2010-Gravano-Principales Corrientes Teoricas de La Antropologia
2010-Gravano-Principales Corrientes Teoricas de La Antropologia
2010-Gravano-Principales Corrientes Teoricas de La Antropologia
Apunte de Cátedra 7
Apunte de Cátedra
Introducción
62
ante sus sentidos. ¿Podríamos usar esta aparente imagen de desinterés por el otro, en
términos humanos, para inferir cuál podía ser el interés “científico” que el mismo despertara
en el pensamiento europeo dominante? ¿Habría un propósito principalmente científico
desarrollado a partir de esta visión? Podemos suponer que no, al menos en forma directa.
Sin embargo, el extrañamiento siempre estuvo latente, aun en las meras descripciones
que naturalizaban la presencia humana en el “nuevo” mundo. Muchas de esas preguntas iban
a ser respondidas por las jerarquías intelectuales de la iglesia cristiana y por los filósofos de la
ilustración, siglos más tarde. El interrogante central iba a consistir en establecer un nexo
entre esos seres nativos de América y luego de Asia y África (que por estar en un “estado de
naturaleza” fueron llamados salvajes) y la civilización de Europa1.
Ocurría que el pensamiento iluminista (contrario al misticismo dominante de la Edad
Media) entendió encontrar ese nexo con el origen también por un fin práctico y de su época,
no por la mera intención de reconstruir el pasado. Interesaba la reforma del mundo
feudal-medieval precapitalista de parte de una burguesía en ascenso que -por medio de la
ciencia- debía indagar por las causas del mundo y su dinámica, sobre todo de su futuro. Las
preguntas hechas desde el capital eran desafíos a la ciencia, al razonamiento, a la posibilidad
de que el hombre y ya no los oráculos y la providencia dieran respuestas.
La idea de progreso estaba vinculada a esa visión de un futuro signado por el desarrollo
inagotable de una tecnología creciente, revolucionaria y que a su vez producía la necesidad de
reformas sociales y conocimientos que estuvieran acordes con nuevas necesidades de
transformación del mundo material, e inclusive de los espíritus (cultura decimos ahora) de la
fuerza de trabajo mediante la educación universal.
Claro que a la vez se generaban fuerzas conservadoras. Pero lo principal es que el
contexto histórico impulsó interrogantes que el Iluminismo haría que se plasmaran en las
corrientes teóricas de las ciencias ya constituidas (Naturales) o en vías de hacerlo (entre ellas
la Antropología) a partir de la consolidación de la Modernidad.
En el conocimiento sobre el otro, como fundamentara Rousseau, el hombre civilizado
podía encontrar claves para su mejora y respuestas a muchos de sus problemas
contemporáneos. Y esto se continuaría como eje en el evolucionismo (y sus epígonos), en el
marxismo y en general en las posiciones dialécticas.
En el pasaje del capitalismo mercantil al industrial, la pregunta principal se iría a
corporizar en una necesidad de establecer con mayor detalle el cómo del proceso de
desenvolvimiento de la Humanidad hasta llegar a la civilización. Ese proceso llevó el nombre
de evolución y la corriente de pensamiento acorde fue precisamente el evolucionismo. Las
teorizaciones se entornaron alrededor del empuje y desarrollo de las ciencias naturales
durante el siglo XIX y el énfasis puesto -de acuerdo con los distintos autores- en la relación
entre la evolución o progreso de la tecnología y de las instituciones. Pero en el subyacente
proceso real se situaba la explotación extrema de la población de las colonias como mano de
obra en estado de servidumbre, a la que también se involucraba en las especulaciones
evolucionistas conservadoras, que hablaban de inferioridad cultural o hasta racial, para
justificar su subordinación.
A continuación se verá el detalle de los aportes y discusiones acerca del funcionalismo y
1
Parte de esta respuesta fue considerarlos descendientes de la población de los
orígenes, que no había sido redimida, de acuerdo con los mitos de la época. Los
“indios” americanos fueron vistos, entonces, como “representantes de los
orígenes”: ab-orígenes.
62
J. Ghiglino
2
Sistemas metafísicos abstractos que caracterizaron la filosofía del siglo XVII.
62
3
Nos referimos al advenimiento del orden democrático-burgués, dimensión
política del capitalismo industrial y al surgimiento de dos nuevas clases sociales:
el proletariado y la burguesía.
4
La filosofía positiva postula una noción de progreso que se asienta en el orden y
el control social, propuesta que se corresponde con la concepción del sistema
social como un todo integrado, libre de conflictos y contradicciones. El
positivismo, como método de aplicación al estudio de los fenómenos sociales, se
limita básicamente al dominio de lo manifiesto, la observación y descripción de lo
observado, la explicación y la pretensión de predictibilidad son ejes centrales de
esta concepción, en su versión más genérica.
62
verdad parcial, transitoria, sujeta a su negación, de modo que las relaciones entre los
hombres y de los hombres con la naturaleza no se agotan en las formas en que se manifiestan,
sino en la posibilidad de trascenderlas. Retoma de modo general así el contenido crítico del
iluminismo. Por el contrario, el positivismo considera al orden fáctico, a los hechos tal como
se dan, en términos de verdad.
De las dos filosofías mencionadas, será la positivista la que sostiene gran parte del
desarrollo de las ciencias sociales y las teorías consensualistas que predominan en las
mismas. Estas teorías conciben los sistemas sociales a partir del equilibrio y observan los
cambios como procesos que atentan contra el orden social. Con posterioridad surgirán, en el
campo mismo de estas ciencias, las teorías que conciben la dinámica social en términos de
totalidades históricas atravesadas por contradicciones sociales. Estas nociones serán
re-significadas por la antropología contemporánea en los desarrollos críticos que se gestan
desde la disciplina misma, de frente a la ruptura del régimen colonial hacia mediados del
siglo XX y que impactarán crucialmente en la Antropología que había surgido bajo la
impronta de la expansión colonial europea.
Razón y progreso
Los pensadores del siglo XVIII comparten, más allá de sus diferencias, la fe en la razón.
“Más que los pensadores de cualquier época anterior, los hombres
del Iluminismo adherían firmemente a la convicción de que la mente
puede aprehender el universo y subordinarlo a las necesidades humanas
(...) Utilizando los conceptos y las técnicas de las ciencias físicas,
emprendieron la tarea de crear un mundo nuevo basado en la razón y la
verdad (...) pero no la verdad como revelación, tradición o autoridad, sino
aquella cuyos pilares gemelos serían la razón y la observación (...) Si la
ciencia había revelado la acción de las leyes naturales en el mundo físico,
quizá podían descubrirse leyes similares en el mundo social y cultural
(Zeitlin 1968: 13).
Todos los aspectos de la vida social -las instituciones políticas, religiosas, morales-
serán analizados a través de un enfoque en el que se intenta aunar los métodos deductivos e
inductivos, aquellos que provienen del racionalismo y del empirismo -dos vertientes
filosóficas que recogen del siglo anterior- y en este intento radica uno de los aportes del
Iluminismo al conocimiento científico en su concepción moderna.
El estudio de las instituciones vigentes arrojará como resultado una visión crítica de las
mismas. Concluyen las más de las veces que son contrarias a la razón, por tanto contrarias a
la naturaleza humana y reclaman entonces un cambio, sea la sustitución, sea la reforma de
las mismas. Esas instituciones, heredadas del medioevo, oprimen a los hombres y les impiden
la realización de sus potencialidades. Será la razón, el conocimiento racional antepuesto a las
creencias irracionales, la vía que posibilitará el camino hacia la perfectibilidad ilimitada del
espíritu humano. Razón y progreso se entrelazan: el progreso humano es posible mediante el
avance de la razón y la razón se despliega en el progreso indefinido de lo social-histórico. La
confianza en la razón otorga a este movimiento un énfasis optimista e ingenuo a su vez.
Los límites del conocimiento racional, del conocimiento científico, del “progreso”
técnico y tecnológico, son de diversa índole. Por eso la historia de los siglos subsiguientes y en
gran medida la crítica a la idea de progreso y evolución social proveniente de las ciencias
sociales -y específicamente de la Antropología- relativizarán y hasta refutarán estas ideas a la
62
Iluminismo y Antropología
5
Esta metáfora remite a la compleja noción de “estado de naturaleza” u “hombre
natural” como una condición hipotética, que puede, según Rousseau contribuir al
conocimiento de la naturaleza real del hombre.
62
El inicio del siglo XIX, en el que surgirá la nueva ciencia antropológica, encuentra a la
sociedad europea convulsionada por los efectos transformadores de los sucesos históricos
ocurridos en los últimos años del siglo anterior. Nos referimos a la revolución francesa, por
un lado, y a la revolución industrial, por el otro. Ambas marcaron el comienzo de un proceso
profundo en la esfera económica, política y social de Europa, que cambiaron radicalmente la
forma de vida de las sociedades europeas en principio y del resto del mundo después. El clero
y la nobleza perdieron gran parte de sus privilegios (tierras, títulos, cargos hereditarios, etc.)
y la burguesía, que ya había asumido el control económico, se afirmaba políticamente en el
nuevo orden social.
Los grandes cambios son siempre resistidos y combatidos por aquellos sectores cuyas
prerrogativas son vulneradas. De esta manera, nos encontramos que en los primeros años de
este siglo XIX, las antiguas clases dirigentes intentarán volver y restaurar, junto con el
6
El paradigma es “la fuente de los métodos, el campo de los problemas y de los
cánones para su solución que son aceptados por cualquier comunidad científica
madura en cualquier tiempo dado” (Khun T., en Krotz 1983: 34). Según Kuhn, las
ciencias no progresan siguiendo un proceso uniforme por la aplicación de un
hipotético método científico. Se verifican, en cambio, dos fases diferentes de
desarrollo científico. En un primer momento, hay un amplio consenso en la
comunidad científica sobre cómo explotar los avances conseguidos en el pasado
ante los problemas existentes, creándose así soluciones universales que Kuhn
llamaba “paradigmas”. En un segundo momento, se buscan nuevas teorías y
herramientas de investigación, conforme las anteriores dejan de funcionar con
eficacia. Si se demuestra que una teoría es superior a las existentes entonces es
aceptada y se produce una “revolución científica”. Tales rupturas revolucionarias
traen consigo un cambio de conceptos científicos, problemas, soluciones y
métodos, es decir, nuevos paradigmas.
62
principio de la legitimidad de sus privilegios, el respeto a los poderes absolutos, así como
también el sentido de la jerarquía y de la autoridad que detentaban antes de la revolución
burguesa. En este intento por recuperar un tiempo perdido, las clases dominantes revestirán
al pasado de significaciones idílicas y lo revalorizarán a través de las tradiciones. Este
movimiento encuentra también su expresión en la producción intelectual y artística de la
época. Propone la recuperación de los valores nacionales y de las tradiciones populares,
tomando el nombre de Romanticismo.
Esta mirada retrospectiva también se refleja en la búsqueda antropológica. Será el
punto de partida del folklore, disciplina que dentro del movimiento romántico se ocupará de
recuperar e incorporar al patrimonio cultural los valores nacionales y las costumbres
populares a la historia de las modernas naciones europeas. Pero estos últimos intentos por
sostener los vestigios del antiguo régimen quedarán barridos del escenario europeo por el
empuje de las nuevas fuerzas surgidas de la revolución industrial. En este siglo surgirá
pujante una burguesía apoyada en el soporte ideológico del liberalismo. Por otro lado, nacerá
una clase trabajadora que manifestará su conciencia de clase. Lo nuevo no es tanto la
existencia de una clase obrera, sino que la misma toma conciencia simultáneamente de su
miseria y de su fuerza.
El resurgimiento religioso, el conservadurismo político y el nacionalismo romántico de
las primeras décadas, retardaron pero no detuvieron el surgimiento de las ciencias del
hombre. A lo largo de este siglo los continuos avances en la física, la química y la técnica
aplicadas a la industria, el comercio y la guerra, trasmitieron confianza en el progreso y
jerarquizaron el método científico. La ciencia decimonónica sostenía una cosmovisión que
informaba sobre un mundo regular, ordenado y observable, con modificaciones graduales en
el tiempo y en el espacio, cuyos fenómenos y funcionamiento se explicaban por la ley de la
causalidad.
El positivismo, fundado por Augusto Comte, estableció una nueva forma de
aproximarse a los fenómenos sociales: empírica, experimental e inductiva. Pero ¿qué
significaba positivo? Comte decía que positivo significaba lo real frente a lo fantástico. Lo real
era lo dado por la experiencia; también significaba lo útil frente a lo ocioso, lo preciso frente a
lo indefinido, lo constructivo frente a lo destructivo y, por último, lo relativo frente a lo
absoluto, ya que era conocimiento de los fenómenos y no de las esencias. De ahí que postuló
que la mente humana debía renunciar a todo empeño por conocer la esencia misma de las
cosas y contentarse con la verdad derivada de la observación y la experimentación. Planteaba
la improcedencia de la especulación en torno al comportamiento del hombre, concebía a la
Sociología como una ciencia natural a la que denominó física social, en la cual se fundían
todas las ciencias orgánicas e inorgánicas y que no podía reducirse a los principios de
ninguna de ellas, en particular.
Como dijimos, la ciencia se apoyaba en una metodología general de tipo inductivista,
para la cual los hechos singulares son conocidos por la observación y la experimentación. Por
vía inductiva se pueden llegar a establecer leyes que no explican los fenómenos sino que
describen las regularidades observables en los mismos. La ciencia, para el positivismo, tiene
un carácter instrumental; es valiosa porque sirve a la técnica y a la industria.
En el marco de esta concepción, y con miras a comprender el auge de la explicación
evolucionista tanto en el ámbito de las ciencias de la naturaleza como en las del hombre, no
podemos dejar de mencionar a Charles Darwin y Herbert Spencer. Ambos fueron
influenciados por Thomas Malthus7 a través de su obra Ensayo sobre Población. El
7
Malthus, Thomas (1766-1834), economista inglés, profesor de Economía
62
mecanismo mediante el cual Darwin explicó la evolución biológica fue la selección natural a
través de la lucha por la existencia y la supervivencia del más apto, ambos conceptos fueron
elaborados por Malthus en su explicación sobre el crecimiento de la población inglesa.
Si bien la biología se encontraba bajo las mismas influencias epistemológicas y
socio-históricas generales que el resto del pensamiento del XIX, la publicación de la obra de
Charles Darwin El origen de las especies (1859) produjo una verdadera revolución en el
ámbito de las ciencias naturales. Construyó una teoría general de la evolución biológica
donde incluía a todos los seres vivos, plantas, animales y hombres, irradiando consecuencias
en otros campos científicos. Dice Levi-Strauss: “de aquí en más ya no nos habremos de ver
con construcciones filosóficas como la teoría del progreso indefinido del siglo XVIII...” o la
degeneración de las razas de años más tarde. La idea de una evolución gradual de las especies
vivientes, a través de inmensos períodos geológicos permitía asimilarla a la historia de la
especie humana. Los restos asociados a herramientas de piedra ya no se interpretarán como
testimonios de una época antediluviana. Ahora eran pruebas de la lenta evolución del pasado
del hombre. Y en la medida que esos utensilios prehistóricos se asemejaban a los utilizados
por muchos grupos primitivos contemporáneos, permitía encontrar en éstos el pasado vivo
de los diferentes estadios progresivos de la humanidad.
Por su parte Spencer, contemporáneamente, se encontraba abocado a demostrar que el
universo era un esquema progresivo y continuo de desarrollo, que abarcaba todos los
fenómenos inorgánicos, orgánicos y superorgánicos. Es decir que todos las manifestaciones
eran producto de la evolución. En su obra también recurrió a las ideas malthusianas para
explicar el progreso de la humanidad. Este autor afirmaba que la lucha por la vida conducía a
la disminución de los ineptos y a la supervivencia de los aptos. Spencer fue el que popularizó
el término evolución y podemos decir que también le concedió su sentido más abarcativo.
Según Marvin Harris la tendencia a la biologización en el siglo XIX no tenía nada que
ver con el mayor prestigio de las ciencias biológicas frente a las ciencias sociales. No podía
decirse que un campo imitara al otro, sino que tanto las ciencias biológicas como las ciencias
sociales, dieron respuestas paralelas a necesidades ideológicas similares.
“El interés de los científicos sociales por el progreso y la
perfectibilidad hizo que el evolucionismo abrevara en la teoría biológica,
en tanto que el concepto de selección natural surgió del interés por
encontrar un marco explicativo a las guerras y los conflictos raciales,
nacionales y de clase” (Harris 1997: 111).
Dentro de las ciencias del hombre, la Antropología nació en el ámbito intelectual de
estas proposiciones paradigmáticas y se nutrió de las mismas fuentes.
La Antropología y el evolucionismo
62
en las ideas de los filósofos, fue retomada por los antropólogos para explicar la evolución de
la cultura. Al igual que las ciencias naturales, y según el ejemplo de éstas, la Antropología
confió en descubrir relaciones constantes entre los aspectos socioculturales, como lo hacían
aquellas con los fenómenos de la naturaleza.
El aporte de la teoría de la evolución biológica a la Antropología fue certero, arrojó luz
sobre su objeto: el Hombre. Como tal, pertenecía a la especie homo sapiens que, a diferencia
de las demás especies, encerraba una particularidad: el homo era un ser dual, tanto cuerpo
como espíritu. Como cuerpo pertenecía al mundo de la naturaleza y en tanto espíritu
pertenecía a otro mundo, el de la cultura.
El surgimiento de la Sociología y la Antropología en este siglo XIX, amplió la necesidad
de conocer científicamente a aquellos otros hombres que la expansión capitalista introducía
abruptamente en la historia occidental. En los países europeos eran las masas de
desocupados y asalariados que comenzaban a reclamar por mejores condiciones de trabajo.
En las colonias de ultramar, eran otros hombres con anatomías y costumbres diferentes que
se oponían a condiciones de sometimiento y explotación colonial.
La pregunta ¿quiénes son los otros? no era nueva en el pensamiento europeo. La
relación entre Occidente y el resto del mundo había generado muchas respuestas en los siglos
anteriores. Pero con la expansión sistemática de Europa el encuentro con otros pueblos, con
otras culturas, con modos de vida distintos a los “propios” no fue ingenuo: la intencionalidad
del colonialismo dominaba la relación. Entonces, el asombro dejó paso al desprecio por lo
diferente, y las respuestas ya no vinieron de la religión o de la filosofía, sino del método
científico.
La Antropología se constituyó como ciencia a finales del siglo XIX siendo su primera
corriente de pensamiento el evolucionismo. Esto significa el reconocimiento social de un
nuevo campo de conocimiento y la constitución de una comunidad científica particular. Los
nuevos antropólogos tendrán que dar respuestas sobre esos otros hombres que se construirán
científicamente no por lo que son, sino por lo que les falta: los no-occidentales.
Los principales representantes del evolucionismo fueron Lewis Morgan y Edward Tylor.
Considerados fundadores de la Antropología, se propusieron responder científicamente a
varias preguntas: ¿por qué las sociedades humanas eran tan diferentes?, ¿por qué algunos
pueblos estaban tan atrasados? ¿cómo se producían los cambios?
El conocimiento de otras formas de vida y la rápida transformación de las mismas en el
plano económico, político, social, etc. a consecuencia de la revolución industrial,
constituyeron desafíos teóricos para la incipiente teoría antropológica. Los pensadores de la
época se enfrentaron por un lado a un mundo contemporáneo donde la diversidad cultural se
hacía empíricamente constatable, y por otro, esas diferentes formas de vida no eran estáticas
ni inmutables, sino que podían cambiar y transformarse al contacto con otras.
Como fuente de reflexión antropológica estas sociedades demostraban, en virtud de las
circunstancias socio-históricas, que el cambio social era inherente a ellas y por lo tanto se
constituía en un interrogante a ser explicado. El evolucionismo como primera teoría científica
contestó a la pregunta sobre las semejanzas y diferencias de los hombres a través del
concepto de progreso, explicando la historia como un proceso natural.
Hasta ese momento la explicación sobre el Hombre, había estado escindida. En tanto
cuerpo era objeto de la anatomía, la fisiología; en tanto espíritu pertenecía al campo de la
62
filosofía y la religión. El evolucionismo propuso entonces el estudio del Hombre como una
totalidad, donde cada una de sus partes podía entenderse bajo el siguiente criterio: el hombre
como especie era el resultado de la evolución biológica, como el resto de los seres vivos. Era
un eslabón más en una cadena de organismos, pero un organismo que se completaba con un
atributo particular: la cultura, que se desarrollaba a través del tiempo en diferentes grados de
evolución o progreso, la evolución cultural.
Si bien la concepción del hombre como un ser dual -biológico y cultural- no era nueva,
el gran aporte que enfrentaba las posturas teológicas y filosóficas vigentes era, por un lado, la
concepción del hombre como un animal y, por otro, la aseveración de que su parte espiritual
era la consecuencia de su parte natural.
“Los modernos investigadores de las ciencias de la naturaleza
inorgánica son los primeros que reconocen, ya sea dentro de sus campos
limitados de trabajo como fuera de él, la unidad de la naturaleza, la
rigidez de sus leyes, el concreto orden de causa y efecto, merced a lo cual
cada hecho depende del anterior y actúa sobre el que lo sucederá. (...)
Ahora bien, al llegar a los procesos superiores del sentimiento y la acción
del hombre, del pensamiento y del lenguaje, del conocimiento y el arte, se
da una transformación en el torno de la opinión que prevalece. Por lo
general no estamos preparados para aceptar que el estudio de la vida
humana se considere una rama de las ciencias naturales (...) Ninguno
negará que las causas naturales y concretas determinan en gran medida
la acción humana” (Tylor 1977:126-27).
Ambas partes de la dualidad humana, la naturaleza y la cultura, eran entendidas por los
evolucionistas como una continuidad. Para Tylor la cultura comenzaba en el hombre cuando
la naturaleza había concluido su obra. La cultura era el producto de las transformaciones de
la naturaleza en el tiempo. Pero se trataba de un producto radicalmente distinto de cualquier
otro que la naturaleza hubiese generado en su evolución. La cultura era un producto
“superior”, dependiente de las propiedades de la mente humana. Por lo tanto, el estudio de la
cultura podía realizarse bajo las mismas premisas que el ámbito natural.
Y la teoría evolucionista partía de tres premisas sobre el hombre:
■ la unidad psicobiológica de la especie humana: todos los hombres pertenecen
a una sola especie, Homo Sapiens,
■ el hombre es un ser bidimensional: el hombre es al mismo tiempo un ser
biológico y un ser cultural y,
■ toda la humanidad desarrolla una sola cultura, con diferencias de grado.
En efecto, el evolucionismo concibe la existencia de una sola cultura. La cultura
humana es una sola y los diversos pueblos o formas de vida conocidos, representan
momentos, en una escala de progreso donde cada escalón en ascenso constituye un grado
mayor de cultura.
La cultura humana pasa por diferentes estadios de desarrollo que van de lo simple a lo
complejo. En este sentido, la humanidad desde su origen y en su devenir histórico va
ascendiendo desde un estadio de simplicidad total a otros de complejidad creciente. Todas las
sociedades se originaron con una cultura muy primitiva, salvaje, y llegaron a un estadio con
una cultura más compleja, más rica, más variada. A medida que los hombres fueron
generando descubrimientos e inventando elementos para hacer frente al medio que los
rodeaba, fueron progresando. Por lo tanto el evolucionismo postula una ley universal sobre el
progreso humano y de esta manera explica las diferencias y semejanzas entre los hombres y
62
El método
Los datos para el estudio de la cultura procedían en general de dos fuentes: los
conocimientos cada vez más amplios sobre la prehistoria de Europa, restablecida por la
investigación arqueológica, y la creciente información merced a los viajeros, funcionarios y
misioneros, acerca de las costumbres y creencias de los pueblos no occidentales. Estas
circunstancias planteaban un intrigante problema: la relación de los “salvajes” con las
grandes civilizaciones de Europa y América. Las excavaciones arqueológicas no revelaban el
status original de la civilización, sino por el contrario, que la civilización europea tenía sus
fuentes en culturas semejantes a la de los pueblos primitivos contemporáneos.
Tanto Morgan como Tylor reunieron cantidad y variedad de datos. ¿Cómo organizaron
y sistematizaron los datos culturales? Lo hicieron aplicando el método comparativo. Se
propusieron llenar las lagunas existentes en los conocimientos disponibles de la historia
universal. La base del método era el supuesto de que los diferentes sistemas socioculturales
que podían observarse en el presente tenían cierto grado de semejanza con las diversas
culturas desaparecidas. Mostraban como ejemplo que la vida de ciertas sociedades
contemporáneas era semejante a lo que debería haber sido la vida durante el Paleolítico
(piedra tallada). A otros grupos los asimilaban a la cultura típicamente neolítica (piedra
62
62
las cosas materiales, las instituciones estuvieron presentes desde el principio en estado
germinal.
“Tomaremos como base la extensa sucesión de invenciones y
descubrimientos que jalonan el camino del progreso humano y,
fundamentalmente, las instituciones domésticas que representan el
desarrollo de ciertas ideas y sentimientos. Si remontamos las distintas
líneas del progreso hasta las edades primitivas del género humano,
discriminando una de otra, en el orden en que aparecieron -inventos y
descubrimientos por un lado, e instituciones por el otro-, podemos
comprender que los primeros mantienen entre sí una relación progresiva,
y las segundas, una relación de desenvolvimiento. En tanto que los
inventos y descubrimientos se han relacionado más o menos directamente,
las instituciones se han desarrollado de acuerdo con unos pocos principios
primarios de pensamiento” (Morgan 1977: 66).
Una de las instituciones de las que se ocupó fue la familia. Sostenía que la evolución de
la familia había comenzado en el salvajismo inferior bajo la forma del estado de
promiscuidad sexual entre los miembros de la horda primitiva. Luego evolucionaba hacia la
familia consanguínea (forma hipotética de familia en el matrimonio de los hermanos y las
hermanas en línea directa o colateral), luego la familia punalúa (sobre la base del
matrimonio de varias hermanas con un grupo de hombres que no están necesariamente
emparentados entre sí y viceversa), después la sindiásmica o por pareja (una forma de
transición entre el matrimonio de grupo y la monogamia). Más tarde la familia patriarcal
(podía en algunos casos ser poligínica -varias mujeres-, con origen en matrimonios
colectivos) y por último la familia monógama en la civilización moderna. Esta última forma
de familia es, en este esquema evolutivo, el grado máximo de desarrollo de la institución.
Años más tarde, investigaciones antropológicas de la época clásica de nuestra
disciplina, pondrían en duda la existencia de esta sucesión creada por Morgan. De los tantos
trabajos de campo llevados a cabo por antropólogos posteriores, resultaron numerosos los
ejemplos etnográficos de familia monógama en sociedades cuyas características distaban de
las que Morgan hubiese ubicado en la Civilización.
Cabe destacar que para este autor la evolución de la humanidad no se detendría en la
civilización, sino que ésta era una época transitoria que llevaría, por la ley del progreso, al
nacimiento de un estadio superior donde prevalecieran formas más justas e igualitarias de
vida, razón por la cual fue tomado por Carlos Marx y Federico Engels como fuente del
establecimiento de las bases de la sociedad comunista, tanto en el principio de la evolución
humana como en su proyección futura.
62
tanto miembros de la especie humana. La cultura como atributo exclusivo de lo humano que
se adquiere a través del aprendizaje social. Para él la Antropología es la ciencia de la cultura
porque ésta puede “ser investigada según principios generales, (...) es un objeto apropiado
para el estudio de las leyes de pensamiento y la acción del hombre” (Tylor 1977: 125).
Sostiene que en gran medida el comportamiento humano obedece a causas naturales y
concretas, por lo tanto todo lo que la cultura tiene de uniformidad entre los hombres debe
atribuirse a causas uniformes. El supuesto que habla sobre la unidad psicobiológica de la
especie garantiza que los hombres generen iguales respuestas ante las mismas condiciones. Y
todo lo que la cultura presenta de diverso, debe considerarse como manifestación de distintos
grados de evolución o desarrollo.
Su esquema evolutivo sigue el mismo modelo de salvajismo, barbarie y civilización, sin
subdivisiones al estilo de Morgan. Puso especial interés en demostrar la evolución en el
campo de la religión. La misma se habría originado en el animismo (creencia en que los
objetos de la naturaleza tienen alma) luego habrían surgido los sistemas politeístas (creencia
en varias deidades) y finalmente, en la civilización aparece el monoteísmo (creencia en un
solo dios), versión culminante de la religiosidad humana. Considera a la civilización como el
momento máximo del desarrollo cultural humano y al imperio británico su mejor ejemplo.
Tylor elaboró el concepto de “supervivencias” para explicar aquellos fenómenos
culturales originados en épocas pasadas y que seguían vigentes en la sociedad europea del
siglo XIX. Es decir que se consideraba que no habían evolucionado como se esperaba en
consonancia con el resto de la cultura y los tiempos. El autor las define así:
“se trata de procesos, costumbres, opiniones, etc., que la fuerza de la
costumbre ha transportado a una situación de la sociedad distinta de
aquella en que tuvieron su expresión original y, de este modo, persisten
como pruebas y ejemplos de la antigua situación cultural, partiendo de la
cual se ha llegado a la nueva” (Tylor 1977: 142).
Como muestra de supervivencias, cita una anciana trabajando en un telar a mano, cuyo
uso es de una época anterior a la introducción de la “lanzadera volante”. El uso del arco y la
flecha en competencias deportivas o los botones en las mangas de los sacos, constituyen otros
ejemplos.
Reflexiones finales
El evolucionismo será criticado por las corrientes antropológicas del siglo XX. El
funcionalismo, el particularismo histórico, el estructuralismo entre otros, se opondrán
fuertemente a sus propuestas desde las nuevas perspectivas.
Una crítica compartida es la que plantea que la reconstrucción histórica que elaboró el
evolucionismo es conjetural, ya que ese modelo que partía del salvajismo hasta la civilización,
no encuentra correlato en la realidad. La diversidad de pueblos históricos y contemporáneos
existentes son ejemplos de transformaciones en distintas direcciones, de creaciones
culturales independientes y también de intercambio y aprendizaje en momentos de contacto.
La sucesión invariable de los estadios propuestos y la caracterización de los mismos fue
ampliamente refutada por las investigaciones de campo en el siglo XX. Sus críticos aseguran
que otro punto débil es considerar que la humanidad evoluciona en bloque. Esto significa
pensar que en determinado momento histórico toda la tecnología, la religión, la organización
social, etc., eran simples y luego evolucionaron en forma conjunta.
Para los evolucionistas, la línea de progreso iba en ascenso desde etapas anteriores de
62
simpleza hacia otras posteriores de mayor complejidad. Sin embargo, la manera en que
construyeron la explicación tuvo el camino inverso, es decir partieron del presente y de su
propia sociedad, la civilización, y fueron descartando los avances hasta llegar a la barbarie, y
así sucesivamente. En palabras de Morgan:
“remontándonos a través de las líneas del progreso humano, hacia
las edades primitivas de la existencia del hombre, y descartando uno tras
otro ... sus descubrimientos, invenciones e instituciones principales, puede
apreciarse el adelanto realizado en cada período” (Morgan 1977: 83).
De lo que se deduce que su parámetro de análisis es la civilización, por lo tanto los
pueblos estudiados son salvajes o bárbaros con relación a todos los elementos materiales o
instituciones que le faltan con relación a Occidente. Por eso se ha criticado su etnocentrismo.
En cuanto a las contribuciones, podemos citar las siguientes: la cultura humana se
convirtió en objeto de estudio científico. La elaboración de la primera definición de cultura
permitió distinguirla del concepto biológico de raza. Los evolucionistas recopilaron una vasta
cantidad de datos culturales, y aunque la sistematización de los mismos fue criticada,
sentaron las bases para el desarrollo de posteriores investigaciones sobre el terreno. Las
clasificaciones de los sistemas de parentesco construidas por Morgan y las terminologías
aportadas por Tylor siguen siendo actuales por su importancia teórica.
Las implicancias teóricas de esta corriente estuvieron presentes en los debates de la
Antropología durante décadas. Si bien fue superado metodológicamente con el advenimiento
del trabajo de campo más sistemático y el relativismo cultural entre otros cuestionamientos,
podemos decir que el evolucionismo fue mucho más que una corriente de pensamiento
antropológica, fue un paradigma que abarcó las teorías científicas del siglo XIX. Tuvo tanta
fuerza explicativa que fue retomado con modificaciones en el siglo XX y en la actualidad las
corrientes neoevolucionistas en Antropología tienen vigencia en la explicación de la
diversidad cultural.
Introducción
M. Mancusi
62
Particularismo histórico
M. Mancusi
62
Franz Boas (1858-1942) fue la figura principal del llamado particularismo histórico,
desarrollado en EEUU. Su influencia y la de sus discípulos fue indiscutible en la antropología
norteamericana del siglo XX. Boas nació en Alemania. Allí se formó como geógrafo,
matemático y físico. Al establecerse en los Estados Unidos, orientó su atención hacia la
antropología, desarrollando una intensa actividad como investigador, profesor, editor,
conferenciante, fundador y presidente de importantes asociaciones y revistas especializadas.
Sus discípulos de la Universidad de Columbia, donde enseñó hasta 1941, desarrollaron sus
investigaciones en las principales universidades norteamericanas. […]
Para Boas, los objetivos de nuestra ciencia eran de gran amplitud, nada menos que el
estudio de la historia de la sociedad humana en su conjunto. Los dos problemas
fundamentales que debía resolver eran “el porqué de las diferencias entre las distintas tribus
y naciones del mundo y cómo habían llegado a desarrollarse dichas diferencias” (Boas
1964:269). Fue uno de los principales críticos de la transferencia del modelo biológico al
mundo humano propia del pensamiento evolucionista, para explicar el funcionamiento de la
sociedad. Así, la cultura singular de los evolucionistas se convirtió en “las culturas” en plural.
Con esto se afianzó el concepto antropológico de cultura y se sentaron las bases del
relativismo cultural.
Los evolucionistas daban por hecho que los mismos fenómenos eran resultado siempre
de idénticas causas e intentaban, como vimos, agrupar las diversas culturas en una serie de
estadios fijos y ordenados. Ya en 1910 Boas había desechado la posibilidad de encontrar
uniformidades de desarrollo que afectaran a conjuntos completos de instituciones, como
proponían los evolucionistas. Encontramos en sus escritos la convicción creciente, a partir de
la prueba de los datos etnográficos recogidos por él y otros antropólogos, que la búsqueda de
regularidades estaba condenada al fracaso. En cambio subrayó la probabilidad de que la
presencia de instituciones similares por todo el mundo reflejara, algo inherente a la mente
humana:
“No quiero implicar que no existan leyes generales de desarrollo.
Antes al contrario, el que se presenten analogía en regiones tan alejadas
demuestra que el espíritu humano tiende a alcanzar los mismos resultados
no solo cuando las circunstancias son similares, sino también cuando son
diversas” (Boas [1910], en Harris 1985: 242).
Las invenciones, el orden social, la vida intelectual y social podían también, según Boas
desarrollarse en forma independiente: “Hay pueblos, como los australianos, cuya cultura
material es absolutamente pobre, pero que tienen una organización social enormemente
compleja” (Harris 1985: 242). Y otra de las cuestiones que abordó el particularismo histórico
fue la relación entre individuo y sociedad. Aquí el interés se centró en la importancia del
proceso de socialización y el rol del lenguaje en la incorporación de pautas y valores de cada
cultura, que se incorporan en forma inconciente y tienen una fuerte carga emocional.
Si bien Boas no formuló una teoría sistemática de la cultura, sus presupuestos básicos
fueron expresados en toda su obra. Defendió una visión histórica, según la cual todas las
culturas estaban constituidas por complejos de rasgos, producto de condiciones ambientales,
factores psicológicos y relaciones históricas. Él y sus discípulos realizaron estudios sobre la
distribución espacial de mitos, cuentos populares, recopilaciones realizadas en sus idiomas
originales. Esta necesidad de investigaciones históricas particulares se apoyaba en la
afirmación de que cada cultura tiene una historia única. En una etapa más avanzada de estas
investigaciones podrían hacerse estudios comparativos, que dieran cuenta de la diferencia y
semejanza de los sistemas socioculturales. No existía pues un único sentido de la historia a
62
través de cuyas etapas debían transitar todas las culturas como señalaban los evolucionistas.
Cada cultura tiene una historia particular, ya que aún lo adquirido por difusión es adoptado y
adquiere una nueva significación.
Los elementos tomados en préstamo son “remodelados de acuerdo con las pautas que
dominan en el nuevo entorno” (Boas 1964:285). Y “constituyen un importante estímulo para
nuevos desarrollos” (ídem.:291). Es decir que cada cultura es un conjunto coherente de
rasgos conductuales e ideacionales que se dieron tanto por difusión como por creación
independiente. Cada cultura es cualitativamente diferente e históricamente particular.
Proponemos la lectura directa de Boas para ejemplificar estos conceptos:
“El arte de producir fuego por fricción, de cocer los alimentos, el uso
de herramientas como el cuchillo, el raspador o el taladro ilustran la
universalidad de ciertos inventos (...) Es muy general la creencia en una
multiplicidad de mundos, uno o más de uno que se extiende por sobre el
nuestro, otros por debajo del nuestro, y el central, el mundo del hombre.
La idea de un alma humana bajo formas diversas es muy universal, y un
país de las almas muertas al que se llega después de arriesgado viaje está,
por lo común, situado hacia el oeste (...) Analogías especialmente curiosas
ocurren en regiones muy apartadas... el desarrollo de una elaborada
astrología en el Viejo Mundo y en el Nuevo; la utilización del cero en
Yucatán y en La India; la de la cerbatana en América y en Malasia; las
semejanzas en la técnica y dibujo de la fabricación de cestas en África y
América; la balanza en el Perú pre-español y en el Viejo Mundo; el uso de
juguetes ruidosos para asustar y alejar a los profanos de las ceremonias
sagradas en Australia y Sudamérica (...). La causa común de estas
semejanzas en la conducta del hombre pueden explicarse por dos teorías.
Fenómenos similares pueden ocurrir ya sea porque están históricamente
relacionados o surgir independientemente a causa de la identidad de la
estructura mental del hombre (...) Las relaciones históricas pueden ser de
dos clases. Pueden ser invenciones o ideas más antiguas que representan
primitivas conquistas culturales perteneciente a un período previo a la
dispersión general de la humanidad o puede ser debida a acontecimientos
posteriores. La distribución universal de las realizaciones culturales
sugiere la posibilidad de una gran antigüedad. Esta teoría debería
aplicarse sólo a rasgos que aparecen en el mundo entero y cuya gran
antigüedad puede ser demostrada por testimonios arqueológicos (...).
También poseemos claros testimonios de la difusión de elementos
culturales de tribu en tribu de pueblo en pueblo, de continente en
continente. Puede probarse que ella existió siempre desde los primeros
tiempos (...) Quizá la mejor prueba de la transmisión esté contenida en el
folklore de las tribus de todo el mundo. Nada parece viajar tan rápido
como los cuentos imaginativos. Sabemos de ciertos cuentos complejos que
de ningún modo pudieron inventarse dos veces, que son relatados por los
bereberes de Marruecos, por italianos, rusos, en las selvas de La India, en
las alturas del Tíbet, en las tundras siberianas (...). De esta observación se
sigue que la cultura de cualquier tribu dada, por primitiva que sea, sólo
puede explicarse cabalmente cuando tomamos en consideración su
crecimiento interior, así como los efectos de sus relaciones con las culturas
62
Funcionalismo
M. Mancusi
La figura de Malinowski
62
8
Kula es un tipo de intercambio íntertribal alrededor de un amplio círculo cerrado
de islas cercanas a la costa oriental de Nueva Guinea. A través de estas islas
circulaban objetos rituales de gran valor para esas comunidades (collares y
brazaletes de concha).
9
Para esta concepción, las necesidades que satisface la cultura en una sociedad
son individuales, no sociales.
62
por la función10 que cumple la cultura; es decir, la cultura como respuesta adaptativa al medio
ambiente, como el elemento que completa al hombre (ser biológico y ser social y cultural).
En su teoría la cultura se relaciona con la satisfacción de necesidades psicobiológicas
individuales: nutrición, reproducción, cuidados corporales, seguridad, relajación,
movimiento y crecimiento. Para cada una de estas necesidades básicas todos los sistemas
socioculturales han encontrado una respuesta cultural. Estas respuestas culturales
determinan a su vez necesidades derivadas que son de orden cultural. La necesidad de
nutrición, por ejemplo, se satisface mediante el empleo de técnicas para conseguir alimentos
y se corresponde con la necesidad derivada de instruir a los miembros del grupo en el uso y
aplicación de esas técnicas.
Como se ve, las necesidades derivadas sólo aparecen en el hombre. Estas necesidades
para Malinowski se dividen en cuatro imperativos culturales, cada uno de los cuales
encuentra su respuesta en una de las grandes divisiones o dimensiones de la cultura:
economía, control social, organización política y educación. Estas necesidades son tan
importantes como las básicas y biológicas. Por otra parte, para los funcionalistas, nada que
pertenezca a un sistema cultural y que perdure es una invención caprichosa o arbitraria. Todo
elemento cultural cumple una función. Para que se incorpore a un sistema cultural debe
satisfacer una necesidad. Paradójicamente, la satisfacción de las necesidades en los
individuos no se efectúa en forma individual sino por medio de acciones grupales. Para el
logro de cualquier fin los hombres deben organizarse. De ahí que el concepto de organización
esté directamente relacionado al de institución.
Las instituciones son unidades mínimas de organización humana. En ellas y a través de
ellas es donde se satisfacen las necesidades. Toda teoría de la cultura debía partir de las
necesidades orgánicas del hombre y relacionarse con otras necesidades más complejas de
índole espiritual, económica y social. Proponemos la lectura de Malinowski para clarificar
estos conceptos:
“La cultura consta de la masa de bienes e instrumentos, así como de
las costumbres y de los hábitos corporales o mentales que funcionan
directa o indirectamente para satisfacer las necesidades humanas. Todos
los elementos de la cultura, si esta concepción es cierta, deben estar
funcionando, ser activos, eficaces. El carácter esencialmente dinámico de
los elementos culturales y de sus relaciones sugiere que la tarea más
importante de la antropología consiste en el estudio de la función de la
cultura. La antropología funcional se interesa fundamentalmente por la
función de las instituciones, las costumbres, las herramientas y las ideas.
Sostiene que el proceso cultural está sometido a leyes y que las leyes se
encuentran en la función de los verdaderos elementos de la cultura. El
tratamiento de los rasgos culturales por atomización o aislamiento se
considera estéril, porque la significación de la cultura consiste en la
relación entre sus elementos y no se admite la existencia de complejos
culturales fortuitos o accidentales. Para formular cierto número de
10
H. Spencer (1820–1903) fue el primero en utilizar el término función para
explicar la realidad social al hacer una analogía entre el individuo y las células del
organismo, ambos integrantes de un todo (la sociedad y el organismo) que
tienen la función de mantener la armonía de ese todo. Después el concepto seria
desarrollado por Emile Durkheim.
62
Aspectos teórico-metodológicos
62
62
Estructural-funcionalismo
M. Mancusi y M. E. Vitello
Estructura y función
62
Al igual que Durkheim, Radcliffe-Brown apeló con frecuencia a las analogías biológicas.
Interpretó a la sociedad como un organismo cuyos distintos elementos constitutivos
contribuyen todos a la vida del conjunto y se ocupó fundamentalmente del estudio de las
relaciones sociales.
Los conceptos de mayor trascendencia en su obra son los de estructura y función.
Concibe a los fenómenos sociales como una clase diferente de fenómenos naturales
susceptibles de ser observados empíricamente. Y al antropólogo social le concierne, según él,
investigar las formas de asociación entre los seres humanos que generan esos fenómenos.
Estas formas de asociación entre ellos ponen en evidencia una compleja red de relaciones
sociales. Como consecuencia, define a la estructura social como el conjunto de las relaciones
sociales existentes en un momento dado, que vinculan a determinados seres humanos entre
sí. […]
La estructura social representa lo que el autor da en llamar la “morfología” de la
sociedad, es decir, si pensamos en un organismo complejo como es el cuerpo humano, la
estructura es la que tiene el papel de organizar el funcionamiento de los órganos.
Al concepto de función lo asemeja a la “fisiología” de la sociedad. Si consideramos
cualquier parte del proceso vital, como la respiración, la digestión, etc., su función es la
contribución que hace a la vida del organismo como un todo. Tal como el concepto es usado
aquí indica una actividad y esta actividad tiene una función (íbid.: 204). Para el uso que da
Radcliffe-Brown a la palabra función, la vida de un organismo se concibe como el
funcionamiento de su estructura. Mediante la continuidad de este funcionamiento se
preserva la continuidad de la estructura.
Pasando de la vida orgánica a la social ¿cómo podríamos reflejar esta argumentación?
Si tomamos como ejemplo una tribu australiana, como las que estudió el autor, en sus
términos podemos reconocer la existencia de una estructura social. Los individuos, que
representan las unidades esenciales, están conectados por una serie definida de relaciones
sociales dentro de un todo integrado. Y si bien los individuos cambian por diversas razones
-migración, muerte, etc.- la estructura de la vida social se mantiene, continúa, gracias a un
proceso compuesto por las actividades e interacciones de los individuos y de los grupos
sociales en los que están organizados. Si la vida social de la comunidad se define como el
funcionamiento de la estructura social, la función de cualquier actividad social recurrente,
como el castigo de un crimen o una ceremonia funeraria, es mantener la continuidad
estructural. En esta teoría ambos conceptos, estructura y función, son interdependientes.
Radcliffe-Brown recoge la definición de función de Durkheim, rechazando las
definiciones de función que no se relacionen con la estructura social. Para el británico, la
función tiene que ver con la contribución que una institución hace al mantenimiento de la
estructura social; mientras que en Malinowski ésta se relacionaba con la satisfacción de
necesidades psicobiológicas individuales.
El estructural funcionalismo se interesa por el estudio de las sociedades entendiéndolas
como sistemas sociales totales que pueden ser descriptos a partir de tres aspectos
diferenciables:
a. La estructura social, es decir los dispositivos por los que se mantiene una vida social
ordenada.
b. El aspecto ecológico, el modo en que el sistema se adapta a su entorno físico.
c. El aspecto cultural, los mecanismos por los que el individuo adquiere “hábitos y las
características mentales que le capacitan para la participación de la vida social”
(Radcliffe-Brown 1952: 193).
62
Es importante señalar que si bien distingue estos tres aspectos, en sus análisis da
prioridad táctica y teórica a los factores socio estructurales:
“La máquinaria económica de una sociedad aparece bajo una nueva
luz si se estudia en su relación con la estructura social. El intercambio de
bienes y servicios depende y resulta de una cierta estructura, establece
una red de relaciones entre personas.....y al mismo tiempo, es un medio
para mantener esa estructura. Para los economistas y políticos de
Canadá, el potlach11 de los indios del noroeste de América era simplemente
un loco despilfarro y en consecuencia lo prohibieron. Pero para el
antropólogo era una maquinaria para mantener una estructura social de
linajes, clanes y mitades, que llevaba aparejada una disposición en rangos
definidos por privilegios” (Radcliffe-Brown 1925:197).
[…] Más que explicar el cambio social, su preocupación estuvo centrada en la
continuidad de la estructura social. Sostenía que, si bien los miembros de la sociedad podían
cambiar, la “forma” de la estructura tendía a mantenerse. Por lo tanto, la suposición básica
del estructural funcionalismo era que los sistemas sociales se mantenían a sí mismos a través
de grandes períodos de tiempo, dado que las relaciones entre sus miembros mantenían un
alto grado de cohesión y solidaridad. El concepto durkheimiano de “solidaridad” fue utilizado
y ampliado por Radcliffe-Brown, con los términos “unidad”, “armonía” y “consistencia”.
Afirmaba, a diferencia de Malinowski y de la mayor parte de los antropólogos
norteamericanos de la época:
“No se puede producir una ciencia de la cultura. Sólo se puede
estudiar la cultura como una característica de una sistema social... si se
estudia la cultura, siempre se están estudiando los actos del
comportamiento de un conjunto específico de personas que están
vinculadas en una estructura social” (R.-Brown, cit. en Kuper op.cit.:73).
Sostenía que la sociedad necesita de alguna clase de estandarización de los
comportamientos de sus miembros, y es aquí donde aparece la cultura, en las formas
aprendidas de sentir, pensar y comportarse. Esta estandarización de las creencias y los
sentimientos se mantienen vivos a través de rituales y símbolos. Esta área de la vida social
correspondería a lo que Durkheim llamaba “conciencia colectiva”. Y no podía ser estudiada
en forma aislada como creía Malinowski. En los debates sobre cultura y sociedad,
Radcliffe-Brown se inclinó decididamente hacia las posiciones sociológicas, donde la cultura
no era otra cosa que la expresión distintiva de dicha estructura.
11
Potlach: institución de los indios de la costa noroeste de América del Norte que
consistía en la distribución de bienes abiertamente competitiva, ya que
comprometía a los participantes a superarse mediante regalos o repartos y/o
destrucción de objetos valiosos con el fin de demostrar prestigio y humillar al
oponente.
62
consiste en aprender lo más posible de las variedades de los sistemas estructurales. Estos
datos requieren de las investigaciones de campo. A través de la comparación se pueden
obtener generalizaciones válidas sobre la naturaleza humana, es decir, características
universales de todas las sociedades. Su objetivo final será formular generalizaciones, es decir
leyes sociales. […]
Radcliffe-Brown desarrolló importantes investigaciones relacionadas con los sistemas
de parentesco. Estos sistemas incluían la terminología de parentesco, los derechos y
obligaciones entre parientes, los usos asociados con los roles concretos de parentesco y las
creencias y prácticas relacionadas. Se concentró en sus investigaciones en dos aspectos:
● en los usos que gobiernan las relaciones entre parientes y
● en los términos que se utilizan para dirigirse a los parientes y para referirse a sí
mismos (ego).
Lo planteado por el autor contrasta con la aproximación clásica que presentaba a las
terminologías de parentesco como formas fosilizadas pertenecientes a sistemas parentales
desaparecidos. Para los evolucionistas el hecho de que en algunas sociedades el término
“padre” fuera utilizado para nombrar a un gran número de hombres, reflejaba la existencia de
un período anterior de promiscuidad sexual, en el que no se podía estar seguro de quien era
el padre del individuo.
Sus investigaciones demostraron que la terminología tenía sentido en términos de los
sistemas de parentesco contemporáneos. Estos eran sistemas de relaciones sociales
moldeados por lazos de solidaridad social. El análisis más interesante sobre estos principios
aparece en su tratamiento sobre las relaciones jocosas
Entre los thonga de Mozambique el niño es disciplinado y controlado por su padre ya
que se trata de una sociedad patriarcal. En contraste la madre es una figura amorosa y
tolerante. Los sentimientos que se experimentan por la madre se extienden al tío materno al
que se trata como “madre varón”. La relación con el tío materno y el abuelo materno implica
un trato relajado y burlesco en el que se dan todo tipo de ruptura de las convenciones
fundamentales que gobiernan el uso de la comida, las relaciones sexuales e incluso el
tratamiento insultante que no se toleraría hacia otros parientes.
Radcliffe-Brown replanteó el problema y ofreció una explicación sincrónica de ese rasgo
cultural, analizando además la significación estructural funcionalista de la relación jocosa
entre los thonga. Los thonga patrilineales, en efecto, tenían una tendencia a extender a todos
los miembros del linaje de la madre, el tipo de conducta y de actitudes que caracterizaban las
relaciones del individuo varón con su madre -afectuosas e indulgentes- y de la misma forma
las que establecía con su padre y el linaje de su padre -distantes y respetuosas-. La relación
con la madre era indulgente y se ampliaba al hermano de la madre, a quien se llamaba con el
término malume -madre varón-. Por contraposición, si el padre exigía respeto, la hermana
del padre nanani -padre mujer- era una figura aún más distante.
Para comprender los tipos generales de comportamiento asociados con el parentesco
nuestro autor presenta dos pares de oposiciones: respeto/familiaridad y burla/evitación. El
primero describe las relaciones entre miembros del mismo linaje, mientras que el segundo
ilustra las relaciones con miembros de otros linajes que están vinculados, por ejemplo a
través del matrimonio. En este último caso la burla y la evitación sirven a un propósito
similar, protegen la delicada relación entre personas que están unidas por lazos de alianza.
Para mantener el respeto mutuo entre dos personas relacionadas mediante lazos de alianza,
una alternativa es soslayar el contacto a través de la “evitación”.
“Una vez pregunté a un indígena australiano por qué tenía que
62
Estructuralismo
J. Ghiglino
Estructuralismo y Antropología
12
Lévi-Strauss utiliza tanto el término etnología como antropología para referirse
a la antropología social (en Francia lo usual es la palabra Etnología para el
estudio general y comparativo y Etnografía para los análisis empíricos).
62
todas las ciencias sociales, aportará de este modo el modelo teórico-metodológico para el
análisis antropológico estructural.
“De las palabras, el lingüista extrae la realidad fonética del fonema;
de este, la realidad lógica de los elementos diferenciales. Y cuando ha
reconocido la presencia de los mismos fonemas o el empleo de los mismos
pares de oposiciones en varias lenguas distintas (…) es el mismo elemento,
el mismo fonema, el que garantiza (…) la identidad profunda de objetos
empíricamente diferentes. No se trata de dos fenómenos diferentes, sino de
uno solo” (Lévi-Strauss 1958: 21)13.
Y dado que las realidades culturales arraigan en estructuras ocultas, (profundas,
subyacentes) de carácter inconsciente, (p.e. para el hablante de toda lengua la decodificación
es automática, inconsciente, constituye una experiencia vivencial) el abordaje de las mismas,
deberá situarse en el nivel de las relaciones constantes, recurrentes, universales, que
atraviesan la diversidad de los fenómenos culturales. El estudio de estos fenómenos tendrá
como eje los sistemas de simbolización de los mismos a partir de modelos formales. Por
modelos formales se entiende, desde esta perspectiva, los repertorios de reglas y operaciones
lógicas, que regulan las relaciones sociales, sean las relaciones de parentesco u otras referidas
a distintas instancias de la organización social. El antropólogo sería un lector que debe
descifrar un complejo mensaje que se hace presente en su experiencia en tanto investigador.
“Este método de investigación –dice Lévi-Strauss- nos permite
superar una gravísima y nociva dificultad propia de las indagaciones
sobre los fenómenos sociales. Toda ciencia debe conducir a la objetivación
de los fenómenos estudiados, es decir, debe presentar los resultados de la
investigación en forma de objetos. Pero las ciencias sociales operan con
una materia equívoca, caracterizada por una ineludible valencia
subjetiva: ¿cómo es posible rescatar este significado subjetivo de los
fenómenos sociales una vez que se los ha reducido a la forma de objetos, y
cómo es posible reducir a objetos los fenómenos subjetivos? ¿Cómo es
posible conciliar la contradicción que existe entre las exigencias de la
investigación que apunta a la objetividad y la naturaleza subjetiva de los
fenómenos que habrán de ser objetivados”.
“Esta dificultad sería insoluble, puesto que las subjetividades (…) no
podrían compararse ni comunicarse entre sí- si la oposición entre el yo y el
otro no pudiera superarse en un terreno que es justamente aquel en el cual
lo objetivo y lo subjetivo se encuentran: nos referimos al inconsciente”. En
efecto, por una parte, las leyes de la actividad inconsciente siempre están
situadas fuera de la aprehensión subjetiva (podemos tomar conciencia de
ellas como objeto), y, por otra sin embargo, son ellas, las que determinan
las modalidades de esta aprenhensión” (Lévi-Strauss, C.: Introducción a la
obra de Marcel Mauss en Tullio-Altan 1969: 41).
Se observa aquí la importancia que le asigna a la noción de inconsciente, en tanto
categorías mentales que darían cuenta del entramado cultural que media entre el yo y el otro.
Esta noción, en el sentido de naturaleza inconsciente de los fenómenos colectivos, difiere de
13
Fonema es un “complejo de elementos acústicos que sirven para distinguir un
sonido de un idioma” (Winick 1969:278), independientemente de su posición.
Los fonemas suelen coincidir con las letras de una lengua.
62
14
Freud postula una teoría del aparato psíquico según la cual la instancia del
inconsciente no se rige por principios lógicos, como la instancia conciente. El
modo de ser del inconsciente son las representaciones, pulsiones, afectos. Dirá
Freud: el inconsciente es deseo y solo deseo. Es, además, una teoría sobre la
conformación del psiquismo en los sujetos, no extrapolable a las instituciones.
62
El modelo de análisis
Consideraciones críticas
62
[…] Lévi-Strauss, en los inicios de sus estudios antropológicos, parte del análisis
etnográfico de sociedades concretas […]. No obstante, en forma progresiva, sus
investigaciones e intereses devienen en un esfuerzo incansable de construcción de modelos
formales lógico-matemáticos que arrojarán como consecuencia un vaciamiento de la historia
y de los sujetos, reemplazadas ambas dimensiones por estructuras formales. Es en este límite
en que su propuesta se erige en un cientificismo que la antropología contemporánea, en sus
tendencias críticas, cuestionará. Del análisis de las significaciones sociales -que dan cuenta de
los procesos materiales y simbólicos de las sociedades en su praxis histórica- este
investigador se desliza a un privilegio de “la forma” en la búsqueda de la universalidad de las
categorías mentales.
Aunque Lévi-Strauss ha dicho que “el hierro no es la misma cosa que la piedra”, reduce
todo el problema de la creciente desigualdad entre las sociedades a partir del colonialismo y
la expansión del capitalismo, a una concepción que simplifica las contradicciones históricas.
Esta concepción bien puede sintetizarse en formulaciones generales tales como la idea de “un
mundo donde la humanidad dotada de facultades constantes se habría encontrado, en el
transcurso de su larga historia, en continua lucha con nuevos objetos” (Levi-Strauss 1958:
210). Quedarán fuera de su teorización preguntas tales como: ¿cuál es el carácter de esa
lucha? y ¿cuáles son esos nuevos objetos?
La validez de su propuesta, los modelos a partir de los cuales se propone investigaciones
valiosas, irá adquiriendo la cualidad de formulaciones abstractas. Tal como señala
Tullio-Altan, la validez de la investigación científica debe situarse en la adecuación a los
problemas que contribuye a esclarecer y no en un valor hipotético de los modelos en sí. […]
En otro orden, el intento de resignificación general de la noción de inconsciente a partir
de su lectura de Freud, y la homologación de inconsciente a universal, implican un
forzamiento de la teoría freudiana dado que no todo aquello referido a inconsciente adquiere
por esta cualidad el carácter de universal para todo el género humano. En esta apelación a la
noción de inconsciente, Lévi-Strauss intenta una teoría general, que como ya se ha señalado,
encubre su versión metafísica de los fenómenos culturales y su denodado intento de alcance
de objetividad a la manera de las ciencias naturales, que reclama finalmente para las ciencias
sociales y en particular para la antropología.
El análisis estructural deviene, entonces, de método en metafísica. La estructura, dice
Lévi-Strauss, es un instrumento de análisis pero conjuntamente limita el papel del análisis
etnográfico, dado que una vez que la estructura ha sido “descubierta” no considera a la
etnografía como un instrumento heurístico, en el sentido de posibilidad de nuevos y
fructíferos conocimientos. Reserva este espacio, en cambio, a la matematización de los
modelos fundados en la vertiente de la lingüística estructural.
“Mediante un número reducido de mitos provenientes de sociedades
indígenas que nos servirán como laboratorio, vamos a realizar una
experiencia cuyo alcance, en caso de tener éxito, será general, puesto que
esperamos de ella que demuestre la existencia de una lógica de las
cualidades sensibles, que repase sus vías y que manifieste sus leyes”
(Lévi-Strauss 1968:11).
En cuanto a las críticas específicamente metodológicas, las mismas se centran en el
hecho de que Lévi-Strauss no explicita sificientemente de qué manera es posible descubrir las
estructuras subyacentes, ni cómo operan las transformaciones que vehiculizan el pasaje de un
sistema simbólico a otro. De manera que su propuesta de análisis estructural no lograría
62
M. Mancusi y M. E. Vitello
Las corrientes teóricas que hemos presentado configuran el momento clásico de los
estudios antropológicos. Si bien nuestro camino nos llevó a relevar diferentes corrientes de
pensamiento, queremos señalar algunas características que comparten todas estas escuelas.
El mundo “primitivo” ofrecía un gran laboratorio y la comparación entre las diferentes
sociedades y culturas permitiría aprender sobre la naturaleza del hombre, sobre sus
posibilidades y limitaciones. El estudio de pueblos alejados de Occidente, de pequeña escala,
revelaría determinados procesos básicos con mayor claridad y definición que los estudios que
se pudieran hacer en sociedades complejas.
El siglo XIX denotó un marcado interés por encontrar los orígenes de las instituciones
sociales (la familia, el parentesco, el derecho, la propiedad privada, etc.) y los antropólogos
evolucionistas hallaron las respuestas en su teoría sobre las distintas etapas que toda la
humanidad había recorrido hasta llegar a la civilización. Es a partir de la influencia del
pensamiento de Durkheim que en la antropología las causas históricas son puestas entre
paréntesis, y los antropólogos clásicos se abocan a relevar in situ, con rigor científico y gran
nivel de detalle, todas las formas de existencia tal cual se presentaban ante sus ojos.
La unidad de análisis, la pequeña comunidad nativa, debía ser abordada analizando la
totalidad de las relaciones sociales. Esta exigencia de totalidad era específica de la
antropología dentro de las ciencias sociales y se vinculaba con las particularidades de su
objeto de estudio y con su metodología. Mientras para Malinowski el concepto totalizador
era la cultura de un pueblo en particular, para Radclife Brown será la sociedad o la estructura
social y para Lévi-Strauss será la búsqueda de la estructura subyacente.
La fuerza de los antropólogos del siglo XX residió en que sus generalizaciones se
basaron en la observación directa de los procesos de interacción social entre las poblaciones
15
(...) “los hombres se comunican por medio de símbolos y signos; para la
antropología, que es una conversación del hombre con el hombre, todo es
símbolo y signo que se afirma como intermediario entre dos objetos”
(Lévi-Strauss: 1958 XXIX).
62
A. Gravano
La antropología de la descolonización
62
Antropología en o antropología de
Una variante consistió en ver de qué manera se iban modificando los estilos de vida
propios y tradicionales de los pueblos colonizados, “arrollados” por el proceso de
modernización (urbanización y en algunos casos industrialización). Aquí es donde se planteó
la disyuntiva de pretender seguir encontrando en el ámbito moderno de las ex colonias a
aquellas comunidades que más se parecieran a las que tradicionalmente estudiaban los
antropólogos.
A esta opción teórica y empírica se la llamó hacer antropología “en”, ya que intentaba
encontrar su objeto en el ámbito moderno, complejo, industrial, a las comunidades étnicas
distintas, de migrantes, pobres, en suma: los Otros “en” la Modernidad, por eso se sintetizó
en la frase “antropología en la ciudad”, y el desafío fue seguir concibiendo a esas
comunidades como aisladas, internamente homogéneas y sin estar atravesadas por los
conflictos de la sociedad donde se encontraban inmersas. Es una posición que parte de la
base de que habría comunidades esencialmente antropológicas -como si fueran cosas- y
62
16
Según Guldin, (1985:71), es una frase de Eames & Goode (1977).
17
Ver Bourdieu, Chamboredon & Passeron (1985:51-81).
18
Ver el llamado “modelo antropológico clásico”, enunciado por el argentino
Eduardo Menéndez en 1968, citado en Lischetti 1988.
62
62
De la homeostasis al conflicto
62
62
Aportes marxistas
19
A esta referenciación con estudios de autores inspirados en una perspectiva
dialéctica dentro mismo de las escuelas de potencias coloniales (como es el caso
de Francia y Gran Bretaña), debemos agregar la crisis autocrítica producida para
la misma época (mediados de los sesenta) por antropólogos norteamericanos,
sobre todo a raíz de la invasión a Vietnam, reflejados sintéticamente en el
Current Anthropology de 1968. El hecho es que se ponen en cuestión proyectos
como el Camelot, en los cuales no pocos antropólogos eran contratados
directamente por el Pentágono y sus agencias para establecer control sobre la
población civil de países del Tercer Mundo. Un especialista militar así espetaba en
Tailandia al New York Times: “la antigua fórmula para triunfar contra la
subversión era la utilización de diez soldados por cada guerrillero... la fórmula
actual es de diez antropólogos por cada guerrillero” (Berreman 1968: Is
Anthropology alive?; citado por Garbulsky 1972: 5).
62
humanos se relacionan con ellos. Y la concepción de esos cambios no deja de estar urgida de
lo que el marxismo ha levantado como emblema desde sus fundadores: la necesidad de toma
de partido y compromiso del investigador, del analista, del observador activo de la realidad.
Por eso, no es de extrañar que entronque con la matriz iluminista que colocaba al
progreso humano como un eje de los debates y de la acción del pensador. Carlos Marx y
Federico Engels llevaron este asunto a constituirse en una de sus notas distintivas: los
hombres han venido interpretando el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. Y
en esa transformación, que no se desarrollará en forma inercial ni natural, es la acción
voluntaria, conciente y organizada de los hombres la que determinará su curso. Sólo que esos
cambios no se desarrollarán fuera de relaciones estructurales que actúan con independencia
de la conciencia que los hombres tengan de ellas.
Lo que nos sitúa ante un desafío permanente, dentro del cual la ciencia, la filosofía, el
pensamiento humano, juega un rol determinado y determinante, instituido e instituyente,
protagónico y a la vez guionizado por una Historia que los hombres deben indagar en su
totalidad de expresiones, espaciales y temporales, en profundidad y en sus contradicciones
internas.
Estas son las razones por las cuales el marxismo no ha podido quedar ajeno al
desarrollo teórico de la Antropología, a pesar de que en algunos ámbitos académicos ni
siquiera fue nombrado (menos leído) por muchas décadas. Sin embargo, Marx y Engels están
relacionados con nuestra disciplina desde sus inicios.
La obra de Lewis Morgan influyó en Marx por su intento de ver la historia de la
Humanidad como el resultado de la superación evolutiva de contradicciones, en términos de
una dialéctica que incluía el desarrollo de fuerzas productivas materiales y las relaciones que
los hombres de cada momento establecían entre sí en términos de poder y mutua
dependencia, no estando para nada despojado de la idea de progreso y transformación.
Pero Marx -si bien tomó como referentes históricos a todos los modos de producción- se
ocupó centralmente de la realidad del capitalismo industrial y no de las sociedades a las que
se abocaría la Antropología. Por eso su influencia en el pensamiento de los antropólogos
consistió básicamente en la proyección de su método de análisis, el materialismo histórico,
cimentado en su perspectiva dialéctico-materialista.
En su modelo, un componente central es el papel jugado por la producción social como
base (estructura) para la comprensión del fenómeno humano, desde lo económico hasta lo
cultural (super-estructura).
“...los hombres -afirmó Marx-, en la producción social que llevan a
cabo, entran en relaciones definidas que son indispensables e
independientes de su voluntad; esas relaciones de producción
corresponden a una etapa definida del desarrollo de sus fuerzas
materiales de producción. La suma de esas relaciones de producción
constituye la estructura económica de la sociedad, es decir, el fundamento
real sobre el cual se erigen superestructuras legales y políticas y al cual
corresponden formas definidas de conciencia social. El modo de
producción en la vida material determina el carácter general de los
procesos sociales, políticos y espirituales de la vida. No es la conciencia de
los hombres la que determina su existencia sino, al contrario, su existencia
la que determina su conciencia” (Marx: Prólogo de la Contribución a la
crítica de la Economía Política).
Luego, en términos estrictamente metodológicos, Marx y Engels proponían estudiar los
62
fenómenos en sus aspectos más abstractos, generales y universales, tal como se presentaban
ante la evidencia del sentido dominante, para ir analizándolos en niveles cada vez más
concretos y singulares, desde los cuales volver a establecer generalizaciones, esta vez sobre la
base de la constatación real y las causas históricas, subyacentes a los fenómenos. Pero no
sobre la base de lo que los hombres se imaginan de sus propias condiciones de vida, sino de lo
que determina esas imágenes.
Y esa determinación provendrá del movimiento de la base material de toda sociedad y
su forma de ordenarse, de estructurarse en cada momento histórico y modo de producción,
en relación dialéctica con las formas de representarse esa estructura mediante la conciencia,
la ideología o lo que nosotros hoy incluimos en la cultura.
Además, la relación entre base estructural material y formas de la conciencia social e
institucional constituye, para Marx, el eje alrededor del cual gira el movimiento histórico real
y total, incluidas las contradicciones de intereses principales de cada sociedad, lo que en el
capitalismo sería básicamente la relación entre capital y trabajo, que determina las cuestiones
emergentes en las representaciones ideológico-culturales, incluida la ciencia.
“Esta concepción de la Historia consiste, pues, en exponer el proceso
real de producción, partiendo para ello de la producción material de la
vida inmediata, y en concebir la forma del interés correspondiente a este
modo de producción y engendrada por él, es decir, la sociedad civil en sus
diferentes fases, como el fundamento de toda la Historia, presentándola
en su acción y en cuanto Estado y explicando, sobre la base de ella, todos
los diversos productos teóricos y formas de la conciencia, de religión, de
filosofía, moral, etc., así como estudiando a partir de esas premisas su
proceso de nacimiento ... permitirá exponer las cosas en su totalidad”
(Marx & Engels: La Ideología Alemana; 40).
Como puede inferirse, la base de toda concepción de los conflictos coloniales, que
constituyeron el contexto de crisis de la antropología clásica, debía incluir necesariamente
este tipo de explicaciones totales e históricas, tanto las contradicciones internas de las
sociedades colonizadas cuanto las de las potencias colonizadoras industrial-capitalistas, que
eran precisamente las sociedades a las que Marx y Engels habían dirigido con mayor
profundidad su atención.
De hecho, esta comprensión de los conflictos como parte de una dialéctica histórica
concreta y a la vez general -como el marxismo argumentó y demostró en la obra
analítico-sintética de sus fundadores-, ponía en crisis el modelo de la mera “diversidad” como
única variable de ponderación del objeto antropológico, fundamentando epistemológica y
filosóficamente la denuncia de muchos estudiosos acerca del encubrimiento de procesos de
dominio, desigualdad, explotación y dependencia.
Marx resultaba ser -a más de un siglo de sus escritos principales- el “fantasma” que
recorría estas constataciones, cada vez más tangibles incluso para una disciplina que
mayormente le había dado la espalda20.
20
En efecto, de acuerdo con la norteamericana Sherry Ortner, durante los años
sesenta del siglo XX las convulsiones sociales despertaron en Occidente grandes
cuestionamientos académicos en todas las disciplinas y en Antropología tomó la
forma de denuncia de los lazos históricos con el colonialismo y el imperialismo.
“Pero esto apenas arañó la superficie -dice-: el asunto se trasladó rápidamente a
la cuestión más profunda de nuestros marcos teóricos y especialmente al grado
en que los mismos incorporan y promueven los supuestos de la cultura
62
62
21
“Todos los progresos de la sociedad humana, a partir del momento en que se
remonta sobre la fase primitiva, comienzan con el día en que el trabajo de la
familia crea más productos de los que son necesarios para su sustento, con el día
en que una parte del trabajo puede invertirse, no ya en producir simples medios
de vida, sino en crear medios de producción... Esta es la base de todo el
progreso social, político e intelectual.” (Engels: Anti Dühring; 201). Este progreso
es concebido desde el marxismo en contraposición a los otros modos de
producción, sobre la base de la libertad a la que necesariamente el hombre se
dirige si logra romper los lazos que lo atan a la sociedad de clases. Por lo tanto,
desde esta corriente de pensamiento se ponderó al capitalismo como más
progresista en el parangón con la servidumbre y el esclavismo previos. Esto
explica el anti etnocentrismo del propio Marx, aún reivindicando el
evolucionismo: “La pretendida evolución histórica reposa en el hecho de que la
última formación social considera las formas pasadas como otras tantas etapas
hacia ella misma, y en el hecho de que las concibe siempre de manera unilateral”
(Marx: Formaciones económicas precapitalistas; 58).
62
colonias), más pobreza se generaba en su derredor, porque -en aparente paradoja- los pobres
huían del campo hacia los centros industriales pera constituir las partes más pobres, menos
equipadas y menos “progresistas”, pletóricas de problemas, de esas metrópolis.
Los estudiosos marxistas posteriores se dieron a la tarea de responder a estas
perplejidades del mundo moderno, en debate con las tesis modernistas del subdesarrollo
(surgidas a partir del fin de la segunda posguerra del siglo XX), que suponían
-tautológicamente- que el crecimiento de las metrópolis de los países del Tercer Mundo se
debía a las migraciones y que la presencia de los migrantes eran las “causas” de los problemas
sociales crecientes, ya que no se “integraban” a la vida moderna. La ciencia, desde esta
perspectiva, debía hacer esfuerzos por aportar a esta “asimilación”, de modo que ese estilo
“marginal” de vida, supuestamente transitorio, fuera vencido por las fuerzas de la integración
al mercado moderno de trabajo y de las instituciones.
La respuesta teórica provino de la economía política y la teoría del desarrollo mundial,
con la teoría de la dependencia, que contrarrestó así a los argumentos desarrollistas, hacia
fines de la década del sesenta.
En Antropología, explicaba las situaciones de pobreza extrema no como resultado de ser
sociedades tradicionales, atrasadas o primitivas, sino de estar en relaciones de dependencia
de los centros de poder económico y político capitalista e imperialista. Nuevamente, vemos,
el debate se situaba entre los modelos dualistas (moderno/tradicional, urbano/rural) y los
enfoques dialécticos:
“...el subdesarrollo ... es el resultado necesario de cuatro siglos de
desarrollo capitalista y de las contradicciones internas del propio
capitalismo ... (de) la expropiación del superávit económico producido por
los más, y su apropiación por parte de los menos, la polarización del
sistema capitalista en un centro metropolitano y sus satélites periféricos (y
por) la continuidad de la estructura fundamental del sistema capitalista”
(Gunder Frank 1969:1).
Así se definía la dependencia, causa de la pobreza y asimetría social y económica de los
países del llamado por ese entonces Tercer Mundo (el Segundo lo constituían los países del
bloque socialista). Sobre esta base los estudios antropológicos se ubicaron dentro de una
escala de orden mundial, donde se hacía necesario ponderar aquellas relaciones de totalidad
que los teóricos del conflicto (dentro de la Escuela de Manchester y de la escuela francesa de
la des-colonización) habían fundamentado a partir de la crisis ya citada.
Se desarrolla así una corriente marxista en teoría antropológica, a la que se bautizó
escuela de economía política, que surgió primero en los Estados Unidos y más tarde también
en Inglaterra. Se inspiró principalmente en la teoría de la dependencia y los análisis
socio-políticos sobre el sistema mundial y los países considerados subdesarrollados.
Abarcaron sistemas regionales en gran escala y cuando realizaron trabajos de campo en
comunidades específicas sus investigaciones tomaron generalmente la forma de estudios
sobre los efectos de la penetración capitalista sobre esas sociedades, comúnmente
campesinas.
Sus limitaciones provendrán no tanto del señalamiento de la dependencia como
fundamento estructural para la explicación de los procesos históricos, sino respecto a la
posibilidad de dar cuenta de la diversidad de opciones que los conjuntos sociales construyen
para sobrellevar la opresión o condicionamientos del dominio mundial neo-colonial, por un
lado, y de cómo se hace evidente que la dependencia no solamente se ejerce desde el exterior
de los países del Tercer Mundo sino también desde sus mismas estructuras internas
62
capitalistas.
Su mérito mayor fue precisamente incluir a las culturas campesinas, que estudiaron en
forma intensa y concebidas dentro de sistemas de intercambio y dependencia económica más
amplios y no como comunidades aisladas, lo que los colocó en la línea de reivindicación de la
dimensión histórica de los análisis antropológicos. Se les criticó, su énfasis en categorías
económicas más que políticas, lo que les impidió dar cuenta de que las sociedades
campesinas no sólo estaban “penetradas” por el imperialismo, sino que también
desarrollaban alternativas productivas no capitalistas de importancia, de acuerdo con las
decisiones de los actores en cada situación22.
Esto nos lleva al debate sobre la preminencia de los sistemas o estructuras que rigen las
acciones y conductas sociales, independientemente de la voluntad de los hombres, o si son las
representaciones del mundo que se hacen los actores las que permiten producir los
acontecimientos que jalonan la historia humana. Un debate que se viene alternando en el
diálogo entre las distintas corrientes de pensamiento teórico y que es propio de todas las
ciencias sociales.
Algunos -en nuestra disciplina- lo han rotulado como la tensión entre estructura y
cultura. Independientemente del sentido que se le dé a ambos conceptos, efectivamente uno
apunta a un ordenamiento de componentes y el otro a una constelación de significados.
Porque tanto para la antropología británica (Radcliffe-Brown, Malinowski) cuanto para la
francesa (Lévi-Strauss) y el marxismo, “estructura” implica pensar en un ordenamiento de
algo, aunque sea de contenidos diversos. Pueden ser relaciones entre roles e individuos
(Radcliffe-Brown), jerarquías de valores y reglas (Malinowski), relaciones semánticas o
lógicas (Lévi-Strauss) o fuerzas y relaciones productivas (Marx). Pero el término “estructura”
apunta en todos los casos a un orden externo a las decisiones voluntarias o individuales de los
actores, que en todos los casos estarían (de acuerdo con estas corrientes de pensamiento)
determinados o condicionados, actuando de acuerdo con esas estructuras.
Este eje de debate sobre la determinación estructural por un lado y las decisiones de los
sujetos por el otro es crucial. En Antropología se ha profundizado en los últimos tiempos, en
22
Lo mismo se dio respecto a la teoría de la dependencia aplicada a las grandes
ciudades latinoamericanas. La existencia en ellas de una “masa marginal” (según
el rótulo del argentino José Nun) de población, habitante de villas miseria, fue
explicada primero por la teoría de la modernización, que sostenía que era un
estado transitorio de los migrantes, que en un tiempo relativo se “integrarían” a
la vida en la ciudad. Luego, dada la persistencia de estos sectores habitando
estos asentamientos, marginados de los recursos y servicios de los centros
urbanos, la teoría de la dependencia atribuyó el fenómeno a los procesos
estructurales que ataban a nuestros países -y, por ende, a sus ciudades- a los
mandatos del imperialismo. Pero ninguna daba cuenta de “cómo sobrevivían los
marginados” (al decir de la chilena Larissa Lomnitz) en estas relaciones de
marginalidad y pobreza. El hiper-deductivismo de la teoría encontraba así su
crisis, por lo que se hizo necesario virar la mirada hacia los enfoques que
tomaran en cuenta las acciones y representaciones de los actores (mediante
trabajos de campo intensivos, en forma inductiva) tanto como sus
determinaciones estructurales (Walton 1984; Gravano 2006).
62
el llamado marxismo estructural. Es lógico pensar que el concepto central de esta corriente,
desarrollada principalmente en Francia e Inglaterra, fuera el de estructura, definida como el
modelo (explicado en su lógica interna) y la realidad que en cada época histórica prepondera
para desarrollar las fuerzas productivas y las relaciones de producción, que determina el resto
de las manifestaciones humanas (normas, formas de organizarse, de pensar, lo que hemos
visto que se dio en llamar la “super-estructura”).
¿Por qué se lo bautizó así en Antropología? En parte para diferenciarlo de la orientación
hacia el establecimiento de secuencias evolutivas (que tuvo como epígono la escuela de
economía política, con enfoques mayormente macro-abarcativos). El marxismo estructural
continuó sosteniendo como unidad de análisis a las sociedades discretas, pero comprendidas
en sus relaciones estructurales con las totalidades históricas en las que se hallaban inmersas.
Hay quien opina que, en realidad, en los setenta Marx fue utilizado para repensar los
modelos teóricos existentes e instalar un abordaje distinto al culturalismo con categorías
como clase social (que los no marxistas definían de acuerdo con el poder adquisitivo),
estructura (como vimos recién), totalidad histórica (que los culturalistas definían como
“sociedad mayor”) y principalmente el cuestionamiento, desde la crítica dialéctica, a los
propios supuestos ideológicos de la disciplina.
Uno de los exponentes del marxismo estructural fue Maurice Godelier. Desarrolló no
sólo el típico trabajo de campo antropológico en sociedades concretas, sino que se sumó a la
línea de abstracciones etnológicas (para seguir la terminología usada en Francia) más
amplias, con focalización en los sistemas económicos. Definía a la Antropología como
“ciencia social despojada del psicologismo, del funcionalismo
sumario y del culturalismo ahistórico, ciencia que quiere dar cuenta de las
estructuras sin olvidar su génesis o su evolución... los acontecimientos
concretos, abriéndose paso con las comparaciones necesarias para el
establecimiento de leyes” (Godelier 1967:242-243).
El marxismo estructural ubicó como determinantes de los comportamientos sociales y
culturales no al ambiente natural y/o la tecnología, sino específicamente a las estructuras de
relaciones socio-económicas. Sin excluir las condiciones ecológicas, éstas fueron
subordinadas al análisis de la organización social y política de la producción y la teoría de la
ecología cultural fue acusada de “materialismo vulgar”.
Por otro lado, criticaban a los modelos funcionalistas y estructuralistas mecanicistas,
porque éstos elevaban al rango de categorías científicas lo que no eran más que
representaciones de los actores (la clásica perspectiva del actor: símbolos, mitos,
clasificaciones), que en realidad representan sólo parcialmente la dialéctica de las relaciones
estructurales de cada sociedad.
Sin embargo, esta corriente puso su atención en los fenómenos culturales. A diferencia
de los ecólogos, no desecharon las creencias y categorías nativas como irrelevantes para las
operaciones reales u objetivas de la sociedad. Tampoco intentaron mostrar que esas creencias
aparentemente irracionales (como la clásica prohibición de comer la carne de la vaca sagrada
en la India, por ejemplo, que había estudiado Harris) tuvieran funciones adaptativas. Para
ellos, los sistemas de creencias eran objetivaciones de la estructura social profunda y de las
contradicciones de cada sociedad, y ocuparon un lugar central en sus análisis23.
23
En esto, además de su perfil netamente antropológico, se vio influenciada por
la corriente de historiadores que tenían en cuenta la cultura, de las escuelas
historiográficas inglesa y francesa (Thompson, Hobsbawm, Hoggart; Le Goff,
Rudè, Duby).
62
Específicamente la cultura fue considerada por ellos como parte de la ideología, desde el
punto de vista de su papel en la reproducción social: legitimando el orden social,
mediatizando contradicciones básicas y mistificando las fuentes de la explotación y
desigualdad de los sistemas sociales.
Una de las virtudes reconocidas del marxismo estructural fue que en sus investigaciones
incluyeron las relaciones materiales y las representaciones ideológicas en su unidad de
procesos reales, tanto sociales como económicos y políticos. En tanto otros marxistas
enfatizaban casi exclusivamente las relaciones de la organización político-económica, los
estructurales eran, después de todo, -según acentúa Ortner- antropólogos, entrenados para
prestar atención al parentesco, la descendencia, el matrimonio, el intercambio, la
organización doméstica, las creencias, los ritos, etc., e incluyeron en consecuencia estos
elementos en su consideración de las relaciones estructurales24.
La ejemplificación de una aplicación de este enfoque, puede estar dada por el ensayo en
el que Godelier sintetiza sus conclusiones de extensos e intensos estudios sobre los Baruya de
Nueva Guinea, como modelo de subordinacion económica, política y cultural de una sociedad
“primitiva” a Occidente. Describe Godelier el proceso histórico vivido por este grupo tribal, al
que define como
“una sociedad local compuesta de un conjunto de grupos de
parentesco, unidos por los mismos principios de organización de la
sociedad y los mismos modos de pensar, vinculados entre sí a través de
matrimonios repetidos y asociados en la defensa y explotación de recursos
dentro de un territorio común” (Godelier 1990).
Parte de la descripción de la estructura económica de los Baruya (basada sobre la
agricultura extensiva por el sistema de roza y quema, algo de agricultura de riego, cría de
cerdos, caza y comercio de sal), su tecnología (piedra, hueso, madera), su organización social
(grupos de parentesco) y valores de su cultura (creencia en la animación de astros -sol, tierra,
luna-, animales, espíritus de la selva y las cavernas y de los muertos), junto a la constatación
de sus contradicciones y heterogeneidad internas (guerras interclánicas, sumisión femenina)
y las relaciones de dependencia con el contexto (intercambio de sal).
Intercala la mostración de la estructura con la cultura, tal como en forma total se
presentan al proceso histórico que articula y como lo recabó en campo. Se incluye él mismo
en la descripción del proceso de occidentalización, lejos de naturalizarlo. Inclusive relata un
episodio en el que el administrador colonial militar le requiere que le brinde información
sobre líderes guerreros baruya, a lo que él se niega en nombre del secreto profesional, lo que
pone de relieve el compromiso del antropólogo con ciertos y elegidos actores. Su dimensión
24
Por su parte, Emmanuel Terray, en su obra El marxismo ante las sociedades
primitivas (Terray 1971) inspirada en la perspectiva estructural de Louis
Althusser, reivindica a exponentes de la Escuela de Manchester, como Peter
Worsley y sus estudios sobre los movimientos mesiánicos y al mismo Gluckman.
Se destaca asimismo la obra de Claude Meillassoux, en su análisis de la sociedad
de linajes y segmentarias (las clásicamente estudiadas por los antropólogos), con
su énfasis en ver los procesos productivo-económicos como imbricados en unidad
entre fuerzas productivas y relaciones de producción en relación con las formas
de cooperación, las relaciones de parentesco y las representaciones
ideológico-culturales.
62
25
La relación entre explicación y comprensión no es baladí, ya que implica una
cuestión clave en las ciencias sociales (véase Hintikka, J.; Macintyre, A.; Winch,
P. & otros 1980).
62
26
Así presenta Clifford Geertz la ponderación de la cultura: “Por mucho que
concentremos nuestra atención sobre los hechos supuestamente duros de la
existencia social -quién posee los medios de producción, quién tiene las armas,
los informes o los periódicos-, los hechos supuestamente blandos de la existencia
–qué piensa la gente de la vida humana, cómo piensan que se debería vivir, en
qué basan sus creencias, qué legitima el castigo, en qué se sustenta la
esperanza- se agolparán para poner en duda las representaciones simples del
62
Esto quiere decir que, tanto los estructuralistas materialistas se inclinaron a recuperar
la dimensión simbólica cuanto que los etnógrafos simbolistas fueron presionados para
imbricar sus universos de estudio dentro de totalidades históricas que tuvieran en cuenta las
estructuras materiales, los sistemas de poder y las contradicciones económicas básicas de
cada sociedad.
[…] Uno de los casos de estudio más destacados fue el de los movimientos mesiánicos,
que tuvieron un desencadenamiento nítidamente anti-opresivo en numerosas partes, en los
que jugaron un papel clave las representaciones mágicas que los pueblos emblematizaban
para sus “viajes” y luchas desiguales. Estos movimientos milenaristas simbolizaban las
resistencias contra el colonialismo por medio de visiones shamánicas, por las que los pueblos
se lanzaban a combates en los que enfrentaban a las balas con arco y flecha, en el
convencimiento de que triunfarían por efecto de sus poderes mágicos, tomando de la cultura
ancestral elementos míticos que le servían de asidero. Y en su gran mayoría terminaron en
masacres y genocidios, como el del Chaco argentino en los años veinte. Que algunos
antropólogos se dedicaran a estudiarlos también se englobó en la corriente de estudios sobre
los procesos de luchas anticoloniales.
La pregunta que podemos hacer es ¿por qué, en determinado momento del desarrollo
teórico de la Antropología, tienen auge enfoques que ponen el acento en la interpretación de
las representaciones simbólicas más que otras categorías?
Una tendencia siempre emerge como resultado de un impulso anterior o como reacción
a otras orientaciones. Es indiscutible, en este sentido, que los estudios sobre religiones y
mitos, y su común reacción respecto a ciertos enfoques positivistas que ponían exclusivo
énfasis en lo económico, lo ambiental, lo tecnológico o lo político, coadyuvaron para el
surgimiento específico del llamado interpretativismo.
El foco de esta tendencia se va a poner en la interpretación de las manifestaciones
simbólicas de acuerdo con los sentidos y significados que los actores dan a sus actos, con lo
que entronca con la corriente de estudios émicos, inaugurados por el particularismo. Y van a
terminar -con una gama amplia de metodologías- explicando en general las brechas o
diferencias de sentido entre las distintas culturas, o sectores sociales dentro de las mismas
culturas.
Veremos a continuación algunas de las versiones emblemáticas de la antropología de
los símbolos.
Interpretaciones de interpretaciones
62
62
que “el lugar de estudio no es el objeto de estudio”: aunque analicen la vida en las aldeas, “los
antropólogos no estudian aldeas” como entes físicos, sino como ámbitos de significación
para quienes las habitan.
La cultura, para él, no es un sistema ordenado abstractamente que deriva su lógica de
ciertos principios estructurales ocultos, como pretende el estructuralismo de Levi-Strauss, o
de símbolos especiales que proveen las “claves” de su coherencia (como establecen las
posturas homeostáticas).
La lógica y las relaciones que se dan entre los elementos de una cultura se derivan más
bien de la organización de la acción de esa gente interpretando sus situaciones para actuar
coherentemente dentro de ellas.
Los actores no actúan de acuerdo con un conocimiento previo y la aplicación posterior
de normas -como afirma el modelo funcionalista-, sino que al interpretar lo que hacen es
inventar normas que terminan justificando y dando coherencia a sus acciones.
Sin embargo, se le señala a Geertz no haber desarrollado una teoría de la acción o de la
práctica como tal, porque se conformó con desovillar la madeja de esas densidades
entendidas como “vehículos” (los símbolos) que eran los que para él podían -en todo caso-
estar determinados históricamente y daban lugar a los contenidos de las representaciones de
la gente.
Pero su proyección no fue más que lo que él mismo llamó “efectos de discurso”,
interpretación de interpretaciones..., en una “remisión infinita” de símbolo en símbolo, sin
obligarse a preguntar por las contradicciones y una visión histórica, ni por la trascendencia
de las transformaciones reales, quizá la razón fundamental de que -independientemente de
sus aportes metodológicos-, su perspectiva haya abonado a la proyección de las posiciones
post-modernas27.
27
Nos referimos al post-modernismo, en este caso, como el rechazo de la
necesidad de tener en cuenta los llamados grandes relatos históricos, o visiones
totalistas (clave de los grandes movimientos de pensamiento modernos, como el
marxismo), en las que importan las raíces causales y determinantes de los
procesos históricos y sus potencialidades de transformación social.
62
ritual puede ser considerado como una configuración de símbolos, una especie de
pentagrama en el que los símbolos serían las notas” (Turner 1980:53). El símbolo es la
unidad mínima del rito, “una marca, un mojón, algo que conecta lo desconocido con lo
conocido”, que se utiliza para revelar o hacer visible un significado.
El árbol musoli adquiere, por ejemplo, el valor de ser utilizado para entramar las
prácticas rituales: como elemento propiciador de la caza de antílopes, ya que éstos se acercan
a comer sus brotes y son atrapados, pero para el pueblo ndembu esto se produce porque el
árbol “hace la caza visible”, del mismo modo que propicia la fertilidad de las mujeres porque
el árbol mismo es símbolo de “hacer visibles a los niños”, al decir de los ndembu. También el
árbol se usa para extraer los malos sentimientos, logrando el alivio de los pacientes que los
albergan, así como se considera que pone al descubierto lo que es personal y privado, en el
rito de la confesión pública alrededor del mismo árbol, relacionando la práctica con la salud y
la fertilidad femenina.
Asimismo, Turner describe, desde la interpretación de sus entrevistados, el rito
alrededor del árbol mudyi o árbol de la leche: cuando se le extrae la corteza segrega un látex
lechoso, razón por la cual es un símbolo de los pechos y de la leche; ellos interpretan entonces
que el árbol significa “una madre con su hijo”, equivalente social de la relación principal entre
los ndembu que es la descendencia por vía materna. El árbol de la leche es el lugar de las
madres y la blancura de la leche simboliza el estado de pureza de los que fueron iniciados a la
vida adulta debajo del árbol, del aprendizaje y principalmente de aprender a ser madre. La
multivocidad de significados que aparecen en las entrevistas con los participantes de los
rituales, se unifica cuando se los observa en la práctica ritual, ya que el símbolo es tratado
como una unidad.
Turner concibe el rito como condensador de la cultura ndembu en una “selva de
símbolos”, ya que “representa la destilación de muchas costumbres” (op.cit.:56),
básicamente en lo que llama “símbolos dominantes” (el árbol de la leche es uno de ellos) y se
plasma en una amplia “multivocidad y polisemia” (muchos significados o voces de distintos
actores en simultáneo). A la vez, “posibilita la representación económica de aspectos clave
de la cultura y de las creencias”.
La consecuencia principal del tratamiento que Turner da a las prácticas mediante
símbolos es que “sacan a la luz la emoción y expresan deseos”, que ayudan a que los actores
sobrelleven situaciones de conflicto y oposición entre grupos, como el que se da en estas
sociedades matrilineales con los varones. Normalmente los hombres llevan a sus esposas a
vivir con ellos y entregan a sus hermanas a los hogares de sus maridos; pero el mandato de la
descendencia dice que a todo hombre lo sucede el hijo de su hermana (no sus propios hijos,
como en la sociedad occidental), cosa que los hombres no aceptan de buen grado.
Por lo tanto, se da una tensión permanente entre los distintos hogares de residencia y
“tanto los matrimonios como las aldeas son inherentemente inestables y en constante
lucha”, dice Turner, apoyado en la teoría del conflicto de su maestro Glukman. Una de las
formas de afrontar y operar con estas contradicciones es precisamente el ritual.
Los antropólogos que siguieron el modelo de Turner agregaron al campo de la
antropología simbólica una dimensión importante que es la pragmática de los símbolos, el
valor de su uso, los efectos que los símbolos tienen en el conjunto social, la cuestión de cómo
los símbolos realizan verdaderamente aquello que los antropólogos simbólicos sostienen que
hacen: operar como fuerzas activas en el proceso social, lo que nos aleja de las posiciones que
ven a los símbolos y los rituales como meros procedimientos para reproducir la cultura.
62
Con base en estos y otros autores se desarrolla, entre fines de los setenta y principios de
los noventa el autodenominado “momento experimental” de la Antropología. Sus defensores
y sistematizadores más conspicuos son Marcus y Fischer y dos de los ejemplos más
ilustrativos son la obra de Paul Willis y Michael Taussig. También, por supuesto, reconocen
los antecedentes en la obra de los africanistas de la descolonización, tanto por su adhesión a
la teoría del conflicto y a la corriente marxista de la economía política cuanto por su atención
a la interpretación comprensiva del horizonte simbólico de la vida de los pueblos. En
realidad, se autodefine el intento como tendiente a “la armonización de economía política y
preocupaciones comprensivas en antropología” (Marcus & Fischer:133).
Willis titula su trabajo Aprendiendo a trabajar, con un sentido amplio de lo que
significa la acción de trabajar junto a la construcción de la identidad como trabajador, de
acuerdo con el lugar que la sociedad industrial (Inglaterra) destina a los hijos de los obreros,
de manera que se reproduzcan como tales y se disciplinen no sólo social sino
fundamentalmente en términos de la adquisición de prácticas y representaciones
características: que aprendan su cultura, la que les asigna el sistema y a su vez ellos
construyen cotidianamente, como hijos de obreros.
Los escenarios de este aprendizaje informal son no sólo la escuela sino la calle y, luego,
la fábrica. En la escuela es donde se “preparan” para trabajar y ser de clase obrera. Eso,
esgrime Willis, en sí representa una contradicción, pues la educación universal dice
propender a que su capacitación les posibilite su ascenso social. Mediante un registro
etnográfico sutil, pormenorizado, que explora en el lenguaje cotidiano, en las prácticas,
bromas y conductas regulares y contingentes, el antropólogo da cuenta de la sorprendente
captación que estos jóvenes hacen de la oculta racionalidad del sistema capitalista. Incluso, se
muestra cómo el movimiento de “resistencia” al sistema autoritario de la escuela,
manifestado por la indisciplina, se convierte en sí mismo en el obstáculo para la movilidad
social ascendente, uno de cuyos indicadores es la deserción. Esa resistencia se convierte
irónicamente en un componente básico de su propia reproducción como clase obrera.
Podemos vincular las “diabluras” escolares de hijos de obreros ingleses (en la etnografía
de Willis) con la adoración al diablo de las representaciones simbólicas (cultura) de los
campesinos de los cordones andinos sudamericanos (en la etnografía de Taussig), hilados por
las relaciones estructurales capitalistas, unos en un contexto central y otros en uno
dependiente, pero capitalismo al fin.
Taussig estudia las creencias y ritos sobre el diablo en campesinos colombianos del valle
del Cauca y mineros bolivianos del estaño, como reacciones a la integración de sus modos
tradicionales de producción a un sistema capitalista monetario y de trabajo proletario
asalariado. Se manifiesta una imagen indígena del proceso capitalista y al mercado como
maligno.
La creencia en sí es que el propietario que acumula dinero y ha contratado personal
campesino sin tierra ha hecho un pacto secreto con el diablo y la tierra de donde provienen
sus ganancias está, en consecuencia, condenada a perder fertilidad y el mismo dueño tendrá,
tarde o temprano, una muerte muy dolorosa si no realiza el acuerdo.
Esos pactos sólo tienen vigencia en los lugares con las relaciones capitalistas y salariales
desarrolladas, en vínculos con los centros mundiales de comercio. No ocurre lo mismo en las
tierras que son propiedad de los campesinos que las trabajan.
Algo similar ocurre con los mineros de estaño, en Bolivia, con el culto al Tío de la mina.
62
62
28
Eduardo Grüner da como fecha y lugar de inicio la Inglaterra de 1956,
coincidente con la crítica al stalinismo de parte de los intelectuales que fundaron
62
disciplinas y con paradojas vigentes, ricas y riesgosas. De los aportes fundacionales de sus
pioneros es posible aprender a leer procesos históricos inéditos y formas de análisis también
inéditas. No conforman hoy un cuerpo de conocimientos sistemáticos ni teóricamente
homogéneos, pero sí un movimiento con presencia intelectual indudable. No son solamente
estudios de la cultura, del arte y las comunicaciones, sino de la realidad social, política e
histórica entendidas como un proceso cultural.
Son enfoques que toman de la perspectiva antropológica la visión de la realidad como
proceso cultural y el relativismo como eje crítico; de la semiótica y el análisis de discurso la
importancia de las tramas de significaciones; de la historia social la ponderación de lo
colectivo por sobre lo individual, lo notorio y lo institucional; del análisis literario la
importancia de las representaciones y lo cualitativo, y básicamente se proclaman como un
desafío abierto desde el pensamiento no rígido hacia el análisis de la realidad concebida en
términos de procesos más flexibles. […]
Pero la flexibilidad llega a apartarse de abordajes teóricos que tengan en cuenta lo
estructural: el imperialismo, la dominación, el neocolonialismo. La teoría de la dependencia
cede ante un modelo en el que prevalece la idea de articulación y la circulación de flujos
significantes. Por eso los Estudios Culturales confluyen en parte con las perspectivas
post-modernas, a las que la globalización pareció, muy pronto, brindar asidero para
concepciones con acento en lo híbrido, lo líquido, lo “flu”, en suma: la liviandad de las
indeterminaciones. Muchos se traducen en banalidades tautológicas, sobre todo cuando no se
referencian en estudios de campo sólidos.
[…] Algunos representantes del interpretativismo y de los estudios culturales que
exageran las respuestas teóricas de vuelo de perdiz, porque las confunden con la pequeña
escala de los estudios empíricos y desprecian las grandes preguntas sobre la transformación
(cómo tomar el poder, cómo se tomó o ejerció el poder en casos concretos), abonan al desafío
pendiente de la contribución científica a las estrategias populares. Y esto está vinculado
estrechamente a la recuperación de la dimensión histórica, dada por los enfoques marxistas
proyectados hacia los estudios antropológicos.
Algunos de estos debates pendientes son los que están dando pie a la necesaria unidad
de los estudios interpretativos y estructurales. Por eso también es preciso recuperar las
mismas fuentes post-estructuralistas y contextualistas y los aportes de los primeros analistas
de los Estudios Culturales, a partir de la crítica al positivismo y en pos de la reconstrucción de
los sentidos.
El término post-estructuralismo se suele utilizar para señalar posiciones de crítica a
quienes explican las acciones humanas como exclusivo resultado del cumplimiento de reglas
estructuradas, en desmedro de los contextos de significación y dramas construidos,
improvisados y vividos por los actores.
No es casual, entonces, que incluso exponiendo sólo cuatro aportes de antropología
comprensiva o interpretativismo, hayamos visto que plantean el foco en la producción
simbólico-cultural (sistemas de representación y prácticas rituales) como reproducción y
62
62
29
Ver capítulos sobre teorías clásicas el tratamiento de la descripción etnográfica
y sobre el trabajo de campo antropológico.
30
En investigaciones concretas hemos dado cuenta de esta posición (Gravano
1986, 1991 y 2004).
62
62