Entre Abogados Te Veas
Entre Abogados Te Veas
Entre Abogados Te Veas
COORDINACIÓN EDITORIAL
“ENTRE ABOGADOS
TE VEAS”
APROXIMACIÓN MULTIDISCIPLINAR
EN TORNO A LA ABOGACÍA
Y ANÁLISIS IUSFILOSÓFICO
SOBRE SU PROYECCIÓN
EN LA TEORÍA DEL DERECHO
CONTEMPORÁNEA
ISBN 978-607-30-2754-0
A mi mamá y mi papá, por tanto
CONTENIDO
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XI
Roberto P. Saba
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XIX
Luis Lloredo Alix
Agradecimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XXIX
VII
VIII CONTENIDO
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 263
Este libro forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM
www.juridicas.unam.mx Libro completo en:
http://biblio.juridicas.unam.mx/bjv https://tinyurl.com/yyxmusaa
Presentación
PENSAR LA ABOGACÍA
Este magnífico trabajo de Juan Jesús Garza Onofre nace —como lo expresa
el propio autor— de un malestar, de una fuerte disconformidad con un cier-
to estado de cosas respecto del modo en el que actúan y son percibidos los
abogados; de la forma en que son formados en las escuelas de derecho de
México —aunque podría extenderse el caso al resto de América Latina—;
malestar por lo que implica ejercer la profesión, por las luces y las sombras
que arroja la academia jurídica sobre la actividad de estos profesionales, por
las ausencias y las presencias sesgadas de este actor que parece opacado y
desplazado por otros que han atraído la atención de la teoría jurídica, la filo-
sofía y la sociología, como por ejemplo, y, sobre todo, los jueces. El abogado
como actor a veces ausente, otras invisible y en muchas ocasiones ignorado.
Así, Garza Onofre se propone llenar ese relativo vacío, o al menos contribuir
a hacerlo, proponiendo una mirada atenta y siempre crítica sobre este per-
sonaje, trayéndolo de los márgenes al centro, poniéndolo debajo de la lupa
de un autor que por momentos parece un “detective salvaje” que indaga en
la historia de la profesión que ha elegido para sí y que empezó por mirarla
con desconfianza para terminar, creo yo, amándola en sus propios términos.
Un autor que mira al abogado desde un enfoque interdisciplinario rico en
facetas y pliegues, porque el abogado no debe ni merece ser colocado en los
márgenes del derecho. Ser abogado no es un chiste.
Garza Onofre tiene un malestar que es compartido por muchos de sus
colegas de América Latina, sobre todo en lo que respecta a la formación de
los abogados en las facultades de derecho de la región, a su desempeño y a
su ética. Si bien no abundan, no son escasos los trabajos sobre la sociología
de la profesión de los abogados, pero sí son pocos los autores en el mundo
que han asumido la tarea de construir una especie de filosofía de esta profe-
sión que derivaría también en su ética. En Estados Unidos se destacan obras
de diversas perspectivas teóricas como la de Anthony Kronman, The Lost
Lawyer; la de David Luban, Lawyers and Justice: An Ethical Study, o la de Dun-
can Kennedy, La enseñanza del derecho como forma de acción política, entre tantos
otros intentos por enlazar la teoría jurídica con la teoría de la profesión y,
XI
en consecuencia, una cierta idea acerca de cómo debe ser la enseñanza del
derecho y la práctica de la abogacía. En América Latina, no hemos tenido
un debate robusto en la materia, al menos en la academia, hasta entrada
la década de los noventa del siglo pasado, con lecciones no siempre escritas
como la de Carlos Nino y el trabajo de algunos de sus discípulos, en el caso
de Argentina, mi país. Antes de eso, pero desde el campo del activismo,
surgieron trabajos críticos sobre la educación de los abogados en la región,
vinculados al movimiento de “Derecho y desarrollo” que surgiera en Esta-
dos Unidos en la década de los cincuenta y que se extendería de la mano
de la Fundación Ford a países como Chile. Si bien esta iniciativa dejó plan-
teadas algunas líneas de trabajo, el movimiento se debilitó paulatinamente
hasta que algunos de sus ejes fueron retomados por una nueva ola de inicia-
tivas que buscaron instalar la enseñanza clínica en las facultades de derecho
de América Latina hacia comienzos del siglo XXI. Contemporáneamente
cobró impulso un movimiento paralelo dirigido a difundir el denominado
litigio de interés público como práctica de activismo en materia de derechos
humanos, también comprometiendo a abogados pro bono, ONG, estudian-
tes y profesores de clínicas. Lo que motiva esta obra es, entonces, un males-
tar respecto de una carencia que requiere, antes de pasar a una propuesta
normativa, de algún intento de explicación respecto de su existencia. Garza
Onofre, nuestro detective en esta historia, encuentra una pista en el lugar
dominante que ha tenido el positivismo jurídico y el formalismo en nuestra
cultura legal, y creo que tiene razón.
Los países de América Latina son herederos de la tradición jurídica con-
tinental que les fue legada por sus metrópolis, sobre todo España y Portugal.
Esta tradición parte de dos presupuestos fundamentales, uno asociado a una
teoría política y otro a una teoría jurídica, y ambos conectados por lo que
podríamos llamar la estrategia de la codificación. La tradición continental
tiene en el centro de su galaxia jurídica al Código Civil, considerado como
la norma fundamental del sistema, desplazando incluso a las Constitucio-
nes y también a los límites que provienen más modernamente del derecho
internacional. Si bien esta tendencia puede estar siendo revertida por el
movimiento de constitucionalización del derecho privado, es notable la re-
sistencia que desde el derecho civil se opone al reconocimiento de cualquier
límite normativo a esa norma central del sistema. Esa resistencia alcanza
incluso a los cambios que pudieran introducir los propios legisladores, salvo
que se trate de una “reforma del Código”.
El Código, si bien redactado generalmente por expertos, es considerado
como una expresión de la voluntad parlamentaria por encima de la cual no
se reconoce autoridad alguna en una concepción monista de democracia,
PRESENTACIÓN XIII
PRESENTACIÓN XV
PRESENTACIÓN XVII
Roberto P. Saba
Prólogo
XIX
ante un librito muy bonito. Lo de “un librito muy bonito” tiene historia y
tiene guasa. Según el autor de esta obra —Juan Jesús Garza Onofre, a quien
preferiría seguir llamando Tito a partir de ahora, porque creo que él se sen-
tirá más cómodo— “un librito muy bonito” es una de esas muletillas que
yo usaba con excesiva frecuencia en las clases de doctorado, casi siempre
enarbolando libros —más bien mamotretos— de hasta 700 páginas, cuya
lectura recomendaba encarecidamente a continuación. Normalmente, des-
pués de tres o cuatro horas de clase, las listas de bibliografía se engrosaban
hasta convertirse en titánicos catálogos de varios miles de hojas. Esto, según
parece, suscitaba hilaridad entre los estudiantes, por la ternura con la que
yo hablaba de libros que, en realidad, podrían provocar casi cualquier cosa
menos cariño. Es algo que Tito siempre me recuerda con cierta sorna, hasta
que ha llegado a convertirse en una broma habitual entre nosotros. No sé
con qué cara me mirarían los alumnos si ahora me dirigiese a ellos blan-
diendo amorosamente el libro que tienen ustedes entre manos, y les dijera
que se trata de “un librito muy bonito”. Pero, créanme, basta con echar un
vistazo a las primeras líneas para darse cuenta de que, con independencia
de mis juicios personales, de mis filias o mis fobias, éste es ciertamente un
libro bonito. Me atrevería a decir, de hecho, que están ustedes ante un libro
hermoso.
Es un libro hermoso, para empezar, porque Tito tiene una prosa ele-
gante, fluida, salpicada por doquier de ribetes literarios que hacen de la
lectura una tarea agradecida y amena, pese a la aridez de muchos de los
temas de filosofía jurídica que en él se abordan. Si no me creen —les asegu-
ro que aquí no estoy siendo retórico—, sáltense lo que queda de prólogo y
vayan directamente a la introducción u ojeen algunas páginas al azar. Verán
que tengo razón. Es un libro hermoso, además, porque el tema que trata
es original, pero al mismo tiempo importante. Es original, porque, como
más adelante se dirá —y como el mismo Tito explica detalladamente en
el libro—, existe poca literatura acerca de los abogados desde una pers-
pectiva filosófico-jurídica. Y es importante porque, como también podrá
irse viendo poco a poco, la reflexión sobre los abogados y la explicación
de por qué ha sido una figura tan parcamente analizada, nos conduce a un
diagnóstico general sobre la cultura jurídica contemporánea, sobre sus défi-
cits y sobre sus condicionantes ideológico-epistemológicos. En este sentido,
aunque estamos ante un libro sobre la abogacía, lo que en realidad está en
juego —filosóficamente hablando— es mucho más que el estatus de una
profesión jurídica aislada.
Daré un breve rodeo para explicar esto mejor. En muchos países del
ámbito latinoamericano, cuando se pregunta por los estudios universitarios
PRÓLOGO XXI
PRÓLOGO XXIII
están detrás de las transformaciones —no vayamos a pensar que éstas son
fruto del cálculo de juristas esclarecidos, ya sean jueces o abogados— no re-
curren a los jueces para canalizar sus protestas, sino a los abogados.
Desde este punto de vista, ese nudo de fuerzas centrífugas que se en-
tretejen en la posición del abogado, y que éste suele intentar mantener en
un precario punto de equilibrio, se desatan en determinados momentos de
la historia para dar lugar a praxis partisanas de la abogacía, y ésta es una
cualidad que, a no ser que hablemos de regímenes totalitarios o inquisito-
riales, el juez jamás puede asumir, pues está condicionado por la obligación
ineludible de imparcialidad. En cierto modo, aun pecando de romanticismo
—un romanticismo del que no hace gala el autor del libro, mucho más sen-
sato y mesurado—, podría agregarse otra metáfora a la de Proteo, esta vez
de procedencia bíblica: pese a no disponer del poder arrollador del martillo
judicial, pese a no ser el responsable de pronunciar la última palabra del
proceso, el abogado se comporta como David frente a Goliat: equipado con
un arma aparentemente débil y emplazado en una posición de indudable
inferioridad, tiene la posibilidad, en determinadas circunstancias, de de-
rrumbar gigantes cuya estabilidad parecía otrora inquebrantable.
Ahora bien, todo esto es importante, como se decía antes, no sólo por lo
estimulante de las ideas que se nos brindan respecto al papel de la abogacía,
sino también por las conclusiones que de ello podemos sacar en relación con
el derecho y la cultura jurídica occidental lato sensu. En efecto, si tantas son
las sugerencias que anidan en la figura del abogado, si tantas posibilidades
de transformación y creatividad alberga en su seno —en contraste con el
acartonamiento institucional de la judicatura—, ¿por qué se le ha dedicado
tan poca atención? ¿Por qué la filosofía y la ciencia jurídicas han derrocha-
do ríos de tinta en escribir sobre jueces y magistrados, mientras que han
ignorado o pasado de perfil por la figura del abogado? La respuesta, que
podrán encontrar bien contextualizada y desarrollada en el libro —desde
diferentes ángulos y perspectivas disciplinares— tiene que ver con algo que
acabo de mencionar de forma tangencial: de algún modo, probablemente
inconsciente, seguimos anclados en una visión inquisitorial del fenómeno
jurídico, según la cual tendemos a ver el derecho como una práctica que
discurre de forma vertical, desde el legislador hasta el juez, como si de una
mera cadena de mando se tratara. Ello hace que, aunque seamos cons-
cientes en la teoría, terminemos olvidando o menospreciando el carácter
contradictorio del proceso, la esencia dialógica que preside nuestras confi-
guraciones institucionales y que, como es natural, debería otorgar un prota-
gonismo indiscutible a los abogados.
PRÓLOGO XXV
PRÓLOGO XXVII
AGRADECIMIENTOS
Una vez finalizado el proceso de escritura y revisión del contenido del pre-
sente trabajo no es sorprendente que las primeras líneas sean de las últimas
que he ideado. Dicha introducción hace justicia a un lindísimo poema de
Wisława Szymborska que termina afirmando que: “Todo principio / no es
más que una continuación / y el libro de los acontecimientos / se encuentra
siempre abierto a la mitad”, o, en terminología un tanto menos artística y
más prosaica, al afamado refrán que dice: “no por mucho madrugar amane-
ce más temprano”.
Desde finales de 2012 se comenzó a gestar una investigación no preci-
samente sobre abogados sino ¡contra los mismos! Por absurda que parezca
esta idea, dicha hipótesis cobraba sentido a partir de múltiples proyecciones
personales que se fueron formando a lo largo de mi transcurso por la Facul-
tad de Derecho y durante el tiempo que tuve la oportunidad de trabajar. De
alguna u otra manera, vislumbré el inicio de mi posgrado en el extranjero
como una valiosa oportunidad para manifestar mi inconformidad con el
ejercicio de la disciplina jurídica. Quizá hubiera sido más sencillo no estu-
diar o darle un giro a mi vida y cambiar de profesión. Sin embargo, ya había
invertido más de seis años en este mundo, por lo que un extraño sentimiento
de preocupación combinado con la insaciable sed de venganza por recupe-
rar el tiempo perdido me impulsaron a iniciar el presente proyecto.
No es que fuera infeliz, me sintiera decepcionado o acaso extraviado
en alguna de mis constantes crisis existenciales, sino que, cada día más, me
invadía una constante insatisfacción profesional. La incompatibilidad entre
la teoría y la práctica llegó al punto de hacerme repudiar al gremio y, por
ende, seguir denostándolo o incluso intentar liquidarlo de una vez por todas.
Originalmente para mí el derecho, el “ser abogado”, era otra cosa. Algo
distinto. Un campo que podía brindar múltiples oportunidades para desa-
rrollar la creatividad y la imaginación, para remediar injusticias, para culti-
var las letras, utilizando las normas para transformar la sociedad. Una can-
cha pareja en la que el razonamiento y las palabras sirvieran como armas
de combate para desterrar falsedades e infamias, donde los argumentos de
fondo fueran los catalizadores para alcanzar metas y lograr objetivos. No la
XXIX
XXX AGRADECIMIENTOS
AGRADECIMIENTOS XXXI
XXXII AGRADECIMIENTOS
AGRADECIMIENTOS XXXIII
taciones, y por generar ese grupo conformado por grandes profesores que
ahora considero entrañables amigos: Josep Aguiló, Macario Alemany, Isa-
bel Lifante, Jesús Vega, Juan Antonio Pérez Lledó, Daniel González Lagier,
Hugo Ortiz, y tiempo después Danny Cevallos y Yiggal Olivares. Con cada
uno, en mayor o menor medida, tengo anécdotas, aprendizajes, momentos
que, si tuviera que hacer explícitos, necesitaría de otra tesis para relatarlos,
teorizarlos, dimensionarlos, comprenderlos y agradecerlos. Obviamente el
afecto y respeto que les tengo a los alicantinos no se forjó en solitario, ni es
sólo un aprecio intelectual; en ese sentido, la constante, alegre y riesgosa
compañía de Cristina de Castro y Paula Gastaldi (aunque una en Madrid y
otra en Córdoba) provocó que descubriera aspectos de mi persona que des-
conocía (para bien y para mal), esmerándose en apoyarme bajo cualquier
circunstancia. A ellas dos, infinitas gracias, a su lado nunca me he sentido
fuera de lugar, ni lejos de casa.
A partir de Alicante, durante todo el siguiente año y medio, comencé
una especie de viaje intelectual en el que fui escribiendo la tesis en diversos
sitios, aprovechando seminarios y congresos, conociendo a muchos aboga-
dos y teóricos del derecho, que a través de entrevistas, charlas y clases me
ayudaron a desentrañar de mejor manera mi objeto de estudio. Así pasé
por Bogotá (Universidad de los Andes), Buenos Aires (Universidad de Pa-
lermo), Córdoba (Universidad Nacional de Córdoba), Alicante (otra vez),
Ohio (Ohio State University) y Oñati (Instituto Internacional de Sociología
Jurídica). Con sus particularidades y las propias dificultades que conlleva el
incesante tránsito geográfico, recuerdo con especial simpatía cada punto en
el que me recibieron y me brindaron un espacio para poder hurgar en su
biblioteca o poder presentar mi proyecto. Agradezco especialmente a Fer-
nando Villarreal Gonda por su apoyo para realizar mi estancia en Estados
Unidos, a Roberto Saba de Palermo, a Daniel Bonilla de los Andes y a An-
drés Rossetti de la Nacional de Córdoba por la confianza y disposición por
escucharme y discutir mis ideas; sin sus propuestas, algo bastante diferente
y mucho menos sensato hubiera resultado. Mención aparte merece Rodolfo
Vázquez, cuyo consejo y desmedida generosidad han sido fundamentales
para que este trabajo finalmente haya visto luz.
En definitiva, todo este proceso no hubiera sido posible sin el apoyo
de las personas y las instituciones con las que comparto país de origen. La
beca al extranjero que obtuve por parte del Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología (Conacyt); la invaluable confianza de la Facultad Libre de De-
recho de Monterrey, en específico de mi jefe, maestro y amigo (claramente,
no en ese orden), José Roble Flores Fernández; el apoyo del Instituto de
XXXIV AGRADECIMIENTOS
AGRADECIMIENTOS XXXV
encuentran dos diferentes obras que atribuyen al mismo el calificativo de “maldición gitana”;
véase Torre, Javier de la, Deontología de abogados, jueces y fiscales, Madrid, Biblioteca Comillas
Derecho, 2008, p. 262. Béjar Fonseca, José Luis, Apología del abogado, México, Universidad
Autónoma de Nayarit, 1999, p. 109. En México existen múltiples libros, artículos, incluso
telenovelas, que hacen referencia al título para llamar la atención sobre el trabajo de los
abogados.
XXXVI AGRADECIMIENTOS
Introducción
EL ABOGADO PROTEO
No me siento seguro
En ninguna parte.
La aventura no termina.
Tus ojos brillan en todos los rincones
No me siento seguro
En las palabras
Ni en el dinero
Ni en los espejos
La aventura no termina jamás
Y tus ojos me buscan.
Roberto Bolaño1
En la Odisea, Homero relata el mito del antiguo dios del mar, Proteo, pastor
de las bestias acuáticas, quien no sólo contaba con la capacidad de ver a tra-
vés de las profundidades oceánicas, sino también de conocer todas las cosas
futuras. Sin embargo, sus grandilocuentes destrezas proféticas contrastaban
con su disposición por revelar lo que sabía a cualquier interesado. Así, Proteo
cambiaba constantemente de forma y de rostro para evitar confesar sus aus-
picios. Las mutaciones al tiempo que dictaban sus conductas también servían
para su propia subsistencia.
Sirva este breve relato mitológico para hacer una analogía con la figura
del abogado, para resaltar el carácter variable y adaptable de este operador
jurídico. Porque en ese carácter transformativo reside, precisamente, una
de las principales caracterizaciones de quienes ejercen la abogacía, en en-
tender su ambivalente maleabilidad como una herramienta tan bondadosa
como peligrosa, que al mismo tiempo sirve para estremecer el sistema o, en
el extremo opuesto, para su conservación y mantenimiento. Y no sólo eso:
Bolaño, Roberto, “Tu lejano corazón”, en Poesía reunida, Barcelona, Alfaguara, 2018,
1
p. 174.
2
MacCormick, Neil y Weinberger, Ota, An Institutional Theory of Law. New Approaches to
Legal Positivism, Dordrecht/Boston/Lancaster/Tokyo, D. Reidel Publishing Company, 1986,
p. 74.
riendo que quizá para su lectura y cabal comprensión sea preferible tener
en mente la idea de borde, de algo que está muy cerca, que se influye de
forma recíproca, pero mantiene su individualidad.
De tal forma que a lo largo de las siguientes páginas, se intentará ex-
plicitar la complejidad de la figura del abogado y la relación que fragua al
momento de operar con el derecho. En efecto, por sus profundas implica-
ciones sociales, es posible descubrir en su accionar un sinfín de matices y
claroscuros que rompen por completo la tradicional representación bina-
ria, en la que, por lo general, se le configura. Y es que la abogacía ha sido
caracterizada por ser “una actividad independiente, predicándose esa in-
dependencia en la libertad del ejercicio de la profesión y, en la libertad de
organización del ejercicio profesional”3 que permite identificarse como uno
de los ejemplos más claros de profesiones liberales, cuyas labores se encuen-
tran indefectiblemente subordinadas a los intereses de parte. Pero las cosas
son más complejas.
Durante la quinta edición del máster en argumentación jurídica de la
Universidad de Alicante, en una conferencia sobre los sesgos cognitivos
en la aplicación judicial del derecho, impartida por el profesor Francisco
Laporta, al hablar, tuve la oportunidad de cuestionarle sobre este tema en
relación con los abogados. La pregunta, según recuerdo, fue más o menos
así: “¿Qué tipo de sesgos es posible encontrar al momento de ejercer la
abogacía?” Laporta contestó: “El abogado tiene un sesgo casi profesional”. Desa-
tando risas entre el auditorio, el inicio de su respuesta resultó ser una bro-
ma, que, aunque inocente, ponía en evidencia muchos de los problemas e
incomprensiones al tratar de pensar al abogado dentro de los marcos que
despliegan los actuales modelos de Estado. Pues estos sesgos y, por ende,
estas contradicciones, antes que ser un obstáculo para teorizar sobre este
operador, deberían ser contemplados como un importante catalizador de
la reflexión.
En ese orden de ideas, no resulta casual que la Real Academia Españo-
la, en la vigésima tercera edición de su Diccionario de la lengua española, precise
el significado de abogado en las siguientes tres definiciones:
3
García Piñeiro, Nuria P., “Del abogado autónomo al abogado trabajador por cuenta
ajena: la relación laboral especial de los abogados al servicio de despachos profesionales”,
Revista del Ministerio de Trabajo e Inmigración, Madrid, núm. 83, 2009, p. 153.
2. Intercesor o mediador.
3. Persona habladora, enredadora, parlanchina.4
Treves, Renato, Introducción a la sociología del derecho, trad. de Manuel Atienza, Madrid,
9
10
MacCormick, Neil, “Editor´s Foreword”, en MacCormick, Neil (ed.), Lawyers in their
Social Setting, Edinburgh, W- Green & Son Ltd., 1976, p. viii.
llermo et al. (coords.), Democracia, volumen 3: Perspectivas políticas, Montevideo, B de F, 2019 (en
prensa).
13
Pound, Roscoe, An Introduction to the Philosophy of Law, New Haven, Yale University
Press, 1922, p. 50.
14
Woody Allen en Poderosa Afrodita, 1995.
flexión, la búsqueda de alguien que se busca, del insatisfecho que urgido por
las gentes termina distraído de sus labores. De ahí que una lectura del mito
proteico se pueda equiparar con un viaje introspectivo, con el ejercicio filo-
sófico que conduce a la acción.
La idea del abogado Proteo pugna por asumir los riegos que conlleva
el dejarse atrapar y confrontar la crítica. Al pensar la profesión desde di-
ferentes trincheras, se espera que estos operadores sean conscientes de sus
implicaciones sociales y así puedan estar en posibilidad de utilizar el razo-
namiento práctico para detonar procesos que cuestionen las dinámicas que
acorralan y disminuyen sus potencialidades creativas y transformadoras.
Capítulo primero
15
Bolaño, Roberto, “Para Efraín Huerta”, en La universidad desconocida, Barcelona, Ana-
grama, 2007, p. 37.
16
Kafka, Franz, “Josefina, la cantora, o el pueblo de los ratones”, en Cuentos completos
(textos originales), trad. de José Rafael Hernández Arias, Madrid, Valdemar-El Club Diógenes,
2014, p. 629.
17
Weems, Scott, Ja. La ciencia de cuándo reímos y por qué, trad. de Damián Alou, Ciudad de
México, Taurus, 2015, p. 35.
18
Barba, Andrés, La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder, Barcelona, Alpha Decay,
2016, p. 47.
19
Possenti, Sirio, “Estereotipos e identidad en los chistes”, Cuicuilco. Revista de la Escuela
Nacional de Antropología e Historia, Ciudad de México, vol. 9, núm. 24, enero-abril 2002, p. 2.
11
del propio discurso.20 Por tanto, los chistes resultan un instrumento útil para
analizar la percepción sociocultual en nuestro entorno.21
Como escribe Freud en su libro El chiste y su relación con el inconsciente, es
lícito recordar el peculiar atractivo, y aun la fascinación, que los chistes ejer-
cen en nuestra sociedad. Un chiste nuevo opera casi como un evento digno
del más universal interés; es como la novedad de un triunfo del que unos
dan parte a los otros.22
No por nada Marc Galanter se ha encargado de rastrear chistes de abo-
gados que han estado en circulación desde los últimos doscientos años y
estudiarlos en su libro Lowering the Bar: Lawyer Jokes and Legal Culture,23 demos-
trando las fuertes relaciones entre éstos y las convicciones generales sobre
los abogados en Estados Unidos. Pero estas manifestaciones culturales, más
allá de ceñirse a un sistema jurídico en específico o a un conjunto de países
que comparten ciertas tradiciones,24 están tan extendidos que terminan por
expresar una animadversión transversal contra los abogados.
En efecto, los chistes que hay sobre el gremio de los abogados parecen
ser más que los de cualquier otro. Existe tanto material al respecto, que se-
20
Vigara Tauste, Ana María, “El chiste, texto lúdico”, Espéculo Revista de Estudios Literarios
Universidad Complutense de Madrid, Madrid, núm. 50, enero-junio 2013, p. 17.
21
El análisis sobre el chiste no es un tema nuevo ni su estudio resulta indiferente a dis-
ciplinas como la sociología, la psicología, la filosofía y, recientemente, la neurociencia. Los
trabajos sobre el mismo resultan tan amplios como antiguos. Para un somero repaso de algu-
nas de las principales obras que han guiado la discusión, véase Spang, Kurt, “Aproximación
semiótica al chiste”, Revista del Instituto de Lengua y Cultura Españolas, Navarra, núm. 2, t. 2,
1986, p. 289.
22
Freud, Sigmund, El chiste y su relación con el inconsciente, Buenos Aires, Amorrortu edito-
res, 1970, p. 17.
23
Galanter, Marc, Lowering the Bar: Lawyer Jokes and Legal Culture, Madison, University of
Wisconsin Press, 2005.
24
Aunque precisamente Galanter en el capítulo 11 de su libro antes referido, deja en-
trever que en sistemas jurídicos ajenos al common law los chistes sobre abogados son escasos,
véase Galanter, Marc, Lowering the Bar: Lawyer Jokes and Legal Culture, cit., pp. 256 y ss., lo
cierto es que los casos que cita de otras geografías como Dinamarca, o Países Bajos, distan
mucho de lo que ocurre en otras regiones del mundo cuyo sistema jurídico sigue la tradición
romano-germánica, por ejemplo en Latinoamérica. Si bien es cierto que los norteamerica-
nos generan un importante número de chistes sobre abogados, en gran medida, gracias al
imperialismo del humor que ejercen a través de numerosas expresiones culturales, también
lo es que esto no elimina el humor local de otras latitudes. Véase Ross, Stan, The Jokes on
Lawyers, Sydney, The Federation Press, 1996, p. 2. Existen algunos que afirman que los
chistes sobre abogados son un fenómeno internacional. Véase Kushner, Malcolm, Comebacks
For Lawyer Jokes: The Restatement of Retorts, Sacramento, Museum of Humor.com Press, 2015,
p. 12.
Sobre su maldad
—— “Un día la puerta que divide al cielo del infierno se parte. San Pe-
dro llama al diablo y le dice: –Esta vez te corresponde a ti reparar
la puerta. El diablo responde: –Lo lamento, todos mis hombres es-
tán ocupados. –¡Teníamos un acuerdo! ¡Te demandaré por romper
nuestro trato! –¿Oh, sí? ¿Y dónde conseguirás un abogado?”.
—— “¿Cómo se le llama a una persona que ayuda a un criminal antes
de cometer un delito? Cómplice. ¿Y si lo ayuda después de haber
violado la ley? Abogado”.
costilla a Adán y con ella creó a Eva –dijo el médico, por lo que
primero fue el cirujano. ¡Por favor! –repuso el ingeniero. Antes de
eso, Dios creó el mundo a partir del caos y la confusión, de manera
que primero fue ingeniero. Muy interesante, contestó el abogado,
pero, ¿quién creó el caos y la confusión?”.
—— “Un buen abogado jamás confía en las apariencias. Y menos cuan-
do se mira al espejo”.
—— “¿Para qué son buenos los abogados? Para que los vendedores de
carros parezcan honestos”.
Sobre su incompetencia
—— “El invierno pasado fue tan frío que se comenta que vieron pasar a
un abogado con las manos en sus propios bolsillos”.
—— “Mi abogado no quiere casarse con su pareja por su dinero. Pero no
había otra manera de conseguirlo”.
—— “¿Qué tal era el abogado que te recomendaron para resolver tu
problema con la herencia que tenías que recibir? Buenísimo. Ahora
todo es suyo”.
—— “¿Cuántos abogados se necesitan para cambiar una bombilla eléc-
trica? Tres. Uno para escalar una escalera. Otro para menearla. Y
el otro para demandar a la compañía de escaleras”.
Weems, Scott, Ja. La ciencia de cuándo reímos y por qué, cit., p. 42.
28
Taylor, Jr., Stuart, “Why So Many Lawyer Jokes Ring True”, Legal Times, 18 de sep-
29
tiembre de 1995.
30
Calamandrei, Piero, Demasiados abogados, trad. de J. Ramón Xirau, Madrid, Reus,
2006, p. 11.
31
Castro, Sixto J., “El chiste como paradigma hermenéutico”, Diánoia. Revista de Filosofía,
Ciudad de México, vol. 56, núm. 67, 2011, p. 107.
32
Bergson, Henri, La risa. Ensayo sobre el significado de la comicidad [1924], Buenos Aires,
trad. de Rafael Blanco, Ediciones Godot, 2011, p. 11.
33
Barba, Andrés, La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder, cit., p. 47.
34
Overton, Thomas W., “Lawyers, Lights Bulbs, and Dead Snakes: The Lawyers Joke as
Societal Text”, UCLA Law Review, Los Ángeles, 1069, 1994-1995, p. 1077.
pues como él mismo señaló, “la broma solo tiene por misión dar más relieve
a lo serio”.35
En definitiva, una determinada idea negativa sobre el abogado puede
ser objeto de exageración, pero responde a una cierta realidad más o menos
matizada o matizable y, desde luego, muy simplificadora, pero con funda-
mento real.36 Así, independientemente del desdén y la cólera manifestada
en los chistes sobre abogados, un grave problema que ello refleja es que mu-
chas de estas ocurrencias, lejos de ser elucubraciones ficticias, son auténticas
experiencias cotidianas de la práctica profesional, pues “los chistes sirven
como parámetros de sentimientos genuinos compartidos”.37
Si Freud, en su trabajo antes mencionado, encontró que los chistes so-
bre judíos sirvieron en múltiples ocasiones para llamar la atención sobre
ciertos temas que sólo era posible abordar mediante rodeos,38 los chistes so-
bre abogados, al muchas veces ser difundidos e ideados por abogados39 bajo
dudosas intenciones de vanidad y autorreconocimiento, se descubren como
fenómenos que exponen a un gremio satisfecho con su estatus, a pesar de
las detracciones y burlas.40 No hay que olvidar que “la risa ha estado desde
siempre encajada en ese cruce de coordenadas entre la razón y la moral”,41
y, por ende, ha sido aprovechada para bien y para mal por quienes confor-
man esta profesión en numerosas ocasiones.
Así, inmersos en una dinámica que nubla la autocrítica y flexibiliza sus
estándares éticos, los abogados suelen relegar el análisis de los vicios que
aquejan a su profesión y menospreciar sus responsabilidades, causando en-
35
Jhering, Rudolph von, Bromas y veras en la ciencia jurídica [1884], trad. del alemán por
Tomás A. Banzhaf, concordada con la decimotercera edición alemana de Mariano Santiago
Luque, introducción de J. Berchmans Vallet de Goytisolo, Madrid, Civitas, 1977, p. 36.
36
Moral García, Antonio del, “Prólogo”, en Aparisi Miralles, Ángela, Ética y deontología
para juristas, Pamplona, Eunsa, 2006, p. 21.
37
Galanter, Marc, Lowering the Bar: Lawyer Jokes and Legal Culture, cit., p. 27.
38
Freud, Sigmund, El chiste y su relación con el inconciente, cit., p. 136.
39
Para evidenciar que los chistes sobre abogados (en especial aquellos referidos a su
carácter traicionero) reflejan tanto las tensiones dentro de la profesión como las preocupacio-
nes de sus clientes, Galanter desarrolla distintas ideas en relación a quiénes son las personas
que cuentan dichos chistes en Estados Unidos. Véase Galanter, Marc, “The Faces of Mis-
trust: the Image of Lawyers in Public Opinion, Jokes, and Political Discourse”, The University
of Cincinnati Law Review, Cincinnati, núm. 66, 1998, pp. 832-836.
40
“Los abogados, como todos los que poseen y ejercen una profesión, tienen de sí mis-
mos y de su gremio la mejor y más positiva de las opiniones. Pero este concepto no es nece-
sariamente el mismo que sostiene la sociedad”. Jiménez Gómez, Juan Ricardo, Formación y
discurso de los juristas, México, Universidad Autónoma de Querétaro-Porrúa, 2008, p. 18.
41
Barba, Andrés, La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder, cit., p. II.
cono social respecto a sus labores. En ese sentido, no resulta casual que “los
abogados que aparecen en los chistes sobre abogados tiendan a estar fuer-
temente comprometidos con la búsqueda y conquista de los intereses priva-
dos. Quizá sean muy perspicaces e ingeniosos, pero (a lo sumo) resultan de
una baja estatura moral”.42 Parecería entonces que los abogados buscan re-
forzar esa noción que los postula como mercenarios sin escrúpulos, o caza-
dores furtivos, habilitados para ser partícipes de un juego donde todo vale,
donde su profesión los posibilita para hacer cualquier cosa.
La palabra “chiste”, además de significar alguna ocurrencia graciosa o
aguda, también puede expresar un obstáculo o una dificultad. El afamado
litigante y profesor de la Universidad de Harvard, Alan Dershowitz, dijo
alguna vez, sobre la imagen que proyecta el ejercicio de la abogacía, que
“cualquier profesión que sufre de tan mala fama y reputación, debe, en al-
gún sentido, provocarla”.43 No cabe duda de ello —tantos chistes sobre abo-
gados constatan su dicho—, pero hay que tener en cuenta que la abogacía
no es cualquier profesión; es una profesión especial, sumamente compleja y
contradictoria, donde el involucrado debe atender al cliente en la mejor de
sus habilidades técnicas y, al mismo tiempo, servir como secuaz de ese ideal
abstracto que es la justicia. No es que la abogacía genere burlas, ofensas y
chistes por cómo se ejerce, sino que es una profesión que, en sí misma y de
modo estructural tiene su chiste, que día a día, y caso a caso, desafía graves
problemáticas éticas.
Y es que resulta más sencillo inventar o contar chistes sobre abogados,
que escribir trabajos sobre su infortunada función social... Lo cual, aunque
no cause diversión, incluye el análisis de los juicios y prejuicios de estos mis-
mos chistes.44
Tomando como punto de partida el fenómeno de los chistes sobre abo-
gados, este capítulo presenta un análisis ético-moral sobre la profesión, in-
tentando desentrañar algunos de los elementos que han venido a conformar
la crisis moral45 en la que se encuentra inmerso este actor. En el apartado
que inicia este estudio, guiado en gran medida por el carácter ambivalen-
te que subyace a la abogacía, se realiza un repaso por varias tensiones que
suelen distinguir al trabajo profesional de los abogados al momento de re-
Galanter, Marc, Lowering the Bar: Lawyer Jokes and Legal Culture, cit., p. 250.
42
44
Fix-Fierro, Héctor, “Presentación”, en Fix-Fierro, Héctor (ed.), Del gobierno de los aboga-
dos al imperio de las leyes. Estudio sociojurídico sobre educación y profesiones jurídicas en el México contem-
poráneo, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2006, p. IX.
45
Kronman, Anthony, The Lost Lawyer: Failing Ideals of the Legal Profession, Cambridge,
Belknap Press of Harvard University Press, 1995, pp. 2 y ss.
46
Friedman, Lawrence, “Law, Lawyers and Popular Culture”, cit., p. 1599.
Capella, Juan Ramón, Sobre la extinción del derecho y la supresión de los juristas, Barcelona,
47
ras que evitan cualquier tipo de compromiso con su entorno, las personas
que ejercen la abogacía, por lo general, prefieren mantener el ritualismo y
la jerga, antes que preocuparse por la simplicidad, la racionalidad, la res-
puesta creativa ante conflictos, dilemas, nuevas situaciones y desafíos.50 Esta
actitud, no obstante, no es fruto de una degeneración moral colectiva o de
una abulia alienada que pueda predicarse de la maldad individual de los
abogados, sino el resultado estructural de un relato que ha hecho de esta
profesión una actividad ambivalente, digna de elogio en tantas ocasiones,
pero casi siempre presa de las relaciones objetivas de poder.
Massimo La Torre habla de una naturaleza anfibia del abogado, al en-
contrarse en un sitio institucional plagado de muchas tensiones internas.51
Al fluctuar entre los intereses de sus clientes y su función social, el abogado
resulta un “hombre público” que está sujeto a menores obligaciones que el
sujeto privado al cual defiende, y que además, respecto al “hombre públi-
co” típico o normal (el “político” verdadero), goza de mayores inmunida-
des deontológicas,52 imposibilitando su categorización; porque su verdadera
función es suplir las carencias técnicas del cliente, quien acude a su auxilio
no para que se haga justicia sino para ganar a como dé lugar.
Si desde muchos años antes ya es posible distinguir algunas actitudes
que identifican de manera nítida al abogado como un profesional contra-
dictorio o ambivalente, en el contexto actual, frente a la voracidad del mer-
cado y las exigencias de sus principales actores, dicho rasgo no sólo tiende a
inclinar la balanza hacia el mantenimiento de un sistema desigual y fomen-
tar la continuidad de inadmisibles prácticas anacrónicas, sino que se ampli-
fica al grado de creer que cualquiera de sus acciones se encuentra justifica-
da, sin importar que éstas lo sean para la sociedad, o para los estándares que
rigen a un determinado sistema político.
El abogado, ejerciendo a manera de filtro que se interpone entre los
particulares, o bien entre estos actores y el Poder Judicial, es
50
Idem.
51
La Torre, Massimo, “Variaciones sobre la moral del abogado: ambigüedades norma-
tivas, teorías deontológicas, estrategias alternativas”, en García Pascual, Cristina (coord.), El
buen jurista. Deontología del derecho, cit., p. 177.
52
La Torre, Massimo, “Abogacía y retórica. Entre teoría del derecho y deontología fo-
rense”, Anuario de Filosofía del Derecho, Madrid, t. XXV, núm. 25, 2008-2009, p. 33.
1. Respecto al cliente
Una de las primeras tensiones que desafía este operador jurídico al rea-
lizar su trabajo tiene lugar a escala micro, cuando los abogados tienen tra-
to directo con sus clientes para conocer sus pretensiones. En ese sentido,
es pertinente mencionar que en el imaginario colectivo, por lo general, se
sitúan los dilemas éticos de la abogacía al momento de entablar un juicio,
cuando se confrontan y se hacen explícitos los intereses contrapuestos en
juego ante tribunales. Sin embargo, lo cierto es que la mayoría de las dili-
gencias legales no se ejecutan en el foro frente a los jueces, sino que, desde
el primer momento en que estos operadores brindan consejos y asesorías a
sus representados, ya es posible distinguir tensiones morales, pues de mane-
ra constante los abogados deberán justificar sus conocimientos. En efecto,
53
Ferrari, Vincenzo, Derecho y sociedad. Elementos de sociología del derecho, trad. de Santiago
Perea Latorre, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2006, p. 197.
no son conscientes de que su misión partisana está limitada por los intereses
de la comunidad mediante la limitación de lo representable y defendible, es-
tán perdiendo de vista su rol, de una manera similar a como lo pierde de vista
el juez cuando cree que su función profesional es hacer justicia más allá o por
encima o al margen del derecho.59
59
García Manrique, Ricardo, “El discreto encanto de la seguridad jurídica. Apuntes
para una reconstrucción unitaria de la ética de los juristas”, Derechos y Libertades. Revista del
Instituto Bartolomé de las Casas, Madrid, Época II, núm. 19, 2008, p. 58.
constitucional”, en Villarreal, Marta y Courtis, Christian (coords.), Enseñanza clínica del derecho.
Una alternativa a los métodos tradicionales de formación de abogados, México, Instituto Tecnológico
Autónomo de México-Sans Serif Editores, 2007, p. 148.
61
En concreto, se hace alusión al litigio estratégico como vía para llevar a cabo lo afirma-
do. Resulta pertinente mencionar que de forma general en diferentes apartados posteriores
de este trabajo, así como también de manera particular en el último capítulo, se abordarán
distintas cuestiones en torno al litigio de interés público y los abogados.
62
Böhmer, Martín, “Igualadores y traductores. La ética del abogado en una democracia
constitucional”, cit., pp. 145.
los intereses de los miembros de la comunidad (de los ciudadanos) son sólo
privados en el sentido de que son suyos, no en el sentido de que no sean in-
tereses de todos los demás miembros de la comunidad. Por el contrario, todo
interés de un miembro de la comunidad que puede ser defendido a través del
derecho es, por definición, un interés público, porque la comunidad ha queri-
do que forme parte de su plan, y por eso permite que ese interés prevalezca a
través de mecanismos jurídicos; pero no sólo lo permite, sino que también lo
alienta, y crea los mecanismos institucionales adecuados para que así suceda,
porque también es de interés público que prevalezcan los intereses definidos
como legítimos; de hecho, en eso consiste la realización del derecho, en que
prevalezca lo que previamente ha sido calificado como digno de prevalecer.63
63
García Manrique, Ricardo, “El discreto encanto de la seguridad jurídica. Apuntes
para una reconstrucción unitaria de la ética de los juristas”, cit., p. 57.
64
Ibidem, pp. 42 y ss.
65
Cortina, Adela, ¿Para qué sirve realmente…? La ética, Barcelona, Paidós, 2013, p. 137.
2. Respecto al sistema
66
Capella, Juan Ramón, “Las transformaciones de la función del jurista en nuestro tiem-
po [1994]”, Revista Crítica Jurídica, núm. 17, agosto de 2000, p. 57.
67
Villoro Toranzo, Miguel, Deontología jurídica, México, Universidad Iberoamericana,
1987, p. 54.
68
Barrena, Guadalupe, “Oportunidades y retos para el litigio estratégico en México:
¿un cincel para la piedra de Sísifo?”, en Oficina en México del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Derechos Humanos, El litigio estratégico en México: la aplicación de los
derechos humanos a nivel práctico. Experiencias de la sociedad civil, México, Oficina en México del
Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, 2007, p. 48.
69
Idem.
70
Rekosh, Edwin et al. (eds.), Pursuing the Public Interest: A Handbook for Legal Professionals and
Activists, Public Interest Law Initiative, Nueva York, Columbia University School of Law-Public
Interest Law Initiative in Transitional Societies, 2001, p. 81.
Al ejecutar sus actividades dentro del sistema, pero sin estar comprome-
tidos con el mismo, los abogados se sitúan en una plataforma que les per-
mite divisar un abundante número de opciones para desplegar habilidades
y desarrollar características, que tradicionalmente se encuentran fuera del
alcance de otros operadores del derecho. La creatividad y la innovación, así
como la sagacidad y la astucia, son prácticas dentro de la abogacía que ex-
ceden los rígidos moldes establecidos por la ley.
El conocer los intersticios de las estructuras de la justicia, los alcances
de las normas y el valor de los principios, así como los hábitos, vicios y resa-
bios del sistema, ponen al descubierto las amplias posibilidades que otorga
el sistema jurídico para los abogados. De ahí entonces que estos operado-
res no se limiten a la mera aplicación de las reglas, sino que en sus intentos
por revertir las injusticias que genera el propio sistema, puedan emprender
luchas que, de forma indefectible (por medio de estrategias de resistencia y
acciones de protesta) traspasen los límites de lo jurídicamente permitido y se
muevan entre las grietas y las zonas grises de lo legal.
A diferencia de la faceta unidimensional que presenta la labor de los
jueces con el sistema, quienes para desplegar sus actividades requieren de
reglas detalladas sobre sus comportamientos (las cuales tienen que acatar
para conservar su legitimidad y mantener su trabajo), así como de elemen-
tos e instrumentos materiales para el buen desarrollo de su ejercicio profe-
sional, la ambivalencia que presenta la abogacía respecto al sistema viabi-
liza a estos operadores para ser promotores de transformaciones dentro del
mismo. Al no encontrarse plenamente atados al sistema, los abogados, a
partir de sus pretensiones, pueden ser arquitectos de su diseño, alterando las
reglas del juego del que son partícipes.
Aprovechando la ambivalencia respecto al sistema, si los abogados son
conscientes del importante rol que ejercen dentro de este, sin lugar a dudas,
pueden llegar a fungir como catalizadores del mismo, ya que mientras evitan
que las estructuras jurídicas opriman y humillen a sus representados, estos
71
Villarreal, Martha, “El litigio estratégico como herramienta del derecho de interés
público”, en Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los De-
rechos Humanos, El litigio estratégico en México: la aplicación de los derechos humanos a nivel práctico.
Experiencias de la sociedad civil, cit., p. 17.
injusticias contra sus ciudadanos. Pero justo en ese escenario es donde radi-
can las potencialidades del abogado, porque a diferencia de cualquier otro
operador, las relaciones que entabla con los clientes y con las autoridades
abre un sinfín de alternativas para hacer efectiva la operatividad de las ins-
tituciones. Porque
76
MacCormick, Neil, “Retórica y Estado de derecho”, Isegoría, Madrid, núm. 21, 1999,
p. 21.
77
Así, quien ejerce la abogacía debe, por lo menos, tener en mente varios ordenamien-
tos morales en juego: su propia moral (el abogado, en algún modo, se encuentra sujeto a
su propio código ético, a su particular catálogo de creencias), la moral del cliente (las ideas
éticas del particular que se encuentra vinculado, que quizá en algunos casos incidan y sean
recíprocas pero que, en definitiva, esa moral del cliente no permanece ajena al abogado),
la moral pública juridificada (la moral que conlleva el derecho y la respectiva forma como la
interprete el abogado), y la moral del código deontológico (esa particular configuración ética
para la profesión)…, y aunque en ocasiones dichas normatividades pueden ser coincidentes
también es posible que resulten distantes, o incluso contrapuestas.
78
Río, Marysol del, “La tesis de la separación del derecho y la moral y su impacto en la
formación ética de los abogados. Hacia la innovación social en el derecho”, Revista Iberoame-
ricana para la Investigación y el Desarrollo Educativo, vol. 6, núm. 11, 2015, p. 998.
los principales teóricos sobre estos temas, así como las posturas dominantes
respecto a la moral de los abogados, suelen originarse y desarrollarse pre-
ponderantemente en Estados Unidos (o, en todo caso, en países de habla in-
glesa). Esto antes que obedecer a un mero factor cultural, o acaso a la forma
en cómo se organiza la profesión en un determinado contexto, es posible
atribuirlo a la naturaleza del sistema adversarial, propio del common law, que
propulsa el desentendimiento de las cuestiones morales dentro de la aboga-
cía, ya que estos operadores, antes que ser contemplados como auxiliares
del sistema, son entendidos, más bien, como exclusivos representantes de
sus clientes, teniendo que velar por sus intereses sobre cualquier otra cosa.
Bajo esa misma lógica, muchas veces la ética en el ejercicio de la aboga-
cía es utilizada para engañar y aparentar. Disimulando graves problemáti-
cas sustanciales, este fenómeno es utilizado como una mera cuestión estética
que vale para limpiar la imagen de turbios intereses y compromisos que
colisionan con deberes morales.
Y es que “el papel que los abogados han jugado en la configuración de
elementos esenciales en el modo de ejercicio del poder y en el desarrollo de
las instituciones ha sido tan importante que debemos analizar a la cultura
jurídica como cultura de los abogados en tanto ellos han configurado un
campo de acción específico”.79 Porque estos operadores, entendidos como
gremio, generalmente actúan impulsados por las costumbres y las tradicio-
nes que ellos mismos han construido de manera colectiva.
A través de sus dichos, rutinas, prácticas de trabajo, ideas y opiniones,
las personas que ejercen la abogacía suelen blindar sus acciones y explicar
sus omisiones para negar cualquier tipo de compromiso que exceda lo es-
trictamente determinado por los códigos que impone la profesión, incluso
cuando estos mismos facilitan abusos y arbitrariedades. Sin embargo, “si un
abogado contribuye a la realización de una injusticia, su responsabilidad
moral no queda eliminada alegando simplemente que lo hizo, no como in-
dividuo particular, sino en el ejercicio de su profesión”.80
Entonces, el vínculo estipulado por las reglas y la dimensión valorati-
va que encierran las mismas se diluye paulatinamente al momento en que
los abogados, de forma tan pragmática como utilitarista, eligen parámetros
morales a conveniencia e ignoran apreciaciones que puedan llegar a obs-
taculizar la consecución de cualquiera de sus actos a favor de los clientes
que representan. Develando una discordancia entre valores y prácticas pro-
Luis (ed.), La justicia latinoamericana. El papel de los actores, Salamanca, Universidad de Salaman-
ca, 2007, p. 27.
80
Atienza, Manuel, El sentido del derecho, Barcelona, Ariel, 2006, p. 90.
81
Atienza, Manuel, Filosofía del derecho y transformación social, Madrid, Trotta, 2017, pp. 254
y ss.; Atienza, Manuel, “Sobre la ética de los abogados”, La Mirada de Peitho, 30 de enero de
2015.
general sobre la misma. Sin embargo, falla para dar cuenta de la amplia
diversidad de estructuras en el mercado jurídico y de las expectativas que la
sociedad tiene sobre la profesión hoy en día.
No es que un abogado sea cien por ciento moral o inmoral, o acaso
pueda ser categorizado sin medias tintas dentro de alguna graduación. Por
el contrario, como ya se ha mencionado, la moralidad de los abogados se
construye a partir de acciones heterogéneas dentro de complicados y dilata-
dos procesos, que muchas veces rebasan por completo el seguimiento con-
secuente de una determinada concepción ética.
1. El abogado inconsciente
82
Se podría decir que entre este tipo de persona que ejerce la abogacía desde un plano
que niega la moral y aquel abogado activista, no existen diferencias significativas, o que,
en todo caso, sus posturas serían equiparables, pues ambos se valen de sus conocimientos
para aprovechar las grietas que exhibe el mismo sistema en el que se desenvuelven, en aras
de generar un beneficio en su ámbito profesional. Sin embargo, aunque los medios algunas
veces pueden ser coincidentes, los fines últimos son bastante distintos, ya que el factor social
aunado al componente transformador del abogado comprometido políticamente dista del
ensimismamiento de los abogados inconscientes.
Loperena, José María, El circo de la justicia, Barcelona, Flor de Vientos, 2006, p. 11.
83
Arjona, César, “Le ética de la moralidad”, Blog de la Revista catalana de dret públic, 30 de
84
mayo de 2013.
2. El abogado inmoral
Desde inicios del siglo pasado el jurista uruguayo Carlos Vaz Ferrerira,
a través de una de sus obras, en la que teorizaba sobre la moral de distintos
85
Existe, lamentablemente, una máxima que afirma que “El cinismo acerca de la ética
sobre abogados excede, incluso, aquella que se despliega dentro del ámbito de los negocios o
en el sector público”. Véase Sampford, Charles y Parker, Christine, “Legal Regulation, Ethi-
cal Standard-Setting, and Institutional Design”, en Sampford, Charles y Parker, Christine
(eds.), Legal Ehics and Legal Practice: Contemporary Issues, Nueva York, Clarendon Press-Oxford,
1995, pp. 12 y 13.
86
Kennedy, Duncan, “La responsabilidad de los abogados por la justicia de sus casos”,
Academia. Revista sobre enseñanza del Derecho, Buenos Aires, año 6, núm. 12, 2008, p. 139.
87
Vaz Ferreira, Carlos, Moral para intelectuales, Montevideo, El Siglo Ilustrado, 1920, pp.
35 y 36.
88
Vigil Curo, Clotilde Cristina, “El abogado: ética y valores”, Revista Jurídica “Docentia et
investigatio”, vol. 7, núm. 2, 2005, p. 108.
89
El jurista costarricense Minor Salas ha afirmado que “el ejercicio práctico del derecho
requiere —por la misma dinámica implícita en la profesión— cierta dosis de deshonestidad
y con ello de inmoralidad”, la cual, además de resultar prácticamente imposible de eliminar,
resulta fundamental para su funcionamiento. Véase Salas, Minor, “¿Es el derecho una pro-
fesión inmoral? Un entremés para los cultores de la ética y de la deontología jurídica”, Doxa.
Cuadernos de Filosofía del Derecho, Alicante, núm. 30, 2007, pp. 581-600.
justicia consiste en dar la razón a su cliente”,90 y para llegar a tal fin, se esta-
ría en disposición de cometer cualquier tipo de acto cuya moralidad resulte
dudosa, por decir lo menos.
Parecería, entonces, que la gran cantidad de abogados inmorales que
ejercen la profesión desde esa trinchera “están menos inspirados por lo pú-
blico y son cada vez más especializados y alienados por su trabajo”.91 Al
rechazar las posibilidades de colaborar no solo a ver realizada la preten-
sión de justicia que conlleva el derecho, sino también a tomar en cuenta las
singularidades de cada situación que se les presente respecto a sus clientes,
estos operadores desechan toda posibilidad por contribuir con un método
efectivo para erradicar prácticas indeseables dentro de la profesión.92
Sin embargo, frente a un entorno tan desigual, y en contextos jurídicos
extremadamente tecnificados, los abogados “tienen la función social de de-
cirle a la gente lo que tienen que hacer”,93 y esto no es otra cosa que saber
equilibrar la naturaleza ambivalente de su profesión con la intención de lo-
grar un escenario donde la racionalidad module las normas y los principios
puestos en juego. De ahí, necesariamente, que posturas como las que difun-
den e impulsan la inmoralidad de la abogacía no hagan más que poner en
duda las bases sobre las que se erige el derecho y trastornar las relaciones
entre sus participantes.
Habrá que tener constantemente presente que no sólo existe un único
modelo, estilo, o visión de ejercer la abogacía, que si bien las mismas di-
námicas del derecho y su puesta en acción conllevan el cumplimiento de
deberes morales, la esencia de una profesión, y más de una como la de los
abogados, radica, precisamente, en su indispensable utilidad social a través
de la persecución de ciertos fines, en que personas que han sido formadas de
manera profesional busquen la consecución de objetivos que contribuyan
a generar un mejor entorno, nunca dejando de lado la cuestión valorativa.
90
Nieto, Alejandro y Fernández, Tomás-Ramón, El derecho y el revés. Diálogo epistolar sobre
leyes, abogados y jueces, Barcelona, Ariel, 1998, pp. 34 y 35.
91
Kronman, Anthony, “Tha Law as a Profession”, en Rhode, Deborah, Ethics in Practice
- Lawyers´s Roles, Responsabilities, and Regulation, cit., p. 29.
92
Sampford, Charles y Parker, Christine, “Legal Regulation, Ethical Standard-Setting,
and Institutional Design”, en Sampford, Charles, y Parker, Christine (eds.), Legal Ehics and
Legal Practice: Contemporary Issues, cit., p. 13.
93
Correas, Óscar, “La enseñanza del derecho en la Picota”, en Bergalli, Roberto y Ri-
vera Beiras, Iñaki (coords.), Poder académico y educación legal, Barcelona, Proyecto Editorial en
colaboración entre el OSPDH (Observatori del Sistema Penal i els Drets Humans de la
Universitat de Barcelona)-Anthropos Editorial, 2008, p. 48.
3. El abogado amoral
Bajo esta denominación, desde hace varias décadas, el académico estadounidense Ste-
94
phen Pepper ha agrupado sus ideas sobre esta forma en el ejercicio de la abogacía. Véase
Pepper, Stephen L., “The Lawyer’s Amoral Ethical Role: A Defense, a Problem, and Some
Possibilities”, American Bar Foundation Research Journal, 1, 1986, pp. 613-635.
En el primer apartado del siguiente capítulo se realizarán algunas consideraciones en
95
torno al rol de los abogados y esta postura iusfilosófica en específico, ideada por Norberto
Bobbio.
Atienza, Manuel, “Sobre la ética de los abogados”, cit., p. 1.
96
ejercicio profesional donde sólo importará conocer y ceñirse a las reglas que
necesiten aplicar para las cuestiones profesionales que se les presenten, sin
entrar a su valoración personal, ni mucho menos a realizar alguna conside-
ración crítica respecto a aquellas.
Al tener en cuenta los diferente roles que exige jugar el juego jurídico,
esta divulgada concepción moral de la abogacía se excusa tradicionalmente
en una serie de principios97 (neutralidad,98 parcialidad,99 y no rendición de
cuentas100), que sostienen que los abogados “no son moralmente responsa-
bles por la calidad moral de los casos que defienden”,101 o que, en todo caso,
justifican un escaso nivel de responsabilidad profesional, cuya gradualidad
dependerá de la posición institucional en la que cada uno de los diferentes
operadores jurídicos se encuentre, en aras de lograr el correcto funciona-
miento del sistema. Aceptar esto sería equivalente a confinar las amplias po-
tencialidades de ejercer la abogacía, consintiendo un estrecho prototipo de
abogado destinado exclusivamente a fungir como peón del cliente y como
autómata del sistema, sesgando tanto su desarrollo profesional como las am-
plias posibilidades de su trabajo.
En contraste con otras posturas descritas en las que el desinterés respec-
to a las cuestiones morales es absoluto, este perfil de abogado es plenamente
consciente de las coyunturas éticas que se le presenten en sus actividades
habituales. Sin embargo, dicha inquietud oscila, de manera precipitada, en-
tre la tendencia por aprovechar al máximo los límites permitidos por el fe-
97
Para una sucinta justificación y explicación de la teoría estándar en la abogacía véa-
se Salyzyn, Amy, “Positivist Legal Ethics Theory and the Law Governing Lawyers: a few
Puzzles Worth Solving”, Hofstra Law Review, vol. 42:1063, 2014, pp. 1065-1068.
98
El “principio de neutralidad” dentro del ejercicio de la abogacía amoral es aquel que
clama por la anulación de cualquier tipo de juicio moral sobre las causas o intereses en juego,
cuando a este tipo de operador le corresponde representar a su cliente. No juzgar los fines,
ni pretensiones anheladas, pues el abogado, simple y sencillamente, sería una especie de
dispositivo que pone en marcha al sistema.
99
El “principio de parcialidad” exige que el abogado amoral defienda exclusiva y celo-
samente los intereses de su cliente, sin importar la manera en que sus acciones puedan dañar
a cualquier otra persona o circunstancia involucrada en el caso.
Del principio anterior se puede desprender el “principio de no-rendición de cuentas”,
100
que se enfoca en evitar cualquier tipo de directriz o consejo sobre cómo deben actuar los
abogados, emitiendo, por el contrario, guía sobre la manera en que otras personas deben juz-
gar a los abogados. Mientras los abogados persigan las pretensiones jurídicas de sus clientes,
aquéllos no deben ser juzgados bajo el entendido de que su moralidad se empata con la del
cliente.
Fatauros, Cristián Augusto, “Derecho de defensa, inmoralidad e injusticia”, VIA IU-
101
Vigo, Rodolfo Luis, Ética del abogado. Conducta procesal indebida, Buenos Aires, Abeledo-
102
Conception of Legal Ethics”, Ramon Llull Journal of Applied Ethics, núm. 4, 2013, pp. 51-66.
4. El abogado moralista
Dado que “un sistema jurídico, entendido como sistema social, depende
ampliamente del cumplimiento voluntario de sus normas”,105 la predisposi-
ción de sus operadores jurídicos por involucrarse en el mismo, por accionar
los instrumentos y mecanismos necesarios para su factibilidad, resulta de
crucial importancia para perdurar su existencia.
En ese sentido, los abogados, como administradores del marco público
que estructura los sistemas normativos y sostiene nuestra existencia común,
fungen un “importante rol que no parece bastar con que estos tengan la
llave de la democracia, sino que también cuentan con amplios poderes y
responsabilidades privadas”,106 resultan así los técnicos ideales y facilitado-
res primarios para abordar el fenómeno jurídico y sus relaciones con la so-
ciedad. No por nada se les puede equiparar con ingenieros o constructores,
pero de índole social, 107 que se encargan de convertir las imaginativas pre-
tensiones de sus clientes en formas jurídicas.
Ahora bien, el hecho de que los abogados cuenten con este importante
papel en nuestro entorno, al mismo tiempo les otorga una responsabilidad
de igual magnitud, que radica precisamente en su autonomía y libertad
Gordon, Robert, “Why Lawyers Can’t Just Be Hired Guns”, cit., p. 42.
105
si los abogados colocan sus talentos jurídicos junto a los resultados que ellos
mismos desaprueban, ayudarán al menos en algo a que resulte más probable
que prevalezcan los malos resultados y sus propias malas invenciones. Son los
abogados quienes deben cargar con la responsabilidad si su peculiar manera
Kennedy, Duncan, “La responsabilidad de los abogados por la justicia de sus casos”,
108
Y puntualiza,
110
Kennedy, Duncan, “La responsabilidad de los abogados por la justicia de sus casos”,
cit., p. 140.
111
Ibidem, p. 138.
112
Atienza, Manuel, “Sobre la ética de los abogados”, cit., p. 21.
113
Idem.
propio derecho. Y esto resultaría bastante grave debido a que uno de los
fundamentos más importantes del derecho es garantizar que los operadores
jurídicos limiten sus actuaciones, que no gocen de absoluta libertad para
emplear sus propios puntos de vista sobre las cuestiones morales, las cuales,
muchas veces, pueden ser contrarias al mismo sistema. No hay que olvidar
que incluso el más malvado goza de derecho de defensa.114
No obstante, estando atentos a ese par de consideraciones, de la con-
ceptualización sobre los abogados moralistas, resalta, sobre todo, el proceso
reflexivo y dialógico que este debe tener tanto para con sus clientes como
para su entorno. Porque el abogado, como experto que es, siempre y cuan-
do informe de modo consciente sobre sus derechos y obligaciones a los in-
volucrados, difícilmente se le podría acusar de falta de profesionalismo o de
ética. Porque “si los abogados consideran que el resultado de la victoria
de su cliente, tras pensarlo mucho, podría llegar a ser algo negativo o social-
mente desafortunado, entonces deberían negarse a participar a pesar del
hecho de que el cliente pagara y de que los abogados no estarían haciendo
nada que pudiera resultar ni siquiera remotamente violatorio de los cánones
de la ética profesional”.115
La idea de filtro moral, o de mediador ético, de un operador jurídico
que fomenta el diálogo y la reflexión, es lo que sustenta esta concepción
ética que clama por tomar conciencia de la moralidad en el ejercicio de la
abogacía.
Wilkins, David B., “Who Should Regulate Lawyers?”, en Carle, Susan D., Lawyer’s
116
Ethics and the Pursuit of Social Justice. A Critical Reader, Nueva York, New York University Press,
2005, p. 36.
que los únicos valores verdaderos en el ejercicio de la profesión son los suyos
provoca un activo ejercicio de arbitrariedades y abusos. Precisamente, dicha
distinción característica de este modelo de abogado puede servir para no-
minarlo como activista moral,117 como un fanático de la cuestión valorativa
en el ejercicio de la profesión, cuya capacidad institucional para modular
los choques entre principios se encuentra nublada por su predisposición por
despreciar cualquier tipo de razones morales ajenas a las suyas.
La vehemencia y excitación que irradia el activismo moral en la abo-
gacía propone no una regulación de las coyunturas morales que el abogado
tenga que enfrentar, sino, más bien, un estricto catálogo de verdades mo-
rales impuestas que sobrepasan los límites racionales de cualquier persona
que no está dispuesta a aceptarlos, y se generan una turbia relación de agen-
cia en que incluso el profesionista llega a compartir responsabilidad con sus
clientes.
De ahí que, por lo general, esta postura suela encontrar afinidad en
colectivos religiosos fundamentalistas dedicados a la defensa de ideales eri-
gidos por sus creencias metafísicas, en agrupaciones extremistas, o bajo la
tutela y el sustento de gobiernos de índole dictatorial. Cegados por su com-
promiso con el activismo, estos abogados justifican sus actuaciones exclu-
yentes en la superioridad de sus valores, en la supuesta ausencia de límites
institucionales, y en el desdén por las reglas, velando por los controles disci-
plinarios para alcanzar y asegurar sus propios fines. Resulta falso que el ac-
tivismo moral de las personas que ejercen este tipo de visión en la abogacía
responda a una lógica solidaria y dialógica, que cristaliza los decálogos de
abogados, o que responde, de manera genuina, a actos caritativos o dadivo-
sos tendientes a hacer de su entorno algo mejor.
Sin que necesariamente estas cinco categorías recién expuestas sean ab-
solutas o suficientes, ni tampoco con la vocación de ser limitativas, se puede
afirmar que dentro de las mismas, en mayor o menor medida, tienen cabida
los rasgos característicos más preponderantes y comunes del ejercicio de la
abogacía cuando se aborda la cuestión de los valores en la práctica jurídica.
David Luban, quien desde los ochenta lo usó para referirse a “un tipo de abogado cuyas
obligaciones no solo deben limitarse a realizar buenas acciones que favorezcan al cliente,
sino también a presentarle mejores alternativas a seguir bajo la luz de la moral ordinaria”,
y así intentar contrarrestar la preponderancia y el auge del ejercicio de la abogacía amoral
en el contexto anglosajón, en el presente trabajo se reformula dicha denominación, para así
retomar las ideas de Luban y empatarlas con distintas actitudes que se esposan a partir de
un cierto tipo de absolutismo moral. Véase Luban, David, Lawyers and Justice: An Ethical Study,
Princeton, Princeton University Press, 1988, pp. 160, 161, 173 y 174.
“Los abogados suelen ser —incluso con frecuencia— algo más que técnicos del Dere-
118
cho. Ellos dan forma a acuerdos y fabrican derechos. Inventan nuevas formas de vida social,
Así que, antes que seguir perpetuando esquemas teóricos que velen por
el sostenimiento de una moral tan rígida como estrecha dentro del ejercicio
de la abogacía, sirvan las presentes ideas para reiterar un necesario vínculo
dialógico entre juristas prácticos y teóricos, porque los problemas éticos de
manera indefectible se encuentran directamente relacionados con las cir-
cunstancias sociales. Disociarlos resulta algo absurdo, que sólo seguirá di-
namitando las posibilidades de adquirir completa conciencia respecto a la
responsabilidad profesional en la abogacía.
Para finalizar, resulta adecuado traer a la reflexión el conocido trági-
co suceso ocurrido en 1993, cuando un cliente del afamado despacho de
abogados Petit & Martin, con sede en San Francisco, California, entró al
mismo disparando a diestra y siniestra, y dejó un saldo de nueve personas
fallecidas, de las cuales la mayoría eran abogados. Días después del tiro-
teo, el entonces presidente de la Barra de Abogados del estado de Califor-
nia, Harvey Saferstein, convocó a una conferencia de prensa para expresar
condolencias a los familiares de las víctimas, y también para pedir públi-
camente que las personas se abstuvieran de contar chistes sobre abogados.
Sus palabras exactas fueron las siguientes: “Existe un punto en que los
chistes y el humor son aceptables, pero también existe otro en que estos se
tornan, nada más y nada menos, que discursos de odio… (Solicito) a todos
los norteamericanos que detengan la paliza que la sociedad le está propi-
nando a los abogados, que algunas veces pueden incitar a generar violencia
y agresiones contra los abogados”.121 Así, el presidente de la Barra propuso
(fallidamente) una enmienda al estatuto de crímenes de odio del estado de
California para proveer protección especial para los abogados.
La anécdota puede resultar menor si se toma como un exótico incidente
aislado dentro de las miles de historias que diariamente provoca el ejercicio
de la abogacía, cuyas consecuencias simple y sencillamente no se supieron
manejar por parte de algunos de los involucrados. Sin embargo, si se piensa
lo ocurrido desde una óptica más amplia y en correspondencia con la moral
y la cuestión social, sirve para analizar las maneras en que estos operadores
acogen las críticas sobre su trabajo, así como también revela el triste ensi-
mismamiento del gremio al momento de confrontar sus propias problemá-
ticas e intentar resolverlas. Porque tomarse en serio las coyunturas morales
en el ejercicio profesional de los abogados implica desplegar una actitud
tolerante y, sobre todo, receptiva frente a todos aquellos reproches, detrac-
ciones y burlas sobre el gremio en el imaginario colectivo.
Generar ese puente entre ética jurídica y filosofía del derecho, buscando
la subordinación del ejercicio de la abogacía al logro de fines prácticos so-
cialmente útiles, sería el principal reto a desafiar en estos temas.
Como bien ha escrito César Arjona, “ya es tiempo de una activa coope-
ración entre el cada vez más de moda campo de la ética jurídica y la anti-
gua y respetada disciplina de la filosofía jurídica”.123 La pregunta aquí —el
problema en todo caso—, sería responder qué es, precisamente, lo que esta
rama del derecho ha dicho sobre los abogados…, o más bien, si acaso ha
dicho algo al respecto. De eso se tratan los siguientes capítulos.
Capítulo segundo
EL PROTAGONISTA AUSENTE
Análisis iusfilosófico positivista
Se dice que la clásica y tajante división entre teoría y práctica dentro del
campo jurídico ha generado un abismo. Un profundo distanciamiento entre
el mundo de las ideas y lo que realmente sucede en tribunales, en los parla-
mentos, en los despachos de abogados, en la administración pública. Así, por
lo general, antes que un diálogo recíproco entre teóricos del derecho y juristas
prácticos, que retroalimente ambas experiencias, se fomenta cierta descon-
fianza entre dichos bandos. Como si fuera una especie de lucha por ver quién
expresa y describe de mejor manera la experiencia del fenómeno jurídico, de
forma paulatina se han venido desfasando las distintas perspectivas en juego,
dejando márgenes bastante estrechos para combinar enfoques, o provocar
interacciones tendientes a un comprensión integral y complementaria que
sirva de base para dar cuenta de la vida social por medio del derecho.
Si bien es cierto que la esencia del análisis filosófico aplicado al derecho
radica en la adopción de una visión prescriptiva que pueda desplegar valo-
raciones sobre el fenómeno jurídico para su mejora y eventual perfecciona-
miento, también lo es que desatender las causas sociales que explican el ori-
gen de las reglas, su funcionalidad y operatividad, y su eficacia o ineficacia
en sociedad puede resultar peligroso, pues, como escribió Carlos Santiago
Nino, “si renunciamos a la investigación empírica y nos conformamos sólo
con predicciones acerca de la vigencia de normas jurídicas, el resultado es
que la ciencia jurídica aparecerá como una actividad rutinaria e intelec-
124
“La victoria”, en La universidad desconocida, cit., p. 249.
59
tualmente poco exigente, que solo abusando del lenguaje podríamos llamar
ciencia”.125
En ese mismo sentido, Manuel Calvo ha llamado la atención sobre el
hecho de que, “desde una perspectiva doctrinal, se ha defendido una apro-
ximación fundada en premisas filosóficas que niega a los estudios socio-ju-
rídicos la posibilidad de ser considerados como un conocimiento basado en
valores de verdad, científicamente aceptable e, incluso, útil”.126 Y es que
en sintonía con una antigua tradición por fomentar el aislamiento dentro
del derecho, apartando la comprensión del mismo de otras disciplinas, o in-
cluso de cualquier tipo de consideraciones que se alejen del carácter autosu-
ficiente que supuestamente conlleva su propia naturaleza, muchos filósofos
del derecho se han encargado de elaborar un discurso totalmente apartado
de la realidad, a partir de oscuras teorías y abigarradas y distorsionadas
ideas de índole metafísica, difundiendo una filosofía exclusiva para filósofos,
que no para operadores del derecho, ya no se diga para personas que no
han sido instruidas o que conviven a diario con en este campo.
Ahora bien, el principal objeto de estudio de la filosofía del derecho no
radica en estudiar a los operadores jurídicos respecto a sus interacciones
con las normas del sistema, o en todo caso en conjugar el abordaje de ele-
mentos psicológicos, antropológicos, culturales, sociales, o de cualquier otro
tipo que vaya más allá de un mero enfoque estructural. Sin embargo, no por
nada Neil MacCormick ha afirmado en relación con las labores de los teó-
ricos del derecho que “no debemos confundir nuestro trabajo con el de la
sociología del Derecho, pero deberíamos llevar a cabo nuestros estudios con
un conocimiento mucho más profundo de los desarrollos en la sociología y
en otras ciencias sociales de lo que ha solido ser el caso”.127 Es decir, la des-
atención por las cuestiones fácticas y operativas que, por lo general, carac-
teriza a un particular tipo de análisis filosófico parcial, produce que factores
tan relevantes de índole humana se obvien y terminen invisibilizándose por
completo, parcializando una visión sobre el efectivo funcionamiento de las
instituciones y de las prácticas jurídicas.
Porque, en definitiva, si tuviéramos que responder a la pregunta de qué
disciplina en específico estudia las labores de los operadores jurídicos —las
prácticas en concreto que realizan los abogados—, probablemente, la res-
Nino, Carlos, Algunos modelos metodológicos de ciencia jurídica, México, Fontamara, 1985,
125
p. 54.
Calvo, Manuel, “¿Cabe el enfoque socio-jurídico en la teoría del derecho?”, Anales de
126
puesta no se orientaría hacia la filosofía del derecho, sino, más bien, hacia
la sociología jurídica, pues no sólo de forma tradicional esta rama es la que
se ha encargado de bosquejar los componentes que integran y desarrollan
una profesión en el derecho, sino que también, de un tiempo para acá, la
sociología del derecho se ha convertido en un amplio receptáculo de temas
e ideas que permiten comprender de una forma más integral y multidiscipli-
nar los emergentes y complejos fenómenos sociales en clave jurídica.
Sin embargo, antes que seccionar de forma categórica el estudio de las
personas que usan precisamente las reglas de los sistemas jurídicos, de sus
particularidades y sus caracterizaciones, sería preferible establecer condi-
ciones para dotar de sentido teórico a las nuevas realidades jurídicas, para
aprovechar las coyunturas en las que la filosofía del derecho puede apostar
por un enfoque más sociológico que permita ampliar las perspectivas de
conocimiento y esclarecimiento de lo que ocurre en sociedad, fomentando
intentar desarrollar nuevamente una teoría del Derecho para el jurista prácti-
co, para las partes en las controversias jurídicas; y no sólo para el funcionario
o el académico. No, ciertamente, el tipo de teoría que se encierra en sí misma;
como por ejemplo ahora propone Joseph Raz, cuando dice que la teoría de
la naturaleza del Derecho es una teoría filosófica. Es decir, se afirma, es una
teoría donde los juristas no pueden siquiera decir algo sensato, y se reniega
del punto de vista interno. Para mí, la filosofía del Derecho es algo que tiene
sentido si está en el mundo de los juristas, de los prácticos del Derecho. Siem-
pre digo: el Derecho es filosofía del Derecho. Esta es la manera más plausible
128
Calvo, Manuel, “¿Cabe el enfoque socio-jurídico en la teoría del derecho?”, cit., p. 392.
Lloredo, Luis, Rudolf von Jhering y el paradigma positivista. Fundamentos ideológicos y filosóficos
131
Buscando erigir ideas que proyecten desde la teoría una óptica práctica,
en las siguientes páginas se propone abordar a los abogados como los ad-
ministradores primarios del Estado de derecho, como el punto de contacto
entre los ciudadanos y su sistema legal, entendiendo que su función resulta
esencial en el mejoramiento sistemático de la administración de justicia,
pues no hay que olvidar que los defectos de los abogados repercuten sobre
los jueces, y por tanto sobre todo el sistema; entonces, no basta solo con
examinar las instituciones jurídico-políticas desde un plano moral, sino que
también es indispensable repensar a estos profesionales del derecho desde
una perspectiva filosófica para entender las condiciones generales en las que
se despliegan sus actividades.
La potencial relación entre filosofía del derecho y abogacía conlleva sor-
tear una serie de añejas problemáticas y retos contemporáneos, que además
de implicar necesariamente una visión más sociologista dentro de dicha dis-
ciplina, depende también de estimular una comprensión activa de los ope-
radores jurídicos para contribuir a contrarrestar el desentendimiento entre
el ámbito práctico y el teórico. Así entonces, antes de comenzar, resulta
importante explicar la hoja de ruta utilizada para desarrollar los siguientes
capítulos que analizan desde la óptica iusfilosófica a la figura del abogado.
William Twining, al hacer referencia a la teoría del derecho que se en-
seña actualmente dentro de la tradición angloamericana, menciona que es
posible percibir una corriente dominante de pensamiento ubicada en au-
tores como Dworkin, Hart, Kelsen, el derecho natural (por ejemplo, en un
pensador como Finnis), Rawls y Raz; y después, aunque ya en un segundo
nivel, en juristas como Austin, Bentham, Fuller, Holmes, Llewellyn, Mac-
Cormick, Pound, los critical legal studies y quienes conforman la teoría jurí-
dica feminista.132 En la tradición jurídica continental, no obstante que los
trabajos para saber cuáles son los juristas más estudiados, sencillamente no
existen, y las encuestas para conocer a los autores más populares no son
habituales, un referente que puede dar luz al respecto (aunque difícilmente
representativo) fue elaborado por Héctor Fix-Fierro y Sergio López-Ayllón
al preguntar a estudiantes de derecho mexicanos cuáles habían sido los au-
tores más leídos durante el transcurso de su carrera,133 destacando dentro
na”, Anales de la Cátedra Francisco Suárez, Granada, vol. 44, 2010, pp. 349 y 350.
Fix-Fierro, Héctor y López-Ayllón, Sergio, “De las buenas y malas razones para estu-
133
Positivismo jurídico
Sobre el abogado, Savigny, Ihering, Jellinek, Kelsen y Hart —sólo por men-
cionar algunos de los nombres más ilustres de la tradición del pensamiento
positivista—, no han dicho prácticamente nada. O, si han dicho algo, no han
sido más que pocas, rápidas y descuidadas palabras… La relación entre este
silencio atronador y el dominante paradigma iuspositivista, salta a la vista.136
La Torre, Massimo, “Abogacía y retórica. Entre teoría del derecho y deontología fo-
136
cito dentro de cada uno de los principales aspectos que han respaldado al
mismo. Ya sea de manera explícita, encubierta, clandestina o inconsciente,
al abordar el positivismo jurídico de igual manera se estudia el papel de los
agentes que operan verticalmente en la definición del derecho, es decir, de
aquellos operadores implicados en su producción y aplicación. De hecho, se
podría afirmar que el iuspositivismo no sólo despliega las condiciones más
adecuadas para sustentar una visión particular del derecho donde la pre-
ponderancia de la figura del legislador y del juez resulta decisiva, sino que
a su vez posterga al abogado por ser entendido como un agente ajeno a la
administración pública, que poco o nada influirá sobre ésta. Es decir, a pesar
de que este operador se encuentra facultado por el propio sistema para su
involucramiento, al momento en que se ponen en marcha las dinámicas que
exige su accionar, difícilmente se contempla a éste como alguien indepen-
diente, cuyo trabajo pueda incidir fuera de una rígida y ordenada estructu-
ra. Así, no es que la administración desconfíe del abogado, simplemente es
que sus funciones están bastante limitadas, esperando que funja como un
autómata con entera sujeción y respeto a la ley y al juez.
Para explicar el desarrollo teórico del positivismo jurídico, tradicional-
mente, se toma como punto de partida el célebre debate acontecido en la
ciudad de Bellagio en septiembre de 1960, donde por primera vez se intentó
ordenar la discusión sobre dicha corriente en el pensamiento jurídico occi-
dental. Allí, durante dos semanas, auspiciados por la Fundación Rockefe-
ller y congregados por Norberto Bobbio y Alessandro Passerin d’Entrèves,
se dieron cita dieciocho juristas (dentro de los que se encontraban algunos
nombres ilustres, como los de Herbert Hart, Renato Treves, Alf Ross, Ma-
rio Cattaneo, Antonio Negri, Uberto Scarpelli, o Brian M. Barry) para
cuestionar las caracterizaciones, el desarrollo histórico y diversos conceptos
técnicos sobre el iuspositivismo.138
Desde esa fecha no han cesado las pretensiones por perfilar unas pro-
piedades definitorias que identifiquen al positivimo jurídico,139 y se han ido
suscitando nuevas y actualizadas propuestas sobre el mismo,140 pero lo cier-
Falk, Richard A. y Shuman, Samuel I., “The Bellagio Conference on Legal Positivism”,
138
“Desde los años 70, hay un consenso en considerar que la forma más refinada de po-
141
sitivismo jurídico es la que se encuentra en la obra de Hart”. Véase Atienza, Manuel y Ruiz
Manero, Juan, “Dejemos atrás el positivismo”, en Ramos Pascua, José Antonio y Rodilla
González, Miguel Ángel (eds.), El positivismo jurídico a examen. Estudios en homenaje a José Delgado
Pinto, Salamanca, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2006, p. 769.
Mora Sifuentes, Francisco, “El derecho y sus conceptos. Entrevista a Massimo La
142
tres sentidos del positivismo jurídico sería: “En el primer sentido —positivismo como enfo-
que— se trata de sostener «una clara distinción entre el derecho que es y el derecho que debe
ser» y también «la convicción de que el derecho del que ocuparse el jurista es el primero y no
el segundo». En el segundo sentido —positivismo como teoría específica del derecho—, se
trata de la suma de la teoría de la coactividad, del imperativismo, de la supremacía de la ley
y de la consideración del sistema jurídico como completo (carente de lagunas) y coherente
(carente de antinomias). En el tercer sentido —positivismo como ideología— se trata de la
atribución al derecho, por el mero hecho de existir, de un valor positivo y, en su versión más
radical, de la consideración de que «el derecho positivo, por el mero hecho de ser positivo, es
justo» y existe, por tanto, respecto de él, un deber de obediencia”. Véase Ruiz Manero, Juan,
“Bobbio y el positivismo. La triple distinción y el propio Bobbio”, Revus. Journal for Constitu-
tional Theory and Philosophy of Law [Online], Klub Revus, núm. 26, 2015, p. 2.
Atria aduce el carácter independiente de cada uno de los tres “aspectos” o “dimensio-
145
nes” del positivismo de Bobbio a que este “alcanzó su formulación definitiva cuando la lucha
por el derecho moderno ya había sido librada y ganada”, sin embargo, hoy en día dicha
pretensión “es aceptable solo en la medida en que su integración puede darse por descontada
sociológicamente”. Véase Atria, Fernando, La forma del derecho, Madrid, Marcial Pons, 2016,
pp. 79-84.
Elías Díaz, Ernesto Garzón Valdés, Andrea Greppi y Alfonso Ruiz Miguel, Madrid, Trotta,
2015, p. 107.
Greppi, Andrea, “Derecho, poder, estructura y función. (La evolución de un tema kel-
147
seniano en la filosofía jurídica de Norberto Bobbio)”, Anuario de Filosofía del Derecho, Madrid,
núm. 12, 1995, p. 551.
ejercer el poder coactivo, entre las cuales la figura del abogado “se convierte
en una figura marginal, porque carece de soberanía, de potencia o de poder
(sobre todo si dicha soberanía, potencia o poder es entendida en términos
de decisión y de monopolio de la violencia)”.148 Frente a aquellos operadores
que ejecutan autoritativamente sus funciones en el espacio público y dentro
de los márgenes del sistema, como el legislador, el juez, e incluso el funcio-
nario administrativo, la autoridad que despliega la figura del abogado, aun-
que de forma preponderante se da en el ámbito privado, para nada debe
desacreditar el rol que juega dentro del Estado como pieza decisiva en el
accionar del sistema. La tesis de la coactividad prescinde del uso de la fuerza
de los abogados, por ser visualizados como siervos del legislador y peones de
los jueces, cumpliendo meras funciones contemplativas; quizá equiparan-
do su rol con el de los científicos, quienes “aceptando implícitamente una
imagen del derecho centrada principalmente en su función protectora/re-
presiva, propia de la tradición del estado liberal”,149 se deben limitar a velar
pasivamente por el sistema en el que se desenvuelven.
de Francisco Javier Ansuátegui Roig, Derechos y Libertades. Revista del Instituto Bartolomé de las
Casas, Madrid, Universidad Carlos III de Madrid - Boletín Oficial del Estado, núm. 12, 2003,
p. 79.
Greppi, Andrea, “Derecho, poder, estructura y función. (La evolución de un tema
149
Idem.
151
el tercer capítulo de la obra de Atienza y Ruiz Manero. Véase Atienza, Manuel y Ruiz Ma-
nero, Juan, Ilícitos atípicos, Madrid, Trotta, 2000.
bras”, Doxa: Cuadernos de Filosofía del Derecho, Alicante, núm. 30, 2007, p. 671.
Munnè, Guillermo J., “Quién pudiera ser positivista. Los modelos de ciencia jurídica y
155
el debate actual sobre el positivismo jurídico”, Universitas. Revista de Filosofía, Derecho y Política,
Madrid, núm. 2, julio 2005, p. 107.
156
Hoerster, Norbert, En defensa del positivismo jurídico, trad. de Jorge Malem, Barcelona,
Gedisa, 2000, p. 11.
157
Atienza, Manuel, “Constitución y argumentación”, Anuario de Filosofía del Derecho, Ma-
drid, núm. 24, 2007, p. 203.
158
Lloredo, Luis, “Una propuesta de redefinición de la teoría jurídica a la luz del movi-
miento de los indignados”, en García Sáez, José Antonio, y Vañó, Raquel (eds.), Cómo enseñar
teoría del derecho a través de documentales, Valencia, Tirant lo Blanch, 2014, p. 211.
No son muchos los teóricos del derecho que han tenido la oportunidad
de fungir como juristas prácticos, en específico de ejercer profesionalmente
el oficio de abogado. A pesar de que es una faceta más o menos conocida de
la vida de Herbert Lionel Adolphus Hart, lo cierto es que su etapa en Lon-
dres como abogado litigante (barrister) no ha sido del todo destacada. Uno
de los varios reproches realizados a su biógrafa, Nicola Lacey, se orienta en
que de las más de trescientas cincuenta páginas que componen el libro A Life
of H. L. A. Hart - The Nightmare and the Noble Dream, sólo alrededor de trece162
Campbell, Tom, “El sentido del positivismo jurídico”, Doxa. Cuadernos de Filosofía del
159
son dedicadas a los más de ocho años (1932-1940) en los que este afamado
teórico del derecho se desempeñó como parte de la asociación de abogados
enfocados en la defensa ante tribunales de asuntos de derecho privado y de
índole económica (English Chancery Bar). De hecho, el mismo Hart mencionó
que la importancia de sus años en la práctica jurídica radicó en “la adqui-
sición de un conocimiento detallado de algunas ramas del Derecho como
objeto de reflexión filosófica”, de modo que su trabajo “como filósofo del
Derecho fue en cierta manera el producto de una fusión entre las diversas
ideas filosóficas que estaban vigentes y el conocimiento del Derecho que
había adquirido en la práctica”.163 No cabría entonces dudar de la fuerte
correlación existente entre la manipulación de palabras con fines prácticos
y el ejercicio forense.
Sin embargo, al analizar con detalle la trayectoria laboral de H. L. A.
Hart como abogado (a pesar de que en diferentes trabajos publicados años
después de su fallecimiento es posible encontrar múltiples referencias164 y
testimonios165 sobre su excelente labor práctica), se vislumbra un extraño
sentimiento paradójico, que con el paso del tiempo fue acentuándose cada
vez más hasta llegar al extremo de no sólo abandonar la idea de vivir como
litigante, sino de aborrecer esta actividad. En efecto, pese a que durante sus
primeros años de abogado litigante encontró una actividad tan apremiante
como entretenida que pudo satisfacer sus intereses, a partir de ese mismo
periodo la sobrecarga de trabajo —laborando todos los días desde las pri-
meras horas de la mañana—, y la gran cantidad de compromisos sociales
que exigen dichas actividades le provocaron un atropellado estilo de vida que
terminó desembocando en un soplo cardiaco.166 No por nada, cada vez un
mayor número de universidades y barras de abogados167 realizan estudios
163
Páramo, Juan Ramón de, “Entrevista a H. L. A. Hart”, Doxa. Cuadernos de Filosofía del
Derecho, Alicante, núm. 5, 1988, pp. 340 y 341.
164
Bankowski, Zenon y Kaufmann, Arthur, “IVR-Informationen und Mitteilungen - H.
L. A. Hart”, Archives for Philosophy of Law and Social Philosophy, vol. 79, núm. 3, 1993, p. 425;
Tamayo y Salmoran, Rolando, “H. L. A. Hart, Criminal Lawyer”, en Godínez Méndez,
Wendy y García Peña, José Heriberto (coords.), Metodologías: enseñanza e investigación jurídica. 40
años de vida académica. Homenaje al doctor Jorge Witker, México, UNAM, Instituto de Investiga-
ciones Jurídicas, 2015, p. 892.
165
Lacey, Nicola, A Life of H. L. A. Hart: The Nightmare and the Noble Dream, Oxford, Oxford
University Press, 2004, pp. 40-57.
Ibidem, p. 47.
166
167
Una cronología que sirve para ilustrar los principales experimentos realizados en la
materia puede encontrarse en el capítulo “The Basis for Concern” de la primera sección “A
Profession in Distress”, véase Elwork, Amiram, Stress Management For Lawyers: How To Increase
Personal & Professional Satisfaction In The Law, North Wales, Vorkell Group, 2007, pp. 13-18.
Así como también en el apartado “Making Sense of Lawyer Happiness Data” del capítulo
En ese orden de ideas, vale la pena transcribir una carta enviada por H.
L. A. Hart a Isaiah Berlin donde esa ambivalencia característica de la abo-
titulado “Are Lawyers Unhappy?”, en Levir, Nancy y Linder, Douglas O., The Happy Lawyer:
Making a Good Life in the Law, Nueva York, Oxford University Press, 2010, pp. 3-7. De igual
manera, resulta pertinente la lectura de la síntesis de artículos y estudios recientemente rea-
lizados sobre la fractura de la supuesta estabilidad que otorgaba ser abogado en Norteamé-
rica, a partir de las quiebras comerciales de algunos de los principales despachos jurídicos en
dicho país y la falta de oportunidades para los recién egresados. Véase Brown, Liz, Life After
Law: Finding Work you Love with the J.D. you have, Brookline, Bibliomotion Inc., 2013, pp. 8 y 9.
Lacey, Nicola, A Life of H. L. A. Hart - The Nightmare and the Noble Dream, cit., p. 112.
168
Me causa disgusto, por no decir nauseas, la idea de volver al litigio. Mis prin-
cipales objeciones son (a) el carácter profundamente anti-social o, al menos,
a-social de mi trabajo legal (evasión de impuestos y similares); (b) la antipatía
que me provocan otros abogados, jueces, empleados judiciales, procuradores
(procuradores judíos –o monde immonde [oh mundo inmundo]), y, en general, la
mentalidad jurídica en todas sus estrechas, superficiales, y reaccionarias ma-
nifestaciones; (c) el horror que me causa la falta de honradez dentro del mun-
dillo legal, donde abogados se enriquecen alegremente. Me refiero también
a los presidentes de las empresas, las casas emisoras, los procuradores cuyo
esfuerzo dependerá del costo-beneficio que implique el caso, las concesiones
deshonestas (y los concesionarios); (d) la probabilidad de que el volumen de
mi trabajo relegue cualquier otro interés intelectual, reduciendo su compren-
sión y corrompiendo mi vida; (e) la convicción de que al final de una vida
como abogado, independientemente de mi éxito o fracaso, seré incapaz de
mirar atrás sin disgusto.169
Ibidem, p. 112.
169
Garza Onofre, Juan Jesús, “Entrevista a Manuel Atienza”, Ciencia Jurídica, Guanajua-
170
172
Kramer, Matthew H. y Grant, Claire, “Introducción”, en El legado de H.L.A. Hart - Filo-
sofía jurídica, política y moral, trad. de Claudina Orunesu y Jorge L. Rodríguez, Madrid, Marcial
Pons, 2012, pp. 20 y 21.
173
Shaw, Geoffrey C., “H. L. A. Hart’s Lost Essay: Discretion and the Legal Process
School”, Harvard Law Review, vol. 127, núm. 2, 2013, p. 682.
174
Tamayo y Salmoran, Rolando, “H. L. A. Hart, Criminal Lawyer”, cit., p. 893.
175
MacCormick, Neil, H. L. A. Hart, Madrid, Marcial Pons, 2010, p. 88.
176
Tamayo y Salmoran, Rolando, “H. L. A. Hart, Criminal Lawyer”, cit., p. 864.
177
Hart, H. L. A., The Concept of Law, with a Postscript, edición de Penelope A. Bulloch y
Joseph Raz, Oxford, Clarendon Press-Oxford University Press, 1994.
porque la sugestión de que las investigaciones sobre los significados de las pa-
labras simplemente arrojan luz sobre éstas, es falsa. Muchas distinciones im-
portantes, que no son inmediatamente obvias, entre tipos de situación social,
o relaciones, pueden ser esclarecidas mejor mediante un examen de los usos
típicos de las expresiones relevantes y de la manera en que éstas dependen de
un contexto social que a menudo no se expresa.178
Hart, H. L. A., El concepto de derecho, trad. de Genaro R. Carrió, Buenos Aires, Abeledo-
178
por Hart podría vincularse a una cierta perspectiva sociológica, y que además este postulado
ha servido para que varias teorías sociojurídicas partan, o tomen especialmente en conside-
ración la teoría jurídica hartiana, véase Calvo, Manuel, “¿Cabe el enfoque socio-jurídico en
la teoría del derecho?”, cit., pp. 374-378.
Bix, Brian, Teoría del derecho: ambición y límites, Madrid, Marcial Pons, 2006, p. 134.
181
Robles, Gregorio, “Hart: Algunos puntos críticos”, Doxa. Cuadernos de Filosofía del Dere-
182
la caja negra del positivismo”, Revista Telemática de Filosofía del Derecho, Madrid, núm. 20, 2017,
pp. 84 y 85.
Lacey, Nicola, A Life of H. L. A. Hart - The Nightmare and the Noble Dream, cit., p. 230.
184
entendido de que sólo pueden comprenderse plenamente las instituciones adoptando el punto
de vista del individuo participante que está comprometido con ellas o conociendo el sig-
nificado que tienen para quien está comprometido con ellas. Véase Fuertes-Planas Aleix,
Cristina, “Validez, obligatoriedad y eficacia del derecho en H. L. A. Hart”, Anuario de Derechos
Humanos, Madrid, nueva época, vol. 8, 2007, pp. 144 y 145.
Bix, Brian, Teoría del derecho: ambición y límites, cit., p. 127.
186
Bix, Brian, “Algunas reflexiones sobre metodología en teoría del derecho”, Doxa. Cua-
187
dernos de Filosofía del Derecho, Alicante, núm. 26, 2003, pp. 624 y 625.
Ibidem, p. 625.
188
Laporta, Francisco, “Derecho y moral: vindicación del observador crítico y aporía del
189
iusnaturalista”, Doxa. Cuadernos de Filosofía del Derecho, Alicante, núm. 8, 1990, p. 138.
Después, en un segundo plano, esta dicotomía es caracterizada por Hart de dos modos
190
distintos. Por un lado, en relación con las conductas concebidas a partir de motivaciones y
preferencias; por el otro en sentido lógico, más bien lingüístico-normativo. Por el momento
no se hará referencia a la segunda partición, pues además de no encontrarse en sintonía con
los objetivos del presente apartado, es posible que la distinción hartiana entre el punto de
vista interno y externo, en palabras de Atienza, “no sea del todo adecuada para dar cuenta
del status lógico de los enunciados de la ciencia jurídica, de la dogmática jurídica, que pro-
bablemente habría que considerar más bien como un entretejido de afirmaciones internas y
externas de diverso tipo. La obra de Hart acaba planteando, como la de Kelsen, la necesidad
de especificar un tipo de enunciados distintos tanto de las prescripciones (de las normas)
como de las simples descripciones, que deberían servir para caracterizar —al menos a nivel
lingüístico— actividades como las de la ciencia jurídica, la teología dogmática o la filología,
pero cuyo status parece ser muy difícil de precisar”. Atienza, Manuel, Introducción al derecho,
Barcelona, Barcanova, 1985, p. 252.
Hart, H. L. A., The Concept of Law, with a Postscript, edición de Penelope A. Bulloch y
191
Guastini, Riccardo, “Releyendo a Hart”, Doxa. Cuadernos de Filosofía del Derecho, Alican-
193
Bajo dicha lógica, son precisamente los miles y miles de abogados quie-
nes, al construir los argumentos de sus demandas, analizar el escenario para
razonar sus asesorías, o fundamentar sus pretensiones, ejecutan un rol car-
dinal en el sistema frente a otros participantes. Así, partiendo de expecta-
tivas mutuas (entre abogados y particulares, por un lado, mientras que por
el otro respecto a los operadores) con el fin de proteger la estabilidad del
sistema, algunos han alegado que el punto de vista interno propuesto por
Hart resulta adecuado para quienes ejercen la abogacía,195 ya que éstos de-
p. 1713.
196
Wendel, W. Bradley, “Lawyers, Citizens, and the Internal Point of View”, Fordham L.
Rev., vol. 75, Cornell Law Faculty Publications, Paper 98, 2006, p. 1493.
197
En clara alusión a los postulados de Oliver Wendell Holmes.
Bix, Brian, Teoría del derecho: ambición y límites, cit., pp. 140 y 141.
198
201
Pérez Bermejo, Juan Manuel, “Estudio Preliminar - Hart, o el tiempo recobrado”, en
MacCormick, Neil, H. L. A. Hart, cit., p. 23.
202
El cual sería una reelaboración del denominado “punto de vista externo no extremo”,
en la terminología hartiana.
203
MacCormick, Neil, H. L. A. Hart, cit., p. 115.
204
Jiménez Cano, Roberto M., “Los problemas abiertos de la regla de reconocimiento”,
Universitas. Revista de Filosofía, Derecho y Política, Madrid, núm. 10, julio de 2009, p. 87.
205
Redondo, María Cristina, “The Concept of Law. Cincuenta años”, Doxa. Cuadernos de
Filosofía del Derecho, Alicante, núm. 37, 2014, p. 121.
no necesita creer que el sistema legal crea obligaciones morales, pero aun sin
esas creencias todavía puede informar a su cliente, interesado en ello, lo que
puede y no puede hacer si desea permanecer dentro de la ley. Tales enuncia-
dos presuponen la existencia de un sistema normativo, pero no lo aceptan ni
expresa ni implícitamente como vinculantemente sobre el hablante.207
Bix, Brian, “H. L. A. Hart y el giro hermenéutico en la teoría del derecho”, trad. de
206
Pablo Navarro y Hugo Selemen, en Bix, Brian, Teoría del derecho: ambiciones y límites, Madrid,
Marcial Pons, 2006, pp. 145 y 146.
Ibidem, p. 146.
207
211
Lacey, Nicola, A Life of H. L. A. Hart - The Nightmare and the Noble Dream, cit., p. 217.
212
Mijangos y González, Pablo, El nuevo pasado jurídico mexicano. Una revisión de la historiogra-
fía jurídica mexicana durante los últimos 20 años, Madrid, Universidad Carlos III de Madrid, 2011,
p. 14.
213
Vázquez, Rodolfo, “Eduardo García Máynez y el debate positivismo jurídico-jusnatu-
ralismo - Texto de la conferencia en homenaje a Eduardo García Máynez, organizado por
la Facultad de Derecho de la UNAM”, Revista Jurídica de la Escuela Libre de Derecho de Puebla,
Puebla, núm. 4, 2003, p. 124.
214
Esta definición unitaria del iuspositivismo de Scarpelli aspira a “reajustar y reelabo-
rar el núcleo de mayor importancia y valor operativo, a fin de conseguir un instrumento
semántico preciso y eficaz, que pueda emplearse con mayor claridad y fuerza orientadora
en la situación cultural a que habrá de aplicarse”. Véase Scarpelli, Uberto, Cos’é il positivismo
giuridico, cit., p. 11.
desde una perspectiva crítica y con especial énfasis en su distinción semántica y su objeto
de estudio, véase Guastini, Riccardo, Distinguiendo. Estudios de teoría y metateoría del derecho, Bar-
celona, Gedisa, 2013; Jiménez Cano, Roberto M., “¿Puede ser general la teoría general del
derecho?”, Revista de Estudios Jurídicos, Jaén, segunda época, núm. 12, 2012.
Calsamiglia, Albert, “Teoría del participante versus teoría general del derecho: una
216
aproximación”, Anuario de Filosofía del Derecho, Madrid, núm. 14, 1997, p. 491.
“una teoría normativa que prescribe lo que el Derecho debe ser, la identificación del Dere-
cho dependerá” de la convergencia de prácticas comunes en un contexto caracterizado por
la pluralidad de normas fundamentales que, en última instancia, dependen de las elecciones
individuales de los participantes en dicho sistema jurídico”. Véase Morales Luna, Félix, La
filosofía del derecho de Uberto Scarpelli. Análisis del lenguaje normativo y positivismo, trabajo presen-
tado bajo la dirección de Manuel Atienza y Juan Ruiz Manero para la colación del grado
de doctor en derecho por la Facultad de Derecho de la Universidad de Alicante, Alicante,
Universidad de Alicante, 2008, p. 399.
218
Scarpelli, Uberto, Cos’é il positivismo giuridico, cit., p. 94.
219
La propuesta historicista que explica el paradigma iuspositivista desde una óptica evo-
lutiva es desarrollada a partir de la obra de Felipe González Vicén. Véase González Vicén,
Felipe, Estudios de filosofía del derecho, Santa Cruz de Tenerife, Universidad de La Laguna, 1979.
220
Morales Luna, Félix, “Uberto Scarpelli. Un positivista jurídico para el Mundo Lati-
no”, Memoria del I Congreso de Filosofía del Derecho para el Mundo Latino, Alicante, Universidad de
Alicante-Departamento de Filosofía del Derecho, 2016, p. 17.
Escuela de la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, año II, núm.
2, 1977, pp. 99-101.
Zorzetto, Silvia, “La filosofía analítica de Uberto Scarpelli. Del análisis del lenguaje
223
valorativo a los principios de la bioética”, Derecho PUCP. Revista de la Facultad de Derecho, Lima,
núm. 73, 2014, pp. 548 y 549.
Lloredo, Luis, “Muertes y resurrecciones del positivismo jurídico: una crisis de doscien-
224
tos años de duración”, Doxa. Cuadernos de Filosofía del Derecho, Alicante, núm. 40, 2017, p. 264.
225
Morales Luna, Félix, La filosofía del derecho de Uberto Scarpelli. Análisis del lenguaje normativo
y positivismo, cit., p. 378.
226
Scarpelli, Uberto, Cos’é il positivismo giuridico, cit., p. 153.
227
Ruiz Miguel, Alfonso, “Positivismo ideológico e ideología positivista”, en Ramos Pas-
cua, José Antonio y Rodilla González, Miguel Ángel (eds.), El positivismo jurídico a examen.
Estudios en homenaje a José Delgado Pinto, cit., p. 467.
Pero no sólo eso, sino que en ese doble juego del que el abogado es par-
tícipe hacia su cliente y hacia el sistema (como agente auxiliar del mismo),
también vela, aunque de manera un tanto tangencial, por que los compor-
tamientos de los individuos en sociedad se ciñan a lo prescrito por las reglas
—a través de los rígidos y rigurosos procedimientos jurídicos instituidos—,
concretando así la voluntad política del legislador.
228
Aguiló, Josep, “Cuatro modos de debatir”, Doxa. Cuadernos de Filosofía del Derecho, Ali-
cante, núm. 36, 2013, p. 216.
Así, dentro de ese esquema, los abogados tienen que fungir como acti-
vos intermediarios, porque ellos ostentan el privilegio del acceso a los pro-
cedimientos judiciales. Por decirlo de algún modo, gestionan el derecho de
defensa de los ciudadanos y recae sobre dicho colectivo el acceso exclusivo a
los procedimientos del sistema normativo. De ahí, precisamente, que resul-
ten decisivos para la concreción del valor de la igualdad y de la certeza en el
Estado de derecho, porque el abogado no considera a las normas como un
dato más sino como un dato privilegiado, que conlleva una serie de compro-
misos axiológicos. Por ello, antes que con un científico, Scarpelli asemeja al
jurista positivista con un teólogo.230 Como afirma Luis Lloredo,
Morales Luna, Félix, La filosofía del derecho de Uberto Scarpelli. Análisis del lenguaje normativo
229
las normas que expresan la voluntad del sistema político, tal vez resulte su-
ficiente para aquellos operadores que se encuentren medianamente institu-
cionalizados, o que dentro de los márgenes implantados se limitan a descri-
bir el derecho positivo a fin de hacerlo coherente. Quizá, también respecto
a los ciudadanos que tendrían a bien ceñir su comportamiento a lo prescrito
por las normas. Pero para el caso de los abogados, en definitiva, tal posicio-
namiento no basta para dar cuenta de sus actuaciones y asegurar su com-
promiso con el sistema, pues a diferencia de las altas cortes, de los funcio-
narios jurisdiccionales, o incluso de los legisladores, resulta difícil distinguir
un mínimo común denominador que pueda agrupar sus razonamientos. La
profesión de abogado es bastante heterogénea como para aseverar que la
aplicación de normas a casos concretos se basa en una actitud promocional
y colaboracionista con el Estado, relegando la posición de los clientes a un
segundo plano. Por lo tanto, también resulta dudoso que los motivos y los
juicios de valor que develen sus pretensiones en cuanto que grupo de interés
puedan empatarse con cierta función social de reciprocidad.
La tematización de la figura del abogado dentro de la interpretación
política del iuspositivismo resulta incómoda, mas no imposible. La prepon-
derancia del derecho codificado y del estatalismo en el positivismo jurídico
generan estrechas vías para abordar a otros operadores jurídicos más allá de
los legisladores y de los jueces. Si, según Scarpelli, el positivismo surge como
proyección de las transformaciones sociales que trajo consigo la aparición
del proyecto político del Estado de derecho, resulta pertinente mencionar
que su vigencia se ve amenazada por otras formas de producción normati-
va, que ponen en entredicho la preeminencia de esta forma de organización
política.
Está en los abogados la decisión de potencializar o no el carácter autori-
tativo del derecho positivo que valida al sistema político. Su naturaleza ver-
sátil, oscilando entre oficiales auxiliares del sistema y agentes particulares de
índole liberal, agrava sus posibilidades axiológicas no sólo en cuestiones mo-
rales relacionadas con la deontología, sino, y sobre todo, en relación con los
modelos políticos de los cuales quieran ser parte. El interés de la reflexión
teórica sobre la abogacía no sólo reside en temas que tradicionalmente se
encuentran anclados a la despolitización de sus acciones, sino que llega has-
ta el extremo de poder comprender a este operador como un catalizador del
cambio político y del cambio social, cuestionando las implicaciones de un
ejercicio profesional comprometido con su entorno.
A grandes rasgos, se podría afirmar que la irrupción del iuspositivismo
en el pensamiento jurídico contemporáneo provocó grandes transformacio-
nes y clausuró ideas precedentes relacionadas con la fundamentación del
Capítulo tercero
EL PROTAGONISTA INVISIBLE
Análisis iusfilosófico antiformalista
Bajo los estrechos márgenes que dictan quienes se han encargado de teorizar
sobre el fenómeno jurídico desde una óptica positivista, parecería que el es-
tudio de la figura del abogado es un tema reacio a su abordaje. Su ausencia
es manifiesta. Sin embargo, la ausencia no necesariamente es motivo para no
estar presente.
La gran influencia que tiene la tradición (para el caso específico dentro
del canon iusfilosófico contemporáneo) muchas veces encauza al imagina-
rio colectivo hacia la idea de una opción única como alternativa final para
el devenir de los tiempos presentes, o que en igual sentido se intente hacer
creer que un determinado ciclo de carácter similar se presenta periódica-
mente cada cierto tiempo, es un despropósito. Un sinsentido que lamen-
tablemente aún encuentra bastante resonancia y suscitan un debate poco
fructífero.
A través del artículo “El fin de la historia”, que sería la génesis de sus
ideas posteriores y del libro que publicaría tres años después, Francis Fuku-
yama proclamó la existencia de una lógica unidireccional de evolución en
la historia humana, que irremediablemente desemboca en la democracia
liberal y la economía de mercado.236 Tratando de defender sus posturas y
argumentando una mera confusión semántica sobre la historia en el sentido
hegeliano y marxista de evolución de las instituciones,237 el autor aludía a la
Fukuyama, Francis, “The End of History?”, The National Interest, núm. 16, 1989, pp. 3-18.
236
Fukuyama, Francis, “Pensando sobre el fin de la historia diez años después”, El País,
237
1999.
101
Lloredo, Luis, “La socialización del derecho: el antiformalismo y los derechos econó-
238
micos, sociales y culturales”, en Historia de los derechos fundamentales. Siglo XX, vol. 1, libro 2,
ed. por R. de Asís, F. J. Ansuátegui, E. Fernández y C. Fernández Liesa, Madrid, Dykinson,
2013, p. 889.
dos veces, una como tragedia y otra como farsa”,239 puede considerarse el
epitafio del presente, buscando la perenne condena de nuestra sociedad de
forma anticipada, así como la desconsolada predestinación de la historia.
Si hoy en día los aforismos resumen concepciones instantáneas de nuestro
entorno y así lo explican, cabe plantearse la posibilidad de que éstos pueden
también ser tergiversados para infundir desaliento y evitar expresar lo que
se deseaba originalmente.240
El carácter imposible de la historia evoca precisamente aceptar que si
bien dentro del transcurso de la misma es posible encontrar episodios pare-
cidos, en ocasiones retomando cosas del pasado y hasta aceptándolos (como
dice el filósofo prusiano respecto a que la tradición de todas las generaciones
muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos),241 para nada
reconstruye algo cíclico.
Negar la existencia de factores relevantes que puedan encauzar al en-
torno hacia una eventual repetición de los hechos no representa contemplar
a la historia como un circuito. La conjetura de lo probable y lo posible,
sin que necesariamente sea contradictorio, sino más bien complementario,
plantea caracterizar a la historia como una puerta cerrada que incluye a la
vez muchas ventanas abiertas, que sirven de escape, y dan pie a una cons-
tante incertidumbre que ampara la ilusión de lo irresoluto.
El estudio de los movimientos alternativos como una clara manifesta-
ción que conduce el trayecto lógico de la historia frente a lo institucional
resulta primordial para seguir reproduciendo ese carácter imposible e im-
pasible de la historia.
De ahí, precisamente, que valga la pena abordar a la figura del abogado
más allá de los tradicionales marcos analíticos, que por lo general propug-
na el canon de la filosofía del derecho. Intentando adecuar a este operador
239
Marx, Karl, El 18 Brumario de Luis Bonapart, [1852], Santiago, ed. de la Escuela de
Filosofía Universidad de Arte y Ciencias Sociales, Biblioteca Electrónica Universidad Arcis,
2005, p. 6. La frase original es: “Hegel dice, en alguna parte, que todos los grandes hechos y
personajes de la historia universal se repiten, para decirlo de alguna manera, dos veces. Pero
se olvidó de agregar: la primera, como tragedia, y la segunda, como farsa”.
240
Tuvieron que pasar treinta años para que precisamente Federico Engels en el prólogo
para la tercera edición del libro de Marx aportara luces que ayudaran a clarificar el sentido
de la frase en cuestión aludiendo a que “la gran ley que rige la marcha de la historia, la ley
según la cual todas las luchas históricas, ya se desarrollen en el terreno político, religioso,
filosófico, ya en otro terreno ideológico cualquiera, no son, en realidad, más que la expresión
más o menos clara de luchas entre clases sociales”. Engels, Federico, “Prólogo para la tercera
edición de El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, en Marx, Karl, El 18 Brumario de Luis Bona-
parte, cit., pp. 4 y ss.
241
Marx, Karl, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, cit., p. 6.
Antiformalismos jurídicos
Lloredo, Luis, “La socialización del derecho: el antiformalismo y los derechos econó-
242
una visión que suele centrar el estudio del derecho en sus rasgos “formales”
o “estructurales”, distintos juristas europeos y norteamericanos244 comenza-
ron a lanzar severas críticas cuyo común denominador es la censura frente
a la visión del fenómeno jurídico como una práctica estática, autónoma y
aislada de cualquier consideración de índole valorativa o social, que en un
primer momento se asoció a las teorías positivistas decimonónicas. Dicho
cambio de orientación en las direcciones del pensamiento jurídico se en-
cuentra “estrechamente conectado con una época de grandes transforma-
ciones económicas, tecnológicas, culturales, etc., y de fuerte conflictividad
social: la forma de organización jurídica y política más característica de las
sociedades desarrolladas del siglo XIX, el Estado liberal de Derecho, había
entrado en crisis”.245
Aunque de ideas e intenciones bastante diferentes, o muchas veces
contradictorias, dentro de los variados autores y escuelas que capitanea-
ron la revuelta contra el formalismo es posible distinguir entre sus postu-
lados una coincidente aspiración por sociologizar el pensamiento jurídico,
entendiendo dicho empeño como un reflejo de algunas de las principales
aportaciones de Rudolf von Jhering a la filosofía del derecho. En gran me-
dida, fue gracias a sus teorías, enfocadas a entender al derecho como “un
instrumento destinado a servir de cauce entre Estado y sociedad, como
un instrumento que aquél puede emplear para satisfacer las necesidades
siempre cambiantes de ésta”,246 que se posibilitó la eventual aparición y
conformación de las primeras orientaciones antiformalistas, tales como el
realismo jurídico en sus variantes estadounidense y escandinava, el socio-
logismo jurídico de Eugen Ehrlich, la Escuela del Derecho Libre de Her-
mann Kantorowicz, el uso alternativo del derecho y el pluralismo jurídico,
la jurisprudencia de intereses de Philipp Heck, los critical legal studies, entre
varias corrientes más.
Así entonces, dada la existencia de un amplio y heterogéneo catálogo
de movimientos antiformalistas, resulta necesario precisar que la elección
Precisamente la expresión “antiformalismo” se forjó por medio del libro Social Thought
244
in America: the Revolt Against Formalism, escrito por Morton White, en el que se describía la
revolución intelectual desplegada a través de múltiples corrientes de pensamiento en Estados
Unidos (que tienen como mínimo común denominador el pragmatismo de John Dewey), no
sólo contra diversas manifestaciones jurídicas de naturaleza formalista, sino también abar-
cando otras disciplinas y campos del saber. Véase White, Morton, Social Thought in America: the
Revolt Against Dormalism, Boston, Beacon Press, 1949.
Atienza, Manuel, El sentido del derecho, cit., p. 279.
245
Lloredo, Luis, Rudolf von Jhering y el paradigma positivista. Fundamentos ideológicos y filosóficos
246
1. Institucionalismo jurídico
neoinstitucionalista. (Una aproximación)”, Anuario de Filosofía del Derecho, Madrid, vol. XIII,
1996, p. 392.
Es importante llamar la atención sobre las diferentes y dispares connotaciones con las
248
que cada autor utiliza este término dentro de sus teorías, así como también advertir sobre su
carácter muchas veces oscuro y otras tantas inacabado.
MacCormick, Neil, “Concluding for Institutionalism”, en Walker, Neil (ed.), MacCor-
249
para que las teorías institucionalistas fueran revitalizadas dentro del canon de la filosofía
del derecho contemporánea. Aunque por lo general desfavorecidas por la preponderancia
que otras concepciones del derecho ocupan en múltiples contextos, corresponde, en gran
medida, al jurista escocés Neil MacCormick el mérito de haber sabido renovar una visión a
caballo entre un exacerbado positivismo y ciertos componentes valorativos, provocando así
un normativismo moderado que pudiera llamar la atención respecto al carácter altamente
institucionalizado del razonamiento jurídico, como un caso especial de la razón práctica.
Véase Bengoetxea, Joxerramon, “Razonamiento jurídico y post-positivismo: la contribución
de Neil Maccormick”, Anuario de Filosofía del Derecho, Madrid, núm. 26, 2010, p. 272. Para
un estudio crítico sobre los cambios que sufrió la concepción jurídico positivista dentro de
la trayectoria teórica de MacCormick, véase Villa, Vittorio, “Neil MacCormick’s Legal Po-
sitivism”, en Mar, Maksymilian del, y Bankowski, Zenon (eds.), Law as Institutional Normative
Order, Londres, Routledge, 2016, pp. 45-64.
Lloredo, Luis, “La socialización del derecho: el antiformalismo y los derechos econó-
252
253
Santi Romano nunca ejerció como abogado. De hecho, estuvo dedicado casi por com-
pleto a la vida académica, a excepción de los años que, compatibilizando sus cátedras en la
Universidad, fungió como parte del Tribunal Superior Administrativo italiano (Consiglio di
Stato), por invitación directa de Mussolini y siendo la primera vez en la historia de dicha ins-
titución que alguien sin experiencia como funcionario judicial ocupaba el cargo en cuestión.
254
Sandulli, Aldo, “Santi Romano and the Perception of the Public Law Complexity”,
Italian Journal of Public Law, vol. 1, 2009, p. 25.
255
Romano, Santi, El ordenamiento jurídico [1917], trad. de Sebastián Martín-Retortillo y
Lorenzo Martín-Retortillo, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1963.
256
La Torre, Massimo, “Teorías institucionalistas del derecho (esbozo de una voz de en-
ciclopedia)”, trad. de Fco. Javier Ansuátegui Roig, Derechos y Libertades. Revista del Instituto
Bartolomé de las Casas, Madrid, núm. 14, 2006, p. 109.
Para Romano, las normas y las instituciones son dos esferas distintas,
aunque no por eso imprescindibles las unas de las otras.257 En sus palabras,
gest. The Law Journal of the National Italian American Bar Association, vol. 21, núm. 27, 2013, p. 29.
Romano, Santi, El ordenamiento jurídico [1917], cit., p. 132.
263
y de acción práctica del colectivo, para fungir como una verdadera institu-
ción que transcienda y permanezca en el tiempo por medio del fenómeno
jurídico. De hecho, la concreción de estas acciones se ve, precisamente, re-
flejada en dos grandes ramas del derecho: mercantil y laboral, disciplinas
que crecieron prácticamente en paralelo o contra el Estado; el primero, en
el auge del capitalismo como un intento marcado por el privilegio de los
comerciantes para tener una regulación especial, y el segundo, por su parte,
como el fruto de las luchas sociales capitaneadas por partidos políticos de
izquierda y por múltiples sindicatos que terminaron imponiendo un tipo
diferenciado de relaciones sociales.
El derecho mercantil y el derecho laboral no son más que un par de espe-
cializaciones del derecho civil, pero que se emancipan como fruto de grandes
instituciones sociales, por un lado los empresarios y por el otro los sindica-
tos, pero, en cualquier caso, guiados por una casta de abogados de mucha
influencia local que se constituyen en un frente común por conseguir ob-
jetivos; en otras palabras, arropados por grandes instituciones que litigan.
Al final, se podría afirmar que grandes e importantes ramas del derecho
han sido tejidas no por el hacer de jueces ni de legisladores omniscientes,
sino, al contrario, por organizaciones sociales en las que existieron abo-
gados que supieron traducir demandas sociales en términos jurídicos. No
cabe duda que los abogados han tenido un papel central en la evolución del
derecho.
Así, la teoría de Romano categoriza al Estado como una “especie” de
institución dentro del “género” derecho, y por tanto distingue otras especies
de instituciones, que pueden encontrarse bajo, afuera, e incluso enfrentadas
contra el propio Estado. Para ilustrar este último tipo de fenómenos, a ma-
nera de ejemplo (no exento de polémica) Romano utiliza a una organización
criminal como la mafia, que satisface los niveles de elaboración y efectividad
requeridos en su categorización. Precisamente este aspecto es criticado por
Bobbio al encontrar incongruente “admitir que el derecho presupone la so-
ciedad, o que es producto de la vida social, pero [que] no se puede admitir
que toda sociedad sea jurídica”;264 es decir, si bien es cierto que el derecho
es organización, no todo lo que organiza también puede ser derecho. Sin
embargo, es posible sortear esta crítica bajo el entendido de que
Bobbio, Norberto, Teoría general del derecho, trad. de Jorge Guerrero, Bogotá, Temis,
264
1987, p. 8.
el ordenamiento exclusivo, puesto que considera que más allá de él existe una
tendencia en la sociedad a generar nuevos ordenamientos que permanecen
fuera del ámbito estatal.265
parten determinados rituales, códigos y formas (en otras palabras, una cier-
ta identidad como profesionistas), eso no necesariamente implica una faceta
orgánica que genere un grupo social ordenado. Ahora bien, si dentro de
dicha gran colectividad de abogados existe un cuerpo social con estructura
propia, cuyos elementos están animados y reunidos por una organización,
como medio para realizar el orden, entonces se desarrolla el tránsito de la
fase inorgánica a la orgánica, es decir, el proceso de su institucionalización.
De ahí la segunda consideración a la propuesta de Romano: si un co-
lectivo determinado de abogados se reúne, independientemente de si por
mandato del Estado (el caso específico sería la obligatoriedad de agremiar-
se a algún colegio o barra para estar en posibilidades de ejercer la profe-
sión) o de forma voluntaria268 (asociaciones de profesionistas, o colectivos
de abogados afines a ciertas ideologías o determinadas causas), rigiéndose
por normas emanadas de su organización, las cuales ordenan a la misma,
se está en posibilidades de institucionalizar dicho grupo social. Entonces, la
generación y puesta en marcha de una especie de “organización especial”,
que conforma una unidad profesional (gremial, colegial, corporativa) sería,
bajo la teoría romaniana, una institución.
Más allá de la categorización que tendrían las implicaciones de consi-
derar a un determinado colectivo de abogados como una institución dentro
de los postulados propuestos por Romano, bien vale traer a consideración
sus consecuencias funcionales. Porque al momento en que la existencia de
la institución conlleva su propia producción normativa, existe un riesgo
latente de que las normas emanadas de aquélla entren en contradicción
con las de algunas otras instituciones, o incluso que compitan o coopten a
la legislación pública y territorial de los derechos estatales.269 Tal es el caso
de la denominada lex mercatoria,270 que surge a partir de la relevancia social de
ciertos colectivos descentralizadas enfocados en la producción de normas
independientes del Estado.
A simple vista, estos fenómenos podrían explicarse como meros pro-
cesos lógicos y consecuentes con el devenir de la modernidad, forjados en
resulta necesario el reconocimiento por parte del Estado, su autonomía resulta relativa al
momento en que aspira a ser partícipe, como sujeto de derechos con personalidad jurídica,
de la realidad jurídica de la institución estatal. Esto, sin embargo, no altera su existencia en
la realidad sociológica, en la cual existe de hecho y desde antes del reconocimiento estatal.
Fariñas, María José, “Desregulación versus re-regulación: las aporías del Estado de de-
269
recho”, Memoria del I Congreso de Filosofía del Derecho para el Mundo Latino, Alicante, Universidad
de Alicante-Departamento de Filosofía del Derecho, 2016, p. 8.
Teubner, Gunther, “Global Bukowina: Legal Pluralism in the World Society”, en Teu-
270
bner, Gunther (ed.), Global Law without a State, Dartmouth, Brookfield, 1997, pp. 3-28.
Derecho”, cit., p. 8.
Catania, Alfonso, Metamorfosi del diritto. Decisione e norma nell´età globale, cit., p. 84.
274
teoría del derecho estándar”, Memoria del I Congreso de Filosofía del Derecho para el Mundo Latino,
Alicante, Universidad de Alicante-Departamento de Filosofía del Derecho, 2016, p. 8.
Quizá pueda existir una preocupación latente porque, bajo esta concepción institu-
276
cional del derecho, ahora lo que subsume al individuo es el grupo social, invisibilizando la
persona en su individualidad frente a las incesantes disputas de poderes y transformaciones
que se presenten. Dependerá entonces de la institución fungir a manera de organismo in-
termediario, aspirando a establecer un cierto equilibrio que posibilite eludir las fracturas
sociales que un continuo enfrentamiento entre Estado y sociedad provocaría.
Kaplan, Marcos, “El abogado y la sociedad”, cit., p. 105.
277
otra cosa sino aquello que los abogados han sido capaces de hacernos creer
que es derecho.
En términos generales, se puede afirmar que, dentro de los parámetros
de la teoría institucionalista de Santi Romano, la abogacía no es una institu-
ción por sí misma, es decir, que los abogados no constituyen por el solo he-
cho de ser un gremio profesional, una institución. No obstante, si un grupo
específico dentro de esa vasta colectividad que ejerce la abogacía conforma
una organización ordenada, en ese supuesto sí se puede llegar a hablar de
la abogacía como institución. Y es justo ahí cuando estos operadores, en su
faceta de agentes coadyuvantes del sistema, pueden capitalizar sus acciones
para generar condiciones dialógicas entre múltiples instituciones heterogé-
neas y viabilizar las relaciones subyacentes a cualquier sociedad.
En momentos en que el ejercicio de la abogacía ha dejado de ser una
profesión para convertirse en un negocio, repensar los esquemas concep-
tuales del institucionalismo romaniano puede proporcionar coherencia y
armonía al orden institucional del Estado, y, a su vez, fomentar que los abo-
gados ejerzan sus funciones en aras de promover la institucionalidad y la
efectividad del sistema jurídico-político desde un enfoque social e integral,
pues, como afirma Mauricio García Villegas, “con demasiada frecuencia
el derecho es usado para defender intereses particulares e incluso para de-
bilitar al Estado”.278 Al considerar la dimensión institucional del fenómeno
jurídico, resulta importante destacar que la teoría institucional de Santi Ro-
mano confía en el ejercicio jurisdiccional como garantía de la seguridad ju-
rídica en el Estado de derecho, ya que los operadores jurídicos desempeñan
la importante función de adecuar sus decisiones judiciales a consecuencias
socialmente deseables.279
278
García Villegas, Mauricio, “Los abogados”, El Espectador, 1o. de julio de 2016.
279
Pérez Luño, Antonio-Enrique, Trayectorias contemporáneas de la filosofía y teoría del derecho,
cit., pp. 25 y 26.
Atienza, Manuel, El sentido del derecho, cit., p. 281. Y es que no hay que olvidar que “los
280
realistas no eran filósofos, mucho menos filósofos analíticos, y mucho menos estudiantes de
G. E. Moore, Russell y Wittgenstein, mucho menos colegas de J. L. Austin. La idea de que
en línea con David Luban, que este antiformalismo jurídico ha sido la con-
cepción dominante en Estados Unidos durante el siglo XX (y no solamente
en ese país). En efecto, esta visión se encuentra tan impregnada de la cultura
diaria de la práctica de los abogados, que un decano de una afamada escue-
la de derecho la describió como “la religión ordinaria de los salones de clase
en las escuelas de derecho”.281
El auge generado por el realismo jurídico norteamericano, en gran me-
dida, provocó una marcada tendencia por abordar el estudio del derecho
(al día de hoy aún vigente), desde la trinchera del sistema de impartición
de justicia. Focalizándose en la figura del juez, los realistas “prestaron una
atención mucho mayor hacia la concreta y efectiva administración de justi-
cia que hacia los materiales jurídicos que guían la acción judicial, pensando
descubrir ahí los factores determinantes de lo jurídico. Derecho sería exclu-
sivamente, por tanto, lo que de hecho deciden los tribunales, o, generali-
zando, todo control oficial que tenga lugar en una organización política”,282
encontrando así, en la actividad de este operador, una percepción antitradi-
cional y revolucionaria del fenómeno jurídico que comprendiera al mismo
más allá de las reglas emanadas por el legislador.
Así entonces, el derecho vendría a ser entendido como una regularidad
en la futura conducta de los tribunales, por lo que cobraba crucial relevan-
cia el análisis de hechos sociales, es decir, destacándose el vínculo entre el
fenómeno jurídico y las realidades constatables de forma empírica. “El De-
recho así no sería equivalente a las normas, sino a las decisiones judiciales.
El Derecho no es el Derecho en los libros, sino el derecho en la acción”. Se-
gún este punto de vista, la práctica jurídica gira en torno a la figura del juez,
y, en cierto sentido, no resulta una experiencia intrínsecamente jerárquica,
ya que el poder judicial se ve aquí como una estructura social difusa y de
algún modo informal.283
Ahora bien, esta última afirmación sobre el realismo jurídico norteame-
ricano no viene a significar que los jueces, de entrada, sean propensos a es-
timular una dinámica transversal que prescinda por completo del elemento
284
Luban, David, Lawyers and Justice: An Ethical Study, cit., p. 19.
no: Escuela de Derecho, Santiago, Universidad de Chile, Facultad de Derecho, 2013, p. 30.
Fue durante esta época en la que publicó The Common Law, una de sus obras más
286
destacadas, en la que, combinando su visión como jurista práctico, esboza su visión sobre el
derecho, a la vez que critica el modelo predominante de educación jurídica en Norteaméri-
ca, liderado y difundido, en gran medida, por Christoper Columbus Langdell (decano de la
Universidad de Harvard). Véase Holmes, Oliver W., The Common Law, Boston, Brown and
Company, 1881.
Durante su periodo como magistrado de la Suprema Corte estadounidense, es sabido
287
que al juez Holmes se le conoció como “el Gran Disidente”. Esto, antes que por una cues-
tión meramente cuantitativa, obedece a que las razones esgrimidas en sus votos particulares
resultaban pertinentes más allá del ámbito jurisdiccional.
Atienza, Manuel, El sentido del derecho, cit., p. 280.
288
Jiménez, Marco, “Finding the Good in Holmes’s Bad Man”, Fordham Law Review, vol.
289
Frankfurter, Frank, “The Early Writings of O. W. Holmes Jr.”, Harvard Law Review, vol.
292
postulados holmesianos. The Path of the Law,293 o La senda del derecho294 por
su traducción al castellano, es un discurso295 pronunciado en ocasión de la
inauguración de un salón en la Escuela de Derecho de la Universidad de
Boston.296
Ahora bien, la naturaleza de índole divulgativa del texto de Holmes
para nada viene a significar que el mismo implique de antemano un áni-
mo aliviado, o que sus ideas, al gozar de la efímera fama que sostienen los
discursos festivos, no cuenten con la rigurosidad y la reflexividad que sue-
le caracterizar al trabajo científico. No por nada Richard Posner cree que
The Path of the Law es “el mejor artículo sobre derecho que jamás se haya
escrito”,297 o que William Twining exalte a este texto como una obra
293
Holmes, Oliver W., The Path of the Law [1897], Auckland, The Floating Press, 2009.
294
Holmes, Oliver W., La senda del derecho [1897], Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1975.
295
“La Senda ha sido publicado y republicado, así como citado, en tantas ocasiones que
muchas veces olvidamos que su origen surge como un mero discurso”. Véase Luban, Da-
vid, “The Bad Man and the Good Lawyer: A Centennial Essay on Holmes’s The Path of
the Law”, New York University Law Review, vol. 72, 1997, p. 1548.
296
Twining, William, “Bad Man Revisited”, Cornell Law Review, vol. 58, Issue 2, 1973,
p. 277.
297
Posner, Richard A., The Essential Holmes: Selections from the Letters, Speeches, Judicial Opin-
ions, and Other Writings of Oliver Wendell Holmes, Jr., Chicago-Londres, The University of Chi-
cago Press, 1992, p. X.
298
Twining, William, “Bad Man Revisited”, cit., p. 277.
299
Morales Luna, Félix, La filosofía del derecho de Uberto Scarpelli. Análisis del lenguaje normativo
y positivismo, cit., p. 90.
300
Holmes, Oliver W., The Path of the Law [1897], cit., p. 3.
Ibidem, p. 9.
301
Pérez Lledó, Juan Antonio, “El realismo jurídico americano”, en Pérez Lledó, Juan
302
Antonio y González Lagier, Daniel (coords.), Apuntes sobre la filosofía del derecho de los siglos XIX
y XX. De la Escuela de la Exégesis a Ronald Dworkin, Alicante, Universidad de Alicante-Facultad
de Derecho, 2015, p. 76.
algún tipo de fin práctico en el derecho, cosa que se empata con el ejercicio
de la abogacía.
El postulado medular sobre el que se erige la teoría de Holmes del bad
man menciona que:
Si pretendes conocer el derecho, y nada más, debes mirarlo con los ojos del
hombre malo, a quien solo le preocupan las consecuencias materiales que tal
conocimiento le permite predecir, y no como un hombre bueno que encuen-
tra las razones de su conducta tanto dentro del derecho como fuera de él, en
las sanciones más difusas de la conciencia.303
303
Holmes, Oliver W., The Path of the Law [1897], cit., p. 7.
304
Pérez Lledó, Juan Antonio, “El realismo jurídico americano”, cit., p. 74.
305
Holmes, Oliver W., The Path of the Law [1897], cit., p. 9.
306
Twining, William, “Bad Man Revisited”, cit., p. 281.
307
Laporta, Francisco, “La creación judicial y el concepto de derecho implícito”, Revista
Jurídica, Madrid, núm. 6, 2002, pp. 133 y ss.
308
D’amato, Anthony, “The Limits of Legal Realism”, Yale Law Journal, vol. 87, 1978.
309
Luban, David, “The Bad Man and the Good Lawyer: A Centennial Essay on Holmes’s
The Path of the Law”, cit., p. 1562.
310
Wells, Catherine, “Address at the University of Iowa Conference”, The Path of the Law
in the 20th Century, University of Iowa, 1997.
311
Pérez Lledó, Juan Antonio, “El realismo jurídico americano”, cit., p. 74.
Para una aproximación a las principales críticas del concepto del bad man como teoría
313
del derecho, véase Twining, William, “Bad Man Revisited”, cit., pp. 284-287.
Holmes, Oliver W., The Path of the Law [1897], cit., p. 9.
314
Pérez Lledó, Juan Antonio, “El realismo jurídico americano”, cit., pp. 72 y 73.
316
conocida”. Holmes, Oliver W., The Path of the Law [1897], cit., p. 3.
Trazegnies, G., Fernando de, “El rol político del abogado litigante”, Revista Derecho
319
ce la ley, pero en caso de que eso les resulte imposible, el litigante “busca las
interpretaciones forzadas que le convengan (pero tendrá que argumentarlas
jurídicamente de manera aceptable, correcta según Derecho, si es que quie-
re tener éxito: sigue pues moviéndose dentro del marco del Derecho, pero
con una actitud instrumentalista)”.320
Así, sus acciones vienen a representar un contrapeso a los poderes do-
minantes en el entorno, a la vez que una manera de activismo social que, al
explorar y trabajar alternativas jurídicas, propulsa el sistema en beneficio de
personas o grupos que han sufrido injusticias. Porque hay que recordar que
“Holmes no abogaba en realidad por instrumentalizar el Derecho para me-
ros intereses egoístas: esa instrumentalización debe estar según él al servicio
de fines colectivos, de las demandas, necesidades e intereses que se impon-
gan en «la comunidad», tras un «libre intercambio de ideas»”.321
Varios ejemplos del prototipo en cuestión son los abogados que pro-
tegieron a los ciudadanos a través de sus servicios legales en las dictadu-
ras latinoamericanas, contribuyendo además al incipiente proceso de de-
mocratización en casi toda esa parte del continente,322 o los colectivos de
abogados en varias ciudades de Estados Unidos, que durante la década
de los setenta se organizaron para denunciar el trato otorgado a los judíos
y otros grupos minoritarios en Rusia.323 Más recientemente, los casos de
abogados independientes que dieron un vuelco al sistema de desahucios
en España,324 que frenaron la privatización de la sanidad en la Comunidad
Pérez Lledó, Juan Antonio, “El realismo jurídico americano”, cit., p. 74.
320
Pérez Lledó, Juan Antonio, “Teoría y práctica en la enseñanza del derecho”, Academia.
321
Revista sobre Enseñanza del Derecho, Buenos Aires, año 5, núm. 9, 2007, p. 170.
Falcão, Joaquín, “A manera de introducción. Democratización y servicios legales en
322
América Latina”, en AA.VV., Los abogados y la democracia en América Latina, Quito, Instituto de
Servicios Legales Alternativos-ILSA, 1986, pp. 11 y 12.
Salter, Leonard, “American Lawyers and Russian Dissidents: The Lawyer as Social
323
biliaria”, se multiplicaron las privaciones de los inquilinos del uso de sus inmuebles mediante
resolución judicial por incumplimiento de contrato con entidades bancarias, distintas accio-
nes tanto de exigibilidad como de justiciabilidad de los derechos involucrados se iniciaron
para detener tales procesos. El caso de un trabajador de la construcción en paro de origen
marroquí, quien fue desahuciado sin ninguna posibilidad de negociar con el banco, fue lle-
vado durante meses por Dionisio Moreno, abogado que, sin cobrar por su trabajo logró
una sentencia histórica en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea de Luxemburgo, que
obliga a reformar la ley hipotecaria española. Véase García, Jesús, “La gigantesca hazaña de
un humilde abogado”, El País, 17 de marzo de 2013; Gallego, Javier, “El Tribunal de Justicia
de la UE declara incompatible el sistema de desahucios en España”, El Mundo, 14 de marzo de
2013.
fraude fiscal derivado de los contratos que desembocaron en el fichaje del jugador brasileño
Neymar, se deriva de la querella interpuesta por el abogado de un socio, quien acusó al ahora
expresidente del club, Sandro Rosell, de apropiación indebida en su modalidad de distrac-
ción. Véase Fabra, María, “Ruz imputa al Barça por no tributar por todos los contratos de
Neymar”, El País, 20 de febrero de 2014.
Varios autores, “Abogados en EUA hacen frente al veto migratorio de Trump”, Mile-
327
en un nivel formal puede que los jueces tengan un mayor poder oficial para
cambiar el terreno jurídico. Ellos pueden invalidar precedentes, declarar in-
constitucionalidades, e influenciar sustancialmente en el desarrollo de los re-
gistros oficiales sobre los cuales se revisará el fondo de la decisión en última
instancia. A los abogados, por supuesto, se les niegan todos estos poderes
formales. Sin embargo, estos operadores tienen más poder práctico que los
jueces para manipular el terreno jurídico. Ya que operan en una esfera mu-
cho más amplia que los jueces, resolviendo muchos asuntos legales que nunca
llegarán ante los jueces.330
Wilkins, David B., “Legal Realism for Lawyers”, Harvard Law Review, vol. 104, núm. 2,
330
1990, p. 477.
Wendel, W. Bradley, “Professionalism as Interpretation”, Northwestern University Law
331
su vida, bajo los estándares de hoy en día, la mayor preparación formal que recibió fue en
botánica. A pesar de estudiar durante un año Derecho, nunca completó los requisitos para
obtener su título. Véase Sutherland, P. Jr., “One Man in his Time”, Harvard Law Review, vol.
78, núm. 7, 1964.
Pound, Roscoe, “Law in Books and Law in Action” [1910], en Fisher, W., Horwitz, M.
334
y Reed, T. (eds.), American Legal Realism, Oxford-New York, Oxford University Press, 1992,
pp. 39-44.
Lloredo, Luis, “La socialización del derecho. El antiformalismo jurídico y los derechos
335
Justice”, en American Bar Association Reports, núm. 29, 1906, pp. 39 -417.
337
Para un sucinto relato sobre lo ocurrido en dicha conferencia, a propósito del discurso
de Pound y las consecuencias del mismo, véase McManaman, Linus J., “Social Engineering:
The Legal Philosophy of Roscoe Pound”, St. John’s Law Review, vol. 33, núm. 1, 1958, pp. 2-4.
338
Sotelo Muñoz, Helena, “La conferencia Pound y la adecuación del método de resolu-
ción de conflictos”, Revista de Mediación, núm. 10, 1, e2, 2017, p. 2.
339
Atienza, Manuel, El sentido del derecho, cit., pp. 279 y 280.
340
Sotelo Muñoz, Helena, “La conferencia Pound y la adecuación del método de resolu-
ción de conflictos”, cit., p. 2.
341
Reuschlein, Harold G., Jurisprudence. lts American Prophets, Westport, Greenwood Press,
1971, p. 477.
342
Pound, Roscoe, “The Task of the American Lawyer”, llinois Law Review, vol. 439, núm.
20, 1926; Pound, Roscoe, “The Problems of the Lawyer”, The Journal of the Kansas Bar As-
sociation, núm. 15, 1925.
343
Pound, Roscoe, “Lawyers and Legislation”, Minnesota Law Review, vol. 10, núm. 454,
1926; Pound, Roscoe, “The Lay Tradition of the Lawyer”, ABA Journal, vol. 12, núm. 3,
1926.
344
Pound, Roscoe, The Lawyer from Antiquity to Modern Times, Minnesota, West Publishing,
1953.
345
“Para salvar a la profesión, tuvimos la fortuna de que Pound se sumergiera profunda-
mente en el estudio de la educación jurídica en nuestras escuelas de derecho”. Véase Reus-
chlein, Harold G., “Roscoe Pound-The Judge”, University of Pennsylvania Law Review, núm. 90,
1942, p. 306.
346
McManaman, Linus J., “Social Engineering: The Legal Philosophy of Roscoe Pound”,
cit., p. 34.
347
Cohen, M., “A Critical Sketch of Legal Philosophy in America”, Law-A Century of
Progress, Nueva York, New York University Press, 1937, p. 266.
348
García Ruiz, Leopoldo, “Aproximación al concepto de derecho de Roscoe Pound”, cit.,
p. 48.
349
McManaman, Linus J., “Social Engineering: The Legal Philosophy of Roscoe Pound”,
cit., pp. 11 y 12.
350
“La filosofía, la ética, la ciencia política y la sociología están convocadas para ayudar,
pero para ayudar a resolver un problema que se considere jurídico”. Véase Pound, Roscoe,
“Fifty Years of Jurisprudence”, Harvard Law Review, vol. 51, núm. 777, 1938, p. 810.
El fin de esta ecléctica visión sobre el derecho no era otro más que in-
vitar a los juristas a descubrir los medios para direccionar y promover es-
fuerzos para mejorar la ley, sirviendo esta disciplina de base para “formular
propuestas de política jurídica, tanto de política legislativa («recetas» para
el legislador) como judicial (orientar sus decisiones conforme a objetivos
sociales)”,353 es decir, fungiendo como los principales operarios técnicos de
una gran ingeniería social que se encarga de ordenar y facilitar la satisfac-
ción de los intereses que las personas persiguen.
Así, el papel del jurista como ingeniero social sería el de actuar
como “guía-experto” que oriente a legisladores y jueces. Pero que les oriente
no como simple analista (intérprete) y sistematizador del Derecho positivo
formalmente válido (papel de la dogmática tradicional), sino que les oriente
acerca de cuáles son las verdaderas demandas sociales (tras investigarlas so-
ciológicamente) y acerca de las estrategias técnicamente más idóneas para el
empleo del Derecho como instrumento para la armonización y satisfacción
de esas demandas sociales.354
Pound, Roscoe, Las grandes tendencias del pensamiento jurídico, trad. y estudio preliminar
351
Ibidem, p. 76.
353
Ibidem, p. 77.
354
Magris, Claudio, Literatura y derecho. Ante la ley, prólogo de Fernando Savater, trad. de
364
Llewellyn, Karl, “Some Realism about Realism - Responding to Dean Pound”, Har-
367
prensiones sobre el realismo, véase Pound, Roscoe, “The Call for a Realistic Jurisprudence”,
Harvard Law Review, vol. 44, núm. 637, 1931.
Llewellyn, Karl, “Some Realism about Realism-Responding to Dean Pound”, cit.,
369
p. 1235.
Hierro, Liborio, El realismo jurídico escandinavo. Una teoría empirista del derecho, Valencia,
370
ferentes áreas del derecho “en términos que exhiban la relevancia concreta
de las decisiones jurídicas respecto de hechos sociales”.371
De hecho, no hay que olvidar que el grueso de las ideas del realismo
emergen de un grupo de personas que contaban con una vocación ten-
diente a analizar las consideraciones jurídicas de índole funcional antes que
estructural. Mejor dicho, que eran más juristas que filósofos, y por tanto
sus preocupaciones oscilaban entre el pragmatismo y el empirismo, evitan-
do caer en discusiones conceptuales, incluso en lo que concernía al propio
derecho. Esta consideración no resulta menor al momento de abordar este
movimiento, ya que, en mayor o menor medida, sirve para sortear muchas
de las críticas e interpretaciones que se le suelen imputar a la teoría jurídi-
ca de los realistas. Su enfoque tiene un carácter práctico. De ahí que resulta
pertinente recordar que el realismo norteamericano
está animado por un afán de anclar el estudio del fenómeno jurídico en rea-
lidades tangibles, empíricamente constatables, y, en este sentido, su atención
se centrará en el análisis de hechos sociales antes que en el estudio de los ele-
mentos de carácter normativo que hasta entonces habían sido considerados
los componentes esenciales del concepto de derecho.372
básicas”, Papeles de teoría y filosofía del derecho, Madrid, Universidad Carlos III de Madrid, núm.
12, 2010, p. 17.
Leiter, Brian, “Realismo jurídico estadounidense”, cit., p. 255.
376
“En relación con los legisladores, merece la pena destacar la importancia que se con-
377
cede al conocimiento proporcionado por las ciencias sociales para conocer realmente cuáles
son las demandas sociales que se trata de satisfacer y los medios adecuados para ello, lo que
supone la necesidad de estudiar la eficacia social del Derecho y sus límites (efectos no queri-
dos, etc.)”. Atienza, Manuel, El sentido del derecho, cit., p. 283.
Bonilla, Daniel, “La economía política del conocimiento jurídico”, Revista de Estudos
378
Empíricos em Direito - Brazilian Journal of Empirical Legal Studies, vol. 2, núm. 1, 2015, p. 34.
Para una caracterización de cada tendencia, véase Leiter, Brian, “Realismo jurídico
379
estadounidense”, cit., pp. 249-255. Véase Pérez Lledó, Juan Antonio, El movimiento “Critical
Legal Studies”, trabajo presentado para la colación del grado de doctor en derecho bajo la
dirección de Manuel Atienza, Alicante, Universidad de Alicante, 1993, pp. 445-447.
Frank, Jerome, Law and the Modern Mind [1930], Nueva Jersey, Transaction Publishers,
380
2009.
Ibidem, p. X.
381
382
Leiter, Brian, “Realismo jurídico estadounidense”, cit., p. 246.
383
Pérez Lledó, Juan Antonio, “El realismo jurídico americano”, cit., p. 80.
nales, o, generalizando, todo control oficial que tenga lugar en una organi-
zación política.387
387
García Ruiz, Leopoldo, “Aproximación al concepto de derecho de Roscoe Pound”, cit.,
p. 63.
Lloredo, Luis, Rudolf von Jhering y el paradigma positivista. Fundamentos ideológicos y filosóficos
388
a lo que aspira es a encontrar certeza. Así, el derecho entendido por los rea-
listas en su cariz judicial, como campo potencial de incertidumbre, plantea
entonces el desafío de cómo abordar a la figura del juez para ensanchar la
certeza y la seguridad jurídica. De ahí que estos tracen un relato monoló-
gico del derecho, un teoría que, en función de los juzgadores, afectará tan-
gencialmente el trabajo de los abogados practicantes y las necesidades de los
clientes que los contratan.391
De esa manera, se puede entender que, para algunos de los integrantes
de este movimiento antiformalista, el principal objetivo de la ciencia jurídi-
ca debería radicar en la predicción de las decisiones tomadas en sede judi-
cial. Así, la introducción del enfoque predictivista en el derecho se dio a la
tarea de interesarse por lo que vienen a decir los jueces sobre las reglas, y no
propiamente por las reglas mismas; por las interpretaciones y decisiones que
los juzgadores tomen a partir de normas formalmente válidas, pero también
a partir de otros muchos factores y criterios distintos, en vías de vaticinar
cuál será la conducta efectiva de los jueces.
Llegados a este punto, es posible hacerse una idea del rol que ocuparían
los abogados bajo estas premisas. Usando a las reglas como herramientas
auxiliares, estos operadores estarán enfocados en conocer las complejidades
y variabilidades de la propia función del juez, para saber qué ordena, para
poder predecir qué decisiones se tomarán, para que les diga qué deben ha-
cer, y así adoptar un consejo o diseñar una estrategia idónea que se empate
con un fin determinado (ganar el caso concreto, satisfacer demandas socia-
les, etcétera).
Sin embargo, la versatilidad y amplitud de los asuntos humanos, así
como la inimaginable cantidad de supuestos posibles que caben dentro de
la práctica jurídica, a todas luces, dificultan poder conocer por completo las
predeterminaciones de los procesos por medio de las cuales los jueces llegan
a una conclusión en el futuro, que, en todo caso, sólo puede surgir después
del estudio judicial del asunto concreto y de analizar los intereses en juego.
Un pleito es una batalla y nadie puede predecir plenamente lo que en la ba-
talla puede suceder. Al igual que en una batalla son muchos los factores que
intervienen, lo mismo sucede en un pleito. Cuando se produce un conflicto y
el cliente consulta con el abogado, éste no puede contestar con certeza abso-
luta: el adversario puede introducir un testimonio insospechado; los propios
testigos, en quienes se confía, pueden fallar en su testimonio.392
Frank, Jerome, Law and the Modern Mind [1930], cit., p. 47.
391
Martin, Nuria Belloso y Rodrigues, Saulo Tarso, “El fundamento del derecho en el
392
realismo jurídico norteamericano”, Revista Videre, vol. 7, núm. 14, 2015, p. 10.
393
Llewellyn, Karl, The Bramble Bush, New York, Oceana, 1930, p. 102.
394
“Precisamente, la misma tesis de que lo que los jueces hacen realmente cuando deci-
den los casos es un supuesto del consejo que Llewellyn da a los abogados en el sentido de que,
aunque ellos deben proporcionar a la corte una «escalera técnica» para justificar el resultado,
lo que un abogado realmente debe hacer es «con base a los hechos... persuadir a la corte de
que su argumento es adecuado»”. Véase Leiter, Brian, “Realismo jurídico estadounidense”,
cit., p. 247.
395
Pérez Lledó, Juan Antonio y González Lagier, Daniel (coords.), Apuntes sobre la filosofía
del derecho de los siglos XIX y XX. De la Escuela de la Exégesis a Ronald Dworkin, cit., p. 89.
396
D’Amato, Anthony, “The Limits of Legal Realism”, cit., pp. 477 y ss.
Pero los abogados no sólo pueden ser contemplados como agentes ele-
mentales, casi invisibles, cuyas predicciones irremediablemente se encuen-
tran supeditadas al trabajo de los jueces y de otros oficiales que gozan del
monopolio del poder institucionalizado. Las personas que ejercen la aboga-
cía son más, mucho más que peones del sistema de justicia. Sus asesorías y
estrategias moldean al derecho mismo y guían las funciones de los demás
operadores implicados. Y es que el juez, de forma irremediable, tiene que
pensar como piensan los abogados, nutriéndose recíprocamente de sus ar-
gumentos, aunque sin salirse nunca de los parámetros institucionales a los
que le obliga el derecho. Porque, de otro modo, precisamente los abogados
están investidos para combatir las arbitrariedades que se lleguen a come-
ter y garantizar que los sujetos de derecho puedan defenderse. Al final de
cuentas, es este operador quien tiene la posibilidad de llevar ante los jueces
las pretensiones sociales y de juridificar los intereses materiales de los ciu-
dadanos para lograr su inserción en una determinada comunidad política,
en la cual, sin las dinámicas jurídicas accionadas por los abogados, simple y
sencillamente, no podrían funcionar.
Una decisión judicial es un acontecimiento social relevante, y como tal
su estudio no puede exclusivamente centrarse en la figura del juez. Sobre
todo debido a la importante faceta institucional que ejercen, tanto por sus
funciones divulgativas como por un ejercicio de autocrítica, cumpliendo
con la labor social de aportar reflexiones a su entorno y generar un diálogo
abierto, a la vez que un interesante debate, entre los diferentes operadores
de una determinada cultura jurídica de la que no sólo un grupo de iniciados
sea partícipe.
Los abogados fungen como pieza indispensable para el funcionamien-
to de las sociedades y la continua evolución de las dinámicas jurídicas. “Su
carácter decisorio adquiere múltiples funciones y ya no se circunscribe a ser
unos paseantes por la administración de justicia”,397 porque los abogados
cuentan con múltiples posibilidades de ser partícipes en la construcción del
mismo derecho, actuando desde dentro del sistema y utilizando sus conoci-
mientos técnicos y habilidades a manera de herramientas transformadoras.
De ahí que no quepa dudar sobre la forma en que el trabajo de los aboga-
dos puede cimbrar el carácter estatista y conservador que, por lo general,
encierra una determinada idea del derecho. Premisa, por tanto, que ataca
frontalmente la histórica fijación por el estudio del juez, como figura por
antonomasia en la salvaguarda del fenómeno jurídico.
397
Pérez Duarte, Javier, “Abogacía y justicia: pensamiento, historia y mundialización”, en
varios autores, Retos de la abogacía ante la sociedad global, Pamplona, Civitas, 2012, p. 238.
Una vez analizado todo lo anterior, cabe concluir que es verdad que
el realismo jurídico norteamericano “abre una panorámica nueva del uni-
verso jurídico en la que las decisiones judiciales vienen a ocupar el lugar
de privilegio que hasta entonces había correspondido a las normas y los
principios”,398 observado así “el papel central que en esta concepción tie-
nen los operadores jurídicos”.399 Sin embargo, siguiendo a González Vicén,
también es posible afirmar que el realismo, en el fondo, no es más que una
extensión del positivismo jurídico, una variación en sentido antiformalis-
ta.400 Y en consecuencia, sus constantes preocupaciones por el componente
autoritativo en el derecho (reflejadas en su focalización a la figura del juez),
así como su consistente promoción de una ciencia del derecho plenamente
empírica, develan, de nueva cuenta, el clásico menosprecio por la figura del
abogado. A continuación, y para finalizar el presente capítulo, se abordará
uno de los movimientos antiformalistas que por sus características particu-
lares permite la teorización de la abogacía desde una óptica que viabiliza la
comprensión de sus problemáticas no sólo jurídicas, sino también culturales
e ideológicas.
398
Martin, Nuria Belloso, y Rodrigues, Saulo Tarso, “El fundamento del derecho en el
realismo jurídico norteamericano”, cit., p. 15.
399
Atienza, Manuel, El sentido del derecho, cit., p. 283.
400
González Vicén, Felipe, Estudios de filosofía del derecho, cit., pp. 190 y ss.
401
Sobre la pregunta de si los critical legal studies son un movimiento “realista”, véase Pérez
Lledó, Juan Antonio, El movimiento “Critical Legal Studies”, cit., pp. 469-473.
Ahora bien, contra quienes afirman que las diatribas hacia los CLS
siguen tan actualizadas como desde hace varias décadas, o inclusive que
el proyecto se encuentra en franca decadencia al no existir una afinidad
ñol”, Doxa. Cuadernos de Filosofía del Derecho, Alicante, núm. 11, 1992.
411
Pérez Lledó, Juan Antonio, El movimiento critical legal studies, cit., p. 103.
412
Mesa, Domingo, “Fisuras en el pensamiento jurídico contemporáneo: el movimiento
Critical Legal Studies”, Criterio Jurídico, Cali, V.2, 2002, p. 136.
413
Mangabeira Unger, Roberto, Law in Modern Society. Toward a Criticism of Social Theory,
New York, The Free Press, 1976, p. 53.
414
Rojas, Mauricio, “No el abogado, «mejor el doctor». La imagen social del profesional
del Derecho”, Revista Estudios Socio-Jurídicos, Bogotá, núm. 11 (2), julio-diciembre de 2009.
415
Pérez Perdomo destaca que: en el siglo XX, los aparatos estatales de los distintos países
de América Latina crecieron rápidamente, especialmente en las décadas de mediados de
siglo, como consecuencia de las políticas de desarrollo nacional y las nuevas funciones que
asumió el Estado. Los abogados se habrían distribuido en toda la estructura del Estado. Esta
es una hipótesis plausible que puede ser formulada afirmando que los graduados en derecho
están bien representados en la burocracia estatal, en comparación con otras profesiones, y
que una parte importante de los graduados en derecho trabajan como funcionarios del Es-
tado. Véase Pérez Perdomo, Rogelio, “Desafíos de la educación jurídica latinoamericana en
tiempos de globalización”, El Otro Derecho, núm. 39, 2007, p. 13.
Pérez Lledó, Juan Antonio, El movimiento critical legal studies, cit., p. 97.
416
Como exponente de los CLS, Robert Gordon sostiene que el derecho, como la religión
417
y las imágenes de televisión, es uno de esos grupos de creencias para convencer a la gente de
que las diversas relaciones jerárquicas en las cuales viven y trabajan son naturales y necesa-
rias. Véase Gordon, Robert, “Nuevos desarrollos de la teoría jurídica”, en Courtis, Christian,
Desde la otra mirada. Textos de teoría crítica del derecho, cit., p. 337.
Magaloni, Ana Laura, “Cuellos de botella y ventanas de oportunidad de la reforma
418
a la educación jurídica de elite en México”, en Fix-Fierro, Héctor (ed.), Del gobierno de los
abogados al imperio de las leyes. Estudio sociojurídico sobre educación y profesiones jurídicas en el México
contemporáneo, cit., p. 91.
Aceptando que ninguna cultura puede ser neutra, o indiferente a valores (aunque lo
419
Schwartz, Louis B., “With Gun and Camera Through Darkest CLS-Land”, Stanford
422
Law Review, Critical Legal Studies Symposium, vol. 36, núm. 1/2, 1984, pp. 413-464.
Atienza, Manuel, “La dogmática jurídica como tecno-praxis”, en Carbonell, Miguel et
423
al. (coords.), Estado constitucional, derechos humanos, justicia y vida universitaria: Estudios en homenaje a
Jorge Carpizo, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, t. 1, vol. 4, 2015, p. 185.
Pérez Lledó, Juan Antonio, El movimiento critical legal studies, cit., p. 138.
424
al derecho”, en Courtis, Christian, Desde la otra mirada. Textos de teoría crítica del derecho, cit.,
pp. 372-343.
426
Mesa, Domingo, “Fisuras en el pensamiento jurídico contemporáneo: el movimiento
critical legal studies” cit., pp. 129-159.
427
Kennedy, Duncan, “La educación legal como preparación para la jerarquía”, en
Courtis, Christian, Desde la otra mirada. Textos de teoría crítica del derecho, cit., pp. 391 y 392.
428
Cosacov, Gustavo, “El poder de los juristas (o de la necesidad de nombrar)”, en Bergalli,
Roberto y Rivera Beiras, Iñaki (coords.), Poder académico y educación legal, Barcelona, OSPDH
(Observatori del Sistema Penal i els Drets Humans de la Universitat de Barcelona-Anthropos
Editorial, 2008, p. 39.
429
Kennedy, Duncan, “La educación legal como preparación para la jerarquía”, en
Courtis, Christian, Desde la otra mirada. Textos de teoría crítica del derecho, cit., p. 380.
Bordone, Robert C., “The Lawyer as Bias Buffer or Bias Aggravator”, cit., p. 449.
430
Courtis, Christian, Desde la otra mirada. Textos de teoría crítica del derecho, cit., p. 389.
Freeman, Alan, “Una mirada jurídica crítica sobre el ejercicio de la abogacía en el
432
ámbito societario”, Academia. Revista sobre enseñanza del Derecho, Buenos Aires, año 5, núm. 10,
2007, p. 72.
“Esto es una reelaboración de lo que Holmes llamó la visión del «hombre malo» de
433
las reglas jurídicas como precios descontados por sanciones (o, para reducirlo aun más, por
la probabilidad de hacer cumplir la sanción). En esta visión del mundo, los resultados del
Derecho en el Estado regulador son simples aranceles sobre la conducta, un matorral de
molestias obstruccionistas a los objetivos de sus clientes como para que sean reformulados.
El abogado celoso de los intereses de su cliente juega las reglas para encontrar la salida a los
límites y así bajar los aranceles lo más posible; si alguno de los límites es inevitable él «no
sólo puede sino que debe» aconsejar romper las reglas y pagar la multa si el cliente todavía
puede hacer una ganancia”. Gordon, Robert, “Distintos modelos de educación jurídica y las
condiciones sociales en las que se apoyan”, Yale Law School SELA (Seminario en Latinoamérica de
Teoría Constitucional y Política), Paper 6, 2002, pp. 17 y 18.
No hay que olvidar que las ideas de Kennedy calan hondo en el pensamiento jurídico
436
sino, por el contrario, es una batalla que habrá que librar incesablemente,437
en la que es necesario conjugar distintos elementos interdisciplinarios, para
redimir la dimensión social intrínseca de la abogacía y resignificar el papel
de estos operadores dentro de la filosofía jurídica. Y es que, como lo afirmó
Felix Cohen, “justificar o criticar reglas jurídicas en términos puramente
jurídicos es siempre razonar en un círculo vicioso”.438
El análisis iusfilosófico debería propulsar la crítica al problema de la
aparente neutralidad del derecho, invitando a los abogados a autoasumirse
como actores políticos de sus vidas profesionales, estando al tanto de los he-
chos sociales relevantes para evitar que el Estado imponga de manera abso-
luta las condiciones entre operadores del derecho y ciudadanos. Así, quienes
ejercen la abogacía pueden encontrar entre las diferentes teorías jurídicas
una interesante guía para determinar el contenido de la práctica jurídico-
política y las diferentes maneras en que se satisfacen las necesidades sociales.
A manera de conclusión, es posible afirmar, en sintonía con Twining,
que las “perspectivas «de arriba hacia abajo» están siendo persistentemente
desafiadas por las perspectivas de «abajo hacia arriba», que van desde el
hombre malo de Holmes a la teoría del usuario o a la justicia restaurativa o
reparadora”.439
Bajo dicha lógica, y a manera de recapitulación, resulta importante
destacar que por medio del presente apartado se estudiaron diversos mo-
vimientos antiformalistas, que si bien develan una tendencia por intentar
adecuar y facilitar la comprensión de la figura del abogado en su estudio, lo
cierto es que el rubro bajo el cual se podrían agrupar dichos abordajes teó-
ricos quizá sería el de invisibilidad. Y aunque, claramente, no es lo mismo
el descuido de los antiformalistas que el de los positivistas, la cualidad de ser
invisible resulta ser el común denominador al momento de analizar a los
abogados desde estas teorías del derecho, porque, si bien quienes postulan
sus ideas bajo estas categorías de análisis pretenden presentar marcos más
flexibles para potenciar sus cualidades, al final del día se termina deslegi-
timando a este operador como actor autorizado para conjugar el derecho
en los libros y el derecho en acción. Es decir, dentro de los antiformalismos
no es que el abogado se encuentre ausente del estudio iusfilosófico, sino que
“denuncia, por todas partes, los abusos no solamente de la subsunción mecánica clásica sino
de la ponderación valorativa contemporánea”. Véase López Medina, Diego Eduardo, Teoría
impura del derecho. La transformación de la cultura jurídica latinoamericana, cit., p. 460.
438
Cohen, Felix, El método funcional en el derecho, cit., p. 27.
439
Twining, William, “Implicaciones de la globalización para el derecho como discipli-
na”, cit., p. 358.
Capítulo cuarto
EL PROTAGONISTA IGNORADO
Análisis iusfilosófico postpositivista
“Poema para EVM”, en La vida de los otros, Barcelona, página personal de Enrique
440
Vila-Matas, 2003.
159
que, bajo una primera impresión, parecerían irrelevantes, pero que al final
de cuentas resultan vitales. Así, mientras las personas quedan ciegas, aflora
el liderazgo mesiánico y egoísta; ante la desaparición de la intención de vo-
tar e incidir en sociedad, resurgen los partidos políticos; al momento en que
Jesús de Nazaret explora su naturaleza mundana, aparece un Dios huraño y
vengativo para cimentar su religión, y cuando las personas dejan de fallecer,
renace el fervor por la vida.
De forma análoga, el predominante papel de los jueces al momento de
decidir y tener la última palabra respecto al conjunto de normas que rigen
una sociedad, a la par de la función primigenia y cardinal que cumplen los
legisladores en los sistemas de justicia, ensombrece el desempeño de otros
operadores jurídicos cuya importancia es igual, o quizás mayor, que la de
los órganos legislativos y judiciales.
¿Qué pasaría si un día, de la noche a la mañana, desaparecieran todas
aquellas personas que ejercen la abogacía? ¿Si los abogados dejaran de in-
terponer acciones y recursos frente a los tribunales? ¿Si éstos desistieran de
accionar el sistema, renunciando a fungir como aquellos que traducen en
términos jurídicos los problemas sociales? ¿Qué ocurriría al momento en que
quienes ejercen profesionalmente la defensa de las partes en un proceso des-
conocieran las normas dictadas por el legislador y así negaran la legitimidad
del sistema?
Probablemente, las respuestas a todas estas preguntas sólo pudieran ser
respondidas y ficcionadas, de manera congruente y precisa, en un relato de
Saramago. Sin embargo, realizando un imprudente ejercicio de imagina-
ción, es probable que lo primero que sucedería, una vez acaecida la extra-
ñeza y la ineludible sensación de desconcierto, encuentre consonancia con
el desentendimiento del rol de los abogados, justificando y solventando sus
funciones en sociedad a través de otros actores del sistema. Incluso se podría
figurar que la desaparición de los abogados conllevaría más beneficios que
perjuicios.
La idea que reclama un mundo sin abogados ha encontrado conso-
nancia en diversos acontecimientos cruciales a lo largo de la historia.441 En
abogados?, imaginando así una agradable escena donde personas de todas las nacionali-
dades del mundo cantan felices tomados de las manos bajo un sol resplandeciente. En este
caso, la idea sobre la desaparición de la abogacía, parecería sencillamente una ingeniosa
ocurrencia sin otra finalidad más que divertir, o acaso postular una idílica propuesta respecto
a los abogados que, en buena medida, se corresponde con un supuesto estereotipo sobre las
caracterizaciones negativas que suelen distinguir a estos operadores jurídicos dentro de un
orden normativo.
Malatesta, María, Professional Men, Professional Women. The European Professions from the
442
19th Century until Today, Bolonia, SAGE Studies in International Sociology Publications Ltd,
2011, p. 19.
Peces-Barba Martínez, Gregorio, “Los operadores jurídicos”, cit., p. 462.
443
cias sobre el papel del Derecho en América Latina”, Revista VIA IURIS, núm. 6, enero-junio
de 2009, p. 24.
Postpositivismo jurídico
Hernández Gil, Antonio, El abogado y el razonamiento jurídico, Madrid, Ed. Autor, 1997,
451
p. 218.
Saramago, José, El equipaje del viajero, México, Alfaguara, 1998, pp. 51 y 52.
452
mo»— de nulo poder explicativo”. Véase Bayón, Juan Carlos, “El contenido mínimo del
positivismo jurídico”, en Zapatero, Virgilio (ed.), Horizontes de la filosofía del derecho. Homenaje
a Luis García San Miguel, Madrid, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá de
Henares, 2002, p. 35.
Lloredo, Luis, “Muertes y resurrecciones del positivismo jurídico: una crisis de dos-
455
lar de la manera más fina y efectiva dicho instrumento. Ellos deben amar las
palabras y usarlas de forma exacta”.458
Por tanto, en un primer momento, resulta necesaria la articulación de
una serie de conceptos que permitan no sólo constituir teóricamente esta
dimensión argumentativa del derecho (a manera de una nueva y renovada
especie de metodología jurídica),459 sino que también, de forma posterior,
siente las bases para la estructuración de ciertos criterios y parámetros para
que esta actividad pueda ser analizada, evaluada y ejecutada de la mejor
manera posible.
Ahora bien, en torno a los esquemas propuestos por los enfoques argu-
mentativos del derecho, oscilan una serie de postulados que resultan indis-
pensables para comprender la estructura y el funcionamiento de los sistemas
jurídicos. La idea que sostiene que la vinculación entre el derecho y la moral
va más allá de sus propios contenidos para alcanzar y permear su carácter
intrínseco se ve reflejada por medio de los principios jurídicos, “normas que
establecen una solución normativa (dicen lo que debe ser) pero no definen
un caso (no indican cuándo son aplicables esas soluciones normativas)”.460
Entendidos así, los principios dotan de sentido a las reglas, y fungen como
instrumentos para la protección y promoción de ciertos valores y como re-
sultados de un balance entre principios para el caso que regulan.461
De tal forma que “el postpositivismo no es una teoría neoconstitucio-
nalista del Derecho, como no es tampoco una nueva forma del Derecho
natural”,462 que acarrea un legalismo ético de irremediables confusiones en-
tre derecho y moral, sino una robusta concepción de índole pragmatista
que, mediante la aplicación de principios, exige una deliberación práctica
de sus participantes. En otras palabras, las concepciones argumentativas del
derecho podrían concebirse como un conjunto de teorías conciliadoras que
encuentran en la integración de las diversas esferas de la razón práctica la
manera más adecuada de dar cuenta del fenómeno jurídico en el Estado
constitucional.
Scalia, Antonin y Garner, Bryan A., Making your Case: The Art of Persuading Judges, St.
458
Atienza, Manuel, Las razones del derecho. Teorías de la argumentación jurídica, Madrid, Cen-
463
Sin embargo, a veces parece que estas teorías han sido complejizadas
hasta niveles insospechados,466 como si “los juristas hubieran heredado la
actitud medieval que considera a los conceptos, abstracciones y a cualquier
nombre general como algo más real que los hechos concretos y las cosas de
la auténtica vida”,467 decantando, muchas veces, en las más variadas e in-
cluso disparatadas técnicas o estrategias argumentativas para distorsionar el
derecho, interpretándolo a discreción (pero con apariencia de objetividad) y
sin ningún tipo de sujeción a los textos legales y constitucionales.468 No hay
que olvidar que los riesgos que conlleva entender al derecho como argu-
mentación, en ocasiones, provocan que los discursos jurídicos de sus opera-
dores, si bien pueden ser utilizados como catalizadores de amplios procesos
de construcción social, también pueden fungir como una suerte de barrera
y de exclusión lingüística, desencadenando arbitrarios procesos que tienden
a convertirse en un obtuso debate hermético entre especialistas, en el que
el no iniciado, reducido a la impotencia, queda inmediatamente excluido,
obligado a delegar a un abogado su palabra, su libertad, y a veces su vida.469
Por ello, no se equivoca Genaro Carrió, quien resulta un caso excep-
cional por haber ejercido fundamentalmente como abogado antes de de-
dicarse a la academia y después a las funciones jurisdiccionales,470 cuando
466
La utilización de fórmulas matemáticas para realizar ejercicios de ponderación entre
principios con el fin de justificar racionalmente una decisión (contradiciendo el espíritu de la
argumentación jurídica en la medida que parecería que ante la ausencia de formalidad no
existe convicción), o el otorgamiento de “pesos” a determinados valores a partir de pautas
objetivas y cognoscibles (minando por completo la utilidad práctica de este tipo de teorías),
son algunos ejemplos que ponen de relieve lo afirmado. En específico, sobre algunas dudas
que plantea el modelo de ponderación propuesto por Robert Alexy para resolver los conflic-
tos entre principios que establecen derechos, véase Moreso, Josep Joan, “Alexy y la aritmé-
tica de la ponderación”, en García Manrique, Ricardo (coord.), Derechos sociales y ponderación,
Madrid, Fundación Coloquio Jurídico Europeo, 2009, pp. 227 y ss. No por nada, de forma
crítica, se ha mencionado que “la teoría de la argumentación jurídica —a pesar de que
procure colocarse en confrontación con el positivismo-normativista— no superó el esquema
representacional sujeto-objeto, porque continúa en la búsqueda de reglas previas (procedi-
mientos) que pueden conformarse deductivamente, las decisiones judiciales”. Véase Strecj,
Lenio Luiiz, “La expansión de la hermenéutica filosófica en el derecho”, Doxa. Cuadernos de
Filosofía del Derecho, Alicante, núm. 35, 2012, p. 230.
467
Puig Brutau, José, La jurisprudencia como fuente del derecho (interpretación creadora y arbitrio
judicial), Barcelona, Bosch, 1951, p. 32.
468
Atienza, Manuel, “Dos versiones del constitucionalismo”, Doxa. Cuadernos de Filosofía
del Derecho, Alicante, núm. 34, 2011, p. 80.
469
Vergès, Jacques, Justicia y literatura, Barcelona, Ediciones Península, 2013, p. 175.
470
A pesar del fuerte componente práctico en la obra teórica de este pensador argentino,
es difícil afirmar que su libro Cómo estudiar y cómo argumentar un caso sea el de mayor utilidad
para los temas abordados en este apartado, o se pueda alinear dentro del giro argumentativo
escribió que: “El lenguaje específico del derecho, con su ejército de palabras
divorciadas del uso común, puede llegar a ser un obstáculo formidable en el
camino de la claridad y aún de la sensatez”.471
Y, sin embargo, los abogados “tan dados, a usar —e inventar— un len-
guaje lo más abstruso posiblemente, hermético e imposible de entender por
los «legos» o »no letrados»”,472 al mismo tiempo, por su naturaleza ambiva-
lente y potencialidades transformadoras, engloban una serie de caracterís-
ticas divergentes que los habilitan “para abrir un sin fin de nuevas posibi-
lidades en la práctica política”.473 Utilizando sus palabras para facilitar las
relaciones sociales, revelando aspectos que tradicionalmente han quedado
olvidados al interpretar el derecho, o bien empleando sus argumentos como
herramienta social para la construcción de ciertos fines y valores.
Bajo ese orden de ideas, se pensaría que el análisis de sus argumentacio-
nes resulta fundamental para comprender el correcto funcionamiento de las
distintas instancias y contextos en los que se despliega el derecho en nues-
tros Estados constitucionales. Pero, lamentablemente, esto no es así, puesto
que se sigue concibiendo a estas actividades como procesos eminentemente
verticales (del legislador al juez y del juez al ciudadano). Así, no sólo se ha
desatendido por completo a la figura del abogado, sino que también se han
clausurado distintas alternativas por entender al derecho como un proceso
reticular y abierto, en el que están involucradas múltiples instancias de po-
der de diferente rango, influencia y naturaleza.
de la teoría del derecho. De hecho, como él mismo escribe antes de iniciar dicha obra, que
surge a partir de un par de conferencias, su propósito es “proporcionar a los abogados recién
recibidos ciertas informaciones básicas destinadas a atenuar el impacto, generalmente des-
consolador, de los primeros años en la vida profesional”. Carrió, Genaro, Cómo estudiar y cómo
argumentar un caso. Consejos elementales para abogados jóvenes, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1995,
p. 9. Resulta oportuno mencionar que, tanto por cuestiones metodológicas como sustantivas
(y sin la menor intención de demeritar su labor), la obra de Carrió no será abordada en lo es-
pecífico en este capítulo, más allá de referencias que puedan entroncarse con los fines de esta
investigación. No obstante, obras como El recurso extraordinario por sentencia arbitraria o Recurso
de amparo y técnica judicial, resultan esclarecedoras para comprender no sólo la importancia
que resulta de combinar la práctica con la teoría, sino también para comprender el funcio-
namiento de las instituciones de justicia y el rol técnico de quienes ejercen la abogacía en un
contexto determinado. Véase Carrió, Genaro y Carrió, Alejandro, El recurso extraordinario por
sentencia arbitraria, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1983; Carrió, Genaro, Recurso de amparo y
técnica judicial (análisis del caso “Kot”), Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1959.
471
Carrió, Genaro, “Palabras previas del traductor”, en Cohen, Felix, El método funcional
en el derecho, cit., p. 8.
472
Correas, Óscar, “Contradicciones normativas, pluralismo jurídico y ¿qué harán los
jueces?”, Reforma Judicial. Revista Mexicana de Justicia, México, núm. 12, 2009, p. 119.
473
White, Lucie E., “Seeking the Faces of Otherness”, en Carle, Susan D., Lawyer’s Ethics
and the Pursuit of Social Justice. A Critical Reader, cit., p. 43.
1. Ronald Dworkin: ¿deben nuestros abogados ser filósofos? ¿Pueden ser filósofos?
Justice: An Historical and Philosophical Essay, Nueva York, Philosophical Library, 1953, p. 14.
Bobbio, Norberto, “Natura e funzione della filosofia del diritto”, Giusnaturalismo e posi-
477
tutional Theory and Philosophy of Law [Online], núm. 34, 2018, pp. 4 y ss.
Más allá del plano meramente intelectual, una de las razones que pue-
den llegar a explicar esta forma de comprender el derecho en Dworkin obe-
dece a su particular biografía profesional. En efecto, antes de fungir, pro-
piamente, como académico y comenzar a bosquejar su teoría jurídica, éste
(a diferencia de la gran mayoría de los juristas teóricos) tuvo la oportunidad
tanto de trabajar en sede judicial como de ejercer la abogacía en un gran
despacho de abogados de Wall Street.481 De esta última faceta, que poco se
conoce, vale la pena resaltar un par de anécdotas, no sólo para contextua-
lizar su figura, sino también para intentar indagar si las ideas de Dworkin
pueden servir en concreto para los abogados.
McCaffery, Edward J., “Ronald Dworkin, Inside-Out”, California Law Review, vol. 85,
479
2013.
Una vez que terminó la carrera, debido a sus buenas calificaciones, Ro-
nald Dworkin trabajó como oficial482 del Segundo Circuito de la Corte de
Apelaciones de Estados Unidos, bajo el mando de uno los más prestigiosos
e influyentes juristas en el país, el juez Learned Hand.483 Después de un
tiempo, al finalizar la década de los cincuenta, recibió una oferta por parte
de uno de los principales socios de la firma de abogados Sullivan & Cromwell,
aduciendo que “era un período muy emocionante para ejercer la abogacía
y que en cuanto antes se integrara al despacho mejor, pues tendría más
diversión”.484 Así, durante casi cuatro años, de 1958 a 1962, y después de
rechazar la oportunidad de involucrarse en la Corte Suprema con el juez
Felix Frankfurter (famoso no sólo por su inteligencia, sino también por la
habilidad con la que promovía las carreras de sus protegidos), Dworkin tra-
bajó como abogado especializado en materia de transacciones comerciales
internacionales. Sin embargo, al final, el ejercicio de ese tipo de abogacía no
terminó por convencerlo. En sus palabras, “sentí que el trabajo ordinario de
los abogados no me interesaba especialmente”.485 De hecho, años después
confesaría que dejó pasar una gran oportunidad al rechazar la Corte Supre-
ma: “fue un error muy serio, el cual nunca terminé de entender por qué lo
hice; quizá, simplemente, estaba ansioso por comenzar”.486
Aunado a eso, es pertinente mencionar que otra de las razones que hi-
cieron que Dworkin abandonara la abogacía obedeció a los constantes viajes
que realizaba a Suecia (debido a que uno de sus principales clientes era una
prominente y conocida familia sueca conformada por banqueros, indus-
triales, políticos, burócratas y diplomáticos), lo cual hizo que pasara mucho
tiempo lejos de su familia, trabajando en Estocolmo.487 Por eso, una vez que
Dworkin abandonó la firma de abogados, se buscó un trabajo en la Uni-
versidad de Oxford para iniciar una prominente carrera como académico.
A pesar de que, como él mismo mencionó, la teorización filosófica sobre el
Las funciones en específico que realizaba Dworkin en el Poder Judicial eran las de
482
fungir como clerk, un puesto de funcionario, tal vez, que podría equipararse al de secretario
de juzgados; el cual, sin embargo, resulta de mayor amplitud, pues sus labores y responsabi-
lidades oscilan entre llevar a buen término el funcionamiento administrativo de la oficina del
juez de quien depende, y realizar diligencias específicas de índole sustantiva.
Hodgson, Godfrey, “Ronald Dworkin Obituary”, cit.
483
Liptak, Adam, “The Transcendent Lawyer”, The Law School - The Magazine of the New
484
Idem.
486
Cuenta una anécdota que su primera esposa objetó el tiempo que este pasaba viajan-
487
do y le mandó un telegrama diciendo que tenía un año para conseguir un nuevo trabajo o
conseguir una nueva esposa. Véase Hodgson, Godfrey, “Ronald Dworkin Obituary”, cit.
488
Liptak, Adam, “The Transcendent Lawyer”, cit., p. 18.
489
Dworkin, Ronald, “Problemas abiertos en la filosofía del Derecho”, Doxa: Cuadernos de
Filosofía del Derecho, Alicante, núm. 1, 1984, p. 79.
490
McCaffery, Edward J., “Ronald Dworkin, Inside-Out”, cit., p. 1058.
491
Dworkin, Ronald, “Must our Judges be Philosophers? Can they be Philosophers?”,
New York Council for the Humanities, Scholar of the Year Lecture, 2000. Vers. cast. de Leonardo Gar-
cía Jaramillo, “¿Deben nuestros jueces ser filósofos?, ¿pueden ser filósofos?”, Isonomía. Revista
de Teoría y Filosofía del Derecho, México, núm. 32, abril de 2010.
492
Recientemente, y siguiendo tales ideas, Rodolfo Vázquez ha puesto de manifiesto y
difundido la necesidad del conocimiento filosófico en la impartición de justicia. Por medio de
diferentes ejemplos acontecidos en el ámbito latinoamericano, este autor materializa la apre-
miante precisión de que las preguntas formuladas por Dworkin sean contestadas en sentido
afirmativo, “tanto por lo que hace a la clarificación de conceptos, como a la necesidad de
argumentación para decidir en una pugna de valores”. Véase Vázquez, Rodolfo, “Jueces, de-
rechos y filosofía”, en Derechos humanos. Una lectura liberal igualitaria, México, UNAM, Instituto
de Investigaciones Jurídicas-Instituto Tecnológico Autónomo de México-Centro de Estudios
de Actualización en Derecho, 2015, pp. 163 y ss.
Kantorowicz, Hermann (Gnaeus Flavius), “La lucha por la ciencia del derecho”
493
[1906], trad. de Werner Goldschmidt, en varios autores, La ciencia del derecho, Buenos Aires,
Losada, 1949, p. 373.
Ibarra, Jesús, “Dos problemas en torno al fortalecimiento del Estado de derecho en
494
América Latina”, en Memoria del I Congreso de Filosofía del Derecho para el Mundo Latino, Alicante,
Universidad de Alicante-Departamento de Filosofía del Derecho, 2016, pp. 11 y 12.
495
Guastini, Riccardo, Interpretar y argumentar, trad. de Silvina Álvarez, Madrid, Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales, 2014, p. 226.
496
Velasco Arroyo, Juan Carlos, “El lugar de la razón práctica en los discursos de aplica-
ción de normas jurídicas”, Isegoría, Madrid, núm. 21, 1999, p. 50.
497
Lifante afirma que aunque las ideas dworkinianas relativas a la reconstrucción de la
práctica jurídica en aras de desarrollar al máximo su valor, a partir de las reflexiones filosófi-
cas, se refieren fundamentalmente a los jueces, esto “también podría afirmarse de cualquier
otra autoridad jurídica que tenga que interpretar el Derecho, y por supuesto también res-
pecto a la dogmática”. Véase Lifante, Isabel, Argumentación e interpretación jurídica. Escepticismo,
intencionalismo y constructivismo, cit., p. 200.
498
Dworkin, Ronald, Law’s Empire, Cambridge, Belknap Press-Harvard, 1986, p. vii.
499
Rodríguez, César, La decisión judicial. El debate Hart-Dworkin, Bogotá, Siglo del Hombre,
2002, p. 146.
500
MacCormick, Neil, “Argumentación e interpretación en el derecho”, trad. de J. L.
Fabra y L. S. Guerra, Doxa. Cuadernos de Filosofía del Derecho, Alicante, núm. 33, 2010, p. 77.
Sin embargo, estos ánimos por entender las labores jurídicas de los ór-
ganos jurisdiccionales como un ejercicio de interpretación, que en última
instancia invita a desarrollar reflexiones ético-políticas, deberían tomarse
con más cautela, pues muchas veces, este protagonismo ignora las labores
de otros operadores del derecho, más allá de los jueces, o de distintos agen-
tes jurídicos de carácter autoritativo. Como bien hace notar Isabel Lifante,
cuando Dworkin piensa en la interpretación jurídica, éste piensa “funda-
mentalmente en la llevada a cabo por los jueces, y no por otros participantes
en la práctica jurídica, como podría ser el caso de los abogados”.501
En efecto, cuando la propia idea que encierra la figura del abogado
exige la parcialidad como componente fundamental para la defensa de in-
tereses de parte frente al sistema, se podría pensar que estos operadores no
tienen necesariamente que compartir los propósitos generales perseguidos
por el derecho, que sus labores no tendrían por qué presuponer criterios de
corrección en las mismas. Esto, sin lugar a dudas, resulta cierto en un sen-
tido, pero, en definitiva, no implica que la interpretación constructivista no
exija también mejorar la práctica del derecho en su conjunto, aunque de
forma indirecta o con muchas más mediaciones. 502 Así, la referencia a la di-
mensión valorativa que implicaría el constructivismo dworkiniano para los
abogados no es que se ignore por completo, sino que sería parcial.503
Tener presente la idea de que detrás de todo gran juez hay un gran
abogado, de que son estos operadores quienes articulan las razones, resulta
esclarecedor para ampliar la estrecha concepción consecuencialista de la
profesión, en el sentido de que la normatividad inherente al rol de los abo-
gados se erige exclusivamente a partir de la relación de los medios con los
fines. Sirva una lectura del caso Riggs vs. Palmer504 (que utiliza medularmen-
te Dworkin en Los derechos en serio505 para ejemplificar que la aplicación de
Por ejemplo, un abogado que defiende a toda costa a su cliente, incluso que defiende
503
de New York - 115 NY 506”, trad. de Roberto M. Jiménez Cano et al., Revista Telemática de
Filosofía del Derecho, Madrid, núm. 11, 2007-2008, pp. 363 y ss.
Dworkin, Ronald, Los derechos en serio, trad. de M. Guastavino, Barcelona, Ariel, 1989.
505
es posible vislumbrar algunas posibilidades por intentar que este operador despliegue una
actitud más dialógica y funja como facilitador entre las personas que exigen determinadas
causas sociales y el buen funcionamiento y solvencia de las instituciones que sostienen al
Estado de derecho.
Garza Onofre, Juan Jesús, “8 preguntas sobre abogados (y algo más) a Roberto Saba”,
507
una imagen pálida del juez; esto sería contradictorio en el sentido de someter su razona-
miento, volviéndolo parasitario de la función jurisdiccional. Nada más errado. En sintonía
con la idea de autonomía en Nino, Dworkin establece un concepto de libertad centrando
toda su atención en el aspecto igualitario. Véase Nino, Carlos, Ética y derechos humanos. Un
ensayo de fundamentación, Barcelona, Ariel, 1989, pp. 199 y ss. Al trasladar estas ideas hacia el
rol de los abogados dentro del sistema su rol se torna fundamental para la vinculación de los
ciudadanos con el mismo, pues las funciones de estos operadores estarían vinculadas con la
promoción de acciones igualitarias que faciliten la pretensión de justicia, por medio del po-
der adquisitivo o de negociación con el que cuentan los abogados respecto a otros operadores
jurídicos.
509
Nieto, Alejandro y Fernández, Tomás-Ramón, El derecho y el revés. Diálogo epistolar sobre
leyes, abogados y jueces, cit., p. 14.
510
Dworkin, Ronald, “The Model of Rules”, University of Chicago Law Review, vol. 35,
núm. 1, 1967, p. 15.
511
McCaffery, Edward J., “Ronald Dworkin, Inside-Out”, cit., p. 1056.
512
Luban, David, Lawyers and Justice: An Ethical Study, cit., pp. 170 y 171.
513
Laporta, Francisco, Entre el derecho y la moral, México, Fontamara, 1993, p. 7.
Sin embargo, a partir de los años setenta del siglo XX, después de las am-
plias transformaciones ocurridas a raíz de la experiencia trágica de la Se-
gunda Guerra Mundial,514 dicha discusión se reanimó de forma fervorosa,
en aras de suplantar los rígidos esquemas conceptuales que postulaban una
tajante separación entre ambos fenómenos.
Una vez que Ronald Dworkin superó las propuestas teóricas del mode-
lo preponderante de reglas ideado por Herbert Hart, la teoría del derecho
tuvo que reorientar sus análisis hacia las cuestiones valorativas, generándose
una profunda reflexión en torno a la forma de interpretar y aplicar el dere-
cho, que decantó en un debate sobre la manera en que se concibe el saber
jurídico. Pues, durante mucho tiempo, pareció que para abordar al derecho
lo que bastaba era analizar su lenguaje y elaborar conceptos que pudieran
estructurarlo sin que, necesariamente, se diera cuenta del fenómeno jurídi-
co como un dispositivo para tomar decisiones.
Así, se suele hablar de diversas transformaciones a raíz de las cuales la
filosofía contemporánea ha ido tendiendo puentes entre la ética y la racio-
nalidad práctica. En concreto, respecto a la filosofía del derecho, esto ha
significado una redefinición de su agenda, ya que, en el marco de un Estado
democrático y constitucional, la ciencia jurídica se ha centrado en asumir
una ética procedimentalista que, en sintonía con los postulados de una ra-
zón práctica, se encuentra en condiciones de orientar los intereses de los
miembros de una comunidad. Cuando el derecho incorpora los valores que
son admitidos como principios en términos de equidad, justicia y pretensión
de corrección del propio sistema, el papel que juega la filosofía jurídica se
suele alinear con la problematización de la tradicional división entre descri-
bir y prescribir. En ese sentido, el trabajo de Robert Alexy como promotor,
entre otros, de ulteriores transformaciones del discurso iusfilosófico es uno
de los más importantes de las últimas décadas. Es de destacar que su obra
“no se reduce, por lo demás, al ámbito universitario, sino que se extiende
también al de la práctica del Derecho”.515
Su profusa influencia tanto en el campo de los teóricos del derecho
como en el mundo de los juristas prácticos resulta, en mayor o menor me-
dida, de interpretar la racionalidad jurídica de acuerdo con la teoría del
discurso práctico general, pues, para Alexy, la argumentación jurídica no
es otra cosa sino un caso especial del razonamiento práctico general. Es
decir, se trata de una peculiar actividad lingüística en tanto que aborda ne-
Vázquez, Rodolfo, “Derecho y moral en Hart”, Alegatos, México, núm. 52, septiem-
514
516
Alexy, Robert, Teoría de la argumentación jurídica, trad. de Manuel Atienza e Isabel Espejo,
Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, p. 280.
517
A pesar de la existencia de una gran cantidad de discrepancias que pueden surgir entre
las distintas discusiones jurídicas, Alexy distingue tres ámbitos preponderantes (legislativo,
judicial y dogmático) en los que, más allá de que en cada uno de éstos (al menos en parte)
se argumente jurídicamente, su carácter institucional resulta un común denominador para
estudiarlos bajo los mismos estándares. Véase ibidem, p. 205.
518
Garza Onofre, Juan Jesús, “Entrevista a Manuel Atienza”, cit., p. 180.
519
Alexy, Robert, Teoría de la argumentación jurídica, cit., p. 317.
520
Guerrero González, Silvana, “Argumentación y marcadores discursivos en juicios ora-
les y públicos”, Revista de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Santiago, núm. 45, 2008.
Alexy, Robert, “Los principales elementos de mi filosofía del derecho”, Doxa. Cuadernos
521
522
Una hipótesis que se puede aventurar consiste en que el derecho letrado nunca ha
dejado de ser una práctica retórica, de obedecer a las reglas de la retórica. Véase Londoño
Toro, B. y Gómez Hoyos, D., Diez años de investigación jurídica y socio jurídica en Colombia. Balances
desde la red socio jurídica, t. I, Bogotá, Editoras Académicos, 2010, pp. 206 y ss. Aunque en un
sentido más amplio, Boaventura de Sousa Santos ha llamado la atención sobre el componente
retórico del derecho, más allá de entenderlo meramente como un tipo de conocimiento, sino
también como “una forma de comunicación y una estrategia de toma de decisiones basa-
da en la persuasión o convicción mediante la movilización del potencial argumentativo de
secuencias y artefactos verbales y no verbales que han sido aceptados. La retórica como un
componente estructural del derecho está presente, por ejemplo, en prácticas jurídicas como
el acuerdo amistoso de un litigio, la mediación, la conciliación, la justicia en equidad, etc.”.
Sousa Santos, Boaventura de, Sociología jurídica crítica. Para un nuevo sentido común en el derecho, nota
introductoria y revisión de la traducción de Carlos Lema Añón, Madrid, Trotta, 2009, p. 56.
523
Habrá que recordar que el problema del tema de la racionalidad y el derecho radica
en que ésta sólo emerge como fruto del diálogo colectivo (gracias a la naturaleza dialéctica
del proceso) y el largo plazo, y no como una emanación de los actores individuales.
524
Tamayo y Salmorán, Rolando, Razonamiento y argumentación jurídica: el paradigma de la
racionalidad y la ciencia del derecho, México, UNAM, 2003, pp. 195 y ss.
solución para entender el rol de estos operadores resulta una manifiesta in-
fracción del discurso, ya que, en definitiva, no se puede decir nada en lo que
no se crea cuando se trata de diálogo racional. En la teoría alexyana no exis-
te forma de encajar las reglas del discurso con la pretensión de corrección:
se torna imposible romper esa dialéctica, sin incurrir en una contradicción
performativa.
No cabe duda de que la teoría del caso especial, como una teoría nor-
mativa, puede ser adecuada desde una óptica procesal para orientar los ar-
gumentos de los abogados, pero si los contemplamos y analizamos tomando
en consideración sus implicaciones materiales, resulta complicado que los
elementos sustanciales a los mismos no oscilen entre distintos polos en fun-
ción de la obtención de ciertos beneficios ofrecidos por el mismo sistema
jurídico, lo cual, inevitablemente, generará indeterminación y pervertirá la
pretensión de corrección que encierran los postulados alexyanos. Porque, si
de lo que se trata es de corregir los enunciados normativos, a diferencia de
la mayoría de los operadores jurídicos que se encuentran obligados a seguir
cierta institucionalidad, los abogados tienen libertad para plantear reclamos
de validez diferentes y requerir procedimientos diferenciados para resolver
conflictos, dependiendo de las circunstancias que se les presenten.
Precisamente, a pesar de que la subordinación práctica del discurso
jurídico lo hace inscribirse en un determinado contexto, lo cierto es que
esta idea de que las proposiciones normativas a fundamentar encuentran
cauce por medio del ordenamiento jurídico vigente, para los discursos de
los abogados resulta insuficiente en el sentido de que sus argumentaciones
no se pueden limitar a comprenderse como un conjunto de reglas y pro-
cedimientos de cuyo cumplimiento resulte infaliblemente la racionalidad.
Algo así como si del simple hecho de seguir las instrucciones que dicta un
manual de la razón práctica bastara para alcanzar una buena argumenta-
ción y, al mismo tiempo, dar satisfacción a un marco jurídico previamente
definido.
Si se equipara y reduce la dialéctica al discurso racional, pensando que
sólo hay un único tipo de dialéctica, lo que se produce es una estandari-
zación de la teoría del caso especial, que hace incompatible la pretensión
de corrección con las reglas del discurso racional y termina dejando fuera
muchos contextos en los que se argumenta jurídicamente. En definitiva, si-
guiendo a Atienza,
Se podría aducir que a pesar de que la teoría de Alexy cuenta tanto con
pretensiones descriptivas como prescriptivas, ésta, más allá de dar cuenta de
forma fehaciente de las prácticas jurídicas que ocurren en la realidad o ha-
cer sociología de la argumentación, intenta construir un modelo ideal sobre
cómo deben ser las argumentaciones jurídicas, o sea, no sobre si los opera-
dores del derecho argumentan de hecho conforme a las reglas y formas del
discurso práctico general, sino respecto a si éstos deben hacerlo.
Ahora bien, si bien es cierto que una de las maneras más útiles de abor-
dar los postulados alexyanos es teniendo en cuenta su carácter predominan-
temente prescriptivo, también lo es que dicha teoría normativa se construye
desde la práctica, es decir, teniendo en cuenta la fundamentación empíri-
ca como elemento importante del discurso. Y, sin embargo, tal parece que
Alexy logra su cometido para el caso de jueces, dogmáticos y, en mayor o
menor medida, legisladores, pero obvia por completo a los abogados. De
hecho, al intentar categorizar los diferentes operadores del derecho en rela-
ción con el modelo de razonamiento jurídico propuesto por Robert Alexy,
es posible distinguir dos principales tipos de sujetos: por un lado aquellos
que producen normas (los legisladores, en sentido material) y por el otro los
órganos que las aplican (jueces y la administración pública).526
En ese sentido, parecería que la teoría de la argumentación jurídica
alexyana presupone exclusivamente la acción entre la intención de los legis-
ladores y la decisión de los jueces, tanto en la hermenéutica como en la dog-
mática jurídica y en la propia calificación social de las apreciaciones de unos
y de otros, cuando lo cierto es que las argumentaciones de los abogados es-
capan de esta dicotomía, pues al fluctuar entre ámbitos institucionalizados
y no institucionalizados, la argumentación jurídica de estos operadores no
puede entenderse exclusivamente como una metodología para resolver con-
flictos forenses. De hecho, sus implicaciones y consecuencias pueden llegar
a “generar esquemas que sustituyan incluso la falta de capacidad de acción
estatal”.527
Es evidente que las personas que ejercen la abogacía no fundamentan
sus decisiones a partir de razonamientos estrictamente formales ni tampoco
Bullard, Alfredo y Mac Lean, Ana Cecilia, “La enseñanza del derecho: ¿cofradía o
527
archicofradía?”, Academia. Revista sobre enseñanza del Derecho, Buenos Aires, año 7, núm. 13,
2009, p. 38.
construyen sus argumentaciones con apego a las reglas del discurso práctico
racional. El abogado, cuando asiste a un tribunal persiguiendo una cau-
sa, cuando le corresponde construir sus argumentaciones jurídicas, tiene a
su disposición una amplia y variada caja de herramientas discursivas que
manipula a conveniencia para satisfacer lo propuesto. Desde buscar la me-
jor interpretación que le convenga, hasta simular un discurso, el abogado
utilizará a discreción la forma de razonamiento que más le interese para
jugar un complicado juego en búsqueda de la obtención de sus pretensio-
nes. La inexistencia de una técnica específica o ideal para la resolución de
problemáticas jurídicas de diversa índole dentro de las labores profesionales
de los abogados amplía sus posibilidades para utilizar cualquier tipo de ar-
gumentaciones, de razonamientos indagatorios o justificativos, de técnicas
retóricas (unas prevalecen sobre otras dependiendo del contexto), con el fin
de establecer acuerdos que satisfagan sus intereses.
No por nada, a pesar de que su teoría sea de índole normativa, una
crítica general que se ha aducido contra el modelo discursivo que propone
Alexy es su
En ese orden de ideas, bien merece la pena llamar la atención sobre los
motivos que pueden llegar a explicar el hecho de que un error tan mani-
fiesto en la teoría alexiana, no sólo no se haya corregido, sino que también,
hasta el día de hoy, goce de una amplia aceptación en distintos contextos,
suscitándose un tipo de deformación de cierta teoría del derecho que, sim-
ple y sencillamente, no se contrasta con la realidad.
Cuando Alexy soslaya factores específicos que distinguen las argumen-
taciones de los diferentes operadores jurídicos, no sólo construye una teoría
de la argumentación que difícilmente puede dar cuenta de las variaciones
tanto materiales como pragmáticas que implica el ejercicio del derecho,
sino que queda de manifiesto un modelo normativo que se presta a un uso
ideológico, ofreciendo una construcción meramente simbólica de lo fáctico.
Tal vez, ahí radica una de las principales causas que explican la permanen-
Pinto Fontanillo, José Antonio, La teoría de la argumentación jurídica en Robert Alexy, trabajo
528
presentado bajo la dirección de José Iturmendi Morales, para la colación del grado de doctor
en derecho por la Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 2000, p. 357.
cia de esta falencia para el caso de los abogados a lo largo del tiempo. Es de-
cir, cuando el idealismo que caracteriza a la teoría de Alexy postula la idea
de la institucionalización del discurso práctico como infalible guía racional
para la mayoría de los procesos de toma de decisiones, de forma automáti-
ca, se produce una propensión por acatar las reglas. Como si el solo hecho
de aparentar seguirlas asegurara que se argumente de buena manera y se
consiga exitosamente lo deseado.
En línea con la postura de la amoralidad en el ejercicio de la abogacía,
que condensa una especie de positivismo ideológico —expuesta en el ca-
pítulo segundo—, parecería que la cultura formalista se inserta subreptri-
ciamente en la lógica alexyana,529 para que la forma prime sobre el fondo,
haciendo que el acatamiento (o incluso la mera apariencia) de las reglas
del discurso basten para sostener sus actuaciones. Desde esta perspectiva,
el conocimiento de las reglas no es lo que tiene un papel preponderante en
la dinámica social; lo que es protagónico es el hecho de que éstas son obli-
gatorias y aseguran la consecución de objetivos determinados.530 Pero más
allá del respeto y el cumplimiento de los mandatos formales establecidos, la
obediencia referida a las reglas entendida en términos de sometimiento pro-
voca que éstas sean contempladas como mecanismo prodigioso de solución
de cualquier tipo de controversias y, a su vez, originen de manera irremedia-
ble que, quienes sean los encargados de manejarlas, las divisen como algo
indispensable para regular la vida social.
En concreto, para el caso de los abogados, se podrá defender que lo an-
tes referido se sostiene en cuanto a las formas de guiar un modelo discursivo
concreto y en tanto a las reglas para adecuarlas a los cánones argumenta-
tivos, algo, a todas luces, cierto, pero poco interesante, pues lo llamativo de
intentar aplicar este modelo giraría en torno al discurso moral y su poste-
rior influencia en las dinámicas sociales. Si pensamos en la racionalidad
como un baremo, entonces, el juez exclusiva e inevitablemente se encuentra
constreñido por el imperio de la ley; sus argumentaciones resultan más sa-
tisfactorias mientras encuentren mayor justificación con este. Sin embargo,
el tema de la racionalidad para quienes ejercen la abogacía resulta más
complejo por moverse entre dos grandes límites, sus argumentaciones tie-
nen que tomar en cuenta tanto lo que dice el derecho como el interés de su
cliente, para después conjugar ambas posturas. Habrá que tener en cuenta
que el rol del abogado lo constriñe a incluir necesariamente dos variables
servir para que todos los casos que se les presenten sean tratados de igual
manera. En efecto, a diferencia de las altas cortes, de sus jueces, o incluso
de los legisladores, para el caso de los abogados resulta difícil distinguir
un mínimo común denominador que pueda agrupar sus argumentaciones,
porque cada abogado las erigirá conjugando, entre muchos otros elemen-
tos, mediante atributos propios de su formación y cultura jurídica, factores
consecuencialistas para el caso concreto que se les presente, componentes
relacionados con la ideología profesional, y sobre todo razones estratégicas
dependientes de las funciones que realicen. Es bastante claro que la profe-
sión de abogado es de todo menos homogénea,531 y, por ende, tampoco sus
argumentaciones.
Ahora bien, la existencia de una fuerte heterogeneidad no significa en
absoluto que los argumentos en las distintas funciones que ejercen los abo-
gados no puedan, más o menos, agruparse dentro de una determinada teo-
ría ni excusarse de su estudio; por el contrario, resulta evidente que estos
operadores, antes que ejecutar sus actividades como una simple deducción
lógica o una mera interacción estratégica, fundamentan sus labores por me-
dio de un marco jurídico que se ha encargado de propulsar condiciones
para desplegar sus variadas labores profesionales dentro de una determi-
nada comunidad. Esta es una de las principales razones para formular la
crítica a Alexy, dada la preponderancia de su tesis del caso especial al con-
cebir de forma incompleta el razonamiento de los abogados, enfocándose
exclusivamente en el litigio.
Tan necesario resulta contemplar el rol del abogado en lo particular
como dejar de idealizar en lo general el ejercicio argumentativo que implica
el derecho. La teoría de Robert Alexy, que postula la tesis del caso especial,
adolece de estos dos defectos. Pese a que las reglas del discurso, en definiti-
va, pueden ser utilizadas como “guías de referencia solventes en cualquier
ámbito donde se analicen problemas jurídicos”,532 mientras se sigan igno-
rando las características de los operadores jurídicos involucrados en especí-
fico, el resultado será el mismo: una teoría jurídica que, aunque relacionada
con otros ámbitos de la razón práctica, carecerá de verdadera practicidad,
que si bien pretende solucionar conflictos teóricos y prácticos en el ámbi-
to del propio derecho, también conduce la racionalidad jurídica hacia un
irreal e innecesario nivel de complejidad y abstracción.
Garrido Suárez, Hilda M., Deontología del abogado. El profesional y su confiabilidad, Madrid,
531
p. 357.
Manuel Atienza desarrolla sus principales ideas con relación a las ar-
gumentaciones de los abogados a través de uno de los últimos capítulos de
su Curso de Argumentación jurídica,533 y al abordar el estudio de la ética de las
profesiones jurídicas en su reciente libro Filosofía del derecho y transformación so-
cial.534 A diferencia de Robert Alexy y de la mayoría de los autores que con-
forman el canon de la teoría estándar de la argumentación jurídica, Atienza
ha sido de los pocos iusfilósofos contemporáneos que (además de llamar la
atención sobre la incesante tendencia por centrar el análisis argumentati-
vo en las fundamentaciones de las decisiones tomadas por los tribunales
superiores)535 también ha insistido en la necesidad de construir una teoría
del derecho que verdaderamente pueda reflejar las prácticas jurídicas, una
teoría que tome en consideración el contexto en el que se desarrollan y con-
vergen distintos tipos de argumentaciones.
En sintonía con la teoría que elabora Atienza (que, antes que optar por
algún determinado enfoque unilateral, integra tres concepciones: formal,
material y pragmática para interpretar elementos comunes de las argumen-
taciones jurídicas), resulta claro que los razonamientos llevados a cabo por
los operadores del derecho difícilmente pueden responder a una dimensión
uniforme o, en todo caso, intentar categorizarse de forma exclusiva bajo
una sola aproximación. La variada práctica legal conlleva ineludiblemente
la necesidad de idear esquemas flexibles que permitan dar cuenta de las
particularidades de cada actor involucrado.
Atienza, Manuel, Filosofía del derecho y transformación social, cit., pp. 252 y ss.
534
Así, por ejemplo, se podría afirmar que “las diferencias entre la argu-
mentación que lleva a cabo un juez y un abogado no son relevantes (o no
existen) si se considera la argumentación exclusivamente desde una pers-
pectiva formal. Pero adquieren notable importancia cuando se presta aten-
ción a la dimensión material y/o a la pragmática536 (tanto en sus aspectos
retóricos como dialécticos)”. 537 Aunque se podrán distinguir elementos co-
munes, lo cierto es que, en gran medida, la construcción de los argumentos
dependerá de las características propias de cada operador, tomando en
cuenta el escenario en el que cada uno de éstos se desarrolle. En ese senti-
do, es pertinente considerar que en determinadas ocasiones las diferentes
concepciones de la argumentación se entremezclan y se complementan
para permitir la fluidez entre la teoría y la práctica que conlleva una em-
presa racional (empleando la expresión de Toulmin) tan compleja, como lo
es derecho.
Contemplar la perspectiva material de la argumentación como aquella
que tiene que ver con la verosimilitud de las premisas implica entenderla
como “el conjunto de argumentos que ofrecen un apoyo para la resolución
de un problema práctico que no puede ser eludido”,538 como un razona-
miento jurídico que se equipara a un razonamiento práctico y así se diri-
ge hacia la concreción de acciones debidas o valiosas. De tal forma que,
aunque Joseph Raz distingue al razonamiento práctico “dependiendo del
carácter de las razones operativas o premisas prácticas involucradas”,539 y
que el mismo Atienza advierte que las diferencias en estos procesos “depen-
derán de los diversos contextos en los que se argumenta el Derecho”,540 no
cabe duda que al estudiar la dimensión material de los discursos jurídicos de
los abogados parecería que sus argumentos, de manera indefectible, deben
ser considerados como accesorios o “vicarios” respecto a los argumentos
expresados por los jueces.
536
Ibidem, pp. 706-709.
537
Conviene aclarar que en cuanto se hace mención a la dimensión retórica en el ejerci-
cio de la abogacía se refiere a aquellas técnicas centradas en la idea de persuadir a un audi-
torio (las discusiones dirigidas a persuadir al juez o al jurado en relación con determinadas
tesis), mientras que la dialéctica tiene lugar entre participantes que asumen un rol dinámico,
cuando se contempla desde la perspectiva de la lucha que tiene lugar entre partes (al defen-
der intereses contrapuestos). Véase Atienza, Manuel, El derecho como argumentación, Barcelona,
Ariel, 2006, p. 97; Atienza, Manuel, Curso de argumentación jurídica, cit., p. 114.
538
Atienza, Manuel, “El derecho como argumentación”, Isegoría, Madrid, núm. 21, 1999,
pp. 42 y 43.
539
Raz, Joseph, Razón práctica y normas, trad. de Juan Ruiz Manero, Madrid, Centro de
Estudios Constitucionales, 1991, pp. 12 y ss.
540
Atienza, Manuel, Curso de argumentación jurídica, cit., pp. 701 y ss.
algo, por cierto, que vale en relación con la figura del “abogado general” que
actúa en el contexto del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Pero no
en relación con los abogados “de verdad” que por lo general, como es obvio,
no persiguen (o no sólo o no fundamentalmente) el interés general. La argu-
mentación de los abogados es, en lo esencial, una argumentación “de parte”
(lo que no significa ilegítima) que, por ello, difiere en aspectos relevantes de
la del juez.541
Sobre este tipo de abogados vale la pena centrar la atención, pues más
allá de los fines deseados (que, por lo general no serán otros que los per-
seguidos por sus clientes),542 al llevar a cabo sus argumentaciones resulta
indispensable que estas encuentren cauce y cabida a través de los medios
jurídicos permitidos para alcanzar sus objetivos y, eventualmente, desplegar
una serie de acciones para realizarlos.
Tanto las argumentaciones de los jueces como las de los abogados tie-
nen como común denominador el convencer respectivamente a sus inter-
locutores. Sin embargo, es importante diferenciar que mientras las argu-
mentaciones de los jueces encuentran sus razones operativas a partir de
las reglas del propio sistema, las de los abogados no vienen a significar las
razones de primer orden para la realización de sus conductas (aunque ob-
viamente influyen en la definición de sus estrategias y objetivos), ya que “las
premisas provenientes del sistema ingresan en su razonamiento básicamen-
te como razones auxiliares”.543 De ahí que, a pesar de que las argumentacio-
nes de los abogados tal vez no pretendan inicialmente la justicia (encontrán-
dose sesgadas por representar intereses de parte), esto no viene a significar
que de antemano sean ilegítimas o inválidas, porque al final de cuentas es
la misma dinámica del sistema lo que hace posible su viabilidad y eventual
corrección. Su posición procesal poliédrica, argumentando hacia el juez al
“La argumentación jurídica que utiliza el abogado tiene como finalidad conseguir
542
que el tribunal admita la posición que el abogado trata de defender a través de dicha argu-
mentación. El abogado trata de lograr la adhesión del auditorio, para conseguir que su idea
se materialice en la sentencia del tribunal, es decir, el objetivo primordial de un abogado es
persuadir al tribunal de que lo que defiende es lo correcto”. Armada Cornet, Casilda, El reto
de la argumentación jurídica para los profesionales del derecho, trabajo presentado bajo la dirección
de María Ángeles Bengoechea Gil, para la colación del Máster Universitario en Acceso a la
Abogacía por la Universidad Pontificia Comillas-ICADE, Madrid, 2014, p. 18.
Atienza, Manuel, Curso de argumentación jurídica, cit., p. 282.
543
ser los igualadores retóricos de sus conciudadanos asegurándose que los con-
flictos sociales sean resueltos recurriendo al mejor argumento que su comuni-
dad ha sido capaz de producir. Es por eso que los estados modernos tienden
a darles el privilegio del monopolio de la provisión del servicio de justicia y a
cerrar a la ciudadanía en general el acceso a la deliberación judicial con el
propósito de garantizar su igualdad.545
“Alexy (y, en general los representantes de la teoría estándar) defiende, por ejemplo,
544
que la teoría del discurso racional es un modelo que se aplica también a la argumentación
de los abogados, que —en su opinión— también erigirían (en sus demandas ante los tribu-
nales) una pretensión de corrección. Pero esto es muestra, en mi opinión, de una concepción
idealizada del Derecho en la cual el fenómeno jurídico es observado única o preferentemente
desde la perspectiva de los tribunales superiores y de la dogmática jurídica”. Atienza, Ma-
nuel, Curso de argumentación jurídica, cit., p. 704.
545
Böhmer, Martín, “Igualadores y traductores. La ética del abogado en una democracia
constitucional”, cit., p. 140.
Carofiglio, Gianrico, El arte de la duda, prólogo de Manuel Atienza, trad. de Luisa Jua-
546
torio si no existen perspectivas de obtener un resultado útil, interrogar con un objetivo claro
y preciso, interrogar con cortesía, no tratar nunca con agresividad a un testigo desfavorable,
extremar precauciones con sujetos débiles como niños o ancianos, no hacer comentarios
sarcásticos, pues van en contra del deber de cortesía y no causarán buena impresión con los
jueces, utilizar constantemente la mirada para lograr que el interrogatorio sea vivo y fluido,
entre varias más. Véase idem.
2014, p. 41.
Así, se podrá pensar que para llevar a buen término el ejercicio del de-
recho resulta necesario que los abogados incesantemente reclamen y exijan
derechos, judicializando cualquier pretensión que se les presente, siendo
proclives a entender su trabajo como catalizador de las relaciones políticas.
Es decir, luchando desde una instancia que pueda institucionalizar lo pre-
tendido para propulsar constantemente el entorno por la vía legal. Nada
más errado. Como bien afirma Lloredo, “esto no debe llevar a pensar en
una hipotética sociedad supererogatoria, donde la vida se ha terminado ju-
dicializando hasta límites absurdos”.553 En efecto, las labores de los aboga-
dos dentro del Estado constitucional de derecho no implican su conversión
en una suerte de picapleitos obsesivos. “El propio Jhering advirtió sobre esta
posible tergiversación de su punto de vista: «quisiera enfatizar que, en varias
ocasiones, se me ha querido atribuir la opinión de haber querido abogar por
la disputa, por la ‘pleitomanía’. Pero sólo he patrocinado un sentimiento ju-
rídico saludable y fuerte que se defendiera de su mal uso»”.554 En definitiva,
esta visión, antes que propulsar una visión confrontacional de la profesión,
clama por una amplia y flexible fenomenología en el ejercicio de la aboga-
cía, develando una pluralidad de estrategias en donde caben procesos como
la mediación o la conciliación.
Percibir a la práctica del abogado de manera ascendente, con un fuerte
componente informal en el que se dialoga y negocia de forma constante,
en otras palabras, donde se despliega una argumentación informal, resulta
fundamental para accionar la parte formal de sus argumentaciones, en la
que su faceta constructiva no se puede limitar a comprenderse sólo como un
conjunto de razones dirigidas a la obtención de determinados objetivos par-
ticulares (en vías de contribuir a maximizar intereses), sino que conjuga dis-
tintas concepciones en las que incorpora valores para lograr fines colectivos.
De ahí, precisamente, que sea indispensable la buena comunicación en-
tre operadores jurídicos. De ahí también que el ejercicio del derecho deba
consistir en la construcción de un proceso argumentativo, en el que la ra-
zonabilidad y el entendimiento sean el fundamento para la consecución de
nuevas ideas y mejores normas que tiendan a su efectiva funcionabilidad.
Como hace notar Luhmann,
esto significa para los abogados que la calidad de sus interpretaciones o for-
mulaciones de textos depende de la recepción por parte de otros juristas. El
abogado individual, sea cual sea su ritmo de trabajo, no puede lograr ningún
Lloredo, Luis, “La lucha por el derecho como imperativo ético y político. Glosas a
553
Rudolf von Jhering”, Revista Telemática de Filosofía del Derecho, Madrid, núm. 15, 2012, p. 255.
Idem.
554
Luhmann, Niklas, “The Legal Profession: Commments on the situation in the Federal
555
Republic of Germany”, en MacCormick, Neil (ed.), Lawyers in their Social Setting, Edimburgo,
W- Green & Son Ltd., 1976, p. 100.
Atienza, Manuel, Curso de argumentación jurídica, cit., p. 706.
556
Capítulo quinto
557
Los detectives salvajes [1998], México, Alfaguara, 2016, p. 17.
558
“Los jurisconsultos pretenden el primer lugar entre los doctos y no hay quien esté
tan satisfecho de sí como ellos, cuando, a la manera de nuevos Sísifos, ruedan su piedra sin
descanso, acumulando leyes sobre leyes, con el mismo espíritu, aunque se refieran a cosas
distintas, amontonando glosas sobre glosas y opiniones sobre opiniones y haciendo que pa-
rezca que su ciencia es la más difícil de todas, pues entienden que cuanto más trabajosa es
una cosa, más mérito tiene”. Rotterdam, Erasmo de, Elogio de la locura [1511], trad. de Pedro
Voltes Bou, Madrid, Espasa Calpe-Colección Austral, 1987, p. 99.
559
“…quedan excluidos todos los abogados en Utopía, esos picapleitos de profesión,
que llevan con habilidad las causas e interpretan sutilmente las leyes”. Moro, Tomás, Utopía
[1516], trad. de Pedro Rodríguez Santidrián, Madrid, Alianza Editorial, 2012, p. 168.
560
“Otra más. ¿No podría ser la de un abogado? ¿Dónde están ahora sus argucias, sus
distingos, sus pleitos, sus títulos, sus mañas? ¿Cómo deja que este bruto le sacuda el cráneo
con una placa sucia sin denunciarle por agresión? ¡Mmm…¡ Tal vez fuese en vida un gran
comprador de tierras con sus gravámenes, conocimientos, transmisiones, fianzas dobles, de-
mandas. ¿Transmitió sus transmisiones y demandó sus demandas para acabar con esta tierra
en la cabeza? ¿le negarán garantía sus garantes, aun siendo dos, para una compra que no
excede el tamaño de un contrato? Todas sus escrituras apenas caben en este huevo. ¿No tiene
derecho a más el hacendado?”. Shakespeare, William, “Hamlet [1603]”, en Pujante, Ángel-
Luis (ed.), Teatro selecto (vol. II), Madrid, Troa Librerías, 2008.
561
La Torre, Massimo, “Variaciones sobre la moral del abogado: ambigüedades norma-
tivas, teorías deontológicas, estrategias alternativas”, cit., p. 182.
199
y 183. Aunque en un modo más discreto, también es posible encontrar distintos prototipos
modélicos de abogados a través de la literatura. Acaso uno de los más célebres y populares es
Atticus Finch, protagonista de la novela Matar un ruiseñor de la estadounidense Harper Lee en
1960. En igual sentido, recientemente el penalista alemán Ferdinand Von Schirach, tomando
como punto de partida muchos de los casos en los que ha participado como abogado defen-
sor, ha retratado a través de una serie de cuentos recopilados en los libros Crímenes y Culpa,
una vehemencia y solidaridad del oficio respecto a quienes requieren sus servicios, la cual se
devela íntimamente ligada con la esencia del ser humano. Véase Von Schirach, Ferdinand,
Crímenes, trad. de Juan de Sola, Barcelona, Salamandra, 2011; Von Schirach, Ferdinand,
Culpa, trad. de María José Díez Pérez, Barcelona, Salamandra, 2012.
568
Camacho, Anderson, F., “Los jueces y abogados frente a la literatura universal”, en
Cienfuegos Salgado, David y Macías Vázquez, María Carmen (coords.), Estudios en homenaje
a Marcia Muñoz de Alba Medrano. La enseñanza del derecho, México, UNAM, Instituto de Investi-
gaciones Jurídicas, 2007, p. 83.
569
Vargas Llosa, Mario, Elogio de la lectura y la ficción. Discurso Nobel, Estocolmo, Fundación
Nobel, 2010, p. 2.
570
Balzac, Honoré de, Petites misères de la vie conjugale [1846], París, adaptation d’un texte
électronique provenant de la Bibliothèque Nationale de France - Éditions eBooksFrance,
2001, p. 69.
571
Calamandrei, Piero, Demasiados abogados, cit., 2006, p. 10.
572
“y le suplicamos que no enviase letrados, porque entrando en la tierra la pondrían en
revuelta con libros, e habría pleitos y disensiones”. Díaz Del Castillo, Bernal, Historia verdadera
de la conquista de la Nueva España [1632], Madrid, Biblioteca Castro-Fundación José Antonio de
Castro, 2012, p. 603.
573
Rosenblat, Ángel, El español de América, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2002, p. 27.
res de América, una vez conquistada, cuando “los letrados fueron respon-
sabilizados de actuar como «litigantes maliciosos» y de corromper a los «in-
dígenas» en su «afición desmedida» por los pleitos”.574 En España, durante
la monarquía absoluta, se afirmó: “todo el mal nos viene de los togados”.575
A pesar de que los abogados no siempre han tenido las mismas fun-
ciones en sociedad, su descrédito parecería no distinguir tiempo o espacio,
llegando al extremo de pensar que éstos “pertenecen a una profesión per-
manentemente en declive”.576 Pues en el terreno ideológico, cuando la ex-
trema derecha los ha detestado a través de personajes como Mussolini577 o
Hitler,578 en igual sentido el pensamiento de la tradición marxista los consi-
deró como servidores del capital, guardianes del sistema y portavoces de los
burgueses; incluso en vísperas de la comuna de París un casi programático
“pas d´avocats” señalaba a éstos como parte del sistema de apropiación de lo
establecido.579
Cuando en el imaginario colectivo se caracteriza incesantemente a los
abogados de forma negativa, es posible que de entrada se anulen un sinfín
de posibilidades por idear alternativas y soluciones que generen beneficios
al entorno a través de sus prácticas profesionales. De tal manera que, au-
nada a su paradójica trayectoria histórica, sus complejidades morales, y su
escasa teorización iusfilosófica, parecería que la figura del abogado se en-
cuentra destinada a su fatal incomprensión o, en todo caso, predeterminada
por sus contradicciones y, por tanto, desterrada a su mera reconstrucción
idílica. A que su análisis se quede en un plano exclusivamente ficticio, cuyas
implicaciones en la realidad difícilmente puedan verse satisfechas a media-
no o corto plazo.
De ahí, precisamente, una de las razones que puede llegar a explicar la
nutrida cantidad de películas y series sobre abogados que existen.
Honores, Renzo, “Imágenes de los abogados en los Andes: crítica social y percepción
574
se lanzan al cuerpo de la joven nación y exprimen sus mejores energías”. Bieger, Pablo, “El
abogado”, en Díez-Picazo, Luis María (coord.), El oficio de jurista, Madrid, Siglo XXI, 2006,
p. 19.
“No descansaré hasta que cada alemán comprenda que es una vergüenza [ser aboga-
578
Como anota William Twining, es bien probable que las nuevas generaciones
hayan formado su “concepto de derecho” a partir de las películas de Ho-
llywood o el juicio televisado a O. J. Simpson. En efecto, tal ha sido nuestra
experiencia: de Paper Chase a El abogado del Diablo, Acción Civil o Erin Brockovich
que nuestra imaginación jurídica se ha ido poblando cada vez más con las
imágenes de Al Pacino, Keanu Reeves o Julia Roberts, antes que con las de
otrora memorables imágenes de Justiniano.580
Desde la clásica Perry Mason, Boston Legal, o Ally McBeal, pasando, más
recientemente, por The Practice, Shark, Suits, o The Good Wife, hasta Better
call Saul, este tipo de producciones, que pueden considerarse por sí mismas
como todo un género, en su afán por moldear una determinada proyec-
ción sobre la abogacía,581 por lo general terminan idealizando su ejercicio,
tergiversando la realidad a conveniencia del entretenimiento y, por ende,
propulsando ficciones antes que reflejar un poco lo que en verdad sucede
en la práctica. Porque, en definitiva, “caer en la tentación de la apología del
abogado o de los apocalípticos pronósticos sobre el futuro de la profesión
no es difícil, por más que ambos extremos resulten irreales, ociosos y pro-
fundamente estériles”.582
En ese orden de ideas, cuando en la actualidad la cantidad de informa-
ción a la que tenemos acceso es producida cada vez más de forma horizon-
tal (y por ende se torna ilimitada), y al momento en que la interdependen-
cia en el mundo ha generado una sensación de celeridad respecto a lo que
sucede, resulta pertinente hacernos algunos cuestionamientos: ¿cómo hacer
compatible la práctica de la abogacía con la constante mejora de la comuni-
Unidos, es decir, en un sistema jurídico concreto, pero al momento en que las series nortea-
mericanas son las que cuentan con mayor preponderancia en el actual contexto de globali-
zación, sus influjos se proyectan hacia muchos otros sistemas. Ahora bien, que las series es-
tadounidenses sobre abogados sean las de mayor profusión, no significa que no existan otras
de diferentes nacionalidades. En España, por ejemplo, han sido varias las series de televisión
que han encauzado su trama hacia cuestiones jurídicas. Por mencionar las más importantes:
Turno de Oficio, Abogados, Al Filo de la Ley, y Lex. Si bien no hay una tradición tan arraigada
como en Estados Unidos, es importante destacar que las producciones sobre abogados en
otros contextos geográficos, por lo general, también irradian un fuerte componente ficticio,
en línea con las exigencias propias del espectáculo, sobre la forma en cómo es ejercida dicha
profesión en tal país y, en general, sobre la idiosincrasia y la cultura jurídica de un determi-
nado contexto.
Madrazo, Jorge, “Los retos actuales del abogado en México”, Boletín Mexicano de Dere-
582
Idem.
584
2003.
De ahí que la propuesta de Zygmunt Bauman sobre la liquidez de nuestro tiempo
586
resulte más que adecuada para dar cuenta sobre la modernidad como periodo histórico
y como condición de quienes lo habitamos, como perfecta metáfora de lo que significa lo
De ahí que este último capítulo busque aterrizar distintas ideas en tor-
no a la abogacía, para indagar y exponer así diversas soluciones que gene-
ren una mejor cultura jurídica en un presente que no quede obsoleto de
forma instantánea. Aproximando el derecho a la cotidianidad, por medio
de múltiples alternativas, que pueden llegar a institucionalizarse, se busca
abandonar el fuerte componente artificial que ronda sobre las implicaciones
sociales de los abogados para hacer frente a las muchas transformaciones
acontecidas, y abonar en algo más que ficciones, es decir, en algo que pueda
tener potencialidades en el futuro por medio de un anclaje fáctico en nues-
tras comunidades jurídico-políticas.
que ahora vivimos. Véase Bauman, Zygmunt, Modernidad líquida, trad. de M. Rosenberg y J.
Arrambide, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003.
587
Kafka, Franz, “Ante la ley”, Cuentos completos, cit., pp. 222-224.
588
Como bien ha llamado la atención Luis Lloredo este cuento ha pasado a los anales
de la literatura jurídica, y ha sido objeto de incontables exégesis filosóficas, que oscilan, sólo
por mencionar algunos nombres célebres, entre las interpretaciones de Deleuze y Guattari
(1975), Derrida (1985) y Agamben (2005).
alguno en hacerlo, pero que deberá considerar que él es sólo el primer guar-
dián de otras muchas puertas que le siguen, y que cada una de éstas se en-
cuentra a su vez custodiada por otros guardianes más grandes, imponentes
y poderosos. Así, el campesino decide aguardar pacientemente frente a las
puertas de la Ley, haciendo esfuerzos inútiles por convencer al guardián y
dejarlo pasar. Transcurren los días, las semanas, los años, hasta que este se
encuentra por morir, y el guardián, para que su débil oído pueda percibirlo,
le grita: “Nadie más podía pasar por aquí, porque esta entrada estaba des-
tinada solo para ti. Ahora la cerraré”.
Siguiendo la estela de un fragmento de la novela El proceso, el relato de
Kafka sirve para criticar el entendimiento del derecho no como un produc-
to sociocultural más, sino como un fenómeno diferenciado que postula a sus
especialistas como una especie de casta privilegiada para accionar su fun-
cionamiento.589 De tal forma que la idea de técnico que conozca muchas re-
glas, quizá resulta suficiente para solventar algunos problemas inmediatos,
pero, en definitiva, no basta para generar mejores condiciones de igualdad
entre todos los miembros que forman parte de una sociedad. En efecto, si
no se puede acceder de manera sencilla
589
Lloredo, Luis, “¿Te parece aburrido el derecho? Teoría popular del derecho”, en Ban-
dera, Magda y Gaupp-Berghausen, Jorge (coords.), La Uni en la calle, Madrid, MásPúblico,
2013, p. 17.
590
Bonilla, Daniel, Los mandarines del derecho. Trasplantes jurídicos, análisis cultural del derecho y
trabajo pro bono, cit., pp. 30 y 31.
591
Vergès, Jacques, Justicia y literatura, cit., p. 175.
mo et al. (coords.), Democracia, volumen 3: Perspectivas morales, políticas y jurídicas, cit. (en prensa).
Para una reelaboración del clásico dilema del filósofo-rey, y ahondar en la pregunta de
594
cuál debe ser el rol de los técnicos en democracia, poniendo a prueba el margen de decisión
que estos pueden tener sin que se desvirtué el contexto en el que se desenvuelve, véase Bron-
cano, Fernando, Saber en condiciones. Epistemología para escépticos y materialistas, Madrid, Antonio
Machado Libros, 2003, pp. 441 y ss.
Es decir, en definitiva, es posible que el abogado utilice el derecho para causas justas;
595
sin embargo, la clave para generar mejores prácticas institucionales está en reformar el pro-
pio derecho; cambiando reglas procesales, ideando mecanismos que inciten la participación
de la ciudadanía, reformando directamente el lenguaje, remplazando el hermetismo que
caracteriza al gremio, entre otras muchas prácticas de esta índole.
Gordon, Robert, “Distintos modelos de educación jurídica y las condiciones sociales
596
Ibidem, p. 85.
598
Richard (ed.), Lawyers. A Critical Reader, Nueva York, The New Press, 1997, p. 19.
Alguna vez Octavio Paz afirmó que Carlos Monsiváis “no era un hom-
bre de ideas, sino de ocurrencias”. El solemne y renombrado Nobel mexi-
cano, para criticar al tiempo que burlarse de la escritura de su colega ensa-
yista, decidió endilgarle un concepto más bien empatado con la distracción
y la falta de rigurosidad. “Paz es un hombre de recetas”, respondió sagaz-
mente Monsiváis, para avivar la futura polémica, que no llegó a mayores.
Una forma de entender las ocurrencias es equiparándolas con lo insul-
tante y lo desdeñoso. Otra es contemplarlas como ideas con posibilidades
futuras. Postulados con un potencial descomunal. Imaginativas representa-
ciones que, tarde o temprano, podrán madurar para abrir cauces alterna-
tivos y mostrar otros caminos. En un sentido, las recetas son instrucciones,
enfáticas indicaciones que aspiran a la consecución de ciertos remedios; en
otro sentido, las recetas conllevan una fuerte dosis de dogmatismo inopor-
tuno, cerrando de antemano la posibilidad de imaginar algún tipo de pro-
604
Bonilla, Daniel, Los mandarines del derecho. Trasplantes jurídicos, análisis cultural del derecho y
trabajo pro bono, cit., p. 24.
Para una selección de textos académicos que presentan un espectro sobre la evolución
605
del tenaz rol de los jueces en los actuales Estados constitucionales, véase Gargarella, Roberto
(comp.), Por una justicia dialógica. El Poder Judicial como promotor de la deliberación democrática, Bue-
nos Aires, Siglo XXI, 2014.
610
Ibidem, p. 53.
611
Galanter, Marc y Palay, Thomas M., “Large Firms”, en Abel, Richard (ed.), Lawyers. A
Critical Reader, cit., p. 64.
612
Vance Center for International Justice Initiatives, Declaración de Trabajo Pro Bono
para el Continente Americano, 2008.
613
Žižek, Slavoj, Primero como tragedia, después como farsa, trad. de José María Amoroto Sali-
do, Madrid, Akal Pensamiento Crítico, 2011, pp. 35 y ss.
614
Bonilla, Daniel, Los mandarines del derecho. Trasplantes jurídicos, análisis cultural del derecho y
trabajo pro bono, cit., pp. 56 y 57.
Idem.
615
Mcleay, Fiona, “The Legal Profession’s Beautiful Myth: Surveying the Justifications for
616
the Lawyer’s Obligation to Perform Pro Bono Work”, International Journal of the Legal Profession,
vol. 15, núm. 3, 2008, p. 259.
Para librar esta problemática en torno a la comprensión de las responsabilidades mo-
617
618
Stoffels Ughetta, Elissa M., “La responsabilidad social y el trabajo pro bono: el aboga-
do como un agente de cambio en negocios ganar-ganar en el siglo XXI”, Revista Electrónica
Derecho en Sociedad de la Facultad de Derecho, ULACIT-Costa Rica, núm. 5, 2013, p. 16.
619
Dinovitzer, Ronit y Garth, Bryant, “Pro bono as an Elite Strategy in Early Lawyers
Careers”, en Granfield, Robert y Mather, Lynn (eds.), Private Lawyers and the Public Interest: The
Evolving Role of Pro Bono in the Legal Profession, Nueva York, Oxford University Press, 2008.
620
Stoffels Ughetta, Elissa M., “La responsabilidad social y el trabajo pro bono: el abogado
como un agente de cambio en negocios ganar-ganar en el siglo XXI”, cit., pp. 13 y 14.
621
Ibidem, p. 23.
625
Idem.
626
Bonilla, Daniel, Los mandarines del derecho. Trasplantes jurídicos, análisis cultural del derecho y
trabajo pro bono, cit., p. 32.
Powell, Michael J., “Elite Professionalism in Modern Society: Its Persistence and its
627
Rodríguez Lozano, Amador, “Por un acceso real a la justicia en México. El caso del
629
Abramovich, Víctor, “El acceso a la justicia como garantía de los derechos económi-
630
cos, sociales y culturales”, Estudio de los estándares fijados por el Sistema Interamericano de derechos
humanos, Washington, Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Organización de
Estados Americanos (OEA), 2007, pp. 1-7.
Carrillo Carrillo, Pedro, “El acceso a la justicia a través de la asistencia jurídica gratui-
631
noviembre de 2014.
Ballinas, Víctor y Aranda, Jesús, “Sobrecarga laboral y bajos salarios frenan la gestión
633
de marzo de 2018.
Avilés, Carlos, “Defensores “sin oficio”, El Universal, 8 de marzo de 2007.
636
Cossío Díaz, José Ramón, “¿Y los defensores públicos?”, El Universal, 28 de mayo de
637
2013.
Barroso, Javier, “Los abogados del turno de oficio cuelgan las togas”, El País, 20 de
638
mayo de 2015.
Aunque enfocado en los aspectos penales de los procedimientos de justicia, para cono-
639
cer un panorama general que pueda dar cuenta de las condiciones generales de los servicios
de defensa de índole pública en diversos países de América Latina, véase Binder, Alberto
et al., Defensa penal efectiva en América Latina. Resumen ejecutivo y recomendaciones, Bogotá, ADC-
CERJUSC-CONECTAS-DEJUSTICIA-ICCPG-IDDD-IJPP-INECIP, 2015.
640
Gánem Hernández, Eskándar, La reforma procesal penal en México, Valencia, Área de
Derecho Procesal, Departamento de Derecho Público, Facultad de Ciencias Jurídicas y Eco-
nómicas, Universidad Jaume I de Castellón, 2007, pp. 117 y 118.
641
Bajo las actuales condiciones globales, en las que nos encontramos sobreexpuestos a la
información, a las imágenes, es común que la influencia de los medios de comunicación sea
fundamental para dictar las pautas de conducta a seguir en un determinado campo y con-
figurar así estereotipos que terminan por modelar las opiniones en el imaginario colectivo.
Quizá reflejando esta tendencia, es por demás evidente que ni las defensorías públicas ni los
abogados que despliegan sus labores en el turno de oficio suelen aparecer en los periódicos
y revistas, ya no se diga en novelas, series de televisión, películas, o a través de cualquier tipo
de representaciones ficticias.
642
Al hacer una rápida excursión por el desarrollo de esta institución “en los países de
toda América Latina, va a encontrar una situación que podría llevarnos a un cierto estado
de satisfacción, pues sin ninguna duda en los últimos diez o quince años las defensas públicas
han crecido mucho. Muchos países que no tenían defensa pública ahora la tienen”. Véase
Binder, Alberto, “La defensa pública, viejas deudas y nuevos desafíos: compromiso y eficien-
cia”, Cuadernos de la Defensa, Ministerio de la Defensa Pública de la Provincia del Chubut,
núm. 208, 2007, p. 18.
tal respecto del derecho de acceso a la jurisdicción”. Véase Sentencia TC 009/2008, del 21
de enero.
La asistencia jurídica gratuita, además de estar consagrada en los ordenamientos
644
en Courtis, Christian, Desde la otra mirada. Textos de teoría crítica del derecho, cit., p. 377.
647
Fix-Fierro, Héctor, “El papel de los abogados en la administración de justicia en Mé-
xico”, en Mendoza Alvarado, Arturo (comp.), La reforma de la justicia en México, México, El
Colegio de México, 2008, pp. 173-175.
648
Bonilla, Daniel, Los mandarines del derecho. Trasplantes jurídicos, análisis cultural del derecho y
trabajo pro bono, cit., pp. 30 y 31.
649
Haskell, Paul G., Why Lawyers Behave as They Do, cit., p. 92.
650
Magaloni, Ana Laura, “Pobreza y justicia”, Reforma, 8 de agosto de 2015.
651
Pazmiño Granizo, Ernesto, “Desafíos y perspectivas para la defensoría pública en el
Ecuador”, en Andrade Ubidia, Santiago y Ávila Linzán, Luis Fernando (eds.), La transforma-
ción de la justicia, Quito, Ministerio de Justicia y de Derechos Humanos, 2008, p. 317.
lo cierto es que “cada vez más, por razones de necesidad, pero también
por razones de interpelación política a los sistemas institucionales, la defen-
sa pública debe ser defensa pública de pobres, de marginales, y debe orien-
tar sus acciones hacia eso”.652
La generación de exigencias sustanciales para el ejercicio de cualquier
derecho ha ganado una influencia que va más allá de la relación entre el
ciudadano y el Estado; habiéndose propagado enteramente sobre el siste-
ma jurídico,653 del cual los operadores del derecho también hacen y resul-
tan parte fundamental. Así, la defensa pública como un cuerpo de aboga-
dos que hay que administrar (y para ello se necesita un administrador que
administre)654 implica una serie de esfuerzos humanos y económicos, un
conjunto estructural de políticas públicas que puedan “empoderar a la gen-
te y darle instrumentos de defensa frente al Estado y frente a otros”.655
No se propone en este apartado una solución concreta, sino que, más
modestamente, se busca generar una reflexión sobre cómo dotar de un abo-
gado a las miles de personas que viven en pobreza, “cómo hacer que los
actores excluidos de nuestras sociedades sean, en primer lugar, ciudadanos
visibles, con voz, aunque sea una voz que todavía necesite un oficio, pero
con voz”.656 Quizá habrá que impulsar el fortalecimiento normativo de la
asistencia jurídica gratuita, pues hoy en día, a pesar de su amplia y explícita
consagración constitucional, su carácter programático se ve reflejado en su
endeble articulación legislativa.657 O, tal vez, ¿será necesario plantear la de-
Binder, Alberto, “La defensa pública, viejas deudas y nuevos desafíos: compromiso y
652
Binder, Alberto, “La defensa pública, viejas deudas y nuevos desafíos: compromiso y
656
de la asistencia jurídica gratuita, más allá de su estructura constitucional, antes que provenir
del órgano legislador ha dependido del mismo poder jurisdiccional a través de sus decisiones
y sentencias. El caso español, por medio de la doctrina del Tribunal Constitucional, resulta
un buen ejemplo. Véase Sentencia TC 47/1987, del 22 de abril; Sentencia TC 245/1988,
del 19 de diciembre; Sentencia TC 92/1996, del 27 de mayo; Sentencia TC 105/1996, del 11
de junio. Antes que considerar al activismo judicial como algo negativo, que intenta destruir
las garantías constitucionales que implementa el debido proceso o bien llegar hasta el extre-
mo de entenderlo como una ruptura dentro de la división tradicional de poderes, poniendo
así en jaque al sistema jurídico entero, habrá que destacar que la colaboración entre poderes,
como se ha demostrado con el esquema español, se empata con un sano entendimiento que
fensa pública como un servicio universal que busque a toda costa la equipa-
ración? El desafío de responder a todas estas interrogantes, definitivamente,
provocaría un profundo viraje ontológico de la profesión, que indispensa-
blemente transita por una concepción pública de la abogacía, que sin dejar
de lado su componente liberal sea consciente de su entorno.
armoniza las pretensiones del ciudadano con las prerrogativas del legislador. Desplegando
con audacia, inteligencia y utilidad la Constitución, y simultáneamente siendo sagaz al di-
señar el contorno y los límites de su propia actividad, el juez se vislumbra como un actor
importante dentro del sistema de justicia gratuita, pero no precisamente como parte de di-
cho esquema, sino como un elemento previo que coadyuva en la conformación del derecho
involucrado.
658
Powell, Michael J., “Elite Professionalism in Modern Society: its Persistence and its
limits”, en Abel, Richard (ed.), Lawyers. A Critical Reader, cit., p. 161.
659
El denominado “gobierno de los jueces” aprovecha las condiciones que despliega en-
tender al derecho como un sistema mixto de reglas y principios, poniendo a su disposición
muchos recursos y técnicas que les permiten, casi siempre, encontrar una solución correcta
que acepta los límites del derecho y, por tanto, estar en sintonía con los valores que postula
el constitucionalismo moderno. Véase Garza Onofre, Juan Jesús, “Filosofía del derecho y
transformación social. Entrevista a Manuel Atienza”, El Juego de la Suprema Corte. Blog jurídico
de la revista Nexos, 4 de diciembre de 2017.
Cossío Díaz, José Ramón, “La ley del menor”, El País, 13 de enero de 2015.
660
Como se hizo notar en el capítulo III al repasar las tensiones de estos operadores y los
661
llermo et al. (coords.), Democracia, vol. 3: Perspectivas morales, políticas y jurídicas, cit. (en prensa).
Uno de los principales postulados de Duncan Kennedy en relación con el tema de la
663
posibles, en los que se desarrolle una sociedad donde no prevalezcan diferencias distributivas
aberrantes, los jueces alrededor del mundo difícilmente podrían cumplir con dicho paráme-
tro, pues las diferencias de salario de estos operadores jurídicos con relación al de la mayoría
de los ciudadanos son o parecen ser aberrantes. Se entiende así que un juez deudor de una
injusticia estructural no está en condiciones de interpretar el derecho como una herramienta
que nos permita acercarnos cada día un poco más a una sociedad justa, puesto que, en este
caso, sus intereses de clase le impondrán barreras que hagan imposible su neutralidad. Véase
Iosa, Juan y Garza Onofre, Juan Jesús, “Jueces, privilegios y legitimidad para administrar jus-
ticia”, Derecho en acción - Blog de la División de Estudios Jurídicos del Centro de Investigación y Docencia
Económicas (CIDE), México, CIDE, 18 de noviembre de 2015.
Ucín, María Carlota, “Litigio de interés público”, Eunomía. Revista en Cultura de la Lega-
668
669
Manzo, Mariana, “El lugar que ocupa el derecho y la política en el ejercicio profesio-
nal de los abogados”, Revista Direito e Práxis, Universidade do Estado do Rio de Janeiro, vol.
7, núm. 15, 2016, p. 202.
670
Shestack, Jerome J., “Role of the Lawyer in Human Rights Issues”, en Harper, J. Ross
(ed.), Global Law in Practice, Cambridge, Kluwer Law International and International Bar As-
sociation, 1997, p. 140.
671
Lloredo, Luis, “Derecho y democracia, juntos pero no revueltos”, en Lariguet, Gui-
llermo et al. (coords.), Democracia, vol. 3: Perspectivas morales, políticas y jurídicas, cit. (en prensa).
Manzo, Mariana, “El lugar que ocupa el derecho y la política en el ejercicio profesio-
672
llermo et al. (coords.), Democracia, vol. 3: Perspectivas morales, políticas y jurídicas, cit. (en prensa).
Kelley, Donald, The Beginnings of Ideology: Consciousness and Society in the French Reformation,
674
Tal vez, se podrá aducir que si uno no es partidario del activismo judi-
cial, por consecuencia y exigiendo los mismos parámetros de congruencia,
tampoco tendría que apoyar el “activismo litigante”. Porque es verdad que
entre amplios y variados sectores de la profesión, existen muchas suspica-
cias respecto al uso y abuso de estas prácticas, que ponen en tela de juicio
la independencia, el imperio de la ley, la separación de poderes…, resulta
evidente que todas esas preocupaciones se encuentran justificadas y tienen
fundamento. Sin embargo, precisamente, por eso es interesante propulsar
la faceta activista del abogado, ya que, por su propia naturaleza (por las
características particulares que se han distinguido a lo largo de este tra-
bajo), resulta un actor menos controvertido que el juez para dinamitar las
comprometidas dinámicas que exige el sistema. El potencial del litigante
activista puede llegar a desplegarse sin mermar la legalidad, la certeza, o la
separación de poderes, no sólo allanando el camino a otros operadores, sino
también fungiendo como enlace entre los mismos.
Asimismo, tomando en consideración la fuerte preponderancia en el
campo jurídico que entiende esencialmente a los procesos jurisdiccionales
como un conjunto de métodos ideados para que las personas con recursos
económicos puedan defender sus derechos de corte civil y político, en la que
una gran cantidad de abogados son profesionales exageradamente liberales,
resulta indispensable encarnar el interés general, no sólo a través de insti-
tuciones concretas como las defensorías públicas, o el trabajo pro bono, sino
también por medio de la presentación y posterior teorización y adecuación
de otras facetas en el ejercicio de la abogacía. De ahí que el abogado resulte
el depositario perfecto de la rúbrica de activista.
Transformar las dinámicas jurisdiccionales en procesos de naturale-
za más transversal, en los que intervengan de forma directa otros actores,
como los abogados, no significa provocar una ruptura en el sistema ni mu-
cho menos destruir las instituciones de justicia, sino simple y sencillamente
aprovecharlas para mostrar otras alternativas de ejercer la profesión y fo-
mentar una visión social que pueda estar en sintonía con la realidad y hacer
contrapeso a los modelos predominantes.677 El activismo litigante puede ser
una alternativa a muchas de las problemáticas teóricas que el activismo ju-
dicial ha provocado en la literatura jurídica y filosófica-política; muchos de
Impulsar que los abogados litiguen cuestiones de índole social o casos en materia de
677
que se puede esperar, es una especie de desprecio por los cursos, tanto por la
concepción teórica de la ley que parecen tener sus maestros como por el pro-
ceso intelectual en el que ellos mismos se involucran.678
678
Boyd White, James, From Expectation to Experience, Míchigan, The University of Michi-
gan Press, 1999, pp. 8 y 9.
679
Vázquez, Rodolfo, “Concepciones filosóficas y enseñanza del derecho”, Academia. Re-
vista sobre Enseñanza del Derecho, Buenos Aires, año 6, núm. 12, 2008, p. 228.
680
Vázquez Sotelo, José Luis, Sistemas jurídicos y formación de jueces y abogados, Barcelona,
Promociones y Publicaciones Universitarias, 1995, p. 121.
681
El término “clínica” es propio de los estudios de medicina (proviene del griego y hace
referencia a la cama donde se realizan las exploraciones médicas). Véase ibidem, pp. 108 y
109.
Hay que tener presente que las pautas que dictan nuestros actuales mo-
delos de democracia constitucional hacen que los sistemas de justicia en-
cuentren su justificación en la colaboración institucional. Así, las escuelas
de derecho y los propios abogados, como entes de profundo influjo social,
verifican su existencia en el Estado, y deben, por tanto, ayudar al mismo
en importantes labores de regulación y responsabilidad social respecto a su
gremio. De tal manera que la formación de nuevos abogados por medio de
modelos como la enseñanza clínica guiada por abogados experimentados
en las escuelas de derecho sirve para combinar el aprendizaje práctico con
el teórico, llevando a la universidad problemáticas sociales que difícilmente
mación de nuevos perfiles de juristas”, en Rojas Castro, María Ovidia y Manzo, Mariana
(coords.), Profesión jurídica: discusiones sobre la práctica del derecho en América Latina y el Caribe, cit.,
p. 167.
Ibidem, pp. 155 y 156.
684
Saba, Roberto, “La academia jurídica según Owen Fiss”, Academia. Revista sobre Ense-
685
ñanza del Derecho, Buenos Aires, año 12, núm. 24, 2014, p. 86.
Vázquez Sotelo, José Luis, Sistemas jurídicos y formación de jueces y abogados, cit., p. 121.
686
Galanter, Marc, y Palay, Thomas M., “Large Firms”, en Abel, Richard (ed.), Lawyers.
687
mación de nuevos perfiles de juristas”, en Rojas Castro, María Ovidia y Manzo, Mariana
(coords.), Profesión jurídica. Discusiones sobre la práctica del derecho en América Latina y el Caribe, cit.,
p. 170.
Desde la segunda década del siglo XX, Ángel Ossorio y Gallardo, de-
bido a la popular confusión semántica respecto a quienes tienen el grado
en derecho y quienes ejercen como abogados, reprocha los honores no co-
rrespondidos y omite las vergüenzas aducidas, y a través de las primeras
páginas de su obra El alma de la toga escribe: “En España todo el mundo es
abogado, mientras no pruebe lo contrario”.691 Dicho refrán parece seguir
teniendo vigencia, pues la cantidad de personas afiliadas a alguno de los 83
colegios que existen en el territorio, para así cumplir los requisitos formales
y poder ejercer la abogacía en los términos que indica la normativa, era de
256,644692 abogados, lo que desde hace años convierte a España en uno de los
países de la Unión Europea con mayor densidad de abogados.693
En el continente americano, según datos del Centro de Estudios de Jus-
ticia de las Américas,694 entre los treinta y tres países miembros de la Orga-
690
Ibidem, pp. 166 y 167.
691
Ossorio y Gallardo, Ángel, El alma de la toga [1919], Zaragoza, Reus, 2013, p. 15.
Cifra actualizada hasta el 31 de diciembre de 2017, según el Consejo General de la
692
Abogacía Española.
Carnicer, Carlos, La abogacía española en datos y cifras, Pamplona, Thomson-Reuters-
693
el estado de la Justicia en las Américas 2008-2009, Santiago, Centro de Estudios de Justicia de las
Américas (CEJA), cuarta versión, 2009.
Es pertinente señalar lo difícil que resulta conseguir información sobre los números de
695
Doing in a World of «Too Many» Lawyers”, Oñati Socio-Legal Series, vol. 3, núm. 3, 2013,
p. 381.
Ferrari, Vincenzo, Derecho y sociedad. Elementos de sociología del derecho, cit., p. 197.
699
700
MacFarlane, Julie, The New Lawyer. How Settlement is Transforming the Practice of Law, Van-
couver, UBC Press, 2008, p. IX.
701
Galanter, Marc y Palay, Thomas M., “Large Firms”, en Abel, Richard (ed.), Lawyers. A
Critical Reader, cit., p. 58.
702
Fortalecer el trabajo de los abogados como mediadores y conciliadores, a través de las
denominadas “habilidades del cuidado”, podría plantearse como una especie de feminiza-
ción de la profesión, develando un caso más de cómo las teorías feministas (al poner el acento
en la violencia que entraña tras las estructuras patriarcales) develan la urgente necesidad por
desplegar una metodología holística, que entienda a los procesos jurídicos desde una óptica
más amplia que la mera confrontación.
703
En ese sentido, por el protagonismo que en años recientes ha cobrado la justicia res-
taurativa, resulta primordial resaltar estos métodos en el ejercicio de la abogacía como la
opción más adecuada para estas dinámicas, comprendiendo al derecho y la justicia desde
una faceta no confrontacional, sino más bien armónica.
704
MacFarlane, Julie, The New Lawyer. How Settlement is Transforming the Practice of Law, cit.,
p. 96.
711
Para abordar algunas cuestiones fundamentales sobre la mediación y una determina-
da manera de concebirla, véase Aguiló, Josep, El arte de la mediación. Argumentación, negociación y
mediación, Madrid, Trotta, 2015.
712
Abel, Richard y Lewis, Philip S. C., “Putting Law Back into the Sociology of Law-
yers”, en Abel, Richard y Lewis, Philip S. C. (eds.), Lawyers in Society. An Overview, cit., p. 316.
713
Abel, Richard, “The Transformation of the American Legal Profession”, en Abel,
Richard (ed.), Lawyers. A Critical Reader, cit., p. 126.
714
Manzo, Mariana, “La política gremial y judicial: profesionales del derecho en sindi-
catos de Argentina”, en Rojas Castro, María Ovidia y Manzo, Mariana (coords.), Profesión
jurídica. Discusiones sobre la práctica del derecho en América Latina y el Caribe, cit., p. 100.
Martín Reyes, Javier, Reforma en materia de justicia cotidiana, México, Fondo de Cultura
717
719
No cabe duda que a partir de la autorregulación pueden surgir diferentes problemas,
como el fenómeno de la policracia, o el difícil acatamiento de los mecanismos disciplinarios
de los involucrados para respetar sus compromisos éticos. Sin embargo, vale la pena llamar
la atención sobre las potencialidades que resulta de ayudarse entre pares, desarrollando me-
jores estándares de prácticas y formas para alcanzar la rendición de cuentas. Véase Lazega,
Emmanuel, The Collegial Phenomenon, cit., p. 273.
720
Rhode, Deborah, In the Interests of Justice. Reforming the Legal Profession, cit., p. 145.
721
Alonso-Lasheras, Antonio, “Estudio preliminar”, en Saz, Silvia del, Los colegios profesio-
nales, cit., p. 12.
722
Salom Parets, Aina, Los colegios profesionales, Barcelona, Atelier, 2007, p. 32.
723
Annan, Kofi, “Guest foreword”, en Harper, J. Ross (ed.), Global Law in Practice, Cam-
bridge, Kluwer Law International and International Bar Association, 1997, p. VI.
Susskind, Richard, The End of Lawyers? Rethinking the Nature of Legal Services, Nueva York,
729
y criticar, las vías en que los médicos y los profesionales de esta disciplina tratan con sus
pacientes, los sociólogos del derecho acaso recientemente comienzan a realizar las mismas
interrogantes respecto a las relaciones de los abogados con sus clientes. Algunos atribuyen es-
tas omisiones a las dificultades para tener acceso a la oficina de un abogado, alegando que un
observador pudiera poner en peligro el privilegio del cliente que evita que el abogado viole la
relación de confidencialidad. Sarat, Austin y Felstiner, William, “Lawyer-Client Interaction”,
en Abel, Richard (ed.), Lawyers. A Critical Reader, cit., p. 45.
sitan más información respecto al trabajo que realizan los abogados y otros
empleados jurídicos.
De ahí que las nuevas tecnologías de la información y las comunicacio-
nes pueden fungir como una herramienta importante “que permita ampliar
el acceso, cumplir con estándares de transparencia y rendición de cuentas,
brindar un servicio más eficiente, y en general acercar a la ciudadanía al sis-
tema de justicia”.731 Porque por medio de estos dispositivos inmersos dentro
de la coyuntura descrita se pueden generar condiciones que no sólo faciliten
a los clientes la comprensión de las dinámicas jurídicas, sino que también
habiliten a los abogados para interactuar y desarrollar sus labores a la par
de otros tantos profesionistas, que por lo general permanecen ajenos a estas
dinámicas.
Es decir, más allá de que los abogados utilicen comúnmente herramien-
tas como motores de búsqueda jurídicos, o softwares o aplicaciones especiali-
zadas, el verdadero potencial que tiene la implementación de estas tecnolo-
gías en el derecho radica en emplearlos para generar un alto impacto en el
entorno en que se desarrollan, vinculando la responsabilidad social con los
cambios científicos.
Ahora bien, estas profundas transformaciones tecnológicas en las di-
námicas del derecho casi siempre se plantean en términos alarmistas y
centrando su atención en la deshumanización de las funciones jurisdiccio-
nales; sin embargo, para el ejercicio de la abogacía estas modificaciones no
encierran los mismos peligros que para otros operadores. Sus potencialida-
des dependerán, en mayor o menor medida, de la correcta y creativa ar-
monización de las propias dinámicas de la profesión con su correspondiente
sentido de responsabilidad social y comunitaria. Ejemplos que van desde el
uso de métodos de crowdfunding para financiar un litigio a personas de es-
casos recursos, pasando por sitios de data analytics, que hacen más eficiente
el tiempo y el trabajo invertido en los casos, o que bien pueden ayudar a
predecir alguna determinada decisión que se tenga que tomar al respecto, o
la existencia de una comunidad online que de forma colaborativa comparte
información jurídica relevante, hasta la existencia de programas de revisión
automática de contratos, hacen que, de alguna manera u otra, se modifique
por completo el tablero que reclama un modelo egoísta de abogado en el
que los límites de su trabajo estén bien definidos por los criterios que dicta
el mercado.
Esto no significa que la profesión se despersonalice, o bien que tenga
que perder el indispensable componente humano que se requiere para tra-
Lillo, Ricardo, “El rol de las TIC en una justicia para ciudadanos”, Sistemas Judiciales.
731
Una perspectiva integral sobre la administración de justicia, Santiago, año 9, núm. 16, p. 7.
tar a los clientes. Por el contrario, a pesar de existir una profunda y cons-
tante alteración en las conductas y en los métodos tradicionales que, por lo
general, se han usado en el campo jurídico, los abogados cuentan con las
posibilidades para transformar sus labores, a la par de no desatenderse de
sus responsabilidades sociales, pues si innovamos en tecnología también es
posible innovar en la forma en cómo construimos nuestras relaciones.732
Hoy más que nunca, se torna necesaria una discusión sobre la con-
cepción del usuario y el rol de las tecnologías en el ejercicio de la abogacía
desde una perspectiva de políticas públicas, que pueda abarcar cualquier
servicio de nuestros sistemas de justicia. Ante estas transformaciones de la
práctica del derecho, los abogados no pueden abandonar la regulación pro-
fesional, sino que en aras de conjugar y adaptar las exigencias de la moder-
nidad, deben comenzar la difícil, pero importante tarea de diseñar estruc-
turas reguladoras más efectivas que protejan tanto a los clientes como a los
valores que sustentan a su comunidad.
Sin que ninguna conclusión sea definitiva precisamente en estos temas,
la invitación sería a abandonar cualquier miedo y prejuicio al respecto. Las
nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones no pretenden ni
desplazar a los abogados ni ser la panacea para aproximar el derecho a la
experiencia cotidiana, sino, simple y sencillamente, son alternativas emer-
gentes (con potencialidades y riesgos), que, bajo el presente escenario de
globalización y cambio generacional, cuentan con esquemas flexibles para
propiciar condiciones transversales propicias para el acceso y asimilación
de la cuestión jurídica. La prudencia, la creatividad, la constancia, y la con-
tinua comunicación, son algunos factores cruciales para el buen desarrollo
de estas coyunturas.
Balkin, Jack, “The Path of Robotics Law”, California Law Review Circuit, vol. 6, junio de
732
I
Yo, que pensaba en una blanca senda florida,
donde esconder mi vida bajo el azul de un sueño,
hoy pese a la inocencia de aquel dorado empeño,
muero estudiando leyes para vivir la vida.
Y en vez de una alegría musical de cantares,
o de la blanca senda constelada de flores,
aumentan mis nostalgias solemnes profesores
y aulas llenas de alumnos alegres y vulgares.
Pero asisto a la clase puntualmente. Me hundo
en la enfática crítica y el debate profundo.
Savigny, Puchta, Ihering, Teófilo, Papiniano…
Así cubren y llenan esta vida que hoy vivo
la ciencia complicada del administrativo
y el libro interminable del Derecho Romano.
II
Luego, en el mes de junio, la angustia del examen.
Pomposos catedráticos en severos estrados,
y el anónimo grupo de alumnos asustados
ante la incertidumbre tremenda de dictamen
que juzgará el prestigio de su sabiduría...
aplaudid aquel triunfo que el talento pregona,
y mirad cómo a veces el dictamen corona
con un sobresaliente una testa vacía.
Deshojar cuatro años esta existencia vana,
en que París es sueño y es realidad la Habana;
gemir, atado al poste de la vulgaridad,
y a pesar del ensueño de luz en que me agito,
constreñir el espíritu sediento de infinito
a las angostas aulas de una Universidad.
Publicado durante 1922 en el primer número de la revista Alma Mater, que fungía
733
III
¿Y después? Junto a un título flamante de abogado,
irá el pobre poeta con su melancolía
a hundirse en la ignorancia de alguna notaría,
o a sepultar sus ansias en la paz de un juzgado.
Lejos del luminoso consuelo de la rosa,
de la estrella, del ave, de la linfa, del trino,
toda la poesía de mi anhelo divino
será un desesperante montón de baja prosa.
Y pensar que si entonces la idealidad de un ala
musical, en la noche de mi pecho resbala
o me cita la urgente musa del madrigal,
tendré que ahogar, señores, mi lírica demencia
en los considerandos de una vulgar sentencia,
o en un estrecho artículo del Código Penal...
734
Cosacov, Gustavo, “El poder de los juristas (o de la necesidad de nombrar)”, en Berga-
lli, Roberto y Rivera Beiras, Iñaki (coords.), Poder académico y educación legal, cit., p. 31.
Capella, Juan Ramón, El aprendizaje del aprendizaje. Una introducción al estudio del derecho,
735
A diferencia de países como Estados Unidos e Inglaterra, en donde los filtros para ejer-
736
cer la profesión se encuentran agravados más allá de las universidades, o también de lo que
ocurre en lugares como Francia o Italia “donde, los Colegios Profesionales, como encargados
del registro que habilita para el ejercicio profesional comprueban que el candidato reúne las
condiciones, bastante rigurosas, por cierto, legalmente previstas, examen que a pesar de ser
reglado, contiene algunos elementos subjetivos, como la moralidad o conducta que quedan
a la libre valoración colegial”, en la mayoría de los países iberoamericanos no existe una tra-
dición de control real del acceso a la profesión. Véase Saz, Silvia del, Los colegios profesionales,
cit., pp. 142 y 143.
Calamandrei, Piero, Demasiados abogados, cit., pp. 44 y 45.
737
litigantes y partes”, Reforma Judicial: Revista Mexicana de Justicia, México, núm. 3, 2004, p. 31.
Glendon, Mary Ann, A Nation Under Lawyers, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux,
739
1995, p. 285.
Rojas, Mauricio, “No el abogado, «mejor el doctor». La imagen social del profesional
740
Rhode, Deborah, In the Interests of Justice. Reforming the Legal Profession, cit., p. 156.
741
De ahí que los colegios profesionales resultan las instituciones adecuadas para desple-
742
gar dicha educación, y aunque ya se realiza en parte, de lo que se trata es de convertir a estas
prácticas en una especie de pilar fundamental de dichas entidades.
Conclusión
EL ESCUDO DE AQUILES
No te desanimes.
Ahora tiemblas, pero tal vez
mañana todo empiece de nuevo.
Roberto Bolaño743
Empezó por hacer un escudo grande y pesado; lo labró con arte por todas
partes; alrededor le adosó un triple reborde brillante, y a partir de éste, un
tahalí de plata. Cinco eran las capas del escudo, en el que hacía sus obras de
arte con ingeniosa inventiva.
…
Allí labró dos ciudades de hombres mortales, ciudades hermosas las dos.
En la una se celebraban bodas y festejos. A las novias las llevaban por el pue-
blo desde sus aposentos, bajo antorchas encendidas y al son de muchos cantos
nupciales. Los mozos daban vueltas bailando, mientras entre ellos las flautas
y las liras hacían oír sus sones. Las mujeres del pueblo, cada una en el portal
de su casa, los contemplaban admiradas. Mientras tanto, los hombres estaban
reunidos en la plaza. Se había producido un litigio: dos hombres se disputa-
743
“Ahora tu cuerpo es sacudido por”, La universidad desconocida, cit., p. 92.
251
ban el dinero a pagar por otro hombre al que uno de ellos había matado; éste
aseguraba haber pagado ya todo, y lo acreditaba ante el pueblo; el otro nega-
ba haber recibido nada. Los dos apelaban a un testigo en busca de la prueba
decisiva. El pueblo aclamaba a ambos, apoyando a uno o a otro, mientras los
heraldos contenían a la multitud. Los ancianos, sentados en piedras lisas, en
el sagrado corro, tenían en sus manos los cetros de los heraldos, de sonoras
voces, y poniéndose en pie, uno tras otro, emitían sus dictámenes. En medio
de ellos reposaban dos talentos de oro, para dárselos a aquel que entre ellos
dictase la sentencia más recta.
B) Sobre la tesis del caso especial de Robert Alexy para las argumen-
taciones de los abogados, es pertinente llamar la atención sobre su incom-
patibilidad, pues, a pesar de la relevancia de dichos postulados para servir
como pautas generales de ciertas problemáticas jurídicas, éstos adolecen
por lo menos de dos claros defectos al momento de tratar de aplicarlos hacia
la figura del abogado. El primero, relacionado con la contradicción que im-
plica para los abogados seguir, o pretender seguir, las reglas del discurso, y
el segundo, respecto a la restricción de dicha profesión a una sola actividad,
que es la forense o litigiosa. Urge dejar de ignorar las características propias
de los abogados, porque de otra manera se tiene el riesgo de que el resul-
tado lamentablemente siempre sea el mismo: la construcción de una teoría
jurídica que, aunque relacionada con otros ámbitos de la razón práctica,
carecerá de verdadera utilidad práctica.
C) Al conjugar la teoría de la argumentación jurídica de Manuel Atien-
za y la figura del abogado, es posible dejar de comprender el razonamiento
de estos actores como un producto meramente consecuencialista. Cuando
se contempla la figura y la función del abogado como la de un auxiliar de
la justicia, se puede entender que la pretensión de tipo justificativo en los
argumentos de los abogados tiene que ser acorde con el sistema jurídico
para que sean aceptados por otros operadores, de tal forma que las argu-
mentaciones de los abogados se entenderán como vicarias, pero en términos
de participación del mismo sistema y contribución a un debate que adopta
distintas formas de controversia. De acuerdo con la propuesta argumentati-
va de Atienza, y en sintonía con las exigencias que conlleva el modelo que
propone el Estado constitucional de derecho, en la medida en que los proce-
dimientos otorgan a los ciudadanos la oportunidad de participar en demo-
cracia, el razonamiento de los abogados encuentra justificación a partir de
su carácter técnico y siendo conforme tanto con las normas y los valores del
sistema jurídico como con aquellas normas y valores que rigen su profesión.
Como se ha podido observar, esta vez, al analizar la figura del abogado a
través de diferentes autores enmarcados dentro del paradigma postpositivis-
ta, se entrevén algunas opciones para su desarrollo teórico que, sin embargo,
se encuentran invariablemente supeditadas al trabajo de los jueces, entendi-
dos como los actores fundamentales en esta concepción iusfilosófica. Antes
que seguir ignorando a los abogados, es tiempo de involucrarlos dentro de
las trayectorias de la filosofía jurídica contemporánea: la actualización de esta
disciplina y de las múltiples consecuencias que acarrea puede resultar bas-
tante provechoso para la futura consolidación de nuestros Estados constitu-
cionales.
5) Una vez trazados los principales esquemas teóricos sobre los que se si-
túa la figura del abogado, el último capítulo parte de la inaplazable premisa
por generar vínculos que conecten las necesidades sociales con la profesión,
para concluir que resulta urgente aspirar al replanteamiento y construc-
ción de alternativas político-institucionales que generen un mejor sistema
de justicia por medio del trabajo colaborativo entre múltiples operadores
jurídicos. La escasa relevancia con la que cuentan distintos mecanismos que
propulsen la responsabilidad social en la abogacía demanda una cultura de
calidad en los servicios de los abogados. De ahí que, sin el ánimo de pre-
sentar un listado limitativo, se enuncian una serie de alternativas ideadas y
desarrolladas desde diferentes ópticas, para intentar reflejar posibles solu-
ciones no sólo en relación con la profesión, sino también de manera mucho
más amplia respecto al sistema jurídico en general. Desde el trabajo pro bono
y las defensorías públicas, pasando por los métodos alternativos de solución
de conflictos y de estrategias de mediación y conciliación en la abogacía, o
las nuevas tecnologías en la profesión, hasta replantear la forma cómo se
enseña derecho, entre otras tantas opciones, se concluye el presente trabajo
haciendo conciencia de las múltiples ausencias teóricas y dificultades prác-
ticas que conlleva el estudio de la figura del abogado. Sin embargo, difícil-
mente se podrá comprender el trabajo y las futuras posibilidades de estos
operadores sin ahondar en sus complejidades, discutir sus contradicciones,
pero, sobre todo, bosquejar un escenario en el que los mismos abogados
puedan imaginar otras formas de desplegar su profesión.
Después de estudiar la figura del abogado desde diferentes ópticas, con-
jugando múltiples disciplinas, resulta difícil negar su relevancia. Su prepon-
derante papel en la construcción del derecho resulta crucial para el análisis
de los efectos que tiene la traducción de cualquier conflicto material a tér-
minos jurídicos, es decir, la expropiación del problema en relación con los
verdaderos afectados y su posterior tratamiento por expertos (con base en
procedimientos reglados y un lenguaje técnico y altamente especializado).
En el fondo, se descubre a los abogados como agentes posibilitados para
el uso político de las formas jurídicas, tanto en su vertiente de dominación
como de emancipación. El rol que juegan en esas luchas y las maneras en
las que pueden aprovecharse del sistema jurídico, en definitiva, no se pue-
den disociar de una determinada idea de justicia. De ahí que resulte impor-
tante desarrollar, o bien complementar, una concepción del derecho que
contribuya al poder de incidencia social que tienen los abogados, continuar
reflexionando sobre sus intrincadas problemáticas éticas, y diseñar medidas
institucionales que puedan provocar que los abogados tomen conciencia de
sus acciones para dejar de ser cómplices de injusticias.
BIBLIOGRAFÍA
263
264 BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFÍA 265
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vuelta de tuerca”, Doxa. Cuadernos de Filosofía del Derecho, Alicante, núm. 37,
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