Peritaje o Mediacion en Los Conflictos Familiares

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 10

INSTITUTO DE LA FAMILIA

Centro de Docencia, Investigación y Asistencia en Terapia Familiar Sistémica


[email protected] / www.institutodelafamilia.com

PERITAJE O MEDIACIÓN EN LOS CONFLICTOS


FAMILIARES

Carlos María Díaz Usandivaras1

Quisiera hacer ante todo una aclaración: yo no soy un gran conocedor, ni siquiera alguien
muy informado sobre el tema “Etica”. Mi conocimiento de la Etica simplemente el de una
persona con valores, que ejerce naturalmente su profesión y tiene que hacerlo éticamente.
Voy a hablar desde la visón de un terapeuta familiar, desde la Epistemología de la Teoría
General de los Cibernética. Desde esta perspectiva la conducta normal y anormal, está no
determinada pero sí afectada por las interacciones actuales de los individuos con otros
individuos. Nos ubicamos en las relaciones del individuo con sus contextos: contextos que
tienen una organización y una estructura. En estas relaciones, la causalidad de las conductas
es circular, es decir, que las conductas de unos influyen en las conductas de los otros y así
recíprocamente.
Por otra parte, desde el relativismo constructivista, consideramos que el conocimiento de la
“realidad absoluta” no existe. Cada uno construye “su” realidad de acuerdo a su propia
subjetividad y a la peculiaridades con que organiza el proceso cognitivo.
Finalmente, pensamos que todo individuo tiene sus recursos propios, positivos, que no
siempre están comprometidos en la patología o en la enfermedad; y el deber del terapeuta
es tratar de encontrarlos y movilizarlos.
Los terapeutas familiares sistémicos tendemos a hacer terapias breves y esto es un
imperativo ético. No solo por razones económicas, sino porque toda psicoterapia implica
una seria perturbación ecológica en cualquier grupo humano, donde el terapeuta se agrega
como convidado de piedra. Así por ejemplo, en los tratamientos individuales prolongados
de niños y adolescentes, es evidente que se genera un menoscabo de la autoridad y del
poder de decisión de los padres. Por otra parte, se crea un contexto sobreprotector que
preserva a estos pacientes de afrontar las consecuencias de sus acciones y termina quitando

1
Médico Psiquiatra. Terapeuta Familiar. Master en Matrimonio y Familia. Profesor de Psicología
Clínica de la Familia en la Facultad de Psicología de la Universidad de Belgrano-Buenos Aires
Argentina. Director del Instituto de la Familia de San Isidro.
2

responsabilidad a la familia, a través de un proceso de depositación, tal como lo describiera


ya Enrique Pichón Riviere.
He preferido partir desde un caso clínico, para analizar este tipo de situaciones.
Cuando hablamos de peritaje o mediación, nos referimos a dos conceptos que tienen que
ver con lo jurídico. Por lo general, los terapeutas intervenimos en peritajes, a solicitud de la
Justicia. Ahora bien al introducir el concepto de “Mediación” como alternativa, estamos
mostrando un cambio en el enfoque. En la metodología clásica del derecho y del
procedimiento judicial, se evalúan hechos del pasado a fin de que el juez tome una decisión
en el presente. En general poco o nada tiene que ver con el futuro, ya que su acción es
básicamente retrospectiva: desde lo que pasa hoy, para atrás. Esto es absolutamente
legítimo, es la metodología jurídica, salvo en algunas circunstancias particulares de
excepción.
Sin embargo, cuando están en juego problemas estrictamente humanos, es necesario
también un enfoque del presente hacia el futuro. Desde esta perspectiva, en el Derecho de
Familia y en el Derecho de Menores, el juez o la Justicia deja de ser solo un medio de
control social, y deviene también un medio de transformación social. El juez se convierte
así en agente de cambio del futuro, a través de la acción presente que le toca juzgar.
Veamos el caso.

Telefónicamente, José, de 36 años, solicita una consulta. Informa que el


Tribunal, en le que tramito la causa por su divorcio, pidió la intervención
de un perito psicoterapeuta. El problema consiste en que Victoria, su hija
de siete años, no quiere salir con él. José atribuye esta negativa a actitudes
de Ana, la madre, de quien está divorciado hace cinco años, que le muestra
a Victoria una imagen distorsionada del padre. Ella niega este cargo,
atribuyendo la negativa de su hija a la poca constancia de él en la relación.

El Juez desea que el profesional consultado determine:


1º. Qué sucede a Victoria.
2º. Por qué no quiere salir con su padre.
3º. Cuál es el mejor régimen de visitas.
Esta claramente pautado que el juez requiere un “peritaje”, es decir un profesional experto
que pueda investigar esa situación y contestar esas preguntas. El magistrado necesita mayor
información para poder tomar una decisión, y así dictar una sentencia con mayor
conocimiento de causa y probablemente con menos riesgo de equivocarse.
El juez dio a los esposos la oportunidad de elegir el terapeuta a consultar y José me llamó
por sugerencia de su terapeuta individual, con el acuerdo de Ana.
Ellos efectuaron un divorcio por presentación conjunta, no contradictorio, y firmaron un
acuerdo que otorga a la madre la tenencia de Victoria que en ese momento tenía dos años.
Se liquidaba la sociedad conyugal atribuyendo el uso del domicilio familiar, que era la
propiedad exclusiva de José, a la madre hasta la mayoría de edad de Victoria. Sin embargo
una cláusula indicaba que si Ana concretaba una nueva unión este beneficio se perdía
automáticamente. Se acordó un régimen de visitas a favor del padre y una cuota
alimentaria.
José ha abierto una causa hace dos meses, por incumplimiento de régimen de visitas
acordado ya que Victoria se niega al mismo. Según su abogado, este rechazo “esta inducida
3

por su madre” y amenaza con reclamar la tenencia a favor del padre, si no se cumple el
régimen de visitas.
Desde nuestra perspectiva, el tema sobrepasaba las posibilidades de la Justicia, en tanto que
nos encontramos con la conducta aparentemente inexplicable de una niña de siete años que,
sin mayores razones, rechaza salir con su padre y ante la cual éramos, todos,
ejecutivamente impotentes y en estos casos ni la Suprema Corte puede obligar a un chico a
cambiar.
Propusimos, entonces, trabajar con la pareja para intentar un cambio en Victoria. El
abogado aceptó, con cierta perplejidad, un planteo significativamente diferente del inicial,
ya que su propósito era demostrar alguna enfermiza relación entre madre e hija, que dejara
a su cliente en ventaja.
Hagamos aquí una primera observación de orden ético. A través de la demanda presentada,
el padre esperaba que este peritaje mostrara la relación enfermiza, patológica de la madre
con la hija, que impedía las salidas. Se deducía entonces que la madre era la culpable de
esta situación, presionándola si no había un cambio, con la amenaza de quitarle la tenencia
de la hija y dársela al padre. Ahora bien esta estrategia implicaba, incrementar la distancia,
el encono, la violencia, la agresión en la pareja divorciada y, seguramente, reducir las
posibilidades de que la hija tuviera una relación suficiente y satisfactoria con ambos padres.
La abogada de Ana se mostró muy interesada en nuestra intervención, dado que ella es
especialista en Derecho de Familia y valoraba especialmente el manejo interdisciplinario de
este tipo de situaciones. Con el acuerdo y apoyo de ambos abogados, citamos a la pareja.
José se mostró irritado y desconfiado. Ana con actitud de indefensa, trataba de convencerlo
de que ella nada tenía que ver con la actitud de Victoria, adjudicándole a la conducta de
José la reacción de su hija. Ambos estaban en una “escalada”, pero no parecían guardar
demasiado rencor. Era llamativa la escasa comunicación entre ambos ex esposos,
provocada por la desconfianza de José. El temía que Ana se enterara de su intimidad, de su
nueva pareja y de su actual situación económica. Por ejemplo: Ana no tenía información
sobre el número de teléfono particular de José que por esto no pudo ser notificado de la
enfermedad de Victoria. Cuando ambos padres comprendieron que esta incomunicación era
perjudicial par la hija, empezaron a entenderse. José descubrió que su actitud defensiva era
innecesaria, pues Ana conocía muchos detalles de su vida sin acarrearle tan malas
consecuencias.
Ya con una mejor comunicación, entendieron que la actitud de Victoria ante su padre era
una consecuencia directa de la relación tensa y conflictiva entre ellos. Por otra parte, induje
a Ana a la idea de que ella no estaba demasiado interesada en cumplir funciones de mamá y
papá, reconociendo finalmente el derecho a su hija de tener un padre. Decidimos, de común
acuerdo, postergar el tema de las salidas y ocuparnos del tema del bienestar de Victoria.
Se les asignó dos tareas en esta primera entrevista:
Primero, debían encontrarse unos minutos cada semana y cambiar ideas sobre Victoria, su
educación y bienestar; segundo, debían ir juntos a la escuela y conversar con la maestra
sobre su desempeño escolar.
Dos semanas después nos informaron que se habían reunido en dos oportunidades, y que
habían evitado hablar del pasado, centrándose en Victoria y resolviendo algunos temas
pendientes sobre ella.
El colegio mostró una buena respuesta, ya que la maestra, también divorciada, los
comprendió, elogió la actitud de ellos, y se comprometió a ayudar a esta niña que a pesar de
4

todo no presentaba problemas escolares. La presencia de ambos padres en el colegio fue


una buena experiencia de co-parentalidad y un dato importante para Victoria.
En las entrevistas siguientes, cada quince días, se trabajó en los enfrentamientos de los
padres, mostrando que Victoria no aceptaría a José ni Ana no lo aceptaba como el padre de
su hija, con quien debía compartir responsabilidades. Les “prescribimos” seguir
reuniéndose una vez por semana para hablar de Victoria, tratando de que ella lo supiera, sin
que ello implicara una posible vida conjunta de ellos.
Para nosotros, estaba claro que Victoria rechazaba a su padre por un conflicto de lealtades.
Ana se había mostrado siempre como víctima del abandono de José, como débil y
desprotegida, llora con mucha facilidad cuando se emociona; mientras que José parecía el
victimario, fuerte e insensible.
Aunque él se comportó casi siempre como un buen padre con Victoria, ella se identificó
con su madre, sintiéndose también abandonada. Ana no había podido discriminar las
funciones maritales de José con las que estaba obviamente muy desconforme, de las
funciones parentales, que eran satisfactorias, confundiendo ambas y viéndolo tan mal padre
como mal marido. Se constituyó de esta manera una “coalición” potencialmente generadora
de disfunciones y patologías.
El objetivo era lograr una relación respetuosa y cordial entre ellos: desarrollar la capacidad
no sólo para detectar y evitar todas aquellas conductas provocadoras de violencia que
pudieran gatillar en el otro una reacción indeseable, sino también la capacidad de no
reaccionar “retaliativamente” cuando alguna pudieran filtrarse, en forma inevitable.
Otro tema importante fue que comprendieron la importancia del padre en la relación
parental, desmitificando el prejuicio matriarcal de que a la niña le bastaría solo con el
contacto y amor de su madre. A la vez, esta relación matrifocal fue “redefinida” como
“injusta” para Ana, ya que era forzada a responsabilizarse del doble papel de madre y
padre. Fue claro para ambos que Victoria debía tener también una padre responsable que la
educara, con quien salir, compartir horas y afectos.
En algunas entrevistas individuales me ocupé de otros aspectos, como las áreas de la vida
de Ana no incluidas en su función parental. Así se trataron sus posibilidades de formar otra
pareja, que había resignado, como sometiéndose a las cláusulas del contrato de asignación
del domicilio conyugal, sacrificio que se considero injusto y paralizante para su desarrollo
personal. Ana comenzó a mostrarse con más seguridad y confianza, y aceptó que era mejor
compartir a su hija con el padre.
Mientras tanto, el abogado de José y el tribunal se mostraban desconcertados porque el
proceso judicial estaba en un “impasse”. La parte actora, José, no había seguido actuando
consecuentemente con el plan inicial y el informe pericial, que el juez necesitaba para
decidir por los ex cónyuges, no llegaba. En efecto, mientras José y Ana negociaban y
tomaban decisiones sobre lo más conveniente para su hija, el Tribunal se convertía en un
mero espectador y ratificador de aquellas decisiones.
Nos comunicamos entonces con ambos abogados y el juez para darles las adecuadas
explicaciones. Nos vimos asesorados y apoyados en esta tarea por abogados en nuestro
equipo. Este constituye un momento critico, porque el subsistema judicial, mal encarado,
puede sentirse subestimado con el cambio y homeostáticamente, sin quererlo, buscar el
retorno al litigio.
No obstante la tarea efectiva realizada, Victoria seguía negándose a salir con su padre.
Investigamos mas profundamente las acciones de los miembros de la familia cuando el
padre intentaba buscar a Victoria para salir. Comprobamos que José mostraba una actitud
5

firme para cumplir la salida, pero no Ana. En efecto, la actitud de ella era esperar a que la
niña decidiera si quería o no salir.
Percibimos que en muchas otras situaciones de la vida cotidiana Ana concedía un gran
poder de decisión a Victoria y que esta “coalición” contra la que luchábamos, había
igualado las “jerarquías” de ambas, haciéndolas “simétricas”. Más allá del vínculo
problemático con su padre y de las situaciones conflictivas que esto generaba entre sus
progenitores, Victoria estaba defendiendo su privilegiada situación en la estructura de la
familia. La impresión del equipo era que si ella se decidía a salir con su padre y reiniciar la
relación parento-filial, se rompería la coalición y se afianzaría la alianza entre sus padres,
con lo cual ella perdería poder y tendría que responder a las consignas y a la autoridad de
ambos, en una relación complementaria y asimétrica.
Se hizo necesario ayudar a Ana a recuperar la jerarquía y el poder de decisión ante la niña.
Después de muchas vacilaciones, logramos que le explicara que ella también quería que
saliera con su padre y estuviera con él, no admitiendo ya la opción por parte de Victoria. El
padre llegó un día a buscarla y Ana, firmemente, venció la resistencia de la niña, que
después de algunas protestas iniciales, salió con su padre y reinicio gradualmente una
relación natural y satisfactoria.
Hubo una previsible reacción negativa de Victoria hacia su madre por haber roto la
coalición, que en muy poco tiempo fue superada por el buen manejo de Ana, que había sido
preparada para esa posibilidad. Un mes después, José retiró la demanda judicial, que ya no
tenía objeto.
Consideremos ahora como significativo el cambio de enfoque producido en varios niveles:
1) El proceso judicial confrontativo se transformó en un proceso emocional y
psicoterapéutico. Un verdadero proceso de “cambio de segundo orden”.
2) La actitud judicial de buscar las culpas de los protagonistas para dictar sentencia se
tradujo en búsqueda de acuerdos entre ellos para reparar los vínculos y recuperar la
ejecutividad parental.
3) La pericia judicial que dictaminara o probara hechos del pasado que informaran al
juez para actuar, se modificó en un proceso de mediación o de terapia que cambio
los hechos del presente y del futuro, haciendo innecesaria su sentencia, aunque no
su presencia que avaló todo lo actuado.
4) En enfoque individual centrado en la evaluación diagnóstica de la niña, pasó a
operar con todo el amplio contexto que incluyó a la familia, al tribunal, a los
abogados de ambos y aún al equipo psicoterapéutico.
5) El mero cumplimiento del régimen de visitas del padre en la disputa por la hija,
llegó a ser una eficiente relación co-parental que benefició a los tres.
6) Un incidente judicial, de una previsible larga sucesión terminó de este manera con
la resolución del problema de fondo que lo estaba generando y manteniendo por un
lado; y por otra parte, con la ruptura de una cadena de conductas, liberando al
tribunal de una estéril tarea reiterativa, y permitiéndole además, actuar en la
prevención de conflictos y dificultades futuras de la familia.

La metodología clásica del peritaje, para inculpar a uno de los cónyuges, cuando se
transforma en un proceso de mediación, donde una intervención terapéutica activa cambia
las circunstancias, se proyecta en el futuro, genera un cambio contextual y se crea una
nueva situación que hace innecesario el litigio.
6

Indudablemente, éste es un procedimiento que éticamente se debe seguir, siempre que sea
posible. Algunos por desconocer estas estrategias, seguirán actuando equivocadamente,
cometiendo errores en su práctica profesional quizás sin faltar a la ética. Sin embargo, creo
que es absolutamente obligatorio y ético que cada uno trate de ampliar su conocimiento y
saber qué es lo que se debe hacer para mejorar sus servicios profesionales, sobre todo
cuando lo que está en juego es nada menos que la familia.
En la época actual, seguir promoviendo litigios en los problemas de familia aún bajo la
justificación de reconocer derechos individuales, es algo absolutamente antiético.
La humanidad ha abolido la crueldad con los animales, prohibiendo las riñas de gallos, las
peleas de perros o las corridas de toros, es tiempo ya de que otorgue el mismo privilegio a
los seres humanos.

DEBATE.

Dra. Rovaletti: Hoy a la mañana, hablaba del derecho de los pacientes a obtener un tipo de
tratamiento competente, y el terapeuta por su parte, estaba obligado a una educación
continua. Planteaba cómo en los pre grados era necesario que se conocieran distintas
técnicas psicoterapéuticas, para ya en el post-grado después de tener un panorama amplio
poder optar por una de ellas. Sin embargo, dada la amplitud de conocimientos y técnicas
que existen actualmente, si se presentara un caso especial, y no se es especialista en el tema
al punto de no poder ofrecer un buen tratamiento, la actitud ética que corresponde es hacer
la derivación a un especialista si lo hubiere.
El abordaje sistémico de la familia es una de las técnicas específicas para los problemas de
mediación en los conflictos matrimoniales. Correspondería entonces que los profesionales
del campo psicológico con práctica en el campo del derecho de familia, conozcan e
instrumenten estas estrategias familiares para evitar dañar aún más a todos los miembros de
la familia que ya están insertos en un conflicto.
Sin embargo, actualmente no resulta esto ser tan obvio. Los peritajes son individuales, están
hechos en términos psicoanalíticos, para ser leídos o utilizados por u terapeuta y no por
jueces que no sin graduados en psicología ni psiquiatría. Así en un caso, se informó sobre el
“Edipo simple y compuesto”, mecanismos de defensa, etc.
Otro problema es también el de confidencialidad, que es la ética que protege la entrevista
clínica. Cuando el informe de un caso proviene de un requerimiento judicial, los datos de la
pericia no tienen la misma amplitud que si se tratara de una entrevista personal y libremente
solicitada, porque en ambas situaciones los objetivos sin distintos. En los expedientes
judiciales, los psicodiagnósticos están a la luz de cualquiera que pueda leer esa causa: están
todos los tests de los padres, de los hijos del mismo modo como pueden estar un certificado
o una cédula judicial: lo cual me parece nocivo para los miembros de esa familia. Siendo
material confidencial ¿no podrán estar en sobre cerrado y sólo ser utilizados por los
profesionales y los jueces?. ¿En qué medida se respeta la confidencialidad y el
consentimiento informado?, llama la atención que todavía hoy muchos jueces se manejen
en términos de peritajes y no de mediación.
Por eso le pregunto al Dr. Díaz Usandivaras, ¿si desde el área de terapia familiar es posible
un cambio en las estrategias de los jueces en la formación de los profesionales de la salud,
7

para que este sistema se modifique y para que los Tribunales de Familia próximos a
instalarse funciones de otra manera?.

Dr. Díaz Usandivaras: Sobre el problema de la confidencialidad: por el solo hecho de que
estos problemas se ventilen a nivel judicial ya pierden su confidencialidad. Al expediente
judicial tiene acceso cualquier persona que tenga relación con el caso.
La Dra. Rovaletti se refirió a la importancia de la orientación sistémica en los
psicoterapeutas familiares y estoy de acuerdo en ello. Se trata de un proceso que afecta a
toda la familia. La familia divorciada no se rompe, sino que se transforma de un estilo de
familia en otra familia. Lo ideal sería que pasara de una familia mononuclear a una familia
binuclear, es decir una familia con dos cabezas, la del padre y de la madre. Estamos
hablando de un “sistema familiar”, de una totalidad que es más que la suma de sus partes.
Por eso toda información o dato que se refiera exclusivamente a los individuos que
componen a esta familia, no nos da una verdadera información sobre la familia: si
pretendemos conocer a la familia simplemente sumando las informaciones acerca de los
individuos que la componen, nos volvemos a equivocar porque perdemos la noción de
estructura.
Pongamos un ejemplo concreto: a fin del año pasado, me llegó una familia muy complicada
de seis miembros: padre, madre y cuatro hijos, que venían con un enorme paquete. En él,
estaban los seis psicodiagnósticos realizados por uno de los más prestigiosos peritos de lº
Cuerpo Médico Forense, para tratar de conocer a esta familia.
Tenía seis psicodiagnósticos que hablaban minuciosamente de las características esquizoide
y confusionales, de los Edipos y las cosas que pasaban en cada uno de los miembros de esta
familia.
Se trataba de estudios bien realizados, muy minuciosos, que costaron dinero y además seis
meses para realizarlos. Sin embargo, yo no pude hacer absolutamente nada con este
material, ni al juez, ni tampoco la familia. Nadie se benefició con estos seis meses y el
dinero invertido, porque entre otras cosas eran informaciones sobre las características
individuales de cada uno: en ningún momento se decía qué estaba pasando en esa familia,
cuál era el conflicto, qué estaba sucediendo entre el padre y la madre y qué lugar tenían los
hijos en esta situación.
El otro gran problema era que la solución tampoco residía en seguir averiguando. Los
argentinos tenemos el gran problema de ser “grandes diagnosticadores” y no nos llega el
momento para el cambio. Tenemos además, una especie de pecado original que venimos
arrastrando: la hipertrofia del diagnóstico. Esto dice referencia con una vieja trampa que en
la Argentina se hizo a los psicólogos a los que se los preparaba como psicólogos, es decir
agentes de transformación de la sociedad y simultáneamente, se les prohibía hacer
psicoterapia. La solución de compromiso fue inventar el psicodiagnóstico “ al uso nostro”.
Se hizo una hipertrofia del psicodiagnóstico, porque en eso sí podían trabajar ya que no era
psicoterapia. Fabricamos toda una generación de psicólogos diagnosticadores, expertos,
capaces de escribir cinco páginas sobre la puntita de la Lámina 9 del Rorscharch.
Nos pasamos diagnosticando, nos pasamos hablando y no haciendo cosas. Y cuando las
situaciones son absolutamente críticas, no se puede perder tiempo. Es como si los bomberos
se dedicaran a diagnosticar las causas del incendio, en vez de apagarlo. La asistencia de una
persona en crisis es como la asistencia de un quemado: es absolutamente de urgencia. Es
preciso para el cambio, no solo diagnosticar y hacer evaluaciones o dictámenes. Este es un
deber ético: de los jueces, de la Justicia, de los cuerpos técnicos auxiliares, de los
8

profesionales. No se puede impunemente, hacer perder seis meses a una familia que se está
destrozando, porque los hijos no pueden ver al padre o a la madre, o por cualquier otra
situación de este tipo.
Está probado que el ataque a los vínculos, o la ausencia de vínculos, después de los seis
meses empieza a generar deterioros irreversibles y, después de los dos años, éstos quedan
prácticamente destruidos. Y sabemos que en nuestra Justicia, dos años pasan como las cosa
más natural. Dos años pueden ser la mitad o la tercera parte de la vida de un chico que está
inmerso en la disputa. Este es otro aspecto ético del problema, no se puede perder el
tiempo.
La Dra. Rovaletti habló de los Tribunales de Familia. Soy absolutamente “devoto” de los
Tribunales de Familia, ya que son imprescindibles, inclusive he colaborado en la
elaboración de algunos de los ante-proyectos de la Ley. Pero tengo mucho miedo de que no
sean lo que deben ser, y si volvemos a hacer “más de lo mismo”, las soluciones no se van a
dar , y vamos a malograr un buen proyecto. Si nos manejamos en los Tribunales de Familia
con la misma mentalidad que en la Justicia Civil, si seguimos con la misma mentalidad
burocrática, si seguimos pensando que hay que acumular papeles en vez de realizar hechos
que promuevan cambios en las personas en crisis, los Tribunales de Familia no cumplirán
con sus objetivos.
Desgraciadamente, la mayor parte de los ante-proyectos acerca de los Tribunales de
Familia, no son demasiado prometedores al respecto. Son proyectos en los cuales hay un
marcado desequilibrio, entre el personal estrictamente judicial y el personal no jurídico, es
decir, los terapeutas y mediadores que serían los equivalentes a los peritos.
Con respecto a la formación académica, estoy totalmente de acuerdo en la necesidad de una
formación amplia. Por otra parte hay un desequilibrio marcado entre los abogados y los
terapeutas. El trabajo con las familia requiere de la acción interdisciplinaria de terapeutas y
abogados: pero para ello los abogados deben conocer Psicología Familiar y los Terapeutas
Derecho de Familia. Actualmente son muchos más los abogados que conocen Psicología
Familiar que los terapeutas el Derecho de Familia. En general, a los terapeutas nos espantan
todas los elementos jurídicos y los procedimientos con que se aplican las leyes, algo
insoslayable en el ámbito tribunalicio, si uno quiere trabajar en este tema.
Desde hace tres años existe en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires,
una carrera de post-grado, de especialización para abogados en Derecho de Familia. Allí las
materias del Curriculum se dividen en tres áreas, la sociológica, la psicológica y la jurídica.
De este modo los abogados que egresan , tiene buena formación en psicología Familiar, y
algunos hasta brillante. Este hecho es muy alentador, ya que un día ellos podrían ser los
futuros jueces de Familia.

Pregunta del público: En el ámbito correccional, estamos en contacto con chicos y


adolescentes, donde la conducta delictiva suele ser un primer llamado de atención, otras
veces son ya drogadictos. El problema con que nos enfrentamos, más allá de la función
burocrática, es la absoluta resistencia de uno o de los dos progenitores o de toda la familia.
¿Cómo se pude superar esto?. En cambio en el fuero civil es distinto la familia viene,
mientras que aquí el adolescente o el niño es traído, como el resto de la familia.

Dr. Díaz Usandivaras: Por lo general, siempre son tratamientos muy particulares, porque
en psicoterapia todos sabemos que la condición “sine qua non” es la motivación del
paciente para realizar una psicoterapia. En esos casos, la motivación no es de los pacientes,
9

es una situación prácticamente compulsiva. Y eso ocurre tanto en los casos del fuero civil
como en el penal. Los casos civiles también son derivados por el juez, y si así no fuera, si el
juez no los presionara con la derivación, no vendrían. Y entonces después que han venido,
es preciso que el juez siga manteniendo la motivación, para que sigan trabajando en la
terapia o mediación. Todo depende de la aplicación de la autoridad del juez, esto podrá
parecer antipático, pero es mejor una terapia compulsiva que una falta de terapia cuando es
necesario.
Con respecto a los chicos y a los problemas penales, la familia tiene una cantidad de
reticencias, pero también el juez puede ejercer presión sobre la familia. Yo tengo un
ejemplo concreto desde hace un mes, se trata de una familia muy disgregada, muy caótica,
con un hijo de diecisiete años, delincuente. El adolescente está bajo libertad vigilada y la
familia había empezado a faltar a las sesiones: existía realmente poca colaboración de los
padres, el menor estaba bordeando nuevamente conductas muy sospechosazas y riesgosas.
Nos entrevistamos entonces con el juez, y directamente le solicitamos una audiencia con la
familia. Le propusimos una estrategia, donde él tenía que hacer de “malo” y nosotros de
“buenos”, es decir , que él tenía que ejercer con su dureza su autoridad y nosotros después
íbamos a aparecer como los “salvadores” de la familia. Esto fue una mistificación de la
situación, una mentira terapéutica, que uno podría también discutir desde el punto de vista
ético, pero que a nosotros nos parece válida en estos casos muy difíciles, muy graves. Este
menor estaba en serio riesgo de reincidir, y se comprueba estadísticamente que la
reincidencia termina casi siempre con un balazo de la policía en algún tiroteo: es la
“ejecución sin proceso”. Estos chicos caen en actitudes pasivas, que en el fondo traducen
actitudes de extremo abandono, de desentenderse de la vida y dejar que los maten.
El juez comprendió la situación, ejerció una “autoridad” dura sobre la familia, mostrando
las consecuencia a las que se arriesgaban, ya a partir de ese momento empezaron a cumplir,
hasta lograr un trabajo para el menor. De estaban haciendo ahora una cantidad de cosas que
antes no se podían. Mientras tanto, yo siempre sigo diciendo “mirá tené cuidado, porque el
juez se va a volver a enojar, está muy cabrero”, etc., sigo utilizando al juez como un
“cuco”, pero el juez sabe que se trata de una estrategia que puede servir para salvarlo. No se
cuan viable será a la larga para un juez manejarse de esta manera. Los terapeutas sistémicos
muchas veces hacemos eso estratégicamente. Arriesgamos nuestro prestigio, nuestra
posición, frente a una familia a condición de que ella tenga un cambio terapéutico. Esto
podría ser también esperable de un juez.

Dr. Nuño: Esto me suscita una pequeña reflexión. Desde el discurso institucional habría
que observar tal vez al país, a la comunidad, funcionando a lo largo de décadas. Nos hemos
ido acostumbrando a relaciones verticales, a “relaciones de autoridad”, en lugar de
relaciones horizontales o “relaciones de solidaridad”.
A mí me ocurre exactamente lo que recién decía el Dr. Díaz Usandivaras, como soy juez de
instrucción, a veces para solucionar conflictos familiares realizo una serie de actos que no
están en el Código de Procedimientos. Soy consciente de que es la forma de buscar una
solución, pero también consciente de que es lamentable para una comunidad que daba
existir el “gendarme” que diga “esto es así” y que tenga constantemente que poner los
límites.
Me pareció muy interesante el caso de “Victoria”, ya que aquí el Derecho Privado no
brinda un aspecto del Derecho como asegurador de marcos para la libertad y no de
interferencias en lo personal.
10

Siempre aparece la necesidad de los padres para los mismos muchachos que son
lamentablemente los que componen nuestra clientela mayoritaria, chicos de 18 a 30 años a
25, generalmente de las capas más desfavorecidas de la sociedad, salvo en el delito de
drogas y anteriormente en el de subversión. Tanto en los padres como en los hijos se ve la
necesidad de este “resorte”, último que va a dirimir las contiendas cuando en realidad todos
tendríamos que tender a relaciones de solidaridad para encontrar una solución a los
conflictos. De este modo, nosotros los jueces penales seríamos menos “utilizados”. Y como
bien decía el Dr. Díaz Usandivaras en una conversación informal que tuvimos antes
“estamos en el candelero”. Donde hay un conflicto social, tiene el juez penal que estar
dirimiendo cuando deberá ser la última “ ratio” para cualquier conflicto.

También podría gustarte