El Gigante Egoísta - Oscar Wilde
El Gigante Egoísta - Oscar Wilde
El Gigante Egoísta - Oscar Wilde
Todas las tardes, a la salida de la escuela, los niños se habían acostumbrado a ir a jugar al
jardín del gigante. Era un jardín grande y hermoso, cubierto de verde y suave césped.
Dispersas sobre la hierba brillaban bellas flores como estrellas, y había una docena de
melocotones que, en primavera, se cubrían de delicados capullos rosados, y en otoño
daban sabroso fruto.
Los pájaros se posaban en los árboles y cantaban tan deliciosamente que los niños
interrumpían sus juegos para escucharlos.
-¿Qué estáis haciendo aquí?- les gritó con voz agria. Y los niños salieron corriendo.
-Mi jardín es mi jardín- dijo el gigante. -Ya es hora de que lo entendáis, y no voy a permitir
que nadie mas que yo juegue en él.
Se acostumbraron a vagar, una vez terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro, para
hablar del hermoso jardín que había al otro lado.
Entonces llegó la primavera y todo el país se llenó de capullos y pajaritos. Solo en el jardín
del gigante egoísta continuaba el invierno.
Los pájaros no se preocupaban de cantar en él desde que no había niños, y los árboles se
olvidaban de florecer. Solo una bonita flor levantó su cabeza entre el césped, pero cuando
vio el cartel se entristeció tanto, pensando en los niños, que se dejó caer otra vez en tierra y
se echó a dormir.
-La primavera se ha olvidado de este jardín- gritaban. -Podremos vivir aquí durante todo el
año
La Nieve cubrió todo el césped con su manto blanco y el Hielo pintó de plata todos los
árboles. Entonces invitaron al viento del Norte a pasar una temporada con ellos, y el Viento
aceptó.
Llegó envuelto en pieles y aullaba todo el día por el jardín, derribando los capuchones de la
chimeneas.
Y llegó el Granizo. Cada día durante tres horas tocaba el tambor sobre el tejado del castillo,
hasta que rompió la mayoría de las pizarras, y entonces se puso a dar vueltas alrededor del
jardín corriendo lo más veloz que pudo. Vestía de gris y su aliento era como el hielo.
-No puedo comprender como la primavera tarda tanto en llegar- decía el gigante egoísta, al
asomarse a la ventana y ver su jardín blanco y frío. -¡Espero que este tiempo cambiará!
Pero la primavera no llegó, y el verano tampoco. El otoño dio dorados frutos a todos los
jardines, pero al jardín del gigante no le dio ninguno.
Así pues, siempre era invierno en casa del gigante, y el Viento del Norte, el Hielo, el Granizo
y la Nieve danzaban entre los árboles.
Una mañana el gigante yacía despierto en su cama, cuando oyó una música deliciosa.
Sonaba tan dulcemente en sus oídos que creyó sería el rey de los músicos que pasaba por
allí. En realidad solo era un jilguerillo que cantaba ante su ventana, pero hacía tanto tiempo
que no oía cantar un pájaro en su jardín, que le pareció la música más bella del mundo.
Entonces el Granizo dejó de bailar sobre su cabeza, el Viento del Norte dejó de rugir, y un
delicado perfume llegó hasta él, a través de la ventana abierta.
-Creo que, por fin, ha llegado la primavera- dijo el gigante; y saltando de la cama miró el
exterior. ¿Qué es lo que vio?
Vio un espectáculo maravilloso. Por una brecha abierta en el muro los niños habían
penetrado en el jardín, habían subido a los árboles y estaban sentados en sus ramas. En
todos los árboles que estaban al alcance de su vista, había un niño. Y los árboles se sentían
tan dichosos de volver a tener consigo a los niños, que se habían cubierto de capullos y
agitaban suavemente sus brazos sobre las cabezas de los pequeños.
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