sido substituída
en occidente por lo que llamamos una concepción lineal; en realidad lo que
ha desaparecido es esa forma de ver las cosas a través de los ciclos
naturales, como el día y la noche, o las estaciones de año que se suceden. La
cultura occidental ha puesto el énfasis en ver la historia como un progreso
indefinido, sin marcar ciclos o etapas de transición. Si la concepción cíclica
toma su modelo en los ritmos de la naturaleza, la visión lineal encuentra una
imagen más plástica en un automóvil que partiendo de cero va acelerando
cada vez más y más, como si su velocidad no tuviera límite. El peligro del
modelo lineal es que el motor se caliente, o que nos topemos con algún
muro y que toda la historia se nos termine ahí. A la visión cíclica puede
retraérsele que no hace hincapié en ninguna variación entre un ciclo y el
siguiente.
     Nos valdremos de esta visión cíclica del Tiempo porque nos resultará útil
subrayar el nacimiento y el ocaso -o los períodos de transición- de los
diferentes avatares del proceso de la historia de la humanidad; y partiendo
de este punto también podemos tratar de hacer una amalgama con la visión
lineal del proceso histórico, incorporando a estos ciclos lo que la ciencia ha
aportado al entendimiento humano.
     Como modelo para dibujar esta etapa de transformación tomaremos un
viejo mito Sioux, que expresa con belleza y claridad la concepción cíclica
de la existencia.
     La leyenda Sioux cuenta que al principio de la creación fue colocado un
búfalo en los confines del horizonte; este animal retenía las aguas que
acechaban al mundo, conteniendo una inundación que acabaría con la Vida
en la tierra. Cada año que pasara el búfalo perdería un pelo de su cuerpo, y
una vez desnudo, se quedaría sin una de sus patas, recobrando el pelaje de
nuevo para seguir con el proceso hasta perder las cuatro extremidades. Al
inicio de este ciclo la humanidad vivía en completa armonía con la creación,
y a cada pérdida de pelaje iría empobreciéndose esta unidad con el resto de
la existencia. Al perder el animal las cuatro patas las aguas invadirían la
tierra, quedando extinguida la vida en ella como señal de la ruptura de la
vida del hombre con el resto del mundo. Este mismo mito lo encontramos
en la India, pero con una vaca como animal sagrado, o entre los lapones,
sólo que la historia queda expresada a través de cuatro cuerdas que
sostienen el planeta y que se van deshilachando a cada año que pasa,
rompiéndose progresivamente cada una de ellas. (Dicho sea de paso, cuando
estos relatos fueron contados a los antropólogos siempre se insistió en que
en mundo andaba ya sostenido por una sola cuerda, y que ésta estaba ya
muy deshilachada). La idea cíclica de la existencia hace concluir el mito con
una restauración de la vida en la tierra tras la catástrofe, abriéndose de
nuevo otro gran ciclo con una restauración de la armonía entre el Ser y el
Cosmos, tal y como eran en el inicio del ciclo anterior.
     Todos los mitos esconden en si una realidad, si se quiere psíquica, y que
resta inadvertida a la persona que no pertenece a esa cultura. Aún más
dificultad presenta si el que observa el mito viene de una sociedad que ya ha
abandonado el pensamiento mitológico como forma de conceptualizar el
mundo, como es el caso de occidente, que ha puesto el énfasis en estudiar el
mundo físico y sus procesos, centrándose en la racionalidad y la
abstracción, e identificando lo Real con lo Material. El pensamiento
primitivo en cambio se centraba en lo que podríamos llamar la realidad del
alma, que también tiene sus procesos y, si se quiere, su autonomía, jugando
también su papel en el proceso de la historia.
     Todos los mitos necesitan de una clave para desvelar su significado. En
un principio, para nuestro entendimiento, las leyendas antiguas nos parecen
cuentos de hadas, pues intentamos encontrarles una correspondencia con el
mundo físico y el intento hace siempre aguas por todas partes. En cambio, si
substituímos una pequeña parte del relato por otra que le sea equivalente,
formulada con otras palabras, de pronto su significado nos aparecerá
evidente. En el caso de los relatos del fin del mundo si cambiamos en
nuestro esquema mental el apocalipsis físico por un cambio en la
concepción del entorno que nos rodea, de la representación que nos
hacemos del mundo, las cosas aparecen mucho más claras, o en todo caso
más plausibles. Lo que entonces perecerá no es el mundo, o las personas
que en él habitan, sino que lo que se sustituye es la representación que de él
nos hacemos. De hecho la desaparición de la visión mágica de la existencia
que tenían los pueblos primitivos, siendo reemplazada por la concepción,
interpretación y manipulación de la realidad física, ya es un cambio de
concepción del entorno en el que vivimos. Y una fusión de ambas visiones
sería un cambio aun más grande. Así pues, más que de una muerte física,
hablaremos de un cambio psíquico.
     El nacimiento de la visión moderna del mundo tiene su momento de gran
expansión en el renacimiento, aunque encontramos ya su semilla en la
Grecia clásica, concretamente en el punto de inflexión en que se clausuró la
visión mágica del mundo y que dio paso al nacimiento del racionalismo.
Quizás se pueden resumir los pilares de muestra civilización en los
postulados de tres grandes hombres: Descartes, Kant y Maquiavelo.
     Descartes sentó las bases del método científico, una nueva manera de
observar los procesos de la naturaleza que permitía al hombre un escrutinio
exhaustivo de su entorno físico, el mundo material. Más tarde, ya entrado el
siglo XIX y el XX, este conocimiento se encarnaría en la técnica de la mano
de personajes como Edison y Ford; la ciencia encontraba así su brazo
práctico en la ingeniería.
     Otro axioma de nuestra cultura nos lo dejará Kant. En su obra se plantea
el problema de la epistemología: qué es lo que podemos llegar a conocer, y
qué es lo que queda fuera de nuestro alcance. Su fascinación por Newton le
lleva a estudiar exhaustivamente el problema del conocimiento sensible en
relación con la formulación de las leyes científicas. En este debate la
posibilidad de un conocimiento directo y intuitivo de cualquier fenómeno, al
no encajar con el modelo científico, queda descartada en la visión filosófica
que nace a partir de ese momento. Como epílogo advierte que la religión no
podrá ser fundada en la razón. Así pues, al plantearse el problema del
conocimiento trascendente, de todo aquello que vaya más allá de la realidad
sensible inmediata de la persona, llega a la conclusión de que no tiene otra
validez que un acto personal y voluntario de fe. Lo numinoso y lo intuitivo
quedan relegados a simples opciones personales, sino folklóricas.
     Simbólicamente es Maquiavelo quien representa la ruptura definitiva del
Estado con la religión. Hasta la Edad Media el poder del emperador había
estado subyugado a la autoridad del sacerdote. A partir de ahora el Príncipe
de Maquiavelo no tendrá que rendir cuentas a una autoridad supervisora, y
pasará a manejarse por sí mismo, con sus intereses como brújula y con un
práctico dios de bolsillo como guía: la razón.
     Lo que el hombre ha descubierto ahora, y lo que le maravillará, será la
observación, el cálculo y la manipulación del mundo físico. La naturaleza
poco a poco va dejando de aparecer como una amenaza, al mismo tiempo
que al observar los procesos naturales y estudiar sus leyes nace la esperanza
de que un día se llegará a dominar y pronosticar los procesos naturales.
Estas leyes que el hombre entrevé en el mundo que le rodea no sólo le
auguran una comprensión de su entorno, sino que le permiten dibujar y
diseñar nuevos modelos que, al estilo de una creación, le permitirán
participar en la construcción del escenario en el que vivirá. El hombre deja
así de pender de la imprevisibilidad del mundo natural para pasar a ocupar
el lugar de un creador, de aquél que se hace a medida de sí mismo el hogar
en el que habita.
     Pero la época de la razón y de la técnica no sólo trae consigo una nueva y
potente herramienta, sino que al mismo tiempo descubre también una nueva
interpretación del mundo y con ello otra cosmología. La Iglesia, encargada
hasta entonces de consensuar la realidad, se opone a ello y se abre una
guerra entre ambas concepciones. La religión, sustentada entonces sólo por
el dogma, no encuentra otro elemento que la tradición para perpetuarse; el
éxito y la utilidad de los descubrimientos de la ciencia emergente hacen que
ésta se imponga progresivamente. La ausencia de la experiencia mística en
el debate hace imposible la unión entre lo antiguo y lo nuevo: la religión no
puede actualizarse en tan corto plazo de tiempo y, el mundo científico, sin la
experiencia mística, no puede comprender la religión. Nace un nuevo
personaje mitológico, el electrón, mientras que la virgen María queda
relegada a un segundo plano.
     Todo este nuevo esquema de cosas rompía con la tradición occidental,
pero también representaba un salto de discontinuidad con toda la
concepción que la humanidad había tenido durante milenios. Antiguamente
la concepción del mundo se basaba en una cosmología religiosa; ahora se
salta al otro extremo: el de la cosmología que nos descubre la ciencia. Las
dos conceptualizaciones se diferencian en un punto: mientras una miraba el
mundo del espíritu, la otra fija la mirada en el mundo material. Este salto de
discontinuidad lo vemos representado en un lugar bastante curioso e
inverosímil: los cómics de Astérix y Tintín; ambos representan el mito del
héroe, uno en el mundo arcaico y el otro en el moderno. En ellos
encontramos una analogía en todas sus figuras (Obelix es el Capitán, el
herrero y el fresquero son los hermanos Dupont, e incluso los dos canes
tienen el papel del olfato psíquico), pero hay dos diferencias: el druida se ha
convertido en un científico, y el jefe bonachón del poblado galo se ha
transformado en el Estado, ese ser sin rostro que aparece en la mayoría de
las aventuras de Tintín. (Y aún hay otra curiosa sustitución: la amanita
muscaria de la poción mágica del druida se ha transmutado en el alcohol
aturdidor del Capitán.)
     La nueva imagen de la realidad que descubre occidente presenta una
cartografía amplísima para el espacio físico pero deja al ser humano sin un
mapa para su alma. Parece esperar que con una descripción del mundo
material y el poder de manipulación sobre éste ya tenga abarcada todas las
necesidades de la persona humana, pero el hombre no tan sólo es una
relación con su exterior, sino que también se relaciona consigo mismo. Los
caminos de acceso a la realidad circundante están más abiertos que nunca,
pero al mismo tiempo hemos cerrado las vías de acceso a nuestros procesos
psíquicos. El hombre occidental comprende la física pero ya no logra
entenderse a sí mismo. La seguridad planteada ante el mundo material se
troca en inquietud cuando nos volvemos hacia nuestro interior. Aquella
promesa del siglo XIX, la del progreso indefinido que conduciría a la
humanidad a un futuro de comodidades, ha dejado de parecer atractiva a
gran parte de la población para pasar a ser sustituída ahora por una
inseguridad en lo referente a lo que vamos a hacer con nuestro futuro.
     Es Ernst Jünger quien propone que en épocas en las que los sacerdotes
han perdido la representatividad hay que buscar en el arte las
prefiguraciones que una cultura hace de su devenir. Las ideas psíquicas y las
intuiciones tradicionalmente han recaído en la gran interiorización psíquica
de que han sido capaces los místicos, pero en los momentos en que estos
sueños mágicos están ausentes de una civilización es en el arte donde se
encuentra la representación más válida de la dinámica psíquica de los
pueblos. El cine, una de las artes más representativas del siglo XX, nos ha
dejado unas películas que muestran la conflictividad psíquica y el riesgo
físico que nos plantea el mundo moderno. Los trabajos de Eisenstein y los
de Chaplin, con Tiempos Modernos y El Gran Dictador, o relatos de ciencia
ficción, como La Guerra de las Galaxias, o El Planeta de los Simios, son
producciones que apuntan a la angustia que subyace en nuestro interior. La
novela Ulises de James Joyce, un hito en la literatura moderna, nos presenta
al hombre del siglo veinte: un personaje que hurga en su interior sin poder
entender nada de sí mismo y sin lograr encontrar un nexo con su exterior,
dándonos una imagen de nosotros mismos que deja lugar para pocas
alegrías.
     Incluso en campos propios de la ciencia encontramos prefiguraciones
que cada vez se parecen más al lenguaje mitológico de la leyenda de los
Sioux. Carl Sagan, uno de los grandes divulgadores del conocimiento
científico, expone al final de sus relatos el sueño nada halagüeño de que las
civilizaciones tecnológicamente muy desarrolladas quizás tengan en su
destino la tragedia de la autodestrucción. En este caso la prefiguración
apocalíptica ya no es sólo psíquica, como sugeríamos al hablar de la
simbología de los mitos, sino que se proyecta también a la realidad del
mundo físico. El hecho es que la amenaza de autodestrucción nuclear, que
ahora se ha trocado en el riesgo de colapso ecológico, no deja de aparecer
para la mente del hombre como la posibilidad de una extinción real de la
vida en el planeta. De todos modos, está en nuestras manos el utilizar estos
medios para tales fines o escoger otra función más constructiva para su
manejo.
     Volviendo a Ernst Jünger, encontramos otra reformulación en lenguaje
mitológico de la situación de la humanidad ante el reto planteado por la
utilización de la tecnología: observando la expansión del lenguaje de la
técnica como principal nexo de interrelación en el planeta propone que la
sustitución de las religiones por la técnica no supone otra cosa que el
desplazamiento de los Dioses por los Titanes, personajes que nada tienen
que ver con el alma humana y que responden a la identificación moderna
del hombre con la máquina: los ordenadores y la economía basada en la
productividad esclavizan al hombre en vez de cumplir su promesa de
ayudarnos. (La sustitución del símbolo de la cruz por un reloj es bastante
significativa en este caso.)
     Con todo ello llegamos a que la imagen que la humanidad se hace de su
futuro tiene más de inquietante que de esperanzadora. La ciencia ha sido
capaz de crear una interpretación para el espacio físico, pero ha dejado en el
alma humana como un paisaje desierto para el cultivo de mitos que dieran
sentido a la vida. Ya no tenemos idea alguna del lugar que ocupamos dentro
de la existencia; todo ha pasado a depender de nosotros, las cosas están en
nuestro poder, pero nos encontramos con que este uso despótico que hemos
hecho del resto de la creación se vuelve en contra de nosotros mismos. Ante
esta situación, que tiene un punto de alarmista, empieza a oírse a lo lejos el
mito Sioux que llama por sus fueros. Este mito nos describía la pérdida de la
armonía del hombre con el resto de la creación -y consigo mismo-, que
terminaba con un colapso de la manera en que había llegado a plantearse la
vida en el planeta.
     Pero de todos modos el siglo XX no ha sido solamente la etapa de la gran
explosión de la técnica y mundialización de la cultura occidental, sino que
también encontramos en él la semilla del redescubrimiento del espíritu,
aunque ahora lo hayamos rebautizado con el nombre de el inconsciente.
Aunque en un primer momento se identificó esta parte oculta del alma con
un modelo básicamente racional, más tarde se ha ido aceptando la idea de
que en él subyacen los procesos que anteriormente se identificaban con los
contenidos de la religión y la percepción mística de la existencia. El
redescubrimiento de los enteógenos (psiquedélicos) ha proporcionado una
herramienta que da un acceso real a esta parte mágica del alma, despejando
toda duda de que estos contenidos fueran una especie de restos folklóricos
de una mentalidad primitiva, para revelar que en nuestro interior se hallaba
esa faz del mundo que suponíamos fuera de nosotros sin lograr dar con ella
("te buscaba fuera de mi cuando en verdad te encontrabas en mi interior",
anticipó Agustín de Hipona en el siglo IV). Parecería como si el esfuerzo de
la humanidad durante los últimos siglos o milenios no hubiera sido otro que
el aislar la conciencia del mar insondable del alma, dándole un contenido
que ha permitido la creación de esta nueva conceptualización del mundo, el
análisis de lo concreto, que llamamos ciencia, y descubriendo esta valiosa
herramienta que es la técnica. Esta creación supone una gran oportunidad
para el hombre, pero al mismo tiempo, al quedar aislada de la totalidad del
alma, es también un riesgo, al no poder darle un sentido o un papel en el
juego de la vida como una relación global. Aunque parezca un chiste, la
técnica se asemeja a un gigante sin cabeza, y el restablecimiento de la
conexión entre este cuerpo y su espíritu es la única vía para que lo creado
pase a integrarse en la vida del hombre en vez de representar para él una
finalidad esclavizante.
     No deja de ser curiosa la observación de Richard Tarnas (Hegel) que
dice que la humanidad sólo se da cuenta de lo que ha creado una vez ha
concluído su obra. 

EPÍLOGO
     La situación actual del Hombre parece recrear el antiguo mito de Satán
en la Biblia: se ha creído lo suficientemente fuerte como para ensayar su
independencia del resto de la creación, pero esta posición representará una
amenaza para sí mismo si no logra reunirse de nuevo con la totalidad de lo
creado.
     C. G. Jung, el psicólogo que lanzó al vocabulario occidental el concepto
de los arquetipos y el del inconsciente colectivo, tituló su último libro
"Mysterium Cuniunctionis". En él sugiere que la solución al problema que
tenía planteado occidente, el enfrentamiento de los opuestos, no se saldaría
con la imposición de uno de los aspectos sobre el otro, sino que encontraría
su solución en la integración de ambos. Así, el enfrentamiento de la técnica
con el espíritu, el problema cristiano del bien y del mal, oriente vs.
occidente, lo masculino y lo femenino, el consciente vs. el inconsciente, y lo
lineal y lo cíclico, hallaban su equilibrio en la fusión de las partes, abriendo
paso a un nuevo escenario para el futuro y dando la posibilidad de una
integración y comprensión del pasado.
     G. Benn, un filósofo que percibió el dolor de la época en la que
habíamos escogido vivir, se planteó inicialmente una retirada hacia atrás
esperando poder encontrar así un escenario más pacífico en el que vivir.
Pero más tarde se dió cuenta de que no había otra solución que seguir
avanzando, y que era precisamente delante de nosotros dónde se encontraba
la posibilidad de hallar la solución a los problemas que tenemos planteados,
aunque nos parezca que enfrente no tengamos más que una puerta con el
marco en llamas. La situación en la que nos encontramos es quizá la misma
por la que pasa un iniciado en su rito de transición: debe morir a lo caduco
para así poder nacer a lo nuevo.
     Dado que la mayor amenaza para el hombre no proviene del mundo
físico, de su exterior, sino de su interior -de un colapso psíquico- quizás el
descubrimiento de Wasson sea una de las semillas de una nueva
oportunidad para el hombre.
... Joaquim Tarinas Fàbregas

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