La Eucaristía en San Agustín
La Eucaristía en San Agustín
La Eucaristía en San Agustín
INTRODUCCION
1. LA EUCARISTIA, SACRAMENTUMPIETATIS:
Tanto por haber amado a los suyos que estaban en el mundo, como
porque con ardiente anhelo Jesús habia querido comer esta Pascua con
los suyos antes d,e morir, conocemos que la Eucaristia ha nacido del amor
redentor, que nos hizo nacer del costado abierto, y actualmente se hace
presente mediante los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, que se
despliegan en el resto.
El "mysterium pietatis", por parte de Dios, se convertirá también en
"mysterium pietatis" por parte de la Esposa, por parte de la Iglesia, que
tendrá que volverse agradecida a El, dicten do con el salmista: QUID
RETRIBUAM? ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
(Salmo 115).
La Iglesia tiene el sacramento eucaristico como presencta de la bon-
dad, de la gracia, del amor redentor actualizado de Dios en Cristo. Y,
a su vez, el mismo misterio es para la Iglesia su acción de gracias, su
"eucaristía" permanente al Padre por el Hijo, mediante el dinamismo del
amor que derrama la acción presente del Espíritu Santo.
La Eucaristía hace actual la hermosa expresión de San Juan: "Tanto
amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único" (Juan 3, 16). La piedad
primera de Dios, hecha visible en Cristo, continúa su visibilidad en el
"sacramentum pietatis". AqUí el Padre sigue ofreciendo su Hijo al mundo
y el Hijo continúa su entrega a los hombres. El diálogo que abrió un día
el amor se extiende y se hace actual. Cristo sigue siendo la Palabra que
el Padre nos dio y esa Palabra nos sigue comunicando espíritu y vida.
Por la Palabra entramos en la intimidad de Dios. Agustín había gustado
tanto de ella, que pudo decir que es una "interioridad muy íntima, inte-
rioridad dulcísima ... intimidad retirada en la que entrará aquel que
como a siervo benemérito se le dirá: Entra en el gozo de tu Señor" (EJ
25, 14).
La Eucaristía no es simple revelación de la Palabra. Es la misma
Palabra que realiza su amor de un modo sacramental: "Vine para que
tengan vida y la tengan en abundancia" (Juan 10, 10). Es la Palabra que
cumple la oración de su hora suprema, al ir a la cruz, donde se sacrifica,
se inmola, para que nosotros también seamos "santificados" en ella (Juan
17, 19); santidad que lleva consigo reunir a todos en la unidad: "Para que
todos sean uno, así como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que tam-
bién ellos estén en nosotros y el mundo crea que tú me enviaste" (Juan
17, 21).
Este es el aspecto piadoso de la Eucaristía. El sacrificio revela la
grandeza, la magnitud del amor del Padre y también la grandeza del amor
al Padre, por parte de Cristo y de la Iglesia, cuerpo suyo, que ahora con
El se ofrece también al Padre.
Nuestra respuesta agradable al Padre es el mismo Cristo, que en la
Eucaristía y por ella ahora se ofrece también al Padre, en la Iglesia y
con la Iglesia. Ella se ofrece con El en acción de gracias, viviendo la res-
puesta de su amor: "reunirse en El, ser una en El, vivir de El, por El y
para El", cumpliendo así el proyecto de Dios para ella (cf. Ef 1, 10).
Ante la Eucaristía, los cristianos estamos llamados a vivir también
nuestra piedad. Y lo hacemos al volver nuestro rostro al Padre, llamándole
Padre al comulgar en la Eucaristía con el Hijo y recibir la efusión de su
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tación a los desamparados" (Ej 27,15). Jesús nos llamó para que seamos
"uno" como El es uno con el Padre. "Como el Padre y el Hijo son uno en
unidad de esencia y amor, asi aquellos de quienes el Hijo es mediador ante
Dios, no sólo sean uno en virtud de la identidad de naturaleza, sino tam-
bién en unidad de amor. El mismo Mediador, por quien hemos sido recon-
ciliados con Dios, nos indica esto al decir: YO EN ELLOS Y TU EN MI,
PARA QUE SEAN CONSUMADOSEN LA UNIDAD" (De Trin. IV, 9, 12.
Si la piedad divina hacia el hombre es toda la gracia que Dios Padre
ha derramado sobre la Iglesia, por medio de Cristo, mediador del miste-
rioso proyecto de la comunión de amor y la vida divina, el que recibe tal
vida sentirá la necesidad de ser piadoso, ya que un amor se paga sólo a
base de otro amor proporcionado. Agustín descubre esta respuesta y la
llama Zeusebeia, es decir, nuestra piedad para con Dios. Es el conjunto de
actitudes del hombre agradecido para con Dios. Esta Zeusebeia es la que
prorrumpe desde el corazón del profeta, que dedica sus obras al Rey, como
expresión máxima de su alabanza a Dios, de su correspondencia al amor
que él ha recibido. Cuando no entramos en este juego, el desorden entra
en la vida y se vuelve el mundo caótico, pues entonces el mundo del hombre
pierde su centro. Agustin conocedor del hombre en desorden bien pudo
decir a sus fieles: "Si tus obras no agradan a Dios, comienzas a alabarte
a ti mismo. Y perteneces a aquellos de quienes dice el Apóstol: SON HOM-
BRES EGOISTAS". Por eso Agustín exhorta a la comunidad cristiana a la
alabanza: "Trata de no agradarte a ti y agrada al que te hizo, desagra-
dándote el mal que hiciste. Sea tu obra la alabanza a Dios, prorrumpa tu
corazón en palabra buena y di tus obras al Rey" (En. Salmo 44, 9).
La Eucaristía debe convertirse, por lo mismo, en fuente de piedad para
la Iglesia y sus miembros. Pues ante las maravill9.s del amor creador, re-
dentor y glorificante, debe preguntarse: ¿Cómo pagaré al Señor todo el
bien que me ha hecho? Adentro deeUa es donde Dios revela su rostro, al
revelar el amor de la Nueva y Eterna Alianza. En ese amor es donde se ha
de sustentar, mantener y acrecentar también el nuestro. Agustín veía
claramente esto y por eso pretendía que la Iglesia viviera en este juego
de amor: "A El corresponde agradarte con su rostro, y a ti alabarle con
la acción de gracias" (Ibi 9) .
Habiendo gustado a raíz de su conversión, de modo inefable. la expe-
riencia salvífica. profundizada en la madurez de su vida de monje, sacer-
dote y obispo, sabe cómo presentar al pueblo la eficacia de la redención
a través de la Palabra. Esta Palabra ahora se hace Eucaristía, acción de
gracias. En ella la Palabra se realiza, siendo palabra de vida, palabra de
gracia, palabra de salvación. Es una Palabra capaz de atravesar y herir
el corazón, capaz de herir y despertar el amor: "Tus palabras atraviesan
el corazón. excitan el amor. De ahí que se diga en el Cantar de los Canta-
res: ESTOY HERIDA DE AMOR. Afirma que está herida de amor, es
decir, que ama, que se abrasa en incendios de amor, que suspira por el
Esposo, de quien ha recibido la saeta de la palabra" (Ibi 16).
Esta es la revelación que se descubre en los Hechos de la Iglesia.
Agustín contempla a Pablo, camino de Damasco, herido por esa Palabra,
que es el mismo Cristo Jesús. "Habla Cristo y Pablo cae, fue derribado. Se
dio muerte al enemigo de Cristo para que viviese el discípulo de Cristo.
La saeta fue lanzada desde el cielo. Hirió el corazón de Pablo, que aún
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no era Pablo sino Saulo ... pero recibió la saeta y el que estaba erguido
sobre si y no postrado ante Cristo, recibió la saeta y cayó herido de
corazón" (Ibi 16).
Cristo, en cuanto hombre, en cuanto sacerdote, victima y sacrificio,
ofrece su Zeusebeia al Padre. Y la Iglesia entera, asumida por El en la
Eucaristia, rinde también su Zeusebia a Dios. "El mismo Hijo de Dios,
Verbo de Dios, mediador entre Dios y los hombres, Hijo del hombre, igual
al Padre por su divina unidad, hermano nuestro por participación de
naturaleza, nuestro intercesor ,ante el Padre, en cuanto hombre, no silencia
su unidad con el Padre, y dice entre otras cosas: NO RUEGO SOLO POR
ESTOS SINO POR CUANTOS HAN DE CREER EN MI POR SU PALABRA,
PARA QUE TODOS SEAN UNO" (De Trin. IV, 10). "Con el sacrificio ver-
dadero de su muerte, ofrecido por nosotros en la cruz, purifiCó, abolió y
extinguió cuanto habia de culpable en el hombre ... y con su resurrección
nos llama a vida nueva a los predestinados, pues a los que llamó justificó
y a los que justificó glorificó" (De Trin. IV, 13, 17).
Y esta misteriosa comunión es la que se cumple en la Eucaristia, por
haberse cumplido en el misterio de la cruz: "El único y verdadero Me-
diador nos reconcilia con Dios por medio de este sacrificio pacifico, y
permanece en unidad con aquel a quien ofrece, y se hace una misma cosa
con aquel a quien se ofrece, y el que ofrece es lo que ofrece" (De Trin. IV,
14,19).
La Eucaristia es fuente de piedad, por cuanto que en ella encontramos
no ya el amor predicado, sino el amor en acción. Aqui y ahora el misterio
nos traspasa, el misterio nos asombra, el misterio nos diviniza y la efusión
de gracia, derramada por el Espiritu, hace nacer la acción de gracias:
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
En cada Eucaristia la Iglesia canta las alabanzas del Santo es el Se-
ñor; y, en cada Eucaristia, repite en su Acción de gracias: BENDITO EL
QUE VIENE EN NOMBRE DEL SE~OR ... Y. en cada Eucaristia, hacemos
resonar: ANUNCIAMOS TU MUERTE, PROCLAMAMOS TU RESURREC-
ClaN, VEN, SE~OR JESUS.
Para Agustin el fruto de la oración de Jesús, su oración sacerdotal o
apostólica, es la fe y la esperanza que nos llevan a vivir la caridad, el
amor derramado en nuestros corazones. "Es tan grande la esperanza que
el Señor Jesús da a los suyos, que no puede haberla mayor. Escuchad y
gozaos con esa esperanza, en virtud de la cual esta vida no debe ser
amada sino tolerada... Escuchad, digo, adonde se ha de dirigir nuestra
esperanza. Cristo Jesús, el Hijo Unigénito de Dios, coeterno e igual al
Padre, que por nosotros se hizo hombre, pero no falaz como todo hombre;
que es el camino, la verdad y la vida; que venció al mundo de aquellos
para quien lo venció, dice: Escuchad, creed, esperad y desead lo que dice:
PADRE, QUIERO QUE AQUELLOS QUE ME HAS DADO ESTEN CONMIGO
ALLI DONDE YO ESTOY".
Esta es la máxima piedad: querer habitar, querer morar, querer estar
con Aquel que vino a buscarnos y, una vez encontrados, nos sigue ofre-
ciendo la morada de nuestra comunión con El, en la Iglesia y, de modo
especial, en cada Eucaristia.
En la Eucaristia sentimos la piedad de la Iglesia y nuestra piedad
resonar como la de Jesús, diciendo al Padre: Te alabo, Padre, porque
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escondiste estas cosas a los sabios y a los poderosos y se las has dado a
conocer a los humildes (Mt 11,25) .
Desde la Eucaristía vivimos en esperanza y realidad que "Dios, rico en
misericordia, por el mucho amor que nos ha tenido, cuando estabamos
muertos por el pecado, nos dio vida en Cristo, con cuya gracia nos hizo
salvos, y con El nos resucitó y con El nos hizo sentar en las mansiones
celestiales en Cristo Jesús. Gran bien es estar con El; pues los infelices
pueden estar donde está El, porque donde quiera que ellos estén, allí está
El. Pero sólo los bienaventurados están con El, porque no pueden ser
bienaventurados más que participando de su felicidad" (Ej 111, 2,3).
Fuente de piedad, la Eucaristía, en su dimensión redentora, tanto como
en su dimensión eucarística, prolongada a través de la Liturgia de las
Horas, nos hace vivir la comunión íntima con Jesús, realizando en nuestra
existencia personal y en la vida de la Iglesia la misteriosa comunión de la
Cabeza con los miembros.
Fuente de piedad para la Iglesia es saber que "el mayor don que Dios
podía conceder a los hombres es hacer que su Palabra, por quien creó todas
las cosas, fuera la cabeza de ellos, y que ellos están unidos a ella como
miembros de su Cuerpo, de manera que el Hijo de Dios es también hijo
de los hombres; y siendo un solo Dios con el Padre, es también un solo
hombre con los hombres. De este modo, cuando hablamos a Dios en la
oración, el Hijo está unido a nosotros, y, cuando ruega el cuerpo del Hijo,
lo hace unido a su Cabeza; así, el único Salvador de su Cuerpo, nuestro
Sefior Jesucristo, Hijo de Dios, ora por nosotros, ora en nosotros, y al
mismo tiempo es a él a quien dirigimos nuestra oración".
La misteriosa comunión del sacramento de piedad, por el que el Padre
nos dispensa continuamente su amor misericordioso y redentor, presencia-
liza la eficacia redentora, por medio de la acción sacerdotal de nuestra
Cabeza. Cristo "ora por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en noso-
tros, como Cabeza nuestra; recibe nuestra oración, como nuestro Dios"
(En. Salmo 85, 1). Por esto al entonar nuestras alabanzas, al Padre, nos dice
Agustín que, orando Cristo en nosotros y orando nosotros en El, "reconoz-
camas ... nuestra propia voz en la suya. Y, cuando hallemos alguna afir-
mación referente al Sefior Jesucristo, sobre todo en las profecías. que
nos parezca contener algo humillante e indigno de Dios, no tengamos
reparo alguno en atribUírsela, pues él no tuvo reparo en hacerse uno de
nosotros" (Ibi) .
De estas consideraciones Agustín concluye: "Por tanto, que nuestra
fe esté despierta y vigilante; y debemos tener en cuenta que aquel mismo
que contemplábamos poco antes en su condición de Dios, tomó la condi-
ción de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su
porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte;
y clavado en la cruz, quiso hacer suyas las palabras del salmo: DIOS
MIO, ¿POR QUE ME HAS DESAMPARADO?"(Ibi).
granos de trigo ha llegado a ser uno, al ser molidos los granos sobre la
piedra, que los transformó en harina, llegando a ser pan con el agua que
les dio unidad y el fuego que los coció en el calor de la unidad, dice: "¿Por
ventura fue hecho este pan de un solo grano de trigo? ¿No eran muchos
los granos? Pero antes de llegar a ser pan estaban separados. El agua los
juntó después de bien molidos, porque, si el trigo no se muele y no se
amasa con agua, no puede tomar la forma que se llama pan". Esto es
todo un simbolismo análogo a lo que sucedió con los bautizados. "Asi
vosotros también en los días anteriores, con la humillación del ayuno y
con los misterios de los exorcismos fuisteis como molidos, y recíbisteis
después el agua del bautismo para poder recibir la forma de pan". Pero
el pan necesita pasar primero por el fuego. Este significa la acción del
Espíritu Santo. El aceite de nuestro fuego es el Sacramento del Espiritu
Santo". Y para que entendieran esta acción del Espíritu les mandó poner
atención en los Hechos de los Apóstoles, donde se manifiesta la acción
del Espíritu en el día Pentecostés: "Fijaos y veréis que en el día de Pen-
tecostés vendrá el Espíritu Santo ... se muestra en lenguas de fuego por-
que nos infunde la caridad, con la cual ardemos en amor de Dios, y des-
preciamos al mundo, y se quema todo lo que es heno en nosotros, y se
purifica el corazón como oro en el crisol. Viene, pues, el Espíritu Santo;
después del agua, el fuego, y quedáis convertidos en pan, que es el cuerpo
de Cristo. Así se significa la unidad" (Serm. 227, 315-217).
Expone después la oración eucarística y como fruto de la misma
termina con una exhortación a los neófitos: "Recibid, pues, de tal modo
este Sacramento, que atendáis a conservar siempre la unidad en vuestros
corazones, a tener siempre levantados vuestros corazones al cielo" (Idem).
y les explica además lo que es el sacramento: "Estas cosas, hermanos
míos, llámanse sacramentos precisamente porque una cosa dicen a los
ojos y otra a la inteligencia. Lo que ven los ojos tiene apariencias corpo-
rales, pero encierra una gracia espiritual. Si queréis entender lo que es el
cuerpo de Cristo, escuchad al Apóstol. Ved lo que díce a los fieles: "Voso-
tros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Coro12,27). Si, pues, vosotros
sois el cuerpo de Cristo y los miembros de Cristo, lo que está sobre la
santa mesa es un símbolo de vosotros mismos, y lo que recibís es vuestro
mismo emblema. Vosotros mismos lo refrendáis así al responder: AMEN.
Se os dice: He aquí el cuerpo de Cristo, y vosotros contestáis: AMEN. Así
es. Sed cuerpo de Cristo para responder con verdad: AMEN. La grandeza
de este misterio es el mismo Pablo quien nos la hace ver como importante:
Aunque muchos en número, somos un solo pan, un solo cuerpo (1 Cor
10, 17). Entendedlo y llenaos de alegría. ¡Oh unidad! ¡Oh verdad! ¡Oh
piedad! ¡Oh caridad! Un solo pan. ¿Qué pan es éste? un solo cuerpo"
(Serm 272, 327-329).
Y volviendo una vez más al simbolismo de la unidad del pan y del
vino, de nuevo insiste en el fruto que de ahí debemos alcanzar: "Tal
es el modelo que nos ha dado nuestro Señor Jesucristo. Así es como quiso
unirnos a su persona y consagró sobre su mesa el misterio simbólico de
la paz y unión que debe reinar entre nosotros" (Serm. 272, 327-329).
La Eucarístía, sacramento de la Pascua, es sacramento purificador del
pecado. Sólo los que han celebrado la Pascua por medio del Bautismo,
pueden acercarse ahora a recibirla. Ella, en cuanto sacramento, contínúa
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CONCLUYENDO