La Motivación de Las Sentencias
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0. INTRODUCCIÓN
0.1. Cuando se milita, como yo, en esa formidable tropa de funcionarios que consume
(bastante) y produce (no tanto) sustancias conceptuales tenidas casi por alucinógenas y
que se empaquetan bajo nombre tan venerable como «teoría del derecho», uno se ve
compelido, de entrada, a esbozar una apología prudente sobre los quilates e interés del
tema que le ocupa.
Por eso, siquiera de carrerilla, diré un par de cosas.
La primera, que la sociedad moderna ha entronizado la necesidad de justificar
racionalmente cualquier tipo de decisión. Lo cual supone el entierro de creencias en
iluminaciones privadas y el destierro de aquellas prácticas canonizadas por el autoritario
sic volo sic iubeo (el equivalente de nuestro vernáculo ordeno y mando). En el mundo que
nos toca vivir, valga lo que valiere y salgo casos singulares y extrapolados, parece indigno
que las opciones de un sujeto sean un frenesí de su capricho. Las decisiones han de estar
justificadas. Y queda tácito que las decisiones de los jueces también. He ahí, pues, el
abolengo cultural de la motivación de las sentencias.
En segundo término, si en el orbe jurisdiccional ha de distinguirse también el huésped
del parásito, el pensamiento jurídico ha ideado, para fijar los atributos definitorios de los
tribunales, una seña de identidad, elevada nada menos que a principio general de derecho
(1) : la obligación de motivar las decisiones judiciales. Es decir, la jurisdicción lleva aneja la
motivación. Y esa advertencia importa mucho a la hora de vindicar el carácter jurisdiccional
del TC, ya que «subrayar la importancia de la motivación en las sentencias del Tribunal
Constitucional significa igualmente acentuar su jurisdiccionalidad» (2) .
Con esta pareja de razones postulo la enjundia de un asunto —el de la motivación—
que tiene el raro don de no interesar a casi nadie y del que pretendo sacar algún partido.
(1) Para una panorámica bastante general, cfr. W. J. GANSHOF VAN DER MEERSCH, «La motivation des jugements», en
los General reports to the l(f International Congres oí Comparative Law, Budapest, 1981; pp. 769-830.
Sin embargo, el valor principal de la obligación de motivar exige, en lo que respecta a Inglaterra, algo más que una
matización. Ningún texto legal impone al juez de manera general la obligación de motivar sus decisiones. El juez es un oficial
del rey y, al igual que éste, no puede ser obligado a dar cuenta de las razones de sus decisiones. Ahora bien, el legislador
ha intentando tímidamente limitar este poder haciendo obligatoria la motivación en ciertos dominios (p. ej. la mayoría de las
jurisdicciones administrativas). Por su parte, la doctrina ha querido justificar la obligación de motivar diciendo que se trata de
una regla de «justifica natural» el que las partes obtengan del tribunal los motivos de su decisión. Pero la jurisprudencia no la
incluye entre las «reglas naturales» que ella misma ha elaborado. La doctrina habla, entonces, de una costumbre judicial que
vincularía al juez. De cualquier modo, la obligación de motivar no parece pertenecer a la esencia misma del acto
jurisdiccional, a diferencia de lo que ocurre en nuestro sistema jurídico (J. SPREUTELS, «La motivation des sentences
penales en Angleterre». en Ch. PERELMAN-P. FORIERS, La motivation des décisions de justice, Bruselas, 1978; pp. 196-
197).
(2) M. CAPPELLETTI, «Questioni nuove (e vecchie) sulla giustizia costituzionale», Giurisprudenza Costituzionale, 1990, 52;
p. 863.
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0.2. Pero entiendo que la pompa que hay en el título de mi intervención encierra alguna
ambigüedad que conviene disipar. En efecto, una mirada un poco perforante advertirá que
el tratamiento de la motivación en las sentencias del TC invita a dos maneras, al menos,
de aplicarse al trabajo. A saber: una. reconstruyendo el concepto de motivación (¿qué
significa la palabra «motivar»?) que se explícita en la prosa de sus sentencias y, dos,
analizando cómo motiva de hecho sus sentencias tan alto Tribunal.
Me atrevería de decir que, bien mirado, no son en puridad dos problemas
absolutamente distintos. Pero renuncio a extenderme sobre el particular porque ello me
obligaría a meterme en un magno y críptico tinglado (3) .
Para no andar a dos dedos de extraviarme (si no lo estoy ya), prefiero ganar otra
perspectiva. Los dos problemas aludidos pueden englobarse dentro de un marco
suficientemente comprehensivo (aunque luego yo me quede con la mitad). Veamos. Con
palabras certeras se han acuñado dos expresiones: «motivación mínima» y «motivación
concreta», respectivamente (4) . La primera diseña los requisitos ineludibles que, según la
legislación, ha de observar la motivación judicial. La segunda supone la mise en oeuvre de
la anterior, mediatizada por las controversias de caso concreto, por la argumentación de
las partes, por las competencias del tribunal, etc.
Con la «motivación mínima» tengo de sobra por hoy.
Su estudio me dará pie para desmigar el contenido de la preceptiva legal (Constitución
incluida) referida a la motivación y para examinar el entendimiento que sobre esa
normativa manifiesta el TC (5) .
0.3. Necesita agregar un par de postreras aclaraciones.
En penúltimo lugar, que las sentencias del TC no se sustraen a la exigencia de su
motivación. Por imperativos estrictamente constitucionales (6) y por otros de índole más
general (7) .
Por último, para que el tema de mi intervención resulte más diáfano y acotado, me fijaré
sólo en la motivación de las sentencias; aunque aplicaciones no muy disímiles respetan a
los autos que van de tales y a los autos travestidos de providencias (es decir, providencias
en su pinta externa pero autos en razón del contenido) (8) . Es de rebosante evidencia,
entonces, que el título adecuado para esta ponencia se traduce en una fórmula retorcida y
mareante, tal como «La motivación de las sentencias en las sentencias del TC». Pero,
realmente, en esas estoy.
(3) Quien atesore unos módicos conocimientos de filosofía de lenguaje sabe que hay actos lingüísticos performativos;
aquéllos en los que al decir, además se hace algo (cuando digo «prometo que...» o «juro que...» no sólo pronuncio palabras
sino que, encima, hago algo: prometer o jurar). Con las cautelas necesarias, pues se trata de una analogía blanda, me
atrevería a sugerir que también los pronunciamientos del TC sobre la motivación están provistos de una dimensión
performativa. Cuando en sus sentencias se dice «la motivación es...», de hecho se está motivando algo. Con lo que, al
reconstruir el concepto de «motivación» que se despacha en distintos párrafos de las sentencias del TC, eo ipso estaríamos
analizando cómo funciona la motivación en algunos fragmentos de sus sentencias.
(4) J. WROBLEWSKI, «Motivation de la decisión judiciaire», en Ch. PERELMAN-P. FORIERS, La motivation des décisions
de justice, ob. cit; pp. 122-129.
(5) Sigo por derroteros diferentes a los de mi colega F.J. EZQUIAGA, La argumentación en la justicia constitucional
española, Oñati, 1987.
(6) Léase el art. 164 CE debidamente contextualizado.
(7) Cfr. A. PlZZORUSSO, «La motivazione delle decisioni della Corte costituzionale. comandi o consigli?», Rivista trímestrale
di diritto pubblico, 1963; pp. 351-352.
(8) Cfr. J. FERNÁNDEZ ENTRALGO, «La motivación de las resoluciones judiciales en la doctrina del Tribunal
Constitucional». Poder Judicial, 1989. n." especial VI: p. 189.
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1. LA FALACIA DESCRIPTIVISTA
No me pondré a censar todos los usos del término «motivación» porque con ello no
pasaría de un preludio insípido. Pero no estará de más una aclaración preliminar para
evaporar algún manantial de malentendidos.
El 120.3 CE y las normas procesales en general guardan mutismo absoluto en lo
tocante al referente empírico del concepto de «motivación» (9) . Acrítica y
mayoritariamente se ha venido aceptando que la motivación representa el iter mental del
juez conducente a la decisión. Desde la otra acera, en cambio, los realistas americanos y
sus epígonos han suscrito una ocurrencia opuesta: que los jueces llegan a sus decisiones
mediante corazonadas, intereses, simpatías, etc. y, luego, la motivación les sirve para
enmascarar y racionalizar los resortes reales que gobiernan su actividad judicante.
Obviamente, ambas posturas han intentado su recíproca descalificación. Los primeros
estiman que la tesis de los realista resulta pintoresca (10) y no resiste un análisis serio.
Los segundos reprochan a sus atacantes haber caído en la trampa de las argucias
palabreras de la motivación, que sólo sirven de arreglo casero y componenda para ocultar
el protagonismo de otro tipo de razones (11) .
Pero, y aunque parezca mentira, estas dos posturas antagónicas son deudoras del
mismo vicio: ambas dejan maltrecha a la motivación; sin luz propia. Los unos hacen de ella
un mero doppione de lo que presuntamente pasa por el caletre del juzgador. Los otros la
representan como una devotísima tontada que nada ilumina sobre la elaboración de la
decisión (12) . Ambas facciones infravaloran, pues, la motivación. Y este error compartido
ha sido amamantado sin duda por la fusión y confusión de dos asuntos netamente
distintos: «decisión» y «motivación» son sus nombres.
1.2. No es necesario servirse de pinzas de finas puntas para separar una y otra cosa.
Es le beabá —como diría un francés— de la filosofía de la ciencia.
La decisión se incardinaría en el contexto de descubrimiento y la motivación en el
contexto de justificación (13) . Me explicaré. El acto de concebir o descubrir una teoría,
como el de decidirse por una solución ante un conflicto jurídico, ni exige un análisis lógico
ni quizás sea susceptible de él. La cuestión acerca de cómo se le ocurre a uno algo —ya
sea un tema musical, una teoría científica o una decisión judicial— puede ser de gran
interés para la psicología, pero carece de importancia para el análisis lógico. En todo
descubrimiento, al igual que en toda decisión, puede haber elementos irracionales cuyo
proceso no obedece a un método ni se presta a una reconstrucción lógica. El contexto de
justificación, por contra, es el espacio en el que no importa cómo se ha llegado a un
descubrimiento o a una decisión sino cómo se justifica tal descubrimiento o tal decisión.
Las preguntas idóneas son del tipo: ¿puede justificarse este enunciado o esta decisión?,
¿de qué modo?, etc.
(9) Cfr. con carácter más general, E. AMODIO, «Motivazione della sentenza pénale», Enciclopedia del diritto, vol. XXVII,
Milán, 1977; p. 184.
(10) V. CORTÉS DOMÍNGUEZ, «La sentencia», en W.AA. Derecho Procesal, t.1, Valencia, 1990; p. 482.
(11) En esta dirección parece inscribirse también M. TROPER, «La motivation des décisions constitutionelles», en Ch.
PERELMAN-P. FORIERS, La motivation des décisions de justice, ob. cit; pp. 206-301.
(12) E. AMODIO, «Motivazione della sentenza pénale»; pp. 214-216.
(13) Es de inexcusable referencia, al respecto, la obra de K. POPPER, La lógica de la investigación científica (trad. cast),
Madrid, 1962; p. 31.
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Y creo que tampoco es difícil encontrar en la doctrina jurídica —quizás con menos
pulimento, exactitud y rigor— muestras que van en esta misma línea de autonomizar
«decisión» y «motivación», respectivamente.
Tomemos como ejemplo la crítica de Gény al quehacer del bon juge Magnaud. Las
decisiones de éste no se separaban sensiblemente de la jurisprudencia que le era
contemporánea; pero sus motivaciones —y de ahí la desaprobación de Gény—
manifestaban una especie de impresionismo anárquico y dejaban escapar un relente de
literatura electoral que perturbaban la serena atmósfera de la justicia (14) .
Propósitos parejos se hallan en un relato de S. Mili: «Todo el mundo —dice— conoce el
consejo que dio Lord Mansfield a un hombre de mucho sentido práctico que, al ser
nombrado gobernador de una colonia, estaba obligado a presidir un tribunal de justicia, sin
tener experiencia en asuntos jurídicos ni conocimiento del derecho. El consejo consistía en
dictar resueltamente su decisión, pues sería probablemente justa, pero en no aventurarse
nunca a exponer las razones, pues éstas serían casi infaliblemente malas» (15) .
Bien. Si ya en la misma cultura jurídica se ha entrevisto —tal vez avant la lettre— que la
motivación y la decisión son en principio cosas disjuntas —aunque a veces puedan venir
de la mano como dos hermanas— ¿qué trofeo pretendo conquistar yo volviendo a la carga
sobre algo deja vu?
1.3. Deseo, simplemente, notar que nuestro TC permanece todavía cegado por la
concepción psicologista de la motivación, según la cual —como se sabe— la motivación
describiría el proceso mental del juez y la decisión quedaría válidamente motivada en
cuanto sea la adecuada descripción de un proceso mental lógica y jurídicamente correcto.
Y no se crea que este tropiezo —porque lo es pese al patrocinio de una communis
opinio atolondrada— constituye un desliz ocasional o propio de la jurisprudencia de
maricastaña (de los años iniciales) de tan prestigioso Tribunal.
Al contrario, es constante en un arco de tiempo que llega hasta nuestros días.
Véanse tres perlas nada más.
En la sentencia 176/1985 —ajustándose sin duda al precepto clásico de que la
motivación non in mente retentur sed in verbis expositam— el TC dice: «...las sentencias
serán siempre motivadas, por lo que el razonamiento no puede ser meramente interno,
sino ha de expresarse en la sentencia».
Dos años más tarde —STC 100/1987— se afirma que «...el deber de motivar... (no)
exige al Juez o Tribunal una (exhaustiva) descripción del proceso intelectual que le ha
llevado a resolver en un determinado sentido...».
Y ya el año pasado —STC 70/1990— topamos con palabras prácticamente calcadas de
las anteriores: «...la exigencia de la motivación de las resoluciones judiciales (no) comporta
necesariamente que el juez deba efectuar una (exhaustiva) descripción del proceso
intelectual que le lleva a resolver en un de- terminado sentido...».
Ya se habrá barruntado que semejante concepto de «motivación» difiere del que se
viene preconizando desde las filas de la teoría más solvente (16) .
(14) F. GENY, Méthode d'interprétation et sources en droit privé positif, 2° ed.. París, 1919, t. II; p. 299.
(15) Citado en J. LENOBLE-F. OST, «Les implicites de la théorie du juge raisonnable». Anuales de Droit, 1976, 3-4; p. 332.
(16) Por ejemplo, A. AARNIO, On Legal Reasoning, Turku, 1977; pp. 43-53; J. WOLENSKI, «Context of discovery, context of
justification and analysis of judicial decision-making», en A. PECZENIK-J. UUSITALO (ed.) Reasoning on legal reasoning,
Vammala, 1979; pp. 116-117; J. WROBLEWSKI, Constitución y teoría general de la interpretación jurídica (trad. cast.),
Madrid, 1985; pp. 60-61. Pero la exposición más completa, en mi conocimiento, se encuentra en M, TARUFFO, La
motivazione della sentenza civile, Padua, 1975; '. 63-148.
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Para ésta —repito— la motivación consiste en justificar decisiones, en tanto que para el
TC en describir procesos mentales. Dos posturas, en suma, que disienten sobre la
actividad motivatoria (justificar/describir) y sobre el objeto (decisión/ proceso mental) de
aquélla.
Y queda fuera de toda duda que ésta no es de esas quaestiones disputatae sobre las
que caben discrepancias defendibles. El paralogismo al que aboca la idea de la motivación
como descripción de un proceso mental queda ejemplarmente verificado en una sentencia
en la que el TC se pilla los dedos clamorosamente. En efecto, en la sentencia 55/1987 se
examina una demanda de amparo en base a que un terminado juez no motivó
debidamente su decisión. La Sala 1.a del TC otorga el amparo solicitado porque —
fíjense—«en casos como el presente se hace manifiesto que la explicitación del proceso
lógico y mental que ha conducido a la decisión no ha alcanzado un grado suficiente de
expresión». ¿Ah, sí? ¿Y cómo les consta eso a ustedes, señores magistrados?
Salvo que a uno le alcance el beneficio de las dotes telepáticas, no hay manera de
entrar en el recinto mental de un juez para averiguar si éste ha descrito todo lo que
pensaba, si se ha dejado cosas en el tintero o, llanamente, si todo lo que realmente ha
pasado por su cabeza tiene mucho o poco que ver con lo que expresa el texto de la
sentencia.
La tesis psicologista de la motivación —con la que simpatiza nuestro TC— carece,
encima, de toda operatividad. Porque lo que faculta el convencimiento de las partes, los
recursos, el control en casación, etc., es, a la postre, el vigor o la endeblez de las razones
que esgrime un juez o un tribunal. Poco importa su relación cronológica con la decisión, es
decir, si han sido pensadas ex ante, durante o ex post... porque entre otras cosas, nadie
puede saberlo.
1.4. La dialéctica decisión/motivación tendría un corolario adicional.
Porque lo dicho hasta aquí que es predicable, con pulcritud y sin más complicaciones,
de los tribunales unipersonales.
Y, seguramente, de algunos tribunales colegiados que no son de nuestra familia
jurídica. Piénsese, por ejemplo, en el funcionamiento de la House of Lords (17) : la decisión
no es impersonal y colectiva sino idiosincrática e individual; la decisión de la House es la
de la mayoría de los jueces, pero las motivaciones son tan variadas como las
personalidades de los jueces intervinientes. El común denominador entre esta experiencia
y la hipótesis del juez unipersonal reside en que, haya una o una serie de motivaciones,
aquélla o éstas serán siempre oficiales.
En nuestro entorno, por contra, cuando la motivación lo es de una tribunal pluripersonal
en su conjunto, y no individualmente adscrita a cada uno de sus miembros, la situación
cambia. Mientras se delibera in camera y no hay unanimidad de opinión sobre los criterios
que determinan el contenido de la decisión, los magistrados motivan sus propuestas no
oficialmente. Y estas motivaciones domésticas no están sujetas, en cuanto a su contenido,
a ninguna norma legal. Ahora bien, los motivos externos, los que conforman las tripas
(17) D.N. MAC CORMICK, «The motivation of Judgments in the Common Law», en Ch. PERELMAN-P. FORIERS, La
motivation des dpecisions dejustice, ob. cit.,p. 168: P.S. ATIYAH, «Judgments in England», AA.VV. La sentenza in Europa:
método, técnica e stile, Padua, 1988; p. 143.
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2. FUNCIONES DE LA MOTIVACIÓN
2.1. La redacción tan lacónica del 120.3 de la Constitución propicia una nueva batería
de cuestiones relativas al quid novi de semejante precepto (19) .
En sede doctrinal se reitera una y otra vez —cual curioso ritornello— que «el art. 120 se
limita a la constitucionalización de reglas legales» (20) , que el susodicho artículo «ha
elevado de rango la legalidad vigente» (21) , que la obligación de motivar las sentencias
«constituye una garantía procesal que ha adquirido rango constitucional»... (22) .
Pacíficamente se concede, pues, que aquí no ha pasado otra cosa que la asunción de una
norma a los cielos constitucionales, pero con el mismo cuerpo que tenía en la tierra de la
legislación procesal ordinaria. Poca cosa por tanto: una regla teñida de color constitucional
pero sin que su meollo normativo experimente alteración ninguna. De ahí que no parezcan
desafinar, dentro de este concierto, unas voces salidas de las filas de nuestros
procesalistas que con decepción concluyen: «La norma del 120.3 de la CE no resulta muy
explicable porque eleva a rango constitucional una exigencia que no traduce más que un
principio de procedimiento» (23) .
¿Es plausible una visión tan reduccionista del precepto constitucional mentado? O, al
revés, ¿encierra éste un botín de nuevas exigencias procesales?
Al encarar este problema —con los rodeos que hagan falta— no estoy demorando mi
entrada en el análisis de la jurisprudencia constitucional; pretendo enmarcarla en un
horizonte de evidente fertilidad teórica. Solicito, pues un crédito de paciencia.
2.2. Que la obligación de motivar las sentencias sea una simple reiteración
de las exigencias legales del proceso, fue una idea también cortejada por jueces y
juristas en Italia, de cuya Constitución el artículo 111.1 es gemelo de nuestro 120.3. Por
eso, de la doctrina italiana extraeré alguna enseñanza. Voy con ello.
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(24) Véase, al respecto, M. TARUFFO, La motivazione della sentenza civile, ob. cit, pp. 370-413.
(25) R. LEGROS, «Considérations sur les motifs», en Ch. PERELMAN-P. FORIERS, La motivation des décisions de justíce,
ob. cit, p. 7.
(26) Sobre las funciones «endoprocesal» y «extraprocesal» de la motivación, cfr. M. TARUFFO, «La fisonomía della
sentenza in Italia», Rivista trimestrale di Diritto e Procedura Civile, 1986, 2; pp. 442-444.
(27) M. TARUFFO, La motivazione della sentenza civile, ob. cit.; pp. 406-407. Contra esta opinión, véase L. MONTESANO,
«Controlli estemi sull'amministrazione della giustizia e funzioni garantistiche della motivazione», W.AA. La sentenza in
Europa, ob. cit.; pp. 435-438.
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(28) E. AMODIO, «Motivazione della sentenza penale», cit., p. 188. También cfr. P. FORIERS, «Réflexions sur l'équité et la
motivation des jugements», Revue critique de jurisprudence belge, 1956; p. 87; H. SOLUS-R PERROT, Droit judiciaire privé,
París, 1961, I, n.° 678.
(29) A. PIZZORUSSO, «La motivazione delle decisioni della Corte costituzionale», cit.; p. 353; J. FERNÁNDEZ ENTRALGO,
«La motivación de las resoluciones judiciales...», cit; p. 58; E. AMODIO, «Motivazione della sentenza pénale», cit; p. 212.
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de las exigencias de los Estados liberales. Se trata, sobre todo, de que el proceso de
aplicación del Derecho no permanezca en el secreto o en el anonimato sino quede
explicitado y reciba la necesaria y suficiente publicidad, pero, significa, además, que el
ciudadano tiene derecho a conocer, en el caso concreto del derecho procesal, las razones
por las que resulta condenado o, a la inversa, absuelto...».
Un día más tarde —STC 56/1987— esta vez la Sala Segunda se expresa así: «...el
artículo 120.3 de la Constitución establece que las sentencias serán siempre motivadas, lo
que, en definitiva, no es más que la consecuencia de la propia función judicial y de su
vinculación a la Ley (117.1) y al sistema de recursos establecido en las Leyes orgánicas y
procesales. Es claro que el interesado o parte ha de conocer las razonas decisivas, el
fundamento de las resoluciones que le afectan, en tanto que instrumentos necesarios para
su posible impugnación, como lógico y razonable es que, por lo general, pueda saber qué
remedios procesales puede utilizar, exigiendo su información».
Una exégesis, aunque sea rauda y provisional, de semejantes extractos
jurisprudenciales nos hace reparar en algunos aspectos. El primero estriba en que el
relieve constitucional del precepto de motivar las sentencias aparece de manera oscilante,
y, de cualquier modo, su contextualización con otras normas de la Constitución es
insuficiente. Después, los fines que nuestro TC atribuye a la obligación de motivar, no
rebasan los entecos contenidos de una visión endoprocesal. Pero —permítaseme un
añadido—si bien el TC no ha dado con la formulación adecuada, la textura de su propias
motivaciones es, contra lo que podría imaginarse, resueltamente extraprocesal. A ver por
partes:
a) Sugería yo que en los párrafos del TC precitados no quedaba nítida la nueva
valencia que adquiere la obligación de motivar la sentencias al incorporarse al entramado
de los principios constitucionales. En efecto, por un lado se alimentan expectativas de
innovación cuando el alto Tribunal relaciona la exigencia de motivación con los artículos 1
y 117.1 de la Constitución. Pero el nimbo de ese carisma constitucional desaparece
cuando, casi a renglón seguido, el TC deja caer que con el 120.3 sólo se cuelgan ropajes
constitucionales a algo que venía siendo exigido tradicionalmente en nuestro derecho a
partir de la recepción de las exigencias de los Estados liberales en el derecho procesal.
Y la sentencia de veinticuatro horas después induce a la misma perplejidad. O, en el
mejor de los casos, vendría a decir que el 120.3 es un sumatorio de la consecuencia de la
propia función jurisdiccional y de la vinculación del juez a la ley (según prescribe la
Constitución en su art. 117.1).
Da la impresión, pues, que en la jurisprudencia del TC perdura la querencia por una
visión mayormente preconstitucional de la motivación, aderezada sí con alusiones
reverendamente vagas al Estado de derecho o al juez vinculado por la ley, pero sin que de
ahí se extraigan funciones de la motivación distintas de las ya consabidas, es decir,
endoprocesales.
b) Si el TC no se ha librado de la ortopedia de este pensamiento reinante, creo que eso
debe cargarse, inter alia, a una incompleta contextualización del precepto de motivar. Y no
hace falta viajar hasta la oceanía, hasta el quinto pino del articulado de la propia
Constitución, para configurar un foyer de mayor inteligibilidad al susodicho 120.3. En rigor,
ni siquiera precisamos manejar artículos distintos de los invocados
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por el propio TC. Estimo que éste no ha sacado todo el jugo y el juego, p. ej., al artículo
117 de la Constitución, que enfáticamente proclama: «La justicia emana del pueblo». De
aquí se infiere fácilmente la legitimidad del control democrático, es decir popular, sobre la
función jurisdiccional (30) ; control que sólo se hace factible si la motivación se adecua a
las peculiaridades de la función extraprocesal, según quedó esbozada antes.
c) Y, claro, de un entendimiento del 120.3 tradicional y conservador, como el suscrito
por el TC, no puede salir un inventario de funciones más rico que el habitualmente
asignado por los procesalistas a la obligación de motivar. Hagamos, si no, el recuento. A
juicio de nuestro Tribunal, con la motivación se persigue el convencimiento de las partes
del pro- ceso, lograr una aplicación del derecho libre de arbitrariedad, facilitar el ejercicio
de los recursos y controlar si el juez o el tribunal se han sometido al imperio de la ley (pero,
entiéndase, control institucional, no el democrático).
El balance es diáfano. El TC valora la motivación sobre todo en cuanto instrumento
técnico-procesal, con sumarias aperturas hacia sus funciones garantistas, pero no repara
en que también es un principio jurídico-político democrático.
d) En descargo del Tribunal, se podría aventurar que tamaña obliteración de la vertiente
democrática de la motivación, obedece a que el manejo del 120.3 acontece casi siempre
en el mismo contexto: los recursos de amparo, en los que casi invariablemente se invoca
la obligación de motivar a instancias del art. 24 de la Constitución, que reconoce y
consagra la tutela judicial efectiva. Asuntos, en suma, que invitan al Tribunal a contentarse
con el papel garantista de la motivación, sin que en esa sede sea imprescindible ir más
allá.
Ahora bien, si los pronunciamientos del TC parecen ajenos a la dimensión
genuinamente extraprocesal de la motivación, la práctica de este Tribunal es. sin embargo,
perfectamente obsequiosa con las implicaciones extraprocesales de claridad y completitud.
A quien se haya asomado a las páginas del Boletín de Jurisprudencia Constitucional será
ocioso recapitularle las excelencias que, en este sentido, adornan la jurisprudencia del TC.
Huelga, pues, una palabra más.
(30) J. FERNÁNDEZ ENTRALGO, «La motivación de las resoluciones judiciales...», cit.; pp. 65-66.
(31) J.M. ZUGALDIA, «El derecho a obtener una sentencia motivada...», cit.: pp. 134-135.
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La motivación de las Sentencias
como cuando se omite todo razonamiento respecto de alguna de las pretensiones, en que,
en relación a las mismas no puede sostenerse que se ha dictado una resolución fundada
en derecho por lo que se produce la vulneración del derecho fundamental establecido en el
artículo 24 de la Constitución».
Sin embargo, en la STC 41/1984 se puntualiza que la motivación «puede ser expresa...
o desprenderse racionalmente de la lectura de la sentencia...» Esta matización favorece
quizás la falsa impresión de que nuestro TC rehabilita añejas corruptelas argumentales
llamadas «motivación implícita» y «motivación per relationem», cuando, en realidad, el alto
Tribunal (aunque benévolamente las conceptúe como motivación insuficiente) las
desenmascara como dos variantes filisteas de una motivación omitida. Examinémoslo.
a) En una caracterización laberíntica (léase despacio, por tanto) se ha dicho que la
motivación implícita trata de acreditarse en base a que «el juez puede prescindir de la
motivación explícita sobre aspectos de la controversia, cuando hay afirmaciones expresas
incompatibles con una solución diferente de las cuestiones resueltas implícitamente» (32) .
Pues bien, semejante impostura ha dicho proscrita, de manera certera y brillante, en la
STC 117/1986: «...dicho precepto (art. 24 CE) impone a los jueces y Tribunales la
obligación de dictar, tras el correspondiente debate procesal, una resolución fundada en
derecho, y esta obligación no puede considerarse cumplida con la mera emisión de una
declaración de conocimiento o de voluntad del órgano jurisdiccional en un sentido o en
otro. Cuando la Constitución —art. 120.3— y la Ley exigen que se motiven las sentencias
imponen que la decisión judicial esté precedida por una exposición de los argumentos que
la fundamentan. Este razonamiento expreso permite a las partes conocer los motivos por
los que su pretendido derecho puede ser restringido o negado, facilitando al tiempo, y en
su caso, el control por parte de los órganos judiciales superiores...».
b) La motivación per relationem —prima hermana de la anterior— se produce cuando
«el juez no elabora una justificación autónoma ad hoc sino que se sirve del reenvío a la
justificación contenida en otra sentencia». (33) .
La verdad es que no he encontrado en la jurisprudencia constitucional una
descalificación nominal de la motivación «per relationem», pero sí su práctica opuesta a
fundamentar una decisión con remisiones vagas o genéricas a otras sentencias. Baste
como muestra la STC 42/1991 en la que el TC, al estimar que la demanda presentada es
«sustancialmente idéntica» a otra ya resuelta, no sólo consigna el número de la sentencia
anterior sino que «reitera en síntesis lo afirmado en aquélla».
3.3. Arribamos al segundo supuesto. Hay decisiones que se acompañan formalmente
de una motivación, pero ésta queda desfondada por determinadas especies de
incongruencia.
Sin perder compás del todo —o rallentando el ritmo de la exposición— quisiera advertir
que el TC somete el término «incongruencia» a un uso ambivalente, lo que ha llevado a
algunos tratadistas (34) a catalogar entre los
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1991
Juan Igartua Salaverría
La motivación de las Sentencias
(35) Sobre el particular es de sumo interés el estudio de A. VANWELKENHUYZEN, «La motívation des révirements de
juriisprudence», en Ch. PERELMAN-P. FORIERS, La motivation des décisions de justice, ob. cit; pp. 251-286.
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Juan Igartua Salaverría
La motivación de las Sentencias
—como decía Giovanni Battista de Luca ya en 1740— «implica stile grave, da maestro,
lontano dall'avvocatesco cummullo delle allegazioni» (36) .
Desconozco si el TC con su tesonero monitum de no equivocar largura con pretura, ni
sentencia extensa con argumentación maciza, persigue algún objetivo general. ¿Se debe a
que los jueces españoles son proclives a escribir mucho en sus sentencias? ¿O se debe,
como dice un procesalista emérito —no sé si con segundas— a que «el castellano es una
lengua no demasiado susceptible de ser administrada en pequeñas dosis»? (37) .
Cualquier lo sabe...
Lo cierto es que tanto hincapié del TC en desemparejar la dimensión de la sentencia y
la motivación insuficiente, ha inducido a gente, universitaria de talante y con talento, a
pensar que la respuesta del Tribunal a la cuestión de si una sentencia está o no
suficientemente motivada «se centra en la medida de la motivación» (38) . De ser verdad,
eso es tomar manga por hombro, o, si se prefiere, una manera elusiva de dejar que el
problema se escurra merced a un quid pro quo.
Para salir del impasse, quizás convenga tornar al macilento 120.3 de la Constitución
por ver qué da de sí en esta ocasión. Nada, por desgracia (39) . No hay definición de lo
que supone motivar una sentencia.
A lo mejor hay más fortuna indagando en las normas ordinarias de procedimiento, a las
que implícitamente remite el 120.3. Pues bien, la inspección de la Ley Orgánica del Poder
Judicial, la Ley de Enjuiciamiento Civil y la Ley de Enjuiciamiento Criminal, nos abandona
prácticamente donde estábamos. Me explico. Son textos que nos aleccionan sobre la
estructura tripartita de la sentencia (40) : tienen ésta una parte descriptiva (el desarrollo del
proceso), una parte justificativa (la motivación) y otra decisional (el fallo). Pero sus
indicaciones son precisas y genéricas a la vez. Precisas en lo que atañen, p. ej., a la parte
descriptiva (lugar, fecha, juez, nombres, domicilio y profesión de las partes, etc.), pero
francamente genéricas en lo que respecta a la motivación, de la que no hay asomo de
definición, sino vagas alusiones a cuestiones de hecho y de derecho (41) .
Tomando nota de este laconismo de las normas procesales, se impone preguntar
¿cómo solventa la cuestión el TC? Aprecio dos maneras.
La primera, con una «larga y cambiada» —como se dice en el argot taurino—
escudándose en que el «criterio de razonabilidad ha de medirse caso por caso» (STC
100/1987), cosa obvia, pero que no imposibilita ni ahorra —y la doctrina lo demuestra— un
esquema de argumentación jurídico-racional.
Y la segunda, utilizando fórmulas que tienen todo el sabor de las tautologías (42) ,
como ésta: «...deben considerarse suficientemente motivadas aquellas resoluciones
judiciales que vengan apoyadas en razones que permitan conocer cuáles han sido los
criterios jurídicos esenciales fundamentadores de la decisión...» (STC 14/1991). ¿Qué
debe entenderse por «criterio jurídico esencial»?.
(36) Citado por F. CORDERO, Guida a la procedura penale, Turín, 1985; p. 365.
(37) V. FAIREN GUILLEN, El razonamiento de los tribunales de apelación, Madrid, 1990: p. 57.
(38) A. FlGUERUELO, El derecho a la tutela judicial, ob. cit.; p. 124.
(39) J. FERNÁNDEZ ENTRALGO, «La motivación de las resoluciones judiciales...». cit.; p. 61.
(40) M. TARUFFO, «La fisonomía della sentenza...», cit.; p. 445.
(41) Véanse los artículos: 248.3 de la Ley Orgánica del Poder Judicial; los arts. 142. 147, 717, 741 y 742 de la Ley de
Enjuiciamiento Criminal; y los arts. 359, 364 y 372 de la Ley de Enjuiciamiento Civil.
(42) M. TARUFFO, «La fisonomía della sentenza. .», cit.; p. 418.
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Juan Igartua Salaverría
La motivación de las Sentencias
* * *
(43) «...se echa en falta en la mayoría de las resoluciones judiciales el enlace preciso y directo entre los hechos que se
consideran probados y los medios probatorios producidos en el proceso que vienen a acreditarlos.
En el campo del proceso civil aparece hoy consolidado en la práctica de los Tribunales el expediente de la apreciación
conjunta de la prueba que se traduce a la postre en la ausencia de motivación de las sentencias. En efecto, con este
mecanismo los órganos de instancia se sustraen de la necesidad de valorar en forma individualizada los medios de prueba
realizados en el proceso, concediendo a cada uno de ellos la trascendencia probatoria querida por el legislador. Ha resultado
así que en la reciente jurisprudencia del Tribunal Supremo, medios de prueba de valoración legal, prueba tasada, como la
confesión, resulta considerada como un medio probatorio más, sin valor privilegiado alguno.
En el orden jurisdiccional penal es claro que hoy la norma del artículo 741 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, que permite
valorar en conciencia las pruebas practicadas al Tribunal, ha generado de hecho la ausencia de motivación de las
sentencias penales» (F. GUTIÉRREZ ALVIZ-V. MORENO CATENA, «Artículo 120. Actuaciones judiciales», cit.; p. 423).
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1991