Movimiento Estudiantil Peruano

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Desarrollo del Movimiento Estudiantil en el Perú

El movimiento estudiantil surgió a inicios del siglo XX, a partir de las


movilizaciones entorno a la Reforma Universitaria y enmarcado en un proceso más
amplio caracterizado por la proletarización y profesionalización de las sociedades
latinoamericanas. El Grito de Córdoba en 1918 representó la primera confrontación
entre una sociedad que comenzaba a experimentar cambios en su composición interna y
una Universidad enquistada en el viejo orden oligárquico y clerical (Tünnermann,
2008). Las juventudes universitarias, compuestas por las clases medias emergentes,
irrumpieron en la escena política e impulsaron el proceso de modernización de las
universidades latinoamericanas (Marsiske, 2010), estableciendo un nuevo esquema
universitario público, laico, gratuito, cogobernado y autonomista que se fue
expandiendo a lo largo de la región (Rama, 2006).
El movimiento por la Reforma Universitaria encontró tierra fértil en el Perú. Las
relaciones patrimonialistas del civilismo con el Estado y, especialmente, con la
Universidad de San Marcos contribuyeron a generar las condiciones para que los
estudiantes sanmarquinos se movilicen contra el orden oligárquico y el rígido sistema
universitario (Casalino, Rivas y Toche, 2018). La fundación de la Federación de
Estudiantes del Perú (FEP) en 1916 marca el primer hito del movimiento estudiantil
peruano, el cual se movilizará por la Reforma Universitaria en 1919. Tras meses de
protestas estudiantiles se logra la primera victoria del reformismo. El gobierno Augusto
B. Leguía promulga una nuevo Estatuto Universitario que contempla las cátedras libres,
la representación estudiantil en el Consejo Universitario y el derecho de tacha
(Huamaní, 2018).
Por otro lado, la reforma académica no fue el logro más significativo del
movimiento universitario peruano. Al año siguiente, se organiza el primer Congreso
Nacional de Estudiantes que tuvo como acuerdo la creación de las Universidades
Populares. En estos centros participaron obreros, estudiantes e intelectuales, lo cual
amplió el radio de influencia de la reforma y consolidó una alianza social de corte
clasista (Casalino, Rivas y Toche, 2018).
Además, cabe señalar que el movimiento estudiantil se asoció a partidos cuya
fuerza principal estaba constituida por su organización en sectores extrauniversitarios;
característica más acentuada en relación a la Alianza Popular Revolucionaria Americana
(APRA), fundada por Víctor Raúl Haya de la Torre en 1924. En este sentido, el
movimiento se convirtió en una proyección de conflictos nacionales (Portocarrero,
1970).
Las coyunturas políticas de 1930 y 1945 marcaron dos grandes momentos de la
lucha del movimiento universitario peruano y mostraron la gran capacidad movilizadora
del APRA. En 1946, el movimiento estudiantil logra rescatar los principales
planteamientos de la Reforma en el Estatuto Universitario 10555. En ese mismo año,
Luis Alberto Sánchez, connotado líder aprista, fue elegido Rector de la Universidad
Nacional de San Marcos y al año siguiente (1947) se funda la Federación Universitaria
de San Marcos (FUSM). Todo eso marcará el apogeo del APRA en las universidades,
sobretodo en San Marcos, Trujillo, Cusco y Arequipa; obteniendo así el control de la
FEP (Huamaní, 2018).
Durante los años cincuenta el Perú experimentó un proceso de transformación
social, política y económica. La progresiva industrialización, el crecimiento
demográfico, la migración de la población rural hacia las ciudades, transformaron al
Perú de un país esencialmente agrario en un país urbano. Esto trajo consigo crecientes
demandas sociales por parte de los sectores populares y medios, siendo la educación una
de las más importantes. En respuesta, el Estado inició una enorme campaña de
extensión en la cobertura educativa nacional a nivel escolar (Chávez, 1999) e impulsó
un moderado proyecto de desarrollo y modernización de la educación superior que se
tradujo en una acelerada ampliación de la cobertura universitaria. Se crearon
universidades públicas en provincias y en Lima se fundaron importantes universidades
privadas.
En la segunda mitad del siglo XX, el Estado peruano

La tradicional hegemonía aprista en las universidades tendrá su punto de


inflexión durante el gobierno de Manuel Prado (1956-1962) debido a la relación de
convivencia política entre el APRA y los sectores conservadores de la oligarquía. Frente
a esto, surgen nuevas agrupaciones universitarias que cuestionarán el liderazgo aprista,
al punto de arrebatarle la conducción de la FEP en 1959. Esto los llevaría a conseguir la
aprobación de la ley 13417 que puso en vigencia la reforma universitaria (Venturo,
2001).
Al comenzar los años sesenta, el movimiento universitario se encontraba
dividido en dos bloques principales: las organizaciones que representaban al APRA y
una coalición de fuerzas izquierdistas y antiapristas, en cuyo seno predominaba la
orientación comunista. Esta última fracción se articuló alrededor del Frente Estudiantil
Revolucionario (FER), fundado en 1958, e irá ganando el control del movimiento
(Portocarrero, 1970).
El control del movimiento fue pasando paulatinamente de los grupos apristas al
FER. Este cambio se relacionó con el desprestigio del APRA, por su participación en el
gobierno de Prado, su actitud reformista y política de concesiones (Portocarrero, 1970);
además debe considerarse la ampliación de la izquierda, a raíz del influjo de la
Revolución Cubana, la creciente politización de los estratos obreros, campesinos y
estudiantiles, y el el cisma entre los partidos comunistas soviético y chino (Vargas,
2015).

Estos cambios en la política estudiantil respondieron a transformaciones sociales


y políticas en el Perú y el extranjero. En América Latina, los años sesenta fue un
momento de resignificación del movimiento estudiantil. El triunfo de la revolución
cubana incorporó el sentido de la transformación revolucionaria en la acción estudiantil
(Luciani, 2019).
Este cambio se relacionó con la ampliación de la izquierda, a raíz del influjo de
la Revolución Cubana, la creciente politización de los estratos obreros, campesinos y
estudiantiles, y el el cisma entre los partidos comunistas soviético y chino (Vargas,
2015).
En suma, la masificación del reclutamiento universitario y la caída de la
inversión estatal fueron dos tendencias opuestas que condicionaron desde afuera a las
universidades públicas ocasionando su desborde como institución (CVR, 2003).
El golpe militar de 1968 y las reformas emprendidas por Velasco Alvarado
marcan un nuevo periodo en la política peruana. Por un lado, se golpeó a la oligarquía, y
por el otro, desnaturalizaron las agendas de los partidos políticos, acentuando en su
rechazo la crisis del sistema público de enseñanza (Vargas, 2015).
La intervención del gobierno militar en las universidades a través del decreto ley
17437 restringió las conquistas democráticas de la reforma. Se eliminan el cogobierno
estudiantil, la libertad de cátedra y la legalidad de las organizaciones estudiantiles. Esto
marcará el punto de inicio de una nueva etapa del movimiento estudiantil peruano: el
radicalismo universitario (Lynch, 1990).
Este proceso tuvo por consecuencia que los partidos que dominaron la escena
universitaria se definan por su rechazo radical al sistema dominante, negándose a
participar en los canales institucionalizados del juego político y propugnar la lucha
armada como única vía posible de cambio (Portocarrero, 1970).
El movimiento universitario se atomiza y pierde su capacidad de influencia en
los procesos políticos nacionales. Vuelve el sectarismo y el gremialismo es copado por
los grupos de izquierda más conservadores como Patria Roja (Venturo, 2001).
Las importantes transformaciones sociales ocurridas desde los años cincuenta
determinaron la aparición de nuevos actores en el movimiento social: sindicatos
obreros, agrupaciones campesinas, pobladores de barriadas y algunos sectores medios.
(Rochabrún 1986). Este nuevo conglomerado de organizaciones populares ocasionó una
gradual disminución del protagonismo que el movimiento estudiantil universitario había
tenido en la vida política nacional de los últimos cuarenta o cincuenta años como
abanderado de la crítica social.
En el transcurso de los setenta, el radicalismo partidario encontró arraigo donde
la brecha étnica y cultural fue más profunda: la educación superior ().Por otro lado,
estas organizaciones tuvieron una implantación más débil a nivel nacional, y no
desempeñaron un rol tan importante en los conflictos políticos (Portocarrero, 1970).
En el segundo momento, las relaciones entre el movimiento y los partidos
cambiaron.
En primera instancia, se definieron por su rechazo radical al sistema dominante y
propugnaron la lucha armada como única vía posible de cambio. Por otro lado, estas
organizaciones tuvieron una implantación más débil a nivel nacional, y no
desempeñaron un rol tan importante en los conflictos políticos. Esta última
característica se debe también a su rechazo en bloque del sistema, y por ende a su
negativa de participar en los canales institucionalizados del juego politico.
La década de los setenta puede ser identificada como la etapa en la que el
movimiento universitario se atomiza y pierde toda capacidad de influencia en la vida
académica y en los procesos políticos nacionales. No sólo se reinicia una nueva etapa de
sectarismo y extremismo verbal sino que el gremialismo es copado por los grupos de
izquierda más conservadores como Patria Roja.
Durante los años ochenta, desprestigiada la actividad gremial de los estudiantes,
la quietud universitaria será abrumadora. La violencia política no hará sino agravar esta
situación. Sendero Luminoso realizó en las universidades nacionales la mismaestrategia
de amedrantamiento y la misma práctica sectaria y dogmática queaplicara contra las
organizaciones populares del campo y la ciudad, y la reacción delestudiantado fue el
repliegue. Otros grupos como la Juventud Mariateguista (base juvenil del Partido
Unificado Mariateguista) y los sectores de Patria Roja que no asumieron la lucha
armada, se enfrascaron en una lucha sin cuartel por el control dela Federación de
Estudiantes y lo único que lograron fue alejar aún más al gremio de sus potenciales
representados. De este modo las izquierdas, legales e ilegales, contribuyeron a
desprestigiar la actividad política en la universidad. Por eso, cuando las comisiones
interventoras del gobierno de Fujimori echaron por tierra la autonomía universi
(Venturo).
La influencia del APRA fue decreciendo notablemente y dentro del FER las
tendencias moderadas perdieron terreno; especialmente aquellas representadas por el
PCP unidad (de tendencia prosovietica) y los reformismos de diversos matices. Este
proceso tuvo por consecuencia que los partidos que dominaron la escena universitaria se
definan por su rechazo radical al sistema dominante, negándose a participar en los
canales institucionalizados del juego político y propugnando la lucha armada como
única vía posible de cambio (Portocarrero, 1970; Lynch, 1990).
En la segunda fase, los partidos que dominaron la escena universitaria se definan
por su rechazo radical al sistema dominante y propugnan la lucha armada como única
vía posible de cambio.
Por otro lado, las sociedades latinoamericanas se encontraban en un proceso de
profundas transformaciones que atravesaron a la propia institución universitaria,
modificando sustancialmente el rol y las características del estudiantado (Rama, 2006).
Entre 1960 y 1980, el 79% de la matrícula se concentró en la oferta pública
(Cuenca, 2015) y que las bases constitutivas del movimiento estudiantil experimentaron
un cambio significativo en su origen social. Una gran proporción de estudiantes de
raigambre provinciana accede a la universidad cuyas expectativas de movilidad social,
en la precaria modernidad peruana, se convirtieron en motivo de acción política y, en
determinados medios, de política radical (Lynch, 1990). De este modo, los claustros
universitarios se convirtieron en espacios altamente precarios y politizados.
La situación se volvió aún más crítica entre 1980 y 1995, ya que las
universidades públicas se convirtieron en espacios de interés estratégico tanto para la
difusión ideológica, así como la captación y reclutamiento de estudiantes y profesores
para proyectos subversivos. Así, bajo el pretexto del radicalismo estudiantil, el gobierno
de Alberto Fujimori autorizó la militarización de las universidades, instalando bases
militares dentro del campus. Con ello desaparecieron la mayoría de agrupaciones
políticas, se bloquearon los espacios de participación y los discursos clasistas eran
vigilados y censurados por los soldados. En consecuencia, muchos estudiantes
replegaron su actividad política en el silencio y la indiferencia (CVR, 2003).
Por otra parte, en 1996 se promulga el Decreto Legislativo 882 permitiendo el
lucro en las universidades con la finalidad de atraer a la inversión privada. Esta decisión
trastocó el sistema universitario peruano no solo en su magnitud, de las 80
universidades peruanas creadas entre 1990 y el 2015, el 83% fueron privadas (Sunedu,
2017); sino directamente en la propia “idea” de universidad. Según Lynch (1990) esto
significó la ruptura de los dos principios que habían regido a la universidad peruana: la
universidad sin fines de lucro y el gobierno democrático de la comunidad universitaria.
En suma, llevaron a que la juventud universitaria se plantee una forma más
escéptica de vincularse con la política en general (Jave, Cépeda y Uchuypoma, 2015).

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