La Eucaristía en San Agustín

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 28

Antonio Torio Esteban, O.S.A.

La Eucaristía en San Agustín

INTRODUCCION

No es tan fácil tomar un texto y descubrir todo lo que él esconde. Por


eso descubrir en San Agustín el sentído de su apreciacíón acerca de la
Eucarístía, a partir de la trilogía: "Oh sacramentum pietatis, oh sígnum
unítatís, oh vinculum charitatis", requiere una recorrida por la dispersa
obra agustiniana sobre este místerío.
Aunque en mi caso no se trata de un estudío exhaustivo, no por eso ha
dejado de ser necesario recorrer algunas de sus obras para conocer su
pensamíento y tratar de desentrañar lo que esas tres frases encierran.
Descubrir lo que es piedad en Agustín, lo que entiende como signo de
unidad y lo que implica el vínculo de la caridad.
Pero si es trabajoso, no deja tampoco de ser admirable, entusiasman te
y digno de ser conocido lo que el gran Doctor hiponense contempla y
expone sobre este misterio de la Eucaristía, donde descubre el misterioso
plan divino, nacido del amor eterno, que se despliega en el tiempo histórico
y se proyecta hacia la plenitud de la Iglesia, en la ciudad eterna.
En la Eucaristía, desde la faz de sacrificio, nos descubre la "Eusebeia",
la piedad, de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que se testimonia a través
del misterio pascual de Jesús celebrado en la Eucaristía, que, a su vez,
realiza a la Iglesia.
y a esa "Eusebeia" corresponde la "Zeusebeia" de la Iglesia, la piedad
por parte de la Iglesia, que, en el misterio eucarístico, rinde al Padre, por
el Hijo y la acción santificante de su Espiritu, la piedad debida, como
digna actitud de agradecido reconocimiento.
Profundizando sobre la Eucaristía, descubrimos mejor la vida de la
Iglesia, que nace del signo de la unidad que la reconcilia con Dios y trata
de realizar la unidad humana, en el seno maternal de la Esposa de Cristo,
nacida en el misterio del costado abierto por el agua y por la sangre.
y se descubre la acción del Espíritu obrando el misterio santificante
en la Iglesia, que es fruto del amor y que tiene como tarea fomentar el
amor en ella y ser semilla que renueve la faz de la tierra.
Sin duda que al acercarse al santo Doctor, se ahonda la dimensión de
la Eucaristía. A pesar de no tener un tratado peculiar, derrama en su
predicación un inmenso caudal de ciencia teológica sobre ella. Y se siente
172 ANTONlO TORIO E.

el arrullo maternal de la Iglesia, redescubriendo la teología de la Eucaris-


tía, despertada de modo general en el Vaticano n. Es el sacramento pas-
cual. Es la vida de la Iglesia. Es la que realiza a la Iglesia. El Signo
eucarístico es signo de Crísto, de su cuerpo inmolado y de su sangre derra-
mada, que en el altar se inmola, revelando el amor inmenso del Padre, el
amor redentor y sacrificial del Hijo y la acción fecundante del Espíritu.
Signo de piedad, arrastra a la Iglesia a ser un misterio viviente de oración,
plegaria y amor, que canta la acción de la gracia y la acción de gracias al
Padre con Cristo Cabeza, de quien ella es cuerpo, de quien los cristianos
son miembros.
Como signo de unidad la Eucaristia realiza la paz, que Cristo, nuestra
paz nos alcanzó en su misterio pascual. Y en este misterio reconcilia con
1I
el Padre a la humanidad caida y nos llama a una reconciliación fraterna;
pues murió para reunir en uno a los hijos de Dios: Este sacerdote es el
"único y verdadero mediador que nos reconcilia con Dios por medio de
este sacrificio pacífico".
Lástima que todavía hoy estemos tan ausentes de una visión de la
Eucaristía tan rica, tan tradicional y, a la vez, tan nueva, por falta de
conciencia y que, olvidada a través de siglos, cueste renovar. La Eucaristía
nunca debió ser mera sensibilidad personal, una devoción de puro inti-
mismo subjetivo. Su esencia más profunda, como sacramento que actualiza
la pascua, es celebrar, fomentar y acrecentar la unidad visible y real de
la Iglesia, tantas veces resquebrajada por los distintos espíritus, que nos
llevan a vivir corrientes de espiritualidad deformante.
El vínculo de caridad, que nace del mísmo místerio vivifican te, nace
de la acción fecunda del Espíritu Santo, que, en ella, como en ninguna otra
parte obra, realizando la transformación de los elementos sacramentales
y la transformación del pueblo congregado para celebrar el misterio
pascual.
Aunque de vez en cuando lo tengamos que decir, estamos muy lejos
de hacer fructificar a la Eucaristía llevando a la comunidad cristiana a
tener un alma sola y un solo corazón en Dios. Es el fruto de la Pascua y,
de manera bien clara, lo manifiesta la liturgia del segundo domingo de
Pascua. Pero los olvidos de la historia marcan una huella muy difícil de
borrar en las generaciones, educadas por ambientes y tradiciones, más que
por la profundidad de ideas y valores, que, asumidos, puedan tr:'nsform:lr
las generaciones que han de nacer a la vieja novedad de una auténtica
tradición en la Iglesia.
Releer a San Agustín, desde el sabor del siglo V, es redescubrir la
tradición de la Iglesia, que vivia la Eucaristía en las profundas dimen-
siones del misterio pascual, que para nosotros aún está tan lejos de impac-
tarnos hasta transformar la masa en comunidad cristiana, comunidad pas-
cual, nacida de ese misterio. La Iglesia, por la Eucaristía y desde la
Eucaristia, debe ser, además, una comunidad testigo del Resucitado, venido
a implantar la novedad del reino, donde se descubre la piedad del Padre,
se ejercita la unidad y la reconciliación por el misterio redentor del Hijo,
y donde se lleva a cabo la obra santificante del Espíritu, por medio de la
caridad derramada en los corazones desde el bautismo.
En esta andadura nos hace vivir Agustín la Eucaristía, fuente de vida
LA EUCARISTIA EN SAN AGUSTIN 173

para la Iglesia, nacida del amor que la redime, la justifica, la enriquece


con su gracia y la corona con su gloria.

1. LA EUCARISTIA, SACRAMENTUMPIETATIS:

Para conocer el misterio de la Eucaristia, en San Agustin, se necesi-


taría un estudio de todas sus obras, ya que no tiene un tratado sobre la
misma. ¿Fue la Ley del arcano la que no le permitió escribirlo? De he-
cho encontmmos sobre este misterio cosas dispersas, pero no sistemati-
zadas. Por eso, espigando entre sus obras, trataré de iluminar el tema con
algunos textos, los más significativos, a mi juicio, y deducir su doctrina
sobre los tres aspectos esenciales, que remarca en el tratado 26 "Sobre el
Evangelio de San Juan", admirándose sobre el "misterio de piedad", el
"signo de la unidad" y el "vinculo de la caridad".
La Lumen Gentium, como si hiciera un resumen de la doctrina agus-
tiniana, dice en el N9 7: "Y a sus hermanos, congregados de entre todos
los pueblos, los constituyó místicamente su cuerpo, comunicándoles su
espíritu". Y añade además que "Participando realmente del cuerpo y de
la sangre del Señor en la fracción del pan eucarístico, somos elevados a
una comunión con El y entre nosotros" (LG 7).
El misterio de la Eucaristía ha sido considerado por Agustín como
el "misterio de piedad", es decir, es rev,elación actual del amor de Dios,
que graciosamente se derrama en nosotros, por la muerte y la resurrec-
ción de Cristo, a fin de que con El formemos un solo cuerpo, viviendo,
además, de su mismo Espíritu. Y ,esta gracia que nos alcanza por medio
de los sacramentos, nos llega de modo especíal y continuado en la Euca-
ristía, que hace presente ,el "mysterium pietatis", el amor de Dios, que
se nos comunica por su medio.
Misterio de piedad, nos revela el amor que le llevó a entregarse a nos-
otros y hacernos suyos, al querer que la Iglesia naciera del costado abierto
de Cristo, cuando éste dormía en la cruz; además por él la alimenta y
la cuida ahora, como hace la gallina con sus polluelos, en el sacramento
que actualiza su muerte y su resurrección, siendo el pan de vida que la
nutre en sus miembros, renacidos en el bautismo (cf. EJ 15, 7, 8).
Ante los místerios de Dios podemos adoptar dos actitudes: la atención
o la adversiÓn. Agustín nos enseña que "los secretos de Dios deben excitar
nuestra atención, no nuestra aversión" (EJ 27, 2). Y ,esta atención nos
lleva a querer descubrir mejor lo que la Eucaristía significa en la vida
de la Iglesia y, por consiguiente, también en nuestra vida personal. Por
esto, querer descubrir el místerio es disponerse a creer mejor, imitando a
la Esposa que en el Apocalipsis, junto con ,el Espíritu que la guía, ora al
Esposo a quien espera, diciendo: ¡MARAN ATHA: VEN, SEÑOR, JESUS!
La Eucaristía debemos descubrirla a la luz de todo el misterio reden-
tor. Es entonces cuando veremos la razón de que haya Eucarístía, la
acción de gracias que se eleva al Padre, querida por el Hijo amado y
entregada a la Iglesia, para que en ella se perpetúe ,en el tiempo el gran
misterio de la Redención, de modo sacramental; pero real y admirable:
OH SACRAMENTUMPIETATIS!
174 ANTONIO TORIO E.

Tanto por haber amado a los suyos que estaban en el mundo, como
porque con ardiente anhelo Jesús habia querido comer esta Pascua con
los suyos antes d,e morir, conocemos que la Eucaristia ha nacido del amor
redentor, que nos hizo nacer del costado abierto, y actualmente se hace
presente mediante los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, que se
despliegan en el resto.
El "mysterium pietatis", por parte de Dios, se convertirá también en
"mysterium pietatis" por parte de la Esposa, por parte de la Iglesia, que
tendrá que volverse agradecida a El, dicten do con el salmista: QUID
RETRIBUAM? ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
(Salmo 115).
La Iglesia tiene el sacramento eucaristico como presencta de la bon-
dad, de la gracia, del amor redentor actualizado de Dios en Cristo. Y,
a su vez, el mismo misterio es para la Iglesia su acción de gracias, su
"eucaristía" permanente al Padre por el Hijo, mediante el dinamismo del
amor que derrama la acción presente del Espíritu Santo.
La Eucaristía hace actual la hermosa expresión de San Juan: "Tanto
amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único" (Juan 3, 16). La piedad
primera de Dios, hecha visible en Cristo, continúa su visibilidad en el
"sacramentum pietatis". AqUí el Padre sigue ofreciendo su Hijo al mundo
y el Hijo continúa su entrega a los hombres. El diálogo que abrió un día
el amor se extiende y se hace actual. Cristo sigue siendo la Palabra que
el Padre nos dio y esa Palabra nos sigue comunicando espíritu y vida.
Por la Palabra entramos en la intimidad de Dios. Agustín había gustado
tanto de ella, que pudo decir que es una "interioridad muy íntima, inte-
rioridad dulcísima ... intimidad retirada en la que entrará aquel que
como a siervo benemérito se le dirá: Entra en el gozo de tu Señor" (EJ
25, 14).
La Eucaristía no es simple revelación de la Palabra. Es la misma
Palabra que realiza su amor de un modo sacramental: "Vine para que
tengan vida y la tengan en abundancia" (Juan 10, 10). Es la Palabra que
cumple la oración de su hora suprema, al ir a la cruz, donde se sacrifica,
se inmola, para que nosotros también seamos "santificados" en ella (Juan
17, 19); santidad que lleva consigo reunir a todos en la unidad: "Para que
todos sean uno, así como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que tam-
bién ellos estén en nosotros y el mundo crea que tú me enviaste" (Juan
17, 21).
Este es el aspecto piadoso de la Eucaristía. El sacrificio revela la
grandeza, la magnitud del amor del Padre y también la grandeza del amor
al Padre, por parte de Cristo y de la Iglesia, cuerpo suyo, que ahora con
El se ofrece también al Padre.
Nuestra respuesta agradable al Padre es el mismo Cristo, que en la
Eucaristía y por ella ahora se ofrece también al Padre, en la Iglesia y
con la Iglesia. Ella se ofrece con El en acción de gracias, viviendo la res-
puesta de su amor: "reunirse en El, ser una en El, vivir de El, por El y
para El", cumpliendo así el proyecto de Dios para ella (cf. Ef 1, 10).
Ante la Eucaristía, los cristianos estamos llamados a vivir también
nuestra piedad. Y lo hacemos al volver nuestro rostro al Padre, llamándole
Padre al comulgar en la Eucaristía con el Hijo y recibir la efusión de su
LA EUCARISTIA EN SAN AGUSTIN 175

Espiritu. A partir del Bautismo, nuestro acto de piedad más fecundo es


la Eucaristía. Por ella ofrecemos el sacrificio santo, vivo, agradable, que
nos santifica, nos transforma y nos renueva en el espiritu, para poder
discernir lo que es voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable a El, lo
que es perfecto (cf. Rom 12, 1).
La piedad cristiana es fruto del don del Espíritu Santo que, infundido
en el bautismo, nos hace vivir nuestra filiación y nos da el poder de decir:
ABBA PADRE! Y la Eucaristía alimenta el bautismo, de manera tal que
Agustín pudo decir sobre ella: "Quien quiere vivir sabe dónde está su vida
y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque, y que crea, y que se incor-
pore a este cuerpo, para que tenga participación de su vida" (Ej 26, 13).
El sac~amento en San Agustín se define como signo significante. En
él se da el elemento visible y externo, velo de una significación invisible.
Se ve una cosa y se significa otra. Es como una "luz pura que reciben los
que han de ser iluminados". Los sacramentos para él son "signos eficaces
de la gracia en virtud de la palabra. "Se junta la palabra al ·elemento y
se hace el sacramento, que es como una palabra invisible" (Ej. 80, 3).
"El sacramento es cosa divina" (Ej 6,21). Y el "ser divino" es lo co-
municado en el sacramento, ya que por medio de él nacemos espiritual-
mente; "y este nacimiento en el Espiritu se realiza en virtud de la palabra
y del sacramento" (Ej 12,5). Los sacramentos son la vida de la Iglesia.
En ellos renacemos y en ellos vivimos. En ellos encuentra la Iglesia a su
Esposo y mediante ellos se desposa con El. La Eucaristia es el sacramento
por el que la Iglesia es reunida en el tiempo, rematando la obra que se
inició en el bautismo. Bajo el simbolismo del Adán dormido y la mujer
que nace de la costilla del Adán durmiente, Agustín nos lleva al descu-
brimiento profético de la Iglesia, que nace en la muerte de Cristo, de su
costado atravesado por la lanza en la cruz, cuando después de expirar
manó de él sangre yagua, figura de los sacramentos del Bautismo y la
Eucaristía, con los que se edifica la Iglesia (cf De Civ. Dei XXII, 17).
Los sacramentos son, por esto mismo, los mediadores de la comunión,
a que la Iglesia está llamada en todos y cada uno de sus hijos. Allí donde
no se dé la comunión no se da el desposorio con Cristo y no se encuentra
la realidad sacramental, el fruto del sacramento, que está más allá de
lo externo y material. Agustín dirá a Donato: "Dirás, sin duda, que tienes
un sacramento. Verdad dices. El sacramento es cosa divina. Tú tienes el
bautismo, lo confieso... Gran cosa es la fe, pero no aprovecha sin la
caridad" (Ej 6, 21).
Los sacramentos son la vida de la Iglesia. Por ellos, Ella ha llegado a
ser la Esposa nacida del amor misericordioso, que la predestinó, la llamó,
la justifica y la está glorificando: "Padre, quiero que aquellos que me diste
estén conmigo allí donde yo esté, para que contemplen mi gloria, la que
Tú me diste, porque me amaste antes de la creación del mundo" (Juan
17,24) .
Los sacramentos, al ser vida de la Iglesia, son acontecimientos revela-
dores del amor de Dios Padre, del amor de Cristo que se entregó a sI mismo
por ella y del amor del Espiritu Santo que en ella se comunica a los miem-
bros del Cuerpo Mistico. Los sacramentos nos descubren el amor trinitario,
que se ha cumplido en la Historia de la Salvación y se cumple ,en la actual
176 ANTONIO TORIO E.

gracia de la celebración sacramental. Por esto es que Agustín considera a


la Eucaristía como un SACRAMENTUMPIETATIS. En ella se presencializa
el amor que se entregó a la muerte y una muerte de cruz y fue resucitado
por el poder de Dios, para que tuviéramos vida y la tengamos en abun-
dancia. "Es el sacrificio de nuestro rescate ... donde se inmola la Víctima
santa, con cuya sangre fue borrada la escritura que había sobre nosotros
y vencido el enemigo que cuenta nuestros delitos" (Conf. IX, 12,32 Y 13,36).
La Eucaristía, "sacramentum pietatis", es el signo sagrado del sacri-
ficio invisible, es una obra divina, donde el consagrado en nombre de Dios
y ofrecido a El, muere para el mundo, a fin de vivir para Dios (C. de Dios
X, 6). La finalidad del sacrificio es ponernos en comunión con Dios. El
que se sacrifica, a través del fuego de su amor, pierde la forma de la con-
cupiscencia del siglo y se reforma, alcanza un ser nuevo al someterse a
Dios, que le transforma mediante la gracia, iluminándole con su hermo-
sura. El sacrificio es el medio más eficaz de unión. En él resuena el canto
del amor que dice: "Para mi lo bueno es estar junto a Dios (Salmo 26).
Jesús dijo que no había amor más grande que dar la vida por aquellos
que se ama. Esta es la máxima piedad, y nadie como el Amor, que es El, ha
podido demostrar. En esta demostración es donde el Padre y el Hijo nos
hablan de su EUSEBEIA, el conjunto de gracias y de misericordia que han
derramado sobre la Iglesia y que, de un modo sacramental, las siguen de-
rramando. Agustín muestra esta eusebeia entre otros pasajes, cuando
escribe en el de Trinitate: "Este sacramento, este sacrificio, este sacerdote
y este Dios ... fue prefigurado por cuanto misteriosa y místicamente se ha
manifestado a nuestros Padres, mediante milagros y portentos angélicos,
para que toda creatura pregone con sus obras y a su manera el futuro
advenimienito del Uno, salud de todos los que él había de salvar de la
muerte" (De Trin. IV, 7,11).
Los sacramentos revelan y, de modo especial, la Eucaristía, la EUSE-
BEIA de Dios, la piedad divina hacia el hombre. Esta EUSEBEIA es el
conjunto de toda la gracia que se ha desbordado sobre nosotros en la
Redención y culmina en la gracia de reunir todas las cosas en Cristo, reali-
zando así a la Iglesia, como a su Esposa, que en El encuentra su pleroma,
su plenitud. De esta gloria que a causa de El puede gozar la Iglesia, co-
menta Agustín: "Sí, pues, tomamos estas palabras: QUIERO QUE ELLOS
ESTEN CONMIGO DONDE YO ESTOY, dichas en cuanto el Hijo de Dios
es coeterno e igual al Padre, estaremos con Cristo en el Padre. El como El y
nosotros como nosotros, donde quiera que se halle nuestro cuerpo ...
Siendo nosotros también lugar de Dios, porque somos su templo, y así lo
pide para nosotros quien murió por nosotros y vive para nosotros, para
que nosotros seamos en ellos una sola cosa, porque fijó su morada en
Sión, que somos nosotros" (Ej 111,4).
La gracia de Cristo llega a nosotros, como gracia esponsal, gracia de
comunión, por la que somos su Iglesia, su Cuerpo Místico, miembros de su
Cuerpo. Es la gracia que caracteriza la Eucaristía, como sacramento de
la Nueva y Eterna Alianza. Por esto Agustin exhorta a su pueblo a ale-
grarse por las bodas de la Iglesia, al estar El con los que las celebran, con
los invitados, que son la misma esposa. "Pues la esposa es la Iglesia y
Cristo es el Esposo". "La Iglesia fue tomada del mismo género humano
para que la misma carne unida al Verbo fuese la cabeza de la Iglesia y los
LA EUCARISTIA EN SAN AGUSTIN 177

demás creyentes fuesen miembros de aquella cabeza" ... "Se alegra la


esposa al ser amada por Dios ... Fue amada fea para que no permaneciese
fea ... Anuló su fealdad y creó su belleza" (En. sobre el Salmo 44, 3) .
San Agustin se sigue explayando sobre la gracia que nos viene del
Padre por Jesucristo: "Vino a nosotros con palabra de gracia, con ósculo
de gracia. ¿Qué cosa hay más dulce que ·esta gracia? .. Viniendo El con
la gracia, no exigió la deuda, sino que pagó lo que no debía... ¡Sublime
gracia! ... Porque se da gratis" ... (Ibi 44,8).
Y este amor esponsales el que se alimenta con la Eucaristía, donde la
Iglesia tuvo su nacimiento: "pues de su costado atravesado por la lanza
sobre la cruz, después de haber expirado, manó sangre yagua, que son
figura de los sacramentos con que se edifica la Iglesia" (De Civ. Dei XXII,
17) .
Esta Iglesia desposada vive en los miembros que "comen el cuerpo de
Cristo, no sólo en sacramento, sino también en realidad, constituYéndose
en el mismo cuerpo. De este cuerpo dice el Apóstol: MUCHOS SOMOS UN
SOLO PAN, UN SOLO CUERPO. Solamente, pues, el que se conserva en
la unidad del cuerpo de Cristo, de ese cuerpo cuyos fieles acostumbran a
recibir el sacramento del altar, o sea, el miembro de la Iglesia, es el que
verdaderamente debe decirse que come su cuerpo y bebe su sangre" (De
Civ. Dei XXI, 25).
Pero la Iglesia Esposa es también la Iglesia Madre, que ha recibido la
gracia filial para sus hijos. "Oye al Apóstol: DIOS ENVIO EL ESPIRITU
DE SU HIJO A VUESTROS CORAZONES... Hablando de la Iglesia dice
que un solo cuerpo y luego añade un solo Espíritu ... Es el que Jesús pro-
mete a sus discípulos, cuando les ordena que no se vayan de la ciudad, que
permanezcan quietos hasta que "sean revestidos de la Fuerza de lo alto",
el Espiritu que os manifestará toda la verdad y me glorificará, porque
recibirá de lo mío y os lo manifestará a vosotros". Es el Espíritu del Padre
que habla en vosotros y por vosotros. En los justos tendrá su morada el
Padre y el Hijo juntamente con el Espíritu Santo. Dentro de ellos morará
Dios como en su templo" (cf. Ej 78, 5 y 77, 4, 5).
En la Iglesia Madrees donde se nos da la vida, en el bautismo. "Dios
engendra por la Iglesia, no hijos que le sucedan, sino hijos que vivan per-
petuamente con El ... y este nacimiento en el Espíritu es en virtud de
las palabras y el sacramento. El Espíritu está presente para que nazcamos.
El Espiritu de donde naces está invisiblemente presente, porque tú naces
invisiblemente" (Ej 12, 6). El Espíritu es el que da vida, la carne no sirve
de nada. Este Espiritu es el que dio vida al mártir Lorenzo que moría
abrasado, porque "había comido y bebido bien, se había fortalecido y como
embriagado con aquella comida y con aquelLa bebida. Allí estaba presente
el que dijo: EL ESPIRITU ES EL QUE DA VIDA. La carne se quemaba,
pero el Espíritu daba vida a su alma" (Ej 27,12).
Gracia de la Eucaristía es la vivificación del Espíritu; pues sólo vive
del Espíritu quien es del Cuerpo, quien está en el cuerp.o y no fuera de
él (Cf. Ej 26, 15).
Recibimos también como fruto de la Redención la gracia de la frater-
nidad que, iniciada en el bautismo, se perfecciona en la Eucaristía: "Por-
que los que comen este pan no discuten entre si, ya que siendo uno el pan
somos muchos un solo cuerpo (1 Cor 10,17), y por este pan Dios da habi-
118 ANTONIO TORIO E.

tación a los desamparados" (Ej 27,15). Jesús nos llamó para que seamos
"uno" como El es uno con el Padre. "Como el Padre y el Hijo son uno en
unidad de esencia y amor, asi aquellos de quienes el Hijo es mediador ante
Dios, no sólo sean uno en virtud de la identidad de naturaleza, sino tam-
bién en unidad de amor. El mismo Mediador, por quien hemos sido recon-
ciliados con Dios, nos indica esto al decir: YO EN ELLOS Y TU EN MI,
PARA QUE SEAN CONSUMADOSEN LA UNIDAD" (De Trin. IV, 9, 12.
Si la piedad divina hacia el hombre es toda la gracia que Dios Padre
ha derramado sobre la Iglesia, por medio de Cristo, mediador del miste-
rioso proyecto de la comunión de amor y la vida divina, el que recibe tal
vida sentirá la necesidad de ser piadoso, ya que un amor se paga sólo a
base de otro amor proporcionado. Agustín descubre esta respuesta y la
llama Zeusebeia, es decir, nuestra piedad para con Dios. Es el conjunto de
actitudes del hombre agradecido para con Dios. Esta Zeusebeia es la que
prorrumpe desde el corazón del profeta, que dedica sus obras al Rey, como
expresión máxima de su alabanza a Dios, de su correspondencia al amor
que él ha recibido. Cuando no entramos en este juego, el desorden entra
en la vida y se vuelve el mundo caótico, pues entonces el mundo del hombre
pierde su centro. Agustin conocedor del hombre en desorden bien pudo
decir a sus fieles: "Si tus obras no agradan a Dios, comienzas a alabarte
a ti mismo. Y perteneces a aquellos de quienes dice el Apóstol: SON HOM-
BRES EGOISTAS". Por eso Agustín exhorta a la comunidad cristiana a la
alabanza: "Trata de no agradarte a ti y agrada al que te hizo, desagra-
dándote el mal que hiciste. Sea tu obra la alabanza a Dios, prorrumpa tu
corazón en palabra buena y di tus obras al Rey" (En. Salmo 44, 9).
La Eucaristía debe convertirse, por lo mismo, en fuente de piedad para
la Iglesia y sus miembros. Pues ante las maravill9.s del amor creador, re-
dentor y glorificante, debe preguntarse: ¿Cómo pagaré al Señor todo el
bien que me ha hecho? Adentro deeUa es donde Dios revela su rostro, al
revelar el amor de la Nueva y Eterna Alianza. En ese amor es donde se ha
de sustentar, mantener y acrecentar también el nuestro. Agustín veía
claramente esto y por eso pretendía que la Iglesia viviera en este juego
de amor: "A El corresponde agradarte con su rostro, y a ti alabarle con
la acción de gracias" (Ibi 9) .
Habiendo gustado a raíz de su conversión, de modo inefable. la expe-
riencia salvífica. profundizada en la madurez de su vida de monje, sacer-
dote y obispo, sabe cómo presentar al pueblo la eficacia de la redención
a través de la Palabra. Esta Palabra ahora se hace Eucaristía, acción de
gracias. En ella la Palabra se realiza, siendo palabra de vida, palabra de
gracia, palabra de salvación. Es una Palabra capaz de atravesar y herir
el corazón, capaz de herir y despertar el amor: "Tus palabras atraviesan
el corazón. excitan el amor. De ahí que se diga en el Cantar de los Canta-
res: ESTOY HERIDA DE AMOR. Afirma que está herida de amor, es
decir, que ama, que se abrasa en incendios de amor, que suspira por el
Esposo, de quien ha recibido la saeta de la palabra" (Ibi 16).
Esta es la revelación que se descubre en los Hechos de la Iglesia.
Agustín contempla a Pablo, camino de Damasco, herido por esa Palabra,
que es el mismo Cristo Jesús. "Habla Cristo y Pablo cae, fue derribado. Se
dio muerte al enemigo de Cristo para que viviese el discípulo de Cristo.
La saeta fue lanzada desde el cielo. Hirió el corazón de Pablo, que aún
LA EUCARISTIA EN SAN AGUSTIN 179

no era Pablo sino Saulo ... pero recibió la saeta y el que estaba erguido
sobre si y no postrado ante Cristo, recibió la saeta y cayó herido de
corazón" (Ibi 16).
Cristo, en cuanto hombre, en cuanto sacerdote, victima y sacrificio,
ofrece su Zeusebeia al Padre. Y la Iglesia entera, asumida por El en la
Eucaristia, rinde también su Zeusebia a Dios. "El mismo Hijo de Dios,
Verbo de Dios, mediador entre Dios y los hombres, Hijo del hombre, igual
al Padre por su divina unidad, hermano nuestro por participación de
naturaleza, nuestro intercesor ,ante el Padre, en cuanto hombre, no silencia
su unidad con el Padre, y dice entre otras cosas: NO RUEGO SOLO POR
ESTOS SINO POR CUANTOS HAN DE CREER EN MI POR SU PALABRA,
PARA QUE TODOS SEAN UNO" (De Trin. IV, 10). "Con el sacrificio ver-
dadero de su muerte, ofrecido por nosotros en la cruz, purifiCó, abolió y
extinguió cuanto habia de culpable en el hombre ... y con su resurrección
nos llama a vida nueva a los predestinados, pues a los que llamó justificó
y a los que justificó glorificó" (De Trin. IV, 13, 17).
Y esta misteriosa comunión es la que se cumple en la Eucaristia, por
haberse cumplido en el misterio de la cruz: "El único y verdadero Me-
diador nos reconcilia con Dios por medio de este sacrificio pacifico, y
permanece en unidad con aquel a quien ofrece, y se hace una misma cosa
con aquel a quien se ofrece, y el que ofrece es lo que ofrece" (De Trin. IV,
14,19).
La Eucaristia es fuente de piedad, por cuanto que en ella encontramos
no ya el amor predicado, sino el amor en acción. Aqui y ahora el misterio
nos traspasa, el misterio nos asombra, el misterio nos diviniza y la efusión
de gracia, derramada por el Espiritu, hace nacer la acción de gracias:
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
En cada Eucaristia la Iglesia canta las alabanzas del Santo es el Se-
ñor; y, en cada Eucaristia, repite en su Acción de gracias: BENDITO EL
QUE VIENE EN NOMBRE DEL SE~OR ... Y. en cada Eucaristia, hacemos
resonar: ANUNCIAMOS TU MUERTE, PROCLAMAMOS TU RESURREC-
ClaN, VEN, SE~OR JESUS.
Para Agustin el fruto de la oración de Jesús, su oración sacerdotal o
apostólica, es la fe y la esperanza que nos llevan a vivir la caridad, el
amor derramado en nuestros corazones. "Es tan grande la esperanza que
el Señor Jesús da a los suyos, que no puede haberla mayor. Escuchad y
gozaos con esa esperanza, en virtud de la cual esta vida no debe ser
amada sino tolerada... Escuchad, digo, adonde se ha de dirigir nuestra
esperanza. Cristo Jesús, el Hijo Unigénito de Dios, coeterno e igual al
Padre, que por nosotros se hizo hombre, pero no falaz como todo hombre;
que es el camino, la verdad y la vida; que venció al mundo de aquellos
para quien lo venció, dice: Escuchad, creed, esperad y desead lo que dice:
PADRE, QUIERO QUE AQUELLOS QUE ME HAS DADO ESTEN CONMIGO
ALLI DONDE YO ESTOY".
Esta es la máxima piedad: querer habitar, querer morar, querer estar
con Aquel que vino a buscarnos y, una vez encontrados, nos sigue ofre-
ciendo la morada de nuestra comunión con El, en la Iglesia y, de modo
especial, en cada Eucaristia.
En la Eucaristia sentimos la piedad de la Iglesia y nuestra piedad
resonar como la de Jesús, diciendo al Padre: Te alabo, Padre, porque
180 ANTONIO TORIO E.

escondiste estas cosas a los sabios y a los poderosos y se las has dado a
conocer a los humildes (Mt 11,25) .
Desde la Eucaristía vivimos en esperanza y realidad que "Dios, rico en
misericordia, por el mucho amor que nos ha tenido, cuando estabamos
muertos por el pecado, nos dio vida en Cristo, con cuya gracia nos hizo
salvos, y con El nos resucitó y con El nos hizo sentar en las mansiones
celestiales en Cristo Jesús. Gran bien es estar con El; pues los infelices
pueden estar donde está El, porque donde quiera que ellos estén, allí está
El. Pero sólo los bienaventurados están con El, porque no pueden ser
bienaventurados más que participando de su felicidad" (Ej 111, 2,3).
Fuente de piedad, la Eucaristía, en su dimensión redentora, tanto como
en su dimensión eucarística, prolongada a través de la Liturgia de las
Horas, nos hace vivir la comunión íntima con Jesús, realizando en nuestra
existencia personal y en la vida de la Iglesia la misteriosa comunión de la
Cabeza con los miembros.
Fuente de piedad para la Iglesia es saber que "el mayor don que Dios
podía conceder a los hombres es hacer que su Palabra, por quien creó todas
las cosas, fuera la cabeza de ellos, y que ellos están unidos a ella como
miembros de su Cuerpo, de manera que el Hijo de Dios es también hijo
de los hombres; y siendo un solo Dios con el Padre, es también un solo
hombre con los hombres. De este modo, cuando hablamos a Dios en la
oración, el Hijo está unido a nosotros, y, cuando ruega el cuerpo del Hijo,
lo hace unido a su Cabeza; así, el único Salvador de su Cuerpo, nuestro
Sefior Jesucristo, Hijo de Dios, ora por nosotros, ora en nosotros, y al
mismo tiempo es a él a quien dirigimos nuestra oración".
La misteriosa comunión del sacramento de piedad, por el que el Padre
nos dispensa continuamente su amor misericordioso y redentor, presencia-
liza la eficacia redentora, por medio de la acción sacerdotal de nuestra
Cabeza. Cristo "ora por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en noso-
tros, como Cabeza nuestra; recibe nuestra oración, como nuestro Dios"
(En. Salmo 85, 1). Por esto al entonar nuestras alabanzas, al Padre, nos dice
Agustín que, orando Cristo en nosotros y orando nosotros en El, "reconoz-
camas ... nuestra propia voz en la suya. Y, cuando hallemos alguna afir-
mación referente al Sefior Jesucristo, sobre todo en las profecías. que
nos parezca contener algo humillante e indigno de Dios, no tengamos
reparo alguno en atribUírsela, pues él no tuvo reparo en hacerse uno de
nosotros" (Ibi) .
De estas consideraciones Agustín concluye: "Por tanto, que nuestra
fe esté despierta y vigilante; y debemos tener en cuenta que aquel mismo
que contemplábamos poco antes en su condición de Dios, tomó la condi-
ción de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su
porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte;
y clavado en la cruz, quiso hacer suyas las palabras del salmo: DIOS
MIO, ¿POR QUE ME HAS DESAMPARADO?"(Ibi).

Ir. LA EUCARISTIA SIGNO DE UNIDAD


La Iglesia vive bajo el régimen de los signos. Estos son los medios, o
instrumentos sensibles, por los que Dios ofrece su amor a la humanidad,
LA EUCARISTIA EN SAN AGUSTIN 181

necesitada de ellos, para descubrir ese amor, su gracia y la misericordia.


Comenzando por la palabra, que nos revela la intimidad del hombre, la
Palabra de Dios nos revela también la intimidad de Dios. Pero, además,
otros signos son también necesarios, para evidenciar, comunicar y mani-
festar la vida. Por esto Dios no simplemente nos comunicó la Palabra
reveladora, sino que nos dio el régimen de los signos sacramentales, bajo
cuya eficacia y pedagogia estamos viviendo nosotros.
El Vaticano n, al tratar el tema de los sacramentos, ordenados a la
santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en
definitiva, a dar culto a Dios, en cuanto signos les asigna también "un
fin pedagógico". Pues no sólo suponen la fe, sino que a la vez la alimentan,
la robustecen y la expresan por medio de palabras y cosas. Razón por la
cual son llamados sacramentos de la fe. En la mentalidad sacramental
del Concilio se alude no simplemente a la gracia que comunican, se recalca
también que su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir
con fruto la misma gracia, los pone en comunión consciente con Dios,
mediante el culto y los impulsan a practicar la caridad (cf. LG 59).
Cristo, Palabra del Padre, es, a su vez. sacramento del Padre: "QUIEN
ME VE. VE AL PADRE (Juan 14,9). Y entre los signos que nos dejó, como
testigos de su presencia amorosa y salvadora, nos dio la Eucaristía, a
quien San Agustín admiró como signo de unídad. La Eucarístía es sígno
de la unídad a que nos llama medíante su muerte: "MURIa PARA REUNIR
EN UNO A LOS HIJOS DE DIOS QUE ESTABAN DISPERSOS" (.Juan 11.
52). La Eucaristia, como sígno sacrificiaL es instrumento o medio de la
unión con el Padre; y es. a su vez, signo de reunión fraterna, es un ban-
quete de fraternidad. Es el banquete que reúne a los hijos en la casa del
Padre, para realizar la unidad de la Iglesia. Jesús es "el único v ver-
dadero Mediador que nos reconcilia con Dios por medio de este sacrificio
pacífico. El permanece en unidad con aquel a quien lo ofrece. se hace una
misma cosa con aquel a quien se ofrece. v el aue ofrece es lo que ofrece"
(De Trin. IV, 14. 19). Por la Eucaristía nos reúne en la "ciudad redimida,
que es la congregación y sociedad de los santos, que se ofrece a Dios como
un sacrificio universal por medio del gran sacerdote, que en forma de
esclavo se ofreció a Sí mismo por nosotros en su Pasión, para que fuéramos
miembros de tal Cabeza. Según ella, es nuestro mediador, en ella es
sacerdote, en ella es sacrificio" (C. de Dios X, 6).
EL signo sacramental de b Eucaristia. en cuanto signo, que significa y
realiza la verdad del signo. por ser significante de la realidad sacrificial,
es sacramento de "reconciliación y de unidad". Pues "en esto consiste la
paz verdadera y nuestra indestructible unidad: que Yo esté en ellos y Tú
en mí ... De este modo se vive una comunión indestructible con nuestro
Creador, una vez que hemos sido purificados y reconciliados por el Me-
diador de la Vida".
La Eucaristía, signo de unidad, es contemplada por el obispo de Hipona
desde la dimensión del signo, al decir que "este sacramento, este sacerdote
y este sacrificio. " en quien somos justificados ahora por la fe y reinte-
grados luego por la visión y reconciliados con Dios por el Mediador, nos
unirá al Uno, gozaremos por El del Uno y en el Uno permaneceremos" ...
"Porque esto es lo que nos ha dicho el mismo Mediador, el que nos ha
182 ANTONIO TORIO E.

reconciliado con Dios, cuando oró diciendo: YO EN ELLOS Y TU EN MI,


PARA QUE SEAN CONSUMADOSEN LA UNIDAD" (De Trin. IV, 9,10).
La Eucaristia es signo de unidad porque ella actualiza el misterio
"con cuyo sacrificio verdadero, la muerte ofreCida por nosotros en la
Cruz, purificó, abolió y extinguió cuanto existía de culpable en el hom-
bre ... y, por medio de su resurrección, llama a nueva vida a los predes-
tinados, a quienes justificó después de llamarlos, y, una vez justificados,
los glorificó" (De Trin. IV, 13, 17).
En la actualización sacramental de la Eucaristía vivimos el misterio
de la Redención, que se hace eficaz en nosotros, al llevarnos a la comunión
de amor con el Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo (cf. LG 4).
Agustín descubrió el misterio de la unidad en la mediación de Cristo.
El lo pidió y nos lo dio a conocer,. cuando dijo: "Yo en ellos y tú en mí
para que sean consumados en la unidad". Y por este deseo, realizado en
su muerte y resurrección, la mediación del mismo se continúa a través del
sacramento mediatizador, por excelencia de la unidad, la Eucaristía. El
Santo, siguiendo la predicación paulina de que Cristo es nuestra paz (cf.
Ef. 2, 14), dice que "en esto consiste la paz verdadera y nuestra indestruc-
tible ensambladura con nuestro Hacedor, una vez purificados y reconci-
liados por el Mediador de la vida" (De Trin. IV, 10).
Tarea de los redimidos es redescubrir, reconcientizar y renovar el
misterio de esta unidad, siguiendo la línea agustiniana: "El que quiere
sabe donde está su vida y de dónde le viene la vida". Es preciso que la
concientización descubra el misterio, que han de vivir: "Así como yo como
a mi Padre y vivo por mi Padre, así quien me come vivirá por mí. El Hijo
no se hace mejor por la participación de la vida del Padre, ya que es igual
a El por nacimiento; pero nosotros sí que nos haremos mejores partici-
pando del Hijo por aquella comida y bebida. Vivimos, pues, nosotros por
El mismo comiéndole a El, es decír, recibiéndole a El, que es la vida eterna
que no tenemos de nosotros mismos. Vive El por el Padre, que le ha en-
viado, porque se anonadó a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte
y muerte de cruz ... Diciendo: QUIEN ME COME A MI, VIVIRA POR MI,
no significa identidad entre El y nosotros, sino que muestra sencillamente
la gracia de mediador" (EJ 26, 19).
Esta conciencia no es fruto de la razón humana, ni tampoco del puro
esfuerzo del hombre. "Los hombres todos de aquel reino serán adoctrina-
dos por Dios, no por los hombres" (EJ 26, 7). Y es doctrina de Jesús que
"el signo de que alguien lo come y lo bebe es si Cristo permanece en él
y él en Cristo; si Cristo habita en él y él habita en Cristo, y si está unido
a El para no ser abandonado ... que estemos en su cuerpo con sus miem-
bros bajo la cabeza, que es El, comiendo su carne y no separándonos de
su unidad" (EJ 27, 1).
Este misterio veneramos y realizamos en la celebración de la Euca-
ristía, el sacramento cultual que realiza la unidad, haciéndonos vivir la
adoración en espíritu y en verdad. En este sacramento, vivificador de la
Iglesia, reconocemos la gracia sublime que el Señor nos ha hecho "dando
gracias a su misericordia, dando gracias a su gracia... No damos sólo
gracias de palabra, pues, en realidad, nosotros recibimos la gracia. El nos
salvó gratuítamente, El no atendió a nuestras maldades, El nos buscó
sin buscarle nosotros; nos halló, nos redimió, nos libró de la sujeción
LA EUCARISTIA EN SAN AGUSTIl\ 183

del diablo y del poder de los demonios. . . El cristiano no debe confiar en


sí mismo; si quiere estar seguro, que se nutra con el amor materno. El
es la gallina que cobija a sus polluelos. " Amemos al Señor, Dios nues-
tro; amemos a su Iglesia; a El como Padre, a ella como a Esclava, por-
que somos hijos de la Esclava. Pero este matrimonio se halla unido con
gran caridad ... Retened todos unánimemente a Dios por Padre y a la
Iglesia por Madre" (cf. En. sobre el Salmo 88, 11, 14). Ella es el signo de
la unidad, nacida en la Cruz, llevada a la presencialización cultual y sa-
cramental en la Eucaristía.
La novedad de la Iglesia nos lleva a descubrirla como "sacramento de
fe, de esperanza y de amor; sacramento de salvación; congregación de
quienes creyendo, ven en Jesús al autor de la salvación y el principio de
la unidad y de la paz" (cf. LG 9).
Por la novedad de la unidad, de la paz y de la concordia, que nos
viene de nuestra fe en Cristo "somos, en efecto, todos a la vez y cada
uno en particular, templos suyos, ya que se digna morar en la concordia
de todos y cada uno en particular". La concordia realizada por la me-
diación de la Eucaristia nos transforma en altar donde se ofrece el sacri-
ficio. "Cuando nuestro corazón se levanta hacia El, se hace su altar: le
aplacamos con el sacrificio de su primogénito; le ofrecemos víctimas cruen-
tas cuando por su verdad luchamos hasta la sangre; le ofrecemos suaví-
simo incienso cuando en su presencia estamos abrasados en religioso y
santo amor; le ofrendamos y devolvemos sus dones en nosotros y a noso-
tros mismos en ellos ... Con el fuego ardiente de caridad le sacrificamos
la hostia de humildad y alabanza en el ara de nuestro cuerpo" (De Civ.
Dei X, 3).
A Dios sólo se llega mediante el "sacrificio visible ... el sacramento
o signo sagrado del sacrificio invisible ... que exige no el sacrificio externo
sino el sacrificio del corazón contrito y humillado por el dolor y la peni-
tencia" (Ibi).
El salmista nos lla mó la atención sobre el modo de ofrecer el sacrificio:
"Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo e
invócame el día del peligro. Yo te libraré y tú me darás gloria. Dios quiere
no el sacrificio, sino lo que los sacrificios significan". Lealtad a Dios no
son los sacrificios, sino el fruto de ellos. El sacrificio es unifican te, pues
nos purifica de toda mancha para llegar a ver a Dios como puede ser
visto. para unirnos a El y consagrarnos en su nombre" (cf. Ibi.).
El sacrificio se convierte en fuente de felicidad. Hacia ella tiende
nuestro apetito. Y al elegirle a él, o mejor, reelegirle, ... de donde viene
el nombre de religión, tendemos a El por amor, para descansar en El
cuando lleguemos, ya que nuestro bien es unirnos a El, nuestra meta. El
es nuestra meta y esta consiste en unirnos a Dios" (Ibi.). Y este es el
culto verdadero, que nosotros ofrecemos con Cristo y en Cristo, el Me-
diador de la Nueva y Eterna Alianza (cf. De Civ. Dei X, 3).
Este es el culto espiritual que recomienda San Pablo. El cristiano,
por vivir en Cristo, no ha de usar sus miembros como arma de iniquidad
para el pecado, sino como arma de justicia para Dios (cf. Rom 6 y 12).
Y este culto es el que se da en la Iglesia, por medio del gran sacerdote y
único sacerdote, que es Jesús. El Mediador de la unidad y de la paz es el
que nos lleva a vivir el mundo nuevo, donde lo bueno es estar junto a Dios.
184 ANTONIO TORIO E.

"De ahí se sígue que toda la ciudad redimida, o sea, la congregación y la


sociedad de los santos, se ofrece a Dios como un sacrificio universal por
medio del gran Sacerdote, que, en forma de esclavo, se ofreció a sí mismo
por nosotros en su pasión, para que fuéramos miembros de tal Cabeza;
según ella, es nuestro Mediador, en ella es sacerdote, en ella es sacrifi-
cio" . " Este es el sacrificio de los cristianos: unidos a Cristo formamos
un solo cuerpo. Este es el sacramento tan conocido de los fieles, que
también celebra asiduamente la Iglesia, y en él se le demuestra que es
ofrecida ella misma en lo que ofrece" (De Civ. Dei X, 6).
Si creemos que Jesús murió para reunir en "uno" a los hijos de
Dios que el pecado había dispersado, creemos que El fue quien nos dejó
el sacramento significante de este misterio, realizador de la unidad. "He-
mos sido bautizados en razón de formar un solo cuerpo y a todos se nos
dio a beber de un solo Espíritu" (1 Coro 12, 13). La Eucaristía es el sa-
cramento que va realizando esta unidad. Y, en cuanto sacramento, es la
realidad visible, que por la Palabra se vuelve eficaz y comuníca el fruto
sacramental de la Nueva y Eterna Alianza, llevando a su cumplimiento el
querer profético de Jesús: "Yo, cuando sea levantado en alto, atraeré a
todos hacía mí" (Juan 12, 32).
En el misterio de la Nueva y Eterna Alianza se dan dos realidades
complementarias:
Una es la formación de un solo cuerpo.
- La otra es beber de un solo espíritu.
Ambas realidades son un misterio único, pues el cuerpo sólo puede
vivir por el espíritu y el espíritu vive en el cuerpo. Agustín lleva esta
explicación a grandes profundidades en el comentario sobre el Evangelio
de San Juan. Por esto no vacila en decir que "los fieles conocen el cuerpo
de Cristo si no desdeñan ser el cuerpo de Cristo. Que lleguen a ser el
cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Del Espíritu de
Cristo vive sólo el cuerpo de Cristo ... ¿Quieres, pues, recibir tú el Es-
píritu de Cristo? Incorpórate al cuerpo de Cristo" (EJ 26, 13).
La Eucaristía realiza esta misteriosa verdad. De ahí que a los nuevos
bautizados, en un sermón de Pascua, Agustín se dirija a ellos expresa-
mente, diciéndoles:
"Tenéis que saber lo que recibisteis, lo que recibiréis, lo que debéis de
recibir todos los dias. Ese pan que veis en el altar, santificado por la
Palabra de Dios, es el Cuerpo de Cristo; ese cáliz, o más bien, lo que ese
cáliz contiene, santificado por la Palabra de Dios, es la sangre de Cristo.
En esta forma quiso nuestro Señor Jesucristo dejarnos su Cuerpo y de-
jarnos su Sangre, que derramó por nosotros en remisión de nuestros pe-
cados". Y les hace una conclusión contundente de la Eucaristía como
signo de la unidad: "Si los recibis bien, seréis lo mismo que recibis" (Ser-
món 227, 314). Por esto de él dice que: "Este es el sacramento que cono-
cen los fieles, el sacramento de los fieles" (Ser. 131, 301).
Como sacramento de la unídad realiza lo que el apóstol Pablo escribe
a los Corintios: "Somos muchos un solo pan y un solo cuerpo (1 Coro 10,
17). Asi se explicó el sacramento de la mesa del Señor; somos muchos,
pero somos un solo pan y un solo cuerpo. En este pan debéís amar la
unidad" (idem). Y comentando el simbolismo del pan que de muchos
LA EUCARISTIA EN SAN AGUSTl"l

granos de trigo ha llegado a ser uno, al ser molidos los granos sobre la
piedra, que los transformó en harina, llegando a ser pan con el agua que
les dio unidad y el fuego que los coció en el calor de la unidad, dice: "¿Por
ventura fue hecho este pan de un solo grano de trigo? ¿No eran muchos
los granos? Pero antes de llegar a ser pan estaban separados. El agua los
juntó después de bien molidos, porque, si el trigo no se muele y no se
amasa con agua, no puede tomar la forma que se llama pan". Esto es
todo un simbolismo análogo a lo que sucedió con los bautizados. "Asi
vosotros también en los días anteriores, con la humillación del ayuno y
con los misterios de los exorcismos fuisteis como molidos, y recíbisteis
después el agua del bautismo para poder recibir la forma de pan". Pero
el pan necesita pasar primero por el fuego. Este significa la acción del
Espíritu Santo. El aceite de nuestro fuego es el Sacramento del Espiritu
Santo". Y para que entendieran esta acción del Espíritu les mandó poner
atención en los Hechos de los Apóstoles, donde se manifiesta la acción
del Espíritu en el día Pentecostés: "Fijaos y veréis que en el día de Pen-
tecostés vendrá el Espíritu Santo ... se muestra en lenguas de fuego por-
que nos infunde la caridad, con la cual ardemos en amor de Dios, y des-
preciamos al mundo, y se quema todo lo que es heno en nosotros, y se
purifica el corazón como oro en el crisol. Viene, pues, el Espíritu Santo;
después del agua, el fuego, y quedáis convertidos en pan, que es el cuerpo
de Cristo. Así se significa la unidad" (Serm. 227, 315-217).
Expone después la oración eucarística y como fruto de la misma
termina con una exhortación a los neófitos: "Recibid, pues, de tal modo
este Sacramento, que atendáis a conservar siempre la unidad en vuestros
corazones, a tener siempre levantados vuestros corazones al cielo" (Idem).
y les explica además lo que es el sacramento: "Estas cosas, hermanos
míos, llámanse sacramentos precisamente porque una cosa dicen a los
ojos y otra a la inteligencia. Lo que ven los ojos tiene apariencias corpo-
rales, pero encierra una gracia espiritual. Si queréis entender lo que es el
cuerpo de Cristo, escuchad al Apóstol. Ved lo que díce a los fieles: "Voso-
tros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Coro12,27). Si, pues, vosotros
sois el cuerpo de Cristo y los miembros de Cristo, lo que está sobre la
santa mesa es un símbolo de vosotros mismos, y lo que recibís es vuestro
mismo emblema. Vosotros mismos lo refrendáis así al responder: AMEN.
Se os dice: He aquí el cuerpo de Cristo, y vosotros contestáis: AMEN. Así
es. Sed cuerpo de Cristo para responder con verdad: AMEN. La grandeza
de este misterio es el mismo Pablo quien nos la hace ver como importante:
Aunque muchos en número, somos un solo pan, un solo cuerpo (1 Cor
10, 17). Entendedlo y llenaos de alegría. ¡Oh unidad! ¡Oh verdad! ¡Oh
piedad! ¡Oh caridad! Un solo pan. ¿Qué pan es éste? un solo cuerpo"
(Serm 272, 327-329).
Y volviendo una vez más al simbolismo de la unidad del pan y del
vino, de nuevo insiste en el fruto que de ahí debemos alcanzar: "Tal
es el modelo que nos ha dado nuestro Señor Jesucristo. Así es como quiso
unirnos a su persona y consagró sobre su mesa el misterio simbólico de
la paz y unión que debe reinar entre nosotros" (Serm. 272, 327-329).
La Eucarístía, sacramento de la Pascua, es sacramento purificador del
pecado. Sólo los que han celebrado la Pascua por medio del Bautismo,
pueden acercarse ahora a recibirla. Ella, en cuanto sacramento, contínúa
186 ANTONiO TOmO E.

purificando el cuerpo santificado por las aguas bautismales y el fuego


del Espíritu. "Cristo Nuestro Señor ofreció, muriendo por nosotros, lo que
había tomado naciendo por nosotros. Hecho principe de los sacerdotes,
estableció esta nueva manera de sacrificar que aquí véis, en que se ofrece
nada menos que su mismo cuerpo y su misma sangre. Al ser herido su
costado con la lanza, brotó de él agua y sangre para lavar nuestros pecados".
"Acordaos de esta gracia, trabajad por vuestra propia salvación. Acor-
daos que Dios es el que obra en vosotros (cf. Fil 2, 12), Y acercaos así,
con temor y temblor, a la comunión, a la partícípación de este altar. Re-
conoced en el pan al que estuvo pendiente de la cruz, reconoced en el
cáliz lo que manó de su costado". El Cristo que purificó a la Iglesia mediante
el sacrificio de la cruz, la sigue purificando en el sacramento. Allí lavó
nuestros pecados, aquí continúa el fruto de esa misma gracía: "Acordaos
que Dios es el que trabaja en vosotros ... Se inmola y según la gracia del
Nuevo Testamento, se ofrece a Dios como víctima de alabanza ... Comed
lo que os ha de unir para que no os separéis. Bebed el precio de vuestra
salvación, para que no os tengáis por viles" (Serm. sobre los sacramentos
en el dia de Pascua).
Agustín tiene a los nuevos bautizados en la niña de sus ojos. Son los
neófitos, los renacidos en cada Pascua, que como tiernos infantes nece-
sítan los cuidados maternales de la Iglesia y de su pastor. Por eso se
dirige a ellos para advertirles lo que ahora tienen que vivir, por haber
renacido del agua y del Espíritu: "Ahora veis con nueva luz sobre la mesa
del Señor este manjar y esta bebída, y ahora entendéis con nueva devo-
cíón qué es lo que significa este grande y divino Sacramento, tan escla-
recida y noble medicina. tan limpio y fácil sacrificio ... No necesitamos
ya hostias cruentas de los rebaños de anímales; no necesitamos ya poner
en el altar ovejas ni corderos. El sacrificio de éste nuestro templo es el
cuerpo y la sangre del mismo sacerdote".
La Eucaristía en cuanto "sacrificio" tiene una finalidad purifícadora.
Es el sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza en la sangre de Cristo. "Ce-
lebrando El la Pascua con sus discipulos, cuando se acercaba su pasión,
tomó el pan y lo bendijo, diciendo: Este es mi cuerpo, que será entregado
por vosotros. Tomó después el cáliz y lo dio a sus discípulos diciendo:
Esta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por muchos
en remisión de sus pecados (cf. Mt 26, 26). Leíais esto o lo oíais leer en
el Evangelio, pero no sabíais que esta nuestra Eucaristía era el mismo
Hijo de Dios. Ahora, ya limpio vuestro corazón, y pura vuestra conciencia,
y lavado vuestro cuerpo con las limpias aguas del bautismo, acercaos a
El e iluminaos, y no tendréis que avergonzaros (Salm 33, 6). Porque si
recibís dignamente este misterio del Nuevo Testamento, por el cual es-
peráis la herencia de la vida eterna y cumplís el mandamiento nuevo de
amaros los unos a los otros, tendréis la vida en vosotros mismo, como
quiera que coméis aquella carne de la cual dice la misma Vida: El pan
que yo daré es mi carne por la vida del mundo. Si no comiereis mi carne
y bebiereis mi sangre, no tendréis vida en vosotros" (Juan 6, 52, 54; Serm
de Pascua) (Ibi).
Por todo esto, Agustín exhorta a que se tenga en cuenta la grandeza
del sacramento: "No creas que es vil y despreciable esto que ves. Lo que
ves es cosa transitoria; pero lo invisible que por ello se muestra, no es
LA EUCARISTIA EN SAN AGUSTIN 187

transitorio sino que permanece. Recibís el sacramento, lo coméis y se


consume. ¿Se consume, acaso, el cuerpo de Cristo? ¿Se consume la Iglesia
de Cristo? ¿Se consumen los miembros de Cristo? De ninguna manera.
Aqui los miembros de Cristo se purifican,. en la otra vida serán corona-
dos ... Recibir, pues, de tal manera este Sacramento, que atendáis siempre
a conservar la unidad en vuestros corazones" (Serm 207, 318).
Al cristiano se le pide que viva su vocación, que sea su conducta ade-
cuada a la llamada, solícitos en guardar la unidad del Espiritu, mediante
el vínculo de la paz, siendo un solo cuerpo y un solo espiritu como una es
la llamada a vivir la misma vocación (cf. Ef 4, 3-4). Esta conducta está
exigida por la coherencia de la vida de fe, que radica en el misterio de
la Nueva y Eterna Alianza y la sin tesis que ha de hacer el cristiano entre
su fe y su vida. Agustín, después de haber dado a conocer a sus neófitos
qué es la Eucaristía, trata de explicarles, por su orden, lo que él llama
"los misterios del santo sacrificio".
La primera exigencia de los cristianos, que participan de la Eucaristía,
es que tengan su corazón en alto. San Pablo escribe en Colosenses que
los que han resucitado con Cristo busquen las cosas de arriba, donde está
Cristo glorificado por el Padre y no las de la tierra. Y que su vida ha de
estar escondida con Cristo en Dios (cf. Col 3, 1-3). Por la Pascua se han
incorporado a Cristo, en adelante El es su vida. Agustín tiene dónde
apoyar sus lecciones a los renacidos en Pascua, tiene dónde apoyar sus
enseñanzas e inculcar cuál ha de ser su conducta. La Pascua, celebrada
y prolngada en la Eucaristía, los lleva a tener "levantado el corazón, al
modo de los colosenses". Lo primero que se os advierte después de la
oración, es que levantéis arriba los corazones. Esto han de hacerlo porque
son miembros de Cristo: "Si sois miembros de Crísto, ¿dónde está vuestra
cabeza? Pues no pueden estar los miembros separados de la cabeza. Y si
la cabeza no hubiese ído delante, los míembros no podrían seguirla". El
seguimiento de Cristo ha consistido en resucitar con El y participar de
su gloria, ya que El está lleno de gloria en el seno del Padre; una gloria
que es suya y que El tiene para compartir con los redimidos, ahora por los
sacramentos en la fe, la esperanza y el amor; luego, en la escatología
gloriosa. "En el cielo está nuestra cabeza; por eso al oír: levantad arriba
vuestros corazones, respondéis: Ya los tenemos en el Señor, Y para que
no atribuyáis a vuestras propias fuerzas, a vuestros propios méritos, a
vuestros propios esfuerzos, el tener vuestros corazones en el Señor, porque
tenerlos levantados hacia arriba los corazones es un don del Señor, por
eso continúa el celebrante que preside la Eucaristía y ofrece el sacrificio:
Demos gracias a Díos, por tener levantados nuestros corazones. Damos
gracias, porque, si Dios no nos hubiera dado esta gracia, estarían por
tierra nuestros corazones. Y así lo confirman los creyentes respondiendo:
Es muy digno y justo que demos gracias a aquél que nos concede que
tengamos nuestro corazón levantado dond,e está nuestra cabeza" (Serm
227, 317).
Y porque hay un solo Dios, Padre de todos (cf. Ef 4, 5), "después de
la consagración del divino sacrificio, decimos la oración dominical, que ya
recibisteis y repetisteis. Y se da luego la paz, al decir: La paz esté con
vosotros. Entonces se besan los cristianos mutuamente en ósculo santo.
Señal es ésta de paz. Lo que muestran los labios, cúmpl,elo con el corazón.
188 ANTONIO TORIO E.

Al modo como se acercan tus labios a los labios de tu hermano, no se


separe tu corazón de su corazón" (Serm 227, 317, 318).
Agustin nos .enseña que la Eucaristía lleva a cabo la oración de Jesús
por la unidad: "Que sean uno en nosotros". Y el "uno en nosotros" lleva
al cristiano a la Eucaristía, donde se celebra la Nueva Alianza en su San-
gre: "Estad atentos, hermanos, comed espiritualmente el pan del cielo
y llevad al altar una vida de inocencia" (EJ 26, 11). Comer este pan y
beber esta sangre no es vivir una metáfora o un simple símbolo. "Llamo
cuerpo y sangre de Cristo no a la lengua del Apóstol, ni a los pergaminos
ni a la tinta que utilizó, ni al sonido vocalizado, ni a los signos alfabéticos
impresos en las membranas, sino al fruto formado de la semilla terrena
consagrado por la oración mística, siendo para el que le recibe salud del
alma y Memorial de la pasión del Señor. Sacramento hecho visible por
intervención de los hombres, pero santificado por la acción invisible del
Espíritu Santo, al actuar Dios, por medio de todas aquellas mociones tem-
porales que tienen lugar en dicho misterio, moviendo antes las formas
visibles de los ministros, ora sea actuando sobre la voluntad de los hom-
bres, ora sobre las virtudes de los espíritus invisibles a El sujetas" (De
Trin. lIT, 4, 10).
La vocación cristiana, que se alimenta por la Eucaristía y en ella
tiene su mejor realidad, compromete al cristiano a vivir de un modo
coherente su vocación. La coherencia pertenece a la estructura vital del
ser cristiano. Agustín se lo advertía a su pueblo fiel, y encontramos que
en su predicación le llamó la atención, diciéndole: "Estad atentos herma-
nos. Comed espiritualmente el pan del cielo y llevad al altar una vida de
inocencia"(EJ 26, 11).
Conocía muy bien que el hombre es pecador y también que la debilidad
del pecado se encontraba dentro de los fieles. Por experiencia le constaba
la verdad escrita por Pablo a los romanos: "En mi interior me complazco
en la ley de Dios; pero siendo en mí algo que se opone a mi complacencia:
es la ley del pecado, que está en mí y me tiene preso ... ¡Desdichado de
mí! ¿Quién me librará del poder de la muerte que está en mi cuerpo?
Solamente Dios, a quten doy gracias por medio de nuestro Señor Jesu-
cristo" (Rom 7, 22-24).
Siguiendo a San Juan podia saber con certeza que el que dice que
no tiene pecado es mentiroso (cf. 1 Juan 1, 8). Por eso es que exhortaba
a los cristianos a que no tuviesen pecado de muerte: "Todos los días co-
metemos pecados, pero que no sean de esos que causan la muerte. Antes
de acercaros al altar, mirad lo que decis: Perdónanos nuestras Ofensas, así
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden" (EJ 26, 11).
El crístiano, discípulo de Cristo y seguidor del Maestro, está llamado a
contemplarlo, para ser como El y como El vivir en el ejercicio cristiano
del amor, que pide perdón y perdona y acoge al pecador. "¿Perdonas tú?
Serás perdonado tú también. La Eucaristía es el ámbito donde, de modo
especial, se realiza esta actitud. De ahi que Agustín nos prevenga de ella,
al celebrar este misterio. El cristiano que lo celebra ha sido perdonado por
Dios en Cristo. Ahora también debe obrar así. ¿Perdonas tú? Serás per-
donado tú también. Acércate con confianza, que es pan, no es v,eneno"
(Ibi). La Eucaristía purifica el corazón. "El te ve por dentro, y por dentro
LA EUCARISTIA EN SAN AGUSTIN 189
------------ --~------------------

te examina, y por dentro te mira y por dentro te juzga, y por dentro te


condena o te corona" (Ibi).
Sacramen to de amor, la Eucaristia nos lleva a realizar la verdad del
amor mutuo, que nos debemos unos a otros. Fue el encargo encarecido
del Señor, que nos dijo: Nadie tiene amor más grande que el que da su
vida por sus amigos. Y esto es consecuencia de la vida nueva, animada por
el impulso nuevo, que brotado de la vida, que el Espiritu Santo, el Amor,
infundió en los renacidos en la fuente bautismal. Este impulso del Espiritu
se formula en la nueva ley del amor: Este es mi mandato nuevo, que os
améis unos a otros como yo os he amado. Jesús no sólo dio mandamiento.
El lo cumplió por adelantado. Por esto el Apóstol Juan pudo decir: Así
como Cristo dio su vida por nosotros, así nosotros debemos dar la vida
por los hermanos, amándonos unos a otros como nos amó El, que llegó
a dar su vida por nosotros (cf. EJ 84, 1).
La Eucaristía es considerada por Agustín como la mesa de Aquel que
dio su vida por nosotros. "Cuando te sientes a la mesa de un rico para
cenar, observa cuidadosamente los alimentos que te sirven y mete la mano
en ellos, considerando que tú debes preparar otros semejantes. De este
pasaje de los Proverbios, Agustin descubre lo que debe ser la Eucaristía.
La mesa del rico no es otra cosa que "aquélla en que se toma el cuerpo y
la sangre de Aquel que dio su vida por nosotros". Y sentarse a la mesa,
significa acercarse a ella con humildad. Y observar y considerar los ali-
mentos servidos, significa "pensar dignamente de tan alto favor". Y meter
la mano para darse cuenta de ellos y preparar otros semejantes, "que así
como Cristo dio su vida por nosotros, así también nosotros debemos dar
la nuestra por nuestros hermanos. Es el ejemplo que Cristo nos dio, al
decir San Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para
que sigamos sus huellas" (cf. EJ 84, 1). La Eucaristía, por lo mismo, es
escuela donde se aprende a vivir, imitando al Maestro que nos da la vida.
"Amémonos, pues, unos a otros como nos amó Cristo, que se entregó por
nosotros, porque nadie tiene amor más grande que el que da su vida por
los amigos. Imitémosle con piadosa sumisión, y no presumamos atrevida-
mente compararnos con El" (EJ 84, 2).
En la Eucaristía se establece la unidad de la comunión con el Cuerpo
de Cristo, el cuerpo sacramental y el Cuerpo Místico. Y desde ella y por
ella se recibe el Espíritu que anima y vivifica este Cuerpo, reunido en el
Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. La unidad se nos da al tener el
mismo Espíritu y al ser vivificados por El. "El mismo cuerpo de Cristo
no puede vivir SiDOdel Espíritu de Cristo" (EJ 26, 13). "Por este pan Dios
nos hace vivir en su casa de una misma y pacífica manera" (Ibi 14). Y
"esta vida no la tiene quien no come este pan y no bebe esta sangre"
(Ibi 15). "Este manjar y esta bebida significan la unidad social entre el
cuerpo y sus miembros, que es la Iglesia santa con sus predestinados, y
llamados y justificados, y santos ya glorificados, y con los fieles" (Ibi).
Así como dos amores hicieron dos ciudades, así también dos hombres
nos han dado a beber un torrente de doctrina acerca de la Eucaristía.
Estos hombres se llaman Juan y Agustín. Del primero dice el segundo
que bebió su Evangelio cuando .estaba recostado sobre el pecho de Jesús
en la última cena, y de lo que él bebió nos dio a beber a nosotros: bebió
un vino tan fuerte, tan fino y tan suave como fuerte, fino y suave, es el
190 ANTONIO TORIO E.

Verbo de Dios; y ese vino es el que nos da a gustar y saborear a nosotros


en su Evangelio, y nos sabe y tiene gusto a divinidad (Cf. EJ 1, 7; 26, 1;
20, 2; 110, 2; 124, 7).
También de Agustin se puede decir que sus sermones sobre San Juan
los bebió teniendo recostada su cabeza sobre el corazón de Cristo en la
Eucaristia. Allí trata él de gustar y saborear ese vino de la Divinidad y
luego da a ese vino un temple menos fuerte y trata de diluirlo un poco
y acomodarlo al paladar de su auditorio, conservando, a la vez, su finura,
delicadeza y suavidad, de tal manera que el paladar experimente también
algo de divino (Cf. Obras de San Agustin, Tomo XIII, pág. 32).
Dentro de los frutos recogidos, Agustin descubre que la Eucaristía,
signo de unidad, realiza la "unidad de la Iglesia, que comenzó el bau-
tismo". "¿Quieres recíbir la vida del Espíritu de Cristo? Incorpórate al
cuerpo de Cristo .... Mi cuerpo vive de mi espírítu y tu cuerpo vive de tu
espírítu. El mismo cuerpo de Cristo no puede vivir sino del Espiritu de Cristo.
De aquí porque Pablo, el Apóstol de Cristo, nos hable con tanta propiedad
cuando nos dice: Somos muchos un solo pan, un solo cuerpo. iOh qué mis-
terio de amor y qué signo de unidad y qué vinculo de caridad i" (EJ 26, 15).
Agustín reconoce que el cristiano tiene un estilo único de vida,
tanto por la comunión personal con Dios en Cristo, como por la comunión
fraterna; y ambas proceden de la acción santificante del Espíritu, la
caridad de Dios, derramada sobre la Iglesia en el dia de Pentecostés en
formas de lenguas de fuego. "Se muestra en lenguas de fuego porque nos
infunde la carídad, con la cual ardemos en amor de Dios. Por ella podemos
despreciar al mundo. Y ella quema todo lo que es heno en nosotros, al
purificarnos como oro en el crisol. Al venir el Espíritu Santo quedáis
convertidos en pan, que es el cuerpo de Cristo. De este modo se significa
la unidad, que es establecida por la acción santificante de la gracia"
(Serm 227, 310).
La unidad es fruto de la Pascua. Procede del deseo de Jesús que lo
hizo eficaz en su muerte y en su resurrección. El había dicho en su ora-
ción: "Por ellos me santifico, para que sean santificados en la verdad.
Tu Palabra es verdad" (cf. Juan 17, 17). Y al morir, para reunir en uno
a los dispersos, habiendo hecho a la Eucaristia signo e instrumento de
esta unídad, nos la dio como sacramento de comunión, de amor, de gracia
y de vida, con el Resucitado. En este misterio encontramos que la vida
del cristiano es una comunión con ese Cristo resucitado, por lo Cual el
Apóstol Pablo nos llama la atención, escribiendo en Colosenses: "Si habéis
resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba ... no las de la tierra".
San Agustín añadiría: "Porque no habéis recibido el Espíritu de este mun-
do, sino el Espíritu que procede de Dios, para que conozcamos los dones
que Dios nos ha dado" (EJ, 85, 3).
La unídad, es fruto de la Pascua, lo mismo que será fruto de Pente-
costés. Y su celebración sacramental exige que los creyentes tengan como
ideal el deseo esforzado de tener un alma sola y un solo corazón en Dios,
por la animación del único Espíritu que han recibido. En el misterio de
la Pascua Jesús entregó su Espíritu y en el misterio pascual de la Euca-
ristía, el Espíritu Santo sigue obrando la formación, el crecimiento y la
unificación de su Iglesia. En la Eucaristía es El quien transforma los
dones presentados, los santifica y los convierte en el cuerpo de Cristo; y
LA EUCARISTIA EN SAN AGUSTIN 191

es El el que "congrega en la unidad a los que participamos del cuerpo y


sangre de Cristo" (Anáforas 1, 2, 3). Pues en la Iglesia "ya no hay dife-
rencia entre ser griego o judio ... extranjero, inculto, esclavo o libre"
(Col 3, 11). Ahora sólo importa que Cristo sea todo ,en todos, realizando
la unidad. "Sois uno en Cristo Jesús" (Gál 3, 28).
Ante los misterios que nos han sido revelados y lo que ellos nos co-
munican, el ardiente predicador de Hipona nos alerta para que vivamos
aten tos: Estas cosas se nos dicen para que nos enamoremos de la unidad y
temamos la división" (EJ 27, 7). Y el Espiritu Santo encargado de llevarnos
a la Verdad total cumple su misión al hacernos penetrar, ahondar y
comprender los misterios, que "recrean y enamoran", unen y nos dan vida.
Misterios que llegamos a conocer en la medida que los vivimos, los gusta-
mos cuando nos sumergimos en su acontecer, y llegamos a su certeza, cuando
adoctrinados por el Maestro interior, entramos en la profundidad de su ver-
dad. Comenzamos pues a vivirlos por la fe; ya que "la fe nos une y la inteli-
gencia nos vivifica. Vivamos la unidad mediante la fe, para que tenga exis-
tencia lo que sólo puede ser vivificado por su inteligencia" (EJ 27, 7).
La Eucaristia es el "mysterium fidei", ese misterio que se revela por la
acción fecunda del Espírítu en su Iglesia, en el memorial donde se hace
eficaz la Pascua del Señor. "Preparada, pues, la cena, es decir, inmolado
Cristo, después de la resurrección se da noticia a los fieles de este ban-
quete misterioso que Nuestro Señor consagró con sus palabras y con sus
manos, y son enviados los apóstoles a los que antes habían sido envíados
los profetas para decirles: Venid a cenar" (Serm 106) ... "Para que no
comulguemos sólo sacramentalmente, sino que comamos y bebamos hasta
participar de su espíritu" (EJ 27, 10). "Por esto nos píde que oigamos al
Apóstol: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que se nos ha dado. Como pues, el Señor había de
comunicarnos el Espíritu Santo por eso declara que El es el pan bajado
del cielo, exhortándonos a que creamos en El. Creer :en El es lo mísmo que
comer el pan vivo. El que cree, come. Se nutre ínvisiblemente el mismo
que invisiblemente renace. Es niño en la interioridad y en la interioridad
es algo renovado. Donde se renueva allí mísmo se nutre" (EJ 26, 1). Gra-
cias a la obra del Espíritu Santo vivimos el misterio de la Iglesia, como
cuerpo de Cristo al que hemos sido incorporados: "Teniendo, pues, vida
en El, formáis un solo cuerpo con El, porque este sacramento nos recuerda
de tal modo el Cuerpo de Cristo, que nos une con El. Esto es lo que,
según el Apóstol, está predicho en la Escrítura: Serán dos en una sola
carne; este misterio es muy grande, y yo lo entíendo de Cristo y de la
Iglesia (Ef 5, 32). Y en otro lugar dice de esta mísma Eucaristía: Somos
muchos, pero somos un pan y un cuerpo (1 Cor 10, 17). (Serm. de los sa-
cramentosen Pascua, 3 ss.).
En conclusión, si "tenemos un cuerpo perfecto, perfeccíonémonos en
el cuerpo" (En. sobre el Salm 39, 12).

!II. LA EUCARISTIA VINCULUM CHARITATIS

La Eucaristía es el medio vinculante por excelencia de la caridad. Desde


la bondad dívina se comunica al hombre la gracia, que éste alcanza de modo
192 ANTONIO TORIO E.

peculiar por medio de la Eucaristia. Esta le sumerge en el misterio Pascual


y por la acción vivificante del Espiritu va profundizando el bautismo,
por la muerte al pecado, siendo vivificados por la nueva existencia de la
gracia, que nos vivificó como a miembros vivos de la Iglesia, donde en-
tramos a ser participantes de la nueva familia de Dios. Dentro de su vida,
la Eucaristia es el centro de su accionar y de su vivir. En ella todo "se
ordena a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos
se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio
y coman la cena del Señor" (SC 10).
El Vaticano 11 nos ha dicho que la virtud de los sacramentos "pas-
cuales", entre los que destaca singularmente la Eucaristía, mira a que
los fieles que se sacian con ellos, "sean concordes en la piedad ... con-
serven en su vida lo que recibieron en la fe, y la renovación de la alianza
del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles
a la apremiante caridad de Cristo" (Ibi 10).
Al descubrír en San Agustín que la Eucaristía es el "Vínculo de la
carídad", no podemos olvídar de dónde procede esta expresíón. Hablando
de cuál es el fruto de comer el "pan que da la vida al mundo", él deduce
por la Escritura que este fruto consíste en "vivir unídos en el Cuerpo de
Cristo, para ser vivíficados por su Espíritu". Este Espíritu hace que muchos
se encuentren en la unídad, en la caridad, en la fraternídad. "Somos
muchos un solo pan, un solo cuerpo" (EJ 26, 13).
Esta afirmación se fundamenta, de modo especial, en la primera carta
a los Coríntios. En ésta leemos: "Fuimos bautizados para formar un solo
cuerpo por medio de un solo espíritu" (1 COI' 12, 13). Hablar por tanto de
la Eucaristía, como vínculo de caridad, remite a descubrir la acción del
Espírítu Santo en ella. La Eucaristía fructifica por la accíón del Espíritu.
Así como la creación nueva, recibida en el bautísmo, es obra del agua y
del Espíritu, del mísmo modo la Eucaristía obra por la acción de Cristo
a través de su Espíritu, perfeccionando, ahondando y profundizando la
vida bautismal. La acción del Espíritu que nos incorporó a Cristo, que nos
dio vida nueva en la creación nueva de la Pascua, el mismo Espíritu es
el que obra ahora en la Eucaristía, y su fruto es forjar la unidad del
misterio de la Iglesia y realizarla. El Espiritu nos incorporó al Cuerpo
de Cristo y nos hizo Iglesia de Cristo, para vivir en su Espíritu (cf. EJ 26,
13) Y esta vida es la que el Espíritu perfecciona en la Eucaristía. Antes
hemos apuntado ya cuál es la misión del Espiritu en la Eucaristía: "Que
por él seamos congregados en la unidad, los que participamos del cuerpo
y sangre de Cristo"; ya que en la comunión de su cuerpo y de su sangre
"renovamos la alianza con el Señor", que nos arrastra a la "apremiante
caridad de Cristo" (SC 10).
La caridad unificante, la caridad que arrastra a la concordia, a tener
un alma sola y un solo corazón en Dios, es fruto esencial de la Eucaristía,
por ser el sacramento que actualiza la Nueva y Eterna Alianza: La Igle-
sia, "signo e instrumento de la comunión íntima con Dios y de la unidad
de todo el género humano" (LG 1). Pues Jesús instituyó el sacrificio euca-
ristico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos
hasta su vuelta el sacrificio de la cruz, y así confiar a su Esposa, la Iglesia,
el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de
unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe a
LA EUCARISTIA EN SAN AGUSTIN 193

Cristo como alimento, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda


de la gloria venidera" (SC 47).
El fruto de este banquete pascual tiene como finalidad que, los que
lo celebran, "se perfeccionen día a día por Cristo Mediador en la unión
con Dios y entre sí" (SC 48). Por eso la Eucaristía, banquete pascual, es
el medio de encontrar la unidad, que sólo puede ser dada por la caridad,
el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu santo; y
que Agustin no se cansa de repetir. "La plenitud de la ley, como dice el
Apóstol, es, en resumen, el amor. El amor no de la plata, sino de Dios;
el amor, no de la tierra ni del cielo, sino el amor de aquel que rizo el cielo
y la tierra. ¿De dónde le viene al hombre este amor? Oigamos al mismo
Apóstol: El amor de Dios, dice, ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Como, pues, el Señor había de
comunicarnos el Espíritu Santo, por eso declara que El es el pan bajado
del cielo, exhortándonos a que creamos en El" (EJ 26,1).
Reforzando esta doctrina Agustín nos dice que no vamos a Cristo
corriendo, sino creyendo; no por el movimiento del cuerpo sino por el
afecto del corazón. No duda en afirmar que para ir a Cristo en la Euca-
ristía hay que ser atraído por el Padre. Esta atracción no es a pesar
nuestro, procede de la acción del Padre, que obra en nosotros por medio
del amor. "Al alma la atrae el amor. " Hay un apetito en el corazón al
que le sabe dulcísimo este pan celestial" (EJ 26, 4); yes de tal importan-
cia este acontecer de la eficacia del amor que no vacila en decir: "Dame
un corazón amante, y sentirá lo que digo. Dame un corazón que desee y
que tenga hambre; dame un corazón que se mire como desterrado, y que
tenga sed, y que suspire por la fuente de la patria .eterna; dame un co-
razón así, y éste se dará perfecta cuenta de lo que estoy diciendo. Mas si
habla a un corazón que está del todo helado, éste tal no comprenderá mi
lenguaje. Como éste eran los que murmuraban entre sí, sobre la afirma-
ción tan radícal de Jesús: El que es atraído por el Padre viene a mí" (EJ
26, 4).
El Padre ejerce su atracción revelando. La revelación, en Agustín, es
el medio de despertar el amor. Por eso, cuando a un niño le revelas el
cariño mostrándole algo que le agrada, "se le atrae y va corríendo alli
mismo adonde se le atrae. Es atraído por la afición y sin lesión alguna
corporal; es atraído por los vínculos del amor" (EJ 26, 6). Y sigue haciendo
ver las manifestaciones de la revelación. "Mirad la manera de atraer
que tiene el Padre. Es por el atractivo de su enseñanza, llena de delecta-
ción, y no por imposición violenta de ninguna clase. Ese es el modo de su
atracción. Serán todos enseñados por Dios. Ahí tenéis el modo de atraer
a Dios. Todo el que oye al Padre y aprende de El viene a Mí. Así es como
atrae Dios" (EJ 26, 7).
La Eucaristía es revelación. Ella es la actualizacíón de la promesa
del Pan de vída: Yo soy el pan vivo que descendí del cíelo. Pan vivo pre-
cisamente porque descendí del cielo. El maná también descendió del cielo;
pero el maná era la sombra, éste es la verdad. Sí alguien come de este
pan, vívirá eternamente. Y el pan que Yo les daré es mí Carne, que es la
vida del mundo" (EJ 26, 13). La Eucaristía es el sacramento que revela
el amor, el "sacramentum pietatis", que nos atrae hacía el amor del Padre,
que se ha manifestado en el Hijo, y que, por la Eucaristía, su presencia
194 ANTONIO TORIO E.

actualizada, lo manifiesta en la eficacia de la acción santificadora del


Espiritu Santo (LG 4).
Por esto mismo ¿quién va a la Eucaristia sino el que siente el impulso
de la acción del Espiritu? Agustin que, nos dice que sólo va a Cristo el
que es atraído por el amor, señala esta verdad, al hacernos ver quién la
recibe eficazmente: "La señal de que alguien lo come y bebe es si Cristo
permanece en él y él en Cristo; si Cristo habita en él y él habita en Cristo
y si está unido a El para no ser abandonado (EJ 27, 1). La Eucaristía, mis-
terio de fe, .es revelación atrayente que, al creer, nos une con Aquel en
quien creemos, aceptándole y nos da vida cuando le disfrutamos: "La fe
nos une y la inteligencia nos vivifica. Constituyámonos en la unidad de
la fe, para que tenga existencia lo que puede ser vivificado por la inteli-
gencia" (EJ 27, 7). El gozo de la comunión nace de la verdad del amor,
de la vinculación establecida por el Espíritu de Cristo con los creyentes,
pues "oyeron el mensaje de su salvación y creyeron en Cristo, fueron unidos
a El y sellados como propiedad de Dios por medio del Espíritu Santo que
El había prometido (Ef 1, 13). Por esto es que Agustin continúa diciendo:
"Esto nos enseña y avisa con palabras llenas de misterio: que estemos en
su cuerpo con sus miembros bajo la cabeza, que es El, comiendo su carne
y no separándonos de su unidad" (EJ 27,1).
El "vinculum charitatis" exige el fruto del amor, vivido en la unión,
la comunión, la intimidad y la fraternidad. Y Agustín vio este vínculo en
la Eucaristia tanto por lo que mira a ser "sacramento, signo e instru-
mento de la comunión intima con Dios, como de la unidad de los hom-
bres" (LG 1), viniendo a realizar la verdad afirmada por Jesús: YO SOY
LA VID Y VOSOTROS LOS SARMIENTOS (Juan 1,1). Agustín, siendo fiel
a la Escritura, nos ha dicho: "Muchos pueden comer materialmente el
cuerpo y no estar en el cuerpo ni ser cuerpo". Y distingue entre comer y
comer. "Comerán los pobres y se saciarán y alabarán al Señor ... y le ala-
barán los que le buscan... Los ricos también comen: "COMIERON Y
ADORARON TODOS LOS RICOS DE LA TIERRA". Entre unos, los pobres,
y los otros, los ricos, hay una gran diferencia. De los pobres se dice que
comieron y quedaron "saciados". Los ricos, en cambio, comieron y no se
saci:'lron, simplemente "adoraron". Dice Agustín: "Adoran ciertamente,
pero no quieren mostrar "afabilidad fraterna". Y del que come se exige
el fruto y el fruto de esta comida es la "comunión", no la "división". "Todos
comen; pero al que come se le exige lo que come". El fruto por tanto de la
Eucaristía es ser uno con Cristo: "Si alguno escucha mi voz y me abre la
puerta, entraré a él, cenaré con él y él conmigo" (Apoc 3,20) . Jesús lo dijo
conociendo lo que significaba comer juntos en la sociedad judía de su
tiempo. Comer juntos significaba crear tales lazos de amistad, que pasaban
a considerarse como de la misma sangre. Era crear un amor fraternal
nuevo, entrar a ser también parte de la familia. Y Agustin ahonda en
este misterio al decirnos qué fruto da el comer la Eucaristia: "Lo que
está sobre el altar es un simbolo de vosotros mismos y lo que recibís es
vuestro emblema. Y esto es lo que vosotros refrendáis, cuando decís: AMEN.
Somos un solo cuerpo los que comemos un solo pan. Entendedlo y
llena os de regocijo. ¡Oh unidad! ¡Oh verdad! ¡Oh caridad! ¡Oh piedad! ¡Un
solo pan! (Serm. 272,38.1246).
LA EUCARISTIA EN SAN AGUSTIN 195

Tal es el fruto de este "sacramentum pietatis, signum unitatis, vincu-


lum charitatis". "Por él quiso unirnos a su persona y consagró sobre su
mesa el misterio simbólico de la paz y unión que debe reinar entre noso-
tros" (Serm. 272,38.1246).
Si para San Agustin la Eucaristia es "vinculo de caridad" es porque
ella realiza el misterio de la Iglesia, donde los creyentes deben tener un
alma sola y un solo corazón en Dios. Por este misterioso sacramento, Cristo
realiza su ideal de "unirnos a su persona, consagrando sobre la mesa el
misterio simbólico de la paz y de la unión que debe r.einar entre los cris-
tianos" (Ibi).
En la Iglesia, sociedad realizada, no al modelo humano, sino conforme
al ejemplar divino de la Trinidad, lo que acontece toma su ejemplaridad
de la misma fuente, en Dios Padre, Hijo y Espiritu Santo. En ella, la so-
ciedad formada por los cristianos no es conforme a un modelo juridico-
social, sino al modelo misterioso de Dios, donde se da una igualdad y una
distinción entre las personas. Iguales en cuanto un solo Dios, distintas en
cuanto personas, unidas en la misma esencia divina. "Esta igualdad, dice
Agustín, la entiendo yo dentro de una indívisible caridad y, por lo tanto,
dentro de la más perfecta unidad. Porque si la caridad, que difundió Dios
entre 10s hombres, hizo de muchos corazones uno y de muchas almas una
sola alma, como d,= los primeros creyentes, que mutuamente se amaban,
está escrito en los Hechos de los Apóstoles: TENIAN UN ALMA SOLA Y
UN SOLO CORAZON EN DIOS; luego si tu alma y la mía, cuando tienen
un mismo pensar y reciprocamente se aman, s'= hacen una sola, ¿con
cuánta más razón Dios Padre y Dios Hijo serán un solo Dios en la misma
fuente del amor?" (EJ 18,4).
Este misteríoso lazo de amor, que es la efusión del Espiritu entre el
Padre y el Hijo, es también el lazo de amor que se difunde por medio de la
Eucaristía, para hacer de la Iglesia entera un misterio de gracia, una
socíedad nueva, regida por la misteriosa ley del amor. Y la Eucaristia es
el manantial de donde esa nueva comunidad se nutre. "Este manjar y esta
bebida significan la unión social entre el cuerpo y sus miembros, que es
la Iglesia santa, con sus predestinados y justificados y santos ya glorifica-
dos, con los fieles" (EJ 26,15).
Agustín encuentra una razón distintiva entre el banquete eucarístico
y cualquier otro banquete humano. Entre los hombres, los banquetes sirven
para saciar el hambre, cumplir con los que invitan por diversos motivos, y,
pasado el banquete, ya no queda rastro de intercomunión entre los invi-
tados, que muchas veces se desconocen entre sí. De suyo la Eucaristía es
un banquete distinto. En ella se busca la comunión, el encuentro, la fra-
ternidad. Ella está llamada a ser "vinculo de amor", y, por ella mediante,
deben establecerse vinculas más estrechos de conocimiento, de amor, y
de ayuda mutua, entre quienes por ella ahora son un solo cuerpo: YO
SOY LA VID Y USTEDES LOS SARMIENTOS.
Esta finalidad es la que ha destacado el Concilio Vaticano II, cuando
nos dice que los fieles, en la mesa del Señor "se perfeccionan día a día por
Cristo Mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios
sea todo en todos" (SC 48). La Eucaristia, sacramento pascual, es reali-
zadora de la Pascua, porque "reúne a los hijos de Dios, para que le alaben
en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman en la cena del
196 ANTONlO TORlO E.

Señor". La Eucaristía "vínculo de caridad" "les hace concordes en la pie-


dad, y al renovar la alianza con el Señor, los enciende y arrastra a la
apremiante caridad de Cristo", que se entregó para reunir en uno a los
hijos de Dios, que estaban dispersos (cf Juan 11,52). Agustín atribuye a
la Eucaristía esta finalidad: "Lo que buscan los hombres en la comida es
apagar su hambre y su sed; mas esto no lo logra en realidad de verdad
sino este alimento y esta bebida, que a los que los toman los hace inmor-
tales e incorruptibles, formando la misma sociedad de los santos, donde
se da la paz y la unidad plenas y perfectas" (EJ 26, 18) .
Cristo reúne a los pueblos con su muerte, mediante la caridad, a través
del misterio de la Pascua. Muere por esta unidad y luego vuelve al seno
del Padre; pero nos deja el memorial de su muerte y resurrección como
medio de ensambladura entre El y los suyos. "La reunión de los pueblos
te rodeará, y por ella vuelves a las alturas; es decir: para que seas rodeado
de la reunión de los pueblos, para que reúnas a muchos, vuelves a las al-
turas. Lo hizo asi; pero dio de comer a una multitud y subió" (EJ 25,3).
La Eucaristía sacramento de la presencia salvadora de Cristo, es una
exigencia tanto por parte de su amor como de parte de la humanidad re-
novada sí, pero siempre rodeada de peligros en un mundo viciado por
el pecado. Este que fue vencIdo en 19 humanidad de Cristo, no deja de
existir en los hombres concretos, heridos por ese pecado y enfermos y
proclives a creer de nuevo en él. Cristo nos liberó de él en la Pascua y les
dio a la Iglesia Madre, para que los recibiera en su seno. Agustin, conocien-
do este misterio de iniquidad, se esfuerza por h8cer entender a sus fieles
hasta dónde puede llegar 12 perversión del mismo; pues incluso se puede
estar aparentemente dentro de la Iglesia, recibir los sacramentos y, en
cambio, no recibir el fruto de los mismos, cuando exíste una actitud de
pecado.
El conoce a la Iglesia del Africa, dividida por herejías. Hay muchos
que se precian de cristianos, con costumbres acristianas. ¿Qué pasará en
medio de esas divisim1es e incluso persecuciones a la Iglesia Católica?
Agustín responde sobre este tema: "Comerán los pobres y se saciarán.
Bienaventurados los pobres que comen precisamente para saciarse: co-
men, pues, los pobres. Los que son ricos, sin embargo, no se sacian porque
no tienen hambre. Comerán los pobres. De ellos era aquel pescador, Pedro.
De ellos era el otro pescador, Juan, y Santiago, su hermano. De ellos era
también Mateo el publicano. De entre los pobres eran, y ellos comieron
y se saciaron, padecieron cosas semejantes a las que comieron. Dio su
cena, dio su pasión. Aquel que imita es el que se sacia. Imitaron los pobres
y se saciaron de tal modo que imitara':! a Cristo, siguiendo sus huellas.
Comerán los pobres y alabarán al Señor los que le buscan. Los ricos se
alaban a si mismos, los pobres alaban al Señor. ¿Por qué son pobres?
Porque alaban al Señor. El Señor es la riqueza de los pobres; por eso tienen
vacía la casa, para que el corazón esté lleno de riquezas" (En. sobre el
salmo 21, 27) .
Agustín habla de esto al ver cómo viven algunos en la Iglesia y quiere
que su predicación sirva a los que son verdaderamente fieles: Que todo
esto nos sirva, amadísimos, para que no comulguemos sólo sacramental-
mente, sino que comamos y bebamos hasta participar de su espíritu y no
nos escandalicemos aunque muchos ahora entre nosotros coman y beban
LA EUCAR1STIA EN SAN AGUSTIN 197

temporalmente el sacramento, ya que al fin tendrán tormentos eternos"


(Serm. 27, 11).
El espiritu es el que da vida, la carne no sirve de nada. En la nueva
existencia de la Pascua, la carne no sirve, cuando no está invadida por el
Espiritu, cuando se encuentra sola sin la caridad, que es quien edifica. Por
esto el vinculo de la Eucaristia es la caridad o el amor de Dios que se
derrama en nuestros corazones por el Espiritu Santo que nos es dado.
"Es el Espíritu el que nos vivifica, porque el Espiritu es el que hace que
los miembros tengan vida. El Espíritu sólo da vida a los miembros que se
encuentran unidos al cuerpo, que informa y vivifica" (EJ 27, 6) .
La Eucaristia es "vinculo de caridad", porque al asociar a los miem-
bros al cuerpo de Cristo, comenzamos a vivir de su Espiritu, siendo su
amor, la caridad, quien hace la unidad, por el amor que el Espiritu de-
rrama en nuestros corazones. Pero, asimismo, el Espiritu sólo vivifica a
los miembros que encuentra unidos al cuerpo que informa y vivifica" (EJ
27, 7). De ahi que para que el Pueblo cristiano no malentendiera la euca-
ristia, Agustin diga: "Un sacramento os he encomendado; entendido espi-
ritualmente, os vivificará. Y aunque es necesario celebrarlo visiblemente,
conviene entenderlo invisiblemente" (Serm 98, 100).
¿Qué está exigiendo este sacramento? Permanecer en el misterio de la
unión, de la fraternidad, de la unidad. "En este cuerpo estamos, somos
participantes de este cuerpo, conocemos lo que hemos recibido. Y los que
no lo conocéis, lo conoceréis y cuando lo hayáis aprendido, ojalá no lo
recibáis para condenación. Pues el que come y bebe indignamente, come
y bebe su condenación. Tenemos un cuerpo perfecto, perfeccionémonos
en el cuerpo" (Salm 30, 12). Para esto se nos pide que perfeccionemos
nuestra conciencia sobre el misterio de esta mesa, de esta comida, de
este banquete. "Yo me consagré, dice el Apóstol, al bien de vuestras almas.
Se consagraron también ellos confesando a Cristo, y se cumplió con su
gracia lo que está escrito: TE HAS SENTADO A UNA GRAN MESA. Ve
como te conviene estar preparado. ¿Qué mesa grande es ésta, sino aquella
en que recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo? ¿Qué quiero decirte
cuando te hago observar que estés preparado, sino lo que enseña el apóstol
San Juan: que asi como Cristo entregó su alma por nosotros, asi debemos
darla nosotros por nuestros hermanos?" (Serm 31,2).
Es lo que aconteció en la Iglesia naciente, cuando tenian vida y tenia n
alegria y comian con sencillez de corazón, compartiendo el pan en sus casas
y sirviendo de testimonio a todo el pueblo. Era la Iglesia, que hacia presente
el fruto de la Eucaristia que admira San Agustin: "¡Oh vínculum charita-
tis!". Ella manifestaba la piedad escuchando la Palabra, que la engendraba
en la fe y la hacía fervíente en la oración común. Vívia la unídad porque
compartían sus bienes y sus necesidades. Se reunian a diario en el templo.
y creaba el vinculo de la caridad en esa misma reunión, al compartir el pan
en sus casas, comiendo juntos, con alegria y sencillez de corazón. Y por esto
alababan a Dios, eran estimados por todos y cada día el Señor añadía a la
Iglesia a los que iban siendo salvos (cf. Hech 2, 43-47).
También hoyes finalidad de nuestras eucaristías el que "este manjar
y esta bebida signifiquen la unidad socíal entre el cuerpo y sus miembros,
que es el misterio de la Iglesia. " el sacramento de la unidad del cuerpo
y de la sangre de Cristo, que se prepara en el altar". (EJ 26, 15) .
193 ANTONIO TORIO E.

CONCLUYENDO

Al concluir este sucinto estudio en San Agustín sobre la Eucaristía, que


es la presencia descendente de la gracía en la andadura de Dios hacia el
hombre y el ascenso de la accíón de gracias del hombre a Dios, en Cristo,
encontramos una gran riqueza en la visión de este misterio que hace a la
Iglesia y que es realizado por la Iglesia. Hace a la Iglesia, que nace de la
Pascua de Jesús. Y la Iglesia hace la Eucaristia, ofreciendo al Padre todo
el amor de la humanidad redimida, en Cristo Jesús, el Cordero que quita
el pecado del mundo. Cordero que ella ofrece, a la vez que se ofrece, en El
y con El, por ser su cuerpo mistico, realizando así el CHRISTUS TOTUS, el
CRISTO TOTAL.
La Eucaristia, sacramento de Cristo, mediante el que realiza la comu-
nión pascual con la humanidad redimida, es asi mismo sacramento de la
Iglesia a la que realiza. La Eucaristía realiza a la Iglesia y la reúne en la
unidad, mediante la palabra que la unifica en la fe. Por la acción del Espí-
ritu la convoca, la reúne, la vivifica y la anima, siendo el nexo de su co-
munión esponsal con el Esposo Cristo. "Porque pienso en mi rescate, y lo
como y lo bebo y distribuyo, y, pobre, deseo saciarme de él en compañía de
aquellos que lo comen y son saciados. Y por esto alabarán al Señor los que
le buscan" (Conf X, 43, 69).
En este "sacramento de píedad" descubrimos el misterio de la bondad del
Padre: "¡Oh cómo nos amaste, Padre bueno, que no perdonaste a tu Hijo
Unico, sino que le entregaste por nosotros impios! ¡Oh cómo nos amaste,
haciéndose por nosotros, quien no tenía por usurpación ser igual a ti, obe-
diente hasta la muerte de cruz, siendo el único libre entre los muertos, te-
niendo poder para dar su vida y para recobrarla de nuevo. Se hizo por
nosotros ante ti vencedor y victima; y por ser victima, por eso es vencedor;
por nosotros es sacerdote y sacrificio ante ti, y es sacerdote para ser sacri-
ficio, mediante el cual nos hizo para ti de esclavos hijos, y naciendo como
Hijo de ti vino a servirnos", Este es el amor que descubrimos, vivimos y
profundizamos en el misterio de la Eucaristia. Este es el misterio revelado,
que atrae librementes y enciende la caridad de los creyentes.
Y encontramos en la Eucaristía el medio vinculante del amor. Ella es
revelación actual de la Palabra que se realiza en el sacramento. Es la voz
del Esposo, que atrae a la Esposa, hambrienta de conocer sus secretos, que
recrean y enamoran. "Dame espacío para meditar en los arcanos de tu
palabra y no intentes cerrarla a los que quieren conocerla, pues no quísiste
que se escribiesen en vano los obscuros secretos de tus libros, que son
muchos ... ¡Oh Señor! hazme crecer en ti y revélame tales secretos. Mira
que tu voz es mi gozo; tu voz que está por encima de toda clase de alegrías.
Dame lo que amo, porque ya amo, y esto te lo debo a ti, ya que es don
tuyo. " Te lo suplico por Nuestro Señor Jesucristo, el Varón que tú col-
maste de gloria, el Hijo del Hombre que para ti elegiste, Mediador tuyo y
nuestro, por quien nos buscaste cuando no te buscábamos y nos buscaste
para que te buscásemos. El es tu Palabra, por la que hiciste todas las cosas,
entre las cuales me creaste también a mi. El es tu Hijo Unico, por medio
del cual llamaste a la adopción al pueblo de los creyentes, entre los cuales
me llamaste a mi" (Conf XI, 3, 5).
Esta es la acción del Espíritu Santo, reuniendo en la unidad de un
alma sola y un solo corazón en Dios, a la comunidad creyente, que la
Eucaristía va edificando, al unir a los bautizados en la misteriosa realidad
personal del Cristo Pascual, a quien reciben y dicen AMEN, para ser lo
que reciben: "el Cuerpo de Cristo".

También podría gustarte