SALCEDO RAMOS El Árbitro Colombiano Que Expulsó A Pelé
SALCEDO RAMOS El Árbitro Colombiano Que Expulsó A Pelé
SALCEDO RAMOS El Árbitro Colombiano Que Expulsó A Pelé
Pelé
por Alberto Salcedo Ramos
Guillermo Velásquez, más conocido como ‘El Chato’, debe de ser el único árbitro
de fútbol del mundo que registra en su hoja de vida por lo menos cinco
jugadores noqueados.
Velásquez sonríe mientras se mira los dos puños apretados. Luego los voltea
para donde yo estoy, como para notificarme que en esos gruesos nudillos, pese a
sus 69 años, todavía quedan restos de la potencia telúrica del pasado.
‘El Chato’ estima que la compostura que se les exige a los árbitros es hipócrita y
tiene más vínculos con la política que con la ley. Según él, un ser humano que
recibe una patada en la yugular y en vez de aparentar cortesía tiene la
oportunidad de desquitarse, resulta menos peligroso porque se libera de odios
futuros.
“Yo no andaba por las canchas repartiendo coñazos”, explica, “pero cuando había
que pegar, pegaba, porque después me iba a matar la angustia de no haber
reaccionado como hombre cuando me provocaron. Cuando se tiene un carácter
como el mío, responder a las agresiones es una necesidad”.
“Así es”, admite ‘El Chato’, con una rapidez que me indica que no le estoy
diciendo nada que él no haya pensado antes. “Pero fíjese usted que a los
futbolistas les dan una pelota para que le peguen patadas y quieren pegarnos es
a nosotros”.
Vuelvo a la carga con el argumento de que el día que se apruebe la Ley del
Talión en las canchas, tendremos más sangre que goles. Y ‘El Chato’ repite la
misma frase de hace un momento: “así es”. En seguida, con un movimiento
resuelto de las manos, afirma que para evitar ese riesgo hay que pedirles a los
futbolistas que reclamen en buenos términos y no con violencia.
—¿Y por qué no les pedimos a los árbitros que no les peguen a los jugadores?
Cuando finalmente reemplazó el balón por el silbato, se liberó del destino gris
que le esperaba como futbolista y recuperó el respeto que había conocido como
consejero familiar. En ese momento descubrió que la satisfacción del que aplica
la ley depende más del poder que ostenta que del bienestar que supuestamente
le procura al prójimo. Si la cancha es el universo completo y los jugadores son
todas las criaturas posibles, entonces el árbitro, que todo lo ve y todo lo juzga,
encarna una autoridad más divina que humana, una presencia omnímoda que
gobierna las acciones aunque no nos demos cuenta.
Estimulado por la atención del público, Velásquez enumera sus méritos en voz
alta: fue –me dice sin ruborizarse– el árbitro que les abrió las puertas
internacionales a sus compañeros colombianos. Participó en la Copa
Libertadores entre 1968 y 1982, pitó en cuatro juegos olímpicos y fue juez de
línea en uno de los partidos más bellos que se hayan disputado jamás, el de Italia
contra Alemania en el Mundial del 70.
‘El Chato’ guiña un ojo y advierte que la justicia depende más del sentido común
de quien la aplica que de simples leyes escritas en un papel. Para ilustrar su
teoría, recuerda la vez que Miguel Ángel Converti, atacante de
Millonarios, recibió un pase de espaldas al arco, en un clásico contra el Santa Fe.
Desde antes de que Converti tomara la pelota, Velásquez había sancionado
fuera de lugar. Pero el jugador, que al parecer no escuchó el silbato, llevó el
lance hasta sus últimas consecuencias: durmió el balón con el pecho, lo hizo
rebotar sobre su muslo izquierdo y luego se suspendió en el aire –cabeza hacia
abajo y pies hacia arriba– en una chilena espléndida. El proyectil se clavó en un
ángulo imposible de la portería y Converti corrió como loco hacia el banderín de
córner, mirando hacia el cielo y zafándose de los compañeros que querían
abrazarlo, como si pensara que su virtuosismo lo alejaba de los atletas y lo
acercaba a los dioses.
“Si yo hubiera sabido que Converti iba a concluir esa jugada como la concluyó”,
dice Velásquez, “no habría pitado el fuera de lugar. Fue la única vez que quise
hacerme el equivocado en una cancha y créame que lamento mi acierto como si
fuera un error. Es lo que le vengo diciendo: según las normas, yo actué bien,
pero no fue justo que yo le robara semejante joya al público. Donde yo valide
ese gol, hasta los hinchas del Santa Fe se ponen contentos”. Le pido a Velásquez
que me haga el inventario de los futbolistas a los cuales golpeó y me responde,
aparentemente apenado, que “eso no vale la pena”.
—¿Por qué?
—Hombre, porque no fueron tantos. Pero ya que insiste en este punto, diga que
una vez le hinché el ojo a Orlando Herrera, del Tolima, porque se propasó
conmigo en un reclamo. ¿Y sabe qué pasó en el partido siguiente que me tocó
arbitrarle en Ibagué? Que el tipo fue a buscarme a mi camerino y me llevó
abrazado hasta la mitad de la cancha. ¿No le parece bonito? Si no me
reconocieran sentido de la justicia, no me perdonarían. Yo habré sido brutal,
pero soy más humano que muchos de los que se creen mansas palomas, porque
pegué puños pero no maté a nadie con el pito. ‘El Chato’, que no cesa de
ufanarse de su ecuanimidad, señala que si hoy fuera otra vez el miércoles 17 de
julio de 1968, volvería a expulsar a Pelé.
Ese día, el Santos de Brasil, considerado el mejor equipo del mundo, enfrentaba
en un partido amistoso a la selección Colombia que participaría en los Juegos
Olímpicos de México.
El partido continuó con muchas tensiones hasta el minuto 35 del primer tiempo,
cuando Pelé vio la tarjeta roja por reclamar, de mala manera, un supuesto penal
en su contra. En principio lució desconcertado, pero no tardó en aceptar el fallo.
Entonces emprendió el retiro de la cancha con un gesto irónico y desafiante,
como un monarca que se mofara de la orden de destierro impuesta por su
vasallo. “Ese tipo está loco”, repetía Pelé, una y otra vez, ante el cronista de El
Espectador que lo esperó en la pista atlética.
En ese momento, los jugadores del Santos rodearon al árbitro. “De 28 personas
que tenía la delegación brasileña”, recuerda ‘El Chato’, “me agredieron 25. Los
únicos que no me pegaron fueron el médico, el periodista y Pelé”.
Adolorido más por la humillación pública que por los golpes recibidos, ‘El Chato’
demandó penalmente a la delegación brasileña. Lo hizo por recomendación de
Lisandro Martínez Zúñiga, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, que esa
misma noche lo visitó en el camerino para ofrecerle sus servicios como abogado.
Los jugadores del Santos permanecieron en Colombia casi dos días más de lo
previsto, retenidos en una comisaría, y al final tuvieron que pagarle a Velásquez
18 mil pesos y ofrecerle excusas por escrito, para poder viajar a su país.
Ahora le pregunto a ‘El Chato’ qué habría sucedido si Pelé le hubiera pegado
cuando él lo expulsó, y me pide, muy serio, que por favor no le haga una
pregunta tan perversa. “Mire que me voy es a enfermar”, añade.
—Bueno, en ese caso, permítame responderle con una pregunta. ¿Usted qué cree
que hubiera pasado?