Alegoría y Metafisica
Alegoría y Metafisica
Alegoría y Metafisica
UNIVERSIDAD DE GRANADA
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
ALEGORÍA Y METAFÍSICA
EL PROBLEMA DE LA ALEGORÍA
EN SAN JUAN DE LA CRUZ
Granada 2006
2
PARTE PRIMERA
ALEGORÍA Y METAFÍSICA
4
5
1
Heidegger, 1998: 57.
2
En este sentido, y casi como enunciación programática de esta primera parte de nuestro trabajo, dice E.
Honig: “La forma llamada alegoría sigue a través de las épocas los imperativos de los ideales en conflicto
arraigados en la naturaleza del pensamiento y la fe. Cuando se examina la forma alegórica, se encuentra la
evidencia de su adaptación de simbolizaciones y modos apropiados, metáforas y categorías utilizadas en
las demostraciones de los filósofos. Mito y filosofía aportan a la alegoría sus temas y métodos.” (Honig,
1982: 30).
6
historia ha ido proponiendo a los diversos problemas que esta figura presentaba deben
ser también objeto de un análisis detenido.
Junto a la exégesis alegórica y a la alegoría como figura retórica de pensamiento,
es necesario reconocer con Lamberton3 la aparición tardía de la “alegoría deliberada”,
esto es, un nuevo género literario basado en la elaboración consciente y altamente
codificada de relatos cuya estructura de sentido resultara similar a la que los exégetas
neoplatónicos hallaron en los poemas homéricos. Quizá el primer texto que responda a
este propósito sea la Psicomaquia de Prudencio, escrito a finales del siglo IV d. C.4
Se hace necesario profundizar en las razones que llevaron a la aparición de la
categoría del símbolo como una figura distinta y opuesta a la alegoría y plantear la
cuestión de hasta qué punto es hoy día válida esta distinción. Para la consecución de
este propósito, es forzoso situar la oposición entre la alegoría y el símbolo en el marco
histórico correspondiente. Esta polémica, estrechamente relacionada con el descrédito
sufrido por la retórica desde mediados del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, junto
con el paralelo nacimiento de la estética a partir de los estudios de Baumgarten, Kant,
Schelling y Hegel, debe ser analizada con la perspectiva que concede el tiempo
transcurrido desde la formulación de estas propuestas.
De este modo, intentaremos acercarnos al reto formulado por Gadamer cuando
en Verdad y Método afirma: “Merecería la pena reservar una investigación detenida del
problema de hasta qué punto puede suponerse en el uso antiguo de las palabras
“símbolo” y “alegoría” un cierto germen de lo que sería su futura y para nosotros
familiar oposición” (Gadamer, 1996: 110). La propuesta de investigación de Gadamer
se enmarca sin duda en una necesidad más amplia, ya apuntada por Wittgenstein, de
solucionar la extrema indeterminación en la que se mueven buena parte de los
conceptos empleados en el contexto de la estética5.
Ésta es pues nuestra intención. Sin embargo, pese a que pretendemos perseverar
en alguna medida en el camino indicado por Gadamer, también intentaremos ofrecer un
planteamiento diferente: nuestra investigación no sólo trata de investigar las raíces de
esta oposición sino cuestionar, precisamente desde estas raíces y su evolución histórica,
3
Cf. Lamberton, 1986: 145, n. 3.
4
Preferimos entender la alegoría bajo este triple punto de vista, esto es, como método exegético, como
figura retórica y como alegoría deliberada, es decir, como método compositivo, subrayando las tensiones,
diferencias y paralelismos entre ellas, que aceptar una visión binaria de la alegoría, como propone
Whitman al diferenciar entre la interpretación alegórica y la composición alegórica, dentro de la que
también propone el ejemplo de la alegoría de Prudencio (Whitman, 1987: 3-4).
5
Cf. Bordieu, 1995: 433.
7
la propia oposición entre ambos términos. Se trata, por lo tanto, de una investigación
esencialmente hermenéutica volcada en la atención al devenir histórico de estas figuras,
en el marco de una evolución cultural compleja6.
La alegoría sólo es posible en el marco de la metafísica. Como dice Giorgio
Agamben, la escisión del lenguaje en dos planos irreductibles atraviesa todo el
pensamiento occidental:
6
El volumen Las metamorfosis de la alegoría (Sanmartín Bastida y Vidal Doval, eds.) dedicado al
estudio de la alegoría en la literatura española y portuguesa desde la Edad Media hasta la Edad
Contemporánea. La introducción, a cargo de Jeremy Lawrence (“Las siete edades de la alegoría”) divide
la evolución histórica de la alegoría en las siguientes etapas: Mitología de la Antigüedad; Exégesis
sagrada; Psycomachia de Prudencio y obras posteriores; Narraciones alegóricas de los siglos XII-XV; la
alegoría barroca; el tratamiento romántico de la alegoría y su relación con el símbolo; y la alegoría
moderna (pp. 17-50).
8
7
La cuestión homérica es uno de los debates siempre abiertos en el terreno de la filología clásica. El tema
está luminosamente estudiado por Francisco Rodríguez Adrados (Rodriguez Adrados, F., “La cuestión
homérica” en Gil (ed.), 1963: 15-87). Resultan interesantes las observaciones realizadas sobre el tema por
George Steiner en “Homero y los eruditos” (Steiner, 1982: 161-180). Sobre la posibilidad de que
“Homero” fuera un nombre ficticio y el papel en su invención de los poetas y rapsodas del siglo VI, cf.
12
M. L. West, “The invention of Homer” The Classical Quaterly, Oxford, Volume XLIX, nº 2, 1999, pp.
364-382. Véanse también las observaciones de López Eire en López Eire, 2000: 41 y ss.
8
Los lidios fueron los primeros en atacar las ciudades griegas de Asia Menor (Heródoto, Libro I, 26-27).
Parece ser que Tales de Mileto ya había alertado a los jonios y les había recomendado la creación de una
alianza panjónica para defenderse defenderse del ejército lidio (Los filósofos presocráticos I, 2001: 11-
12). Los persas intentarían invadir Grecia casi un siglo después, al mando de Darío, en primer lugar, y de
Jerjes, en segundo.
9
“El creciente desarrollo de la economía monetaria frente a la economía natural produjo una revolución
en el valor de las propiedades de los nobles, que habían constituido hasta entonces el fundamento del
orden político. Los nobles, apegados a las antiguas formas de economía, se hallaban en un plano de
inferioridad ante los propietarios de las nuevas fortunas adquiridas con el comercio y la industria”
(Jaeger, 2001: 213-214).
10
Cf. T. E. Rihll, “Lawgivers and Tyrants (Solon, Fr. 9-11, West)”, The Classical Quaterly, Oxford,
Volume XXXIX, nº 2, 1989, pp. 277-286.
11
Cf. Plutarco, Vida de Solón, en Vidas paralelas II, Madrid, Gredos, 1996, pp. 91-171. Estos tribunales
eran un órgano democrático: “Solón concedió al pueblo la facultad de elegir a los magistrados y pedirles
cuentas” (Aristóteles, Política, libro II, Madrid, Gredos, 2000, p. 104). Sobre Solón y la democracia, cf.
13
Homero. Así, respecto a la ciudad entendida como patria, dice José Alsina: “El guerrero
homérico lucha por sus intereses personales, y aunque en algunos momentos apunte,
fugazmente, como en el caso de Héctor, la idea de la defensa de la ciudad en cuyo seno
vive, puede afirmarse sin temor que el concepto de patria es una creación posterior al
épos homérico” (Alsina, 1991: 267)
Con relación al valor de la libertad en el pensamiento de Solón, observa este
mismo autor12: “Una nueva idea hace ahora su aparición en el ámbito espiritual
helénico, la de la diversidad de las metas a que puede el hombre aspirar, los caminos
que se abren a la iniciativa particular. Esta noción es prácticamente desconocida en
Homero”13. El ciudadano cobra fuerza como nuevo modelo de hombre que tiene como
referencia fundamental la igualdad ante la ley 14, una ley que puede ser conocida y
reconocida por todos al ser escrita y pública15. Jaeger señala que la redacción y la
promulgación de las leyes desplazan la expresión del ethos ciudadano de la poesía a la
prosa (Jaeger, 2001: 117). Moral y política se fusionan en el nuevo espacio de la polis,
bajo el imperio de la ley, el nomos, que ejerce su autoridad sobre los ciudadanos y las
propias instituciones:
Este sentimiento perdurará desde las reformas de la caída de los tiranos hasta la
crisis de la polis a mediados del siglo V a. C. Las reformas constitucionales de Clístenes
trajeron a Atenas una nueva organización política que favorecía los intereses del
Rodríguez Adrados, F., La democracia ateniense, Madrid, Alianza, 1975 e Historia de la democracia: de
Solón a nuestros días, Madrid, Temas de Hoy, 1997.
12
Op. cit., p. 268.
13
Sobre la moral del mundo homérico, véase Lledó, E. “El mundo homérico” en Camps, V., (ed.)
Historia de la ética I, Barcelona, Crítica, 1987, pp. 15-34.
14
La frase de Solón “La igualdad no causa guerra”, “gustó tanto a los hacendados como a los indigentes.
Pues esperaban aquéllos tener la igualdad por rango y categoría y éstos por cantidad y número” (Plutarco,
ib., 123).
15
Solón dio a las leyes una vigencia de cien años y las hizo grabar en grandes bloques cuadrangulares y
giratorios (áxones) (Plutarco, ib., 151). Es interesante observar que, frente a la vigencia universal y eterna
de las leyes de carácter divino, las leyes humanas de Solón están acotadas temporalmente.
14
16
La isonomía de la democracia ateniense, la formación de las asambleas populares es una trasposición a
la sociedad civil de las asambleas militares producida con la consolidación de las primeras ciudades. Más
adelante, al hablar de la evolución de la palabra, volveremos sobre esta cuestión.
17
Véase Foucault, 2004: 49-50.
18
De este modo, ya en el año 501 a. C., la Asamblea tenía más poder que el Consejo, que había pasado a
ser poco más que un órgano consultivo de ésta (Osborne, 1998: 358).
15
19
La tradición atribuye incluso a Anaximandro la confección del primer mapamundi (Schrader, 2000:
XIII). Véase también Jaeger, 2001: 156 y 2003: 28.
20
Eric Havelock establece un arco temporal muy extenso para la fijación escrita de los poemas
homéricos, entre 700 y 550 a. C. Para todo este proceso de “alfabetización de Homero” véase Havelock,
1982: 166-184). García Gual, por su parte, considera que los poemas se fijaron por escrito con
anterioridad, en torno al final del siglo VIII o comienzos del siglo VII a. C. (García Gual, 1992: 46). En
todo caso, es necesario subrayar, con Jean-Pierre Vernant, el impacto que supuso la escritura en el seno
de unas tradiciones míticas que hasta entonces pertenecían a la tradición oral (Vernant, 1982: 170-220).
21
Las razones esgrimidas en el Certamen para dar la victoria a Hesíodo sobre Homero son también
significativas de un cambio notable en la mentalidad de la época: “Pero el rey dio la corona a Hesíodo
alegando que era justo que venciera el que invitaba a la agricultura y la paz, no el que describía combates
y matanzas.” (Hesíodo, 2000: 318). Sobre la polémica de la autoría del Certamen, puede verse N. J.
Richardson, “Homer, Hesiod, and Alcimodes”, The Classical Quaterly, Oxford, Volume XXXI, nº 1,
1981, pp. 1-10.
16
22
Cf. Murria, 1956: 80 y ss.
23
Jaeger ha estudiado este fenómeno bajo la acertada denominación de “política cultural de los tiranos”
(Jaeger, 2001: 212-220). La tiranía jugará un papel fundamental en la transición de los viejos regímenes
aristocráticos hacia los nuevos modelos ciudadanos (cf. Ste. Croix, 1988: 327-332). Jaeger traza en estas
páginas un dibujo muy elogioso de la política de mecenazgo de los tiranos del siglo VI. Sobre las
interpolaciones realizadas en la Ilíada, para incluir a Atenas en el catálogo de naves y legitimar sus
derechos sobre Salamina, ver Gil, 1961: 34-35.
24
Antonio López Eire ha subrayado el carácter agonal de la poesía griega y su aspiración a competir y
superar a las otras obras con las que rivaliza por el favor del krites. Este carácter agonal cristaliza en la
época postclásica dando lugar al nacimiento de la crítica literaria. Entonces ya no serán los ciudadanos los
que enjuicien la obra, como en la época clásica, sino los eruditos (López Eire, 2002: 37-42).
25
Hesíodo escribe en una época en la que los pequeños comerciantes, los campesinos propietarios de
reducidas fincas y los artesanos empiezan a ser hombres comprometidos con la defensa de sus ciudades
(es el momento en que empiezan a constituirse los primeros ejércitos de ciudadanos con la aparición de la
infantería pesada hoplítica). Hesíodo somete su universo poético a un nuevo concepto de moral y social
de la justicia en el que ricos y pobres están sometidos por igual a la Diké de Zeus (Pérez Jiménez, 2001:
XIII). Pese a la dureza con la que Hesíodo describe la vida del campesinado griego, Ste. Croix ha
señalado que el público de Hesíodo está compuesto por labradores propietarios relativamente
acomodados, que poseen ganado, algunos esclavos y que tienen la posibilidad de contratar jornaleros
ocasionales (Ste. Croix, 1988: 327).
17
sus poemas, la política siempre está en segundo término, la abierta expresión de las
ideas del poeta presupone siempre la polis y su estructura social” (Jaeger, 2001: 118).
Se trata, efectivamente, de la primera poesía politizada de la historia; politizada en el
sentido más estricto del término: una poesía pensada en y desde el contexto de la polis.
La lírica se impone en esta poesía, cada vez más compuesta para ciudadanos y por
ciudadanos, como empieza a imponerse también, en consonancia con este creciente
subjetivismo, la tendencia de los poetas a firmar sus obras. Frente al nuevo público y a
la nueva ideología, los viejos valores aristocráticos encuentran sus defensores en poetas
como Píndaro (522-448 a. C.) o Teognis de Megara26. Píndaro encarna el ideal de la
nobleza helénica en una poesía que, como señala Jaeger, es, en algunos aspectos, más
antigua que la de Homero (Jaeger, 2001: 196 y ss.). Píndaro, en definitiva, invierte la
tendencia natural de la poesía de su época de deslizarse de la epopeya a la lírica,
componiendo una poesía que, bajo apariencia lírica, propone un retorno a la épica
(Jaeger, 2001: 201).
Pero, para trazar un mapa adecuado del tiempo y de las circunstancias que dan
origen a la alegoría no basta con señalar los cambios que en la literatura griega produce
la consolidación de los derechos ciudadanos y, en general, los cambios sociales del
momento. Además, resulta fundamental detenerse, siquiera brevemente, en la estrecha
vinculación de la poesía con la religión en el mundo griego. La relación entre la poesía
y la religión es un fenómeno decisivo que debemos analizar desde diferentes puntos de
vista. Hay que tener en cuenta que, aunque el pensamiento mítico de la Grecia arcaica
no fue tan intenso como el que se desarrolló en otras culturas, imponía también su
concepción sagrada del mundo en todos los planos de la existencia. Ya en el proceso de
composición de los poemas en la Era Arcaica, la presencia de los dioses era tenida por
esencial por los poetas aunque no siempre de acuerdo a una misma naturaleza. Luis Gil
ha estudiado el papel jugado por los dioses en la inspiración poética de algunos poetas
griegos (Gil, 1966) y ha observado notables diferencias en la relación con lo sagrado
que existe entre ellos. En el caso de Homero, el poeta parte de la necesidad de una
especial vinculación con los dioses para poder desarrollar su labor. Pero la ayuda de las
Musas se limita a proporcionar información o a recordarla. La valoración de la
memoria es fundamental para comprender el papel de la inspiración de los poemas
26
En opinión de Ste. Croix, Teognis de Megara es un poeta aristocrático “con una conciencia de clase
como ningún otro la tuvo nunca” (Ste Croix, 1988: 328).
18
27
Recordemos que la musa de la memoria, Polimnia, es la protectora de los cantos sagrados y los himnos.
Además, en la tradición hesiódica, Mnemósine es la madre de las Musas (Detienne, 1981: 24-25) En un
poema a las Musas se dice: “Virtamos una libación en honor de las Musas, hijas de Mnemósine, y del hijo
de Leto, jefe de las Musas” (Rodríguez Adrados, 2001: 29).
28
En término parecidos se expresa M. Eliade: “La reminiscencia trata no de situar los acontecimientos en
un marco temporal, sino de alcanzar el fondo del ser, de descubrir lo originario, la realidad primordial de
la que ha surgido el cosmos y que permite comprender el devenir en su conjunto” (Eliade, 1968: 137) y
Pfeiffer: “In the early Greek world-view, all the things that are were considered to have a “source” or
“growth” or origin; and also an end or goal. The former were in the “past”, among “the things that are
before”, the latter among “the things that are to be”. The full truth about anything involved a full
disclosure or revelation of it, based on knowledge of the origin from which it grows, and of the goal
toward which is growing, since both determine of it. (...) A few selected of individuals, by means of the
divine gift of “memory” could have access to “the things that are before” (...)” (Pfeiffer, 1979: 363-364).
Y son las palabras de estas mismas personas cualificadas, sigue diciendo el crítico, las que en virtud de su
origen divino, resultan necesariamente verdaderas.” (op. cit., p. 373).
29
Siglos más tarde la inspiración de Hesíodo será criticada desde un punto de vista satírico por Luciano
de Samósata. Véase su “Diálogo con Hesiodo” (Luciano de Samósata, 2002: 321-325). En este diálogo
Luciano, a través del personaje de Licino, acusa a Hesíodo de no cumplir su palabra porque había
anunciado que había recibido de los dioses el don de celebrar el pasado y de predecir el futuro, y sin
embargo, esto último no lo había hecho. Hesíodo se defiende, apelando, en el diálogo, a las necesidades
de la métrica y la eufonía y a la libertad de creación del poeta. Luciano le responde, “al modo platónico”,
que la inspiración de las musas parece estar confirmada por el hecho de que Hesíodo no sea capaz de
defender su propia poesía (p. 324).
30
Así observa en su Nemea III: “El que sólo posee lo aprendido –hombre oscuro que anhela ora esto, ora
aquello- jamás con pie firme bajó a la pelea, y miles de hazañas ensaya con mente sin meta.” (Píndaro,
2002: 157). “Demócrito también considera que el talento natural es superior al oficio aprendido. Pero, fiel
a sus principios materialistas, señala que la anormalidad psíquica del poeta no es mística sino que se debe
19
Esta visión antropomórfica de los dioses36 será objeto, como veremos después,
de las críticas de los filósofos presocráticos, pero también algunos poetas como Píndaro
y Estesícoro censurarán ciertos aspectos de los mitos que les resultan inmorales37. De
35
Heródoto llega a atribuir a Homero y Hesíodo la creación de los dioses. Esta creación debe entenderse,
según García Gual, como una labor de fijación, ordenación y disposición del corpus mitológico (García
Gual, 1992: 46).
36
En realidad, como bien señala Cappelletti, los dioses homéricos no son sólo antropomórficos, sino
también helenomórficos y, sobre todo, cratomórficos, construidos a imagen y semejanza de las clases
guerreras y aristocráticas que detentaban el poder en el mundo helenico (Cappelletti, 1994: 26). No
obstante, puede atisbarse en Homero, todavía, un poso de indecisión entre las formas antropomórficas y
zoomórficas para sus personajes divinos, quizá, como propone Blumenberg, no sin cierta ironía. Así, Hera
tiene ojos de vaca y Atenea de lechuza. Incluso resulta interesante constatar que cuando el dios quiere
presentarse sin ser reconocido, toma la forma de hombre (cf. Blumenberg, 2003a: 153).
37
Cf. Píndaro, 2002: XXVII y XXVIII (“Introducción” de E. Ruiz Yamuza). Píndaro tiene en tan alta
consideración el poder de la palabra poética, que experimenta una indignación proporcional ante los
malos poetas que son negligentes en su oficio o que construyen reputaciones falsas. En este último grupo
se encuentran los que difunden leyendas escandalosas sobre los dioses (Ramnoux, 1968: 290).
21
38
En el mito, Tántalo mataba a su hijo, Pélope, y se lo servía como comida a los dioses. Sin embargo,
éstos se daban cuenta del engaño, salvo Deméter que devoraba un trozo del hombro. Posteriormente,
Cloto resucitaba a Pélope y le reconstruía el hombro con marfil. Finalmente Poseidón se enamoraba del
niño. Píndaro evita en su Olímpica el episodia de canibalismo pero deja, por motivos estéticos, la
reconstrucción del hombro con marfil.
39
“Olímpica I, 52-53”, en Píndaro, 2000: 6.
40
Estesícoro, Palinodias, PMG 192, en Francisco Rodríguez Adrados, Lírica griega arcaica, Madrid,
Gredos, 2001, p. 184. Rodríguez Adrados traza un retrato de Estesíroco en el que resalta su dimensión
política próxima al pensamiento de Solón (Ib., p. 135).
41
En otras mitologías, la evolución cultural y moral de las sociedades también produce, como es lógico,
alteraciones en sus mitos. Es particularmente llamativo el caso de America del Norte y la dialéctica entre
los héroes culturales y los tricksters. Dice al respecto Meletinski que “sólo con la progresiva
consolidación, en la conciencia mitológica, de la diferencia entre astucia e intelecto, engaño y rectitud,
organización social y caos, fue desarrollándose la figura del tramposo mitológico, como doble del héroe
cultural (Meletinski, 2001: 179).
42
Sobre esta cuestión dice Gilbert Murray que “En la memoria de Grecia, reyes y dioses de los tiempos
heroicos se transfiguraron. Lo que había sido en realidad una época de violencia bucanera, convirtiose en
su recuerdo en una época de caballerosidad y magnífica aventura. Los rasgos que eran tolerables fueron
idealizados; los intolerables, expurgados, o, cuando no era posible, deificados y explicados. Y los viejos
olímpicos salvajes se convirtieron para Atenas y la tierra firme de Grecia, desde el siglo VI en adelante,
en emblemas de alta humanidad y reforma religiosa.” (Murray, 1956: 70). Los poemas de Homero
sufrieron, a lo largo de su historia, interpolaciones de diverso tipo, desde las escolares hasta las motivadas
por intereses políticos como las que se dice que realizó el mismo Pisístrato (Fernandez Galiano, 1963: 96-
98). Mucho más adelante, en un momento de crisis y decadencia, los poemas homéricos seguían
presentándose como ejemplo a seguir desde el punto de vista político. En este sentido, Isócrates, en el
siglo IV a. C., destaca a Agamenón, como el más grande de los griegos por haber sabido unirlos frente a
un enemigo común (Isócrates, 2002: 215-218).
22
43
Lasso de la Vega dice que los Olímpicos “representan una religión mundana y natural, sin misticismo
ni rigor ético (...) figuras distantes que no consuelan al hombre en su sufrimiento.” (Lasso de la Vega,
1963: 261).
44
Hay que advertir con Burnet que, a pesar de las teorías órficas sobre el alma, “hasta los tiempos de
Platón, la inmortalidad no fue nunca estudiada de manera científica” (Burnet, 1952: 92). Jaeger ya había
advertido que “el contenido dogmático de las creencias órficas no tiene evidentemente importancia. Los
modernos las han sobreestimado enormemente con el objeto de alcanzar una imagen que les permitiera
confirmar su idea a priori de una religión de la redención.” (Jaeger, 2001: 164).
45
La conexión entre ambas corrientes religiosas, pese a sus evidentes diferencias, fue bastante importante.
Hay que señalar que el culto a Dionisio se extendió en Grecia bajo la esfera de Delfos y, por lo tanto, del
culto a Apolo (Detienne, 1998). Esta relación entre ambos cultos pasó inadvertida a Nietzsche en su
distinción entre lo apolíneo y lo dionisíaco (cf. Nietzsche, 1995), tal y como le ha sido reprochado en
algunas ocasiones (Colli, 1987: 14-15). Anteriormente Jaeger ya se había preguntado, no sin cierto
asombro, por esta misteriosa relación entre ambos cultos, en apariencia tan distantes (Jaeger, 2001: 165).
Tal vez sea la figura de Orfeo la que mejor represente las relaciones contradictorias e indisolubles entre
ambas divinidades. Esquilo considera que Orfeo es un adorador de Apolo –según otras versiones del mito
es su hijo-. Este culto a Apolo provoca los celos de Dionisio quien envía sus ménades para que lo
descuarticen. Por otra parte, al menos desde Heródoto, la religión órfica es dionisíaca. Parece ser que, en
realidad, los órficos pretendían identificar ambos dioses como manifestaciones de Helio, el sol (cf.
Guthrie, 1970: 31 y ss.).
46
Al inicio de su Nemea sexta, escrita en torno a 465 a. C., Píndaro afirma: “Una misma es la raza de los
hombres, una misma la de los dioses, y de una misma madre alentamos unos y otros. Pero nos separa un
poder todo diverso, (...).” (Ib., p. 172-173).
23
47
Dice Detienne que “los primeros versos de la Ilíada esbozan el paisaje de Apolo: un mal cruel que mata
a los perros, las mulas y los hombres; piras funerarias que arden sin descanso por centenares. Primera
silueta de Apolo en el umbral de la Ilíada: un dios vestido de negro, el dios de la muerte brutal que
destruye repentinamente a un grupo humano. Plaga, dirá Aquiles, cuyo origen apolíneo le parece probable
(...) pero cuyo motivo no está claro.” (Detienne, 2001: 254).
48
Precisamente es a comienzos de este siglo VI a. C. cuando Orfeo es adoptado como fundador y profeta
de estas sectas místicas (Cappelletti, 1994: 37). W. K. C. Guthrie considera que los seguidores de los ritos
órficos en este siglo VI fueron muy escasos: “Orphism was too philosophical for the masses and too
mythological for the intellectual pride of youthful philosophy” (Guthrie, 1993: 238.)
49
Los neoplatónicos, en especial Damascio, retomaría las cosmogonías órficas, y las reelaborarían bajo
distintos presupuestos (ib., p. 45). El neoplatonismo incluso utilizaría la figura de Orfeo contra el
cristianismo argumentando las similitudes entre esta religión y el orfismo: “Las doctrinas órficas incluían
una creencia en el pecado original, basada en una leyenda acerca del origen del hombre; en la neta
separación entre cuerpo y alma; y en una vida póstuma que para los puros sería mucho mejor que la vida
terrena.” (Guthrie, 1970: 77).
50
“Sénos propicio, Taurino, que enloqueces a las mujeres.” (Himno a Dionisio, en García López, 2001:
9).
24
51
En el peán délfico de Filodamo de Escarfia a Dionisio, el solista dice dirigiéndose al dios: “Tú has
abierto a los mortales un puerto para sus sufrimientos” (Rodríguez Adrados, 2001: 42).
52
Sobre el menadismo, puede verse Doods, E. R., Los griegos y lo irracional, Revista de Occidente,
1960, pp. 249-257.
53
Cf. Eurípides Bacantes, en Tragedias III, Introducción, traducción y notas de Carlos García Gual,
Gredos, 2000.
54
La abstinencia de comer carne se enmarca en el contexto de una amplia reflexión moral: Probablemente
es a fines del siglo VI a. C. cuando los medios filosófico-religiosos, en particular los órficos y los
discípulos de Pitágoras, desarrollan una reflexión angustiada alrededor de la sangre derramada, de las
prácticas alimenticias de la ciudad y de las graves interferencias entre el asesinato y el sacrificio.
Reflexión que quizá no deja de tener relación con la instauración de los nuevos tribunales de sangre y de
las primeras definiciones jurídicas del homicida y de su estatuto dentro de la ciudad.” (Detienne, 2001:
192). Estos nuevos planteamientos morales son fundamentales para entender el rechazo de los dioses
homéricos y la posterior interpretación alegórica de carácter moral.
55
Véase también Jaeger, 2003: 60-76.
25
56
La alétheia poética y religiosa queda atestiguada con mayor claridad que en otros escritos en la obra de
Hesíodo (Detienne, 1981: 29).
26
57
W. M. Pfeiffer ha criticado el sentido puramente ontológico que Heidegger reconoce en la alétheia:
“The etymological approach to interpreting the notion has lost favour since Heidegger pushed it to a non-
Greek extreme, claiming that the “original” meaning of the term was the “unhiddenness Of Being” which
he construed as a purely ontological characteristic, opposed to the epistemological one of “correctness of
apprehension.” (Pfeiffer, 1979: 363). El examen despacioso y prolijo de la evolución de la alétheia desde
sus orígenes griegos hasta su transformación latina en veritas, según la interpretación heideggeriana,
puede verse en Parménides (Heidegger, 2005a: 5-92).
58
Véase Cuesta Abad, 1999: 128-132.
27
59
Emilio Lledó ha profundizado sobre el sentido esencialmente dialógico de la palabra: “La vida de la
lengua nos ha enseñado que todo logos es fundamentalmente diálogo; que cada palabra es, hasta cierto
punto, la búsqueda de una respuesta y que la phoné emitida por un sujeto está sostenida no sólo por a
presencia de ese sujeto, sino que, además, está oída, entendida, interpretada (...). El logos se constituye así
en parte de un proceso en el que la existencia de cada uno de los que en él participan es, a su vez,
imprescindible componente de su mensaje” (Lledó, 1998: 29). Véase también Gadamer, 1996: 535 y ss, y
2001, especialmente las pp. 75 y 76.
60
Recordemos que en el concepto heideggeriano de alétheia también ésta se considera como una acción
de desocultar respecto a lo que permanece oculto. Por tanto, también se trata de una palabra que realiza,
no que constata o declara.
61
Cuando nos detengamos en la aportación del pensamiento de Heráclito al nacimiento y configuración
de la alegoría expondremos detalladamente esta vinculación del logos y la physis y estudiaremos la
importancia que esta identificación tiene en la constitución de la alegoría interpretativa. Ahora conviene
advertir que logikos se opone a physikos en cuanto formas de argumentación. El primero argumenta según
logoi o principios abstractos. El segundo conforme a hechos, sin que esto quiera decir “empíricamente”,
porque el razonamiento no se hace desde los fenómenos mismos sino desde unos principios generales que
los determinan (véase Aristóteles, Física, 204b).
62
La articulación de la memoria en el olvido que señala Detienne recupera este desocultar en relación a lo
que permanece oculto de la alétheia de Heidegger. No pocos poetas, desde el romanticismo han tratado
de recuperar la palabra mágico-religiosa vinculando la verdad a la fusión de estas dos potencias
contrarias. Entre todos los poetas que han seguido este camino destaca, como es bien sabido, la obra de
Paul Celan: “Nos amamos mutuamente como amapola y memoria” (Celan, P., “Corona”, 1996, 75). En su
comparación el poeta establece una relación analógica entre el amor de los amantes y el de la memoria y
el olvido, introducido por la metáfora de la amapola, y es interesante destacar la fuerza del adverbio
“mutuamente” en el verso que refuerza ese vínculo esencial entre ambas potencias: “wir lieben einander
wie Mohn und Gedächtnis” (ib., 74). Detienne considera que, en el pensamiento mítico no hay separación
28
entre alétheia y lethé, sino que más bien “se trata de dos polos entre los que se desarrolla una zona
intermedia en la que la Alétheia se desplaza hacia Lethé y viceversa (Detienne, 1981: 78).
63
Peithô, como persuasión, tiene una doble naturaleza: racional –capacidad objetiva de convencer- y
mágica, como psicagogía (Galí, 1999: 187). Apunta Detienne en el citado estudio las consecuencias de
una palabra mágico-religiosa en la que concurra la diké y la pistis pero se ausente la peithô, recordando el
caso de Casandra. La palabra de Casandra es eficaz y verdadera porque, en virtud de su especial
vinculación con los dioses, sus premoniciones se realizan, pero carece de la fuerza de persuasión, de la
peithô, suficiente para poder convencer a los que la rodean (Detienne, 1981: 69).
64
Más de veinticinco siglos después, esta diferenciación social resucitará en los poetas simbolistas y
decadentes. Baudelaire en Mi corazón al desnudo había apuntado: “Sólo hay tres seres respetables: el
sacerdote, el guerrero, el poeta. Saber, matar y crear. El resto de los humanos están cortados por el mismo
patrón y son aptos para el tajo, hechos para la cuadra, es decir, para el ejercer lo que se llaman
profesiones” (Baudelaire, 2000: 66).
29
65
En El retablo de las maravillas, el famoso entremés cervantino, los aldeanos experimentan la eficacia
de la palabra mágica de los estafadores Chanfalla y Chirinos. Los prejucios y miedos de los espectadores
a ser acusados de conversos o hijos ilegítimos, junto con la fuerza de persuasión de la palabra consiguen
que ésta sea eficaz, que cree una realidad ante la que respondan los aldeanos. Como advierte Eugenio
Asensio, en estos espectadores se da tal exageración en la simulación que casi se podría decir que estamos
ante un caso de alucinación (véase Asensio, 1965: 98 y ss.). El miedo y el prejuicio, como muestra
maravillosamente Cervantes, hacen mágica la palabra que se formula en determinadas circunstancias.
30
66
En este ámbito la alétheia es sustituida por la doxa, la opinión, caracterizada por la ambigüedad y la
inestabilidad: “una elección que varía en función de la situación” (Detienne, 1981: 118-119). Arduini, al
señalar la pervivencia en la poesía de la palabra mágico-religiosa, observa que el logos, al perder su
vínculo con el ser (on), se convierte sólo en una manifestación parcial de la alétheia. “El problema reside
en el hecho de que los hombres toman este medio parcial por la verdad misma, engañándose porque
prestan oído no a una verdad sino a la doxa. (...) La poesía es apaté en relación con la doxa o bien es un
desvío con respecto a la verdad parcial del lenguaje degradado que conduce a la verdad originaria. No es
pseudos, porque pseudos es justamente la doxa, sino recorrido para reconciliarse con la verdad y el ser”
(Arduini, 1998: 127).
31
Detienne, que esta fractura social tenía su paralelo en los oyentes: los oyentes que
descubrían el sentido oculto bajo el disfraz de las palabras y los que no podían descifrar
el enigma del lenguaje.
Debemos, por lo tanto, detenernos en el examen del enigma. Porque la palabra
no sólo aparece en el pensamiento mítico en poder de determinados estamentos, sino
también aparece de un modo concreto, y este modo de aparecer la palabra es el enigma.
Se trata, por tanto, de precisar qué significa el enigma como disfraz de las palabras y
cómo pasa el enigma del contexto mítico al contexto racional. Efectivamente, en el
pensamiento mítico, el enigma sólo era formulado por los dioses y, en su caso, por los
portadores de la palabra, especialmente en el ámbito adivinatorio del culto a Apolo.
Colli cita un fragmento del Timeo platónico, en el que se alude al carácter exegético de
los adivinos, para explicar la doble naturaleza del enigma:
67
Cuesta Abad define el alegorismo como la manifestación histórica donde más visible se torna la
hipóstasis de la interpretación tecnopoética por la que se suprime metafóricamente la expresión
metafórica que obstaculiza el acceso al significado, y señala que “en su constitución inicial coincide con
la concepción logo-mística que sustenta la cosmovisión cristiana” (Cuesta Abad, 1999: 59). En nuestra
opinión, la alegoría como mecanismo de interpretación es anterior al cristianismo y tiene un fundamento
no místico o religioso sino metafísico. A nuestro juicio, lo enigmático tiene importancia en el origen de la
alegoría y en determinados momentos de su historia, por ejemplo en el neoplatonismo, pero, a diferencia
de la decisiva importancia de la metafísica y de sus movimientos, el enigma no es una constante en su
historia. Precisamente, el cristianismo se “alegoriza”, más allá de las breves referencias paulinas, cuando
entra en contacto, con el fundamental precedente de Filón, con la sociedad alejandrina, fuertemente
helenizada, y hace suyas las preocupaciones metafísicas de esta sociedad, a través de Clemente de
Alejandría y de Orígenes. Por otra parte, es necesario advertir que el alegorismo, en sus inicios, no es
32
tanto un mecanismo de reducción del enigma –de la metáfora- a un significado determinado, sino que su
función es más compleja, al comenzar por la extrañeza ante las significaciones de unos textos que no eran
enigmáticos en su origen, sino que comienzan a ser enigmáticos en ese preciso momento.
68
Cf. Colli, 1995: 347.
69
El oráculo había advertido a Homero que se guardara del enigma de los hombres jóvenes de su ciudad
natal. Cuando Homero llegó a Ios, se encontró con un grupo de pescadores a los que preguntó qué habían
pesacado. Ellos que no habían pescado nada respondieron: “Cuanto cogimos lo dejamos, cuanto no
cogimos nos lo llevamos”. Se referían a los piojos que habían cogido después de haberlos matado.
Homero, según el relato, ante la imposibilidad de interpretar el enigma se retiró desanimado y murió.
(Pseudo Plutarco, 1989: 41-42).
70
Ib., p. 449.
33
Al no ser éstos capaces de resolverlo, la Esfinge los devora. Edipo resuelve el enigma y
la Esfinge, derrotada, se despeña y muere. Agamben observa al respecto:
Las cosas no quedan del todo aclaradas en este punto –no olvidemos que la
tragedia esta aún muy lejos de concluir-, porque el enigma no se presenta a Edipo, sino
que es el mismo Edipo el que vive en un enigma que viene determinado por su oscuro
nacimiento y por los terribles presagios que se abaten sobre él 72. ¿Es el hombre, como
afirma Edipo, el ser que es cuadrúpedo, bípedo y trípedo o es, en realidad, el propio
Edipo, que terminará ciego al final de la tragedia sofoclea, la solución del enigma y el
enigma mismo?
Porque el episodio de la Esfinge puede también pensarse en sentido inverso. Así
si la Esfinge hubiera preguntado a Edipo qué es el hombre, éste hubiera respondido que
el hombre es un animal cuadrúpedo, trípedo y bípedo, según sus diferentes edades. El
enigma, de este modo, quedaría por primera vez reducido a un juego de ingenio: la
Esfinge propone una cuestión incontestable: ¿Qué es el hombre? Y Edipo da una
respuesta ingeniosa que es irrebatible. De este modo, al invertir sus términos, se hace
manifiesto que el enigma ha quedado resuelto sólo en apariencia73. Pero, por encima del
71
Véase también Agamben, 2003: 144.
72
Dice José Vara respecto a Edipo que la tragedia de Edipo no es justificable “por sus defectos, que los
tiene, pero ninguno de una envergadura tal que guarde consonancia con sus desgracias.” La grandeza de
Edipo se debe, en su opinión a lo injustificable de su sufrimiento (Vara, 2000: 338). Ciertamente las
consecuencias de los actos de Edipo no guardan proporción alguna con su culpabilidad, pero, desde el
sentido trágico de lo enigmático que estamos examinando, la tragedia de Edipo se explica algo más aún
sin resultar justificable.
73
En palabras de Cuesta Abad, esta conversión del enigma en adivinanza supone una “comprensión
nominativa, esclarecedora y esencializante [que] depende casi por completo de un modo preconcebido de
entender la tarea hermenéutica, en virtud del cual ésta debe producir la juntura entre lo indeterminado en
la forma explícita o tácitamente interrogativa del enigma (… ) y la posible determinación esencial del
sentido inducida por la interrogación misma” (Cuesta Abad, 1999: 52-53).
34
lugar en el que se presenta la Esfinge, está el oráculo de Delfos74, el lugar que está
siempre presente en el mito y “cuyas palabras son enigmáticas”. Del mismo modo, por
encima de la Esfinge está Apolo, el dios del oráculo, Loxias “el torcido”, el mismo dios
vengativo que, como en el primer canto de la Ilíada, golpea a la población de Tebas con
la peste. En cierto modo, existe un paralelismo entre el ingenio de Edipo a la hora de
resolver el enigma de la Esfinge y la forma en que éste y Yocasta interpretan los
oráculos del dios. La actitud escéptica de ambos, motivada por el miedo y la ansiedad,
los lleva a relativizar el mensaje de los oráculos, curiosamente a través de
interpretaciones casuísticas o no literales, esto es, en cierto sentido, alegóricas. Estas
interpretaciones resultan trágicamente fallidas. En el abismo en el que habitan los
personajes de la tragedia edípica no hay otra solución para los enigmas que el
reconocerlos como tales, el desocultarlos75. Veámoslo detenidamente.
La Esfinge, en todo caso, es vencida por Edipo y perece por ello; pero Edipo no
puede derrotar en última instancia al dios de Delfos76. Sólo al final comprende y conoce
la verdad y sólo al final alcanza la sabiduría77. Esta verdad que alcanza Edipo es
alétheia: Es una verdad desocultada en cuanto que intuye un fondo inmenso que
permanece oculto e ignorado. Así lo interpreta Heidegger (Heidegger, 2000: 101-102):
Edipo representa la unidad intrínseca y el conflicto inherente entre ser y apariencia en
el pensamiento trágico griego. De este modo, al comienzo de la tragedia, Edipo aparece
envuelto en el brillo de la fortuna. Este brillo, como observa Heidegger, no responde a
74
Layo, padre de Edipo, acude a Delfos a suplicar descendencia. Edipo, años más tarde, acude también al
oráculo y mata a su padre en una encrucijada. Se casa con su madre, tras matar a la Esfinge, y, tras la
aparición en Tebas de una mortífera epidemia de peste envía a Creonte a preguntar al oráculo. La tragedia
se organiza y avanza en torno a Delfos y a la continua incomprensión de sus mensajes enigmáticos. El
dios y los oráculos son el motor omnipresente de esta tragedia.
75
Como advierte H. Musurillo, “Sophocles is struggling to express the deeper problem of man’s vision of
the world and its meaning. Zeus and Apollo are all-knowing; but their view of truth is inaccessible to men
and is like the darkness of night (...). When Oedipus finally sees the truth he can only scream and tear out
his eyes” (Musurillo, 1977: 89).
76
Ya al final de la tragedia Edipo exclama: “Apolo era, Apolo, amigos, quién cumplió en mí estos
tremendos, sí, tremendos, infortunios míos.” (Sófocles, 2000: 190). La esfinge, de este modo, anuncia y
precede al enigma, pero éste no se acaba en ella. Así parece insinuarlo Plutarco en “Isis y Osiris” cuando,
al decir que los mitos egipcios contiene oscuros reflejos de la verdad, pone como ejemplo gráfico de este
proceder simbólico la colocación adecuada de la Esfinge delante de los templos, como si su teología
contuviera una sabiduría enigmática (Isis y Osiris: 9, 354C).
77
Agamben señala que el delito de Edipo no es tanto el incesto como la hybris ante la potencia de lo
simbólico, porque Edipo ha marcado nítidamente la frontera entre el “decir claro” y el discurso de la
Esfinge cuya esencia es “un cifrar y un esconder” (Agamben, 2001: 234). Si se admite, siquiera como
posibilidad, la inversión de enigma y respuesta, esta hybris se agrava y se justifica más abundantemente,
porque Edipo degrada el enigma a mero juego de ingenio. Es evidente que el problema de esta inversión
estriba en el diferente significado de “es” en uno y otro caso. De todas formas, esta diferencia no sería
estudiada sistemáticamente hasta la Metafísica de Aristóteles, como tendremos ocasión de ver en nuestro
capítulo VII.
35
una apreciación subjetiva sino que pertenece al propio Edipo, hasta que, tras la
apariencia, se descubre su ser de asesino de su padre e incestuoso. El empeño edípico
por desocultar la verdad tiene un precio muy alto. Cuando Edipo se arranca los ojos
queda sumido en la oscuridad, renuncia para siempre al brillo, a la apariencia en la que
vivía sumido78. Heidegger concluye:
Sin embargo, no debemos ver en Edipo sólo al hombre que cae sino comprenderlo
también como aquella figura de la ex-sistencia griega cuya pasión fundamental se atreve a
avanzar hasta el último extremo con la mayor ferocidad, la pasión del desvelamiento del ser, es
decir, la lucha por el ser mismo.
(Heidegger: 2003, 102)
Es evidente que Heidegger actúa aquí como alegorista –un alegorista ontológico
en cualquier caso-. Él mismo parece reconocerlo cuando dice que Edipo debe ser
comprendido como figura. Edipo queda sumido en la oscuridad porque renuncia sin
remedio al brillo de la apariencia. La búsqueda de la verdad no lo ha llevado a la
claridad, sino a la oscuridad absoluta. Pero ¿cuál es esta oscuridad?, ¿en qué consiste?
Esta oscuridad consiste en la destrucción de la apariencia. La destrucción de la
apariencia que el mito de Edipo supone es una destrucción irónica en cuanto que
invierte la terminología que, al menos desde Homero, sustenta el uso de la luz y la
claridad como metáforas de la vida, frente a la oscuridad de la muerte79. Edipo vivía en
el brillo de su apariencia precisamente porque había resuelto el enigma de la Esfinge. El
brillo de Edipo es la clave de su actitud ante el enigma y de su aparente resolución,
también de la vida aparente. La oscuridad final, la pérdida de la apariencia implica, por
lo tanto, la restitución del enigma. Pero, a diferencia del enigma anterior, en esta
ocasión ya no hay Esfinge. La tragedia de Edipo descubre que la fractura original no
sólo no se ha restituido sino que es el hombre el que se sitúa en esa fractura al buscar la
verdad. Y la verdad, parece concluir Edipo, es el reconocimiento de su naturaleza
enigmática, de un enigma que no puede ser resuelto80. La identificación del hombre con
78
Heidegger se remite en este comentario al estudio de Reinhardt sobre Sófocles de 1933 en el que
califica a Edipo como “tragedia de la apariencia” (Heidegger, 2003: 102).
79
Véase Lledó, 2005: 28-30.
80
Heidegger lee a Heráclito en el sentido de decir que “la determinación de la esencia del hombre jamás
es respuesta, sino esencialmente pregunta.” (Heidegger, 2003: 130) y, en esa misma obra, Introducción a
la metafísica, refieriéndose a esta naturaleza enigmática del hombre cita unos versos de la Antígona de
Sófocles que podrían encajar perfectamente en el final de Edipo, tal y como venimos examinando su
36
el enigma hace que la pregunta que hemos supuesto formula la Esfinge pueda leerse de
modo afirmativo, incluso exclamativo: ¿Qué es el hombre?, Qué es el hombre.
El sentido mítico del enigma también termina secularizándose, si bien sigue
vinculado a la sabiduría. De esta forma aparece en el pensamiento de Heráclito81, Platón
y Aristóteles.
El nacimiento de la filosofía es sin duda el acontecimiento decisivo del siglo VI.
Por lo que a nuestro tema se refiere, es necesario advertir que sólo desde el nacimiento
de la filosofía y únicamente desde el peculiar sentido que tuvo su origen desde el mito,
puede entenderse y justificarse la existencia de la alegoría interpretativa82. Si la filosofía
no hubiera nacido o lo hubiera hecho rompiendo radicalmente con el mito,
probablemente la alegoría no habría tenido razón de existir.
Ya hemos señalado cómo el mito evoluciona acoplándose, desde su remoto
origen, al contexto social e ideológico del tiempo en que se mueve y hemos recordado
también cómo algunos poetas, Píndaro y Estesícoro entre otros, cuestionan el contenido
moral de los mitos censurando y modificando su contenido83. Sin embargo, ninguno de
estos cambios podía haber evolucionado hacia la alegoría de no ser por la aparición de
la filosofía. Del mismo modo, si la filosofía se hubiera apartado bruscamente del mito
rechazando la tradición poética homérica y hesiódica, la alegoría tampoco habría podido
tener lugar. Con la interpretación alegórica de los mitos y, en particular, de los poemas
de Homero y Hesíodo, cristalizan en el revolucionario ámbito del despertar de la
filosofía todas las tendencias religiosas, políticas, sociales y económicas que hemos
estado señalando en estas páginas.
La alegoría es una solución intermedia, a medio camino entre los diferentes
polos de tensión de este siglo, en la frontera entre la Era Arcaica y el periodo clásico de
la historia de Grecia. Como seguidamente veremos, la exégesis alegórica es un punto
carácter enigmático: “Muchas cosas son pavorosas; nada, sin embargo, / sobrepasa al hombre en pavor.”
(p. 136).
81
El caso de Heráclito es, no obstante, ambiguo. Como veremos en páginas ulteriores, precisamente en
esta ambigüedad radica parte de su oscuridad.
82
Buffière afirma: “Il es donc indispensable, pour comprendre les démarches et l´état d´esprit des
premiers allégoristes, de rappeler à grands traits la physique des Présocratiques: ceci nous permettra de
recréer le cadre où vont entrer, bon gré, mal gré, les dieux d´Homère ou ses héros.” (Buffière, 1973: 82).
83
La alegoría, como modelo hermenéutico, cumple, en este momento epigonal del pensamiento mítico
griego, la regla señalada por Gadamer respecto al surgimiento de la hermenéutica: “Of course,
Hermeneutics occurs in earlier times and forms, but even in these it represents an effort to grasp
something vanishing and hold it up in the light of consciousness. Therefore, it occurs only in later stages
of cultural evolution, like later Jewish religion, Alexandrian philology, Christianity as inheriting the
Jewish gospel, or Lutheran theology as refuting an old tradition of Christian dogmatics. The history-
37
It is only to be expected then, that Olympian mythology, concerned with the more
accessible and observable forms of nature, should issue in the cosmological speculation of the
Ionians. Indeed, the only important difference between the mythical and the scientific attitude to
reality is that the former is inductive, the latter deductive.
(Hinks, 1939: 35)
embracing and history-preserving element runs deep in hermeneutics, in sharp contrast of emancipation
from authority and tradition” (Gadamer, 1997: 315).
84
Hinks se ocupa también de las diferencias entre la forma mítica de mirar el cosmos, la astrología, y la
nueva forma de la alegoría física. Para este autor, la alegoría usa una técnica mítica para un fin racional,
mientras que la astrología usa una técnica racional al servicio de una finalidad mítica (op. cit., 32).
38
85
Op. cit., p. 33.
86
“Les Grecs de l´âge présocratique ancien ont forgé un vocabulaire d´une nouvelle espèce qu´on appelle
ontologique, parce que Parménide a nommé l´être, henologique, parce qu´Héraclite a nommé l´un, ou
sophologique, parce qu´il a nommé la chose sage, dans tous les cas, il y a avantage à manier les mots avec
rigueur” (Ramnoux, 1968: 287).
39
Esta ventaja reside en el hecho de que mientras el filósofo necesita operar con conceptos
racionales de su propia invención, la teología actúa siempre con las imágenes y los símbolos de
un mundo de ideas religiosas vivo y firmemente arraigado en la conciencia popular. Hasta la
filosofía tiene que retroceder en busca de semejante simbolismo cuando se encara con los
últimos enigmas.
(Jaeger, 2003: 61)
87
Jaeger ha mostrado cómo el uso del neutro permite a Anaximandro formular por vez primera el
concepto de “lo divino” y las consecuencias decisivas que ester hallazgo produce en el pensamiento
teológico griego (Jaeger, 2003: 36-37).
88
Cf. Gadamer, 1995: 18.
89
Véase, en este sentido, Gadamer, 1995: 40-41.
90
Cf. Blumenberg, 2003a: 33 y ss.
40
término. Tal oposición responde, de nuevo, a una visión neokantiana de la cuestión que
pretende remontar a Platón el inicio de una tradición teorética que alcanzaría su
culminación en Kant, aun a costa de rebajar la decisiva importancia de los mitos en la
obra platónica (Blumenberg, 2003a: 58).
Jean-Pierre Vernant ha observado este proceso de la relación entre la filosofía
primera y el mito en Grecia y ha señalado que:
91
Es cierto que, como observa Ferraris, no existe en la antigüedad una contraposición radical entre
retórica y hermenéutica. Así, citando a Gadamer afirma: “La retórica [...] pertenece al espíritu de la más
antigua filosofía griega, el arte de la comprensión es una consecuencia de la sucesiva disolución de
sólidos lazos con la tradición y del intento de conservar y de elevar a la luz lo que está en vías de
desaparición.” (Ferraris, 2000: 15). En este ámbito, también ha insistido Pépin. En efecto, en el artículo
titulado “L´herméneutique ancienne” (Pépin, 1975), afirma que el término griego hermeneia, traducido de
forma reductora al latín por interpretatio, no era siempre equivalente de exégesis. Así, su sentido original
admitía también la acepción de “significar hablando”, de elocución. La hermenéutica vendría, de esta
forma, a estar más cerca de la interpretación en el sentido de exteriorización física de los contenidos
mentales mudos en sí mismos que de la exégesis. Ahora bien, la hermenéutica, en el caso concreto de la
hyponoia, se ajusta quizá con mayor precisión que la mera exégesis a las pautas apuntadas por Pépin. En
efecto, al explicar el sentido oculto del texto da voz y expresión a un contenido mudo de éste. Pero,
además, el hecho de que la palabra “hermenéutica” tenga diversas acepciones, como significar, exégesis o
traducción no implica que las realidades a las que alude por polisemia se confundan. De hecho, pensamos
que el planteamiento de la cuestión obedece, precisamente, a la confusión que a veces se produce en la
traducción de un término que a menudo es agente, al referirse a la hermenéutica como ejecución de la
palabra, como paciente, dando lugar a las confusiones que cita en la páginas 293 y 294 de su artículo. De
todos modos, entendemos aquí retórica en sentido estricto, es decir, como ciencia de la persuasión
mediante el discurso, a partir de Córax, y los litigios sobre la propiedad en la Sicilia de comienzos del
siglo V (cf. Barthes, 1990: 89 y Mortara Garavelli, 2000: 18). Como dice Mortara Garavelli, Gorgias será
el primero en fundir poética y retórica, pero esto no será hasta aproximadamente el año 427 a. C. (ib., p.
21). Para Barthes, esta fusión no será definitiva hasta la época de Augusto, si bien Quintiliano aún
distingue entre ambas (op. cit., p. 94). Sobre estas cuestiones habremos de volver más detenidamente en
páginas ulteriores. Respecto a la influencia de la retórica en la hermenéutica, aunque siempre ha estado
presente, es necesario señalar que ésta llega a su punto álgido con la exégesis cristiana de Beda y su
distinción entre allegoria in verbis e in factis. Pero esta diferencia y al mismo tiempo, relación, entre
retórica y hermenéutica no debe confundirse, como tendremos ocasión de exponer detenidamente a lo
largo de este trabajo con la tercera acepción de alegoría, la ya señalada “alegoría deliberada”, que cifra su
aparición en la Antigüedad Tardía, con la Psicomaquia de Prudencio. Tampoco están claros los límites
entre la hermenéutica y la poética. En opinión de Paul de Man, “se puede considerar la historia de la
teoría literaria como el intento continuado de desenredar este nudo y hacer constar las razones por las que
no se consigue” (De Man, 1990: 90). Sin embargo, al diferenciar la exégesis alegórica de la alegoría
como figura retórica hacemos alusión, no sólo a estas imprecisas pero innegables diferencias, sino al
hecho de que incluso reconociendo esta difícil separación, no existe entre ambas, como se irá exponiendo
a lo largo de este trabajo, una simetría que permita acercarlas a ese nudo que de Man ve en la relación
42
entre poética y hermenéutica. Algunos artículos recientes sobre la alegoría antigua han seguido con-
fundiendo la alegoría retórica con la hermenéutica (véase, por ejemplo Vanderdorpe, 1999: 75 y ss.).
92
López Eire se expresa también en este sentido. Únicamente cabe hablar de personificación en algunos
fragmentos aislados como es el caso de la lucha entre Poseidón y Escamandro. López Eire critica la
actitud de algunos alegoristas, sobre todo los estoicos, de hacer coincidir a los poetas con sus propios
postulados filosóficos (López Eire, 2002: 65-66). Esto no obstante, Pfeiffer recoge una posible alegoría
intencional en Homero, en concreto en el Canto I, 502 y ss. de la Ilíada, Se trata, según este autor, de una
alegoría moral que excede la pura personificación, en la que la actitud del penitente se traslada a las
“Suplicas” (cf. Pfeiffer, 1981: 28).
93
La personificación, desde el punto de vista de la retórica, estará vinculada a los efectos de
dramatización propios de las escuelas asiánica y rodia, tal y como estudiaremos en el capítulo IX, al
examinar su tratamiento en la Retórica a Herenio.
43
Homero y Hesíodo han atribuido a los dioses todo cuanto es objeto de vergüenza e
injuria entre los humanos.
Y contaron muy a menudo acciones vituperables de los dioses: que robaban, cometían
adulterios y se engañaban unos a otros.
Es que los mortales creen que los dioses han nacido y que incluso tienen, vestidos, voz
y figura como ellos.
Pero si los bueyes, caballos y leones tuvieran manos y pudieran dibujar con ellas y
plasmar imágenes, como los hombres, dibujarían las figuras de sus dioses y crearían sus
94
Paul Ricoeur incide en este sentido predominantemente interpretativo de la alegoría al considerar que la
alegoría “ha sido mucho más una modalidad de la hermenéutica que una creación espontánea de signos.
En vista de esto, sería más conveniente hablar de “interpretación alegorizante” que de “alegoría.”
(Ricoeur, 1969: 253).
95
Ejemplo de esta interpretación retroactiva y anacrónica de la intencionalidad retórica de Homero la
ofrece el pseudo Plutarco al afirmar: “El discurso político está dentro del arte retórico, en el que Homero
fue el primero, según parece. Pues si la retórica es la facultad de hablar con persuasión, ¿quién más que
44
cuerpos, los caballos con formas de caballos, los bueyes de bueyes, tal como fuera la figura que
cada uno poseyera.
Los etíopes afirman que sus dioses son de nariz ancha y negros, y los tracios, que tienen
los ojos azules y son pelirrojos.
(García Gual, 1992: 249)
Homero destaca en este ámbito, él, que aventaja a todos no sólo en la sublimidad del lenguaje sino que
incluso en sus pensamientos muestra una fuerza equivalente a su dicción?” (Pseudo Plutarco, 1989: 146).
96
La dimensión teológica de Jenofanes es la más determinante de su personalidad en opinión de Jaeger
(2003: 43-59).
97
Sobre las relaciones de Jenófanes con la religión griega tradicional y, en particular, sobre su oposición a
las prácticas adivinatorias, puede verse Lesher, J. H., “Xenophanes´ Scepticism”, en Anton, J. P., Preus,
A. (eds.), Essays in ancient Greek Philosophy, State University of New York, 1983, pp- 20-40.
98
En realidad, Jenófanes es también presa de un antropocéntrismo que pudiera denominarse
atrevidamente, kantiano avant la lettre, al exigir de unos dioses no antropomórficos un código de moral,
una especie de imperativo categórico humano y, en concreto, helénico. A este respecto dice Lesher: “But
a belief in the moral excellence of the gods sits rather uncomfortably with a conviction of their
dissimilarity to human beings. The attribution of moral attributes to the divine might well qualify as a
form of anthropomorphism itself in so far as it would imply shared moral traits as well as others attributes
(...) necessary for their possession (Lesher, 1992: 83). Quizá estemos ante una postulación del nomos, en
el sentido hesiódico, como ley que afecta a todos los seres y, desde luego, como afirma Lesher, ante una
concepción de los dioses como suma de perfecciones y virtudes.
45
¿Quién era realmente Jenófanes? Una tradición muy discutida sitúa a Jenófanes
como maestro de Parménides (Los filósofos presocráticos I, 2001: XXIII y 272). Al
parecer, Jenófanes era un rapsoda que recitaba públicamente los poemas de Homero99 y
Hesíodo y satirizaba en privado el contenido de estos textos. No sólo Homero y Hesíodo
fueron objeto de sus burlas sino que también descargó su ironía sobre el etnocentrismo
teológico griego, el orfismo y el pitagorismo, sobre todo su teoría de la metempsicosis
(Cappelletti, 1994: 115)100. No obstante, Jenófanes no era contrario a Homero y
Hesíodo como poetas, sino en cuanto educadores de los griegos. La preocupación de
Jenófanes por la ubicación de Homero y Hesíodo en el centro de la paideia es similar a
la que posteriormente mostrarán Platón y Plutarco (Detienne, 1985: 86). Así lo ve
también Jaeger que considera a Jenófanes como el impulsor de un nuevo tipo de areté,
desde la nueva ideología de la polis: “una fuerza del espíritu que crea en el estado el
derecho y la ley, el orden justo y el bienestar” (Jaeger, 2001: 171). Jenófanes ejerce la
crítica sobre estos textos desde su posición de ciudadano preocupado por la formación
de la ciudad101. En este sentido, resulta revelador comprobar que los delitos que
reprocha a Homero haber atribuido a los dioses, el adulterio, el robo y la mentira102, son
faltas que atentan fundamentalmente contra la organización social:
It is perhaps worth noting that Xenophanes singles out for mention forms of misconduct
involving the institutions of property and marriage, that is, crimes against organized society. We
should not suppose that Xenophanes was not offended by Homer´s depiction of Apollo on a
nine-day killing spree (Iliad 1. 44-50) (...). But these forms of wickedness are not explicitly
mentioned.
(Lesher, 1992: 84)
Más o menos por esta época, a mediados del siglo VI, se cuenta que también
Pitágoras criticó a Homero y Hesíodo: “Hiéronymus rapporte que Pythagore, dès le
milieu de VI siècle, avait vu, au cours d´une descente aux Enfers, les tortures infligées
99
En contra de esta hipótesis, cf. Los filósofos presocráticos: 1987, 242.
100
Sobre esta cuestión puede verse también Lesher, 1992: 78-80.
101
Cf. Lledó, 1961: 32.
102
Resulta interesante comprobar que, casi cinco siglos más tarde, Cicerón, al estudiar el problema de la
existencia del derecho natural y sus relación con las leyes positivas, se fija, curiosamente en las mismas
faltas que Jenófanes: “Si el derecho tiviera su fundamento en la voluntad de los pueblos, en los decretos
de los jefes o en las sentencias de los jueces, se podría, en tal caso, tener derecho a robar, a cometer
adulterio, a deponer testimonios falsos, con tal de que tales actos consiguieran la aprobación de los votos
o de las resoluciones de la masa.” (Cicerón, De las leyes I, XVI, 43-47, en Sofistas, 1996: 108). El
subrayado es nuestro.
46
aux deux poètes-théologiens en expiation de leurs injures envers les dieux.” (Pèpin,
1958 : 93)
La influencia de Pitágoras en la lectura alegórica de Homero es oscura. Buffiére
ha restado importancia a su influencia en el desarrollo de la alegoría, retrasando hasta el
neoplatonismo, en el siglo II d. C., la aparición de la alegoría mística. Sin embargo,
autores como Detienne y Flacelière defienden que la alegoría mística neoplatónica
hunde sus raíces en el pitagorismo103. El propio Lamberton reconoce la imposibilidad de
afirmar con certeza la datación preplatónica de algunos fragmentos pitagóricos referidos
a Homero, aunque considera posible que los poemas homéricos fueran usados en los
ritos de los primeros pitagóricos, incluso que se hiciera en esta escuela una lectura
moralizante de los mismos104 (Lamberton, 1986: 35). En cualquier caso, dados los
pocos testimonios sobre Pitágoras anteriores a Sócrates que sobreviven105 y que el peso
de la influencia pitagórica, en lo que a la alegoría se refiere, se hace notar en el
neoplatonismo, hemos optado por tratar el pitagorismo en el capítulo dedicado a la
alegoría neoplatónica.
La primera respuesta a las críticas de Jenófanes vino de la mano de Teágenes de
106
Regio y la interpretación alegórica107. Ésta es al menos la secuencia más extendida:
al ataque de Jenófanes sucede la defensa alegórica de Teágenes. Sin embargo, Jean
Pépin en su clásico libro sobre el tema, Mythe et allégorie, proponía una teoría
diferente. En el capítulo segundo de este libro (Pépin, 1958: 93 y ss.), Pépin se pregunta
si fue la alegoría un mecanismo articulado para defender a Homero ante los ataques de
sus detractores, como siempre se ha pensado, o si son otros los elementos que
relacionan ambos factores. Con anterioridad, Tate había planteado la cuestión
advirtiendo que, a pesar de que los primeros alegoristas habían tenido la intención de
defender a Homero, resulta evidente que tenían también otras intenciones. Para Tate, la
lectura alegórica de Homero nace de la apropiación por parte de los filósofos del
lenguaje de los poetas, como ocurre, sobre todo en el caso de Parménides y
Emplédocles, o del discurso oracular, como sucede en el caso de Heráclito:
103
Cf. Lamberton, 1986: 33-35.
104
Como veremos en nuestro capítulo IV, tal y como señala Tate, la lectura moral de un poema no
equivale a su lectura alegórica.
105
Dice Francisco Lisi que quedan cuatro versos burlones de Jenófanes, dos fragmentos de Heráclito, seis
versos de Empédocles, cuatro de Ión de Quíos y una breve referencia en la que hablaría de Pitágoras,
junto a tres pasajes de Heródoto (Los filósofos presocráticos I, 2001: 94).
106
Teágenes fue contemporáneo del persa Cambises, sucesor de Ciro, que subió al trono a la muerte de
éste en 530 a. C. y murió en 522 a. C.
47
Here is, I think, the circumstance in which we should look for the origin of the
allegorical interpretation of Homer, which grew up gradually with the gradual growth of the
more conscious allegorical use of mythical language to express theories which were at first only
partly philosophic.
(Tate, 1934: 107)
De esta forma, apunta Tate, Porfirio no dice que Teágenes fuera el primer
alegorista, sino que fue el primero que usó la exégesis alegórica para defender a
Homero, con relación al pasaje de la Teogonía en la Ilíada108 .
El problema es, para Pépin, de cronología y está vinculado a los ataque de
Heráclito a Hesíodo y, en general, al saber físico de los poetas. Dice Pépin: “Si
Héraclite critique, comme il semble bien le faire, le procédé de ceux qui en appelaient à
Homère pour garantir leurs propres théories, c´est que ce procédé lui était antérieur, et
l´on voit mal comment il aurait pu être appliqué sans le secours de l´allégorie”109.
Pépin recuerda que Heráclito ataca a quienes invocan a los poetas para justificar
sus teorías físicas, porque piensa que los poetas no pueden ser considerados una
autoridad en estas cuestiones. Ahora bien, este presunto saber físico de los poetas es,
según el autor francés, producto de la interpretación alegórica física de los mismos
incluida en un mecanismo cultural que había hecho de los poemas de Homero y
Hesíodo auténticos compendios enciclopédicos para la educación de los griegos.
Heráclito, como iremos analizando, no ataca tanto los poemas como a la autoridad en
materia física de los poetas. Estamos, por tanto, ante una crítica parecida a la de
Jenófanes, aunque en este caso parece haber un elemento añadido: esta posible lectura
alegórica que Jenófanes ignora110. Si Heráclito ataca este conocimiento antes de que
Teágenes responda a los reproches de Jenófanes, quiere decir o bien que ha habido
ataques al mito anteriores a Jenófanes ante los que ha habido ya una reacción alegórica,
o bien que la lectura alegórica es anterior e independiente de la censura de Jenófanes a
Homero y Hesíodo. Las fechas que hay que tener en cuenta son las siguientes:
107
Precisamente ha sido Detienne el que ha apuntado la posible influencia pitagórica en el alegorismo
físico-moral de Teágenes de Regio (Lamberton, 1986: 32).
108
Op. cit. p. 108.
109
Ib. p. 95.
110
Pero, ¿ignoraba realmente Jenófanes la lectura alegórica de Homero? Las fuentes parecen confirmarlo
cuando al hacer referencia a sus críticas a Homero y Hesíodo no mencionan ninguna alusión a esta
posibilidad interpretativa. Sin embargo, tal vez erróneamente, aplicando a Jenófanes ideas posteriores,
48
Jenófanes vivió, como hemos dicho, entre 580111 y 475 a. C. La extensa vida de
Jenófanes, como vemos, se prolonga prácticamente durante el siglo VI y los comienzos
del siglo V. Teágenes, que pasa por ser el primer exégeta alegórico, fue contemporáneo
de Cambises, es decir vivió aproximadamente en el último tercio del siglo VI. La fecha
de nacimiento de Heráclito es dudosa. Diógenes Laercio dice que alcanzó su madurez
durante la 69ª Olimpiada (504-501 a. C.) (DK 22 A 1, Los filósofos presocráticos I,
2001: 194). Pero este dato ha sido muy discutido. En todo caso, no es posible que haya
sido anterior a Jenófanes, aunque es difícil precisar si fue contemporáneo o algo anterior
a Parménides. Quizá naciera en torno a 549 coincidiendo con la caída de Lidia en poder
de los persas. Otros consideran que Heráclito debió alcanzar su madurez a finales del
siglo VI y, probablemente, su obra filosófica ya estaría cerrada en torno a 480 a. C. (Los
filósofos presocráticos, 1987: 266). Por tanto, fue contemporáneo de Jenófanes, aunque
mucho más joven y, como veremos seguidamente, es evidente, porque lo cita, que lo
conoció, directamente o a través de sus poemas; pero es difícil precisar qué pudo
conocer de Teágenes o de algún otro defensor de la alegoría física de los poemas de
Homero y Hesíodo. Si hacemos caso a la segunda cronología que hemos ofrecido, las
sospechas de Pépin resultarían infundadas, porque Heráclito habría tenido tiempo
suficiente para conocer las interpretaciones físicas de Homero y Hesíodo112. En todo
caso, conviene recordar que lo que dice Heráclito respecto de esta cuestión, lo
conocemos a través del Teeteto (180c-d) de Platón que atribuye a Heráclito las siguentes
palabras:
¿No tenemos acaso la tradición de los antiguos, quienes mediante la poesía ocultaban su
pensamiento a la mayoría, al decir que Océano y Tetis son la génesis de todas las cosas, de
modo que son como corrientes, y que nada está firme? Y los que vinieron después, más sabios,
lo mostraron en forma más evidente, para que también los zapateros, al escucharlos
pseudo Plutarco dice: “Jenófanes de Colofón, que invocó como primeros principios el agua y la tierra,
parece que extrajo esta idea de Homero.” (Pseudo Plutarco, 1989: 93).
111
Algunos autores retrasan la fecha de su nacimiento a los alrededores de 570 (Los filósofos
presocráticos I, 2001: XXIII).
112
En sentido contrario, Gadamer sostiene que Heráclito es mucho más joven que Jenófanes y
Parménides (Gadamer, 2001b: 13). Si se admite esta tesis, Heráclito tuvo aún más tiempo de conocer la
defensa de los poemas homéricos de Teágenes y, tal vez, otros alegoristas posteriores a las críticas de
Jenófanes. En todo caso, merece la pena recordar que, aunque algunos de estos filósofos, como
Parménides y Jenófanes, procedían de las colonias griegas occidentales, eran descendientes o incluso
oriundos de Asia menor, huidos a Italia y Sicilia ante la conquista de los persas, la misma de la que
advertía Heráclito (Jaeger, 2003: 43). En consecuencia, las distancias espaciales y aún temporales se
reducen si se tiene en cuenta que todos comparten de forma directa o indirecta la misma tierra de origen.
49
comprendieran su sabiduría, y cesaran de creer, insensatamente que algunas de las cosas están
firmes, mientras otras se mueven, y aprendieran que todas se mueven, y los honraran.
(Los filósofos presocráticos I, 2001: 203)
113
Cf. Guthrie, 1984: 389.
114
Respecto de esta alegoría anterior a Heráclito dice Tate: “As I have pointed out elsewhere, allegorism
can be seen at an early stage of its growth in one of these fusers of myths, Pherecydes of Syros, a prose
writer whose date is much earlier than that of Heraclitus. (...) My point is that whether Pherecydes
mentioned Homer or not he provides an excellent example of that process of rationalizing (to some
degree) and remoulding the myths for one’s own purposes –the process which later unfolds into overt
allegorism.” (Tate, 1934: 107).
115
Cf. Heidegger, 1999: 243 y ss.
50
efecto entre ambas o de establecer una secuencia temporal entre ellas. Porque es cierto
que la causa de la defensa alegórica de Homero y Hesíodo no está sólo en que algunos
filósofos cuestionaran sus poemas. Es necesario tener en cuenta, sobre todo, que la
nueva visión del mundo, el descubrimiento de la moral íntima y la consolidación de las
leyes y de los derechos en ellas formulados, permitieron la elaboración de un discurso
nuevo sobre unos textos recibidos del pasado e instalados en lo más profundo de la
sociedad griega. Heráclito mismo es, en cierto modo, un escritor alegórico y, tal vez, no
sea osado advertir que es, junto con Pitágoras, el conservador y renovador del sentido
mágico de la palabra en el nuevo contexto cultural que se abría con la aparición de la
filosofía y la consolidación del estatuto jurídico de la polis.
Es necesario, además, vincular ambas tendencias a una instancia superior, reflejo
de todos los acontecimientos históricos que venimos señalando. No se puede considerar
que la alegoría sea un mecanismo reaccionario como pudo serlo, en otro contexto, la
poesía de Píndaro y Teognis en defensa de la decadente aristocracia helénica. La propia
modernidad de la alegoría es radicalmente opuesta a la esencial antigüedad de las Odas
pindáricas. Sin embargo, cuando se hace especial hincapié en que la alegoría es un
instrumento de defensa de Homero y Hesíodo frente a los ataques de la filosofía, se
oculta su carácter innovador y su naturaleza consecuente con los postulados de la
filosofía. Quizá, por este motivo, algunos estudiosos han considerado la alegoría como
un método regresivo. Así ocurre con Edwin Honig quien afirma que la importancia de la
interpretación alegórica consistió no sólo en que sostuvo la integridad de los poemas
sino en que también defendió la visión del hombre de Homero y Hesíodo con sus
debilidades y heroísmo reflejados en sus dioses. Dice Honig que los intérpretes
alegóricos hacen hincapié en la “intención” que presumen inherente en estos textos
tradicionales. Consecuentemente, el trabajo de estos intérpretes tiende a preservar el
texto más allá de los resultados que ponen en duda la naturaleza moral de los libros.
Termina Honig diciendo que el intérprete del siglo VI a. C. se identifica con una clase
privilegiada de guardianes, padres primitivos, héroes y dioses. Como ellos, él busca
preservar las imágenes de autoridad y la trascendencia de los principios culturales
(Honig, 1982: 20-22).
A nuestro juicio, el planteamiento de Honig presenta algunas zonas oscuras. En
primer lugar, habría que señalar que el hecho de buscar la “intención” del autor no
significa, necesariamente, el descubrimiento de las posibles intenciones de Homero y
Hesíodo, sino más bien de atribuir a éstos las intenciones de los alegoristas. De esta
51
116
Carlos García Gual observa que “La teoría alegórica, un intento por salvaguardar la lección verídica de
los mitos, sólo en apariencia escandalosos, es también un signo de ilustración al aceptar que el lenguaje
del razonamiento es el normal y que los mitos se expresan en otro lenguaje, secundario y poético, que hay
que traducir al código del logos para comprenderlo en toda su hondura y valor” (García Gual, 1992: 168).
117
En este sentido, el método alegórico arroja sobre la época en la que surgió el severo juicio de
Heidegger al decir que “Sólo aquellas épocas que ya no creen realmente en la verdadera grandeza de la
tarea de la teología son las que fomentan la opinión perniciosa de que una teología pueda hacerse más
atractiva o ser sustituida y convertida en más apetecible para las necesidades del momento gracias a una
supuesta restauración con ayuda de la filosofía” (Heidegger, 2003: 17).
118
Algún estudioso ha apuntado la posibilidad de que Teágenes perteneciera a la secta de los pitagóricos,
aspecto que es cuestionado por Buffière (op. cit., p. 105).
52
119
No tiene Tate precisamente una buena imagen de la alegoría pseudo histórica de la que dice que
debería haber desaparecido después de las críticas de Platón. Sin embargo, como él mismo reconoce, la
alegoría pseudo histórica sobrevivió a Platón gracias a los esfuerzos de los estoicos, la escuela de Crates
y, paradójicamente, los neoplatónicos (p. 109-111).
53
120
Tal vez un capítulo, siquiera tan breve como éste, dedicado a Heráclito pueda parecer poco pertinente
en un trabajo como el nuestro. Sin embargo, como esperamos demostrar a lo largo del mismo,
consideramos esencial su pensamiento para el desarrollo de la alegoría, en su vertiente más enigmática,
con el planteamiento de cuestiones que continúan siendo disputadas hasta nuestros días, en los planos de
la retórica y la estética, por una parte, y respecto del valor filosófico-religioso de la palabra, por otra.
121
No tiene la misma opinión respecto de las religiones mistéricas; a sus practicantes les profetiza el
fuego por sacrílegos. llama a las bacanales impúdicas y vergonzosas. Equipara oscuramente a Hades y
Dionisio. En general ataca a los que realizan sacrificios acusándolos de desconocer lo que son los dioses y
los héroes, y considera que raramente pueden darse auténticas purificaciones (Los filósofos presocráticos
I, 2001: 243-244).
122
En otro pasaje Heráclito declara que “Guerra es padre de todos, rey de todos: a unos ha acreditado
como dioses, a otros como hombres; a unos ha hecho esclavos, a otros libres” (DK 22 B 53, ib., p. 223).
Precisamente aquí radica, como dice Guthrie, “el meollo de la polémica de Heráclito con otros
pensadores”, en que se rebela contra el ideal de un mundo pacífico y armonioso (Guthrie, 1984: 422).
Sobre este fragmento, véase también Lledó, 1961: 29-30.
123
Heráclito se adelanta a Platón, como afirma Lledó, cuando pide que se expulse a Homero de las
asambleas públicas (Lledó, 1961: 28-29), pero también se adelanta a Platón en este otro aspecto: la
54
proclamación de la ignorancia del poeta frente a su propia obra, tal y como expone Platón en el Ión.
Recordemos que, para Heráclito, el verdadero saber nace del contraste del logos con la realidad (Lledó,
1961: 29).
124
Cf. Guthrie, 1984: 390.
125
No es necesario advertir del resbaladizo y oscuro pensamiento de Heráclito, cuya dificultad se ve
agravada por el estado muy fragmentado en el que se ha recibido su obra. A partir de Aristóteles se ha
considerado que el pensamiento de Heráclito se refería, como ocurre con el resto de los presocráticos, a la
physis. Sin embargo, Gadamer, a partir de las alusiones platónicas y de la interpretación de Diodoro, ha
sugerido la posibilidad de que su libro tuviera una orientación más política que física (Gadamer, 2001b:
42).Aquí nos limitaremos a exponer algunas ideas dadas sobre el tema que nos ocupa en sus textos y en
las interpretaciones de los diferentes estudiosos que han abordado su filosofía.
126
Jaeger ha puesto de relieve lo que supuso para el pensamiento griego el planteamiento del problema
del origen y cómo éste obligó a traspasar los límites de la apariencia sensorial (Jaeger, 2001: 155).
Gadamer, por otra parte, ha cuestionado que el propio término physis existiera como tal en el siglo VI a.
C. (Gadamer, 1995: 38).
127
Sobre el concepto heideggeriano de physis, véase especialmente Heidegger, 2003: 22-25.
55
En general, para los filósofos jonios, en un primer momento, physis hace referencia al
crecimiento en sentido universal. Los eléatas asocian la idea de physis a la definición
del devenir, oponiéndose a on, el ser y, en concreto, a su carácter acabado, teleuté. Poco
a poco, el concepto de physis fue adquiriendo un sentido más amplio y elevado. De este
modo, se adhiere el sentido de fuente del movimiento y el de sustancia primordial de
las cosas (Bravo, 2001: 19-21). La physis es el fundamento del que provienen todas las
cosas, siendo además su entidad misma. De tal modo que physis se entiende como
fundamento y como presencia de las cosas. Francisco Bravo ha reunido todos estos
rasgos de la physis afirmando que:
Physis no es sólo el sustrato común de todas las cosas que cambian, engendrándolas,
permaneciendo a través de sus variaciones y unificando su multiplicidad, sino también las
mismas cosas que cambian, consideradas en su proceso de cambiar.
(Bravo, 2001: 21)128
128
Los sofistas opondrán physis, en el sentido de derecho natural, a nomos, concepto que termina
reducido al significado de costumbre o ley positiva (Bravo, 2001: 30); ver también Kerferd, 1993: 111-
130.
129
Para ver el desarrollo de este proceso en torno a la idea de physis, resulta clarificadora la
“Introducción” a cargo de de Echandia, a la Física de Aristóteles (1995: 7-68).
56
Por otra parte, Heráclito considera el logos como “el ser de lo ente (...)
recogimiento o reunión que permite aparecer y ejercer ahí delante de antemano a todo lo
que es en su totalidad en cuanto ente” (Heidegger, 2000: 352)130. Logos procede de
legein, de leer. Ahora bien, “leer” se entiende aquí, como advierte Heidegger, en el
sentido de recolectar, como con-juntar, esto es, reunión de varias cosas dispersas en una
sola. Esta reunión se refiere a lo que viene a la presencia, a lo que estando oculto
anteriormente, se muestra, sale de su ocultamiento. Para Heidegger, el logos es la
palabra, en tanto que lo que se muestra y encubre lo hace con relación al hombre y sólo
a éste le corresponde “decir del ser de lo ente”131. Si en principio legein no tiene nada
que ver con la lectura ni el lenguaje, sino con la recolección, y, sin embargo, los griegos
dieron esta denominación al decir, esto significa, en opinión de Heidegger, que
interpretaron la esencia de la palabra como fundamento esencial de todas las referencias
a lo ente. El logos determina todo lo que acontece (Guthrie, 1984: 395).
Es importante conservar este concepto del decir porque supone una
extraordinaria cercanía a lo real (Heidegger, 2000: 230-231). Sin embargo, no podemos
caer en la tentación de divinizar el logos de Heráclito; como recuerda Rodríguez
Adrados, la identificación del logos con una ley universal o con una especie de “espíritu
del cosmos” supondría un acercamiento demasiado estrecho a la concepción estoica del
término (Rodríguez Adrados, 1992: 41)132.
Esta es la base del logos de Heráclito, cuyas palabras crípticas resuenan con
fuerza en la obra de Martin Heidegger. Heráclito conoce el logos y adopta una actitud
vital en consecuencia con este saber que cree haber encontrado.
130
Guthrie ha señalado algunos significados del término logos en el siglo VI: narración todo lo que se
dice en el discurso; la idea de ser mencionado connota el sentido de estima, fama; reflexión, diálogo
consigo mismo, opinión; razón en el sentido doble de causa y razonamiento; verdad, alétheia; medida o
mesura; correspondencia, relación, proporción; principio general o norma; facultad de la razón. A paritr
del siglo IV a. C., se utiliza también como sinónimo de definición o fórmula. Guthrie advierte de que se
trata de una palabra que puede aparecer con otros sentido según el contexto en el que se inserte (Guthrie,
1984: 396-398).
131
Heidegger realiza una interpretación unitaria, en lo esencial, de los pensamientos de Heráclito y
Parménides. De este modo, considera que cuando Parménides dice “El pensar y el ser son lo mismo”, no
debemos interpretar esta sentencia en un sentido subjetivista kantiano sino que lo que debemos entender
que dice Parménides es que la unidad, el con-junto, se establece a partir de la mutua correspondencia de
lo que tiende a oponerse, idea expresada por Heráclito desde sus reproches a Homero: “ser y pensar están
unidos en el sentido de aquello que tiende a oponerse, es decir, que son lo mismo en tanto que afines
entre sí.” (Heidegger, 2003: 129). Heidegger concluye que ser quiere decir estar a la luz, aparecer,
ponerse al descubierto y, por lo tanto, donde impera el ser, allí impera lo que forma parte de él, la
percepción. En este sentido, se corresponden physis y logos.
132
En esta misma página, Rodríguez Adrados se pregunta: “¿Es el logos un elemento que encontramos en
una descripción sincrónica del mundo y que Heráclito sólo puede concebir como un universo corpóreo?
Esto parece indudable. Pero ¿es solamente esto o al tiempo es un universal diacrónico, una regla o plan u
orden en el cambio?”
57
Ello es que la pretensión de una physis o realidad ajena y anterior a todo lenguaje,
independiente de arbitrio y razón [logos], la apelación a algo por debajo de las palabras, es
justamente la convención y falsedad que constituye la apariencia que los hombres toman como
verdad de las cosas y las relaciones: lo que en el libro pues hace la frase de que la realidad gusta
de ocultarse es denunciar esa creencia y sugerir cómo, al revés, por debajo de las cosas están las
palabras y la razón, de modo que el descubrimiento de una natura o realidad no pueda ser más
que el reconocimiento de la convención (...) lo que aquí hace la lógica es invertir la relación
misma entre “inaparente” y “aparente.
(García Calvo, 1985: 111)
133
Véase la tercera parte de este trabajo: “La alegoría y la estética moderna”.
134
La diferencia de lenguajes en Heráclito prefigura la distinción heideggeriana entre las “habladurías” y
el “habla” (Heidegger, 1998b: 186-189).
135
François Heidsieck ha estudiado la oposición en el discurso de Heráclito entre legein, como acto de
enunciación y eipein, “decir cualquier cosa”. Los hombres creen erróneamente que son los amos de su
palabra. Apolo, por el contrario, “laisse une vérité qui déborde l´intention du locuteur sourdre à travers un
58
signe” (Heidsieck, 1986 : 47-48). Volveremos sobre esta cuestión seguidamente, al tratar el fragmento
relativo a la actividad del oráculo de Delfos.
136
Pese a todos estos rasgos aristocráticos, hay que observar, como bien ha señalado Emilio Lledó, que
hay en Heráclito un cierto espíritu igualitario en cuanto que considera que el logos es común a todos,
frente a los que afirmaban que “el logos o la verdad estaban divididos conforme a las aspiraciones de las
distintas clases. El “obrar” queda aquí centrado en una norma universal, idéntica para todos.” (Lledó,
1961: 25).
137
Gadamer sugiere una lectura espiritual de esta sentencia (cf. Gadamer, 2001b: 48).
138
Véase Gadamer, 2001b: 13-14.
139
Incluso, padeciendo la enfermedad que le habría de costar la vida, no dejó de dirigirse a los médicos de
forma enigmática aunque éstos no pudieron entenderlo (DK 22 A 1, ib., p. 197).
59
“le gusta rellenarlas de modo paradójico, de modo que las sentencias alcancen una
agudeza provocativa y parenética” (Gadamer, 2001b: 54).
En esto radica el desconcierto que produce en el lector. El vértigo de su palabra,
la tensión a la que somete al lenguaje, se resiste a ser interpretada en términos lógicos.
Este problema ya fue advertido por Aristóteles en su Metafísica140: el principio de no
contradicción es básico y determinante en la esfera del logos. Sin embargo, este
principio no puede ser probado de un modo lógico141. Su fundamento es anterior a la
lógica y, permanece oculto a todo tipo de demostración142. Ahora bien, Aristóteles tal
vez no se dé cuenta de que Heráclito y él hablan distintos lenguajes y de que, por eso,
no puede haber un diálogo entre ambos143. Heráclito no acepta el principio de no
contradicción porque se mueve dentro de las coordenadas del pensamiento mítico en el
que no hay oposición entre ser y no ser144. Como señala Rodríguez Adrados:
La gran hazaña de Heráclito ha sido la utilización a fondo del principio de los opuestos
y la generalización de que el lazo entre ellos está precisamente en su oposición; los opuestos son
comunes, constituyen en realidad una unidad y ello en varios niveles hasta alcanzarse la unidad
total del ser (...). La suma de lo uno y lo otro es todo ordenado, kosmos.
140
“Pues lo que es necesariamente, no puede en ningún caso no ser. Por consiguiente, no es posible que
las afirmaciones y las negaciones opuestas sean verdaderas acerca del mismo sujeto” (Metafísica, 1062a,
20).
141
“No hay, pues, en sentido absoluto, demostración alguna de estos principios, pero sí demostración
contra quien afirme tales cosas. Y, seguramente, alguien que preguntara de este modo habría obligado al
mismo Heráclito a reconocer enseguida que es absolutamente imposible que los enunciados opuestos sean
verdaderos del mismo sujeto. Pero él abrazó esta opinión sin caer en la cuenta de lo que decía. En
cualquier caso, sin embargo, si lo afirmado por él es verdadero, ni siquiera su afirmación sería verdadera,
a saber, que lo mismo puede ser y no ser al mismo tiempo.” (Metafísica, 1062a, 30-1062b, 1).
142
Esta anterioridad precede a la lógica y a la escritura como forma de expresión que introduce nuevos
parámetros de pensamiento diferentes del mito y su raíz oral: “La escritura opone “logos” a “mythos”: se
opone en la forma por la separación entre la demostración argumentada y la textura narrativa del relato
mítico; se opone en el fondo por la distancia entre las entidades abstractas del filósofo y las potencias
divinas cuyas dramáticas aventuras cuenta el mito.” (Vernant, 1982: 173). Conviene volver a señalar la
importancia decisiva de la escritura no sólo con respecto al distanciamiento del pensamiento mítico sino
también con relación al nacimiento de la propia alegoría. Así Detienne recuerda que “Los argumentos de
Teágenes presuponen un texto fijado por la escritura porque Teágenes se dirige más a lectores que a
oyentes que, sin la materialidad del texto escrito, apenas podrían distinguir el segundo sentido de un
primer sentido.” (Detienne, 1981: 88).
143
La diferencia radica en torno a la propia evolución de la noción de logos desde Heráclito a Aristóteles.
Para Heráclito la íntima correspondencia entre logos y physis se concreta en la alétheia, verdad entendida
como acontecimiento del ser en el desocultamiento. Por el contrario, en la época en la que Aristóteles
elabora su pensamiento, y tal y como éste lo refleja, la verdad es tan sólo una cualidad de la enunciación
regida por el ente. El logos pasa de ser conjunción, en su sentido originario, a ser enunciación. En
consecuencia lo verdadero se logra cuando el decir se adecúa a aquello que nombra; por lo tanto, si la
verdad habita en lo que se dice, este decir no puede, si quiere seguir siendo verdadero, ser contra-dicho
(cf. Heidegger, 2003: 168 y ss.).
144
“Todas las cosas, las mismas y no las mismas. Ser una cosa y no serla, lo mismo es, y no lo mismo.”
Para este fragmento y su análisis, cf. García Calvo, 1985: 182-184.
60
145
Sobre el sentido del arco y la lira de Apolo con relación al Canto I de la Ilíada y al Canto XXI de la
Odisea, ver la sugerente lectura de Marcel Detienne en Detienne, 2001: 65-67.
146
Sobre la interpretación del mundo en Heráclito, váse Jaeger, 2003: 123-127.
147
Para Heráclito todas las cosas son fuego y cambios de fuego; cf. García Calvo,: 1985: 220 y ss.
61
palabras según su lugar y función. Estas reglas, dice el autor francés, no son las de la
poesía, ni las de la lógica, ni las del álgebra, sino que traspasan a un registro más
severo: la vieja preocupación de ordenar los nombres divinos en su orden jerárquico
(Ramnoux, 1968: 367-369). Este propósito del filósofo de Éfeso revela una de las claves
del sistema alegórico: el establecimiento en el seno de la palabra de un cosmos, es decir,
de un orden jerárquico -el concepto será esencial en el ámbito de la teología negativa-.
La necesidad de ordenar los nombres en el orden jerárquico que ocupan, en su escala
respectiva, las cosas que representan, especialmente cuando se trata de los dioses, o del
dios, obedece a la peculiar concepción de la palabra que venimos anunciando. Ha sido
Angus Fletcher el que ha expuesto las relaciones de la alegoría con el cosmos entendido
en su doble acepción de universo y de orden. Tanto el universo en su totalidad, como las
más pequeñas partes que lo componen están sometidos a la misma ley. La relación
micro/macro cosmos exige ser proporcional y complementaria (en cierto modo, como
dice Fletcher, se trata de una relación sinecdótica). La alegoría pretende revelar este
orden en su sentido ornamental, cosmético (Fletcher, 2002: 112 y ss.). Heráclito lleva
este planteamiento al terreno del lenguaje creando una forma de expresión que obedece
estas leyes ocultas de la naturaleza.
Acabamos de ver lo que ocurría con el principio de no contradicción en la obra
de Heráclito. Pero estas conclusiones sólo son válidas a partir del esfuerzo posterior de
Platón y, sobre todo, de Aristóteles, en la consecución de una mirada lógica sobre la
realidad. Ahora bien, hay que detenerse en lo que el propio Heráclito pretendía con su
extremo uso y concepción de la palabra: “El Señor, cuyo oráculo está en Delfos, no dice
ni oculta, sino indica por medio de signos.” (DK 22 B 93, Los filósofos presocráticos I,
2001: 246)
En este fragmento, que puede ser denominado dentro del contexto de nuestra
investigación, metaalegórico148, Heráclito nos precipita en el seno de un pensamiento
que, aunque extraño, ya nos parece familiar: de nuevo el oráculo, Apolo, y las paradojas
de un lenguaje tensado y desconcertante. La reflexión de Heráclito acerca del lenguaje
oracular, su propia manera de expresión, alcanza aquí su punto álgido. El oráculo no
dice ni oculta: indica por medio de signos. El oráculo significa (semaínein), indica el
148
Incluso en su construcción, Heráclito muestra sutilmente una disposición jerárquica de las palabras
“ocultar”, “significar” y “decir”. El signo, también en Esquilo, se opone a la palabra en cuanto el primero
es oscuro y la segunda clara (Ramnoux, 1968: 303).
62
camino que debe ser recorrido, esboza apenas su trazado (Detienne, 2001: 165-166)149.
García Calvo, a propósito del verbo semaínein, observa que significar quiere decir:
Los hechos no revelan su razón de ser ni tampoco sin más la ocultan, sino que ofrecen
la posibilidad de leerlos por medio de técnicas de selección y ordenamiento que saquen de la
mentira verdad (...) El dar señas quiere decir simultáneamente “revelar” y “ocultar”: las
relaciones reales (...) dicen la verdad al ocultarla y la ocultan al decirla.
(García Calvo, 1985: 115-116)
Encontramos en este apunte de García Calvo muchos elementos que nos son ya
familiares. Por una parte, la idea de la lectura como proceso de selección -recolección
habíamos dicho anteriormente, desde un punto de vista etimológico-; en segundo lugar
la sugerencia de que esta recolección viene determinada por un proceso de ordenación,
de cosmética, que, además, tiene como propósito extraer verdad de la mentira, es decir,
superar la tensión entre alétheia y apaté; porque, y esto cerraría, en tercer lugar, el
grupo de referencias del párrafo, el oráculo se mueve en el pleno territorio de la
alétheia, del revelar y ocultar simultáneo y uno en tanto del otro.
El que oye el oráculo ha de saber descifrar el enigma, leer, en el sentido de
recolectar, las indicaciones e interpretarlas. Por lo tanto, el lenguaje oracular establece
una tensión entre significar (semaínein) e interpretar (exegeîsthai). En Apolo concurren
ambos extremos: significa e interpreta. Detienne dice, al respecto:
El sentido concreto del verbo exegeîsthai, donde el prefijo verbal ek- indica el punto de
partida de la acción y su resultado, aparece en la Ilíada, Canto III, cuando Iris, la mensajera de
Zeus (...) lanza una vibrante llamada a tomar las armas y a colocarse en orden de batalla: “Que
cada héroe conduzca con autoridad, semaínein, a aquellos de los que es jefe y que (...) los lleve
hasta objetivo, exegeîsthai.
(Detienne, 2001: 191)
En cierto modo, aquí tenemos esbozados los dos aspectos del mecanismo
alegórico: se indica un camino de trazado incierto y parcialmente revelado, y se conduce
hasta el final del mismo. Heráclito hace suya esta forma de proceder. La vocación de
intérprete de Heráclito es consecuencia de su concepto del mundo como conjunto de
149
Sobre la dimensión enigmática de semaínein y, en general sobre la oscuridad de la palabra de
Heráclito, véase Cuesta Abad, 1999: 21-29.
63
150
Cf. Jaeger, 2001: 176-177.
151
Sobre las relaciones entre Heráclito y las corrientes religiosas de su época, cf. Ramnoux, 1968: 385 y
ss.
64
152
Heidegger pretende superar la idea metafísica de habla como expresión de la subjetividad, como la
intención de trascender la configuración de lo real entendida como relación sujeto-objeto. Así, dice
Vattimo que en el modelo de interpretación heideggeriano se articula la comprensión originaria en que las
cosas están ya descubiertas. De este modo, en el conocimiento no se da la relación sujeto-objeto porque el
65
Un très vieux rêve d l´homme fait parler les choses et l´événement. Un autre vieux rêve,
dont tous les poètes héritent, crée un univers rien qu´avec des mots. Pour le gros des hommes
cependant, le gros de l´événement demeure toujours aussi insignifiant. Les prédictions des
philosophes de l´histoire se réalisent de façon toujours aussi incertaine. La sagesse de l´homme
“entre les choses et les mots” aurait-elle à rendre à l´homme moderne encore ce service, de le
garder contre sa double démesure? La démesure qui consiste à mettre toute l´histoire en livre el
même en formule. Et celle qui consiste à composer des poèmes denses et énigmatiques à la
façon de l´univers, envoûtant les autres dans le secret d´un monde a soi.
(Ramnoux, 1968: 308)
sujeto no está aislado sino que está ya siempre en relación con el mundo (Vattimo, 1995: 36). Ver
también Pöggeler, 1993: 325 y ss.
66
67
153
Ver Fletcher, 2002: 11-12, n. 1.
68
Efectivamente, recuerda Buffière que la alegoría, hoy día, suele indentificarse con la
personificación de una abstracción. En cambio, “L´allégorie des anciens est quelque
chose de moins étrique. C´est la résonance qu´ils croient découvrir au mythe, c´est le
mythe lui même considéré dans son arrière plan” (Buffière, 1973 : 48).
El término original para referirse a esta actividad interpretativa es hypónoia. El
primer sentido de la palabra es “conjetura” o “sospecha”. Por una parte, dice Pépin, un
dato concreto es presentado a la percepción; por otra, este dato sugiere una idea relativa
al futuro o que sobrepasa el mundo sensible, presentada a título de conclusión o
hipótesis. Pépin dice que una acepción fundamental de la palabra hypónoia estaba
relacionada con la interpretación alegórica de relatos poéticos, de representaciones
plásticas, de mitos religiosos o filosóficos en los que se quería descubrir un sentido
escondido. La etimología154 remitía en ocasiones a esta enseñanza oculta que se
encuentra bajo el revestimiento de la imagen (Pépin, 1958: 85). De este modo, la
etimología se convirtió en un método de exégesis alegórica, no en una clase de alegoría.
Mediante el método etimológico se pretendía poner de relieve el significado oculto de
las palabras, especialmente de los nombres de los dioses y los héroes homéricos. Este
método, en principio, podía estar al servicio tanto de la alegoría física como de la
alegoría moral. El método etimológico partía de la creencia en la existencia de un
lenguaje natural ajustado a la esencia de las cosas. Los estoicos, como veremos en su
momento, serán grandes partidarios del método etimológico y no dudarán en someter a
las palabras a terribles violencias para sonsacarles su sentido oculto155. Tzvetan Todorov
afirma al respecto:
Le raisonnement étymologique vise à prouver la parenté des sens par la proximité des
formes; il déborde la recherche étymologique proprement dite, telle qu´elle se pratique de nos
jours, et qui s´intéresse à la seule filiation historique des formes.
(Todorov, 1978: 73)
154
Para una breve y precisa historia del término “etimología”, véase Zumthor, 1975: 144-160.
155
Cf. Buffière, 1973: 60 y ss. La cuestión se plantea en toda su profundidad, pero no exenta de
ambigüedades e ironía, en el Cratilo de Platón.
69
156
Nos referimos a las teorías sobre el símbolo de base neokantiana que aún hoy son las más extendidas.
70
Les commentateurs des mythes homériques, une fois admis le sens général du mythe en
justifiant chaque détail en recourant aux fantaisies de la symbolique. Et c´est là, souvent, que
leur exégèse devient puérile. (...) Les chasseurs d´allégories ne se satisfont point d´une équation
générale. Ils veulent des ressemblances dans le détail el recherchent minitieussement toutes les
analogies.
(Buffière, 1973: 54)
Allégorie est beaucoup plus employé vers le temps de Plutarque, beaucoup moins à
l´époque de Porphyre: à mesure que les Platoniciens découvrent dans Homère, au lieu
d´éléments physiques, la figure de leur monde idéal, ils abandonnent allégorie au profit de
termes plus évocateurs, comme mystère ou symbole.
(Buffière, 1973: 48)157
Vers l´époque où Eschyle écrivait son Agamemnon, une grande querelle opposait
l´école d´Héraclite à celle de Démocrite, sur l´origine du langage. Les mots s´appliquent-ils aux
choses en vertu d´une simple convention, où d´un rapport de nature? Les Héraclitiens
soutenaient la seconde thèse: ils cherchaient, dans la langue même, des preuves de l´universel
écoulement. Et les Stoïciens leur prendront, en même temps que leur physique, cette manie
de¨appuyer les doctrines de l´école sur la “science” du langage.
(Buffière, 1973: 61)
157
También el término ainigma, enigma, suele incrementar su aparición en el seno del pensamiento
neoplatónico, aunque ya hemos estado viendo la importancia que el enigma tiene en todo este escenario
del pensamiento griego desde sus inicios.
158
Es proverbial el desinterés de los presocráticos, salvo algunas excepciones, como Pitágoras, por las
cuestiones políticas y morales de su tiempo. Ya hemos visto el caso de Heráclito. Se podrían añadir otros
ejemplos, así como algunas anécdotas legendarias que evidencian este desinterés por su entorno, como la
que hace refencia a la caída de Tales en un pozo mientras observaba las estrellas. A este respecto dice
Jaeger: “Se crea una imagen extravagante del filósofo, despreocupado de las cuestiones sociales y las
preocupaciones materiales” (Jaeger, 2001: 153). Las anécdotas a las que hacemos alusión fueron
recogidas en su mayor parte por las escuelas platónica y aristotélica.
72
159
supra., pp. 9 y 10.
160
Cf. Pépin, 1958: 98.
161
Cf. Tucídides Guerra del Peloponeso, (4 vols.), Madrid, Gredos, 2000 y Jenofonte, Helénicas, Madrid,
Gredos, 2000.
162
En 462 a. C. se produce la reforma de Efialto por la que se suprimen definitivamente los requisitos
económicos para acceder a las instituciones públicas. Esta medida supone el establecimiento de la
igualdad absoluta de los ciudadanos atenienses, cf. Capizzi, A., “La confluence des sophistes à Athènes
après la mort de Périclès et ses connexions avec les transformations de la société attique”, Les positions
de la Sophistique, Barbara Cassins (ed.), Paris, Librairie Philosophique J. Vrin, 1986, pp. 167-177. El
artículo resulta particularmente interesante para examinar el proceso de ascenso social de los nuevos ricos
procedentes del comercio marítimo y las concesiones mineras, y su alianza con la vieja aristocracia
terrateniente por el control del poder político, así como el importante papel jugado por la Sofística en este
terreno.
73
marítimo163 y, entre otros aspectos, por la crisis de las ideas sobre el origen de la
sociedad. Así, refiere Müller que este desarrollo económico, sobre todo en Atenas, fue
causa de la elaboración de teorías que pretendían ver en la sociedad y el Estado una
asociación con fines utilitarios164, susceptible de proteger los intereses individuales.
Contra estas teorías escribirá Aristóteles su Política (Müller, 1986: 188). La retórica y la
sofística juegan en este siglo un papel de extraordinaria importancia.
La retórica, como ya hemos advertido, tuvo su origen en las disputas por la
propiedad de la tierra en Sicilia a comienzos del siglo V. Córax es considerado el primer
maestro de retórica165. Tisias, su discípulo, establecerá el principio fundamental de la
retórica, el argumento de probabilidad166: “lo que parece verdad cuenta mucho más que
lo que es verdad” (Mortara Garavelli, 2000: 18). Aunque su origen es siciliano, a
mediados de este mismo siglo V, la retórica es ya esencialmente ateniense (Barthes,
1990: 90).
La sofística unida en este periodo de forma indisoluble a la retórica, hace el
mismo trayecto, de Sicilia a Atenas. Los sofistas se presentan como los nuevos
educadores de la polis del siglo V. Pero, paradójicamente, en el siglo de la democracia,
los sofistas se dedican a instruir a las élites (Jaeger, 2001: 264-266)167. Los sofistas
continúan utilizando los poemas de Homero como un compendio enciclopédico del
saber universal, desde la física a la estrategia, desde las ciencias humanas hasta la
construcción de carros168. Sin embargo, la lectura que harán de los textos homéricos
estará marcada por el utilitarismo y el individualismo que, en general, determina su
pensamiento169. De este modo, Pródico continúa la alegoría física de Teágenes pero
163
Cf. Ste. Croix, 1988: 333-352.
164
Platón hace defender a Protágoras, en el diálogo que lleva su nombre, que el origen de la sociedad
radica en la insuficiencia del individuo para defenderse por sí mismo y, en la consiguiente necesidad
humana de asociarse para defenderse de los ataques de los animales (Sofistas, 1996: 129-134).
165
Estas primeras retóricas, señala Barthes, son puramente sintagmáticas, es decir, preocupadas por el
orden de las partes del discurso, la taxis o dispositio. Antonio Melero Bellido considera que
probablemente a esta teoría general de las partes del discurso añadirían ejemplificaciones de dicursos
modelos. Así, las primeras tékhnai estarían formadas por textos destinados a ser leídos y memorizados
como preparación para las competiciones jurídicas, políticas o dialécticas. No son tratados sino ejercicios
(Sofistas, 1996: 25-26). Gorgias es quizá el primero que, al pedir que se trabajen las figuras, confiere a la
retórica una perspectiva paradigmática. De este modo, abre la prosa a la retórica, y la retórica a la
“estilística” (Barthes, 1990: 91). “Él fue el primero que dio a la vertiente oratoria de la educación fuerza
expresiva y una base teórica: hizo uso de tropos, metáforas, alegorías, hipálages, catacresis, hipérbaton,
anadiplosis, epanalepsis, apóstrofes, parisosis.” (Sofistas, 1996: 151).
166
Cf. Goldhill, 2002: 49 y ss., y Guthrie, 1988: 180 y ss. Véase también Goebel, 1989.
167
Para la opinión que merece a Platón, Aristóteles y Jenofonte la exigencia de retribución de los sofistas
por ejercer su magisterio, puede verse Sofistas, 1996: 73-75.
168
Sobre la importancia de la poesía en la formación sofística, ver Lledó, 1961: 43-53.
169
Ib., p. 272.
74
añade un rasgo utilitarista referido al ser humano: los dioses son personificaciones de
los elementos de la naturaleza más útiles para la vida humana (Pépin, 1958: 103).
En el plano político, los sofistas no disimulaban su antipatía por las instituciones
democráticas y sus ideas fueron en no pocas ocasiones utilizadas contra la democracia.
La polis, como modelo de comunidad humana, entra en crisis en este momento. El
panorama que trazamos en nuestros dos primeros capítulos se fractura por la irrupción
del logos sofístico en el seno de la ciudad. La democracia de Pericles está ya sustentada
sobre el predominio de este nuevo racionalismo que crea una tensión entre los intereses
de la polis y los de los ciudadanos (Sánchez Manzano y Rus Rufino, 1991: 100). Este
mismo logos, en virtud del cual se sustituye lo justo por lo conveniente, introduce
también una fractura entre la moral y la política: “Paralelamente el nomos, la ley,
considerado como la expresión del poder soberano, manifestación y defensa de los
ciudadanos, pasa a ser una instancia externa, expresión de la voluntad de un individuo
que se impone a los demás a través de su habilidad persuasoria” (Sánchez Manzano y
Rus Rufino, 1991: 104).
La defensa de unos intereses particulares que se oponen a la ciudad en virtud de
las nuevas habilidades oratorias rompe el principio de isegoría que, desde su remoto
origen en las asambleas militares, había caracterizado la vida de la polis170. El logos
sofístico es una terrible arma de manipulación de la opinión, doxa171. Como advierte
Kerferd: “Such opinion, however, is unreliable and liable to make a person stumble and
fall with unfortunate consequences to himself. Logos is able to operate persuasively on
such opinion because the opinion is not knowledge and so is easy to change” (Kerferd,
1993: 79).
Como señala Müller, en el seno del pensamiento sofista se debate sobre el
problema del origen del derecho positivo, el principio sobre el que descansa la autoridad
de la justicia. Tanto los filósofos del momento, Demócrito o Anaxágoras, como los
propios sofistas, reflexionan sobre el fenómeno político democrático y la sociedad
ateniense. Se trata, como recuerda Rodríguez Adrados, de “obtener una teoría coherente
170
“The threat of rhetoric is a threat to the working of language –to the very basis of the constitution of
democracy.” (Goldhill, 2002: 46-47).
171
En el Teeteto, Protágoras afirma “Sabio llamo yo a quien logre cambiar a cualquiera de vosotros, de
forma que lo que lo parece y es para él malo, le parezca y sea para él bueno...” (Sofistas, 1996: 105).
Gorgias, por su parte, afirma: “Los más tienen a la opinión como consejera del alma. Pero la opinión, que
es insegura y está falta de fundamento, envuelve a quienes de ella se sirven en una red de fracasos
inseguros y faltos de fundamento.” (Sofistas, 1996: 208).
75
172
Müller describe cómo el principio de isonomía sobre el que se había construido la existencia
democrática se convierte en poco menos que una utopía en el siglo V, y una utopía plena en las
reivindicaciones igualitarias y comunistas del siglo IV (ib., p. 189).
173
“Gorgias is introducing a radical gulf between logos and the things to which it refers. Once such gulf is
appreciated we can understand quite easily the sense in which every logos involves a falsification of the
thing to which it has reference.” (Kerferd, 1993: 81). Demócrito afirmará en este momento: “... Los
nombres, incluso los de los dioses, son estampas sonoras.” (DK 68 B 142, Los filósofos presocráticos III,
2001: 223). En el caso de Demócrito resulta interesante observar, no obstante su indudable posición a
favor de la convencionalidad del lenguaje, cómo estableció una analogía entre éste y su teoría física del
atomismo: “la letra es al átomo lo que la sílaba es a un complejo de átomos y la palabra a un todo físico.
(...) Demócrito considera el carácter atómico de las letras del alfabeto como símbolo de la estructura del
universo físico. Las letras-átomos, desprovistas de significado y diferenciadas sólo por sus formas se
combinan para formar sílabas y palabras, que son funciones de su posición y de su orden.” (Los filósofos
presocráticos III, 2001: 67-68, n. 76). A pesar de la convencionalidad del lenguaje, es sintomático que
Demócrito recurra a él, siquiera en términos analógicos, para describir la constitución y disposición de sus
átomos. Por otra parte, debe recordarse que Demócrito es un defensor de la alegoría física con influencias
notables de Anaximenes y de la alegoría psicológica de Teágenes (Pépin, 1958: 101-102). A pesar de
esto, hay también en el alegorismo de Demócrito algunos rasgos esteticistas que lo aproximan a los
sofistas. Así dice Luis Gil que Demócrito es el primer griego que formula una teoría sobre la inspiración
poética, paradójicamente, desde un punto de vista materialista (Gil, 1966: 35-37).
174
Rodríguez Adrados observa al respecto que los sofistas son los primeros que introducen el juicio del
receptor o los receptores para decidir si un logos es correcto o no (Rodríguez Adrados, 1992: 100). Dice
76
Por otra parte, el problema de la physis, que había sido la cuestión fundamental
de la filosofía presocrática, sufre también una quiebra importante. La rigidez del sistema
de Parménides se basaba en una articulación verbal nominal en presente, una
asimilación semántica del verbo y el sustantivo (Sánchez Manzano y Rus Rufino, 1991:
74):
La crisis de la noción de physis, que arrastra tras de sí toda la filosofía griega, se origina
cuando aparecen las predicaciones mediante la frase bimembre, en las que el verbo eimí
desempeña la función sintáctica de cópula, actúa a modo de cópula entre el sujeto y el
predicado, con el fin de salvar la separación de ambos y hacerlos aparecer como dichos
simultáneamente.
(Sánchez Manzano y Rus Rufino, 1991: 77)
Platón en el Cratilo: “Tal como decía Protágoras cuando declaraba “el hombre es medida de todas las
cosas”, queriendo decir que del modo en que a mí me parecen ser los objetos, de ese modo son para mí. Y
del modo en que a ti te parecen, de ese modo son para ti.” (Sofistas, 1996: 99).
175
Como bien observan estos autores, estamos ya ante lo que Martin Heidegger definirá en Ser y Tiempo
como “ser a la mano” en el que la cosa aparece como “cosa útil” (ib., p. 126 y ss.).
176
“The opposition of physis and nomos is thus both a symptom of cultural dislocation and a way of
negotiating one’s path through the confusion of such cultural change” (Goldhill, 2002: 49). Un ejemplo
literario de este momento de confusión e incertidumbre entre nomos y physis puede verse en Antígona de
Sófocles en la que el derecho natural choca violentamente con el derecho positivo. En este debate resulta
77
interesante la postura de Antifonte que relaciona nomos con doxa y physis con Alétheia (Sofistas, 1996:
357).
177
Cf. Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, Libro II, Madrid, Gredos, 2000, pp. 359 y ss.
178
Poco separaba a sofistas y filósofos en lo que se refiere a la interpretación alegórica de los poemas de
Homero y Hesíodo. Así, Hipias el sofista fue, en opinión de algunos estudiosos, como Snell, “el que
estableció la conexión entre la doctrina de Tales de que todo procede del agua (...) y las concepciones
78
este decreto se pretendía también atacar a Pericles a través del acoso a su círculo de
amistades. Tal es el caso de Anaxágoras quien, por sus ideas de astronomía, debe huir
precipitadamente a Lampsaco: “Después del proceso de Anaxágoras, la acusación de
“meteorologizar” no era precisamente la de andarse por las nubes (...) sino una denuncia
formal a la opinión pública de un sacrilegio punible con las más rigurosas penas.”179
(Gil, 1961: 62).
Protágoras es también víctima de este decreto. Su ambigua posición respecto a la
existencia de los dioses, es causa de la quema de sus libros y de su huida de Atenas. Es
precisamente en la travesía de su huida cuando muere víctima de un nafragio (Sofistas,
1996: 79). Un fragmento de Eustacio recoge también los ataques a Protágoras por su
relación con las teorías físicas de Anaxágoras: “Fanfarronea el canalla sobre las cosas
del cielo / pero se come las que de la tierra proceden.” (Sofistas, 1996: 97).
La alegoría física retrocede, de este modo, ante la presión de las leyes, de un
pueblo empobrecido por la guerra, y por la crisis de la política y del lenguaje.
Sin embargo, también en otros aspectos, los sofistas leen a Homero con una
actitud diferente a la de los alegoristas precedentes. Ya hemos visto la apreciación
estética de los textos homéricos en Demócrito y la apertura de la retórica de Gorgias a
los aspectos paradigmáticos del discurso. Éste último, además, propone una novedosa
teoría de la “estética”180: “En la tragedia y en la pintura el mejor es aquel que engaña
más creando cosas similares a la verdad” (Barnes, 1992: 544).
En este fragmento encontramos la misma comparación entre pintura y poesía
que ya habíamos examinado en el caso de Simónides. En el fragmento de Gorgias puede
verse cómo el carácter ilusorio de la pintura se transmite a la poesía convirtiéndose en
un valor de la misma181. Lo que apuntábamos al hablar de Simónides se revela de una
forma expresa en Gorgias. La poesía deja de ser un mecanismo de la alétheia y pasa a
ser un arte de simulación. Gorgias considera que “el arte busca esencialmente la ilusión:
cuanto mayor sea el engaño, mayor es el arte.” (Barnes, 1992: 544).
cosmogónicas de Homero y Hesíodo en el sentido de que Océano y Tetis son las fuentes de todo cuanto
existe.” (Sofistas, 1996: 294).
179
Sócrates, en 399, es quizá la última víctima de este decreto. Al ser acusado de no creer en los dioses y
de afirmar que el sol y la luna son piedras, Sócrates se defiende preguntando a su acusador si no lo está
confundiendo con Anaxágoras (Platón, Apología de Sócrates, 26d).
180
De hecho, lo que es novedoso en Gorgias es esta misma idea de la estética, de la que se puede
considerar fundador (Lledó, 1961: 48).
181
En el Encomio de Helena, Gorgias dice que “los pintores, cuando a partir de muchos colores y cuerpos
crean un solo cuerpo y figura, procuran deleite a la vista. La capacidad de crear estatuas de hombres y de
modelar imágenes divinas procura a los ojos una dulce enfermedad.” (Sofistas, 1996: 210).
79
La Sofística racionaliza la poesía. Sus representantes no hablan tanto del poeta como
“poseso”, cuanto de la poesía como resultado de una construcción racional (...). El metro, el
ritmo, la aliteración, es lo que constituye la estructura formal, en la que se expresa la elevación
poética. Estos elementos bastaban para distinguirla del habla corriente y conferían a la poesía un
cierto tono misterioso y mágico. La Sofística realiza un doble cambio: en lugar de lo
sobrenatural, de lo que arrebata al poeta y le hace salir fuera de sí, coloca la invención, la
ficción poética, sujeta a reglas establecidas; en vez del influjo mágico e inexplicable, aparece la
sugestión psicológica estudiada de antemano y producida por una determinada técnica capaz de
despertar en el oyente la ilusión artística.
(Lledó, 1961: 44-45)
182
En contra de esta idea, cf. Pfeiffer, 1981: 79, n. 99. Pfeiffer, con un concepto muy restrictivo de la
interpretación alegórica considera que sólo Metródoro puede ser considerado com alegorista a mediados
del siglo V a. C. En todo caso, en este trabajo pretendemos dar noticia no sólo de la exégesis alegórica en
sentido estricto, sino de las aportaciones teóricas de diversa procedencia que, de un modo u otro, influyen
directamente en el desarrollo de la alegoría.
183
“In the fifth century, when the allegorical method became fully developed, it was still the philosophers
who played the leading part. Anaxagoras appears to have been the first to declare that the poetry of
Homer is on the subject of virtue and justice; and his disciple Metroduros of Lampsacus developed still
further the same principle, for he was the first to study seriously the poet’s treatment of physical
questions. The latter was perhaps the most thoroughgoing of all allegorists. He held that neither the gods
nor even the heroes of Homer had ever existed; the poet introduced them merely “for the sake of art”
(Tate, 1929: 142).
184
Una de las ambigüedades más interesantes del método alégorico nace precisamente de la tensión entre
la confesa defensa de Homero y Hesíodo y la utilización del prestigio de estos poetas para apoyar, con
interpretaciones casi siempre forzadas, las propias convicciones científicas o morales del exégeta (Tate,
1929: 144). En este sentido, Buffière, 1973: 134.
185
Véase, por ejemplo, el prólogo de la Guía de pecadores de fray Luis de Granada, en el que cita a la
alegoría y a su autor expresamente (Luis de Granada, 1986: 7).
81
aparecen dos mujeres. La alegoría describe dos tipos muy diferentes de belleza: la
primera “de agradable apariencia, de natural libre, adornada con la pureza de su color, el
pudor de sus ojos, la modestia de su porte y la blancura de su traje. La otra, en cambio,
bien entrada en blandas carnes, llevaba la piel embellecida con afeites, al punto de
parecer más blanca y sonrosada que lo que realmente era. Su porte, tan altivo que
parecía más alta de lo que era, ojos atrevidos y vestidos que hacían resplandecer su
belleza en flor.” (Sofistas, 1996: 254). Ambas tratan de persuadir a Heracles de seguir
su propio camino, el de la virtud o el del vicio.
La alegoría moral está fundada sobre la conciencia de la libertad humana.
Heracles debe elegir qué camino desea tomar. La narración alegórica parte de la
metaforización del espacio físico que pasa a adquirir un sentido existencial -el camino
de la vida- y psicológico: la reflexión que se asimila al lugar solitario al que se retira
Heracles. En este espacio interior, aparecen las dos personificaciones. Virtud y Vicio
son descritas como figuras antitéticas186. En la virtud, apariencia y verdad coinciden. En
el Vicio, la apariencia disfraza la realidad. Incluso el nombre está sujeto a la doxa: “Mis
amigos me llaman Felicidad; mis enemigos, en cambio, para denigrarme, me
denominan Vicio.” (Sofistas, 1996: 255).
La estructura antitética de la narración es fundamental para la construcción de la
alegoría. Las intervenciones de Virtud y Vicio cobran su sentido pleno en la tensión
establecida entre ambas. La construcción paralelística de las intervenciones crea un
efecto paratáctico en el discurso: a la presentación de la Virtud sucede la del Vicio. Al
discurso del Vicio sigue el de la Virtud. En el debate siguiente entre ambas
personificaciones se rompe el equilibrio. A la breve intervención del Vicio, sigue la
réplica extensa de la Virtud, que cierra la discusión dirigiéndose a Heracles: “A ti
Heracles, hijo de excelentes padres, te es posible, con una vida tal de arduas fatigas,
poseer la felicidad suprema.” (Sofistas, 1996: 258). Jenofonte interrumpe aquí el relato
del discurso de Pródico. No es necesario decir qué elección realiza Heracles, porque es
de sobras conocida por el público de Jenofonte. Pero también porque la propia
construcción del relato la hace innnecesaria. La ruptura del equilibrio paralelístico de
ambos discursos, la disposición de las intervenciones a lo largo de la narración y el tono
186
Se trataría de una oposición antitética sostenida a lo largo del discurso. Respecto al tipo de oposición,
según la clasificación de Jiménez Patón, que cita José Antonio Mayoral en sus Figuras retóricas
(Mayoral, 1994: oposición de contrarios Virtud / Vicio, pero en segundo lugar, al referirse a una elección
vital, puede considerarse como una oposición privativa del tipo vida / muerte, porque el camino que cada
82
de la Virtud en esta última réplica al Vicio, con el cambio final de interlocutor cuando
se dirige a Heracles, hace innnecesaria toda otra aclaración. El propio mecanismo
retórico del discurso alegórico hace que sea imposible dudar de la inclinación de
Heracles por la Virtud, aun para un auditorio al que el héroe fuera completamente
desconocido. Si releemos el texto vemos que la disposición de sus elementos ha
adelantado este final desde le inicio de la narración: la virtud siempre se presenta por
delante del vicio: su personificación se presenta a Heracles en primer lugar. Se acerca
despacio, sin alterar su paso. En cambio el Vicio debe acelerar para adelantarse187.
Gracias a esto, el Vicio se adelanta también en el discurso pero su preeminencia, como
se ve al final, es sólo aparente. La alegoría de la narración cristaliza, evidentemente, en
la utilización de las personificaciones, pero éstas no pueden aislarse del resto del texto:
la ruptura de la construcción paralelística, el relativismo del nombre del Vicio, la
presencia siempre por delante de la Virtud dan el tono verdaderamente profundo de la
alegoría moral y de la elección de Heracles.
En definitiva, a diferencia de lo que ocurría con los textos de Homero en los que
los alegoristas le atribuían la intención oculta de carácter físico, con la alegoría de
Heracles y el debate entre el Vicio y la Virtud, Pródico consigue construir un discurso
decididamente alegórico, desde el punto de vista retórico, y se constituye en un
precedente directo de la alegoría deliberada. De esta manera, el texto corresponde ya a
la moderna definición dada por Angus Fletcher de “alegoría”188:
una de ellas señala priva necesariamente del otro. Es evidente que el establecimiento drástico de esta
disyuntiva refuerza la intencionalidad moral de la alegoría.
187
“La que hemos descrito en primer lugar continuó avanzando en su actitud característica; la otra, como
queriendo adelantársele, corrió hacia Heracles (...)” (Sofistas, 1996: 255).
188
Se trata de una definición de la alegoría deliberada. Pero no debemos olvidar que no se puede hablar
propiamente de ésta sino a partir de la Psicomaquia de Prudencio. El valor de la definición de Fletcher,
aplicada a la alegoría de Pródico sólo debe considerarse en cuanto a precedente.
83
Creo que cuando buscabas esto hallaste con facilidad palabras ambiguas que no son más
de elogio que de censura [se refiere a las aparentes acusaciones contra Esparta], que pueden
tener doble sentido y muchas interpretaciones, palabras que, al usarse cuando se discute sobre
189
Cf. Fletcher, 2002: 112.
190
Este mismo personaje aclara al final de su interpretación lo que ya resulta un tópico al hablar de la
alegoría, esto es, la existencia de dos modos de entender un texto: “Elegiste componer un discurso
distinto de los demás que pareciera simple y fácil de aprender a quienes lo leyeran con ligereza, pero se
les mostrase arduo y difícil de comprender a los que lo examinasen con detenimiento e intentasen
descubrir lo que a otros se les pasa por alto, lleno de muchas noticias históricas y de filosofía y henchido
de artificios de todo tipo e invenciones, no de esas que se suelen utilizar con maldad para perjudicar a los
conciudadanos, sino de las que pueden con educación ayudar o agradar a los oyentes.” (Panatenaico,
246).
84
contratos o sobre cuestiones de ganancias, son señal no pequeña de vicio y maldad, pero que si
se habla de la naturaleza del hombre y de asuntos generales son hermosas y filosóficas.
(Isócrates, 2002: 240)
191
En realidad, el propio Isócrates, al final de su discurso, poco antes de la citada intromisión a favor de
Esparta, había ido dulcificando su postura, acercándose a la visión pro-espartana que hemos señalado. De
este modo, en Panatenaico IV, 129-131, el autor apela a la colaboración militar de las dos ciudades
contra los persas. Ante este giro del discurso, se pregunta Cloché si esta actitud no resulta incoherente –
nótese que la pregunta de Cloché está referida al propio núcleo del discurso; cuánto más resulta pertinente
esta pregunta con relación a la sorprendente intromisión final-. Sin embargo, Cloché advierte que la
incoherencia se salva por la necesidad de contribuir a la restauración de la concordia entre los griegos
(Cloché, 1978: 39-40). Nos parece interesante la reflexión de Cloché porque plantea la posibilidad de
salvar la incoherencia del discurso no a través de alguno de sus propios elementos, sino por una razón
decididamente pragmática, dentro del utilitarismo político más inmediato. En general, y aunque el
discurso de Isócrates no pueda ser considerado en sentido estricto como una alegoría, sí ofrece una
posibilidad recurrente en la lectura alegórica de textos de toda índole: la salvación de la incoherencia a
través de elementos extratextuales de naturaleza pragmática.
192
“One of the more common motives for obscure expressions or allusiveness (...) is fear of political
reprisal. Not only under despotic but sometimes even under democratic rule a man musts follow the mean
of indirection between the extremes of base flattery and overt criticism. We might remember here
Isocrates´encomium on Athens in the Panathenaicus.” (Eden, 1987: 84).
193
El Panegírico es un discurso de propaganda política escrito en 380 a. C. en el que se invita a los
griegos a unirse contra los persas.
194
Se trata, como veremos en el capítulo VIII, de lo que Tate denomina “interpretación histórica”.
85
195
Pépin, entre otros, ha observado la proximidad del mito platónico a la alegoría, “porque se trata
siempre de traducir en términos sensibles las verdades inteligibles.” Al mismo tiempo ha señalado la
contradicción existente en el pensamiento platónico entre este uso del mito y la condena de alegoristas y
poetas (Pépin, 1958: 119-120). En este capítulo nos proponemos abordar el examen de esta
“contradicción”. Ruiz Yamuza recoge, a propósito del mito platónico del nacimiento de Eros (Banquete,
201d-203a) las opiniones de Steward y Frutiger según las cuales es posible establecer algunas diferencias
entre el mito platónico y la alegoría. Sin embargo estas diferencias –la presunta inmovilidad de la
alegoría frente al dinamismo narrativo del mito; el carácter social de éste frente a origen individual de
aquélla; la explicación de la significación de la alegoría frente a lo inexplicado del mito; la presumible
literalidad del sentido mítico frente a la alegorización posterior- (Ruiz Gamuza, 1986: 55-56) no nos
parecen obstáculos suficientes para separar el mito platónico de un concepto amplio de hypónoia. En
primer lugar, en el caso de Platón el mito tiene un origen individual, puesto que las posibles influencias
precedentes quedan englobadas y trascendidas en la reelaboración platónica del mito –por otra parte, no
debemos olvidar que, como hemos visto, los propios griegos y entre ellos Platón, atribuían sus mitos a
Homero y Hesíodo, es decir, los asociaban en su origen y difusión a personas individuales, aunque, desde
luego, no se pueda hablar de autoría en sentido estricto-. En segundo lugar, la naturaleza narrativa de la
alegoría, incluso el sentido amplio que la personificación tiene en este momento, es mucho más complejo
que las concepciones actuales de esta figura. Por lo que se refiere a la cuestión de la explicación del
significado, éste es el rasgo que más estima Ruiz Yamuza de cuantos se alegan para diferenciar mito de
alegoría (p. 55); afirma que la diferencia entre mito y alegoría vendría a ser similar a la que se establece
entre la comparación, en la que los dos términos de la misma están explícitos, y la metáfora, en la que uno
de ellos está implícito y queda inexplicado. Ya hemos visto, sin embargo, al hablar de la hypónoia que era
precisamente esa alusividad a lo que está fuera del discurso, lo que, con el paso del tiempo, complicaba su
interpretación haciéndola indescifrable en algunas ocasiones. En el caso de la objeción de Steward, es
decir, de la que considera que el mito consiste en su sentido literal y la alegorización es la visión posterior
del mismo, producto de su propia extrañeza; creemos detectar en su planteamiento una tendencia, por lo
demás generalizada en determinados momentos, a simbolizar el mito, inclinación contra la que ya
advierte Jean Pierre Vernant (Vernant, 1982: 201 yss.), como veremos más adelante. La propia Emilia
Ruiz Yamuza reconoce la dificultad de esta distinción entre mito y alegoría y señala en nota (op. cit., n.
94, p. 56) que “no hay, normalmente, mayor finura en los autores a la hora de distinguir un mito de una
alegoría.”
196
Platón: República, 607b. Parece que este desencuentro perdurará, con diversas vicisitudes, hasta el
siglo XIX, con la llegada de lo que Alain Badiou ha denominado “La edad de los poetas”. Considera el
pensador francés que esta “edad de los poetas se extendería desde Hölderlin a Paul Celan. Es fácil
observar los estrechos lazos que se han creado en esta época entre la poesía y la filosofía en el
pensamiento de Nietzsche, Heidegger y Gadamer, entre otros muchos. De este modo, el propio Badiou
afirma que “desde Nietzsche, la poesía se venga de Platón y ocupa el lugar de la filosofía.” (Badiou,
86
Pues fue queriendo llegar a un acuerdo sobre esto que dije que la pintura y en general
todo arte mimético realiza su obra lejos de la verdad, y que se asocia con aquella parte de
nosotros que está lejos de la sabiduría y que es su querida y amiga sin apuntar a nada sano ni
verdadero.
(República, 603b)
Una vez que Platón ha expuesto su valoración de la pintura y del arte imitativo,
se pregunta si es pertinente la aplicación del carácter imitativo de la pintura a la poesía.
Platón no se conforma con la aparente analogía entre ambas y en su examen llega a
señalar que la poesía no imita la parte racional de hombre sino la irracional, fácil de
imitar y mejor recibida por el público197.
En tiempos de Platón y a la luz de sus ideas sobre el lenguaje, la palabra poética
resulta insuficiente. En primer lugar porque la imitación que el lenguaje hace de la
realidad no puede nunca sustituir el examen directo e inmediato de la misma; esta
constatación sólo puede hacerse desde la filosofía. En este sentido dice Lledó: “el plano
desde el que hablan los poetas no se cruza con el de las cosas en sí” (Lledó, 1961: 97-
98).
Platón ya había advertido en el Cratilo que la verdad y la falsedad no dependen
de los nombres sino de su uso, es decir, de su adecuada correspondencia con la realidad
(Pfeiffer, 1979: 372). Esta necesidad de la verdad platónica de corresponder con la
realidad rompe definitivamente con la idea de verdad de la Era Arcaica:
Truth is no longer something the attainment of which is physically outside the sphere of
human competence, and dependent of the disclosure of things in the regions through of as being
elsewhere in space and time; but the powers of the intellect operating here and now, and to be
1990: 50). Badiou caracteriza esta época afirmando que “Lo que intentan los poetas de la edad de los
poetas es abrir un acceso al ser, ahí donde el ser no puede ampararse en la categoría presentativa del
objeto” (Badiou, 1990: 52).
197
Platón, República, 604d. La cuestión del público y de su favor hacia la poesía debe entenderse en
contraposición con la difícil relación del filósofo y la multitud (op. cit., especialmente 487d y 499e). Se
trata, ésta, de una preocupación que parece atravesar la obra de Platón en bastantes ocasiones.
87
expressed in utterances which can be evaluated in terms of their correspondence with the things
that are available to all thinking men.
(Pfeiffer, 1979: 366)
Una fuerza divina es la que te mueve, parecida a la piedra que Eurípides llama
magnética y la mayoría heráclea. (...) Así también la Musa crea inspirados, y por medio de ellos
empiezan a encadenarse otros en este entusiasmo. De ahí que todos los poetas épicos, los
buenos, no es en virtud de una técnica por lo que dicen todos esos bellos poemas, sino porque
están endiosados y posesos. Esto mismo le ocurre a los buenos líricos (...). Porque es una cosa
leve, alada y sagrada el poeta, y no está en condiciones de poetizar antes de que esté endiosado,
demente, y no habite ya más en él la inteligencia. Mientras posea este don le es imposible al
hombre poetizar y profetizar. (...) Y si la divinidad les priva de la razón y se sirve de ellos como
se sirve de sus profetas y adivinos es para que, nosotros, que los oímos, sepamos que no son
ellos, privados de razón como están, los que dicen cosas tan excelentes, sino que es la divinidad
misma quien las dice y quien, a través de ellos, nos habla.
(Ión, 533d-534e)
Advierte Luis Gil que el entusiasmo platónico, tal como queda de relieve en este
texto, conoce dos etapas: una enstática, en la que la divinidad se instala en el interior
198
Para un estudio detallado de la posición con la que Platón aborda el tema de la poesía en este diálogo y
de las objeciones que su planteamiento suscita véase Lledó, 1961: 55-79.
88
del poeta, y otra extática, en la que el hombre sale de sí, quedando despojando de su
inteligencia, de su mismidad (Gil, 1966: 53). No obstante, Platón no parece admitir la
separación del alma y el cuerpo nada más que con la muerte, como expone en el Fedón.
Por este motivo debe ponderarse con sumo cuidado el contenido y alcance místico de
este fragmento199. En todo caso, nos interesa subrayar la oposición que el Ión establece
entre entusiasmo e inteligencia (Lledó, 1996: 237). Sea cual sea el sentido de este salir
de sí del poeta, en el rapto de la inspiración, es evidente que inteligencia e inspiración
resultan incompatibles. Platón adelanta aquí lo que después, tal y como hemos expuesto,
advierte en el Cratilo: el poeta, incluso diciendo la verdad en virtud de esta inspiración,
carece de los recursos necesarios para constatarla, porque, de hecho, necesariamente, no
sabe lo que dice; porque la condición de este “poder decir” es precisamente el no saber.
La crítica del Ión a la poesía es contradictoria. Como dice Lledó, a una
interpretación “dionisíaca” de la poesía, sucede una crítica “apolínea” (Lledó, 1961: 79).
Efectivamente, Platón, en su reproche a la poesía, parece acercarse en ocasiones a las
posiciones racionalistas de Gorgias al exigir de la poesía la posesión de un objeto del
saber, de una techné, que además, tenga medida humana y no obedezca a la inspiración
de los dioses o las musas (Lledó, 1961: 75). Esto no obstante, se distancia de éste en el
concepto de retórica.
Pese a los esfuerzos de Gorgias para orientar la retórica hacia el terreno de la
techné, existe todavía en su pensamiento una vinculación muy fuerte entre retórica y
magia a través de la apaté, la ilusión, elemento común a ambas200. Aunque la crítica de
Platón socavará esta visión de la retórica y la obra de Aristóteles la dejará aun más
relegada, la idea de la relación de la retórica con la magia nunca terminará de
desaparecer y retornará con fuerza en momentos determinados de la Antigüedad, como
en el movimiento de la Segunda Sofística y el neoplatonismo, o más adelante, durante la
Edad Media y el Renacimiento201.
199
Plotino, en el marco posterior del neoplatonismo, sí admitirá el éxtasis como “instante en que el alma,
rompiendo toda barrera somática, se extiende para ir al encuentro de lo divino, que, a su vez, sin salir de
sí viene hacia el hombre.” (Gil, 1966: 54). Sin embargo, en el caso que nos ocupa, a tenor de lo expuesto
por Alcibíades en el Banquete y también de lo que se dice en el Teeteto es difícil precisar la naturaleza y
el grado de estos éxtasis platónicos (op. cit., p. 55). Como apunta Lledó, Platón, a diferencia de
Demócrito, quien había hecho un esfuerzo por analizar la inspiración desde el punto de vista psicológico,
“se limita a describir externamente tal fenómeno y a hacer destacar los efectos que produce.” (Lledó,
1961: 69).
200
Cf. Ward, 1988: 58.
201
De Romilly incluso dice que tal concepción es reconocible hoy día en algunos movimientos críticos
(De Romilly, 1975: 88 y ss.).
89
Por lo tanto, es justo que lo ataquemos y que lo pongamos como correlato del pintor;
pues se le asemeja en que produce cosas inferiores en relación con la verdad, y también se le
parece en cuanto trata con la parte inferior del alma y no con la mejor. Y así también es en
justicia que no lo admitiremos en un Estado que vaya a ser bien legislado (...).
(República, 605ab)
Porque, además, este trato con la parte inferior del alma, hace que la poesía
afecte al comportamiento tanto en las situaciones dolorosas, en el caso de la tragedia,
como en las ridículas, en el caso de la comedia. Platón examina ahora las consecuencias
del discurso poético en el campo de la moral. La poesía suscita la aprobación de
modelos de comportamiento que en el ámbito privado son objeto de censura.
Platón, desde el racionalismo, ha llegado a la misma conclusión que Jenófanes.
Alcanzado este punto, Platón lleva el ataque a la poesía al terreno de la educación. De
este modo, Platón, reuniendo racionalismo y preocupación por la educación, vuelve a
coincidir con la actitud y los puntos de preocupación de los sofistas. Sin embargo, en
una nueva paradoja, frente al saber enciclopédico que los alegoristas y los sofistas de su
tiempo reconocen en Homero y Hesíodo, Platón afirma que estos poetas -y también
aquellos alegoristas que pretenden extraer un sentido profundo de sus poemas202- nada
saben en realidad de las cosas que imitan203 y que, en consecuencia, deben ser apartados
de la educación de los griegos:
202
“Después de esto debemos examinar la tragedia y a su adalid, Homero, puesto que hemos oído a
algunos decir que éstos conocen todas las artes, todos los asuntos humanos en relación con la excelencia y
el malogro e incluso los asuntos divinos. Porque dicen que es necesario que un buen poeta, si va a
componer debidamente lo que compone, componga con conocimiento; de otro modo no será capaz de
componer. Hay que examinar, pues, si estos comentaristas, al encontrarse con semejantes imitadores, no
han sido engañados, y al ver sus obras no se percatan de que están alejadas en tres veces de lo real, y de
que es fácil componer cuando no se conoce la verdad; pues éstos poetas componen cosas aparentes e
irreales” (República 598e-599a).
203
Cf. Pépin, 1958: 115. Contra la opinión de Pépin (“Platon n´aimait pas Homère”, op. cit. p. 112), Luis
Gil piensa, más matizadamente, que en Platón se dan con respecto a Homero una serie de sentimientos
contradictorios: “Por un lado compartía la veneración popular por Homero y Hesíodo, y por otro, hacía
suyas las críticas de los filósofos a los poetas.” (Gil, 1966: 105). Ciertamente el tono empleado en la
República respecto a Homero, incluso cuando se está justificando la expulsión de los poetas, parece dar la
razón a Luis Gil. Sin embargo, este posible afecto platónico hacia Homero no parece extenderse a sus
comentaristas ni, desde luego, a sus métodos.
90
Por lo tanto, Glaucón, cuando encuentres a quienes alaban a Homero diciendo que este
poeta ha educado a la Hélade, y que con respecto a la administración y educación de los asuntos
humanos es digno de que se le tome para estudiar, y que hay que disponer toda nuestra vida de
acuerdo con lo que prescribe dicho poeta, debemos amarlos y saludarlos como a las mejores
personas que sea posible encontrar, y convenir con ellos en que Homero es el más grande poeta
y el primero de los trágicos, pero hay que saber también que, en cuanto a poesía, sólo deben
admitirse en nuestro Estado los himnos a los dioses y las alabanzas a los hombres buenos. Si en
cambio recibes a la Musa dulzona, sea en versos líricos o épicos, el placer y el dolor reinarán en
tu Estado en lugar de la ley y de la razón que la comunidad juzgue siempre la mejor.
(República, 607a)
El libro X de la República señala tres motivos para la expulsión de los poetas del
Estado. En primer lugar, existe un motivo ontológico determinado por el carácter
mimético de la poesía. Al igual que la pintura, la imitación poética es causa de engaño
sobre lo real204. En segundo lugar, y estrechamente derivada de éste, hay una causa
epistemológica. La poesía no permite conocer la realidad. Incluso cuando dice la
verdad, ésta no puede corroborarse en el terreno de lo real. Esta objeción es de especial
importancia si tenemos en cuenta el modelo de conocimiento dialéctico al que aspira
Platón. Es en este punto cuando debemos volver de nuevo al examen del Cratilo.
Efectivamente, en opinión de Gadamer, Platón afirma en el Cratilo la superación del
ámbito de las palabras por la dialéctica. Platón considera que la palabra es un signo, un
mero indicador. Por lo tanto, el verdadero ser de las cosas debe investigarse “sin los
nombres.” Esto supone que en el ser propio de las palabras no existe acceso alguno a la
verdad, “por mucho que cualquier buscar, preguntar, responder, enseñar y distinguir
esté obligado a realizarse con los medios lingüísticos” (Gadamer, 1996: 497)205. Se hace
evidente, a tenor de este juicio, que no sólo la poesía sino la exégesis alegórica, que
tiene como objeto la interpretación de la palabra del texto, es un camino de
conocimiento que se desarrolla en las antípodas de las aspiraciones platónicas, con
independencia de su posible y singular acercamiento a lo verdadero206.
204
Sobre esta cuestión véase Lledó, 1961: 98-103.
205
Gadamer recuerda que Platón considera que el diálogo que se produce en el alma es mudo, sin
reflexionar “sobre el hecho de que la realización del pensamiento, concebida como diálogo del alma,
implica a su vez una vinculación al lenguaje.” (Gadamer, 1996: 490).
206
El acercamiento a lo verdadero es una posibilidad del lenguaje que estriba no en la referencia puntual
de los significados de las palabras, sino en el amplio horizonte del logos. Es el logos, siguiendo con el
análisis de Gadamer, “el que coloca siempre el ser en una determinada perspectiva, reconociéndole o
atribuyéndole algo.” (1996: 495).
91
La lectura del Cratilo realizada por Tvetan Todorov sostiene que la crítica ha
malentendido el proceder socrático. La conclusión de Todorov -en particular al discutir
el sentido y el valor de las etimologías que Sócrates ofrece en el diálogo- se entiende en
el marco de su teoría del símbolo. Para Todorov, Sócrates no busca el origen de las
palabras, como hace la etimología filológica actual. Por el contrario, lo que pretende es
insertar la palabra en el sistema del léxico, y revelar las propiedades diagramáticas del
vocabulario, tal como las consideran los griegos en este momento de su historia: “Pas
plus q´une recherche de parentés verbales, le Cratyle n´est une affirmation de la
motivation de signes (au sens précis du mot): mais justement du principe
diagrammatique (de l´analogie)” (Todorov, 1972: 292).
Las tesis de Todorov y Gadamer respecto al Cratilo tienen algún punto en
común: se aproximan en tanto que ambas tienden a hacer depender el sentido de las
palabras no de su significado aislado, sino respecto al cuerpo entero del lenguaje. Así,
para Gadamer es el horizonte del logos el que abre la posibilidad de la verdad; para
Todorov, la etimología de afinidades determina el valor de la palabra, no en atención a
su origen sino en la determinación del lugar que estas afinidades con otras palabras le
proporciona en el seno del conjunto del léxico. En ambos casos se reconoce la
imposibilidad de alcanzar el sentido de la palabra sin la referencia del conjunto en el
que se inserta. Tanto para Gadamer, como para Todorov, el sentido de la palabra se
halla en la relación que establece con un determinado conjunto lingüístico. En el caso de
Gadamer se trata de una relación con el horizonte del logos, en el contexto de la
dialéctica; en el caso de Todorov, de una relación con el resto del sistema léxico por
medio de un procedimiento simbólico, en el sentido que Todorov concibe la simbólica.
Pero Todorov no parece tener en consideración la concepción no lingüística del
diálogo del alma en el pensamiento platónico, ni la naturaleza epistemológica de la
dialéctica. Su lectura del Cratilo se ciñe a la cuestión etimológica así expuesta, sin
penetrar en el problema que Gadamer advierte respecto de la imposibilidad de conocer
el ser de las cosas mediante la palabra.
Acaso la posición de Todorov por lo que al diálogo platónico se refiere, derive
de su consideración del carácter binario del símbolo frente al carácter ternario del signo.
En efecto, Todorov, en estas mismas páginas, y a partir de la teoría del lenguaje
medieval de Juan de Salisbury 207, afirma que el signo está caracterizado por una
207
Se trata de una teoría desarrollada también por Anselmo de Canterbury y, especialmente, por Pedro
Abelardo, en el siglo XII (cf. Beuchot, 1991).
92
208
Todorov, 1972: 278. El símbolo, al contrario que el signo, no es cognitivo (p. 280).
209
Ib., p. 287.
93
El poeta que componga estas cosas no ha de ser uno cualquiera, sino que, en primer
lugar, ha de tener por lo menos cincuenta años y, además, no ha de ser tampoco de los que entre
ellos, aun con una poesía y una Musa bien logradas, no han realizado nunca ningún hecho
honroso y relevante. Cántense, pues, las obras de los poetas buenos aunque esos poemas sean
artísticamente deficientes. El juicio sobre ellos corresponderá al educador y a los demás
guardianes de las leyes (...) Sólo se cantarán los poemas que, juzgados sagrados, sean ofrecidos
a los dioses y aquellos que, compuestos por hombres de bien, censuren o alaben a alguien y se
estime que lo hacen debidamente.
(Las leyes 829c-829e)
210
Cf. Gil, 1961: 87-89.
94
Narrar en cambio, el encadenamiento de Hera por su hijo o que Hefesto fue arrojado
fuera del Olimpo por su padre cuando intentó impedir que éste golpeara a su madre, así como
cuantas batallas entre dioses ha compuesto Homero, no lo permitiremos en nuestro Estado,
hayan sido compuestos con sentido alegórico o sin él. El niño, en efecto no es capaz de discernir
lo que es alegórico de lo que no lo es (...).
(República, 378d)
En este pasaje Platón pasa revista a los mitos más frecuentados por la exégesis
alegórica213. La inmoralidad literal de los mitos impide cualquier tipo de interpretación
211
En realidad, el propio Platón niega reiteradamente que se trate de una técnica o ciencia. Véase Ión,
533d y 536a.
212
“Y cada poeta depende de su Musa respectiva. Nosotros expresamos esto, diciendo que está poseído o
lo que es lo mismo que está dominado. De estos primeros anillos que son los poetas, penden a su vez,
otros que participan de este entusiasmo, unos por Orfeo, otros por Museo, la mayoría, sin embargo, están
poseídos y dominados por Homero.” (Ión, 536b).
213
Como recuerda Detienne, Platón es el primero en utilizar el término “mitología” (Detienne, 1985:
105). La palabra ya implica un distanciamiento frente al mito, al que identifica a veces con los
argumentos absurdos (op. cit., p. 106). En términos semejantes lo expresa García Gual: “Platón utiliza ya
el término “mitología” en una acepción plenamente moderna, con una precisa conciencia de lo que un
repertorio mítico supone para una sociedad tradicional.” (García Gual, 2001: 16). Este distanciamiento
del mito y la conciencia exacta de su papel en la sociedad serán, como veremos, fundamentales en el
Platón alegorista.
95
214
Most recuerda que ya en Hipias menor se excluye la poesía de la instrucción moral y en Protágoras
Platón niega que la interpretación literaria pueda contribuir al conocimiento moral (Most, 1986: 243-244).
215
El ejemplo más claro del perjuicio causado por el sentido literal de los poemas homéricos y hesiódicos
en el joven lo ofrece el Eutifrón (cf. Pépin, 1958: 113): el joven que va a entregar a su padre a la justicia y
que se toma el mito en el que Zeus encadenó a su padre en sentido literal (Eutifrón, 5e). El reproche
irónico de Sócrates a este argumento entronca directamente con los viejos ataques de Jenófanes al mito
homérico: “Luego tú crees también que de verdad los dioses tienen guerras unos contra otros y terribles
enemistades y luchas y otras muchas cosas de esta clase que narran los poetas (...)”. A la pregunta de
Sócrates, Eutifrón responde afirmativamente (Eutifrón, 6b-c).
96
216
Por el contrario Alberto Bernabé, al estudiar el enigma en la exégesis alegórica en Platón (Bernabé,
1999: 189), se centra en el análisis del emisor del enigma. En este trabajo, distingue entre el enigma
planteado por la divinidad, que no puede ser falso, como ocurre con la Pitia; el enigma procedente de los
poetas y de los misterios; la sabiduría tradicional y los filósofos; en el último lugar, Platón sitúa al
hombre de la calle. El caso de Sócrates y el oráculo reviste una especial importancia. Efectivamente, tal y
como se narra en Apología 21a-c, Querefonte, amigo de Sócrates, acude al oráculo y tiene la audacia de
preguntar si hay alguien más sabio que Socrates. Es interesante, a nuestro juicio, subrayar la temeridad de
la pregunta de Querefonte, porque parece desembocar en un caso de hybris. La Pitia responde que nadie
hay más sabio. El oráculo es interpretado por Socrates como un enigma que debe ser descifrado. Guthrie
afirma que “el dios aprovechó la ocasión de la pregunta de Querefonte para inculcar la lección de que
ninguna sabiduría humana valía la pena. A Socrates lo tomó simplemente como ejemplo y utilizó su
nombre para decir que la cosa más sabia que un hombre podía hacer era ser consciente de su propia
ignorancia.” (Guthrie, 1988: 389). Pero Sócrates dedica toda su vida a investigar el sentido del oráculo.
Su vida se convierte en una vida irónica, que desemboca en la condena a muerte. La ironía radica en que
la investigación de Sócrates consista en conocer el enigma de su propia ignorancia. Y resulta curioso
comprobar, como dice Colli, que la acusación contra Sócrates es planteada por Platón igualmente como
un enigma, una formulación contradictoria en la que engaño y el juego de apariencias son sus
características. Colli subraya que el enigma se mueve en la esfera de la hostilidad y advierte que “la
crueldad, que viene del dios, consiste en proponer un desafío –el del conocimiento- al que el sabio no
puede sustraerse, y que termina precisamente con su muerte.” (Colli, 1995: 447-448).
97
constatarse con la realidad217. Pero Platón no hace sino ser consecuente con la
enseñanza socrática y la de los sofistas. Como dice Karl Reinhardt:
217
Frente al estilo oscuro y paradójico de Heráclito con sus violentas uniones de contrarios, Platón, al
considerar las cosas que suscitan percepciones contrarias, afirma que el alma debe apelar al razonamiento
y a la inteligencia para examinar si se trata de una sola cosa o de dos: “Y para aclarar esto la inteligencia
ha sido forzada a ver lo grande y lo pequeño, no confundiéndolos sino distinguiéndolos.” (República,
524c). Así, Platón valora positivamente las percepciones de contrarios pero no en sí mismas sino porque
estimulan la inteligencia: “Si la unidad es vista suficientemente por sí misma, (...) no atraerá hacia la
esencia (...). Pero si se la ve en alguna contradicción, de modo que no parezca más unidad que lo
contrario, se necesitará de un juez, y el alma forzosamente estará en dificultades e indagará, excitando en
sí misma el pensamiento, y se preguntará qué es en sí la unidad.” (República, 524e). En nuestra opinión,
la pertinencia de esta cita, en atención al tema que nos ocupa, radica en que en ella Platón muestra
precisamente el método de conocimiento filosófico que escapa a las posibilidades de los poetas y exégetas
alegóricos.
218
Cf. Rodríguez Adrados, 1992: 401. Señala Rodríguez Adrados que Platón limita la correspondencia
nombre / cosa a los nombres de valor que exigen un conocimiento profundo. “Platón busca un signo
lingüístico no mediatizado por los afectos del que habla o escucha, ajeno a toda retórica.” (op. cit., pp.
402-403). Es ésta una indagación que tiene que partir necesariamente de la desestabilización de los
sentidos aparentes de las palabras de esta naturaleza, como se muestra en las investigaciones socráticas de
algunos de los primeros diálogos. De este modo, Sócrates se compara con Dédalo en el Eutifrón, porque
si éste hacía estatuas móviles, Sócrates hace que las ideas se muevan, y no sólo las suyas sino también las
de los demás, cuando desearía que se fijaran de modo inamovible (Eutifrón, 11d). También en Laques, se
plantea el problema del sentido de forma análoga. La dialéctica pretende, precisamente, conseguir la
comunidad entre el pensamiento y la palabra (Lledó, 1996: 182).
98
En primer lugar, dice Emilio Lledó a propósito de los mitos platónicos que antes
de preocuparnos por su interpretación, debemos investigar “de qué país provienen”.
Este país son los diálogos platónicos, monumento cultural de una sociedad y una época
determinada (Lledó, 1996: 123).
En el diálogo y, en concreto, en el preguntar, se hace patente, por una parte, la
relación entre el sujeto que pregunta y el objeto sobre el que pregunta; pero, por otra
parte, también se manifiesta la relación con otro individuo al que se dirige la pregunta y
del que se espera una respuesta219. ¿Es éste realmente el contexto en el que se insertan
los mitos platónicos? Ciertamente los mitos se ubican en el interior de los diálogos,
pero, al mismo tiempo, parecen escapar del proceder que acabamos de señalar. El
propio Lledó lo advierte al afirmar: “los mitos conducen a un nivel de significación
distinto de aquel sobre el que el diálogo se desplaza”220.
El primer problema se plantea, por lo tanto, en este distinto nivel de
significación. Las palabras del mito platónico no tienen correspondencia inmediata con
la realidad. Platón había acusado a poetas y exégetas alegóricos de que sus discursos,
verdaderos o no, eran fruto de un entusiasmo y no de un conocimiento y que, en
consecuencia, no se podía constatar lo que decían con la realidad. Pero el filósofo no es
exactamente un poeta sino un dialéctico; su alegoría no es la alegoría hermenéutica sino,
adelantada ya de este modo, la alegoría retórica, incluso más exactamente, la alegoría
deliberada. Pudiera decirse que el filósofo juega a ser Homero o Hesíodo porque en este
juego predomina la conciencia de estar jugando221. Se trata de un juego que evidencia su
naturaleza en la ruptura con la estructura del diálogo en el que el mito se establece,
219
Cf. Kierkegaard, 2000: 102.
220
Op. cit., p. 115.
221
En este sentido dice Longino en Sobre lo sublime: “Y me parece a mí que Platón no hubiera formado
nunca doctrinas filosóficas tan perfectas y no se hubiera adentrado tan frecuentemente en materias y
expresiones poéticas, si no hubiera luchado, por Zeus, con toda su alma por el primer puesto con Homero,
como un atleta joven contra un maestro admirado ya desde antiguo, quizá con demasiado ardor y con
deseo de romper la lanza; sin embargo, esta lucha por la preeminencia no fue inútil, pues, según Hesíodo,
“la lucha es buena para los mortales”. Y, en verdad, la lucha es bella y la corona de la fama la más digna
de la victoria, cuando incluso ser vencidos por los antepasados no es una deshonra.” (Longino, 1996:
173). Respecto a la naturaleza competitiva de Platón y, en particular, por lo que a esta relación con
Homero se refiere, dice Dionisio de Halicarnaso: “Había, sí, había en la naturaleza de Platón, junto a
muchas virtudes, competitividad. Lo mostró especialmente en su animadversión hacia Homero, a quien
tras coronarlo y embadurnarlo de mirra, expulsó de su república imaginaria, como si él necesitara tales
cosas a la hora de ser expulsado, por quien toda forma de cultura y, aún más, la filosofía ha penetrado en
nuestras vidas.” (Dionisio de Halicarnaso, 2001: 226). En esta pugna con Homero, Platón tiene, frente a
éste, la ventaja de que sus mitos están acotados por las reglas de la dialéctica. A esto nos referimos
cuando hablamos de juego, nada que ver, por supuesto, con la idea del arte como juego nacido de las
teorías kantianas del desinterés del arte.
99
La distancia viene dada por la propia vacilación al introducir el mito, por las
dudas sobre su eficacia persuasiva. No es causalidad que Platón sea el primer autor que
emplea la palabra “mitología”. Como señala Reinhardt, “la conquista del mito es en
Platón reconquista del reino perdido de sus padres” (Reinhardt, 1994: 103)223. Esta
reconquista paga el precio de la inocencia. Pero la pérdida de la inocencia implica una
toma de conciencia que abre la posibilidad de concebir un espacio intelectual nuevo,
que puede reclamar para sí una nueva inocencia. Así Reinhardt afirma:
Los mitos de Platón son mitos del “alma”, es decir, mitos de un mundo interior, de un
mundo que ya no es exterior, que está íntegro (...) el “alma” misma y su “auto-movimiento” es
su origen; su auto-formación en el mundo interior para, a través del mundo interior, volver a
penetrar el exterior carente de alma es su meta.
(Reinhardt, 1994: 114)
222
Sobre la estructura de los mitos platónicos véase Ruiz Yamuza, 1986.
223
“El mito griego moría en la juventud de Platón. El entendimiento, que se alzaba por encima del
mundo, y de los dioses, el arte, elevándose por encima del culto, y el individuo, que se alzaba por encima
del estado y de las leyes, destruyeron el mundo mítico.” (op. cit., p. 104).
100
224
Respecto de los mitos escatológicos, Livio Rosetti ha señalado tres características retóricas, utilizadas
por Platón a modo de recursos de persuasión: en primer lugar, establece una serie de medidas tendentes a
diluir la frontera entre lo literario y lo filosófico; en segundo lugar, prepara al lector / interlocutor para
concienciarlo de la seriedad de la cuestión que se afronta; por último, hace creer que, respecto del mismo
tema, pueden utilizarse otros argumentos más racionales, una argumentación que, no obstante, es
aplazada sine die. (Rosetti, 1994: 84).
225
Ya en el Cratilo, observa Ruiz Yamuza: “Platón se había dado cuenta de que la naturaleza mágico-
religiosa del lenguaje no podía ser fácilmente apartada y habría querido eximirla de la irrealidad de los
mitos trágicos.” (Ruiz Yamuza, 1986: 42).
226
En este sentido, Doods observa que la predicación de verdad del mito platónico en el Gorgias no
puede contemplarse como una verdad histórica ni tampoco como la exposición alegórica de una verdad
filosófica, sino que se trata de “un mito escatológico que describe un mundo que está por encima del
conocimiento” (Ruiz Yamuza, 1986: 33). Efectivamente, los mitos escatológicos de Platón, a diferencia
de aquéllos que traducen en imágenes una doctrina que ya ha tomado forma y está sostenida por
101
Cuando la imagen va extendiéndose y alojando más y más dentro de sí, invita entonces
al espectador a reposar en ella, a anticipar un goce que la inquieta reflexión nos proporcionaría
tal vez tras un largo desvío (...) La imagen desborda al individuo hasta el punto en que pierde su
libertad o, más bien, se sume en un estado en que carece de realidad; en este caso, pues, la
imagen no es lo libremente producido, lo creado artísticamente. Y por mucho que el
pensamiento se ocupe de revisar los detalles, por más ingenioso que sea al combinarlos (...) aun
así no es capaz de tomar distancia respecto del conjunto y de dejar que aparezca, leve y fugaz,
en la esfera de la pura poesía.
(Kierkegaard, 2000: 158)
argumentos, tienen un carácter programático que no puede ser desmitificado, porque esto pondría “en
evidencia la arbitrariedad de gran parte de las valoraciones que la condición mítica permite acreditar.”
(Rosetti, 1994: 73-74). Esto no significa que no puedan ser interpretados, aunque esta interpretación,
como se infiere de las palabras de Lledó expuestas más abajo, supongan una reducción de su enorme
capacidad de sugerencia.
102
primera mitad del siglo XIX, este salto a la realidad de las alegorías platónicas. Tal
como el propio Platón expone en “el mito de las clases”, la verdad hacia la que apunta el
mito es una verdad posterior al mito mismo y que tiene su causa en él.
En este sentido, Lledó advierte, al igual que Kierkegaard, que lo que se narra en
el mito “no es verdad”, sino un sistema gratuito de imágenes, de relaciones que no
existen más que en el lenguaje. Pero considera que en el momento en el que el mito
descarga sus alusiones en otro sistema conceptual, éstas se reducen hasta alcanzar el
nivel del logos (Lledó, 1996: 116). Aquí Lledó parece alejarse de Kierkegaard. El
desbordamiento que Kierkegaard advertía en el mito platónico da un paso más y termina
ubicándose en el discurso. La concreción epistemológica del mito reduce su extenso
ámbito de sugerencia. De este modo, la creación de realidad del mito no parece suponer
una vuelta de lo figurativo a lo mítico sino el paso de la imagen polisémica del mito a
“un horizonte de significados en el que proyectarse para evitar la orfandad de la palabra
sin amparo.” (Lledó, 1996: 118)227. Sin embargo esto no significa que esta proyección
agote las posibilidades de sentido de las palabras que constituyen el mito (op. cit., p.
121). Lledó, al igual que Kierkegaard, reconoce una apertura en el mito que desborda
cualquier intento de apurar su sentido228:
Platón, sin embargo, que hizo acudir tantas veces a sus páginas las narraciones míticas,
dejó también un curioso testimonio de indiferencia ante ellas: “Yo, Fedro, considero que tales
227
Del mismo modo que en la interpretación de Kierkegaard se detecta la estética hegeliana, creemos
percibir en la lectura de Emilio Lledó la presencia del pensamiento gadameriano y quizá del concepto de
tierra de Heidegger.
228
El propio Lledó ensaya un intento de interpretación de la alegoría de la caverna en planos diversos. Así
apunta las siguientes lecturas del mito: ética, pedagógica, social, psicoanalítica, política y trágica (Lledó,
1996: 30-38).
103
interpretaciones tienen, por lo demás, su encanto, sólo que parecen obra de un hombre
ingenioso, esforzado y no de mucha suerte, aunque no sea por otra cosa que por el hecho de que
uno se verá forzado a rectificar (el significado de estas figuras míticas)... y si, no creyendo en
ellas, intenta reducirlas, a todas, a términos verosímiles, sirviéndose de cierta sabiduría grosera,
necesitará mucho tiempo” (Fedro, 229d-e). Cabe, pues, el intento de reducir el mito a “términos
verosímiles”: a juntar en un mismo plano todos los significados que la misma estructura del
mito dispersa.
(Lledó, 1996: 122)
229
Advierte Tate, en esta misma página, que distinto fue el caso de algunos alegoristas posteriores que
atacaron con dureza a Platón en defensa de Homero, como ocurre en el caso del pseudo-Heráclito. Sin
embargo, como veremos en el capítulo siguiente, ya en Aristóteles se puede encontrar un duro reproche a
la condena de los poetas por parte de Platón, aunque su nombre no se cite expresamente.
230
“Como fenómeno histórico el cinismo griego está determinado por la crisis definitiva de la polis como
comunidad libre y autárquica. La destrucción de la polis como marco comunitario independiente y
autónomo significó una enorme conmoción espiritual.” (García Gual, 1987: 24). Existe otra teoría sobre
el origen del cinismo, la de F. Sayre, que retrasa su aparición al siglo II a. C. y lo hace depender no tanto
de la crisis de la polis, como del contacto del pensamiento indio con la sociedad griega, fruto de las
conquistas del helenismo (cf. Foucault, 2004: 153).
106
de los dioses ante la injusticia y las desgracias humanas. Algunos filósofos se debaten
entonces entre el ateísmo y la adopción de prácticas religiosas individuales de carácter
intelectual, como ocurre con Aristóteles y los propios estoicos. Por otra parte, la fe
popular deviene en superstición, entendida como temor constante al poder de los
dioses232. En este marco, se establece el culto a figuras alegóricas como la Fortuna,
originando una serie de manifestaciones pseudo-religiosas que se extienden con rapidez
por todo el mundo helénico233. Los cínicos, por su parte, y con la excepción de
Antístenes, demuestran poco interés por las cuestiones religiosas y teológicas (Goulet-
Cazé, 1993: 118-139).
Esta falta de interés por la religión reorientará la alegoría, si es que hay tal, en el
pensamiento de los cínicos. De hecho, la exégesis cínica y estoica, con las matizaciones
que seguidamente veremos, considerará a Homero como un sabio dotado de los más
extensos y divinos conocimientos, un poeta fuera de toda sospecha, imprescindible para
la formación de los griegos234. Este proceso no estará exento de dificultades,
contradicciones y titubeos que pondrán de relevancia la complejidad del proyecto, así
como la extensión de las preocupaciones hermenéuticas de la alegoría a nuevos
territorios. Éstos estarán vinculados al interés por la elaboración retórica de un discurso
que, sobre los textos homéricos, construya un nuevo espacio de calculada ambigüedad
en el que sus propias elucubraciones se presenten unidas indisolublemente a los poemas
que, en apariencia, son objeto de análisis.
Como consecuencia de esta nueva actitud, la naturaleza de la alegoría irá
pasando de ser la formulación de un discurso que apunte a una verdad escondida,
alétheia, a ser considerada como una figura retórica de pensamiento con una naturaleza
derivada de la metáfora. En el largo proceso que va desde las aportaciones de Antístenes
en el siglo IV a. C. hasta las alegorías, a ratos delirantes, del pseudo-Heráclito, en el
231
García Gual recoge estos expresivos y emocionantes versos de Crates: “No es mi patria una sola torre,
ni un tejado, / mas toda la tierra me sirve de ciudadela y de morada / dispuesta a cobijarme.” (García
Gual, 1987: 145).
232
Recordemos que, en este contexto, se había establecido un poco antes el decreto contra los
“meteorólogos”.
233
En el siglo II d. C., Luciano de Samósata criticará con ironía la propagación de estos dioses alegóricos:
“Pero yo he oído también muchos nombres extraños de seres que ni existen entre nosotros ni pueden
mantenerse como realidades (...) ¿Dónde está la célebre Virtud, la Naturaleza, el Destino, el Azar,
nombres sin consistencia y carentes de realidad, imaginados por hombres bobalicones, los filósofos?”
(Luciano de Samósata, 2002: 134).
234
Se trata de otro tópico que, originado en estos momentos, sobrepasa las fronteras de su tiempo y
alcanza épocas muy posteriores. Así puede verse, por ejemplo, en la Dedicatoria de El Viaje De Turquía,
en la que aún permanece la lectura moral de Ulises como quintaesencia de la virtud (El Viaje de Turquía,
1995: 87). Sobre la cristianización alegórica de UIises, cf. Rahner, 2003: 307-352.
107
siglo I d. C., la alegoría pasará por diversas vicisitudes, sufriendo adhesiones y rechazos
de muy variada índole. Posteriormente, la fuerza del alegorismo neoplatónico y la
apropiación de los mecanismos alegóricos por parte, en primer lugar, de las escuelas
exegéticas judías de Alejandría, y en segundo lugar, de los padres de la Iglesia,
orientarán el devenir de la alegoría hacia nuevos y más complejos escenarios, en los que
la retórica, al servicio de la hermenéutica, reducirá en parte la extensión de la hyponoia
hacia el terreno de la metáfora. En este capítulo expondremos algunos de los hitos más
relevantes de esta evolución.
Antístenes, fundador de la escuela cínica, encarna perfectamente las
controversias que suscita el estudio de la alegoría de este periodo. De la polémica en
torno a si Antístenes fue o no un alegorista da cuenta el enfrentamiento entre J. Tate,
contrario a esta calificación (Tate, 1930: 4-10 y 1953) y Höistad (Höistad, 1951),
disputa en la que intervino Pépin posteriormente (Pépin, 1993)235.
En el primero de sus artículos, Tate se muestra contrario a la afirmación de que
los cínicos, especialmente Antístenes, sean los máximos exponentes de la escuela
alegórica y, sobre todo, a la creencia de que la alegoría estoica provenga de los cínicos.
De esta forma, dice Tate, los estoicos tomaron el alegorismo físico de Anaxágoras. En
el cultivo del método etimológico se basarían en las enseñanzas de los sofistas, como
Pródico, y en los seguidores de Heráclito, como Cratilo. Por lo que a Antístenes se
refiere, afirma Tate, sus fragmentos sobre Homero no pueden ser considerados
alegóricos porque en ningún caso se produce la sustitución del sentido literal de los
poemas por un segundo sentido aludido en ellos, ya sea físico o moral. Llegado a este
punto, Tate se extiende en subrayar la diferencia entre derivar una enseñanza moral de
un texto y el alegorismo en el que se produce, por ejemplo, una identificación entre
Atenea y la sabiduría, esto es, entre el personaje descrito en el poema y la cualidad
moral que representa.
Por otra parte, Tate advierte que aun cuando Zenón hubiera tomado la distinción
opinión / verdad respecto de los poemas homéricos de Antístenes, tal y como apunta
Dion, esto nada tiene que ver con el alegorismo236. Sobre el contenido y las
consecuencias de esta distinción habremos de volver más adelante.
235
Ya hemos visto en el capítulo IV la postura de Pfeiffer en contra de la calificación de Antístenes como
alegorista.
236
No deja de ser curioso que este debate acerca de cuándo dice la verdad Homero y cuándo se expresa
conforme a la opinión, no hace sino reproducir una cuestión que se plantea en la propia Odisea respecto a
los relatos de Ulises. En efecto, Ulises es conocido por su astucia y su capacidad de mentir. Por eso, es
108
pertinente preguntarse qué hay de verdad en el relato de sus aventuras. García Gual estudia esta cuestión
en el prólogo a su edición de las Obras de Homero (Madrid, Espasa, 1999): “Cuando relata hechos
tremendos, fabulosos, increíbles, Ulises está diciendo la verdad. Cuando refiere sucesos verosímiles,
como raptos de niños por piratas fenicios, por ejemplo, está fabricando una mentira. Lo más fantástico es
auténtico y, en cambio, lo verosímil merece nuestras sospechas. (En eso el narrador sigue un método que
recomendarán posteriores maestros de retórica: las mentiras deben ser lo más verosímiles posible.)” (pp.
LXI-LXII). Si comparamos este procedimiento homérico con el examen que de su obra hacen Antístenes
y Zenón, vemos que la cuestión ha cambiado en apariencia. Ahora, lo fabuloso es lo que se reputa
conforme a la opinión y no a la verdad. Sin embargo, como veremos más abajo, esta solución nos aboca a
nuevas paradojas.
237
El propio Höistad se da cuenta de las dificultades a la hora de distinguir, en la práctica, entre ambos
tipos de alegorías. Así afirma que pueden darse a un mismo tiempo en el uso que de ellas haga un autor
determinado. Pero, también es necesario reconocer sus diferencias irreconciliables y, para ello, apunta el
109
una sustitución del sentido literal, por el valor que representa, exige, según Höistad, un
cambio en la percepción moral del héroe puesto que Ulises es, en el momento en que
Antístenes lo toma como modelo, un personaje discutido. Antístenes, en conclusión,
debe buscar un sentido oculto en el personaje para liberarlo de los prejuicios de su
época y convertirlo en modelo de sabiduría238. Es cierto que Antístenes no identifica a
Ulises con la sabiduría, como parece exigirse de la exégesis alegórica, pero, como bien
observa Höistad, debe resultar significativo que Antístenes, un hombre que rechazaba
abiertamente el politeísmo239, mantuviera la validez de las historias de los héroes
aunque interpretadas en la clave de la ética de su escuela.
La respuesta de Tate se hizo esperar poco tiempo. Con el enérgico título
“Antisthenes was not an allegorist” y un tono rotundo que daba poco o ningún margen a
su adversario, publicó un artículo en el que rebatía las tesis de Höistad. En primer lugar
afirmaba que el concepto de alegoría era claro e indiscutido:
Scholars in general are aware that we are here dealing with a method of interpretation of
texts which sets aside the literal sense of a poem or myth in favour of a different meaning or
“undersense”. (...) We are concerned therefore with allegorical interpretation, not primarily with
consciously allegorical compositions.
(Tate, 1953: 14-15)
Tate vuelve a plantear la cuestión con claridad: ¿Redujo Antístenes a los dioses
o héroes de la épica griega a personificaciones, tipos y símbolos de factores
psicológicos y morales? ¿Llega a decir Antístenes que Homero considera a Ulises no un
personaje histórico sino un elemento universal de la naturaleza o una abstracción? Tate
responde negativamente. Concede que es posible que Antístenes usara algunos
episodios de la saga de Heracles como fuente de lecciones edificantes240, pero esto,
caso de Platón que, aunque fue un creador de alegorías primarias, rechazó enérgicamente la alegoría
como método exegético (Höistad, 1951: 18).
238
López Eire observa, efectivamente, que los cínicos, hombres cosmopolitas y defensores de la versión
más cruda de la ética socrática, valoran las figuras de Heracles y Odiseo, héroes errantes, desclasados,
cosmopolitas y solitarios, pero filantrópicos, como encarnación de los principios de la moral cínica
(Diógenes Laercio, 1990: 28). En efecto, contra la inclinación de Píndaro y los trágicos por Ayax,
Antístenes y los cínicos se decantan por Ulises como modelo de los nuevos valores cínicos (cf. García
Gual, 1987: 40).
239
En su rechazo del politeísmo y del antropomorfismo, Antístenes se convierte en un precedente remoto
de la teología negativa al afirmar que “Dios no se parece a nada” (Goulet-Gaze, 1993: 139).
240
Recordemos que Heracles había sido utilizado alegóricamente por Pródico. Además, Heródoto de
Heraclea, a finales del siglo V, había escrito una alegoría de Heracles de carácter moral: “Refiere el mito
que ganó las tres manzanas matando al dragón con su maza, esto es, venciendo al serpenteante
110
razonamiento de los malos deseos con la maza de la filosofía, vestida en la meditación como en una piel
de león. Y así, tras haber matado con su maza a la serpiente del deseo, tomó las tres manzanas, es decir,
las tres virtudes: no enfurecerse, no amar las riquezas, no amar el placer. Por medio de la maza de la
filosofía y de la piel de león de la razón audaz y templada venció el veneno de los malos deseos y practicó
la filosofía hasta su muerte.” (García Gual, 1987: 37).
241
Tate hace especial hincapié en esta distinción, sobre todo a tenor de lo expuesto en la República de
Platón (377) y en la doctrina de Plutarco que, rechazando la alegoría como método de interpretación, se
muestra favorable, sin embargo, a la aplicación de los principios morales que se encuentran en los relatos
homéricos (Tate, 1953: 15-17).
242
Más rotundo se muestra, sin embargo, en el capítulo dedicado a los cínicos en su libro Mythe et
allégorie (Pépin, 1958), en el que dice lo siguiente, a propósito de los tratados perdidos de Antístenes:
“Tous ces traites sont perdus, sauf quelques fragments. Mais on peut être sûr que tous invoquaient à
l´appui de chapitres de la morale cynique des épisodes homériques interprétés allégoriquement. (...) Un
passage du Banquet de Xénophon, dont Antisthène est l´un des convives, atteste que ce recours à
l´illustration mythique s´accompagnait d´exégèse allégorique” (Pépin, 1958: 105-106). Pépin reproduce, a
continuación, el episodio de Nicerato y los rapsodas, citado por Höistad, e interpretado en esta ocasión en
términos muy próximos a los defendidos por éste. Además, más abajo, añade como aportación de
Antístenes a la alegoría, la distinción entre verdad y opinión, obviando cualquier comentario de las
objeciones de Tate al respecto, y, por último, se extiende en el comentario de la utilización de los
personajes de Ulises y Heracles como héroes cínicos. De hecho, al final de este capítulo, Pépin observa
que: “On voit qu´Antisthène et Diogène avaient procuré un essor considérable à l´interprétation
allégorique d´Homère et des autres mythologes. Ils ne s´étaient même plus contentés de défendre leur
piété, mais les avaient annexés à leur propre philosophie, faisant d´Héraclès et d´Ulysse, de Médée et de
Circé, des héros cyniques. Un tel excès d´allégorie appelait une réaction: elle vint avec Platon.” (Pépin,
1958: 111).
111
alegoría. De este modo, Tate podría haberle replicado que lo que dice en su trabajo no
contradice la afirmación de que Antístenes no era un alegorista, porque la influencia que
pudiera tener en la historia de la alegoría, por grande que fuera, no lo convertiría en tal.
Por otro lado, Pépin recuerda que tanto en el caso de la interpretación del episodio de la
copa de Néstor como en la observación de la diferencia entre verdad y opinión en los
poemas homéricos, Antístenes sienta las bases de la alegoría futura al apuntar
claramente al desajuste interno del sentido literal del texto como motor de la búsqueda
de un sentido ulterior más verdadero: “Lorsque les grammairiens grecs, dont on a déjà
parlé, cherchent à définir l´allégorie comme trope, ils le font traditionnellement par la
décalage entre l´objet de “dire” et celui de “donner à entendre” (Pépin, 1993: 9).
El propio Pépin señala que, en cuanto “decir” y “dar a entender” son, en
principio sinónimos, la alegoría rompe el sentido interno del verbo legein, al oponer
estos extremos243. En este contexto, la diferencia entre verdad y opinión ya no nos
parece tan ajena a la construcción de la exégesis alegórica. Examinemos esta cuestión
detenidamente.
En principio, parece ser que esta distinción entre verdad y opinión fue enunciada
por Antístenes, aunque fue Zenón el que la desarrolló en todas sus posibilidades. Para
Pépin, una de las consecuencias de esta distinción era la de servir de instrumento para
salvar a Homero de sus propias contradicciones. Así lo entendieron, siglos más tarde, el
pseudo Heráclito y Filón de Alejandría con relación a la Torá:
La route du vrai est empruntée par la loi quand celle-ci rejette l´anthropomorphisme,
alors que la route des opinions la conduit aux affirmations anthropomorphiques. Avec ces deux
routes ainsi caractérisées, on ne peut éviter de penser au début du poème de Parménide, dont
très probablement l´on recueille ici un écho.
(Pépin, 1993: 3)
Tate, por su parte, piensa que la diferencia entre opinión y verdad en los textos
de Homero es consecuencia de la negativa de los primeros estoicos, sobre todo de
Zenón, a considerar a Homero como un autor omnisciente244. Habría quizá en esta
actitud un eco de las críticas platónicas al poeta: el poeta puede equivocarse y reflejar
una opinión de la mayoría acrítica, pero no por ello debe ser censurado, ya que,
243
Recordemos, siguiendo al propio Pépin, las palabras de Heráclito de Éfeso sobre el oráculo de Delfos.
244
Buffière constata la dificultad de discernir qué entendía Zenón por verdad y opinión en esta distinción
(Buffière, 1973: 147).
112
mostrando de este modo la opinión de esta mayoría, permite que pueda ser corregida
por el filósofo (Tate, 1930: 8)245. Otros estoicos, más indulgentes con el poeta,
afirmaron que Homero no se equivocaba al expresar la opinión de la mayoría, porque se
limitaba a recogerla como tal, sin que esto supusiera que la compartiese. Así Dion dice
que Homero sabe, cuando expresa esta opinión, que no es verdad, cosa que queda
acreditada por el hecho de que exponga la verdad en otros pasajes de sus poemas. De
esta manera, el alegorista salva las incongruencias y contradicciones de los poemas
homéricos, ofreciendo un todo unitario, desde el punto de vista ideológico.
Pero otros exegetas de Homero consideran que esta diferencia entre verdad y
opinión debe estudiarse conforme a un planteamiento distinto. Tate recoge esta visión
del problema diciendo que, según éstos, cuando las palabras dicen la verdad, el pasaje
debe ser entendido literalmente, pero cuando expresa la opinión, debe interpretarse en
sentido alegórico. Pero, como bien observa Tate, hablar conforme a la verdad no
equivale a expresarse en sentido literal porque la verdad también puede expresarse en
sentido alegórico (Tate, 1930: 8).
A nuestro parecer, esta interpretación pone en evidencia un cambio importante
respecto a la primera comprensión de la alegoría en el pensamiento griego, en particular
a las alusiones de Heráclito de Éfeso sobre la cuestión. En efecto, observamos un salto
cualitativo importante respecto a la finalidad y modo de expresión de las primeras
alegorías, puesto que su razón de ser consistía en mostrar -en el sentido de revelar, de
desocultar- la verdad, de un modo más exacto que la expresión literal. La alegoría, por
ello, reproducía el tono oracular de la expresión de la alétheia.
Pero, si, según lo anteriormente expuesto, es la expresión de la opinión lo que
debe ser interpretado alegóricamente, mientras que la verdad se aprehende del tenor
literal del poema, debemos entender, como consecuencia, que al ser la opinión
interpretada alegóricamente, dicha interpretación habría de desocultar una verdad mayor
o más profunda que la derivada del sentido literal de la expresión verdadera directa. De
esta forma, se podría llegar a la absurda conclusión de que Homero dice la verdad
cuando dice la verdad y que dice más verdad aún, cuando expresa la mera opinión de la
mayoría, porque, entonces, la necesidad de la interpretación alegórica daría como
efecto, la consecución de una verdad más profunda.
En el supuesto de admitir esta hipótesis, las cosas, así expuestas, nos llevarían al
absurdo. Pero éstas son, en todo caso, un síntoma importante de cómo había ido
245
Tate apunta la cercanía de esta actitud a la Poética de Aristóteles (Poética, 1460b).
113
246
Cf. Los estoicos antiguos, 2002: 29-30. García Gual refiere la defensa por parte de Antístenes de la
adoxia. Esta actitud se intensifica con Diógenes, porque si a Antístenes le era indiferente la mala opinión
que se pudiera tener de él, Diógenes se esfuerza por buscarla (García Gual, 1987: 36).
247
Junto con esta primera etapa, se suelen establecer dos periodos más en el estoicismo: el estoicismo
medio, del siglo II a. C., entre cuyos representantes destacan Diógenes de Babilonia, Antípatro de Tasos,
Panecio de Rodas y Posidonio de Apamea, y el estoicismo de la época imperial, volcado casi
exclusivamente en el estudio de la cuestión moral, y representado por filósofos tan significativos como
Séneca, Epicteto y Marco Aurelio (Diógenes Laercio, 1990: 22-23,). Séneca, en concreto, se opuso al
método alegórico y al empleo de la etimología de los estoicos, rechazando la posibilidad de que Homero
fuese un proto-estoico. Sin embargo, es interesante subrayar, con Bartinski, que pese a este repudio del
alegorismo, Séneca asume sin reservas las concepciones estoicas respecto a la función del texto –como
ejemplo paradigmático de una estructura inalterable del Logos- y al papel del lector –cuya labor está en
discernir esta estructura- (Bartinski, 1993: 73).
114
historia de la alegoría. En primer lugar, cabe citar las derivadas de sus fundamentales
estudios sobre el lenguaje. La alegoría, en principio, parece resultar contradictoria con
el materialismo de las concepciones lingüísticas de los estoicos248. La alegoría tiene
para los estoicos una naturaleza deíctica: las locuciones cercanas al gesto, o aquellas en
las que se puede reconocer la huella de una analogía natural, o, incluso, el mito permiten
hallar en la palabra la referencia al mundo y su estructura conforme a los postulados
físicos estoicos (Le Boullec, 1975: 304)249. Pero la naturaleza ambigua de la palabra
hace que la relación entre ésta y las cosas se revele problemática. Es precisamente en
esta ambigüedad donde se crea un espacio de indeterminación en el que irrumpe la
alegoría, transformando la ambigüedad en polivalencia250. Se abre, de este modo, un
espacio en el que el mecanismo de la sustitución de unos significados por otros produce
una serie de cadenas interpretativas que alejan sus resultados, a veces violentamente, del
sentido primario de los textos que les sirven de objeto. Consciente del peligro de un uso
ilimitado de este mecanismo, el propio Crisipo introduce ciertas reglas que tienden a
poner limitaciones a la sustitución, sobre todo por lo que respecta al uso ordinario del
lenguaje251.
En este terreno, hay que situar dos aspectos del pensamiento estoico que también
resultan paradójicos: la consideración de que entre las palabras y las cosas no existe una
relación armónica y, por otra parte, la práctica, a veces abusiva, de la exégesis
etimológica. Es cierto que esta contradicción se produce ya en el Cratilo de Platón,
diálogo que marca la pauta de las investigaciones estoicas en esta materia (López Eire,
2002: 51), y es cierto también que en este mismo diálogo se encuentra la salida a esta
contradicción. Porque, como afirma Crisipo, aunque entre el lenguaje y la realidad
exista este desajuste, sí es posible buscar las voces primarias que imitaban a las cosas
(Diógenes Laercio, 1990: 53). Esta imitación tiene para los estoicos una base
fundamentalmente onomatopéyica. Es en el sonido de la palabra donde se detecta la
huella de esta vinculación perdida u olvidada con el mundo. El estudio de la etimologia
248
En este sentido, se pregunta Le Boullec: “Comment des philosophes qui refusent d´hypostasier le sens,
de donner aux concepts une existence indépendante de la matérialité contraignante d´un signifiant, ont-ils
pu briser les formes du lexique ou l´armature d´un énoncé pour découvrir, au-delà, les vérités cachées,
plus essentielles que le sens premier ?” (Le Boullec, 1975: 302).
249
Esta remisión del lenguaje alegórico al gesto permite a Le Boullec advertir de la fisicidad, no sólo en
cuanto a su contenido, sino también en cuanto a su razón de ser, de la alegoría estoica (Le Boullec, 1975).
250
Le Boullec, 1975: 317.
251
Cf. Le Boullec, 1975: 306.
115
tiene por objetivo poner de relieve esta pasada y perdida armonía252. Ahora bien, dice
Le Boullec que este lenguaje alegórico simbólico resulta, para los mismos estoicos,
insuficiente; de ahí que deban acudir a la dialéctica para complementar su discurso253.
La dialéctica, al estudiar tanto el significante como el significado, revela las
insuficiencias y trampas de este lenguaje natural, trampas e insuficiencias con las que la
alegoría elabora sus instrumentos. En efecto, la alegoría, al pretender aislar la función
mimética del léxico a través de la etimología, prescinde en su desarrollo de una serie de
elementos -la atención al sujeto parlante, al destinatario, a la diferencia entre el
significado y el significante y el objeto exterior al que se refiere el signo- que la
dialéctica, por su parte, se encarga de restaurar. Le Boullec sitúa aquí, como suplemento
esencial del lenguaje alegórico, la teoría estoica del lekton que tiene por objeto el
análisis de los enunciados, la determinación exacta de lo dicho (Le Boullec, 1975: 320-
321).
Con el tiempo, sin embargo, los dos polos de esta tensión, esto es, la defensa de
la materialidad del lenguaje y la de las prácticas etimologistas, se radicalizarían,
quedando limitada la práctica del método etimológico para los alegoristas, como el
pseudo-Heráclito, defensores desaforados de la sabiduría de los poetas (Tate, 1930: 2).
La etimología tiene, en consecuencia, la función de descubrir la verdadera
naturaleza de los dioses, más allá de la presentación antropomórfica que hace de ellos la
religión popular. De esta forma, “Balbus”, el estoico ficticio introducido por Cicerón en
De la naturaleza de los dioses, afirma que los dioses se han formado, sobre todo, por
aquellas cosas que le son útiles y valiosas al hombre254, tal es el caso, por ejemplo, de
Ceres. Además, las cualidades morales o incluso los apetitos menos recomendables
también son erigidos en dioses, como Cupido. En tercer lugar, se divinizan también
hombres especialmente relevantes como Hércules255. Pero junto a este alegorismo ético
y psicológico, el estoico Balbus, destaca sobre todo el alegorismo físico. Creer en los
dioses tal como se presentan en los poemas es mera superstición. Por el contrario,
discernir su verdadera naturaleza, es una actividad genuinamente religiosa. Este
discernimiento se lleva a cabo por la observación etimológica, puesto que su nombre
252
Para comprobar el procedimiento del método etimológico de los estoicos, véase D. L. VII, 147-159
(Diógenes Laercio, 1990: 217-219) y Los estoicos antiguos, 2002: 245-247.
253
Ib., p. 305.
254
Es fácil detectar en esta utilidad de los dioses la presencia del utilitarismo sofista comentado en
nuestro capítulo IV.
255
En la utilización alegórica de los héroes se pueden observar algunos restos del alegorismo de
Metródoro de Lampsaco y, por otra parte, un precedente del evemerismo.
116
original conserva la estrecha relación con la realidad cósmica o psicológica que designa
(Pépin, 1958: 127).
Los estoicos, con su fusión entre física y ética en el marco de una filosofía que
identifica la ley moral con la ley natural, conciben la idea del alma del mundo256 y
ponen los cimientos de la teoría del micro / macrocosmos, tan persistente en la literatura
occidental y tan estrechamente vinculada a la alegoría (Whitman, 1987: 35).
Por otra parte, los estoicos fueron los que, como hemos visto, más forzadamente
pusieron la alegoría al servicio de sus propias doctrinas. Además, como ha señalado
Buffière, la alegoría prestó a los estoicos otro servicio, cual fue el de dar consistencia
interna a las doctrinas que, desde muy diversos orígenes, se recogieron en la suya. De
este modo, los estoicos, después de frecuentar en su origen la filosofía platónica y, sobre
todo, la cínica, añadieron la física de Heráclito, algunos aspectos de la teología de las
religiones orientales. Para armonizar todo este material filosófico heterogéneo,
recurrieron a la alegoría (Buffière, 1973: 137). La alegoría de los estoicos tuvo, por
tanto, un carácter pragmático que poco tuvo que ver con la defensa de los poetas frente
a Platón257, con quien compartían no pocas concepciones respecto de la poesía y el
lenguaje.
Siendo esto así y pese a lo dicho anteriormente, sigue sorprendiendo que los
estoicos pudieran recurrir a la exégesis alegórica. Tate piensa que probablemente
ocurriera con los estoicos lo mismo que sucedió con los filósosfos presocráticos, esto es,
que no pudieron obviar los argumentos de Homero en el contexto social en el que se
desarrollaban sus estudios y sus enseñanzas (Tate, 1930: 10). Y, de la misma manera
que filósofos como Heráclito se contagiaban del estilo oracular o, como Parménides,
escribían en hexámetros, los estoicos no pudieron desvincularse de los mitos para
explicar sus ideas sobre el mundo, la naturaleza o la moral. Como en aquel caso, la
256
“Nada que esté desprovisto de alma y razón piede engendrar de sí un ser animado y dotado de razón.
El mundo, empero, engendra seres animados y dotados de razón. Por consiguiente, el mundo es animado
y dotado de razón” (Los filósofos estoicos, 2002: 65).
257
Esto no obstante, es necesario hacerse eco de la ambigüedad que el recurso de la alegoría por parte de
los estoicos origina en este aspecto. De este modo, es significativo que éstos hayan sido censurados en su
tiempo por la Nueva Academia platónica de los siglos III y II a. C., que les ha reprochado el intento de
salvar, mediante la alegoría, una religión popular condenable por sus propias contradicciones. Pero, por
otro lado, también han recibido las críticas de los epicúreos justamente por lo contrario, es decir, por
servirse de la alegoría para legitimar sus teorías filosóficas (Pépin, 1958: 135-141). De esta forma, ambas
críticas coinciden en su rechazo de la religiosidad popular y en su condena de la alegoría. Pero difieren en
su juicio sobre el uso de la alegoría por parte de los estoicos. Porque los filósofos de la Nueva Academia
los acusan de perpetuar los mitos mediante la interpretación alegórica, mientras que los epicúreos
sostienen que, aunque se sirven de ellos para sus propósitos filosóficos, a través de la alegoría, este
117
proceder es ineficaz desde el punto de vista de la propia filosofía. Este razonamiento sirve más tarde al
escéptico Sexto Empírico para atacar el uso de la poesía para fines filosóficos (Pépin, 1958: 141).
258
“Cleantes, el filósofo, dice que el discurso por medio del cual rebullen los instintos y las pasiones se
manifiesta de modo alegórico.” (Los estoicos antiguos, 2002: 233).
259
Sobre la extraordinaria pervivencia de los mitos a través de la historia, dice Blumenberg, aun
cuestionando, por trivial, esta afirmación: “El prototipo fundamental de los mitos tiene una forma tan
pregnante, tan valiosa, tan vinculante y arrebatadora en todos los sentidos que vuelve a convencer, una y
otra vez, y sigue ofreciéndose como el material más utilizable para toda clase de búsquedas de datos
elementales de la existencia humana.” (Blumenberg, 2003a: 166).
118
119
Ahora bien, si los poetas tuvieran razón y la divinidad fuera de natural envidiosa, lo
lógico sería que [su envidia] tuviera lugar en este caso más que en ningún otro y que todos los
que en ella [la sabiduría] descuellan fueran unos desgraciados. Pero ni la divinidad puede ser
envidiosa sino que, como dice el refrán: los poetas dicen muchas mentiras (...).
(Metafísica, 983a)
Aristóteles parece alinearse con los que acusan a los poetas de impiedad por
describir los vicios y defectos de los dioses, sin reconocer estas descripciones como
alegorías. Sin embargo, en este caso, cuando recoge el refrán sobre las mentiras de los
poetas, no está denunciando tanto las falsedades de éstos como las de la propia poesía;
mentiras que dejarán de serlo, como expondremos a continuación, en el sistema de
referencias y significaciones generado por y en el poema.
260
Cf. Ricoeur, 2001: 62-63.
261
A la inversa, cuando Heidegger realiza su interpretación de Aristóteles, no comienza por la Metafísica,
sino por la doctrina del conocimiento práctico de la Ética y la Retórica (Gadamer, 1995: 88).
262
“Ahora bien, el que se siente perplejo y maravillado reconoce que no sabe (de ahí que el amante del
mito sea, a su modo, “amante de la sabiduría”: y es que el mito se compone de maravillas)” (Metafísica,
982b).
120
263
El material es ciertamente escaso, porque de los seis libros de los que presumiblemente constaba la
obra sólo han sobrevivido 28 fragmentos, casi todos ellos a través de las Cuestiones homéricas de
Porfirio y del capítulo 25 de la Poética.
264
Cf. Díaz Tejera, 2000: 688. Apunta este autor, en esta misma página, la posibilidad de que en esta
época Aristóteles hubiera realizado una edición de la Ilíada. Tal vez se trate del ejemplar de la Ilíada que
Alejandro llevaría posteriormente en sus conquistas. Sin embargo, Pfeiffer considera muy poco probable
que Aristóteles hubiese hecho ningún tipo de recensión sobre el texto homérico (cf. Pfeiffer, 1981: 139-
141).
265
Esto no obstante, como veremos seguidamente, Aristóteles, en estas explicaciones se aproxima o
incurre puntualmente en la exégesis alegórica.
266
Hay que recordar con Pfeiffer, que en los fragmentos de los Problemas homéricos de que disponemos,
pese a que a veces las alusiones son claras, no hay nunca una referencia expresa a Platón (Pfeiffer, 1981:
135).
121
267
No puede ser más famosa su definición de la tragedia: “La tragedia es la imitación de una acción y a
través de ella básicamente de los que actúan.” (Poética, 1450b). Un poco más arriba llega incluso a
afirmar que “sin acción no puede haber tragedia, en cambio, sin caracteres sí puede haberla (1450a).
268
No se pueden entender estas aproximaciones alegóricas a Homero por parte de Aristóteles sin tener en
cuenta lo que advertiremos más abajo sobre su concepto de lo verosímil y, sobre todo, lo que Aristóteles
considera que deben ser los objetivos de la poesía, de los que se excluye la función didáctica que tanto
preocupaba a Platón.
122
expresiones que significan cosas en situación de actividad. (...) Igual ocurre con el
frecuente uso de Homero de convertir lo inanimado en animado por medio de una
metáfora. Todos esos pasajes resultan logrados porque expresan actividad”269 (Retórica,
1411b).
González Vázquez señala que para Aristóteles, al igual que para toda la retórica
antigua, la personificación es el tipo más perfecto de metáfora. (González Vázquez,
1986: 95-96).
Aunque Aristóteles no habla de la alegoría expresamente, es evidente -aunque
esto no significa que ésta fuera su idea- que la consideración posterior de la alegoría
como metáfora continuada o como conjunto de metáforas encadenadas proviene de su
amplia concepción de la metáfora. En este sentido, resulta muy claro el texto de Cicerón
en el que al hablar de la alegoría dice: “Cuando siguen muchas metáforas continuadas,
se produce un discurso diferente, por ello los griegos llaman a esta figura “alegoría”
[alia oratio]: el término utilizado es correcto, pero tiene razón Aristóteles, que
genéricamente llama metáforas a todas estas figuras.” (Cicerón, 2001: 68).
Ahora bien, la extensión de la noción aristotélica de metáfora a la alegoría ha
sido determinante en la confusa naturaleza de la alegoría en las retóricas occidentales
hasta nuestros días. Como veremos en capítulos siguientes, la retórica considerará la
alegoría como una figura de pensamiento, incluida dentro de la parte que se ocupa de la
elocutio. Es, por otro lado, ésta la parte de la retórica que, desde Aristóteles más se ha
desarrollado, llegando a prevalecer absolutamente sobre las otras. El desarrollo de la
doctrina retórica de los tropos y figuras se produjo en Rodas en el siglo II a. C., en el
ámbito de la Retórica Asiánica, y se introdujo en Roma a través de La Retórica a
Herenio y De inventione de Cicerón (Calboli, 1998: 47). Sin embargo, Calboli ha
señalado la importancia de las ideas peripatéticas a través de Teofrasto en este
desarrollo de los tropos y las figuras (1988: 50). Sobre esta advertencia habremos de
volver un poco más abajo.
269
Aristóteles llama a la presencia, a lo “ante los ojos”, a lo inanimado en virtud de una animación dada
por la metáfora. El logro está, precisamente, en esta actividad conferida a las cosas. La metáfora, en este
caso la personificación, presenta las cosas, las hace visibles, al dotarlas de movimiento, esto es, de un
tiempo propio que las presenta ante el lector o espectador. Sobre el poder de persuasión de este “poner
ante los ojos” atribuido a la metáfora dice R. Moran: “”There is a further general advantage in addressing
an audience through something “set before their eyes” rather than through literal, explicit assertion. In
presenting his audience with an image for contemplation, the speaker appears to put them in the position
of working out the meaning of a phenomenon rather than in the position of believing or disbelieving
something they are being told.” (Moran, 1996: 395). Sobre la metáfora definida en términos de
movimiento, cf. Ricoeur, 1996: 329.
123
270
“Hay dos tipos de ejemplos (...), referirse a hechos ocurridos anteriormente e (...) inventárselos. Y
dentro de este último tipo hay, por un lado, el paralelo, y, por otro, las fábulas, como las esópicas y las
libias.” (Retórica 1393a, 63). Más adelante, dice que en la fábula, como en la parábola, sólo es necesario
advertir la semejanza (1394a). Pese a que Aristóteles reconoce en estas figuras la misma base que en la
metáfora, no las relaciona con ésta explícitamente. Además las considera apropiadas para el discurso
político, y no dice nada en este fragmento respecto a la poesía.
271
Calboli cita las siguientes palabras de G. Kennedy: “Theophrastus is probably responsible for
elevating the subject to a level equal to diction and thus encouraging the process of identification of
figures which led to the almost interminable lists in later rhetorical handbooks.” (Calboli, 1998: 56).
124
Figure is a change into a stronger expression which regards the meaning and the speech
and happens without any trope. “Into a stronger expression” has been said on account of
solecism. For the solecism is a variation and a change, but to the worst. “Without any trope” has
been said because the trope and the speech constructed with tropes is a change from the
common use of the language, without figures as in Demosthenes.
(Calboli, 1998: 63-64)
If metaphor always involves a kind of mistake, it involves taking one thing for another
by a sort of calculated error, then metaphor is essentially a discursive phenomenon. To affect
just one word, the metaphor has to disturb a whole network by means of an aberrant attribution.
(Ricoeur, 1996: 334)
272
Umberto Eco va aún más lejos al afirmar que aunque “a veces un término se vuelve vehículo
metafórico porque está introducido en un sintagma nominal” (Eco, 1985: 175), incluso en ese caso tiene
bases sintácticas: “con todo, normalmente es el contexto más amplio del enunciado, y de todo el texto, el
que permite conjeturar el topic discursivo y las isotopías, según las cuales se empieza el trabajo
interpretativo”. Pero hay más, porque a continuación, Eco afirma que en la interpretación de la metáfora
se pasa del principio de contextualidad al de intertextualidad que relaciona universos categoriales
distintos (ib. p. 176).
125
273
Blumenberg diferencia en este mismo libro la metáfora de la alegoría y equipara la metáfora absoluta
al símbolo en el sentido kantiano del término (op. cit., pp. 46 y 66).
274
Los documentos escritos de la Antigüedad tenían la consideración de discurso orales vertidos a la
escritura, sin que en este momento operaran desde el punto de vista retórico o hermenéutico las reglas de
126
Esta ausencia ha sido advertida por Emilio Lledó quien ha subrayado que tal vez sea
Roberto de Melo, en el siglo XII, el primero que afirma, a propósito de la interpretación
de los textos sagrados, la primacía de éstos frente a las glosas que los acompañan
(Lledó, 1998: 48)275. Esta observación pasa por reconocer en el texto “un bloque
compacto de información”276, un tejido que unifica sus diversas partes mediante
costuras firmes277. Pero, por esta misma unificación, se advierte que el texto se presenta
como un cuerpo diferenciado de otros similares así como del discurso oral con los que
establece relaciones de muy diversa naturaleza.
La retórica antigua se interesó por la forma externa del discurso, especialmente
de su vertiente figural, pero descuidó el desarrollo de una reflexión sobre la propia
constitución de éste278, lo que acaso hubiera permitido acercarse a una idea de texto en
el sentido que aquí estamos señalando. La ausencia de este concepto de texto en la
antigüedad propicia el hallazgo de soluciones, a veces forzadas, a los problemas
presentados por modos de discurso como la alegoría que, guardando una cierta
identidad de razón con algunos tropos, no sólo con la metáfora, tiene, sin embargo, un
alcance diferente279. La vinculación post-aristotélica de la alegoría al ornato cerró
automáticamente la posibilidad de tratar el fenómeno de la alegoría desde un concepto
más amplio del discurso que comprendiera no sólo la vertiente paradigmática de las
palabras, sino también las relaciones sintagmáticas, con la atención no sólo a las fuerzas
de sustitución de unas palabras por otras sino también a las de combinación de los
distintos elementos del discurso.
El desarrollo de esta posibilidad quizá hubiera arrojado una lectura de la alegoría
mucho más rica, desde el punto de vista retórico, que la que su historia ha permitido.
Pero ha sido muy recientemente, de la mano de teóricos como Todorov280 o Genette,
elaboración y comprensión del texto (como codificación en los signos escritos y devolución al lenguaje en
la interpretación) que posteriormente definirían la relación con el texto (véase: Gadamer, 2001: 103).
275
Creemos, no obstante, encontrar una excepción, o al menos una matización, de lo dicho en algún
pasaje de Sobre lo sublime de Longino, como tendremos oportunidad de exponer más adelante.
276
Op. cit., p. 49.
277
Es interesante apuntar cómo la reciente teoría de la literatura ha vuelto a poner de relieve el problema
de la textualidad, en el sentido de preguntarse sobre el objeto o unidad de interés teórico y sus límites.
Sobre esta cuestión véase Said, 2004: 180.
278
Cf. Galay, 1974: 399.
279
La construcción de la gramática como disciplina sobre los hallazgos de la retórica motivó que la
sintaxis como dominio teórico autónomo tuviera un desarrollo tardío (Lallot, 2004: 164). Sobre esta
cuestión, véase también Calboli, 2004: 169-186.
280
Para la cuestión de las relaciones paradigmáticas y sintagmáticas en relación a los conceptos de tropo y
figura, dice Todorov, citando a Cohen, que en toda figura intervienen dos momentos: el primero
concierne a la relación de dos términos copresentes (relación sintagmática); el segundo a la evocación por
un término presente de un sentido nuevo y, en consecuencia, de modo indirecto, de un término ausente
127
cuando se ha abierto este nuevo campo de estudio que trata de romper las barreras entre
la retórica y la gramática281.
Es más, se puede decir que la decisión de Aristóteles abre una importante brecha
entre la exégesis alegórica y la alegoría como figura retórica, condicionada por la
metáfora en los términos aquí expuestos. Así lo advierte Coulter cuando, al diferenciar
entre ambas, afirma lo siguiente: “The rhetoricians, for the most part, concerned
themselves with figures, which are generally of limited compass –allegorical
“passages”, not entire works” (Coulter, 1976: 25 y ss.).
Este problema se complicará siglos más tarde con la aparición a partir de la
Psicomaquia de una tercera acepción de alegoría, la alegoría deliberada, referida ya a
una obra completa, que sostendrá con los otros dos tipos de alegoría una relación
ciertamente compleja.
Pero, por otra parte, como hemos visto a propósito de su reflexión acerca de los
poetas en la Metafísica, es importante detenerse en la fundamental idea de Aristóteles
respecto de la verdad del poema. Hemos visto anteriormente, al hablar de Jenófanes,
Heráclito y Platón, la preocupación de los filósofos por explicar la verdad o falsedad de
la poesía. Este problema es inseparable de la cuestión de la inspiración poética. La
alegoría hermenéutica había surgido, precisamente, para salvar esta verdad revelada de
la incoherencia con la que habitualmente se daba a conocer.
Todo este problema, que había sido especialmente agónico en Platón, cambia de
naturaleza con Aristóteles. En efecto, Aristóteles rebaja, por no decir que destruye, el
tono de esta discusión al considerar que el arte no debe necesariamente ser verdadero,
sino que le basta con ser verosímil 282. En este ámbito, como afirma Antonio López Eire,
Aristóteles se muestra decididamente antiplatónico (Aristóteles, 2002: 131)283. Desde
que se considera que el terreno de la poesía es el de la doxa, no el de la alétheia, la
coartada platónica para expulsar a los poetas de la polis, desaparece -claro que, para el
(Todorov, 1974: 239). En la alegoría, al desarrollarse como figura a lo largo del discurso, se pueden
detectar con claridad y precisión estos dos momentos. Sin embargo, la sustitución plano a plano con la
que se entendió el problema de la alegoría, como cadena de metáforas, casi desde el comienzo de la
retórica, impidió que el momento de la relación sintagmática en la alegoría fuera analizado
adecuadamente.
281
Cf. De Man, 1990a: 19.
282
“Aunque la poesía pueda aspirar a referir o dramatizar la verdad –piensa Aristóteles-, basta conque
ofrezca lo verosímil. Lo mismo ocurre con el discurso retórico: el orador debe aspirar siempre a la verdad,
pero debe saber que el juez juzgará su discurso por el rasero de lo verosímil. (...) Claro es que, al menos
según Aristóteles, lo más verosímil y probable y lo más fácil de probar es la verdad. Pero la verdad es
bocado de filósofo o científico, no necesariamente de poeta u orador.” (López Eire, 2002: 126).
283
Aún cuando, en otro sentido, siga los argumentos del Cratilo y diferencie, contra lo que vimos al
hablar de Isócrates, entre la dianoia del autor y el significado literal del texto (Eden, 1987: 69).
128
tiempo en que Aristóteles escribe sobre estas cuestiones, es la misma polis la que está
en trance de desaparecer-.
De este modo, Aristóteles afirma que en la poesía se dan dos especies de faltas.
La primera en relación con la propia arte poética, la segunda accidental. Con respecto a
la segunda, dice:
Además si se echa en cara [al poeta] la objeción “estas cosas no son verdaderas”, ésta
puede ser resuelta replicando: “Pero tal vez debieran serlo” (...). Pero si no se resuelve con
ninguna de estas dos respuestas, dígase “así lo afirma la opinión generalizada”, como, por
ejemplo, ocurre con los famosos mitos relativos a los dioses. Pues tal vez esos mitos no se
cuentan para realce o en cuanto verdaderos, sino quizás como le parecen a Jenófanes: “Sea
como sea, así lo afirma la opinión generalizada”.284
(Poética, 1461a-b)
Así, López Eire observa: “Uno de los mayores méritos del Estagirita es (...) el de
haber distinguido varias formas de racionalidad, de discurso racional, que no se
proponen como objetivo la presunta y (...) utópica captura de la verdad” (López Eire:
2002, 127).
Aristóteles reclama para la filosofía la elaboración de una teoría de la
probabilidad, frente a la sofística:
De este modo, podría pensarse que al originar la obra literaria un mundo con
leyes particulares, la alegoría no tiene razón de ser con relación a las motivaciones que
284
Es reseñable el hecho de que esta observación corra paralela a los esfuerzos de Antístenes y Zenón por
diferenciar lo que los poetas dicen según la verdad y según la opinión en sus poemas. Aristóteles quita al
tema su importancia, porque lo que verdaderamente interesa al poeta no es esta verdad de la referencia
sino la relacionada con el arte poética misma y sus fines.
285
Es interesante subrayar que Aristóteles basa su reclamación sobre lo probable, frente a la sofística, en
un argumento que poco después se convertiría en un axioma jurídico vigente hasta la actualidad: “Quien
129
habían sido dadas para justificarla, porque lo verosímil no tiene las exigencias morales y
didácticas de lo verdadero286. La alegoría podrá tener su aparición en el poema como
cosa dicha metafóricamente, con el propósito de alcanzar los tres objetivos que, según
Aristóteles tiene la poesía287, pero no para exponer doctrinas morales o físicas.
Aristóteles reconoce en el arte un valor moral y político aunque no en el plano didáctico
(López Eire, 2002: 110-113). Pero, como ya hemos visto en el capítulo precedente, no
cabe confundir el valor, incluso la ejemplificación, moral de la poesía, con la alegoría.
Por eso, cuando antes decíamos que Aristóteles reconoce en algunos mitos una alegoría
de carácter físico o moral, hay que pensar más bien que se trata o bien de una
ejemplificación moral o bien de la consecuencia de entender en estos textos la presencia
de un pensamiento filosófico antiguo deformado y aprisionado en el interior del mito.
Ahora bien, las conclusiones aristotélicas respecto de la universalidad de la
poesía con relación a la particularidad de la historia tienen como consecuencia no sólo
que aquella resulte más filosófica que ésta288, sino que, por consiguiente, se abra la
posibilidad de la alegoría histórica.
Buffière dice que este método ya había sido apuntado por los sofistas del siglo V
a. C., pero reconoce el peso de Aristóteles en esta vertiente de la alegoría con su
interpretación del Canto XII de la Odisea (Buffière, 1973: 243). Como veremos más
adelante, será Paléfato, seguidor del pensamiento aristotélico, el que desarrolle de forma
más completa esta forma de alegoría. No obstante, no se puede entender el verdadero
alcance de esta afirmación aristotélica, la de que la poesía es más filosófica que la
historia -ni tal vez las aportaciones posteriores de Paléfato, incluso de Evémero- sin
tener en cuenta que Aristóteles no hace sino dar expresión a la fuerte tendencia de los
puede lo más puede lo menos”: puesto que a la filosofía corresponde entender de la ciencia, le
corresponde entender también de la opinión.
286
A propósito de lo que decimos, es de recordar que Aristóteles rechaza la calificación de poética para la
poesía didáctica. Para el Estagirita, Empédocles, pese a haber expuesto su pensamiento en hexámetros, no
puede ser considerado un poeta. En consonancia con esta concepción de la obra poética, la catarsis
aristotélica no es de naturaleza didáctica sino purgativa y placentera. Es precisamente en la valoración de
la catarsis como fuente de placer, donde Proclo, en el contexto del Neoplatonismo, verá una respuesta a la
crítica platónica (República X, 606a-b) a la poesía por herir al oyente mediante la excitación de sus
emociones (Lamberton, 1986: 184).
287
Dice López Eire que, según Aristóteles, el placer que proporciona la poesía es triple: placer intelectual
de imitar y contemplar la imitación, placer estético derivado del sentido del ritmo y de la armonía, y
placer catártico de naturaleza ético-psicológica.
288
“la función del poeta no es contar lo sucedido, sino lo que podría suceder y lo posible en virtud de la
verosimilitud o la necesidad. Pues el historiador y el poeta no difieren entre sí por escribir en prosa o en
verso, ya que podrían versificarse las obras de Heródoto y no serían en absoluto menos historia con verso
que sin verso. La diferencia estriba en que uno narra lo sucedido y el otro cosas tales que podrían suceder.
Por lo cual precisamente la poesía es más filosófica y seria que la historia, pues la poesía narra más bien
lo general, y la historia lo particular.” (Poética, 1451a-b).
130
Es, pues, menester que los argumentos bien ensamblados no empiecen ni terminen
donde les cuadre, sino que se atengan a las fórmulas expuestas. Es más: puesto que lo hermoso
animal o toda cosa que esté compuesta de algunas partes, no sólo debe tenerlas ordenadas, sino
también contar con una cierta extensión que no sea cualquiera al azar, pues la belleza consiste
en la medida y en el orden, por lo cual no puede resultar hermoso ni un animal demasiado
pequeño (...) ni tampoco excesivamente grande290.
(Aristóteles, Poética 1450b)
289
Op. cit., p. 64.
290
López Eire dice al respecto de Poética 1450b: “Creo que éste es un pasaje fundamental en la Poética
porque contiene las dos claves indicadas, la de la organicidad (y ya podemos decir “corporeidad” puesto
que se lee bien claramente en el texto “al igual que en los cuerpos y en los animales”) del discurso
poético, y la de las tres cualidades de la belleza producida por la mencionada organicidad que son el
orden, la proporción y la simetría de las partes dentro del todo unitario que es la obra poética.”
(Aristóteles, 2002: 153).
131
Porque admitiendo (...) que hay algo divino, bueno y deseable, afirmamos que hay por
una parte algo que es su contrario y por otra algo que naturalmente tiende a ello y lo desea de
acuerdo con su propia naturaleza. Pero para ellos se seguiría que el contrario desearía su propia
destrucción. Sin embargo, la forma no puede desearse a sí misma, pues nada le falta, ni tampoco
puede desearla el contrario, pues los contrarios son mutuamente destructivos; lo que la desea es
la materia, como la hembra desea al macho y lo feo a lo bello, salvo que no sea feo por sí sino
por accidente, ni hembra por sí sino por accidente.
(Física, 192a)
291
Heidegger observa que la influencia aristotélica en el neoplatonismo agustiniano es mayor de lo que se
piensa (Heidegger, 2002: 53).
292
Lo contrario de la forma es su privación: “Nosotros afirmamos que la materia es distinta de la
privación, y que una de ellas, la materia, es un no-ser por accidente, mientras que la privación es de suyo
132
no-ser, y también que la materia es de alguna manera casi una sustancia, mientras que la privación no lo
es en absoluto” (Física, 192a).
293
Cf. Todorov, 1977: 14-16.
294
A propósito de la palabra-diálogo en Aristóteles y su dimensión política, José Javier Iso, en el prólogo
a su edición de Sobre el orador de Cicerón, recoge la siguiente reflexión: “Racionero afirma que en el
tratamiento de una prosa artística, alejada tanto de la de los poetas como de la vulgar o propia de la
expresión científica, Aristóteles va descubriendo y concibiendo el lenguaje, no ya como “mímesis” sino
como symbolon o medio de reconocimiento de los hombres en su trato social; que, a través de la doctrina
platónica de la adecuación –tò prépon- pero considerando ya el lenguaje no como signo de las cosas, sino
como signo de los estados del alma, Aristóteles introduce las nociones de léxis ethike (...) y lexis pathetike
(...) en las que se combinan las funciones denotativas y connotativas del lenguaje.” (Cicerón, 2001: 63-
64). Sobre el concepto de mímesis en al cultura griega, véase Kennedy, 1980: 116-117.
133
295
Aristóteles asimila al sentido propio el sentido figurado de la metáfora lexicalizada. En esta misma
dirección insistirá la exégesis patrística de Antioquía para descartar el empleo de la alegoría en la
interpretación de la Escritura, frente a las tesis origenistas de los alejandrinos.
296
Cf. Calboli Montefusco, 2004: 122-125.
297
Cf. Dalimier, 2004: 135.
134
298
Seguimos en nuestra exposición a Ricoeur, 2001: 339-372. El pensador francés articula su exposición
en atención a la defensa de la discontinuidad entre el discurso filosófico y el poético (2001: 338).
299
En la Retórica, Aristóteles aborda el tema de la metáfora de forma equívoca porque con el mismo
término se refiere tanto al género, esto es el conjunto de los tropos, como a la metáfora propiamente
dicha, es decir, el tropo por semejanza o proporcionalidad, cf. Moran, 1996: 385.
135
300
“The intellectual labour that later crystallized in the concept of the analogy of being stems from an
initial divergence between speculative and poetic discourse.” (Ricoeur, 1996: 356).
136
301
La ubicación de la analogía entre la teología y la ontología permitirá, en nuestra opinión, el desarrollo
de la poesía mística, en la media en que posibilitará un camino, tanto en la dirección negativa como en la
positiva, de acceso verbal a la divinidad. Hay que recordar que en la filosofía platónica, el acceso místico
a lo divino no estaba exento de dificultades por una parte respecto a su posibilidad antes de la muerte, por
otra por la imposibilidad de desenvolverse en el plano lingüístico. En este sentido, el texto de Ricoeur que
citamos a continuación nos parece de enorme importancia. La indivisibilidad de lo divino recuerda al Ser
de Parménides en cuanto a la imposibilidad de ser objeto de atribución de cualquier clase. A ello
contribuye el hecho de que Aristóteles atribuya a esta “entidad primera”, no una naturaleaza creadora, al
modo cristiano, sino una función motora, desde su inmovilidad, causa de que resulte imposible la
predicación sobre la misma. Sobre la polémica en torno a la relación entre ontología y teología en
Aristóteles, véase la introducción de Tomás Calvo Martínez a la Metáfisica (Aristóteles, 2000: 36 yss.).
137
hace que la ontología no sea una teología, sino una dialéctica de la escisión y la finitud. Donde
hay algo que deviene, es imposible la predicación.
(Ricoeur, 2001: 352)
Sin embargo Ricoeur no considera que la tarea de Aristóteles haya fracasado por
completo. A su juicio, el concepto de analogía marca una intersección entre ambos
discursos. Porque, pese a que este concepto procede del campo poético, al introducirse
en el terreno de la filosofía, recibe la calidad de dicho espacio, y no vuelve ya a la
poesía (Ricoeur, 2001: 354-355). En todo caso, Aristóteles fracasa al intentar dotar a la
metafísica de una naturaleza científica. Este fracaso, que obtiene la victoria parcial –
según Ricoeur- de la conquista de la diferencia entre la analogía trascendental y la
semejanza poética302- no impedirá la prolongación de la vida del discurso alegórico del
cosmos y lo extenderá, en la Edad Media, a la lectura del mundo en virtud de la
analogía entis303.
En definitiva, del examen de la obra de Aristóteles, podemos extraer las
siguientes conclusiones respecto de sus ideas sobre la alegoría y su contribución al
desarrollo de ésta como instrumento de la metafísica:
En principio, se puede afirmar que la mayor contribución de Aristóteles a la
historia de la alegoría nace del relativo fracaso en la búsqueda de una solución a la
aporía de las múltiples acepciones de “ser”, desde la crítica a la teoría de la
participación de Platón y desde el rechazo a la multiplicidad de sentidos de los nombres.
En segundo lugar, resulta sugerente, y tal vez pueda resultar de especial interés
para el tratamiento que la mística hace del oxímoron, sus ideas sobre la proximidad de
los contrarios, y sus observaciones en torno al anhelo de la materia por la forma.
En tercer lugar, nos parece también fundamental la intuición de una verdad
poética, distinta de la realidad, que pasa, por lo que a ésta se refiere, por mostrarse
verosímil. Con esta consideración, Aristóteles aleja lo didáctico de la poesía, y, en cierto
modo, hace más por la defensa de la piedad de los poetas que los alegoristas más
entusiastas, porque exhonera a la poesía de toda responsabilidad respecto de las
cuestiones morales.
En este mismo terreno, su comparación entre la poesía y la historia y su idea de
que la primera resulta más universal que la segunda, tiene la relevancia, desde las
302
Cf. Ricoeur, 2001: 358.
138
303
Sobre las relaciones actuales entre el discurso metafórico y el científico a partir de la analogía, véase,
Eco, 1985: 174-175. Para una discusión de las tesis de Ricoeur, cf. Derrida, 1989: 35-75.
139
304
Cf. Pépin, 1958: 132-145.
305
Es en este periodo cuando se diferencian con nitidez y se enfrentan con no poca virulencia dos modos
de lectura que, con notables variaciones, aún persisten. Por una parte, la tendencia que pretende entender
el texto mejor que el autor y que, como recuerda Emilio Lledó, “arrastra consigo un equívoco o incluso
un radical error de planteamiento. Entender un texto “mejor” que su autor siginifica hacerle decir aquello
que en la “intención” del autor no fue pensado por él.” (Lledó, 1998: 83). Comprender al autor mejor que
a sí mismo implica que, junto a la interpretación gramatical de la obra, se establece un proceso de
“adivinación” en el que el intérprete se sitúa en un proceso paralelo al de la creación del autor (pp. 125-
126). Pero, por otra parte, como continúa diciendo Lledó, aparecen teoría exclusivistas con relación al
texto que defienden que “nada hay fuera de él”. Representantes modernos de esta corriente son, en
140
que responden a uno u otro criterio; ambos pueden servir tanto para la formulación tanto
de alegorías físicas, como morales o psicológicas. En este capítulo debemos
examinarlos más detenidamente.
Desde este punto de vista, Tate distingue tres tipos de intepretación. Por una
parte, puede hablarse de alegoría histórica (Tate, 1934: 109) cuando el intérprete
pretende ofrecer una interpretación correspondiente a la intención del autor. En este
caso la hyponoia coincide con la dianoia, como significado del texto306. Al final del
capítulo IV, estudiamos el caso de Isócrates, y, concretamente, el recurso retórico
desplegado en el Panatenaico en el que un exégeta proespartano analizaba el mismo
discurso para aventurar la intención, nunca confirmada expresamente, del autor. Así, la
interpretación buscaba un sentido oculto en el texto que respondiera a la intención,
también oculta, del autor.
Pero Tate distingue claramente esta interpretación histórica de aquella otra en la
que, declarándose el mismo objetivo, la interpretación arrojada por el intérprete es
evidentemente distinta de la intención que pudiera tener el autor del texto examinado.
Se trata de un tipo de interpretación que Tate denomina pseudo-histórica (Tate, 1934:
110). Este tipo de alegoría toma como presupuesto la creencia de que los poetas,
particularmente Homero, son sabios omniscientes que expresan su sabiduría en un
lenguaje oscuro de naturaleza simbólica. Para Tate, este tipo de interpretación carece
por completo de valor307 y debería haber desaparecido por las críticas al método
alegórico realizadas por Platón. Sin embargo, la escuela de Pérgamo desarrollará este
método de forma tan polémica como abundante.
Un segundo tipo de interpretación alegórica es la llamada “interpretación
intrínseca”. En este caso el intérprete se aparta del horizonte de la dianoia, para buscar
en el propio texto las claves que permitan su interpretación. Como sugiere Tate, la
palabras de Lledó, Barthes, Foucault o Derridá. Para estos críticos, “el “autor” es un nombre más en ese
proceso de intelección de la escritura y la experiencia que de él tenemos, carece de la masiva y densa
trama textual en donde se inicia la experiencia de la lectura, y donde parte la posibilidad de diálogo.”
(Lledó, 1998: 120). Sin embargo, Lledó, desde una posición hermenéutica gadameriana, advierte que “la
muerte del autor, que no deja de ser una frase retórica, puede encontrar una forma de justificación si,
desde la perspectiva de la “fusión de horizonte” a la que se ha referido la hermenéutica, también se funde,
no sólo el horizonte del pasado, sino el autor en él.” (p. 122). Sobre esta cuestión cf. Eco, 1985: 21-45. En
los debates que estudiaremos en este capítulo entre las escuelas de Alejandría, defensores de explicar a
Homero por sí mismo, es decir, ciñeéndose exclusivamente a los poemas homéricos, y la de Pérgamo, de
marcada tendencia alegórica, veremos, al menos en germen, algunos de los planteamientos aquí
indicados.
306
Sobre el concepto de “dianoia”, véase García Berrio y Huerta Calvo, 1999: 75-76.
141
interpretación intrínseca tiene como presupuesto la idea de que el exégeta puede llegar a
conocer el poema mejor que el propio autor. Ya hemos visto en páginas anteriores
algunos modelos de este método. Con presupuestos similares, Heráclito había acusado a
Homero de no entender a las Musas. Platón había llevado al extremo este criterio al
afirmar que el poeta no sabía lo que decía porque elaboraba sus poemas en un estado de
posesión. De esta forma, el rastro de la hyponoia se aleja de la dianoia. La discusión en
el caso de la alegoría intrínseca se desarrollará, por una parte, en el terreno de la
interpretación legal, como es el caso de Cicerón y Quintiliano, y, por otra,
posteriormente, en el ámbito del neoplatonismo.
Tate añade aún un tercer tipo de exégesis alegórica, la “interpretación artificial”
en la que se atribuyen a las palabras del poeta significados que no vienen dados ni
histórica ni intrínsecamente (Tate, 1934: 112). En realidad, este tercer modelo de
interpretación parece venir dado de las deformaciones de los dos anteriores. Así, es fácil
reconocer en la interpretación artificial tanto los excesos de la lectura pseudo-histórica
como los de la neoplatónica.
La clasificación de la alegoría propuesta por Sanz Morales toma como criterio la
atención a Homero. De este modo, divide la exégesis alegórica en dos grandes grupos
(Sanz Morales, 2002: 194): en primer lugar, se encuentran las alegorías dispersas a lo
largo de la literatura griega referidas a asuntos y poemas diversos; en segundo lugar, se
sitúan las alegorías que se ocupan de los poemas homéricos. Éstas pueden, a su vez,
dividirse en tres grupos de naturaleza heterogénea: el primero está formado por las
alegorías de pasajes concretos de la Ilíada y la Odisea, en el que se incluyen obras tan
diversas y distantes, como las Alegorías de Homero del pseudo-Heráclito y El antro del
las ninfas de Porfirio. El segundo abarca las alegorías que se acercan a los poemas de
Homero de forma global, como las exégesis de Cornuto o el pseudo-Plutarco. El tercero
está formado por los escolios de algunos códices homéricos y la exégesis de Eustacio de
Tesalónica ya en el siglo XII.
A mediados del siglo III a. C., Evémero da comienzo a la alegoría realista
(Pépin, 1958: 147-149). Influido por la teología estoica, Evémero afirma que muchos de
los dioses de la mitología son en realidad hombres divinizados como premio a los
servicios prestados a la sociedad o bien hombres poderosos que se atribuyeron a sí
307
“Pseudo-historic allegorism was probably the worst feature of the nightmare which naturally ensued
upon a surfeit of the Homeric banquet. But that we may preserve our good opinion of the Greeks, let it be
noted that allegorism was never popular.” (Tate, 1934: 110).
142
mismos esta naturaleza divina 308. De esta forma, según Evémero, Homero y Hesíodo
habrían escrito una suerte de “manuales de protohistoria”. A la corriente iniciada por
Evémero corresponden, con los matices que seguidamente señalaremos, Paléfato,
Heráclito309, o el autor del texto conocido como Anónimo Vaticano310.
Ahora bien, ¿puede la teoría de Evémero considerarse como un modo de
exégesis alegórica? Sanz Morales lo discute: frente a la vía de la hermenéutica alegórica
se establecería la de la hermenéutica racionalista, también conocida como histórica, en
el sentido de buscar la causa real que ha dado origen al mito (Sanz Morales, 2002: 194-
195). García Gual también parece diferenciar el evemerismo del alegorismo cuando
dice: “Algo posterior al alegorismo, hubo otra teoría sobre la interpretación de los mitos
que tuvo extraordinaria resonancia en el ambiente helenístico. Fue el evemerismo (...)”
(García Gual, 1992: 172). No obstante, en este mismo trabajo, García Gual relaciona a
Paléfato con el alegorismo y no con el evemerismo, aunque reconoce su raíz racionalista
(García Gual, 1992: 170-171).
En nuestra opinión, las posibles diferencias entre el evemerismo y la alegoría
racionalista de Paléfato proceden de la determinación de la causa que una y otra teoría
atribuye al origen del mito. En el caso de Evémero, como veremos más abajo, el mito
nace en virtud de un acto consciente de carácter colectivo que es después exagerado y
deformado con el paso del tiempo311. Por el contrario, la alegoría racionalista de
Paléfato atribuye el origen del mito a un error original que el tiempo consolida.
Pépin, por el contrario, sí considera que el evemerismo es un tipo de alegoría.
Para el investigador francés, la alegoría realista es el resultado de una escisión
producida en el seno del alegorismo estoico. Los estoicos habían asumido la
posibilidad, apuntada por los sofistas, de que los dioses o héroes fueran personajes u
objetos benefactores de la humanidad divinizados por la tradición poética. Pero también
habían considerado que tras el mito se escondían mensajes ocultos de carácter teológico,
relativos a la naturaleza secreta de los dioses y el mundo. La alegoría realista, de esta
forma, prescinde de este segundo rasgo del alegorismo estoico y desarrolla el primero
308
Carlos García Gual observa que esta teoría no puede desvincularse del momento histórico preciso en el
que surge, esto es, el de la deificación de los monarcas helenísticos, siguiendo los pasos del propio
Alejandro (García Gual, 1999: 172). Sobre la suerte posterior del evemerismo en la obra de Cicerón, el
neoplatonismo, los Padres de la Iglesia, etc, puede verse este mismo libro de Carlos García Gual.
309
Se trata de un Heráclito diferente del Heráclito de Éfeso del siglo VI a. C, y de Heráclito el Rétor, al
que nos hemos referido como el pseudo-Heráclito, autor probablemente del siglo I d. C. El Heráclito de la
alegoría racionalista es un autor próximo a Paléfato.
310
Cf. Sanz Morales, 2002: 283-302.
143
(Pépin, 1958: 146-147). Pépin afirma que Evémero debe ser considerado un alegorista
porque las enseñanzas que “descubre” en los poemas no son directamente comunicadas
por éstos a quien lee sin prejuicios a los poetas, sin acudir a su revelación extrínseca.
Realmente es difícil precisar si las peculiaridades de esta lectura racionalista de
los mitos comparten su naturaleza con la alegoría o constituyen un tipo diferente de
exégesis. Como se ha ido viendo a lo largo de los capítulos precedentes, la alegoría,
desde sus comienzos en el siglo VI a. C., responde a un intento racionalizador del mito,
con independencia de que tenga o no su causa concreta en la defensa de los poemas de
Homero y Hesíodo. En este sentido, la explicación física de la Teomaquia propuesta por
Teágenes de Regio puede ser tan racionalista o más que las explicaciones de Paléfato
sobre el mito de los centauros o Pasifae. Sin embargo, la diferencia entre ambas estriba
en el tipo de verdad que el intérprete trata de descubrir en los poemas. En este punto hay
que dar la razón a Pépin cuando diferencia los dos tipos de alegoría estoica. En efecto,
la alegoría en sentido estricto trata de descubrir una verdad relativa a la physis o a los
dioses312 –en última instancia, también los dioses están vinculados a la physis-, oculta y
señalada a la vez en el discurso. Pero no siempre esta verdad actúa o se entiende del
mismo modo. Como hemos ido viendo en las páginas precedentes, desde la alétheia de
Heráclito hasta las lecturas alegóricas de los sofistas y los estoicos, hay una evolución
muy compleja en la que pocas cosas permanecen sin ser alteradas. En el sentido amplio
de lo alegórico, es decir, en el de la interpretación tendente a descubrir una verdad -
entendido el concepto también en el sentido más general- bajo el discurso, que éste deja
ver veladamente, la alegoría realista, incluso el evemerismo, pueden considerarse de
naturaleza alegórica.
Si recurrimos a la definición de alegoría que ofrecía Tate, vista en nuestro
capítulo V, esto es, el método de interpretación de textos que deja a un lado el sentido
literal de un poema o mito a favor de un sentido diferente u oculto313, el problema se
hace más agudo. Porque, en realidad, la explicación de Evémero y Paléfato no obedece
a un mecanismo figural creado por el poeta, sino a diversas circunstancias históricas o
pseudo-históricas que el exégeta pone en evidencia. Así, en la lectura alegórica en
sentido estricto, es la voluntad del poeta, o de los dioses que lo inspiran, lo que da lugar
311
Véase lo expuesto en nuestro capítulo anterior sobre la inclinación de los griegos a la representación
mítica de hechos históricos.
312
Bajo los dioses se ocultan las realidades que descubren las alegorías moral y psicológica.
313
Éste es el sentido que parece seguir Sanz Morales, tal y como se deduce de su explicación sobre
Aristóteles, vista en el capítulo precedente (Sanz Morales, 2002: 212-213).
144
314
El problema se presenta, no obstante, cuando este ejercicio interpretativo que desactiva el error mítico
resulta ser tan fantasioso como el mito mismo. En este aspecto este método y el alegorismo muestran una
frontera muy poco precisa.
315
En sentido inverso quizá pueda mencionarse el esfuerzo de Apolonio de Rodas en sus Argonáuticas.
En este poema, en cierto sentido homerizante y respetuoso con la tradición mítica de Jasón y sus
argonautas, Apolonio dota al relato de un enorme realismo geográfico en la descripción del recorrido de
la Argo, y, lo que resulta aún más sorprendente, logra atribuir al viaje, una duración verosímil, dentro de
las prácticas de la navegación de la época. Incluso la propuesta, hoy día insostenible, de un regreso a
través de los ríos de Europa resulta creíble para la época (cf. García Tejeiro, 2000: 810). De este modo, el
mundo del mito y su tiempo impreciso se sitúa en un espacio geográfico reconocible –la edición realizada
por la editorial Gredos a cargo de Carlos García Gual y Mariano Valverde Sánchez incluye un mapa
detallado del itinerario- que goza además de un tiempo interior, de una duración, realista. Se trataría, en
nuesra opinión de una operación inversa a la utopía de Evémero.
316
Cf. Lens Tuero, J. y Campos Daroca, J., 2000: 164-166.
317
Hay que tener igualmente en cuenta que esta exégesis racionalista tiene entre sus antecedentes más
lejanos a Hecateo en el siglo VI a. C., uno de los primeros detractores de los mitos homéricos y
hesiódicos contra los que presuntamente reaccionaron los alegoristas. Es decir que, junto con los
antecedentes estoicos advertidos por Pépin, hay que apuntar esta otra procedencia de intencionas opuestas
a las que dieron lugar a la alegoría. Hecateo comienza sus Genealogías haciendo una reflexión muy
parecida a las de Paléfato: “Escribo esto como me parece verídico, porque las narraciones de los griegos
son, a mi parecer, múltiples y ridículas.” (cf. Lens Tuero, 2000: 263-264).
145
318
Cf. Meletinski, 2001: 169-184. García Gual, por otra parte, dice: “en el libro [Hierá Anagraphé]
Evémero contaba su viaje por el gran Océano (el Indico, al sureste del continente asiático), donde arribó a
un grupo de islas, la mayor de las cuales era Pancaya, que describía con un cierto detalle, como un
antropólogo avant la lettre.” (García Gual, 1992: 173).
146
319
Cf. Pausanias, 2002, Descripción de Grecia, III y IV, Madrid, Gredos, especialmente p. 108 y ss.
320
Pero, además, la obra de Evémero puede entenderse, como ya hemos señalado, en sentido político. De
este modo, Ruthven se ha preguntado por esta posible lectura irónica del libro de Evémero: “¿Fue
Evémero un satírico a expensas de Alejandro y sus experiencias en la India, y recomendaba, cínicamente
la autodeificación de los reyes como un medio hacia fines políticos? ¿O era, más bien, el Voltaire o el
Fontenelle de su tiempo, a quien Plutarco consideró responsable de haber diseminado el ateísmo por todo
el mundo?” (Gacíal Gual, 1992: 174).
321
Sanz Morales relativiza la influencia aristotélica en la alegoría realista de Paléfato, señalada por la
Suda al afirmar: “Puede decirse que el método seguido por Paléfato no muestra inequívocamente
influencias específicas de la escuela peripatética, aunque por prudencia debamos tener presente siempre la
carencia de datos con respecto a la obra homérica de Aristóteles, por un lado, y el hecho de que sólo
poseemos un extracto de la obra de Paléfato, por otro.” (Sanz Morales, 2002: 213).
322
Las explicaciones de Paléfato no dudan, por ejemplo, en convertir a la hechicera Medea en una especie
de “peluquera” que tinta los cabellos de los que en el mito parecen rejuvenecer (Pépin, 1958: 149).
147
L´exégèse historique était partie de principes fort raisonnables: qu´un fond de vérité se
cache dans les légendes: que le merveilleux a presque toujours comme point de départ un fait
réel, mal observé ou mal interprété. (...) Mais l´excellence de ces principes n´a pas préservé les
disciples de Palaiphatos de quelques aberrations: pour expliquer les histoires incroyables ils en
ont inventé d´aussi incroyables.
(Buffière, 1973: 248)
Ya hemos visto que el propio Aristóteles consideraba que los mitos eran viejas
teorías filosóficas mal conservadas o transmitidas. En esta teoría se encontraba el
mismo principio que llevaría la interpretación de Paléfato de la filosofía a la historia: la
existencia de un fondo de verdad histórica en el mito que se ha deformado por el tiempo
o por la incomprensión y que se puede desentrañar mediante un ejercicio en el que el
exégeta recorre un camino inverso al del poeta o la tradición325. De este modo el
intérprete despoja al mito de sus componentes maravillosos e intenta indagar en el
hecho histórico desnudo.
Desde el punto de vista retórico, la operación supone la consideración del
discurso alegórico como el producto de una serie de metáforas que se pueden ir
deshaciendo sin que se advierta el posible peligro de destruir la integridad del texto y su
sentido. Como ya dijimos anteriormente, Paléfato considera que es el error el causante
de la deformación de los hechos históricos en relatos míticos. De este modo, a veces
será el error verbal nacido de un nombre mal interpretado o una frase mal entendida lo
323
Esto no obstante, la pretensión de Evémero no está clara. Lens Tuero y Campos Daroca diferencian
entre las teorías del propio Evémero y un espectro doctrinal más amplio en el que se incluyen y al que dan
nombre, el evemerismo: “Conviene en todo caso distinguir el “evemerismo” definido genéricamente por
postular una condición humana originaria para los dioses y su elevación póstuma a la condición divina, y
la propuesta de Evémero que podemos reconstruir como un tipo especial de evemerismo. Para empezar,
es dudoso que Evémero presentara la distinción entre dioses celestes y terrestres.” (Lens Tuero y Campos
Daroca (eds.), 2000: 166). Estos mismos estudiosos consideran que tal distinción fue probablemente
incorporada por Diodoro Sículo.
324
Paléfato es menos arriesgado que Evémero en sus juicios sobre el fenómeno religioso y, diferenciando
entre dioses y héroes, evita profundizar en los conflictos entre la ley natural y los elementos divinos de
carácter sobrenatural (Sanz Morales, 2002: 208).
325
En este sentido dice Paléfato: “A mí me parece que ha existido algo real en todos los relatos, ya que
los nombres no surgieron por sí solos, ni se originó así narración alguna acerca de ellos; al contrario, lo
que primero existió fue el hecho, y después el relato sobre él.” (Sanz Morales, 2002: 219).
148
326
Cf. Lens Tuero, 2000: 937-939.
327
Cf. Lens Tuero y Campos Daroca (eds.), 2000: 201-202.
328
Eratóstenes acepta la expedición a Troya como un hecho histórico, pero niega que los elementos
geográficos descritos por Homero correspondan a ningún lugar concreto. La posición de Eratóstenes en
cuanto a la geografía en los poemas homéricos es coherente con su teoría lúdica de la poesía, tal y como
se expondrá seguidamente.
149
329
El nombre de “canon” para referirse a estas listas selectivas de autores clásicos realizadas por los
filólogos de la escuela de Alejandría, no fue, sin embargo, empleado por éstos, sino que se utilizó por
primera vez por Ruhnken en 1768 (cf. Pfeiffer, 1981: 370).
330
Sobre la importancia del libro y de las bibliotecas en la cultura de este momento, dice M. Brioso: “la
cultura libresca de Helenismo dice adiós a la oralidad y exige la organización de grandes bibliotecas
procurada por el poder de los reyes (...). En ellas se elaboran las primeras ediciones de los autores
antiguos, en las que éstos son tratados como “clásicos”. (Brioso, 2000: 785).
331
Cf. López Férez, 2000: 964-969.
332
Pfeiffer considera exagerada y poco verosímil esta narración del origen del pergamino porque el uso
de rollos de cuero para escribir era bien conocido en Asia Menor al menos desde el siglo V a. C.; Pfeiffer
considera que es posible que en esta época, y debido a lo costoso del papiro y a las ingentes necesidades
150
Si por todas partes no existía la analogía, entonces se seguía que tampoco en las
palabras existía (sic), no que existiendo por todas partes como existe, no exista en las palabras.
335
Para una crítica de las limitaciones de este método, véase Righi, 1967: 56-57.
336
Pfeiffer dice que a Aristarco se atribuye, sin duda de forma exagerada, la redacción de 800 libros de
comentarios, de los que 48 estarían dedicados a Homero (Pfeiffer, 1981: 378).
152
En efecto, ¿cuál es la parte del mundo que no tenga innumerables analogías? ¿El cielo o
el mar o la tierra? ¿Lo que hay en éstos? (...) Por esto, quienes dicen que no existe el sistema de
la analogía, no sólo no ven la naturaleza del lenguaje, sino tampoco la del mundo.337
(La lengua latina, IX, 23-26)
Si con dos cosas del mismo tipo que, siendo desemejantes entre sí en alguna parte,
tienen alguna relación, por tener estos dos grupos de palabras el mismo logos, uno y otro por
separado recibe la denominación de analogon y las cuatro palabras relacionadas, en conjunto, la
de analogía.339
(La lengua latina, X, 3)
337
Bien es verdad que seguidamente, el propio Varrón reconoce que hay dos tipos de analogía, la que se
produce por naturaleza y la voluntaria. La voluntaria puede apartarse de las reglas de la analogía, como
ocurre con las palabras. Varrón mantiene una postura ambivalente respecto del alcance de esta
voluntariedad con respecto a los casos de las palabras y a sus elementos –más adelante dice “la analogía
tiene su fundamento en la voluntad de los hombres o en la naturaleza de las palabras. Doy la
denominación de voluntad a la imposición de los nombres y la de la naturaleza a la transformación de los
nombres a donde se llega sin enseñanza” (La lengua latina, X, 51)-. Resulta también interesante la
distinción entre analogía horizontal y vertical a través de la disposición de dos clases de proporcionalidad
en dos series diferentes de números o términos enlazados entre sí (cf. pp. 214 y ss). También puede
resultar interesante su distinción entre la analogía continua y discontinua de cara a la consideración
retórica de la alegoría como metáfora continuada, como se verá en el capítulo siguiente.
338
Cf. p. 212, n. 102.
339
Varrón se hace eco, como se habra visto, del concepto de metáfora proporcional de Aristóteles. Así,
más adelante, manteniendo esta ambigüedad entre palabras y cosas, dice que “en todas las otras cosas
recibe la denominación de proporcional aquello en lo que hay así una cuádruple realidad.” (La lengua
latina, X, 41).
340
Pese a hablar de escuela de Pérgamo, recogemos las precisiones de Pfeiffer en contra de esta
denominación para los alegoristas de Pérgamo porque, en contra de lo que ocurrió en Alejandría, no hubo
en Pérgamo una verdadera continuidad entre sus bibliotecarios y filólogos, de tal modo que, en contra de
lo que ocurrió entre los alejandrinos, no existió un verdadero magisterio de unos sobre otros (cf. Pfeiffer,
1981: 416). Esto no obstante, en lo que se refiere al uso de la exégesis alegórica, sí se observan unos
153
parámetros comunes en la interpretación de los textos que permiten hablar de escuela aunque sea en
sentido lato.
341
Se sigue un procedimiento contrario al propuesto por los alejandrinos. Aristarco no pretendía
descubrir en los textos homéricos, aunque fuera de forma alegórica, hallazgos científicos muy posteriores
a su época (cf. Buffière, 1973: 204).
342
Tras la anexión de Palestina por Alejandro en 322 a. C., ésta quedó en principio bajo el dominio de los
Ptolomeos y, después, a partir del siglo II a. C., de los Seleúcidas. La helenización de los judíos fue
importante y la colonia judía de Alejandría llegó a tener, como veremos en capítulos posteriores, una
trascendencia decisiva en la evolución de la alegoría. Pero, es ya en el siglo III a.C. cuando empieza la
traducción al griego de la Biblia, en primer lugar del Pentateuco y después del resto de los libros. Se trata
de la Biblia conocida como la de los Setenta, -aunque, tal y como apunta Lens Tuero, la tradición sobre
esta Biblia y su traducción parecer ser ficticia-. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la influencia de
esta traducción en la cultura helenística no debió ser muy importante porque ningún filósofo o poeta de
este periodo la cita (Lens Tuero, 2000: 954).
343
Dice Lamberton que frente a los ataques a Homero realizados por Sócrates (Platón) se establecieron
dos clases de defensa. Por una parte la de los que argumentan que Sócrates no entiende lo que Homero
quiere decir. Por otra parte, la de los que sostienen que Sócrates no entiende cómo Homero dice lo que
dice. A la primera línea argumental asiste la interpretación alegórica o cualquier otra clase de exégesis
154
que investigue el significado de los poemas. Los partidarios de la segunda, como Aristóteles, se detendrán
en el análisis del trabajo artístico del poeta, la experiencia del receptor, la estructura significativa y
finalmente la influencia en la vida de los lectores u oyentes (Lamberton, 1986: 184).
344
Varrón en su libro IX de La lengua latina esgrime los argumentos en contra de la analogía. No
obstante afirma lo siguiente: “El uso común y la analogía están más unidos entre sí de lo que ellos [los
defensores de la anomalía] creen, porque ha nacido la analogía de un cierto uso común y de este uso
común lo ha hecho asimismo la anomalía. Por esto, dado que el uso común consta de palabras
desemejantes y semejantes y de sus transformaciones, ni la anomalía ni la analogía han de ser rechazadas,
a no ser que no esté dotado el hombre de alma por estarlo de cuerpo y alma.” (La lengua latina, IX, 2-3).
Sin embargo, Varrón distingue diversos criterios en el uso de la analogía según quién sea el hablante. De
este modo, considera que el pueblo debe utilizar la analogía en todas las palabras; el orador no debe
utilizarla en todos los casos y el poeta puede traspasar impunemente la frontera de la analogía cuando lo
estime necesario (cf. p. 134-135). Es interesante la gradación establecida por Varrón porque reconoce el
lenguaje poético como el más anómalo de los usos del lenguaje.
345
Sobre la relación entre la defensa de la anomalía y la teoría del origen natural del lenguaje, y, por otra
parte, entre la defensa de la analogía y el origen convencional del lenguaje, véase Todorov, 1972: 287-
288.
155
Cuando fueron creados los hombres, no les dio la analogía, bajada del cielo, el modelo
de lenguaje, sino que fue inventada después que ellos hablaran (...). No se fundamenta en ella en
una normativa racional, sino en el ejemplo, y no existe una ley del lenguaje, sino una
observación del mismo, de suerte que ninguna otra cosa haya creado la analogía en sí, a no ser
la costumbre.
(Inst. Or., I, 6, 16)
346
Con relación a la etimología, Quintiliano repasa las distintas acepciones de este procedimiento,
recordando que Cicerón la llama notatio (marca), como traducción del término aristotélico symbolon, que
es “nota” o muestra”. La traducción literal, veriloquium, se rechaza por extraña. Otros la denominan
originatio (Inst. Or., I, VI, 28).
347
Cf. Inst. Or., I, 6.
348
Cf. Pfeiffer, 1981: 195-225.
156
349
Cf. Pfeiffer, 1981: 444 y ss.
157
Tal vez fuera el propio Teofrasto el que, tras la muerte de Aristóteles, comenzara
a desarrollar la parte de la retórica correspondiente a las figuras, lo que se llamaría
posteriormente elocutio. Lo cierto es que éstas ocuparon un espacio cada vez mayor en
las retóricas sucesivas, aun a costa de sus otras partes. Este proceso de hipertrofia
figural arrastrado durante siglos daría lugar a la identificación de la retórica con un
sistema de figuras cada vez más amplio y complejo350. En opinión de Todorov, la
reducción de la retórica a un conjunto ordenado y prolíjamente clasificado de figuras
condujo directamente a su desaparición (Todorov, 1977: 27). En efecto, la retórica, al
volver su atención hacia el concepto de figura y sus clases, optó por desarrollarse como
ciencia de un lenguaje especial, “figurado”, y abandonó, con ello, la posibilidad de
elaborar una teoría general del discurso. Esta posibilidad se había manifestado en la
retórica antigua, desde Aristóteles, como tentativa de aprehensión del discurso en su
realidad específica y en todas sus dimensiones. Pero la nueva y temprana orientación de
la retórica hacía el aspecto figural del discurso, vinculó, como observó Genette, a esta
disciplina la idea de “restricción general”, en el que el concepto de figura se aplica al
espacio de uno de los dos términos de la oposición “figurado / propio”. La introducción
de la noción de “desvío”, consecuencia de esta tensión entre lo propio y lo figurado,
plantea a la retórica, desde estos primeros momentos, la dificultad irresoluble, o, al
menos, irresuelta, de definir “lo propio”, esto es, el primer lenguaje –todos los que se
proponen terminan revelándose fuertemente figurales- en relación al cual se establece el
segundo lenguaje de la retórica351.
En este capítulo nos vamos a detener en los comienzos de este largo proceso,
dedicando, como es lógico, una atención especial a la alegoría como figura retórica.
350
Barthes recuerda que Aristóteles consideró como parte fundamental de la retórica el razonamiento que
edifica el discurso, la inventio. Por el contrario, en la Edad Media en la que las artes poéticas se funden
con la retórica –proceso detectable ya en el siglo I d. C.-, la retórica se asimila a la elocutio, al
identificarse no con la persuasión o los problemas de prueba, sino con el “escribir bien” (Barthes, 1990:
94). No obstante, recordamos que Mortara Garavelli dice que ya Gorgias en el siglo V a. C. había hecho
los primeros movimientos a favor de la fusión de retórica y poética (Mortara Garavelli, 2000: 21). En el
siglo XVI, al descubrirse y ser traducida la Poética de Aristóteles, se produce una separación de ambas,
en la que la retórica queda entendida como teoría del ornatus (ib., 53).
351
Cf. Galay, 1974: 393-396.
158
352
La falsedad de esta atribución, nacida en el siglo IV, no fue demostrada hasta 1491 por Rafael Regio.
Véase la “Introducción” de Salvador Nuñez a su edición de la Retórica a Herenio (cf. Retórica a Herenio,
1997: 10).
353
Recientemente ha sido atribuida a Anaxímenes de Lampsaco, un rétor de mediados del siglo IV (cf.
Retórica a Herenio, 1997: 8).
354
Tradicionalmente se ha venido hablando de dos escuelas retóricas, la aticista, caracterizada por la
sobriedad en el estilo y la asianista, de estilo ampuloso y abundante en juegos de palabras y figuras
retóricas. Calboli, sin embargo, defiende la distinción que Cicerón realiza entre la escuela rodia y la
puramente asianista. De este modo, cabría añadir a las dos escuelas anteriores, la escuela rodia, de
naturaleza intermedia (Calboli, 2001: 106). Esta distinción de la escuela rodia será decisiva, en los
términos que seguidamente expondremos, para la configuración de la alegoría en la Retórica a Herenio.
355
Para este pasaje, cf. Mortara Garavelli, 2000: 65 y ss. En estas páginas prescindiremos del examen de
las dos últimas, la memoria y la pronunciatio, por no ser de interés para el estudio de la alegoría. Esto no
obstante damos cuenta aquí de la idea defendia por Mary Carruthes por la que se afirma la estrehca
vinculación entre las imágenes de la exégesis alegórica y los procedimientos mnemotécnicos medievales
(Carruthers, 1996, 142).
159
sucesiva en la elaboración del discurso, sino que más bien se trata de elementos que
confluyen en toda su extensión e intensidad, a lo largo de la elaboración del mismo. En
todo caso, pensamos que, en este aspecto, se pueden establecer dos bloques: el de la
elaboración del discurso en el que la invención domina y condiciona el funcionamiento
de las demás secciones y, por otra parte, la memoria y ejecución del discurso ya
construido. En nuestro capítulo VII, al hablar de la Retórica de Aristóteles, dimos
cuenta de que, en nuestra opinión, la alegoría retórica, si hubiera sido de algún modo
simétrica a la exégesis alegórica, debería haber sido considerada parte de la inventio y
de la elocutio, como se ha venido considerando desde antiguo.
? La dispositio, por su parte, se ocupa de la distribución y orden de los
argumentos.
? La elocutio es estudiada en el libro IV. En este libro, después de una
introducción sobre los rétores griegos y una exposición de las cualidades y géneros del
estilo, se pasa al estudio de las figuras356, como adornos del discurso, diferenciando
entre figuras de dicción y de pensamiento.
Pero, antes de entrar en el examen de las figuras de dicción y pensamiento en la
Retórica a Herenio, es necesario, por las propias cuestiones que el estudio de la alegoría
reclama, detenerse en el análisis de algunas consideraciones que respecto a las figuras
de pensamiento ha propuesto José Antonio Mayoral. Mayoral dice que la figura de
pensamiento abarca una serie de fenómenos que se inscriben en el dominio de las reglas
de la gramática y más específicamente en el ámbito de su unidad tradicional: la oración
(Mayoral, 1998: 674). La ubicación de la figura de pensamiento en el espacio de la
oración y no del texto, por la propia indefinición del texto como objeto de atención de la
retórica y de la gramática antiguas crea, con relación a las figuras de pensamiento, una
serie de tensiones y desequilibrios que impiden una determinación más precisa en esta
época. Así, Mayoral se hace eco de estas dificultades al decir que estas figuras son
“series, raramente grupos, de fenómenos bastante heterogéneos a veces, de naturaleza
semántica y pragmática que, trascendiendo con frecuencia los límites de la propia
unidad oración que les sirve de referencia, afectan tanto al “acto de la enunciación”
como a la constitución global de los enunciados o textos”357.
356
La Retórica a Herenio no utiliza los términos figura o schema, sino que se refiere a las figuras como
exornationes (cf., Kennedy, 1980: 88).
357
Op. cit., p. 677.
160
Mayoral considera que en todos estos casos la figura consiste en una especie de
desvío, modificación o infracción, de la expresión común no figural.
Ahora bien, en esta distinción entre el discurso figurado y el no figurado, el
autor se pregunta, como hemos anunciado anteriormente con carácter general, por los
rasgos de naturaleza semántica o pragmática que marcan la diferencia entre ambos y
determinan su propia especificidad358. Para Mayoral, el elemento que define y unifica
las figuras de pensamiento es “el rasgo pragmático de ficcionalidad”, y es en la retórica
de Quintiliano donde ese rasgo se haya más claramente expuesto359. Dentro de este
mismo capítulo, cuando nos ocupemos de Quintiliano, tendremos oportunidad de
continuar con el examen de las ideas que Mayoral expone en este trabajo.
Volviendo a la la diferencia entre las figuras de dicción y las de pensamiento,
dice la Retórica a Herenio: “Las figuras de dicción se obtienen atendiendo de manera
especial y exclusiva a la expresión empleada. Las figuras de pensamiento son aquellas
que consiguen la distinción360 no en las palabras sino con los propios contenidos
expresados” (Retórica a Herenio, IV, 13 ss.).
La definición de las figuras de pensamiento revela la estrecha vinculación de
éstas con la inventio. En efecto, en las figuras de pensamiento la atención gira en torno
al contenido de lo dicho, a sus argumentos. Dice Mortara Garavelli, coincidiendo con
Mayoral en cuanto a lo problemático de su delimitación en la retórica antigua, a
propósito de las figuras de pensamiento:
358
Ib., p. 679.
359
Precisamente es Quintiliano el autor que introduce en la retórica latina la palabra figura como
traducción del griego schèma. Aunque nos refiramos al tratamiento de estas figuras por la Retórica a
Herenio y Cicerón como “figuras”, es necesario precisar, que la primera se refiere a ellas como
exornationes y el segundo como ornamenta. Para la etimología y evolución del término schèma y sus
traducciones al latín, véase Casevitz, 2004: 15-30. En la acepción de Séneca el rétor, que es la que, a
efectos del estudio de la alegoría más nos interesa, el schèma es una locución vacía, figura estilística que
oculta el sentido verdadero (cf. Casevitz, 2004: 26). No obstante, el término figura no se identificará con
la alegoría hasta el siglo IX, en el contexto del discurso teológico.
161
La cita de Mortara Garavelli pone de relieve las dificultades para encajar las
llamadas figuras de pensamiento en la elocutio361. De hecho, concluye señalando que
ésta puede ser alterada sin que la figura de pensamiento deje de ser reconocible. Ahora
bien, si la figura de pensamiento es de tal naturaleza que permite que sea reconocible
aun cuando se cambia la elocución, resulta evidente que esta naturaleza debe buscarse
fuera del terreno de la elocutio, que se nos aparece ahora como un sistema de
instrumentos al servicio de la figura de pensamiento y no, como siempre se ha
considerado, un sistema en el que ésta se inserta como un subtipo. En realidad, las
figuras de pensamiento, más parecen catalizadores de los argumentos discursivos, en
cuanto que los hacen fluir de un modo determinado, acompañándolos durante su
desarrollo y condicionando su ejecución, que instrumentos de ornamentación del
discurso.
Pero el problema respecto a la determinación de la alegoría en la Retórica a
Herenio surge cuando, al final de exposición de las figuras de dicción, se presenta un
grupo, colocado expresamente aparte, de diez figuras de difícil localización que, según
el autor, “se caracterizan porque las palabras pierden su significado habitual y el
lenguaje confiere cierta elegancia y un sentido diferente” (IV, 31). Estas figuras son las
siguientes: la onomatopeya, la antonomasia, la metonimia –dentro de cual se distinguen
6 subtipos-, la perífrasis, el hipérbaton, la hipérbole, la sinécdoque – con dos subtipos a
su vez-, la catacresis, la metáfora y la alegoría.
En consecuencia, la alegoría esta considerada aquí una figura de dicción. Ahora
bien, ¿qué entiende por alegoría el autor de la Retórica a Herenio? La alegoría362 es
descrita como “la forma de hablar que indica formalmente una cosa y conceptualmente
otra.” (IV, 34). A continuación, se consideran tres categorías: la permutatio por
comparación – varias metáforas que comparten una misma forma de expresión-, la
referencia – en el caso de que se establezca alguna similitud con una persona, lugar o
cosa con la intención de amplificar o minimizar-, y el contraste, caracterizado por el
empleo de la ironía (IV, 34).
Posteriormente, la Retórica a Herenio pasa a ocuparse de las figuras de
pensamiento de las que señala 19 clases: distribución, licencia, litote, exposición,
360
Por “distinción” entiende aquí la Retórica a Herenio, el adorno del discurso realzado con la variedad al
que antes hemos aludido.
361
Este mismo autor señala otros problemas derivados de la distinción entre figuras de dicción y de
pensamiento, cf. Mortara Garavelli, 2000: 128.
362
El término empleado es permutatio.
162
363
Sobre el funcionamiento de esta tópica, dice Barthes que ésta tiene tres orientaciones: un método:
originalmente la tópica es una colección de lugares comunes procedentes de la dialéctica, llevado por
Aristóteles al campo de la retórica; un casillero, como red de formas: el tema es proporcionado al orador
y el orador busca sus argumentos en esta red; una reserva: al repetirse los contenidos, éstos quedaron
convertidos en estereotipos, fragmentos llenos que se colocaban casi obligatoriamente en el tratamiento
de cada tema (Barthes, 1990: 135-137).
364
“El exemplum puede tener cualquier dimensión: puede ser una palabra, un hecho, un conjunto de
hechos y el relato de esos hechos. Es una similitud persuasiva, un argumento por analogía (...). Cómo su
nombre griego indica, está situado del lado de lo paradigmático, de lo metafórico. Desde Aristóteles, el
exemplum se divide en real y ficticio; el ficticio se divide en parábola y fábula (...).” (Barthes, 1990: 126).
Para la consideración aristotélica de la fábula, supra. capítulo VII.
163
Por último, aparecen dos figuras que pueden ser consideradas propiamente como
alegorías en un sentido estricto: la personificación (conformatio) y la alusión
(significatio).
Respecto a la primera, dice la Retórica a Herenio: “consiste en poner en escena
a un personaje ausente como si estuviera presente, o en hacer hablar a un objeto mudo o
a una idea abstracta y atribuirle una forma y un lenguaje acorde con su carácter o algún
tipo de actividad” (IV, 53). Calboli analiza esta figura junto con otras dos de la misma
serie, la caracterización (notatio) y el dialogismo (sermocinatio) y subraya el carácter
dramático de estas tres figuras (Calboli, 2001: 99). Para Calboli, la diferenciación entre
estas tres figuras, reducida después por Quintiliano que sólo acepta la sermocinatio,
revela, de un lado, la notable influencia peripatética en el autor de la Retórica a
Herenio365, y de otro, las influencias rodias y asianistas sobre esta retórica. Con relación
a este último aspecto, es necesario precisar, con Calboli, que la Retórica a Herenio se
sitúa en el ámbito de influencia rodia sin caer en los excesos del asianismo.
Precisamente, este rasgo moderado propio del estilo rodio desarrollado en la retórica
romana no sacrificó la búsqueda de los efectos dramáticos propia del asianismo
(Calboli, 2001: 109).
Ahora bien, si figuras tan próximas a la alegoría, como la personificación, tienen
por objeto la representación dramatizada de determinadas ideas o del sentir de
colectivos como las ciudades366, o de objetos inanimados, parece que con esto se
invierte el sentido antiguo de la hyponoia, porque ya no se trata de ocultar un mensaje
apuntado bajo el sentido literal del discurso, sino de poner en primer plano, de relieve,
un determinado discurso que, por las razones que sean, no puede ser dicho de forma no
figurada367. Pero, es necesario hacer hincapié en que la personificación y las figuras
365
De este modo, observa Calboli que el ejemplo que aparece en la notatio coincide con el vigésimo
tercer carácter de Teofrasto (“La manía de grandezas”, cf. Teofrasto, 2000, Caracteres, Madrid, Gredos,
pp. 98-100). Por otra parte, señala Calboli, que la distinción entre notatio y conformatio es asimismo de
origen peripatético. La función principal de estas figuras es la misma que Aristóteles establece para el
carácter en su Retórica (1418b, 23ss.) (Calboli, 2001: 100-101 y 2004: 169-186).
366
Hemos de advertir, no obstante, que la personificación de ciudades, incluso de demos, tanto en el
discurso como en la representación iconográfica, tiene una larga tradición en Grecia. Esta tradición, dice
Hinks, ha experimentado una evolución en la que cabe señalar tres etapas. En la primera, la ciudad era
representada por su guardián divino o su fundador; en la segunda, se pasó a representar la ciudad
mediante una figura alegórica inventada y dotada de atributos emblemáticos de la polis; finalmente, en los
últimos momentos de la Antigüedad, la ciudad se representó a través de su Fortuna (Hinks, 1939: 67-92).
367
Estas razones ya son enunciadas por el propio Aristóteles en el fragmento de su Retórica aludido en la
nota precedente: se trata de argumentos que, bien por decir cosas acerca de uno mismo que puedan
suscitar envidia, aburrimiento o contradicción, bien por decir cosas de otros que puedan degenerar en
injuria o en mala educación, es preciso poner en boca de terceros. Aristóteles cita el caso de Isócrates en
el Filipo. En el capítulo IV de este trabajo se ha estudiado un ejemplo de sermocinatio en el Panatenaico
164
de este mismo autor. En este caso, veíamos cómo Isócrates hacía intervenir a un personaje proespartano
que relativizaba los términos de su propio discurso. Pero, si bien es cierto que Isócrates actuaba siguiendo
los criterios expuestos por Aristóteles, pues ponía en boca de un tercero una alabanza a Esparta
susceptible de ser muy mal acogida por el público ateniense, también es cierto que, al no rebatir ni
adherirse a lo dicho en esta intervención, consigue proyectar una sombra de indefinición sobre todo el
discurso. De este modo, la sermocinatio no sólo ha introducido un elemento dramático en el discurso del
orador, con los propósitos generales de este tipo de operaciones, sino que, además, ha dado pie a
interpretar el discurso de una forma diferente, mediante la apertura del texto a nuevas siginificaciones
alejadas hasta cierto punto de su sentido literal. En consecuencia, la sermocinatio, en este caso, ha dado
pie a la hyponoia, aunque asimismo es necesario reconocer que ésta ha venido establecida, no por la
intervención del tercero, sino por la actitud que el orador adopta, dentro del discurso, frente a esta
intervención. Posteriormente, en la segunda mitad del siglo II d. C., Numenio inaugurara una tradición
interpretativa de los diálogos platónicos que obedece a este esquema visto en la Retórica de Aristóteles y
en el Panatenaico de Isócrates. Así, Numenio afirma que los elementos dramáticos de los diálogos
platónicos obedecen a la necesidad, por parte de Platón, de conciliar la exposición de su pensamiento
respecto de la religión oficial con el deseo de evitar la fortuna de Sócrates por este motivo. De este modo,
la solución de Platón, según Numénio, fue dramatizar la crítica: “He made Euthyphro play the part of the
Athenians –an arrogant twit and a remarkably bad theologian- and set Socrates against him in the usual
character, confronting everyone he met just as he was accustomed to do.” (Lamberton, 1986: 62-63).
368
Sobre la relación entre la actuación de los actores y el origen de las figuras retóricas, véase Ildefonse,
2004: 145 y ss.
369
Posteriormente, en un proceso que tendremos ocasión de ir estudiando en este trabajo, la
representación pasará a ser característica del símbolo frente a la alegoría (cf. Todorov, 1977: 238 ss.).
165
370
Sin embargo, en esta misma nota se considera a la alusión una especie de sinécdoque. Por otra parte,
resulta particularmente interesante, para la tesis que venimos defendiendo respecto a la naturaleza de la
alegoría, la observación hecha por Núñez sobre el apartamiento de la clasificación de tropos y figuras en
el tratamiento de la alusión, porque implica el reconocimiento de cierto grado de inoperabilidad de esta
distinción en el examen de la figura.
371
Se trata, como veremos seguidamente, de formas de crear en el oyente la sospecha de que se está
diciendo más de lo que el propio significado de las palabras da a entender.
166
372
Recordemos aquí lo que decíamos en el capítulo VII a propósito de la ideas de Apolonio Molón sobre
los discursos que pueden cambiar su sentido sin necesidad de usar tropos.
373
Precisamente la escuela cristiana de Antioquia se basará en la hipérbole para, oponiéndose a los
alegoristas alejandrinos, abrir la posibilidad de la interpretación no estrictamente literal de las Escrituras.
167
En todos los casos descritos por la Retórica a Herenio parece evidente que la
alusión no es un elemento de mera ornamentación del discurso, sino un instrumento
para el desarrollo de la argumentación que busca, ante todo, persuadir al oyente, en
virtud de las sospechas que se le producen a propósito. En esto se diferencia de los
ejemplos de alegoría expuestos anteriormente, en los que la sospecha no era buscada de
propósito por Homero, sino puesta en el texto por el exégeta.
En este mismo siglo I a. C., aunque unos años más tarde de la composición de la
Retórica a Herenio, Cicerón publica el diálogo titulado Sobre el orador (De oratore)374.
En esta obra, al ocuparse del ornato, Cicerón, por medio de Craso, dice lo siguiente:
Cuando al dividir nuestra intervención él se cogió [Antonio] lo que el orador tenía que
tratar [la inventio y la dispositio] y a mí me dejó el explicar cómo había que adornarlo, dividió
lo que no puede estar separado. Pues al constar todo discurso de contenido y de palabras, ni las
palabras pueden tener asiento si eliminas el contenido, ni el contenido brillo si apartas las
palabras.
(Sobre el orador, III, 5)
Cicerón reivindica de este modo la unidad indisociable de las partes del discurso
y subraya la dificultad de hablar de unas prescindiendo de las otras. Es éste un problema
que, como hemos venido diciendo, se agrava en el caso de la alegoría.
Por otra parte, cuando se detiene en el estudio de la metáfora, dice que “consiste
en la brevedad de una comparación reducida a una palabra, palabra que, si se reconoce
como en su propio lugar aun estando en uno ajeno, deleita, pero si no hay similitud
alguna se rechaza.” (Sobre el orador, III, 39). Lo que sorprende de esta definición es
que, después de hacer tanto hincapié en que la metáfora se refiere a la sustitución de una
sola palabra, el ejemplo de Pacuvio que propone en esa misma página es lo que él
mismo ha considerado una alegoría, esto es una agrupación de metáforas continuadas:
Se encrespa el mar,
se redoblan las tinieblas, y a los nimbos enceguece la negrura de la noche;
la llama entre las nubes restalla y el cielo con el trueno tiembla,
el súbito granizo con ancha lluvia mezclado desde lo alto cae,
por doquier todos los vientos rompen, y furiosos los torbellinos se yerguen;
374
Dice José Javier Iso en el prólogo a su edición de Sobre el orador que ya en 55 a. C., Cicerón anuncia
en sendas cartas a Ático y a Léntulo que tiene la obra terminada (Cicerón, 2001: 8).
168
“alegoría” [alia oratio]: el término utilizado es correcto, pero tiene razón Aristóteles,
que, genéricamente, llama metáforas a todas estas figuras” (Cicerón, 2001: 68).
La cita de Cicerón, en apariencia similar a la definición de alegoría de Sobre el
orador, debe ser leída cuidadosamente. Por una parte, Cicerón reduce y simplifica la
prolija clasificación de la Retórica a Herenio. La reducción es confusa porque no se
sabe si está utilizando el término metáfora en su acepción estricta o si se refiere, como
Aristóteles, a quien trae a colación, al género de los tropos al completo. Puede
entenderse que la primera vez que menciona a las metáforas, se refiere a ellas en sentido
estricto, como en su tratado anterior, y parece obvio que la segunda vez que las cita
concuerda con Aristoteles cuando utiliza el término “metáfora” con carácter general
para referirse a los tropos.
Pero también puede pensarse que en las dos ocasiones en las que emplea la
palabra “metáfora” la está utilizando en este último sentido aristotélico. En tal caso, no
sólo habría que entender la alegoría como metáfora continuada, en sentido estricto, sino
que se debería entender que ésta puede formarse a partir de cualesquiera otros recursos
retóricos, incluso sin la intervención de ninguna metáfora en sentido propio.
Pero, además, dice que esta serie de metáforas continuadas dan lugar a un
discurso diferente; ¿de qué discurso se trata?, ¿en qué sentido emplea aquí Cicerón la
palabra discurso? Nada dice sobre esto. Cicerón se limita a apuntar la constitución de
este discurso diferente como resultado final de la agrupación de metáforas, pero no dice
en qué sentido debe ser entendido. Porque nos encontramos ante un problema similar al
que habíamos visto en Sobre el orador: si este discurso se forma como consecuencia de
la continuación de las metáforas cabe pensar que será una cosa diferente a la suma de
sus componentes. Si entendemos que este discurso es la alegoría, ya no podemos
concluir el razonamiento de Cicerón cuando, recordando a Aristóteles, dice que se trata
de una metáfora en sentido genérico. Porque, en tal caso, este discurso diferente sería,
en realidad, la reconstrucción de la hyponoia, es decir, del discurso oculto en el texto
hacia el que apunta su sentido literal, en virtud de los mecanismos de alusión, junto a,
tal vez, las diez figuras especiales de dicción que vimos anteriormente en la Retórica a
Herenio, y que Cicerón, como Aristóteles, parece llamar genéricamente metáforas375.
375
El artículo de Kathy Eden, “Hermeneutics and the Ancient Rethorical Tradition” (Eden, 1987) dedica
unas páginas a reflexionar sobre la tensión entre la interpretación literal de los textos legales y la
interpretación que, sirviéndose de la equidad, atiende a la intención del legislador, como una nueva
aparición del conflicto interpretativo entre hyponoia y dianoia. Se trata de un terreno complejo que,
creemos, excede a las pretensiones de este trabajo. No obstante, creemos interesante apuntar que una cosa
170
es la aplicación equitativa de las leyes a los casos concretos a los que deben ser aplicadas, y otra diferente
la aplicación analógica de las normas legales a supuestos diferentes de aquellos para los que fueron
dictadas pero que guardan con éstos cierta identidad de razón. En el primer caso, la interpretación
equitativa, por mucho que se base en la intención del legislador y por muy laxa que sea su lectura de la
literalidad del precepto, no puede ser nunca, al menos a nuestro juicio, entendida como alegórica, porque
no es posible que la interpretación pase a ser traducción de los preceptos a otro campo diferente de aquel
para el que se promulgaron. Distinto es el caso de la intepretación analógica de las leyes para supuestos
en los que existe un vacío legislativo y que “guardan cierta identidad de razón” con otros que sí están
regulados por la ley. Creemos que la aplicación de estas disposiciones a casos análogos no regulados
específicamente puede considerarse como una interpretación alegórica del supuesto de hecho de la ley,
porque la analogía no está tanto en la consecuencia jurídica del precepto que se aplica analógicamente
como entre supuesto de hecho y aquel otro al que se le aplica, en defecto de ley directamente aplicable.
376
Cf. Quintiliano de Calahorra, 2001: 11.
171
argumento es una parte del discurso y que éste no constituye la materia de la retórica
sino su obra377.
Otros consideran que la materia de la retórica es el conjunto de las cuestiones de
la vida pública; algunos van más allá y afirman que el objeto de la retórica es la vida
entera. Los primeros, según Quintiliano, pecan por defecto, los segundos por exceso.
Una opinión intermedia entre ambas es la de los que dicen que la materia de la retórica
consiste en la vida práctica (pragmatikón). Vistas detenidamente estas teorías,
Quintiliano concluye afirmando que la materia de la retórica “son todas las realidades,
cualesquiera que a ella puedan ofrecerse, para ser tratadas en el discurso”378. De este
modo, a la retórica conciernen todas las cosas en el modo en que éstas se abren al
discurso. Así lo confirman las referencias a Platón que siguen a la explicación anterior:
Porque Sócrates parece responder a Gorgias –en el diálogo de Platón- que la materia no
está en las palabras sino en las cosas (449f): y en el Fedro a las claras demuestra que la Retórica
no se presenta sólo en los procesos judiciales y en las Asambleas del pueblo, sino también en
los asuntos de la vida privada y doméstica. Con lo que está patente que fue ésta la opinión del
mismo Platón (Fedro, 261a).
(Inst. Or., II, 21, 4)
377
Cf. Inst. Or., II, 21, 1.
378
Inst. Or., II, 21, 4.
379
Arduini hace un breve repaso de la historia y posible origen de los problemas de límites entre ambos
conceptos (cf. Arduini, 1998: 131).
172
artístico –cum virtute- del significado de una palabra o de una expresión a otro
significado”380. La figura, por su parte, es definida en el capítulo I del libro IX con
relación al concepto precedente de tropo: “Puesto que en el libro anterior se ha hablado
acerca de los tropos, sigue ahora lo que pertenece a las figuras, que en griego se llaman
schémata (actitudes)”.
Quintiliano reconoce la dificultad de deslindar con nitidez ambos conceptos y
cifra las diferencias entre figura y tropo en los siguientes extremos: en primer lugar, el
tropo es un modo de hablar; la figura es una configuración del lenguaje. Bajo esta
definición amplia, la figura puede entenderse de dos formas: en sentido lato, la figura es
cualquier forma por la que se configura un pensamiento; en sentido estricto -que es el
que aquí nos interesa- la figura es una mutación del sentido que se aparta de la
expresión corriente y sencilla. Sin embargo la amplitud de esta mutación no puede
quedar reducida, como dice Zoilo, a la expresión que hace creer que se dice algo
distinto de lo que se está diciendo. La figura, según Quintiliano es “la forma de
expresión que renueva el modo de decir con un arte consciente”. Quintiliano diferencia,
a continuación, entre figuras de pensamiento o dianoia y figuras de palabras o lexeas381.
José Antonio Mayoral ha destacado el rasgo de pragmaticidad de la retórica de
Quintiliano (Mayoral, 1998) y, en una línea parecida se muestra Arduini cuando destaca
la unión sustancial entre las pasiones y su expresión figural (Arduini, 1998: 139)382. Así,
Qunitiliano considera que las figuras, como filtro que articula la formulación de las
pasiones, son el medio por el cual los individuos se muestran como pertenecientes a la
comunidad civil 383.
Nos parece que lo que Arduini llama pasiones es la misma vida abierta al
discurso, como materia sobre la que opera la retórica, según las consideraciones previas
del propio Quintiliano, expuestas más arriba. En efecto, esta misma apertura al discurso
380
Inst. Or., VIII, 6, 1.
381
Cf. Inst. Or., IX, 1, 4-14.
382
Arduini, a partir de Barthes desarrolla una importante concepción del valor de la Tópica en relación
con el papel instrumental de las figuras como elementos fundamentales en la aprehensión de la realidad
en el mundo latino: “La total presencia de la Retórica en el mundo latino viene dada también por el papel
de la Tópica. (...) La Tópica testimonia que el mundo puede tener significado para el hombre sólo a partir
de algunos puntos de vista que los lugares han codificado. (...) La Tópica no es sólo un método, un tamiz
o una reserva sino más bien un instrumento que permite percibir el mundo, sin los lugares, pero en cierto
modo, también sin el filtro perceptivo de las figuras no tendríamos visibilidad alguna porque nada sería
tematizado” (Arduini, 1998: 137).
383
Es revelador, en este aspecto, que Quintiliano cierre su argumentación a favor de la educación pública
frente a la enseñanza individual apelando a los beneficios que reporta al alumno el hecho de ejercitarse en
el hablar ante más de un oyente; y lo que es más, termina el capítulo con una breve pero muy
173
que las dota de una articulación es la que, a su vez, permite su desarrollo civil y su
proyección sobre los valores de esta sociedad en la que se desenvuelven, adquiriendo así
una irrenunciable dimensión ética384.
Visto lo anterior, quizá resulte sorprendente que Quintiliano recoja la alegoría en
primera instancia en el grupo de los tropos: “La alegoría, que en latín se denomina
inversio pone ante nuestros ojos una cosa en las palabras y otra en su sentido, o también
a veces el sentido contrario. La primera forma se hace ordinariamente por medio de una
serie no interrumpida de metáforas” (Inst. Or., VIII, 6, 44). No obstante, Quintiliano
reconoce que es posible encontrar alegoría construidas sin necesidad de las metáforas385.
Por otra parte, Quintiliano distingue entre la alegoría completa y la mixta, en la
que el discurso alegórico se mezcla con datos conocidos que facilitan su interpretación.
Sobre esta alegoría dice: “En esta forma la belleza de la expresión resulta de las
imágenes de las palabras tomadas en préstamo y la inteligible comprensión de las
denominaciones propias.” (Inst. Or. VIII, 6, 48). Con relación a la alegoría completa,
dice Quintiliano –en consonancia con las retóricas precedentes- que la alegoría que
resulta menos diáfana se denomina enigma. Esta clase de alegoría resulta, en su opinión,
un vicio, por cuanto la claridad es una virtud del lenguaje. Sin embargo, y en esto
vuelve de nuevo al ejemplo de Virgilio, reconoce su abundante uso por los poetas386. En
todo caso, advierte con cierta sorna de la necesidad de que el conjunto de metáforas que
constituyen la alegoría desplacen el sentido en la misma dirección, de un modo
coherente: “Porque también debe cuidarse sobre todo de llevar a su definitivo desarrollo
el género de metáfora con que hayas comenzado. Pero muchos, cuando tomaron como
principio una tempestad, terminan con un incendio o un derrumbamiento, que es la más
fea inconsecuencia entre unas cosas y otras” (Inst. Or. VIII, 6, 50).
Esta exigencia de coherencia en la sucesión metafórica de la alegoría parece
emparentar con lo que Varrón, en el plano gramatical, llama relaciones entrelazadas
vertical y horizontal de la analogía. Para Varrón, existe en la transformación de las
palabras una doble vía, como se ve en el paradigma del adjetivo albus: “porque se
siginificativa reflexión sobre la naturaleza de la retórica: “No existiría la elocuencia en la vida del hombre
si sólo habláramos a personas individuales” (Inst. Or., I, 2, 31).
384
Cf. Arduini, 1998: 139-140.
385
Quintiliano propone el siguiente ejemplo tomado de las Bucólicas de Virgilio: “De cierto había oído
que desde allá, donde comienzan / a rebajarse oteros e inclinar su cumbre en blanda cuesta, / hasta el río
y ya quebradas copas del haya envejecida, / todo vuestro Menalcas había salvado con sus cantos.” (Inst.
Or. VIII, 6, 46). Dice Quintiliano al respecto que la alegoría de este fragmento consiste en que el pastor
Menalcas se refiere en realidad al propio Virgilio y a su poesía.
386
Cf. Inst. Or. VIII, 6, 52.
174
transforman pasando del caso recto a los oblicuos y también del caso recto al recto, de
manera que forman semejantemente un modelo porque en la primera línea hay hic
albus, huic albo y huius albi, en la segunda haec alba, huic albae y huius albae, y en la
tercera hoc album, huic albo, huius albi” (La lengua latina: X, 44).
De forma semejante, Quintiliano parece reclamar una doble analogía para la
alegoría, frente a la analogía simple de la metáfora. De este modo, existe lo que
podríamos llamar la analogía horizontal de la alegoría que se desarrollaría en el plano de
la semejanza entre el sentido literal de las imágenes y aquello a lo que aluden. Por otra
parte, al igual que ocurre con la analogía vertical de la gramática de Varrón, es
necesario que en la alegoría, a diferencia de lo que ocurre con la metáfora, se despliegue
una analogía vertical en el que las imágenes que se sucedan guarden entre sí una
coherencia significativa. Así, por volver al texto de Quintiliano, si se está desarrollando
la alegoría de la “nave del estado” y se establecen una serie de metáforas encadenadas
sobre la tormenta como alusión a las vicisitudes de la república, no puede, para referirse
al hundimiento del estado, introducirse la metáfora del derrumbamiento o del incendio,
porque, si bien con estas imágenes se salvaría la analogía horizontal metafórica, se
infringiría, en cambio, la analogía vertical, puesto que esta imagen contradice de forma
flagrante la cadena temática de las imágenes precedentes. Sin embargo, si se emplea la
imagen del naufragio, la figura guarda la analogía horizontal, puesto que hace referencia
a una grave catástrofe, en términos similares a la imagen del incendio o del
derrumbamiento, pero, a diferencia de éstas, conserva la analogía vertical, porque es
coherente con las imágenes precedentes del mar, la nave y la tormenta.
Parece evidente que Quintiliano alude tanto a las relaciones paradigmáticas
como a las relaciones sintagmáticas como elementos constitutivos de la alegoría. En
efecto, ya no podría seguir diciéndose, aunque así haya seguido ocurriendo hasta ahora
-pese a la definición ciceroniana de alegoría-, que la alegoría es una cadena de
metáforas que se traducen plano a plano, sino que junto con la atención a las relaciones
paradigmáticas del texto alegórico, es necesario atender a su cohesión interna, esto es, a
sus relaciones sintagmáticas.
El desarrollo, por parte de Jakobson, de dos series de términos solidarios, el
primero formado por la cadena “similitud-sustitución-selección” y el segundo por la de
175
387
Cf. Todorov, 1974: 242.
388
Recordemos, sin embargo, que por el momento estamos examinando lo que se dice de la alegoría –y
ahora de la ironía- como tropo.
176
389
Cf. Inst. Or., VIII, 6, 57. Como vemos, se vuelve a insistir en la relación alegoría / ciudad.
177
Se da ese tipo si, por ejemplo, al pronunciar un himno en honor de Apolo, decimos que
él es el sol, y discurrimos sobre la naturaleza del sol; y de Hera, que el aire; y de Zeus que el
calor. Los de ese tipo son pues, himnos científicos. Emplean exactamente tal modelo
Parménides y Empedocles, y también lo ha empleado Platón; así en el Fedro, al explicar
científicamente que el amor es una pasión, lo representa alado.
(Menandro: 1996, 97)
Por medio de ellas hacemos aparecer por un lado, los pensamientos de nuestros
adversarios, como si estuvieran hablando consigo mismos (...), y por otro, diálogos con otras
390
A este contexto volverá en el capítulo siguiente para dificultar aún más su visión de la alegoría.
391
López Eire apunta la posibilidad de que ambos tratados pertenezcan a autores distintos (López Eire,
2002: 257).
392
Op. cit., p. 100.
393
M. García García y J. Gutiérrez Calderón, Menandro, 1996: 91, n. 20.
178
personas y los de otros entre sí, y creamos personajes que se presenten adecuadamente
aconsejando, reprendiendo, lamentando, alabando, compadeciendo. Y aún está permitido en este
género de expresión hacer salir a los dioses del cielo y a los del averno. Ciudades y pueblos
reciben también habla.
(Inst. Or., IX, 2, 30-31)
y, aunque dice una cosa distinta a su sentido, no finje, sin embargo, una cosa diferente;
(...) Por el contrario, en la figura de la ironía se trata del fingimiento de toda la intención, que se
trasluce más que se manifiesta, de suerte que allí –en el tropo- las palabras son contrarias unas a
otras,mientras aquí –en la ironía como figura- se contrapone el sentido a la expresión completa y
a su tono, y a veces la configuración entera de un caso, hasta una vida entera parece tener en sí
ironía, cual pareció tener la de Sócrates.
(Inst. Or., IX, 2, 45-46)
394
Ya la armonía entre las palabras y los hechos de Sócrates en el Laques (188c-d) posibilitaba esta
identificación entre discurso y vida, en este caso irónica, señalada por Quintiliano. Sobre esta armonía y
su relación con el concepto de parresía, véase Foucault, 2004: 135-136.
395
José Antonio Mayoral en su clasificación de las figuras de sentido de la Instituto Oratoria, sitúa la
ironía en un grupo de figuras de sentido, en el que también se encuentran el énfasis y la hipérbole, en el
que el rasgo de ficcionalidad afecta al propio contenido proposicional de los enunciados (Mayoral, 1998:
681). Véase también su acercamiento a esta cuestión en Mayoral, 1994: 275 y ss. En un sentido próximo,
dice Whitman que “la base de la técnica alegórica está en la separación entre lo que el texto dice
(“ficción”) y lo que significa (“verdad”)”. Pero, añade que esta separación precisamente revela una
correspondencia entre la ficción y la verdad (Whitman, 1987: 2). Es interesante contrastar la opinión de
Quintiliano con la de su contemporáneo Teón, quien define la fábula (mythos) como aquella composición
falsa que simboliza una verdad (Teón, 1991: 73). En este caso la verdad moral a cuyo servicio está
construido el relato exige de éste una claridad suficiente para que pueda ser aprehendida con facilidad,
por lo que Teón afirma que “en las fábulas es preciso que la elocución sea más sencilla y apropiada y, en
la medida de lo posible, sin artificio y clara.” (p. 75). Pero, al igual que ocurría con Quintiliano, relaciona
la alegoría con la oscuridad, sin profundizar en qué clase de oscuridad sea ésta, ni por qué debe
producirse: “Una narración resulta oscura a causa de la omisión de aquello de lo que necesariamente
hubiera sido preciso hacer mención y a causa de la presentación alegórica de las historias que han sido
encubiertas.” (p. 83). Es interesante este fragmento de Teón porque vincula la alegória más que a la
omisión de determinados elementos, al encubrimiento de éstos.
180
presenta frente a éste algunas novedades de importancia. En primer lugar, hay que
destacar todas las consecuencias derivadas de la determinación de la vida, o mejor
dicho, de la inclinación de la vida hacia el discurso, como materia de la retórica, con la
apertura de las figuras de pensamiento a la pragmática. Esto queda especialmente de
relieve en las diferencias que presenta en el tratamiento de la ironía como tropo y como
figura. Por otra parte, es interesante, tanbién, la oportuna simplificación del
excesivamente fragmentado sistema de la Retórica a Herenio. Pero, quizá lo más
novedoso, como ha quedado expuesto más arriba, sea la renuncia a esbozar una
verdadera definición de la alegoría, con el expreso reconocimiento de la imcompetencia
de la retórica para intentar tal empresa. Esta renuncia, con la apelación a la oscuridad
como elemento esencial de la alegoría, no permite ya seguir considerando a la alegoría
como una metáfora continuada. La exclusión de la definición de la alegoría de la
retórica, limitándose exclusivamente a sus rasgos operativos naturales en la elaboración
del discurso, permite apuntar un reconocimiento de la hyponoia como un proceder que
aun con una proyección evidente e irrenunciable en el campo de la retórica, permanece
en un plano ajeno a ésta.
Las obras de Demetrio y Longino tienen en común, además de haber sido
escritas en griego, el hecho de ser más que tratados de retórica, obras de estilo y crítica
literaria396.
El libro Sobre el estilo de Demetrio es de difícil ubicación cronológica. Se ha
propuesto un arco excesivamente amplio entre el siglo III a. C. y el siglo I d. C.397. Lo
que nos interesa aquí de la obra de Demetrio es el concepto de metáfora con relación a
la alegoría. Dice en Sobre el estilo que es necesario que las metáforas se hagan de lo
más grande a lo más pequeño: lo que sustituye debe ser mayor que lo sustituido porque
si no se cae en la trivialidad (Sobre el estilo, II, 84). Esta interesante apreciación sobre
la metáfora introduce, en primer lugar, una sensibilidad nueva a la hora de examinar el
tropo, basada no tanto en la búsqueda sin más de la analogía, como en la producción de
determinada efecto que podría considerarse estético, porque la metáfora de disminución,
esto es, aquella que el término que sustituye es menor que el sustituido, no es rechazada
por romper las normas que sobre la construcción de la metáfora se han dado desde
396
Cf. López Eire, 2002: 146 y 243.
397
García López se inclina por acortar el espacio de probable redacción de la obra entre los siglo I a. C y I
d. C. (Demetrio, 1996: 20).
181
Aristóteles sino por su trivialidad, un elemento que, con nueva sensibilidad, Demetrio
introduce en su obra.
Al ocuparse de la alegoría, Demetrio matiene las mismas preocupaciones e
intereses que había mostrado con la metáfora. De esta forma, la alegoría se convierte, en
otro rasgo de asombrosa modernidad, en un instrumento tanto de lo sublime como del
humor. Respecto al primero, al recordar una amenaza en forma alegórica de Dionisio398,
dice lo siguiente:
Ha usado la alegoría como un velo para sus palabras. Porque todo lo que se insinúa es
más terrible, pues uno empleará una cosa, el otro, otra, para interpretarlo, pero lo que es claro y
evidente es natural que no se le preste atención (...). Por eso los misterios son revelados en
forma alegórica, para causar estremecimiento y temor, como si estuvieran en la oscuridad y la
noche. En efecto, la alegoría también se parece a la oscuridad y la noche. Sin embargo, también
en esta figura se ha de evitar el abuso, para que nuestro lenguaje no se convierta en un enigma.
(Sobre el estilo, II, 99-102)
Varios son los puntos de interés que convierten a este texto en un documento
importante con relación al estudio de lo alegórico. En primer lugar, es necesario
destacar que Demetrio parece entrar en aquel terreno pantanoso en el que Quintiliano
había rehusado penetrar. Así, las barreras de la retórica parecen ceder cuando Demetrio,
tras explicar los resortes psicológicos y retóricos por los que la amenaza alegórica es
más terrible que la explícita, se introduce en el mundo del lenguaje oracular y
contagiándose de éste, termina diciendo que “la alegoría se parece a la oscuridad y la
noche”. ¿Es ésta la oscuridad que recordaba Quintiliano antes de vedarse a sí mismo la
posibilidad de seguir indagando sobre la naturaleza de la alegoría? En cualquier caso,
inmediatamente aparece el otro límite de la alegoría, el enigma como vestigio del
proceder mítico que impide la comunicación. La alegoría, como “el dios de Delfos”, ni
dice con claridad ni oculta con el enigma, sino que señala.
Demetrio considera que la expresión alegórica tiene una utilidad especial en el
desarrollo del “estilo vigoroso”. Ya hemos visto más arriba la explicación basada en la
398
“Las cigarras os cantarán desde la tierra.” (Sobre el estilo, II, 99). En el capítulo V, al hablar sobre el
“estilo vigoroso, Demetrio vuelve sobre este ejemplo y lo explica del siguiente modo: “Las expresiones
simbólicas poseen fuerza por su analogía con las formas concisas del lenguaje. A través de una breve
alocución se debe adivinar la mayor parte del significado, como a través de los símbolos. Así el dicho:
“las cigarras os cantarán desde la tierra”, es más enérgico expresado así alegóricamente que si hubiera
dicho simplemente: “Vuestros árboles serán cortado” (Sobre el estilo, V, 243).
182
alusión, dada a la expresión “las cigarras os cantarán desde la tierra”; Demetrio reclama
también para el estilo vigoroso la prosopopeya (V, 265-266), el énfasis, los elementos
alegóricos y la hipérbole, a veces combinados todos a la vez (V, 282-283). Sin embargo,
respecto del estilo figurado, Demetrio alerta de la necesidad de usarlo con “discrección
y buenas maneras” (V, 287), para evitar efectos cómicos o ridículos indeseados.
A continuación, Demetrio pasa a examinar detenidamente el estilo figurado en el
terreno político (V, 289-295). Al igual que ocurría con Isócrates y Aristóteles, Demetrio
también recomienda, haciendo gala de una enorme sutileza política, el uso del lenguaje
alegórico en el trato con los tiranos399. En este caso, la alegoría ya no reviste los tonos
terribles del lenguaje oracular, como habíamos visto anteriormente, sino que, por el
contrario, busca atenuar el efecto de la opinión y de la crítica al tirano o a la ciudad400:
“Usar reproches que no parezcan reproches”, aun cuando quede la duda de si se trata de
una burla o no, en un modo de hablar muy cercano a la ironía, aunque el propio
Demetrio aclara que no se trata de una ironía (V, 291).
El tratado Sobre lo sublime, de Lóngino es hoy una de las retóricas más célebres
de la antigüedad, pero ha tenido que esperar más de quince siglos401 para que haya sido
reconocido su valor entre las grandes obras del mundo antiguo. Mucho se ha discutido
sobre la fecha de su composición. Se han propuesto los siglo I y III d. C. aunque
últimamente ha cobrado más fuerza la hipótesis del siglo I como fecha más probable402
(Longino, 1996: 137).
399
Véase Eden, 1987: 84-85.
400
“Sin embargo, los puesblos grandes y poderosos, muchas veces, necesitan también como los tiranos de
estas formas de lenguaje. (...) El adular es vergonzoso y el censurar es peligroso; lo mejor es el término
medio, esto es, el “estilo figurado” (V, 294).
401
A pesar de haber sido descubierto en 1554 (López Eire, 2002: 147), fue en 1674, cuando se traduce al
francés por Boileau-Despréaux y cuando comienza a desplegar su poderosa influencia sobre lo que algún
tiempo más tarde se consolidaría como Estética –puede considerarse como punto de arranque la fecha de
1742, año de aparición de las Lecciones de Estética de Baumgarten-. Poco después, Burke, en 1757,
publicaría su Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello.
La reflexión sobre lo sublime ocupará muchas páginas en la obra de Kant, Hegel y Schelling, entre otros.
Dice Longino en un pasaje de su obra, quizá más antecedente de Hegel que de Kant: “Para el ímpetu de la
contemplación y el pensamiento humano no es suficiente el universo entero, sino que con harta frecuencia
nuestros pensamientos abandonan las fronteras del mundo que los rodea y, si uno pudiera mirar en
derredor la vida y ver cuán grande participación tiene en todo lo extraordinario, lo grande y lo bello,
sabría, en seguida, para qué hemos nacido. De aquí que nosotros, llevados de un instinto natural, no
admiramos por Zeus, los pequeños arroyos, aunque sean transparentes y útiles, sino el Nilo, el Danubio,
el Rin y, mucho más, el Océano (...) lo que es útil o también necesario está al alcance del hombre, pero lo
extraordinario es lo que goza siempre de su admiración.” (Sobre lo sublime, 35, 3-4).
402
López Eire se atreve a precisar que fue escrito en época de Augusto (López Eire, 2002: 147).
183
En esta cita encontramos varios datos de interés. En primer lugar, tal y como
anunciábamos en el capítulo VII, hay en este fragmento una idea del texto como tejido,
como una totalidad que va más allá de la indisoluble unidad de las partes de la retórica
que anunciara Cicerón. En esta ocasión, todas estas partes confluyen en la elaboración
de un cuerpo compacto en el que se despliega la fuerza de lo sublime, más allá de
fragmentos concretos. En segundo lugar, es interesante observar, como dice López Eire,
que Longino contempla el efecto de lo sublime desde un doble punto de vista, el del
emisor y el del receptor, que confluyen en lo que el llama “el momento oportuno”404. En
este momento se desencadena la fuerza de lo sublime, que Longino expone de la forma
más sublime posible: “pulveriza como el rayo todas las cosas” 405.
Es interesante que Longino, en su examen de la idea de lo sublime, se detenga en
el episodio de la Teomaquia de la Ilíada, esto es, en el primer pasaje poético, al menos
que haya llegado hasta nosotros, objeto de interpretación alegórica:
Todas estas cosas forman en verdad una imagen terrible, y si no es interpretada como
una alegoría, absolutamente impía y carente de justa medida. Pues, cuando Homero nos presenta
403
Longino, 1996: 142.
404
Cf. López Eire, 2002: 152.
405
En esta definición de los efectos de lo sublime es fácil reconocer el retorno de la influencia mágica en
el componente de apaté de la retórica, tal y como dice De Romilly, quizá con más fuerza que en las
corrientes retóricas asianistas de la segunda Sofística (Ward, 1988: 61).
184
las heridas de los dioses, sus discordias, sus vergüenzas, sus lágrimas, sus cautiverios y sus
pasiones de todo tipo, me parece que hace cuanto está en su poder para convertir a los hombres
de la guerra de Troya en dioses y a los dioses, en cambio, en hombres.
(Sobre lo sublime, 9, 7)
Lo sublime aparece en este pasaje por la desmesura de las imagenes406. Pero, por
lo que al estudio de la alegoría se refiere, es necesario subrayar que Longino renuncia a
ensayar cualquier tipo de lectura alegórica de carácter físico o moral. De este episodio
no parece poder desprenderse ninguna enseñanza de las que han ofrecido los alegoristas
desde Teágenes. Longino, en principio, está de acuerdo en la necesidad de interpretar la
Teomaquia como una alegoría para evitar la evidente impiedad del Canto I. Sin
embargo, en el momento de realizar la interpretación de estos versos, titubea y tan sólo
se atreve a decir que Homero parece querer convertir a los dioses en hombres y a éstos
en aquéllos, algo que en sí mismo puede resultar más impío que el propio texto
homérico407. Longino, en realidad, describe la alegoría y el efecto de lo sublime de un
pasaje que, efectivamente, “pulveriza todas las cosas”, pero, quizá por eso mismo, no
ofrece una interpretación del mismo.
406
Cf. Sobre lo sublime, 9, 6.
407
Además, luego añade, para hacer aún más compleja su lectura de Homero: “Sin embargo, para
nosotros, cuando somos desgraciados, como puerto de nuestros males sólo nos queda la muerte, pero los
dioses, tal y como los pintó él, son inmortales no por su naturaleza, sino por sus desgracias.” (Sobre lo
sublime, 9, 7).
185
408
Buffière es quizá demasiado estricto cuando sitúa la aparición de la alegoría mística con el
neoplatonismo pitagórico de Numenio en la segunda mitad del siglo II d. C. (Buffière, 1973: 394). En el
capítulo siguiente tendremos ocasión de examinar con detenimiento esta cuestión.
186
escribieron en estilo mítico. Por lo tanto, Homero, puesto que escribió en estilo mítico, era
también un filósofo que ocultaba sus enseñanzas bajo el velo del mito y del enigma.
(Tate, 1930: 1)
En efecto, todos estos vicios pueden ser achacables a las alegorías del pseudo-
Heráclito, pero también es preciso reconocer su valor por lo que tienen de ejemplo y por
lo que tienen de testimonio409. En primer lugar, la obra del pseudo-Heráclito es uno de
los ejemplos más completos del estado de la exégesis alegórica del siglo I d. C., antes de
la aparición de la alegoría mística neoplatónica y su proyección y desarrollo sobre los
métodos alegóricos judeo-cristianos de la escuela de Alejandría410. Como dice Pépin,
con el pseudo-Heráclito, la alegoría de origen estoico conoce su mayor esplendor y
amplitud. Después de esta cima decae (Pépin, 1958: 167). En segundo lugar, estas
alegorías son el testimonio más fidedigno en su época de la tendencia intrínseca del
método alegórico a la interpretación excesivamente pormenorizada de los textos hasta
incurrir en la puerilidad411.
La alegorías de Homero se abre con una defensa de la piedad de Homero frente
a las acusaciones, especialmente platónicas, de inmoralidad, derivadas de la
interpretación literal de sus poemas. Su defensa de Homero resulta más virulenta que la
de los primeros estoicos412, incluso en el campo en el que resultaba más doloroso para
sus detractores, Platón a la cabeza: el terreno de la paideia:
Ya desde su más temprana edad, los niños que hacen sus primeros estudios son
alimentados con las enseñanzas de Homero, y amamantados con sus palabras, como si
absorbiéramos la leche de sus versos. (...) En la edad madura está presente con todo su vigor, y
nunca hasta la vejez nos produce el menor hastío. (...) Casi puede afirmarse que el trato con
Homero no termina hasta que la vida toca a su fin.
(Heráclito, 1, 5-7)
409
Decimos “ejemplo” y “testimonio” en el sentido que le otorga a estos términos la Retórica a Herenio:
si el ejemplo demuestra la naturaleza de lo que decimos, el testimonio confirma su verdad (Retórica a
Herenio, IV, 3, 5).
410
Cf. Pépin, 1987.
411
“Les commentateurs des mythes homériques, une fois admis le sens général du mythe en justifiant
chaque détail en recourant aux fantaisies de la symbolique. Et c´est là, souvent, que leur exégèse devient
puérile. (...) Les chasseurs d´allégories ne se satisfont point d´une explication générale. Ils veulent des
ressemblances dans le détail et recherchent minutieusement toutes les analogies.” (Buffière, 1973: 54).
412
Véanse las matizaciones a esta cuestión en Tate, 1930: 1. En el pseudo Heráclito, el fervor por Homero
resulta a veces casi febril.
187
413
Cf. Detienne, 2001.
414
“¿Quién ante estos testimonios, se atreve a llamar impío a Homero? (...) Si hay hombres que, faltos de
inteligencia, no comprenden el lenguaje alegórico de Homero (...) que estos hombres desaparezcan de
nuestra vista. Y nosotros, que hemos siddo purificados, tras haber hecho las sagradas abluciones, sigamos
las huellas de la augusta verdad bajo las directrices de los dos poemas” (Alegorías de Homero, 3, 2-3).
Queda patente en esta cita el tono pretencioso, casi oracular, que tanto molestaba a Buffière.
415
El propio Teágenes había identificado a Apolo con el fuego, en su alegoría física de la Teomaquia.
416
En este sentido, Cleantes identifica a Apolo con el sol, pero a partir del sobrenombre Loxias, el
“torcido”, porque el sol se desplaza siguiendo una trayectoria espiral. La explicación de Crisipo resulta
mucho más forzada. Véase Pépin, 1958: 128-129.
417
Esquilo, recuerda Buffière, ya relaciona a Apolo con el sol en Los siete contra Tebas y en Suplicantes
(Buffière, 1973: 190). En nuestro capítulo I hemos visto la opinión de Guthrie al respecto de la
identificación de Dionisio y de Apolo con el sol, en el ámbito de los cultos órficos.
189
418
Por el contrario, la escuela de Anaxágoras identificaba la peste con un exceso de bilis y a Apolo con la
bilis (cf. Heráclito, 1989: 46, n. 52). Es curioso porque lo que une ambas interpretaciones de Apolo, la de
los discípulos de Anaxágoras y la de los estoicos, es la relación indirecta con la peste.
190
Pues, si hubiera lanzado sus flechas llevado de la cólera, necesariamente se tenía que
haber colocado, al disparar, cerca de las personas objeto de su blanco. Pero, como Homero se
expresa en términos alegóricos, supone, con toda verosimilitud, que es el sol el que lanza desde
lejos sus pestíferos rayos.
(Heráclito, 13, 5)
Incluso en estos relatos míticos, si se lee, no de pasada, sino con rigor cada cosa que se
dice, se mostrará que contienen toda ciencia racional y arte y que han procurado numerosos
puntos de partida (...) no sólo para poetas sino también para los prosistas, historiadores y
filósofos.
(Sobre la vida y poesía de Homero, II, 6)
419
Buffière ha datado esta obra aproximadamente en la segunda mitad del siglo II d. C. ya que en ella
apenas se contempla la exégesis mística (Buffière, 1973: 77). Esto no obstante, como veremos
seguidamente, la presencia de las teorías neopitagóricas tienen una aparición destacada en la obra.
420
Ilíada, XXIV, 29-30.
192
espúreos los versos antes citados.” (Sobre la vida y poesía de Homero, I, 6). Nos parece
sorprendente esta decisión del pseudo-Plutarco, porque, en primer lugar, parece
reconocer un límite religioso a la interpretación alegórica, y, en segundo lugar, porque
aplica esta limitación a un pasaje que no había llamado tanto la atención de los críticos
de Homero, como la Teomaquia o en ataque de Apolo al campamento aqueo.
A continuación, el pseudo-Plutarco enuncia los temas generales de los poemas
homéricos: la Ilíada es un poema que canta el valor físico y la Odisea la nobleza de
ánimo421. Después, antes de detenerse en el estudio de la alegoría homérica, el autor
pasa a examinar desde el punto de vista retórico el estilo de Homero. Así, considera que
“el discurso artístico gusta de apartarse de lo habitual, de donde resulta más agradable,
más brillante, más grave, y, en general, más agradable, y al apartamiento de las
dicciones se le denomina tropo, mientras que el de construcción se denomina figura”422.
Seguidamente, estudia la presencia de tropos y figuras en los poemas homéricos,
en atención a la belleza y utilidad de los mismos con relación a los asuntos tratados423.
En este contexto, el pseudo-Plutarco analiza la ironía424 y la alegoría, “que muesta una
cosa a través de otra”y de la que en este fragmento sólo añade un ejemplo de la Odisea
y cita, como mecanismo retórico de construcción de la misma, además del que
comprende su propia definición, la hipérbole425.
Sin embargo, pese a la pobreza de este examen retórico de la alegoría homérica,
sobre todo en comparación con la complejidad del tratamiento dado por autores ya
estudiados anteriormente, el pseudo Plutarco regresa sobre esta cuestión más adelante.
En efecto, cuando tras haber analizado el uso de las comparaciones en la poesía de
Homero y haber vuelto sobre la cuestión de la infalibilidad del conocimiento homérico,
se detiene en la explicación de las causas del estilo alusivo del poeta:
Y si expone sus pensamientos por medio de enigmas o mitos, no nos debe extrañar. La
causa de ello es poética y además el hábito de los antiguos, con la intención de que los amantes
421
Op. cit, II, 4. El pseudo-Plutarco, en su lectura moral de la Odisea no hace sino seguir una tradición ya
vieja en el momento que él escribe su obra, pues, como hemos visto, arranca de la nueva valorización de
Ulises por los cínicos.
422
Ib., II, 56.
423
Ib., II, 27 y ss.
424
Respecto a la ironía, ésta es definida como “expresión que, a través de su opuesto dicho con una cierta
hipocresía, manifiesta lo opuesto a lo que se dice”; reconoce, además, otras dos modalidades: cuando
alguien habla de sí humildemente para dar lugar a la opinión contraria; cuando alguien finge ensalzar a
una persona y en realidad se la reprueba; y el sarcasmo, cuando alguien mediante lo opuesto injuria a una
persona con finjida sonrisa (ib., II, 68-69).
425
Ib., II, 70-71.
193
del saber con un cierto gusto artístico, cautivas sus almas, con mayor facilidad busquen y
descubran la verdad, y en cambio los ignorantes no menosprecien aquello que no pueden
entender. Pues el sentido subyacente es seductor, mientras que lo que se expresa abiertamente
resulta vulgar.
(Sobre la vida y poesía de Homero: II, 92)
Varios son los aspectos que convienen destacar de este párrafo. En primer lugar,
la defensa, ya conocida de la hyponoia, como un saber reservado a unos pocos, cuya
propia formulación enigmática lo defiende de los ignorantes; en segundo lugar, la
vinculación de la hyponoia a la poesía y, además, al gusto de los antiguos; en tercer
lugar, resulta de interés el comentario acerca del efecto de la hyponoia en los oyentes o
lectores: la hyponoia cautiva las almas, lo que aproxima al pseudo-Plutarco a la
dimensión mágica de la retórica, previa al neoplatonismo, que hemos mencionado en
capítulos anteriores426.
De esta forma, el autor va repasando las distintas dimensiones propias del
discurso teorético, desde la naturaleza de los seres, de las cosas divinas y humanas, las
virtudes y los vicios en el plano ético y el método lógico de indagación de la verdad,
aglutinadas en las tres partes de la filosofía, la física, la ética y la dialéctica, y encuentra
que el origen de todos los conocimientos filosóficos posteriores se encuentra ya en
Homero427. Por eso, el pseudo-Plutarco reconoce varios tipos de alegoría, la física, la
psíquica y la moral. Pero, además, ofrece otra nueva lectura alegórica de Homero, una
alegoría de carácter teológico, de clara procedencia pitagórica, y que adelanta lo que
será el gran desarrollo de la alegoría mística neoplatónica:
426
Cf. Ward, 1988: 61.
427
Ib., II, 92 y ss.
194
encierra el siguiente enigma, que las almas de los hombres insensatos pasan a cuerpos
de bestias, porque caen en el movimiento circular del Todo, al que llama Circe, y la supone con
cierta razón, hija del sol (...). Pero el hombre sabio, el propio Ulises, no sufrió semejante
transformación, porque había recibido de Hermes la razón, la impasibilidad. Él mismo
desciende al Hades, es decir, separación del alma del cuerpo, y se convierte en observador de
almas tanto buenas como malas.430
428
Ib., II, 119.
429
Ib., II, 122-123.
430
Ib., II, 126. Véase al respecto, Lamberton, 1986: 40 y ss.
431
Plutarco nace en torno a 46 d. C. y muere poco después de 120 d. C.
432
Como indican estos autores en su prólogo, Plutarco hace gala de un platonismo moderado que,
atendiendo sobre todo a la educación moral, no llega, sin embargo a la expulsión de los poetas de la
ciudad ni siquiera del sistema educativo sino que se esfuerza en mostrar a los jóvenes cómo deben leer la
poesía para que ésta pueda desplegar su valor didáctico (op. cit., p. 19).
195
anteriores433, sino que en el autor de Queronea puede apreciarse con nitidez las
diferencias que, a propósito de Antístenes, establecía Tate entre la alegoría moral y la
lectura moral –o más bien moralizante- de un poema.
“Cómo debe el joven escuchar la poesía” comienza, por lo tanto, advirtiendo de
los peligros de la poesía: “En la poesía hay mucho agradable y que es alimento del alma
del joven, pero no en menor medida hay algo perturbador y vacilante, si su audición no
tiene un buen entrenamiento.”434. Sin embargo, pese a estas amenazas, la lectura de la
poesía es poco menos que ineludible para el que se inicia en la filosofía: “Los que van a
dedicarse a la filosofía no deben huir de la poesía, sino que deben empezar a filosofoar
en la poesía, aconstumbrándose a buscar y amar lo útil en el placer”435.
Una vez establecidos estos presupuestos, Plutarco enuncia lo que será la
preocupación esencial de su discurso: los poemas contienen enseñanzas morales tanto
en sus opiniones como en sus acciones. Sim embargo, reconoce que ésta es en ocasiones
difícil de determinar:
En Homero tal clase de enseñanza se silencia, pero tiene una consideración útil a
propósito de los mitos especialmente desacreditados, a los que algunos fuerzan y retuercen con
los llamados antes significados profundos y ahora alegorías, diciendo, por ejemplo, que el Sol
denuncia el adulterio de Afrodita con Ares (...) como si el propio poeta no diera las soluciones.
(“Como debe el joven escuchar la poesía”, 4, 19E)
En este fragmento puede verse el rechazo del alegorismo estoico por parte de
Plutarco, luego desarrollado abundantemente por medio de ejemplos concretos.
Además, aunque reconoce que algunos poetas, como Homero, no hacen explícitas sus
enseñanzas morales, considera que éstas pueden extraerse de otras partes de sus obras, a
veces próximas: “Por tanto, cuando ellos [los poetas], al colocar los pasajes unos cerca
de otros, forman las contraposiciones, conviene aprobar el mejor”436; a veces un tanto
alejadas: “Pero cuantas cosas se dicen de forma anormal y no encuentran una solución
433
En contra de lo que decimos, Pépin afirma que “il tient pour plus naturelle l´allégorie morale, et cette
peu édifiante mythologie illustre pour lui les méfaits de la vie dissolue ou les mécomptes d´une séduction
trop artificieuse” (Pépin, 1958: 181). Sin embargo, creemos que en la interpretación moral de Plutarco
nunca llega a darse el paso de la sustitución de los personajes y acciones por abstracciones éticas.
434
Ib., I, 15B.
435
Ib., I, 15F.
436
Ib., 4, 20C.
196
rápida, conviene que las refutemos con otros pasajes con la opinión contraria”437; y, por
último, “si los autores mismos no dan las soluciones a los casos expresados de forma
extraña, no es menos hábil inclinar al joven hacia la mejor, oponiendo, como en una
balanza, las declaraciones de otros hombres famosos”438.
Para Plutarco, los pasajes inmorales son introducidos por los poetas como
broma, para causar asombro o para imitar el carácter de las personas, o bien para extraer
de ellos una enseñanza moral439.
De este modo, Plutarco adopta frente a las contradicciones de los poetas, una
actitud opuesta a la de los alegoristas440. Si para éstos, la contradicción era una señal de
que el pasaje en cuestión contenía un mensaje oculto que debía ser interpretado
alegóricamente441, para Plutarco, la contradicción entre dos opiniones contrarias debe
servir al joven para elegir la mejor, descartando el pasaje que resulte inmoral442.
Más interesante, por lo que a este trabajo se refiere, nos parece su obra sobre la
religión egipcia, “Isis y Osiris”. En ella, Plutarco aborda con claridad algunos de los
métodos alegóricos más conocidos y no sólo los aplica al mito egipcio sino que
finalmente los rebate, en beneficio de una lectura ontológica que, por una parte se
distancia de la alegoría estoica -aunque se sirve de algunos de sus instrumentos más
reconocibles como el método etimológico-; y, por otra, desde los elementos platónicos y
pitagóricos con los que juega y con el propósito precisamente de adaptar estos mitos a
los principios de la teología platónica443, puede considerarse como un precedente de la
alegoría mística neoplatónica444.
437
Ib., 4, 20D. Este es, para Plutarco, el caso de la Teomaquia, que debe ser interpretado a tenor de lo
dicho en Ilíada, XXIV, 525: “(...) los dioses dispusieron para los desgraciados mortales / vivir afligidos;
pero ellos desconocen las cuitas.”
438
Ib., 4, 21D. No hay que olvidar que para Plutarco, los poetas son fundamentalmente fabuladores y que
sus composiciones están llenas de errores y fantasías (Buffière, 1973: 252).
439
Así ocurre en su interpretación del adulterio de Afrodita con Ares, otro de los pasajes más recurrentes
en la exégesis alegórica. Plutarco dice que Homero “añade una especie de veredicto particular sobre los
hechos o dichos, haciendo que los dioses digan en el adulterio de Ares: “No prosperan las malas obras
(...)”. Además, dice que Homero pretende, en este caso, enseñar que “una música mala, canciones
perversas y cuentos que relatan historias depravadas crean costumbres licenciosas, vidas cobardes y
hombres amantes del lujo, la molicie y las intimidades con las mujeres” (Ib., 4, 19D-20A).
440
Ramos Jurado habla del carácter mesurado del alegorismo de Plutarco frente a los alegoristas
homéricos (cf. Ramos Jurado, 1990: 125-126).
441
Recordemos, a estos efectos, la interpretación del “escudo” de Aquiles realizada por Crates de Malos,
supra. capítulo VIII.
442
En la valoración moral de la poesía por parte de Plutarco hay un fuerte componente retórico tal y como
señalara C. S. Balwin en su momento (cf. Baldwin, 1924: 342).
443
Cf. Plutarco, 1995: 26.
444
De este modo, Francisca Pordomingo y José Antonio Fernández afirman en el prólogo que “sí está
extensamente desarrollada la exégesis mística, de inspiración platónica”. Estos autores consideran que la
exégesis mística es aquella “que ve en los mitos y los dioses símbolos de las realidades espirituales más
197
Parece evidente que Plutarco nos quiere llevar a una idea de lo enigmático
diferente de la expuesta en “Cómo los jóvenes deben escuchar la poesía”. Allí veíamos
cómo la enseñanza moral de los poemas se encontraba a veces oculta bajo las fantasías
y falsedades de los poetas. La impiedad de los relatos poéticos obedecía, en muchas
ocasiones, al error, a la imitación, a la broma o al deseo de asombrar. Todo esto no tiene
cabida en el contexto mítico; el sentido religioso de Plutarco le lleva a establecer una
distancia que no cabe soslayar entre la oscuridad de la poesía y la oscuridad del mito.
La diferencia entre la actitud que el intérprete debe adoptar frente a la poesía y
frente al misterio de índole religiosa es también uno de los asuntos discutidos en su
diálogo “Los oráculos de la Pitia” (Plutarco, 1995: 277-342). En efecto, en este diálogo
se plantea el problema de la inspiración oracular y se pregunta cómo es posible que los
versos de la Pitia sean defectuosos e inferiores a los de los poetas si están inspirados por
altas” (op. cit., p. 29). También Buffière considera a Plutarco un precedente de la alegoría mística
(Buffière, 1973: 394).
445
Esta distinción recuerda vivamente la que más de un siglo después, en el ámbito de la filosofía
neoplatónica, realizará Proclo entre sintema y símbolo, como se verá en el capítulo siguiente.
446
supra. capítulo I.
198
la divinidad. A esta cuestión responde Plutarco diciendo lo siguiente: “No creamos que
los ha compuesto el dios, sino que él proporciona el principio del impulso y cada una de
las profetisas procede según su talento natural (...). Él inspira solamente las visiones e
infunde luz en el alma respecto del futuro; pues eso es más o menos la inspiración.”447.
Como recuerda Bernabé, Plutarco reprocha a los que preferían la forma enigmática de
los oráculos antiguos que “es completamente infantil y estúpido añorar los acertijos, las
alegorías y las metáforas que son el reflejo de la mántica frente a lo mortal y lo
imaginativo” (Bernabé, 1999: 194). Además, en este mismo diálogo, Plutarco justifica
la oscuridad de los antiguos oráculos con una advertencia constantemente frecuentada
por los alegoristas:
Había, naturalmente, cosas que [convenía que] los tiranos [que acudían a consultar al
oráculo] desconocieran y de las que los enemigos no se dieran cuenta antes. A éstas, pues, las
rodeó de insinuaciones e incertidumbres, que, al mismo tiempo que ocultaban a los otros la
explicación, a ellos mismos no se les escapaban ni engañaban a los que la reclamaban y estaban
atentos. De ahí que sea sumamente necio aquel que, una vez que las circunstancias se han hecho
diferentes, si el dios cree que ya no debe ayudarnos del mismo modo sino de otro, se queja y lo
denuncia.
(Los oráculos de la Pitia, 26, 407E)
Plutarco no puede ser más claro en este párrafo: al mismo tiempo que justifica y
define el proceder de la alegoría oracular448, da por cerrada su historia y la sentencia
como un procedimiento del pasado.
Por lo tanto, las explicaciones para evitar la aparente impiedad del relato deben
servirse de otros métodos diferentes a los expuestos respecto a la poesía. Pero, a pesar
de esto, Plutarco no puede evitar la apelación a la hyponoia cuando se propone
desentrañar la verdad oculta en el relato de Isis y Osiris449.
447
Op. cit., 397B-C.
448
Sobre este párrafo, dice Pépin: “Ce privilège de dissimuler la vérité aux indignes pour ne la livrer qu´à
ceux qui y ont droit, a été de tout temps tenu pour le bénéfice le plus précieux de l´allégorie, (...) ce qui
suffirait à nous justifier d´avoir invoqué au profit de l´élucidation de l´allégorie homérique ces réflexions
de Plutarque sur l´évolution de la mantique apollienne” (Pépin, 1958: 180).
449
La bellísima comparación con los templos egipcios ya había sido utilizada en esta misma obra y con
relación asimismo a lo enigmático al hablar de la colocación de las esfinges a la entrada de los templos
(ib., 9, 354C). Esta misma alegoría aparece también en la Stromata V de Clemente de Alejandría
(Clemente de Alejandría, 1981: 77). Sobre la aparición de lo enigmático en forma iconográfica, y la
interpretación que de ésta hace Plutarco, véase Bernabé, 1999: 195.
199
Varias son las posibilidades interpretativas que Plutarco ofrece para afrontar la
exégesis de “Isis y Osiris”. Como se expone en el prólogo, cinco son los métodos que
sucesivamente presenta Plutarco: el realista o evemerista, el demonológico, el físico o
alegórico, el dualista y el dualista platonizante450. De entre éstos, examinaremos los
métodos alegóricos o más cercanos a la alegoría y su contundente refutación.
Plutarco realiza en primer lugar una interpretación realista del mito, para, una
vez hecha, -y esto que será también su proceder en los demás casos de posibilidad
interpretativa, es lo más interesante de “Isis y Osiris”, por lo que a nuestro tema se
refiere-, descartarla. Plutarco ataca expresamente el evemerismo, acusando a Evémero
de haber creado una mitología increíble e irreal que degrada al nivel humano lo divino,
causante de la propagación del ateísmo por el mundo451. Plutarco alega los casos de
grandes reyes del pasado –así Semíramis, Sesostris, Manes, Ciro y Alejandro- que
siguen siendo celebrados como tales, y, por el contrario, afirma que “si algunos (...)
aceptaron el nombre de dioses y construcciones de templos, su gloria floreció por poco
tiempo (...). Nada tienen sino sus tumbas y sepulcros”452.
Plutarco, y con esto se adentra en otro tipo de interpretación, considera que tanto
Isis como Osiris y Tifón son démones, es decir, seres que, de conformidad a las
doctrinas de Platón, Pitágoras y Crisipo, no tienen el elemento divino puro y sin mezcla,
sino que participan de la naturaleza del alma y de la capacidad sensitiva del cuerpo453.
Pero, es evidente que esta explicación no aclara los pasajes terribles e impíos del mito.
Por eso, Plutarco debe tantear otras posibilidades para completar su interpretación. Es
en este contexto en el que Plutarco enuncia dos posibilidades de alegoría física: una
primera, inmediata, de carácter geográfico en el que Isis se identifica con la tierra,
Osiris con el Nilo y Tifón con el mar; y otra, propiamente física, en la que, al modo
estoico, identifica a Osiris con la humedad y a Tifón con la sequedad454. Se trata de una
alegoría de carácter cosmológico455. Esta interpretación alegórica es descartada más
adelante dentro de una crítica más amplia a este tipo de exégesis, después de haber
ensayado la posibilidad de lo que podríamos llamar alegoría ontológica. En efecto,
Plutarco vuelve sobre la alegoría física y afirma lo siguiente:
450
Cf. Plutarco, 1995: 26 ss.
451
Ib., 23, 360A.
452
Ib., 24, 360C.
453
Ib., 25,360D.
454
Ib., 33, 364A y ss.
455
Cf. Pépin, 1958: 182-183.
200
Por decirlo en pocas palabras, no es correcto creer que el agua, el sol, la tierra o el cielo
sean Osiris o Isis, ni a su vez que Tifón sea el fuego, la sequedad o el mar, sino que,
simplemente, si atribuyéramos a Tifón cuanto hay en éstos de desmesurado y desordenado, por
exceso o defecto, y si veneráramos y honráramos lo ordenado, bueno y útil como obra de Isis e
imagen, representación y razón de Osiris, no nos equivocaríamos.456
(“Isis y Osiris”, 64, 376F-377A)
Plutarco, desde sus posiciones platonizantes, deja bien claro que toda
interpretación que pase por negar la existencia trascendente de estos dioses o démones,
debe ser rechazada457. Y al mismo tiempo, en este fragmento, se ofrece la solución que
da a los problemas morales que el sentido literal de mito planteaba.
Nosotros hemos llamado a esta interpretación, ontológica, los autores de la
edición que manejamos, como advertíamos más arriba, apuntan su carácter místico
precedente del neoplatonismo en consonancia con las tesis de Buffière, entre otros. Esto
es cierto: es innegable el componente pitagórico y neoplatónico en estas tesis, pero
creemos más oportuno llamar a esta exégesis ontológica, o incluso teológica, y no
mística.
No se trata, por tanto, de negar su parentesco con la exégesis neoplatónica sino
de destacar lo que las diferencia. En efecto, como veremos en el capítulo siguiente, la
alegoría neoplatónica comparte bastantes aspectos con esta exégesis de Plutarco, pero
también pueden verse diferencias esenciales. En concreto, pensamos que un elemento
fundamental de la exégesis mística, entre otros aspectos igualmente significativos, como
es la descripción de la “vida del alma” y sus circunstancias entre los diversos planos de
lo real está ausente o muy poco desarrollado en la exégesis de Plutarco, que prefiere
centrarse en el análisis de las realidades suprasensibles fundamentales. Por eso la hemos
llamado ontológica458.
456
Con este mismo razonamiento, Plutarco descarta otras interpretaciones metonímicas, como las que
relacionan a estos dioses y sus diversas vicisitudes con los cambios estacionales y las tareas agrícolas (ib.,
65, 377B y ss.).
457
A nuestro juicio, éste es el elemento decisivo que mueve a Plutarco a descartar la alegoría física como
método interpretativo en estos pasajes de carácter religioso. El comentario que hace Bernabé respecto al
uso de la exégesis alegórica física en “Isis y Osiris” es algo confuso al respecto, pues, aunque alude a este
párrafo 376E, no aclara que Plutarco rechaza esta interpretación, aunque la ensaye, como muestra de
exégesis alegórica en algún caso de la misma obra –tal y como hemos indicado- (cf. Bernabé, 1999: 193).
458
Hay, como se verá en el capítulo siguiente, un salto cualitativo de suma importancia entre esta alegoría
ontológica y la alegoría mística, de decidida naturaleza teológica, de Proclo. No obstante, para el estudio
de esta cuestión en Plutarco, véase Pérez Jiménez, A., y Casadesús Bordoy, F. (eds.), (2001), Estudios
sobre Plutarco: Misticismo y religiones histéricas en la obra de Plutarco, Madrid, Estudios clásicos.
201
459
Ib., 56, 373E.
460
Ib., 68, 378A.
202
203
La intensa crisis del siglo III d. C. que sacudió las estructuras económicas,
sociales, religiosas y culturales del mundo romano, especialmente en el Mediterráneo
oriental, fue el escenario histórico en el que tuvo lugar la particular revisión del
pensamiento platónico conocida como neoplatonismo. Este movimiento a caballo entre
la filosofía y el culto religioso461 se extenderá durante el periodo posterior conocido
como “Antigüedad tardía”462 por todo el Mediterráneo, ejerciendo su influencia sobre el
primer pensamiento cristiano y los últimos pensadores paganos.
Asimismo resulta necesario hacer una breve referencia en este capítulo a sus
precedentes en el neopitagorismo y en el platonismo medio463 a lo largo de los dos
primeros siglos de la Era Cristiana464. Algunos poetas y pensadores de los siglos I y II,
además de los examinados en el capítulo precedente, son de enorme relevancia en la
historia de la alegoría. Máximo de Tiro y Numenio por una parte, Filón de Alejandría,
461
Para Breton, el neoplatonismo es una reacción del “paganismo ilustrado” contra el poder sectario del
monoteísmo judeo-cristiano (Breton, 1981: 309). Aunque en la obra de Plotino no se menciona nunca el
cristianismo y tan sólo puede hallarse una vaga alusión en la Enéada VI. 8, Porfirio –que sí mantuvo una
abierta pugna con el cristianismo-, en el capítulo 16 de su Vida de Plotino, dice que tanto él como sus
discípulos se dedicaron a combatir algunas sectas con conexiones con el cristianismo como la de los
gnósticos (Rist, 1996: 394). En sentido contrario, véase Campillo, 1990: 26-27.
462
La “Antigüedad tardía” comprende el periodo que se extiende entre los años 395 y 600 de nuestra era.
Sobre esta acotación y el sentido de esta denominación frente a otras como “Bajo Imperio”, véase
Cameron, 1998: 21-25.
463
En ambos movimientos se produce un interés desbordado por lo trascendente y el misticismo; en los
dos se realza y se supera a través de la teúrgia, la vertiente teológica de la filosofía. La mística aflora en
esta época, en opinión de Festugière, para dar respuesta a la angustia del hombre del mundo helenístico
que se siente perdido en un espacio político y cultural que le sobrepasa. La mística pagana de este periodo
conoce dos ramificaciones en cierto modo contrapuestas: una, teórica, en la que el hombre puede
redimirse por sí mismo; y otra, hierática en la que el hombre, incapaz de salvarse por sí solo, necesita de
la revelación y de la gracia divinas (Festugière, 1967: 25-27). En el neopitagorismo la filosofía es
considerada como revelación divina; tanto en uno como en otro, las cuestiones éticas se reinterpretan en
clave religiosa de sentido místico, lo que, como veremos, será determinante en la relectura de la alegoría
moral desde el punto de vista de la alegoría mística. A estos movimientos hay que unir, en cuanto
precedente del neoplatonismo plotiniano, el hermetismo, de enorme presencia en el Renacimiento gracias
a Marsilio Ficino, y los llamados Oráculos caldeos, textos visionarios en hexámetros, cercanos al
pensamiento de Numenio (cf. Acosta, 2000: 1116-1118). Respecto a los textos herméticos, atribuidos
desde Tertuliano hasta el Renacimiento, a Hermes Trimegisto, considerado un profeta pagano heredero de
una antigua sabiduría egipcia, Festugière distingue dos clases de libros: unos datados en torno al siglo III
a. C, dedicados a la astrología, la alquimia y la magia, que constituyen un corpus de hermetismo
considerado popular; y un segundo conjunto de textos, de un hermetismo más “ilustrado”, que constituye
el corpus hermeticum de finales del siglo II y del siglo III d. C. (cf. Festugière, 1967: 30-33). Éste último
influyó pronto en el cristinianismo y, más tarde en el Islam. Para una exposición sumaria de su doctrina,
cf. Antón Pacheco, 2003: 23-27.
464
Para la evolución del platonismo al neoplatonismo, véase Merlan, 1975.
204
el apostol Pablo, Clemente de Alejandría y, entre el siglo II y el siglo III, Orígenes, son
esenciales para comprender el paso de la alegoría antigua a la exégesis alegórica
medieval.
Prescindiendo un tanto del criterio cronológico, postergaremos el estudio de los
autores judeo-cristianos para capítulos ulteriores y nos ocuparemos en el presente a
examinar el decisivo enfoque que el neoplatonismo pagano y sus precedentes
inmediatos confieren a la alegoría.
En la segunda mitad del siglo II d. C, Máximo de Tiro, partiendo de un
platonismo ecléctico cercano a Plutarco (Pépin, 1958: 189), defiende las ventajas de la
expresión mítica en cuatro ámbitos: en el terreno religioso, el mito garantiza la reserva y
modestia del entendimiento, al evitar la certidumbre; en segundo lugar, confiere a la
verdad solemnidad y prestigio; en tercer lugar, estimula la búsqueda intelectual, al
ocultar su objeto. De este modo, el encuentro de la verdad se hace merecer con el
esfuerzo; por último, Máximo de Tiro discute que la formulación directa de las verdades
a las que se refiere el mito estimule un progreso en el conocimiento de las mismas. Para
éste, la transcripción de las verdades del mito es meramente indiscreta, sin que
represente ninguna aportación decisiva al conocimiento de éstas465. La identificación
entre poesía y filosofía que postula Máximo de Tiro es, en opinión de Tate, uno de los
pilares de la exégesis alegórica de la escuela neoplatónica, a la que atribuye los rasgos
de las exégesis intrínseca, histórica y artificial (Tate, 1934: 111-112).
En cuanto a Numenio, tal vez su principal contribución al posterior desarrollo
del neoplatonismo, especialmente en lo que se refiere a la alegoría, sea la reconciliación
de Homero con Platón (Lamberton, 1986: 66)466. Dos son las aproximaciones de
Numenio a los poemas homéricos. Por una parte, Numenio hace revisiones irónicas,
pastiches, de Homero para exponer las disputas de la Academia; por otra, realiza
interpretaciones alegóricas de la poesía homérica como revelación de la verdad, la
misma verdad que adopta diversas apariencias en el pensamiento de Pitágoras y Platón,
y, de forma más tosca, en otras fuentes no helénicas467.
465
Op. cit., p. 189.
466
Apenas 60 fragmentos quedan de la obra de Numenio (cf. Numenio de Apamea, 1991); su
contribución a la historia de la alegoría ha quedado recogida en El antro de las ninfas de Porfirio, quien
lo reconoce como fuente principal.
467
Numenio introduce elementos del Antiguo Testamento interpretados alegóricamente: “(...) Numenio el
pitagórico, quien al tratar en el primer libro de Sobre el Bien, de los pueblos que conciben a Dios
incorpóreo, coloca también entre ellos a los judíos, sin haber vacilado tampoco en hacer uso en su libro de
palabras de profetas y de haberlas interpretado figuradamente” (Numenio de Apamea, 1991: 232, fr. 1b).
En otro fragmento dirá “¿Qué, pues, es Platón, sino un Moisés que habla la lengua ática?” (op. cit., fr. 8,
205
p. 242). Lamberton dice que es posible que llegara a leer a Filón, aunque sobre esta cuestión no puede
establecerse ningún tipo de certeza (Lamberton, 1986: 62, 75).
468
Este acercamiento de las doctrinas pitagóricas a los textos homéricos permiten extrañas relecturas de
los mitos que tendrán fortuna en la cierta teología cristiana y que llegarán hasta la poesía de San Juan de
la Cruz. Tal es el caso de la intepretación que el neopitagorismo hace de las sirenas. Para la vieja alegória
moral las sirenas también eran susceptibles de lecturas contradictorias. Así, tanto podían ser pérfidas
como representar la noble atracción de la poesía y el conocimiento. Para los pitagóricos las sirenas
representan la música de las esferas que atrae a las almas errantes. De este modo, las sirenas hacen olvidar
las cosas mortales y liberan al alma de la materia. Plutarco conoce esta interpretación y también Filón de
Alejandría que aplica este simbolismo a Abraham y el sacrificio de Isaac, aunque ya antes Cicerón había
hecho referencia a la música celeste de las sirenas en El sueño de Escipión (Buffière, 1973: 473-481).
206
La interpretación que Numenio realiza del mito de la Atlántida del Timeo resulta
reveladora de este proceso de asimilación. Para el neopitagórico, la lucha entre Atenas y
la Atlántida es la expresión alegórica de un duelo entre almas. Numenio hace algo más
que una interpretación alegórica de este pasaje, puesto que, como dice Lamberton469,
interpreta el mito de Platón como si participase de la misma naturaleza de los mitos
homéricos o incluso de otras religiones. Pero la unificación de naturaleza entre unas y
otras obras, tan dispares, tal vez no habría sido posible sin el mecanismo sintético de la
alegoría. Así, al igual que los estoicos utilizaron la alegoría como un instrumento de
síntesis de doctrinas diversas, con el objeto de dar cuerpo doctrinal completo a un
pensamiento en principio limitado a las cuestiones morales, Numenio se sirve de la
interpretación alegórica para aproximar la poesía de Homero y la filosofía platónica,
entre otras fuentes, en el terreno común de las aspiraciones místicas a una verdad
revelada de muy distintos modos.
Sin embargo, Numenio esboza, por otra parte, la ruptura de la cadena de las
analogías que servía de base a la teoría de la alegoría. Con ello, se adelanta en algunos
aspectos a la teología negativa de Proclo y de algunos pensadores cristianos470, y con
ello apunta el debate acerca del símbolo, como figura de naturaleza contraria a la
alegoría, en los términos que iremos señalando en este capítulo:
Nos es posible extraer los significados de los cuerpos a través de sus semejantes, así
como de los indicios de los objetos que están en nuestra presencia. Al Bien, en cambio, no hay
medio alguno de comprenderlo, ni a partir de algún objeto presente ni de ningún ser perceptible
semejante. Habrá pues que actuar en sentido contrario. Igual que una persona que, instalada
sobre un mirador, otea con agudeza y de un solo golpe de vista, ve una barca de un pescador
solitario, sola aislada, llevada por las olas, del mismo modo es necesario que uno, apartándose
bien lejos de lo sensible, dialogue solo con el Bien solo; allí no hay hombre ni ningún otro
viviente, ni cuerpo grande ni pequeño, sino cierta divina soledad indecible y sencillamente
indescriptible, allí tiene morada el Bien, entretenimientos y fiestas y, él mismo, en paz y
469
Ib., p. 65.
470
Anteriores a Numenio, los Oráculos caldeos habían señalado algún rasgo de la teología negativa bajo
el símbolo de la llama: “Hay una realidad inteligible que debes comprender por la flor del intelecto, pues
si inclinas hacia ella tu intelecto y tratas de concebirla como un objeto determinado, no la comprenderás,
ya que es como la potencia de una espada resplandeciente que ilumina con cortes intelectivos. No se debe,
por lo tanto, concebir a este Inteligible con vehemencia, sino por la llama alargada de un intelecto
extendido que todo lo mide, salvo a este Inteligible. Por ello, lo que se necesita no es concebirlo con
obstinación, sino, apartando la mirada pura de tu alma, tender hacia lo Inteligible un intelecto vacío, hasta
que aprendas a conocer lo Inteligible, puesto que está fuera del intelecto.” (Oráculos caldeos, 1991: 55-
56).
207
Los términos con los que Numenio se refiere al Bien, la belleza de la imagen de
soledad que recrea en el fragmento, asentada sobre la teología negativa, adelantan los
planteamientos y el lenguaje de los místicos posteriores no sólo de ámbito pagano sino
también del cristianismo471.
Del mismo modo, Numenio, aprovecha la alegoría retórica, en el sentido de
metáfora continuada para la expresión de su pensamiento místico de raíz pitagórica. Tal
es el caso de la famosa alegoría de la “nave” como figura del estado, puesta como
ejemplo de alegoría por Quintiliano. Numenio la emplea en sentido místico de la
siguiente manera:
Un piloto que navega en algún lugar de alta mar, sentado en el banco de detrás del
timón, dirige la nave con las barras, pero sus ojos y su mente se extienden directamente hacia el
éter, hacia lo que está en las alturas, y la ruta a seguir le viene desde arriba a través del cielo,
mientras que navega abajo en el mar. Del mismo modo, el Demiurgo, que ha enlazado
armónicamente la materia, para que no rechace sus lazos y se vaya a la deriva, queda firme
sobre ella, como un navío sobre el mar. Dirige la armonía, gobernando por las ideas, y mira, en
vez de al cielo, al Dios de lo alto que atrae sus ojos y recibe el juicio de la contemplación, pero
el impulso del deseo.
(Numenio de Apamea, 1991: 250-251, Fr. 18)
471
Sobre la influencia de Numenio en el pseudo-Dionisio, véase Des Places, 1981: 323 y ss.
472
Cf. Blumenthal, 1996: 33-34.
473
Sobre la importancia de este doble eje formado por el pensamiento platónico y la fuerza del mito,
vésae Zamora Calvo, 2000: 91.
474
Salustio dirá respecto a los mitos en Sobre los dioses y el mundo: “Estos acontecimientos no
acaecieron nunca, pero existen siempre. El Intelecto ve todo a la vez, pero la palabra expresa unos
primero y otros después” (Salustio, 1989: 287).
209
475
La preocupación plotiniana por la visión simultánea frente al pensamiento discursivo es constante a lo
largo de las Enéadas, sobre todo cuando estudia la naturaleza de la segunda hipóstasis. Esta preocupación
que hemos visto reflejada en su tratamiento del mito, se refleja también en la escritura, tal y como se
desprende del siguiente comentario sobre la escritura de los egipcios: “Los sabios egipcios (...) en las
cosas que querían expresar con sabiduría no se valían de caracteres alfabéticos, que discurren por palabras
y frases, ni de signos representativos de sonidos y enunciados de juicios, sino que trazando ideogramas y
grabando en los templos un solo ideograma para cada objeto, patentizaban de ese modo el carácter no
discursivo de aquel ideograma, dando a entender que cada ideograma era una ciencia y una sabiduría, una
entidad sustantiva y global, y no un proceso discursivo ni deliberativo” (Enéada V, 8, 6).
476
Dentro de la exégesis de la obra hesiódica, Plotino también realiza una interesante lectura ontológica
del mito de Prometeo (Enéada IV, 3, 14).
477
No siempre recurre Plotino a los textos homéricos en clave alegórica. En las Enéadas son frecuentes
las citas y ecos de versos de la Ilíada y la Odisea, así como las alusiones a personajes o pasajes de los
poemas, sin recurrir a la exégesis alegórica.
478
“(...) el cosmos procede de la Inteligencia y (...) la Inteligencia es anterior a él por naturaleza y causa
de él a guisa de prototipo y de modelo, siendo el cosmos una imagen de ella y existiendo y subsistiendo
siempre gracias a ella” (Enéada III, 2, 1, 25).
479
Véase el prólogo de A. Leyte a Heidegger, 1988, especialmente pp. 17-23.
210
la physis, sino que debe apuntar más allá de las realidades sensibles. Esta exigencia
modifica la dirección y contenido de la alegoría que, pese al rechazo platónico de este
tipo de exégesis, se hace propiamente metafísica con los herederos de su doctrina.
Es reseñable, en este sentido, el esfuerzo que Plotino muestra en su intención de
incorporar el mito homérico y hesiódico a su propio discurso místico, aunque para ello
tenga que alterar, a veces de forma violenta, el sentido de los poemas. Así, por ejemplo,
Plotino considera que el Leteo es el símbolo del cuerpo porque éste se convierte en un
obstáculo para la actividad rememorativa del alma480. De este modo, el olvido que se
hallaba asociado a la muerte, se une aquí a la vida terrena. La alteración, no obstante, es
menor de lo que parece por cuanto, para el pensador neoplatónico, la vida verdadera se
da en la esfera inteligible.
De esta forma, se detecta en esta interpretación alegórica un rasgo que ya había
aparecido en la exégesis de Filón de Alejandría: el empleo de la alegoría, no tanto para
desentrañar el sentido oculto de un texto, cuanto para fijar el sentido literal verdadero
de éste. Por lo tanto, siguiendo con el ejemplo anterior, el Leteo sigue teniendo la
misma función que en la lectura tradicional del mito: es el río del olvido y separa la vida
de la muerte. Es el mismo río, con las mismas características que las derivadas del
sentido literal del mito. No se interpreta, en definitiva, la existencia del Leteo en sentido
figurado, ni se da a la peculiaridad de producir el olvido una significación diferente. La
interpretación plotiniana sólo ha alterado sus orillas, al intercambiarse, conforme a las
teorías neoplatónicas, las ideas de vida y muerte. Y en este cambio, en vez de producirse
una descodificación de un material mítico presuntamente metafórico, se ha producido,
en realidad, una nueva metaforización del texto en sentido aun más radical que el que
originalmente se pretendía interpretar.
Otra buena muestra de la flexibilidad que permite la alegoría como método
interpretativo para el acercamiento de textos ajenos al pensamiento propio puede leerse
en la interpretación plotiniana en clave mística de Odisea XI, 615-626, que describe el
encuentro de Ulises con Heracles en el Hades481, o, en cuanto a la lectura del
pensamiento de otros filósofos, la exégesis mística de fragmentos de Heráclito y
Empédocles entre otros482.
480
Enéada IV, 3, 26.
481
Enéada IV, 3, 27. Véase también la exégesis mística de otros personajes míticos como Linceo en
Enéada V, 8, 4.
482
Enéada IV, 8, 1.
211
483
Sobre la inadecuación del mito a la expresión de las verdades que Plotino pretende mostrar, véase
Pépin, 1958: 190-206.
484
Véase también Campillo, 1990: 66 y Salustio, 1989: 305.
485
Véase el prólogo de J. L. Calvo Martínez a la Ética a Nicómaco (Aristóteles, 2001: 10-11) y Platón,
Teeteto, 176b. Los Padres de la Iglesia que primero adoptan esta noción de phrónesis al cristianismo son
212
áreas que Platón deja pasar en silencio o trata míticamente. En este esfuerzo, Plotino se
empeña, hasta apurar los recursos del lenguaje, en su intento de acercarse a lo
inexpresable. De este modo, nos ofrece una prosa densa, elíptica y difícil, pero también
rica en imágenes de extraordinaria belleza que pretende llevar al lector a la experiencia
radical y esencial que para Plotino está más allá del universo material (Lamberton,
1986: 86)486. Resulta llamativo el hecho de que Plotino no se conforme con la simple
posibilidad “reveladora-ocultadora” del mito en el sentido platónico, es decir, con la
elaboración alegórica, y, sin embargo, recurra a las imágenes más exigentes en su
esforzada búsqueda de lo inefable.
Para entender este uso de la imagen en la prosa de Plotino, Lamberton expone
las ideas plotinianas sobre el lenguaje. Plotino considera que el lenguaje es un mediador
entre la realidad espiritual y la material. En esta mediación, la metáfora juega un papel
esencial porque en virtud de ésta se produce la transición entre estas realidades. Así,
dice Campillo que las imágenes, en la obra de Plotino, parecen suponer una quiebra del
lenguaje conceptual y una irrupción del mundo en el discurso: lo que el lenguaje lógico
no puede decir, el lenguaje metafórico puede al menos mostrarlo. De este modo, llama
la atención sobre el carácter deíctico de las metáforas plotinianas, que resulta siempre
una apelación al silencio y a la contemplación.
Se trata, en todo caso, de imágenes que ya anuncian el desarrollo del simbolismo
de Proclo, en las que más que una sustitución de tipo metafórico, se produce una
acumulación de realidades que producen un efecto reduplicador del contenido del
texto487. Este planteamiento concuerda con el propósito que, según Plotino, debe guiar
al maestro: el de enseñar a ver el mundo como imagen (Campillo, 1990: 50). Incluso en
los niveles más altos, la imagen se mantiene presente, aunque desprovista, como el
Logos en sentido amplio488, de su dimensión física –el componente sonoro-:
Tampoco hay que pensar, creo yo, que se sirvan [las almas] del lenguaje mientras están
en el mundo inteligible, si lo están del todo. Pero, aunque tengan cuerpo, si están en el cielo, allá
no habrá lugar a ninguna de las cosas de las que conversan aquí abajo debido a necesidades o
titubeos; y como realizan cada cosa ordenadamente y conforme a la naturaleza, tampoco habrá
Ireneo, Clemente y Orígenes. De Orígenes se extiende al resto de Padres de la Iglesia (cf. Lemaitre, 1951:
42).
486
Véase especialmente las imágenes de la fuente y del árbol para referirse al Uno, en Enéada III, 8, 10.
487
Véase González Vázquez, 1986: 103.
488
Plotino desarrolla en su Enéada IV una idea que, como ya hemos visto, estaba ya presente en el
Cratilo de Platón.
213
lugar a que manden ni a que aconsejen, sino que comprenderán intuitivamente lo que quieren
unas de otras, pues es un hecho que aun aquí nos es posible adivinarles por los ojos muchas
cosas aun a los que están callados. Ahora bien, allá todo el cuerpo es puro, cada uno es como un
ojo y no hay nada escondido ni fingido, sino que, antes que uno hable a otro, el otro comprende
a simple vista.
(Enéada IV, 3, 18)
489
Op. cit., p. 87.
214
490
El Uno de Plotino está más allá del ser y del pensamiento. Se determina por un triple procedimiento de
negación –el Uno no es ninguna de todas las cosas-; trascendencia –el Uno está más allá de todas las
cosas-; y analogía –el Uno es, en cierto modo, todas las cosas- (Campillo, 1990: 74).
491
Ib., p. 48.
492
Ritoré Ponce habla de esta “imaginación conceptual” al referirse a la producción de imágenes del
pensamiento que, lejos de asemejarse a las imágenes pictóricas, son designadas por Plotino con el nombre
de logos, como manifestación de un original intelectivo en un modo inferior, discursivo. Frente a ésta, la
imaginación sensitiva produce una imagen que completa la percepción sensorial y de la memoria,
haciendo resurgir en ésta la imagen que el alma necesita recordar (Ritoré Ponce, 1992: 164). El logos de
la imaginación conceptual es interpretado por Jesús Igal en su edición de las Enéadas como “noción” y no
como lenguaje o fórmula verbal (Enéada IV, 3, 30 y p. 353, n. 223).
493
En la reintegración en el Nous, el alma pasa de un conocimiento discursivo a un conocimiento más
inmediato e intuitivo, en el que se estrecha la unidad –sin excluir aún cierto dualismo- entre el que conoce
y lo conocido (Louth, 1981: 46).
494
Cf., Lloyd, 1992: 165-166.
215
Ya hemos visto más arriba que podía establecerse una clara conexión entre el
mecanismo de la hyponoia y el momento de lectura e interpretación del mito que
reconstruye la simultaneidad de su referente. Aunque la alegoría mística o al menos
metafísica de Plotino no puede confundirse con la vieja alegoría física de los estoicos y
los exégetas presocráticos, es fácil convenir que el mecanismo de interpretación de
textos es el mismo, esto es, la lectura alegórica.
Sin embargo, cuando nos referimos a la utilización del lenguaje y, en particular,
de las imágenes en la obra de Plotino, debemos concretar si este “como si” es asimilable
al sustrato metafórico de la alegoría retórica, tal como vimos al estudiar la alegoría
como figura de pensamiento. En principio, parece obvio que existe una clara diferencia
de naturaleza entre ambas, porque la metáfora tiene su origen en la proporcionalidad
entre los objetos a partir de la cual se establecía una relación analógica entre ellos. En
cambio, en el caso de la imagen en la concepción plotiniana, se parte de una limitación a
esta proporcionalidad que da lugar no a una relación directa sino condicionalmente
analógica495.
Cabe, por tanto, hablar de dos momentos en el proceder retórico de Plotino en
cuanto a su uso alegórico del lenguaje. En un primer momento Plotino establece un
límite, por la imposibilidad de una traducción fiel del lenguaje físico de lo que percibe
en el Intelecto, que rompe la cadena de las analogías y, con ello, la posibilidad de
sustituir metafóricamente los objetos a partir del concepto de proporción; en un segundo
momento, sobre el establecimiento de este límite, se construye una analogía de segundo
grado, basada no en la proporcionalidad sino en la condición suspensiva del límite antes
establecido.
Este proceder es plenamente coherente con las teorías sobre el lenguaje y el
conocimiento antes expuestas. Por una parte, hemos dicho que el propósito de Plotino
es el de mostrar el mundo en cuanto imagen. En este sentido, es fácil deducir que el
carácter condicional de la imagen plotiniana tiene como objeto eludir el simulacro que
supondría la imagen tradicional de naturaleza proporcional. El “si” condicional sobre el
495
Plotino, no obstante, reconoce, parafraseando a Platón en el Timeo, que la analogía sirve de cohesión a
todas las cosas. Las cosas son semejantes las unas a las otras de algún modo. A continuación, aclara el
sentido de esta analogía: “Ahora bien, la analogía consiste en esto: en que lo peor es a lo peor como lo
mejor es a lo mejor.” (Enéada III, 3, 6, 29-30).
216
que se sustenta la comparación cumple la tarea de evitar el simulacro del lenguaje tan
denostado por el propio Platón496.
De este modo, la comparación no se establece en virtud de la mímesis en sentido
estricto sino de una ficción mimética que se revela como tal497. La imagen llama la
atención, antes que sobre el objeto al que se refiere, sobre su propia naturaleza de
imagen de tal forma que, por una parte, evita toda confusión con el objeto aludido; pero,
por otra, trae al discurso ese mismo objeto aunque no sea sino a través de esta
imposibilidad de decirlo directamente.
Es preciso añadir que, a nuestro juicio, esta imagen no es una imagen tomada de
las sensaciones percibidas por los sentidos, sino una imagen derivada de la imaginación
conceptual, como manifestación en el orden inferior del discurso de un original del
orden intelectivo. En efecto, los logoi que el alma contempla, emanados de la
Inteligencia, no son directamente los universales sino sus imágenes. Éstos son el
contenido de la actividad intuitiva de la facultad intelectiva. No obstante, el desarrollo
concreto de estas imágenes es, en numerosas ocasiones, puramente alegórico. Así puede
comprobarse en el siguiente ejemplo, en el que de nuevo se aprecian la abundancia de
los elementos antropomórficos:
Aquel [el Uno] en cambio, está sentado y entronizado encima de la Inteligencia cual
sobre un bello pedestal suspendido de aquel. Porque aquel, en el cortejo, no debía marchar
detrás de algo inanimado, ni siquiera inmediatamente detrás del Alma. Antes que él debía
desfilar una “Belleza imponente”, del mismo modo que498, en el cortejo de un gran rey, abren
marcha los menos importantes; detrás de ellos avanzan otros más y más importantes, más y más
augustos. Los cercanos al rey son ya más regios. Luego los más estimados después del rey.
Detrás de todos ellos aparece de súbito el gran rey en persona, y cuantos no se adelantaron a
marcharse satisfechos con las apariciones anteriores a la del rey, le suplican y adoran.
(Enéada V, 5, 3)
496
Porfirio, en su Vida de Plotino, describe muy gráficamente el desprecio de Plotino por la imagen
simulacro al atribuirle la siguiente contestación a la propuesta de ser retratado: “¿Es que no basta con
sobrellevar la imagen con que la naturaleza nos tiene envueltos, sino que pretendes que encima yo mismo
acceda a legar una más duradera imagen de una imagen, como si fuera una obra digna de
contemplación?” (Porfirio, 1982: 129).
497
Ritoré Ponce dice que Plotino emplea la teoría de la mímesis para explicar la relación entre los
distintos niveles de la realidad (1990: 178). Esto no es contradictorio con lo que aquí venimos
exponiendo. Ciertamente, a diferencia de lo que ocurrirá con el símbolo de Proclo, la imagen plotiniana
está basada en una relación de semejanza. Lo que ocurre es que esa relación se desarrolla a partir de la
suspensión de la conciencia de las limitaciones del lenguaje para traducir una experiencia que no puede
considerarse verbal.
498
El subrayado es nuestro.
217
499
La actitud plotiniana es coherente con el fragmento 108 de los Oráculos caldeos: “El intelecto paterno
ha sembrado símbolos en las almas.”
500
Cf. Enéada III, 8 y V, 5, 1.
501
Esta postura respecto a los universales se hará más evidente en Porfirio. Por esto, ha sido considerado
frecuentemente como nominalista o, al menos, como precedente del nominalismo. No obstante, dice
Lloyd que el nominalismo de los pensadores neoplatónicos debe ser matizado, porque, aunque casi todos
218
Porque al ver las bellezas corpóreas, en modo alguno hay que correr tras ellas, sino,
sabiendo que son imágenes y rastros y sombras, huir hacia aquella de la que éstas son imágenes.
Porque si alguien corriera en pos de ellas queriendo atraparlas como cosa real, le pasará como al
que quiso atrapar una imagen bella que bogaba sobre el agua, como con misterioso sentido, a mi
entender, relata cierto mito: que se hundió en lo profundo de la corriente y desapareció.
(Enéada I, 6, 8, 5-10)503
Pero, contra esta ceguera de la imagen, Plotino entiende que existe otro modo de
contemplación de sí mismo que trasciendo la radical relación “sujeto / objeto” y se
adentra en el terreno del ensimismamiento místico:
Pero si alguno no es todavía capaz de verse a sí mismo cuando poseído por el dios
proyecta, para verlo, el objeto de su visión, se proyecta a sí mismo y mira una imagen
embellecida de sí mismo. Mas si prescinde de esa imagen, por bella que sea, aunándose consigo
mismo y deja de escindirse por más tiempo, se hace una sola cosa a la vez que todas las cosas en
compañía de aquel dios calladamente presente, y está con él cuanto puede y quiere.
(Enéada V, 8, 11)
ellos negaron la existencia de los universales fuera del pensamiento, ninguno de ellos, ni siquiera Porfirio,
los asocio a las meras expresiones, como ocurre con el nominalismo estricto (Lloyd, 1992: 69).
502
Enéada III, 6, 7, 40.
503
Narciso es también aludido en otros pasajes de las Enéadas. Véase, por ejemplo Enéada V, 8, 2. En
modo parecido, véase su lectura mística de la Odisea, en particular del apartamiento de Ulises de Calipso
y Circe, en este mismo capítulo de la Enéada I (Enéada I, 1, 6, 8, 15-20).
504
Cf. Plotino, 1982: 97.
219
que no nos es extraño, pues su hijo Zeus ha sido el encargado de revelárnoslo (...) Así,
el Alma transmite al mundo sensible los logoi, imágenes de los inteligibles que
contempla en el interior de la Inteligencia”506.
Pero la clave de la construcción plotiniana que estamos estudiando, procede de
la inefabilidad del Uno, y, de la posibilidad paradójica de la unión mística del alma con
él507. El Uno plotiniano, que alegóricamente ha comparado con Urano, es anterior a la
Inteligencia y fundamento de ésta508. Esta distinción entre el Uno y la Inteligencia
enfrenta a Plotino con la identificación aristotélica entre el Ser supremo y la Inteligencia
(Metafísica, 1074b)509.
Cuando advertimos anteriormente que las imágenes plotinianas nacían de la
interrupción de la cadena de la analogía nos referíamos precisamente a esta diferencia
respecto a la teología aristotélica510. Plotino recurre a la teología negativa derivada del
Sofista de Platón que, a diferencia del Poema de Parménides, concibe el no-ser, no
como nada, sino como alteridad (Plotino, 1982: 42). De este modo, el Uno es inefable
porque es “lo siempre otro”.
A pesar de este claro precedente platónico, creemos que puede encontrarse en la
definición de infinito de la Física aristotélica511, un claro antecedente del Uno
plotiniano. En efecto, Aristóteles afirma que lo infinito no es aquello fuera de lo cual no
hay nada, sino aquello fuera de lo cual siempre hay algo. Así algo es infinito cuando
siempre se puede tomar una parte más de ella pese a lo que ya se haya tomado. El
infinito es incognoscible e ilimitado. El todo, por el contrario, es algo completo en sí
mismo, esto es, aquello fuera de lo cual no hay nada. Ahora bien, -y aquí Aristóteles
recuerda expresamente a Parménides-, pese a que el infinito y el todo son opuestos,
existe también una semejanza entre ambos que hace que algunos hayan llamado “todo”
al infinito, porque éste es potencialmente aquel. En este paralelismo entre infinito y todo
505
Plotino dedica un amplio espacio a la oposición a las teorías gnósticas en Enéada II, 9, 33.
506
Zamora Calvo, 2000: 107-108. Véase Enéada V, 1, 7.
507
O´Meara ha defendido una concepción plotiniana de la experiencia mística consistente no tanto en el
arrebato místico, como en un estado místico habitual (cf: O´Meara, 1974).
508
Plotino dice que la Inteligencia procede del Uno-Bien como destello emanado de aquel, a modo de
irradiación circular como el halo luminoso que aureola al sol (Plotino, 1982: 44).
509
Para ver las analogías y diferencias entre la Inteligencia de Plotino y el Dios de Aristóteles, véase
Plotino, 1982: 48-49.
510
Recordemos que la teoría de la analogía entis es una respuesta al fundamento metafórico de la teoría
de la participación platónica. Plotino acepta lo que Platón dice en el Timeo respecto a la participación: “El
universo de aquí no es Inteligencia y Razón como el de allá, sino partícipe de Inteligencia y de Razón”
(Enéada III, 2, 39, 30).
511
Cf. Física, 207a.
220
así como en la descripción de las cualidades del infinito puede verse algún antecedente
de la utilización “negativa” de las imágenes en el neoplatonismo.
Pero, es necesario advertir que la vía negativa no es suficiente en este proceso,
porque podría confundirse el Uno con la materia que también es no-ser, aunque ahora
en el sentido de privación absoluta512. Por eso es necesario abrir la vía a la explicación
analógica513.
Pero este Uno, que es inefable e ininteligible, es, sin embargo objeto de amor y
añoranza no sólo por parte de la Inteligencia, que lo contempla a través de la
multiplicidad de sus Formas514, sino por parte del alma misma.
El Uno puede ser objeto de contemplación mística “en el centro del alma”515,
despojada de todo, incluso de sus facultades intelectivas; esta unión supone, en opinión
de Plotino, la superación de la radical soledad humana516:
Y el alma que tiene el amor a punto, no aguarda el aviso de las bellezas de acá, sino que
teniendo el amor, aunque desconozca que lo tiene, anda siempre en busca de aquel y, anhelando
dirigirse hacia él, mira desdeñosamente las cosas de acá, y al ver las bellezas que hay en el
universo de acá, las mira desdeñosamente porque las ve sumidas en carnes y cuerpos,
mancilladas por su presente morada y dispersas en magnitudes (...). Mas al verlas, además,
correr y pasar de largo, se percatan ya plenamente de que aquella belleza que se difundía en
ellas les venía de otro. Y luego ya se pone en marcha hacia allá, siendo como es ducha para
hallar a su amado, y no ceja hasta apresarlo.
(Enéada VI, 7, 31)517
512
Cf. Enéada III, 8, 10.
513
Op. cit., p. 44. Véase el examen de la naturaleza del mal realizado por Plotino en la Enéada II, 1, 3.
514
Plotino, 1982: 46.
515
Enéada III, 8, 9. Blumenberg se ha hecho eco de la utilización de expresiones geométricas,
especialmente el “centro” y la “esfera” en el contexto teológico neoplatónico. De este modo, recoge las
conclusiones de Dietrich Manhnke en su ensayo “Esfera infinita y centro universal. Contribuciones a la
genealogía de la mística matemática” de 1937, en el que éste subraya que la infinitización de los símbolos
geométricos de la esfera y del círculo los convierte en medios de expresión idóneos para la mística
(Blumenberg, 2003: 229). La visión negativa que el pensamiento griego había tenido del infinito hizo que
éste se aplicara únicamente al no-ser (op. cit., p. 231), mientras que la esfera se consagra en el Timeo
como la expresión óptima de la creación demiúrgica. Ahora bien la teología negativa neoplatónica, y en
concreto, la concepción del Uno como no-ser, rasgo que comparte con su opuesto, la materia, planteó
acaso la necesidad de reunir conceptualmente ambos opuestos, dando lugar a “la esfera infinita misma” y
desarrollando, siguiendo este proceder geométrico, la idea del centro del alma en el que reside el Uno.
516
Cf. Borrego Pimentel, 1994: 205. Las similitudes entre esta concepción plotiniana de la unión mística
y la Llama sanjuanista son evidentes. Más aún, cuando Plotino describe la contemplación de la
Inteligencia, dice lo siguiente: “Porque lo que uno acoge dentro del alma, que es razón, ¿qué otra cosa
puede ser sino razón silenciosa? Y cuanto más adentro, tanto más silenciosa. Porque el alma entonces se
mantiene sosegada y no busca nada.” (Enéada III, 8, 6). Para un estudio más detallado de la experiencia
mística plotiniana, véase Louth, 1981: 48-51. Para las diferencias -insalvables- entre la mística de Plotino
la mística cristiana de San Juan de la Cruz, véase la segunda parte de este trabajo.
221
517
Véase otra alegoría de la contemplación extática en Enéada VI, 7, 35. Para la contemplación del Uno y
el éxtasis de amor véase Enéada VI, 9, especialmente el capítulo 9.
518
Cf. Enéada III, 8, 4.
519
El sincretismo de Porfirio es uno de sus rasgos distintivos: el platonismo, la influencia pitagórica y
peripatética, la tradición homérica y hesiódica, incluso el Antiguo Testamento están presentes en sus
escritos. Para Buffière, Porfirio fue ante todo un vulgarizador de las corrientes pitagóricas de Numenio y
Cronio (Porfirio, 1989: 211).
520
Ib., p. 123. Porfirio se esfuerza, a lo largo de su comentario del Antro de las ninfas, por persuadirnos
de que su interpretación coincide con el propósito de Homero (cf. Porfirio, 1989: 211).
222
The effect is cumulative, and one has the impression that Porphiry is, by sheer weight of
evidence, winning himself away from his scepticism in the direction of a genuine faith in the
coherence of the passage as a statement of great complexity, neither historically mimetic nor
mere poetic license but imitating a transcendent reality.
(Lamberton, 1986: 123)
Pépin ha estudiado las características del estilo exegético de Porfirio. Entre ellas
ha destacado el pluralismo alegórico, es decir, el reconocimiento de que un mismo
elemento pueda tener diversos sentidos alegóricos: místico, físico o moral. En segundo
lugar, ha hecho ver cómo Porfirio, en sintonía con los defensores anteriores de la
alegoría, defiende su valor protéptico y reconoce el absurdo como síntoma de la
naturaleza alegórica de un texto521.
El antro de las ninfas es la extensa interpretación mística de Odisea XII, 102-
112. En estos versos, Homero describe la gruta en la que Ulises escondió sus tesoros. El
objetivo de Porfirio es la lectura de este pasaje a la luz de las teorías neopitagóricas de
Numenio y de las enseñanzas desprendidas de los libros VII y X de la República de
Platón –en lo relativo a las alegorías de la Caverna y de Er-.
Para Porfirio, la gruta de la Odisea es, en primer lugar, un lugar real, existente,
y, en segundo lugar, una representación alegórica del cosmos (Porfirio, 1989: 202) 522.
Para defender la realidad histórica de la cueva –negada por Cronio-, Porfirio apela al
testimonio de Artemidoro de Éfeso. Dice Lamberton que con esta defensa de la realidad
histórica de la gruta, Porfirio destruye la lógica alegórica del relato homérico, aunque
seguidamente trate de restituirla advirtiendo que este extremo no tiene importancia. Pero
521
Cf. Porfirio, 1989: 200.
522
La trayectoria de la metafórica de la caverna desde Empédocles hasta Porfirio, pasando por Platón
puede verse en Blumenberg, 2003: 167 y ss. y sobre todo en Blumenberg, 2004. En éste último libro
observa las diferencias existentes entre la caverna platónica, alegoría del submundo del que uno llega a
ser liberado y elevado a las alturas, y la caverna de Porfirio como alegoría del cosmos. La fuente, otro de
los elementos alegóricos presentes en ambos autores representa en el Fedro el entusiasmo divino de
Sócrates que rechaza la retórica de Lisias y en la alegoría de Porfirio el origen de la vida y del alma,
fundamental para que su caverna pueda ser representación del cosmos, frente a la platónica en la que falta
este elemento del agua (pp. 198-199). En el caso de la caverna, dice Meredith que, en su revisión del
mito, Porfirio pretende enlazar filosofía y religión, en los términos vistos anteriormente, sin que este
223
una caverna; por último, también los teólogos hacen a las cavernas el símbolo de la
esencia inteligible por ser invisible a los sentidos y por la solidez y firmeza de su
esencia525.
A partir de estos presupuestos, Porfirio va desmenuzando el texto y analizando
pormenorizadamente cada metáfora -o lo que él toma por tal-, asignándole un
significado extraído de su propio horizonte cultural. En este proceso, el enigna
desaparece por completo. Todo se desoculta, se descodifica en función de una clave
mística predeterminada.
Respecto del proceder exegético de Porfirio ha dicho Blumenberg:
Porfirio sólo tiene puesta la vista en el magro párrafo de Homero que describe la gruta.
Trabaja en él como el exégeta alegórico de textos sagrados en sus pasajes, trabajados desde
mucho tiempo atrás pero cortados sin embargo en secciones cada vez más exiguas y cada vez
más separadas de su contexto por el aislamiento de los fragmentos. Así consigue que cada
palabra esté grávida de significados.
(Blumenberg, 2004: 201)
Just as the human being exists on multiple levels –soul in all its complexity, and beyond
soul, mind- so perception is possible on these various levels. In terms of our everyday
perceptions, the cave is “lovely”, that is to our normal fragmented perceptions, it offers the
pleasing spectacle of form imposed on inert matter (...). It thus intimates a higher reality –that of
forms- and so gives us pleasure. At the same time, “seen from the point of view of one who sees
more deeply into it and penetrates it by the use of mind, it is “murky”. The multiple valid
525
Ib., pp. 224-226.
225
perspective and modes of perception implied by such an epistemology are at the core of
Neoplatonism´s perception of meaning in the literary artefact, as indeed in any other object in
the universe, or in the universe itself.
(Lamberton, 1986: 127)
Árbol de hoja perenne, el olivo ofrece una peculiaridad muy apropiada para las
vicisitudes de las almas en el mundo, a las que la gruta está consagrada. En verano presenta lo
blanquecino de sus hojas, mientras que en invierno cambia la parte más blanquecina. Por esta
razón, en las plegarias y súplicas se lleva delante ramos de olivo, augurando que se les va a
mutar las tinieblas de los peligros en claridad. El olivo, pues, tiene la propiedad por naturaleza
de conservarse siempre verde, produciendo un fruto alivio de nuestras fatigas; está consagrado a
Atenea, de él se ofrece la corona a los atletas victoriosos, y de él el ramo propiciatorio a los
suplicantes. Está gobernado el cosmos asimismo por una naturaleza inteligente, conducido por
una sabiduría eterna y siempre floreciente, de la que provienen también los premios a los atletas
de la vida y el remedio de nuestras muchas fatigas, y el que recobra a los desdichados y
suplicantes es el demiurgo que mantiene unido al mundo.
526
Ib., pp. 244-245.
527
Véase el ejemplo de Numenio comentado en este mismo capítulo.
226
Pero, además, la conexión horizontal, entre las diferentes metáforas, tampoco parece my
firme. Las explicaciones son vagas, demasiado generales y, a menudo, basadas en otras
metáforas enunciadas sin justificación –es el caso, por ejemplo, de los “atletas de la
vida” o el falso paralelismo entre el plano metáforico en el que se destaca la naturaleza
perenne de la hoja del olivo con la sabiduría divina eterna y siempre floreciente: la
debilidad de esta asociación se pone de relieve al desplazar la analogía entre los planos
de los sustantivos a los adjetivos: en efecto, no existe correlación entre la hoja del olivo
y la floreciente sabiduría divina, sino entre uno de sus atributos: a la perennidad de la
hoja del olivo corresponde la eternidad de la sabiduría divina-.
Entre las páginas 245 y 247 de la edición que manejamos, Porfirio desarrolla la
lectura puramente mística no sólo del pasaje en cuestión sino de la Odisea en su
conjunto, haciéndose eco de la interpretación de Numenio para quien “la Odisea
simboliza el hombre que atraviesa las sucesivas etapas de la generación hasta volver
entre los que están libres de toda agitación de las olas e ignoran el mar (...) sinónimos
del mundo material”528. Porfirio termina el comentario defendiendo sus conclusiones
místicas y refiriéndose a Homero en unos términos que no pueden dejar de recórdar las
hiperbólicas razones del pseudo-Heráclito:
528
Ib., p. 246.
227
los demás. En este sentido y, a partir del mito de Crono, Salustio establece las siguientes
especies de mitos, que, como resulta evidente, corresponden a otras tantas posibilidades
de lectura alegórica: en primer lugar, aparecen los mitos teológicos que expresan la
esencia de los dioses. Con el mito de Crono devorando a sus hijos, se hace ver cómo
Dios vuelve siempre adentro de sí mismo. A continuación, Salustio habla de los mitos
físicos. Así, este mismo mito de Crono representa la acción del tiempo en el mundo
devorando los días. Por otra parte, es posible la lectura psíquica del mito, atenta a las
acciones del alma misma: Crono respecto a sus hijos representa los actos del
pensamiento que, aunque se refieren a otros objetos, permanecen dentro del que los ha
engendrado. Una última lectura del mito es la material que considera dioses a los
cuerpos y que Salustio atribuye a los egipcios530. En este caso, el autor no expone una
lectura material del mito de Crono, aunque los ejemplos que ofrece evidencian que se
está refiriendo al tipo de alegoría que desde Teágenes hemos venido denominando
alegoría física. Además, Salustio habla de los mitos mixtos, formados por la
combinación de los anteriores y termina diciendo: “Entre los mitos, los teológicos
convienen a los filósofos, los físicos y los psíquicos a los poetas, y los mixtos a los ritos
de iniciación, puesto que toda iniciación pretende también ponernos en contacto con el
Mundo y los Dioses” (Salustio, 1989: 286).
El neoplatonismo último, representado por Proclo, ya en pleno siglo V –Proclo
nace en 410 y muere en 480-, se caracteriza por el aumento del valor concedido al ritual
en la vertiente religiosa de este pensamiento. De este modo, si bien admite la existencia
de las tres hipóstasis, el Uno, la Inteligencia y el Alma, y admite su localización en el
microcosmos humano, tiene tendencia a considerar más inaccesibles que Plotino a las
hipóstasis superiores; incluso cuando se ocupa de la unión mística con el Uno, distingue
entre el Uno verdadero, más allá de la existencia, y el Uno existente del que emana la
realidad.
De esta forma, la teología negativa tiene en Proclo un defensor mucho más
radical que Plotino. La teología plotiniana miraba, en este aspecto negativo, al
Parménides platónico531, de igual modo que, en su aspecto positivo, atendía al Timeo.
Proclo, por su parte, advierte que el Bien no sólo carece de atributos –incluyendo la
belleza-, sino que además, la propia idea de atribución le es ajena. En consecuencia, las
529
Cf. Salustio, 1989: 282.
530
Véase Murria, 1956: 205.
531
Proclo entiende la negación del Parménides como negación de la negación (Trouillard, 1972: 135).
228
Mais pour réaliser le tout il fallait antérieurement dégager le “rien”, puisque chaque
position a pour cause la négation correspondante. Et c´est ce que faisait la première hyposthèse
qui est intégralement négative. (...) Ainsi il semble que pour se former elle-même l´âme doive
traverser la nuit de la première hypothèse et l´illumination de la seconde533.
(Trouillard, 1972: 133)
532
Es en esta concepción extrema de la teología negativa en la que Breton establece las principales
diferencias entre el Uno de Proclo y el Único como Dios del cristianismo. En efecto, el Único cristiano no
resulta inefable, es más, la posibilidad de ser sujeto de atribución hace al Único cristiano, desde un punto
de vista político y social -al que por las especiales circunstancias de su momento histórico es muy
sensible el neoplatonismo-, intransigente y sectario (Breton, 1981: 313).
533
Se refiere, evidentemente, a la Inteligencia o Noûs.
534
Véase un planteamiento moderno y de radicalidad similar en Heidegger, 2003a.
535
Breton discute esta exigencia de la fe como pistis y prefiere aproximarla a la idea mística de
reminiscencia y unión con el Bien (op. cit., p. 321). Como se verá en los capítulos siguientes, la mística
cristiana de Gregorio de Nisa y Dionisio Areopagita también conceden a la fe un valor decisivo en el
proceso místico.
536
Op. cit., 304.
229
relacionar su teoría lingüística con sus ideas religiosas, en particular, con su concepción
del mito y la teúrgia. Finalmente, analizaremos sus ideas sobre el símbolo en el seno de
esta doctrina.
Con relación al primer aspecto del que debemos ocuparnos, la teoría del lenguaje
de Proclo, resulta fundamental el análisis de su comentario al Cratilo platónico. De la
importancia de esta obra y de su carácter en cierto modo epigonal da cuentas Ritoré
Ponce al decir:
537
Ya en el Sofista platónico, se había planteado esta cuestión como un reto: “Y dime: ¿Nos atreveremos
a pronunciar lo que no es en modo alguno? (Platón, 237b). El análisis platónico del no-ser se extiende
hasta 259d (cf. Platón, 2000a: 375, n. 116).
538
Cf. Blumenberg, 2003: 241-242.
230
539
“La visión del mundo sub specie aeterni es su visión como-todo-limitado. El sentimiento de mundo
como todo limitado es lo místico” (Wittgenstein, Tractatus, 6.45).
540
Op. cit., p. 138.
541
Ib., p. 138. Sobre la formación del nombre en la filosofía de Proclo, véase Ritoré Ponce, 1992: 166.
231
542
“Es necesario que anterior al Verbo exista el Silencio que ha sostenido al Verbo e igualmente antes de
toda realidad sagrada la causa divinizadora” (Proclo, 1991: 121).
543
Op. cit., p. 316.
544
Recuérdese a estos efectos lo dicho más arriba sobre la imagen en el pensamiento de Plotino y el
sentido del “como si”.
545
Cf. Ritoré Ponce, 1992: 179.
546
Ib., p. 179.
232
espiritual 547. De esta forma, en el símbolo confluyen, por una parte, un aspecto místico,
y, por otra, una dimensión crítica que pretende dar razón del mismo (Trouillard, 1981:
297).
Cuando Proclo estudia la Teología platónica, señala que hay cuatro modos de
enseñar la teología: el primero, el procedimiento órfico, se realiza mediante el uso de
símbolos y mitos; el segundo, el método pitagórico, se sirve de las matemáticas para
provocar la reminiscencia de los principios divinos; el tercero, seguido por la teúrgia y
la poesía inspirada, manifiesta la verdad, de forma próxima al primer método, a través
de la inspiración divina; el cuarto y último, el método dialéctico, pretende enseñar la
teología mediante la construcción de un saber demostrativo. Este es, según Proclo, el
método generalmente seguido por Platón.
De esta clasificación se deduce que Proclo diferencia, aunque al mismo tiempo
subraya su estrecha vinculación, el uso simbólico del mito y el procedimiento empleado
por la poesía inspirada. El símbolo, que caracteriza y diferencia al primer
procedimiento, es fruto de su propia concepción teológica del lenguaje.
En los Oráculos caldeos, y a propósito de la función y naturaleza de los
símbolos se dice lo siguiente: “Porque, el Intelecto paterno, que piensa los inteligibles,
ha sembrado símbolos a través del mundo. También se les llama bellezas indecibles”548.
En nota a su edición de los Oráculos, García Bazán observa que los símbolos se
ocultan en los nombres y en los seres, y que desatan, a través de la teúrgia, la realidad
invisible que constituye su núcleo549. Proclo, en su comentario a los Oráculos dice lo
siguiente:
El alma se compone de los discursos sagrados y de los símbolos divinos; los primeros
existen a partir de las formas intelectivas, y los segundos, de las mónadas divinas; nosotros
somos a la vez representaciones de las esencias intelectivas e imágenes de los signos
desconocidos.
(Proclo: 1991, 122)550
547
Gadamer explica que “símbolo” significa textualmente “tablilla de recuerdo” en alusión a las tablillas
que el anfitrión partía, entregando al huesped una mitad, con el propósito de que al cabo del tiempo, ellos
o sus descendientes pudieran reconocerse mutuamente juntando los pedazos (Gadamer, 1998: 83-84).
548
Oráculos caldeos, fr. 108.
549
Oráculos caldeos, 1991: 81, n. 204.
550
En su comentario al Cratilo, dice Proclo: “Hablemos de los nombres establecidos ocultamente entre
los mismos dioses, porque también entre los antiguos, unos dicen que esos nombres comienzan en los
géneros superiores y que los dioses están establecidos más allá de la significación de tales nombres, otros
conceden que estos nombres están en los dioses mismos y de éstos, en los que han obtenido el orden más
elevado. Así pues, al tener los dioses una realidad uniforme e inefable, una potencia generativa del
233
Por lo que al primero se refiere, Proclo establece detrás del símbolo otro
concepto, el sintema. Trouillard advierte de la dificultad de traducir este término y de la
imprecisión que supone hacerlo con la palabra “signo”. Blumenberg recuerda el origen
de este término –síntoma- en el ámbito de la medicina, como determinado estado de
cosas, empíricamente accesible, que hace referencia a otro, el propiamente patológico,
que se le escapa a la percepción, sin que éste último pueda ser hecho, casualmente,
responsable del primero. De este modo, precisa que “el uno puede convertirse
sincrónicamente en anuncio del segundo, únicamente por proceder ambos, conforme a
la naturaleza, del mismo origen común, desarrollándose diacrónicamente (Blumenberg,
2000: 46). El sintema, según Trouillard, viene a ser el sentido oculto e inefable que se
encarna en el símbolo para hacerse reconocer y devenir eficaz. En consecuencia, puede
decirse que el símbolo es el sintema manifestado (Trouillard, 1981: 298-299). El
símbolo, por tanto, deriva de la concepción divina del lenguaje y de la eficacia de la
palabra ritual que ésta conlleva. De esta manera, todos los seres, en una suerte de
analogía universal neoplatónica, llevan en su interior este destello de la unidad
primordial del cosmos que el símbolo implica551:
Hay para cada uno de los seres, hasta los últimos, una señal de la causa misma, inefable
y que está más allá de los inteligibles, señal por la cual todas las cosas, unas, más lejos, otras,
más cerca, conforme a la claridad y la oscuridad de la señal que hay en ellas, y esa es la que
mueve todas las cosas hacia el deseo del bien (...). Todos los dioses entregan símbolos de su
causa a los seres producidos a partir de esos mismos dioses, y por medio de esos símbolos
fundamentan todo en sí mismos (...). Las cosas iluminadas desde las potencias son de algún
modo intermedios entre lo decible y lo indecible.
(Proclo: 1999, 100-101)
Esta ubicación de los símbolos divinos en las cosas y los seres permite a Proclo
ensayar una revalorización de la materia frente al radicalismo de Plotino que calificaba
universo, y un intelecto perfecto y lleno de pensamientos, y al fundamentar todas las cosas conforme a esa
tríada, es necesario por cierto que las participaciones en los seres más elevados y ordenados más cerca del
bien, se cumplan siempre triádicamente a través de todas las cosas subordinadas, y que de esas
anticipaciones sean más inefables aquellas que son determinadas por la realidad de los seres primeros. (...)
En efecto, los padres del universo, al dar realidad a todas las cosas, sembraron en todas ellas señales y
huellas de su propia hipóstasis triádica.” (Proclo, 1999: 99-100).
551
Cf. Breton, 1981: 312.
234
la materia como la nada552. Por el contrario, Proclo afirma que la materia es el mejor
símbolo del Bien y la matriz de todos los símbolos.
Pero, ¿por qué existen los símbolos? ¿Cuál es su razón de ser? Proclo considera
que los dioses son formas de representar funciones de la divinidad. Estas fuerzas
divinas, inaccesibles a nuestros sentidos, tienen la necesidad de atravesar el alma entera,
de dentro a fuera y de manifestarse a la imaginación y la sensibilidad bajo una forma
apropiada a estos modos de representación. En consecuencia el símbolo tiene una doble
vertiente puramente humana: colectiva, en cuanto que es producto, como los mitos, de
las colectividades humanas; individual, por cuanto cada uno los evoca por su cuenta y
en su situación particular. En todo caso, los símbolos no pueden prescindir de su lado
divino, al ser, del mismo modo, inspirados por la divinidad y un testimonio de dicha
inspiración. Así, la acción divina, actuando secretamente en el centro del alma553, se
despliega en los diferentes niveles humanos, y se expresa en cada uno según la
naturaleza de cada nivel: “en sorte que le prodige symbolique est le maillon de plus
apparent d´une chaîne circulaire ou d´un circuit qui va d ´une union mystique germinale
à une union mystique consummée” (Trouillard, 1981: 305-306).
Dicho esto, debemos examinar cómo se concreta, desde el punto de vista
herméneutico la comprensión de los símbolos, y, desde la retórica, la presentación de
los mismos; porque no hay que olvidar que Proclo habla de los símbolos como método
de expresión de verdades teológicas profundas y, por lo tanto, es necesario estudiar el
símbolo desde la perspectiva material, no puramente teórica, que exige esta finalidad.
Además, es necesario abordar las similitudes y diferencias del símbolo entendido de
este modo y las imágenes y demás procedimientos de la poesía inspirada, que el mismo
Proclo establece con no poca ambigüedad554.
En principio, Proclo considera que la diferencia entre la imagen y el símbolo
radica en que la primera se establece en virtud de la imitación y el segundo por la
oposición, de tal modo que descubre la naturaleza de lo real a través de sus opuestos. El
552
Ya Jámblico experimenta un giro en su pensamiento más favorable hacia la materia al considerarla
receptáculo para las manifestaciones divinas (cf. Trouillard, 1972: 184).
553
No olvidemos que para Proclo, al igual que para Plotino, el centro del alma era el lugar en el que en el
microcosmos humano se situaba la primera hipóstasis, el Uno. Por eso, dada la radicalización de la
teología negativa de Proclo, éste llama al centro del alma el “germen del no-ser”.
554
En realidad, dice Trouillard que los pensadores neoplatónicos identificaron el símbolo con la imagen
hasta la Teología platónica de Proclo (1981: 298).
235
símbolo rompe con la relación de semejanza propia de la imagen y, por lo tanto, con la
tentación del simulacro555.
Hay, a nuestro juicio, una notable evolución desde la imagen plotiniana al
símbolo de Proclo que acaso pueda resumirse gráficamente en el paso del “como si” al
“como ni”. En efecto, el símbolo va un paso más allá en la representación de lo
indecible al establecer una suerte de analogía negativa como base de la representación.
Proponemos esta expresión, “como ni”, para aludir a la comparación establecida
precisamente desde el reconocimiento de la imposibilidad de comparar, de tal forma que
la propia aparición del símbolo sugiere un vacío irreductible no sólo entre el término
utilizado y la realidad a la que alude, sino entre el sistema total al que dicho término
pertenece y aquel en que dicha realidad se inserta.
Pero el hecho de que el símbolo muestre la naturaleza de las cosas por medio de
sus contrarios ha sido entendido, tal y como dice Ritoré Ponce, de formas diferentes
según los distintos estudiosos del neoplatonismo. Unos destacan el poder ocultante y la
apariencia enigmática del símbolo sólo comprensible para los iniciados frente a la
analogía de la imagen, más accesible gracias a la relación de semejanza con lo
representado556. Una segunda corriente considera que el símbolo tiene un poder
mediador entre lo visible y lo invisible y una raíz de irracionalidad de los que carece la
imagen analógica. Otros dicen que el símbolo equivale a la metáfora mientras que la
imagen equivale a la simple alegoría557. Sheppard, por su parte, establece un orden
jerárquico en cuanto a la representación formado en su nivel inferior por el simulacro,
continuado por la imagen y culminado por el símbolo558. Por último Cardullo ha
destacado el poder del símbolo en cuanto superación de la ontología platónico-
aristotélica y de la mística plotiniana, al abrir una nueva vía de acceso a las verdades
teológicas, frente a las matemáticas que proceden por imitación figural de las realidades
inteligibles (Ritoré Ponce, 1992: 180-182).
555
Cf. Trouillard, 1981: 302-303.
556
Esta oposición se basa, a nuestro juicio, en un presupuesto falso, cual es el de considerar que tanto la
imagen como el símbolo son vías de acceso a las verdades superiores que, iguales en su resultado, sólo se
diferencian en el procedimiento de aproximación: la semejanza en un caso y la oposición en otro. Pero,
desde el momento en que hay una clara jerarquía entre ambas y que, incluso, la imagen es considerada
peligrosa por su proximidad, si no conjunción, al simulacro, creemos que no puede establecerse una
comparación entre ambos basada en este criterio que tiene por uno de sus fundamentos la igualdad
teleológica de imagen y símbolo.
557
Esta opinión, atribuida a Coulter, entre otros, puede resultar confusa puesto que la alegoría es
convencionalmente entendida como metáfora continuada. Tal vez esté aludiendo a la metáfora simbólica
moderna enfrentada, desde Goethe en principio y desde el neokantismo después, a la alegoría en un
sentido más clasicista que clásico.
558
Véase la reflexión de Lamberton sobre el análisis de Anna Sheppard en Lamberton, 1986: 190-192.
236
Ante estos planteamientos muchos han sido los que han afirmado que el símbolo
opera en el discurso, tanto desde el punto de vista de la intepretación como en el de la
retórica, de forma diferente, y aun opuesta, a la alegoría.
Tal es el caso de R. Alleu que afirma, que aunque Filón y Clemente de
Alejandría pudieran confundir símbolo y alegoría, hoy por hoy estas realidades no
pueden confundirse. Al cifrar las diferencias entre ambos, Alleu reconoce la doble
dimensión exegética y retórica de la alegória, pero, al referirse al símbolo, invoca su
contenido teológico, señalando la dimensión iniciática y mística del símbolo559. Esta
dimensión afecta decisivamente a la interpretación del texto sagrado:
Ahora bien, lo que Alleu propone como diferencia entre la alegoría y el símbolo
no es tanto una distancia entre dos tipos de interpretación como la diferencia esencial
entre la interpretación alegórica de un texto, con la distancia que ésta inevitablemente
supone, y la ejecución teúrgica del mismo. Esta ejecución teúrgica, de carácter místico,
a nuestro juicio, resulta justamente lo opuesto a la interpretación, puesto que efectúa el
movimiento contrario a ésta, es decir, no pretende desentrañar el sentido oculto de las
palabra sino ejecutarlas en el espacio de lo real, que en el caso del neoplatonismo
siempre estará referido a las realidades invisibles y a la unión mística con ellas. El
mismo Alleu parece reconducir su postura hacia un encuentro entre alegorismo y
símbolo en el campo de la interpretación cuando, más adelante, dice que el alegorismo
explica al simbolismo del que emana y procede560.
559
Alleu, 1977: 119-120.
560
“L´interprétation allégorique est une conséquence d´une vision symbolique du monde, de la nature, de
l´homme et de leurs correspondances avec un ordre mystérieux et supra-humain” (Alleu, 1977: 162).
237
561
Op. cit., p. 162.
562
Breton, 1981: 316.
563
Para la explicación alegórica de la Teogonía, cf. Op. cit. p. 131.
238
The work of art presents a surface like that of the “roman à clef”, and only the reader
armed with the key, the table of equivalents, will be able to sort out the entire meaning of the
work. Allegory, understood in this way, easily becomes an esthetical exercise of little interest.
The procedures of the mode are all too simple and monotonous (...). The point that needs to be
made, however, is that this understanding of allegory is relevant neither to Proclus´ discussion
of the complex, screen like surface of Homeric poems not to the actual experience of most
genuinely allegorical works of art564.
564
Breton, 1981: 185-186.
239
565
Ib., p. 189.
240
II
LA ALEGORÍA CRISTIANA
242
243
1
Una descripción de la pintoresca rivalidad de estas dos ciudades puede verse en Mommsen, 1983: 391-
396.
2
Véase Borgen, 1997: 30-45.
244
3
Véase Danielou, 1958: 11-39.
4
En este sentido, dice P. Borgen, la “Biblia de los 70” tendrá para Filón una enorme importancia en los
planos teológico e ideológico. En efecto, para el exégeta alejandrino, la razón de la traducción no radica
en la falta de conocimiento del hebreo en la comunidad judía de Alejandría, sino en la necesidad de que
las leyes judías, que eran las leyes universales del único Dios, fuesen conocidas por todas las naciones
para que pudieran hacerlas suyas y seguirlas (Borgen, 1997: 142-143).
5
Respecto a la propia Escritura, D. Buzy distingue entre la alegoría -en la que cada una de las partes del
texto debe tener su correspondencia con la realidad, histórica, geográfica arqueológica, ascética o mística;
y la parábola, en la que los elementos del texto sólo tienen una significación parabólica en su conjunto,
sin que sea necesario buscarles una correspondencia particular (1951-1952: 99). Para este autor, en el
Antiguo Testamento existe una tradición de exégesis parabólica -con metáforas como la viña o la esposa,
245
Este texto de Bonsirven marca de forma precisa y clara las diferencias entre la
alegoría y la exégesis rabínica7. Sin embargo, como se verá seguidamente, algunos
como figuras de Jerusalén- que se remonta al siglo octavo con Óseas, se perfecciona en el siglo sexto con
Ezequiel y se prolonga en el periodo posterior al exilio con los Proverbios y el Eclesiastés (op. cit. p.
113).
6
Muñoz León recoge en este mismo artículo otras reglas de interpretación completamente ajenas a a la
alegoría como la llamada argumentación a minori ad maius o viceversa; la lectura de un texto
vocalizándolo o puntuándolo de forma diferente; la atención al contexto; la gematría o equivalencia
numérica de las letras de una palabra que puede interpretarse a la luz de otra palabra con la misma
equivalencia; y el notarigon por el que la descomposición de una palabra hace de cada una de sus letras la
inicial de nuevas palabras (op. cit., pp. 118-119). Véase también Bonvirsen, 1939: 38 y ss.
7
En sentido contrario, Antón Pacheco ha vinculado la alegoría filoniana en todo lo que se distancia de la
alegoría pagana a la noción tradicional de midrás -como actualización del contenido bíblico por parte del
246
estudios más recientes sobre la obra de Filón han arrojado algunas sombras sobre los
precisos límites establecidos en este texto.
Por otra parte, la exégesis hebrea de Alejandría y de algunos grupos religiosos
concretos anteriores o contemporáneos de Filón presenta una más clara influencia del
alegorismo tanto físico –como sucede con los terapeutas8- como moral –sobre todo en el
caso de los esenios-. Para Pépin este alegorismo judío alejandrino que se consolida con
la obra de Filón procede de la exégesis alegórica griega (Pépin, 1958: 225)9.
Las conclusiones de Pépin son ejemplo de un primer grupo de estudiosos que ha
visto en el híbrido cultural de Filón un predominio más o menos claro de la cultura
griega. Los argumentos de Pépin son numerosos: el vocabulario de Filón en el que
aparecen términos como alegoría e incluso el algo arcaizante en el siglo I d. C.
hyponoia10. Además, recuerda Pépin, Filón no sólo adopta un buen número de alegorías
griegas, de procedencia estoica, sino que también realiza varias lecturas alegóricas
propias de fragmentos de Homero y Hesíodo. La influencia cínico-estoica está también
presente en los pasajes en los que, a tenor de las contradicciones existentes en el texto
bíblico, distingue entre verdad y opinión para resolverlas. La influencia estoica se hace
evidente asimismo en el uso de las etimologías y en el de la terminología científica
empleada por Filón en su exégesis bíblica. Danielou ha apuntado, en este sentido, que
en la Alegoría de las leyes, dedicado a interpretar alegóricamente los dos primeros
capítulos del Génesis, Filón traza, en realidad, un tratado de antropología inspirado,
sobre todo, en Aristóteles y los estoicos11. Con estos argumentos, Pépin considera
demostrado el predominio de la cultura griega en la obra de Filón12.
Ciertamente, la mayor parte de los estudiosos de su obra, han subrayado, junto
con los elementos estoicos anteriormente señalados, la presencia de numerosos rasgos
intérprete, mediante la asunción o interiorización del sentido-, autentica columna vertebral, en su opinión,
de la hermenéutica filoniana (Antón Pacheco, 2003: 29, 44-45).
8
De los terapeutas, dice Bréhier, Filón recoge dos explicaciones alegóricas, la primera es la explicación
del sentido alegórico del número cincuenta; la segunda, más interesante desde el punto de vista de la
alegoría mística que después pasará al cristianismo, la lectura del paso del mar Rojo como alegoría de la
salida mística del mundo de la sensibilidad (Bréhier, 1950: 53).
9
Son decisivas en la alegoría filoniana las exégesis alegóricas judías de la Carta de Aristeo (siglo II a.
C.). Ésta incluye una alegoría del Levítico que a través de Filón llegará incluso a los autores cristianos y la
obra de Aristóbulo (siglo I a. C.) que realiza una interpretación del Génesis bajo la influencia del
pitagorismo que también tendrá eco en la interpretación de Filón (Danielou, 1958: 103).
10
Es interesante, con relación a nuestras anotaciones en capítulos precedentes de este trabajo sobre la
falta de equivalencia exacta entre un término y otro, el hecho de que también Filón distinga entre ambos:
“la signification cachée n´est pas l ´allégorie, mais son fondement et son moyen.” (Pépin, 1958: 234).
11
Para la influencia de la alegoría griega en Filón, véase Bréhier, 1950: 37-44 y Filón de Alejandría,
1975: 29-31.
12
En sentido parecido, Danielou, 1958.
247
13
Véase, por ejemplo, el significativo artículo “Ganymede as the logos: traces of a forgotten
allegorization in Philo?” en el que se estudia la asociación filoniana del logos con la fuente –tan querida
por los místicos-, luego recogida por el neoplatonismo (Dillon, 1981).
14
Cf. Danielou, 1958: 105.
15
Cf. Filón de Alejandría, 1975: 131-132.
16
La estrecha relación entre la Ley y el Cosmos, junto con la teoría del micro / macrocosmos, más allá de
este punto concreto de la interpretación del Génesis, es uno de los pilares fundamentales de la obra de
Filón y será decisiva en el establecimiento de los diferentes niveles de significación de la Escritura
(Borgen, 1997: 145-149). En la Edad Media esta relación será decisiva en el alegorismo de la escuela de
Chartres (cf. Bruyne, 1959: II, 269).
17
Filón es también un defensor de la teología negativa, aunque no llega a los niveles de negación de los
filósofos neoplatónicos: “Lorsque l´âme amie de Dieu cherche ce qu´est ´être par essence, elle entre dans
une recherche sans forme et invisible dont elle retire le plus grand de tous les biens, à savoir, de saisir que
Dieu est insaisissable dans son être et de voir cela précisément qu´il est invisible.” (Danielou, 1958: 92-
93). Esto no obstante, Filón completa su visión teológica con un planteamiento afirmativo según el cual
248
Dios se revela por su acción en el mundo. En este sentido, Filón defiende las pruebas aristotélicas de la
existencia de Dios (op. cit., p. 149). Véase también Louth, 1981: 19-20 y Antón Pacheco, 2003: 39-41.
249
historia de creación y salvación; Génesis y Éxodo- en el que el plano social del pueblo
de Israel y el plano espiritual del alma, corren paralelos llegando incluso a confundirse;
en tercer lugar, la Escritura, como criterio, siempre se sitúa por encima de la filosofía; el
itinerario espiritual. Se trata de un criterio interpretativo que es no sólo realmente
experimentado por los personajes bíblicos sino también por Filón y los lectores18.
Runia considera que el alcance del principio de redundancia es mucho más
limitado de lo que piensa Cazeaux y está en desacuerdo con éste en el planteamiento tan
radicalmente judaizante con el que presenta a Filón. Runia afirma que Filón adapta
decididamente los ideales de la filosofía griega al propósito de entender la Escritura y
que la alegoría se convierte en un instrumento fundamental de este proceso. Además, en
consonancia con este razonamiento, dice, frente a Cazeaux, que en la interpretación
filoniana, gracias a esta influencia griega, tiene mucho más peso la exégesis del
itinerario espiritual del alma19 –y este proceder es puramente alegórico- que la atención
a la historia de Israel en términos de creación y salvación (Runia, 1984: 211-225)20.
La polémica entre Cazeaux y Runia evidencia, más allá de los argumentos
concretos de uno y otro, la importancia que tiene para el tema que nos ocupa la
hegemonía que previamente se conceda en el pensamiento de Filón a la vertiente
helénica o hebrea. En efecto, Cazeaux, defensor de un Filón más judío, presenta un
minucioso estudio de su método interpretativo en el que la alegoría tiene un papel muy
secundario. Ninguno de sus principios implica forzosamente la exégesis alegórica y, en
cuanto a sus criterios, la colocación de la filosofía en un plano puramente instrumental y
subsidiario frente a la Biblia, aleja el trabajo de Filón de las coordenadas en las que
usualmente se mueve la alegoría griega.
Por otra parte, la ubicación de la línea interpretativa histórica junto a la espiritual
del alma, sea cual sea la importancia que se le conceda a la primera frente a la segunda,
nos lleva a uno de los problemas fundamentales de la exégesis de Filón: la valoración
del sentido literal del texto, sobre el que volveremos más abajo.
18
En el conflicto entre carne y espíritu sugerido por el texto bíblico que Filón expone en sus tratados hay
un fuerte componente protéptico, muy propio de la literatura mística posterior que pretende que el lector
experimente personalmente este proceso: “To speak of our experience is only to “double” our acceptance
of the relation made by Philo between scripture and the philosophical conceptuality required to explain it.
Because we accept this, we become more and more convinced during our reading of the treatise that spirit
is superior to flesh. We follow the call to live the life of the spirit, which is the philosophical life
understood in Philonic terms.” (Runia, 1987 : 130).
19
Véase también Antón Pacheco, 2003: 42.
20
Bréhier dice al respecto: “L´essentiel de la doctrine philolienne est une transformation par la méthode
allégorique de l´histoire juive en une doctrine du salut.” (Bréhier, 1950: 49).
250
Pero, si se valora un poco más la influencia filosófica griega, como hace Runia,
el horizonte filoniano cambia por completo, dando como resultado un Filón
indudablemente alegorista. Esto no obstante, aunque Runia no duda en afirmar que
Filón es un exégeta alegórico, defiende, por otra parte, que éste es ante todo un autor sui
generis.
La alegoría de Filón nace no sólo de la influencia griega, sino también de su
concepto de la Escritura como alimento del alma. En efecto, Filón -partícipe de la idea
de un Dios incognoscible y trascendente, en el sentido de ajeno al interior del ser
humano y, en consecuencia, no cognoscible en el autoconocimiento- defiende, apoyado
en Génesis 1, la idea del Logos como mediador entre Dios y el mundo. Ahora bien, el
Logos se encarna y se abre en la Escritura, de tal forma que el hombre que pueda leer la
Escritura correctamente alimentará su alma, iniciándola en la búsqueda mística de Dios,
hacia una zona que sobrepasa la meditación discursiva y se aproxima a la
contemplación21. La valoración de la alegoría como forma de escrutar el verdadero
sentido de la Escritura con la finalidad de alimentar el alma en sentido místico, es una
idea ajena por completo al pensamiento helénico, y debe, en consecuencia, entenderse
con todas las particularidades que este extrañamiento comporta.
Antes de analizar las dificultades que presenta la alegoría de Filón, debemos
estudiar en qué consiste, según Runia, exactamente su método interpretativo y cuáles
son los rasgos que hacen de él un autor tan peculiar y complejo.
La obra exegética de Filón se agrupa en torno a tres comentarios del Pentateuco:
La explicación de la Ley, en el que prevalece la atención al sentido literal del texto; La
alegoría de las leyes en el que se concentra la mayor parte de su interpretación
alegórica22; y las Cuestiones que responde a diversos modelos de exégesis. Respecto a
la exégesis literal, Filón recurre a todos los elementos de la ciencia helenística a su
alcance para ponerlos al servicio de su interpretación de la Escritura. Incluso en este
ámbito de la explicación literal, Filón critica los mitos bíblicos desde el punto de vista
doctrinal. En cuanto a la interpretación alegórica, Filón es un autor ecléctico que se hace
eco de las diferentes corrientes de exégesis alegórica que la tradición griega ha ido
elaborando. De este modo, se encuentran en su obra, pasajes en los que se realizan
21
Cf. Louth, 1981: 27-33.
22
En este tratado se incluye una de sus alegorías más conocidas. Se trata de la alegoría, de
carácter psicológico que hace de Adán una representación alegórica de la inteligencia; de Eva
una alegoría de la sensación y de los animales del Paraíso una alegoría de las pasiones.
251
conciliable con los mitos griegos23. Filón llama a estos intérpretes “falsos legisladores”
y “sofistas del sentido literal”. Éstos son los verdaderos oponentes del método alegórico
de Filón (Bréhier, 1950: 62-66).
De este modo, la exégesis filoniana despliega toda su complejidad con relación a
la influencia griega, porque, si por un lado, su alegoría responde claramente a las pautas
de la exégesis alegórica griega, en la que se funden diversas influencias filosóficas; por
otro lado, Filón utiliza esta exégesis alegórica para salvaguardar la especificidad de la
Ley mosaica frente a otras lecturas que, bajo la excusa del sentido literal, procuran, en
realidad, fundir la Escritura con la mitología griega.
Sin embargo, la actitud conciliadora de Filón para con los sentido literal y
alegórico de la Biblia se revela como una fuente de problemas y perplejidades que se
hace patente en las tensiones derivadas de la aplicación de su método interpretativo.
Runia advierte cuatro principios en el método de Filón que, a nuestro juicio, no
sólo sitúan adecuadamente el problema respeto al sentido literal sino que además
arrojan una nueva luz sobre la naturaleza de la alegoría filoniana. El primer principio es,
ante todo, la primacía del texto bíblico original sobre cualquier otro de carácter
instrumental; en segundo lugar, el reconocimiento de la opacidad del texto. En
consonancia con el principio anterior, el trabajo del intérprete y su uso de otras fuentes
debe tener como límite el respeto al pensamiento de Moisés; en tercer lugar, hay que
tener en cuenta que Filón es un exégeta en sentido estricto, que se ciñe a lo que
considera que el lector debe conocer del texto, sin penetrar en una estructura de mayor
profundidad filosófica o mística; por último, hay que reconocer la modestia de Filón
como intérprete que no trata de ofrecer la explicación definitiva del texto mosaico ni de
su sentido oculto porque eso sería dar a la exégesis el mismo estatus que a la Escritura
(Runia, 1984: 237-238).
Con estos principios, Filón desarrolla el siguiente procedimiento: comienza
citando el texto bíblico que pretende interpretar; en segundo lugar, realiza una breve
paráfrasis del texto en la que utiliza diversas técnicas exegéticas; a continuación, realiza
una transición a un segundo texto bíblico que ilustra y profundiza la lectura que se está
haciendo del texto principal; finalmente, Filón regresa a este texto y concluye su
23
Junto con este grupo de intérpretes, Filón se hace eco de otras posibles actitudes frente a la Ley: los que
desprecian el sentido positivo de la Ley y se abrazan a su sentido espiritual –actitud que él rechaza-, y los
que combinan el sentido positivo de la Ley con el culto divino, observando las leyes, pero buscando en
ellas, por el método de la alegoría, un sentido espiritual más profundo (Bréhier, 1950: 62).
253
interpretación (Runia, 1984: 214). De todos estos pasos, el más importante es el tercero:
la transposición a un segundo texto que aclara el primero.
Runia señala que Filón recurre a dos modos de transposición: el modo temático
en el que se busca la concordancia a partir del asunto común o cercano desarrollado en
los textos; y el modo verbal de transición, que vincula los textos por la concordancia de
palabras o frases entre pasajes (Runia, 1984: 240), propio, como hemos visto, de la
exégesis judía.
Ahora bien, ¿pueden considerarse alegóricos, en el sentido helénico, estos
procedimientos? Si nos fijamos en los mecanismos de transposición verbal y temática
desde un punto de vista retórico -a pesar de lo restringido que resulta frente a los
mecanismos de la exégesis alegórica-, podemos advertir que no están basados –sobre
todo el primero- en la analogía metafórica sino en la continuidad metonímica. El eco de
palabras, que se repiten en distintos contextos, vincula los textos a través de
mecanismos de relación oscuros que salen a la luz en virtud del contacto que la palabra
o la frase repetida establecen. La repetición temática es más compleja y su cercanía al
procedimiento metafórico o al metonímico dependerá, en todo caso, del modo concreto
en que el tema se repita y de qué tipo de lazo de cree entre el texto secundario y el
principal.
Runia concluye que el procedimiento de Filón guarda muy estrechos vínculos
con la exégesis de la sinagoga de Alejandría, aunque es más complejo y presenta una
mayor influencia helénica. En definitiva, Runia afirma que, en los aspectos formales,
Filón depende de los modelos griegos, pero que en el modo de invocar y manejar la
Biblia se acerca más a la exégesis judía (Runia, 1987: 120).
Existe otra cuestión importante que distingue el procedimiento exegético
filoniano de la alegoría griega. De los principio antes expuestos –y aquí coinciden tanto
Cazeaux como Runia- se infiere que, para Filón, el texto bíblico no es sólo el objeto de
interpretación sino también el instrumento principal de la exégesis. Los elementos
importados de la filosofía griega están limitados, por una parte, por la supremacía de la
Biblia y del pensamiento de Moisés y, por otra, por la fundamental intervención del
texto bíblico secundarrio en la exégesis del texto principal. En realidad, este
procedimiento –en cuanto mecanismo de trabajo- recuerda a los planteamientos de los
filólogos alejandrinos del siglo II a. C. que explicaban a “Homero por Homero” en el
plano gramatical y que, como se ha expuesto, se oponían, precisamente, a los alegoristas
de la escuela de Crates de Malos.
254
Respecto al sentido literal de los textos, Filón opta por considerarlo inferior a su
sentido espiritual pero, a diferencia de los alegoristas griegos, no lo elimina de su
interpretación. Ahora bien, esta decisión, respetuosa con la tradición exegética judía,
plantea algunas dificultades: la primera y -a nuestro juicio- la más paradójica es la
siguiente: si la alegoría filoniana, al igual que la griega, es un método que pretende
salvar a los textos de un sentido literal que los aboca a la impiedad o a la ineptitud24,
cómo se justifica el mantenimiento en la interpretación alegórica del sentido literal. No
nos referimos aquí a los pasajes de la Escritura que Filón considerar abiertamente
míticos, sino a aquéllos a los que, a su sentido histórico literal se le añade una
dimensión espiritual.
Pero, además, se da la circunstancia de que a veces el sentido literal tampoco es
único sino que cabe distinguir, sin abandonarlo, diversas interpretaciones25. En estos
casos se presenta una nueva paradoja: ¿puede considerarse interpretación alegórica
aquella que sirve para escoger uno de los posibles sentidos literales del texto? En
nuestra opinión, el simple planteamiento de la cuestión ya produce extrañeza, porque en
tal caso la alegoría se utilizaría como un método de simplificación del sentido.
Estos problemas derivados del mantenimiento del sentido literal del texto
rompen con las reglas que han guiado hasta el momento la interpretación alegórica. No
se trata, además, de una concesión de Filón a su propia formación hebrea o a las
escuelas interpretativas más ortodoxas, sino de una exigencia de los propios textos
bíblicos que, como dice Auerbach, imponen su propia pretensión de historicidad
(Auerbach, 2001: 20). En este sentido, la cuestión se desplaza desde Filón al objeto de
su interpretación: ¿permite la particular naturaleza de los textos bíblicos la lectura
alegórica? El lector de Auerbach se sorprenderá con este planteamiento, porque
recordará que la cuestión se presentaba de forma inversa en Mímesis. En efecto, al
estudiar comparativamente los textos homéricos y el Génesis, Auerbach afirmaba que la
alegoría se aviene mal con la poesía de Homero porque ésta no oculta nada; su sentido
permanece en todo momento en primer plano, de modo que las interpretaciones
alegóricas resultan siempre forzadas y extrañas, y no cristalizan en una teoría unitaria
(Auerbach, 2001: 19). En cambio los relatos bíblicos siempre ocultan más de lo que
24
El sinsentido del tenor literal del pasaje es, como ocurre en la exégesis helénica, el principal indicio que
delata la necesidad de la lectura alegórica (cf. Pépin, 1958: 35-38).
25
Cf. Pépin, 1958: 30.
255
26
Ib., p. 21.
27
Será este uno de los principales campos de batalla entre la alegoría pagana y la cristiana, tal como
tendremos ocasión de examinar en el capítulo siguiente.
256
filoniano, que la obra de Filón de Alejandría constituye una pieza central de la historia
de la alegoría. Esto supone reconocer, de una parte, su carácter ciertamente centrífugo
con relación a la tradición alegórica helénica anterior, y, de otra, su fuerza decisiva para
constituirse en un nuevo centro que condiciona en mayor o menor medida el desarrollo
de la exégesis alegórica cristiana posterior. Mediante la salvación del sentido literal de
la Escritura, Filón introduce, aun con importantes vacilaciones, la historia como un
elemento fundamental en el discurso alegórico. La tipología cristiana convertirá la
historia en el eje central de su desarrollo exegético.
257
28
Sobre la relevancia de esta dimensión histórica frente a las religiones mistéricas griegas de su tiempo,
cf. Rahner, 2003: 43-73.
29
En realidad el cristianismo opera respecto a la historia de forma inversa a como lo hace el mito: si el
modelo mítico del tiempo, según Meletinski, produce la mitologización de la historia (op. cit., p. 210), el
cristianismo, plantea la historialización del mito.
30
Cf. Ef., 4-5 y Col., 3.
258
que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23, 43) deben entenderse con el énfasis
puesto en el adverbio temporal “hoy” (Danielou, 1966: 30): la esencia del cristianismo
radica, por lo tanto, en el cumplimiento del tiempo profético. Esta corriente cristológica
considera que la entrada efectiva en el Paraíso anunciada por Cristo en la cruz, se
realiza, en el proceso vital del cristiano, en tres planos sucesivos: el bautizo, la vida
mística –anticipo de la vida ulterior- y la muerte (Danielou, 1966: 41. 45).
Pero, frente a esta corriente, se sitúa otra que continúa la línea interpretativa
judía, y que afirma que la entrada en el Paraíso, tras la resurrección de la carne, se
producirá en el fin de los tiempos31. Esta corriente, visible en la lectura del Apocalipsis
de San Juan inicia, a su vez, los movimientos milenaristas cristianos de carácter
escatológico (Danielou, 1966: 40)32. Bultmann afirma que la primera comunidad
cristiana entendió el Reino de Dios en este sentido escatológico, como parusía
inmediata –de hecho Pablo guardaba la esperanza de estar aún vivo cuando ésta se
produjera33-. Es de advertir que, frente a la concepción cristológica de naturaleza
esencialmente histórica, la concepción escatológica es de carácter mítico. En efecto, la
ubicación del Reino de Dios en el advenir próximo pero indeterminado, que es, por
definición, el fin de los tiempos, confiere una orientación mítica al mensaje cristiano34.
La desmitologización que implica el paso de la concepción escatológica a la lectura
histórica del Evangelio es, como toda desmitologización –ya lo vimos con Homero y
Hesíodo- el proceso ideológico y exegético35 en el que la alegoría encuentra su ámbito
natural. Este proceso comienza con Pablo y se radicaliza con el Evangelio de Juan.
31
Esta corriente halla su origen en los primeros escritos de Pablo. La transición de una escatología
futurista a otra consumada, a partir, sobre todo, de la Segunda Carta a los Corintios (2Cor., 5) ha sido
entendida por algunos estudiosos del cristianismo temprano, como Pfleiderer, como una muestra de la
helenización del pensamiento paulino (cf. Ellis, 2000: 147).
32
El milenarismo no sólo entendía que la consumación del Reino de Dios se produciría al final de los
tiempos, sino que, antes de que éste se produjera, la Iglesia regiría en el mundo durante mil años. Pueden
considerarse milenaristas algunos de los primeros y más relevantes exégetas cristianos como Ireneo,
Justino y Tertuliano, que interpretan literalmente algunos pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento
que incluyen profecías escatológicas (Simonetti, 1998: 25).
33
Bultmann: 1970, 15. Bultman es sin duda el gran revolucionario de la concepción de la escatología
cristiana a principios del siglo XX. Los trabajos de Bultman se orientan hacia una interpretación
desmitologizadora de la Biblia a la que no es ajeno este enfoque de la escatología (cf. Ferraris, 2000:
259).
34
Sobre el sentido de este mito escatológico cristiano, observa Blumenberg cómo en él se cumple, pese a
las apariencias, la imposibilidad de la utopía de situarse en el tiempo. En este caso, aunque el mito
escatológico es a primera vista un mito del futuro, se trata, en primer lugar, de un futuro fuera de la
historia, y, en segundo lugar, de un futuro que se origina a partir de un pasado, reconocible por todos
aunque impreciso, en el que Dios había generado una serie de actitudes y disposiciones sobre el mundo, la
humanidad y su pueblo que permitían pensar que era capaz de una aniquilación y renovación definitivas.
De este modo, es siempre “la dimensión de lo que ha quedado atrás lo que genera un espacio libre para
una serie de expectativas definibles en uno u otro sentido” (cf. Blumenberg, 2003a: 246).
35
Bultmann, op. cit., p. 61.
259
El mito escatológico, aun sin llegar a ser nunca apartado del todo, irá perdiendo
su influencia en la religión cristiana. La idea de la resurrección de los cuerpos al final de
los tiempos –terriblemente antiplatónica- y de la retribución o condena en la vida futura
parecía una idea insensata a los paganos de este tiempo. En este aspecto, Orígenes, en su
construcción exegética de una doctrina cristiana que tuviera la altura intelectual
suficiente como para hacerse respetar por la sociedad pagana más culta, se enfrentaba a
un doble problema: el de la interpretación herética que rechaza la resurrección corporal;
y el de la interpretación simplista literal de algunos cristianos. Orígenes opta por una
intermedia y algo imprecisa “resurrección de los cuerpos espirituales”36. Igualmente
impreciso se muestra respecto de otras cuestiones derivadas del problema de la
interpretación escatológica. En este sentido, defiende la realización actual del reino de
Dios señalando que quien vive virtuosamente ya está en el reino de Dios y que la
petición de la llegada del Reino de los Cielos cabe entenderla como la realización de la
perfección interior, aunque luego afirma que el cumplimiento total de esta perfección es
escatológica (Trevijano, 1985: 264-269). La decisiva importancia que Agustín
concederá a la libertad humana como responsable única del mal en el mundo resultará
un golpe definitivo al escatologismo37. Blumenberg lo explica del siguiente modo:
La libertad fue pensada, por vez primera, en toda su excelencia, cargando, ella sola, con
todo el peso de la teodicea. Un concepto que nunca había sido –ni lo podría ser jamás basándose
en la Biblia- un artículo de la dogmática eclesial se revelaba ahora como el antídoto, por
antonomasia, contra el mito fundamental del gnosticismo. Y, de paso, constituía también el final
36
Incluso Pablo es ambiguo al respecto. Véase 1 Cor. 15, 35-53.
37
Esto no obstante, aunque San Agustín conservó el pensamiento antiescatológico a lo largo de su obra –
hasta el punto de considerar, al igual que Ticonio, que el Apocalipsis no era sino la descripción simbólica
del acontecer cotidiano de la vida cristiana-, es necesario señalar que su valoración de la libertad humana
con relación a la historia individual de salvación varió a lo largo de los años. Así, tras considerar en sus
Propositiones, sobre las Cartas a los romanos, que la libertad y la voluntad humanas eran esenciales en la
salvación individual, poco tiempo después, en Ad Simplicianum, pasa a señalar que ésta depende
enteramente de la voluntad de Dios, sin que la voluntad humana juegue un papel relevante. En opinión de
Fredriksen, es probable que el enfrentamiento con el Pablo histórico y su conversión, a partir de sus
estudios de la Carta a los gálatas (véase, sobre este periodo de la exégesis de San Agustín, Basevi, 1989:
114-115), en la que Dios interviene al margen de toda voluntad del hombre, perseguidor de los cristianos,
produzca en Agustín un proceso de reflexión que le lleve a considerar que nada puede hacer el hombre
para merecer la salvación, sino que ésta depende de los designios inescrutables de Dios (Fredriksen, 2001:
121-125). Como muestra del antiescatologismo agustiniano, o, al menos de un escatologismo muy
moderado, recordamos un breve pasaje de De Doctrina Cristiana: “Luego desde el tiempo mismo que se
predica el Evangelio hasta que el Señor se manifieste es la hora en la cual conviene observar estas cosas,
porque la misma manifestación del Señor pertenece a la hora que terminará en el día del juicio” (De
Doctrina Cristiana III, 36, 54).
260
38
Ib., p. 15. Hoy día es generalmente aceptado que Jesús consideraba al Reino de Dios como una realidad
futura que llegará de forma inminente. Aunque también parece evidente que en la enseñanza de Jesús
existe, en cierto modo, una actualización del Reino de Dios. Asimismo, se piensa que este escatologismo
de Cristo debe ser estudiado y contrastado con la escatología apocalíptica del Judaísmo tardío (cf. Aune,
1972: 4).
39
Más aún si tenemos en cuenta que sus estudios sobre el cristianismo alcanzaron su máxima intensidad a
comienzos de la década de los ochenta.
40
Respecto a los argumentos de El Anticristo en los que se afirma que el único cristiano fue el que murió
en la cruz, probablemente Nietzsche se hiciera eco de esta manera de las teorías decimonónicas que
apuntaban una diferencia entre la “religión de Jesús” y la “religión sobre Jesús”, a partir del
establecimiento de una oposición entre Jesús y Pablo que hoy día tiende a descartarse mayoritariamente
en los estudios cristológicos (cf. Grant, 1967: 24).
41
Heidegger dedicó la segunda parte del curso de 1920-1921 al estudio de las epístolas paulinas, en
concreto, de las cartas a los gálatas y a los tesalonicenses (cf. Heidegger, 2005b: 95-153).
261
XIX-, de las primeras comunidades cristianas42, quizá, porque en esta tensión hacia el
advenir inmediato pero impreciso del reino de Dios pudiera empezar a prefigurar su
propia idea del “ser para la muerte” 43. De este modo, observó que la característica
fundamental del cristianismo primitivo es la absoluta preocupación por la llegada del fin
de los tiempos44. En este sentido, dice Heidegger, la cuestión del cuando no es tan
importante como la convicción de que “nada es seguro”45.
Pero, como hemos anunciado más arriba, es, tal vez, en el contexto de la
corriente cristológica –por más que nunca pudiera desvincularse del todo de la
escatología- en el que debe situarse originalmente la interpretación tipológica
desmitificadora de las Escrituras, propuesta por Pablo el apostol y desarrollada a lo
largo de la Antigüedad Tardía cristiana y la Edad Media hasta el advenimiento y
consolidación del Humanismo.
Pablo entiende que Cristo es la clave para entender toda la revelación, tanto en el
Evangelio, como en la Escritura como en la Creación. Así, convertido Cristo en centro
de un proceso de comprensión de una realidad heterogénea en la que se alinean los dos
testamentos y el cosmos, la hermenéutica cristiana se despliega en una actividad intensa
y extensa que abarca la totalidad del tiempo histórico y el espacio:
Con una esperanza así, actuamos con plena libertad, y no como Moisés, que se cubría el
rostro con un velo para que los israelitas no vieran el fin de lo que era pasajero. A pesar de todo,
sus mentes se embotaron y hasta el día de hoy, cuando leen las Escrituras de la antigua alianza,
permanece sin descorrer aquel mismo velo que ha desaparecido con Cristo. Hasta el día de hoy,
en efecto, siempre que leen a Moisés permanece el velo. Sólo cuando se conviertan al Señor,
desaparecerá el velo.
(2 Cor., 3, 12-16)
42
Cf. Heidegger, 2005b: 133.
43
“Heidegger se sintió fascinado por la experiencia del tiempo de la temprana comunidad cristiana, este
instante escatológico que no es una “espera” ni el atravesar y calcular el transcurso de un tiempo hasta el
retorno de Cristo, porque Cristo viene “por la noche, como un ladrón”. El tiempo medido, el contar con el
tiempo y todo el trasfondo de la ontología griega que dominan nuestro concepto de tiempo en la filosofía
y la ciencia, fracasan frente a esta experiencia” (Gadamer, 2002: 153). Véase también Gadamer, 2001:
59-60.
44
El cristianismo temprano concibió la salvación escatológica como fenómeno que se realizaba en el
presente de la colectividad cristiana a través de las formas del culto –el trabajo espiritual, los sacramentos
y la propia organización de la Iglesia como comunidad- y de la piedad –la ética cristiana concebida como
resultado de la manifestación presente de la posesión de la salvación escatológica, las prácticas ascéticas
y la proclamación del Evangelio-. De este modo, la Iglesia puede considerarse como comunidad
escatológica, porque la forma básica en la que la escatología se ve realizada está en conexión con la
posesión presente y efectiva del Espíritu en la comunidad (cf. Aune, 1972: 8-15).
45
Cf. Heidegger, 2005b: 131. Véase también Gleisch, 2000: 205-206.
262
46
Para ver la formación de la idea de “figura” en el pensamiento de Auerbach y su relación con la idea de
“alegoría” de Benjamin, véase Lerer, 1996.
47
Los estudios tipológicos conocieron un amplio desarrollo en Francia en el periodo comprendido entre
1940 y 1959. Los trabajos y traducciones de Danielou, Lubac y Congar fueron los responsables del
acercamiento de la teología patrística oriental a la discusión hermenéutica del siglo XX. En 1942,
Danielou publica su traducción de La vida de Moisés de Gregorio de Nisa; en 1959, Lubac presenta su
monumental obra L´exégèse médievale. El desarrollo de estos estudios planteó, en el seno de la Iglesia
Católica, la necesidad de reorientar la valoración de la exégesis patrística y, en concreto, de la
interpretación alegórica en su labor hermenéutica contemporánea (cf. Mayesti, 2001: 140 y ss.).
48
Cf. Bockmuehl, 1990: 154.
49
Véase también respecto a esta idea del plan de salvación, la definición de A. D. Nock, en Nock, 1952:
194.
50
Cf. Grant, 1967: 28.
263
De este modo, el tipo siempre resulta ser inferior al modelo o antitipo52: Adán
prefigura antitéticamente a Cristo: el Adán que triunfa frente al Adán que claudica
(Rom. 5, 12-21); el sacrificio de Isaac –en el que el padre, Abraham, como después
haría el Padre con Jesús, no perdona al hijo- prefigura el de Cristo; el nacimiento de
Eva del costado de Adán prefigura el nacimiento de la Iglesia del cuerpo de Cristo; las
dos esposas de Abraham son prefiguración de la vinculación de Dios, sucesivamente
con Israel y con la Iglesia, en un caso en el que el sentido literal de la ley es forzado por
la interpretación figural derivada de la fe para decir lo contrario de lo que dice (Gal., 4,
21-31)53. Además de las relativas a Adán, Danielou señala como principales tipologías
de la hermenéutica paulina la ya mencionada del nacimiento, sacrificio y matrimonio de
Isaac (Gal., 3, 16, Rom, 7, 32; Hb, 9, 17-19) y el Éxodo, especialmente el paso del
Jordán como tipo del Bautismo (Danielou, 1966: 153 y ss.).
En definitiva:
51
Nos referimos con esta denominación a lo que Meletinski define como “aquellos momentos
particularmente sagrados, de paradigmas que determinan las normas morales y las formas cultuales, lo
que vale tanto como decir las estructuras fundamentales del mito” (2001: 213).
52
Creemos que esta inferioridad del tipo frente al antitipo ha sido en cierto modo obviada por Fredriksen
cuando al hablar de la tipología agustiniana y de su, indudable, revalorización de la lectura ad litteram,
afirma que ambos testamentos, al ser uno imagen oculta del otro y viceversa (el subrayado es nuestro),
ambos son semejantes en dignidad y en valor religioso: “ambos lados de la ecuación son positivos”
(Fredriksen, 2001: 127). En nuestra opinión, esta consideración de la lectura literal del Antiguo
Testamento, si bien refuerza su dimensión histórica, no puede elevar el rango religioso, en la valoración
agustiniana, de éste al que tiene el Nuevo. Si bien ambos términos de la ecuación son positivos, no por
ello son intercambiables, como parece inferirse de sus palabras.
53
Véase Bonsirven, 1939: 328.
264
halla fijada, la tipología se considera una especie de la alegoría54. No será hasta el siglo
IV, en el seno de la escuela de Antioquía, y precisamente en el debate con las tesis
alegoristas de los alejandrinos cuando la tipología se constituirá como un sistema bien
definido55.
La tipología tuvo una utilidad evidente en la formación de la identidad doctrinal
cristiana, porque permitió la elaboración de una actitud propia frente a los gnósticos y
maniqueos, por una parte, al defender la unidad y continuidad entre el Viejo y el Nuevo
Testamento, y frente a los judíos, por otra, al imponer el Nuevo Testamento sobre el
Viejo, haciendo de éste el tipo de aquél.
Pero la tipología no sólo se desarrolló en el sentido anteriormente expuesto. En
efecto, la interpretación tipológica, ya desde Pablo, pero sobre todo a partir de Orígenes
se despliega en un ambicioso proyecto interpetativo que abarca los siguientes ámbitos:
? La interpretación de los acontecimientos del Antiguo Testamento como
prefiguración de la vida de Jesús, como hemos explicado anteriormente. Éste es el
sentido estrictamente cristológico de la tipología en el que abunda Auerbach.
? La interpretación puramente escatológica que remite la exégesis de la
Escritura no sólo a la profecía del fin de los tiempos y la segunda venida de Cristo, sino
también a la vida de la Iglesia considerada como tiempo escatológico (Danielou, 1950:
10).
? La exégesis que podemos denominar mística, que interpreta los
acontecimientos de la Escritura como alegorías del devenir del alma en su proceso de
conversión y acceso a la divinidad56.
? Por último, la exégesis sacramental, según la cual, determinados hechos
narrados en la Escritura son prefiguraciones de los sacramentos cristianos.
Sobre este último punto es necesario realizar algunas precisiones. Los
sacramentos, desde los primeros tiempos de la Iglesia –tal vez el Evangelio de Juan
pueda ser leído como el documento sacramental más antiguo57-, suponen la
actualización y ejecución ritual de los misterios fundamentales de la vida de Cristo.
54
Cf. Contra Celso VI.
55
Cf. Guinot, 1989: 8.
56
San Agustín subraya que las cuatro etapas históricas cubiertas por los testamentos corresponden a las
etapas del proceso transhistórico de la salvación individual: antes de la ley, bajo la ley, bajo la gracia y el
estado final de paz (Fredriksen, 2001: 121).
57
Cf. Danielou, 1950: 14. Bultmann afirma que los sacramentos incrementaron su importancia en el seno
de la Iglesia a partir de la extensión de la cumunidad cristiana por el mundo helenístico (Bultmann, 1959:
46).
265
Como tales, deben estar no sólo validados por el propio Jesús en los evangelios, sino
prefigurados en el Antiguo Testamento. Por eso, al hablar de la dimensión sacramental
de la tipología hay que hacer una doble referencia: por una parte, a la exégesis de
aquellos pasajes de la Escritura que se entienden como prefiguraciones de los
sacramentos; y, por otra, al carácter simbólico de su propia naturaleza, que, a su vez, es
susceptible no solo de actuación sino también de interpretación58. Ambos aspectos, el
carácter actuante de los sacramentos y su capacidad de ser objeto de interpretación son
determinantes para liquidar la concepción escatológica cristiana, y con ello
desmitologizar la religión al volcar su desarrollo en la historia59.
Veamos cómo se despliega esta doble actuación: Por una parte, el sacramento, al
ser portador de gracia divina, garantiza la inmortalidad a los creyentes que participan en
sus ritos, esto es, en su actuación. Esta bendición que el sacramento proporciona hace
que los participantes se despreocupen un tanto de la escatología universal, del destino
del mundo, y se vuelquen en la salvación de su alma individual por medio del
sacramento. Además, como los sacramentos, administrados por la Iglesia –que se
configura así como comunidad de los elegidos, vivientes en Cristo para los que la
muerte ha sido abolida60-, contienen ya los mismos poderes divinos que se desplegarán
al final de los tiempos, la dimensión escatológica mítica pierde fuerza frente a la idea de
la presencia terrena del Reino de Dios. De este modo, explica Bultmann, en la Iglesia
sacramental se neutraliza la escatología (Bultmann, 1959: 46-48).
En el segundo aspecto, relativo a la interpretación –ya hemos indicado que la
desmitificación de la escatología cristiana es una operación exegética- es interesante el
estudio de los medios sensibles mediante los cuales operan los sacramentos –el agua, el
aceite, las palabras rituales,...- portadores todos ellos de una simbología que despliega
su eficacia en la vida espiritual del cristiano. Este mecanismo hace recordar, sin duda, el
proceder teúrgico del último neoplatonismo, y no es de extrañar que, por afinidad, el
pensamiento de Proclo haya influido notablemente en el desarrollo de la doctrina
cristiana sacramental61. Con relación a la primera dimensión interpretativa de los
58
No todos los Padres de la Iglesia inciden en la misma proporción en ambos aspectos. Así, frente a
exégetas que se vuelcan en el examen de la tipología sacramental a través de sus referencias entre ambos
testamentos; otros, descuidando esta línea, prefieren explorar la significación mística de éstos.
59
Véase Diego Sánchez, 1985.
60
Cf. 1 Cor, 15, 54.
61
Cf. Danielou, 1950: 24. Nock ha estudiado la relación entre los sacramentos y los mysteria paganos. El
sacramento -advierte-, siendo un elemento de radical novedad en el ambiente judaico, también resulta
novedoso frente al paganismo. En su origen nada deben los sacramentos a los misterios paganos. Sin
embargo, a lo largo de los siglos II y III, la aproximación del cristianismo a la filosofía pagana, por parte,
266
especialmente de exégetas como Justino y Clemente de Alejandría, hace que se establezcan algunas
analogías entre el cristianismo y el culto a Dionisio. En todo caso, es necesario diferenciar entre el
mysterium cristiano y los mysteria paganos, incluso en autores tan inmersos en la cultura helenística como
Clemente. Dice Nock que cuando Clemente pone de relieve estas analogías, pensaba más en las Bacantes
de Eurípides que en el culto dionisiaco contemporáneo. Además, es necesario tener en cuenta que la
terminología mistérica era un lugar común en la literatura de la época y que la comparación no se
establecía respecto a los sacramentos sino al cristianismo en general. Sin embargo el mysterium en este
otro sentido puramente cristiano, para Clemente, al igual que para Pablo, es “la libre y divina resolución
de salvación de salvación del hombre separado de Dios por su pecado, concebida y oculta ab aeterno en
el fondo de la deidad. Esta resolución velada se manifiesta en Cristo” aunque sólo a los ojos de la fe
(Rahner, 2003: 61). Otros autores cristianos como Tertuliano sí utilizan el término “sacramento” como
equivalente latino a mysterium, aunque con resonancias distintas –en la Biblia de los Setenta ya aparecía
el término mysterium en referencia a la secreta resolución del rey, sólo confiada a los más cercanos (véase
Tb. 12, 7)-. Es más adelante, en el siglo IV, una vez que la Iglesia ha triunfado sobre el paganismo,
cuando se aplican libremente los términos relativos a los misterios a los sacramentos, y siempre en un
sentido figurado (Nock, 1952: 198-211). No es descartable que en esta época de cristianismo triunfante se
produjera también un movimiento inverso, es decir, una influencia cristiana en los misterios paganos (cf.
Rahner, 2003: 71-72).
62
Para todo este punto, véase Danielou, 1950: 97-278.
63
La difícil relación entre ambos conceptos será estudiada detenidamente en este mismo capítulo. En el
siguiente estudiaremos, más ampliamente, la polémica entre las escuelas de Alejandría y Antioquía en
torno a la exégesis alegórica.
267
relación del tipo con el antitipo, nos encontramos con una analogía alegórica entre un
acontecimiento y otro. En otros casos, el episodio del Diluvio se interpreta
tipológicamente en sentido estricto, es decir, aludiendo no al sacramento –que
permanece, no obstante, presente pero en un segundo plano- sino a la vida de Cristo. De
este modo, el Diluvio es la imagen del descenso a los infiernos y la posterior subida al
Cielo de Cristo. Más cerca de la simple tipología histórica se encuentra la variante
interpretativa que relaciona el “Nuevo Diluvio” anunciado por el profeta Isaías con el
bautizo de Jesús. Esta interpretación histórica es el primer eje de unas coordenadas que
se completan con la dimensión sacramental tipológica según la cual el bautizo de cada
cristiano no sólo es cumplimiento de lo anterior, sino tipo a su vez del bautizo con fuego
que tendrá lugar en el final de los tiempos. Este giro exegético es particularmente
interesante porque revela la trabazón esencial entre la dimensión histórica tipológica, la
vertiente escatológica de sentido anagógico, el plano individual ritual y, en sentido
espiritual, el sentido místico.
Pero, junto con estas dos lecturas, más o menos claras del paso del Mar Rojo y
del Diluvio Universal como tipos del Bautismo, se generaliza también en estos primeros
siglos de la Iglesia, la exégesis en la misma clave del Cantar de los cantares. En efecto,
el Epitalamio salomónico es interpretado no sólo como el poema de las bodas entre
Dios y la Iglesia –como antes en la exégesis hebrea lo había sido entre Dios e Israel-,
sino también –y no es una lectura alejada de ésta primera, porque las bodas entre Dios y
la Iglesia se producen en la vida sacramental- como tipo del bautismo. Así, el Cantar
despliega su discurso en el plano ritual del sacramento y en el paralelo e inseparable
plano individual, como bodas del alma con Dios. Abundan las interpretaciones que
identifican la cámara nupcial con el baptisterio, o que interpretan la imagen de los ojos
como palomas con la paloma del Diluvio64 o con la paloma del Espíritu presente en el
bautismo de Cristo65. Incluso, el jardín con el que se identifica a la esposa66 es leído
como imagen del alma purificada por el bautismo y convertida en un nuevo paraíso al
que acude el esposo, antitipo de Adán. Como se ve, esta circunstancia de “nuevo
paraíso” desplaza el mecanismo exegético tipológico de la historia a la interioridad de
los avatares espirituales del alma, desembocando en la mística.
64
Gn., 8, 8-11.
65
Mt., 3, 16.
66
“Eres huerto cerrado, / hermana y esposa mía / huerto cerrado, fuente sellada.” (Ct., 4, 12).
268
67
Hay en la literalidad del término typos una clara dimensión pictórica que, probablemente por la
influencia de la segunda sofística, se mantendrá en la exégesis patrística (véase Guinot, 1989: 23-33).
68
Cf. Is. 11, 15-16; 43, 14-21; 51, 9-11.
69
En este sentido, cf. Danielou, 1950: 9.
70
De hecho, el método de Isaías descrito por Husser no esta del todo alejado de algunos procedimientos
de la historiografía pagana. Así Polibio, al final del libro XXXVIII de sus Historias, describe la reflexión
de Escipión ante la definitiva ruina de Cartago: “Y entonces, cuentan, lloró y compadeció sin rebozo al
enemigo. Luego se sumió en un mar de meditaciones y vio que la divinidad fomenta el cambio en
ciudades, pueblos e imperios, igual que lo provoca en los hombres. (...). Y explican que entonces, ya
porque se le escapara, ya de manera plenamente consciente, recitó estos versos: “Llegará un día en que la
sagrada Ilión haya perecido / y Príamo, y el pueblo de Príamo, el óptimo lancero.” Polibio le preguntó (...)
269
a qué aludía con aquellas palabras. Y Escipión contestó, sin ocultarlo, que se había referido claramente a
Roma, su patria (...)” (Polibio, 2000: 484-485). Como puede verse, Polibio traza por medio de Escipión
una ley de fatalidad histórica por medio de la cual la ruina de Cartago prefigura la de Roma. Pero, en este
caso, la ruina de Roma no es consumación del posible tipo de la ruina de un imperio poderoso ni lo
consuma. Sin embargo, como observa Den Boer, la diferencia esencial entre estas recurrencias de la
concepción de la historia en el paganismo y la tipología judeocristiana radica en que los personajes o
acontecimientos así enlazados no tienen entre sí la relación existente entre el tipo y el antitipo, esto es, no
puede considerarse que el primero en orden cronológico sea tipo del siguiente. Así la relación entre
Agamenón y Alejandro no es, pese a los elementos que los relacionan, la misma que existe entre Isaac
como tipo de Cristo y éste, como su antitipo (cf. Boer, 1973: 20). Para el mundo clásico pagano , dice
Ferraris, la historia “no es un horizonte de sentido sino, como máximo, un repertorio de ejemplos”
(Ferraris, 2004: 22). La consideración cíclica de la historia del paganismo, que se diferencia de la
tipología en estos términos, reaparece con fuerza en el humanismo, en el que la nueva visión sobre la
pasada gloria de la Antigüedad clásica suscita reflexiones similares a las expuestas por Polibio. Así,
respecto de esta concepción de la historia en el pensamiento y obra de Nebrija, puede verse Navarrete,
1997: 36-40.
71
D. Gerber cuestiona que la historicidad de la tipología y la abstracción de la alegoría sean rasgos
diferenciadores tan fuertes como para diferenciar ambos métodos exegéticos (cf. Gerber, 2002: 173).
72
No tan clara nos parece la distinción apuntada por el propio Auerbach entre la figura y el símbolo: la
figura ha de ser siempre histórica, frente al símbolo que requiere, además, la presencia de fuerzas mágicas
–en obvia referencia a la teúrgia- (Auerbach, 1998: 105). Nos parece menos clara, decíamos, por cuanto
la vertiente sacramental de la figura –aspecto que está ya en las epístolas paulinas- introduce en la teoría
figural elementos rituales, de actualización de los tipos en la comunidad creyente que, si bien no
equivalen a las prácticas neoplatónicas- sí establecen un similar concepto de palabra eficaz.
73
En este sentido, observa Blumenberg que cuando en la Edad Media Duns Scoto hable de la
predestinación eterna del Hijo de Dios a convertirse en hombre el resultado es que, ante este designio, la
historia restante del hombre resulte indiferente (Blumenberg, 2003a: 252).
270
sólo habla a través de los profetas sino que éstos son también instrumentos del Espíritu.
En este sentido afirma Carmelo Granado, refiriéndose a la idea del Espíritu en el
pensamiento de Justino:
La actividad del Espíritu en los profetas no se limita, pues a anunciar lo futuro por
medio de palabras, anuncio que tiene la particularidad de no distinguir los diversos planos de
los tiempos, sino que además provoca en los profetas actitudes o comportamientos y acciones en
sí ya proféticos. El porqué de esto se resuelve últimamente en que el Espíritu toma posesión del
profeta y lo rige en toda su conducta.74
(Granado, 1987: 20)
El hecho de que el cristianismo sea una religión histórica no implica, más bien
al contrario, que no sitúe en una trascendencia ajena a toda historicidad su fundamento.
La consumación del tiempo que se da en la venida de Cristo –tanto en la primera, como
sobre todo en la segunda- se funda en una previsión ahistórica, o, mejor dicho,
superadora de la historia como marco de posibilidad de la existencia humana.
Precisamente es esta ahistoricidad la que permite la reinterpretación de la historia
humana desde el acontecimiento, histórico en sí, de la vida de Jesús. Acaso sea esta
dimensión del cristianismo la que hace no sólo compatible sino también necesaria la
mística como modo de realización de esta consumación de la historia en el plano
individual interno, del mismo modo que los sacramentos la realizan, como hemos visto,
en el terreno ritual externo.
Pépin, por otra parte, al estudiar la tipología paulina, la distingue de la
valoración de la alegoría por el apostol. Pablo no se ocupa detalladamente de la
expresión alegórica e incluso recomienda a Timoteo huir de la expresión mítica75. No
obstante, en la primera carta a los Corintios (3, 1-4), Pablo recurre a uno de los tópicos
de justificación de la alegoría al diferenciar entre el sentido literal de la Escritura,
dirigida al lector superficial y el sentido profundo, al que acceden los doctos: “Por mi
parte, hermanos, no pude hablaros como a quienes poseen el Espíritu, sino como a gente
inmadura, como a niños en Cristo (...)”.
Pépin, pese a los rasgos especiales que concurren en la lectura tipológica –
atribuible tal vez a la exégesis judía palestina-, identifica la alegoría con ésta (Pépin,
74
El subrayado es nuestro.
75
1 Tim., 1, 3-7.
271
1958: 252), añadiendo que hay mucha influencia del estoicismo tardío en el
pensamiento paulino:
Nul doute donc que saint Paul offre l´exemple d´une lecture allégorique de la Bible,
dans laquelle il découvre, sous le déguisement des figures, l´annonce du Christ, la description de
la foi chrétienne, ou encore un ensemble de prescriptions morales destinées au chrétiens.
(Pépin: 1958, 250)
76
Es difícil determinar hasta qué punto el término “intertextualidad” resulta pertinente y útil aplicado a la
tipología bíblica. Por una parte, porque aunque toda cita –incluso dentro del comentario exegético
bíblico- puede considerarse, siquiera a un nivel mínimo de mediación, como un caso de intertextualidad,
parece necesario además, que en el autor de dicho comentario exista un concepto de texto, de recepción, y
quizá de autoría distinto al existente en estos primeros siglos de la era cristiana. Tal vez, pudiera ser más
ajustado al caso que nos ocupa la definición más amplia de transducción como “proceso de transmisión y
transformación de sentido en el que se prolongan en el tiempo los textos literarios” (Martínez Fernández,
2001: 91), aun cuando es necesario ser cauteloso respecto de la aplicación de los conceptos “texto” y
“literario” a la exégesis bíblica.
77
Orígenes propone nueve pasajes de las Cartas de Pablo para argumentar a favor del metodo alegórico.
Seis de ellos serían utilizados posteriormente por Gregoria de Nisa con la misma finalidad (Heine, 1984:
361).
78
Rom., 7, 14; 1 Cor., 2, 10; 2, 16; 2, 12; 2 Cor., 3, 6; 3, 15-16; Gal., 4, 24, 2.
272
que más abundantemente recoge la interpretación tipológica79. Otros dos pasajes de los
invocados por Orígenes tampoco permiten despejar mucho las dudas en torno al
alegorismo de la exégesis de Pablo. En el primero de ellos, 1 Cor., 9, 9-10, Pablo
propone, a nuestro juicio, una exégesis más alegórica que tipológica: en el texto no hay
interés por el sentido literal histórico de la ley mosaica como tipo que haya sido
consumado por la venida de Cristo, sino que se contempla como un enigma resuelto a
partir de Cristo. Tampoco el contexto en el que se inserta este fragmento permite una
lectura de carácter especialmente histórico, sino que más bien la alusión alegórica está
utilizada como argumento en defensa de su proceder libre como apostol. El segundo
pasaje de esta serie, 1 Cor., 10-11, por el contrario, sí permite hablar de tipología. Al
contrario de lo que ocurre en el caso anterior, aquí hay una referencia expresa a unos
acontecimientos reales –“todas estas cosas que les sucedieron a ellos [que además son el
tipo] eran como ejemplos para nosotros y se han escrito para escarmiento nuestro... [es
decir, de un momento posterior de consumación histórica] (...) que hemos llegado a la
plenitud de los tiempos.”-.
El último pasaje de los citados, Gal 4, 24, referente al sentido espiritual de las
dos mujeres de Abraham es, a nuestro juicio, un caso claro de tipología80. El pasado no
se convierte en mero signo del futuro, sino que se presenta como un tiempo incompleto
que ansía y reclama una consumación que, una vez producida, no sólo la colma sino que
constituye junto con ese momento pasado un presente nuevo en un orden atemporal.
La aproximación de Lubac a la cuestión, en respuesta a un artículo previo de
Danielou en el que señalaba las diferencias entre la tipología como medio de
interpretación genuinamente cristiano y la alegoría heredada de la exégesis de Filón81,
resulta de sumo interés desde el punto de vista filológico (Lubac, 1947). Además del
citado artículo de Danielou, Lubac analiza un texto de Juan Crisóstomo en el que éste
afirma que cuando Pablo utiliza el término “alegoría” en Gal., 4, se refiere en realidad al
método “tipológico”82. En opinión de Lubac, la comparación entre ambas posibilidades
79
Danielou, por el contrario, afirma que en esta carta, apenas hay tipología sino que en ella hay más
relación entre las cosas visibles e invisibles que entre pasado y futuro (Danielou, 1950: 21). No obstante,
estas relaciones son explicadas en la esta carta a partir de las diferencias entre la ley de Moises –tipo- y la
establecida por Cristo –antitipo-.
80
Grant se muestra algo confuso sobre este fragmento. Si bien dice que es una alegoría, seguidamente lo
califica de prefiguración porque mantiene el sentido literal del texto (Grant, 1967: 27).
81
Cf. Danielou, 1946.
82
Debe tenerse en cuenta que el análisis de Juan Crisóstomo se sitúa en el contexto de la
polémica sobre la exégesis alegórica entre las escuelas de Alejandría y Antioquía, a la que él
pertenece.
273
exegéticas debe plantearse de forma distinta. Para ello, Lubac estudia el comienzo del
uso del término “alegoría” y lo sitúa por primera vez en Plutarco83. Ahora bien, esto
significa que en el momento en el que Pablo lo utiliza, la palabra es absolutamente
novedosa, casi simultánea al uso pagano, y su empleo parece revelar ya un deseo de
distanciar su interpretación de la hypónoia. De este modo, la alegoría de los primeros
cristianos no es sino la interpretación de los tipos o figuras que en Israel anunciaban a
Cristo, mediante el discernimiento de la relación de la figura con la verdad de la letra y
el espíritu84. Así pues, aunque Lubac reconoce la influencia de la exégesis filoniana en
la dimensión moral y espiritual de la interpretación cristiana primitiva –muy
dependiente, en todo caso, de la lectura tipológica en su sentido estricto85-, considera
que la polémica entre tipología y alegoría es, en buena medida, artificial, puesto que,
como dice refiriéndose a la obra de Orígenes, la relación entre la tipología y la alegoría
no consiste en la determinación de dos grados de profundidad, sino que es análoga a la
existente entre la teoría y la práctica86.
En todo caso, aunque las diferencias entre la alegoría y la tipología entendidas
ambas en sentido estricto son, en nuestra opinión, insoslayables –y más si se considera
que el uso de la palabra “alegoría” podría remontarse, como observa Buffière, a la
escuela de Pérgamo en siglo III o II a. C.-, pensamos que ambas son formas de
comprensión e interpretación que corren paralelas, y que incluso vienen a necesitarse
entre sí, en el sentido propuesto por Lubac, en la hermenéutica cristiana. Así, en las
mismas epistolas paulinas hay fragmentos en los que, sobre la base de la interpretación
tipológica, se desarrolla una exégesis alegórica. Veamos uno de los ejemplos más
conocido, Rom., 2, 25-29:
83
Cf. supra. cap. IV.
84
Ib., p. 185.
85
Ib., p. 219.
86
Ib., p. 221.
274
El carácter tipológico del pasaje parece claro. San Pablo interpreta la ley sobre la
circuncisión del Antiguo Testamento a la luz del Nuevo. De esta interpretación se colige
que la circuncisión física es la prefiguración de la circuncisión del espíritu que informa
la nueva ley. La exégesis paulina cumple con los requisitos internos de la tipología y
también con los externos: por una parte, establece una relación de continuidad entre los
dos Testamentos; y, por otra, indica que la consumación del Antiguo se encuentra en el
Nuevo, con lo que señala la superioridad de éste y la consecuente distancia entre
cristianismo y judaísmo. Sin embargo, nos parece advertir que este mecanismo
tipológico ha dado lugar a una alegoría moral-espiritual de la ley del Antiguo
Testamento: en efecto el precepto de la circuncisión es ahora leído, en virtud de la
exégesis tipológica, como una alegoría moral que hace abstracción del precepto mosaico
y lo traslada al terreno del espíritu. En este caso, en definitiva, la alegoría ha sido un
efecto inevitable de la interpretación tipológica de la Escritura.
La exégesis tipológica es desarrollada de un modo más radical en la Carta a los
Hebreos, y prosigue el despliegue de sus posibilidades en el Evangelio de San Mateo87.
En este sentido, dice Grant: “Là où Paul ne fait qu´une simple allusion à la supériorité
du Christ sur Moïse, l ´Épître aux Hébreux développe la comparaison et l´Evangile de
Matthieu trace un portrait complet du Christ comme nouveau Moïse” (Grant, 1967: 44).
Pero, como observa Grant en estas mismas páginas, aunque las lecturas de ambos libros
no son alegóricas sino tipológicas, su procedimiento exegético respecto al Antiguo
Testamento abrió la puerta a las fantasías de aquellos, alegoristas o no, que buscaban
sentidos ocultos en el Antiguo Testamento88. En el límite de la ortodoxia cristiana con el
gnosticismo, se sitúa la Carta de Bernabé, cuya tipología desvaloriza la dimensión
histórica del Antiguo Testamento (Grant, 1967: 51-52).
Todas estas observaciones son pertinentes si se compara la alegoría con la
tipología estricta que ve en el Antiguo Testamento una prefiguración de los
87
La Carta a los hebreos, durante mucho tiempo atribuida a San Pablo, abunda en la metáfora del velo al
diferenciar entre el rito judío y el nuevo rito cristiano. En el primero los fieles se mantenían separados de
Dios, en cuanto sólo el sumo sacerdote, y sólo una vez al año, accedía a su presencia en el Santuario. Éste
estaba separado de la estancia común del culto por un velo que significaba la separación entre Dios y los
hombres (Hb., 9, 3). Con su muerte, Cristo rompe el velo al establecer una nueva alianza entre Dios y los
hombres. La vieja alianza y el rito vétero-testamentario se reinterpreta como tipo del nuevo rito y de esta
nueva alianza. En el Evangelio de San Mateo, probablemente posterior a la Carta a los Hebreos, se
condensa alegórica y narrativamente lo que en ésta aparece en sentido doctrinal: “Jesús, entonces, dando
de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo
(...)” (Mt., 27, 50-51). La Carta se escribió en torno al año 70; el Evangelio de Mateo entre esta fecha y
110, probablemente hacia los años 80 y 90. El año 70 es una fecha referencial porque es el año de la
destrucción del Templo de Jerusalén, aludida en el Evangelio, pero no en la Carta.
88
Cf. Grant: 1967, 42.
275
89
En el Nuevo Testamento, el término “alegoría” sólo aparece una vez en forma verbal, aunque esto no
significa que el concepto le sea ajeno (Pépin, 1958: 257).
90
Tal es la acusación que sobre él hace recaer Porfirio en Contra los cristianos (Pépin, 1987: 55).
91
En los Evangelios hay algunos ecos de la exégesis de Jesús sobre la Escritura que se distancia en
algunos puntos de la judía en sentido estricto. Véase Mc., 10, 2, por ejemplo. Además, como dice Grant,
276
hay algunas aplicaciones de la Escritura a sí mismo, como en Mt., 12, 38 o Lc., 11, 29, de carácter
tipológico. Sobre esta cuestión, véase Ellis, 2000: 20-37. Por otro lado, como recuerda Pépin, las
parábolas del Evangelio son ejemplos de construcciones retóricas alegóricas, aunque, en vez de
desarrollarse como cadenas de metáforas, se despliegan como desarrollos de una comparación. Aunque
esta diferencia no es muy significativa respecto a la alegoría retórica clásica que, como vimos, abarcaba
en la realidad otros mecanismos retóricos además de las metáforas, si nos parece interesante la
observación que Pépin hace a continuación: la necesidad de la explicación de Jesús para hacer accesible a
todos los oyentes o a un grupo privilegiado (Mt. 13 y Mc. 4) el sentido de las alegorías (Pépin, 1958: 252-
256). La exposición de la alegoría seguida de su comentario, realizados ambos por el propio autor –en
este caso Jesús frente a sus oyentes dentro del relato evangélico- es que adelanta el modelo de lo que será
a partir de la Psicomaquia de Prudencio, un nuevo tipo de alegoría: la alegoría deliberada.
277
92
No se trata, pese a su denominación, de escuelas en el sentido estricto del término, aunque, ciertamente,
en Alejandría, sí puede hablarse con más precisión de escuela, sobre todo a partir de Orígenes (Bardy,
1942: 85).
93
Cf. Simonetti, 1994: 59.
94
Véase Wilken, 1979: 117-134.
278
95
Marción rechazaba al Dios del Antiguo Testamento como inferior a Cristo y se aproximaba en algunos
extremos al paganismo y a los gnósticos (cf. Vidal Manzanares, 1999).
96
Pese a que fue en Alejandría donde el contacto entre el helenismo y el cristianismo incipiente dio sus
frutos más importantes, es necesario advertir que la presencia griega en la formación del cristianismo se
remonta a su origen, como se evidencia en la elección del género epistolar, genuinamente griego, o la
adaptación de la praxeis, o recopilación de los hechos y dichos de personajes célebres, para articular los
Hechos de los Apóstoles, o, incluso, la modificación de la diatriba de la filosofía popular griega para dar
lugar al sermón (cf. Jaeger, 1965: 15-17).
279
una parte que la alegoría se hiciera a veces más accesible y, por otra, que su contenido
fuera reconocible en otros pasajes no alegóricos de la Escritura.
Además, la actitud ante la alegoría de los Padres de la Iglesia estuvo a menudo
condicionada por las exigencias de la lucha contra la herejía, de tal modo que su
aceptación o rechazo dependía del uso de que de ella hicieran los movimientos heréticos
contra los que la ortodoxia debía reaccionar. Este condicionamiento está presente en los
grandes alegoristas de la Patrística desde Orígenes hasta San Agustín. Por lo tanto, hay
que distinguir en la alegoría cristiana de estos primeros tiempos una doble función: por
una parte, se constituye como un mecanismo de vertebración de una doctrina metafísica
a partir de unos textos heterogéneos, como eran las Escrituras, y de un contexto
filosófico ajeno pero en el que se desarrolla, el helenismo; y, por otra parte, se presenta
como un mecanismo de delimitación y exclusión de la heterodoxia, en el que la alegoría
o su rechazo, es un arma de interpretación al servicio de una regla de autoridad
religiosa. Esta doble dimensión llevó la alegoría cristiana a terrenos y dificultades
desconocidos para la alegoría pagana. Las diferentes escuelas exegéticas condicionaran
su relación con la alegoría a las circunstancias particulares del medio en el que realizan
su labor predicativa y exegética.
Como ya hemos señalado, fue la escuela de Alejandría, la primera en adaptar
decididamente el método alegórico. Rasgos fundamentales de esta escuela, junto a la
defensa y práctica de la exégesis alegórica, son la teología del Logos, la doctrina
trinitaria y platonizante de las tres hipóstasis –abandonada tras la condena del
arrianismo en el concilio de Nicea-, la depreciación de la humanidad de Cristo respecto
de su divinidad, la antropología dualista de procedencia platónica y la espiritualización
de la escatología (Berardino, 1992: Alejandría, escuela). Como puede verse, el
desarrollo de la metafísica cristiana, como ya ocurriera en el paganismo al que en cierto
modo imita y emula, requiere del instrumento de la alegoría para poder desplegar sus
argumentos.
La escuela de Antioquía, por su parte, se enfrenta a problemas diferentes, entre
los que se encuentran los excesos provocados por el alegorismo alejandrino posterior a
Orígenes97; la crítica, de gran calado entre los cristianos cultos orientales, que a estos
97
Los antioquenses reprochaban al alegorismo alejandrino y al propio Orígenes que su método exegético
negaba la realidad de los hechos bíblicos en el sentido histórico, dándoles un tratamiento similar al que
las especulaciones filosóficas del paganismo habían dado a los mitos. Para Lubac, no obstante, este
reproche es falso (cf. Lubac, 1947: 200-201).
280
98
El ataque de Porfirio en Contra los cristianos se funda en la repugnancia del sentido literal de algunos
pasajes, como Jn. 6, 53, que los cristianos interpretan alegóricamente. Lo sorprendente de la postura de
Porfirio es que, al defender la necesidad de un sentido literal aceptable, desde el punto de vista moral,
como punto de partida para una adecuada exégesis alegórica, se revela contrario a la tradición alegorista
griega (Pépin, 1987: 60-63). Para la relación de Porfirio con los cristianos, en particular con Orígenes,
véase Grant, 1973.
99
Cf. Danielou, 1966: 81. La alegoría moral del Génesis tuvo poca fortuna y ya los discípulos capadocios
de Orígenes la desecharon a favor de una lectura literal. Tampoco recurrieron a ella autores tan filonianos
como Gregoria de Nisa, aunque sí, como hemos visto, San Ambrosio, principal introductor de la alegoría
en occidente (Danielou, 1966: 89).
100
Cf. Danielou, 1966: 95 y ss.
101
Hay otra lectura puramente tipológica que interpreta el Diluvio como tipo del Bautismo (1 Pe., 3, 20-
22).
281
Filón, esta boda en clave mística102, muy próxima a su lectura del Cantar de los
Cantares; el Éxodo presenta una amplia gama de interpretaciones que van desde la
tipología hasta la alegoría mística, de procedencia filoniana, pasando por algunas
posibilidades intermedias.
En segundo lugar, la alegoría aparece como solución a los problemas de
comprensión derivados del griego de la Biblia de los Setenta. Así, hay determinados
hebraísmos o términos griegos caídos en desuso que los comentaristas optan por
interpretar alegóricamente ante la dificultad de entender su sentido literal (Harl, 1971:
247). En otras ocasiones, los exégetas tienen dificultades para interpretar las metáforas,
muy abundantes en el original hebreo, y de complicada traslación al griego. Estas
complicaciones producen tensiones en la traducción que dan como resultado la
aparición de rarezas y expresiones chocantes que los exégetas cristianos no saben cómo
interpretar. Para resolver estos problemas, recurren a menudo al alegorismo (Harl, 1971:
250). Sin embargo, en otras ocasiones, como ocurre en el caso de Orígenes, los exégetas
no sólo manejarán otras traducciones griegas de la Escritura, sino que trabajarán
también sobre el texto original hebreo.
La influencia neoplatónica, por otra parte, fue muy importante en los primeros
siglos del cristianismo y de ella proceden algunas claves de interpretación alegórica
mística103. Hasta el Concilio de Nicea, celebrado entre 325 y 327, en el que se condenó
el arrianismo104, el contacto entre el platonismo medio, en primer lugar, y el
neoplatonismo, después, y el cristianismo fue muy intenso105. Después de este concilio,
la lectura de Plotino por parte de los autores cristianos no podía dejar de tener presente
la condena conciliar a los intentos más serios de acortar distancias entre ambas
concepciones de la divinidad. Pese a esta circunstancia, la influencia del neoplatonismo
fue fundamental en muchos de los Padres de la Iglesia. Así, Rist detecta ecos de las
Enéadas V y VI en Basilio y Gregorio de Nisa; el conocimiento, aunque también la
hostilidad, de al menos la Enéada V en Gregorio Nazianceno; y, por supuesto, su
102
Cf. Danielou, 1966: 191.
103
Para las diferencias entre la mística neoplatónica y cristiana respecto del concepto de Dios, la idea de
la relación del alma con la divinidad y la comprensión de las virtudes morales en las coordenadas
místicas, véase Louth, 1981: 194-204.
104
El arrianismo, con una clara influencia del neoplatonismo, había intentado establecer un puente entre
esta corriente de pensamiento y el cristianismo. Para ello, afirmaba que el Hijo era inferior al Padre y el
Espíritu Santo inferior a aquel, en claro paralelismo con las hipóstasis neoplatónicas.
105
Algunas diferencias entre el neoplatonismo pagano y el cristianismo en torno a la idea del cosmos
pueden verse en Armstrong, 1973.
282
106
Cf. Rist, 1996.
107
Otros destacados miembros de esta escuela son Ammonio, Atanasio, Cirilo, Dionisio, Panteno, Pierio
y Pedro de Alejandría (cf. Vidal Manzanares, 1999).
108
Clemente había dividido la ley en cuatro partes: las dos primeras, la histórica y la legislativa, tenían
por objeto fundamental la enseñanza moral; la relativa a las ceremonias religiosas tenía un contenido
cosmológico y natural; por último, la parte superior era la parte teológica que admitía a su vez dos tipos
de interpretación: histórica y alegórica. La alegórica podía ser, a su vez, moral o cosmológica y simbólica
(Simonetti, 1994: 37). Los cinco sentidos señalados por Grant corresponden a todos estos tipos de
interpretación, pero debe tenerse en cuenta que éstos se agrupan en torno a dos ejes fundamentales: el
sentido histórico o literal y el alegórico. Éste último reúne los tipos de alegoría ya vistos en la alegoría
griega de los siglos anteriores y del neoplatonismo que le resulta practicamente contemporáneo: la física,
la moral / psicológica y la mística o espiritual.
109
Son interesantes las observaciones sobre esta cuestión realizadas por Clemente al analizar la escritura
egipcia (Pépin, 1958: 268). Mondésert se pregunta, en este mismo contexto, si lo que pretende el método
alegórico alejandrino y en particular el de Clemente no es más bien la elaboración de una teoría del
lenguaje religioso en general (Mondésert, 1936: 158). En todo caso, la intención de Clemente de
sistematizar un lenguaje religioso general a través de la alegoría no está demasiado alejada de la
propuesta por Hugo Rahner cuando, desde la teoría de los arquetipos de Jung, dice: “El poder semántico
de los símbolos le ha sido dado al hombre de antemano (… ), preexiste en su forma primigenia en cada
religión y pertenece a los arquetipos de toda búsqueda humana de Dios” (Rahner, 2003: 51).
110
Cf. Rahner, 2003: 291. En esta misma página, dice Rahner que Metodio (muerto en 311) es el más
griego de los autores cristianos. Sobre Metodio, véanse también las páginas 297-299 de la citada obra.
283
111
Cf. Clemente de Alejandría, 1981: 13-14.
112
Clemente de Alejandría, 1994: 132-135.
113
Ib., p. 157.
114
Op. cit., p. 170.
115
Clemente no sólo recurre a los griegos, sino que, en su justificación de la universalidad del estilo
simbólico, apela a los egipcios, los persas y los escitas.
284
pour les sages, annonciateur d´oracles toujours énigmatique, pour les gens obtus, maître
mediocre à la parole brève”116.
A diferencia de lo que ocurrirá con Orígenes, Clemente muestra más interés por
las cuestiones morales y filosóficas que por las puramente teológicas117. Sin llegar a
incurrir en el gnosticismo, hay en la obra de Clemente una enorme preocupación por el
conocimiento que a veces le lleva a interpretar algunas de las figuras fundamentales de
la Escritura más en atención a éste que a la salvación. Así ocurre con el “árbol de la
vida”, del Génesis: aunque sigue siendo interpretado como tipo del “Verbo encarnado”,
pasa de ser un símbolo de la redención en Ireneo a un tipo de la gnosis en Clemente
(Danielou, 1962: 51-52)118.
Este conocimiento, que, como en la mística neoplatónica, supera, por decirlo en
términos contemporáneos, la separación entre sujeto y objeto, se produce a través de la
revelación de las realidades misteriosas encerradas en los símbolos. La revelación
paulatina se produce en la vida sacramental: a medida que el alma se eleva, el símbolo
libera más y más el misterio, sin llegar nunca a revelarse completamente en el mundo
terrenal119. De este modo, aunque se ubica en un contexto nítidamente cristiano, la
exégesis bíblica de Clemente utiliza los textos más como ilustración y confirmación de
sus teorías que como fuente de sus especulaciones120. Acaso por esta prevalencia de sus
preocupaciones filosóficas en torno al conocimiento y por la integración del
pensamiento griego en el ámbito cristiano a partir de su teoría del plagio, Clemente no
encuentra dificultad en hacer alusión a los mitos griegos121.
116
Op cit., p. 63.
117
Respecto a la preocupación moral, resulta interesante comprobar la operación de rescate y
cristianización que Clemente realiza de la alegoría moral de Hércules y su elección entre la virtud y el
vicio, planteada por Pródico de Ceos (Clemente de Alejandría, 1981: 75).
118
Los términos de gnosis y theoria en el cristianismo primitivo tienen una historia larga y complicada.
La theoria hace referencia a la visión en el sentido mental, a la contemplación. La gnosis apela al
conocimiento intelectual. El vocabulario de la contemplación penetra en el cristianismo con Clemente e
influye decisivamente en Orígenes, y, a través de éste, en toda la mística cristiana (Lemaitre, 1950: 121 y
ss.).
119
Danielou, 1962: 273. Clemente afirma, en consonancia con otros exégetas cristianos y judíos de la
época, la trascendencia inefable de la divinidad. Lo que quizá pueda sorprender, es que se apoye en su
defensa en una cita de Solón (Clemente de Alejandría, 1981: 159).
120
Mondésert, 1936: 179.
121
En realidad, Clemente continuaba de esta manera, una tradición de explicación de los poetas griegos a
partir de la Escritura ya asentada entre los judíos helenizados de Alejandría, como Filón y Aristóbulo (cf.
Clemente de Alejandría, 1981: vol. II, 105).
285
De este modo, Clemente cristianiza a Orfeo al decir que el “canto nuevo” hace
cambiar a los hombres que son como lobos y demás fieras122 o recoge la creencia según
la cual las granadas surgen de la sangre de Dionisios123.
Ahora bien, pese a la laxitud con la que propone su método de exégesis
alegórica, en el que tienen cabida los mitos paganos y en el que la preocupación
filosófica desborda con frecuencia la teología, Clemente es consciente de la necesidad
de imponer algunas limitaciones al método alegórico. Las alegorías de los gnósticos son
un ejemplo muy cercano de lo que puede producir esta exégesis si no se establece
alguna medida que limite su natural tendencia al exceso y la dispersión. Respecto de las
teorías filosóficas paganas y, en particular, en lo que se refiere a los cercanos mitos de
Pitágoras y Platón, Clemente afirma lo siguiente: «Ne doivent pas être entendus
allégoriquement dans tous leurs mots absolument, mais seulement dans les expressions
qui signifient la pensée globale, et c´est que nous pouvons trouver ce qui, par des
symboles, est indiqué sous un voile, l´allégorie» (Clemente de Alejandría, 1981: 122).
De este modo, parece que Clemente rechaza, por lo que se refiere a la exégesis de estos
mitos, la alegoría minuciosa y centrada en el léxico de los estoicos, en beneficio de una
interpretación más general, atenta más a la alusión que a la descodificación metafórica,
y más favorable, en consecuencia, a la determinación de analogías y concordancias con
la Escritura.
Por lo que a la exégesis bíblica se refiere, Clemente opta por establecer unas
limitaciones externas de carácter finalista a la interpretación alegórica. De este modo,
afirma que la verdad no se encuentra en cambiar el sentido de un texto sino sólo si la
interpretación conduce a un resultado que es apropiado y perfectamente consonante con
la majestad de Dios, si está basado en otros pasajes bíblicos y si es respetuoso con el
criterio de autoridad de la tradición católica124.
Orígenes es un teólogo más profundo que Clemente. Su trabajo como exégeta es
mucho más sistémático, riguroso y agudo que el de sus predecesores. La primera de
estas cualidades proviene de su consideración de la Escritura desde un punto de vista
global, frente a las exégesis concretas, centradas en libros y pasajes determinados, de los
alegoristas cristianos precedentes; la segunda, de su cualificación filológica y de su
122
Clemente de Alejandría, 1994: 44. Sobre la cristianización de Orfeo en la Patrística y en el
cristianismo medieval, véase Rahner, 2003: 84-85.
123
Ib., p. 66.
286
mayor y más profundo conocimiento bíblico; por último, su agudeza se pone de relieve
en la pugna sostenida contra los gnósticos.
Ya examinamos anteriormente las referencias de Orígenes a Pablo, utilizadas
como argumentos para defender la pertinencia de la exégesis alegórica de la Escritura.
Ahora debemos adentrarnos más pormenorizadamente en el proceder hermenéutico de
Orígenes, tanto en su vertiente formal como en sus propósitos y resultados. La obra de
Orígenes se ordena en tres secciones: las glosas, las homilías y los comentarios. Es en
éstos en los que se encuentra más minuciosamente y con más rigor filológico
desarrollado el método exegético de Orígenes.
En la obra de Orígenes no se encuentra tan abundantemente como en los Padres
occidentales lo que Pelletier considera el hecho diferencial de la alegoría cristiana frente
a la pagana: el despliegue de los mecanismos hermenéuticos a partir -y al servicio- de la
fe, distintivo nítido y radical de la alegoría cristiana frente a la exégesis alegórica
pagana125. Pesan todavía sobre su pensamiento muchos elementos del mismo
intelectualismo alejandrino que hemos visto en Clemente. Debido a éste, la alegoría
cristiana resulta ser, en opinión de Orígenes, una exégesis inspirada, aunque
desarrollada sobre la erudición y la inteligencia del intérprete126, en los términos
descritos por Pablo. Es precisamente la esencial inspiración de la Escritura la que guía
la interpretación alegorista y también inspirada de Orígenes. Éste es, en consecuencia, el
primer aspecto que debemos examinar en el análisis de la alegoría del exégeta
alejandrino. De ella se deriva la valoración del sentido literal de la Escritura y su
acotación frente al sentido espiritual. En este ámbito, Orígenes no se limita a decir que
la Escritura es un texto inspirado sino que va más allá al identificarla con el Logos, con
Cristo.
Pero esta identificación, que, como veremos, influye decisivamente en la
valoración del sentido literal al equipararlo al cuerpo humano de Cristo127, en lugar de
dotar a la exégesis de una capacidad de penetración ilimitada en el sentido del texto,
impone a la labor hermenéutica las consecuencias de su limitación ab initio. En efecto,
124
Había sido Ireneo el primero en proponer este criterio dogmático. En un contexto completamente
distinto, también Crisipo había llegado a la conclusión de que era necesario establecer límites a la
alegoría.
125
Cf. Pelletier, 1989: 307.
126
Cf. Grant, 1967: 73. El propio Grant advierte que esta concepción de la exégesis inspirada aparece
también en la interpretación neopitagórica y neoplatónica (Grant, 1983: 139). Cf. supra., capítulo XI.
Sobre esta cuestión, dice Danielou que la defensa de la inteligencia en el seno de la fe llevada a cabo por
Orígenes hará posible el denso intelectualismo de la obra de teólogos como Anselmo y Tomás de Aquino
(Danielou, 1957: 289).
287
Orígenes, tal vez por su repudio del gnosticismo o por su formación filosófica vinculada
al platonismo medio, considera que la revelación cristiana no ha dado a conocer un Dios
nuevo, sino a iluminar la verdad contenida en el Antiguo Testamento y a extenderla al
mundo entero. Ahora bien, Orígenes sostiene que esta actuación de la Encarnación de
Cristo sobre el sentido de la Escritura no supone, contra lo que pudiera parecer, un salto
brusco en la constante revelación de Dios128.
Harl129 explica las causas de esta sorprendente limitación de la capacidad
reveladora de la Encarnación, sobre todo si se compara con las ideas sobre esta cuestión,
mucho más amplias, de Ireneo, de Clemente y, en general, de la tradición tipológica
cristiana de los dos primeros siglos que hacía de la encarnación, vida, muerte y
resurrección de Cristo, el hecho definitivo y fundamental que precipitaba la caída del
velo que cubría el sentido de la ley 130: Orígenes también comparte la idea de que la
Encarnación de Cristo ha supuesto la revelación del carácter divino de las Escrituras que
lo anuncian (Orígenes, 1971: IV, 1, 6). Pero en la exégesis origenista se tienen en cuenta
otros aspectos procedentes del platonismo, como la concepción subordinada del Hijo
con relación al Padre. Ésta le lleva a recordar que quien se encarna no es el Padre, Dios
supremo, sino el Hijo, una divinidad plena pero secundaria. De este modo, y de forma
análoga a algunas formas de conocimiento hipostático del neoplatonismo, Orígenes
considera que el conocimiento del Padre a través del Hijo es sólo una etapa provisional
de un conocimiento que debe aspirar a lograrse sin intermediarios. El platonismo de
Orígenes le lleva a pensar que el conocimiento de Dios ha de ser un acto de la
inteligencia, en el que no pueden mediar las sensaciones corporales. En consecuencia, el
Verbo encarnado no puede aportar una manifestación clara de Dios porque habla desde
un cuerpo de hombre, y sólo la inteligencia, sobrepasando los sentidos, puede
interpretar los signos y conocer a Dios (Harl, 1958: 340)131.
De igual modo que la encarnación de Cristo tiene, para Orígenes, una función
educadora y preparatoria para avanzar en el conocimiento de Dios, el sentido literal de
la Escritura, que se ha equiparado con el cuerpo de Cristo, tiene también la función de
orientar al exégeta en la persecución del sentido espiritual hacia el que apunta. Además,
127
Cf. Simonetti, 1994: 40.
128
La Encarnación jugará un papel mucho más importante, sobre todo en la mística, a partir del Concilio
de Nicea y del triunfo de las tesis de Atanasio.
129
Harl, 1958: 338.
130
Sobre la revelación de la verdad divina en relación al intelectualismo alejandrino y al simbolismo
arquetípico, véase Blair, 1982.
288
cuando Origénes afirma que la Escritura es un texto inspirado por Dios132, lo dice en un
sentido plenamente platónico: en cuanto texto inspirado, el autor humano de la Escritura
es un mero intermediario que no tiene por qué tener conciencia plena de lo que escribe.
Esto no obstante, Orígenes distingue en Contra Celso la inspiración de los profetas que
vuelve la inteligencia más perspicaz y el alma más clara, y la inspiración de los oráculos
paganos, en los que el adivino salía de sí, hasta perder la conciencia (Jay, 1983: 155). La
función profética es entendida por Orígenes, en consonancia con esta premisa, más
como una experiencia espiritual que como una visión del futuro133. La consecuencia en
el ámbito hermenéutico es definitiva: el sentido profundo del texto inspirado es
independiente de la intención del autor material (Guillet, 1994: 287-289).
Todas estas consideraciones en torno a la inspiración de la Escritura tienen como
consecuencia la afirmación de que, aun cuando no sea accesible en su totalidad, la
inspiración divina se extiende a la totalidad del texto bíblico, y, por lo tanto, cada uno
de sus pasajes, cada una de sus palabras y expresiones, es susceptible de ser interpretado
alegóricamente (Orígenes, 1971: IV, 1, 7). De este modo, Orígenes afirma que la
exégesis alegórica no sólo debe ser aplicada a los escritos proféticos, como se venía
haciendo, sino a toda la Biblia, incluyendo los Evangelios, el Apocalipsis e incluso los
“cantos” de los apóstoles134. En Orígenes se hace sentir, por primera vez en un autor
cristiano, el efecto absoluto y expansivo de la alegoría, un método que ya en el
paganismo había demostrado cómo resultaba imposible, una vez aplicado a un mito o a
alguno de sus aspectos, dejar de aplicarlo a los demás.
Del lado de la exégesis, la inspiración también es objeto de examen detenido por
parte del alejandrino. El intérprete requiere también de la inspiración para poder
desentrañar el sentido oculto de la Escritura. En este aspecto, la Escritura se presenta
como un medio de elevación espiritual hacia Dios. Sobre esta dimensión mística de la
lectura bíblica habremos de volver en este mismo capítulo. Ahora es necesario
determinar cómo se produce esta inspiración del intérprete. Orígenes muestra la
influencia de la Carta Séptima de Platón al exigir un esfuerzo preparatorio intelectual y
131
El sistema exegético de Orígenes se edifica en torno al misterio. El cerco al misterio cristaliza en el
método alegórico (cf. Balthasar, 1936: 516).
132
De esta forma, al comentar el Cantar de los cantares, Orígenes aclara que su autor no es el Salomón
humano rey de Israel, sino Cristo de quien aquel es figura (Orígenes, 1986: 66).
133
Ya Filón había relacionado el éxtasis más que con la unión mística, con el estado que produce y en el
que se produce la profecía (Louth, 1981: 33).
134
Op. cit., IV, 2, 3.
289
moral y al afirmar la libertad soberana de la Verdad, conocida sólo por aquel a quien se
revela (Balthasar, 1936: 517).
Los argumentos de Orígenes lo obligan a plantearse el problema del sentido
literal de la Biblia desde una perspectiva filológica inédita en la patrística precedente.
En efecto, al considerar que el único medio para llegar al sentido espiritual de la Biblia
es a través de su sentido literal, el exégeta alejandrino comprende la necesidad de
estudiar detenidamente el sentido literal de la Escritura. Esta atención convierte al
Orígenes en el fundador de la crítica bíblica (Danielou, 1957: 281), reuniendo en su
obra no sólo la interpretación alegórica cristiana por antonomasia, sino también la
dimensión filológica que guiará las pautas exegéticas de sus máximos rivales, los
intérpretes de Antioquía.
Junto con las consideraciones teóricas expuestas, existen otros motivos de orden
práctico que justifican la preocupación de Orígenes por el sentido literal de la Escritura:
Orígenes, como alegorista, se opone a judíos y cristianos judaizantes defensores del
sentido histórico de la Escritura, pero también a los gnósticos y a los cristianos simples
demasiado atados a la letra de la Escritura (Orígenes, 1976: IV, 2, 1). Pero, para
enfrentarse a las objeciones de estos grupos, el alejandrino comprende la necesidad de
fijar el texto bíblico. En este empeño, Orígenes maneja diversas traducciones griegas de
la Biblia e incluso las coteja con el original hebreo. Probablemente, dice Danielou,
también consulte diversos manuscritos de los Evangelios (Danielou, 1957: 282).
Ahora bien, hay que tener en cuenta que Orígenes entiende por sentido literal de
la Escritura el sentido más inmediato del texto; esto es, el que no comprende el sentido
de las metáforas y comparaciones y que se ata a los menores detalles de la letra como si
fueran verdaderos (Grant, 1967: 72). En este sentido, Orígenes resulta bastante
expeditivo: rechaza los episodios que considera míticos de ambos testamentos; y estima
imposible interpretar literalmente los Evangelios debido a las contradicciones existentes
entre ellos –es sintomático que sólo cite los mandamientos de Jesús como ejemplo de
textos históricos del Nuevo Testamento, frente a los varios que propone del Antiguo-
(Grant, 1967: 71).
La preocupación de Orígenes por el sentido literal le lleva a consultar a rabinos
alejandrinos sobre el sentido de la Escritura y a profundizar en el análisis gramatical de
los textos. En este sentido, la actividad de Orígenes recuerda a la de los filólogos
paganos de Alejandría del siglo III a. C. Pero no debe olvidarse que, pese a su atención
al sentido literal, éste es considerado sólo como el medio de acceso al sentido espiritual
290
del texto. Por lo tanto, resulta siempre subordinado a las exigencias teológicas y
doctrinales derivadas de este sentido espiritual. La subordinación se convierte en
subsidiariedad cuando Orígenes llega a afirmar que del mismo modo que la Escritura
tiene siempre un sentido espiritual, no siempre el sentido literal debe tomarse en cuenta
por sí mismo. El platonismo de Orígenes lo conduce a la consideración de que la letra
de la Escritura corresponde al mundo inferior de las cosas sensibles, mientras que el
sentido oculto corresponde al mundo superior de las realidades espirituales (Danielou,
1957: 288). Se desliza, de este modo, la idea fundamental cristiana que vincula la
Escritura al mundo y traza un paralelismo material y espiritual entre ambos.
En este ámbito Orígenes habla por primera vez en la Patrística de los cinco
sentidos espirituales como trasunto de los cinco sentidos corporales135. Los sentidos
espirituales prolongan la actividad cognitiva de los sentidos físicos y la extienden hacia
el conocimiento de las realidades suprasensibles, por medio de una penetración más
profunda en el objeto ya percibido de modo sensible, de forma que finalmente sea
Cristo el objeto último de cada sentido del alma. Los nombres de Cristo parecen atender
a esta diversidad de los sentidos espirituales: Luz para la vista, Verbo para el oído, Pan
para el gusto, Aceite para el olfato –éste último fundamental en la interpretación
origenista del Cantar de los cantares-. Orígenes se sirve de esta analogía de los cinco
sentidos corporales y los cinco sentidos espirituales para elaborar los grados de
perfección del cristiano desde la vía activa a la contemplativa –con la anulación
progresiva de la actividad de los sentidos corporales-, y para explicar la inspiración
profética, entendida como forma especial de conocimiento.
En San Agustín, el eco de estos sentidos espirituales se enmarca en el contexto
de la exploración de la propia interioridad frente a la experiencia mística: “Me llamaste.
Me gritaste. Y rompiste mi sordera. Brillaste y resplandeciste ante mí. Y quitaste la
ceguera de mis ojos. Exhalaste tu perfume y pude respirar. Y ahora suspiro por ti. Te
probé y ahora siento hambre y sed de ti. Me tocaste y me abrasé en tu paz”
(Confesiones, X, XXVII).
La teoría de los cinco sentidos espirituales se revela como un instrumento eficaz
para la exégesis de determinados pasajes bíblicos cargados de expresiones
135
Rahner, 1932: 114. Orígenes se apoya para elaborar su doctrina de los cinco sentidos espirituales en
una lectura muy particular de Prov. 2, 5 y Hb. 5, 14 (ib., p. 116). Sobre la doctrina de los cinco sentidos
espirituales y sus variantes en la patrística griega, véase Lemaitre, 1951: 61-63.
291
136
Cf. Louth, 1981: 68.
137
Cf. Danielou, 1957: 284. Sobre esta cuestión, observa Torjesen: “There was only one text for reality –
the Bible, not nature. The whole of reality was minored in the Bible (… ). So it was the task and work of
the exegete to chart the way from the literary and aesthetic representations of reality in the Bible to the
universal and cosmic reality itself” (Torjesen, 1989: 337).
138
Escrito entre 220 y 231, el Peri Archôn, o Tratado de los principios, se presenta como una obra
destinada a buscar un sistema que pudiera explicar la relación de Dios con el mundo. El libro IV contiene
las principales ideas de Orígenes sobre la alegoría.
292
lectura literal del texto139, se propone alcanzar los más elevados planos del
conocimiento espiritual, como experiencia mística de la divinidad.
Por eso, tanto Orígenes como más tarde sus discípulos seguidores del método
alegórico proceden siempre conforme a los siguientes pasos: en primer lugar, realizan
una paráfrasis del texto que estudian. En ella repiten lo que dice el fragmento,
reescribiéndolo de manera que la estructura sintáctica y el vocabulario adelanten,
mediante estas modificaciones, algunas de las pautas exegéticas que pretenden
desarrollar en los momentos ulteriores del comentario. Ya hay aquí, en consecuencia, un
primer esfuerzo en la apropiación alegórica del texto, aun cuando se trate de una
aproximación aparentemente literalista al fragmento. En segundo lugar, se proponen
diversas notas gramaticales, observaciones que sirven de puente hacia la interpretación
propiamente alegórica. En un tercer momento, se trascriben palabras y expresiones
consideradas simbólicas con la intención de aplicarlas a la realidad espiritual (Harl,
1971: 245-246).
El método alegórico origenista, consecuente con los criterios absolutos sobre el
sentido literal de la Escritura en los términos anteriormente expuestos, procede mediante
“la sorpresa” ante los relatos bíblicos, deteniéndose extrañado en los menores detalles y
preguntándose por el significado profundo de los mismos. Nada esta escrito al azar en la
Biblia y todo pasaje encierra un misterio que la “inteligencia de fe” del exégeta debe
poner de relieve. La alegoría, como hemos advertido, es el método por el que el
intérprete inspirado desvela el sentido espiritual de la Escritura140.
La primera regla que Orígenes propone para el desvelamiento de este sentido
espiritual consiste en el conocimiento previo de la intención inspirada del Espíritu en la
Escritura141 y en la lectura atenta del texto. De esta lectura atenta, se inferirá que hay
determinados pasajes que resultan absurdos o inverosímiles. Como todos los alegoristas
que le han precedido y buena parte de los que le seguirán, Orígenes considera que estos
elementos absurdos o inmorales deben ser entendidos como llamadas de atención al
lector sobre la existencia del sentido oculto del texto. Pero, debido a la importancia
esencial que el sentido espiritual de las Escrituras adquiere en su pensamiento, la
existencia de estos elementos inverosímiles se muestra, no como un mero
139
Recuérdese que la lectura literal no entraba siquiera en la descodificación de figuras retóricas como
metáforas o metonimias. Así pues, la exégesis espiritual comprende algunos pasos que, en realidad,
corresponden a una interpretación estrictamente literal. Danielou considera que en este proceder Orígenes
sigue a Filón y su método de desmitologizar la Escritura (Danielou, 1957: 284).
140
Orígenes, 1976: IV, 2, 2.
293
Si dans tous les détails de ce revêtement, c´est-à-dire le récit historique, avait été
maintenu la cohérence de la loi et préservé son ordre, notre compréhension aurait suivi un cours
continu et nous n´aurions pu croire qu´à l´intérieur des Saintes Écritures était enfermé un autre
sens, en plus de ce qui était indiqué de prime abord. Aussi la Sagesse divine fit-elle en sorte de
produire des pierres d´achoppement et des interruptions dans la signification du récit historique,
en introduisant, au milieu, des impossibilités et des discordances; il faut que la rupture dans la
narration arrête le lecteur par l´obstacle de barrières, pour ainsi dire, afin de lui refuser le
chemin et le passage de cette signification vulgaire, nous repousser et de nous chasser pour nous
ramener au début de l´autre vie (… ). Mais il faut encore savoir ceci : puisque le but principal
était pour l´Esprit Saint de maintenir l´enchaînement de la signification spirituelle à la fois dans
ce qui doit se passer et dans ce qui à été déjà accompli, chaque fois qu´il a trouvé des
événements historiques capables de s´adapter à la signification spirituelle, il a composé un
assemblage des deux ordres dans l´unité de la narration, tout en dissimulant toujours le sens
secret profondément ; quand, au contraire le récit des événements ne pouvait pas s´accorder à
l´enchaînement spirituelle il a introduit tantôt des événements qui n´ont pas eu lieu, ou qui ne
pourraient absolument pas se produire, tantôt des événements qui pourraient se produire mais
qui n´ont pas eu lieu. Et il arrive parfois que quelques mots ont été intercalés, qui ne possèdent
pas de vérité selon la signification corporelle ; parfois même il s´agit d´un grand nombre de
mots.
(Orígenes, 1976: IV, 2,9)
141
Op. cit., IV, 2, 7.
294
Orígenes hace referencia, al final del este fragmento del Peri Archôn, a varias
posibilidades de construcción alegórica de la Escritura. Se trata, en este caso, de atisbar,
por parte del intérprete, los posibles mecanismos de construcción del texto inspirado
con el objeto de descodificarlo y revelar su sentido espiritual oculto. El exégeta
alejandrino señala dos posibilidades: la primera consiste en que el Espíritu encuentre en
el devenir histórico acontecimientos que se adapten, de alguna manera, al sentido
espiritual que pretende transmitir. Es interesante mostrar el modo en el que Orígenes
plantea esta situación, porque de sus palabras se colige que la Escritura ya no es tanto
un relato histórico religioso del pueblo judío cuanto una selección interesada por parte
del Espíritu de determinados acontecimientos de esta historia con el objeto de desplegar
un sentido espiritual oculto. Es tal el absolutismo con el que el sentido espiritual actúa
sobre el sentido literal de la Escritura y lo determina que cuando no existe ningún
acontecimiento histórico que pueda encadenarse al desarrollo del sentido oculto, el
Espíritu no duda en intercalar relatos míticos o sucesos posibles pero que de hecho no
han tenido lugar para poder llamar la atención o incidir en algún aspecto del sentido
espiritual. Desde el punto de vista retórico, esta interpolación de elementos míticos o
simplemente ahistóricos puede realizarse tanto por medio de tropos como por extensas
figuras de pensamiento142. Por lo que se refiere a los pasajes inmorales, que habían sido
la principal causa de la alegoría para los exégetas paganos, la tradición cristiana, en
consonancia con el punto de partida que sitúa al Espíritu como principio ordenador de la
Escritura, irá desarrollando el criterio mediante el cual, determinados acontecimientos
inmorales desde el punto de vista histórico pueden tener desde el punto de vista figural
un sentido espiritual (Lubac, 1959: I, 451 y ss.)143.
En este proceder interpretativo, Orígenes, establece una división tripartita del
sentido de la Escritura conforme a un doble orden: por una parte, la clasificación
antropológica de Pablo que divide al hombre en cuerpo, alma y espíritu; y, por otra, la
clasificación de los cristianos según su grado de perfección en la fe, en incipientes,
iniciados y perfectos. A estas dos clasificaciones tripartitas, Orígenes confiere
142
Para una posible clasificación de las figuras de Orígenes en tipos continuos y discontinuos, véase
Alviar, 1993: 211-216.
143
Véase también, para el desarrollo de este principio interpretativo en la Edad Media, Dronke, 1985: 30
y ss.
295
144
Orígenes: 1976, IV, 2, 4.
145
Den Boer observa como tanto Clemente como Orígenes no diferencian entre alegoría y tipología
debido a la fuerte presencia que la cultura griega, ajena a la tipología, tiene sobre ellos (Boer, 1973: 18).
La confusión entre la alegoría y la tipología persistirá, como se verá, en algunos exégetas medievales.
146
La lectura de la Escritura es para Orígenes una experiencia religiosa de elevado contenido místico
(Louth, 1981: 64). Sobre el carácter central de la Biblia en la elaboración del “Misterio cristiano”, véase
Diego Sánchez, 1985).
147
Cf. Crouzel, 1962: 271.
296
relativa a las nupcias entre Aquel y el alma (Orígenes, 1986: 25). Por lo que se refiere a
ésta última, Orígenes propone la idea, después elaborada y desarrollada extensamente
por Gregorio de Nisa, de que el alma siempre está en una relación de doble tensión con
el Logos, de tal forma que, en un primer aspecto, su progresión hacia Él no impide que
pueda volver a caer y perder su posición de privilegio; y, en un segundo, porque la
aparición del Esposo suscita en la esposa un deseo de mayor y más plena posesión que,
al menos en ese momento, es imposible de satisfacer. Esta tensión se expresa con la
imagen de la “herida de amor” (Orígenes, 2000: 26).
Pero, además, existe en los planteamientos místicos de Orígenes una dimensión
colectiva que no es frecuente en la mística cristiana: para el alejandrino, el alma no sólo
debe progresar en dirección a Dios, sino que debe ayudar a las demás almas a seguir en
esta progresión149. Esta dimensión colectiva de la experiencia mística abre una
separación importante entre los planteamientos de Orígenes y los neoplatónicos,
apoyados expresamente en la soledad, como se ha visto al estudiar la mística de Plotino.
Ahora bien, esta afirmación requiere de una explicación y de un límite. La explicación
viene dada por el hecho de que buena parte de los Padres, entre los que se encuentra
Orígenes, entienden por vida mística la vida cristiana de salvación que comienza con el
bautismo y señalan que esta vida de salvación es un empeño colectivo que sólo puede
ser desarrollado en el seno de la Iglesia (Louth, 1981: 53). La limitación deriva de la
necesidad de perfección que exige la experiencia mística. Porque la lectura del Cantar
de los cantares y la penetración en sus misterios es una empresa reservada para los
cristianos perfectos. En efecto, el orden bíblico de los libros salomónicos no es producto
del azar sino que señala un orden de progresión en la vida religiosa que culmina en el
acceso a los misterios del Cantar. De este modo, Orígenes afirma que el primero de
estos libros, los Proverbios, comprenden la doctrina moral para los principiantes; el
Eclesiastés, previsto para los iniciados, enseña el conocimiento de la naturaleza y la
vanidad que suponen las cosas materiales, orientando, de esta manera, al lector hacia la
realidad espiritual y la vida contemplativa de la que se ocupa el Cantar de los cantares
(Orígenes, 1986: 56 y ss.). Esta clasificación de los libros de Salomón es una buena
muestra del concepto global y sistemático que Orígenes posee de la Escritura, así como
de la idea de una interpretación alegórica total de ésta. De esta manera, cada uno de
148
La preocupación por la exégesis mística no produce en Orígenes el descuido del análisis filológico
gramatical, como se infiere de la justificación del título del poema bíblico (cf. Orígenes, 1986: 72).
149
Op. cit., p. 28.
297
150
En realidad Orígenes pretende introducir el concepto de eros platónico en lugar del ágape de los
Setenta, de tal modo que sugiere que el “gnóstico” -en el sentido ortodoxo del término- debe entender el
primero cada vez que lee el segundo. Nygren señala que con Orígenes asistimos, por vez primera, a la
síntesis entre la concepción cristiana y la helenística del amor (Nygren, 1952: 177).
151
Cf. Orígenes, 2000: 9-10.
298
152
Cf. Lemaitre, 1951: 47.
153
En el citado artículo se apunta, como elementos comunes a ambas escuelas, junto con la rigurosidad
filológica, la explicación de la Biblia por la Biblia –reminiscencia de la filología pagana alejandrina que
explicaba a Homero por Homero-, la relativización de la interpretación de la Escritura, al considerar que
el conocimiento de la verdad se reserva para el final de los tiempos y el uso, desde diferentes enfoques y
con distinta amplitud, de la alegoría (op. cit., pp. 23-26).
154
Véase Lubac, 1947.
299
retórica de la alegoría, esto es, como una cadena de metáforas continuadas, en la que,
por propia definición, debía excluirse el sentido literal. Pero los alegoristas alejandrinos
le daban un sentido mucho más amplio, relacionado con el viejo concepto de hyponoia.
En efecto, los alejandrinos llamaban alegoría a toda transposición de una locución o de
un discurso, de un objeto -real o no-, a otro, en virtud de un parecido, real o ideal, entre
ellos (Ternant, 1953: 139). La observación de Ternant nos parece de sumo interés, con
independencia de su aplicación concreta a la polémica entre alejandrinos y
antioquenses, porque pone de relieve, una vez más, las diferencias y, sobre todo, la falta
de simetría entre la alegoría retórica y la exégesis alegórica.
En estas páginas estudiaremos el concepto de teoría dentro del método
hermenéutico de Antioquía, examinando su relación con la alegoría. Finalmente, nos
detendremos en la figura de Teodoro de Mopsuestia, el autor más interesante y radical
de esta escuela.
Es necesario comenzar diciendo que la fuente del interés literalista y filológico
por la Escritura que defienden los antioquenses proviene, paradójicamente, de los
resultados obtenidos por Orígenes en este campo. Sin embargo, la actitud ante el sentido
literal del texto es completamente distinta en uno y otro caso. Para Orígenes –que
además partía de un concepto tan restringido de sentido literal que excluía de éste la
interpretación de las figuras retóricas más elementales- el sentido literal era sólo un
instrumento y una vía para el acceso al sentido espiritual.
A nuestro juicio, el sentido literal ni siquiera tenía, para el autor del Peri Archôn,
un valor histórico de relevancia, porque, como hemos señalado más arriba, el Espíritu
Santo elegía de entre los hechos acaecidos aquellos que mejor se ajustaran a la
transmisión del sentido espiritual e, incluso, en el caso de que entre los acontecimientos
históricos ninguno resultara útil para tal propósito, introducía relatos o cosas
inverosímiles, absurdas, inmorales, o simplemente, ahistóricas, -pero todas ellas,
lógicamente, partícipes de un sentido literal del que en tal caso había que prescindir-
para o bien llamar la atención sobre un sentido oculto que, de otro modo, podría pasar
inadvertido, o bien, para servir de portador de un contenido espiritual para el que no hay
acontecimiento histórico que pudiera haberlo reflejado.
La comprensión del sentido literal en la escuela de Antioquía es diferente. Su
fidelidad a la letra, sobre todo por lo que se refiere a los textos proféticos, les lleva a
distinguir dos tipos de realidades: la historia de Israel y la figura de las realidades
superiores con la alusión al Mesías, la Iglesia y la vida eterna (Ternant, 1953: 136).
300
155
El comentario psicologista de Quintiliano sobre la causa de la extensión del uso de la hipérbole parece
una ironía involuntaria sobre la aplicación que de ella hacen los exégetas de Antioquía: “Pero está
también generalmente extendido tanto entre las personas cultas como entre la gente del campo, cosa
comprensible, porque el deseo insaciable de aumentar y disminuir las cosas se halla impreso por
301
hecho mesiánico que profetiza en segunda instancia, porque de no ocurrir de este modo,
la profecía podría ser entendida en su sentido literal genuino. Por lo tanto, la labor
exegética de la teoría es no sólo doble en cuanto que la profecía se cumple dos veces,
sino de sentido opuesto en sus criterios interpretativos, en cuanto al modo de cumplirse
entre sí.
De esta definición de la “teoría” se colige una de las principales diferencias entre
ésta y la alegoría origenista. Los antioquenses hacen depender el sentido literal de la
Escritura de la intención del autor. Ahora bien, para ellos, el autor, aunque inspirado, es
un sujeto histórico consciente de su labor156. Así, Teodoro afirmará, en su comentario a
los Salmos, que su autor es David, que, bajo inspiración profética, alude a sus
sentimientos actuales con relación a los acontecimientos y situación presente y futura de
su pueblo (Guillet, 1947: 266). Este presupuesto hace que el tipo no sea leído como
alegoría sino como profecía, porque aun cuando los profetas sólo hayan tenido un
conocimiento oscuro de la proyección mesiánica de su profecía, el tono hiperbólico
empleado delata que este conocimiento ha existido en algún grado157. Por el contrario,
como se ha advertido en este mismo capítulo, a Orígenes no le interesa la opinión del
autor histórico de los textos escriturarios, porque considera, desde su formación
platónica, que el autor inspirado no es del todo consciente de lo que escribe158, y, sobre
todo, porque afirma –lo hemos visto al referirnos al Cantar de los cantares- que su autor
no es el Salomón rey histórico de Israel sino Salomón en cuanto tipo de Cristo.
En consecuencia, existe entre ambas escuelas una diferencia fundamental sobre
el alcance de la inspiración de la Escritura que afecta directamente al objeto de la
exégesis, esto es, a lo que se debe buscar en la interpretación del texto. Pelletier ha
observado al respecto de la interpretación del sentido de las profecías, que los exégetas
de la escuela de Antioquía atienden sobre todo al momento de la escritura de las
profecías para buscar su sentido en el contexto histórico en el que se originan. Los
alejandrinos, por el contrario, con una actitud muy propia de la exégesis alegórica, se
naturaleza en todos los hombres, y nadie se siente satisfecho con la verdad de este mundo” (Quintiliano
de Calahorra: VIII, VI, 75).
156
Esto no obstante, la preocupación por la historia de los antioquenses no pueda entenderse en un sentido
moderno –el género no sólo abarcaba los acontecimientos históricos, sino también el estudio de la
geografía, la estrategia, la moral y otros disciplinas diversas-, y, por otra parte, es evidente que su interés
por la lógica narrativa del texto bíblico completo es superior que el que muestran por su historicidad o
literalismo (Young, 1997: 125).
157
Op. cit., p. 284.
158
Nada más opuesto a esta concepción de la inspiración que las ideas de Teodoro de Mopsuestia sobre
esta cuestión. Para él, el éxtasis, lejos de suponer una pérdida de conciencia, es una vía de acceso al
conocimiento (cf. Jay, 1983: 156).
302
detienen en el momento de la lectura del texto profético. Así, siendo Cristo el principio
determinante de la inteligencia del texto, es a partir de Él cuando se organizan las
perspectivas de concordancia entre la profecía y lo que revela. La contemplación es la
actividad del lector que, desde el lugar nuevo que ocupa, tras la caída del velo, ve surgir
de la letra el relieve de los sentidos ocultos (Pelletier, 1989: 327-328). Esto no obstante,
como ocurre con otras diferencias de orden teórico entre alejandrinos y antioquenses, la
plasmación práctica de estas diferencias, queda suavizada, salvo algún caso extremo
como ocurre con el comentario al Cantar de los cantares de Teodoro de Mopsuestia o
anteriormente con la interpretación alegórica del relato de la Creación por parte de
Orígenes, por las exigencias doctrinales y dogmáticas de la Iglesia.
Por lo que al modo de presentación de la profecía, Juan Crisóstomo propone una
clasificación que adelanta las bases de una de las divisiones fundamentales de la
alegoría en la Edad Media: la allegoria in verbis y la allegoria in factis. En efecto,
Crisóstomo distingue entre la profecía expresada mediante hechos y la profecía verbal.
La segunda está dirigida a las mentes más preparadas y penetrantes que no necesitan de
la fuerza de los hechos para reconocer en la formulación verbal la dimensión
trascendente de la profecía. La primera, por el contrario, estaría dirigida a los espíritus
más groseros que demandan pruebas sensibles de la profecía. Otros exégetas de
Antioquía, aun admitiendo la división de Juan Crisóstomo, disienten de sus razones, y
señalan que la profecía verbal es siempre de inmediato cumplimiento, mientras que la
profecía figurativa supone necesariamente una realidad veterotestamentaria. En algunas
ocasiones, ambas clases de profecía se cruzan y es posible encontrar interpretaciones en
las que a una profecía verbal se le aplica una realidad del Antiguo Testamento159.
Por lo que al sentido e importancia del misterio en la Escritura, esencial en la
hermenéutica de Orígenes, los antioquenses lo admiten en un sentido mucho más
restrictivo. Juan Crisóstomo –por otra parte el mejor lector de Orígenes, en opinión de
Astruc-Morice y Le Bolluec160- afirma que la Escritura obedece a la siguiente ley:
“cuando introduce una alegoría, después siempre la acompaña de su explicación”
(Grant, 1967: 79). Con ello, renuncia al prestigio que el misterio tenía para los
alejandrinos y reduce significativamente el espectro de alusiones, símbolos y
especulaciones propios de la exégesis alegórica.
159
Cf. Guinot, 1989: 10-12.
160
Cf. Astruc-Morice y Le Bolluec, 1993: 1.
303
161
Eustaquio es el primero en acusar a Orígenes de estar demasiado pendiente de los detalles verbales en
detrimento de la lógica narrativa (Young, 1997: 121).
162
Esta actitud se pone en evidencia en su interpretación de los Salmos, en la que sólo reconoce una
alusión mesiánica en el salmo XV, 10, relativa a la resurrección de Cristo. También reconoce como
excepciones a las limitaciones proféticas de los Salmos, pero no con relación al Mesías sino a la
Encarnación y a la Iglesia, los salmos II, 7-8, 11-12, 16; III, 42-43; XLIV y CLX. Respecto a los salmos
utilizados por el propio Cristo en los evangelios o por los apóstoles, dice Teodoro que aunque el horizonte
histórico de David no pasa de la última época de Israel, los creyentes de todas las épocas –y aquí se
incluyen las palabras de Cristo en la cruz- pueden encontrar en los Salmos el alimento espiritual que les
conviene cuando las circunstancias de su vida los sitúan en un momento análogo al descrito por el
salmista (Deblaere, 1948: 72-73). Teodoro, en general, tiende a establecer la relación tipológica no entre
304
vacío entre testamentos que en su continuidad. Su estilo, conciso, ágil y preciso está en
las antípodas de la verbosidad y de las disgresiones de los alegoristas. Su empleo del
lenguaje figurativo también es opuesto a los alegoristas. Éstos usaban habitualmente las
expresiones figuradas en un sentido rígidamente literal –lo hemos visto en Orígenes-,
para poder, a continuación, producir un sentido alegórico a partir de la aparente
incongruencia del sentido literal del pasaje. Teodoro opera en sentido contrario: enfatiza
la cualidad figurativa del lenguaje, admitiendo incluso su dimensión simbólica, como
parte integral del sentido literal del texto. Así, frente a la tendencia alegorista a aislar la
expresión figurada del contexto para subrayar su absurdo y después moldear su sentido
conforme a ideas más o menos preconcebidas; Teodoro parte del contexto y reconoce la
metáfora como un fenómeno integrado en el sentido literal general de éste (Simonetti,
1994: 72).
El rigor literalista de la exégesis del Teodoro de Mopsuestia, le conduce a
rechazar determinados libros de la Escritura como obras no inspiradas. Tal es el caso del
Libro de Job, de los Proverbios, y el Cantar de los cantares, del que afirma que se trata
de un epitalamio sin sentido espiritual. Sus tesis fueron condenadas en el II Concilio de
Constantinopla en 553, diez años después de que, irónicamente, en el I Concilio de
Constantinopla se lanzaran quince anatemas contra su mayor oponente, Orígenes.
163
Gregorio de Nisa parece haber evolucionado a lo largo de su vida de posiciones más literalistas –
aunque siempre mantuvo su admiración por la obra de Orígenes-, alertado por las confusiones y peligros
de la alegoría hacia la defensa de la exégesis alegórica tal y como se muestra en el prologo a sus
Comentarios al Cantar de los cantares. En dicho prólogo, Gregorio afirma que el criterio que debe guiar
la interpretación es el provecho espiritual que podamos extraer de ella, tanto en su sentido literal como
espiritual o alegórico (cf. Simonetti, 1994: 66).
164
Debe tenerse en cuenta, a la hora de precisar estos nuevos horizontes, las particularidades históricas de
las últimas décadas del siglo IV. Por limitarnos al ámbito religioso cristiano, recordaremos que desde
mediados de siglo surge la amenaza de una segunda generación arriana armada con una fuerte base
aristotélica y neoplatónica y poco interesada en los posibles fundamentos bíblicos de su pensamiento
teológico. La exégesis de los capadocios viene en buena medida determinada por la reacción a estos
nuevos problemas heréticos. Esta reacción se cifra en la búsqueda de una hermenéutica que, respecto a los
pasajes más controvertidos desde el punto de vista de estas nuevas tendencias arrianas, procure una
interpretación más racional y menos alegórica; en la conciencia de la Escritura como un todo, de tal modo
que no tenga cabida una interpretación que aísle determinados textos y los opongan al sentido general
bíblico; y en la preocupación por dar una expresión más armoniosa a la tradición cristiana. (cf. Van Parys,
1971: 169-170).
306
165
Cf Louth, 1981: 75-79. Esto no obstante, San Atanasio será el autor de una imagen, tradicionalmente
atribuida al neoplatonismo, y que llegará, no exenta de polémico por esta atribución, hasta el Cántico
espiritual de San Juan de la Cruz: “El alma es un espejo en el que se ve la imagen del Padre” (Contra
Gentes, 8), cf. Louth, op. cit., p. 79. La controversia en torno a esta imagen está extensamente tratada en
Lemaitre, 1951: 52 y ss. Digamos aquí solamente que en la concepción patrística, la imagen de Dios no
está exactamente en el alma, demasiado apegada al mundo material del que recibe las impresiones, sino
en el espíritu, “el más profundo centro”.
307
con los rasgos señalados en nuestros primeros capítulos, de los mitos y las
representaciones divinas antropomórficas de los elementos naturales. Sin embargo,
Gregorio rompe esta vía de comunicación al oponerse a esta asociación entre Dios y los
elementos, desde la teoría cristiana de la Creación rompiendo toda posible confusión
entre el Creador y lo creado. Gregorio propone, renunciando de este modo a la analogia
entis y a la analogia Dei, que la naturaleza pueda ser reconocida como obra de Dios,
atisbando en ella su huella, pero no como forma de conocimiento de Dios mismo. El
Nacianceno formula –como siglos más tarde hará Tomás de Aquino- la separación entre
la teología y el estudio de la naturaleza166:
166
Sin embargo, no fue hasta el Concilio de Trento (De la edición y el uso de los textos sagrados, 1546)
cuando se limitó formalmente la lectura alegórica de la Escritura a las materias morales y religiosas
(Ferraris, 2004: 13).
167
Cf. Bergman, 1993: 6.
168
Véase Spidlík, 1985: 428-432.
169
Muy similar es la teoría de los nombres de Gregorio de Nisa. El Niseno sostiene que las cosas son
creadas por Dios, mientras que los nombres lo son por la potencia racional humana, aunque ésta sea obra
308
neoplatónico, el Uno, es un dios sin atributos. Esta diferencia motiva que la formulación
e interpretación de estos nombres tenga un funcionamiento distinto en cada una de estas
teorías, pese a que ambas se apoyen en la teología negativa. Así, al estudiar el
simbolismo de Proclo, señalábamos cómo éste funcionaba, no ya suspendiendo la
posibilidad de la analogía como había hecho Plotino, sino rechazando todo parecido
siquiera remoto entre el símbolo y la realidad espiritual a la que apela. Por el contrario,
Gregorio, partiendo precisamente del origen divino de la posibilidad de nombrar,
aunque no de los nombres mismos, afirma que existe cierta similitud entre las cosas
humanas y las cosas divinas, aunque revelen, sin embargo, una gran diferencia en su
significado. Y en otro lugar afirma: “si tales nombres son verdaderamente predicables
de Dios, ellos deberán ser entendidos en su sentido más obvio y natural, aunque con un
sentido más alto y glorioso” (Young, 1979: 68-69). Aunque Dios propiamente dicho
permanezca incognoscible, existe una posibilidad de intuirlo desde el lenguaje, no por
una recomposición de la analogía, ni por los mecanismos paradójicos de Proclo, ni
desde luego, mediante la alegoría física, sino por amplificación, esto es, elevando las
atribuciones a un grado infinito170.
De este modo, la hipérbole que la metodología exegética de Antioquía descubría
en las profecías veterotestamentarias de carácter mesiánico, se aplicaba ahora, en el
sistema gregoriano, a la simple interpretación de todos aquellos elementos naturales que
la teología afirmativa permitiera ver como símbolos de las realidades divinas,
prescindiendo del grado de exageración conque el texto estuviera compuesto.
Tal vez el punto de encuentro más delicado entre la persistencia de la alegoría
física y las premisas de la teología negativa -y auténtica piedra de toque de la literatura
mística- sea la alegoría de la luz. En efecto, la alegoría de la luz, de procedencia
platónica171 tiene especial relevancia en el pensamiento físico de Gregorio Nacianceno
que unifica, excepcionalmente, la luz y las realidades celestes. Se origina, por lo tanto,
de Dios. En cuanto a éste, Dios está más allá de todo nombre. Así, los nombres de Cristo no aluden a su
esencia sino a sus energías (cf. Krivocheine, 1985: 395).
170
El rechazo de la alegoría física, en los términos expuestos, por parte de Gregorio Nacianceno no
significa que no se sirviera del método alegórico en su lectura de la Escritura. Así, aunque se situó en un
punto intermedio entre las posiciones antioquenses y alejandrinas, distinguió, con Orígenes, un triple
sentido en la Biblia e incluso distingue las siguientes clases de tipología: histórica; sacramental, con la
doble correspondencia entre el Antiguo Testamento y el Nuevo, por una parte, y entre éste y el tiempo
presente; escatología en sentido trascendente, despojada de las connotaciones milenaristas que había
tenido en la obra de Justino Ireneo e Hipólito (Damoen, 1996: 254-259).
171
Esto no obstante, hay que tener en cuenta la hostilidad de Gregorio Nacianceno hacia el platonismo y
su escaso conocimiento del pensamiento plotiniano, probablemente reducido a la Enéada V, 2 (Rist,
1996: 399).
309
172
Véase Egan, 1989: 473-482.
173
Sobre la formación helenística de Gregorio de Nisa, véase también Jaeger, 1965: 106 y ss.
310
174
Sobre esta cuestión véase también Corrigan, 1997.
175
Cf. Enéada V, III y Borrego, 1991: 459.
176
Gregorio de Nisa, 1993.
177
Gregorio de Nisa, 1993a.
311
un sentido no material, aunque concebido como literal o propio (Alexandre, 1971: 108).
Esta intención, anunciada en las primeras obras de Gregorio, se desplegará con toda su
potencialidad en los grandes comentarios alegoristas de madurez.
Por lo que se refiere a su concepción de la alegoría, Gregorio de Nisa se muestra
como seguidor de Orígenes178, especialmente en el prólogo de sus Comentarios al
Cantar de los cantares. Al igual que el exégeta alejandrino, Gregorio considera que el
Salomón autor del Cantar no es el personaje histórico sino la figura de Cristo179. En
segundo lugar, establece una gradación similar a la origenista entre los tres libros
atribuidos a Salomón180: el libro de los Proverbios enseña al alma en su infancia la
virtud y la sabiduría; el Eclesiastés supone un segundo paso en el que se procura
orientar la atención del alma del mundo sensible al mundo inteligible mostrando las
vanidades del primero; el tercer estadio, ya en un contexto espiritual, está representado
por el Cantar de los cantares (Gregorio de Nisa, 1993: 17)181. Esta posición al final de la
escala del conocimiento espiritual requiere la utilización de un discurso oscuro que
exige, a su vez, una interpretación alegórica182, y, por lo tanto, la adecuada preparación
intelectual y espiritual del intérprete183. En esto se aproxima, como hemos señalado, a
Orígenes, aunque, a diferencia del alejandrino, Gregorio no considera que su
interpretación esté guiada por el Espíritu Santo en el sentido paulino de estar capacitado
para indagar en sus profundidades (Heine, 1984: 364). Tampoco sigue a Orígenes en la
178
De los fragmentos paulinos que Orígenes citaba para defender el uso de la exégesis alegórica,
Gregorio recurre a seis, en su defensa de la alegoría. A estos argumentos añade el empleo evangélico de
parábolas y sentencias enigmáticas así como otros pasajes oscuros de los profetas (cf. Heine, 1984: 362).
179
En un magnífico ejemplo de construcción retórica gradual hasta llegar a un final climático, Gregorio
dice textualmente: “Aquí se trata de otro Salomón, también nacido de David en cuanto hombre. Su
nombre es paz, es verdadero rey de Israel, el arquetipo del templo de Dios, el que conoce todo porque es
infinita sabiduría. Su ser es sabiduría y verdad. Tiene todo lo que Dios es.” (Gregorio de Nisa, 1993: 16).
Esto no obstante, Macleod aprecia algunas diferencias entre ambos respecto a la concepción y alcance de
la alegoría en sus propios sistemas de pensamiento. Afirma que para Orígenes, la alegoría es una
mentalidad que gobierna su concepción de la vida religiosa; para Gregorio, en cambio, la alegoría es una
forma literaria (Macleod, 1971: 371). Es necesario recordar, no obstante, para valorar bien el alcance de
estas diferencias, la distancia temporal entre uno y otro, y por otra parte, los acontecimientos que en el
seno de la Iglesia se han producido en torno precisamente al debate sobre la alegoría.
180
Cf. Danielou, 1944: 19.
181
Para ver los cambios alegóricos de género del alma y Dios en este proceso, véase Harrison, 1993. La
cuestión es significativa por cuanto Gregorio defiende que la diferencia de género está ausente de la
naturaleza divina y tampoco tendrá presencia después de la resurrección de la carne, por lo que su empleo
es genuinamente alegórico.
182
“Pero el alma está de tal manera transformada que a través de lo que parece absurdo e indecoroso
aspira a la pureza y con palabras apasionadas da sentido al pensamiento y expresiones donde no cabe
corrupción (… ) La primera impresión que causan las palabras es sensual. Pero cuando no suscitan
fantasías obscenas sino pensamientos de pureza, es prueba de que el lector ya no es inmaduro (… ).”
(Gregorio de Nisa, 1993: 22-23).
312
creencia de que todas las palabras escriturarias tengan un sentido oculto, sino que aplica
la interpretación alegórica de forma más restrictiva: en principio prefiere aferrarse a un
amplio concepto del sentido literal que comprende tanto el sentido material para las
realidades materiales como el sentido espiritual para las espirituales; sólo donde éste se
muestra irreductiblemente absurdo, inmoral, teológicamente inconveniente o imposible
desde el punto de vista material aplica la interpretación alegórica. En estos pasajes,
Gregorio de Nisa afirma que existen palabras que sirven a modo de llaves que abren al
intérprete avisado el sentido oculto de la Escritura. Así, al estudiar los versos más
oscuros del Cantar, los relativos a la noche, dice lo siguiente:
183
Para la conexión entre la necesidad del ascetismo y la exégesis alegórica, véase Harrison, 1992: 113-
130. Para la interpretación de la Homilía I del Comentario al Cantar de los cantares como alegoría de la
purificación de la comprensión carnal de la Escritura, véase Canévet, 1971: 146-147.
313
sino que escruta el sentido oculto del texto a partir de estas expresiones. La diferencia
nos parece significativa por cuanto, como ya se ha visto en los capítulos precedentes,
estas oscuridades tienen causas diversas –problemas en la traducción de los Setenta,
incomprensión de términos y expresiones arcaicas, etc.-, pero el sentido está siempre
determinado por las exigencias hermenéuticas de la alegoría.
En consecuencia, al venir lo que se entiende por símbolo dado por el propio
mecanismo de la alegoría, no cabe decir, sin más, que ésta es un método de
interpretación de símbolos, como si éstos preexistieran a aquélla. En segundo lugar,
también nos parece objetable esta capacidad de la alegoría de sugerir nuevas conexiones
del pensamiento debido al tono eminentemente kantiano de la expresión, lo que lo hace
difícilmente ajustable al ámbito particular de la exégesis patrística, concebida más bien
como actividad inspirada de desentrañar el sentido oculto y genuino de la Escritura
entendida como revelación.
En la Vida de Moisés, su otra gran obra alegórica, Gregorio de Nisa incide en la
necesidad de sobrepasar el sentido literal en aquellos pasajes que no admitan otra
posibilidad. Así, al comentar Éxodo 33, 21-23184, uno de los textos fundamentales para
entender la mística de Gregorio y su concepto de epéctasis, afirma lo siguiente:
Fuera del sentido literal, ¿qué otra interpretación se podrá dar al texto escrito? Si esta
porción del texto nos obliga a una interpretación que no sea literal, justo es también buscar otra
interpretación para el conjunto, pues el conjunto está hecho de partes. Por consiguiente, el lugar
que está junto a Dios, la roca que hay en él, la hendidura de la roca, la entrada de Moisés en
aquel hueco, la mano de Dios que lo tapaba, el paso, la llamada y finalmente el ver a Dios por la
espalda. Todo esto será mucho más propiamente interpretado en sentido espiritual.
(Gregorio de Nisa, 1993a: 121-122)
184
El Señor añadió: Ahí tienes un sitio junto a mí, puedes ponerte sobre la roca; cuando pase mi gloria, te
meteré en una hendidura de la roca y te cubriré con la palma de mi mano hasta que yo haya pasado; y
cuando retire mi mano, me verás de espaldas, porque de frente no se me puede ver” (Éxodo, 33, 21-23).
314
185
Es a partir de 381, afirma M. Canévet, cuando Gregorio de Nisa precisa que la oposición radical entre
Dios y las criaturas se debe al carácter infinito de la esencia divina y desarrolla las consecuencias de esta
afirmación sobre la teoría del lenguaje –ya hemos visto sus puntos de contacto con la teoría de Gregorio
Nacianceno-: como Dios no tiene nombre, todo discurso sobre Él resulta imposible. Ahora bien, las
palabras pueden describir las energías divinas. En consecuencia, si bien toda analogía entre las cosas
creadas y la esencia de Dios es imposible, sí es posible remontarse por analogía, puesto que las energías
de Dios están en marcha en la Creación, desde ésta al Creador (Canévet, 1983: 51-53). En este mismo
capítulo analizaremos el método alegórico para realizar este recorrido de la teología afirmativa.
186
Véase también la Homilía XI del Comentario al Cantar de los cantares.
315
cuando la mente se purifica de las ideas que tiene sobre lo que no es” (Gregorio de Nisa,
1993a: 71). Como se puede observar, Gregorio se rige por su propio criterio, antes
expuesto, de que, ante la imposibilidad de interpretar un pasaje por su sentido literal
porque uno de sus elementos resulta absurdo –en este caso la presencia de la zarza que
arde sin consumirse- opta por interpretar alegóricamente todos y cada uno de los
elementos que aparecen en dicho pasaje, desde la propia zarza hasta el hecho de
descalzarse.
En una segunda fase, Dios se presenta como nube. Dice Gregorio de Nisa sobre
esta etapa: “Siempre que alguien huye de Egipto y, pasada la frontera, surge el espanto
de las tentaciones, su guía le enseña a esperar de lo alto la ayuda insospechada de
abrirse paso por el mar”187. Pero esta guía de Dios como nube sirve para conducir al
hombre a la tercera etapa, la entrada en la tiniebla.
Dice Gregorio de Nisa: “El conocimiento religioso es luz al principio en quien lo
recibe. Oscuridad y piedad son opuestas, pues la luz ahuyenta a las tinieblas. Pero
cuanto más progresa el espíritu, con aplicación siempre mayor y más perfecta, y a
medida que se acerca a la contemplación, ve más claro que realmente la naturaleza
divina es invisible”188. Como se ve, la oscuridad tiene dos significados en el
pensamiento teológico del Niseno: en primer lugar es sinónimo de pecado, en el
momento en que Dios se aparece como luz; en un segundo estadio de significación, la
tiniebla encarna a Dios mismo en la última etapa de su conocimiento189.
Esta idea que vincula a Dios a la oscuridad ya estaba presente el Filón, y es
recogida también por Clemente y Orígenes, pero, como observa Danielou, en el exegeta
judío no representaba tanto una experiencia mística como una exposición dogmática en
forma alegórica (Danielou, 1944: 202). Es, por tanto, Gregorio de Nisa el que le da un
contenido propiamente místico y el que acota una imagen de “la tiniebla” con todo su
complejo entramado de significaciones espirituales y existenciales que pasará a Dionisio
y de éste, con sus particularidades, a Juan de la Cruz. Dice Danielou en esta misma
página que es la idea de tiniebla una de las grandes aportaciones de Gregorio a la lengua
de la teología mística cristiana.
La clave de la experiencia de la tiniebla no es el conocimiento de Dios, ni
siquiera entendido como conocimiento no conceptual, pues este conocimiento, desde la
187
Gregorio de Nisa, 1993a: 92-93. La alegoría del paso del mar Rojo será comentada más abajo.
188
Gregorio de Nisa, 1993a: 104.
189
Véase Borrego, 1991: 402.
316
190
Véase Homilía XI del Comentario al Cantar de los cantares.
191
Merece la pena detenerse brevemente en este concepto. En primer lugar, ágape es un término ajeno al
griego clásico, probablemente de origen egipcio, que aparece en la versión de los Setenta del Cantar de
los cantares para hacer referencia al amor humano. En el Nuevo Testamento se emplea para referirse al
amor de Dios por las criaturas y al hombre entre ellas. Salvo excepciones no designa el amor del hombre
hacia Dios porque la respuesta del hombrea este amor es la fe. Sin embargo, en la Eucaristía, este amor se
concreta en la transformación del hombre en Dios por participación. Sin embargo, la infinitud de Dios
desborda siempre los límites del alma. Uno de los aspectos del alma, la epéctasis, lo vincula
indisociablemente a la tiniebla: la dilatación sin fin de la vida mística (Danielou, 1944: 212-215). Sobre la
relación del ágape gregoriano y el de Dionisio, cf. Meis, 2001.
192
Esto no obstante, Gregorio de Nisa mantiene el mismo concepto de ágape que Orígenes, esto es, una
denominación diferente que se aplica a la realidad designada también como eros (Nygren, 1952: 227).
193
“No hay término en el camino de subida hacia Dios. La meta que te habías fijado es principio de nuevo
ascenso” (Comentario al Cantar de los cantares, Homilía XI).
317
194
Cf. Cavénet, 1983: 299 y ss.
195
Cf. Comentario al Cantar de los cantares, Homilía III.
196
Comentario al Cantar de los cantares, Homilía II. En la Homilía III da otro sentido a la viña (1993:
64).
197
Tal es el caso de Salmos 79, 1: “Han invadido tu heredad los gentiles, han dejado en ruinas Jerusalén”.
318
198
No dejan tampoco en esta sección de acumularse explicaciones contradictorias para las imágenes. Así
por ejemplo, las montañas y los collados son símbolos de los demonios, pero el Monte de Betel lo es de
la vida celestial (Comentario al Cantar de los cantares, Homilía, V). Véase Nygren, 1952: 232.
199
Cf. Nygren, 1952: 230-232.
200
La escala del Niseno es el resultado de múltiples influencias, que van desde el Banquete de Platón,
Aristóteles, los neoplatónicos y la escala de Jacob del Génesis. Gregorio de Nisa habla de una escala de
méritos y de una escala de contemplación (Nygren, 1952: 229-230).
201
No por casualidad, como vimos al hablar del neoplatonismo, eran el árbol y la fuente, los símbolos
elegidos por Plotino para representar al Uno en la Enéada III.
202
Cf. Nygren, 1952: 234.
203
La herida introduce la imagen de la flecha, que es, al mismo tiempo dardo disparado por Dios al alma,
y ésta misma, disparada hacia Dios y la vida eterna (Nygren, 1952: 232-233).
204
El agua, en cuanto hace referencia al bautismo es un símbolo diarético, pero en el universo interior, el
agua es un lago, un espejo (cf. Canévet, 1983: 324).
205
La granada es uno de los símbolos favoritos de Gregorio de Nisa para referirse a la virtud: “Por fuera
está cubierta de corteza dura y amarga, que no es comestible. Por dentro, en cambio, agrada a la vista.
Fruto abundante, sano, delicioso al paladar. Así ocurre con la vida austera y filosófica: no ofrece encanto
ni atracción a los sentidos, pero encierra felices esperanzas que maduran a su debido tiempo. Cuando
llegue el tiempo del sazón, el jardinero de nuestras almas abrirá la granada de nuestra vida.” (Gregorio de
Nisa, 1993a: 113-114). Compárese esta explicación de la granada con la dada por Clemente en el capítulo
anterior.
319
206
Dice Gregorio a propósito de las lámparas de fuego: “Si oyes hablar de lámparas que entroncadas en
un solo candelero, se extienden en varios brazos difundiendo luz abundante por todos los costados, no te
equivocas si reconoces en ellos los múltiples rayos del Espíritu que brillan en el tabernáculo” (Gregorio
de Nisa, 1993a: 109). La llama, según el Niseno, puede aparecer con dos sentidos: la llama ascendente
que representa el ascenso del alma; y la llama descendente que representa el amor de Dios que, contra su
naturaleza, desciende hasta el alma (cf. Nygren, 1952: 233-234).
207
Canévet, 1983: 338-342.
320
208
Dionisio Areopagita es un personaje aún oscuro. Pese a que durante mucho tiempo se le creyó
discípulo de Pablo –véase Hch., 17, 34-, hoy día se le sitúa entre los años 450 y 520, en el ambiente
cristiano de Siria (Dionisio Areopagita, 2002: XXV).
209
Sobre la decisiva presencia de Proclo en su doctrina, reconocida por el propio Tauler, cf. Dionisio
Areopagita: 2002, XXV-XXVII. Véase también el interesante artículo de Saffrey “Un lien objetif entre le
Pseudo-Denys et Proclus” en el que se analizan un punto de contacto entre Dionisio y Proclo a partir de
una, casi primera, glosa del cuerpo dionisiano por parte de Juan de Scythopolis. En ésta, el autor exculpa
–y como suele suceder en estos casos, delata- a Dionisio de la posible sospecha de paganismo por haberse
referido a Jesús –en las actividades en las que confluyen sus naturalezas humana y divina- como
Theandrites, término que alude a una divinidad árabe, Teandrio, a la que Proclo había dedicado un himno
(cf. Saffrey, 1966).
210
Cf. Des Places, 1981: 323-327.
321
Y allí cierra los ojos a todas las percepciones cognitivas y se abisma en lo totalmente
incomprensible e invisible, abandonado por completo en el que está más allá de todo y es de
nadie, ni de sí mismo, ni de otro, pero renunciando a todo conocimiento, queda unido en la parte
más noble de su ser con Aquel que es totalmente incognoscible y por el hecho de no conocer
nada, entiende por encima de toda inteligencia.
(Dionisio Areopagita, 2002: 247)
Es necesario atribuir y decir de la Causa todo lo que se afirma de los seres, por ser la
causa de todos ellos. Y todo eso decirlo de Ella más propiamente, porque es supraesencialmante
superior a todas las cosas, y no debemos creer que las negaciones son algo que contradice a las
211
Cf. Zinn, 1993: 213 y ss.
212
Los traductores al latín de la obra de Dionisio hasta Marsilio Ficino son los siguientes: Hilduin (en
torno a 832), Escoto Erigena (en torno a 867), Sarrazin (en torno a 1167), Grosseteste (en torno a 1235),
Traversari (1436) y Ficino (1492).
213
De hecho, Dionisio o bien no diferencia con claridad entre eros y ágape (Louth, 1981: 175) o bien los
identifica prefiriendo el término eros (Nygren, 1952: 160-161).
214
Véase Meis, 2001: 200-201.
215
La teología dionisiana, de carácter mucho más experiencial que doctrinal o intelectual, se ordena en
tríadas: las tres hipóstasis neoplatónicas se convierten en tres jerarquías: la Trinidad, la jerarquía angélica
y la jerarquía eclesiástica. Cada una de éstas es, a su vez, triádica (Louth, 1981: 163).
322
afirmaciones, sino que la Causa, que está por encima de toda negación o afirmación, existe
mucho antes y trasciende toda expresión.
(Dionisio Areopagita, 2002: 246)
No debemos pensar, pues, que lo externo de los signos tiene valor en sí mismo, sino que
se nos proponen a la gente ordinaria para que podamos entender lo inefable e invisible, evitando
que los profanos abusen de los más sagrados misterios. Pero que solamente son manifiestos a
quienes buscan de corazón a Dios, pues sólo ellos están preparados y dispuestos por la
simplicidad de su mente para penetrar en la pueril fantasía de esos símbolos sagrados, y por su
216
Cf. Lossky, 1930: 279-309.
217
Cf. Roques, 1983: 201-204.
218
Cf. Andía, 2001: 424 y ss.
324
219
Recordemos que la dimensión sacramental era una de las posibilidades de interpretación de la
tipología desde, al menos, los exégetas alejandrinos.
220
En este sentido, observa René Roques que símbolo y discurso no están tan alejados, puesto que incluso
en los conceptos y expresiones más abstractos es posible determinar el elemento metafórico que subyace
bajo su formulación (Roques, 1983: 202).
221
Cf. Dionisio Areopagita, 2002: 251-252.
222
Dionisio observa que todo esto resulta inútil sin la condescendencia de Dios. Incluso llega a hablar, de
forma radicalmente opuesta al neoplatonismo, de la existencia del “éxtasis de Dios” (Louth, 1981: 175).
325
Porque el fuego está presente en todas las cosas (… ), penetra en todo sin mezclarse y
está separado de todo, es totalmente luminoso y a la vez como oculto, no se lo puede conocer en
sí mismo sino si se le junta una materia donde se manifieste su propio poder, es irresistible y no
se lo puede mirar fijamente, domina todo y transforma a las cosas que están bajo su influencia.
(Dionisio Areopagita, 2002: 157)
223
Cf. Louth, 1981: 183.
326
327
224
La difícil, parcial y a menudo confusa, recepción medieval de los padres griegos acaso los aleje aún
más del mundo medieval, el cual, por el contrario, recibe la obra de San Agustín casi
ininterrumpidamente desde el momento de su producción. Smalley dice respecto a los griegos que la
exégesis alejandrina penetró en la Edad Media latina cuando el conocimiento del griego había declinado,
a través de dos canales principales: indirectamente por medio de los padres latinos y directamente a través
de la traducción de sus trabajos, sobre todo de Orígenes. Sin embargo, los antioquenses corrieron peor
suerte. Con excepción de Juan Crisóstomo, los exégetas de Antioquía fracasaron en Occidente, que se
329
decantó claramente por el alegorismo alejandrino. Entre los siglos VIII y XI, además del pseudo-Dionisio
se conocen los comentarios de Teodoro a las Epístolas de Pablo, en este momento atribuidas a San
Ambrosio (Ternant: 1953, 459). Cuando los estudios bíblicos revivieron en el siglo XII tal vez pudieran
haberse acercado a los trabajos de los antioquenses pero esta posibilidad no llegó a concretarse; en el
siglo XIII, y bajo la influencia de Aristóteles, se redescubre verdaderamente el valor espiritual de la letra,
pero entonces el método de la escuela de Antioquía ya había sido olvidado (Smalley, 1952: 13-20). No
obstante, Tomás de Aquino conoce a Juan Crisóstomo y a Teodoro, incluso puede se puede descubrir su
conocimiento de la “teoría” en su comentario los Salmos (Ternant, 1953: 460).
225
“La teología medieval descansa sobre Agustín. La recepción de Aristóteles en la Edad Media sólo ha
tenido realmente lugar –cuando lo ha tenido- en intensa discusión con las líneas agustinianas de
pensamiento. La mística medieval es una revitalización del pensamiento teológico y de la práctica eclesial
de la religión, que se retrotrae, en lo esencial, a motivos agustinianos.” (Heidegger, 2001: 23). Por otra
parte, los estudios tomistas de estos últimos años han ahondado aún más en la dimensión neoplatónica del
pensamiento de Santo Tomás, en detrimento de la más conocida influencia aristotélica (cf. Hankey, 1997:
67). Para la ubicación de San Agustín en los comienzos de la exégesis teológica medieval, véase también
Michel: 1997, 83 y Chenu, 1957: 172. Por otra parte, dice Gonzarolli de Oliveira que hasta Agustín, los
Padres han vivido vinculados a la civilización antigua, sin poder concebir otro tipo de civilización. Es a
partir de La ciudad de Dios cuando se abre la posibilidad de un pensamiento nuevo e independiente de la
civilización grecolatina clásica (Gonzarolli de Oliveira, 2001: 354-355).
226
La decisión de comenzar con San Agustín nos obliga a dejar fuera de este estudio la exégesis alegórica
de los Padres latinos anteriores. La Iglesia de Occidente, frente a las preocupaciones ya señaladas de las
escuelas orientales, tuvo, en general, una menor preocupación por las cuestiones filológicas o históricas.
Tras el rechazo de la alegoría por parte de algunos comentaristas como Tertuliano (Waszink, 1979: 17-
31), la recepción amplia de Orígenes, traducido entre otros por San Jerónimo, permitió el florecimiento de
una matizada exégesis alegórica en autores como Hilario y Ambrosio. Precisamente San Jerónimo tuvo su
primer contacto con la Escritura –llegaría a traducir el Antiguo Testamento del hebreo- a partir de
Orígenes, incluso llegó a hacerse eco de las teorías más heterodoxas del alejandrino. Sin embargo, al
extenderse la controversia en torno a éste, se inclinó por las teorías antioquenses, especialmente por los
componentes filológicos de la interpretación, aunque siempre defendió la división origeneana tripartita
del sentido de la Escritura: histórico, moral y espiritual (cf. Simonetti, 1994: 99-101).
227
Sobre la incompatibilidad inicial entre retórica y culto cristiano, así como el papel de San Agustín en
la conciliación entre ambos, puede verse López Muñoz, 2000: 38-41.
330
retórica, que el propósito del orador cristiano debe ser el hacer entender, mover y
deleitar228. Al mismo tiempo, establece un límite fundamental para los oradores
cristianos: “los expositores de los autores sagrados no deben hablar de tal modo que se
propongan a sí mismos, como si ellos debieran ser explicados con igual autoridad a la
de aquellos”229. Agustín excluye, de este modo, la oscuridad del proceder de la
hermenéutica cristiana. Pero la preocupación agustiniana por la retórica no termina en
estas recomendaciones sobre la predicación, sino que llega a establecer una analogía
entre la retórica y la conversión: “Retórica y conversión consisten, en definitiva, en un
proceso de persuasión (… ). Ambos usan, como instrumento más poderoso, la llamada a
los afectos” (Müller, 2003: 177). Incluso en sus propias Confesiones –una retórica de la
conversión en palabras de Tracy 230-, Agustín no duda en vincular la retórica a su propia
experiencia de salvación:
Llegué a un libro de un cierto Cicerón [se refiere al Hortensio], cuya lengua casi todos
admiran, pero no su contenido. (… ). Ese libro cambió todos mis afectos y trocó mis plegarias
hacia ti, Señor. (… ). De repente me pareció despreciable toda esperanza vana, y con un ardor
increíble de mi corazón deseaba la inmortalidad de la sabiduría y comencé a levantarme para ir
a ti.
(Confesiones, III, IV, 7)
228
De Doctrina Christiana, IV, 26, 56. Véase también Del orden, XIII, 38.
229
Op. cit., IV, 8, 22.
230
Cf. Tracy, 1997: 259.
231
Agustín es, en general, poco riguroso y no suele citar sus fuentes. Tampoco clasifica los códices que
maneja, tanto griegos como latinos, según su procedencia o afinidades (Basevi, 1977: 122-123). Sobre
esta cuestión, véase Agustín de Hipona, 1958: 33-35.
232
Como veremos más abajo, el problema que debe examinarse en realidad es qué entiende San Agustín
por sentido literal, y si este concepto varía a lo largo de su obra.
331
233
Cf. Basevi, 1977: 128.
234
Cf. Fuhrer, 2003: 65-66. Este autor rebate las críticas vertidas sobre la exégesis agustiniana advirtiendo
que la situación histórica y geográfica en la que se desenvuelve San Agustín no puede compararse con la
de los Padres orientales. Además, recuerda que debe tenerse en cuenta la atención al público al que sus
escritos iban destinados, y, en consecuencia, la adaptación a sus necesidades (ib. p. 67). En este sentido,
afirma Pontet que la exégesis agustiniana es más litúrgica que científica (Pontet, 1946: 157).
235
Al contrario de lo que sucede con la mayor parte de las obras exegéticas de San Agustín, De Doctrina
Christiana no está concebida para afrontar un problema doctrinal o exegético determinado, sino que tiene
un carácter general, informador para los que tenían que explicar la Escritura (Basevi, 1977: 110).
236
Todorov incluye en este método, junto con Agustín, a Ireneo y Clemente de Alejandría (Todorov,
1978: 105).
237
Cf. Pontet, 1946: 151-152.
332
Puisque c´est le sens “final” qui compte par-dessus tout, on se préoccupera peu du sens
“originel” ou intention de l´auteur. La recherche de celui-ci est une préoccupation presque
oiseuse, extérieure au projet de l´exégèse, qui est de relier le sens donné au sens nouveau.
(Todorov, 1978: 106)
238
Su examen de la tipología (op. cit., p. 112) no hace referencia a este esfuerzo sino que la ubica, desde
un punto de vista exclusivamente retórico, dentro del simbolismo proposicional. Igualmente, Pontet había
señalado que la consecuencia de este método es la casi supresión de la historia (Pontet, 1946: 162).
Gadamer también comparte este punto de vista al considerar que “las reflexiones históricas eran unas
ayudas esporádicas y secundarias para la comprensión de la Sagrada Escritura” (Gadamer, 2000: 123).
Sobre la importancia del sentido literal en la exégesis bíblica en San Agustín y otros Padres de la Iglesia,
véase Thiel, 2000: 10 y ss.
239
Todorov, 1978: 109-110.
240
Gilmore ya hace ver lo difícil que es delimitar que entiende Agustín por “sentido” (cf. Gilmore, 1946:
141-163).
241
Es a partir del fracaso de Hegel de explicitar una concepción racional de la historia universal, cuando
la escuela histórica se abrió a una concepción de la historia ajena no sólo a todo moralismo propio de la
Historia Antigua sino también a cualquier concepción racional de ésta. Sin embargo, la adopción de
metodologías científicas y teóricamente objetivas en el desarrollo de los estudios históricos no ha podido
ocultar las tendencias ideológicas desde las que estos métodos se aplican (véase Gadamer, 2002a: 95; en
333
un sentido más próximo al asunto de estas páginas, véase Louth, 1999: 105 y ss). Se trata, además, de una
cuestión secundaria en el seno de la exégesis luterana a partir de los trabajos desmitologizadores de
Bultmann, que tienden a prescindir del valor histórico de la Escritura, incluidos los Evangelios.
242
Lossky, a partir de la lectura de Ignacio de Antioquía, considera que la tradición es el silencio que
acompaña esencialmente a la voz que supone la Escritura. La alegoría es el modo de penetrar en este
silencio (cf Louth, 1999: 91, 96).
243
Cf. Thiel, 2000: 11. Es a partir de este momento cuando los teólogos se han esforzado por determinar
la naturaleza de la relación existente entre tradición y Escritura, viéndose, en general, la primera como
una limitación a la interpretación de la segunda.
334
la tradición no se opone a que pueda ser transmitida por escrito. Se entiende no escrita
no porque su difusión se limite a la transmisión oral, sino porque no se confunde con los
libros canónicos. Ahora bien, la distinción entre la tradición y la Escritura, así expuesta,
no impide que se refieran a las mismas verdades244. De ahí, la copertenencia indisoluble
entre ambas. La segunda característica fundamental, especialmente a partir de Irenéo, de
la tradición frente a la Escritura, es el modo específico de su configuración: la
transmisión desde los apóstoles a través de sus sucesores de forma ininterrumpida245.
Recibida en Occidente la influencia oriental, Agustín consideró que la Biblia no
era, frente a la doctrina, esencial para la salvación de los creyentes, y que, en
consecuencia la autoridad de la Iglesia debía situarse por encima de la Escritura. Pero,
por otra parte, también señaló que la Biblia exigía una fe absoluta, de tal modo que sólo
porque algo se afirmara en la Biblia habría de resultar esencialmente indiscutible246. De
este modo, se evidenciaba, precisamente por el valor que la exégesis agustiniana
confería al sentido literal en su segunda etapa, la ya advertida copertenencia entre
doctrina y Escritura. La doctrina condicionaba el texto bíblico pero al mismo tiempo
extraía de éste, de su sentido literal cuidadosamente fijado y analizado, su propio
contenido247.
No se trata, por tanto, solamente de que, como dice Pelletier248, Todorov haya
obviado en su análisis el papel jugado por la fe como elemento de cohesión y guía de la
exégesis patrística, sino de que no haya tenido en cuenta el proceder exegético efectivo
y global de los Padres de la Iglesia en el que la fe se instala como pieza fundamental de
la misma concepción de la historia. Esto no quiere decir que no exista una tensión entre
el sentido literal de la Escritura y la doctrina que la interpreta, pero esta tensión -
presente, por lo demás, en todo sistema interpretativo- no se traduce sin más en la
imposición de la segunda sobre la primera.
La crítica a Todorov realizada por Bochet cobra especial relevancia al relacionar
la interpretación agustiniana, tal como se entiende en De Doctrina Christiana, con el
proceder del círculo hermenéutico. Bochet repasa la estructura de la obra agustiniana y
244
Op. cit., p. 51.
245
Ib., p. 53.
246
Agustín de Hipona, 1958: 19.
247
Puede también afirmarse que la autoridad de los comentarios de los Padres en la exégesis bíblica no
estaba, en tiempos de San Agustín, tan solidificada como estaría durante los primeros siglos de la Edad
Media –piénsese en el caso de Raban Maur, por ejemplo- hasta que en el siglo XII, la nueva hermenéutica
bíblica empezara a cuestionar este criterio de autoridad, -incluido el del propio San Agustín-.
248
Pelletier (1989: 291) se hace eco de una protesta contra el modo de abordar el estudio de la exégesis
cristiana por parte de la crítica moderna que ya estaba en Lubac (véase Lubac, 1964: IV, 125-129).
335
249
Cf. Bochet, 1997: 16.
250
Op. cit., p. 18.
251
Ib., p. 20.
252
Véase Ferraris, 2000: 257.
253
Fue Flavio Illírico (1520-1575) el primero en proponer este método en el que las partes se explican por
el todo y el todo por las partes. Véase Gadamer, 2000: 97.
336
254
Esta evolución se consolidaría con Schleiermacher que propone una visión de la hermenéutica como
teoría universal de la comprensión y de interpretación, fundamento de todas las ciencias históricas, no
sólo de la teología (Gadamer, 2000: 100-101).
255
Sobre lo paradójico de la evolución de la hermenéutica especialmente en el pensamiento de Gadamer,
véase Ferraris, 2004: 7-19.
256
Para la relación entre la Escritura y la Encarnación en el pensamiento de Agustín, véase Pelletier,
1989: 316. La Encarnación corrige favorablemente “la hermenéutica de la Caída” agustiniana.
257
Cf. De Doctrina Christiana I, 39, 43.
258
Véase Gadamer, 1996: 363-365.
337
259
La tradición está en constante mutación. “Adherirse a ella –observa Gadamer- es la formulación de
una experiencia en virtud de la cual nuestros planes y deseos se adelantan siempre a la realidad, sin
supeditarse a ella” (Gadamer, 2000: 259). La tradición, en consecuencia, no opera como un conjunto de
presupuestos rígidos que presionan al intérprete sino como un mecanismo que integra la anticipación de
lo deseable en el marco de lo factible.
260
Para Louth la tradición no es el contenido de la Revelación sino la luz que la ilumina (Louth, 1999:
92).
261
Véase, por ejemplo, Ferraris, 2004: 106-108.
262
Véase Gadamer, 2000: 258 y ss.
338
apoya, entre otras razones, en la revisión positiva del prejuicio frente a la utopía
ilustrada de la falta de prejuicios, que oculta la existencia de prejuicios ineludibles263.
San Agustín, por su parte, ve en el sometimiento a la autoridad, la vinculación a
un criterio universal, apoyado en la tradición, por una cadena ininterrumpida de
testimonios de muy diversa naturaleza que garantizan la rectitud de la interpretación264.
Este argumento cobra fuerza si tenemos en cuenta que se trata de una limitación a la
interpretación alegórica, esencialmente centrífuga y, en general, poco respetuosa con el
texto.
El problema de la alegoría en este sentido ya se había planteado en la exégesis
pagana, en la que ya se había advertido, desde diferentes escuelas filosóficas, del peligro
que conllevaba este método exegético. La solución de Agustín en su apelación al
criterio de autoridad es fruto, a nuestro juicio, de una profunda reflexión en torno a la
naturaleza de la exégesis alegórica y de la observación de la descomposición de las
escuelas de pensamiento paganas contemporáneas, especialmente de la platónica265.
Este proceso intelectual condujo finalmente al abandono agustiniano de la alegoría, al
menos en parte, en favor de una exégesis de tendencia literalista. Es en este contexto
como debe ser entendido el concepto de autoridad en la obra de San Agustín.
La alegoría cumple también un servicio necesario en la exégesis agustiniana
dentro del marco de la tradición. El problema de la interpretación de la Escritura en el
seno de una tradición que cristaliza en el principio de autoridad del dogma y que genera
el mecanismo exegético patrístico no es independiente de la cuestión de la autoría de los
textos bíblicos. En efecto, precisamente porque existe una doble autoría de los libros de
la Escritura: los profetas como autores mediatos y Dios como autor real, es posible
establecer también una gradación en la interpretación que responda al sometimiento -o
no- por parte del exégeta a las exigencias del dogma. En este sentido, dice Dawson: “Si
263
“¿Estar inmerso en tradiciones significa real y primariamente estar sometido a prejuicios y limitado en
la propia libertad? ¿No es cierto más bien que toda existencia humana, aún la más libre, está limitada y
condicionada de muchas maneras?” (Gadamer, 1996: 343). Véanse las páginas dedicadas a esta cuestión
en Verdad y Método (1996: 338-353).
264
Véase la “Introducción general” de De Doctrina Christiana (1958: 13-14). Aquí se explica cómo San
Agustín, en Contra Fausto (13,1-4) ve en el criterio de autoridad de la Iglesia una solución para escapar
del círculo vicioso exegético derivado de las premisas maniqueas: “Anteponer la Biblia a la Iglesia
significaba un círculo vicioso precisamente: si por los profetas hemos de ir a Cristo, antes tenemos que
creer en los profetas; mas para creer en los profetas, deberemos ser informados por otros profetas que nos
den fe de ellos, y así sucesivamente. Tampoco podemos decir que los profetas recomiendan a Cristo y
Cristo a los profetas, pues quien no tenga de antemano la fe no creerá ni a Cristo ni a los profetas. Sin una
Iglesia que entregue la Biblia, no tiene autoridad la Biblia” (ib. p. 15).
339
265
El juicio de San Agustín sobre la descomposición de las escuelas filosóficas paganas debido a la falta
de una autoridad doctrinal y al individualismo de los pensadores griegos queda expuesto en La Ciudad de
Dios, XVIII, 41.
266
Cf. Dawson, 2003: 77-78. Se trata, como hemos visto a lo largo de este trabajo, de uno de los
elementos constantes en el desarrollo histórico de la alegoría, el de alejar a los indignos.
267
Sobre esta cuestión, pueden verse, en el Agustín último, las reflexiones sobre el carácter profético de la
Biblia de los Setenta como explicación de sus diferencias con el original hebreo en La Ciudad de Dios,
XVIII, 43.
268
Pontet, 1946: 305-332.
269
Así se demuestra en el pasaje del libro XII de Contra Fausto, cuando se refiere a Filón de Alejandría y
a su tratamiento de la alegoría (op. cit., p. 213) y en el libro XXII de esta misma obra, respecto de la
eficacia limitada de la alegoría cristiana: “Puede que los herejes no quieran aceptar la alegoría contenida
340
en los relatos, tal y como nosotros la exponemos, o que incluso pretendan que no significan otra cosa sino
lo indicado por su sentido propio. En este caso no hay que luchar (… )” (ib., p. 639).
270
De Doctrina Christiana, I, 2.
271
De Doctrina Christiana II, 3, 4.
272
La comunicación de los signos de la naturaleza divina está limitada por el pecado. Así en De Genesi
contra Manicheos, la interpretación alegórica tiene como finalidad argumentar que fue el pecado de Adán
lo que llevó a la institución de los signos como medio de comunicación entre Dios y los hombres (cf.
Dawson, 2003: 71-73). En este sentido, E. Jager habla de una “hermenéutica de la Caída” para aludir a la
teoría agustiniana del signo: tras la expulsión del Paraíso el hombre es arrojado al mundo caracterizado
por la opacidad de las cosas y la ambigüedad de los signos. Esto no quiere decir que en el Paraíso no se
emplearan los signos, sino que la Caída alteró profundamente su naturaleza y función, introduciendo el
problema de la interpretación. También la escritura, fue consecuencia de la Caída (Jager, 1993: 52-63).
273
Véase Chydenius, 1975: 324-327.
274
Cf. Gonzarolli de Oliveira, 2001: 268.
341
275
Cf. Dawson, 2003: 65 y ss.
276
Pépin apunta que la distinción entre allegoria in verbis y allegoria in factis es anterior a Agustín. Así,
a mediados del siglo II, Justino ya diferencia entre el poder profético de las palabras y de los
acontecimientos como instrumentos del Espíritu Santo. Algo más tarde, Clemente de Alejandría se hace
eco de esta dualidad y también lo hace Melitón de Sardes (Pépin, 1987: 240-241).
277
Strubel, 1975: 346.
278
Véase Strubel, 1975: 345.
279
Todorov afirma que existe cierta identidad entre la alegoría lexical y la allegoria in verbis, por una
parte; y la alegoría proposicional y la allegoria in factis, por otra. Todorov acusa a Agustín de no revelar,
en su oposición real / verbal el mecanismo que origina estos dos hechos diferentes. En segundo lugar
afirma que Agustín no tiene en cuenta que los tropos son tan reales como las propias alegorías reales. En
este sentido, sostiene que la oposición palabras / cosas es una manera un tanto torpe de referirse a este
hecho en el que el aserto inicial es mantenido en uno de los casos y abolido en el otro (Todorov, 1978:
41). Sin embargo, es necesario recordar que San Agustín comienza el Libro II de la Doctrina Cristiana
señalando que los signos son cosas, y distingue claramente la aproximación a la cosa en cuanto tal y en
cuanto signo que apunta a otra. Es sólo en ese caso cuando debe entenderse como signo: “Al escribir el
libro anterior sobre las cosas procuré prevenir que no se atendiese en ellas sino lo que son, prescindiendo
de que además puedan significar alguna otra cosa distinta de ellas. Ahora al tratar de los signos advierto
que nadie atienda a lo que en sí son, sino únicamente a que son signos, es decir, a lo que simbolizan” (De
Doctrina Christiana II, 1, 1). Lo que se dice respecto a los signos es extensible a la palabra, que ocupa
entre ellos el primer lugar (op. cit., II, 3, 4). En consecuencia, se puede decir que en Agustín no se
produce la oposición palabras / cosas, sino palabra en cuanto signos, y cosas.
280
Cf. Chydenius, op. cit., pp. 326-329.
342
281
Algunos autores, como A. Colunga, en un artículo publicado en 1930, dividieron la obra exegética
agustiniana en cuatro grupos: el primero estaría representado por los cuatro libros de De Doctrina
Christiana, el segundo por las obras contra los maniqueos, el tercero por las Questiones in Heptateuchum,
y el cuarto por De consensu Evangelistarum (Colunga, 1930: 103). Sin entrar en la pertinencia de esta
clasificación, creemos que con relación a la alegoría, la obra de San Agustín presenta dos etapas bien
definidas.
282
Cf. Simonetti, 1994: 104-105.
283
Véase Confesiones VI, IV, 6.
284
“Ninguno de nosotros duda de que el Antiguo Testamento contiene promesas de realidades temporales
(… ) y de que la promesa de la vida sin fin y del reino de los cielos pertenece al Nuevo. Pero no es
sospecha mía, sino interpretación del Apóstol que en aquellas realidades temporales se ocultaban figuras
de las realidades del futuro que se iban a cumplir en nosotros” (Contra Fausto, IV, p. 82).
285
Cf. Strubel, 1975: 347.
343
interesa determinar es qué entiende Agustín por hechos históricos en esta primera etapa.
En De la verdadera religión, escrita entre 389 y 391, Agustín afirma:
286
De la utilidad de creer III, 3, 5.
344
naturaleza diferentes referidas todas ellas al sentido literal del texto. Así, el sentido
histórico se relaciona en términos dialécticos con el sentido alegórico en su dimensión
tipológica, no en la retórica. Es importante subrayar que el sentido histórico no hace
tanto referencia a la realidad histórica como al sentido literal 287, comprendido no
siempre como lo sucedido, sino como lo que debe ser entendido como tal. La
interpretación etiológica resulta más bien un caso particular de la regla general de la
explicación de la Escritura por sí misma. Agustín insta al intérprete a aceptar las
explicaciones causales dadas por el texto de hechos y palabras incluidos en él mismo.
Algo similar, si bien de forma más imprecisa, ocurre con la explicación del punto de
vista analógico. Sorprende aquí que, a diferencia de lo que sucede con los otros tres
sentidos, San Agustín no aporte un solo ejemplo de este punto de vista de la
interpretación. El sentido analógico, como modo de poner de relieve la concordancia
entre los testamentos, es un instrumento exegético que sirve de arma contra los que
consideran que las contradicciones entre testamentos son fruto de interpolaciones en los
textos288. Pensamos que, igual que ocurría en el caso del sentido etiológico, Agustín
alude con el punto de vista analógico no a la determinación de un sentido concreto de la
Escritura, sino a la necesidad de leer la Biblia de forma que las divergencias entre sus
libros queden superadas en la armonía de un sentido unitario global. Si la etiología hacía
referencia a casos concretos en los que el propio discurso bíblico justificaba su proceder
e invitaba al exegeta a seguir estas indicaciones; con la analogía, se está señalando un
criterio general de afrontar la hermenéutica bíblica. La defensa contra la sospecha de
interpolaciones en los textos bíblicos se fundamenta en la tradición y en la autoridad
bíblica que ha velado por la fiel transmisión de la Escritura. A esta tradición apela el
sentido analógico. Siglos más tarde, Santo Tomás de Aquino también diferenciará los
cuatro sentidos de la Escritura de la hermenéutica medieval de estos tres enfoques
agustinianos del sentido literal:
Il faut dire que ces trois démarches: l´histoire, l´étiologie, l´analogie, concernent le seul
sens littéral. En effet, l´histoire, comme l´expose Augustin lui-même, intervient lorsque quelque
chose est proposé simplement; l´étiologie, lorsque la cause de ce qu´on dit est assignée… ;
l´analogie existe lorsqu´on montre que la vérité d´un texte de l´Ecriture ne s´oppose pas à la
vérité d´un autre.
287
Sobre la identificación del sentido literal con el histórico en San Agustín y Santo Tomás de Aquino,
véase Synave, 1926: 41-43.
288
Ib. III, 3, 7.
345
289
En nuestro tratamiento de los conceptos agustinianos de “historia”, “profecía” e “historia profética”
seguimos a Markus, 1967.
290
Agustín elabora esta concepción de la historia desde su desvinculación del milenarismo a partir del año
400. Al sostener que los mil años de reinado de Cristo, anunciados por el Apocalipsis son ya efectivos
desde su resurrección, hace posible el entendimiento de una “Historia de salvación”, de un milenio –
entendido en sentido figurado, no cronológico- de reinado de Cristo en el mundo y efectivo ya desde
dicho acontecimiento. Constituido Cristo en el eje central de la historia, la concepción de la historia
profética es sólo una conclusión lógica de este presupuesto.
291
Markus, 1967: 274.
292
Cf. Pontet, 1946: 339.
346
la Ciudad de Dios, o bien, a pesar de carecer de esta dimensión profética, sirvan, por
contraste, para resaltar ésta293.
San Agustín rompe la división estricta entre sentido literal y alegórico. Porque
ahora ya no se trata de sostener que un mismo texto pueda ser portador de los dos
sentidos a un tiempo, sino que lo que se afirma es que sólo hay un sentido en el que se
funden ambas esferas. El giro de una etapa a otra respecto a la comprensión del sentido
literal nos parece esencial para poder valorar el alcance de los términos literal y
alegórico y determinar con precisión el sentido de las reglas contenidas en De Doctrina
Christiana. Agustín observa que la “historia profética” incluye en ocasiones elementos
que, formando parte del contexto de las narraciones proféticas, no contienen ninguna
referencia al futuro. En La ciudad de Dios, por su parte, se afirma que la voluntad de
Dios está detrás de los movimientos de la Historia, pero nunca se expresa por completo
en el acontecimiento individual. En consecuencia, el juicio de la Historia es siempre
incompleto porque es sólo al final y en atención a éste cómo la Historia puede ser
completamente entendida294.
En la distinción entre estos elementos secundarios y los propiamente
constitutivos de la profecía, San Agustín establece otro criterio de interpretación
fundamental: la tarea interpretativa debe atender al texto completo, puesto que es éste el
que resulta profético. El hecho de interpretar el texto en su totalidad de forma profética
no significa que deba cometerse el absurdo de encontrar significados ocultos en cada
una de sus partes295.
La formulación del concepto de “historia profética” permite a San Agustín la
elaboración de un sistema propio que se singulariza por su objeto y por la nueva actitud
del intérprete. Paralelamente a su concepto de la Historia y su interpretación, Agustín
apunta al texto como unidad de la interpretación. Aún no estamos ante la idea moderna
de texto296, pero sí ante un paso decisivo frente al alegorismo pagano, que operaba sobre
la fragmentación extrema del texto y la vaguedad en la delimitación del objeto de las
figuras de pensamiento. La determinación del discurso en su totalidad como depositario
del sentido profético modifica también la actitud del intérprete. Frente al método de
Orígenes que buscaba en cada palabra de la Escritura, un sentido oculto, San Agustín
293
La Ciudad de Dios XVI, 2, 3.
294
Cf. Shinn, 1953: 32-33.
295
Markus, 1967: 275. En nuestra opinión, tal criterio estaba ya expuesto en Del espíritu y de la letra (cf.
IV, 6), escrito en 412, por lo tanto, también incluido dentro de este segundo periodo.
296
Véase Lledó, 1998: 48.
347
advierte del absurdo y de la deformación de la tarea exegética que este método supone,
y subraya que la existencia de pasajes no proféticos no menoscaba la naturaleza
profética del conjunto. La interpretación aislada de un determinado pasaje, como ocurría
con la interpretación de los acontecimientos históricos, es siempre incompleta. Éste es, a
nuestro juicio, el rasgo definitorio de la segunda etapa de Agustín.
Veamos ahora qué ocurre con lo dispuesto en De Doctrina Christiana a la luz de
lo señalado anteriormente sobre el concepto de “historia profética”. San Agustín afirma
en esta obra que la interpretación –alegórica- de los pasajes oscuros no saca a la luz
nada que no se halle claramente expuesto en otro lugar de la Escritura297. Esta oscuridad
puede venir dada por el desconocimiento o la ambigüedad de los signos que velan el
sentido de lo escrito. San Agustín establece un mecanismo interpretativo a partir de la
división de los signos en propios y transpuestos298, y señala que el sentido literal del
texto sólo debe ser eliminado cuando no exista la posibilidad de encontrar una
explicación gramatical aceptable. En tales casos, el Espíritu fuerza, mediante el absurdo,
a penetrar en el sentido oculto. Una vez que se tenga certeza de que existe una expresión
figurada, el intérprete debe tener en cuenta que la oscuridad debe explicarse en atención
a los pasajes claros de la Escritura y que una misma palabra puede tener diversos
significados299.
Para penetrar en el sentido oculto del texto, Agustín adopta las reglas exegéticas
de Ticonio. En nuestra opinión, estas reglas se introducen como instrumentos de
naturaleza retórica que sirven para profundizar en el sentido literal de los textos, o mejor
dicho, en la pluralidad de sentidos literales que del texto se derivan, pero que escapan
del campo de la alegoría como expresión profética300. Así parece señalarlo el propio
autor cuando, una vez expuestas las reglas, afirma:
Todas estas reglas (… ) sirven para que se entienda de una cosa otra distinta, lo cual es
propio de la expresión trópica (… ). Porque en cualquiera parte donde se diga algo para que se
entienda otra cosa distinta de lo dicho, hay locución trópica, aunque no aparezca el nombre de
297
De Doctrina Christiana II, 6, 8. Véase también Pépin, 1987: 98-111 y 1958: 243-286.
298
Op. cit., II, 10, 15; III, 2-6; II, 16, 23.
299
Ib. III, 25, 34 y 26, 37.
300
Algunos autores han considerado que San Agustín descubre en las reglas de Ticonio una posibilidad
intermedia entre el literalismo y el alegorismo. Tal es el caso de Hamilton quien pone como ejemplo la
lectura agustiniana de la “Parábola del buen samaritano”, entendida como “tipología” de la historia de la
Redención desde el momento de la Caída (Hamilton, 1990: 111). A nuestro juicio, esta lectura no puede
considerarse tipológica en sentido estricto, por cuanto la parábola es una construcción ficcional y no un
348
ese tropo en el arte de hablar o la retórica. (… ). Pero basta ya con lo dicho de los signos que se
refieren a las palabras301.
(De Doctrina Christiana III, 37, 56)
Algunos refieren a un sentido espiritual todo lo que se dice del paraíso, donde narra la
verdad de la Santa Escritura, estuvieron los primeros padres del género humano. (… ) es decir,
que no existieron aquellas cosas visibles y corporales, sino que se han expuesto o escrito así
para significar realidades de la mente. Como si no fuera posible el paraíso corporal ante la
posibilidad de entenderlo también como algo espiritual. Según eso, no habría dos mujeres, Agar
y Sara, ni de ellas los dos hijos de Abrahán, (… ) porque dice el Apóstol que en ellos están
acontecimiento histórico de carácter profético. La parábola y su comentario deben ser entendidos como
alegoría en sentido retórico, como figura de pensamiento.
301
El subrayado es nuestro.
302
De doctrina Christiana III, 11, 17.
303
Certeau ha visto la aplicación de los procedimientos retóricos a la organización de los acontecimientos
de la Historia de Salvación y al cosmos de la revelación como un mecanismo presente desde el uso
paulino de la “alegoría”. Sin embargo, creemos que esta posición debe ser matizada, teniendo en cuenta la
evolución de la hermenéutica cristiana desde Pablo hasta Agustín y de sus variantes no sólo temporales
sino geográficas. En nuestra opinión, Certeau –por lo que se refiere a su examen del cristianismo
primitivo- no considera suficientemente las especificidades de la tipología cristiana frente a la alegoría
pagana. Por otra parte, Certeau no diferencia entre la alegoría hermenéutica y la figura retórica del mismo
349
figurados los dos testamentos. (… ) También pueden entenderse en la Iglesia estas realidades,
mejor aún como indicios proféticos que preceden al futuro: así, el paraíso sería la misma Iglesia,
como se lee de ella en el Cantar de los Cantares (… ). No hay impedimento alguno para éstas y
otras semejantes interpretaciones espirituales del paraíso; con la condición, sin embargo, de
que se crea fielmente la verdad histórica de los hechos aportados por la narración.304
nombre, sino que al hablar de alegoría en la hermenéutica cristiana se refiere a ésta última (cf. Certeau,
2002: 122-123).
304
El subrayado es nuestro.
305
Véase Gonzarolli de Oliveira, 2001: 474 y ss.
350
más tarde se entenderá por allegoria verbis, porque el sentido profético se halla
confiado a la Escritura en su conjunto. El citado capítulo XXI del libro XIII de La
Ciudad de Dios nos parece determinante al respecto.
Sin embargo, la lectura que la Edad Media hará de la obra agustiniana será
fundamentalmente alegorista. La práctica exegética derivada de los presupuestos
agustinianos favoreció la alegorización de la hermenéutica de la Iglesia de Occidente.
Esto fue debido, quizá, a la concurrencia, por una parte, de la exégesis gramatical que
procedía a la interpretación verso a verso y, por otra, de la práctica exegética del rétor
latino que analizaba las imágenes para él oscuras sin conocer las leyes literarias del
original hebreo306. En esta lectura radicalmente alegorista de la obra de San Agustín
serán determinantes las consecuencias que exegetas y teóricos como Beda y Raban
Maur extraerán del concepto de signo expuesto en De Doctrina Christiana,
especialmente la consideración de que el sentido metafórico no debía pertenecer al
sentido literal.
306
Cf. Chenu, 1957: 173.
351
Entre los años 398 y 400, Prudencio, un cristiano hispano romano, compuso un
extenso poema en hexámetros, la Psicomaquia307 (Prudencio, 1997: 361-412), una obra
que se convirtió en la primera epopeya alegórica de Occidente308. Era el resultado de
llevar “a su extremo una tendencia evidente de la poesía latina hacia la personificación
de abstractos pero al mismo tiempo anticipaba todo un género de amplia resonancia en
la Edad Media” (Prudencio, 1997: 44). Era éste, por lo tanto, el punto de llegada de un
largo proceso, al que no fue ajeno ni mucho menos el cristianismo309, a lo largo de cual
se fue formando en la tradición occidental una clara conciencia de la propia
individualidad y de la capacidad de analizar los sentimientos y actitudes intelectuales
separadamente. Este proceso vino determinado, en opinión de Hinks, por una serie de
etapas, desde la concepción de los démones como fuerzas exteriores al sujeto sobre el
que ejercen su dominio, a la creencia en dioses personales; y, de éstos, a las
abstracciones impersonales, que sólo por conveniencia, se concibían bajo forma humana
(Hinks, 1939: 107).
Nacía, así, la alegoría deliberada como género literario que se unía a la exégesis
alegórica y a la alegoría como figura retórica dentro de la amplia familia agrupada bajo
el término de “alegoría”. Corresponde a este capítulo el examen de las características
fundamentales de la alegoría deliberada.
El primer punto en el que debemos detenernos, como paso previo al estudio de
su concepto y alcance, es precisamente el de determinar si la alegoría deliberada es un
género literario, tal y como parece anunciar Rivero García en el prólogo a la obra de
307
El término Psycomachia, dice en el prólogo de las Obras de Prudencio Luis Rivero García, ya aparece
en Polibio con el sentido de “lucha desesperada, en la que se entrega el aliento” (Prudencio, 1997: 22).
Hay que tener en cuenta que la psyche no es tanto el alma como el principio de vida que se extingue con
la muerte. Al concepto de alma se ajusta más el término nous.
308
Cf. Prudencio, 1997: 16. No obstante, ya había algunos precedentes latinos, como por ejemplo el relato
de Eros y Psyche de Apuleyo. A este respecto, dice José María Royo: “Si alguna característica de
novedad u originalidad destila el cuento es el de su vocación prototípica: los personajes principales (… )
son ideales en abstracto de las fuerzas humanas más importantes: la razón y la pasión (Apuleyo, 1997: 27-
28). Pero éste y otros precedentes no limitan el carácter fundacional de la obra de Prudencio que
estableció “la iconografía moral” del arte religioso medieval (Raby, 1927: 61).
309
La conciencia de la propia individualidad no es sino un producto tardío de la Antigüedad situado en el
marco del cristianismo. El diálogo con Dios, la biografía del alma, que representa Las Confesiones de San
Agustín es, por una parte, el resultado de una nueva concepción de la vida individual, capaz de examinar
su paisaje interior, y, por otra, el precedente imprescindible de toda la tradición literaria de investigación
de la propia vida –el término autobiografía nace en el siglo XVIII- que se desarrollará en la modernidad
(cf. VV.AA., La autobiografía y sus problemas teóricos).
352
Prudencio; o, en caso de no ser así, dilucidar cuál pueda ser su naturaleza. Ésta es la
cuestión que se planteaba Quilligan al comienzo de su ensayo The languaje of allegory:
To state that allegory is a distinct genre is to say something that has not been
sufficiently stressed in many recent discussions of the subject. (… ). Allegory has a generic
status much like satire, which is unarguably a genre in its own right, but which shares with other
works in other genres a quality we can legitimately term “satirical”. Just as some works are
satires and others satirical so some works are allegories, while others are merely allegorical.
(Quilligan, 1979: 14, 18)
310
A diferencia de lo que ocurre con Lewis, como veremos un poco más abajo, Fletcher no vincula la
alegoría a la naturaleza humana, sin limitaciones espaciales o temporales, sino que la relaciona con la
literatura occidental y data su aparición en una imprecisa Antigüedad.
311
Op. cit., p. 5.
353
312
Zumthor, 1975: 105.
355
Allegory, in some sense, belongs not to medieval man, but to man, or even to mind, in
general. It is of the very nature of thought and language to represents what is inmaterial in
313
“The further history of the genre which Prudentius here invented is not small part of the history of
medieval literature” (Lewis, 1979: 73).
356
picturable terms (… ). We have to inquire how something always latent in human speech
becomes, in addition, explicit in the structure of whole poems.
(Lewis, 1979: 44)
314
Op. cit., p. 45.
315
“But of course the poetry of symbolism does not find its greatest expression in the Middle Ages at all,
but rather in the time of the Romantics; and this, again, is significant of the profound difference that
separates it from allegory.” (Lewis, 1979: 46). Para la localización del simbolismo en la obra de Platón,
cf. ib., p. 45.
316
Ib., p. 48.
317
La rehabilitación de la alegoría en el siglo XX, aunque se aproxime en algunos aspectos a la alegoría
medieval, parte de unos presupuestos completamente diversos, como diversas son también sus
consecuencias.
318
Lewis hace una observación muy pertinente respecto al papel desempeñado por la Psicomaquia de
Prudencio en este proceso: “If there is any safe generalization in literary history it is this: that the desire
for a certain kind of product does not necessarily beget the power to produce it, while it does tend to beget
the illusion that it has been produced. From this point of view we can see that is possible to overrate the
importance of the Psycomachia. If Prudentius had not written it, another would. It is a symptom rather
than a source” (Lewis, 1979: 67).
358
Esta definición es, en nuestra opinión, más bien una descripción del mecanismo
de la alegoría que una definición propiamente dicha.
En igual dirección se mueve la definición ofrecida por Honig cuando describe la
alegoría como un relato doblemente narrado, escrito en un lenguaje retórico o figurativo
que expresa una creencia vital. El relato, que remite siempre a otra historia proverbial
que le sirve de modelo, la retórica que permite la relación entre ambas narraciones, y la
creencia como idea que sustenta el relato parabólico y le da cohesión producen
juntamente lo que Honig denomina metáfora de propósito. Así, una alegoría tiene éxito
cuando recrea la historia anterior con la suficiente lucidez como para dotar a su trabajo
de una nueva y completa autoridad (Honig, 1982: 12-13). Parece evidente que Honig,
más que definir la alegoría deliberada, lo que hace es exponer el modo de proceder
alegórico. Por otra parte, eleva a regla general –la existencia de estos dos relatos
entrelazados, el propiamente alegórico y el aludido- lo que es tan sólo un caso de la
alegoría más abundante en la alegoría irónica moderna, con su recreación
desmitificadora y remitificadora, que de la alegoría deliberada medieval. Además, al
hablar de la retórica, la subordina a la actividad de hilar la trabazón de ambos relatos,
rebajando su función decisiva e intrínsecamente vinculada a un didactismo que, siendo
esencial al tipo, no es mencionado directamente. Por último, la definición de Honig,
junto con su desarrollo y exposición a lo largo de su obra Dark conceit: The making of
allegory, nos resulta algo confusa, pues hay pasajes del libro en los que parece referirse
a la alegoría deliberada, otros a la retórica y otros a la exégesis alegórica, sin
transiciones claras de unos a otros.
Zumthor define la alegoría como la combinación de la personificación y la
metáfora continuada319. El autor ofrece un interesante esquema del funcionamiento del
doble plano, literal y figurado de la alegoría. En cada uno de ellos distingue entre
319
Zumthor, 1975: 197.
359
sustancia y forma. El sentido literal, referido a la expresión, tiene por sustancia a los
sujetos dados por la personificación, y por forma las acciones representadas por las
metáforas. El sentido figurado, por su parte, tiene por sustancia el universo ideológico al
que obedece la alegoría, y por forma la propia brillantez y efectividad de las
metáforas320. Tres son las funciones que este autor reconoce en la alegoría: la didáctica;
la deíctica, en cuanto que hace presente una realidad huidiza y dispersa; y la narrativa.
Lawrance, por su parte, aunque no se refiere exclusivamente a la alegoría
deliberada medieval, sino que ensaya un análisis genérico a partir de la definición
ciceroniana de “metáfora continuada”, apunta las siguientes características que bien
pueden aplicarse al tipo de la alegoría deliberada: continuidad, rasgo que informa de su
dimensión narrativa y que la distingue de los demás modos metafóricos; superfluidad,
que se concreta en el doble sentido de la obra alegórica; simultaneidad determinada por
el contrapunto entre el sentido literal y el alegórico; y polifonía que transforma el texto
en un palimpsesto, en el que el texto original y su sentido se borran, aunque sin
desaparecer, frente a la formación de un texto nuevo derivado del sentido alegórico
(Lawrence, 2005: 25).
Nosotros, a partir de estas definiciones, preferimos ensayar la siguiente: la
alegoría deliberada es un modo particular de afrontar el fenómeno literario que, guiado
por una serie de presupuestos didácticos y, en última instancia, retóricos, concibe el
texto como un vehículo de representación de ideas abstractas por medio de acciones
dramáticas y descripciones físicas.
La personificación de ideas abstractas es una consecuencia de una situación
previa, determinada sustancialmente por la subordinación de la obra al didactismo y a la
retórica. Así, la alegoría deliberada es definida conforme a dos ejes: la voluntad
didáctica y la articulación retórica. Ésta, como fenómeno histórico se ubica en un
determinado momento y, en su realización concreta en el texto, se desarrolla conforme a
una serie de mecanismos entre los que destaca esencialmente la personificación de
realidades abstractas.
En cuanto modo particular de afrontar el fenómeno literario, la alegoría
deliberada exige un determinado pacto entre las expectativas de los lectores y las
pretensiones e instrumentos para materializarlas del autor. Esta circunstancia, además,
requiere una determinación temporal por cuanto las expectativas de los lectores varían
con el tiempo y no siempre son receptivas al discurso alegórico. En este sentido, puede
320
Op. cit., pp. 197-198.
360
321
Cf. Clifford, 1974: 116. Esta misma autora estudia en este sentido el ejemplo de las alegorías de
Kafka.
322
Precisamente es esta actitud hacia el lenguaje la que al desaparecer, determina la caída de la alegoría a
finales del siglo XVII. Ahora, bien, la desacralización absoluta del lenguaje produce una actitud de signo
contrario que también constituye el motor de nuevas alegorías: la ironía.
361
323
Op. cit., p. 49.
324
Dice Agamben que la semiología medieval se constituyó a partir de un pasaje de De interpretatione de
Aristóteles comentado por Boecio: “Lo que está en la voz es signo de las pasiones que están en el alma”.
El problema de esta afirmación se encuentra en dilucidar qué se entiende por “pasiones que están en el
alma”. Parece evidente que dicha expresión se refiere a la fantasía; ahora bien, como señala Agamben, la
fantasía para Aristóteles se encuentra ambiguamente suspendida entre el sentido y la intelección. Los
escolásticos interpretan esta ambigüedad considerando que por “pasiones del alma” cabe entender las
intelcciones y, negando, en consecuencia, la pertinencia, para una teoría del signo lingüístico, la idea de
“pasión del alma” referida al sentimiento. Frente a esta actitud intelectual, se opondrá Dante con su teoría
de que la expresión poética es un dictado del amor inspirante (Agamben, 2001: 215-218).
325
Zumthor, 1975: 254.
326
Erismann, 2002: 13.
362
327
Op. cit., pp. 16-24.
328
Esta falta de libertad es acaso la principal fuente de problemas para el lector moderno que exige del
texto mayor espacio de interpretación (cf. Clifford, 1974: 7).
363
dado en el propio texto, sino porque la alegoría también está incorporada de manera
explícita.
De este modo, dice Lynch, el lector medieval no tiene que elegir entre la
literalidad y la referencia, ni diferenciar entre verdades de distinto grado, sino que su
posición como lector activo radica en el descubrimiento de la verdad de un mundo
sacramental a través de la aprehensión lectora de los vínculos entre la materia y el
espíritu, polos entre los que se distribuye la verdad única. El poeta, al revelar la
abstracción tras la materia, que descubre su mayor extensión y profundidad, contribuye
a la armonía entre la razón y la revelación329.
La relación existente entre la narración alegórica y su comentario debe ser
también analizada con cuidado. La alegoría se mueve en una franja muy restringida de
maniobra, pero de enorme tensión. En este sentido, Whitman observa que si por una
parte la correspondencia entre alegoría y comentario es demasiado estrecha, la alegoría,
demasiado sujeta al comentario, no puede desarrollarse. Pero, si por otra, el espacio
entre ambos es excesivamente divergente, la alegoría se frustra por indeterminación
(Whitman, 1987: 5). La tensión entre el plano de la literatura y el del comentario irá en
aumento en la época de apogeo de la figura –los siglos XIII, XIV y XV-. A finales de la
Edad Media, los poetas darán una nueva solución a la estructura de la alegoría; lo literal
conferirá a lo figurativo un aspecto tan concreto y tal fuerza de credibilidad, que toda
idea abstracta se eclipsará y, en consecuencia, la alegoría tomará el valor de una
revelación personal 330.
Por lo que a la narración se refiere, ésta es fruto, a nuestro juicio, del progreso
desde la personificación de la vieja retórica asianista, fundamentalmente dialógica, a la
narratividad de la alegoría deliberada. Hay, no obstante, un peso indudable de
elementos no exactamente narrativos, dramáticos o puramente descriptivos en la
alegoría deliberada. El ejemplo más evidente de esta tendencia lo representa La
consolación de la Filosofía de Boecio.
La consolación es un diálogo, perteneciente al género de la consolatio331, de
reminiscencias platónicas, en el que se entremezclan impulsos didácticos, elementos
autobiográficos, fragmentos líricos, filosóficos y narrativos; y en el que el tono
329
Cf. Lynch, 1988: 41-42.
330
Cf. Zumthor, 1975: 106.
331
Cf. Boecio, 2002: 16. Precisamente –dice Lynch- el genio de Boecio estriba en haber sabido explotar
el potencial dramático de la síntesis entre visión y filosofía a través de estructuras dialógicas (Lynch,
1988: 54).
364
alegórico viene dado por la interlocutora del autor, la Filosofía. Desde el punto de vista
alegórico, es destacable la descripción física de ésta332. Whitman considera que La
consolación de la Filosofía es la obra que sirve de tránsito entre la alegoría de la
Antigüedad y la de la Edad Media, uniendo la composición alegórica con la elaboración
del comentario del texto333. Otros modelos del género son El sueño de Escipión, de
Cicerón, transmitido a través del comentario de Macrobio, los Soliloquios de Agustín de
Hipona, y De Nuptiis de Marciano Capella334.
La narración alegórica suele obedecer a unos esquemas determinados que se
ponen al servicio de su finalidad didáctica. La búsqueda, el viaje, la batalla o la
transformación son estructuras narrativas propias de la alegoría deliberada. En estos
casos, la narración sirve para presentar el conflicto que hace posible el desarrollo del
contenido moral o didáctico de la obra335. Sobre la importancia fundamental de este
elemento narrativo en la alegoría y a propósito de la Psicomaquia, dice Hinks:
“Without action, allegory is doomed to frigidity and obscurity. In order to make the
moral problem representable, the imagination must convert it into a conflict of opposing
forces, each symbolized by a personification” (Hinks, 1939: 113).
Pero es el sueño, la visión onírica, la estructura más reconocible de la alegoría
deliberada. Como bien ha señalado Lynch, la poesía medieval alegórica genera una
gramática del sueño que llegará a su máximo esplendor en los siglos XII y XIII. El
esquema onírico al que responde la alegoría deliberada se desarrolla mediante el relato
recurrente del peregrino intelectual, cuya experiencia espiritual le lleva a la elevación
personal –con claras connotaciones místicas- en la visión de la verdad a través de la
comprensión de la Naturaleza336. Este proceso de conocimiento, entendido como
reminiscencia en sentido platónico –aunque con importantes elementos aristotélicos,
presentes en el género desde los esfuerzos eclécticos de Boecio-, termina con la
recuperación de la identidad del peregrino y la consolación de las penalidades del
mundo frente al esplendor del verdadero hogar celeste del peregrino337.
332
Cf. Boecio, 2002: 34-35.
333
Op. cit., pp. 112, 115. En sentido similar, cf. Lynch, 1988: 7. La consolación de la filosofía tuvo una
enorme difusión en el renacimiento carolingio, gracias, especialmente, a la labor de Alcuin de York.
334
Un comentario detallado de las fuentes clásicas y medievales de la poesía visionaria, así como un
cuidadoso estudio del género en España puede verse en Gómez Trueba, 1999.
335
En las alegorías de Boecio se detecta ya la tendencia a convertir los viajes geográficos en conflictos
morales y a aislar determinados momentos del mito –por ejemplo la leyenda de Circe- para leerlos
simbólicamente. Estas dos operaciones orientadas hacia la educación del lector perdurarán en la
formulación de la alegoría deliberada a lo largo de la Edad Media (Lerer, 1985: 184).
336
Cf. Lynch, 1988: 42-48. Véase también Marti, 2002: 179.
337
Cf. Lynch, 1988: 55-57.
365
338
Cf. Gómez Trueba, 1999: 20.
339
Cf. Marti, 2002: 179.
340
Jackson ha advertido que estas las encarnaciones de estas abstracciones son por lo general figuras
femeninas, en parte porque sus nombres son de género femenino, y en parte por seguir la tradición clásica
que considera a las virtudes como de género femenino (Jackson, 1985: 160).
366
Emphasis and coexistence of all the aspects and effects of time convinces us that the
allegorical world is outside it. The disruption of expectations of normal sequence and causality,
and the deliberate avoidance of realistic chronology, are other means by which the same effect
is achieved in allegories. “Then”, “when”, and “while”, are in allegory frequently deprived of
any adverbial precision.
(Clifford, 1974: 101)
341
Cf. Lynch, 1988: 68-69.
342
Véase Jauss, 1977: 322.
367
interpretación del presente narrativo, sino porque, dentro de la misma lógica narrativa,
el pasado suele jugar un papel decisivo para comprender la narración alegórica y su
desenvolvimiento. El ejemplo que Clifford propone es un caso de alegoría moderna: El
proceso de Kafka. En El proceso, K. es culpable por algo que ha hecho en un pasado
impenetrable tanto para él como para el lector. La autora de The transformations of
allegory, detecta la causa de esta especial consideración de la temporalidad en las
necesidades didácticas de la alegoría y lo explica del siguiente modo: por razones
cognitivas y estéticas, toda abstracción que es rica en asociaciones durante un largo
periodo de tiempo, será obviamente más potente imaginativamente y parecerá más
valiosa que una que esté firmemente limitada a un periodo determinado. El autor debe
reducir el sentido de un solo instante o de una simple sucesión de incidentes (Clifford,
1974: 102). Clifford describe el efecto en el lector de la siguiente manera: “It is very
common to experience a sense of the increasingly massive nature of central concepts
while reading an allegory and this is related to the cumulative and trans-temporal way in
which the action unfolds”343.
El comentario es el verdadero objetivo de la alegoría. Es en él donde el autor no
sólo expone las claves interpretativas de la narración alegórica, sino que desvela la
intencionalidad didáctica que origina y guía toda la alegoría. Fletcher dice que existen
varias formas de introducir estos comentarios: puede darse el caso de que el autor hable
en primera persona en una introducción a la obra o posteriormente durante el desarrollo
o el final de la misma. Incluso cabe la posibilidad de que el comentario aparezca más
tarde, cuando, una vez publicada la obra, su sentido haya sido cuestionado por los
lectores o los críticos. En otras ocasiones, el personaje, a medida que transcurre la
narración se va convirtiendo de observador a comentarista e incluso, como sucede en el
caso de Dante, de ahí pasa a partícipe místico. En este caso, la alegoría retrocede porque
se rompe la cadena de las analogías entre la narración y el comentario. Para Fletcher,
343
Op. cit., p. 103. La obra de Kafka es sin duda uno de los mejores modelos de la recuperación moderna
de la alegoría deliberada. El carácter onírico, las imágenes y situación incomprensibles, el peregrino que
comparte determinados rasgos con el autor, enlazan con los presupuestos clásicos de la alegoría
deliberada. Por otra parte la falta de un guía que pueda desentrañar el significado de las imágenes y los
acontecimientos que se suceden de forma incomprensible, dan a sus obras la dimensión de absoluta
modernidad que las caracteriza. La falta de guía da lugar a un cuestionamiento de la realidad,
incompredida o malinterpretada continuamente por los “peregrinos” o “soñadores” de estas nuevas
alegorías. En este sentido creemos que pueden entenderse las observaciones realizadas por Gadamer y
Vietta sobre el modo de expresión de Kafka por el que la explicación va seguida por el enigma que la
deshace (Gadamer, 2004: 83-84). Se trata, a nuestro juicio, de una inversión del esquema clásico de la
alegoría deliberada en la que el enigma inicial de la imagen visionaria es deshecho por la explicación de
la alegoría por parte del guía que conduce al soñador o al peregrino.
368
344
El Renacimiento del siglo XII estuvo precedido de diversas reformas educativas y a un desarrollo,
especialmente en su primera mitad, del Trivium. Bernardo de Chartres pretende recobrar el modo en que
la literatura clásica era enseñada en la Antigüedad, pero también alerta del peligro de la imitación pasiva
de los modelos del pasado (Colish, 1998: 175-179). La emulación no se dirige sólo hacia las obras
antiguas, sino hacia la propia exégesis escrituraria (cf. Alain de Lille, 1980: 49).
345
Para una pequeña guía de los alegoristas medievales, véase Ghellink, 1939 y Raby, 1927.
346
Cf. Chenu, 1957: 159. En la obra de Alain de Lille confluyen, entre otras, las ideas de Boecio, Proclo –
confundido a veces, sorprendentemente, con Aristóteles-, y el Asclepio –entonces atribuido a Apuleyo-
(Raymond de Lage, 1951: 68). Todas estas fuentes se filtran a través de las doctrinas de Chartes formadas
a partir de la lectura parcial del Timeo, y del chartriano Bernardo Silvestre.
347
Cf. Alain de Lille, 1973: 40-41.
369
348
No ocurrió así en su época. El Anticlaudianus resultó a los ojos del lector contemporáneo una obra
más entretenida. De hecho fue pronto traducido al francés y, probablemente, este hecho fuera
determinante para el desarrollo de la alegoría en lengua vernácula en Francia (Raby, 1927: 300). El
mérito de Alain de Lille, en opinión de Raymond de Lage, es haber sabido crear una Naturaleza literaria
bifronte responsable de la vida física y de la vida moral (op. cit., p. 73).
349
Le Roman de la Rose, en el siglo XIII, será a su vez, una parodia de De Planctu, en la que, partir del
modelo de Alain de Lille, se desarrollará una alegoría cuyo significado, como ha mostrado Rosemond
Tuve, se delimita a partir de una constante manipulación de las asociaciones tradicionales de la alegoría
fijada en los modelos a los que el autor apela (cf. Werthebee, 1971: 265-266).
350
Cf. Alain de Lille, 1980: 46-47. Quizá el prólogo conservado en sólo un manuscrito que data del siglo
XIV, pueda iluminar esta cuestión. En él, se dice que la obra pretende ser una crítica de las costumbres,
pero también una denuncia del error de la Naturaleza, incapaz de evitar los errores humanos (cf. Hudry,
2000: 169-172).
351
Cf. Goodman, 2000: 294-302.
370
general, de los autores paganos352. La lectura alegórica sólo era posible desde la ya
apuntada conciencia de la ambigüedad del lenguaje. Pero este modo de proceder
suponía romper los límites más elementales de la hermenéutica, vista por Silvestre no
tanto como interpretación sino como modo de generar ideas de forma ilimitada. En
definitiva, se oponía a todos los métodos de exégesis de su época que tendían a disolver
la ambigüedad y a no traspasar la barrera de lo razonable353.
Alain de Lille, por el contrario, advierte de la necesidad de establecer un control
en la interpretación y en la comprensión del lenguaje, especialmente en el uso de los
tropos, con el rechazo expreso del integumentum, y entiende su escritura como un
proceso en el que la armonía debe ser restaurada. Sin embargo, dice Goodman, De
Planctu resulta en este sentido, una obra paradójica: el deseo de claridad –que evita toda
tendencia a la ambigüedad, y, con ello, cualquier tipo de forma evocadora- se despliega
en una tensión permanente con la oscuridad del estilo alusivo y complejo de su autor354.
Nos interesa subrayar cómo la alegoría no es concebida en esta discusión como
un ornato superficial, esto es, como un elemento añadido a los efectos de la simple
decoración de un texto de carácter filosófico, sino que, por el contrario, forma parte
esencial del discurso -y del problema-, de tal modo que de ella, y de sus límites,
depende el propio significado del mismo. En este sentido, dice Lubac –en referencia a
De planctu Naturae- que Alain de Lille, al aplicar la doctrina de la alegoría a una obra
literaria, esto es, no histórica, pretende acentuar su vertiente metafísica, y hacerla más
profundamente cristiana355.
Las retóricas medievales, por otra parte, recogieron la idea de la alegoría clásica,
esto es, de la metáfora continuada, aunque en algunas ocasiones, dejaron abierta la
posibilidad a la múltiple significación de las alegorías –con el mantenimiento de un
sentido literal al que se le agrega el figurado-, de un modo que casi constituyen un
adelanto de las consideraciones de Schelling en torno al símbolo. Así el Compendium
rhetoricae escrito en 1332 por un autor desconocido, se hace eco, dentro de un
tratamiento estrictamente medieval, de las teorías de la Retórica a Herenio y de las
retóricas de Cicerón. En este tratamiento medieval, el autor se deja contaminar de las
teorías de la predicación al hablar del “ejemplo” y de su relación con la alegoría. De
este modo, distingue entre ejemplos con nombre y ejemplos sin nombre. El segundo
352
Op. cit., p. 234.
353
Ib., p. 239.
354
Ib., p. 299.
355
Cf. Lubac, 1964: IV, 206.
371
caso, dice Murphy, es una aproximación a la alegoría desde la teoría de los cuatro
sentidos de la Escritura y del Ars gramática de Donato:
Allegory (permutatio) is a trope in which one thing is shown in the word and another in
the meaning. Its species are many, the most prominent of which are irony, antiphrasis, enigma,
charentismos, paroemia, sarcasm, and antismos… Allegory differs from metaphor in that in
metaphor a designation already understood is meant to apply to some novel significance… in
allegory the signification of the term itself is not changed; rather, some new other thing is given
to be understood by it.
(Murphy, 1974: 238)
372
373
356
Pépin apunta algunos precedentes de esta distinción: en el siglo II, Justino afirma, en un contexto
profético, que el Espíritu Santo tanto ha suscitado los acontecimientos, como pronunciado las palabras.
Algo más tarde, Clemente de Alejandría se hace eco de esta dualidad, al escribir que la venida del Señor
ha sido preparada por múltiples mensajeros que la han anunciado por sus hechos y palabras (Pépin, 1973:
19-20).
357
En opinión de Lubac, esta diferencia que afecta a la consideración interpretativa del sentido literal de
los textos es la que marca la distancia entre la alegoría cristiana y la pagana (Lubac, 1964: IV, 132).
Ahora bien, si se entiende que la diferencia no está tanto en el sostenimiento del sentido literal en el texto
que se interpreta alegóricamente, sino, como también apunta Lubac, en el alejamiento del terreno que la
retórica había acotado para la alegoría, es necesario advertir que, en nuestra opinión, también la alegoría
de los neoplatónicos, aunque no respetara el tenor literal de los textos, escapaba de los confines marcados
por el uso retórico de la alegoría y la estrechez identificativa, “plano a plano”, de las consideraciones
retóricas más estrictas. Incluso en el tratamiento estoico de la alegoría es fácil observar la falta de simetría
entre el concepto de hyponoia y la alegoría como figura retórica.
358
Cf. Strubel, 1975: 348.
359
Parece, en realidad, una forma de ironía: cuando de manera placentera se expresan cosas más bien
penosas.
360
Alusión espiritual atenuada.
361
Cf. Strubel, 1975: 351.
374
semejanza poética y contingente con la verdad espiritual, sin que de ella se infiera
ninguna dimensión fáctica362.
La allegoria in factis, por el contrario, es entendida como un proceso que hace
de un acontecimiento real el símbolo de otro acontecimiento. La relación entre ambos
hechos, como disposición de los acontecimientos querida por Dios, no es de naturaleza
metafórica, sino más bien se trata de una relación del mismo género que aquella que une
el significado al significante en el discurso363. La relación, esta vez, no se establece
entre palabras, sino entre referentes. Strubel señala que la lectura alegórica de la
Escritura dada en la Edad Media, deriva de la allegoria in factis: si la realidad
simbolizada pertenece al dominio ético, se desarrolla una lectura tropológica; si la
lectura es de orden escatológico, se trata de una lectura anagógica; si la interpretación
concierne a la Iglesia o a Cristo se considera de carácter alegórica; y si, particularmente,
se refiere a la relación entre los dos Testamentos, la interpretación recibe la
denominación de tipológica364.
Estas dos clases de alegoría vuelven a aparecer con distinto nombre y algunas
diferencias de contenido en la obra de Escoto Erigena, en la segunda mitad del siglo IX.
Escoto distingue entre mysteria y symbola. Los primeros se comunican a través de una
alegoría que alude a la vez a una acción y a un discurso. Los symbola, por el contrario,
son alegorías de palabra pero no de acción: nunca han tenido cumplimiento, aunque
sean descritos como si hubiesen acontecido365. El símbolo, en la acepción de Erigena,
comprende la metáfora, la parábola y la enseñanza doctrinal 366. Escoto introduce un
tercer término, sacramentum, que a veces se entiende como misterio y otras como
símbolo. En opinión de Pépin, la clave de esta ambigüedad estriba en que el sacramento
es, para Escoto, el género del que el misterio y el símbolo serían las especies367.
Pépin se pregunta a continuación de dónde procede la terminología de Erigena.
Orígenes –dice- ya había distinguido entre los hechos sucedidos históricamente y
aquellos que, pese a las apariencias, no habían ocurrido tal y como se infiere del sentido
literal de la Escritura. Pero Orígenes emplea el término “misterio” para referirse a la
significación figurada de los hechos aparentemente históricos, esto es, en sentido
contrario a la acepción que les da Erigena. Y, al revés, cuando Orígenes usa el término
362
Cf. Copeland, 1997: 337.
363
Op. cit., p. 350.
364
Ib., p. 352.
365
Cf. Pépin, 1973: 16-17.
366
Véase Smalley, 1952: 42-44.
375
“símbolo” no excluye que los hechos a los que se refiere no tengan junto a su sentido
espiritual, una dimensión histórica. Pépin apunta finalmente la posibilidad de que esta
terminología proceda del Pseudo-Dionisio368.
La allegoria in factis, con su interpretación de la historia como campo de la
intervención de Dios, esto es, como historia de salvación, es contigua a la lectura del
mundo como espejo de las realidades celestes. En la primera, el tiempo se convierte en
historia de salvación; en la segunda, el espacio, el cosmos, se interpreta como espejo de
Dios.
Esta lectura del cosmos, fundamento de la teología afirmativa, presente en
Agustín, es desarrollada más profundamente por Escoto Erigena y llegará a su apogeo
con la escuela de Chartres.
En el tiempo que se extiende desde la Antigüedad tardía hasta el triunfo del
pensamiento tomista, la alegoría se erige como un sistema de lectura y comprensión del
mundo y de la naturaleza. Cabe preguntarse cómo se ha producido este paso de la
alegoría de la historia, la tipología, a la alegoría del cosmos, en el contexto de la
hermenéutica escrituraria. Ciertamente, la teoría agustiniana del signo expuesta en De
Doctrina Christiana ya contenía las bases suficientes para fundamentar toda la
construcción alegórica de la naturaleza que luego se desarrollaría más directamente a
partir de los comentarios de Beda.
Fue acaso la exhaustiva retorización de la exégesis bíblica la que configuró el
alegorismo de la naturaleza. En efecto, la determinación del objeto de interpretación.
desde la superficie más material e inmediata del texto, desde la palabra aislada, sin
consideración por el discurso en el que ésta se ubica, ni por las proposiciones que
delimitan su significación concreta –el viejo problema de la alegoría, desde Aristóteles
y los estoicos-, produce la desatención de la historia, y pone en marcha la exégesis del
contenido material de cosas, animales, piedras, colores y demás objetos cuyas
propiedades, aisladas de su contexto en el discurso bíblico, son tratadas como figuras de
realidades espirituales369.
Será Raban Maur370 el que desarrollará extensamente este recurso sirviéndose de
las siete artes liberales371 para convertir los elementos de la naturaleza en un campo
367
Op. cit., p. 18.
368
Ib., p. 21-25. Sobre esta cuestión, véase también Pépin, 1987: 236 y ss.
369
Cf. Chenu, 1951: 26.
370
Raban Maur (muere en 856) es el autor de una extensa obra exegética, representativa de la más
rigurosa ortodoxia respecto del principio de autoridad. Se sirve especialmente de De Doctrina Christiana,
376
preparatorio del estudio de la Escritura. Así, las ciencias literarias del Trivium están al
servicio del sentido literal; las ciencias matemáticas del Quadrivium y las ciencias
naturales se ordenan al servicio del sentido alegórico372.
Hasta la reacción de Hugo de San Víctor, el alegorismo medieval prescindirá del
sentido literal de la Escritura y se volcará en la alegorización del mundo natural.
Raban Maur, en De rerum Naturae, realiza una interpretación sistemática del
mundo conforme a la autoridad de la Escritura. Así, la significación de las estaciones
del año corresponde en realidad a las etapas de la vida mística: la primavera, por
ejemplo, equivale al bautismo como un segundo nacimiento. Esta obra, afirma
Whitmann, anuncia las posibilidades de una alegoría cosmológica con el propósito de
conceptualizar el mundo y darle una racionalidad sistemática373.
En esta atención a la naturaleza de las cosas, confluyen tanto la exégesis
alegórica como la alegoría deliberada. Ambas corrientes, en opinión de Whitman374, se
van complicando a lo largo de la Edad Media en un proceso que tiende a transformar el
mundo en un universo de referencias figurativas.
La aproximación a la idea de la naturaleza en la Edad Media reviste una enorme
dificultad por varios motivos. En primer lugar, por la falta de delimitación de conceptos
propia de este periodo; en segundo lugar, porque su idea del placer estético –la belleza
del mundo es un elemento esencial en la interpretación de su dimensión teológica- es
muy diferente a la que se ha impuesto en épocas más recientes; en tercer lugar, porque
la Edad Media es un periodo lo suficientemente extenso375 y rico en teorías filosóficas y
estéticas como para resultar casi imposible dar cuenta del mismo en un solo y
necesariamente breve capítulo. La fuerza del pensamiento medieval en esta cuestión,
pero considera, como los Padres de Alejandría, que el sentido metafórico no forma parte del sentido
literal y sigue a Orígenes al considerar –con los efectos que estamos estudiando- que cada palabra es
alimento espiritual, y que corresponde al exegeta descifrar todo su sentido –hasta el sinsentido más
absoluto-. Spicq –al que seguimos en esta nota- lo califica de intérprete decadente que no aporta nada a lo
dicho por Agustín y Beda (Spicq, 1944: 20-21, 38-43).
371
Sobre el carácter de la instrumentación teológica de las disciplinas profanas, véase Chenu, 1957: 91-
92.
372
Cf. Bruyne, 1958: 354. Las siete artes liberales se configuran en torno a la Sabiduría como una de las
causas primordiales o atributos de Dios. En la iconografía medieval de los siglos XI y XII se encuentra
una rica variedad de este topos que son reflejo exacto de las concepciones científicas y teológicas del
momento (véase D´Alverny, 1953: 58).
373
Cf. Whitmann, 1987: 131-135.
374
Whitman, 1987: 124.
375
De este modo se pregunta Umberto Eco cómo es posible reunir bajo una misma etiqueta los siglos que
van desde la caída del Imperio Romano hasta la restauración carolingia con los años de cierto
renacimiento que se extienden desde el año 1000 hasta la invención de la imprenta (Eco, 1999: 10).
377
376
Sería más exacto hablar de neoescolástica, determinada, entre otras novedades, por el paso de la idea
de participación tomista a la de representación, con las importantes consecuencias que este cambio
supone (Vericat, 1999: 1-74).
377
“El medieval esta fascinado por este principio. Como explica Beda, las alegorías afinan el espíritu,
reavivan la expresión, adornan el estilo. Estamos autorizados a no comulgar ya con este gusto, pero será
mejor recordar que es el del medieval, y es uno de los modos fundamentales en los que se concreta su
exigencia de esteticidad.” (Eco, 1999: 72). Sobre esta cuestión, véase Jauss, 1977.
378
Kenneth Clark habla también, en referencia al tratamiento del paisaje en el arte medieval de “paisaje
de símbolos” en el que el hombre medieval consideraba los objetos materiales como símbolos de
verdades espirituales o episodios de la Historia Sagrada, mediante la inmediata sustitución de los objetos
por las ideas o, al contrario, las ideas por los objetos (Clark, 1971: 16).
379
El platonismo medieval, a diferencia del platonismo griego clásico, no admite que Dios se emane y
que el universo esté formado de la misma sustancia de Dios (Eco, 1999: 165). Para Cassirer la emanación
es un concepto bastardo que nace de la combinación de la categoría platónica de la trascendencia y de la
idea aristotélica del desarrollo (Cassirer, 1951: 34).
380
Para el funcionamiento de la idea de participación en Erigena, véase D´Alverny: 1953, 48.
378
381
Esta idea de panteísmo que se relaciona de forma estrecha con el simbolismo inconsciente hegeliano y
con el pensamiento mítico descrito por Cassirer, renace con variantes en el simbolismo francés y en
algunas poéticas del siglo XX. Así, se ha puesto de relieve la presencia de un cierto panteísmo krausista
en autores como Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.
382
Dirá siglos después Fray Luis de León: “siendo Dios un abysmo de ser y de perfección infinita, y
aviendo de ser el nombre imagen de lo que nombra, cómo se podía entender que una palabra limitada
alcançassa a ser imagen de lo que no tiene limitación” (Fray Luis de León, 1986: 168). Idea presente
también a lo largo de todo el Monte de Perfección. A comienzos del siglo XII, antes de la expansión de
las teorías de Dionisio, el problema de los nombres de Dios había suscitado una crítica gramatical que
representaba un considerable esfuerzo de reflexión sobre los procedimientos de significación y de
expresión de las realidades divinas. La crítica teológica de los nombres de Dios se basaba en la distinción
gramatical nominal de la qualitas del significado del nombre y el suppositum que responde a su sustancia.
En el caso de los nombres de Dios, al ser Dios simple, sin composición de sustancia y cualidad, su
nombre carece de qualitas. En consecuencia, el nombre de Dios pierde también su modo propio de
significar, convirtiéndose en una abstracción sin forma. La gramática concluía –adelantando la recepción
de Dionisio- que sólo es posible referirse a Dios metafóricamente (cf. Chenu, 1935/36: 5-26, y, sobre
todo, 1957, 100-118; respecto de la naturaleza metafórica de los nombres de Dios en Pedro Abelardo,
véase Luscombe, 1996: 101-117). Guillermo de Conches afirmará, por el contrario, que la encarnación de
Cristo permite formar una imagen verdadera de Dios, al menos parcialmente, pues su esencia sigue siendo
trascendente e incognoscible. Pero sí es posible conocer sus atributos, más allá de la mera aproximación
analógica (Dronke, 1985: 36).
379
luminoso, que nada tiene que ver con su verdadero ser383. Escoto Erigena, defensor de
una teología negativa en la que el no-ser está siempre por encima del ser, explica la idea
de participación diciendo que ésta implica siempre una presencia del superior en el
inferior, pero esta relación no es por sí misma constitutiva del ser. Así, las cosas no son
sino por la presencia en ellas de las causas primordiales, pero éstas a su vez proceden de
Dios por verdadera creación384.
En el estudio de este panorama exegético teológico es, por lo tanto, necesario
detenerse en Escoto. El irlandés es una figura fundamental del pensamiento del
renacimiento carolingio. El cultivo de la filosofía y la nueva preponderancia de la razón
que se revelan en la obra de Escoto no pueden ser explicados sin la comprensión de este
particular momento histórico.
Son los esfuerzos de Carlomagno y, por éste, de Alcuin de Cork, los que
consolidan una nueva visión de la educación que pasará por la consolidación del
programa de las artes liberales –a partir de la lectura de Marciano Capella-, la difusión
de la Consolación de la filosofía de Boecio e incluso, dentro de los estudios teológicos,
la revisión del texto de la Vulgata. La actividad de Alcuin supone un paso decisivo en el
arranque de la tradición medieval –soñada ya por los Padres de la Iglesia; en Occidente
sobre todo por San Agustín- que incluye la filosofía en los estudios cristianos, tradición
que alcanzará su momento álgido con Santo Tomás de Aquino385. Erigena no podría
haber dicho “Nadie entra en el cielo sino a través de la filosofía” fuera de este contexto
cultural.
El desarrollo de este ideario implicaba un replanteamiento de la relación entre
tradición y razón en los términos establecidos por Agustín. En efecto, aunque Erigena se
somete expresamente a la plena supremacía de la tradición dogmática cristiana, en su
obra esta tensión se desplaza, en virtud de su acentuado neoplatonismo, hacia el eje
razón / sentidos386. La discusión entre razón y tradición se vuelve ambigua:
383
Eco, 1999: 76-77. Dice Escoto al respecto que todo lo que es objeto de atribución no sobrepasa una
medida, encontrándose así limitado, encerrado en los límites de una naturaleza. Mas la infinitud de Dios
lo eleva por encima de todos los límites. Para nombrarle habría que superar toda esencia, todo lo que los
sentidos y la misma inteligencia pueden alcanzar (Fliche Martin, 1974: 15).
384
Fliche Martin, 1974: 28. A pesar de estas afirmaciones es necesario advertir que las diferencias entre
las teorías de Escoto y el panteísmo platónico no están claramente establecidas. Tal vez, en la distinción
que realiza entre essentia y natura, sinónimos en el mundo greco-latino, sea la pieza fundamental para
reconducir su propuesta a la ortodoxia cristiana (Paniker, 1951: 157-158).
385
Cf. Carabine, 2000: 7-8.
386
Para Erigena –desde una posición coincidente en buena medida con Plotino e incluso con los
gnósticos-, la Caída es la causa del mundo material y en consecuencia de la apertura de los sentidos (op.
cit., p. 79).
380
The study of the Scriptures in the quest for spiritual meaning, therefore, is guided not
only by the authority of the fathers but also by reason, which “finds it sweeter to exercise her
skill in the hidden straits of the ocean of divinity than idly to bask in smooth and open waters
where she cannot display her power” (Periphyseon IV 744A).
(Carabine, 2000: 18)
La clave para resolver la tensión entre estos dos polos está en la alegoría.
Erigena no justifica la exégesis alegórica, como habían hecho sus precedentes, en virtud
del prestigio de la oscuridad, la belleza o por la necesidad de mantener alejados a los
indignos. Erigena, por el contrario, recupera de la tradicional defensa de la alegoría la
atracción de la inteligencia por lo enigmático, pero lo expresa de un modo que parece
evocar, de modo paradójico y profundamente original –allí eran “las tinieblas
inconmensurables”, aquí “las aguas estrechas”-, la mística de Gregorio de Nisa y
Dionisio: la inteligencia no despliega sus habilidades en el terreno del lenguaje o de la
tradición exegética, sino en “las estrechas aguas” del océano divino.
La importancia de su obra, particularmente el Periphyseon387, para el estudio de
la alegoría medieval radica no sólo en la decisiva influencia que su platonismo tendrá
posteriormente en la escuela de Chartres388, sino, como señala Whitman, en el amplio
programa metafísico que implica por su propio modo de operar, la tendencia a integrar,
no sin brusquedad, las tradiciones interpretativas y compositivas, de tal modo que su
exégesis de la Creación deviene una especie de creación ella misma389.
El concepto de naturaleza de Erigena es un claro precedente de las alegorías
naturales de Chartres. El irlandés establece, con una claridad y un alcance que no
tuvieron sus predecesores, la correspondencia infinita entre el libro de la naturaleza y la
387
Sobre la adversa fortuna del Periphyseon, sus prohibiciones y sus dificultades para ser aceptado, véase
Carabine, 2000: 22 y ss.
388
Erigena desarrolla una labor fundamental en la incorporación del pensamiento griego a la filosofía
medieval. En cuanto a las fuentes paganas, se cree que Erigena tuvo un contacto indirecto –quizá a través
de Calcidio y Dionisio- y escaso con la obra de Platón, Aristóteles y los neoplatónicos. Pero sí tuvo
contacto con bastantes fuentes cristianas. En Escoto se han acreditado las lecturas de las siguientes obras
orientales: De principiis y el Comentario de la Epístola a los romanos de Orígenes; El Hexaemeron de
Basilio; Las Orationes de Gregorio Nacianzeno; De hominis Opificio de Gregorio de Nisa; Ancoratus de
Epifanio; alguna obra de Juan Crisóstomo y de Máximo el confesor; y, sobre todo, la obra completa de
Dionisio de la que realiza la primera traducción en Occidente (Sheldon Williams, 1973: 4-5). Respecto a
esta traducción –y a la que realiza de Máximo el confesor-, conviene recordar que Erigena la aborda
siendo ya un teólogo maduro que adapta la traducción a sus propias posiciones, aun cuando respete la
autoridad reconocida a Dionisio. Esto significa que Escoto no es sólo un mero traductor literal, sino un
exégeta o expositor cualificado (cf. Roques, 1973: 59-60).
389
Cf. Whitman, 1987: 144.
381
Escritura. Al igual que ocurre con los chartrianos, la sombra del panteísmo se desliza a
través de la obra de Erigena. Su concepto de la naturaleza es absoluto: la naturaleza
comprende las cosas que son y las que no son, incluso, no sin ambigüedad, parece
comprender también a Dios390.
En este sentido, el concepto de “símbolo” en Escoto adquiere un sentido
diferente del que resultaba por su oposición a “misterio”. En el estudio platónico del
cosmos391, Escoto, en clara sintonía con la teoría del signo agustiniana, considera que el
símbolo “es toda forma material, toda figura visible y toda composición instituida para
ser imagen de la Belleza invisible; su belleza no tiene en sí misma la razón última, no
fue creada para que nos detuviéramos en ella” (Bruyne, 1958: 358)392. Dios es todas las
cosas. La creación es el paso de Dios del no-ser al ser mediante la autonegación.
Este simbolismo universal se articula conforme a dos reglas fundamentales: en
primer lugar, toda creación es esencialmente teofanía; en segundo, toda expresión es
inversio: lo expresado se opone a su verbo y se le escapa. Hay en este modo de operar
un esfuerzo por armonizar la influencia irrenunciable en el ámbito teológico occidental
de Agustín, y la recepción del pensamiento de Gregorio de Nisa y Dioniso. De este
modo, Erigena considera que Dios permanece siempre inefable. Su manifestación le
oculta. Dice Escoto que el conocimiento implica una creación y sólo tiene eficacia
auténtica en el pensamiento. Así, del mismo modo que el universo tiene su ser en el
pensamiento divino, el hombre se realiza conociéndose y conociendo las cosas; la
naturaleza tiene su verdadera razón en el espíritu humano393. Erigena parece incluso
aceptar el concepto gregoriano de epéctasis. Ahora bien, como en su sistema Erigena
había deificado toda la creación, concluye -y con esto retorna a cierto agustinismo sui
390
Cf. Carabine, 2000: 30 y ss.
391
Escoto acepta la división del cosmos en tres órdenes: las sustancias individuales, las causas
primordiales y las Personas divinas en la Unidad Suprema. Lo que no es Dios es teofanía o manifestación
de Dios (Bruyne, 1958: 368). Por “causas primordiales”, Erigena entiende los arquetipos de la tradición
platónica, por más que éstos puedan resultar contradictorios con la idea de teofanía. Las causas
primordiales constituyen la segunda categoría de la naturaleza universal, preformadas por el Padre en el
logos. Entre ellas, están la Bondad, la Justicia, la Verdad, la Sabiduría, la Razón… .: todos los atributos
que constituyen los nombres divinos del Dios indecible (<biblio>).
392
Bruyne apunta, no sin reservas, la posibilidad de que ya exista en la obra de Escoto una diferencia
entre alegoría y símbolo. La primera se limitaría a la interpretación de la Biblia mientras que el segundo
se refiere a la interpretación racional de la naturaleza (Bruyne, 1958: 361). Whitman, por su parte, afirma
que el símbolo de Erigena abarca también la exégesis del discurso y su transferencia de lo lingüístico a lo
extralingüístico (Whitman, 1987: 155-156). Compartimos frente a Bruyne, la opinión de Whitman por
cuanto Erigena establece una total correspondencia entre la Escritura y la Naturaleza (cf. Carabine, 2000:
61). En este sentido, el mecanismo de que apunta a Dios tanto en uno como en otro “libro” es el mismo y
funciona de acuerdo a los mismos procedimientos analógicos y metonímicos. Esto no obstante, por la
influencia de Dionisio, es necesario entender la analogía en sentido absoluto, porque abarca tanto lo
semejante como lo desemejante.
382
generis- que el alma no tiene necesidad de buscar a Dios fuera de sí misma porque ella
misma es Dios394.
En el siglo XII las tesis de la naturaleza como símbolo de las realidades divinas
alcanzan su máximo esplendor. En esta época se revitaliza la recepción de Erigena a
través sobre todo de Honorio, un casi desconocido divulgador del simbolismo religioso
y comentarista del Cantar de los cantares395.
Whitmann ha analizado las causas de esta expansión del alegorismo universal y
ha apuntado lo siguiente: La alegoría de la naturaleza parece representar a gran escala el
movimiento simultáneo que vuelve hacia una fuente esencial y se aleja de ella: un
movimiento reductivo y expansivo de regeneración: por una parte, un movimiento de
cohesión, la conservación de todos los poderes en Dios; por otra, la flexibilidad de la
alegoría que depende de un principio de expansión por el que se delega el poder de esta
fuente a las figuras que operan en su misma esfera396.
En este contexto surge el problema de la valoración de la materia. Se trata,
evidentemente, de una cuestión heredada del platonismo. Pero frente a lo que ocurría en
la filosofía platónica, el cristianismo no podía admitir la idea de una materia limitadora
del poder divino397. Ciertamente, la solución parecía sencilla: a diferencia de lo que
había ocurrido en el pensamiento griego, el cristianismo consideraba que el mundo
había sido creado por Dios de la nada. En consecuencia, no podía considerarse en modo
alguno limitador del poder divino.
Pese a ello, la recepción del Timeo y la lectura que Calcidio hace de Platón
plantearon ciertas dificultades, hasta el punto de admitir figuras intermedias entre Dios
y la materia, a fin de evitar la idea de la creación inmediata del mundo. En este ámbito
encontraron cabida las pautas metafísicas que habrían de iluminar las alegorías literarias
de Alain de Lille y las científicas de Bernardo Silvestre398.
La recepción del Timeo fue decisiva en la delimitación del renacimiento
platónico del siglo XII. Sin embargo es necesario recordar que la traducción de
393
Cf. Trouillard, 1973: 98-101.
394
Cf. Carabine, 2000: 107.
395
Cf. D´Alverny, 1953: 32 y ss.
396
Whitmann, 1987: 168.
397
Op. cit., p. 170.
398
Alain de Lille considera que Dios conserva en sí las formas increadas de todos los seres y que éstos
sólo son los reflejos de estas formas que descienden sobre la materia. De este modo, siguiendo los
postulados generales de la escuela de Chartres, Alain de Lille distingue entre la creación de Dios y la
actividad de la Naturaleza, consistente en la generación por semejanza (cf. Raymond de Lage, 1951: 69,
72).
383
Calcidio399 que manejan, entre otros, los chartrianos, es incompleta. Calcidio no incluye
la parte relativa al hombre, por lo que esta versión del Timeo aparece únicamente como
un estudio de los orígenes y orden del cosmos.
Los chartrianos leen el Timeo como una física fácilmente cristianizable en
apariencia: el Demiurgo platónico se identifica con Dios; el realismo físico de Platón,
animado por la reivindicación de los victorinos de la historicidad de la Biblia, se vuelca
en la valoración literal de la creación, frente al idealismo agustiniano400. Mayor
problema presentó la cuestión del “alma del mundo” que, adaptada por Abelardo,
pretendía reducir la dimensión histórica del Espíritu a la extensión del cosmos401.
El problema del “alma del mundo” aparece unido a la cuestión ya enunciada de
la valoración de la materia. Los científicos de Chartres habían distinguido entre creación
y ornamentación. Así, afirmaban que antes de la ornamentación del universo, Dios
había creado la materia, como caos informe pero poseyendo ya un rudimento de belleza.
El ornato del mundo presentaba la materia diferenciada según peso y número, figura y
color, y formas determinadas y bellas402. Ahora bien, el problema se presentaba a la
399
La traducción de Cicerón que utilizaba Agustín no parece haber sido muy usada en esta época (Chenu,
1957: 119).
400
Chenu señala que la admisión del Demiurgo y de la cosmogénesis introdujo en la escuela de Chartres
la discusión sobre el valor del mito. Guillermo de Conches y Abelardo, en su opinión, convierten al mito
en una especie de alegoría decorativa (Chenu, 1957: 123). A nuestro juicio, la aceptación del mito y su
difícil y no siempre conseguida instalación en el seno del cristianismo entrañó mayores problemas que lo
que deja ver esta identificación con lo decorativo. La cuestión se muestra, con toda su complejidad, en el
problema del “alma del mundo” y en las alegorías de Bernardo Silvestre y Alain de Lille. La alegoría no
tiene en este momento el valor puramente decorativo que tendrá en el siglo XVIII, o incluso antes, en el
uso que la poesía renacentista hace del mito. En general, el libro de Chenu se muestra bastante crítico con
la alegoría como forma de expresión teológica y literaria medieval. Acaso haya en él un cierto contagio
de las teorías románticas y neokantianas de símbolo por oposición a la alegoría. Esta posición parece
deducirse de su comparación entre el simbolismo dionisiano con el alegorismo en el que parecen repetirse
algunas de las argumentaciones que se desarrollarán en el Romanticismo, pero que resultan ajenas al
pensamiento medieval. Así, cuando, al hablar del dominio del alegorismo en este momento, afirma: “Ce
ne fut pas là excès occasionnel, mais, à la limite, méconnaissance du caractère propre de la métaphore
comme image, et, par là, de la différence entre symbole et allégorie” (Chenu, 1957: 188). O cuando
define la alegoría como descripción analítica de una idea a partir de sus elementos separados y abstraídos
de una imagen, de la que cada detalle adquiere significación propia; y, por otra parte, afirma que el
simbolismo emana de una adhesión de nuestro ser, y su transparencia se oculta de algún modo, en el
curso de la experiencia espiritual, en el interior de las imágenes mismas, mediadoras del misterio; de ahí
su intensidad y su valor estéticos (op. cit., p. 189-190). En todos estos casos, consideramos que Chenu
introduce en el tratamiento de la alegoría medieval unas cuestiones de carácter estético o, incluso
antropológico, que están ausentes del debate medieval en torno a la alegoría, que se desarrolla por su
oposición al sentido literal y a la historia, con la que, a su vez, mantiene una relación compleja al ser la
llave que abre su verdadero sentido, mediante la lectura tipológica. Pero, en ningún caso, nos parece,
puede oponerse alegoría a símbolo en el siglo XII, con la pretensión de sentido que tendrá en el siglo XIX
y comienzos del XX. Dronke afirma -en una línea a la que nos sentimos más cercanos- que las alegorías
medievales, por ejemplo las de Bernardo Silvestre, comprenden tanto el símbolo como la alegoría en el
sentido que Goethe presta a ambos términos (Dronke, 1985: 121).
401
Cf. Chenu, 1957: 121.
402
Bruyne, 1958 : 269.
384
hora de determinar quién era el que debía producir los cuerpos, esto es, quién plasmaría
en la materia las imágenes divinas. En opinión de los chartrianos –Guillermo de
Conches, Thierry de Chartres y Bernardo Silvestre- parece que esta tarea habría de
corresponder al “alma del mundo”, identificada en ocasiones con el Espíritu Santo403.
La importancia de esta determinación, a los efectos del estudio de la alegoría,
radica en que para los alegoristas del Chartres la Naturaleza no es una personificación
poética, producto de una mera abstracción, sino la encarnación de una realidad
espiritual. Incluso en pensadores que no se adscriben al realismo y que abogan por un
nominalismo moderado, casi una vía conciliadora, entre ambas posiciones, como Juan
de Salisbury –que se nutre en este punto del pensamiento de Aristóteles y Boecio-, usan
la alegoría como instrumento idóneo de exposición de su pensamiento. En efecto,
Salisbury, en el Metalogicon, propone una ciencia teológica que asciende desde la
lógica hacia el absoluto mediante una gradación de valores. Esta gradación se plantea
como una moral del conocimiento. Pues bien, la exposición de esta moral se realiza por
medio de genealogías de alegorías: Phronesis es la fuente de otras virtudes, como
Justicia, Valentía y Moderación. Pero, a su vez, es hermana de Alétheia, madre de
Filología –esposa de Mercurio-, Filocadia, y Filosofía404.
La Cosmografía de Bernardo Silvestre, escrita en la segunda mitad del siglo XII,
es una obra en la que confluyen la exégesis alegórica y la alegoría deliberada.
Whitmann afirma que esta confluencia supone un paso adelante en la tradición de la
alegoría. Desde el punto de vista exegético, el poema de Bernardo Silvestre explica la
creación; pero lo hace por medio de una alegoría deliberada405.
El poema se divide en dos libros. En el Libro I, titulado Megacosmos, se
describe el paso de la materia informe al mundo ordenado. El Libro II, Microcosmos,
narra la creación del hombre. En este proceso, Urania le entrega el alma, Physis le
otorga el cuerpo, y Natura los une406.
403
Cf. Bruyne, 1958: 276-289. La asociación del concepto del “alma del mundo” con el Espíritu Santo
fue condenada por Guillermo de Saint Thierry y ratificada por el papa Inocencio II. Acaso por este
motivo, en las obras de madurez de Guillermo de Conches el “alma del mundo” desaparece (Dronke,
1985: 100-105). Para el problema del alma del mundo en el pensamiento de Alain de Lille, véase Dronke,
1985: 144-153). La temprana y aguda crítica agustiniana al “alma del mundo” y al panteísmo en el que
esta idea desemboca puede verse en La ciudad de Dios, IV, 12.
404
Véase Michel, 1997: 451.
405
Cf. Whitmann, 1987: 219.
406
Op. cit., p. 220. La complejidad de la alegoría de Bernardo Silvestre, en la que en la creación del
hombre intervienen tres instrumentos divinos: Urania, Physis y Natura, es que no se explica qué clase de
relaciones existen entre ellos. El profundo enigma de la alegoría de Bernardo –dice Dronke- se debe al
problema central de todo su pensamiento: “la relación entre las leyes celestes y las físicas, y la de ambas
con el destino del hombre y su libre albedrío” (Dronke, 1985: 125-126).
385
407
Cf. Dronke, 1985: 119.
408
Véase lo expuesto sobre el uso y valor de integumentum en la obra de Bernardo Silvestre en el capítulo
anterior.
409
Op. cit., p. 119. Bernardo Silvestre define el integumentum como “genus demonstrationis sub fabulosa
narratione veritatis, involvens intellectum, unde involucrum dicitur” (Chenu, 1957: 165).
410
Cf. Dronke, 1985: 14.
411
Op. cit., p. 17.
386
más positiva de la materia y, con ella, una tendencia a la valoración del mundo natural
por y en sí mismo, sin el fundamento simbólico del alegorismo. El propio Boecio
defendía ya el status autónomo de las ciencias de la naturaleza.
En el siglo XII, la renovación de la exégesis bíblica y el freno al alegorismo
universal se produjo en la escuela de San Víctor de París. Los victorinos, especialmente
Hugo de San Víctor, eran defensores de una teología mística que arrancaba de la
contemplación del mundo sensible, tanto en su belleza como en su fealdad, en la línea
pensada por Proclo con relación al valor simbólico de lo desemejante413. La innovación
de la escuela de San Víctor otorgaba un peso importante a la razón en el desarrollo de la
tarea hermenéutica frente al criterio de autoridad impuesto desde los tiempos de
Agustín. Este espíritu crítico empujó a los victorinos a deslindarse, en no pocas
ocasiones, de la exégesis patrística y a ampliar el valor de la autoridad, aunque en un
nivel secundario, a autores paganos como Cicerón, Platón Aristóteles y Josefo414.
Hugo de San Víctor (fallecido en 1141) es el primero que alerta de la necesidad
de abandonar la línea del alegorismo cosmológico y de volver no sólo a la valoración
del sentido literal de la Escritura415, sino también a la proyección de la lectura alegórica
a la historia, dejando las obras de la creación para el estudio de las ciencias profanas416.
El método hermenéutico de San Víctor se alejaba así del alegorismo de las
palabras aisladas que había caracterizado la exégesis de Raban Maur, y advertía de que
son sólo las realidades históricas de la Escritura las que deben ser interpretadas. Esta
decisión supuso el regreso a la lectura tipológica de la Biblia. En este sentido, los
victorinos propusieron un regreso a la función original de la alegoría cristiana: servir de
eje entre la sucesión histórica y el orden doctrinal 417. Andrés de San Víctor sistematizará
este modelo en el que, a partir de una exégesis literal, la alegoría se desplazará hacia la
construcción de una teología simbólica.
Esta evolución se consolida en el siglo siguiente. El siglo XIII trae “la estética de
la luz” y marca el fin de la interpretación alegórica del mundo418. La belleza del mundo
412
Cf. Dronke, 1985: 55.
413
Cf. Bruyne, 1958: 224-226.
414
Cf. Spicq, 1944: 70-77.
415
La decisión de volver sobre el sentido literal de la Escritura, con su renovación de la interpretación
histórica, en detrimento de la cosmológica, supone, en la época, un regreso al pensamiento de San
Jerónimo a costa de la influencia agustiniana (Smalley, 1968: 274).
416
Op. cit., pp. 83-84; Chenu, 1957: 200-201. Esta limitación de la interpretación escrituraria no quedaría
plenamente fijada hasta el Concilio de Trento, en 1546 (cf. Ferraris, 2004: 13).
417
Cf. Chenu, 1951: 24.
418
La escuela franciscana de Oxford desarrolla una serie de meditaciones sobre la luz y la experiencia,
que, pese a su moderado nominalismo, siguen siendo esencialmente platónicas. A la luz se le atribuyen
387
dos funciones: una puramente espiritual orientada a la producción de la idea, y otra, también espiritual,
pero derivada de la luz primera, destinada a la iluminación de lo sensible, de tal modo, que en la luz se
reencuentren la materia y el espíritu (cf. Michel, 1997: 668-669).
419
“El principio tomista de la analogía no se basa en semejanzas inasibles y vagas, como se entendería
posteriormente, sino en un criterio metodológico que permite inferir, según reglas lo más unívocas
posible, la naturaleza de la causa a partir de los efectos” (Eco, 1999: 165).
420
Cf. Blumenberg: 2000, 51.
421
Eco, 1999: 79.
422
Eco, 1999: 98.
388
423
Cf. Gilson, 2004: 108.
424
Señala Eco que esta nueva actitud frente a la naturaleza se observa ya en la arquitectura gótica en la
que, junto “a grandes ideaciones simbólicas encontramos pequeñas complacencias figurativas que revelan
un fresco sentimiento de la naturaleza y una atenta observación de las cosas.” (Eco, 1999: 98). Tomás
rechaza incluso la tesis de las razones seminales, de la iluminación de la verdad y de las virtudes, por la
que Dios aparece como causa única de la generación, la verdad y la virtud. En opinión de Tomás de
Aquino, “en un universo creado como el universo cristiano es inconcebible que los seres no sean
verdaderos seres y por consiguiente que las causas no sean verdaderas causas” (Gilson, 2004: 147).
425
Cassirer, 1951: 23.
426
Más abajo nos detendremos en el examen de la vertiente mística de esta gradación. Baste decir ahora
que la concepción de este sistema se desarrolla especialmente en la tradición agustiniana de los primeros
franciscanos. Según Buenaventura, el mundo creado se articula en un sistema de gradaciones que se
corresponde simétricamente como otro sistema de gradaciones de carácter místico referido al descenso y
profundización del alma dentro de sí (cf. Blumenberg, 2000: 56).
389
427
La aceptación de cuatro sentidos de la Escritura no estuvo exenta de vacilaciones. Algunos exégetas
llegaron a hablar de hasta ocho sentidos, mientras que otros, como Remy d´Auxerre sólo distinguieron
entre sentido literal y alegórico. Raban Maur, por su parte, aunque aceptó la división de los cuatro
sentidos, prescindió en su interpretación de la anagogía y frecuentemente se limitó a oponer alegoría e
historia (Spicq, 1944: 22-24).
428
Casiano dice que hay un significado de acuerdo con la historia, como capital de Israel; un sentido
según la alegoría –en el sentido de tipología-, es decir, la Iglesia de Cristo; un sentido tropológico, el alma
390
humana en su dimensión moral; y un cuarto sentido anagógico, el que se refiera a la Jerusalén celeste
(Matter, 1990: 54).
391
fue aceptada, en la práctica, por buena parte de los exégetas cristianos de la Antigüedad
tardía y de la Edad Media.
El sentimiento elitista de la exégesis alegórica se vio decisivamente avivado con
la aparición del monacato429. Los monjes se situaron frente al resto de los cristianos de
forma similar al modo en que los primeros cristianos se ubicaron frente a los judíos. La
nueva mentalidad determinó no sólo la revalorización de la alegoría sino que, además,
fue causa de nuevas lecturas de la Escritura, interpretada en estos momentos como
revelación de las particularidades y excelencias de la vida monástica. De esta forma,
dice Lubac, la libertad de la tropología, siempre con las limitaciones impuestas por la fe,
permitía adaptar los textos sagrados a todo tipo de situaciones nuevas430: los apóstoles
ya no son vistos como los primeros cristianos, sino como los primeros monjes; las
alegorías del Cantar de los cantares no se refieren, en esta nueva perspectiva, al
encuentro del alma cristiana con Dios, sino al proceso en el que aquella deja la vida
secular y abraza las órdenes religiosas431; el Éxodo, por citar otro ejemplo recurrente en
la interpretación alegórica, también fue leído en esta misma clave432.
Sin embargo, a finales del siglo XII, el prestigio que había acompañado a la
exégesis alegórica se desvaneció debido especialmente a su generalización. Dice
Smalley que la popularización de la alegoría fue debida, entre otras causas, a la
expansión de la literatura entre la aristocracia y la nueva burguesía urbana, así como a la
nueva forma de predicación de las órdenes mendicantes y del círculo parisino de Pedro
de Chartres. En efecto, tanto los dominicos como los franciscanos introdujeron la
alegoría en su predicación. El uso de la alegoría en los sermones, como había ocurrido
en algunos Padres de la Iglesia, popularizó y banalizó inevitablemente la interpretación
alegórica433.
Por lo que se refiere a las relaciones internas entre los cuatro sentidos de la
Escritura, tampoco parece haber habido un único criterio sostenido a lo largo de la Edad
Media. Los victorinos introdujeron en esta cuestión un cambio importante. Hugo de San
Víctor afirmó que la interpretación debía diferenciar entre los cuatro sentidos y no
pretender, en ningún caso, aplicarlos todos a un mismo texto434. Para Hugo y sus
429
Cf. Smalley, 1985: 46.
430
Como veremos seguidamente, esta orientación de la tropología será esencial en la concepción de la
exégesis alegórica de Hugo de San Víctor.
431
Véase Matter, 1990: 92-100.
432
Cf. Lubac, 1959: I, 571-582.
433
Cf. Smalley, 1985: 47-49.
434
Cf. Spicq, 1944: 94-95.
392
435
Cf. Chenu, 1957: 202.
436
Op. cit., p. 95.
393
del sentido literal y sus relaciones con los otros tres sentidos de la hermenéutica bíblica
medieval.
Copeland señala que buena parte de los problemas que afectan en esta época al
sentido literal se derivan de la clasificación de Beda y de su distinción entre allegoria in
verbis y allegoria in factis. En efecto, la diferencia entre ambas se difumina cuando
Beda admite que la alegoría verbal puede realizar la misma función que la alegoría
histórica mediante la expresión figurativa de los sentidos moral y anagógico de la
Escritura. De este modo, Beda inserta la retórica en la polivalencia de los hechos y los
múltiples referentes teológicos que sólo pueden estar producidos y designados en el
plan sagrado de salvación.
El esfuerzo de Beda se orienta hacia el establecimiento de una continuidad entre
la retórica clásica y su clasificación de los tropos y figuras y el sistema hermenéutico
cristiano alejandrino437. La tentativa de Beda no es sino una respuesta más a las
dificultades planteadas por la difícil conciliación entre la alegoría exegética y la
retórica, problema que, como se ha visto a lo largo de este trabajo, ha dado lugar a
diversas soluciones desde la Antigüedad pagana. La solución de Beda, sin embargo, no
resultó satisfactoria ni al propio autor, quien tuvo que terminar reconociendo que la
figuración tenía una dimensión más ornamental que funcional en el discurso.
Pero, como bien percibió Hugo de San Víctor, esta respuesta provocaba otro
problema: el descuido de la metáfora, por ser considerada como mero ornamento, ponía
en peligro el sentido literal, al descuidarse su interpretación en beneficio de los sentidos
espirituales438.
El de San Víctor evidencia otro de los problemas constantes en el proceder
hermenéutico de los alegoristas: o bien considerar la metáfora como un elemento del
sentido alegórico, en cuyo caso la extensión del sentido literal queda reducida casi a la
inexistencia, o bien entender que la metáfora es un mero adorno, desvinculado de la
verdad de texto, y que por tanto, debe prescindirse de ella en la interpretación439.
La aportación de Hugo de San Víctor resulta también esencial en la
revalorización del sentido literal del siglo XII. Anteriormente nos hemos referido a su
437
Cf. Copeland, 1997: 337.
438
Cf. Copeland, 1997: 339.
439
A nuestro juicio, este planteamiento, observable ya en los alejandrinos cristianos, se extiende, con las
lógicas reservas, al simbolismo romántico en su polémica con la alegoría: se proscribe la alegoría por
tratarse de una figura puramente ornamental, al tiempo que se reivindica el símbolo –otra forma de
alegoría- como expresión de la verdad contenida en el discurso.
394
visión de la relación entre los cuatro sentidos de la Escritura. Ahora debemos precisar el
alcance que el sentido literal tiene en su labor hermenéutica.
Un primer indicio de su importancia se deriva del propio plan de estudios de San
Víctor: los estudiantes debían conocer las artes y las ciencias antes de acercarse a la
Escritura. A continuación debían iniciarse con el sentido histórico-literal. La alegoría
sólo podía ser abordada cuando los discípulos se hubieran familiarizado con el sentido
literal. Entonces, el orden que debían seguir en su estudio alegórico de la Biblia había
de ser el siguiente: en primer lugar, debían estudiar el Nuevo Testamento, a
continuación seguirían con el Hexamerón, la Ley, Isaías, Ezequiel, Job, El Cantar de los
cantares y los Salmos440.
Hugo considera que el sentido literal no es la palabra sino lo que significa,
incluyendo su sentido metafórico. El victorino se muestra consecuente con la tradición
que contra el alegorismo había defendido la relevancia de la lectura literal de la
Escritura, incorporando la interpretación de los tropos a la del sentido literal. En el
prólogo a su comentario al Eclesiastés, el de San Víctor llama a la sensatez y a la
prudencia en el recurso a la lectura alegórica, al afirmar:
All Scripture, if expounded according to its own proper meaning [el sentido literal], will
gain in clarity and presents itself to the reader’s intelligence more easily. Many exegetes, who
do not understand this virtue of Scripture, cloud over its seemly beauty by irrelevant comments.
When they ought to disclose what is hidden, they obscure even that which is plain. I personally
blame those who strive superstitiously to find a mystical sense and a deep allegory where none
is, as much as those who obstinately deny it, when it is there.
(Smalley, 1952: 100)
440
Cf. Smalley, 1952: 86-87.
441
Desde el estudio de San Agustín, se plantea aquí si cabe entender como sinónimos el sentido literal y
el histórico. En el caso concreto del citado texto de Hugo de San Víctor, parece que puede verse como un
modo concreto de acercarse al sentido literal, prestando más atención a los hechos narrados que a la
expresión, metafórica o no, de éstos.
442
Cf. Michel, 1997: 333.
395
443
Carruther entiende aquí por alegoría el sentido tipológico de la Escritura.
444
La meditación, dice Carruther a propósito de Hugo de San Víctor, es el momento en que la lectura es
memorizada y se transforma en experiencia personal (Carruthers, 1996: 44).
445
Éstos, en general, no confundieron tampoco la metáfora con el sentido alegórico pero todavía no
habían roto con la terminología heredada de la Antigüedad clásica (Lubac, 1964: IV, 278). Su maestro
Alberto Magno ya había marcado las pautas de una exégesis basada en el sentido literal al afirmar que
sólo hay una exégesis verdadera: la que explica el sentido querido por el autor y sugerido por el texto
mismo (Spicq, 1944: 210-211 y 273).
446
Véase Synave, 1926: 48.
447
Cf. Copeland, 1997: 340.
396
el terreno de aquel448. La razón del empleo de la alegoría verbal y de los demás tropos
radica –y aquí Santo Tomás recurre a Aristóteles- en que la metáfora permite el acceso a
un mundo más alto de la inteligencia a través del mundo del sentido. Pero esta
dimensión no implica que el sentido figurado, en el sentido retórico del término, escape
del área del sentido literal. De este modo, como apunta Strubel, cabría dividir el sentido
literal en dos clases: el sentido literal propiamente dicho y el figurado o parabólico449.
Hay en todo el procedimiento tomista una preocupación por reducir la
ambivalencia de la Escritura y suprimir la inestabilidad que el uso de la retórica implica.
Copeland afirma que Tomás de Aquino incurre en una contradicción que no puede
resolver: la necesidad de suprimir esta ambivalencia y el reconocimiento de la
retoricidad humana de la Escritura450. De hecho, aunque Tomás de Aquino pretende
hacer una exégesis “real” -apoyada sobre las palabras y la gramática, teniendo en cuenta
el contexto451- de un sentido literal que, en ocasiones, es el único que no puede
determinarse con precisión, se ve forzado, a veces, a dar dos sentidos literales de un
mismo pasaje. Esto no debe ser interpretado como que el texto interpretado tenga un
doble sentido, sino que no siendo ninguna interpretación absolutamente decisiva, ambas
pueden ser legítimamente propuestas452.
Una vez examinado la comprensión del sentido literal en la Edad Media,
debemos detenernos en los tres sentidos espirituales. Estos sentidos espirituales, como
ya se ha advertido, son el sentido alegórico, el sentido tropológico y el sentido
anagógico. Los tres sentidos, partícipes del concepto de la allegoria in factis,
especialmente desde Santo Tomás453, sólo son aplicables a la exégesis bíblica:
únicamente Dios puede atribuir una significación a las cosas mismas.
Tomás de Aquino parte de la doctrina de Alberto Magno y Hugo de San Víctor.
Para el Aquinate, como ya ocurriera con Agustín, los sentidos espirituales no sólo tienen
su ámbito limitado a la Biblia, sino que, incluso en la exégesis de los textos sagrados, no
deben aplicarse arbitrariamente a todos y cada uno de los pasajes de la Escritura.
448
No deja de observar Copeland que la ampliación del espectro del sentido literal por parte de Santo
Tomás empequeñece tanto el campo de la alegoría que casi adelanta la visión peyorativa de la figura
descrita por Goethe (op. cit., p. 341). Véase en este sentido Chydenius, 1975: 338-339.
449
Cf. Strubel, 1975: 355.
450
Ib., p. 345. Véase también Michel, 1997: 512 y ss.
451
El siglo XIII recupera la atención agustiniana al contexto. Santo Tomás lo considera como el medio
para elucidar la intención del autor y, en consecuencia, el sentido literal (Spicq: 1944, 250).
452
Cf. Spicq, 1944: 207-209. Ha sido muy discutida la existencia de un sentido literal único o múltiple en
la doctrina hermenéutica de Tomás de Aquino. Para esta cuestión, véase Spicq, op. cit., pp. 276 y ss.
453
Véase las siguientes obras de Santo Tomás: Quodlibet VII, Comentario a la Epístola a los gálatas y la
Cuestión primera de la Suma Teológica.
397
454
Cf. Carruthers, 1996: 141.
455
Cf. Carruthers, 1996: 142.
456
Cf. Spicq, 1944: 204-206 y 271.
457
Lubac, 1964: IV, 273.
458
Cf. Michel, 1997: 333.
398
459
Cf. Chydenius, 1975: 330-331.
460
En realidad, ya en éste se consideraba la profecía como un proceso de inspiración en la interpretación.
461
Op. cit., p. 332 y Lubac, 1964: IV, 285 y ss.
462
Smalley, 1952: 88. Véase también Lubac, 1959: I, 549.
399
463
Smalley, 1952: 88.
464
Cf. Lubac, 1959: I, 568.
465
Cf. Lubac, 1959: I, 550.
466
Op. cit., p. 621.
467
Ib., p. 623.
400
468
Ib., p. 633. Étienne Langton es el primer autor del siglo XIII que identifica en sentido místico con el
espiritual (Spicq, 1944: 267).
469
Cantar de los cantares I, 4.
470
Cf. Lubac, 1959: I, 637.
471
Op. cit., p. 641.
472
Cf. Spicq, 1944: 267.
473
Cf. Matter, 1990: 61 y ss.
401
474
Véase Matter, 1990: 63-69, para el desarrollo completo de este comentario al Cantar de los Cantares.
475
Véase Colish, 1983: 171-192.
476
Seguimos en esta breve aproximación a las lecturas de la obra de Dante a Gellrich, 1985: 135 y ss.
402
403
1
La mística agustiniana
La evolución de la mística cristiana occidental siguió, desde sus orígenes, un
camino distinto al desarrollado por la mística cristiana oriental477. Ésta había venido
caracterizada por su denso contenido doctrinal, vinculado a la exégesis escrituraria,
ajeno, al menos explícitamente, a la dimensión experiencial del fenómeno místico, e
inclinada, sobre todo en el seno de la Iglesia siria, hacia la teología apofática. La
comprensión de la vida mística desde los postulados de la negación del mundo, en
primera instancia, y del ser, en su más alta etapa, expuesta en los trabajos de Gregorio
de Nisa y Dionisio Areopagita, obedecía a una particular lectura cristiana del
neoplatonismo, especialmente del pensamiento de Proclo. La mística cristiana
occidental también nacerá bajo la influencia neoplatónica, pero la interpretación
agustiniana de la doctrina de Plotino no será sino un elemento, aunque esencial, en la
formación de un pensamiento original, caracterizado por unos rasgos propios que
marcarán decisivamente la formación de la mística cristiana en la Edad Media.
Dice Gilson que la mística especulativa medieval deriva de la Epístola Primera
de Juan y, en particular, de su afirmación de que Dios es amor478. Ahora bien,
admitiendo esta afirmación, debemos considerar que la sentencia joánica puede ser leída
de dos modos: Dios es amor; y Dios es amor. Se trata de dos posibilidades de
interpretación, que, pese a parecer simples matices de una misma lectura, pueden arrojar
lecturas totalmente contrapuestas.
Gilson observa que el cristianismo oriental, más directamente influido por el
neoplatonismo, hizo especial hincapié en la dimensión erótica de Dios frente a la
comprensión ontológica. Dionisio consideró que el ser era la primera participación en la
bondad divina; en consecuencia, el ser estaba por debajo del bien. Dionisio representa,
de esta forma, la segunda posibilidad de lectura del pasaje de Juan: Dios es amor. La
recepción de la obra de Dionisio, en primer lugar de mano de Erigena en la temprana
477
Cf. Louth, 1981: 133.
404
478
1 Jn, 3, 8.
479
Ex. 3, 14.
480
Cf. Gilson, 2004: 100-101. Ya San Agustín había realizado una primera aproximación en Occidente
entre la “metafísica del Éxodo” y la metafísica platónica del Timeo en La Ciudad de Dios, VIII, 11. San
Buenaventura, como se verá seguidamente, se acercará más a Dionisio y mostrará en su obra teológica la
posibilidad de un camino intermedio entre la teología tomista del ser y la teología dionisiana del amor.
481
Cf. Deblaere, 1983: 87-123. Para Tomás de Aquino, por ejemplo, la vida mística no es un fenómeno
extraordinario sino la floración más elevada de la vida humana (Graef, 1970: 212).
482
Coetáneo de Agustín es Casiano, un místico muy influido por los monjes de Oriente, partidario de
reducir la posibilidad de la contemplación –junto con la aprehensión del sentido espiritual de la Escritura-
sólo a los monjes y eremitas (Graef, 1970: 127 y ss.).
483
Sigo en el estudio de la teología afirmativa en Agustín, los argumentos expuestos por V. Capanaga en
su “Introducción general” a las Obras Completas de San Agustín (Agustín de Hipona, 1994: 46 y ss.).
405
Ahora bien, esta visión amable del mundo, cuya belleza se constituye en prueba
inequívoca de la existencia de Dios, convierte al cosmos en el medio más eficaz para la
consecución de la contemplación mística, aun cuando sea de modo imperfecto y parcial.
Agustín despliega los presupuestos de una teología afirmativa en la que el mundo ofrece
un doble semblante del entendimiento: uno, dirigido al Creador; otro, vuelto a las
criaturas, como vestigios de la Hermosura increada, y al sentido484. San Agustín
advierte que la consideración de la Creación como libro de Dios debe evitar los errores
del panteísmo –que confunde la obra, el arte y el artífice-, el agnosticismo y el
antropomorfismo –aplicado por la Escritura a Dios como alegoría con finalidad
pedagógica-485. Esta triple advertencia resume el cauce por el que la teología catafática
debe transcurrir para hacer posible la consecución de sus fines místicos. La vía
catafática agustiniana se desarrolla en una estructura circular en la que, si bien la belleza
del mundo remite, como huella, al Creador, ésta sólo puede ser apreciada en virtud del
Espíritu de Dios, que es un Espíritu de amor, único capaz de hacernos ver y amar a Dios
en las criaturas486.
Junto con la apuesta, si bien limitada, por la teología afirmativa, Agustín sienta
las bases cristianas de la metafísica de la luz487. La iluminación de las verdades divinas
queda limitada desde el momento que se establecen tres grados de intelección: las
criaturas visibles, las leyes universales y la Mente eterna, sólo percibida parcialmente
por el ser humano488. Esta limitación no impide que Agustín sea considerado como uno
de los máximos exponentes de la mística de la luz, junto a Orígenes y Evagrio489, frente
a la mística de la oscuridad representada, entre otros, por Gregorio de Nisa y Dionisio
Areopagita490.
Pero quizá la mayor aportación del pensamiento agustiniano a la mística, es la
elaboración de una escritura diferente, de un discurso determinado por la introspección
y el análisis de la experiencia personal. El pensamiento místico de San Agustín, pese a
la revalorización del cosmos y la consolidación de la teología catafática, afirma que es
en la búsqueda interior, en la profundización espiritual, dónde verdaderamente se
484
Cf. Agustín de Hipona, 1994: 61.
485
Ib., p. 80-81.
486
Cf. Cayré, 1951-1952: 459.
487
También la primera carta de Juan, haciéndose eco de una tradición metafórica mucho más remota y
parcialmente estudiada en este trabajo, identifica a Dios con la luz en 1 Jn. 1, 5.
488
Ib., p. 88-89.
489
Véanse Louth, 1981: 108-109 y Graef, 1970: 107 y ss., y 132 y ss.
490
Véase Borrego, 1991: 402 y nuestro capítulo dedicado a la mística de Gregorio de Nisa y Dionisio
Areopagita.
406
produce el encuentro con Dios. En los ocho primeros libros de las Confesiones, San
Agustín ofrece una serie de indicaciones útiles respecto a las llamadas de Dios a la vida
interior; en el libro IX narra la experiencia de Ostia, modelo de experiencia mística de
hondo calado en la tradición occidental; en el libro X se describe una cierta experiencia
de Dios presente en el corazón. Cayré, a quien seguimos en esta descripción de la
mística agustiniana en las Confesiones, dice respecto de la experiencia del libro X y su
alusión a los sentidos espirituales para explicar esta presencia de Dios: “Il s´agit d´une
action de Dieu profonde qui saisit l ´âme entière, d´oùcet appel aux sens pour en
exprimer le puissant réalisme, qui peut être un effet d´une haute intellection de Dieu
propre à produire une intime « union » avec lui” (Cayré, 1951-1952: 448).
Aunque ya en los Soliloquios, Agustín exclama: “Conózcame yo; conózcate a
491
ti” , será en el libro VII de las Confesiones, donde Agustín, conforme a los
presupuestos intelectuales de la mística de la luz, proponga una escala gradual del
conocimiento de Dios. Esta escala comprende los siguientes grados: el mundo corporal;
el conocimiento sensible, en el que distingue entre los sentidos exteriores y el sentido
interno; el juicio racional sobre las percepciones sensibles; y la actividad más pura de la
razón, esto es, la percepción de la luz inteligible que inunda la vida cognitiva y la dirige
hacia lo inmutable, pese a que Dios trasciende la conciencia humana, evitando toda
identificación con ella492. Hay en este planteamiento una influencia evidente de la
mística de Plotino, tanto en el esfuerzo por describir alegóricamente los paisajes del
alma, como en la concepción de un proceso místico de naturaleza más cognitiva que
salvífica. Sobre el alcance del conocimiento en la mística agustiniana de la luz, dice
Cayré:
La sagesse qui caractérise le vrai chrétien (… ) n´est pas ici l´expérience même de Dieu
décrite au livre X [de las Confesiones], mais elle en est le fruit, et peut-être pourrait-on la définir
en groupant les traits essentiels relevés par le saint : un sens chrétien supérieur ou une rectitude
parfaite du jugement, selon Dieu perçu comme vivant au cœ ur et réglant les mouvements de
l´âme docile aux inspirations de l ´Esprit Saint. Telle est l´âme du livre XIII des Confessions.
(Cayré, 1951-1952 : 458-459)
491
Para las posibles interpretaciones de esta aserción, véase Verbeke, 1954: 496. Véase también Louth,
1981: 143. La idea del conocimiento personal como medio de conocimiento de Dios, en el cristianismo,
está ya en Gregorio de Nisa (cf. Nygren, 1952: II, 224).
492
Verbeke, 1954: 498-506.
407
493
Esta confusión como proceso místico de deificación, con el consiguiente peligro para la ortodoxia de
devenir en panteísmo, fue propuesta posteriormente por Guillermo de Saint Thierry, como se verá más
abajo.
494
Cf. Cary, 2000: 64. Véase, por ejemplo, Confesiones X, XXV.
495
Cf. Louth, 1981: 144-145. Véase también Agustín de Hipona, 1994: 117.
496
Ib., p. 147.
408
que tiende hacia las cosas elevadas, a Dios y a la eternidad, frente al amor hacia las
cosas inferiores, la cupiditas497 (Nygren, 1952: 35-42).
En cuanto que, en la contemplación propuesta por San Agustín, el elemento de
salvación es reducido aún más que en la mística de Plotino, algunos estudiosos han
hablado de éxtasis fallido para referirse a esta contemplación agustiniana498. Así,
Agustín parece considerar que la debilidad moral del alma –recuérdese el pesimismo
moral agustiniano- no puede alcanzar la salvación si no es por la intervención de un
mediador, Cristo499. Para Kenney, la intervención decisiva de Cristo en este proceso es
determinante en la configuración de la mística occidental: “It is here that we find what
might be called (… ) the invention of Mysticism: the annunciation of a Christian
apologetic strategy which maintains that contemplation is only a momentary vision,
never a means to salvation” (Kenney, 1997: 130).
Cristo, imagen del Padre, fundamenta la antropología agustiniana: El hombre es
imagen de Dios. Pero, ¿cómo conocerse conforme a la prescripción socrática
reformulada por Agustín en sus Soliloquios si siendo el hombre imagen de Dios, éste es
esencialmente incognoscible? La respuesta de San Agustín es clara: la mente no puede
conocerse por completo. El fondo del ser no puede ser alcanzado por el conocimiento.
Este es el sentido de la “imagen divina” en el hombre, más allá de la idea inmediata,
estática y superficial del “reflejo”. En este sentido, afirma Gilson:
497
Caritas y cupiditas tienen el mismo origen: el apetito nacido del deseo de ser feliz. Para Agustín este
deseo universal de felicidad convierte al amor en la expresión más elemental de la vida humana (Nygren,
1952: 36).
498
Cf. Kenney, 1997: 127.
499
Véase el Libro IX de La Ciudad de Dios, dedicado por completo a esta cuestión.
409
500
Op. cit., p. 224.
501
Op. cit., pp 64 y ss.
502
Ib., p. 125 y ss.
503
Véanse también los capítulos XXV y XXVI del libro X de las Confesiones.
410
504
Ib., p. 127 y ss.
505
“-Ecce, fac te invenisse aliquid, cui commendabis ut pergas ad alia? –Memoriae scilicet” (Soliloquios
I, 1). El subrayado es nuestro.
506
Véase Confesiones X.
411
2
La mística del siglo XII
El siguiente momento en el que debemos detenernos es el siglo XII507. El siglo
XII es una época especialmente compleja en la evolución de la espiritualidad occidental
determinada por un renacimiento cultural europeo que se extenderá hasta el siglo XIV.
Ya se ha visto anteriormente la importancia de la Escuela de Chartres y los Victorinos
en las diversas disputas sobre la naturaleza y alcance del alegorismo. Todas estas
cuestiones deben ser ahora abordadas desde el punto de vista de la reforma gregoriana
(1049-1123)508 que elevó el modo de vida de los monjes y sacerdotes sobre el resto de
los cristianos y reforzó la autoridad papal, como monarquía absoluta e indiscutible. La
reforma gregoriana, un movimiento encaminado a reforzar la disciplina eclesiástica y la
ortodoxia doctrinal, trajo también una mayor sensibilidad hacia los sacramentos,
entendidos como participación material y espiritual en la Iglesia como cuerpo místico de
Cristo, mediante la unificación de los ritos sacramentales bajo el ritual romano509.
Junto con el reforzamiento de la dimensión sacramental y colectiva de la
espiritualidad cristiana, la mística, en su sentido individual, sufrió una importante
modificación. Es en este momento cuando la mística adquirió una naturaleza
experiencial distinta a la planteada, también a partir de la experiencia, por San Agustín.
En el siglo XII, la experiencia mística se empieza a entender como unión con Dios, una
idea que no estaba ni en la concepción del obispo de Hipona, ni en Evagrio, ni en
Gregorio Magno. Los factores que contribuyen a formar esta idea de la unión mística,
en opinión de Mc.Guinn510, son los siguientes: la recepción de Dionisio Areopagita y
Máximo el confesor, favorecida por una lectura nueva, diferente de la propuesta por los
507
Las necesidades de nuestro trabajo nos obligan a prescindir, más allá de esta breve nota, de una figura
tan importante como Gregorio Magno, pese a la influencia decisiva de su Moralia en Job. Gregorio
Magno se inserta en la tradición de la mística de la luz, como Orígenes y Agustín. Como éste, considera
que lo que impide la perfección total de la contemplación no es el exceso de luz divina o rayo de tiniebla,
sino la debilidad moral humana que parpadea ante la luz divina. Esto no obstante, hay en la idea
gregoriana de la contemplación un aspecto terrible y oscuro –no en el sentido dionisiano- que hace que
tanto en su origen como en su final, el camino de la contemplación venga determinado por el miedo (Mc
Guinn, 2002: 101, 102). Tres son, en opinión de Gregorio Magno, las etapas de la vida contemplativa: el
recogimiento, la introversión y la contemplación. Por otra parte, remitimos a nuestro capítulo XVIII, el
análisis sucinto de las aportaciones del renacimiento carolingio, particularmente de Escoto Erigena y su
introducción de la teología apofática y, en general, del neoplatonismo de los Padres orientales. Su mayor
aportación consiste, sin duda, en su introducción y primera interpretación de la obra de Dionisio
Areopagita.
508
Sigo en este punto a Morrison, 1985: 177-193.
509
Lubac señala que es a partir de mediados del siglo XII, cuando la expresión “cuerpo místico de Cristo”
deja de referirse a la Eucaristía para pasar a definir la Iglesia (cf. Ward, 2002: 165).
412
510
Cf. Mc.Guinn, 1987: 8 y ss.
511
Sobre todo a partir del segundo tercio del siglo XII, se desarrolla una activa lectura de Dionisio que
introduce una expresión original de la doctrina del Uno y del Bien, sobre el contexto de San Agustín y
Boecio. La influencia de Dionisio genera un ambiente cósmico en el que los más etéreos conceptos
neoplatónicos introducen en los estudios teológicos un universo extraño, el de Proclo, ajeno a las
sensibilidades interiores de Agustín y su retórica espiritual: la vía negativa, la tiniebla, el Nous, la
jerarquía… El neoplatonismo dionisiano amenaza la doctrina de la Encarnación y aniquila la historia de la
salvación reduciéndola a la vuelta platónica al Uno (Chenu, 1957: 129-134).
512
La oración, desde el desarrollo de la vida monástica, se constituía como un ideal de vida de rezo
continuo, en el que a la oratio propiamente dicha, se unía la lectio y la meditatio. El conjunto de estos tres
elementos se denominaba contemplatio, sin que en este contexto tuviera, en primer término, el sentido
místico después generalizado (Leclercq, 1985: 417-423).
513
Véase Leclecq, 1985: 423-424.
413
era el paso siguiente dentro de un orden lógico que orientaba la mente hacia la
indagación de la verdad secreta de la lectura. La oración, por su parte, dirigía el corazón
del espiritual hacia Dios: la lectura y la meditación son propias de buenos y malos; la
oración introduce la humildad del alma que pide a Dios que se ofrezca al conocimiento
experiencial del espiritual. Finalmente, la contemplación consistía en una elevación
sobre sí misma de la mente, que quedaba suspendida en Dios, “al saborear los gozos de
la dulzura eterna”514.
La recepción de Dionisio, junto con las novedades antes señaladas, trae consigo
un nuevo modo de comprender la expresión de lo divino y de relacionarse con ella. Esta
novedad puede entenderse, en sentido amplio, como simbolismo. El problema
fundamental que se produce al estudiar este fenómeno –sin duda fundamental en el siglo
XII- es el de deslindar el simbolismo medieval de la construcción simbólica posterior
realizada en las estéticas modernas. Con frecuencia se ha proyectado el concepto de
símbolo decimonónico sobre el medieval, sin entender que, pese a las analogías entre
ambos, y la aparente similitud de sus definiciones, las diferencias nacen, de forma
inevitable, de la profunda diferencia entre las realidades religiosas, culturales y
epistemológicas de ambas épocas. Así, cuando Hugo de San Víctor define el símbolo
diciendo “symbolum est collatio, idest coaptio visibilium formarum al demostrationem
rei invisibilis propositarum”, advirtiendo que el símbolo es la expresión primera de una
realidad que la razón no puede conceptuar515, el lector recuerda inmediatamente las
definiciones de Kant y Goethe junto con todo el desarrollo teórico estético posterior. Sin
embargo, es necesario detenerse en las diferencias de contexto existentes entre una
época y otra, y reparar más en la distancia entre el horizonte cultural de Hugo de San
Víctor y el autor de Werther, que en la engañosa cercanía de las definiciones. En este
sentido, el símbolo medieval es un modo de acceso al misterio, desde la consideración
de que las cosas no son verdaderas en sí mismas sino en su referencia ontológica a Dios,
de tal modo que sólo son cognoscibles a partir de la iniciación mística516. En
consecuencia, existe en la lectura medieval del símbolo dionisiano, una particular
concepción religiosa del mundo y, a su vez, una visión del ser humano, producto de la
514
Véase la edición y prólogo de C. Granado del texto “Carta sobre la vida contemplativa (Escala de los
monjes)”, de Guigo II (Guigo II, 1999).
515
Cf. Chenu, 1957: 162. En este sentido, pero alterando la terminología, Ricardo de San Víctor, a tenor
de la lectura de Dionisio por medio de Escoto, contrasta dos modos de visión espiritual: la simbólica,
donde el conocimiento de las cosas invisibles se consigue a través de las imágenes presentadas como
figuras o signos; y la anagógica, que aspira a la contemplación celeste sin la mediación de las figuras
visibles, en la que el poder del símbolo escapa a todo análisis conceptual (Dronke, 1985: 45).
414
516
Op. cit., p. 175.
517
La antropología del cristianismo occidental, como se ha visto, se fundaba sobre la concepción
agustiniana del hombre como imagen imperfecta de Dios, frente a Cristo que encarna la imagen perfecta.
Agustín había roto con el neoplatonismo y con las escuelas cristianas que minusvaloraban el pecado
original. Frente a éstos, Agustín refuerza el papel de la gracia en la historia de salvación humana. El siglo
XII, por una parte, conserva la antropología agustiniana mezclada con la recepción de los Padres griegos
introducida por Escoto; pero, por otra, experimenta una profunda renovación de símbolos y valores que
presta una especial atención a la libertad en un sentido distinto al ofrecido por el pensamiento cristiano
anterior (Mc.Guinn, 1985: 312-330).
518
Ib., p. 176-177. El simbolismo introduce el valor de la desemejanza, frente a la amenaza del
antropomorfismo y la ilusión del valor de lo sensible (p. 181).
415
519
Seguimos en esta exposición a Graef, 1983: 181 y ss.
520
“Contemplation is the free, more penetrating gaze of a mind, suspended with warder concerning
manifestations of wisdom” (Ricardo de San Víctor, 1979: 23).
521
Véase Ricardo de San Víctor, 1979: 24-32, y en esta misma edición, el Libro I de The Mystical Ark.
522
Ricardo de San Víctor, 1979: 26.
416
consideración de una realidad aún más intensa de carácter celestial: la luz del cielo
compartida con los ángeles. La traslación, por su parte, se refiere al sentido profundo de
la Escritura, de tal forma que ese mismo fenómeno -la luz en el caso que nos ocupa- se
entiende como la sabiduría de Dios, en virtud de la analogía524.
En el campo de la expresión de la experiencia mística, resulta importante
advertir que es el sentido del gusto el más recurrente en el momento de expresar la
experiencia de la contemplación: así, explica que, a través del gusto, nos asimilamos
con lo que gustamos y nos hacemos uno con él. Ricardo de San Víctor ofrece
explicaciones muy detalladas del éxtasis místico al que describe como una elevación, en
la que las potencias se adormecen y, dentro de los parámetros de la mística de la luz, va
más allá de San Agustín al afirmar que la contemplación significa ver la verdad en su
pureza, sin ninguna interposición de velos525. Esto no obstante, considera que existe un
grado de perfección superior al éxtasis, que se alcanza cuando, después de éste, el alma
regresa de las alturas y, por medio de la compasión para con el prójimo, se entrega al
apostolado y a la misericordia526. De esta forma, Ricardo de San Víctor, no sólo enlaza
la vida contemplativa con la activa, sino que sostiene la dimensión colectiva que la
mística cristiana –especialmente en Occidente- tanto se había esforzado en mantener.
En la obra mística de Ricardo de San Víctor, como ya se ha dicho, se desarrolla
un esfuerzo notable por renovar los parámetros del lenguaje erótico como expresión de
la unión mística. Este interés casi obsesivo por el erotismo, que alcanzará su más honda
expresión en la obra de San Bernardo de Claraval, no es ajeno al desarrollo de la teoría
del amor cortés dentro de la poesía profana. La tensión entre el erotismo místico y el
erotismo humano marcado por la influencia de Ovidio no puede evitar los
desplazamientos de un campo a otro y la creación de un juego de reflejos y
correspondencias que no debe ocultar, sin embargo, sus obvias diferencias527.
La comprensión del amor cortés y la del amor espiritual de carácter místico,
como dos visiones opuestas y enfrentadas de amor, derivan de un único concepto del
amor, entendido como tal en la Edad Media, frente a la contraposición de los dos
amores existentes en el pensamiento de Platón.
523
Ricardo introduce así el concepto dionisiano del “no saber” (op. cit., pp. 33 y 43).
524
Cf. Ricardo de San Víctor, 1979: 15.
525
Op. cit., p. 186.
526
Ib., p. 188. En la espiritualidad española del siglo XVI, esta comprensión misericordiosa como grado
posterior al éxtasis puede verse en Subida delMonte Sión (Laredo, 1998: 266-272).
527
Sobre esta cuestión, véase Javelet, 1968: 309-336.
417
528
Seguimos en el desarrollo de esta cuestión a Agamben, 2001: 139 y ss.
529
Op. cit., p. 112.
530
Para el uso de esta imagen en Ricardo de San Víctor y su relación con la función de la imagen
visionaria en su pensamiento místico: Ricardo de San Víctor, 1979: 20 y ss.
531
Agamben, 2001: 149-151.
418
Para los defensores de esta teoría, existe una profunda y oculta identidad entre el amor a
sí y el amor a Dios. Esta teoría, defendida, no sin contradicciones, por Hugo de San
Víctor (en De Sacramentis) y San Bernardo (en De diligendo Deo)532, será
sistematizada y perfeccionada por Tomás de Aquino533.
La corriente extática sostiene que el amor será más perfecto cuanto más sitúe al
sujeto fuera de sí mismo, a partir de una esencial dualidad de términos, resultado de una
concepción personal del amor. En el caso de Ricardo de San Víctor, uno de los más
claros ejemplos del amor extático, el místico sorprende al utilizar una expresión tan
novedosa como “caridad violenta” para referirse al amor místico –el alma arde y se
duele de la herida de amor-, porque se trata de una expresión ajena al Cantar de los
Cantares y al neoplatonismo cristiano534. Esta “caridad violenta”, según Ricardo de San
Víctor, se despliega en cuatro grados: Amor vulnerans insuperabilis, Amor ligans
inseparabilis, Amor languens singulares, Amor insatiabilis. La violencia es
consecuencia de la salida de sí, al encuentro de sus apetitos, del modo en que los
tiraniza, y por parecer no quedar saciado sino con la aniquilación del sujeto que ama,
por su absorción en el objeto amado (Rousselot, 2004: 44-45).
La concepción extática del amor es resistente a cualquier intento de
sistematización rigurosa. No obstante, es posible apuntar una serie de rasgos
característicos: en primer lugar, la dualidad del amante y del amado. Los defensores del
amor extático consideran que la unidad, propia de la concepción física, desemboca en el
egoísmo, no merecedor del nombre de amor. En segundo lugar, la violencia del amor.
En la corriente física, el amor consistía en la búsqueda del bien propio; en la extática, el
amor es herida, desmayo, muerte, siempre deseables. La audacia de la metafísica del
amor extático lleva incluso a sostener que Dios no es ajeno a la violencia del amor, que
sufre sus heridas. En tercer lugar, la irracionalidad del amor. Irracional quiere decir aquí
poco racional, imprudente, precipitado, y desconocedor del orden natural esencial. En
consecuencia, el amor extático es hasta cierto punto igualitario, o al menos, tiende a
serlo. Por último, el amor extático es un fin en sí mismo. Es posesivo y se entiende
como disfrute de Dios535.
Pero, pese a estos rasgos del amor extático, debe recordarse que para Ricardo de
San Víctor, el amor divino no termina con las bodas sino que, superado el éxtasis y la
532
En los Sermones sobre el Cantar, se mostrará partidario de la teoría extática.
533
En la explicación de las corrientes física y extática del amor medieval, seguimos a Rousselot, 2004.
534
Cf. Mc.Guinn, 1992: 212-213.
535
Cf. Rousselot, 2004: 119-163.
419
muerte espiritual, concibe y renace con Cristo para, de acuerdo con los postulados sobre
la caridad expresados más arriba, seguir su fructífero trabajo en el mundo, al servicio de
los demás536.
Junto con los teólogos de San Víctor, son los cistercienses, particularmente
Bernardo de Claraval y Guillermo de San Thierry los principales renovadores del
lenguaje místico en el siglo XII. Los cistercienses serán decisivos en la nueva
orientación de la vida mística, que pasa de hacer referencia a la vida espiritual de la
comunidad cristiana a dirigirse a la vida monástica. De este modo, la idea general de la
mística que había prevalecido en el cristianismo occidental desde Ambrosio, Agustín y
Gregorio Magno se abandona en favor del monacato concebido como nueva elite
espiritual 537 y de un modo de vida regido por las estrictas reglas cistercienses cuya cima
se considera la unión mística538. Esta tendencia, que prima la vida monástica frente a la
vida secular, perdurará hasta el siglo XIII, en el que empezará a cambiar la actitud de la
Iglesia. El cambio se consolidará en el siglo siguiente cuando místicos como Eckhart,
frente al elitismo monástico de la etapa anterior, afirmen que Dios puede encontrarse
directa y decisivamente por cualquiera y en cualquier parte539.
Por otro lado, junto a este carácter de la mística reservado al monacato, se
imponen en el ámbito monástico una nueva serie de formas de comprensión del
fenómeno místico que perdurarán hasta el esplendor de la mística española del siglo
XVI. Dos son las pautas fundamentales de esta nueva actitud: la orientación
experiencial y erótica del lenguaje místico y la exaltación de la trascendencia divina,
con especial hincapié en la incognoscibilidad de Dios. Veamos estos elementos
detenidamente.
La naturaleza experiencial de la mística ya había sido establecida en occidente,
frente al enfoque teórico oriental, por Agustín en sus Confesiones. San Bernardo, desde
los presupuestos del amor extático, predominantes en la etapa de los Sermones sobre el
Cantar de los cantares, ahonda en esta dimensión agustiniana, tanto en su aspecto
individual como colectivo –entendida la Iglesia como cuerpo de Cristo-. En sus
Sermones sobre el Cantar de los cantares, afirma la existencia de tres grados de
experiencia: la experiencia del pecado y de la lejanía de Dios; la experiencia de Cristo y,
536
Op. cit., p. 214. Véase también Ricardo de San Víctor, 1979: 9.
537
Cf. Mc.Guinn, 1996: 197-198.
538
Cf. Gilson, 1940: 16. Sobre la tremenda influencia de Bernardo de Claraval en la vida de la Iglesia de
su tiempo, véase Egan, 1991: 166 y ss.
539
Mc.Guinn, 1996: 199.
420
540
Cf. Mc.Donnell, 1997.
541
Cf. Mc.Guinn, 1996: 214-218.
542
En esta exposición del amor cristiano en Bernardo de Claraval, seguimos a Gilson, 2004: 261-272.
421
543
El concepto de participación será fundamental en la elaboración física tomista del amor.
544
El siglo XII vive una resurrección del pensamiento origenista, especialmente activo en la obra de
Bernardo y Guillermo de San Thierry. Sobre esta cuestión, véase Pelletier, 1989: 346-347.
545
La influencia de Dionisio en el ámbito cisterciense es difícil de precisar. Dice Gilson que no es
detectable su influencia en el estilo de Bernardo ni en su terminología, aunque sí conocía la traducción de
Máximo realizada por Erigena (Gilson, 1940: 25).
546
Cf. Dawson, 1954: 104.
422
547
Cf. Egan, 1991: 167.
548
Cf. Dawson, 1954: 109.
549
Gilson, 1940: 26-27.
550
Cf. Gilson, 1940: 27.
551
Cf. Deblaere, 1983: 91-92. La defensa desde la mística de un ámbito de conocimiento, determinado
por la experiencia y la fe, más amplio del que a través de la razón pueda articularse, abrió un fuerte debate
en el siglo XII. Bernardo y Guillermo se enfrentaron a las teorías racionalistas de Pedro Abelardo. Se
originaba así una oposición, creciente en siglos posteriores, entre el acercamiento especulativo que abría
423
el discurso teológico a la posibilidad del progreso y la corriente mística que planteaba un modo distinto de
conocimiento de Dios (Pelletier, 1989: 348).
552
Egan, 1991: 168.
553
Guillermo de San Thierry, al igual que ya ocurriera con Gregorio de Nisa, basa su idea de la
incognoscibilidad de Dios en Éxodo 33,20 (Pelletier, 1989: 350).
554
Pelletier, 1989: 351.
555
Cf. Pelletier, 1989: 352-353.
556
El nuevo peso de la experiencia personal y la exégesis mística como ejercicio de introspección hacen
que Guillermo cambie la lectura moral de determinados pasajes realizada por Orígenes por una
interpretación psicológica, más ajustada a las exigencias de su época, como ocurre, por ejemplo, con la
interpretación de la imagen de la “bodega” del Cantar, leída ahora en el sentido de las pruebas de amor
que también aparecen en la literatura erótica no religiosa de la época (cf. Pelletier, 1989: 344).
557
Cf. Pelletier, 1989: 355-256.
424
3
La mística del siglo XIII
El siglo XIII es una época de esplendor de la cultura cristiana. Dominicos y
franciscanos elaboran, desde diferentes puntos de vista, un nuevo discurso teológico que
abre nuevas posibilidades expresivas del fenómeno místico. A partir de 1200, las formas
del lenguaje místico se hicieron más diversas, con la incorporación de las lenguas
vernáculas y la aparición de nuevas formas de representación de la experiencia mística.
En estos años se producen, en opinión de Mc.Guinn, tres modos de apropiación
del sentido de la fe: el monástico, el escolástico y el vernáculo. El primero se sirve en su
expresión del comentario bíblico, del tratado y del sermón retórico; el segundo
desarrolla los modelos expresivos de la lectio, la questio, la disputatio y la summa; por
último, el modo vernáculo –a veces traducido posteriormente al latín- presenta más
dificultades a la hora de determinar sus géneros y modos de expresión. Abundan en él
las hagiografías, las descripciones de visiones, bien de forma autónoma, bien
incorporadas a las hagiografías o incluso a diarios espirituales. También son frecuentes
las prosas dialogadas y la poesía558.
La Escolástica, con la figura central de Santo Tomás de Aquino, impone la
metodología de un pensamiento especulativo, de raíz aristotélica, que no renuncia, sin
embargo, a la influencia platónica559. Como dice Cousins, se trata de un siglo en el que
la espiritualidad y la especulación avanzan unidas, creando un sistema especulativo en
el que la espiritualidad no esta separada del saber teórico560. La conciliación entre la
mística y la Escolástica será particularmente fecunda en la obra de San Buenaventura.
Los franciscanos aportan no sólo una nueva visión de la afectividad cristiana y
un nuevo sentimiento de la naturaleza, sino también una devoción más profunda por el
cuerpo sufriente de Cristo, interés que heredan de los cistercienses del siglo anterior y
que pasa a un lugar central de sus reflexiones teológicas. La presencia constante del
cuerpo de Cristo y del dolor físico de la pasión en el pensamiento franciscano trae al
pensamiento teológico la posibilidad de desarrollarse en nuevos horizontes conceptuales
más concretos, determinados por la presencia del cuerpo como espacio físico capaz de
558
Cf. Mc. Guinn, 1996: 205-208.
559
Tomás de Aquino, a diferencia de lo que después ocurriría en el neoescolasticismo, no es un pensador
aristotélico fuera del neoplatonismo general de la teología medieval, sino más bien un neoplatónico
aristotelizado (Hankey, 1997: 63 y 67).
560
Cf. Cousins, 1978: 1-2.
425
encarnar las exigencias alegóricas del discurso místico561. Esta orientación reforzará,
especialmente en el primer franciscanismo, la corriente extática del amor divino562.
La triple acepción espiritual del cuerpo de Cristo –histórico, sacramental y
eclesial- sufre en este momento una profunda mutación. Como dice Certeau563, la
división de carácter temporal entre el cuerpo histórico de Cristo, por una parte, y el
cuerpo sacramental –Eucaristía- e institucional –Iglesia-, por otra, cede, en el siglo XIII,
a una nueva distribución que atiende, no tanto a la disposición temporal, cuanto a la
naturaleza funcional de estas acepciones. De este modo, las dimensiones histórica y
sacramental se despliegan como funciones, frente a la dimensión eclesial, que se
comprende como efecto de las anteriores. El cuerpo histórico se entiende como un
código legislador que funda la exégesis de su oculta productividad; el cuerpo
sacramental se concibe como un signo: la celebración comunitaria apunta a la
generación de efectos espirituales (la salvación y la gracia), que constituyen la vida real
de la Iglesia; ésta, por su parte, se configura como cuerpo místico en devenir, que se
articula sobre el cuerpo escriturario y la Eucaristía.
Por otra parte, el siglo XIII iniciará una serie de reflexiones sobre la Trinidad
que serán fundamentales en el desarrollo de la mística occidental de los siglos
siguientes. Con excepción de De Trinitate del Agustín tardío564, la teología occidental,
frente a la griega, había indagado poco en el misterio de la Trinidad. Ahora, San
Buenaventura -y al final del siglo, y en sentido contrario, Eckhart- entre otros teólogos,
iniciará una serie de estudios sobre esta cuestión que se prolongarán en el siglo
siguiente, especialmente en la mística de Ruysbrueck.
Del complejo y extenso pensamiento tomista, nos interesa tocar muy brevemente
su concepto físico del amor, la noción de la expresión mística y sus reflexiones en torno
a la interpretación alegórica de la Escritura. A ella nos hemos referido en páginas
anteriores, al recordar cómo contribuyó al liquidar el universo alegórico neoplatónico
que se había extendido a lo largo del siglo XII. Ahora debemos ver cómo en la
destrucción de las teorías medievales del alegorismo universal, Santo Tomás de Aquino
se sirvió de la teología negativa de Dionisio e incluso de Proclo. Como afirma Hankey,
561
La predilección franciscana por la pasión de Cristo pasará a la Devotio moderna y de ahí influirá en la
literatura espiritual española del siglo XVI, especialmente en Bernardino de Laredo (cf. Cuevas, 1972:
183-184).
562
Cf. Rousselot, 2004: 127.
563
Cf. Certeau, 2002: 111-114.
564
De Trinitate se escribe entre 400 y 416.
426
ningún teólogo medieval fue más dionisiano que Santo Tomás565, pese a su
identificación general con las teorías de Aristóteles y pese a la inversión del
pensamiento dionisiano que el tomismo realiza al colocar el ser por encima del bien en
el orden divino. En sentido contrario, es reseñable el hecho de que, en alguna ocasión, la
influencia de Dionisio pesara más que el sentido literal de los textos bíblicos566, en la
interpretación tomista de la Escritura, lo que suponía una seria contravención de los
presupuestos aristotélicos567.
La presencia de Dionisio en Tomás de Aquino afecta a su concepción general
del lenguaje. Dionisio se había servido de la vía apofática para distanciarse de las tesis
plotinianas que situaban a Dios –el Uno- más allá del ser. El dilema que se presentaba
ante Dionisio era el siguente: Si el Dios de las Escrituras se identificaba con el Ser, éste
resultaría inferior al Uno de los neoplatónicos. Dionisio intentó escapar de la
encrucijada neoplatónica afirmando que el ser es la teofanía del Uno -el bien-.
Santo Tomás, por su parte, recibe a Aristóteles cuya metafísica permite
identificar a Dios con el Ser supremo. Pero también se sirve de Dionisio al hablar de las
ideas divinas. El problema que se plantea al Aquinate ya no cuestiona la relación entre
Diso como Ser supremo y el Uno neoplatónico, extendido más allá del Ser. Ahora, el
problema se plantea frente al panteísmo: la necesidad de distanciar a Dios de los
Universales y de la propia naturaleza, esto es, de ensanchar hasta el infinito la distancia
abierta entre el Ser supremo y los grados inferiores del ser, sin romper la analogía.
Tomás parece decir, en línea con el pensamiento dionisiano –Libro V de Los
nombres divinos-, que cuando las ideas divinas se consideran con relación a las cosas
creadas se ven como existentes. Así, se establece la relación entre los seres creados y
sus ejemplares de tal modo que éstos se ubican en el Ser divino, aunque separados de
Él568.
El problema radica en la determinación de la naturaleza de los nombres de Dios.
Se trata de una cuestión fundamental para la delimitación de las posibilidades del
lenguaje y del juego de la analogía que afecta fundamentalmente a la construcción y
565
Hay que recordar que Eckhart, el mayor representante de la teología negativa medieval, también
pertenecía a la orden de los Dominicos y que, probablemente, fuera también discípulo del maestro de
Tomás de Aquino, San Alberto Magno.
566
Cf Hankey, 1997: 63. En concreto se refiere este autor a la interpretación del pasaje sobre los serafines
recogido en el libro de Isaías.
567
En realidad, Tomás de Aquino fue muy conservador como exégeta bíblico. En opinión de Lubac y
Hankey, Santo Tomás no consideró el sentido literal como el más alto de los sentidos de la Escritura,
sino, al igual que la hermenéutica bíblica anterior, como una base para los sentidos espirituales superiores
(Hankey, 1997: 64).
427
568
Cf. Ewbank, 1990: 84-86.
569
Cf. Andía, 2001: 63-64.
570
Sigo la argumentación de Andía, en Andía, 2001: 46 y ss.
571
La imagen estaba en Platón, y será también empleada por Proclo y Gregorio de Nisa (Andía, 2001:
46).
428
572
Andía, 2001: 64.
573
Ib. p. 70.
574
Cf. Turner, 2002: 18.
429
575
En nuestra exposición de los tres movimientos de la contemplación dionisiana, adoptada por Tomás de
Aquino, seguimos a Krynen, 1990: 17-24.
576
Del primero toma fundamentalmente la idea expuesta en Metafísica de que el mundo desea a Dios
(Roussselot, 2004: 84); del segundo, la sentencia “El amor es una fuerza unitiva y coercitiva” y, en
general, las ideas en torno al amor universal a Dios expuestas en el capítulo IV de Los nombres divinos
(Rousselot, 2004: 85).
577
Laredo recoge, no sin vacilaciones, esta dimensión afectiva del amor en Subida del Monte Sión:
“Donde es de notar que el alma que desea infundirse y transformarse en el abismo y infinito amor
increado es menester ser trasmudada en amor y que este amor vaya al centro donde salió, es a saber, a su
Dios” (Laredo, 1998: 241). Laredo, que anteriormente ha señalado que este amor no crece por las
criaturas sino por afectividad, emplea para significar esta unión una imagen bien querida de Eckhart: la
“gota de agua infundida en un desmedido mar” (op. cit., p. 240). .
430
El siglo XIII ahonda en la idea de la unión como fusión, incluso como identidad
de Dios con el alma. La dimensión afectiva de la unión espiritual se impone sobre la
intelectual. La profundidad de este pensamiento y las consecuencias que de él podían
derivarse no tardaron en tropezar con la ortodoxia eclesiástica. A finales del siglo, los
trabajos de Eckhart serían condenados por este motivo; en el siglo siguiente, esta
concepción de la unión mística daría lugar a numerosas herejías.
El caso de San Buenaventura dentro de la ortodoxia, y el de Eckhart en los
límites de la misma quizá sean los casos más representativos de la literatura mística de
este siglo.
San Buenaventura (1217-1274) comprendió la fuerza y las posibilidades de la
espiritualidad cristocéntrica franciscana y la desarrolló en el marco de la reflexión
trinitaria. Su obra integró a los Padres griegos acaso con más profundidad que los
autores de su época –especialmente en lo referente a su idea de la Trinidad-, sin
prescindir por ello de la influencia de Agustín, Dionisio, Anselmo, Bernardo y Ricardo
de San Víctor578. La reflexión de Buenaventura sobre las vías afirmativa y negativa se
hace eco de dos tradiciones: la franciscana, centrada en la figura de Cristo,
especialmente en su naturaleza humana y en la Pasión579; la adaptación medieval de
Dionisio, con su jerarquía de las contemplaciones de Dios, desde los más bajos vestigios
en los objetos materiales hasta las más altas imágenes de Dios en el alma. La teología
catafática de Buenaventura reconstruye el Libro de la Creación, junto al que sitúa la
Escritura y el Libro de la Vida, esto es, la naturaleza humana de Cristo, en la que no
sólo Dios se revela sino que produce la redención y la salvación. Junto a estas dos,
aparece la tradición apofática. El conocimiento teológico desemboca en el “no saber”.
Esta transición hacia la vía negativa tiene también su vehículo en Cristo, en la paradoja
de su pasión y muerte580.
Antes de estudiar la mística del cuerpo de Cristo y su dimensión trinitaria en el
lenguaje espiritual de San Buenaventura, es necesario hacer ciertas precisiones sobre la
naturaleza del Libro de la Creación y su relación con la Escritura y el Libro de la Vida.
La teología afirmativa de Buenaventura asevera de tal modo la presencia inmanente de
578
Sobre las influencias en el pensamiento de San Buenaventura y las etapas de su obra, véase Cousins,
1978.
579
Buenaventura desarrolla la asociación franciscana del árbol de la vida con la cruz de Cristo e incluso la
del árbol de la vida con el vino, a partir de Jn. 15, 5 (Hatfield, 1990: 141). En el Prólogo al Itinerario del
alma a Dios, afirma que no hay otro camino que el ardiente amor al Crucificado (Buenaventura, 1956:
31).
580
Cf. Turner, 2002: 22-23.
431
Dios en las criaturas que puede comportar, si no se establece algún tipo de restricción, la
posibilidad, tan temida en la época, del panteísmo. Este es un problema consustancial a
la teología catafática y recurrente en la historia del pensamiento teológico de la Iglesia.
En el siglo XIII, Tomás de Aquino había recurrido a la teología negativa de Dionisio
para intentar atajar las corrientes panteístas que el alegorismo universal de carácter
neoplatónico desarrolladas en el siglo anterior.
Buenaventura también se enfrenta a esta cuestión desde diversos puntos de vista.
Por una parte recurre, al igual que Santo Tomás, a la teoría de la participación por la que
la semejanza de las criaturas supone sólo una analogía, en el orden de la ejemplaridad –
este término será esencial en la espiritualidad de Buenaventura- que se realiza de modo
distinto en el vestigium –la naturaleza- que en la imago –el ser humano-581. Esta
diferencia, esencialmente agustiniana, se reviste en su obra con las características
propias del cristocentrismo y la perspectiva trinitaria anteriormente aludidos. El vestigio
lleva la impronta de la verdad, la unidad y la bondad divinas. Tales rasgos habilitan al
Libro de la Creación dispuestos para ejercer una función mediadora de primer grado
entre Dios y el hombre582. Así, en El itinerario del alma a Dios, San Buenaventura
afirma que el hombre descubre en la naturaleza las huellas divinas como a través de un
espejo 583. Es éste el primer grado de la contemplación espiritual. Sin embargo, la lectura
del Libro de la Creación es insuficiente por culpa del pecado. Por eso Dios ha dado otro
libro al hombre, la Escritura. Pero es el Libro de la Vida, Cristo, el que es la fuente y
explicación de los otros dos. Es el Logos el que restituye la capacidad humana para leer
el libro de la Creación584.
El siguiente grado de la contemplación, en consecuencia, no se produce por el
tránsito por el macrocosmos, sino por la introversión en el microcosmos. Es ahora
cuando debemos analizar la antropología de Buenventura, el cristocentrismo franciscano
de su pensamiento y su concepción del lenguaje. La imagen de Dios en el centro del
alma revela la más profunda realidad humana. Pero esta realidad íntima tiene no sólo
una dimensión individual, sino que es esencialmente colectiva: se refiere al ser de la
humanidad en su conjunto. El carácter genérico de la imagen requiere, conforme a los
postulados metafísicos de la época, la presencia de un “ejemplar” de la imagen. Para
581
Cf. Castillo Caballero, 1974: 231-234.
582
Op. cit., p. 191.
583
Ib., p. 192.
584
Cf. Cousins, 1992: 246-247.
432
585
Cf. Delio, 1999. Seguimos a Delio e nuestra reflexión sobre Cristo y la Trinidad en Buenaventura.
586
Cf. Cousins, 1992: 240-243.
587
En la mística de Buenaventura se advierte de la posibilidad de un grado ulterior, la contemplación de
Dios supra nos (Castillo Caballero, 1974: 193).
588
Eckhart nace en torno a 1260 y muere en 1327.
433
589
Las primeras acusaciones de herejía le llegan un año antes de su muerte en 1326. Eckhart intentó
apelar al Papa y acudió a Aviñón en 1327. En 1329, Juan XXII promulga “la bula In agro dominico
contra Eckhart en la que se declaran heréticas 17 sentencias del Maestro y 11 sospechosas de herejía”
(Haas, 2002: 19).
590
Cf. Eckhart, 1981: 24-25.
591
Eckhart, 1981: 29.
592
Sigo en esta exposición de la analogía a Eckhart, 1981: 30-37.
434
Las conclusiones que extrae de este razonamiento son las siguientes: en primer
lugar, las criaturas no son nada en sí mismas, pero ellas poseen todo su ser en el ser
divino; la relación de éstas respecto a Dios no es una relación de referencia, como
ocurre en el tomismo, sino de dependencia dinámica: “la criatura pende de la dadiva
divina de ser” (Haas, 2002: 66)593. Esta idea, que es una clara apertura al panteísmo, en
cuanto que si las criaturas no son nada, hay que concluir que todo es Dios, fue una de
las causas de su condena en Aviñón.
En segundo lugar, Eckhart describe a Dios como la existencia en las cosas.
Eckhart defiende este extremo de las sospechas de panteísmo proclamando la absoluta
trascendencia de Dios.
Por lo que se refiere a la predicación, Eckhart se aparta de Tomás por cuanto
éste había observado que la pluralidad de los atributos divinos se basaba en la
inagotable riqueza de la esencia divina y en nuestro propio modo de comprender;
Eckhart, por su parte, sostiene que la pluralidad –e incluso parece incluir aquí a la
misma Trinidad- procede solamente de la pobreza de nuestra concepción de Dios.
La antropología mística de Eckhart nace de esta concepción de Dios que reduce
a la nada a las criaturas. El dominico parte de la diferencia paulina entre el hombre
interior y el hombre exterior, pero no en el sentido de identificar el interior con el
espíritu y el exterior con la carne. Para Eckhart, el hombre exterior es el que sólo ve a
las criaturas como criaturas; el hombre interior, por el contrario, percibe el don de Dios
en éstas, incluso, en su mayor hondura es capaz de percibirlas no como meras criaturas
contingentes, o como don de Dios, sino como eternas594.
Hay por tanto un doble movimiento de la divinidad en el proceso espiritual del
místico: por una parte un movimiento expansivo por emanación en el que Dios deviene,
cuando todas las criaturas pronuncian a Dios; hay después, un movimiento de
593
Es fácil encontrar un estrecho paralelismo entre este concepto de la dependencia del ser de las criaturas
respecto del ser de Dios en Eckhart y la afirmación heideggeriana de que “el ser se da” y su asistencia al
ente.
594
Eckhart, como ya hiciera Ricardo de San Víctor en su lenguaje místico, expresa esta idea a través del
sentido del gusto: “todas las criaturas saben como criaturas, (… ) como vino, pan y carne”, mientras que
para el hombre interior, las criaturas no saben como tales sino “como don de Dios”. Y al “hombre más
interior” le saben incluso no como dones de Dios sino como eternas” (Haas, 2002: 77). “Aquellos que
llegan a conocer al Dios desnudo, conocen a la vez junto con Él a todas las criaturas” (cf. op. cit., p. 125).
De esta exposición podría deducirse que la concepción del hombre en Eckhart no es doble –el hombre
exterior e interior- sino triple: el hombre exterior, interior y más interior. Quizá del desarrollo de esta
posibilidad, Tauler concibiera su triple concepción antropológica.
435
Por eso ruego a Dios que me libre de “Dios”, porque mi ser esencial está por encima de
Dios, en cuanto entendemos a Dios como origen de las criaturas. Pues, en aquel ser de Dios
donde Dios está por encima del ser y de la diferencia, ahí estuve yo mismo, ahí quise que fuera
yo mismo y conocí mi propia voluntad de crear a este hombre [a mí].
(Haas, 2002: 120)596
595
“La parte que les toca de Dios a las criaturas es su sed, su búsqueda de Dios: piden todas entrar otra
vez allí de donde emanaron” (Cf. Haas, 2002: 102).
596
El fragmento citado pertenece a Tratados y Sermones 691s.
597
Cf. Haas, 1987: 148-149 y 2002: 26.
436
proceso sin fin de dejar de ser, de des-devenir598. Este proceso sin fin, en el contexto de
la teología negativa de Eckhart, podría asociarse al concepto de epéctasis de Gregorio
de Nisa. Hay ciertamente notables puntos de contacto: la vía apofática, el hecho de
tratarse de un movimiento sin fin y, entre otros, la idea de que la emanación y el des-
devenir no son considerados como términos sucesivos, sino que se trata de una
experiencia unitaria, indiferenciada599. Pero quizá sea también oportuno encajarlo
dentro de la “teología de la imagen” desarrollada por sus precedentes directos, los
místicos medievales.
En consecuencia, habría que concluir que el fondo del alma, lugar en el que se
produce la más alta experiencia mística, que en Eckhart supone la deificación a través
del segundo nacimiento en la imagen ejemplar -el Logos, más que el Cristo histórico-,
no es un lugar, ni siquiera en sentido alegórico, puesto que lo que se designa con la
expresión “fondo del alma” no es un espacio sino una relación, un logos en una de las
acepciones más remotas que ofrece su sentido etimológico; una relación que, como dice
Haas, es la más profunda y espiritual entre Dios y el hombre, por la que éste participa en
el ámbito divino600.
4
La mística del siglo XIV
Frente al esplendor del pensamiento cristiano de los siglos XII y XIII y de la
Iglesia institucional, el siglo XIV abrió una enorme crisis en la vida de la Iglesia, en su
sentido más amplio, que desembocó dos siglos más tarde en la Reforma luterana y la
Contrarreforma católica601. Esta crisis general afectó particularmente al papado que,
desplazado a Aviñón desde 1309 hasta 1377 –“la cautividad de Babilonia”-, se vio
preso de los intereses de Francia e inmerso en las luchas de sucesión al trono imperial
alemán. Como consecuencia de estos acontecimientos, la autoridad terrenal de los papas
se derrumbó junto con su prestigio602.
598
Cf. Haas, 2002: 30-42.
599
Sobre la naturaleza de este “traspaso” cf. ib., pp. 120-122.
600
Op. cit., p. 63.
601
Sobre los cambios religiosos en el periodo comprendido entre los siglos XIII y XV, véase Certeau,
2002: 114-121.
602
También se vio disminuida la autoridad de los emperadores cuyas luchas internas habían hecho perder
la confianza de los alemanes en su capacidad para poder mantener el orden y la paz en el imperio.
437
603
Véase el prólogo de T. H. Martín a las Obras de Tauler, cf. Tauler, 1984: 77-80.
604
Numerosas sectas heréticas surgieron a la sombra de esta espiritualidad personal y al rechazo de la
Iglesia institucional. Acaso la “Secta del Espíritu libre” sea una de las más representativas de la
sensibilidad religiosa de la época: rechazaban la mediación sacramental de la Iglesia; su autoteísmo les
hacía confiar en la plena identificación con Dios en la Tierra, incluso en que esta identificación pudiera
ser duradera (cf. Ruysbroeck, 1985: 5-6). En un ámbito ortodoxo, es destacable el grupo de los “amigos
de Dios”, formado sobre todo por monjas dominicas, bajo la influencia de Eckhart y Tauler (cf. Tauler,
1984: 80-82).
605
Cf. Ferguson, 1962: 344.
606
Sobre esta cuestión y su impacto en la Iglesia del siglo XIV, véase Dawson: 1954.
607
Cf. Ferguson: 1962, 338-340.
438
608
Por cuestiones relativas al objeto estricto de este trabajo -la alegoría y no, particularmente, la mística-,
y a su metodología hermenéutica y retórica, debemos dejar a un lado el importante fenómeno de la
mística femenina de este siglo. Esto no obstante, es necesario recordar algunas de las peculiaridades de la
mística femenina medieval. La devoción femenina medieval estaba más determinada por el ascetismo y la
penitencia que la masculina. Quizá esta circunstancia hizo que la espiritualidad en los conventos de
monjas y en las comunidades piadosas fuera más propensa al misticismo y a las experiencias
extraordinarias asociadas, en ocasiones a éste, que en los conventos masculinos; la literatura mística
femenina refiere todo tipo de episodios de levitación, aparición de estigmas y visiones. Por otra parte, la
escritura femenina suele tener un tono afectivo más intenso que la masculina. La poesía mística femenina
reelabora a su modo los temas místicos propuestos por los espirituales masculinos, desde una visión más
intensa del erotismo, haciendo hincapié en la imagen doliente del cuerpo de Cristo y en el misterio de la
Eucaristía. Por último, algunos estudiosos de la mística femenina medieval han apuntado algunos rasgos
particulares de carácter regional: así, las místicas germánicas suelen ser de procedencia aristocrática, y
estar dedicadas a la vida contemplativa, con frecuencia en conventos apartados en zonas rurales. Las
contemplativas del sur, particularmente las italianas, suelen proceder de las incipientes clases medias de
la época; se desenvuelven en espacios urbanos y combinan la vida activa, sobre todo el ejercicio de la
caridad, con la vida contemplativa (cf. Bynum, 1987: 131-139).
609
Las fuentes de Ruysbroeck no están claras. Henry sostiene que debía haber leído al pseudo Dionisio,
tal vez a Gregorio de Nisa y a Juan Damasceno. Es muy dudado que conociera a Mario Victorino, pese a
las notables afinidades entre ambos. Los elementos neoplatónicos de su doctrina parecen derivar de
Plotino -cuyas Enéadas probablemente no pudo leer- más que de Dionisio, inspirado por Proclo (Henry,
1951-1952: 337).
610
Cf. Ruysbroeck, 1985: 7. Sigo el prefacio y la introducción de esta edición de la obra de Ruysbroeck a
cargo de L. Dupré y J. A. Wiseman respectivamente, en la exposición de su pensamiento místico.
611
Mt., 25, 6.
439
El Libro II de Las bodas espirituales describe las tres formas de venida de Cristo
a la vida interior612. La primera venida se produce en el lado afectivo de nuestra
naturaleza y se caracteriza de cuatro formas: las tres primeras consisten en un aumento
de las experiencias de consolación y alegría en Dios, mientras que la cuarta es un estado
de vacío y desolación que, por la práctica de la virtud, se convierte en “vino eterno”.
Ruysbroeck ilustra estos cuatro estados por medio de una alegoría del sol y los efectos
de su calor sobre la tierra, desde el final de la primavera hasta el comienzo del otoño613.
La segunda venida del esposo es representada por una imagen distinta.
Ruysbroeck abandona la alegoría del sol y las estaciones, y recurre a la imagen, de
larguísima tradición mística, de la fuente de agua de la que surgen tres corrientes,
correspondientes a cada una de las potencias del alma: la primera alcanza la memoria,
llevándola a un estado de simplicidad más allá de las distracciones sensibles; la segunda
ilumina el entendimiento para que la persona pueda percibir algo de la naturaleza de
Dios y de los atributos de las personas de la Trinidad614; la tercera afecta a la voluntad e
impele a la persona a salir de sí hacia el amor de Dios.
En la tercera venida, Ruysbroeck retiene la imagen del agua como una vena
subterránea que alimenta la fuente y las tres corrientes anteriores. Incluso en el examen
de esta última etapa o venida del esposo, el místico sigue usando el término “toque”,
como contacto más profundo en el que tanto Dios como el alma están heridos de amor.
La diferencia entre la segunda venida, en la que el alma podía acceder al
conocimiento de los atributos divinos en sus tres personas, y esta tercera venida, en la
que siguiendo con la alegoría de la fuente, ya no se habla de tres corrientes, sino de un
manantial único y subterráneo que las alimenta, podría hacer pensar al lector que
Ruysbroeck comparte con el Maestro Eckhart la idea de que existe un Dios unitario,
oculto e inasible, más allá de la Trinidad. Dupré considera, sin embargo, que a
diferencia de Eckhart, Ruysbroeck entendió que Dios es esencialmente dinámico y
nunca permanece retirado en la oscuridad. Así, el silencio divino está preñado del
Verbo, de tal modo, que el contemplativo, cuando alcanza “el silencio oscuro” del
612
Cf. Ruysbroeck, 1985: 12 y ss.
613
Ruysbroeck enriquece su alegoría con una referencia zodiacal, quizá algo desconcertante en un místico
cristiano, al advertir que este periodo alegórico corresponde a los signos de Géminis, Cáncer, Leo, Virgo
y Libra (op. cit., p. 13).
614
Ruysbroeck distingue con nitidez entre la esencia unitaria de Dios y sus múltiples atributos que
connotan la actividad de Dios como creador, y están tomados de las criaturas. A través de ellos nos
elevamos a Dios. La esencia de Dios, por el contrario es incognoscible, pura simplicidad inefable, carece
de modos y nombres. La esencia de Dios solo puede ser alcanzada por la vía negativa y por la experiencia
440
Padre, se mueve con su acto generativo hacia la Imagen perfecta del Hijo, como un paso
de la oscuridad a la luz y hacia la multiplicidad de la Creación, que se muestra en su
fundación divina 615. En consecuencia, para Ruysbroeck, la contemplación es una
actividad dinámica que se mueve dentro del esencial dinamismo trinitario expresado
como abrazo amoroso, aunque, a diferencia de la deificación casi panteísta de Eckhart,
Ruysbroeck considera que la unión mística es una unidad de personas, no una identidad
de naturaleza616. Lo esencial de la mística de Ruysbroeck es su dimensión trinitaria617.
En este sentido, la estructura del alma contemplativa, pese a que su mística es también
una mística de la imagen, se adapta a la estructura del Dios contemplado (Henry, 1951-
1952: 336).
Tauler nace en 1300 y muere en 1361. Dominico y discípulo de Eckhart, Tauler
es, probablemente, el místico más influyente de su época. Su pensamiento está
constantemente presente en Lutero, pero son los místicos carmelitas quienes mejor
recogen el tema central de su predicación: la inhabitación de Dios en el alma 618. Tauler,
en su reflexión sobre el fondo del alma, sigue de cerca la doctrina del Maestro Eckhart,
pero se distancia de sus especulaciones teológicas, en busca de un lenguaje más cercano
a los fieles, de orientación práctica e inspiración piadosa619.
A partir de la doctrina de su maestro, Tauler despliega una antropología propia
que diferencia “tres hombres” en el ser humano: el hombre exterior, el hombre
razonable y el impulso sustancial, como cima del alma620. Este impulso sustancial está
unido de forma indisociable al fondo del alma, como una aplicación dinámica –raíz de
las potencias- con la que el entendimiento y la voluntad se mueven hacia la unión con
Dios. De este modo, Tauler entiende que este impulso es el núcleo de tres conceptos
fundamentales en su construcción antropológica: el fondo del alma, donde Dios mora; el
nudo de las potencias; y la energía incesante hacia la fuente que es Dios. El primero de
en la que el alma permanece pasiva, sin expresiones apropiadas para traducirse a sí misma su unión
inefable con Dios (Henry, 1951-1952: 338-340).
615
Ib., pp. XII-XIV.
616
Cf. Henry, 1951-1952: 352-353.
617
Henry considera que Ruysbroeck es el único autor cuya doctrina espiritual es exclusivamente trinitaria
(Henry, 1951-1952: 335).
618
Seguimos el prólogo de T. H. Martín a la edición española de las Obras de Tauler (Tauler, 1984: 27 y
ss.). Dice Martín, sobre esta recepción de la teoría tauleriana del fondo del alma, que los místicos
españoles leyeron, junto a los sermones de Tauler, dos de Eckhart, también sobre esta cuestión, atribuidos
entonces a su discípulo (op. cit., p. 39-40).
619
Véase Ferguson, 1962: 346.
620
En el pensamiento místico de Tauler se aprecian, además del magisterio de Eckhart, la influencia de
Orígenes, Gregorio de Nisa, Dionisio Areopagita, Agustín, Proclo Hugo y Ricardo de San Víctor
Bernardo de Claraval y Alberto Magno (Tauler, 1984: 35).
441
estos conceptos es estático, la morada de Dios, en una concepción que recuerda al mapa
del alma dibujado por Agustín de Hipona. Pero, Tauler añade a esta imagen estática, un
elemento dinámico, determinado por la atracción divina ejercida sobre el hombre, y
expresada como chispa de Dios, que es fuego de amor. Si el impulso sustancial no se
corrompe y “se orienta plenamente según Dios (… ) hace combustible de su llama todas
las potencias, inferiores y superiores, del alma” (Tauler, 1984: 44). Más adelante,
vuelve sobre esta imagen de la llama divina y sus efecto destructores y recreadores al
mismo tiempo: “Hay un verdadero renacimiento; el Espíritu pierde la propia
conveniencia, fundiéndose con Dios, como el fuego actuante en el leño” (1984: 47)621.
El nacimiento de Cristo en el alma, el renacimiento, es el fruto de este fuego de amor y
enlaza, en línea con los postulados del Maestro Eckhart, con la cuestión de la
divinización del hombre.
De la vida del cielo o De Beatitude fue escrita por Helwic Von Germar, un
dominico, nacido a comienzos del siglo XIV, relacionado con el círculo de Eckhart622.
Teodoro Martín ha seguido la pista al texto, desde que comenzó a circular como
manuscrito en el ámbito espiritual germánico hasta que, atribuido a Tomás de Aquino,
llega a las manos de San Juan de la Cruz. En efecto, el manuscrito corrió entre los
“Amigos de Dios”, los “Hermanos de la vida en común” y otros grupos de
espiritualidad de la época.
La obrita se imprime por primera vez en Utrecht en 1473 y se atribuye ya a
Tomás de Aquino, publicándose como apéndice de la Suma Teológica. Sucesivas
ediciones en Milán y Venecia a finales del siglo XV y comienzos del siglo XVI
despiertan las primeras sospechas sobre la autoría de la obra. En la edición romana de la
Suma de 1570-1573, manejada por Juan de la Cruz en Granada, aparece incorporada a
un apéndice de 33 opúsculos con una nota que advierte de su falsa atribución623, de la
que el autor de la Llama de amor viva parece haber hecho caso omiso.
En la segunda parte de este trabajo estudiaremos la presencia de De beatitude en
la obra de San Juan de la Cruz, como pone de relieve Teodoro Martín en su estudio.
Baste ahora decir que, de la lectura de los siete capítulo de que se compone la obra –
cada uno dividido en tres secciones o principios- se deduce que Von Germar es un autor
621
Junto con la imagen de la “llama de amor”, Tauler también adelanta alguna imágenes familiares para
los lectores de la poesía de Juan de la Cruz: “el ciervo herido”, y la imagen de Dios como fuente de agua
viva por la que el alma suspira” (ib., p. 62).
622
Seguimos en la exposición de De Beatitude el mencionado trabajo de Teodoro H. Martín (1988).
623
Op. cit., pp. 5-6.
442
5
La mística del siglo XV
El siglo XV, examinado en sí mismo y no como preludio de los movimientos
reformistas del siglo siguiente, fue un periodo en el que la Iglesia recuperó el esplendor
perdido durante las crisis del siglo XIV. Los papas recuperaron su prestigio y su poder,
incorporándose, en alguna ocasión, a la promoción del humanismo. En este sentido es
necesario citar a Nicolas V (1447-1 1455), un papa que reformó el Vaticano, ejerció el
mecenazgo con artistas como Fray Angélico y animó la traducción de numerosos textos
griegos, tanto paganos como patrísticos: Herodoto, Tucídides, Jenofonte, Aristóteles,
Estrabón y, entre los Padres griegos, Basilio, Gregorio de Nisa, Gregorio Nacianceno y
Juan Crisóstomo624.
La recuperación del esplendor del papado y su interés humanista por el arte y la
escritura de la Antigüedad han sido poco tenidos en cuenta por los estudiosos del
Renacimiento, desde los trabajos de Burckhardt en el siglo XIX. Se ha extendido con
frecuencia la imagen del humanista como un hombre escéptico y aislado del pasado
medieval cristiano. Por el contrario, es necesario poner de relieve los elementos de
continuidad de una época a otra, así como la conciliación, por parte de los humanistas
cristianos, de la antropología cristiana medieval -que hacía de la dignidad del hombre
una derivación de una fuente divina extrínseca- con la antropología clásica que
reclamaba la dignidad intrínseca del ser humano625.
Por otra parte, la espiritualidad de la época derivó hacia fórmulas de vida en
común ajenas a la vida monástica, aunque con numerosos puntos en común con ésta.
624
Cf. Logan, 2002: 332-340.
625
Cf .Verdon, 1990: 1-27.
443
Entre los diversos grupos de viuda espiritual constituidos por seglares, quizá el más
importante fue la Devotio moderna. Fundado por Gerard Groote en Holanda, el
movimiento de la Devotio moderna se extendió rápidamente por el norte de Europa en
el siglo XV por medio de comunidades masculinas y femeninas. La Devotio moderna es
un movimiento espiritual de orientación ética que prescinde de la simbología externa de
la Iglesia institucional. En el seno de la Devotio moderna, Tomas de Kempis escribe su
influyente Imitación de Cristo, caracterizado por su estilo sencillo, casi aforístico, su
orientación práctica, la defensa de la espiritualidad interior y su rechazo –común a todo
el movimiento- de la Escolástica y, en general, de los estudios teológicos y
filosóficos626. El espíritu de oración interior de la Devotio moderna se perdió hacia 1450
cuando la tendencia moralizante y utilitaria se impuso sobre la contemplativa627.
Jean Gerson (1363-1429) es una de las personalidades más importantes dentro
de la mística del siglo XV. Es él quien acuña el sentido moderno del término –cognitio
Dei experimentalis- y el que pone de relieve los aspectos psicológicos de la experiencia
mística en sus lecciones de Mystica Theología impartidas en la Sorbona a comienzos de
siglo. Lo que Gerson pretendía era determinar las condiciones a priori –por decirlo al
modo kantiano- que permitieran el estudio del fenómeno místico. Los instrumentos
escolásticos de que se sirvió no eran, ciertamente, los más idóneos para la consecución
de su proyecto, pero, dice Deblaere, pese a esto, sus logros resultaron sorprendentes
para su época y valiosos aún hoy día, especialmente en la determinación de criterios que
permitieran diferenciar la contemplación verdadera de los fenómenos visionarios
falsos628.
Por otra parte, Gerson, en la línea trazada por los movimientos espirituales del
siglo anterior, se esfuerza en acercar la posibilidad de la experiencia mística al común
de los cristianos. Para ello, elige escribir Monte de contemplación en francés y afirma
que no sólo el conocimiento no es necesario para la contemplación, sino que, a veces,
incluso, la dificulta por la arrogancia que suele acompañar al sabio629.
626
Cf. Logan, op. cit., pp. 341-344 y Gründler, 1987: 176-1293. La Devotio moderna pretendía volver a
la lectura evangélica frente a la esterilidad de la Escolástica del siglo XV y las teorías, consideradas
destructivas, de Ockham (Ferguson, 1962: 351).
627
Cf. Deblaere, 1983: 119.
628
Cf. Deblaere, 1983: 88, y Gerson. 1998: 74.
629
Seguimos en esta exposición el estudio de Mc.Guire en su edición de los trabajos de Gerson (Gerson,
1998). Respecto de esta cuestión, Gerson sigue a Bernardo en su distinción entre conocimiento y
sabiduría. El primero se refiere al entendimiento y la segunda a la afectividad, de tal modo que sólo puede
ser llamado sabio el que goza del amor de Dios (op. cit., p. 80).
444
630
Cf. Cantar de los cantares, 2, 10-14; 5, 3-6, 8.
631
Ib., p. 325.
632
Cf. Deblaere: 1983, 87.
445
633
Op. cit., pp. 123-125.
634
Op. cit., p. 119.
635
El extraordinario fenómeno de la mística española ha sido tradicionalmente clasificado en atención a
los rasgos peculiares de cada orden religiosa (Menéndez Pelayo, 1881; Peers, 1951). Recientemente, sin
embargo, se ha cuestionado la pertinencia de esta clasificación (Pego, 2004).
636
Cf. Certeau, 2002: 104-105.
446
447
III
1
El título de este capítulo pretende llamar la atención sobre la difícil relación entre la alegoría y la
estética, de tal modo que se ha preferido este título donde la conjunción “y” tiene un carácter más
disyuntivo que copulativo, que otro menos revelador de esta circunstancia como por ejemplo “La alegoría
en la estética moderna”.
2
Cf. Wellek, 1989: I, 244. Véase también Gadamer, 1996: 114-115.
3
La recíproca influencia entre Goethe y Schelling los llevó a contemplar la posibilidad de realizar un
poema didáctico sobre la naturaleza al modo de Lucrecio (Viëter, 1950: 74).
4
Compárese, por ejemplo, con los casos citados por Kant en su Crítica del Juicio que, a pesar de lo que
desde el punto de vista teórico afirme el autor, pueden ser considerados en su mayor parte como ejemplos
de catacresis (cf. Kant, 1999 & 59).
450
5
Op. cit., pp. 244-245. En 1825, Goethe abundará en esta reflexión diciendo: “Mi relación con Schiller se
basaba en la decidida orientación de ambos hacia un objetivo único, en nuestra común acción sobre la
diversidad de los medios con que aspirábamos a conseguirlo. El recuerdo de una leve divergencia (… ) me
ha llevado a hacer las siguientes observaciones. Existe una gran diferencia entre el hecho de que el poeta
busque lo particular en lo general, o vea lo general en lo particular. En el primer caso surge la alegoría,
donde lo particular sólo tiene validez como ejemplo o emblema de lo general; el segundo es, en cambio,
la verdadera naturaleza de la poesía, que expresa algo particular sin pensar en lo general ni aludir a él.
Ahora bien, quien capta ese particular de forma viva, recibe al mismo tiempo lo general, sin darse cuenta
o no advirtiéndolo sino más tarde” (Máximas y reflexiones & 279).
6
Hasta entonces, alegoría y símbolo habían venido usándose como sinónimos en el marco de la retórica y
de la exégesis literaria. En los capítulos precedentes se ha examinado el origen y la evolución de estos
términos.
7
La Filosofía del arte había sido en principio un conjunto de conferencias leídas en la Universidad de
Jena en el semestre de invierno de 1802-1803, repetidas dos años más tarde en Wurtzburgo. Pese a su
enorme influencia desde estas lecturas, las conferencias no se publicaron hasta después de la muerte de su
autor.
8
La relación entre lo particular y lo general atraviesa una época de crisis y cambios continuos desde el
siglo XVI y la crisis de la cultura que supuso el nominalismo (cf. Klein, 1982: 72). El trascendentalismo
romántico puede entenderse como una respuesta a esta crisis agudizada por el empirismo (Urban, 1952:
19).
451
tal como se entiende en el contexto de la filosofía de la segunda mitad del siglo XVIII y,
concretamente, de la estética como nueva disciplina filosófica. Goethe interpreta el
símbolo como la representación “del momento más elevado del fenómeno, extrayendo
de allí la legalidad, la perfección, la plenitud de la belleza, la dignidad del significado, la
grandeza de la pasión” (Jarque, 1996: 222).
Pero es necesario también detenerse en el valor que la imagen tiene en el texto
de Goethe. En efecto, tanto en la definición de símbolo como en la de alegoría, la
imagen juega un papel esencial 9. En el primer caso, la imagen es el resultado de una
plasmación de la idea nacida del fenómeno. Además, en el símbolo, la imagen se ajusta
a la propia raíz del término que, en lengua alemana, sinnbild, significa precisamente
imagen con sentido; en el caso de la alegoría, la imagen procede del concepto. El
fenómeno es el origen de ambos procesos y la imagen es el resultado10. No se trata de
dos puntos, de partida y llegada, elegidos al azar, ni de un procedimiento ahistórico
como podría pensarse desde la ontopsicología de las primeras estéticas o desde el
trascendentalismo kantiano.
En realidad, es necesario subrayar, con Heidegger, la radical historicidad del este
planteamiento, decisivo, ya desde la declarada postura goetheana, en toda la
construcción del símbolo frente a la alegoría. El autor de La Carta sobre el Humanismo,
en un artículo titulado significativamente “La época de la imagen del mundo” incluido
en el volumen Caminos de Bosque11, relaciona este moderno concepto de la imagen12 y
9
En el siglo XVII, Giordano Bruno había emplazado la imagen entre lo particular y lo universal. El
símbolo es un nexo entre ambos extremos. Bruno elabora así la teoría del spiritus phantasticus. Se trata
de un concepto presente en Sinesio –la existencia en el ser humano de un “espejo viviente”, como
potencia que combina hasta el infinito imágenes y figuras-. A esta teoría, respondían tanto el
pansimbolismo objetivista de carácter esotérico y naturaleza neoplatónica, y el alegorismo artístico. La
imagen se presenta como concreta y, sin embargo, universal en acto. Bruno va más allá que Ficino al
considerar que los símbolos no son portadores de un solo sentido, sino que la significación debía
entenderse como el hechizo de un canto en el que todo puede significar todo. La imaginación –en el
pensamiento de Bruno- deja de ser la tabla en la que dibuja un pintor interno para ser una fuente viva y
activa de los desarrollos infinitos del espíritu (cf. Klein, 1982: 77-80).
10
Spivak, en un artículo lleno de sugerencias sobre la prolongación de la vida de la alegoría en la poesía
romántica y posterior al Romanticismo, en una línea que compartimos en muchos de sus puntos, incurre,
sin embargo en la reducción de la alegoría a la imagen: “La composante littéraire (en tant qu´elle se
différencie des composantes culturelle, historique, sociologique) qui est déterminante de l´allégorie, est
une orientation vers un système de significations imagées au-delà et au-dessus du système semantique”
(Spivak, 1971: 439). De este modo, el autor puede afirmar, como hace a continuación, que la alegoría
puede considerarse como el principio constitutivo de todo discurso poético. Pero, si esto se admite, la
alegoría se identificaría, en la práctica, con la imagen y la conclusión de Spivak no sería sino una
actualización de la vieja asociación de la poesía y la pintura, frente a la aproximación simbolista de la
poesía a la música.
11
Cf, Heidegger, 1998: 63-90.
12
En Nietzsche, Heidegger expone su particular visión de la evolución histórica del concepto de imagen
(cf. Heidegger, 2005: 406).
452
13
Op. cit., p. 63. Heidegger apunta, quizá, al neokantismo al referirse a esta conversión del arte en objeto
de la vivencia. Así, dice Gadamer: “El neokantismo, sobre todo por la influencia de Hegel y Fichte, al
intentar derivar de la subjetividad trascendental toda validez objetiva, destacó el concepto de vivencia
como el verdadero hecho de la conciencia” (Gadamer, 1996: 95). Pese a que este término se impone en
los años setenta del siglo XIX, cabe remontar a Kant y al ambiente científico y filosófico de la segunda
mitad del siglo XVIII el origen de esta imagen del mundo a la que nos referimos. En otras ocasiones,
Heidegger se ha referido a la consideración estética y vivencial de la obra de arte como una consecuencia
de la metafísica desde sus comienzos, esto es, en su particular visión de la historia de la metafísica, desde
Platón, afirmando que toda explicación de arte desde éste hasta Nietzsche son “estéticas” (Heidegger,
2005a: 149).
14
Las condiciones que, según Heidegger, concurren en la formación del concepto de “sistema” en la Edad
Moderna son las siguientes: el predominio de las matemáticas; la primacía, como consecuencia de dicho
predominio, de la certeza sobre la verdad. El hecho de que esta primacía termina identificando ambos
conceptos. La equivalencia de la certeza y la verdad desemboca, a su vez, en la primacía del método sobre
la cosa; la autocerteza del pensar: “yo pienso, yo soy”; la autocerteza decide sobre lo que es e incluso
sobre el propio concepto de Ser; por otra parte, el magisterio de la Iglesia pierde su poder exclusivo como
fuente de a verdad; la quiebra del poder de la Iglesia es entendida como liberación del hombre para sí
mismo (cf. Heidegger, 1996: 37-38). Gadamer, por su parte, considera que el viejo concepto de sistema,
aplicado antiguamente en el terreno de la astronomía y la música, conserva en su nuevo uso la
justificación de “explicar cosas aparentemente incompatibles”. Esto, a partir del siglo XVIII, se entiende
como la nueva tarea de la filosofía: armonizar la gran gerencia cultural del saber humano con la
pretensión de universalidad de las nuevas ciencias de la experiencia (Gadamer, 2001: 164-165). Para la
oposición entre filósofos sistemáticos y filósofos edificantes, véase Rorty, 2001: 330 y ss.
15
El subjetivismo kantiano –véase por ejemplo, el punto V de la Introducción a la Crítica del Juicio-
desde el punto de vista de la filosofía y la estética consagra una disposición del entendimiento del mundo
adelantada por la ciencia moderna. En efecto, el subjetivismo desemboca en el objetivismo en cuanto a
que la cosa se convierte en mero objeto para el sujeto.
16
“La metafísica moderna, en cuyo cauce se encuentra, o por lo menos parece encontrarse
inevitablemente nuestro pensamiento, en cuanto metafísica de la subjetividad, convierte en obviedad la
opinión de que la esencia de la verdad y la interpretación del ser estarían determinadas por el hombre
como sujeto en sentido propio” (Heidegger, 2005: 674). Véase también lo dicho sobre Descartes en esta
misma obra (op. cit., pp. 640-674). Sobre la crítica heideggeriana a Descartes respecto de la época de la
imagen del mundo y el concepto moderno o poscartesiano de representación, véase Derrida, 1989: 94-
102.
453
17
Ib. p. 74.
18
Sobre la “mente” cartesiana, véase Rorty, 2001: 135.
19
En esta primacía de la imagen a través del símbolo propia de la estética romántica juega un papel
decisivo la recepción del neoplatonismo de Plotino y Proclo, especialmente en Hegel, quien lo recibe a
través de Creuzer, y, con éste, la consideración cratiliana de que las verdades supremas se sustraen al
discurso y sólo pueden ser comunicadas en la forma indirecta de la intuición figurativa (Gadamer, 2000a:
119-120).
20
La objetividad moderna no se refiere a lo real, sino a aquello que se convierte en obiectum (Gadamer,
2001: 138). Sobre el “olvido del Ser” en el pensamiento heideggeriano, véase Steiner, 1983: 56.
454
Ahora bien, como veremos más abajo, la fuerza y desarrollo que el concepto de
experiencia adquiere en las ciencias de la naturaleza desde el siglo XVII, jugará también
un papel fundamental en las ciencias humanas, y, por lo que aquí interesa, será básica
para la determinación del concepto moderno de símbolo. En el caso de Goethe, resulta
evidente que en su distinción entre el símbolo y la alegoría y, especialmente, en su
rechazo de un lenguaje conceptual, juega un papel esencial su posición frente a la
actitud científica de su siglo. Goethe se sirve del simbolismo para afirmar una visión de
la naturaleza desde una perspectiva humana, ajena al objetivismo científico, en la que el
sujeto y la naturaleza forman un todo inseparable. Para conseguir este propósito, desde
los postulados ideológicos y los condicionamientos intelectuales de su momento
histórico, Goethe no puede recurrir a la retórica como forma de expresar un sentimiento
en cierto modo panteísta porque, para Goethe, el lenguaje retórico, el uso de los tropos
en el discurso, comparte con el “evitable” lenguaje científico el hecho de estar sometido
a la razón. Por ello recurre al símbolo, como vía alternativa a la retórica y, en general, al
lenguaje conceptual21. Ahora bien, el intento de Goethe estaba condenado al fracaso, no
sólo porque el discurso científico y la “visión objetiva” de la naturaleza terminarían
imponiéndose, sino porque su propuesta simbólica, como Heidegger ha puesto de
manifiesto, era fruto de las mismas causas que habían generado el discurso científico
contra el que reaccionaba.
Pero, dejando al margen los postulados ontológicos heideggerianos, lo que aquí
nos interesa investigar, una vez que se estudie la función del símbolo en el sistema
metafísico moderno, es si esta función es diferente de la que cumplía la alegoría en la
metafísica anterior o si, por el contrario, cabe subsumir al símbolo moderno dentro de la
historia general de la alegoría, como una adaptación más a los cambios del pensamiento
metafísico, en la misma medida que los cambios sufridos en su adaptación, por ejemplo,
al neoplatonismo o al cristianismo. El cambio viene anunciado ya por Spinoza cuando
advierte la necesidad de renunciar a la búsqueda de la verdad de los textos para pasar a
preocuparse por la búsqueda del sentido. Así lo expresa Todorov en unas páginas
dedicadas a Blanchot:
Desde hace dos siglos, el arte sufre una doble transformación: ha perdido su capacidad
de ser portador de lo absoluto, de ser soberano; pero la pérdida de esta función externa queda
21
Véase Stephenson, 1995: 67 y ss. Sólo las artes –mediante el simbolismo-, dice Goethe, son capaces de
comunicar la idea de manera visible. Sólo ellas –y en consecuencia no la ciencia- pueden proclamar los
455
cmo compensada or una nueva función interna: el arte se acerca cada vez más a su esencia.
Ahora bien, la esencia del arte es, tautológicamente, el arte mismo; o más bien, la posibilidad
misma de la creación artística, la interrogación sobre el lugar de donde surge el arte.
(Todorov, 2005: 67)
secretos de la naturaleza del mismo modo a como Dios se nos revela en la Naturaleza (Viëter, 1950: 175).
22
Más adelante, Todorov alude a algunos de los rasgos que hebremos de ir estudiando en estas páginas:
“Permaneceremos en el pensamiento de Schelling y de sus amigos al ver la obra de arte como la fusión de
lo subjetivo y de lo objetivo, de lo singular y de lo universal, de la voluntad y de la coacción, de la forma
y del contenido. La estética romántica valora la inmanencia, no la trascendencia; otorga, pues, poco
interés a elementos trastextuales como la metáfora, o las rimas dactílicas, o los procedimientos de
reconocimiento” (Todorov, 2005: 84).
23
Tal es la fuerza expansiva del símbolo que Todorov, entre otros, ha identificado el núcleo esencial y
definitorio de la poética con la simbólica (cf. Todorov, 1972).
24
En este sentido, Fletcher reconoce que la oposición símbolo / alegoría es una cuestión histórica, que
afecta a la concepción romántica de la mente y de la imaginación. Son estos prejuicios románticos los que
valoran el símbolo por encima de la alegoría (Fletcher, 2002: 22). Dronke, por su parte, considera, al
456
1
La estética prekantiana
Es a mediados del siglo XVIII cuando se produce un cambio que será
fundamental para la formulación de las teorías del símbolo: la fundación de la estética
como disciplina filosófica, cuyo punto de arranque cabe situarlo en la Estética de
Baumgarten (1742)25 y en las teorías acerca de lo sublime de Burke26, que concluirá, en
el Romanticismo, con la paulatina pérdida de valor de la retórica -tendencia que se
mantiene en nuestros días-27. Ahora bien, es necesario recordar que el esfuerzo realizado
por Baumgarten en su Éstética no se orientó hacia la crítica de gusto28, como después
hablar del alegorismo de Bernardo Silvestre, que su concepción de la alegoría abarca tanto el concepto
goetheano de alegoría como el de símbolo (Dronke, 1985: 120-121).
25
Las teorías de Baumgarten arrancan de la idea de conocimiento sensitivo de Leibniz y suponen una
importante contribución en el paso del ideal imitativo al emotivo en el arte. La teoría de la imitación con
sus diferentes variantes había sido predominante en la estética del Setecientos (ver Todorov, 1990: 143-
160 y Assunto, 1989). Una ajustada descripción de las aportaciones filosóficas que posibilitan la
aparición de la Estética de Baumgarten puede verse en Cassirer, 1993a: 304-369.
26
Burke, partiendo del sensualismo empirista inglés defiende una idea objetiva de belleza como “cualidad
de los cuerpos que actúa mecánicamente sobre la mente a través de los sentidos” (Asunto, 1989: 80).
Contra algunas consideraciones fundamentales de Burke y Baumgarten se manifestará Kant en su Crítica
del Juicio. En las páginas siguientes nos vamos a detener en el examen de este problema en las estéticas
alemanas. Para un estudio de la cuestión en el romanticismo inglés, pueden verse los siguientes trabajos:
Abrams, 1975 y 1992, Laughbaum, 1996, Honig, 1982, y de Man, 1991. De todos modos, puede decirse
que en el ámbito de la poesía inglesa existe un rechazo similar, si no mayor, de la alegoría entendida en el
mismo sentido reductor de personificación de realidades abstractas. Sirvan como ejemplo las
contundentes palabras de Wordsworth en su Prólogo a Baladas Líricas: “El lector verá que la
personificación de ideas abstractas raramente se da en estos volúmenes; y confío en que sea totalmente
desechada como un mecanismo habitual para elevar el estilo y situarlo por encima de la prosa”
(Wordsworth, 1999: 49). Esto no obstante, Spivak ha mostrado la pervivencia de mecanismos alegóricos
en la poesía de Wordsworth, en concreto en el Preludio (cf. Spivak, 1971: 431 y ss.).
27
La retórica venía perdiendo terreno desde el Renacimiento en países como Inglaterra y Alemania –
también Italia- debido entre otras causas al desarrollo del lenguaje científico, a la prolongada crítica
contra el aristotelismo alentada por la Reforma y a la especial acogida que el cartesianismo tuvo fuera de
Francia. Sin embargo, pese a la hostilidad hacia la retórica, que es particularmente agresiva en Kant, dice
Jean-Marie Valentin que en ningún caso llegó a producirse la completa disociación entre la retórica y la
filosofía (Valentin, 1999: 823-824).
28
Baumgarten se había defendido de las objeciones que relacionaban su Estética con la crítica, afirmando
que, aunque en la estética se incluye una parte de la crítica, existe también una crítica de carácter lógico
que queda fuera del dominio de la estética, y que la estética se extiende por un campo más amplio que el
de la crítica del gusto. En este sentido, es necesario una precognición de la estética para evitar debatir, de
modo reductor, sobre meros gustos (cf. Kobau, 1999: 85).
457
hiciera Kant en su Crítica del juicio29, sino que lo que pretendió fue retomar la
discusión, que había arrancado de los presocráticos y llegado a uno de sus puntos
álgidos con Platón30, entre el valor cognoscitivo de las representaciones sensibles y el
de las representaciones intelectivas.
Baumgarten partía de la clasificación de las ideas de Leibniz y Wolff para
elaborar una disciplina filosófica nueva del conocimiento sensorial 31. La novedad
introducida por Wolff en el sistema de las ideas leibnizianas mediante la cual se
desplazaba el punto de equilibrio de la noción de símbolo del ámbito cognitivo al
terreno de la comunicación de lo previamente conocido resultó determinante en la
construcción de la teoría simbólica moderna, siempre a caballo entre la dimensión
ontopsicológica del conocimiento y el aspecto retórico de la metáfora. La tensión
generada entre estos dos polos sería, en nuestra opinión, uno de los elementos más
perturbadores de la oposición establecida a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX
entre el símbolo y la alegoría.
Para Baumgarten, el dominio de la estética32 se desenvuelve en un espacio
delimitado por una doble frontera: por una parte, el límite representado por el
conocimiento oscuro; por otro, el representado por el conocimiento lógico y distinto.
Las representaciones sensibles no admiten la dimensión analítica de los conceptos
claros y distintos sino que se trata de “representaciones extensivamente más claras33,
29
Kant, como se verá más abajo, se aleja de la estética de Baumgarten al “radicalizar el significado
rigurosamente metafísico de una estética que más que surgir como una novedad del Iluminismo, deriva de
una tradición aún más alejada, que estaba desapareciendo” (Kobau, 1999: 76). Pero ya anteriormente, en
la Crítica de la razón pura, Kant había afirmado: “Los alemanes son los únicos que se sirven todavía de
la palabra estética para designar con ella lo que otros llaman crítica de gusto. Esta denominación se basa
sobre la falsa esperanza, concebida por (… ) Baumgarten, de someter la valoración crítica de lo bello a
principios de razón y de elevar al nivel de ciencia las reglas de esta valoración” (Kant, Crítica de la razón
pura, citado por Kobau, 1999: 77).
30
El platonismo y su desarrollo posterior habían representado, desde luego, la posición de mayor
desconfianza hacia la posibilidad de conocer a partir de la percepción sensible.
31
Leibniz había distinguido dos clases de ideas en atención a la recognoscibilidad de lo representado: las
ideas oscuras; y las ideas claras que podían dividirse en ideas confusas e ideas distintas, según la
capacidad de ser analizadas, subdivididas, a su vez, en ideas inadecuadas e ideas adecuadas, según su
grado de perfección analítica. Pero Leibniz había distinguido también entre ideas intuitivas y simbólicas o
ciegas. La cognición perfecta, para Leibniz, es la que resulta al mismo tiempo intuitiva y adecuada. El
conocimiento simbólico se considera, por lo tanto, imperfecto. De Wolf, Baumgarten adopta su noción de
concepto como cualquier representación de un objeto, tanto si procede de una cognición intuitiva como de
una simbólica, en nuestro pensamiento. Wolff añade al planteamiento de Leibniz el criterio de la
comunicabilidad de los conceptos (Kobau, 1999, n. 11, pp. 100-101).
32
La estética ya es entendida en el doble sentido que más arriba apuntábamos: el que la entiende como
disciplina de las cogniciones extensivamente claras y no distintas; y el que la considera como el campo
psicológico de las facultades que se hallan en la base de tales cogniciones (cf. Kobau, 1999: 83).
33
En su Metafísica, Baumgarten distingue entre las representaciones intensiva y extensivamente claras:
“La clarté qui doit sa supériorité à la clarté de ses marques distinctives est supérieure d´un point de vue
458
visiones del mundo que se presentan a la sensibilidad como una totalidad de relaciones
más amplias, por consiguiente, que las representaciones distintas que se les oponen”
(Arnaldo, 1996: 67).
Ahora bien, el hecho de que Baumgarten considerara, de esta manera, la estética
como una ciencia del conocimiento confuso, no significa, como después se entendió por
parte de algunos críticos de su obra, que defendiera una ciencia confusa, sino que lo que
postulaba era más bien un conocimiento de lo confuso. No pretendía que la ciencia
descendiera hasta lo confuso y, con ello, perdiera los elementos de rigor propios del
conocimiento científico, sino que advertía de la necesidad de que fuera “lo sensible lo
que se eleve hasta el rango del saber, penetrado, dominado por una forma especial suya”
(Cassirer, 1993a: 372).
El origen de la estética es el resultado de una doble oposición planteada de este
modo por Baumgarten: sentido / intelecto; y letras / filosofía. Así, la estética se
constituye como una ciencia de la cognición sensible, ligada, aunque la estética presente
un dominio más amplio, al saber retórico y poético34. El salto de la primera oposición a
la segunda se hace posible desde el momento en que Baumgarten considera que la
belleza es la perfección del conocimiento sensible 35. Por este motivo, la estética, como
ciencia del conocimiento sensible, accede a ser ciencia de la belleza, en cuanto que ésta
es el modo más destacado del conocimiento sensible. Para Baumgarten, la belleza tiene
valor de verdad puesto que es el signo de la adecuación de la apariencia sensible con la
esencia de la cosa. Hay que subrayar, con Pranchète, que esta concordancia de la belleza
con la esencia de la cosa que se determina como verdad desde el punto de vista de la
estética, es muy distinta de la consideración de la belleza establecida por el platonismo:
la belleza, desde el punto de vista de la estética, no merece atención porque conduzca a
una verdad que la sobrepasa. Baumgarten rechaza conceder a la belleza un papel
educativo en la formación filosófica; por el contrario, la estética se constituye como un
saber autónomo e irreductible. En consecuencia, la belleza no es la huella sensible de la
idea, sino el único medio de aparición y conocimiento posible de determinados objetos.
intensif, tandis que celle qui doit sa supériorité au nombre de ses marques est supérieure d´un point de vue
extensif ” (Métaphysique, 531).
34
Kobau, 1999: 83-84.
35
Como recuerda Jean-Yves Pranchère en el prólogo a su edición de la Estética: “La sensibilité n´est pas
ici, comme elle le sera chez Kant, une des sources du savoir, source en elle-même insuffisante et aveugle,
exigeant un apport de l´entendement pour produire un savoir ; la sensation n´est pas simplement un
« matériau » du savoir : elle est elle-même un savoir, un mode de saisie intégrale de l´objet.”
(Baumgarten, 1988: 10).
459
De este modo, el conocimiento sensible cubre un dominio diferente del ocupado por el
conocimiento intelectual36.
A partir de la oposición entre el conocimiento sensible y el conocimiento
intelectual, por una parte, y de la identificación de la belleza con la verdad37, por otra, se
establece la segunda de las oposiciones anteriormente referidas -letras / filosofía- y la
necesidad de que la poética deba fundarse en una epistemología: si el arte tiene por
objeto la producción de la belleza, y ésta es un modo de verdad, las reglas del arte, en
consecuencia, son reglas de producción de un saber y deben ser incluidas dentro del
ámbito general de la estética38.
El problema se plantea, en cuanto a la alegoría se refiere, cuando Baumgarten
asegura que en la actividad artística la producción y la contemplación devienen lo
mismo porque la obra es la percepción de lo que se expone39. De este modo, el
conocimiento sensible se identifica con la exposición artística, poética en el caso que
nos ocupa, de éste, que en cuanto conocimiento sensible forzosamente perfecto ha de
ser bello. Baumgarten aún no habla del símbolo en el sentido en que se empleará el
término a partir de Goethe, pero en su afirmación del conocimiento sensible y en su idea
de la belleza se encuentran ya en toda su potencialidad la idea de símbolo y de
conocimiento simbólico que se ha desarrollado e impuesto a lo largo de casi dos siglos.
Sin embargo, el planteamiento expuesto anteriormente reviste, ya desde su
propia procedencia leibniziana, algunas dificultades. En primer lugar, Baumgarten
convierte lo que en el sistema de Leibniz era una clasificación gradual de las ideas en
dos modos diferentes de conocer40. En efecto, Leibniz había exigido para el
conocimiento científico la necesidad de representaciones claras y distintas, que
permitieran no sólo distinguir los objetos en la vida práctica, sino también alcanzar su
razón última. Baumgarten, en realidad, es fiel al planteamiento de Leibniz, pero, al
mismo tiempo, observa la existencia de cierto dominio en el que la reducción del
36
Baumgarten, 1988: 13-14. El rechazo de lo conceptual es quizá el elemento más definitorio de la
construcción estética de Baumgarten frente al pensamiento anterior (cf. Bozal, 1990: 75).
37
La exigencia del requisito de la verdad en el “arte de decir” ya había sido reclamada por Leibniz, junto
con la claridad y la elegancia. En el pensamiento de Leibniz esta exigencia tendrá importantes
consecuencias para la retórica y para el desarrollo de la futura estética porque implica que la belleza no
encuentre ya su lugar como simple ornamento sino como elemento constitutivo del discurso verdadero
(Valentin, 1999: 831).
38
Op. cit.., p. 11.
39
Ib., p. 14.
40
Kant se opondrá frontalmente en su Crítica del Juicio a esta idea del conocimiento estético, cf. Kant,
1999 & 15.
460
fenómeno a su razón, como ocurre por ejemplo en el caso del color41, se encuentra muy
limitado. Lo que Baumgarten pretende con su Estética, es dar cabida al estudio
científico de estos casos42. En segundo lugar, parece en principio difícil, fuera del
pensamiento de Leibniz, sobre todo a partir de su reformulación por Wolf, sostener la
equivalencia entre la percepción del objeto y su formulación artística43, lo que, por otra
parte, constituye en el pensamiento de Baumgarten el contenido de la estética en cuanto
estética de la designación44, a la vez heurística45 y hermenéutica46. Este fenómeno, esto
es, la creencia en la relación natural entre los nombres y las esencias, resultado del
desarrollo de la lectura –o al menos de una de sus posibles interpretaciones- del Cratilo
platónico, se extiende a toda la estética idealista posterior y alcanza hasta la Estética de
Hegel 47.
Es en la sección dedicada a la “Psicología” dentro de su Metafísica, al referirse a
la facultad de designar, donde Baumgarten alude expresamente al símbolo:
Si le signe et l´objet qu´il désigne sont liés dans une perception, en que la perception du
signe est plus importante que la perception de l´objet désigné, on dit que la connaissance est
symbolique; si la représentation de l´objet désigné est plus importante que celle du signe, la
connaissance sera intuitive.
(Métaphysique & 620)
41
Resulta significativo que Kant, opuesto a la consideración de la estética entendida como ciencia del
conocimiento sensible, rechace en su Crítica del Juicio el color, frente al dibujo, esto es, la forma, como
constitutivo de lo bello: “la base de todas las disposiciones para el gusto la constituye no lo que recrea en
la sensación, sino solamente lo que por su forma place” (Crítica del Juicio & 14). Así, el color sólo
formaría parte de “lo agradable”.
42
Cf. Cassirer, 1993a: 373-375.
43
Manuel García Morente dice en su prólogo a la Crítica del Juicio, refiriéndose a la Estética de
Baumgarten que “una ciencia de la sensibilidad concebida como la que había de dar cuenta del arte, tenía
necesariamente que flotar indecisa entre el arte y la ciencia misma, sin saber bien si era ciencia o era arte”
(Kant, 1999: 20). Acaso existe una concepción más general detrás de la defensa de esta equivalencia. En
efecto, la metafísica especulativa y su idea de la “plasmabilidad”, de orígenes neoplatónicos ya avalaba
esta posibilidad remontando su causa a un supremo entendimiento absoluto. Es decir, la existencia de un
logos plasmador que transfiere la estructura de lo general al nuevo individuo garantiza la conversión de
de la materia en reflejo de la unidad de la forma. El fenómeno de lo bello depende de la perfección con la
que se realice este proceso: vida y belleza se enmarcan como fenómenos dentro del fenómeno
fundamental de la plasmación (Cassirer, 1993: 326-327). El pensamiento romántico insistirá en la
identificación entre el conocimiento y su expresión. Hegel afirmará que el lenguaje es el vehículo con el
que se alcanza lo más alto y lo más profundo (cf. Urban, 1952: 20). En este sentido, Gadamer señala que
el símbolo pertenece a una estética que se niega a distinguir entre la experiencia y la representación de la
experiencia (cf. de Man, 1991: 208).
44
Cf. Baumgarten, Philosophie générale & 147.
45
“Puisque la beauté de la connaissance n´est ni plus grande ni plus noble que les forces vives de celui
qui, pensant avec beauté, la produit, nous aurons avant tout à esquisser en quelque manière la genèse et
l´Idée de celui dont la pensée doit avoir de la beauté” (Esthétique théorique & 27).
46
Métaphysique & 622.
47
Cf. de Man, 1990: 21.
461
48
Cf. Todorov, 1990: 238.
49
Algunos autores como M. García Morente retrasan la creación de la estética a Kant por considerar que
falta en Baumgarten la sistematicidad necesaria para garantizar la autonomía de esta disciplina (cf. Kant,
1999: 25).
50
Cf. Méditations, IX.
51
Op. cit., p. 66. Pranchète subraya que la analogía entre lógica y estética en la obra de Baumgarten tiene
orígenes aristotélicos bien visibles en el comienzo de la Retórica en el que proclama la analogía entre
retórica y dialéctica (ib. p. 92).
52
Cf. Cassirer, 1993a: 377.
53
Así lo afirma Baumgarten en los Prolegómenos de su Estética: « L´esthétique (ou théorie des arts
libéraux, gnoséologie inférieure, art de la beauté du penser, art de l´analogon de la raison) est la science
de la connaissance sensible » (Prolégomènes, 1).
462
ciencia de la persuasión que tan complejos recursos había desplegado en los siglos de la
Patrística, sino poco más que un compendio de figuras retóricas, resultado de la
hipertrofia figural de la única superviviente de sus partes: el ornato54. Este encogimiento
de la retórica en la recta final del siglo XVIII fue determinante para su inmediato
arrinconamiento en la recia estética kantiana.
Baumgarten también se refiere a la alegoría en sus Meditaciones. En primer
lugar alude al discurso alegórico al examinar las clases de representaciones sensibles
susceptibles de ser objeto del poema. Ya hemos señalado que la estética es la ciencia de
las representaciones extensivamente más claras. En consecuencia, Baumgarten rechaza
las representaciones oscuras que carecen de suficientes marcas distintivas para permitir
reconocer el objeto representado y distinguirlo de los otros55. Esta exclusión sigue la
clasificación de las ideas de Leibniz entre las ideas oscuras y claras, y es consecuente
con las limitaciones del objeto de la estética expuestas anteriormente. Pero, al referirse a
la representación poética, Baumgarten está también rechazando la alegoría oscura o
enigmática de Quintiliano: “On refute par l´erreur de ceux qui s´imaginent parler de
façon d´autant plus poétique que leur verbiage est obscur et embrouillé” (Méditations,
XIII)56. Sin embargo, el rechazo de la alegoría oscura no se extiende ni al fundamento
metafísico de la alegoría en general ni a su utilidad como procedimiento retórico. Por lo
que se refiere al primero, Baumgarten dice lo siguiente:
54
Ya desde el siglo XVI se venía produciendo una tendencia, especialmente en Alemania, que, en el
proceso de alejar la retórica de la filosofía, atribuía a la dialéctica el contenido de las otras partes
tradicionales de la retórica, con excepción de la actio: la inventio, la dispositio y la memoria (cf. Valentin,
1999: 832).
55
Méditations, XIII.
56
Tampoco se aparta demasiado Bumgarten de Quintiliano en su valoración de la oscuridad. Recordemos
que el rétor romano había considerado la alegoría oscura como un vicio porque, precisamente, su falta de
claridad impedía reconocer los objetos a los que se refería, pese a reconocer su uso poético.
57
Respecto del ejemplo, dice Baumgarten: “L´exemple est la représentation d´un objet assez déterminé
qui est produite pour éclairer la représentation d´un objet moins déterminé (Méditations, XXI). En la
meditación siguiente, Baumgarten incide en la comparación entre el ejemplo y el objeto al que alude con
la terminología propia de su Estética: “Les exemples représentés de façon confuse sont des
463
(Méditations, LVIII)
Si la représentation que doit communiquer le poème n´est pas sensible, et qu´elle est
exprimée par un terme impropre, qui est en même temps le terme propre pour une représentation
sensible, de là naît une représentation complexe (… ). Il est poétique de communiquer les
représentations non sensibles au moyen de termes impropres.
(Méditations, LXXX)
L´allégorie est une suite de métaphores reliées, il y a donc en elle d´une part des
représentations dont chacune est poétique, d´autre part une cohérence plus grande que lorsque
ce sont des métaphores hétérogènes qui se rencontrent. Donc l´allégorie est poétique.
(Méditations, LXXXV)
représentations plus claires au point de vue extensif que celles qu´elles servent à eclairer, et sont donc
plus poètiques. ”
58
Cf. Méditations, LII.
464
2
El símbolo en la Crítica del juicio
La Crítica del Juicio de Kant supone una clara respuesta a los postulados de
Baumgarten y el paso decisivo en la consideración de la estética como disciplina
filosófica. Con Kant queda perfilada la “actitud estética” como una nueva manera de
situarse frente al mundo y frente al arte. Bordieu, citando a Osborne, ha apuntado las
siguientes características de dicha actitud: la concentración de la atención, por la que el
objeto de la contemplación se separa de su entorno60; la dejación en suspenso de las
actividades discursivas y analíticas, ignorando el contexto histórico y sociológico -se
trata de un rasgo que profundiza en el aislamiento de la obra de su entorno-; el
desinterés y el desapego de la experiencia estética, con la primacía de la forma de lo
bello sobre la función61; y, por último, la indiferencia hacia la existencia del objeto62.
Contra lo defendido por Baumgarten, Kant rechaza la idea del conocimiento
sensible separado del conocimiento lógico y, en consecuencia, no admite el concepto de
belleza como perfección de la percepción sensible:
Vana es aquella distinción entre el concepto de lo bello y del bien que considera a
ambos como distintos solamente por la forma lógica, y según la cual, el primero sería un
59
De hecho, según observa Paul de Man, el clasicismo alemán tradicional considera a la alegoría como un
producto del Siglo de las Luces (De Man, 1991: 209).
60
Acaso sea ésta una reacción paralela a la metodología científica experimental que también aísla el
fenómeno natural de su entorno para reproducirlo en el laboratorio y contra la que Goethe reaccionó tan
airadamente (sobre la polémica de Goethe con Newton, véase Bürger, 1996: 34.40). En tal caso, podría
seguirse esta analogía comparando el museo con el laboratorio en el plano de la ciencia. El museo se
presenta como “laboratorio estético” donde el objeto artístico bello, separado de su entorno, se sitúa frente
al observador con la voluntad de reproducir la experiencia estética.
61
Hay, sin embargo, una tensión entre la primera parte de la Crítica, en la que predomina esta dimensión
formal, y la segunda, en la que Kant parece inclinarse por la expresión frente a la forma. Para una posible
reconciliación entre ambos extremos, véase Rogerson, 1986: 156-165.
465
62
Cf. Bordieu, 1995: 419 ss.
63
“Lo que en la representación de un objeto es meramente subjetivo, es decir, lo que constituye su
relación con el sujeto y no con el objeto, es la cualidad estética de la misma” (Crítica del Juicio,
Introducción VII).
64
“Lo subjetivo, empero, en una representación, lo que no puede de ningún modo llegar a ser un
elemento de conocimiento, es el placer o el dolor que con ella va unido, pues por medio de él no conozco
nada del objeto de la representación, aunque él pueda ser el efecto de algún conocimiento.” (Crítica del
Juicio, Introducción VII).
65
Cf. Crítica del juicio & 17.
66
Cf. Crítica del Juicio, Introducción IV.
67
Hay que tener en cuenta que cuando Goethe habla por primera vez del símbolo en 1794 ya hacía cuatro
años que se había publicado la Crítica del Juicio.
68
Cf. Cassirer, 1993: 323. Sobre la relación entre lo general y lo particular, observa Cassirer que en el
neoplatonismo y en la filosofía medieval se consideraba que la inteligencia divina abarcaba y
466
general, darse otro principio que él mismo, puesto que en caso contrario sería
determinante. La búsqueda de un principio que posibilite los juicios reflexionantes
implica la necesidad de que la naturaleza se adecue formalmente a un fin, es decir, que
se articule, para el sujeto, conforme a un todo coherente de leyes y formas que, sin
embargo, no establezca un conocimiento teórico ni un principio práctico de libertad,
sino que se limite a proporcionar una pauta fija para nuestro enjuiciamiento69.
Dentro de esta clase de juicios, Kant distingue los juicios estéticos y los
teleológicos –que, a diferencia de los estéticos, sí forman parte del conocimiento
teórico-. Los juicios de gusto son sintéticos a priori. Son sintéticos porque establecen
una relación entre la representación y el estado sentimental del sujeto (Kant, 1999: 48).
Son a priori, pero a priori de la idea, esto es, de la finalidad70. La finalidad estética es
una finalidad meramente formal, sin concepto y sin fin, referida a la conciencia misma
en su totalidad. En efecto, en primer lugar, el juicio, como se ha dicho, no conoce los
objetos como tales, sino que su objeto es el propio estado de la conciencia71; en segundo
lugar, se dice que la finalidad estética es una finalidad sin concepto porque precisamente
rechaza todo conocimiento del objeto. Tampoco tiene por finalidad lo agradable, que
entraña una finalidad de utilidad, ni se refiere al fin en sí, porque esto pertenece al
dominio de la ética. La finalidad estética sólo se refiere a la conciencia en su totalidad
(Kant, 1999: 56-57). El juicio estético, desligado del objeto, por una parte, y de todo
interés, por otro, resulta del libre juego de las facultades de la imaginación y la
inteligencia, entendida ésta no como capacidad lógica de comprender sino como
capacidad de delimitar, que interviniendo en esta actividad de la imaginación, hace
surgir en ella una forma cerrada, sistemática (Cassirer, 1993: 382)72.
contemplaba la totalidad de lo real y lo posible. De este modo, no necesitaba enlazar un concepto con otro
para obtener un “todo” aparente de conocimiento; para él lo concreto y el todo eran premisas y
consecuencias encuadradas dentro del mismo acto espiritual e indivisible. Esta concepción subsiste en
Descartes y Spinoza. La Crítica del Juicio sitúa este problema en el centro de la investigación (Cassirer,
1993: 329-331).
69
Cf. Cassirer, 1993: 349. Véase también Rogerson, 1986: 18-19.
70
Como advierte García Morente, a quien seguimos en este análisis de las características del juicio
estético kantiano, el a priori de este juicio no puede ser ni el a priori de la intuición ni el de los juicios
sintéticos, sino el de la idea o finalidad (cf. Kant, 1999: 55-56).
71
De este modo, dice Cassirer, el hombre contempla la naturaleza como si fuera la expresión de una
voluntad plasmadora, pero, a diferencia de lo que ocurría con la metafísica de base neoplatónica, esta
voluntad plasmadora no resulta del objeto mismo sino que es un punto de vista que adoptamos en nuestra
reflexión (Cassirer, 1993: 347).
72
En esta misma página, observa Cassirer que es precisamente la falta de esta delimitación lo que
produce el sentimiento de lo sublime kantiano, como algo que escapa a nuestra capacidad de comprensión
y que, en consecuencia, no podemos agrupar en un todo sistemático.
467
73
Hay en el criterio empírico kantiano de la unanimidad sobre lo bello, una clara influencia, aunque
relativizada por lo que respecta a sus conclusiones, del concepto de lo sublime de Longino, tan presente
en toda esta época: “Considera hermoso y verdaderamente sublime aquello que agrada siempre y a todos.
Pues, cuando personas de diferentes costumbres, vidas, aficiones, edades y formas de pensar tienen una
opinión unánime sobre una misma cosa, entonces este juicio y coincidencia de espíritus tan diversos son
una garantía segura e indudable a favor de lo que ellos admiran” (De lo sublime, 7, 3).
74
En el parágrafo 8, Kant había ya planteado el problema de la universalidad del juicio estético, sin
ocuparse de su fundamento: “El voto universal es, pues, sólo una idea (… ). Que el que cree enunciar un
juicio de gusto, juzga en realidad a medida de esa idea, es cosa que puede ser incierta: pero que él lo
refiera a ella, y por lo tanto, que ha de ser un juicio de gusto, lo declara él mismo, mediante la expresión
de belleza. Pero para sí mismo, mediante la mera conciencia de la privación de todo aquello que pertenece
a lo agradable y al bien, puede él llegar a estar seguro de la satisfacción que aún le queda: y esto es todo
468
en lo que él se promete la aprobación de cada cual, pretensión a la cual tendrá derecho, bajo esas
condiciones”.
75
“Por sensus communis ha de entenderse la idea de un sentido que es “común a todos”, es decir de un
Juicio que, en su reflexión, tiene en cuenta por el pensamiento (a priori) el modo de representación de los
demás para atener su juicio, por decirlo así, a la razón humana” (Crítica del Juicio & 40). Para la
evolución del concepto de “sentido común”, véase Gadamer, 1996: 48 y ss.
76
Cf. Guyer, 1997: 314.
77
Dice Honig, al respecto, que el principio por el que la autonomía del arte refleja la autodeterminación
moral del hombre llega a ser casi absoluto entre los inmediatos seguidores de Kant. Así, por ejemplo, para
Schelling, el arte es la más alta unión de necesidad y libertad (Honig, 1982: 42).
469
Kant atribuye así al arte la difícil tarea de transmitir las ideas estéticas, aquellas
que desbordan las posibilidades del discurso, referidas a objetos y estados más allá de la
78
Como recuerda J. J. Sheridan en su prólogo a De planctu Naturae, el genio, en la Antigüedad, era
entendido como una deidad tutelar. Posteriormente, así se recoge en la obra de Agustín e Isidoro, se le
relacionó con el proceso de la generación de todas las cosas. Ésta es también su función en la obra
alegórica de Bernardo Silvestre, como guardián de la fertilidad de hombres y mujeres, encargado de dotar
de forma individual a los nacidos, con el propósito de que no existan dos iguales (cf. Alain de Lille, 1980:
59-62). Obsérvese cómo en el concepto de genio kantiano se conservan estas notas de generación y
originalidad en el proceso creativo.
470
experiencia79. Para salvar los obstáculos señalados en el parágrafo 45, Kant advierte que
el arte bello debe procurar que su finalidad no parezca intencionada, para aparecer como
naturaleza, esto es, como resultado de haber alcanzado la precisión derivada de un
conjunto de reglas, pero, al mismo tiempo, sin dejar ver el esfuerzo que ha sido
necesario para conseguirlo.
En estas consideraciones pueden atisbarse dos conclusiones previas: en primer
lugar, la idea kantiana de “arte sin esfuerzo” que sirve para apoyar el necesario “arte sin
finalidad” imprescindible para que pueda ser apreciado como bello, se basa en una
ficción: la ocultación del esfuerzo y la apariencia de libertad en la elaboración de la obra
de arte. En todo caso, es necesario diferenciar entre la intencionalidad que produce la
obra de arte y la que ésta pueda conllevar. En este sentido, el hecho de que sea la
voluntad del artista la que origine la obra de arte no significa que ésta misma sea
“interesada”. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, hay que advertir la
negativa valoración que Kant tiene del trabajo en la producción artística, consecuencia
de un planteamiento idealista que tendrá quizá su replica en la valoración del esfuerzo
en el pensamiento poético de Baudelaire y Flaubert. No obstante, el rechazo kantiano
del trabajo con relación a la creación de la obra de arte se entiende aquí como rechazo
del arte en el sentido de techné, y, en consecuencia -una vez más-, de la retórica.
Ahora bien, como resulta necesario, por las propias exigencias de la obra bella,
ir más allá de esta apariencia de libertad apuntada en el parágrafo 45, Kant propone en
el parágrafo siguiente avanzar un paso más en esta configuración del arte sin finalidad.
Es en este punto donde recurre al concepto de genio. Y ya desde la propia definición de
“genio” como talento que da la regla al arte80, Kant descubre sus cartas en la descripción
de un arte que pueda producir un objeto susceptible de ser apreciado estéticamente. En
efecto, cuando seguidamente apunta que “el genio es la capacidad espiritual innata
mediante la cual la naturaleza da la regla al arte”, sienta los fundamentos necesarios
para vincular la obra de arte bella al proceso que hace posibles los juicios estéticos, de
tal manera que ya no se puede hablar de la existencia de un concepto en el origen de la
obra de arte, sino más bien de que es la naturaleza la que da la regla al arte en el sujeto,
el genio. Kant, mediante esta argumentación, salva la posibilidad de un arte estético, y
con ello, desde el momento en que lo conceptual queda excluido de su determinación,
de un arte simbólico. En el sistema estético kantiano, la naturaleza se erige como algo
79
Cf. Rogerson, 1986: 96.
80
Crítica del Juicio & 46.
471
más que un modelo: se trata más bien de una causa final que afecta no sólo a la
consecución final de la obra de arte sino también al propio proceso de creación artística
encomendado al genio. El símbolo encuentra su razón de ser en esta obsesión por lo
natural que recorrerá todo el Romanticismo.
Kant apela al término “espíritu” para designar la “facultad de la exposición de
las ideas estéticas sin concepto, que incita a pensar mucho sin que, sin embargo, pueda
serle adecuado concepto alguno” (Crítica del Juicio & 49). En este sentido distingue
entre la imaginación productiva que, aunque no utilice este término, da lugar a las
alegorías81, y la imaginación creadora que pone en movimiento la facultad de las ideas
intelectuales para pensar, con ocasión de una representación82. Se trata, como se verá
seguidamente, de un adelanto del concepto de símbolo que expondrá en el parágrafo 59.
Kant considera la poesía como la más estética de las artes porque se aviene con la
mayor idoneidad al desarrollo de este procedimiento simbólico83.
Ahora bien, es necesario detenerse en los dos ejemplos propuestos por Kant para
ilustrar su razonamiento porque, aunque no los denomina “simbólicos” expresamente,
tal vez se ajusten más que los expuestos en el parágrafo 59, a la idea de símbolo que
después llegará hasta nuestros días; y porque Kant ofrece aquí un modelo de
interpretación que también ha marcado algunas pautas en la hermenéutica simbólica
posterior. El primero de estos ejemplos es un fragmento de un poema de Federico de
Prusia: “Agótese nuestra vida sin murmullos ni quejas –abandonando el mundo después
de haberlo colmado de beneficios-. Así, el sol, cuando ha terminado su carrera diurna –
extiende aún por el cielo una luz dulce-. Y los últimos rayos que lanzan en el aire –son
sus últimos suspiros por el bien del mundo-”. Dejando a un lado la idoneidad del poema
para servir de ejemplo al planteamiento kantiano, lo que acaso sorprenda de su
explicación es que, de una comparación basada en una analogía no demasiado forzada,
81
“El poeta se atreve a sensibilizar ideas de la razón de seres invisibles: el reino de los bienaventurados,
el infierno, la eternidad, la creación, etc. También aquello que ciertamente encuentra ejemplos en la
experiencia, verbigracia, la muerte, la envidia y todos los vicios y también el amor, la gloria (… ). Pero
esa facultad, considerada por sí sola, no es propiamente más que un talento (de la imaginación)” (Crítica
del Juicio & 49). Rogerson ha notado que estos ejemplos se pueden agrupar en dos categorías: las
nociones teológicas que, indudablemente, están fuera de la experiencia; y los vicios y virtudes. En este
caso, no resulta tan evidente que se encuentren fuera de la experiencia (ib., p. 99). Lo que nos llama la
atención de este parágrafo 49 y de la reflexión de Rogerson es que estas dos categorías de objetos
coinciden con las dos clases de alegoría más conocidas desde la Antigüedad clásica: la alegoría teológica,
que, por la propia evolución de la metafísica, pasa de física a teológica y de ahí a mística; y la alegoría
moral que, con el tiempo, deviene, en una de sus posibilidades, en alegoría psicológica.
82
El término “representación” será fundamental en la recuperación de cierta estética de Kant por
Gadamer y su concepto de símbolo (cf. Gadamer, 1998: 85-99). Sobre el problema de la “representación”,
a partir de las ideas heideggerianas de la época de la imagen del mundo, véase Derrida, 1989: 77-122.
472
Kant, en vez de explicar, aunque no resulte necesario, los términos de esta analogía,
diga que “excita una multitud de sensaciones y representaciones adyacentes para las
cuales no se encuentra expresión alguna”. En el siguiente ejemplo -de nuevo uno de los
términos de la analogía pertenece al ámbito de lo natural-, ocurre algo parecido. En esta
ocasión, también un símil poético –“Manaba la luz del sol como la paz mana de la
virtud”- de fácil aunque rehusada determinación, da pie en el comentario de Kant a la
exposición de una experiencia estética de alcances insospechados, especialmente para el
lector postromántico que ha olvidado la extensa potencialidad concedida en este periodo
a la naturaleza: “Extiende por el alma una multitud de sentimientos sublimes y
calmantes y abre una perspectiva sin límites sobre un futuro alegre, que ninguna
expresión adecuada con un determinado concepto alcanza a expresar totalmente”. En
este caso, como ocurría también en el ejemplo anterior, Kant termina su comentario
subrayando la imposibilidad de reducir a un plano conceptual los sentimientos
suscitados por el poema.
Ciertamente desde el punto de vista más estricto de la experiencia estética
kantiana, tales tesis puedan sostenerse fácilmente, pero no deja de llamar la atención la
aparición de un mecanismo que creemos haber detectado en ambos ejemplos: el rechazo
de la retórica, en ambos casos la explicación del símil, como clave interpretativa que
hubiera arrojado un resultado más preciso aunque desde luego limitado al ámbito de lo
conceptual. Este rechazo de lo retórico no es independiente de la ya aludida presencia
de lo natural, y debe entenderse como un rechazo de lo artificial en la representación
artística.
En los comentarios de Kant, el salto a lo ilimitado se produce sobre el obstáculo
de la figura retórica. Lo interesante de este procedimiento es que guarda cierta similitud
si bien algo alejada –cosa que no ocurrirá con algunos críticos posteriores- con el
procedimiento de los alegoristas alejandrinos respecto a la hermenéutica patrística. En
efecto, Orígenes y otros alejandrinos partían siempre de un estricto sentido literal del
texto, para, a partir del absurdo que éste suscitaba, poder aplicar la interpretación
alegórica más insospechada. Por contra, la escuela de Antioquía mostraba un respeto
mucho mayor por el sentido literal de los textos sagrados, entre otras cosas, porque
admitían la metáfora como un elemento natural del discurso y, por lo tanto, como una
parte importante del sentido literal. Kant actúa como los alejandrinos: elude la
referencia al procedimiento retórico como elemento natural del discurso poético y se
83
Cf. Crítica del Juicio & 53.
473
deja llevar por las representaciones que en la imaginación le producen las extrañezas del
texto84.
Más adelante, Kant se detiene en el examen de la obra de arte en relación con los
espacios natural y moral. La objetivación del sentimiento en los términos vistos
anteriormente produce un mundo nuevo que, aunque es independiente de las leyes
naturales y morales, no puede tener otro contenido que éstas. La obra de arte afronta de
una forma diferente la contemplación de la naturaleza y la libertad. Así, afirma Kant,
toda obra de arte se encuentra determinada por los sentidos, aunque, sin embargo,
trasciende el círculo sensorial 85. La naturaleza no sólo informa al arte de su contenido,
sino que también, al ser contemplada de forma estética, adquiere significación y
expresión86.
En la obra de arte, el sentimiento del yo se revela, al mismo tiempo, como un
sentimiento del universo. De este modo, el arte expresa la unidad de lo sensible y lo
inteligible. En el libre juego de la imaginación, la naturaleza y la obra de arte funden e
intercambian sus papeles, de tal modo que la primera se presenta como si cobrase
formas desde dentro y con arreglo a leyes y fines propios; la segunda, por su parte, se
antoja como algo necesario y, en este sentido, como obra de la naturaleza misma
(Cassirer, 1993: 389). La unidad de lo sensible y lo inteligible, que será fundamental en
la asociación simbólica de la belleza con el bien moral, aparece como el elemento
fundamental del arte poética, de un modo que casi se repetirá en los mismos términos en
la concepción goetheana del símbolo: “Lo característico de la poesía es que convierte
los conceptos en ideas estéticas, los eleva, les da vida, introduce en ellos, gracias a la
libertad de la imaginación, algo que no es mero conocimiento, y así surge el sentimiento
estético, fijado en imágenes, así surge lo indecible de las ideas.” (Crítica del Juicio &
53).
La obsesión romántica por la naturaleza, derivada de los presupuestos kantianos,
ha sido estudiada minuciosamente por Paul de Man en su Retórica del Romanticismo87.
Ya desde lo paradójico del título, de Man aborda en este trabajo el problema de la
84
Lógicamente el paralelismo entre la exégesis de Orígenes y las explicaciones kantianas del parágrafo
49 de la Crítica del Juicio terminan aquí, y no pueden derivarse, en nuestra opinión, otras conclusiones
que las sugerencias expuestas. Por supuesto, la tensión entre lo artificial y el ideal de la creación de la
naturaleza es impensable en el ámbito de la exégesis alegórica patrística.
85
El rechazo de “lo agradable” en la estética kantiana se une a la antipatía manifiesta de su autor por la
retórica. De este modo Kant desconfía de todo ornato, incluso de la rima y de la agudeza, en beneficio de
un arte formal determinado por el libre juego de la imaginación (cf. Asunto, 1989: 88-89).
86
Cf. Kant, 1999: 60.
87
Cf. de Man, 1984.
474
88
De Man advierte que el objeto natural a los ojos de los románticos, en una concepción muy cercana al
neoplatonismo, es aquel cuyo origen sólo está determinado por su ser; su devenir coincide con su forma
de originarse y, en definitiva, su existencia coincide con su esencia. Todos los objetos naturaleza, por
ejemplo, todas las flores, remiten a una flor original de la que emanan. A su vez, esta entidad original,
que contiene todas las flores como manifestaciones, es necesariamente trascendental; es la Idea, más allá
de la cual se extiende el ser. Por eso, por ser encarnaciones de un principio trascendental, los objetos
naturales son epifanías (op. cit., p. 4).
89
Ib., p. 6.
90
Ib., p. 16. Ya Schopenhauer -y también Thomas de Quincey- se dio cuenta de que el símbolo no era
sino una alegoría en la que “se había hecho arbitraria la conexión entre el icono y su sentido abstracto”
(Lawrence, 2005: 32).
91
El antecedente inmediato está en Shaftesbury que toma el concepto de “belleza moral” de los griegos.
El éxito de la fórmula de Shaftesbury se debió, probablemente a la combinación de elementos afectivos y
racionales, en la que la búsqueda del placer aparecía como motivación de la moral tanto individual como
social (Norton, 1995: 212).
92
El problema proviene del concepto de “desinterés” que Kant asocia al placer estético y afecta tanto al
propio sistema de pensamiento kantiano, como a la lectura que posteriormente se ha hecho de éste. En
opinión de Heidegger, Schopenhauer malinterpretó la estética kantiana (Crítica del juicio & 2-5). Esta
mala comprensión pasó a Nietzsche -que la invirtió en el concepto de “embriaguez”, opuesto también al
“agrado desinteresado”- y, de ahí, a los críticos posteriores. Para Heidegger, éstos confundieron desinterés
con indiferencia. En la interpretación heideggeriana, el desinterés se refiere a que lo bello no debe se
rcontemplado en consideración a otra cosa sino que debve dejarse que salga a nuestro encuentro, en su
propio rango y dignidad (cf. Heidegger, 2005: 107-109).
475
93
Cf. Guyer, 1997: 117.
94
Rogerson propone la siguiente solución para salvar esta contradicción entre los parágrafos 42 y 59: La
belleza natural satisface un interés moral inmediato. La belleza artística, por su parte, no puede satisfacer
un interés moral inmediato, pero sí mediato: en primer lugar debemos reconocer que el arte representa un
objeto particular, y, a partir de este reconocimiento, se produce el mismo proceso que en el caso del
objeto natural (ib., p. 111-112).
95
Se encuentra en estas palabras ya un adelanto de la inagotabilidad del sentido del símbolo, que ya
aparece en la definición de Goethe de 1824.
96
Cf. Laugbaum, 1996: 78.
476
97
Para el concepto de naturaleza mecanicista y amoral de la Ilustración, véase Cassirer, 1993: 54-112.
98
Adorno y Blumenberg, entre otros, han señalado el final de esta hostilidad hacia la naturaleza y han
defendido la vuelta a “lo bello natural”. Para Jauss este regreso a la naturaleza desde la estética debe
entenderse como una espontánea comprensión estética que posibilite los lazos entre los hombres y de
éstos con la naturaleza (cf. Jauss, 1995: 134).
99
Ya desde Goethe, el Romanticismo adquiere, gracias a esta base de la contemplación natural, un
carácter realista que armoniza con sus postulados ideales, puesto que lo ideal siempre se entiende en
conjunción con lo real (cf. Laughbaum, 1996: 81). Precisamente esta conjunción, entendida en su sentido
etimológico de unión, apela directamente al concepto de símbolo.
100
Anna Balakian, en su obra clásica El movimiento simbolista, se pregunta, a tenor de la multitud de
tesis contradictorias sobre el concepto de simbolismo, si no sería más conveniente borrar dicho término
del campo literario (Balakian, 1969: 18).
101
Sobre la debilidad del argumento kantiano y sus motivaciones, véase Norton, 1995: 224 y ss.
477
102
Cf. Rogerson, 1986: 102.
103
Para el papel que juega en el sistema kantiano la distinción entre intuición y concepto, véase Rorty,
2001: 145-146.
104
Guyer propone los siguientes ejemplos de cada una de las posibilidades de exposición de conceptos.
Respecto a los conceptos empíricos, el ejemplo de un perro concreto sirve para exponer el concepto de
“perro”; en cuanto a los conceptos puros del entendimiento, el concepto de “causa” puede proponerse el
esquema de la sucesión temporal. Sin embargo, para los conceptos de razón o ideas hay que recurrir al
símbolo (ib., p. 333).
105
La influencia de Kant no sólo en las elucubraciones teóricas de Goethe sino también en su obra poética
es tan intensa que se ha llegado a decir que la Crítica del Juicio construye en cierto modo a priori su
concepto de la poesía (Cassirer, 1993a: 307).
478
[la idea], y del cual ninguna intuición sensible adecuada puede darse, se pone una intuición en la
cual solamente el proceder del Juicio es análogo al que observa en el esquematizar, es decir, que
concuerda con él solo según la regla de ese proceder y no según la intuición misma; por lo tanto,
sólo según la forma de la reflexión y no según el contenido107.
Todas las intuiciones que se ponen bajo conceptos a priori son esquemas o símbolos,
encerrando los primeros exposiciones directas de conceptos; los segundos, indirectas. Los
primeros lo hacen demostrativamente; los segundos, por medio de una analogía (para la cual se
utilizan intuiciones empíricas), en la cual el Juicio realiza una doble ocupación: primero, aplicar
el concepto al objeto de una intuición sensible, y después, en segundo lugar, aplicar la mera
regla de la reflexión sobre aquella intuición a un objeto totalmente distinto, y del cual el primero
es sólo el símbolo.
106
Cf. Viëter, 1950: 72-73.
107
La definición kantiana de símbolo ha sido recogida por Blumenberg para denominar a sus “metáforas
absolutas” como elementos básicos del lenguaje filosófico –retomando así la discusión sobre metáfora y
filosofía abierta por Aristóteles al cuestionar el concepto platónico de “emanación” y proponer la
analogia entis-. Según Blumenberg, la metáfora absoluta responde a una transferencia de la reflexión
irreductible a la logicidad (Blumenberg, 2003: 45).
108
De este modo, lo intuitivo, dice Kant en este mismo párrafo, se opone a lo discursivo.
479
109
Esta remisión será, en opinión de Gadamer, uno de los problemas mayores de la estética idealista (cf.
Gadamer, 1998: 22).
110
Cf. Heidegger, 1993: 212.
111
Pérez Carreño ha destacado la escasa explicación que Kant ofrece de esta analogía. En su opinión, se
trataría de una sensibilización de lo suprasensible no directamente, sino a través de un esquema análogo
(Pérez Carreño, 1990: 98). Más adelante analizaremos las distintas posibilidades analógicas que brinda el
simbolismo kantiano.
480
acerca, por otra, al horizonte teórico del símbolo kantiano. La orientación exclusiva de
la retórica hacia el ornato implica que ésta se concentra en la forma externa del discurso,
en la que las figuras tienen como función asegurar el desvío de la lengua común con el
que la retórica reivindica un texto como propio. Sin embargo, en el caso de la catacresis,
tal y como viera en su momento Fontanier, su empleo esta determinado y viene exigido
por una realidad extradiscursiva, de tal forma que lo que se dice no puede ser traducido,
sin que se pase a afirmar otra cosa113. Así, en estas situaciones especiales, ya no se
puede afirmar que la retórica cumpla ese papel ornamental que se le atribuía en el
tiempo de Kant114.
En consecuencia, el concepto kantiano de símbolo determinado por la catacresis
resulta, no sólo ajeno al dominio de la retórica ornamental, sino también a la idea
superficial que de la alegoría se posee a la largo del siglo XVIII.
Sin embargo, es necesario recordar que en su voluntad de querer nombrar lo que
aún es indecible, el símbolo kantiano, como catacresis, comparte finalidad con la
exégesis alegórica antigua que, al servicio de la metafísica, pretendía introducir lo
inefable en el discurso. Ahora bien, esta coincidencia, no implica identidad. La falta de
nombre en los casos que Kant propone en primera instancia115 no se debe a la
imposibilidad de una intuición directa de éstos.
Así, es preciso diferenciar entre el mecanismo de atribución del nombre por
catacresis, en el que se dan los requisitos de la exposición simbólica, tal como Kant la
entendía frente al ejemplo y al esquema, y la necesidad esencial de tal exposición; dicha
necesidad se produce, como Kant advierte más arriba, en los casos en los que no es
posible la intuición directa del concepto. Sin embargo, en los ejemplos que estamos
refiriendo, aunque se cumplen los requisitos de exposición simbólica -catacrética-, esto
112
“Llamo “relación analógica” a cuando un segundo miembro de una proporción guarda con el primero
similar relación a la del cuarto con el tercero. En tal caso se podrá decir el cuarto término en vez del
segundo y el segundo en vez del cuarto” (Poética, 1457b).
113
Cf. Galay, 1974: 399. Sobre el origen metafórico y metonímico de la catacresis, véase Le Guern, 1990:
101-106.
114
En la Retórica de Vico, la catacresis como abusio, se integra dentro de los tropos ornamentales, pero,
también habla de los tropos por necesidad, esto es, de los derivados de la existencia de un mayor número
de cosas que de palabras, en cuyo caso se recurre a términos extraños para referirse a estas cosas que
carecen de término propio (cf. Vico, Retórica [39]). La catacresis ocupará un papel fundamental en el
pensamiento de Derrida: “El programa aristotélico de dominación de la metáfora fracasa en el punto en
que aparece que toda la lengua filosófica es un sistema de “catacresis” o metáforas forzadas, y que no es,
en suma, la metáfora la que está en la filosofía, sino la filosofía la que está en la metáfora” (Derrida,
1989: 32).
115
“Así las palabras fundamento (apoyo, base), depender (estar mantenido por arriba), fluir de (en lugar de
seguirse), sustancia (lo que lleva los accidentes según expresa Locke) e innumerables más, no son
esquemáticas sino simbólicas” (Crítica del Juicio & 59).
481
116
La analogía entre la representación simbólica y la esquemática se basa en que en el esquematismo, los
componentes de una intuición quedan subsumidos bajo un concepto porque una ley que éste implica,
puede determinar el orden de pensamiento que refleja la intuición; en el simbolismo, lo que concuerda
con el concepto es meramente la ley del procedimiento del juicio, no la intuición misma; la forma de la
intuición, no el contenido. En consecuencia, la conexión entre el símbolo kantiano y su referente –no
existe en la teoría kantiana una conexión intrínseca entre el simbolizante y lo simbolizado- será más libre
que entre los esquemas y ejemplos y sus referentes.
117
Advierte, no obstante, que el propio concepto de símbolo es utilizado por Kant “sin fijación
terminológica técnica” (Trías, 1990: 110).
118
Op. cit., p. 114.
482
que funda Trías su afirmación y que, a nuestro juicio, pertenece exclusivamente a los
presupuestos de la estética idealista119.
Precisamente, vistos estos ejemplos de símbolo, sorprende que, a continuación,
Kant proponga el conocimiento de Dios como otro ejemplo de conocimiento simbólico
y que, para ello, recurra a las pautas de la teología negativa, corregida, en términos muy
cercanos a la doctrina cristiana, con algunas notas de teología positiva120. El símbolo
kantiano se ubica precisamente en este segundo momento de la aproximación al
conocimiento de Dios, esto es, el de la teología positiva, y no en el sentido negativo y
más complejo que había tenido en el neoplatonismo, sobre todo en Proclo, y en la
primera mística cristiana de la oscuridad, especialmente en Gregorio de Nisa y en el
pseudo-Dionisio. En estos autores, ciertamente, se rompía la regla de la analogía que
Kant ha determinado como base del mecanismo simbólico.
En este caso ocurre lo contrario que en los ejemplos de catacresis expuestos
anteriormente: en el conocimiento de Dios la atribución simbólica de nombres sí reúne
el requisito de necesidad apuntado por Kant para la constitución del símbolo; sin
embargo, no concurre el requisito de exposición simbólica, la analogía. En efecto, el
recurso a la analogía que en la Antigüedad tardía y en la Edad Media la teología
catafática había desarrollado para la expresión de la divinidad no puede, en ningún caso
reducirse a la metáfora aristotélica de proporcionalidad que Kant ha adaptado en los
ejemplos de símbolo -ya expuestos- del parágrafo 59. La atribución de los nombres de
Dios se basaba, por el contrario, en la idea de la desproporción absoluta entre el
concepto que el nombre representa y el grado ilimitado con el que éste se da en Dios.
La reflexión en torno al símbolo kantiano tiene como propósito fundamental,
dentro de la Crítica del Juicio, el desarrollo de una vía que pueda vincular la idea de la
belleza con la idea del bien, de tal modo que no contradiga el esencial desinterés del
gusto y su dependencia exclusiva del sentimiento de placer y dolor, y que, por otra
parte, permita fundar en esta relación la posibilidad de exigir una validez universal de
juicio estético. En este sentido –dice Guyer-, Kant hace dos precisiones fundamentales:
por una parte, afirma que es sólo como símbolo del bien moral que la belleza agrada con
119
En este sentido, Gadamer sostiene la historicidad del arte vivencial y observa, a partir de la lectura de
la obra de Curtius, que es necesario reconocer que la historia del arte ha conocido otros baremos distintos
de la exposición de lo vivido (Gadamer, 1996: 108).
120
“Todo nuestro conocimiento de Dios es meramente simbólico, y el que lo toma por esquemático, con
las cualidades entendimiento, voluntad, etc., que sólo en seres del mundo muestran su realidad objetiva,
cae en el antropomorfismo, así como si se aparta todo lo intuitivo cae en el deísmo, según el cual nada es
conocido ni aun en el sentido práctico”.
483
una exigencia de aprobación general; por otra, y a partir de esta primera consideración,
se “estima el valor de los demás por una máxima semejante del Juicio” y añade de
forma decisiva: “Es lo inteligible hacia donde (… ) mira el gusto; en el concuerdan
nuestras facultades de conocer superiores”.
En este fragmento, Kant ha apuntado una dirección diferente a la que se infería
de los ejemplos de catacresis anteriormente comentados, incluso, de forma paradójica,
de la exposición del conocimiento simbólico de Dios. En efecto, a la luz de estas
palabras, puede sostenerse que los objetos bellos son símbolos de las ideas, esto es, de
los conceptos de la razón, inteligibles. En estos casos, se trata de conceptos que carecen
de intuición sensible. En concreto, el concepto que simboliza el objeto bello es, no ya el
bien moral, sino nuestra capacidad moral misma e, incluso más allá, Kant parece
apuntar hacia el fundamento suprasensible, nouménico, esto es, el sentido metafísico de
esta capacidad.
Sólo en este aspecto, en la referencia final a lo suprasensible, afirma Guyer,
encontramos una teoría del simbolismo que rompe las barreras de la interpretación
epistemológica y psicológica, y aporta una explicación de la relación entre los juicios
moral y estético completamente distinta de la presentada en los demás textos kantianos.
Es por este motivo por lo que Kant ha situado su teoría de la belleza como símbolo de la
moral en la sección “Dialéctica del Juicio Estético”, la única parte de la Crítica del
Juicio en la que procura conectar el análisis del juicio estético con la ontología del
idealismo trascendental121. Sin embargo, es necesario precisar que esta referencia al
fundamento suprasensible de la capacidad moral supone desplazar la raíz de la actividad
simbólica desde la imaginación productiva a la intuición intelectual122. Este paso no es
posible para Kant puesto que se trata de una facultad de la que el hombre no dispone,
aunque puede pensar en ella desde la conciencia de los límites de su capacidad para
conocer123 -no obstante, la intuición intelectual será una pieza clave del sistema
filosófico y, por supuesto, de la teoría del símbolo de Schelling-.
Guyer prosigue su estudio advirtiendo, por una parte, que sólo por esta
referencia simbólica a lo suprasensible, puede Kant plantear el argumento de la
exigencia de la validez universal del juicio estético; pero, por otra, Guyer explica las
razones por las que Kant reduce el alcance de esta teoría en su posterior desarrollo, de
121
Cf. Guyer, 1997: 337-338.
122
“La imaginación productiva puede inventar libremente el aspecto de un objeto posible. La intuición
originaria puede crear el ente mismo” (Heidegger, 1993: 115).
123
Cf. Bürger, 1996: 26.
484
124
Cf. Op. cit., pp. 339-344.
125
Cf. Gadamer, 1996: 111.
126
En cierto modo, el mecanicismo de Descartes y Spinoza, aunque se aparta del neoplatonismo, también
participa de la idea de un todo universal que comprende todas sus cualidades y modificaciones (cf.
Cassirer, 1993: 329-330).
485
127
Cf. Cassirer, 1993: 352. La consideración de la experiencia en la estética y en la epistemología
moderna es inversamente proporcional a la valoración de la alegoría. Ambos fenómenos están
directamente relacionados a través de la crisis del lenguaje de la modernidad. En este sentido, Certeau
observó: “La experiencia, en el sentido moderno del término, nace con la desontologización del lenguaje”
(Certeau, 2002: 170).
128
Véanse algunas definiciones de “símbolo” en Vanderdorpe, 1999: 82-83.
129
En la estética kantiana este reconocimiento de la totalidad en lo individual tendrá un carácter formal.
486
3
El símbolo en la estética de Schelling
La Filosofía del arte de Schelling representa una etapa fundamental en la
configuración del símbolo en su sentido moderno y un paso adelante en la oposición
que éste sostiene frente a la alegoría. A diferencia de Kant, cuya referencia al símbolo
ocupaba una reducida y vaga -aunque esencial en su sistema de pensamiento- sección en
la Crítica del Juicio, en la que no se mencionaba la alegoría, la obra de Schelling
desarrolla ampliamente estos conceptos y los enfrenta desde una idea nueva de lo que
debe ser el arte y su relación con la filosofía.
130
Gadamer interpreta la simbolización como una forma de conocimiento paralela al esquematismo
trascendental (cf. Pérez Carreño, 1990: 98). Cassirer, por su parte, afirma lo siguiente: “Lo mismo para
las representaciones teóricas que para las estéticas se requiere una “unidad de conocimiento” específica,
ahora bien, mientras que en cuanto a aquella el tono y el acento recaen sobre el factor conocimiento, en
cuanto a ésta recaen sobre el factor unidad. La conducta estética llámase “adecuada al fin para el
conocimiento de los objetos en general”, pero precisamente por ello renuncia a dividir los objetos en
clases especiales y a designarlos y determinarlos mediante características distintivas especiales, como las
que se expresan en los conceptos empíricos” (Cassirer, 1993: 368).
487
131
Cf. Bürger, 1996: 26.
132
Cf. Griffero, 1999: 129.
133
Op. cit., p. 130.
134
Ib. pp. 130-131.
488
135
Así, se pregunta Griffero si el objetivo de la intuición estética alcanza a la totalidad de la comunidad, o
a la parte de ésta que vive en la intuición del arte o sólo al artista, o incluso únicamente al artista genial
(cf. Griffero, 1999: 133).
136
Cf. Crítica del Juicio & 50.
137
Cf. Bürger, 1996: 118.
138
Para Bordieu, el desplazamiento de la figura del artista a la esfera de la teología, como creador de un
mundo sui generis y autónomo, es detectable ya desde Baumgarten (Bordieu, 1995: 432).
489
139
Cf. Bürger, 1996: 124.
140
Dice Schelling en el parágrafo 37 de la Filosofía del arte: “Bello es un poema en el que la máxima
libertad vuelve a captarse a sí misma en la necesidad. Arte, pues, es una síntesis absoluta o una
compenetración recíproca de la libertad y la necesidad”.
141
Abrams advierte, con relación a la influencia del neoplatonismo en el Romanticismo, que a diferencia
de lo que ocurre en aquel, en éste no se plantea la vuelta al Uno, sino un movimiento en espiral de
continua superación, en devenir (Abrams, 1992: 177). Salvando todas las distancias, existe un cierto
490
Hay belleza siempre que la luz y la materia, lo ideal y lo real, entran en contacto (… ).
Hay belleza allí donde lo particular (real) es tan adecuado a su concepto, que éste, en cuanto
infinito, ingresa en lo finito y es intuido in concreto. De esta manera, lo real en que se
manifiesta el concepto va asemejándose verdaderamente e igualándose al arquetipo, a la idea,
donde lo general y lo particular se encuentran en absoluta identidad.
(Filosofía del arte, & 16)
paralelismo, probablemente sólo eso y no una influencia determinada, entre este movimiento en espiral y
el concepto de epéctasis de la mística de San Gregorio de Nisa.
142
“La representación de lo absoluto con la absoluta indiferencia de lo general y lo particular en lo
particular sólo es posible simbólicamente” (Filosofía del arte & 39).
143
Filosofía del arte & 39.
491
144
El mito se convierte en la obra de Schelling en una posibilidad de salvación de las antinomias
universales que caracterizan la Edad Moderna, tras la pérdida de las certezas religiosas, que tratará de
reconstruir con su proyecto de la nueva mitología. Sobre esta cuestión, véase Steiner, 2001a.
145
Blumenberg se acerca al planteamiento de Schelling cuando critica la supervivencia de cierto
hegelianismo en la interpretación actual del mito, al afirmar que “la exégesis alegórica de los mitos, tal y
como la han practicado primero la sofística, después ante todo la Stoa, ha concebido el mito como “proto-
forma” del logos, como expresión en principio invariable, y con este esquema se descubre una
interpretación todavía hoy no superada del mito (… ) que lo entiende como fenómeno psicológico,
subordinado a una forma primitiva del desarrollo del espíritu humano que fue sobrepasada y sustituida
por formas más precisas de comprensión del mundo” (Blumenberg, 2003: 165). En efecto, la lectura
alegórica griega del mito que considera a Homero como padre de la filosofía no hace sino intuir un vacío
entre el mito y el logos, al considerar ya a los poemas homéricos como una primera ruptura con el mito y
utilizar su fundamental presencia en la vida cultural griega para apoyar sus incipientes teorías filosóficas
físicas o morales.
146
Para la relación entre verdad y mito en la obra de Schelling, puede verse Dorfles, 1967: 25-49.
147
El subrayado es nuestro.
148
Véase Vanderdorpe, 1999: 76. En este trabajo, Vanderdorpe diferencia entre la metáfora continuada,
que tiende a imponer en la lectura un régimen de previsibilidad que empobrece el texto hasta hacerlo
insoportable para la sensibilidad romántica, y la alegoría, definida como la puesta en relación, sobre la
analogía, de dos isotopías, de tal modo que la lectura no impone la fusión de los dos sentidos, sino el
reconocimiento de un sentido segundo bajo un sentido primero (op. cit., p. 78). Ahora bien, a nuestro
juicio, la propuesta defendida por Vanderdorpe se encuentra limitada por el hecho de no haber
492
diferenciado en principio los campos hermenéutico y retórico de la alegoría, con sus particularidades, sus
complejas relaciones y, finalmente, su fusión, en cierto modo, en la teoría de Paul de Man en la que,
como él mismo recuerda, texto e interpretación se funden para afirmar que todo discurso es ante todo,
alegoría de su propia lectura (ib., p. 88). En nuestra opinión, esta fusión sólo puede afirmarse,
lógicamente, desde el reconocimiento de dos tradiciones alegóricas, exegética y retórica, en mutua
dependencia, aunque nunca identificadas de forma absoluta. En nuestro trabajo se ha pretendido estudiar
algunos aspectos de esta relación a lo largo de la historia.
149
Pépin, 1958: 59.
150
Para una visión crítica general de la presencia de la idea de la nueva mitología desde Schelling,
Hölderlin, Novalis y Schlegel hasta las hasta las más recientes aportaciones sobre la cuestión, cf. Bürger,
1996: 41-59. Véase también Gadamer, 1999: 39-53. Por otra parte, el acercamiento al mito desde la esfera
de la crítica literaria ha dado como fruto la aparición de la crítica mitológico-ritual que, alcanzando su
máximo auge a mediados de los años cincuenta, supuso la incorporación de los importantes avances
conseguidos por los estudios etnológicos en el siglo XX al campo de los estudios literarios. Autores como
Frazer, Frye, Watts, Weisinger o Ferguson, entre otros vinculados al llamado “grupo de Cambridge”, han
contribuido al desarrollo de esta vertiente crítica con importantes trabajos sobre Dante, Shakespeare,
Blake o Milton. La crítica mitológico-ritual se ha detenido también en las creaciones de autores del siglo
XX; en particular, son de gran interés sus aportaciones sobre la obra de Joyce, Eliot, Yeats o Faulkner.
La interpretación más o menos parcial de las teorías de Jung ha contribuido a la labor de rastreo de
elementos mitológicos en estas obras contemporáneas al resultar insuficiente la remisión a la tradición
literaria. A pesar de lo sugestivo que resulta el punto de partida de esta corriente crítica y de la
importancia de muchos de sus hallazgos, es necesario apuntar que su trabajo amplió excesivamente el
concepto de mito, haciéndolo extensible a tipos literarios más recientes como Don Quijote o Robinson
Crusoe. Algunos de estos críticos incorporan incluso en este terreno a personajes históricos en una
tendencia que Meletinski ha calificado de “mitologismo” (Meletinski, 2001: 99). Este mismo autor
analiza la escuela mitológico-ritual, subrayando, por un lado, algunos aspectos inaceptables como su
infravaloración de la literatura realista, el reduccionismo antihistórico en favor del mito o el rito, el escaso
interés por la personalidad de autor, etc; por otro lado, es importante la valoración que esta corriente
crítica realiza de la mitología como sistema de símbolos literarios, el estudio de las formas de
493
terreno de la estética hasta la filosofía política. Por lo que se refiere a nuestro trabajo,
nos parece interesante recordar la crítica que Pierre Vernant hace sobre esta cuestión. En
primer lugar, Vernant se pregunta si acaso la función del mito es exclusivamente la de
remitir, a través de la explicación simbólica, a lo sagrado, lo divino, lo incondicionado.
Responder afirmativamente supone establecer una identidad entre mito y religión que
resulta inadmisible desde el punto de vista histórico (Vernant, 1982: 201)151. Acaso sea
ésta una tendencia que se hace en ocasiones evidente en las palabras de Schelling: en
algunos de los párrafos de su Filosofía del arte, se tiene la impresión de que su autor se
acerca a los mitos desde presupuestos cristianos, pues si bien afirma que “la materia de
la mitología griega era la naturaleza (… ), la materia de la cristiana es la intuición del
universo entero como historia, como un mundo de la Providencia”152, la denominación
de la religión cristiana como mitología153 abre la posibilidad, a sensu contrario, de
considerar la mitología como religión. La aproximación entre ambos conceptos parece
agilizarse en la Filosofía de la mitología en la que dice, en unos términos que parecen
ajustarse claramente al cristianismo, que “la mitología no es una historia que se hace
sagrada; es la historia que lleva al orden de la vida humana un drama esencialmente
religioso. La imaginería religiosa resulta siempre de una “encarnación”; nunca de una
“apoteosis”154.
Por otra parte, Vernant se muestra sumamente crítico con la aplicación del
concepto romántico de símbolo al estudio del mito: “la noción de símbolo plantea en el
estado actual de las disciplinas que contribuyen a su estudio (psicología, sociología,
lingüística) más problemas de los que resuelve”.
En tercer lugar, y esto es esencial para las tesis que venimos defendiendo, se
pregunta Vernant si “hay fundamento para oponer de manera tan tajante el lenguaje del
mito, simbólico y pleno de imágenes, a las otras lenguas de signos, de orden
conceptual”. Se trata ahora de cuestionar la propia raíz teórica del símbolo como
155
Cf. Vernant, 1982: 201-202.
156
También Schelling llama a la alegoría lenguaje universal en el terreno artístico (cf. Filosofía del arte &
87), algo no tan alejado de la postura de Clemente si tenemos en cuenta la sacralización del arte pensada
por Schelling (véase la “Sección Primera” de la Filosofía del arte).
157
Cf. Filosofía del arte & 39.
495
esquema. Pero cuando Schelling pretende explicar esta oposición entre alegoría y
esquema, afirma que al igual que el esquema también “es indiferencia158 entre lo
general y lo particular, pero de tal manera que lo particular significa aquí lo general o se
lo intuye como general”. Entendemos por lo tanto, que la oposición entre la alegoría y el
esquema en Schelling no se basa en la contraposición de dos géneros o dos especies
distintas, sino de dos modos de aprehender un mismo mecanismo que, es, en definitiva,
el esquematismo.
En efecto, de las palabras de Schelling no se colige que haya otra cosa que el
esquematismo en cuanto modo de representación. La alegoría no es sino una forma de
determinación del esquema, pero no un procedimiento diverso de éste. Si retomamos la
exposición de la representación esquemática de Kant en el parágrafo 59 de la Crítica del
Juicio y la proyectamos sobre el texto de Schelling, se podrá comprobar que la alegoría
de Schelling puede quedar incluida dentro del concepto de esquema kantiano. Esta
conclusión deriva del hecho de que en la alegoría la regla de lo general relega lo
particular que, por su parte, la refiere de forma directa – cuestión que, como sa ha
apuntado, constituye el problema básico de la interpretación alegórica de la mitología en
opinión de Schelling-. Acaso la supresión en el pensamiento de Schelling de la
diferencia kantiana entre conceptos puros del entendimiento y de conceptos de razón
con relación a la diferencia entre esquema y símbolo, tiene como efecto que la
distinción entre esquema y alegoría no pueda tener el alcance que pretende. Esta
circunstancia afecta inevitablemente al símbolo en cuanto es concebido como síntesis de
uno y otra.
Por otra parte, en el sistema kantiano el símbolo se oponía al esquema dentro de
la representación intuitiva, opuesta a su vez a la discursiva. En el sistema que Schelling
propone, la relación del esquema con el símbolo también es imprecisa. En efecto, dice
Schelling que el símbolo nace de la síntesis de la alegoría con el esquema. Pero, si como
hemos visto, la alegoría no es sino la concreción efectiva del esquema, no se entiende
cómo el símbolo puede resultar de esta síntesis, ni, en todo caso, cómo se articula una
oposición entre dos clases de representación de las que una es el resultado de la síntesis
de la otra con el género que la comprende. Se trata de un problema que, como se ha
visto anteriormente, ya estaba presente en la oposición entre símbolo y alegoría de
Goethe. Si el símbolo, en cuanto síntesis, supera y comprende el esquematismo y la
alegoría, no se entiende la pertinencia de su comparación con la alegoría; si el símbolo,
158
El subrayado es nuestro.
496
159
Cf. Schelling, 1999: XXXIII-XXXIV.
160
Seguimos la explicación de Heidegger del sistema de Schelling recogida en el libro Schelling y la
libertad humana (Heidegger, 1996).
161
Cf. Heidegger, 1996: 105.
497
4
El símbolo en la Estética de Hegel
El proyecto de resucitar la mitología expuesto por Schelling para, sobre la base
de la religión, poder reconciliar la necesidad y la libertad fue impugnado por Hegel al
considerar irreversible la acción disolutoria de la unidad entre el arte y la religión
llevada a cabo por la Ilustración163. En consecuencia, descartada la vuelta de la filosofía
al arte, como proponía Schelling, Hegel afirmó por el contrario que, en realidad, era a la
filosofía a la que correspondía la tarea de superar la escisión provocada por la crisis de
la Modernidad164. Con este planteamiento, Hegel creyó dar por cierta la muerte del arte.
Desde su enunciación, la muerte del arte es uno de los elementos del sistema
hegeliano que más polémica ha suscitado en la teoría estética. Partiendo del
pensamiento heideggeriano, Vattimo y Gadamer han leído la muerte del arte de forma
distinta. Gianni Vattimo interpreta esta muerte del arte como expresión que constituye
“la época del fin de la metafísica tal como la profetiza Hegel, la vive Nietzsche y la
registra Heidegger” (Vattimo, 1998: 50). De este modo, lo que Vattimo entiende como
profecía cumplida en la muerte del arte es la destrucción de los límites de la estética a
partir de la experiencia de vanguardia que, frente al desinterés kantiano, se postula
como modelo de conocimiento de lo real y como instrumento de agitación política. En
este sentido, la pérdida del aura baudelaireana, en la interpretación de Benjamin, viene a
significar el final de la comprensión de una experiencia estética aislada del resto de la
experiencia165. Vattimo, a partir del concepto heideggeriano de “tierra”, defiende la
162
Filosofía del arte, Introducción, p. 14.
163
Ya en 1725, un siglo antes de la publicación de la Filosofía del arte, Vico había visto la imposibilidad
de volver al mito después de la labor desmitificadora de la filosofía. Para Vico no es posible la
resurrección de los tiempos originarios. En este sentido afirma Sergio Givone glosando a Vico: “Si la
poesía puede resucitar “por arte” ese mundo (… ) que, en cuanto mitopoyesis inconsciente, en las edades
arcaicas producía “por naturaleza”, sigue tratándose siempre de una simulación fingida, pero no creída, y
por lo tanto, (… ) trágica oscilación: entre la conciencia de que la reflexión filosófica no puede prescindir
del mito, aunque el mito ya no sea nada, y el reconocimiento de que esta nada del mito es su destino y su
némesis. En esta situación es irónica la pervivencia de la poesía” (Givone, 1999: 116-117).
164
Cf. Bürger, 1996: 31-32.
165
Cf. Vattimo, 1998: 50-51.
498
Hubo un tiempo en que el hombre tenía un cielo dotado de una riqueza pletórica de
pensamientos e imágenes. El sentido de cuanto es radicaba en el hilo de luz que lo unía al cielo;
entonces, en vez de permanecer en este presente, la mirada se deslizaba hacia un más allá, hacia
la esencia divina, hacia una presencia situada en lo ultraterrenal, si así vale decirlo. Para
dirigirse sobre lo terrenal y mantenerse en ello, el ojo del espíritu tenía que ser coaccionado; y
hubo de pasar mucho tiempo para que aquella claridad que sólo poseía lo supraterrenal acabara
por penetrar en la oscuridad y el extravío en que se escondía el sentido del más acá, tornándose
interesante y valiosa la atención al presente como tal, a la que se daba el nombre de experiencia.
Actualmente parece que hace falta lo contrario; que el sentido se halla tan fuertemente enraizado
en lo terrenal que se necesita la misma violencia para elevarlo de nuevo.
(Hegel, 1999: 11)
El pasaje nos parece fundamental porque condensa en muy pocas líneas la caída
de la metafísica antigua, en el sentido de la atención a la trascendencia que había
166
Op. cit., p. 59.
167
Cf. Gadamer, 1998: 86-87.
499
168
En la concepción hegeliana “la exigencia de la filosofía es concebir. Pero la estructura de la
proposición y del juicio ordinario del entendimiento no puede satisfacer esta demanda. En el juicio
ordinario el sujeto es lo que subyace, aquello respecto de lo cual el predicado se comporta como su
accidens, (… ) [En la proposición filosófica] es superada la supuesta diferencia entre el sujeto y el
predicado (… ) La cópula, el “es” no predica sino más bien describe el movimiento en el cual el
500
pensamiento pasa desde el sujeto al predicado para volver a encontrar en él el suelo firme que ha
perdido.” (Gadamer, 2000a: 26-28).
169
Cf. De Man, 1985: 132.
170
Ib., p. 117.
171
Así se deduce de su definición de lo bello como apariencia sensible de la idea (Hegel, 1989: 101).
Reveladora es también la cita extraída de la Estética por García Berrio y Huerta Calvo: “En el arte, en
efecto, no estamos ante un simple juego útil o agradable, sino ante una liberación del espíritu del
contenido y de la forma de la finitud; se trata de la presencia de lo Absoluto en lo sensible y lo real, de su
501
conciliación con lo uno y lo otro, de la expansión de la verdad” (García Berrio y Huerta Calvo: 1999,
123).
172
Sobre esta cuestión, véase Urban, 1952: 337 y ss.
173
Nos referimos a la alegoría en su sentido estricto, puesto que, como ya hemos advertido en páginas
anteriores, creemos que el símbolo no es sino la forma especial que la alegoría adopta en la época de la
estética romántica.
502
174
Cf. Gadamer, 1998: 18.
175
Hegel, 1989: 269.
503
? El simbolismo inconsciente
Hegel no considera este primer estadio como una etapa artística ni siquiera
propiamente simbólica sino preparatoria de ambas. Hegel advierte que en este momento
no hay diferencia entre forma y significación ni entre lo interior y exterior; no hay
separación entre concepto y realidad. Este simbolismo parece encajar con el
pensamiento mítico tal como es estudiado por Ernst Cassirer en su Filosofía de las
formas simbólicas (Cassirer, 1998). En esta obra, Cassirer señala que en el pensamiento
mítico presimbólico se rompe la separación entre sujeto y objeto178: “En la conciencia
mítica no existe ninguna delimitación fija entre lo meramente representado y la
percepción real, entre deseo y cumplimiento, entre imagen y cosa” (Cassirer, 1998: 60).
Esta indiferenciación lleva a no separar las ideas de la vida y la muerte dado que no se
entiende la existencia del no-ser179.
176
Hacemos hincapié en el carácter estético de estos distintos simbolismos, esto es, en el carácter
histórico de esta categoría y en su vinculación a la estética en sentido estricto, como proyección de la
filosofía idealista.
177
“El nombre “Hegel” representa el recipiente pan-englobador en el que se han reunido y preservado
tantas corrientes que se puede encontrar ahí probablemente cualquier idea que uno sepa que se ha
recogido de cualquier lugar o que tenga la esperanza de haber inventado él mismo. Pocos pensadores
tienen tantos discípulos que nunca han leído una palabra del maestro.” (De Man, 1998:133).
178
Recordemos que la tensión sujeto-objeto que se producía como consecuencia de la Modernidad, por lo
que, realmente, sería más exacto decir no que se rompe esta separación sino que aún no ha tenido lugar.
179
Esta inexistencia del no-ser hace imposible la ironía en el pensamiento mítico. La ironía se establece
en la filosofía hegeliana (por influencia de Fichte) a través de la separación radical de lo infinito y de lo
finito (sentimiento de lo sublime) y de la relativización de todo lo finito desde el sujeto al que todo se le
presenta como nulo o vano salvo su propia subjetividad que, con ello, también es hueca y vacía. (Hegel,
1989: 63).
504
? El simbolismo fantástico
A diferencia de lo que ocurría en el simbolismo inconsciente, en este estadio
existe una separación entre significación y forma, si bien este distanciamiento lleva a un
conflicto que se intenta solventar formando cada polo separado en el interior del otro,
por medio de la fantasía. Para Hegel tampoco esta fase entra dentro de lo puramente
simbólico porque en este primer distanciamiento entre las significaciones del espíritu y
el mundo exterior de los fenómenos, aquéllas son todavía abstracciones y su expresión
es también exterior o sensible. En esta fase las fuerzas de unificación de las formas con
las significaciones y de separación se confunden y fluctúan en una contradicción que
une, en opinión del filósofo alemán, los elementos en oposición recíproca. Ante la
inadecuación que venimos advirtiendo, la fantasía se vuelca en un proceso de
desfiguración “por cuanto lleva las formas específicas más allá de su particularidad
fijamente determinada, la amplía, la cambia hacia lo indeterminado, la incrementa hasta
lo desmedido, la desgarra y así, en la aspiración a la reconciliación, lo que hace es sacar
a la luz lo opuesto precisamente en su falta de reconciliación.” (Hegel, 1989: 296).
? El simbolismo auténtico
Lo sensible y natural es aprehendido e intuido en sí mismo como negativo, es
decir, como lo que debe suprimirse y es suprimido. En el arte simbólico “la identidad de
la significación y su existencia real ya no es inmediata sino establecida desde la
180
Cassirer, 1998: 72.
505
? El arte de lo sublime
Para Hegel, según de Man, lo sublime representa el momento de separación
radical y definitiva entre el orden del discurso y el orden de lo sagrado. De este modo lo
sublime se opone al símbolo y se constituye, frente a éste, en lo absolutamente bello.
El concepto de lo sublime en Hegel es el producto de una lenta evolución de las
ideas estéticas que arranca de mucho tiempo atrás y que cristaliza en el siglo XVII con
la crisis del modelo pitagórico. Como dice Remo Bodei, la estética derivada del
pitagorismo que se basaba en la armonía universal, la simetría y la proporción de las
partes con relación al todo se fractura cuando la ciencia descubre la
inconmensurabilidad del cosmos que hace imposibles las ideas de proporcionalidad que
habían sustentado esta valoración de la naturaleza. La teoría pitagórica que se
sustentaba sobre la equivalencia de lo bello, lo bueno y lo verdadero se rompe en el
Barroco el cual rechaza la correspondencia inmediata de la belleza con la simetría y el
orden. La correspondencia pitagórica se rompe definitivamente con la separación del
arte y la ciencia. Como consecuencia de esta ruptura, lo bello se hace subjetivo y
encuentra su lugar en el campo del “gusto”. Pero este desplazamiento de la idea de lo
bello, como consecuencia de esta separación de las ciencias, tiene como resultado el que
la belleza estética no remita ya directamente a un más allá ultrasensible, mientras que lo
inteligible escapa al dominio del arte para refugiarse en el espacio de las ciencias. Como
dice Bodei, la belleza y el arte se transforman en una apariencia que deja de concernir a
la verdad objetiva (Bodei, 1998: 54). Ante esta situación, el arte romántico, sobre todo
en su inicio, intenta suplir con la imaginación, los límites que los sentidos acuciados por
181
Hegel, 1989: 310.
506
182
Hegel, 1989: 332.
183
De Man, 1998: 160.
507
contenido ya no se toma lo absoluto. Se podría decir que esta forma, que a nuestro
juicio alude en realidad al momento alegórico, se refiere a este lado del cerco de la
experiencia del que antes hemos hablado. En esta forma, sólo queda de lo sublime el
rasgo de que cada imagen en lugar de representar la cosa y la significación según su
realidad adecuada, únicamente ha de ofrecer una imagen y semejanza de los mismos.
Esta diferencia sólo es pertinente si se parte –como hace Hegel- de una idea de la
alegoría de la que ha sido excluida la posibilidad de la “revelación mística” a la que la
alegoría ha servido de medio de expresión en otras épocas. Halmí, como veremos
seguidamente, recuperará esta dimensión de lo alegórico, para afirmar que es el
concepto de lo sublime, y no el símbolo, el que pasa a ocupar el puesto de la vieja
alegoría, particularmente de la alegoría oscura, en definición de Quintiliano.
Esta forma puede nacer de una aparición concreta de la naturaleza o de los
hechos humanos como puntos de partida, de los que surge una explicación analógica.
Tal sucede con la fábula, las parábolas, los apólogos, los refranes y las metamorfosis.
Pero también puede ocurrir lo contrario, es decir, cuando la significación aparece al
principio y la encarnación de la misma se origina como algo accesorio de forma que
resalta la actividad subjetiva de la comparación que busca esa imagen. Esto es lo que se
da en la alegoría, el enigma, la metáfora, la imagen y la semejanza (Hegel, 1989: 334-
335). Pero este mecanismo determina el momento preparatorio de la muerte del arte por
cuanto la obra se constituye de tal modo que puede ser sustituida por un concepto.
Cuando Hegel -acabamos de señalarlo- afronta el estudio de la alegoría, prosigue
una tendencia que ya estaba en Baumgarten: la de escindir el enigma de la alegoría, de
tal modo que la alegoría oscura de Quintiliano queda constituida como un tipo aparte y
opuesto, en el caso de la Estética hegeliana, a la alegoría. Así, el enigma guarda cierto
parentesco con el símbolo puesto que todo símbolo es enigmático, aunque no por ello
pueda decirse que todo enigma sea simbólico. Es interesante detenerse en la diferencia
que Hegel establece entre el simbolismo auténtico y el enigma como simbolismo
consciente: “Pero el enigma pertenece al simbolismo consciente y se distingue a la vez
del símbolo auténtico en que quien ha inventado el enigma sabía la significación clara y
completa (… ). Los símbolos auténticos son tareas no resueltas antes y después” (Hegel,
1989: 349).
El concepto de Hegel de símbolo coincide en este aspecto de lo enigmático con
la concepción más primitiva del enigma carente de solución, y unido al pensamiento
509
184
Es evidente que en toda esta aproximación a la alegoría, Hegel está pensando en la alegoría deliberada,
como prueban sus referencias a la literatura medieval (Hegel, 1989: 352) y en ningún en la exégesis
alegórica.
185
“The sublime as an experience in which the overhelming of the mind´s perceptional powers by an
external stimulus is compensated for by the exaltation of its rational powers, an exaltation usually
accomplished by appeal to some notion of transcendence or infinitude” (Halmi, 1992: 339).
510
186
Op. cit., p. 342.
187
Ib., pp. 348-349.
188
Ib., p. 346.
189
Ib., p. 353.
511
190
En la alegoría el lugar de la trascendencia siempre está más allá del lector; en el caso de lo sublime, el
lugar se encuentra en la mente humana (Halmi, 1992: 356).
512
refiere a una totalidad en relación con la cual se define; el ser del ente es su nexo
dialéctico con el todo” (Vattimo, 1993: 32).
5
La descomposición de la estética idealista
Una vez examinado el soporte teórico que sustenta la figura del símbolo en las
primeras estéticas, parecería lógico suponer que, al igual que la alegoría debiera haber
desaparecido tras las críticas de Platón, el símbolo debería haberse extinguido tras la
disolución de las estéticas románticas. Si embargo, del mismo modo que la alegoría
sobrevivió a Platón, el símbolo parece haber sobrevivido al Romanticismo.
La “muerte del arte” abrió la posibilidad al regreso de la alegoría como forma de
expresión de la escisión moderna. La nueva alegoría, a diferencia de la alegoría
premoderna -en el sentido de pre-estética- surge como el resultado de la toma de
conciencia de la caída de la posibilidad de una interpretación universal. Gadamer, de
Man, Benjamin y Jauss, entre otros, han devuelto, desde diferentes presupuestos, el
interés por la alegoría. Su acercamiento crítico a Baudelaire, a Kafka, o a Thomas
Mann, por señalar algunos ejemplos ya considerados clásicos, ha venido condicionado
de forma decisiva por este regreso de la alegoría.
No obstante esta “rehabilitación de la alegoría”, la presencia del símbolo no ha
decrecido en la teoría del arte, abriéndose a nuevas posibilidades, desde el esencialismo
de raíz heideggeriana de Gadamer, hasta la teoría de Tzvetan Todorov que hace del
símbolo elemento esencial y definitorio de la poeticidad, sin olvidar el auge del
simbolismo cultural neokantiano de Cassirer, o las múltiples derivaciones del
simbolismo psicoanalítico.
En las páginas que siguen analizaremos algunos aspectos de este doble proceso:
la descomposición de la base estética del símbolo –o, mejor dicho, la descomposición
del símbolo estético- y su subsistencia al amparo de nuevas elaboraciones teóricas.
Además, examinaremos la vuelta a la alegoría y las circunstancias que la hicieron
posible, así como las características que presenta esta nueva alegoría.
La descomposición de la simbología estética se produce, paradójicamente, en el
movimiento simbolista. A lo largo del siglo XIX, el símbolo, en un proceso de lenta
513
191
Cf. De Man, 1991: 211-212.
192
Riffaterre dice al respecto que todo poema resulta de la transformación de un enunciado literal simple
en una perífrasis compleja, según tres modos de derivación, que corresponden a tres tipos de analogía:
tautológica, polarizante e hipogramática (cf. Rigolot, 1978: 257). Subrayamos las palabras de Riffaterre,
especialmente en cuanto señalan que el origen de esta perífrasis analógica es, no un sentimiento o una
experiencia inefable, sino un enunciado, esto es, una proposición o discurso que, en cualquier caso,
pertenece al dominio de lo conceptual. Rigolot, por su parte, advierte en el artículo anteriormente citado,
que la conciencia poética moderna obedece en gran medida al principio de motivación analógica, bien de
significado, bien de significante, bien de una combinación entre ambos.
193
Cf. Lehmann, 1950: 24-26.
194
Cf. Balakian, 1969: 38.
514
195
Lehmann se hace eco de una tradición intelectualista en Francia que arranca de Rousseau y que, en
estos momentos, se encarna en Bergson (op. cit., pp. 81 y ss.).
196
Cf. Lehmann, 1950: 76-81.
197
Es en este sentido como debe entenderse la referencia simbolista a la mística. En realidad, la
reclamación de un conocimiento irracional para la actividad artística encuentra su verdadero soporte en la
estética de Schopenhauer con su teoría irracional de las ideas y su motivación emocional (ib., p. 109).
198
Op. cit., p. 107.
199
Op. cit., p. 27.
515
200
Cf. Spivak, 1971: 427. Sobre la dificultad en definir el simbolismo y el fracaso en los intentos de
definición en el periodo del movimiento simbolista, véase Lehmann, 1950: 249-253.
201
Op. cit., p. 428.
202
Balakian, 1969: 47.
203
Ib., pp. 53-54. Lehmann puso de relieve la distancia entre la universalidad de las correspondencias y la
limitación del número de imágenes y símbolos de que un artista puede disponer (ib., p. 260-261). Parece
como si todo el amplio espectro del simbolismo universal requiriera para su expresión de una
reconducción al estrecho terreno del lenguaje poético, de la metáfora, para su expresión.
204
Jauss, 1995: 152.
205
Op. cit., p. 157.
206
Ib., p. 153.
516
por Lyotard según el cual se ha situado como fundamento de la naturaleza del lenguaje
el lenguaje de la naturaleza -cuando es precisamente el comienzo del lenguaje lo que
motiva la pérdida de lo natural- (Lyotard, 1979: 292). En el reconocimiento de la
pérdida del lenguaje original, se produce otra importante fractura de la estética idealista,
con la renuncia a las tesis cratilianas que habían imperado en estas estéticas hasta
Hegel. La alegoría baudelaireana abundará, de esta manera, en la distancia insalvable
entre lo humano y lo natural.
En este proceso de alejamiento de la estética romántica pueden entenderse las
palabras de Anna Balakian cuando afirma que el simbolismo desde Baudelaire
“convierte la actividad poética en una actividad intelectual más que emocional (… ). El
poeta se siente inclinado a descifrar, más que a transmitir o comunicar, el enigma de la
vida” (Balakian, 1969: 65). La intelectualización del símbolo en la poesía de
Baudelaire, lo aleja también de los planteamientos idealistas, desde Kant a Hegel, que
mantenían al símbolo en el plano emocional, apartado de lo conceptual207.
En efecto, la actitud baudelaireana hacia la naturaleza, tanto en su agresividad
por arrancar los secretos enigmáticos de lo natural como en su desprecio de la
naturaleza frente a lo artificial, pone de relieve la decidida situación de la poesía de
Baudelaire, pese a su dimensión crítica, dentro de las coordenadas dadas por la “era de
la técnica”208. De este modo, Baudelaire se ubica en una tradición de la Modernidad
para la que la reacción romántica contra la visión mecanicista ilustrada de la naturaleza
había significado sólo un breve paréntesis. Por el contrario, Baudelaire rechaza el
organicismo natural, desde un dualismo de claras connotaciones gnósticas en el que la
aspiración ideal a la unidad tiene un carácter esencialmente supranatural209.
Pero hay que tener en cuenta que el origen de esta actitud frente a la naturaleza
es anterior a la Ilustración. En este sentido, Blumenberg afirma que es en el origen de la
Modernidad cuando la verdad, desvinculada de la idea religiosa de “salvación”, se
subordina a un nuevo ideal de determinación humana que ya no la recibe como un don,
resultado de una actitud contemplativa de la naturaleza, sino de una adquisición, a veces
violenta, fruto de la actividad humana210.
207
Baudelaire afirma que la poeticidad no puede mantenerse al margen de la razón. La alegoría será el
instrumento que en la poesía de Baudelaire articulará la fusión entre razón y sensibilidad (cf. Baudelaire,
2000: XCI).
208
Sobre esta cuestión, véase Heidegger, 2001a: 9-32.
209
Sobre esta cuestión, véase Baudelaire, 2000: XL y ss.
210
Cf. Blumenberg, 2003: 73.
517
211
Se trata de un proceso que arranca en torno a 1850, en autores como Flaubert, Gautier o el propio
Baudelaire en el que la idea de escritor-trabajador o artesano sustituye, al menos en parte, a la de esritor-
genio del Romanticismo (cf. Barthes, 2005: 66-69).
212
Op. cit., p. 75.
213
Jauss, 1995: 149.
214
De hecho, la posición de Baudelaire es ciertamente hegeliana en este sentido, porque, irónicamente, la
propia Estética hegeliana, aun cuando su propósito pudiera ser la preservación del arte clásico concluye,
según Paul de Man, revelando que esta tarea es imposible al terminar siendo el pensamiento y el signo,
más que la percepción y el símbolo, los paradigmas del arte (Warminski, 1996: 4).
518
215
Bürger, 1996: 91. La apuesta de Bürger a favor de un arte que pueda mostrar la verdad, aunque sea la
verdad de la no reconciliación entre el sujeto y el objeto es una reacción a las estéticas de estirpe kantiana
que excluyen la verdad de la esfera del arte. Pero también resulta opuesta a la idea gadameriana del arte al
servicio de la verdad, pero entendida ésta, de forma conservadora, como revelación intemporal del “ser
del arte” (op. cit., p. 20). En todo caso, lo que a nosotros nos interesa tratar en estas páginas no es tanto
qué tipo de verdad se ajusta mejor a los presupuestos estéticos actuales, si es que es posible entender que
existe una fórmula predominante y si es una de éstas, bien la de Bürger, bien la de Gadamer, sino que lo
que nosotros pretendemos poner de relieve es que tanto una como la otra conducen a la rehabilitación de
la alegoría, por más que, como se verá, la apuesta de Gadamer termine volviendo al símbolo, si bien en un
sentido diferente.
216
Cf. Gadamer, 1996: 282.
217
Desde la descripción de la experiencia estética kantiana –desinterés, naturaleza no conceptual,
formalismo, necesidad subjetiva y universalidad sin reglas-, se desarrolla a partir de la segunda mitad del
siglo XIX, una investigación de la experiencia estética de base psicológica, que pronto se fractura en
múltiples y contrapuestas teorías (Tatarkiewicz, 1992: 360 y ss.). La experiencia simbólica comparte
elementos de algunas de ellas, en la medida en la que el concepto de símbolo que cada autor posee incida
en un aspecto u otro. Así, es abundante la consideración de la experiencia simbólica dentro de una teoría
cognoscitiva de la experiencia estética, o, incluso no es difícil encontrar tendencias críticas que ubican la
experiencia simbólica dentro de las teorías eufóricas, de resonancias místicas, de la experiencia estética.
Estas últimas teorías han producido, como se verá en la segunda parte de este trabajo, un movimiento en
sentido contrario consistente en la atribución a la experiencia mística genuina los rasgos característicos de
la experiencia estética.
519
218
Op. cit., p. 97.
520
Sólo es poética allí donde es seguro que hay un horizonte común de interpretación en el
que tiene lugar la alegoría. Cuando esta condición se cumple, la alegoría no tiene porqué ser
“glacial, sin vida”220. Incluso allí donde existe una estricta correspondencia entre la alegoría y su
significado, el todo del discurso poético en que aparece puede, sin embargo, conservar el
carácter de indeterminación abierta que le hace ser poética; esto es, inagotable para el concepto.
(Gadamer, 1996a: 78)
Este texto nos parece fundamental porque, por una parte, abre la posibilidad de
la alegoría moderna y, por otra, cierra el periodo de escisión de la alegoría determinado
por el símbolo, al reconocer en la alegoría –en particular en la alegoría del pasado- lo
mismo que el símbolo de la estética romántica había reclamando celosamente como
propio: su naturaleza indeterminada y, por lo tanto, su inagotabilidad. Gadamer
atribuye, o más bien reconoce, esta misma naturaleza en la alegoría. Pero este
219
Ib., p. 108.
220
Cf. Hegel, 1989: 351.
521
reconocimiento deja al símbolo sin una de sus principales razones de existir, más aún,
de haber existido. La cuestión tiene especial interés si se tiene en cuenta que Gadamer
es uno de los máximos defensores, en un contexto post-romántico, del símbolo como
representación de la verdad.
Ahora bien, ya hemos advertido que en este texto el autor de Verdad y método,
habla de la alegoría como algo pasado. En efecto, Gadamer sugiere que la alegoría sólo
puede desplegar estos efectos en aquellas épocas en las que existe un horizonte común
de interpretación. Es evidente que ésta es una alusión a la Edad Media, incluso al
Barroco, pero que no parece, en principio, tener cabida en la Modernidad. Precisamente,
la destrucción de este horizonte común era una de las causas del advenimiento de la
Modernidad. No obstante, el reconocimiento, la toma de conciencia, de esta
imposibilidad no sólo de un horizonte común de interpretación, sino de reunir
simbólicamente las escisiones que aún el Romanticismo consideraba reconciliables,
constituye ya de por sí un nuevo horizonte común, siquiera en sentido negativo, que
habilita el resurgir actual de la alegoría. De este modo, la alegoría actual sólo es posible
después de la caída de las pretensiones románticas de unidad que, ya desde la propia
etimología, había encarnado el símbolo.
6
El símbolo neokantiano
Pese al desmoronamiento de la estética romántica y a la disolución de buena
parte de sus postulados, entre ellos, seguramente, el que diera origen al símbolo en las
estéticas de Kant, Schelling y Hegel, éste se ha mantenido como una categoría de plena
vigencia en las poéticas actuales, incluso, en algún caso, con un alcance superior al que
pudieran considerar los románticos. Acaso sean Ernst Cassirer, dentro del ámbito del
neokantismo, Hans G. Gadamer, dentro de la hermenéutica de estirpe heideggeriana, y
Tzvetan Todorov, en el contexto de la Nueva Retórica, los autores que más han
contribuido a sostener la fuerza del símbolo más allá del momento idealista.
La Filosofía de las formas simbólicas de Cassirer es una de las obras más
importantes en el mantenimiento no sólo de la vitalidad del símbolo sino también de la
vinculación de éste con el mito, más allá de la nueva mitología de Schelling. Los
trabajos de Cassirer deben ser entendidos dentro del ámbito del neokantismo y del
522
221
Cf. Gadamer, 2002: 57 y ss.
222
Op. cit., pp. 95-96. En la conversación de Davos con Cassirer, Heidegger afirma que el neokantismo
ha entendido la Crítica de la razón pura, no como una obra cuya preocupación fuera el problema de la
ontología, sino como teoría del conocimiento respecto a la ciencia natural (Heidegger, 1993: 211 y ss.).
Véase también para una crítica, en el mismo sentido, al neokantismo, Vattimo, 1993: 33.
223
Cf. Blumenberg, 2003a: 59.
224
En este aspecto, Cassirer no hace sino desarrollar unas ideas que ya estaban en Schelling (cf. Dorfles,
1967: 38). Por nuestra parte, ya expusimos en los primeros capítulos de este trabajo cuál es, a nuestro
juicio, la relación de la alegoría con el mito y de qué modo se establece dicha relación entre ambos.
523
Ya que, no obstante [en opinión de Cassirer], la cara que muestra el mundo depende del
estado afectivo de aquel a quien se muestre, no puede haber una participación intersubjetiva de
ello más que comunicando la propia subjetividad, en la historia narrada (… ). Pero no puede
atribuirse al mito, ciertamente, una objetividad teórica o precientífica; pero sí una
“traducibilidad” intersubjetiva, que, en lo formal, esté incomparablemente más cerca del valor
de la objetividad que de la vivencia de alguna expresión de tono afectivo.
(Blumenberg, 2003a: 184)
Hay, en cualquier caso, una proyección de los valores de las estéticas idealistas
de la vivencia y del símbolo, así como de la división moderna entre sujeto y objeto en el
planteamiento de la teoría del mito de Cassirer. Es precisamente la proyección de estos
postulados sobre el pensamiento mítico lo que hace coincidir necesariamente al mito
con el símbolo estético, no como se desarrolló efectivamente en la poesía del siglo XIX
sino como la aspiración planteada por estas estéticas.
Cuando habla del símbolo, Cassirer parte de un concepto tradicional y establece
la diferencia con el mito en que detrás del símbolo existe un significado al que éste
apunta, el mito, que queda así convertido en misterio. Es por esto por lo que para
Cassirer, el Romanticismo no superó, pese a sus intentos, el alegorismo. En el mito, a
diferencia de lo que ocurre en el símbolo tal como lo interpreta Cassirer, la imagen no
representa la cosa sino que lo es; en el mito no hay representación de un suceso sino el
suceso mismo y su acontecer inmediato, tal como se pone de manifiesto en el rito225.
A continuación, expondremos algunos de los rasgos más importantes del
pensamiento mítico, en la concepción de Cassirer, con la intención de poner de relieve
los paralelismos entre estos elementos y las características que se han atribuido al
símbolo a lo largo del tiempo transcurrido desde la Crítica del Juicio hasta nuestros
días.
En primer lugar, Cassirer afirma que la analogía no encaja en este mundo del
mito porque al no haber una clara distancia entre las cosas tampoco hay necesidad de
superarla. El simbolismo decimonónico, por el contrario, es para Cassirer una forma de
ironía. En el mito la idea de analogía retrocede ante la de identidad.
Con relación a la idea de causalidad también es necesario realizar algunas
precisiones; no es que el pensamiento mítico carezca de las nociones de causa-efecto
sino que las relaciones entre las cosas se entienden en un sentido tan amplio que el mero
225
Cassirer, 1998: 62-63.
524
contacto espacial o temporal entre las cosas ya establece entre ellas relaciones de
causalidad.
La relación del todo con las partes también opera de un modo diferente al
modelo racional lógico. El todo no tiene partes sino que cada una de éstas es el todo, y
ambos conceptos están entrelazados en un destino común que excluye al azar aún
cuando de hecho se hayan disgregado. No existe tampoco relación entre género y
especie ni hay una clara separación entre las nociones de cosa y atributo. De esta
manera, el atributo engloba la totalidad de la cosa desde un ángulo determinado. Al
pensamiento mítico le basta cualquier semejanza en la apariencia para agrupar en un
solo género las entidades en que dicha semejanza aparece.
Esta concepción afecta a las ideas de tiempo y espacio, así como al modo de
entender la sucesión y la simultaneidad226. Frente a la homogeneidad del espacio
conceptual, en el espacio mítico cada lugar y cada dirección están revestidos de un
acento particular que se deriva de la antítesis sagrado / profano que afecta a toda la
concepción de la realidad estableciendo regiones accesibles y otras de carácter sagrado,
cercadas y protegidas del entorno.
La separación de lo sagrado y lo profano se supera mediante el sacrificio. Por
una parte, el sacrifico entraña una renuncia que el “yo” se impone a sí mismo para,
mediante estas privaciones, conseguir la consecución de sus deseos. Posteriormente, al
interiorizarse el sacrificio, de tal modo que la intención del que sacrifica prima sobre lo
sacrificado, por lo que se produce un giro decisivo en el centro de interés del dios al
“yo”227.
El espacio mítico se construye según un modelo determinado que puede
manifestarse en mayor o menor escala pero que siempre es el mismo. La forma no se
descompone en elementos homogéneos sino que permanece en sí misma sin verse
afectada por cualquier clase de división. La forma de la realidad y de la vida está dada
desde el principio como forma acabada que únicamente necesita explicitarse y
desenvolverse en el tiempo228. De este modo, puede afirmarse, en nuestra opinión, que
la cuestión del destino, del fatum responde más a criterios espaciales que temporales y
evidencia la íntima unión que ambas categorías tienen en el pensamiento mítico.
226
Cassirer, 1998: 73-80.
227
Ib., pp. 272-281.
228
Ib., pp. 119-125.
525
229
Ib., pp. 140-180.
230
Sobre este pasado esencial dice Eugenio Trías que es “condición liminar y limítrofe que hace posible
que haya tal cosa como una memorización, un relato, un cántico. Si ese pasado esencial se pierde de vista,
entonces se concibe el pasado como mera “ausencia” o “no ser” en relación a un presente, como función
de éste, como pasado del presente”, Trías, 1999: 207.
231
Ib., pp. 181-197.
232
Desde muy antiguo, la exégesis alegórica había desarrollado una serie de instrumentos de
interpretación en torno al número que tiene su origen en el pitagorismo y que se extiende, sobre todo, a
526
éxtasis a través del cual el alma rompe las cadenas de la individualidad para unirse a la
vida universal, frente al aislamiento trágico. Para Cassirer, la tragedia se aparta de la
épica en cuanto traslada el centro de la acción de afuera a dentro, dando lugar, así, a una
nueva forma de autoconciencia ética a través de la cual se transforma la idea de la
esencia y forma de los dioses233.
Cassirer estudia, a continuación, el pensamiento cristiano con relación al
pensamiento mítico, observando que existe un profundo paralelismo entre uno y otro234.
Dados los objetivos de este trabajo, resulta necesario detenerse en el estudio que
Cassirer realiza de la mística cristiana. La visión de Cassirer de la mística está en
estrecha relación con los rasgos del pensamiento mítico. La mística, en su opinión,
rechaza tanto los elementos mitológicos como los elementos históricos de la fe. Se
esfuerza por superar el dogma porque incluso éste implica la limitación y el aislamiento.
La encarnación de Dios se entiende, desde el punto de vista místico, como un proceso
que se efectúa incesantemente en la conciencia humana. En este sentido, dice Eckhart
que el Padre engendra a su hijo sin cesar.
Para Cassirer, la mística cristiana pugna por reducir esta polaridad Dios / hombre
a pura correlación, aunque esta polaridad deba conservarse en cuanto a tal. La mística
parte de la teología negativa ya que deben abandonarse todas las condiciones del ser
finito y empírico. La búsqueda de la nada se refiere siempre al ser y no al “yo”. La
religión cristiana que parte del “yo” individual, del alma individual no puede entender la
liberación del “yo” de otro modo que liberación para el “yo”. Cassirer observa que,
incluso en aquellos casos en los que la mística se aproxima al budismo dejando que el
“yo” se extinga en Dios, existe un esfuerzo por preservar la forma individual de esa
misma extinción, de tal modo que el “yo” sabe de ese abandono de sí mismo235.
La necesidad cristiana de salvar siempre el “yo” adquiere, como es bien sabido,
una de sus expresiones más intensas en la obra de Unamuno en la que se reviste de un
carácter paradójico al llevarse a sus últimas consecuencias: uno de los presupuestos
fundamentales de la religión cristiana, la salvación del “yo” individual, se convierte en
un terrible obstáculo para aceptarla236. Trías recuerda que en la mística el vaciado
partir del platonismo medio y la obra exegética de autores como Filón y Clemente de Alejandría, o
Numenio de Apamea.
233
Ib., pp. 244-247.
234
Paralelismo observado también por Freud en Tótem y tabú.
235
Cassirer, 1998: 306-307.
236
Sobre el individualismo místico, dice Unamuno: “Y es tan fuerte el individualismo este, que si San
Juan de la Cruz quiere vaciarse de todo, busca esta nada para lograrlo todo, para que Dios y todo en El sea
527
absoluto que se produce en el interior del creyente místico es un requisito que da paso al
nacimiento de Dios en su interior. Por lo tanto, el místico se convierte en co-responsable
de la esencia y manifestación del propio Dios, consumándose su ser-uno con Dios
(Trías, 1999: 165-166).
Sin embargo, debemos recordar que la mística cristiana no es, pese a su fuerte
contenido doctrinal, un fenómeno unitario ni un concepto que haya permanecido
inalterable desde sus primeras formulaciones por los Padres de la Iglesia. Los rasgos
que Cassirer atribuye a la mística cristiana resultan imprecisos y, en esta
indeterminación, no parece que puedan ser plenamente aplicables a ninguna
formulación mística concreta históricamente producida.
Pero el cristianismo, siempre según Cassirer, se distanciará del pensamiento
mítico en su diferenciación entre imagen y cosa que para el mito eran lo mismo. La
existencia será transformada en metáfora, produciéndose, como se verá más adelante,
una rigurosa separación entre copia y arquetipo, de forma similar a las conclusiones
que, por cauces distintos, propone la filosofía platónica237. Ambas se influirán -dice
Cassirer- mutuamente en el neoplatonismo cristiano.
Para Cassirer, como se apuntaba al comienzo, la analogía es propia del
alegorismo frente a las correspondencias que pertenecen a lo propio del símbolo. La
distinción es interesante porque la crítica ha entendido tradicionalmente ambos
conceptos como sinónimos 238. Pero Cassirer no considera que ésta sea sinónimo de
correspondencia. Frente a la analogía alegórica, dice Cassirer, la correspondencia se
funda en el principio platónico de armonía universal, que, a través de la mística, alcanza
campos ajenos a la esfera religiosa, como es la teoría de la mónada de Leibniz, después
desarrollada de nuevo en el ámbito de la filosofía religiosa por Schleiermacher239. La
mónada, como algo completamente hermético e independiente que carece de puertas y
ventanas, es también espejo viviente del universo. Se constituye, dice Cassirer, una
especie de simbolismo en el que el signo se ha desprendido de toda particularidad y
suyo” (Unamuno, 1986: 104). Más adelante, insiste: “[los místicos españoles] Buscaban por renuncia del
mundo posesión de Dios, no anegamiento en El” (op. cit., p. 105). Unamuno en este pasaje alude, aún sin
mencionarlo ni delimitarlo con precisión, al concepto del amor extático por oposición al concepto físico
del amor. En todo caso, conviene recordar que las observaciones de Unamuno -con todas las precisiones
que deben serle aplicadas- no es únicamente propia de los místicos españoles sino de buena parte de la
mística crístiana desde la Edad Media.
237
Cassirer, 1998: 304-309.
238
Hay, en todo caso, un problema de terminología, puesto que la analogía se vincula en general a las
correspondencias, mientras que el símbolo, en la estética romántica y post-romántica, se suele relacionar
más con términos como “representación”, “identidad” o incluso “remisión”.
239
Cassirer, 1998: 315-319.
528
240
La influencia de Leibniz es patente en otros autores como Proust. Para Deleuze, la esencia proustiana
es “la diferencia cualitativa que existe en la manera en que nos aparece el mundo” (Deleuze, 1995: 53).
La comunicación establece falsas interpretaciones porque estas mónadas están cerradas unas frente a
otras. La amistad, el amor, las relaciones sociales generan una serie de falsas expectativas que inducen
siempre a confusión. Sólo el arte, en el universo proustiano, permite que salgamos de nosotros mismos,
porque nuestras únicas ventanas son todas individuales. Sin embargo, como añade Deleuze, el platonismo
también aparece en Proust para afirmar que el sujeto y el ser son cosas diferentes, de tal manera que no es
el sujeto quien explica la esencia, sino que es la esencia quien se implica, se envuelve, se enrolla en el
sujeto (Deleuze, 1995: 55). De tal modo que podemos reconocer en esta descripción del pensamiento
proustiano realizada por Deleuze algunos de los rasgos del simbolismo expuestos anteriormente. Por un
lado, la presencia del pensamiento de Leibniz con la aparición de esas mónadas que cumplen una función
similar a la expuesta por Cassirer, esto es, encarnar la esencia por correspondencia, no por analogía, en
este envolver del ser al que se refiere Deleuze; por otra parte, la necesidad del arte, para superar la
diferencia entre los sujetos que se deriva del carácter hermético de estas mónadas y que podemos
relacionar con el procedimiento de conocimiento simbólico descrito por Sperber como representación de
una representación primera y, en cierto modo, fracasada.
241
Heidegger, 1999: 376.
242
La actuación del símbolo a modo del pensamiento mítico es sólo posible en virtud de una concepción
reductora y ahistórica del mito, en los términos expuestos por Vernant.
243
Cuando decimos que el vacío está en el origen de la ironía, aludimos al “origen” en un doble sentido,
como presupuesto insoslayable de la formulación del discurso irónico, y en un sentido histórico
propiamente dicho. En efecto, el concepto de “vacío” -junto con el de “infinito”- fue introducido en el
529
moderno, pero si en estos se conforma como una barrera infranqueable sobre la que
construyen su desarrollo, en el simbolismo romántico, el vacío es tan sólo un punto de
partida, que se caracteriza por ser superado, sin que por ello, se pierdan unos cimientos
fuertemente arraigados en el mismo. Esta situación hace que en la exégesis del símbolo
subsista una especie de frustración al buscar en muchas ocasiones el mito de forma
directa, prescindiendo de ese a modo de que hemos señalado.
Así, Gadamer observa que la experiencia de lo simbólico quiere decir que existe
ese otro fragmento que completará nuestro fragmento vital, consistiendo la experiencia
de lo bello en la evocación de un orden íntegro posible dondequiera que éste se
encuentre244. Gadamer parece responder aquí a las características que Heidegger
atribuye a la apariencia (en la que incluye al símbolo, al signo, al síntoma y al indicio)
frente al fenómeno. Si lo propio del fenómeno es mostrarse a sí mismo, la apariencia se
anuncia en cuanto a no mostrarse. Este no mostrarse se refiere a aquello que “se hace
patente en lo no patente o que irradia de esto de tal forma que se concibe como lo
esencialmente nunca patente” (Heidegger, 1998b: 40-41).
Tal vez éste ha sido una de las dificultades fundamentales en la aproximación al
problema del símbolo desde el punto de vista mítico, en la que, tomando su manera
mítica por contenido verdadero, se ha pretendido buscar en él la expresión de algo
oscuro y extraño a la realidad. Ciertamente esta búsqueda, ya desde Schelling, se origina
como síntoma del vacío de la Era de la Técnica. En este sentido, Ricoeur ha enlazado el
fundamento del mecanismo simbólico-mítico con el momento histórico del “olvido de
los signos sagrados y aun del mismo hombre en cuanto que pertenece al mundo de lo
sagrado” (Ricoeur, 1969: 701).
Así pues, resulta razonable, desde el punto de vista del propio desarrollo de la
metafísica, que el símbolo continuara más allá del Romanticismo, incluso cuando se
hubieran desmoronado las bases teóricas que lo fundamentaban, porque, pese a la
destrucción de estos fundamentos, las aspiraciones y anhelos que dieron lugar al
símbolo de la estética moderna han permanecido incólumes. En este sentido resulta
revelador observar cómo Ricoeur plantea la aparición de una hermenéutica de los
símbolos en términos de necesidad, una necesidad que pasa por el respeto del “misterio”
pensamiento griego por Demócrito en el contexto de su teoría atomista. Ahora bien, como observa
Gadamer, “En el pensamiento atomista de la naturaleza reside una deformación de la imagen natural del
mundo orientada por las figuras de las cosas y los seres, y con ello, un vaciamiento de sentido de todo
acontecer” (Gadamer, 2001b: 101).
244
Gadamer, 1998: 85.
530
del símbolo de tal forma que resulta compatible con la necesaria “urbanización
intelectual” de su territorio:
Necesitamos una interpretación que respete el enigma original de los símbolos245, que
aproveche sus luces y sus lecciones; pero que sobre ese fundamento siga promoviendo el
sentido y formándolo en la plena responsabilidad de un pensamiento autónomo (… ) Esto no
quiere decir que se pueda volver a vivir la ingenuidad primitiva perdida irremediablemente.
Pero la interpretación puede abrir las puertas de la comprensión.
(Ricoeur, 1969: 703)
245
El subrayado es nuestro.
246
Dice Ricoeur sobre este proceso de desmitologización: “Al perder sus pretensiones explicativas es
cuando el mito nos revela su alcance y su valor de exploración y de comprensión, que es lo que luego
denominaré su “función simbólica”, es decir, el poder que posee para descubrirnos y manifestarnos el
lazo que une al hombre con lo sagrado” (Ricoeur, 1969: 238).
247
Para la evolución del concepto de interpretación en Ricoeur, desde el enfrentamiento con el
estructuralismo en los años sesenta, cuando afirmaba que la misión de la hermenéutica era la
interpretación de los símbolos considerados aisladamente, hasta la redefinición de la hermenéutica
centrada en la interpretación de los textos, articulada entre el “explicar” y el “comprender”, puede verse
Ricoeur, 1999: 64-81 y Calvo Martínez, 1991: 117-136.
531
la frase y la plurivocidad del discurso248. Esto es, alejaba el mundo del símbolo de la
cuestión lingüística. No obstante, esta tensión entre el símbolo y el discurso se ha ido
posteriormente suavizando, de tal modo que en la obra del último Ricoeur –por ejemplo
en Tiempo y narrativa- el símbolo extralingüístico se retira frente a símbolos de
segundo nivel, el uso simbólico del discurso y la concepción de la metáfora viva249.
El concepto que Ricoeur ofrece de la metáfora se acerca ciertamente a la
concepción del símbolo defendida por otros autores contemporáneos: en primer lugar, la
metáfora se sitúa en el ámbito de la oración, no en el de la palabra individual –en
Tiempo y narrativa extenderá su ámbito hasta el nivel del discurso-; en segundo lugar,
la metáfora viva no admite la simple traducción al lenguaje literal, como si se tratara de
una sustitución de éste por cuestiones de retórica o economía del discurso. Por el
contrario, la metáfora viva es un mecanismo de innovación semántica que no sólo da
lugar a un nuevo sentido, sino que –en tercer lugar- redefine la realidad a la que se
refieren. Finalmente, lo hace de un modo que es compatible con el discurso conceptual
o filosófico250. Así, la metáfora de Ricoeur goza de la referencialidad y la
intraducibilidad simbólicas, incluso pueden aludir al mundo cósmico, onírico y poético,
del que derivan los símbolos. Pero, desde su óptica, no son símbolos, porque, en última
instancia, están sometidas al mundo del logos.
Por otra parte, Ricoeur a partir de su crítica al estructuralismo251, reconoce la
necesidad de diferenciar entre el lenguaje como sistema y discurso como uso. En este
segundo caso, el lenguaje, como hemos visto que puede ocurrir con la metáfora, admite
la utilización simbólica. En este punto se acerca a Cassirer, cuya doctrina había
rechazado anteriormente252, al reconocer la función representativa de los símbolos en la
conformación de los procesos culturales que forman la experiencia. Se trata, en todo
caso, de símbolos de segundo nivel 253, cuya delimitación en la obra de Ricoeur resulta
bastante vaga254.
Para concluir nuestra reflexión en torno a la actuación del símbolo a modo del
pensamiento mítico, debemos recordar el concepto de lenguaje en la Filosofía de las
formas simbólicas. Luis Garagalza recuerda que en el sistema cassirerano el lenguaje
248
Cf. Pellauer, 1995: 109.
249
Ricoeur, 2000. La primera edición es de 1980.
250
Cf. Pellauer, 1995: 107.
251
Pellauer, ib., p. 106.
252
Ib., pp. 104-105.
253
¿Nos encontramos ante una nueva reformulación de la vieja distinción entre símbolo y sintema?
254
Sobre éste y otros problemas de la teoría simbólica de Ricoeur, cf, Pellauer, op. cit. pp. 114-116.
532
7
El símbolo en el pensamiento de Tzvetan Todorov
Tzvetan Todorov acaso sea el teórico que más se ha ocupado del símbolo
literario en el último tercio del siglo XX. En las páginas siguientes, estudiaremos el
concepto de símbolo en la obra de Todorov a partir de tres de sus textos fundamentales:
Introduction à la Symbolique, Théories du symbole y Symbolisme et interprétation.
En el artículo Introduction á la Symbolique257, el punto de partida, es decir, la
búsqueda de lo específicamente literario, de aquello que permita la constitución de la
literatura como ciencia autónoma, está formado por elementos tomados del formalismo
ruso y del neokantismo. La concepción de la poética como ciencia cuyo objeto sea la
literatura requiere de la intransitividad de ésta última para poder garantizar su
autonomía. La intransitividad sirve, en el entramado teórico urdido por Todorov, para
bloquear los argumentos que desde el Ión platónico, renovados por la invasión del
territorio de lo literario de otras disciplinas como la filosofía, la sociología o la
psicología, se habían opuesto a la configuración de un objeto puramente literario que
permitiera hablar de una poética, entendida neokantianamente como una “ciencia” de la
255
Garagalza, 2001: 138.
256
En su comparación entre el pensamiento mítico y el pensamiento lógico-científico, Cassirer parte de
algunos elementos de las teorías de Lévy-Brulh, (Meletinski, 2001: 42). Las teorías de Lévy-Bruhl son
objeto de estudio en el mismo libro de Meletinski (pp.39-41).
257
Todorov, 1972.
533
258
La crítica de Frye no está exenta de sarcasmo y agudeza: “The modern student of critical theory is
faced with a body of rhetoricians who speak of texture and frontal assaults, with students of history who
deal with traditions and sources, with critics using material from psychology and anthropology, with
Aristotelians, Coleridgians, Thomists, Freudians, Jungians, Marxists, with students of myths, rituals
archetypes, metaphors, ambiguities, and significant forms. The student must admit the principle of
polysemous meaning, or choose one of these groups and then try to prove that all the others are less
legitimate.” (Frye, 1957: 72).
259
Más adelante, veremos una reflexión similar sobre el alegorismo a cargo de James Simpson (Simpson,
2003).
260
Frye distingue entre el comentario alegórico y la alegoría real, expresión con la que alude a lo que
nosotros hemos llamado alegoría deliberada: “We have actual allegory when a poet explicitly indicates
the relationship of his images to examples and precepts, and so tries to indicate how a commentary on
him should proceed” (Frye, 1957: 90).
261
Op. cit., p. 71.
262
Ib., p. 82.
263
“Formal criticism is commentary, and commentary is the process of translating into explicit or
discursive language what is implicit in the poem. Good commentary naturally does not read ideas into the
535
poem; it leads and translated what is there, and the evidence that it is there is offered by the study of the
structure of imagery with which it begins” (Frye, 1957: 86).
264
No obstante, Frye abre su concepción de la crítica mediante la figura del “critico arquetípico” que,
basándose en la naturaleza comunicable del símbolo, se ocupa de la literatura como hecho social y como
modo de comunicación (cf. Frye, 1957: 99 y ss.)
265
Cf. Todorov, 2005: 101-117, especialmente 109-110.
536
266
Cf. Urban, 1952: 218.
267
En este mismo libro examina la diferencia entre signo y símbolo sobre la base del criterio de
motivación, aunque posteriormente precisa que la asociación que no se encuentra en la significación hay
que buscarla no en las relaciones entre significante y significado sino en las relaciones entre las palabras o
entre las frases: las relaciones de coordinación y de subordinación, de predicación y de determinación, de
generalización y de indiferencia (Todorov, 1978: 17). De este modo, Todorov se muestra en sintonía con
las ideas de Paul de Man relativas al desplazamiento de la atención de la alegoría desde la palabra al
discurso. No obstante, en el artículo de 1972 no hay tal aclaración, sino que al oponer signo y símbolo y
537
hablar de sus diferencias estructurales parece dar a entender que se mueve en ambos casos en el ámbito de
la palabra.
268
Todorov, 1972: 276-277. Más adelante, dentro de esta misma argumentación volverá a retomar el
criterio de la motivación para afirmar que ésta se presenta en ambos de forma diferente. Véase Op. cit.,
pp. 282-283. En este mismo artículo examina y critica los análisis de la motivación realizados por
Jakobson y Saussure (cf. ib., pp. 287 y ss.).
269
Dice Todorov que lo simbolizado puede a su vez convertirse en símbolo –quizá más exactamente
simbolizante- (cf. Todorov, 1972: 278).
270
Cf. Todorov, 1978: 13-14.
271
Cf. Todorov, 1972: 280.
272
Cf. Todorov, 1990: 237.
538
En realidad, parece que Todorov organiza todas estas diferencias entre signo y
símbolo desde la apriorística concepción de la intransitividad –en su segundo sentido-
del símbolo. Es en virtud de ésta por lo que el símbolo pierde la dimensión de la
referencia que posee el signo. Ahora bien, si la intransitividad es una característica del
símbolo, ¿cómo es posible que se presente aquí como una cuestión previa sobre la que
se establece la estructura del símbolo? ¿Qué es lo que motiva la existencia de la
intransitividad de tal modo que ésta sea previa al símbolo y su fundamento? Sin
embargo, estas preguntas quedan sin respuestas precisas porque aunque, como vemos en
la exposición anterior, la intransitividad se encuentra en el origen del símbolo y es
previa a éste, Todorov la examinará como una característica del símbolo, no como un
elemento apriorístico de su posibilidad de existencia.
Todorov continúa perfilando su idea de símbolo por oposición al signo en un
ámbito más amplio al determinado inicialmente. Como habíamos advertido al comienzo
de estas páginas, a medida que avanza en su exposición, Todorov se va alejando de la
preocupación por la poética con la que había iniciado su artículo y se va adentrando en
otros campos. El alejamiento se materializa al afirmar que los signos son cognitivos, y
que gracias a este carácter facilitan el conocimiento científico, por oposición a los
símbolos que no lo son y que, por lo tanto, son ineficaces respecto al conocimiento
científico del mundo. De esta forma, citando a Piaget, dice que el símbolo responde a un
modo particular de conocimiento distinto, correspondiente a una experiencia subjetiva
individual e ininteligible, en su contingencia, para los demás individuos273. Éste es, a
nuestro juicio, el límite que, una vez traspasado, aleja a Todorv del terreno de la poética
para adentrarse en un nuevo espacio en el que, al igual que ocurría con las estéticas
románticas, la comparación con la alegoría ya no resulta pertinente, especialmente
cuando se trata de un concepto de alegoría tan sumamente restrictivo.
El nuevo aspecto de la naturaleza del símbolo que ahora es revelado, se proyecta
inmediatamente sobre la retórica. Para el autor de Théories du symbole, el mecanismo
simbólico es el procedimiento mental que hace posibles las figuras retóricas de la
metáfora, la sinécdoque y la metonimia, citadas las tres como formas diferentes de la
motivación simbólica274. En un marco más amplio de la teoría todoroviana también era,
273
Cf. Todorov, 1972: 281-282.
274
Todorov advierte que en los tropos los dos elementos que constituyen la estructura del símbolo se
descomponen en componentes más simples conforme a dos criterios: un criterio material que los divide
en partes y un criterio conceptual que los divide según sus propiedades. Estas subdivisiones ofrecen
diferentes grados de motivación que dan lugar a los tropos (cf. Todorov, 1972: 283).
539
275
Cf. Ib., p. 284. De hecho, en Simbolismo e interpretación, afirmará que el fenómeno simbólico no
tiene nada propiamente lingüístico sino que es llevado a la lengua (cf. Todorov, 1978: 14).
276
Op. cit., p. 244.
540
primer lugar porque el fundamento de una cosa, al no ser la cosa misma, no puede
resultar nunca un elemento definidor, en el sentido de determinar la especificidad, en los
términos requeridos por Todorov, de esta misma cosa277. En segundo lugar, porque al
proyectarse el símbolo sobre cualquier manifestación cultural –como ocurría en la
concepción neokantiana de Cassirer- y poder, por lo tanto, aplicarse los principios de la
simbólica a otros ámbitos, ya no puede ser ésta el núcleo definidor de lo literario, como
había pretendido en un comienzo Todorov, sino precisamente, el sustrato común a todos
esos otros ámbitos de experiencia y conocimento que se presentaban además como
invasoras de “lo literario”.
De este modo, la pregunta por qué sea lo que confiere a la literatura su
especificidad queda sin respuesta; más bien al contrario, parece que de las explicaciones
de Todorov se colige que ésta no puede jamás constituirse como disciplina autónoma
sino incluirse dentro de la simbólica.
Pero por otra parte, como señalamos al principio, la “teoría del símbolo” de
Todorov no sólo se ha desarrollado en torno a su oposición al signo sino que también ha
recogido el viejo enfrentamiento romántico con la alegoría. A continuación, tomando
por base el tratamiento de Todorov de la cuestión, expondremos las características del
símbolo y sus diferencias respecto a la alegoría en el tratamiento de este autor y de otros
que han abordado la cuestión de forma análoga.
En primer lugar, el símbolo es, como se ha visto, intransitivo; guarda su valor
propio sin dejar de significar. Al igual que ocurría con la delimitación anterior respecto
al signo, también es la intransitividad el elemento fundamental y apriorístico que
determina la oposición con la alegoría. En realidad, ambas discusiones se reformulan,
como estamos viendo, en una sola contemplada desde dos aspectos diferentes. La
alegoría, como el signo, es transitiva; el significante es atravesado instantáneamente por
el conocimiento de aquello que es significado (Todorov, 1990: 237). De este modo, al
apuntar directamente al referente, Todorov se aparta de la concepción de la alegoría que
circunscribe su domino al ámbito gramatical en el que el significado literal no encubre
una realidad oculta sino otro significado oculto.
Tal separación es consecuencia, en nuestra opinión, de la articulación de toda
esta discusión en torno a la intransitividad del símbolo. La opacidad del símbolo a la
277
El caso del símbolo en la concepción de Frye es justamente el contrario: el símbolo pertenece a la
literatura y la conforma, como su unidad mínima. Ahora bien, cabe asimismo preguntarse si el símbolo de
Frye es el que, en su idea de la literatura, determina su especificidad, o si, por el contrario, es la propia y
previa especificidad de la literatura la que determina tal concepto de símbolo.
541
278
No obstante, Todorov se muestra crítico con la valoración romántica de la opacidad del símbolo. En
este sentido distingue entre el reconocimiento de la indeterminación que implica toda evocación in
absentia y la inclusión de todos los hechos simbólicos en una escala de valores en la que la cima estaría
ocupada por el sentido más vago e indeterminado. Esta preferencia por lo indeterminado es lo que, en el
Romanticismo polariza, como vimos en páginas precedentes, la distinción entre el símbolo y la alegoría
(Todorov, 1978: 76).
279
Cf. Todorov, 2005: 68-69, 73).
280
Cf. Ricoeur, 1999: 62.
281
En esto consiste la diferencia entre semiótica y semántica: “mientras el signo remite a otros signos en
la inmanencia de un sistema, el discurso se refiere a las cosas. El signo difiere del signo; el discurso se
refiere al mundo. La diferencia es semiótica; la referencia semántica” (Ricoeur, 1999: 49).
542
282
Ricoeur, 1999: 52.
283
Ricoeur, 1999: 59-81.
284
Ricoeur parte de Dilthey quien consideraba –erróneamente según el francés- que la explicación
resultaba de aplicar al texto los métodos procedentes de las ciencias naturales y la comprensión, el modo
de operar de los historiadores.
285
Véanse, por ejemplo, los artículos incluidos en Arte y verdad de la palabra (Gadamer, 1998a).
543
286
supra. capítulo XVI.
287
Ricoeur, 2001: 200-201.
288
Op. cit., p. 179.
545
289
Ib., p. 53.
290
Barthes dirá en Critica y verdad, que “el símbolo no es la imagen sino la pluralidad de los sentidos”.
Para Barthes la concepción de la libertad de los símbolos estuvo ausente de la cultura clásica pero fue
asumida por la Edad Media a través de la teoria de los cuatro sentidos de la Escritura (Barthes, 2005a: 52-
53). De este modo, el símbolo pasa de la retórica a la hermenéutica y, con ello, se asimila a la alegoría
como procedimiento hermenéutico, escapando de las estrecheces de la concepción retórica como metáfora
continuada.
546
cristiana patrística, mucho más respetuosa, en general, con el sentido literal de las
Escrituras, había validado éste, abriendo la posibilidad de la interpretación alegórica
para un segundo nivel de lectura.
En esta tesitura nos parece interesante el análisis de la interpretación simbólica
propuesto por Dan Sperber –muy presente en la elaboración del símbolo en Todorov- a
partir de la consideración del simbolismo como un sistema cognitivo y no semiológico
(Sperber, 1988). Sperber considera que la concepción semiológica del símbolo no
elimina el problema de la irracionalidad sino que lo cambia de sitio. Esta irracionalidad
radica en la desproporción entre los medios utilizados por el simbolismo y los fines
confesados o supuestos. La tesis de Sperber supone un cambio notable frente a la de
Mario Trevi que, a pesar de su valoración de la intransitividad del símbolo, seguía
considerando al simbolismo como un campo incluido dentro del ámbito de la
semiología.
Sperber afirma que para que pueda hablarse de significación debe poder ser
posible la paráfrasis y el análisis. Si el conjunto de los símbolos constituyese un
lenguaje debería poderse sustituir ciertos símbolos por otros en todo contexto, como se
puede en la lengua cambiar una palabra por una definición. Sin embargo, la
interpretación de los símbolos debe tener en cuenta no sólo el contexto cultural en el
que aparecen con las cualidades afectivas a ellos vinculadas sino también las relaciones
estructurales que se originan entre ellos. Los símbolos no funcionan como un código
porque sus relaciones no engendran ninguna regla que permita un tratamiento
prefigurado de éstos. No obstante, Sperber reconoce que a la aparición de determinados
símbolos suelen acompañarla determinados comentarios aunque sea difícil sostener que
esos comentarios constituyan su verdadera interpretación. La exégesis del símbolo,
cuando no es una mera traducción que olvida que la motivación del símbolo es también
simbólica, se convierte en un desarrollo del símbolo que tampoco puede ser interpretado
sino simbólicamente292. Según Sperber, para que un determinado elemento pueda recibir
una interpretación simbólica debe contar al menos con otro elemento con el que guarde
una relación de oposición. Esta oposición, que puede establecerse entre una pluralidad
de elementos, viene a corresponder con lo que Todorov llama doble lectura del símbolo,
siempre que se tenga en cuenta que el elemento simbólico nunca sugiere
interpretaciones de sí mismo sino del conjunto en el que se inserta.
291
Para otros modelos de interpretación simbólica, véase Garagalza, 1990.
292
“La expresión símbolo –había dicho Novalis- es ella misma simbólica” (Novalis, 2001: 187).
548
293
Se trataba, en cierto modo, de una reacción al desarrollo del conocimiento científico y la consecuente
crisis de la metafísica (Gadamer, 1998a: 96-97).
550
este trabajo294. Esto no obstante, nos remitimos a las objeciones realizadas por Rorty
desde la hermenéutica a la dimensión epistemológica del símbolo y la genealogía
kantiana de esta idea (Rorty, 2001: 323 y ss.).
En todo este enfoque de la cuestión hay algo más que nos llama la atención y
nos obliga a seguir analizando la concepción simbólica de Todorov. Cuando hemos
estudiado el doble eje de oposiciones con el que Todorov perfila su concepto de
símbolo, esto es, la oposición, por llamarla así, hegeliana entre símbolo y signo; y, por
otra parte, la oposición que podemos llamar goetheana entre símbolo y alegoría, hemos
observado que el autor de Théories du symbole partía de la retórica y de la poética para
adentrarse, con no pocos puntos de contacto con el neokantismo, en el campo de la
psicología y la antropología. De este modo, Todorov al buscar el fundamento de lo
literario, aunque como hemos visto no sólo de éste, en estos ámbitos, perdía de vista el
análisis de los textos literarios concretos y, con ello, la posibilidad de un contacto real
con la exégesis alegórica –sólo el reducido concepto de la alegoría goetheana aflora
necesariamente en la segunda de las oposiciones planteadas en el eje de su acotación del
símbolo-, cuyo fundamento se encuentra, según las ideas que estamos defendiendo en
este trabajo, en la metafísica.
Pero las cosas no resultan completas del modo que así se han planteado, porque
resta todavía ver cómo Todorov aborda la cuestión del símbolo desde el punto de vista
hermenéutico; este problema fue abordado en Symbolisme et interprétation. Todorov, al
igual que Ricoeur, partía de la solidaridad entre simbólica e interpretación, las cuales no
resultan para él sino dos vertientes de un mismo fenómeno295. Pese a esta equiparación
inicial, pensamos que es precisamente este trabajo el que no sólo reconduce el tema a la
cuestión de la literatura, o al menos al mundo de los textos, sino que, además, presenta,
siquiera de un modo implícito, la reducción del concepto expansivo y casi universal de
símbolo anteriormente defendido a un terreno mucho más cercano al contexto que nos
interesa. En efecto, resulta profundamente revelador el hecho de que al analizar el
símbolo desde el punto de vista de la hermenéutica lo equipare, sin mayores
explicaciones, a la alegoría: “Un texte ou un discours devient symbolique à partir du
moment où, par un travail d´interprétation, nous lui découvrons un sens indirect (… ) Je
294
Estamos, no obstante, ante un fenómeno que tiene una ineludible dimensión estética y que se extiende
a lo largo de las poéticas del siglo XX. Esto posibilita su estudio en esta dimensión –aun cuando nosotros
no nos aventuremos en este terreno-, incluso como síntoma de época. Para ver esta cuestión con carácter
general, cf. Vattimo, 1993: 65 y ss.
295
Cf. Todorov, 1978: 18.
551
n´essaie pas de décider de ce que c´est qu´un symbole, de ce que c´est une
allégorie” (Todorov, 1978: 18, 21).
En este caso, el problema no es tanto determinar cuál pueda ser la naturaleza del
símbolo o cómo explicar el modo de conocimiento simbólico frente al razonamiento
lógico, sino que ahora se trata de una nueva expresión de una cuestión ya familiar en la
vieja historia de la alegoría: ¿Cuándo interpretar?, esto es, la misma cuestión que venía
planteándose desde Teágenes de Regio. Y sorprende que esta reconducción de la
cuestión a terrenos familiares se haga a partir de un postulado, el de la solidaridad entre
simbólica e interpretación. Porque, en primer lugar, resulta cuanto menos discutible que
la simbólica, planteada como modo de conocimiento pueda ser susceptible de ser
interpretada dentro de los límites acotados por Todorov para el proceder simbólico: las
tentativas que Todorov presenta en este libro, la patrística y la filológica –ambas
referidas a la interpretación bíblica-, nos parecen alegóricas o, en cualquier caso,
alejadas de las expectativas abiertas en la determinación teórica del símbolo. En
segundo lugar, porque, según venimos examinando en este recorrido por la historia de la
alegoría, ha sido precisamente el desencuentro, esto es, la falta de correspondencia entre
la alegoría como figura retórica y los presupuestos más extensos de la exégesis
alegórica uno de los factores que han provocado los desequilibrios y problemas surgidos
en torno a la alegoría que llegan a su punto álgido en el Romanticismo.
Cuando Todorov indaga en la cuestión planteada acerca de la decisión de
interpretar lo primero que hace es delimitar el objeto. Para ello se decanta nuevamente
por el discurso, como enunciado frente a la frase. Una vez determinado el objeto,
Todorov formula el principio de pertinencia: cuando un discurso no obedece a la razón
de su existencia, el receptor tiende a buscar, mediante una manipulación interpretativa,
esta pertinencia que se escapa en primera instancia296.
Esta interpretación se mueve en un primer momento a través de los indicios
localizables en el propio texto. Estos indicios se ordenan a su vez en dos grupos:
indicios sintagmáticos297 y paradigmáticos298. Es evidente que todos estos indicios están
extraídos de la experiencia de la exégesis alegórica a través de su historia. En los
296
Cf. Todorov, 1978: 26.
297
Divididos en dos subgrupos: por defecto, cuando, por ejemplo, ante una contradicción entre dos
segmentos del texto, el intérprete debe inclinarse por alguno de ellos; por exceso, como es el caso de las
tautologías (op. cit., pp. 28-29). Véase también Todorov, 1974.
298
Provienen de una confrontación entre el enunciado en cuestión y la memoria colectiva de la sociedad:
los casos en los que el enunciado resulta ininteligible; aquellos en los que el enunciado contradice lo que
552
indicios paradigmáticos es fácil reconocer las causas que dieron lugar a las alegorías
homéricas, físicas y morales. Entre los indicios sintagmáticos pueden asimismo
descubrirse algunas de las motivaciones del alegorismo tanto pagano como patrístico.
Es decir, pese a los alcances que el símbolo tiene en la obra de Todorov desde un punto
de vista teórico, opuesto por una parte al signo y por otra a la alegoría, lo cierto es que,
desde el punto de vista práctico de la exégesis, parece regresar a los cauces de la
interpretación alegórica tradicional.
Ahora bien, ¿es extensible esta sintonía con la alegoría en cuanto a los indicios
que abren la posibilidad de interpretar a otros aspectos de la hermenéutica del símbolo?
Lo que ahora preguntamos es si la coincidencia en los indicios que ocasionan la
decisión de interpretar se extiende al posterior desarrollo de la interpretación
propiamente dicha y si es posible reconocer en ella la tensión entre sentido literal y
figurado de la alegoría y las soluciones que ésta ofrece para reconciliarlos. Algo de lo
que se ha visto anteriormente cuando se analizaban las tesis de Sperber y Trevi induce a
pensar que el símbolo exige una aproximación hermenéutica distinta de la alegoría. En
efecto, estos autores defendían una aproximación no traductora sino simbólica al
símbolo, de tal modo que el exégeta debe descubrir en el símbolo el sistema de fuerzas
que genera, la cadena de relaciones asociativas y disyuntivas que se desprenden de su
núcleo y que condicionan necesariamente el sentido del texto en el que se inserta. Ahora
bien, ¿es posible aplicar este proyecto de interpretación a un texto concreto sin
alegorizar? Autores como Urban han negado con sólidos argumentos la posibilidad de
una interpretación simbólica de los símbolos, y han defendido la traducción conceptual,
esto es, la interpretación no simbólica de éstos299. Incluso cuando habla de los tipos de
conocimiento, Urban afirma que éste puede producirse de dos modos: bien por
descripción –lo que supone el uso del lenguaje-, bien por contacto, esto es, por
percepción sensible o por intuición no sensible. Respecto a ésta última, el lenguaje
resulta esencial para no sólo poder afirmar algo de esta intuición, sino también para la
fijación de sus elementos. En consecuencia, en cuanto al conocimiento, la
verificabilidad y la comunicación son, según Urban, inseparables300. Ciertamente, en
sentido amplio, todo conocimiento es simbólico, en cuanto entraña un elemento de
representación. Urban admite incluso que a veces el símbolo pueda tener una referencia
una sociedad considera científicamente posible; los que el texto contradice los valores morales de una
sociedad (ib., p 29).
299
Cf. Urban, 1952: 340.
300
Op. cit., pp. 281-284.
553
El análisis del pensamiento –dice- es siempre alegórico en relación con el discurso que
utiliza. Su pregunta es infaliblemente: ¿Qué es, pues, lo que se decía en aquello que era dicho?
El análisis del campo discursivo se orienta de manera muy distinta: se trata de captar el
enunciado en la estrechez y singularidad de su acontecer.
(Foucault, 2004: 44)
301
Ib., p. 349. Sobre la expansión del sentido del símbolo, cf. ib. pp. 353-356.
302
Ib., p. 350.
303
Cf. Said, 2004: 252.
304
Op. cit., p. 250.
554
discursos y los considera como “síntoma” de lo que el llama “lo invisible” del texto,
porque lo invisible del texto es lo que la alegoría busca también desde siempre,
permitiendo, a lo largo de su evolución, todo tipo de cambios respecto a qué cosa pueda
ser esto “invisible”. Pero además, el hecho de que Foucault ubique el misterio del texto
fuera de éste puede ser entendido como un caso radical de hyponoia en el que la
perspectiva cambia desde la renunciada búsqueda del sentido oculto del texto hasta la
desocultación de las condiciones externas que intervienen en su constitución305.
¿Cuál es la opción de Todorov? La teoría expuesta anteriormente parece, pese a
las coincidencias con la alegoría respecto a la decisión de interpretar, alejarse de
cualquier posible traducción de lo simbólico al plano conceptual306. Para Todorov, el
elemento fundamental a tener en cuenta en la interpretación simbólica es el de
evocación. Esta evocación tiene su causa –en términos hegelianos- en un
desbordamiento de significante por el significado que puede afectar tanto a una palabra
como a una proposición. No obstante, el desarrollo interpretativo que Todorov hace de
este doble eje remite, con algunas peculiaridades, a la diferencia agustiniana –aun
cuando su formulación definitiva corresponde a Beda- de la allegoria in factis y la
allegoria in verbis307.
Por otra parte, Todorov clasifica los discursos en tres grupos respecto a su
propio poder de evocación. El primer grupo está constituido por aquellos discursos
denominados literales, en los que no existe poder de evocación –se trata naturalmente de
una categoría teórica prácticamente imposible de hallar en un texto concreto-. En
segundo lugar, Todorov habla de discursos ambiguos, en los casos en los que los
numerosos sentidos de un enunciado se dan en el mismo plano. Esta ambigüedad puede
ser sintáctica, semántica o pragmática. Aunque la ambigüedad no es puramente
simbólica, porque todos los sentidos son directos, puede favorecer la aparición de
efectos simbólicos. Por último, Todorov habla del discurso transparente, aquel que no
presta atención al sentido literal y que, desde el Romanticismo –afirma el autor- se ha
llamado alegoría308. Esto era, ya en la propia concepción romántica, incorrecto pues la
305
En sentido similar, Simpson, 2003: 231.
306
Todorov critica la alegoría medieval, a la que denomina “simbolismo” y al psicoanálisis por su
pretensión de considerar que todo es susceptible de interpretación (Todorov, 1978: 33-34).
307
Op. cit., pp. 39 y ss. La crítica a Agustín se plantea en dos aspectos: por una parte afirma Todorov que
la oposición entre alegoría verbal y real no revelaba el mecanismo que originaba los dos hechos
diferentes. Por otra parte reprocha a Agustín que olvide que los tropos de la alegoría verbal son tan reales
como las propias alegorías reales. Sobre esta cuestión, véase lo expuesto en el capítulo dedicado a
Agustín de Hipona es este mismo trabajo (supra. capítulo XVI).
308
Todorov, 1978: 50-52.
555
309
Ib., p. 57.
310
Ib., pp. 66-71.
311
Ib., p. 76.
556
312
Sperber, 1988: 168. Se trata quizá de un mecanismo similar al de acomodación e interpretación de
Todorov.
313
Varias son las razones de este acoplamiento defectuoso: incapacidad constitutiva, contingente,
analítica, de evaluación o de pertinencia.
314
Todorov, 1977: 292.
557
significado que se tome, tal y como propone Sperber de las interpretaciones simbólicas
de símbolos315.
En cualquier caso, nos parece estas matizaciones alteran de forma sustancial la
tesis de Freud, porque su aceptación supone negar la traducibilidad del símbolo, como
ya advertimos al hablar de su intransitividad. Acaso resulte pertinente la crítica que
sobre este tema hace Jung a Freud. Para Jung, Freud desconoce los elementos
necesarios de antropología filosófica que su doctrina presupone. Como ha puesto de
relieve Mario Trevi, el símbolo freudiano sería un mero signo que se limita a sustituir el
significado oculto en cuanto reprimido, cosa que en absoluto ocurre con el símbolo
jungiano que carece de ese rasgo sustitutivo, basando su naturaleza en la
inalcanzabilidad de significado316. En este caso, la expresión simbólica recaería sobre
un efecto multiplicador del poder denotativo del significante.
En otras ocasiones la expresión simbólica puede producirse por un defecto en la
comprensión de determinadas palabras que quedan, de este modo, atrapadas en una
cadena de asociaciones erróneas317. Un buen ejemplo literario de estas asociaciones
erróneas y su poder de simbolización es el propuesto por Juan Ramón Jiménez en su
relato El Zaratán318. En esta figuración –la definición juanramoniana no puede resultar
más oportuna-, el protagonista, Josefito, alter-ego del autor, se sumerge en un universo
propio de resonancias míticas al intentar comprender cómo es posible que una joven
viuda enferma de cáncer tenga un cangrejo (un zaratán) en el pecho. Desde este error
inicial, que afecta al conocimiento equivocado del significado de una palabra, se desata
un proceso asociativo que lleva a considerar al zaratán no como una enfermedad sino
como un animal de naturaleza diabólica, puesto que, al no haber visto nunca un
cangrejo, el niño se ve obligado a llenar este desconocimiento con la invención de un
ser de fantásticas cualidades que termina adquiriendo el aspecto de un dragón. La
historia acaba con la transformación de Josefito en Persefito, matador de dragones, en
315
Esta posibilidad de la inagotabilidad del símbolo también tiene su lugar en la alegoría, véase por
ejemplo el Comentario al Cantar de los Cantares de Gregorio de Nisa (Gregorio de Nisa, 1993). Incluso
Agustín afirma, desde lo que se ha dado en llamar la hermenéutica de la Caída, la inagotabilidad de la
interpretación de la Escritura y de la Historia.
316
Trevi, 1998: 16-17.
317
Este problema ya fue detectado por Orígenes en sus comentarios de la Biblia de los Setenta,
planteando, en consecuencia, la necesidad de volver sobre las fuentes hebreas. El problema volvería a
surgir respecto a la Vulgata en el siglo XVI, con la consiguiente necesidad de volver a las fuentes
hebreas. Surgieron así las tareas dirigidas por el cardenal Cisneros para la edición de la Biblia de Alcalá
en sus lenguas originales, latín y griego (1514-1517). Entre 1568 y 1572, una empresa similar sería
llevada a cabo por Arias Montano, por encargo de Felipe II.
318
Cf. Jiménez, 1990.
558
busca del zaratán, para matarlo y ofrecerlo como trofeo a la enferma. A pesar de que
Juan Ramón Jiménez adopta la visión del niño, no deja de mostrar, paso a paso, la
evolución en el modo de razonar del personaje, creando un texto idóneo para esclarecer
la labor del simbolismo cuando actúa al modo del pensamiento mítico.
En otras ocasiones el símbolo se desliza a través de la sintaxis del texto. Así
ocurre en los casos en los que la continuidad del texto se ve rota por exclamaciones que
tienden a eliminar la estructura sintáctica introduciendo una sensación de
desbordamiento emocional y expresivo que destruye la lógica del discurso. Fijémonos
que detrás de este procedimiento se conserva la idea hegeliana de símbolo en cuanto al
desbordamiento del contenido en la forma. Tal procedimiento es común a buena parte
de los poetas considerados -más o menos acertadamente- como simbolistas, desde el
mismo Juan de la Cruz –en realidad nos encontramos ante uno de los rasgos distintivos
del lenguaje místico- hasta Baudelaire en el que este recurso es bastante frecuente, tal
como observan Javier del Prado y José Antonio Millán Alba319.
Otro mecanismo de expresión simbólica relacionado con la sintaxis se traduce en
la destrucción de la racionalidad del discurso dejando fragmentos que avisen de esta
racionalidad perdida, como hace Baudelaire insertando en el contexto irracional
preposiciones y conjunciones que suscitan la idea de una racionalidad anterior de la que
ya sólo sobreviven estos restos como ruinas320. Un primer uso consciente de este
mecanismo está en la descripción de la experiencia simbólica de Goethe reproducida al
comienzo de este capítulo. Esto no obstante, es necesario recordar que la supervivencia
de fragmentos del discurso, como dice Benjamin, es un rasgo de lo alegórico frente a la
apariencia de plenitud simbólica.
Otras veces se busca la aproximación a la música. Tal vez sea este el recurso
más importante del simbolismo de fin de siglo. Así, Paul Valéry define al simbolismo
como
la intención común a varias familias de poetas (por otra parte enemigos entre sí) de
“recuperar la música en su favor”. No es otro el secreto de este movimiento. La oscuridad, las
rarezas que tanto se le reprocharon; la apariencia de relaciones demasiado íntimas con las
literaturas inglesa, eslava o germánica; los desórdenes sintácticos (el subrayado es nuestro), los
ritmos irregulares, las curiosidades del vocabulario, las figuras continuas..., todo se deduce
fácilmente tan pronto como se admite el principio. En vano se aferraban los observadores de
319
Baudelaire, 2000: LXXVII.
320
Baudelaire, 2000: LXXIX
559
tales experiencias, y aquellos mismos que las practicaban a esa pobre palabra de “Símbolo”;
sólo contiene lo que uno quiere (...).
(Valéry, 1998: 14)
321
Valéry llegará a exclamar: “¡En que estado desfavorable o desordenado encuentra sus cosas el poeta!
Tiene ante sí ese lenguaje ordinario, ese conjunto de medios tan burdos que todo conocimiento que se
precisa lo rechaza para crearse sus instrumentos de pensamiento” (Valéry, 1998: 144).
322
Bécquer entre nosotros hablará del “mezquino idioma” de forma semejante a lo que dice Valéry.
323
“Es una vergüenza, la mayoría de nuestras palabras son herramientas de las cuales se abusa y que a
menudo apestan a la mugre con la que fueron profanadas por sus anteriores propietarios. Yo quisiera
trabajar con palabras nuevas, o bien sin usar para ello más aire del que al volar agita una mariposa, hablar
sólo conmigo mismo por toda la eternidad” (Lichtenberg, 2000: 71-72).
560
El poema manifiesta una intuición (o arranque vital o emoción básica) que está en todas
partes y en ninguna, de tal suerte que los vocablos se cargan de expresividad, se entrecruzan, se
multiplican unos a otros, para dar forma a algo omnipresente e inasible, algo que no podemos
señalar diciendo que “está ahí”. Es lo que Blackmur llama símbolo.
(Guillén, 1989: 22)
324
En estas páginas Bousoño estudia una serie de figuras relacionadas con el símbolo cuya finalidad es,
asimismo, romper con el carácter sucesivo del lenguaje.
561
naturaleza metafórica inserta dentro de una pretensión más amplia. Además, como
señalan Del Prado y Millán, en la poesía de Baudelaire se pueden encontrar dos clases
de sinestesia: la sinestesia horizontal referida a la confusión de experiencias de distintos
órganos sensoriales entre sí y la sinestesia vertical, que relaciona las anteriores con
aspectos psíquicos y morales del ser humano (Baudelaire, 2000: XLI). La sinestesia es
un elemento más dentro del entramado simbólico del poema baudelaireano, aunque,
como veremos más abajo, haya ocasiones en las que no dude en encuadrarse dentro de
la alegoría.
Es evidente que todos los mecanismos descritos en estas páginas exceden en
mucho la consideración retórica de la alegoría como metáfora continuada. Pero este
exceso, aun cuando trate de reproducir los mecanismos mentales propios del modo de
conocimiento simbólico, se desenvuelve en el terreno del lenguaje y, en consecuencia,
los resultados que se despliegan en el “mundo del discurso” pueden ser susceptibles de
interpretación según los parámetros de la exégesis alegórica, sin que la interpretación
simbólica que Sperber ha defendido, pueda proponer mecanismos diferentes de los que
la alegoría ha ido determinando a lo largo de siglos de historia.
Cuando afirmábamos más arriba que los mecanismos retóricos descritos como
simbólicos excedían el ámbito de la alegoría como figura retórica queríamos señalar
asimismo que tales procedimientos sí podían ser localizados en los instrumentos
hermenéuticos desarrollados por la exégesis alegórica. Es éste un nuevo ejemplo del
viejo problema que hemos ido analizando a lo largo de este trabajo: el desequilibrio
entre el amplio espacio delimitado por la alegoría como método exegético y la reducida
concepción de la alegoría como figura retórica. Es interesante, en este sentido, subrayar
que muchos de los mecanismos denominados simbólicos están orientados hacia la
sintaxis y, en todo caso, desde la concepción de un sistema desplegado a lo largo del
discurso en su totalidad. Estos presupuestos salen al paso de los problemas,
imprecisiones y ambigüedades que la alegoría, incluso en su consideración de figura de
pensamiento pero basada en un tropo –la metáfora- anclado en la sustitución de la
palabra autónoma, ha tenido desde sus orígenes.
Si se tienen en cuenta estos factores, se deducirá que las propuestas de
construcción simbólica así descritas han sido ya expuestas y analizadas por los
comentaristas alegóricos desde muchos siglos atrás, dando de los textos resultantes, no
una traducción plano a plano, ni unidireccional como muchas veces se ha reprochado a
la alegoría sino lecturas complejas, desarrolladas, lógicamente, dentro del horizonte
562
8
La rehabilitación de la alegoría: Walter Benjamin
La reivindicación de la alegoría por Walter Benjamin ha de entenderse en el
contexto de toma de conciencia de la Modernidad, más allá de las pretensiones del
Romanticismo326. Benjamin detecta el problema del símbolo como una consecuencia de
la divinización romántica del individuo entendido como “alma bella” y reacciona contra
ésta, reclamando como virtudes el intelectualismo de la alegoría, su carácter abstracto y
325
La reflexión que, años más tarde, Todorov hace de su propio trabajo resulta, a nuestro juicio,
fundamental no sólo para la valoración en sus justos términos de los trabajos aquí citados sino también
para la consideración de las teorías del símbolo ahistóricas, de base romántica que perviven en la
actualidad: “Durante esos mismos años, la curiosidad me había llevado a la lectura de obras antiguas
sobre el objeto que me preocupaba entonces: el simbolismo, la interpretación.Eran obras de retórica o de
hermenéutica, de estética o de filosofía del lenguaje, que había leído sin ningún proyecto histórico: más
bien buscaba en ellas visiones “válidas”, luces sobre la metáfora, la alegoría o la sugestión. Pero me di
cuenta al leerlas de que separar el proyecto histórico del proyecto sistemático no era tan fácil como
pensaba. Lo que había creído hasta entonces instrumentos neutros, concpetos meramente descriptivos (los
míos), se me presentaban ahora como las consecuencias de algunas opciones históricas precisas”
(Todorov, 2005: 171).
326
El siglo XX ha supuesto también la recuperación de la alegoría en el ámbito teológico. El desarrollo de
los estudios sobre la exégesis patrística y medieval realizados a mediados de siglo en Francia por autores
como Lubac o Danielou han proyectado una idea nueva de la alegoría por encima de los prejuicios que la
crítica romántica había levantado contra ella. Más recientemente, es reseñable la entusiasta defensa de la
alegoría por parte de estudiosos como Louth (1999) y Cahill (1996). Cahill afirma –en un tono
ciertamente gadameriano- que las violencias que la lectura alegórica producen sobre el texto no son sino
el resultado de una lectura de segundo grado en la que el lector alegórico aporta al texto el sentido
derivado de su conocimiento de la totalidad de la Escritura y de su experiencia vital. Esta lectura no
impide, sino que inevitablemente presupone, la lectura crítica y literal del discurso, como una lectura de
primer grado. Louth considera que es necesario comprender la alegoría no como un método interpretativo
de carácter probatorio, sino como un modo de relacionar la Escritura completa con el “misterio de Cristo”
(op. cit., p. 121).
563
327
Jarque, 1992: 128.
328
Cf. Mc.Cole, 1993; 116.
329
La idea de Satán como estudioso de los secretos de la naturaleza –de una naturaleza de la que recela y
que le es ajena- y que, “todo lo transforma en algo significativo, en algo alegórico” (cf. Jarque, 1992:
137) es enteramente gnóstica.
330
Gadamer también había apuntado como elemento de esta rehabilitación de la alegoría el
redescubrimiento del Barroco (cf. Gadamer, 1996: 119).
331
Benjamin, 1990: 39. La analogía entre Barroco y Vanguardia reconocida por el propio autor hace
particularmente interesante este trabajo porque, más allá de la exactitud de la citada analogía, es de
advertir que existe en el crítico la voluntad expresa de que lo dicho sobre el Barroco sea también aplicable
a la estética de su tiempo. Así lo ha hecho notar Peter Bürger al afirmar que es el contacto con la
Vanguardia lo que permite a Benjamin el desarrollo de esta categoría y su aplicación a la literatura del
Barroco, y no al contrario (Bürger, 1997: 130). Por su parte, Mc.Cole afirma que el punto de referencia
final de Benjamin no era el Barroco sino la acelerada quiebra de la cultura clasicista alemana en su propia
época (op. cit., p. 127).
332
Benjamin, 1990: 158-159.
564
333
Cf. Jarque, 1992: 129.
334
Véase Mc.Cole, 1993: 130-131.
335
Op. cit., p. 133.
336
Benjamin, 1990: 220.
337
Mc.Cole, 1993: 136. La crítica al símbolo por parte de Benjamin se basa en el descubrimiento de su
carácter de simulacro y, en este aspecto, no deja de responder a un planteamiento (anti)platónico, o mejor
dicho, neoplatónico, en cuanto rechaza la apariencia de belleza artística como simulacro. Por el contrario,
el valor más destacable de la alegoría en el pensamiento de Benjamin se deriva de su “carácter de
verdad”, que rechaza la falsa experiencia de totalidad simbólica.
565
comunicable del ser espiritual- que, por tanto, ha perdido su relación de inmediatez con
las cosas –último espejismo del símbolo de la cratiliana estética idealista-339, implica
una imprevista corporeidad del vacío de esta misma imposibilidad. Pero este cuerpo del
vacío anuncia, como después desarrollará Paul de Man, la estrecha relación entre la
alegoría y la ironía. En nuestra opinión es ésta la novedad que presenta la alegoría en su
última metamorfosis: su raíz irónica.
En el concepto de alegoría de Walter Benjamin, tan impregnado de elementos
teológicos, resulta especialmente problemática la idea anteriormente señalada de la
dimensión espiritual de la lengua. El hecho de que aquello que hay de comunicable en el
ser espiritual se exprese a través del lenguaje, refleja el eco en la obra de Benjamin de
las teorías que en este momento vinculaban la poesía con el lenguaje de lo sagrado. Esta
carga espiritual separará el concepto benjaminiano de alegoría, apegado a la letra en
virtud de esta naturaleza del lenguaje, del defendido por Jauss enraizado en la tradición
clásica de la representación del fenómeno340. Por el contrario, dice de Man hablando de
la alegoría en el pensamiento de Benjamin que “la alegoría nombra el proceso retórico
por el cual el texto literario se mueve de una dirección fenomenal, orientada hacia el
mundo, hacia otra gramatical, orientada hacia el lenguaje” (De Man, 1990: 108).
En el primer caso, esto es, el de la consideración de la alegoría por Jauss, podría
decirse, siguiendo la propia terminología de de Man, que nos encontramos ante un
procedimiento producto de la ideología, en cuanto “confusión de la realidad lingüística
con la natural, de la referencia con el fenomenalismo” (Warbinski, 1996: 6). En el caso
de Benjamin, la materialidad de la alegoría, en los términos lingüísticos expuestos,
impide que se produzca esta confusión ideológica.
Autores como Octavio Paz han contrapuesto el valor de la ironía al de la
analogía observando que la primera es la manifestación del tiempo lineal, sucesivo e
338
Jarque, 1992: 136.
339
La teoría del lenguaje de Benjamin sostiene que lo que la lengua comunica no puede ser representado
como algo exterior a ella misma. El lenguaje permite al hombre comunicar su propia esencia espiritual a
través de las palabras con las que nombra las cosas, pero no permite reconocer una identificación entre
éstas y aquellas. En la teoría del lenguaje de Benjamin se reconocen los ecos de la teoría del símbolo de
Baudelaire que, ya alejado del idealismo, tiende a cambiar los conceptos de representación o
identificación propios del símbolo de la estética romántica por el de traducibilidad de la lengua de las
cosas a la lengua de los hombres. El pecado original, la Caída –en una concepción no muy lejos de
Agustín-, ha pervertido el lenguaje y le ha impedido establecer una relación inmediata con las cosas,
ofreciendo en cambio la posibilidad de la abstracción conceptual (Jarque, 1992: 69-72). Posteriormente
Benjamin cambiará el término de “traducción” por el de “mimesis”. En el caso de la lengua, puede
hablarse una dimensión alegórica de esta mimesis al aludir Benjamin a las semejanzas no sensibles (op.
cit, pp. 163-164).
340
Cf. De Man, 1990: 107.
566
Y es que, como dice más adelante, la analogía vive de las diferencias: porque
una cosa no es otra, es posible establecer una relación entre ambas. Sin embargo, ésta no
suprime las diferencias. Este vacío se aproxima, paradójicamente, a la idea de la ironía
que defiende Paul de Man como negación absoluta. Paz habla de metaironía para
señalar que ese hueco es dinámico y lo corroe todo, obligándonos a suspender el juicio.
La ironía afirma el valor de lo transitorio frente a la voluntad atemporal del
símbolo, y es este carácter lo que la hace atractiva para los autores del siglo XX.
Benjamin incidía también en esta idea al señalar que la medida temporal de la
experiencia simbólica es el instante místico, mientras que la alegoría se agota en un
movimiento dialéctico violento como expresión de la historicidad frente a la
inmutabilidad del símbolo (Benjamin, 1990: 158).
La alegoría, frente a la concepción orgánica del arte, tiene un carácter
fragmentario en el que la analogía no es posible. El autor clasicista pretende, con su
obra dar una idea de la totalidad344; el autor de Vanguardia intenta reunir fragmentos
con la intención de fijar un sentido. De este modo, para el artista orgánico, entendido
como artista clasicista, el material con el que trabaja es el portador de un significado
341
Paz, 1998: 97.
342
Más adelante afirmará que Mallarmé se propone resolver la oposición entre ironía y analogía partiendo
de la realidad de la nada y de la realidad de la obra poética diciendo que el universo es un libro que no ha
sido escrito, dando, como se ve, otra vuelta de tuerca al alegorismo medieval; la analogía termina en el
silencio, Paz, 1998: 114.
343
Paz, 1998: 108.
344
Dice Bürger que la obra de arte orgánica presenta un cuadro de reconciliación con la naturaleza
mientras que la obra de arte inorgánica se presenta como un artefacto (Bürger, 1997: 141).
567
9
La alegoría en el pensamiento irónico de Paul de Man
Dentro de la labor de revalorización de la alegoría, que la crítica de la
deconstrucción realizó a partir de los años setenta, se insertan los trabajos que Paul de
Man ha dedicado a la cuestión348. Acaso el lugar donde ofrece una perspectiva más
interesante sobre la misma sea en su ensayo “La alegoría de la persuasión en Pascal”,
publicado en el volumen Ideología Estética (De Man, 1998: 77-102). En este trabajo, de
345
Cf. De Man, 1990: 108.
346
Benjamin, 1990: 181. Más adelante afirmará que el hombre resulta excluido del campo de visión
alegórico.
347
Bürger, 1997: 131-132.
348
Véase Vanderdorpe, 1999: 87 y ss.
568
349
Decimos post-simbólico y no post-simbolista porque, como hemos estudiado en páginas anteriores, el
simbolismo es un primer momento antirromántico en el que se comienza a fracturar el fundamento del
símbolo de la estética idealista.
350
Véase lo que decíamos al respecto en nuestro capítulo VII dedicado a Aristóteles.
351
En este sentido, y siguiendo a de Man, véase Spivak, 1971: 440.
569
352
El estudio del discurso como unidad superior que genera sus propias necesidades teóricas ha sido
objeto de atención reciente desde muy diversos puntos de vista. En el caso de Foucault, por ejemplo, los
elementos que presenta para situar la diferencia entre la frase y el enunciado puede ser de enorme utilidad
para precisar el alcance de un replanteamiento de la alegoría en el sentido propuesto por Paul De Man. En
efecto, Foucault observa que el enunciado necesita de un contexto determinado, constituido por la serie de
las formulaciones en las que el enunciado se inscribe, las formulaciones a las que el enunciado se refiere,
las formulaciones que pueden seguir al enunciado como réplica o consecuencia, y las formulaciones cuyo
estatuto comparte (Foucault, 2002: 164-165). Todorov también hace una distinción similar entre frases y
enunciados (Todorov, 1978: 9-11). De este modo, el estudio de la alegoría puede ramificarse en una serie
de consideraciones diversas determinada por las relaciones que ésta establece con el contexto, entendido
en su sentido más amplio. En otra dirección, también Ricoeur ha señalado la necesidad de reorientar el
estudio de los tropos en un contexto más amplio que el de la palabra, y advierte de que tal vez haya sido
esta limitación a la palabra una de las causas de la decadencia de la retórica y su reducción al ornato
(Ricoeur, 2001: 67-68 y 976-99. Sobre la alegoría en el sentido de la consideración del enunciado que
estamos estudiando, cf. Ricoeur, 2001: 230-231).
353
Cf. De Man, 1990a: 128.
354
La hermenéutica patrística ya había señalado la posibilidad de interpretaciones sucesivas de un mismo
texto. Agustín relacionaba la naturaleza siempre incompleta de la interpretación de la Escritura y de la
Historia a la Caída. Sin embargo, de Man invierte por completo la valoración de estas sucesivas
interpretaciones: para los Padres, las interpretaciones coherentes con la Doctrina eran válidas –y valiosas-
aunque nunca definitivas; para de Man, la sucesión de las interpretaciones no sólo suprime el valor de las
anteriores respecto de las que les suceden, sino que, además, adelanta el mismo fracaso en la
determinación del sentido del texto de las que las suceden.
570
Siempre está interesado en mostrar que cuando los críticos o los poetas creen que están
afirmando algo, están en realidad revelando –los críticos sin darse cuenta, los poetas
deliberadamente- las imposibles premisas de afirmar cualquier cosa, las denominadas aporías
del pensamiento a las que de Man cree que siempre regresa toda la gran literatura.
(Said, 2004: 223)
355
Ib., p. 235.
356
En la conclusión “la literatura sólo dice su decir” hay un claro eco del aforismo nietzscheano “La
voluntad sólo quiere su querer”.
571
357
La constante alusión a la verdad en el discurso de de Man en torno a la alegoría subraya la esencial
naturaleza metafísica de la alegoría. En este sentido, Vanderdorpe, 1999: 87.
358
De la misma manera, dice Pascal, que una casa no es una ciudad aunque las ciudades estén
constituidas por casas y de que siempre se pueda añadir una casa más a la ciudad (De Man, 1998: 87).
359
Sobre esta cuestión, véase Aristóteles, Física 220a.
573
número: el cero. El cero es para el orden numeral lo que el instante para el temporal360,
es el interruptor del sistema de sucesión numeral en la teoría de los dos infinitos. El uno
actúa como el tropo del cero que no puede aparecer sino bajo esa forma dado que es
innombrable.
De Man considera que es posible encontrar en la retórica términos que, de forma
similar, designen la interrupción de un continuo semántico de un modo que va más allá
del poder de reintegración. A diferencia de lo que ocurre con el cero esta disrupción no
se concentra en un punto sino que se extiende por todas partes361. Pero debe tenerse en
cuenta que llamar irónica a esta estructura puede inducir a confusión porque la ironía es,
al igual que el cero, un término que no es susceptible de definición real o nominal. Paul
de Man afirma que puede decirse que la alegoría es el tropo de la ironía del mismo
modo que el uno es el tropo del cero.
El estudio de la oposición de los conceptos362 de poder y justicia en Pascal sirve
al crítico holandés para analizar en el texto el funcionamiento práctico de esta teoría.
Así, observa que en esta oposición, el poder invade siempre el espacio de la justicia sin
que se produzca un intercambio de posiciones entre ambos, como ocurre en otros casos
de oposición binaria, aunque sí una apariencia de intercambio363. Para que lo propio de
la justicia sea el poder y lo propio del poder sea la justicia, éstos podrían intercambiar
los rasgos de inocencia y necesidad que los caracterizan. La justicia debe convertirse en
necesaria gracias al poder y el poder en inocente gracias a la justicia. Sin embargo, al
contrario de lo que ocurre con otras oposiciones binarias de los Pensamientos, este
desplazamiento no se produce. El poder usurpa el puesto de la justicia y, no obstante, la
enunciación de este hecho, tal y como lo expone Pascal, se realiza por el procedimiento
de la cognición y de la deducción y no como puro acto de fuerza e imposición. Por
tanto, la usurpación de la fuerza se reinscribe en un sistema de cognición al que no
pertenece, pues la fuerza es heterogénea con relación a este campo, del mismo modo,
360
Kierkegaard dirá en un contexto similar que “desde la perspectiva socrática el instante no puede verse,
ni discernirse, no existe, no ha existido, ni llegará a existir” (Kierkegaard, 1997: 63).
361
De Man pone como ejemplo el uso del anacoluto en Schlegel (De Man, 1998: 91). De este modo, de
Man profundiza en la orientación gramatical de la alegoría, por encima de las limitaciones de la palabra
aislada.
362
De Man estudia con detalle las oposiciones binarias en Pascal advirtiendo los posibles cruces
quiásmicos entre ellas que tiende a demostrar que estas oposiciones están si no reconciliadas, sí
orientadas hacia una totalización que podría posponerse infinitamente pero que sigue siendo operativa
como principio de inteligibilidad. De modo similar ocurre con la oposición grandeza / miseria,
escepticismo / dogmatismo, etc. (De Man, 1998: 97-99).
363
De Man cita el siguiente pensamiento de Pascal: “Y de este modo, no siendo posible hacer que lo justo
sea fuerte, se ha hecho que lo fuerte sea justo” (De Man, 1998: 99).
574
señala de Man, que el cero se inserta en el orden del número al que tampoco pertenece,
por medio del uno, su tropo. “La ruptura se reinscribe así como el conocimiento de la
ruptura”364. A partir de este momento, el lenguaje en Pascal se separa en dos
direcciones: una función cognitiva que es justa pero que carece de poder y una función
modal que es fuerte en su demanda de justicia. La primera es el lenguaje de la verdad y
de la persuasión mediante pruebas, la segunda es el lenguaje mediante la usurpación o la
seducción. Sin embargo, en la medida en que el lenguaje es siempre cognitivo y
tropológico así como performativo a la vez, es una entidad heterogénea incapaz de
justicia así como de justesse en el sentido de precisión argumentativa. Termina de Man
su razonamiento afirmando que el “pseudoconocimiento irónico de esta imposibilidad
que pretende ordenar secuencialmente, en una narración, lo que es realmente la
destrucción de toda secuencia, es lo que se llama alegoría”365.
La ironía es, pues, lo que se oculta detrás de la alegoría. Al establecer este
vínculo entre alegoría e ironía, Paul de Man disiente de la teoría de Derrida, para el que
la alegoría, la ironía y la teología negativa, se mueven en un mismo plano. La alegoría
derridiana alude a la continua negociación con lo “otro” que permanece fuera del texto.
La diferencia entre alegoría, ironía y teología negativa se articula del siguiente modo.
En la alegoría y la teología negativa, el cambio de sentido es semánticamente
constructivo, aunque, en cada caso, de modo distinto: en la teología negativa un sentido
se subvierte para facilitar la irrupción de un sentido superior. Esta jerarquía de sentidos,
que produce el desplazamiento semántico, es constituida teológicamente. En la alegoría,
un sentido se dobla en otro sin que se produzca este desplazamiento semántico. Los
límites en donde un sentido se convierte en otro son imposibles de precisar porque no
existe prioridad entre los distintos sentidos. La ironía, por su parte, está cercana al
discurso de la teología negativa en cuanto subvierte y establece una jerarquía de sentido.
Pero en este caso, la subversión es semánticamente destructiva: un sentido es socavado
por otro366.
Por su relación con la alegoría se hace necesario profundizar, siquiera
brevemente, en la idea de ironía que defiende de Man367. Decimos idea y no concepto
porque Paul de Man considera que la ironía no es un concepto por lo que resulta
364
De Man, 1998: 101.
365
De Man, 1998: 102. Véase también Vanderdorpe, 1999: 88.
366
Ward, 2002: 173.
367
“El concepto de ironía” en De Man, 1998: 231-260. Véase Said, 2004: 222-224. Sobre la ironía, véase
también el número 36 de la revista Poétique (1978).
575
368
Recordemos que éste era también un problema que afectaba a la determinación de lo alegórico y de lo
simbólico.
369
Véase Schlegel, 1994: 52-53. Hegel dice respecto a la ironía en Schlegel: “La forma más inmediata de
tal negatividad de la ironía es, por una parte, la vanidad de todo lo objetivo, de lo moral, de lo que habría
de tener un contenido en sí, la nulidad de todo lo objetivo y de lo que tiene validez en y para sí. Si el yo
se queda en esta posición, todo se presenta para él como nulo y vano, con excepción de la propia
subjetividad que con ello es también hueca, vacía y fatua.” (Hegel, 1989: 63).
370
D´Angelo, 1999: 126.
371
Schlegel pone un ejemplo enormemente clarificador de lo que entiende por parábasis permanente
mediante un supuesto sacado del teatro. Así, dice que la parábasis permanente se produciría en el caso en
el que el coro de una tragedia se pusiera, de repente a dialogar con los espectadores. Esta situación
rompería la incomunicabilidad entre el escenario y el público destruyendo la ilusión que produce la obra
de arte (D´Angelo, 1999: 127). Sobre esta cuestión, véase también Agamben, 2005: 65-66.
576
Esta alegoría de los tropos por la que éstos señalan una cosa distinta de la que afirman,
tiene su propia coherencia narrativa, su propia sistematicidad, y es esta sistematicidad,
esta coherencia narrativa lo que la ironía altera. La ironía interrumpe la dialéctica, la
reflexividad de los tropos. Para Schlegel la ironía está en la base de esa lengua
originaria que anhelaban los románticos pero quizá no en el mismo sentido que éstos; la
verdadera lengua originaria, afirmará, “es la de la locura, el error, la estupidez en la que
las palabras se entienden mejor entre ellas que con quien las dice”372.
Cuando Paul de Man concibe la ironía como fundamento de la alegoría, en el
sentido de que la primera materializa la imposibilidad del lenguaje de abordar la
realidad debido a su naturaleza tropológica, de tal modo que a un discurso sólo puede
suceder otro, está en cierto modo indicando la posibilidad de adentrarse en el camino
del no-ser vedado por Parménides en los orígenes de la metafísica. Pero, en realidad, no
se trata tanto de un regreso al comienzo del pensar metafísico, sino de una penetración
en su final. La imposibilidad del lenguaje de acercarse a lo real parece profundizar en la
oposición nietzscheana entre la verdad y el arte, entre el mundo verdadero y el mundo
aparente, como inversión -más que superación- de la metafísica del platonismo. Así,
frente a la verdad necesaria, articulada en el lenguaje y fundamentada sobre el principio
metafísico de no contradicción373, se eleva la dimensión artística que apunta al aparecer
de la realidad, y que, por lo tanto, transporta la vida, más allá de la fijación lógica de la
verdad, hacia la revelación del caos374. Cuando la alegoría, en el sentido en el que la
entiende Paul de Man, descubre la imposibilidad de fijar el sentido, revela al mismo
tiempo el caos que subyace a la esquematización de la realidad, esto es, al cosmos en el
lenguaje.
En este sentido, la ironía subyacente a este mecanismo alegórico, adquiere una
dimensión diferente en la que parece indicarse, también, el final de una metafísica,
entendida heideggerianamente como “olvido del ser”, que vuelve a su origen, el vacío
mítico375 -acaso la nueva mitología sea, contra lo que pretendiera Schelling, este vacío
irónico que se esconde en el fondo de esta concepción del discurso-.
372
De Man, 1998: 256.
373
Para el principio de no contradicción en sentido nietzscheano, véase Heidegger, 2005: 483-490. El
principio de no contradicción, en la dimensión lingüística del platonismo, remite a la idea –“lo uno que
permanece en todas las variaciones de los productos, lo que conserva su existencia consistente (op. cit., p.
165), y es, en consecuencia, el fundamento de la conceptualización.
374
Ib., pp. 491-492.
375
Cf. Hesíodo, Teogonía 105-130. Entendemos aquí “caos” en su sentido original hesiódico y
aristotélico como vacío, y no como corrientemente se entiende, esto es, como “desorden” o”mezcla
confusa” (cf. Jaeger, 2003: 19-20).
577
10
Símbolo y alegoría en el pensamiento heideggeriano. Gadamer. Vattimo
En el tratamiento post-romántico de la alegoría y el símbolo existe una tercera
posibilidad, junto con los tratamientos de Cassirer y Todorov, que ahora debemos
examinar. Nos referimos a las aproximaciones heideggerianas a la cuestión, entendiendo
por tales no sólo las ideas presentadas por el propio Heidegger, sino las de autores que,
con muy diversos resultados, han continuado trabajando sobre sus planteamientos. De
entre éstos –ciertamente muy numerosos- nos detendremos en las fundamentales
aportaciones de Gadamer y Vattimo.
Es evidente que un filósofo cuya obra está determinada por la cuestión
ontológica, más allá de las lecturas existenciales que tuviera la primera recepción de Ser
y tiempo, y por la significación histórica de la metafísica como “olvido progresivo del
ser” ha de tener forzosamente para nosotros un valor especial, toda vez que, desde el
comienzo de nuestra investigación, hemos tratado de poner de relieve las estrechas
correspondencias entre la alegoría y el desarrollo de la metafísica a lo largo de algunos
de los principales hitos del pensamiento occidental. No creemos que nuestro estudio
pueda considerarse, en puridad, heideggeriano, pero sí es necesario reconocer el peso
sustancial que muchas de sus ideas han tenido y tienen en el entramado de esta
investigación.
Éste es el momento de explicar detalladamente qué hemos querido decir a lo
largo de estas ya extensas páginas en las que hemos afirmado que la alegoría está unida
indisolublemente a la metafísica desde su origen. Para sostener esta idea ha sido
necesario viajar al inicio de la metafísica con los filósofos presocráticos y examinar
cómo en este mismo momento inaugural de la filosofía, surge también la alegoría, el
distanciamiento crítico de los textos homéricos y el retorno a estos textos por un camino
diferente: el de la interpretación alegórica. Hemos estudiado también la difícil salida del
mito, las relaciones con el enigma en sus episodios más tempranos y el lento recorrido
hacia el logos.
Posteriormente, hemos ido analizando las diversas vicisitudes que la alegoría ha
ido atravesando a lo largo de la evolución del pensamiento antiguo, la aparición del
cristianismo, la mística, y las relaciones con la retórica, así como la aparición y los
rasgos principales de un género literario que justamente es conocido como “alegoría
578
376
Cf. Heidegger, 2005: 681. En sentido contrario, Pardo afirma que la metafísica sólo puede ser
concebida como un discurso muerto. Este discurso, que comienza con Platón y termina con Hegel, se
presenta hoy como una lengua muerta, como un juego del lenguaje al que nadie juega (Pardo, 2006: 29-
30). Esto no obstante, el propio Pardo reconoce que la metafísica ha sido dada por muerta en numerosas
ocasiones y ha resucitado en otras tantas, de tal modo que “la muerte de la metafísica no parece llegar a su
fin” (op. cit, pp. 25-26). Agamben, sin embargo, no cree que la tradición metafísica haya sido superada en
579
existencia de una red de causalidades que uniera ambas realidades de un modo que aún
no podíamos determinar con precisión.
Entendemos, con Gadamer, la metafísica no en un sentido superficialmente
aristotélico como filosofía primera que pretende averiguar en el ente supremo lo que es
el ser, sino más ampliamente “la apertura hacia una dimensión que, sin fin como el
tiempo mismo y presente permanente como el tiempo mismo, abarca todo nuestro
preguntar, decir y anhelar (… ). La fenomenología, la hermenéutica y la metafísica no
son tres puntos de vista filosóficos distintos, sino el filosofar mismo” (Gadamer, 2001:
36-37). En consecuencia, la metafísica y la hermenéutica resultan indisociables. Queda
por ver si este modo de entender la hermenéutica en que consiste la alegoría es también
inevitable en la evolución de la metafísica.
Dos son los elementos, que afectan tanto a la hermenéutica como a la retórica,
que estrechan la tendencia a identificar alegoría y hermenéutica: en primer lugar el valor
que juega la precomprensión en la interpretación; en segundo, lo insoslayable que
resulta, en ocasiones, el doble mecanismo de la abstracción conceptual de la realidad y
la personificación del concepto a modo de una nueva encarnación en la realidad. La
alegoría, en su doble vertiente, participa de forma radical de ambos mecanismos: la
formación e intervención de la precomprensión, y, desde el punto de vista retórico, la
conceptualización y la personificación conceptual.
Este último es un proceso directamente vinculado a la metafísica desde sus
inicios griegos. En efecto, Heidegger entiende la historia de la metafísica como “la clase
de movimiento de la experiencia pensante que concibe a los entes en su ser,
reteniéndolos como aprehendidos”, esto es, como modo de entender “el ente llevado a
su concepto” (Gadamer, 2002a: 244). El esfuerzo de Heidegger, sigue diciendo
Gadamer, se dirige a la destrucción de los conceptos metafísicos para recuperar el
camino de la palabra, no por la renuncia del pensamiento conceptual, sino para
devolverle su fuerza aspectiva. Se trata de “hacer transitable el camino que va del
concepto a la palabra, de tal modo que el pensamiento pueda volver a hablar”
(Gadamer, 2002a: 247). Quizá quepa entender en este sentido, las palabras de
Heidegger cuando en Nietzsche, después de una interpretación indiscutiblemente
alegórica de un pasaje del Zaratustra, dice lo siguiente: “Los símbolos sólo le hablan a
quien posee la fuerza formativa necesaria para configurar sentido. Apenas se extingue la
la crítica de autores recientes como Derrida o Levinas, aun cuando reconoce que con éstos se han puesto
al descubierto sus problemas fundamentales (Agamben, 2003: 71-72).
580
377
Sobre el sentido de esta apertura en el pensamiento heideggeriano, Steiner observa: “Hacer
verdaderamente una pregunta es concordar armónicamente con aquello a lo que se está preguntando. El
interrogador heideggeriano, lejos de ser el iniciador y el único amo del encuentro, como sucede siempre
en Sócrates, Descartes y en el científico teólogo moderno, se abre a sí mismo a aquello a lo que se está
preguntando, y se vuelve el locus vulnerable, el espacio penetrable de su apertura” (Steiner, 1983: 78).
581
Toda concepción del ente, y especialmente del ente en su totalidad, está ya, en cuanto
concepción del hombre, referida al hombre. Toda interpretación de una concepción de este tipo
es un despliegue del modo en el que el hombre se encuentra en ella y toma posición frente a
ella. Incluso todo mero dirigirse al ente con el lenguaje, todo nombrar el ente con la palabra,
equivale ya a imponerle una construcción humana, a capturarlo en algo humano, desde el
momento en que la palabra y el lenguaje caracterizan de modo eminente al ser del hombre. Toda
representación del ente en su totalidad, toda interpretación del mundo es, por lo tanto,
inevitablemente una humanización.
(Heidegger, 2005: 289)
378
El giro heideggeriano comienza en los años treinta con su interés por Hölderlin (Gadamer, 2002: 114).
Este giro (kehre) consistió sobre todo en el abandono del planteamiento trascendental de Husserl.
Heidegger se apartó de la vertiente existencialista presente en Ser y Tiempo y se adentró directamente en
la exploración del problema del ser. En opinión de Gadamer, esta vuelta heideggeriana fue más bien “un
retorno a las cuestiones originarias y medio religiosas que habían llevado a Heidegger a adentrarse cada
vez más en el pensamiento” (Gadamer, 2001: 44).
379
Heidegger, 2002b.
380
Heidegger, 2002a.
381
Cf. Vattimo, 1998: 73 y ss. Sobre la fuerza de esta espacialidad en la constitución de un modelo
topológico del lenguaje y de la palabra poética, sobre todo en la obra de Gadamer, véase Cuesta Abad,
1999: 153-181.
382
Heidegger considera que la calificación de metafísico o de no metafísico puede aplicarse a un poeta, a
pesar de tratarse de un concepto procedente de la filosofía y no de la poética, desde el momento en que la
583
metafísica es pensada a partir de la historia del ser, a la cual el poeta está igualmente vinculado
(Allemann, 1987: 214).
383
Cf. Gadamer, 2000: 323.
384
La metafísica que, en opinión de Heidegger, se conforma a partir de la doctrina platónica de las ideas
consiste en el pensar que deja impensada la diferencia entre el ser y el ente, de tal modo, que piensa la
verdad del ente en su totalidad, con el correspondiente y paulatino olvido del ser. Hegel, en el modo de
ver de Heidegger, es el que aporta a la metafísica el sistema que le es propio, dando paso a la metafísica
absoluta (Allemann, 1987: 212-213).
385
Op. cit., p. 265.
584
metafísica no puede hacer-. Ésta es, para Heidegger, la falta principal de la metafísica:
el planteamiento del pensar como un ver386. De este modo, critica el proceder metafísico
dirigido a diferenciar lo sensible de lo no sensible tanto en Platón como en Hegel –y en
esto puede encuadrarse también una primera crítica al símbolo- en los que “lo
meramente sensible del arte queda devaluado en beneficio del aparecer puro de la idea,
según acontece en el pensar” (Pöggeler, 1993: 277). Ésta falta de la metafísica se
convierte, en nuestra opinión, en el elemento determinante de la alegoría. Así, las
primeras interpretaciones alegóricas de los textos de Homero, cuando desarrollaban las
explicaciones físicas de los pasajes que parecían moralmente reprobables, recorriendo,
por lo tanto, un camino de vuelta no transitado, evidenciaban la necesidad metafísica de
“ver” lo que en el pensar estaba alejado. La alegoría (meta)física de los estoicos
suprimía la distancia intuida de la physis –“la Naturaleza es siempre no presente”387: de
nuevo la aparición del “no lugar”- cuando interpretaban los textos y dioses homéricos y
hesiódicos como fenómenos naturales presentes, reconocibles, desocultados.
La alegoría, por lo tanto, al desandar el camino, suprime la distancia,
prescindiendo del espacio que posibilita el despliegue revelador y ocultante al mismo
tiempo de la alétheia. Lo mismo ocurre con el símbolo entendido en su sentido
romántico. El rechazo teórico de la conceptualización y la, también teórica,
inagotabilidad del sentido388, no esconde su naturaleza metafísica de imagen y su
vinculación a los presupuestos de la alegoría en sentido amplio, tal y como, quizá,
hemos puesto de relieve en estas páginas.
El intento de Heidegger es acaso evidenciado por la necesidad de volver al
enigma que se muestra como tal enigma y que en este mismo mostrar, impide su
revelación, o mejor dicho, como ocurría en nuestra lectura de Edipo, cuya revelación es
386
Cf. Pöggeler, 1993: 56. De este modo, afirma más adelante Pöggeler comentando a Heidegger, en la
metafísica el ser funda lo ente y está fundado, a su vez, en el ente que colma de manera especial la
exigencia de asistencia constante (Dios) (ib, p. 175). Una tautología semejante ya había sido enunciada
por Kant al referirse a la teleología natural: “Cuando para la ciencia de la naturaleza, y en su contexto, se
introduce el concepto de Dios para hacerse explicable la finalidad en la naturaleza, y esta finalidad, a su
vez, se usa después para demostrar que hay un Dios, en ninguna de las dos ciencias hay consistencia
interior, y un erróneo dialelo lleva a ambas a la inseguridad, porque dejan sus límites penetrarse unos en
otros (Crítica del Juicio & 68). La asociación de pensar y ver procede de la Metafísica de Aristóteles.
387
Cf. Pöggeler, 1993: 261.
388
De este modo, el acercamiento a lo sagrado de Hölderlin no es leído por Heidegger como un símbolo,
porque no superpone una significación no sensible a una cosa sensible bien notoria (Pöggeler, 1993: 278).
Este descarte del símbolo en Hölderlin revela, a nuestro juicio, el rechazo de Heidegger por el símbolo
romántico y su asimilación a la alegoría.
585
389
“La verdad “es” en cuanto des-ocultamiento, siempre y solamente en base al ocultamiento, es decir
litigio entre salida y persistencia en lo oculto (… ). El ser no le está disponible al pensar como algo
representable y asentable a disposición, como algo desde luego factible; pues si el ser desoculta lo ente,
ello lo hace únicamente sobre la base de un ocultamiento persistente” (Pöggeler, 1993: 174).
390
Pöggeler, 1993: 326-327.
391
Cf. Allemann, 1987: 264.
392
Heidegger, 2002b: 63 y ss. Véase especialmente Agamben, 2003.
586
científico. Sin embargo, la propuesta heideggeriana es mucho más radical en cuanto que
niega la posibilidad de la “imagen”, extremo fundamental en la estructura simbólica.
Además, debe recordarse que todos los presupuestos que subyacen al símbolo –la idea
de la vivencia, el reencuentro con lo absoluto, el concepto de genio, la intransitividad-
no tienen cabida en el contexto heideggeriano que aquí presentamos.
En efecto, las señas que Heidegger establece como elementos básicos del habla,
son enigmáticas, “nos señan atrayéndonos hacia aquello desde lo cual, de improviso, se
portan hasta nosotros”393. El autor, con este lenguaje ciertamente críptico, quiere, tal
vez, llamar la atención sobre el espacio y su recorrido, la distancia, no sobre la seña en
sí, ni sobre la posible imagen que ésta esboce –como ocurría con el símbolo romántico-
sino sobre el hueco existente entre ésta y el ser humano. En esta distancia, la palabra
parece salvarse del concepto como exigencia de la metafísica. Las señas, dirá
seguidamente, necesitan del espacio más amplio para moverse libremente394. Acaso se
trate de un cambio de perspectiva fundamental desde la vieja sentencia de Heráclito que
había determinado un cierto camino en la noción del lenguaje y, en particular, de lo
simbólico: “El Señor, cuyo oráculo está en Delfos, no dice ni oculta, sino indica por
medio de signos.”395.
De este modo, pensamos que en el planteamiento de Heidegger, el peso de la
atención no recae tanto sobre “el decir o el ocultar”, aunque como hemos visto acepta el
presupuesto heraclitano de la alétheia que revela y oculta a la vez, sino que se fija más
bien en el indicar, y, sobre todo, en la distancia que apunta este indicar, porque es en
ella en la que se despliega el enigma del habla396. En esta distancia radica, en nuestra
opinión, la principal diferencia entre la señal heideggeriana y el símbolo romántico397.
393
Op. cit., p. 88.
394
Ib., p. 89.
395
DK 22 B 93, Los filósofos presocráticos I, 2001: 246.
396
La distancia frente al texto que debe recorrerse en la comprensión tiene también una dimensión
“redentora” del abismo temporal que pueda extenderse entre la obra y el intérprete. Así, observa
Gadamer: “La distancia en el tiempo no es algo que deba ser superado. Este era más bien el presupuesto
ingenuo del historicismo: que había que desplazarse al espíritu de la época, pensar en sus conceptos y
representaciones en vez de en los propios (… ). Por el contrario lo que se trata es de reconocer la distancia
en el tiempo como una posibilidad positiva y productiva del comprender (… ). La distancia es la única que
permite una expresión completa del verdadero sentido que hay en las cosas” (Gadamer, 1996: 367-368).
Véase también Gadamer, 2001a: 110-112 y 1999: 86-88.
397
Ya en Ser y tiempo, Heidegger apuntaba esta diferencia con el símbolo romántico cuando observaba
que “la señal puede representar lo señalado no sólo en el sentido de reemplazarlo, sino de tal manera que
la señal misma e siempre lo señalado. Pero esta notable coincidencia de la señal con lo señalado no radica
en que la cosa-señal ya haya experimentado una cierta objetivación, sea experimentada como pura cosa y
puesta con lo señalado en la misma región del ser, la de lo “ante los ojos”. La coincidencia no es una
identificación de cosas antes aisladas sino un “aún no emanciparse” la señal del “ser relativamente a lo
587
Ahora bien, interesa examinar cómo se lleva a cabo este dejar atrás a la estética
y sobre que presupuestos se lleva a cabo esta tarea. Dos son los planteamientos previos
que debemos considerar. En primer lugar, es necesario precisar la consideración de la
crítica literaria tiene en el pensamiento de Heidegger y cuáles son las exigencias
metodológicas derivadas de esta concepción. En segundo lugar, debemos analizar cuál
es el punto de partida del propio Heidegger respecto de su aproximación exegética a la
poesía. Sobre la primera de estas cuestiones, el pensador alemán dice que la ciencia de
la literatura no es tal, sino una crítica, de tal forma que debe sustraerse a las pretensiones
propias de las ciencias modernas, cuya esencia radica en la técnica. En este punto de
partida se ubica la razón de las violencias interpretativas de Heidegger sobre los textos
literarios que aborda y su puesta en cuestión de las pretensiones científicas
especialmente neokantianas y estilísticas398 con las que se aborda el estudio de la
literatura.
El alejamiento heideggeriano de las directrices de la estética, asentada sobre una
nueva visión del habla, se levanta, a nuestro juicio, sobre cuatro pilares: la ruptura de la
división entre sujeto y objeto que guía la interpretación moderna, la inclusión en la
interpretación de los elementos irracionales que la metafísica había utilizado para
calificar negativamente la poesía, la disolución del concepto de vivencia como
fundamento de las estéticas románticas, y la configuración de un nuevo espacio
interpretativo que desembocará en lo que seguramente sea su máxima aportación en el
terreno de la interpretación, ya insinuado al apuntar el recorrido consustancial a la señal:
la reformulación del concepto de círculo hermenéutico.
En primer lugar, el “habla” heideggeriana pretende situarse más allá de la
distinción sujeto / objeto que había caracterizado a la Modernidad y, en consecuencia,
establecer un punto de referencia al margen de “lo subjetivo” y “lo objetivo”.
Naturalmente, como hemos advertido, el abandono de la metafísica supone también
dejar atrás a la estética que tiene en ella su fundamento399. Heidegger, considerando que
la subjetivación absoluta es consecuencia directa de la metafísica, señala que el
problema de la interpretación proviene de la delimitación del “objeto”, la identificación
señalado” (Heidegger, 1998b: 96). Sobre la fractura entre el decir y el indicar como fundamento de la
metafísica, véase Agamben, 2003.
398
Cf. Allemann, 1987: 254.
399
Heidegger, 2002b: 104. En realidad, dice Vattimo, la estética, no sólo la romántica sino en general, no
es rechazada totalmente sino que es considerada como parte misma de la región del ente que se quiere
comprender ontológicamente (cf. Vattimo, 1993: 41).
588
400
Cf. Ferrié: 1999, 39. Véase también Greisch, 2000: 153.
401
No basta –dice Gadamer- decir “a las cosas mismas”, porque el problema son las propias cosas. En
consecuencia, la hermenéutica de la facticidad no puede contentarse con la descripción de lo dado, sino
que debe desvelar también aquello que sirve para ocultar. En este sentido, facticidad es aquello que
resulta indescifrable y se resiste a todo intento de hacerlo transparente al entendimiento (cf. Gadamer,
2001: 18-33).
402
Greisch, 2000: 135-136.
589
403
Op. cit., p. 138-139.
404
Heidegger se basa en la etimología, para afirmar que la hermenéutica no es la interpretación sino el
“traer el mensaje” –se observa de nuevo la imagen del recorrido, de la distancia que determina todo el
desarrollo de la explicación heideggeriana-. De este modo, dice: “El hombre está en una relación
hermenéutica con el mensaje que le dirige el desocultamiento de la Duplicidad [ser / ser del ente]” (op.
cit., p. 102).
405
Ib., p. 128.
590
románticos de los que acaso él hubiera pretendido –esta veta romántica se intensificará
sin embargo en la obra de Gadamer-. Pero la orientación hacia lo sagrado –la espera tan
schellingiana y tan hölderliniana de los nuevos dioses- tiene también mucho de la
retórica de la predicación y de la búsqueda religiosa de una lengua eficaz, de una
palabra protéptica, que induzca a creer, cuestión que, desde su juventud, le había
preocupado especialmente406.
La lejanía que la señal apunta es –y aquí nos adentramos inevitablemente en otra
paradoja- una lejanía próxima, reconciliada con el ser humano por el concepto de
contrada. La contrada es etimológicamente un lugar que se extiende delante de uno407.
A nuestro juicio, Heidegger, refiriéndose a un lugar, lo reviste de un sentido temporal,
porque al ser un lugar cuya esencia es extenderse delante de uno, es, por así decirlo, un
lugar futuro, siempre por delante. Con esta expresión, se pretende, por una parte huir de
la terminología conceptual, inevitablemente ambigua, propia de la metafísica408, y, por
otra, escapar la de posibilidad sintética del símbolo romántico. Caracterizada por estas
exclusiones, la contrada es también lo ocultamente esenciante de la verdad409, esto es, lo
que la metafísica ha ido olvidando a lo largo de su historia. Este hueco, desde un
concepto del habla como casa del ser, se convierte en lejanía imposible de salvar:
406
En los años veinte –recuerda Gadamer-, en la escuela de teología de Marburgo, el joven Heidegger ya
decía que “la verdadera tarea de la teología, a la que ésta tenía que volver, consistía en encontrar la
palabra que fuera capaz de llamar a la fe y de hacer permanecer en la fe” (Gadamer, 2002: 39). El
subrayado es nuestro. Para Steiner, Heidegger fue siempre un teólogo, cuya doctrina se conformó como
una especie de meta-teología con un lenguaje derivado del pietismo, la escolástica y la doxología luterana
(Steiner: 1983, 86). Sobre el sentido religioso, de raíz agustiniana, de las “habladurías”, el “estado de
caído” y la dimensión escatológica del tiempo en la obra de Heidegger, Steiner, op. cit., pp. 131 y 136.
407
Cf. Heidegger, 2002a: 71. Del latín contrata, región que se extiende delante de uno.
408
Op. cit., p. 64.
409
Ib., p. 71.
410
En su lectura de Nietzsche, Heidegger ofrece su propia comprensión de lo que cabe entender por
“horizonte”: “Horizonte significa (… ) delimitación del ejercicio de la vida que se despliega, dentro del
círculo de un volver consistente lo que embiste y acosa. La vitalidad de un viviente no termina en este
círculo delimitador, sino que comienza constantemente desde él. Los esquemas asumen la formación del
horizonte” (Heidegger, 2005: 457).
591
411
Gadamer, 2002: 101.
412
Vattimo, 1993: 44.
592
La tierra es más bien el hic et nunc de la obra a la cual se refieren siempre nuevas
interpretaciones y que suscita siempre nuevas lecturas, es decir, nuevos “mundos posibles” (… ).
La tierra es la dimensión que en la obra vincula el mundo, como sistema de significados
desplegados y articulados, con su “otro” que es la physis, la cual con sus ritmos pone en
movimiento las estructuras con tendencia a la inmovilidad de los mundos histórico-sociales.
(Vattimo, 1998: 58)
413
Gadamer, 2002: 104.
414
Este quebrantamiento como destino es análogo al que sufre la profecía al cumplirse o la palabra
representativa ante la cosa que menta cuando ésta se hace presente (Vattimo, 1998: 63).
593
El que quiere comprender un texto realiza siempre un proyectar. Tan pronto como
aparece en el texto su primer sentido, el intérprete proyecta enseguida un sentido del todo.
Naturalmente que el sentido sólo se manifiesta porque ya no lee el texto desde determinadas
expectativas relacionadas a su vez con algún sentido determinado. La comprensión de lo que
pone en el texto consiste precisamente en la elaboración de este proyecto previo, que por
supuesto tiene que ir siendo constantemente revisado.
(Gadamer, 1996: 333)
415
Heidegger se refiere con la expresión “cuadrado de las regiones del mundo” a su idea de la
“cuaternidad de tierra, cielo, mortales y divinos”.
416
Sobre la inevitabilidad del círculo hermenéutico, cf. Ferrié, 1999: 117 y Gadamer, 2001a: 95-116.
594
Ahora bien, Ferrié advierte en el mecanismo del círculo hermenéutico una serie
de peligros que desembocan en la pérdida del sentido mismo de la cosa417. En efecto,
según Ferrié, la teoría del círculo hermenéutico compele al intérprete a penetrar en él,
elaborando sus condiciones interpretativas previas a partir de las cosas mismas. Para
ello, deben ser destruidas todas las capas que la tradición ha ido interponiendo entre el
intérprete y la cosa, descubriendo la tradición como tal418. El problema se presenta
cuando se llevan a la práctica estas dos operaciones: por un lado, la liberación de la cosa
del recubrimiento de la tradición que se interpone entre ella y el intérprete; por otro, la
elaboración por parte de éste de sus condiciones previas. En este sentido, afirma Ferrié
que el planteamiento heideggeriano del círculo hermenéutico ha producido en la
posmodernidad una hermenéutica más orientada hacia la recreación de los textos que
hacia su producción y recepción. En efecto, la teoría del círculo parece legitimar la
violencia interesada y parcial sobre el texto, que termina resultando irrelevante frente a
una interpretación que no remite sino a sus propias afirmaciones y decisiones419, esto es,
la alegoría.
Aunque los problemas derivados de esta concepción teórica se han agudizado en
las corrientes críticas postheideggerianas, es necesario reconocer ya en la violenta
metodología de Heidegger –no sólo en sus construcciones teóricas- un paso importante
en este sentido. Con esta prevención, entramos muy brevemente en el análisis de las
interpretaciones concretas que Heidegger realiza de la poesía de algunos poetas como
Hölderlin, George, o Celan. En estos casos –sobre todo en el de Hölderlin- lo que, desde
el punto de vista filológico, no son sino errores graves de interpretación, para Heidegger
es una violencia justificada por la necesidad de arrancar del texto aquello que estando en
su decir, no ha sido dicho. En el ejercicio de esta violencia, Heidegger no duda en
recurrir a métodos ya conocidos en el alegorismo más remoto. Nos referimos
especialmente al método etimológico y a la desmembración del texto interpretado en
unidades aisladas420.
No obstante es preciso advertir que el método etimológico heideggeriano es
diferente del utilizado por los alegoristas estoicos. En este sentido dice Allemann,
refiriéndose a la etimología heideggeriana frente a la etimología popular:
417
Ferrié, 1999: 47-48.
418
Op. cit., p. 118.
419
Ib., pp. 60-61.
420
Es éste un procedimiento que hemos estudiado en Porfirio y en los Padres de la Iglesia,
particularmente en Orígenes.
595
Elle ne veut pas non plus, comme cette dernière, déchiffrer abstraitement des
associations sonores entre des mots devenus opaques, sans égard pour leur provenance. Elle
consiste plutôt en ceci que des mots en eux-mêmes transparents, mais qui ne sont plus
considérés, dans l´usage parlé, sous l´angle de leur composition élémentaire, sont à nouveau
décomposés en leurs éléments. (… ) La décomposition des éléments d´un mot conformément au
sens, ne tient pas compte des métamorphoses plus profondes de la langue, du développement
phonétique, et aussi des changements causés par l´usage. En ce sens, cette méthode est
essentiellement an-historique et rationnelle.
(Allemann, 1987: 145-146)
421
Allemann, 1987: 155.
596
texto que le sirve de punto de partida422. Con ello, el círculo hermenéutico deviene
círculo vicioso: el regreso a la posición previa del intérprete423. La precomprensión de la
obra de arte, en la teoría del círculo de Heidegger es, desde otro punto de vista, un caso
de incomprensión, pero de incomprensión igualmente fecunda.
La conclusión, en todo caso, nos parece clara. Aunque la teoría del círculo
hermenéutico bloquea teóricamente y de forma radical la posibilidad de la exégesis
alegórica en virtud de la necesaria ubicación del intérprete en la distancia, en la lejanía
que le obliga a reformular constantemente sus prejuicios en una elaboración inagotable,
en la violenta práctica que el propio Heidegger ejerce sobre determinados poemas, es
fácil reconocer no sólo algunos procedimientos usuales en el alegorismo exegético sino
también la misma instrumentalización metafísica de la alegoría424.
En este sentido, la crítica, desde muy diversos puntos de vista, ha venido
subrayando en los últimos años la raíz metafísica de los escritos de Heidegger,
evidenciada a partir de la Kehre, etapa que se extiende desde la publicación de la Carta
sobre el Humanismo, en la que el problema existencial de la finitud que había marcado
si no la escritura sí desde luego la recepción de Ser y tiempo, da paso a una orientación
nítidamente ontológica que entronca con las exigencias de la metafísica tradicional –
sobre todo desde “¿Qué es la metafísica?”425.
Quizá en el pensamiento de Gadamer, esta orientación metafísica se pueda
observar con más claridad. En efecto, el símbolo gadameriano parte de los presupuestos
heideggerianos del juego existente entre el mostrar y el ocultar propio de la alétheia y,
bajo la condición que impone este juego, se relaciona con el símbolo propio de la
estética idealista. De este modo, afirma: “El error de la estética idealista sería ignorar
este juego que es el que, específicamente, permite que lo universal tenga lugar en lo
particular sin que de modo necesario, éste tenga que pronunciarse como universal”
(Gadamer, 1998: 21). Gadamer no sólo no se distancia del simbolismo romántico desde
una perspectiva heideggeriana, sino que, precisamente desde ésta426, profundiza en las
estructuras y presupuestos del simbolismo idealista. Para Gadamer, el elemento esencial
del símbolo no está en la remisión sino en la identificación. Así pues, aunque la palabra
422
Véase la intepretación inexorablemente alegórica -psicológica- del prologo de Así habló Zaratrusta:
“Pero los animales de Zaratrusta no son animales cualesquiera, su esencia es una imagen de la esencia del
mismo Zaratrusta, es decir de su tarea” (Hiedegger, 2005: 243).
423
Para la reacción de Gadamer y, sobre todo, la respuesta de Ricoeur al relativismo interpretativo
derivado de este estado de cosas, véase Ferrié, 1999: 73 y ss.
424
Cf. Ferraris, 2004: 31.
425
Véase Vattimo, 1995: 131-146.
597
La obra de arte no es una alegoría –no se dice algo para que se piense otra cosa-, sino
que sólo y precisamente en ella misma puede encontrarse lo que ella tenga que decir. Y esto
debe entenderse como un postulado universal, no sólo como la condición necesaria de la
llamada modernidad.
(Gadamer, 1998: 96)427
426
Cf. Gadamer, 1996a: 76.
427
Véase también Gadamer 1998a: 105.
598
428
Véase, por ejemplo, Bordieu, 1995: 452 y ss. La respuesta de Gadamer a estas objeciones puede verse
en Gadamer, 2000: 225-241. Resulta también interesante, con relación a su idea de verdad, el concepto de
“anticipo de compleción” expuesto en este mismo volumen (Gadamer, 2000: 67-68). Un breve análisis
del concepto de verdad en la poesía moderna puede verse en Talens, 2005: 137-140.
599
429
Cf. Gadamer, 1996a: 245.
430
Vattimo, 1993: 127.
431
“Un texto es poético cuando no admite en absoluto esa relación con la realidad o cuando, a lo sumo, lo
admite en un sentido secundario” (Gadamer, 1998a: 95).
432
Nótese que la verdad del lenguaje poético de Gadamer, en el que ésta resulta de la ejecución de la
palabra del poema, no puede, en ningún caso, confundirse con la idea de la palabra eficaz propia del
pensamiento mágico y resucitada en algún caso por algunas teorías simbolistas recientes de resonancias
místicas, porque la ejecución de la palabra poética, como el propio Gadamer advierte, se limita al propio
poema y adquiere su eficacia precisamente de esta limitación.
433
Véase Gadamer, 1998a: 96-97.
434
“Mi tesis es que la interpretación está esencial e inseparablemente unida al texto poético precisamente
porque el texto poético nunca puede ser agotado transformándolo en conceptos” (Gadamer, 1998a: 100).
435
Op. cit., p. 132.
436
Cf. Cuesta Abad, 1999: 166-170.
600
437
Lledó, 2005: 93-114.
438
Reproducimos la traducción ofrecida por Lledó, op. cit., pp. 100-101.
439
Cf. ib. p. 113. Esta actitud beligerante, alerta, que entiende el “estado de yecto” como amenaza que, en
la sociedad actual, adquiere una faz y unos mecanismos concretos, es asumida por el autor como un férreo
compromiso intelectual que recorre buena parte de Elogio de la infelicidad, libro al que pertenecen estas
páginas que aquí glosamos.
601
En la escritura, se hace patente ese peculiar carácter del símbolo. Las palabras de los
libros son mitades perdidas, signos flotantes de amistad, de amor, que espera la otra mitad que
completa, en la conjunción y asimilación de las dos mitades, el prodigioso fenómeno de la
interpretación.
(Lledó, 2005: 104)
440
“Porque la estructura mental que el lenguaje constituye no es, en ningún momento, un campo cerrado
(… ), sino un extenso territorio en el que se vive” (ib., p. 103).
441
En una línea similar, véase también Gadamer 1998a: 108.
442
“Si el mundo, y aquí nos servimos todavía de los resultados de la analítica trascendental heideggeriana,
no es sino un sistema de significados dentro del cual estamos siempre inmersos, la obra de arte funda un
mundo en cuanto que funda un nuevo sistema de significados” (Vattimo, 1993: 80).
602
443
Cf. Vattimo, 1993: 83.
603
444
Véase Gadamer, 2000: 116-117.
445
Op. cit., p. 219.
446
Simpson, 2003: 236.
604
447
Gadamer, 2000: 117.
605
SEGUNDA PARTE
INTRODUCCIÓN
páginas. En este terreno, Dámaso Alonso detectó la presencia en la poesía de San Juan,
de tres corrientes de influencia: la tradición bíblica, la poesía culta italianizante y la
poesía popular y los cancioneros. Por su parte, Elia y Mancho, en el prólogo de la
edición citada, afirman, respecto de la prosa: “San Juan continúa la tradición exegética
medieval que, de los cuatro sentidos tradicionales combinados (… ), primaba la
tendencia alegorista y acomodaticia” (Juan de la Cruz, 2002: XL). En este trabajo
revisaremos el alcance de estas influecias en atención al sentido de los poemas. Este
sentido viene condicionado por una serie de circunstancias heterogéneas que
condicionan la (pre) comprensión y valoración de estas fuentes.
Federico Ruiz, desde la precomprensión anteriormente aludida, ha cifrado las
fuentes más próximas a Juan de la Cruz en los siguientes grupos: el pensamiento
tomista y la Escolástica, en cuanto a las estructuras y esquemas de pensamiento; el
agustinismo y el neoplatonismo en determinados aspectos de la vida mística; los
místicos del Norte en lo relativo a las imágenes, etapas y experiencias de la vida
mística; la mística española en cuanto a los problemas, temas y lenguaje; la poesía
contemporánea, en lo referente a la sensibilidad, expresiones y símbolos -nótese que
aquí, “símbolo” está entendido como metáfora, sin el componente trascendente como
instrumento del lenguaje sagrado que Ruiz defiende en otras ocasiones-; y, por último,
algunos elementos islámicos a nivel de mera conjetura defendida por otros estudiosos
de la que Ruiz se hace eco (Ruiz, 1986: 47).
Pero las fuentes –y sus ecos-, al menos en la cuestión que aquí se estudia, no
constituyen por sí mismas una tradición. La triple determinación de las corrientes –muy
distantes entre sí- bíblica, italianizante y popular de los poemas, no revela una tradición
determinada, y menos respecto de la naturaleza alegórica o simbólica de los poemas
sino que, más bien, y dentro de los márgenes de la estilística de posguerra, pone de
relieve la presencia de una serie de influencias que intervienen en los poemas de muy
distintas maneras y en un grado de relieve muy diverso448.
La indudable tendencia alegorista de los comentarios sanjuanistas, en los que la
Escritura se pone al servicio de la construcción de su particular doctrina mística, apunta
claramente hacia una práctica antigua de la exégesis bíblica que, como se ha estudiado
448
En este sentido, Federico Ruiz se muestra tajante: “Las fuentes culturales, literarias o doctrinales
esclarecen todo pero, en concreto y en definitiva, no explican nada en la obra sanjuanista. Tienen que
pasar por la inspiración bíblica, la experiencia y la reflexión personales, y ser verificadas en la
observación de su entorno. Pasar del paralelismo con una fuente cultural a deducir idéntico significado en
609
el texto sanjuanista implica un desconocimiento total del método y del texto sanjuanista” (Ruiz, 1990:
25).
449
Acaso sea la naturaleza literaria que Pego ve en los tratados oracionales del siglo XVI (véase entre
otros pasajes, Pego Puigbó, 2004: 22), el punto de su argumentación que menos compartimos. Nos parece
discutible que pueda considerarse literatura a estos textos, en el sentido en que pueden denominarse El
Decamerón o las Novelas ejemplares. Ynduráin, usando de estos mismos ejemplos, advierte que aunque
los humanistas no entendían la literatura en el sentido actual del término, esto no quiere decir que no
hubiera literatura, puesto que había obras literarias que eran leídas como tales (Ynduráin, 1994: 408-413).
En nuestra opinión, la dimensión de –relativa- verosimilitud y el carácter de entretenimiento con el que se
recibían las obras literarias, difiere de la dimensión de verdad y la finalidad protréptica de los textos
espirituales. Ahora bien, consideramos que la recepción actual de estas obras es, generalmente, bien
610
advierte, por una parte, que la atención filológica a los textos no debe perder de vista el
mundo al que pertenecen y, por otra, que la labor hermenéutica debe evitar incurrir en
anacronismos.
Es difícil hablar, en sentido estricto, de una tradición en la recepción de la obra
de San Juan porque entre la composición de los poemas y su recepción literaria, median
más de tres siglos450. Pese a que la inclusión de San Juan de la Cruz en el canon civil de
los poetas españoles se produjo con la publicación de su obra en la Biblioteca de
Autores Españoles, con un estudio de Pi y Margall, en 1856451; no será hasta el discurso
de entrada en la Real Academia de la Lengua de Menéndez Pelayo en 1881, y, de forma
más determinante, hasta el citado estudio de Baruzi, cuando se inicie realmente una
tradición de lectura literaria de la poesía sanjuanista452. El tiempo transcurrido desde la
redacción de los poemas hasta su recepción es tan amplio que rompe, a nuestro juicio,
toda posibilidad de establecer un diálogo con una tradición entendida como traditio,
esto es entrega ininterrumpida desde el inicio453. Los numerosos trabajos sobre la poesía
literaria, bien arqueológica, esto es, en cualquier caso, una recepción de naturaleza distinta de la que fue
pensada en su origen por autores y destinatarios. En consecuencia, es necesario proyectar sobre ellas una
lectura que atienda a esta circunstancia. Pego reconoce que, pese a los rasgos ficticios incorporados a
muchas de estas obras, éstos no son recibidos como imaginarios, por lo que estos libros pertenecen al
género de la dicción más que al de la ficción (Pego Puigbó, 2004: 98-99). Por otra parte, está de acuerdo
en el hecho de que el valor de uso de estos textos radica en servir de método de oración (p. 100). Los
argumentos expuestos por Pego a favor de la naturaleza literaria de los libros de oración se refieren más
bien a sus mecanismos retóricos, tanto ornamentales como psicagógicos; y a su “valor de cambio”,
determinado por su dimensión metatextual, en cuanto lecturas de otros textos, en las que se generan toda
una serie de relación paratextuales e hipertertextuales. En nuestra opinión, este proceder hermenéutico, en
la composición de textos como comentarios de otros precedentes que sirven como modelo y objeto de
digresión, en el que “cada texto glosa los anteriores, de modo que su singularidad proviene de una
actividad mimética más que imitativa” (p. 100), no determina por sí la dimensión literaria de un texto en
su contexto, es decir, frente a los lectores a los que va dirigido, si bien, permite el análisis literario -no
teológico-, desde un punto de vista histórico.
450
Caso distinto es el de su recepción religiosa. Si bien en el ámbito restringido del Carmelo, la poesía
sanjuanista tuvo una amplia y bien acogida difusión, como ponen de relieve las numerosas copias
manuscritas puestas en circulación desde finales del siglo XVI. Además, como señala Elia, las variantes y
modificaciones de los manuscritos demuestran el grado de apropiación de estas canciones por sus
primeros receptores, así como el alto grado de adaptación a sus particulares situaciones vitales (Elia,
1991: 7-9).
451
Cf. Soria Olmedo, 1991: 44-45.
452
Para ver la recepción de la obra sanjuanista en el periodo comprendido entre su elaboración y el
discurso de Menéndez Pelayo, véase el reciente estudio de Mialdea Baena, La recepción de la obra
literaria de San Juan de la Cruz en España (siglos XVII, XVIII y XIX) (Mialdea, 2004). En este trabajo,
Mialdea afirma: “Se podrían señalar dos momentos fundamentales en los que cambia por completo el
paradigma de su comprensión (… ): en Francia a finales del siglo XIX y principio del XX con el
movimiento simbolista en lo que se refiere a la literatura de creación, y los escritos de Jean Baruzi, en lo
que representa a la literatura crítica; y en España, algo más tarde, con el grupo literario que se forma en
torno a 1927 y con Jorge Guillén a la cabeza del discurso teórico crítico (sin olvidar la ayuda en los
primeros momentos de Menéndez Pelayo a finales del siglo XIX)” (op. cit., p. 20). Sobre la primera
recepción de Juan de la Cruz, pueden verse también las notas apuntadas por Cristóbal Cuevas (Cuevas,
1993a: 50).
453
Cf. supra. capítulo XVI.
611
de San Juan publicados a lo largo de los últimos cien años constituyen, por sí mismos,
una valiosa tradición de lectura, pero ésta no puede ser análoga a la tradición en el
sentido en que cabe hablar respecto de la obra de otros poetas y prosistas del Siglo de
Oro, cuya obra fue leída y apreciada en vida, o a los pocos años de fallecer454.
El vacío de una tradición continuada de lectura desde la época de su escritura ha
facilitado, en ocasiones, una lectura ahistórica de los textos sanjuanistas, no sólo en el
ámbito –moderno- de la estética, sino también en algunos aspectos filosóficos y
doctrinales, atraídos desde el presente con una fuerza que los descontextualiza en un
grado tal vez superior al de cualquier otro poeta de su época. De este modo, se han
ofrecido lecturas doctrinales que hacen de Juan de la Cruz un moralista católico en el
sentido más ortodoxo del término455, un preexistencialista en la línea de Kierkegaard456,
un filósofo de la fenomenología457 o un existencialista heideggeriano del periodo de Ser
y tiempo458. En todos estos casos, las aportaciones, luminosas y de valor unas veces,
sugerentes otras, no deben ocultar el hecho de que, como ocurría en el caso de la poesía,
se corre el peligro de convertir, en el mejor de los casos, la fuente en precedente459; en
el peor, de violentar, mediante estos mecanismos de actualización, la integridad del
454
En realidad, como observa Haro Iglesias, el problema reside en que la obra de San Juan no podía ser
entendida, en su época y en los siglos inmediatos, como verdadera literatura: “los versos, porque pasaron
por el tiempo como simples cantos devocionales para consumo de frailes y monjas; y la prosa, porque
prácticamente hasta nuestros días no se ha estudiado en su dimensión estética” (Haro Iglesias, 2003: 229).
A nuestro juicio, la clave del problema de la recepción de los poemas sanjuanistas, en el tema que nos
ocupa, reside precisamente en la dimensión estética aludida por Haro Iglesias, un modo de aproximación
a los poemas, distinto de la poética y la retórica, inédito en el siglo XVI y en los siglos de silencio crítico
–ya este mismo término resulta perturbador al hablar de estos poemas- que le siguieron. Por otra parte, la
observación de Haro Iglesias nos aboca a un debate que escapa a los presupuestos de este trabajo: la
discusión sobre el concepto de literatura y su historicidad.
455
Véase, por ejemplo Torres Marcos, 1989: un volumen que “explica” de forma reducida y simplificada
el pensamiento sanjuanista, a través de sentencias agrupadas en secciones temáticas. También es
revelador de la absorción ortodoxa, con claras resonancias políticas, de la mística sanjuanista, en el difícil
tiempo de posguerra, el artículo de J. Corts Grau en Escorial: “El misticismo no es anarquía espiritual,
versión religiosa del individualismo, camino aventurero que se abren ciertas almas vagabundas, sino
disciplina” (1942: 189).
456
Rollán, 1991.
457
De la Cruz, 1966 y 1967; Sánchez de Murillo, 1990.
458
Bien buscando un esquema de aproximación entre la mística del carmelita y la angustia heideggeriana
(Ballestero, 1977), o bien marcando algunas distancias, desde ciertas similitudes, respecto del concepto de
“ser para la muerte” del pensador alemán (Pikaza, 1992: 179-180).
459
Con respecto a la proximidad al pensamiento de Heidegger, ya se ha analizado en la primera parte de
este trabajo la influencia de San Agustín en su filosofía y la importancia que, en opinión de autores como
Gadamer o Steiner, tuvo la escolástica -y el pensamiento católico en general- en el discurrir de su
filosofía. Sobre la “nada” heideggeriana, tan tentadoramente cercana a la “nada” sanjuanista”, bien está
recordar el juicio -sin duda puramente impresionista- que, a este propósito emitió Cioran: “¡Qué
voluptuosidad sienten esos “filósofos” que se relamen con la Nada! Conviene decir que los preparó para
ello la mística española; en cuanto a la terminología del autor de Sein und Zeit, no debe de repelernos,
pues se parece a la de la escolástica, que debiera practicar en sus colegios católicos” (Cioran, 2000: 188).
612
sentido del texto original 460. En definitiva, con frecuencia la interpretación no sólo pasa
de lo que el texto dice o el autor quiere decir a lo que la obra puede decir, que en una
buena aplicación de la estética de la recepción sería admisible461; sino a lo que ni la obra
pudo decir, ni el autor pudo sospechar.
San Juan de la Cruz se presenta como un poeta insólito, extrañamente moderno,
no sólo por méritos propios, sino también porque los primeros lectores que se
enfrentaron a su poesía debieron interpretarla sin los prejuicios –en el uso favorable que
Gadamer hace del término- que debieran haber ido acumulándose a lo largo de unos
trescientos años de lectura y que, sin embargo, se presentaban ante la crítica como un
vacío insondable. Por este motivo pensamos que, ante la imposibilidad de reconstruir
una historia que no fue, es necesario dialogar con esta joven tradición crítica, desde la
conciencia del vacío antes señalado, atendiendo al particular momento histórico en que
esta tradición se constituye y a los prejuicios que, inevitablemente, aporta a su
recepción.
La recuperación de San Juan por parte de los simbolistas franceses no deja de
estar teñida de cierta ambigüedad: ¿Es la poesía de San Juan de la Cruz un precedente
de la poesía simbolista, o una fuente de la que bebe el simbolismo directamente462, o
bien, hay que considerar a San Juan como un poeta simbolista en el sentido más
contemporáneo del término463? Fuente, precedente o, directamente, poesía
460
Domingo Ynduráin alertaba de las lecturas de la obra sanjuanista interesadas desde el punto de vista
ideológico y de la pugna existente entre las perspectivas literarias y teológicas (Ynduráin, 1990: 14). Pero
con estas perspectivas consciente o inconscientemente interesadas, debemos ocuparnos –este es, al menos
en parte, el propósito de este trabajo- de las perspectivas kantianamente desinteresadas, estéticas, en cuyo
horizonte se debate la naturaleza alegórica o simbólica de la poesía de San Juan.
461
Véase la reflexión sobre la aplicación de la estética de la recepción a la poesía de San Juan por parte de
Carmen Bobes (Bobes, 1986: 18).
462
Esta es la teoría defendida por Juan Ramón Jiménez quien detecta la influencia del místico español en
la poesía simbolista francesa a través de la traducción del monje de Solesmes (Jiménez, 1962: 51), si bien,
mucho antes a sus conferencias sobre el Modernismo, en el prólogo a La copa del rey de Thule, de F.
Villaespesa, considera a San Juan como un simbolista, en un sentido amplio y menos matizado (cf. Soria
Olmedo, 1991: 47). Sobre la influencia de San Juan de la Cruz en el simbolismo francés, véase García de
la Concha, 2004: 15. Véase también Díez de Revenga, 2003: 48-49.
463
Así lo considera Bousoño, para quien la proximidad de San Juan a los simbolistas viene determinada
por el irracionalismo y por la consecución de “ciertos hallazgos técnicos que son exactamente los mismos
que se utilizaron en la poesía europea sólo a partir de Baudelaire” (Bousoño, 1979: 67). En este mismo
artículo, Bousoño, después de estudiar el concepto de símbolo y los tipos de imágenes, concluye
afirmando: “San Juan de la Cruz es, rigurosamente, un poeta contemporáneo” (op. cit., p. 54). Para una
crítica a a Bousoño en los términos aquí señalados, véase el prólogo de Raquel Asún a su edición de la
obra de San Juan de la Cruz (Juan de la Cruz, 1986: XIV). Más radical, José Ángel Valente afirma que
Juan de la Cruz es “el tipo de poeta de la modernidad que en otras tradiciones pueden representar Novalis,
Hölderlin o Leopardi” (Juan de la Cruz, 1991: XVIII). Por el contrario, en 1951, Max Milner, pese a
seguir en parte los presupuestos ahistóricos de Baruzi, había llamado la atención sobre la necesidad de
ubicar a San Juan de la Cruz en su contexto histórico, aún a costa de perder este aura de poeta moderno:
“Replacée dans la flore religieuse et mystique qui se développa en Espagne pendant le XVIº siècle, la
613
contemporánea, la poesía de San Juan de la Cruz parece encontrar más fácil acomodo
en el seno de la modernidad poética, que la ha recibido ex nihilo, que en el Siglo de Oro,
momento histórico al que por su origen pertenece.
En la primera parte de nuestro trabajo hemos realizado un recorrido a través de
la historia de la alegoría, desde sus orígenes en la Grecia del siglo VI a. C., hasta su
ocaso en la Edad Media464. A esta investigación se ha añadido un extenso capítulo sobre
la alegoría y el simbolismo en la estética moderna, desde Baumgarten y Kant hasta
autores más recientes. Se ha tratado en esas páginas de precisar, siquiera de forma
general, las directrices básicas de una tradición hermenéutica y retórica. Nuestro trabajo
ha relacionado esta tradición con el origen y el desarrollo de la metafísica. En los
capítulos de esta primera parte, se ha investigado la evolución del pensamiento
metafísico occidental y, paralelamente, se han puesto de relieve los lazos que la
vinculan a la alegoría, como instrumento de todo punto necesario en su devenir
histórico465. La mística, unida de forma muy particular a la alegoría y a la metafísica –
más allá de los puntuales enfrentamientos entre místicos y escolásticos cristianos desde
el siglo XIV- ha estado también presente en estas páginas.
En consecuencia, al estudiar el problema de la alegoría y el simbolismo en la
poesía de San Juan de la Cruz, debemos indagar en esta tradición alegórica en la que se
insertan, con sus notables particularidades, los poemas sanjuanistas466. A nuestro juicio,
poésie de Saint Jean de la Croix nous semblera peut-être moins originale, et moins proche de certaines
tentatives modernes, auxquelles on s´est plu à la comparer” (Milner, 1951: 39).
464
Posteriormente, no sólo la Iglesia continuó con su tradición exegética alegórica, sino que también los
humanistas aceptaron, en términos generales, la exégesis alegórica y el uso alegórico de la mitología
(Ynduráin, 1994: 315 y, especialmente, 414-426). López Pinciano, contemporáneo de Juan de la Cruz,
hace una valoración muy limitada de la alegoría –definida como “junta de metáforas”- desde el punto de
vista poético: “Alegoría segunda y principal es dicha la significación producida de otra cosa, la cual es
secreta y escondida al vulgo, y manifiesta sólo a los hombres doctos; desta manera tabularon los filósofos
antiguos (… ). Así es menester hacer una distinción desta manera: que el poeta que guarda la imitación y
verosimilitud, guarda más la perfección poética; y el que, dejando ésta, va tras la alegoría, guarda más la
filosófica doctrina; y así digo de Homero y de los demás, que, si alguna vez por la alegoría dejaron la
imitación, lo hicieron como filósofos y no como poetas” (López Pinciano, 1953: II, 95). Ahora bien,
cuando se le pregunta por el poeta que guardara la imitación y, al mismo tiempo, procurara la alegoría,
[Hugo] responde: “Esa sería miel sobre hojuelas, y en eso está el primor de todo y la perfección de la
arte”. Esta alegoría que guarda la similitud puede considerarse como un precedente difuso del símbolo
estético, pero en el ámbito exclusivamente de la poética, esto es, sin el soporte filosófico crítico que
sostiene a aquel. Sobre la exégesis bíblica en el Humanismo y el desarrollo de la crítica filológica
escrituraria, puede verse Hölz, 1996.
465
Como dice Agustín Domingo Moratalla en el prólogo a su edición de El problema de la conciencia
histórica, al estudiar la metodología hermenéutica de Gadamer, mediante el principio hermenéutico de la
efectividad de la conciencia histórica “es preciso actualizar la cadena de determinaciones históricas de un
concepto, problema, idea o narración de acontecimientos con el fin de hacernos cargo de la realidad que
con él se está encarnando” (Gadamer, 2001a: 24).
466
La aproximación hermenéutica de este trabajo exige, lógicamente, la determinación de la tradición en
la que se constituye el pensamiento y la obra de San Juan de la Cruz. En este sentido y en referencia a la
614
468
Se trata de un periodo ubicado dentro de la época de la “superación de la metafísica” que discurre en la
“era de la técnica”. Nietzsche es, de acuerdo con la lectura heideggeriana de su obra –formulada, en
realidad, como una respuesta al nacionalsocialismo (Heidegger, 1996a: 64)-, el que, al invertir la filosofía
platónica, encarna el pensamiento de la “superación de la metafísica”, que no supone desde luego su final,
sino el último momento de su historia (Heidegger, 2001a: 51-73).
469
En el siglo XVI se formula, dentro del campo de la emblemática, la primera teoría de la imagen
simbólica, con la pretensión de establecer un puente entre la literatura y el arte. En 1531, dice Fernández
de la Flor, aparece la obra canónica del género, Emblematum liber de Andrea Alciato, que, en España,
edita el Brocense en 1573 (Fernández de la Flor, 1995: 31, 50-51). El emblema en la concepción de
Alciato, puede, en un ejercicio de visión retrospectiva, recordar al símbolo romántico, sinnbild, en el que
imagen y significación se funden de forma indisoluble. Pero esta semejanza sólo puede proponerse en
términos estructurales, teniendo siempre en cuenta la diversa naturaleza de uno y otro. En la literatura
espiritual del Siglo de Oro, y, en concreto, en la obra de San Juan de la Cruz, como señala Fernández de
la Flor (1995: 233-253), se puede hablar de emblemática en el caso del dibujo del “Monte de perfección”
realizado el propio carmelita (Juan de la Cruz, 2000: 43-44). En la edición príncipe de 1618 se incluyó un
emblema del “Monte” dibujado por Diego de Astor (Juan de la Cruz, 2000: 149).
616
Pero hay aún una poesía más angélica, celestial y divina, que ya no parece de este
mundo, ni es posible medirla con criterios literarios (… ). Confieso que me infunden religioso
terror al tocarlas. Por allí ha pasado el espíritu de Dios, hermoseándolo y santificándolo todo
(… ) tal que no es lícito dudar que el Espíritu Santo regía y gobernaba la pluma del escritor.
(Menéndez Pelayo, 1881: 45-49)
De este modo, el crítico español adelanta lo que después, con Baruzi, emergerá
con mucha mayor claridad, aunque con un alcance distinto: la proyección de la
experiencia mística sobre los versos y con ello la aplicación a los poemas de los rasgos
tradicionalmente atribuidos a dicha experiencia. En Baruzi, como se verá seguidamente,
la indagación tendrá una dirección opuesta: la penetración en la experiencia a través de
la obra. Pero ambas aproximaciones, tan diferentes una de otra., son posibles porque
parten de un sustrato común: la confianza en la posibilidad de convertir el arte en
expresión de la vida del hombre471. Esta posibilidad, nacida con la estética a finales del
siglo XVIII, adquirirá su madurez con el concepto de vivencia de Dilthey y el desarrollo
del pensamiento neokantiano, que se irá formulando desde el último tercio del siglo
470
En este capítulo nos ocuparemos de la discusión en términos generales, esto es, de lo que, respecto de
la alegoría y el símbolo, se ha dicho de los poemas sanjuanistas, dejando para capítulos ulteriores el
estudio de la exégesis de imágenes, símbolos y alegorías contenidos en estos poemas.
471
supra. capítulo XXI & 4.
617
XIX. El mecanismo que dará cuerpo y articulará esta posibilidad será el concepto de
símbolo, derivado de las ideas de Goethe, Kant, Schelling y Hegel. En efecto, es el
símbolo el que articula la con-fusión entre la experiencia y la expresión de la
experiencia que, en el momento que nos ocupa, se proyecta sobre la recepción de un
San Juan de la Cruz ajeno, hasta entonces, a la exégesis no religiosa.
Cuando Menéndez Pelayo se refiere a los mecanismos retóricos de construcción
de los poemas sanjuanistas, habla de metáforas, velos, prefiguraciones –al referirse al
Cantar de los cantares- y alegorías, sin mencionar, pese a su conocimiento de la
polémica en la estética romántica entre símbolo y alegoría, una posible dimensión
simbólica472. Sin embargo, aunque Menéndez Pelayo no hable de símbolos, son los
criterios estéticos relativos a la operatividad simbólica los que, a nuestro juicio,
permiten esta proyección de la experiencia mística sobre los poemas en los términos que
hemos referido.
La inefabilidad de la experiencia mística desplazada a la poesía de Juan de la
Cruz en virtud del mecanismo simbólico, produce en el discurso de Menéndez Pelayo
otra consecuencia que también persistirá, con sus variantes, en los estudios sanjuanistas
determinados por la crítica estilística: el silencio del crítico ante el límite que supone el
“misterio de la mística”473.
Mucho se han matizado y aun corregido las palabras de Menéndez Pelayo. Pero,
aunque estudios posteriores han revelado que sí es posible medir la obra de Juan de la
Cruz con criterios literarios, es necesario reconocer que sólo en contadas ocasiones –
más adelante se estudiarán las más relevantes- la crítica ha logrado liberarse de la
dimensión trascendente que Menéndez Pelayo reconoce tanto en los poemas como en la
experiencia que los sustenta y, en consecuencia, del silencio crítico que se deriva de
ella.
La contestación de Valera al discurso de Menéndez Pelayo es también de interés
para el examen de la cuestión que nos ocupa. Juan Valera profundiza en el sentido
alegórico de los poemas, remitiendo su interpretación a los comentarios en prosa del
poeta474. Ahora bien, a continuación, y al igual que hace Menéndez Pelayo, identifica
472
Op. cit., p. 47.
473
Cf. Chicharro, 2005: 292. Antonio Chicharro se remite en esta página a los trabajos de Zorita y
Vázquez Medel. De éste último, extrae la cita siguiente: “Arrastrados por la dimensión de lo inefable e
irrepetible en la obra literaria, Amado y Dámaso Alonso nos condujeron a ese límite en el que a la crítica
sólo le cabe el silencio”.
474
“Pero bajo la corteza de esta linda alegoría, donde pone el poeta todas las galas de la poesía oriental, y
hermosos cuadros y pinturas de la vida campestre, hay un profundísimo sentido, que el Santo desentraña
618
Entre tanto, el misticismo íntimo hubo de refugiarse en Alemania, donde desde la Edad
Media con tanto fruto se había cultivado. Allí aparece de nuevo, en medio del sensualismo del
siglo XVIII, en un maravilloso poeta, en Novalis (… ). Algo de este misticismo heterodoxo ha
penetrado en España con las doctrinas de Schelling, Hegel y Krause, y fácil nos sería hacer
patentes sus huellas en nuestros poetas contemporáneos, si no temiésemos, o bien ofender su
modestia, o bien enojarlos, porque creyesen que los acusamos de heterodoxia, cuando tal vez
alguno esté presente 475.
y explica con elocuencia inimitable en los tres divinos comentarios (… )” (p. 104). Más adelante, Valera
expone el triple sentido alegórico del Cantar de los cantares (p. 108): literal, profético –unión de Cristo y
su Iglesia- y místico –unión de Dios y el alma-. Nótese cómo Valera reduce los cuatro sentidos de la
alegoría medieval a tres, excluyendo el sentido tropológico, y entendiendo el sentido tipológico o
estrictamente alegórico en un nivel poético y no puramente figural, como ya se hiciera en el siglo XIII –
véase la primera parte de este trabajo, en especial el capítulo XIX, dedicado a los cuatro sentidos de la
Escritura en la Edad Media-, mientras que el sentido anagógico o místico se entiende en su dimensión
individual, unión de Dios con el alma. En ciertos comentaristas medievales este sentido, tal y como lo
explica Valera, había tenido un sentido moral, esto es, tropológico, al reservar la anagogía a la unión de
Dios con la Jerusalén celeste al final de los tiempos.
619
475
Ib., p. 115.
476
Domínguez Berruete, 1897: 12.
477
Op. cit., p. 39.
478
Martín Portales afirma, con carácter general, que la obra de Baruzi se considera fundamental y, al
mismo tiempo, superada (Martín Portales, 1993: 119). Si esta afirmación es válida respecto del conjunto
de la obra baruziana, con relación al problema de la alegoría y el simbolismo, el trabajo del francés
continúa siendo de ineludible referencia, a salvo, al menos en apariencia, de las críticas que han suscitado
otras de sus aportaciones.
479
Cf. “Prólogo” de P. Elia y M. J. Mancho a su edición del Cántico espiritual y poesía completa de San
Juan de la Cruz (Juan de la Cruz, 2002: CIX).
620
480
Cf. Martín Portales, 1993: 125.
481
Ciertamente, como se estudió en la primera parte de nuestro trabajo, la mística cristiana occidental,
desde San Agustín, ha tenido, frente al cristianismo oriental, un fuerte componente experiencial y
psicológico. Este carácter se agudiza durante la Edad Media, en místicos como San Bernardo y, más
adelante, en los movimientos espirituales del siglo XIV y XV. En el siglo XV, Gerson vincula
decisivamente mística y experiencia con su definición de la primera: cognitio Dei experimentalis. Éste es
el concepto que pasa a los místicos españoles. Así se encuentra en Teresa de Jesús, quien en el Libro de la
vida, incide en los aspectos psicológicos de la experiencia mística: “Suspende el alma de suerte que toda
parecía estar fuera de sí; ama la voluntad, la memoria me parece está casi perdida, el entendimiento no
discurre, a mi parecer, mas no se pierde; mas, como digo, no obra, sino está como espantado de lo mucho
que entiende, porque quiere Dios entienda que de aquello que Su Majestad le representa ninguna cosa
entiende (Teresa de Jesús, 1999: 131).
482
supra. capítulo XXI & 5.
621
El símbolo es, como decimos, la respuesta al problema que, desde finales del
siglo XVIII, resulta de la imprecisión surgida en la relación entre lo general y lo
particular. El símbolo, frente a la alegoría, encarna, en los dominios de la estética, la
respuesta a la concepción kantiana, porque, prescindiendo de toda conceptualización,
pasa del fenómeno particular a la idea, y de ahí a la imagen. Así, en sentido inverso, es
posible desandar el camino desde la imagen poética simbólica a la correspondiente
experiencia del fenómeno; y de ahí, a la aprehensión de lo general en lo particular. Pero,
consecuencia de la cohesión simbólica entre experiencia e imagen, el símbolo no puede
ser traducido al lenguaje conceptual; como dice Kant en el parágrafo 59 de su Crítica
del juicio, “excita una multitud de sensaciones y representaciones adyacentes para las
cuales no se encuentra expresión alguna”483. Y, con relación a la alegoría, dice Baruzi:
“cada vez que se elabora un paralelismo entre un sistema de imágenes y unos
pensamientos abstractos formulados o virtuales, estamos ante una alegoría. (… ) La
alegoría no emana de la actividad estética en estado puro” (1991: 337). El símbolo, en
cambio, sí es un objeto de contemplación estética pura. En consecuencia, no puede ser
traducido porque no se da una comparación entre un mundo de imágenes y un mundo de
ideas: el símbolo se adhiere directamente a la experiencia, no es la “figura” de esa
experiencia.
En el capítulo XXI de nuestra primera parte, se ha estudiado la evolución desde
el concepto de “conocimiento oscuro” hasta el conocimiento simbólico; desde
Baumgarten –y más atrás, Leibniz-, Kant y Schelling hasta Cassirer, Sperber, y
Todorov. En estas páginas se advertía de la profunda vinculación de este concepto con
el origen de la estética como disciplina que, en la construcción baumgarteniana, se
dirigía precisamente a la indagación en el conocimiento sensible referido a un dominio
distinto del determinado bajo el conocimiento conceptual; Kant, posteriormente, había
expresado la oposición entre lo simbólico y lo esquemático, dentro de los márgenes de
la intuición; Schelling, continuando la evolución de este conocimiento intuitivo, dio un
paso fundamental al equiparar la intuición intelectual con la intuición estética, de tal
modo que el arte pasaba a ser considerado el órgano único, verdadero y eterno de la
filosofía. El neokantismo, con su orientación epistemológica, y su preocupación por la
teoría del conocimiento, elaboró una paradójica filosofía del mito484 y de los fenómenos
expresivos no científicos en la que el mito se caracterizaba por la formulación de una
483
Supra, capítulo XXI & 2.
484
Para las diferencias entre mito y símbolo en el pensamiento de Cassirer, véase capítulo XXI & 6.
622
particular totalidad espiritual –de nuevo se presenta el conflicto que domina toda la
cuestión simbólica: la relación entre lo particular y lo general- y por la falta de
diferenciación entre lo representado y la percepción real; más aún, se afirmaba la
superioridad de la expresión de la percepción sobre la percepción misma. El
componente fuertemente hegeliano del neokantismo se ponía de relieve en la valoración
ontológica de la expresión. Este concepto de la expresión encarnaba, como señaló
Gadamer, la tradición neoplatónica en el sistema hegeliano: “La “expresión” no es un
adventicio aditamento emanado del arbitrio subjetivo, merced al cual se torna
comunicable lo anteriormente imaginado, sino que es el venir-a-la existencia del espíritu
mismo, su representación” (Gadamer, 2000a: 46-47).
El conocimiento oscuro de San Juan, en la concepción de Baruzi, se ubica en el
seno de esta corriente estética y epistemológica, desplegada entre el crítico y el texto del
carmelita, y en la que aquel encuentra su justificación. En este sentido, Baruzi justifica
el desequilibrio existente entre la vivencia mística de Juan de la Cruz y la falta de unos
conocimientos metafísicos y un aparato doctrinal adecuados a la expresión conceptual
de estas vivencias. De este modo, al cerrarse la posibilidad de un desarrollo doctrinal o
metafísico de su experiencia mística, San Juan de la Cruz debe necesariamente –en
opinión de Baruzi- recurrir al símbolo485.
Baruzi infiere el simbolismo de San Juan del recurso a la conciliación de
opuestos que recorre su obra, en contradicción con el pensamiento de Aristóteles486. El
conocimiento oscuro que se articula a través de esta conciliación simbólica de opuestos
encuentra en la noche su más lograda expresión. De este modo, Baruzi propone la noche
como el símbolo decisivo de San Juan de la Cruz, valoración resultante de la aplicación
metodológica de las coordenadas así expuestas: “La noche expresa simbólicamente un
conocimiento esencialmente oscuro, y no esencialmente tenebroso487. Nos introduce
gradualmente en nosotros mismos hasta esa “oscuridad, que es la espiritual desnudez de
todas las cosas, así sensuales como espirituales”488 (Baruzi, 1991: 321).
485
Cf. Sánchez de Murillo, 1993: 17.
486
Cf. Baruzi, 1991: 315-316. Sobre esta cuestión, véase también Martín Portales, 1993: 126.
487
Sobre la lectura baruziana de la oposición entre “noche” y “tiniebla” en San Juan de la Cruz, cf. ib.,
pp. 311-315.
488
Subida, 2, Introducción.
623
489
Baruzi define la experiencia de la noche como “intensa purificación de los sentidos y del espíritu,
terrible y amarga transmutación del ser” (op. cit., p. 282).
490
El subrayado es nuestro.
491
En la estética kantiana, la obra de arte es el espacio en el que el sentimiento del yo se revela, al mismo
tiempo, como un sentimiento del universo (supra. capítulo XXI & 2).
492
Así puede observarse en La docta ignorancia de Nicolás de Cusa (1984). En esta obra, Nicolás de
Cusa estudia los mecanismos de las vías negativa y positiva en el conocimiento de Dios. Efectivamente,
considera que dos contrarios no caben en el mismo sujeto y que la conciliación de contrarios que exige la
teología se aparta del terreno de lo racional (pp. 29 y 75). Ahora bien, estos extremos no sitúan al Cusano
en el mismo espacio en el que la estética ubica al simbolismo que después se refiere a Juan de la Cruz.
Porque el simbolismo de Nicolás de Cusa, afecto al platonismo le hace afirmar: “Las cosas visibles son
imágenes de las invisibles, y que nuestro Creador puede verse de modo cognoscible a través de las
criaturas, casi como en un espejo o en un enigma (… ). Las cosas espirituales pueden ser investigadas
simbólicamente debido a la proporción que entre sí guardan todas las cosas” (p. 43), aun cuando la
investigación simbólica exija transcender la simple similitud (p. 45). El carácter especular de este
simbolismo y la presencia de Dios en todas las cosas (p. 102 y, especialmente, p. 139), descartan el
624
Cualesquiera que sean los inaccesibles problemas del origen [de este simbolismo
sanjuanista de la noche], ninguno de los simbolismos virtuales que distinguimos493 traduce en
rigor, al menos en el estado de elaboración en que San Juan los deja, la relación entre nuestra
conciencia y el mundo y entre nuestro yo superficial y nuestro yo profundo.
(Baruzi, 1991: 322)
Para que se dé un símbolo auténtico no debe haber correspondencia exacta entre los
diversos planos de la experiencia ni éstos pueden sustituirse indiferentemente uno por otro (… ).
El símbolo emana de una adhesión de nuestro ser a una forma de pensamiento que existe en sí
misma (… ). Existe una claridad inherente en el símbolo más logrado. Pero no se la distingue
buscando en el símbolo una traducción más o menos hipotética de nuestra experiencia normal.
Esa claridad se esconde en el interior de las propias imágenes, recogidas y expuestas ante
nosotros como un absoluto, como un objeto de contemplación estética pura.
(Baruzi, 1991: 331)
subjetivismo y rompen con la idea de separación abrupta entre lo particular y lo general sobre los que se
asienta el simbolismo moderno.
493
Para la distinción entre simbolismo plenamente desarrollado y simbolismo virtual, cf. op. cit., p. 321.
494
Cf. Pacho, 1991: 353.
625
Este punto es, en realidad, conclusión de los otros tres, esto es, de la concepción
ahistórica del símbolo baruziano, en la línea marcada por la estética desde su aparición
como disciplina filosófica, agudizada por la epistemología neokantiana del momento.
Así, Baruzi no sólo ajusta la obra sanjuanista al molde neokantiano del conocimiento
simbólico, sino que rompe su relación inmediata con la tradición mística a la que
pertenece. De este modo, afirma que el conocimiento de la tradición no sólo no es
necesario, sino que no estorba esta estrecha y directa unión entre la experiencia del
carmelita y la imaginería simbólica de los poemas. Pero Baruzi prescinde no sólo de la
presencia directa y reconocible de esta tradición en la obra de Juan de la Cruz, sino
también del hecho incontestable de que tal experiencia mística, objeto último de su
investigación, sólo es posible en el marco de la tradición mística cristiana occidental que
hace de esta experiencia, en principio supranatural, un fenómeno histórica y
culturalmente condicionado, en el que, en consecuencia, el conocimiento de esta
tradición -de la que él prescinde o pretende prescindir-, es fundamental para entender no
sólo la dimensión literaria de los poemas, sino los rasgos ontológicos y psicológicos
objeto principal de su investigación.
Baruzi, no obstante, es consciente del problema, ya señalado, derivado de ajustar
la obra de Juan de la Cruz a los moldes de la estética. Así, observa lo siguiente:
626
Un místico como Juan de la Cruz no puede anticipar una estética preparada por un
idealismo que desconoce. Pero los límites de la razón discursiva no comportan los de una
experiencia mística. Un escritor místico puede trascender en su sueño interior la filosofía en la
que se encuadra, sin por ello adelantarse para nada a las filosofías ulteriores. (… ) Juan de la
Cruz, que no sólo se desliga del mundo, sino que cuando mira las cosas en su somera
exterioridad las considera verdaderamente como una nada, no coincide en esto con el lirismo
metafísico de Schopenhauer. Sin embargo, lo que el pensamiento sistemático desune puede
quedar unido por la experiencia profunda. Kant no habría discutido el punto de vista de Meister
Eckhart desde su sentimiento religioso, lo mismo que Juan de la Cruz con su sentimiento
místico no es totalmente ajeno a la negación lírico-metafísica del mundo sensible.
(Baruzi, 1991: 323-324)
495
En un contexto muy alejado ideológicamente de San Juan de la Cruz, Giordano Bruno explicó la
formación de las imágenes en el ámbito del pensamiento neoplatónico precrítico. Entre sus
consideraciones, afirmaba que era a la fantasía a la que correspondía acoger, contener, componer y dividir
las especies aportadas por los sentidos, pero que el vínculo de la fantasía era, por sí mismo, ligero a no ser
que fuera reforzado por la facultad cogitativa (Bruno, 1997: 292, 296). De este modo, Bruno no distingue,
como luego haría Baumgarten, la posibilidad de un conocimiento sensorial, sino que sentidos, fantasía y
razón deben trabajar juntos, para la determinación de las ideas, para atisbar los lazos que vinculan unas
cosas con otras, y la unidad en su sentido platónico: “Nosotros hemos especificado (… ) todas las cosas
que tienen naturaleza de materia primera o segunda, o próxima en el acto de la facultad inventiva o
memorativa según la condición de la cosa significada adoptada, a fin de que todas las cosas salgan de
todas las cosas, todas se designen con todas y en todas contemplemos todas las cosas; y para recogerlo en
una sola palabra, a fin de que todas, por la aplicación, se comporten como la unidad, y la unidad, por la
627
informabilidad, se comporte como todas las cosas” (p. 342). Se trata, como puede verse, de una relación
“cosas / unidad”, diferente de la relación “particular / universal” que se encuentra en la base del símbolo
estético.
496
Sobre esta cuestión, véase Rorty, 2001: 247 y 261 y ss.
497
“La alegoría [frente al símbolo] no emana de la actividad estética pura” (Baruzi, 1991: 337).
498
Baruzi llega a afirmar que todo el Cántico tiene su origen en el Cantar de los cantares, 3, 1-3 (1991:
347).
628
Todos esos hermosos vocablos, con su música que nos impregna [¿poema?], adquieren
de repente significaciones a las que desde luego no estamos obligados a sujetarnos
[¿comentario?], pero en las que no podemos dejar de ver un extraordinario empobrecimiento del
poema.”
(Baruzi, 1991: 364)
499
Cf. 1991: 360.
500
Pocos años más tarde, T. S. Eliot incorpora a San Juan a su universo poético en términos similares: en
1930, alaba al poeta místico, pero se muestra reticente hacia el erotismo de su lenguaje; cuando
posteriormente, Eliot introduce la doctrina de San Juan en su propia poesía, no lo hace a partir de la
fundamental felicidad del goce místico ni de la sensualidad cósmica que, desde un punto de vista estético
se infiere de los poemas, sino que desarrolla en su propia obra la faceta más ascética de Juan de la Cruz,
629
la vertiente de las negaciones radicales derivadas de la Subida y La noche oscura del alma (cf. Gibert,
1985, y Soria Olmedo, 1991: 50-51).
501
Ib., p. 335. En contra de esta posición, véase Sánchez de Murillo, 1990: 32 y ss.
502
Op. cit., pp. 338-341.
503
Ib. p. 365. Más adelante, dice Baruzi: “… llegamos hasta la imaginación, sobriamente moldeada a
partir de la experiencia, que va dejando en los vocablos que escoge, sin añadidura de adorno, el acento de
esa misma experiencia” (p. 370).
630
Baruzi parece tener tan presentes. Por el contrario, la vida de oración -en la que, no se
olvide, se incluye el fenómoeno místico- se desenvuelve en un ámbito comunitario, en
el que la fe y la vida religiosa no se sostienen sólo en la conciencia individual, sino en la
Doctrina cristiana, que orienta la lectura de la Escritura, y en la práctica sacramental que
estructura, lejos de toda subjetividad, la vida religiosa504. Frente a la propuesta
subjetivista de Baruzi, éste es el horizonte en el que Juan de la Cruz se ubica y en el que
concibe y elabora su obra. El rechazo baruziano de los elementos histórico y, entre otros
elementos, de las fuentes exegéticas cristianas encuentra en esta incomprensión de la
vida religiosa del siglo XVI una de sus causas más profundas. En consecuencia,
creemos que el concepto de símbolo baruziano, su idea de la experiencia mística y las
expectativas de su investigación en el ámbito psicológico deben ser revisados a partir de
los parámetros aquí señalados.
2- Por otra parte, se ha reprochado a Baruzi el que haya intentado aproximarse a
Juan de la Cruz desde la filosofía, en concreto desde una metafísica neokantiana de tipo
psicologista que minimiza el momento místico de la trascendencia505. Sin embargo, no
se ha examinado suficientemente el peso que la aproximación neokantiana ha tenido en
la concepción simbólica de la poesía de San Juan ni las interpretaciones construidas
sobre dicha concepción simbólica. Así, muchos de los críticos de Baruzi aceptan sin
objeción alguna, su concepción del símbolo y de la alegoría, sin detenerse en el hecho
de que ésta sólo es posible desde la perspectiva filosófica que critican; porque la
tentativa de Baruzi, esto es, la indagación de la experiencia a partir de la obra, sólo es
posible desde la idea del símbolo anteriormente señalada.
3- El “arte auténtico” de los poemas de San Juan de la Cruz, revelado por vez
primera con los instrumentos que brinda la estética -tras siglos de pasar inadvertido para
los tratadistas de la poética y la retórica- tiene, desde los presupuestos con los que opera
Baruzi, que ser forzosamente un trasunto inmediato de la experiencia del autor506,
504
Sobre la evolución de la comprensión de lo religioso en los términos que aquí consideramos, véase
Gadamer, 1999: 58-59. En estas páginas, Gadamer observa con respecto a la vida sacramental que,
aunque ésta también existe en el protestantismo, tiene en éste una naturaleza diferente, al sostenerse sobre
la fe del predicador. En consecuencia, no es sino la extensión, en el terreno cultual, de la subjetividad en
la vida religiosa así referida.
505
El propio Bergson subrayó que el esfuerzo de Baruzi se había quedado en la periferia de la mística
sanjuanista (cf. Sánchez de Murillo, 1990: 17). Algunos estudiosos sanjuanistas, como J. L. Morales, han
llevado a su extremo esta objeción a las tesis baruzianas –y de paso al trabajo de Dámaso Alonso- desde
una perspectiva rigurosamente católica, que reclama la lectura alegórica –en el sentido indicado por los
comentarios del carmelita- de los poemas: “no siendo católico [Baruzi] no se puede entender ni interpretar
a un místico experimental, católico y santo” (Morales, 1971: 20).
506
En su clásico –y contestado- estudio Función de la poesía y función de la crítica, Eliot ya había
precisado: “Si la poesía es una forma de “comunicación” lo que se comunica es el poema mismo y sólo
631
incidentalmente la experiencia y el pensamiento que se han vertido en él” (Eliot, 1968: 44). Más adelanta,
afirmaba: “Lo que el poeta experimenta no es la poesía, sino el material poético. Escribir un poema es una
experiencia original, la lectura de ese poema por el autor u otra personal es cosa distinta” (p. 137).
Ciertamente se puede reprochar al “close reading” de Eliot el prescindir de las circunstancias históricas y
personales concurrentes en la elaboración del texto, y en la determinación de su sentido, frente a lo
limitado de la determinación del significado. Pero sí debe considerarse que, como observa Gil de Biedma
en el prólogo a su edición de la obra de Eliot, “la comunicación siempre es mediata (… ), y lo comunicado
es, ante todo, el signo afectivo que la realidad del poema confiere a las experiencias que lo integran, y que
desprendidas de él carecerían de sentido” (p. 19). Esto no obstante, queda por ver hasta qué punto los
poemas de Juan de la Cruz pueden enmarcarse, sin ulteriores matizaciones, dentro de “lo literario”. Por
otra parte, la experiencia que se proyecta sobre la obra de Juan de la Cruz, no es únicamente la mística, en
su sentido extático, sino la mucho más compleja experiencia de vida, incluyendo su formación, su
proyecto ideológico y religioso, su actividad diaria, las circunstancias de época, etc. (cf. Ruiz, 1990: 22-
23).
507
Lara Garrido, en notas a su edición de Estudios sobre San Juan de la Cruz y la mística del Barroco
(vol. I), dedica un extenso y cuidadoso examen del paralelismo entre mística y poesía (Orozco, 1994: I,
310-342). En su estudio, menciona el poco eco que actualmente tiene la teoría de Underhill (1911) que
identificaba plenamente poesía y mística, la apropiación de la mística por los románticos, y las más
matizadas teorías posteriores que, desde Béguin, hablan de paralelismo entre mística y poesía. Milner,
siguiendo a Baruzi, señala que aunque la experiencia mística es sustancialmente distinta a la experiencia
que moviliza la creación poética, los mecanismos simbólicos de traducción de ambas experiencias son los
mismos (Milner, 1951: 108). En nuestra opinión, se trata de dos realidades diversas, que se cruzan –si
bien no necesariamente- en puntos distintos de su trayectoria histórica. Así, ni la experiencia mística es
forzosamente poética –de hecho la mística en la patrística oriental, en místicos tan fundamentales como
Orígenes, Gregorio de Nisa y Dionisio Areopagita, es teórica y no experiencial-, ni la experiencia de la
poesía es necesariamente –y en sentido romántico- mística. No obstante, la existencia de una poesía
mística puede converger, desde su recepción estética, con un cierto misticismo poético, derivado de la
apropiación romántica de la mística en los términos agudamente observados por Lara Garrido en su
632
nos referimos no sólo al hecho de que Baruzi haya prescindido de los influjos culturales,
espirituales y literarios que concurrieran en la formación sanjuanista del símbolo de la
noche como advierte Mancho Duque (Mancho, 1987: 126), sino que subrayamos que la
propia idea de símbolo con la que opera el crítico francés pertenece a un mundo
intelectual distinto al de Juan de la Cruz, y, en consecuencia, la aplicación acrítica de
sus mecanismos hermenéuticos no puede producir sino una distorsión en la recepción de
la obra del carmelita.
Krynen puso de relieve las diferencias entre la poesía sanjuanista y la poesía
simbolista tanto en su causa final como en su concepción y empleo del lenguaje: “Mais
Jean de la Croix n´est pas Baudelaire et loin de prétendre par la magie poétique s´élever
à l´absolu, il n´use en poète des prestiges du langage que pour exprimer l´indicible
sentiment de la transcendance de Dieu” (Krynen, 1990: 51).
3- Finalmente, nos parece oportuno esbozar una última reflexión sobre la
pervivencia, más de ochenta años después de su formulación, de las tesis de Baruzi
sobre esta cuestión. Con esta reflexión, recordamos lo ya expuesto en el capítulo XXI de
nuestra primera parte508. La construcción metafísica que sostuvo la estética y el
concepto de vivencia que fundamentaba, a su vez, la determinación de la experiencia
estética moderna, han perdido su vigencia desde su formulación en el siglo XIX: la
vivencia de la obra de arte, en su doble faceta de vivencia de la creación artística, y de
vivencia de la contemplación estética de la obra es, a nuestro modo de ver, sólo una
etapa, ya concluida, en la historia del arte. De este modo, la radical historicidad del
concepto de vivencia, al que va indisolublemente unido el de símbolo –en cuanto se
considera que la vivencia estética contiene siempre la experiencia de un todo infinito, en
la que lo particular representa inmediatamente al todo- no afecta solamente a la difícil
aplicación de los criterios del simbolismo estético a una obra concebida en una época
anterior, como es el siglo XVI, o incluso, a un fenómeno tan particular como la mística
carmelita de este siglo, sino que, además, cabe pensar que esta misma concepción del
símbolo, y, en consecuencia, de la alegoría, ha perdido la base teórica sobre la que se
sostenía.
Tras el trabajo de Baruzi se abrieron nuevas vías de lectura de la obra
sanjuanista y se despertó un interés creciente por su obra. Por lo que al estudio del
509
Véase la nota de Lara Garrido en Orozco, 1994: I, 327. Como recuerdan Mancho y Elia, Hout de
Longchamp advierte que “es secundario para la lectura simbólica que la existencia de todas esas cosas sea
real o puramente imaginaria: escapan de todas maneras a la designación del mundo que habitamos (… ).
El germen de estos excesos está en Baruzi, quien se abre no a la mirada literaria sino a la psicológica, casi
psicoanalítica (Juan de la Cruz, 2002: CXIII).
510
Los artículos se ocupan de la métrica de la poesía sanjuanista (Gerardo Diego: 163-186); la
personalidad y la concepción mística, desde un punto de vista ortodoxo y militante con puntuales ataques
a Baruzi y una radicalización de los presupuestos de Menéndez Pelayo (Corts Grau: 187- 203: “Lo que
ocurre es que estos versos angélicos han de meditarse de rodillas y no con la miope suficiencia del
librepensador” –p. 199-; Ortega: 229-260); el estilo y las fuentes, en una línea que adelanta el inminente
trabajo de Dámaso Alonso (Cossio: 205-228) y que avanza nuevas posibilidades de investigación
filológica (Orozco: 315-336); y la relación con las artes (Sánchez Cantón: 301-314). El número se
completa con un homenaje poético a cargo de Manuel Machado, Gerardo Diego, Adriano del Valle,
Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco, Alfonso Moreno, Luis Rosales; además se incluye un breve
artículo del biógrafo de San Juan, Crisógono de Jesús sobre las relaciones entre la mística y la estética.
Crisógono de Jesús critica a Baruzi y su predilección por la noche, cuando –en palabras del autor del
artículo- lo fundamental es la luz, la belleza y el sentimiento estético del santo (pp. 362-364), incurriendo,
a nuestro juicio, en una lectura ahistórica –por sus referencias a la estética- en los mismos términos que el
francés; el artículo se completa con una nota sobre la situación de los estudios sanjuanistas en Francia.
Finalmente se incluye una extensa reseña del libro de Dámaso Alonso a cargo de María Rosa Alonso.
511
Cf. Soria Olmedo, 1991: 57-60.
512
El interés por San Juan en su centenario tuvo especial importancia en México, donde se publicaron sus
obras (Soria Olmedo, 1991: 55-56) y, entre otros actos de conmemoración, Eduardo Nicol realizó una
634
aproximación filosófica en la que comparaba al carmelita con Descartes, en cuanto que ambos pretenden
ir más allá del límite de la existencia humana. Vasconcelos, por su parte, reaccionó contra la lectura
idealista de San Juan, a favor de una aproximación existencial; Moreno Villa ensayó una lecura freudiana,
mientras que José Gaos, por una parte, y María Zambrano, por otro, se acercaron a San Juan desde sus
particulares concepciones del logos poético. Zambrano desliga al carmelita de la esfera religiosa y
literaria y lo lleva más allá del pensamiento moderno, en el contexto angustioso del exilio (cf. Palenzuela,
2003: 16-59).
513
Hay una comparación -voluntariamente limitada- entre San Juan de la Cruz y Hölderlin (p. 50).
Recordemos que Cernuda traduce por esas fechas una breve selección de poemas del poeta alemán que ve
la luz en México a finales de 1942 (cf. Hölderlin, Poemas, versión y prólogo de Luis Cernuda, Sevilla,
Renacimiento, 2002).
514
“Este ejemplo del cristal puede ayudarnos a comprender intelectualmente lo que instintivamente, con
perfecta y sencilla evidencia, nos es dado en el arte, a saber: un objeto que reúne la doble condición de ser
transparente y de lo que en él transparece no es otra cosa distinta que él mismo. Ahora bien: este objeto
que se transparenta a sí mismo, el objeto estético, encuentra su forma elemental en la metáfora” (Ortega y
Gasset, 1993: 152).
515
Para Wahnón La poesía de San Juan de la Cruz representa el comienzo de “una involución teórica, en
tanto se abandona esa vía de estudio más netamente formalista de la lengua poética y el “optimismo
epistemológico” (Chicharro, 2005: 168). Otros, por el contrario, afirman la superioridad del trabajo sobre
San Juan sobre los estudios gongorinos precisamente por “la actitud reverente de silencio, ante el misterio
de la mística” (op. cit., p. 292). En estas páginas hemos seguido la tercera edición de la obra (Madrid,
Aguilar, 1958).
635
Son estados psicológicos por los que Dios encamina a las almas que dulce y, a la par,
ásperamente lleva a la unión. Para llegar a la unión de semejanza es necesaria la negación en el
hombre de lo desemejante. Son noches hondísimas de negación y esquivamiento de todo lo
sensible y todo lo espiritual (noche del sentido, noche del espíritu), con la sola guía de la Fe, luz
absoluta, total y por total y absoluta, equivalente para el entendimiento humano a la más
profunda oscuridad.
(Alonso, 1958: 59)
Este texto muestra cómo Alonso si bien comparte con Baruzi una cierta
orientación psicológica respecto de la naturaleza de la noche -a partir de lo que se lee en
516
Alonso, 1958: 17-18.
517
Claudio Guillén estudia la metodología de Dámaso Alonso desde la oposición de los términos secreto
y misterio. El secreto se refiere a lo oculto o desconocido; el misterio alude a lo incognoscible. Para
Dámaso la visión y la estructura del poema no son incognoscibles para la intuición totalizadora del lector
o del crítico, pero resulta un misterio para el hombre de ciencia, por cuanto no existen leyes aplicables al
poema, entidad única y no generalizable. Pero, en su unicidad última, la obra es siempre un misterio y un
límite para la estilística, en el sentido matemático de la expresión, esto es, una meta a la que poder
acercarse indefinidamente sin alcanzarla nunca. En cambio, el poema mismo no es un misterio, sino “una
criatura nítida, exacta” (Guillén, 1989: 25-26).
518
Véase Valente, 1995: 19-20, respecto de la separación del análisis de poemas y comentarios y la
limitación a los aspectos formales. En otro sentido, respecto a la falta de explicación de los elementos
internos del símbolo, Mancho, 1987: 130-131. Véase también Juan de la Cruz, 2002: CX. Con carácter
general, las limitaciones metodológicas derivadas de la estilística han sido puestas de relieve por Claudio
Guillén en un preciso artículo que repasa la crítica a la estilística desde diversos puntos de vista a cargo de
críticos y teóricos como Barthes, de Man o Kristeva. Guillén, por su parte, advierte cómo todas estas
objeciones coinciden en la no insularidad del texto literario, sin que este rasgo resulte incompatible con su
originalidad. Desde el punto de vista hermenéutico, la crítica a la estilística radica en la idea de que “las
palabras por sí solas no encierran el sentido comunicable: las palabras instituyen un proceso espiritual
que, a partir de ellas, supera finalmente el medio lingüístico.” (Guillén, 1989: 90).
636
la prosa del místico, más que de lo se puede inferir de los poemas-, recupera la
dimensión religiosa de los poemas, frente al ontologismo del francés. En consecuencia,
entiende la noche en función de la unión mística, las “bodas espirituales”, que para
Baruzi eran un pseudo-símbolo frente a la dimensión radicalmente experiencial y, por lo
tanto, simbólica de la noche. No obstante, Alonso hace suya la comprensión baruziana
del símbolo y se hace eco de sus palabras al advertir:
Pero el efluvio del poema bíblico y su representación erótica están allí, y para mostrar a
las claras esto que intuimos, han quedado (si bien trasplantadas a otras imágenes) como
519
Ésta es la definición de la alegoría, en la que la cadena de términos reales es suplantada por la de los
términos imaginarios (cf. Alonso, 1958: 148-149).
520
Sobre la naturaleza del significado en la consideración de Dámaso Alonso respecto de los poemas
sanjuanistas, observa José María Bermejo: “el significado no es esencialmente un concepto; el significado
es una intuición que produce una modificación inmediata, más o menos violenta, de algunas o de todas las
vetas de nuestra psique” (Bermejo, 1973: 360).
637
resellando cada una de estas tres estrofas tres expresiones del Cantar de los cantares: los cedros,
las almenas, y entre azucenas. Cedros y almenas, que van en dos versos sucesivos en la poesía
del místico español (… ), ocurren precisamente en un mismo versículo del poema hebraico. Y
en éste, las expresiones “entre los lirios”, entre las azucenas, “cercado de lirios”, cercado de
azucenas (… ), constituyen casi un ritornelo.
(Alonso, 1958: 121)
521
En realidad, como recuerda Pépin, Schelling había hablado ya de una figura –quizá aludiendo a la
tipología bíblica- a medio camino entre el símbolo y la alegoría en la que el signo es a la vez distinto de la
significación y está dotado de existencia histórica (Pépin, 1987: 261).
522
Lara Garrido ha analizado esta figura híbrida señalando su dependencia de los planteamientos de
Baruzi y su influencia en construcciones posteriores como la de E. Pacho. Tres son lo elementos que, a
juicio de Lara Garrido, concurren en el tipo propuesto por Dámaso Alonso: el uso de términos que
manteniendo su significación real se emplean como base de estructuración literaria; la formación de
cadenas de alegorías por medio de imágenes figuras y comparaciones, manteniendo el presupuesto
anterior de su significación real; la presencia de un fondo simbólico procedente de la poesía pastoril y el
Cantar de los cantares (Orozco, 1994: 329).
638
recurre a las imágenes de la alegoría amorosa y por eso se recurre al Cantar como expresión
suprema del amor humano.
(Alonso, 1958: 115, 117)
Pero, en nuestra opinión, las diferencias entre Alonso y Baruzi, por lo que se
refiere estrictamente a la consideración de la alegoría y el símbolo en la poesía de San
Juan de la Cruz, son sólo de matiz, sin que éstas afecten a la concepción esencialmente
experiencial –en sentido vivencial y estético antes señalado- del símbolo baruziano. Tal
coincidencia radical se muestra en la lectura que Alonso realiza de la Llama, en la que
afirma: “Aunque los comentarios no dejan de descubrir en ella pormenorizadas
alegorías cae más netamente del lado de la creación simbólica” (p. 161). “El poema es
siempre lo más cercano a la experiencia: la fuerza de esta poesía reside en que en ella
adivinamos la cercanía más inmediata que nunca” (p. 165), frente a La noche que es, a
su juicio, pero con argumentos baruzianos, una combinación entre la intuición simbólica
y el ambiente alegórico del Cantar de los cantares (p. 167).
En 1959, bajo el título Poesía y mística. Introducción a la lírica de San Juan de
la Cruz, Emilio Orozco reúne una serie de trabajos dedicados a la poesía sanjuanista,
escritos que suponen, a nuestro juicio, un importante giro a la concepción baruziana del
símbolo y su apreciación en la obra del místico de Fontiveros. Es cierto que el
planteamiento de Orozco, como señala Lara Garrido en su introducción a Estudios
sobre San Juan de la Cruz y la mística del Barroco, “tiene el entronque directo con
formulaciones esenciales de J. Baruzi. Tales son su análisis del símbolo y el enunciado
de los símbolos centrales de San Juan de la Cruz; (… )” pero, como el propio Lara
afirma a continuación:
523
Orozco Díaz, 1994: 27-28.
639
Son dos experiencias de naturaleza distinta pero análogas como forma de conocimiento;
dos formas de conocer por inclinación o connaturalización (… ) que quedan sobre lo racional:
una que trascendida la realidad sensible, alcanza el conocimiento directo de la esencia divina,
otra que penetra en la realidad por intuición en visión sintética, descubriendo las ocultas y
misteriosas relaciones de los seres entre sí.
(Orozco, 1994: I, 59)
524
Sobre el sentido de esta expresión y su alcance, supra. capítulo XXI & 1.
640
525
En esta cuestión, la teología mística se diferencia de la Escolástica, sin que, en opinión de M. Andrés,
exista una oposición entre ellas que las haga irreconciliables, fuera de las posturas extremas de los
alumbrados y de algunos escolásticos como Melchor Cano (Andrés, 1994: 37).
526
Véase la ya citada descripción teresiana de la experiencia mística (Teresa de Jesús, 1999: 131). San
Juan de la Cruz explica en Subida 2, 9, 1 cómo el entendimiento debe vaciarse de todo y ponerse en la fe,
“la cual es sola el próximo y proporcionado medio para que el alma se una con Dios”. Más adelante, el
carmelita distingue entre noticias corporales y espirituales, dentro de las noticias sobrenaturales que
puede recibir el entendimiento; y al hablar de las espirituales, dice que éstas pueden ser de dos maneras:
distintas y particulares, las primeras, y otra confusa, oscura y general. “La inteligencia oscura y general
está en una sola, que es la contemplación que se da en fe. En ésta habemos de poner el alma,
encaminándola a ella” (Subida 2, 10, 4). En el capítulo 26 del libro II de la Subida, San Juan trata de estas
oscuras noticias que se producen en el estado de unión. Sobre el concepto de “reflexión”, dice Andrés que
se trata del “arte de llegar al punto más interior o sustancia del alma, de donde dimanan las potencias y la
capacidad de proyectarlas hacia fuera o de recogerlas hacia dentro. La sustancia, o centro más profundo
del alma, es a lo que más puede llegar su ser y virtud y la fuerza de su operación y movimiento” (Andrés,
1994: 28). Más adelante, Andrés habla de la “mística del recogimiento” para hacer referencia a la
dimensión integral humana de la reflexión mística, en la que ésta no debe ser entendida en su aspecto
puramente psicológico, sino que, por el contrario, debe entenderse como un viaje a las raíces del ser
humano en toda su integridad (Andrés, 1994: 234, 237, 248 y referencia a Subida 3, 13, 4). Desde el
punto de vista de la psicología, Carlos Domínguez sostiene que a pesar del peso de lo afectivo, el místico
tiene “una fuente de iluminación interior que parece desvelarle con una particular clarividencia el sentido
de la realidad (Domínguez Moreno, 1999: 12).
641
Baruzi hubo de plantearse la duda de si alguna de las imágenes que el poeta recogía del
Cantar de los cantares no eran al mismo tiempo “des images retrouvées”, comprobadas, por
decirlo así, traduciendo “une joie recomposée”. Terminaba afirmando que el santo poeta, por
una síntesis poderosa, había sabido “fundir las imágenes que le legaba el lirismo bíblico, o que
le proporcionaba una tradición hierática, con las que suscitaban en él un drama experimentado”.
Para nosotros todas las imágenes y símbolos procedentes de dicho poema bíblico, han
conservado en San Juan de la Cruz la vitalidad de lo creado (… ). Su comprobación ante la
naturaleza había sido experimentada y profundizada y, al mismo tiempo, se habían ligado en
gran parte a experiencias interiores528.
(Orozco, 1994: 228)
527
Etchegoyen, en sus estudios sobre Teresa de Jesús, ya había introducido el tema de la naturaleza como
parámetro fundamental en la determinación simbólica de los estados místicos (Mancho, 1987: 127-128).
528
La identificación de la experiencia sanjuanista con el mundo del Cantar de los cantares, lleva a Orozco
a señalar la coincidencia de algunos elementos paisajísticos del poema bíblico –las granadas, las almenas,
el cedro- con el paisaje realmente vivido por Juan de la Cruz en Granada (ib., p. 228). En sentido similar,
véase Gallego Morell, 1993: 228.
642
Cuando el santo carmelita desciende del alto vuelo de su contemplación, cuando acaba
de ver el resplandor de la misma Divinidad, y vuelve los ojos al suelo, verá en la Naturaleza
precisamente a esa misma Divinidad. Nos deja la emoción de lo real, pero se ha perdido la pura
materia, la oscuridad, la miseria; ha quedado el espíritu del mismo Amado. No sólo está Dios en
las criaturas, como ve Fray Luis, sino que estas criaturas son Dios. (… ) He aquí cómo todos los
elementos de la Naturaleza se convierten en representaciones de un mundo espiritual
trascendente. Ello es la base (… ) de la complicada construcción de alegorías y símbolos que nos
ofrecen sus versos.
(Orozco, 1994: 236-237)
529
Entre las numerosas páginas en las que Orozco agrupa ambos términos sin especificar ninguna
643
diferencia entre ambos, puede verse Orozco, 1994: 85, 87, 92.
530
La teoría de Buenaventura halla su raíz en la visión amable del mundo de San Agustín. El obispo de
Hipona sostiene una concepción optimista del cosmos, cuya belleza es prueba inequívoca de la existencia
de Dios. En consecuencia, para Agustín, el mundo es el modo más eficaz para la consecución, si bien de
modo parcial, de la contemplación mística, sin perjuicio de la necesidad de profundizar en la vida interior
donde verdaderamente se produce el encuentro con Dios. La teología catafática agustiniana presenta una
serie de limitaciones para evitar el panteísmo y el antropomorfismo (supra. capítulo XVI).
531
Supra. capítulo XX & 3.
532
La visión alegórica de la naturaleza en el pensamiento medieval ha sido estudiada en el capítulo XVIII
de nuestra primera parte.
533
El concepto de la naturaleza del místico también presenta diferencias, aunque éstas más de matiz, con
las teorías neoplatónicas de la analogía del siglo XVI, más inclinadas hacia el panteísmo. Sobre esta
cuestión, véase Foucault, 1966: 26-58.
644
534
“Distinguiendo con mucha perspicacia las funciones del símbolo y la alegoría, Jean Baruzi ve entre los
símbolos algunos íntimamente enlazados a la experiencia misma (… ) Símbolos: únicos puntos de
inmediata continuidad que unen la vida y el poema” (Guillén, 1961).
645
lenguaje de la mística sanjuanista desde un punto de vista teológico. En este sentido, sus
criterios y conclusiones tienen que ser completamente distintas a las del autor de
Cántico. Pero ambos coinciden en su rechazo de la alegoría y en su apreciación de la
mayor capacidad del símbolo, estética en un caso; teológica, en el otro. Esta diferencia
entre el símbolo y la alegoría sirve a Hatzfeld para establecer una línea divisoria entre la
obra de Juan de la Cruz y la de Malón de Chiade. El centro de gravedad del
razonamiento de Hatzfeld es la apertura al misterio. Pero, en nuestra opinión, esta
apertura al misterio está formulada desde una comprensión moderna que pasa por el
rechazo de la retórica, con la que se relaciona la alegoría, y opuesta a la sustancia
simbólica (Hatzfeld, 1968: 285). Ciertamente, se puede encontrar un precedente remoto
en esta asociación del símbolo al misterio sagrado, en la consideración del símbolo en la
obra mística de Dionisio Areopagita535. Pero en la obra de éste, no se produce ni un
descrédito de la retórica en los términos expuestos por Hatzfeld –que proceden del
descrédito de la retórica del siglo XVIII- ni una oposición a la alegoría, que, en el
terreno teológico, como medio de exégesis estaba vinculado al lenguaje sagrado, en su
sentido más profundo. Por lo tanto, también en Hatzfeld pesan más las consideraciones
estéticas acerca del símbolo y la alegoría, que el posible intento de recuperación de un
lenguaje del misterio teológico de la mística patrística oriental.
Los estudios que posteriormente han abordado la cuestión de la naturaleza
simbólica o alegórica de la obra sanjuanista se han orientado en alguna de las siguientes
direcciones:
1. Estudios que han profundizado, desde diversas corrientes de pensamiento, en
la vía abierta por Baruzi, relacionando la obra de San Juan con escuelas de pensamiento
modernas, como el psicoanálisis, la fenomenología, o el existencialismo; o anteriores,
especialmente, como ya hiciera Baruzi, el neoplatonismo plotiniano. En estos casos, el
concepto de símbolo, enfrentado siempre a la acepción retórica y doctrinal de la
alegoría, ha adoptado la significación que cada una de estas escuelas sostiene conforme
a su idea del lenguaje.
2. Estudios que han profundizado en la identificación –también baruziana- o, al
menos, en la correspondencia entre poesía y mística, extendiendo, en operación
metonímica, ambos parámetros en distintas direcciones: la mística por su expresión
poética; la poesía, por el misticismo poético de filiación romántica, apoyada en la idea
535
Véase, por ejemplo, el rechazo de Hatzfeld a la imaginación, en sintonía con las exigencias de la
teología apofática en la doctrina sanjuanista (CF. Hatzfeld, 1968: 288).
647
se extiende a los varios sectores: teológico, literario, espiritual, histórico” (Ruiz, 1990:
19).
Veamos brevemente algunos de los hitos fundamentales de estas corrientes de
investigación:
1. Los estudios que abordan la obra de Juan de la Cruz desde la filosofía han
explorado distintos aspectos de su obra. La perspectiva baruziana, psicologista y
defensora de una lectura plotiniana de la mística del carmelita, ha sido seguida por
Aranguren536, Maio y, sobre todo, Bord quien analiza las similitudes entre el
pensamiento plotiniano y la mística sanjuanista a través de la proximidad de diversas
expresiones; de su teoría de los contrarios respecto de la naturaleza humana frente a la
divina y la necesidad de, a través de la vía apofática, llegar a la unión por semejanza; y
el empleo de imágenes similares: la mirada, la fuente, la música del silencio y, entre
otras, el uso del amor humano como alegoría de la unión mística (Bord, 1996: 39-41)537.
Aunque también se anotan una serie de diferencias: el cristocentrismo de Juan de la
Cruz impensable en el modelo divino plotiniano; y, en general, la distancia abismal
existente entre una mística natural y otra cristiana, pertenecientes a épocas históricas
muy diferentes (Bord, 1996: 255-256).
La misma objeción puede hacerse al trabajo de Maio. Para éste, tanto en Plotino
como en San Juan existe un recelo ante la materia que se fundamenta en la necesidad de
negar el mundo ante la distancia irreductible entre Dios y las criaturas538. Maio no tiene
en cuenta no sólo el ya aludido papel mediador de Cristo en virtud de su doble
naturaleza, sino también las importantes diferencias existentes entre la materia increada
neoplatónica, considerada como no-ser, y la naturaleza creada del cristianismo, espejo y
huella de Dios, como se formula en el pensamiento agustiniano reflejado en la lira 5 del
Cántico espiritual. Esto no quiere decir que la teología negativa neoplatónica no esté
presente en la obra de San Juan, como evidencia su concepción de la noche oscura, sino
que respecto de la valoración de la naturaleza, en sí misma y como reflejo de Dios, la
postura neoplatónica no es reconciliable con la cristiana en muchos de sus términos539.
Georges Morel ha abordado la obra sanjuanista desde un punto de vista
hegeliano, tratando de mostrar las concordancias entre la mística de Juan de la Cruz y el
536
El libro de Aranguren sigue con bastante fidelidad el trabajo de Baruzi. Para la cuestión del símbolo y
la alegoría, véase Aranguren, 1973: 23-40.
537
El desarrollo de la alegoría y las imágenes alegóricas al servicio de la mística neoplatónica han sido
estudiado en el capítulo XI de nuestra primera parte.
538
Cf. Alonso Miguel, 1989: 140-141.
649
539
supra. capítulos XI y XVI. Véase Bocos, 1991: 581.
540
Cf. Sánchez de Murillo, 1990: 18-20.
541
Sobre el concepto de mito, cf. Morel, 1961: III, 35-36.
650
Pese a que el símbolo moreliano permite una elaboración teórica más compleja
que la concepción puramente experiencial de Baruzi, al abordar el estudio concreto de la
obra sanjuanista, Morel sigue a Baruzi y localiza la alegoría en el Cántico espiritual,
debido a las imágenes bíblicas y mitológicas: Aminadab, las sirenas, las cuevas de
leones... Morel tiene un concepto de alegoría referido a las imágenes aisladas, y no a la
construcción textual del poema como totalidad. Por otra parte, Morel hereda el rechazo
romántico de la alegoría como mecanismo menos poético que el símbolo, lo que
repercute en la desigual valoración del Cántico frente a la Noche y la Llama (Morel,
1961: III, 45-46).
La naturaleza, al igual que ocurría en el trabajo de Orozco, se convierte para
Morel en un medio simbólico de encuentro entre Dios y el hombre (1961: III, 47-50).
Ahora bien, hay en la construcción de Morel un elemento fuertemente panteísta que
ignora los aspectos del pensamiento sanjuanista menos reconciliables con su visión: la
vía de las negaciones, que va más allá de la angustia existencial con la que identifica la
noche (1961: III, 71) y, especialmente el cristocentrismo del pensamiento sanjuanista,
en consonancia con la tradición mística medieval que ve a Cristo como un mediador,
verdadero símbolo entre el alma y Dios, en un sentido ajeno, desde luego, a la
concepción simbólica aportada por Morel. En efecto, no se trata sólo de que la relación
entre lo Absoluto y lo contingente se oriente en un sentido distinto a la que se establece
entre Dios y el alma, ni que la auto-revelación del Absoluto responda a unos
presupuestos metafísicos distintos a los de la deificación del alma del místico, sino que
la función de Cristo en este proceso de deificación, a través de su doble naturaleza, es,
al igual que ocurría en la aproximación al pensamiento de Plotino, completamente
irreconciliable con las tesis idealistas defendidas por Morel.
La lectura neokantiana de San Juan de la Cruz ha dado paso a nuevas
posibilidades de interpretación desde distintas corrientes actuales de pensamiento. La
filosofía heideggeriana es, probablemente, el pensamiento contemporáneo al que más se
ha apelado en el estudio de la mística sanjuanista. Existen, ciertamente, diversos puntos
de contacto entre ambos, pero esta proximidad, como ya se ha expuesto más arriba, es
más bien debida a la influencia directa del pensamiento agustiniano y de la mística
alemana medieval en el autor de Ser y tiempo. Así, pues, toda comparación que no parta
de esta circunstancia o que, invirtiendo el orden de sucesión, pretenda aplicar el
pensamiento heideggeriano a la iluminación de la mística sanjuanista, corre el peligro –
a nuestro juicio- de incurrir en un círculo vicioso, en el que el efecto pretenda
651
542
Cf. Flórez Flórez, 1989: 178. No obstante, el autor advierte que la expresión “razón mística se
encuentra ya en Santo Tomás de Aquino (p. 196).
543
“La verdad ontológica y la verdad óntica guardan entre sí una relación original, correspondiente a la
diferencia entre ser y ente. No se trata de dos reinos que simplemente queden uno junto a otro mediante
ese “y”, sino que el problema es la específica unidad y la diferencia entre ambos en esa su co-pertenencia.
(… ) La trascendencia no es solamente la posibilidad interna de la verdad ontológica e indirectamente
652
definición agustiniana del hombre como “ser capaz de Dios”. Ahora bien, deja sin
solución el problema derivado de las diferencias entre el ser y Dios, como ente supremo,
en el pensamiento heideggeriano y la distinta concepción de la trascendencia que
Heidegger sostiene frente al cristianismo.
El pensamiento existencialista también ha encontrado, por parte de algunos
estudiosos, un cierto paralelismo con la doctrina mística de Juan de la Cruz. Así ocurre
con Manuel Ballestero, quien en Juan de la Cruz: De la angustia al olvido (Ballestero,
1977), desarrolla a partir del análisis de la noche sanjuanista, desde diversos puntos de
vista. Ballestero estudia el sentido de las privaciones de las noches en la obra de San
Juan y señala, respecto del apetito, que lo que la noche suprime es el objeto del deseo,
no el deseo mismo (1977: 73). De este modo, el amor del místico ya ama antes de
conocer, porque el objeto de dicho amor “se moldea en el perfil de la búsqueda (… ) o
en la forma de una nostalgia que persiste tras el encuentro, que lo anima y lo desborda”
(1977: 80). Ballestero da así su versión del “conocimiento de amor” de los místicos,
solución del problema de la imposibilidad de amar lo que no sólo no se conoce sino que
es esencialmente incognoscible. La negación del mundo obedece, en el libro de
Ballestero, a la necesidad de romper el límite de lo criado, para acceder, en el espacio de
la interioridad, al absoluto (1977: 144). El absoluto ya interviene con anterioridad en
cuanto condición de la intuición del límite como tal. En este terreno, Ballestero analiza
la aniquilación de las potencias restantes. La memoria se vuelve sobre sí mismo en el
olvido, y aprehende su esencia (1977: 217); la voluntad se libera de los objetos y se
vuelve sobre su raíz (1977: 242). Ballestero pone el concepto neokantiano del símbolo,
a partir de lo captado como mito, al servicio de esta concepción existencial de la obra de
San Juan544.
En sentido similar, Rollán ha relacionado el concepto de angustia de
Kierkegaard con algunos aspectos del pensamiento de Juan de la Cruz (Rollán, 1991).
Rollán rechaza las explicaciones psicoanalíticas de la noche sanjuanista:
La Noche no es una experiencia de orden psicológico, por más que sea susceptible de
comparación y análisis bajo este ángulo. Equiparar la Noche con el “inconsciente” o querer
también, por tanto, de la óntica, sino precisamente la condición de posibilidad de ese “y también”, es
decir, de la conexión entre ambas” (Heidegger, 1999: 224).
544
Los símbolos “apuntan a una idea de modo tal que la actividad del juicio capta, en el elemento visible
o enunciado y según la forma, la idea a que lo intuido analógicamente se refiere, sin poder directamente
manifestarla o conformarla” (Ballestero, 1977: 61). Para una lectura del Cántico bajo estos parámetros,
véase Ballestero, 1995.
653
545
Cf. Sánchez de Murillo, 1990: 23.
546
supra. capítulo XVI.
654
místico (Dios). Sesé proyecta la relación “sujeto / objeto” sobre el fenómeno místico,
prescindiendo no sólo del hecho de que tal relación en los términos por él planteados es
más propia de la modernidad que de la época del carmelita, sino que la misma dinámica
de la experiencia mística impide la posibilidad de ser reducida a tal categoría. De este
modo, la naturaleza de “la noche pasiva” en la que Dios se porta hacia el espiritual y lo
mueve en el proceso místico escapa al horizonte determinado por la relación “sujeto /
objeto”547. Por otra parte, al prescindir de la tradición mística y de la vinculación de la
obra sanjuanista al Cantar de los cantares, conforme a dicha tradición, o incluso al
Cancionero castellano, ve en la salida de la amada y en el encuentro nocturno con el
Amado, un acto de trasgresión social (1995: 88 y 91), en vez de la alusión al epitalamio
escriturario o bien a un motivo frecuente en la poesía popular, presentes ambos en el
horizonte lector de sus destinatarios inmediatos. Esto no obstante, Sesé no mantiene una
lectura literal del texto, sino que, junto con esta interpretación literalista de La Noche,
aventura una lectura cerradamente alegórica de algunos pasajes del Cántico (1995: 86-
87).
Evangelista Vilanova (1995) distingue entre dos posibles lecturas de la obra
sanjuanista: la lectura sistemática, predominante en la crítica española, y la simbólica,
más abundante en la crítica francesa a partir de la influencia decisiva de Baruzi (p. 52).
Vilanova advierte del abuso de la lectura “simbólica” de San Juan y del contrasentido
derivado de
547
Ofilada lo explica del siguiente modo: “El hombre no es sólo sujeto cognoscente con Dios como
objeto cognoscitivo, sino que el hombre se hace objeto amoroso de Dios, que se deja conocer
trascendiendo toda ciencia y su objetivación” (Ofilada, 2001: 185).
655
L´unique change de scène. Ce n´est plus Dieu, mais l´autre et, dans une littérature
masculine, la femme. À la parole divine (qui avait aussi valeur et nature physiques) se substitue
le corps aimé (qui n´est moins spirituel et symbolique, dans la pratique érotique). Mais le corps
548
Vilanova comienza este artículo admitiendo la posibilidad de las lecturas neorrománticas y
psicologistas –entre otras opciones- de la obra de San Juan de la Cruz (1995: 46), sacando a la luz una de
las claves del punto de vista baruziano y, con ello, su –limitada- perspectiva crítica.
549
No obstante, Certeau enumera una serie de paralelismo entre ambos. Pese a este paralelismo, Certeau
concluye advirtiendo que no encuentra en la actualidad freudiana o lacaniana un cuerpo de conceptos
aptos para rendir cuentas de un “objeto” pasado. En consecuencia, Certeau admite que ambos pueden
captarse recíprocamente, pero sin olvidar las diferencias fundamentales (Certeau, 2002: 17-18).
550
Certeau critica los trabajos que contemplan el fenómeno místico desde un punto de vista ahistórico y
hace una exposición de las condiciones sociales y culturales de los místicos en el contexto de la Europa
de los siglos XVI y XVII (Certeau, 2002: 32-44).
551
Este proceso, con su proyección en la doctrina mística y en la exégesis alegórica de los textos bíblicos,
se ha estudiado en la primera parte de nuestro trabajo, supra. capítulo XX & 3.
656
adoré échappe autan le Dieu qui s´efface. Il hante l´écriture : elle chante la perte sans pouvoir
l´accepter ; en cela même, elle est érotique.
(Certeau, 2002: 13)
552
Certeau desarrolla ideas que ya estaban presentes en la defensa del discurso místico realizado por
Diego de Jesús en la edición de las Obras de San Juan de la Cruz de 1618. Diego de Jesús apuntaba que la
mística era una facultad o ciencia, y que, en consecuencia, debía tener sus nombres, términos y frases
particulares. Esta necesidad “científica” hace apropiada la inclusión de barbarismos, la impropiedad y el
uso “de un gran lujo de retórica”, especialmente el recurso al oxímoron, cuestión que será también
estudiada detenidamente por Certeau.
553
Para los elementos que concurren en la mística como ciencia y la separación de la Escolástica, cf.
Certeau, 2002: 145-148.
657
554
En el caso de la mística sanjuanista, la recuperación del neoplatonismo en el Renacimiento facilita, por
metonimia, la transposición al místico carmelita de algunos rasgos de época, alejados, sin embargo, de la
tradición en la que se inserta y del ámbito ideológico al que perteneció. Por otra parte, esta dimensión
esotérica del Renacimiento, edificada a partir de figuras como Marsilio Ficino, o, más tarde, Giordano
Bruno, debe ser reconsiderada. Así lo advierten Alcina y Rico, quienes, al abordar el panorama de los
estudios sobre la época, precisan lo siguiente: “[Cierta tendencia de los estudios renacentistas ha servido
para] primar algunos aspectos especialmente coloristas, pintorescos (neoplatonismo y filosofía oculta,
658
No podemos presumir que la matriz verbal sea la única donde concebir la articulación y
la conducta del intelecto. Hay modalidades de la realidad intelectual y sensual que no se
fundamentan en el lenguaje, sino en otras fuerzas comunicativas, como la imagen o la nota
musical. Y hay acciones del espíritu enraizadas en el silencio.
(Steiner, 1982: 34)
Por no poder ir más lejos, porque el habla nos defrauda tan maravillosamente,
experimentamos la certidumbre de un significado divino que nos supera y nos envuelve. Ese es
el reconocimiento de la derrota dichosa que se expresa en los poemas de San Juan de la Cruz y
en la tradición mística (… ). Donde cesa la palabra del poeta comienza una gran luz.
(Steiner, 1982: 67)
magia y cábala, ciudad ideal y utopía, misterios órficos y teología poética… ), que han inducido a no
pocos lectores mal preparados a imaginar una suerte de “Renacimiento fantástico” (Alcina y Rico, 1991:
6).
555
En su tipología de la mística, Martín Velasco distingue entre la mística profana, que puede estar
referida a la experiencia estética, la meditación filosófica, la contemplación de la naturaleza o las
relaciones personales, y la mística religiosa, entre cuyas posibilidades se desarrolla la mística cristiana
(Martín Velasco, 1994: 24).
556
Algo más matizada es la consideración de la creación poética sanjuanista en Gramáticas de la
creación (Steiner, 2001: 245).
659
It spills over into words which cannot explain or comunicate the experience but only
represent something of what has been felt there, secretly and obscurely. His poetry is therefore
an overflow of this; of an experience itself paradoxical and also the begetter of paradox.
(Thompson, 1988, 474)
Por tanto, lo que realmente importa en la poesía (… ) es el vigor de esta energía desatada
para liberarse de la referencia impuesta, prestada, gastada. Es el esfuerzo por traspasar lo
indecible (… ). Más allá de los imperativos necesarios de lo prosaico, vía las gradaciones de
intensidad de la trasgresión, se encuentra el reino de lo absoluto. (… ) En un gran poema lírico
hay una amorosa hostilidad hacia el lenguaje. Más exactamente, el poeta busca traspasar las
fronteras de su lenguaje (de todo lenguaje) para ser, de hecho, “el primero que haya irrumpido
jamás en este mar de silencio”.
(Steiner, 2001: 194-195)
En el ámbito de la crítica hispana, acaso sean Octavio Paz y José Ángel Valente
los que de forma más rigurosa han desarrollado esta asimilación de la poesía mística a la
concepción mística moderna de la poesía. Aunque el poeta mexicano señala una serie de
diferencias entre poesía y mística, éstas no hacen sino delimitar el terreno común en el
557
Recuérdese cómo la mística trinitaria de Ruysbroeck había concebido un Dios dinámico en cuyo
interior, cuando el místico accede al silencio del Padre es movido hacia el Verbo del Hijo.
660
que ambas se ubican: “En tanto que el poeta tiende a la palabra, el místico tiende al
silencio. La mística es inmersión en lo absoluto; la poesía es una expresión de lo
absoluto o de la desgarrada tentativa de llegar a él” (Paz, 1971: 99). La cita se aproxima
en su terminología los pasajes de Steiner anteriormente comentados: el absoluto, el
silencio, como origen y fin común a la mística y a la poesía. Las diferencias aludidas
desaparecen en cuanto la experiencia se convierte en expresión. En consecuencia, hablar
de poesía mística resultaría redundante por cuanto toda poesía, así considerada, es
mística.
Valente parte de los presupuestos neokantianos del conocimiento simbólico y,
más remotamente, de la dimensión estética del conocimiento de Baumgarten558, para
realizar una severa crítica de los estudios de Dámaso Alonso y Jorge Guillén. Valente
acusa a Alonso no de “rendirse al misterio”, sino de separar lo que a su juicio es
inseparable: la poesía de la experiencia mística; la poesía de los comentarios; las fuentes
literarias de las doctrinales; de proponer, en suma, una lectura dualista; una crítica que
se extiende también a Guillén (Valente, 1995: 19-20).
Valente, quizá confundiendo eros y ágape -o refundiéndolos de modo
vagamente platónico, pero, desde luego, al margen de las consideraciones de la mística
cristiana medieval al respecto-, apunta hacia un fondo de lo sacro al que pertenece lo
religioso y lo erótico. De este modo, pasa de la tradición cristiana, a la que pertenecen la
mística sanjuanista y el lenguaje alegórico o simbólico que utiliza en su obra, a una vaga
esfera de lo sagrado de la que derivan el sentimiento religioso, en general, y la pulsión
erótica (Valente, 1991: 50). Esto “sagrado” se erige en lo indecible, y así Valente afirma
que la experiencia mística se aloja en el lenguaje forzándolo a decir lo indecible en
cuanto tal (1991: 86). Frente a esto, nos parecen pertinentes las palabras de Armando
Pego, cuando afirma: “En cualquier caso, la inefabilidad de la experiencia mística no se
debe tanto a las carencias del lenguaje cuanto a la dificultad de producir tal experiencia
trascendente mediante las palabras” (Pego Puigbó, 2004: 162). A nuestro juicio, en la
doctrina mística de San Juan de la Cruz, el poder de producir esta experiencia mediante
las palabras sólo corresponde a Dios, quien lo ejerce a través de “las palabras
sustanciales” (Subida, II, 31)559.
558
Véase Tesis V.
559
La posibilidad de “decir lo indecible”, de forma que la expresión de la experiencia mística pudiera
reproducir dicha experiencia, alejaría al místico del ámbito cristiano en su sentido más amplio, y lo
acercaría a los mecanismos de la teúrgia del neoplatonismo pagano. En el punto siguiente nos
661
detendremos en las consideraciones de Ruffinato sobre la inefabilidad, desde el punto de vista literario
(Ruffinato, 1979).
560
Superado el modelo epistemológico neokantiano, la idea de experiencia artística ha sido también
reconsiderada, desde distintos ámbitos, en términos más ordinarios, lejos de este carácter místico aquí
señalado. Así, Dewey, afirmando la naturaleza experiencial del arte, propone, frente a la espiritualización
del arte, el descubrimiento de la senda por la cual las obras artísticas idealizan cualidades o aspectos de la
vida común (Dewey, 1949: 12).
561
El artículo de Roger Duvivier “Noche oscura del alma”, incluido en el volumen dedicado al
Renacimiento de la colección Historia y crítica de la Literatura Española, responde en la práctica
totalidad de su desarrollo a los argumentos y conclusiones de Baruzi: “La Noche oscura traslada la
experiencia mística a un movimiento que es la fuente y el regulador de las imágenes. La experiencia y el
símbolo confluyen en lo que llamaremos, a falta de mejor expresión, el espacio interior” (Duvivier, 1980:
530).
662
562
En el capítulo siguiente analizaremos los presupuestos y los márgenes de actuación del literalismo con
relación a la poesía, y a la obra global, de San Juan de la Cruz. En todo caso, hemos de adelantar que no
cabe confundir “literalismo” con “inmanentismo”. La lectura literalista supera los límites de la estilísitica
en su sentido más estricto, al considerar las circunstancias históricas, ideológicas, de género, etc., que dan
lugar al texto (véase, en este sentido, las observaciones de Domingo Ynduráin en el estudio preliminar a
su edición de la Poesía de San Juan de la Cruz, Juan de la Cruz, 1995: 30).
563
“La causa de este hecho, tan desconcertante, a primera vista, se debe a que el hombre, en situación de
espontaneidad, “tiende a la simbolización”, pues tiende a vivir, no desde la razón, sino desde las
emociones, y, por lo tanto, también desde las emociones simbólicas” (Bousoño, 1979: 68).
564
Cf. Mancho, 1982: 125.
565
Véase también Mancho, 1991.
663
hacer una lectura integradora de todos los elementos y, en primer lugar, de los
elementos cifrados de los poemas (… ). Los vocablos que san Juan una en el Cántico, la Noche
oscura o la Llama no son términos neutros sino términos marcados: por su propia tradición
literaria, pero sobre todo por el uso concreto que de ellos hace san Juan, desgajándolos de ese
contexto y aplicándolos a una función simbólica.
(García de la Concha, 2004: 245)
García de la Concha se sitúa, como lector, en una perspectiva que respeta los
cauces de elaboración de la obra sanjuanista, en consideración a sus destinatarios
inmediatos, frente a la postura de los críticos literalistas que, como se verá más abajo,
adoptan, más o menos matizadamente, la perspectiva de un lector actual, atento
566
Sobre esta cuestión, véase el estudio léxico de la Llama de García Palacios (1991).
567
Cf. Mancho, 1982: 157.
664
568
La comprensión de la alegoría como mecanismo que opera en el interior del entramado simbólico
posibilita una lectura de los poemas que sin renunciar a la personificación, y alejándose de la tendencia
solipsista de otras interpretaciones del símbolo, incide en su dimensión más universal. Así, García de la
Concha identifica la amada, no con el alma, sino, en una perspectiva cristiana ajena al neoplatonismo, con
la naturaleza humana en su integridad, comprendiendo todos los elementos de la Creación; el encuentro
665
psicologista poco apegadas a los versos del poeta carmelita, y, por otra, de la lectura
inmanente estilística que entiende el texto como límite impermeable en el que encerrar
la exégesis. En este sentido resulta interesante constatar cómo García de la Concha, aún
admitiendo los parámetros simbólicos de Baruzi (2004: 248), se separa de Morel y de
otros estudiosos del simbolismo sanjuanista, al afirmar que lo propio del carmelita no es
el mito sino el logos. Y así, acierta al decir que precisamente por creer que lo suyo es el
mito, abundan tantas lecturas alegorizantes del Cántico y la Noche, en clave erótica
profana” (2004: 264).
Contra el análisis de García de la Concha se podría argumentar que una lectura
erótica de estos poemas es, en puridad, literalista, porque afirmar el sentido erótico de la
Noche y, parcialmente, el del Cántico, no parece sino admitir una lectura literal de los
poemas. Sin embargo, a nuestro juicio, lo que García de la Concha hace en este punto es
aplicar hasta sus últimas consecuencias el concepto retórico de alegoría, que es el
mismo manejado por todos los detractores de la figura. En efecto, la alegoría como
metáfora continuada, o como cadena de metáforas traducibles plano a plano, ubicada,
sin otra posibilidad conforme a esta naturaleza, en el espacio del ornatum, es la figura
que corresponde a la construcción de estos poemas si, suprimiendo toda dimensión
mística, se contemplan como narraciones eróticas manieristas, sobrecargadas de
imágenes delirantes y centrífugas. En el capítulo siguiente, al estudiar detenidamente los
problemas de la lectura literalista y sus posibles ámbitos de comprensión de los textos,
analizaremos esta cuestión que aquí tan sólo apuntamos. En cualquier caso, nos parece
rigurosamente coherente calificar una lectura erótica profana de estos poemas como
alegórica, en el sentido apuntado por García de la Concha, aun cuando, a simple vista,
pueda parecer contradictorio.
Por el contrario, cuando el crítico señala que la teología mística en su versión
filológica es el espacio del símbolo (2004: 280), está apelando, de una parte, a una
tradición de escritura religiosa en la que confluye la exploración del no ser de Dios del
pseudo-Dionisio569 con la necesidad -también presente en el Areopagita, pero
de los esposos es consumado en Cristo, conforme al cristocentrismo propio de la mística medieval desde
el franciscanismo; la madre de la estrofa 28 alude a Eva, etc (2004: 244).
569
En nuestra opinión, tal como se expuso en el capítulo XI de la primera parte, esta corriente apofática se
encuentra, más que en Platón, en la lectura neoplatónica de sus diálogos. La experiencia mística contada
por San Juan –en palabras de García de la Concha- “como un retorno del alma y de todas las cosas de la
creación hacia Dios mismo; y, al mismo tiempo, una penetración del alma deificada por parte de la
Trinidad” (2004: 244) recuerda en su idea de retorno a Dios, por una parte, y por la referencia a la
Creación por otra, a la cristianización dionisiana del pensamiento de Proclo, quien, a diferencia de
Plotino, no manifestaba un rechazo tan extremo por el mundo material.
666
570
Para otra lectura del símbolo sanjuanista que combina el análisis lingüístico con la dimensión
trascendente, véase Alvar, 1993.
667
Ahora bien, esta alusión al símbolo se ve matizada por una concepción retórica
de la “estética sanjuanista” (Cuevas, 1992 y 1993: 18), esto es, por el abandono de
hecho de la consideración ahistórica del símbolo. Cuevas desarrolla la idea de que la
obra de San Juan puede encuadrarse en el seno de una retórica de los sentimientos que
acerca su poesía a los parámetros de la oratoria religiosa. De este modo, San Juan no
pretende formular conceptos cuyo alcance no puede precisar, sino compartir las
emociones y sentimientos experimentados (1993: 23)572. En este sentido, Cuevas afirma
571
Cuevas distingue, acaso apelando a las ideas de Baruzi sobre el Cántico, que para San Juan, una cosa
es el verso lírico de simple emoción mística y otra el poema que ha de servir de base a una explicación
doctrinal (Cuevas, 1987: 32-33).
572
En su artículo sobre los aspectos retóricos de la poesía de San Juan (Cuevas, 1992), el crítico hace un
breve pero riguroso repaso de las figuras retóricas de los poemas sanjuanistas, y defiende la idea de que
estos poemas se insertan en la dinámica de una retórica afectiva que busca ante todo con-mover a sus
destinatarios hacia la vida mística. En este sentido, el despliegue de una retórica de los afectos puebla los
poemas de figuras de índole variada, entre las que destaca la sermocinatio, a través de la que se articula el
esquema dialogado del Cántico y mediante la cual se personifican diversos estados de ánimo (1992: 37-
38). Ahora bien, hemos de recordar que este mecanismo de dramatización está en el origen de la alegoría
desde el punto de vista retórico (supra. capítulo IX). En este artículo, alegoría y símbolo aparecen juntos,
sin más especificaciones, en varias ocasiones (1992: 37, 39). La construcción retórica de la prosa de la
668
que “el Cántico nace con intención de conmover a los lectores partiendo de una
intuición arrebatada –“inteligencia de amor”- (Cuevas, 1991: 471).
El camino abierto de este modo por Cuevas tiene un valor indudable al alejar la
inefabilidad de la experiencia de los presupuestos constructivos de la poesía sanjuanista
al tiempo que se separa de las líneas de consideración del símbolo como mecanismo de
conocimiento no conceptual y vuelve a la retórica para explicar la naturaleza de los
poemas sanjuanistas. Esto no debe entenderse en detrimento de la irrenunciable
dimensión trascendente de la poesía mística (1993: 28). Pero, a nuestro juicio, la
aceptación de la retórica como instrumento de alusión a la trascendencia incognoscible,
frente a la naturaleza intuitiva y voluntariamente antirretórica del símbolo baruziano,
reconduce, en la práctica, esta discusión sobre los poemas sanjuanistas hacia el terreno
de alegoría573.
Dentro del ámbito de las lecturas literalistas, los estudios de Domingo Ynduráin
tienen una especial importancia por el rigor de sus planteamientos, la solidez de su
argumentación y el amplio campo que éstos abren a nuevas vías de investigación.
Ynduráin comienza restringiendo el concepto de lo inefable respecto de los poemas
sanjuanistas y separándolo de lo inefable teológico574. De este modo, advierte que la
incomprensión racional de los poemas no implica su naturaleza mística (Juan de la
Cruz, 1995: 25).
Una vez establecida esta premisa, Ynduráin aborda una empresa de difícil
ejecución: abordar el análisis de los poemas sin apriorismos aunque atento a las
circunstancias históricas e ideológicas que concurren en la elaboración de los textos
(1995: 30)575. En el capítulo siguiente discutiremos la posibilidad o imposibilidad de
esta tarea y su alcance. En todo caso, Ynduráin concluye, partiendo de las tesis de la
estética de la recepción, que el sentido espiritual del Cántico depende del lector (Juan de
la Cruz, 1995: 31), si bien, subraya el indudable sentido religioso que los poemas tienen
para el autor y sus coetáneos (Juan de la Cruz, 2002: IX)576. Hay en esta conclusión una
Llama, y, parcialmente, la Subida, también han sido objeto de su atención crítica (Cuevas, 1991a: 23-25 y
1990: 93-109).
573
Cuevas apunta incluso la posibilidad de que en San Juan pueda existir la idea de figura en el sentido
que Auerbach da al término (Cuevas, 1993: 27), es decir en el sentido alegórico cristiano, tal como se ha
estudiado en la primera parte de este trabajo.
574
Incluso el alcance y la naturaleza de la experiencia mística no deben afectar al valor literario de los
poemas. Son realidades distintas: “los resultados obtenidos no dependen de la verdad o falsedad de los
contenidos iniciales” (Juan de la Cruz, 2002: XI).
575
En igual sentido, Ynduráin, 1991a: 20 y Juan de la Cruz, 2002: XI.
576
Nieto, como seguidamente se verá, irá más allá de Ynduráin, al afirmar que el poema de La noche es
un poema de “amor humano”.
669
consideración del valor literario de los poemas que se formula como espacio abierto a
cualquier tipo de lectura y en el que es posible la concurrencia desde cualquier óptica
con la que pueda abordarse esta poesía:
San Juan tiene el sentido literario de elegir aquellos términos y planteamientos que
funcionan con independencia de la fuente concreta: son símbolos. Y como tales funcionan en la
cultura a la que su obra pertenece; se expanden en todas las direcciones, consuenan y provocan
resonancias armónicas en muchas tradiciones al mismo tiempo. Es esto lo que crea la riqueza
del Cántico.578
577
Juan de la Cruz, 1995: 32.
578
Juan de la Cruz, 1995: 90.
670
Lo chocante, lo paradójico de todo esto es el hecho de que, después de haber notado que
dicho poema no es una alegoría sino un símbolo, sin embargo este reconocimiento crítico-
hermenéutico no ha alterado absolutamente en nada la percepción y hermenéutica del poema.
¿Por qué todavía insiste Dámaso Alonso y todos los demás en tratarlo como una “alegoría”
cuando se reconoce que no lo es?
(Nieto, 1988: 49)
De acuerdo con Baruzi y seguido por otros críticos, Juan, en su poema de la Noche
oscura, creó un “símbolo” místico universal como genial resultado de su intuición poética. O
sea, Baruzi ve en la “noche poética” el símbolo universal del misticismo por excelencia. Por
consiguiente, Baruzi, aunque no cree que el poema de la Noche es una alegoría, sin embargo al
reconocer en la “noche poética una intuición simbólica de la mística universal” de hecho
transforma el poema en una alegoría al “trasladar” la “noche” como vivencia poética del plano
vital-experiencial y “obvio” al plano “simbólico-alegórico” de la mística.
579
Para esta crítica de la crítica, Nieto, 1988: 69 y ss.
580
En el capítulo siguiente estudiaremos detenidamente los argumentos de Nieto.
581
Años antes, Ruffinato había realizado la misma crítica a Baruzi a propósito de la Llama: “Sostener –
como sostiene Baruzi- que “la Llama, en sa signification essentielle, concerne l´exercice et, mieux encore,
l´acte de l´état théophatique”, equivale a ofrecer una clave de lectura del texto análoga a la ofrecida por el
autor en el Tratado, y sintéticamente, ya en el mismo título de la composición poética” (Ruffinato, 1979:
16).
671
En realidad, Nieto no hace sino llevar a sus últimas consecuencias las tesis de
Baruzi, respecto de la vinculación del símbolo con la experiencia. Nieto abunda en el
psicologismo presente en el autor francés y lo conduce a un punto extremo, de intenso
sentir neorromántico, que contagia incluso su discurso crítico582: “El genio poético no es
artificial, sino expresivo de vivencias experienciales en la vida misma o en la forma de
ensueño o pensamiento, pero con las raíces hundidas en la vida misma como
experiencia y creación de expresión poética” (1988: 48). En este sentido, la alegoría
“sacrifica la vida vivida como vivencia primaria poética a la capacidad de traslación de
conceptos de un plano “aparente” o literal a un plano más “profundo” o alegórico”
(1988: 48).
La visión negativa de la alegoría, repite en el trabajo de Nieto los argumentos
vistos en autores anteriores:
582
Véase, por ejemplo, Nieto, 1988: 76.
672
dimensión simbólica de los poemas, se está refiriendo no sólo a las posibilidades del
símbolo como medio de conocimiento intuitivo de las estéticas modernas, sino también
a las soluciones que la alegoría como método exegético había ido proponiendo a los
problemas de la interpretación escrituraria, incluida la consideración y el alcance de la
inefabilidad.
583
Cf. Vilnet, 1949; Pelletier, 1989: 376; Matter, 1990: 178 y ss; Contreras Molina, 1993; O´Reilly,
1995; Thompson, 1991: 10-11 y 2002: 153 y ss.
584
Cf. Orcibal, 1987; Sánchis Alventosa, 1946; Blumrich, 1990; Martín, 1988 y 1990.
585
Cf. Williams, 2002; Louth, 1981: 181 y ss; Disandro, 1993.
586
Cf. Pacho, 1995: 209; O´Reilly, 1995: 271-280; Thompson, 2002: 235.
674
confluyen. De este modo, “el mundo como símbolo es el fruto de la unión de lo visible
y lo invisible, de la esfera divina y de la esfera humana, de lo celeste y lo terrestre”
(1985, 14).
Martín Velasco afirma, con Cassirer, que el hombre vive en un universo
simbólico constituido por el lenguaje, la religión, el mito y el arte (Martín Velasco,
1988: 33). Para Martín Velasco, el proceso de simbolización corresponde a un
distanciamiento de la realidad material que transforma los objetos de las sensaciones en
realidades inteligibles (1988: 34).
Se trata, en ambos casos, de formulaciones estéticas en las que confluyen el
subjetivismo postcrítico y la teoría del conocimiento sensible como modo de
conocimiento ajeno al conocimiento conceptual. Pero debe notarse que mientras que
Guerra admite la dimensión teológica trascendente del símbolo, Martín Velasco se
mueve en el terreno de la revelación de la realidad, más allá del fenómeno.
La crítica sanjuanista desde el punto de vista teológico se despliega en la zona
delimitada entre ambos planteamientos: el concepto de símbolo del pseudo Dionisio y la
herencia de la exégesis alegórica patrística medieval, por una parte; y las modernas y
heterogéneas teorías del símbolo, por otra. Se advierte una tensión entre el esfuerzo por
rescatar la tradiciones alegórica y mística de la teología cristiana587, y la aceptación, en
mayor o menor medida, de las ideas estéticas, existenciales y psicoanalíticas respecto
del símbolo588.
El estudio de Federico Ruiz (Ruiz, 1985) sobre el símbolo de la noche, nos
parece de sumo interés por varios motivos. En primer lugar -y no es una cuestión
menor- por razones terminológicas. Federico Ruiz elude hablar de alegoría, incluso
cuando, como se verá seguidamente, acepta las explicaciones de los comentarios en
prosa, tradicionalmente consideradas alegóricas. En segundo lugar, porque su trabajo
resulta muy preciso al explicar la doble naturaleza del símbolo, por un lado vertida
hacia el misterio divino, y, por otra, como forma de la realidad, resonancia del
587
En algunos casos, como ocurre con Melquíades Andrés, el símbolo se desprovee de cualquier
dimensión psicológica o mística, para pasar a ser una “metáfora que expresa literariamente, de modo
sugerente, algún tema de especial relieve” (Andrés, 1994: 91). En contra, la opinión de Vilnet, que
advierte de las diferencias entre la metáfora literaria y el uso de la metáfora por parte de los místicos:
aunque ambas –dice- se fundan en la analogía, la segunda se refiere a las realidades espirituales (Vilnet,
1949: 165). En este caso, aunque Vilnet aunque orienta la cuestión desde el punto de vista teológico, no
recoge la semejanza desemejante de la teología negativa, piedra de toque del simbolismo dionisiano.
588
Véase, por ejemplo, Ofilada, 2002 o, dentro del psicoanálisis, Domínguez, 1999. Para un sentido
psicologista más general, en un intento de “actualizar” el pensamiento sanjuanista, Urbina, 1982.
675
589
La misma definición es repetida en Ruiz, 1986: 224. “El secreto de la fecundidad de sus símbolos
poéticos es que ha llegado, en la visión ontológica más honda del ser de las cosas, a descubrir las
misteriosas analogías que ligan los seres del universos material con los seres del universo espiritual. La
razón de todas estas analogías, sutilmente sentidas por el alma vibrante de santo, está en el centro del ser:
en Dios” (Ruiz, 1985: 92). Nótese cómo Ruiz dota a su noción de símbolo de una dimensión metafísica
irrenunciable al advertir que no sólo descubre las “correspondencias” entre los elementos del mundo
material, sino las de éstos con los del mundo espiritual. Además, sitúa a Dios como piedra angular de este
proceso. Como veremos en estas páginas, se trata más bien de una “resurrección” de la alegoría mística
(que incorpora en los términos vistos en Tesis III, la noción dionisiana de símbolo), más que de un
símbolo en el sentido moderno del término.
676
una parte, Ruiz llama la atención sobre el hecho incontestable de que Juan de la Cruz es
antes teólogo por formación que místico por la experiencia o poeta por la escritura
(1985: 99)590. De este hecho, cabe inferir que la formación teológica del carmelita opera
sobre la reconstrucción poética de su experiencia mística, de tal modo que no resulte
lícito sostener una rigurosa separación entre el momento de la poesía y el de la
formulación doctrinal 591. La explicación de los comentarios cobra, por tanto, un valor
más intenso al par que se estrecha su relación con los poemas.
Las observaciones realizadas por Ruiz sobre la naturaleza del símbolo
sanjuanista, la aceptación de las explicaciones de los comentarios, la consideración de la
formación teológica y su actuación sobre la elaboración poética escapan de la
concepción del símbolo defendida por Baruzi y la crítica literaria más extendida, y
abocan a la alegoría como expresión metafísica de lo inefable, más allá de la
consideración negativa de ésta como figura retórica conceptual de devaluada fuerza
estética.
En otras ocasiones, el enfoque teológico ha apelado a la fenomenología
husserliana para establecer una serie de contactos entre el pensador alemán y el místico
carmelita. A nuestro juicio, tales operaciones, pese a lo sugerente de sus planteamientos
y lo atractivo de algunos de sus resultados, se ubican siempre en una zona imprecisa, a
caballo entre dos mundos, determinados por la distancia abismal -en todos los sentidos-
que los separa. De este modo, el minucioso trabajo de Bernardo María de la Cruz parte
de la asunción, como un hecho, de que “la significación profunda de la “noche oscura”
sanjuanista se reduce: a la ruptura despiadada con un “yo” psicológico de formalidad
eidética naturalizante, y la revelación en la conciencia de la verdad de la cosa en sí
contenida en el “fenómeno” (De la Cruz, 1966: 63-64). Pero, para ello, el autor tiene
que aceptar también las severas restricciones impuestas a una aproximación basada en el
“método descriptivo” ante un diálogo determinado primariamente por la filosofía
husserliana, que acarrearía serios peligros como, por ejemplo, “la inevitable imposición
de categorías lógicas ajenas al genuino pensamiento del Santo” (1966: 64).
Colin P. Thompson, por su parte, ha relacionado la teoría del símbolo
sanjuanista con la mística apofática dionisiana (Thompson, 1993: 109). Pero también ha
mostrado la capacidad sintética -afirmativa y negativa- de la metáfora sanjunista. Así, el
590
Para la formación teológica de Juan de la Cruz, véase Crisógono de Jesús, 1964: 48-67.
591
Véase lo expuesto sobe el concepto de experiencia en la mística de San Bernardo, supra. capítulo XX
& 2.
677
El lenguaje metafórico sólo es posible porque en el universo que Dios ha creado cada
cosa se relaciona con otra mediante un nexo originario común, que es Dios mismo. La metáfora
es la expresión literaria de la naturaleza de la creación, ya que por ella una cosa puede
describirse en términos de otra porque ambas se originan en Dios. De ello se deduce que el
lenguaje metafórico participa en cierto sentido del lenguaje de la revelación.
(Thompson, 1993a: 83)
La cita es interesante porque muestra en fray Luis el peso de una tradición muy
elaborada y densa en matices, a veces contradictorios, que es asumida plenamente por la
literatura espiritual española del siglo XVI. De este modo, fray Luis explica la metáfora
en términos que casi recuerdan al leve panteísmo de Eckhart, situados en el marco de la
reflexión de la teología negativa; Sin embargo, este uso es justificado por su
participación en el lenguaje de la revelación, esto es, conforme a los parámetros
determinados para la alegoría desde los Padres alejandrinos592. Explicación y
justificación de la metáfora, desde discursos diferentes e incluso opuestos en su origen,
se complementan en las concepciones luisiana y sanjuanista.
En consecuencia, Thompson se ubica en el ámbito delimitado por la tradición
mística cristiana para, desde ésta, estudiar las variantes introducidas por los
planteamientos sanjuanistas. Por lo que a la formación de la simbología del carmelita se
refiere, Thompson insiste en su naturaleza sintética: “Las imágenes y símbolos que
utiliza, pues, no suelen tener una única fuente fácil de localizar, sino que están formados
de muchos elementos diversos de diversas fuentes con las que San Juan se ha
encontrado y que han comenzado ya a fundirse en su imaginación” (Thompson, 1985:
121). Al afrontar el debate más amplio entre el símbolo y la alegoría, Thompson,
reconociendo quizá que no existe una frontera precisa entre ambos conceptos, acepta la
consideración retórica de la alegoría, traducible plano a plano, frente a la vida propia del
símbolo con diversos significados y niveles de comprensión (Thompson, 1985: 136).
592
Thompson alude a la vía catafática al afirmar: “Metáforas, en otras palabras, es el libro de la creación
en forma lingüística” (op. cit., p. 83). Más adelante, en otro trabajo, Thompson abundará en estas ideas al
señalar cómo fray Luis elabora su teoría del nombre desde posiciones más realistas que nominalistas
considerando que cada palabra participa de la realidad espiritual que simboliza. El hombre, como
micrcosmos contine dentro de sí todas las cosas creadas gracias a los nombres que tienen (Thompson,
1996: 549, 551).
678
679
593
Véase Morón Arroyo, 1996: 308. Fray Luis -dice Ciriaco Morón- sólo acepta el sentido místico
cuando el Nuevo Testamento relaciona con Cristo un texto del Viejo, y esa relación no podría inferirse
del significado normal de las palabras relacionadas (op. cit., p. 312).
680
594
Para el origen y significación de estos conceptos, supra. capítulos XIV y XV. Orígenes ya advirtió de
las dificultades de deslindar ambos términos puesto que se sirven del mismo lenguaje. Sobre sus
diferencias en la Edad Media, supra. capítulo XX. Modernamente, algunos estudiosos como Nygren,
desde los presupuestos teológicos del luteranismo, han defendido la separación radical de ambos
conceptos y el rechazo del eros. Frente a éste, Roussselot, en el ámbito del catolicismo, particularmente
del pensamiento tomista, ha defendido la integración de ambos en el ideal cristiano (Rousselot, 2004: 17).
595
En este sentido, y respecto a la Noche, véase López-Baralt, 1998: 148. Sobre las posibilidades y
limitaciones de la interpretación sin apriorismos véase el capítulo XVI de nuestra primera parte.
681
Varias son las cuestiones que se presentan en este terreno. En primer lugar, la
observación de Ynduráin tal vez debiera plantearse, más ajustadamente, al revés, esto
es, preguntándose si el significado objetivo de los poemas obliga a aceptar el sentido
religioso. De esta cuestión se deriva otra que nos parece fundamental en el análisis de la
lectura literaria de los poemas propuesta por Ynduráin: la lectura objetiva resultante de
la aplicación a los poemas del concepto y métodos de la ciencia literaria. No se trata,
como advierte el crítico y como se estudió en el capitulo anterior, de hacer una lectura
inmanente del texto (Juan de la Cruz, 1995, 30), sino de realizar una comprensión
literaria de los poemas y de sus condicionantes históricos, ideológicos e, incluso
teológicos. Ahora bien, es necesario advertir que el resultado de las operaciones
exegéticas que tienen por objeto la puesta en práctica de los mecanismos que la
literatura como disciplina humanística dispone para el análisis de los textos, tiene que
ser forzosamente un resultado literario596. Pero la corrección de la aplicación de la
metodología, el rigor del crítico o el valor indiscutible de los resultados no arroja luz
sobre el sentido del texto –el poema- sino en cuanto texto literario. Por eso, no puede
decirse que la conclusión de esta lectura sea la afirmación del carácter literario de los
poemas y, en consecuencia, su legitimidad, porque se está proponiendo como
conclusión de la interpretación lo que en realidad es su condición metodológica de
posibilidad.
En segundo lugar, el mismo Ynduráin reconoce, en su estudio preliminar para la
edición de Elía y Mancho del Cántico espiritual y las poesías completas de San Juan de
la Cruz, que “es indudable que una lectura profana deja sin resolver el sentido de ciertos
versos o estrofas” (Juan de la Cruz, 2002: XII). La observación matiza, en nuestra
opinión, las ideas desarrolladas en el prólogo de su edición de la poesía sanjuanista
(Juan de la Cruz, 1995), por más que el crítico añada a continuación que tampoco es
posible realizar una lectura profana de las Sonatas de Valle-Inclán, porque resulta
indudable que la dimensión religiosa de los poemas de Juan de la Cruz es absolutamente
diferente al tratamiento de lo religioso en las obras de Valle. En consonancia con lo así
expuesto, Ynduráin también presenta ahora una valoración distinta de los comentarios
del místico: “De cualquier forma (… ), se hace inevitable desde nuestra perspectiva ver
lo que los comentarios enseñan sobre las poesías a las que se refieren, la imbricación y
la incidencia de ellos” (Juan de la Cruz, 2002: XV). Esto no obstante, Ynduráin sigue
596
Ynduráin advierte de la conveniencia de atender a la metodología filológica para evitar el solipsismo
(1991a: 20).
682
597
Para las diferencias entre la experiencia mística y la erótica, tal como la presenta a veces el
psicoanálisis, véase Bataille, 1988: 312 y ss, y Zolla, 2000: 24.
598
Sobre la procedencia bíblica de las imágenes de la Llama, véase Egan, 1991: 507-521.
683
599
Para Nieto esta confusión no es involuntaria. Así, cuando se pregunta por el motivo de la lectura
místico-alegórica del poema por parte de la crítica, afirma lo siguiente: “La respuesta tal vez sea que si no
se tratase como alegoría uno tendría que enfrentarse con una serie de problemas de otra índole que
conmoverían los cimientos tradicionales en que está fundada toda la hermenéutica juancruciana” (Nieto,
1988: 49).
684
600
Ciertamente podría objetarse a este argumento que el Cantar de los cantares es en efecto un poema de
“amor humano”. Pero debe tenerse en cuenta que Juan de la Cruz no lee el epitalamio de forma exenta,
sino en el contexto de una exégesis cristiana que lo interpreta alegóricamente desde los Padres de la
escuela de Alejandría, en una tradición que se prolonga durante toda la Edad Media y moderna (cf. supra.
capítulos XIV y XX de la primera parte). En esta cuestión nos detendremos en el capítulo siguiente.
601
Esta objeción es alegada por Carmen Bobes a la lectura literalista de Guillén y Aranguren (Bobes,
1986: 24).
602
Cf. supra. capítulo XVI..
603
En el capítulo IV, 4, del Itinerario de la mente a Dios, Buenaventura habla, en efecto, de una escala
ascendente para subir a Dios, pero también habla de la necesidad de penetrar en lo más profundo del
alma, y, además, de un descenso de la comunicación divina en la contemplación, a través de la escala.
604
Cf. Tercer Abecedario, 9, VII.
685
Y dice aquí el alma que descendían (las potencias corporales), y no dice que iban no
otro vocablo, para dar a entender que en esta comunicación de la parte sensitiva a la espiritual,
cuando se gusta la dicha bebida de las aguas espirituales, bajan de sus operaciones naturales,
cesando de ellas, al recogimiento espiritual.
(Cántico espiritual B, 40, 6)
605
Noche oscura, 2, 18, 2. La misma idea se expresa en [Tras de un amoroso lance]: “Cuanto más alto
llegaba / de este lance tan subido, / tanto más bajo y rendido / y abatido me hallaba” (Juan de la Cruz,
2002a: 98).
606
Supra. capítulo XX & 2.
686
607
La exégesis alegórica cristiana del Cantar de los cantares ha desarrollado una extensa interpretación
mística de este momento “horizontal” en el que la amada queda dormida en los brazos del Amado. Sobre
esta cuestión, véase Gregorio de Nisa, 1993: 167-168.
608
Véanse las explicaciones de Pacho, en Juan de la Cruz, 2000: 532.
687
609
Véase, por ejemplo, las coplas 65 y 74, incluidas en el Cancionero tradicional editado por José María
Alin (Alín, 1991: 114-115 y 119-120).
610
La descripción de dolor sirve a Nieto para señalar que en el poema, San Juan se refiere al “proceso
ascético de la vía negativa; del dolor y sufrimiento de la carne y del alma” (Nieto, 1992: 128).
611
Recordamos, no obstante, que el concepto de experiencia mística no ha sido constante a lo largo de su
historia. Para su evolución, nos remitimos al capítulo XX de nuestra primera parte. Para el pseudo
688
que lo externo de los signos carecía de valor en sí mismo; éstos –y en concreto el fuego
que, para Dionisio, es símbolo idóneo de Dios612- sólo debían atenderse en cuanto
expresión de lo inefable. Por eso, no nos parece aceptable la consideración de que la
fisicidad y la sensorialidad de las imágenes de la Llama sean una prueba de que ésta no
hace referencia a la unión mística, por cuanto, precisamente por su inefabilidad, se
entiende necesario el recurso a imágenes de este tipo para expresar lo que, en sí mismo,
resulta inexpresable, cuestión que nosotros hemos estudiado en nuestra primera parte
dentro de las coordenadas de la historia de la alegoría y su vinculación a la
metafísica613. Por otro lado, tanto el fuego como la descripción alegórica de la unión
mística en términos simultáneamente dolorosos y placenteros gozan de una consolidada
tradición –aludida en este capítulo, y estudiada en la primera parte de nuestro trabajo-
en la mística cristiana medieval. De este modo, creemos que el conocedor de esta
tradición podrá entender con nitidez la referencia del poema, en su conjunto, a la unión
mística a través de las imágenes utilizadas por San Juan de la Cruz614. Más abajo
estudiaremos detenidamente éstos y otros aspectos de la Llama.
Una cuestión distinta es la dificultad existente en la interpretación individual de
estas figuras, en la determinación de su procedencia, y en el análisis de la interrelación
de las imágenes entre sí en el poema. Del mismo modo, nos parece difícil asociar, como
hace Nieto, el sentimiento de placer y dolor de las imágenes de la Llama a la etapa de
las negaciones de la noche del místico, porque la descripción sanjuanista de la sequedad
espiritual y del vacío sensorial y afectivo realizados en la Subida y en el comentario de
La noche oscura615, no resulta conciliable con las imágenes y el tono amoroso de la
Llama, especialmente en su última estrofa. Antes, el verso “pues ya no eres esquiva”
Dionisio y su concepto de símbolo, supra. capítulo XV. Sobre el uso del oxímoron por los místicos, véase
Certeau, 2002: 198-200.
612
La representación alegórica de Dios mediante el fuego pertenece a una tradición más antigua en la que
confluyen las fuentes bíblicas y la literatura platónica (véase, por ejemplo, Numenio de Apamea, 1991:
142).
613
En este sentido, dice fray Luis de León: “Esta manera de hablar, Luliano, adonde con semejanzas y
figuras de cosas que conocemos y vemos y amamos, nos da Dios noticia de sus bienes (… ) es muy útil y
muy conveniente. Lo uno, porque todo nuestro conocimiento, assí como comienza de los sentidos, assí no
conoce bien lo espiritual si no es por semejanza de lo sensible que conoce primero. Lo otro, porque la
semejanza que ay de lo uno a lo otro, advertida y conocida, abiva el gusto de nuestro entendimiento
naturalmente, que es inclinado a cotejar unas cosas con otras (… ). Y lo tercero, porque de las cosas que
sentimos, sabemos por experiencia lo gustoso y lo agradable que tienen, mas de las cosas del cielo no
sabemos quál sea ni cuánto su sabor y dulzura” (Luis de León, 1997: 334).
614
Véase Morón Arroyo, 1991: 15.
615
Las diferencias entre el dolor de la Llama y el de la purgación del sentido y del espíritu de la Noche,
puede comprobarse, por ejemplo en el siguiente fragmente del comentario de La noche: “Padecen los
espirituales grandes penas, no tanto por las sequedades que padecen, como por el recelo que tienen de que
689
puede ser interpretado de este modo, como de hecho hace el propio autor en su
comentario616.
Frente a los partidarios de la lectura exenta y literalista de lo poemas, los
defensores de la lectura mística y global de la obra sanjuanista han presentado diversos
argumentos. De un modo taxativo, Morón Arroyo ha señalado, respecto del Cántico
espiritual:
Quien afirma que el poema de San Juan de la Cruz [Cántico espiritual] se puede leer en
un plano puramente erótico propone como lector ideal una persona carente de sensibilidad
religiosa, ignorante del contexto histórico, ante un poema sin título, anónimo y sin fecha. Ese
texto anónimo y sin título ya no sería el “Cántico espiritual de San Juan de la Cruz” y ese lector
no puede ser postulado como receptor del poema.
(Morón Arroyo, 1990: 11)
“El autor señala también el límite más allá del cual ninguna interpretación puede
avanzar. Donde la lectura del poeta se encuentra de algún modo con el lugar vacío de lo vivido,
debe detenerse. Porque tan ilegítimo como el intento de construir la personalidad del autor a
través de la obra es el de la voluntad de hacer de su gesto la cifra secreta de la lectura.”
(Agamben, 2005: 92)
van perdidos en el camino, pensando que se les ha acabado el bien espiritual y que los ha dejado Dios,
pues no hallan arrimo ni gusto en cosa buena” (Noche oscura, 1, 1, 10, 1).
616
Cf. Llama, 1, 4, 18.
690
Nieto se hizo eco del problema que suponía Juan de la Cruz, como sujeto
histórico, en el artículo significativamente titulado “El bifrontismo juancruciano”
(Nieto, 1991), en el que afirma lo siguiente:
Por otra parte, este fraile retrógrado en las formas ascéticas religiosas, nos sorprende
totalmente cuando nos acercamos a una porción de su obra poética. La sorpresa se nos hace más
intensa precisamente porque antes hemos explorado su otro aspecto más recesivo y retrógrado.
Es en su obra poética, y en este orden: la Noche oscura, el Cántico espiritual, y la Llama de
amor viva, que uno se da cuenta, si se acerca a ellas desembarazado de toda tradición
hermenéutica basada en sus propios comentarios teológicos y perpetuada por una crítica literaria
no lo suficientemente crítica en la mayoría de los casos, de una muy personal visión.
(Nieto, 1991: 6)
617
Cf. Agamben, 2005, 79.
691
de ruptura con el plano “humano” que sacan a flote la dimensión mística del poema
(Ruiz, 1985: 105). En tercer lugar, Ruiz distingue entre la posibilidad de una lectura
exenta, producto de “los conocimientos, ignorancias, sintonías, predisposiciones, del
lector” para lo que “basta que el `significante´ esté logrado y mantenga coherencia y
continuidad en su propio plano”, y, la posibilidad de hablar de poema exento de forma
objetiva, esto es, negando la significación religiosa y mística. En este caso, Ruiz señala
que los condicionamientos particulares del lector deben ceder ante la realidad histórica
de los poemas, atendiendo a la comprensión espontánea del ambiente en el que Juan de
la Cruz los canta y divulga: “El poema es una obra escrita en un lenguaje configurado
culturalmente en un ambiente religioso, en el que resultaba primario su significado
espiritual. Y en ese ambiente concreto se presenta y funciona como poema religioso
místico” (Ruiz, 1990: 32-33).
Por nuestra parte, consideramos que la lectura literalista de los poemas de Juan
de la Cruz, desarrollada exclusivamente en el ámbito de lo erótico, y que prescinde de la
referencia al ágape, como amor divino, resulta de una inversión de los mecanismos
alegóricos dispuestos por el autor en la construcción de los poemas. En consecuencia, la
lectura literalista deviene, paradójicamente, alegórica, por cuanto proyecta sobre los
versos una interpretación ajena a los horizontes de creación del poeta y de expectativas
de los destinatarios inmediatos de estas composiciones. De este modo, la interpretación
literalista busca en el significado de la letra un sentido distinto, pretendidamente neutro
que, sin embargo, no es el original, sino el recreado, siglos después, desde una ideología
completamente distinta618.
Ahora bien, el reconocimiento del sentido espiritual de los poemas en sí mismos,
nos lleva a cuestionar el papel de los comentarios en prosa realizados por el propio
autor. ¿Deben admitirse sus explicaciones o, por el contrario, deben considerarse una
reelaboración doctrinal posterior carente del impulso místico –en cuanto libre y
heterodoxo- de los poemas? ¿Son poemas y comentarios textos que puedan armonizarse
dentro de una estructura de sentido mayor, o son piezas divergentes cuya yuxtaposición
618
Vilnet ha apuntado agudamente que el sentido espiritual de Juan de la Cruz no se opone al sentido
literal sino al sentido físico, a tenor de lo recogido en Subida III, 3, y Noche, II, 6 (Vilnet, 1949: 86). Esta
oposición no debe entenderse, en ningún caso como exclusión. Como se ha visto en la primera parte de
este trabajo, la exégesis alegórica cristiana, desde sus primeros tiempos, ha entendido que el sentido
espiritual no puede construirse sino a partir de una cuidadosa comprensión del sentido literal.
Contemporáneo de Juan de la Cruz, Luis de León, en su traducción literal del Cantar de los cantares,
equivocadamente considerada, en su momento, como literalista, afirma: “Sin entender primero aquella
corteza no se estima bien el sentido que allí pretende el Espíritu Santo (… ) Hay que decir y declarar ansí
carnalmente para entender los que se han de aplicar espiritualmente” (cf. Contreras Molina, 1993: 31).
692
619
Sobre el carácter de los comentarios y sus diferencias, véase Pacho, 1991.
620
El trabajo de Armando Pego es revelador de los titubeos, casi de las contradicciones, de la crítica
frente a los comentarios: si, poesía y prosa se diferencian en sus recursos expresivos y constructivos,
moviéndose en distintos universos culturales (la tradición poética italianizante y el modelo de
pensamiento escolástico), de tal manera que no puede verse en ellos el intento de trasladar un mismo
contenido intelectual, “aún así la relación dialéctica entablada entre los poemas y la prosa resulta
fundamental para comprender el proceso de escritura sanjuanista. La prosa no se limita a intentar traducir
en categorías especulativas la experiencia mística descrita en los poemas. Estas categorías operan como el
693
marco conceptual desde el que es posible dar el salto a un discurso poético lleno de valencias
siginificativas y, sin embargo, coherentemente organizadas (Pego Puigbó, 2004: 147).
621
Mialdea, por ejemplo, afirma que los poemas son inefables y que, en consecuencia, los comentarios
son sólo una exégesis aproximada (Mialdea, 2004: 47).
622
Seguimos a Farrés Buisán, 1990: 143-154.
694
tan extraordinario, sino que, como se verá en este mismo capítulo, se halla vinculado a
determinadas prácticas de oración y meditación observadas generalmente aunque,
obviamente, de muy diversas maneras, y con distintos niveles de profundidad. En todo
caso, existe un lenguaje codificado que articula la expresión de esta experiencia de un
modo alegórico a partir, sobre todo, de la lectura e interpretación del Cantar de los
cantares. En la exposición de la relación entre la inefabilidad emocional y el uso
particular y radicalmente complejo que San Juan hace de los códigos de expresión de la
experiencia mística es, seguramente, donde la crítica encuentra más obstáculos para
admitir las explicaciones de los comentarios.
La inefabilidad causal se refiere a la imposibilidad de explicar la razón de ser, el
origen, la aparición y la forma de desarrollarse de la experiencia que describe. Existen,
ciertamente, en los comentarios sanjuanistas, y en la tradición anterior, toda una serie de
escalas, grados y fórmulas de ascensión hacia la contemplación mística que parecen
invadir el terreno de esta inefabilidad. Pero debe tenerse en cuenta que toda esta
sistematización doctrinal descriptiva no deja de comprender la contemplación como una
gracia divina, de todo punto inexplicable. De esta manera, las clasificaciones de los
comentarios no rompen con la gratuidad esencial de la experiencia mística, ni
pretenden, en consecuencia, invadir el terreno de lo inefable de la poesía sanjuanista.
La inefabilidad descriptiva afecta a la imposibilidad de describir lo vivido. Esta
dimensión de la inefabilidad mística es la que algunos hayan considerado la experiencia
mística como algo irracional, no susceptible de análisis ni de interpretación. Sin
embargo -dice Martín Velasco- los místicos han desarrollado una mística especulativa
en la que reflexionan sobre su experiencia y establecen los grados y escalas antes
referidos. Los comentarios sanjuanistas se despliegan en el horizonte de la mística
especulativa y, con ello, abundan en el espacio determinado en los poemas y, a su vez,
habilitan el sentido en el que éstos se ubican.
Por lo tanto, pensamos que, cuando se plantea la cuestión de los comentarios,
debe tenerse en cuenta que se trata de un problema distinto que apela a la necesidad de
valorar el ámbito en el que los comentarios se acercan a los poemas; un espacio
delimitado por una perspectiva que no pretende ser de totalidad, sino que se sirve de una
metodología codificada, apoyada en el conocimiento por parte de los destinatarios del
sentido de las imágenes de los poemas, y de la tradición exegética edificada en torno a
ellas, y que, en consecuencia, no pretende abarcar esta totalidad, sino, sobre ese fondo
623
Seguimos en esta exposición a Martín Velasco, 1994: 75 y ss.
695
624
El sentido etimológico de “método” como camino o itinerario, tiene aquí un sentido contrario al que
tendrá unos años después en el sistema cartesiano. Para Descartes el método es un modo de aprehensión
de la realidad, de conocer. Para el místico es un modo de vida en el que el conocimiento no se
fundamenta en el procedimiento calculador de la matemática ni en la separación “sujeto / objeto” que el
cartesianismo propone.
625
Sobre esta cuestión véase además García de la Concha, 2004: 314 y ss.
626
Suscribimos la opinión de Molho respecto de la relación entre poema y declaración, en el Cántico
espiritual. Esto no obstante, Molho expresa en su trabajo una serie de reticencias con relación a la autoría
y valor de CB, su declaración y su autoría (Molho, 1992: 9-10) que no compartimos. Preferimos pensar,
como hace un buen sector de la crítica, que CB es fruto, junto con la Llama, de la evolución intelectual de
Juan de la Cruz y de su reflexión sobre la naturaleza de la experiencia mística.
696
627
Nos referimos obviamente al concepto de símbolo impuesto por el pensamiento moderno, no al
término y a la amplia gama de realidades a las que éste ha apelado desde la Antigüedad (cf. supra.
capítulo XXI).
628
Dice Lledó a este respecto que “interpretar es clarificar, convertir la palabra aislada en el puro aire del
“fervor de amor” que mora y gime en sí mismo, en un término que engarce con la tradición, con el
espacio cultural desde el que esa palabra singular recoge ya otra voz que la de su limitada expresión y
pueda dialogar con ella” (1995: 116-117).
697
Es paradójico el hecho de que San Juan de la Cruz haya escrito un espléndido poema de
amor titulado Noche oscura (… ) y que luego, al comentarlo por dos veces (… ), lo convierta y lo
transforme en prosa teológica. Es evidente que al autor le importa sobre todo el gozo de la unión
definitiva, allí donde se abrazan “amado con amada, / amada en el amado transformada”. Pero
al llegar al comentario, renuncia a presentar el gozo y, sobrevolando el poema, se limita a
exponer de una manera teórica la urgencia de las negaciones.
(Pikaza, 1992: 98)
En efecto, la brecha que se abre entre el poema Noche oscura y sus comentarios
no puede ser más amplia, por cuanto ya no se trata de contraponer una lectura literalista
a otra alegórico-mística, sino que es preciso reconocer que poema y comentarios
arrojan, al menos en apariencia, lecturas espirituales contradictorias.
Por lo que al Cántico se refiere, la interacción entre poema y comentario ha sido
estudiada por C. P. Thompson, quien pone de relieve que en el Cántico B existe un
modelo en tres distancias, a modo de grados, respecto a los versos comentados (Lara
Garrido, 1995: 146). Los comentarios a la Noche y a la Llama también oscilan entre
estos supuestos:
1. Un grado de impulso lírico en el que poema y comentario se hallan muy
próximos. Así lo pone de relieve Nadine Ly al decir que la contaminación de la emoción
del poema a la prosa se manifiesta en el uso de la exclamación, la repetición de
palabras, y la modificación de la morfología de los adverbios. A veces las metáforas se
explican por medio de metáforas, abandonándose la evocación del elemento comparado.
Para Nadine Ly los fragmentos de más intensa emoción son, sin embargo, aquéllos en
los que se invoca la propia letra del poema, hasta convertirse en motivo de éxtasis
verbal (Ly, 1995: 226-227)629. El texto se objetiva, se convierte en algo ajeno y, en
cierto modo, extraño al mismo autor, que no duda en asombrarse, emocionarse o dudar
ante su propia obra, ante unos problemas textuales que no acierta, con frecuencia, a
explicar.
2. Un grado de función interpretativa que en ocasiones explica las imágenes
y a veces las interpreta como parte de la vida espiritual. Dice Ly que la configuración de
699
las declaraciones si bien no “explica” stricto sensu las estructuras del discurso poético,
al menos las “imita” en su hacer, comentándolas activa y literalmente al manifestar por
ejemplo el trabajo etimológico o analógico (1995: 230). A veces, observa Ly, se
introducen reflexiones metapoéticas de forma implícita. Así ocurre con el tratado
referido a la Llama de amor viva en el que se encuentran comentarios sobre la métrica
del poema630.
3. Un enfoque sistemático en el que el comentario va más allá del poema
mostrando una independencia tal que podría haberse escrito al margen del mismo,
ejemplo de lo cual es, como ya dijimos, el comentario a la Noche Oscura. La Subida es
más un tratado de teología mística que un comentario al poema631.
Pero, además, es importante recordar, como ya se ha advertido, que estos textos
en prosa son susceptibles de ser objeto de interés literario por sí mismos. De este modo,
Cristóbal Cuevas (Cuevas, 1991: 23-25) ha puesto de relieve el alto contenido retórico
de los comentarios a La Llama, señalando el cuidado rítmico de esta prosa, su tono
emotivo, ya comentado, su “consciente geometría verbal”, el clima de intensa emoción
que transmite a través de sus aliteraciones, paranomasias, oxímoros, prosopopeyas y
paradojas que la acercan de modo inevitable al cálido paroxismo de los versos a los que
intenta glosar. En sentido contrario, Aurora Egido ha señalado: “La contradicción [del
poema] con los comentarios es evidente, porque quien predica no operar con la
imaginativa, opera; y quien dice no servirse de la memoria, recuerda” (Egido, 1995:
189). Sobre esta cuestión volveremos cuando nos detengamos en el análisis de la Llama
de amor viva.
La conclusión que extraemos del análisis de la relación entre los comentarios y
los poemas sanjuanistas, junto con el de las ideas aportadas por la investigación crítica
anteriormente examinada, se despliega en un doble ámbito. Creemos, por una parte, que
los comentarios tienen un valor secundario para el lector actual, incluso el lector
cualificado, que lee los poemas como obras literarias en el sentido moderno de la
629
Véanse, en este sentido, las observaciones de Hatzfeld sobre el comentario de la Llama (Hatzfeld,
1968: 301, 302).
630
“La compostura de estas liras son como aquéllas que en Boscán están vueltas a lo divino, que dice: La
soledad siguiendo, / llorando mi fortuna, / me voy por los caminos que se ofrecen, etc., en las cuales hay
seis pies, el cuarto suena con el primero, y el quinto con el segundo, y el sexto con el tercero.” (Ly, 1995:
233).
631
En El poeta y el místico, Thompson clasifica las variantes exegéticas de los comentarios en tres
grupos: la simple expansión del poema, en la que San Juan explica su contenido sin introducir nuevos
elementos; la interpretación alegórica que expresa el significado oculto de los versos; y la exégesis
escrituraria, en la que el interés exegético se desplaza desde los poemas a la Escritura (Thompson, 1985:
170-171).
700
expresión, aun cuando no desconozca e incluso admita el sentido místico de los mismos.
El valor estético de los poemas, su denso aparato retórico, su conexión con las pautas
poéticas de la época632 y la fuerza expresiva de sus versos garantizan el éxito de la
“lectura literaria”.
Ahora bien, por otra parte consideramos que la comprensión de los poemas
como labor hermenéutica que busca el diálogo con la obra requiere, para que éste pueda
desarrollarse, de la determinación de un espacio común; este terreno exige, de modo
irrenunciable, la atención a los comentarios. Éstos, como se ha dicho más arriba, poco
añaden al placer estético de los poemas, incluso probablemente supongan una coacción
a la imaginación del lector, pero son imprescindibles en la actuación hermenéutica así
apuntada.
Estas reflexiones sobre el valor de los comentarios nos devuelven a una cuestión
que ya ha sido enunciada con anterioridad: la relación estructural de los poemas y los
comentarios. El hecho de que los poemas admitan una lectura exenta y la circunstancia
de que los comentarios fueran escritos con posterioridad a los poemas no deben
hacernos pensar que el teólogo místico, que pacientemente expone su doctrina en los
comentarios desarrollando un universo sistemático de conceptos y hechos propios
dentro de su particular idea de la experiencia mística, fuera una persona sustancialmente
distinta del poeta arrebatado de la Llama o el Cántico. Como ya se ha expuesto más
arriba, en San Juan de la Cruz, el místico es, por formación, anterior al poeta y, por lo
tanto, no puede afirmarse que ambas facetas -la teológica y la poética- discurrieran por
caminos divergentes en la experiencia vital de Juan de la Cruz.
Por estas razones, consideramos que los tres poemas mayores y los comentarios
que les siguen deben ser comprendidos como una obra unitaria, con una unidad de
sentido y con una disposición interna que, siendo capaz de evolucionar en su
pensamiento, mantiene una sólida cohesión entre cada una de sus partes y el todo633.
Pero nuestra afirmación a favor del carácter unitario de la obra de San Juan de la Cruz,
por lo que se refiere al conjunto formado por estos tres poemas y sus respectivas
632
Cf. Sebold, 2003 : 191 y ss.
633
Sobre la conexión entre poemas y comentarios, Jean Vilnet ha escrito lo siguiente: “Ainsi le
symbolisme, si vivace, s´allie sans transition aux plus rigoureux développements. Le lyrisme n´est qu´une
écorce ; la leçon doctrinale profonde est toute la moelle. Trop souvent saint Jean de la Croix n´a été lu
qu´en surface: la langue et l´image ont ébloui certains, déconcerté les autres. On n´a pas vu assez que le
poète ardent caché un logicien rigoureux, mais sans prétention ; que les plus imagés de ses ouvrages sont
sans mystère ni langage chiffré, chargés d´une doctrine simple, claire, mais d´une étrange profondeur.”
(Vilnet, 1949: 57). Federico Ruiz, por su parte, propone una sugerente lectura circular: del poema al
comentario y, desde éste, la vuelta de nuevo al poema (Ruiz, 1986: 40).
701
634
Para un juicio similar, véase Thompson, 2002: 212.
635
Obviamente el lenguaje de los poemas es, en términos generales, distinto del desarrollado en los
comentarios. Llamar a uno simbólico y a otro alegórico ha sido quizá necesario para señalar estas
diferencias dentro de las categorías propuestas por la estética moderna. Pero, a nuestro juicio, la
concepción unitaria de la obra sanjuanista requiere la determinación de un mecanismo retórico
englobador que nosotros hemos ubicado dentro de la tradición metafísica de la alegoría.
702
necesaria de lo inefable, vinculada a una tradición de lectura de los textos bíblicos sobre
la que se edifica una concepción trascendente de la existencia636.
Un buen ejemplo de esta copertenencia de poemas y comentarios, bajo el signo
de la alegoría, entendida como instrumento de la metafísica y no como figura puramente
ornamental, traducible plano a plano, puede verse en el comentario al verso “salí tras ti
clamando y eras ido” del Cántico espiritual. Frente al ejercicio de traducción metafórica
que el poeta ensaya en otras ocasiones637, en este caso propone la siguiente
interpretación:
Y es de saber que este salir se entiende de dos maneras: la una, saliendo de todas las
cosas, lo cual se hace por desprecio y aborrecimiento de ellas; la otra, saliendo de sí misma por
olvido y descuido de sí, lo cual se hace por aborrecimiento santo de sí misma en amor de Dios;
el cual de tal manera levanta el alma, que la hace salir de sí y de sus quicios y modos naturales,
clamando por Dios.
(Cántico A, 1, 11)
636
Sobre el modo de lectura de los comentarios en un sentido próximo al aquí desarrollado, véase
Thompson, 2002: 212-215.
637
Véase por ejemplo el comentario a la Canción 2ª, en la que “pastores”, “majadas” y “otero”, son
traducidos por “afectos”, “coros de ángeles” y “Dios” respectivamente.
703
continuadas, sino que lo que el místico carmelita hace es crear un contexto de alusiones
bíblicas en las que inserta el sentido literal del verso que, de este modo, se entiende por
sí mismo, sin más alteración que la identificación de la amada con el alma y el amado
con Dios. Pero, el comentario se cierra con una conclusión que incurre en el terreno de
la alegoría en su sentido anagógico:
De manera que el intento del alma en este presente verso no es pedir sólo la devoción
afectiva y sensible, en que no hay certeza ni claridad de la posesión graciosa del Esposo en esta
vida, sino también la presencia y clara visión de su esencia, con que desea estar certificada y
satisfecha en la gloria.
(Cántico A, 1, 2)
Es oportuno insistir no sólo en el hecho, observado por Pacho, de que San Juan
adopta el modelo de exégesis medieval de los cuatro sentidos de la Escritura638, sino
que, además, desarrolla instrumentos propios de la exégesis alegórica, bien conocidos
por la interpretación cristiana desde la patrística. Por ejemplo, pueden citarse las
asociaciones de textos por enlaces que el lector moderno jamás reconocería como tales,
considerando, por el contrario, estas asociaciones como puramente arbitrarias639. Pero la
arbitrariedad que, a ojos del lector moderno, va unida a una valoración negativa y
puramente voluntarista de la interpretación alegórica, concuerda, sin embargo, con el
proceder de una tradición exegética que el carmelita observa como autoridad640. A
veces, incluso, parece apelar a modelos alegóricos más antiguos, también prolongados
en la tradición cristiana medieval. De este modo, pueden encontrarse algunos casos de
alegoría psíquica, entendida en un sentido distinto del tropológico medieval 641,
En consecuencia, es necesario, a fin de determinar el funcionamiento y alcance
de este mecanismo alegórico, examinar los textos de referencia y las premisas
638
Véase también, con respecto a Subida, las observaciones de Thompson (2002: 235 y ss.).
639
Véase Thompson, 2002: 153.
640
Véase Vilnet, 1949: 84.
641
Véase, por ejemplo, el comentario al verso “Decilde que adolezco, peno y muero” del Cántico A, en el
que San Juan de la Cruz afirma: “Tres maneras de necesidades representa aquí el alma en relación al
entendimiento, voluntad y memoria”. En este caso, la alegoría psíquica relativa a las tres potencias del
alma se reconduce hacia la alegoría teológica en el parágrafo 8º. De forma análoga, al glosar la canción
3ª, y, en concreto, las referencias a “las fieras, fuertes y fronteras”, San Juan ofrece una explicación
alegórica física, de carácter tripartito -no asimilable desde luego a la alegoría física de los estoicos- según
la cual, las fieras se identifican con el mundo (parágrafo 6º), y una alegoría psíquica de carácter espiritual,
que se resuelve en alegoría teológica (parágrafo 7º). Ciertamente el mundo se entiende aquí como
enemigo del alma. La alegoría física es también detectable en el comentario a la canción 4ª. En este caso,
704
doctrinales sobre los que se elabora el discurso místico sanjuanista. Con este propósito,
en el capítulo siguiente analizaremos la relación entre el Cantar de los cantares y los
poemas de San Juan de la Cruz, atendiendo no tanto a la recreación de determinados
pasajes o a la reproducción de ciertas expresiones, como a la proyección global del
epitalamio pseudo-salomónico y la tradición exegética cristiana a él asociada sobre la
elaboración alegórica de la poesía de San Juan de la Cruz.
En el estudio de la relación entre los poemas sanjuanistas y sus comentarios no
hemos dejado de preguntar por la naturaleza de estos poemas y por la metodología que
pueda resultar más pertinente en su interpretación. Nuestra indagación partía de un
hecho indiscutible: el malestar de buena parte de la crítica literaria ante los comentarios
y su negativa a aceptar -en mayor o menor medida- las claves que el autor propone para
la interpretación de sus versos. Esta situación, esto es, el hecho de que la crítica
desautorice el juicio que un autor emite sobre su propia poesía, no deja de ser insólita -
aún más que lo que resultaba insólito para Lledó: el hecho de que el autor comente su
propia obra-.
Este malestar crítico ante los comentarios sanjuanistas es el resultado -en nuestra
opinión- de la concurrencia de una serie de causas de diversa naturaleza. Algunas, las
referidas propiamente al contenido y estructura de los comentarios, con toda su carga
alegórica y doctrinal, ya se han estudiado en este capítulo. Ahora debemos siquiera
apuntar hacia los poemas, esto es, hacia “aquello” de los poemas que, puesto de relieve
por los comentarios, produce el malestar de la crítica.
En capítulos ulteriores estudiaremos minuciosamente la procedencia y sentido de
las imágenes más importantes del Cántico espiritual y la Llama de amor viva. La Noche
oscura, por la desnudez de sus versos y la literatura secundaria que como símbolo
sanjuanista ha producido, requiere, a nuestro juicio, de un examen general, desde
distintas perspectivas de las que venimos dando cuenta a lo largo de este trabajo.
Ahora, sin embargo, debemos preguntar por lo que los comentarios dicen
globalmente de los poemas y por el modo en que esta revelación puede producir el
señalado malestar de la crítica. Para ello debemos regresar, una vez más, a Baruzi, o,
mejor dicho, a lo que Baruzi dejó pasar por alto. En efecto, ya se ha advertido más
arriba que la orientación subjetivista que guiaba la interpretación de Baruzi desembocó
en un concepto psicologista de la mística de Juan de la Cruz, más propio de la
la cercanía a la alegoría física estoica es quizá más estrecha, al relacionar “los bosques y espesuras” con
los cuatro elementos.
705
Sólo que la gente, relacionando la creación poética con el metro, a unos los denomina
poetas elegíacos y a otros poetas épicos, adjudicándoles el nombre de poetas no por la imitación
sino indistintamente por el metro utilizado. Pues, efectivamente, cuando publican algún tema de
medicina o de filosofía de la naturaleza en verso épico hexamétrico, así los suelen llamar. Sin
embargo, nada tienen en común Homero y Empédocles, salvo el metro, por lo cual es justo
llamar a aquél poeta y a éste más bien filósofo de la naturaleza que poeta.
(Aristóteles, Poética, 1447b)
642
San Buenaventura ya había afirmado que las almas sencillas que se ejercitan en el amor de Dios de
forma intensa y continua llegan en la vida ordinaria a un grado elevado de purificación, iluminación y
unión con Dios. Pese a ello reconoce que pocos son los que efectivamente culminan en este estado de
perfección (Buenaventura, 1956: 51).
707
643
Véase Navarrete, 1997: 60-100.
644
Véase, el tratamiento de esta cuestión que, a propósito de Cervantes, desarrolla Javier Blasco en
Blasco, 2005: 38-42.
645
Se trataba, en realidad, de una recopilación de textos de la Devotio moderna, presentado como un
manual completo de oración mental, centrado en la idea de la unión perfecta con Dios por la
contemplación (cf. Deblaere, 1983: 124).
646
Para el concepto de “recogimiento” en Juan de la Cruz, véase Herráiz, 1990: 205-209 y Ruiz, 1986,
208.
647
Sobre las etapas de la escala espiritual a partir del siglo XII, cf. supra. capítulo XX & 2.
708
la contemplación que, según Santo Tomás, “es una mirada que, abarcando el todo, lo
penetra”, no puede confundirse con el concepto moderno de intuición que se ha
desarrollado en la estética moderna ni con el modelo propuesto por Bergson648. La
experiencia mística responde al concepto pasivo de contemplación. Frente a la activa, la
contemplación pasiva aporta un sentimiento mucho más intenso de la presencia de Dios
en el alma, pero sin perder, por ello, su carácter oracional 649. Las tres vías de la escala
mística que, sobre todo desde San Buenventura, eran aceptadas por los contemplativos
cristianos requerían las mismas energías y compartían los mismos medios, que no eran
otros sino los pasos establecidos para la oración: lectura, meditación, oración y
contemplación. En cada una de las vías era necesario, por tanto, recorrer el mismo
camino (Buenaventura, 1956: 36-38)650. En su Tercer Abecedario, Osuna se refiere a la
contemplación, en el ámbito de la oración mental, con unos términos que adelantan ya
el horizonte de la poesía sanjuanista:
[En la oración mental] se alza lo más alto de nuestra ánima más pura y afectuosamente a
Dios con las olas de deseo y piadosa afección esforzada por el amor; el cual, mientras mayor es,
tiene menos palabras y más comprensoras y que hacen más al caso, porque no dice el alma que
así ora sino aquello de los Cánticos: Mi amado a mí y yo a mi amado.
(Osuna, 1972: 403-404)
Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XVI la oración mental es vista con
recelo; muchos de los libros de oración y de espiritualidad son incluidos en el Índice de
1559. No obstante, su influencia persiste y se acrecienta entre los contemplativos
españoles. Juan de la Cruz no es ajeno a esta rica elaboración doctrinal ni a los
mecanismos de la oración mental. La enorme dimensión contemplativa de Juan de la
648
Op. cit, p. 14.
649
El concepto de “contemplación”, como ya se ha dicho anteriormente en estas páginas, no se despliega
en el ámbito de lo “extraordinario” ni propiamente -aunque accidentalmente pueda concurrir- con el de lo
visionario. La lectura de la mística que expone A. A. Parker en La filosofía del amor en la literatura
española (1480-1680), al margen de la validez que tienen sus observaciones en el plano estrictamente
literario, parte -a nuestro juicio, de forma equivocada- de un concepto de la contemplación excesivamente
vinculado a lo alucinatorio (Parker, 1986: 94), omitiendo toda referencia a su dimensión oracional.
650
Es importante subrayar esta estructura común para las tres vías, frente a consideraciones recientes que
han relacionado exclusivamente la vía purgativa con la meditación y la vía unitiva con la contemplación.
De este modo, los principiantes no se distinguen de los perfectos por los medios que emplean sino por el
modo, menos perfecto, por el que emplean los mismos medios y las mismas energías (Buenaventura,
1956: 37).
709
651
Sobre la dimensión contemplativa de Juan de la Cruz, véase De Saint Joseph, 1962.
652
Resulta significativo que sólo la Llama tenga carácter enunciativo en sentido estricto, frente al
desarrollo alegórico narrativo -si bien continuamente desbordado- de la Noche y el Cántico.
653
Cf. Subida, 2, 14, 1, 2; Noche, 1,1, 1. Véase también Cuevas, 1993a: 89.
654
Cf. Pego Puigbó, 2004: 32-33.
710
De este modo, no nos parece temerario pensar que los tres poemas mayores sean
reformulaciones poéticas de procesos muy intensos de oración mental655, con los fines
protépticos, autoafirmativos y didácticos propios de estas composiciones. La relación de
copertenencia existente entre los poemas y los comentarios pone de relieve la naturaleza
oracional -y no estética- de aquellos. Algunos estudiosos como Cristóbal Cuevas y
Domingo Ynduráin han aludido al carácter oracional de estos poemas en algunos de sus
trabajos. Nuestro trabajo se confiesa particularmente deudor del artículo “Mi amado las
montañas” de Domingo Ynduráin (Ynduráin, 1997) en el que el autor afirma que los
poemas mayores pueden ser concebidos como oraciones de contemplación, al modo en
que éstas eran entendidas por Hugo de San Víctor. De esta manera, los comentarios se
ofrecen como tratados que explican el posible sentido doctrinal de la oración
caracterizada por la incoherencia y el absurdo (1997, 179).
La obra de Juan de la Cruz -poesía y comentarios entendidos en sentido unitario-
se aproxima -con todas las distancias y precauciones pertinentes- al carácter de los
textos sagrados en la dimensión de “promesa” que Gadamer subraya respecto a la
Escritura:
Como dice la hermenéutica, el texto tiene un scopus, un propósito, a la vista del cual
debe ser entendido. Y, una vez más, se puede leer el mismo texto en un sentido literario, por
ejemplo, atendiendo a los valores artísticos que dan a su exposición vida y color, atendiendo a
su composición, a sus medios estilísticos sintácticos y semánticos (… ). Y sin embargo, incluso
un texto de esa clase, por ejemplo el “Cantar de los cantares” se encuentra en el contexto de la
Sagrada Escritura, es decir, exige, ser comprendido como promesa. Ciertamente, aquí se trata
del contexto, pero es de nuevo un dato textual puramente lingüístico el que presta a una canción
el carácter de promesa.
(Gadamer, 1998a: 24-25)
655
Sobre la contemplación, frente a la meditación, como oración en Juan de la Cruz, véase, por ejemplo,
Subida, prologo, 6; 14, 1, y Llama, 3 31.
656
La elección de la égloga como género al que formalmente se circunscribe el Cántico está justificada
por su vinculación al Cantar de los cantares, leído en este momento como égloga -véase la traducción y
comentario de fray Luis de León-. Pero también es interesante recordar que, como señala Aurora Egido,
la égloga goza de una fuerte dimensión alegórica en la poética del Siglo de Oro, en consideración de
711
autores como Vives, Juan del Encina, e incluso antes, en la Italia del siglo XV. En el caso de Juan de la
Cruz, advierte Egido, la égloga “quedaba trascendentalizada en su sentido anagógico” (Egido, 1985).
712
Ni aun mi principal intento es hablar con todos, sino con algunas personas de nuestra
sagrada Religión de los primitivos del Monte Carmelo, así frailes como monjas -por habérmelo
ellos pedido a quien Dios hace merced de meter en la senda desde Monte-, los cuales, como ya
están bien desnudos de las cosas temporales deste siglo, entenderán mejor la doctrina de la
desnudez del espíritu.
Nada tiene que ver la actitud y los intereses frente al texto de los destinatarios
originales de Juan de la Cruz con la que comparten los lectores contemporáneos de sus
poemas, los cuales reclaman del texto, entendido ya como literario, un sentido distinto.
Es cierto que la literatura es concebida como un fenómeno histórico en cuya
evolución, determinados discursos son considerados literarios en determinados
momentos para dejar de serlo posteriormente, o, a la inversa, algunos discursos que no
nacieron como literatura pasaron después a ser considerados como tales (Todorov,
2005: 36-37). Sin embargo, esta concepción histórica de la literatura no debe, en nuestra
opinión, llevarnos a considerar estos cambios sino en el contexto de una tradición que
debe ser comprendida en su devenir. Así, como se ha afirmado anteriormente, una
concepción literaria profunda de estos textos, en consonancia con su indudable
pertenencia al ámbito de la literatura en su acepción actual, sólo puede adquirir su
verdadero valor como tal a partir de la comprensión de la diversidad de su origen y de la
evolución que los conduce hasta el terreno de lo literario658.
657
Más arriba se ha anotado el concepto de literatura que, en palabras de Ynduráin, comparten los
hombres del Renacimiento. Ahora, nos parece oportuno desplazar nuestra atención hacia el concepto de
literatura moderno que lee por vez primera como tal la obra poética de Juan de la Cruz. Así, Todorov
recuerda que el concepto de literatura, como lenguaje que se basta a sí mismo, nace a finales del siglo
XVIII por oposición al lenguaje utilitario cuya justificación es exterior a sí mismo (Todorov, 2005: 12).
658
También los comentarios sanjuanistas pueden ser comprendidos hoy bajo la denominación de literatura
a partir de la concepción de un cuarto género literario, o grupo de géneros, -sumado a los tradicionales
poético-líricos, épico narrativos y dramáticos-, el género didáctico-ensayístico, que daría cabida
“prácticamente a todas las manifestaciones de la prosa escrita no ficcional, aunque en ella no se denote
siempre una voluntad artísitica bien definida” (García Berrio y Huerta Calvo, 1999: 147; para la inclusión
de la prosa sanjuanista dentro de este género, bajo el subgénero de “glosa doctrinal”, ib., p. 224).
713
Dos son los problemas que, a nuestro juicio, se presentan al examinar la relación
entre el Cantar de los cantares y los poemas mayores de San Juan de la Cruz -la relación
con los comentarios, por su carácter expositivo no se ha entendido tan problemática-.
Estos dos problemas se refieren, en primer lugar, a la consideración del poema bíblico
como fuente de los poemas sanjuanistas; y, en segundo lugar, a la delimitación de lo que
debe entenderse por Cantar de los cantares.
El primero de estos problemas plantea, a su vez, diversas cuestiones: ¿Cuáles
son los poemas sanjuanistas que tienen el Cantar como fuente? ¿Qué pasajes del Cantar
son los que sirven de fuente a Juan de la Cruz? ¿Cómo opera esta fuente y qué relación
guarda en el complejo aparato de fuentes sanjuanistas?
Por lo que a las dos primeras cuestiones se refiere, los sucesivos estudios sobre
la presencia del Cantar en la poesía de San Juan de la Cruz han revelado que no sólo el
Cántico guarda una estrecha vinculación con aquel, sino que también la Noche y, en
menor medida, la Llama tienen importantes puntos de contacto con el epitalamio
bíblico.
En efecto, la Noche oscura tiene, entre otras fuentes659, un episodio del Cantar
de los Cantares, circunstancia que quizá no ha sido puesta suficientemente de relieve,
aún cuando autores como Domingo Yndurain hayan subrayado, sin aludir directamente
al Cantar, que la relación entre el contenido de la Noche y el del Cántico (San Juan de la
Cruz, 1995: 205).
Con más precisión, Francisco García Lorca se ha hecho eco de la presencia de
esta fuente situando la inspiración de la Noche en el capítulo primero del Cantar, aunque
él mismo advierte de la dificultad de esta filiación debido a las importantes diferencias
entre este pasaje y el poema de San Juan660: en primer lugar, hay una transposición
temporal entre ambos poemas. El texto del Cantar se desarrolla al mediodía frente a la
659
Las fuentes de la Noche oscura han sido estudiadas por Domingo Yndurain, quien cita, entre otras, la
Historia de Píramo y Tisbe, la poesía de Garcilaso, El Cortesano, la obra de León Hebreo, etc. (San Juan
de la Cruz, 1995: 205-218).
660
García Lorca menciona los versículos 6 y 7, pero posteriormente cita el 7 y el 8.
716
661
“En mi lecho, de noche, busqué al que ama mi alma. Busquéle y no le hallé. Levantarme he agora
buscaré por la ciudad; por los barrios y por las plazas, buscaré al que ama mi alma. (… )” (Cantar de los
cantares en versión de fray Luis de León, 2001, 168 y ss.).
717
662
Thompson se hace eco de los esfuerzos que ha costado que la crítica admita la Biblia como fuente
principal de los poemas sanjuanistas: “Dámaso Alonso ha hecho todo lo posible por descubrir los puntos
de contacto más sutiles existentes entre San Juan y Garcilaso, Sebastián de Córdoba o la poesía popular,
pero ha evitado hacer lo mismo con el Cantar, aunque ello produce muchos más frutos. (… ) Esta
metodología no nos parece satisfactoria pues, al despreciar la principal fuente, corre el riesgo de atribuir a
otras influencias pasajes del Cántico que se comprenden mejor si atribuimos su génesis al Cantar bíblico”
(Thompson, 1985: 94). En términos semejantes se expresa O´Reilly (O´Reilly, 1991: 25 y ss).
663
También Domingo Yndurain se hace eco de esta cristianización al analizar algunas canciones, en
particular la canción 18: “¡O, ninfas de Judea!...” (Juan de la Cruz, 1995: 111-117).
718
664
Cf. Diego Sánchez, 1990: 89-90.
665
En el mismo sentido, véase Contreras Molina, 1993: 29. Con un alcance distinto, Teresa de Jesús
elabora sus pensamientos sobre el Cantar de los cantares entre 1566 y 1574. En ellos sólo se citan siete
versículos -algunos de ellos presentes en la poesía de San Juan de la Cruz como las referencias a la
interior bodega y a la imagen del manzano-. Teresa de Jesús realiza una lectura alegórico-mística en la
que se detecta la influencia de Gregorio Magno, Osuna y Laredo, y, a través de ellos, de los místicos
alemanes (Pelletier, 1989: 370-371). Fray Luis de León, no sólo en el prólogo de su traducción y
comentario del Cantar, sino también en De los nombres de Cristo, defiende asimismo la lectura alegórica
tradicional (Luis de León, 1997, 480 y ss).
721
These treatises on the spiritual life by John of the Cross take one step back from the
commentary tradition, basing themselves on a poetic adaptation of several verses rather than
directly on the text itself. But the use of the Song of the songs here is still based on the ancient
traditions of commentary, out of which discrete verses were plucked to act as tropes. It is the
code of Song of the songs tropological exegesis, in fact, that supplies the meaning for the verses
on which the elaborations are based
(Matter, 1990: 186)
666
Este procedimiento exegético, propio de la interpretación alegórica patrística -aunque detectable ya en
Filón de Alejandría- ha sido estudiado detenidamente en la primera parte de este trabajo. Fray Luis de
León reflexiona sobre este proceder interpretativo en De los nombres de Cristo (Luis de León, 1997,
329).
722
interpretativo de su propia obra. Es en el Cántico donde se aprecia con más claridad este
complejo juego de correspondencias, intertextualidades, creación poética y exégesis
bíblica. De este modo, entendidas como una sola obra las dos versiones del poema, con
sus comentarios, nos encontramos con una reconstrucción del Cantar de los cantares,
con materiales propios o ajenos previamente reelaborados en una disposición original
que unifica pasajes muy alejados en el texto bíblico y crea situaciones nuevas a partir de
estos materiales, que se reconstruyen, a su vez, en otro poema, el Cántico B, cuyo orden
distinto y con un comentario sustancialmente reformado, crea un nuevo texto, con un
sentido diferente.
En este complejo entramado especular formado por el reflejo que el Cantar
produce en el poema del Cántico A y, junto con éste, en el comentario, y la sucesión del
reflejo en el Cántico B, Juan de la Cruz extiende a su obra la articulación natural de
poema bíblico, esto es, la alegoría, e incluso, sugiere una conexión sustancial en cuanto
que afirma la presencia de la inspiración divina en su obra. Con relación a la primera de
estas circunstancias, la identificación de la naturaleza alegórica del Cantar con la del
Cántico, San Juan afirma en el prólogo de éste lo siguiente:
El texto asimila el lenguaje alegórico del Cántico al del Cantar en una doble
dimensión: una primera, aparentemente ornamental, que remite al uso de determinadas
figuras retóricas; y una segunda y más profunda, que apela al misterio inefable al que
estas figuras se refieren667. La inefabilidad esencial del misterio, revelada y encubierta
simultáneamente por las figuras, descubre el carácter no ornamental sino
metafísicamente necesario de la expresión alegórica, en consonancia con lo que sobre el
sentido del Cantar se ha venido observando en la exégesis alegórica cristiana.
723
667
Como ejemplo, puede verse el parágrafo 3º del comentario a la primera canción del Cántico A: “Esto
mismo quiso decir la Esposa en los Cantares divinos (1, 6) (… )”. El subrayado es nuestro.
668
Cf. Cántico A, Prólogo, 2.
669
Juan de la Cruz, con esto, parece atender a las palabras de Luis de León quien en De los nombres de
Cristo, ante la prohibición de traducir los libros de la Escritura apunta lo siguiente: “Como quiera que
siempre aya sido provechoso y loable el escrivir sanas doctrinas que despierten las almas o las encaminen
a la virtud, en este tiempo es assí necesario, que a mi juicio todos los buenos ingenios en quien puso Dios
partes y facultad para semejante negocio tienen obligación a occuparse en él, componiendo en nuestra
lengua, para el uso común de todos, algunas cosas que, o como nascidas de las sagradas letras, o como
allegadas y conformes a ellas, suplan por ellas, quanto es posible, con el común menester de los hombres,
y juntamente les quiten de las manos, sucediendo en su lugar dellos, los libros dañosos y de vanidad”
(Luis de León, 1997: 144).
670
Subida, II, 11, 9.
724
Ct. 6, 11671, para ilustrar el “no saber” místico; Ct. 5, 2672, también relativo al
conocimiento sobrenatural de la contemplación; Ct. 4, 12673 donde la expresión “Mi
hermana es huerto cerrado”, interpretada místicamente como desprecio de las cosas
terrenas, sirve, al igual que las citas anteriores, para enlazar el Cantar con el poema de la
Noche, tan libremente glosado, y con su doctrina de contemplación así expuesta. La cita
de Ct. 8, 6674 expresa la petición del Esposo de que todos los actos de amor de la Esposa
sean para Él. En todos estos casos, como hemos advertido, el Cantar no se entiende
como “un poema exento”, sino indisolublemente unido a un cuerpo doctrinal, místico,
que lo conforma como alegoría y, en virtud del cual, se hace posible la asimilación a sus
propios poemas. Esta asimilación se lleva a cabo a través de fórmulas que tienden a
conectar su pensamiento con la cita bíblica como “de donde”, “que por eso”, “como si
dijera”, y “tal dijo”.
Frente a la poca relevancia que el Cantar de los cantares directamente citado
tiene en la Subida, el comentario de la Noche es no sólo mucho más prolijo en citas del
Cantar, sino que, además, éstas tienen un papel más relevante en la argumentación
teológica. En efecto, en este caso, junto con diversas citas que ejecutan funciones
parecidas a las reseñadas en la Subida, Juan de la Cruz se basa en el Cantar para
desarrollar la exposición de cinco de los diez grados de la escala de amor de la
contemplación. En la Noche, además, las citas resultan más próximas al tenor de los
versos comentados y más pertinentes, al menos bajo el punto de vista de la
interpretación moderna, que en Subida675. Pero, al igual que en este comentario, San
Juan no separa el Cantar de su interpretación alegórica mística, aunque en algunos casos
-el de Aminadab, a partir de Ct. 6, 10, es acaso el más llamativo- la interpretación
sanjuanista se distancie de la usualmente ofrecida por la tradición exegética.
El Cántico ofrece, frente a la Noche y sus dos comentarios, una diferencia
cualitativa. Ya no se trata solamente de que el poema reproduzca el esquema de alegoría
nupcial para exponer la experiencia mística, ni de que el comentario apele al Cantar
para apoyar, en mayor o menor grado, el desarrollo doctrinal del autor; ahora, además,
el mismo poema reproduce e incorpora imágenes y pasajes enteros del epitalamio
salomónico. Pero, al igual que ocurre en el caso de los comentarios a la Noche, el
671
Subida, II, 14, 11.
672
Subida, II, 14, 11.
673
Subida, III, 3, 5.
674
Subida, III, 13, 5.
675
Véase Noche oscura canción 2ª, 2, 19-20.
725
Cantar es leído siempre como alegoría y los versículos citados son, en consecuencia,
interpretados inmediatamente, de forma que se traza ese espacio común de carácter
teológico místico, anteriormente referido, en el que puedan concurrir los versículos
bíblicos y los versos sanjuanistas.
Alejada en una primera lectura literal de una inmediata vinculación con el
Cantar, la Llama inicia su comentario con una referencia al alegorismo nupcial, en la
que la cita del Cantar no tiene un valor explicativo o ejemplificativo como en los casos
anteriores:“Sintiendo ya el alma toda inflamada en la divina unión, y ya su paladar todo
bañado en gloria y amor, y que hasta lo íntimo de su sustancia está revertiendo no
menos que ríos de gloria, abundante en deleites (Ct. 8, 5) (… )”676. El poeta parafrasea el
Cantar para reforzar su discurso, generando en el lector avisado toda la serie de
encadenamientos alegóricos que el poema bíblico conlleva. Pero este proceso está
ausente del comentario; incluso en la primera redacción la referencia está omitida. Juan
de la Cruz no necesita explicar el contexto místico nupcial en el que se ubica el poema
en general, porque éste ya viene dado por su propia letra. Se limita a reforzar las
asociaciones con el Cantar, parafraseándolo e incluyéndolo sin subrayado alguno -
especialmente en la primera redacción en la que incluso se omite la referencia- en el
texto de su comentario. De igual forma actúan las citas del Cantar en la segunda
redacción de la Llama, 3, 3, 28: “Y si ella le envía a él sus amorosos deseos, que le son
a él tan olorosos como la virgulica del humo que sale de las especias aromáticas de la
mirra y del incienso (Ct. 3, 6), él a ella le envía el olor de sus ungüentos, con que la
atrae y hace correr hacia él (Ct. 1, 2-3)”. Como en el caso anterior, los fragmentos del
Cantar se incorporan al cuerpo del texto sanjuanista no para ilustrar o argumentar lo
que en él se dice sino, quizá en este caso, con una función ornamental.
En otras ocasiones, las citas del Cantar en la Llama poseen el mismo carácter
argumentativo y ejemplificativo que hemos visto en los comentarios anteriores. En estos
casos, al igual que ocurría en aquellos, Juan de la Cruz incorpora la lectura mística a la
cita y se apoya en ella para construir el espacio común a su poema y al Cantar, de la
forma expuesta anteriormente. En este sentido, el grado de pertinencia con el que se
invoca la cita bíblica es variable: en algunas ocasiones se trata de una digresión alejada
del verso comentado; en otras, sin embargo, la cita ilumina -sin salir del terreno
676
Llama, 1, 1.
726
alegórico siempre dificultoso para el lector actual- la imagen del poema. Este es el caso
de Ct 8, 6, dos veces invocado677, para informar del sentido de “las lámpara del fuego”.
Por último, es necesario advertir que, aunque el Cantar es el libro bíblico más
importante en la concepción de la poesía de Juan de la Cruz, por su dimensión poética y,
sobre todo, por su tradición exegética mística, el carmelita apela en sus comentarios a la
Biblia en su conjunto, pasando de unos libros a otros, asociando pasajes heterogéneos
en virtud de la libertad que le concede la interpretación alegórica. García de la Concha
advierte, respecto a la función de la Biblia en la obra de Juan de la Cruz, que ésta actúa
no sólo como fuente sino como molde, como catalizador de lecturas (García de la
Concha, 2004: 257).
Esta concepción, que no sería posible sin la soldadura que aporta la alegoría, se
revela con nitidez en la interpretación del Libro de Job en el comentario a la Noche
oscura678. En Noche oscura, 1, 1, 12, 3, al hablar “De los provechos que causa en el
alma esta noche [la noche sensitiva, correspondiente al comentario de la primera lira del
poema]”, Juan de la Cruz afirma lo siguiente:
Como también la disposición que dio Dios a Job para hablar con él, no fueron aquellos
deleites y glorias que el mismo Job allí refiere que solía tener en su Dios (Jb. 1, 1-8), sino
tenerle desnudo en el muladar, desamparado y aun perseguido de sus amigos, lleno de angustia
y amargura, y sembrado de gusanos el suelo (29-30); y entonces de esta manera se preció el que
levanta al pobre del estiércol (Sal. 112, 7), el altísimo Dios, de descender y hablar allí cara a
cara con él, descubriéndole las altezas profundas, grandes, de su sabiduría, cual nunca antes
había hecho en el tiempo de la prosperidad (Jb. 38-42).
El fragmento despliega una interpretación del Libro de Job que supone una
comprensión unitaria de la Escritura, iluminando, a la vez, los fundamentos de su
teología mística. Juan de la Cruz condensa el argumento del Libro de Job en tres
momentos: el momento ausente de la prosperidad, y dos momentos simultáneos y, en
apariencia, contrapuestos: la pena del desamparo y, al mismo tiempo, la comunicación
de los bienes divinos a través de la palabra de Dios, que redescubre, que recrea, más
bien, el mundo para él, de un modo nuevo y pleno, como nunca hubiera percibido en el
677
Llama, 3, 1, 5 y 2, 8.
678
Pacho afirma que en la obra de Juan de la Cruz se observan las principales tipologías de Job:
“ejemplaridad de paciencia cristiana; persecución injusta del inocente; envidia e insidia del maligno.
Junto a ellas aparecen otras mucho más originales; algunas, hasta desconcertantes” (Pacho, 1985a: 123).
727
momento primero de la prosperidad. Este resumen del Libro de Job, así expuesto, se
ajusta al pensamiento del carmelita no sólo en la glosa puntual de la primera lira del
poema Noche oscura, sino al cuerpo central de su concepción mística de la que derivan,
del modo señalado más arriba, tanto los poemas como sus comentarios. Para Juan de la
Cruz, dice Pacho, el Libro de Job es profético sobre todo en sentido místico, como
figura paradigmática de la purificación pasiva (Pacho, 1985a: 126).
En efecto, el momento ausente de la prosperidad de Job remite a la prosperidad
ausente de la que arranca el Cántico y, más vagamente la Noche. El estado de caída de
Job nos sitúa en el desarrollo de la búsqueda representada en la primera mitad de estos
poemas. La comunicación de los bienes divinos con la recreación del mundo de un
modo trascendido, como ocurre en Job, tiene en los poemas un carácter distinto. En el
Cántico puede relacionarse -de conformidad a la lectura del sentido de la naturaleza
ofrecida por Emilio Orozco expuesta más arriba- con las liras 12 y 13: la enumeración
de los bienes naturales que sucede a la aparición del Amado. Nótese que al describir
este momento en su síntesis del Libro de Job, Juan de la Cruz recurre también al
oxímoron: “las altezas profundas”.
En La Noche, la propia disposición del comentario la ubica en la primera lira, en
concreto en los versos “¡Oh dichosa ventura! / Salí sin ser notada”. Frente al Cántico, la
Noche anticipa algunos bienes de la presencia de Dios, al momento de la purgación y la
sequedad del alma. Esta simultaneidad puntual de la Noche y algunos “reflejos” de la
Llama679, por usar de la terminología sanjuanista, no es propiamente novedosa, sino que
encuentra un precedente muy remoto, y, desde luego, en un sentido diferente, en el
concepto de epéctasis de Gregorio de Nisa680. Sobre esta cuestión volveremos en el
capítulo siguiente.
La interpretación que Juan de la Cruz hace del Libro de Job en este pasaje de la
Noche681 es más bien una síntesis del tenor literal del poema bíblico. La alegoría de
naturaleza mística aparece en el momento en el que Juan de la Cruz lee en la
intervención divina en el Libro de Job, la recreación del mundo en el alma del místico:
679
Al comentar el verso “con ansias en amores inflamada”, Juan de la Cruz expone más claramente esta
cuestión: “Va teniendo ya este amor algo de unión con Dios, y así participa algo de sus propiedades, las
cuales son más acciones de Dios que de la misma alma, las cuales se sujetan a ella pasivamente” (Noche
oscura, 1, 2, 2, 11, 2). Obsérvese cómo es Dios el que actúa frente a la pasividad del alma, del mismo
modo que se ha expuesto alegóricamente en la lectura sanjuanista del Libro de Job.
680
Supra. capítulo XV.
681
Para una comprensión completa de Job en la obra sanjuanista, véase el citado trabajo de Pacho
(1985a). En este trabajo, Pacho señala que otra de los elementos del libro del Antiguo Testamento
728
“descubriéndole las altezas profundas (… ) cual nunca antes había hecho en el tiempo de
la prosperidad”, entendido este descubrimiento como un bien de Dios recibido en la
“noche del sentido”682. Esta comprensión de Job enlaza, como hemos visto, el poema
bíblico con los suyos, y, en consecuencia, con otros libros de la Biblia, no sólo los
Salmos, citados expresamente, sino el Cantar de los cantares, columna vertebral de su
discurso místico, tanto en prosa como en verso.
De este modo, Juan de la Cruz reúne en su obra lo que acaso sean los poemas
más alejados de la Escritura: el Libro de Job y el Cantar de los cantares. Juan de la Cruz
parece seguir en esta concepción de la Escritura a San Agustín y, en general, a los
Padres de la Iglesia que defendieron en sentido unitario profético del Antiguo
Testamento, más allá de la subdivisión, como técnica hermenéutica, de este sentido en
cuatro, en la Edad Media. El carmelita identifica el sentido de la Biblia con la profecía,
el anuncio de Cristo. García de la Concha ha advertido que San Juan de la Cruz parte
sobre todo del Antiguo Testamento por analogía con la esperanza del pueblo elegido en
su éxodo, o con la de tantas figuras individuales que sirven de molde a su experiencia
(García de la Concha, 2004: 260). Esta visión responde a una concepción amplia de la
lectura tipológica como fórmula esencial de la alegoría cristiana, historia de salvación,
que se escinde, a su vez, en una profecía histórica, escatológica y mística, en cuanto que
afecta a la vida de la Iglesia en general y del alma en particular683. El Cantar de los
cantares anuncia y celebra el cumplimiento de esta profecía, resumiendo así, el sentido
del Antiguo Testamento. La mística sanjuanista hereda esta comprensión de la Escritura
y la lleva más allá en la exposición poética y doctrinal de su elaboración de la teología
mística684.
rescatado por Juan de la Cruz es el demonio, con su presencia activa en el dolor del santo y sus continuas
asechanzas. Sobre esta cuestión volveremos al hablar del Cántico.
682
Una interpretación distinta, y no menos alegórica, del poema, que interpreta de modo diferente el
discurso de Dios, puede verse en Steiner, 2001: 53-58. Steiner presenta aquí un Dios esteticista, orgulloso
del mundo creado, que muestra, pero no entrega, las bellezas de la Creación.
683
Fray Luis de León recibe también esta tradición, como se evidencia en De los nombres de Cristo.
Cuando estudia el nombre de “Esposo”, fray Luis habla del “ayuntamiento entre Cristo y la Iglesia y con
cada una de las ánimas justas” (1997: 449, 480-481). Véase también el nombre “Amado” (1997: 587 y
ss.). Incluso la noche, que, para Baruzi tenía un carácter netamente antropológico, tiene en fray Luis una
dimensión histórica que se refiere a la humanidad antes de la llegada de Cristo. Fray Luis teje la lectura
alegórica de la noche, siguiendo a Teodoreto, a partir de un texto de Isaías, que habla expresamente del
alma individual, de claras reminiscencias sanjuanistas -“Mi alma te deseó en la noche” Isaías, XXVI, 8-
9-: la noche se extiende desde el principio del mundo hasta que amaneció Cristo en él como luz: “Cuando
a malas penas se divisava, llevava a sí los desseos, y su nombre, apenas oýdo, y unos como rastros suyos
impresos en la memoria encendían las almas” (Luis de León, 1997: 593).
684
Hatztfeld ha observado que Juan de la Cruz es uno de los últimos representantes de la generación
española de escriturarios: “Se atreve a identificar todas sus experiencias místicas con ejemplos de la
Biblia” (Hatzfeld, 1968, 303). Hatzfeld llega incluso a afirmar que Juan de la Cruz descubre un quinto
729
sentido místico individual en las Escrituras. En nuestra opinión, este sentido místico individual ya había
sido ampliamente desarrollado en la mística cristiana desde Orígenes si bien Juan de la Cruz lo explora
con una inusitada originalidad.
730
731
685
Véase Lara Garrido, 1995: 315.
686
En este sentido enfatiza Ruiz: “Juan de la Cruz, en vida y pensamiento, es cristiano, católico, en plena
conformidad con la Iglesia, carmelita contemplativo entusiasta de su vocación. La temática de sus escritos
se refiere precisamente a ese ámbito de experiencia y pensamiento, y, por tanto, asume sus convicciones y
actitudes vitales. Es decir, esos presupuestos impregnan íntimamente sus escritos” (Ruiz, 1990: 3536).
733
y bien estructurada que excluye tanto la mística profana, bien estética, bien filosófica,
como la mística propia de otras religiones687. A partir de esta consideración, se establece
una primera delimitación entre lo que propiamente determina la mística sanjuanista y la
presencia de otros elementos secundarios o remotos, de carácter estético, religioso no
cristiano o filosófico que efectivamente concurren en su obra.
Desde el punto de vista así acotado, consideramos que sólo puede hablarse de
influencia neoplatónica en un sentido muy general. Melquíades Andrés ha sido uno de
los estudiosos que más ha cuestionado esta huella del neoplatonismo en la mística
española del siglo XVI. Frente a Erasmo, dice Andrés, la reforma española no admite el
dualismo platónico alma-cuerpo, sino que sostiene una concepción integral del ser
humano (Andrés, 1994: 284 y 327)688. En general, añade, los místicos españoles se
expresan en términos aristotélicos (1994: 328). No obstante es justo reconocer que la
mística occidental bebe en mayor o menor medida del pensamiento de Plotino689.
Plotino es, en consecuencia, un ascendiente remoto de San Juan de la Cruz, aunque la
mística de éste no puede calificarse como neoplatónica en sentido estricto.
A nuestro juicio, dos son los elementos fundamentales del lenguaje místico de
Plotino que permanecen activos en el discurso sanjuanista: En primer lugar la
concepción de la expresión mística como posibilidad de la irrupción del mundo en el
discurso -que nace con Plotino- y su concepción de la alegoría: el carácter deíctico de
sus imágenes apelan al silencio y a la contemplación690. En segundo lugar, la
concepción plotiniana del lenguaje, alejada -a diferencia de lo que ocurrirá con Proclo-
de las corrientes teúrgicas y de las teorías mágicas respecto del nombre, se acerca
también al lenguaje místico de Juan de la Cruz, a diferencia de la concepción sostenida,
por ejemplo, por Giordano Bruno. Las diferencias con León Hebreo y con su
concepción del amor también son evidentes: la síntesis de Cábala y neoplatonismo del
autor de los Diálogos de amor introduce una cosmología absolutamente diversa de la
cosmología cristiana de Juan de la Cruz. De este modo, la simpatía universal, la idea de
la materia, el orden cósmico concebido como matrimonio entre el cielo y la tierra, la
idea platónica de retorno a la divinidad, incluso la necesidad del concurso de amor
687
Martín Velasco clasifica las místicas religiosas en dos grupos: el de Extremo Oriente -budismo,
taoísmo e hinduismo-, impropiamente llamadas místicas; y el grupo de Oriente Medio -judaísmo, Islam y
cristianismo- (Martín Velasco, 1994: 25).
688
Melquíades Andrés cita como fuente el Tratado I del Tercer Abecedario de Francisco de Osuna.
689
Ya había advertido Heidegger el origen griego -platónico- de la fruitio Dei, como concepto
fundamental de la teología mística medieval (Heidegger, 2001: 174).
690
Supra. capítulo XI.
734
691
Véase el prólogo de Andrés Soria Olmedo a los Diálogos de amor (León Hebreo, 2002: 9-36).
692
Para las analogías -y algunas diferencias- entre Plotino y Juan de la Cruz, véase Baruzi, 1991: 638-
642. Para las diferencias en el concepto de contemplación entre ambos, véase De Saint Joseph, 1962.
693
En la Edad Media, el problema no desaparece del todo sino que sobrevive en la identificación del
Espíritu Santo con “el alma del mundo”, protagonista de múltiples alegorías medievales. Véase el
capítulo XVIII de la primera parte de este trabajo.
694
El alma neoplatónica es increada, emanada de la divinidad. Para la defensa de la libertad por parte de
los místicos españoles del siglo XVI, véase Andrés, 1994: 285-286.
735
Porque, aunque ellos [los que están en el Purgatorio a los que se comparan los
contemplativos en este momento de la noche pasiva del espíritu] echan de ver que quieren bien
a Dios, no les consuela esto; porque les parece que no les quiere Dios a ellos ni que de tal cosa
son dignos; antes como se ven privados de él, puestos en sus miserias, paréceles que tienen muy
bien en sí por qué ser aborrecidos y desechados de Dios con mucha razón para siempre696.
Pero, en sentido contrario, el movimiento del alma hacia Dios no está motivado
por el deseo de retornar al Uno ante la extrañeza del mundo, sino también por el amor
de Dios -ágape- y la condescendencia del Espíritu Santo. La noche pasiva, con los
bienes recibidos por Dios, como se ha señalado más arriba, avala esta concepción de un
Dios que interviene en el proceso místico de forma decisiva a través de la gracia, una
actividad ajena por completo a la concepción del Uno plotiniano. Como ha estudiado
Gaetano Chiappini, Juan de la Cruz realiza en la Noche oscura, un pormenorizado
análisis de la voluntad divina, diferenciada nítidamente de la voluntad del
contemplativo, y su intervención en la experiencia mística de la noche (Chiappini, 1991:
27-29).
Finalmente, la doctrina de la Encarnación y la mediación de Cristo rompen todo
posible contacto entre la mística cristiana y el platonismo (Louth, 1981: 145)697.
La herencia patrística de Juan de la Cruz es, paradójicamente, tan innegable
como imprecisa. La formación teológica del carmelita y las huellas bien definidas de la
patrística en su escritura quedan contrarrestadas por las muy escasas citas patrísticas que
Juan de la Cruz aduce en sus textos y la ausencia de testimonios claros en esta materia
(Diego Sánchez, 1990: 83). No obstante la falta de datos concretos, la influencia de las
fuentes patrísticas y, en general, de la tradición exegética y doctrinal cristiana en la obra
695
San Juan recoge la conocida cita agustiniana “Conózcame yo, Señor, a mí, y conocerte he a ti” en
Noche oscura, 1, 1, 12, 5. Para la concepción del alma en Agustín, supra. capítulo XVI.
696
Noche oscura, 1, 2, 2, 7, 7.
697
Sobre las complejas relaciones entre platonismo y mística cristiana, véase Louth, 1981: 191-204. Una
crítica contra la posible influencia del platonismo en la mística sanjuanista puede verse en Pikaza, 1992:
147-165.
736
sanjuanista es una realidad que va más allá de la mera conjetura. Más allá de la ya
señalada formación teológica y de las alusiones, expresas o tácitas, a los escritos
patrísticos, existe en Juan de la Cruz la misma actitud exegética frente a la Biblia -
especialmente el Cantar de los cantares698-, recuperando el proceder alegórico de los
Padres, si bien adaptado a su tiempo y a sus particulares necesidades expresivas.
La relación entre la mística sanjuanista y la tradición mística del cristianismo
oriental es más compleja. En esta cuestión conviene diferenciar entre el contexto
original en el que se elaboró el pensamiento místico de Gregorio de Nisa y Dionisio
Areopagita, y la recepción occidental de sus obras, particularmente del segundo. En la
primera parte de este trabajo se han estudiado ambas cuestiones. En este capítulo
extenderemos nuestra reflexión hasta la obra de San Juan de la Cruz, desde un punto de
vista general. En el capítulo siguiente analizaremos la posible presencia de algunas de
las imágenes y alegorías de estos autores místicos en la poesía sanjuanista.
Hay en la mística de Juan de la Cruz una huella imprecisa de Gregorio de Nisa,
cuyo alcance es difícil determinar699. La teología mística del Niseno no había tenido en
la Edad Media occidental una difusión tan amplia y directa como la del Areopagita, y,
sin embargo, en la obra de San Juan parecen detectarse rasgos profundos de su
pensamiento teológico. El tono emotivo y cercano a la experiencia de Gregorio de Nisa
-por momentos tan alejado de la dimensión teorética de la mística oriental incluida la de
Dionisio- lo aproxima al lenguaje místico de San Juan de la Cruz. Esta concepción
cercana del lenguaje místico y la similitud de las respectivas reflexiones, sobre la
tiniebla en Gregorio de Nisa, y sobre la noche en Juan de la Cruz, han sido
determinantes para que un teólogo tan riguroso como Jean Danielou haya vinculado, sin
duda alguna, el pensamiento de uno y otro, en lo que a estos conceptos se refiere
(Louth, 1981: 181)700.
Desde la primera recepción occidental de Dionisio Areopagita, se comprendió la
necesidad de realizar un esfuerzo de adaptación del pensamiento cristiano oriental al
modo occidental agustiniano. El trabajo de traducción y adaptación de Escoto Erigena
698
La influencia de la interpretación mística de Orígenes, fundamental en toda la exégesis cristiana
posterior, es innegable en Juan de la Cruz, tanto en la elaboración de sus poemas como de sus
comentarios (cf. Diego Sánchez, 1990: 91-92).
699
Algunos estudiosos como Herrera sostienen que, en vista de las similitudes, resulta muy posible que
Juan de la Cruz conociera la obra del Niseno (cf. Herrera, 1967: 157). Otros críticos se muestran más
reservados en cuanto al alcance efectivo de este conocimiento.
700
Hay, ciertamente, algunos textos de Juan de la Cruz que recuerdan el pensamiento místico del Niseno,
incluido su concepto de epéctasis, aunque limitado al ámbito del conocimiento de Dios: “Porque es [el
737
en el siglo IX, en un primer momento, y de los teólogos del siglo XII, en la segunda
recepción del místico sirio, fueron encaminados a favorecer la asimilación de esta
mística de la oscuridad, de denso contenido teúrgico, derivado de Proclo, a los
presupuestos afirmativos y luminosos de Agustín. Pero la conciliación entre la mística
oriental de la oscuridad y la mística occidental de la luz no estuvo exenta de tensiones
teológicas a menudo difíciles de superar.
Algunos estudiosos han afirmado que en la mística española del siglo XVI es
posible diferenciar una tendencia jesuítica que recurre a la doctrina de Agustín y
Gregorio Magno, y otra tendencia dionisiana, representada por Juan de la Cruz. La
primera de estas corrientes sigue una línea psicologista y llega a Teresa de Jesús a través
de Francisco de Osuna, Juan de Ávila y Bernardino de Laredo701, entre otros. La
segunda tendencia cristaliza la influencia de Dionisio desde la herencia de la tradición
medieval a la que se suma, a partir de la segunda mitad del siglo, la obra del clérigo
Segura y, sobre todo, fray Juan de los Ángeles -en el que también se acusa una huella
profunda de Gregorio de Nisa- (Disandro, 1993: 156).
La comprensión de estas tendencias debe, a nuestro juicio, matizarse con las
reservas que acabamos de apuntar. De este modo, creemos que la mística sanjuanista, en
su conjunto, tiene tantos elementos agustinianos como dionisianos, si no más, aunque,
ciertamente, acuse la presencia del Areopagita más intensamente que Teresa de Jesús702.
La naturaleza agustiniana de la mística sanjuanista se evidencia incluso en su
adaptación del “rayo de tiniebla” dionisiano703. Como señala Disandro, Juan de la Cruz
utiliza esta expresión para referirse al itinerario del alma, que atraviesa la tiniebla. Por el
contrario, Juan de los Ángeles, más cercano en este punto a Dionisio, “recupera el
carácter óntico de la tiniebla como semántica de la deidad” (Disandro, 1993: 157).
entendimiento de la contemplación], en alguna manera, al modo de los que le ven en el cielo, donde los
que más le conocen entienden más distintamente lo infinito que les queda por entender” (Cántico B, 7, 9).
701
García de la Concha afirma que la influencia jesuítica, en lo que se refiere al uso de la imaginación, en
Teresa de Jesús sólo alcanza a su primera etapa (2004: 99).
702
Creemos que la presencia de la mística agustiniana en San Juan de la Cruz es más amplia y profunda
de lo que el carmelita evidencia en sus citas del africano. Como ha observado Alberto de la Virgen del
Carmen, siendo Agustín el autor cristiano más citado por Juan de la Cruz, estas citas “nunca llegan al
fondo de los problemas sanjuanistas. Casi siempre aparecen en apoyo de las soluciones, que ya el Maestro
ha dado a dichos problemas. Si no es que el propio Maestro las trae a colación para explicarlas y
comentarlas a la luz de sus principios” (De la Virgen del Carmen, 1955: 184). Esto no obstante, la
influencia de Agustín tiene su máximo campo de actuación como una de las fuentes constitutivas de la
mística cristiana, desde su concepto de alma a la orientación vivencial de la experiencia mística. En este
sentido, pensamos que las citas agustinianas presentes en la obra de Juan de la Cruz, escasas o
superficiales, no son un indicio suficiente del enorme peso del pensamiento agustiniano en la tradición
mística occidental a la que Juan de la Cruz pertenece.
738
703
La “tiniebla” es un concepto aportado por Gregorio de Nisa, aunque la expresión, derivada de éste,
“rayo de tiniebla” de Dionisio haya tenido más fortuna en su difusión.
704
Sobre esta cuestión, véase García de la Concha, 2004: 281.
705
Puech ha relacionado la mística de Orígenes con la de San Juan, destacando cómo en ambos se
describe la experiencia alterna de sequedad y exaltación en el matrimonio espiritual (Louth, 1981: 182).
739
progresa el espíritu, con aplicación siempre mayor y más perfecta, y a medida que se
acerca a la contemplación, ve más claro que realmente la naturaleza divina es
invisible”706. Como se ve, la oscuridad tiene dos significados en el pensamiento
teológico del Niseno: en primer lugar es sinónimo de pecado, en el momento en que
Dios se aparece como luz; en un segundo estadio de significación, la tiniebla encarna a
Dios mismo en la última etapa de su conocimiento707. La clave de la experiencia de la
tiniebla no es el conocimiento de Dios, ni siquiera entendido como conocimiento no
conceptual, pues este conocimiento, desde la radicalidad teológica de Gregorio de Nisa,
es imposible, sino el sentimiento de presencia de lo divino708. Este sentimiento de
presencia de Dios es mínimo para el alma: cuando llega a esta cima, descubre que está
tan infinitamente lejos de la perfección divina como al principio. La tiniebla designa, de
este modo, el aspecto negativo de la vida mística. El aspecto positivo corresponde al
plano de la unión y del amor. El concepto de ágape, es otra novedad del pensamiento
místico de Gregorio frente a Orígenes - el alejandrino señalaba como cima de la vida
mística la contemplación, la cual supera precisamente la homonimia entre el amor
humano y el amor divino, ágape,- que cristaliza en el pensamiento místico cristiano
(Danielou, 1944: 211).
San Juan de la Cruz elabora una mística de la luz en la que los obstáculos para
acceder a la unión con Dios no proceden de su inaccesibilidad absoluta, sino de la
imperfección del alma marcada por el pecado. En este sentido, nos parece determinante
el siguiente pasaje del comentario de la Noche oscura:
Cuanto a lo primero [la mezcla de contrarios en el alma durante la noche del sentido,
por la presencia simultánea de bienes y dolor], porque la luz y sabiduría de esta contemplación
es muy clara y pura y el alma en que ella embiste está oscura e impura, de aquí es que pena
mucho el alma recibiéndola en sí, como cuando los ojos están de mal humor impuros y
enfermos, del embestimiento de la clara luz reciben pena.
(Noche oscura, 1, 2, 2, 5, 5)
706
Gregorio de Nisa, 1993a: 104.
707
Véase Borrego, 1991: 402.
708
Véase Homilía XI del Comentario al Cantar de los cantares.
740
imperfección de la contemplación mística, incluso en sus grados más altos en los que el
alma ya ha sido purgada, frente a la perfección de este encuentro en la muerte:
Sintiéndose, pues, el alma a la sazón de estos gloriosos encuentros tan al canto de salir a
poseer acabada y perfectamente su reino, en las abundancias que se ve está enriquecida (porque
aquí se conoce pura y rica y llena de virtudes y dispuesta para ello, porque en este estado deja
Dios al alma ver su hermosura y fíale los dones y virtudes que le ha dado, porque todo se le
vuelve en amor y alabanzas, sin toque de presunción ni vanidad, no habiendo ya levadura de
imperfección que corrompa la masa) y como ve que no le falta más que romper esta flaca tela de
vida natural en que se siente enredada, presa e impedida su libertad, con deseo de verse
desatada y verse con Cristo (Fil. 1, 23), haciéndole lástima que una vida tan baja y flaca la
impida otra tan alta y fuerte, pide que se rompa, diciendo: Rompe la tela de este dulce
encuentro.
(Llama de amor viva, 1, 6, 31)709
En este texto se aprecia otro punto de contacto con la mística agustiniana que, a
su vez, distancia a Juan de la Cruz de la teología mística siria, particularmente del
pensamiento de Gregorio de Nisa. En efecto, la contemplación mística descrita en los
comentarios de la Llama y el Cántico B, muestra un grado imperfecto de unión que no
se cifra sólo en el carácter temporal de esta unión, y el consiguiente aplazamiento de la
unión definitiva para después de la muerte, sino que afecta también a la intensidad de
dicha unión. Como se ha estudiado en la primera parte de nuestro trabajo, la mística
agustiniana reduce, frente a Plotino, los elementos salvíficos a favor de los meramente
cognoscitivos, hasta el punto de que algunos estudiosos han hablado de éxtasis fallido,
en referencia al concepto agustiniano de unión mística. Del mismo modo, la mística
sanjuanista en su segunda etapa (Llama, Cántico B) recorta el alcance de la unión del
alma con Dios en la contemplación de la vida terrena. Como ha notado Mc. Guinn, pese
a su lenguaje oscuro e hiperbólico, Juan de la Cruz insiste en que la última unión con
Dios, que puede iniciarse en vida y completarse en el cielo, no implica la fusión de
sustancias, sino sólo la completa uniformidad de voluntades, a pesar de que el carmelita
hace un gran uso del lenguaje de la deificación (Cántico 12, 7). En este aspecto, Juan de
la Cruz se acerca a San Bernardo que insistía en la distinción absoluta entre el amante
divino y el humano (Mc.Guinn, 1987: 22).
709
Véase también Subida, II, 5, 2.
741
Mientras que (… ) Dionisio niega que las afirmaciones y las negaciones, las meras
palabras y las imágenes, puedan expresar nada en absoluto sobre Dios, San Juan, de modo
paradójico, lo afirma y lo niega a la vez. Crea en su poesía configuraciones enteras de imágenes
que conmueven al lector por su belleza. Aunque no son sino un “no sé qué”, un balbuceo de las
glorias inexpresables de Dios, son ciertamente “algo” y no nada: ese “algo” que ha rebosado de
su experiencia y que en sus comentarios intentará exponer.
710
Juan de la Cruz, 2002a: 81.
742
“no saber” más que romper con la mística de la luz, actualiza su componente intelectual
en consonancia, no sólo con el mayor tono afectivo de la mística medieval, sino también
con la reflexión sobre la dimensión intelectual del fenómeno místico que se genera en el
siglo XV, y que ofrece, con Nicolás de Cusa, su mejor representación711. En efecto, el
Cusano defiende la posibilidad de una visión intelectual, pero de carácter intuitivo712.
Ahora bien, estas analogías sólo pueden proponerse desde la conciencia de sus límites.
Así, pese a que el “no saber” puede considerarse en cierto modo un concepto de
época713, es preciso diferenciar entre la mística sanjuanista que gira en torno a la
voluntad714, y la mística intelectual de mayor contenido neoplatónico de Nicolás de
Cusa715. La reflexión poética sanjuanista respecto al “no saber” se desarrolla
principalmente en el poema [Entréme donde no supe], en el que el “no saber” es
concebido, no como la ausencia de sabiduría o la omisión de la actividad intelectual,
sino como un saber definido esencialmente por su oposición al “saber” común:
Debe advertirse de nuevo que la concepción sanjuanista del “no saber” como
una forma de conocimiento opuesta al saber común no puede ser asimilado a lo que en
la estética moderna y en el pensamiento neokantiano se ha denominado forma de
711
Esto no obstante, Nicolás de Cusa acepta la teología negativa de Dionisio afirmando que “es tan
necesaria a la de afirmación que sin ella no se le rendiría culto a Dios en cuanto Dios infinito, sino antes
en cuanto criatura” (Nicolas de Cusa: 1984, 81). Véase también, sobre Dionisio Arepagita, Nicolás de
Cusa, 1984: 58-59. Sobre la teología afirmativa, Nicolás de Cusa, 1984: 74 y ss.
712
Véase Cassirer, 1951: 22-29. El concepto de Nicolás de Cusa llega hasta Novalis, quien define el
éxtasis como “fenómeno lumínico interior equivalente a una intuición intelectual” (Novalis, 2001: 186).
713
Cuevas ha expuesto brevemente la evolución del “no saber”, como topos de la docta ignorantia -“los
saberes amenazan el Saber, que, revelado por Dios desde el principio, no exige investigaciones sino
contemplación. La ignorancia aparece así como forma superior de conocimiento (Cuevas, 1993a: 57-58)-,
desde el Génesis, pasando por Romanos 12, 3 y la doctrina de San Agustín hasta el siglo XVI, en el
ámbito carmelita, e incluso en Juan de Valdés (cf. Cuevas, 1993a: 57-59).
714
Recuérdese lo afirmado anteriormente respecto al concepto sanjuanista de unión, incluso más allá de la
muerte, como completa uniformidad de voluntades entre Dios y el místico
715
Nicolás de Cusa es, en opinión de Cassirer, el primer pensador moderno por cuanto considera que el
problema de la separación entre lo finito y lo infinito debe plantarse, en términos prekantianos, desde el
punto de vista de las posibilidades del conocimiento humano. Cassirer destaca también cómo Nicolás de
744
Cusa introduce una valoración de la experiencia como fuente de conocimiento auténtico, aunque no sea
exacto ni límpido (Cassirer, 1951: 40).
716
Sobre la mística de Ricardo de San Víctor y el concepto de “caridad violenta” y sus grados, véase el
capítulo XX & 2 de nuestra primera parte. La introducción de Ricardo de San Víctor en España en el
siglo XVI se debe fundamentalmente a Bernardino de Laredo. La primera edición de Subida al Monte
Sión (1535) tiene a Ricardo de San Víctor como fuente principal. La edición de 1538 incorporará la
745
influencia de Herp y Balma, reforzando los aspectos afectivos del pensamiento teológico de Laredo frente
a los rasgos intelectuales más aguzados en la mística del victorino (cf. Ricardo de San Víctor, 1979, 3).
717
Sobre la afectividad sensible en Juan de la Cruz, cf. Mouroux, 1951-1952.
718
Cf. Breviloquium, 5, 7.
719
Véase el trabajo clásico de Jean Orcibal San Juan de la Cruz y los místicos renano-flamencos (Orcibal,
1987). Para un breve recuento de las obras espirituales germánicas difundidas en la España del XVI,
véase Sanchís Alventosa, 1946: 109-112.
720
Op. cit, pp. 220-221.
721
Ib., p. 222. Martín recuerda que es el primer autor en hablar de toques en el sentido que después
empleará Juan de la Cruz en la Llama: “toque misterioso por el cual es engendrado el Hijo en la memoria
suprema” (Sanchís Alventosa, 1946: 79). Para una discusión sobre el sentido del toque en Ruysbroeck y
su relación con el toque sanjuanista, véase Sanchís Alventosa, 1946: 125D.
746
722
Véase el capítulo XX & 4 de nuestra primera parte. A nuestro juicio, la influencia de la mística
trinitaria de Ruysbroeck, en la que el alma del contemplativo adapta la estructura trinitaria del Dios
contemplado, alcanza, dentro de la obra sanjuanista, su más nítida expresión en Llama de amor viva, 2,
16-22, en la que también tiene una presencia fundamental el opúsculo De beatitude. Como observa Díez
de Santa Teresa, Juan de la Cruz, a menudo, se muestra ambiguo en la expresión de la fruición divina en
la experiencia mística, por cuanto emplea el texto pseudo-tomista referido a los goces de la vida después
de la muerte (Díez de Santa Teresa, 1962: 348). La segunda redacción del Cántico, especialmente el
comentario de sus últimas estrofas, se aproxima más al sentido de De beatitude. Dice Díez de Santa
Teresa: “El opúsculo forzó al Doctor Místico a pensar en el cielo -cielo de verdad-, y a precisar por lo
tanto la relación entre ambos estados de perfección (la tercera “tela del dulce encuentro”) y hasta el orden
lógico entre los aspectos de la experiencia vital: visión, amor, fruición… ” (1962: 351). Esta evolución en
su pensamiento está también en el origen de la segunda redacción, poco antes de morir, del comentario de
la Llama (Ruiz, 1962: 263).
723
Ib., pp. 224-225.
747
724
Cf. capítulo XX & 4.
725
La idea está también en el Romance sobre la Trinidad: “Como amado en el amante / uno en otro
residía / y aqueste amor que los une / en lo mismo convenía / con el uno y con el otro / en igualdad y
valía” (Juan de la Cruz, 2002a: 85).
726
Dice Van Gelmar: “El alma se siente tan amada por Dios que hace olvido de todas las criaturas. Su
dicha aumenta cuando corresponde al amor de la Santísima Trinidad y se abisma por completo allí con
todas sus potencias” (Martín, 1988: 34).
748
Y por esto dice la autoridad: Que se levante nuestro corazón de noche, porque así como
la noche quita d enuestra vista corporal todolo qu econla claridad podemos ver, bien así el muy
súbito alzamiento d enuestra afectiva esconde de la vista intelectual todo lo que Dios crio, y
quédase sólo en él.
(Laredo, 1998: 247)
727
Véase el “Prólogo” de M. Andrés a su edición del Tercer Abecedario espiritual de Francisco de
Osuna, (Osuna, 1972: 99).
728
Para su influencia en Teresa de Jesús, véase el citado prólogo (Osuna, 1972: 107-108).
729
Véase el prólogo de Teodoro H. Martín a su edición de la tercera parte de Subida del Monte Sión
(Laredo, 1998: XXXIV y ss.).
749
730
Para una breve nota biográfica, véase Castro, 1985: 468-469.
751
La Llama de amor viva es, desde el punto de vista espiritual, la obra cumbre de
la mística sanjuanista731. Despojado de todo elemento narrativo, descartada la presencia
de personajes figurados -la amada y el amado-, como transposición del alma y Dios,
desplegado en un tiempo suspendido entre la memoria y la esperanza, ubicado fuera de
un espacio anímico convulsionado, el poema -y por extensión el comentario- se
despliega a través de un lenguaje alienado, exclamativo, tejido de súplicas, invocaciones
y exhortaciones732, que se concreta en imágenes audaces y extrañas paradojas. La Llama
enfrenta al lector con el límite de la inefabilidad de la experiencia mística, al que tanto
nos hemos referido en estas páginas. A propósito de sus versos, dice Caravaggi:
“representan la tentativa extrema de comunicar una experiencia cognoscitiva de la unión
mística cuando los instrumentos del lenguaje ya no resultan eficaces” (Caravaggi, 1991:
10).
La opacidad del tenor literal de las estrofas, el sinsentido del conjunto de sus
expresiones ha hecho sostener a la crítica más rigurosa que, con este poema, San Juan
elabora un texto que se ubica decididamente en el terreno de lo simbólico. El examen
del poema parece descartar cualquier posible conexión con un entramado lógico que
avalara la presencia de la alegoría (García de la Concha, 2004: 303).
La Llama, en efecto, se sitúa, acaso más adecuadamente que ninguna obra
mística cristiana, en el centro de la polémica sobre la naturaleza del lenguaje místico733.
Es esta cuestión la primera que debemos explorar como paso previo a la formulación de
una exposición del poema que tienda hacia el establecimiento de unos parámetros de
lectura que favorezcan su comprensión. El establecimiento de estos parámetros
lingüísticos, culturales y religiosos quizá permitan esbozar una lectura alegórica -
entendida en el sentido amplio, no puramente retórico, que se propone en nuestro
trabajo- que apunte hacia el sentido del poema. Con este objetivo, debemos comenzar
haciendo una breve reflexión sobre el lenguaje místico y sus posibilidades cognitivas y
expresivas.
731
Para las circunstancias biográficas de San Juan de la Cruz en el periodo de composición, véase Pacho,
1985.
732
Véase Vide, 1999: 197-200.
733
En la exposición de esta cuestión, sigo a Vide, 1999: 201-207.
752
734
Pacho recuerda que Juliana de la Madre de Dios, copista de la obra, afirma que las canciones de la
Llama fueron compuestas “en la oración, año 1584” (Pacho, 1985: 118). Sobre esta cuestión, véase
también Ruiz, 1962: 257.
735
Sobre esta cuestión se expresa en términos parecidos -aunque con distintas conclusiones- López Baralt
(cf. López Baralt, 1998: 195).
754
Cántico no se cierre en la última lira del poema, ni las peripecias amorosas de los
personajes concluyen en las “aguas” del último verso. El poema termina, ciertamente,
pero no concluye: su mundo se prolonga indefinidamente más allá de él. Lo que se
extiende en el silencio que adviene tras el final es el mismo mundo del poema: el
mundo sobrecargado y, al mismo tiempo, extrañamente ligero que ha visto el encuentro
de los amantes. Se trata, en ambos casos, de paisajes alegóricos, anímicos, en los que
los personajes de la amada y el Amado hacen las veces del alma y de Dios, en virtud de
una reformulación poderosamente original del Cantar de los cantares y de la tradición
exegética y poética cristiana por él generada.
Sin embargo, nada de esto se encuentra en la Llama. Aquí no hay personajes
interpuestos que se muevan en un mundo alegórico. El paisaje del alma apenas se intuye
en las cavernas del sentido de la tercera estrofa. La voz poética no se ubica dentro de
este espacio, sino que, por el contrario, este espacio, el centro del alma, le pertenece. Y
no se dirige al Amado o a una personificación de Dios, sino al fuego; la llama que no
ofrece rasgos humanos de ninguna clase. A diferencia de lo que ocurre en los otros dos
poemas mayores, la voz que encarna el “yo poético” está, de algún modo, fuera de lo
que ocurre en el poema.
Pero, además, si, por una parte -al igual que lo que ocurre en el Cántico y a
diferencia de lo que hemos visto en la Noche-, se puede afirmar que “lo narrado” en el
poema no concluye con éste, sino que se prolonga más allá del último verso, creemos
también que, frente al Cántico, esta prolongación ya no tiene lugar en el mundo
sostenido en el poema, sino en el que queda fuera, esto es, se extiende en aquel en el
que habita la voz que clama en sus versos. Podría afirmarse que si la Noche ofrece un
mundo cerrado, y el Cántico un mundo abierto; la Llama se abre no a otro espacio, sino
a otro tiempo, al futuro, esencialmente futuro de la vida más allá de la muerte, al que se
refiere al final de la primera canción: “acaba ya si quieres / rompe la tela de este dulce
encuentro”737.
736
Cf. Llama, Prólogo, 3.
737
No compartimos la interpretación de Gimeno Casalduero que considera que la tela es efectivamente
cortada al comienzo de la segunda estrofa del poema: “Rota esa leve tela, el fuego se precipita”. El autor
hace una lectura neoplatónica del poema (Gimeno Casalduero, 1979: 179) que difícilmente encaja en los
parámetros de la tradición mística del amor extático. Además, esta explicación resulta incompatible con el
comentario del autor (Llama, 1, 36) que textualmente remite a la muerte el cumplimento de este deseo de
unión total. Gimeno Casalduero habla también de cumplimiento en muerte, pero como algo cumplido y
expuesto en las estrofas siguientes del poema -lo que resulta difícil de sostener atendiendo al modo verbal
indicativo de estas estrofas- y no esencialmente futuro como, para nosotros, se formula en el poema. En el
sentido defendido en estas páginas se expresa López-Baralt (1998, 202). En la segunda redacción del
Cántico este “futuro siempre futuro” está incluido en el mundo del poema.
755
Esta apertura al “futuro siempre futuro”, se produce desde un presente que tiene
viva memoria del pasado, de las penalidades que han precedido a la unión: “pues ya no
eres esquiva”. El verso remite a la Noche, al tiempo de las purgaciones en las que la
llama se mostró “esquiva”. Como señala Mancho Duque, por “esquivo” hay que
entender aquí no sólo “huidizo”, sino también, y sobre todo, “horrible”, “malo”,
“doloroso” (Mancho, 1998: 355), en una concepción, que, a nuestro juicio, procede de
los místicos alemanes.
Abordamos ahora los aspectos cognoscitivos del poema, de conformidad a las
condiciones expuestas más arriba. Estas condiciones se basan en la existencia de un
código compartido por una comunidad que pueda descifrar, si no completamente sí con
carácter general, el sentido del poema. Como ha quedado señalado anteriormente, al
analizar los elementos evocadores y autoafirmativos del poema, la Llama no puede
considerarse un poema en el mismo sentido que la Noche o el Cántico. En la Llama no
existen personajes alegóricos como la amada o el Amado que representen al alma y a
Dios. Tampoco existe propiamente un espacio alegórico definido expresamente -el
Cántico- o de forma tácita -la Noche-. El poeta se identifica con la voz poética que
habla en el poema. En consecuencia, cuando afirmamos que la Llama es un poema
alegórico estamos esbozando un concepto de alegoría más amplio que aquel, puramente
retórico, que a veces se confunde con la personificación738.
La Llama es un poema alegórico por cuanto se sirve de un código lingüístico
determinado para expresar una realidad esencialmente inefable como es la experiencia
de la unión mística. El poeta recurre al viejo instrumento de la metafísica, la alegoría,
para ir más allá de las posibilidades del lenguaje y de la realidad por éste delimitada. De
este modo, San Juan de la Cruz, con voz original y personalísima, recurre al código
místico del amor extático cuyos precedentes directos cabe encontrarlos en Ricardo de
San Víctor y Bernardo de Claraval. Es en la concepción extática del amor dónde se
ubican las claves fundamentales de interpretación de la Llama.
Como se ha estudiado en la primera parte de este trabajo739, frente a la
concepción física del amor fundada sobre la necesaria inclinación de todos los seres de
738
Éste no es el caso, por supuesto, de estos dos poemas. El uso de la alegoría en la Noche y en el Cántico
es mucho más complejo y afecta a un número mayor de procedimientos retóricos y hermenéuticos. Pero sí
queremos significar que, entre estos elementos, la personificación aparece de forma constante, y a través
de sus mecanismos, se despliegan las voces que dan vida interna a los poemas.
739
Supra. capítulo XX & 2.
756
la naturaleza a buscar su propio bien740, la concepción extática sostiene que el amor será
más perfecto cuanto más arroje al sujeto fuera de sí mismo, a partir de una esencial
dualidad de términos, resultado de una concepción personal del amor. Es Ricardo de
San Víctor el que habla por vez primera de “caridad violenta” para referirse a la unión
mística, en la que el alma arde y se duele de la herida de amor741. La violencia es
consecuencia de la salida de sí, al encuentro de sus apetitos, del modo en que los
tiraniza, y, por parecer no quedar saciado sino con la aniquilación del sujeto que ama,
por su absorción en el objeto amado.
Ciertamente, como recuerda Ynduráin, el tema de la “herida de amor” aparece
ya en Ovidio (Juan de la Cruz, 1995: 219). Pero, en nuestra opinión, no puede
sostenerse que exista una influencia directa de Ovidio en Juan de la Cruz, sino que, por
el contrario, el trayecto desde la “herida de amor” en, al menos, la literatura latina
clásica hasta Juan de la Cruz, pasa por una serie de etapas que modifican el sentido de la
expresión y lo enriquecen con nuevos matices. La expresión adquiere una dimensión
mística con Orígenes y Gregorio de Nisa742. No obstante, será en el siglo XII, cuando
asumirá el sentido que directamente pasa a Juan de la Cruz. En efecto, en el siglo XII, la
difusión de las obras de Ovidio y la construcción de un nuevo lenguaje erótico en la
poesía europea corren a la par de la elaboración de un nuevo discurso místico, que tiene
en la concepción extática del amor, su expresión más radical. Ambas corrientes de
poesía erótica, la profana y la religiosa, conviven y se contagian sus hallazgos a lo largo
de la Edad Media.
Las características que Rousselot apunta respecto de la concepción extática del
743
amor son claramente reconocibles en la Llama:
1. La dualidad del amante y del amado. Esta dualidad es mucho más
perceptible en la Llama que en los otros dos poemas mayores, en lo que parece haberse
impuesto, una concepción sintética entre la concepción física y la extática, acaso a partir
de las teorías sobre la afectividad de Santo Tomás. En efecto en ambos poemas, la
alegoría de los paisajes del alma en los que ésta misma buscaba a su amado, en clave
agustiniana -en la que la salida es en realidad entrada en uno mismo-, permitía avalar
una teoría en la que el amor se concibiera desde un punto de vista unitario, como
740
Para los defensores de esta teoría, existe una profunda y oculta identidad entre el amor a sí y el amor a
Dios.
741
Decíamos en el capítulo XX & 2 de la primera parte de este trabajo, que esta idea de la “caridad
violenta” es extraña al mundo del Cantar de los cantares y al del neoplatonismo cristiano.
742
Supra. capítulos XIV y XV.
757
búsqueda del propio bien. Tal vez los comentarios de estos poemas desdibujan un tanto
esta concepción sintética a favor de la teoría extática. Ahora bien, en la Llama, la propia
estructura del poema, en la que la voz poética se dirige a un tú, sin personajes
interpuestos, y sobre todo, desde “fuera” del poema, en los términos examinados
anteriormente, incide en este carácter dual, por una parte, y personal, por otro, propio
del amor extático. La unión, en este sentido, es un proceso de confluencia de dos
personas distintas, no un descubrimiento de la unidad de la creación en Dios como
ocurría en la teoría física744. Incluso en la última estrofa, en la que parece que el afecto
se impone a la violencia del comienzo, San Juan sigue manteniendo la presencia de las
dos figuras, el “yo externo” y el “tu interno” que reside en el alma. La exposición
trinitaria de la canción segunda coincide con la concepción extática del amor en
Ruysbroeck, en la que, como se ha visto, la unión mística no es identidad de naturaleza
sino unidad de personas745.
2. En la concepción extática, el amor es herida, desmayo, muerte, siempre
deseables746. Como ha estudiado Chiappini, la declaración de la primera canción del
poema pone de relieve esta semántica del deseo desde el inmediato y duplicado “ya”
con el que se inicia (Chiappini, 1993). La audacia de la metafísica del amor extático,
lleva incluso a sostener que Dios no es ajeno a la violencia del amor, que sufre sus
heridas -idea ya presente en el Cántico-. La alegoría del fuego, de antiquísimo origen,
tiene como precedente inmediato la mística de Tauler747. Las dos primeras estrofas del
poema abundan en esta idea748. El oxímoron es el instrumento retórico elegido, avalado
743
Cf. Rousselot, 2004: 119-163.
744
En Subida, la descripción de la unión mística con Dios se hace en estos mismos términos de amor
extático, diferenciándola claramente de la unión sustancial, correspondiente a la concepción física, de
origen aristotélico, presente en todas las criaturas: “Esta manera de unión [la sustancial] siempre está
hecha entre Dios y las criaturas todas, en la cual les está conservando el ser que tienen (… ). Y así cuando
hablamos de unión del alma con Dios, no hablamos de esta sustancial, que siempre está hecha, sino de la
unión y transformación del alma con Dios, que no está siempre hecha, sino sólo cuando viene a haber
semejanza de amor. Y, por tanto, ésta se llamará unión de semejanza (… ) la cual es cuando las dos
voluntades, conviene a saber, la del alma y la de Dios, están en uno conformes, no habiendo en la una
cosa que repugne a la otra” (Subida, II, 5, 3). El subrayado es nuestro.
745
Supra. capítulo XX & 4.
746
Más arriba nos hemos referido al deseo de la muerte. Este deseo, avivado por la confianza en una
unión más plena con Dios es, sin embargo, muy anterior a la configuración de la teoría extática del amor.
Así, dejando a un lado su aparición en el neoplatonismo pagano, también es desarrollada por Gregorio de
Nisa en sus Homilías 11y 12 sobre el Cantar de los cantares (Gregorio de Nisa, 1993: 172, 186).
747
Supra. capítulo XX & 5. Véase también Laredo, 1998: 187-188.
748
Laredo adelanta algunas imágenes del amor extático sanjuanista al afirmar: “Pues como Dios es amor,
cuando quiera que visita el alma que está de su amor llagada, y de llagas tan sensibles que, como es el
sentimiento en lo interior y muy tierno de las entrañas, es necesario que cuantas veces la tal alma siente la
visitación del amor que la llagó, tantas se alce el sentimiento en el talante y afectiva del alma enamorada,
para se unir al amor que fue causa y es remedio de sus llagas” (Laredo, 1998: 188-189). Compárese este
pasaje con la segunda estrofa de la Llama de amor viva y con las liras 9 y 31 de Cántico B. También se
758
encuentra en Laredo una explicación aceptable de la extraña imagen del único ojo llagado de la lira 31 de
CB (cf. Laredo, 1998: 193).
749
Cf. Certeau, 2002: 199.
750
E. Davis señala, respecto a las paradojas del Cántico cómo éstas no conducen al silencio, sino a la
plenitud verbal y conceptual (Davis, 1993: 219). Thompson, por su parte, ha distinguido entre las
paradojas verbales, fácilmente identificables en las palabras usadas, y las paradojas que pertenecen a las
experiencias hacia las que esas palabras apuntan. Esta distinción, que se acerca a la diferencia entre
allegoria in verbis y allegoria in factis, genera tres niveles de discurso místico en consideración a la
paradoja: literario, experiencial y teológico, punto de contacto entre los dos anteriores, generado por la
experiencia en sí misma (Thompson, 1985: 471).
751
Osuna lo explica en términos cercanos: “Dice San Gregorio: el ánima que se junta al invisible esposo
por amor, ninguna consolación recibe del presente siglo, mas de todas entrañas suspira a aquella que ama,
hierve, tiene ansia, fatígase y hace vil la salud del cuerpo por estar traspasada con la llaga de amor”
(Osuna, 1972: 385).
752
Física 189b.
759
753
Díez de Santa Teresa ha señalado la influencia de De Beatitude en la concepción igualitaria del amor
expresada en la Llama, 3, 78 y, expresamente. en CB, 38, 3. Del mismo modo, en la Anotación para CB
28, Juan de la Cruz afirma lo siguiente: “la propiedad del amor es igualar al que ama con la cosa amada.
De donde, porque el alma aquí tiene perfecto amor, por eso se llama esposa del Hijo de Dios, lo cual
significa igualdad con él”. Véase también Laredo, 1998: 187 y ss.
754
Para el estudio del concepto de “centro del alma”, nos remitimos a nuestros capítulos dedicados a
Plotino (Enéada III, 8, 9) y la mística agustiniana. Véase, igualmente, Pacho, 1995: 327. El concepto de
toque, procedente de Ruysbroeck ha sido expuesto en páginas anteriores. También se ha señalado la
presencia de la mística trinitaria de éste en el comentario de la canción 2ª (16-22). La “tela” del último
verso de la primera canción no ofrece demasiada dificultad en su identificación con la vida cuyo fin
anhela el místico para poder disfrutar plenamente de los dones divinos. Es ésta la interpretación de
Ynduráin que cita además algunos ejemplos de poetas españoles contemporáneos -Garcilaso, Aldana,
Baltasar Alcázar, etc.- donde la “tela” significa el lugar donde se poema la vida en juego (Juan de la Cruz,
1995: 211,212). Véase en Teresa de Jesús un empleo parecido de “tela” (Libro de la vida, XVIII, 11).
Chiappini explica las connotaciones de “tela” en el poema sanjuanista, afirmando que “tela hace más
claro y comprensible el grado de consistencia, el poco valor sustancial propio y analógico y emblemático
de lo humano con respecto a lo inconmensurable divino” (Chiappini, 1993: 239-240). En consecuencia,
no compartimos la interpretación que identifican “la tela” con el “himen”, explicación que carece de
sentido en el contexto del poema, en la tradición mística y en la poesía del momento, donde esta
significación sólo aparece en poemas burlescos (Ynduráin, 1995: 212).
755
Cf. García de la Concha, 2004: 303-304 y Mancho, 1998: 357.
760
unión mística en el alma. Pero este sentido general no informa, por sí mismo, del que
cabe atribuir a cada una de imágenes que lo constituyen.
María Jesús Mancho ha realizado un breve resumen de las diversas
interpretaciones de esta estrofa: García de la Concha ha relacionado sus imágenes con
Efesios IV, 9-10 y con Orígenes, aludiendo a la Encarnación como descenso y entrada
en las cavernas de la tierra. Para el crítico, la estrofa obedece a la idea del alma como
templo de Dios, presente también en San Agustín y Hugo de San Victor (Mancho, 1998:
357, 360); Asín y López-Baralt han afirmado el origen sufí de estas imágenes en las que
se describe la fusión de altura y profundidad de las cavernas simbólicas, con su carácter
infinito y concéntrico756; Hatzfeld ha relacionado la estrofa con los místicos alemanes757
y el Cantar de los cantares758; Ackerman, por su parte, afirma que las cavernas del
sentido son las potencias del alma (Mancho, 1998: 359).
La estrofa se articula por medio de dos imágenes: “las lámparas de fuego y “las
cavernas del sentido”. Ambas imágenes mantienen entre ellas una tensión dialéctica
superada en el último verso: la luz y el calor de las lámparas y la oscuridad ciega de las
cavernas se funden en el verso que cierra la estrofa. María Jesús Mancho ha estudiado
este verso, analizando el valor significativo de “junto” en el poema. En su opinión,
considerar que “junto” es equivalente de “al lado de” es el resultado de una lectura
banal de la Llama, que desconoce la transformación íntima de la unión mística
(Mancho, 1998: 361). En el comentario, recuerda Mancho, San Juan se refiere a la
donación del alma, después de su transformación, de tal modo que las cavernas envían a
Dios los resplandores recibidos, hechos también lámparas encendidas, dando al Amado
la misma luz y calor que reciben (1998: 368). De acuerdo con el comentario del poeta,
cabe entender, concluye Mancho -en sintonía con Cristóbal Cuevas y Víctor García de
la Concha-, que “junto” debe entenderse con carácter adverbial, como “juntamente”: “a
su querido dan juntamente luz y calor” (1998: 369, 370).
La imagen de “las lámparas de fuego” y sus resplandores es de dudosa
procedencia. Algunos críticos, como Dámaso Alonso, han mencionado como fuente el
Cantar de los cantares (8, 6); otros han hablado de la mística musulmana (López Baralt,
1980: 6, 7). El pasaje del Cantar es, ciertamente uno de los más citados por el carmelita
756
Cf. López-Baralt, 1980.
757
“Solamente el símil de Ruysbroeck de la luz reflejada por las rocas allanó el camino para que San Juan
de la Cruz hallara la imagen adecuada de las cavernas reverberadotas de la luz como símbolo del alma
divinizada, que no puede menos de reflejar sobre el Amado la luz divina que de Él tiene recibida”
(Hatzfeld, 1968: 298)
761
758
Hatzfeld se refiere a Ct, II, 14 (1968: 294).
759
Véase Juan de la Cruz, 2002a: 1085.
760
Cf. Llama, 3, 5 y 8.
761
Véase el capítulo XV de nuestra primera parte.
762
Siempre deben tenerse en cuenta las diferencias, a veces insalvables, entre la mística de la oscuridad
de Gregorio de Nisa, con el concepto de epéctasis y los elementos heredados del neoplatonismo, y la de
Juan de la Cruz, que cuenta con otras influencias más directas, y, sobre todo, pertenece a un momento
histórico muy diferente. Pero debemos reconocer que en cuanto al código alegórico que articula la
disposición de las imágenes bíblicas en un orden y sentido determinados, las coincidencias son
sorprendentes.
762
763
Cf. 1Cor. 3; 2Cor. 6, 16; Hb. 8; Ef. 2, 21-22.
763
764
Cf. Ex. 33, 18-23; Gregorio de Nisa, 1993a: 121-122. La influencia de la interpretación mística de este
pasaje del Éxodo en la obra de Juan de la Cruz es tal, que aparece citado hasta en 10 ocasiones (véase
Juan de la Cruz, 2002a: 1081).
765
Cf. Blumenberg, 2004: 198-199.
766
Supra. capítulo XII.
767
En el comentario de este verso del Cántico, San Juan cita este pasaje (Cántico A, 36, 4). Pero, además,
es citado hasta en diez ocasiones a lo largo de su obra (Juan de la Cruz, 2002a: 1081). Thompson ha
comparado ambas imágenes y las ha propuesto como ejemplo de la diferencia existente entre símbolo y
alegoría. De este modo, “las subidas cavernas de la piedra” seria una imagen misteriosa y, en
consecuencia, simbólica; por el contrario, “las cavernas del sentido” de la Llama, al aludir a los sentidos,
disiparía el misterio, convirtiéndose en una alegoría (Thompson, 1985: 138). En nuestra opinión, no hay
tal diferencia, por cuanto el sentido que se menciona en la imagen tampoco es el sentido o los sentidos
764
la roca con Dios, en la que éste permite a Moisés que lo vea de espaldas, puesto que es
imposible ver su rostro, se considera como el modelo de experiencia mística en la que el
conocimiento completo de Dios permanece más allá de las posibilidades del ser
humano. Gregorio de Nisa, en su Vida de Moisés, consolida esta doctrina y la hace
ejemplar para sus sucesores, aún cuando las consecuencias, dentro de la mística de la
oscuridad, que el Niseno deduce de esta alegoría se suavicen o incluso desaparezcan en
algunos místicos de occidente. Osuna recoge esta alegoría, aun cuando no cita al
Niseno, y la relaciona con otro pasaje bíblico que no debía pasar desapercibido a Juan
de la Cruz, 1Reyes, 19, 13, en el que Elías -mítico fundador del Carmelo, según la
tradición medieval de la Orden- se cubre el rostro con el manto, a la salida de una gruta,
ante la presencia de Dios (Osuna, 1972: 182)768.
Manuel Diego Sánchez ha señalado, respecto de las “subidas cavernas de la
piedra” del Cántico que en la elaboración del comentario sanjuanista de esta imagen
existe, además, una influencia de Orígenes en la introducción de la dimensión
cristológica, ausente en el comentario del Niseno. Del alejandrino -y, anteriormente, de
Pablo, a quien cita el carmelita en su comentario- procede la identificación de la
humanidad de Cristo y el misterio de la Encarnación con la piedra769. Juan de la Cruz
combina, por tanto, en la elaboración y exégesis de las “cavernas de la piedra” la
alegoría de Pablo y Orígenes con la de Gregorio de Nisa (Diego Sánchez, 1990: 99-
101).
Respecto al “sentido” al que pertenecen estas cavernas, oscuro y ciego al
principio, y luminoso y cálido, después, San Juan de la Cruz afirma en el comentario
que se “entiende aquí la virtud y fuerza que tiene la sustancia del alma para sentir y
gozar los objetos de las potencias espirituales con que gusta la sabiduría y amor y
comunicación de Dios” (Llama, 3, 69). La preocupación del carmelita por determinar la
existencia en el alma de una facultad que posibilite la contemplación mística es el
resultado de una larga tradición que arranca, al menos, de Plotino, en la que los místicos
tanto paganos como cristianos han tratado de responder, desde sus particulares sistemas
según su significado literal; ambas imágenes responden a un mismo código y operan, en sus respectivos
poemas, de modo semejante.
768
CF. Tercer Abecedario, 3, 2.
769
En el romance [Paráfrasis del Salmo 136 de la Vulgata], Juan de la Cruz realiza la misma asociación:
“(… ) porque en ti esperaba / a la piedra, que era Cristo, / por la cual yo te dejaba” (Juan de la Cruz,
2002a: 98). Véase también Castro, 1990: 172. Osuna también identifica a Cristo con la piedra en el
capítulo III, del tratado 9 de su Tercer Abecedario (Osuna, 1972: 315). La imagen está también en
Bernabé de Palma (Palma, 1998: 87).
765
770
Sobre el tratamiento de este sentido en Juan de la Cruz, véase De la Cruz, 1967: 185-186. Sobre los
sentidos interiores en el pensamiento sanjuanista, véase Herrera, 1966.
771
Véanse sus lecturas de este pasaje del Éxodo en los pasajes anteriormente citados.
766
767
Los avatares de este proceso poético que comienza con las 31 estrofas iniciales,
compuestas en la cárcel y -presumiblemente- de memoria, y concluye, muchos años
772
Cf. Thompson, 1985: 52.
773
Cf. Juan de la Cruz, 1981: 45-47. Eulogio Pacho ha subrayado el carácter unitario de estas tres
estrofas, señalando que constituyen un himno a la soledad y al silencio (Juan de la Cruz, 1981: 51).
774
Un resumen muy completo de la cuestión puede verse en el estudio preliminar de Lara Garrido a la
edición facsímil del Cántico B (Juan de la Cruz, 1991, II: XXI-LXVI).
775
Véase, en este sentido, el estudio de Pacho sobre la lira 11 de CB (Pacho, 1995).
769
776
En este sentido coincide con la Llama, aunque a diferencia de éste, el “siempre futuro” del Cántico es
prolongación del mundo del poema.
770
Por tanto, debemos pensar que el tiempo del Cántico no es el tiempo lineal de la
Física de Aristóteles, sino el tiempo interior del alma concebido por San Agustín:
Lo que ahora está claro y patente es que no existe ni el futuro ni el pasado, ni se puede
decir con propiedad que hay tres tiempos: el pasado, el presente y el futuro. Quizá sería más
exacto decir que los tres tiempos son: el presente de las cosas pasadas, el presente de las cosas
presentes y el presente de las cosas futuras. Estas son tres cosas que hay dentro del alma y fuera
de ella no las veo. El presente de las cosas pasadas es la memoria. El presente de las cosas
presentes es la visión. Y el presente de las cosas futuras es la espera.
(Confesiones, XI, XX)
que se caracteriza por el goce de los amantes y el anhelo de goces más profundos; una
tercera en la que el poema se proyecta hacia la gloria por venir.
Ambas series, la serie de nombres y la serie de funciones se asocian, se separan
y forman nuevas asociaciones, de tal modo que resulta imposible establecer una regla
general de interpretación del poema en atención a éstas. La alteración de funciones
modifica en ocasiones no sólo el sentido del nombre sino su orientación, pasando de
tener un carácter positivo a otro negativo, o a la inversa777. El sentido del poema en su
conjunto nace y se deshace con estos cruces siempre cambiantes de nombres y
funciones.
Pero es necesario recordar que la ausencia de unas reglas predeterminadas que
permitan descifrar el texto es propia de la metodología exegética alegórica cristiana que,
en la lectura de la Biblia, ensaya métodos dispares, que resultan absurdos para el lector
moderno.
Comenzaremos nuestro análisis con la serie de las imágenes de animales y sus
funciones.
El poema se abre con el símil del Amado que huye como el ciervo, dejando,
paradójicamente, herida a la amada. La estrofa es, en sí, una dislocación manierista de la
imagen del ciervo herido, de gran peso en la tradición poética occidental778. Lo
paradójico de la imagen la aboca al sinsentido: En el Cántico, la huida que genera la
búsqueda no tiene a la herida por causa, sino por efecto no en el Amado que huye, sino
en la amada779. Esta alteración lógica de la causa y el efecto es lo que ahora nos
interesa.
La crítica ha reparado en lo extraño de la imagen. Así Ynduráin repasa los
antecedentes de la imagen del ciervo y da cuenta de lo novedoso que resulta que sea el
ciervo el que hiera (1995: 36-38). García de la Concha subraya cómo Juan de la Cruz
descoyunta la imagen tradicional del ciervo herido (2004: 250). Ciertamente, lo esencial
en esta primera lira estriba en esta dislocación de la tradición poética del ciervo herido,
y, antes que esto, de las leyes de la lógica con la alteración de la correlación causa-
efecto antes señalada.
777
Sobre la precaución que el lector debe tomar en su lectura del poema, dice Ynduráin: “Lo que en un
lugar no sólo parecía, sino que era hermoso y positivo se convierte a la vuelta de la estrofa en algo
amenazador” (Ynduráin, 1993: 38).
778
Una completa revisión de la interpretación de esta estrofa puede verse en Juan de la Cruz, 2002: 421-
430.
779
El tema de “la herida de amor” en la tradición mística cristiana ya ha sido comentado abundantemente
en este trabajo.
772
Él [Dios] puso la mano izquierda debajo de la cabeza [de la esposa] como si ésta fuese
el dardo, mientras que con la derecha la abrazaba. Esta explicación de la ascensión del alma
significa dos cosas: que uno mismo es el esposo y el arquero, y una misma es la esposa y la
flecha. El Señor toma al alma en sus manos y la lanza al blanco. La lleva arriba para que
participe de vida eterna, donde nada hay perecedero.
(Gregorio de Nisa, 1993: 77-78)
Así pues, en esta imagen, aunque no aparece el motivo del ciervo, Gregorio de
Nisa modifica, sin transición posible, el sentido de la flecha y la herida, produciendo un
efecto distorsionador semejante al elaborado por Juan de la Cruz en la lira inicial del
Cántico. En efecto, en la alegoría de Gregorio de Nisa, Dios es el arquero que hiere de
780
Cf. Canévet, 1983: 340.
773
amor al alma; pero, después, el alma se transforma en la flecha que Dios lanza en
búsqueda de sí mismo, hacia su salvación. En la primera estrofa del Cántico se produce
una alteración similar del código alegórico heredado del tópico del “ciervo herido”. El
amado es el ciervo que se aleja después de haber herido a la amada. Pero ésta no huye
de su “cazador”, sino que sale en su busca. La amada se convierte en la flecha de su
herida, y, como en la alegoría del Niseno, corre en busca de su Amado.
En consecuencia, San Juan de la Cruz ha tomado un procedimiento de exégesis
alegórica escrituraria de suma complejidad y lo ha convertido en un mecanismo retórico
no menos complejo con el que ha recreado, subvirtiéndola, una imagen tradicional de
reminiscencias clásicas y bíblicas.
Como se está viendo, la imagen del ciervo unida a la función de la huida y
búsqueda, desarrolla el tema de “la herida de amor”. Este ciclo se cierra con la
reaparición del ciervo en la lira 13 del Cántico B, en la que el ciervo herido también
regresa para reencontrarse con la amada. Cerrada la etapa de la herida de amor, el ciervo
desaparece del poema. No obstante, existe un eco de la imagen del ciervo en el último
verso de la lira 17 de CB. Hay una clara correspondencia entre esta estrofa y Cantar, 4,
16, pero Juan de la Cruz “traduce” dilectus meus… qui pascitur inter lilia por “Y pacerá
el amado entre las flores”781. Domingo Ynduráin ha advertido que lo extraño de la
imagen puede interpretarse como expresión de la comunión, de la transformación de
uno en otro por ingestión. También propone la posibilidad de que “pacer” se entienda
como italianismo, con el sentido de “deleitarse” (Ynduráin, 1990: 38-41). Acaso pueda
entenderse que existe en esta imagen un eco de la personificación del amado como
ciervo y, quizá también, una leve conexión con la lira sexta de la Noche oscura, en la
que el amado queda dormido en el “pecho florido” de la amada, con unas connotaciones
eróticas -en sentido místico- cercanas a la presente estrofa del Cántico.
Ahora bien, es de notar que tanto los “ciervos” como “la herida” vuelven a hacer
acto de presencia en el poema. En efecto, la enumeración de la lira 20 incluye los
ciervos; y la lira 35, perteneciente, junto a las dos anteriores, a ese oscuro periodo de
composición ya aludido, se cierra con los versos “a solas su querido, / también en
soledad de amor herido”. Es evidente que los ciervos de la lira 20 y la herida de la lira
35 tienen un sentido diferente al señalado anteriormente. Los ciervos de la lira 20 son
amenazadores, malignos. Juan de la Cruz recurre de nuevo, para componer su imagen, a
un mecanismo exegético según el cual el mismo término puede tener un sentido positivo
774
o negativo. De este modo se hace patente que lo decisivo para el intérprete alegorista es
el contexto, las funciones que representa y no su significado aislado. Juan de la Cruz,
conocedor de esta tradición exegética no duda en usar, pero no como intérprete, sino
como poeta, una misma imagen en sentidos opuestos.
La herida del amado en la lira 35 no guarda relación con la herida de ausencia
del ciclo del “ciervo herido” que se extiende a lo largo de las trece primeras estrofas del
poema, sino que tiene un sentido opuesto a ésta: la herida del amado de la lira 35 no está
relacionada con el mal de ausencia. Por el contrario, obedece quizá a la versión más
audaz -dentro de la obra sanjuanista- de la concepción extática del amor, en la que, en la
persecución de un horizonte que iguale a los amantes, se llega a afirmar que también
Dios sufre en el amor extático, no ya de ausencia, sino en el disfrute del mismo782. Nos
encontramos, en consecuencia, ante el concepto de “herida” de la Llama, aún cuando en
ésta no se llega a expresar la idea del sufrimiento divino de amor con la claridad que
aquí se hace.
Al ciclo de la “herida” y de la búsqueda, pertenece también “la paloma”. Se
trata, asimismo, de una figura compleja cuyo sentido en la lira 13, cerrando el ciclo de
la búsqueda, no guarda relación con la paloma y la tórtola de las liras 34 y 35. No
obstante, hay en ambas una connotación de fidelidad amorosa que enlaza con el
tratamiento de la paloma en la tradición literaria783. Marlay ha notado que “como la
palabra “ciervo” en las liras 1 y 12 [Cántico A], “paloma” aparece primero en una
forma aparentemente simple y después reaparece como un poderoso y condensado
símbolo”. Para Marlay, los símbolos del ciervo, la paloma y la tórtola indican dolor que
cambia en gozo (Marlay, 1972: 368-369)784.
Ahora bien, estas explicaciones responden a una lectura literal del poema, por
cuanto resultan de aplicar al sentido general amoroso del Cántico las connotaciones
poéticas tradicionales de la paloma, aunque se traslade posteriormente esta lectura a la
clave mística. De esta manera, no se explica cómo es posible que en un poema que
recrea el Cantar de los cantares, la paloma de la estrofa 34 del Cántico B sea la paloma
que regresa al arca de Noé del Génesis, en un salto de lectura que no se comprende sino,
781
Cf. Contreras Molina, 1993: 56-57.
782
En este sentido, Cántico B, 36, 7.
783
Cf. Juan de la Cruz, 2002: 467-468. En estas páginas Paola Elia y María Jesús Mancho repasan los
rasgos alegóricos de la paloma y la asocian al ciervo, como imágenes conductoras del poema.
784
Esta explicación no comprende, sin embargo, el carácter maligno del ciervo en la lira 20, ni la alegoría
del Espíritu Santo reflejada en la paloma de la lira 34.
775
785
“¡Apártalos Amado, / que voy de vuelo!”
786
Cf. Osuna, 1972: 181.
787
Supra. capítulo XX & 5.
776
Cantar de los cantares y del Salmo LIV, 7, los Padres orientales establecieron un nexo
entre la imagen del alma como espejo de la belleza divina -como en la lira 12 de CB- y
la transformación del alma en paloma: el espejo de la naturaleza humana es bello en sí
cuando en él se refleja la belleza divina 788. De este modo, la imagen divina reflejada en
el espejo del alma transforma a éste en paloma, en virtud de la gracia del Espíritu Santo.
De la misma manera, en el Cántico espiritual, cuando el espejo del alma refleja la
imagen del Amado, se transforma en paloma -lira 13- que conduce a la presencia de
Dios -liras 13, 14, 15-.
Este paralelismo entre la alegoría de la paloma en la mística cristiana oriental de
los primeros siglos y la significación de la paloma en la lira 13 del Cántico espiritual,
no sólo en cuanto simple imagen afectiva, sino en atención, especialmente, al lugar que
ocupa dentro de la dinámica mística del poema, no debe, sin embargo, extrapolarse más
allá de las coincidencias aquí reseñadas. Muchas son las diferencias existentes en este
punto entre la mística de los Padres orientales y la de San Juan de la Cruz como para
poder extender al cuerpo doctrinal del carmelita las conclusiones que, respecto de “la
paloma oriental”, Danielou expone en su artículo789.
Puede decirse, por lo tanto, que las significaciones que la tradición mística
cristiana ha establecido respecto de la imagen de la paloma -esperanza, miedo, deseo,
alma trasformada por el reflejo de la imagen divina- encuentran su correlato en la lira 13
del Cántico B, no sólo en lo que ésta aisladamente pudiera sugerir al lector, sino de un
modo más preciso, por lo que revela su relación con la lira anterior -que no menciona a
la paloma, pero informa de la acción transformante del reflejo divino- y la posterior -el
encuentro efectivo con el Amado-. Tales aportaciones de sentido determinadas por una
densa cadena de filiaciones hermenéuticas confieren a la imagen de la paloma una
profundidad de sentido y funcionalidad en el conjunto del poema, que no podría darse
desde una utilización convencional de la figura, desde los códigos de la poesía amorosa
profana.
La lira 34 -que extiende su sentido a la siguiente- ofrece una recreación, sin
conexión aparente con el poema, de Génesis 8, 10-11:
La blanca palomica
788
Para la alegoría de la paloma en la patrística oriental, seguimos a Danielou, 1955: 389-418.
789
Mencionaremos brevemente que en la concepción de “la imagen de Dios” en Juan de la Cruz, Cristo
juega un papel esencial, algo hasta cierto punto incompatible con la mística oriental. Sobre esta cuestión
habremos de volver más abajo cuando examinemos la lira 12 de CB.
777
En primer lugar, debe advertirse cómo San Juan de la Cruz invierte en esta lira el
proceder habitual de la alegoría, en cuanto que utiliza el recuerdo del Génesis para
comentar los hechos que suceden en el diálogo principal del Cántico. En efecto, tanto
esta estrofa como la siguiente parecen abandonar la estructura dialogada del poema790,
para introducir un narrador que reflexiona sobre las peripecias de los amantes y
reflexiona sobre ellas, a partir de este pasaje del Génesis. Lo novedoso se encuentra, por
tanto, en que el poeta sitúa una alegoría dentro de la alegoría general del poema, con la
finalidad de explicarlo, pero introduciendo en realidad elementos nuevos que actúan
como fuerza centrífuga respecto del “asunto” del poema. Decimos que esta decisión es
novedosa porque la práctica habitual de la alegoría como género reclama, por el
contrario, la presencia de comentarios no alegóricos que descifren con precisión los
enigmas planteados por el propio poema791.
Pero lo que queda sin explicar es el deslizamiento del marco referencial del
Cantar de los cantares al episodio del arca de Noé del Génesis. Este salto,
probablemente fruto de la meditación sobre las lecturas de la Escritura, no es, sin
embargo, tan arbitrario como pudiera parecer. En efecto, como se ha estudiado en
nuestra primera parte, la interpretación alegórica de la Biblia, pese a la distinción de
diversos sentidos, termina relacionando unos libros con otros, vinculándolos conforme a
790
Pacho ha notado la difícil relación de la serie de tres estrofas a la que ésta pertenece con la estructura
dialogada del Cántico. En su opinión, la dificultad proviene del oscuro origen de estas liras y de su
incorporación al poema: “Parece un tanto arbitrario pensar que en la composición de cada grupo tuviese
presente en el arranque lírico el término final de todo lo anterior, máxime si compuesto mucho tiempo
antes, como las estrofas de Toledo. No es creíble que anduviese pensando si tenía que intervenir uno u
otro interlocutor” (Juan de la Cruz, 1981: 55). Ly, por el contrario, considera que ésta, como el resto de
las liras en las que interviene el Esposo, responde a “una estrategia de alejamiento y objetivación” que
“metamorfosean las respuestas del Esposo en verdadero comentario del gemido del alma” (Ly, 1991: 18-
19).
791
El “Romance de los celos” de Cervantes es un caso paradigmático de lo que decimos. Siguiendo el
esquema medieval de la “alegoría deliberada”, Cervantes describe en la primera parte del poema un
paisaje enigmático, una cueva siniestra con una serie de atributos extraños. En la segunda parte, des
cubrimos que la descripción de la cueva no la hace el poeta, sino que la voz poética corresponde a un
pastor que describe la escena a otro personaje, Lauso. Éste, como ocurre en las alegorías medievales
(supra. capítulo XVII) descifra pormenorizadamente los enigmas descritos por el pastor. Sin embargo, es
posible encontrar en la época otros ejemplos de alegoría invertida, en la que es la imagen la que comenta
el poema no alegórico. Así ocurre en la canción de Fernando de Herrera [Voz de dolor y canto de
gemido] en la que se canta el desastre del rey Don Sebastián de Portugal en África, para luego (versos 66-
91) introducir una alegoría que informa sobre la causa moral del desastre, la soberbia desmedida del rey.
778
792
Sólo la estrofa 23 de CB -asimismo una “lira del Esposo”- presenta por sí misma, sin recurrir al
comentario, una naturaleza tipológica tan clara como ésta. El recuerdo de Eva, como tipo del alma en las
bodas místicas, el manzano como tipo del árbol de la vida, a su vez, tipo de Cristo, el Amado, confieren a
la estrofa una orientación alegórica insoslayable.
779
de un segundo elemento que se entiende común a ambos [Génesis (arca / paloma) ----
bautismo (batisterio / paloma -Espíritu-) ---- Cantar (huerto / paloma)] se invierte del
siguiente modo: Cantar (huerto / paloma) ----- bodas espirituales (Dios / alma794) ----
Génesis (arca / paloma).
Por otra parte, el poema presenta un bestiario amenazante que acecha a la
amada. Las fieras de la segunda lira condensan, en su significación general, la aparición
de las raposas de la lira 16 y los animales conjurados de la lira 20 -citamos según CB-.
Las funciones de estos animales varían según el momento de su aparición, en una escala
gradual de creciente intensidad. Así, las fieras de la segunda lira no son temidas, porque
el sentimiento que predomina es el de la angustia por la ausencia del amado y la
ansiedad de su búsqueda: entre el “presente de pasado” de la ausencia y el “presente de
futuro” de la esperanza, el “presente de presente” que representan las fieras apenas sí
tiene cabida. Sin embargo, producido el encuentro -desaparecida la ausencia y cumplida
la esperanza-, las fieras se vuelven amenazantes -así las raposas de la lira 16- y
finalmente, se transforman en una presencia terrorífica, multiplicada, que debe ser
conjurada, en la lira 20.
Esta creciente intensidad del sentimiento de amenaza, conforme la posesión del
amado va siendo más estrecha, afecta también a los elementos paisajísticos del poema.
Fue Orígenes el primer exegeta cristiano que interpretó el paisaje del Cantar
alegóricamente, en especial los accidentes geográficos que implican las ideas de ascenso
o descenso. Así, por ejemplo, el alejandrino señaló que el valle, frente a la montaña, era
un lugar indigno, y que era el amor del Verbo el que le hacía descender en busca de la
amada795.
En el tratamiento sanjuanista del paisaje en el Cántico encontramos igualmente
la aplicación retórica de los mecanismos que la exégesis alegórica había elaborado
durante siglos de tradición interpretativa. El paisaje aparece bien como distancia, bien
como espacio del deleite -dividido a su vez en el tiempo de las nupcias y en el del
matrimonio espiritual-, bien como tensión temporal hacía el futuro; los elementos
geográficos, según el lugar que ocupan, se revisten de distintas connotaciones, a
793
La alegoría ya había sido recordada poco años antes por Osuna: “La paloma, que es el don del Espíritu
Santo, viene al arca de tu corazón” (Osuna, 1972: 461).
794
Cf Cántico B, 34, 4.
795
Véase el capítulo XIV de la primera parte de este trabajo.
780
796
Sobre este cambio de sentido de las palabras, con relación al tema de la “ocultación”, véase
Thompson, 2002: 151.
797
Cf. Thompson, 2002: 157.
798
Véase García de la Cocha, 2004: 103.
781
configurado por Garcilaso; que pasa de éste a Fray Luis de León799 y de ambos a San
Juan (García Lorca, 1972: 110). Pero también se aprecian una serie de diferencias:
Garcilaso está dentro de su paisaje, Fray Luis entrevé una ilimitada visión celeste hasta
el dilatado confín que su poderosa visión alcanza. De aquí la tensión poética del maestro (...). El
ámbito de Garcilaso tiene un límite voluntario, el de Fray Luis un límite necesario. Este límite
es el que rompe San Juan en su poesía.
(García Lorca, 1972: 129)
799
En su estudio sobre la visión luisiana de la naturaleza, Cristóbal Cuevas ha mostrado cómo fray Luis
encuentra en la naturaleza “el eslabón que une al hombre con Dios” (Cuevas, 1996: 367).
800
Cf. Guillén, 1998: 98-176.
801
La idea había sido expuesta, entre otros, por Bernardino de Laredo en el capítulo XXIII de la tercera
parte de Subida del Monte Sión, titulado, expresivamente, “De la amorosa diferencia entre conocer a Dios
por sus criaturas o a ellas poseerlas en él” (Laredo, 1998: 230-232).
782
pensada puede servir al entendimiento de propio medio para unirse con Dios”802. Ysabel
de Andía dice que aunque este párrafo niega que la semejanza entre Dios y las criaturas
sea un medio proporcionado para la unión con Dios, esta negación no supone una
negación de la analogía (Andía, 1993: 100). Sin embargo, es importante señalar que la
analogía que el texto autoriza a admitir no es, en nuestra opinión, otra que la analogía
tomista referida a las relaciones existentes entre las causas y efectos y, en modo alguno,
el concepto de analogía neoplatónica, o incluso baudelaireana propio del simbolismo
moderno.
La Subida al monte Carmelo resulta igualmente significativa:
Es (...) regla de filosofía que todos los medios han de ser proporcionados al fin. (...) En
lo cual habemos de advertir que entre todas las criatura superiores ni inferiores, ninguna hay que
próximamente junte con Dios ni tenga semejanza con su ser. Porque, aunque es verdad que
todas ellas tienen, como dicen los teólogos, cierta relación a Dios y rastro de Dios –unas más y
otras menos, según su más principal o menos principal ser- de Dios a ellas ningún respecto hay
ni semejanza esencial, antes la distancia que hay entre su divino ser y el de ellas es infinita, y
por eso es imposible que el entendimiento pueda dar en Dios por medio de las criaturas, ahora
sean celestiales, ahora terrenas, por cuanto no hay proporción de semejanza.
(Subida, II, 8, 2-3)
802
Subida, II, 8, 1.
783
Por una parte debemos determinar si esta naturaleza tiene en algún caso el valor
de alegoría y, por otra, hay que ver si esta naturaleza es vista por su lado trascendente.
Esta última tesis parece oponerse a este carácter “sublime” que habíamos atribuido al
pensamiento teológico de San Juan del que se desprende que la naturaleza nunca es
trascendente debido a que, en virtud de su mera participación de la esencia divina, no
puede superar la distancia que la separa de ésta. Lo que hemos estudiado en la prosa de
San Juan también puede verse en los versos de la canción séptima del Cántico: “y
déjame muriendo / un no sé qué que quedan balbuciendo”.
Thompson afirma que la Naturaleza en la obra sanjuanista se presenta de tres
maneras: conforme a la teología negativa -especialmente en la Subida-; de modo
tradicional, en el sentido de la teología afirmativa, en la que la Naturaleza se presenta
como “libro de la Creación”; y, por último, de forma mística -Llama, 4, 5-, en la que se
invierte el proceso de conocer a Dios por las criaturas y se pasa a concebir el
conocimiento de las criaturas por medio de Dios (Thompson, 1993a: 85-86). No
obstante, como ya señalara Orozco, esta triple presencia de lo natural puede verse ya en
el Cántico.
Domingo Yndurain al referirse a la canción sexta afirma lo siguiente: “El
proceso ascensional a través de la Naturaleza ha llegado a un punto desde el cual se
columbra el rastro de la belleza del amado; pero este camino no da más de sí; sitúa a la
amada en el umbral del amor, pero no le permite pasar de ahí” (Juan de la Cruz, 1995:
55). Parece evidente que el Cántico niega el carácter trascendente de la naturaleza de
acuerdo con la idea escolástica de participación y, anteriormente, con la distinción
agustiniana entre vestigia e imago Dei (así el rastro al que se refiere Yndurain o las
alusiones de la canción quinta).
Es en el centro del alma dónde el místico se encuentra con Dios. La imagen de
Dios no es sólo, a diferencia del “reflejo”, aquello en lo que el hombre se asemeja a
Dios, sino la conciencia efectiva que el sujeto adquiere de esta semejanza y el
784
803
Cf. Wilson, 2004: 217.
804
En este sentido se interpreta también la lira 16 de Cántico A (25 de CB). Véase también el Comentario
al Cantar de los cantares de fray Luis (Luis de León, 2001: 133-134).
805
El huerto o la viña como alegorías del alma gozan de una extensa tradición en la mística cristiana.
Osuna cita la autoridad de San Bernardo al recurrir a esta identificación (Osuna, 1972: 527).
785
encierran, con su tono de advertencia, tres versos que representan el encuentro de los
amantes. Esta lira presenta una estructura similar a la lira 18 en la que las “ninfas de
Judea” del primer verso y la amenaza que éstas representan, insinuada en el último
verso -“y no queráis tocar nuestros umbrales”-, cumplen una función equivalente a los
versos correspondientes de la 16.
La estrofa 17, en la que al cierzo inquietante del primer verso se opone el austro
bienhechor, sigue también una estructura antitética. Igualmente, aunque con variantes,
es posible hablar de antítesis en la oscura lira 19 y en las dos liras siguientes en las que
el peligro se conjura para que “la esposa duerma más seguro”. En todos estos casos,
Juan de la Cruz, emplea también un mecanismo exegético frecuente en la interpretación
alegórica -la exposición por antítesis-, como recurso retórico.
El monte y la montaña son otros términos sujetos a variación en función del
espacio en el que aparezcan. Los montes de la lira tercera se articulan en el sentido de la
distancia que debe ser recorrida. El otero del que desciende el ciervo vulnerado, de la
estrofa 13, cumple la función alegórica determinada por Orígenes: el descenso por amor
-la herida del ciervo- y por condescendencia divina hacia el alma del místico. La
montaña de la lira siguiente forma parte de esa naturaleza trasfigurada que se revela
súbitamente en la contemplación mística, y, por tanto, no es ya el espacio del que el
Amado desciende sino éste mismo en su universalidad806.
A estos tres sentidos cabe añadir uno más: el locus amoenus que la montiña
representa en la lira 16. Éste tiene, como opuesto, el carácter amenazante y maligno que
el monte presenta en la estrofa 20.
Aún queda un modo distinto de orientar el sentido alegórico del “monte”: el de
las liras 36 y 37, en la descripción de un paisaje de futuro, de vida ultraterrena que, sin
embargo se sirve de referentes precisos que disminuyen su opacidad807. Cuando la
montaña no tiene el valor de espacio que recorrer o en el que permanecer, esto es,
cuando lo que se enfatiza de ésta es, metonímicamente, su verticalidad, San Juan emplea
la imagen del monte en un triple sentido familiar en la exégesis alegórica: como
806
Nos encontramos quizá ante una concreción del concepto tomista de contemplación como visión
global del mundo en Dios.
807
Sobre “las subidas cavernas de la piedra” de la lira 37, véase lo dicho más arriba respecto de las
“cavernas del sentido” de la Llama. “El monte o el collado do mana el agua pura” de la estrofa anterior
está al servicio de la imagen de la fuente.
786
símbolo de Dios -lira 14-808, como símbolo del mal -lira 19 y 20-, quizá por la
connotación de soberbia luciferina que tiene la altura809; o como lugar de revelación,
con el modelo siempre presente de Moisés, al que se puede añadir el de Elías810, en las
liras 36 y 37.
Junto a la montaña, aparece el valle en la lira 14. Pero la estrofa anterior, de
forma implícita, situaba ya a la amada en un valle al que desciende el ciervo. Ya hemos
señalado el sentido que este descenso tiene en la literatura mística. El valle, por su parte,
al que el ciervo desciende, después de que la amada se haya asomado a la fuente
pidiendo ver los ojos del Amado aparece en similar situación en Ruysbroeck: “Cuando
el justo mora en el fondo de su pobreza, contemplando en sí mismo su propia nada (… )
entonces ahonda el valle de la humildad” (Zolla, 2000: 281). El efecto de este descenso
de Dios en el valle del místico es descrito por Ruysbroeck con una alegoría en la que
parece resonar la belleza del mundo sanjuanista: “Cuando el sol, desde el mediodía,
arroja a plomo todos sus rayos dentro de un valle profundísimo, encajado entre dos
gigantescas montañas, el valle recibe un esplendor, un ardor, una magnificencia, una
fecundidad que la llama no iguala” (Zolla, 2000: 180)811.
Las liras 14 y 15 marcan, sin duda, el máximo momento climático del poema. La
vertiginosa concatenación de nombres, la ausencia de cópula en el primer verso de la
estrofa 14, los sintagmas inesperados: “los valles solitarios nemorosos”, “las ínsulas
extrañas”, “la cena que recrea y enamora”; el uso del oxímoron en “la música callada /
la soledad sonora” han causado la perplejidad de la crítica que ha estudiado estos versos
desde diversos puntos de vista812.
Domingo Ynduráin ha denunciado por anacrónica la pretensión de relacionar
estas liras con el irracionalismo poético contemporáneo: “Un autor del siglo XVI no
puede organizar la lengua de esa manera porque no existen precedentes próximos ni
remotos que avalen tal práctica, y porque no hay un fundamento teórico al que San Juan
pueda recurrir y sobre el que pueda apoyar o justificar su creación” (Ynduráin, 1997:
168). Al decartar la falsa solución del irracionalismo, Ynduráin propone otras
posibilidades teóricas y prácticas para explicar la construcción de estas liras. Ya se ha
808
Véase el comentario de fray Luis de León al nombre “Monte” (Luis de León, 1997: 242-264).
Recuérdese la relación entre esta lira y la siguiente con la oración mental de contemplación según la
doctrina de Hugo de San Víctor (Ynduráin, 1997).
809
Se trata de otra lectura alegórica de un mismo término en sentidos contrarios, como ya hemos visto en
el caso del “ciervo”.
810
Véase 1Reyes, 18.
811
Más arriba hemos hecho referencia a la influencia de este pasaje en la Llama.
787
advertido más arriba la capital importancia que este artículo de Domingo Ynduráin ha
tenido en la orientación de nuestra investigación. Aquí recordaremos cómo Ynduráin
relaciona estos versos con la comprensión de la contemplación en el sistema de oración
de Hugo de San Víctor, caracterizado por la incoherencia y el absurdo, elementos que,
presentes en la formulación de estos versos, no cabe confundirlos con el irracionalismo
poético del siglo XX.
Nos interesa detenernos ahora en el cambio de sentido del sintagma “las ínsulas
extrañas”. Se trata del único sintagma alegórico que se repite en el poema, con un
sentido distinto en cada una de sus apariciones. En efecto, en la enigmática lira 19 de
CB (32 en CA), “las ínsulas extrañas” vuelven a aparecer con una función y un sentido
diferente.
En el caso de la lira 14, “las ínsulas extrañas” es uno de los nombres que el alma
da al Amado. En nuestra opinión, en este sintagma se produce una inversión funcional
en la que es el sustantivo “ínsula” el que califica al adjetivo “extrañas”. El comentario
de Juan de la Cruz, tras una breve referencia al sentido de las “ínsulas”, se extiende
sobre la extrañeza diciendo que ésta está referida a Dios por dos motivos: andar retirado
de la gente y porque es excelente y particular en sus hechos y obras813. De este
comentario, se infiere que lo que verdaderamente es atributo de Dios es la extrañeza no
la insularidad. Así, el sustantivo “ínsulas” tiene por objeto extremar el sentido de
“extrañas” en el contexto de esta lira, esto es, en su referencia a Dios. La descripción de
las “ínsulas” remite al lector, como ha apuntado la crítica, al continente descubierto y
aún prácticamente inexplorado:
Las ínsulas extrañas están ceñidas por el mar y allende de los mares, muy apartadas y
ajenas de la comunicación de los hombres; y así, en ellas se crían y nacen cosas muy diferentes
de las de por acá, de muy extrañas maneras y virtudes nunca vistas de los hombres, que hacen
grande novedad y admiración a quien las ve.
812
Véase el denso y completo resumen de Elia y Mancho en Juan de la Cruz, 2002: 471-488.
813
Cántico A, 13-14, 8.
788
la inabarcable extrañeza de Dios. Así pues, “las ínsulas extrañas” apela a la vía
catafática, a la tensión entre lo extraño y el mundo en el conocimiento de Dios. La vaga
referencia el Nuevo Mundo -en el caso de que efectivamente se aluda a América en la
lira814- sólo tiene el valor alegórico instrumental que le confiere la vía afirmativa.
La estrofa 19 de CB introduce a la amada en un horizonte de indefinida
inquietud: “más mira las compañas / de la que va por ínsulas extrañas”. Esta lira, de
indecisa ubicación -pasa de ser la estrofa 32 en CA a la 19 en CB-, recibe en ambas
redacciones la misma explicación:
De mi alma, que va a ti por extrañas noticias de ti, y por modos y vías extrañas, y ajenas
de todos los sentidos y de el común conocimiento natural. Y así, es como si dijera: Pues va mi
alma a ti por noticias extrañas y ajenas de los sentidos, comunícate tú a ella también tan interior
y subidamente, que sea ajeno de todos ellos.
(Cántico A, 32, 7)
814
Cf. Juan de la Cruz, 2002: 477.
815
Cf. Mancho, 1991a: 30-31. En este artículo Mancho estudia los diferentes matices que “extraño”
adquiere en la obra sanjuanista: extranjero, ajeno, retirado, solitario, extraordinario, excelente -como
ocurre con las “ínsulas extrañas”, en acepción que remite a Dios- o hermoso.
789
De este modo, San Juan sitúa a la amada vagando por un paisaje desconocido,
sobredimensionado, y completamente distinto a la naturaleza familiar, huella de Dios,
de las primeras estrofas, en la que era posible seguir la vía catafática. Desde luego,
también resulta diferente, y aún opuesto, al “ameno huerto” de las liras precedentes y
posteriores, según su ubicación en CB. En el Cántico A, aparece en la posición 32,
como primera del cuerpo de tres liras al que, en atención al momento de composición,
pertenece816. En esta redacción es interesante observar el contraste entre esta naturaleza
inquietante y agigantada817 y la naturaleza familiar y recogida de la estrofa 34, que
cierra la serie, situando a los amantes en la soledad del nido.
En la disposición de CB puede ser interesante relacionar la estrofa 19 con la lira
precedente818. Si los umbrales con los que ésta finaliza se entienden en sentido literal,
como la entrada del huerto mencionado en la lira 17 y en el que se desarrolla el poema
en la lira 22 y siguientes, el paisaje agreste y desconocido de la lira 19 carece de
continuidad con relación al contexto en el que se inserta. Hay un salto inexplicable, una
discontinuidad sin solución aparente, entre la posición de la lira y el pasaje en el que se
sitúa. Esta discontinuidad puede ser explicada desde el punto de vista doctrinal como el
“no camino” de la vía apofática.
Ahora bien, si se acepta esta lectura, cabe preguntarse cómo afecta esta quiebra
de la continuidad a la estrofa precedente. En consecuencia, cabe volver a cuestionarse el
sentido de “nuestros umbrales” de los que las “ninfas de Judea”, esto es, la parte inferior
y carnal del alma819, deben mantenerse alejadas. El autor explica en su comentario que
se trata de los umbrales del alma que se abren en la contemplación820. A nuestro juicio,
estos umbrales deben ser interpretados como el paso a la vía apofática: “nuestros
umbrales” no es un sintagma que sitúe a la amada más allá de éstos, sino en el inicio, en
el umbral, del camino por “las ínsulas extrañas”.
En la lira siguiente, habiendo cruzado los umbrales, la amada se encuentra en un
paraje desconocido en el que ya no es posible un Dios con atributos, sino un Amado que
816
No obstante, hay que señalar las diferencias entre esta lira y las otras dos. Éstas están escritas en
tercera persona -son “liras del esposo”-, en forma alegórica -la primera, ya comentada, recurriendo
incluso a la tipología del arca de Noé-. La lira que nos ocupa se dirige a un tú, de forma exhortativa,
frente al carácter atemporal alegórico de la lira siguiente, y el tiempo de pasado de la última de la serie.
817
Véase Pikaza, 1992: 288-290.
818
“¡O ninfas de Judea!, / en tanto que en las flores y rosales / el ámbar perfumea / morá en los arrabales,
/ y no queráis tocar nuestros umbrales”.
819
Cántico B, 18, 4.
820
Cántico B, 18, 8.
790
se comunica por extrañas noticias821. Late en este salto desde los umbrales de la
contemplación al paraje de las ínsulas extrañas -la contemplación en sí-, la diferencia
establecida por Ruysbroeck entre el conocimiento de Dios por sus atributos, que supone
la actividad de las potencias del alma, y el conocimiento pasivo de la esencia de Dios,
sin intermediarios822. Así, la explicación de Juan de la Cruz en su comentario restaura la
continuidad del poema, al hacer aflorar el sentido místico al primer plano del poema.
El crítico moderno puede entender que la explicación sanjuanista es forzada, a
posteriori, o ambas cosas a la vez823. Pero quizá a Juan de la Cruz, teólogo antes que
poeta, lector familiarizado con la exégesis alegórica cristiana y con la tradición doctrinal
mística, no debía parecerle este procedimiento de elaboración poética muy distante del
modo en que había leído que se había compuesto la Biblia. El salto de un sentido a otro,
bien del literal al tipológico, o de éste al tropológico o al anagógico, en un pasaje breve
de la Escritura era un recurso constantemente utilizado por los exégetas alegóricos
cristianos desde Clemente de Alejandría y Orígenes.
Por eso, la discontinuidad aparente entre el paisaje y el tono que se aprecia al
pasar de una estrofa a otra, o, a veces, incluso en el interior de una misma lira,
responden a un intento logrado de elaborar el poema con los instrumentos ofrecidos por
la hermenéutica bíblica. Cuando se habla de lo arbitrario de las explicaciones del
Cántico se olvida, con frecuencia, que en el terreno de la exégesis alegórica -que, como
decimos, parecen estar presentes no sólo en el Juan de la Cruz comentarista sino
también en el poeta- tales explicaciones forman parte de un reiterado modo de proceder
que, ajeno a los mecanismos de lectura modernos, no se considera osado ni ilógico, sino
plenamente responsable con el sentido oculto de un texto que debe hacerse florecer.
821
La posibilidad de lectura alegórica que aquí ofrecemos y que parece corresponder con los propios
comentarios del poeta, es también coincidente con el comentario de Gregorio de Nisa al Cantar de los
cantares que sobre esta cuestión, afirma lo siguiente: “Si una persona como el gran Pablo, llevado hasta el
tercer cielo, no entendió lo que veía, ¿por qué extrañarse de que nosotros no lo comprendamos
fácilmente? ¿Qué idea tenemos de nosotros mismos cuando no hemos todavía franqueado los umbrales de
la contemplación?” (Gregorio de Nisa, 1993: 82).
822
En el comentario, Juan de la Cruz dice que el verso “Y mira con tu haz a las montañas” debe
entenderse como el modo en que el alma conoce a Dios, no por la espalda, como Moisés, sino por su
rostro, que embiste a las potencias que, como ocurre en el pensamiento de Ruysbroeck, permanecen
pasivas ante la comunicación de Dios (CB, 19,4).
823
Pese a lo descabellado -dentro de los parámetros de la exégesis moderna- de la interpretación
sanjuanista de su propio texto, la crítica moderna no ha sabido salvar las dificultades de esta lira y la
discontinuidad que presenta respecto del conjunto en el que se ubica. Véase Juan de la Cruz, 2002: 534-
536.
791
824
Sobre la cuestión del silencio y el secreto en Juan de la Cruz, puede verse Egido, 1990: 76 y ss.
También fray Luis de León, al comentar el nombre “Esposo” y los efectos de la unión mística, señala:
“Del qual deleyte (… ) será bien que digamos ahora lo que se pudiere dezir, aunque no sé si es de las
cosas que no se han de dezir; a lo menos, cierto es que, como ello es y como passa, ninguno jamás lo supo
ni pudo dezir. Y assí, sea ésta la primera prueva y el argumento primero de su no medida grandeza, que
nunca cupo en lengua humana, y que el que más lo prueva lo calla más” (Luis de León, 1997: 464-465).
Federico Ruiz ha señalado, al hablar de la Llama, que para Juan de la Cruz la contemplación, “más que
ilustrar al hombre con algunas noticias concretas, le renueva desde dentro en su ser y en sus operaciones.
Esta preferencia de san Juan de la Cruz por la eficacia oculta, con olvido del fenómeno (… ) es uno de los
rasgos conservados con mayor estima por la Escuela mística carmelitana” (Ruiz, 1962: 257).
825
En sentido contrario, Thompson ha propuesto un orden temporal en el que la lira 36 resulta el
verdadero final del poema, “con su promesa de un futuro ascenso a las elevadas cavernas”. Juan de la
Cruz, volvería entonces al recuerdo del pasado, cuando Aminadab no aparecía y la caballería a vista de
las aguas descendía (Thompson, 1985: 1985: 130). En nuestra opinión, no es posible mantener esta
792
disposición, no sólo porque el tiempo del Cántico no responde a los parámetros de la sucesión
cronológica del tiempo ordinario, sino a los de la progresión espiritual del contemplativo, sino además,
porque esta progresión es extática, de tal modo que el pasado es “siempre pasado” y el futuro “siempre
futuro. Los elementos escatológicos de la última lira del poema, como después se verá, impiden sostener
que lo que aquí se dice haya sucedido con “anterioridad” a la lira 36.
826
Para el tratamiento sanjuanista de la sobria ebrietas, véase Diego Sánchez, 1990: 104-106.
827
Ruysbroeck habla, asimismo, del “vino eterno” (supra. capítulo XX & 4).
828
Véase Juan de la Cruz, 2002: 488-493.
829
Véase la anotación para la Canción 38 en Cántico B.
830
Véase, en sentido contrario, la interpretación de Ynduráin en Juan de la Cruz, 1995: 186. Para otras
interpretaciones, véase Juan de la Cruz, 2002: 548-549.
793
hermosura de la unión con el Verbo con la humanidad, en que la conocerá ya así por la
haz como por las espaldas (Cántico B, Anotación para la Canción 38). En esta
declaración Juan de la Cruz se aparta definitivamente del pensamiento de Gregorio de
Nisa, con el que, como se ha visto, mantenía bastantes puntos de contacto. En efecto, la
unión del alma con Dios, después de la muerte, en los términos descritos por el
carmelita, en los que ésta contemplará el rostro de Dios, es incompatible con el
concepto de epéctasis del Niseno. Pese a ello, Juan de la Cruz mantiene en su canción
37 la imagen de la caverna, derivada, como se ha visto, de la interpretación alegórica del
pasaje del Éxodo, en el que Moisés contempla la espalda de Dios. Juan de la Cruz, en
una reelaboración manierista de la imagen bíblica -acaso no muy alejada, en su
proceder, de las alteraciones del mito clásico que Góngora realiza por las mismas
fechas831-, trastoca el sentido de la alegoría de la caverna mosaica y señala que en estas
subidas cavernas, el alma conocerá el rostro de Dios.
La granada es una imagen plurisignificativa arraigada en la tradición poética
mítica y en la cristiana. Ya en el “Himno a Deméter” -Himnos homéricos-, al invocar a
Perséfone, se alude a la granada como fruta nupcial que vincula al mundo de los
muertos (Himnos homéricos, 2001: 46-47). De esta lejana fuente, persiste en el poema
sanjuanista, la asociación de la granada al mundo de ultratumba, connotación que no
poseen el vino ni “la interior bodega”. La interpretación pagana, también relacionada
con la muerte, por la que las granadas surgen de la sangre de Dionisio, pasa al
cristianismo de la mano de Clemente de Alejandría. Posteriormente, Gregorio de Nisa
también se ocupa de la cuestión: la granada, para el Niseno, representa la vida cristiana,
dura y áspera por fuera, pero que contiene el sabor de todos los frutos (Gregorio de
Nisa, 1993: 153). Parece evidente que la interpretación de Gregorio de Nisa no encaja
con el sentido escatológico de la lira 37832. La granada sanjuanista, por el contrario,
edifica su sentido sobre los rasgos ultraterrenos y nupciales de la tradición clásica
cristianizada por la patrística.
831
En su edición de las Soledades, R. Jammes observa cómo Góngora reelabora los episodios mitológicos
de tal forma que, conservando el referente de modo que pueda seguir siendo reconocible, se indique o
sugiera lo contrario. Así, surgen los Narcisos que persiguen ecos, las ninfas labradoras o las esfinges
habladoras (Góngora, 1994: 137-140). Juan de la Cruz, naturalmente lejos de la ironía del cordobés,
sigue, en nuestra opinión un proceder similar, al emplear en el Cántico la imagen de la caverna de la
piedra, utilizada en la Llama en un sentido fiel a la exégesis mística tradicional, para decir lo contrario de
lo que esta tradición ha afirmado.
832
Sí puede encajar más con el sentido de la granada sanjuanista, la observación del Niseno, según la cual
el granado produce toda clase de frutos, de los que se derivan diversas propiedades alegóricas (cf.
Gregorio de Nisa 1993: 153).
794
833
García Gual advierte que la interpretación alegórica de los mitos en términos neoplatónicos adquirió
gran eco en Florencia a partir del siglo XV (García Gual, 1992: 194).
795
época: por una parte, reemplazan a las abstracciones medievales, volviendo inútiles las
figuras alegóricas; por otra parte, son un elemento de poesía libre e independiente, una
belleza que puede encontrarse en cualquier poema. La libertad con la que el
Renacimiento abordó la mitología clásica favoreció una abundante creación de nuevas
imágenes, como resultado de “un nuevo y pintoresco sincretismo que fusiona elementos
paganos y cristianos” (García Gual, 1992: 189).
En este primer grupo de influencia mitológica en el Cántico, se encuentran las
imágenes de las “ninfas de Judea” (lira 18)834, las alusiones a Orfeo y a las sirenas (lira
21), y la “dulce filomena” de la lira 39. La primera de éstas, el sorprendente sintagma
“ninfas de Judea” responde a la tendencia, ya advertida anteriormente, de mezclar
elementos cristianos y mitológicos en el Renacimiento. Aunque la imagen parece
remitir tanto al Cantar como a Garcilaso y, en general, a los poetas profanos de la época,
nos parece claro que el elemento mitológico cede, en cuanto a su sentido, ante la
dimensión mística del poema, derivada de la tradición exegética del Cantar de los
cantares. Así, las ninfas prestan al poema una imprevisible fuerza poética, por lo
inesperado de su aparición y lo sorprendente de su ubicación, “ninfas de Judea”, con su
remisión tácita, pero evidente, a las “hijas de Jerusalén” de epitalamio bíblico. Las
ninfas no reemplazan a las “hijas” de Judea, sino que acentúan, en la línea de
significación de la exégesis cristiana, el carácter negativo -en cuanto carnal- de éstas. En
consecuencia, el elemento mitológico, más allá de su potencial expresivo, no introduce
una nueva dimensión mitológica pagana en el poema, sino que, sin eliminar ni esconder
el pasaje bíblico que está en la base de su enunciación, permite reformular, en una clave
nueva para la literatura mística pero muy codificada en el Renacimiento, los rasgos
negativos que la exégesis mística del Cantar había leído en las “hijas de Jerusalén”.
Las referencias a Orfeo y a las sirenas dentro del conjuro a los peligros que
amenazan a la esposa, en la lira 21, tienen, a nuestro juicio, una vinculación más
estrecha con la tradición mística. Aquí ya no se trata, como en el caso de las “ninfas de
Judea” de un acto de radical innovación expresiva que mantiene y realza el sentido
original, sino que, por el contrario, se trata de dos imágenes que, procedentes de la
mitología, el alegorismo cristiano había codificado desde muchos siglos atrás.
Domingo Ynduráin estudió cómo San Juan utiliza las sirenas, seres
generalmente malignos en la mitología y, más allá, en la Edad Media y el Renacimiento,
en un sentido positivo. Ynduráin cita algunos textos clásicos -Metamorfosis V, 512-562;
796
Geórgicas IV, 1497-1498) que, no sólo presentan una lectura positiva de las sirenas,
sino que, además, las vinculan a Orfeo (Macrobio), como ocurre en la lira sanjuanista
(Ynduráin, 1993: 42-45). En realidad, la dualidad de las sirenas había comenzado ya
con Homero que había recogido su doble naturaleza celestial -por la magia de su canto y
la deliciosa muerte que causaban a los navegantes- e infernal835. Platón les había
adjudicado el canto de las esferas -atribución de la que se hace eco Macrobio en Sueño
de Escipión II, 3, 1- en República 617B836. El cristianismo primitivo encontró en la
Biblia de los Setenta diversas alusiones a las sirenas837, siempre con carácter negativo.
Acaso sea Clemente de Alejandría el primero que comienza a descubrir connotaciones
positivas en las sirenas, al identificarlas con la sabiduría griega que es aprovechada por
el cristiano que, como Ulises, sabe discernir lo provechoso y pasar de largo de sus
peligros (Rahner, 2003: 333). No otra parece ser la actitud de Juan de la Cruz, desde
este punto de vista cristiano, respecto de la mitología.
El Renacimiento, como advierte Ynduráin, identifica en ocasiones las sirenas
con las musas o con otros seres mitológicos de funciones análogas. En Italia, esta visión
de las sirenas parece generalmente difundida. Así lo revela la concepción positiva de las
sirenas en los intermezzi de 1589838, en los que, a partir de las consideraciones de
Platón, Giovanni de Bardi concibió el canto de las sirenas como uno de los sonidos que,
junto con el de las parcas, mueve las ocho esferas del universo (Warburg, 2005: 297 y
ss.).
Orfeo, por su parte, es una figura cristianizada ya en la iglesia primitiva, cuando
se identificó con Cristo, “verdadero Orfeo que sacó a la humanidad de las profundidades
del oscuro Hades como si fuese su prometida”, en una tradición alegórica que subsiste
durante la Edad Media (Rahner, 2003: 84, 85). Clemente de Alejandría, dentro de esta
interpretación cristológica, dice que el “canto nuevo” de Orfeo hace cambiar a los
hombres que son como lobos y demás fieras839.
La alusión al ruiseñor, “la dulce filomena”, es otra muestra del lenguaje híbrido
sanjuanista, deudor tanto de San Buenaventura -en realidad, del poema atribuido al
834
Citamos según el orden de Cántico B.
835
En el examen de la evolución del sentido positivo de las sirenas y de su cristianización en la exégesis
alegórica seguimos a Rahner, 2003: 328 y ss.
836
Esta interpretación positiva se desarrolló posteriormente por el neopitagorismo. Plutarco y Filón de
Alejandría conocen y aceptan esta lectura de las sirenas (cf. Buffière, 1973: 473-481).
837
Sobre las particularidades de esta introducción de las sirenas en el Antiguo Testamento, cf. Rahner,
2003: 330-331.
838
Para el contenido temático de los seis intermedios representados y su tratamiento alegórico de la
mitológica, cf. Warburg, 2005: 294.
797
839
Clemente de Alejandría, 1994: 44.
840
Cf. Juan de la Cruz, 2002: 553-554 y 1995: 187-191.
841
Cf, Juan de la Cruz, 1995: 76-77.
842
“Nuestro lecho florido, / de cuevas de leones enlazado, / en púrpura tendido, / de amor edificado, / de
mil escudos de oro coronado”.
843
Anteriormente Sánchez Cantón había propuesto la misma sustitución aunque sin relacionarla con la
Odisea (cf. Juan de la Cruz, 2002: 485.
844
Ynduráin recuerda que la edición del Cántico de Bruselas de 1627 da “teñido” por “tendido” (Juan de
la Cruz, 1995: 254, n. *).
798
845
Davis ya había propuesto Metamorfosis IV, 93-94 como fuente para la Noche (cf. Davis, 1993: 206).
Garrote Bernal recoge también en su trabajo esta posibilidad (2005: 29).
846
Supra. capítulo XIV.
847
Clemente de Alejandría, con el importante precedente de Filón, concebía la alegoría como una suerte
de lenguaje religioso universal, en el que los mitos griegos pudieran reelaborarse en clave cristiana.
848
supra. capítulo XX & 2.
849
Así, por ejemplo, en el Roman de la rose (cf. Agamben, 2001: 117-129). Sobre el género de la alegoría
deliberada, cf. supra. capítulo XVII.
850
Carruthers, 1996: 142. Sobre las alegorías de Ovidio en el Siglo de Oro, véase Taylor, 2005: 225-248.
799
sigan resultando admisibles las lecturas místicas del poema (Garrote Bernal, 2005: 26),
no sólo prescinde de esta tradición de la que ya hemos dado cuenta por extenso, sino
que, además, al invocar “la literalidad del texto”, hace caso omiso del “mundo de la
obra”851 en beneficio de su configuración verbal, sin tener en cuenta que la literalidad de
la obra literaria está sujeta a una serie de condicionantes específicos que le confieren
una sustancialidad propia. Paul Ricoeur lo expresa del siguiente modo:
Así como el enunciado metafórico alcanza su sentido como metafórico sobre las ruinas
del sentido literal, también adquiere su referencia sobre las ruinas de lo que podemos llamar, por
simetría, su referencia literal. Si es verdad que el sentido literal y el metafórico se distinguen y
articulan en una interpretación, también en una interpretación, gracias a la suspensión de la
denotación de primer rango, se libera otra de segundo rango que es propiamente la denotación
metafórica.
(Ricoeur, 2001: 293)852
851
Véase Ruiz, 1990: 34 y Pacho, 1990a: 56.
852
Más adelante, Ricoeur aclara su concepción de la referencia de la obra literaria, del siguiente modo:
“Partamos de que el sentido de un enunciado metafórico se suscita por el fracaso de la interpretación
literal del enunciado; para una interpretación literal, el sentido se destruye a sí mismo. Pero esta
autodestrucción del sentido condiciona a su vez el desmoronamiento de la referencia primaria. Toda la
estrategia del discurso poético se juega en este punto: tiende a obtener la abolición de la referencia por la
autodestrucción del sentido de los enunciados metafóricos, autodestrucción que se hace manifiesta por
una interpretación literal imposible. Pero ésta es sólo la primera fase o, más bien, la contrapartida
negativa de una estrategia positiva (… ) es sólo el reverso de una innovación de sentido desde el punto de
vista de todo enunciado, obtenida por la “distorsión” del sentido literal de las palabras” (Ricoeur, 2001:
303-304).
853
De hecho, la actitud de Garrote Bernal respecto del comentario es, como la de otros críticos
“literalistas”, ambigua puesto que al prescindir del comentario, invoca sus propias palabras por las que
“no hay para qué atarse a la declaración” (Garrote Bernal, 2005: 26).
800
poemas fueron expresamente dirigidos, los cuales, si bien quizá no comprendieron todos
sus extremos, nunca dudaron de su sentido espiritual.
Hechas estas consideraciones previas, examinaremos a continuación algunos de
los argumentos expuestos por Garrote Bernal. El autor adopta como pilares de su
argumentación el concepto de “teología mítica” y el tópico de la “herida de amor”, que
relaciona -quizá apresuradamente- con las flechas de Cupido y el mito de Venus y
Adonis. A partir de esta base, Garrote Bernal realiza un pormenorizado estudio
comparativo entre el Cántico y el poema de Ovidio.
Respecto al tópico del “ciervo herido”, Garrote reconoce como fuente el Cantar,
pero propone también a Ovidio. El crítico desarrolla esta segunda opción en clave
órfica, para, seguidamente, proponer, citando a Orígenes, el primero de los fundamentos
de su argumentación: el concepto de “teología mítica”. Pero respecto a este concepto es
necesario recordar que el trabajo de Clemente, Orígenes y otros Padres de la Iglesia, así
como de la tradición alegorista cristiana en general, no consistió, como dice Garrote, en
“compatibilizar cristianismo y paganismo” (Garrote Bernal, 2005: 29), sino en
reinterpretar alegóricamente los mitos paganos en clave cristiana, manteniendo su
significación primaria, pero imponiéndoles la estructura doctrinal y la concepción del
mundo propias del cristianismo854. En consecuencia, cuando el autor se pregunta si las
Metamorfosis han podido operar “como registro culto y oculto en las Canciones de fray
Juan”855, es necesario entender, en principio, la limitación que tiene el alcance de esta
cuestión en el ámbito ideológico del poeta, en el que los mitos ya han sido
sobradamente encauzados doctrinalmente en virtud de la interpretación alegórica.
Por esta razón, cuando Garrote al comentar “la herida de amor” de la voz
femenina del poema (canción 1ª), introduce el segundo fundamento de su trabajo, al
señalar que “por excelencia, la herida del corazón es la del amor, la que Cupido causa”
(p. 31), olvida que el mito ya ha sido cristianizado desde, al menos, Gregorio de Nisa856,
y que, desde entonces, a lo largo de los siglos transcurridos hasta el XVI, se ha ido
854
Por lo tanto, no existe, como sugiera Garrote (2005: 32), una relación, en el sentido de un espacio
común, entre el mundo del Cantar y el mito de Venus y Adonis, sino la actuación -no exenta de violencia,
como ocurre siempre con la alegoría- de la exégesis alegórica cristiana sobre uno y otro. Recordemos que
Rahner señaló, ya en los años cuarenta, cómo los Padres de la Iglesia cristianizaron los cultos mistéricos,
del mismo modo que, posteriormente, los estudiosos modernos han dibujado, en no pocas ocasiones, estos
cultos con pinceladas cristianas. Por eso, para evitar estos peligros de distorsión de las realidades
religiosas investigadas, Rahner observa cómo la investigación de su época tiende más bien a recalcar las
diferencias entre unos cultos y otros, para así poder precisar mejor y con más exactitud las posibles
dependencias (Rahner, 2003: 49).
855
Op. cit., p. 29.
856
Cf. Nygren, 1952: 221-222.
801
formando una densa teoría erótica mística, que, a su vez, ha generado un discurso
propio. Este discurso posee unas señas de identidad específicas, a las que la imaginería
sanjuanista remite en primera instancia, como código de significación.
Una vez reubicados los fundamentos de la argumentación, es necesario penetrar
en algunos de sus argumentos y explorar sus conclusiones. Garrote destaca cómo los
rasgos fantásticos de la lira 13 de CA resultan familiares al lector de Ovidio,
estableciendo un nexo de afinidad con la teología órfica de Pico. Ahora bien, aquí es
preciso recordar, de nuevo, el estudio de Domingo Ynduráin que relaciona la estrofa, a
nuestro juicio, con más pertinencia, con la oración de contemplación de Hugo de San
Víctor. Los argumentos expuestos por Garrote, teniendo en cuenta las observaciones
realizadas en estas páginas, especialmente lo referente a la cristianización de la “herida
de amor” y al discurso del amor místico, nos parecen circunstanciales: la búsqueda del
amado por la amada, propia del amor extático, elaborada sobre el texto del Cantar hace
innecesaria la asociación de la actitud de la amada en la lira 3, con la actitud de una
Venus que, “perdida de amor, deja sus cuidados de sí” (Garrote Bernal, 2005: 35).
Porque, además, las flores, incluso entendidas en el tenor literal del poema, no pueden
representar nunca los cuidados857, sino las distracciones.
Del mismo modo, cuando explica la lira 32 de CA, Garrote señala que la amada
pide al Amado (Carillo) que se esconda para que se proteja de las fieras que teme la
diosa: “es la petición lógica que se deriva de su temor a que muera el Amado, “Carillo”
(Garrote Bernal, 2005: 39). Ahora bien, si se admite esta interpretación para este verso,
se introduciría inexplicadamente un elemento nuevo en el poema: el miedo por el
Amado en peligro. Porque, ¿dónde aparece en el resto del poema el miedo por la vida
del Amado? Pero, aún así, ¿qué sentido tiene el resto de la lira?, ¿por qué debe dirigir su
rostro a las montañas?, ¿qué no debe decir? Se trataría, en suma de un verso que, así
interpretado, desentonaría, no sólo con los demás versos de la canción, con el conjunto
del Cántico, en el que sólo la amada es la que parece estar, discontinuamente,
amenazada.
Igualmente, el comentario de la lira 27 de CA, emparentada con el final de la
Noche oscura, no remite inmediatamente, especialmente -como decimos- en el ámbito
de los primeros lectores de Juan de la Cruz, a la iconografía de Venus y Adonis, sino al
Cantar de los cantares y a su tradición exegética.
857
San Juan se refiere al abandono de los cuidados por amor pero no aquí sino en la también citada por
Garrote lira 19 de CA.
802
De entre los múltiples comentarios que esta lira ha suscitado859, nos detendremos
en los realizados por Domingo Ynduráin y José Lara Garrido. Domingo Ynduráin ha
recordado cómo, a pesar de que el comentario identifica la “cristalina fuente” con
Cristo, del poema, por sí mismo, no puede inferirse tal asociación (Juan de la Cruz,
1995: 77). A continuación presenta un complejo catálogo de fuentes de muy diversa
procedencia que informan del contenido de la estrofa (1995: 77-88).
Lara Garrido afirma que esta lira es un modelo de símbolo complejo en virtud de
las “muchas dificultades y posibilidades que encierren la fuente espejeante y el
858
Lara Garrido, citando a Dámaso Alonso, destaca su función conectiva entre la búsqueda del Amado y
el encuentro de los amantes, y, en este sentido, afirma: “[Estos versos] son por antonomasia cifra y
síntesis de la poética sanjuanista, de su llegar a un sentido más allá del sentido con material sensible
sustanciado de irrealidad, con palabras elementales” (Lara Garrido, 1986: 73-74).
859
Sobre esta lira, véase Juan de la Cruz, 2002: 456-463.
803
intercambio amoroso de los ojos para expresar la unión con el alma” (1986: 75)860. Lara
propone también algunos posibles precedentes, para concluir afirmando: “la teoría de la
fuente mágica, que produce la catoptromancia natural por reflexión proyectada desde el
interior de quien la contempla constituye (… ) el modelo analógico más próximo de la
lira 11 [CA]” (1986: 81).
A nuestro juicio, estas dos aproximaciones hacen caso omiso de la tradición
alegórico-mística que desde los Padres de la Iglesia y a través de la mística medieval
informa el sentido de esta estrofa.
En primer lugar, nos parece discutible la afirmación de Ynduráin según la cual
“sin la clave de la Declaración sería imposible llegar a tal paralelismo [la asociación de
cristalina a Cristo]” (Juan de la Cruz, 1995: 77). Si, como señala Ynduráin, esta
asociación deriva únicamente de un juego de palabras -cristalina / Cristo- habríamos de
coincidir con él en que ciertamente, habría que ser muy ingenioso -y algo más audaz-
para descubrir esta asociación y en virtud de ésta interpretar el sentido de la estrofa.
Pero, a nuestro juicio, esta asociación no es el resultado, al menos en la idea que la
sostiene, de un juego de ingenio del poeta, sino del conocimiento de la tradición mística
por parte del teólogo que escribe el poema861; un conocimiento que comparte, en mayor
o menor medida, con los destinatarios primeros de su obra, que pueden reconocer, pese
a su dificultad, el paralelismo, sin necesidad de recurrir a los comentarios. En efecto,
cuando se cita como posibles fuentes a Ovidio, Virgilio y Garcilaso, entre otros, se
tiende a olvidar la diversidad de sentido entre estas fuentes -que, en ningún caso puede
considerarse místico, salvo por analogía- y el de la lira 12. En estas “fuentes”,
ciertamente no es posible descubrir, como advierte Ynduráin, el paralelismo entre la
imagen y Cristo. No ocurre lo mismo, si en nuestra búsqueda nos adentramos en otro
género de lecturas.
En nuestra opinión, el precedente más remoto de la imagen de la fuente
sanjuanista se encuentra en la Enéada V, 8, 11, en la que Plotino, que ya había
comentado en sentido negativo el mito de Narciso (Enéadas I, 6, 8, 5-10 y V, 8, 2),
860
Lara Garrido expone en este trabajo su concepto de símbolo al que nos hemos referido en páginas
anteriores. Para Lara, “la validez del conocimiento simbólico depende de la realidad de la relación de los
dominios presupuestos en esa predicación [la predicación analógica, correlato entre la referencia
sustitutiva y la referencia no expresada del símbolo].” Así, los referentes del símbolo “son concentrados
de sentido, expresiones abreviadas en las que se condensa la referencia no expresada dentro de la
referencia expresada” (Lara Garrido, 1986: 76).
861
En su comentario de esta lira, López-Baralt hace caso omiso de esta tradición, así como de las
consecuencias derivadas de la distinción entre la concepción física del amor y la extática (cf. López-
Baralt, 1991: 13-15).
804
vuelve sobre este mito para afirmar esta vez que si alguno poseído por el dios, se
proyecta a sí mismo y ve una imagen embellecida de sí mismo, pero es capaz de
prescindir incluso de esa imagen y se aúna consigo mismo, “se hace una sola cosa a la
vez que todas las cosas en compañía de aquel dios calladamente presente, y está con él
cuanto puede y quiere”. En este pasaje de la Enéada V, Plotino establece sobre el
concepto narcisiano de reflejo un juego especular en el que la imagen es un paso hacia
un estadio de superación de ésta en el que el místico se hace uno con el dios, y, por
medio de éste, con todas las cosas. A nuestro juicio, este proceso de unión a la
naturaleza a través de la unión con Dios es similar -con todas las distancias ya
advertidas que deben establecerse entre el neoplatonismo y el cristianismo- al descrito
por San Juan a tenor de esta lira y las siguientes.
Poco después, la metáfora vuelve a aparecer en la obra de San Atanasio (Contra
Gentes, 8), ya cristianizada e incorporada al acervo cultural cristiano depurado de los
elementos neoplatónicos más irreconciliables con la doctrina cristiana surgida a partir
del Concilio de Nicea.
Gregorio de Nisa, en su Homilía 3ª del Cantar de los cantares, da un paso más en
la dirección que llegará hasta la estrofa sanjuanista, al introducir dos variables que
también aparecen en el Cántico: la imposibilidad de ver directamente los ojos de Dios,
pero, excepcionalmente, la posibilidad de verlos dentro de uno mismo como en un
espejo (Gregorio de Nisa, 1993: 57).
Recapitulando lo visto hasta ahora, se observará cómo la idea plotiniana del
proceso que va de la imagen a su ausencia en la contemplación y unión con el dios es
cristianizada por Atanasio, y cómo, en un tercer momento, Gregorio de Nisa introduce
la cuestión de la mirada de Dios -tema central de la lira 12 de CB y del comienzo de la
siguiente-, para que concluir afirmando que el espejo en que ésta puede ser vista es el
interior del hombre.
Queda por ver ahora de dónde proviene el juego de palabras cristalina /Cristo
que, fundamental en la lira sanjuanista, no parece tener cabida en las coordenadas
alegóricas precedentes. Debido a la intensidad de la influencia neoplatónica en la zona
de habla griega, el Logos, como segunda hipóstasis trinitaria, rara vez fue comprendido
en el sentido del Cristo histórico en la patrística oriental. Esto no obstante, ya Filón de
805
Alejandría había identificado el Logos con la fuente, imagen que después influiría en el
neoplatonismo862.
Para establecer el nudo de conexiones que abocan a la identificación
“objetiva”863 de la “cristalina fuente” con Cristo864, debemos atender al crecimiento de
la dimensión cristológica de la mística a lo largo de la Edad Media865. Como se ha visto
en páginas anteriores866, hay ya en San Agustín una idea bastante ajustada de Cristo
como imagen del Padre que va más allá del mero “reflejo”. Cristo es la imagen perfecta
del Padre; el hombre, por el contrario, es la imagen imperfecta. El hombre como imago
Dei -frente al resto de la Creación, vestigia Dei- toma conciencia, por Cristo, de esta
realidad ontológica y profundiza, a través de este conocimiento, en el abismo divino.
Siglos más tarde, San Bernardo avanzará por el camino abierto por Agustín,
despojándolo de los rasgos neoplatónicos aún presentes en el africano y enriqueciéndolo
con una más amplia interiorización de la humanidad de Cristo y con un desarrollo
mayor de su dimensión erótica. Así, Cristo no es sólo modelo, o imagen, sino que es
verdaderamente esposo del alma. Bernardo profundiza de este modo en la vieja alegoría
mística humanizando a Cristo, frente al Logos de la mística oriental, y, en consecuencia,
reforzando el erotismo del alegorismo místico.
En la lira de San Juan de la Cruz, aparece claramente esta perspectiva erótica
derivada de la teología mística de Bernardo de Claraval: en Cristo, imagen perfecta que
habita en el fondo del alma, se forman los ojos de Cristo esposo del alma. El paso
sustancial de la imagen al esposo es fundamental para la comprensión del elemento
cristológico de la estrofa 12 de CB.
El cristocentrismo de San Bernardo se intensificará con los franciscanos, y
resultará fundamental en la mística de San Buenaventura. Éste afirma expresamente que
el ejemplar de la imagen de Dios en el alma es Jesús. Cristo, en cuanto ejemplar, refleja
todo lo que el Padre es infinitamente. Este reflejo es causa de que el encuentro místico
con el Hijo provoque, en palabras de Buenaventura, la entrada en el centro del alma, la
“interior bodega”. De este modo, se puede ver cómo, sobre la densa estructura de la
862
Cf. Dillon, 1981.
863
Por “objetiva” queremos decir aquí “no subjetiva”. Se trata de apuntar la existencia de un código
compartido por la comunidad teológica cristiana que hace posible la comprensión del juego de palabras
sin necesidad de una ulterior explicación por parte del autor.
864
Para el sentido teológico de esta imagen en la doctrina cristológica de Juan de la Cruz, véase Castro,
1990: 176-177.
865
No obstante, Gregorio de Nisa ya había identificado el reflejo del espejo con la imagen moral de
Cristo.
866
Supra. capítulo XX & 1.
806
867
Recuérdese que anteriormente hemos señalado que la mística española del siglo XVI desarrolló
especialmente esta dimensión del Cristo histórico, frente a la asociación con el Logos, como segunda
hipóstasis, más frecuente en la mística germánica. Bernabé de Palma afirma que los misterios de Cristo
son “espejo para enmendar nuestras faltas” (Palma, 1998: 86). Teresa de Jesús habla del alma como
espejo de la humanidad de Cristo (cf. Pego Puigbó, 2004: 32).
807
personajes centrales del poema, sino que se aparta de los elementos alegóricos y
paisajísticos de la obra -aún reconocibles en la lira anterior- para adentrarse en un
universo cualitativamente distinto. El mundo de la lira 40 es diverso del desplegado a lo
largo del poema, no sólo por la introducción de nuevos elementos, sino por la propia
disposición de sus versos que, como Jano, parecen mirar, de una parte, hacia el resto del
poema como algo concluido, y, de otra, se abren hacia un horizonte, como decimos,
sustancialmente distinto.
De este modo, la estrofa 40 introduce nuevos elementos cuando la lira 39 parecía
haber concluido el poema definitivamente:
El aspirar de el ayre,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donayre
en la noche serena
con la llama que consume y no da pena.
868
El aire del “ventalle de cedros” y “del almena” que acompaña el encuentro nocturno de los amantes.
808
869
El uso de los pasados dota a este final de un alejamiento y perspectiva respecto al desarrollo previo
(donde se utilizaban las formas de futuro, o la ausencia de marcas temporales); las formas durativas
contribuyen a la sensación de deslizamiento, de suavidad y sosiego en la descripción de este final y
acabamiento teñido de melancolía” (Juan de la Cruz, 1995: 193-194).
809
de una parte, las incógnitas que plantean sus imágenes, y satisfaga, de otra, las
expectativas líricas y argumentales que el poema ha ido proponiendo en su desarrollo.
Así, los análisis semánticos y estilísticos se han unido a propuestas de carácter
conjetural sobre su posible sentido cósmico, o se han referido al juego estructural entre
presencia y ausencia que recorre el Cántico desde su inicio, sin disipar la sensación de
extrañeza, incluso de inquietud, que la estrofa comporta871.
En nuestra opinión, es necesario volver sobre los pasos de la interpretación de
Ynduráin y volver, con él, a preguntarnos cuál es el hilo temático que unifica las
imágenes de la estrofa entre sí, y en un segundo momento, con el conjunto del poema.
Como se ha visto, para Ynduráin el rasgo unificador de la estrofa 40 es el sentido bélico
de sus metáforas. Ahora bien, una vez determinado este sentido bélico y después de
haber estudiado la procedencia de algunas de sus fuentes -Aminadab- y de sus efectos
anticlimáticos, hay que continuar preguntándose por el sentido más allá de su literalidad
bélica y por el papel estructural, como terminación del poema, que pueda tener esta
estrofa. Se trata, en consecuencia, de penetrar en el mundo de la obra, en una tarea de
comprensión del poema que partiendo de su sentido general pueda informar del sentido
de esta lira final del Cántico.
A lo largo de este trabajo, hemos ensayado un método de interpretación del
Cántico espiritual, a partir de su pertenencia a una tradición mística cristiana formulada
a través de un discurso erótico que está construido sobre el molde del Cantar de los
cantares y la tradición alegórica del cristianismo. Este modelo no actúa como un
esquema cerrado ni en lo poético ni en lo doctrinal, sino que, por el contrario, se
presenta, más bien, como un catalizador de influencias diversas, un unificador de
sentido que cohesiona el poema conformándolo como un todo unitario en tensión
dialéctica con el comentario. Hay, por tanto, una elaboración poética alegórica, que al
sumársele la interpretación también alegórica de los comentarios constituye una unidad
superior de sentido. Ésta, como toda alegoría, se debate entre la tendencia centrífuga de
su estructura y la fuerza centrípeta de su interpretación.
Por otra parte, se ha recordado cómo tanto la Llama como la segunda redacción
del Cántico exploran la dimensión escatológica de la perfecta unión del alma con Dios.
Juan de la Cruz parece haber evolucionado en su pensamiento teológico, posiblemente
870
Ynduráin expone también aunque sin mucho convencimiento la lectura en clave mística de la estrofa
(pp. 192-193).
871
Véase el completo resumen crítico que Paola Elia y María Jesús Mancho recogen en su citada edición
(Juan de la Cruz, 2002: 555-560).
810
por una lectura más atenta de los místicos germánicos, particularmente de Van
Gelmar872. Esta evolución intelectual es la que le ha llevado a reelaborar el poema,
dando una nueva ordenación a sus canciones, no sólo para ofrecer un poema más
ordenado desde el punto de vista de las etapas de la escala mística, como se ha
apuntado, sino para dar el resultado de una nueva concepción de la contemplación
mística que abunde en la escatología, en la unión definitiva con Dios873. La lira 38 es
decisiva en la orientación escatológica de las últimas cinco liras del Cántico:
Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día.
872
San Juan de la Cruz alude a De Beatitude, aunque atribuyéndosela a Santo Tomás en la explicación
escatológica de CB, 38, 4.
873
Véase el detenido análisis de Eulogio Pacho del cambio que, en este aspecto, supone CB y su relación
con la Llama (Pacho, 1991a: 20-23).
811
bélica de las metáforas de la última lira del Cántico e intentar responder a los
interrogantes aquí planteados.
Los tres primeros versos tienen como nota común, más que la inactividad en sí,
el cese de una actividad que, hasta entonces no se ha declarado expresamente. Al decir
que “nadie lo miraba”; que “Aminadab tampoco parescía”; y que “el cerco sosegaba”, el
poeta hace valer el carácter conclusivo de la estrofa para indicar que “antes” alguien
miraba, que entonces Aminadab apareció y que, en ese momento obviamente, el cerco
se estrechó en torno a “algo”.
Ahora bien, este “antes” puede referirse a todo el poema o sólo a una parte del
mismo. En nuestra opinión, y desde el carácter escatológico de las cinco últimas liras
que las sitúa en un “futuro siempre futuro”, el “antes” de la estrofa 40 sólo puede
referirse a las primeras 35 liras del poema. Si anteriormente hemos afirmado que la lira
39 parece no sólo el final lógico del poema, sino también una recapitulación de los
temas fundamentales de la obra sanjuanista en su conjunto, podemos decir que la lira 35
de CB es la conclusión del “relato” alegórico de la amada y el Amado. El tiempo
presente, es decir, lo que puede llegar, ha llegado o llegará a ser presente, termina en
esta lira, del mismo modo que la estrofa primera servía del conclusión al pasado.
A partir de la lira siguiente, comienza el futuro:
En soledad vivía,
en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido.
La estrofa 36 nos presenta la acción acabada -nótese el “ya” del segundo verso-,
con los dos esposos unidos en el nido solitario, sin peligro aparente874. El último verso
es fundamental para reforzar el carácter conclusivo de la estrofa: el Amado está también
herido de amor. La herida de la amada que inició la búsqueda del Amado en la primera
canción de poema se ha resuelto, como ya anunciara la lira 13, en el encuentro con el
Amado herido de amor. En términos del amor extático, se ha colmado el deseo erótico
que lo origina: la unión igualadora de los esposos. La lira 13 presentaba al amado
874
El “nido” como lugar alegórico de la unión mística está también en Bernabé de Palma (Palma, 1998:
94).
812
herido, pero la unión entre ambos aún no se había producido. Ésta es el asunto de la lira
35: unión total e igualadora, sin aparentes amenazas externas. En la redacción de CA,
las cinco liras últimas describen la perfecta unión espiritual, pero al carecer de la
proyección escatológica del segundo Cántico su sentido es completamente diferente, en
cuanto que no desarrollan la intuición de un tiempo sustancialmente distinto, sino una
experiencia distinta, más intensa, del tiempo presente.
Pero la ya señalada evolución intelectual de Juan de la Cruz no podía cerrar el
poema de este modo. Por eso, la nueva redacción del poema advierte expresamente del
carácter escatológico de estas cinco estrofas finales875. Lógicamente, esta decisión altera
profundamente la naturaleza del mundo de la obra y dota a sus versos de una
significación distinta en la que es preciso penetrar.
Esta profunda modificación en el sentido del poema requiere acaso de la
metodología hermenéutica para su comprensión, puesto que las fórmulas estilísticas de
análisis literario resultan insensibles a un cambio de sentido que, como éste, no
modifica la disposición verbal de las canciones.
La estrofa 40 en sus tres primeros versos es el contrapunto de la lira anterior. Si,
como se ha visto, la lira 39 es una recapitulación del estado de perfección espiritual del
alma, unida a la divinidad tras la muerte, el comienzo de la lira 40 describe este mismo
estado de perfección en sentido negativo, esto es, mediante la exposición de la ausencia
del mal. Así las imágenes de los tres primeros versos parecen aludir a la desaparición de
los enemigos del alma que han perseguido a la esposa a lo largo del poema. Esta
interpretación que así presentamos deriva tanto de la declaración del autor -si bien,
como seguidamente veremos, Juan de la Cruz, no se refiere expresamente al mundo y a
la carne ni, en general, a los enemigos del alma- como de la descodificación de las
metáforas sanjuanistas a partir de la tradición alegórica escatológica cristiana.
A lo largo de su obra, San Juan de la Cruz se ocupa de los enemigos del alma en
numerosas ocasiones876. En Noche, el carmelita afirma que el alma se libra de ellos en la
noche del sentido877. Del mismo modo en CB 22, 2, señala que éstos ya no afectan al
matrimonio espiritual. Ahora bien, en la Anotación para la canción 36 de CB, San Juan
de la Cruz, después de haber referido las gracias del matrimonio espiritual, dice que al
875
En CA, 35, 1. San Juan de la Cruz afirma que, “hecha la perfecta unión entre el alma y Dios, quiérese
emplear el alma y ejercitar en las propiedades que tiene el amor (… )”. En CB, en la Anotación para la
canción 38, Juan de la Cruz advierte del sentido escatológico de estas estrofas.
876
Cf Juan de la Cruz, 2002a: 1103.
877
Cf. Noche, 1, 13, 11.
813
alma sólo le queda una cosa que desear, “que es gozarle perfectamente en la vida
eterna”. Es precisamente en la vida eterna dónde los enemigos desaparecen por
completo, como sugiere la lira 40:
anterior, por la relación dialéctica que guarda con ésta, bien -se trata del mismo
referente- al matrimonio espiritual perfeccionado en la vida eterna.
El apetito878 del mundo está relacionado en San Juan con el sentido de la vista: el
alma sólo escapa del mundo cuando no puede ser vista por él879. Así sucede en el poema
Noche oscura, en una estrofa que parece extenderse en lo que el Cántico en su lira 40 da
por supuesto:
En la noche dichosa
en secreto que nadie me veía
ni yo miraba cosa
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Y aquí se despoja y desnuda de todas estas vestiduras y traje del mundo, no poniendo su
corazón en nada, ni esperando nada de lo que hay o ha de haber en él, viviendo solamente
vestida de esperanza de vida eterna. Por lo cual, teniendo el corazón tan levantado del mundo,
no sólo no le puede tocar y asir el corazón, pero ni alcanzarle de vista880.
878
Para el uso y sentido del término “apetito” en Juan de la Cruz, véase Ruiz, 1990: 158 y ss.
879
En sentido distinto, porque no se refiere al mundo como enemigo del alma, Osuna coincide con Juan
de la Cruz al afirmar que el mundo es incapaz de ver las cosas del alma: “el amor del mundo es ciego”
(Osuna, 1972: 461).
880
El subrayado es nuestro.
815
881
Juan de la Cruz, 2002a: 183, en referencia al pasaje del Génesis, 19, 26.
882
Juan de la Cruz, 2002a: 182.
883
“Anima mea conturbavit me propter quadrigas Aminadab.”
884
O´Reilly recuerda que San Ambrosio, y posteriormente San Beda, había identificado a Aminadab con
Cristo que rige el alma del justo como un auriga (O´Reilly, 2003: 188-189).
816
(… ) Hace uso de un tópico que supone conocido por sus lectores, para comunicar con eficacia
sus enseñanzas.
(O´Reilly, 2003: 195-196)
El cerco sosegaba,
885
Cf. Pacho, 1985a: 122-134.
886
Cf. Juan de la Cruz, 2002: 1099-1100.
817
recogido de la lira 39 para esbozar una imagen abstracta, difusa y desconcertante de este
tiempo nuevo en “cuyos umbrales” finaliza el poema.
El poeta recurre a dos metáforas frecuentes en la literatura mística: “la
caballería” y “las aguas”. Sin embargo, el sentido de estos versos parece escapar a las
codificaciones más frecuentes de estas imágenes.
La imagen del caballo es ambigua y dentro de la exégesis mística de la Escritura,
puede tener connotaciones tanto negativas como positivas. En sentido negativo, la
caballería alude a la caballería del faraón y, por extensión, a las plagas que persiguen a
la esposa887. A esta caballería del Faraón, Gregorio de Nisa contrapone la acción de
Dios, representada por “la nube”, “el viento” y “el mar partido en dos”: el ejército del
Faraón es sepultado por las aguas, salvándose de este modo los israelitas (Gregorio de
Nisa, 1993: 48-49).
Pero, junto a esta posibilidad, existe también una acepción positiva según la cual
la caballería representa los ejércitos de ángeles, poder invisible que destruye el ejército
del Faraón (Gregorio de Nisa, 1993: 49).
En un sentido más próximo al mundo sanjuanista, la caballería representa al
alma purificada. La esposa es, entonces, la yegua que sale victoriosa de entre el ejército
del Faraón. Gregorio de Nisa explica cómo es posible que el alma sea comparada a la
yegua del Faraón, que antes había sido identificado como su enemigo:
No podríamos comparar a nadie con los caballos, carros y aurigas egipcios hundidos en
el mar, si no es porque con el agua misteriosa nos libramos de la esclavitud del adversario, de la
mentalidad egipcia, de vicios y pecados. Todo queda en el agua sepultado y surge pura el alma
para vivir en adelante limpia (… ).
(Gregorio de Nisa, 1993: 50-51)
887
Cf. Canévet, 1983: 306.
818
comunicando al alma en lo interior del espíritu, según lo dio a entender David cuando
dijo: “Mi corazón y mi carne se gozaron en Dios vivo” (Ps. 83, 3)” (CB, 40, 5).
Las aguas en la poesía sanjuanista, como ocurre generalmente en la tradición
mística, siempre han estado asociadas a la expresión de Dios. Juan de la Cruz dice que
aquí hay que entender por aguas “los bienes y deleites espirituales que en este estado
888
goza el alma en su interior con Dios” (CB, 40, 5) . De esta manera, la caballería
desciende a vista de las aguas y no a gustarla, porque incluso en la otra vida, la parte
sensitiva no tiene capacidad para gustar de los bienes espirituales, sino que cesan de sus
operaciones naturales descendiendo “al recogimiento espiritual” (CB, 40, 7).
A nuestro juicio, los dos últimos versos del poema reconstruyen, con ciertas
variantes, la imagen de “la caballería” y las aguas de Gregorio de Nisa. La ambigüedad
de la caballería del Faraón, que debe perecer en la aguas, para resurgir purificada
corresponde a la ambigüedad de las potencias sensitivas del alma en la mística
sanjuanista, que, una vez purificadas descienden a gozar, limitadamente, de las aguas
divinas889. Las variantes, a resultas de lo aquí expuesto, son obvias. Para el Niseno es el
agua de Dios lo que purifica al alma de sus pasiones; para Juan de la Cruz, las potencias
sensitivas del alma, previamente purificadas de las pasiones en las etapas previas del
matrimonio espiritual, descienden a las aguas divinas en la otra vida -en la versión de
CB-. El sentido sanjuanista de estos versos resulta coherente con lo expuesto respecto a
los tres primeros versos de esta estrofa: la purificación de los enemigos del alma.
En la exégesis alegórica del Niseno hay una expresa vinculación de esta
imagen, y, en general, del sentido místico del Cantar de los cantares al sacramento del
Bautismo890. En el poema sanjuanista no existe, al menos en nuestra opinión, esta
alusión sacramental, por lo que el efecto de las aguas no es purificador sino deleitoso.
888
Osuna recurre a una imagen cercana a la propuesta por Juan de la Cruz: “Hace Dios con nosotros en
este caso como la mar con sus ríos, la cual se ve que tornan a ella; parece juzgar no ser su agua perdida
del gran mar y divina abundancia; no cesan de manar a nos aguas de gracias y dones (… ) y como Él de
ella [el agua] no tenga necesidad, tornártela ha multiplicada y bendita, y alegrarse ha, viendo en ti vivo su
don, y que sube en alto como agua viva que se torna a su primera causa” (Osuna, 1972: 151). Nótese
cómo Osuna coincide con Juan de la Cruz en la asociación de las aguas a la gracia divina, representado a
Dios con el mar. Más adelante, Osuna observa lo siguiente: “Y si quieres ser elevado de la tierra en alteza
de contemplación como arca de Noé, hanse de multiplicar en ti las aguas, rompiéndose en tu corazón las
fuentes del mar, que son las llagas de tu esposo Jesucristo; y hanse de abrir los caños del cielo de la
divinidad, para que así tengas entera abundancia del santo diluvio en que te salves” (Osuna, 1972: 345).
889
Osuna se hace eco, simplificándola, de esta alegoría en el capítulo VII, del tratado 2, de su Tercer
Abecedario: “Estas bendiciones del bautismo fueron figuradas en Moisés (… ) relatando cómo el Señor
echó en la mar de su pasión, do el bautismo se funda, al caballo y al caballero, esto es, al pecado y al
demonio, que allí perecieron y se ahogaron” (Osuna, 1972: 168).
890
Supra. capítulo XV.
819
CONCLUSIONES
891
Véase la breve pero ajustada exposición de esta cuestión en La metafísica, de José Luis Pardo (Pardo,
2006).
823
una concepción de la filosofía que aúna el rigor conceptual con la imaginería lírica más
sugerente, se aviene a descubrir un horizonte al que Platón había solamente apuntado.
La alegoría mística da origen, a su vez, a otra tradición. Esta tradición viene
determinada fundamentalmente, por la pugna existente entre las concepciones
metafísicas en cuyo horizonte se desarrolla y la necesidad de construir un discurso que
suture las heridas abiertas entre una cierta experiencia de lo inefable, que en cada caso,
presenta particularidades propias -aunque siempre dentro del ámbito de posibilidad del
correspondiente sistema metafísico y, más específicamente, religioso en el que se ubica-
y la reflexión teórica sobre las capacidades y límites del lenguaje. El concepto de
símbolo de Proclo -tan influyente en la mística cristiana a través de Dionisio Arepagita-
es un claro ejemplo de la tensión a la que nos referimos. Y es, precisamente, en este
contexto en el que hemos situado su examen, al margen de anacrónicas analogías con el
símbolo de las estéticas de la modernidad, pese al eco que la teología negativa de Proclo
adquiere en determinados pasajes del pensamiento hegeliano.
Con este examen de la alegoría en el neoplatonismo pagano se cierra la primera
sección de nuestro trabajo.
La segunda sección se ocupa, tras un capítulo introductorio dedicado a Filón de
Alejandría, del nacimiento y desarrollo de la alegoría cristiana. Se ha atendido a las
diferencias respecto a la exégesis alegórica griega, realizando un análisis comparativo
entre la tipología cristiana y la hypónoia griega. En nuestra opinión, y pese a las
importantes diferencias estudiadas, ambas formas de discurso pueden reconducirse a un
solo tipo: la alegoría en el sentido amplio al que nos referimos en este trabajo como
instrumento de la metafísica.
Hemos examinado las vicisitudes históricas de la adaptación de la alegoría a la
teología cristiana, las polémicas entre los teólogos de Alejandría y Antioquía, así como
las diferencias entre la Iglesia oriental y la latina. En todos estos casos hemos atendido a
las imágenes alegóricas más sobresaliente y de más calado en la formación de una
nueva tradición alegórica que, desde sus inicios, se codifica a partir de la exégesis
escrituraria y la “doctrina cristiana”. Ciertamente, las particularidades de la religión
cristiana, especialmente su dimensión histórica, exigían una modificación de los
parámetros de la alegoría griega que la tipología viene a satisfacer con un nuevo
conjunto de recursos epistemológicos, expresivos y hermenéuticos que alcanzarán su
máximo desarrollo durante la Edad Media, a través, respectivamente, de la concepción
alegórica del mundo, de los cuatro sentidos de la Escritura y de la “alegoría deliberada”.
826
Ésta última despliega un género literario propio que hemos definido como un modo
particular de afrontar el fenómeno literario que, guiado por una serie de presupuestos
didácticos y en última instancia retóricos, concibe el texto como un vehículo de
representación de ideas abstractas por medio de acciones dramáticas y descripciones
físicas.
Finalmente hemos dedicado un extenso capítulo a la mística medieval. Hemos
subrayado sus deudas con el neoplatonismo pagano pero también hemos destacado las
diferencias irreconciliables entre una y otra concepción de la mística. Nuestro esfuerzo
se ha orientado, más que a un estudio exhaustivo de la mística de este periodo -cuestión
que escapa obviamente a las premisas de este trabajo-, hacia el planteamiento de la
tradición mística cristiana en su dimensión alegórica. En este sentido se ha estudiado
cómo las modificaciones del pensamiento medieval respecto del lenguaje, del alma, del
amor, o de la relación con Dios, entre otros factores, van condicionando la evolución de
un discurso que tiende a codificarse en un amplio repertorio de imágenes, algunas de las
cuales perviven adaptándose a las nuevas circunstancias del devenir del pensamiento
teológico medieval. Otras, por el contrario, van quedando atrás ante la imposibilidad de
ser asumidas por las nuevas exigencias históricas. En este sentido nos ha interesado, en
todo momento, no limitar nuestra investigación a hacer un mero catálogo de alegorías,
sino profundizar en el sentido y finalidad de éstas, y observar, sobre todo, como en la
continuidad de la tradición, las alteraciones de sentido repercuten sobre las expresiones
alegóricas.
La última sección de la primera parte de este trabajo analiza el lugar de la
alegoría en la Modernidad, tras la consolidación del pensamiento crítico kantiano, la
caída de la retórica y la aparición de la estética. Nos ha interesado especialmente la
polémica suscitada a finales del siglo XVIII entre la alegoría y el símbolo, nueva
categoría estética que apunta hacia un nuevo modo de conocimiento. El estudio
comparativo de ambas figuras se ha desplegado desde diversos puntos de vista, siempre
dentro de la idea general de este trabajo: la vinculación de la alegoría a la metafísica.
Así hemos advertido las dificultades de las que el símbolo adolece tanto en su
configuración estética inicial, con Kant, Schelling y Hegel, como en su determinación
como elemento determinante de la poeticidad en los planteamientos de Todorov. En
nuestra opinión, el símbolo no es sino la alegoría de la metafísica de la Modernidad,
pensado para solucionar los nuevos problemas que en ésta se plantean: la necesidad de
subsanar el vacío existente entre lo general y lo particular; la valoración de la
827
comienzos del siglo XX ha proyectado sobre ella el debate entre la alegoría y el símbolo
de las estéticas modernas, particularmente de las construcciones teóricas del
neokantismo. En este sentido el trabajo seminal de Baruzi, San Juan de la Cruz y el
problema de la experiencia mística, no sólo habilitó unos conceptos de “alegoría “ y
“símbolo” respecto de la poesía sanjuanista que han creado doctrina en la crítica
sanjuanista, sino que, además, otorgó carta de naturaleza a una serie extensa de estudios
posteriores que abordaron la obra de Juan de la Cruz, a partir de categorías inexistentes
en su época, como “vivencia” o “experiencia” -en el sentido postcrítico del término-,
reconduciendo la poesía del carmelita a las necesidades y circunstancias de la estética
del momento -la inefabilidad de la poesía, el conocimiento intuitivo simbólico, el
irracionalismo- que poco tienen que ver, en los términos que normalmente aparecen,
con el mundo poético sanjuanista. Por otra parte, la comprensión subjetivista de la
vivencia religiosa y mística que Baruzi proyectó sobre el pensamiento sanjuanista no
resultaba acorde con el modo de concebir la vida religiosa en el catolicismo del siglo
XVI.
Baruzi fue también determinante -en consecuencia con lo anteriormente
expuesto- para el olvido o postergación de la tradición mística cristiana, sus discursos y
sus códigos de expresión, en buena parte de la crítica, que rechazó estos parámetros o
los encajó en el contexto doctrinal teológico de sus obras en prosa. Sin embargo, se ha
comprobado cómo muchos de los estudios sobre la poesía del carmelita cuyo valor es
hoy día indiscutible han obtenido sus mejores aportaciones cuando, abandonando los
planteamientos teórico-estéticos del símbolo baruziano, han descendido al análisis
retórico y hermenéutico de los poemas, considerando las circunstacias históricas del
autor y del tiempo de su composición.
Ahora bien, la historicidad del símbolo y de los conceptos y circunstancias
estéticas a él asociados, junto con la recuperación de la comprensión de la alegoría en
un sentido más rico y profundo vinculado al devenir de la metafísica, hacían necesario
un replanteamiento de los estudios en torno al debate entre el símbolo y la alegoría en la
obra de Juan de la Cruz. Este ha sido el propósito que ha guiado nuestra investigación
en la segunda parte de nuestro trabajo.
Dos han sido los presupuestos que han sustentado nuestro nuestro trabajo: la
atención a la tradición de la exégesis alegórica cristiana, ubicada en el horizonte más
amplio de la historia de la alegoría, tal como quedó estudiado en la primera parte de
nuestro trabajo; y la comprensión de la “mística” cristiana como un fenómeno histórico
829
BIBLIOGRAFÍA
FUENTES PRIMARIAS
FUENTES SECUNDARIAS
? CALBOLI, G., (1998), “From Aristotelian lexis to elocutio”, Rhetorica, vol. XVI, n.
1, pp. 47-80).
_______ (2001), “Las figuras de pensamiento y los progymnasmata”, en CALBOLI, G.
y CALBOLI MONTEFUSCO, L. (eds.) Quintiliano y su escuela, Logroño, Instituto de
Estudios Riojanos.
_______ (2004), “Le changement de la langue et les ornements du discours”, en
Celentano, M. S., Chiron, P., Noël, M. P. (eds.), Skhèma / Figure: Formes et figures
chez les Anciens, Paris, Éditions Rue d´Ulm, pp. 169-186.
? CALBOLI MONTEFUSCO, L., (2004), “Le fondement logique de la métaphore
selon Aristote”, en Celentano, M. S., Chiron, P., Noël, M. P. (eds.), Skhèma / Figure:
Formes et figures chez les Anciens, Paris, Éditions Rue d´Ulm, pp. 115-126.
? CAMERON, A., (1998), El mundo mediterráneo en la Antigüedad Tardía, 395-600,
Barcelona, Crítica.
? CAMPILLO, A., (1990), La razón silenciosa, Universidad de Murcia.
? CAPPELLETTI, A., (1994), Mitología y filosofía: los presocráticos, prólogo de F.
Rodríguez Adrados, Madrid, Ediciones pedagógicas.
? CASSEVITZ, M., (2004), “Étude lexicologique: du schèma au schématisme”, en
Celentano, M. S., Chiron, P., Noël, M. P. (eds.), Skhèma / Figure: Formes et figures
chez les Anciens, Paris, Éditions Rue d´Ulm, pp. 15-30.
? CELAN, P., (1996), Amapola y memoria, Madrid, Hiperión.
? CLOCHÉ, P., (1978), Isocrate et son temp, Paris, Les Belles Lettres.
? COLLI, G., (1987), El nacimiento de la filosofía, Barcelona, Tusquets.
_______ (1995), La sabiduría griega, Madrid, Trotta.
? CUESTA ABAD, J. M., (1999) Poema y enigma, Madrid, Huerga y Fierro.
? DALIMIER, C., (2004), “L´usage scientifique de la métaphore chez Aristote”, en
Celentano, M. S., Chiron, P., Noël, M. P. (eds.), Skhèma / Figure: Formes et figures
chez les Anciens, Paris, Éditions Rue d´Ulm, pp. 127-141.
? DE ROMILLY, J., (1975), Magic and Rhetoric in Ancient Greece, Cambridge,
University Press.
? DETIENNE, M., (1981), Los maestros de verdad en la Grecia arcaica, Madrid,
Taurus.
_______ (1985), La invención de la mitología, Barcelona, Península.
_______ (2001), Apolo con el cuchillo en la mano, Madrid, Akal.
839
? DÍAZ TEJERA, A., (2000), “Aristóteles”, en LÓPEZ PÉREZ, J. A., (ed.), Historia de
la literatura griega, Madrid, Cátedra, pp. 682-736.
? DORFLES, G., (1967), Estética del mito, Caracas, Tiempo Nuevo.
? EDEN, K., (1987) “Hermeneutics and the Ancient Rhetorical Tradition”, Rhetorica,
vol. V, n. 1, pp. 59-86.
? ELIADE, M., (1968), Mito y realidad, Madrid, Guadarrama.
? FERNÁNDEZ-GALIANO, M., (1963), “La traditio homérica” en Gil, L., (ed.),
Introducción a Homero, Madrid, Guadarrama, pp. 89-155.
? FESTUGIÈRE, A. J., (1967), Hermétisme et mystique païenne, Paris, Aubier-
Montaigne.
? FOUCAULT, M., (2004), Discurso y verdad en la antigua Grecia, introducción de A
Gabilondo y F. Fuentes Megías, Barcelona, Paidós.
? GALAY, J. L., (1974), “Esquisses pour une théorie figurale du discours”, Poétique,
num. 20, pp. 393-415.
? GALÍ, N., (1999), Poesía silenciosa, pintura que habla, presentación de F. de Azúa,
Barcelona, El Acantilado.
? GARCÍA CALVO, A., (1985), Razón común, Madrid, Lucina.
? GARCÍA GUAL, C., (1992), Introducción a la mitología griega, Madrid, Alianza.
_______ (1987), La secta del perro, Madrid, Alianza.
? GARCÍA LÓPEZ, J., (2001), Introducción general a Himnos homéricos, La
“Batracomiomaquia”, Madrid, Gredos.
? GARCÍA TEIJEIRO, “Apolonio de Rodas”, en LÓPEZ PÉREZ, J. A., (ed.), Historia
de la literatura griega, Madrid, Cátedra, pp. 809-816.
? GIL, L., (1961), Censura en el mundo antiguo, Madrid, Revista de Occidente.
_______ (1963), (ed.) Introducción a Homero, Madrid, Guadarrama.
_______ (1967), Los antiguos y la inspiración poética, Madrid, Guadarrama.
? GOEBEL, G. M., (1989), “Probability in the earliest Rhetorical Theory”, Mnemosyne,
vol. XLII 1-2, pp. 41-53.
? GOLDHILL, S., (2002), The invention of prose, The Classical Association. Oxford
University Press.
? GONZÁLEZ VÁZQUEZ, J., (1986), Estudio sobre la imagen poética, Universidad
de Granada.
840
? YOUNG, F. M., (1979), “The God of the Greks and the nature of religious language”,
en W. R. Schoedel y R. L. Wilken (eds.) Early Christian literature and the classical
intellectual tradiction, Paris, Éditions Beauchesne, pp. 45-74.
? ZAMORA CALVO, J. M., (2000), La génesis de lo múltiple. Materia y mundo
sensible en Plotino, Universidad de Valladolid.
FUENTES PRIMARIAS
FUENTES SECUNDARIAS
? BARDY, G., (1942), “Pour l´histoire de l´École D´Alexandrie”, Revue Biblique, pp,
80-109.
? BASEVI, C., (1977), San Agustín. La interpretación del Nuevo Testamento,
Universidad de Navarra.
? BERARDINO, A. Di (dir.), 2 vols., (1992), Diccionario Patrístico y de la Antigüedad
Cristiana, Salamanca, Sígueme.
? BERGMAN, S., (1993), “Gregory of Nazianzen´s Theological Interpretation of the
Philosophy of Nature in the Doctrine of the Four Elements”, Studia Patristica vol.
XXVII, E. Livingstone (ed.), Leuven, pp. 3-9.
? BESTUL, T. H., (1996), Texts of the Passion: Latin Devotional Litterature and
Medieval Society, University of Pennsylvania Press.
? BEUCHOT, M., (1991), La filosofía del lenguaje en la Edad Media, México,
Universidad Autónoma de México.
? BLAIR, H. A., (1982), “Allegory, typology and archetypes”, Studia Patristica
XVII/1, pp. 263-267.
? BLUMRICH, R., (1990), “La diffusion de la « mística alemana » en el mundo latino”,
en La espiritualidad del siglo XVI. Aspectos literarios y lingüísticos, Mancho Duque,
M. J. (ed.), Universidad de Salamanca, pp. 83-91.
? BOCHET, I., (1997), “Le cercle hermenéutique dans le De Doctrina Christiana
d´Agustin”, Studia Patristica XXXIII, E. A. Livingstone (ed.), pp. 16-21.
? BOCKMUEHL, M., (1990), Revelation and mistery, Tübingen, JC B Mohr (Paul
Siebeck).
? BOER, W. den, (1973), “Allegory and History”, Amsterdam, Romanitas
Christianitas. Studia J. H. Waszink oblate, pp. 15-27.
? BONSIRVEN, J., (1939), Exégèse rabbinique et exégèse paulienne, Paris,
Beauchesne et ses fils.
? BORGEN, P., (1997), Philo of Alexandria, an exegete for his time, New York, Brill.
? BORREGO PIMENTEL, E. M., (1991), De Plotino a Gregorio de Nisa, Granada,
Facultad de Teología.
? BOUTON-TOUBOULIC, A. I., (2001), “L´esthétique de l´ordre chez saint Augustin:
les images du discours et du tableau”, Studia Patristica XXXVIII, M. F. Wiles y E. S.
Yarnord (eds), pp. 16-24.
848
? CHYDENIUS, J., (1975), “La théorie du symbolisme médievale”, Poétique, num. 23,
pp. 322-341.
? CLIFFORD, G., (1974), The transformations of allegory, London, Routledge and
Kegan Paul Ltd.
? COLISH, M. L., (1983), The mirror of language. A study in the Medieval Theory of
knowledge, University of Nebraska Press.
_______ (1998), Medieval Foundations of the Western Intellectual Tradition, New
Heaven-London, Yale University Press.
? COLUNGA, A., (1930), “Algunos principios exegéticos de San Agustín”, Estudios
Bíblicos n. 1, pp. 101-112.
? COPELAND, R., (1997), “Rhetoric and Politics of the literal sense in Medieval
Literary Theory: Aquinas, Wyclif and the Lollands”, W. Jost y M. Hyde (eds.),
Rethoric and Hermeneutics in our time: a reader, Yale University Press, pp. 335-357.
? CORRIGAN, K., (1993), “Plotinus and St. Gregory of Nyssa: can Matter really have
a Positive Function?”, Studia Patristica vol. XXVII, E. Livingstone (ed.), Leuven, pp.
14-20.
_______ (1997), “Some Notes towards a Study of the “Solitary” and the “Dark” in
Plotinus, Proclus, Gregory of Nyssa and Pseudo-Dionysius”, Studia Patristica, XXX, E.
A. Livingstone (ed.), pp. 151-157.
? COULTER, J. A., (1976), The literary microcosm, New York, Columbia University
Press.
? COURCELLES, D. de, (1995), “Le Dialogue de Catherine de Sienne ou l´accèss du
sujet intelligent créé à la perfection ultime”, Archives d´histoire doctrinale et littéraire
du Moyen Âge, n. 62, pp. 71-135.
? COUSINS, E. H., (1992), “Bonaventure´s Mysticism of Language”, en Katz, S. T.,
Mysticism and Language, Oxford University Press, pp. 236-257.
? CROUZEL, H., (1962), “Origène et la connaisance mystique”, Berlin, Studia
Patristica V, F. L. Cross (ed.), pp. 270-276.
_______ (1989), “Idées platoniciennes et raisons stoïciennnes dans la théologie
d´Origène”, Studia Patristica XVIII/3, pp. 365-384.
? CURTIUS, E. R., (1989), Literatura europea y Edad Media latina, vol. I, México,
Fondo de Cultura Económica.
850
? GILMORE, A., (1946), “Augustine and the critical method”, Harvard Theological
Revue, n. 2, pp. 141-163.
? GILSON, E., (1940), The Mystical Theology of Saint Bernard, London, Sheed and
Ward.
_______ (2004), El espíritu de la Filosofía Medieval, Madrid, Rialp.
? GODMAN, P., (2000), The Silent Masters: Latin Literature and its censors in the
high Middle Ages, Princetown University Press.
? GÓMEZ TRUEBA, T., (1999), El sueño literario en España, Madrid, Cátedra.
? GRAEF, H., (1970), Historia de la mística, Barcelona, Herder.
? GRANADO, C., (1987), El Espíritu santo en la teología patrística, Salamanca,
Sígueme.
? GRANT, R. M., (1967), L´interprétation de la Bible des origenes chrétiennes à nos
jours, Paris, Du Seuil.
_______ (1973), “Prophyry among the Early Christians”, Amsterdam, Romanitas
Christianitas. Studia J. H. Waszink oblate, pp. 181-187.
_______ (1983), Christian beginnings: Apocalypse to history, London, Variorum
Reprints.
? GREISCH, J., (2000), L´arbre de vie et l´arbre du savoir, Paris, Les éditions du Cerf.
? GRÜNDLER, O., (1987), “Devotio Moderna”, B. Mc Guinn, J. Meyendorf, J. Raitt
(eds.) Christian Spirituality: High Middle Ages and Reformation, New York,
Crossroads, pp. 176-193.
? GUILLET, J., (1947), “Les exégèses d´Alexandrie et d´Antioche conflit ou
malentendu?”, Recherches de Science Religieuse num. 34, pp. 257-302.
? GUINOT, J.-N., (1989), “La typologie comme technique herméneutique”, Cahiers de
Biblia Patristica, n. 2, pp. 1-34.
? HAAS, A. M., (1987), “Schools of Late Medieval Mysticism”, Mc. Guinn, B.,
Meyendorff, J., Raitt, J. (eds.), Christian Spirituality, New York, Crossroad, pp. 140-
175.
_______ (2002), Maestro Eckhart, Barcelona, Herder.
? HAMILTON, G. J., (1990), “Augustine´s methods of Biblical Interpretation”, H. A.
Meynell (ed.), Grace, Politics and Desire: Essays on Augustine, University of Calgary
Press, pp. 101-115-
853
? HANKEY, W. J., (1997), “Aquinas, Pseudo-Denys and Isaiah VI. 6”, Archives
d´histoire doctrinale et littéraire du Moyen Âge, N. 64, PP. 59-93.
? HARRISON, V, (1992), “Allegory and ascetism in Gregory of Nyssa”, Semeia, num.
57, pp. 113-130.
_______ (1993), “A Gender Reversal in Gregory of Nyssa´s first Homily on the Song of
Songs”, Studia Patristica vol. XXVII, E. Livingstone (ed.), Leuven, pp. 34-38.
? HARL, M., (1958), Origène et la fonction révélatrice du Verbe incarné, Paris, Du
Seuil.
_______ (1971), “Y a-t-il une influence du “grec biblique” sur la langue spirituelle des
chrétiens?” en VV. AA. La Bible et les pères, Paris, Presses Universitaires de France.
? HATFIELD, R., (1990), “The tree of life and the Holy Cross”, T. Verdon y J.
Henderson (eds.), Christianity and the Renaissance, Syracuse University Press, pp.
132-160.
? HEINE, R. E., (1984), “Gregory of Nissa´s apology for allegory”, Vigiliae
Christianae, num. 38, pp. 360-370.
? HENRY, P., (1951-1952), “La mystique trinitaire du bienhereux Jean Ruusbroec”,
Recherches de Science Religieuse, XL, pp. 335-368.
? HUIZINGA, J., (1975), L´automne du Moyen Age, avec un entretien de Jacques Le
Goff, Paris, pbp.
? HUSSER, J. M., (2002), “La typologie comme procédé de composition dans les textes
d l´Ancien Testament”, en Kuntzmann (dir.) Typologie biblique, Paris, Les Éditions du
cerf, pp. 11-34.
? JACKSON, W. T. H., (1985), The Challenge of the medieval text, Columbia
University Press.
? JAEGER, W., (1965), Cristianismo primitivo y paideia griega, México, Fondo de
Cultura Económica.
? JAGER, E., (1993), The Tempter´s voice, Cornell University Press.
? JAUSS, H. G., (1977), “Littérature médiévale et expérience esthétique”, Poétique,
num. 31, pp. 322-336.
? JAVELET, R., (1968), “L´amour spirituel face à l´amour courtois”, en M. de
Gandillac y E. Jeauneau (dirs.), Entretiens sur la Renaissance du XII siécle, Paris,
Mouton, pp. 273-283.
? JAY, J., (1983), “Saint Jérôme et la prophétie”, Studia Patristica XVIII, pp. 152-165.
854
? MEREDITH, A., (1982), “Gregory of Nyssa and Plotinus”, Studia Patristica XVII/3,
pp. 1120-1126.
_______ (1993), “Plato´s cave (Republic vii 514a-517e) in Origen, Plotinus, and
Gregory of Nyssa, Studia Patristica vol. XXVII, E. Livingstone (ed.), Leuven, pp. 49-
61.
? MICHEL, A. (ed.), (1997), Théologiens et mystiques au Moyen Âge, Paris, Gallimard.
? MONDÉSERT, C., (1936), “Le symbolisme chez Clément d´Alexandrie”, Recherches
de Science Religieuse, XXVI, n. 2, pp. 158-180.
? MORRISON, K., (1985), “The Gregorian Reform”, en Mc. Guinn, B. and Meyendorf,
J., (eds.), Christian Spirituality, New York, Crossroads, pp. 177-193.
? MÜLLER, M., (2003), “Teoría y práctica de la predicación: Agustín, De doctrina
cristiana y Enarrationes in Psalmos”, Augustinus, Madrid, nº. 188-191, pp. 177-182.
? MUÑOZ LEÓN, D., (1998), “Principios básicos de la exégesis rabínica”, Revista
bíblica, año 60, 1998 / 2, pp. 117-122.
? MURPHY, J. J., (1974), Rhetoric in the Middle Ages, University of California Press.
? NIETZSCHE, F., (1982), El anticristo, Estudio preliminar de Enrique López
Castellón, Madrid, Ediciones Busma.
? NOCK, A. D., (1952), “Hellenistic mysteries and Christian Sacraments”, Mnemosyne,
vol. IV, 5, pp. 177-213.
? PANIKER, R., (1951), El concepto de Naturaleza, Madrid, CSIC.
? PELLETIER, A. M., (1989), Lectures du Cantique des cantiques, Roma, Editrice
Pontificio Istituto Biblico.
? PÉPIN, J., (1958), “Saint Augustin et la fonction proteptique de l´allégorie”,
Recherches Augustiniennes, n. 1, pp. 243-286.
_______ (1973), “Mysteria et Symbola dans le commentaire de Jean Scot sur l´évangile
de Saint Jean”, J.J. O´Meara y L. Bieder (eds.), The mind of Eriugena, Dublín, Irish
University Press, pp. 16-30.
_______ (1987), La tradition de l´allégorie: de Philon d´Alexandrie à Dante, Paris,
Études augustiennes.
? PHILIPPE, M. D., (1963), “La doctrine de l´Analogie de l´être d´après Saint Thomas
d´Aquin”, Freiburger Zeitschrift für Philosophie und Theologie, n. 10, pp. 445-455.
857
_______ (1998), Filosofía de las formas simbólicas II, México, Fondo de Cultura
Económica.
? D´ANGELO, P., (1999), La estética del Romanticismo, Madrid, Visor.
? DE MAN, P., (1984), The Rethoric of Romanticism, Columbia University Press.
_______ (1985), “Antropomorphisme et trope dans la poèsie lyrique”, Poétique, num.
62, pp. 131-145.
_______ (1990), La resistencia a la teoría, Madrid, Visor.
_______ (1990a), Alegorías de la lectura, Barcelona, Lumen.
_______ (1991) “Retórica de la temporalidad” en Visión y ceguera, Universidad de
Puerto Rico, pp, 207-253.
_______ (1998), Ideología estética, Madrid, Cátedra.
? DERRIDA, J., (1989), La deconstrucción en las fronteras de la filosofía, Introducción
de P. Peñalver, Barcelona, Paidós.
? DEWEY, J., (1949), El arte como experiencia, México, Fondo de Cultura Económica,
prólogo y traducción de S. Ramos.
? DILTHEY, W., (1945), Vida y poesía, México, Fondo de Cultura Económica.
? ECO, U., (1992), Los límites de la interpretación, Barcelona, Lumen.
? ELIOT, T. S., (1968), Función de la poesía y función de la crítica, Prólogo de J. Gil
de Biedma, Barcelona, Seix Barral.
? FERRIÉ, C., (1999), Heidegger et le problème de l´interprétation, Paris, Kimé.
? FONTANIER, P., (1977), Les figures du discours, Paris, Flammarion.
? FOUCAULT, M., (1966), Las palabras y las cosas, México, Siglo XX.
_______ (2002), La arqueología del saber, Buenos Aires, Siglo XXI.
? FREUD, S., (1996), Tótem y tabú, Madrid, Alianza.
? FUMAROLI, M, (1999), (dir.), Histoire de la rhétorique dans l´Europe moderne
(1459-1950), Paris, Presses Universitaires de France.
? GARAGALZA, L., (1990) La interpretación de los símbolos, Barcelona, Antrophos.
_______ (2001), “El lenguaje como forma simbólica en la obra de E. Cassirer”, en Los
lenguajes del símbolo. Investigaciones de hermeneútica simbólica, Blanca Solares
(coord.), Barcelona, Anthropos, pp. 125-139.
? GIVONE, S., (1999), “Filosofía, poesía y mito en Vico y en leopardi”, en G. Vattimo
(coord.) Filosofía y poesía: dos aproximaciones a la verdad, Barcelona, Gedisa, pp.
109-127.
863
? SPIVAK, G., (1971), “Allégorie et histoire de la poésie”, Poétique, num. 8, pp. 427-
441.
? STEINER, G, (1983), Heidegger, México, FCE.
_______ (2001a), Nostalgia del absoluto, Madrid, Siruela.
? STEPHENSON, R. H., (1995), Goethe´s Conception of Knowledge and Science,
Edimburgh University Press.
? TALENS, J., (2005) “Contrapoéticas del realismo. (De ética, estética y poética)”, en
Sánchez Robayna, A. y Doce (J.) (eds.) Poesía hispánica contemporánea, Galaxia
Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, pp. 129-159.
? TREVI, M., (1996), Metáforas del símbolo, Barcelona, Anthropos.
? TRÍAS, E., (1990), “Ética y estética (Kant, Wittgenstein, Hegel)”, en A.A.V.V.,
Estudios sobre la Crítica del Juicio, Madrid, Visor, pp. 107-127.
_______ (1999), La razón fronteriza, Barcelona, Destino.
? URBAN, W. M., (1952), Lenguaje y realidad, México, FCE.
? VALENTIN, JM., (1999), “De Leibniz à Vico. Contestation et restauration de la
rhétorique (1690-1730) ”, en Fumaroli, M, (dir.), (dir.), Histoire de la rhétorique dans
l´Europe moderne (1459-1950), Paris, Presses Universitaires de France, pp. 823-877).
? VALÉRY, P, (1998), Teoría poética y estética, Madrid, Visor.
? VANDERDORPE, C., (1999), “Allégorie et interprétation”, Poétique, num. 117, pp.
75-94.
? VATTIMO, G., (1993) Poesía y ontología, Universidad de Valencia.
_______ (1995) Introducción a Heidegger, Barcelona, Gedisa.
_______ (1998) El fin de la modernidad, Barcelona, Gedisa.
_______ (1999) Filosofía y poesía, dos aproximaciones a la verdad, Barcelona, Gedisa.
? VICO, G., (2004), Obras. Retórica, Edición, traducción y notas de F. J. Navarro
Gómez, Barcelona, Anthropos.
? VIËTOR, K., (1950), Goethe the thinker, Harvard University Press.
? WARMINSKI, A., (1996), Alegorías de la referencia, Valencia, Ediciones Episteme.
? WITTGENSTEIN, L., (2001) Tractatus logico-philosophicus, Versión e introducción
de Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera, Madrid, Alianza.
? WORDSWORTH, W., (1999), Prólogo a Baladas Líricas, Introducción, traducción y
notas de E. Sánchez Fernández, Madrid, Hiperión.
866
BIBLIOGRAFÍA
_______ (1992), “Aspectos retóricos en la poesía de San Juan de la Cruz”, Edad de Oro
nº. 11, 1992, pp. 29-41.
_______ (1993), “Derramar lágrimas sobre los sentimientos”: retórica afectiva en San
Juan de la Cruz”, en Presencia de San Juan de la Cruz, Juan Paredes (ed.), Granada,
Universidad de Granada, pp.11-33.
_______ (1993a), “San Juan de la Cruz y la transgresión de la norma expresiva”, Actas
del Congreso Internacional Sanjuanista, Junta de Castilla y León, pp. 49-73.
_______ (1996), “Fray Luis de León y la visión renacentista de la naturaleza: estética y
apologética”, en García de la Concha, V. y Lera, J., (eds.), Fray Luis de León, Historia,
humanismo y letras, Universidad de Salamanca, pp. 367-380”.
? DAVIS, E., (1993), “The power of Paradox in the Cántico espiritual”, Revista de
Estudios Hispánicos XXVII, pp. 203-233.
? DAVIS, E. B., (1993), “The power of paradox in the “Cántico espiritual”, Revista de
Estudios Hispánicos, núm. 27, pp. 203-223.
? DE LA CRUZ, B. M., (1966- 1967), “San Juan de la Cruz y la fenomenología
husserliana (I-II), Revista de espiritualidad, 25-26, pp. 62-74 y 171-186.
? DE LA VIRGEN DEL CARMEN, A. (1955), “Presencia de San Agustín en Santa
Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz”, Revista de espiritualidad, 14, pp. 172-184.
? DE SAINT JOSEPH, M. A., (1983), “Naturaleza de la contemplación”, Monte
Carmelo, 91, pp. 13-33.
? DE SURGY, P., (1951), “La source de l´échelle d´amour de Saint Jean de la Croix”,
Revue d´ascetique et de mystique, vol. XXVII, pp. 18-40.
_______ (1951), “Les degrés de l´échelle d´amour chez Saint Jean de la Croix”, Revue
d´ascetique et de mystique, vol. XXVII, pp. 237-259, 327-346.
? DIEGO, G., (1942), “Música y ritmo en la poesía de San Juan de la Cruz”, Escorial,
IX, pp. 163-186.
? DIEGO SÁNCHEZ, M., (1990), “La herencia patrística de Juan de la Cruz”, Ruiz, F.
(ed.) Experiencia y pensamiento en San Juan de la Cruz, Madrid, Espiritualidad, pp.
83-111.
? DÍEZ DE REVENGA, F. J., (2003), La tradición áurea. Sobre la recepción del Siglo
de Oro en poetas contemporáneos, Madrid, Biblioteca Nueva.
871
? DÍEZ DE SANTA TERESA, M. A., (1962), “La Reentrega de amor así en la tierra
como en el cielo. Influjo de opúsculo pseutomista en San Juan de Cruz”, Ephemerides
Carmeliticae 13, pp. 299-352.
? DISANDRO, C. A., (1993), “Dionysio Areopagita y mística española”, Studia
Patristica vol. XXVII, E. Livingstone (ed.), Leuven, pp. 155-161.
? DOMÍNGUEZ BERRUETA, M., (1897), El misticismo en la poesía, Salamanca,
Imprenta de Calatrava.
? DOMÍNGUEZ MORENO, C., Experiencia mística y psicoanálisis, Cuadernos F y S,
Madrid, 1999.
? DUVIVIER, R., (1980), “Noche oscura del alma” en F. Rico, Historia y crítica de la
Literatura Española II. Renacimiento, F. López Estrada (ed.), Madrid, Crítica, pp.
525-531.
? EGAN, K. J., (1987), “The Spirituality of the Carmelites”, Mc. Guinn, B.,
Meyendorff, J., Raitt, J. (eds.), Christian Spirituality, New York, Crossroad, pp. 50-
62.
_______ (1991), “The biblical imagination of John of the Cross in “The living flame of
love”, San Juan de la Cruz, espíritu de llama, Otger Steggink (coord.), pp 507-521,
Roma, Institutum Carmelitarum.
? EGIDO, A., (1985), “Sobre la teoría de la égloga en el Siglo de Oro”, Estudios de
literatura y otras cosas, Barcelona, Destino, pp. 43-77.
_______ (1990), Fronteras de la poesía del Barroco, Madrid, Crítica.
_______ (1995), “El silencio místico y San Juan de la Cruz”, en Hermenéutica y
mística: San Juan de la Cruz, J. A. Valente y J. Lara Garrido (eds), Madrid, Tecnos, pp.
161-196.
? ELIA, P., (1991), “La poesía de Juan de la Cruz entre la oralidad y la escritura”,
Ínsula 537, pp. 7-9.
? FARRÉS BUISÁN, J., (1990), “Testimonio de San Juan de la Cruz sobre la
inefabilidad”, en La espiritualidad del siglo XVI. Aspectos literarios y lingüísticos,
María Jesús Mancho Duque (ed.), pp. 143-154, Universidad de Salamanca.
? FLÓREZ FLÓREZ, R., (1989), “Razón mística: la experiencia de la interioridad en
San Juan de la Cruz y San Agustín”, II Simposio sobre San Juan de la Cruz, José
Muñoz Luengo (coord.), pp. 159-208, Ávila, Secretariado Diocesano-Teresiano
sanjuanista.
872
? GUILLÉN, C., (1989), Teorías de la historia literaria, Madrid, Espasa-Calpe, pp. 21-
66.
_______ (1998), “El hombre invisible: literatura y paisaje”, en Múltiples moradas,
Barcelona, Tusquets, pp. 98-175.
? GUILLÉN, J., Poesía de San Juan de la Cruz, Madrid, Palma de Mallorca, Papeles de
Son Armadans, num. LVIII y LIX.
? HARO IGLESIAS, M. F. de, (2003), “San Juan de la Cruz en la Historia de la
Literatura Española”, San Juan de la Cruz, 31-32, pp. 227-229.
? HATZFELD, H., (1968), Estudios literarios sobre mística española, Madrid, Gredos.
? HERRÁIZ, M., (1990), “La oración, experiencia teologal”, Ruiz, F. (ed.) Experiencia
y pensamiento en San Juan de la Cruz, Madrid, Espiritualidad, pp. 195-223.
? HERRERA, F. de, (1998), Obras de Garcilaso con anotaciones, estudio bibliográfico
de J. Montero, Universidad de Sevilla.
? HERRERA, R. A., (1966), “Conocimiento y metáfora en San Juan de la Cruz”,
Revista de espiritualidad, 25, pp. 587-598.
_______ (1967), “La metáfora sanjuanista”, Revista de espiritualidad, 26, pp. 155-170.
? HÖLZ, K., (1996), “Exégesis bíblica y erudición filológica en el humanismo
español”, en García de la Concha, V. y Lera, J., (eds.), Fray Luis de León, Historia,
humanismo y letras, Universidad de Salamanca, pp. 145-158.
? JIMÉNEZ LOZANO, J., (1990), “Una estética del desdén”, en La espiritualidad del
siglo XVI. Aspectos literarios y lingüísticos, Mancho Duque, M. J. (ed.), Universidad
de Salamanca, pp. 71-81.
? LANGUELLA, S., (1996), “Baruzi, Maritain, Morel: tres lecturas acerca de la mística
sanjuanista”, El Basilisco, nº 21, pp. 20-21.
? LARA GARRIDO, J., (1986), “La mirada divina y el deseo: exégesis de un símbolo
complejo en San Juan de la Cruz” en Simposio sobre San Juan de la Cruz, José
Luengo Muñoz (coord.), pp. 69-107, Ávila, Secretariado Diocesano-Teresiano.
_______ (1991), “Prólogo”, en San Juan de la Cruz, Cántico espiritual. Poesías,
Manuscrito de Jaén, eds. J. A., et al., Junta de Andalucía-Turner, Madrid, II, pp. XXIII-
LXVI.
_______ (1995), “La primacía de la palabra como música y memoria en San Juan de la
Cruz”, en Hermenéutica y mística: San Juan de la Cruz, J. A. Valente y J. Lara Garrido
(eds.), Madrid, Tecnos, pp. 123-152.
874
_______ (2002) San Juan de la Cruz. El sentido experiencial del conocimiento de Dios,
prólogo de Xabier Pikaza, Burgos, Monte Carmelo.
? ORCIBAL, J., (1987), San Juan de la Cruz y los místicos renano-flamencos, Madrid,
Fundación Universitaria Española, Universidad Pontificia de Salamanca.
? O´REILLY, T., (1991), “San Juan de la Cruz y la lectura de la Biblia”, en Ínsula,
Spetiembre 1991, pp. 25 y ss.
_______ (1995), “El Cántico Espiritual y la interpretación mística del Cantar de los
Cantares”, en Hermenéutica y mística: San Juan de la Cruz, J. A. Valente y J. Lara
Garrido (eds), Madrid, Tecnos, pp. 271-280.
_______ (2003), “La figura de Aminadab en los escritos de San Juan de la Cruz”, San
Juan de la Cruz, 31-32, pp. 187-196.
? OROZCO DÍAZ, E., (1994), Estudios sobre San Juan de la Cruz y la mística del
Barroco vol I., introducción y notas de J. Lara Garrido, Universidad de Granada.
? ORTEGA, A. A., (1942), “En torno a la mística”, Escorial, IX, pp. 229-260.
? OSUNA, F. de, (1972), Tercer Abecededario espiritual, estudio histório y edición de
M. Andrés, Madrid, Biblioteca de Autores cristianos.
? PACHO, E., (1985), “Cuarto centenario de la Llama de amor viva”, Monte Carmelo,
93, pp. 115-121.
_______ (1985a), “La figura de Job en la mística sanjuanística”, Monte Carmelo, 93,
pp. 122-134.
_______ (1990), “Contribución sanjuanista a la mística de la “luz y la oscuridad”
(Integración doctrinal y lingüística), en La espiritualidad del siglo XVI. Aspectos
literarios y lingüísticos, María Jesús Mancho Duque (ed.), pp. 167-183, Universidad de
Salamanca.
_______ (1990a), “Lenguaje y mensaje”, Ruiz, F. (ed.) Experiencia y pensamiento en
San Juan de la Cruz, Madrid, Espiritualidad, pp. 53-81.
_______ (1991), “Tres poemas, un tratado y un comentario” en Juan de la Cruz,
espíritu de llama, pp. 345-368, Otger Steggink (coord.), Roma, Institutum
Carmelitarum.
_______ (1991a), “Instinto de integración sanjuanista en la segunda redacción del
Cántico espiritual”, Ínsula 537, pp. 20-23.
878
? RUFFINATO, A., (1979), “Los códigos del eros y el miedo en San Juan de la Cruz”,
Dipositio (Estudios), IV, 10, pp. 1-26.
? RUIZ, F., (1962), “Cimas de contemplación. Exégesis de la Llama de amor viva”,
Ephemerides Carmeliticae 13, pp. 257-298.
_______ (1966), “Funciones del conocimiento en la oración mental”, Revista de
espiritualidad, 25, pp. 75-89.
_______ (1985), “El símbolo de la Noche oscura”, Revista de espiritualidad, 44, 1985,
pp. 79-110.
_______ (1986), Místico y maestro San Juan de la Cruz, Madrid, Espiritualidad.
_______ (1990), “Unidad y contrastes: hermenéutica sanjuanista”, Ruiz, F. (ed.)
Experiencia y pensamiento en San Juan de la Cruz, Madrid, Espiritualidad, pp. 17-52.
? SÁNCHEZ DE MURILLO, J., (1990), “El pensamiento fundamental de la
fenomenología moderna en la doctrina mística de San Juan de la Cruz”, San Juan de la
Cruz, 6, pp. 9-41.
? SANCHÍS ALVENTOSA, J., (1946), La escuela mística alemana y sus relaciones
con nuestros místicos del Siglo de Oro, Madrid, Verdad y vida.
? SANTIAGO, M. de (ed.), (2003), San Juan de la Cruz, Poesía completa, Barcelona,
Ediciones 29.
? SEBOLD, R. P., (2003), Lírica y poética en España (1536-1870), Madrid, Cátedra.
? SENABRE, R., (1993), “Sobre la composición del Cántico espiritual”, Actas del
Congreso Internacional Sanjuanista, Junta de Castilla y León-Consjería de Cultura y
Turismo, Valladolid, pp. 95-106.
? SERÉS, G., (2003), La literatura espiritual en los Siglos de Oro, Madrid, Laberinto.
? SERVERA BAÑOS, J., (1991), “La crítica literaria de la Generación del 27 sobre San
Juan de la Cruz”, Ínsula 537, pp. 33-34.
? SESÉ, B., (1991), “Teoría y práctica del deseo según San Juan de la Cruz”, Ínsula
537, pp. 31-33.
_______ (1995), “Poética del sujeto místico según San Juan de la Cruz”, en J. A.
Valente y J. Lara Garrido (eds.), Hermeneútica y mística: San Juan de la Cruz, Madrid,
Tecnos, pp. 81-95.
? SORIA OLMEDO, A., (1991), “San Juan de la Cruz y la literatura contemporánea”,
en San Juan de la Cruz y la literatura de su tiempo, Madrid, Turner.
? STEINER, G., (1982), Lenguaje y silencio, Barcelona, Gedisa.
880
Índice
La alegoría cristiana
III. La proyección alegórica del Cantar de los cantares en la obra de San Juan de la
Cruz… .… … … … … … … … … … … … … … … … … … … ..… … … … … … … … … … … 715
IV. La tradición mística y su expresión alegórica en la obra de San Juan de la Cruz
… … … … … … .… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … ..731
V. La Llama de amor viva… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … .751
VI. El Cántico espiritual… … … … … … … … … … … … … … … ....… … ..… … … … … .767
Conclusiones… … … … … … … … … … … … .… … … … … … … … … … … … … … … … .821